La asistencia jurídica privada a los señores indígenas ante la Real Audiencia de Lima, 1552-1570 Renzo Honores Florida International University Latin American Studies Association Dallas, 27-29 de marzo del 2003 “Que cierto es, cosa de lástima, verlos [a los indios] enseñados a nuestras trampas, hechos pleitistas por las Audiencias”1. Con estas someras palabras, escritas en 1561, el licenciado Polo Ondegardo resumía el malestar prevaleciente entre los administradores coloniales sobre los nocivos efectos que la cultura jurídica2 española estaba provocando entre la población andina. Siguiendo la argumentación del licenciado, la afición “pleitista” española estaba siendo transmitida rápida e incontrolablemente a la gente andina, la que entonces inundaba los corregimientos y las Audiencias (La Plata, Lima, Quito) con multitud de litigios y reclamaciones. Desde la década de 1550, para los ojos de los administradores, los amerindios3 1 AGI, Patronato, 188, Ramo 22, “Informe del licenciado Polo al licenciado Briviesca de Muñatones,” f. 1 (Lima, 12 de diciembre , 1561). 2 El empleo de este término ha sido muy criticado debido a que se le suele acusar de ser vago e impreciso. Parte del problema procede de la propia definición del concepto cultura. En los años sesenta, el término ‘cultura jurídica’ fue acuñado por Lawrence Friedman, dentro del auge de los estudios empiricistas de law and society y de law and development, para explicar cómo los agentes utilizaban, interpretaban, recreaban y manipulaban el Derecho oficial, así como las diferencias y similitudes entre países de una misma tradición jurídica (Friedman 1969: 29-31). Para esta autor, la cultura jurídica debe ser entendida en términos de ideas, valores, expectativas y actitudes hacia el Derecho (oficial o popular, o una mixtura de ambos) y las instituciones jurídicas (1997: 34). Ha sido Roger Cotterrell quien ha criticado la falta de precisión metodológica de Friedman. Así, sostiene que la definición de esta autor es tan abierta que virtualmente todo fenómeno legal imaginable puede ser considerado parte de la cultura jurídica; ésta puede englobar desde la ideología jurídica hasta el uso calculado de la ley (1997: 15-23). En nuestros términos, cultura jurídica es usado como sinónimo de aprehensión, interpretación y manipulación del Derecho por expertos y noexpertos del sistema legal oficial (o popular). Fenómenos como el uso masivo de los litigios han sido habitualmente explicados a partir de la cultura jurídica; véase Toharia (1987: 75-78). Recientes usos del concepto de cultura legal para explicar especificidades históricas; en Macauley (1998). 3 Esta opinión era corriente en la Nueva España durante la misma época; véase, Borah (1983: 41-42). Este autor utiliza como fuente principal los críticos comentarios de Alonso de Zorita respecto a la litigación de 1 se había ganado la reputación de ser un irrefrenable pueblo litigioso. Este juicio tenía su origen en la espectacular y exitosa campaña de visitas (inspecciones y recuentos demográficos) que los señores étnicos habían conseguido por parte de los jueces de las Audiencias para el establecimiento de nuevas tasas tributarias. Las visitas, usualmente a cargo de un cuerpo burocrático4, verificaban el descenso de una unidad de población asignada a un encomendero y permitían que los oidores calcularan los nuevos montos que debían pagar los caciques a sus señores. Este trabajo se ocupa de cómo los señores indígenas se sirvieron del patrocinio privado de abogados y procuradores de causas5 para iniciar y llevar a cabo sus litigios, algunos de ellos naturales y a la urgencia de implementar un paquete de reformas. Zorita fue oidor de la Audiencia de México entre 1556 y 1566. Para el Perú, los primeros comentarios referidos a la litigación indígena pueden rastrearse hacia 1556, cuando el Marqués de Cañete sugería que no se “llevaran derechos” (es decir se dejasen de cobrar los aranceles judiciales), se tramitaran estas disputas como procesos sumarios y “que cesen los pleitos en que los traen [a los naturales]”; en Levillier (1921-1926: I, 290). La referencia historiográfica habitual en los estudios andinos sobre la explosión de litigios indígenas se encuentra en Stern [1982] 1993: 115. 4 Un juez visitador, un escribano, un intérprete y en ocasiones, los abogados de las partes. La visita era una etapa, la más importante, dentro de un procedimiento de reducción de las tasas de tributos. Luego de realizarse éstas, las partes presentaban sus alegatos y los oidores tomaban su decisión final. Las Leyes Nuevas de 1542-1543 establecieron el principio legal por el cual las Audiencias eran exclusivamente competentes para revisar y modificar las tasas que fueran onerosas a los grupos étnicos (Muro Orejón 1945: 832). El uso de las inspecciones como un medio de supervisión era una práctica muy arraigada tanto en las burocracias centralizadas del siglo XVI, como en la jurisdicción eclesiástica. El Concilio de Trento (15451563), por ejemplo, sugería el uso de la visita pastoral para conocer la marcha y la dirección de las parroquias rurales (Schroeder 1978: 237-239). Sobre la importancia de la visitas como fuente etnohistórica en los estudios andinos, véase Pease (1978) y respecto a su valor simbólico y político, Guevara-Gil y Salomon (1994). Una inmejorable síntesis sobre las diversas olas de visitas en el Perú colonial, ordenadas cronológicamente, en la que se presta especial atención a la tradición prehispánica de control y supervisión lo ofrece Cook (2003). 