m^'^m^^ E L TIJiMPO.--Bolel,!n meleorológico del día 29 de agosto de 1931, a las 18 horas.—Kn provincias: Máxima, 36" en Murcia; minima, 8" en Salamanca.—Kn Madrid: Máxima, 29"; minima, 14",—Tiempo probalile en veinticuatro lloras: Toda España, vientos flojos y cielo bastante claro. — Presiones barométricas: Máxima, 705,9; minima, 704,7.— Vientos: SE.; fuerza, 0.—Cielo: Despejado.—Lluvias: Santiago, 5. Diario independiente fuadado por D. Nicolás M. Urgoiti en 1917 Año XV.—Núm. 4.383 :: Precio: 10 céntimos el ejemplar. TÁCTICA DEL GOLPE DE ESTADO ENCUENTROS CON EL CAPUCHINO EL BONAPARTE DE MALAPARTE La Al oponer Maquiavdo en el "Arte de la g u e r r a " el miiiljitar al condotiero, rehabilita el linaje político del hecho de armas. Mantienen en e¡ libro Cosme Rucellai y Fabricio Colonna un d;(íJpgo del q.ue la ciudad dcil leó:n y del lirio resuena aún. Versados los en ardides de campamento, convi Hien en que e>\ Estado es la ciudadela de ia^pal-ria.' ^"o es é.ste el idioma de los trataxlos políticos que preceden a los del •ttora,lista de "El príncipe". No es ol de la escuela gibelina, que por oa de Dante define el ImpC'rio y azuza en su honor los sHogiS'mos con que ¡os teólogos defienden el Pontificado. No es taimpoco el idioma de Marsillo, que en su "Defensor Pacie" va más lejos que la esUela gibelina y coinfiere al primer m a g strado de la nación la potes^'1 de reunir concilios. No es, en fin, el de Savonarola, que en su "Del '^ffginento del gobernó della cita de Firenze" instituye la Repúbli'^^f que se llamará andando el tiempo la República de las envidias. No s el de Pontano. ni menos eJ do oíacciolini, que se engolfa en las "Umanidades sin la humanidad ne^ESaria. Hasta Maquiavelo, y su par •i'rancisco Guicciardini, no se ve el ^stado como una plaza fuerte. Pa3- el dispone el autm- del "Arte de '^. guerra" bastiones o fosos, reve">nes o puentes levadizos. Bl primer mandamiento de la polit ea de Maquiavelo es artillar ^' Estado. De este claro florentino hereda Curzio MaJaparte la doctrina que expone en su "Técnica ^'^^ golpe de Estado". P a r a eí auW'' de "L'Arcitailiano", todo capi"^•n, Ture.na, Carlos X I I o Foch, efí ^'i instrumento de la pc-Íitica de5 Estado. Ninguno osa el arte por el ^rte, la guerra por la guerra. I'afra.sede Giovanni Acuto, condotiero inglés al servicio de Floanc a—escribe Malaparte—, la frase "se hace la g u e r r a p a r a vivir y ''o para morir", no es ni la paradoja de un "dilettante" ni la divisa de ^1 naercenario. E x p r e s a la más alba justificación de la guerra y de la •ftoral d'e la guerra. Podría ser la divisa de César, de Federico, de Neil^''n y de Bonaparte." Trata, naturalmente, el volumen que pone cer'^° a nuestros prejuicios, del go'lpe de Estado del corso, el 18 bruftiario. - Bl vencedor de Areola se atiene a los precedentes clásicos, al de •fulio César y al de SlJa. Aunque damos a César lo que es de César, o ^^s otro rango que a Sila, admitamos que los dos son estrategas, son '^s.iidillos miili'tares, y asaJtan eil Poder como asaltarían un fuerte. ^n cuanto el a r t e de la guerra les conquista el mando se lle"^n de escrúpulos. I n s t a u r a n la legalidad, se justifican, quieren ser "•Probados. En Derecho romano hay la sentencia de bronce: la ley. Predicada o violada.. Los capitanas ponan la presa sobre el deliquio; Pero restituyen su virginidad a las leyes. Bonaparte, miás legalista *Un que César, adora los códigos. Después del golpe del 18 bruniario, el héroe se apresura a legltij^ar el hecho de armas. Sin la ley. sin la letra, sin la liturgia, Napo^on no amansa ni mete en un puño a los remordimientos. Lo que no °^ estrategia es para él abogacía. Ante los Quinientos se siente atroz?isute coh bido. Clama en su discurso: "No olvidéis que voy acompa•'S'do por el dios de la g u e r r a y por el dios de la fortuna"; pero las "t'írru pelones le hieren en lo vivo. , Si una hora después, Murat, con sus granaderos, no carga sobre '^ parlamentarios, de Saint Cloud, el héroe de cien batallas no sería "Jüion fué. , Para Malaparte, el golpe de Estado de Napoleón es el primero p. la serie parlamentaria, en la que entran los de Kapp, P r i m o de 'Rivera y Pilsudski. Oigamos a M a l a p a r t e : '¿Culál es la ilusión de K a p p ? La de ser el Siéyes de voin LuttTsr.itz ^ ^ar un golpe de Estado parlamentario. ¿ E n qué piensa Ludendorff j.'' 1923, cuando se alia con Hitler y K a h r p a r a marctoar sobre Ber" ' En el 18 brumario. ¿Cuáil es su fin estratégico? El misimo que el de ICapp: eil Reiohstag y la Constitución de Wéimar. P r i m o de Rivera i[ f'il.'iudskf-se-f'-mportan no de otra suerte. El priiraero piensn en las 0!"t6s; el segumdo, en la Dieta." Bonaparte corrompe la doctrina maqiuíavélioa, que no se paga de Piques