UNIVERSIDAD DE LOS LAGOS Departamento de Humanidades y Arte REPRESENTANTE LEGAL RECTOR ÓSCAR GARRIDO ÁLVAREZ Director Responsable y Editor Consejo de Redacción EDUARDO BARRAZA JARA PILAR ÁLVAREZ-SANTULLANO BUSCH DIANA KISS DE ALEJANDRO RAÚL AGUILAR GATICA MIGUEL LÓPEZ ASTORGA JAMES PARK KEY Secretario de Redacción y Editor NELSON VERGARA MUÑOZ Consultores Externos JORGE ACEVEDO, Universidad de Chile, Santiago de Chile FERNANDO BURGOS, The University of Memphis, U.S.A. MANFRED ENGELBERT, Georg-August Universität, Göttingen, Alemania DANIEL LAGOS ALTAMIRANO, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile PEDRO LASTRA, Universidad de Nueva York, en Stony Brook, U.S.A. AMADEO LÓPEZ, Universidad de París XNanterre, Francia SERGIO MANSILLA, Universidad Austral de Chile OSVALDO RODRÍGUEZ PÉREZ, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, España HERNÁN URRUTIA, Universidad del País Vasco, España Portada JORGE ZEPEDA ARAYA Asistente Editorial ALEJANDRA P. LINGAY CÁRDENAS Alpha está indexada en Arts and Humanities Citation Index (Thomson Scientific), en The MLA International Bibliography, SciELO-Chile (Conicyt), LATINDEX, EBSCO, PROQUEST, EDITORIAL OCEANO, Servicios de Información Internacional (IIS), CLASE, DIALNET y aparece en The Directory of Periodicals (USA). Para petición de ejemplares, información, envío de originales y suscripciones, dirigirse al Secretario de Redacción, Mg. Nelson Vergara Muñoz, Avda. Fuchslocher 1305 - Casilla 933, Osorno, Chile. Teléfonos: (56-64) 333139, 333583, o 333110, 333398 - Fax (56-64) 333298, e-mail: nvergara@ulagos.cl Para canje, dirigirse a Teresa Mancilla, encargada del Servicio de Hemeroteca de la Universidad de Los Lagos, Campus Chuyaca, Casilla 933, Osorno, Chile. E-mail: mtmancil@ulagos.cl Suscripción anual (dos números) $ 20.000, nacional; US$ 50, internacional. Costo incluye envío por correo ordinario. 2 ÍNDICE PRESENTACIÓN 5 ARTÍCULOS ADOLFO DE NORDENFLYCHT. Valparaíso, poéticas fundacionales: Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha. 9 CLAUDIO MAÍZ. La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos: el ejemplo del modernismo hispanoamericano. 23 EDUARDO AGUAYO. Octavio Paz y el accidente como imagen del mundo. 43 MAGDA SEPÚLVEDA. La derrota de los pobladores: Cuevas, Zurita, Formoso. 55 MARIANA LIBERTAD SUÁREZ. Ver y ser visto: la metáfora de la mirada en El perro de la escribana, de María Luisa Mendoza. 71 KRISTOV CERDA. Farabeuf: Escribir el cuerpo. 85 JORGE LAGOS. Postcolonialidad y descolonialidad en Loco afán. Crónicas de sidario de Pedro Lemebel. 105 FELIPE JOHNSON. El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto. 115 RUBÉN LEAL. La idea de “vivido-proyectado”. Un criterio para interpretar las relaciones intersubjetivas en el campo de las ciencias sociales. 131 ALEX ESPINOZA Y MARCELO DÍAZ. La participación de los entes inobservables en el problema cuerpo-mente. Armonía entre el intelecto y la naturaleza. 147 MARIELA INSÚA. El retrato del periodista en la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi. 159 CARLOS MATA. La guerra de Arauco en clave alegórica: el auto sacramental de La Araucana. 171 ÁLVARO BARAIBAR. Lope de Aguirre: La construcción de una imagen del poder. 187 JULIÁN DÍEZ. Los marañones y la polémica de la conquista: Retórica e ideas políticas en la carta de Lope de Aguirre a Felipe II. 201 CRISTINA TABERNERO. Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII. 215 IGNACIO ARELLANO. Noticias de Juan Recio de León, descubridor y repoblador en Tipuane, Chunchos y Paitite (actual Bolivia). 233 3 ANDRÉS EICHMAN. Votos a favor del regalismo en el alto clero charqueño (siglo XVII). 245 PABLO QUISBERT. Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía de Fernangil en la Villa Imperial de Potosí. 257 RESEÑAS Pedro Lastra. Diálogos del porvenir. (Juan Gabriel Araya). 273 Liliana Pualuan. Viajes al entremundo. (Ewald Weitzdörfer). 274 José Leandro Urbina. Camilo Henríquez. El sueño ilustrado. (Marcelo Sanhueza). 276 Marcos García de la Huerta. Memorias de Estado y Nación. (Jorge Gaete Lagos). 279 Información para los autores. 283 4 PRESENTACIÓN Alpha Nº 33 reúne en esta ocasión los artículos habituales de nuestros colaboradores y una sección monográfica sobre Sociedad y Literatura Colonial que muestra el resultado de los proyectos en curso que lleva a cabo GRISO, el Grupo de Investigaciones sobre el Siglo de Oro de la Universidad de Navarra (Pamplona). Por esta vía, Alpha propicia una relación académica internacional y consolida las bases disciplinarias y fundacionales que le ha correspondido aportar a nuestra Universidad desde el año 1985. En esta ocasión, Adolfo de Nordenflycht describe el proceso de fundar poéticamente a Valparaíso, a partir de sus formantes telúricos y oceánicos según llevan a cabo Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha; Magda Sepúlveda examina el rol de los pobladores como actores sociales en la década de los 70 y los desplazamientos de tal protagonismo según se expresa en poetas como José Ángel Cuevas, Raúl Zurita y Christian Formoso, en tanto que Eduardo Aguayo efectúa una particular lectura del concepto de “accidente” en la poesía y en los ensayos de Octavio Paz desde una perspectiva filosófica y en el contexto del mundo global. En la narrativa, Mariana Libertad Suárez analiza El perro de la escribana, novela de María Luisa Mendoza considerando en qué medida la instancia de la enunciación y las mutaciones del narrador participan en la reconstrucción de la memoria familiar; por su parte, Kristov Cerda aborda Farabeuf de Salvador Elizondo, como un intento de explorar las posibilidades semióticas de la materialidad humana a partir de la escritura del cuerpo, en tanto que Jorge Lagos postula algunos rasgos del pensamiento postcolonial y descolonial que Pedro Lemebel pone de manifiesto en Loco afán. Crónicas de sidario. En lo que concierne al ensayo, propiamente tal, Claudio Maíz indaga sobre la eficacia de las redes en la transferencia de tópicos culturales, tomando como referencia el modernismo hispanoamericano. En cuanto al ensayo de orientación filosófica, Felipe Johnson propone una ontología de la corporalidad, considerando que a partir del cuerpo se lleva a cabo un despliegue del mundo concreto; a su vez, Rubén Leal propone la idea de lo “vivido-proyectado” como un criterio para interpretar las relaciones intersubjetivas del actor en el proceso de articulación de sus vivencias, mientras que Alex Espinoza y Marcelo Díaz sustentan la pertinencia de una participación de los entes inobservados en el problema cuerpo-mente y cuyos efectos se traducen en una armonía entre el intelecto y la naturaleza. En la sección monográfica sobre Sociedad y Literatura Colonial, que ha co-editado GRISO, Mariela Insúa estudia la relación entre público y lector conforme al rol del periodista que proclama en su momento José Joaquín Fernández de Lizardi, mientras que Carlos Mata Induráin examina el modo como la guerra de Arauco es escenificada en clave alegórica en La Araucana, 5 un auto sacramental atribuido a Lope de Vega. Por su parte, Cristina Tabernero describe los aportes de las lenguas indígenas en ocho crónicas de Indias y sus efectos en la nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII. Desde una perspectiva historiográfica, Álvaro Baraibar y Julián Díez Torres estudian las cartas de Lope de Aguirre en las cuales este caudillo proclama su alzamiento, da cuenta de sus ideas políticas y revela una polémica entre el poder y la autoridad en el periodo colonial, debate que en el siglo XVII tiene una versión particular en el alto clero de Charcas (actualmente, ciudad de Sucre en Bolivia) a propósito del “regalismo”, doctrina que busca armonizar las potestades civiles y eclesiásticas, asunto que estudia Andrés Eichmann. A su vez, Ignacio Arellano proporciona antecedentes de Juan Recio de León, cronista, descubridor y repoblador en Tipuane, Chunchos y Paitite ––regiones de la actual Bolivia–– en tanto que Pablo Quisbert ofrece un retrato biográfico de Diego Mexía de Bernangil, poeta, comerciante y vecino ilustrado de la ciudad colonial de Potosí, en Bolivia. Las reseñas de Alpha Nº 33 presentan precisas valoraciones de la poesía reciente de Pedro Lastra, en sus Diálogos del porvenir y de la propuesta poética de Liliana Pualuan en sus Viajes al entremundo, aparte de las perspectivas historiográficas, políticas y culturales que se hacen presente en los estudios de José Leandro Urbina en Camilo Henríquez. El sueño ilustrado y de Marcos García de la Huerta en Memorias de Estado y Nación. Si el Alto Azor de Huidobro proclama que nació a los 33 años, para luego emprender su viaje en paracaídas, Alpha Nº 33 espera que, en esta etapa, el suyo sea un vuelo continuo en “para-subidas”, empresa en que nos veamos acompañados por el grato aporte y profundo recuerdo de sus fundadores, de sus constantes colaboradores y del actual Comité Editorial de esta publicación. 6 ARTÍCULOS 7 8 9-21 VALPARAÍSO, POÉTICAS FUNDACIONALES: GONZALO ROJAS, PABLO NERUDA Y PABLO DE ROKHA1 Valparaíso, Foundational Poetics: Gonzalo Rojas, Pablo Neruda and Pablo de Rokha Adolfo de Nordenflycht Bresky* Resumen Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha, poetas residentes ocasionales de Valparaíso, produjeron textos que manifiestan una disposición fundacional, en el sentido de que poetizan aquello que, desde la mirada de cada poeta, le da fundamento a la ciudadpuerto. El trabajo examina esos textos, advirtiendo en ellos una poética que articula la conciencia acerca del poder instituyente de la palabra con las representaciones del espacio de Valparaíso construidas a partir del diálogo entre el imaginario “geocultural” local y el imaginario poético individual. Palabras clave: Poéticas fundacionales, Imaginario, Valparaíso, Espacio representado, Constelación poética. Abstract Gonzalo Rojas, Pablo Neruda and Pablo De Rokha, occasional residents of Valparaiso, produced texts which demonstrate a foundational disposition, in the sense that they poeticize what, from the perspective of each poet, gives the basement foundation for the city-port. The work examines these texts, warning in them a poetics that articulates the consciousness of the instituting power of the word with the representations of the space of Valparaiso, constructed from the dialogue between the local “geocultural” imaginary and the individual poetic imaginary. Key words: Foundational poetics, Imaginary, Valparaíso, represented space, Poetic constellation. INTRODUCCIÓN: DE LA CIUDAD INFUNDADA A LOS TEXTOS FUNDANTES En el imaginario colectivo de Valparaíso ha persistido la percepción de que la ciudad nunca fue fundada, si bien entre historiadores y cronistas existe disparidad de ideas. Así, Le Dantec (2003) señala que “[D]es de antiguo ha sido motivo de discusión si hubo fundación de Valparaíso o no la hubo” (18), llegando “decididamente al convencimiento de que hubo fundación” en 1536, basándose en la expresión de Pedro Valdivia al expedir el título de teniente de mar para Juan Bautista Pastene en 1554: “Ahora y de nuevo nombro y señalo que este puerto de Valparaíso”, documento que conduce a Le Dantec a determinar que “Valdivia no hacía otra cosa 1 Este artículo ha sido elaborado en el marco del Proyecto Fondecyt N° 1085201 “Constelaciones del imaginario local en la literatura de Valparaíso (1888-1989): Procedencias y emergencias para una historia efectiva”, del cual el autor es investigador responsable. Adolfo de Nordenflycht que reconocer que Valparaíso ya había sido fundado antes […] por Diego de Almagro en los primeros días de septiembre de 1536” (19). Por su parte, Sáez (2001), revisando estos mismos y otros documentos, y en especial estudiando la expresión adverbial “de nuevo”, concluye que “la segunda ciudad de nuestra República no fue 2 fundada ni por Almagro, ni por Valdivia, ni después” (47). Al margen de la discusión de si el puerto fue nombrado y la ciudad nunca fundada, el hecho es que en 1797 y tras haber quedado olvidada por años en alguna repartición peninsular, se solicita al rey que se otorgue a Valparaíso el título de ciudad, lo que no ocurrió sino en 1802, no obstante la designación sólo llegó en 1811, tomando conocimiento de ella el ya existente Congreso Nacional de Chile el que confirmó el título expedido por real cédula. Estas circunstancias parecen haber fermentado en el imaginario urbano local, en el que ha seguido presente la apreciación de que Valparaíso no fue fundado, fenómeno que no ha dejado de llamar la atención en ciertos poetas que han incorporado la representación del espacio de Valparaíso en algunos de sus textos, asumiendo dialécticamente la relación entre la “mirada” del significado3 provista por el imaginario diferencial del poeta y el imaginario colectivo local, “más allá del 4 reconocimiento racional, o no, de los habitantes”, en tanto que el poema condensa en sus imágenes “lo que Moles llama la „fuerza problemática‟”, esto es “la capacidad de una entidad imaginaria de incitar, de dirigir la búsqueda” (Durand, 2003:147). En distintos períodos ––y por diversas circunstancias–– Neruda, De Rokha y Gonzalo Rojas estuvieron viviendo de paso en Valparaíso, y produjeron diversos textos asociados con su visión de la ciudad-puerto, en un tiempo en que el imaginario social derivaba insensiblemente hacia la nostalgia y lo pintoresco, en medio de una generalizada percepción de declive y decadencia en el sentimiento colectivo de sus habitantes, que parecía reclamar la articulación de un nuevo estadio del imaginario que ofreciera posibilidades identificadoras cuando se perdía aquel imaginario prometeico de la filantropía y 2 Sáez explica que “[T]oda fundación de ciudades durante la Conquista iba acompañada por una serie de actos solemnes que eran inseparables de la ceremonia de fundación. Tales son el nombramiento de autoridades políticas y judiciales, instalación de la horca y del rollo, símbolos de la justicia; planificación de la ciudad, división de ella en solares y asignación de propiedades a los principales caballeros españoles. Nada de eso encontramos en el año 1536 ni después (2001:44). 3 Tomamos la expresión de Durand, quien señala que el “texto revela en sus „profundidades‟ un „ser pregnante‟ ––utilizo la expresión de Ernst Cassirer–– que funda su interés por el lector o el auditor. […] Pues bien, detrás de los significantes de superficie, pasibles de todos los juegos del semiótico, se oculta la „mirada‟ del significado” (2003:154). 4 Cfr., Adolfo de Nordenflycht. “Quiñónez: poeta, olvidado y porteño (literaturas regionales e imaginarios geoculturales en Chile)”, en Estudios Filológicos, Nº 38 (2003:49-59). En nota al pie, De Nordenflycht puntualiza que “es la poesía la que ilumina creativamente ese imaginario colectivo, incluso para los propios habitantes que conocen la localidad, pero a los que la manifestación poética les señala su identidad (imaginaria) sustantiva, más allá de pintoresquismos y cálculos razonables”. Wallace Stevens sostiene: “Las palabras son pensamientos, y no sólo nuestros pensamientos, sino los pensamientos de hombres y mujeres que ignoran lo que ellos mismos están pensando” (1994:32). 10 Valparaíso, poéticas fundacionales: Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha el anarquismo, que se correspondía con la ciudad pionera del progreso y la modernización, no solamente a nivel nacional, sino de toda la costa del Pacífico Sur, como lo fuera Valparaíso en el siglo XIX y comienzos del XX. Entre los textos escritos por estos poetas hemos fijado nuestra atención en aquellos que podrían considerarse como textos fundantes o fundacionales, no en el sentido de ser las primeras manifestaciones de la práctica literaria de Valparaíso, sino en cuanto se trata de textos que toman conciencia del poder “político” de la palabra poética instituyente5 que da lugar a la experiencia de una comunidad histórica, que “eleva la naturaleza” y su acontecer en un territorio “al nivel de la historia y del espíritu” (Deleuze, en línea). Se trata entonces de poéticas fundacionales de la ciudad-puerto, en tanto que se incorporan a una eventual historia efectiva ––según la concibe Foucault (1988)–– de la literatura de Valparaíso, la cual requiere determinar las modalidades de presencia del imaginario “geocultural” local y el diálogo proyectivo y heurístico que establece con el imaginario poético individual. Estos textos son: “Fundación de Valparaíso” de Miseria del hombre (1948) de Gonzalo Rojas; “El fugitivo” de Canto general (1950), las “Odas” en que se refiere a Valparaíso y otros poemas incluidos en La barcarola y Plenos poderes de Pablo Neruda y, finalmente, “Oceanía de Valparaíso” de Estilo de masas (1965) de Pablo de Rokha. Para estos poemas proponemos una lectura que se sustenta en el propósito de reconocerlos en el marco de lo que Solar (6) considera “una historia aparte”, al referirse a la literatura de Valparaíso en relación con la desarrollada en la metrópoli; expresión que, desde nuestro punto de vista,6 deja en evidencia que el proceso de incorporación a la modernidad de los diversos espacios (sub)nacionales se llevó a cabo no sin subrepticios y enconados pleitos por el poder simbólico legitimador, correlativo a la unificación totalizante y homogeneizadora, que asume sin mayores cuestionamientos las manifestaciones de una única identidad “nacional” cultural, deponiendo o posponiendo las distinciones locales; distinciones cuyo reconocimiento no significa desconocer la producción instaurada como nacional, pues lo local “a su vez se inscribe en una realidad estructural, cuya lógica de funcionamiento trasciende las pautas locales” (Di Pietro, 2001:23). En todo caso, sostenemos que el relevamiento de 5 Vattimo (1992), señala que la concepción de la poesía como evento fundante de un mundo histórico tiene un énfasis romántico que abandona la referencia a contenidos sentimentales en la relación poesía/realidad, y que corresponde luego a una “orientación general de las poéticas del siglo XX, y ante todo de las vanguardias históricas”. No obstante, reconoce que Heidegger, en su comentario el verso de Hölderlin “Lo que dura, lo fundan los poetas”, al teorizar sobre el carácter fundante de la poesía “tiene el mérito de haber explicitado hasta el final las bases ontológicas de sus revoluciones, mostrando qué concepción del ser es preciso «adoptar» si se quiere verdaderamente salir de la mentalidad representativa de la metafísica”. 6 Solar no ofrece mayor explicación para su afirmación, limitándose a señalar que “[C]ada uno tiene la suya. Dejémoslo así. Es lo que justifica estas „Anotaciones para una Historia Aparte‟” (2001:6). 11 Adolfo de Nordenflycht las literaturas locales en su diferencialidad requiere determinar las modalidades de presencia del imaginario “geocultural” (Kusch, 2000) en la producción de escritores ligados a espacios locales que permita postular una historia efectiva, la que al decir de Foucault “no busca reconstruir el centro único del que provenimos, esa primera patria donde los metafísicos nos prometen que volveremos; intenta hacer aparecer todas las discontinuidades que nos atraviesan” (1988:67-68). De manera análoga, creemos que las entidades culturales locales llegan a ser las discontinuidades de la centralidad nacional homogeneizante, cuyas historias se articulan en dispositivos discontinuos, constelaciones, de comunidades que como señala Anderson deben distinguirse “por el estilo con el que son imaginadas” (1993:24). Estilo que, para el caso de las determinaciones territoriales regionales o locales, proviene de las prácticas del imaginario espacial (De Certeau, 2000:103-115), que las instaura y constituye. Los textos que revisaremos tienen distinta procedencia; fueron escritos en distintos momentos, desde diferentes estéticas y por poetas que la crítica nacional ha determinado como pertenecientes a distintas promociones. No obstante, tienen en común discurrir la experiencia del espacio local de Valparaíso a partir de la que se orientan para postular, a través de alguna figura que concentra la “fuerza problemática”, aquello que en cada caso se manifiesta como fundamento de las aperturas del presente histórico en que se re-configura la dinámica identidad local de Valparaíso. ROJAS: EL MONSTRUO DE VALPARAÍSO “Fundación de Valparaíso” de Rojas es el poema final de Miseria del hombre (1948) y figura como una sección aparte de las cuatro anteriores. Lidia Dapaz, que lee el libro como un viaje de búsqueda, considera que en este poema, Valparaíso es “el signo exterior de una visión y evolución interior, la restauración a un estado paradisíaco, de paz y de cosmos de lo que empezó en un estado de caos” (1995:CXX) desde la primera sección. Entenderlo como llegada al paraíso, justificaría que el poema esté separado del resto en la organización del libro que correspondería al peregrinaje en su búsqueda. Al margen de ello, parece relevante recoger la idea de fundación como restauración del sujeto que se arroga el acto fundacional “a cuatrocientos años de haber sido pisada su playa por el godo” (127), como dice Rojas. Pisada su playa sí, pero no fundada como ciudad conforme a las normas del Derecho monárquico que instauraban la ciudad junto con su denominación, con el acto nombrar que era privativo del discurso del poder de la Corona. Por el contrario, el hablante del poema apela a otro poder que deviene del ámbito de los elementos: “Yo fundo esta ciudad […] en nombre del viento” (127), dice. Se trata entonces de fundar lo existente sólo como realización de un fin natural (lugar de arribo) y otorgarle la calidad de acontecimiento de la historia, volviéndolo infinito e inagotable (ciudad y puerto), esto es dándole fundamento (“Yo fundo esta ciudad en fundamento inconmovible”, reitera) que es lo que hace posible lo dado, en tanto lo condiciona, 12 Valparaíso, poéticas fundacionales: Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha localiza y limita. Fundar, entonces, supone pretender con validez, lo cual exige un derecho que no es el del poder, sino el fundamento, que en el ámbito de la imaginación de la materia para el hablante del poema es la más sutil ––el dinamismo del aire––, pues en el Valparaíso existente “Todo es parte del viento”, afirma: cementerios, hombres, mujeres, tablas, cemento, mar, fuego, calles, mundo. El “anemos” fundador, no es ajeno a una larga tradición que emparienta verbo creador con soplo divino; en tanto que el aire para los mortales es lo que el éter para el mundo supralunar y un medio transmisor de todas las manifestaciones de la energía. Analogía en la que encuentra basamento la asociación entre palabra fundante y epifanía de lo sagrado. No obstante, el poema de Rojas introduce una variante que determina una diferente comprensión al señalar que ese viento, en nombre del que se funda y en el que se concentra reiterativamente todo lo existente como Valparaíso, “sale de las rocas”, “sale de las cosas infladas por el viento”, esto es, de lo terrestre, de la mínima materia que es la arena. “Todo es arena invulnerable. Todo era ilusión. No hubo sobre esta orilla del planeta nadie antes que el viento” (129) “Entonces tomo posesión del aire y de las rocas temporales” (129). De manera que el movimiento fundante no apunta hacia lo abierto, hacia lo más alto, a escuchar el resonar del cielo, como observa Heidegger (1983), en su lectura de Hölderlin, reconociendo que el ser del poeta es el cántico que desde la tierra llama al cielo y a su vez la tierra es la novia a la que llega la canción del cielo. En Rojas, en cambio, lo fundante se orienta hacia un rumor del abismo, del volcán que puede oírse bajo la arena. De modo que el devenir a que da fundamento ese viento de las rocas es una caída hacia “la noche encendida debajo de la arena”, una “noche matemática”, no sagrada; es decir, noche del cálculo y el límite, del ritmo que abre ––como apunta Agamben (2005:163) en otro contexto–– el espacio de la pertenencia del hombre al mundo. Lo divino, el Dios de los relámpagos, es sólo una visión lejana que aparece en su silla fantástica en el cielo (alusión obvia a la silla del gobernador que se ve desde Valparaíso) envejecida (una ilusión), una vez que se despeja la incógnita. La caída a la arena primaria, a la boca del abismo ––al ser bahía desnuda–– es el “ritornello” (en el sentido que le reconocen a este término Deleuze y Guattari),7 sobre el que se construye la parte final del poema y el fundamento de su territorialidad. La ciudad, para ser fundada necesita de la palabra. “para fundarte necesito tenerte. Tu fundamento real es mi palabra” (130), dice el poeta no sin irónica ambigüedad (real es realidad y realeza) ¿Pero, bajo qué figura se funda, al margen de los dioses huidos, al margen de lo sagrado que es la presencia de una ausencia, de una alteridad indemne, al decir de Derrida (1997)?8 El poema dice: “Aguárdame sedienta para fundarte. Ahora caeré sobre ti como un 7 Deleuze, Gilles y Felix Guattari, “A menudo, se ha resaltado el papel del ritornello: es territorial, es un agenciamiento territorial” (1994:319). 8 Rebok (en línea) sintetiza su aproximación hermenéutica a lo sagrado en las lecturas heideggerianas de Hölderlin haciendo referencia a la idea de Derrida que aquí se alude. Al estudio de Rebok debemos el habernos conducido a revisar esta propuesta derrideana. 13 Adolfo de Nordenflycht monstruo supremo más fuerte que el diluvio” (130). Si el diluvio es la disposición punible del Omnipotente, que destruye totalmente las arquitecturas humanas, la apropiación del monstruo es superior. Y, si el nosotros ––como señalamos–– depende de un territorio, Deleuze (1990) nos alerta que en mayor medida depende del agenciamiento del mismo, vale decir de la propiedad que se hace efectiva por la palabra en el doble movimiento de fundación de lo propio y de expropiación de lo impropio. La relación monstruo y viento ya ha sido prevista en un poema de la primera parte de Miseria del hombre (1948), que se titula sugestivamente “La poesía es mi lengua”, en el que se afirma: “porque gusto mostrarme como un monstruo / para que el hombre entienda cuando soplan mis vientos” (16). Si se considera que la ciudad, la sociedad, se define por lo que excluye, se entiende que toda ciudad tiene su monstruo (dragón, esfinge, etc.), ese otro que habita más allá de sus límites, que representa la anormalidad requerida por la normalidad, “la negatividad necesaria para el advenimiento de la positividad plena”; fuera de límites, el monstruo es lo polimorfo por excelencia, “el símbolo de la totalización de las posibilidades naturales” (Durand, 1981:298). En buenas cuentas, la imagen del monstruo es mucho más vasta, refleja la tierra de nadie más allá de las fronteras de la sociedad, un territorio para el cual no tenemos un vocabulario ni una geografía; no es la carencia de una forma propia, es la propia naturaleza de suyo incognoscible que se muestra y se advierte; que se da presencia a sí misma en el momento que cae inconmensurable sobre la ciudad infundada y, por ello, en estado de miseria; al tiempo que la palabra poética se da fundamento en la paradojal afirmación de la implacable, feroz, tarea infinita de nombrar y nombrarse: “Te morderá mi boca / por los siglos terrestres” (130). En definitiva, la historia ––en este caso los siglos desde el pie del godo–– puede acontecer como historia sólo en cuanto es relación con la nada. La boca es, así, el espacio vacío ya no productor de palabras sino que se abre en la mordedura como un abismo que nos muestra, en la base a la continuidad de la experiencia, la nada sin la cual no hay fundación. NERUDA: SOLEDAD Y SILENCIO DEL PUERTO LOCO En numerosas ocasiones, Neruda tematizó los espacios urbanos de Valparaíso, al que en “Soy poeta de utilidad pública” (O.C.V) calificó como “conjunto ––no diré ciudad ni diré puerto–– el conjunto extraño de vidas humanas, abigarrado y magnífico, más impresionante de nuestro territorio” 309. Ni ciudad, ni puerto, lugar donde cabían el sueño y la ilusión, en cuyos cerros “se mezclan la miseria, la alegría y el trabajo como conjunciones conmovedoras” (310). El mismo año que se publica La Miseria del Hombre, Neruda escribe “El fugitivo”, extenso poema en que ––en las partes V y VI–– alude a su permanencia clandestina en Valparaíso, poema que luego fue incorporado como la sección X de Canto General (1959), en tanto que en las secciones anteriores figuran las primeras menciones de Valparaíso que encontramos en su poesía. En “Obreros marítimos” (2005:258) alude a Valparaíso como un puerto miserable de obreros como pequeños dioses 14 Valparaíso, poéticas fundacionales: Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha pobres, semidesnudos, malnutridos, y en “Mares de Chile” lo metaforiza como “ola de luz sola y nocturna, ventana al océano” (1999:660). Esta alusión a la miseria y a la soledad va a ser reiterativa en posteriores referencias a Valparaíso. En “El Fugitivo”, se condensa la mirada del poeta cruzada por la de la ciudad9 (miré el limpio mantel, la jarra de agua / pura como esas vidas… Miré: la mesa estaba puesta. Fui a la ventana: Valparaíso abría sus mil párpados. […]Junto a esa ventana de Valparaíso pasé días y noches (706) […] En mi día solitario el mar / se alejaba: miraba entonces / la llama vital de los cerros / cada casa colgando, el / latido de Valparaíso: los altos cerros desbordantes / de vidas) (707). Pero se trata de una vida miserable, pobre desvencijada, desesperada, circunscrita por una niebla salobre que se extiende sobre las cosas: “todo eso ––confiesa el hablante–– envolvía mi cuerpo / como un nuevo traje terrestre, / y habité la bruma de arriba / el alto pueblo de los pobres” (708). Si los cerros son la miseria del presente, el mar y sus navegaciones remiten a un pasado decimonónico de orgullo y opulencia. En la conocida “Oda a Valparaíso”(O.C. II) las contraposiciones se dan entre el mar y la tierra (“el beso / del ancho mar colérico / […] / golpeándose en tu piedra / no pudo / derribarte” (245)…” y la tierra, / furiosa, / levantó su oleaje” 244), mar y tierra que se incorporan “al ámbito visual de la conciencia colectiva de los hombres, [y] transforman también los espacios de su existencia histórica”, como señala Schmitt “y surgen entonces nuevas proporciones de la actividad histórico política” (2007:49.) En la “Oda a Valparaíso” se proclama que “en tu pecho austral están tatuadas la lucha, la esperanza, la solidaridad, la alegría como anclas que resisten las olas de la tierra” (245). De la tierra, pues como reafirma en la “Oda al espacio marino” “Yo no soy mar, soy hombre” (O.C. II:318), y el hombre es habitante de la tierra. En efecto, la imagen que sustenta al hombre del puerto es la de alguien que “Ha colgado / como araña / en las piedras, en / el erial marino, / su mansión miserable, / el hombre / de las tierras desdentadas” (316). Así, para Neruda, más que el mar y las faenas del puerto, lo propio de Valparaíso son los cerros. Dice: “el hombrecito / de la costa elevó las estructuras / y regresó a los cerros” (316), a esa tierra en movimiento, en terremoto, (¿Las olas de la tierra?) que es el espacio y la materia original. La tierra ha dejado que su energía traspase todo el espacio de Valparaíso, que los reinos oceánicos y telúricos se entrelacen en una confusión genésica. Un cuerpo molecular, gigante, rizomático, sin estratificaciones, desterritorializado por excelencia, como califica Deleuze a la tierra, añadiendo que se trata de un cuerpo “atravesado por materias inestables no formadas, flujos en todos los sentidos, intensidades libres o singularidades nómadas, partículas locas o transitorias” (Deleuze, 1990:47). 9 Durand afirma: “Toda mirada es intercambio de miradas… digamos que toda mirada es cruzamiento de la del locutor y de la del o los destinatarios. Y el „lugar común‟ en donde se constituyen esas miradas cuando se cruzan, el núcleo mejor compartido de la compresión, es el mito” (2003:154). 15 Adolfo de Nordenflycht No podemos extendernos en este aspecto; pero allí está la clave del Valparaíso como disparate, como puerto loco. El calificativo es decidor. Gabrielle Nouzeilles, al referirse a lo que considera los nuevos monstruos urbanos sostiene que la psiquiatría, “al estigmatizar al sujeto diferente como loco o neurótico, la representación figurada capturaba y controlaba la fuerza perturbadora de esa presencia otra, separando de ese modo al Yo racional, nacional pero vulnerable, del grupo de los desequilibrados” (1997:46). Si Valparaíso es “puerto loco”, lo es en la medida, que se separa del sujeto nacional y se instaura como fuerza perturbadora, que se sostiene en una geografía atrabiliaria, una tierra hirsuta que corresponde al Valparaíso que se desarrolla, como se indica en “Al mismo puerto”, poema incluido en Plenos Poderes (O.C. Vol. II) Y bajo la espesura de todo el mar cuando se desarrolla […] más allá, en el pecho Del poeta, Valparaíso cava Y busca y halla Y abre y deja Una red emboscada en la firmeza” (1129). En La barcarola, Neruda imagina una “Conversación marítima” (2004:101103) en las calles de Valparaíso con Rubén Darío, que es visto como “una sombra en las grietas del puerto, en el humo marino” (101). Si Gonzalo Rojas, en Fundación de Valparaíso, había dejado una seña, un guiño, al nicaragüense,10 Neruda se referirá directamente a Darío como “compañero” y como “mi padre poeta” (102) con el que se encuentra imaginariamente en el puerto. Así en el presente de la “Conversación marítima”, entre los malecones, las bodegas abandonadas, los depósitos de mercaderías, los almacenes inmensos y vacíos, los arsenales con olor a invierno, en un Valparaíso en donde sólo llegan del sur (a causa del canal de Panamá) “los grandes navíos cargados de niebla mortuoria”, se produce el encuentro con el que denomina “mi padre poeta” que surge como un fantasma que centraliza el acontecimiento apenas perceptible de la vibración de campana, de la música envuelta en sombra; un acontecimiento mínimo, casi sin referente o sólo autorreferente “algo vi o escuché 10 En efecto, el hablante de Fundación de Valparaíso al asomarse al balcón que presumiblemente corresponde a la casa de cerro Alegre (calle San Enrique) donde efectivamente vivió Rojas a fines de la década de 1940, dice: “Yo salgo a mi balcón y ya no veo a nadie / No veo casas, ni mujeres rubias / Han desaparecido los jardines / Todo es arena invulnerable” (129). Sin duda que alude a la joven niña rubia en su jardín de casa de cuentos que llama la atención del “lírico incorregible” en su paseo de búsqueda de imágenes por el cerro Alegre en la sección “Álbum Porteño” del Azul de Darío (1888:83-84). Neruda (2005) parece aludir al mismo texto de Darío, rescatando la mirada del poeta incorregible desde el cerro sobre los sombreros de paño y de copa de la burguesía mercantil, para oponerlos al ligero e inadecuado sombrero del nicaragüense en “Conversación marítima” (“la lluvia de junio amenaza tu suave sombrero”, 102). 16 Valparaíso, poéticas fundacionales: Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha porque el hombre me miró sin mirarme ni oírme” , una experiencia ––como señala Vattimo–– “que se mueve sólo en las superficies, o añorando el original y considerándose decaída y alienada, o disfrutando la libertad que de tal modo le es reconocida en una suerte de delirio del simulacro” (1992:66). De Darío, el padre poeta, afirma Neruda (2005) tras el acontecimiento “Yo creo que allí constelado quedó, atravesado por rayos de luz inaudita”, para terminar afirmando, Y no he visto silencio en el mundo como el de aquel hombre dormido, / dormido y andando y cantando en silencio por las calles de Valparaíso (102-103). En la base de toda fundamentación, también de aquella operada por los poetas que “fundan lo que permanece”, hay un abismo de des-fundamentación. El lenguaje fundante del poeta funda verdaderamente en cuanto está en relación con aquello que es otro que él, el silencio. Silencio que no es sólo el horizonte sonoro que la palabra necesita para resonar, para constituirse en su consistencia: es también el abismo sin fondo en que la palabra, pronunciada, se pierde. El silencio funciona en relación con el lenguaje como la muerte en relación con la existencia. Si el fundamento que Neruda propone para el espacio local de Valparaíso supone una re-territorialización de la tierra, un ganar una porción de tierra que deviene sostén de las cosas, igualmente el silencio y la soledad del puerto determina al hombre en relación con el territorio creado: las fisuras, corredores, saltos, planicies afectan la corteza íntima del grupo. Es el precio, quizá, que cobra la tierra por su división o la parcial ofrenda que ésta concede al atrevido fragmentador de la tierra-mar indistinta y loca, en plan, puerto, cerros. Es el precio que paga el incontenible flujo poético escasamente contenido en poema, soneto, oda, y en definitiva y paradójicamente, silencio. DE ROKHA: LA IMAGEN OCEÁNICA Estilo de masas (1965) se incluye en el marco de la “gran épica social de América” que había teorizado y venido practicando De Rokha desde los años 30 y en la cual el poeta se entendía como en una especie de adalid heroico que muestra ––en metáforas–– la realidad social. Como se sabe, al menos desde Arenga del arte (1949), De Rokha sostiene una visión materialista-dialéctica de los procesos artísticos ––cuestión fundamental en su estética–– en tanto que el poeta no puede ser ajeno a su entorno social y debe sumergirse en la realidad del tiempo que le toca vivir e interactuar con ella. Para argumentar su propuesta poética, De Rokha toma como base el desarrollo de la leyenda, que siendo expresión poética intuitiva de los pueblos, deviene interpretación artística de la realidad; de modo que la leyenda reemplazaría a la interpretación científica de la realidad, a la que el pueblo no tiene acceso, pues la clase explotadora se la ha escamoteado. En definitiva, la épica social construida por el poeta, es la manera de que el pueblo supere la enajenación, sublimando la realidad. Sostiene De Rokha “De la leyenda emerge la epopeya antigua y yo construyo la épica social americana, como mítico social del realismo insurgente y combatiente de los inmensos pueblos americanos” (1949:78). Los poemas, en tanto formas 17 Adolfo de Nordenflycht logradas, tienen que ser sociales y épicos y deben hablar de la historia trágica de las multitudes del continente. De esta manera, el artista es también un luchador social; un héroe y un creador de formas para las mayorías. El poema sobre Valparaíso se estructura como una antítesis entre la exaltación de los orígenes y la conciencia de la decadencia transitoria del presente, desplazándose confusamente entre la apoteosis y la angustia Te pareces inmensamente a tu retrato de espanto innumerable, copiado en los testamentos oceánicos, o acaso a la parición del mundo eternamente sucedida eternamente renovada (237). Angustia y desazón que este puerto provoca en sus habitantes, ahora marginado respecto de los centros de modernidad y en el que la realidad se vuelve problemática, desintegrada e inestable, por lo tanto, un fenómeno difícil de asimilar y de representar, que sólo el sujeto poético heroico puede asumir, siendo el núcleo que estructura el marco general. Un sujeto heroico que se autoconfirma como el soporte de la pluralidad innumerable que dilata el texto; expandiéndose, asociándose, diluyéndose en los nuevos y antiguos conductores de pueblos, pero también en las multitudes, en el proletariado, en la humanidad ¡Oh Valparaíso!, cuando los años gusanos […] se coman las cosas, arañándolas y escarbándolas con las mandíbulas despedazadas tú y yo saliendo del espectro natural de las generaciones nos iremos desarrollando creciendo, es decir, viviendo y muriendo simultáneamente, sirviendo de espanto al ser humano, a la humanidad futura (249). El poeta héroe sostiene y sucumbe a su propio laberinto de historias colectivas y contradicciones, de epopeyas y tragedias recomenzadas una y otra vez, “del mismo modo y manera como el poema es lenguaje de imágenes, es decir, de catástrofe” (244). La catástrofe sobreviene en el habitar manteniéndose en el cuerpo abigarrado que despliegan las imágenes de “Oceanía de Valparaíso”, como “las casas colgadas sobre el abismo, como racimos de relojerías atroces, [que] le pertenecen trágicamente y épicamente al sistema planetario del cuotidiano del calendario sideral de Valparaíso” (245), en un impulso desmesurado que asume fragmentos de lugares simultáneos, jirones de memoria en el arrebato de una escritura desengañada. Valparaíso en la perspectiva de De Rokha es una visión de islas, una metafísica angustiosa del fragmento, de un continente de islas, una Oceanía que el poema va zurciendo de metáfora en metáfora y en el que la geografía de la ciudad es análoga con el propio poema enarbolando los fragmentos de su deseo heroico y su vértigo, como una escritura archipiélago, la única y posible escritura real. En efecto, y como lo consigna el prólogo póstumo de Genio del pueblo (1960), citando a Proust “sólo las metáforas sumergen el espíritu en lo real” (127); a lo que De Rokha se adelanta 18 Valparaíso, poéticas fundacionales: Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Pablo de Rokha afirmando: “Definámonos en metáforas. Las raíces de Chile penetran la Oceanía” (126). En esta experiencia discontinua y fracturada del espacio del que habla el poema, Valparaíso es visto como el retazo de un naufragio interminable en los mares de la historia “Valparaíso, tú, Valparaíso con el terrible don huracanado de lo indescriptible, con el terrible sol tronchado, despedazado, rajado en abismos de lo sublime, en la mochila, como un gran poeta” (265); de modo tal que el objeto del canto, lo otro del yo, se vuelve el gran poeta, dándose fundamento abisal y sublime en lo despedazado, en lo tronchado. La estética contradictoria de este puerto del mundo, como lo señala De Rokha, termina por ser correlativa de su poética última; una poética en que el texto es catastrófico y donde la metáfora, la traslación, es un llevar hacia abajo como única solución a la tragedia del lenguaje ––el lenguaje de la razón usurpada por la prosa capitalista–– a la separación ilimitada de la palabra y la cosa, del sujeto y el objeto, de lo uno y lo múltiple. La Oceanía fundante de Valparaíso lo es también del propio poetizar y del lenguaje desde la propuesta de la épica social americana que se distinguiría ––a nuestro juicio–– en tanto se corresponde con la capacidad legitimatoria de una memoria histórica inserta en las urdimbres de significación que conciernan a territorialidades sociales vinculadas con un yonosotros objetivado que pugna dialécticamente por establecer un espacio social propio desde las relaciones de identificación / diferenciación que se dan al interior de las naciones-estado. CONCLUSIONES Considerando los textos que hemos analizado, podemos señalar que con ellos se configura una “constelación”11 de poéticas fundantes de Valparaíso, que se incorpora a la eventual “historia aparte” de la literatura porteña, postulada como reconocimiento de discontinuidades, que son (re)articuladas a partir de redundancias. En el caso que consideramos, tales redundancias se sustancian en la presencia determinante de ciertas imágenes en los textos de cada poeta, también en la pretensión fundante que comparten entre ellos y en el sentido mismo de la fundación, que en cierto modo también es redundancia, pues “fundar es reclamarse de un fundamento, plantear una cuestión como ya fundada” (Deleuze, 2007. En línea). Por otra parte, hemos examinado de qué modo la ficción artística juega un rol fundamental en el redescubrimiento y en el reconocimiento de las revelaciones de experiencias históricas, tanto en sus relaciones con la imaginación individual (las poéticas o metapoéticas de autor) como en sus relaciones con el imaginario colectivo que utiliza y que contribuye a enriquecer y a modificar; esto es, las relaciones que mantiene con lo social y con la historia local, en que la ficción del espacio realiza la 11 La metáfora de la constelación ha sido empleada en distintas disciplinas y por diversos autores (LeviStrauss, Adorno, Maffesoli, Durand, etc.). Aquí, la retomamos como una herramienta que permite articular discontinuidades, dado que teniendo un carácter abierto (la constelación se configura desde la mirada del observador) resulta eficiente como figura de base, plausible aunque inestable, para reconocer los flujos, yuxtaposiciones y entre-cruzamientos de los discursos literarios en que se sustancia el imaginario local. 19 Adolfo de Nordenflycht instalación del paisaje de un devenir colectivo que corresponde al hábitat interpretado, determinante para la comunidad en tanto se particulariza como formante de la identidad local. Ahora bien, como las identidades no son fijas, sustanciales, sino por el contrario, relacionales, contingentes, hay que reconocer que el hábitat interviene dialécticamente en la formación identitaria local que, aunque acallada, desdeñada e inhibida, resulta más auténtica y en definitiva vigorosa, en tanto se desarrolla en los tiempos largos de la historia. Lo que se requiere entonces para que haya identidades locales es lo que Bourdieu (1988) ha denominado “poder simbólico”, poder fundante de consagración (no en vano en el mundo antiguo, el numen constituía la sacralidad del lugar colectivo) o revelación de las cosas que ya existen. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso* Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje Avda. Brasil 2950, Valparaíso (Chile) adolfodenordenflycht@gmail.com BIBLIOGRAFÍA Adorno, Theodor. Dialéctica negativa. Madrid: Taurus, 1986. Anderson, Benedict.Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: F.C.E., 1993. Agamben, Giorgio. El hombre sin contenido. Barcelona: Áltera, 2005. Bourdieu, Pierre. “Espacio social y poder simbólico”, en Cosas dichas. Buenos Aires: Gedisa, 1988. Dapaz, Lidia. “La Miseria del hombre como viaje de descubrimiento”. En Rojas, Gonzalo. Miseria del hombre. Valparaíso: Puntángeles / Universidad de Playa Ancha, 1995:CXV-CLXVII. 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Asimismo, evaluamos la manera cómo las redes preparan los escenarios en los cuales puede una idea tornarse triunfante y llegar a imponerse en un determinado espacio. El caso que veremos, con valor ejemplificador solamente, será el del modernismo hispanoamericano, pero no se agota en él la capacidad heurística de las redes, desde luego. Palabras clave: Redes intelectuales, transferencia de bienes simbólicos, modernismo literario. Abstract In this work we try to make the methodology of the networks work in the field of the literary studies. Nevertheless, we have initially carried out a review of the network‟s notions and we discussed some of the existing theoretical orientations. The general aim is to reveal the ways allowed by the networks, across their frameworks, the transfer of cultural topics (ideas, modes, trends, etc.) by doing it without personal contacts or by not being these determinants. Also, the way the networks prepare the scenario in which an idea can emerge triumphant and get to be imposed in a certain space. The case that we will see, with only an exemplary value, will be the one of the Spanish-American modernism, but the heuristic capacity of the networks certainly does not run out with it. Key words: Intellectual networks, transfer of symbolic goods, literary modernism. TECNOLOGÍA, SOCIEDAD Y CAMBIO HISTÓRICO No es la interconexión “real” de las “cosas”, sino la interconexión conceptual de los problemas lo que define al ámbito de las diferentes ciencias. Allí donde se trata un nuevo problema mediante un método nuevo emerge una nueva ciencia. Max Weber (1982). El epígrafe de Max Weber es un buen punto de partida, especialmente el primer concepto sobre la “interconexión „real‟ de las „cosas‟ y la interconexión conceptual de los problemas”, ambas perspectivas como límites de la definición de la diferencia entre las ciencias. Es decir, lo que define los problemas de una ciencia es la capacidad de interconectar no lo tangible de lo real (solamente, agregaríamos de nuestra parte), sino nuestras percepciones, ideas o prejuicios Claudio Maíz sobre aquello que no está resuelto y merece serlo. Queremos subrayar la eventualidad de prescindir del orden de las “cosas” para situarnos en un orden diferente, en el de los discursos que dan cuenta de ellas.1 Esta es una perspectiva que pretendemos desarrollar en el presente trabajo, tomando en cuenta que lugares, medios y redes (Prochasson, 1993) corresponden a dimensiones que prescinden de la interconexión “real” ya no de “cosas”, sino de “cualquier cosa”. Ha sido la teoría del actor-red proveniente de la sociología de la ciencia la que ha facilitado un enfoque más actual de las apreciaciones precedentes. Por actor-red se entiende que un objeto científico-técnico es “el resultado de la mezcla de entidades humanas y naturales pero que actúa socialmente con las características de un actor situado en dinámicas sociales y leyes naturales, gracias a las posibilidades instrumentadas de ambas”. Es así como la noción red ha venido a sustituir a la de sistema, en virtud de que el sistema pone en relación los elementos de una parte delimitada de la realidad, pero sin jerarquía precisa, mientras que la red toma los elementos de manera interrelacionados “por medio de circulación de información”. El actor-red no es reducible ni a un simple actor ni a una red. Su composición es heterogénea con elementos ligados, mutuamente, durante un periodo de tiempo. Ya tendremos oportunidad de apreciar que la noción de actor-red se aviene mejor a un “pensamiento colectivo” en una pluralidad de voces que a la figura del autor (Arellano Hernández , 2003). Consideramos necesario partir de un postulado que nos parece crucial para nuestros fines: la existencia de una relación conformada por los términos de tecnología, sociedad y cambio histórico. Si partimos de un nivel mayor de abstracción es por el hecho de que, probablemente, así sea posible elaborar las respuestas que pretendemos en torno a una red. En efecto, la imbricación de estos conceptos está en la base de la reflexión sobre la revolución de la tecnología de la información, que esencialmente ––como se sabe–– se trata de un fenómeno contemporáneo. Sin embargo, el modelo no ha operado únicamente en este periodo, sino que ha sido de utilidad para la extracción de conclusiones respecto de los cambios culturales, en sentido amplio, y las redes.2 1 “El orden, es a la vez, lo que se da en las cosas como su ley interior, la red secreta según la cual se miran en cierta forma unas a otras, y lo que no existe a no ser a través de la reja de una mirada, de una atención, de un lenguaje; y sólo en las casillas blancas de este tablero se manifiesta en profundidad como ya estando ahí, esperando en silencio el momento de ser enunciado.” (Foucault, 1988:5). Más recientemente, Laclau y Mouffe afirman que “una estructura discursiva no es una entidad meramente „cognitiva‟ o „contemplativa‟; es una práctica articulatoria que constituye y organiza las relaciones sociales” (1987:109). 2 Adelantemos, por ahora, el enfoque de Aldo Ferrer en su Historia de la globalización, en relación con el Primer Orden Mundial: “La interacción entre los planos de la cultura, la religión, la política y la economía impulsaron nuevos factores endógenos del crecimiento económico. Estos, a su vez, sustentaron inéditos elementos intangibles de poder. El reparto, entre las potencias atlánticas, del dominio del espacio europeo y del emergente orden mundial se fue 24 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos Dentro de la teoría comunicacional más reciente es, entonces, donde la noción de red ha adquirido categoría explicativa de los fenómenos sociales contemporáneos. En la línea iniciada por Marshall McLuhan ––a quien se debe a partir de los años 50-60 del siglo pasado la historia de la fuerza estructurante de las técnicas de comunicación–– continuada por Manuel Castells, principalmente, ha sido destacada la capacidad de la revolución tecnológica de la comunicación para penetrar en todo el ámbito de la actividad humana. “La tecnología no determina la sociedad”, dice Castells; sin embargo, matiza, agregando que “la plasma”. Pero así como la sociedad sólo plasma la tecnología, la sociedad tampoco determina la tecnología: “la utiliza”. Se trata de una interacción dialéctica entre sociedad y tecnología, a la manera metodológica de historiadores como Fernand Braudel (Castells, 1998:31).3 Para la teoría de la comunicación, la noción de red adquiere un extraordinario poder explicativo de los cambios sociales. Según Manuel Castells, la exploración de las estructuras sociales emergentes lo llevan a la conclusión de que “como tendencia histórica, las funciones y los procesos dominantes de la era de la información cada vez se organizan más en torno a redes” (1998a:505). Se trata de una nueva morfología de las sociedades contemporáneas que han permitido a Castells ir más allá en sus proposiciones al pensar en un Estado-Red (1998b). Pues bien, aunque se trate rigurosamente de un fenómeno contemporáneo a la luz de una nueva revolución tecnológica que altera los procesos de producción, la experiencia, el poder y la cultura, la lógica de enlace supuesta en la red puede indagarse en otros periodos históricos. En tanto modelo de organización informal, la red ha existido en otros tiempos y espacios, pese a que “el nuevo paradigma de la tecnología de la información proporciona la base material para que su expansión cale toda la estructura social”, dice Castells (1998a:505). Sostenemos que es dentro de la ecuación sociedad, tecnología y cambio histórico, donde podemos dar cuenta de la manera como una idea estética se transfiere de un campo intelectual a otro. A decir verdad, el intento, asentando, en una compleja red de componentes tangibles e intangibles del poder. /…/Aparecieron, de este modo, factores endógenos del crecimiento que fueron ganando importancia a lo largo del Primer Orden Económico Mundial. Surgieron nuevas redes, eslabonamientos y relaciones entre la actividad directamente vinculada al tráfico comercial y su financiamiento con la producción interna de manufacturas y alimentos” (1996:396). 3 Conviene recordar aquí que otra “tecnología” como la escritura no provoca efectos directos sobre el cambio intelectual y social; la cultura escrita no puede verse en términos de consecuencias. “Lo que importa es lo que la gente hace con la escritura, y no lo que la escritura hace a la gente. La cultura escrita no genera un nuevo modo de pensar; pero el hecho de contar con un registro escrito posiblemente le permite a la gente hacer algo que antes no podía hacer: revisar, estudiar, reinterpretar y demás. Análogamente la cultura escrita no origina el cambio social, la modernización ni la industrialización. /…/ La escritura es importante por lo que permite hacer a la gente: alcanzar sus objetivos o vislumbrar objetivos nuevos”. Olson, D.R., Hildyard, A., y Torrance, N. (1985:13). 25 Claudio Maíz en lo que respecta a América Latina, de extraer conclusiones plausibles de la relación entre avances tecnológicos y cambios en el mundo de la cultura y el pensamiento no ha ido más allá de la segunda mitad del siglo XX. Estudios como los de Arturo Roig sobre las nuevas discursividades en el siglo XIX no abundan.4 De ello puede exceptuarse el trabajo de Susana Rotker sobre la crónica modernista, en el que se propuso ahondar dialécticamente la época y ciertos textos producidos, es decir, leer a través de las crónicas “otra forma de las prácticas discursivas: con signos de interacción entre institución, sociedad y formas de discurso” (1992:16). También hay que recordar la difundida tesis de Benedict Anderson sobre los orígenes culturales del nacionalismo. Anderson admite una convergencia del capitalismo y la tecnología impresa (el nudo de su tesis). Dicha confluencia, “en la fatal diversidad del lenguaje humano hizo posible una nueva forma de comunidad imaginada, que en su morfología básica preparó el escenario para la nación moderna (1997:75). A su vez, el historiador Walter Bose, igualmente, ha entrevisto el problema, en su historia de las comunicaciones, cuando advierte que el envío de una misiva, en palabras o signos convenidos, es el objetivo esencial de los sistemas de comunicación y agrega: “Su evolución histórica se halla ligada al desarrollo del comercio y a los progresos de la técnica y de la industria (1966:575). Por último, cabe incorporar aquí el intento ––por cierto excesivo y de resultados dudosos–– de escribir una “historia global del mundo” a partir de las redes humanas, como es el caso de J.R. McNeill y William H. McNeill. Si enorme es el esfuerzo, no dejan de ser atractivas y pertinentes a nuestros propósitos las razones por las cuales los autores insisten en concretar una “historia brevísima de la especie humana”. En efecto, subsidiarios en cierto modo de Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein, los autores reconocen que el estado, tradicionalmente unidad de análisis de la historia, ha perdido importancia en tanto tal. En su reemplazo se consolida una perspectiva histórica que se extienda a todo el planeta y no sólo a una nación o región. Aunque nada de ello sea novedoso, tal como ellos mismos lo admiten, ya que la internacionalización ha sido una acción que ha afectado a los asuntos humanos desde hace miles de años. Así, el comercio y la inmigración se cuentan entre los propulsores más antiguos de la historia. Una idea que no puede pasar desapercibida para nosotros en cuanto a los cambios que acontecen en el campo de las ideas habla de una vinculación entre las “nuevas infraestructuras de la 4 Arturo Roig ensayó una vinculación entre los medios técnicos y las formas discursivas en el siglo XIX. Precisamente, “el periodismo de ensayo” o ensayismo, en general, es una forma discursiva inherente “al desarrollo histórico de los sistemas de comunicación, cuya tecnología surge como exigencia de nuevas manifestaciones discursivas y, a la vez, condiciona a estas mismas. El siglo XIX fue testigo, en este sentido, de una de las grandes revoluciones tecnológicas de la Edad Moderna, el nacimiento de la prensa periódica que terminó por generalizarse, a fines de la época, como prensa diaria” (1986). 26 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos información” y “la competencia en el mercado de ideas” (McNeill, R., McNeill, William H., 2004:304).5 Todavía dentro del campo de la historiografía cultural, no está de más recordar el libro de Asa Briggs y Peter Burke, De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación (2002) en el que se enfatiza la necesidad de contar con la política, la economía y la tecnología en cualquier historia social y cultural sin embargo, se previene sobre el peligro de caer en el determinismo tecnológico. La tesis central de Peter Burke consiste en que quienes se ocupan de la comunicación y la cultura no pueden prescindir de la historia y los historiadores deben tomar más en serio la teoría de la comunicación (2002:12). Recomendación que, por cierto, no ha sido muy incorporada por los historiadores. Los puntos que se indican a continuación constituyen hipótesis que demandan una mayor demostración, sin embargo, contribuyen a nuestra argumentación y a aclarar nuestro objetivo que no es otro sino el de poner de manifiesto la manera como las redes permiten, a través de sus entramados, la transferencia de tópicos culturales (ideas, modas, tendencias, etc.) prescindiendo de contactos personales o no siendo estos determinantes. Asimismo, la manera como las redes preparan los escenarios en los cuales puede una idea tornarse triunfante y llegar a imponerse en un determinado espacio. El caso que veremos será el del modernismo hispanoamericano, pero no se agota en él la capacidad heurística de las redes, desde luego. En resumen, los puntos de partida de nuestras reflexiones son los siguientes a. La red no es una lógica de enlace perteneciente nada más que a la era de la informática, sino que puede constatarse en otros periodos. b. Las redes culturales funcionan, como la serie literaria en general, sin replicar mecánicamente ni la serie económica mundial ni sus derivaciones políticas o tecnológicas. c. Por tanto, la morfología de la red no está determinada por el grado de desarrollo tecnológico alcanzado. Sin embargo, lo dicho es un punto de partida 5 A propósito de la tesis que relaciona cambios en la infraestructura de la información y las ideas, los autores analizan el proceso de la esclavitud entre 1790-1936: “La abolición logró en la esfera social lo que el aprovechamiento de los combustibles fósiles en el ámbito del trabajo propiamente dicho: una liberación histórica respecto del esfuerzo muscular. Fueron acontecimientos relacionados y más o menos simultáneos. El uso de energía inanimada hizo que disminuyera gradualmente la escasez de mano de obra y que los trabajadores forzados resultaran menos atractivos. Facilitó la comunicación de ideas antiesclavistas. También hizo más sencilla la imposición de la moral emancipadora europea en Asia y África /…/ Las corrientes mundiales de crecimiento demográfico, de industrialización, de empleo de energía y de moral igualitaria fluyeron juntas para modificar la condición humana” (McNeill, R., McNeill, William H., 2004:291). Una argumentación similar se puede encontrar en Roberto Schwarz, cuando trata la inadecuación de la esclavitud en la sociedad liberal brasileña (2000). El tema ha sido revisado recientemente. Cfr., Palti (2004); Telles (2004), Maíz (2007). 27 Claudio Maíz necesario ––pero no suficiente–– para comprender las variaciones en los ciclos culturales, los cambios de preferencia ideológica, los revisionismos, etc. Mientras que la unidad mínima tecnológica en la red de la Era Informática está constituida por el bit, dentro del periodo 1875-1914, aproximadamente, la carta y la transmisión eléctrica del telégrafo ocupan ese lugar. Aun antes, grupos de intelectuales como Andrés Bello, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Carlos María de Alvear y Fray Servando Teresa de Mier, reunidos en Londres a comienzos del siglo XIX, actuaban bajo la lógica de la red. El proceso de urbanización, donde irrumpe históricamente la figura del intelectual, impacta significativamente sobre las formaciones culturales en red en América Latina, a través de nodos urbanos móviles ––polos de religación–– cuyos ejemplos paradigmáticos son Rubén Darío y José Martí, pero que pueden identificarse en muchos otros casos. Pedro Henríquez Ureña, Hélio Oiticica, Guillermo Cabrera Infante son sólo algunos ejemplos al azar de intelectuales migrantes que escriben desde nuevos nodos y articulan redes desde ciudades americanas o europeas. d. La lógica de enlace no tiene una relación determinante con la base tecnológica, ya se ha dicho. Sin embargo, vale señalar que los estudios que se han ocupado de las redes intelectuales en América Latina no se han interrogado, en profundidad, sobre el funcionamiento y los mecanismos que intervienen en los enlaces. Se da por hecho que la red crea los vínculos, pero no hay interrogantes sobre la real incidencia que los mismos tienen sobre la producción intelectual ni el comportamiento individual. e. Parte de la dificultad de operar con las redes se encuentra en lo intangible de los vínculos personales, por ejemplo los de la bohemia, y la pobreza de los archivos epistolares o personales de escritores o, incluso, de revistas latinoamericanas. Quizás, lo más importante: las ideas ––cualquiera sea su contenido y alcance–– no están entretejidas a través de sujetos individuales que las piensan y luego las difunden sin que medien componentes de naturaleza contextual, social, tecnológica, etc. Las redes son el lenguaje de los vínculos, es fundamentalmente un concepto vincular (Fleury, 2002). En definitiva, estas afirmaciones otorgan sentido a una posible ciencia de las redes en el campo de los estudios sobre la cultura, al menos como una hipótesis. CAMBIOS Y FUNCIÓN DE LAS REDES Hemos tomado la lógica de enlace de la red, desde la perspectiva comunicacional, como un punto de partida. También nos hemos ocupado de señalar otras perspectivas igualmente válidas. Convendría, ahora, retomar los dominios en los que se ha supuesto su real incidencia, es decir, el espacio problemático compuesto por la tecnología, la sociedad y el cambio, reiterando que se descarta cualquier determinismo. Darlo por cierto en el periodo correspondiente a la revolución tecnológica comunicacional, no nos exime de 28 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos pensar los términos específicos que adquiere en otro contexto histórico-cultural, como es el de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En efecto, la segunda gran oleada globalizadora se produce en la era del imperialismo, entre los años 1870-1914, como consecuencia de los grandes cambios demográficos, políticos y económicos.6 Un primer impulso unió las costas de los mares del mundo y las cuencas de los ríos por medio de la navegación marítima. Con los acontecimientos mencionados se inaugura la era del Atlántico y el declive del mare nostrum (el Mediterráneo) como escenario primordial de la historia. Un segundo impulso profundizó lo hecho por el primero y lo proyectó hacia tierra adentro. Esta fuerza tuvo como base tecnológica a los barcos de vapor, el ferrocarril y el telégrafo, como innovaciones fundamentales. La nota dominante en este segundo impulso globalizador la dan los incrementos en la movilidad de las personas, las mercancías y el dinero. Las movilizaciones masivas anteriores al siglo XIX (pueblos nómadas, trata de esclavos en el Atlántico, etc.) no tienen comparación con las que se producen en el nuevo ciclo abierto. Se estima que entre 1830 y 1914 más de cien millones de personas participaron en las gigantescas migraciones de la India, China y Europa (McNeill, J.R. y McNeill, W.H. 2004: 294). Como consecuencia de estos masivos desplazamientos se produce lo que J.R. McNeill y W. H. McNeill llaman una “condensación de la red” que contribuyó a propagar la explosión demográfica, formas políticas más representativas, identidades nacionalistas e industrialización (2004:298). Es la hora de los vientos huracanados de la modernización fáustica.7 6 “Los discursos panegíricos sobre el advenimiento de la “era global” se profieren, cada vez más, en una situación de atopía social. El propio término “globalización”, préstamo de la lengua inglesa que designa el estado y el destino del mundo, ha sido adoptado por la mayoría de las lenguas del globo, en un tiempo récord, y sin beneficio de inventario. Términos de orígenes distintos parecen fundirse en su crisol: “universal”, “cosmopolita”, “mundial”, “planetario”. Hasta tal punto que casi se olvida el trasfondo de esta meteórica homologación. No obstante, aunque el vocablo evoca, indiscutiblemente, las nuevas modalidades de la interdependencia de las economías, así como de las culturas, la presentación de la “comunidad global” que conlleva remite a una particular forma de descomponer el proceso histórico de unificación del mundo. Este sesgo convierte un fenómeno de múltiples dimensiones, simbólicas y reales, en el zócalo de un pensamiento único, y le imprime un carácter de fatalidad” Mattelart (2000:13). 7 Veamos de qué manera se entendía este modelo a comienzos del siglo XX en América Latina. Escribe, en 1910, Manuel Ugarte: “Emprendamos en todas partes la obra de vencer a la Naturaleza, imponiendo de un extremo a otro del continente la marcha triunfal del hombre. Las florestas impenetrables, los ríos que desbordan, las montañas inaccesibles y hasta los hoscos volcanes que nos fulminan tienen que ser dominados al fin. Poco importan los obstáculos. Más emocionante que las batallas /…/ pero mucho más gloriosa, es la lucha entre la especie y la creación, el duelo trágico entre la naturaleza y el genio” (1910:153). Por otro lado, J.R. McNeill y William H. McNeill ponen especial cuidado en exaltar la relación entre los grandes cambios tecnológicos y el estrechamiento y adensamiento de la red. Tres son las oleadas de las transformaciones tecnológicas: 1) el teléfono se inventó en 1870, el automóvil en 1890 y la radio 29 Claudio Maíz Entre 1784 a 1918 se produce una revolución comunicacional que combina un espectacular avance técnico de las comunicaciones en un tiempo relativamente corto. Este fenómeno técnico se ve acompañado por grandes relatos proféticos sobre el progreso y la democracia. La normalización de las redes internacionales del telégrafo, el correo y el dominio de las “máquinas voladoras” (aviones), en conjunto, reavivan los impulsos imaginarios de liberación humana (Mattelart, 2000:191). Asimismo se alteran las cartografías imaginarias, en un sentido desterritorializador, puesto que se lanzan proclamas en las que el universo ––se especula–– debería constituir un solo territorio. Durante la reunión llevada a cabo en París, el 13 de abril de 1865, para la creación de una Unión Telegráfica Internacional, el ministro francés de Asuntos Exteriores concibe la reunión como un verdadero congreso de la paz, pues la comunicación instantánea que trae el telégrafo terminará con los malentendidos causantes de la guerra. Ese hilo eléctrico (del telégrafo) “permite establecer un diálogo rápido, incesante, entre los miembros dispersos de la familia humana” (Mattelart, 2000:194). En concordancia con esta iniciativa, entre 1874 y 1878 se crea la Unión Postal Universal que suscriben veintidós Estados de Europa y América. Lo más destacable de este convenio resulta la instauración de “un territorio postal único”. Pues bien, el periodo comprendido entre 1875-1914 puede catalogarse como la etapa decisiva para resaltar la larga historia de los proyectos de integración mundial. (Mattelart, 2000:10). Los avances en las comunicaciones dan lugar a las redes técnicas, vistas como verdaderos agentes de civilización. Dijimos que los relatos que acompañan este desarrollo aluden a una estructuración del mundo sin fronteras, o dicho en los términos del geógrafo anarquista Elisée Reclus (1830-1905) ––cuando reclamaba el advenimiento de la Patria Grande–– la civilización tendrá “su centro en todas partes, su circunferencia en ningún lugar” (Mattelart, 2000:224). Las redes que atraviesan el planeta simbolizan la interdependencia y el internacionalismo. El ímpetu mundialista se acrecienta con las Exposiciones Universales, inauguradas en Londres (1851). En ellas se reúnen las ramas de la actividad industrial de todas las naciones. En tanto congregación internacional, se las verá como “asambleas del progreso” en las que los hombres se hermanan (Mattelart, 2000:21). Igualmente constituyen la representación más acabada de una sintaxis cultural desconocida: la fascinación por “ver en conjunto, de manera global, aquello que originalmente no alrededor de 1900; sin embargo, no se generalizaron sino hasta 1920 e, incluso, principalmente en los Estados Unidos; 2) decenios de 1940 y 1950, cuando la televisión (inventada en la década del 30) y la aviación comercial se volvieron comunes en Estados Unidos y gran parte del mundo; los ordenadores interconectados, cuyo origen fue en la década de 1960, pero despegó a comienzos de 1990. Lo comúnmente importante de estas tres oleadas es que funcionaban en redes, de ahí que, si bien tardaron en cuajar, cuando lo hicieron su propagación fue de extraordinaria rapidez. Cfr.,J.R. McNeill y William H. McNeill (2004:302). 30 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos puede conocerse sino en la sucesión”. Los peregrinos de estas exposiciones provienen de culturas en las que las experiencias cotidianas han ingresado en un orden universal, “globalizante”, la visita les restituye cierta revitalización de las diferencias constitutivas del mundo. Es la amalgama de lo diverso (Montaldo, 1994:28-30). La Exposición Universal remeda un “microcosmo de una humanidad que intenta dar la impresión de que se reconcilia consigo misma”. Esta institución universal “intercambia con el movimiento pacífico los mismos grandes relatos sobre la concordia general” (Mattelart, 2000:237). Como agentes civilizadores, las redes de comunicación integran un relato optimista. Por el contrario, habrá otra mirada que abstrae a las redes de ese manto de solidaridad universal con el que se encubre, viendo en ellas, de manera crítica, nada más que la interconexión de los mercados nacionales sometidos a una nueva división del trabajo y pactos de seguridad que las grandes potencias consienten para el reparto del globo. Dicho en otros términos, la imaginación utopista de concordia y unión universal le otorgaría un “rostro humanitario” al expansionismo europeo. Distinto será el caso de América Latina: el sistema de comunicaciones está apenas desarrollado, lo que, desde luego, redunda en perjuicio de las ideas integracionistas, problema que había sido identificado por Manuel Ugarte tempranamente: “Debido a la escasez de ferrocarriles, telégrafos y líneas de navegación, estos países se han desarrollado tan independientemente los unos de los otros, que a pesar de la identidad de origen y la comunidad de esperanzas, evolucionan en órbitas distintas. Sólo los más vecinos están en contacto” (1910:94). Desde luego que esta deficiencia, mientras que por un lado redobla el aislamiento e imposibilita la visión de conjunto, por el otro, el sistema de comunicación funciona eficazmente en relación con el resto del mundo, con el que los países latinoamericanos están unidos a través de “maravillosas vías de comunicación”. Más aún, razona Ugarte, es mayor el conocimiento de lo que pasa en China, pero se ignora lo que ocurre en el propio continente (1910:94). Con todo, países más adelantados en cuanto a las comunicaciones, como el caso de Argentina, habían tomado el asunto como una política de Estado por la envergadura de sus efectos. El argentino Gervasio Antonio de Posadas fue Director General de Correos durante 1862-1874 y llegó a convertirse en un hombre señero dentro de la historia de las comunicaciones. Su sucesor, Eduardo Olivera, que presidirá la Dirección de Correos y Telégrafos entre 1874 y 1880, no cejará en los esfuerzos por reorganizar y modernizar las comunicaciones. Tal era la importancia asignada a la tarea que le solicitó al Presidente de la Nación mantener a la repartición pública fuera de los avatares políticos, a fin de llevar con tranquilidad la tarea impuesta. En “La Reorganización del Correo Argentino” (1909) dirá que “contribuir a facilitar la comunicación entre todos los hombres de la tierra era algo grandioso y digno de un hombre que sólo anhelaba el bien de su 31 Claudio Maíz país, propendiendo, en lo posible, a la fraternidad de las ideas y sentimientos de la humanidad” (Bose, 1966:589). Como se puede observar, también en estas latitudes el discurso mundialista se deriva del impacto que el desarrollo de las comunicaciones produce en la visión planetaria.8 Vías férreas incipientes, inexistencia de sistemas fluviales, deplorable estado de las redes camineras no podían menos que generar la idea de la incomunicación latinoamericana, al menos, desde un punto de vista estrictamente “físico”, “material”. Sin embargo, durante el periodo en el cual los sistemas de comunicación adolecen de lo antes dicho, se producen sorprendentemente las más intensas redes intelectuales hasta entonces conocidas. Vale decir que la posibilidad de que emergieran estas redes no depende del deficiente sistema de comunicación “material”, sino de dos soportes fundamentales: los periódicos y las revistas. Podríamos decir que las redes in praesentia están sujetas a las condiciones materiales de los sistemas de comunicación existentes, en tanto que las in absentia se apoyan en las revistas, los periódicos y las cartas. LAS POSIBILIDADES HEURÍSTICAS DE LA RED Existen dos vertientes principales que se han ocupado de la noción de red: por un lado, la teoría comunicacional y por otro la antropología y la sociología. Esta última es la primera en tomar metodológicamente esta noción. Concretamente, la antropología británica la incorporó a partir de la Segunda Guerra Mundial como respuesta a las limitaciones del estructural-funcionalismo para explicar las situaciones de cambios en las sociedades tradicionales y los mecanismos de articulación de las sociedades. Se atribuye a John Barnes el uso del término red (network). El valor descubierto en la noción de red consistía en que la estructura de relaciones tenía una capacidad explicativa mayor que la pertenencia a categorías sociales o grupos institucionalmente definidos. Se desarrolló una definición de red entendida como un conjunto de lazos que vinculan a los miembros del sistema social a través, y más allá, de las categorías sociales y los grupos cerrados. En cuanto a la sociología americana, siguiendo los trabajos de Georg Simmel, tomaron como propio su argumento de que la forma de las relaciones sociales determinaba, en gran medida, su contenido. Se concluyó que el tamaño de las redes sociales y las interconexiones realizadas restringen la conducta individual y el intercambio diádico. Aún más, se concentraron en los patrones de redes antes que en su contenido, postulando que patrones similares de lazos 8 El “confinamiento” a la nación (o lo que por ella se entendía promediando el siglo XIX) del dinamismo asociativo lo podemos sopesar en el trabajo de Di Stefano, Roberto, Sabato Hilda, Romero, Luis Alberto (2002). 32 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos podrían tener consecuencias conductuales similares, sin importar el contexto sustantivo (Wellman, 1997). Quisiéramos reseñar todavía una perspectiva más para dar cuenta de la amplia diversidad del abordaje de este problema. Se trata del enfoque de las redes proveniente de la historiografía de las ideas que ha sido muy eficaz en el registro, relevamiento y descripción de las redes. Aunque esta perspectiva pone el acento en el contenido eidológico que producen, antes que en la manera como lo hace, es decir, se presta poca o ninguna atención al comportamiento sistemático de las redes, a sus estructuras, surgimiento y desapariciones. Esta perspectiva está representada en gran medida por el chileno Eduardo Devés Valdés quien en Redes intelectuales en América Latina responde que se entiende por red “a un conjunto de personas ocupadas en la producción y difusión del conocimiento, que se comunican en razón de su actividad profesional, a lo largo de los años.9 Devés destaca acertadamente, entre las virtudes de las redes, la revisión de nociones como “influencias”, “generación” y “campo intelectual”. A la verticalidad atribuida a la relación Norte-Sur se le puede confrontar la horizontalidad Sur-Sur de las redes, con lo cual la “influencia” pierde su carácter privilegiado y hasta dogmático. Las ideas, piensa Devés, se encuentran disponibles en las redes, donde se comparten y desarrollan colectivamente. Generación y campo intelectual al relacionarse con las redes se alteran, en razón de que las edades dentro de la red no son una condición excluyente. Es decir, conviven diferentes franjas etarias10 y campo intelectual, asociado a las disputas por el poder o por el capital socio-cultural, al ponerlo en contacto con el funcionamiento de las redes, la colaboración ––rasgo distintivo de la red intelectual–– deja escaso o ningún lugar al conflicto o a la competencia (2007:35). Para hacer más inteligible nuestra noción de red en su relación con la serie literaria y el momento histórico al que pretendemos articularla, podemos partir de esta definición de Castells: “Conjunto de nodos interconectados. Un nodo es el punto en el que una curva se intercepta a sí misma. Lo que un nodo 9 Devés enumera, por lo menos, ocho modalidades que alertan sobre la existencia de una red y que serían los puntos de entrada para su estudio: 1. encuentros cara a cara; 2. correspondencia; 3. participación en los mismos congresos, sociedades, agrupaciones; 4. prologación, comentario o presentación de libros; 5. publicación en los mismos medios; 6. participación en las mismas campañas o iniciativas; 7. diálogos, polémicas; 8. citaciones recíprocas (2007:32). 10 Eugenia Molina ha planteado de manera acertada la diferencia entre estudiar las ideas de la generación romántica de 1837 en Argentina y centrarse en las relaciones y la forma como éstas influyeron en el comportamiento y el pensamiento de sus miembros. A poco de andar, la historiadora nos advierte que no podrá ser por medio del método generacional el rumbo que deberá tomar con el fin de dar cuenta de los problemas que se plantea. “La noción de “generación” ––explica–– tampoco permite descubrir los procedimientos por los que los individuos separados por miles de kilómetros, dispersos en el país o las naciones vecinas, pudieron pensar del mismo modo, ni tampoco el mecanismo por el que su pertenencia grupal influyó en su pensar” (2000:401). 33 Claudio Maíz es concretamente, depende del tipo de redes a que nos referimos” (1998:506). El soporte tecnológico que interviene como base de esta definición opera a velocidad de la luz. Esta circunstancia constituye la primera gran diferencia que se puede destacar con respecto a los soportes tecnológicos existentes en el funcionamiento de otras redes. Por caso, la red de los modernistas hispanoamericanos pertenece a la era de la comunicación no instantánea y con evidentes retardos en el tiempo, como el correo postal y el cablegrama. Pese a todo, la lógica del enlace de la red funciona de idéntica manera, cualquiera sea el soporte tecnológico existente, es decir, acerca (acorta la distancia) entre los miembros o nodos de la misma red.11 A fin de cuentas, las distancias están en relación directa con la pertenencia o no pertenencia a una red. El otro valor destacable es el carácter transversal, en razón de que atraviesa las estructuras sociales, económicas, políticas o culturales. Para que este funcionamiento sea posible se requiere de la existencia de un código de comunicación común y compartido, como lo son, por ejemplo, ciertos valores o metas de actuación. La inclusión/exclusión a la red depende, pues, de este requisito. Aunque por definición, las redes son estructuras abiertas, la incorporación a una de ellas supone la aceptación de los fundamentos que le dan origen y sentido. Sin embargo ––y desde luego–– no se trata ni del único punto de partida ni tampoco de la única definición posible. Mucho menos se sostiene, aquí, que la única perspectiva válida sea la de la Teoría comunicacional.12 LA TRANSFERENCIA DE “LO MODERNO” EN HISPANOAMÉRICA Así las cosas, una perspectiva de interés para nosotros tiene que ver con una mirada multidisciplinaria y con el propósito de creación de un estatuto propio a lo que se da en llamar una “ciencia de las redes”. Nos referimos a Duncan J. Watts y su trabajo Seis grados de separación. La ciencia de las redes en la era del acceso (2003) que aborda la cuestión de las redes desde una mirada que procura conciliar las matemáticas, la física y las ciencias sociales en el estudio del comportamiento de las redes. En los marcos del pensamiento complejo ––espacio epistemológico en el que mejor se acomoda una ciencia de 11 Sin embargo, comparten algunas características, como las que surgen del análisis de Castells: “La tipología definida por las redes determina que la distancia (o intensidad y frecuencia en la interacción) entre dos puntos (o posiciones sociales) sea más corta (o más frecuente, o más intensa) si ambos son nodos de una red que si no pertenecen a la misma. Por otra parte, dentro de una red determinada los flujos no tienen distancia, o es la misma, entre los nodos. Así pues, la distancia (física, social, económica, política, cultural) para un punto o posición determinados varía entre cero (para cualquier nodo de la red) e infinito (para cualquier punto externo a la red)” (1998:506). 12 La noción de red tiene un uso en diferentes disciplinas, como la psicología social donde indica el universo relacional de una persona, es decir, el conjunto de relaciones y estructuras de apoyo socioafectivo de cada una; la psicología social identifica las características estructurales de las redes: el tamaño, la densidad, la composición (distribución), la dispersión, la homogeneidad/heterogeneidad y tipos de funciones que ejercen (Fleury, 2002). 34 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos las redes–– los epifenómenos de la cultura literaria no pueden pensarse simplemente desde una perspectiva unilateral, cualquiera sea ella y la relevancia, aceptación y prestigio que haya conseguido. Watts, valiéndose de la teoría matemática de los grafos, sostiene que la divisoria entre aislamiento y conectividad es un importante umbral para que la información, las enfermedades, el dinero, las innovaciones, las modas y tendencias culturales alcancen a circular. Sin embargo, a diferencia de los grafos aleatorios, Watts sugiere que las redes no poseen ese carácter azaroso. De ahí que destaque el dinamismo de las redes como su principal rasgo, contrariamente a lo que los estudios sobre redes han insinuado, es decir, se trata de “encarnaciones congeladas” de fuerzas sociales, consideradas como “meros conductos” a través de las cuales se propaga, por caso, la influencia (2003:51). Otro aspecto destacable del enfoque de Watts es el énfasis que imprime a la idea de la carencia de centralidad en las redes, ya que, como postula, “el centro surge sólo como una consecuencia del acontecimiento mismo”. De esa forma, el dinamismo de las redes se corresponde, a fin de cuentas, con la interacción entre iguales (Watts, 2003:54). Sin que todavía podamos sacar conclusiones definitivas, estas sugerencias redundan en nuestro estudio, puesto que nos dejan mejor posicionados para admitir como algo muy relevante la ausencia de una centralidad, de donde se desprende que las jerarquías atribuidas a una cultura sobre otra, interactúan se anulan o mitigan. Por otro lado, el hecho de no presentar las redes como meros instrumentos de propagación permite la afirmación, entonces, de que no sólo “aquello que sucede” sino “el modo en que lo hace” dependen de la red (Watts, 2003:30). En definitiva, tanto el comportamiento individual como el del sistema en un todo se ven afectados en la estructura de las relaciones. Pensar los movimientos culturales (literarios, artes visuales, arquitectónicos, etc.) desde la perspectiva de un dinamismo en red posibilita sortear el estudio estático, fuera de las oscilaciones del campo más amplio en el que se desarrollan. A su vez, la pregunta por el ¿qué son esos movimientos? (modernismo, criollismo, vanguardismo) se trueca por la de ¿cómo llegaron a producirse?; es decir, tratar de verlos en su estado de producción y no tan sólo como productos.13 Aún es posible destacar algunas nociones más, aportadas por Watts. Por un lado la noción de percolación (“penetración lenta de las aguas meteóricas en el suelo”, de acuerdo al diccionario) y las reglas del umbral. En el primer caso, la teoría de percolación ha sido aplicada al estudio de las epidemias. Los 13 Resulta, por demás, pertinente aquella distinción operativa que hiciera Raymond Williams entre “instituciones” y “formaciones” para el estudio de las relaciones sociales efectivas de la cultura. El riesgo ––piensa Williams–– de deducir relaciones culturales significativas o, incluso, causales sólo a partir del estudio de las instituciones es que se puede pasar por alto el “sorprendente fenómeno del „movimiento‟ cultural tan importante en el periodo moderno” (Raymond, 1981:33). 35 Claudio Maíz modelos percolativos parten de la idea de que todos los nodos tienen la misma probabilidad de ser susceptibles. No obstante, como lo reconoce Watts, las redes del mundo real son más complejas que cualquier modelo aleatorio, ya que aquellas se caracterizan por la heterogeneidad. Así, sobrepasando la estática versión de la teoría de la percolación, Watts se refiere a los fenómenos de propagación de ideas o innovaciones como “cascadas”. De tal manera que la “difusión de las ideas, por tanto, a diferencia de la extensión de las enfermedades, requiere un equilibrio entre la cohesión en el interior de los grupos y la conectividad entre ellos” (2003:232), a partir de un ciclo de la innovación. En nuestra red de individuos, cada uno tiene un umbral interno y un conjunto de vecinos de red a los que presta atención. Al principio del ciclo de innovación, una única innovación emana de algún lugar de la red, y luego, antes de que el ciclo termine, tiene que pasar una de dos: o bien la innovación cae en desuso; o bien eclosiona en una cascada de información (2003:236). Tales miradas permiten obtener algunas respuestas al modo como las tendencias estéticas se propagan. Asimismo, estas perspectivas nos obligan a reformular nuestra idea sobre las relaciones de causa y efecto en la historia y, por ende, en los procesos culturales que nos ocupan. Según Watts, el enfoque convencional consiste en considerar que cuando alguien tiene éxito, éste es proporcional al mérito o relevancia del individuo. El éxito, sin embargo “es un descriptor que sólo se puede aplicar a posteriori”; se trata de una visión del mundo en función de los “resultados”. Por el contrario, esta tendencia indica que carecen de interés aquellos resultados convertidos en fracasos (2003:245). De ahí que la recomendación de Watts sea centrarse no en el estímulo mismo, sino en la estructura de la red donde impacta. Por otro lado, las reglas de umbral mencionadas tienen que ver con la porosidad de las redes, en el sentido de que permiten la difusión de las innovaciones. La idea de la vulnerabilidad de algún nodo ayuda a explicar la manera como los innovadores logran introducir con éxito sus ideas nuevas. De ahí a la cascada no hay mucho trecho. Para que haya innovadores debe haber, desde luego, adaptadores iniciales (acólitos, apóstoles y seguidores) dice Watts (2003:233). Un claro ejemplo de “umbral bajo”, en el sentido de la vulnerabilidad que puede tener el nodo de la red, lo podemos encontrar en la explicación que Pedro Emilio Coll daba de la introducción del modernismo en la literatura americana Hay actualmente en América un movimiento literario sobre el que caen crueles sátiras y al que críticos celosos y malhumorados tratan de detener en nombre de la tradición y del buen sentido. Por un momento se creyó pasajera nube de verano, mera cuestión de moda; pero se generaliza y persiste demasiado para creerlo. Efímeras revistas que mueren, faltas de 36 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos lectores, entre espasmos líricos; adolescentes que cuentan sus ensueños en poemas vagarosos, en prosas complicadas, y esto, no uno ni en una sola nación, sino muchísimos y en todo el continente. Se atribuye a la moda, a la moda que nos viene de París, junto con las cortas y los figurines de trajes; pero, aun así, podría argüirse que una moda extranjera que se acepta y se aclimata es porque encuentra terreno propio, porque corresponde a un estado individual o social y porque satisface un gusto que ya existía virtualmente. Hasta los nuevos modelos de vestidos y los colores en boga son determinados por el ambiente de ideas y sentimientos de una época ¿y no ha de serlo la literatura? Si se aclaran o se oscurecen los tintes de las telas, es de acuerdo con la estación del año; cada vaivén de la moda indica una variación en el termómetro social; también las maneras de pensar y de escribir están sometidas a la temperatura moral. Si París impone hoy sus modas, es porque satisfacen íntimas afinidades de los pueblos que las adoptan; cambian esas afinidades, y entonces nos vendrá de Londres o de Nueva York las ideas y los patrones de modistas, hasta que nosotros podamos exportarlos (Coll, 1901). Esta larga cita que extraemos del ensayo del crítico y escritor venezolano Pedro Emilio Coll, de comienzos del siglo XX, exige formularnos, por un lado, algunas interrogantes en torno a los sistemas de religación, funcionamiento y alcances de los mismos y, por el otro, procurar determinar el grado de conciencia alcanzado por los intelectuales sobre el desarrollo de las redes. Esto último en razón de que los niveles de conocimiento sobre la manera como se llevan a cabo las tareas intelectuales, por encima de las distancias geográficas, nos proveen una mayor información en la gestación y desenvolvimiento de las relaciones. Podemos retomar algunas de las nociones explicitadas con anterioridad. En efecto, la teoría del actor-red subraya la importancia de la circulación de información en el comportamiento de la sociología de las asociaciones. El comportamiento no es sólo de orden sociológico sino que, también, discursivo. El doble estándar del funcionamiento de las transferencias implica que, inicialmente, no sean las obras las portadoras de innovaciones. Son los individuos los que intercambian información o representaciones en una red. Michel Espagne y Michael Werner (2008) reconstruyen la referencia cultural alemana en Francia entre la segunda mitad del siglo XVIII y el comienzo de la Primera Guerra Mundial. En la génesis de la transferencia se hace evidente la presencia de redes que facilitan el desplazamiento. Estos investigadores le atribuyen tal relevancia a la red que plantean que toda una serie de producciones ideológicas tenidas como hito tienen una génesis colectiva, con lo cual queda cuestionada la noción de autor. El ejemplo que presentan es el de Víctor Cousin (París, 1792-Cannes, 1867) y la red de interlocutores que crea. El filósofo francés, en virtud de los ecos del debate filosófico en Alemania, se presenta como un “verdadero personaje colectivo”, dando la impresión de “una 37 Claudio Maíz verdadera disolución del sujeto en el sistema” (Espagne y Werner, 2008:210). Lo que reviste mayor implicancia para nuestra argumentación es que se considera a las redes como “espacios matriciales” anteriores a cualquier producto cultural determinado, pero que “tienden a sobrepasar el estadio de intercambio epistolar u oral para constituirse como textos” (Espagne y Werner, 2008:211). Volvamos a la cita de Pedro Emilio Coll tomando en cuenta los juicios anteriores. El movimiento literario que Rubén Darío patrocina como modernismo es irrefrenable pese a las “sátiras” y “críticas” que sobre él recaen. Al igual que una mancha de aceite se extiende entre los jóvenes y todos los países del continente. Frente a semejante ímpetu, cabe preguntarnos si no es una moda (aunque algo de ello pueda haber) ¿Cómo ha sido factible la expansión de la novedad estética, basada en el simbolismo principalmente? Respondamos con las mismas palabras de Coll “es porque encuentra terreno propio, porque corresponde a un estado individual o social y porque satisface un gusto que ya existía virtualmente”. Lo que más llama la atención entonces es la existencia virtual de un terreno fértil o bien para satisfacer una necesidad de renovación o bien para ingresar a un mercado literario de mayor dimensión, o ambas cosas a la vez. De lo que no caben dudas es que los “espacios matriciales” están operando anticipadamente para que llegue a producirse el fenómeno de cambio. Dicho de otro modo, la red de los modernistas ha creado las condiciones necesarias para la admisión de la novedad estética. De esta manera se estaría dando cumplimiento a la hipótesis de una génesis colectiva del discurso, “de un borrador colectivo”, que “permite articular la categoría de red y la de ideología como discurso fijado en los textos” (Espagne y Werner, 2008:212). ALGUNAS CONCLUSIONES Hemos dicho, en otro lugar, que los intercambios de bienes simbólicos a través de las redes ponen en duda su pertenencia a algún lugar en particular. La propia virtualidad en la que viven tales bienes simbólicos (ideas, gustos, tendencias) derrumba la hipótesis de que una idea sea “propiedad” de un sujeto en particular, así como que se hallen anclados a un lugar determinado. He aquí el motivo fundamental que nos advierte de las precauciones sobre cómo se debería escribir una historia ya no de los acontecimientos sino, de los problemas. Una perspectiva como la de las redes podría ––junto con una visión menos “esencialista” de las ideas, siendo en su lugar más propicia una visión semiótica–– resolver la pertenencia y, por tanto, la propiedad o no propiedad de una idea a un lugar determinado. Todo ello con el fin de poner en discusión las nociones de imitación o influencia en la historia del modernismo o de los comportamientos culturales latinoamericanos, en general. En el sentido indicado, la historiografía de las ideas, si adopta la metodología de las redes, no puede obviar la dimensión tanto lingüística y básicamente pragmática de los discursos eidológicos, a riesgo de volver a caer en la presuposición de que a una 38 La eficacia de las redes en la transferencia de bienes simbólicos idea le corresponde un sujeto y un espacio particular de producción. Por eso, las redes debilitan la concepción de autor y ponen en crisis, asimismo, la producción cultural inserta en una nación.14 La red, en tanto “formación cultural”, está constituida por un conjunto de individuos que establecen relaciones entre sí a través de un interés particular: literario, político, programático, etc., pero que no comparten, permanentemente, un mismo espacio. Estas lógicas de enlaces son diferidas y a distancia, por lo menos, en un determinado periodo del desarrollo tecnológico comunicacional. En efecto, algunas de las redes literarias, sociales o políticas específicas están enlazadas a los medios técnicos con los que se cuenta. De modo que, como un rasgo estructural de las redes, anotamos la existencia de un nexo vinculante entre desarrollo tecnológico y características de la red, aunque dicha propiedad sea problemática. El código de comunicación común y compartido es el requisito obligatorio que posibilita el funcionamiento de la red, animando la conexión entre los miembros. En cuanto a la red que estudiamos, podríamos decir que una imposición doble del código activa los enlaces. Por una parte, la red como un “actor colectivo” se torna en sí misma una estrategia geopolítica duramente el modernismo, por cuanto propaga la producción de los miembros que la componen. Pero, también, sería factible indicar una fuerza superior que impele los emprendimientos asociativos por medio de redes. Se trata de los impulsos libertarios provenientes desde Europa, secundados por el desarrollo de los medios técnicos de comunicación. Un espíritu de concordia anima la producción de discursos utópicos sobre la unidad mundial. Podríamos decir, entonces, que el código matriz compartido en la red de intelectuales que estudiamos se despliega en dos planos: uno, endógeno, reúne las problemáticas propias del movimiento intelectual de la modernización latinoamericana, otro, exógeno, proviene de los relatos emergentes de la revolución comunicacional que se está produciendo en el Hemisferio Norte. En fin, el triunfo del modernismo como cambio estético sobre otras variables tiene en la noción de actor-red una de las principales explicaciones. Los mecanismos utilizados ––revistas, contactos epistolares, etc.