REVISTA DE ANDALOGIA REVISTA DE ANDALUCIA SÉTIIIO tiO.-TOMO XX A N T O N I O LUIS C A R R I O N MALAGA m DE LAS NOTICIAS! LA REVISTA DE ANDALUCIA Calle del Cister, n ü m . 9 1880 ESTUDIOS DE LITERATURA GRIEGA. LAS POETISAS DE LESBOS POR Á. GONZALEZ G A R B I N Caledrático de LUoralura griega en la Universidad de Granada. I. Frente á las pintorescas costas del Asia menor, acariciada por las cristalinas aguas del mar Egéo, y engalanada espléndidamente por la naturaleza, se halla la isla de Lésbos (1). En esa isla encantadora, un divino coro de ninfas, excitadas por la fúlgida luz de un cielo purísimo, al mágico compás de las azules ondas, y embriagadas con las embalsamadas auras de mágicos pensiles, entonaron en siglos remotísimos los himnos sacros mas melodiosos y patéticos, los cantos de amor mas apasionados y tiernos y encendidos. ¡Celestiales sacerdotisas de la (1) Esta isla fué poblada por «los eolios», que fundaron en ella la «Hexápolis», consistente en las seis ciudades de Mytilene, Methymne, Eróso, Pyrra, Antissa y Arisbe. De esta especie de confederación la principal ciudad fué Mytilene. Salieron de Lésbos grandes génios: Terpandro, Alcéo, Safo, Arion, el sabio Píttacos, el historiador Helánico y el filósofo Teofrasto. En la historia griega se hizo célebre, en los primeros tiempos, por haber sido la cuna de la poesía lírica eólia. 6 REVISTA DE ANDALUCIA religión y del amor, cuya magestuosa hermosura reprodujo en mármoles y bronces el buril de los grandes artistas, cuyas v i das se relatan en leyendas interesantes y poéticas, cuya rara inteligencia y sublime, prodigioso numen, han celebrado con singular entusiasmo las almas elevadas y generosas de todos los tiempos y de todas las naciones! II. La isla hermosa de Lésbos venía siendo desde muy antiguo pátria adorada de las musas. Las tradiciones populares se complacían en referir que la lira y la cabeza del divino cantor Orfeo hablan sido arrojadas por las Furias á las aguas caudalosas del Hébro, y que, arrastradas al mar por la comente, habían llegado hasta las costas privilegiadas de la isla venturosa. Con esta bella fábula estaba sin duda relacionado el piadoso culto que se rendía en el templo de Antissa: en él veneraban los lesbenses un sepulcro que decían guardaba las preciosas reliquias del sublime cantor de Tracia, y á aquel culto religioso atribuían ellos las singulares facultades de que estaban dotados sus famosos músicos y poetas, y los incomparables atractivos de los ruiseñores, que anidaban en sus alegres hermosísimas florestas. En la risueña Lésbos, y en la misma ciudad de Antissa, vio su primera luz el singular Terpandro, el inventor celebrado de la forminge melodiosa lira de siete cuerdas, el fundador del sistema musical de ios griegos, el padre de aquella dulce y patética poesía lírica, que por muchos años debió resonar en torno del venerado monumento, que guardaba los restos del divino Orfeo. El fuego sacro de la poesía se conservó cuidadosamente por espacio de un siglo en la escuela musical del memorable maestro, hasta que en el siglo V i l , antes de nuestra era, comenzó á brillar con todo su radiante esplendor el génio de los hijos de Lésbos: edad dorada de la poesía y del arte eólico, en la que conquistaron también imperecedera gloria las bellísimas hijas de la Grecia antigua. III. Pertenecientes tal vez á la escuela óríica de la Antissa y am- LAS POETISAS DE LESBOS 7 bos bíjos quizá de la hermosa ciudad de Mytilene lucieron en esta época dos fúlgidos astros de la poesía: el fogoso poeta patriótico Alceo, vehemente enemigo de los tiranos de su pátria, y la inspirada Safo, la musa incomparable sobre cuyo espirita excelso derramó el divino Apolo dones tan ricos, tan espléndidos y tan imperecederos como no los ha vuelto á conceder tal vez á ninguna mujer en el mundo. La historia de esta mujer admirable de la antigüedad ha llegado á nosotros adulterada por las mas opuestas fábulas é interesadas leyendas. Para explicar, pues, el verdadero génio, carácter y rango de la celebrada poetisa, es preciso apuntar p r é viamente algunas consideraciones acerca de la distinta condición que tenian las mujeres en las varias regiones de la clásica Grecia. IV. Las mujeres de raza jónica, en particular las atenienses, v i vían confinadas, como las mujeres orientales, en la apartada gyneconitis, excluidas de toda intervención en las cosas del entendimiento, limitadas al estrecho círculo de las ocupaciones domésticas, habiendo perdido por completo aquella encantadora ingenuidad, aquella libertad amable que nos hace tan interesantes y simpáticas á las Helenas, á las Andrómacas y Náusicas de los poemas homéricos. La casa y la familia eran el único teatro de las mujeres de Atenas. La posición inferior l i mitada que en la Jonia asiática ocupaba el sexo débil por circunstancias particulares á la historia de esta raza, habia llegado áser la situación ordinaria de las bellas mujeres atenienses. Vivir en ia oscuridad de la vida privada: esta era su misión única. La mejor de las mujeres, decia Feríeles, es aquella de la que no nos ocupamos ni para bien ni para mal. Las que sallan de esta triste oscuridad, las que adquirían alguna celebridad por su hermosura ó por su génio, las Aspasias afamadas por su talento eran miradas como mujeres de mal vivir, si l i sonjeadas tal vez, en el fondo menospreciadas como impúdicas hetairas. Las mujeres cólicas y dóricas, por el contrario, gozaban de mas generosa libertad en sus costumbres. Las mujeres de Lésbos especialmente conservaron las antiguas ingénuas costumbres de la Grecia tales como se nos pintan en la Mito- 8 REVISTA DE ANDALUCIA logia j en la epopeya. Concediendo á sus mujeres los habitantes cultos de aquella isla afortunada una parte activa en la v i da social del hogar y en los regocijos piiblicos, les ofrecian por tan digna manera ocasión de desplegar una individualidad ori giual y un carácter moral, aprovechando aquellas mujeres i n geniosas los beneficios de la civilización como los gozaban del propio modo las distinguidas matronas dóricas del Peloponeso y las hermosas mujeres de la Gran Grecia. La vida y la educación del bello sexo en Lósbos no se realizaba como en A t é nas en la sola interioridad del hogar: en aquel bello centro de amable cultura aislado en las aguas del Archipiélago, mujeres aristocráticas de notable saber se rodeaban de un círculo encantador de jóvenes educandas, á la manera que en Aténas un selecto plantel de jóvenes discípulos rodeaba al eminente filósofo que los iniciaba en los profundos secretos de su doctrina. Uno de estos centros de bella educación intelectual fué la casa de la renombrada Musa de Lésbos: y no debió ser la d i v i na Safo la única ilustre lesbiana que se distinguiera en dar á sus jóvenes compatriotas la educación musical y poética, la cultura elevada del espíritu, y la dulce afabilidad de las maneras, 4que eran el objeto inmediato de aquellas tiernas asociaciones de jóvenes delicadas, libremente sometidas á la dirección intelectual y artística de matronas severas y respetables; además del celebrado nombre de la egrégia Safo, la historia nos ha conservado los de otras mujeres afamadas de distintos países de la Grecia, que se consagraron á aquel noble ejercicio de amigas institutrices ó mathetrias. Ella misma nos cita los nombres de Gorgo y Andrómeda sus rivales; y otros escritores nos han trasmitido ios nombres de la milesia Auactoria, de Gongyla de Colofón, de Eunice de Salamina, de Gyrinna, de Atthis y de Mnasídica. Vemos pues, cuán opuesto era el papel que desempeñaban las famosas mathetrias, y en general las educadas compatriotas de Safo, del que representaban las impúdicas y elegantes hetáiras de Aténas. Las mujeres instruidas ya hemos consignado que gozaban en la sociedad ateniense de una reputación nada envidiable; y esta es la clave sin duda de la triste adulteración que sufrió la historia legendaria de la sin par poetisa de Mytilene en la pluma de los escritores cómicos atenienses, que LAS POETISAS DE LÉSBOS 9 tíos pintan como meretriz liviana á la «virgen púdica de dulce sonrisa», cual la llama su apasionado compatriota y contemporáneo ei gran lírico Alceo. V. La poetisa Safo fué no obstante objeto de la general admiración de la sábia Grecia. El busto de la décima musa, así apellidada en sus tiempos, apareee grabado en las monedas antiguas de su pátria: señal ciertísima de la alta celebridad que conquistó esta mujer inspirada, llamada también por los antiguos griegos astro de Léshos y f a r o de la poesía. Que sea L é s bos su pátria ningún escritor antiguo ni moderno lo ha puesto en duda; empero es mas difícil decidir si fué natural de Eresos ó de Mytelene: tal vez, opina el sábio Müller, seria acertado recurrir á un prudente término medio, y suponer que de la mas pequeña de estas dos ciudades vino la noble poetisa á establecerse en Mytilene en ei momento de llegar á su apogeo su talento soberano y magnífico. La vida de la inmortal Safo coincide con la de su compatriota y amigo el gran poeta Alceo, si bien fué mas joven y le sobrevivió hasta la olimpiada 58 (568 años antes de Jesucristo). Dignas de atenta meditación son las relaciones de esta mujer esclarecida con el eminente poeta político de su pátria, pues en ellas se refleja, en nuestro sentir, claramente la condición y el carácter de la noble hija de Lésbos. Se hallaba empeñada en aquella sazón, en su pátria, una lucha, general entonces en ei mundo griego, entre la nobleza y las clases populares que debia sustituir á la antigua tiranía de los eupatridas, el predominio tiránico de la demagógia, para llegar al fin después de sangrientas turbulencias á la constitución definitiva do una justa y pacífica democracia. Entre las escasas noticias auténticas que han llegado hasta nosotros acercadel insigne poeta Alceo, está fuera de toda duda la pasión ardiente qae sintió por la célebre poetisa de su pátria y la participación activa que tuvo en los sucesos políticos de su tiempo en favor do la aristocracia, habiéndole valido el destierro la conspiración vencida de la nobleza contra el rígido tirano Píttaeos que había logrado sojuzgarla. Ahora bien,oncuanto á la vehemente pasión de Alceo por su sin par amiga Safo, encontraTOMO X X 2 10 . ílÉVlStA ÍÍE ANDALUCÍA mos de ella preciosos vestigios en los cantos del ilustre poeta y en los hermosos fragmentos de la musa lesbiana. Por otro lado sabemos de una manera evidente que hácia la olimpiada 46 (596 años antes de Jesucristo) se vió también la hermosa poetisa expulsada de su pátria y obligada á embarcarse para Sicilia. Desde este punto nada puede asegurarse, con datos auténticos, acerca de la suerte de la ilustre escritora. ¿Pero será i n verosímil atribuir su destierro, como opinan algunos críticos eminentes, á las miras políticas que motivaron el de Alceo y el de todos los que habían defendido la bandera abatida de los eupatridas? Su conocida intimidad con el poeta, el alto estilo y superior lenguaje de la noble poetisa y la delicadeza amable y esquisita de sus sentimientos, háeennos conjeturar la superioridad de su rango y la identidad probable de sus pensamientos con los de aquellos egregios señores, conjurados en vano contra el tirano de su país. La egregia Safo fué, pues, una matrona excelsa y respetable. Es una impostura indigna haber hecho de la elevada matrona, de la respetable mathetria, de la celestial poetisa, una seductora hetaira presa de la voluptuosidad y de erotismo impuro. En los preciosos restos de sus maravillas poéticas encontramos nobles arranques de su alma, que la defienden de esta difamación injusta.