Honores _LASA, 2003 - Latin American Studies Association

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La asistencia jurídica privada a los señores indígenas ante la Real Audiencia de Lima,
1552-1570
Renzo Honores
Florida International University
Latin American Studies Association
Dallas, 27-29 de marzo del 2003
“Que cierto es, cosa de lástima, verlos [a los indios] enseñados a nuestras trampas,
hechos pleitistas por las Audiencias”1. Con estas someras palabras, escritas en 1561, el
licenciado Polo Ondegardo resumía el malestar prevaleciente entre los administradores
coloniales sobre los nocivos efectos que la cultura jurídica2 española estaba provocando entre
la población andina. Siguiendo la argumentación del licenciado, la afición “pleitista” española
estaba siendo transmitida rápida e incontrolablemente a la gente andina, la que entonces
inundaba los corregimientos y las Audiencias (La Plata, Lima, Quito) con multitud de litigios y
reclamaciones. Desde la década de 1550, para los ojos de los administradores, los amerindios3
1
AGI, Patronato, 188, Ramo 22, “Informe del licenciado Polo al licenciado Briviesca de Muñatones,” f. 1
(Lima, 12 de diciembre , 1561).
2
El empleo de este término ha sido muy criticado debido a que se le suele acusar de ser vago e impreciso.
Parte del problema procede de la propia definición del concepto cultura. En los años sesenta, el término
‘cultura jurídica’ fue acuñado por Lawrence Friedman, dentro del auge de los estudios empiricistas de law
and society y de law and development, para explicar cómo los agentes utilizaban, interpretaban, recreaban y
manipulaban el Derecho oficial, así como las diferencias y similitudes entre países de una misma tradición
jurídica (Friedman 1969: 29-31). Para esta autor, la cultura jurídica debe ser entendida en términos de ideas,
valores, expectativas y actitudes hacia el Derecho (oficial o popular, o una mixtura de ambos) y las
instituciones jurídicas (1997: 34). Ha sido Roger Cotterrell quien ha criticado la falta de precisión
metodológica de Friedman. Así, sostiene que la definición de esta autor es tan abierta que virtualmente todo
fenómeno legal imaginable puede ser considerado parte de la cultura jurídica; ésta puede englobar desde la
ideología jurídica hasta el uso calculado de la ley (1997: 15-23). En nuestros términos, cultura jurídica es
usado como sinónimo de aprehensión, interpretación y manipulación del Derecho por expertos y noexpertos del sistema legal oficial (o popular). Fenómenos como el uso masivo de los litigios han sido
habitualmente explicados a partir de la cultura jurídica; véase Toharia (1987: 75-78). Recientes usos del
concepto de cultura legal para explicar especificidades históricas; en Macauley (1998).
3
Esta opinión era corriente en la Nueva España durante la misma época; véase, Borah (1983: 41-42). Este
autor utiliza como fuente principal los críticos comentarios de Alonso de Zorita respecto a la litigación de
1
se había ganado la reputación de ser un irrefrenable pueblo litigioso. Este juicio tenía su origen
en la espectacular y exitosa campaña de visitas (inspecciones y recuentos demográficos) que
los señores étnicos habían conseguido por parte de los jueces de las Audiencias para el
establecimiento de nuevas tasas tributarias. Las visitas, usualmente a cargo de un cuerpo
burocrático4, verificaban el descenso de una unidad de población asignada a un encomendero y
permitían que los oidores calcularan los nuevos montos que debían pagar los caciques a sus
señores.
Este trabajo se ocupa de cómo los señores indígenas se sirvieron del patrocinio privado
de abogados y procuradores de causas5 para iniciar y llevar a cabo sus litigios, algunos de ellos
naturales y a la urgencia de implementar un paquete de reformas. Zorita fue oidor de la Audiencia de México
entre 1556 y 1566. Para el Perú, los primeros comentarios referidos a la litigación indígena pueden rastrearse
hacia 1556, cuando el Marqués de Cañete sugería que no se “llevaran derechos” (es decir se dejasen de
cobrar los aranceles judiciales), se tramitaran estas disputas como procesos sumarios y “que cesen los
pleitos en que los traen [a los naturales]”; en Levillier (1921-1926: I, 290). La referencia historiográfica
habitual en los estudios andinos sobre la explosión de litigios indígenas se encuentra en Stern [1982] 1993:
115.
4
Un juez visitador, un escribano, un intérprete y en ocasiones, los abogados de las partes. La visita era una
etapa, la más importante, dentro de un procedimiento de reducción de las tasas de tributos. Luego de
realizarse éstas, las partes presentaban sus alegatos y los oidores tomaban su decisión final. Las Leyes
Nuevas de 1542-1543 establecieron el principio legal por el cual las Audiencias eran exclusivamente
competentes para revisar y modificar las tasas que fueran onerosas a los grupos étnicos (Muro Orejón 1945:
832). El uso de las inspecciones como un medio de supervisión era una práctica muy arraigada tanto en las
burocracias centralizadas del siglo XVI, como en la jurisdicción eclesiástica. El Concilio de Trento (15451563), por ejemplo, sugería el uso de la visita pastoral para conocer la marcha y la dirección de las
parroquias rurales (Schroeder 1978: 237-239). Sobre la importancia de la visitas como fuente etnohistórica en
los estudios andinos, véase Pease (1978) y respecto a su valor simbólico y político, Guevara-Gil y Salomon
(1994). Una inmejorable síntesis sobre las diversas olas de visitas en el Perú colonial, ordenadas
cronológicamente, en la que se presta especial atención a la tradición prehispánica de control y supervisión
lo ofrece Cook (2003).
