Mons. Jaime Fuentes Obispo de Minas 15 preguntas sobre las UNIONES HOMOSEXUALES Minas 2013 INTRODUCCIÓN A cinco minutos de Minas, después de cruzar el puente Otegui, tomando la ruta 60, a mano derecha sale un camino de balastro por el que es una delicia caminar. Tiene un destino misterioso, señalado en la ruta con un cartelito que reza así: Al Valle del hilo de la vida. Uno o dos días después del 12 de diciembre de 2012, mientras hacía por ahí la caminata que debería ser semanal –quizás escribiendo este propósito consiga cumplirlo en el 2013…- tenía el pensamiento ocupado en el proyecto de ley del llamado incorrectamente “matrimonio igualitario”, aprobado en esa fecha por la Cámara de Representantes. Pensaba: ¡qué poco se ha hablado entre nosotros de este tema y qué aprobación tan llamativa ha tenido: 81 en 87 votos! Recordé entoncesuna anécdota de Jorge Luis Borges. Dicen que en una ocasión, después de hablar a un público joven que lo escuchaba embobado, aunque lo habían recibido con claras muestras de hostilidad, uno de los asistentes le preguntó: - ¿Cómo es posible que un hombre tan culto como usted, mantenga ideas tan conservadoras? A lo que el escritor contestó: - Oiga, joven, ¿no sabe usted que los caballeros sólo defendemos causas perdidas? Seguí caminando rumbo al Valle del hilo de la vida, mientras pensaba: ¿serán el matrimonio y la familia causas perdidas? Inmediatamente, abriéndose paso con energía (será porque en el Valle, dicen, hay energía a granel…), se instaló en la primera fila de mi pensamiento el artículo 40 de nuestra Constitución: la familia es la base de nuestra sociedad. Respiré profundamente, sereno, y seguí caminando. No obstante, enseguida recordé también que uno de los diputados, después de aprobarse el proyecto de ley, había dicho que este era “el broche de oro de la lucha por los derechos humanos”. Pensé: ¿es realmente un derecho humano el acceso irrestricto al matrimonio? ¿Por qué, en qué condiciones? Pero si hablamos de condiciones ya no será irrestricto… ¿Y será compatible con el principio consagrado en el artículo 40 de la Constitución? ¿Sería una discriminación no reconocer como verdadero matrimonio las uniones homosexuales? Imaginé que Tristán Narvaja caminaba a mi lado y le pregunté: -Profesor, ¿es correcto, jurídicamente hablando, cambiar el Código Civil en favor de una minoría? No obtuve respuesta, una lástima. Se hacía tarde y, sin llegar a destino, volví a Minas. Al día siguiente y en los sucesivos, en forma de sugerencias y de imperativos provenientes, sobre todo, de mujeres (ellas, en general, cuando se trata de temas importantes no sugieren: mandan) recibí no pocos indicadores de que, aunque nuestro Parlamento hubiera aprobado el proyecto, no podía no hablar sobre él. Así nació esta auto-entrevista. Es obvio que las preguntas podrían ser más, pero he tratado de ir al núcleo de un tema que nos afecta a todos, creyentes y no creyentes. Me pareció oportuno reproducir también, por la similitud de lo que estamos viviendo, el apartado sobre la “ideología de género”, que los obispos españoles publicaron el año pasado en un documento más amplio: La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideologíade género y la legislación familiar. Tengo el convencimiento de que el matrimonio y la familia no sólo no son “causas perdidas”, sino que es por medio de estas sagradas instituciones por donde vendrán los tiempos mejores que todos deseamos. Dicho con otras palabras: el matrimonio y la familia nos llevarán a un auténtico Valle de la vida. A las personas homosexuales sólo quiero decirles que cuentan con toda mi comprensión y afecto. Entiendo que no pocas veces han sufrido injustas discriminaciones, que deben desaparecer. La Iglesia Católica defiende el matrimonio y, al mismo tiempo, atiende y cuida a sus fieles homosexuales – sin perjuicio de la valoración moral sobre las conductas– y sabe bien que son muchos los que sufren por la orientación de sus vidas. Rezo por ustedes, para que puedan realizar plenamente el proyecto que Dios tiene para cada uno de sus hijos. Abrigo la esperanza, en fin, de que lo que he escrito con respeto a todos, sea recibido con el mismo espíritu. + Mons. Jaime Fuentes Obispo de Minas 1. Parecería que hay distintas clases de matrimonio y de familia. Para usted, ¿qué es el matrimonio? El matrimonio es tan natural como el sol o el aire, desde siempre está ahí: un hombre y una mujer se quieren y, naturalmente, quieren darse el uno al otro y, espontáneamente también, desean prolongar su amor trayendo hijos al mundo. Tan natural y, al mismo tiempo, tan extraordinario es esto que en todas las culturas se celebra de manera especial, con gran alegría, la constitución de un nuevo matrimonio: lo que se festeja es nada menos que el misterio del amor y el misterio que supone la capacidad de dar la vida que lleva consigo. Por esto, entiendo que no es lógico preguntar “para usted qué es el matrimonio”: es como preguntar “para usted qué es el aire que respira”. Nadie ha inventado el matrimonio, ninguna religión, ninguna sociedad, ningún Estado. La naturaleza ha dispuesto que haya solamente dos sexos y que la atracción mutua que se da entre ellos, los lleve a querer compartir la vida y prolongar su amor en los hijos. Esto es el matrimonio y no es posible cambiarlo, como tampoco se puede cambiar la ley de la gravedad. 