jurídicos. P a r a el g r a n toscano, la historia, y no la ley, legitima el imperio, que es la voluntad de Dios haciéndose y haciéndonos. Por ^ eso a la táctica bonapartista oponen Malaparte y los suyos la técnica de los "catilinarios", o sea la de fascistas y comunistas. La obra de Curzio Malaparte h a alzado polémicas de algún estrépito fuera de Roma. Hemos hecho saltar de e n t r e sus páginas la lieONí que hay que correr em España. ¡Oja.lá sea divertido y hasta pro'VeOhoeo p a r a alg:uno acosarla alerta y animosamente! Pedro MOÜRI.ANE MICHBI/ENA ^^^<«tímimm?u«»::::«s:»m{mium:mm«ni;!»»»t»»!t;iimi»nmwimtj Ea importancia del pacto de no agresión entre Francia y Rusia j , B E R L Í N 29 (4 t ) . — E 1 Sr. Litvinoff, comisario soviético de Negocios r^xtranjeroe, de paso en esta capital para Ginebra, h a hecho anoche a °s representantes de la P r e n s a alemana y extranjera unas declaracio^^s a propósito del pacto de no agresión francosoviético, de las que esulta que es éste uno de los pactos de mayor Importancia entre los oticertados en los últimos años y que tiende a asegurar la ,paz en •"-Mopa. Dolítica religiosa en Dijimos adiós a Notre-Dame de la Salette y tornanics de nuevo los " a u t o c a r s " del P. L. M. para enlazar con el ferrocarril y llegar al antiguo obispado de Embún, famoso en los fastos de la historia eclesiástica de Francia. Acá y allá se veían ya los preparativos para las grandes ms-niobras militares. —Creo que fué este invierno —me dijo el capuchino—cuando una publicación católica francesa dio a conocer un " r a p p o r t " no muy favorable para la Iglesia en España. Me pareció bastante exacto, a juzgar por lo que yo había visto durante mis años de residencia en aquel convento español de Arcos de la Rioja. —Era, como decís—repuse—, por desgracia, bastante exacto y moderado. Los periódicos de la izquierda lo reprodujeron, y en la P r e n s a católica y conservadora se desataron las habituales protestas. —Entonces—dijo el padre—, si sobre el estado de la Iglesia española no es posible alzar ninguna censura, ¿qué diría la P r e n s a católica y conservadora ante las denuncias de un Cisneros o de una Teresa de Jesús? Los santos han hablado mil veces del pésimo estado de la Iglesia en tal o cual país y en tal o cual tiempo. Catalina de Sena, la mayor s a n t a de su tiempo, ha puesto como digan dueñas al propio P a p a . Sospecho que en la E s p a ñ a católica de den Alfonso XIII, las voces de una Teresa de Jesús, de un Cisneros, de un Francisco de Asís o de una Catalina de Sena contra la relajación eclesiástica habrían tenido que ser recogidas por la P r e n s a anticlerical y revolucionaria, entre dignísimas protestas de la P r e n s a católica y conservadora. —S i n duda, padre, recordáis aquella anécdota de Dostoiewski en que el inquisidor de Sevilla mete en la cárcel a Nuestro Señor Jesucristo... P e r o la verdad es que aun desde un punto de vista estrictamente católico, la Iglesia en E s p a ñ a deberá cantar su " m e a culpa", enmendar sus muchos yerros, pecados y defectos y sufrir una trasformación radical si quiere sostener su crédito dentro de la nación y no entorpecer la obra del Estado. —Bien—dijo el padre—; pero me interesaría saber cómo entendéis dilucidar esas culpas y responsaui!idad?>s, para que las dir'ícciónes de la política religiosa del E s tado y de la opinión nacional no vayan erradas. —Os diré en primer lugar que como católico y como ciudadano condeno los incendios de conventos y las tropelías contra el bajo clero y las Ordenes reiligiosas en el sentido más absoluto, Y esto no sói-o por su incivil y culpable brutalidad, sino por su ciega y errada dirección. Todas esas violencías son ya culpables, como tales. Luego, el odio popular ha errado dirección, no ya proporción, en la mayoría de los casos. Salvo cierta residencia, centro manifiesto de intrigas cortesanas y aristocráticas, los demás casos de odio popular son ciegos e injustificados. Creo—y muchas noticias que me habéis dado me lo confirman—que una política religiosa en España, si h a de ser justa—si no ha de hacer pagar, con honda turbación de la ciudadanía, a justos por pe- cadorp.=!—. debe -empezar por ser antlvaticana antes que anticlerical, y anticlerical antes que anticatóiUca —No es malo di.stingu!r. —Desde hace an siglo, o sea desde la primera guerra civil, los m-ayores males producidos por la polémica religio.