5
En la tradición jurídica española, los abogados, letrados con estudios universitarios de Derecho y
habilitación profesional, firmaban los escritos que se presentaban a los jueces de primera instancia (alcalde,
alcalde mayor, asistente, corregidor, cabildo) o de apelación (Audiencia, chancillería, Consejos). Estos
escritos eran los que suponían una invocación explícita de la ley y el desarrollo de una argumentación
jurídica: demanda, contestación de la demanda, dúplica, réplica, preguntas de un interrogatorio de testigos,
alegato de bien probado (informe luego de exhibirse las pruebas), apelación, e informe ante la vista de la
causa. Los procuradores actuaban como representantes de las partes en los estrados judiciales, redactaban
los escritos de “mero trámite” y eran quienes recibían las notificaciones por parte de los jueces. Para
representar a sus patrocinados debían recibir una carta de apoderamiento, la que se otorgaba ante un
escribano. Una explicación suscinta; en Hugo de Celso [1553] 2000: f.1v-3r (voz abogado) y 225r-228v
2
exitosos, entre los años de 1550 y 1570. Este sistema de contratación privada de expertos
jurídicos provocó una ofensiva legal de tal magnitud que generó la desconfianza, el malestar y la
adopción de políticas correctoras por parte de la administración colonial. Lo que sostenemos es
que en ese periodo, los señores indígenas enfrentaron los desafíos de la colonización haciendo
uso de los recursos provistos por el sistema legal6 y de una emergente clase profesional
dispuesta a brindarles su patrocinio. Fue ya en la década de 1570, que el virrey Francisco de
Toledo creó en su lugar un cuerpo estatal de asistencia judicial, en virtud del cual los litigantes
andinos debían servirse única y exclusivamente de los protectores y defensores de indios
nombrados por el virrey.
Hemos dividido esta presentación en tres partes. La primera presenta las disputas
llevadas por los jefes indígenas a la Audiencia de Lima y las relaciones entre aquéllos y sus
abogados y procuradores de causas. La segunda parte se ocupa de las voces dentro de la
administración favorables a un conjunto de reformas, tales como el uso del Derecho
consuetudinario, la creación de jueces especializados, la reducción del tipo de causas indígenas
apelables a la Audiencia y, sobre todo, la desaparición del sistema de asesoría privada. La
última parte de este trabajo explora las reformas que el virrey Toledo llevó a cabo durante su
(voces procurador/procurador oficial, procuración). Como parte de la emergencia de la profesión legal como
un cuerpo reconocible de expertos jurídicos, los Reyes Católicos promulgaron las Ordenanzas de los
abogados e procuradores el 14 de febrero de 1495, pragmática en la que regulaban sus atribuciones,
derechos, funciones y obligaciones. Estas mismas regulaciones fueron reiteradas en las primeras ordenanzas
de las Audiencias de México (1548) y Perú (1552) respectivamente, ambas dictadas durante la gestión de
Antonio de Mendoza al mando de ambos virreinatos. Mendoza fue virrey de la Nueva España en el periodo
1535-1550 y en el Perú para los años 1551-1552; muy enfermo falleció en Lima.
6
Una larga literatura explora la manipulación de las instituciones jurídicas por las sociedades amerindias
desde el siglo XVI. En cierta forma es Borah (1983) el padre de esta corriente de estudios, aunque ya el
trabajo de Stern ([1982] 1993: 114-137) había advertido este fenómeno. Para estos propósitos pueden citarse
los trabajos de Bonnet (1992); Cutter (1986, 1995); Guevara (1990); Kellogg (1995) y Walker (2001).
3
mandato, la mayoría de las cuales habían circulado como programas de acción de alcance local
en la década de 1560 y que el virrey hábilmente supo ampliar y enriquecer.
Este trabajo discute la tesis muy extendida según la cual los protectores de indios fueron
per se y ex nihilo los defensores legales de los indígenas, siendo su aparición en el siglo XVI el
resultado de la prédica anti-encomendera y reformista de fray Bartolomé de Las Casas7. Esta
tesis explica sólo parcialmente por qué el sistema de protectores fue establecido en el Perú, ya
que omite tratar cómo los administradores tuvieron que lidiar con serios problemas cotidianos
referidos a la litigación, el uso del Derecho europeo y los desajustes provocados por la
imposición del orden colonial en áreas como la tributación, el uso de mano de obra, la
distribución de recursos, la caída demográfica y el reconocimiento de las dignidades étnicas
indígenas post-conquista. Por ello, nuestro análisis propone apreciar las realidades sociales y
políticas locales en torno a las cuales se impusieron programas más vastos, algunos de ellos de
inspiración metropolitana.
Aunque el primer Protector de los Naturales en el Nuevo Mundo fue fray Bartolomé de
Las Casas8 y la orden dominica jugó un papel trascendental en la protección y promoción de
7
Para los orígenes de la Protectoría de Indios, derivada de la prédica lascasiana, el estatuto de miserabilidad
de los amerindios y la obligación del monarca de proteger a sus súbditos más indefensos, el texto de Bayle
S.J. (1945). Estudios de casos en Bonnett (1992) referido a Quito; Cutter (1986) para Nuevo México y
Ruigómez (1988) respecto al caso peruano.
8
Las Casas fue nombrado Procurador y Protector Universal de los Indios en virtud de una Real Cédula
emitida en Madrid, el 17 de septiembre de 1516 (Bayle 1945: 14-15; Ruigómez 1988: 48-49). En principio, la
protectoría recayó en manos de los primeros obispos de las diócesis americanas, pero hacia finales del siglo
XVI el cargo se había convertido principalmente en un oficio de naturaleza judicial, a manos de un letrado y
un cuerpo de asistentes jurídicos. Este tránsito debería ser explorado en términos comparados, tomando en
cuenta distintas experiencias americanas y analizando las circunstancias locales que le dieron origen. Un
punto de partida son los valiosos estudios de Bonnett (1992), Cutter (1986) y Ruigómez (1988).
El primer Protector efectivo del Perú fue el dominico fray Vicente Valverde, primer Obispo del
Cuzco, quien estuvo en la captura del Inca Atahualpa y a quien, aparentemente, leyó el requerimiento para
que se sometiera a la fe cristiana y al Emperador, Carlos V. Valverde asumió su oficio de Protector en 1538 y
realizó varias gestiones contra el sistema de encomienda (Hampe 1981: 126-127). Ya en 1529, Carlos V, en las
4
leyes que redujeran la explotación de los amerindios en el Caribe y Mesoamérica, en realidad el
sistema de asistencia estatal diseñado por Toledo para el virreinato peruano fue parte de una
ofensiva orientada a controlar la autonomía de los señores indígenas, imponiéndoles de oficio su
dependencia con los servidores del Estado colonial. En ese sentido, lo que usualmente se ha
entendido como una ampliación generosa de servicios legales por parte de la corona, puede ser
leído en un sentido inverso, es decir como una demostración de la progresiva imposición de la
autoridad real9. Paradójicamente, el sistema del virrey Toledo concebido para reducir el flujo
de litigios, sirvió para democratizar el acceso a la justicia ya que permitió que los indígenas de
menores recursos10 pudieron disfrutar de un sistema de asesoría estatal, teóricamente menos
oneroso, y del mismo modo, castigó a los jefes étnicos más ricos, capaces de contratar a los
abogados más prominentes del foro colonial11. Contrariamente a los propósitos del virrey
Toledo, su reforma fundó las bases de un largo y durable sistema de representación judicial del
que hicieron uso los hombres andinos hasta los albores del siglo XIX y que fuera retomado
posteriormente por el Estado republicano 12
capitulaciones de Toledo para la conquista del Perú, había nombrado a Hernando de Luque como Protector
de los Naturales de la Nueva Castilla (el nombre primigenio del Perú) y hacia 1531 hizo lo propio con fray
Reginaldo de Pedraza. Ni Luque ni Pedraza asumieron este oficio, ya que no se establecieron en dichas
tierras (Hampe 1981: 118). Un detallado análisis de la gestión del obispo Valverde, en Hampe (1981).