5 En la tradición jurídica española, los abogados, letrados con estudios universitarios de Derecho y habilitación profesional, firmaban los escritos que se presentaban a los jueces de primera instancia (alcalde, alcalde mayor, asistente, corregidor, cabildo) o de apelación (Audiencia, chancillería, Consejos). Estos escritos eran los que suponían una invocación explícita de la ley y el desarrollo de una argumentación jurídica: demanda, contestación de la demanda, dúplica, réplica, preguntas de un interrogatorio de testigos, alegato de bien probado (informe luego de exhibirse las pruebas), apelación, e informe ante la vista de la causa. Los procuradores actuaban como representantes de las partes en los estrados judiciales, redactaban los escritos de “mero trámite” y eran quienes recibían las notificaciones por parte de los jueces. Para representar a sus patrocinados debían recibir una carta de apoderamiento, la que se otorgaba ante un escribano. Una explicación suscinta; en Hugo de Celso [1553] 2000: f.1v-3r (voz abogado) y 225r-228v 2 exitosos, entre los años de 1550 y 1570. Este sistema de contratación privada de expertos jurídicos provocó una ofensiva legal de tal magnitud que generó la desconfianza, el malestar y la adopción de políticas correctoras por parte de la administración colonial. Lo que sostenemos es que en ese periodo, los señores indígenas enfrentaron los desafíos de la colonización haciendo uso de los recursos provistos por el sistema legal6 y de una emergente clase profesional dispuesta a brindarles su patrocinio. Fue ya en la década de 1570, que el virrey Francisco de Toledo creó en su lugar un cuerpo estatal de asistencia judicial, en virtud del cual los litigantes andinos debían servirse única y exclusivamente de los protectores y defensores de indios nombrados por el virrey. Hemos dividido esta presentación en tres partes. La primera presenta las disputas llevadas por los jefes indígenas a la Audiencia de Lima y las relaciones entre aquéllos y sus abogados y procuradores de causas. La segunda parte se ocupa de las voces dentro de la administración favorables a un conjunto de reformas, tales como el uso del Derecho consuetudinario, la creación de jueces especializados, la reducción del tipo de causas indígenas apelables a la Audiencia y, sobre todo, la desaparición del sistema de asesoría privada. La última parte de este trabajo explora las reformas que el virrey Toledo llevó a cabo durante su (voces procurador/procurador oficial, procuración). Como parte de la emergencia de la profesión legal como un cuerpo reconocible de expertos jurídicos, los Reyes Católicos promulgaron las Ordenanzas de los abogados e procuradores el 14 de febrero de 1495, pragmática en la que regulaban sus atribuciones, derechos, funciones y obligaciones. Estas mismas regulaciones fueron reiteradas en las primeras ordenanzas de las Audiencias de México (1548) y Perú (1552) respectivamente, ambas dictadas durante la gestión de Antonio de Mendoza al mando de ambos virreinatos. Mendoza fue virrey de la Nueva España en el periodo 1535-1550 y en el Perú para los años 1551-1552; muy enfermo falleció en Lima. 6 Una larga literatura explora la manipulación de las instituciones jurídicas por las sociedades amerindias desde el siglo XVI. En cierta forma es Borah (1983) el padre de esta corriente de estudios, aunque ya el trabajo de Stern ([1982] 1993: 114-137) había advertido este fenómeno. Para estos propósitos pueden citarse los trabajos de Bonnet (1992); Cutter (1986, 1995); Guevara (1990); Kellogg (1995) y Walker (2001). 3 mandato, la mayoría de las cuales habían circulado como programas de acción de alcance local en la década de 1560 y que el virrey hábilmente supo ampliar y enriquecer. Este trabajo discute la tesis muy extendida según la cual los protectores de indios fueron per se y ex nihilo los defensores legales de los indígenas, siendo su aparición en el siglo XVI el resultado de la prédica anti-encomendera y reformista de fray Bartolomé de Las Casas7. Esta tesis explica sólo parcialmente por qué el sistema de protectores fue establecido en el Perú, ya que omite tratar cómo los administradores tuvieron que lidiar con serios problemas cotidianos referidos a la litigación, el uso del Derecho europeo y los desajustes provocados por la imposición del orden colonial en áreas como la tributación, el uso de mano de obra, la distribución de recursos, la caída demográfica y el reconocimiento de las dignidades étnicas indígenas post-conquista. Por ello, nuestro análisis propone apreciar las realidades sociales y políticas locales en torno a las cuales se impusieron programas más vastos, algunos de ellos de inspiración metropolitana. Aunque el primer Protector de los Naturales en el Nuevo Mundo fue fray Bartolomé de Las Casas8 y la orden dominica jugó un papel trascendental en la protección y promoción de 7 Para los orígenes de la Protectoría de Indios, derivada de la prédica lascasiana, el estatuto de miserabilidad de los amerindios y la obligación del monarca de proteger a sus súbditos más indefensos, el texto de Bayle S.J. (1945). Estudios de casos en Bonnett (1992) referido a Quito; Cutter (1986) para Nuevo México y Ruigómez (1988) respecto al caso peruano. 8 Las Casas fue nombrado Procurador y Protector Universal de los Indios en virtud de una Real Cédula emitida en Madrid, el 17 de septiembre de 1516 (Bayle 1945: 14-15; Ruigómez 1988: 48-49). En principio, la protectoría recayó en manos de los primeros obispos de las diócesis americanas, pero hacia finales del siglo XVI el cargo se había convertido principalmente en un oficio de naturaleza judicial, a manos de un letrado y un cuerpo de asistentes jurídicos. Este tránsito debería ser explorado en términos comparados, tomando en cuenta distintas experiencias americanas y analizando las circunstancias locales que le dieron origen. Un punto de partida son los valiosos estudios de Bonnett (1992), Cutter (1986) y Ruigómez (1988). El primer Protector efectivo del Perú fue el dominico fray Vicente Valverde, primer Obispo del Cuzco, quien estuvo en la captura del Inca Atahualpa y a quien, aparentemente, leyó el requerimiento para que se sometiera a la fe cristiana y al Emperador, Carlos V. Valverde asumió su oficio de Protector en 1538 y realizó varias gestiones contra el sistema de encomienda (Hampe 1981: 126-127). Ya en 1529, Carlos V, en las 4 leyes que redujeran la explotación de los amerindios en el Caribe y Mesoamérica, en realidad el sistema de asistencia estatal diseñado por Toledo para el virreinato peruano fue parte de una ofensiva orientada a controlar la autonomía de los señores indígenas, imponiéndoles de oficio su dependencia con los