—Su enardecido amante Alceo la significa en una de sus enamoradas odas «que de hien grado la declararía sus deseos... si el r u l o r no le contmiera,..j> «Si tus deseos se encaminasen, oh Alceo, á lo que es eternamente nadie y lello, le contesta la poetisa, y si tu lengua no tuviera deseos de expresar una impureza, no se retrataria el nihor en tu mirada...: entonces expresarlas con libertadlo que anhelas.» —En otro pasaje censura ásperamente á su hermano Cháraxos el haber comprado por una creeida suma, en Náneratis, á la famosa cortesana Rhodopis ó Doricha y el haberla concedido la libertad en pago de sus lúbricas caricias. ¿Cómo podría concebirse esta rigidez de la inmortal Musa de Lésbos si ella á su vez hubiera sido una impúdica hetaira sin honor? La conciencia i n maculada de la grave matrona nacida libre y educada en la modestia se alza airada contra los escándalos del hermano libertino, como antes la vimos contestar severa á las atrevidas insinuaciones del amante. Por fortuna, para defender la limpia gloria y el nombre esclarecido de la memorable poetisa, y como LAS POETISAS DE LÉSBOS 11 relevante testimonio de haber sido confundida, torpe ó maliciosamente, esta mujer ilustre de la Grecia con otra cortesana famosa del mismo nombre, han llegado hasta nosotros los retratos de las dos Safos nacidas en Lésbos (1). Nada hay efectivamente en la vida de la célebre lesbiana que no la haga dignamente merecedora de la entusiasta apoteosis que de su génio sublime se ha venido haciendo al través de los siglos. Ya hemos indicado como pudo formarse en la antigüedad la falsa opinión que acerca de esta mujer celebrada se encuentra en algunos escritores griegos; ya hemos advertido préviamente que para ei pueblo ateniense una mujer que osaba disputar á los hombres el laurel concedido á los privilegiados de las musas, que revelaba al público sus íntimos sentimientos con esa ternura y esa libre ingenuidad de las mujeres eólicas... una mujer t a l , era para los atenienses una desvergonzada sin costumbres, y como tal la ofrecieron sus escritores cómicos en la escena (2). Y ¿cómo hemos de maravillarnos de esta grave injusticia de la sociedad antigua, si después de numerosos s i glos, y de haber proclamado la religión y el derecho la d i g n i dad augusta de la compañera del hombre, si después de haber sido obsequiada en los ponderados tiempos caballerescos con un culto exageradamente idolátrico y proclamada reina en las lides del amor y de la poesía, todavía en nuestras educadas sociedades las mujeres superiores en cuya frente arde con calor la divina llama del génio, si quieren seguir el rumbo que les traza la estrella polar de su destino, lo hacen á la continua bogando en el mar de hiél de tristísimos dolores? Los críticos modernos mas profundamente conocedores de la civilización antigua de la Grecia, desde el sábio Miiller hasta el docto Leo Joubert, han dedicado en nuestros tiempos eruditas disertaciones á las poetisas lesbianas, rechazando las odiosas acusaciones y envenenadas sátiras de los antiguos cómicos contra la noble Safo, y como fábulas marcadamente inverosí- (1) «Vlsconti. Iconographie grecque, I , 30.» (2) Véase «Otfried Müller.... Geschichte der griechischen Lítoratur», —y el Suplemento del traductor francés HILLEBRAND: «Sur les poetes lyriques etsur la Musique», t. III. p. 296.—FR. G. WELCKER «Sappho von einem herrschenden Vorurtheil befreyt». GOTTINGEN, 1816. 12 REVISTA DE ANDALUCIA miles sus amores con el viejo poeta Anacreonte, la novelesca pasión por Faon y su célebre trágico fin en la roca de Léucade (1). Los esfuerzos generosos de tudos estos amantes de la antigüedad en la culta moderna Europa, salvo alguna excepción extraña, se e n c a m i n a n á vindicar la memoria de aquellas m u jeres espirituales eolias, presentándonos Safocumo una educadora apasionada y ardiente (quizás hasta la sensualidad, como correspondía á una época y á un pais delicioso, que miraban la belleza corporal como símbolo del alma), de aqnel grupo de jóvenes encantadoras, en las cuales se queria despertar con enérgica voluntad el sentimiento puro del ideal (2). Por otro lado, el concepto erróneo que se ha tenido de las obras poéticas creadas en aquellos centros de artística cultura ha contribuido á sostener la difamación de las bellas mujeres, que concurrían á las escuelas poéticas de Lésbos. Aquellas escuelas de música y de poesía pueden considerarse como una evolución ó desdoblamiento de la escuela órfica de Antissa: sus odas tiernas y melodiosa|i frecuontomente se dedicaban á Afródita y al Amor: eran en verdad el asunto predilecto y casi único de los bellos cantos de las poetisas lesbianas, Este debió ser, por consiguiente, el carácter de la escuela célebre de Safo; pero incurriríamos en un grosero error si considerásemos la escuela sáfica como una especie de deshonesta corte de amor, ó como una triste consecuencia de la repugnante depravación en las costumbres. Nada ménos exacto: leamos la bella invocación á Vénus ó á Afrodita en el poema latino del inmortal Lucrecio, y en ella encontraremos magníficamente expresada la religiosa veneración con que era mirada en la antigüedad esta deidad hermosa, considerada como el símbolo de la energía fecunda ó incesante, que produce la generación y la vida. «¡Oh alma Vénus! (exclama el poeta) tú haces fecunda esta Tierra, colocada bajo los astros errantes, el navígero Mar y los fértiles campos; tú das la vida á todos los sércs y por tí abren sus ojos á la fúlgida luz del Sol. Ante tí se ahuyentan los vientos, las nubes del cielo se disipan; la Tierra desplega bajo tus plantas ricos (1) Müller opina que la supuesta pasión de Safo por Phaon está tomada de la leyenda de «Afródita y Adónis», asunto quizá de algún poema de Safo: lo cual pudo dar origen á que se la atribuyeran á la poetisa. (2) Véase Müller, I I , 105. LAS POETISAS DE LÉSBOS 13 tapices de matizadas flores, la superficie del Océano te sonrie, y el límpido Cielo derrama un torrente de clara luz. Apenas vuelven los hermosos dias de la primavera, apenas el cautivo céfiro ha recobrado su hálito fecundo, y ya las aves que pueblan los aires anuncian tu presencia agitados sus corazones por tus fuegos; los rebaños inflamados también triscan en las alegres praderas, y salvan, saltando, los rápidos arroyos: de tal manera, cautivados por tus encantos, seducidos por tu hermosura, todos los vivientes se afanan por seguirte á donde los lleva tu voluntad irresistible. En los mares, en las montañas, en las profundidades de los torrentes, en los espesos sotos, en las verdes campiñas, tu dulce llama penetra los corazones, y anima á todas las razas en el deseo ardiente de perpetuarse... tú eres ¡oh Vóaus! la única soberana de la Naturaleza, la creadora de cuanto existe, el manantial perenne de las gracias y de los placeres... tú sola puedes conceder á los mortales la dulce paz... hasta el sanguinario, armipotente Marte dobla en tu seno la cerviz inhiesta, y en tí fija la mirada insaciable, sin respirar, pendiente de tus labios...» Afródita no era por lo tanto la divinidad de las pasiones i m puras, n i por este título era solo por el que la cantaban los dulces poetas de la antigüedad gentílica: en ella veian representada, como hemos dicho, esa fuerza de la Naturaleza poderosa é inagotable, que impulsa á amar á todos los séres, que anima y conserva ia generación y por la cual se sienten subyugados «hasta los mismos dioses»: fuerza omnipotente que así engendra grandes y generosas pasiones como puede arrastrar en el exceso de la efervescencia á los crímenes mas horrendos y á las acciones mas impuras. La diosa de la hermosura era adorada con pasión en Lésbos, desde edades remotísimas, y á su culto se habían consagrado en el período de la poesía hierática, y en calidad de sacerdotisas, graves matronas y vírgenes bellísimas. Cuando la poesía so despojó de las formas sacerdotales, apareciendo la oda armoniosa en la literatura del paia, los coros de las mujeres lésbicas siguieron todavía eligiendo para asunto ordinario de sus himnos poéticos á la divina Afrodita y los Amores (1). Tal es el origen de los poemas eróticos (l) «Burnouf, Littéraíure grecque», I , 192. 14 REVISTA DE ANDALUCIA de las mujeres lesbianas. POP los restos preciosos que se han salvado de la sublime Safo y de sus discípulas celebradas, podemos cerciorarnos que en aquellos cantos tiernísimos arde el fuego de almas enamoradas, que respiran si se quiere ardiente libertad; pero que jamás degeneran en vergonzosa licencia, ostentando con frecuencia una severidad magestuosa. VI. Las divinas poesías líricas de Safo, que fueron pasmo y admiración del mundo antiguo, se dividieron por los eruditos y lexicógrafos en nveve libros y atendiendo mas bien á la forma métrica que al asunto de los poemas: así en el primer libro se contenían las odas en estrofas sáficas (1), en el segundo los poemas en verso alcáicos, y de análogo modo los restantes. Pero el plectro de Safo recorrió todos los tonos de la lira con una gracia y una ternura que jamás el alma de ningún poeta ha unido á tanta vehemencia, ni á una pasión tan conmovedora. Ella entonó himnos religiosos sublimes; encendidas canciones amorosas; sentidas elegías; y sobre todo, hermosísimos epitalamios, que se repitieron con entusiasmo por todas las regiones de la Helada. De todo aquel rico tesoro de poesía solo dos bellísimas odas podemos avalorar, que justifican plenamente el entusiasmo de los antiguos por esta mujer extraordinaria, cuyos versos melodiosos eran comparados por Plutarco «con los oráculos que pronuncia la Pitonisa cuando el dios se apodera de ella y halla por su loca.^ Las dos piezas que se han salvado de la hermosa poesía s á ñca, son: la oda á Venus, conservada por Dionisio de Halicarnaso, y otra oda, tai vez incompleta, citada por el famoso retórico Longino. En la oda á Venus irradia el fuego de una pasión ardiente, la poetisa nos hace sentir en ella la borrasca que agita su alma conturbada y delirante, y pide con una ternura i n (1) «Schoeli, Litterature grecque», I , '206.—Los fracmentos de Safo, «quse exstant», fueron publicados con el mayor esmero porWolf.—Lóndres, 1735. La edición mas notable es la «Blomfleld», que se encuentra en el vol. I del «Museurn criticum of Cambridge clasical researches», 1814. LAS POETISAS DE LÉSBOS 15 finita, con una aflixion grandísima y conmovedora, que venga en su auxilio la divina Afródita. ODA Á VENUS (1). Hija do Jove, sempiterna Cipria Varia y artera, veneranda diosa Oye mi ruego; con letales ansias No me atormentes. Antes desciende como en otro tiempo Ya descendiste, la mansión del Padre Por mi dejando, mis amantes votos Plácida oyendo. Tú al áureo carro presurosa uncías Tus aves bellas y á traerte luego De sus alitas con batir frecuente Prestas tiraban. Ellas del Cielo por el éther vago Raudas llegaban á la tierra oscura Y tú bañando tu inmortal semblante Dulce sonrisa; ¿Cuál es tu pena, tu mayor deseo Cuál, preguntabas? para qué me invocas? ¿A quién mis redes, ¡oh mi Safo! busc an? ¿Quién te desprecia? ¿Huyete alguno? Seguirate, presto. ¿Dones desdeñas? Te dará sus dones, ¿Besos no quiere? Cuando tú le esquives Ha de besarte. Vén, y me libra del afán penoso; Vén, cuanto el alma conseguir anhela Tú se lo alcanza, y á mi lado siempre Siempre combate. Observemos que la pudorosa Safo no se arroja en brazos do su amado, dirigiéndole sus versos para tornar al joven esquivo en amante apasionado. Alma delicada, sensible y melancólica pide al cielo, á la divinidad que preside en estas tempestades del alma, que venga á mitigar su dolor como en otras ocasiones (1) Traducción del helenista D. J. Castillo y Ayenza.-—Estas traducciones reflejan muy pálidamente el hermoso colorido del originalgriego. Ni Philips, ni Boilaeu, ni Delille, ni ninguno de los poetas modernos que han ensayado la versión de estos bellos fragmentos, han logrado llevar á'sus traducciones el fuego que late en las ardientes estrofas de la poetisa lesbiana. 16 REVISTA DE ANDALUCIA la había consolado con el bálsamo dulce de tranquilizadoras esperanzas. La composición de la poetisa eolia conservada por Longino como ejemplo precioso del sublime poético, es tal vez en su género la mas notable de la lírica antigua, pues acaso ninguna poesía en la civilización antigua ni en la moderna ha presentado los síntomas de la pasión desastrosa del amor ó de los celos con vigor tan poderoso y concentrado. Todos los c r í ticos convienen en que es de lo mas bello, encantador y expresivo que en el arrebato lírico do una pasión amorosa ha producido el espíritu humano. ODA. (1). Igual parece á los eternos dioses Quien logra verse frente á tí sentado: Feliz si goza tu palabra suave, Suave tu risa. A mí en el pecho el corazón se oprime Solo en mirarte; ni la voz acierta De mi garganta á prorumpir; y rota Calla la lengua. Juego sutil dentro mi cuerpo toio Presto discurre: los inciertos ojos Vagan sin rumbo: los oidos hacen Ronco zumbido. Cúbreme toda de sudor helado: Pálida quedo cual marchita yerba; Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte Muerta parezco. El fuego abrasador que derrama la musa de Lésbos sobre las flores de su poesía (ha dicho un escritor ilustre) sirve como en el amianto: para hacerlas mas puras y brillantes. ¿Cómo extrañarnos de la general admiración de los antiguos hácia este i n genio divino y de que los modernos hayan participado del mismo entusiasmo, á posar de haber llegado á nosotros las bellísimas concepciones de la poetisa en tristes aunque m a g n í ficas ruinas? El fecundo autor de las Metamorfosis ie consagró (1) Traducción de D, M. MEIVEXDEZ.