9
Una lectura sobre las bondades del programa de Toledo puede verse en Ruigómez (1988: 68-70).
10
En el siglo XVIII, en Cajamarca (sierra norte del Perú), litigantes indígenas de distinta estratificación social
recurrían en pos de los servicios del Protector de Naturales; véase el estudio de Lavallé (1990).
11
Un trabajo en curso sobre la litigación de los naturales y el uso del sistema público de asistencia legal
colonial está siendo llevando a cabo por Jacques Poloni-Simard. Algunas de sus reflexiones pueden ya
encontrarse en su libro sobre el corregimiento de Cuenca (2000). Para el uso del sistema penal, el auxilio de
los protectores y las repercusiones de la rebelión de Túpac Amaru II; en Walker (2001).
12
En el siglo XX, el Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas de Perú creó un cuerpo especializado para
atender disputas de carácter administrativo referidas a asuntos laborales, uso de tierras y abusos por parte
de funcionarios públicos contra los llamados “indígenas peruanos”. En ese contexto, el Ministerio de
Trabajo se convirtió en uno de las principales instancias de las reclamaciones andinas. También jugó un
papel importante la diseminación de ideas legales en el periodo nacional por parte de abogados,
procuradores y “tinterillos” (abogados sin título o abogados “empíricos”); véase Aguirre (1999: 1-9). El rol
5
La asesoría jurídica privada: los casos y los personajes
El 5 de julio de 1552, el procurador de causas de la Audiencia de Lima, Francisco
López, se presentó en nombre de su representado, el curaca Illacuxiguamán, para solicitar a la
justicia limeña que revocara la posesión de Pedro de Portocarrero13 sobre la porción de una
estancia llamada Ciquillabamba14, en el Cuzco. El escrito, firmado por el licenciado M. Gonnis,
sostenía que la orden de posesión obtenida por Portocarrero había sido emitida “sin tyempo, ni
forma”, es decir extemporáneamente, sin haber citado apropiadamente a su patrocinado y
además sin la respectiva averiguación de testigos. Este último elemento era muy importante, ya
que para las asignaciones de tierras que habían pertenecido a los Incas o que se reputaban
vacas, el cabildo debía tomar las declaraciones de los caciques potencialmente afectados, de
manera que la merced fuera “sin perjuicio de los naturales”15. Para concluir su argumentación, el
de los abogados sin títulos ha sido también analizado para otras experiencias históricas, como la Argentina
del siglo XX; en Palacio (2001, 2001a).
13
Encomendero y vecino del Cuzco, en cuya jurisdicción contaba con las encomiendas de Chumbivilcas,
Aymaraes y Munapata (Hampe 1979: 89). Tanto Pedro de Portocarrero como su esposa, María de Escobar,
enfrentaron en sus vidas una serie de disputas ante la Audiencia [AGN-RA (CC) Leg. 1, Cuad. 2, 1547; AGNRA (CC) Leg. 2, Cuad. 10, 1552; AGN-RA (CC) Leg. 6, Cuad. 3, 1561].
14
En la documentación se le denomina también Siquillacocha, véase AGN-DI Leg. 1, Cuad. 1, 1552, f. 11r, 19r.
15
Esta cláusula estaba orientada a proteger el patrimonio rural de la población amerindia y fue impuesta por
la autoridad real. Los cabildos, los principales otorgantes de tierras en el siglo XVI, debían observar que las
mercedes fueran entregadas sin afectar las tierras de los caciques y sus comunidades. Para ello debían
realizar unas diligencias en el terreno, lo que suponía tomar las declaraciones de testigos y demostrar que las
tierras eran vacas o sin dueño conocido, procediendo entonces a su tasación y adjudicación (Solano 1982:
25-27; Temple 1982: 195-198). En abril de 1555, por ejemplo, Martín de Meneses, vecino del Cuzco, solicitaba
al cabildo de la ciudad que “le haga merced de unas tierras que fueron de Topa Cusi Gualpa”, las que según
Meneses permanecían abandonadas. Este municipio procedió a realizar dicha averiguación y asignó
posteriormente la merced al solicitante [AGN-RA (CC) Leg. 4, Cuad. 26, 1559, f. 3v, 4r-9r]. Este principio fue
sancionado legislativamente en 1594, siendo luego incorporado a la compilación indiana, en 1680 (RLI, Lib.
IV, Tit. XII, Ley IX) (Guevara 1993: 90). En el siglo XVI, los cabildos eran dominados por las aristocracias
locales que interpretaban esta cláusula en los términos más favorables para el círculo perteneciente a la
élite. Sobre la composición e influencia de la élite en las decisiones de los cabildos peruanos en el siglo XVI
hay una nutrida literatura. En ese sentido, véase Guevara (1993: 8-18) que estudia las implicancias del poder
de la élite encomendera en el cabildo del Cuzco a través de la trayectoria de Pedro Alonso Carrasco, el viejo.
6
licenciado Gonnis señalaba que Portocarrero había consentido la posesión de Illacuixuamán, en
vista que le había permitido el sembrío de algunos pedazos de tierra y que además pendía entre
las partes un “pleyto” sobre las tierras de Tiquibamba16.