servidores del Estado colonial. En ese sentido, lo que usualmente se ha entendido como una ampliación generosa de servicios legales por parte de la corona, puede ser leído en un sentido inverso, es decir como una demostración de la progresiva imposición de la autoridad real9. Paradójicamente, el sistema del virrey Toledo concebido para reducir el flujo de litigios, sirvió para democratizar el acceso a la justicia ya que permitió que los indígenas de menores recursos10 pudieron disfrutar de un sistema de asesoría estatal, teóricamente menos oneroso, y del mismo modo, castigó a los jefes étnicos más ricos, capaces de contratar a los abogados más prominentes del foro colonial11. Contrariamente a los propósitos del virrey Toledo, su reforma fundó las bases de un largo y durable sistema de representación judicial del que hicieron uso los hombres andinos hasta los albores del siglo XIX y que fuera retomado posteriormente por el Estado republicano 12 capitulaciones de Toledo para la conquista del Perú, había nombrado a Hernando de Luque como Protector de los Naturales de la Nueva Castilla (el nombre primigenio del Perú) y hacia 1531 hizo lo propio con fray Reginaldo de Pedraza. Ni Luque ni Pedraza asumieron este oficio, ya que no se establecieron en dichas tierras (Hampe 1981: 118). Un detallado análisis de la gestión del obispo Valverde, en Hampe (1981). 9 Una lectura sobre las bondades del programa de Toledo puede verse en Ruigómez (1988: 68-70). 10 En el siglo XVIII, en Cajamarca (sierra norte del Perú), litigantes indígenas de distinta estratificación social recurrían en pos de los servicios del Protector de Naturales; véase el estudio de Lavallé (1990). 11 Un trabajo en curso sobre la litigación de los naturales y el uso del sistema público de asistencia legal colonial está siendo llevando a cabo por Jacques Poloni-Simard. Algunas de sus reflexiones pueden ya encontrarse en su libro sobre el corregimiento de Cuenca (2000). Para el uso del sistema penal, el auxilio de los protectores y las repercusiones de la rebelión de Túpac Amaru II; en Walker (2001). 12 En el siglo XX, el Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas de Perú creó un cuerpo especializado para atender disputas de carácter administrativo referidas a asuntos laborales, uso de tierras y abusos por parte de funcionarios públicos contra los llamados “indígenas peruanos”. En ese contexto, el Ministerio de Trabajo se convirtió en uno de las principales instancias de las reclamaciones andinas. También jugó un papel importante la diseminación de ideas legales en el periodo nacional por parte de abogados, procuradores y “tinterillos” (abogados sin título o abogados “empíricos”); véase Aguirre (1999: 1-9). El rol 5 La asesoría jurídica privada: los casos y los personajes El 5 de julio de 1552, el procurador de causas de la Audiencia de Lima, Francisco López, se presentó en nombre de su representado, el curaca Illacuxiguamán, para solicitar a la justicia limeña que revocara la posesión de Pedro de Portocarrero13 sobre la porción de una estancia llamada Ciquillabamba14, en el Cuzco. El escrito, firmado por el licenciado M. Gonnis, sostenía que la orden de posesión obtenida por Portocarrero había sido emitida “sin tyempo, ni forma”, es decir extemporáneamente, sin haber citado apropiadamente a su patrocinado y además sin la respectiva averiguación de testigos. Este último elemento era muy importante, ya que para las asignaciones de tierras que habían pertenecido a los Incas o que se reputaban vacas, el cabildo debía tomar las declaraciones de los caciques potencialmente afectados, de manera que la merced fuera “sin perjuicio de los naturales”15. Para concluir su argumentación, el de los abogados sin títulos ha sido también analizado para otras experiencias históricas, como la Argentina del siglo XX; en Palacio (2001, 2001a). 13 Encomendero y vecino del Cuzco, en cuya jurisdicción contaba con las encomiendas de Chumbivilcas, Aymaraes y Munapata (Hampe 1979: 89). Tanto Pedro de Portocarrero como su esposa, María de Escobar, enfrentaron en sus vidas una serie de disputas ante la Audiencia [AGN-RA (CC) Leg. 1, Cuad. 2, 1547; AGNRA (CC) Leg. 2, Cuad. 10, 1552; AGN-RA (CC) Leg. 6, Cuad. 3, 1561]. 14 En la documentación se le denomina también Siquillacocha, véase AGN-DI Leg. 1, Cuad. 1, 1552, f. 11r, 19r. 15 Esta cláusula estaba orientada a proteger el patrimonio rural de la población amerindia y fue impuesta por la autoridad real. Los cabildos, los principales otorgantes de tierras en el siglo XVI, debían observar que las mercedes fueran entregadas sin afectar las tierras de los caciques y sus comunidades. Para ello debían realizar unas diligencias en el terreno, lo que suponía tomar las declaraciones de testigos y demostrar que las tierras eran vacas o sin dueño conocido, procediendo entonces a su tasación y adjudicación (Solano 1982: 25-27; Temple 1982: 195-198). En abril de 1555, por ejemplo, Martín de Meneses, vecino del Cuzco, solicitaba al cabildo de la ciudad que “le haga merced de unas tierras que fueron de Topa Cusi Gualpa”, las que según Meneses permanecían abandonadas. Este municipio procedió a realizar dicha averiguación y asignó posteriormente la merced al solicitante [AGN-RA (CC) Leg. 4, Cuad. 26, 1559, f. 3v, 4r-9r]. Este principio fue sancionado legislativamente en 1594, siendo luego incorporado a la compilación indiana, en 1680 (RLI, Lib. IV, Tit. XII, Ley IX) (Guevara 1993: 90). En el siglo XVI, los cabildos eran dominados por las aristocracias locales que interpretaban esta cláusula en los términos más favorables para el círculo perteneciente a la élite. Sobre la composición e influencia de la élite en las decisiones de los cabildos peruanos en el siglo XVI hay una nutrida literatura. En ese sentido, véase Guevara (1993: 8-18) que estudia las implicancias del poder de la élite encomendera en el cabildo del Cuzco a través de la trayectoria de Pedro Alonso Carrasco, el viejo. 