–– anteceden y preparan el escenario para que la transferencia sea una realidad exitosa. 14 Un enfoque de estas características se ocupa del análisis del pensamiento involucrado en movimientos, en la acción histórica y el papel que juega en esos procesos. La pregunta que constituye el punto de partida de este tipo de abordaje puede formularse de este modo: ¿Cuánto de lo que sucede históricamente es determinado por el conjunto de circunstancias dentro de las cuales se piensa y cuánto procede de los efectos del pensamiento sobre el comportamiento de los seres humanos individual o colectivamente considerados? Esto supone entonces un trabajo de inserción de las manifestaciones del pensamiento en el comportamiento sociohistórico. En ese marco, el pensamiento nos es accesible en lo que llamamos “hechos del discurso”, que están inscritos en hechos materiales que pueden ser libros, diarios, panfletos, volantes, imágenes, documentales, etc. Esta línea de razonamiento puede seguirse en Altamirano (2005). 39 Claudio Maíz CONICET-Universidad Nacional de Cuyo* Ciudad Universitaria Parque General Facultad de Filosofía y Letras Departamento de Letras San Martín Mendoza 5500 (Argentina) cmaiz@logos.uncu.edu.ar BIBLIOGRAFÍA Altamirano, Carlos. 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The meaning of accident is analyzed according to the image of the world in the post-industrialized societies, from a set of theorical reflexions developed by Octavio Paz during the 60’s; finally, there is a brief discussion about the possible connections between the notion of accident and the hispanic literacy production in the 20th century, specifically in the field of narrative. Key words: Hispano-American Literature, technology, accident, Modernity, Octavio Paz. 1. INTRODUCCIÓN El estudio de la significación de los distintos elementos que componen el sistema tecnológico en las sociedades contemporáneas desde una perspectiva que ponga de manifiesto su valor simbólico, en tanto que producto cultural, ha cobrado especial relevancia a partir de la primera década del siglo XXI. Dan cuenta de esto, a modo de ejemplo, la creciente cantidad de artículos, números monográficos de revistas especializadas o proyectos de investigación que examinan distintos aspectos de la relación entre tecnología y literatura, especialmente en el ámbito de la producción hispanoamericana.2 No obstante, resulta llamativo el escaso interés crítico por examinar, desde esta misma perspectiva, un fenómeno íntimamente vinculado al desarrollo tecnológico: el accidente ¿Por qué interesarnos en su estudio? 1 Artículo formulado en el marco de la tesis de Doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Concepción “La tradición del accidente en la narrativa latinoamericana contemporánea: el caso del automóvil en Autopista del Sur, La guaracha del Macho Camacho y Los detectives salvajes”, financiada por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, CONICYT. 2 Al respecto, señalamos como referentes importantes el proyecto Fondecyt Nº 3085038, “Literatura Hispanoamericana y tecnología”, conducido en Chile por Valeria de los Ríos en 2008, y el número monográfico de Revista Iberoamericana Nº 221 (2007) “Tecnoescritura: literatura y tecnología en América Latina”, publicado por la universidad de Pittsburgh, donde se reúne una colección diversa de estudios ligados por el objetivo común de explorar “las múltiples dinámicas en que literatura y tecnología se encuentran como partícipes de realidades culturales en un flujo constante” (Brown, 2007:738). Eduardo Aguayo En primer lugar, creemos, tal como ya lo sugiriera Baudrillard, que un análisis científico de la dimensión social y cultural de la tecnología resulta incompleto si no se consideran sus aspectos inesenciales, es decir, “la interferencia continua de un sistema de prácticas sobre un sistema de técnicas” (2004:9); en segundo lugar, porque pensamos que el dominio absoluto de la ideología del progreso en las sociedades contemporáneas permitió, paradójicamente y tal como afirma Virilio, que las tecnologías lograran funcionar como un lugar privilegiado desde donde apreciar “los accidentes como signo, como posibilidad” de expresión y significación (2005:16); finalmente, porque nos parece fundamental rescatar las contribuciones que sobre el tema han realizado algunos autores importantes dentro del espacio cultural hispanoamericano, especialmente, a partir de la década del sesenta, como sucede en el caso de la obra ensayística de Octavio Paz. Sin embargo, antes de entrar en esta materia, consideremos algunos antecedentes básicos en torno al término. 2. EL ACCIDENTE: ANTECEDENTES TEÓRICOS FUNDAMENTALES Comencemos por recordar que la palabra accidente, en su uso en español aproximadamente desde el siglo XIV según Joan Corominas (1991), es una expresión cuyo sentido excede el ámbito de lo puramente tecnológico. Etimológicamente, el término deriva del latín accidere, verbo que se traduce literalmente como “caer hacia, en, sobre” (Segura, 1985:8) ¿Sobre qué cae el accidente? La respuesta la encontramos en la etimología de otra palabra, cercana a la primera en el ámbito de la reflexión filosófica: substancia, del latín substare, según Tomás de Aquino “un ente que está puesto debajo de otro” (Beuchot, 1987:251). Es a partir de esta relación de sentidos que parece construirse la primera definición de accidente que entrega el Diccionario de la RAE: “cualidad o estado que aparece en algo, sin que sea parte de su esencia o naturaleza” (Real Academia Española, en línea). La noción de substancia como esencia que carga o soporta rasgos accidentales por medio de los cuales se expresa y se señala en el mundo se identifica, en la tradición filosófica occidental, fundamentalmente con la obra de Aristóteles. En especial a partir de su Metafísica (2007) por “accidente” se entenderá el aspecto inesencial del ser, definido fundamentalmente por su irregularidad, por su carácter incierto o excepcional: “El accidente ––afirma Aristóteles–– es lo que no ocurre ni siempre, ni necesariamente, ni en el mayor número de casos” (244). No hay un orden subyacente que entregue sentido al accidente como tampoco hay inteligencia detrás de sus causas, que en efecto parecen incrementarse conforme se indaga sobre ellas, al punto de llegar a ser “infinitas en número” (245). Es por esta indeterminación radical que Aristóteles plantea la imposibilidad de formular una “ciencia de lo accidental” (244), lo que implica suponer por ciencia un saber esencial que, “por subrayar lo universal o la ley, tiende a evitar lo accidental” (Ferrater, 1982:38). En efecto, fueron los elementos más técnicos de la modernidad, o los menos vinculados con la abstracción teórica, los que se encargaron de racionalizar lo accidental, especialmente a partir del siglo XVI, por medio de un proceso de resignificación que trasladó la idea 44 Octavio Paz y el accidente como imagen del mundo del accidente desde la manifestación de las cualidades contingentes de los entes hacia el acontecer de un suceso o acción eventual “de que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas” (Real Academia Española, en línea), en la práctica uno de los usos más corrientes del término. Es claro que, al asociarse el término con lo azaroso pero también con lo infortunado, es posible verificar un primer salto respecto a su significación tradicional. Hay que recordar que, según Aristóteles, lo accidental no implica necesariamente lo fatídico: por accidente es posible encontrar un tesoro mientras se cava la tierra, de la misma manera en que por accidente “se arriba a Egina, cuando no se tienen ganas de ir ahí” (128). Determinar el momento preciso en que el término adquiere su actual connotación negativa parece improbable, aunque algunos antecedentes señalan que a comienzos del siglo XVII la expresión accidente todavía se empleaba para referirse a cualquier suceso repentino, independientemente del valor positivo o negativo que pudiesen asignarse a sus consecuencias finales; sin embargo, es interesante notar que ya por esta época el término es utilizado en el ámbito médico para indicar cambios agudos en el curso de una enfermedad, uso que seguramente incidirá en su actual significación. En efecto, el momento de inflexión crucial parece ocurrir durante el siglo XVIII, con el perfeccionamiento de la estadística y de la especulación en base a las probabilidades, innovaciones ambas derivadas del desarrollo y consolidación del pensamiento causal y su afán por deducir el origen de los fenómenos. La aplicación de estas nuevas herramientas de abstracción se extendió a todas las esferas de la organización social, incluyendo a las prácticas médicas y especialmente al estudio del comportamiento de las patologías y de la mortalidad en la población. Tal como explican Cooter y Luckin, en un orden social donde se hace necesario clarificar con exactitud las causas subyacentes a cada deceso estadísticamente registrado, el accidente permitió asignar un nombre a lo incognoscible, es decir, a aquel porcentaje menor de fallecimientos “que ocurría sin causa médica conocida, o al menos sin alguna que se ajustase al sistema racional del conocimiento médico”.3 Por otra parte, un segundo punto de resignificación puede ubicarse a partir a partir del siglo XIX, cuando el proceso de industrialización coloque en contacto estrecho y masivo al humano con la máquina. La muerte accidental alcanzará entonces notoriedad pública en la medida en que se establezca como una de las principales causas de mortalidad en los países occidentales, adquiriendo de paso su actual connotación tecnológica; la sociedad moderna asistirá, desde este momento, a una difusión de accidentes mediados por la tecnología que tendrá su inicio en los lugares de trabajo y se expandirá hacia los espacios públicos, desde la fábrica y la mina a los ferrocarriles y automóviles, por las calles y dentro de los hogares, transformándose de esta forma en una preocupación masiva (Burnham, 2009). 3 “Accidents had become the residual category of medical classifications of causes of death: those which occurred with no known medical cause, or at least none that fitted into the rational system of medical knowledge” (Cooter y Luckin, 1997:49). 45 Eduardo Aguayo Considerando esta perspectiva histórica, se explica que mucho del sentido actual que adopta el término “accidente” se vincule con conocimientos desarrollados por disciplinas tan pragmáticas como la prevención de riesgos, orientada a minimizar la emergencia de acontecimientos casuales y a maximizar el orden de la causalidad, volviendo lo imprevisible en pronosticable y sometiendo lo ingobernable al control. Interesa destacar que, desde esta perspectiva, el accidente puede interpretarse como una señal de la interferencia de lo humano en el orden racional de la técnica, ya que si lo casual emerge en este ámbito es porque “los hombres y las mujeres no son máquinas: lo que harán no puede predecirse con exactitud, y de vez en cuando cometen errores” (Oficina Internacional del Trabajo, 1997:13). En este sentido, el origen final de cada accidente sería el “polo de la subjetividad” (Bilbao, 1997:116), cuya influencia puede y debe ser anulada; sin embargo, la recurrencia estadística del accidente en el horizonte de la experiencia humana parece funcionar como el indicio de una “ciega fatalidad” probabilística que acompaña el devenir de la especie (138) lo que nos revela, en último término, el carácter paradójico del esfuerzo racional sobre el accidente: no parece posible prevenir la emergencia de lo inesperado, puesto que “en un tiempo infinito lo probable es lo necesario” (138-139). En síntesis, pensamos que los antecedentes expuestos hasta aquí permiten significar al fenómeno del accidente a partir de una serie de características clave: inesencial al ser, indeterminado en sus causas, incierto en sus resultados, fundamentalmente humano pero progresivamente mediatizado por la máquina y, finalmente, dominado por el hado de la fatalidad, es decir, inevitable. Frente a este conjunto de significaciones, que podríamos denominar como “tradicionales”, es posible verificar el surgimiento de una renovada percepción en torno a este fenómeno de la mano de los debates teóricos que buscan interpretar el cambio cultural experimentado por la sociedad occidental a partir de la segunda mitad del siglo XX. En este contexto, las consideraciones respecto al accidente no se reducen a la perspectiva de la excepción ni a la tarea de la prevención, sino que, por el contrario, comienza a proponerse una reflexión distinta, orientada a destacar los aspectos creativos implicados en el accidente; es en este sentido que Paul Virilio plantea la noción de accidente en tanto que “obra capital del talento inconsciente de los científicos” (2005:24), un artificio irracional que, sin embargo, puede funcionar como revelador del ordenamiento social contemporáneo. A partir de esta idea, resultará muy pertinente considerar el aporte, en cierta forma, olvidado que el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz realizó sobre el tema a partir de la década del 60. 3. OCTAVIO PAZ: EL ACCIDENTE Y LA IMAGEN DEL MUNDO MODERNO Sin duda, la producción ensayística de Octavio Paz, siempre equilibrada entre el deseo de universalismo y el compromiso estricto con la realidad cultural y social hispanoamericana, ha sido merecidamente valorada por su contribución crítica respecto del sentido de la creación poética y del arte moderno en el ámbito de la lengua española. Dentro de esta producción, queremos destacar el aporte, menos estudiado, que Paz 46 Octavio Paz y el accidente como imagen del mundo realiza sobre el tema que nos ocupa y especialmente sobre su significación cultural en el contexto de la modernidad occidental,4 y que anticipa en varías décadas a las lecturas “postmodernas” que proponen autores europeos como Jean Baudrillard y Paul Virilio. Podemos ubicar, como punto de inicio para este examen, la década del 60’, momento en el que se publican una serie de ensayos donde el mexicano examina, de manera marginal pero con profunda visión y originalidad, el rol que cumple el desarrollo tecnológico en la configuración y reconfiguración de una imagen de mundo en las sociedades occidentales de fines del siglo XX. En esta línea, textos fundamentales son una serie de reflexiones sobre poesía y técnica escritas en 1964 y reformuladas como capítulo final de la segunda edición de El arco y la lira, publicado en 1978, bajo el título de “Los signos en rotación”; la lectura La nueva analogía: poesía y tecnología, presentada en Delhi en mayo de 1967, donde reelabora algunas de las impresiones planteadas en el texto anterior, y el cuarto capítulo de su libro Conjunciones y disyunciones, “El orden y el accidente”, publicado en 1968. Presentamos a continuación una síntesis de sus puntos principales. En el capítulo final de El arco y la lira se retoma una interrogante que recorre al texto en su totalidad y que ha permitido a Paz pensar sobre el fenómeno poético moderno y su relación con los procesos históricos ¿Es posible pensar una sociedad que reconcilie poema y acción? Lejos de intentar una respuesta, Paz esboza dos de las circunstancias que, a su juicio, determinarán el quehacer poético en las postrimerías del siglo XX: la primera, la universalización de la técnica como entorno semiótico secularizado; la segunda, la desintegración de la imagen del mundo. En relación al primer punto, Paz recuerda que las obras de la antigüedad se hacían parte de una visión del mundo, en la medida en que orientaban la inserción humana en el cosmos ordenando el espacio y también dando forma a las experiencias concretas que surgen de ese orden, tal como sucedía, por ejemplo, en el caso del templo maya o de la catedral medieval; al mismo tiempo, estas obras expresaban una imagen del mundo, en la medida en que eran concebidas como representación analógica del orden cósmico, es decir, como símbolos. Para Paz, es el desarrollo tecnológico el que desintegraría este ordenamiento arcaico, puesto que La técnica no es ni una imagen ni una visión del mundo: no es una imagen porque no tiene por objeto representar o reproducir a la realidad; no es una visión porque no concibe al mundo como figura, sino como algo más o menos maleable para la voluntad humana (1978:262). De esta forma, la técnica es entendida por Paz como un sistema mediador de la experiencia humana con el mundo, cuyo poder de significación se encuentra limitado a su funcionalidad: los distintos mecanismos que componen el dominio de 4 Entendemos que el término modernidad puede apuntar a una larga serie de épocas y sucesos históricos que hacen dificil su definición. Sin embargo, para Paz hay un rasgo que parece ser el rasgo común que permite hablar del carácter moderno de la sociedad: “Todo lo que ha sido la Edad Moderna ha sido obra de la crítica” (1990:32). 47 Eduardo Aguayo lo tecnológico no se constituyen en elementos de un lenguaje simbólico, en el sentido de operar como un sistema de significados perdurables fundados en una determinada visión de mundo, sino que, más bien, se comportan como un repertorio semiótico de significados transitorios, que no remiten más que a su propia actividad como agentes de transformación del mundo; en este sentido, “la técnica libera a la imaginación de toda mitología y la enfrenta con lo desconocido” (1978:263). Es interesante que, sobre este punto, Paz afirme que “no es la técnica la que niega la imagen de mundo; es la desaparición de la imagen lo que hace posible la técnica” (262). Sin embargo ¿A qué se refiere Paz exactamente con esta desintegración de la imagen de mundo? En un primer momento, Paz asociará esta noción al nuevo escenario social y cultural que plantea la modernidad tardía, surgido en la pérdida de los fundamentos metafísicos del mundo (el Mito, la Idea, Dios, etc.). Sin embargo, el mexicano no se extenderá en el sentido de esta desintegración, sino hasta el momento de reformular esta noción, tal como lo desarrolla en su lectura de 1967. En efecto, en La nueva analogía, Paz retoma y desarrolla el concepto, planteando que toda sociedad participa de una imagen de mundo que, a su vez, tiene por sustrato una particular concepción del tiempo. Este sustrato temporal tendría su expresión más consumada en el texto poético, “objeto verbal sin forma” que abarca desde “la invocación mágica del primitivo a las novelas contemporáneas” (Paz, 1994:301). Para Paz, la modernidad, en tanto que heredera de la temporalidad cristiana, concibe su ordenamiento a partir de una concepción lineal del tiempo, que se despliega sin posibilidad de retorno, es decir, en oposición al tiempo cíclico de la antigüedad; no obstante, a diferencia del modelo cristiano, la temporalidad moderna se expresaría en la forma de una línea recta que no posee comienzo ni fin, que no se halla limitada por un acto original de creación ni por un acto final de destrucción. El tiempo de la modernidad se desarrolla, de esta forma, como un proceso cuya finalidad reside en el cambio permanente y que, proyectándose indefinidamente hacia el futuro, se nombra con una voz específica: progreso. Será la aceleración de este tiempo histórico mediada por la influencia de la técnica, según Paz, la que transformará la imagen del mundo moderno en la medida en que el cambio deje de ser interpretado como “sinónimo de progreso” para significar “repentina extinción” (303). En este sentido, si la técnica progresa sobre el mundo en un movimiento que es percibido en un primer momento como perfeccionamiento y como prosperidad, en el largo plazo la percepción de este avance se traduce en una imagen específica ––la del accidente–– que satura el imaginario moderno mediante su proliferación.5 5 Un caso ejemplar de este fenómeno es la presencia del accidente ferroviario en distintas expresiones culturales de fines del siglo XIX. Al respecto, puede consultarse el interesante estudio de Blanca RiveraMeléndez (1991) donde se examina cuidadosamente el imaginario tecnológico desarrollado por el cubano José Martí en varios de sus artículos periodísticos, así como un extenso estudio de Nicholas Daly (2004). 48 Octavio Paz y el accidente como imagen del mundo Paz formula la comprensión de este fenómeno en la forma de una ley básica: a mayor progreso de la técnica, mayor será la destrucción que provoquen sus potenciales accidentes. Una imagen específica expresa el grado superlativo de esta equivalencia: el accidente nuclear, “llamarada universal” capaz de disolver el orden moderno al punto de cancelar “a la dialéctica del espíritu y a la evolución de las especies, a la república de los iguales y a la torre del superhombre” en un evento de carácter total (304). Sin duda, la referencia a una tecnología particular en el texto ––la bomba atómica–– puede tornar ambigua la noción de accidente que por momentos maneja el autor ¿Es el desastre nuclear que imagina Paz parte de una “hecatombe” atómica voluntaria, concebida como acto de guerra, o más bien resulta de una suerte de automatismo autodestructivo delirante, tal como se desarrolla en algunos films del periodo?6 Cualquiera sea la alternativa, la “pérdida del futuro” que implica la fractura de la fe en el progreso permite el reingreso de experiencias premodernas de lo real, en la medida en que, al igual como ocurre con el imaginario azteca o cristiano, el mundo vuelve a asistir a la incierta escena de su destrucción final. De ahí que Paz concluya: “La técnica comienza por ser una negación de la imagen del mundo y termina por ser una imagen de la destrucción del mundo” (304); sin embargo, es necesario indicar en esta idea un deslinde fundamental: si bien la imagen arcaica de la destrucción del mundo se correspondía con una suerte de voluntad sagrada respecto al mundo de lo humano ––ya sea por cólera o por capricho divinos–– Paz nos recuerda que, en el caso de la modernidad, “la imagen de la catástrofe asume la forma a un tiempo atroz y grotesca del Accidente” (309). A partir de este punto, y especialmente con el capítulo final de Conjunciones y disyunciones (1991), Paz centrará su reflexión en la dimensión simbólica del accidente y en su rol como revelador del fundamento oculto que da consistencia al orden contemporáneo, a partir de un sistema de significación menos estable, si se considera, por ejemplo, que la oposición entre el orden arcaico y el orden moderno tiende progresivamente a anularse. Para Paz resulta claro que, sin ritos ni relatos que otorguen sentido a lo accidental más allá de lo que expresa su disfuncionalidad, en el horizonte de significados del mundo moderno no hay espacio para racionalizar lo irracional, o en palabras del mexicano, para “insertar la desdicha en el orden cósmico y humano, volver inteligible la excepción” (1991:147). Es la desacralización o desencantamiento del mundo moderno lo que distancia al accidente de la imagen del Apocalipsis premoderno, puesto que “el Accidente, a fin de cuentas, no es sino un accidente” (150); sin embargo, la masiva circulación simbólica que adquieren estos eventos, 6 El cine de la época ofrece algunos títulos significativos, como Dr. Strangelove, or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (1964); Fail-Safe (1964) y Colossus: The Forbin Project (1970) que comparten, en distintos registros, el tema del desastre nuclear involuntario como motor de los acontecimientos. 49 Eduardo Aguayo especialmente a través de los medios de comunicación, parece indicar que la importancia del fenomeno no ha decrecido, sino que sólo ha perdido su carácter central o monolítico ––el Gran Accidente–– para atomizarse y saturar el entorno del individuo en una proliferación innominable. De esta forma, el espectáculo diario de los accidentes, a pesar de su relativa intrascendencia o si se quiere de su secularidad, se establece como fundamento de la vida social: lo notable del mundo, lo que es novedad y noticia, es su funcionamiento anómalo, su carácter catastrófico, cuyo aspecto terrorífico penetra en la vida cotidiana ––igual que siempre–– como una sombra que “puebla nuestros insomnios como el mal de ojo desvela a los pastores en los villorrios de Afganistán” (148). Es interesante destacar que esta idea aparece también desarrollada por el sociólogo francés Jean Baudrillard en forma casi paralela al trabajo crítico del mexicano, especialmente en La sociedad de consumo, publicado por primera vez en 1968. En el texto, Baudrillard define al espacio de lo cotidiano como una zona recluida y estable que adquiere su vitalidad gracias a la “apropiación tranquilizadora del ambiente” (2009:16) que le brindan los medios de comunicación masiva, absorbiendo en este proceso la insoportable violencia de la realidad histórica en la forma del signo-simulacro. De este modo, la exposición a “los signos del destino, de la pasión, de la fatalidad” (17) que son convocados por la presencia temible y ubicua del accidente en los medios amplificarían la experiencia de seguridad que, según Baudrillard, define la naturaleza del entorno cotidiano, justificando su elección y permitiéndole de paso el acceso a una grandeza trágica que le es en esencia ajena. Por otra parte, si bien la alta demanda de eventos catastróficos que caracteriza al mercado noticioso parece explicarse por esta necesidad de patetismo espectacular que valoriza socialmente la cotidianidad, Baudrillard propone una nueva lectura de este fenómeno a partir de la década del 70, en un momento en que comienza a complejizar su proyecto inicial de análisis semiótico del consumo, esta vez en diálogo explícito con las reflexiones de Octavio Paz contenidas en Conjunciones y disyunciones. En efecto, y citando textualmente al mexicano, Baudrillard plantea en El intercambio simbólico y la muerte, publicado originalmente en 1976, que el valor social del accidente se identifica con su capacidad de reintegrar simbólicamente la cotidianidad moderna en el ámbito de lo arcaico, permitiendo el acceso, en el horizonte de la experiencia diaria, a fuerzas negadas por la racionalidad moderna. A este fenómeno responde, según Baudrillard, la sacralización de quienes mueren en los accidentes de tránsito, transformando el deceso accidental en “eventos simbólicos de la más alta importancia, como sacrificios” (1993:165). Sin embargo, para Octavio Paz la significación cultural del accidente en las sociedades contemporáneas va más alla de la sacralidad moderna que se deriva de su despliegue superficial en la semiósfera mediática. La propuesta del poeta es en este sentido anticipatoria: si el desarrollo de la técnica ha extendido la presencia del accidente en el imaginario tecnológico moderno es porque este fenómeno es 50 Octavio Paz y el accidente como imagen del mundo precisamente el sustrato sobre el cual se sostiene entero el sistema social contemporáneo, o, para expresarlo en palabras de Paz, El Accidente no es una excepción ni una enfermedad de nuestros regímenes políticos; tampoco es un defecto corregible de nuestra civilización: es la consecuencia natural de nuestra ciencia, nuestra política y nuestra moral (1991:149). La tesis anterior puede entenderse desde un aspecto instrumental, tal como lo desarrollará en la década de los 90 Paul Virilio, cuando afirme que el accidente es consustancial a la innovación técnica y que, por lo tanto, “inventar el navío, es inventar el naufragio; inventar el avión, es inventar la caída; inventar la electricidad, es inventar el electrocutamiento” (1997:84). La concepción de Paz nos parece, sin embargo, más sugerente, por cuanto permite dar cuenta de un aspecto en cierta forma “estructural” de la realidad contemporánea, modificando la noción misma de modernidad, que pasa de ser una crítica general a ser una crisis global y continua, lo que en último término revela al accidente ––en la definición de Paz, “lo probable inminente” (1991:148)–– como el motor que mantiene en actividad al cambio tecnológico y en evolución continua al escenario económico y científico. Esto, que podría pasar simplemente como una hipótesis irrealista, demuestra su actualidad constantemente. Bástenos con recordar el mecanismo técnico de mayor complejidad ––y, al mismo tiempo, el experimento científico más ambicioso–– que ha diseñado la humanidad a la fecha para contestar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos: el “colisionador” de partículas, también llamado el Gran Colisionador de Hadrones, un artefacto que acelera la intimidad de la materia para enfrentarla en un choque de magnitud cósmica, es decir, para generar un accidente primigenio que revele, tal como ocurría con los antiguos relatos de la creación, el origen del origen. CONSIDERACIONES FINALES: EL ACCIDENTE COMO CLAVE DE LECTURA Hemos podido examinar los múltiples sentidos reunidos en un término gastado por su tráfico corriente, pero que se revela como una valiosa clave de lectura para el análisis cultural de las sociedades contemporáneas. Tal como lo demuestra el diálogo textual entre Octavio Paz, Jean Baudrillard y Paul Virilio, el accidente ––en tanto que objeto de reflexión–– ha dejado de ser considerado como un suceso excepcional para constituirse en el modelo rector de una realidad que, construida sobre las bases inestables del artificio técnico, parece descubrirnos un saber inaccesible por otra vía que no sea la del colapso. Parece productivo imaginar ahora, a modo de conclusión abierta, una aproximación estrictamente literaria a la noción de accidente, especialmente pensando en un estudio más detallado que contemple el análisis de su funcionamiento en el ámbito de la ficción. Se trataría, en primer lugar, de actualizar las nociones clásicas de peripecia y anagnórisis a partir de los aportes que entregan algunos textos clave de la narrativa hispanoamericana de vanguardia. En este sentido, resultaría interesante 51 Eduardo Aguayo volver a examinar el programa narrativo de Carlos Fuentes tal como se enuncia, sugerentemente, en su ensayo “Sobre la nueva novela hispanoamericana” Re-inventar la historia, arrancarla de la épica y transformarla en personalidad, humor, lenguaje, mito: salvar a los latinoamericanos de la abstracción e instalarlos en el reino humano del accidente, la variedad, la impureza: sólo el escritor, en América Latina, puede hacerlo (1997:190). ¿De qué formas el escritor nos instala en el reino humano del accidente? Sin duda, no será posible contestar esta pregunta ahora, en vista de los objetivos planteados para este estudio; sin embargo, podemos pensar que lo anterior no corresponde a un momento de quiebre literario, sino más bien al reconocimiento de una tradición que también se encuentra recogida en Museo de la novela de la eterna, novela que, a juicio del autor, “contiene accidentes y sufre accidentes” (201). Un examen crítico al texto podrá aportar claves de lectura que posibiliten el análisis de un corpus mucho mayor de relatos. Universidad de Concepción* Facultad de Humanidades y Arte Barrio Universitario S/N, Concepción (Chile) eaguayo@ucsc.cl BIBLIOGRAFÍA Aristóteles. Metafísica. Trans. Iñaki Jarauta. Buenos Aires: Gradifco, 2007. Baudrillard, Jean. La société de consommation. Ses mythes, ses structures. Trans. Alcira Bixio. Madrid: Siglo XXI, 2009. ------- Le système des objets. Trans. Francisco Gonzáles Aramburu. México: Siglo XXI, 2004. ------- L’échange symbolique et la mort. Trans. Iain Hamilton Grant. London: SAGE, 1993. Beuchot, Mauricio. Metafísica: la ontología aristotélico-tomista de Francisco de Araújo. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1987. Bilbao, Andrés. El accidente de trabajo: entre lo negativo y lo irreformable. Madrid: Siglo XXI, 1997. Brown, Andrew. “Tecno-escritura: literatura y tecnología en América Latina”, en Revista Iberoamericana Nº 221. 2007. 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José Ángel Cuevas, Raúl Zurita and Christian Formoso open their work to the voices and the world of these people. But when the poets do this, the agents of change are already becoming extinct. The writing of these three poets digs into the defeat of villagers during the transition. Key words: José Ángel Cuevas, Raúl Zurita, Christian Formoso, chilean poetry, Transition, villagers. Caluga o menta (1989) de Gonzalo Justiniano, puesta en cartelera en 1990, es una película de los inicios de la transición chilena que representa el estado de los pobladores tras la dictadura. La película construye una representación de la vida de los jóvenes en una población periférica de Santiago. Se trata de jóvenes desempleados que roban y obtienen algún dinero con la venta ilegal de marihuana. El tiempo laxo de la película se corresponde con la aburrida vida que transcurre en el erial, sitio que ellos toman como un balneario. En medio del polvo, ellos instalan sillas de playa, beben cerveza y escuchan música. Así, los jóvenes esperan que llegue la noche y la oscuridad y, con ellas, el tiempo propicio para robar. La representación de la devastación de los sectores populares fue una figuración constante durante la transición (1989-2009),2 especialmente en la poesía chilena. 1 Este artículo forma parte de mi investigación “La poesía chilena de la promoción de los 90: derrota y pérdida de referencias nacionales”, financiada por la Dirección de Arte y Cultura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. 2 Sigo a Rafael Otano (2006) al considerar que la transición se inicia con la caída de la dictadura (1989) y finaliza cuando se acaban los gobiernos de la Concertación de partidos por la democracia, lo que sucedió el año 2009. Magda Sepúlveda A su vez, un conjunto importante de la poesía escrita por distintas promociones, está dedicada al “ex Chile”, ese país de pobladores que dejó de existir, pero cuya forma se recuerda continuamente en la poesía escrita durante la transición. La alusión a los pobladores durante la posdictadura está en poetas de la promoción de los 60, como José Ángel Cuevas; de los 70, como Raúl Zurita; o de los 90, como Christian Formoso que dan cuenta del fin de un ideal político que unía a pobladores y estudiantes en pos de un nuevo amanecer. El itinerario de esa voluntad constructiva puede leerse, ya, en el disco La población (1972) de Víctor Jara. Detengámonos brevemente en este texto para entender el interés sobre la población que se dio posteriormente en la poesía chilena publicada durante la transición. El long play La población de Víctor Jara está inspirado en un hecho verídico, como fue la toma de unos terrenos en Cerro Navia (1967) que dio origen a la población Herminda de la Victoria.3 En el disco, diversos personajes de la toma van relatando la historia. Por ejemplo, el campesino que vino a la ciudad sin tener más seguridad que la confianza en la urbe como espacio de desarrollo económico: “Y mis manos son lo único que tengo/ y mis manos son mi amor / y mi sustento./ No hay casa donde llegar, / mi paire y mi maire están / más lejos de este barrial / que una estrella” (Jara 3). Frente al saber letrado y al capital económico, dos instancias movilizadoras de la urbe, este campesino sólo tiene sus manos, con las cuales espera ganarse la vida y obtener progreso económico. Junto al campesino participan, en la toma, otros marginados de la ciudad, como las prostitutas, llamadas “coliguillas” que tienen también voz: “A‟onde vaiga, a‟onde vaiga la gente / llegamos nosotras, /dispuestas a lo que sea, /sea fiesta o sea rosca” (Jara 5). La integración entre diversas subjetividades populares que se da en La población tiene un correlato en el aspecto formal del disco, donde es posible escuchar tonadas, cuecas y marchas (Lascar, 2010), entre otros ritmos que dan cuenta de las melodías que acompañan a distintas identidades sociales. Víctor Jara elabora una continuidad entre pobladores, patria y proyecto político socialista. En “Marcha de los pobladores”, su voz apela considerando este metarrelato: “Poblador, compañero poblador, / por los hijos, por la patria y el hogar. / 3 La primera “toma” chilena ocurrió en 1957 en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, Santiago. Los pobladores lograron quedarse en el sitio, por lo cual lo denominaron población “La Victoria”. De acuerdo con los datos que proporciona Garcés (2002) esta toma fue realizada por habitantes provenientes del Zanjón de la Aguada que estaban cansados de ser mordidos por las ratas en la noche y que quedaron aún más desprovistos tras el incendio de una parte del asentamiento callampa en 1956. El cardenal Caro negoció para que se les permitiera quedarse en los terrenos tomados de la ex Chacra la Feria. Se daba inicio, así, al movimiento de los pobladores que ocuparía un sitio destacado en el acontecer nacional hasta fines de la dictadura militar. Diez años después, el 16 de marzo de 1967, ocurre la toma que canta Víctor Jara. En ella muere la bebé Herminda, de ahí que la población tome su nombre “Herminda de la Victoria”. Sobre esta “toma” existe el documental Herminda de la Victoria (1968) realizado por Douglas Hubner. 56 La derrota de los pobladores: Cuevas, Zurita, Formoso Poblador, compañero poblador, / ahora la historia es para ti, / con techo, abrigo y pan, /marchemos juntos al porvenir / Poblador, compañero poblador, / por las banderas del gobierno popular. / Poblador, compañero poblador / por los hijos, la patria y el hogar” (Jara 7). La integración que canta Víctor Jara se enmarca dentro de una idea propia de los años 60, a saber, que la mejor forma de salir de la marginalidad era mediante la iniciativa de “promoción popular”, elaborada por el sacerdote jesuita belga Roger Vekemans, que vivió en Chile entre 1957 y 1970. La estrategia de la “promoción popular” consistía en que los propios grupos desfavorecidos elaboraban sus peticiones al Estado, previa organización interna de ellos. Vekemans la explica así: “Desde el punto de vista de los grupos marginales es obvio que superar la desintegración interna y llegar a la organización, necesitará de un nuevo contenido valórico” (Vekemans, 1969:90). La conciencia organizativa deseada por Vekemans se cumple a cabalidad en la población imaginada por Víctor Jara. Esa construcción, que potencia al poblador como actor social dinámico y fuerza de cambio, fallece en la poesía de la posdictadura. 1. EL FIN DE LOS POBLADORES: JOSÉ ÁNGEL CUEVAS La fuerza del poblador como actor social, representada por Víctor Jara, caduca en la poesía de José Ángel Cuevas (1944). En cuatro de sus libros escritos durante la transición, a saber Proyecto de País (1994), Poesía de la comisión liquidadora (1997), Diario de la ciudad ardiente (1998) y Restaurant Chile4 (2005) elabora la llegada de la transición como la muerte de los pobladores. Por ello, el poeta dedica Restaurant Chile al “pueblo de Chile que ya dejó de existir” (2005:5). Ya en una entrevista dada a Cherrie Zalaquett, en 1989, el autor indicaba cómo había cambiado la concepción de pueblo: “Admirábamos al pueblo. Hoy sé que es un concepto medio viejo; que está lleno de lumpen y delincuencia, pero lo veíamos como gente noble” (www.letrasS5.cl). Ese antiguo pueblo que “unido jamás será vencido”, donde los obreros se oponían a una autoridad injusta ––llámese tirano o jefe explotador–– es el motivo del réquiem elaborado por Cuevas. En Cuevas, los pobladores y el sujeto (líder) que los apoyó están derrotados. La voz del que ha sido marginalizado recibe distintos nombres en la creación de Cuevas. Efrén Sepúlveda Fica es quien habla en Proyecto de País. Denuncia a aquellos como “ese, el que perdió la memoria de sí” (1994:3), refiriéndose a los retornados que olvidaron sus antiguos idearios y que aspiraron a un mundo que ya no será llamado popular ni cruzarán lanchas los canales se irán lejos los caballos y todo será una pura mancha. La Fosa común, le dirán (12). 4 Restaurant Chile es una antología que incluye poemas desde “El mundial del 62” hasta algunos de Proyecto de País. Y, además, incorpora nuevos textos. 57 Magda Sepúlveda Proyecto País es una polémica abierta contra los ideales modernizadores que trajeron los retornados. Dado que ese nuevo proyecto nacional estaba hecho sobre el olvido, Efrén usa “hospital Chile” como una metáfora espacial para denominar al país “Yo, Efrén L. Sepúlveda Fica / enfermo como estoy / en cama / pero/ en mi sano juicio declaro / este infinito Hospital / Chile restaurante” (1994:12). En Poesía de la Comisión Liquidadora, quien habla es Mario Maguncia, un alcohólico: “este pobre infeliz y bebedor / de Mario Maguncia” (1997:9). Maguncia denuncia la transacción que efectuaron de sus ideales populares los izquierdistas, lo que puede soportar sólo en la medida que se evade a través del alcohol, al igual que se evade ese pueblo con que sueña los trabajadores no se conocen a sí mismos no hablan con nadie, están ahí no más, tomando vino acostados en el suelo con sus herramientas / viandas secas frente a la pantalla Los trabajadores / fueron ensoñación de algo que ya no se recuerda / los trabajadores están ahí / solos olvidados / apocados frente a sus herramientas / mohosas y viejas (1997:16). El olvido de los sectores populares no sólo los afecta a ellos mismos, sino también al grupo letrado que creyó en ese metarrelato.5 En Diario de la ciudad ardiente, los amigos del hablante están deprimidos: “Jorge está tomando diazepam, Líber brozepam, yo lorazepam, estamos mal” (1998:107). Un conjunto de ciudadanos queda extraviado y deprimido al perderse la narrativa sobre los pobladores. El metarrelato sobre los pobladores es abandonado y en su lugar surge el metarrelato del individuo, que solitario, logra el éxito económico siendo satirizado por Cuevas: “Mi padre me dijo: no te preocupís de nada / solo de ti mismo, / porque cuando caigas en la mierda / nadie te va a tender una mano” (1994:34). En el nuevo sistema neoliberal la regla es el rompimiento con la comunidad, práctica que resiente Efrén Oiga, compañero, Eh, quién es compañero / de nadie Aquí / podría morir tirado en el suelo / nadie va a decir nada no te metas en lo que no te importa, Eh, compañero (1994:26). De la comunidad se pasó a la familia considerada como una isla: “Y los nuevos ideales de este sistema económico: “De no haber un mundo feliz / luchad 5 Lyotard define el concepto de metarrelato en atención a lo que produce una legitimidad en el conocimiento, en la libertad y la noción de tiempo, entre otras variables de la vida humana (1984). 58 La derrota de los pobladores: Cuevas, Zurita, Formoso por una familia feliz / un matrimonio feliz” (1994:42). Sobre este aspecto, Soledad Bianchi ha dicho que “la poesía de José Ángel Cuevas gira en torno a un núcleo básico que es su real obsesión: la pérdida de la comunidad” (169). Para Cuevas, la forma individualista de vivir es la gran derrota que significó la transición. Los hablantes creados por Cuevas están acompañados por otros derrotados y no por los retornados que creen en el neoliberalismo, ni tampoco por los pobladores que tienen ahora otro ideario. Los pobladores posgolpe, descritos por Cuevas, rechazan a estos letrados derrotados y no creen posible una unidad con quienes no pertenecen a su hábitat. Los pobladores amenazan incluso a esos derrotados Ey / ya no vengan acá / a este campamento / esta mugre nos pusimos malos / no vengan acá / está lleno de ladrones no vengan / les puede pasar algo / no vengan (1997:44). Los nuevos pobladores de Cuevas han levantado la amenaza y la fuerza delictiva como patrón de dignidad. Esa violencia los saca de su condición de vencidos y los deja a la par de los vencedores. Pero ellos no tienen ya ninguna identificación con la patria como en el metarrelato hilvanado por Víctor Jara. El relato sobre los pobladores que muere en la transición, en Cuevas está caracterizado por un cambio en las formas de diversión. Cuevas se detiene en imaginar la fiesta pre-73, en la que se embanderaba la calle y se sentaba en la mesa con los amigos y vecinos, fiesta que se clausura con el golpe y que Cuevas desea volver a tener, incluso en plena dictadura “Luchito Barrios canta “Humo y Licor”, y Los Ángeles Negros, “Cómo quisiera decirte”. Hay una botella de vino puesta, pronto se viene Navidad, el barrio debería llenarse de ampolletas, jarros, cola de mono y pan de pascua picado, fuentes de ensalada y papas con mayonesa. Cajones con camioncitos, muñecas que muevan los ojitos, cocinas, pitos” (1998:18). Para Cuevas, el periodo pregolpe es metaforizado como una “fiesta” cuya particularidad es su contexto ciudadano. En ella, el espacio pasa a ser un aspecto fundamental, la fiesta ocupa el espacio público y es intergeneracional. Sobre la convivencia de lo local y lo trasnacional en la música de esta fiesta, María José Barros sostiene que: “El rock implicó no sólo una revolución en el ámbito musical, sino también a nivel de valores: era signo de libertad, juventud, sexualidad sin tabúes, viajes y rebeldía hacia los padres. Por lo anterior, el sujeto combinó sin contradicciones el poncho con el jeans y la casaca de cuero, el Che con Elvis Presley y la Peña de los Parra con los Beatles” (Barros, 2009:6). De esta manera, la fiesta pre-73, donde el poblador es un compañero de alegría, es un espacio de integración de diversas tradiciones que se movilizaban hacia el cambio social. 59 Magda Sepúlveda Con la dictadura se inicia la mala fiesta, la que ocurre en lugares oscuros, ya sea en el centro de la ciudad o en las poblaciones. En el centro de la ciudad, la mala fiesta creada durante la dictadura era el topless: “Con el comienzo de los topless, en cualquier lugar de la ciudad, (un) par de cortinas, un subterráneo, una exoficina de comercio exterior se transforman en topless, donde, desde las once de la mañana (se llenaba) de vendedores de las nuevas empresas de previsión obligatorias y salud privada” (1998:99). En “la Mala Fiesta” (1994:14) de las poblaciones hay consumo de drogas: “Da pena ir a las poblaciones, ver bailando rap a los muchachones bufoneando con el gorro echado para atrás, loco, sabí que na‟ que ver, vamos a hacer unas movías loco, cachaí o no? algo pa‟ la angustia, un copetito, un join” (1998:100). El poblador ha pasado de compañero de fiesta a delincuente. Esas nuevas diversiones ya no están asociadas a la cultura de la comida popular Quien quiere ya ningún chancho asado ni ajo picantísimo bajo el atardecer lluvioso de Quirihue o las pataguas / ni pavos grandazos / ni caldo guañaca / nadie quiere nada quieren estar solos y dormir (1994:36). El entierro del pueblo es, en esta poesía, el exterminio de una forma de diversión, que poseía formas de alimentarse y de cantar reconocibles. Sobre el aspecto de la crisis de lo popular en Cuevas, Naín Nómez ha planteado que en Proyecto País está la clausura del sueño bucólico, vale decir, la imposibilidad de retomar el imaginario del campo exaltado por De Rokha y formular con ello una arcadia que exorcice los traumas del presente y nos libere de la chatura de los nuevos sueños del presente (Nómez, 2010:192). Esa chatura está protagonizada por un nuevo actor, que reemplazó al poblador, como es el consumidor. Para el consumidor ya no es necesario sindicalizarse para lograr mejores bienes, basta con endeudarse con la tarjeta de crédito ahí van las poblaciones en bloque pegadas /unas con otras (p)romiscuo / arrastrándose psch psch / mamita Papito / Ey, y sacan tele / y sacan video a puro ver / n‟a que ver que saquen tele / los hijos de los hijos muertos / punk armados / raps rapados están todos locos / en las poblaciones (1997:19). Cuevas reproduce la oralidad popular, enfatizando el orgullo de ese habla que ya no aspira a simularse letrada. Los nuevos pobladores son los punks y los skins que Cuevas rechaza. Tal como en “Fervor de Buenos Aires” (1923) de Borges, Cuevas penetra en el arrabal, pero donde el escritor argentino se reencuentra con su infancia calmada, el poeta chileno aprecia el lugar del 60 La derrota de los pobladores: Cuevas, Zurita, Formoso autoexterminio. Los nuevos jóvenes no tienen un metarrelato revolucionario, sólo esperan en la esquina del block y al son de un reggeaton que el día pase y llegue la noche para delinquir. 2. LA POBLACIÓN FUE UN SUEÑO: RAÚL ZURITA Así como Cuevas representa el fin de los pobladores como fuerza de cambio, un poeta de los 70 acude a otra enunciación. Raúl Zurita en La vida nueva (1993) inventa para los pobladores el lenguaje de los sueños. Zurita (1950) hace hablar a los pobladores desde su mundo onírico. Su fórmula retórica tiene que ver con el testimonio, es decir, siguiendo a Beverly (2004) hay una voz básica que introduce el habla del subalterno, generando un texto que anula la oposición ficción/no ficción. Esta voz que facilita el habla del que tiene bloqueado los accesos públicos para enunciar, es la de una periodista. Zurita emplea las grabaciones del diálogo entre una entrevistadora y los pobladores; y a la vez crea para sí mismo la voz de un testigo que vio las ocupaciones de terrenos. Con estas voces, Zurita selecciona, corta y arma los poemas del libro y de esta forma crea la ficción de una enunciación testimonial que le permite poner un valor de documento al poemario. La estrategia del testimonio creada por Zurita permite traer a la vida a los pobladores asesinados durante la dictadura. Para cada uno de ellos ––y de ellas–– el poeta crea una voz particular. Los primeros testimonios corresponden a pobladores que participaron en la ocupación de terrenos que dio origen al campamento Raúl Silva Henríquez, toma que se efectuó en 1983, en plena dictadura militar.6 El poeta asume el rol de testigo de esos hechos y de la represión posterior miles de banderas flameaban sobre las casuchas de cartón y plástico del campamento Raúl Silva Henríquez, amontonados, los cuerpos de sus moradores parecían fundirse en la penumbra entre los guitarreos y los extraños zumbidos de las radios portátiles (1993:16). En esta visión del poeta se superponen dos tiempos: el de la toma misma con sus banderas y sus guitarreos; y el otro, el de la represión, con sus asesinatos y los cuerpos de los pobladores amontonados. Como en el cine, estas dos situaciones se yuxtaponen ante el ojo congelado de quien imagina y relata el crimen. La dictadura fue feroz en las poblaciones. Para el historiador Mario Garcés “Los dos grandes protagonistas colectivos del siglo XX fueron el movimiento obrero y el movimiento de pobladores” (Garcés, 2002:5). Debido a este protagonismo, podemos entender la represión violenta que sufrieron. De los testimonios, el autor selecciona la parte de los sueños y no borra la marca que 6 Durante la dictadura se efectuó otra “toma”, la que dio origen al poemario La bandera de Chile (1981) de Elvira Hernández. La poeta desarrolla una escritura vanguardista (motivada en parte por la censura) en la que hace converger el símbolo nacional la bandera, con el problema del territorio (población La Bandera) y con el género que llevó adelante la ocupación, a saber, las mujeres pobladoras. 61 Magda Sepúlveda indica que hay una entrevistadora, buscando subrayar así el significante propio del documento etnográfico. La periodista de La vida nueva le cede la voz a Alamiro Núñez, un poblador que fue perseguido Yo solamente sueño que me persiguen. Ese es mi problema, señorita. De un tiempo a esta parte lo único que sueño es que me persiguen y son siempre carabineros o gente de civil. Ahora, en el sueño mío, yo (…). Iba por una calle llena de piedras que se hacían más filosas y de pronto estaba corriendo por un campo arado, como cuando era niño, porque de allá vengo (1993:17). Alamiro parte relatando su huida de un allanamiento masivo, represión que consistía en obligar a todos a salir de sus casas, separando a los hombres a un lado y a las mujeres en el otro. Todos debían desprenderse de sus zapatos y quedarse en ropa interior, mientras las fuerzas militares se llevaban a los que les parecían sospechosos. La vía por la que huye Alamiro se fusiona con un camino de su origen campesino. Y es la parte de esos sueños, ligados a un origen de cercanía con la tierra, lo que Zurita busca rescatar. A partir de los años 50, viene produciéndose la migración campo-ciudad. Los campesinos, cansados de la falta de movilidad social que se da en el campo chileno,7 ponen su esperanza en la ciudad como espacio moderno. Pero los que sabían manejar el arado no llegan al centro cívico, sino a los bordes de la ciudad, a los conventillos y a las poblaciones. Zurita va trazando a través distintas voces la composición de la población Raúl Silva Henríquez. Para Oscar Galindo, “La vida nueva es una polifonía textual (donde el) poeta (es) definido como recolector de las voces de la colectividad” (2002:210). Junto a los alzados de procedencia campesina, Zurita posiciona también a los pobladores de origen mapuche que pusieron su esperanza en la ciudad, pero vivieron en ella la discriminación étnica y luego la represión. Entonces decidieron volver a sus tierras ancestrales. El testimonio, ahora, es de Carlos Coñuepán: “Somos todos pobres, muy pobres, señorita, por eso nos vinimos (…). Así lo empecé a soñar: venían tres figuras, pero eran como de un trote de bestias con sus caras mirándome. El último era el cacique, pero él venía con forma humana. Se me allegó bien y me dijo que estaba sufriendo ahí, que tenía que irme de la capital. Me volví entonces en aire, en suspiros me fui hasta mi tierra de Mehuín” (18). En este testimonio están convocados dos sueños: el de la ciudad como lugar de oportunidades económicas y el del retorno a las tierras ancestrales. Ninguno de los dos se hace realidad. El segundo sueño, la vida nueva para Coñuepán, es volver a unas tierras que la transición no defendió. Durante la posdictadura, el pueblo mapuche ha vivido en crisis permanente, producto de 7 Gabriel Salazar y Julio Pinto analizan en Historia de Chile III, las condiciones de vida del campesinado chileno durante el siglo XX: “no existían relaciones de tipo salarial; los ritmos de trabajo dependían de los ciclos naturales” (2002:101). Por esto, ellos no estaban “integrados al consumo interno, como a la vida cultural y política del país” (2002:113). 62 La derrota de los pobladores: Cuevas, Zurita, Formoso una nueva asolada sobre sus tierras. Ya no la de los españoles, sino la de la modernidad tecnológica que necesita un plus de producción nunca antes experimentado. Por eso, Mehuín ––la tierra de Coñuepán–– está amenazada. La empresa celulosa CELCO planifica construir un ducto para botar sus residuos en la caleta de Mehuín. Así, estos pobladores quedan en la derrota absoluta. Los sueños de los pobladores han tenido la derrota por destino. Junto a ellos han perdido también los estudiantes. Para los universitarios, Zurita ya no usa el testimonio, sino la fórmula retórica de la inscripción en la lápida, mediante ella da los nombres y el lugar donde cada uno de ellos fue asesinado. Tal como en Cuevas, hay en La vida nueva un deseo de unidad entre el sujeto letrado y el poblador. Esa unidad venía estableciéndose desde los 60, donde parte importante de los universitarios comenzaron a comprender la situación de desigualdad social que vivía el país. Ya en 1963, Violeta Parra cantaba “Me gustan los estudiantes”: “Me gustan los estudiantes / que marchan sobre la ruina / con las banderas en alto / va toda la estudiantina: / son químicos y doctores, / cirujanos y dentistas” (www.violetaparra.cl). La participación política de los estudiantes explica la represión de que fueron objeto, al igual que lo fueron los pobladores. Zurita crea para los estudiantes el capítulo “In memóriam Universidad Santa María (1967-1973)” (255) de La vida nueva. La Universidad Técnica Federico Santa María de Valparaíso tiene especial importancia para Zurita, pues allí estudió Ingeniería Civil. Además, las instalaciones de esta Universidad fueron usadas para interrogar y mantener detenidas a personas que venían, fundamentalmente, del barrio Los Placeres, de Valparaíso. La universidad también desalojó a los alumnos del internado, para que la guardia militar durmiera allí. Muchos detenidos fueron trasladados desde ahí a la Academia de Guerra Naval, donde se realizaba el interrogatorio implacable y por donde pasaron cerca de 1.500 personas. Los estudiantes que vivieron ese cruel derrotero son recordados por el poeta Anotada la imagen que vuelve. Nicho 1: hombres y países. Anotado el nombre de una mujer: Higinia Castro, estudiante. Borrados todos del amor es el recuerdo. Estará escrito un puerto, un mar, una universidad: Santa María. Anotado el grito que vuelve. Nicho 2: hombres y países. En galpones de sueño se dice José Poffalt, estudiante. Se dice el océano y su inmensidad inundando la mañana (259). 63 Magda Sepúlveda La estrategia de la voz enunciadora consiste en hacer volver su espanto como si fuera un testigo: “la imagen que vuelve” y “el grito que vuelve”. La voz está en la escena del pasado, desde ahí “anota”, vale decir, escribe. Cada personaje vuelve a la vida al ser nombrado. Por la letra de Zurita, los estudiantes y los pobladores, con la multiplicidad de sus procedencias, adquieren vida, “la vida nueva” que da el arte. Zurita permite el testimonio de diversos pobladores asesinados durante la dictadura, para ello va poblando el espacio discursivo de sus distintas voces. En ello se asemeja a Víctor Jara que le daba voz a la mujer, al maestro carpintero y a todos los participantes de una toma. Pero Zurita se diferencia de Cuevas, pues no construye una representación para el presente de los pobladores durante la transición, imaginario que sí desarrolla Cuevas con el propósito de situar en ese tiempo la derrota de este actor social. 3. LA FOSA DE LOS POBLADORES: CHRISTIAN FORMOSO Christián Formoso (1971) sigue en la línea de Zurita, en el sentido que hace hablar a los pobladores desde la fosa en que fueron depositados por la represión dictatorial. Pero Formoso va más lejos en el tiempo. Más bien, va más atrás en el tiempo. En El cementerio más hermoso de Chile (2008), Formoso traza una sintaxis que finaliza con los pobladores lanzados al mar por la dictadura, pero comienza con el exterminio de los primeros pobladores, los nativos de la zona patagónica. Cada poblador lanzado al mar adquiere una voz particular en la poesía de Formoso. Cada uno de ellos recuerda el momento de su asesinato, pero con un lenguaje amoroso, donde víctima y victimario son un mismo cuerpo. De esta forma el muerto por fusilamiento ve, en sus asesinos, otros yo de sí mismo: “y escuché que yo decía ya andas en tomas y ya no sé qué más decía, pero entonces me vi de nuevo (y) veía mis manos enlazadas a las manos de ellos y con mi mano que estaba más cerca yo tomaba un fierro y hablaba y me decía que yo era el mismo enlazándolo todo. Y del fierro salía fuego que entraba en mi cabeza del otro yo mismo (y) entonces sentía que un llanto largo y un gemido muy corto salían a la distancia, y yo me decía a mis otros dos que yo no me iba a ninguna parte y me echaba tres disparos y luego me ponía una piedra en el pecho de ellos para no irme, y una ola me decía quédate porque alguien te va a destapar, y te van a poner otro nombre” (2008:314). El poblador, que posteriormente pasará a ser un detenido desaparecido ––pues su nombre se extraviará–– observa que sus asesinos componen junto a él un solo cuerpo social. Esta voz más allá de la muerte es el imposible que crea Formoso. Y no sólo están más allá de la muerte, sino también más allá del odio. El artificio de Formoso es hablar desde el cementerio de Punta Arenas y desde otros campos de inhumación cercanos. Desde cada tumba, desde cada osamenta, un cadáver se levanta y cuenta su historia. Es decir, para Formoso, la 64 La derrota de los pobladores: Cuevas, Zurita, Formoso historia de la zona la poseen los que están enterrados. De ahí que Eugenia Brito indique que Formoso “hace posible una escritura en busca de una historia y de una historia que es la búsqueda de su ruina y la dotación del sentido” (www.letrass5.cl). Retóricamente, usa, además, el collage de diversos documentos de época, desde crónicas de navegantes, epitafios de tumbas, informes de derechos humanos hasta las líneas de messenger electrónico. A través de estos soportes, Formoso crea una voz y una memoria para cada uno de los muertos y una escena catatónica para él mismo encerrado en la cabina de un cibercafé. La palabra poblador adquiere otra dimensión en la poesía de Christián Formoso. Ya no se trata tan sólo de aquel sujeto que no tiene casa y vive de allegado en hogares de familiares, o amigos, o en campamentos miserables. Formoso usa el significado antropológico, a saber, poblador como “habitante” (RAE, 1992), el que crea un hábitat para vivir. Y desde ahí examina toda la cultura de la zona de Punta Arenas para metaforizarla mediante la figura de la fosa. En esta poesía, fosa y cultura se vuelven equivalentes. La primera fosa en Punta Arenas se abre con la llegada de la tripulación magallánica. Esta fosa está formada por los restos humanos que los indígenas lanzaron a la tripulación magallánica. El poema lo enuncia Antonio Pigafetta, el cartógrafo italiano que viajó con Hernando de Magallanes y que murió en su tierra natal. Formoso plantea una voz como transcripción de la crónica que hizo efectivamente Pigaffeta. La voz dada a este tripulante magallánico enuncia Tuvimos por todo remedio quemar nuestras naves frente a la gran muralla (ilegible) y entonces de lo alto de la muralla comenzaron a arrojar los restos de unos sujetos (…) cuyas tripas semejaban una bandera (ilegible) y cuyos huesos dibujaban unos nombres que no supe descifrar. Mientras caían los (ilegible) frente a nosotros, se comenzaron a abrir los primeros sepulcros, las primeras islas (43-44). En el poema se concibe la ciudad como el advenimiento de una frontera o muralla y la amenaza de muerte para quien la traspase, es decir, el castigo de la fosa.8 Los archivos de la fundación/fosa están „ilegibles‟ en la ficcionalización de Formoso. Es decir, lleva al poema mismo el problema respecto a la escritura como medio de registro. En definitiva, Formoso hace entender que la memoria está ilegible y que por tanto, somos enfermos del mal de archivo, aquello que 8 La leyenda sobre la fundación de Roma plantea que los gemelos Rómulo y Remo decidieron construir una ciudad en el mismo lugar donde los encontró la loba que los amamantó. Rómulo trazó un círculo que nadie podía cruzar sin sufrir la pena de muerte. Remo saltó sobre el círculo, violando la muralla. Rómulo lo mató (Grimal, 2009). Esta leyenda me sirve para vincular dos conceptos asociados a la ciudad: la muralla y la fosa, poetizados por Formoso. 65 Magda Sepúlveda Derrida definió como: “Una pulsión de agresión y de destrucción, ella no sólo empuja al olvido, a la amnesia, a la aniquilación de la memoria, sino que manda asimismo la borradura radical” (Derrida, 1997:19). La amnesia versa sobre los pobladores originarios, esos son los nombres que no se pueden descifrar. Formoso da vida a un conjunto de voces espectrales que van contando la historia de Punta Arenas. Así pasan los personajes de la Colonia y del siglo XIX, como el teniente Miguel Cambiaso que se sublevó contra el presidente Manuel Montt y la suiza María Pittet9 que fue asesinada por militares que estaban relegados en 1877. La voz básica incorpora el inglés cuando aborda la época del ganado lanar. Para explicarse este procedimiento, no basta con indicar que Formoso es licenciado en letras inglesas. Esta voz está disputando con los ingleses que mataron indígenas para expulsarlos del territorio que necesitaban para el pastoreo. A partir de 1833, los ingleses se instalaron en las islas Falkland y desde ahí por toda la Patagonia, creando estancias cuyo fin productivo fue el llamado oro blanco. La economía decayó en 1920, tras la apertura del canal de Panamá. Antes de ese tiempo, la matanza de indígenas fue brutal. Formoso recorre las lápidas ubicadas cerca de las estancias y polemiza con las inscripciones referidas a los dueños de estas propiedades. Por ejemplo, el epitafio en las tumbas de los muertos de la estancia Caleta Josefina This stone was erected by their fellow employees in memory of Edward Williamson and Emilio Traslaviña who were killed by indians near San Sebastian in January 16th 1896 (97). Formoso recupera las inscripciones de las lápidas, pero cambia el sentido del epitafio. Mientras ella muestra a los indígenas como asesinos, Formoso exhibe la construcción de estancias como un proceso de asesinato mutuo, donde mueren tanto indígenas como empleados y estancieros. Formoso va buscando reconstruir el archivo perdido tras las tumbas. Incluso, considera casos en que el 9 Ella formó parte de las familias suizas que emigraron a la Patagonia chilena tras los beneficios que ofrecía el Estado chileno a favor de producir una colonia agrícola y evitar la condición de colonia de relegamiento que estaba adquiriendo Magallanes. La otra mujer a quien Formoso le dedica especial atención es Sara Braun, pero tomando una distancia crítica con respecto a ella. Sara Braun, de origen ruso, se casó con un comerciante portugués que hizo gran fortuna gracias a la crianza de ovejas que instaló en el millón de hectáreas magallánicas que le regaló el gobierno chileno como parte de su programa de apoyo a los inmigrantes. En 1895, tras la muerte de su marido, ella finalizó el palacio donde vivió junto a su descendencia. Formoso realiza una polémica oculta con la prominencia museográfica que ella tiene. Ella y su banalidad aparecen en esta voz: “Que alguien con devoción / me peine los domingos / de mi victoria” (87). Para ella, no hay mal de archivo; entonces ahí Formoso instala la polémica. 66 La derrota de los pobladores: Cuevas, Zurita, Formoso único archivo son los huesos. En esa situación, su retórica se asimila a la del lenguaje forense, lo cual sucede con las culturas aborígenes, donde la única escritura es el hueso Inventario de los restos óseos humanos. Fosa Isla Karukinka Bolsa 75 Costilla izquierda, individuo joven 16 a 17 años, bien conservada; vértebras lumbares completas bien conservadas, vértebras torácicas bien conservadas, probablemente del mismo individuo. Bolsa 87 Mandíbula semi-completa, molares con leve desgaste. Bolsa 77 3a, 5, 6 y 10 costillas izquierdas, 6ª costilla derecha, niño de 6 años (58-59). Desde la escritura de Formoso, la cultura humana es destrucción. Donde hay un monumento de cultura hay una fosa. Su intento poético es retornar a la vida y armar un cuerpo con los fragmentos. Tal como en 2666, de Roberto Bolaño, la posibilidad de aclarar las existencias de las vidas anónimas a partir de fragmentos está negada. De esta manera, para Formoso, el exterminio de pobladores durante la dictadura está dentro de un continum humano que es la violencia. Los cementerios clandestinos de la dictadura se asemejan a las fosas sin nombre de los restos de nativos. Formoso asume como trabajo hablar del resto que va dejando la cultura, de ese archivo que se quiere hacer desaparecer de la historia oficial. Este deseo por publicitar ese otro archivo está puesto en las palabras de uno de los pobladores, amarrado con alambre y tirado al mar, que crea Formoso donde el que cayera no pudiera sino salir atado con alambres, (y) que lo que soñara desde ahora sería un sueño hermoso y lleno de sangre, y que yo sería mi sueño y su sueño serían todos los hijos de las poblaciones y las tomas y de los lugares que cientos de años antes fueron tomas y poblaciones y cementerios y que de ahora en adelante ese río que estaba escondido estaría a la vista de todos (39). En la voz del poblador asesinado aparece el sueño, tal como en Zurita. Creo que esto tiene que ver con la suspensión de la realidad. Ha sido tan escasa la documentación sobre las poblaciones10 que parece que esa parte de la historia de Chile hubiera sido un sueño. El extravío del archivo de los pobladores tiene eco en la situación actual de los habitantes de los márgenes citadinos. En la órbita del consumo, a los jóvenes populares les corresponde la droga. Así ocurre con los nuevos pobladores que habitan en cierta zona de Punta Arenas sector norponiente Calles Rómulo Correa, capitán 10 Destaca en el levante del cine sobre poblaciones, el trabajo de Pablo Corro quien ha escrito sobre el filme documental Las Callampas (1957) de Rafael Sánchez quien fue profesor y fundador del Instituto Fílmico de la Pontificia Universidad Católica de Chile. 67 Magda Sepúlveda Guillermos, avenida Circunvalación Pasajes interiores: angostos Terrenos ocupados por grupos de jóvenes para beber y drogarse, existencia de basurales clandestinos en los alrededores (226). Formoso asume que todo poblamiento tiene la violencia como signo fundador y por ello busca, inventa y configura los archivos de esa agresión. En esa búsqueda, su poesía torna la mirada hacia los cementerios y las fosas en tanto archivos sobrevivientes al exterminio. Formoso escribe desde los vestigios que dejan las culturas, especialmente, en Punta Arenas. En conclusión, los pobladores se transforman en una voz importante en la poesía publicada durante la transición. Su presencia es explicable en la medida que acontece su derrota o su muerte, precisamente, en ese periodo posdictatorial. Tanto José Ángel Cuevas y Raúl Zurita como Christian Formoso resienten esa comunidad perdida, con todo su poder de agente de cambio y su poder inclusivo de diversas identidades sociales. Los poetas recrean esa comunidad desde el sentimiento doloroso de la pérdida y, al hacerlo, resisten el olvido. Pontificia Universidad Católica de Chile* Facultad de Letras Departamento de Literatura Avda. Vicuña Mackenna 4860, Macul, Santiago (Chile) msepulvu@uc.cl BIBLIOGRAFÍA Barros, María José. “La posdictadura en la poesía de José Ángel Cuevas. La distopía del ex Chile”. Ponencia presentada en el Congreso Extraordinario 30º Aniversario SOCHEL. 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Abstract This article proposes an analysis of the novel “El perro de la escribana” (1982) by Maria Luisa Mendoza, a text in which arbitrary and subject‟s gaze will become basic tools where national, cultural and gender identities take root. In this book, its past depends only on the symbolic authority of those speeches outlining the memory. Key words: Memory, scopic, subjectivity, identity, Maria Luisa Mendoza. El perro de la escribana (1982) de María Luisa Mendoza es una novela narrada por el personaje Leona Piedecasas, quien se autodefine como “esta que escribo y hablo, Leona cara de perro”1 (Mendoza, 104). Desde las primeras páginas, Leona intenta reconstruir, a partir de sus memorias infantiles, la historia de una familia. En ocasiones, esta escritura ha sido leída como el registro de la represión femenina, de hecho, en su artículo “Subjetividad femenina y alienación en „Me olvido de olvidarte‟ de María Luisa Mendoza”, Andrea Parada señala que En la colección Ojos de papel volando (1985), el interés de Mendoza por asuntos relacionados con la vida erótica de la mujer ––como en su novela (…) El perro de la escribana (1982)–– se concentra directamente en registrar la subordinación femenina en una sociedad mexicana regida por un sistema patriarcal. Esta exploración de las modalidades represivas destruye mitos y estereotipos sobre la mujer para reflejar una feminidad de esencia conflictiva, en constante lucha por liberarse de códigos sociales represivos (1999:3). Sin duda, en éste y otros textos de María Luisa Mendoza se trasluce una confrontación de la autora con las estructuras de poder. Mendoza, como voz narrativa y como sujeto ficcionalizado, reconstruye muchas veces el statu quo y, al desestabilizar su 1 María Luisa Mendoza. El perro de la escribana o las Piedecasas. México D.F.: Joaquín Mortiz, 1982:104. Citaremos por esta edición. Mariana Libertad Suárez lenguaje, lo pone en tela de juicio; no obstante, resulta curioso que cuando Parada refiere las instituciones canonizantes que entran en esta disputa, las reduzca a los estereotipos y los códigos sociales, sin tener en cuenta los procesos científico-sociales generados al interior de la academia como espacio de conocimiento por excelencia. En El perro de la escribana, el proceso de revisión de la intimidad dialoga con la historia mexicana, con las percepciones de la política y lo político que mujeres, niños y ancianos trataban de expresar al interior del hogar. No se trata únicamente de un cuestionamiento de los discursos que provienen de la oralidad, sino también de la institución letrada. La obra, cargada de anacronismos, saltos en el tiempo y proyecciones a futuro, permite que la residencia familiar se torne Solar evocación en la misma casa reconstruida infinitas veces, puertas tapiadas, ventanas nuevas, techos subidos, bajados, las paredes cubiertas con cuadros, sin un pedazo desocupado para que los malos pensamientos y las tentaciones no vayan a presentarse, a interrumpir; mejor la estampa de dos mujeres con manguitos mirándose en una calle de París (109). Ahora bien, esta tendencia a la rememoración y a la confrontación con la ciencia histórica, no sólo ha sido obviada en buena parte de los estudios en torno a la obra, sino que también ha sido asumida como una posición convencional por parte de la autora. El tradicionalismo atribuido a las mujeres latinoamericanas a lo largo de todo el siglo XX que constituyó, entre otras cosas, un argumento para someter a la mujer al interior del hogar ––pues su incapacidad para comprender la modernidad la convertía en un ser indefenso–– provoca que muchos actos de reconstrucción del pasado, incluyendo aquellos que se manifiestan al interior de El perro de la escribana, sean leídos desde las claves del melodrama decimonónico, pues pareciera que ésta es la única plataforma a partir de la cual un sujeto femenino puede pensarse en la historia. Aun más, ciertos sectores de la crítica han llegado a entender la escritura de María Luisa Mendoza como una propuesta nostálgica, que echa de menos un momento glorioso de México. Con esa base, se ha afirmado que a esta escritura subyace cierta desesperación ante la pérdida del tiempo transcurrido. Federico Patán asegura que María Luisa Mendoza se pone en el camino de Proust y busca, a través de la memoria, fijar ciertas esencias y derrotar con ello el fluir del tiempo: “Se puede recuperar el tiempo perdido si cierras los ojos y memorizas los pensamientos de las mujeres que te antecedieron y de los hombres que te habitaron en la sangre”. Sin embargo, la presencia del tiempo termina venciendo y una tristeza profunda se apodera del libro. Seguramente por ello son nueve las etapas que nos llevan a la nada del último capítulo. Son, nos dice el propio libro, “Rosarios ––nueve–– de pésame”. Quiérase o no, la muerte impone su ineludible decisión (1992:219-220). Este fragmento está dirigido a vincular la escritura de Mendoza con la nostalgia proustiana,2 a pesar de que desde su sentido etimológico el término nostalgia ––“dolor 2 En La palabra y el fantasma en la cultura occidental, Giorgio Agamben propone que en la Edad Media, la acedia (tristitia, taedium vitae) o desidia, era un azote que traía consigo la muerte del alma. 72 Ver y ser visto: La metáfora de la mirada en El perro de la escribana por o proveniente del regreso”–– supone un desagrado profundo hacia el presente, que invita a retomar una vida anterior. El personaje de María Luisa Mendoza, Leona Piedecasas, lejos de idealizar su pasado, le aporta significados que se tornan más dolorosos en la medida en que avanza el texto. El proceso de reconstrucción que lleva a cabo la autora pareciera tener como función última, más que traer las experiencias nuevamente al presente, conjurarlas hasta hacerlas desaparecer. Del mismo modo, la protagonista se refuerza en su individualidad. Asume la voz narrativa para jerarquizar y evaluar los objetos de su entorno con la finalidad de movilizar ––y nunca fijar–– los significantes que constituyen el pasado. Es decir, más que presentar nuevas certezas, el estilo libre, el (ab)uso de los neologismos por parte de la autora, los anacronismos y la superposición de significados a un único significante ––como pueden ser “Dimes” y “Diretes”–– niegan el anquilosamiento del discurso y revalúan la mirada como fórmula para negar la univocidad del lenguaje. A este respecto, no parece accidental que en una aproximación crítica realizada por Anamari Gomís a la obra de María Luisa Mendoza, se establezca que en esta novela: “El enunciado es la trama plena de significación. Las casas y los objetos conforman el pasado y se transforman en un ámbito literario” (2006:209), es decir, que se proponga dentro de esta novela, un tránsito permanente que va desde una forma de enunciación a otra. Un desplazamiento que goza de la capacidad de presentar, representar y enunciar el recuerdo, y también de la habilidad de constituirse en una memoria alternativa. Hay pues, en esta sugerencia, un doble movimiento a partir del cual se puede leer esta escritura de María Luisa Mendoza. Por un lado, la topicalización de la mujer que escribe le conferirá a esta individualidad el poder de generar memoria en la marginalidad; en segundo lugar, los textos producidos por el personaje de “la escribana” contendrán una serie de hechos mutables, cuyo riesgo de fuga supone, también, la negación de una subjetividad. Ahora bien, en el planteamiento de esta hipótesis, si bien Gomís destaca el valor de los objetos y su mutabilidad a lo largo del relato, obvia el hecho de que este proceso de transformación se deriva del posicionamiento del personaje femenino. O, lo que es lo mismo, deja de lado que la conformación del pasado constituida por la transfiguración del espacio físico nace en y desde la mirada de la protagonista, de ahí que esta novela pueda ser leída como un viaje al origen de una subjetividad. Del mismo modo señala que “Apenas este demonio ––para los padres de la iglesia esto surge por acción del demonio, nosotros vamos a intentar dar la lógica de la estructura, no les vamos a pedir a ellos que hablen en términos de inconsciente o de gran otro–– empieza a obsesionar la mente de algún desventurado le insinúa en su interior un horror del lugar en que se encuentra, un fastidio de la propia celda y un asco de los hermanos que viven con él que le parecen ahora negligentes y groseros” (1995:25). A simple vista, este procedimiento bien pudiera identificarse con el que atraviesa el personaje de María Luisa Mendoza; no obstante, el desencanto no paraliza a Leona, sino que la motiva a descubrir que el lenguaje es el único material del que está hecho todo el aparato represor y, por tanto, elige construir un pasado paralelo que dé cuenta de su identidad. 73 Mariana Libertad Suárez Incluso, si se intenta conciliar esta premisa con la propuesta de Gomís podría afirmarse que dentro de esta trama se produce una doble fuerza: un movimiento liberador que permite el tránsito tanto de la voz narrativa como de sus perros ––Dimes y Diretes–– en el tiempo y el espacio, a la par de una necesidad de resguardo y control que justifica la existencia de esas páginas producidas por la protagonista. A partir de lo anterior no es extraño que en esta novela la narración devenga descripción y viceversa, pues el gesto de escritura busca movilizar la subjetividad que enuncia y, a la vez, fijar significantes asociados a su historia. Asimismo, es fácil comprender ––a partir de esta tensión–– el hecho de que no se hable de capítulos dentro de la novela, sino de “residencias”, “domicilios” u “hogares”, pues más allá de la clasificación o jerarquización de la historia, dentro de esta obra se propone un cambio de perspectiva de los hechos, la visualización del pasado desde diferentes espacios donde conviven personas ligadas por vínculos consanguíneos, alianzas de género o filiaciones que ––deseadas o no–– aportan una nueva mirada sobre los personajes y espacios descritos. Ya desde la “Primera residencia”, este gesto se hace evidente arriba un poyo con puntos finales de austeridad en complicados platos (…) con paisajes que casi no se distinguían desde abajo, cuando éramos chicas, y tampoco en la adolescencia, o ahora probablemente, si todo existiera y pudiésemos pararnos ante la repisa y tratar de ver cada plato del que sólo queda la memoria o el recuerdo descolorido, misterio de las familias que los usaron en mesas antiquísimas, trozos de vajillas inmensas, recipientes de ricuras para llevar a la boca en cubiertos de plata pesada, muy grandes cada uno, en verdad cucharotas, tenedorzotes, cuchillones, con naturalidad linajuda en los modales que confiere el ser condiscípula de una niña hija de una madre que fue condiscípula de nuestra propia madre, y nieta de la condiscípula de la abuela de uno, y así (16). Las imágenes que eran veladas a las niñas por su estatura y a las mujeres por el paso del tiempo se insinúan cargadas de historias y, más que nada, de vínculos a partir de los cuales es posible reconstruir los hechos. La imposibilidad de ver la imagen fija que contenían los platos, le abre a la escribana una vía alternativa para narrar esas relaciones que se modificaban permanentemente, para seguir el rastro vagabundo de las historias compartidas y, a partir de ahí, plantear que no existe nada parecido al “recuerdo”. El pasado como ente independiente no es nada distinto a un efecto originado en un proceso de fijación previo. Por tanto, la revisión de las relaciones tendrá la capacidad de producir relatos múltiples que, a ratos, parecerán superpuestos. En otras palabras, las moradas que fungen como capítulos en esta estructura, se definirán a partir de una toma de posición de la escribana, quien residirá en medio de los flujos migratorios de sus familiares. Los personajes que salen y entran, permanentemente, crearán un espacio heterogéneo donde sólo los conflictos abrirán espacio para la convivencia. La(s) casa(s), constituida como un significante sistémico 74 Ver y ser visto: La metáfora de la mirada en El perro de la escribana con la capacidad de remitir a la idea de “comunidad necesaria”, a medida que avance el discurso, se desdibujará más, hasta tornarse completamente irrealizable. Todo ello, aunado al hecho simple de que las protagonistas de la novela estén unificadas bajo el significante “Piedecasas”, aporta nuevas aristas para comprender las nociones de “hogar” y “memoria” sugeridas por María Luisa Mendoza en su escritura. Ciertamente, la mansión, morada o domicilio se ubica en el umbral del noser; sin embargo, la cotidianidad sostiene ese territorio de residencia y lo reinscribe dentro del imaginario tanto de los lectores ficcionalizados, como en el de los reales. La subjetividad narradora nace de estas acciones que, de manera casi mecánica, adquieren la habilidad de refugiar espacios e individuos en tránsito. Todo lo relatado en “La segunda mansión” bien puede dar cuenta de ello. Por ejemplo, ese apartado comienza con el epígrafe: “¡Oh casa con dos puertas que es la mía!” (20), tomado del poema “Casa con dos puertas”, de Enrique González Martínez, donde se habla de la vida como morada. De forma aún más evidente que en la primera residencia, la cotidianidad determina la subsistencia de los espacios Paréntesis en la acostumbrada conversa meneadísima en mecedoras después de la comida, tiempo de darles probaditas al té, mordiditas a las cocadas, humo de cigarros y caricias, los gritos, apapachos, jalamientos de colas y orejas, correctivos y resbaladoras combas manos abombadas gozando lomos y cuadriles de los perros canelos Dimes y Diretes que envejecían echados al sol cada vez más o titilando, estrellas viajeras, debajo de los limoneros (…) Decreto de plomo; horas de queda a trinos, zureos, cloqueos, cacareos, rebuznos, relinchos y ladridos amados e insistentes al zaguán con el portón cerrado, clausura de la libertad, habladilla del pueblo que por primera vez se encontró el obstáculo en la casa de los Piedecasas (22). Frente a esta disposición orgánica de la rutina y la primera mención a los perros de la escribana, el texto genera la impresión de contener, más allá de la obviedad de la anécdota, un lenguaje alternativo. Una expresión encubierta en cuyos signos ––indescifrables, al menos en este primer momento de la novela–– subyace un conocimiento necesario para comprender el movimiento potencial de la obra. Se ofrece pues, al receptor, cuando menos dos vías para la lectura de este discurso. Por un lado, la presentación de una “memoria letrada” equiparable al documento histórico; y, por el otro, el uso de estos recuerdos como elementos de argumentación ideológica. Dada su periodicidad, las acciones aquí comentadas bien pueden ser asumidas como naturales o humanas, con lo cual, se hace obvia la “afectación” que se pretende provocar en el lector. Ahora bien, evidentemente, las Piedecasas, sus moradas y sus perros no sólo serán lo que parecen, sino también lo que la escribana piense y diga sobre ellos; por tanto, el proceso de identificación del lector reforzará, al mismo tiempo, el gesto paradójico sobre el que se fundamenta este discurso, tal y como propone Roland Barthes en Lo obvio y lo obtuso: “ahora el texto le añade peso a la imagen, la grava con una cultura, una moral, una imaginación; entonces, se efectuaba una reducción del texto 75 Mariana Libertad Suárez a la imagen; hoy en día se efectúa la amplificación de la imagen por parte del texto” (1982:22), con lo cual, no es difícil deducir que María Luisa Mendoza pretende “culturizar” ––es decir, darle discurso, texto y contexto–– a esos personajes, en extremo cotidianos y, como tales, casi traslúcidos, que circulan por el espacio ficcional. La imagen de la madre, por ejemplo, funciona como un punctum3 dentro de la historia, como un detonador que obliga a la escribana a preguntarse por su propio “yo”, un gesto que llama al lector a cruzar el discurso de la protagonista con las imágenes que la rodean. Ciertamente, hay un deseo de homogeneizar a los héroes de la cotidianidad; no obstante, el hecho simple de mostrar, quizás hasta con descuido, la especificidad de los personajes, hace que la voz narrativa ––de manera progresiva–– se vaya arraigando dentro de la historia que edifica Teresa entró a la casa oscilando barrigona, caricatura, inquietantemente voluptuosa con su panza adelantada y con su hija Pupé en los brazos, Purificación Oscura Piedecasas (…) manchas de mapa café en la cara de Teresa, su hinchazón, un cierto olor pesado, como de pariente en un duelo (algo mojado, humor, arrugas, perfumes viejos, pieles restregadas y rojas, develo sin pulcritud) y esa gordura insana a los siete meses y que no tuvo cuando se alivió de la Pupé que berreaba con la boca abierta temblándole la campanilla (27). Al activar la mirada de la decadencia, la voz narrativa aporta una imagen al texto en la que cualquier receptor podría leerse y, aunque hay un evidente desprecio ante lo descrito, no deja de reconocer aquello que contempla como un “objeto bello”, como una particularidad demandante de discurso. La escribana reclama ser la memoria de la mujer reproductora, al tiempo que se atribuye la capacidad de augurar acciones y miradas por venir. Ocurre, entonces, un movimiento curioso en la constitución de este personaje: la espectadora que hablaba para salvar su vida, se torna amenazante. En la medida en que Leona ––según exponen quienes la circundan, era la “cargadora de intimidades caseras, sapiente para el arribo de silencios maternos y restalleantes etapas formidables” (38)–– hablaba para sí misma, su discurso sólo tenía la capacidad de inscribirla de forma intermitente dentro de un espacio de donde era excluida una y otra vez. No obstante, cuando ella ––en tanto sujeto enunciador–– se asume con la fuerza de llenar de discurso otras subjetividades, adquiere el don de exponer una serie de desplazamientos paradójicos que abarcan no sólo la dinámica usual de la casa, sino que, también, los movimientos históricos que se producían en el 3 En La cámara lúcida, Roland Barthes propone la noción de punctum, para definir: “ese segundo elemento que viene a perturbar el studium (…) pues el punctum es también: pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y también casualidad. El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza)” (2005:59). Pese a que, a lo largo de toda la novela, la escribana goza de un carácter marginal, está claro que su discurso detenta cierto tono autoritario que, cada tanto, se ve intervenido por presencias inquietantes. Así, pues, su escritura se desvía ante la imagen de la preñez y, al mismo tiempo, se contagia del dolor sufrido por el sujeto contemplado. 