=:a en E s p a ñ a y los grandes obstáculos oreados al desenvolvimiento civil del Estado no vienen de la misión eterna y divin a de la Iglesia ni de la buena fe cristiana de gran parte del pueblo español. —Ciertamente, no creo que los siete sacramentos y el culto do los santos hayan hecho mal nunca a ninguna nación y a ningún Gobierno. —Los mayores m.a,lcs, las mayores culpas, es preciso atribuirlos a la política vaticana, a las intromisiones políticosociales de los nuncios y del alto clero, que han especulado incesantemente sobre la buena fe y las creencias del pueblo español hasta un inconcebible abuso. ¡Ah, querido padre!, _^ Yo no me fiaría de ese antifascismo tardío y a la violeta del Vaticano, que ahora probablemente se explota para congraciar a los nuncios con todas las democracias. No me fiaría de esos obispos que se declaran indiferentes ante las formas de gobierno, cuando es seguro que en el 34 y en el 71 esos mismos obispos, por mucho menos, movían una guerra civil. Me fiaría, en cambio, mucho más de las masas católicas, del clero rural, de innumerables religiosos y religiosas capaces de toda lealtad a la patria, al Estado y al orden civil, una vez que la maniobra de los de arriba fuese truncada, una vez que el Vaticano y el alto cloro encontrasen la oposición merecida. —Decidme: en el manifiesto de la A.grupación al Servicio de la República, ¿no se invocaba el apoyo del clero r u r a l ? A mi me pareció habilísimo, y aun desde un punto de vista católico irreprochable, porque antes de oír vuestras quej a s siempre había pensado que en España los iníereses de la Iglesia universal, considerada en su misión divina, y los intereses de la gran tradición popular religiosa del país podían ser fuerzas nacionales y estaban en abierta contradicción con la política vaticana, las tendencias del alto clero y el catolicismo aristocrático-d-els."; alta,íi clases, manifiEata^ir.nte £-i,patrióticos. Sin duda, esas tres cosas ven!3,n esterilizando desde hacía m á s de un siglo lo mejor de la gran cristiandad española, tan originail y fecunda ->n un tiempo. ' 7—Es m á s : esas tres cosas, política vaticana, alto tílero y catolicismo aristocrático y ultraconservador, han conseguido hacer odiosas a innumerables gentes de bien las esencias más puras de la reü- gión, las mejores glorias de la Iglesia española y aun de la historia nacional. Su vano fárrago apologético había hecho intolerable ya lo mejor del siglo de oro. —El "rapport" a que antes aludíam.os puede servirnos de punto do partida para fijar algunos extremos. La política vaticana, durante largo tiempo, parecía haberse empeñado en lograr que la Iglesia de E s p a ñ a hiciese muchas cosas que no debía hacer y dejase de hacer todas las que eran más ur,?,entes. esenciales y necesarias—No culpéis solamente a! Vaticano, porque u n a de las raíces del mal era la elección del episcopado. Aquí en-braba la Corte, aquí ent r a b a el catolicismo aristocrático, cortesano y gubernamental, con sus aduladores y paniaguados. La elección del episcopado era ya deplorable. Si el Rey los presentaba malos, el Vaticano los elegía peores, porque el Vaticano se limitaba a n o m b r a r de cada terna, si p!-'día aquél que podría ser de pauiotismo más tibio y servir a la intriga vaticana en algún caso decisivo con preferencia al interés nacional. Fuere como fuere, el nivel del episcopado era de los más bajos de Europa, como era bajo el criterio de favoritismo e intriga que decidía su elección. Las excepciones de ciencia y de virtud eran rarísimas. —No señaléis alguna de estas r a r a s excepciones al concepto público. Ante e!l Vaticano le perjudicaría vuestro elogio. —Yo no diré que estos obispos fueran gente reprobable. Pero sí gente de escaso rendimiento, fácilmente vana, y casi siempre tan servil ante las intromisiones vaticanas como tibia en el verdadero servicio de la cristiandad y de la fe española. Las mejores capacidades de la Iglesia española eran postergadas, cuando no perseguidas. •—Naturalmente. No adulaban a las damas de la Corte, ni a los ministros, ni al Vaticano. Me bastó ver en R o m a ailgunas peregrinaciones "aristocráticas" españolas para comprender ese deplorable estado de cosas. Un santo se habría llenado de náusea. —En esta pésima elección del episcopado radicaron muchos males, que el Vaticano cultivó a su placer, especulando sobre ellos. T'uvc la más sumisa e ignorante masa católica del mundo a su servicio político y económico para obstruir toda obra civil a su placer... —Otro espectáculo venia preocupándome seriamente en Roma, y se lo manifesté a alguno de nuestros hermanos españoles. E n las grandes librerías católicas internacionales, la producción intelectual de vuestra gran E s p a ñ a titmmattt Ju an Ramón Jiménez en EL SOL Se incorpora hoy a la ilustre falange de colaboradores áe E L SOL J u a n R a m ó n Jiménez, el alto poeta español, cuyo nombre figura en el primer r a n g o de los poetas de E u r o p a . J u a n R a m ó n Jiménez es a la vez u n gonial prosista, que h a logrado la perfección de su forma en fuerza do simplificar y adelgazar el ño Héerees españoles v a n a do F E R N A N D O B E LOS BIOS Ü '*'^l'illa simpatía risueña y ladeada, con hoyo de ojog j , ^h poco infante y pillo, le entrecierra los los ^ ; ,^3"ios (lectura, vigilia, cariño, tiempo). E s de ^' etiou i*^"^ sonríen de lejos, al lado ya de uno, en "oi? est " " aolifano, muy antes de llegar. (iQué beti?c! v„„°^ encuentros de wsnnñoles solos por los mon,",1" j_;ares, pueblos de F,s.paña!) Y al llegar, "sí. S I , los •'íes, con ritmo de pulso contento, pleno. « '"evivo r,\ rpm(<to v diferente 'sí, es claro" r.n '^^^•vid"" "''•'^'''-'^«0 Giner. también y de un tercer modo *stf> j].