6 licenciado Gonnis señalaba que Portocarrero había consentido la posesión de Illacuixuamán, en vista que le había permitido el sembrío de algunos pedazos de tierra y que además pendía entre las partes un “pleyto” sobre las tierras de Tiquibamba16. Este caso había sido elevado en apelación por el abogado de Portocarrero en el Cuzco, disconforme con el fallo del justicia mayor de la ciudad. En efecto, el 29 de abril de 1552, el procurador de Portocarrero se había presentado para solicitar al corregidor que amparase a su patrocinado en la posesión de dicha estancia en virtud de los títulos jurídicos que exhibía su parte. Estos títulos eran una merced de dicha estancia otorgada por Francisco Pizarro en favor de Hernando Bachicao (luego confirmada por el Licenciado Pedro de La Gasca) y una Real Provisión17 de la Real Audiencia de Lima, por la cual se reconocía como poseedor a Portocarrero, a menos que fuera “vencido, por fuero o por derecho”. Este laconismo jurídico significaba que Portocarrero podía ejercer derechos posesorios sobre un bien, salvo que su adversario demostrase, en un procedimiento ordinario, que era el legítimo titular de los derechos de propiedad. La Real Audiencia ordenó, aunque el expediente se encuentra incompleto, que las partes enviasen a la ciudad de Lima, en “probanza cerrada”, Otros ejemplos: León Gómez (2002: 39-67) respecto a Huánuco; Lohmann (1983) para Lima; Stern (1993: 184193) sobre Huamanga y Ramírez (1986: 49, 52) para Trujillo. 16 AGN-DI Leg. 1, Cuad. 1, 1552, f. 19r-19v. 17 Mandato judicial por el cual la Audiencia (la única competente para otorgarlo) prescribía a las autoridades locales (corregidores, alcaldes) la ejecución de una diligencia específica: la realización de una inspección, un amparo en posesión, un ofrecimiento de pruebas, la recepción de testimoniales. Este recurso no ponía fin a un procedimiento contencioso, pero constituía una herramienta importante en las estrategias de los litigantes. La Real Provisión fue profusamente utilizada en el mundo colonial peruano y puede ubicarse en los más disímiles casos: propiedad rural, cacicazgos, derechos patrimoniales y tributación. El encabezado de la Real Provisión era un listado de los títulos nobiliarios y señoriales del rey. Esta fórmula y el sello real, impregnado en la parte inferior del documento por el chanciller de la Audiencia, le otorgaba un inestimable valor legal puesto que el sello “personificaba” al monarca (Ballesteros 1946: 71-74). Al lado de estas formalidades, la Real Provisión incluía una copia de la demanda y la orden emitida por la Audiencia, acompañada de la respectiva firma de los oidores. 7 informaciones tomadas ante la justicia de la ciudad del Cuzco en un plazo de veinte días; resolvía además que “todo se mantenga como está sin perjuicio del derecho de nadie”18. Los caciques mostraron una gran resolución a finales de los años cincuenta. En esa década, dos jefes étnicos apelaban ante la Audiencia de Lima las decisiones pronunciadas por el corregidor del Cuzco. El procurador de causas, Juan de Vera, representante del curaca Diego de Ataurimache, presentaba un recurso de apelación contra la decisión del justicia mayor que había amparado inicialmente a Martín de Meneses, vecino de la ciudad. Don Francisco Mayontopa, por su parte, autoproclamado descendiente de los Incas, procedió a ocupar las tierras asignadas por el virrey Marqués de Cañete a la Orden de La Merced en el Cuzco (Glave y Remy 1983: 12). El justicia de la ciudad, licenciado Polo Ondegardo, procedió a “amparar en posesión” a la orden religiosa, luego de intensas discusiones legales y una profusa expedición de mandamientos jurídicos (amparos y misión en posesión). En la Audiencia de Lima, el procurador de causas, Juan de Bilbao, presentó un escrito a nombre de su patrocinado, don Francisco Mayontopa, subrayando que la asignación del Marqués de Cañete violaba los principios que regulaban tradicionalmente las asignaciones de tierras. Expuso que ni “Mayontopa, ni sus indios” fueron llamados a declarar cuando el virrey decidió adjudicar las tierras a los padres mercedarios, con lo cual trasgredían lo dispuesto por la cláusula “sin perjuicio de naturales”19. El argumento de la defensa del cacique, ensayado en el caso judicial de Illacuxiguamán, permtió una decisión favorable de la Audiencia de Lima, la que emitió un amparo en favor del jefe étnico20. 18 AGN-DI Leg.1, Cuad. 1, 1552, f. 28r. AGN-DI Leg. 31, Cuad. 614, 1559-1560, f. 48r. Lima, 24 de mayo de 1560. 20 Ibid. f. 49r. Lima, 28 de mayo de 1560. 19 8 *** En 1552, los indios chupaychus (sierra central del Perú) recurrían a la Real Audiencia de Lima para solicitar la revisión de las tasas asignadas por el Presidente La Gasca. Los abogados de los chupaychus indicaban que éstas habían sido asignadas arbitrariamente vulnerando elementales principios jurídicos. La teoría legal española aplicada para los casos tributarios subrayaba que los amerindios debían conocer y asentir sus obligaciones para que las cumplan escrupulosamente (Assadourian 1988: 109). Los letrados de los chupaychus sostenían que esta regla había sido omitida durante la visita de 1549, llevada a cabo por Juan de Mori y Alonso Malpartida. Frente a estas argumentaciones, la Real Audiencia de Lima procedió a revisar la tasa de 1549 y estableció nuevos montos contributivos21. En los mismos años cincuenta, otros jefes étnicos iniciaron una batalla legal contra sus encomenderos. Los cantas, encomendados en el vecino de Lima, Nicolás de Ribera, el viejo, exijieron formalmente a la Audiencia la reducción de sus montos tributarios (Rostworowski 1978: 151-190, 216-261). En 1553, la Audiencia procedía a retasar las obligaciones del curaca don Antonio Anuchumbi de la parcialidad de Huaricanga (Escobedo 1979: 317-320). El éxito de estas reclamaciones se debía a la pugna entre el emergente Estado colonial y la clase de los encomenderos. El Estado, a través de sus agentes, trataba de disciplinar a la aún poderosa élite local, la que había protagonizado al menos un par de insurreciones en el pasado inmediato (v.gr.: Gonzalo Pizarro, Francisco Hernández Girón). A su vez, la intensa predica lascasiana fue un valioso apoyo a las pretensiones de los jefes étnicos. Fray Domingo de Santo 21 AGN-DI Leg. 