Este caso había sido elevado en apelación por el abogado de Portocarrero en el
Cuzco, disconforme con el fallo del justicia mayor de la ciudad. En efecto, el 29 de abril de
1552, el procurador de Portocarrero se había presentado para solicitar al corregidor que
amparase a su patrocinado en la posesión de dicha estancia en virtud de los títulos jurídicos que
exhibía su parte. Estos títulos eran una merced de dicha estancia otorgada por Francisco
Pizarro en favor de Hernando Bachicao (luego confirmada por el Licenciado Pedro de La
Gasca) y una Real Provisión17 de la Real Audiencia de Lima, por la cual se reconocía como
poseedor a Portocarrero, a menos que fuera “vencido, por fuero o por derecho”. Este
laconismo jurídico significaba que Portocarrero podía ejercer derechos posesorios sobre un
bien, salvo que su adversario demostrase, en un procedimiento ordinario, que era el legítimo
titular de los derechos de propiedad. La Real Audiencia ordenó, aunque el expediente se
encuentra incompleto, que las partes enviasen a la ciudad de Lima, en “probanza cerrada”,
Otros ejemplos: León Gómez (2002: 39-67) respecto a Huánuco; Lohmann (1983) para Lima; Stern (1993: 184193) sobre Huamanga y Ramírez (1986: 49, 52) para Trujillo.
16
AGN-DI Leg. 1, Cuad. 1, 1552, f. 19r-19v.
17
Mandato judicial por el cual la Audiencia (la única competente para otorgarlo) prescribía a las autoridades
locales (corregidores, alcaldes) la ejecución de una diligencia específica: la realización de una inspección, un
amparo en posesión, un ofrecimiento de pruebas, la recepción de testimoniales. Este recurso no ponía fin a
un procedimiento contencioso, pero constituía una herramienta importante en las estrategias de los
litigantes. La Real Provisión fue profusamente utilizada en el mundo colonial peruano y puede ubicarse en
los más disímiles casos: propiedad rural, cacicazgos, derechos patrimoniales y tributación.
El encabezado de la Real Provisión era un listado de los títulos nobiliarios y señoriales del rey. Esta
fórmula y el sello real, impregnado en la parte inferior del documento por el chanciller de la Audiencia, le
otorgaba un inestimable valor legal puesto que el sello “personificaba” al monarca (Ballesteros 1946: 71-74).
Al lado de estas formalidades, la Real Provisión incluía una copia de la demanda y la orden emitida por la
Audiencia, acompañada de la respectiva firma de los oidores.
7
informaciones tomadas ante la justicia de la ciudad del Cuzco en un plazo de veinte días;
resolvía además que “todo se mantenga como está sin perjuicio del derecho de nadie”18.
Los caciques mostraron una gran resolución a finales de los años cincuenta. En esa
década, dos jefes étnicos apelaban ante la Audiencia de Lima las decisiones pronunciadas por
el corregidor del Cuzco. El procurador de causas, Juan de Vera, representante del curaca
Diego de Ataurimache, presentaba un recurso de apelación contra la decisión del justicia mayor
que había amparado inicialmente a Martín de Meneses, vecino de la ciudad. Don Francisco
Mayontopa, por su parte, autoproclamado descendiente de los Incas, procedió a ocupar las
tierras asignadas por el virrey Marqués de Cañete a la Orden de La Merced en el Cuzco
(Glave y Remy 1983: 12). El justicia de la ciudad, licenciado Polo Ondegardo, procedió a
“amparar en posesión” a la orden religiosa, luego de intensas discusiones legales y una profusa
expedición de mandamientos jurídicos (amparos y misión en posesión).
En la Audiencia de Lima, el procurador de causas, Juan de Bilbao, presentó un escrito
a nombre de su patrocinado, don Francisco Mayontopa, subrayando que la asignación del
Marqués de Cañete violaba los principios que regulaban tradicionalmente las asignaciones de
tierras. Expuso que ni “Mayontopa, ni sus indios” fueron llamados a declarar cuando el virrey
decidió adjudicar las tierras a los padres mercedarios, con lo cual trasgredían lo dispuesto por
la cláusula “sin perjuicio de naturales”19. El argumento de la defensa del cacique, ensayado en el
caso judicial de Illacuxiguamán, permtió una decisión favorable de la Audiencia de Lima, la que
emitió un amparo en favor del jefe étnico20.
18
AGN-DI Leg.1, Cuad. 1, 1552, f. 28r.
AGN-DI Leg. 31, Cuad. 614, 1559-1560, f. 48r. Lima, 24 de mayo de 1560.
20
Ibid. f. 49r. Lima, 28 de mayo de 1560.
19
8
***
En 1552, los indios chupaychus (sierra central del Perú) recurrían a la Real Audiencia
de Lima para solicitar la revisión de las tasas asignadas por el Presidente La Gasca. Los
abogados de los chupaychus indicaban que éstas habían sido asignadas arbitrariamente
vulnerando elementales principios jurídicos. La teoría legal española aplicada para los casos
tributarios subrayaba que los amerindios debían conocer y asentir sus obligaciones para que las
cumplan escrupulosamente (Assadourian 1988: 109). Los letrados de los chupaychus sostenían
que esta regla había sido omitida durante la visita de 1549, llevada a cabo por Juan de Mori y
Alonso Malpartida. Frente a estas argumentaciones, la Real Audiencia de Lima procedió a
revisar la tasa de 1549 y estableció nuevos montos contributivos21. En los mismos años
cincuenta, otros jefes étnicos iniciaron una batalla legal contra sus encomenderos. Los cantas,
encomendados en el vecino de Lima, Nicolás de Ribera, el viejo, exijieron formalmente a la
Audiencia la reducción de sus montos tributarios (Rostworowski 1978: 151-190, 216-261). En
1553, la Audiencia procedía a retasar las obligaciones del curaca don Antonio Anuchumbi de la
parcialidad de Huaricanga (Escobedo 1979: 317-320).
El éxito de estas reclamaciones se debía a la pugna entre el emergente Estado colonial y
la clase de los encomenderos. El Estado, a través de sus agentes, trataba de disciplinar a la aún
poderosa élite local, la que había protagonizado al menos un par de insurreciones en el pasado
inmediato (v.gr.: Gonzalo Pizarro, Francisco Hernández Girón). A su vez, la intensa predica
lascasiana fue un valioso apoyo a las pretensiones de los jefes étnicos. Fray Domingo de Santo
21
AGN-DI Leg. 1, Cuad. 4, 1561. La sentencia de la Real Audiencia fechada el 6 de agosto de 1552. Véase
también, Ortiz de Zúñiga [(1562) 1967: I, 43, 53]. La tasa de la Audiencia establecía el pago de mil vestidos de
algodón, frejoles, coca, y hanegas de maíz.