^ fn Co.=;«ío; que consrreg.n I.q varia energía de Afij,ji'''°.trabajador embriagado ^'^'•vo p^^,"°" y pregunta, dos si.gnc. uno recto, otro ''•'a gj .3 ^°^ <iue ( ¿ e n t r e alado parénte.sis?) se eneiert *" silo " " " milenario v futuro. "Sí, si", educa*% «H „^«- Primero, la aceptada, seaniridad, discutí" " luego «ufloíente oon la amabilidad de la. Je -D. p r e g u n t a "¿y no cree u s t e d ? " Después, al fin, en u n a conciliación de asentamiento y reparo, la envolvente risa horizontal instantánea, con despejo noble, claro de frente. La sonrisa normal otra vez, concordia de ir metido siempre h a s t a la barba por ideales jaramagos de primavera, llenos de pajarillos felices, y de nuevo limpio viento azul sur. Aquí, allá, entre las ondas d;e lo simpáüco, u n a p a r a d a a^guda, seca, c o n t r a la roca andaluza o castellana. Cansancio secreto, vertical seriedad meilancólica, con sombra de nombre seguida a lo profundo difícil bajo el clavo remachado del sol cenital; momento de nube en astro espiritual por el desierto alto, parcial eclipse escalofriador entre las retamae solas. Un caerse abarquilladas las ala.s iris (¿frente a qué fatalidades?), las tensas plumas necesarias p a r a sostener sin a r r u g a a F e r n a n d o de los Ríos de la efusión y la sonrisa. Un íntimo padecimiiento universal. ..."Sí", entreserio ya, por repetición amable. Como un cuajarse eterno que se queda abandonado en el terrible mediiodía español, con extraño escorzo súbito. E R N E S T O G I M É N E Z CABALIvEBO Escurridizo, tirante, ubicuo este madrileño futurero, fotografiado 6¡iem(pre desde sitio atrevido; perfil y frente 4 un tiempo, con vagos lentes equilibrados, no se sabe en qué a r i s t a o qué plano; p r á c tico efectista del segundo cubiamo superponedor. Subido y rasero, subrealieta y romántico, evadiente y en su lugar, "Geoé", estático ante uno, explosivo a n te sí, dentro de sí, alrededor de sí, se dispara sentado. ¡Ahí va! ¿Corren los perros, los ratones, los gatos de la biblioteca? El se ríe bonachón de cejas, compadre: "¡Vamos, que estoy a,qui, señores!" P a s a sin vez, con aire de radiograma verde, a n t e nuestra pared, nuestro coche, nuestro banco, nuestro pie; en su Imoto", en eu estribo, en su techo; con trinchera, p a n a negra, piqués de chaleco y botín, bufanda gris, g o r r a a cuadros, blusa azul, "smo-king", botas de montar, uniforanie si es preciso. E n los bolsillos, alambre, alcohol sólido, cristales, pez, ladrillo, tiza, clichés. Y cada minuto, p u e r t a distinta, con un papel distinto, en u n a postura oistdTita, en un papel distinto, colorado, negro, amarillo. Casi sin ojos en los invisibles vagos lentes, ojos de daguerrotipo perdido. ¿O dónde se oilviida los ojos, y los vemos y nos ven de allí? ¿ E n qué límpiiabotas se los dejó caer, gotas de estaño; en qué relojería se los dejó, sin pupila, a comiponer? Espero ver u n a a u r o r a lisa, que le han crecido al Robinsón de hoy u n a chimenea, u n a escaJera de incendio en la cabeza, dos ruedas en los costados; que es aislado edificio nuevo trasladable, reciente Tr':efac+o atcudo de un bivrio diferente. Los ejes ya Inp lleva atravesados. El corazón, pulmón, bazo (puesto que se dan esas chispas violetas de contacto en sus botones a.parentcmente neutros, que se le salen esos ch.anchanes de platillos por loe oídos, por los bolsillos, por las bocamangas), debe ya tenerlos como u n a entrañable dínamo, esperanzada en el sótano, a la luz alta, ansiada de la calle sol y verde. Juan Ramón JIMÉNEZ (Prohibida Ja reproiueci&nj i LA CUESTIÓN CATALANA ^^> EL CATALANISMO España Y BARCELONA EL LLANTO POR LA IGLESIA ^*^ititttt J O S É G U T I É R R E Z SOLANA Se había puesto en pie y a n d a b a emiperchado, de ^^, o giraba dificilmiente, como u n a veleta desntable, atornillado mal por la suela. vez que lo vi (Pombo, vaho de invierno, banlUete ^, -e con olor de'lgado a oi-in de gato y a cucara^^95 señoritas en el ambiente más exacto de los -^Pejos) nre pareció de un artificial verdadero, coim^UtSto con sal gorda, cartón piedra-, ojos de vidrio ite"" / ' n en "" salazón, raspas a la cabeza. E s t a b a lisamenllaa, ^^'^'^'^etado en su propio cristal triple de bote tgV.