1, Cuad. 4, 1561. La sentencia de la Real Audiencia fechada el 6 de agosto de 1552. Véase también, Ortiz de Zúñiga [(1562) 1967: I, 43, 53]. La tasa de la Audiencia establecía el pago de mil vestidos de algodón, frejoles, coca, y hanegas de maíz. 9 Tomás, el principal representante del lascasismo peruano del siglo XVI, participó en la visita que realizó La Gasca, en 1549. La orden dominica, a la que pertenecía fray Domingo, alegaba que los jefes indígenas deberían ser encomendados en la corona real, antes que en manos privadas. Esta alianza se empezaría a resquebrajar hacia 1560s, cuando las principales autoridades coloniales, como el conde de Nieva y Lope García de Castro, expresaran sus reservas al enorme poder que gozaban, en sus palabras, los señores indígenas (Assadourian 1983: 11). En 1561, don Hernando Marquiriqui como representante de los indios “yachas y mitimaes quechuas” (en Huánuco) presentaba una solicitud a la Audiencia de Lima, en la que exigía que su encomendero, Juan Sánchez Falcón, cumpla con la Real Provisión y sentencia de la corte limeña. Estos instrumentos establecían que Sánchez Falcón debía aceptar el pago tributario ordenado por la retasa de 1553. Esta solicitud perseguía exonerarlos de la entrega de ropa, uno de los aspectos más onerosos de la tributación colonial. En el estimado de la visita a los chupaychus, la producción de una pieza de algodón demandaba a cada unidad doméstica, tres meses de trabajo (Assadourian 1988: 125-126). En la sociedad andina prehispánica, los miembros de una unidad étnica prestaban energía humana. Los jefes étnicos eran los encargados de abastecer el ganado, los víveres y los insumos necesarios a los ayllus (familia nuclear) para el cumplimiento de las tareas comunitarias. Las tasas coloniales, en cambio, desvirtuaban esta práctica, puesto que impelían a las unidades familiares que asumieran todos los costos requeridos para la elaboración de la ropa. 10 Esta reclamación coincidió con la presencia de los comisarios de la perpetuidad, una junta de tres miembros22 que viajaron al Perú para estudiar la propuesta de otorgar las encomiendas de por vida. Esta comisión encargó a destacados personajes de la administración colonial (y también, notables encomenderos) la emisión de unos pareceres legales (dictámenes)23. Una vez reunidos, los comisarios pronunciaron el auto correspondiente, recogiendo el dictamen del licenciado Polo ordenaron que hasta que se emprenda una nueva visita que se pague de acuerdo a la tasa de Pedro de La Gasca24. Parea despejar cualquier duda se encomendó a Iñigo Ortiz de Zúñiga la realización de una visita a los repartimientos de Huánuco. Una vez culminada esta inspección25, los comisarios procedieron a emitir su auto definitivo. Amparándose en el “beneficio a la real hacienda” ordenaron contribuir a los “indios yachas y mitimaes quechuas” de acuerdo a lo establecido por la tasa del Marqués de Cañete, lo cual generó la oposición de los abogados de Juan Sánchez Falcón, así como de los demandantes. Estos últimos elevaron a la Audiencia de Lima un extensa suplicación. Dicho escrito fue redactado por Jerónimo López Guarnido, profesor de Derecho en San Marcos26. Este letrado apoyó su razonamiento en los privilegios de la restitutio in integrum, solicitando que se regresara al estado anterior. Señaló que la legislación colonial 22 Comisión compuesta por Diego Briviesca de Muñatones, Diego de Vargas Carbajal y Ortega de Melgosa. Llegaron a Lima en 1560, asumiendo la competencia en casos tributarios, al menos como una primera instancia. También llevaron a cabo una visita a la Audiencia, la primera realizada en el siglo XVI. Detalles de la visita y las actividades de los comisarios, en los estudios de: Abercrombie (2002), Del Busto (1961-1962); Goldwert (1955-1956), (1957-1958) y Sánchez Bella (1960). 23 Emitieron su parecer: licenciado Polo Ondegardo, licenciado Diego de Pineda y el licenciado Damián de La Bandera. 24 AGN-DI Leg. 1, Cuad. 3, 1561, f.22v. Lima, 26 de septiembre de 1561. 25 Acompañada además por los pareceres de Diego Pacheco y Garci Diez de San Miguel, este último ejecutaría más tarde una larga visita a los lupakas, en el sur andino. 26 Llegó al Perú en 1546, fue abogado del cabildo de Lima en 1559 y ejerció como abogado en la Audiencia de Lima desde 1550 hasta finales de la década de 1570; en Eguiguren 1940: 114-115. 11 había sido clara en señalar el respeto a los criterios tributarios prehispánicos. Por consiguiente, en vista que los “mitimaes quechuas e orejones incas” estaban exonerados de pagar tributos durante el Tahuantinsuyu “como hermanos (…) Ingas, gente noble de la cassa y pariente[s] de los Ingas, señores naturales que fueron deste reyno”, este privilegio debía ser respetado bajo el dominio español. López también se explayó en las deficiencias del procedimiento; señaló que los comisarios no habían permitido el desarrollo de una defensa adecuada y que se habían excedido en el uso de sus facultades. También subrayó que de acuerdo a las cédulas con las que fueron investidos, los comisarios podían reducir o mantener el tributo, pero bajo ninguna circunstancia incrementarlo27. La disputa se elevó a la Audiencia de Lima, tribunal que tramitaría esta disputa durante un prolongado periodo (2, 169 días); tiempo en el que ésta se pronunció al menos en tres ocasiones (dos veces en 1564 y finalmente en 1568). En principio, bajo un acuerdo de justicia, declaró que hasta que se fallase en sentido contrario, debía respetarse la tasa del Conde de Nieva (o, lo que es lo mismo, la decisión de los comisarios). Sin embargo, el hecho que los señores tuvieran que entregar hasta quinientas piezas de ropa, en lugar de maíz y papa, impulsó a que éstos apelaran28. Luego la Real Audiencia decidió regresar a la tasa de 1553, lo que provocó la reacción del licenciado León, el abogado de Juan Sánchez Falcón, quien suplicó de la medida. Finalmente, en 1568, la Audiencia ordenó a los “indios yachas y mitimaes quechuas” que cumplieran con la tasa del Conde de Nieva, hasta que se iniciara, en 27 AGN-DI Leg 1, Cuad. 4, 1561, f. 215r-217v, Lima, 23 de