—Esta Oda la intitulan generalmente «A la muy amada». Pierron opina que debe titularse «Al muy amado». Otfredo Müller vé en esta oda un ejemplar precioso de aquella pasión exaltada, de aquel tono vehemente propio do las pasiones. LAS POETISAS DE LÉSBOS 17 una de sus bellas Heróidas; el tierno Catulo y el inspirado Cisne de Venusa se afanaron por imitarla. Todos los grandes h u manistas se han complacido en dedicar un recuerdo de admiración á la tierna musa de Lésbos; sábios filólogos (1) de todas las naciones se han consagrado con amorosa solicitud á disipar las leves nubes con que se ha pretendido oscurecer la brillante fama de la ilustre griega; justificando unánimes antiguos y modernos la exclamación memorable del sábio Solón, cuando ya al borde del sepulcro oia recitar á un nieto suyo unas hermosísimas estrofas de Safo: «wo quisiera morir sin haüer aprendido de memoria esa encantadora poesía.-» Vil. En torno de aquella alma enamorada y. poética vibraba las cuerdas de sus liras de oro una pléyade de vírgenes hermosísimas. Una de sus amigas, la panfiliana Dahnáfila, compuso para el culto indígena de la Artemis de Perga un bimno en estilo eólico celebrado por Filostrato. Además de esta poetisa compartían la tierna amistad de Safo, Anágora, Anactoria, A n drómeda, Atthis, Cydno, Eúnica, Erinna, Góngyla, Megara, Telisippa, irradiando por todos lados el color y la luz poética en este amable círculo de hermosas mujeres griegas. Pero la discípula mas amada de Safo fué la sublime E r i n n a . ¡Ah! la vida de esta celebrada cantora se halla irrevocablemente sepultada en el olvido. Se le ha dado por cuna á Rodas, Lésbos, Télos cerca de Guido,y Ténos en el Peloponeso. La historia nádanos dice sobre la vida de la bella poetisa; pero podemos leer graciosos pormenores acerca de ella en los cantos de sus compatriotas.... «Ved á Erinna sentada, niña aun virgen, bajo la severa autoridad de una madre temida, teniendo en las manos la rueca y el huso y tejiendo la tela. Con todo, los hilos se enredan sin que ella piense desenmarañarlos; mientras que en silencio, joven abeja del monte Pierio, elabora la miel de sus versos.» Agostóse en edad temprana aquella preciosa existencia. (1) Bergk, Poetse lyrici gríeci, 1853;—Welcker, Kleine Schriften, 1860;—Bernhardy, Gradriss der Griechischen Litteratur, 1854;—Koclily Ueber Sappho, 1859;—Kock, Alkáos und Sappho, 1862. TOMO xx 3 18 . REVISTA DE ANDALUCIA Murió á los diez y nueve años. Las musas decian «que mientras cojia flores, el dios de la muerte la tomó, aún niña, para el dulce himeneo.» « \ O h F r i n n a ! mientras tú dabas á luz tu primavera de himnos, dulces como la miel de las abejas, la Parca te arrebató hácia Aqueronte.» El único canto que podemos aun hoy admirar de esta hija privilegiada de las musas es la oda «A la Fuerza» (Es Romeen) mirada, no sin razón por los apasionados del arte clásico, como una de las mas enérgicas inspiraciones de la lírica eóiica. Al interpretar en nuestra lengua el intrépido pensamiento que encierra esta preciosa endecha, hemos sentido helarse su entonación en nuestros lábios. Pálida y débil presentarnos á nuestros lectores una imperfecta copia de tan precioso canto, seguros de que los que conocen la divina lengua de Píndaro y de Tirteo se reservarán la dicha de leer sus atrevidos versos en el inimitable modelo. A LA FUERZA, ( i ) Salud, oh hija del divino Marte, La del casco de oro, de héroes reina, Habitante del firme, augusto Olimpo Sobre la tierra. Solo á tí concedió la vieja Parca De eterno señorío fama régia, Y la excelsa pujanza con que á todos, Señora, imperas. Los pechos de la mar y tierra oprimes Bajo el yugo potente de tus riendas, El freno con que á pueblos y naciones Fuerte gobiernas. El poderoso tiempo lo trasforma Y cambia todo en formas mil diversas: Solo el viento propicio de tu marido Jamás altera. Tú la Deidad que ocultas en tu seno A los hgcs temibles de la guerra, Y apiñados á luz los das cual Céres La miós engendra. ¡Ah! magnífica invocación al genio destructor de la Fuerza, que reduce los imperios á polvo, que vé hundirse al empuje po(1) Esta traducción la pub'leamos en la «Revista de Filoaofía, de Ciencias y de Literatura?» do Sevilla, LAS POETISAS DE LÉ6B0S 19 deroso de su brazo mil y mil naciones y solo él impávido y potente á todos los aniquila y avasalla! La tierra y el mar aguijoneados por este Numen desolador y terrible, se le conjaran tal vez altivos é impacientes; pero él tiene encadenados sus pechos bajo el yugo poderoso de sus riendas. La Fuerza armipotente, fluctuando siempre inextinguible sobre el borrascoso piélago de la vida humana, jamás se hace infecunda. Sus h i jos so multiplican «como las haces en el campo deCéres,» ¡valiente imagen para significar los infinitos, inacabables elementos que minan el sosiego y la paz que podría hacer dichosas á nuestras desventuradas sociedades! ¿Es una mujer la que cantó estas estrofas valientísimas? Tal es nuestra pregunta siempre que recitamos tan bellísima oda y sentimos levantarse nuestra alma en fuerzas de su virilidad. VIH. Fuera de estas preciosas joyas de la literatura cólica sólo nos quedan ruinas mutiladas del repertorio poético de las afamadas hijas de Lésbos. Mas no pueden leerse sin profunda conmoción, sin amarga pena, estas composiciones incompletas, estos cantos lastimosamente rotos y destrozados, en los cuales á pesar de todo resplandece todavía ese ardor poético vigoroso, y ese vuelo rápido que tanto enaltece la hermosa lírica de los griegos. ¡Cuánto daríamos por poder admirar aún en nuestros tiempos aquellos hermosos epitalamios que tanta gloria dieron á la ilustre Safo! ¡con qué celestial ternura no celebraría la d i vina poetisa la casta unión de los esposos, ella que había, aunque efímeramente, gozado en la dorada edad de las ilusiones de las dulzuras del tálamo uupcia!, y que poseía además aquella alma superior y excelsa capaz de apreciar las grandezas de espíritu del hombre y las ternuras infinitas de la mujer! SEGUIDILLAS GITANAS POR NARCISO D I A Z . Por este desierto con mis penas marcho; sin luz que me guie, pues hasta tus ojos me niegan sus rayos. A las penas presentes yo no les temo; mas las penas futuras que ya adivino me infunden miedo. Pasar por mi lado te miré, ya muerta; y o n aquel instante murieron mis dichas, nacieron mis penas. Jilgueriilo, dile que ya no la amo; pero no le digas que al pensar en ella mis ojos lloraron. Tu acción fementida olvidar espero, si no vuelvo á verte, ni escucho tu nombre, ni escucho tu acento. Hay penas que pasan y penas que duran, la de verse en el mundo sin madre no se acaba nunca. LOCOS QOE 10 LO PARECI. CONFERENCIA DADA EN EL ANFITEATRO GRANDE DE LA FACULTAD DE MEDICINA DE MADRID (COLEGIO DE SAN CARLOS) A I N V I T A C I O N DEL_ A T E N E O D E I N T E R N O S POR EL D R . ESQUERDO, Médico del Hospital General, EL D I A 12 DE MARZO DE I88O, según las notas (niñadas por los taquígrafos Sres. Martorrell y Marcillach. SEÑORES: Tras larga ausencia impuesta por el cumplimiento de sacratísimos deberes, vuelvo al seno de esta ilustre sociedad en bien desventajosa situación. Por un lado cohiben mi entendimiento circunstancias que los mas conocéis y que los menos habréis de presumir, por otro traba mi lengua la depresión de fuerzas consiguiente á un doloroso padecimiento que me ha retenido en cama hasta pocas horas há, y que solo he abandonado en testimonio de la consideración, aprecio y alta estima en que tengo ú todos los socios de esta entusiasta corporación y á cuantos me dispensáis la altísima honra de escucharme, pero ya lo sabéis; cualesquiera que sean las circunstancias que me rodeen, soy siempre el mismo hombre; como siempre, vengo animado de los mismos sentimientos, fortalecido por las mismas convicciones, y alentado por los mismos nobilísimos propósitos, los de 22 REVISTA DE ANDALUCIA redención del loco ante la opinión pública y su irresponsabilidad positiva, real, no ilusoria ante los Tribunales. (Aplausos.) No podéis, señores, imaginaros en que ocasión tan preciosa para mi alma me invitásteis para dar esta conferencia; yo sentía entóneos la pesadumbre y amargura que experimenta el hombre de convicciones robustas cuando vé menospreciadas sus doctrinas, doctrinas que ha aprendido en la observación directa, que ha fortalecido con la lectura de las obras clásicas, y que se ven hoy consagradas por la universalidad del sufragio, doctrinas, en fin, que tras larga evolución han llegado á formar parte íntima de su propio sér. Pues bien, señores, yo sabia, no lo he olvidado jamás, que la humildad del origen es causa de menosprecio, en tanto que la notoriedad de la evidencia propia de dichas opiniones no l l e gue á imponerlas, y consiguientemente que bastaban fuesen mías para desestimárselas justamente; pero si la doctrina es mia porque la sustento desde años há, (el 69), no ha de tenerse hoy como tal en el sentido de que solo yo la profese, porque hoy la defienden los mentalistas mas notables de todos los paises y la prestan su aquiescencia los hombres pensadores de todos los pueblos que se han ocupado de la razón humana, y dicho sea de paso, aunque incurra en repetición, su base está tomada del natural, observación del loco, apoyada por el buen sentido, y fué siempre dogma de los autores de todos los paises y edades que escribieron de Psicología sin presumir de psicólogos, porque en cuanto á estos no solamente rechazaron nuestra doctrina, sino que borraron el cuadro de nuestros caractéres psíquicos arrojando en el grabado del entendimiento humano para borrar sus rasgos mas salientes la herrumbre de sus vanas y fantásticas elucubraciones. (Grandes aplatisos.) Me consuela el considerar que vuestra invitación y la calurosa ovación con que me habéis recibido son una especie de desagravio no á iui humilde personalidad, sino al médico frenópata que en la cátedra y en la clínica, en la hoja del periódico y en la academia, en la conversación familiar y en el foro, defiende las mismas doctrinas que de hoy en adelante tendrán un nuevo título, un nuevo encanto para mí; vuestra sanción. Es buen procedimiento de estrategia, cuando el enemigo ocupa una gran extensión, cuando está encastillado en diferentes LOCOS QUÉ NO LO PARECEN 23 reductos y tiene gran superioridad numérica, ir atacándole parcialmente, combatiéndole sucesivamente y por fin asediarle en esos reductos é incomunicarle dejándole en el aislamiento. No os importe vuestra inferioridad, ni vuestra insignificancia; resultados que no obtienen los mas poderosos agentes lo alcanzan por su modo do obrar otros que al parecer no gozan do gran potencia, y en vana dirigirían certeros y potentes fuegos contra el peñón de Gibraltar los mas fuertes cañones; aquel peñasco no se desgajaría, y bien sabéis, señores, que la gota de agua infiltrada por imperceptible hendidura en el interior de la roca basta para hacerla estallar. Difundamos nuestras doctrinas hasta hacer participar de ellas á la opinión pública, que los médicos todos la sustenten con lucidez y energía y procuremos sobre todo, que un rayo de luz frenopática se inicie por las rendijas del entendimiento humano, hasta penetrar en la conciencia del recto magistrado, y estallará sepultándose en el olvido esa aparentemente formidable obra del oscurantismo, que aprisionando la irresponsabilidad del loco, la restringe tanto que no alcanza á los que mas han menester de ella. (Muestras de aprobación.) ¿Qué enagenado necesita mas inmediatamente de nuestros escritos y de nuestra palabra? Aquellos que se confunden con los cuerdos; procuremos ante todo limpiar de errores la opinión de nuestros compañeros eminentes é ilustrados en otras materias, ¡qué también en techos de régios alcázares hay telarañas! disipemos las dudas de la opinión pública, informemos finalmente la conciencia de los siempre rectos magistrados y terminada esta nuestra obra de propaganda, la re° volucion está hecha. Entre los enagenados que se confunden con los cuerdos descuellan en primer término los imbéciles, los monomaniacos homicidas, suicidas, homicido-suicidas, el depto-maniaco ó monomanía del robo, el dipso-maniaco ó monomanía de las bebidas, el monomaniaco genésico, todos los de monomanías ya de* terminadas y otras que no han recibido todavía nombre en la ciencia, y de las cuales me ocuparé después; por fin señores, las locuras epilépticas, histéricas, las intermitentes, transitorias, los periodos de invasión y remisión de la parálisis progresiva, los pseudo-lúcidos de la manía periódica, y los prodrómicos de toda enageuaciou mental. 