2. Lo que usted está diciendo, entonces, es que sólo pueden contraer matrimonio los hombres con las mujeres. Exactamente, esto es lo que quiero decir y es lo que refleja la misma palabra, matrimonio. Viene del latín mater, que quiere decir madre, y munus, que significa oficio, papel… En definitiva, matrimonio quiere decir apertura a la maternidad, hecho que sólo puede darse mediante la unión sexual entre un hombre y una mujer. Añadiría que la dignidad propia del varón y de la mujer, reclama que sea monógamo, es decir, de uno con una. Esta nota no ha estado ni está hasta hoy clara en todas las civilizaciones; sí lo ha estado siempre en el cristianismo. Por otra parte, hay que tener en cuenta que los hijos generan relaciones interpersonales estables y permanentes: mi hijo/a, mi padre, mi madre son para siempre. El desarrollo armónico de su personalidad, así como la realización plena de quienes contraen matrimonio, hacen que la fidelidad mutua sea también una característica propia del matrimonio y motivo de gran celebración: en todas partes los esposos, sus hijos y sus nietos festejan felices sus Bodas de Plata o de Oro. 3. Todo eso está muy bien, pero es un hecho que hay personas homosexuales que también quieren vivir juntos, tener hijos adoptados o por medios de fecundación artificial, y se sienten discriminados porque no se les permite casarse. Efectivamente, hay minorías entre las personas homosexuales que reclaman el derecho al matrimonio: una prueba es el proyecto que la Cámara de senadores de nuestro país se dispone a votar próximamente, después de ser aprobado por la de diputados. A mi modo de ver, aquí hay un malentendido, desde el momento en que el matrimonio, como dije, sólo puede darse entre personas de distinto sexo. Pretender igualar las uniones homosexuales con el matrimonio, es un contrasentido que tendría, en mi opinión, graves consecuencias. 4. ¿A qué se refiere? Me refiero, en primer lugar, a lo que señala nuestra Constitución en su artículo 40: “la familia es la base de nuestra sociedad. El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad”. Estamos hablando de la Constitución nacional, la Ley fundamental de nuestra organización como sociedad. En ella se define a la familia como la célula primaria de nuestro ser nacional. Desde que en 1907 se introdujo el divorcio en la sociedad uruguaya, es un hecho que la familia fundamentada en el matrimonio va camino de ser una rara avis, con las consecuencias que esto trae consigo y que son moneda corriente entre nosotros: incomprensiones entre padres e hijos, crecimiento exponencial de las uniones de hecho por miedo al compromiso matrimonial, natalidad estancada, desarrollo afectivo desordenado en los hijos de padres divorciados… La ley que se pretende aprobar ahora, que permitiría también la adopción de niños por parte de las parejas homosexuales, ¿contribuirá a mejorar una realidad social como la que vivimos? 5. Pero, más en concreto, ¿en qué perjudicaría al matrimonio y a la familia la equiparación de las uniones homosexuales con el matrimonio? Bueno, imagínese lo que sucedería en el campo económico, por ejemplo, si se pone en circulación una moneda falsa. O, en el terreno educativo, si una institución no universitaria fuera considerada una universidad. O, en el terreno financiero, si una entidad no bancaria fuera considerada un banco. Nadie permitiría estas cosas, por obvias razones. Por otra parte, si el matrimonio y las uniones homosexuales son realidades diferentes, lo lógico y justo es que tengan un tratamiento jurídico diferente. Tanto los varones como las mujeres tienen derecho a exigir su derecho a la diferencia. La equiparación legal de las uniones homosexuales con el matrimonio, llevaría a la desaparición legal del matrimonio y, de hecho, esta institución esencial perdería toda utilidad en la ordenación de la sociedad y como referencia jurídica y ética para la vida de las personas. Si se hiciera depender al matrimonio de la voluntad legislativa, iríamos barranca abajo como sociedad, puesto que todo, ¿por qué no?, podría ser matrimonio: la unión de dos o tres mujeres; dos hombres y una mujer; varias mujeres y varios hombres… 6. ¿Y qué pasa entonces con los sentimientos? Si un hombre quiere a otro hombre o una mujer a otra mujer y quieren vivir juntos, ¿por qué no van a poder casarse? Pienso que hay que tener en cuenta que la función del Derecho no es proteger los sentimientos de las personas, sino