diciembre de 1561. En palabras de don Juan Condorguaya: “que hiziesemos qunientas pieças de algodón, en lugar de maíz e papa e otras legumbres”. Ibid, f. 246r. 28 12 algún momento, la visita general, la misma que un par de años más tarde emprendería el virrey Toledo29. Los chupaychus también volvieron a la carga en esos años. En 1561, el cacique Tomás Prima inició una acción legal contra su encomendero, Gómez Arias de Avila, en la que solicitó la realización de una retasa. La Real Audiencia ordenó que se siguiera cumpliendo con la tasa hasta entonces vigente y señaló que una futura visita (la emprendida en 1562 por Iñigo Ortiz de Zúñiga) serviría para mensurar las dimensiones demográficas de las encomiendas sujetas a los encomenderos de la ciudad de Huánuco30, siendo el licenciado Diego de Pineda nombrado como abogado de Gómez Arias de Avila. *** En la década de 1560, uno de los principales consejeros privados de los señores indígenas fue el licenciado Francisco Falcón. Este licenciado había llegado inicialmente a Cali en donde actuó como teniente del gobernador de la provincia de Popayán hasta que un incidente con la autoridad eclesiástica de la ciudad lo obligó a marcharse a Quito, en 1557. Ya en 1561, se tienen registros suyos en Lima y es a partir de esos años que empieza a intervenir como abogado en diversas disputas de los caciques andinos en la Audiencia de Lima. En un largo litigio iniciado en 1558 ( y que llegaría hasta el Consejo de Indias, en 1569), en que se enfrentaron tres grupos étnicos (chacallas, cantas y quivis), Falcón asumió la defensa de los 29 Ibid, f. 259r. Lima, 27 de octubre de 1568. La visita de Iñigo abarcó los repartimientos de Gómez Arias de Avila, Juan Sánchez Falcón, Lorenço Estupiñán y Gonzalo Hernández de Heredia. Hay una abundante literarura sobre esta visita, la que incluyó la inspección de población originaria y mitmakuna colocada por el Inca. Véase para esos propósitos: Anders (1990); Bernand (1997); Trelles (1983; 1994: 145-161). La transcripción de Murra es una fuente muy valiosa, aunque el autor ha seleccionado principalmente la información demográfica de la inspección. 30 13 chacallas, un grupo de población mitmakuna31, trasladados a la región por orden del Inca y que exigía que se le restituyeran sus cocales, ubicados en Quives. Estos cocales habían sido permutados por su encomendero, Francisco de Ampuero, a cambio de doscientas “ovejas de la tierra” (llamas), ofrecidos por los señores indígenas de los cantas, cuyo encomendero era Nicolás de Ribera. La Real Audiencia terminó por darles la razón a los chacallas, cuya defensa Falcón asumió en 1567, fallo que no fue modificado por el Consejo de Indias, en Madrid (Rostworowski (ed.) 1988: 84-85). En 1565, Falcón ya contaba con un reconocido prestigio como abogado de causas indígenas, y por tanto no es de extrañar que fuera nombrado ese año como procurador general de los curacas de Huánuco, de Lima y de Yauyos para oponerse a la medida de Lope García de Castro de crear una red de corregidores de naturales en las áreas rurales del Perú. Dos años más tarde, Falcón es nombrado representante “de todos los indios del Perú” ante el Segundo Concilio Provincial de Lima, en el que denuncia, siguiendo una línea lascasiana, los devastadores efectos de la conquista española. La razón por la cual, los señores indígenas contrataron a Falcón se debía a su éxito como abogado en la Real Audiencia. Desde 1562 estuvo asesorando a miembros de la élite local (española y criolla) en causas elevadas a este tribunal, ganando muchos procedimientos (Lohmann 1970: 143-146). Sus éxitos judiciales cimentaron su reputación que atrajo a los caciques interesados en contar con los servicios de un letrado que pudiera defender de la mejor manera sus intereses en los estrados de la Audiencia. Las voces de la administración 31 Población itinerante utilizada por los señores indígenas, o el Inca a un nivel macro-regional, para la realización de labores agrícolas en áreas alejadas de la frontera natural de los grupos étnicos. 14 Las primeras voces de alerta contra los considerados altos índices de litigiosidad andina fueron las del Marqués de Cañete en 1556. Pero fue hacia 1561 cuando empezó a circular la tesis que los abogados y los procuradores de causas estaban arruinando a la población andina y que ellos eran los reales causantes del incremento artificial de disputas. El licenciado Polo en un largo informe al comisario de la perpetuidad, licenciado Briviesca, señalaba que los indígenas en general gastaban grandes sumas de dinero en sus disputas; cifra que calculó un par de años más tarde en una carta al doctor Hernández de Liébana 32. En ésta, Polo estimaba que los indios consumían cerca de 50,00 ducados33 anuales, pero que gracias a su buen juicio y a su convencimiento de tratar directamente con los señores indígenas sus pleitos, esta cantidad se había reducido drásticamente a casi 3,000 ducados [(¿1565?) 1917: II, 154). Polo inició el proceso de reducir la población indígena del Cuzco34 en parroquias y de nombrar alcaldes entre ellos para que ventilasen directamente sus litigios, aplicando el Derecho consuetudinario. El sucesor de Polo, licenciado Gregorio González de Cuenca35, oidor de la Audiencia de Lima, fue mucho más explícito en sus acusaciones del rol venal cumplido por los letrados y hombres de leyes en general. En su calidad de corregidor del Cuzco, entre 1561 y 1563, había 32 AGI, Patronato 188, Ramo 22, “Informe al…”, f. 1-1v. Un ducado equivalía a 375 maravedíes, usualmente un peso de ocho reales (el tipo más frecuente de cambio) era el equivalente a 450 maravedíes; véase Kagan (1981: xv) y Allen (2000: xvi). En el área andina, la falta de circulación de monedas acuñadas, al menos hasta la instalación de la Ceca de Lima, de 1568, fue la nota característica. En su lugar, se hizo empleo de los lingotes marcados y fundidos, aunque escasos, como medio de pago (Guevara 1993: 143-144). 