9
Tomás, el principal representante del lascasismo peruano del siglo XVI, participó en la visita
que realizó La Gasca, en 1549. La orden dominica, a la que pertenecía fray Domingo, alegaba
que los jefes indígenas deberían ser encomendados en la corona real, antes que en manos
privadas. Esta alianza se empezaría a resquebrajar hacia 1560s, cuando las principales
autoridades coloniales, como el conde de Nieva y Lope García de Castro, expresaran sus
reservas al enorme poder que gozaban, en sus palabras, los señores indígenas (Assadourian
1983: 11).
En 1561, don Hernando Marquiriqui como representante de los indios “yachas y
mitimaes quechuas” (en Huánuco) presentaba una solicitud a la Audiencia de Lima, en la que
exigía que su encomendero, Juan Sánchez Falcón, cumpla con la Real Provisión y sentencia de
la corte limeña. Estos instrumentos establecían que Sánchez Falcón debía aceptar el pago
tributario ordenado por la retasa de 1553. Esta solicitud perseguía exonerarlos de la entrega de
ropa, uno de los aspectos más onerosos de la tributación colonial. En el estimado de la visita a
los chupaychus, la producción de una pieza de algodón demandaba a cada unidad doméstica,
tres meses de trabajo (Assadourian 1988: 125-126). En la sociedad andina prehispánica, los
miembros de una unidad étnica prestaban energía humana. Los jefes étnicos eran los
encargados de abastecer el ganado, los víveres y los insumos necesarios a los ayllus (familia
nuclear) para el cumplimiento de las tareas comunitarias. Las tasas coloniales, en cambio,
desvirtuaban esta práctica, puesto que impelían a las unidades familiares que asumieran todos
los costos requeridos para la elaboración de la ropa.
10
Esta reclamación coincidió con la presencia de los comisarios de la perpetuidad, una
junta de tres miembros22 que viajaron al Perú para estudiar la propuesta de otorgar las
encomiendas de por vida. Esta comisión encargó a destacados personajes de la administración
colonial (y también, notables encomenderos) la emisión de unos pareceres legales
(dictámenes)23. Una vez reunidos, los comisarios pronunciaron el auto correspondiente,
recogiendo el dictamen del licenciado Polo ordenaron que hasta que se emprenda una nueva
visita que se pague de acuerdo a la tasa de Pedro de La Gasca24. Parea despejar cualquier
duda se encomendó a Iñigo Ortiz de Zúñiga la realización de una visita a los repartimientos de
Huánuco. Una vez culminada esta inspección25, los comisarios procedieron a emitir su auto
definitivo. Amparándose en el “beneficio a la real hacienda” ordenaron contribuir a los “indios
yachas y mitimaes quechuas” de acuerdo a lo establecido por la tasa del Marqués de Cañete, lo
cual generó la oposición de los abogados de Juan Sánchez Falcón, así como de los
demandantes. Estos últimos elevaron a la Audiencia de Lima un extensa suplicación.
Dicho escrito fue redactado por Jerónimo López Guarnido, profesor de Derecho en
San Marcos26. Este letrado apoyó su razonamiento en los privilegios de la restitutio in
integrum, solicitando que se regresara al estado anterior. Señaló que la legislación colonial
22
Comisión compuesta por Diego Briviesca de Muñatones, Diego de Vargas Carbajal y Ortega de Melgosa.
Llegaron a Lima en 1560, asumiendo la competencia en casos tributarios, al menos como una primera
instancia. También llevaron a cabo una visita a la Audiencia, la primera realizada en el siglo XVI. Detalles de
la visita y las actividades de los comisarios, en los estudios de: Abercrombie (2002), Del Busto (1961-1962);
Goldwert (1955-1956), (1957-1958) y Sánchez Bella (1960).
23
Emitieron su parecer: licenciado Polo Ondegardo, licenciado Diego de Pineda y el licenciado Damián de La
Bandera.
24
AGN-DI Leg. 1, Cuad. 3, 1561, f.22v. Lima, 26 de septiembre de 1561.
25
Acompañada además por los pareceres de Diego Pacheco y Garci Diez de San Miguel, este último
ejecutaría más tarde una larga visita a los lupakas, en el sur andino.
26
Llegó al Perú en 1546, fue abogado del cabildo de Lima en 1559 y ejerció como abogado en la Audiencia de
Lima desde 1550 hasta finales de la década de 1570; en Eguiguren 1940: 114-115.
11
había sido clara en señalar el respeto a los criterios tributarios prehispánicos. Por consiguiente,
en vista que los “mitimaes quechuas e orejones incas” estaban exonerados de pagar tributos
durante el Tahuantinsuyu “como hermanos (…) Ingas, gente noble de la cassa y pariente[s] de
los Ingas, señores naturales que fueron deste reyno”, este privilegio debía ser respetado bajo el
dominio español.
López también se explayó en las deficiencias del procedimiento; señaló que los
comisarios no habían permitido el desarrollo de una defensa adecuada y que se habían
excedido en el uso de sus facultades. También subrayó que de acuerdo a las cédulas con las
que fueron investidos, los comisarios podían reducir o mantener el tributo, pero bajo ninguna
circunstancia incrementarlo27. La disputa se elevó a la Audiencia de Lima, tribunal que tramitaría
esta disputa durante un prolongado periodo (2, 169 días); tiempo en el que ésta se pronunció al
menos en tres ocasiones (dos veces en 1564 y finalmente en 1568). En principio, bajo un
acuerdo de justicia, declaró que hasta que se fallase en sentido contrario, debía respetarse la
tasa del Conde de Nieva (o, lo que es lo mismo, la decisión de los comisarios). Sin embargo, el
hecho que los señores tuvieran que entregar hasta quinientas piezas de ropa, en lugar de maíz y
papa, impulsó a que éstos apelaran28. Luego la Real Audiencia decidió regresar a la tasa de
1553, lo que provocó la reacción del licenciado León, el abogado de Juan Sánchez Falcón,
quien suplicó de la medida. Finalmente, en 1568, la Audiencia ordenó a los “indios yachas y
mitimaes quechuas” que cumplieran con la tasa del Conde de Nieva, hasta que se iniciara, en
27
AGN-DI Leg 1, Cuad. 4, 1561, f. 215r-217v, Lima, 23 de diciembre de 1561.
En palabras de don Juan Condorguaya: “que hiziesemos qunientas pieças de algodón, en lugar de maíz e
papa e otras legumbres”. Ibid, f. 246r.
28
12
algún momento, la visita general, la misma que un par de años más tarde emprendería el virrey
Toledo29.