24 REVISTA DE ANDALUCIA. ¡Qué de lamentables preocupaciones hay acerca del imbécil, propiamente dicho, el imbécil en el sentido frenopático tal cual lo estudiamos y clasificamos nosotros, el imbécil en una palabra, que confina con el cuerdo, al que solo un defecto de organización, una mera insuficiencia le separa del hombre normal, fisiológico, responsable. Este imbécil no tiene síntomas somáticos, físicos, perceptibles á simple vista, no presenta al exterior defecto de organización, que acuse de golpe la imperfección de su inteligencia y de sus afectos; no os llamará la atención lo deforme de su cabeza, de su cara, de su columna vertebral, de su pecho ni de sus estremidades; si alguna deformidad notáis en su hábito exterior que revele su imbecilidad, si lo defectuoso de su físico perceptible á la simple inspección le asemeja y acerca al idiota, no os fiéis; el imbécil no es un ser deforme, raro, contrahecho, feo y hasta desabrido, como un empleado de la vicaría; (risas) no tiene ninguno de estos caractéres que señalan á primera vista la monstruosidad; se parece completamente al cuerdo; pero si lleváis mas allá la inspección, al penetrar en su mente observareis el desarrollo pobre, débil, enteco de su inteligencia, de sus sentimientos é instintos; advertiréis la falta de armonía entre las facultades i n telectuales y afectivas, la desproporción dominando como carácter gráfico de estos séres que no alcanzan bajo el punto de vista orgánico-mental al nivel normal y fisiológico del hombre, como al trasponer la pubertad no logran subvenir á las necesidades sociales y aún á las de familia, si son algún tanto críticas; y sin embargo, como á primera vista no se hacia notar por su organización defectuosa, tampoco se hace notar en la vida de familia y social de golpe; penetrando en el exámen de sus funciones cerebrales, se ponen de manifiesto sus imperfecciones, como internándose él en la vida pasional descubrirá su insuficiencia, fundamento de su irresponsabilidad. El imbécil, según los mentalistas contemporáneos, goza de las demás facultades perceptivas que el resto de los hombres, A excitación de los agentes exteriores reacciona, piensa, quiere, aborrece, recuerda, olvida, preveo, etc., etc., con la diferencia de que están faltos de sinergia y espontaneidad. Comparen á un imbécil, midan el desarrollo de su inteligencia y de sus afectos, establezcan un paralelo entre las faculta- LOCOS QUE NO LO PARECEN 25 des intelectaales y los conocimientos mediante ellas adquridos por el niño de ocho á nueve años, con las primeras categorías de la imbecilidad, y se notará que el niño á esa edad sabe leer y escribir correctamente, sabe gramática, aritmética, geografía, historia profana, sagrada, etc., etc.; es afecto á sus padres, ama á sus amigos, tiene estimación de sí mismo, sentimientos de caridad y benevolencia para el prójimo, es religioso y hasta fanático y ¡qué inconsecuencia! á pesar de todas esas facultades y sentimientos que le encauzan á la vida de ia razón, en sus hechos penables no delinque, y al imbécil con ménos motivos racionales y con mas potentes causas de extravio, y de violentas pasiones, le consideráis responsable! ¡Qué inconsecuencia! Leed el Fabre en su página 332 y veréis como dice que estos séres son lujuriosos, suspicaces, malignos, embusteros, e t c é tera, etcétera, y hago estas citas, porque se ha calumniado á mi sáblo y venerable maestro el Dr. Mata, poniendo en sus autorizados lábios que él asigna caractéres de deformidad, de raquitismo y escrofulismo á los imbélices, cuando dichos caractéres y así lo consigna en su obra, son propios de los idiotas, los cuales separa radicalmente. ¿Qué deciros de ia imbecilidad total tan en boga? Que es una invención moderna, de última hora. ¿Cómo? ¿En dónde? ¿Cuándo han visto esos imbéciles? ¿En qué manicomio ú otro lugar los han observado? ¿En qué obra moderna se lee tal aserto contradictorio al espíritu que las informe, espíritu que señala la frecuencia con que un sugeto mismo presenta grados diversos de la imbecilidad moral y de la intelectual? El mismo Esquirol llama ya la atención hácia la imbecilidad parcial. ¿Pues qué, vamos nosotros á reproducir de hecho lo de la poetisa de cierta comedia, que ignorando una cosa resuelve el problema diciendo: «no lo sé.... pues lo inventaré.» (Risas.) No, en nuestra severa ciencia no se sale así del paso; es preciso observar, comprobar, meditar, y después de haber observado y meditado mucho, todavía exponer con la duda de que puede escapársenos el error: así y solo así se imprime á nuestras opiniones el sello de la íespetabilidad y las acatan los demás hombres y es cuando obtienen el aplauso de nuestra conciencia. (Aplausos.) Q(ie la imbecilidad no es total, que cabe en ella desarrollos TOMO XX * K 26 REVISTA DE ANDALUCIA privilegiados de facultades aisladas, no lo digo yo, lo dice todo el mundo. Desde el mismo imbécil hasta la inteligencia mas esclarecida afirman que la memoria es el talento de los tontos. ¿Pues q u é , no habéis oido lamentarse de falta de memoria á hombres que la tienen sobresaliente, con cuyos lamentos arrullan su amor propio, por la común creencia que establece cierto antagonismo entre la memoria y el talento? ¿Pues qué, no habéis oido ó leí do un discurso de nuestro eminente tribuno Castelar, en que alardeaba de su portentosa memoria, y es concebible siquiera una ostentación tal, sin el convencimiento de que para sus oyentes y lectores el gran desarrollo de la memoria implica insuficiencia de talento, debilidad de las facultades reflectivas? Pues de otra suerte no se concibe que así se expresara nuestro titán de la tribuna, y dicho está que la tribuna española puede sin hipérboles suponerse la primera tribuna del mundo, la t r i buna divina, porque si Dios hubiese de hablar en nuestros dias eligiera nuestra hermosa lengua y tomara carne y huesos en el cuerpo de uno de nuestros primeros oradores parlamentarios. (Bravos y aplausos.) ¿Queréis hechos que depongan en favor de esta opinión? Pues los os voy á citar. Gracholet cuenta de un imbécil de tan portentosa memoria, que se sabia el Almanaque. Otro autor cita otro imbécil que conocía todos los nombres de algunas letras del diccionario inglés de memoria. D. Luis Martínez Leganés, mi venerable Decano, D, José Palomino, distinguido médico del Hospital general, si la memoria no rae es infiel, y el que tiene la honra de dirigiros la palabra, reconocimos á un empleado de la Biblioteca del Escorial, que tenia una memoria portentosísiuia y sin embargo era imbécil. Si se abriese una información para que los profesores de Instrucción primaria, los catedráticos de Instituto, y aun los de facultad mayor presentasen ejemplares notables de memoria, de seguro que hallaríamos alguno que otro imbécil; yo por mí sé deciros, que he tenido un discípulo imbécil y otro pensionista imbécil que habia llegado á estudiar segundo año de derecho. Trelat cita otro estudiante imbécil que traducía las mejores obras de latin sin necesidad de Diccionario. Que hay emplea* dos imbéciles todo el mundo lo sabe. (Aplausos.) No debo ex- LOCOS QUE NO LO PARECEN 27 traüaros, señores, porque para firmar la nómina no se necesita un gran talento; basta con recordar cierto dia del mes. (Risas.) No solo ofrecen los imbéciles excepcionalmente la memoria muy desarrollada, si que á veces presentan órganos predominantes, como el del cálculo, de cuyo ejemplo cita Moreau á los hermanos Mondesu, quienes ofreciendo portentoso desarrollo de dicha facultad, jamás pudieron aprovecharla á los fines de la vida, y esto se explica por incapacidad de los demás órganos que no se prestaban á trasportarla allí donde pudiera ejercitarse y dar utilidad, como ocurriria con un atleta que estuviese parapléjico; en vano gozaría de sus grandes fuerzas musculares en los brazos, teniendo paralíticas las piernas, si para hacer útil esa su gran fuerza, con los miembros abdominales tuviera que trasladarse á distancias mayores ó menores; hace además cita de un hábil constructor de violines, tan nulo y pacato en todo lo demás, que cuando de su pueblo se trasladaba á París, distante de aquél unas horas, se hacia acompañar de su mujer para cobrar y emplear el importe en diferentes cosas, pues desconocía hasta el valor de la moneda. Es mas señores, ¿á qué extrañarse de estos ejemplos?. Si aquí hay algún filarmónico que rae dispense, pero así lo atestiguan autores respetables: Mozart era imbécil, y si yo no creyera inferirle ofensa, citaría otro músico notable contemporáneo nuestro que es imbécil también. Seguramente vosotros no extrañaríais que multiplicase las citas de este género, pero sí os condoleríais de ello, porque el criterio de analogía ilustra de tal suerte el asunto que no deja al ánimo la menor duda. Los enanos y los gigantes representan los extremos de la talla corporal, como los imbéciles y los génios son las estaturas extremas en el sentido mental; que aquellos ofrecen desigualdades, faltas de proporción, lo sabe todo el mundo; que esas organizaciones son defectuosas en el sentido armónico, nadie lo ignora; el enano es comunmente de cabeza exigua, pequeña y deforme como un membrillo, (Risas) ó por el contrario de cabeza abultada, complanada ó prominente, de frente hundida ó insolentemente descarada, porque avanza sobre la cara un kilómetro; en una palabra, es una cabeza espaciosa y grande como una tienda de ultramarinos; (Risas) su pecho hundido ó corcovado, angosto, estrecho ó 28 REVISTA DE ANDALUCIA cilindrico que parece una lombriz, sus piernas cortas como las manos de un almiréz; en fin, á qué recargar mas el cuadro? Examinad el conj unto y advertiréis esas imperfecciones que saltan á primera vista. Los gigantes, perdónenme los buenos mozos, también presentan sensibles deformidades y la desproporción se hace notar desde luego; el uno á pesar de su gran estatura tiene la cabeza tan pequeña como esta campanilla y como ella terminada en punta; un hombro un piso mas alto que otro; (Risas) ya son estrechos de pechos ó cargados de espalda, pero ¿á qué molestaros mas? La naturaleza cuando se va á los extremos pierde el tipo, el orden, la regularidad. Sobre esta materia y otras mil, uos podria dar lecciones un eminentísimo catedrático que nos está oyendo y que seguramente, apoyarla con su autoridad mis asertos. Lo mismo, señores, que ocurre en el orden físico, pasa en el órden intelectual y afectivo; las organizaciones extremas abundan en desigualdades, en desproporciones; ios imbéciles presentan algunos sentimientos, instintos ó facultades intelectuales sobresalientes, otras extremadamente rudimentarias; el n i vel medio de ellas ha de tomarse de la suma que ofrezca la mayoría de facultades; los hombres notables en artes, que son los gigantes en su género, presentan también órganos eminentemente desenvueltos, esplendentemente desarrollados al lado de otros muy deficientes; los hombres grandes, hasta los mas insignes varones en la esfera del saber, (y cuidado que aquí ya se necesita mayor suma de capacidades para brillar) también presentan alguno