34 El licenciado Polo fue corregidor del Cuzco entre 1559 y 1560 y en esta ciudad inició un programa de reformas que consistía en nombrar alcaldes (jueces) entre la propia población andina, evitar la tramitación ordinaria de estas causas y aplicar el Derecho consuetudinario. Una completa biografía de Polo, en Hampe (1999) y sus ramificaciones teóricas en el uso del Derecho consuetudinario como freno de la litigación, en Rubio (1990). Sobre el patrimonio de Polo; véase Presta (2000). 35 Una biografía suscinta con el análisis de su biblioteca al morir; en Hampe (1984). Sus reformas son discutidas en González de San Segundo (1982) 33 15 observado el desempeño auspicioso de los alcaldes indígenas en sus tareas judiciales. Este ejemplo, sostenía, podía extenderse a todo el virreinato peruano “por los daños que reciben los indios de los pleitos y tratar con letrados y procuradores y escribanos que les roban, pues sus causas se tramitan en la Audiencia en forma de juicio como las de los españoles” (Levillier 1922: 299). Cuenca consideraba además que las disputas indias indias debían ser sumarizadas, recogiendo así los preceptos reales de 1550 y 1563 para las Audiencias americanas. Cuando el oidor realizó su visita al norte peruano, entre 1566 y 156736, la idea de jueces indios estaba fuertemente difundida y aceptada por los legisladores. En 1567, mientras visitaba el repartimiento de Jayanca promulgó unas meticulosas ordenanzas sobre las autoridades nativas y el ejercicio de la justicia andina (Rostworowski 1975: 126-154). Las críticas contra los abogados y procuradores de causas también eran compartidas por entidades corporativas, como el cabildo del Cuzco. En la opinión de este cuerpo edilicio, la litigiosidad solamente favorecía a la clase profesional, perjudicando a los amerindios y a la propia república, puesto que los primeros abandonaban sus sementeras y haciendas para dedicarse a sus pleitos y para subvencionar a sus letrados y procuradores. El cabildo establecía una relación de causa-efecto entre el patrocinio privado y la “pobreza” y “disminución” de los indios37. Consideraba que los “indios” abandonaban sus tierras para dedicarse exclusivamente, sea en Cuzco o en Lima, a sus contiendas descuidando sus labores agrícolas. Ante esa 36 Un análisis de la visita de Cuenca y sus implicancias en el diseño del futuro sistema tributario toledano; en Ramírez (1996: 107-112). 37 Hoy sabemos que la caída demográfica fue ocasionada por la expansión de mortales enfermedades traídas del Viejo Mundo. Una perspectiva general del impacto de estas enfermedades lo ofrece Cook (1999). También consúltese sus estudios específicos sobre el Perú (Cook 1981, 1982). Valdría le pena explorar el uso político que hicieron de la caída demográfica los miembros de las élites administrativas locales para enfrentar los desafíos de la creciente litigiosidad andina. 16 contingencia, el cabildo había creado una judicatura encargada de resolver estas controversias, el llamado juez de naturales, y solicitaba al virrey confirmase esta decisión (Sanabria y Lohmann 1986: I, 223). La común atribución que los abogados provocaban disputas artificiales era corriente en la negativa imagen europea sobre la profesión legal. Ya en el siglo XVI, en el Sacro Imperio Romano Germánico, los abogados tenían una mala prensa, precisamente porque se les atribuía que eran responsables de atosigar las cortes con pleitos y reclamaciones (Strauss 1986: 4-30). Esta crítica panerupea38 no era ajena a la experiencia española, sobre todo en Castilla, donde los abogados eran acusados de crear disputas y vivir a expensas de sus clientes, como una especie de parásitos sociales (Kagan 1981: 19, 138-139, 243-246; 1981a: 181-184). En el siglo XVII, Francisco de Quevedo expresaría ese desdén aristocrático contra los abogados y los procuradores de causas, en su habitual estilo satírico (Schwartz Lerner 1982, 1986). Inclusive en en Nuevo Mundo, los abogados habían sido prohibidos tempramente de ingresar a Cuba, en 1509, (la entonces, Isla Fernandina) o al Perú, en 1529, porque ellos mismos eran sinónimos de pleitos, disputas y maletar social39 (Uribe-Urán 2000: 20-21). El juicio de que los abogados/procuradores de causas producen pleitos y por tanto provocan una generalizada pobreza social estaba tan arraigada en la visión sobre la profesión legal que un virrey como Francisco de Toledo hizo uso de ellas para justificar sus reformas políticas un par de años más tarde. 38 Otros ejemplos: para la Italia del siglo XIV; Whitman (1991: 191) y la Inglaterra de los siglos XVI y XVII; en Prest (1986: 286-287). 39 Sin embargo, el número de abogados pareciera no haber sido tan alto en el periodo colonial como sus críticos contemporáneos habitualmente subrayaban. Para una visión panorámica y comparativa; Uribe Urán (2000a: 237-244) y Pérez Perdomo (2002: 21-60). 17 El virrey y sus reformas: 1572-1575 El virrey Francisco de Toledo (1569-1581) inició la mayor ofensiva contra el “pleitismo indígena” durante su larga visita al sur peruano, en un conjunto de meticulosas ordenanzas promulgadas entre 1572 y 1575. Estas normas destinadas a regular las controversias indias, incluyeron detalladas regulaciones sobre el papel que desempeñarían los jueces especiales de indios en los cabildos (los jueces de naturales), los corregidores de indios y la erección de un ambicioso sistema público de asistencia judicial (Lohmman [1957] 2001: 119-131). Este último comprendía el nombramiento de un personal especializado para asistir a los litigantes andinos (Abogado y Defensor General de los Indios) y la creación de un fondo especial, bajo el concepto de costas, procedente del tributo indígena para cubrir estos costos. Este fondo fue aprobado en su ordenanza de 1572, cuando estableció una suma adicional dentro de los montos tributarios asignados a los repartimientos para subvencionar su naciente sistema de asistencia (Cook 1975: 285-295). Aunque sus innovaciones se apoyaron en las reformas iniciadas por el Conde de Nieva y Lope García de Castro en la década de 1560, Toledo supo mejorarlas y diseñar un horizonte más ambicioso y duradero (Bakewell 1989: 67). Uno de los objetivos más caros de la política toledana 40 fue pulverizar la red de asesoría privada de abogados y procuradores