Los chupaychus también volvieron a la carga en esos años. En 1561, el cacique Tomás
Prima inició una acción legal contra su encomendero, Gómez Arias de Avila, en la que solicitó
la realización de una retasa. La Real Audiencia ordenó que se siguiera cumpliendo con la tasa
hasta entonces vigente y señaló que una futura visita (la emprendida en 1562 por Iñigo Ortiz de
Zúñiga) serviría para mensurar las dimensiones demográficas de las encomiendas sujetas a los
encomenderos de la ciudad de Huánuco30, siendo el licenciado Diego de Pineda nombrado
como abogado de Gómez Arias de Avila.
***
En la década de 1560, uno de los principales consejeros privados de los señores
indígenas fue el licenciado Francisco Falcón. Este licenciado había llegado inicialmente a Cali en
donde actuó como teniente del gobernador de la provincia de Popayán hasta que un incidente
con la autoridad eclesiástica de la ciudad lo obligó a marcharse a Quito, en 1557. Ya en 1561,
se tienen registros suyos en Lima y es a partir de esos años que empieza a intervenir como
abogado en diversas disputas de los caciques andinos en la Audiencia de Lima. En un largo
litigio iniciado en 1558 ( y que llegaría hasta el Consejo de Indias, en 1569), en que se
enfrentaron tres grupos étnicos (chacallas, cantas y quivis), Falcón asumió la defensa de los
29
Ibid, f. 259r. Lima, 27 de octubre de 1568.
La visita de Iñigo abarcó los repartimientos de Gómez Arias de Avila, Juan Sánchez Falcón, Lorenço
Estupiñán y Gonzalo Hernández de Heredia. Hay una abundante literarura sobre esta visita, la que incluyó la
inspección de población originaria y mitmakuna colocada por el Inca. Véase para esos propósitos: Anders
(1990); Bernand (1997); Trelles (1983; 1994: 145-161). La transcripción de Murra es una fuente muy valiosa,
aunque el autor ha seleccionado principalmente la información demográfica de la inspección.
30
13
chacallas, un grupo de población mitmakuna31, trasladados a la región por orden del Inca y
que exigía que se le restituyeran sus cocales, ubicados en Quives. Estos cocales habían sido
permutados por su encomendero, Francisco de Ampuero, a cambio de doscientas “ovejas de
la tierra” (llamas), ofrecidos por los señores indígenas de los cantas, cuyo encomendero era
Nicolás de Ribera. La Real Audiencia terminó por darles la razón a los chacallas, cuya defensa
Falcón asumió en 1567, fallo que no fue modificado por el Consejo de Indias, en Madrid
(Rostworowski (ed.) 1988: 84-85).
En 1565, Falcón ya contaba con un reconocido prestigio como abogado de causas
indígenas, y por tanto no es de extrañar que fuera nombrado ese año como procurador general
de los curacas de Huánuco, de Lima y de Yauyos para oponerse a la medida de Lope García
de Castro de crear una red de corregidores de naturales en las áreas rurales del Perú. Dos años
más tarde, Falcón es nombrado representante “de todos los indios del Perú” ante el Segundo
Concilio Provincial de Lima, en el que denuncia, siguiendo una línea lascasiana, los
devastadores efectos de la conquista española. La razón por la cual, los señores indígenas
contrataron a Falcón se debía a su éxito como abogado en la Real Audiencia. Desde 1562
estuvo asesorando a miembros de la élite local (española y criolla) en causas elevadas a este
tribunal, ganando muchos procedimientos (Lohmann 1970: 143-146). Sus éxitos judiciales
cimentaron su reputación que atrajo a los caciques interesados en contar con los servicios de un
letrado que pudiera defender de la mejor manera sus intereses en los estrados de la Audiencia.
Las voces de la administración
31
Población itinerante utilizada por los señores indígenas, o el Inca a un nivel macro-regional, para la
realización de labores agrícolas en áreas alejadas de la frontera natural de los grupos étnicos.
14
Las primeras voces de alerta contra los considerados altos índices de litigiosidad andina
fueron las del Marqués de Cañete en 1556. Pero fue hacia 1561 cuando empezó a circular la
tesis que los abogados y los procuradores de causas estaban arruinando a la población andina y
que ellos eran los reales causantes del incremento artificial de disputas. El licenciado Polo en un
largo informe al comisario de la perpetuidad, licenciado Briviesca, señalaba que los indígenas en
general gastaban grandes sumas de dinero en sus disputas; cifra que calculó un par de años más
tarde en una carta al doctor Hernández de Liébana 32. En ésta, Polo estimaba que los indios
consumían cerca de 50,00 ducados33 anuales, pero que gracias a su buen juicio y a su
convencimiento de tratar directamente con los señores indígenas sus pleitos, esta cantidad se
había reducido drásticamente a casi 3,000 ducados [(¿1565?) 1917: II, 154). Polo inició el
proceso de reducir la población indígena del Cuzco34 en parroquias y de nombrar alcaldes entre
ellos para que ventilasen directamente sus litigios, aplicando el Derecho consuetudinario.
El sucesor de Polo, licenciado Gregorio González de Cuenca35, oidor de la Audiencia
de Lima, fue mucho más explícito en sus acusaciones del rol venal cumplido por los letrados y
hombres de leyes en general. En su calidad de corregidor del Cuzco, entre 1561 y 1563, había
32
AGI, Patronato 188, Ramo 22, “Informe al…”, f. 1-1v.
Un ducado equivalía a 375 maravedíes, usualmente un peso de ocho reales (el tipo más frecuente de
cambio) era el equivalente a 450 maravedíes; véase Kagan (1981: xv) y Allen (2000: xvi). En el área andina, la
falta de circulación de monedas acuñadas, al menos hasta la instalación de la Ceca de Lima, de 1568, fue la
nota característica. En su lugar, se hizo empleo de los lingotes marcados y fundidos, aunque escasos, como
medio de pago (Guevara 1993: 143-144).
34
El licenciado Polo fue corregidor del Cuzco entre 1559 y 1560 y en esta ciudad inició un programa de
reformas que consistía en nombrar alcaldes (jueces) entre la propia población andina, evitar la tramitación
ordinaria de estas causas y aplicar el Derecho consuetudinario. Una completa biografía de Polo, en Hampe
(1999) y sus ramificaciones teóricas en el uso del Derecho consuetudinario como freno de la litigación, en
Rubio (1990). Sobre el patrimonio de Polo; véase Presta (2000).