que otro órgano liliputiense; por esto se ha dicho que ningún hombre grande lo es para su ayuda de cámara; los admiradores de las celebridades no ven mas que aquellos órganos sobresalientes, mientras que el ayuda de cámara vé los grandes órganos y los pequeños, y acaso se fije preferentemente en éstos porque le mortifican mas. No en vano se ha dicho también que no hay hombre grande sin pero, comparándole con la mujer hermosa. Creo haber demostrado invocando el criterio de la experiencia, el de la autoridad y el de la analogía, que lo de imbecilidad total es una mera invención ó cuando mas una entrega de novela médica. LOCOS QUE NO LO PARECEN 29 Y ya que hablamos de talla, de la talla mental, de la talla intelectual y afectiva, ¡talla tan difícil de medir! ¿por qué no decir dos palabras acerca de este extremo interesantísimo? Para declarar útil un quinto el médico y solo el médico es perito; para medirle tienen las diputaciones sus talladores ó peritos; si se levantase el presidente de la diputación á decir, este sugeto tiene tal talla porque á mí me lo parece, sus compañeros de diputación, los mozos, el público y la opinión toda se indignaría y le pediría los títulos de su pretendida competencia; pues para medir la talla intelectual y afectiva de un individuo, para medir esa talla mental que se esconde en el interior de nuestra conformación cerebral, que radica allá en las profundas tenebrosidades de la conciencia, en donde solo se logra ver y d i s t i n g u i r á fuerza de hábito y de observación, como logra distinguir en la oscuridad el cautivo encerrado en lóbrega mazmorra ó el presidiario en oscuro calabozo, para ver en las tenebrosidades del entendimiento humano no se necesita estudiar, no se necesita observar, no se necesita hábito y costumbre de recojer hechos análogos ó idénticos, nada, absolutamente nada; puede un simple particular ó un particular simple, (Risas y grandes aplausos) pudiera muy bien este particular penetrar en el salón, medir con sus ojos que no ven, porque señores ¿á que ir con ambajes? nosotros los médicos, y solo los médicos y aun no todos, tenemos esa aptitud; nosotros, y solo nosotros tenemos la medida, la marca de esa altura, y sin embargo, llega aquél, mide ó mejor dicho aparenta medir, sale y dice al público ¡útil!., ¡útil para el patíbulo! (Profunda sensación.) ¡ Ah! señores, esto me causa espanto, yo me estremezco de pavor! ¡Pobres imbéciles cuya razón naufraga tan fácilmente! Naves construidas para flotar en las tranquilas aguas de un estanque, que cuando salen á alta mar al menor soplo del vendabal naufragan, al empuje del oleaje de las pasiones se vuelcan! ¿Qué será de vosotros, infortunados locos? Buques de mas alto porte, que tenéis imperceptible hendidura en el casco, escondida abertura por donde penetra el agua, ¡cómo ha de conocer la causa de vuestro naufragio el que á distancia os mira, el ignorante que os contempla! Ya los sabéis, médicos frenópatas, médicos todos que hayáis hecho algún estudio y tengáis 30 REVISTA DE ANDALUCIA alguna práctica en enfermedades mentales; después do tantos siglos de atesorar observaciones, después de tantos y tan porfiados trabajos, después de tantos, tan penosos y prolijos estudios, el saber que encierran todas esas vuestras obras clásicas, los progresos que llevan en sus columnas todas vuestras revistas y periódicos científicos, las observaciones que hayáis recogido en vuestra penosa carrera, todo, absolutamente todo es inútil, todo, todo es impávidamente arrojado por la ventana. (Grandes y prolongados aplausos.) Si esos hombres preclaros cuyos nobilísimos títulos se ostentan en cada una de las obras que inmortalizaron su nombre se vieran de esa suerte menospreciados, rasgaran las hojas de sus libros y aventaran sus propias cenizas; y vosotros los que hoy ejercéis ó mañana os habéis de honrar con nuestro título, nada significa tampoco el saber médico probado, nada la experiencia adquirida á costa de largos años, nada el tino y tacto logrados á costa de grandes sacrificios; vuestro premio es el desdén, el menosprecio, pero no.... nuestra recompensa está mas allá. (Grandes y prolongados aplausos.) Mas dejemos, señores, á u n lado este asunto; y puesto que he de dar todavía algunas conferencias sobre el particular, permitidme que haga algunas meras indicaciones interesantes no ya á los que por insuficiencia cerebral dejan de alcanzar el n i vel normal del hombre, origen de su responsabilidad, sí también á los que habiendo conseguido ese grado de desenvolvimiento intelectual y afectivo, pierden accidentalmente su l i bertad moral. Nada, señores, mas chocante, nada mas sorprendente, nada que hiera tanto la inteligencia del hombre pensador y que sobrecoja el corazón del hombre honrado, como la contemplación de algunos séres infortunados que viviendo en los manicomios ofrecen todas las apariencias del hombre sano, del hombre responsable: visten como nosotros, con nosotros conversan; en la mesa, en el paseo, en la tertulia, en el pensar, en el sentir, en el ejecutar, en todo se acomoda á la vida de razón, si no herís la exigua esfera de sus aberraciones. ¡Considerad que aquellos hombres están locos! ¡qué pena! Y sin embargo, la verdad es que entre los enagenados, ningunos mas difíciles de tratar, ningunos mas difíciles de curar. Guislain, el mas sábio y el LOCOS QUE NO LO PARECEN '¿1 mas humanitariamente reformador de los módicos belgas, lo ha dicho: «El monomaniaco tiene la máscara, las apariencias todas del hombre cuerdo.» De ahí, señores, la muy lamentable frecuencia con que se confunden estos desgraciados con los criminales cuando realizan algunos de esos hechos que hacen estremecer la conciencia humana, y no creáis que esa semejanza es superficial, no; aun profundizando todavía mas, estudiando analíticamente su inteligencia, notareis que cuentan detallada y cronológicamente bien los hechos y los interpretan con rectitud, que los enlazan lógicamente; que sienten y juzgan moraimente en la esfera de la mayoría de los afectos; mas allá, un poco mas allá, hay una en donde todo es desbarro, todo desórdeo, todo locura, el punto de su afección mental, la lesión que la presta su apellido. Ya comprendereis que no poseyendo cierta ilustración frenopática, que no hablen* do logrado cierta práctica, es fácil á pesar de una y otra observación, estudiar á estos enfermos sin apercibirse de su dolencia mental, las monomanias. Y crecen de punto las dificultades, cuando sobre lo exiguo y reducido de la lesión, poseen los enfermos, como harto frecuentemente ocurre, el dón del engaño, de la hipocresía, de la ocultación» No puedo en estos momentos separar de mi memoria un enfermo de mi establecimiento que habia ingresado creyéndose príncipe de la casa de Borbon, que habia ido perdiendo sus grados á medida que mejoraba, hasta llegar al de sargento segundo de artillería cuyo cargo tuvo real y positivamente on el ejército, y que á pesar de este regreso á la razón en el aminoramiento de su personalidad militar, y ofrecer en sus palabras y en sus obras las apariencias de la cordura, cuando se separaba de mi presencia ó de los empleados de mi establecimiento, volvía de nuevo á sus delirios de grandeza y de presunción. ¡Qué ejemplo tan elocuente para los profanos! Conducirse en presencia mía con modestia y cortesía extremas y á los pocos momentos, ausente yo, asegurar que era feldmariscal de Austria, general de España y quien sabe cuantos títalos mas. Uu distinguido ingeniero naval que visitaba á la sazón mi establecimiento por tener en él un hermano queridísimo y no menos distinguido, pudiera daros cuenta de estas inconcebibles y voluntarias transiciones. '¿2 REVISTA DÉ ANDALÜCIA Contestadme con franqueza, ¿pueden estos enfermos ser diagnosticados por un profano? ¿No es verdad que necesitan algo mas que un profano, un médico? Y aun á veces, no ya un m é dico consagrado á las enfermedades comunes, sino especialista, frenópata. Mas imaginaos que no se trata de una monomanía ambiciosa, religiosa, de persecuciones, etc.; es una monomanía que requiere sobre todo al principio ó en la edad última, de grandes estímulos para revelarse, al principio porque ia enfermedad no alcanzó todavía gran desarrollo, en la senectud porque el empobrecimiento, la falta de vigor del cuerpo, (si me permitís la expresión) no responde pronta y valientemente á los mandatos del órgano enfermo; tras de uno ó varios atontados contra ei pudor es conducido á la cárcel un sujeto; la disminución de los excitantes exteriores, la carencia de bebidas alcohólicas y condimentos irritantes, el aislamiento, la contemplación de su situación carcelaria y la ausencia sobre todo del acicate que hacia saltar su desenfrenado apetito genésico, la mujer, excitante especial y específico del estro venéreo, le sumen en una depresión que no experimenta puesto en medio de todos esos excitantes y ai choque de poderosos estímulos. ¿Es posible, señores, que un hombre desconocedor de nuestro juego funcional patológico resuelva tan árduo problema? ¿Qué significa para el profano el que este sugeto tenga un cáncer en el teste, un foco irritativo en los puntos circunvecinos, ascárides en el recto, etc., ó si se trata de una mujer que sus ovarios... que su matriz padezcan; pero á qué molestaros mas? Si gran distancia separa los órganos genésicos de la mente, alcázar de la razón, ¿cómo ha de ver las relaciones, proximidad é íntimas y recíprocas influencias de ésta sobre aquellos el profano? Aunque á decir verdad es muy vulgar la creencia de que los órganos secsuales y la razón están sometidos á un juego de bolsa, cuya alza y baja alternativas están ya inscritas en el registro de las debilidades humanas. (Risas.) Si la enfermedad genésica radica en un imbécil, débil esclavo al servicio de cruel negrero, entonces solo los médicos frenópatas podrán aquilitar los grados de servidumbre y de responsabilidad moral que le restan á este desgraciado. (Sensación,) E l tiempo avanza y yo me canso; quería hablaros de la LOCOS QUE NO LO PARECEN 33 gran predisposición que tienen los imbéciles á las monomanías, á las excitaciones maniacas, y otros trastornos mentales; pero vá á espirar la hora, y toda vez que he de ocuparme de esta materia en otras conferencias, permitidme que me contente por ahora con referir algunos hechos interesantes á mi tesis, que forman una variedad de monomanías todavía no clasificadas en la ciencia, pero que ni son muy raras, n i dejan de interesar á los magistrados. Baillarger publicó en los Archivos clínicos de enfermedades mentales la siguiente observación: Mr. X . , de edad avanzada, esperimentó desde los primeros años de la pubertad, cuando iba al teatro, el deseo vehemente de saher todo lo que tenia relación con las actrices que habia visto; hubiera querido averiguar el lugar del nacimiento, edad, posición, costumbres, g é nero de vida, etc., etc. En la categoría solo de los deseos vehe mentes podrá en Francia ser rara esta observación; pero lo que es en España y sobre todo en Madrid, nó; aquí hay una caterva de danzantes, que cuando ven una suripanta líb se contentan con todo eso; quisieran algo más. Decía, señores, que el enfermo citado por Baillarger sentía la necesidad de averiguar la historia de las actrices; mas tarde el deseo se trueca en idea dominante, fija, y se extiende á las mu jeres bonitas, en lo cual no demostraba gran locura; ses altera muy luego mas su mente; ya para salir á la calle necesita que le acompañe una persona, y cuando se encuentran con una mujer bonita se lo pregunta al criado, quien le dice uniformemente y en todos los casos «no lo és», y el enfermo queda contento y prosigue tranquilo su camino. Baillarger es uno de los mentalistas mas notables de Europa, presidente de la Sociedad médico-psicológica de París, en cuya notable obra didáctica abundan hechos análogos. Por mi parte podría citaros otros de esta índole no menos notables, que caso de extrema necesidad quizá se prestarían á comparecer donde conviniera á la justicia humana, hechos que interesa divulgar, porque sin debida preparación, sin algo igual o análogo por nuestro entendimiento recogido anteriormente, los recibimos con dudas, con recelo. Conservo en mi poder la nota