garantizar las instituciones. Legislar sobre la amistad, por ejemplo, sería un absurdo, es algo que no tiene interés público. De igual manera, desde el punto de vista jurídico, el matrimonio que se contrae no legaliza el amor de los contrayentes, sino su unión sexuada, es decir, la entrega y la recepción mutua de varón y mujer en su masculinidad y feminidad. A su vez, lo que protege la ley son sobre todo las obligaciones patrimoniales (obligaciones alimentarias, sociedad conyugal y sucesión) a que da lugar el matrimonio. Con la ley de uniones concubinarias, estas obligaciones patrimoniales están casi equiparadas a las del matrimonio y en ella se incluyen las parejas homosexuales que deciden ampararse en esa ley. Los últimos datos que conozco, dicen que el número de éstas ha sido muy inferior al que se pensaba al aprobarse la ley. ¿A qué viene, si no es por un motivo ideológico, la pretensión de igualar las uniones homosexuales con el matrimonio? 7. Pero negarle el matrimonio a las personas homosexuales, ¿no es una discriminación? Pienso que no lo es, desde el momento en que la institución matrimonial, por su propia naturaleza, se corresponde con la unión de un hombre con una mujer. Comparto completamente, insisto, la legítima aspiración a erradicar la injusta discriminación de las personas que tienen una orientación homosexual, pero el fin no justifica los medios: el respeto a una determinada orientación sexual, que lleva a mantener unas relaciones ajenas al matrimonio, no puede obligar a reconocer la posibilidad de contraerlo. El derecho humano a casarse es sólo del varón con una mujer, y de la mujer con un varón. La Corte Constitucional italiana definió, en este sentido, la constitucionalidad de la ley que establece que el matrimonio debe ser celebrado entre personas de diferente sexo. La Corte Europea de Derechos Humanos, a su vez, en junio de 2010 resolvió también que no existe un derecho humano al casamiento entre personas del mismo sexo; que el derecho al matrimonio es de un varón en relación con una mujer, y de una mujer con un varón, y que los distintos países no pueden ser forzados en sentido contrario. Los tribunales francés, alemán o español han dicho lo mismo. 8. Bueno, pero el concepto de “familia” puede cambiar, la sociedad evoluciona… Las sociedades evolucionan y las palabras también, pero la realidad humana es la de siempre: en nuestra especie hay hombres y mujeres, y solo la unión de uno con una genera la vida. Pretender a través de las leyes cambiar la naturaleza humana, forzando las palabras y los conceptos es una tentación, a mi modo de ver, totalitaria. 9. ¿Pero qué problema hay en cambiar los artículos del Código Civil que regulan el matrimonio entre personas de diferente sexo y aplicar esas normas a la convivencia homosexual? Pienso que una cosa es la “historicidad” del sentido que tiene un texto jurídico, y otra muy distinta relativizar su contenido hasta vaciarlo de sentido. Si la Constitución habla de “la familia” y de “los hijos” e impone al Estado la obligación de protegerlos, es obvio que se refiere a uniones estables de un hombre y una mujer. 10. Queda claro que el Derecho exige que el matrimonio sea entre un varón y una mujer, lo cual quiere decir que esta institución está intrínsecamente unida a la procreación. Pero ¿qué pasa con los matrimonios que no tienen hijos? ¿Dejan de ser matrimonios? No, no es así. Las leyes humanas no son leyes físicas, que se cumplen en el cien por ciento de los casos. Las leyes que hacen los parlamentos se hacen teniendo en cuenta lo que suele pasar, lo que es habitual. La familia se regula en clave de protección –y la mayor de las protecciones, desde el momento en que está protegida por la Constitución de la República–, porque con ella se forma el ambiente ecológicamente más idóneo para la transmisión y el sano desarrollo de la vida, aunque de hecho no ocurra así en todos los casos. Es obvio que las personas que se casan después de una determinada edad no pueden tener hijos, o que muchas parejas querrían tenerlos y no pueden, y que otros, pudiendo tenerlos, no quieren. Pero estos son casos particulares que no afectan al principio general del que hablamos. 11. Pero si las parejas homosexuales pudieran adoptar niños o tenerlos por técnicas de reproducción asistida, ¿no serían una familia igual a las matrimoniales? Creo que no es difícil darse cuenta de que el hecho de que un niño sea introducido en una convivencia homosexual, no cambia la naturaleza de ésta para convertirla en matrimonial. Por lo demás, es verdad que se está extendiendo entre las parejas homosexuales el uso de “madres de alquiler” para tener hijos: la prensa acaba de informar que Elton John (65) y su compañero, David Furnish (50), por segunda vez han sido “padres” usando este sistema. Me pregunto si el hecho en sí de darles la vida de ese modo, no hace de estos niños un “objeto”; hecho con todo el cariño del mundo, no lo dudo, pero objeto al fin. Dicen que todavía es pronto para conocer estadísticamente cómo evolucionan los niños que llegan al mundo por este camino y también los que crecen en el ámbito de una pareja homosexual. No obstante, hay datos concretos que demuestran, absolutamente, que no es lo mismo. 