76 Ver y ser visto: La metáfora de la mirada en El perro de la escribana espacio público o, lo que es lo mismo, algunos elementos más cercanos a la política que a la ética. Pese a ello, la represión y/o contención de la escritura se torna un imposible, dado que la inocuidad de su discurso ha sido legitimada por la mayoría de los personajes que pueblan la novela. El hecho simple de que las primas, Venevene y Pupé, “Las Oscuras Piedecasas” inscriban cualquier apropiación de la palabra por parte de Leona en el terreno ficcional, de muchas formas, autoriza una intervención de la Historia por parte de esta mujer enfermiza. Esto, sumado a que el personaje ––desde sus orígenes–– ha sido descrito como una entidad alicaída y débil que debe permanecer recluida dentro del hogar para poder sobrevivir, le confiere a la escribana un poder de transformación que se proyecta en el territorio diferenciado donde, al menos en las primeras páginas de la novela, se le estableció como exclusivo Pupé y Venevene esperan a la prima Leona jugando en el jardín. Desde la banqueta, vestidas de blanco, son un puro bullicio feliz de grititos e inquietudes por la llegada de quien sabía hablar “como en novela” de asuntos varios, todos con un eterno “espanto” presente, el ánima, el aparecido, con nombre propio para diferenciarlo, deambulador, penitente en suntuosas rancherías o habitaciones regias, y cuya historia iba a concluir invariable en besuqueos y matrimonio entre el muchacho aristócrata y la muchacha en garras (45). Las palabras desarticuladas y llenas de irracionalidad que enuncia Leona no constituyen, o al menos no únicamente, una respuesta a la concepción lineal del tiempo, sino que ––además–– forman parte del transcurrir de los hechos. El objeto del discurso de este personaje es, a la vez, una teoría explicativa de su forma de decir, por tanto, quienes son enunciados en este ejercicio de rememoración, se ven envueltos en su capacidad de (des)organizar el espacio. Podría decirse entonces que, dentro de esta novela, la autora propone que la verdad histórica se basa en el relato, lo que llena de transgresión e irreverencia todos los juegos lingüísticos presentes en la obra. Por ejemplo, la flexión del sustantivo “escribana”, dentro de este texto, pierde toda inocencia. Al respecto, quizás valga la pena recordar que ––al menos en sus orígenes–– el término “escribano”, usado para designar a quienes estaban autorizados a legitimar y/o dar fe escrituras que se le presentaban, no admitía la forma femenina. De hecho, hablar de una “escribana” era referir a la esposa de quien desempeñaba este oficio. Asimismo, durante varios siglos, la actividad de la escribanía gozaba de una connotación estética ––o, lo que es lo mismo, se encontraba asociada al hecho de “escribir con buena letra”–– con lo cual, esta práctica estaba llena de inocuidad. Por tanto, resulta imposible leer el título dado a Leona Piedecasas y deslastrarlo de su carácter político. La unidad nominal “escribana” no sólo contiene la deposición de la identidad relacional ––“la mujer de”–– a favor de una práctica fundacional ––como la reorganización de la historia–– sino que además goza de la facultad de “bastardizar” tanto el lenguaje como la autoridad legitimante del escribano. Así pues, tan solo el título que le atribuye la escritora a la voz narrativa acusa su intención de desarticular ciertos 77 Mariana Libertad Suárez mecanismos de organización social. Todo ello se complementa con el hecho de que el nombre propio de la protagonista, eventualmente, adquiere una ambigüedad genérica incontenible, al tiempo que su apellido ––de evidente flexión masculina–– aparece acompañado de un artículo femenino. En el apartado que lleva por nombre “Cuarto hogar”, esta tendencia se agudiza Leo pone el pie en el puente levadizo que se desdobla y siente el suave meneo de la huella cubierta con hule cuadriculado (...) Conducida por el hombre Leo atraviesa la calle ondeando la faldita del vestido de terciopelo para los domingos. Las Oscura abren la puerta de hierro a la recepción y el escándalo ante Leo que nunca entiende bien el amor dado y visible. Abraza a las parientas tratando de asumirlas y se hinca para hacer lo mismo con Dimes y Diretes, que son perras con nombres de perros antepasados. Las animalitas se orinan paradas en sus dos patas almohadonosas (46). El hecho de llamar “Leo” a la protagonista, en el mismo apartado en el que se ha exaltado su capacidad de narrar, sirve para que se asiente el carácter usurpador de este constructo. No sólo se trata de un personaje que invade el territorio letrado, sino también de un ente con la habilidad de desnaturalizar el habla. La escribana adquiere a ratos un nombre de varón, aunque luzca un “vestido de terciopelo”. Igualmente, la autora se vale de la desorganización gramatical y ortográfica del texto ––pues, por ejemplo, no separa con ningún signo de puntuación el sustantivo común “hombre” y el vocablo “Leo”–– para quebrar la automaticidad de las relaciones entre género y lenguaje. De igual forma, el juego lingüístico desarticula la animalización como mecanismo de exclusión de la mujer. Ciertamente, ya desde la designación de la protagonista con el apelativo “leona” este guiño se hace presente; no obstante, el hecho de hablar de “animalitas”, transgrediendo una vez más la flexión de género y sin aclararle al lector si el colectivo aludido con esta expresión es el de las perras o las niñas, descarga de cualquier connotación negativa la cercanía de la mujer a la irracionalidad, al tiempo que le atribuye a este fenómeno la posibilidad de presentar una mirada alternativa sobre la historia. De hecho, Dimes y Diretes también inician, a partir de este momento, un proceso de transformación semántica de sus apodos, aunque el carácter denotativo de las palabras que las designan sea irrenunciable. Estas dos perras, con su presencia y sus diferencias ––en principio sexuales–– frente a los “antepasados”, connotan los vocablos previamente definidos y, sin intención alguna de hacerlo, erigen su identidad como sinónimo de quienes han portado antes esos nombres. A partir de lo cual, podría afirmarse que en esta obra, al tiempo que una mujer en permanente movimiento invade un significante masculino, las perras ––quienes en un movimiento a contrapelo han feminizado el nombre de sus antepasados–– tematizan el acto de decir. Los sustantivos “Dimes” y “Diretes”, con la presencia de estas perras ––que se saben hembras y animales a un mismo tiempo–– son multiplicados en su sentido, se cargan 78 Ver y ser visto: La metáfora de la mirada en El perro de la escribana de sinónimos y de asociaciones semánticas que, al igual que ocurre con el discurso histórico de Leona, se acrecienta hasta el infinito. Podría hablarse entonces en esta escritura de un viaje de regreso, de un proceso migratorio que desplaza tanto a la escribana como a su (o las) perro(as) de significante asociado en significante asociado, hasta alcanzar la vinculación primera, donde ––tras dejar al descubierto la arbitrariedad–– se genera un nivel crítico que da cabida a cada nueva residencia Dimes y Diretes echadas, el “espanto” en turno poniendo la carne de gallina y a continuación Pupé deserta invariable, porque la fantasía y la pérdida de tiempo le parecen un pecado, ofensa a Dios... Al principio Pupé aceptaba la trama sin impaciencia, el gusto por la palabra amor, el aire libre de los personajes dialogando en huertos o en la trepazón de las montañas, el desliz en playas, el recorrido por palacios; pero el reino de clausuras, vampiros, tinieblas, nobles concupiscentes, empezaron a minar su apariencia de correligionaria cómplice. Los marqueses y príncipes de Leo podían transcurrir siempre y cuando no se les echaran encima a las institutrices, primas, arrimadas, fregonas, tahoneras, hilanderas; entonces Pupé optaba por desaparecer (52). Tan sólo este breve episodio sirve para imaginar el movimiento a través del código cultural, cargado ––al menos en teoría–– de un deseo colectivo, que traslada a los personajes femeninos desde el saber sintético y arcaico de los cuentos medievales, hasta la voluntad individual de Leo/Leona, un sujeto deseante y trasgresor. Ciertamente, se corre el riesgo a lo largo de la novela de que algunos personajes ––como es el caso de Pupé “genio y figura, limitada sin acoso, juventud de quirófano, enfermera en jefe de la Cruz Roja, eficiente, cabal, magistral paradigmática, raya, línea” (52)–– acaben reconociendo en la voz narrativa un Otro que en su condición de instancia represiva, lo obligue a buscar asideros en el lenguaje más tradicional; sin embargo, a todos estos constructos que huyen de la inestabilidad les resulta imposible abandonarla del todo. Por ello, más que un ocultamiento autorial dentro de El perro de la escribana, podría reconocerse una protesta ante el supuesto anonimato de los relatos modalizantes, como los cuentos de hadas o las leyendas de amor cortés. Es decir, pareciera que para Mendoza resulta mucho más provocador, en términos éticos, políticos e, inclusive, estéticos, presentar un sujeto de la enunciación errático y desautorizado ––pero dueño de su “yo” –– a negar el carácter performativo de cualquier acto de enunciación, aunque éste trace la trayectoria que sea. Se asoma, entonces, en las líneas del texto una necesidad por parte de la escritora ––y a ratos también de la escribana–– de rebelarse ante el autoritarismo solapado de la novela realista. Sin dudas, uno de los efectos más interesantes que surge ante esta ambigüedad es el peligro de contaminación. En el proceso de reconocimiento de Leona como sujeto del discurso, se expone su fragilidad a la participación de otras tantas voces que pueblan su memoria. De ahí que su deseo acabe contagiando(se) de/a las voluntades 79 Mariana Libertad Suárez más fuertes al extremo de la (per)versión.4 Basta con detenerse a pensar la tensión que se produce cuando Leona entra a la iglesia y comienza a intervenir el discurso eclesiástico, al tiempo que su pensamiento es operado por las palabras del sacerdote. En principio, la voz narrativa indica regresas de oír misa en La Profesa; traes pegadas en la memoria estampas antiguas, tintas derramadas que le dan al templo la intemporalidad de la hora, como en los campos de concentración, las catacumbas, las celdas inquisitoriales, los sótanos para comerte mejor, pecadora miserábilis que Dios justo e infalible tocará con su dedo sentencioso. El centro de la iglesia es un ojo dentro del triángulo de carey lumínico, luces que disputan más o menos vívidas y temblorosas la primacía (69). Asimismo, añade ejércitos trigarantes de plagiarias morales amenazándote para adoptar la pureza de la Virgen María, y no permitas que el demonio ni nadie más, tóquete, estrújete, bésete, tómete en la gula de la sensualidad que anda entre las amapolas del cerro o los cajetes de agua lluviosa que se ahuecan helados en las crestas de las montañas, pocitos de agua que bebes echada en la tierra y sin meter las manos en los agujeros pulidos, celestiales, chupas, aspiras con la pura boca infantil que apenas acaba de abandonar el pecho de la madre y propone la continuación de ese delirio que reconoce el mundo entre los dientes. Porque en el tejemaneje de los apareamientos alados con las nada más yemas desnudas, o los roces como sin querer queriendo, se finge estar atrapada con un pensamiento, dormida con una siesta, atenta con una causa (69). Es obvio que la construcción de una superficie escritural perversa tiene varios niveles. En primer lugar, se propone una relación bidireccional de la mirada. Leona mira y es mirada por Dios; no obstante, en esta descripción se renuncia al rostro como origen natural de las relaciones visuales. Dios carece de rostro, aunque detente un ojo imposible de eludir. Al mismo tiempo, Leona se sume dentro de su cuerpo sexuado y lo convierte en su única fachada. Ante este vacío de expresión facial, el lector no tiene otra opción que asumir el contagio entre voces que narran la memoria como una ruta que desemboca en el vacío. Curiosamente, y aunque se centre en las relaciones espirituales de la protagonista con su entorno, a lo largo de este “Sexto domicilio”, el sentido predominante en las relaciones intersubjetivas será el tacto. Las imágenes que acompañan la experiencia mística de Leona reforzarán su tenencia material del cuerpo, a partir de lo cual se produce ––cuando menos–– 4 Aunque, sin duda, el significado etimológico de este término ––que remite a la noción de desparrame o rebosamiento–– también es adjudicable al efecto que genera Mendoza en el proceso de contagio de las voces y/o subjetividades enunciadoras de la novela. En este caso particular se está empleando el vocablo desde su acepción freudiana, es decir, comprendiéndolo como el proceso mediante el cual se manifiestan dentro de la vida adulta algunos residuos de la sexualidad infantil. Así, pues, se habla de la consecuencia directa de la castración y posterior liberación de la voz narrativa principal como sujeto deseante que encuentra placer donde la norma social sólo inscribe dolor. 80 Ver y ser visto: La metáfora de la mirada en El perro de la escribana una bifurcación de su identidad: por un lado, seguirá siendo el sujeto narrador y organizador de la memoria, pero, por el otro, se tornará una superficie física y mutable, cargada de miradas. Aunque pueda resultar contradictorio, la ausencia de un rostro divino y humano en esta interacción, hará que aquella relación que debía ser visual se fundamente en la expresión pura, en una lectura (ex)tensiva de los desplazamientos identitarios que cuestionen cualquier proceso de figuración. Aún más, en este apartado, el cuerpo de la protagonista no sólo cargará de subjetividad a este personaje, sino que ––a la vez–– le conferirá la capacidad de corporeizar los miedos, las amenazas y las creencias religiosas. Justo aquí, en el “Sexto domicilio”, varias integrantes de la familia Piedecasas volverán de la muerte simbólica, recuperarán ––por medio de la rememoración de la escribana–– su capacidad de actuar y sus lazos afectivos, hasta el punto de posicionarse y generar empatía. El miedo, las angustias, la culpa por el futuro que debía llegar y no fue, sustituyen la reciprocidad perdida en la renuncia a la relación visual. Leona, a partir de entonces, tendrá la potestad de subjetivar a quienes la rodean, al tiempo que se desplazará desde su posición de objeto al servicio de un gran Otro: hacia el de mujer material y simbólica. Podría decirse, incluso, que en las tres últimas moradas, tituladas “Octava habitación”, “Novena casa” y “Décima nada”, se busca legitimar retroactivamente este acto, en el momento mismo en que las Piedecasas reflexionan y hasta demandan la participación de Leona en su recuerdo. Ahora bien, si a lo largo de toda la novela, la voz de Leona ha reiterado que la casa es un significante irrealizable, que la memoria está intervenida permanentemente por el discurso, que el pasado no es más que un efecto que nace como consecuencia de un proceso de fijación ¿Cómo podría darle a quienes la circundan esa historia familiar que siempre le solicitan? ¿Con qué herramientas construiría aquello que falta a las Piedecasas? Quizás, la estrategia más obvia de todas las desplegadas en la “Octava habitación” y la “Novena casa” consista, precisamente, en ese intercambio de posiciones propuesto desde las primeras páginas. Así pues, en estos apartados de la novela, el sujeto de la memoria ocupará el lugar del objeto y viceversa, hasta que ––hacia el final del texto–– las diversas presencias fantasmáticas ––encabezadas por Dimes y Diretes, quienes se encuentran “unidos desde siempre a la vida interior de Leona, que hablo, Leona olvidadiza de cuanto hay” (109)–– consigan atravesar la realidad y desvanecerla hasta el nacimiento de un nuevo elemento deseable que, a su vez, sustente un nuevo sujeto deseante y abra el espacio para la articulación de un discurso liberador Dos columnas del gran corredor están más asoleadas que todo lo demás, como si el dibujo geométrico en bajorrelieve quisiera retener la resolana para indicar que apenas era un eco de los murales que se ven muy bien y que tuercen hacia el zaguán y se desdoblan arqueando la fachada de que no vi en mi vida o ya olvidé y solamente recuerdo por los ojos de mis tías, desde Estefanía hasta Maura, o los de mi madre, que a veces los levantaba para ojear infinitamente desolada, el mundo que la contenía. Dicen mis hermanos Leo y Leónides que jamás estuvimos allí, pero mi hermana Leonor cree 81 Mariana Libertad Suárez evocar un patio de cantera rosa (...) las palomas que criaba mi tía Fortunata para su deleite sin igual, pechonas como ella y que Gertrudis le robaba irreversiblemente para hablarles en griego todo el día de aquella hacienda de mis antepasados... (104). Podría afirmarse entonces que, pese a todos los movimientos subjetivos que se producen a lo largo de la novela, el cierre de esta obra reitera la tensión inicial, sólo que esta vez el territorio en disputa está asociado a la mirada. Si, como sugiere María Silvina Persino “Los estudios postcoloniales recurren a veces a la metáfora visual5 para referirse a minorías cuya existencia queda relegada dentro de una sociedad que las deja fuera del foco de su visión central” (1999:172), tendríamos que en el proceso de rememoración llevado a cabo por Leona (“la que hablo”) bien podría leerse como un gesto de reivindicación de los relegados; sin embargo, este personaje femenino, tras tomar la palabra, iluminarse e iluminar al colectivo, traslada su voz hacia una pluralidad que le permitirá sobrevivir en el anonimato. Cuando, en la obra, “decir” y “organizar” insertan a la protagonista en un territorio disputado por las distintas instancias de poder, Leona abandona su lugar de espectadora/escribana y pasa a ser a ratos víctima y a ratos verduga. La capitalización del acto de escritura como práctica legitimante, productora de autoridad, permite que la narradora proyecte su vulnerabilidad en los otros personajes que no han tenido la posibilidad de autoexplicarse; no obstante, este proceso que sitúa a la protagonista en una posición dominante y, de alguna forma, debiera “feminizar” al resto de los personajes ––o, lo que es lo mismo, tendría que debilitarlos, someterlos y/o relegarlos a la otredad–– resquebraja el dominio histórico de la razón sobre la afectividad, lo que ––de manera intermitente–– resquebraja las jerarquías. Los comentarios finales de la novela, que pasan de la ensoñación a la “Décima nada” ––apartado sólo compuesto por un epígrafe y dos breves afirmaciones–– sirven, por una parte, para rehumanizar a los personajes y, por la otra, para reenfocar las miradas que se han ido encontrando desde el comienzo de El perro de la escribana, y que ya no pueden observar sin considerarse mutuamente. Así pues, aunque ––finalmente–– el texto y la textura de la historia se desvanezcan, María Luisa Mendoza sienta las bases para que cualquier ejercicio de memoria lleve consigo un postulado implícito, una síntesis cultural y subjetiva que dará pie al juego de la luminosidad aquí propuesto como esencial. Esto permite restar el carácter inmutable a la memoria y convertirla tan sólo en un elemento de intercambio, cuya función principal tendrá exclusivamente el peso y el valor que la voz narrativa le adjudique. 5 Vale la pena recordar a este respecto una de las tantas propuestas de los estudios de género, enunciada recurrentemente por Luce Irigaray (1979): la única vía para deslastrarse de la dominación masculina está en la vuelta a la etapa pre-simbólica. Sólo antes de la adquisición del lenguaje se puede subvertir la adquisición de la identidad. De ahí que el intercambio de imágenes y presencias cargadas de subjetividad, por codificado que se encuentre, siempre será más útil que el sistema lingüístico para acceder a la autoridad sin dominarla. 82 Ver y ser visto: La metáfora de la mirada en El perro de la escribana CONCLUSIONES Más allá de las sustancias que componen el recuerdo y sus imágenes, en El perro de la escribana se propone como fundamental la materialidad adquirida por este artefacto emotivo cuando se descubre atravesado por una o varias subjetividades. A este respecto, resulta sumamente interesante que los sujetos encargados de reevaluar la memoria sean identidades agenciadas estratégicamente. Es decir, Leona Piedecasas será una mujer en apariencia sufriente, solitaria y animalizada, ante lo cual podría ser leída más como un objeto a contemplar que como un sujeto con voz propia. Curiosamente, esta supuesta concentración de todos los rasgos que convierten a la mujer en un elemento excluido del pasado nacional, hace que esta voz pase desapercibida y, de ese modo, pueda mirar el entorno e introducir en el debate nuevas formas de articular el recuerdo. En esta obra, el valor del pasado, así como el de los discursos que lo sostienen, dependerá de la autoridad simbólica de quienes los tasen, por tanto, la escribana no sólo se esforzará por demostrar que el recuerdo puede construirse de lenguaje, sino que, además, dejará claro que la rememoración es una práctica discursiva en sí misma. O, lo que es lo mismo, este personaje apostará por la creación y el reconocimiento de una identidad narrativa que le permita, desde su posición excéntrica y su percepción visual desde esa ubicación, formular una hipótesis de pasado. De ahí que más que fundar, se dedique a desestabilizar identidades y, como consecuencia de ello, a desvelar que su reducción a mujer-objeto no es más que un simulacro. De aquí se desprende otro de los grandes aportes de la obra de Mendoza: pensar desde una condición de exclusión genérica no supone negar la presencia de muchas otras memorias derivadas de visiones y sujetos invisibilizados alternativos, sino apostar por la multiplicidad de puestas en escenas para comprender la historia. Por tanto, en el acto de “recordar desde los márgenes” que se promete, se consolida y se desvanece en esta novela, la arbitrariedad y la voluntad del sujeto se establecerán como herramientas fundamentales ante cuya ausencia ––según el epígrafe atribuido a José Carlos Becerra–– “no hay luces para caminar así por la casa” (140). Universidad Simón Bolívar* Departamento de Lengua y Literatura Edificio de Estudios Generales, piso 3 Valle de Sartenejas-Municipio Baruta, C.P. 1080 Estado Miranda (Venezuela) marisuarez@usb.ve 83 Mariana Libertad Suárez BIBLIOGRAFÍA Agamben, G. Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Valencia: Pretextos, 1995. Barthes, R. Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces. Barcelona: Paidós, 1986. ------- La cámara lúcida. Buenos Aires: Paidós, 2005. Benhabib, S.; Cornella, D. (Cord.). Teoría feminista y teoría crítica. Valencia: Alfons el Magnànim, 1990. Buzzatti, G.; Salvo, A. El cuerpo-palabra de las mujeres (Los vínculos ocultos entre el cuerpo y los afectos). Madrid: Cátedra, 2001. Gomís, A. “El singular literario de María Luisa Mendoza”, en Urrutia, Elena (Comp.) Nueve escritoras mexicanas nacidas en la primera mitad del siglo XX y una revista. México D.F.: Instituto Nacional de las Mujeres, El colegio de México, 2006:203-221. Irigaray, L. 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La estructura excéntrica del texto vendría a ser una expresión de este intento por subvertir las categorías culturales que determinan la narrativa en dependencia de la subjetividad (narrador, personajes, flujo de conciencia, etc.), reemplazadas por una exploración de las posibilidades semióticas de la materialidad humana. Palabras clave: Cuerpo, subjetividad, erotismo, crueldad, escritura. Abstract The paper deals with the novel Farabeuf o la crónica de un instante, by the mexican writer Salvador Elizondo, as a tentative to write the body or from the body. The eccentric structure of the text would be an expression of this tentative to subvert cultural categories that determine the narrative gender as depending on Subjectivity (narrator, characters, conscience flow, etc.), now replaced with an exploration of semiotical possibilities of human materiality. Key words: Body, subjectivity, erotism, cruelty, writing. Farabeuf o la crónica de un instante de Salvador Elizondo (1965) es un proyecto narrativo que desafía formal y temáticamente el curso acostumbrado para su género. Como lo indica su título, intenta disponer diacrónicamente un evento singular o ––como se verá–– articular sincrónicamente al menos tres escenas separadas en el tiempo. Para ello formula de diversas maneras los elementos constituyentes de estas escenas, configurando la novela a través de la distribución paratáctica de estas entonaciones en nueve capítulos. Estrategia de repetición y variación que se justifica como tentativa por reconstituir en la memoria el sentido que inerva las escenas, en un recorrido circular ––imitando la distribución de los hexagramas del I Ching–– que se inicia y cierra con la misma pregunta: “¿Recuerdas…?”. Las escenas son relativamente simples, no obstante, se hallan cargadas de símbolos que remiten los unos a los otros. Una de ellas corresponde al suplicio por descuartizamiento aplicado a un conspirador chino, referida a la conocida fotografía del leng-tch’é de George Dumas que Bataille popularizara en Las lágrimas de Eros (2000:248), que cierta pareja contemplase con estupefacción y fascinación a la vez. La siguiente escena incluye a otra pareja paseando por la playa; al preguntar el varón a la mujer si ella lo ama, ésta se echa a correr y recoge una estrella de mar que le inspira una sensación inquietante. Al volver a casa, la mujer encuentra en un sobre una reproducción de la fotografía aludida Kristov Cerda en la escena anterior, escena que la excita sexualmente al punto que se abandona en los brazos del hombre. La última escena nos presenta al doctor Farabeuf, un famoso cirujano, acudiendo a una casa donde se encuentran dos mujeres y un hombre, presumiblemente dos de ellos son la pareja de la escena en la playa. Una de las mujeres está lanzando monedas según el uso adivinatorio del I Ching, la otra aparentemente juega con una ouija; los tres esperan a Farabeuf ––quien, además, sería quien capturó la mencionada fotografía–– para realizar una especie de rito donde se reproducirá teatralmente la escena sacrificial del leng-tch’é. Para M. Glantz (1994:237), la obra de Elizondo representa una acabada expresión de cierta tendencia de la narrativa contemporánea que se caracteriza por centrarse principalmente en la reflexividad de la literatura y la perspectiva, de índole casi exclusivamente formal, que se abre al tematizar esta reflexividad en el frente del trabajo con el lenguaje y la estructura del relato. En el caso específico de Elizondo, esta perspectiva sería una consecuencia de su contacto con la Nueva Novela francesa, unida a su frecuentación de autores de la índole de Sade, Mallarmé, Joyce, Artaud y Bataille (Rosas y Madrid, 1982:8). De esta última tradición, Elizondo recoge el motivo que conecta erotismo, sacrificio y escritura, por lo que ––como lo confiesa en una entrevista–– Farabeuf o la crónica de un instante se constituye como un desarrollo de las posibilidades expresivas del cuerpo, entendido como un símbolo que es descifrado por el erotismo violento. Según declaraciones del autor …cuando escribí Farabeuf la relación que intenta asimilar la imagen del supliciado con un ideograma chino se planteaba muy chocantemente. El cuerpo es uno de los artificios literarios del que se vale Georges Bataille para poder especular muchísimo, sobre todo, en la medida en que el cuerpo es continente de todas las reservas de tipo erótico, de tipo expresivo, llevado al plano en que yo pretendí llevarlas en Farabeuf, con la cirugía. Yo diría que es un prop, accesorio simbólico sumamente útil para escribir (Romero, 1989:118). La materialidad de la escritura se pliega, así, a la materialidad del cuerpo humano, de modo que las técnicas de montaje y desmontaje que pueden afectar a uno y otro se analogan desde la perspectiva de la producción del sentido. Cirugía/sacrificio y erotismo, por lo tanto, aparecen en el texto como procesos semióticos, dada su capacidad para solicitar la materialidad del cuerpo, extrayendo sus posibilidades o incardinándola en las tramas discursivas de la cultura (sexualidad, anatomía, religión, ética, etc.). Elizondo se arriesga a hacer hablar al cuerpo por sí mismo. Ello, sin embargo, a costa de concebirlo en términos casi exclusivamente icónicos. El paradigma de la semiotización del cuerpo se hallaría en la fotografía, en la 86 Farabeuf: escribir el cuerpo medida en que ésta permite acotar la temporalidad, para estabilizar la materialidad en una superficie precisa, susceptible de interpretar al infinito por su juego significante en los códigos disponibles. Despojado de las cavidades secretas y de los movimientos psicologizantes, el cuerpo deviene, así, ícono o ideograma. Farabeuf (…) sería el ejercicio por el cual interrogamos este ideograma con una máquina de cópula y descuartizamiento Es curioso comprobar cómo el afán de retener un recuerdo es más potente y más sensible que el nitrato de plata extendido cuidadosamente sobre una placa de vidrio y expuesto durante una fracción de segundo a la luz que penetra a través de una combinación más o menos complicada de prismas. Esa luz se concreta, como la del recuerdo, para siempre en la imagen de un momento. Una imagen borrosa, la nitidez de cuya verdadera significación, comprendida en la soledad y el silencio, es capaz de hacerte gritar en la mitad de la noche. Ese grito no es más que la máscara de tu verdadero dolor. Un dolor agudísimo, mil veces más agudo que el lento desmembramiento que ellos, con la lentitud del hielo que se resquebraja al sol, pero súbito como el vómito de un moribundo, van tajando en el cuerpo del supliciado. La fotografía ––dijo Farabeuf–– es una forma estática de la inmortalidad.1 Además de la fotografía del leng-tch’é, se refieren en la novela dos imágenes que cierran el encuadre literario del cuerpo. La primera es una reproducción del cuadro llamado “Amor Sacro y Amor Profano” de Tiziano, en el que se representan dos mujeres, una completamente vestida y otra desnuda, sentadas en los extremos de un sarcófago entreabierto en el que hurga un niño. La otra imagen es la de un ideograma chino trazado en una ventana por una de las dos mujeres: 六. Este carácter, llamado Liù, nombra al número 6, auspicioso en la cultura china, y corresponde al principio pasivo/femenino o yin y alude también a las 6 líneas con las que se construyen los hexagramas sagrados del I Ching.2 Como veremos más adelante, el trazo de este ideograma se homologa en la obra a la figura del cuerpo del supliciado en el leng-tch’é y, desde allí, a la representación del cuerpo, en general. Es posible concebir entonces a Farabeuf… como un relato donde el verdadero protagonista es el cuerpo. La escasa definición de los personajes ––con excepción del Dr. Farabeuf–– y la iteración obsesiva de las mismas escenas para hacerlas converger vertiginosamente unas sobre otras, reducen la trama y la espesura psicológica del relato a su mínima expresión. Es el cuerpo el que debe brillar con todo su esplendor. 1 Salvador Elizondo. Farabeuf o la crónica de un instante. Madrid: Cátedra, 2000:115-116. Citaremos por esta edición. 2 También son 6 las formas de escribir un carácter, 6 las formas de interpretarlo, 6 dinastías, 6 animales domésticos, 6 nombres de las direcciones en el espacio, 6 inclinaciones del deseo en el hombre, y así muchos más significados para el número seis (Lip, 1992:28ss). 87 Kristov Cerda EL CUERPO/SUJETO Para hacer del cuerpo el protagonista de la escritura es necesario destituir los privilegios que ha alcanzado el Sujeto en la novela desde el siglo XIX, alcanzados a través de procedimientos literarios que privilegian la dimensión temporal sobre la espacial (flujo de conciencia), más la confección de una interioridad para los personajes, representada en los múltiples niveles cognitivos y emotivos que suele describir un narrador omnisciente (Valles, 2008:176ss). En Farabeuf…, esto se logra al superponer el mimetismo fotográfico a la mímesis literaria. La fotografía funciona como una manera de liberar a los personajes del recurso a la conciencia, al congelar el curso temporal, de modo que en el primer plano de la narración aparece el cuerpo detenido en la singularidad del instante. Se suspende, así, la comprensión tradicional del cuerpo como un continente, para tratarlo como una superficie y un espacio, formado de detalles y remisiones concretas, que produce significados con una lógica diversa de la organización concéntrica supuesta por el Ego Es preciso estudiar la configuración de los verdugos… es importantísimo… forman un dodecaedro con seis cúspides visibles… son seis los verdugos que actúan sobre el cuerpo del supliciado, seis… como las líneas del hexagrama… ying-yang… como el t’ai ki también: la conjunción de dos seis… Ese hombre está drogado, pero entonces ¿Por qué irradia tanta luz de su rostro?... Eres tú… fuiste tú… la simetría perfecta de la disposición de los verdugos... Ese hombre de la derecha, el Dignatario… ese hombre no es un verdugo, es evidente (225). Que la materialidad corporal pueda producir significados al insertarla en cadenas sintagmáticas distintas de las habituales no es, con todo, una proposición subversiva. Sugerir, en cambio, que esta productividad implica reconstruir el concepto de cuerpo prescindiendo de la interioridad para transformarlo en un dispositivo desmontable, y acoplable con otros dispositivos semejantes, lanza un desafío importante a la concepción del cuerpo en nuestra cultura y, sobre todo, a la hegemonía del sujeto más allá del campo literario. Farabeuf nos pone ante la posibilidad de que el cuerpo sea el sujeto, entendiendo por esto que el cuerpo deviene el principio rector de la acción narrativa (“actante” en la terminología de Greimas) en la medida en que las formaciones semánticas vienen determinadas por la trayectoria de los cuerpos y sus encuentros en el espacio. Hemos suspendido el tiempo en el instante. La acción no es más que el efecto de montaje y yuxtaposición de los cuerpos, proyectado en la sucesión de las páginas de una novela, o en la secuencia temporal percibida por una conciencia en el plano de lo real Cuando te detuviste estabas colocada a mi derecha. La enfermera estaba a mi izquierda. Esta colocación concordaba con la lógica del cuadro tal y como se le había reflejado en el espejo pero no como el pintor lo había concebido para ser visto por nosotros. Habías corrido hacia mi derecha, es decir, hacia el extremo 88 Farabeuf: escribir el cuerpo izquierdo el cuadro ––en dirección, puede decirse, a la mujer vestida––, pero en dirección a la mujer desnuda tomando como referencia la imagen reflejada del cuadro en el espejo tal y como yo la veía. Esto, sin duda, tenía un significado, sobre todo si tenemos en cuenta que la enfermera estaba colocada a mi izquierda, es decir, del lado derecho del cuadro visto de frente… (203). Esta tendencia del texto a reemplazar una perspectiva temporal por una espacial, apoyándose también en las referencias a las imágenes arriba mencionadas, aparece ante ciertas miradas críticas como la evidencia de que la novela se modela a partir de las imágenes aludidas en ella, siguiendo el procedimiento retórico de la ekfrasis, figura que consiste en representar descriptivamente una obra plástica en el texto (Moreiras, 1999:321ss). Nosotros, sin embargo, si bien concedemos la existencia de un procedimiento de este tipo en la composición del texto, consideramos que ello ––antes de subordinar la novela a los referentes plásticos–– expresa el intento de constituir un relato en términos icónicos para formar una secuencia en la que quedan equiparados la fotografía del leng-tch’é, la pintura de Tiziano, los ideogramas chinos y Farabeuf, como representaciones cifradas del hecho corporal, que pueden ser interpretados en el juego de referencias que circulan de las unas a las otras. La experiencia del espacio deviene experiencia originaria cuando se ha optado a favor del Sujeto-Cuerpo contra el Sujeto-Mente, lo que también subvierte la forma de comprender la plástica, determinada ahora por la distribución en el plano de los elementos gráficos que la constituyen, de modo que el significado ya no depende de una carga semántica o simbólica reconocible por un receptor, sino más bien por los efectos producidos por la diseminación espacial de los componentes (Sarduy, 1987:316). De aquí deriva la obsesión con la ambivalencia de los caracteres chinos, que pueden ser leídos tanto iconográfica como ideográficamente La disposición de los verdugos es la de un hexágono que se desarrolla en el espacio en torno a un eje que es el supliciado. Es también la representación equívoca de un ideograma chino, un carácter que alguien ha dibujado sobre el vaho de los vidrios de la ventana, de eso no cabe duda. Puede ser cualquiera de las dos cosas: un ideograma chino o bien un símbolo geométrico. La ambigüedad de la escritura china es maravillosa y de esa forma que se concreta allí, en la imagen del supliciado, podemos deducir el pensamiento que es capaz de convertir esta tortura en un acto inolvidable. Si aprendes a decir ese nombre comprenderás el significado del suplicio. Mira este signo: 六 Es el número seis y se pronuncia liú. La disposición de los trazos que lo forman recuerda la actitud del supliciado y también la forma de una estrella de mar, ¿Verdad? (226-227). 89 Kristov Cerda Hexágono, cuerpo supliciado, ideograma liù, número seis, estrella de mar, a primera vista la secuencia que se traza en esta cita ––y en el libro entero–– parece una enumeración caótica, pero se constituye como paradigma por la asociación de todos estos elementos a partir de un modelo de semejanzas formales designado materialmente por el carácter 六. A cierta distancia de este conjunto circularían también los hexagramas del I Ching, “Amor Sacro y Amor Profano”,3 la ouija y la estructura de seis esferas concéntricas del clatro; todos ellos aludidos en el libro, debido a similitudes con el plan de la obra (el clatro, los hexagramas, la ouija) o a consonancias con alguna de las escenas o temas descritos (el cuadro de Tiziano, en tanto contrapone dos mujeres y dos formas de erotismo). El texto ilustra, entonces, la posibilidad de construir una unidad compleja de sentido por la diseminación de elementos dispares cuya relación se sostiene, frágilmente, de una clave formal. Al prescindir del alma como principio organizador del cuerpo, habrá que concebir su unidad desde una perspectiva semejante, esto es, como un ensamblaje que se integra en virtud de algún principio de semejanza formal o de algún flujo que inerva todas sus partes. El suplicio y la cirugía vienen a mostrarnos desde distintos frentes cómo la productividad semiótica del cuerpo descansa en el repertorio de montajes y desmontajes que admite la materia humana. El suplicio muestra al cuerpo singularizado, en primer lugar, por el recorrido del poder, en tanto los sistemas penales que se diseñan para dirimir los conflictos, o los sistemas de saber que demandan fuentes de enunciación de acuerdo a reglas (diseñadas a su vez por el poder), señalan al cuerpo como el lugar donde los conflictos o la verdad se resuelven, en tanto el dolor posee la misma pregnancia física asociada a la evidencia. La espectacularidad de los tormentos, sea en un contexto ritual, bélico o jurídico, expone la violencia como una posibilidad material latente en cada individuo, en tanto puede ocupar indistintamente el lugar de la víctima o el del verdugo. Esta violencia no descansa sobre ideologemas morales o religiosos, sino que los antecede y los soporta en el plano de lo real, como un dato banal que se verifica en el encuentro del cuerpo con otra materia que se le resista o con otro cuerpo que se le oponga. La materialidad corporal es ––por lo tanto–– condición de posibilidad de las formaciones políticas y discursivas, por mucho que éstas lo determinen luego con sus artefactos conceptuales. Esta precedencia lógica y real del cuerpo se funda en su ser caduco y frágil, lo que la realización del suplicio pone en evidencia con las infinitas graduaciones de dolor, corte, mutilación y desmembramiento. El cuerpo produce significados porque está, desde el primer momento, sujeto a la muerte 3 Moreiras (1999:324) quisiera agregar también a la secuencia, por sus semejanzas con la fotografía del supliciado chino, “El desollamiento de Marsias”, otra pintura de Tiziano. 90 Farabeuf: escribir el cuerpo …cada vez que tu rostro se refleja en ese espejo que siempre nos ha presentido temes a la muerte, tu muerte que se esconde en esa calavera espléndida; tu muerte que es el rostro de Farabeuf, tu muerte que es la contestación a la pregunta que ella hace siempre a una tabla cubierta de letras y de números, tu muerte que ni siquiera es tu muerte porque tú no eres ni tú ni tu cuerpo, ese patrimonio aparentemente inalienable, es tu cuerpo si no un cuerpo cualquiera, el cuerpo de un desesperado que durante una ceremonia absurda no se atreve a clavar un puñal consagrado en el costado de un hombre privilegiado, de un hombre cubierto de brocados, un cuerpo cualquiera como una calle… (192). La muerte del cuerpo es la raíz de su productividad. Se esconde en esa calavera espléndida que es el rostro intercambiable de todos. Larva cada cuerpo desde siempre, empujándolos a agenciarse los unos a los otros buscando superarla a través del sexo, con su precaria promesa de inmortalidad, o mediante el crimen, con el vértigo sangriento que infunde el poder ––igualmente precario–– sobre el cuerpo del otro. La referencia a las letras y los números de la ouija nos conduce en dirección de la imagen de una superficie plana, de una sola faz, llena de inscripciones que pueden interpretarse de una u otra forma, de acuerdo a las combinatorias infinitas que puedan trazar los flujos. Esta es la forma del cuerpo desde la mirada de la muerte, ella impide que el cuerpo devenga una entidad cerrada por un significado definitivo, dejándolo abierto a recibir las marcas que luego serán interrogadas como signos. La muerte, también, nos enfrenta ante la impugnación definitiva del Sujeto-Mente, pues el cuerpo puede ser embalsamado, fotografiado, reproducido por el arte, preservado más allá del instante de la muerte Fotografiad a un moribundo ––dijo Farabeuf–– y ved lo que pasa. Pero tened en cuenta que un moribundo es un hombre en el acto de morir y que el acto de morir es un acto que dura un instante ––dijo Farabeuf–– y, que por lo tanto, para fotografiar un moribundo es preciso que el obturador del aparato fotográfico accione precisamente en el único instante en el que el hombre es un moribundo, es decir, en el instante mismo en que el hombre muere (117). La muerte violenta aparece en Farabeuf como fulguración del cuerpo, pues expone de golpe la matriz de su productividad semiótica, alzándolo hacia un significado superior, que simula la inmortalidad al tachar al Sujeto-Mente y suspender el tiempo. La muerte violenta también convoca a los flujos del poder y el deseo a una convergencia definitiva que transfigura al cuerpo en la efigie de la víctima sacrificial, o del monstruo criminal que debe ser emasculado del organismo social. El cuerpo deviene así fetiche de sí mismo y del Sujeto-Mente ausente. La semiosis corporal se corona, entonces, con este objeto puramente estético, este ideograma, mímesis de sí mismo, del sujeto, del otro, de la vida, de la muerte, de lo sagrado, del mundo. La escena final de la novela, 91 Kristov Cerda suponiendo que éstas puedan disponerse en el tiempo, nos presenta así a una de las mujeres sometida a una intervención sadomasoquista que repite el lengtch’é, sin que se precise jamás si se trata de una reproducción real del suplicio o sólo su teatralización Ahora serás tú el espectáculo. Ese juego de espejos hábilmente dispuestos reflejará tu rostro surcado de aparatos y mascarillas que sirven para mantenerte inmóvil y abierta hacia la contemplación de esa imagen que tanto ansías contemplar. No desfallecerás. Tu cuerpo está bien dispuesto al contacto frío de los instrumentos. Por eso no me importa prevenirte de antemano. Imagínate a ti misma como serás entonces. Los párpados inmóviles, dilatados al máximo hacia la frente y hacia las mejillas de tal manera que tus ojos parezcan desprenderse de tu cara. Tu boca abierta en un grito hecho de tensos alambres y de potentísimos resortes descubrirá hacia el techo de este cuarto las encías lívidas y la dentadura ávida de morder la noche en una convulsión de bestia fuertemente bridada. ¿Acaso no era ésta la menos inquietante de tus premoniciones? Es una forma de entregarte como tú hubieras querido. ¿O acaso no hubieras querido regalárteme muerta? (251). Aun cuando en el suplicio el cuerpo sea abierto para exponer la plétora de los órganos y los escondrijos entre ellos, desde la mirada de la muerte éste sigue siendo una superficie invaginada que eventualmente puede llegar a extenderse por completo sobre un plano. Por ello, junto al suplicio ––o, quizás, como una forma refinada de aquel–– aparece la cirugía en el texto, como una máquina de desmontaje corporal que abruma por su precisión milimétrica. En el sistema de injertos y traslapos que estructura Farabeuf aparecen sin indicaciones de contexto varias citas, ilustraciones y paráfrasis del manual quirúrgico escrito por el Farabeuf4 histórico, además de la atribución al mismo de un libro ficticio llamado Aspectos Médicos de la Tortura China (Elizondo 2000:112). ManzorCoats (1986), quien examina en detalle las estrategias intertextuales en la novela, considera que la presencia de estas referencias quirúrgicas cumple la función de perfilar a Farabeuf en torno al rasgo de la meticulosidad, así como de trazar otro paradigma que asociaría cirugía con escritura. Esta visión se enriquece al reparar en el vínculo específico que la cirugía establece con el cuerpo humano, que ––pese a la asepsia generalizada–– la emparenta con el ejercicio de la crueldad, pero, sobre todo, se descubre como una agresión terapéutica cuya efectividad está en directa relación con la capacidad para hacer del cuerpo un espacio plenamente visible. 4 Précis de Manuel Opératoire, publicado en 1872 por Masson. Es posible encontrar hoy versiones online. 92 Farabeuf: escribir el cuerpo En el acto quirúrgico cruento, el cirujano, al penetrar en el espacio anatómico del paciente, hasta entonces cerrado, al consumar su violación, abre las cubiertas que ocultan los hechos patológicos, haciendo transparente a ese cuerpo humano que, para Francisco de Quevedo, era un velo opaco (Pera, 1998:19-20. Cursivas originales). El discurso quirúrgico se inserta en Farabeuf para revelarnos las tramas secretas del cuerpo, sus recorridos más íntimos, y proporcionarnos las claves para su desmontaje. La cirugía muestra el efecto del agenciamiento del poder y el saber anatómico sobre el cuerpo, en una máquina implacable que ––a diferencia del suplicio–– no requiere de justificación jurídica o teológica para vulnerar la integridad de lo humano y exponer por completo las ecuaciones nada sutiles que sostienen su estructura. Con el simple subterfugio terapéutico, la praxis quirúrgica tiene derechos casi absolutos sobre la materia humana, cedidos gustosamente por el propio paciente, que la facultan para la mayor de las obscenidades, en tanto hace visible lo que en principio desearía permanecer oculto Mire usted, ponga atención, meta la punta de la cuchilla sobre la parte central del labio derecho de la incisión longitudinal y, a partir de allí, incida usted hacia abajo y hacia la derecha haciendo al mismo tiempo una incisión cutánea oblicua que se curve convexamente para hacerse transversal al nivel mismo de la extremidad inferior de la incisión longitudinal y que se termine en la parte posterior del brazo. Esta incisión oblicua convexa hecha en su derecha no debe interesar más que la piel, no solamente si ha cruzado los vasos axilares en el caso del brazo derecho, sino también en el caso de que no haya hecho usted más que descubrir el deltoides en el caso del brazo izquierdo (143). Esta motivación obscena desarrolla la narración en Farabeuf, en tanto aspira a agotar las combinaciones posibles de un conjunto acotado de elementos (las tres escenas, los cuatro personajes y los elementos simbólico-plásticos) por su iteración trepidante en los nueve capítulos que la contienen. Así como los 64 hexagramas del I Ching contienen todas las mutaciones posibles del Tao, Farabeuf aspira a desenvolver la totalidad del cuerpo en un discurso finito. El suplicio, en la medida en que se subordina a una intención jurídica o sacrificial que determina el cuerpo como cifra de las esferas separadas del poder y lo sagrado, se sitúa en el devenir nocturno y femenino del yin; mientras que la cirugía, en tanto desea la iluminación total de la carne humana para salvarla, pertenece al devenir diurno y masculino del yang. Ambos devenires se acoplan formando una síntesis discursiva que inerva la crónica del instante de la transfiguración del Cuerpo-Continente en Sujeto-Cuerpo. La novela de Elizondo llegaría a postular, así, una crueldad sin sujeto (o sin más sujeto que el cuerpo) al mostrar una transgresión cruenta del cuerpo humano que no se realiza como consecuencia del deseo de un agente externo, sino que responde a la 93 Kristov Cerda lógica estructurante de conjunción-desmembramiento del propio cuerpo como máquina semiótica autónoma. Si bien es cierto que el suplicio y la cirugía aparecen como acciones deliberadas que presuponen subjetividades con intención y planeamiento, Farabeuf nos expone a la posibilidad de que los rasgos de la acción que atribuimos a la interioridad sean instituidos por un juego ––relativamente azaroso–– de remisiones significantes que se invisten a posteriori como marcadores de identidad. Semiosis adivinatoria, en tanto produce estas identificaciones como conjeturas o postulados que se proyectan en una dimensión temporal ––el Sujeto-Mente se sostiene en tanto pueda mantener su unidad en el arco que conecta pasado y futuro–– por el encuentro fortuito de ciertos significantes sobre la materia Un empeño te anima: buscas en los resquicios de la muerte lo que ha sido tu vida. Por eso las tres monedas, al caer, turban la realidad. Tres yang: nueve en el cuarto lugar del hexagrama kuai; El Hombre Desollado. La piel ha sido arrancada de sus muslos. He aquí a un hombre que sufre de una inquietud interior y que no puede permanecer en donde está. Quisiera avanzar por encima de todo, por encima de su propia muerte. Si lanzaras de nuevo cuenta las tres monedas y caerán tres yin en sexto lugar, tal vez comprenderías el significado de esa imagen, la verdad de ese instante: Cesa el llanto, llega la muerte (144). La crueldad sin sujeto no significa entonces la inversión trivial de la polaridad mente-cuerpo, ni la impugnación arbitraria del Sujeto-Mente, sino la exposición pormenorizada de su gestación como efecto contingente de la cruenta productividad corporal. Farabeuf es también la crónica del engendramiento y la muerte del Sujeto-Mente en el instante. Crónica paradójica, en tanto aparece suspendida por la duda sobre la posibilidad de la memoria que abre y cierra el relato con la pregunta “¿Recuerdas?”. Como hemos dicho, la identidad del Sujeto-Mente depende principalmente de su persistencia en el tiempo, la que viene asegurada por la capacidad de recordar. La repetición de las escenas en el texto responde también a la necesidad de establecer el contenido de un conjunto de recuerdos que se han hecho borrosos, hasta el punto en que se dificulta asegurar si rememoran hechos reales o imaginados. Se conduce, entonces, un interrogatorio a la memoria que aparece como una potencia deformadora, de dudosa confianza, que elabora tardíamente la materia de los recuerdos (y por ende la identidad del Sujeto-Mente) incapaz de fijar al detalle la totalidad de un único evento, por lo que requiere del auxilio de la fotografía y la escritura El olvido es más tenaz que la memoria. Mire usted, ponga atención, es preciso que no olvide usted este delicado procedimiento. Es preciso que lo recuerde usted con todo detalle. 94 Farabeuf: escribir el cuerpo Tienes que concentrarte. Esta es la regla del juego. Tienes que concentrarte para que ahora jamás lo olvides. Escucha bien esa música. Es preciso que la recuerdes. Es preciso que ese momento se fije en tu memoria. Es preciso que ahí, congelados, inmóviles, nos retengas para siempre como has retenido el rostro que viste aquella tarde ¿Recuerdas? (167). El manto de duda que se arroja sobre los procesos identificatorios del Sujeto-Mente que están anclados en la memoria se simboliza en el texto con el espejo. Dispositivo simulador, en la medida en que infiere la existencia de una identidad interiorizada del reflejo distorsionado del cuerpo. Los recuerdos son imágenes parciales de eventos acaecidos al cuerpo, que la memoria desfigura para luego acumularlas en secuencias temporales inciertas que soportan la creencia en una subjetividad estable a lo largo de la existencia material. La mente no es más un reflejo del mundo, sino un reflejo de un reflejo, simulacro del cuerpo que se toma por su esencia secreta y fidedigna ¿Y aquel espejo enorme? Hubo un momento en que reflejó su imagen. Se tomaron de la mano y durante una fracción de segundo pareció como si estuvieran paseando a la orilla del mar, sin mirarse para no encontrar sus rostros, para no verse reflejados en esa misma superficie manchada y turbia que reflejaba también, imprecisa, mi silueta como un borrón blanquecino, inmóvil en el fondo de ese pasillo oscuro por el que Farabeuf habría de pasar apenas unos instantes después… (139). A diferencia de la fotografía, que en el texto se legitima como la forma de preservar el evento material en su singularidad, el espejo distorsiona lo que refleja, sólo ofrece un aspecto parcial del objeto y ––sobre todo–– es incapaz de fijarlo. El espejo está dominado por la transitoriedad, por ello, su productividad es igual de limitada que la memoria, y sólo puede dar lugar a simulacros del cuerpo. Hay en Farabeuf una repulsa a todo lo que tenga que ver con el tiempo ordinario, que se expresa también ––por ejemplo–– en la tendencia a enumerar los eventos hacia atrás, en una narración regresiva que imita el rebobinado de una película cinematográfica, y de la que participan también los espejos (Gutiérrez, 2009:57ss). El Sujeto-Mente es el hijo del tiempo, atravesado de mortalidad y transitoriedad, que jamás será idéntico a sí mismo, pues no puede detenerse a voluntad en el instante y contemplar así completamente su mismidad. Es también hijo del espejo,5 en tanto toda la realidad que pueda obtener, su rostro, es derivación de la identidad que endosa al reflejo de la 5 Recordemos que Lacan, en su célebre escrito sobre “El estadio del espejo” pone en relación la identificación del Sí-Mismo con la experiencia de contemplar el propio cuerpo en un espejo. 95 Kristov Cerda imagen corporal. Simulacro del cuerpo que sueña con el golpe mágico que lo consagre para lo real de una vez y para siempre.6 -Deberá usted hacer, entre otras muchas, las siguientes preguntas: 1) Si es que somos tan sólo la imagen en un espejo, ¿Cuál es la naturaleza exacta de los seres cuyo reflejo somos? 2) Si es que somos la imagen en un espejo, ¿Podemos cobrar vida matándonos? 3) ¿Es posible que podamos procrear nuevos seres autónomos, independientes de los seres cuyo reflejo somos, si es que somos la imagen en un espejo, mediante la operación quirúrgica llamada acto carnal o coito? (2000:175). La crueldad sin sujeto desnuda al Sujeto-Cuerpo de las investiduras fantasmáticas derivadas por su simulacro. El cuerpo se hace presente por sí mismo, violentamente, hasta saturar los canales por los que se desliza el sentido. Objeto y sujeto de los flujos del deseo y del poder, materia sanguinolenta que es desmembrada una y mil veces para alimentar a los dioses imaginarios, movilizada para chocar con otros cuerpos por miríadas en las guerras, auscultada hasta el último rincón por el saber y la cirugía, que ha extirpado cada excrecencia de un alma que pudiese brotarle. El erotismo cumple en Farabeuf la función de hacer visible esta plenitud productiva del cuerpo, puesto que todos los flujos posibles de poder y deseo confluyen hacia él por sus prácticas. Sólo al erotismo le es dado condensar en los gestos concretos que circundan al acto sexual, las experiencias disímiles a las que puede entregarse toda carne, manifestándola así en su verdad más íntima. Por ello la novela de Elizondo puede ser considerada, por encima de otras denominaciones, como una novela erótica (Rosas y Madrid, 1987:22). Tal es uno de los sentidos posibles para la representación de la pintura “Amor Sacro y Amor Profano”, en tanto esta alegoría plástica yuxtapone en un mismo plano ambas formas de amor, que en el erotismo están reunidas, escindidas en la mujer enteramente desnuda y la mujer enteramente vestida que se ubican en las dos esquinas del sarcófago. Este último remite a la muerte, pero en tanto se presenta abierto y en el centro de la composición está un niño (que bien podría ser Eros) buscando o intentando tomar algo dentro; también alude a una falta y ––eventualmente–– a una transfiguración de lo ausente (por la referencia al “sepulcro vacío” como índice de la resurrección en los Evangelios). Hoy es sabido que el título de esta obra de Tiziano le fue dado doscientos años después, y que probablemente represente algo más pedestre, como una novia asistida por Venus y Cupido, por ejemplo (Panofsky, 2003:120ss). En el texto de Elizondo, sin embargo, se da por sentada la 6 La historia de Pinocchio sería entonces, a la inversa, el relato de un cuerpo alienado que desea devenir un sujeto-mente. 96 Farabeuf: escribir el cuerpo significación alegórica, no obstante también se lo percibe como una duplicación más o menos literal de las dos mujeres que aparecen en la novela. Sea cual fuere el significado de este cuadro, en Farabeuf aparece en relación con los elementos eróticos del relato, especialmente con la conexión entre el rito sacrificial y la cópula, pues el primer encuentro sexual mencionado en el libro fue incitado por la contemplación de la fotografía del leng-tch’é , y el segundo encuentro sexual ––apenas insinuado–– se realizaría dentro de una representación del mismo suplicio, en el que una de las mujeres aceptaría ser atada y torturada mientras se entrega al coito. El erotismo ––sagrado y profano a la vez–– descubre la plenitud semiótica del cuerpo, en el mismo instante en que lo muestra expuesto al desvanecimiento orgásmico o al desangramiento por el bisturí del sacrificador Cuando cerré los ojos la fascinación de aquella carne maldita e inmensamente bella se había apoderado de mí. (…) Y entonces me abandoné a su abrazo y le abrí mi cuerpo para que él penetrara en mí como el puñal penetra en la herida… (142). Erotismo y crueldad son la misma vía regia hacia la realidad del cuerpo. Expuesto como nunca antes, es reconocido ahora como el hontanar del que brotan y hacia el cual se dirigen todos los significados. “Cuerpo” es el nombre para lo que falta en el sarcófago-fuente del cuadro de Tiziano, allí hurga el infante divino para extraer la cultura y el mundo. Ideograma entre ideogramas, pero también la “cifra original” (128) de todos ellos, el tao del cuerpo demanda ser interpretado. EL CUERPO/JEROGLÍFICO El suplicio es una forma de escritura. Asistes a la dramatización de un ideograma; aquí se representa un signo y la muerte no es sino un conjunto de líneas que tú, en el olvido, trazaste sobre un vidrio empañado. Hubieras deseado descifrarlo, lo sé. Pero el significado de esa palabra es una emoción incomprensible e indescifrable. Nada más que una sensación a la que las palabras le son insuficientes. Tienes que embriagarte de vacío: estás ante un hecho extremo (211). La crítica está de acuerdo en considerar a Farabeuf o la crónica de un instante como un texto especialmente metapoético (Fouques, 1981; Madrid y Rosas, 1982) que escenifica el acto de escribir a partir de sus similitudes con el erotismo y la tortura. Quisiéramos añadir que la novela nos muestra cómo estas similitudes derivan de una archiescritura (productivamente) originaria que es lo que se nombra aquí, y en el relato, como cuerpo.7 No se trata, por lo tanto, de que crueldad, sexualidad, cirugía y creación literaria ––entre otros–– se asocien 7 Nuestra noción de archiescritura, si bien se debe a la acuñación del concepto por Derrida, sigue la elaboración de la archiescritura del cuerpo realizada en el marco del psicoanálisis por Ricardo Rodulfo (1999). 97 Kristov Cerda exclusivamente por el solapamiento de sus estructuras, sino de que el hecho de que todos ellos repitan el acto de apremiar por la fuerza una materialidad para abrirla, marcarla, desmembrarla o recomponerla y, con ello, engendrar el sentido, responde a que este proceder es la actualización de una matriz inscripcional que se identifica con el cuerpo humano. De modo que cada una de sus operaciones emergen y retornan asiduamente a ese lugar vacante Somos algo que ha sido olvidado. Somos una acumulación de palabras; un hecho consignado mediante una escritura ilegible; un testimonio que nadie escucha. Somos parte de un espectáculo de magia recreativa. Una cuenta errada. Somos la imagen fugaz e involuntaria que cruza la mente de los amantes cuando se encuentran, en el instante en que se gozan, en el momento en que mueren. Somos un pensamiento secreto… ¿O es que somos acaso esa carta encontrada por casualidad entre las páginas de un viejo libro de medicina? (177). La enunciación impotente del Sujeto-Mente por la anáfora del “Somos”, que intenta afirmar su fantasmática existencia, articulando a la vez la enumeración de los indicios de su irrelevancia, dibuja la clave para descifrar el cuerpo como la zona de la que provienen y en la que decaen todos los sentidos. Farabeuf nos ha mostrado cómo el Sujeto es un simulacro del cuerpo, pero el que pueda ser simulado es posible sólo en tanto éste pertenece a la realidad y se halla abierto a dar o recibir sentido. Esta condición de “apertura” es la que se nos hace visible a través del sexo, el suplicio y la cirugía. Ellos señalan los puntos exactos en que las intensidades del deseo o el poder impactan en la materia para luego rebosar desde las marcas hacia la realidad. La apertura, sin embargo, no es evidente, por ello debe ser mostrada por la fuerza. El cuerpo es un jeroglífico para los otros cuerpos, que puede ser descifrado en tanto se acopla con ellos, los solicita o los violenta y viceversa. La realización de las múltiples escrituras desde su matriz inscripcional se somete a la filigrana de recorridos que van trazando estos encuentros, itinerarios que reconocemos como formaciones culturales y discursivas de toda índole. Huellas trazadas en la materia por esta orgía permanente que ––como en un relato de Sade–– va acumulando cuerpos sin más racionalidad aparente que la que brota de su propio deseo “Mira…”, le dije mostrándole ese cuerpo desgarrado, tratando de vencer su cuerpo con aquella visión sanguinaria, hasta que sentí que se rompía como una muñeca de barro, hasta que sentí que su cuerpo se abandonaba a mí en aquel océano de sangre que latía afuera, más allá de la ventana abierta, fuera de sus ojos cerrados que no veían otra cosa que ese cuerpo surcado de riachuelos de sangre, esa carne que tanto hubiera amado en su delirio (142). Si la cultura y la sociedad son trazadas por el acoplamiento de los cuerpos, esto sólo es posible en tanto estos son reversiblemente desmembrables: 98 Farabeuf: escribir el cuerpo “Con una cuchilla afilada se puede cortar en dos, inclusive, otra cuchilla” (163). Integrados por la composición de elementos diversos, los cuerpos pueden ser seccionados y desplegados al infinito, sólo es cosa de encontrar la cuchilla adecuada. La cirugía confluye con la escritura en el momento en que ambas funcionan desde la posibilidad de descomponer y recomponer la materia en variadas configuraciones. Ambas nos enfrentan a la apertura radical del cuerpo, que descansa en su contingencia, es decir, en que el montaje de sus partes es tan irracional como el montaje de los cuerpos. La anatomía, y otros sistemas discursivos como la biología o la economía ––todos ellos prácticas escriturales, sometidas a sus propias retóricas–– urden redes de racionalidad para atrapar la materia corpórea, que tarde o temprano se estrellan sobre el desafío lanzado por la muerte. La verdad del cuerpo se encuentra en el momento en que puede ser entregado al desmembramiento. El vacío despejado por el desmembramiento posibilita el libre juego combinatorio de las partes, que no es diverso de lo que ––al hablar del lenguaje–– se ha teorizado como el juego del significante. El cuerpo se configura y reconfigura así, constantemente, como los hexagramas del I Ching, esperando a ser descifrado por acoplamientos eróticos o violentos en el transcurrir de la existencia humana. La novela explora esta condición ideográfica ––o, más bien, jeroglífica–– del cuerpo que, a la vez, se resiste como demanda ser penetrado, al convocar a la narración la fotografía del suplicio, el carácter liù, la estrella de mar, etc. El cuerpo se escribe a sí mismo, la faena de esta escritura va dispersando y adhiriendo los flujos aquí o allá, para que luego la violencia del desciframiento los ponga en circulación de nuevo. La escritura literaria, la de Farabeuf, intenta representar el curso de esta archiescritura, pese a su propia advertencia respecto de la imposibilidad de enunciar la tenue escansión de los estados corporales. Muchas veces pienso que no he pasado nada por alto, absolutamente nada, pero hay resquicios en esta trama en los que se esconde esa esencia que todo lo vuelve así: indefinido e incomprensible (155). Si hemos de pensar en un hipotexto para Farabeuf, habría que buscar del lado de los manuales quirúrgicos publicados por el doctor francés en su época. No porque la novela lleve a cabo importantes maniobras intertextuales al respecto, sino porque es animada por la necesidad de describir exhaustivamente la actuación de la archiescritura, a fin de que sean tan explícitos sus mecanismos que luego el texto literario pueda reproducirlos. Se busca el corte longitudinal exacto, que por la magia del sincronismo, nos mostrara el instante preciso en el que es producido el sentido en la matriz inscripcional. Pero ni la repetición, ni la acumulación de símiles mecánicos o adivinatorios le permiten lograrlo, de modo que se ha de limitar a bosquejarlo, insinuarlo, como si cada uno de los capítulos constituyese una imagen parcial de la anatomía archiescritural, una especie de tomografía 99 Kristov Cerda Es preciso recordarlo ahora, aquí: la identidad de ese cuerpo mutilado que de pronto había surgido ante nuestros ojos y que nosotros hubiéramos querido apresar en un abrazo inútil de muñones descarnados que anda alcanzaban a asir de otros cuerpos íntegros, pero deseosos de perderse en esa agonía lenta, hipnótica, inmóvil y erecta. Por eso hay que repetirse mil veces la misma pregunta: ¿De quién era ese cuerpo que hubiésemos amado infinitamente? (143). Manifestación y velamiento simultáneos son los términos de la actividad comprendida por la escritura de Farabeuf en su intento por representar la archiescritura. Esta actividad corresponde a la anamorfosis, procedimiento tomado de la plástica, que consiste en esconder una imagen dentro de otra imagen, la que se hace visible solamente al modificar la perspectiva o ––en algunos casos–– gracias al concurso de algún aditamento óptico (Souriau, 1998:92). Fouques (1981) destaca el rol que cumple esta técnica en la obra en la medida en que los pasajes eróticos del texto siempre aluden veladamente la muerte (muerte del sentido, muerte sin más), mientras a nosotros nos parece que la totalidad de la novela emboza la representación del cuerpo como matriz inscripcional, que puede ser avistada sólo desde el cambio radical de perspectiva que estamos intentando en este estudio. La anamorfosis no constituiría, por lo tanto, sólo una técnica más del repertorio de estrategias de la escritura, sino el modo específico de representación de la semiosis corporal en la literatura, debido a la imposibilidad del lenguaje para significar la alteridad radical de la materia, no obstante obtiene su exigua fuerza performativa de aquella El cuerpo puede inscribirse, adherirse a una banda siempre capaz de ondular, de volver sobre sí misma, el eje de simetría del rostro aparece ligeramente desplazado, dislocado; esa proporción deshecha, ese aparecer disuelto como por un hundimiento leve conducen no a la revelación de una imagen obturada, suplantada por la pantalla de la visión frontal, sino a la revelación de la anamorfosis como artificio puramente retórico que el más ligero desajuste desfocaliza, reduce a una máscara estrábica, impide significar (Sarduy, 1987:103). Limitada por el carácter sucesivo del lenguaje, la obra se consagra entonces a los poderes de la repetición. La reiteración compulsiva de los detalles de cada escena se ordena a mostrar como en cada de una de ellas la potencia genésica del cuerpo fecunda el resto de la acción. Si bien todas las escenas compiten como escenas fundacionales de esta nueva mitología del cuerpo archi-escritor, la contemplación del leng-tch’é se muestra como la más importante, en la medida en que su estructura será imitada o aludida por las escenas posteriores. Recordemos que el momento de la pareja paseando junto al mar culmina cuando la mujer encuentra la fotografía del suplicio chino y ella enciende su deseo; y que en el momento siguiente, en el que se encuentran las dos parejas ––una de ellas 100 Farabeuf: escribir el cuerpo compuesta por el doctor Farabeuf y la “Enfermera”–– se realiza el sacrificio de una de las dos mujeres a imitación de la imagen del supliciado. El leng-tch’é, cuya fotografía ––desde la primera edición de 1965–– aparece de manera tangible en el capítulo VII del libro, es el evento seminal de toda la obra, el instante de la fulguración del cuerpo, donde alcanza a vislumbrarse la raíz de toda inscripción Nosotros mismos nos quedamos encerrados dentro de ese olvido hermético, infranqueable, y ella ––la otra–– nos mira reflejados en ese enorme espejo enmarcado en oro; nos mira a los dos que nos miramos a través del espejo y así nos comunicamos y nos tocamos con la mirada recordando ese rostro que también nos mira fijamente desde aquel día en que bajo la lluvia llegamos hasta la plazoleta en la que los verdugos se afanaban en torno al condenado, ahuyentando con voces ríspidas y entrecortadas a los perros que merodeaban en torno a la estaca ensangrentada ¿Recuerdas? Desde aquel día no sabemos cuál es el sueño, no sabemos cuál es la imagen del espejo y sólo hay una realidad: la de esas preguntas que constantemente nos hacemos y que nunca nadie ni nada ha de contestarnos (168). Pero no todos los cuerpos son iguales. En Farabeuf hay una polarización a favor del cuerpo femenino como lugar privilegiado donde se manifiesta la archiescritura del cuerpo en general. Esta polarización replica la división entre pasividad femenina y actividad masculina, propia del tipo de pensamiento contenido en el I Ching. El principal agente de los eventos relatados es siempre el Dr. Farabeuf, quien tomó la fotografía del supliciado y quien realiza el rito eróticoquirúrgico, mientras que la mujer aparece siempre en una posición subordinada o pasiva, entregándose al amor o a la tortura. La relevancia del cuerpo femenino es tal que la obra sugiere una mutación o travestimiento de la víctima del leng-tch’é, que previamente ha sido identificado como un varón, para demostrar que éste ––al menos en el instante de su muerte–– ha alcanzado la condición de una mujer El supliciado es un hombre bellísimo. En su rostro se refleja un delirio misterioso y exquisito. Su mirada justifica una hipótesis inquietante: la de que ese torturado sea una mujer. Si la fotografía no estuviera retocada a la altura del sexo, si las heridas que aparecen en el pecho de ese individuo fueran debidas a la ablación cruenta de los senos no cabría duda de ello. Ese hombre parece estar absorto por un goce supremo, como el de la contemplación de un dios pánico (221). El suplicio ha producido una mutación en el cuerpo del supliciado, ha pasado de ser una línea continua ––yang a una línea quebrada–– yin. El sacrificio patentiza así la realidad jeroglífica del cuerpo, su capacidad para producir y recibir sentidos cambiantes, que en el cuerpo femenino es más expresa debido a la posibilidad efectiva de engendrar otros cuerpos. Pero dado que la mutación no acontece en el plano real, sino exclusivamente simbólico, de 101 Kristov Cerda manera casi conjetural, comporta una maniobra travesti, quizás otra forma de anamorfosis, cuyo cambio de perspectiva nos revelaría a la mujer como potencialidad oculta en el cuerpo masculino. El relato psicoanalítico tradicional de la constitución de la subjetividad conecta la capacidad humana de producir significados a una relación privilegiada con el falo, como índice del acceso al registro simbólico.8 Al proponer indirectamente que el cuerpo femenino es el modelo de la matriz semiótica, de modo que el varón ha de ser sometido a la castración para poder equipararlo, el texto ––más que formular un discurso feminista, que es desmentido por la asimilación de la mujer a la materia y lo pasivo–– nos enfrentaría al hecho de que la archiescritura acontece como el proceso de despojamiento de toda determinación morfológica ––incluida la de género–– hasta exhibir el cuerpo en su absoluta desnudez, es decir, en su ausencia. La mutilación sacrificial nos empujaría hacia el éxtasis en la contemplación de Wu, el vacío Y ese cuerpo inquietante, esa carne abierta hacia la vida como un fruto inmenso y misterioso que parecía haber traspuesto todos los umbrales del dolor y que nosotros contemplábamos como se contempla el curso de una estrella, o la manifestación de un portento, o la realización de un milagro (183). En suma, el cuerpo es el origen del significado porque es un signo sagrado, un sacramento que se manifiesta en el sacrificio ––y en el coito: “intromissio membri viri ad emissio seminis inter vaginam” (146)––.9 Estas son las formas en que se descifra, por ello Farabeuf o la crónica de un instante insiste en reproducirlas desde todos los ángulos posibles. Pero al reconocer al cuerpo descansando en el campo de lo sagrado, la mutación del supliciado continúa hasta obtener el rostro de la víctima sacrificial por antonomasia: Cristo. La palabra por quien todo fue creado, archiescritura absoluta, delirio de una semiosis transparente que consuma en su fulguración a todo el universo Esa cara… ese rostro es soñado... no existe... ese rostro… es el amor… la muerte… es el rostro del Cristo… el Cristo chino… (…) Por primera vez… por primera vez… es posible sentir toda la belleza que encierra un rostro… sí, por supuesto... es una mujer… una mujer bellísima… la mujer-cristo… (224-225). La condición de la Tierra es la de devoción receptiva. Así el Hombre Superior 8 El falo no es el pene, sino el significante primario a partir del cual se realizaría la diferenciación de los cuerpos y también la escansión especular de la conciencia desde la que accede al lenguajeregistro simbólico (Butler, 2002:95ss). 9 “Desde la introducción del miembro viril hasta la salida del semen dentro de la vagina”. 102 Farabeuf: escribir el cuerpo lleva consigo al mundo en la amplitud de su ser (I Ching, 1997:88). El hexagrama Kun, Lo Receptivo, constituido por completo por líneas yin-femeninas quebradas. El cuerpo femenino es carne de sacrificio y muta hasta la determinación por el rostro absoluto, pues es la expresión material de lo receptivo. Con ello, el jeroglífico que es el cuerpo quedaría plenamente descifrado como suma del mundo. Esta es una vieja idea metafísica: el cuerpo del hombre es un microcosmos. La novela, otro microcosmos, se abriría a la revelación de que los oficios de la crueldad y el erotismo nos facultarían para vaciar ––esto es, descargar en lo real–– el mundo contenido en los cuerpos, en mi cuerpo, alcanzando así una identidad no dependiente de la subjetividad psicológica. Utopía del cuerpo al fin, utopía también de la escritura Tu cuerpo es más que eso; es la extensión del mundo vista desde una altura suprema. Nadie escapa a tu huida que todo lo congela y lo vuelve inolvidable. Tu carne, cuando yo la acaricio, sabe acoger en sí misma toda la crueldad del olvido. Por eso yo no sé cómo se llama ese hombre desnudo que atado a una estaca se somete a la vida para siempre. ¿Acaso no lo adivinas en su mirada? ¡Qué importa su nombre, si, ciega, sabré toda mi vida reconocer su carne, reconocer tu cuerpo que es el suyo! (239). Universidad Andrés Bello* Facultad de Humanidades y Educación Departamento de Artes y Humanidades Fernández Concha 700, Las Condes, Santiago (Chile) kristov.cerda@gmail.com BIBLIOGRAFÍA Anónimo. I Ching: El libro de los cambios. Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1997. Butler, Judith. Cuerpos que importan. Buenos Aires: Paidós, 2002. Bataille, Georges. Las lágrimas de Eros. Barcelona: Tusquets, 2000. Derrida, Jacques. La diseminación. Madrid: Fundamentos, 1997. Elizondo, Salvador. Farabeuf o la crónica de un instante. Madrid: Cátedra, 2000. Farabeuf, Luis Hubert. Précis de Manuel Opératoire. Paris: Masson, 1872. 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Crónicas de sidario de Pedro Lemebel. Palabras clave: Postcolonialismo, descolonialismo, camuflaje, imitación, desprendimiento. Abstract The fundamental purpose of the present work is to evidence the presence of some features of postcolonial and decolonial thought in Pedro Lemebel’s Loco Afán. Crónicas de Sidario. Key words: Postcolonialism, decolonialism, camouflage, imitation, liberation. INTRODUCCIÓN El texto de Lemebel relata ––tal como lo expresa Soledad Bianchi en una nota de contratapa de la obra editada por Seix Barral de 2009–– “el trance de locas, travestis y colizas desde la ominosa fiesta de los años setenta en Chile al crepúsculo del amor y dolor sexual de los noventa. Una treintena ––son treinta y cuatro en total–– de crónicas definitivas que, tal como la enfermedad, conocen la hipocresía”. Con una pluma ágil cuyo ritmo sintoniza con las pulsaciones del lector actual (Lagos, 2003), Lemebel nos impacta con las historias de la Pilola Alessandri, la Chumilou, la Palma, la Astaburruaga, la Zañartu, la Regine, la Lorenza, la Loca del Pino y muchos otros personajes nacionales y extranjeros conocidos en el ámbito musical y fílmico cuyo denominador común es el estar contagiado con el sida, o ser alcohólico y drogadicto o, simplemente, estar estigmatizado socialmente por su carácter homosexual. El epígrafe de la obra llama la atención y las reiteraciones del asunto del mismo durante el trayecto de las historias relatadas dan origen a las relaciones acotadas que se hacen en este trabajo sobre los llamados pensamientos postcolonial y descolonial y su intento de precisión respecto de cuál de ambos, o ambos, subyacen explícitos o implícitamente en esta obra de Lemebel. POSTCOLONIALIDAD Y DESCOLONIALIDAD La diferencia fundamental entre el pensamiento des-colonial y la teoría postcolonial o estudios postcoloniales es que el origen de estos últimos se localizan en Jorge Lagos el post-estructuralismo francés más que en la “densa historia del pensamiento planetario descolonial” (Mignolo, 2005:5). Los sustentos epistémicos de la teoría postcolonial se encuentran en Foucault (1971), Derrida (1972), Lacan y sus expositores principales son Edward Said, Homi Bahabba, Gayatri Spivak (cito por Nagy-Zekmi, 2007) quienes ––estos últimos a partir de Said–– observaron el fenómeno en colonias y ex colonias del Medio Oriente, África, Asia y América Latina. El pensamiento descolonial, en tanto, tiene como punto de partida a un mestizo cronista peruano, Guamán Poma de Ayala y a un esclavo africano liberto en América: Ottobah Cugoano.1 Los estudios en este ámbito retoman a Fanon,2 no obstante el distanciamiento europeo hacia él. Se destacan aquí Aníbal Quijano, Walter Mignolo y Enrique Dussel, entre muchos otros. Ahora bien ¿Cuál es el punto de partida de esta gran discusión? Cito a Dussel (por intermedio de Mignolo) El asunto reside en encubrir el origen de lo que llamo “el mito de la modernidad” en sí mismo. La modernidad incluye un “concepto” racional de emancipación que reconocemos y subsumimos. Pero desarrolla al mismo tiempo un mito irracional, una justificación de la violencia genocida. Los posmodernistas critican la razón moderna como una razón del terror; nosotros criticamos la razón moderna por el mito irracional que ésta conlleva. (Mignolo, 2010:18-19) (Véase también Lagos, 2005). Dos conceptos fundamentales se confrontan a partir de la cita, los que marcan la diferencia básica entre postcolonialidad y descolonialidad, respectivamente […] el concepto de “emancipación” pertenece al discurso de la Ilustración Europea y sigue siendo usado en la tradición; en tanto que “liberación”, “…remite /…/ a dos tipos de proyectos diferentes e interrelacionados: la descolonización política y económica y la descolonización epistemológica” (Mignolo, 2010:20). En este contexto, “emancipación” y “liberación” son dos tipos de proyectos situados en distintos terrenos geo-políticos. 1 Guamán Poma de Ayala, del virreinato del Perú (de Anáhuac y Tawantinsuyu, siglo XVI), hizo su obra Nueva Corónica y Buen Gobierno y la envió a Felipe III, 1616; Otabbah Cugoano publicó en Londres, en 1787 (diez años después de The Wealth of Nations de Adam Smith). Ambos son tratados políticos descoloniales que nunca compartieron el círculo de discusiones con Machiavello, Hobbes o Locke, justamente, gracias a la colonialidad del saber. Para Mignolo, es una tarea vigente reinscribirlos hoy en la genealogía del pensamiento descolonial. Expresa Mignolo: “Wamán Poma y Cugoano pensaron y abrieron la ranura de lo impensable en la genealogía imperial de la modernidad, tanto en sus facetas de derecha como en sus facetas de izquierda. Es decir, la genealogía imperial de la modernidad cristiana, liberal y socialista/marxista” (2005:6). 2 Sobre Fanon, véase el estudio de Alejandro de Oto “Teorías fuertes. Frantz Fanon y la descolonización como política”, en W. Mignolo (2009). 106 Postcolonialidad y descolonialidad en Loco Afán. Crónicas de Sidario El paradigma de la modernidad, en este sentido, lleva oculto en su retórica una lógica opresiva y condenatoria de la colonialidad y desde esta lógica surge una “energía” que se traduce en proyectos de de-colonialidad que, de alguna manera, también forman parte de la modernidad, puesto que ésta, “es una hidra de tres cabezas, aunque sólo muestra una: la retórica de salvación y progreso. La colonialidad, una de cuyas facetas es la pobreza y la propagación del sida en África, no ofrece en la retórica de la modernidad como su necesaria contraparte, sino como algo desprendido de ella” (Mignolo, 2005:4). La “liberación” y “descolonización” son proyectos conceptuales epistémicos cuya pretensión es el desprendimiento de la matriz colonial del poder (europeo) pero que, a la vez, dicho desprendimiento presupone un pensamiento fronterizo o una epistemología fronteriza considerando que el pensamiento moderno es inevitable pero, a la vez, limitado y peligroso, es lo que podría traducirse como el “penseé unique” (Ramonet 1999) o la metáfora del “hombre unidimensional” (Marcuse, 2005). El pensamiento único es el pensamiento occidental, es decir, el occidentalismo tanto liberal como neo-liberal, cristiano y neo-cristiano, marxista y neo-marxista, y sus lenguas imperiales: inglés, alemán, francés, italiano, español, portugués y sus bases griegas y latinas. Asimismo, las ciencias sociales manifiestan su eurocentrismo ––de acuerdo con lo desarrollado por Wallerstein–– a través de cinco aspectos cuyas implicaciones se ocultan y se solapan en a) la historiografía; b) en la actitud provinciana de su universalismo; c) en las afirmaciones acerca de la civilización (Occidental); d) en su orientalismo (la opinión que se tiene de él) y, e) en sus intentos por imponer la teoría del progreso (2001:95-115). Destaco sólo algunos de esos patrones: a) la relación de dominación entre colonizadores y colonizados se estableció sobre la idea de “raza”; b) los colonizadores definieron la nueva identidad de las poblaciones aborígenes colonizadas como “indios”, por lo tanto, y en consecuencia, hubo despojo y represión de las identidades originales (mayas, aztecas, incas, aymaras, etc.); c) Esa distribución de identidades sociales sería en adelante ––ahora de acuerdo con Quijano–– el fundamento de toda clasificación social de la población de América. Con él y sobre este fundamento se irían articulando, de manera cambiante según las necesidades del poder en cada período, las diversas formas de explotación y de control del trabajo y las relaciones de género” (2001:121); d) “En el contexto de la colonialidad del poder ––siguiendo con Quijano––, las poblaciones dominadas de todas las nuevas identidades fueron también sometidas a la hegemonía del eurocentrismo como manera de conocer, sobre todo, en la medida en que algunos de sus sectores pudieron aprender la letra de los dominadores. Así, con el tiempo largo de la colonialidad, que aún no termina, esas poblaciones (“india”, “negra”) fueron atrapadas entre el patrón epistemológico aborigen y el patrón eurocéntrico que, además, se fue encauzando como racionalidad 107 Jorge Lagos instrumental o tecnocrática, en particular, respecto de las relaciones con el mundo en torno” (2001:124. Las cursivas son mías). Según Quijano, la experiencia de alienación histórica a la que fueron sometidos los colonizados condujo como consecuencia a algunos de ellos, especialmente “indios” y “negros”, a la imitación, simulación y vergüenza de lo propio; sin embargo, no se pudo evitar la subversión de lo mismo que tuvieron que imitar, simular o venerar. Prueba de esta subversión se observa en la expresión artística y religiosa cuyos patrones visuales y plásticos, temas, motivos e imágenes de origen ajeno son expresadas de modo original, autónomo y autóctono, develando así un espacio y modo de resistencia. Agrega Quijano que, contrariamente, los herederos y continuadores de los colonizadores o tuvieron que hacer una “repetición servil e imitativa de los modelos europeos” o identificarse con ellos “para expresar sus propias experiencias, a su pesar no-europeas, para desarrollar su propio talento y sus recursos y facultades creativas” (125-126). Las luchas contra la colonialidad del poder sólo comenzaron con claridad a principios del siglo XX, con la revolución mexicana (1910), con los enfrentamientos anticoloniales en la India y en diferentes puntos de Europa, más las dos guerras mundiales, tiempos en que coinciden la gran renovación cultural latinoamericana (artes plásticas, literatura, música) con el descubrimiento de las artes plásticas y visuales africanas por parte de la vanguardia artística europea y ––como lo expresa Quijano–– “la irrupción de la música “negra” en el Caribe y en Estados Unidos, todo esto en el contexto de los primeros grandes conflictos sociales y políticos de alcance mundial” (126). POSTCOLONIALIDAD Y DESCOLONIALIDAD EN LOCO AFÁN El epígrafe de Loco afán expresa: “La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización por el contagio. Reemplazó nuestras plumas por jeringas, y el sol por la gota congelada de la luna en el sidario”3 (La cursiva es mía). De acuerdo con el enunciante, podemos decir que nuevamente tenemos una enfermedad importada. Ya ocurrió en el proceso de conquista y colonización (Todorov, 1983); por tanto, el primer reconocimiento ancestral explícito se inscribe en el pensamiento descolonial (Mignolo, 2010), pues se presenta implícitamente la colonialidad como parte de la modernidad cuya raigambre se encuentra en los procesos de descubrimiento, conquista y colonización de América y bajo la hegemonía de un eurocentrismo no sólo económico o político, sino geoepistémico (Mignolo et al., 2001). Por otra parte, la conciencia del enunciante respecto del fenómeno aludido permite observar un proceso de una segunda descolonización, esta vez de tipo mental respecto de un “otro” indoamericano, afrodescendiente y de frontera coincidente, ––tanto 3 Lemebel, Pedro. 2009. Loco afán. Crónicas de Sidario. Santiago de Chile: Seix Barral. Todas las citas de este texto corresponden a esta edición y se pondrá sólo el número de la página entre paréntesis. 108 Postcolonialidad y descolonialidad en Loco Afán. Crónicas de Sidario de modo literal como metafórico–– con el marginado, con la minoría étnica, con el gheto, el apartheid y, especial y concretamente, con los homosexuales y travestis (López, 2005). Estos últimos conformarán el núcleo “subalterno” contagiado por el sida extranjero, imperialista, eurocéntrico y neoliberal desde la perspectiva del enunciante. Desde la perspectiva gay de los personajes de la obra, aflora más bien la visión del pensamiento postcolonial que se observa a través del comportamiento mimético, híbrido y ambivalente donde ellos mismos participan con el colonizador a través de un proceso “mimicrético” ––en términos lacanianos–– o de camuflaje en el cual el colonizado imita y remeda a quien lo somete. Observemos lo que pasa con la Pilola Alessandri, con la Palma y con la Chumilou “la Pilola Alessandri// se compró la epidemia en Nueva York, fue la primera que la trajo en exclusiva, la más auténtica, la recién estrenada moda gay para morir. //. El sida le estrujó el cuerpo y murió tan apretada, tan fruncida, tan estilizada y bella en la economía aristócrata de su mezquina muerte” (23). (Las cursivas son mías). En tanto que …la Palma /…/ se lo pegó en Brasil, cuando vendió el puesto de pollos que tenía en La Vega, cuando no aguantó más a los milicos y dijo que se iba a maraquear a las arenas de Ipanema. Para eso una es loca y tiene que vivir en carnaval y sambearse la vida. Además, con el dólar a 39 pesos, la piñata carioca estaba al alcance de la mano. La oportunidad de ser reina por una noche al costo de una vida. Y qué fue ––dijo en el aeropuerto imitando a las cuicas––. Una se gasta lo que tiene no más. Y fue generoso el sida que le tocó a la Palma, callejeado, revolcado con cuanto perdido hambriento le pedía sexo. Casi podría decirse que lo obtuvo en bandeja, compartido y repartido hasta la saciedad por los viaductos ardientes de Copacabana. (24). (Las cursivas son mías). Por su parte La Chumilou//Por golosa, no se fijó que en la cartera ya no le quedaban condones. Y eran tantos billetes, tanta plata, tantos dólares que pagaba ese gringo. // Tanto pan, tantos huevos y tallarines que podía llevar a su casa. Eran tantos sueños apretados en el manojo de dólares. Tantas bocas abiertas de los hermanos chicos que la perseguían noche a noche. Tantas muelas cariadas de la madre//, tantas deudas, tantas matrículas de colegio, tanto por pagar, porque ella no era ambiciosa, como decían los otros colas. //. Entonces la Chumi cerró los ojos y estirando la mano agarró el fajo de billetes. No podía ser tanta su mala suerte que por una vez, una sola vez en muchos años que lo hacía en carne viva, se iba a pegar la sombra. Y así la Chumi, sin quererlo, cruzó el pórtico entelado de la plaga. //. La Chumilou murió el mismo día que llegó la democracia, el pobre cortejo se cruzó con las marchas que festejaban el triunfo del NO en la Alameda (29-30). 109 Jorge Lagos El pensamiento descolonial de este enunciante homosexual se hace consciente en las sucesivas narraciones. Así, en la sección titulada “La muerte de la Madonna”, del barrio San Camilo, por ejemplo, evidencia el “mimicretismo” postcolonial de una travesti mapuche temuquense que muere de sida, “Cerrando los ojos, ella era la Madonna, y no bastaba tener mucha imaginación para ver el duplicado mapuche casi perfecto” (47). En “Crónicas de Nueva York”, cuando es invitado al evento Stonewall, la reflexión del enunciante ––inmerso ahora en su propio enunciado–– produce el siguiente autorretrato con la consiguiente discriminación de discriminados Y cómo te van a ver si uno es tan re fea y arrastra por el mundo su desnutrición de loca tercermundista. Cómo te van a dar pelota si uno lleva esta cara chilena asombrada frente a este Olimpo de homosexuales potentes y bien comidos que te miran con asco como diciéndote: Te hacemos el favor de traerte, indiecita, a la catedral del orgullo gay (94). Del “Manifiesto” del enunciante destaco su posición ideológica, la cual se advierte al margen de las ideologías postcoloniales imperiales, pero no ausente de utopía Mi hombría me la enseñó la noche/ Detrás de un poste/ Esa hombría de la que usted se jacta/ Se la metieron en el regimiento/Un milico asesino/De esos que aún están en el poder/Mi hombría no la recibí del partido/ Porque me rechazaron con risitas/ Muchas veces/ Mi hombría la aprendí participando/ En la dura de esos años/ Y se rieron de mi voz amariconada/ Gritando: y va a caer, y va a caer/ Y aunque usted grita como hombre/ No ha conseguido que se vaya /…/ Que los machos se hagan viejos/ Porque a esta altura del partido/ La izquierda transa su culo lacio/ En el parlamento/ Mi hombría fue difícil/ Por eso a este tren no me subo/ Sin saber dónde va/Yo no voy por el marxismo/ Que me rechazó tantas veces/ No necesito cambiar/ Soy más subversivo que usted/ ¿Se da cuenta?/ No voy a cambiar solamente/ Porque los pobres y los ricos/ A otro perro con ese hueso/ Tampoco porque el capitalismo es injusto/…/ Que la revolución no se pudra del todo/ A usted le doy este mensaje/ Y no es por mí/ Yo estoy viejo/ Y su utopía es para las generaciones futuras/ Hay tantos niños que van a nacer/ Con una alita rota/ Y yo quiero que vuelen compañero/ Que su revolución/ Les dé un pedazo de cielo rojo/ Para que puedan volar (124125. Las cursivas son mías). Lemebel continúa su paseo narrativo por el Proyecto Nombres o Quilt (paño o tejido) iniciado en EE.UU., en 1987, iniciativa que se ha ido multiplicando junto con la epidemia. Su lujo y las firmas allí estampadas, como la de Elizabeth Taylor sobre el tapiz monumental, contrastan con su modesta imitación penquista respecto de la espectacularidad del “Primer Mundo” (132). En Concepción, “las menos que tejen son parecidas, pero una doble sombra semianalfabeta perfila su huella en el tizne de la ortografía. Un dígito de retazos que 110 Postcolonialidad y descolonialidad en Loco Afán. Crónicas de Sidario ponen en acción las morenas extremidades de América Latina para rearmar la pena con los hilos negros de su preñez” (133). Más adelante, la relación rock, homosexualidad y sida se hace desde Freddy Mercury, Michael Jackson y los Bee Gees hasta Charly García, Nay Matogrosso y Fito Páez en Latinoamérica. En la sección “Loco Afán” ––que motiva parte del título de la obra–– el enunciante expresa con plena conciencia de homosexual tercermundista su posición y diferencia con el gay del Primer Mundo: “el loco afán” de reivindicación en el movimiento político, quedó atrapado por el sida Un movimiento gay del que no participamos /…/ Una causa del mundo desarrollado que ojeamos a la distancia demasiado analfabetos para articular un discurso. /…/ Enclaustrados en la sordidez del gueto cosiendo la pilcha para la discoteca clandestina o echándole el guante a un poblador en el terciopelo raído de un rotativo. Mientras en Valparaíso los travestis eran arreados a culatazos a los barcos de la marina, para nuestra memoria la película de Ibáñez y su crucero del horror. /…/ Aterrados por el escándalo sin entender mucho la sigla gay con nuestra cabeza indígena (164-165). El enunciante toma conciencia, también, que ni en la homosexualidad ni en el travestismo ha habido identidad latinoamericana, porque América Latina ha sido travestida de traspasos, reconquistas y parches culturales. Por esto mismo, que “lo gay se sume al poder” no lo confronta, no lo transgrede. Expresa el enunciante “Quizás este sea el momento en que el punto corrido de la modernidad sea la falla o el flanco que dejan los grandes discursos para avizorar a través de su tejido roto una vigencia suramericana en la condición homosexual revestida de vasallaje” (167-168); o, tal vez, gran parte de Sudamérica sea como Lorenza la manca, puntarenense, hijo(a) de una alemana y un carabinero chileno, es decir, “un travesti mestizo amputado”. O, contrariamente, como la “Loca del Pino”, que viste un árbol de pascua con un pino natural y no con uno importado a pesar de la prohibición de la dictadura militar. “De pascua a pascua ––expresa–– los nuevos tiempos encallaron en los amarres constitucionales del blindado ayer. La justicia fue un largo show televisivo, y el boom económico le puso llantas de goma Good Year a la carreta chilena” (251). CONCLUSIONES Loco afán. Crónicas de sidario ––así como La esquina es mi corazón, Tengo miedo torero y Zanjón de la Aguada–– se desplaza desde una enunciación descolonial a un enunciado postcolonial a través de una fina línea divisoria, pues el enunciante forma parte de su mismo enunciado inmerso a veces en un juego ventrilocuar. Tal como lo expresa Berta López refiriéndose a Tengo miedo torero La voz ventrílocua/…/que utiliza el narrador en toda la novela se disfraza, se escinde, se sicoanaliza para construir un sujeto que constantemente 111 Jorge Lagos “desterritorializa” la lengua con el fin de imponer su diferencia, su tercer mundo, /…./ El fin de esta literatura menor ––literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor, define López más adelante citando a Deleuze y Guattari–– es el diálogo, el debate de la oposición sano/enfermo en el marco de un programa político que termine con el gheto, el apartheid, la segregación que resguarda la pureza, la salud y la moral de la sociedad. En esta perspectiva, la obra de Lemebel adquiere un valor colectivo; el sujeto de la enunciación se evapora a favor de la loca, del travesti (2005:123). Loco afán… nos permite visualizar la desolación y marginación del mundo homosexual. Aún así, se han atrevido a sacar su disfraz y decirle al mundo lo que ellos realmente son o creen ser, porque no pueden desprenderse del “mimicretismo” respecto de los estereotipos extranjeros, metáfora, a su vez, de la situación latinoamericana que no abandona su “subalternidad” respecto de los imperios. Existe la necesidad de un “patrón”, de un dueño, aunque éste obstaculice los afanes de una identidad propia. Todavía se quiere ser “hijo de alguien”, necesitando al colonizador en un juego dialéctico edípico, lo cual explica la importación ideológica, de modas de variada índole, de economías, lenguas, etc. Ha habido en la actualidad intentos libertarios de descolonización con la asunción de algunos mandatarios latinoamericanos. Sin embargo, en la práctica de la gestión política se observa posibles velos obnubiladores propios del poder que podrían extraviar el propósito de otorgarles a sus pueblos la posibilidad de una identidad en una sociedad de respeto y coexistencia con el “Otro” dentro de la diversidad. En este sentido, participo y hago extensiva la advertencia de Silvia NagyZekmi, quien retoma la idea de Mignolo …con respecto al futuro de la(s) teoría(s) postcolonial ––y descolonial–– las cual(es) no debe(n) considerarse sólo como una nueva área de estudio de donde se extrae información, sino que sería preferible pensarla como una base para construir nuevos espacios de enunciación y llegar a la conclusión que el conocimiento académico debe incluir la producción de aquellos que viven en un espacio postcolonial (131), aunque Latinoamérica no se haya considerado como un espacio postcolonial en la mente de algunos críticos (2007:30). Universidad de Tarapacá* Departamento de Español Casilla 6-D, Arica (Chile) jlagos@uta.cl 112 Postcolonialidad y descolonialidad en Loco Afán. Crónicas de Sidario BIBLIOGRAFÍA Derrida, Jacques. De la gramatología. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Argentina S.A, 1971. Foucault, M. La arqueología del saber. México: Siglo Veintiuno Editores, 1972. Geertz, C. La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa, 2000. Jameson, F. La posmodernidad o la lógica del capitalismo avanzado. Buenos Aires: Paidós, 1ª reimpresión, 1992. Kuhn, T. La estructura de las revoluciones científicas. México: F. C. E., 1972. Lagos, Jorge. “Si una noche de invierno un viajero, de Ítalo Calvino: ¿Una metáfora de la posmodernidad?”, en Estudios Filológicos. Nº 40, 2005. ------- “La metalepsis y la actividad cooperativa del lector empírico”. Anejo 16 de Estudios Filológicos. Facultad de Filosofía y Humanidades. 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Madrid: Visor Distribuciones S.A., 1993. 