^<^onservado en eu propio ,_. ^--r— alcohol;, y^ ~su- presa vi•lldad cuajada no se h e r m a n a b a con ninguna pre1 de entonces. Cuello, corbata, roPa,^^}s. circunstante (,,_''otas, lo añadido, t r a t a d o tamibién sin semejante ^pnstancial. Ya no estaba. Di; Símil así ha de crearse surtidos -H de elementos ?'^ttipátic:_ IjU^^^'-icos correspondientes. Materia, ingrediente ^'^-anos generales caderas de zorra ahuimiada, leJias' Pan ílora, lasos sólidos, a g u a r r á s del Mono; aoom de ^'"'^^ fatalmente de ello, como en entierro eterno fn ^ ^ ^ ^ i U a , "y "'^'^TVinaflaT'ln a l l o nlcrSinacompañarlo. "mn^-n E n t e \Ta ya rlp de ttalla, alcando'"' / ^ o j a m a ; ahorcado, ahogado, difunto, esmerilar e su vitrina, vitrina él mismo, una, uno más de ^° arqueológico; cuando quiere salirse de su honKf '^'storia, no encaja ya en historia algunia de tor ^^' ( ¿ E n qué historia de qué mujer, ;Dios san^«•ncajará?) «1- n ^^ '^'*^'° ^ " ®' *^'^^i *s terciopelo g r a n a p a r a gij' "o Se le sabe dar la mano. Tiene que '.scamoteairy j , ^ ^.lí altisonante ópera, a su barrio bajo de liras •g^'ojes, a su noche de otro gas. <iei ^ ' * decoración de juicio final español que nos eijj^ "^'ffando a su paso impar, nuestro insigne exPiás f'^''^'^° empuja la vida má.s rara a su tránsito dij , °-. Todo nos lo adelanta o retrasa a primer Cu,. . fiambre, embalea;mando con su mágico osbrg^" "^'^o rico la armonía dnl emipezar a acostunlI0.3 ^ ' " otro. Nos detiene su brocha de virtud; exigi.^^'^^^t» 6U tiento la putrefacción; nos la deja ..- ; "' como espectáculo, sin gran peligro. Poderosa Pod Pr„w^?^'¡''"bi"e estética, de extrañas persi*sctivas com COIQJ, "'^^ en !a que h a s t a los miriíadores gusanos d^ Oom, ®^. ^^"^ quedado fijos en su pululante actividad atesorados en ella para siempre. Madrid, domingo 30 de agosto de 1931 católica era casi nula en p a r a n gón con la producción intelectual católica de Francia, de Bélgica, de Alemania, de Holanda, de Inglaterra, de Estados Unidos, de Italia. LOE pocos nombres españoles que he visto en esas librerías o oran poco conocidos o casi n a d a celebrados en el ambiente católico español. —El Vaticano en E s p a ñ a se preocupó de influir enormemente para tener poder en la Corte y oper a r con masas ciega.s—armadas en guerra civil cuando pudieron—cont r a la autonomía civil de los Gobiernos y la libertad del Estado. Nunca se preocupó de organizar la alta cultuta, de estimular a las mayores capacidades, de elevar el nivel intelectual de sus institutos mejor los siete sacramentos. Se de enseñanza, de administrar algo quejaba de que el Estado daba poco al clero. Pero en E s p a ñ a la Iglesia podía disponer de millones incesantemente regalados. Cuando el Vaticano ha querido crear a toda prisa una riquísima biblioteca en Roma, ¿no h a dispuesto a escape de dinero español? —Son dos cosas, hijo mío, las dos más fuertes cosas de la acción de la Iglesia, las que en E s p a ñ a el Vaticano, el alto clero y el catolicismo cortesanomonárquicoaristocrático, no sólo no h a n estimulado, sino puede decirse h a n perseguido: una, el alto sentido de cultura; otra, el alto sentido entrañable popular religioso que E s p a ñ a en un j tiempo tenía altísimo. Miseria cien tífica, material y moral en los seminarios de las viejas ciudades ilustres. Miseria espiritual, m a t e rial y moral en las viejas parroquias de Castilla—clero ignorante a las parroquias míseras—; prepo tencia en Madrid, injerencia, intromisión de nuncios, centenares do conventos p a r a s i t a r i a m e n t e acumulados allí donde la riqueza y la potencia convergían, y p a r a lo demás, para lo mejor de la cristiandad española, ingratitud y desamparo. Muchas veces, recordando a nuestro Barres, he pensado que sobre la Iglesia de E s p a ñ a el Vaticano, el alto clero y ese beaterío aristocrático que decís habían traído algo peor que lo que trajo a la Iglesia de F r a n c i a la invasión extranjera de los "boches". He imaginado que alguien tendría que escribir " E l llanto por la Iglesia de España". —¡Ah, padre! E s e es un llanto que a muchos podría salir do bien dentro del corazón. Pero los nuncios y los monseñores del Vaticano, con ese llanto, bien poco se conmoverían. Aun se ríen hoy. —Se conmovería Dios Nuestro Señor, y su Santa Madre Horaria... Eln España, loa siete puñales no se los h a n clavado los ateos y revolucionarios. Son manos eclesiásticas, manos vaticanas, manos católicas, quienes h a n cometido la gran injuria. E s a s gentes han hecho además que el pueblo no se sintiese mirado por la Iglesia con aquella grande y m a t e r n a mirada de la verdadera caridad. El pueblo se ha sentido desamado. —¡Ah! Pero salían con el tiquis