de un médico militar escrita de su puño y letra, redactada por él y muy bien redactada, con un trastorno mental, cuyo TOMO XX 5 34 REVISTA DE ANDALUCÍA síntoma dominante era la acefalia ó falta de cabeza «tras de un período de excitación, dice, durante el cual me sentía impelido á realizar atentados contrarios á mi conciencia; después de una lucha porfiada y cruel, caí en el colapso y bajo el peso de esta situación surgió en mí la idea de que tenia hueca la cabeza; mas tarde estaba desprovisto totalmente de ella, luego he m i rado con envidia á los demás y hasta he sentido deseos de arrancársela; en esta calle, me decia, frente á la botica hace poco he esperimentado dicha impulsión.» Pasemos á las locuras transitorias; ya no es una enfermedad que con paciencia y observación podréis sorprender, acaso no se presente ya mas; es una tromba que todo lo arrolla, lo sepulta ó arranca de cuajo; el desgraciado enfermo se convierte en una máquina infernal, en un producto del averno que incendia, destruye, hiere, mata, destroza ai cadáver, magulla y esparce sus visceras; el hombre deja de ser hombre, es el génio de ia muerte y de la destrucción que lleva tras sí el terror y el espanto. ¿Quién sinó el médico es capaz de resolver la influencia que la epilepsia, la supresión de una hemorragia ó la frenética pasión del eretismo genésico han podido ejercer en estos autores de horrendos atentados? Un honrado padre estaba trabajando en sus viñas, junto á él su esposa y su hijo mayor, á poca distancia tres mas pequeños? en medio del trabajo se vé sorprendido por un vértigo, levanta la azada, se dirijo hácia su mujer y la descarga formidables golpes, mata á su hijo mayor, luego acomete con sin igual f u ria á los otros tres y los mutila despiadamente. Y todavía señores, ¡yo me estremezdo cuando pienso en ello! todavía vá buscando el magistrado en la herencia ¡en la posibilidad de gozar la herencia de su mujer y de sus hijos! la causa moral de esta horrenda hecatombe. ¡Qué tortura! ¡qué desgarrador tormento no esperimentaria aquél padre ya lúcido al verse acusado de asesino de su mujer é hijos por heredarles! No lo olvidéis, vosotros los que sois padres, imaginaos, víctimas de una tremenda é inconcebible acusación; la muerte, mil muertes serian preferibles á estos bárbaros y crueles tormentos: ¡la humanidad debiera sentirse ultrajada en estas inquisitorias! (Profiinda sensación.) LOCOS QUE NO LO PARECEN 35 Todos los países de Europa tienen Sociedades protectoras de los animales, y sin embargo, al menos que yo sepa, el hombre, mas necesitado de proteccioo, carece de sociedades que le amparen: para impedir las vivisecciones, cuando acaso al corte del neurotomo surja la luz del pensamiento, se congregan los hombres para defender al animal; sin embargo, no nos asociamos los hombres para defender á nuestros semejantes de esos animales que le mutilan con sus vivisecciones! (Aplausos.) ¡Oh señores! que infamia, prohibir las vivisecciones fisiológicas, las vivisecciones orgánicas, y no impedir con formales protestas, con gritos de indignación las vivisecciones psíquicas. ¡Proscribís los tormentos físicos para inquirir la verdad, y aplicáis despiadados el tormento moral. Los que á cada momento aparentáis estremeceros por leve vivisección en el cuerpo, y protestáis de sagrado respeto al espíritu, abusáis torpemente de las vivisecciones morales, de las vivisecciones de la conciencia! (Grandes aplausos.) Para terminar, señores: ¿existen todas esas formas mentales? Si existen ¿son locos todos esos desgraciados que no lo parecen?Lo son. Cuando informéis,cuando se os pida dictámen,dadlo con arreglo á vuestra conciencia y á la ciencia que honradamente profesáis; y en los tiempos venideros, cuando del fondo de la posteridad surja la Frenopatia pidiéndoos estrecha cuenta de vuestros actos y os diga ¿qué hicisteis de aquellos infelices sujetos á vuestra observación, fiados á vuestro dictámen? contestad: «nosotros cubrimos su cuerpo con el augusto purpúreo manto de la irresponsabilidad; otros rasgaron sus vestiduras; otros aherrojaron sus miembros con la cadena del presidario; otros rasgaron sus carnes, y otros entregaron sus cabezas á la segur del verdugo.» CANTARES POR A N T O N I O LUIS C Á R R I O N . Llorad, tristes ojos mios; que el llanto las penas calma cuando las desdichas vienen y se van las esperanzas. ¡Que mengiiados espíritus son aquellos que tienen para el débil orgullo, sumisión para el fuerte! Si se salvan los hijos cuando las madres rezan, ¡pobre de aquel que muere sin madre y sin creencias! ¡Nada esperanzas me dá.. y todo tu fé sostiene! ¡Tú eres un alma que viene: yo soy un alma que vá! GOCES TRANQUILOS POR T E O D O R O R O D R I G U E Z DE L A T O R R E . En la extensa llanura que hay en Castilla con el nombre de Campos, yace una villa donde yo v i del mundo la luz primera y en la cual mis despojos dejar quisiera. Riégala un arroyuelo, que fuera un rio sin los grandes calores que hay en estío, donde yo me entretengo pescando á veces barbos, tencas, anguilas, ranas y peces. Mas de doscientas casas de anchos corrales, como se usan en pueblos de agricultores, son los templos que guardan castos amores y respiran costumbres patriarcales. Tres torres en su radio, del pueblo atletas, desafian al viento, fuertes y ufanas, y señalan al cielo con sus veletas, y hablau al sentimiento con sus campanas. En el medio del pueblo, un puro cielo que del orto al ocaso claro sol baña. 38 REVISTA DE ANDALUCIA tengo yo una casita, para mi anhelo la casa mas bonita que hay en España. Allí está el santuario de mis amores, y en ella, como muestra de eternos lazos, un buen padre me espera, que mis dolores calma con la ternura de sus abrazos. Allí, grata, me llama la Noche-buena, y en el hogar me guarda paz y ventura, vida dulce, tranquila, de goces llena, de recuerdos sembrada, inocente y pura. En los dias hermosos de vacaciones en que dejan sus libros los estudiantes, anhelando tan solo las diversiones al lado de los séres caros y amantes. Yo anhelo ver el pueblo donde he nacido, y respirar sus áuras, paras, galanas, y contemplar la cuna que me ha mecido, y dormirme al abrigo de sus solanas. Oir de aquella gente quiero el murmullo que al saber mi llegada se escache á coro, y soñar mil placeres al grato arrullo de la amorosa frase del bien que adoro. Y á mi padre, á quien amo y él es mi gloria, estrechar en mis brazos con firme anhelo, y hallar en cada objeto grata memoria de mi madre querida que está en el cielo. Veré de los labriegos, francos y rudos, la sencilla y sin dolo dulce alegría agobiándome al peso de sus saludos que aunque abruman, encantan el alma mia. Veré con regocijo los pátrios lares, rodeado de gentes jamás extrañas GOCES TRANQUILOS que las tiernas historias de los hogares me cuenten, al chasquido de las castañas. Y en llegando la noche de Noche-buena, cubierta nuestra mesa de albos pañales, por colación tomando sencilla cena, con arreglo á costumbres inmemoriales, Partiré con mi padre ricos turrones y castañas y nueces y uvas sin tasa, olvidando mis penas con libaciones de sabrosos licores hechos en casa. Y un recuerdo guardando para mi madre, porque goce en el cielo la gloria eterna, unida al alma mia la de mi padre, á Dios elevaremos plegaria tierna. Y de la antigua casa do hidalgo mora hasta la humilde choza de fiel vasallo, reinarán los placeres hasta la hora de la misa que llaman misa del gallo. Allí, mi voz mezclando con los cantores, entonaré al Dios Niño tiernos cantares, y depondré mis penas y mis dolores al pié de sus sencillos, bellos altares. Y escucharé ol sonido de panderetas, y oiré de las zampoñas el tosco ruido, y el alegre repique de castañetas con que se honra en el campo al recien nacido. Y escucharé el son grave de las campanas que los chicos alegres doblan á vuelo, y, al órgano siguiendo, claman ufanas celebrando la dicha que tuvo el suelo. Y habrá baile en la plaza; y allí las bellas, su juventud luciendo con sus primores, 39 40 REVISTA DE ANDALUCIA gozarán escuchando dulces querellas ó enviando sonrisas llenas de amores. Y de mozos y mozas la turba ufana, en la plaza forjando vivo corrillo, bailará sin descanso tarde y mañana del tambor y la gaita al compás sencillo. Y habrá gozo y murmullo, risa y jarana, luciránse aquel dia los ricos trapos, y echaremos la casa por la ventana, gordos, limpios, alegres, frescos y guapos. ¡Dulce dicha del alma jamás cumplida! ¡Dios me dé para siempre tanta ventura! ¡Dios me dé que en mi pueblo pase la vida y en él hallen mis huesos la sepultura! ¡Dios me dé que allí pase la Noche-buena, y mientras en el pecho dure el aliento que pueda yo mi vida, de goces llena, con la mujer que adoro pasar contento; Y á mi padre, á quien amo y él es mi gloria, estrechar en mis brazos con firme anhelo, y hallar en cada objeto grata memoria de mi madre querida que está en el cielo! Diciembre del 79. ESTUDIOS DE L I T E R A T U R A CLASICA ROMANA por el profesor de esta asignatura DR. Á. GONZALEZ G A R B I N . SOBRE LA VIDA Y EL TEATRO DE PLAUT0( 1 í Entre los autores de la Literatura clásica de la antigua Roma es el poeta dramático Maccio Planto (1) uno de esos génios de primera magnitud cuyas creaciones logran la envidiable gloria de producir perpétuamente el regocijo de cuantos aman las maravillas deleitadoras del arte. Mientras del inmenso repertorio de obras dramáticas, así griegas como latinas, que lograron ser representadas en la escena ateniense y en la romana, apenas se ha salvado del naufragio del tiempo un número (1) Ritschl y Hertz, siguiendo el palimpsesto de Milán, sostienen que el nombre de este poeta es Maccius y no M . Accius como se le ha llamado generalmente.—Nosotros seguimos esta opinión llamándole Maccio Plauto, como lo hacen en la actualidad los mas acreditados clasicistas alemanes y franceses. (V. Teuffel, Bernhardy, P. Alberts, en sus obras de Hist. de la Lit. latina.) TOMO xx 4Ü REVISTA DE ANDALUCIA reducido, y mientras de muchos y afamados poetas del generó cómico apenas se nos han conservado los títulos de los dramas que les granjearon en su época reputación y fortuna, el popularísimo poeta Piauto gozó la noble satisfacción de ser frenéticamente aplaudido y coronado por sus contemporáneos, los ásperos conciudadanos del severo Catón, y la gloria insigne de que su memoria y sus escritos hayan seguido ejerciendo una eficaz influencia á través de los siglos. Eepresentábanse sus comedias en tiempo do Dioclociano; sobrevivieron á la ruina del Imperio; triunfó el encanto de sus fábulas de la ruda barbarie déla Edad média, siendo puestas en escena, según cuentan las Crónicas, hasta mediados del siglo X V ; se han imitado en todas las modernas literaturas los caractéres que supo dibujar aquel génio vigoroso con tanta verdad y colorido, embelleciéndolos con gracia inimitable su alegre vena franca y comunicativa; y por una singularidad, notable en la historia de las letras, el que supo ganar laurelesinmarchitables en la antigua escena, los ha conquistado también en la moderna, arrancando aplausos en las márgenes del Sprée, en 1844, como ha dos mil años los conquistaba bajo los muros del Capitolio. (1) (1) Sus comedias fueron estudiadas y comentadas por los hombres mas doctos, y constituyeron la delicia de Cicerón, y resistieron á las revoluciones de la moda y del gusto, y después de haber divertido á los libres romanos del siglo V I , fueron aplaudidas algunos siglos adelante bajo la esclavitud del imperio.... Bomanelli en su Viafe d Pompeya habla de una tessera ó contraseca de entrada,—hallada entre las ruinas del teatro de la Ciudad sepultada por la lava del Vesubio,—que dice: Cav, I I , cun. I I I , grad. V I I I , CASINA PLAUTI. (A. Vaunuci. Stíi-di sulla letterat. latina.) En el dia 5 de Mayo de 1844 fueron representados, en Berlín, Los Cautivos, de Piauto, en la lengua original, por los estudiantes de la Universidad, en presencia del Rey y de los P r í n cipes y ante un auditorio compuesto de hombres de Estado, de literatos y de artistas. Las decoraciones reproducían una calle y una plaza de Pompeya; los trages, de la mas exacta verdad, "fueron regalados por eí monarca, sirviendo de intermedios odas de Horacio, puestas en música por Meyer Beer. Esta magnífica erudita representación produjo un efecto sorprendente. Véase A. F.t Notici sur la Vis etles Onvrnges de Plante. (Callee(.ion iV?'5ffr^—Theatre complet des Latius.) LITERATURA CLÁSICA ROMANA 43 Ea el año 529 de Roma (224 ant. Chr.), bajo el consulado de aquel altivo Flaminio á quien venció el valeroso Aníbal en la batalla de Trasimeno, nació en Sarsinia, en la Umbría, el poeta popular á quien tal vez, al decir de Festo, le dieron el nombre de Piauto (Plautus,) dyecltim planitie, por la anchura de sus piés, por cuya cualidad parece que apellidaban ploti ó p l a u t i á todos sus compatriotas.