12. ¿Entonces las parejas homosexuales no tienen derecho a adoptar niños? La verdad es que nadie tiene derecho a adoptar, ni los homosexuales ni los heterosexuales. La adopción es darle una familia a un niño, y no un niño a una familia. La adopción se plantea cuando al niño le faltan el padre y la madre y su objeto es darle, si es posible, lo que le falta, es decir, un padre y una madre. Pienso que la adopción no es un tema de derecho de los adultos, sino de derecho de los niños. 13. ¿Quiere decir que dos homosexuales no pueden ser buenos padres? Pienso que dos homosexuales pueden ser dos buenos padres, pero nunca van a ser una madre, ni buena ni mala. Lo mismo que dos lesbianas: pueden ser dos buenas madres, pero nunca serán un padre. Y el niño tiene derecho a lo que es motivo de su adopción: tener un padre y una madre. 14. Si las parejas homosexuales no pudieran casarse, ¿no podrían tener los mismos derechos que los matrimonios? El matrimonio y la familia han gozado desde siempre de unos derechos, que son consecuencia de su carácter de institución socialmente eficaz, por su apertura a la vida en un contexto de compromisos duraderos. Dice la experiencia que esto no es lo propio de las uniones de personas del mismo sexo. A su vez, no se ve por qué esos derechos se deberían conceder a las parejas homosexuales, en clara discriminación de las personas que conviven y comparten todo pero no son homosexuales. Por ejemplo: dos mujeres viven juntas, se apoyan mutuamente… ¿Sólo tendrían esos derechos si se declaran lesbianas? No parece que sea razonable. 15. Y si no se casan, ¿no se debería regular de alguna forma el régimen jurídico de las parejas homosexuales? Es algo que debería resolverse al margen de la institución matrimonial, que siempre ha sido y deberá seguir siendo lo que es: la unión estable y abierta a la vida entre un hombre y una mujer. LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO Los antecedentes Los antecedentes de esta ideología hay que buscarlos en el feminismo radical y en los primeros grupos organizados a favor de una cultura en la que prima la despersonalización absoluta de la sexualidad. Este primer germen cobró cuerpo con la interpretación sociológica de la sexualidad llevada a cabo por el informe Kinsey, en los años cincuenta del siglo pasado. Después, a partir de los años sesenta, alentado por el influjo de un cierto marxismo que interpreta la relación entre hombre y mujer en forma de lucha de clases, se ha extendido ampliamente en ciertos ámbitos culturales. El proceso de “deconstrucción” de la persona, el matrimonio y la familia, ha venido después propiciado por filosofías inspiradas en el individualismo liberal, así como por el constructivismo y las corrientes freudo-marxistas. Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Después, la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado “amor libre”. Luego, la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la “producción” de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la “sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico sin relevancia antropológica. El cuerpo ya no hablaría de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee. Descripción de la ideología Así se ha llegado a configurar una ideología con un lenguaje propio y unos objetivos determinados, de los que no parece estar ausente la intención de imponer a la sociedad una visión de la sexualidad que, en aras de un pretendido “liberacionismo”, “desligue” a las personas de concepciones sobre el sexo, consideradas opresivas y de otros tiempos. Con la expresión “ideología de género” nos referimos a un conjunto sistemático de ideas, encerrado en sí mismo, que se presenta como teoría científica respecto del “sexo” y de la persona. Su idea fundamental, derivada de un fuerte dualismo antropológico, es que el “sexo” sería un mero dato biológico: no configuraría en modo alguno la realidad de la persona. El “sexo”, la “diferencia sexual” carecería de significación en la realización de la vocación de la persona al amor. Lo que existiría –más allá del “sexo” biológico– serían “géneros” o roles que, en relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo en un contexto cultural determinado y dependiente de una determinada educación. “Género”, por tanto, es, según esta ideología un término cultural para indicar las diferencias socioculturales entre el varón y la mujer. Se dice, por eso, que es necesario distinguir entre lo que es “dado” por la naturaleza biológica (el “sexo”) y lo que se debe a las construcciones culturales “hechas” según los roles o tareas que cada sociedad asigna a los sexos (el “género”). Porque –según se afirma–, es fácil constatar que, aunque el sexo está enraizado en lo biológico, la conciencia que se tiene de las implicaciones de la sexualidad y el modo de manifestarse socialmente están profundamente influidos por el marco sociocultural. Se puede decir que el núcleo central de esta ideología es el “dogma” pseudocientífico según el cual el ser humano nace “sexualmente neutro”. Hay –sostienen– una absoluta separación entre sexo y género. El género no tendría ninguna base biológica: sería una mera construcción cultural. Desde esta perspectiva, la identidad sexual y los roles que las personas de uno y otro sexo desempeñan en la sociedad son productos culturales, sin base alguna en la naturaleza. Cada uno puede optar en cada una de las situaciones de su vida por el género que desee, independientemente de su corporeidad. En consecuencia, “hombre” y “masculino” podrían designar tanto un cuerpo masculino como femenino; y “mujer” y “femenino” podrían señalar tanto un cuerpo femenino como masculino. Entre otros “géneros” se distinguen: el masculino, el femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el bisexual, el transexual, etc. La sociedad atribuiría el rol de varón o de mujer mediante el proceso de socialización y educación de la familia. Lo decisivo en la construcción de la personalidad sería que cada individuo pudiese elegir sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias. Con esos planteamientos no puede extrañar que se “exija” que a cualquier “género sexual” se le reconozcan los mismos derechos. De no hacerlo así, sería discriminatorio y no respetuoso con su valor personal y social. Sin necesidad de hacer un análisis profundo, es fácil descubrir que el marco de fondo en el que se desenvuelve esta ideología es la cultura “pansexualista”. Una sociedad moderna –se postula– ha de considerar bueno “usar el sexo” como un objeto más de consumo. Y si no cuenta con un valor personal, si la dimensión sexual del ser humano carece de una significación personal, nada impide caer en la valoración superficial de las conductas a partir de la mera utilidad o la simple satisfacción. Así se termina en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el nihilismo más absoluto. No es difícil constatar las nocivas consecuencias de este vaciamiento de significado: una cultura que no genera vida y que vive la tendencia cada vez más acentuada de convertirse en una cultura de muerte. Difusión de la ideología de género Conocidos son los caminos que han llevado a la difusión de esta manera de pensar. Uno de las más importantes ha sido la manipulación del lenguaje. Se ha propagado un modo de hablar que enmascara algunas de las verdades básicas de las relaciones humanas. Es lo que ha ocurrido con el término “matrimonio”, cuya significación se ha querido ampliar hasta incluir bajo esa denominación algunas formas de unión que nada tienen que ver con la realidad matrimonial. De esos intentos de deformación lingüística forman parte, por señalar solo algunos, el empleo, de forma casi exclusiva, del término “pareja” cuando se habla del matrimonio; la inclusión en el concepto de “familia” de distintos “modos de convivencia” más o menos estables, como si existiese una especie de “familia a la carta”; el uso del vocablo “progenitores” en lugar de los de “padre” y “madre”; la utilización de la expresión “violencia de género” y no la de “violencia doméstica” o “violencia en el entorno familiar”, expresiones más exactas, ya que de esa violencia también son víctimas los hijos. Esa ideología, introducida primero en los acuerdos internacionales sobre la población y la mujer, ha dado lugar después a recomendaciones por parte de los más altos organismos internacionales y de ámbito europeo que han inspirado algunas políticas de los Estados. Da la impresión de que, como eco de esas recomendaciones, se han tomado algunas medidas legislativas a fin de “imponer” la terminología propia de esta ideología. Constatamos con dolor que también en nuestra sociedad los poderes públicos han contribuido, no pocas veces, con sus actuaciones a esa deformación. No se detiene, sin embargo, la estrategia en la introducción de dicha ideología en el ámbito legislativo. Se busca, sobre todo, impregnar de esa ideología el ámbito educativo. Porque el objetivo será completo cuando la sociedad –los miembros que la forman– vean como “normales” los postulados que se proclaman. Eso solo se conseguirá si se educa en ella, ya desde la infancia, a las jóvenes generaciones. No extraña, por eso, que, con esa finalidad, se evite cualquier formación auténticamente moral sobre la sexualidad humana. Es decir, que en este campo se excluya la educación en las virtudes, la responsabilidad de los padres y los valores espirituales, y que el mal moral se circunscriba exclusivamente a