miquis de que el Estado era quien p a g a b a míseramente seminarios y parroquias. El clero rural h a hecho m á s de lo que podía. El Vaticano se limitaba a pedir más dinero de cuando en cuando por medio del episcopado con el primado a la cabeza. El dinero de los católicos españoles no debía por esa razón dedicar un céntimo a las cosas esenciales. Debía emplear sus millones en superfluidades, en m a n t e n e r a Ordenes extranjeras, en las mal llamadas y estériles obras sociales, en regalos al Papa, en pomposos mo- (Continúa en la página 12.) Por Salvador de Madariaga El catalanismo es hoy, ante todo, cosa de Barcelona. Nació en Barcelona, creció, se organizó y vive en Barcelon^i. Y. sin embargo, B a r celona no es ni puede ser nunca una población exclusivamente c a t a lana. Su t r a s t i e r i a se a d e n t r a en la Península. Auque ee le diera la Gro.n Cataluña para satiñfac-er eus ambiciones, tendría en su propio territorio u n a rival tan poderosa como Valencia y necesitada de trafitierra propia. Una Reipública catalana sería económicamente imposible, aunque política-mente no lo fuera, Barcelona es, pues, a la p a r la causa más importante del catalanismo y el origen de las fuerzas más potentes en pro de la unión csipañola. Ademá.3, Barcelona contiene una fuerte ptoporción de habitantes no catalanistas (catalanes y no catalanes) suficiente p a r a reducir a veces a minoría a los catalanistas. Asi, por ejemplo, a pesar de los grQ.ndes progresos recientes de la P r e n s a catalana escrita en catalán, los periódicos más iniportantea de Barcelona se siguen tirando en castellano. Por último, la experiencia h a demostrado que las cuestiones obreras de Barcelona presentan un carácter tan grave, que, a pesar de la deplonable política con excesiva frecuencia desarrollada a este respecto por el Gobierno central, es sin d u d a opinión general en C a t a l u ñ a qae un Gobierno catalán lo haría todavía peor y sería demasiado flojo para hacer frente a alguno de sus aspectos más serios. Como si todos estos factores no bastasen p a r a hacer complejo y difícil ol problema catalán, viene a empeorarlo la actitud extremista d« los españoles, tan típica del catalán como del castellano (2). Puede citarse como ejemplo la c a r r e r a del genio político mejor dotado que h a producido, no sólo la Cataluña, sino la E s p a ñ a actual. Las dificultades con que h a luch-ado el Sr. Cambó en eu propio país se deben a su espíritu de transacción, a su disposición p a r a aceptar de cada día lo que pueda dar, esperando a que lo demás lo traiga el m a ñ a n a . E s t a actitud, tan evidentemente sabia en un jefe político, le h a valido constantes críticas y ataques, tanto en Cataluña como en Castilla, que Ir. interpretan como debilidad moral. Otra forma de esa dificultad debida a l carácter es la impaciencia política que aflige a los más de los ca;talane,s. Habiendo dormido tres siglos en el seno de España, quieren que C a t a l u ñ a despierte de u n a vez y pretenden que E s p a ñ a abandone la labor de tres siglos en una generación. Castilla es lenta, espantosamente lenta. P e r o se mueve. Se mueve de varias maneras, gracias, entre otras cosas, al mismo despertar d-e Cataluña. Y an esta observación podemos fundar n u e s t r a esperanza de que la cuestión catalana se resuelva pronto con m u t u a satisfacción. La cuestión vascongada.—El elemento lingüístico nos sirve de guia p a r a estudiar el catalamismo; pero al abordar la cuestión vascongada es probable que resulte un criterio mucho menos seguro. La lengua vasca es un misterio de la Historia y de la filología. Parece que hay cierta semejanza entre sus pronombres y los del hebreo; entre sus v e r bos, maravillosamente complicados, y los de ciertas lenguas indoamerioanas, como el dakota y el aa:;eca; su vocabulario no se parece a ^lada conocido; su sistema numérico es eclécitica combinación del decimal y del vigesimal. En retroceso en E s p a ñ a todavía más que en Francia, el vasco no se habla en ninguna de las grandes poblaciones de la región vasconavarra, que fué antaño de su pleno dominio. De las cuatro provincias, Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, sólo la tercera le permanece fiel en todo su territorio, de,sde luego con la excepción de San Sebastián. H a perdido caei toda Álava, con su capital, Vitoria; el oeste de Vizcaya, con Bilbao; la mitad sur d e N a v a r r a , con Pamplona; en F r a n c i a tampoco lo habla Bayona. H a y u n a escuela de fiióiogos que sostiene haber sido el vasco la lengua de loe haibitantes de la Península prerromana. F o r m u l a d a primero por Hum.boldt, esta idea h a vuelto a cobrar dignidad cieintíflca al verse sostenida por un céonlco brillante: el doctor Hugo Schuchardt. Es