—En aquellos dias de gran ansiedad para el pueblo romano, en los que paseaba el Cartaginés victoriosas sus legiones por el codiciado suelo de Italia, poniendo pavor en el ánimo á la orgullosa Roma, entraba por las puertas de la Ciudad eterna el jóven umbrío que, aunque venía á la v i da en dias de luto y abatimiento para el pueblo romano, debia amenizar en breve plazo con sus alegres dramas las fiestas triunfales de los Marcelos y de los Escipiones. El deseo de hacer fortuna, utilizando sus talentos, le condujo á Roma, donde se consagro á escribir comedias, que vendia á los ediles para los juegos ó fiestas públicas, siendo representante de sus propias obras, como lo fueron Shakspeare, Rueda, Moliére y tantos otros en lo antiguo y en lo moderno. Sonrióle primero la fortuna y enriquecióse en poco tiempo, pues desde la edad de 17 años, en que comenzó su carrera con el estreno de Los MenechmoS) debieron seguir logrando sus piezas éxito sorprendente. Parece que quiso aumentar por medio del comercio el espléndido caudal que habia adquirido con el arte: especulaciones mercantiles que ocasionaron su ruina, viéndose precisado á hacerse esclavo y á dar vueltas á la rueda de un molino. La servidumbre no apagó la llama de su génio, y es fama que en s i tuación tan precaria compuso algunas de sus inmortales producciones, explicándose por el hecho incuestionable de su desgracia (que la vida de un poeta deja una huella profandaen sus escritos) el conocimiento perfecto que revela, en algunas de estas piezas, de las ínfimas clases sociales de Roma. Su numen poderoso le devolvió al cabo su libertad y su fortuna, dedicándose de nuevo al teatro, en el que siguieron obteniendo triunfos grandiosos sus preciosas innúmeras fábulas dramáticas. (1) Del gran repertorio cómico de este poeta, adorado del (1) Háse dicho que compuso hasta 120 comedias, Pero los críticos convienen en que engrosarían este número obras e v i - 44 REVISTA DE ANDALUCIA pueblo, sólo veinte piezas han llegado hasta nosotros; pero las bastantes para darnos á conocer el ingénio, la sal y exquisita vis cómica de Planto. Murió el poeta de la Umbría en el año 570 de Roma, cuando aún contaba nueve afios el después celebrado Terencio, digno continuador de la gloriosa carrera de Plauto. Nuestro poeta se compuso un epitafio, como Nevio y como Ennio, en el cual se dice que después de la mueHe de Plauto, la Comedia llora, la Escena queda desierta, y la Risa, los Juegos, las Gracias, la Poesia y la Prosa derraman d la p a r copiosas lágrimas ( l ) . dentemente aprócrifas.—A ocasionar esta superchería literaria, contribuyó la misma popularidad de Plauto, que llevó sin duda á escritores oscuros á poner el nombre del gran poeta al frente de las producciones de ellos. Varron contaba como comedias plautinas auténticas solo 21, de las cuales han llegado 20 hasta nosotros. Las comedias de Plauto se dividen en dossé« ries: la una comprende las 8 únicamente conocidas hasta el año de 1430. El Anfitrión, Asinaria, Anlularia ó la Marmita, Los Cautivos, Curculio ó el Parásito, C¿m*%¿óPa Suerte, GisteTíaria y Epidicus.—LB.s doce restantes, descubiertas en el s i glo X , se hallan en un estado de conservación inferior á las primeras, abundando en ellas las mutilaciones ó interpolaciones. Sus títulos son: Bacchides, MenecTimi (los Hermanos gemelos), Mostellaria, Miles gloriosus (el Soldado fanfarrón), Mercator (el Negociante), Pseudóliis (el Impostor), Pcenulus (el Cartaginesillo), Persa Rudens (el Cable), Stichus Triwummus ó el Tesoro escondido, Truciüentus ó el Grosero. Estas comedias y la Vidularia de la que sólo se conservan unos pocos versos, componen las veinte y una del número varroniano* Los manuscritos de Plauto, que se conservan en las Bibliotecas de Europa, derívanse todos al parecer, de una misma fuente. Sin embargo, el manuscrito de la amlrosiana de Milán, y los dos que se encuentran en Eoma y en Heidelderg pueden considerarse como los mejores, y deben servir de base á toda restauración fiel y auténtica, que se pretenda hacer del texto mismo. JBaehr, GfescMchte der romisch, liiter. (trad. ital.)— Teuffél, iden; Paul, Aldert, Histoire de la litter. romaine.— A. Vannuci, Studi, etc. (1) Postquam morte captu'st Plautus, C o n i d i a lugetr Scena est deserta: dein Risus, Ludu4, Jocusque, Et Numeri Innumeri simul omnos colíacrumarunt. k. Gelio, I , 24 dice: Epígramma Plauti, quod dubitassemus an Plauti foret, nisi á M . Varrone positum esset in libro de LITERATURA CLÁSICA ROMANA 45 II. Cuando Plauto hizo representar su primera obra, aun no habian trascurrido veinte años desde que Livio Andrónico, aportando á la bárbara Italia las artes de los griegos, habia mostrado á los romanos él primer bosquejo de una fábula cómica. Los romanos venían celebrando de antiguo juegos públicos, que duraban cierto número de dias, el último de los cuales se consagraba por lo regular á los juegos escénicos; mas estas diversiones teatrales no consistieron por mucho tiempo sino en danzas y ejercicios de destreza y de fuerza, á los cuales solian mezclar improvisaciones cómicas y cantos dialogados, tales como las groseras canciones corales fescenninas de las cuales surgió una especie de farsa ó comedia, que, por ser una mezcla de metros y de asuntos diversos sin unidad y sin acción, recibió el nombre de satura: diversión cómica á la que se asoció mas tarde otra especie de f a r s a itálica llamada atellana: primeras tentativas dramáticas, que pudieron servir de fundamento á un teatro verdaderamente nacional en la antigua Roma, si, al despertarse en ella el gusto por las artes y por las letras, no se hubiera puesto súbitamente en moda el artístico drama griego, atrayendo hácia sí toda la atención de los romanos, haciéndose dueño casi único de la escena: cautivando de tal manera á los romanos aquella novedad en las fiestas teatrales, que levantaron una estátua en señal de admiración al poeta extranjero, que arrojaba en el suelo romano aquel fecundo germen de cultura. En efecto, grande fué la trasformacion que se operó, ai copoetis primo. Acerca de la vida de Plauto pueden consultarse: A Qellii, Noctes atticm, I , 24: I I I , 3 . — Z P h . Parei, D i s sert, de Vité, ooitu et scriptis Plauti (en su edición);—Lessmgt Sobre la Vida y las otras de Plauto, en los «Apuntes para ía Historia del Teatro» (en alem.) Stuttg. 1750;—JRoquefort, Dissertation sur Plaute et ses ouvrages, en la Enciclop, de Millin, 1815;—/. Natidet, JSur la Vie et les Omrages de Plaute, (delante de su traduc. francesa), en la Collection Panckouke: París, 1831;—y A . Francois: Noiice sur la Vie et les Ouvrages de Plaute (Collect.—Nisard—Theatre des Latins): París, 1856. 46 REVISTA DE ANDALUCIA menzar el siglo V I , en las ideas, en los gustos y en las costumbres de los romanos-, pero de todas las importaciones helénicas de este período ninguna fué sin duda tan popular como la comedia, género dramático que alcanzó mas fortuna que la tragedia griega, porque las condiciones literarias, políticas, religiosas y sociales, que favorecieron en Atenas el desarrollo de la literatura trágica, fueron enteramente nulas en la positivista Eoma. La comedia aristofánica política fué ensayada por Névio; pero el valiente poeta vino á pagar con la cárcel y con el destierro los acerados tiros, que habia osado arrojar desde la escena al altivo patriciado. Los escritores dramáticos romanos tuvieron que abandona? aquella senda erizada de punzantes espinas; y , dejando á un lado el noble ardimiento de la libre comedia antigua ática, tomaron por modelos á los poetas cómicos de la Grecia esclava, á los autores de la media y de la miem comedia: á Menandro, á Demófilo, á Dífilo y á Filemon. El mismo Plauto lo declara íenninantemente en algunos de sus prólogos. ¿Y cuál era el carácter de la nueva comedia de la Grrecia?— Después de haber perdido su antigua libertad política el tea • tro ateniense, habia tomado un carácter mas psicológico; los tipos generales habían reemplazado á las antiguas caricaturas de los individuos; la pintura de los caractéres era menos viva, pero mas profunda; la composición del drama mas regular, el diálogo mas mesurado, mas natural; la musa de la comedia no hablaba ya á aquella muchedumbre ateniense móvil y apasionada, que aplaudía y silbaba en la cavea á sus oradores y á sus generales; sino á un público mas reservado, mas civilizado, aunque mas corrompido, y sobre todo mas excéptico, que solo buscaba en el teatro el recreo y el pasatiempo. Sucedía esto en la época de las grandes expediciones de Alejandro; el estrecho patriotismo de los antiguos se habia trasformado en un cosmopolitismo universal, las barreras artificiales, en una palabra, caían de todos lados. En la comedía, imagen viva de la vida íutima de los pueblos, debía revelarse la fusión general hácia la cual se sentían arrastrados todos los espíritus: los padres mostrábanse caraaradas de sus hijos mas bien que sus señores; entre el dueño y el esclavo comenzaba á establecerse una especie de igualdad; lo que hoy llamamos la vida del LITERATURA CLÁSICA ROMANA 47 rnunflo empezaba á existir en la sociedad antigua, pues las ca. sas de las hetairas eran centros de reunión de artistas y de filósofos, de políticos y de ricos negociantes. El vicio elegante y gracioso, el refinamiento y la molicie, en suma, penetraban en las costumbres fielmente retratadas en el teatro de la épocaY para dar al cuadro un dulce claro-oscuro, el pintor de aquellos tipos, tan gratos para el público, de la elegante cortesana, ó de la meretriz impúdica, del viejo gruñón, avaro ó libertino, ási joven calavera, del amante apasionado, del esclavo enredador, presenta al lado los ridículos caractéros del servil mísero parásito, del odioso mercader de esclavas (el leño), del obeso comerciante extranjero inflado< porque cree que todos le adoran y le envidian su riqueza, del militar f a n f a r r ó n especie de mata-moros ó de perdona-vidas de aquellos tiempos, y de otros varios tipos de la época, por to lo extremo risibles y á veces hasta odiosos y repagnantos. Tales fueron los héroes de la comedia nueva de los griegos, tal los modelos esencialmente áticos, que el gran genio de Planto quiso introducir en Roma, y que hallamos de mauo maestra y con entonación vigorosa reproducidos en sus dramas. Pero, aunque el poeta romano fué imitador de los griegos, sería un absurdo creer que perteneció al rebaño servil de imitadores (imitatores, servum pecus!) de que tan graciosamente se burlaba siglos después el satírico latino. Piauto no fué un traductor literal de las comedias griegas: el cómico de Umbría tomaba los personajes y los argumentos de las comedias griegas y ios acomodaba con notable originalidad á los usos y costumbres romanas, como los autores de los teatros modernos han hecho arreglos de los dramas antiguos clásicos á las costumbres y gustos de la sociedad mordena. (1) Piauto pone el lugar ( l ) Las comedias plaittinas han servido de modelo á m u l titud de piezas del teatro moderno de Europa. El Anfitrión ha tomado carta de naturaleza en el teatro moderno merced á Villalobos, Piareta, Rotrou, Ludovico Dolce, Boccacio, Moliére y Dryden, traductores unos é imitadores otros de esta notable tragi comedia, como la denomina Piauto;—Voltaire elogia la imitación hecha por Rotrou del bello drama Los Cautivos;— la comedia de carácter Avlularia ha servido de modelo á la 48 REVISTA DE ANDALUCIA de la escena en ciudades extranjeras: en Atenas, en Epidauro, en Thebas, en Calidon, en Efeso, en Cirene; como dá nombres griegos, sérios ó cómicos, á sus personajes: á un viejo lo l l a ma Antifon (Contradictor—D. Gruñón), á cierto parásito le dá el nombre de Artotrogus (Traga pan ó Ganapán), un anciano acaudalado y generoso de la Aulularia se llama Megadoro (Dadivoso—D. Rumboso) como al protagonista lo denomina En~ dion (De buena fama—D. Pobre hombre).