114 115-130 EL CUERPO COMO POSIBILIDAD DE LA VIDA: EL MODO DE DESPLIEGUE DEL MUNDO CONCRETO Body as a possibility of life: The mode of deployment of a concrete world Felipe Johnson* Resumen El intento de desarrollar una ontología de la corporalidad humana realzando el fenómeno cuerpo humano en su propio carácter de ser, debe confrontarse con un problema fundamental: determinar el modo auténtico cómo el cuerpo humano se despliega, asegurando así un acceso a su sentido más propio. Tomando como punto de partida la analítica del Dasein y las consideraciones metódicas que Martin Heidegger ha desarrollado a lo largo de su obra. El presente artículo se propone esbozar algunas líneas directrices que puedan contribuir a emprender dicha tarea, haciendo énfasis en aquellos problemas metódicos fundamentales que surgen en el intento de desarrollar una ontología de la corporalidad. Palabras clave: Cuerpo humano, ontología de la corporalidad, Dasein, Heidegger, fenomenología. Abstract The attempt to develop an ontology of the human corporality emphasizing her own character of being, must be confronted with a fundamental problem: to determine the authentic way of how the human body can unfold itself assuring an access to its more proper sense. The present article, takes as a point of departure the analytics of Dasein and the methodical considerations of Martin Heidegger, and aims to point out some guidelines of research, which may contribute to face up the problem, especially emphasizing in those methodical aspects that arise when an ontology of the corporality is developed. Key words: Human body, ontology of corporality, Dasein, Heidegger, phenomenology. CUERPO Y COSTUMBRE: ESBOZO DE UNA MANERA FILOSÓFICA DE PRESENTAR EL CUERPO HUMANO A la pregunta filosófica por la corporalidad humana subyace un peligro inminente; a saber, en el intento de responder a ella, esta misma pregunta puede auto-anularse. En efecto, en el momento de preguntar sobre la esencia del cuerpo humano existe la posibilidad de asumir, sin más, una comprensión del mismo sin que nos detengamos a pensar si dicha comprensión no ha distraído ya nuestra mirada de aquello que efectivamente debíamos interrogar. En este sentido, la formulación de la pregunta filosófica por el cuerpo humano tiene la posibilidad de permanecer en un modo acostumbrado de entender la corporalidad, en general, y no pretender otra cosa sino continuar explicitando lo que esta comprensión previa ha predeterminado como sus posibles características. Así, podemos plantear que el primer problema con el que una ontología de la corporalidad debe confrontarse; se Felipe Johnson refiere a una cierta ceguera en relación al carácter pre-comprensivo de la costumbre. Sobre esto, sin embargo, volveremos a continuación. Mientras, queremos subrayar que las presentes consideraciones se han propuesto exponer el fenómeno cuerpo humano intentando realizar una irrupción en dicha costumbre, de manera que éste pueda ser expuesto en su manera de despliegue propiamente existencial. Ahora bien, debemos decir que nuestras discusiones se moverán al interior de las consideraciones realizadas por Heidegger en torno al Dasein, y a las precisiones metódicas que ha hecho en torno al filosofar. No obstante, no pretenderemos exponer en un sentido doctrinario lo que Heidegger mismo sostuvo acerca de esta dimensión humana, sino, más bien, intentaremos, con la ayuda de su pensar, comprender el fenómeno mismo de la corporalidad. Comenzaremos, entonces, con algunas precisiones sobre la costumbre. La primacía de la costumbre en relación al conocimiento de las cosas, en general, es destacada ya por Aristóteles en Metafísica: ―y es que lo habitual, en efecto, es más fácilmente cognoscible. Y cuánta fuerza tiene lo habitual, lo ponen de manifiesto, a su vez, las leyes; en éstas lo legendario e infantil tiene más fuerza, a causa de la costumbre, que el conocimiento acerca de ellas‖ (1957:995a). Queremos detenernos en dos caracteres de esta cita que son subrayados en relación a las aludidas leyes: el primero es su carácter de legendario o fantástico (mythóde) y; el segundo, lo infantil o pueril (paidarióde) en ellas. La fuerza de la costumbre pareciera implicar, en este contexto, una aceptación que no cuestionaría más aquello que aprendemos. La costumbre se consolidaría al modo de una mera transmisión, de una herencia que debe ser respetada. Es aquello que sería asumido de la manera como un niño asume, sin más, aquel mundo donde vive, justamente, porque quiere continuar su trato con aquello que es de su preocupación al interior de ese mundo. La costumbre se constituiría, en definitiva, en un deber ser, en una norma, que ha de ser considerada inmediatamente como el único modo posible de hablar de las cosas. Ambos términos indican, en consecuencia, que el ethos, es decir, la forma cómo estamos acostumbrados a escuchar acerca de las cosas, se caracteriza por traer consigo la posibilidad de dejar de lado el objeto por conocer. El problema al que nos enfrentamos en esta fase introductoria es buscar un punto de partida para una ontología del cuerpo humano. No obstante, si no atendiésemos a las advertencias hechas arriba podríamos afirmar, sin más, que el modo acostumbrado de hablar sobre la corporalidad sería un comienzo pertinente para esclarecer en qué se caracteriza su ser más propio. Pero ya hemos visto que la costumbre de hablar del cuerpo no es confiable, pues podría ocultarnos precisamente qué es el cuerpo en cuanto tal. No obstante, es también cierto que el hecho de comenzar por la costumbre podría ofrecernos una ventaja, a saber, atendiéndole podríamos acceder al fenómeno en cuestión, en principio mostrando si nos lo presenta adecuadamente. En este sentido, la 116 El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto costumbre podría ser el inicio de nuestras reflexiones; sin embargo, sólo si no la asumiéramos para quedarnos, como lo hace el niño, en el mundo que ella nos abre, sino, por el contrario, si es que somos capaces de tomar distancia de ella y exponer, desde dicha distancia, cómo es que ahí se nos presenta el cuerpo humano. No confundiremos, entonces, el cuerpo de la costumbre con la constitución del cuerpo en cuanto tal. Tomaremos el cuerpo acostumbrado sólo para explicitar los problemas que de él se derivan, y desde ahí podremos decidir si es que el cuerpo auténtico no es algo radicalmente distinto a lo que la costumbre nos muestra. Este movimiento desde el cuerpo acostumbrado al cuerpo mismo es aquello a lo que llamábamos al comienzo irrupción.1 Para comenzar, tomemos en consideración el siguiente ejemplo: cuando tengo sed, tomo aquel vaso de agua que he puesto sobre mi escritorio, de manera que extiendo mi mano junto con mi brazo para acceder a él y acercarlo a mis labios. En primera instancia, pareciera ser un hecho innegable que tanto mi mano como mi brazo son aquellos agentes necesarios para poder beber el agua. La composición física, anatómica de mi cuerpo, pareciera ganar primacía, y esto no sólo en esta acción específica, sino que en toda acción que yo quisiera ejecutar. Por otra parte, podemos decir que el traslado de mi mano al objeto por alcanzar tiene lugar en un espacio determinado. No sólo mi constitución física, sino que también, mi presencia en un espacio geométrico específico se presentan como instancias que pertenecen al beber agua. Estas primeras tres nociones (a saber, la de sujeto, objeto y de espacio) son, pues, aquellas categorías que podrían ser útiles para exponer formalmente el ejemplo que planteábamos. De hecho, este es el modo cómo la costumbre nos enseña el fenómeno del movimiento de un cuerpo hacia otro, esto es: como un traslado o cambio de lugar desde un punto A hacia un punto B en un espacio homogéneo. Nos encontramos acá con un modo del movimiento que Aristóteles denominó phorá, y cuyos caracteres fundamentales son el arriba, el abajo, como también lo liviano y lo pesado.2 A la consideración del movimiento corporal como traslado subyace, sin embargo, un problema fundamental para una ontología de la corporalidad: en esta consideración se ha pasado por alto su problema por excelencia. No se ha 1 Como el mismo Aristóteles sostiene en el libro V de Metafísica (1013a 4), a veces lo primero es tal en relación al aprendizaje; sin embargo, no en cuanto a lo que la cosa misma es en su constitución. Sostenemos que aquello que el cuerpo mismo es en su ser es, en relación al conocimiento, algo que se conocerá posteriormente, porque es aquello que la costumbre misma oculta. Si elegimos, entonces, la costumbre como punto de partida, será para detectar cuáles son los problemas que ella presenta en relación a la corporalidad, de manera que una tematización filosófica de la misma pueda desarrollarse. 2 Cfr., Física (1956:201a 7-8). Véase, además, los Zollikoner Seminare (Heideger, 1994b:201), donde se expone el concepto metabolé como la determinación formal del movimiento en general y que, según los distintos modos de ser (categorías), se dividirían en génesis-phthorá; aúxesis - phthisis; alloiosis; phorá. 117 Felipe Johnson planteado la pregunta explícita por el ser del ente en cuestión. En efecto, cuando en su Física, Aristóteles expone los tipos de movimiento debe enfatizar que hay un modo de ser específico, una categoría, en virtud de la cual acaece un tipo de cambio determinado. Es aquí donde se indica que el traslado (phorá) corresponde al modo de ser de la cantidad (posón) (1956:201a7-8). La advertencia de Aristóteles nos hace entender que en el momento en que hemos expuesto el movimiento corporal como traslado, hemos instalado nuestra mirada en un modo de ser del cuerpo, sin que nos hayamos preguntado de antemano si ese modo de ser, la cantidad, es efectivamente el apropiado para entender la corporalidad humana. En otras palabras, al acto de explicar cuáles son aquellos atributos característicos de la corporalidad le precede necesariamente una tematización primaria que dé cuenta de aquel horizonte desde dónde dichas consideraciones deberán desarrollarse. Estas reflexiones previas son, pues, aquello que se articula como la pregunta por el modo de ser propio de la corporalidad. Antes de entender el movimiento corporal como traslado es necesario, en definitiva, preguntar si según la naturaleza más propia del cuerpo es posible hablar luego de traslado. Debemos destacar, por lo demás, que en la noción de movimiento como traslado tanto el sujeto como el objeto se caracterizan por ser independientes entre sí, ya que el cuerpo deberá recorrer toda aquella distancia que hay entre él y el objeto para acceder a éste. En este sentido, pareciera ser necesario buscar algún tipo de enlace entre ambos, que vaya —por decirlo así— más allá del espacio homogéneo que los une. Por esta vía sería factible realzar la unión que existe entre mí, es decir, el cuerpo anatómico, y el vaso de agua en el sentido de tener sed. En otras palabras: en un contexto dado mi cuerpo anatómico pareciera adquirir una disposición requerida para trasladarse de manera efectiva en aquel contexto, de manera que dos objetos (mi cuerpo y el vaso) puedan relacionarse entre sí. El realce de dicha relación entre ambos pareciera ser un avance en la explicación del ejemplo expuesto. Es posible, según lo observado, destacar una relación vital: el contexto en el que el movimiento de la mano se ejecuta. Según nuestro ejemplo, la sed vendría a ser acá aquel enlace, podríamos llamarlo, existencial, una legalidad vital, entre un Yo, entendido como algo contenido en un cuerpo, y el objeto de nuestra atención. Una legalidad vital según la cual mi cuerpo adquiere esta disposición determinada y no otra.3 De esta manera, pareciera ser que hemos aprehendido el fenómeno de una manera radical. El espacio geométrico donde se desenvuelve el traslado de la 3 Esto ha significado ser, por lo demás, el aporte de aquellas fenomenologías de la corporalidad como la de Merleau-Ponty (1945) o Waldenfels (2000) para quienes la legalidad vital arriba mencionada sería en su propiedad el modo cómo el cuerpo está vivo. En su propia función éste se desplegaría como el poder de un mundo determinado, es decir, como aquella realización de los hilos intencionales del mundo. Así, por ejemplo, Merleau-Ponty describe cómo es que el pianista, en el momento de interpretar una pieza musical, se vuelve una unidad con el instrumento musical, donde dicha unidad es denominada ―habitud‖ (l' habitude) (1945:170). 118 El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto mano adquiriría sus propios límites, puesto que éste, según el contexto de la sed —un contexto vivido— sólo se proyectaría entre mis labios y la mesa. Podríamos decir, incluso, que hay una primera motivación que posibilitaría la emergencia de un campo de acción determinado. De este modo, el cuerpo se caracterizaría por ser la ejecución de aquellas acciones que vienen ya reglamentadas por una motivación subjetiva, y su disposición, la disposición corporal, no sería más que una configuración determinada según su contexto vital. Advertimos que una manera apropiada de acceder a nuestro fenómeno y aprehenderlo en su propia vitalidad —y esto, para caracterizar el modo de ser de dicha vitalidad— es comprendiéndolo en aquel contexto existencial que él asume como un habituarse (Merleau-Ponty, 1945:168). Desde esta perspectiva pareciera que hemos superado un estadio que las consideraciones corporales por parte de la filosofía han querido en la actualidad descartar, como lo es la comprensión cartesiana del cuerpo humano en tanto máquina inerte, que conduce, por cierto, a la interpretación mecanicista de todo tipo de fenómenos corporales (Waldenfels, 2000:113) Se hace, así, patente la relevancia que existe en el hecho de considerar al cuerpo en relación con su entorno: el realce de dicha relación en sí, pareciera ser, en efecto, el campo fenoménico apropiado para toda consideración filosófica de la corporalidad. Indaguemos aún más en este primer avance efectuado y veamos hasta qué punto debemos sentirnos seguros con las apreciaciones hechas. La primera pregunta que podríamos plantearnos sería la siguiente ¿Cuando muevo mi mano para alcanzar el vaso de agua, qué es lo que se mueve? ¿Se mueve algo que soy o que no soy yo? En caso que respondiéramos que esa mano no soy yo trae consigo algunas dificultades, pues si ella y mi brazo no son yo ¿Hasta qué punto de mi cuerpo anatómico deberé considerar que sí lo soy? Ahora bien, en el caso que resolvamos el problema diciendo: mi mano efectivamente soy yo, no deja tampoco de ser arriesgado. Pues, incluso, si dijéramos que yo soy todo mi cuerpo, nos aparece el problema de decidir ahora si es que hay tantas partes del yo como miembros y segmentos de mi cuerpo. Vemos, entonces, que la comprensión del cuerpo humano como una entidad física, extensa, trae consigo un problema difícilmente solucionable, a saber, el esclarecimiento de los límites del yo con respecto al cuerpo anatómico y, más aún, la pertenencia del cuerpo a un yo. Por otra parte, es la espacialidad denominada como vital, es decir, el campo de acción de un cuerpo vivo lo que también presenta dificultades. ¿Cómo es, pues, que este campo de acción, el así llamado medio, puede dar cuenta de lo que es mi cuerpo? Deberemos decir que la determinación del cuerpo en cuanto aquello que se articula en una situación, los caracteres propios que rinden cuenta de esta posibilidad, no vienen dados desde la noción de contexto vital, sino que, más bien, la suponen. Sólo en la medida en que el cuerpo sea entendido principalmente como algo adaptable a un contexto y, por ende, igualmente autónomo con respecto a él, es 119 Felipe Johnson posible, después, ponerlo en relación con el concepto de contexto. Sin embargo, la explicitación del contexto en cuanto contexto no arroja luces sobre el ser del cuerpo, pues se trata de un fenómeno distinto. El realce de una ley vital no es más que el intento de unir dos instancias primariamente independientes (sujeto extenso y objeto) recurriendo a una tercera instancia igualmente exterior al ser del cuerpo, a saber, aquella legalidad que entendíamos anteriormente como vital. Como podemos ver, la determinación del ser del cuerpo como objeto extenso traspasa a las explicaciones de fenómenos corporales puntuales todas las dificultades que implica el intento de unir dos entes que en su ser ya existen separados. Si comprendemos que al sujeto volente le pertenece una dimensión física (su cuerpo anatómico), no podemos liberar sus consideraciones de los caracteres propios de aquello que está delimitado por una figura espacial, que sería el límite de su ser. Una ontología de la corporalidad muestra, en este punto, la urgencia de ser rearticulada, pues ella es la pregunta explícita por aquel fundamento para todas aquellas consideraciones sobre los atributos de la corporalidad humana. No estaría demás decir, entonces, que la aludida costumbre de entender el cuerpo humano no es sólo un conjunto de opiniones que se tiene sobre el mismo: ella implica, fundamentalmente, la determinación del ser del ente en cuestión, la delimitación de aquella dirección temática principal según la cual, luego, podemos hablar de sus características particulares. La costumbre tiene, en este sentido, carácter thético, por lo cual es su modo de fijar entes en su ser lo que debe volverse cuestionable. INDICACIONES PARA LA DETECCIÓN DEL CAMPO FENOMÉNICO PROPIO DE LA CORPORALIDAD Creemos que una advertencia de Heidegger puede ayudarnos a continuar nuestras consideraciones: ―Y sólo porque los ―sentidos‖ pertenecen ontológicamente a un ente, el cual tiene el modo de ser del estar-en-el-mundo sintiéndose en él de alguna manera, pueden ser ―tocados‖ y ―tener sentido para‖, de tal manera que lo que toca se muestra en la afección‖ (2001:137)4 (Trad., mía). Lo que queremos destacar de este fragmento es el hecho de que los sentidos, es decir, la percepción sensible, ―pertenezca‖ ontológicamente a un ente. La pertenencia aquí aludida indica que la dirección del despliegue mismo, del modo cómo algo es percibido, posee en sí una manera de realización específica. Habría, entonces, una relación necesaria en cómo es que el ente percibe y el ser del mismo ente, de manera que aquella forma particular cómo la percepción sensible se despliega no podría ser expuesta adecuadamente si entendemos dicha pertenencia como si una función dependiera del agente que la 4 ―Und nur weil die ―Sinne‖ ontologisch einem Seienden zugehören, das die Seinsart des befindlichen Inder-Welt-seins hat, können sie ―gerührt‖ werden und ―Sinn haben für‖, so daß das Rührende sich in der Affektion zeigt‖. Cfr., además, Martin Heidegger (2001:147), donde se indica una relación entre los ―sentidos‖ (percepción sensible) y un campo de cosas por descubrir ―sensiblemente‖ (Entdeckungsbezirk). 120 El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto ejecuta, pues esta interpretación habría asumido una separación entre ambos, imponiendo un nexo externo, esto es: una relación causa-efecto. La mentada pertenencia que queremos destacar del fragmento de Sein und Zeit es radical. No señala una relación entre un agente físico y la acción por éste ejecutada, sino más bien, cómo es que el percibir se funda en un modo de ser específico, es decir, cómo es que el despliegue de la percepción posee los caracteres de un modo de ser determinado: este es justamente su carácter ontológico. Con respecto al problema del cuerpo diremos, entonces: cuerpo habrá sólo al interior de esta pertenencia con el ser de aquello de lo cual es cuerpo. Si el problema es ahora la corporalidad humana, se trata, entonces, de investigar en qué sentido una manera de ser específica, lo humano, posee un tipo de cuerpo particular. Una ontología de la corporalidad advierte la necesidad de presentar una dimensión de un ente en su más rigurosa especificidad. La pregunta, en este sentido, es ¿Qué es lo que caracteriza al cuerpo del ser humano a diferencia de los cuerpos de otros seres vivos y, por cierto, de los cuerpos inertes? Pues, será según aquel modo de ser específico cómo es que este cuerpo, más que ser considerado como la materia de un ente físico, por cierto, indistinto de otros, podrá ser entendido como una manera propia de concretud. Entenderemos, en efecto, que cuerpo es precisamente la materia de un ente, pero el concepto materia no deberemos identificarlo, ahora, con la dimensión sólida de una cosa, pues ente no es un concepto que sólo se vincula con meras cosas físicas, sino, más bien, con aquello que desplegándose en un determinado modo de ser, posee límites de una naturaleza particular (Heidegger 1994a:195). Así, una ontología de la corporalidad humana deberá comprender que aquello a lo cual denomina con el término cuerpo es aquella concreción propia de lo humano. En definitiva: cuerpo es la materia de un ente, entendido como aquello que según el modo de ser específico de aquel ente se presenta en límites determinados. Con esto hemos ganado algunos resultados metódicos importantes: la consideración filosófica de la corporalidad no es un saber de dicho ente que ha asumido de antemano que el ente es así y no de otra manera, pues precisamente ese acostumbrado ser así y no de otra manera es lo primero que debe volverse cuestionable. Esto lleva a entender, por otra parte, que cuerpo humano implica el estudio de un fenómeno al interior de un modo de ser específico, en tanto ontología es el realce de lo diferencial de cada ente. Por último, entendemos que cuerpo —de alguna manera— pertenece al hombre, por lo que a continuación deberemos presentar nuestro fenómeno principalmente desde el modo de ser de lo humano. Volvamos nuevamente a nuestro ejemplo, y veamos de qué manera podemos presentar el fenómeno cuerpo humano atendiendo a los problemas arriba destacados. Considerando el modo inmediato cómo bebemos agua, advertimos que muchas veces el vaso, mi mano, y en realidad mi cuerpo anatómico completo pareciera en principio no tener relevancia. Cuando bebemos agua estamos, por así 121 Felipe Johnson decirlo, entregados al ―saciar la sed‖. Entregado, viviendo mi beber agua como tal, pareciera que mis manos, mi brazo y el vaso de agua de alguna manera desaparecen. Este beber agua que ahora queremos explicitar corresponde a aquel actuar que está completamente arrojado a realizarse. Inmerso en el beber agua no pongo atención en mi cuerpo anatómico, ni siquiera en el agua, sino más bien en la realización del beber. Nos hallamos, ahora, frente a dos niveles según los cuales podríamos considerar nuestro ejemplo. Un nivel inmediato, en donde todo agente físico parece ser descartado. Y otro, en el cual brazo, mano y agua se hacen manifiestos. Si, ahora bien, mientras bebo agua, pongo atención ―a lo que hago‖, con el interés, por ejemplo, de describirlo, es entonces cuando la mano y el vaso de agua vuelven a aparecer. Sin embargo, cuando hago esto, ya no estoy en el nivel inmediato que ahora está en discusión: soy ––por decirlo así–– expulsado de él. ¿Diremos ahora que el fenómeno del cuerpo sólo pertenece a este nivel tardío en donde lo anatómico se muestra? Una posible respuesta pareciera ser la siguiente: mientras estoy entregado completamente al beber agua, estoy tan ocupado con ello, que no pongo atención en mi cuerpo. Éste estaría, en efecto, también en este nivel inmediato que mencionamos, pero de manera implícita y a la espera de que yo me fije nuevamente en él. Sin embargo, con esta respuesta sobreviene una dificultad: aún insistimos en que mi Yo es algo encapsulado en un cuerpo físico y, en cuanto encapsulado, lo entendemos mediante la manera de ser de una mera cosa presente en un espacio geométrico, volviéndose imposible proponer una relación con el objeto que evite recurrir a una ley externa que enlace a ambos. Nuestra discusión ha mostrado que el beber agua en aquel nivel inmediato no exhibe con claridad cierto tipo de instancias como el vaso o el cuerpo anatómico ¿Debemos decir que su inmediatez se caracteriza sólo por una incapacidad de exponer con exactitud estos elementos? Inmediatamente podríamos descartar esta posibilidad, si comprendemos que dicha inmediatez es un momento anterior a la detección de instancias como sujeto, objeto y espacio. Primero ha debido ocurrir este tipo de trato inmediato con el mundo para que, luego, hablemos de sus elementos constitutivos. En este punto es donde vemos una distinción clara entre aquello que Heidegger denomina esfera preteórica y teórica y que se refieren, estrictamente, a modos de relación con el mundo (1992:94ss). A partir de las consideraciones anteriores deberemos entender que esta inmediatez es, justamente, aquello que delata la vida que hay en nuestro ejemplo; la vida que hay en toda acción fáctica que realizamos en la cotidianeidad. Dicha inmediatez en el trato con el mundo es lo que se nos muestra como el campo fenoménico primario al interior del cual el cuerpo humano se muestra en su más propia vitalidad. En la inmediatez, como veíamos anteriormente, no aparece el cuerpo anatómico, lo que, no obstante, no significa que algo así como cuerpo no esté 122 El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto presente: es sólo que el cuerpo en este nivel inmediato se nos presenta como algo radicalmente distinto a un ente físico, por lo que su modo de ser sería algo radicalmente distinto a lo que Heidegger llamó Vorhandenheit (mera presencia espacial).5 La vida pareciera ser, en este sentido, algo en lo que estamos arrojados, inmersos, y que cuando tomamos distancia para exponerla, cuando nos abstraemos de ella, desvivificamos también lo que hemos vivido. Precisamente, a este proceso de desvivificación o Entlebungsprozeß —denominado, así, por Heidegger (1999:96) nos referíamos cuando decíamos que, en el momento de atender a lo que hacemos en el acto de beber, ―somos expulsados‖ de la inmediatez de nuestra vivencia. El campo fenoménico propio para una ontología de la corporalidad comienza, así, a revelar cuál es ese nivel de relación de la vida con los entes que debe ser tematizado. Nuestras consideraciones nos ayudan a entender, además, que en el nivel de una relación inmediata con el mundo lo que gana primacía fenoménica es la acción misma, lo que ahora, atendiendo a nuestro ejemplo, podríamos exponer en sentido verbal, a saber, como el beber. Dicho término no sólo indica el momento exacto cuando llevo el agua a mis labios, sino que aprehende todo el estado de hechos, cada uno de los movimientos fácticos que pertenecen a esta circunstancia. Así es como podemos ver que, efectivamente, es apropiado considerar al cuerpo humano en relación con el mundo, si es que queremos obtener claridades con respecto a su manera de ser, pero también estamos un paso más allá de comprender esta relación como una mera interacción entre un sujeto y un objeto. El cuerpo no se reduce sólo a un actuar que se consolida en una situación concreta, donde aún seguiríamos entendiéndolo como una unidad extensa. La aprehensión del campo fenoménico de una ontología del cuerpo, al modo del verbo, nos indica que existe una comunidad aún más radical entre ambos. Podemos ver que en la esfera del trato inmediato pareciera no haber distinción entre cuerpo y mundo, de ahí la importancia de haber realzado su desaparecimiento. Desde esta perspectiva estamos ahora en condiciones de preguntar ¿Cómo es que hay algo como cuerpo en el horizonte de la inmediatez de la vida? Atendamos nuevamente al beber y veamos qué es aquello que en ese acto gana primacía. No será difícil apreciar que el vaso se me da con diversas texturas y matices luminosos. Podemos destacar, además, que el agua tiene un sabor determinado. En caso que entendiéramos que mediante mi cuerpo anatómico percibo esos datos sensibles, habríamos abandonado nuevamente el nivel de inmediatez que queremos investigar. La sensibilidad aparece fuera de él sólo como una mera función de un agente físico. Sin embargo, en dicha inmediatez vivo, más bien, con las texturas; con la luminosidad, con los sabores, en el sentido de realizarme en las texturas, en la luminosidad o en los sabores. En otras palabras, la sensibilidad desplegada al modo del ver, oír, degustar y tocar, es 5 ―Das sind einmal die bisher explizierten Weisen des Seins: die Zuhandenheit, die Vorhandenheit, die innerweltlich Seiendes von nicht daseinsmäßigem Charakter bestimmen‖ (2001:183). 123 Felipe Johnson exactamente aquel modo cómo se despliega un acceso a los entes, y dicho acceso al ente es, al mismo tiempo, la configuración más propia del ente dado. Afirmamos, entonces: lo que el vaso de agua es, en este nivel inmediato, no es más que lo que yo vivo en mi relación con texturas, luminosidades, sonidos, etc. Ver, escuchar; oír y tocar no nos aparecen ahora como funciones neutras ejecutadas por una cosa extensa que soy yo, sino como el modo de donación más propio del mundo concreto. La sensibilidad, podemos decirlo ahora con Heidegger, es la manera específica cómo yo tengo al mundo, ―Weise des Sie- [die Welt] Dahabens‖ (2002:52), lo que —como vemos— se despliega de diversas maneras, a saber, como ―lo visto‖, ―lo oído‖, ―lo tocado‖, etc. La sensibilidad es, en consecuencia, aquel modo de ser de la vida en donde cuerpo y mundo se nos muestran como un fenómeno único. Ella nos indica cómo el cuerpo se despliega sin mostrársenos como una estructura física. En la sensibilidad hallamos la vitalidad más auténtica de nuestro fenómeno, porque ella es mi manera originaria de relación con un mundo concreto. En este contexto podemos ver cómo es que una ontología de la corporalidad pareciera ganar un campo fenoménico que se resiste a ser aprehendido mediante las categorías de lo físico. Pareciera ser, de hecho, que una consideración que tenga por objeto el cuerpo humano ha debido cuidarse constantemente de no comenzar desde un suelo asumido sino, más bien, procurar a cada momento que dicho suelo sea expuesto de manera originaria desde su inmediatez. Con esto obtenemos que para la fundación de una ontología de la corporalidad, es no sólo relevante el realce de los caracteres formales de su objeto de estudio, sino, antes que todo, la garantización de aquel tipo de ente que brindará el inicio de la explicitación filosófica. LÍNEAS DIRECTRICES PARA UNA ONTOLOGÍA DE LA CORPORALIDAD Dijimos que en la inmediatez, el puesto más propio para observar el cuerpo humano es la sensibilidad. Será preciso, ahora, profundizar en la relación que existe entre cuerpo y sensibilidad. Para estos fines deberemos entender qué implica que el mundo se nos done al modo de lo visto, lo oído, la textura o el sabor. Cuando me relaciono con un ente, y este se me manifiesta al modo de texturas o luminosidades, no podríamos decir otra cosa sino que estos datos son los límites del ente dado. La sensibilidad es, en cuanto modo de donación, de-limitación y, al mismo tiempo, límites de la constitución del ente en su concretud. Es lo que ahora podríamos llamar ––siguiendo las consideraciones de Heidegger sobre Nietzsche (1989:164-171)–– esquematización (Schematisierung), de manera que cada modo de la sensibilidad (oír, tocar, etc.) se nos muestra, en esencia, como modos específicos de esta esquematización, mientras que lo visto, lo oído, lo tocado, en tanto correlatos de dicha presentación del ente, son lo que llamaremos esquemas. Así vemos que cuerpo y sensibilidad no se equiparan completamente. Deberemos decir que en los distintos modos de la presentación del ente concreto hay un movimiento común. Este 124 El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto movimiento, que es la esquematización, es aquello que identificaremos con el fenómeno cuerpo humano, mientras que el despliegue del mundo concreto en diferentes contenidos (sabor, textura, etc.) es aquello que denominaremos sensibilidad. En definitiva, al ser de la sensibilidad le pertenece una tendencia de delimitación que es condición de posibilidad de sus diversos modos de presentación. Esta tendencia, su más propia direccionalidad, es, pues, lo que ahora entenderemos por ―cuerpear‖, término que proponemos como traducción del verbo Leiben, utilizado por Heidegger al referirse al fenómeno del cuerpo humano (1994b:113).6 Sin duda alguna parecerá algo violento ocupar el término cuerpo en sentido verbal. Sin embargo, podemos entender —según lo expuesto— que la necesidad de su uso radica en mostrar nuestro fenómeno principalmente como un movimiento. No se trata, no obstante, de que un cuerpo animal realice acciones en su medio, donde cuerpear sería más bien sinónimo de ejecutar. Por cuerpear entenderemos estrictamente esa dirección en la tendencia de esquematizar que es condición de posibilidad formal de la obtención de entes delimitados al modo de los datos sensibles. Dicha direccionalidad caracterizaría la esencia del cuerpo humano. Desde Heidegger podríamos decir, entonces, que el cuerpo sería aquella posibilidad de la vida de asegurarse un suelo donde vivir (2002:199). Sería la posibilidad de ganar para sí aquella capa de-limitada de la experiencia que proporciona el material con el cual la vida humana debe tratar para continuar viviendo. El cuerpo humano sería, en su esencia, la posibilidad vital del despliegue de un mundo, cuya propia concreción son los diferentes modos de lo sensible. Ahora bien, cabe preguntar ¿Cuál es la característica fundamental de estos límites? ¿De qué manera está el mundo delimitado sensiblemente para la vida? Hemos dicho que cuerpear puede ser entendido como la condición de posibilidad de donación de aquella capa material con la cual la vida cotidiana se relaciona. (Heidegger (1999:210). Diremos que esta relación se da al modo de lo que apremia.7 La vida, para vivir concretamente, se confronta con un mundo apremiante, con un mundo que ―la arrastra para sí‖. Un mundo que constantemente le incumbe, siempre en el sentido de ser afectada por las cosas. El mundo de la vida, que es donado mediante la esquematización del cuerpear, viene delimitado en la forma de lo que seduce y cautiva para sí, de lo que impone un mandato de quedarse con él. Por esta razón, ella se pierde en ese mundo sensible, pues vive en sentido propio sólo cuando está sumergida en el apremio. Un 6 No sería inadecuado, según el sentido de las próximas consideraciones, traducir el vocablo Leiben como ―tomar cuerpo‖, puesto que en su relación con un mundo concreto la vida se concretiza, ―gana cuerpo‖ en su movimiento de esquematización. Optamos, sin embargo, por la traducción cuerpear, pues nos interesa realzar el carácter específico de movimiento que posee el fenómeno del cuerpo humano. 7 Proponemos la palabra ―apremio‖ para lo que Heidegger denomina Bedrängen, pues alude al hecho de que la vida es ―apresada‖ por su mundo. En el trato con éste acaecería un ―dejarse arrastrar‖ por un dónde, en el cual la vida se despliega. A nuestro entender, es lo que Heidegger señala con el término Sich-ziehen-lassen aus einem Wobei. Cfr. (1994a:410). 125 Felipe Johnson carácter esencial del cuerpear se nos hace presente con estas observaciones: en cuanto esquematización, implica ser la delimitación de entes con un carácter de absolutez. Dicho de otra manera: aquel mundo concreto, que al modo del apremio emerge de la esquematización, se presenta como lo primero y lo último para la vida. De aquí podemos entender por qué es que en este nivel desaparece el cuerpo anatómico, que ciertamente es un fenómeno ya desvivificado. No hay ningún tipo de relación de la vida inmediata con él. No es un ente que nace con la inmediatez, sino tardíamente y desde ella, cuando la vida ya ha tomado distancia de su apremio, cuando ella palidece todo lo que estaba viviendo en una circunstancia determinada. Mientras tanto, el mundo concreto de la vida es propiamente concreto en cuanto cautiva apremiando, y en este contexto, según los distintos modos de sensibilidad, mostrándose como lo único.8 Lo anteriormente expuesto nos muestra que el cuerpo se caracteriza por ser primariamente un movimiento, en tanto es una direccionalidad de concretización que, por su parte, se despliega al modo de la esquematización. Cuerpear señala un ordenamiento del mundo de la vida concreta en una manera determinada: en una perspectiva. No obstante, no podremos entender aquella perspectiva del mundo en el sentido de una cierta orientación que adquiriría lo físico, cuando un observador se instala en un punto determinado del espacio para observarlo. La perspectiva aquí mentada se relaciona con el modo absoluto de donación del mundo, se refiere a una organización total que adquiere su dirección en la direccionalidad específica del cuerpear que se nos muestra acá como un ordenamiento fundamental:9 al ser del cuerpo, en cuanto ordenación, le pertenece, entonces, un estar orientado hacia. Dicho carácter es el que nos permitirá aclarar ahora la coherencia entre las diversas modalidades de la sensibilidad mencionadas anteriormente. No podemos negar que el ver, el oír, el saborear y el tocar son nombres para distintas esferas de donación. En rigor, sus respectivas presentaciones materiales no pueden ser integradas a otras esferas. El sabor, por ejemplo, no puede ser percibido por la vista, ni por la audición. Lo importante es entender, sin embargo, que tanto el ver, oír, tocar y saborear ––y esto, a pesar de sus diferencias–– presentan el mismo mundo. Todos ellos son el modo material cómo el cuerpear, entendido ahora como dirección hacia, despliega de manera concreta, un mundo.10 Así, podemos apreciar que cuerpear es, antes que todo, 8 Como podremos ver, el lugar apropiado para interrogar el fenómeno del cuerpo humano, por cierto, al interior de la filosofía de Heidegger, se enmarca en un carácter de la vida fáctica que él denominó ―caída‖ (Verfallen). 9 Esta caracterización de cuerpo como ordenamiento fundamental es lo que, a nuestro juicio, pareciera estar en juego cuando Nietzsche le denomina ―una gran razón‖ (eine grosse Vernunft) (1999:39). 10 Así es como Schapp afirma: ―Pues esto es a modo provisorio lo maravilloso, a saber, que tonos y colores, así como sensaciones táctiles y de presión, aunque predominan y sean lo más determinado en las áreas perceptivas por ellos asumidas, más aún, aunque sean principalmente diferentes los unos de 126 El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto una direccionalidad única que, a la vez, se concreta a modo de los esquemas, según los diferentes modos de lo sensible. La utilización del término cuerpear muestra su precisión en relación con la aprehensión del fenómeno en cuestión. En tanto verbo, no indica primariamente una cosa, sino más bien una dirección. El horizonte de problemáticas que emergen con la utilización del término cuerpear nos impide insistir en la pregunta por el cuerpo, entendido como una cosa presente en un espacio geométrico. Podemos ver, entonces, que una ontología de la corporalidad, desde esta perspectiva, deberá centrarse principalmente en los momentos que le pertenecen al arriba mencionado ―estar orientado hacia‖, que destacábamos como carácter esencial del cuerpo humano. Una ontología de la corporalidad vendría a constituirse ahora, según lo expuesto, en la pregunta por la constitución de aquella dirección de despliegue del mundo concreto. Volvamos, por última vez, al ejemplo del ―beber agua‖ con el que comenzamos, y retomemos el problema principal que arriba nos salía al paso ¿De qué manera deberemos entender los límites de mi yo en esa mano que quiere alcanzar un vaso de agua? Es importante destacar que este problema se nos presenta ahora de manera distinta. Los límites del yo han dejado de tener relación con un continente físico, como lo exponíamos entonces. Ahora se trataría, más bien, de investigar en qué relación se encuentran el yo y el cuerpear, entendido éste como direccionalidad del mundo concreto o, en otras palabras, cómo es que ese yo caracteriza aquella concreción direccionada del mundo. Podemos decir que, arrojado en el beber, todo aquello con lo cual me relaciono acusa un único sentido: satisfacer la sed. La cercanía o lejanía del vaso, el vaso como el adecuado o no adecuado, la cantidad de agua como suficiente o insuficiente, todo lo que se abre concretamente en el beber, se concreta al modo de dejar de lado mi sed. Diremos, así, que ese beber es mi beber, la circunstancia en su totalidad es el espacio concreto que, por cierto, se concreta de acuerdo a la realización del yo como posibilidad de volverse algo: en nuestro caso ―apartar‖ la sed. En el beber, mi cuerpear no se mueve al interior de una circunstancia, no hay un traslado de un cuerpo anatómico al interior de un contexto. Más bien, es así como ―la circunstancia misma‖ y la manera cómo ella se concreta sensiblemente vendría a ser la manera cómo el cuerpear se despliega. Es aquí donde veremos que el cuerpo humano se muestra en su manera de ser más propia y que, con Heidegger, podríamos denominar Dasein. En Sein und Zeit es posible apreciar cómo es que este modo de ser Dasein se caracteriza por ser futuro (325). En vistas a una posibilidad, entendida como un tener que ser que la vida humana ha asumido, ella adquiere los límites de su propio despliegue, puesto que en vistas a ese fin que ha pre-asumido se abre el mundo fáctico al modo de un ahí concreto. Este dejarse acaecer de la vida (Sich los otros y no haya ningún traspaso desde un área a la otra, sin embargo, presentan lo mismo ––el mundo allá afuera–– a su propio modo‖ (1925:35) (Trad., mía). 127 Felipe Johnson auf sich Zukommen-lassen) es aquel carácter que nos interesa de la manera cómo Heidegger caracteriza a la vida humana, y que dice relación con la realización predeterminada por aquella posibilidad o fin en sí mismo que ha sido asumido. Dasein es aquel modo de ser que guarda una relación necesaria con el futuro (Zukunft), porque ser futuro implica el movimiento de dejarse acaecer para realizar lo que aún no se es, pero que se tiene que ser, y esto siempre en la forma de un ahí concreto. Es así como Heidegger en Grundbegriffe der aristotelischen Philosophie, considera que el sentido adecuado del término griego télos (fin), debería expresarse como un ―Ser de tal manera hacia un fin, que este fin constituya el auténtico ahí, determinar a un ente auténticamente en su estado de ser actual‖ (2002:89) (Trad., mía).11 El sentido último del cuerpear, en el caso del beber, nos muestra que su estar orientado hacia, atendería fundamentalmente al fin pre-asumido por la vida, que, por cierto, en cuanto fin, es límite de su propio despliegue. El ―estar orientado‖ que destacábamos como carácter esencial del cuerpear adquiere, en definitiva, su hacia ―siempre en vistas a mi propia posibilidad‖. Así es como la presentación del mundo concreto, mediante cada donación en el modo de lo sensible (lo visto, oído, tocado etc.), se concretiza como ―lo más propio‖. La direccionalidad del cuerpear soy yo y, esto es, la aceptación de mi entendido como un tener que ser (Zu-Sein), que tiende fundamentalmente a realizarse. El cuerpo es en este sentido afirmación de mi posibilidad al modo de la concreción. La concreción de mi poder ser es el modo cómo cuerpeando dejo acaecer mi más propia posibilidad en la forma de un mundo concreto. Cuerpear nos indica, en definitiva, el hecho de existir al modo de circunstancias concretas, pues de ese modo es como la vida, mi vida, ―toma cuerpo‖. Por esta razón, cada circunstancia que realizo cuerpeando tiene su último horizonte en aquello a lo cual la vida como posibilidad debe tender. Sin embargo, si quisiéramos ahora profundizar en esta posibilidad última que caracteriza cada concreción, según la cual todo cuerpear se despliega, y que en este sentido se muestra como un fin en sí misma, como un por mor de sí (Worumwillen), nos alejaríamos del fenómeno que investigamos. El hecho de que la corporalidad indique ser la ―fijación‖ de una circunstancia, no significa que dicha circunstancia concreta sea el fin en sí para la vida. Las distintas circunstancias se caracterizan, más bien, por poseer otro tipo de fin: ellas deben ser constantemente superadas. Ese es el modo como es posible la apropiación de un fin último. De esta manera obtenemos otro carácter esencial de la corporalidad: su sentido negativo. Cuerpear es el despliegue de toda circunstancia fáctica, para que ésta no esté más ahí. La esquematización posee, en sí, un movimiento de negatividad, en el sentido de autosuperación. Se despliega como circunstancia, para superarse y así poder 11 En el original encontramos: ―Télos besagt also ursprünglich: zu Ende sein so, daß dieses Ende das eigentliche Da ausmacht, ein Seiendes in seiner Gegenwärtigkeit eigentlich bestimmen‖. 128 El cuerpo como posibilidad de la vida: el modo de despliegue del mundo concreto concretarse como una distinta. Cuerpear es una constante superación del ahora en vistas a lo que tiene que ser. Por esta razón, este cuerpear no puede ser ilimitado: los esquemas se subsumen siempre al horizonte del acaecer ––podríamos decir con Heidegger––;12 es decir, la concreción de la circunstancia nace y se desarrolla al interior del poder ser, que es el horizonte del desarrollo de mi vida. El fin de estas circunstancias particulares, lo que ellas exhiben como sus límites jamás será entonces un ―por mor de sí‖, sino más bien un ―por mor de otro‖.13 Este es el modo esencial de la direccionalidad del cuerpear: él es el despliegue de diversas circunstancias particulares, realizadas para superarse en el horizonte general de un poder ser por mor de sí mismo. Entendido así, el cuerpo muestra su más radical pertenencia conmigo. El cuerpo no es una cosa que no soy yo, sino que me pertenece de alguna manera. Él es más bien mi propio movimiento de ―estar en trabajo dejándome acaecer‖, la más propia realización de mí en cuanto posibilidad. En definitiva, el cuerpo pertenece a un yo, en la medida en que ese yo implica ser una posibilidad que ha de ser cuerpeando. En síntesis, con estas consideraciones observamos que la corporalidad, como aseguramiento de un suelo para la vida, se funda en otro rasgo esencial de la misma: ella es garantía de la vida entendida como posibilidad. Este último carácter es la manera cómo la vida se gana su propio suelo: ella implica un dejarse constantemente acaecer, y así realizarse constantemente en su concretud. En consecuencia, el movimiento que pertenece al fenómeno cuerpo humano más propiamente no es el denominado traslado (phorá), sino más bien el acaecer o realizarse (génesis). El cuerpo es esencialmente movimiento, en su sentido primario de ser permanente realización de un fin al modo de lo concreto. Estas consideraciones nos llevan, finalmente, a comprender de qué manera el cuerpo se deja entender como materia, ahora, sin embargo, desde el modo de ser del Hombre, que nosotros con Heidegger llamábamos Dasein. Por tal, no entenderemos una dimensión física (extensa). El cuerpo, en tanto materia, no es aquella dimensión sólida de una ―cosa extensa y viva‖ que llamaremos ser humano. El fenómeno cuerpear nos muestra que el cuerpo ciertamente es concreción, es algo delimitado (Heidegger, 2002:227), pero lo delimitado originariamente es la vida, en virtud de la cual dicha concretud acaece al modo del ordenamiento de circunstancias que mediante la esquematización se consolidan con carácter del apremio. El concepto cuerpo, entonces, se refiere a la consolidación de la vida misma y, por lo tanto, indica más bien, que ésta se da en determinados límites de carácter apremiante. De esta manera, deberemos realzar una diferencia muy sutil que existe entre los 12 En esta dirección es que Heidegger afirma: ―Die Schemata übernehmen die Ausbildung des Horizontes‖ (1989:164). 13 Dicha distinción la destacamos de las consideraciones de Heidegger sobre Aristóteles, donde se destacan dos tipos de fines: téleion y télos. El primero caracterizado como un ―por mor de sí mismo‖, mientras que el segundo se refiere a un fin que debe ser superado para que sea posible una apropiación de otro (por mor de otro). (Cfr. Heidegger, 2002:91-97). 129 Felipe Johnson conceptos cuerpear y cuerpo. El primero indica el movimiento fundamental mediante el cual la vida adquiere su más propia consolidación, mientras que el segundo, cuerpo, indica más bien el estado de la vida de existir, mediante el cuerpear, delimitada en forma concreta según un modo de ser. Así es como, finalmente, podemos decir que a una ontología de la corporalidad le es posible ganar una perspectiva en la consideración del cuerpo humano, que le permita aprehender su propio objeto de estudio en su auténtica vitalidad, dejando de lado consideraciones que intenten exponerlo mediante las categorías que determinan un objeto presente en un espacio homogéneo. Más que una mera cosa, que es la manera acostumbrada de entenderla, la corporalidad se nos ha mostrado en las discusiones anteriores como una posibilidad de la vida misma, que da cuenta de su concreción primaria. Este punto de partida es, en nuestra opinión, aquel que una ontología de la corporalidad debiera seguir afianzando, si es que el fenómeno del cuerpo humano pretende ser explicitado en su modo más auténtico de despliegue. Universidad Andrés Bello* Licenciatura en Filosofía Fernández Concha 700, Casona, 2° piso, Santiago (Chile) ejohnson@unab.cl BIBLIOGRAFÍA Aristóteles. Metaphysica. London: Oxford University Press, 1957. ------- Physica. London: Oxford University Press, 1956. Heidegger, Martin. Grundbegriffe der aristotelischen Philosophie. GA 18. Frankfurt a. M: Vittorio Klostermann, 2002. ------- Sein und Zeit. Tübingen: Max Niemeyer Verlag, 2001. ------- Zur Bestimmung der Philosophie. GA 56/57. Frankfurt a. M: Vittorio Klostermann, 1999. ------- Prolegomena zur Geschichte des Zeitbegriffs. GA 20. Frankfurt a. M: Vittorio Klostermann, 1994a. ------- Zollikoner Seminare. Frankfurt a. M.: Vittorio Klostermann, 1994b. ------- Grundprobleme der Phänomenologie (1919/20). GA 58. Frankfurt a. M: Vittorio Klostermann, 1992. ------- Nietzsches Lehre vom Willen zur Macht als Erkenntnis. GA 47. Frankfurt a. M: Vittorio Klostermann, 1989. Merleau-Ponty, Maurice. Phénoménologie de la perception. Paris: Librairie Gallimard, 1945. Nietzsche, Friedrich. ―Also sprach Zarathustra‖, en Kritische Studienausgabe. Vol. 4. Hrsg. von G. Colli und M. Montinari. München: De Gruyter, 1999. Schapp, Wilhelm. Beiträge zur Phänomenologie der Wahrnehmung. Erlangen: Verlag der philosophischen Akademie, 1925. Waldenfels, Bernhard. Das leibliche Selbst. Vorlesungen zur Phänomenologie des Leibes. Frankfurt a. M: Suhrkamp, 2000. 130 131-146 LA IDEA DE “VIVIDO-PROYECTADO”. UN CRITERIO PARA INTERPRETAR LAS RELACIONES INTERSUBJETIVAS EN EL CAMPO DE LAS CIENCIAS SOCIALES1 The idea of the “lived-projected”. A criteria for interpreting the intersubjective relationships in the field of the social sciences Rubén Leal Riquelme* Resumen Nos proponemos mostrar que la idea de vivido-proyectado constituye una herramienta útil para continuar el estudio de la teoría de los motivos. La noción vividoproyectado puede ser asumida como un recurso metodológico para interpretar los proyectos de acción y, a la vez, evitar algún tipo de dualismo. Se trata, entonces, de reflexionar acerca de algunos tipos de relaciones que puede establecer la conciencia del actor en los procesos de articulación de las vivencias cuando, especialmente, se pretende desarrollar relaciones sociales con otros actores en la vida cotidiana. A nuestro parecer, la idea de vivido-proyectado y su aplicación puede trascender estudios epistemológicos para incursionar en el campo de la ética y más especialmente en las relaciones que establece un profesor con sus estudiantes, como es el caso que abordaremos en esta ocasión. Palabras clave: Fenomenología, teoría de la acción, vivido-proyectado, proyectos de acción, relaciones intersubjetivas. Abstract In the present work we propose to show that the idea of “lived-projected” is a useful instrument to continue the study of the theory of motives. In this context, we will reflect about the notion of “lived-projected”, for it seems to us that it can be assumed as a methodological resource to interpret the projects of action and, at the same time, to avoid some kind of dualism. Then, our purpose is to reflect about some types of links that the conscience of the actor, in the process of the articulation of lived experiences can establish when, especially, the intention is to develop social relationships with other actors in current life. We believe that the idea of “lived-projected” and its application can go further than the epistemological studies. We think that it is possible to be applied into the field of ethics and especially in the relationships that a teacher establishes with his/her students. Indeed, we focus the analysis in this last case. Key words: Phenomenology, theory of action, lived-projected, projects of action projects intersubjetive relationships. 1 Artículo derivado del Proyecto Mayor Científico Tecnológico Nº 3732-10, financiado por la Dirección de Investigación y Postgrado de la Universidad de Tarapacá. Parte de él fue presentado en el III Congreso Iberoamericano de Filosofía de la Ciencia (Buenos Aires, 2010). Rubén Leal LA IDEA DE VIVIDO-PROYECTADO. NATURALEZA, SENTIDO Y ALCANCES Para proponer la noción de vivido-proyectado hemos considerado, básicamente, las ideas de duree ––duración interna–– que nos presenta Henri Bergson (1993) y dos planteamientos que formula Alfred Schütz, uno en el ámbito de la teoría de los motivos (1974:49-50; 1993:115-120) y otro cuando discute la idea de presente vivido. En relación con la idea de duración interna, pareciera que la distinción entre tiempo interno y tiempo externo propiciada por Bergson si bien puede asumirse como el surgimiento de un nuevo tipo de dualismo, propio del modo de pensar moderno que expresaría Hegel (1968) no es menos cierto que para nuestro objetivo, la idea de tiempo interno forma parte de la conciencia del actor que, además, contiene la idea de continuum (1993:483ss.). De manera que en la conciencia es posible integrar y articular las experiencias que el propio Sujeto ha tenido en su vida cotidiana. Por otra parte, esta idea de continuum puede constituir un recurso útil al momento de conocer las vivencias2 y las interpretaciones de las acciones, especialmente en cuanto al futuro de los proyectos de acción. En el caso de Schütz, cuando propone la teoría de los motivos ––a partir de lo propuesto por Weber–– procede a establecer una distinción entre motivos porque y motivos para, sosteniendo que en el segundo tipo las orientaciones pueden ser observadas en la ejecución de los actos e, incluso, en los propios proyectos. En este punto, Schütz procede a tomar de Weber la idea de motivo, idea que, a la vez, procede a criticar. Pero detengámonos en lo que propone Weber y que cuestiona Schütz. Para Max Weber, el motivo es una especie de configuración o de contexto de significado que tiene presente un actor y/o un observador, y su propósito es asumir ese contexto como fundamento significativo de una conducta (Leal, 2009:135-151). Es en este momento cuando surgen los cuestionamientos que realiza Schütz y que a nuestro parecer se sustentan en tres consideraciones principales: 1. La noción de motivo formulada por Weber integra a dos cuestiones que se muestran diferentes. Por una parte, nos referimos al contexto de significado que el actor siente ––subjetivamente–– y, por otra, se alude al contexto de significado que el observador supone que corresponde al fundamento de la conducta ejecutada. Para Schütz, esto es inadmisible, ya que desde la perspectiva de la teoría del significado aquello que el actor siente, subjetivamente, y aquello que supone el observador corresponden a dos consideraciones diferentes, las que, a su vez, son inconmensurables. 2. Por su parte, para Weber, la conducta es una especie de datum, discreto y unificado, gracias al cual es posible operar de modo inmediato; es decir, la acción 2 Asumimos la idea de vivencia como un fenómeno experimentado por un actor social en diversas circunstancias y que ha representado en su conciencia. Las representaciones de las experiencias conforman las vivencias y ellas se encuentran en estado presente en la conciencia. Esto último es posible gracias a que en la conciencia no existe pasado, presente, ni tiempo futuro. En Bergson, el tiempo interno no es cuantificable y gracias a ello se puede afirmar que el actor mantiene vivencias en estado presente, a las cuales recurre al momento de formular proyectos de acción, por ejemplo. 132 La idea de “vivido-proyectado” puede ser realizada sin necesidad de algún tipo de investigación vinculada al principio de unidad que la propia conducta del actor tiene, por ejemplo. Sin embargo, Schütz estableció que la unidad de la acción es subjetiva en su propio fundamento, es decir, ella depende del Aquí y del Ahora en el cual se establece el proyecto. De manera que el fundamento significativo de la acción, que es percibido como una unidad por el observador, resulta ser un fenómeno relativo a un particular Aquí y Ahora del actor y que, por lo tanto, es menester realizar una suplementación de la misma. 3. Cuando Weber se refiere a los motivos, no se ocupa de la naturaleza del contexto de significado o, al menos, no apunta a su dependencia en relación a la conducta que ejecuta. A nuestro parecer, para Schütz, esta sería la razón por la cual Weber asimila la comprensión esclarecedora o motivacional a una comprensión de tipo observacional, es decir, Weber no precisa si el significado al cual alude considera una acción que, al menos, sea similar al motivo al cual hace referencia, en tanto que para Schütz, el contexto motivacional corresponde a un contexto de significado para el actor. Por nuestra parte, consideramos que Weber utiliza indiscriminadamente el término motivo, ya que por este concepto alude a los motivos porque y a los motivos para, lo que también nos parece inadmisible. En este punto optamos por recurrir al propio Schütz para esclarecer y distinguir cada uno de estos dos términos. En el caso de los motivos para, la conciencia del actor nos muestra cómo se origina el acto desde un proyecto determinado y, a la vez, nos demuestra cómo esos motivos permiten distinguir a la conciencia del propio acto que realiza un Sujeto; es decir, en el ámbito de los motivos, la conciencia procede a acotar y a esclarecer el contexto y los alcances que son propios del proyecto de acción. A nuestro parecer, el proyecto, de algún modo, se encuentra determinado por el motivo porque, que lo provoca. Así, los motivos serían parte de sistemas subjetivos en el ámbito de la planificación que realiza un actor y desde aquí emergen las aspiraciones futuras, sean ellas laborales, sean actividades cotidianas o relacionadas con el uso del tiempo de descanso, por enunciar solo tres ejemplos. Lo anterior, permite afirmar que el para tiene un sentido futuro en el caso del motivo, es decir, cuando se ejecuta una acción nos encontramos con un proyecto específico que orienta al acto. De manera que el proyecto y el propio acto son orientados por un acto de fantaseo, asumiendo a este último como un ejercicio a priori que compromete el tiempo futuro perfecto. Cuando el actor fantasea opera como si se hubiera realizado el proyecto, de lo cual podríamos inferir que la unidad de la acción se constituye gracias a ese proyecto y sus alcances dependerán, entonces, del modo como el actor procede a formularlo. De aquí, también, se puede afirmar que el futuro en el cual se encuentra el mundo de los sucesores, por ejemplo, se percibe completamente indeterminado; más aún, todo parece indicar que ese mundo es indeterminable. Al respecto, Schütz nos señala (…) Si el mundo de los predecesores es algo fijado y determinado por completo, si el mundo de los consociados es libre y el de los contemporáneos es 133 Rubén Leal probable, el de los sucesores es por completo indeterminado e indeterminable. Nuestra orientación hacia nuestros sucesores no puede llegar más que a esto: que vamos a tener algunos. Ninguna llave puede abrir la puerta de este reino. En efecto, este último método se basa en nuestra experiencia de los predecesores, los consociados y los contemporáneos, y no hay ningún principio que nos permita extenderlo al mundo de los sucesores (1993:242). No obstante lo expresado por Schütz, pensemos en la posibilidad de algunas aproximaciones al mundo de los sucesores, claro, teniendo presente que ese ejercicio sólo se puede realizar de una manera indirecta o, al menos que aceptemos que nuestra aproximación se mantiene en el ámbito del fantasear. Si aceptamos que los sucesores son actores similares a mí y que ellos vivirán en un mundo cotidiano que ha sido construido por mis antecesores y sobre el cual durante mi vida también he tenido la posibilidad de intervenir para conformar la realidad cotidiana que hoy observamos, esa realidad que ayudamos a construir, entonces, será el ámbito en el cual nacerán mis nietos, es decir, corresponderá a la realidad que ellos encontrarán cuando yo no esté. Por su parte, aceptando que mis nietos modificarán el mundo que reciben, ese mundo influirá de manera sustancial en las experiencias y en los proyectos que formulen mis descendientes, sea para conformar sus vidas personales, sea para construir las relaciones sociales que compartirán en la vida cotidiana. En este sentido, parece posible tener alguna incidencia en la vida de mis predecesores. En el mismo sentido, aceptamos que es posible aproximarnos, al menos teóricamente, a los proyectos de mis nietos: hoy planto algunos árboles frutales en el patio de mi casa, fantaseo que mis predecesores, directos en este caso, podrán gustar de sus frutos, especulo que esos árboles les proporcionarán sombra durante los meses de verano, fantaseo que transcurridos treinta años no producirán frutos o servirán de combustible para la chimenea. En cada una de las situaciones aludidas, de algún modo, influyo en los proyectos de acción y en las conductas de quienes aún no han nacido. Claro, también pudiera suceder que yo no tenga descendientes y en ese caso sólo he especulado acerca de lo que sucederá. Aceptando que nuestro ejemplo se refiere a una situación particular, no podemos desconocer que en él se observa una lógica que el propio Schütz respalda cuando expresa que (…) como también lo señaló Husserl con la mayor claridad, nuestras protecciones y anticipaciones de lo venidero son esencialmente referencias vacías a los horizontes abiertos, que los sucesos futuros pueden llenar o “hacer estallar” (…). En otras palabras, toda experiencia lleva consigo su propio horizonte de indeterminación (tal vez una indeterminación en cierta medida determinable) que se refiere a experiencias futuras (1974:262). Desde otro ángulo y en relación a los motivos para, hemos tenido a la vista, una segunda consideración para referirnos a la idea de vivido-proyectado, tal es la 134 La idea de “vivido-proyectado” idea de “protención”, noción que toma de Husserl (262). Conforme a ella, Schütz sostiene que todo suceso contiene aspectos relacionados con el pasado y con el futuro mensurable; es decir, mediante la idea de “protención” reconoce que las experiencias, las vivencias, los proyectos de acción y los actos, contienen aspectos que el actor ha vivido en el pasado; más aún, los actos futuros que él realizará también contienen (…) “anticipaciones o previsiones de sucesos más distantes en el tiempo, con los cuales, según prevé, estará relacionada la experiencia presente” (262). Es decir, mediante las protenciones el actor establece una especie de síntesis entre aquello que ha vivido y lo que se propone vivir, para lo cual sus acciones siguen una lógica que se sustenta en las “estructuras típicas” que le han sido útiles en situaciones ya vividas, de manera que no existiría razón suficiente para cambiarlas. Aprovechemos de señalar que las “estructuras típicas” y las vivencias constituyen los insumos que conforman el acervo de conocimiento.3 Lo expresado, nos permite decir que en la noción de “vivido-proyectado” subyacen las ideas de “duración interna” y de “motivos para”. A su vez, esta noción puede ser usada en los procesos interpretativos y en la propia formulación de los proyectos de acción. Del mismo modo, consideramos que esta idea puede transformarse en un recurso que facilita el estudio de las relaciones que construyen dos actores, por ejemplo. En este contexto, Schütz, desde la noción de mundo de la vida, alude a los diversos tipos de relaciones sociales que establecen los actores y que nosotros aplicaremos más adelante en las relaciones entre maestro y discípulo (…) “Mi mundo social, con los alteregos que contiene, está ordenado, conmigo como centro, en asociados, contemporáneos, predecesores y sucesores (…), mediante lo cual yo y mis diferentes actitudes hacia Otros instituyen estas múltiples relaciones. Todo esto se da en diversos grados de intimidad y anonimia”4 Por su parte, el mundo de los contemporáneos: 3 En el pensamiento de Schütz corresponde a una especie de almacenamiento de vivencias, ellas incluyen a las experiencias directas que ha tenido el actor y también aquellas que le han sido transmitidas por otro actor, sea de manera oral o escrita. El conocimiento que constituye el “acervo” proviene ––entonces–– de las experiencias y vivencias del Sujeto y de los conocimientos que ha heredado socialmente. De manera que el “acervo” sirve de “insumo” y ayuda al actor en su desempeño en la “vida cotidiana y, por otra parte, le permiten asumir, describir y resolver, nuevas situaciones que experimenta cotidianamente. En el caso del observador-científico, el “acervo de conocimiento” también desempeña esa función de “insumo”; sin embargo, los recursos que obtiene gracias al “acervo” les son útiles al momento de realizar procesos interpretativos. Cfr., Leal (2006:208-210). 4 Schütz, A. (1995:138). La idea de asociados que usa este autor corresponde al Otro/s con quien/es el actor se relaciona “cara a cara” en la “vida cotidiana”. Esta relación adopta un carácter subjetivo, pues se trata de la conciencia del Otro/s que permite el surgimiento del fenómeno intersubjetivo (social). Los contemporáneos son los sujetos con quienes tengo relaciones intersubjetivas y donde ellas no necesariamente tienen un carácter directo, pues también sucede, por ejemplo, que tenemos relaciones indirectas con un amigo que no vemos desde la época de estudiante; sin embargo, transcurridos los años volvemos a verlo o, simplemente, iniciamos una relación postal. Según Schütz, nuestro condiscípulo ahora no es el mismo desde la última vez que compartimos, ya que tanto él como Yo hemos cambiado. Más aún, podríamos pensar que no volveremos tener una relación directa y, de ocurrir esto último, ya es otra persona 135 Rubén Leal (…)” es el mundo inmediato, dentro del cual es posible la experiencia directa y relativamente íntima de Otros. El Mitwel es un mundo de experiencia mediata, pero contemporánea, dentro del cual puede obtenerse una experiencia indirecta y relativamente anónima de Otros. El Vorwelt alude a experiencias del pasado histórico. El Folgewelt se refiere al futuro, del cual ninguna experiencia es posible, pero hacia el cual puede existir una orientación” (138). Es verdad que con mis sucesores no puedo establecer una experiencia directa ya que aún no han nacido y no conviven conmigo; sin embargo, también existe la posibilidad de que mis acciones y mis propias conductas puedan tener una orientación hacia el mundo de ellos (sucesores). Es en este sentido que podemos utilizar la noción de vivido-proyectado. Pero hay más, las relaciones intersubjetivas que puedo establecer con un congénere que, entre otras posibilidades, nos llevan a consensuar proyectos para ejecutar en conjunto con ellos en la vida cotidiana; potencialmente, esos proyectos pueden estar orientados a establecer relaciones con nuestros sucesores. En este mismo sentido, si fuera posible enunciarlo de un modo indirecto, podré y podremos relacionarnos socialmente. Claro, no tenemos certeza si este tipo de relaciones se pueden asumir como un tipo especial de relaciones intersubjetivas, de lo que sí estamos ciertos, es que nuestros proyectos tendrán algún efecto en mi nieto, que aún no ha nacido. El efecto puede estar referido a una actitud de aceptación, total o parcial del mismo, o su rechazo también podrá ser parcial o total. De lo que no cabe duda es que mi nieto cambiará el proyecto, al menos para reorientarlo. El tipo de casa, los principios morales que subyacen en la vida de mi familia, la organización social que ayudé a construir en el ámbito de la convivencia, podrán ser aceptados o rechazados, parcial o totalmente por mi nieto. Lo que nos parece nítido, es que mi congénere no podrá abstraerse de esa realidad. No obstante, tengo un alto grado de seguridad que aquello que será motivo de su herencia también será modificado en el transcurso de su vida. Lo expresado, nos permite pensar que la idea de vivido-proyectado no sólo se encuentra en el contexto de las investigaciones acerca de las relaciones intersubjetivas, sino además, ella también nos puede ser útil en la elaboración de una estrategia de trabajo, en el ámbito de la epistemología de las ciencias sociales. La formulación de un proyecto de acción, por su parte, coloca al actor ante opciones entre las cuales se verá impelido a elegir una de ellas en el ejercicio de sus posibles relaciones con otros actores. Con este solo enunciado es posible imaginar los con quien me relaciono (Leal, 2001:224-225). Los predecesores son aquellos actores sociales que generacional o temporalmente me anteceden y con los cuales no necesariamente he tenido relaciones intersubjetivas, de manera directa. No obstante, el conocimiento de ellos me ha sido transmitido (indirectamente), y forma parte de mis experiencias y de mi “acervo de conocimiento”. Los sucesores corresponden a mis descendientes, a la generación que trasciende mi existencia. Ellos pueden ser descendientes directos o no. Lo que les distingue es que son herederos de mis conocimientos y de toda realización cultural que pude haber realizado durante mi vida. De manera que esa herencia puede ser aceptada, modificada o cambiada totalmente por los sucesores. 136 La idea de “vivido-proyectado” alcances prácticos que tiene una noción de este tipo.5 En general, pensemos en la posibilidad de aceptar al Otro desde un criterio que nos permita tolerar y/o posponer parte de sus aspiraciones, que son diferentes a las que yo me propongo; imaginémonos los alcances prácticos, en la convivencia social y cotidiana que puede tener el conocimiento del Otro, en la elaboración de propósitos comunes.6 APLICACIONES DE LA IDEA DE VIVIDO-PROYECTADO Si aceptamos que la idea de vivido proyectado, entre otras posibilidades, nos ayuda a potenciar la/s interpretación/es de las acciones que aún no han sido ejecutadas, entonces parece posible que su aplicación puede tener insospechadas posibilidades, decimos esto a propósito que ella compromete a la idea de vivencia en estado presente (Bergson), por una parte, y a la idea de sentido prospectivo que conllevan los proyectos de acción, por otra parte. Para intentar demostrar esta afirmación nos proponemos aplicar la noción de vivido-proyectado en el ámbito de las relaciones intersubjetivas que establece un profesor y sus estudiantes en la sala de clases.7 Los diversos procesos de conocer, de construir conocimiento y de formación en los cuales participan los estudiantes, constituye un ejemplo interesante de revisar, especialmente en relación a los fenómenos intersubjetivos que surgen al momento que un profesor se relaciona con un discípulo o cuando éste se relaciona con sus compañeros de clase. Los actores que participan en los procesos de aprendizaje constituyen agentes principales en los procesos cognoscitivos que ocurren en el aula; por otra parte, las diversas estrategias metodológicas usadas para lograr algunos propósitos, y que el maestro formula en el contexto de los Planes y Programas de Estudio, a nuestro parecer, desempeñan un rol auxiliar en este tipo de procesos. A lo más, las estrategias, constituyen recursos orientadores de los procesos cognoscitivos que observamos en ese contexto. Decimos esto, ya que si bien es posible utilizar algunos medios auxiliares, audiovisuales por ejemplo, o de participar en una clase de carácter expositiva, no es menos cierto que en ambos casos los logros no necesariamente serán los esperados. Más bien, pareciera que para que el conocimiento sea congruente con los resultados esperados es indispensable que la conciencia, del estudiante y del 5 Si “fantaseamos”, podemos decir que la aplicación de los proyectos futuros son insospechados, en diversos campos donde se observan relaciones intersubjetivas, como es el caso de la sala de clases; las relaciones políticas; las relaciones que ocurren entre un médico y su paciente; las relaciones de negociación en una empresa; las relaciones comerciales, etc. En esta oportunidad sólo aludiremos a las relaciones intersubjetivas que ocurren en la sala de clases: tanto entre el profesor y los estudiantes, como entre los propios estudiantes. 6 Aquí, el ejercicio y práctica de la tolerancia tiene proyecciones insospechadas. Pero dejemos pendiente, para otras investigaciones, los alcances de la aplicación de la idea de “vivido proyectado” e intentemos comentar algunas observaciones que percibimos en la relación profesor-estudiante. 7 No obstante, también nos parece posible que este ejercicio se puede realizar en el contexto del conocimiento que construyen los estudiantes, situación que no abordaremos en esta ocasión. 137 Rubén Leal maestro, deben tener la intención de conocer, es decir, él o los actores necesariamente deben tener como intención un propósito cognoscitivo. No es posible obligar a un hijo que mediante el estudio de una materia logre el conocimiento de ella, ya que podrá simular que lo hace cada vez que oye a su padre que se acerca al lugar donde se encuentra. El padre, por su parte, podrá aceptar que su hijo está estudiando. Sin embargo, esta simulación le permitirá al joven lograr el permiso que desea, pero, una vez recibidos los resultados de su examen, encontramos que ha sido reprobado. ¿Cómo se explica el padre que su hijo reprobó su examen, no obstante haber sido testigo del tiempo que el joven dedicó a su preparación? En una situación como la señalada, es claro que el estudiante no aprendió; es decir, no logró conocer. Una de las razones que se pueden aducir es que el fracaso ocurrió debido a que el hijo nunca estudió y tan sólo simulaba hacerlo cada vez que su padre se aproximaba al lugar de estudio. En este caso, estamos ante un fenómeno donde el actor realiza una representación teatral, pero, de ninguna manera, su proyecto de acción ha comprometido a su conciencia en la formulación de su proyecto, es decir, que el hijo considere el resultado esperado por el padre. En esta situación, por ejemplo, más bien pareciera que la conducta del actor se encuentra dirigida a recordar los momentos de descanso vividos durante las vacaciones en compañía de sus amigos, pero la conciencia no tiene el propósito de prepararse y de conocer aquello que fue exigido en el examen y que tuviera como corolario lo esperado por el padre. Para que el resultado de un trabajo, de preparación de un examen por ejemplo, sea de aprobación y no una mera simulación, es menester que la conciencia del hijo haya seleccionado ese objetivo y, a su vez, que tenga la intención de conocer. En este tipo de situaciones, el propio estudiante, junto con imprimirle una dirección a su conciencia, también habrá establecido un proyecto que tiene como resultado vivencias cognoscitivas, es decir, los contenidos del proyecto serán parte de su conciencia y, por otra parte, ello traerá consigo la alta probabilidad de que, en esas circunstancias, el estudiante apruebe su examen y deje satisfecho a su padre. Sólo aquí estaremos ante una situación donde el estudiante construyó conocimiento. Por su parte, si observamos que ambas conciencias ––del profesor y del estudiante–– se encuentran dispuestas a compartir las vivencias que cada uno ha tenido en el transcurso de su vida estudiantil y profesional, respectivamente, entonces el maestro y el discípulo habrán establecido relaciones intersubjetivas. Más aún, pareciera que no es posible lograr los propósitos establecidos en la planificación y en la organización de una clase si, junto con ello, no se observa la disposición e incluso el compromiso ––consigo mismo–– de establecer un proyecto de acción que comprometa los aspectos que conforman el proyecto personal de cada actor (del maestro y del discípulo). Parece posible, y legítimo, que el modo y las acciones que conforman el proyecto ––cognoscitivo–– de ambos puedan ser diferentes; sin embargo, también parece posible de consensuar, al menos, algunos aspectos relevantes que forman parte de los proyectos personales de cada actor. Si sucede lo 138 La idea de “vivido-proyectado” último, podemos pensar que nos encontramos ante un proyecto de acción que es común y en ese proyecto, mediante un esfuerzo consciente e intencionado de ambos, se logrará integrar las aspiraciones futuras que ambos actores tenían consideradas de manera particular. En este caso, y por otra parte, maestro y discípulo han decidido postergar algunas consideraciones o aspiraciones ––personales–– con el solo propósito de establecer una acción común. Con un criterio como el señalado, de haber logrado establecer un proyecto común, es posible de distinguir la existencia consciente, intencionada e integrada, de las vivencias personales de ambos actores. Claramente, en este caso, las vivencias del estudiante han constituido situaciones distintas de aquellas vividas por el maestro; es decir, por una parte, nos encontramos con vivencias que no son similares ––para el maestro y para el discípulo–– y, por otra parte, el uso que de ellas pueda realizar uno u otro actor también podrá ser diferente. La edad cronológica, las experiencias educativas y profesionales, incidirán de manera sustancial en el uso de las vivencias que realice uno u otro actor. Sin embargo, y tal como lo habíamos señalado, tanto el maestro como el discípulo pueden decidir establecer un tipo de relación muy especial, intersubjetiva; es decir, ambos y gracias a esta opción, podrán formular un proyecto que tiene como propósito lograr el conocimiento, ya sea debido a que uno optó por asistir a clases o debido a que el otro se ha dedicado a preparar actividades, entre las cuales ha seleccionado recursos bibliográficos que ayudan a que maestro y discípulos tengan la posibilidad de vivenciar una serie de experiencias que, a su vez, facilitarán logros cognoscitivos. De suceder lo último, pareciera que el estudiante puede recurrir a sus vivencias para formular nuevos proyectos y, también, asumir las diversas circunstancias que vivirá en el futuro con un criterio que facilitará sus propósitos, con todo lo que ello significa para su vida personal. Aquí nos encontramos con lo que hemos asumido como su acervo de conocimiento a mano.8 Quizás, este sea el momento de preguntarnos acerca de ¿Cómo es posible que el profesor sepa que el resultado de las relaciones que establece en la sala de clases, con sus estudiantes, tenga como corolario el conocimiento como parte de la formación de sus discípulos? Una manera de intentar despejar esta duda es interrogándonos previamente acerca de ¿Cuáles son las estrategias que debería utilizar el profesor para tener algún grado de certeza ––a priori–– que su propósito profesional tenga el resultado esperado? Pareciera que el maestro, primeramente, se ve impelido a conocer los proyectos de acción de sus estudiantes; es decir, en el contexto de la cotidianeidad académica el profesor deberá reconocer que el otro es un actor, distinto de él; que tiene una biografía diferente a la suya y que sus raíces se encuentran más allá del 8 Recordemos que las vivencias se encuentran en estado presente en la propia conciencia del estudiante y, desde otro punto de vista, ellas mismas constituirán importantes insumos que el actor usará en el transcurso de su vida inmediata y mediata. 139 Rubén Leal ámbito puramente escolar. El estudiante ha tenido experiencias y vivencias en su vida diaria y escolar que también son distintas de las que ha tenido y tiene su maestro. Así, aceptar que el estudiante vive en un ámbito cotidiano distinto del escolar y que al mismo tiempo necesita de su maestro ––en el contexto académico, profesional y formativo, en general–– para lograr sus objetivos educativos requiere, adicionalmente, asumir que el Profesor se encuentra con el problema de alcanzar sus propósitos profesionales. Junto con reconocer la subjetividad de su discípulo ––y la suya–– el maestro tendrá que interesarse por las aspiraciones que tiene; reconocer que el otro posee características similares a las suyas, pues, en la medida en que percibe al estudiante como a un otro con diferencias y similitudes a las suyas, que son seres conscientes, entonces es posible que establezca relaciones intersubjetivas y formule proyectos comunes con su discípulo. Aquí observamos una dificultad adicional, cual es, que el estudiante también asuma al profesor como un actor similar a sí y del cual necesita si pretende alcanzar sus propósitos escolares y formativos. Esto último, considerando las ventajas cronológicas, vivenciales y profesionales del profesor que, a su vez, deberán ser parte de las estrategias que utilizará en su desempeño diario. La noción de vivido-proyectado, entonces, puede ayudar al profesor a conocer a su discípulo, especialmente en el estudio y en la elaboración de su biografía, toda vez que el conocimiento de las conductas que el estudiante ha tenido en su vida y el modo como ha ido asumiendo las circunstancias que han sido señeras y relevantes en su existencia, permitirán al maestro realizar una interpretación adecuada de los proyectos que el estudiante se propone. Un conocimiento de la biografía del otro y un reconocimiento de él como un otro que es similar, pueden ayudar significativamente tanto en la interpretación como en el conocimiento del yo de la conciencia de cada actor social. Desde un estudio biográfico (Pujadas, 2002:41-57), por ejemplo, nos parece posible acceder al conocimiento del proyecto de acción del otro y desde el conocimiento del otro parece posible establecer proyectos comunes entre dos o más actores, en este caso entre maestro y discípulo. LAS VIVENCIAS DEL ACTOR EN EL PROCESO DE PROYECTAR LAS ACCIONES SOCIALES Cuando afirmamos que las acciones tienen como contenido a los actos futuros que realizará un actor pareciera que surgen dos aspectos de un mismo fenómeno. Por una parte, aludimos al rol que desempeña la conciencia, que parece distinto a cuando ella se vincula con el acto que ejecuta un actor y, por otra parte, nos referimos al contenido de las acciones, que también parecieran ser diferentes del contenido de los actos. Esta distinción nos surge a propósito de que las acciones tienen su propio sello, el que pareciera que depende de la función que cumple la conciencia y del contenido que las propias acciones tienen. En relación a lo segundo, si tenemos a la vista el hecho de que el contenido de una acción corresponde a las vivencias ––en estado presente–– entonces no tenemos más alternativa que aceptar la distinción aludida, 140 La idea de “vivido-proyectado” claro, asumiendo que el estado presente de una vivencia, en la conciencia del Sujeto, nos lleva en algunas ocasiones a confundir a la acción con el acto. Sin embargo, dejemos establecido que los actos tienen como insumo y privilegian a los proyectos en su totalidad, o a parte de ellos, cada vez que la conciencia procede a seleccionarlos. Para acotar este punto, traigamos a la discusión los comentarios que Alfred Schütz realiza cuando se refiere al fenómeno de las acciones (1993:174-189). a) La primera distinción se refiere a las acciones de las cuales no se ha realizado reflexión alguna, es decir, aquí Schütz alude a las acciones que se caracterizan por su espontaneidad y en este grupo incluye a aquellas (acciones) que no han sido planteadas por un actor, al menos antes de ser ejecutadas. b) En el segundo grupo, Schütz considera aquellas acciones de las cuales sí se ha reflexionado, de manera que en este tipo de casos la conciencia opera de un modo distinto del anterior. Recordemos que la reflexión proyectiva implica una acción futura que es asumida como si hubiese ocurrido; es decir, en los procesos de proyectar, la acción es vista como un fenómeno que ha concluido plenamente y en el desarrollo de ese proceso se puede recurrir, básicamente, a la técnica de fantasear, lo que permitirá contar con los recursos suficientes para realizar un acto reflexivo-proyectivo. Así, tenemos que la acción-proyectiva aparece como si careciera de contenido, en el sentido que esa acción viene a ser, con su contenido, la que puede ser adscrita a la conciencia intencional que organiza las vivencias.9 De aquí es que podemos decir que la acción proyectiva integra-el-pasado-y-el-tiempo-futuro de un modo intencional y selectivo, especialmente, debido a que la conciencia cuando procede a proyectar opera de manera prospectiva. Sin embargo, y en forma implícita al menos, se debe reconocer que la conciencia también contempla en su acto de fantasear algunos aspectos vivenciales que han ocurrido en tiempo pasado. Pero volvamos a las distinciones señaladas precedentemente, entre acción y acto, y tengamos presente las consideraciones recién aludidas, pues ambos aspectos nos permiten inferir que todas las acciones no tienen un sentido prospectivo, ya que algunas son espontáneas y otras son planeadas; por lo cual, surge una nueva distinción en que a unos proyectos los podríamos llamar acciones fantasiosas y, otros, acciones reflexivas, ya que en el segundo grupo se ha procedido a reflexionar antes de su construcción. En este segundo grupo de acciones, también se debe reconocer que ellas han incorporado aspectos fantasiosos que simulan su ejecución; no obstante, sea de uno o de otro tipo, habría que reconocer que la acción fantasiosa no corresponde a una acción propiamente tal, pues ella alude a un mero recurso para formular un proyecto que, a su vez, no es dependiente de la acción propiamente tal. 9 Ellas ocurrieron en tiempo pasado y para los efectos del acto de fantasear, al menos parte de las vivencias fueron seleccionadas en virtud de su pertinencia con los propósitos de la acción que se llevará a cabo. 141 Rubén Leal En cuanto a las fantasías, aceptemos que ellas son parte de las acciones a las cuales nos hemos referido hasta aquí; también, asumimos que contienen aproximaciones intuitivas con un importante grado de vaguedad, como es el caso de las acciones que han sido ejecutadas. En este punto, y en rigor, pareciera que sólo podemos hablar de proyectar cuando nos referimos a una acción, ya que el acto constituye una especie de procedimiento mediante el cual se lleva a cabo o se ejecuta una acción determinada. Así, tenemos que la acción se convierte en acto al momento que se ejecuta en la vida cotidiana. Entonces, el significado que contiene una acción viene a ser el acto que se lleva a cabo, de manera que entre la acción y el acto se observa un estrecho vínculo, no obstante ambos corresponden a fenómenos diferentes. Esta vinculación, a nuestro parecer, constituye un fenómeno epistemológicamente esencial, toda vez que alude a una especie de unidad subjetiva ––en el lenguaje y categorías schutzeanas–– y que, en este caso, el actor procede a proyectar o a formular la acción y, a su vez, él mismo procede a ejecutar el acto. De manera que el actor inicia y cierra esta especie de círculo o de sistema: una acción al ser pensada pasa a transformarse en acto y sólo al actor le es posible conocer el origen, el proceso y el momento en el cual se cierra el sistema que integra, tanto a la acción como al acto. Ahora se nos aclara la relación que establece la conciencia entre el proyecto de acción y el acto ejecutado. No obstante lo anterior, y en atención a su relevancia, detengámonos un instante para comentar la relación que establece la conciencia con la acción de proyectar. Decíamos que el fundamento que sustenta la relación entre acción y acto es la “unidad subjetiva” que, en el caso de la acción, el actor recurre al acto de fantasear y, conforme a este recurso, procede a formular un proyecto, en tiempo futuro perfecto. Sin embargo, una vez más, se nos presenta un problema relacionado con la acción y el acto: nos referimos al momento cuando se pretende proyectar una acción específica. Volvamos al proyecto para ver si logramos superar este impedimento, al menos, en cuanto a lo que ahora nos interesa. El proyecto es una especie de configuración compuesta de significado/s y que opera en virtud de su vínculo con la acción; es decir, no hay acción sin proyecto y no es posible el acto sin la acción. Cuando procedemos a proyectar, la conciencia y nuestra capacidad reflexiva realizan un tipo de actividad muy especial cuya característica básica la encontramos en el sentido constituyente, el que permite, a su vez, ejecutar, el acto de proyectar. No obstante, precedentemente también habíamos aludido a esa especie de sistema que conforma la acción y el acto, por lo cual intentemos ahora observar si antes de la acción existen insumos que apoyan su constitución y su respectiva proyección. Antes de la formulación de un proyecto, señalamos que el actor había articulado las vivencias que sirven de sustrato; también habíamos declarado que ellas no obstante haber sido vividas en circunstancias y momentos diversos son parte del pasado, en un sentido factual. El actor, siempre podrá recurrir a sus vivencias al 142 La idea de “vivido-proyectado” momento de formular proyectos de futuros actos; ello, principalmente debido a que la conciencia, como decíamos, mantiene a las vivencias en estado presente. Sin embargo, aquí podríamos preguntarnos ¿Cómo es posible que el actor mantenga en estado presente situaciones que fueron experimentadas en tiempo pasado? ¿Significa que en la conciencia del actor existe un caos de representaciones?10 Una explicación posible sería pensar que la conciencia, al no ser asumida con un criterio topográfico y que se queda con representaciones de algunas experiencias, viene a constituir y a recurrir al “acervo de conocimiento” que, como sabemos, no ocupa un lugar espacial en ella. La conciencia es la capacidad del actor para darse cuenta de la o de las experiencias vividas, de aquí que a ella le es posible iniciar procesos que llevan a que algunas experiencias se constituyan en vivencias, en la conciencia del actor. Otro modo de responder nuestras preguntas, sería pensar que si bien el actor ha procedido a articular las vivencias y, por otra parte, aceptando que ellas se encuentran en estado presente en su conciencia, entonces ese estado se puede interpretar como una especie de esquema representativo gracias al cual, y con la ayuda de su memoria, el actor procede a reconstruir la o las vivencias que le sirven de insumo en la formulación de un proyecto; es decir, en la conciencia nos podemos encontrar con esquemas que presentan ciertos niveles de complejidad y que constituyen una especie de llave que abre la posibilidad de llegar a las propias vivencias. Por su parte, el nivel de complejidad de los esquemas que representan a las vivencias dependerá del momento en que se vivió la experiencia; dependerá, también, de la importancia que el actor le otorgue a tal suceso y de las opciones que tuvo al momento de seleccionar algunos o todos los aspectos que conformaban la situación vivida. Así, se puede decir que cuando el actor formula un proyecto toma como insumo los acontecimientos que sucedieron en el pasado mensurable y estos actos, al ser parte de su conciencia (por cuanto la conciencia es siempre conciencia de algo, como señala Husserl) pasan también a ser parte del presente, en el contexto de un tiempo que no es posible de medir (Bergson, 1993). En general, pareciera que ahora nos encontramos ante una o unas motivaciones que afectan al actor, desde un pasado, a un proyecto que tiene un sentido prospectivo (de aquí la teoría de los motivos, especialmente de los motivos para). Desde otro punto de vista, es posible pensar que en la formulación de proyectos con sentido de futuro, es decir, en la evidencia del acto de proyectar, observamos dos tipos de tiempo: uno, relacionado con la idea bergsoniana (de tiempo interno y tiempo externo) y un segundo tipo de tiempo vinculado a la expresión de una acción pasada (que Schütz llama pluscuamperfecto) que integra o que tiene un sentido de futuro. Parafraseando a Schütz, podemos decir que el actor sólo conoce el motivo porque después de haber completado la acción proyectada, y que el acervo de 10 Cada representación alude a una experiencia vivida en el pasado y que se ha transformado en vivencia gracias al acto consciente que se ha tenido de ella. 143 Rubén Leal conocimiento opera de manera automática (metafóricamente hablando). De modo similar, el acto intencional de la conciencia ––que selecciona parte o alguna/s vivencia/s–– opera de un modo inconsciente cuando se procede a proyectar, es decir, en el último instante del proceso de proyectar el actor sólo tiene la posibilidad de recurrir al expediente de tematizar el proyecto que él mismo formula. Por lo expresado, podemos sostener que las acciones que se realizarán tienen una lógica motivacional, en el sentido que en ellas encontramos una acción motivante, un proyecto de acción y un acto motivado, entendiendo este último como la consumación de todo aquello que observamos en esta lógica. La acción que motiva viene a ser la función intencional que desempeña la conciencia cuando ella, ante sí misma, se propone seleccionar y formular un propósito determinado, que tiene en cuenta los deseos y/o necesidades del actor. El proyecto motivante, por su parte, constituye el factor integrador de los deseos y/o de las necesidades para realizar un acto, donde el primero usará todos aquellos recursos vivenciales que sean necesarios para alcanzar este propósito. Aquí, la conciencia recurrirá al expediente de fantasear como una técnica necesaria para anticiparse a lo que sucederá. La acción de fantasear, por su parte, no debemos entenderla como una causa del acto, sino más bien como un proceso donde el acervo de conocimiento es un recurso que sirve para contextualizar y para encontrar los insumos que permiten establecer un proyecto de acción. El acto motivado será la ejecución del proyecto, en tanto éste viene a ser la fantasía de ese acto ejecutado. CONCLUSIONES Una de las cuestiones de las cuales nos hemos ocupado, aquí, es tratar de comprender por qué Schütz no avanza en el estudio de la teoría de los motivos; especialmente intentamos interpretar el sentido y los alcances epistemológicos que tiene el carácter prospectivo de sus reflexiones sobre los motivos para. Ahora sabemos que este autor no trasciende en su crítica lo planteado por Weber, pero al iniciar esta investigación nuestro interés principal era encontrar algunos aspectos que nos permitieran referirnos a la noción de vivido-proyectado, pues, con esta idea pensábamos que era posible encontrar una herramienta para interpretar los aspectos que forman parte de los proyectos de acción que formulan los actores sociales. También nos proponíamos ver el modo como ellos comparten la vida cotidiana, formulan proyectos en conjunto y construyen relaciones sociales desde la tolerancia. El proyecto de acción, varias veces señalado aquí y en otros trabajos, es una especie de propuesta teórica que realizan los actores para ejecutar sus actos en la vida cotidiana, especialmente en los procesos que viven con otros actores. Estas relaciones tienen un carácter subjetivo. Por eso, compartimos y nos apoyamos en la propuesta de intersubjetividad que propone Schütz de las relaciones sociales intersubjetivas. En este sentido, también hemos asumido que, si bien la conciencia del actor cumple un rol esencial en la organización y en la mantención de las vivencias en estado presente, no es menos cierto que en las relaciones intersubjetivas ella cumple un rol sustancial en la formulación de los proyectos que le son comunes. Lo primero, nos permite 144 La idea de “vivido-proyectado” explicar el sentido como hemos asumido la idea de acervo de conocimiento y, lo segundo, nos abre la posibilidad de interpretar ese tipo de relaciones con una visión proyectiva, es decir, la conciencia nos ayuda a comprender los procesos de construcción de relaciones sociales, de un modo participativo. Esto último lo hemos abordado, en este trabajo, especialmente en el acápite sobre las aplicaciones de la idea de vivido-proyectado y deseamos continuar nuestras investigaciones en las posibles aplicaciones que esta noción puede tener. Ahora sabemos que, gracias a la conciencia y mediante la acción, el actor procede a otorgarle sentido a cada acto que realiza, pues la conciencia es usada con el propósito de interpretar subjetivamente las vivencias que ha tenido cada actor y, a la vez, definir el contexto donde realizará el acto. En este aspecto, debemos estar alerta ya que las acciones y los proyectos que las contienen no son hechos aislados que ocurren en la vida de los sujetos; por el contrario, las acciones se perciben de manera concatenada en el desarrollo de la vida cotidiana de ellos y de nosotros. Con un sentido epistémico, nos parece que las acciones adquieren mayor relevancia en el contexto de la teoría de los motivos, especialmente en el ámbito de los estudios acerca de los motivos para, realizados por Schütz. Por su parte, si bien Schütz no se ocupa de la naturaleza de las razones que motivan a una acción y a un acto determinado, lo que parece más relevante es señalar que con las interpretaciones realizadas sobre este punto es posible continuar el trabajo iniciado por Weber y Schütz. Particularmente, nos referimos a la interpretación de las acciones y al estudio de los actos futuros que realizarán los actores. Seguir la línea de trabajo inaugurada por estos autores, desde la noción de vivido-proyectado, por tanto, trascender el sentido topográfico e interno que la tradición positivista le otorga a las vivencias (en tanto es imposible acceder a ellas por parte de otro sujeto) nos parece una tarea importante. Consideramos que investigar el proyecto de acción desde esta herramienta nos abre caminos interesantes desde una perspectiva epistémica y también ético-política y educativa. Universidad de La Frontera* Departamento de Ciencias Sociales Casilla 54-D, Temuco (Chile) rleal@ufro.cl 145 Rubén Leal BIBLIOGRAFÍA Bech, Joseph María. De Husserl a Heidegger. Transformación del pensamiento fenomenológico. Barcelona: Universidad de Barcelona, 2001. Bergson, Henri. Obras escogidas. (Traduc., y Prólogo de José Antonio Míguez). Madrid: Aguilar, 1993. Habermas, Júrgen. Teoría de la acción comunicativa. T. I - II. Madrid: Taurus, 1987. Hegel, G.W.F. Ciencia de la Lógica. 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México: F.C.E., T.I., 1969. 