la violencia sexual de uno contra otro. (…) Las propuestas de la “ideología de género”, llevadas a la práctica en programas de supuesta educación sexual, se han agudizado y extendido recientemente; no pocas veces facilitadas, cuando no promovidas, por la autoridad competente a la que ha sido confiada la custodia y promoción del bien común. Son medidas que, además de no respetar el derecho que corresponde a los padres como primeros y principales educadores de sus hijos, contradicen los principios irrenunciables del Estado de derecho: la libertad de las personas a ser educadas de acuerdo con sus convicciones religiosas y el bien que encarna toda vida humana inocente. Más allá de la “ideología de género” La concepción constructivista del sexo, propia de la “ideología del género”, es asumida y prolongada por las teorías “queer” (raro). Sobre la base de que el “género” es “performativo” y se construye constantemente, proclaman que su identidad es variable, dependiendo de la voluntad del sujeto. Este presupuesto, que lleva necesariamente a la disolución de la identidad sexual y de género, conduce también a defender su transgresión permanente. Subvertir el orden establecido, convertir el “género” en parodia –se afirma– es el camino para construir la nueva sexualidad, acabar con el sexo y establecer un nuevo orden a la medida de las transgresiones. Para alcanzar ese propósito las teorías “queer” abogan por la destrucción de lo que denominan orden “heteronormativo”, se apoye o no en la corporalidad. La idea sobre la sexualidad y los modos o prácticas sexuales no pueden en ningún caso estar sometidos a una normativa, que, por eso mismo, sería excluyente. Cuanto se refiere al sexo y al “género” pertenece exclusivamente a la voluntad variable y cambiante del sujeto. No debe extrañar, por eso, que estas teorías conduzcan inevitablemente al aislamiento y enclaustramiento de la persona, se centren casi exclusivamente en la reivindicación de los derechos individuales y la transformación del modelo de sociedad recibido. Las prácticas sexuales transgresivas se ven, en consecuencia, como armas de poder político. En esta misma línea se encuadra también la llamada teoría del “cyborg” (organismo cibernético, híbrido de máquina y organismo), entre cuyos objetivos está, como paso primero, la emancipación del cuerpo: cambiar el orden significante de la corporalidad, eliminar la naturaleza. Se trata de ir a una sociedad sin sexos y sin géneros, en la que el ideal del “nuevo” ser humano estaría representado por una hibridación que rompiera la estructura dual hombre–mujer, masculino–femenino. Una sociedad, por tanto, sin reproducción sexual, sin paternidad y sin maternidad. La sociedad así construida estaría confiada únicamente a la ciencia, la biomedicina, la biotecnología y la ingeniería genética. El origen y final del existir humano se debería solo a la acción de la ciencia y de la tecnología, las cuales permitirían lograr ese transhumanismo en el que quedaría superada su propia naturaleza (posthumanismo). Debajo, como fundamento de esta deconstrucción del cuerpo, hay un pensamiento materialista y radical, en definitiva inhumano. Inhumano, porque se niega la diferencia esencial entre el ser humano y el animal. Después, porque se niega esa misma diferencia entre los organismos animales-humanos y las máquinas. Y, por último, porque tampoco se admite esa separación esencial entre lo físico y lo “no físico” o espacio cibernético virtual. La dignidad de la persona se degrada hasta el punto de ser rebajada a la condición de cosa u objeto totalmente manipulable. La corporalidad, según esta teoría, no tendría significado antropológico alguno. Y por eso mismo carecería también de significado teológico. La negación de la dimensión religiosa es el presupuesto necesario para poder construir el modelo de hombre y la construcción de la sociedad que se intentan. No es arriesgado afirmar que esta teoría lleva a una idea inhumana del hombre, porque, arrastrada por su concepción del mundo, absolutamente materialista, laicista y radical, es incapaz de reconocer cualquier referencia a Dios. La falta de la ayuda necesaria La falta de un suficiente apoyo al matrimonio y la familia que advertimos en nuestra sociedad se debe, en gran parte, a la presencia de esas ideologías en las políticas sobre la familia. Aparece en distintas iniciativas legislativas que se han realizado en los últimos años. Si exceptuamos algunas ayudas económicas coyunturales, no solo han ignorado el matrimonio y la familia, sino que los han “penalizado”, hasta dejar de considerarlos pilares claves de la construcción social. El matrimonio ha sufrido una desvalorización sin precedentes. La aplicación del popularmente denominado “divorcio exprés” –es solo un ejemplo–, que lo ha convertido en uno de los “contratos” más fáciles de rescindir, indica que la estabilidad del matrimonio no se ve como