35
Una biografía suscinta con el análisis de su biblioteca al morir; en Hampe (1984). Sus reformas son
discutidas en González de San Segundo (1982)
33
15
observado el desempeño auspicioso de los alcaldes indígenas en sus tareas judiciales. Este
ejemplo, sostenía, podía extenderse a todo el virreinato peruano “por los daños que reciben los
indios de los pleitos y tratar con letrados y procuradores y escribanos que les roban, pues sus
causas se tramitan en la Audiencia en forma de juicio como las de los españoles” (Levillier
1922: 299). Cuenca consideraba además que las disputas indias indias debían ser sumarizadas,
recogiendo así los preceptos reales de 1550 y 1563 para las Audiencias americanas. Cuando el
oidor realizó su visita al norte peruano, entre 1566 y 156736, la idea de jueces indios estaba
fuertemente difundida y aceptada por los legisladores. En 1567, mientras visitaba el
repartimiento de Jayanca promulgó unas meticulosas ordenanzas sobre las autoridades nativas y
el ejercicio de la justicia andina (Rostworowski 1975: 126-154).
Las críticas contra los abogados y procuradores de causas también eran compartidas
por entidades corporativas, como el cabildo del Cuzco. En la opinión de este cuerpo edilicio, la
litigiosidad solamente favorecía a la clase profesional, perjudicando a los amerindios y a la
propia república, puesto que los primeros abandonaban sus sementeras y haciendas para
dedicarse a sus pleitos y para subvencionar a sus letrados y procuradores. El cabildo establecía
una relación de causa-efecto entre el patrocinio privado y la “pobreza” y “disminución” de los
indios37. Consideraba que los “indios” abandonaban sus tierras para dedicarse exclusivamente,
sea en Cuzco o en Lima, a sus contiendas descuidando sus labores agrícolas. Ante esa
36
Un análisis de la visita de Cuenca y sus implicancias en el diseño del futuro sistema tributario toledano; en
Ramírez (1996: 107-112).
37
Hoy sabemos que la caída demográfica fue ocasionada por la expansión de mortales enfermedades traídas
del Viejo Mundo. Una perspectiva general del impacto de estas enfermedades lo ofrece Cook (1999).
También consúltese sus estudios específicos sobre el Perú (Cook 1981, 1982). Valdría le pena explorar el uso
político que hicieron de la caída demográfica los miembros de las élites administrativas locales para enfrentar
los desafíos de la creciente litigiosidad andina.
16
contingencia, el cabildo había creado una judicatura encargada de resolver estas controversias,
el llamado juez de naturales, y solicitaba al virrey confirmase esta decisión (Sanabria y Lohmann
1986: I, 223).
La común atribución que los abogados provocaban disputas artificiales era corriente en
la negativa imagen europea sobre la profesión legal. Ya en el siglo XVI, en el Sacro Imperio
Romano Germánico, los abogados tenían una mala prensa, precisamente porque se les atribuía
que eran responsables de atosigar las cortes con pleitos y reclamaciones (Strauss 1986: 4-30).
Esta crítica panerupea38 no era ajena a la experiencia española, sobre todo en Castilla, donde
los abogados eran acusados de crear disputas y vivir a expensas de sus clientes, como una
especie de parásitos sociales (Kagan 1981: 19, 138-139, 243-246; 1981a: 181-184).
En el siglo XVII, Francisco de Quevedo expresaría ese desdén aristocrático contra los
abogados y los procuradores de causas, en su habitual estilo satírico (Schwartz Lerner 1982,
1986). Inclusive en en Nuevo Mundo, los abogados habían sido prohibidos tempramente de
ingresar a Cuba, en 1509, (la entonces, Isla Fernandina) o al Perú, en 1529, porque ellos
mismos eran sinónimos de pleitos, disputas y maletar social39 (Uribe-Urán 2000: 20-21). El
juicio de que los abogados/procuradores de causas producen pleitos y por tanto provocan una
generalizada pobreza social estaba tan arraigada en la visión sobre la profesión legal que un
virrey como Francisco de Toledo hizo uso de ellas para justificar sus reformas políticas un par
de años más tarde.
38
Otros ejemplos: para la Italia del siglo XIV; Whitman (1991: 191) y la Inglaterra de los siglos XVI y XVII; en
Prest (1986: 286-287).
39
Sin embargo, el número de abogados pareciera no haber sido tan alto en el periodo colonial como sus
críticos contemporáneos habitualmente subrayaban. Para una visión panorámica y comparativa; Uribe Urán
(2000a: 237-244) y Pérez Perdomo (2002: 21-60).
17
El virrey y sus reformas: 1572-1575
El virrey Francisco de Toledo (1569-1581) inició la mayor ofensiva contra el “pleitismo
indígena” durante su larga visita al sur peruano, en un conjunto de meticulosas ordenanzas
promulgadas entre 1572 y 1575. Estas normas destinadas a regular las controversias indias,
incluyeron detalladas regulaciones sobre el papel que desempeñarían los jueces especiales de
indios en los cabildos (los jueces de naturales), los corregidores de indios y la erección de un
ambicioso sistema público de asistencia judicial (Lohmman [1957] 2001: 119-131). Este último
comprendía el nombramiento de un personal especializado para asistir a los litigantes andinos
(Abogado y Defensor General de los Indios) y la creación de un fondo especial, bajo el
concepto de costas, procedente del tributo indígena para cubrir estos costos. Este fondo fue
aprobado en su ordenanza de 1572, cuando estableció una suma adicional dentro de los
montos tributarios asignados a los repartimientos para subvencionar su naciente sistema de
asistencia (Cook 1975: 285-295). Aunque sus innovaciones se apoyaron en las reformas
iniciadas por el Conde de Nieva y Lope García de Castro en la década de 1560, Toledo supo
mejorarlas y diseñar un horizonte más ambicioso y duradero (Bakewell 1989: 67).
Uno de los objetivos más caros de la política toledana 40 fue pulverizar la red de
asesoría privada de abogados y procuradores de causas de los señores indígenas, la que se
40
La visita del virrey se extendió desde Lima hasta Potosí. Los puntos principales de su agenda fueron
establecer un nuevo tributo indígena, regular el uso de la mano de obra para la explotación de la mina de
Potosí, crear un sistema virreinal de oficiales judiciales e imponer la autoridad real (Cole 1985: 9-22). Toledo
asistió a la Junta Magna de 1568, en Madrid, en la que se discutieron varios de estos puntos, en una época
de sincera preocupación por el futuro de las Indias. También participó en este evento, Martín Enríquez de
18
había tejido desde la década de 1550. El virrey se pronunció en términos particularmente duros
de este estamento profesional, responsabilizándolos de la creciente litigiosidad indígena. En su
ordenanza del 22 de diciembre de 1574, el virrey diría que “las Audiencias y ciudades estaban
llenas de procuradores y abogados y defensores de indios, que con este nombre eran los que
mas consumían sus haciendas y [les] llevaban todo lo que tenían” (Sanabria y Lohmann 1986: I,
492). Así, Toledo procedió a revocar todos los poderes de representación a defensores,
abogados y procuradores, otorgados por los jefes indígenas (Sanabria y Lohmann 1986: I,
482-483), golpeando a esta clase profesional.