146 147-158 LA PARTICIPACIÓN DE LOS ENTES INOBSERVABLES EN EL PROBLEMA CUERPO-MENTE. ARMONÍA ENTRE EL INTELECTO Y LA NATURALEZA1 The participation of the unobserbvable entities in the mind-body problematic. Harmony between intelect and nature Alex Espinoza Verdejo* Marcelo Díaz Soto** Resumen En este artículo se analiza la participación de los entes inobservables o teóricos en las teorías filosóficas cuyo contenido es el problema de la relación entre el cuerpo y la mente. Las concepciones sustancialistas, fisicalistas, conductistas filosóficas y escépticas son las fuentes de inspiración y desde las cuales se busca determinar la pertinencia o falta de pertinencia de los entes teóricos en el problema cuerpo-mente. Palabras clave: Entes inobservables, sustancialismo, fisicalismo, conductismo filosófico. Abstract The object of this essay is to analyze the role played by unobservable or theoretical entities in the philosophical theories whose content is the mind-body problem. Substantialism, physicalism, philosophical behavioursm, and scepticism are the main sources of inspiration, and it is from them that I try to determine the pertinence or lack of pertinence of theoretical entities for the mind-body problem. Key words: Unobservable entities, substancialism, physicalism, philosophical behaviour. La historia de lo que hoy denominamos conocimiento científico sugiere que no podemos obtener logros exitosos en el campo de la inteligibilidad si no se construyen, con la ayuda de la imaginación, cuerpos teóricos bien definidos que den cuenta de los procesos o de las ontologías inobservables. Por ejemplo, hablamos de los quarks en física, de las fuerzas organizadoras en biología. Los poderes racionales en su lucha constante contra la amenaza del escepticismo se tranquilizan en la medida en que las construcciones teóricas se ajusten a las demandas de la comprensión de los fenómenos, así podríamos hablar de una armonía del intelecto y la naturaleza. Más que buscar constataciones empíricas buscamos comprender; las comprensiones se determinan a través de los constructos teóricos. Esto nos hace pensar que en las ciencias, la mayoría de las veces, la inteligibilidad debe admitir la participación de los inobservables, que podríamos llamar los “inobservables inteligibles”. La exigencia del conocimiento 1 Este artículo forma parte del Proyecto de Investigación Mayor de la Universidad de Tarapacá de Arica, Código 3732-10 y del Proyecto DICYT (Dirección de Investigación en Ciencia y Tecnología de la Universidad de Santiago de Chile), Código: 031053DS. Alex Espinoza y Marcelo Díaz científico a las explicaciones teóricas es que en algún momento pasen a formar parte del mundo de los observables. Las preguntas que emergen de estos inobservables inteligibles son: ¿Cómo es posible el ajuste entre la teoría y la realidad? ¿Buscamos sistemas isomórficos? Si es efectivo que buscamos sistemas isomórficos, entonces ¿Qué factores son determinantes en ellos? Los sistemas isomórficos necesitan de los modelos analógicos, como en la ciencia física lo es el péndulo y las fuerzas gravitatorias, la estructura del átomo y el sistema solar; en biología y ciencia de la información: el cerebro humano y el computador. Si el mundo está plagado de formas semejantes y que son factores determinantes en el mundo de los objetos, entonces estas formas favorecen las analogías en las ciencias, las formas constituyen una buena estrategia para explicar los mecanismos naturales escondidos a las constataciones empíricas. Aquí detendremos nuestra reflexión. Ahora relacionemos este tema con el problema filosófico cuerpo-mente. EL LEGADO DE LOS PENSADORES CLÁSICOS: ENTRE EL DUALISMO PLATÓNICO Y EL MONISMO ARISTOTÉLICO El dualismo platónico propone la idea de que el hombre posee una facultad integradora de todas las experiencias. Además, propone que el mundo está compuesto por objetos llenos de cualidades. De esta manera, el hombre se convierte en un cazador de cualidades, las cualidades de los objetos tienen sentido si son percibidas por esta facultad integradora llamada espíritu. Según el pensamiento platónico, el mundo espiritual está constituido por entidades que sólo habitan en los espacios de nuestra intimidad humana, el hombre es el único ser que tiene acceso privilegiado a este mundo, al mundo del espíritu. En este mundo, las entidades gozan de una perfección máxima, el mundo Ideal sirve de patrón, desde el cual el mundo real y concreto debe medir su grado de perfección. Estas Ideas se corresponden con el legado de herencias innatas. Así, también podríamos afirmar que el espíritu en el hombre es un legado heredado, por cuanto, el mundo de las Ideas requiere de un lugar donde pueda desplegarse dinámicamente.1 Uno de los problemas filosóficos que debe enfrentar el dualismo mente-cuerpo es aquel de la conexión causal. En otras palabras ¿Cómo es posible que algo que es definido como inmaterial o no-espacial y atemporal puede influir en algo que es material y temporal? Algunas explicaciones metafísicas, como la de Descartes, o la del mismo Platón, resuelven este problema acudiendo a la intervención divina en el sistema cognitivo. El hilemorfismo aristotélico responde al problema de la conexión causal de los mundos platónicos. El Estagirita, contrario a la creencia platónica, se 1 William Bechtel menciona algunas opiniones actuales que dan crédito a la idea del innatismo: Chomsky “argumentó que el conocimiento de las reglas sintácticas tenía que ser innato puesto que un niño no tiene experiencia suficiente para aprenderlas por inducción” (1991). 148 La participación de los entes inobservables en el problema cuerpo-mente centrará en la reflexión metafísica sobre las formas que dan identidad al mundo. Aristóteles considera que el hombre se encuentra rodeado de un mundo poblado de objetos y que la existencia de estos objetos depende, en última instancia, de su constitución material y con ello ––afirma metafísicamente el Estagirita–– que los objetos son identificables por su forma. La totalidad de los objetos con sus formas particulares dan sentido a la vida humana, los objetos tienen una forma que es propiamente natural a la materia. La forma yace en los mismos objetos, la forma es la esencia, la forma representa la estabilidad de las cosas. Las formas yacen en la misma realidad y no habitan en un mundo privilegiado del espíritu como afirmaba Platón. En nuestros días, de acuerdo con la evolución del conocimiento, las formas corresponden a las regularidades testificadas por las ciencias; las cosas se rigen por cierto orden. Debemos destacar que hoy las leyes científicas son interpretadas bajo el positivismo y existe un acuerdo tácito para excluir toda interpretación mediada por la metafísica. Esta exclusión ha traído serios problemas al conocimiento científico representado en el problema filosófico de la inducción ¿Cómo es posible la universalización? ¿Es posible predicar la validez de las leyes para todos los mundos posibles? La captación de estas formas exige la existencia de una facultad organizadora. Aristóteles llamará a esta facultad intelecto, el intelecto será la “forma” del ser humano, es lo que le proporciona identidad; pero el ser humano también está dotado de un cuerpo. Así, Aristóteles concluye en el hilemorfismo, pues no podemos pensar el alma sin un cuerpo que la albergue, como tampoco podemos pensar en un cuerpo sin un alma. En la historia de las ciencias cognitivas se han clasificado las teorías de Platón y de Aristóteles como representacionistas, vale decir, que la realidad puede ser conocida en toda su profundidad por el sistema cognoscitivo. En el fondo, se afirma que el espíritu o el espíritu-cuerpo es un receptáculo inerte, lo cual corresponde a la metáfora del espejo. EL CONDUCTISMO FILOSÓFICO, LÓGICO O ANALÍTICO DE GILBERT RYLE2 Las teorías sustancialistas clásicas que fundamentan la existencia del espíritu en el hombre encontrarán un respaldo justificacionista en la época moderna; por ejemplo, pensemos en el racionalismo de Descartes. El dualismo cartesiano se 2 El conductismo filosófico (Hempel, Ryle, Wisdom y en menor grado Wittgenstein) es una propuesta de cómo debe analizarse el lenguaje acerca de lo mental e incluye, especialmente en el caso de Ryle, la afirmación típicamente ontológica y materialista que los estados mentales internos, privados y accesibles directamente vía introspectiva son un mito, no existen. En cambio el conductismo en psicología es una propuesta metodológica sobre cómo hacer investigación psicológica ajustándose al método estándar que proviene de la ciencia natural. En sentido estricto, esta forma de conductismo no se pronuncia sobre el estatuto ontológico de los estados mentales internos, solamente dice de ellos que en caso de haberlos no son tratables científicamente por su carácter subjetivo. Cfr., M. Díaz (1989). 149 Alex Espinoza y Marcelo Díaz restablece en la intuición intelectiva. La existencia del cogito es una cuestión evidente y queda fuera de toda duda por muy metódica que ésta sea. Gilbert Ryle en El concepto de lo mental (1967) destruye el dualismo de Descartes; destrucción que ejecuta desde los dominios de la filosofía analítica. Ryle argumenta que cometemos un error categorial cuando atribuimos al hombre una facultad particular como es la del espíritu. Ryle realiza un análisis de la lógica del lenguaje natural e invita a pensar en el ejemplo de la visita que realiza un extranjero a la Universidad de Oxford. Ve edificios, laboratorios, casinos, jardines, etc., pero luego se pregunta ¿Dónde está la universidad? De este modo, el extranjero piensa que la universidad se representa en una ontología específica, por cuanto el concepto de universidad busca una hipostación. De igual modo a lo descrito sobre el concepto de universidad tratamos cartesianamente el concepto de espíritu. Al hombre ––al que consideramos dotado de una inteligencia porque ejecuta actos inteligentes–– le asignamos, además de un cuerpo, una entidad no-física, una entidad que generalmente llamamos espíritu, alma, mente, conciencia. Oponiéndose a esta doctrina cartesiana, Ryle afirma que nosotros somos sujetos dotados de propensiones, de disposiciones a comportarnos de diferentes maneras. De esta manera, sostiene la tesis que la inteligencia es una propiedad disposicional, es decir, somos seres inteligentes en la medida en que ejecutamos conductas inteligentes. Mirado lo anterior desde la lógica del lenguaje, de lo mental o espiritual, esto quiere decir que los conceptos mentales, los que empleamos para hablar de nuestras experiencias, sentimientos, pensamientos, etc., son conceptos disposicionales. A partir de estos antecedentes podemos avalar la idea que Ryle simpatiza con las teorías conductistas de la mente. Para aclarar el concepto de disposición, concepto central por cierto en la propuesta de Ryle, podríamos pensar en la fragilidad o carácter quebradizo de un cristal ¿Si decimos de un cristal que es quebradizo estamos diciendo que está quebrado? No. Lo que estamos diciendo es que si se dan ciertas situaciones empíricas ––como la de ser golpeado–– el cristal se quebrará; es decir, la lógica de los enunciados que incluyen conceptos disposicionales es de carácter semi-hipotético, funcionan como una autorización para inferir que si se dan ciertas condiciones ocurrirá algo. Llevada esta reflexión al ámbito de los conceptos mentales esto quiere decir que podemos dar igual trato lógico a conceptos como los de inteligencia y de fragilidad. Sin embargo, como tempranamente lo hiciera ver Bertrand Russell en su comentario (1976) de ¿Qué es mente? de Ryle, su enfoque de lo espiritual es, curiosamente, compatible con el dualismo cartesiano. La razón de esta situación tan extraña surge cuando nos preguntamos acerca de cuál es la diferencia entre ser inteligente y ser frágil o quebradizo. La respuesta de sentido común es que, en el primer caso, estamos predicando algo de las mentes o espíritus y, en el segundo, lo estamos haciendo de los cuerpos. 150 La participación de los entes inobservables en el problema cuerpo-mente La pregunta que podríamos hacernos es si el conductismo analítico destruye la idea que sostienen los pensadores idealistas en cuanto a que la mente humana tiene una ontología especial. El conductismo es una vertiente del mecanicismo y las concepciones mecanicistas se originaron para terminar con las concepciones sustancialistas, espiritualistas y vitalistas en las ciencias. Una radicalización del punto de vista de Ryle fue el reduccionismo fisicalista o nivelador. En este enfoque, los estados y procesos mentales se identifican con procesos y estados físico-químicos en el cerebro. TEORÍA DE LA IDENTIDAD PSICO-FÍSICA O MENTE-CEREBRO La teoría de la identidad psico-física corresponde a una especie de reduccionismo fisicalista. Vale decir, existe una gama importante de fenómenos naturales cotidianos que podemos identificar con lo que la ciencia sostiene, como, por ejemplo ––citando a Paul Churchland–– el sonido es idéntico a la oscilación de una cuerda electromagnética, el relámpago es idéntico a una gran descarga de electrones entre las nubes y la tierra. Respecto a los estados mentales Churchland afirma: “Lo que ahora consideramos que son “estados mentales”, argumenta el teórico de la identidad, son idénticos a estados cerebrales exactamente de la misma manera” (1992:51). Actualmente, la neurociencia es la disciplina que mejor se ve representada con esta teoría. Se piensa que la taxonomía de cada acto mental establecida por el sentido común se correlaciona con una taxonomía neuronal establecida por la neurociencia. En la actualidad, la identificación psiconeural es un objetivo de la neurociencia, pero no se ha logrado completar, lo que sí se ha logrado es establecer la correlación (excepto en cuestiones tan complicadas como la base neuronal de la conciencia). PARTICIPACIÓN DE LOS ENTES INOBSERVABLES EN EL DUALISMO SUSTANCIALISTA Dado que ya hemos proporcionado estos antecedentes, podemos plantearnos la siguiente pregunta ¿Cómo participan los entes inobservables en el dualismo sustancialista? Es evidente que sí existe una participación de ellos. Por una parte, se afirma que el cuerpo como macro-fenómeno es una entidad física que se determina mediante todas las estrategias desarrolladas por las llamadas ciencias fácticas. Por ejemplo, en psicología el cuerpo se ha estudiado con cierto éxito a través de los reduccionismos biológicos y conductuales, haciendo ver el triunfo de las estrategias positivistas. A este respecto, la participación de los entes inobservables es escasa, a no ser que estemos pensando en la biofísica, por cuanto, el desarrollo de estas ciencias es altamente teórico, sobre todo, en lo que respecta a la física. Por otra parte, y contrariamente a la concepción fisicalista, la concepción espiritualista en el hombre nos acerca más a la participación de los inobservables en las formulaciones teóricas. El nous socrático o “el yo cartesiano”, en cuanto teorías filosóficas, ponen de manifiesto la capacidad intuitiva del hombre. La intuición intelectual revela la existencia de una sustancia pensante. La existencia 151 Alex Espinoza y Marcelo Díaz del espíritu no es deducible de ningún sistema, sea material o inmaterial; la intuición revela el ser de las cosas en su totalidad. Así, el espíritu como un ente inobservable se autodefiniría como un sentimiento, sería el cogito cartesiano atrapado por la intuición intelectual, en lenguaje de Bradley sería la “mismidad”, algo que es plenamente privado o íntimo. De lo anterior podemos afirmar que el constructo teórico del espíritu no admite ninguna prueba experimental física de su existencia. A lo más, podemos afirmar que existe indirectamente algo que nos hace sentir; pero este algo no es similar a nada o a ninguna cosa existente en el mundo real, entendiendo como mundo real aquel que está determinado por las coordenadas de tiempo y espacio. El espíritu como ente inobservable no acepta isomorfismos, con esta afirmación se está fijando la tesis que los modelos representacionistas del espíritu constituyen un sin sentido. El espíritu está vestido con el ropaje de todas las actividades humanas, pero al sacar todo el ropaje nos quedamos con un ente que ni siquiera es inobservable, los entes inobservables admiten lo posible de la observabilidad en principio. Los hombres de ciencia construyen entes inobservables a partir de ciertas manifestaciones indicadoras de un existente posible. Pensemos en los átomos de los pensadores griegos como el de Leucipo y Demócrito o la existencia de la gravitación universal. Tenemos experiencia de la gravedad, pero no tenemos experiencia directa de su ontología. El espíritu se propone como un principio o como la premisa más importante y apreciada, un principio que podríamos llamar axiomático. PARTICIPACIÓN DE LOS ENTES INOBSERVABLES EN EL HILEMORFISMO ARISTOTÉLICO En el caso del monismo metafísico de Aristóteles podemos saborear la idea que el espíritu, en principio, admitiría la observabilidad y que está determinado por el mundo de la materia. La materia no existe sin una forma definida y es ésta la que le da identidad. El espíritu es la forma del cuerpo, el espíritu no lo podemos pensar como ajeno al cuerpo. En la filosofía de Aristóteles, la forma es un observable. De esta manera, podríamos afirmar que la forma, en tanto que espíritu, se muestra por las acciones, la metafísica caja negra de Skinner cobraría sentido en el esquema de la metafísica aristotélica. El monismo metafísico de Aristóteles da cuenta de la continuidad del ser. La opción que realiza por la continuidad del ser lo pone fuera del alcance de varios problemas y críticas que normalmente se han dirigido en contra de las tendencias dualistas. Con esta elección se evita uno de los problemas más importantes: el interaccionismo cuerpo-espíritu ¿Cómo podemos justificar que el espíritu, siendo algo inmaterial y atemporal, pueda influir sobre algo que es material y temporal? o en lenguaje platónico ¿Cómo es posible que el espíritu siendo toda perfección pueda gobernar un mundo de imperfecciones? La teoría hilemórfica aristotélica escapa abiertamente de estos problemas. Pensar el espíritu, en tanto que forma del cuerpo o de la materia, indica claramente la continuidad en el hombre. La teoría emergentista en las ciencias naturales ve 152 La participación de los entes inobservables en el problema cuerpo-mente la continuidad del ser: de los seres inorgánicos emergen los seres orgánicos y de éstos los animales y, por último, el hombre y en él la espiritualidad. Jules Lachelier (1961) ve esto como una inducción natural, la naturaleza debe aceptar un telos organizador: creó el espíritu para que de esta manera pueda pensarse a sí misma, la naturaleza es inteligente. Estas ideas telefinalistas de Lachelier son cuestionadas por François Jacob (1970) para quien la naturaleza es un resultado de un pegoteo de evoluciones, la naturaleza es más bien un collage. Frente a estas polémicas epistemológicas, es obvio que la posición filosófica emergentista de Lachelier es más bien aristotélica. Así, podríamos afirmar que la forma es una cualidad emergente de la materia, de modo tal que el espíritu es una cualidad emergente de la materia. Una manera de tener más elementos para pensar y aclarar el hilemorfismo aristotélico consiste en recurrir a las ideas que René Thom ha expuesto en Esquisse d´une sémiophysique (1988): que los conceptos de saillances y prégnances son los ancestros gestálticos de los conceptos de forma y fuerza respectivamente. La forma saillante es cualquier forma individual que ocupa una región definida del espacio-tiempo. Las prégnances son las formas o entidades no localizadas, emitidas y recibidas por las saillances.8 Si acercamos las ideas de saillance y la prégnance al problema cuerpo-mente, ¿Ayudan a tener una mejor comprensión del problema cuerpo-mente en el hombre? o ¿Ayudan a mejorar la comprensión del hilemorfismo aristotélico? Al afirmar que la saillance es una forma definida y la prégnance es una cierta emisión de cualidades que la forma recepciona, creo que podríamos ––tal vez–– aproximar estos conceptos con la consideración que la mente o espíritu son disposiciones, en otras palabras, podríamos esperar algo provocador: que estos conceptos nos acercan a la concepción conductista y analítica de Gilbert Ryle. La pregnance sería equivalente a la disposición que tiene el espíritu para referirse a las cosas, la saillance es el lugar de donde emanan las disposiciones. PARTICIPACIÓN DE LOS ENTES INOBSERVABLES EN EL CONDUCTISMO FILOSÓFICO Como ya hemos afirmado, el conductismo se deriva del mecanicismo que está guiado por la idea de que no existen entidades extrañas al sistema que 8 “La mayor parte de las saillances descubiertas por los animales o por los hombres desfilan delante de los organismos sin dejar trazas durables. Pero existen formas visibles, auditivas, olfativas, etc., que ––gracias a su constitución y a la disposición del organismo–– están dotadas de una significación privilegiada por el organismo desde el cual el comportamiento está afectado: la presa para el depredador, el compañero sexual durante el periodo apropiado, etc. La prégnance es el carácter específico de estas formas significativas. Las saillances y las prégnances son compatibles porque las primeras pueden estar investidas por una significación de un valor reservándose una prégnance, y la nueva forma puede, en su lugar, transmitir la prégnance a otras saillances, Podríamos pensar en la transmisión de una infección por contagio. Cfr., Miguel Espinoza (1998-2002). 153 Alex Espinoza y Marcelo Díaz abriga todo su dinamismo. Así, se podría afirmar, desde una perspectiva conductista, que la mente humana existe porque ella expresa una serie de propensiones, tendencias que ––en su gran mayoría–– están estandarizadas y, así, los psicólogos pueden afirmar si se está en un nivel de normalidad o no, el criterio de normalidad hace referencia a una unidad determinada, la normalidad es un promedio de un todo. Pero ¿Qué significa un todo?, ¿Qué significa una unidad? El conductismo se ve en la obligación de aceptar una unidad organizadora, aunque la unidad organizadora sea el todo. Las funciones de cada pieza del reloj hacen referencia, en última instancia, a un reloj y las funciones de cada pieza que componen al humano también forman un todo; a esto los vitalistas llamarán espíritu o energía organizadora. El conductista si no recurre a esta unidad, entonces, se queda con una caja negra; con un inobservable al igual que el dualista sustancialista; con una entidad vacía desde el punto de vista ontológico. El conductista que no admite un inobservable se aleja del principal objetivo de nuestra racionalidad que consiste en entender los fenómenos. Los psicólogos que tienen el poder curativo y que esquivan los inobservables, permanecen en la ininteligibilidad, pues no tienen la capacidad de entender qué pasó realmente en el momento de la cura, como también sucede lo mismo con el físico que estudia la emanación de energía. LA PARTICIPACIÓN DE LOS ENTES INOBSERVABLES EN LA TEORÍA DE LA IDENTIDAD: MENTE-CEREBRO En el caso de Jean Pierre Changeaux, la teoría de la identidad cumple un rol eliminativista de la participación de los entes inobservables en las ciencias cognitivas, pero además ella es respetuosa de dicha participación por cuanto los admite como constituyentes necesarios en nuestra cultura. Si los objetos mentales son reemplazados por actividades electro-químicas de poblaciones neuronales, manifiesta claramente la idea de eliminar la participación de los entes inobservables, pero vemos que ésta es en un solo sentido, vale decir, elimina sólo aquellos entes que tienen una connotación espiritualista, siendo que por el hecho de ser “identidad” la relación eliminativa debería ser en ambos sentidos. La teoría psicofísica de la identidad es leída en un solo sentido. Si esto es así, entonces, pareciera ser una especie de reduccionismo materialista, pero en el caso contrario, vale decir, reducir los fenómenos biológicos a fenómenos espiritualistas, es una tesis que los teóricos con tendencias materialistas no estarían dispuestos a compartir. Porque si bien los materialistas reconocen la realidad de los estados mentales internos y el papel causal que éstos tienen sobre la conducta, identifican tales estados con los estados fìsico-químicos del cerebro, es decir, con algo material, de manera que la conducta es resultado de lo que sucede internamente en el cerebro; en cambio los espiritualistas o idealistas, especialmente en su versión pampsiquista, asumen que lo real está completamente constituido por átomos espirituales. Se 154 La participación de los entes inobservables en el problema cuerpo-mente podría decir que por definición la ontología del materialismo (“todo es material) es incompatible con la ontología del espiritualismo (“todo es espiritual o mental”). Podríamos, además, agregar que la teoría de identidad parte del supuesto que existe una realidad fenoménica material y otra realidad no material, pero hoy sabemos que el concepto de materia está ampliamente puesto en cuestionamiento, se prefiere hablar de unidad energética y no atómica, el concepto de energía es diferente al de materia, ambos conceptos no comparten las mismas categorías de análisis. HACIA UNA CONCEPCIÓN ESCÉPTICA MODERADA DE HUME DEL PROBLEMA CUERPO-MENTE Y LA SOLUCIÓN DE THOMAS REID David Hume es considerado entre los filósofos más influyentes en la elaboración del empirismo moderno. Su postura empirista extrema lo llevan finalmente a aceptar un escepticismo especial, que él mismo denomina mitigado. Por estas razones también ha sido un gran inspirador del movimiento positivista lógico y también se considera el autor del descubrimiento del llamado problema de la inducción. Para Hume, el conocimiento en el hombre se forma gracias a la relación que tiene el sistema cognitivo con la realidad. Hume fija el punto de conexión en la impresión (impressions), para luego pasar a las percepciones y, luego, a las llamadas ideas simples, para que así, finalmente, se pase a las ideas complejas. Hume determina estos procesos a través de la asociación, creando en el hombre los hábitos y las costumbres (custom), vale decir, los sistemas de creencias. Es así como Hume concluye en el escepticismo moderado: no existe la certeza del conocimiento, pero los sistemas de creencias ayudan a suavizar el escepticismo y con ello el problema de la inducción encontraría una solución parcial de tipo psicológica y sociológica, pero no formal. Para Hume, la imaginación es la facultad que operacionaliza esta dinámica para concluir en los sistemas de creencias; a su juicio, el conocimiento no es más que un haz de experiencias, no hay un “yo” organizador, sino que las experiencias se mediatizan por las creencias (belief). En algún sentido filosófico, la teoría del conocimiento o la gnoseología de Hume es enactivista, como aquella sostenida por Francisco Varela (1990): el sistema cognitivo y la realidad se co-determinan. De este modo, para Hume, la sobrevivencia es, en última instancia, la fuerza que lleva al hombre a adaptarse, cada vez, a las situaciones nuevas. En este sentido, Hume es un naturalista. Al dejar sin participación a los entes inobservables en la teoría del conocimiento, Hume estaría más próximo del funcionalismo, de allí que aparezca como fundador, también, de la fenomenología, porque se admite la idea de que la conciencia lo es en la medida en que está referida o intencionada; la intencionalidad viste de ropaje a la fuerza de la sobrevivencia del sistema biológico. Thomas Reid (2004), leyendo a Hume ––por quien tiene una simpatía especial–– sugiere que para el sentido común son necesarios ciertos principios que tendrían el carácter de ser axiomáticos. Así, cree que eliminar del discurso del 155 Alex Espinoza y Marcelo Díaz sentido común el concepto del “yo” y reemplazarlo por el de haz de experiencia es una aberración. Estas ideas de Hume se fundan, sin lugar a dudas, en una especie de relativismo ontológico y epistemológico, las cosas viven en el tiempo y en el espacio, el ser cambia constantemente y todas las teorías que formulemos para dar cuenta de él son momentáneas. El sentido común exige el principio de identidad, en tanto ordenador del mundo. Reid clasifica la filosofía de la mente de Hume como representacionista y concluye que éste acepta la teoría de las ideas simples, pero jamás la justificó. Reid problematiza la explicación de la intencionalidad que efectúa la teoría de las ideas en los términos siguientes: Supongamos que la teoría de las ideas simples fuese cierta, en tal caso, habría un sujeto, un objeto y una representación (del objeto). Esta representación debe tener algún tipo de relación con el objeto, ya sea de similitud o de causalidad. Por lo que el objeto es un signo que permite significarlo, para Aristóteles el signo que envuelve el significado es intuido, de allí emerge la representación. Pero sabemos que Hume esquiva el concepto de intuición y lo reemplaza por el de la captación de la unidad en lo percibido. Frente a esto, Reid cuestiona y afirma que la sola existencia del signo no es suficiente para dar cuenta de la intencionalidad del pensamiento. Para que un signo ejerza su función ha de ser interpretado. El sujeto es el intérprete de este signo, pero sólo puede interpretarlo en la medida en que posea concepciones previas del objeto representado. Entonces, el signo no consigue explicar la intencionalidad, porque lo presupone antes de la relación cognoscitiva sujeto-objeto-representación. Estas ideas se explican, una vez más, cuando recurre al análisis de los principios del sentido común. Reid afirma que el sentido común no comprende la propuesta del “yo” cartesiano donde participan las ideas de las cosas; de este modo el concepto de abstracción es primordial, las ideas serían receptáculos vacíos en donde los objetos del mundo buscan encajar de la forma más perfecta posible, y que el acceso a este “yo” es por vía de la llamada intuición intelectual. Reid prefiere aceptar lo que el sentido común considera como cierto, el hombre accede al mundo a través de los juicios de las cosas y por aprehensiones vacías: “Todas las operaciones de los sentidos implican juicio o creencia, además de aprehensión simple (…) se sigue necesariamente que la aprehensión simple se obtiene resolviendo y analizando un juicio natural y original” (2004:88). En consideración a esto último, Reid estaría dispuesto a aceptar el tercer mundo de Popper (1979), el mundo de los contenidos lógicamente objetivos, un mundo cultural que contiene todas las manifestaciones de la creatividad humana. El mundo 1 sería el material o físico; el mundo 2 el psicológico o espiritual y el mundo 3 sería el resultado de los dos anteriores en un proceso de complejización creciente o de autoorganización de la materia inicial e inerte del mundo 1. En el centro de ese mundo 2 se 156 La participación de los entes inobservables en el problema cuerpo-mente encuentra el yo, que produce manifestaciones culturales, pero en sí mismo queda oculto, evasivo, como tan bien hicieran ver Hume y Ryle. A modo de conclusión, podemos afirmar que los entes inobservables o teóricos en ciencia son necesarios para lograr el estado epistémico de la inteligibilidad, y como principio debemos aceptar la idea de que en algún momento los inobservables lleguen a ser observables, siendo esto último tarea de las ciencias. Así, existe una complementariedad entre el intelecto y la naturaleza. También, hemos testimoniado que el dualismo sustancialista destruye la idea de la existencia de los entes inobservables; en otras palabras, no admite que los inobservables puedan convertirse en observables determinados científicamente. A lo anterior podemos agregar que el dualismo sustancialista no explica el interaccionismo causal cuerpo-mente. Por otra parte, el hilemorfismo aristotélico o monismo metafísico, acepta la participación de los inobservables en las teorías explicativas del mundo, solo que los inobservables se suponen como constitutivos propios de la misma naturaleza y que no podemos acceder a ellos, pero que en algún momento de la historia humana estos inobservables podrán revelarse en la realidad. Así, Aristóteles estaría de acuerdo en que la forma en el hombre, que es el espíritu, podrá mostrarse en las teorías del conocimiento por desarrollar. Como propuesta alternativa al sustancialismo, las teorías conductistas y analíticas de la mente ––especialmente la de Ryle–– que no admiten la participación de los inobservables, deberá quedarse con la idea de que la mente no es lo que nos enseñó Descartes, una res cogitans, sino, más bien, un conjunto de propiedades disposicionales que se manifiestan en la conducta. Como vimos ––y a contrapelo del conductismo que filosóficamente justificaba Ryle–– si los estados mentales son disposiciones, nada impide resucitar el credo dualista cartesiano y concluir que las disposiciones pueden ser mentales o físicas. Con ello no solamente resurge el dualismo psico-físico, también, se reactiva el problema de la relación mente-cuerpo. Otra manera de revisar el problema cuerpo-mente es analizando la teoría de la identidad mente-cerebro, teoría que celebra la idea que los fenómenos mentales se muestran en los fenómenos físicos o materiales, pero no admite la idea que los fenómenos cerebrales puedan representarse en fenómenos mentales. Los entes inobservables como constructos teóricos explicativos no tienen ninguna posibilidad y, en este sentido, el hombre es sólo un ser neuronal. La teoría de la identidad sirve sólo para eliminar toda concepción espiritualista de la mente, pero ––en la relación de identidad–– si eliminamos el sonido, eliminamos el trueno. Frente a las propuestas analizadas desde la perspectiva fisicalista o psicologista, no hemos querido dejar afuera las propuestas de carácter sociológica, el “yo” de Hume puede representarse, según Thomas Reid, 157 Alex Espinoza y Marcelo Díaz en la concepción o constructo que elabora el sentido común. En sentido Reid se aleja de una concepción escéptica del mundo, intento no logrado por Hume. Finalmente, la pregunta que podemos dejar es ¿Qué pasaría si no incorporamos definitivamente la participación de los inobservables en ciencia? Muchas veces, la negativa es, más bien, de carácter ideológico e inconsciente. Debemos tener presente que bajo el problema cuerpo-mente la negativa se paga con la ininteligibilidad. Universidad de Tarapacá* Departamento de Psicología y Filosofía Avda. 18 de Septiembre 2222, Arica (Chile) aespinoza@uta.cl Universidad de Santiago de Chile** Facultad de Humanidades Departamento de Filosofía Alameda Bernardo O’Higgins 3363. Santiago (Chile) mdiazsoto@vtr.net BIBLIOGRAFÍA Bechtel, William. Filosofía de la mente y de las ciencias cognitivas. Madrid: Tecnos, 1991. Changeux, Jean Pierre. L’ homme neuronal. Paris: Fayard, 1983. Churchrland, Paul M. Materia y conciencia. Barcelona: Gedisa, 1992. 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El trabajo se estructura a partir de tres ejes temáticos: el periodismo y la libertad, el periodismo como oficio y la crítica a los periodistas poco éticos o ―chabacanos‖. Palabras clave: Fernández de Lizardi, México (1810-1827), periodismo, imagen del periodista Abstract This article offers an approach to the image of the journalist in the transition between colonial and independent periods in Mexico, through the journalistic work of José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827). In the argument we reviewed the metajournalistic references in his main newspapers —El Pensador Mexicano, Conversaciones del Payo y el Sacristán, Alacena de friolera— and also in his Folletos. The essay is structured on three principal topics: journalism and freedom, the journalism as a profession, and the criticism of unethical journalists called by Lizardi ―chabacanos‖. Key words: Fernández de Lizardi, México (1810-1827), Journalism, Image of the Journalist. Las referencias a la actividad del escritor periódico constituyen uno de los ejes centrales —junto con el debate acerca de asuntos civiles, sociales y eclesiásticos y las cuestiones referentes a América y a la educación— de la obra de prensa del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi.1 Recordemos a este respecto que durante el siglo ilustrado el periodista se transforma en el nuevo hombre de letras, en un nuevo tipo de escritor que se aleja del modelo del sabio humanista que genera saberes alejado del mundanal ruido. La prensa periódica pasa a constituir un naciente tipo de literatura que se brinda al servicio del público, que quiere ser ―útil‖, pero que también considera a la masa lectora como su nuevo mecenas. En este contexto, la reflexión acerca de la propia labor responde al interés del periodista por consolidarse como sujeto recién arribado a la República literaria. 1 Para un exhaustivo estudio de la obra periodística de De Lizardi, ver Oviedo y Pérez de Tudela (1982) y para una síntesis del papel del periodista como agente social (Insúa, 2010). Mariela Insúa Fernández de Lizardi, ya en la misma elección del título de su principal periódico, El Pensador Mexicano, pone de manifiesto cuál ha de ser su función como agente informador y crítico. La posterior adopción de ese título como seudónimo pone aún más en evidencia que el mexicano se considera por sobre todo un ―pensador‖. Un pensador-periodista del estilo de otro que también fue llamado como su periódico: José Clavijo y Fajardo. De este modo, los artículos de Lizardi se muestran en la misma línea del Pensador español, quien era a su vez continuador del estilo del The Tatler y del The Spectator. Por ello Lizardi puede ser valorado como un eslabón americano en la cadena de un modo de escritura periodística caracterizada por la observación atenta de la sociedad, cuyo fin central era poder aportar útilmente a su funcionamiento. Aportación que debía hacerse, desde la mirada ilustrada, a partir del ideal de una comunicación clara, es decir, que unívocamente pudiera transmitir lo racional y lo verdadero (Franco, 1983:4-5). Por otro lado, el estilo llano y apasionado de Lizardi demuestra la íntima unión que para él existe entre el pensar y el escribir. En efecto, en sus artículos se puede vislumbrar a un escritor que no corrige, porque trabaja a contrarreloj; pero también porque ―escribe a la vez que piensa‖ (Oviedo y Pérez de Tudela, 1982:534). Sin embargo, esta espontaneidad pasa por el tamiz del respeto a sus iguales y del temor a la censura. Por ello, muchas veces, según él mismo confiesa, se expresa a través de un decir ―enmascarado‖ Lo gracioso es que después de tantas signadas y santiguadas, me suelo quedar con la pluma en la mano, la izquierda bajo la barba y los ojos en las vigas del techo como extático, porque se me representan en el magín algunas picardías e iniquidades de los hombres que, al paso que quisiera descubrirlas con la mayor energía para que los tales que se viesen de cuerpo entero en este espejo, o se enmendasen o se hiciesen más abominables al público, al mismo tiempo, digo, me veo precisado a dorar o a disfrazar estas mismas iniquidades poniéndoles la máscara menos fea que puedo: esto lo hago unas veces por caridad, otras por política y otras por no contraerme enemistades tal vez con aquellos a quienes no ha sido mi intención hablar determinantemente, sino que su malicia perversa sabe corromper la expresión más sencilla (Obras III:52-53). Tal como expresa Jean Franco, Fernández de Lizardi se erige como modelo del nuevo hombre de letras, que es ―pensador‖ no por hacer alarde de una sabiduría abstracta, sino por procurar únicamente mediar entre el saber y la sociedad (1983:12). Es decir, que propone comunicar y divulgar las ideas modernas a una población que estaba ávida por recibirlas. Tampoco pretende el autor mexicano mostrarse como original, ni sus lectores esperaban de él tal originalidad. Como muchos ilustrados de la época, Lizardi, el autodidacta, inserta en sus trabajos ideas extraídas de misceláneas y compendios (de ahí que, 160 El retrato del periodista en la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi en algunas ocasiones, cometa errores de atribución).2 Sus enemigos y detractores criticaron en varias ocasiones la costumbre lizardiana de hilvanar las ideas propias con las ajenas, y lo acusaron de plagio. Acusaciones que molestaron sobremanera al periodista y contra las que respondió enfáticamente en varios de sus folletos. Así lo hace, por ejemplo, en ―Otra afeitada de El Pensador al miserable Barbero‖ (1822) Sépase, el mi señor, que plagio es el robo literario, que se hace apropiándose alguno un discurso ajeno; pero el trabajar un discurso propio sobre lo que ha estudiado en los autores, no es plagio. En tal caso, todos los sermones serían plagios y todas las defensas de los abogados, porque se fundan los unos en los Evangelios, Escrituras, santos padres expositores, etcétera; y las otras en las leyes, historias, comentadores, glosadores y autores que tratan la materia. Pregunte usted a su abogado y verá qué buen disparate ha dicho, cuando para probar que mi Sueño es copia, me cita a Neker, Aguesau, Caracciolo y más de cuatro docenas de publicistas que usted no conoce por el forro (Obras XII:159). 1. PERIODISMO Y LIBERTAD Para Fernández de Lizardi, la comunicación del pensamiento ha de estar vinculada a la libertad. Una de las principales luchas que abanderó el mexicano con su pluma fue la de poder escribir libremente. Por ello explicaba a sus lectores, en el número inaugural de El Pensador Mexicano, que existe un modo de esclavizar que consiste en poner trabas a la expresión Así el hombre que piensa, siempre que se halla imposibilitado de comunicar sus pensamientos al público por medio de la prensa, es un mudo intelectual, y mientras más vivamente piense, mientras sea más penetrativo, tanto más ha de sentir el yugo insoportable de esta cadena (Obras III:34). La libertad de imprenta constituye un tema recurrente en los escritos periodísticos de Lizardi y, en general, su escritura se encuentra sujeta a los avatares de la libertad de imprenta en esta época tan convulsa. Así, escribe sin tapujos en los períodos en los que ésta es decretada y procura, en cambio, ceñirse a los criterios censores, dirigiendo su crítica a aspectos sociales o educativos, o inventando modos subrepticios de expresión, en las etapas de suspensión de la misma. Sin embargo, sus lidias contra el organismo censor y luego con la Inquisición3 serán permanentes, 2 Así sucede, por ejemplo, en un folleto de 1822, titulado ―Desvergüenzas y excomuniones no destruyen las sólidas razones‖, en el que atribuye al padre Isla la famosa ―Sátira contra los malos escritores de este siglo‖ de Jorge Pitillas (publicada en el Diario de los literatos en 1742), pues seguramente la leyó del Rebusco de las obras literarias del jesuita, en la que fue incluida por error. Ver Fernández de Lizardi, Obras XII:149, Nº 3. 3 El 30 de diciembre de 1814, con el regreso de Fernando VII al trono, se reinstaura la Inquisición. 161 Mariela Insúa y varias veces sus periódicos verán peligrar su publicación.4 Este ―tambaleo‖ en el estilo periodístico del mexicano deja de existir en la última etapa de su producción (1820-1827) —que coincide con el período independiente que le toca vivir—, en la que se muestra más definido en la exposición de sus ideas políticas y mucho más certero a la hora de criticar.5 De entre el conjunto de reflexiones del Pensador acerca de la libertad de imprenta destacan aquellas insertas en uno de sus periódicos más famosos, las Conversaciones del Payo y el Sacristán. En 1825, en el número 11 de esta publicación, expone rotundamente que en la libertad de imprenta ―se hallan refundidas todas las libertades‖ y que, por lo tanto, ―el menor amago que se le hace a la libertad de imprenta es un golpe mortal que se le da a toda la libertad social‖. Por esto mismo, en palabras del periodista, ―cualquiera enemigo de la libertad de imprenta debe verse como sospechoso de la nación, así como sus defensores se deben considerar como verdaderos patriotas liberales‖ (Obras V:377). Cabe señalar que, para Lizardi, esta tan añorada libertad de escritura requiere, para ser tal, sus límites. De este modo se subraya en el artículo 90 de la ―Constitución política de una república imaginaria‖, que se inserta en las Conversaciones del Payo y el Sacristán. Aquí se defiende que ―todos los hombres son libres para expresar sus pensamientos por las prensas, lo mismo que con la palabra‖ (486); pero para que no se abuse de esta libertad, ―con perjuicio del orden público‖, son imprescindibles ciertas restricciones como: no atacar con mala intención a la forma de gobierno establecida, ni al dogma religioso; no ir en contra de la moral del pueblo con impresos obscenos; no publicar las faltas privadas de los ciudadanos (sí las públicas). El sacristán —alter ego del Pensador— propone duras reprimendas contra aquellos que no respeten estas necesarias restricciones: expatriación para los autores de papeles subversivos, multas para los que publiquen papeles escandalosos y juicio para los que escriban injurias. Como podemos apreciar, en estas declaraciones, Fernández de Lizardi se muestra como el patriota que brega por la instauración de la libertad en todas las áreas de expresión; pero que se comporta también como el ideólogo ilustrado que defiende la máxima del orden y el respeto mutuo (es decir, la norma del bien común) que necesariamente ha de reinar en una sociedad racional, para que ésta se desenvuelva armónicamente. 4 El Pensador Mexicano, que apareció al poco tiempo de decretarse la libertad de imprenta en México (5 de octubre de 1812), será censurado en diciembre de ese mismo año debido a que en el Nº 9, Lizardi increpaba al virrey Venegas para que revocara un edicto en el que autorizaba el juicio militar de unos curas revolucionarios. A partir de este momento los problemas de Lizardi con la Junta de Censura serán permanentes. El tema de la libertad de imprenta en los artículos periodísticos de Lizardi ha sido abordado en detalle por Oviedo y Pérez de Tudela (1982:509-515). 5 Este cambio de estilo motivado por las circunstancias políticas ha sido enfatizado por Chencinsky en el estudio preliminar a la edición de El Pensador Mexicano (Obras III:16-26). 162 El retrato del periodista en la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi Mas, sin duda, es en los folletos de Lizardi donde el tema de la libertad de imprenta adquiere mayor relevancia. Por ejemplo, en 1821, en un papel titulado ―Defensa de la libertad‖, el Pensador reitera, apoyándose en lo promulgado por las Cortes de Cádiz, que la soberanía de la nación ha de estar sostenida por la libertad de imprenta y que, por ello, atacar a una es atacar a la otra (Obras XI:356). Esta misma idea constituye la base de su exposición en el ―Proyecto sobre libertad de imprenta‖, del mismo año que el citado folleto. En este proyecto subraya además la utilidad que brinda la libertad de imprenta a la hora de ―desterrar abusos, sofocar preocupaciones, ilustrar al pueblo y contener en sus deberes a los administradores de las leyes‖ (Obras XI:331). Porque, al fin y al cabo, tal como señala el mexicano en otro folleto también de 1821, ―uno de los objetos más sagrados a que debe destinarse la libertad de la imprenta es a ilustrar al Gobierno, haciéndole conocer la opinión pública, proponiéndole los medios eficaces para la conservación del buen orden y felicidad de la nación‖ (Obras XI:351). Una perspectiva crítica acerca del desarrollo que está teniendo la libertad de imprenta en México es aportada por Lizardi en un folleto de 1822 titulado ―Maldita sea la libertad de imprenta. Diálogo entre don Liberato y don Servilio‖. Aquí vemos, a través de la conversación entre un defensor de la escritura en libertad (don Liberato) y un recalcitrante que opina que la libertad de imprenta ha sido nefasta para la nación (don Servilio), las trabas que seguían existiendo a la hora de expresarse, aun cuando se podía publicar libremente. Porque, tal como explica don Liberato, se dejaba publicar todo aquello que los autores daban a las prensas, pero luego, una vez aparecidas las publicaciones, se les ponían mil trabas Imprime el escritor lo que quiere, es verdad, sin previa censura; mas no sin censura posterior. Sale su papel, y se queda temiendo si no le gustará al señor fiscal, si lo denunciará, si le tocarán buenos jueces en primer juri, o si irá a la cárcel a hacer la cuenta de la impresión. Ésta no me atreveré a llamarla libertad de imprenta, sino peligro de imprenta (Obras XI:511). En fin, el tema de la libertad de imprenta es abordado satíricamente en verso en el poema ―De don Servilio al clamor sea sordo el emperador‖, donde el personaje ––en una tertulia de serviles–– le aconseja a Iturbide que declare la guerra contra todo aquel que tenga pensamientos propios, con el fin de que todos se conviertan en jumentos (Obras XII:5). 2. EL ―OFICIO‖ DE PERIODISTA Otra cuestión diferente que hay que destacar dentro de las reflexiones metaperiodísticas en los artículos de Lizardi, se relaciona con el aspecto económico de la actividad de los nuevos hombres de letras. Recordemos que el quehacer del periodista en la Ilustración se encuentra marcado, entre otras cuestiones, por la 163 Mariela Insúa transformación del producto de la escritura en un bien de cambio.6 El Pensador es consciente de que necesita al público lector desde el punto de vista pecuniario. Requiere, pues, que se compren sus escritos para poder seguir publicando y también para subsistir, y él confiesa sin tapujos que vive gracias a su escritura. Por esto mismo no duda en dedicar El Periquillo Sarniento —en un prólogo dialogado de resonancias cervantinas— a los lectores que comprarán los fascículos, porque a fin de cuentas ellos serán los verdaderos ―mecenas‖ que costearán la impresión. Así conmina graciosamente a que adquieran las sucesivas entregas de su obra Dignaos, pues, acogerla favorablemente, comprando cada uno seis o siete capítulos cada día, y subscribiéndoos por cinco o seis ejemplares, a lo menos, aunque después os deis a Barrabás por haber empleado vuestro dinero en una cosa friona y fastidiosa; aunque me critiquéis de arriba abajo, y aunque hagáis cartuchos o servilletas con los libros; que como costeéis la impresión con algunos polvos de añadidura, jamás me arrepentiré de haber seguido el consejo de mi amigo; antes, desde ahora para entonces, y desde entonces para ahora, os escojo y elijo para únicos mecenas y protectores de cuantos mamarrachos escribiere, llenándoos de alabanzas como ahora y pidiendo a Dios que os guarde muchos años, os dé dinero y os permita emplearlo en beneficio de los autores, impresores, papeleros, comerciantes, encuadernadores y demás dependientes de vuestro gusto (1997:95). Los periódicos de Lizardi también suelen comenzar con una dedicatoria a los lectores. De este modo, en el primer número de El Pensador Mexicano el periodista brinda su obra a los potenciales ―consumidores‖ de su publicación A usted dedico mi tal cual trabajo, porque ¿a quién sino al lector se le dedican los libros? Si le gustare, podrá comprar este papel y los que le sigan; si no, tan amigos como siempre (Obras III:34). Más adelante, en el primer número del segundo tomo de este mismo periódico, identifica a su lector ideal con los hombres de bien, aquellos ―legítimos conocedores del mérito‖ (Obras III:149). Por otro lado, a pesar de la necesidad de compradores para poder seguir publicando, el Pensador prefiere que aquellos que no tengan abierta la mente a recibir opiniones diferentes, eviten adquirir sus papeles. De esta manera lo expresa con el tono punzante que le es tan propio El primer número del tomo tercero saldrá el jueves venidero, pues hasta ahora hay muy pocos subscriptores. Los que sean muy tontos de la cabeza, muy envenenados de corazón o estén reñidos con la verdad y la justicia (sean de esta o aquella especie), pueden omitir el subscribirse, 6 Para más detalles de esta cuestión en el periodismo español —y aplicable, también, al ámbito hispanoamericano— ver Álvarez Barrientos ―El periodista en la España del siglo XVIII y la profesionalización del escritor‖ (1990); y ―Cuando las letras llegaron a ser ―de cambio‖: sobre la República literaria española en el siglo XVIII‖ (1993), recogidos en la bibliografía final. 164 El retrato del periodista en la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi comprar o leer mis papeles, pues yo no quiero causar a nadie disgustos ni cóleras, que no están los tiempos para eso (Obras III:374). Fernández de Lizardi hizo de la escritura periódica un oficio y contestó duramente a aquellos que lo criticaron por vivir de su pluma. No dudó en defenderse de los que lo acusaron por concebir el periodismo como un trabajo cualquiera, sujeto a los avatares de la economía. Para el escritor mexicano las letras son un bien de cambio y es justo que, si se incrementa el valor de la materia prima (el papel), suba el precio del producto final. Así lo manifiesta en el prospecto del segundo tomo de El Pensador Mexicano, al plantear que él se queja de la subida del costo de la vida tal como lo hace cualquier comerciante, y que es un trabajador más al servicio del público y que, por tanto, ha de comer del público Si se le arguye a cualquier comerciante con la carestía de sus géneros, inmediatamente alega: que las guerras, que los insurgentes, que los costos, fletes, alcabalas, averías, comisiones, etcétera, etcétera. ¿Por qué, pues, no le ha de ser lícito al escritor cuando encarece sus obras alegar que el papel está sobre diez y ocho o veinte pesos resma, que sale a medio real el pliego blanco, que los costos de la imprenta son subidos, que a los repartidores se les paga su trabajo y a los expendedores también, etcétera, etcétera, etcétera? Muy bien está que el fin primario de todo escritor no ha de ser únicamente el lucro; pero tampoco es justo que se pierda el tiempo y el dinero […]. Nadie nota que se pague al orador su sermón, al abogado su alegato, ni al médico su curación; ¿Por qué se ha de llevar a mal que al autor se le pague su trabajo? (Obras III:155). En varios folletos, Lizardi responde a quienes critican que escriba pane lucrando. Así le contesta, por ejemplo, a un personaje apodado el Ciudadano, quien lo había atacado por confesar que hacía negocio con la escritura Lo que he dicho e impreso es que ―cuando escribo trato de conciliar mi interés particular con la utilidad común‖, y esto ¿qué tiene de nuevo ni de malo? Ni uno he visto yo que trabaje de balde para el público, aunque a éste le resulte beneficio de su trabajo. El labrador, el artesano, el comerciante, el letrado, el sacerdote, el médico… en una palabra, todos los que sirven al público; ¿pues por qué no ha de gozar iguales ventajas el escritor que impende más difíciles tareas en beneficio de sus semejantes? (Obras X:301). También se muestra rotundo cuando le contesta al Papista, quien se había burlado de él diciendo que se estaba muriendo de hambre y que por eso necesitaba de su pluma para sobrevivir El escribir para comer nada tiene de particular, lo malo fuera que escribiera para beber. El artesano trabaja, como el labrador, para comer; el comerciante y el militar lo mismo; el abogado y el médico defienden y curan a los hombres para comer; el canónigo se da tan mala vida para 165 Mariela Insúa comer; el cura y su vicario administran los sacramentos para comer; y usted, para comer, se metió a fraile. Conque, ¿qué extraño se le hace que el escritor trabaje para comer cuando no hay quien no trabaje para lo mismo? (Obras XI:540).7 Como señala Jean Franco, este afán de Lizardi por equiparar el oficio de la escritura a los otros oficios es apreciable incluso en los títulos de algunas de sus publicaciones periódicas (1983:3-4); es el caso de Alacena de Frioleras (1815-1816) y de su suplemento, Cajoncitos de la Alacena (1815-1816). Esta cualidad del escritor como ―vendedor de letras‖ puede apreciarse claramente en el artículo ―La gran barata de frioleras‖, en el que el periodista se muestra ofertando friolerillas en palabras, así como otros hacen barata de géneros (Obras IV:99). Sin embargo, no debemos olvidar que estos títulos se relacionan con otros preexistentes en la Península —recordemos que Lizardi era un ávido lector de la prensa española—, entre los que destaca especialmente el Cajón de sastre (1760-1761), de Francisco Mariano Nifo. Tales denominaciones hacían alusión a la cualidad de miscelánea de estas publicaciones en las que podía entrar de todo; de hecho, la Alacena y los Cajoncitos son los periódicos más variopintos del autor mexicano, desde el punto de vista temático, y también en lo que se refiere a las distintas modalidades genéricas empleadas. 3. LOS PERIODISTAS ―CHABACANOS‖ Otro aspecto destacable en la configuración del modelo de periodista que Lizardi propone en sus escritos de prensa se realiza por contraposición; es decir, a través de la crítica al quehacer periodístico equivocado. De este modo, nos encontramos con abundantes pasajes en los que el mexicano se lanza contra sus pares que escriben sin ton ni son, movidos por la mera palabrería o carentes de escrúpulos a la hora de referirse a sus semejantes. Así, en el primer número de los Cajoncitos de la Alacena, se declara en ―guerra eterna‖ contra ―los periodistas chabacanos de México‖, tachándolos de ―copistas miserables, zurcidores tiñosos, que os andáis arañando sobre quién es más penco y para nada, sobre quién se quita el pan de la boca, y sobre quién tiene más arte para sacar el medio o el real al pobre público con sus copias y boberías‖ (Obras IV:175). A continuación se dirige al Diarista (posiblemente Jacobo de Villaurrutia, fundador del Diario de México) y al Noticiero (identificado con el editor del Noticioso general). Al primero le critica la falta de originalidad de sus artículos, pues se limita 7 Tachar a Lizardi de interesado a la hora de escribir fue una de las primeras críticas que se lanzaron contra él. Ya en 1811, el árcade Juan María Lacunza (bajo el seudónimo de Batilo) reprobaba que Lizardi se jactara de vivir de la escritura y que pretendiera agradar al ―aguador, la cocinera, el muchacho‖. Referido por Chencinsky en su Introducción a Fernández de Lizardi, Obras I:32-38. 166 El retrato del periodista en la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi únicamente a transcribir retazos del Espíritu de los diarios, una publicación famosa en la época que extractaba noticias de la prensa europea. En este mismo sentido opina del Noticiero, al que califica de ―copiador bisoño‖, pues lo único que sabe hacer son rejuntes de noticias viejas e inútiles (Obras IV:176). Mediante estas críticas, el Pensador indirectamente pone de manifiesto cuál ha de ser la práctica de un periodismo que aporte algo a la sociedad. De esta manera, poco importará que los escritores públicos informen acerca de datos superfluos como ―quién fue el jefe del día en la plaza o quién dio guardia en el hospital‖, sino que beneficiará más al pueblo que el escritor periódico se convierta en un defensor de los derechos del ciudadano, en voz del pueblo; que pueda, por ejemplo, denunciar la subida de los precios, o exigir que los enfermos estén bien asistidos (Obras IV:179). Asimismo, la labor del periodista ha de tener como fin primordial la educación pública, pues tal como señala en el prospecto de su último periódico, el Correo Semanario de México, los periódicos tienen la función primordial de ser útiles a las naciones civilizadas, ―pues por su medio y a poca costa se derrama la ilustración por todas partes‖ (Obras VI:5). Fernández de Lizardi considera que el periodista debe ser ante todo sincero con sus lectores y con sus colegas periodistas, honesto a la hora de citar en sus trabajos a otros autores —por eso se molesta tanto cuando se le tacha de plagiario— Esta honestidad a la hora de escribir ha de partir desde la firma de los artículos. El Pensador critica a aquellos que se enfundan en apodos para lanzar sus puyas a resguardo. Veamos cómo increpa a un papelista por su falta de valentía a la hora de publicar infamias contra él en su folleto ―Barbero rapa barbero‖ Si quiere escribir más contra mí, no sea miedoso, fírmese como yo, y el día que vea un papel firmado con su nombre y apellido, le dejaré en la imprenta dos pesillos para que [se] refresque a mi nombre; pero si no se firma, haré lo que los mastines cuando les ladra un escuintle [perrillo], que lo ven, lo mean y no le hacen caso (Obras XII:98). La sinceridad y la necesidad de expresarse siempre en libertad acarrearon al Pensador no pocos problemas: encarcelamientos, excomunión, múltiples censuras y un sinfín de rencillas con otros escritores. Sus enemigos se lanzaron ferozmente contra él en los momentos más difíciles de su vida; fue llamado ―firmón, paparruchero, depositario de las furias del infierno, maromero, majadero, capitancillo, capitán de caridad, capitán araña, chaqueta, animal, caballo‖,8 entre otros calificativos. La admiración que despertaba en sus seguidores y las polémicas que se gestaban en torno a su figura provocaron, además, que el hablar de Lizardi se 8 Con estos improperios lo llamó José María Aza en su papel ―Cayó el pobre Pensador del partido liberal‖. Referido por Palazón en su Introducción a Fernández de Lizardi (Obras VI:21). 167 Mariela Insúa transformara en un negocio rentable.9 En varios de sus folletos, el Pensador se defiende contra aquellos que lo atacan despiadadamente, e indica que todo escritor público ha de velar por la verdad, pero siempre respetando a quien es objeto de crítica. Así le contesta a un tal Guapo que se ha burlado de su excomunión ¿Ya ve usted cómo no lo llamo vil, ni pícaro, ni hereje, ni cojo, tuerto [Lizardi era bizco], manco ni cosa que lo deshonre? Es menester que usted, el Boticario y todos mis rivales aprendan que la crítica es el arte de buscar la verdad, no el de manifestarnos groseros, insultando a quien no podemos convencer. Escriban vuestras mercedes cuanto quieran; pero con juicio y urbanidad: de otro modo dan a entender que les falta la razón y echan mano del sarcasmo, la injuria y la chocarrería. ¡Qué pequeñez! (Obras XII:155). En otro folleto de 1822, titulado ―El Pensador, llama a juicio a sus necios enemigos‖, Lizardi critica a sus detractores por carecer de razones sólidas y recurrir al sarcasmo y a los improperios a la hora de valorarlo como escritor. Esto no quita que él mismo se lance con furibunda gracia contra ellos, y haga sátira de sus estilos. Así, por ejemplo, se refiere a la escritura apocada del conocido como Esmeregildo Oye, maldito bachiller, que ni escribir sabes: ¿quién te ha metido a guapo ni a faceto, cuando tus obras manifiestan que te engendraron al pie de un volcán de nieve y te parieron en lo más helado del invierno? Ni lógica, ni criterio, ni estilo, ni erudición, ni doctrina, ni gracia, ni principios de educación ni nada bueno manifiestas en tus infelices mamarrachos. Pero, ¡qué más!, si ni escribir sabes (Obras XII:172). En suma, el Pensador supo defenderse y defender la actividad de escritor que respetaba y desempeñaba juiciosamente. Para el Lizardi ilustrado, el escritor debía comportarse siempre como un ―amante del bien común‖ y tener como principal tarea el proponer medios para la felicidad general (Obras III:346), en el sentido que el siglo XVIII le otorgó al término felicidad; es decir, como la consecución del bienestar en el mundo a nivel individual y colectivo (Álvarez Barrientos, 1990:104). Las ideas políticas y sociales reflejadas en los trabajos de prensa de nuestro autor ponen de manifiesto los dos principales objetivos éticos de su producción y de su vida: demostrar a los habitantes de la Nueva España, y luego a los ciudadanos de la patria mexicana, que era posible, con educación y trabajo, conseguir esa añorada sociedad feliz, y, en segundo término, denunciar las ambigüedades y egoísmos que lo estaban impidiendo.10 Recordemos en relación 9 Las hojas volantes escritas en contra del Pensador fueron editadas principalmente por Juan Cabrera y publicadas en la Oficina de Alejandro Valdés. Ver, Introducción de Palazón a Fernández de Lizardi (Obras VI:20-21). 10 Este tema lo he desarrollado más en detalle en Insúa (2009), especialmente en el capítulo II, dedicado al modelo de vida del hombre de letras y en Insúa (2010). 168 El retrato del periodista en la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi con esto que Fernández de Lizardi fue ante todo un educador nato y, que tanto su periodismo como su producción en general, responden a la premisa pedagógica de instruir al pueblo con miras a conseguir la armonía social. Por ello, según él mismo explica, este ―médico del público‖ muchas veces, al velar por la salud de la patria, debe administrar bebidas saludables a sus habitantes, aunque sepan amargas y resulten ingratas al paladar (Obras III:383). En resumidas cuentas, Lizardi retrata en su obra periodística a un escritor de nuevo cuño —moderno en las formas, pero tan virtuoso como los sabios admirados desde antiguo— que, junto a otros agentes sociales como los educadores, los trabajadores y las mujeres,11 está llamado a abonar la tierra para que germinen ciudadanos ejemplares capaces de forjar la nueva nación independiente. Universidad de Navarra* Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) Campus universitario s/n 31009 Pamplona-Navarra (España) minsua@unav.es BIBLIOGRAFÍA Álvarez Barrientos, Joaquín. Ilustración y Neoclasicismo en las letras españolas. Madrid: Síntesis, 2005. ------- ―Cuando las letras llegaron a ser ―de cambio‖: sobre la República literaria española en el siglo XVIII‖. De místicos y mágicos, clásicos y románticos. Ed. A. Calderone. Messina: Armando Siciliano, 1993:33-46. ------- ―El periodista en la España del siglo XVIII y la profesionalización del escritor‖, en Estudios de Historia Social 52-53. 1990:29-39. Fernández de Lizardi, José Joaquín. El Periquillo Sarniento. Ed. Carmen Ruiz Barrionuevo. Madrid: Cátedra, 1997. ------- Obras XII. Folletos (1822-1824). Ed. Irma Fernández y María Rosa Palazón, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1995. ------- Obras XI. Folletos (1821-1822). Ed. Irma Fernández. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1991. ------- Obras VI. Periódicos. Correo Semanario de México. Ed. María Rosa Palazón. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1975. ------- Obras V. Periódicos. El Amigo de la Paz y de la Patria, El Payaso de los Periódicos, El Hermano del Perico que cantaba la Victoria, Conversaciones del Payo y el Sacristán. Ed. María Rosa Palazón. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1973. ------- Obras IV. Periódicos. Alacena de Frioleras, Cajoncitos de la Alacena, Las Sombras de Heráclito y Demócrito, El Conductor Eléctrico. Ed. María Rosa Palazón. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1970. 11 En Insúa (2009) se aborda por extenso el papel de estos modelos de vida en la obra de Lizardi. 169 Mariela Insúa ------- Obras III. Periódicos. El Pensador Mexicano. Ed. María Rosa Palazón y Jacobo Chencinsky. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1968. ------- Obras I. Poesía y fábulas. Ed. Jacobo Chencinsky y Luis Schneider. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1963. Franco, Jean. ―La heterogeneidad peligrosa: escritura y control social en vísperas de la independencia mexicana‖. Hispamérica 34-35. 1983:3-34. Insúa, Mariela. ―Periodismo y sociedad en la Nueva España de la Ilustración: José Joaquín Fernández de Lizardi‖. Textos sin fronteras. Estudios sobre Literatura y sociedad. Ed. Tapsir Ba, Álvaro Baráibar, Ruth Fine y Carlos Mata. Pamplona: Eunsa, 2010:151-163. ------- Modelos de vida en la Nueva España de la Ilustración: José Joaquín Fernández de Lizardi, tesis doctoral inédita. Pamplona: Universidad de Navarra, 2009. Oviedo y Pérez de Tudela, Rocío. La obra de Joaquín Fernández de Lizardi. Prosa periodística, tesis doctoral inédita. Madrid: Universidad Complutense, 1982. 170 171-186 LA GUERRA DE ARAUCO EN CLAVE ALEGÓRICA: EL AUTO SACRAMENTAL DE LA ARAUCANA1 The war of Arauco in allegorical code: The auto sacramental La Araucana Carlos Mata Induráin* Resumen Este trabajo analiza cómo en el auto sacramental de La Araucana, atribuido a Lope de Vega, se aborda en clave alegórica la materia de la guerra de Arauco. En esta obra, el caudillo araucano Caupolicán aparece como figura o tipo de Cristo, al tiempo que la lucha de los araucanos por su libertad es trasunto de la redención de todo el género humano. Este auto ha generado cierta atención entre la crítica, en parte por la relación que guarda con la comedia de Arauco domado de Lope; pero, sobre todo, por el carácter novedoso que supone la visión del indígena americano (el otro) como ser capaz de simbolizar en figura alegórica al propio Hijo de Dios hecho hombre. Palabras clave: La Araucana, auto sacramental, Lope de Vega, guerra de Arauco, Caupolicán. Abstract This article analyzes how in the sacramental play La Araucana, by Lope de Vega, the matter of Arauco is approached in the allegorical structure. In this drama, Caupolicán, the araucanian leader, appears as a figure or type of Christ, while the Araucanian struggle for freedom is an image of the redemption of the human genre. This auto has generated some attention in the critics, because of the relation that this play has with the Arauco domado by Lope, and particularly because of its novel character, that supposes the vision of the american native (the other) as a being that can symbolize Christ-Man in an allegorical figure. Key words: La Araucana, allegorical plays, Lope de Vega, Arauco War, Caupolicán. En este trabajo quiero revisar algunos aspectos relacionados con el auto sacramental de La Araucana, atribuido tradicionalmente a Lope de Vega —luego volveré sobre esta cuestión de la autoría— en cuya construcción alegórica el personaje del caudillo araucano Caupolicán aparece como figura o tipo de Cristo, al tiempo que la lucha de los araucanos por su libertad es trasunto de la redención de todo el género humano. Este auto ha generado cierta atención entre la crítica, en parte por la relación que guarda con la más conocida comedia de Arauco domado de Lope; pero, sobre todo, por el carácter novedoso que supone la visión 1 Esta investigación se integra en el proyecto ―Patrimonio teatral clásico español. Textos e instrumentos de investigación (TC/12)‖, patrocinado por el Programa CONSOLIDER-INGENIO, del Plan Nacional de I+D+I (CSD2009-00033) del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España. Asimismo, se enmarca en el proyecto de edición de los autos sacramentales completos de Calderón, financiado por la Subdirección General de Proyectos de Investigación (FFI2008-02319/FILO) del Ministerio de Ciencia e Innovación y cofinanciado por el FEDER. Un adelanto más breve de esta exposición puede verse en Mata Induráin, 2011. Carlos Mata del indígena americano (el otro),2 no ya como merecedor de recibir el mensaje de salvación cristiana, sino como ser capaz de simbolizar en figura alegórica al propio Hijo de Dios hecho hombre. Voy a analizar entonces cómo se aborda esa materia de la guerra de Arauco en clave alegórica, pero antes recordaré algunos datos esenciales sobre la fortuna literaria de este tema. 1. LAS GUERRAS DE ARAUCO EN LA LITERATURA ÁUREA ESPAÑOLA La considerable presencia del tema de América en la literatura española del Siglo de Oro es un aspecto que ha sido estudiado, especialmente en lo que concierne a algunos autores mayores como Lope o Tirso de Molina.3 Si nos ceñimos al tema de las guerras de Arauco, encontramos el tratamiento literario de esa materia en géneros muy diversos, que van desde las crónicas hasta el teatro, pasando por la poesía épica. De entre los cronistas, historiadores y autores de relaciones, habría que recordar los nombres de Jerónimo de Vivar, Juan de Cárdenas, Alonso de Góngora Marmolejo, Pedro de Valdivia, Pedro Mariño de Lobera, Alonso de Ovalle, Diego de Rosales, Alonso González de Nájera o Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, entre otros; en el territorio de la épica, las dos obras fundamentales son La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga y El Arauco domado de Pedro de Oña, pero no hay que olvidar otros títulos como El Purén indómito de Luis Arias de Saavedra o Las guerras de Chile atribuido a Juan de Mendoza y Monteagudo. En lo que respecta al teatro, aparece plasmada esa materia de Arauco, además de en el auto sacramental que nos ocupa, en las comedias La belígera española (1616),4 de Ricardo de Turia (seudónimo de Pedro Juan Rejaule y Toledo); Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete (1622), de nueve ingenios; Arauco domado (1625), de Lope de Vega; El gobernador prudente (1663), de Gaspar de Ávila, y Los españoles en Chile (1665), de Francisco González de Bustos. A estos títulos cabría añadir El nuevo rey Gallinato, de Andrés de Claramonte, cuya acción no está ambientada en Arauco, pero sí en un imaginario reino situado entre Perú y Chile; pieza peculiar dentro de este corpus, que ha generado bastante interés crítico en los últimos años. Se trata de un volumen de obras muy considerable —sobre todo, en proporción con el conjunto global de piezas de asunto americano en el teatro áureo español. Cfr., Antonucci, 1992:21-44-45–– y esa abundancia se explica, en buena medida, por la 2 Muy recientemente Pérez-Amador Adam ha escrito que ―La Araucana de Lope de Vega es el único auto sacramental donde se traslada a lo divino una acción del mundo indígena americano‖, (2011:334). 3 Pueden verse, entre otros, los trabajos de Arellano (1992), Campbell (1992) de Pedro (1954), Dille (1988), Franco (1954), Kirschner (1996), Moríñigo (1946), Reverte Bernal y Reyes Peña (1998), Ruiz Ramón (1993), o Zugasti (1996 y 2005). También el número especial de Teatro, 15 (2001), titulado América en el teatro español del Siglo de Oro, o el volumen La imagen del indio en la Europa moderna (1984). El lector interesado encontrará una bibliografía mucho más detallada en Castillo (2009). 4 Las fechas indicadas entre paréntesis son las de publicación. 172 La guerra de Arauco en clave alegórica: el auto sacramental de La Araucana existencia de dos prestigiosos modelos épicos que popularizaron en España los temas, personajes y motivos de aquel ―Flandes indiano‖: las obras ya mencionadas de La Araucana de Ercilla y El Arauco domado de Oña. Esa es, precisamente, una de las razones que apuntaba Dille para justificar tan crecida producción El número desproporcionado de comedias sobre Chile se debe a, por lo menos, tres factores: primero, precisamente porque no era un país rico, no se podía culpar a los españoles de estar allí por motivos indignos. Segundo, es la admiración por la heroica resistencia de sus pocos habitantes. A diferencia de México y de Perú, Arauco era muy pequeño, pero presentaba la máxima dificultad a los esfuerzos españoles para incorporarlo dentro del imperio. […] Tercero, las expediciones a esta lejana parte del imperio tuvieron la suerte de ser inmortalizadas por Alonso de Ercilla y por Pedro de Oña en obras del género de máximo prestigio: la epopeya. Así los escritores del siglo XVII podían inspirarse directamente en dos famosas obras literarias. Además, parece que la influencia de Ercilla era también indirecta porque aparentemente Algunas hazañas y El Arauco domado se escribieron para halagar al hijo del marqués de Cañete, que quedó resentido porque Ercilla no hizo mucho caso de su padre en la famosa Araucana (1988:493). Es esta una cuestión sobre la que existe abundante bibliografía específica, y a ella remito para más detalles (Lee, 1993; Lerzundi, 1993 y 1996; Antonucci, 1992 y Janik, 2004). En cuanto a las recreaciones del personaje de Caupolicán, sabido es que ha inspirado distintas obras literarias, desde la propia Araucana de Ercilla hasta el famoso soneto de Rubén Darío, pasando por romances, novelas históricas y otros destacados hitos textuales, a los que no puedo referirme ahora.5 2. EL AUTO SACRAMENTAL DE LA ARAUCANA Y ALGUNAS VALORACIONES DE LA CRÍTICA La Araucana, auto sacramental, se nos ha conservado en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de España que perteneció al Fondo Osuna; su texto permaneció inédito hasta 1893, año en que lo dio a las prensas Menéndez Pelayo en la edición de las Obras de Lope de Vega de la Real Academia Española (después volvería a editarlo en la colección de la Biblioteca de Autores Españoles). En 1915, José Toribio Medina lo incluyó en su trabajo Dos comedias famosas y un auto sacramental (junto con El gobernador prudente y La belígera española). En 1968 lo editaba John W. Hamilton en su estudio Dos obras de Lope de Vega con tema americano (junto con El Brasil restituido). En fin, su texto también ha sido reproducido por Leopoldo Castedo en su libro Chile: utopías de Quevedo y Lope de Vega (1996). Sin embargo, aunque 5 No es este el momento de repasar tales recreaciones del cacique araucano, así que me limitaré a remitir a distintos trabajos donde su figura, hechos y carácter han sido abordados. Ver los de Auladell, Cifuentes Aldunate, Durand, de Pedro, Promis, Romanos, Sepúlveda y Toda Oliva recogidos en la bibliografía. 173 Carlos Mata contamos con todas estas ediciones para leer el texto, ninguna de ellas ofrece una versión crítica totalmente satisfactoria en su fijación textual ni tampoco están suficientemente anotadas.6 Hay muchos aspectos interesantes del auto en cuyo análisis apenas me puedo detener aquí. Así, no voy a referirme al contexto histórico de las guerras de Arauco, sino que me centraré en el desarrollo de la alegoría y la conformación del personaje de Caupolicán, en este auto, como figura cristológica. Tampoco haré referencias a las demás piezas dramáticas que abordan la materia araucana (en especial, la relación del auto con la comedia Arauco domado de Lope, aspecto que merecería un análisis más detallado), ni voy a considerar la problemática cuestión de la autoría. Baste recordar ahora que el auto se ha atribuido al Fénix, mas, como asevera Lerzundi (1996:37), no existe la certeza total de que sea suyo. Al frente del manuscrito de la BNE figura escrito: ―Famosísimo auto sacramental de La Araucana, de Lope de Vega; es la verdad, juro a Dios y a esta †‖. Desde que lo diera a conocer Menéndez Pelayo, el texto ha sido editado y estudiado —sin mayores cuestionamientos— formando parte del corpus lopeveguesco, pero Lerzundi matiza que este auto ―es una de las obras cuya atribución a Lope no se ha verificado o rechazado hasta la fecha‖ (1996:71), opinión a la que me sumo. Ciertamente, a juzgar por el estilo de los versos, bien pudiera tratarse de una obra temprana de Lope,7 pero en estos momentos no estoy en disposición de aportar otros datos o argumentos que corroboren de forma fehaciente esa autoría, por lo que prefiero seguir considerándolo un auto ―atribuido a Lope de Vega‖. La posible dilucidación de la autoría es cuestión que habrá de quedar pendiente para otro momento: el análisis en profundidad de las formas métricas utilizadas y sus porcentajes, así como la comparación exhaustiva con los autos de segura atribución a Lope, serían dos importantes elementos que deberían considerarse. Respecto a las fuentes manejadas por el dramaturgo —Lope o quien fuese— ya Menéndez Pelayo señaló que ―Para los incidentes dramáticos (como la prueba del tronco), el poeta se inspiró más bien en La Araucana de Ercilla que en su propia comedia Arauco domado‖ (1963:240) (Cfr., Zugasti, 2006). Y de la misma opinión son Medina y otros estudiosos. En efecto, el punto principal en que se basa la alegoría es la prueba del tronco para la elección del 6 Tienen errores de lectura, mala puntuación de varios pasajes, etc. En la actualidad, tengo avanzada una edición crítica del auto que se publicará próximamente en la sección de ―Publicaciones digitales‖ de la página web del GRISO. Lerzundi acaba de publicar La Araucana, an annoted Critical Edition of a Seventeenth-Century Spanish Auto-Sacramental Text (2011). Además, en la actualidad Rodrigo Faúndez trabaja en este texto en el marco de su investigación doctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona. 7 Aicardo escribe: ―Acaso pertenece La Araucana a los primeros años de Lope‖. Hay, en efecto, varios pasajes líricos que bien pudieran ser de Lope (ritmo, gracia, metros populares, etc.) o que, al menos, no desmerecen de su estilo (1908:39-40). Cfr., Hamilton (1968:XXXIII-XXXIV). 174 La guerra de Arauco en clave alegórica: el auto sacramental de La Araucana toqui8 entre los araucanos (ver La Araucana, Canto II, estrofas 51-58); y de la obra de Ercilla provienen los nombres de cinco de los siete personajes del auto: Teucapel (así figura en la obra el nombre de Tucapel), Rengo, Polipolo, Colocolo y Caupolicán; inventados son, en cambio, los nombres femeninos de Fidelfa y Glitelda, personajes cuya función sería similar a la de un coro. Sin embargo, Lerzundi (1996:71) ha matizado esta opinión generalizada, señalando además algunos pequeños puntos de contacto con el Arauco domado de Lope: 1) en esta comedia, Caupolicán dice: ―Yo soy el dios de Arauco, no soy hombre‖ (v. 215);9 y 2) los versos de un estribillo de canción figuran en ambas obras de forma casi idéntica (―Piraguamonte, piragua…‖, etc.). Pero hay otro detalle, creo que más importante, que podemos tomar en consideración: en algunos pasajes de Arauco domado se indica que Caupolicán y sus hombres beben sangre humana, y este es un aspecto que, sin duda, fácilmente podemos poner en relación con la alegoría eucaristía del auto.10 Lo mismo sucede con el momento en que Caupolicán aparece recostado al pie de un árbol —en cuyo interior se le mostrará Lautaro en sombra— plasmación visual sobre el escenario en la que cabría percibir quizá cierto carácter de imagen cristológica, que guardaría relación también con el asunto central del auto (CaupolicánCristo con el tronco de la cruz). Por lo que respecta al argumento, comenzaré diciendo que todo el desarrollo alegórico merecería un comentario bastante detallado, porque —en mi opinión— los escasos autores que han dedicado atención al auto no han llegado a apurar toda la red de relaciones y equivalencias que se establecen entre los dos sentidos, el literal y el alegórico, de la obra, en esa lectura ―a dos luces‖ propia del género autosacramental. Tampoco —pienso— se han señalado y analizado todas las referencias al Viejo y al Nuevo Testamento presentes en el texto y que conforman el entramado teológico de la pieza. Pero tampoco es este el momento de abordar tal tarea. Retengamos ahora, simplemente, lo esencial de la alegoría: 1) Colocolo anunciando a los araucanos la necesidad de un capitán redentor es figura de San Juan Bautista como precursor de Cristo. 2) La victoria de Caupolicán sobre el resto de caudillos araucanos (Rengo, Teucapel y Polipolo), en distintas pruebas, simboliza la victoria de Cristo sobre las fuerzas del mal, sobre el pecado. En efecto, Rengo es figura del Demonio (es el ángel caído, Lucifer expulsado del Empíreo); Teucapel se corresponde con Adán, el primer hombre, introductor del pecado en la 11 estirpe humana, mientras que Polipolo simboliza a la Idolatría. 8 En el auto no figura la palabra toqui, sino capitán y cacique. La numeración de los versos de Arauco domado corresponde a mi propia edición, en preparación. 10 A su vez, Jaime Concha ya comparó el apresamiento y muerte de Caupolicán de La Araucana con la Pasión y Muerte de Cristo (1969:63-66). Cfr., también Castillo (2004:66-68). 11 Para Aicardo, Polipolo simboliza la Carne; en cambio, para Lerzundi, equivocadamente, el Hombre. Para Lerzundi, ―Polipolo representa al Hombre. Curiosamente su nombre en araucano significa ‗el que 9 175 Carlos Mata 3) De todas esas pruebas, la más importante y definitiva es la del tronco: Caupolicán cargando sobre sus hombros el tronco es claro trasunto de Cristo abrazado al madero de la Cruz; y los tres días que lo sostiene evocan los que van desde el momento de la Muerte de Cristo hasta su Resurrección. 4) Por último, el banquete final que Caupolicán ofrece a los araucanos para celebrar su victoria corresponde al banquete eucarístico con el pan y el vino transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo. Repasaré, a continuación, algunas opiniones de la crítica sobre el auto. El punto de partida ha de ser, indudablemente, el juicio, completamente negativo, que este argumento le mereció a Menéndez Pelayo, quien en las breves palabras de estudio introductorio que le dedica al frente de sus dos ediciones escribía: Pieza disparatadísima, o más bien absurdo delirio, en que Colocolo aparece como símbolo de San Juan Bautista; Rengo como figura del demonio, y Caupolicán (horresco referens) como personificación alegórica del Divino Redentor del mundo. Muy robusta debía de ser la fe del pueblo que toleró farsa tan irreverente y brutal. Para nosotros solo tiene curiosidad por los bailes y cantos 12 indígenas que la exornan (1893:XVI y 1963:239-240). Esta valoración negativa la comparten también Medina y Hamilton, editores igualmente de la pieza, así como Wardropper (―La Araucana produce una alegoría extravagante e inaceptable‖, 1967:288), y en fechas muy recientes se ha sumado a ella Pérez-Amador Adam, al calificar el auto de ―obra disparatada‖ (2011:334).13 Los aspectos valorados negativamente son fundamentalmente dos: en primer lugar, las propias analogías de Colocolo-San Juan Bautista y Caupolicán-Cristo (recordemos el calificativo de horresco referens que empleaba don Marcelino); en otro orden de cosas, la inclusión en el texto de vocablos que no corresponden al código lingüístico araucano. En efecto, el auto no recoge ninguna palabra araucana, aunque sí hay términos indoamericanos, como ha señalado Contreras (2003:15-16): cacique, bujío (por bohío), macana, cazabe (una pasta de harina), maíz, piragua, tambo (las cinco primeras de origen taíno o arahuaco insular; la sexta, del caribe, y la última, del quechua). Además, para Pérez-Amador Adam, el auto encierra una crítica a la conquista; tras recordar que los españoles matan a Caupolicán, argumenta que siendo el araucano una alegoría de Cristo, sus asesinos, los españoles, se identificaron con los judíos o con una alegorización del mal. El asunto encubre llega a la mesa‘, de polo o pulú: mesa, y poulu: el que llega. Esto adquiere cierto interés por cuanto es uno de los invitados al banquete del rito de la Eucaristía. Teucapel, por su parte, simboliza la Idolatría, es decir el paganismo‖ (1996:38). 12 Hay que matizar que, más que ―bailes y cantos indígenas‖, son recreaciones evocadoras basadas en voces onomatopéyicas. Cfr., Medina (1915:254). 13 Como sucede tantas veces, los juicios críticos de Menéndez Pelayo —cuyas palabras se repiten de forma mecánica y literal— pasan a convertirse en tópicos difícilmente removibles. 176 La guerra de Arauco en clave alegórica: el auto sacramental de La Araucana una crítica a la conquista y hubiera podido ser un texto de extraordinaria enjundia de haber Lope de Vega desarrollado el tema (2011:336).14 Y habla después de la traslación de ―un pasaje (supuestamente) histórico a un contexto dentro de un plan teleológico de la historia‖ La exégesis del pasaje americano como traslado de la historia redentora presupone una concepción de la historia analógica como la aplicada por los escolásticos para dilucidar la historia ulterior a la Encarnación como manifestación de anuncios realizados en las Sagradas Escrituras. La estructura de pensamiento analógico se desarrolla aquí sobre un proyecto histórico teleológico que no sólo resuelve la contradicción de la otredad cifrada en el ser americano, sino que aquista la detentación de espacios históricos ajenos por medio de una superposición y superproyección de concepciones propias sobre lo extraño (Pérez-Amador, 2011:336-337). Frente a las anteriores, una valoración abiertamente positiva es la de Valentín de Pedro, quien en 1963 reconocía el aporte —novedoso para la época— realizado por Lope Hacer que las gentes vieran a Cristo en el caudillo araucano, y que Caupolicán [y] Cristo fuesen uno en la cruz, es un pensamiento tan audaz en un poeta español del siglo XVII, que hoy nos maravilla, como nos maravilla la compenetración que supone, entre el poeta y el pueblo, para que tal pensamiento triunfase en escena (Citado en Lee, 1993:220). En el mismo sentido se expresaba, treinta años después, Francisco Ruiz Ramón Ese mismo indio vencido [que encontramos en Arauco domado de Lope] aparecerá en La Araucana ―auto‖ como figura de Cristo redentor. Si a Menéndez Pelayo tal identificación le hacía rasgarse las vestiduras, a nosotros —otros tiempos, otra idea de la función del teatro, otro modo de leer el teatro clásico y la historia— nos parece significativa y fascinante la asociación Caupolicán/Cristo, hecha por un dramaturgo español del siglo XVII para espectadores españoles del siglo XVII (1993:70). Por su parte, Mónica Lucía Lee lo considera ―una perfecta muestra del dominio por parte de Lope de las distintas técnicas y géneros teatrales‖. Señala que ha sido el paralelismo entre cristianismo e idolatría lo que ha provocado la reacción negativa de parte de la crítica; pero para ella esto supone ―un interesante intento de sincretismo‖ (1993:221-222). Y añade En todas las obras dramáticas estudiadas [de tema araucano] el mundo español y el araucano se presentan separados y en una situación de 14 Y, luego, ―por ser este extraño auto sacramental el único de la exigua producción teatral con tema americano del Siglo de Oro donde se ensaya una reivindicación del indígena y se entienden sus sufrimientos como un martirio, originado por la actuación de los españoles‖ (Pérez-Amador, 2011:336). 177 Carlos Mata confrontación, más o menos sutil, ya sea ideológica o militar. El punto de vista español se impone sobre el araucano, en mayor o menor medida en cada caso. Este último grupo resulta siempre vencido o subyugado, es decir, siempre en una posición de inferioridad. La Araucana de Lope es el primer ejemplo en que se produce una amalgamación [sic] de los dos mundos, impuesta por el discurso teológico propio del género (1993:223).15 Lerzundi, tras repasar algunas de las estimaciones negativas de críticos anteriores, ofrece la suya, más favorable Como se ve, Menéndez Pelayo no analiza el auto, se limita solamente a señalar su disgusto por él. Por su parte, Wardropper ve como resultado nada más que una analogía ―fantástica‖. Sin embargo, de esta analogía: sacrificio por la redención, tronco/madero, empalamiento/crucifixión, flechas/espinas y finalmente el banquete sacramental, se obtienen todos los elementos que ilustran claramente el dogma cristiano (1996:93). Otro juicio positivo es el de Teresa J. Kirschner, quien en el capitulillo titulado ―El indio portador de la Cruz‖, de su libro Técnicas de representación en Lope de Vega, afirma lo siguiente Lope da en este auto uno de estos saltos geniales suyos, salto no debido a la inconsciencia o a la locura como ciertos críticos han pretendido, mas un salto (aunque arriesgado) coherente […] y quizás únicamente viable en este género más lírico y libre que es el del auto sacramental ante la comedia (1998:106). Tras comentar algunos detalles de esa asimilación —tronco/cruz, ―apoteosis de Caupolicristo‖— (1998:108), Kirchner alude a la asociación de la antropofagia indígena con la antropofagia latente en la transubstanciación del pan y del vino en la carne y la sangre de Cristo, y concluye que ―La mitificación del discurso sobre el indio desde la perspectiva hegemónica es total. El indio ya no es el otro, sino uno mismo‖ (108). En la misma línea revalorizadora del auto se sitúa Constantino Contreras en su trabajo ―Arauco en el imaginario de Lope de Vega‖. Después de realizar un análisis bastante acertado de los distintos elementos compositivos, señala que Lope, en esta obra reúne aspectos de la fe cristiana —cuya raíz está en la cultura bíblica del Antiguo y el Nuevo Testamento— y aspectos del credo y del comportamiento social y guerrero de los indígenas de Arauco. La idea parece extraña y ha merecido juicios críticos bastante severos [se refiere a los de Medina y Sepúlveda], pero si se piensa en los destinatarios de ese tiempo y si se piensa también en la función que ha tenido la alegoría, en 15 El sincretismo se advierte no solo en la equiparación del tronco del madero con la cruz; también en algunas comidas mencionadas: el cazabe (pan de harina de yuca) y el maíz como cuerpo de Cristo. 178 La guerra de Arauco en clave alegórica: el auto sacramental de La Araucana general, y el auto sacramental, en particular, resulta ser no tan absurda o insensata como se ha pensado (2003:18). Y apunta la siguiente hipótesis sobre el objetivo de este auto (que no podemos corroborar, pues no disponemos de datos acerca de posibles representaciones) Es probable que este auto sacramental en particular haya sido puesto al servicio de la evangelización, es decir, haya tenido el propósito de hacer comprender que el ejemplo de Cristo puede encontrar eco en cualquier individuo o grupo humano, incluso en los indígenas americanos, calificados entonces como esencialmente ―infieles‖ (18).16 En fin, en una valiosa monografía de 2009, Moisés R. Castillo ofrece unas muy interesantes reflexiones sobre el auto (por desgracia, no dedica un apartado específico a su análisis como sí hace con las comedias que tratan la conquista de Chile, pero sí introduce algunos comentarios al referirse a Arauco domado de Lope). Así, escribe Caupolicán tras cantar este soneto [―Señor, si yo era bárbaro, no tengo…‖ en Arauco domado] ha muerto empalado y flechado igual que en La Araucana de Ercilla, pero con la entereza de un héroe, con ese estoicismo católico del que se sabe salvado que nos recuerda al Caupolicán-Cristo que el mismo Lope propone en su auto posterior, La Araucana. […] ―Caupolicán-Cristo‖, una imagen que Menéndez Pelayo ha tachado de ―absurdo delirio‖, ―farsa tan irreverente y brutal‖, no es, a mi parecer, tan peregrina. Obviamente, que el cacique indio en el drama se sacrifique por los pecados de su pueblo es algo inverosímil, pues no acepta, cual Cristo, la captura y el castigo —al menos este último hasta avanzada su conversión en escena. En cambio, sí me parece que ese Caupolicán-Cristo representa en la comedia de Lope ante el auditorio una personificación alegórica del valor, del arrepentimiento, del sacrificio y de la regeneración que lleva aparejado, y de la confianza en Dios. Caupolicán ha sido elevado al plano heroico en el que se encuentra Hurtado de Mendoza— como hiciera en La Araucana Ercilla en su día ensalzando tanto al soldado español como al indio, aunque concretamente el marqués no fuera santo de su devoción. Ambos, aguerridos héroes, lo han dado todo por sus respectivos pueblos e ideales, ideales que, tras la conversión del indio, coinciden (2009:89). Castillo destaca que, al ofrecerse don García para ser el padrino de bautismo de Caupolicán, se forma un parentesco entre el español y el amerindio, y con ello, en su opinión, ―comienza el capítulo definitivo de la pacificación/evangelización de Arauco‖ 16 Ver otro acercamiento en Muñoz González (1992). 179 Carlos Mata De este modo, mediante el pío arrepentimiento del cacique que se lleva a cabo en escena [en Arauco domado], Lope conecta al indio con el español, al nuevo súbdito con su también nuevo monarca, al hijo con el Padre, al personaje con su público, a América con España. Esta conexión culminará posteriormente con la presentación de la figura de CaupolicánCristo en su auto La araucana, de modo tal que Cristo es también americano, Cristo es definitivamente universal (2009:91). En fin, añade Castillo esta otra idea, que me parece plenamente acertada: Y es que la construcción positiva que se hace del Otro, tanto en Ercilla como en Lope, si bien sirve para denunciar los excesos de los peninsulares, no subvierte en modo alguno el discurso del colonizador (2009:93). 3. LA CONSTRUCCIÓN ALEGÓRICA DEL AUTO: CAUPOLICÁN = CRISTO El desarrollo argumental y alegórico de la pieza presenta un esquema tripartito. En el primer tramo del auto, Colocolo anuncia a los araucanos, que viven sojuzgados al extranjero, la necesidad de un capitán que los redima y salve. Hay detalles que equiparan a Colocolo con San Juan Bautista (es la aurora de un Sol que pronto vendrá, es la voz que clama en el desierto, no merece calzarle la sandalia a quien viene después de él, morirá por culpa de un baile…). El segundo tramo muestra la rivalidad y el enfrentamiento entre Caupolicán y otros candidatos a la jefatura, primero con la competición en salto y carrera, luego con la prueba del tronco. En la parte final asistimos a una nueva contraposición de Caupolicán-Cristo y RengoDemonio, que ofrecen sendos banquetes a los araucanos. Caupolicán-Cristo les da su cuerpo, que es Pan de Vida, en tanto que Rengo les presenta un plato con siete culebras, los siete pecados capitales, en suma, un pan de muerte. Desde el punto de vista escénico, la contraposición de ambos personajes y banquetes se visualiza por medio de su aparición en dos nubes diferentes, cada una en un carro. Si nos centramos ya en la construcción del personaje de Caupolicán-Cristo, la primera referencia que encontramos es indirecta, en el parlamento inicial de Fidelfa, cuando comenta que el Bautista Colocolo ―a Arauco ofrece / el capitán de quien fío / su divina redención‖ (417b).17 La segunda indicación está puesta en boca de Colocolo, quien responde (cuando los araucanos le preguntan si es él el varón divino prometido y deseado) con estas palabras Voz de la Palabra soy que era Dios en el principio y estaba cerca de Dios, y esta palabra que vimos Dios y cerca de Dios fue en el principio… (419a-b). 