a! fin y al cabo una conclusión natural, sin la cual sería difícil explicarse la subsistencia de tal curiosidad filológica en este ririfeón de Europa. Desde luego, si la teoría Humboldt-Schuchardt se considera como definitiva, las pretcnsiones de los extremistas vascos pierden su fundamento, que es lingüístico. E n efecto: a no ser que el argumento lingüístico establcsoa la diferencia de nacionalidad sobre la diferencia de lengua, no tieiíi v.alor alguno en cuestiones de autonomía política. Ahora bien: es evident e que si el vasco *ué un tiempo el lenguaje de toda la Penínüü'la fm'xs de su romajiización, el " r e t a l " que queda en un rincón del territo."io nO pasa de ser una mera curiosidad filológica, sin ninguna siS"nificaoión política, y sólo indica que los españoles que h a n permanecido fieles a l vasco quedaron por una u otra causa fuera del proceso de romanización (3). Todo esto no impide—^antes bien, explica y determina—la aparición de u n a fuerza centrífuga y dispersiva en el País Vasco. I.-os vascos h a n sido siempre defensores acérrimos de sus fueros. La tendencia particularista de todos los españoles, estimulada en eu caso por los rasgos d e un país tan inaccesible, montañoso y enmarañado en circunvoluciones de estrechos valles, se vio además reforzada en parte por el temperamento loca!, en parte por la influencia de la Iglesia, de ningún modo deseosa de propagar la lengua castellana, en perjuicio de la posición estratégica que ocupaba, dominando, por decirlo así, los puertos de comunicación con las tierras de la cultura y del pensamiento. Afii, la región vasca llega al siglo X I X bien ipi«parada p a r a u n a c a m p a ñ a n a cionalista. (1) Del libro en prensa " L a Hispana contemporánea". (2) Ya va para catorce años que el autor de estas líneas se permitió forjar u n neologismo p a r a representar este aspecto extremista <le la psicología española, y no deja de tener interés, en relación a lo a r r i ba escrito, que fuese a buscar los elementos para su invención verbal en la lengua catalana. El extremista partidario de todo o n a d a se llamaba en uno de sus artículos el "totorresista" (de "tot-o-res"). (3) L a historia de épocas menos antiguas nos proporciona otro argumento en idéntico sentido. Según los medievallstaa españoles d e hoy, Ca.sti!la fué durante un largo período de la Reconquista una especie de zona neutra desierta entre los cristianos y los moros, poeteriormente repoblada por colonos vascos y navarros. Así queda demostrada la unidad fundamental entre los países castellanos y vascos. En torno a la buena puntería D. J U A N BAMON JIMÉNEZ (Apunte de Aristo-Téllez.) estUo con u n sentido ascético que le h e r m a n a con los grandes escritores místicos de todas las literaturas. E l credo estético de J u a n R a m ó n Jiménez puede condensarse en estas p a l a b r a s : "La expresión es sólo un e.jerclcio p a r a el perfecto goce estético. Cuando el poeta haya llegado, c„n el estímulo constante de expresar, a su actitud m á x i m a de visión y contemplación, no debe expresarse—prepararse—más. Obediente a este credo, J u a n R a m ó n h a llegado a ift consecución de obras poéticas en prosa t a n perfectas y ya universales como " P l a tero y yo", magnífico poema que figurará ya p a r a siempre al lado de las grandes o b r a s clásicas d e n u e s t r a época. ' E L SOL so felicita y felicita a sus lectores por esta incorporación, a la QUe t r i l m t a m o s el máximo honor. E n la crónica de periódico, Juaíi Bamón Jiménez es maestro Inimitable, y de eUo nos ofrece la prime1 ra muestra en este númeiro. Aquí, en la montaña, en la región de las grandes ( reses de los montes, la caza adquiere ciertos carac- ' teres de rito. Desaparece, deside luego, esa noción deportiva que tiene la caza menor, esa inconsciencia del perdigón ligero contra la volatería, y el cazador lo es de oíicio, y aún más que por la ganancia que pueda proporcionarle la pretía, por la técnica que h a de desarrollar p a r a conseguirla. Ee, en suma, el culto a la buena puntería. Virtud de carácter eminentemente político. Que, quizá, la clave del buen gobierno sea esta relación segura entre el ojo y el blanco. Suiza, en realidad, en .su admirable organización democrática, tiene por patrón un buen cazador. A Guillermo Tell no le sirvió p a r a la libertad o t r a cosa que la puntería. H e aquí un héroe en el que se exaltan más que otras las virtudes del blanco. O, en otros términos, convertir la intención en realidad en el centro mismo, sin que el pulso desvíe la flecha, mi el ojo equivoque ¡a trayectoria. El á r a b e gusta del juego de la pólvora. El estampido y el h u m o como fin, no como medio. Nosotros, quizá por este origen, seamos má.s aticlonadoe de lo debido