de causas de los señores indígenas, la que se 40 La visita del virrey se extendió desde Lima hasta Potosí. Los puntos principales de su agenda fueron establecer un nuevo tributo indígena, regular el uso de la mano de obra para la explotación de la mina de Potosí, crear un sistema virreinal de oficiales judiciales e imponer la autoridad real (Cole 1985: 9-22). Toledo asistió a la Junta Magna de 1568, en Madrid, en la que se discutieron varios de estos puntos, en una época de sincera preocupación por el futuro de las Indias. También participó en este evento, Martín Enríquez de 18 había tejido desde la década de 1550. El virrey se pronunció en términos particularmente duros de este estamento profesional, responsabilizándolos de la creciente litigiosidad indígena. En su ordenanza del 22 de diciembre de 1574, el virrey diría que “las Audiencias y ciudades estaban llenas de procuradores y abogados y defensores de indios, que con este nombre eran los que mas consumían sus haciendas y [les] llevaban todo lo que tenían” (Sanabria y Lohmann 1986: I, 492). Así, Toledo procedió a revocar todos los poderes de representación a defensores, abogados y procuradores, otorgados por los jefes indígenas (Sanabria y Lohmann 1986: I, 482-483), golpeando a esta clase profesional. Recogiendo una de las esenciales innovaciones del licenciado Lope García de Castro, Toledo precribió que solamente un máximo de dos indios podrían desplazarse a las sedes de las Audiencias. Reservó las tareas de asesoría a un Abogado (letrado) de Naturales y sancionó que un Defensor General de Indios se encargaría de las habituales tareas de procuración. El virrey reguló las obligaciones de ambos funcionarios en su ordenanza del 10 de setiembre de 1575, en Arequipa (Sanabria y Lohmann 1989: II, 101-112). El nombramiento de estos dos funcionarios se restringiría inicialmente a la Audiencia de Lima, pero progresivamente se iría ampliando a las principales ciudades del virreinato del Perú. Como el proyecto toledano reposaba en la energía y capacidad de las instancias inferiores, el virrey promulgó unas ordenanzas sobre la organización municipal andina, en 1575 (Arequipa, 6 de noviembre) y más adelante, unas ordenanzas generales sobre los corregidores de indios (Lima, 30 de mayo de 1580). La primera norma reconocía la competencia civil de los alcaldes de indios sobre Almansa, quien había sido destinado para el virreinato de la Nueva España. Una sinopsis de la Junta Magna y de los puntos en discusión; en Ramos (1986). 19 disputas cuya cuantía no excediese los treinta pesos. En los casos criminales les fue reconocida una mayor injerencia, a excepción de aquéllos casos cuyas penas incluyesen la “muerte, mutilación de miembro o efusión de sangre” (Sanabria y Lohmann 1989: II, 217-266). Las ordenanzas de Toledo se convirtieron en el armazón de un largo y duradero sistema que perduraría hasta finales del periodo colonial. A pesar de sus diferencias con los miembros de la profesión legal, se sirvió de los consejos de Juan de Matienzo, Gabriel de Loarte y Polo Ondegardo, quienes integrarían el llamado “círculo toledano” (Castro-Klarén 2001: 148). Su programa de reformas supuso la cristalización de los avances hechos ya en la década de 1560. Sin embargo, su programa estuvo siempre sujeto a las peculiaridades locales. Hacia finales del siglo XVI la recolección tributaria a manos de los corregidores de indios, una de las puntas de lanza de sus políticas, estaba dando muestras de serias deficiencias y como ella gran parte de su agenda pasó por el filtro de las variedades y complejidades locales (Andrien 1986: 510-517). Pero el sistema de abogados y defensores de indios, si quedaría como uno de los legados de su mandato por mucho tiempo, siendo potenciado a lo largo del periodo colonial41. Conclusiones Esta ponencia presenta el clima sobre el cual los señores indígenas contaron con abogados y procuradores de causas para la tramitación de sus disputas, práctica que floreció entre las décadas de 1550 y 1570. Es desde los años 1560, en que los gobernantes coloniales 41 Aunque las quejas eran muy frecuentes por parte de los protectores, sobre todo en términos de salarios, honores y servidores a su cargo; véase Leandro de Larrínaga Salazar (1626). La sofocante litigación de 20 darían muestras de querer reducir una marejada de litigios para lo cual fueron delineando algunas reformas. Estas autoridades contribuyeron a forjar la idea que los abogados y los procuradores eran los principales causantes de la litigación andina, sin atender otros factores, como era el desafío de la empresa colonial y la existencia de canales de tramitación de disputas habilitadas para la población andina. En la creación de esta visión predominante contribuyó decisivamente la mala reputación que los miembros de la profesión legal tenían en Europa occidental. Mi trabajo sostiene la idea que el sistema de asesoría privada fue parcialmente exitoso, aunque se circunscribió a la élite andina, la que podía sufragar los costos de contratar abogados y procuradores de causas. Es desde 1570, que el virrey Toledo quien inició un conjunto ambicioso de reformas, uno de los cuales fue reducir los patrones de litigación andina. Toledo culpó de este fenómeno a la profesión legal, con lo cual se hacia eco de una arraigada convicción dentro de la propia población española a ambos lados del Atlántico. El resultado más inmediato fue la erección de su sistema estatal de asesoría judicial, el que se inició con las reformas de 1572 y que tomaría forma hacia finales del siglo XVII. Con alteraciones, ese sistema perduraría a lo largo del periodo colonial. Referencias Fuentes primarias Archivo General de Indias AGI, Justicia 481, “Memorial del licenciado Cristóbal Ramírez de Cartagena”. Lima, 1592. naturales seguía siendo un serio problema hacia finales del siglo XVI; véase el informe de Cristóbal Ramírez de Cartagena, en AGI, Justicia 181. 21 AGI, Patronato, 188, Ramo 22, “Informe del licenciado Polo al licenciado Briviesca de Muñatones”. Lima, 12 de diciembre de 1561. 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