Recogiendo una de las esenciales innovaciones del licenciado Lope García de Castro,
Toledo precribió que solamente un máximo de dos indios podrían desplazarse a las sedes de las
Audiencias. Reservó las tareas de asesoría a un Abogado (letrado) de Naturales y sancionó
que un Defensor General de Indios se encargaría de las habituales tareas de procuración. El
virrey reguló las obligaciones de ambos funcionarios en su ordenanza del 10 de setiembre de
1575, en Arequipa (Sanabria y Lohmann 1989: II, 101-112). El nombramiento de estos dos
funcionarios se restringiría inicialmente a la Audiencia de Lima, pero progresivamente se iría
ampliando a las principales ciudades del virreinato del Perú. Como el proyecto toledano
reposaba en la energía y capacidad de las instancias inferiores, el virrey promulgó unas
ordenanzas sobre la organización municipal andina, en 1575 (Arequipa, 6 de noviembre) y más
adelante, unas ordenanzas generales sobre los corregidores de indios (Lima, 30 de mayo de
1580). La primera norma reconocía la competencia civil de los alcaldes de indios sobre
Almansa, quien había sido destinado para el virreinato de la Nueva España. Una sinopsis de la Junta Magna
y de los puntos en discusión; en Ramos (1986).
19
disputas cuya cuantía no excediese los treinta pesos. En los casos criminales les fue reconocida
una mayor injerencia, a excepción de aquéllos casos cuyas penas incluyesen la “muerte,
mutilación de miembro o efusión de sangre” (Sanabria y Lohmann 1989: II, 217-266).
Las ordenanzas de Toledo se convirtieron en el armazón de un largo y duradero sistema
que perduraría hasta finales del periodo colonial. A pesar de sus diferencias con los miembros
de la profesión legal, se sirvió de los consejos de Juan de Matienzo, Gabriel de Loarte y Polo
Ondegardo, quienes integrarían el llamado “círculo toledano” (Castro-Klarén 2001: 148). Su
programa de reformas supuso la cristalización de los avances hechos ya en la década de 1560.
Sin embargo, su programa estuvo siempre sujeto a las peculiaridades locales. Hacia finales del
siglo XVI la recolección tributaria a manos de los corregidores de indios, una de las puntas de
lanza de sus políticas, estaba dando muestras de serias deficiencias y como ella gran parte de su
agenda pasó por el filtro de las variedades y complejidades locales (Andrien 1986: 510-517).
Pero el sistema de abogados y defensores de indios, si quedaría como uno de los legados de su
mandato por mucho tiempo, siendo potenciado a lo largo del periodo colonial41.
Conclusiones
Esta ponencia presenta el clima sobre el cual los señores indígenas contaron con
abogados y procuradores de causas para la tramitación de sus disputas, práctica que floreció
entre las décadas de 1550 y 1570. Es desde los años 1560, en que los gobernantes coloniales
41
Aunque las quejas eran muy frecuentes por parte de los protectores, sobre todo en términos de salarios,
honores y servidores a su cargo; véase Leandro de Larrínaga Salazar (1626). La sofocante litigación de
20
darían muestras de querer reducir una marejada de litigios para lo cual fueron delineando
algunas reformas. Estas autoridades contribuyeron a forjar la idea que los abogados y los
procuradores eran los principales causantes de la litigación andina, sin atender otros factores,
como era el desafío de la empresa colonial y la existencia de canales de tramitación de disputas
habilitadas para la población andina. En la creación de esta visión predominante contribuyó
decisivamente la mala reputación que los miembros de la profesión legal tenían en Europa
occidental.
Mi trabajo sostiene la idea que el sistema de asesoría privada fue parcialmente exitoso,
aunque se
circunscribió a la élite andina, la que podía sufragar los costos de contratar
abogados y procuradores de causas. Es desde 1570, que el virrey Toledo quien inició un
conjunto ambicioso de reformas, uno de los cuales fue reducir los patrones de litigación andina.
Toledo culpó de este fenómeno a la profesión legal, con lo cual se hacia eco de una arraigada
convicción dentro de la propia población española a ambos lados del Atlántico. El resultado
más inmediato fue la erección de su sistema estatal de asesoría judicial, el que se inició con las
reformas de 1572 y que tomaría forma hacia finales del siglo XVII. Con alteraciones, ese
sistema perduraría a lo largo del periodo colonial.
Referencias
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naturales seguía siendo un serio problema hacia finales del siglo XVI; véase el informe de Cristóbal Ramírez
de Cartagena, en AGI, Justicia 181.
21
AGI, Patronato, 188, Ramo 22, “Informe del licenciado Polo al licenciado Briviesca de
Muñatones”. Lima, 12 de diciembre de 1561.
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chupachos contra su encomendero Gómez Arias de Avila”
AGN-DI Leg. 31, Cuad. 614, 1559-1560 “Autos que siguió Juan de Arrandolaza en nombre
del convento y frailes de Nuestra Señora de La Merced (…) sobre propiedad de una suerte de
tierras”
Real Audiencia de Lima (causas civiles)
AGN-RA (CC) Leg. 1, Cuad. 2, 1547 “Autos seguidos por don Pedro de Portocarrero,
natural de Trujillo (…) con Juan Cortés, vecino y regidor de la ciudad de Los Reyes”.
AGN-RA (CC) Leg. 1, Cuad. 10, 1552 “Autos seguidos por María Escobar contra Alejo
Rodríguez sobre incumplimiento de contrato de arrendamiento”
AGN-RA (CC) Leg. 4, Cuad. 26, 1559 “Don Diego de Ataurimache cacique de Colca (…)
en el proceso que promovió Martín de Meneses”
AGN-RA (CC) Leg. 6, Cuad. 3, 1561 “Autos seguidos por Francisco de Andia (…) sobre las
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