un bien que haya que defender. Se considera, por el contrario, como una atadura que coarta la libertad y espontaneidad del amor. No cuentan el dolor y el sufrimiento que quienes se divorcian se causan a sí mismos y sobre todo a los hijos cuando, ante los problemas y dificultades que pudieron surgir, se procede con precipitación irreflexiva y se opta por la ruptura de la convivencia. Lo único que importa entonces es una solución “técnicojurídica”. Una muestra clara de la desprotección y falta de apoyo a la familia ha sido la legislación sobre la situación de las menores de edad que quieren abortar sin el consentimiento de los padres. Es evidente que el aborto provocado, con o sin el consentimiento de los padres, es un ataque directo al bien fundamental de la vida humana. Nunca puede afirmarse como un derecho. Siempre es gravemente inmoral y debe ser calificado como un «crimen abominable». Pero llama poderosamente la atención que, a diferencia de las graves restricciones que nuestras leyes imponen a los menores en el uso del tabaco o del alcohol, se promuevan, en cambio, otras leyes que fomentan un permisivismo casi absoluto en el campo de la sexualidad y del respeto a la vida, como si el actuar sobre esos campos fuera irrelevante y no afectara para nada a la persona. De todos son conocidas las consecuencias del aborto para la mujer y la extensión del síndrome postaborto. La experiencia de lo que ha ocurrido con la facilitación del acceso de las menores a la “píldora del día siguiente” habla suficientemente de los resultados a los que se puede llegar con la referida ley sobre el aborto. En contra de lo que el legislador decía prever al promulgar la ley, el aborto no solo no ha disminuido, sino que se ha generalizado. Los ejemplos aducidos permiten concluir que, más allá de las declaraciones de buenas intenciones, no hay, en las políticas que se hacen en nuestro país, un reconocimiento suficiente del valor social del matrimonio y la familia. En cambio, sí se observa una creciente revalorización de uno y otra –a pesar de la presión en contra– por parte de la sociedad. Y eso es, indudablemente, un argumento firme para la esperanza. Nuestros gobernantes deberían escuchar las voces de la sociedad y adoptar las medidas oportunas para otorgar a esas instituciones una protección eficaz. Es evidente, sin embargo, que las medidas que se adopten solo serán útiles si, superando las visiones ideológicas, se centran en la ayuda a la mujer gestante y en la promoción del matrimonio y la familia como realidades naturales. Con frecuencia la Iglesia católica se siente sola en la defensa de la vida naciente y terminal; sin embargo, en este sentido hemos tenido recientemente una buena noticia en el ámbito civil europeo, una luz en medio de la cultura de la muerte: el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha dictado una sentencia que prohíbe patentar los procedimientos que utilicen células madre embrionarias humanas; se decide también que todo óvulo humano, a partir de la fecundación, deberá considerarse un “embrión humano”. Se desmonta así la falsa e ideológica distinción entre embrión y pre-embrión; esta sentencia rebate los fundamentos sobre los que se han promovido al menos cuatro normas legales en España: la del aborto, la de reproducción asistida, la de investigación biomédica y la que permite la dispensación de la “píldora del día después”. Reacción ante la disolución de significados. El camino primero e imprescindible para salir al paso de las consecuencias de esta ideología de género, tan contrarias a la dignidad de las personas, será el testimonio de un amor humano verdadero vivido en una sexualidad integrada. Una tarea que, siendo propia y personal de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, corresponde de un modo muy particular a los matrimonios y familias. Porque son ellos, sobre todo, los que, con el testimonio de sus vidas, harán creíbles a quienes les contemplan la belleza del amor que viven y les une. Nunca se debe olvidar que en todo corazón humano anidan unos anhelos que despiertan siempre ante el bien y la verdad. Se hace necesario, además, recuperar por parte de todos –poderes públicos, docentes, educadores, medios de comunicación, etc.