17 Cito por la edición de Menéndez Pelayo, pero modernizando grafías y retocando la puntuación, sin indicarlo. 180 La guerra de Arauco en clave alegórica: el auto sacramental de La Araucana Se trata de una réplica que remite claramente al pasaje inicial del Evangelio de San Juan. Colocolo señala que él es solo estrella precursora o aurora del Sol que ha de redimirlos La luz que ilumina los distritos de Arauco es Caupolicán, y yo soy quien la publico; decir quiere ―el poderoso‖ en nuestra lengua, y se ha visto esta verdad en el santo Caupolicán con prodigios y señales milagrosas (419b). E insiste ahora nuevamente en que no es digno de desatar la correa de sus pies. Frente a las pretensiones de alzarse con el mando que tienen Rengo (el Demonio), Teucapel (el Hombre) y Polipolo (la Idolatría), Colocolo anuncia que Caupolicán, ―cuyo esfuerzo y valor es sempiterno‖ (421b), ha de vencerlos; y se lamenta luego de que, aunque vive entre ellos, no le han conocido (palabras que remiten de nuevo a la Sagrada Escritura: Mateo, 17, 12). Al mismo tiempo, Colocolo alude a las dos naturalezas, divina y humana, de Caupolicán-Cristo humanado, al señalar que viene ―el gigante divino en hombre tierno‖ (421b). A esta altura del auto aparece en escena Caupolicán, como indica la acotación: ―Mientas cantan, baja de lo alto del carro Cristo, en figura de Caupolicán, de indio, vestido famosamente‖ (422a). No se especifica en qué consiste el vestido, pero plumas, mantas y flechas han sido los elementos visuales que le han bastado al dramaturgo para caracterizar simbólicamente al resto de personajes araucanos, y podemos imaginar que la misma caracterización, aunque especialmente bizarra, sería la que presentaría Caupolicán. Su llegada, entre canciones de alabanza que ponderan que ―es Dios y hombre‖, con palmas arrojadas a sus pies para alfombrar su camino, está calcando la entrada de Jesús en Jerusalén, antes de su Pasión y Muerte. Caupolicán asegura que en él ―las promesas se han cumplido‖ (423a); y al comenzar la argumentación con sus rivales, en particular con Rengo, al que ha vencido en la competición de salto, afirma que su salto ha sido el mayor, pues saltó del Cielo a la Encarnación en el seno de una Virgen; de ahí a la Cruz; de la Cruz al sepulcro y al infierno; y, finalmente, del infierno nuevamente al Cielo. Respecto de la prueba de carrera, argumenta que él ha podido pasar por encima de las aguas del mar. Pero estos argumentos no resultan suficientes para que se proclame su victoria, y la lucha con sus rivales, sobre todo con Rengo, se visualiza escénicamente como un combate verbal que se estructura en torno a las tentaciones del demonio a Cristo: en efecto, Rengo-Demonio le pide sucesivamente que convierta las piedras en pan y que se arroje desde lo alto del templo, para ofrecerle después toda la extensión de la tierra de Arauco si le rinde pleitesía (Cfr., Mateo, 4, 9-10). Caupolicán-Cristo sabe vencer 181 Carlos Mata las tres tentaciones, y en cada una de ellas cae al suelo derrotado Rengo. Luego vence también y derriba por tierra a Teucapel (que se identifica ahora con la Gentilidad), y lo mismo hace con Polipolo (que es la bárbara Idolatría). Dos detalles me interesa destacar de este tramo del auto: 1) la presencia de canciones que subrayan líricamente estas luchas y victorias de Caupolicán, con estribillos que tienen voces onomatopéyicas (424a-425a); y 2) el hecho de que las pruebas para la elección del capitán redentor de Arauco son múltiples: a las ya mencionadas competiciones en salto y en carrera se suma ahora la prueba definitiva de fuerza, que consiste en sostener el tronco de un árbol durante el mayor tiempo posible. Rengo, Teucapel y Polipolo sostienen por cierto tiempo el madero (y el pasaje textual referido a cada uno de ellos tiene su correspondencia en distintos lugares evangélicos); pero el vencedor, sin duda alguna, resulta Caupolicán, quien al llegar al madero exclama Venid, sacro madero, y comiencen en vos mis monarquías, que sustentaros quiero sobre mis hombros por eternos días para que el peso grave leve sea desde hoy y yugo suave (426a). Rengo le pide que porte el madero durante tres días (en el plano figurado, los tres días que median entre la muerte y resurrección de Cristo), pero Caupolicán le responde que va a hacer más que eso, va a clavarse en él Por que veas hoy las grandezas mías y en él, Rengo infernal, vencido seas, yo haré que eternamente, sustentándole a él, él me sustente. En él clavarme quiero porque, los dos unidos de esta suerte, yo triunfe en el madero y él triunfe en mí, quedando vida y muerte reparada y vencida, y Arauco en mí triunfe redimida (426b). Con el madero de la Cruz Caupolicán-Cristo no sólo vence a todos sus rivales (Rengo se marcha sobre un dragón que vierte fuego, como indica la acotación escénica), sino que logra la liberación completa de Arauco, esto es, la verdadera y eterna redención del género humano. En fin, la parte última del auto (avanzamos hacia la exaltación eucarística habitual en el género) desarrolla el doble banquete que se ofrece a los araucanos. Se abren dos nubes, una blanca, en la que se ve a Caupolicán con cáliz y plato; y otra negra, en la que aparece Rengo con un plato de culebras y otras inmundicias. El que trae 182 La guerra de Arauco en clave alegórica: el auto sacramental de La Araucana el primero es un Pan de Vida, mientras que el que ha preparado su rival es un pan de muerte (forman su banquete siete platos, que son trasunto de los siete pecados capitales). Esta escena final del doble y antitético banquete resulta muy interesante, pero no puedo analizar ahora todo su desarrollo escénico. Sí me importa destacar este parlamento de Caupolicán a sus gentes Llegad, llegad al convite, valerosos araucanos, que hoy en comida se ofrece el que viene a convidaros. Por el cazabe y maíz Pan de los Cielos os traigo, que en leche los pechos puros de una Virgen lo amasaron; y por ver que sois amigos de carne humana, hoy os hago plato de mi carne misma: ¡mirad si es sabroso plato! Comed mi carne y bebed mi sangre, que regalaros con aquello mismo quiero de que todos gustáis tanto (428a). Argumentación sin duda interesante, porque en ella se asimila el supuesto canibalismo de los indígenas araucanos con el hecho de comer el cuerpo y la sangre de Cristo como alimento espiritual del cristiano, y es aquí donde se halla ese sincretismo de culturas que ha destacado parte de la crítica como uno de los aspectos más valiosos y modernos de la obra. Termino ya, destacando que este auto sacramental de La Araucana, atribuido a Lope, constituye un texto dramático de notable interés, que requiere —además de una solvente edición crítica— un análisis más profundo y completo de su desarrollo argumental, el cual resulta coherente dentro de la alegoría (retórica, simbólica, poética) propia del género, en la que los distintos elementos funcionan dentro de una compleja red de relaciones que une los dos planos de la obra, el literal y el figurado. En fin, esta trama sacada de la materia de las guerras de Arauco, lejos de constituir un disparate, demuestra que para un ingenio barroco cualquier argumento, manejado con maestría dramática, podía servir para plasmar artísticamente la historia de la redención humana (caída en el pecado, arrepentimiento y salvación final merced a la acción redentora de Cristo), que es lo esencial en el género del auto sacramental. 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With the present work, we pretend to analyze the way of constructing the image of power in Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Amaga y Dorado of Lope de Aguirre, one of the marañones that took part in the journey. This text is a principle source of what occurred in the expedition. The characterization of the personalities illustrates the ideas concerning authority and power that the author and the protagonists of the journey had in mind. Key words: Chronicles of the Indies, Lope de Aguirre, authority, power. 1. INTRODUCCIÓN. EL CONTEXTO HISTÓRICO La rebelión de Lope de Aguirre en la jornada de Omagua y Dorado es, tal vez, uno de los episodios más conocidos de la tumultuosa historia de la conquista del Perú. En 1560 una expedición salía de tierras peruanas con el ánimo de descubrir las riquezas de una región llamada Omagua, situada en el cauce del río Marañón, actual Amazonas.2 Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y 1 Este trabajo se enmarca en el proyecto “Red Europea: Autoridad y poder en el Siglo de Oro” del Programa Jerónimo de Ayanz del Plan de Formación de I+D 2009-2010 del Gobierno de Navarra (España). 2 La fuente de estas noticias fueron unos indios llamados brasiles que habían llegado al Perú y que “contaron grandes cosas del río y de las provincias a él comarcanas, y especialmente de la provincia de Amagua, ansí de la muchedumbre de naturales y riqueza que en ella había, por lo cual pusieron deseo a muchas personas de las ir a ver y descubrir” (Vázquez, fol. 1v). Con todo, al margen de las noticias dadas por estos indios brasiles, el mito de El Dorado ya había cobrado fuerza desde unas décadas antes. Sobre el mito de El Dorado y sus formas a lo largo del siglo XVI ver Gil (1989). En el presente trabajo citaré la Relación de Vázquez por el manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid con la signatura Ms. 3199. Aunque son varias las ediciones Álvaro Baraibar virrey del Perú, puso al frente de la expedición al navarro Pedro de Orsúa (o Ursúa), dándole el título de gobernador de aquella región. La jornada hay que analizarla dentro del convulso siglo XVI peruano. En ella participan soldados que “que eran y habían sido traidores y se habían hallado en Pirú en muchos motines contra el servicio de su majestad” (Vázquez, fol. 21v).3 La expedición se convirtió en una sucesión de muertes y de rebeliones que fue narrada por varios de los testigos y por otros autores que, a pesar de no haber estado presentes, tuvieron acceso a los protagonistas y a sus testimonios (Jos, 1927:20-22; García Valdés, 1992:177-80). De todos estos textos la Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Amagua y Dorado de Francisco Vázquez es una fuente fundamental, ya que en ella se basarían otros relatos tanto en el siglo XVI, como en el XVII (Díez Torres, 2011:63ss.; Lohmann Villena, 1990:LXIXss.). El bachiller Francisco Vázquez fue uno de los soldados marañones que escapó de Aguirre y escribió una relación de lo ocurrido como forma de poner en evidencia su lealtad al rey y su inocencia y para mostrar la terrible maldad del “cruel tirano Lope de Aguirre”. La rebelión de Aguirre y todo lo acontecido durante dicha jornada constituyen un escenario privilegiado para preguntarse sobre conceptos como los de autoridad y poder en la América de finales del siglo XVI. La Relación de Vázquez aporta mucha información acerca de estas cuestiones a la hora de explicar las razones de lo acontecido, así como al caracterizar los personajes de su historia.4 Por lo mismo, pretendo mostrar de qué manera Francisco Vázquez construyó en su Relación la imagen del poder de Lope de Aguirre y ver hasta qué punto podemos acercarnos a los argumentos empleados en la elaboración de esa imagen no sólo por parte del autor, sino también del protagonista, el propio Aguirre. La Relación de Francisco Vázquez busca intencionadamente un importante valor pedagógico y ejemplarizante. Tras relatar los planes de los rebeldes y mostrar cómo pensaban tiranizar el Perú, Vázquez explica cuáles son las consecuencias de semejantes actos. El error de los tiranos había sido, en su opinión, no haber existentes, como he explicado en otro lugar (Baraibar, “La jornada de Amagua (Omagua) y Dorado”) sólo dos siguen a Vázquez, ya que el resto se basa en la versión de Almesto, y de ellas una (Ed. Ortiz de la Tabla para Alianza Editorial, 1987) lo hace a partir de una copia hecha por Juan Bautista Muñoz en el siglo XVIII y la otra (Ed. M. Cuesta para Turner, 1993) es un libro regalo que no es fácil localizar. Todo ello queda explicado también más en detalle en la edición de las relaciones de Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto que estoy preparando. 3 En palabras de Lucas Fernández de Piedrahita (1688), siguiendo a su vez a fray Pedro Simón, dos de los primeros historiadores del Nuevo Reino de Granada, “uno de los principales motivos que tuvo el virrey del Perú para encargar la conquista de los omeguas al capitán Pedro de Ursúa, fue sangrar el cuerpo de aquel grande imperio de la sangre corrompida de muchos hombres baldíos, que entre las venas de sus provincias habían quedado como reliquias de los malos humores de Gonzalo Pizarro, Francisco Hernández Girón y don Fernando de Castilla” (2, 848). 4 No me ocuparé, en este caso, de las cartas de Lope de Aguirre, que ya han sido objeto de estudio, entre otros, de Díez Torres tanto en su edición de El Marañón, de Diego de Aguilar, como en un trabajo que se puede consultar en ese mismo volumen. 188 Lope de Aguirre: La construcción de una imagen del poder reparado en el gran poder de Dios, “que aunque por algún tiempo permita y sufra los semejantes crueles y tiranos para castigo de los pecados de los hombres, al fin los castiga y da el pago que sus crueldades y malas obras merecen”. Además, los tiranos tampoco habían tenido en cuenta la autoridad del rey —personificada en sus legítimos representantes en aquellas tierras— pues el monarca “por el nombre ha de ser acatado y reverenciado de los buenos y temido de los malos” (Vázquez fols. 36v-37r). En consecuencia, todas las acciones de los hombres quedan explicadas a la luz de la divina providencia, de modo que nadie puede escapar al castigo de Dios. La jornada de Omagua y Dorado y la propia figura y muerte de Lope de Aguirre son, en este sentido, un buen ejemplo de ello.5 2. PEDRO DE ORSÚA Y FERNANDO DE GUZMÁN COMO FIGURAS DE AUTORIDAD En este marco general, es interesante fijar la mirada en la forma en que Vázquez retrata a los protagonistas y, en la manera en que estos representan con sus personas y acciones las ideas de autoridad y poder en el siglo XVI. Tres fueron las figuras que dirigieron la jornada (Pedro de Orsúa, Fernando de Guzmán y Lope de Aguirre) y en ellas podemos ver un proceso de degradación de los valores que cada uno representa conforme se van alejando de la legítima autoridad emanada del monarca y, en última instancia, de Dios.6 En distintos momentos de la Relación, tras la muerte de cada una de estas tres personas, Vázquez nos ofrece un retrato de sus personalidades y de cuáles eran sus virtudes y defectos. Sus caracteres son un reflejo de sus acciones y viceversa, de modo que todo queda cerrado en sí mismo y perfectamente explicado. Pedro de Orsúa era un hombre de cara alegre y hermoso, la barba taheña y bien puesta y poblada y era gentil hombre, de buena prática y conversación; mostrábase muy afable y compañero de sus soldados. Preciábase andar muy polido y ansí lo era en todas sus cosas. Parecía que tenía gracia especial en su palabra porque a todos los más que comunicaba los atraía a su querer y voluntad; trataba a sus soldados bien y mucha crianza. Fue más misericordioso que riguroso en castigar sus excesos. Sirvió siempre a su majestad bien y fielmente, sin que en él se hallase cosa en contrario, ni aun en el pensamiento, según lo que dél se entendía (Vázquez, 27v). 5 Es interesante, como reflejo del pensamiento de la época, ver cómo Vázquez encuentra una explicación a la muerte y destrucción provocada por Aguirre en la isla Margarita en un episodio ocurrido unos días antes de la llegada del tirano, en el que el gobernador y el resto de autoridades de la isla sacaron de la iglesia a un soldado que se había acogido a sagrado arrastrándolo abrazado a la caja del Santísimo Sacramento, que terminó rodando por el suelo. “He querido decir esto —concluye Vázquez— para que se entienda la mucha reverencia que debemos tener a Nuestro Creador y Redemptor y a sus templos de oración y a sus ministros, y los que gobiernan y mandan repúblicas cómo deben mirar estas cosas con mucho cuidado y cristiandad porque, haciendo esto, todas sus cosas irán bien encaminadas” (74v-76r, cita en 75v). 6 Sobre la caracterización que Vázquez hace de estos tres personajes como retratos retóricos ver Calbarro (2004). 189 Álvaro Baraibar Vázquez, a la hora de caracterizar los personajes, nos muestra a un Orsúa con todas las condiciones necesarias para ser un buen gobernante, tal y como Bernardo de Vargas Machuca plasmaría en su Milicia y descripción de las Indias pocos años después, en 1599. Así, cuando casi al inicio de la jornada, cuatro soldados matan al capitán Pedro Ramiro, Orsúa los apresa y los lleva “al pueblo de Santa Cruz, adonde, guardándoles todos sus términos, los sentenció a muerte, forzando harto su voluntad por guardar justicia, y sin les admitir apelación les cortó las cabezas” (6v). El gobernador, en opinión de Vázquez, había actuado correctamente al permitirles que se defendieran y al ejecutarlos tras ser hallados culpables.7 El cronista utiliza su relato para exculpar a algunos y para mostrarlos como modelos de autoridad. A pesar del retrato positivo y de valorar las dotes de buen caudillo de Orsúa, Vázquez considera que el gobernador había cometido dos errores a consecuencia de los cuales habría de llegar su “total destruición” (7v). Antes de que Orsúa partiera de la provincia de los motilones, un buen amigo suyo, Pedro de Añasco, le aconsejó que dejara fuera de la expedición tanto a su amante (doña Inés), como a algunos soldados “bulliciosos y desahogados” (26r). “Si entrambas o cualquier dellas el gobernador hiciera, oso afirmar que nunca sucediera lo que atrás se ha dicho” (26v).8 En efecto, para el cronista la mala influencia de doña Inés, que “le tenía enhechizado”, había convertido a Orsúa en alguien codicioso, ingrato, rencoroso, desabrido y “descuidado en la buena gobernación y disciplina de su campo y armada” (28). El embrujo de doña Inés era el que había hecho de un guerrero victorioso, experimentado, afable y bien querido por sus soldados, algo diametralmente opuesto.9 Vázquez relata cómo Orsúa, cuando descubre que unos soldados se quieren amotinar para volverse al Perú, en lugar de castigarlos “conforme era razón” les hizo remar “en el barco donde iba su amiga, que fuera mejor colgarlos de un palo, porque tomaron aquello por afrenta” (21r).10 7 Ver, en este mismo sentido, lo relatado por Vargas Machuca (2003:105) para otro caso similar que se cita como ejemplo del buen hacer de un capitán. 8 Vargas Machuca, al explicar cómo debe ser buen cristiano el caudillo, indica expresamente que “no ha de estar amancebado” (68) y poco después al referirse al modo de hacer soldados y las prevenciones que conviene tener dice: “huirá de soldados inquietos, porque más le importará entrar en su jornada con diez menos que llevar en su campo quien se lo revuelva y amotine” (88). 9 Según nos informa Vargas Machuca el caudillo “ha de ser ejemplo de todos sus soldados huyendo de conversaciones deshonestas y ociosas, que es una cosa que descompone mucho la autoridad y respeto, porque no hay cosa por donde el soldado más presto lo pierda, y así debe apartarse de serlo, mayormente en estar amancebado, porque, después de ser dañoso para el alma, anda en mucho peligro el cuerpo y todo en lo que pusiere mano se lo deshará, porque quien anda en pecado mortal, es cierto tendrá malos sucesos y el soldado le perderá el respeto que le debe, conque en toda cosa tendrá mal fin” (83-84). 10 Aunque la imagen de Orsúa es positiva, Vázquez cuestiona alguna de las decisiones del gobernador. Por ejemplo, cuando “por sola su autoridad” nombra a Alonso Henao vicario de la 190 Lope de Aguirre: La construcción de una imagen del poder Sin embargo, a pesar de todo ello, Orsúa era el legítimo representante del rey, tal como se encargó de recalcar el propio Lope de Aguirre, aunque con un objetivo totalmente diferente. El navarro era un gobernador del rey que “llevaba sus poderes y representaba su persona” (Vázquez, 30v). Siendo así, la ofensa cometida con su muerte no se hizo sólo a la persona de Orsúa, sino al mismísimo monarca. El cronista entiende que, aunque sus errores y pecados pudieran explicar el porqué de su muerte, nunca podían haber dado al hecho legitimidad alguna. Por ello, quienes se alzaron contra Orsúa lo hicieron también contra el rey y pasaron a recibir inmediatamente, por parte de Vázquez, el calificativo de tiranos.11 Pedro de Orsúa era una figura de autoridad, aunque esta se viera cuestionada por su mal gobierno. Su autoridad se derivaba de su condición de caballero y, fundamentalmente, del hecho de ser el representante del rey. Tras la muerte del navarro, es significativo comprobar cómo las decisiones de los rebeldes se siguen rigiendo por los mismos principios contra los que, en teoría, se habían alzado. Quienes habían participado en la muerte de Orsúa, nos dice el cronista, “eran gente baja y de poca suerte, y los más oficiales de oficios bajos”. De este modo, “no teniéndose ninguno por suficiente para ser capitán y cabeza, a quien la gente obedeciese de buena gana, se concertaron con el don Hernando de Guzmán, que era alférez del campo, que allende de ser caballero era tenido por virtuoso y bien quisto entre ellos” (22r).12 El segundo personaje que pasa a dirigir la jornada es Fernando de Guzmán, quien representa dos pasos en ese proceso de degradación de los dirigentes de la jornada. El primero —que implica traición— al dejarse convencer para ocupar el cargo de general una vez fuera desposeído de él Pedro de Orsúa. El segundo y más grave —que supone, además, alta traición— al aceptar el plan de convertirse en príncipe del Perú, desnaturalizándose de los reinos de España y negando el vasallaje a Felipe II (Vázquez, 38vss.). Guzmán era, en palabras de Francisco Vázquez, “gentil hombre, de ánimo reposado y aun descuidado; era virtuoso, enemigo de toda crueldad”. Pero “fuera desto era vicioso, glotón, amigo de comer y beber”. Fue ingrato con su gobernador, que siempre lo había honrado, que lo había nombrado su alférez general, el cargo más importante de su campo, y al que mató por ambición. “Durole el mando en la tiranía con nombre de general y después de príncipe, casi cinco meses, que en ello no tuvo tiempo de hartarse de buñuelos y otras cosas en que ponía su felicidad” jornada (19v). Orsúa es también quien roba y secuestra a un fraile que, después de haberle prometido 2.000 pesos, se arrepiente de ello y no quiere dárselos (3v-4v). 11 Vargas Machuca es contundente al explicar cómo el soldado “está obligado a no consentir motín” porque, “además de deservir a Dios desirve al rey y es especie de traición y en ello aventura su honra y vida” (2003:104). 12 Vargas Machuca hizo notar lo mucho que importaba al caudillo “tener nobleza” y “más en la milicia indiana que en otra alguna” a causa de la “presunción que en aquella milicia tienen los soldados de que se les puede fiar y encargar a cada uno el gobierno de las Indias” (269). 191 Álvaro Baraibar (46). Guzmán aparece retratado, pues, como alguien alejado de las virtudes del buen caudillo y más preocupado por disfrutar de los placeres de la vida. Guzmán, además, carece de legitimidad para ocupar el cargo de general del campo porque es en realidad un tirano, alguien que ha ejercido una violencia ilegítima para conseguir sus objetivos. La autoridad de Guzmán se basa en su condición de noble y en la estimación que los miembros de la expedición pudieran tener por él. A pesar de ello, Guzmán escenificó su autoridad como lo haría un príncipe legítimo, como si fuera el “rey don Felipe nuestro señor, y con tanta reverencia y acatamiento”, nos cuenta Vázquez: le llamaron excelencia y él abrazaba a todos y no daba a nadie la mano. Mostró placer y holgose con el nuevo nombre y ditado, luego puso casa de príncipe con muchos oficiales y gentiles-hombres que le sirvían y acompañaban; comió desde entonces solo y servíase con ceremonias; cobró alguna gravedad con el nuevo nombre; dio nuevas condutas a sus capitanes señalándoles salario de a diez y veinte mil pesos en su caja y haciendas; y sus cartas empezaban: “Don Fernando de Guzmán, por la gracia de Dios, príncipe de Tierra Firme y Pirú” (35r). Cuando Fernando de Guzmán es asesinado por Aguirre “a estocadas y arcabuzazos”, Vázquez es rotundo: “así feneció la locura y vanidad de su principado y pereció allí la gravedad que había tomado y todas sus cuentas salieron vanas” (46r). En definitiva, Guzmán carecía de toda legitimidad para representar al rey. 3. LOPE DE AGUIRRE: LA IMAGEN DEL PODER Finalmente, la dirección de la jornada la asume Lope de Aguirre, en quien estuvo el poder desde el primer momento, siendo caracterizado a lo largo de los textos en muchas ocasiones con rasgos demoníacos. Vázquez nos habla de un hombre “pequeño de cuerpo y de poca persona, mal agestado, la cara chupada y algo pequeña, los ojos que, si miraba de hito, le estaban bullendo en el casco, especial cuando estaba enojado”. Vázquez no le concede ni una sola virtud, aunque reconoce que “era de agudo y vivo ingenio para ser hombre sin letras”. En palabras del cronista, Aguirre era “enemigo de los buenos” y virtuosos y “amigo y compañero de la gente baja e infames hombres”; era “cauteloso, vario y fementido, engañador, de poca verdad, pocas veces guardaba palabra que daba”; era “vicioso, lujurioso, glotón, tomábase del vino”; y era “mal cristiano y aun hereje luterano o peor, pues mataba clérigos y frailes, mujeres, niños inocentes y aunque los que mataba pedían confesión no la consentía dar aunque hubiese aparejo” (113v-114r). En Perú se lo conocía como “Aguirre el loco” (115r). Era, en definitiva, la personificación del traidor: “quedará memoria entre los hombres la que quedó del malvado Judas, para blasfemar y escupir del más perverso hombre que ha nacido en el mundo”, afirma Vázquez (111v). 192 Lope de Aguirre: La construcción de una imagen del poder Lope de Aguirre desde el primer momento había detentado el poder. En la Relación, Aguirre va dirigiendo las acciones de los rebeldes en una suerte de huida hacia adelante sin posibilidad alguna de perdón o de salvación por parte del monarca. La crónica muestra, en realidad, la historia de la rebelión de Lope de Aguirre contra la autoridad establecida y la escenificación de su poder, ilegítimo, violento, pero real. Si bien el plan inicial de Guzmán y los rebeldes fue el de “alzarse con los navíos y canoas y salirse a la mar, y de allí irse al Pirú”, Lope de Aguirre y Lorenzo de Salduendo decidieron y convencieron a los demás de que “mejor era matar al gobernador y alzarse con todo” (Vázquez, 22v). Muerto Orsúa, los tiranos pensaban seguir con los planes de la jornada y justificar la muerte del gobernador diciendo que “iba remiso y descuidado en buscar la tierra, y que no la pretendía poblar ni buscar, y otras mentiras y maldades”, escribe Vázquez (30r). Todo ello quedó plasmado en una información que debía ser firmada por todos. En aquel momento, Aguirre llevó la rebelión a un punto de no retorno al firmar como “Lope de Aguirre traidor” y enfrentarse a Alonso de Montoya y Juan Alonso de la Bandera. Aguirre consideraba una “locura y necedad” el intento de justificar la muerte de un representante del rey. Al poco tiempo, Aguirre mató a Juan Alonso de la Bandera con la participación de Guzmán y convenció a este para ser designado príncipe y desnaturalizarse de España. A partir de aquí, Aguirre acabó con la vida de todos aquellos que cuestionaron su posición o sus decisiones, hasta llegar a asesinar a Lorenzo de Salduendo en presencia de un Fernando de Guzmán que nada pudo hacer para evitarlo y que fue objeto de los insultos y amenazas de un “muy bravo y enojado” Lope de Aguirre.13 Poco después fue el propio Guzmán quien murió a manos del tirano, que asumió finalmente el mando de la jornada “rodeado de más de 80 de sus amigos bien armados”, es decir, dando claras muestras de su poder y desacato a lo establecido (43r). Vejaciones y humillaciones, insultos e injurias, burlas, desprecios e ironía, injusticia y crueldad, miedo y terror son elementos que configuran el personaje de Lope de Aguirre en la crónica de Francisco Vázquez. La lista de víctimas de Aguirre se elevó a “más de sesenta hombres, y entre ellos dos frailes y un clérigo y cuatro mujeres con su hija” (Vázquez, 113r), pero tan importante como el número o más es en este caso el cómo de algunas de dichas muertes. Es muy significativo ver cómo actúa Aguirre a la hora de construir la imagen de su poder.14 13 Vázquez relata cómo Salduendo pide a Guzmán que lo defienda, pero “el traidor del tirano no le dio ese lugar, que delante de su príncipe lo mató a estocadas y lanzadas sin le tener respecto ni dársele nada dél aunque le rogaba y mandaba que no lo hiciese”. Tras ello Aguirre “dijo a su príncipe muchas desvergüenzas, en que le dijo que no se había de fiar de ningún sevillano” y que “le valdría más gastar de los guijarros de Pariacaca que comer buñuelos que le daba Gonzalo Duarte, su mayordomo” (Vázquez, 43). 14 Díez Torres, “Estudio preliminar” (2011:39-54), a partir sobre todo de las cartas de Lope de Aguirre, ha hecho un retrato de su “posición ideológica” (48). 193 Álvaro Baraibar La crónica insiste en vejaciones y humillaciones por parte de Lope de Aguirre presentes de forma insistente en las páginas de la crónica. Así, dice que en la Margarita mandó a buscar a un mancebo que estaba en la isla que no le había venido a ver y, en pena de su descuido, mandó que le rapasen la barba, lavándosela primero con orines hediondos, y le mandó que pagase al barbero y le hizo traer cuatro gallinas por paga. Y a otro soldado de sus marañones, llamado fulano Cayado, que no era hombre de quien él hacía cuenta ni le quería matar, porque se descuidó un día de venir al escuadrón le mandó ansimismo rapar la barba en el rollo de la plaza y que se la lavasen con el mismo lavatorio que al otro (73). En Lope de Aguirre, el insulto se muestra variado a lo largo de la relación con la intención de degradar a quienes tuvieran autoridad: Pedro de Orsúa es un francés;15 Fernando de Guzmán un sevillano, y como tal hombre del que uno no se podía fiar;16 y el licenciado Pablo Collado, gobernador de Venezuela, no era más que un “gobernadorcillo bachillerejo de dos nominativos” (Vázquez, 101v). El desprecio y la burla aparecen en muchos casos, despojando a sus víctimas de la honra del soldado. Aguirre explica cómo a causa de que “su príncipe y los demás no se habían sabido gobernar habían muerto como mozos” (47r). Otros casos muy claros son los de soldados cuyo cadáver aparece con un rótulo (Díez Torres, 2011:49-50), como por ejemplo “un Monteverde flamenco”, al que decidió matar por andar tibio en la guerra y que “amaneció un día muerto y puesto un rétulo en el pecho que decía: „por amotinadorcillo‟” (49v); o el de un soldado llamado Pérez al que ahorcó por estar enfermo y al que también puso “un título en los pechos que decía: „por inútil y desaprovechado‟” (87v). Aguirre, por otro lado, mata sin dejar que sus víctimas tengan la ocasión de defender su causa, a diferencia de lo que haría un buen gobernante, ejemplificado en Pedro de Orsúa (Vázquez 6v, ya citado). Pero, además y sobre todo, lo hace sin 15 “En el año de cincuenta y nueve dio el marqués de Cañete la jornada del río de las Amazonas, que por otra parte llaman Omagua, a Pedro de Orsúa, navarro, y por decir verdad francés” (Vázquez, 84). La referencia a Orsúa como francés tiene toda la carga negativa del enemigo de Castilla, aliado con los príncipes protestantes contra los intereses españoles en la lucha por la hegemonía en Europa. Los últimos reyes de Navarra, así como sus descendientes, no sólo eran vasallos del rey de Francia, sino también sus parientes: Enrique II, hijo de Catalina de Foix y Juan de Albret, se casó en 1527 con Margarita de Angulema, hermana del rey Francisco I de Francia. Su hija, Juana III de Navarra, se convirtió al protestantismo en 1560 y su nieto se convertiría en Enrique IV de Francia. Por otro lado, cuando Enrique II trata de recuperar Navarra en 1521 lo hizo con la ayuda de Francisco I de Francia. La vinculación de la casa real navarra con la francesa fue uno de los argumentos a la hora de justificar la conquista por parte de Castilla. Sobre la imagen que los españoles tenían de los franceses en el siglo XVII. Cfr., Herrero-García (1928:405ss.). 16 “Muerto Lorenzo de Salduendo, el tirano dijo a su príncipe muchas desvergüenzas, en que le dijo que no se había de fiar de ningún sevillano” (Vázquez, 43r). Al respecto de la imagen que se tenía ya en el siglo XVII de los andaluces en general y de los sevillanos en particular, así como de la mala fama de los soldados que procedían de aquellas tierras. Cfr., Herrero-García (1928:169ss.). 194 Lope de Aguirre: La construcción de una imagen del poder concederles la posibilidad de confesar sus pecados antes de morir. Este elemento resulta clave en la mentalidad de la época a la hora de caracterizar el grado extremo de injusticia del tirano. Partidos del pueblo de la Jarcia, Aguirre mandó a Antón Llamoso a matar al comendador Juan de Guevara. Tras darle tres puñaladas “le echó al río donde murió ahogado pidiendo a voces confesión, y el tirano lo miraba con mucho placer” (50v). De igual modo, poco después, al llegar a la isla Margarita “mandó dar garrote sin confesión” a Gonzalo Giral de Fuentes y a Diego de Balcázar (55v).17 Desde un primer momento, el alzamiento de Lope de Aguirre es en sí mismo una afrenta al propio rey. De hecho, en su rechazo y desprecio de la autoridad real Aguirre va construyendo también la imagen de su poder, que podríamos considerar como un contrapoder. La muerte de Pedro de Orsúa, de Juan de Villandrando, gobernador de la Margarita, así como del alcalde y otros regidores de la isla son agravios cometidos contra la persona misma del rey, en cuanto que son sus representantes. Pero, además, Aguirre quiso ser más gráfico, si cabe, cuando al llegar a la Margarita rompió los objetos que podían simbolizar la presencia de la administración del rey en la isla: el rollo, en cuanto imagen de la justicia real, y la caja “de las tres llaves”, en cuanto símbolo de la hacienda real.18 Las burlas de Aguirre se dirigen también a la imagen del rey y de la monarquía. Tal y como ha puesto de relieve Díez Torres (50), Aguirre se mofa en más de una ocasión del poder taumatúrgico atribuido a los monarcas. Si bien es verdad que en Castilla no existe todo el ritual que confiere a los reyes franceses virtudes taumatúrgicas, sí es cierto que de una manera indirecta se hace referencia a dicho poder, aspecto este que es recordado por varios cronistas bajomedievales y también por otros autores durante la Edad Moderna (Nieto Soria, 67; Asensio, 146-48). Así, Aguirre concluye la carta a Montesinos, provincial dominico, con una burla al poder taumatúrgico de los reyes: “tratémonos bien, y ande la guerra; porque a los traidores Dios les dará la pena y a los leales el rey los resucitará, aunque hasta agora no hemos visto que haya resucitado ninguno ni sana heridas ni da dádivas”.19 Poco después, cuando llegados ya a la Valencia, tras decapitar y hacer pedazos a Diego de Alarcón —uno de los soldados que se había escapado y 17 Hay otros casos, como Enríquez de Orellana, Luis Sánchez del Castillo y Juan de Villatoro (61r-62r). Lope de Aguirre “y otros muchos fueron con hachas a cortar el rollo de la plaza del pueblo y le dieron muchos hachazos, y como era de guayacán muy duro, no le acabaron de cortar, que se cansaron; y mientras lo cortaban decían muchas palabras contra nuestro rey y señor denostando su persona” (Vázquez, 59). Acto seguido hicieron pedazos la caja del rey, robaron lo que en ella había y rompieron los libros de las cuentas reales. 19 Vázquez, 69r. Aguilar y Almesto recogen una frase similar, aunque traen “vidas” en lugar de “dádivas”. 18 195 Álvaro Baraibar había sido apresado—20 pasando junto al rollo de la plaza vio su cabeza, Aguirre preguntó: “¿Cómo no viene el rey de Castilla a resucitaros?” (Vázquez, 92v). Por otro lado, aunque hay ocasiones en que Aguirre parece pensar que no puede haber ni perdón ni salida para él y los suyos tras haber matado a Orsúa, en otros momentos nos da pistas de que pudo imaginar un proyecto político de futuro, bien fuese por convicción o por dar esperanza a sus marañones. Vázquez nos cuenta cómo, estando en la isla Margarita, “fue el dicho tirano con todos sus soldados en ordenanza a la iglesia mayor del pueblo a bendecir ciertas banderas de sus capitanes”. Tras la bendición, entregó las banderas “a sus capitanes y alférez” y les dijo que “las pueden defender de todo el mundo y que no les encargaba ni mandaba más de que mirasen por la honra de los templos y de las mujeres, y que en lo demás viviesen como les pareciese y en la ley que quisiesen”. La referencia de Vázquez concluye con unas palabras de Aguirre muy elocuentes: “dijo aquí a sus soldados, que él había hecho nuevo rey y que había de hacer nueva ley para en que viviesen sus secuaces y amigos” (70v-71r).21 Vázquez nos presenta, por tanto, a un Aguirre dispuesto a romper por completo con las normas establecidas designando nuevo rey y nuevas leyes en las que vivir.22 La imagen del poder que se construye en torno a la figura de Lope de Aguirre está muy asociada a la del hombre de armas. Lope de Aguirre ensalza la guerra como algo natural.23 En su caso, la guerra es también una forma de vida y de promoción social, en el servicio a la monarquía en tierras americanas. “En mi mocedad —le dice a Felipe II— pasé el mar océano a las partes del Pirú por valer más con la lanza en la mano y por cumplir con la deuda que debo de hombre de bien” (Vázquez, 79v). Por ello mismo, en virtud de los valores soldadescos que representa, Aguirre desprecia a los “presidentes y oidores y obispos, arzobispos, gobernadores letrados y procuradores” porque “ellos y frailes tenían destruidas las Indias” (62v).24 20 Esta imagen de Alarcón (“le cortaron la cabeza y hecho cuartos los pusieron en palos por los caminos” Vázquez, 92v) se repetirá después en el caso del propio Lope de Aguirre cuando sea apresado y muerto en Barquisimeto. 21 Díez Torres se ha referido a este pasaje de la bendición de las banderas en la isla Margarita como un ejemplo del intento de Aguirre de “fomentar un sentimiento de identidad colectiva en su hueste” (“Estudio preliminar”, 2011:53). 22 Sobre los antecedentes históricos de estas ideas en las rebeliones peruanas ver Díez Torres (“Estudio preliminar”, 2011:42ss.). 23 Cuando Aguirre llega al pueblo de Valencia y ve que está vacío porque los habitantes de la región huyen y no se pasan a su bando ni se enfrentan a él, dice “no creía en tal, si la gente de aquella tierra no eran peores que bárbaros y pusilánimos y cobardes” y que sólo ellos “rehusaban la guerra, que desde el principio del mundo los hombres la habían amado y seguido, y aun en el cielo la había habido entre los ángeles cuando echaron dél a Lucifer” (Vázquez, 91v). 24 Caro Baroja se refirió al desprecio y aun odio de Aguirre hacia los hombres de letras y los frailes y al papel de la violencia y la fuerza en su pensamiento, poniéndolos en relaci ón con tradiciones medievales e ideas existentes en las guerras banderizas de las tierras vascongadas (99-106). Sin embargo, parece que en Aguirre lo que subyace, en realidad, no es sino un claro rechazo a todo representante de la autoridad del monarca y del orden establecido. 196 Lope de Aguirre: La construcción de una imagen del poder 4. ALGUNAS IDEAS DE AGUIRRE MÁS ALLÁ DEL PERSONAJE En este mismo sentido, desde esta mirada del soldado de Indias, Lope de Aguirre trató de argumentar las razones de su rebelión y al hacerlo ofreció una interesante perspectiva al respecto de algunas de las ideas que aparecen en los debates sobre el derecho de resistencia y el tiranicidio a lo largo de los siglos XVI y XVII y que perduraron en la literatura del Siglo de Oro (Usunáriz, “Tiranicidio y derecho de resistencia”). Aguirre se queja en su carta a Felipe II del triste destino de los soldados, que tanto han dado por su rey en la conquista de las Indias y que tan poco han recibido a cambio y se dirige a Felipe II diciéndole: “no puedes llevar con título de rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado y sudado su sangre, sean gratificados” (Vázquez, 81r). La queja manifestada por Lope de Aguirre era una reivindicación muy presente en las Indias Occidentales. Vargas Machuca también la recogió al ensalzar la labor del soldado en las Indias: “cada año, uno con otro, nos entra por la barra de Sanlúcar en nuestra España muchos millones de dinero, plata y oro; y esta riqueza resulta del trabajo de sus personas [los soldados] y del valor de sus espadas” (2003:66). A pesar de ello, los conquistadores y sus descendientes, dice Vargas Machuca mueren en su pobreza, cosa bien lastimosa y digna de remedio, pues quien fue para ganar la tierra, también será para gobernarla tan bien como otros y aun mejor, por el mejor derecho, práctica y obligación que para ello tienen, sin les preferir gentes nuevas desnudas de todo mérito en aquellas partes (2003:66). Y si bien puede ser cierto —continúa Vargas— que a algunos les falta el talento necesario para gobernar “no le faltara para comer la merced que su rey le hiciere por lo que él o sus pasados han servido. Que de no hacer esta consideración algunos gobernadores, han resultado grandes males” (66).25 Siendo así, no es de extrañar que los rebeldes creyeran que su causa era compartida por otros muchos. Por ello, muerto Orsúa y designado Guzmán como príncipe, el plan consistía en tomar por la fuerza lo que les correspondía o, en palabras de Francisco Vázquez, “tiranizar el Pirú”. Pensaban “dar sobre el pueblo del Nombre de Dios y tomalle y roballe y abrasalle” (36r) y creían, además, que “se le había de juntar la gente de Veragua y otros muchos y españoles de Nicaragua y otras partes, y más de mil negros a quien ellos habían de dar armas y libertad” (36v). Caro Baroja (1983:82ss.) y Blas Matamoro (1986:103-5 especialmente) sugieren raíces medievales en el razonamiento de Aguirre. Matamoro se ha referido a 25 Vargas Machuca insistió en ello también en el libro 4, cap. 5, donde habla del “Premio de pobladores” (2003:154-56). 197 Álvaro Baraibar la idea de que Lope de Aguirre viera a Felipe II como un tirano injusto que no gratificaba convenientemente a sus vasallos, quedando estos “habilitados para reponer el pacto original por medio del tiranicidio” (110). En la línea de lo defendido por la Escuela Jurídica Española, el pacto original es el suscrito entre Dios y su pueblo, base de todo el orden legal (Bullón, 1936). De él se “deriva el legítimo ejercicio del cargo (gobernador o rey). Un ejercicio ilegítimo lo hace atacable, y tanto Dios como el pueblo pueden desligarse del compromiso de obedecer al príncipe, que se ha convertido en tirano, o sea en mandatario fuera de la ley” (1936:104). Como ha afirmado Usunáriz, si bien es cierto que “buena parte de las ideas „pactistas‟, „constitucionalistas‟ están vinculadas al pensamiento medieval”, no sería “hasta el siglo XVI cuando la polémica se avivó”, a causa, en primer lugar, del fortalecimiento del Estado moderno y el interés de algunos en poner límites a la autoridad del poder real y, en segundo lugar, el papel desempeñado por los monarcas en la lucha contra la herejía como consecuencia de la ruptura religiosa y el debate que se suscitó en torno al derecho de resistencia (1936:97). Evidentemente, Lope de Aguirre trata de adaptar los argumentos a sus propios intereses. A pesar de que Aguirre pudiera considerar tirano a Felipe II por los agravios que aduce, el derecho de resistencia (y no digamos ya el tiranicidio) no podía ser ejercido “por la iniciativa privada de cualquier ciudadano, sino por resolución pública, es decir, por acuerdo expreso de calificadas y suficientes representaciones del país tiranizado” (Bullón, 1936:161, citado por Usunáriz, 2008:107). Un caso diferente es el del propio Aguirre, que no es sino un tirano ab origine, es decir, por usurpación violenta: aquel “que sin ningún título ni derecho se ha adueñado violentamente de la autoridad suprema y la ejerce en daño gravísimo de la sociedad”. En este caso, “no sólo se le puede y debe resistir, sino que cualquier ciudadano está facultado para darle la muerte, aunque no haya precedido juicio o proceso contra el usurpador, ni autorización o delegación expresa de la colectividad” (Bullón, 1936:153-54, cit., por Usunáriz, 2008:104). Así parece que lo entendió el propio Aguirre cuando afirmó que habiendo matado al gobernador Orsúa, aunque hallasen la tierra que buscaban, “el primer bachiller que a ella viniese les cortaría las cabezas a todos” (Vázquez, 30v). 5. A MODO DE EPÍLOGO La convulsa realidad del virreinato del Perú en el siglo XVI, la imagen de América como un mundo autónomo de la metrópoli (idea que, por ejemplo, también aparece en los franciscanos de Nueva España), un cierto malestar muy presente en las Indias Occidentales que reivindica los derechos de quienes llevaban más tiempo en aquellas tierras frente a los que llegaban desde España para ocupar cargos sin mérito alguno en el desarrollo de la conquista. Son aspectos que, de una forma más o menos consciente, más o menos articulada, actúan como resortes en algunas de las ideas que hemos analizado del personaje de Lope de Aguirre construido por Francisco Vázquez. La actitud de Aguirre y 198 Lope de Aguirre: La construcción de una imagen del poder las ideas que dan razón de sus acciones responden, evidentemente, a un tiempo histórico, pero también deben ser entendidas dentro de un contexto geográfico que aporta matices. Aguirre proyecta su forma de pensar desde su vivencia personal en tierras americanas y es precisamente su experiencia americana la que da sentido a algunas de sus ideas, la que las hace posibles precisamente en aquella realidad. La crónica de Vázquez nos muestra de qué forma Aguirre fue construyendo la imagen de su poder y cómo argumentó y justificó sus acciones. Es complejo en ocasiones tratar de discernir en qué medida la burla o la crítica de la realidad que hace Aguirre representa el intento de un nuevo proyecto político o, por el contrario, la voluntad de perpetuar una situación previa. En este sentido, cabe preguntarse hasta qué punto Aguirre imaginó un nuevo horizonte de expectativas —desde el nuevo espacio de experiencia americano que se estaba construyendo a partir de la vida en un Nuevo Mundo (Baraibar, 2010)— o se limitó a reproducir el mismo contra el que se rebeló, pero ubicándose a sí mismo en una posición más favorable. Matamoro explicó cómo había sido el sentido del honor lo que había llevado a Aguirre a revolverse contra el orden establecido, pero como una forma, simplemente, de resolver la injusticia cometida con él mismo y con los conquistadores en general: “El honor es un concepto vinculado con el lugar que cada sujeto ocupa en la sociedad. Lope de Aguirre se insurge contra el rey, precisamente, por entender que su lugar en la sociedad no está correctamente reconocido por el gobernante” (1986:108). Aunque resulte tentador pensar que Lope de Aguirre pudiera haber imaginado una organización política y social diferente (un nuevo rey y una nueva ley, en palabras de Aguirre rescatadas por Vázquez en su Relación), probablemente la explicación más plausible de lo ocurrido haya que buscarla precisamente en la reacción de un conquistador que se sentía olvidado, desfavorecido y minusvalorado y, por tanto, ofendido en su honor de hidalgo por parte de la Corona, más preocupada por otras coordenadas políticas y geográficas y más proclive a conceder mercedes a otras gentes. Universidad de Navarra* Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) Campus universitario s/n 31009 Pamplona-Navarra (España) abaraibar@unav.es 199 Álvaro Baraibar BIBLIOGRAFÍA Asensio, Eugenio. La España imaginada de Américo Castro. Barcelona: El Albir, 1976. Baraibar, Álvaro. “La jornada de Amagua (Omagua) y Dorado: entre Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto”, en Taller de Letras, 2011. ------- “La naturaleza en el discurso indiano. La construcción de un espacio de experiencia americano”. Ponencia presentada en el Congreso internacional “De la colonia a la independencia”. Barcelona, 27-29 de octubre de 2010. Bullón Fernández, Eloy. El concepto de la soberanía en la Escuela jurídica española del siglo XVI. Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1936. Calbarro, Juan Luis. “Lope de Aguirre, el maldito. Retrato retórico”, en Historia Nº 16342. 2004:30-39. Caro Baroja, Julio. El señor inquisidor y otras vidas por oficio. Madrid: Alianza, 1983, 3ª (Ed). Díez Torres, Julián. “Estudio preliminar” a su edición de Aguilar y Córdoba, D. de, en El Marañón. Madrid: Iberoamericana, 2011:11-123. ------- “Las ideas políticas de Lope de Aguirre, fuerte caudillo de la noble gente marañona”, en Alpha Nº 33 (Diciembre 2011) (201-214). 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Trátase, asimismo, del alzamiento de don Hernando de Guzmán y Lope de Aguirre y otros tiranos, Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 3199. 200 201-214 LOS MARAÑONES Y LA POLÉMICA DE LA CONQUISTA: RETÓRICA E IDEAS POLÍTICAS EN LA CARTA DE LOPE DE AGUIRRE A FELIPE II The marañones and the Polemics of Conquest: Rhetoric and Political ideas in Lope de Aguirre´s letter to Philip II Julián Díez Torres* Resumen El conquistador español de origen vascongado, Lope de Aguirre, redactó en Venezuela (1561) varias cartas dirigidas a la Corona y a sus representantes venezolanos. La más importante de ellas fue la enviada al monarca Felipe II. En ella, Aguirre adoptó un peculiar tono burlón y profético, y mezcló ideas jurídicas y teológicas relacionadas con la posesión de América. A diferencia de la imagen de Aguirre como personaje irracional divulgada en la documentación y la historiografía de la época, este trabajo descubre la lógica subyacente en su carta al monarca destinada a defender la posición política de Aguirre. Palabras clave: Historia Perú, rebeliones en América colonial, Lope de Aguirre, conquistadores. Abstract During the summer of 1561 in Venezuela, the rebel Lope de Aguirre wrote several letters addressed to his political enemies on both sides of the Atlantic. The most important of these documents was the letter sent to Philip II, king of Spain. In this letter, Aguirre incorporated legal terminology while simultaneously adopting a burlesque and prophetic tone to effectively address the Spanish possession of America. Contrary to the predominant image of Aguirre as an irrational being in the documents and the historiography of that period, this paper shows the rhetorical logic of Aguirre´s famous letter. Therefore, the letter is best understood as an attempt to justify a political position. Key words: History of Peru, rebellions in Colonial Latin America, Lope de Aguirre, conquistadors. Lope de Aguirre redactó su célebre carta a Felipe II en la localidad venezolana de La Valencia en agosto de 1561, varios meses después de tomar el mando de la hueste alzada que había asesinado a orillas del río Marañón (actual Amazonas) al gobernador Pedro Ursúa, caudillo de la expedición a El Dorado. Tras salir al océano por el Amazonas, el tirano vascongado invadió la isla Margarita en julio, y después pasó al continente con el fin de regresar a pie al Perú, donde esperaba continuar su rebelión contra la Corona siguiendo el modelo de otras rebeliones peruanas anteriores. Sin embargo, finalmente, abandonado por sus hombres, Aguirre fue derrotado y ajusticiado el 27 de octubre en Barquisimeto, Venezuela. Junto a su carta al monarca, Aguirre redactó otras misivas dirigidas a sus enemigos en Margarita y Venezuela. En todas ellas remedó ideas políticas de la época Julián Díez Torres con el fin de defender y justificar su alzamiento.1 Los argumentos planteados en estas cartas no constituyen una teoría política unificada, sino que pretenden justificar las contingencias de la rebelión. Sin embargo, las cartas presentan a un Aguirre menos irracional que el que aparece en la documentación y la historiografía de la época. Los historiadores de fines del siglo XVI y principios del XVII ––Diego de Aguilar y Córdoba y Toribio de Ortiguera en Perú; Juan de Castellanos, fray Pedro Aguado y fray Pedro Simón en Nueva Granada y Venezuela–– presentaron a Aguirre como un personaje endemoniado y sediento de fama (Jos, 1927; Lohmann, 1990). Estas caracterizaciones se basaban no sólo en modelos historiográficos renacentistas, sino también en la información de las relaciones escritas durante los juicios contra los antiguos hombres de Aguirre, conocidos como “los marañones”, quienes habían cargado las tintas contra su caudillo para congraciarse con la Corona. En estos informes judiciales, la demonización del tirano aparece de manera más puntual que en la historiografía, concentrándose en sus acciones más crueles (especialmente el asesinato de su propia hija) a la hora de dar una explicación de conjunto a su radicalismo. Dentro del ámbito de la monarquía hispánica, la presentación historiográfica de Aguirre como antihéroe, debe integrarse dentro de una imagen más amplia de los soldados peruanos como levantiscos y tiranos. En algunos círculos se decía que los conquistadores peruleros habían matado injustamente al legítimo soberano Inca Atahualpa y que después se habían rebelado contra el Rey de España (tras la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542 en las que la Corona tomaba el poder sobre los indios quitándoselo a los encomenderos).2 Por ejemplo, en su “Carta de Francisco de Vitoria al P. Arcos sobre negocios de Indias”, el gran teólogo pensaba que era “imposible que entraran en el reino de los cielos” (1967:138). En su Historia general del Perú, el Inca Garcilaso recordaría años más tarde el frío recibimiento que le dispensó Bartolomé de las Casas en España, debido a su origen peruano (1947: lib. IV, cap. 3). Por su parte, los virreyes se quejaban frecuentemente de los elementos ociosos que se enrolaban en las huestes de conquista en el Perú con el fin de crear motines. El virrey conde de Nieva se refirió expresamente a los marañones en este sentido.3 La cuestión del Perú se convirtió en materia de debate político. Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) y en tratados como “De thesauris” (1561-1563) y “Doce dudas” (1564) dictaminó la ilegalidad de la conquista y el derecho natural de los incas. 1 Este trabajo se basa en la introducción de mi edición crítica de El Marañón de Diego de Aguilar y Córdoba (2011). La recepción de las cartas de Aguirre la trato en (39-40). 2 Ver Bomba, Caesar’s Conscience, (2010:228-244) sobre las Leyes Nuevas de 1542, cuyos aspectos más importantes fueron anulados en 1545. 3 Comp. carta del Conde de Nieva a SM a 30 de abril de 1562: “Hacer entradas no conviene, porque son de poco efecto si es para juntarse después y hacer motines y matar a sus capitanes y volverse al Pirú como ha poco que vimos la experiencia dello, en una entrada que dio el marqués de Cañete al Pedro de Ursúa” (Iwasaki, 1985:23). 202 Los marañones y la polémica de la conquista Encomenderos y letrados tanto en el Perú como en la península ibérica redactaron informes defendiendo la legalidad de la conquista y las encomiendas (Pereña et al., 1984:XLVI-LXVI). Felipe II abogaría por una vía intermedia, sin aceptar la perpetuidad de las encomiendas pero sin abolirlas. Durante unos años, este debate se sumó a la inseguridad generada por las guerras civiles del Perú de los años cuarenta y cincuenta del siglo XVI, así como por la resistencia inca de Vilcabamba hasta 1572. En el virreinato del Perú se llegó a rumorear que Gonzalo Pizarro, el más importante de los rebeldes peruanos, quiso casarse con su sobrina mestiza doña Francisca para crear un “linaje natural” hispanoincaico, y asimismo se dijo que Carlos V pensaba abandonar las Indias siguiendo el consejo de Las Casas.4 Como es sabido, Gonzalo Pizarro dirigió una rebelión que puso en jaque a la Corona entre 1544 y 1548, si bien sus ideas sediciosas ya habían aparecido durante las guerras de pizarristas y almagristas en la década anterior, perdurando en las rebeliones menos exitosas de los años cincuenta. El joven Pizarro mató al virrey Núñez de Vela y mantuvo el control sobre el virreinato peruano (que abarcaba desde Panamá al estrecho de Magallanes) durante dos años hasta ser derrotado por Pedro de la Gasca, enviado por Carlos V desde España para restablecer el poder de la Corona. Los pizarristas aparecen en la historiografía demonizados debido a su ruptura con el vínculo del vasallaje que les unía al monarca.5 Diego Fernández, en su Historia del Perú señaló que “ninguno en las Comunidades [de Castilla] osó jamás hablar en que la tierra se quitase al rey ni se negase su vasallaje, como en el Perú lo pretendió Gonzalo Pizarro, tomando loca y luciferina soberbia para ser rey de aquella tierra” (1963:vol. I, 119). Numerosos son también los cronistas que recogen la existencia de cuentos graciosos sobre el maestre de campo de Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal, conocido como “el demonio de los Andes.” En estos cuentecillos Carvajal destaca por su crueldad, agudeza y resistencia física, así como su espíritu antirreligioso y chocarrero. Estos dos arquetipos demonológicos, uno más ideológico y el otro más folklórico, proporcionaron las herramientas interpretativas con las que los contemporáneos explicaron la rebelión de los marañones (Cfr., Baraibar, 2011). Aguirre también participó de las mismas concepciones teológico-políticas del siglo XVI, pero las usó en función de sus propios intereses. Antes de analizar la argumentación de Aguirre, conviene recordar que la primera fase del alzamiento de los marañones estuvo constituida por el motín contra Pedro de Ursúa y por la de desnaturalización de los reinos de España y el 4 Sobre la primera cuestión: Bataillon (1967:489-490) y “Anónimo de Yucay”, (1995:135); sobre la segunda: “Anónimo de Yucay,” (1995:122). Más adelante cito el pasaje. 5 Bomba (2010:305) analiza el uso de las categorías de “cortesano”, “el príncipe” y “el tirano” en la documentación epistolar de la rebelión pizarrista. 203 Julián Díez Torres nombramiento de Fernando de Guzmán, uno de los capitanes de Ursúa, como “príncipe del Perú”. En esta primera fase, los rebeldes son presentados por los diferentes cronistas como tiranos y Aguirre es sólo uno de ellos. En la segunda parte, una vez que Aguirre ha acaparado el poder, los relatos se concentran en sus tropelías, presentadas como una enumeración de crímenes. En esta interpretación de los hechos jugó un papel importante el interés de las autoridades, primero, por esclarecer los delitos contra la autoridad real y posteriormente por cuantificar los crímenes. Aguirre aparece en los relatos de los antiguos rebeldes marañones como el principal culpable, y no hay por qué dudar de que realmente lo fuera. Pero hay que reconocer también que él no pudo defenderse de las acusaciones de sus hombres, ya que fue muerto por dos de sus antiguos lugartenientes que se habían pasado a la tropa de Pablo Collado, gobernador de Venezuela. Acabada la rebelión, varios marañones fueron sentenciados a muerte y hasta cincuenta de ellos recibieron diversas condenas, lo que indica que Aguirre no fue el único culpable (Jos, 1927:5). El cronista Aguado menciona además que, al extenderse la noticia de la rebelión de los marañones en Nueva Granada, las autoridades ordenaron prender a todos los antiguos rebeldes peruanos residentes en dicho territorio (1963:263), lo que indica que la rebelión de Aguirre podía tener un cierto atractivo para algunos antiguos rebeldes del Perú. Por otro lado, para entender las ideas de Aguirre, también hay que considerar que la imagen negativa del soldado peruano como tirano (en el sentido de usurpador del poder) coexistió con una visión más positiva, defendida por los conquistadores, encomenderos y sus defensores en la península ibérica. Una versión de esta postura aparece en la obra de Bernardo Vargas Machuca, Milicia y descripción de las Indias (1599), un compendio sobre las huestes de conquista escrito desde una perspectiva imperialista hispánica. Vargas Machuca comparó a los encomenderos del Perú con el célebre personaje literario del villano del Danubio creado por el humanista Antonio de Guevara en su Reloj de príncipes (1529). Concretamente, Vargas Machuca señala que “Dios lo remedie todo y no nos dé otro villano del Danubio para que arrodillado a los reales pies tenga espíritu y lengua para decir el mucho mal que en esta razón se pasa” (2003:71). En el Reloj de príncipes, el emperador Marco Aurelio presenta el caso de un campesino germano que pronunció ante el senado romano un atrevido discurso contra el poder de Roma (lib. III, cap. 3-5). En su declamación, que recuerda a la del bárbaro del Agricola de Tácito, el villano denuncia las injusticias cometidas por los romanos y la corrupción de sus costumbres. Frente a ellos, él se presenta como un hombre humilde, pero sabio gracias a su pureza moral. Esta superioridad moral le permite descubrir el doble lenguaje del imperialismo romano y predecir la conquista de Roma a manos de los germanos. Lo que le interesaba a Vargas Machuca del personaje no eran sus posibles connotaciones anti-imperialistas, sino precisamente sus posibilidades 204 Los marañones y la polémica de la conquista retóricas como punto de vista desde el cual plantear las reivindicaciones de los encomenderos peruanos. Aunque Aguirre no menciona al villano del Danubio, este modelo retórico permite entender la argumentación de la carta a Felipe II como una proclama pública y apologética contra el poder real. Sabemos que Aguirre hizo llegar su célebre misiva a la Real Audiencia de Santo Domingo a través de un cura, al que previamente había secuestrado en la isla Margarita (Jos, 1927:22). Sin embargo, no se conoce la versión original de la carta, de la cual existen numerosas copias que fueron incluidas en los procesos judiciales y en las crónicas sobre los marañones.6 Puesto que la misiva no responde a una demanda concreta de las autoridades, el texto no puede considerarse como una carta de relación típica, ni como un informe de servicios, aunque posee rasgos de ambos modelos discursivos, como la perspectiva autobiográfica, la narración de delitos, la información geográfica y el uso de pruebas y léxico jurídicos. Atendiendo a su contexto de redacción, la carta puede verse como uno de tantos mensajes intercambiados durante los conflictos armados de la época. Sin embargo, el hecho de estar escribiendo a Felipe II parece ofrecer a Aguirre una plataforma para expresar sus ideas políticas. Al igual que ocurría con el villano del Danubio, Aguirre se dirige a un interlocutor que es al mismo tiempo el representante concreto y la figura máxima del poder a nivel teórico. Esto explicaría la presencia de ideas de tipo jurídico junto a principios más deliberativos y apologéticos en la carta. En base a la existencia de diversas copias de la carta y a su tono de queja colectiva, se ha propuesto que esta podría ser una “carta abierta al rey” (Poupeney-Hart, 1997). En este caso el receptor del texto sería el público general, mientras que el monarca solo sería el narratario o receptor intra-textual. Aunque difícil de probar en la práctica, esta interpretación pone el énfasis en la doble necesidad de Aguirre de justificar lo ocurrido y persuadir a su interlocutor, o dicho en términos retóricos, la doble vocación forense y deliberativa de su discurso. Esta atención al pasado y al futuro inmediato explica la alternancia de pasajes autobiográficos, en los que predominan la queja y la reivindicación jurídicas, junto a fragmentos más políticos, en los que Aguirre critica a sus enemigos. Recuérdese, además, que la redacción del texto tuvo lugar en una situación extrema. Desde que zarparon en la región peruana de Chachapoyas, muchos marañones habían fallecido por hambre y enfermedades, en naufragios, perdidos en la selva, en luchas con los indígenas y en enfrentamientos internos, sin contar 6 Las copias conservadas no presentan gran variedad, si bien sería deseable un cotejo de las mismas, así como un estudio de los posibles copistas. Aquí citaré por la versión recogida en mi edición de El Marañón de Diego de Aguilar y Córdoba (2011). Aguilar copia la carta recogida por el soldado Francisco Vázquez en su relación. Sobre la construcción de la imagen del poder de Aguirre por parte de Vázquez, Cfr., Baraibar (2011). 205 Julián Díez Torres las cada vez más frecuentes escaramuzas con las autoridades, cuyas filas se engrosaban diariamente con marañones desertores. La mayor parte de los indios que formaban el servicio de la hueste estaban muertos o habían sido abandonados a su suerte. Además, Aguirre había prometido liberar a cuantos esclavos negros encontrara a su paso para que se unieran al alzamiento. Dentro de esta especie de huida hacia adelante, la carta vendría a ser un modo de afirmar el poder del caudillo. En ella, Aguirre debió repetir ideas que habría expresado antes en arengas a su tropa. Algo del tono oral de estas arengas se puede rastrear en los apóstrofes y las expresiones coloquiales que abundan en la carta. Al igual que otros textos de conquistadores, la misiva comienza con una breve introducción autobiográfica, tras la cual Aguirre plantea la queja por los servicios no pagados, cuestión común en las relaciones de servicios y en los motines de las huestes indianas. A continuación, pasa a acusar a la administración y a los eclesiásticos responsables de las injusticias sufridas por los conquistadores, aportando experiencias personales y referencias a las guerras civiles peruanas de los años anteriores. El rey ––afirma Aguirre–– ha sido injusto, así que los marañones se han salido de su jurisdicción y le declaran la guerra. El rebelde le ruega que se apiade de los conquistadores, que no le piden mercedes “en Córdoba o Valladolid”, sino en “esta tierra”. Después de este bloque principal aparece un breve resumen de la jornada de Omagua, escrito probablemente con anterioridad, en el que Aguirre incluye una referencia lacónica y fría a sus crímenes y justifica sus acciones mediante alusiones negativas a Ursúa, Guzmán y sus otras víctimas. Al final de la carta, incluye los nombres de sus capitanes, informa al monarca de que la relación de las riquezas de Omagua es falsa y le desea suerte en sus guerras europeas, ya que en las Indias él y sus hombres están dispuestos a cobrarse por la fuerza lo que se les debe. El rebelde concluye con una extraña y célebre frase: “Hijo de fieles vasallos tuyos vascongados, y yo rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre. El peregrino”, calificativo más devocional que soldadesco. A semejanza de las relaciones de servicios de otros soldados indianos, Aguirre comienza su carta insistiendo en que ha cumplido con su parte del vínculo de vasallaje. Pero nótese la presencia del adjetivo “español,” que distancia al narrador y presenta al monarca desde un punto de vista externo Rey Filipo, natural español, hijo de Carlos invencible: Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cristiano viejo, de medianos padres y en mi prosperidad hijodalgo, natural vascongado, en el reino de España, en la villa de Oñate vecino. En mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú por valer más con la lanza en la mano y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien a sí mismo. Y en veinte y cuatro años te he hecho muchos servicios en el Pirú, en conquistas de indios y en poblar pueblos en tu servicio, y especialmente en batallas y reencuentros que he habido en tu nombre. 206 Los marañones y la polémica de la conquista Aguirre resume así más de dos décadas de vida soldadesca en las Indias. Su paso a América está registrado en 1539, si bien varios historiadores han señalado que podría haber estado unos años antes en Nueva Granada (Jos, 1927; Ramos 1958; Lohmann, 1990). Para 1559, estaría familiarizado con el funcionamiento de las conquistas, sufragadas en buena medida con el capital de los conquistadores, pero cuyo marco de acción estaba definido por la Corona. En la expedición de Ursúa, el propio Aguirre debió aportar bienes en la medida de sus posibilidades, ya que con él viajaron su hija y una mujer que la cuidaba. A cambio del servicio personal, los miembros de la hueste indiana recibían mercedes, las cuales solían consistir en cargos políticos y encomiendas. Aguirre había participado en varias expediciones de este tipo en Charcas y posteriormente, durante las guerras civiles, formó parte de las tropas del Rey en la represión de los almagristas (seguidores de Diego de Almagro el mozo) y contra la rebelión de Gonzalo Pizarro. Durante este periodo formó parte de una expedición realista que intentó arrebatar a los rebeldes pizarristas el paso de Panamá.7 Esta tropa fue derrotada por Pedro de Hinojosa, quien más tarde se pasaría al servicio de Pedro de la Gasca y llegaría a ser gobernador de Charcas. Los perdones y premios otorgados por el representante de Carlos V a los desertores, así como el escaso pago a los soldados fieles a la Corona, generaron gran descontento. En 1553, desengañado, Aguirre se sumó al alzamiento de Sebastián de Castilla en Potosí, en el que los rebeldes asesinaron al antiguo pizarrista Pedro de Hinojosa. Tras permanecer oculto unos meses, Aguirre se acogió al perdón ofrecido para quienes lucharan contra la rebelión de Francisco Hernández Girón, donde fue herido y quedó cojo, tal y como él mismo refiere en su carta al monarca. Tras estas experiencias, Aguirre decidió abrazar el arquetipo del soldado díscolo contra el que había luchado, ya que su nombre aparece en varios disturbios a fines de los sesenta. A continuación, tras presentarse como buen soldado y omitir su trayectoria como rebelde peruano, Aguirre pasa a justificar su alzamiento basándose en la falta de paga por sus servicios a la Corona. Aparecen aquí ya una serie de apelaciones afectivas al receptor que serán características de toda la misiva y que la distingue de otras cartas de petición y agravios. Estas referencias denotan familiaridad, pero su efecto práctico es más bien de irreverencia teniendo en cuenta la distancia social entre el emisor y el receptor Creo bien, rey y señor, que para mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como de nosotros has recibido, y también creo que te deben de engañar los que te escriben desta tierra, como estás tan lejos. Avísote, rey español, que cumple haya toda justicia y rectitud para tan buenos vasallos como en esta tierra tienes, aunque yo, por no poder 7 Me he ocupado de la biografía de Aguirre de manera más extensa en la introducción a El Marañón de Diego de Aguilar (2011:33-38). 207 Julián Díez Torres sufrir más las crueldades que usan estos tus oidores, visorrey y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros (cuyos nombres después diré) de tu obediencia, y desnaturádonos de nuestras tierras, que es España, para hacerte en estas partes la más cruel guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir (368). Y un poco más adelante insiste Mira, mira, rey español, que no seas cruel a tus vasallos ni ingrato; pues estando tu padre y tú en los reinos de España sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos a costa de su sangre y haciendas tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Y mira, rey y señor, que no puedes llevar con título de rey justo ningún interés destas partes, donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ella han trabajado y sudado sean gratificados (369). La queja por los servicios no remunerados era una reclamación común entre los conquistadores, derivada del funcionamiento de la conquista y la milicia en general. El soldado, especialmente en un ejército sin sueldo como eran las huestes indianas, tenía derecho a parte del botín, o al menos, a algún tipo de premio. Junto este discurso que conecta con el mundo militar y con la relación de vasallaje de origen medieval, el pasaje incluye también elementos más populares, como el odio contra los intermediarios del poder real y la visión paternalista del monarca. Además, el tono de amonestación de profeta bíblico, que Aguirre conocería no tanto por ser lector de la Biblia como por haber escuchado numerosos sermones, introduce una dimensión religiosa que le permitirá poner en tela de juicio el poder real. Aguirre apela al antiguo derecho del vasallaje, aplicándolo a su relación con el monarca. Si el señor no cumple su deber, el vasallo puede salirse de su protección, es decir, tiene derecho a desnaturalizarse. Existen numerosos testimonios que señalan que los lugartenientes más exaltados de Gonzalo Pizarro, le propusieron que se proclamara rey del Perú. Varios cronistas reprodujeron en sus historias cartas de los rebeldes Francisco Carvajal y Hernando Bachicao a su caudillo redactadas con este propósito. En su Historia del Perú, Diego Fernández el Palentino menciona que algunos consejeros de Pizarro solían entretenerlo contándole los ritos de unción de diversos reyes, así como secesiones famosas de reinos y casos de reyes elegidos por elección popular (1963:vol. I, 117). Entre los conquistadores, se hablaría de casos famosos de soldados desnaturalizados durante las guerras europeas de Carlos V (Caro Baroja, 1983:95). Estas posibilidades tal vez puedan parecer algo anacrónico dentro del contexto de los incipientes Estados modernos, pero formaban parte de la mentalidad nobiliaria con la que se asociaron los conquistadores y en la que se formó Aguirre. Aunque otros rebeldes anteriores no hubieran sido proclamados príncipes y aunque el espíritu rebelde no llegara a ser mayoritario, lo cierto es que las ideas secesionistas ya existían. Aguirre señala en su carta al rey que de no ser por varios 208 Los marañones y la polémica de la conquista soldados que abandonaron a Francisco Hernández Girón en 1553, este “fuera hoy rey del Perú”. En Nueva España, donde la situación nunca llegó a ser tan extrema, el cronista Juan Suárez de Peralta recoge rumores en los que, tras recibirse las Leyes Nuevas, algunos propusieron alzarse con la tierra y dársela al marqués Martín Cortés, “pues es suya, y su padre y los nuestros la ganaron a su costa” (1945:12). Volviendo al caso peruano, los marañones sólo dieron un paso más que otros rebeldes anteriores como Pizarro y Hernández Girón, al dar el paso de la desnaturalización (Jos, 1927:181). La situación periférica en medio de la selva ofreció las condiciones necesarias para llevarlo a cabo. A su vez, el desencadenante directo fue la disputa interna entre los rebeldes. Tras la muerte de Ursúa, varios amotinados pretendieron crear un documento colectivo que justificara el motín, y continuara la conquista de El Dorado y Omagua, mientras que otro grupo más radical, encabezado por Aguirre, propuso la rebelión y el regreso al Perú para “señorearlo”. La desnaturalización y el nombramiento de Guzmán como caudillo fueron el vehículo mediante el cual una facción de los amotinados, entre los que se encontraba Lope de Aguirre, se apoderó de la hueste. A partir del momento en que el joven caudillo pasó a ser considerado príncipe a instancias de Lope de Aguirre, todos los marañones comenzaron a dispensarle un tratamiento especial. Este incluía comer solo y saludarlo con cortesía, así como la redacción de cartas que comenzaban con “don Fernando de Guzmán, por la gracia de Dios príncipe de Tierra Firme y Pirú” (Aguilar, lib. II, cap. 4). Sin embargo, a Aguirre se le quedaba corto el discurso de la queja por los servicios no pagados, que perviviría en las reclamaciones de los beneméritos del Perú a las que aludía Vargas Machuca en el pasaje arriba citado. Como consecuencia de los malos pagos, Aguirre afirma: “Hemos alcanzado cuán cruel eres y quebrantador de fe y palabra, y así tenemos en esta tierra tus promesas por de menos crédito que los libros de Martín Lutero” (369). La referencia a Lutero adquiere más adelante un significado especial, cuando Aguirre le cuenta al rey que ha descubierto en Margarita unas relaciones sobre “la gran cisma de luteranos, que nos pusieron temor y espanto. Y en nuestra compañía hubo un alemán llamado Monteverde y le hice hacer pedazos”. Sabemos por otras versiones de los hechos escritas por antiguos marañones, que Aguirre mató a Monteverde por motivos más prosaicos, pero lo importante es que el luteranismo se va a convertir en pieza clave de su argumentación, ya que le permite crear una división entre nosotros, los marañones, y vosotros, los luteranos y los que habéis sido contaminados por ellos. Aguirre se distancia de sus enemigos afirmando, como si fuera un nuevo villano del Danubio: “El día de hoy nos hallamos los más bienaventurados de los nacidos por estar como estamos en estas partes de las Indias” (370). Y después se lamenta de que “César y emperador tu padre conquistase con las fuerzas de España la superba Germania y gastase tanta moneda llevada de estas Indias, descubiertas por nosotros” (373), de manera que reincide en la queja por servicios prestados, y añade a la crítica el 209 Julián Díez Torres uso de la plata peruana para sufragar las guerras de Europa desde una perspectiva geopolítica americana. A continuación convierte a Germania en un símbolo religioso que aporta a su discurso un matiz mesiánico: “Conquistaste a Alemania con armas y Alemania ha conquistado a España con vicios, de que cierto nos hallamos acá más contentos con maíz y agua sola, por estar apartados de tan mala errónea, que los que en ella han caído pueden estar con sus regalos” (373). Tras este elogio del mundo indiano, como una especie de reserva espiritual frente al Otro luterano, termina su queja asegurando que donde estén los marañones, “cree, excelente príncipe, que cumple que todos vivan muy perfectamente en la fe de Cristo”. Aguirre construye así una autoridad moral con la que supera el ámbito legal en el que inicialmente había planteado su queja, para trasladarla al plano teológico. Recuérdese que la cuestión de la autoridad del monarca en las Indias, en palabras de Vitoria: “no pertenece a los juristas, al menos exclusivamente. Porque aquellos bárbaros no están sometidos al derecho positivo, y por tanto sus cosas no deben ser examinadas por las leyes humanas, sino por las divinas” (Vitoria, 1967:11). No quiere decir esto que Aguirre se exprese aquí como un teólogo frustrado, ni que los conquistadores utilizaran normalmente estos argumentos para reclamar el pago de sus servicios. Lo que ocurre es que Aguirre, sin tener formación teológica, se lanzó a desacreditar la autoridad del monarca a través del discurso teológico-político utilizado en los debates sobre la conquista americana y las rebeliones peruanas. Aguirre carga igualmente contra la administración virreinal y los misioneros apropiándose de la perspectiva religiosa, señalando que la situación actual de corrupción requiere medidas urgentes o “no faltarán escándalos”. Por ello termina advirtiéndole al rey de que: “si no pones remedio en las maldades de esta tierra, te ha de venir castigo del cielo”. El tono profético aparece también al referirse a los oidores de las Indias, quienes “doquiera que los topemos quieren nos hinquemos de rodillas, como a Nabucodonosor”. Al pasar a lo que él llama la “disolución de los frailes”, la caracterización negativa se vuelve hiperbólica. Los frailes son “enemigos de pobres, incaritativos, ambiciosos, glotones y soberbios”; y el rey no debería creerlos porque “las lágrimas que allá echan ante tu real presencia es para venir acá a mandar”. Tal vez influido por su propia referencia a la doble moral de los frailes, introduce un comentario irónico: “La vida que tienen es áspera y trabajosa, porque cada uno dellos tiene por penitencia en su cocina una docena de mozas y no muy viejas”. El uso de la ironía para destapar una incoherencia entre las palabras y los hechos recuerda precisamente a la crítica política de frailes como Las Casas, quien sin llegar a la amenaza ni la amonestación advirtió al príncipe Felipe en la Brevísima relación, de la necesidad de poner fin a las crueldades de los conquistadores para poder salvar moralmente a España. Como no podía separarse de lo teológico, la crítica del poder del monarca corría el riesgo de caer en la herejía. Al igual que Las Casas, cuya autoridad cayó en la segunda mitad del siglo XVI, otros autores que habían escrito con 210 Los marañones y la polémica de la conquista ironía sobre el poder de los reyes (Maquiavelo, Tomás Moro, Erasmo) se vieron envueltos personal o nominalmente en polémicas religiosas. En las rebeliones contra Felipe II de los calvinistas de los Países Bajos y los moriscos andaluces, los motivos ideológicos se entremezclaron con los religiosos. En el Perú, el texto conocido como “Anónimo de Yucay,” escrito en 1571 por un protegido del virrey Francisco de Toledo, presentaba a un Las Casas inspirado por el demonio y que proponía a los españoles que abandonaran las Indias.8 Por aquellos años comenzaba también el proceso de la Inquisición contra el dominico Francisco de la Cruz, quien sería quemado en Lima en 1578. En una acusación de septiembre de 1573, se dice que este dominico intentaba “plantar una nueva secta y alzarse en esta tierra y ser traidor a su rey y señor natural” (Abril, 1992:655). La cita de este documento inquisitorial podría haber formado parte de cualquiera de las crónicas sobre Aguirre. Poco más tarde, Felipe Guamán Poma de Ayala comenzaría a redactar su Nueva crónica y buen gobierno, en la que valiéndose de la retórica sermonaria plantearía su particular evaluación del sistema colonial en el Perú. En el caso de la carta a Felipe II, Aguirre caracteriza en términos demonológicos a los reyes europeos, tal y como se solía describir a los caníbales, al igual como Las Casas había presentado frecuentemente a los conquistadores, o como más tarde describirían al propio Aguirre sus antiguos marañones: “Por muy cierto tengo que van pocos reyes al infierno porque son pocos, que si muchos fuérades ninguno pudiera ir al cielo porque aún allá seriádes peores que Luzbel, según tenéis ambición y hambre de hartaros de sangre humana” (370). A continuación se burla del concepto jurídico-filosófico de la minoría de edad legal del monarca, comparando su estatus con el de los locos. En la carta a uno de sus enemigos ––el fraile dominico Francisco Montesinos–– Aguirre también mezcla la crítica de la religión y del poder real: “La respuesta suplico a Vuestra Paternidad me escriba, y tratémonos bien, y ande la guerra, porque a los traidores Dios les dará la pena y a los leales el rey los resucitará, aunque hasta ahora no vemos resucitado a ninguno. El rey ni sana herida ni da vida”.9 Aguirre se burla así de la creencia en el poder taumatúrgico de algunos monarcas europeos, creencia que ridiculiza al atribuirle el poder de resucitar a los muertos, con lo que parece añadir a la burla una blasfemia cristológica. Según las relaciones escritas por los marañones, Aguirre se burló de la autoridad del rey en otras ocasiones. Por ejemplo, solía preguntar que dónde tenía el rey de España el testamento de Adán para demostrar que éste le había 8 Comp. “Anónimo de Yucay”, “Procuró tanto este príncipe de las tinieblas este engaño para que, ya que había entrado la luz evangélica, quedasen unas tinieblas para destruir esta luz. Y así la urdió de manera que el emperador tuvo tanto escrúpulo que este padre le puso, y todos los teólogos siguiéndole por las falsas informaciones” (1995:122). 9 Sigo la versión de la carta a Montesinos recogida en Aguilar, El Marañón (2011:349). 211 Julián Díez Torres dejado las Indias en herencia, dicho atribuido también al tirano Carvajal y al rey de Francia. En otra ocasión, algunas relaciones señalan que Aguirre vio un rey de naipes en el suelo y comenzó a patearlo enfurecido. En otros casos, se mofó de los preceptos de la religión, como ya había hecho Carvajal, el demonio de los Andes. Además de anécdotas recopiladas en estilo indirecto, las relaciones de los soldados recogen un supuesto diálogo entre el caudillo y una de sus víctimas que resulta ilustrativo de las ideas asociadas a Aguirre. Tras ahorcar a un soldado, Aguirre se dirigió a su cadáver diciendo: “¿Allá estáis, amigo Alarcón?, ¿Cómo no viene el rey de Castilla a resucitaros?”.10 Esta misma burla, que parece aludir también a la crucifixión de Cristo, fue utilizada frecuentemente en los estallidos de violencia popular ocurridos en Francia entre católicos y hugonotes durante la segunda mitad del siglo XVI.11 El cuestionamiento de la figura sagrada del monarca a mediados del siglo XVI, era difícil sin entrar en lo herético. Los antiguos marañones coinciden en que Aguirre no creía sino en “nacer y morir”. Según el historiador Aguilar, que transcribe casi textualmente el relato del soldado Vázquez, el tirano decía que “para ir al cielo solo les bastaba el creer en Dios” (414). En términos teológicos estas ideas podrían suponer una concepción materialista del mundo o una creencia similar a la de la salvación por la gracia. El pasaje de Aguilar continúa señalando “que él [Aguirre] no quería los soldados cristianos ni rezadores, sino que jugasen el alma a los dados con el diablo”. Poco antes, en el momento de su muerte, lo llama “hereje gentil” (413), siguiendo a su fuente inmediata que dice “gentil hereje”. Resulta difícil distinguir, no obstante, dónde los soldados y los historiadores de la época dejan de transmitir las palabras de Aguirre para proyectar sobre él arquetipos populares como el del diablo cojuelo, el hereje luterano, el indio caníbal, o la imagen de personajes históricos recordados por la memoria colectiva como el tirano Carvajal y otros conquistadores y rebeldes indianos. La atribución de ideas heréticas y demonológicas responde a la misma necesidad cultural que había llevado a Aguirre a plantar su crítica política de la autoridad, a través de elementos teológicos y proféticos. Para un historiador letrado y aristócrata como Diego de Aguilar y Córdoba, que escribió en el Perú veinte años después de los hechos, los marañones fueron “una gente sin ley, sin vergüenza ni temor y del todo entregada a sus apetitos” (329). Sin embargo, esta visión estereotipada nos oculta que la argumentación de Aguirre en su carta sigue una estrategia dirigida a la justificación de su particular “guerra a sangre y fuego” contra Felipe II. Aguirre, por un lado, utilizó la retórica de los derechos por servicios no pagados, y por otro, desmontó la autoridad política 10 Aguilar copia la anécdota de Vázquez y otros marañones también la recogen (2011:388-9). Davis (1975:157 y 162-164) analiza cómo, durante las guerras de religión francesas del siglo XVI, algunas turbas violentas se burlaban de sus víctimas preguntándoles por qué no venía su Dios a salvarlos. 11 212 Los marañones y la polémica de la conquista del monarca a través de la denuncia de su mal gobierno, la burla de su figura y la adopción de un tono sermoneador y profético. Nada de esto es propio de una actitud irracional. Cierto es que no abrazó una teoría política definida ni constituyó un proyecto político alternativo y unificado. No fue un teórico de la política, sino un hombre de acción, un soldado pasado a la clandestinidad (un “traidor” según la terminología legal) convertido en una especie de pirata o bandolero. Tal vez algunos de sus actos podrían responder a un desequilibrio mental, como se apunta en su sobrenombre de “el Loco”, con el que fue conocido en el Perú ya antes de la expedición a Omagua. Esta locura, si es que existió (y considerando que la idea de la locura de su época difiere de la nuestra), no le impidió atraer seguidores tanto entre los miembros de la hueste de Ursúa como en la isla Margarita. El único principio afirmado por Aguirre de manera positiva y repetida en sus cartas fue el ideal soldadesco del “más valer” por las armas,12 es decir el puro ejercicio de la fuerza, lo cual lo emparentaría con otros soldados de fortuna del siglo de oro que dejaron testimonio de sus azarosas vidas. Cabe preguntarse de qué manera Aguirre y otros soldados radicalizados conciliarían este ideal con los principios cristianos que decían seguir. Pero la falta de coherencia ética y de un programa político sólido no puede ser considerada como muestra de irracionalidad. La locura, al igual que sucede con la posesión demoniaca, sirvió a los antiguos marañones y a los cronistas para explicar la ruptura de Aguirre contra el sistema de poder basado en la autoridad sagrada del monarca católico. Al cambiar nuestro punto de vista y analizar la palabra de Aguirre desde su propia posición geopolítica, en vez de como expresión de un arquetipo anti-heroico, sus ideas transgresoras nos permiten descubrir ––en tanto que la transgresión implica el reconocimiento de la norma–– las concepciones y los conflictos de poder surgidos en el virreinato peruano dentro del marco de la polémica sobre la conquista americana. University of North Carolina at Chapel Hill* Romance Languages and Literatures Departament 226 Dey Hall. CB 3170 (EE. UU) jdiez@email.unc.edu 12 Comp. Aguirre en la carta a Felipe II: “En mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú por valer más con la lanza en la mano y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien a sí mismo” (2011:368); y en la carta al dominico Francisco Montesinos: “Después de creer en Dios, el que no es más que otro no vale nada” (2011:348-9). 213 Julián Díez Torres BIBLIOGRAFÍA Abril Castelló, Vidal. (Ed.). Francisco de la Cruz, Inquisición. Vol. 1. Madrid: CSIC, 1992. Aguilar, Diego. El Marañón. Ed. Julián Díez Torres. Madrid/Pamplona/Frankfurt am Main: Iberoamericana/Universidad de Navarra/Vervuert, 2011. Aguado, Pedro. Recopilación historial de Venezuela. (Ed.). Guillermo Morón. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1963. Arellano, Ignacio. “Rebeldes y aventureros del siglo de oro en sus autobiografías”, en Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo. (Ed.). H. R. Cortés, E. Godoy, M. Insúa, Madrid: Iberoamericana, 2008:11-36. Anónimo. 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El rastreo documental de estas voces y la búsqueda de su historia lexicográfica arrojan datos cuantitativos que permiten afirmar para las primeras centurias del español en América la existencia de elementos léxicos diferenciales respecto del español peninsular. Estas voces prueban además la diferente nivelación que se produjo en el proceso de criollización por el que se configuraron las variedades del nuevo continente. Palabras clave: Crónicas de Indias, siglos XVI y XVII, español americano, nivelación léxica, criollización. Abstract This article examines the Indianisms used in eight chronicles of Indies from the 16th and th 17 centuries. The quantitative data have been obtained through documentary research and lexicographical history. These data allow us to acknowledge the existence of different words in Peninsular and American Spanish during the first centuries of this language in this new continent, which prove the leveling produced in the process of criollization of American varieties. Key words: Chronicles of the Indies, 16th and 17th centuries, American Spanish, lexical leveling, criollization. 1. INTRODUCCIÓN Los diccionarios de los siglos XVI y XVII, e incluso del XVIII ––para llegar hasta los comienzos de la producción académica–– son elocuentes sobre la escasa integración de aquellos elementos que pueden considerarse diferenciadores entre el español americano y el español peninsular de las primeras centurias de colonización española al otro lado del Atlántico (Cfr., Alvar, 1982). Covarrubias (2006) ofrece, por ejemplo, escasísimos testimonios de indigenismos a excepción de aquellos términos que se generalizaron desde los primeros contactos en zona antillana y que, después, suplantaron en la lengua general a los procedentes de otras lenguas indígenas. De este modo se explica en el Tesoro la expansión de canoa frente a acal Es nombre compuesto de atl, que vale agua, y calli, casa, y todo junto casas de agua. Esto es en lengua mejicana; mas porque las tales barquillas las llaman en Santo Domingo, donde primero estuvieron los españoles, canoas, las llamaron a todas deste nombre (s.v. canoa). Ha de considerarse, no obstante, que este primer vacío lexicográfico era esperable como reflejo del único español existente hasta aquel momento, el peninsular, Cristina Tabernero en el que se iban integrando algunos elementos procedentes de la aventura americana. Se estaba formando por aquellas épocas en América un español del que entraban a formar parte elementos que no cabían aún en la reflexión de los observadores de la realidad lingüística coetánea y que constituiría la variedad, o variedades, que realmente se hablaron en aquellas tierras durante los siglos XVI y XVII.1 El español americano en aquellas primeras centurias presenta ya, según se ha dicho,2 elementos configuradores propios en un diasistema de variedades fundamentalmente diatópicas que producen, con toda seguridad, consecuencias diastráticas y diafásicas, únicamente constatables, las geolectales y las sociolingüísticas, a través del expurgo de textos literarios y no literarios. De este modo es como podrán establecerse los grados de desarrollo del proceso de criollización al que se ha hecho referencia reiteradamente para describir la génesis del español americano, cuyo concepto matiza J.A. Frago como sigue Por criollización es evidente que no entiendo aquí la formación de una nueva lengua surgida de la mezcla del español con otra, sino la alteración del español dialectalmente diferenciado llevado a América, base no ya fundamental, sino casi exclusiva, del fenómeno de regionalización lingüística que venimos considerando, a partir del cual surgió el español americano, nueva modalidad a su vez dotada de variedades socioculturales y geográficas menores, que no sólo se extendería a todos los criollos, o nacidos en Indias, sino que acabaría siendo asumido por éstos como rasgo distintivo de su personalidad americana (1999:300). De hecho, la perspectiva variacionista destaca la relevancia del contacto entre diferentes modalidades lingüísticas en el desarrollo de otros dialectos, tal como parece que se produjo en la creación del español americano. Precisamente para describir este proceso refiere J. Sánchez (2010) las palabras de R. Penny (77-79) sobre las consecuencias de la convivencia de lenguas distintas Cuando hablantes de diferentes variedades entran en contacto prolongado, el resultado normal es, al principio, una mezcla dialectal bastante caótica en la que una gran cantidad de variantes entra en competencia. Luego se reduce gradualmente esta diversidad, conduciendo a la creación de un nuevo dialecto mediante los mecanismos de nivelación y simplificación. En la primera generación de hablantes tras la mezcla dialectal, esta nivelación se da solo en la conversación con hablantes de otros dialectos, generalmente evitando aquellos rasgos que representan las diferencias más marcadas o notables entre los dialectos en contacto. Sin embargo, las generaciones posteriores pueden abandonar totalmente estas variantes marcadas, en cuyo caso, estos hechos específicos de nivelación se vuelven estables como parte del habla del conjunto de la comunidad (2003:547).3 1 Martinell (1994) y Sánchez (2010) hacen referencia al hecho de que los testimonios de los autores del siglo XVI no dejan ver en ningún momento la consideración de la existencia de una «lengua nueva» en América. 2 Cfr., entre otros, Frago (2003-1999) y Sánchez (2003). 3 Remito, también, para estos conceptos de nivelación y de eliminación de marcas diasistemáticas a los escritos de J.A. Frago recogidos en la bibliografía. 216 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII Los datos que podamos recabar acerca del léxico ––información lexicográfica, contextos de uso, hablantes, etc.–– podrán ponernos sobre la pista de la respuesta a la cuestión más general en torno a la manifestación lingüística del mundo indiano, que llevará al planteamiento de otras reflexiones como los factores que determinan una selección léxica determinada o la vitalidad de unos términos en detrimento de otros. Para dar salida a todos estos interrogantes se ha considerado oportuna la vuelta sobre los textos cronísticos4 y su léxico, analizando, con el auxilio indispensable de las nuevas tecnologías, su documentación en estas dos centurias y su pervivencia posterior hasta llegar a la situación actual. 