a la pólvora en salvas. Gran festejo meridional q u e culmina en la traca, juego t a n inofensivo como aparatoso. Q-jcmar pólvora: he aquí u n a aptitud que no ticsne nada que ver con la puntería. Y de este modo si a un cazador le concebimos como héroe nacional, no podemos concebir igualmente a Un pirotécnico. H a y jabalíes próximas y vamos a salir a cazarlos. P u e d e también aparecer un oso. Aún existen osos por esta^ m o n t a ñ a s . La vieja casa montañesa está llena de trofeos. Las ásperas pieles del oso y el jabalí, laa pieles t a n suaves al tacto de las corz-as; cuernos, pezuñas, colmillos... E n la mesa maciza, en u n cajón profundo, el plomo, la pólvora, los cartuchos..., todas las formas y todos los t a m a ñ o s de balas, postas y perdigones. Aquí, sobre esta mesa, hay que p r e p a r a r las dosis justas de la mueorte, y p r e p a r a r l a s oon la sabiduría de anügnios boticarios, 3in d a r a la industria en serle ni u n a d a r m e de confianza. Así son de escrupulosos estos cazadores camipesinos que. a lo mejor, m u e s t r a n I03 cañonee de la escopeta atados con alambre. Mas la puntería no tiene n a d a que ver con el a r m a : es un instinto, o quizá mejor, u n a virtud pei-sonal intra,5.ferible. Ya estamos en camino, m o n t a ñ a arriba, en busca de los bosques, en t a n t o que la luz comienza a descubrir \"erdades en el camino. ¡Qué finos los heie<-hos a esta p r i m e r a luz! No parece sino que la absorben con vanidad, seguros de la perfección de su dibujo. La. noche, sin quererse m a r c h a r , se a g a r r a a las rocas y a los troncos de los árboles, se oculta en grietas y oquediadee, huye, a! fin, envuelta en .jirones de niebla, l^a jornada es d u r a y fatigosa. P o r los senderos caei invislhies los cazadores, en fila india, n o hablan sino con rñonoeilaboe. H a y algo de procesión reilslM» en «ota. ai«rdha. O, !>e«lbl«m«ini«, t o ^ van t r a s t o r n a d o s por esta emoción indefinible, p r e - , paratoria de la g r a n emoción de la espera,. He aquí la primera virtud del tirador: saber esperar. Y esperar en silencio, en un lugar oculto, sin llamar la atención, sumiéndctüe en si mismo sin sombra de vanidad. Si el tir&ñor tuviese vanld-id dispararía su escopeta por cualquier fútil motivo. Ya estamos distribuidos en los puestos; hay que esperar. En estos casos el poeta o el filósofo, seguros de la soledad, abandonan la escopeta, sacan un libro y leen. E r r o r lamentable, porque aquí el interés no está en los libres, sino en lo circund-ante. Loa árboles confían al viento sus hojas, y ésta, es la incitación más aprem.iante para que a p a r t e m o s la vi-sta de las hojas del libroSe oyen los gritos de los oje-adores, gritos y voces de comparsas de d r a m a histórico bien ensayado; lo que en la acotación escénica se denomina " m u r mullos". Luego, más próximos, y confundidos con los ladridos y el jadear de los perros, voces claa-as de pueblo en revolución: la gran revoluoión del bosque. Las alimañas se h a n concentrado, sin duda, en lo mó.s intrincado e inaccesible, y hay que sacarlas de alli. Momentos de ansiedad. La puntería, en el fondo del ojo, comienza a tener conciencia. Cada accidente <lel pait3aje es u n blanco. El a r m a , sin «-mb^rgo, duorme fíobic el césped, en el seguro, en ose sitóncio de la pólvora, con t a n t a s fuerzas en potencia dMeando estallar, y contenidas en espera del objeto deci.sivo. ¡Ciiánta vanidad en el mundo, y. por impul.so de la vanidad, c u á n t a pólvora estallando sin objeto! Bl buen cazador aguarda imperturbable. Si hoy no sale la pieza apetecida ya saldrá m a ñ a n a . E s to es u n a caza eeria. no es un deporte frivolo; poro ee algo m á s : es una cátedra de disciplina. Asi en la vida debemos distinguir quién dispara por juego y quién dispara con conciencia del tiro. Ea decir, que frente a, un a r m a encañonada debemos m i . r a r i n m e d i a t a m e n t e al blanco, y después comprobar si el blanco es posible. Esto es lo más contrario al tumuilto de la pólvora. Aquí no haj' riesgo de quedarse sin proyectil cuando más falta hace. Buena normín de dialéctica, ya que el mejor ararumpnto queda p-sra lo último. Y de ahí la import-ancia de afinar la puntería. Si este fina! argumento, el de la bala decisiva, ee pierde, .se ha perdido todo. En períodos en que la palabra os la gran armo para cor^^truir y p a r a derribar, es im,portante analizar la calidad del cazador. Así como hay pólvora en salvas, hay palabraíj en salvas. Existen verdaderas t r a c a s de retórica. E n estos casos ha,y que esperar y en'.onccí^ dispprar la palabra j u s t a c o n t r a el blanco posible, con buena puntería, eeguros d e que si esa palabra se pierde se ha perdido todo. Fraiioisco DK COSSIO TudaoM, agroctau