– un lenguaje que sepa distinguir realidades que, por ser diferentes, nunca pueden equipararse. Hay que emplear una terminología y unas formas de expresión que transmitan con claridad y sin ambigüedades lo que realmente son el matrimonio y la familia. De esa manera, con la proposición de la verdad, se contribuirá a descubrir con mayor facilidad la falsedad de los mensajes que se difunden a veces en torno a la sexualidad y el sentido personal de vivirla. Como garantes y promotores del bien común, los gobernantes no deberían dejarse guiar, en la gestión de lo público y social, por la voluntad subjetiva de grupos de presión, pequeños o grandes, fuertemente ideologizados y que solo buscan intereses particulares. Menos aún si el afán que les mueve es construir una sociedad sobre la base de una “ingeniería” que destruye los fundamentos mismos de la sociedad. Por otra parte, el cuidado del bien común, que contempla siempre la tutela de las minorías, exige que, una vez protegidos y promovidos los derechos fundamentales, la atención se centre de un modo muy particular en la solución de los problemas y cuestiones que afectan a la mayoría de los ciudadanos. Entre ellos no está, ciertamente, los que se refieren a la llamada “ideología de género”. En el caso de leyes que no respetaran el bien común, correspondería a todos y cada uno de los miembros de la sociedad hacer notar su disconformidad. Eso, sin embargo, nunca podrá hacerse de cualquier manera. Ese derecho y deber de denuncia, por tener como fundamento el bien común, siempre ha de ejercitarse dentro del respeto del bien que los justifica. Por lo que, si nos atenemos al caso de la legislación actual en España sobre el matrimonio, es un derecho y un deber de los ciudadanos mostrar su desacuerdo e intentar la modificación de la ley que redefine el matrimonio eliminando su contenido específico. Es necesario, una vez más, pedir que el papel insustituible de los padres en la educación de sus hijos sea reconocido a todos los niveles. Más, si cabe, en lo que se refiere al campo de la educación afectivo-sexual, tan relacionado con la intimidad de la persona. Es un derecho y un deber que al Estado corresponde garantizar, y que todos debemos reclamar. De manera particular en momentos como los que atravesamos, cuando nuestro sistema actual deja abierto al gobierno de turno la ideologización de los jóvenes en una sociedad que parece crecer en pasividad ante este asalto contra sus derechos legítimos. Una respuesta activa por parte de los ciudadanos ante este tipo de situaciones contribuirá a un reforzamiento de la sociedad civil, capaz de expresar sus propias convicciones. Será además un modo de participar positivamente en el desarrollo de la sociedad, que solo puede tener lugar si se basa adecuadamente en el bien común. Por eso mismo, en el servicio al bien común, los poderes públicos no pueden desatender esas reclamaciones justas de los ciudadanos, especialmente de los padres y familias en relación con la educación de sus hijos. No pueden caer en la tentación de hacer una política basada en ideologías que contradicen el bien de la persona, a cuyo servicio han de ordenarse siempre la autoridad y la sociedad. «La esperanza no defrauda» (San Pablo a los Romanos, 5, 5) Detrás de la pretendida “neutralidad” de estas teorías se esconden dramas personales que la Iglesia conoce bien. Pero hemos de tener siempre viva la esperanza. El bien y la verdad, la belleza del amor, son capaces de superar todas las dificultades, por muchas y graves que sean. La Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, abre siempre su corazón y ayuda de madre y maestra a todos y cada uno de los hombres. Nadie puede sentirse excluido, tampoco quienes sienten atracción sexual hacia el mismo sexo. Ciertamente el Magisterio de la Iglesia católica enseña que es necesario distinguir entre las personas que sienten atracción sexual hacia el mismo sexo, la inclinación homosexual propiamente dicha («objetivamente desordenada»), y los actos homosexuales («intrínsecamente desordenados»); además, en la valoración de las conductas hay que diferenciar los niveles objetivo y subjetivo. Por eso, una vez más no podemos dejar de anunciar que los hombres y mujeres con atracción sexual hacia el mismo sexo «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta» (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, ns. 2357-2359). No termina ahí la expresión del respeto y estima que se debe a las personas como tales. Nadie debe quedar excluido de la comprensión y ayuda que pueda necesitar. Las personas con atracción sexual hacia el mismo sexo deben ser acogidas en la acción pastoral con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales. Con esa intención hacemos nuestras las palabras de la Congregación para la Doctrina de la Fe: «Los obispos deben procurar sostener con los medios a su disposición el desarrollo de formas especializadas de atención pastoral para las personas homosexuales. Esto podría incluir la colaboración de las ciencias psicológicas, sociológicas y médicas, manteniéndose siempre en plena fidelidad con la doctrina de la Iglesia». Más allá de los medios humanos actúa siempre la gracia del Espíritu Santo, cualquiera que sea la naturaleza del comportamiento que haya tenido lugar, con tal de que uno se arrepienta. Con esa decisión de fondo, si es sincera, se estará en disposición de renovar los esfuerzos por seguir adelante, a pesar de que la lucha resulte difícil e incluso no falten las recaídas: como enseña el Apóstol, «la esperanza no defrauda» (Rom 5, 5).