2. EL CORPUS: JUSTIFICACIÓN Y DATOS DE INTERÉS SOCIOLINGÜÍSTICO Se han expurgado en este trabajo ocho crónicas de Indias, seleccionadas según el autor, la fecha y la geografía que describen, como se comprobará en la breve presentación de todas ellas. Enumeradas en orden cronológico, se ha analizado el léxico de las Cartas de Relación (1519-1526), de Hernán Cortés; la Relación de Michoacán (h.1540), probablemente escrita por el franciscano fray Jerónimo de Alcalá, aunque se mantiene como anónima; la Brevíssima relación de la destruyción de las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas (1556); la Crónica de la conquista del Perú (1565), de Alonso de Borregán; la Relación general de la villa imperial de Potosí (1585), de Luis Capoche; la Historia de Tlaxcala (1576-1591), de Diego Muñoz Camargo; la Historia de la nación chichimeca (1610-1640), de Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl, y la Historia del Nuevo Mundo (1653), del jesuita Bernabé Cobo. Las Cartas de Relación, la Relación de Michoacán, la Historia de Tlaxcala y la Historia de la nación chichimeca se sitúan en el imperio azteca. En concreto, los escritos del conquistador de la Nueva España, que lingüísticamente constituyen —en palabras de J.M. Enguita— la ―observación de las primeras alteraciones de la lengua española al entrar en contacto con las culturas del imperio azteca‖ (Enguita, 1992:381),5 pretendían informar a Carlos I de la situación en las nuevas tierras conquistadas; la Relación de Michoacán constituye un relato de las costumbres de los habitantes de Michoacán antes de la conquista de los españoles;6 en la Historia de Tlaxcala se describe la sociedad y la cultura indígenas a través de sus ritos, ceremonias, tributos, 4 E. Hernández dedica varias páginas a la pertinencia de los materiales literarios para el estudio de la situación real del español americano frente a la supuesta mayor idoneidad de los no literarios. Basándose en una comparación de resultados entre los datos arrojados por las crónicas y los derivados de la documentación expurgada por Boyd-Bowman (1972) esta autora ofrece datos numéricos concluyentes que refrendan sobradamente su idea de la complementación entre los diferentes tipos textuales y la necesidad del estudio de ambos para la caracterización del español americano (1996:180-188). 5 En las Relaciones se encuentran las primeras voces nahuas conocidas y ―[a]demás, contienen vocablos de las Antillas aplicados a las cosas de la Nueva España‖ (Enguita, 1992:381). 6 La obra, que se ha descrito reiteradamente como monumento historiográfico por constituir uno de los mejores relatos del origen y costumbres del pueblo purépecha, fue compuesta a petición del primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, y tomó como base el relato de los viejos sacerdotes indígenas. 217 Cristina Tabernero dioses, templos, juegos y genealogías de las clases gobernantes y, por último, la Historia de la nación chichimeca cuenta el desarrollo político y cultural de los asentamientos humanos en el valle de México. Como bien se sabe, la Brevíssima relación de la destruyción de las Indias (1556), de fray Bartolomé de las Casas, está dedicada al príncipe Felipe —futuro Felipe II— para hacerlo conocedor de las injusticias que los españoles estaban cometiendo con los indios en América. De otra parte, dos crónicas describen el mundo incaico, la Relación general de la villa imperial de Potosí y la Crónica de la conquista del Perú. La primera de ellas cuenta la historia del descubrimiento del Cerro y su enorme desarrollo; la segunda versa sobre el descubrimiento del Perú y las guerras civiles entre pizarristas y almagristas luego de la conquista. Por fin, la Historia del Nuevo Mundo es, en realidad, una historia del mundo centrada en la descripción de las especies naturales americanas, por lo que cobra especial valor desde el punto de vista científico como tratado de Botánica. Otra de las informaciones relevantes en la consideración posterior de los datos extraídos de estas crónicas es la referida al perfil sociocultural de sus redactores, de los que en casi todos los casos puede hablarse de una formación, más o menos amplia, ya sea por su pertenencia a familias de linaje noble ––Cortés, Muñoz Camargo, Alva Cortés Ixtlilxóchitl–– o por su condición de religiosos, franciscanos, dominicos o jesuitas ––Fray Jerónimo de Alcalá, De las Casas, Bernabé Cobo––. Aunque poco se sabe sobre Luis Capoche, su obra deja ver a un autor con algún tipo de formación, más allá de la mera alfabetización. Con seguridad se sabe que se hizo dueño de minas e ingenios y que estuvo ajeno al mundo público al no desempeñar oficios comunales ni reales. El único autor semiculto, en terminología de Oesterreicher, sería Alonso de Borregán,7 uno de los llamados soldados cronistas, que hace patente en su obra el desconocimiento de las tradiciones textuales historiográficas (Vázquez, 1998:296). Algunos de estos autores estuvieron en contacto con diferentes culturas americanas, presencia geolectal diversa que se trasluce lingüísticamente en sus escritos, tanto más cuanto más tardía en el tiempo es la fecha de redacción ––De las Casas en La Española, en Cuba y en Chiapas; Capoche en varias zonas peruanas y en México; Cobo en las Antillas, Guatemala, Nueva Granada, Venezuela y Perú––; el resto, sin embargo, queda vinculado a una sola geografía ––Alcalá, Muñoz Camargo y Alva a México y Borregán a Perú––. Finalmente, ha de destacarse la condición bilingüe, en cuanto conocedores del español y de las lenguas indígenas, de tres de estos autores. Alcalá, amante e 7 Señala Mª N. Vázquez que, tal vez, Borregán dictó su crónica en lugar de escribirla: ―aunque sabía leer y escribir, hecho este que se deduce de las correcciones y los añadidos de folios enteros que él mismo realizó en el texto primitivo‖, otros autores se muestran, sin embargo, contrarios a la hipótesis del dictado (1998:294, N° 5). 218 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII investigador de las tradiciones indígenas, hablaba la lengua purépecha8 como lo muestra el hecho de que él prefiere llamarse a sí mismo intérprete de los datos consignados en el manuscrito; Muñoz Camargo, interesado por el mundo de los indios nahuas, desempeñó el cargo de intérprete oficial y de Fernando de Alva se sabe que aprendió náhuatl y español.9 Por su parte, Cobo ofrece en su obra reiteradas muestras de su conocimiento plurilingüe. 3. ÍNDICES DOCUMENTALES DEL LÉXICO CRONÍSTICO10 La breve descripción temática de las crónicas del corpus pone ya sobre la pista del elevado número de indigenismos contenido en cada una de ellas. De este modo, si todos los textos examinados presentan términos indígenas como único medio de denominación de las distintas etnias y tribus de los indios americanos, aquellas dedicadas a la descripción de la cultura y del entramado social de los pueblos mexicanos, como Michoacán, Tlaxcala o Chichimeca elevan significativamente la proporción empleada de estas voces. Los gentilicios que en estas crónicas se aplican a los nuevos pueblos, etnias o tribus son innumerables. Los desecho, sin embargo, porque no constituyen elementos léxicos en los que pueda cifrarse la distinción entre el español americano aurisecular y el peninsular de la misma época y me centro, en cambio, en el estudio de los términos empleados en las crónicas como modo de averiguar el uso real que estas voces pudieron poseer en el momento de redacción de estos escritos. Habrá que volver de nuevo ––ya se ha hecho en otros trabajos––11 a los contextos de uso que proporcionen información sociolingüística o socioestilística y, sobre todo, al empleo que muestran los textos a lo largo de la historia, constatación que solo ha podido ser accesible en los últimos años gracias a la elaboración de los bancos de datos que han permitido los avances tecnológicos. Con este objetivo se han rastreado los términos del corpus principalmente en el CORDE y se ha complementado la información con los datos del Léxico hispanoamericano del siglo XVI, de Boyd-Bowman (1972) y del Vocabulario de indigenismos, de Alvar (1997). 8 De los escasos datos seguros que se conocen sobre su vida, ha de destacarse la redacción en 1538 de una Doctrina cristiana en la lengua de Michoacán. 9 Fue gobernador indígena de Texcoco y del pueblo de Tlalmanalco. 10 A partir de ahora me referiré a las crónicas del corpus con el título abreviado: Cartas (Cartas de Relación, de Hernán Cortés); Michoacán (Relación de Michoacán); Brevíssima (Brevíssima relación de la destruyción de las Indias, de De las Casas); Perú (Crónica de la conquista del Perú, de Borregán); Potosí (Relación general de la villa imperial de Potosí, de Capoche); Tlaxcala (Historia de Tlaxcala, de Muñoz Camargo); Chichimeca (Historia de la nación chichimeca, de Alva Cortés) y Nuevo Mundo (Historia del Nuevo Mundo, de Cobo). 11 Es representativo a este respecto el estudio ya citado de E. Hernández (1996). En este trabajo se observan criterios similares a los enumerados en las líneas precedentes; las fuentes examinadas, sin embargo, a pesar de la exhaustividad y minuciosidad del trabajo de esta autora, no pueden aproximarse numéricamente a las que permiten contemplar al modo del CORDE de la Academia. 219 Cristina Tabernero Además, la historia lexicográfica de cada uno de los términos se ha comprobado en el Nuevo tesoro lexicográfico de la Academia (2001) y en el Diccionario de americanismos (2010) de reciente aparición; este último, junto al ya tradicional de Morínigo (1985), permite constatar la vitalidad de las voces analizadas como otro de los criterios que ayude a valorar la integración de determinados vocablos como elementos constituyentes del léxico americano. La mayoría de los estudios existentes hasta el momento ha distinguido como elementos configuradores, y diferenciadores, del léxico de este español indiano, en el sentido apuntado por Sánchez (2010), los denominados americanismos, entendiendo por tales aquellas voces peninsulares que recibieron otros significados diferentes en el Nuevo Mundo, además de los indigenismos tomados de las diferentes lenguas aborígenes. La pretensión de este análisis no reside, por tanto, en la fijación de estos elementos constitutivos ni en la ampliación de la nómina ya existente, sino en la presentación de algunos datos de marca sociolingüística sobre voces pertenecientes a ambos grupos que puedan llevar a conclusiones de algún tipo sobre el objetivo presentado con anterioridad. Me centraré únicamente en el estudio de los indigenismos, dejando para otra ocasión los americanismos, debido al rico caudal de información que se desprende de cada uno de ellos, inabarcable, por tanto, en los límites de un solo trabajo. 3.1. ÍNDICES CUANTITATIVOS DEL USO DE LOS INDIGENISMOS Como se ha reiterado insistentemente desde los primeros estudios sobre este tema, el elemento indígena es el que establece una diferencia esencial entre el español americano y el peninsular. Son constantes, asimismo, las referencias a la nivelación que América lleva a cabo con la lengua española, eliminando marcas de variación diatópica, diafásica o diastrática,12 aunque es evidente que esa misma variación volvería a instalarse en el nuevo sistema como funcionamiento consustancial a todas las lenguas. En el corpus de este trabajo se registran indigenismos que se han expandido en la lengua peninsular desde los primeros siglos de contacto entre los dos continentes: hamaca, canoa, tomate, caimán, etc.; otros que no han traspasado las fronteras americanas y que quedan como términos distintivos de una o varias zonas del español americano: huipil, cazabe o cazabi. Entre estos últimos se contarían aquellos que sí pueden considerarse actualmente parte del español peninsular aunque sea únicamente la realidad que designan la que se exporta en el mundo globalizado y no el término en sí mismo, que sigue teniendo un referente claramente americano: ají, chile. Por último, se constatan indigenismos, sobre todo en las obras de los autores que se han descrito como bilingües, ya sea por su condición de mestizos (Alva y Muñoz Camargo) o por su especial integración en el mundo indígena (Fray Jerónimo de Alcalá, supuesto autor de Michoacán). En estas tres obras se observa el recurso constante a los términos que las 12 Algunos autores como J.A. Frago (2003:2010) han insistido en muchos de sus escritos sobre el proceso de nivelación lingüística del español en América. En general hacen referencia a este aspecto todas las monografías que han tratado la génesis del español americano (Cfr., 2004; Saralegui y Sánchez, 2003). 220 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII distintas lenguas empleaban para su jerarquización social o para referirse a elementos folklóricos, sin que tanto una como otros se trasladen en la mayoría de las ocasiones al mundo criollo, circunstancia que se muestra en el testimonio único de estas fuentes. De este modo sucede con las denominaciones de - Fiestas: (―y en otra fiesta, llamada Caheri-uapánsquaro‖, Michoacán 32; ―Había una fiesta llamada Equata-cónsquaro‖, Michoacán 33); - Dignidades humanas o divinas: (―uaruri, diputado sobre todos los pescadores de red que tenían cargo de traer pescado al cazonci‖, Michoacán 192; ―uzquarecuri, diputado sobre todos los plumajeros que labraban de pluma los atavíos de sus dioses y hacían los plumajes para bailar‖, Michoacán 192; ―había otro mayordomo mayor sobre todo el maíz que traían al cazonci en mazorcas, y éste lo ponía en sus troxes muy grandes, y se llamaba quengue‖, Michoacán 193; ―Había otro llamado uaxanoti, diputado sobre todos los mensajeros y correos‖, Michoacán 193; ―y él les daba de sus esclavas y esclavos que dejaban de sacrificar de las guerras, llamados teruparaquaeuaecha‖, Michoacán 198; ―Tenía otros diputados para sus pasatiempos, que le decían novelas, llamados uandozinquarecha‖, ―y llevaban los correos llamados uaxanocha este mandamiento del cazonci por toda la provincia‖, Michoacán 202; ―Enviaba el cazonci un mensajero, llamado uaxanoti, que era oficio por sí‖, Michoacán 214, ―y llamaba a todos los señores de su linaje, llamados uacúsecha, que son águilas‖, Michoacán 243; ―aposentáronse en las casas de los papas, que tenían diez varas que ellos llaman pirimu, en ancho, y en los cúes‖, Michoacán 272; ―Luego, como vieron los indios los españoles, de ver gente tan extraña y ver que no comían sus comidas dellos, y que no se emborrachaban como ellos, llamábanlos tucupacha, que son dioses, y teparacha, que son grandes hombres, y también tornan este vocablo por dioses, y acátzeche, que es gente que tray gorras y sombreros‖, Michoacán 282; ―que [a] los caballeros de línea recta, los llamaban tepilhuan‖, Tlaxcala 95; ―al mercader que era armado caballero y a los finos que por descendencia lo eran, llamábanlos Tecuhtles‖, Tlaxcala 95; ―se presentó de aquella forma ante su infernal ídolo, hecho Chipe (que ansí llamaban a los que hacían esta ceremonia y diabólico espectáculo, que eran aquellos que se vestían de cueros humanos desollados)‖ Tlaxcala 108; ―El que lo era estaba obligado a sustentarlos y regalarlos como amigos de aquella casa y parientes de ella, ansí es que se llaman teixhuihuan, que quiere decir ‗los nietos de la casa de tal parte‘‖, Tlaxcala 132; ―Había otros penitentes que andaban de noche, que los llamaban en su lengua tlamaceuhque, los cuales tomaban un brasero pequeño sobre su cabeza, el cual llevaban encendido desde que anochecía hasta que amanecía‖, Tlaxcala 171; ―El octavo prodigio y señal de México fue que muchas veces se aparecían y veían dos hombres unidos en un cuerpo, que los naturales los llaman tlacanctzolli, Tlaxcala 181; ―con cuya edad y tiempo fueron los gigantes que llamaron quinametintzocuilhicxime‖, Chichimeca 61, ―Estaba un tribunal, que era el supremo, a quien llamaban Teoicpalpan que es lo mismo que decir asiento y tribunal de Dios‖, Chichimeca 148; ―la primera diligencia que se hacía era que iban ciertos mensajeros de los mexicanos que llamaban 221 Cristina Tabernero quaquauhnochtzin‖, Chichimeca 159; ―capitán general de aquel ejército, que llaman matlaxopili‖, Chichimeca 291); - Cosmovisión del mundo: ―Tuvieron repartidas las cuatro partes del mundo en esta manera. Tlapco llamaron al Mediodía, que quiere decir: ‗En la grada o poyo‘. El Norte llamaban Mictlan, que quiere decir: ―Infierno‖, significado por muerte. Tonatiuhxico llamaban al Oriente, Icalaquian al Poniente. A estas cuatro partes incensaban los sacerdotes de los templos con perfumadores e incensarios‖, Tlaxcala 152; ―Siendo media noche, que llamaban los naturales tohualnepantlaticatla‖, Tlaxcala 172; ―y le llamaron asimismo ce ácatl que fue el nombre del año de su venida‖, Chichimeca 63; ―en el año que llamaron ce técpatl‖, Chichimeca 64; ―el año de 984 de la encarnación de Cristo nuestro señor y en el que llaman 13 calli‖, Chichimeca 71; ―en el año que llaman ce tochtli y en el signo y día que llaman ce mazatl, y al postero del mes de tocoztzintlan‖, Chichimeca 94; ―y al salir el sol el día siguiente, que fue en el que ellos llaman matlactli cozcacuahtli‖, Chichimeca 102; ―se decía ce cuezpalin a los doce días andado de su séptimo mes llamado huey tecuhílhuitl‖, Chichimeca 122; - Vestimentas: ―Y sobre esta ropeta se ponían encima una mantilla delgada de algodón, a manera de sobrerropa, que los mismos tarascos llaman tzanatzi y los mexicanos ayatl‖13 Tlaxcala 71; - Otras muchas realidades como animales: ―Y ansí mismo llaman chichime a los perros‖, Tlaxcala 84; - Piedras: ―aunque otros dicen que era de piedra negra muy sutilmente labrada de color de azabache, que la hay en esta tierra y la llaman los naturales Teotetl, que quiere decir ―Piedra de Dios‖―, Tlaxcala 105; - Piedras sagradas: ―En medio de las puertas de las dos capillas estaba una piedra tumbada que llamaban téchcatl, en donde sacrificaban los cautivos en guerra‖, Chichimeca 156; - Edificios: ―Cualquier Tecuhtili que fundaba un Tecalli, que es ―casa de mayorazgo‖ o Pilcalli, que es ―casa solariega‖, ―Tlaxcala 132; o partes de un edificio o vivienda‖: -P or las partes del poniente de los templos estaban otros cuartos con su patio, sala y aposentos, que se llamaba Tlacateo, en donde criaban y doctrinaban los hijos del rey, allí asistían con ellos sus ayos y maestros, que les enseñaban toda la policía de su buen modo de vivir‖, Chichimeca 154; - Plantas: ―Ansimismo, tomaban cosas y las comían y bebían para con ellas adivinar, con que se adormecían y perdían el sentido y con ellas veían visiones espantables, y [veían] visiblemente al demonio con estas cosas que tomaban, que la una cosa se llamaba peyotl14 y otra yerba que se llama tlaptl‖, Tlaxcala 153; 13 De tzanatzi no encuentro otros testimonios; sin embargo, ayatl sí la registra Morínigo para México como ayat o ayate, ―tela de hilo de magüey‖ (s.v.) (Cfr., también más adelante). 14 El peyotl, sin embargo, sí pervive en México (peyote) y es conocido como alucinógeno fuera de sus fronteras; sucede de igual modo con el oconenetl que, según Morínigo (s.v.), es voz anticuada en México para denominar al ―pájaro carpintero‖. 222 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII - Divisas: ―dos rodelas de plumería con sus divisas de pluma amarilla y otros penachos que llamaban tecpílotl que es lo que se ponían los reyes de Tetzcuco en la cabeza‖, Chichimeca 144; - Medidas de capacidad: ―dando cada día en grano veinticinco tlacopintlis de maíz, para tomarles, que era una medida que en aquel tiempo se usaba, y cada tlacopintli tenía tres almudes más de una fanega‖, Chichimeca 146-7; - Instrumentos: ―en el noveno sobrado estaba un instrumento que llamaban chililitli, de donde tomó el nombre este templo y torre‖, Chichimeca 183; ―y en él asimismo otros instrumentos musicales, como eran las cornetas, flautas, caracoles y un artesón de metal que llamaban tetzilácatl‖, Chichimeca 183; - Lugares etnográficamente significativos: ―Un estanque que se decía Tetzapan, en donde se lavaban todos los vasos de los sacrificios y los que se sacaban sangre se iban a lavar allí‖, Chichimeca 156; ―Asimismo había en un cercado cantidad de árboles y matas de todo género de espinas llamado Teotlapan, que significa tierra de dios‖, Chichimeca 156; ––acontecimientos señalados––‖: y así llamaron a esta hambre netotocacahuíloc, que es como si dijésemos el hambre remediada de Totnacapan‖, Chichimeca 233. Sin embargo, es evidente que, si bien estas trasposiciones que se acaban de enumerar no triunfaron en el mundo criollo, los indígenas, al igual que los españoles, denominarían las nuevas realidades con voces propias (―A las mujeres de Castilla llamaban cuchaecha, que son señoras y diosas‖, Michoacán 284) que, incluso, se constituyen en términos arraigados en aquel momento ―que eran como agora son los religiosos que tenían aquella religión‖. Tlamacazque15 se llamaban porque servían a los dioses con sacrificios y sahumerios y ansí, todos aquellos que sirven a los españoles el día de hoy los llaman tlamacazque, porque como los españoles fueron a los principios tenidos por dioses, ansí todos aquellos que los servían eran llamados tlamacazque, porque ansí llamaban a los que estaban en los templos de los dioses. Hasta hoy ha quedado este nombre tan arraigado, que llaman a los criados de los españoles tlamacazque o tlamacaz, Tlaxcala, 161. Por otra parte, se constata un grupo de indigenismos con registro en otros textos además de los aquí considerados, pero con registro documental relativamente escaso, que muestra ausencia de generalización en el léxico americano. Esta circunstancia llevaría a pensar en algún tipo de marcación bien diatópica, por la restricción geográfica correspondiente, bien diastrática o diafásica, no siendo posible un discernimiento meridiano entre las variedades ocasionadas por un factor u otro, dado que todos ellos se entremezclan en el diasistema que constituyen las lenguas. Ha de afirmarse que la restricción geolectal implica las más de las veces una marcación sociolingüística negativa en cuanto al nivel cultural, que suele ir acompañada de la circunscripción diafásica al ámbito familiar, aquel donde principalmente se activan los elementos lingüísticos regionales, especialmente los pertenecientes al ámbito léxico. 15 Esta voz aparece sólo en 47 casos en 6 documentos cronísticos (Cfr., CORDE y Alvar, 1982, s.v. tlamacazque). 223 Cristina Tabernero Se conservan en la lengua actual, con uso más o menos anticuado, voces atestiguadas en el corpus como las que se señalan a continuación, que muestran los siguientes índices documentales en el banco de datos de la Academia (CORDE). - acal (Cartas) ‗canoa‘;16 un caso, en un texto anónimo de 1547,17 - achira ‗planta‘ (Nuevo Mundo): una sola aparición en Guamán Poma de Ayala;18 - achupalla ‗piña de las Indias‘ (Nuevo Mundo): un caso en un documento (Viaje al reino del Perú, de Antonio de Ullo, de 1784), - apo ‗supremo señor‘ (Potosí): documentación casi exclusiva en Guamán Poma de Ayala; ayatl ‗mantilla de algodón‘ (Tlaxcala): con un solo caso en CORDE, de J. De Lopetegui, en 1965,19 - azua ‗chicha‘ (Potosí): con seis casos en tres documentos en CORDE, - cacaguatal ‗plantación de cacao‘ (Cartas); 21 casos en once documentos, - cacahuatal: cuatro casos en tres documentos (tres de finales del s. XVI y uno del XX), - camayo: ––sólo en catorce textos diferentes, entre 1535 y 1650,20 En el caso de camayo ‗indio sirviente‘ (Perú) Fray Martín de Murúa (1613, Historia general del Perú) habla de ―llamar llano‖ A estos llamaban llano paucar camayo. Esta ropa era para el Ynga, y para sus mugeres y el sol. […] Otros yndios oficiales de ropa más basta, de lo mismo, y llámanlos ahuapaucar, oficiales de ropa de cumpi, llamados llano pacha camayos, otros de la mesma ropa más vasta, que dizen ahuapacha camayos. Se añaden a las anteriores por su escasa representación en los textos, según se desprende de los datos del CORDE - chalchiuite21 ‗piedra preciosa‘ (Tlaxcala), voz actual de México y Guatemala según el Diccionario de americanismos: sólo en dos documentos y - chalchihuite: en nueve documentos repartidos del siguiente modo: cuatro del siglo XVI, uno del XVII, otro del XVIII y tres del XX; 16 Señalo entre paréntesis, al lado de cada término, las crónicas del corpus que lo testimonian. Cfr., al comienzo de este artículo las palabras de Covarrubias a propósito del rendimiento funcional de acal frente a canoa. 18 El DRAE no lo incluye hasta 1925 (Tesoro, s.v.). Según el Diccionario de americanismos, se trata de un término de uso extendido (s.v.). 19 Cfr., Alvar, s.v. Según el diccionario de Rodríguez de 1918 (Tesoro lexicográfico, s.v.), primer y único registro de la lexicografía española del término apo, era el ―Nombre que daban los indios del Perú a los colonizadores españoles: significa señor en peruano‖. 20 Hoy camayo es en Perú ‗peón que se ocupa de cuidar y regar los terrenos de labranza de poca extensión‘ (Diccionario americanismos, s.v.) 21 Se han buscado también las variantes chalchuiuitl, chalchivis, chalchuvis, chalchuy (Cfr., Buesa y Enguita, 1992:78). 17 224 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII - chian ‗semilla‘: ––en seis documentos distintos, seis casos distribuidos como sigue: cuatro en los siglos XVI y XVII22 y dos en el XX (Miguel Ángel Asturias) chia (Chichimeca, Nuevo Mundo): sólo aparecen cuatro casos en dos documentos del s. XX, aunque actualmente sigue usándose en América (Diccionario de americanismos, s.v.), - guaraca ‗cuerda que se arrolla al peón‘ (Conquista del Perú): seis casos en cinco documentos (Murúa, Guamán, Borregán, Fernández de Oviedo y Marco Fidel Suárez, este último del s. XX), - huipil(es) ‗camisa(s)‘ (Chichimeca): dieciséis documentos diferentes registran 101 casos y huepil(es) (Tlaxcala): quince casos en cinco documentos, conservado hoy, según el Diccionario de americanismos, s.v., - ixtli ‗fibra vegetal‘ (Tlaxcala): cuatro casos en tres documentos y sus variantes ixtle ––siete casos en cinco documentos, todos a partir del s. XVIII––, conservado hoy, según Morínigo en México con varias acepciones- e iztli, 23 sólo en Nuevo Mundo; - jacal ‗choza‘ (Chichimeca): 139 casos en 35 documentos; sólo catorce pertenecen a los siglos XVI y XVII, que hoy designa en México y zonas de Honduras la ‗choza o casa humilde‘, - maxtle(s) ‗ceñidor‘, con las diversas variantes recogidas en otros estudios (maztle, mastate. Cfr. Buesa y Enguita, 1992:79). Se registra en muy pocos documentos en CORDE (uno o dos diferentes por cada una de las formas examinadas), aunque hoy sigue vivo en el español de América Central y México con el significado histórico de ‗ceñidor que usaban los aztecas‘. En Costa Rica y Guatemala designa, sin embargo, referentes actuales;24 - mazatle ‗venado‘ (Tlaxcala) ––variantes mazatl, macat, maçat (Alvar, s.v.)–– no registra documentación a excepción de un único testimonio para cada forma, aunque sí pervive hoy en la lengua de Nicaragua, mazate, con diferente significado ‗patacón, garrapata‘; - nequén ‗nopal‘ (Chichimeca), igualmente poco atestiguada en los textos: diecisiete casos en cinco documentos;25 - nochtli (Tlaxcala, Nuevo Mundo): cuatro casos en dos documentos (Motolinía y Mendieta) y - nocheztli: dos casos en dos documentos (Sahagún y Motolinía),26 se conserva como nocheztli en México para designar al ‗nopal de la cochinilla, planta‘ o la ‗materia pastosa 22 También lo recoge Boyd-Bowman, s.v. Nombre genérico dado a todas las clases de fibras vegetales. // Nombre de los agaves en general, y de todas las plantas que producen fibras.// La cuerda de enlazar o cualquier cuerda utilizada en los trabajos ganaderos (Diccionario de americanismos, s.v.). 24 Que suponen cambios de significado sobre el uso originario. DRAE, s.v. mastate: 2. m. C. Rica. Tela fabricada con el líber o película situada entre la corteza y la madera de ciertos árboles, con la cual hacían su ropa los indios. 3. m. C. Rica. Nombre de dos árboles moráceos de los que se puede fabricar dicho tipo de tela, y de uno timeleáceo. 4. m. Guat. Pañal o braga. 25 Alvar la recoge en De las Casas con el significado ‗pita‘ y en Acosta como ‗hilo de la hoja fibrosa de la pita‘ (s.v.). También en el léxico de Boyd-Bowman, s.v. 26 Cfr., también Alvar, Vocabulario, s.v. 23 225 Cristina Tabernero extraída de la hembra de la cochinilla reducida a polvo que se usa como colorante grana de la seda, lana y otros objetos‘, marcada esta última como rural; - patol ‗juego semisagrado‘ (Michoacán, Tlaxcala): dos casos en dos documentos. También en la lengua del México actual como ‗iquimite‘ (Diccionario de americanismos, s.v.); - peyotl (Tlaxcala) ‗planta‘: dos casos en un documento del siglo XX y, - peyote: cuarenta casos en ocho documentos: el primero de 1590 (Juan de Cárdenas);27 Los demás repartidos entre el XVII (dieciocho casos), el XIX (uno) y el XX (veintiuno), es hoy término conocido fuera de las fronteras mexicanas y americanas y de este modo lo contempla el DRAE (s.v. peyote); - picietl ‗tabaco‘ (Tlaxcala, Nuevo Mundo): treinta casos en cuatro documentos (tres casos cronísticos: Motolinía, Mendieta y Cobo,28 y los demás en una misma obra del XX) y picietlh en Las Casas (Alvar, Vocabulario s.v.), hoy en la forma piciete, término obsoleto en México, según el Diccionario de americanismos, para denominar el ‗tabaco‘; - pyles, piles ‗senadores‘ (Tlaxcala): dieciséis casos en ocho documentos (todos ellos, menos uno, de los siglos XVI y XVII);29 - tecomates ‗planta‘ (Chichimeca): 47 casos en doce documentos: treinta de los siglos XVI y XVII30 se conserva hoy en México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua para hacer referencia a la planta ‗güiro‘;31 - tecuhtlilis, tecuitli, tecuitl, tecuhtles, tecuhtlis ‗señores distinguidos‘ (Tlaxcala, Chichimeca). Aparecen, según formas, en tres documentos diferentes máximo, todos del siglo XVI;32 - teponaxtle o teponastle ‗instrumento‘ (Tlaxcala, Chichimeca): dieciséis casos en tres documentos del siglo XX y, teponastli:33 treinta y cinco casos en siete documentos (todos, 27 Según Buesa y Enguita, peyote está ya en Sahagún (1532). Puede suponerse que la forma pisiete que aparece en la Historia de la nación chichimeca –―cogió una poca de ceniza y estregándola con una poca de yerba llamada pisiete para confortarse el estómago‖ (130) sería una variante seseosa de picietl o piciete. También en CORDE se registra la misma forma en Fray Jacinto de la Serna (―No solo àn dado, y dan adoracion á las cosas arriba dichas, sino que tambien la dan á los árboles, y á las plantas como á el Huatli, y ololiuhqui, peiote, y pisiete, attribuiendo á los arboles mas alma, que la vehetativa, que les dió Dios, como á las demas plantas y semillas, virtud para obrar‖. Tratado de las supersticiones…). 29 También en las fuentes de Boyd-Bowman, s.v. 30 También en el léxico de Boyd-Bowman, s.v. Merece la pena, creo, reproducir el caso que aparece en Miguel Ángel Asturias como prueba de la restricción de uso del término: ―Luego, para que les pasara del galillo el migajón de la pulpa diéronles agua nativa que llevaban en cascarones vegetales en forma de ocho, cantimploras que llamaban tecomates, abiertas por arriba en la parte más angosta y nalgonas por abajo para asentarlas sin peligro de que cayeran y se derramara el líquido‖. (Tomado de CORDE, M.A. Asturias. Maladrón, 1969). 31 Lo recoge también Morínigo, s.v., que explica los cambios semánticos por los que ha pasado este término: ―Tecomate se usó en un principio para designar a las vasijas de barro. Se aplicó luego este nombre a toda clase de vasijas y, por fin, a las plantas que producen frutos utilizados para hacer vasijas‖. 32 Cfr., también Alvar, Vocabulario s.v. 33 También en Boyd-Bowman, s.v. teponastli. 28 226 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII excepto dos, de los siglos XVI y XVII), que se conserva hoy en México (DRAE, Diccionario de americanismos, s.v.); - toxcatl ‗cuarto mes de los chichimecas‘ (Chichimeca): tres casos, dos de la Historia de la nación chichimeca y uno del siglo XVIII, de F.J. Clavijero, al que se suma el de Acosta que recoge Alvar (Vocabulario, s.v.); - xipiuipil ‗medida‘ (Chichimeca) (un caso, el de Fernando de Alva) y las variantes que señala Alvar (s.v.) jiquipil, xiquipil, xiquipilli (Chichimeca), recogidas en CORDE con un máximo de diez documentos (xiquipil(es))-, conservada hoy en El Salvador como ‗bolsa, costal‘ y ‗cantidad grande de algo, montón‘ (Diccionario de americanismos, s.v. jiquipil). Otros indigenismos como: -mitayos ‗indios para el trabajo‘ (Perú, Nuevo Mundo): 211 casos en 44 documentos,34 en su mayoría de los siglos XVI y XVII, 134; -mitimaes ‗miembro de un grupo de pobladores‘ (Perú): 99 casos en 22 documentos;35 mitotes36 ‗danza‘ (Brevísima, Tlaxcala): cincuenta casos en 24 documentos: 22 del XVI, dos del XVII, uno del XVIII, los demás del XX; - nopal (Chichimeca) ‗planta‘: sesenta casos en 73 documentos-; - mamacona ‗mujer virgen y anciana‘ (Perú): ochenta casos en catorce documentos, excepto cinco, todos los demás pertenecen a los siglos XVI y XVII37 y su variante mamacuna: cuatro casos en dos documentos (el Inca Garcilaso y otros tres del XVIII), que en la actualidad denomina en la lengua popular a la mujer indígena, generalmente gorda (Diccionario de americanismos, s.v.); -tamemes ‗cargadores indios que acompañaban a los viajeros‘ (Tlaxcala): 97 casos en 27 documentos: ochenta casos del s. XVI, nueve del XVII, dos del XIX y seis del XX, que hoy se conserva en México como voz histórica, según Morínigo,38 son términos que cuentan con testimonios documentales más frecuentes que el grupo anterior, pero su profusión no deja de ser escasa en comparación con otras voces totalmente generalizadas como tomate o petaca, que incluso en las centurias del quince y del dieciséis desprenden números de registro proporcionalmente mucho más elevados que estos recogidos en las líneas precedentes. 34 También en Boyd-Bowman, s.v. Alvar recoge testimonios de Gutiérrez de Santa Clara, de De las Casas, Cieza de León, Acosta, Garcilaso y varias referencias más (Alvar Vocabulario, s.v.). También en Boyd-Bowman. 36 Mitote podría considerarse también término histórico en su acepción primera, aunque ha dado lugar a otras derivaciones significativas, vigentes en la actualidad: 2. m. Am. Fiesta casera. 3. m. Am. Melindre, aspaviento. 4. m. Méx. Bulla, pendencia, alboroto. 37 En su totalidad se trata de documentos cronísticos o americanos. También en el léxico de BoydBowman, s.v. 38 Apunta este autor que ―este término formó parte también del acervo léxico de Chile y Perú, y tal vez de otras zonas‖ (Morínigo, 1985, s.v.). 35 227 Cristina Tabernero 3.2. ÍNDICES CUALITATIVOS DEL USO DE LOS INDIGENISMOS Y NIVELACIÓN LÉXICA Los datos presentados dejan paso, según creo, a la posibilidad de algunas consideraciones sobre la caracterización del léxico del español americano de los siglos XVI y XVII, llámese criollo o indiano, con la presentación de posibles marcas sociolingüísticas y socioestilísticas que expliquen la mayor difusión de unos términos sobre otros y el triunfo de una voz entre sus sinónimos geográficos. Los indigenismos de las crónicas analizadas hablan, en términos generales, de un número mayor de elementos diferenciadores ––de escasa difusión posiblemente, a juzgar por la parquedad de los testimonios encontrados––, en los escritos de autores bilingües, o conocedores de la lengua indígena y del español, cuya obra posee un claro objetivo etnográfico. Esta circunstancia lleva a pensar en voces propias de variantes diatópicas, en este caso de diferentes regiones mexicanas, que por su propia restricción geográfica se marcarían diastrática y diafásicamente como los términos menos prestigiados socialmente ante la difusión de otros sinónimos, empleados por hablantes considerados por los demás como referencia lingüística. La posibilidad de esta marca geolectal y, por ende, de estilo y de estrato, vendría ratificada por la pervivencia que estas voces muestran en las diferentes variedades del español americano de hoy, a pesar de que los textos no dejen pensar en términos sin solución de continuidad desde las primeras documentaciones hasta la actualidad. La condición bilingüe, o de intérpretes, de los autores en cuestión determina, asimismo, el léxico de estas crónicas mediatizado por la especial condición lingüística de estos hablantes, que se comportan, efectivamente, como traductores o intérpretes del mundo indígena. Mención especial merece a este respecto la Historia natural del Nuevo Mundo, de B. Cobo , por la información diatópica que ofrece (―a las mugeres les hazia trabajar hazer comidas y sembrar sus legumbres para mayz oca quinoa camote que en Santo domingo se llamaban batatas calabaças que en otras partes les llaman avyamas‖, 78),39 muestra de la variación geolectal americana, en contraposición muchas veces a las denominaciones de los españoles.40 Por otro lado, este grupo de voces indígenas señala las obras de autores bilingües, que son al mismo tiempo las destinadas a la descripción del mundo indígena, como aquellas plagadas de voces que designan los usos y costumbres aborígenes. Es evidente que la ausencia de toda noticia documental contemporánea, posterior y actual caracteriza el uso exclusivamente indígena de estos vocablos, cuyo empleo por otros hablantes, en el caso de producirse, deberá contemplarse como fenómeno derivado del contacto de lenguas (Cfr., Frago y Franco 194-209), sin que aquellas voces lleguen a formar parte de la koineización resultante conocida como 39 Testimonios como este son innumerables a lo largo de su extensa obra. De hecho, dada la relevancia de información que aporta este autor, estoy realizando un estudio léxico del que podrán extraerse datos interesantes para el tema que se plantea en estas páginas 40 228 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII español criollo (Cfr., también Sánchez, 2010). Se anotan casos, además, que permiten comprobar la doble dirección del contagio, que implica denominaciones del mundo indígena para las nuevas realidades españolas en el mundo descubierto: cuhaecha ‗señoras y diosas‘ y tlamacazque ‗criados de los españoles‘. Al igual que en el conjunto de los americanismos, los vocablos de escasas apariciones documentales y de vigencia actual, poco prestigiados socialmente, en consecuencia, en la lengua de aquellas centurias, se observan fundamentalmente en las crónicas de autores mestizos, seguidas en algunas ocasiones por la del jesuita Bernabé Cobo. Ha de destacarse también la constatación de varias de ellas en los documentos no literarios despojados por Boyd-Bowman (1972). La consideración de todos estos indigenismos según el texto cronístico en el que se encuentren arroja una proporción significativamente más elevada de términos diferenciales de poco uso para Tlaxcala, Chichimeca y Michoacán. Cortés, Las Casas o Capoche registran voces más generalizadas, lo mismo en los siglos XVI y XVII que en la época actual; en definitiva, constatan estos últimos autores los vocablos que han gozado de mayor difusión. En la obra de Borregán (Perú), el soldado cronista, se comprueba un número escaso de indigenismos, excepto los sobradamente testimoniados en otras fuentes, que pueden considerarse diferenciales respecto al español peninsular, tan solo aquellos cuya documentación en esta época muestra ya su integración en el español hablado entonces en tierras americanas. J.A. Frago y M. Franco describen las causas que han podido influir en el distinto grado de aindiamiento que presentan las crónicas no resulta igual el proceso de aindiamiento léxico en soldados, conquistadores o eclesiásticos. Son escasos los nahuatlismos de Cortés en las Relaciones, a causa del interés distinto que puede acarrear la novedad americana en un sujeto que sólo atiende a los hechos de la conquista, frente al repertorio léxico indigenista que aparece en Bernal Díaz del Castillo, y mucho más en la obra de Fernández de Oviedo (208). Por otra parte, la exuberancia lingüística de las crónicas mexicanas del corpus obedecería tal vez en mayor medida a la muestra de alarde de conocimiento sobre la realidad indígena a la que se han referido ya algunos estudiosos cuando se han acercado al léxico de las crónicas de Indias. En el extremo opuesto al de Borregán se encuentra Cobo, cuyo afán de exhaustividad científica lo convierte en un completo tratado de información geolectal y sociolectal, al que habrá ayudado en gran medida la visión diacrónica que puede ofrecer la observación lingüística en la mitad del siglo XVII. En resumen, el español indiano o criollo de los siglos XVI y XVII iba tomando ya sus propias decisiones lingüísticas en la selección de un léxico propio, que estaba constituido por aquellas formas prestigiadas socialmente por su mayor ––y posiblemente primera–– difusión, aunque serían muchos más, 229 Cristina Tabernero según muestra el análisis anterior, los términos geográfica y socialmente restringidos a un ámbito de uso en el que existiera verdadera integración entre el mundo español y el indígena. De acuerdo con los resultados expuestos del análisis de indigenismos del corpus, puede afirmarse la identidad de un español en América léxicamente diferenciado respecto al peninsular durante los siglos XVI y XVII como prueba la existencia de un nutrido número de voces que se documentan casi con exclusividad en textos americanos, fundamentalmente cronísticos, de las centurias mencionadas, ausentes, por otra parte, de la lexicografía del momento. De otro lado, esta misma peculiaridad léxica constata la conformación de un nuevo diasistema de variación geolectal, dada la escasa difusión de algunos términos, sobre todo, según revela el corpus, de aquellos relacionados con la Nueva España y vigentes hoy en el español de México; y un diasistema de presumible variación socioestilística por el diferente proceso de nivelación que los términos peninsulares habrían sufrido en América respecto de su condición de origen. De otro lado, el contacto de lenguas sigue mostrando su papel significativo en la configuración del español americano ante la variación que supone en el léxico de las crónicas la condición bilingüe de sus autores, mucho más atentos a plasmar las realidades indígenas que aquellos otros monolingües. Sucede, sin embargo, que la diferente formación cultural y el nivel social de los autores de crónicas no constituye en absoluto elemento determinante del vocabulario empleado. Ocurre del mismo modo con la presencia de estos cronistas en diversas áreas geolectales (Cobo o De las Casas), que plasman un léxico de elementos diferenciados respecto al peninsular en grado muy superior al de quienes convivieron con pobladores de una sola zona (Borregán, Muñoz Camargo, Alcalá, Alva). En efecto, la combinación de estos dos factores ––presencia geolectal y conocimiento lingüístico–– dan lugar a dos extremos de diferenciación léxica respecto de la situación peninsular: la que se ha denominado en estas páginas presencia geolectal única de Borregán y su conocimiento monolingüe supondría el grado mínimo frente a la presencia geolectal diversa y conocimiento multilingüe de Cobo como representación del máximo; a estos factores precede desde luego el especial conocimiento de las voces antillanas por ser el lugar, como decía Covarrubias, ―donde primero estuvieron los españoles‖ (Cfr., §1). Son estos elementos, pues, los que pueden presentarse como sociolingüísticamente significativos en el proceso de criollización y de nivelación lingüística que configuró las variedades americanas del español. Universidad de Navarra* Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) Campus universitario s/n 31009 Pamplona-Navarra (España) ctabernero@unav.es 230 Indigenismos y nivelación léxica del español americano en los siglos XVI y XVII BIBLIOGRAFÍA Alvar, Manuel, ―La recepción de americanismos en los diccionarios generales de la lengua‖, Actas del I Congreso Internacional sobre el Español de América. Ed. Humberto López Morales y María Vaquero. San Juan de Puerto Rico: Academia portorriqueña de la Lengua española, 1982:215-218. ------- Vocabulario de indigenismos en las crónicas de Indias. Madrid: CSIC, 1997. Asociación de Academias de la Lengua española. Diccionario de americanismos. Madrid: Santillana, 2010. Boyd-Bowman, Peter. Léxico hispanoamericano del siglo XVI. 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Tübingen: Gunter Narr. 1998:293-315. 231 233-244 NOTICIAS DE JUAN RECIO DE LEÓN, DESCUBRIDOR Y REPOBLADOR EN TIPUANE, CHUNCHOS Y PAITITE (actual Bolivia) News from Juan Recio de León, Discoverer and Settler of Tipuane, Chunchos and Paitite (modern day Bolivia) Ignacio Arellano* Resumen Este artículo ofrece una aproximación a la figura de Juan Recio de León, descubridor y repoblador de las zonas de Tipuane, Chunchos y Paitite y a sus memoriales entre los que destaca la Relación de los servicios que Juan Recio de León... ha hecho a su majestad de más de veinte años a esta parte y la Breve relación, ambos documentos de 1623. Estos dos textos resultan de especial interés por las noticias que aportan sobre la flora, fauna y costumbres de los indios. Palabras clave: Juan Recio de León, Memoriales, Crónicas de Indias. Abstract The article offers an approximation to the figure of Juan Recio de León, discoverer and settler of Tipuane, Chunchos and Paitite, and to his memorials, particularly his Relación de los servicios que Juan Recio de León… ha hecho a su majestad de más de veinte años a esta parte and Breve relación, both of 1623. These texts have special interest because of the information that they present about the flora, fauna and the customs of the natives. Key words: Juan Recio de León, Memorials, Chronicles of the Indies. PERFIL BIOGRÁFICO DE JUAN RECIO DE LEÓN Los escasos datos biográficos de Juan Recio de León, “aventurero nato y grafómano empedernido” (Barnadas, 2008:215), que han llegado hasta nosotros proceden de sus propios memoriales, especialmente de la Relación de los servicios que Juan Recio de León… ha hecho a su Majestad de más de veinte años a esta parte, documento de 1623,1 en el que el antiguo maestre de campo presenta a Felipe IV un resumen cronológico de sus principales trabajos. Carecemos de detalles personales, familiares o íntimos de su infancia, formación, ámbito doméstico, etc., aspectos improcedentes en el tipo de textos memorialísticos en los que fue consignando incansablemente sus empresas de descubrimiento, pacificación, 1 La datación de 1625 que se le atribuye, por ejemplo, en la monumental y admirable Bibliotheca boliviana antiqua de Barnadas (núm., 286), procede de la fecha de las resoluciones del Consejo añadidas al documento de Recio: hay tres, fechadas en 14 de julio de 1623, 25 de octubre de 1624 y 23 de junio de 1625, rechazando las pretensiones de Recio. Sólo la última resolución es de 1625. En el impreso no se distinguen gráficamente del texto del propio Recio, así que el error es muy fácil. Para este perfil biográfico recurro fundamentalmente a este documento. Luego añadiré otros detalles. Ignacio Arellano organización y repoblación en distintos lugares de las Indias a lo largo de veinte años, y solicitando, sin éxito, las recompensas a las que aspiraba. Si damos fe a los hechos que cuenta (no hay por qué negarla, aunque se maticen sus valoraciones), Juan Recio nace en la villa de Vega de Rioponce, en el reino de León. Comenzó sus servicios en la armada bajo el mando del general Luis Fajardo, quien gobernó la escuadra que en 1605 expulsó a los holandeses que merodeaban las salinas de Punta Araya, cerca de Cumaná, en Venezuela. Como dato curioso señalaré que en esta escuadra iba la monja alférez, Catalina de Erauso,2 que quince años más tarde encontrará de nuevo Recio de León en las guerras de Chile, y llevará en su compañía a otras empresas de los reinos del Perú, sin conocer su identidad femenina. Tras dos años en la armada sienta plaza con el capitán don Pedro Berbegal, que en 1606 levantaba gente para los galeones de la carrera de Indias. Enferma en Cartagena, “y habiendo tenido noticia de un tío suyo que estaba en el Nuevo Reino de Granada, se fue a su casa”. En 1607 le da su tío alguna hacienda, que emplea en la conquista de los indios pijaos, “y en otra ocasión para la de los indios carares y areguíes del río grande de la Magdalena”. No olvida señalar que todo esto se hace sin gasto de los dineros de la Corona, un motivo recurrente en todos sus escritos. Desempeña (1614) por nombramiento del presidente y cabildo de Santa Fe de Bogotá el cargo de alcalde de la Santa Hermandad para reprimir los numerosos delincuentes que hacían difícil la vida en los caminos y haciendas del campo, “gastando asimismo con ministros gran parte de su hacienda, como más largamente consta de una información que tiene presentada”. En 1615 sube a Quito con licencia del virrey príncipe de Esquilache para ayudar a las tropas de don Francisco Maldonado en la defensa de Guayaquil y Puerto de la Puná contra el enemigo holandés, “con grande riesgo de la vida, como certifica el dicho general y el príncipe de Esquilache en una certificación que tiene presentada”.3 Al año siguiente se embarca en el navío San Francisco para el reino de Chile. Según Recio, sólo su valor e industria salvan a este barco del naufragio en una espantosa tormenta dio al dicho navío una tempestad y tormenta, que quedó desaparejado y hechas pedazos las velas, medio zozobrado más de doce horas, ahogados algunos marineros y el piloto, y los demás perdidas las esperanzas de la vida. Y animándose el dicho maese de campo, tomó el timón en la mano y mandó hacer unas bandolas de los pedazos de vela, con que enderezó el navío. Y aunque de un golpe de timón se le quebró una costilla, no le soltó de la mano en más de cuarenta leguas hasta que entró en el puerto de Valparaíso 2 Ver Historia de la monja alférez. (1838). (Ed.). Joaquín María de Ferrer (cap. II:178-181) y Medina (1963). Relación de los servicios que Juan Recio de León, sin paginar. Por este motivo, las citas siguientes de este documento irán sin paginar. 3 234 Noticias de Juan Recio de León, descubridor y repoblador en Tipuane Por órdenes secretas del virrey inspecciona los fuertes y guarniciones de Chile y posteriormente soluciona una serie de problemas en la provincia de los pacajes, que no podían cumplir con las obligaciones de las tasas y mitas de Potosí, por la mala organización y abusos que impulsaban a los indios a abandonar la región. Recio actúa de protector de los indios y reorganizador de las mitas haciendo que los españoles paguen a los indios los servicios debidos. También reprime a un contingente de indígenas rebeldes que se refugiaban en la zona, en islas de totoras, y causaban problemas a los demás pobladores: “y con la industria y trazas del maese de campo se hizo el castigo y conquista, poniendo fuego a toda la isla y reduciendo los rebeldes a la iglesia de San Pedro de Cipita, con que cesaron los daños…” Por estos años interviene varias veces en defensa de los indios, tanto para su protección como para lograr mejores resultados en la producción agrícola y minera, dañada por las fugas de los indios tratados injustamente, como sucedía en Oruro, donde “enteró la mita sin daño de los naturales, haciéndoles asimismo restituir muchas haciendas que los dichos jueces les habían quitado” (loc. cit. sin paginar). Entre 1619 y 1621 se colocan las actividades más reivindicadas por Recio: los descubrimientos y repoblaciones en Tipuane, Chunchos y Paitites, “la tierra más poderosa de riquezas y naturales que hasta hoy se ha conocido”, desempeñando los oficios de maestre de campo, teniente de gobernador, capitán general y justicia mayor, como delegado de Pedro de Leagui Urquiza, gobernador y capitán general de las dichas provincias. Destaca Recio, en esta etapa, sus exploraciones y refundaciones de las poblaciones de San Juan de Sahagún y Nuestra Señora de Guadalupe, que habían sido abandonadas tras su primera instalación. Construye dos iglesias con pilas bautismales “en donde dos religiosos han bautizado más de 70 señores de provincias, sin otro grande número de almas”, y vuelve a insistir en que corre personalmente con los gastos, aludiendo obsesivamente a numerosas certificaciones y testimonios que solicita en todos los lugares de su actuación: metiendo a su costa y de su hacienda para sustentar ambas vecindades y causar los dichos efectos más de 80 mulas y caballos, con 300 carneros,4 todos cargados de bastimentos, ropa, municiones y herramientas, demás de mucho ganado vacuno y ovejuno con que hasta hoy se sustentan todos los sacerdotes y vecinos, en que gastó más de diez mil ducados, y hécholo todo por su mano, como más largamente consta por certificaciones […] todo lo cual hizo a su costa, pagando indios y demás fletes que se ofrecieron sin agravio de naturales ni españoles, como consta de muchos testimonios que tiene presentados… 4 Estos carneros, que en otra parte llama “carneros de la tierra” (denominación habitual en todos los cronistas) y que cargan con bastimentos, son las llamas. 235 Ignacio Arellano Después de una serie de entradas “en servicio de Dios y de su Majestad”, en distintas zonas desde Pelechuco a Uchupiamo y la región —poco definida geográfica y étnicamente— de Chunchos, y asomarse, según sus relatos, a la mítica Paitite, regresa a Lima para solicitar cargos y mercedes, sin recibir atención de las autoridades: “y aunque se ocupó gastando de su hacienda más de 6 meses en hacer las dichas diligencias, no alcanzó ni se le hizo merced más que el avío de cinco religiosos y licencia para venir el dicho maese de campo a España en seguimiento de dicha causa”.5 RECIO: MEMORIALISTA Se habrá advertido en algunos de los pasajes citados, la obsesión de Recio por las certificaciones, informaciones y constancias. En los documentos suyos conservados abundan referencias a otros muchos presentados o testificados relativos a distintos sucesos y servicios. Barnadas ha establecido una lista completa de los impresos, que no son solamente los tres que se suelen mencionar,6 sino los siguientes trece que pueden servir para hacerse una idea de la afición de Recio al género - Los servicios que refiero (Barnadas, núm. 273). - Breve relación de la descripción y calidad de las tierras y ríos de las provincias de Tipuane… (Barnadas, núm. 274). - Señor. Relación que Juan Recio de León, maese de campo general… presentó a su Majestad… (Barnadas, núm. 275). - Relación de los servicios que Juan Recio… ha hecho a su Majestad (Barnadas, núm. 286). - Señor. Juan Recio de León, natural de la villa de Vega de Rioponce… (Barnadas, núm. 295). - Señor. Juan Recio de León… a quien Pedro de Leaegui Urquiza… encargó el gasto y peso de los trabajos… (Barnadas, núm. 296). - Declaración de los ríos… nuevo camino para traer la plata de Potosí (Barnadas, núm. 297). - Señor. El maese de campo Juan Recio de León dice… para mayor declaración de la verdad del nuevo camino para traer la plata en cuatro meses (Barnadas, núm. 298). - Señor. El maese de campo Juan Recio de León, natural de la villa de Vega de Ríoponce… propone a vuestra Majestad… (Barnadas, núm. 299). 5 En España sus pretensiones reciben igual acogida, es decir, nula. Solicitaba el oficio de corregidor de Larecaja, o en su defecto, el de los Andes del Cuzco, y algunas otras compensaciones. Tres notas del Consejo (1623-1624-1625) figuran añadidas al memorial que comento: en todas ellas se le remite fríamente al virrey del Perú —de quien nada había conseguido— y se considera que no ha lugar a las compensaciones económicas y ayudas de costa. 6 Por ejemplo, Glave (1997) 113, Nº 9, apunta que los memoriales de Recio se conservan en Lima, AGI, 159 y que son tres. Hay más y más ejemplares en otras bibliotecas. Ver Barnadas, núms. 273-275, 286, 295-301, 308-310. Remito a Barnadas para más datos bibliográficos, localización de algunos ejemplares, etc. En el Archivo General de Indias de Sevilla, 70-9-19, se contienen, además de los impresos 273-275, 286 y 301 del repertorio de Barnadas, otra serie de documentos, notas y observaciones del Consejo, y otro memorial manuscrito que empieza “Señor. El maese de campo Juan Recio de León dice que Pedro de Leaegui Urquiza trató con vuestra Majestad y el marqués de Montes Claros, virrey de los reinos del Pirú…”, semejante al impreso núm. 300 de Barnadas. En este trabajo uso fundamentalmente los materiales del AGI sevillano. La mayoría carecen de paginación, pero su extensión permite localizar los pasajes citados sin mucha dificultad. Los identifico a menudo con la numeración en la bibliografía de Barnadas. 236 Noticias de Juan Recio de León, descubridor y repoblador en Tipuane - Señor. El maese de campo Juan Recio de León dice que Pedro Leaegui Urquiza capituló… (Barnadas, núm. 300). - Señor. El maese de campo Juan Recio de León dice que el principal efecto que se sigue a vuestra Majestad… (Barnadas, núm. 301). - Señor. El maestro de campo Juan Recio de León dice que los indios que de ordinario… (Barnadas, núm. 308). - Señor. El maese de campo Juan Recio de León dice que la riqueza que se ha sacado del Cerro de Potosí (Barnadas, núm. 309). - Señor. Juan Recio de León, ma[e]se de campo… como persona que tiene bien entendidas las cosas de los reinos del Pirú… (Barnadas, núm. 310). De todos ellos comentaré los que me parecen más interesantes en esta oportunidad. El memorial del que se han extraído los datos biográficos antecedentes permite observar el empeño por certificar documentalmente todo lo que aduce, y la constante ponderación de los gastos que sus empresas le acarrean, motivos constantes en todos sus alegatos. A estos detalles que responden a su perspectiva personal añade otra serie de argumentos que intentan situarse en la perspectiva de la Corona, para convencer a las autoridades competentes de que apoyen sus proyectos. El escrito “Señor, el maese de campo Juan Recio de León dice que el principal efecto que se sigue a vuestra Majestad…” (Barnadas, núm. 301) propone en cuatro páginas los objetivos principales y los efectos beneficiosos que podrían conseguirse atendiendo a sus reclamaciones. Estos objetivos o efectos se ordenan en dos categorías: por un lado los económicos y políticos (defensa contra los holandeses, acceso a regiones de enormes riquezas de todo tipo, en especial las míticas de Dorado y Paitite, búsqueda de una salida más fácil para la plata de Potosí…), y por otro los religiosos, con la evangelización de los pueblos indígenas, cuyas ansias de conversión asegura Recio en numerosas ocasiones. Hasta ocho efectos importantes atribuye a los descubrimientos —hechos o proyectados— en el citado papel - Primero: es importante para la evangelización. - Segundo: en las zonas descubiertas se han refugiado muchos indios huidos del Perú, que abandonan el Evangelio y también los trabajos de mita y otros. Si no se recuperan, corren el riesgo de perderse.7 - Tercero: facilita la retención de los pocos indios que quedan en el Perú, y reducción de los ausentes. - Cuarto: facilita el laboreo de la tierra y la expansión de la ganadería. - Quinto: permitirá la explotación de innumerables riquezas “de minerales de oro, plata, almendras, cacao, bálsamo, incienso, cañafístola, todo género de especiería, zarzaparrilla, algodón, cochinilla, añil y otros muchos géneros […]muchas aves y carne de monte y grandiosas pesquerías, que de todo resultará mayor riqueza que del Pirú”. - Sexto: abrir y mantener mejores caminos para llevar la plata del Perú hasta España. 7 Este problema de la despoblación y huida de naturales, con las consecuencias en el trabajo de la mita minera, lo trata en varias partes, y a él le dedica los memoriales y arbitrios listados por Barnadas con los núms., 308-310. 237 Ignacio Arellano - Séptimo: repite el anterior, señalando la mayor facilidad de los viajes.8 - Octavo: la población asegura la tierra frente al enemigo holandés. Por estos motivos, Recio ofrece proseguir con la población que tiene comenzada “y acabar de gastar en ella el resto de la hacienda que le ha quedado en las Indias”, para lo cual solicita el cargo de corregidor de Larecaja por seis años, y otras prerrogativas, que no consigue. En el final de este papel suplica el cargo de gobernador de Saña, vacante en el Perú, y se queja de la pobreza en que se encuentra en la Corte. LA “RELACIÓN QUE JUAN RECIO DE LEÓN… PRESENTÓ A VUESTRA MAJESTAD” Y LA “BREVE RELACIÓN” Del conjunto de escritos que contemplo en este comentario destacan dos especialmente interesantes por las noticias que aportan sobre el escenario de las empresas del descubridor, tanto por los detalles que añade a sus otros relatos, como por las observaciones sobre la flora, la fauna y las costumbres de los indios. La primera (núm., 275 de Barnadas) añade algunas precisiones a los datos de la Relación de los servicios. Las ciudades de San Juan de Sahagún y Nuestra Señora de Guadalupe en el valle de Apolobamba habían sido fundadas por don Pedro de Leaegui, pero se despoblaron por falta de bastimentos y otras dificultades. Como señala Armentia (Relación histórica, 1-2), Leaegui comienza sus tareas, penetrando por Camata, en 1615 con 180 hombres y tres agustinos. El 10 de agosto funda Nuestra Señora de Guadalupe. A principios de 1620, Leaegui nombra a Recio su teniente gobernador y justicia mayor, y le encarga repoblar, lo que hace Recio, según declara, a su costa, gastando “más de veinte mil pesos”, entrando con 30 soldados, 25 personas de servicio, 30 mulas y 300 “carneros de la tierra”, lo cual “consta por testimonios que presentó de las justicias, curas y escribanos de los dichos pueblos, a foja 22”. En la villa de San Juan de Sahagún tardan un mes con preparativos, y allí acude el cacique Zelipa, señor de todas las provincias de Chunchos, para pedir ayuda contra sus enemigos, a cambio de convertirse con sus gentes al cristianismo. Con la bendición de los religiosos parten tierra adentro (“todo a mi costa, como consta del testimonio del escribano de cabildo de la dicha villa a fol., 29”) y alcanzan la junta de los ríos Pelechuco y Chocoata, abriendo varios caminos en el valle de Apolobamba, y sufriendo las emboscadas de los indios lecos y abachiles “apercebidos de armas, arcos, flechas, macanas y rodelas, que ponían espanto, adornados de plumas de guerra”. Hacen las amistades con estos indios y alcanzan los cerros de Mapulio y Chipulizani, ricos de oro y de plata. Examinan el mejor sitio para refundar Nuestra Señora de Guadalupe, cosa que se lleva a cabo, 8 Ver el escrito Señor. Juan Recio de León… a quien Pedro de Leaegui Urquiza… encargó el gasto y peso de los trabajos… (Barnadas, núm., 296) y Declaración de los ríos… nuevo camino para traer la plata de Potosí (Barnadas, núm., 297), o núms., 298 y 299 del repertorio de Barnadas, sobre el mismo asunto. 238 Noticias de Juan Recio de León, descubridor y repoblador en Tipuane subrayando Recio su protagonismo, “por lo cual me constituyo y puedo constituir por reedificador de la dicha ciudad y descubridor de las dichas provincias”. Destaca entre otras tareas (descubrimientos y visitas a los pueblos de Uchupiamo y Narama) la construcción de iglesias que permiten bautizar a más de diez mil indios, aunque el cacique Zelipa no había cumplido su palabra de convertirse. Recio Introduce en este punto la narración de la extraordinaria muerte de Zelipa, que se presenta como castigo a su falta. Rozando una montaña golpea con su hachuela de oro un árbol, que “contra toda naturaleza, del peso de arriba se cayó contra él y le mató, haciéndole dos pedazos”. El extraordinario suceso impulsa una tanda de conversiones, y abandonan en las citadas provincias de los Chunchos las guacas, ídolos y prácticas paganas, bautizándose en masa. Recio prosigue con su tropa atravesando las provincias de los paramonas, arabaonas y otras tribus de las riberas del Diabeni (el actual río Beni), perseguidos en ocasiones, “comiendo hierbas del campo silvestres y bebiendo algunos días de nuestros propios orines”, hasta que consiguen amistar con los naturales, con eficaz diplomacia y regalos. Nuevas empresas que le encarga el gobernador resultan imposibles por el obstáculo de los ríos desbordados, pero llegan noticias del Paitite, legendario territorio semejante al Dorado, y se preparan nuevas expediciones. Sin embargo, las aventuras de Recio parecen haber llegado a su final. Cuando viaja a Lima para reclutar sus capitanes y soldados no tiene éxito. Reclama al virrey cargos y autoridad para la empresa, presentando memorial tras memorial, informaciones, descripciones de la riqueza y calidad de la tierra… Recaba el apoyo de teólogos y misioneros, y se ofrece a pagar de su costa “todos los fletes y gastos”. Todo en vano. Parte a Madrid para seguir sus pretensiones en la Corte, donde, como ya se ha visto, no le irá mejor. De sus peticiones al rey (corregimiento de Larecaja, cien sacerdotes, doscientos mil ducados de socorro, 200 mosquetes, 300 arcabuces, etc.) ni siquiera consigue ayuda de costa para sus necesidades en Madrid. Adjunta a esta relación una nueva lista que sintetiza los servicios de la jornada y pacificación, donde se recogen los hechos consignados en el documento 286 de Barnadas. La Breve relación (documento núm., 274 de Barnadas, también de 1623) me parece la más interesante de todas las versiones de los trabajos de Recio de León, por añadir una serie de noticias de valor etnográfico y antropológico sobre las provincias de Tipuane, Chunchos y otras “del grande reino del Paitite”, constituyendo, entre otras cosas, “valiosos documentos que abundan en detalles referentes a plantas y animales, sus costumbres y usos asociados, a principios del siglo XVII en una región del norte de Bolivia” (Arellano Torres, 2011:43). Para Barnadas (I, 208)9 se trata de una relación “interesantísima y una de las más 9 Hay una versión manuscrita en la Biblioteca Nacional de España, ms., 3.826, fols., 87r-93v. 239 Ignacio Arellano antiguas descripciones geográficas y etnográficas del piedemonte amazónico (la provincia histórica de Laricaja y el país de los Chunchos)”. La Breve relación tiene una primera parte que recoge algunos datos que figuran en otros memoriales de Recio, como la apertura de caminos de San Juan de Sahagún a las juntas de los ríos Pelechuco y Chocoata, o la travesía del río Toiche (actual Tuichi) en callapos (“Pasé en balsas estas juntas”). Introduce explicaciones de términos (“tiene nombre de Diabeni, que en lengua de los naturales quiere decir junta de las muchas aguas”), y da una serie de noticias sobre la red hidrográfica, no siempre reconocibles con precisión: el río Magno, que algunos identifican con el Beni, quizá por ofrecer Recio la misma explicación del nombre (“de aquí para adelante le dan los naturales nombre de Magno, que en su lengua quiere decir junta de muchas aguas”) tiene que ser otro distinto, pues desemboca en el mismo Beni (“entra en el Toiche y Diabeni unas 20 leguas más al nordeste de la junta de los dos dichos”); probablemente se refiera al Manú, que recibe en otro tramo el nombre de Mapiri, el cual desemboca en el Beni.10 Presta atención especial a los productos vegetales y animales, ponderando la abundancia y calidad de las riquezas de la zona en que se mueve, recurriendo con mucha frecuencia al léxico Esta montaña clara tiene la mayor cantidad de los árboles de canela, nuez moscada, nogales de Castilla, cañafístola, bálsamo, incienso, guayacán y cacao en mucha abundancia; […] mucho maíz, frijoles, pallares, camotes, yuca, zapallo y otras muchas legumbres que la tierra produce; tienen muchísimas frutas: plátanos, guayabas, lúcumas, pitahayas, añonis, mameyes, muchos palmitos y dátiles, caña dulce; no tienen ganados domésticos pero hay grandes manadas de puercos que llaman saínos, que naturaleza les puso el ombligo en el lomo; andan en manadas de 100 y 200 y son de condición que al más pequeño de toda la manada siguen todos como a su capitán, y si alguna persona hiere o mata alguno, si tan presto no se sube en un árbol o se asegura, lo hacen pedazos los demás, pero poniéndose en alto con un chuzo los puede matar a todos si es que no acierten a matar el capitanejo, porque en sintiéndole muerto o herido desamparan todos el puesto tan violentamente como si tuvieran alas. Hay también a las orillas de los ríos otro género de puercos que llaman guardatinajas, hay muchas antas y venados, monos, micos, cuyes, osos, leoncillos de poca fiereza, en partes hay algunos tígueres, que es el animal más bravo que hay en estas partes; no tienen gallinas ni aves de Castilla ni otras mansas excepto patos, pero hay muchas pavas de las que en España llaman gallinas de las Indias silvestres, en todas las montañas; hay también muchos paujíes, que es otro género de aves mayores y de mayor regalo que las pavas; muchas guacamayas, guacharacas, torcaces, tórtolas, papagayos, perdices y otros muchos géneros de aves de diversas colores, gozan también de maravillosos pescados de estos ríos, que los conocidos por 10 La red fluvial ofrece innumerables problemas a los descubridores y viajeros posteriores, por la complejidad de las corrientes en esta parte de la cuenca amazónica. Ver Armentia (1887). Lo mismo sucede con las tribus de indios y sus asentamientos. 240 Noticias de Juan Recio de León, descubridor y repoblador en Tipuane sus nombres son estos: sábalos, róbalos, pataloes, sollos, bagres, doncellas y otros muchos diferentes que los de España. Nótese la frecuencia del léxico regional (lúcumas, pitahayas, añonis, cuyes, guacharacas, paujíes…), que aumenta en la descripción de los ritos y costumbres. En ocasiones se aplica el nombre a una especie semejante, aunque distinta, a la conocida en Europa. Habla Recio, también, de la exquisita miel (“Hay en todas las montañas dichas muchísima miel de abejas, bonísima y muy blanca”), que se puede identificar con el producto de las abejas Meliponidae. Disemina Recio, en esta relación, numerosos detalles sobre las construcciones (los grandes galpones de los indios marapa, en los que viven 100 y 200 juntos; las casas de palo y palma en las provincias montuosas de los chunchos, menicos y taranos; los grandes poblados de a dos y a tres mil casas de tapia y adobe, con puertas y ventanas de madera toscamente labradas, y cubiertas de paja en la provincia de los marquires, lindante con el Paitite, etc.), vestidos y adornos (uso de la pampanilla11 por los marquires solteros, aunque la mayoría visten algodón; manillas de oro en las muñecas y otras en las gargantas de los pies de las mujeres, chagualas colgadas de las narices y orejas), armas (macanas, arcos y flechas, cerbatanas con dardos envenenados, hachuelas de oro como insignia de los caciques) Da detalles de la organización política y social, los ritos de boda, de guerra o funerales: se gobiernan generalmente con caciques, en los llanos “cuando se ha de tener uno por casado con una mujer no hay más concierto que dar el novio un vestido al suegro y otro a la suegra, y si la moza no tiene padres al pariente más cercano, y con esto se la lleva a su casa”; celebran las batallas con diversas ceremonias y borracheras: Cuando tienen guerra con sus enemigos, después de haber acabado la batalla se juntan todos en la plaza junto a una casa de comunidad donde tienen en depósito muy grande número de armas y el ídolo en que adoran, y sacan el ídolo y le ponen en medio de la plaza y junto a él al señor y también con ellos al que se mostró más valiente en la batalla; donde todos danzan, celebran su fiesta y hacen muchas borracheras de muchas bebidas que todos acostumbran a hacer de maíz, yuca, batata, almendra y otras muchas legumbres, y habiendo acabado la fiesta ofrecen al ídolo, al señor y al valiente, por iguales partes, muchos pedacillos de ídolos de oro, plata y otros metales, conforme cada uno puede. Muchas de estas ceremonias, como los ritos funerales, Recio los atribuye a imitación de los del Perú, ya que considera a los pobladores de las cercanías del mítico Paitite descendientes de los ejércitos del Inca que ingresaron en la región: 11 pampanilla: taparrabos; las chagualas, según el DRAE, son pendientes que los indios llevaban en la nariz —otros léxicos los consideran collares— pero Recio lo aplica, también, a los de las orejas. No anoto, en general, los indigenismos sobre los que hay abundante bibliografía. 241 Ignacio Arellano Cuando muere algún principal le ponen en medio de la plaza y sacan de la guaca el ídolo y le ponen junto a él y todos traen allí las bebidas que tienen en su casa, y hasta que las acaban de beber no llevan el cuerpo a la sepultura. El uso de la sepultura es que tienen en el campo de cada linaje un torreón muy alto de ladrillo o adobe y por de dentro una escalera volteada; y allí, puestos, donde ponen los cuerpos difuntos de aquel linaje, que hoy día están tan enteros los más de ellos como hoy hace mil años cuando allí los metieron, que basta para entender que es la tierra más sana del mundo. Con esos cuerpos los días del entierro algunos ídolos de oro y plata ofrecen a su usanza. Le interesa también la organización religiosa, de la que menciona los sacerdotes, chamanes o moanes, cuya condición idólatra subraya comparándolos con los sacerdotes del dios Bel, ídolo de Babilonia equivalente del cananeo Baal. Los engaños de los sacerdotes de Bel los puso al descubierto el profeta Daniel (Daniel, 14), episodio que seguramente evoca Recio en su texto un moan, al modo del sacerdote del ídolo Bel que favorecido del demonio los engaña y le obedecen más que a las cabezas principales, o por mejor decir le temen más; este tal, cuando los indios temen que han de tener guerra con algunos enemigos o tienen necesidad de que llueva para sus sementeras, se va a la guaca y oráculo donde tienen los ídolos en que adoran, como que habla con el sopay, 12 que no lo dudo, porque es el diablo, y les dice lo que le parece que basta para que le adoren… Conforme la trayectoria se acerca (imaginariamente sobre todo) a los territorios que se identifican con el Paitite se adensan los elementos legendarios. Es significativo que en el centro de este espacio mítico esté una gran laguna, poblada de islas, como sucede en muchas otras regiones fabulosas.13 Por las cercanías viven los guarayos, que son caníbales (“son caribes, comen carne humana”), y en los confines del Paitite existe una provincia de amazonas Diéronme también noticia que de la banda del norte de este río Apurima, confines del Paitite, estaba una provincia de mujeres que viven sin hombres, y preguntándoles cómo podían conservarse de aquella manera dijeron que hombres tenían en la otra banda del Paitite al este de que darían más razón los Marquires que confinan con ellos… Recio, como otros muchos cronistas, no puede resistir la atracción de la leyenda de las amazonas, constantemente reiterada en el Siglo de Oro, mezcladas las historias de la antigüedad con las crónicas de Indias. Por razones obvias, uno de los que más atención presta al mito es Cristóbal de Acuña en su Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas. Claro es que no todos los cronistas 12 Especie de diablo andino. Recio usa el vocablo quechua. Sobre la importancia de la condición insular, las lagunas o los grandes ríos en la conformación de los espacios maravillosos, ver Pellicer (2010). 13 242 Noticias de Juan Recio de León, descubridor y repoblador en Tipuane aceptan a las amazonas con esta credulidad. Aguilar, por ejemplo, escribe en El Marañón, lib. I, cap., 10: cayeron en error los españoles que le llamaron ansí solo por haber visto en él mujeres con arcos y flechas que peleaban, siendo común entre muchas naciones bárbaras pelear también las mujeres y usar de flechas y arco en nuestro tiempo. López de Gómara (139) también se burló de esta hablilla de las amazonas. Recio no sólo recoge las noticias que le dan los guarayos de las amazonas, sino otra más curiosa de los marquires sobre una provincia de hombres solos: “entre ellos y la laguna del Paitite dijeron que estaba una provincia de hombres sin mujeres; y preguntándoles que cómo aquellos hombres vivían sin mujeres, respondieron que dos meses al año las tenían y que de otra parte por aquellas aguas venían a juntarse con ellos”. Entre los marquires hay también algunos especímenes extraordinarios “tan rubios que son cortos de vista”, albinos sin duda. FINAL Los escritos de Recio poseen, pues, a mi juicio, un doble interés. Por una parte reflejan la trayectoria personal de un descubridor de mediana entidad, con proyectos más modestos de lo que quiere aparentar, y con un contraste notable (como les sucede a tantos otros, empezando por el mismo Cristóbal Colón) entre aspiraciones y premios, servicios y reconocimientos. Por otra, ofrecen una serie de noticias de una zona que no abunda en descripciones semejantes de la época. Los datos geográficos, históricos y etnográficos que aporta Recio en el área del Madidi y cuenca amazónica del Beni constituyen un notable testimonio del estado de la región en el primer tercio del siglo XVII. Y en el trasfondo la fascinación por el mito, la búsqueda de la maravilla en territorios llamados el Dorado o Paititi, lugares de fabulosas riquezas y seres extraordinarios. Desde el primer momento Recio es utilizado como fuente de información. Ya Antonio de León Pinelo en su Memoria de los papeles que tengo para la descripción de las Indias, lista una Relación de las provincias de Tipuane y Paitite, que puede referirse a cualquiera de las dos últimas que he comentado (Baudot, 1968). Más tarde sus textos se acumularán a otros argumentos en las disputas territoriales entre Perú, Argentina y Bolivia (Saavedra, 1910; Maurtúa, 1907). No se conoce, sin embargo, en tiempos recientes una edición ordenada de sus diversos memoriales y relaciones. Aunque no constituyan uno de los ejemplos más relevantes del inmenso corpus textual generado por los descubrimientos, es sin duda imprescindible para el acercamiento a las realidades y a las imágenes de la región de Larecaja y valle de Apolobamba. Universidad de Navarra* Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) Campus universitario s/n 31009 Pamplona-Navarra (España) iarellano@unav.es 243 Ignacio Arellano BIBLIOGRAFÍA Acosta, José de. Historia natural y moral de las Indias [Sevilla, Juan de León, 1590]. (Ed.). Fermín del Pino. Madrid: CSIC, 2008. Acuña, Cristóbal de. Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas. (Ed.). Ignacio Arellano, José María Díez Borque y Gonzalo Santonja. Madrid: Iberoamericana, 2009. Aguilar y Córdoba, Diego de. El Marañón. (Ed.). Julián Díez Torres. Madrid: Iberoamericana, 2011. 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Algunos de los más encumbrados personajes de la ciudad (entre ellos cinco eclesiásticos) elogian a este jurista por medio de cartas que son publicadas en los preliminares de ambos volúmenes del tratado. Me interesa: 1) situar estos paratextos en relación con las controversias en torno al regalismo; 2) delinear el perfil de sus autores; 3) poner a la vista sus argumentos; 4) ensayar respuestas a la pregunta por las motivaciones de su adhesión, así, como por las del silencio de otros. Palabras clave: Administración eclesiástica colonial, regalismo, Audiencia de Charcas. Abstract In La Plata (nowadays Sucre, Bolivia), reflections on the best way of governing and harmonizing civil and ecclesiastical authority were of particular interest at the end of the 17Th century. The most important text of that time is a voluminous treatise written by the Sardinian Pedro Frasso, a public prosecutor of the Royal Audience mentioned above. Some of the highest personages of the city (among them five ecclesiastics) eulogized this jurist by means of letters published within the preliminaries to the two volumes of the treatise. I would like 1) to situate these paratexts with regard to the controversies about the regalismo; 2) to outline the profile of the authors; 3) to make their argumentation visible; and 4) to explain the motivations of their adhesion while others remained silent. Key words: Colonial Ecclesiastic Administration, regalism, Audiencia of Charcas. 1. INTRODUCCIÓN En el siglo XVII, la reflexión política no podía soslayar las relaciones entre Iglesia y Estado, sin duda uno de los grandes temas de la época. No pocos conflictos tuvieron su raíz en una suerte de “doble dependencia” que en la cúpula se volvía inadmisible. Los súbditos de la monarquía española se consideraban legítimamente gobernados por sus reyes, pero a la vez, todos (rey incluido) se reconocían miembros de un espacio más amplio: eran miembros de la república cristiana que abarcaba otros reinos, gobernada por el romano pontífice. El propio rey español reconocía la autoridad del Papa en materia religiosa (a menudo, solamente, en teoría). Las relaciones entre autoridades civiles y eclesiásticas constituyeron un problema crónico, ya desde el siglo IV.2 1 Este trabajo se enmarca en el proyecto Red Europea: Autoridad y poder en el Siglo de Oro del Programa Jerónimo de Ayanz del Plan de Formación de I+D 2009-2010 del Gobierno de Navarra. 2 Habrá que esperar hasta el último tramo del siglo XVIII (la independencia de las colonias británicas de Norteamérica) para hallar un estado que se declara incompetente en materia religiosa. Andrés Eichman Los reyes y sus consejeros (civiles y eclesiásticos) se preguntaron qué atribuciones estaban dispuestos a reconocer como propias del romano pontífice. Las reflexiones con las que se pretendió satisfacer esta inquietud en el siglo XVII (con sus muchos antecedentes teóricos y prácticos), generaron un cuerpo de doctrina de perfil peculiar conocido como “regalismo”,3 que Alberto de la Hera ––aunque refiere principalmente al regalismo del siglo XVIII, pero lo aplica también a otras épocas–– define como “un sistema de intervención abusiva del Estado en asuntos de Iglesia” (15). Por eso, no es extraño que fuera objeto de grandes controversias con la sede romana. He centrado mi interés en algunas cartas “de adhesión” a un tratado regalista titulado De regio patronatu Indiarum, escrito en dos tomos (1677-1679) por Pedro Frasso.4 Es un trabajo de grandes dimensiones (1224 páginas, tamaño folio) destinado a sostener en el campo teórico y en la práctica jurídica, los privilegios de la corona española en el terreno eclesiástico: privilegios que consistían en el gobierno mismo de la Iglesia en los dominios americanos (Arvizu, 1986a:531). Las piezas que llamo “de adhesión” son once cartas latinas escritas por personajes de Charcas, y publicadas en los preliminares de los sendos tomos del tratado. Me ocuparé principalmente de los textos firmados por eclesiásticos, que son cinco. Pero antes será necesario poner sobre la mesa algo del contexto “histórico-doctrinal” en el que aparece el tratado de Frasso y, junto con él, las cartas. Tal contexto no era para estos autores el de una lejana controversia que tenía lugar al otro lado del océano. Por el contrario, era una disputa cuyo asiento (no exclusivo, por supuesto) era la ciudad de La Plata (hoy Sucre). 2. DISPUTAS SOBRE EL REGALISMO VISTAS DESDE CHARCAS (1640-1688)5 Pido paciencia: será necesario abordar la parte árida de estas páginas, antes de llegar a los textos que nos interesan. Reduciré este repaso al mínimo indispensable para una lectura competente de los textos de los autores charqueños.6 3 Obviamente, se originó mucho antes. De la Hera sitúa su arranque en la pragmática sanción de Bourges, en 1438. Sus antecedentes remotos pueden buscarse en el hierocratismo de los pueblos anteriores a Cristo, en los que el poder civil absorbía el religioso. En los primeros estados cristianos el gobernante no estuvo dispuesto a admitir que la esfera espiritual escapara a su control, lo cual dio lugar a un problema ante el que se fueron dando diversas posiciones teóricas y prácticas (1963:19ss.). 4 Frasso fue fiscal de la real audiencia de Charcas desde 1664 hasta 1674. Desde entonces ocupó cargos de relieve en distintos sitios de América, para culminar su carrera como regente del Consejo de Aragón, a partir de 1691, cargo que no sabemos si llegó a ocupar, dado que murió en 1692. 5 “Charcas” designó originariamente una etnia y su hábitat. Más adelante pasó a designar la villa de La Plata (conocida también como Chuquisaca y Sucre) y el corregimiento o el obispado (desde 1609 arzobispado) del mismo nombre, así como la Audiencia y su distrito. Son muy abundantes los documentos coloniales en los que “Charcas” se utiliza como geónimo que se aplica al «territorio y a la población con que aproximadamente nacerá Bolivia (es decir, las Intendencias de La Paz, Santa Cruz, Potosí y La Plata, más las Gobernaciones de Mojos y Chiquitos) (Barnadas, 1989:36). 6 El regalismo (y el patronato, que es una de sus manifestaciones) ocasionó una literatura jurídica muy abundante en los siglos XVII y XVIII, y en el siglo XX ha dado lugar a innumerables estudios y publicaciones. Me declaro ajeno a este campo, dado que no soy especialista en Historia del Derecho. He evitado en lo posible internarme en las complejas cuestiones que plantea, 246 Votos a favor del regalismo en el alto clero charqueño (siglo XVII) Como se sabe, a partir de las bulas alejandrinas de 1493, la corona española adquirió progresivamente “una situación de exclusividad en la dirección de la Iglesia indiana” (de la Hera, 1963:13), lo que supuso una usurpación de las atribuciones del romano pontífice. Alberto de la Hera afirma que “ningún otro país presenta, probablemente, en momento alguno de su historia, un ejemplo más claro de control secular de la vida eclesiástica” (1963:13). Apunta que la sede romana siempre se defendió, luchó y protestó contra las manifestaciones teóricas y prácticas de regalismo en estados europeos, obviamente incluida España; pero, en relación con las Indias, sufrió sin rechistar los diversos modos de usurpación por parte de la monarquía española. De la Hera registra reacciones escasas y esporádicas, y considera que los dos episodios más significativos en este sentido fueron las sucesivas inclusiones en el índice de libros prohibidos de los tratados De indiarum iure, de Juan de Solórzano Pereira en 1642, y De Regio Patronatu, de Pedro Frasso en 1688 (Arvizu, 1986b:33). Según Francisco de Ayala, en el tratado de Solórzano, “uno de los aspectos más notables […] está constituido por la doctrina del patronato universal de los reyes de España en materia eclesiástica” (1947:579). Solórzano sostiene la “tesis vicarial”, según la cual los reyes de España “ejercitan en Indias la plena potestad canónica disciplinar con implícita anuencia del Pontífice” (Giménez Fernández, 1949:801). Ante tal pretensión, la Santa Sede reaccionó de inmediato […] poco después de la aparición de los dos volúmenes del tratado de Solórzano, se publicó en Roma, en 1641, un escrito de Antonio Laelio, fiscal de la cámara apostólica, en el que se llevaba a cabo una refutación de las ideas fundamentales en materia canónica y en especial algunas extremadas proposiciones acerca del patronato regio y de la delegación apostólica que se atribuían a los reyes de España (Ayala, 1947:579). El escrito de Laelio ocasionó la inclusión del tratado de Solórzano en el Index. Pero esta condena pontificia fue un fracaso, ya que “la teoría […] se impondrá a la jurisprudencia indiana y a los tratadistas civiles; los autores eclesiásticos, religiosos y obispos, la aceptarán sin reservas, excepto contadísimas excepciones”, según se refiere principalmente al regalismo del siglo XVIII; pero lo aplica también a otras épocas, según Gómez Hoyos ––citado por Ayala–– pero sin dar referencias (1947:580). Entre ellas están dos personajes de relieve: Diego de Avendaño, S.J., autor (entre otras obras) de los seis volúmenes de su Thesaurus Indicus (Amberes, 1668-1686) y Gaspar de Villarroel,7 autor a su vez de la conocida obra Gobierno pacífico y unión de los dos limitándome exclusivamente a aquello que resulta de utilidad para mi propósito. Por mi parte, no me habría podido anoticiar con acierto sobre estas cuestiones sin la generosa ayuda de Ana Barrero y de José María Mariluz Urquijo, a quienes manifiesto aquí mi agradecimiento. 7 Agustino. Nació en Quito, se crió en el Cuzco, e hizo su noviciado y estudios en Lima. Ocupó cargos diversos en Potosí y Cuzco entre 1616 y 1626; pasó a España donde fue Predicador Real. Entre 1638 y 247 Andrés Eichman cuchillos, pontificio y regio, publicada en Madrid en 1656-1657, y reimpresa en la misma ciudad en 1660.8 A pesar de las prudentes reservas de estos dos autores, la tesis de Solórzano gozó de enorme aceptación y “dominó a partir de 1660 en la política indiana” (Giménez Fernández, 1944:330). Según Francisco Javier de Ayala, la obra de Solórzano Pereira y la de Pedro Frasso vienen a ser como dos peldaños en la escala ascendente de las pretensiones de la corona […] en Solórzano todavía no se encuentra expresada en toda su plenitud la doctrina del regio patronato indiano con sus derivaciones regalistas. Hay que esperar a Pedro Frasso para ver sistemáticamente concebida y expuesta la multitud de injerencias que el poder político llevó a cabo en el Derecho eclesiástico de Indias. Sin embargo, Frasso no se comprende sin Solórzano y a éste, si por un lado le cabe la primera formulación verdaderamente sólida y científica del Patronato Real, por otro le corresponde la declarada iniciación del regalismo en la ciencia jurídica indiana (581). Este es el estado de la “cuestión regalista” (a brochazos), en el momento en que los once autores de Charcas escriben sus cartas de “adhesión”.9 3. EL CLUB DE FRASSO Entre los autores de las cartas podemos distinguir dos grupos: el de los juristas (casi todos oidores de la Audiencia), y el de los eclesiásticos. Como veremos, ambos grupos estaban estrechamente relacionados, al punto que no se puede hablar de “sectores” separados (ni excluyentes). a) Juristas. En las actas de acuerdos de la audiencia, a lo largo de una buena cantidad de años se ven, junto con la firma de Frasso (fiscal), las de los oidores que lo acompañan con sus cartas: Luis José Merlo de la Fuente, José del Corral Calvo de la Vanda, Antonio Diez de San Miguel y Solier, Juan Jiménez Lobatón, Alonso de Solórzano y Velasco.10 Otro miembro de este grupo es Gaspar de Luna. No fue oidor, sino abogado que trabajaba en la misma Audiencia.11 1652 fue obispo de Santiago de Chile. Desde ese año pasó como obispo a Arequipa donde construyó la catedral. En 1659 pasó al Arzobispado de La Plata, que gobernó hasta su muerte en 1665 (DHB). 8 También en 1738, ya fuera de los años de nuestro interés. Dos antologías de esta obra fueron publicadas en Quito (1943) y Puebla-México (1960) (ver DHB). 9 Estos epistológrafos no solamente estaban al corriente de lo dicho, sino que tenían motivos para sentirse especialmente vinculados con todos los juristas mencionados aquí: podían considerarse “en casa” junto con las voces más autorizadas que habían intervenido en la controversia. 10 De los oidores, el que muestra mayor afinidad con el fiscal Frasso es Corral Calvo de la Vanda, quien declara su satisfacción al contemplar como maestro a Frasso, a quien tuvo la fortuna y el alto honor de haber tenido por discípulo en las aulas de Salamanca (Cfr. Eichmann, 2007). 11 Tuvo gran familiaridad con Frasso, al punto que durante un tiempo (que podemos suponer prolongado) se alojaba en su casa. En 1669 un querellante se quejó de que en la misma vivienda del fiscal Frasso habitara este abogado que defendía a su contrario en un juicio. La audiencia decidió que Luna debía mudarse de casa y no comer con Frasso (Acuerdos, VI-89). 248 Votos a favor del regalismo en el alto clero charqueño (siglo XVII) Hasta aquí podemos observar rasgos comunes en esta parte del círculo de colegas de Frasso: son todos juristas y ocupan la cúpula política del rico y vasto territorio de Charcas o, al menos, (en el último caso) pertenecen a su órbita. Se sienten unidos múltiples lazos, tanto corporativos como personales. b. Eclesiásticos. Este segundo grupo consta de cinco individuos, de los cuales tres pertenecen al alto clero secular: Juan Bautista del Campo Caro, deán del cabildo catedralicio, provisor, gobernador del arzobispado y un largo etcétera; Manuel de Peñalosa y Mansilla, que alcanzó las mismas dignidades, en tiempos diferentes que el anterior, porque era más joven; Vicente del Corro Zegarra, párroco de San Miguel (Oruro), a la vez que vicario del arzobispado. Los tres son criollos de gran preparación intelectual, condición que parece indispensable para moverse en el círculo del erudito italiano. También, como el resto de integrantes del club, son de ascendencia ilustre. Del Corro Zegarra presenta parentescos notables: es biznieto de una hermana de Alonso de Peralta, arzobispo de La Plata; es descendiente también (por otra línea) de una hermana de Juan de Solórzano Pereira y, por si fuera poco, es hermano de Leonor del Corro Zegarra, esposa de Pedro Frasso, según datos proporcionados amablemente por J. M. Barnadas. No sólo por ahí puede comprobarse la imbricación de los sectores civil y eclesiástico en las esferas altas. El oidor Antonio Díez de San Miguel y Solier es padre de Antonio Jr., quien por esos mismos años ya ocupaba cargos de relieve en lo que sería una larga y brillante carrera eclesiástica. Y el caso más llamativo es Luis José Merlo de la Fuente, quien perteneció sucesivamente a ambos sectores. Como vimos, era presidente de la audiencia en 1672; pues bien, en 1678 recibe una real cédula por la que es nombrado chantre de la catedral de Lima (donde llegará a la dignidad de deán), al tiempo que declara extinguida su plaza como oidor de la audiencia (Libros de registros, II núm. 2055).12 Los dos últimos integrantes del “club” son miembros del clero regular. Alcanzaron, también ellos, altos cargos en sus respectivas órdenes religiosas: Juan de Vizcarra Maldonado fue provincial de los franciscanos de San Antonio de los Charcas y Juan Manuel de León, mercedario ––en 1666 ocupó el oficio de doctrinero de San Cristóbal de Potosí–– al firmar la carta era provincial de su orden, con sede en el Cuzco. 4. UNA CALA EN LOS TEXTOS Ahora estamos en antecedentes. Podemos entrar en los textos de las cartas. A pesar de que no ocupan un abultado número de páginas, será preciso limitarse a revisar los tópicos que cumplen la función de justificar y de sustentar el voto regalista de sus 12 Aunque no se pueden descartar otros motivos posibles, este oidor decidió hacerse sacerdote debido a una calumnia y un destierro inmerecidos, junto con una serie de infortunios familiares ocurridos en el transcurso de su destierro. Se le concedió restaurar su honor: antes de recibir un puesto eclesiástico fue restituido como oidor en Charcas. 249 Andrés Eichman autores. Para ser fiel a lo anunciado en el título de este trabajo, tomaré en cuenta las cartas que provienen de los miembros de ambos cleros (haré una sola excepción). No será superfluo advertir que en estas cartas todos los elementos se disponen en función del elogio. A lo largo de cada uno de los paratextos que nos ocupan, no se hace otra cosa que ponderar con adjetivos o construcciones variadas la excelencia de Frasso y su obra. Si el lector cree alguna vez que podrá pasar a otro registro más entretenido, se equivoca. Solamente si no busca nada más que lo dicho, estará en condiciones de valorar el ingenio, las alusiones eruditas, la competencia de los autores en manejo de los recursos del género epidíctico, etc. Cualidades de Frasso y de su obra. Todos los epistológrafos ponen de relieve la eminente inteligencia del autor y las virtudes que puso en juego (laboriosidad, constancia, etc.) para defender los derechos del monarca. Inteligencia y virtudes que se manifiestan en el parto de su ingenio: el tratado que por fin esclarece los aspectos oscuros de una materia tan difícil.13 Este primer tópico es por fuerza, en estos textos de género epidíctico, el más abundante. Manuel de Peñalosa y Mansilla pondera de manera ingeniosa la exhaustividad y el rigor del tratado de Frasso sobre tema tan polémico ¿Qué cosas puede haber, dignas de atención en cualquier asunto, que no hayas abordado separadamente de una en una, que no hayas pulido con exquisita elegancia y llevado a término con extremada facundia? Y en verdad, eres el primero y el más adelantado en dar vida con un solo aliento a un doble cuerpo, concertando la entera armonía del derecho del Patronato con los registros agudos y graves (1679:6).14 El doble cuerpo del que habla son, obviamente, los dos volúmenes del tratado. Recurre a la tradicional asociación del Derecho con la Música, que encontramos ya en las Leyes de Platón, obra en la que son constantes las dilogías que remiten a la vez a las disposiciones legales y a la música.15 Peñalosa tiene en mente esta relación, pero la lleva al extremo de comparar a Frasso con Hiagnis quien ––según Apuleyo–– fue el inventor de la flauta de dos tubos. Al leer el pasaje de Apuleyo, que enseguida cita Peñalosa, se está en condiciones de captar el valor también visual de ese dar “vida con un solo aliento a un doble cuerpo”. Remata el pasaje con la exclamación: “¡Oh dulcísimo Anfión del Derecho proporcionado y acordado!” (Peñalosa, 1679:6).16 Los dos adjetivos de “Derecho” se aplican a la labor de Anfión-Frasso (Alarcón, 2010:83-84), y 13 La dificultad de la materia es otro tópico al servicio del encarecimiento de la obra; y era tal vez necesario subrayarla para que el inevitable enfrentamiento de la tiara con la corona se mantuviera en una esfera intelectual inaccesible al vulgo. 14 “Quid enim in assumptu desiderabile, quod non attigeris, ornaueris, impleueris, uiritim, floride, ubertim? Et quidem primus primariusque duplex uno spiritu corpus adspirans, tum acumine, cum grauitate totam componens iuris patronatus harmoniam”. La traducción de éste y de los demás pasajes latinos es mía. 15 Algunas de ellas venían facilitadas en griego, porque la palabra nómos designa tanto “ley” como “melodía”. 16 “O in utroque aequalis et aequus uolumine dulcissime iuris Amphion!” 250 Votos a favor del regalismo en el alto clero charqueño (siglo XVII) ambos son dilógicos: la proporción puede ser musical o de otro orden, y “acordado”, remite tanto a los acordes musicales como a la coherencia. Más adelante continúa ¿Qué aspecto de una materia relevante como ninguna otra, siendo de tanta estimación para todos en las Indias, no ha sido desarrollado e incluso agotado en las explicaciones tanto del primero como de este segundo volumen? ¿Qué cosa que pueda ser pensada, en relación con los sutilísimos problemas del Regio Patronato, no ha sido examinada, puesta en su sitio y agotada en su totalidad? Penetrada hasta el fondo la integridad del conocimiento referido a esta materia, lo hace a uno más conocedor y libre de cuidados; como que antes, cuando todavía no estaban a la vista estos libros, nos internábamos en esa temible selva virgen con pie tembloroso e inseguro (1679:7).17 Sin tanta riqueza de imágenes, los demás autores prodigan los mismos elogios a Frasso y a su Tratado. Valor del objeto defendido por Frasso (el patronato). Vicente del Corro Zegarra manifiesta que las páginas de la obra bañan de luz una materia que, habiendo sido antes tan oscura, queda ahora resplandeciente como «por la acción de los rayos del sol […], para el uso de todos, en beneficio del orbe entero, en apoyo de la mayor potestad de nuestro rey católico (que supere los siglos de Néstor)» (4).18 A su modo de ver, las atribuciones pretendidas por la corona sobre los asuntos eclesiásticos constituían un beneficio universal: para toda la Iglesia y también para el mundo. La hipérbole es solo aparente. El lector de la época podía estar de acuerdo o disentir, pero en cualquier caso consideraría que la controversia tenía consecuencias de alcance universal. A nadie se le habría ocurrido por esos años que este tema (el derecho del rey sobre el gobierno eclesiástico) pudiera considerarse irrelevante o secundario. Por su parte, Peñalosa y Mansilla, más aficionado a las imágenes visuales, estima que “el patronato índico resplandece entre las más preciosas piedras de la corona del católico [monarca]” y que es el “más sagrado símbolo de la corona regia americana” (3).19 Juan de Vizcarra Maldonado también recurre al símil de las joyas, lo que le lleva a la comparación, muy frecuentada en la época, entre las riquezas americanas y los productos del ingenio: “he aquí el ilimitado bagaje de los tesoros de las Indias. 17 “Quid circa materiam commendatissimam, utpote Indiarum potiorem illis uel illis tam primi, quam huius secundi laboris tractatibus non deductum, non exhaustum? Quid circa delicatissima Regii Patronatus theoremata excogitabile, quod non recensitum, digestum exantlatum? Uniuersa materiei doctrina medullitus exarata, iam quamuis peritiorem securioremque reddet, sicut antea, his libris nec dum exhibitis, tremulo nec satis fixo pede intactam adoriebamur siluam”. 18 “solis radiis pellucida [...] in communem usum, in totius orbis commodum, in nostri catholici regis (qui Nestorea superuiuat saecula) maiorem potestatis commendationem”. 19 “Sacratioris stemmatis americanae regiae coronae”. En una nota marginal señala la doble procedencia de la designación del patronato como joya: Juan de Solórzano Pereira, como mediador, y el milanés Camilo Borrelio, como su origen. No es necesario insistir en la relevancia que podía tener para Solórzano (y para Peñalosa) el hallazgo de un extranjero que expresara su acuerdo con estas pretensiones. 251 Andrés Eichman Mirad no el ónice, las ágatas, los piropos20 u otras preciosas gemas, sino el tesoro mismo. He aquí el patronato encomendado a tu patrocinio” (1).21 El patronato no afecta a ningún derecho pontificio. Juan de Vizcarra Maldonado acude a la máxima del evangelio según la cual hay que dar al César lo que le corresponde y a Dios lo que es de Dios. Se pregunta si son de Dios todas aquellas cosas que posee el imperio del César, ¿cuáles han de ser devueltas al César que no sean de Dios? Aquellas, en verdad, que son administradas por quienes las gobiernan como lugartenientes de Dios: por Alejandro, Julio, y otros; ciertamente por Fernando y Carlos Quinto César; y por el Segundo (haga Dios que reine con favorables auspicios) Carlos; a este segundo César restituyes las que son del César, también las que le corresponden por derecho de Patronato (1).22 A continuación, Vizcarra Maldonado enumera las fuentes de derecho eclesiástico y civil recogidas por Frasso en su tratado, con el fin de satisfacer a ambas instancias, pontificia y regia, y a sus respectivos especialistas Proporcionas a cada quien las leyes para ambos derechos, como quien encierra la Ilíada de Homero en el pequeño hueco de una nuez: incluyes en este volumen los documentos pontificios, el derecho de patronato hispano, los privilegios eclesiásticos, […] los más altos títulos austríacos […]; cualquiera leerá estos y otros documentos, extrayéndolos de la cáscara de este volumen (1).23 Vizcarra puede haber leído en Plinio el Viejo (Historia Natural, VII, 21) lo de la famosa “nuez-estuche” de la Ilíada, de la que habría hablado Cicerón. También pudo conocer la tradición por otras vías. En cualquier caso, es digno de notar el ingenio con el que trae a colación la dureza de la cáscara, en contraste con la enjundia del contenido (intelectual) de la fruta, juegos verbales que practican también Peñalosa y Mansilla. A su vez, Vicente del Corro Zegarra felicita a Frasso por haber logrado que nada se substraiga a la potestad de nuestro rey, preeminente sobre todas, aunque la separas del derecho pontificio y eclesiástico; de modo que, quedando éste indemne, te manifiestas gran servidor del rey a la vez que gran católico, pues nada afirmas si no lo que sancionan los documentos 20 Piropo: es una aleación de cuatro partes de cobre y una de oro. “en gazarum indicarum immensa suppellex, en thesaurorum non onyx, achates, pyropus, aut pretiosae aliae gemmae, sed thesaurus ipse. En patronatus patronatum tibi commissum”. 22 “Si ergo Dei sunt quaeque Caesaris imperium possidet, quaenam reddenda sunt Caesari, quae non sint Dei? Illa sane, quae Dei tenentibus uices dilargita sunt ab Alexandro, Iulio, et aliis; utique Ferdinando, et Quinto Carolo Caesari, et quae Secundo (faxit Deus secundis regnet auspiciis) Carolo, Caesari Secundo reddis, quae sunt Caesaris, et quae iure Patronatus sortitur”. 23 “Utrique iuri ius cuique dilargiris, et uelut qui Illiadam Homeri paruo nucis concauo occlusit, uolumine hoc contines Pontificia diplomata, Hispanicum Patronatum, Ecclesiasticas immunitates, Regalia iura, maiora Austriadum stemmata, qualia nec ad Imperatorias infulas, nec ad alterius Monarchiae gloriam euecta sunt; haec et alia e cortice uoluminis euiscerata quisque leget”. 21 252 Votos a favor del regalismo en el alto clero charqueño (siglo XVII) pontificios, nada si no lo que en ellos se funda y es conforme a derecho; y al tiempo que distingues el derecho pontificio del regio, dando como con vara dorada de senador a cada uno lo suyo […] (4).24 Juan Manuel de León expresa lo mismo del siguiente modo mientras tú examinas la causa del Rey, no hay peligro de que se introduzca ningún daño al derecho eclesiástico y sagrado sino que, con la virgen Astrea, se tributa tanto al imperio del rey como al dominio del pontífice todo aquello que con santo derecho corresponde a cada cual (2).25 Descalificación de quienes impugnan el regalismo. Estos autores sabían muy bien que el patronato regio y demás privilegios que se arrogaba la monarquía española estaban lejos de suscitar un acuerdo general entre los estudiosos del Derecho. Era, pues, necesario tomar posiciones frente a la postura contraria. Juan Bautista del Campo Caro desea que la obra de Frasso constituya el remedio “para aplacar las más arduas controversias”, y espera que no sea atacada por quienes carecen “de la luz de la sabiduría” (3).26 El mejor ejemplo de este tópico corresponde a Antonio Diez de San Miguel (que no pertenece al grupo clerical: es la excepción que anuncié arriba). Dice que ciertamente algunos reinos extranjeros, gentes extrañas, naciones lejanas, afectan ignorar los privilegios hispánicos, las regalías regias, y los combaten; pero ante ellos ahora quedarán patentes, abiertos, realzados y suficientemente reconocidos (1).27 Más adelante añade que tales privilegios quedarán claros incluso “para todos los que deshonestamente les son contrarios y soportan de mala gana las regalías sagradas” (5).28 Para Diez de San Miguel, nadie puede en su sano juicio negar los privilegios de la corona en este ámbito, a menos que lo haga de mala fe. 5. CONCLUSIONES Alguna vez se me ocurrió preguntarme si es posible que a alguno de nuestros autores lo tuviera sin cuidado la discusión teórica sobre el patronato regio. Pienso 24 “ut in omnibus praeeminenti regis nostri potentiae nihil subripiatur; ita tamen illam a pontificio et ecclesiastico iure secernis, ut indemne hoc, si magnum regis ministrum, magnum etiam catholicum te ostentes, nihil enim nisi pontificiis diplomatibus sanctum, nihil nisi iuri ipsis innixo consentaneum adstrueris, et dum ius pontificium a regio distinguis, aurea quasi senatoria uirga sua cuique tribuens [...]”. 25 “cum regiam causam pertractas, nulla admiscetur iniuria circa acclesiasticum sacrumque ius, sed cum Astrea Virgine tam regis imperio quam pontificis dominio tribuitur quidquid sancto iure unumquodque meretur”. Para el simbolismo de Astrea, ver Alarcón (2010:82-83). 26 “ad maximas controuersias sedandas”; “sapientiae luce carentes”. 27 “Hispanica privilegia, regias regalias […] quae quidem affectant ignorare, atque aduersari extera regna, peregrinae gentes, remotae nationes, inter quas iam peruia, atque distincta, satisque nota patebunt”. 28 “Omnibus male aduersis, aegreque ferentibus regalias sacras”. 253 Andrés Eichman que es perfectamente posible. En ese caso el interesado manifestaría su adhesión a las tesis regalistas por simple cortesía, por divertimento erudito o bien para figurar junto con el brillante Frasso en un libro de alto nivel intelectual. Sin descartar que en algún caso esto pudiera resultar acertado, parece que, al menos para la mayoría de los miembros del “club”, los móviles fueran distintos. Es muy probable que advirtieran como algo único (lo fue de hecho, en su siglo) el ver abierta para ellos, la oportunidad de intervenir en una controversia de alcance mundial que se venía desarrollando desde la década de 1640 en el máximo nivel. Estaban familiarizados con ella y con algunos de sus principales protagonistas, de quienes podían considerarse paisanos. La ocasión la pintan calva: no desdeñarían la ocasión de hacerse oír, siquiera desde un puesto secundario (los preliminares del tratado). Y sospecho que expresaron lo que sentían. Por otra parte, el abultado número de cartas de adhesión permite pensar en un interés compartido. Es posible que estos eclesiásticos desearan corresponder personal y/o corporativamente a un régimen que les dio acceso a puestos de privilegio. Comadrán Ruiz afirma que el clero criollo participó ampliamente en la administración eclesiástica, ya desde el siglo XVI Esa participación cada día más notable del clero criollo en los distintos estratos de las diferentes misiones de la Iglesia en América ––y aún en la misma península–– significó, a su debido tiempo, y una vez que fue adquiriendo prestigio en todos los órdenes, y por ende llenando los requisitos que en la época se exigían para ello, que [los clérigos criollos] fuesen propuestos por el rey y por el consejo de indias para ocupar distintas sedes episcopales y arzobispales (1989:77).29 No les faltarían motivos para ver con ojos favorables las tesis regalistas. Y sin meterme a adivinar intereses ocultos, quizá fueran conscientes que, de tal apoyo, podría resultar un beneficio adicional. En este sentido, acaso no sea descabellado pensar que pudo haber algún tipo de conexión entre las cartas del “coro regalista”, y el nacimiento de la carrera de Derecho en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, en la misma ciudad, poco más de un año después de la publicación del segundo volumen del tratado de Frasso. Fundada en 1624, es precisamente en 1681 cuando comienzan los estudios en Leyes. La coincidencia de fechas puede muy bien ser casual, pero es indudable que la corona pudo, gracias a las cartas, conocer la adhesión de los funcionarios civiles y eclesiásticos a la doctrina regalista. Se puso de manifiesto que en la ciudad había juristas competentes, que estaban al tanto de las últimas novedades en relación con las controversias del momento: como que varias de estas (sobre todo, su culminación) se habían escrito en La Plata. La ciudad bien podía ser considerada un bastión regalista. 29 El autor ofrece datos de 216 obispos y arzobispos criollos (principalmente en América; porque los hay que fueron enviados a Filipinas, a la península, etc.) del periodo colonial. 254 Votos a favor del regalismo en el alto clero charqueño (siglo XVII) Los silencios también resultarían elocuentes: como era de prever, no se sumó a este coro ningún jesuita. Las tensiones que previsiblemente habían de suscitar las tesis de Frasso entre la corona y el papado hacían impensable que un miembro de la Compañía adhiriera a su tratado, por consideración a su cuarto voto, de obediencia al romano pontífice. Carlos Gálvez-Peña (2006) explica cómo la Compañía, al revelarse defensora de un orden cristiano por encima de las regulaciones del Estado, conoció progresivamente la animadversión de la corona, hasta llegar a la expulsión en 1767. Pues bien: la Universidad platense estaba a cargo de la Compañía de Jesús, y la creación de las dos cátedras de Cánones y de una tercera de Instituta fue iniciativa del arzobispo Castilla y Zamora, quien impuso su voluntad en contra de la de los jesuitas (DHB), los cuales jamás se hicieron cargo de esas materias. Puede pensarse que albergarían de muy mala gana tales cátedras, pero no tuvieron la oportunidad de rechistar: el arzobispo, en su afán de dar personalmente impulso a los nuevos estudios, no solamente dotó económicamente las cátedras, sino que, como doctor en cánones por la Universidad de Granada (España), se integró al claustro docente (Abecia, 1939:252). De modo que, aunque la hipótesis aquí aventurada no tuviera asidero (en contra de las apariencias hoy visibles), sí puede pensarse en una alianza, en un apoyo recíproco, motivado ya por convicción intelectual, ya por conveniencia. Universidad de Navarra* Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) Campus universitario s/n 31009 Pamplona-Navarra (España) aeichmann@unav.es BIBLIOGRAFÍA Abecia, Valentín. Historia de Chuquisaca. Sucre: Charcas, 1939. Alarcón, Estela. “Motivos mitológicos en epistológrafos de Charcas”, en Classica Boliviana. Actas del V Encuentro Boliviano de Estudios Clásicos. La Paz: Plural, 2010:77-87. Acuerdos de la Real Audiencia de La Plata de los Charcas. J. M. López Villalba (Dir.). Sucre: Corte Suprema de Justicia / Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo / Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, 2007 (10 vols.). Arvizu y Galarraga, Fernando de. “Don Pedro Frasso y la inmunidad eclesiástica (16841685)”, en AHDE Nº 56. (1986a):521-541. ------- “El pensamiento regalista de don Pedro Frasso en su obra De Regio Patronatu Indiarum”, en Revista Chilena del Derecho Nº 12. 1986b:29-51. 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Key words: Diego Mexía de Fernangil, colonial literature, Potosí, Charcas, XVII century. Desde que José de la Riva Agüero presentara, en 1914, una renovada mirada biográfica sobre el poeta sevillano Diego Mexía de Fernangil, autor de La Primera Parte del Parnaso Antártico de obras amatorias, se han hecho sucesivas contribuciones que muestran la vida activa y creativa de este poeta sevillano en las Indias. Sin embargo, casi todos los trabajos abordan la vida de Mexía de Fernangil hasta la década de 1610, cuando abandona Lima para radicar definitivamente en la Villa Imperial de Potosí.2 Así pues, bien poco se conoce sobre los más de veinte años que Diego Mexía de Fernangil vivió en Potosí. En este trabajo, de alcance biográfico más que literario, se intenta llenar ese vacío, mostrando algunos episodios de la vida del poeta en la ciudad minera, aclarando asimismo algunos aspectos de su biografía y logrando establecer las circunstancias y la fecha de su muerte; para ello se ha utilizado una serie de fuentes inéditas, provenientes en su mayor parte del Archivo Histórico de la Casa de la Moneda de Potosí, entre las que 1 Este trabajo debe mucho a la generosa colaboración de Andrés Eichmann, Mariela Insúa y Marcela Inch. A ellos va dirigido mi agradecimiento. 2 Entre estos trabajos se puede mencionar a Pociña (1983), Lohmann Villena (1999), Barrera López (1985-2009). Hasta ahora, la semblanza biográfica más completa del poeta sevillano la proporciona Gil Fernández (2008). Pablo Luis Quisbert Condori destacan: el poder para testar que otorgó, el testamento que se hizo en virtud a dicho poder y el inventario de sus bienes.3 MERCADER ITINERANTE Los primeros registros notariales que se han encontrado, por ahora, de sus actividades en la Villa Imperial de Potosí, datan del año 1604. El poeta radicaba por entonces en Lima y realizaba frecuentes viajes a la urbe minera llevando mercaderías. Al parecer 1604 fue un año excelente para los negocios de Diego Mexía en Potosí, quien pudo haber pasado la mayor parte del año en la Villa y como resultado de sus operaciones mercantiles hizo diversos envíos de plata, tanto en monedas como en barras, desde esa ciudad hasta Lima.4 Las escrituras notariales de estas remisiones muestran que los diversos dueños de recuas que contrató Mexía de Fernangil, debían transportar la plata hasta el puerto de San Marcos de Arica donde el poeta tenía una persona de su confianza, un vecino de Arica llamado Diego Salguero de Saavedra, a quien se debían entregar las barras y monedas de plata. Sólo en caso de ausencia de Salguero, la plata debía ser entregada a Francisco Vásquez, vecino y alguacil mayor de Arica o a Juan Gonzáles Morago, escribano público de Arica. Estas tres personas formaban parte de la red mercantil y de amistades de la cual se valía el poeta para realizar sus negocios. Estos corresponsales en Arica debían, luego, registrar las barras y monedas en un navío con rumbo al Callao, cuyo destino final era la ciudad de Lima. Las cuatro primeras partidas están consignadas a nombre de doña María de Miranda, su mujer, quien —por lo visto— se hacía cargo de llevar los negocios en la capital del virreinato. Del conjunto de envíos, la segunda partida estaba dirigida a María de Miranda en exclusividad y en la primera, la tercera y la cuarta compartía responsabilidad con dos mercaderes limeños, Tomás de Arauz y Sebastián González Salgado quienes eran sus 3 Estos documentos serán publicados en su integridad en el Anuario del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, en el número correspondiente al 2011. En lo que sigue, recurriremos a las siguientes abreviaturas: Archivo Histórico de Potosí - Casa de la Moneda Potosí (AHP), Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia - Sucre (ABNB), Archivo de La Paz - La Paz (ALP), Archivo General de Indias - Sevilla (AGI), Biblioteca Nacional de España - Madrid (BNE). 4 Los envíos de plata desde Potosí a Lima, hechos por Diego Mexía de Fernangil en 1604 fueron los siguientes: 1) AHP/EN 38 fs. 964r-964v, Potosí 23-III-1604, 3.728 pesos, 5 tomines, 5 granos en plata ensayada, con destino a María de Miranda o Tomás de Arauz. 2) AHP/EN 38 fs. 940v-941r, Potosí 13-IV-1604, 500 pesos para María de Miranda. 3) AHP/EN 38 fs. 1148v-1150v, Potosí 26IV-1604, 4.406 pesos, 7 tomines, 6 granos en plata ensayada, destinatarios María de Miranda, Tomás de Arauz y Sebastián González Salgado. 4) AHP/EN 37 fs. 2131r-2131v, Potosí 20-VII1604, 6.710 pesos, 1 tomín, 8 granos, en plata ensayada (equivalía a 10.720 pesos y 5 tomines en pesos corrientes), dirigidos a María de Miranda o Tomás de Arauz. 5) AHP/EN 37 fs. 2747r-2747v, Potosí 18-IX-1604, 534 pesos, 1 tomín, 5 granos de plata ensayada (deducidos los gastos, equivalía a 853 pesos, 5 tomines en pesos corrientes), destinatario Juan de Terrazas. 258 Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía socios comerciales. El quinto envío estaba dirigido exclusivamente al mercader Juan de Terrazas, a quien Diego Mexía enviaba 534 pesos de plata ensayada; diciéndole ―…de resto de lo procedido de la ropa que ha vendido de su cuenta en esta dicha villa‖ (AHP/EN 37 f., 2747r). La suma total que envió a Lima era bastante considerable, y una gran parte parece corresponder a sus propios negocios.5 Esto quiere decir que, a inicios del siglo XVII, la situación económica del poeta era bastante auspiciosa, lo que le habría permitido planificar un viaje a España en 1606 para realizar, entre otras cosas, las tratativas para la impresión de la primera parte de su Parnaso Antártico. Sin embargo, por lo que menciona Juan Gil Fernández, no hay constancia de que el poeta hubiera realizado este ansiado viaje (2008:76). Mexía de Fernangil está de regreso en Potosí a inicios de 1607.6 De ahí en adelante habría que pensar que volvió a viajar al norte, puesto que Juan Gil lo ubica en Lima en 1609, donde habría padecido junto a su familia el terrible terremoto que asoló la capital del virreinato el 9 de octubre de 1609. Como efecto del temblor, su hija Magdalena habría adquirido el ―mal de corazón‖, el cual se curaría sólo con el uso de una reliquia de Francisco Solano.7 VECINO DE LA VILLA IMPERIAL DE POTOSÍ En algún momento de la década de 1610, Mexía de Fernangil decide establecerse en la Villa Imperial de Potosí. Los motivos los explica en la dedicatoria que el 15 de enero de 1617 hizo al virrey Príncipe de Esquilache, de la Segunda parte del Parnaso Antártico de divinos poemas Pues habiendo por espacio destos ocho años últimos corrido por mis negocios tan deshecha tormenta, que habiéndome llevado los más de los bienes que llaman de fortuna, me recogí en esta Imperial Villa con mi familia, como en seguro puerto, esperando pasase el rigor deste airado 5 Diego Mexía de Fernangil hizo otro envío de 600 pesos de plata corriente a Arica, la escritura es de 22 de septiembre de 1604. Sin embargo, no dejó establecido si la plata debía ser enviada a Lima o no (AHP/EN 37 fs. 2849v-2850). Asimismo, en el envío de 26 de abril de 1604, junto a los 4.406 pesos de plata ensayada, Diego Mexía envió también 165 pesos corrientes, los cuales provenían de deudas que había cobrado en Potosí para sus corresponsales en Arica (AHP/EN 38 fs. 1148v-1150v). 6 AHP/EN 40 fs. 72r-72v. Obligación, Juan de Torres a Diego Mexía de Fernangil, Potosí 10 de enero de 1607. Juan de Torres declara deber a Mexía de Fernangil, 2.247 pesos de plata corriente, por 374 varas de paño de Quito que el poeta-mercader le había entregado. La escritura aclara, asimismo, que la mitad de la suma correspondía a Sebastián González Salgado, uno de los socios comerciales de Diego Mexía de Fernangil. Este mismo documento lo sitúa en la Villa Imperial en septiembre del mismo año. Sobre Sebastián González Salgado ver Gil Fernández (2008:77). 7 El episodio es relatado por Diego de Córdova (1676:347-348). La muerte de Francisco Solano se produjo el 14 de julio de 1610, por lo que la curación milagrosa de la hija de Diego Mexía de Fernangil debería haberse producido con posterioridad a esta fecha. Este episodio fue dado a conocer por Lohmann Villena (1999:126). 259 Pablo Luis Quisbert Condori invierno, donde con quietud he gozado de los bienes del entendimiento, sobre quien no tiene la fortuna dominio ni imperio alguno.8 Potosí, la ciudad del ―argénteo monte‖ como Mexía de Fernangil denominó al Cerro Rico, con su intenso trasiego comercial, era el lugar ideal para que recomenzara sus actividades mercantiles. Así, el poeta reaparece en las escrituras notariales potosinas en 1612, pues el 15 de junio de ese año hizo una escritura de obligación a favor de Gaspar Rivamartín.9 La estancia del poeta en Potosí, que debía ser temporal, con el tiempo se fue convirtiendo en permanente y definitiva; y así en 1615, declara ser ya ―mercader vecino desta dicha villa‖.10 Ya avecindado, Mexía de Fernangil realiza una serie de negocios con una red de familias y de personas dedicadas al comercio. De hecho, una de ellas, la de los Mayuelo,11 estrecharía vínculos con la de Mexía de Fernangil al casarse Diego, uno de sus miembros, con Catalina, una de las hijas del poeta. Otra de las personas con quien el poeta-mercader se relacionó, fue Pedro Julián Mondragón; lazos que se estrecharían aún más con la boda, en fecha aún no conocida, de Pedro Julián con Francisca de Miranda, hija del poeta. Pedro Julián Mondragón parece haberse iniciado como comerciante y luego haber dado el salto a las actividades mineras, llegando a poseer minas y un ingenio para el beneficio de los metales del Cerro Rico.12 Es en este contexto personal 8 Diego Mexía de Fernangil, La segunda parte del Parnaso Antártico de divinos poemas. Manuscrito de la Bibliothèque Nationale de France BNF/ESP 389 f. 177r. Deseo hacer llegar un agradecimiento especial a Andrés Eichmann por haberme facilitado una copia de este documento y, por su intermedio, a Tatiana Alvarado, quien prepara una edición crítica de la obra de Mexía de Fernangil. 9 AHP/EN 44 fs. 940r-940v. Obligación, Diego Mexía de Fernangil a Gaspar de Rivamartín, Potosí 15 de junio de 1612. Mexía de Fernangil se había prestado 3.000 pesos de plata corriente de Rivamartín; los cuales pagó a inicios de septiembre del mismo año. 10 En mayo de 1615, Mexía de Fernangil arrendó por dos años una tienda con su trastienda en la plaza principal de Potosí, por 600 pesos corrientes, cifra que pagó al contado. (AHP/EN 48 fs. 1175v-1176r). Arrendamiento de tienda, Alonso Caro a Diego Mexía de Fernangil. Potosí 11 de mayo de 1615. Caro dijo que la tienda se encontraba ―…encima de mis casas principales en la plaza pública de esta villa‖. Por cierto que Alonso Caro dijo, a su vez, haber arrendado la tienda del mayordomo de la cofradía de la Veracruz. La tienda parece haber sido, pues, propiedad de la Cofradía de la Santa Veracruz, de la cual, como se verá, era miembro el mismo Mexía de Fernangil. 11 En 1615, la situación económica de Mexía de Fernangil parece mostrar cierta mejoría, puesto que en 8 de marzo de ese año prestó a Diego Mayuelo ―el viejo‖, a Lázaro Mayuelo y a Pedro Julián Mondragón, quien llegaría a ser también yerno del poeta, 6.354 pesos corrientes en seis barras de plata (AHP/EN 48 fs. 768r-770v). Deudo. Diego de Mayuelo, Lázaro Mayuelo y Pedro Julián Mondragón, a Diego Mexía de Fernangil. Potosí, 8 de marzo de 1615. 12 Incluso es probable que ya poseyera su ingenio en 1619, cuando en noviembre de ese año Diego Mexía lo apoyó, siendo su fiador, en un negocio de compra de azogue de manos del veinticuatro Martín de Zamudio. (AHP/EN 52 fs. 2439v-2441r.). Obligación: Pedro Julián Mondragón, deudor, y Diego Mexía de Fernangil su fiador, a Martín de Zamudio, albacea y testamentario de Juan de Beurco. Potosí 260 Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía que Diego Mexía de Fernangil, o ―Delio‖ como le gustaba llamarse en términos literarios (Gil Fernández, 2008:70), vecino de la Villa Imperial de Potosí, redactó y finalizó la Segunda parte del Parnaso Antártico de divinos poemas. LA GUERRA ENTRE VICUÑAS Y VASCONGADOS Algo que Diego Mexía debió presenciar fueron las grandes alteraciones que tuvieron lugar en Potosí, entre 1622 y 1625, entre las distintas naciones que residían en la villa, conocidas en la historiografía boliviana como la ―guerra entre vicuñas y vascongados‖. Estas luchas, además de ocasionar una gran cantidad de muertos y heridos, afectaron de manera sensible el aparato productivo de la villa: las labores mineras decrecieron, varios ingenios paralizaron operaciones, algunos fueron destruidos, los contingentes de la mita se redujeron. De la misma manera el tráfico mercantil se resintió, varios mercaderes perdieron sus capitales, a otros les fueron saqueadas sus tiendas y, peor aún, el tránsito de mercaderías a Potosí fue afectado, puesto que en determinados momentos, los ―vicuñas‖ tomaron el control de los caminos que conducían a la villa.13 Aún ahora no se sabe el grado de participación que el poeta tuvo en los disturbios, si es que en verdad lo tuvo; dado su origen sevillano, es posible inferir que hubiese sentido simpatía por los vicuñas, bando en el que se agrupaban andaluces, castellanos y extremeños. Sin embargo, al ser un comerciante ya establecido en la villa desde hacía varios años, es posible también que le hubiera tocado ser víctima de los atropellos que sufrieron distintos mercaderes durante la ―guerra‖. Por otro lado, existe una ligera sospecha de que el esposo de su hija, Pedro Julián Mondragón, hubiese tenido simpatías por los vascos; seguro es, en todo caso, que Pedro Julián, como dueño de ingenio y de minas, precautelando obviamente sus intereses, se puso del lado de la autoridad real. De ello da fe su participación, el 7 de noviembre de 1623, en una junta en la que las principales autoridades, mineros y azogueros de Potosí se comprometieron a apoyar a la justicia real para dar con los autores del atentado de 6 de septiembre, cuando un grupo de vicuñas asaltó la casa del corregidor 25 de noviembre de 1619. Ambos se obligaban de pagar 1.788 pesos; la suma era el valor de 25 quintales, 54 libras y 8 onzas de ―azogue neto en caldo‖ que habían comprado de Zamudio. 13 Los relatos de la época se refieren en términos de ―guerra‖, a las luchas entre los distintos grupos regionales de la península ibérica (vascos, extremeños, castellanos, andaluces, portugueses, etc.), o ―naciones‖ como son denominadas en las fuentes, que tuvieron lugar en Potosí en la década de 1620. El detonante de estas luchas fueron las pugnas por el poder local en la Villa. Se acusó al grupo vasco, que ya poseía un gran poder económico, pues en sus filas estaban los mineros y azogueros más importantes, de querer acaparar el poder político al manipular las elecciones de alcaldes. Frente a este poderoso grupo vasco surgió un conjunto heterogéneo en el que se agruparon castellanos, extremeños, andaluces y muchos criollos; a cuyos miembros se les daría el apelativo de ―Vicuñas‖ por llevar sombreros tejidos con lana de vicuña. La lucha que empezó por el control del poder local derivaría pronto en una lucha de carácter social, cuyos alcances aún hoy no quedan del todo claros. La obra fundamental en torno a estos acontecimientos sigue siendo la de Alberto Crespo (1969). 261 Pablo Luis Quisbert Condori Felipe Manrique, matando a algunos de sus allegados y sirvientes e hiriendo al mismo corregidor (ALP/ACC C.1 Vol. 2 Nº 46). Ahora bien, otros cuatro escritores, a los cuales Mexía de Fernangil debió conocer, tuvieron una destacada participación en las luchas potosinas. Uno de ellos es el capitán Juan Sobrino, poeta criollo y uno de los líderes del bando de los vicuñas, de quien dice el cronista Arzáns que había escrito una historia de Potosí en octavas (1965. vol. 2:122). El otro es don Gabriel Gómez de Sanabria, fiscal de la Audiencia de Charcas, quien escribió una relación de los sucesos de Potosí, pero que también era poeta y había traducido a Marcial, siendo celebrado por el mismo Lope de Vega (Barnadas 2002, vol. 1:946-947). El tercero es Juan de Cabrera Girón quien, además de ser un destacado arbitrista, se sabe que gustaba de las letras y escribió una comedia titulada El azahar de Mojotoro (Ramírez del Águila, 1978:32). Asimismo, Cabrera Girón, propietario de haciendas, dueño de minas en el Cerro Rico y de ingenios en la Ribera de Potosí, será acusado de ser uno de los principales instigadores y movedores de los vicuñas. La identidad del cuarto escritor aún es un misterio. Se trata del anónimo autor del Tratado de una disputa entre dos amigos, el uno castellano de Burgos y el otro vascongado, en la Villa de Potosí, reino del Perú.14 En este tratado ––fechado en 1 de julio de 1624–– dos amigos, uno vasco y el otro castellano, entablan un diálogo en el cual cada uno alaba el papel que le cupo a su nación en la construcción de la historia y la grandeza de España, intentando, al mismo tiempo, echar en cara a su interlocutor las infidelidades o las tachas de su nación. EL MATRIMONIO DE DOÑA CATALINA MEXÍA DE CABRERA Si bien poco se sabe de la posición que tomó Mexía de Fernangil durante las luchas, sí se tiene constancia de que durante la ―guerra‖ casó a una de sus hijas. Es en diciembre de 1624 cuando tuvo lugar el matrimonio de doña Catalina Mexía de Cabrera con Diego de Mayuelo, quien con el tiempo se convertiría en miembro del cabildo de la villa. Ya se ha dicho que la familia Mayuelo estaba muy vinculada con la familia de Mexía de Fernangil, desde al menos 1615. Sin embargo, esta boda fue precedida por una escena digna de la literatura del Siglo de Oro. Por lo visto, al momento de producirse el compromiso de matrimonio, Mexía de Fernangil se hallaba en una precaria situación económica, había invertido la mayor parte de sus capitales en un 14 El manuscrito original se encuentra en la Biblioteca Nacional de España (BNE/Mss. 11045). Existe una versión impresa del siglo XIX, la que sin embargo parece haber sido hecha con base en otro manuscrito. 262 Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía préstamo que hizo a su yerno Pedro Julián Mondragón15 y, al mismo tiempo, sus negocios mercantiles no iban bien. Esto último era comprensible puesto que, para entonces, las luchas civiles entre naciones en la Villa Imperial de Potosí atravesaban sus etapas finales, pero la actividad mercantil aún no se había repuesto del todo. Todo ello llevó a que el mercader-poeta tenga problemas para cumplir con la dote de la novia. Los detalles acerca de cómo resolvió los mismos, sólo los contaría en su lecho de muerte, casi diez años después …declaro que al tiempo y cuando el dicho veinte y cuatro Diego de Mayuelo casó con la dicha doña Catalina Mexía de Cabrera, mi hija, otorgó escritura de dote en su favor, en la cual se da fe de cómo el susodicho recibió de mí, por bienes, dote y caudal conocido de la susodicha diez mil pesos corrientes de a ocho reales, los seis mil pesos dellos en seis barras de plata, que confesó valer la dicha cantidad y los cuatro mil pesos restantes en un poder y cesión en causa propia que le di, para que cobrase de Pedro Julián Mondragón, difunto, que me debía por una escritura de obligación que en mi favor otorgó de mayor cuantía… y aunque en la dicha escritura de recibo de dote que el susodicho otorgó a favor de la dicha mi hija se dio fe por el presente escribano del recibo de los dichos seis mil pesos en seis barras de plata, la verdad es que el entrego dellas fue supuesto, y que no se las entregué ni el dicho veinte y cuatro las recibió, mas de tan solamente el traslado de la escritura contra el dicho Pedro Julián Mondragón, y el haber hecho y otorgado el dicho veinte y cuatro la dicha escritura de dote supuesta en la forma dicha fue a ruego y persuasión mía, por estar pobre y no tener plata que darle, y no se entendiese ni supiese que no le daba con la dicha mi hija más dote que los cuatro mil pesos en la dicha cesión contenidos, porque luego que se otorgó la dicha carta de dote, me volví a llevar los dichos seis mil pesos en las dichas seis barras, para con ellas satisfacer como satisfice a la persona que me las dio para el dicho efecto.16 Para Mexía de Fernangil, al igual que para muchos de sus contemporáneos, la honra lo era todo; lo cual explica que tuviera que recurrir a la estratagema de prestarse las seis barras de plata y escenificar la entrega de la dote. EL DESASTRE DE LA LAGUNA DE CARICARI En la epístola a don Diego de Portugal, presente en la segunda parte del Parnaso Antártico, Diego Mexía relata una serie de eventos nada venturosos de la historia del Perú: terremotos, erupciones volcánicas, pestes, incursiones de piratas, etc. Su intención es presentar estos desastres como avisos divinos, una suerte de 15 A través del testamento del poeta, puede saberse que Diego Mexía prestó en cierta oportunidad a Pedro Julián Mondragón, 16.000 pesos corrientes, una cifra bastante considerable; y que en otra ocasión pagó, como fiador, una deuda que había adquirido Mondragón (AHP/EN 86 f. 2922v). 16 AHP/EN 86 fs. 2917r-2924v. Testamento de Diego Mexía de Fernangil, hecho por poder por Francisco Mexía. Potosí 8 de mayo de 1634. La cita es de los fs. f.2918v-2919r. 263 Pablo Luis Quisbert Condori anuncios de un gran castigo que sobrevendría al Perú a raíz de los pecados de España y los españoles, entre ellos los abusos cometidos contra los indios. Este terrible castigo llegó para los habitantes de la Villa Imperial de Potosí, al menos así lo creerían ellos, el 15 de marzo de 1626. Ese día el dique de la laguna de Caricari cedió ante la fuerza de las aguas acumuladas, dando lugar a una inundación que arrasó con los ingenios y las viviendas que se encontraban en la Ribera de Potosí y sus cercanías, causando asimismo decenas de muertos. Al tener sus casas y sus negocios muy cerca de la plaza principal de la villa, Mexía de Fernangil parece no haber sido golpeado directamente por la catástrofe. Sin embargo, su yerno, Pedro Julián Mondragón, sería uno de los principales afectados por la inundación, pues el ingenio que poseía en la Ribera resultó muy dañado, aunque el cronista Vásquez de Espinosa dice que fue uno de los que quedaron en condiciones para volver a procesar los metales (1958:590). En todo caso, los ingenios que como el de Mondragón no habían sido destruidos por completo, tardaron cerca de un año en volver a la normalidad. Sin embargo, una desgracia mayor sobrevendría a la familia de Diego Mexía, pues en algún momento, a fines de la década de 1620, su hija Francisca de Miranda y su yerno Pedro Julián Mondragón fallecerían. No hay datos por ahora que aclaren si estas muertes tuvieron lugar al mismo tiempo o con un intervalo entre una y otra; menos aún la manera como se produjeron: si se debió a un accidente, alguna enfermedad,17 o si los esposos perecieron durante la inundación.18 DIEGO MEXÍA DE FERNANGIL Y EL TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN Sabido es que Mexía de Fernangil estuvo vinculado con el Tribunal de la Inquisición; de hecho en la segunda parte del Parnaso Antártico se presenta a sí mismo como ―ministro del Santo Oficio de la Inquisición en la visita y corrección de los libros‖. En Potosí, Mexía alternó los negocios mercantiles y su actividad de escritor con la revisión y censura de libros. Lewis Hanke ha mostrado que revisó, en 1622, un ejemplar de la primera edición de Os Lusiadas de Luís de Camoens (1965, vol. 1:lxvii). Por su parte, Pedro Guibovich menciona otras dos piezas que habría revisado: la primera en julio de 1617, una de San Atanasio titulada Athanasii Magni Alexandrini Episcopi graviss. scriptoris et sanctiss martyris, opera in quatuor 17 Como las terribles epidemias de tabardillo y de viruela que asolaron la Villa Imperial de Potosí en 1628. 18 La muerte de su hija y su yerno llevó a que Mexía de Fernangil se hiciera cargo de la tutela de su nieto Gerónimo de Mondragón, quien habría nacido alrededor de 1624; así como de la administración de los bienes, minas, ingenio e intereses de Pedro Julián Mondragón; unos intereses que, ya se ha visto, habían quedado sumamente afectados por la inundación de 1626. La administración de la herencia de Mondragón debió consumir una buena parte del tiempo y energías del poeta, puesto que en su testamento se hace mención a que tuvo que hacer frente a un pleito de los acreedores de Pedro Julián Mondragón. 264 Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía tomos distributa, obra que pertenecía a la biblioteca del colegio jesuita de Potosí; y la segunda en febrero de 1621, un volumen titulado Annotationes et lucubraciones in Canticum Canticorum (2003:165). Pero al margen de ser censor y corrector de libros por la Inquisición,19 gracias a su testamento e inventario, puede saberse que fue, asimismo, familiar del Santo Oficio, cargo muy honroso y para cuya obtención hubo de realizar una prueba de limpieza de sangre. Al parecer, Mexía de Fernangil estaba orgulloso de ser parte del Santo Oficio: ser familiar, aspiración de muchos en la época, le otorgaba ciertos privilegios, entre ellos, el de ser procesado solamente por la Inquisición; el aprecio que tenía a su familiatura quedará consignado en el inventario de sus bienes, gracias al cual se puede saber que el poeta tenía la encomienda de oro, es decir, la insignia de familiar del Santo Oficio, primorosamente guardada en un ―cofrecillo de plata‖.20 CÓFRADE DE LA SANTA VERACRUZ En el poder que dio para testar, Mexía de Fernangil pidió expresamente ser enterrado en el convento de San Francisco de la Villa Imperial de Potosí, ―…en la bóveda de la capilla de la Veracruz de donde soy veinte y cuatro‖.21 La pertenencia del poeta a esta cofradía, es muy reveladora. A fines del periodo medieval, la creciente obsesión por la pureza de sangre y la asociación entre nobleza y limpieza de sangre llevó a la conformación de cofradías ―de la Sangre‖ y de la ―Vera Cruz‖ alentadas por las órdenes de San Francisco y Santo Domingo (Rucquoi, 2000:357). En estas cofradías se congregaban las personas que presumían ser descendientes de cristianos viejos y, al margen de sus actividades piadosas, la cofradía les permitía establecer marcadas diferencias con el resto de la población, a la par de reforzar su identidad como grupo. La distinción será pues uno de los rasgos más sobresalientes de la cofradía potosina de la Santa Vera Cruz, y es por ello que desde el principio será sólo una cofradía de españoles, pero de los más nobles, ricos y poderosos; lo cual la convertirá en una de las más prestigiosas de la Villa.22 19 Recientemente, junto con Marcela Inch, hemos logrado ubicar otros cuatro libros revisados por Diego Mexía de Fernangil. 20 AHP/EN 86 f.2655v. Probablemente vinculadas también al ejercicio de su familiatura, hayan estado las ―prisiones de fierro‖ que se hallaron en su inventario; pues como es sabido, los familiares del Santo Oficio estaban obligados a prestar ayuda a los Comisarios en las distintas diligencias que debían realizar; entre ellas la de prender a los acusados de delitos de fe. 21 Mayores datos sobre la cofradía del Santo Cristo de la Vera Cruz o la Santa Vera Cruz de Potosí, en Quisbert (2008:271-414). 22 La Santa Vera Cruz era pues el espacio ideal para alguien como Diego Mexía de Fernangil, orgulloso de sus orígenes y que buscó un cargo tan honroso como el de familiar del Santo Oficio. El ser miembro de esta cofradía, y más aún el haber desempeñado el cargo de veinticuatro de la misma, debió acrecentar aún más el prestigio del poeta, a la vez que le permitió relacionarse con la élite de la Villa Imperial. 265 Pablo Luis Quisbert Condori LA RELACIÓN CON LOS LEÓN PINELO La Villa Imperial de Potosí con su famoso cerro no sólo fue el motor económico del virreinato del Perú, sino que, también, un centro generador e irradiador de cultura. Larga es la lista de escritores, poetas, artistas y místicos que se dieron cita en Potosí durante los años que Mexía de Fernangil vivió en ella, y que le dieron a la Villa Imperial un aire de ciudad (además de opulenta) culta, letrada y devota. Con todo, lo que en esta ocasión queremos confirmar, es la estrecha relación que existió entre la familia de Diego Mexía de Fernangil y la de Diego López de León, este último padre de los afamados Antonio de León Pinelo, Juan Rodríguez de León y Diego de León Pinelo. Esta relación queda patente a través del testamento de Diego López de León, de 1644, en el que declara Yten declaro que yo presté a doña Magdalena Mexía para el entierro de su madre cuatrocientos y cuarenta y siete pesos de a ocho reales y que el doctor don Diego Mexía de Cabrera su hermano canónigo de Chuquisaca me escribió tomaba a su cargo esta deuda para pagármela. (Porras Barrenechea, 1945:619). Magdalena Mexía, a la que hace referencia López de León, era una de las hijas de Diego; asimismo el doctor Diego Mexía de Cabrera era el hijo mayor del poeta. Es probable que la relación entre ambas familias se hubiera dado ya en la década de 1610, pues tanto Diego Mexía de Fernangil como Diego López de León, a quien también se conocía como Diego López de Lisboa, eran mercaderes; pero es más seguro que esta relación se desarrollara, sobre todo, en Potosí, donde López de León se estableció con sus hijos menores, Diego y Catalina, hacia 1622, luego del fallecimiento de su esposa; y a donde arribaría asimismo su hijo, Juan Rodríguez de León, quien serviría el curato de la iglesia mayor de Potosí entre 1623 y principios de 1627, donde se destacaría asimismo como un gran predicador. Ahora bien, algo de especial hubo de existir en la relación entre Diego Mexía de Fernangil, familiar del Santo Oficio, y Diego López de León, cuyos padres habían sido procesados por la Inquisición en Portugal y quemados en la hoguera por judaizantes. Las distintas facetas en esta relación aún quedan por investigarse,23 pero en principio hay algo en común y es la gran cultura libresca de ambas familias; pues tanto los padres, Diego Mexía de Fernangil y Diego López de León, como los hijos Diego Mexía de Cabrera, Antonio de León Pinelo, Juan Rodríguez de León y Diego de León Pinelo, a más de ser asiduos lectores, serían destacados escritores. LOS MOMENTOS FINALES Al iniciarse la década de 1630, Mexía de Fernangil ya era un hombre entrado en años. A principios de 1634, sus condiciones de salud eran tan precarias, que no 23 Gil Fernández sugiere un probable origen converso para Diego Mexía de Fernangil. Sin embargo, los indicios que presenta, aunque resultan interesantes, no son del todo convincentes (2008:88-96). 266 Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía pudiendo dictar en persona su testamento, el 14 de enero otorgó un poder a su esposa María de Miranda, a su hermano Francisco Mexía y a su yerno Diego Mayuelo para que lo hicieran. Sin embargo, el poder fue lo suficientemente extenso como para que el poeta dejara establecido su origen y vecindad, quiénes fueron sus padres, el nombre de su esposa e hijos, la historia de la dote de doña Catalina Mexía de Cabrera, el deseo que tenía de ser enterrado en San Francisco y el criterio que debía seguirse para repartir la herencia que dejaba a sus hijos. Finalmente, este gran poeta de Potosí, dejó de existir en algún momento entre el 14 de enero, cuando otorgó el poder, y el 18 de enero de 1634, día en que un escribano dio fe de su muerte Yo Baltasar de Barrionuevo escribano del rey nuestro señor, público del número de la Villa Imperial de Potosí, doy fe y testimonio de verdad que hoy día de la fecha desta, vide muerto naturalmente a lo que pareció a Diego Mexía de Fernangil, a quien en su vida conocí. El cual estaba en un aposento de las casas de su morada, en un ataúd amortajado y revestido con el hábito de la orden de San Francisco y para que dello conste, de pedimento de los albaceas del dicho difunto, doy el presente en la dicha Villa de Potosí a diez y ocho días del mes de enero de mil y seiscientos treinta y cuatro años (AHP/EN 86 f. 2921r). LAS HONRAS FÚNEBRES En el cuarto de siglo que vivió en Potosí, Mexía de Fernangil se había convertido en un vecino respetado y reconocido en la Villa Imperial, de ahí que su entierro parece haber convocado a los notables y a buena parte de la población potosina; a fin de cuentas, se trataba de uno de los habitantes más ilustres que había tenido la villa. Como fue su deseo, el cuerpo de Diego Mexía sería revestido con el hábito franciscano y enterrado en la capilla de la Santa Vera Cruz en el convento de San Francisco. Asimismo, al haber sido veinticuatro de la cofradía de la Vera Cruz, se da por descontado que los miembros de la misma debieron asistir a su entierro con sus estandartes y toda la parafernalia que se acostumbraba en estas ocasiones. De hecho, el entierro y las honras fúnebres parecen haberse hecho con mucha solemnidad y hasta con cierta pompa; pues cuando en marzo de 1634, su viuda doña María de Miranda hizo las cartas de pago de lo que se había gastado, la suma llegó a los 1.220 pesos corrientes, una cifra bastante considerable para la época (AHP/EN 86 fs. 2658r-f.2661v). Del conjunto de estos gastos, llama la atención la gran cantidad de dinero que se gastó en cera (372 pesos), lo que habla del ambiente solemne que rodeó a las honras. De la misma forma, son llamativos los 50 pesos que se pagaron por asentar al poeta como veinticuatro de la Cofradía de Santa Ana. Es muy probable que Mexía de Fernangil fuese ya cófrade y que uno de sus últimos deseos fuera ser asentado como veinticuatro de la cofradía de esta santa, a la que dedicó su Oración en alabanza de la señora Santa Ana. En síntesis, el de Diego Mexía de Fernangil, fue un entierro costoso, acorde al prestigio y reconocimiento que el poeta sevillano gozaba en Potosí. 267 Pablo Luis Quisbert Condori EL INVENTARIO DE SUS BIENES Y EL TESTAMENTO Entre la muerte de Diego Mexía de Fernangil y la realización del inventario de bienes, pasaría todavía algún tiempo. Finalmente, el inventario se haría el 23 de marzo de 1634, y a través de él puede tenerse una idea acerca de la vida cotidiana del poeta y de los bienes que atesoraba.24 Así, algo que resalta a primera vista es que, si bien como mercader Mexía de Fernangil atravesó en algunos momentos vicisitudes económicas, en última instancia pertenecía a uno de los sectores relativamente acomodados y notables de la sociedad potosina. De hecho, al momento de hacerse el inventario, se encontraron tres mil pesos en reales, lo cual era una pequeña fortuna para los parámetros de la época. Asimismo, y tal como era costumbre en la Villa, la vajilla que usaba era casi toda de plata. Sin embargo, el poeta parece no haber hecho gala de mucha ostentación, pues solamente poseía dos esclavas: ―…la una llamada Inés, criolla de edad de veinte y seis años poco más o menos, y la otra María Angola de edad de treinta años‖. El rechazo a la ostentación y al lujo se nota más claramente en su vestimenta; pues ––a excepción de un ―jubón de terciopelo azul‖–– los jubones, calzones y capas de Mexía de Fernangil eran casi todos de color negro o pardo, siguiendo en esto la sobriedad en el vestir, característica del reinado de Felipe II y que el poeta parece haber mantenido hasta sus últimos años. Donde sí puso cierto esmero fue en las pinturas y objetos de devoción; pues junto a unos lienzos de San Francisco y de la Concepción, advocaciones de clara influencia franciscana, Mexía de Fernangil poseía, también, un lienzo de San José, otro de la Virgen, un niño Jesús de bulto, ―una tabla de Nuestra Señora con su velo carmesí‖ y ―veinte y dos retablos de diferentes pinturas y retratos‖; aunque es de lamentar que no exista el detalle de estos últimos. Asimismo, el poeta se sintió siempre muy vinculado a su ciudad natal; lo demuestra el lienzo que poseía donde estaba ―…retratada la ciudad de Sevilla‖ y la devoción que tenía a Santa Justa y Santa Rufina, pues tenía un lienzo al óleo de estas santas, a las cuales menciona también en su Oración en alabanza de la señora Santa Ana, incluida dentro de la Segunda Parte del Parnaso Antártico (f. 150r). Pero además de ser un cristiano devoto, Diego Mexía de Fernangil era también un hombre de armas; de ahí que poseyera asimismo una espada, una daga plateada, una alabarda y una escopeta. En cuanto a los libros presentes en el inventario de bienes de Mexía de Fernangil, dado el tenor del mismo inventario, nos inclinamos a creer que se trata de su biblioteca personal más que de mercadería para vender. De tratarse de su biblioteca, puede considerarse de tamaño mediano pues el inventario 24 AHP/EN 86 fs. 2655r-2658r. Inventario de los bienes de Diego Mexía de Fernangil. Potosí 23 de marzo de 1634. 268 Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía describe que estaba compuesta de ―cincuenta y cuatro libros, chicos y grandes‖ y ―veinte y siete libros en tabla, grandes y pequeños‖. No hay mayor detalle acerca de los autores y el título de las obras, con la excepción de ―las obras de Lipcio en siete tomos y uno más pequeño‖ que fueron descritas aparte. Es decir, se trata de una biblioteca inferior al centenar de obras; sin embargo, es obvio que Mexía de Fernangil leyó más libros de los que poseía, lo que nos remite a las observaciones que hace Marcela Inch acerca de la circulación de libros en las ciudades de La Plata y Potosí en el siglo XVII (2008:417-537). Mexía de Fernangil había sido un viajero incansable, sobre todo, en el camino que unía Potosí con Lima, la capital del virreinato ¿Cuántas veces el poeta hubo de recorrer esa ruta, pernoctando en los distintos tambos y ventas que jalonaban el camino: Yocalla, Vilcapujio, Challapata, Peñas, Oruro, Caracollo, Sicasica, Calamarca, Chuquiago, etc? Conforme su edad avanzaba, fue haciendo menos viajes. Como recuerdo de estos años de viajero, en el inventario quedarían registrados objetos ya viejos, como un almofrez, un quitasol y ―unas alforjas, dos frascos, una bota chica y dos frezadas viejas‖.25 Finalmente, el inventario habla de la vivienda que habitó en la Villa Imperial de Potosí durante muchos años Unas casas de [vi]vienda y morada questan en esta villa, en la calle arriba de la, Moneda, lindan por una parte con casas en que al presente vive Lorenzo de Garate, en que vivió y murió el dicho Diego Mexía. 26 En cuanto al testamento, éste se hizo recién el 8 de mayo de 1634. Lo más probable es que la esposa del poeta, doña María de Miranda, su hermano Francisco Mexía y su yerno Diego de Mayuelo hubieran decidido poner en orden los bienes y cuentas de Diego Mexía antes de realizarlo.27 25 El inventario consigna, asimismo, cosas que hacían a su oficio de mercader como una romana, ―cuatro libros de cuenta de caja y un manual‖ y ―dos candados grandes de mercader‖. 26 AHP/EN 86 f. 2657v. El testamento da una ubicación más precisa de estas casas: ―…unas casas de vivienda y morada que están en la calle arriba de la Casa de la Moneda desta dicha villa, que lindan con casas del Colegio de la Compañía de Jesús y están en frente de las casas del veinte y cuatro Juan de Lázaro‖ (AHP/EN 86 f. 2923r). Por cierto que ambos textos se están refiriendo a la primera Casa de la Moneda que hubo en Potosí. 27 Gracias a este testamento puede saberse que Mexía de Fernangil se hizo cargo de la administración de los bienes de Pedro Julián de Mondragón y del cuidado de su nieto Gerónimo de Mondragón. A priori, parece que Mexía de Fernangil administró bastante bien los bienes de Pedro Julián de Mondragón, encarando el pleito de acreedores y satisfaciendo las deudas de su yerno, incluyendo las grandes sumas que a él mismo le debía Mondragón (Mexía le había prestado 16.000 pesos y en otra ocasión había cancelado por él otra suma). Tal vez, sintiéndose ya enfermo, decidió traspasar la administración de los bienes y la tutela de su nieto a su hermano Francisco de Mexía, admitiendo (eso sí) que quedaba debiendo a Gerónimo de Mondragón 750 pesos. Por cierto, Mexía de Fernangil, parece haber sido bastante cuidadoso en los temas financieros, lo cual es lógico tratándose de un mercader, pues a excepción de la deuda que admitió tener con su nieto, el testamento aclara que no debía dinero a nadie más. 269 Pablo Luis Quisbert Condori LA FAMILIA Desde ya, la documentación potosina aporta valiosos datos en torno a la ascendencia y la descendencia de Diego Mexía de Fernangil. Así en el poder para testar que el poeta-mercader suscribió el 14 de enero de 1634, dirá de sí mismo y de sus padres lo siguiente En el nombre de Dios amen, sepan cuantos esta escritura vieren como yo Diego Mexía de Fernangil, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, vecino desta Villa Imperial de Potosí del Pirú, y natural que soy de la ciudad de Sevilla reinos de España, hijo legítimo de Diego Mexía de Fernangil y de doña Juana de Cabrera su mujer, mis padres difuntos que santa gloria ayan, vecinos que fueron de la dicha ciudad (AHP/EN 86 f. 2917r). El poeta alega ser pues hijo de Diego Mexía de Fernangil y de doña Juana de Cabrera, vecinos de Sevilla. De ahí que, salvo nueva evidencia, el Diego Mexía, ―…hijo de Diego Mexía y de Leonarda de Torres‖, que en 1582 ―…se despachó a la provincia de Tierra Firme por mercader‖, y que Trinidad Barrera (2009:17) y Juan Gil (2008:68) creen que es el poeta sevillano, sería mas bien un homónimo. Se confirma el dato proporcionado por Lohmman Villena, en el sentido de que la esposa del poeta llevó el nombre de María de Miranda; sin embargo, doña María de Miranda parece no haber sido analfabeta como se suponía, pues su firma aparece en varias actuaciones notariales. Con todo, la gran novedad aportada por la documentación potosina, es la identidad de los cinco hijos, dos varones y tres mujeres, que tuvieron Diego Mexía y doña María de Miranda. En cuanto a sus tres hijas, se ha dicho líneas atrás que Francisca de Miranda casó con Pedro Julián Mondragón y ambos fallecieron en Potosí, probablemente a fines de la década de 1620. De doña Catalina Mexía de Cabrera se ha mencionado asimismo que en diciembre de 1624 contrajo matrimonio con Diego de Mayuelo. La tercera de las hijas, doña Magdalena Mexía, cumpliría con la voluntad de su padre y se quedaría acompañando a su madre hasta su fallecimiento, tal cual lo atestigua el testamento de Diego López de León.28 En cuanto a los hijos varones, poco se conoce hasta ahora de Pedro Mexía ––el menor de ellos–– salvo que vivió en Potosí, al menos hasta 1634, fecha de la muerte de su padre. El miembro más esclarecido de los descendientes de Diego Mexía de Fernangil sería su hijo mayor, el licenciado Diego Mexía de Cabrera quien, nacido en Lima, había estudiado en la facultad de cánones en la Universidad de San Marcos. Mexía de Cabrera ejerció de abogado en la Audiencia de Lima y en determinado momento decidió seguir la carrera eclesiástica, llegando a ser cura en la Villa Imperial 28 No queda muy en claro todavía dónde se produjo el fallecimiento de doña María de Miranda; lo más probable es que hubiese tenido lugar en Potosí, pero no debe descartarse que hubiese regresado a Lima, luego de la muerte de Diego Mexía de Fernangil. 270 Delio en el argénteo monte: Nuevos datos en torno a la vida de Diego Mexía de Potosí. Aparentemente, en el año 1633,29 emprendió viaje a España para obtener un cargo eclesiástico de mayor jerarquía. Nombrado racionero en la catedral de La Plata, retornará a Charcas en 1635.30 Diego Mexía de Cabrera, heredero de la cultura libresca de su padre, destacará asimismo como un gran canonista y fruto de sus trabajos, se publicará en 1655 su obra Práctica y estilo judicial en defensa de la inmunidad del fuero eclesiástico.31 PALABRAS FINALES Mediante lo expuesto se puede tener una idea más precisa acerca de los años que Diego Mexía de Fernangil pasó en la Villa Imperial de Potosí; una ciudad en la que decidió establecerse, donde adquirió vecindad, en la que realizó una buena parte de su obra que permanece inédita y otra aún perdida, y donde finalmente acabó sus días. Sin embargo, la documentación conservada en los archivos bolivianos ––una pequeña parte de la cual ha sido presentada en este trabajo–– puede deparar aun más sorpresas y novedades literarias, no sólo en torno a la vida y la obra del poeta sevillano, sino también de los círculos intelectuales existentes en Charcas en el siglo XVII. Coordinadora de Historia-La Paz - Investigadores asociados* Calle Moxos 250-tembladerani Casilla 4291, La Paz (Bolivia) pquisbert@gmail.com BIBLIOGRAFÍA Arzáns De Orsúa y Vela, Bartolomé. Historia de la Villa Imperial de Potosí. Riquezas incomparables de su famoso cerro, grandezas de su magnánima población. Sus guerras civiles y casos memorables. (Ed.). Lewis Hanke y Gunnar Mendoza. Providence-Rhode Island: Brown University Press, 1965. Barnadas, Josep. Bibliotheca Boliviana Antiqua. Impresos coloniales (1534-1825). 2 vols. Sucre: ABNB / Centro de Estudios Bolivianos Avanzados, 2008. ------- Diccionario Histórico de Bolivia. 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Un comentario sobre esta obra en Barnadas 2008, vol. 1:410-411. 271 Pablo Luis Quisbert Condori ------- ―La Primera Parte del Parnaso Antártico de Diego Mexía de Fernangil, Sevilla, 1608‖, en Andalucía y América en el siglo XVII. Actas de las III Jornadas de Andalucía y América. Vol. 2. Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos EEHA. 1985:213-229. Córdova, Diego De. Vida, virtudes y milagros del apóstol del Perú, el B. P. Fr. Francisco Solano de la seráfica orden de los menores de la regular observancia, patrón de la ciudad de Lima. Madrid: Imprenta Real, 1676. Crespo, Alberto. La Guerra entre Vicuñas y Vascongados. La Paz: José Camarlinghi. Colección Popular, 1969. Gil Fernández, Juan. ―Diego Mexía de Fernangil: un perulero humanista en los confines del mundo‖, en El humanismo español entre el Viejo Mundo y el Nuevo. León: Universidad de Jaén / Universidad de León, 2008:67-142. Guibovich, Pedro. Censura, libros e Inquisición en el Perú colonial, 1570-1754. 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Santiago: Pfeiffer Editorial, Colección 33. 6. 2010:88 pp. En esta nueva entrega del poeta y crítico chileno Pedro Lastra (Quillota, 1932) pueden advertirse las notas distintivas de su poesía: préstamos literarios o intertextualidad permanente; el problema del tiempo tematizado en la escritura (proyectivo, del tipo del pasado hablaremos en el futuro); la memoria puesta en función de una sensibilidad que privilegia las formas breves, en especial las conjeturas, las historias mínimas y los enigmas; escritura epigramática y función pragmática del silencio y la página en blanco; voluntad de expresión del universo personal mediante señales que indican los procesos de su constitución; desborde de la fantasía y devenires animales; presencia del amor como materia vívida y lenguaje; por último, poesía situada (Lihn) o escritura de acuerdo a las circunstancias vividas. Treinta y tres poemas ––publicados desde 1959 en distintos sellos editoriales de Santiago, Lima, Sevilla, Medellín, Quito, Puebla–– dan cuerpo a los Diálogos del porvenir recurriendo a las zonas de significación y motivos tan caros al poeta. En ellas, no sólo se revela como escritor, sino que, más bien, como lector de su propia vida y de obras clásicas y contemporáneas. Aquí aparece la figura del poeta como crítico. Este problema tan bien definido en escritores chilenos como Nicanor Parra, Enrique Lihn o Gonzalo Rojas (fundamentado en modo definitorio en Steiner, por ejemplo) hace visible la consideración modélica que Lastra hace de ellos, en su ejercicio poético y en su formación literaria. Es de este modo que los poemas de Lastra conjuran temas que serán trabajados con mayor pericia para ser transformados en nuevos modelos. Consecuentemente, el lector podrá apreciar la capacidad que tiene Lastra para crear tonos originales, basados en la reconstrucción de la memoria y en la sutileza de la imagen. Cultura y vida son notas distintivas de su poesía, exteriorizadas en recuerdos de personas queridas, viejos amigos, amores entrañables y homenajes a escritores y artistas de épocas variadas como Miguel de Cervantes, Constantino Kavafis, Gerard de Nerval, Javier Lentini, Magritte, Cayo Plinio, Guido Cavalcanti, César Vallejo, Robert Desnos, Oscar Hahn, Víctor Jara, Homero o Nicanor Parra. Sustentamos que ésta es una poesía en esencia sugerida que arranca de los cauces de una subjetividad manejada líricamente a la perfección. El tratamiento del tiempo es uno de los mejores logros a los que nos tiene acostumbrados la poesía de Lastra. Más todavía, si el poema envuelve con sabia red las reminiscencias de amores idos y recuperados en la escritura. Nos referimos a textos como “Viola d´amore” (dedicado a Irene Mardones Campos), “Presencia del amor” y “Mano tendida”. En la palabra de Lastra, el amor juvenil permanece como extensión del deseo. Sin embargo, como toda sustancia, el recuerdo se deshace en el tiempo, manteniendo sólo episodios vitales. Es la idea del tiempo relativo llevada a la Reseñas poesía: “el destello de una mirada / atraviesa el paisaje / esta mirada viene de muy lejos / oscila / entre tu tiempo y el mío” (“Disolución de la memoria”). Esta disolución no implica la desintegración de la memoria, muy por el contrario, ésta sólo pierde su espesor, pues está constantemente difuminándose y extendiéndose a la vida toda. El fenómeno de oscilación consiste en la aparición y desaparición de objetos y personas que yacen en el pensamiento. El fenómeno se activa con lecturas y relecturas no sólo de los libros, sino que, también, de la historia del mundo y de la historia personal. Es la poesía de acuerdo a las circunstancias, o marcos de referencia autorial. Es posible pensar la poesía de Pedro Lastra como un continuo resituamiento en tiempos y espacios difusos. En efecto, el poema “Recuerdos del mal pasado” (inédito hasta ahora; cuenta con versión manuscrita digitalizada en el mismo libro) es un regreso. Podría señalarse al respecto que existe un juego implícito con la poesía del griego Constantino Kavafis (“Ítaca”), en la prospección del regreso y la modalidad didáctico-épica de un sujeto que se interroga al desdoblarse, enfrentándose con la única posibilidad que tiene el hombre de comprender que el derecho a la vida se gana cumpliendo el rito de recordar a los muertos que padecieron injusticia. El recuerdo “es el pan de los muertos”, aquello que les permite alimentarse y permanecer con este único sustento. Aquí el ritornello se concluye limpiamente y se cierra el poemario como un anillo. Juan Gabriel Araya Grandón Universidad del Bío-Bío Facultad de Educación y Humanidades Departamento de Artes y Letras Avda. Andrés Bello s/n. Chillán (Chile) jaraya@ubiobio.cl / juanarayag@terra.com Liliana PUALUÁN. Viajes al entremundo. Santiago de Chile: Cadaqués, 2010, 235 pp. “Los sobrevivientes de los avatares relatados que permanecieron en Pueblo, hombres, mujeres y niños, dieron origen a las primeras familias, de las cuales descendemos” (231). Con estas palabras del “Epílogo”, Liliana Pualuán ––originaria de Puerto Aysén–– sugiere una interpretación concreta y geográficamente bien definida de su obra. Las fotos con motivos del Sur de Chile en blanco y negro, todas sacadas en las primeras décadas del siglo XX, que acompañan el texto como un telón de fondo sin relación obvia con lo narrado, parecen subrayar esta lectura propuesta por la autora. Pero, para mí, Viajes al entremundo es mucho más, pues permite varias otras lecturas. Por cierto el paisaje omnipresente, que se concretiza en los toponimos insignificantes como “Pueblo” y “La Comarca”, sugiere el entorno de la XI Región de Chile con sus bosques interminables, sus ríos caudalosos, sus regiones costeras y sus lluvias y nevadas prolongadas. Sin embargo, no parece imaginable una zona de la tierra donde nunca sale el sol, como es el caso en la presente 274 novela. Con este fenómeno en vista el lector tiene que despedirse de una lectura realista y abrirse a un mundo mágico, mítico, el “entremundo” de la autora. La historia empieza con la llegada de un grupo de mujeres con nombres absolutamente no-corrientes como Evernia Prunasti, Zea Mays, Inala, Belónica, Alquimila, etc., a la Comarca. Llegan en el barco del capitán Beleño, cuyo exclusivo oficio parece ser conducir este tipo de transporte. A lo largo de la novela se concreta, cada vez más, la sospecha de que Beleño es un personaje como Caronte en la mitología griega, o sea, uno que lleva a los muertos al otro mundo. En la Comarca las mujeres encuentran a un grupo de hombres, igualmente con nombres exóticos, como por ejemplo, Licopodio, Equiseto, Solidago, Tusilago, Phypollis, etc., que trabajan la tierra para poder vivir allí. Después de pasar por el “Olvido” las mujeres piensan en el propósito de su presencia en la Comarca. Zea Mays lo resume en estas palabras: “Para revivir... a los hombres, llegamos las mujeres” (50). La descripción de este “revivir”, es uno de los aspectos más logrados de la novela, ya que nos hace pensar en los ambientes de los textos de D.H. Lawrence. Al igual que Lady Chatterley, las mujeres se abandonan a una sensualidad natural, a su instinto de hacerse madres fuera de las normas de las sociedades establecidas. Es un mundo que hace también pensar en la experiencia “hippie” de los años 60 del siglo pasado. En estas descripciones, el lector notará pronto que el orden lógico del tiempo está descarrillándose, porque no se respetan los nueve meses de un embarazo, ni el tiempo natural para el desarrollo de un niño. Son tres los niños que nacen en la Comarca y, también, tienen nombres bastante raros: Nepomuceno Segundo, Casuarina y Silene Alba. En sus bautismos ofician un cura católico y un rabino el uno al lado del otro, lo que parece también muy curioso. Elementos de la Biblia como los pastores en el nacimiento de Jesús o el arca de Noé, en la que los protagonistas sobreviven en una lluvia diluvial existen al lado de creencias míticas y reflexiones filosóficas acerca de la vida y de la muerte. Estas reflexiones quedan en el nivel de la pregunta planteada sin tratar de proponer una respuesta o una solución. No hay solución. Dafna y Alquimila lo dicen: “Los misterios nos acosan... No sabemos nada”. (198). En esta incertidumbre y en las cada vez nuevas preguntas que se formulan, se basa el encanto de la lectura de esta obra sobre la vida y la muerte. Un libro muy recomendable para lectores que se interesan por el Sur de Chile y en sus mitos, así como por las eternas preguntas existenciales. Se debe estar preparado para un viaje al “entremundo” de la sureña Liliana Pualuán. Ewald Weitzdörfer Zwanzigerstr. 34 87435 Kempten (Alemania) weitzd@web.de 275 Reseñas José Leandro URBINA. Camilo Henríquez. El sueño ilustrado. Santiago de Chile: Editorial Universidad de Santiago de Chile, 2011, 70 pp. Este libro forma parte de una interesante Colección, Grandes de Chile, creada por la Editorial USACH con el propósito de difundir la vida y obra de hombres y mujeres que se han destacado en diferentes ámbitos del quehacer nacional, muchos de los cuales han sido abordados escasamente por la historiografía tradicional. Para ello se encargó a especialistas de distintas disciplinas la elaboración de breves estudios crítico-biográficos de figuras como Diego Portales (Gabriel Salazar), Julieta Kirkwood (Raquel Olea), Clotario Blest (Maximiliano Salinas), Magno Espinoza (Sergio Grez Toso), Elías Laferte (Hernán Venegas), entre otros. En general, los libros de esta colección buscan rescatar y reinterpretar a estos personajes históricos, tanto para el lector no especialista como para el académico, aunque no desde la perspectiva positivista-panegírica ocupada en proporcionarnos datos aparentemente neutrales, sino que son análisis críticos que nos introducen en los claroscuros de sus trayectorias vitales. En este marco, el escritor chileno y especialista en literatura latinoamericana colonial José Leandro Urbina realiza una biografía crítica e intelectual de Fray Camilo Henríquez (1769-1825), personaje profusamente citado por los historiadores chilenos, gracias a su innegable protagonismo en el debate políticocultural de las primeras décadas del siglo XIX. Sin embargo, su pensamiento ha sido escasamente investigado y analizado en forma monográfica. Rescatado en la primera mitad del siglo XX por Raúl Silva Castro ––quien se ocupó de escribir su biografía y antologar su obra–– fue prácticamente olvidado por los estudiosos, hasta hoy. En este escenario, Urbina se aboca a entregarnos un conciso panorama contextual y biográfico de Camilo Henríquez, para posteriormente centrarse en el análisis de su pensamiento político, que es la preocupación principal del texto; pensamiento que ha carecido de un examen más minucioso por parte de los especialistas dedicados a la historia de las ideas en Chile. Urbina nos informa que la formación intelectual del fraile chileno se desarrolló a partir de su ingreso a la Orden de la Buena Muerte en Lima (1787), cuyo colegio era considerado uno de los centros educacionales más importantes del Virreinato peruano en el siglo XVIII. Durante esos años, Camilo Henríquez adquiere conocimientos generales sobre teología, medicina, historia y ciencias naturales. Pero también leyó, de forma autodidacta, algunos libros excomulgados de Voltaire, Rousseau y Montesquieu, pensadores ilustrados que fueron ––según Urbina–– los que moldearon el pensamiento político del joven fraile, lo que le causó más de algún problema con la Inquisición limeña. A partir de estos antecedentes, Urbina plantea que estas experiencias (estudios, lecturas, circunstancias personales) quizá ayudaron a producir la aversión a la tiranía política y al oscurantismo en el que vivía la sociedad colonial 276 hispanoamericana, que después se reflejará con vehemencia en sus escritos y en su accionar político durante el proceso independentista. Posteriormente, Urbina se centra en el análisis de la participación política e ideológica que tuvo Fray Camilo en Chile tras su regreso desde Lima en 1811. Para Urbina, como para la mayoría de los investigadores, el fraile fue un intelectual comprometido con la causa independentista, siendo uno de sus principales aportes ideológicos su Proclama de Quirino Lemáchez, donde expone las ideas independentistas que buscaban transformar el sistema de gobierno monárquico-autoritario en uno democrático-representativo, acorde con las ideas republicanas ilustradas provenientes de Francia. No obstante, Urbina considera que el ideario político ilustrado difundido por Camilo Henríquez estaba alejado del contexto sociocultural del resto de Chile, que vivía bajo un mediocre sistema educacional y un casi inexistente grupo intelectual. Para Urbina, esta situación trae un complejo problema debido a que se produce un desajuste entre la teoría y la práctica. Pero, más allá de esto, Urbina indica que Camilo Henríquez no se proponía hacer teoría política, “sus saberes se dirigen hacia un objetivo que es el enseñar y discutir una serie de planteamientos que le permitirán unir fuerzas para llevar adelante la causa de la independencia; él es un propagandista de la emancipación” (18). Urbina examina la Proclama como un documento que manifiesta, de forma tangible, la voluntad pedagógica de fray Camilo, en tanto fue escrito para incentivar a sus conciudadanos a conformar un Congreso nacional autónomo. De acuerdo a Urbina, en dicho texto se observan una serie de tópicos anclados en la Revolución francesa y en la independencia de Estados Unidos, los cuales son apropiados por el fraile, con un discurso radical en aquel periodo, para organizar políticamente la incipiente nación. En la perspectiva de Urbina, el principal obstáculo con que se encontró el fraile para llevar a cabo las ideas propuestas en su Proclama, es la postración intelectual de Chile, tanto de su clase dirigente como de su clase popular. Lo anterior se grafica, según Urbina, en el Ensayo acerca de las causas de los sucesos desastrosos de Chile, en el que Camilo Henríquez ––desterrado en Buenos Aires tras el desastre de Rancagua–– expone críticamente el panorama intelectual desmedrado del Chile de comienzos del siglo XIX y que, según el fraile, fue una de las causas subyacentes de la derrota de los patriotas. En este punto, Urbina nos advierte que el Chile en el que surge la figura del fraile está escindido por dos tipos de élites que representan dos posturas ideológicas en pugna. Por un lado, existía una élite que se identificaba como legataria “de la ideología colonial terrateniente” (29), y por otro, una élite que estaba articulada en torno a la ideología liberal ilustrada, que buscaba la 277 Reseñas modernización del país y “la construcción de una República que se oriente hacia el libre comercio y las actividades propias de las sociedades capitalistas” (29). Dentro de esta última élite, según Urbina, se encontraba inserto fray Camilo quien, a través de la actividad intelectual y, sobre todo, en su labor periodística, se proponía educar a sus compatriotas en los ideales republicanos y revolucionarios. En este sentido, José Miguel Carrera en 1811 ––quien en ese momento encabezaba la Junta–– trajo la primera imprenta a Chile y la puso bajo la dirección de Camilo Henríquez. En 1812, el fraile publicó el primer periódico del país: La Aurora de Chile. Este medio fue, según Urbina, una herramienta política fundamental para el fraile, permitiéndole enunciar un conjunto de nociones ilustradas como lo eran “la educación, la política, los derechos, la justicia y la libertad” (44). Urbina considera que estas nociones configuraron “teóricamente el camino que conduce a la Independencia, la autonomía y finalmente a la realización de la comunidad y el individuo” (44). Urbina también examina, brevemente, la producción literaria de Camilo Henríquez, como una literatura política criolla sin mucha resonancia desde el punto de vista literario, pero que tuvo la capacidad de vehiculizar sus ideas políticas republicanas uniendo de “mejor manera lo político y lo estético” (53). Algunas obras representativas de esa literatura politizada son La procesión de los lesos (1813), una letrilla satírica donde ataca “a los timoratos, a los pasivos que no se responsabilizaban de la defensa de la patria” (53). Y, en las obras dramáticas, Camila o la patriota de Sud América (1817) y La inocencia de las virtudes (inédita) que nunca fueron representadas. Pero, para Urbina, esto no complicaba al fraile, en tanto para él la actividad teatral solamente “proporcionaba un espacio que daba una continuación a la actividad de instrucción política, de otra manera aquella se convertía en una recreación fútil” (53-54). La tesis central que se desprende de los planteamientos de Urbina, es que Camilo Henríquez fue incapaz de evaluar adecuadamente el contexto políticocultural del Chile de su época. Así, sus sueños de libertad y solidaridad nacional se encontraban con un escenario desfavorable, que conservaba todavía muchos rasgos de la mentalidad colonial, donde el abuso de poder, las injusticias sociales y el servilismo frente a la autoridad impidieron que el sueño ilustrado de Fray Camilo se concretase. Esto nos recuerda que, como alguna vez lo señaló Leopoldo Zea, en Hispanoamérica la emancipación política no necesariamente fue una emancipación mental. En definitiva, este estudio monográfico de José Leandro Urbina, aunque es un breve trabajo sobre la vida y el pensamiento político de Camilo Henríquez, no por ello es menos significativo, en tanto realiza un aporte al debate de la historia de las ideas y de la crítica literaria nacional. Urbina propone también, una lectura crítica de una serie de textos de Fray Camilo que introdujeron un léxico novedoso y que, en su momento, proporcionaron los cimientos teórico-políticos de la nación. Textos que no han sido estudiados ni revisados con la atención debida y que, sin 278 duda, merecen ser abordados con enfoques metodológicos más contemporáneos como, por ejemplo, las herramientas proporcionadas por las teorías de análisis del discurso, la teoría crítica latinoamericana o desde una perspectiva historiográfica revisionista. Marcelo Sanhueza Universidad de Chile Facultad de Filosofía y Humanidades Departamento de Literatura Avda. Cap. Ignacio Carrera Pinto N° 1025, Ñuñoa, Santiago (Chile) marceloivansanhueza@gmail.com Marcos GARCÍA DE LA HUERTA. Memorias de Estado y Nación. Santiago: LOM Ediciones. Colección Ciencias Humanas, 2010, 142 pp. Si pensamos en la reciente conmemoración del bicentenario en Chile, podemos decir que desde un punto de vista intelectual fue una instancia bastante prolífica, porque esta fecha fue utilizada por muchos eruditos como pretexto para escribir artículos, columnas de opinión y libros, y para organizar espacios de debate. Con todas estas plataformas fue posible rescatar diversos aspectos relacionados con la evolución histórica que ha tenido el país durante sus doscientos años de vida republicana, como una manera de obtener esbozos de su situación actual. Incluso, gracias a estas instancias, se pudieron deducir los avances, los retrocesos, y los temas pendientes que Chile debe enfrentar y resolver en el futuro. Dentro de ese ambiente se encuentra el presente texto de Marcos García de la Huerta, en cuyas páginas se remite a analizar algunos enfoques que han formado parte de la evolución histórica que ha tenido el concepto de “Estado”, lo que representa un tema muy contingente si pensamos en la relevancia que para las personas posee este organismo en ámbitos como la educación, la salud, o la seguridad ciudadana, a pesar de la sociedad globalizada en la que nos encontramos inmersos. Además, adjunta dos apéndices, en los que aborda temas como el uso de la violencia en la política, el argumento kantiano de la paz perpetua; la posible “abolición” de la guerra, entre otros. Al comenzar su análisis, García de la Huerta se remite al año 1810 para aproximarse al origen que tuvo la formación de la República en Chile. Para ello, destaca que a pesar de que el proceso de Independencia marcó un cambio en el espíritu de la sociedad, existieron en ella ciertas contradicciones, porque se le juró fidelidad a una autoridad que en ese momento no existía, y se instauró un gobierno que no representaba ni al rey cautivo ni a la nación. También recalca que el Estado pasó a tomar el lugar de la figura del rey, y el soberano pasó a ser el demos, aunque su protagonismo se quedaba sólo en la teoría y no en la práctica. 279 Reseñas En el segundo capítulo, García de la Huerta reitera estas ideas, pero las integra en un análisis que realiza del Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile entre los siglos XIX y XX y de La Fronda aristocrática en Chile, que fueron las obras emblemáticas de Mario Góngora y Alberto Edwards respectivamente, con lo cual busca rescatar las diferencias y las similitudes entre las ideas que esos autores manejaron sobre la evolución que ha tenido el Estado chileno a lo largo de su historia. A lo largo de ese relato, Marcos García de la Huerta va destacando una serie de elementos, como la fuerte relevancia que para Edwards y Góngora tuvo la figura de Diego Portales, por el liderazgo que ese ministro ejerció en el período de formación republicana, aunque desmitifica esa hipótesis porque busca colectivizar el desarrollo que tuvo ese proceso, lo que lo lleva a rebatir la vieja idea de que la nación chilena fue creada por un Estado que la antecedió. Este último factor forma parte importante en el tercer apartado del libro, donde recoge ideas de Ernest Gellner y François Xavier-Guerra para focalizar su análisis en los conceptos de “nación” y “nacionalismo” y el desarrollo que ambos tuvieron a partir del siglo XIX. En los dos últimos capítulos, García de la Huerta se centra en un par de temas que forman parte de la actualidad. Por un lado, se basa en un par de páginas del libro Nacimiento de la biopolítica, de Michel Foucault, y rescata las ideas de Estado, liberalismo y poder que este autor manejó para abordar al neoliberalismo y sus implicancias. Desde ese análisis interpretativo, destaca el poder absoluto del mercado que caracteriza a este régimen, y resalta que su desarrollo provoca la desconfianza en la capacidad humana, e invalida la democracia al existir un único régimen mundial. Posteriormente, se centra en el fenómeno de la globalización y destaca que su desarrollo ha desencadenado la gestación de un “Estado mundial” que ha desintegrado a los Estados nacionales más pequeños. Como una manera de complementar esas ideas y para profundizar en otras consecuencias que rodean a este proceso, recoge las opiniones de diversos exponentes nihilistas, como Martín Heidegger, Francis Fukuyama y Franz Hinkelammert. Los dos apéndices que aparecen al final del texto tienen la particularidad de abordar temas que no se relacionan con lo que es el Estado, pero que ––aún así–– tienen directa relación con este concepto. Para analizar el primero de ellos, el autor utiliza el opúsculo de Immanuel Kant titulado “hacia la paz perpetua”, título inspirado en una inscripción satírica que un posadero holandés puso en la puerta de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio. García de la Huerta recoge ese llamativo título y lo une a otros planteamientos de Kant, con el fin de crear un análisis sobre la idea de “paz mundial”, sobre las posibilidades de su concreción en el mundo actual y, también, sobre las tendencias que los humanos tenemos hacia el conflicto. 280 El segundo apéndice está inspirado en los planteamientos que Hannah Arendt hizo en su libro Sobre la violencia. Aquí aborda la idea de “persuasión” cuyo significado en la antigüedad era el de “conducir los asuntos por el diálogo” y, luego, destaca que el hombre hace un uso permanente de distintas aplicaciones de la violencia para conseguir el cumplimiento de sus ideales, aunque en casos como el de Mahatma Gandhi, y en la idea marxista original de lucha de clases, se habla de medios pacíficos. Además, le otorga una especial importancia al peligro que hoy tiene el exceso de violencia, por el recrudecimiento que ha tenido la guerra. En resumen, Memorias de Estado y Nación permite comprender algunos aspectos teóricos de lo que ha sido el Estado durante la historia republicana de Chile, gracias al análisis filosófico e histórico que lleva a cabo Marcos García de la Huerta. Es destacable advertir como el autor asocia esas ideas con otras actuales, como la globalización y el neoliberalismo, lo que le otorga un valor agregado al texto, y lo transforma en un material sumamente recomendable, por el buen juicio que se hace del mundo en el cual hoy estamos inmersos. Jorge Gaete Lagos Universidad Nacional Andrés Bello Facultad de Humanidades y Educación Departamento de Artes y Humanidades Fernández Concha 700, Campus Casona de Las Condes Comuna de Las Condes, Santiago (Chile) jlgaete_reload@hotmail.com 281 INFORMACIÓN PARA LOS AUTORES Revista Alpha acoge artículos, notas, documentos y reseñas. 1. Los temas deben ser inéditos y apropiados para una revista de humanidades (literatura, lingüística, filosofía, artes, estudios culturales, teoría crítica) o temas que sin pertenecer exclusivamente a alguna de estas zonas del conocimiento constituyen puntos de encuentro de las mismas. 2. El tipo de trabajo puede ser en la modalidad de estudio, ensayo, documento, nota o reseña, escrito en español. Todas las citas tomadas de textos escritos en idioma que no sea el español, deberán traducirse al español. El autor del manuscrito decide si mantiene la cita en el idioma original en el cuerpo de artículo poniendo la traducción como nota al pie o a la inversa o, en su defecto, sólo consigna la cita en su versión traducida. En la bibliografía indicar el nombre del traductor(a) correspondiente. Si el propio autor del manuscrito realiza la traducción, debe indicarse con la expresión “Trad. mía” o “Mi traducción” entre paréntesis al fin de la cita. 3. Extensión recomendable de los artículos: 12 a 20 carillas mecanografiadas a doble espacio incluyendo bibliografía. Para las notas y documentos se recomienda entre 5 a 10 páginas. 4. Todos los trabajos, exceptuando las reseñas y documentos, deberán enviarse con un resumen (abstract) en castellano y en inglés, de una extensión de entre 5 a 10 líneas. Incluir traducción del título del artículo y entre cuatro a seis palabras claves, en español e inglés. Los resúmenes deberán aparecer inmediatamente después del título del artículo. Asimismo, al final del artículo deberá escribirse la dirección postal y electrónica del autor, indicando la institución a la que pertenece (si corresponde). 5. Los trabajos se publican sólo si son aprobados por unanimidad por el Comité de Redacción de la Revista. En los casos que corresponda será decisiva la evaluación de los Consultores Externos. Para efectos de la edición, el Consejo de Redacción se reserva el derecho de efectuar las precisiones que sean necesarias para mantener el estilo de Alpha. 6. Los trabajos deben enviarse a la Secretaría de Redacción o a la Dirección de la Revista por correo electrónico en archivo adjunto. La copia computacional deberá grabarse en word u otro procesador de texto usando el formato RTF. Si el manuscrito contiene tablas, gráficos, imágenes o esquemas, se recomienda enviar una copia de respaldo en formato PDF. Igualmente, si el autor lo desea, puede enviar por correo ordinario una copia en papel del manuscrito y una copia digital del mismo en disco compacto (CD). No se admiten copias en diskette. 7. A partir del Nº 22 (Julio 2006) Alpha ha sido indexada en el registro SciELO Scientific Electronic Library on line. Precisamente, una de las consecuencias de este Alpha N°33 - diciembre - 2011 hecho es que Alpha a partir de 2006 se publica semestralmente. Asimismo, a partir del Nº 24 (Julio/2007) Alpha ha sido incluida en el Art and Humanities Index Citation de Thomson Scientific, pasando a incorporarse a (ISI) Web of Knowledge: http://scientific.thomsonreuters.com/cgi-bin/jrnlst/jlresults.cgi? PC=MASTER&Word=Alpha Alpha ha completado la recepción de artículos destinados al N° 34 (Julio 2012) por lo cual las colaboraciones recibidas a contar de octubre del 2011 serán programadas para su evaluación correspondiente al N° 35 (Diciembre 2012). Alpha cuenta con una versión impresa y también con una versión electrónica, según requerimientos de SciELO - Scientific Electronic Library on line. 8. El aspecto formal de uso de citas y referencias debe ceñirse en lo esencial al estilo MLA (Modern Language Association). Las especificaciones básicas requeridas son las siguientes: 8.1. Citas de libros o revistas académicas en papel. Las citas directas breves deben ir entre comillas en el cuerpo del texto. Si son extensas (cuatro líneas o más), en renglón aparte, haciendo doble retorno a inicio y final de cita, con margen adentrado y sin comillas. En ambos casos, al fin de la cita, en paréntesis, se indica el apellido del autor y la(s) página(s) desde donde se extrajo la cita. Si se está trabajando con más de una obra del mismo autor, se indica el apellido del autor, el título abreviado de la obra citada escrito en itálica y la(s) página(s) desde donde se extrajo la cita. Si en el cuerpo del texto se anuncia la cita indicando el apellido (o nombre y apellido) del autor, al fin de cita en paréntesis sólo se indica la página (o el título abreviado de la obra y la página si se está trabajando con más de una obra del mismo autor); no se menciona el apellido del autor, pues, ya fue mencionado en el encabezamiento de la cita. Ejemplos (sólo se ejemplifica con citas breves): a) Según Nelly Richard, “los textos de crítica cultural serían textos intermedios que no quieren dejarse localizar según los parámetros institucionales que definen los saberes ortodoxos” (144). b) Se ha dicho también que “los textos de crítica cultural serían textos intermedios que no quieren dejarse localizar según los parámetros institucionales que definen los saberes ortodoxos” (Richard 144). c) “La sacralización del texto corresponde a la problemática de la concepción del texto como absoluto” (Carrasco, Nicanor Parra 95). d) “Para el antipoeta no sólo la escritura está en crisis; la sociedad entera lo está” (Carrasco, Para leer 88). Se procede exactamente de la misma manera si la fuente citada es de un autor institucional o corporativo (Naciones Unidas, Consejo de Libro y la Lectura). 8.2. Citas de fuentes en internet. En lo fundamental, se procede de la misma manera que con fuentes tomadas de publicaciones en papel. La diferencia es que en lugar de indicar página, se escribe la expresión “en línea”. Ejemplo: “La necesidad de preservar la biodiversidad se hace cada día más urgente, especialmente por los graves cambios climáticos y, también, por la profunda saturación existencial a la que nos está llevando una modernidad contraria al orden natural del mundo” (Poland, en línea). 8.3. Citas tomadas de comunicaciones electrónicas (e-mails). Al fin de cita, en paréntesis, se indica el autor y se escribe “correo electrónico” y la fecha que corresponda. 284 Alpha N°33 - diciembre - 2011 8.4. Cita tomada de entrevista inédita realizada por el autor del artículo. Al fin de la cita, en paréntesis, se indica el apellido del autor, y luego se escribe “entrevista personal”. 8.5. Cita tomada de un programa de televisión. Al fin de cita, en paréntesis, se indica el apellido del autor (si procede), el título del programa y la estación que lo emitió. 8.6. Cita tomada de un film. Al fin de cita, en paréntesis indicar el apellido del director y título de la película. 9. Lista de obras citadas (o bibliografía citada). Al final del artículo se hace la lista de las obras de hecho citadas cuyas referencias básicas se han dado parentéticamente en el texto del artículo. Se ordena por orden alfabético tomando como base el apellido de los autores (excepto en los autores institucionales). Si se ha trabajado con más de una obra de un mismo autor, ordenar sus obras desde la más reciente a la más antigua. Se utiliza sangría francesa. Carrasco, Iván. Para leer a Nicanor Parra. Santiago: Cuarto Propio / Universidad Nacional Andrés Bello, 1999. ------- Nicanor Parra. La escritura antipoética. Santiago: Universitaria, 1990. Barrera, Andrés. “Re: Literatura modernista”. Correo electrónico enviado a autor. 15 Nov. 2000. (En este caso, se trata de una comunicación electrónica. Se indica el autor, título del mensaje si procede, indicación de que es un correo electrónico enviado a: puede ser al autor o a otra persona, indicar el nombre si es a otra persona, fecha del correo). Matus, Alberto. Entrevista personal. 13 de octubre de 2004. (En este caso se trata de una entrevista inédita hecha por el autor del artículo a Alberto Matus). Mogrovejo, Norma. “Homofobia en América Latina”. L`Ordinaire Latino Americain 194 (2003):109-115. (Corresponde este caso a un artículo aparecido en una publicación periódica). Paulsen, Fernando. “Toleranciacero”. Canal Chilevisión. Domingo 17 de octubre de 2004. (La fuente en este caso es un programa de televisión). Poland, Dave. “Defensa de la biodiversidad”. Roughcut. 26 Oct. 1998. Turner Network Television. 28 Oct. 1998. (En este caso, se indica el nombre del artículo, la fecha de publicación dado que es un artículo noticioso, el medio por el que se publicó el artículo, fecha en que la fuente de internet fue consultada, dirección URL). Richard, Nelly. “Antidisciplina, transdisciplina y disciplinamiento del saber”. Residuos y metáforas (Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición). Santiago: Cuarto Propio, 2001:141-160. (En este caso, se trata de un artículo independiente que forma parte del libro mencionado). Wood, Andrés, dir. Machuca. A. Wood Producciones/Tornasol Film, 2004. (La abreviatura “dir.” corresponde a director del film citado). Para conocer más sobre el estilo MLA, se puede adquirir el manual correspondiente, editado por Modern Language Association de los Estados Unidos, o revisar también sitios de internet que publican instrucciones precisas al respecto. Buscar por Google u otro buscador digitando MLA style o simplemente MLA. 10. Se recomienda se usen las notas al pie exclusivamente para agregar información o hacer comentarios cuyo texto no es conveniente que vaya en el cuerpo del artículo. 285 Alpha N°33 - diciembre - 2011 Para mayor información, dirigirse al Secretario de Redacción de Alpha, Mg. Nelson Vergara Muñoz. Universidad de Los Lagos, Casilla 933, Osorno, Chile. Teléfono: (56-64) 333139; Fax: (56)-(64) 333298. Correo electrónico: nvergara@ulagos.cl. Todos los envíos de manuscritos deben hacerse a esta misma dirección (postal y/o electrónica) a nombre del Secretario de Redacción, o del director de la Revista, Dr. Eduardo Barraza Jara (correo electrónico: ebarraza@ulagos.cl). También se puede hallar información sobre la Revista Alpha en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_serial&lng=es&pid=0718-2201 y en http://alpha.ulagos.cl Para efectos de facilitar el proceso de evaluación y edición de manuscritos, se solicita a los autores atenerse estrictamente a las instrucciones arriba indicadas. 286 Alpha N°33 - diciembre - 2011 Colaboraron especialmente para esta edición: Mauricio Maureira Ahumada María Laura Quichel Samir Said Soto Daniela Huenchuman Sánchez Cecilia Pérez Matus EDITORIAL UNIVERSIDAD DE LOS LAGOS AVDA. ALCALDE FUCHSLOCHER 1305 – OSORNO ANDROS IMPRESORES SANTA ELENA 1955 SANTIAGO 287