—Pero á pesar de este ropaje griego que cubre su comedia, y á pesar de que el pensamiento y la trama, los argumentos, los toma de los poetas cómicos de la Grecia, en el teatro de Planto late el espíritu de Roma, las ideas, los usos, las costumbres romanas: los pretores administran justicia en Atenas ó en Cyrene con arreglo a la Ley decenmrál de las Doce tablas, n i más n i menos que en el F u m m de Roma; los comicios centuriados deciden las sentencias capitales; los padres gozan de absoluto imperio sobre sus hijos; los dioses de Roma inspiran á sus ciudadanos; en la Atdularia deposita el viejo avariento la marmita de su tesoro en el templo de la Buena F é , y un esclavo invoca á Laverna, protectora délos ladrones; cierto personaje se queja en losMenechmi de las grandes molestias que ocasionan las obligaciones y cargas de la clientela; un Cartaginés habla de las fiestas que proporcionan al pueblo los ediles: en otros dramas aparecen en ciudades griegas, triunviros, lictores con las haces, dictadores, cuestores, el senado dando en suertes las provincias, las prácticas romanas del censo, las monedas romanas. En u n á palabra: el poeta, para que no se dude de su intención, estudiosamente desmiente el lugar en que la acción acaece y coloca el Capitolio en Epidauro y á Júpiter Capitolino y la Puerta Metía en Atenas. De todo ello aparece claramente que el poeta latino se proSpofta de Gelli y al Avaro tan celebrado de Moliére;—Regnard ha copiado el Curcidius; Nicolás Maquiavelo tomó asunto para su Clizia de la Casina;—la. Mostellaria ha sido imitada por Addison y Destouches;—el argumento de los Meneclmi ha servido de base á Shakspeare para su Comedia de Los Errores; — E l Mercator es el Vecchio amoroso de Donato Giannotti;—El • cobini y Dolce han imitado el Ríidens;-~i& Dote de Cecchi se modeló en el Trimmmcs. LITERATURA CLÁSICA ROMANA 49 pone, como todos los escritores cómicos, representar las costumbres y el vivir de su pueblo y de su época. Por esta razón la lectura de Plauto, como la de los grandes dramáticos de t o dos los tiempos, es no solo útil bajo el punto de vista del arte, sino también como fuente de conocimiento de gran valer, para el estudio profundo de la historia de un pueblo, de sus costumbres y de sus instituciones. Durante el dia vemos á los romanos asistir al foro, á la plaza de comercio, al tribunal: ó bien pasar el tiempo en casa del médico, del perfumista ó del barbero, discutiendo y ocupándose de política;—durante la noche ir de recreo acompañados de esclavos con las teas encendidas; recrearse en opíparos banquetes y entregarse al juego de los dados después del festin; y por último aprendemos los cantos báquicos y galantes que deleitaban á aquellos señores del mundo. Vemos á las coquetas, reuniendo en su ropero centenares de túnicas de nombres y de formas diferentes: la túnica trasparente, la tupida, la de lino de franjas, la interior recamada, la túnica pluvial, la azafranada, la verde-mar, etc. y mil otras invenciones elegantes, claro testimonio del génio de los mercaderes de modas de la antigüedad, que podian dar lecciones á ios de nuestros tiempos.—Adquirimos el conocimiento circunstanciado de lo que constitua el programa de la educación de la juventud, dividida entre los ejercicios dei cuerpo y los del espíritu. A h ! y á cuán séria meditación no se entrega el alma, viendo al través de veinte y dos siglos el original de multitud de usos, de intrigas, de refinamientos de nuestra civilización!: los tipos de farsantes, de tunos y de miserables de todos ios tiempos; el usurero estafador, el petardista caballero de industria, los bufones y f a c t ó U m s de los grandes, bajo la figura de los JJ^'^VOÍ, nuestros perdona-vidas de tiesos mostachos y ruidosas espuelas, bajo el aire jactancioso de los fanfarrones de Roma; los funcionarios del Estado, cometiendo siempre los mismos abusos; los industriales y mercaderes con las mismas artes para atraer ó engañar al público; en los teatros antiguos las mismísimas intrigas y charlatanerías, las mismas prácticas de nuestros modernos teatros: los aplausos y las silbas preparadas, las fórmulas de galantería dirigidas al público, el lujo de las decoraciones y de los trajes, supliendo en muchas ocasiones la falta de mérito de una producción dramática; las sátiras TOMO XX 7 50 REVISTA DE ANDALUCIA dirigidas á otros autores rivales, el uso aristocrático de hacerse guardar el asiento por un esclavo, los acomodadores, colocando en su localidad á cada espectador, la policía manteniendo el orden y procurando el silencio. Minuciosas curiosidades que dan una gran fuerza de verdad á esta ingeniosa idea de un ilustre escritor: teatro suple á la historia, y una buena comedia es el mejor retrato de un puello.» m. Las preciosas producciones de Plauto, ya lo hemos dicho, han obtenido el universal aplauso de antiguos y modernos. Se han lanzado, sin embargo, graves y duras censuras contra el cómico latino. La mas digna de consideración, que le suele arrojar la crítica, es la de emplear una licencia excesiva en sus diálogos. Pero este cargo se ha exagerado contra Plauto. No consideramos nosotros que sea lícito jamás ai artista n i al poeta inspirarse en asuntos n i en pensamientos, que condene el decoro n i la moral; pero ¿quién desconoce que los poetas dramáticos, aun los mas severos y esclarecidos, se han visto precisados, para hacer tolerables al vulgo necio sus rígidas enseñanzas, á hallarle m NECIO para darle gusto? ¿Cómo hemos de olvidar que el poeta de Sarsinia se dirigía á aquella romana plebe bárbara y turbulenta,—cuya mugiente inquietud en las gradas del teatro producía el ruido de las arboledas en el monte Gárgano,—de corazón endurecido, de í n dole bufona y sarcástica, hasta entonces sólo divertida con las feroces luchas de los gladiadores, con los insolentes cantares fescenninos ó con las groseras representaciones de las atelanas? ¿Y habremos de ser mas inexorables con este antiguo poeta del pueblo, que al cabo tenía que captarse el favor de una muchedumbre inculta y grosera, que con el egregio dramático inglés, que empleó á veces el mismo cínico lenguaje, dirigiéndose á los graves señores y nobles damas de una córte distinguida? ¿Pues nuestros antiguos escritores cómicos fueron siempre púdicos y reservados? ¿Y nuestros novísimos dramáticos pueden hablar de honestidad, cuando el adulterio, la LITERATURA CLÁSICA ROMANA 51 violación y la seducción se emplean á cada paso como resorte dramático? Planto, como los grandes dramáticos de t o das las épocas, conocía perfectamente la misión moral del teatro; pero este ilustre ingenio sabia también que.ia comedia corrige con la risa: castigat, Hdendo, mores; y tenia que transigir con los torpes gustos é inclinaciones del vulgo, para sembrar en su corazón fecundos gérmenes de moral profunda. Como su contemporáneo, y tal vez amigo, el severo Catón, se muestra rígido condenador de la perversidad de las costumbres; como el austero Censor condena el lujo desenfrenado délas matronas, el afán inmoderado de riquezas, la insaciable ambición que empieza á corroer las entrañas de la sociedad romana; como el estoico Marco Porcio se duele de la pérdida de las sencillas costumbres de los primitivos romanos. Planto esmalta sus escritos, aun los mas alegres y joviales, con las sentencias mas puras de la moral antigua: muéstrase amante de la justicia, de la patria, d é l a humanidad; lanza atrevidas sátiras contra los dioses del paganismo; proclama en Los Náufragos el dogma de la Providencia, y nos ofrece la elocuente crítica de los escándalos de su tiempo. En suma, el gran fundador del teatro romano se propuso inculcar en su auditorio ideas levantadas, nobles sentimientos, pasiones generosas. Si se vé obligado á emplear el triste recurso de los equívocos groseros y de los chistes indecorosos, no disimula su repugnancia, sintiéndose regocijado su honrado espíritu, cuando puede decir al pueblo, como en el interesante prólogo de uno de sus dramas más bellos y morales: «Áqui no vais á oir versos ciñióos como en la mayor parte de las comedias—mi comedia es un cuadro de buenas costumbres.» La comedia es la viva imágen de la sociedad que retrata: en aquella época, como en todas, tal cinismo acusa mas bien al público que al poeta. No pueden celebrarse del propio modo las comedias plautinas bajo el punto de vista de la versificación y del lenguaje. Su metrificación es descuidada y poco armoniosa; y su dicción en verdad algo ruda y arcáica; pero aun bajo este punto de vista, las comedias de Planto ofrecen á los amantes de la antigüedad clásica y de la filología un objeto curiosísimo de estudio, porque este monumento de la antigua poesía latina nos ofrece un ejemplar aproximado de lo que debió ser aquella lengua habla- 52 REVISTA DE ANDALUCIA da rústica ó vernácula de las clases populares de Roma, de aquella enérgica lengua de los fieros conquistadores del antiguo mundo, antes de sufrir el fino pulimento y el ritmo melodioso que le dieron los poetas y oradores, los historiadores y filósofos del esplendente siglo de oro. Cicerón, sin embargo, era entusiasta admirador de la vigorosa frase de Planto; Aulo Gelio, le apellida ornamento de la lengua latina, y Varron, al decir de Quintiliano, afirmaba qiie si las musas quisieran hablar la hermosa lengua latina, delerianpreferir la expresiva lenguade Planto. LOS CAUTIVOS, PRÓLOGO. EL JEFE DE LA CATERVA, en traje de Prólogo;—Tindaro y Filócrates, encadenados, delante de la casa de Eegion. Esos dos C ^ ^ O Í que veis ahí de pié... (señalando á Tindaro y áFilócrates) esos dos cautivos que están ahí de pió... están de pié, y no están sentados. Vosotros me sois testigos de que yo no miento.—El viejo Hegion, que habita en esa casa, (indicándola) es el padre de este de acá (señalando á Tindaro).— Pues ¿cómo se encuentra en calidad de cautivo, diréis vosotros, en la casa misma de su propio padre?—Eso es lo que, por via de introducción, me propongo explicaros, si os dignáis prestarme vuestra atención. Tenia Hegion dos hijos: Era el uno de ellos niño de cuatro años, cuando le fué robado por un siervo suyo, que se huyó con él á la Elida, y lo vendió al padre de este otro cautivo (apuntando con el dedo á Filócrates). Quedáis enterados? Perfectamente... Pero uno que está allá en lo último de la cdvea me significa que no me ha oidobien... Pues, oye, acércate más y, si no eucontráres lugar donde sentarte, lo tendrás donde pasearte... Vaya! por estos así, los pobres histriones nos veríamos reducidos á pedir una limosna. Si te crees que, por darte á t i gusto, tengo yo el deber de reventarme, te equivocas! —A vosotros, oh ciudadanos! los que por razón de vuestra fortuna podéis estar inscritos en los libros de los censores, á vosotros debo el resto de la historia, y voy al punto á pagaros m i deuda. Pues, como decíamos, el picaro del esclavo, que se escapó. 54 REVISTA DE ANDALUCIA llevándose al niño pequeñuelo de su amo, lo vendió al padre de este otro (señalando otra vez d Füócrates); y el hombre» apénas lo hubo comprado, se lo regaló en peculio á su hijo: como que ambos eran de la misma edad próximamente... Y ahora vedle aquí (mostrando d Tindaro) de siervo en la casa de su padre, y el padre sin saberlo! Míseros mortales! los dioses nos hacen rodar como una bola. Ya sabéis de que manera el viejo perdió á uno de sus hijos. Pues el otro hallábase, no ha mucho, en el ejército de Etolia, combatiendo contra los eléos, cuando por uno de aquellos accidentes tan comunes en la guerra, ha sido hecho prisionero y vendido en Elida al médico Menarco; Heglon compra desde entonces cuantos prisioneros puede de aquel país, con la esperanza de librarlo por medio de un canje;—y sin saber, que es un hijo suyo éste que ahora tiene en la casa! Ayer mismo, se enteró que entre los prisioneros eléos venia un caballero de familia rica y distinguida; y , sin reparar en precio,—como que su único anhelo es redimir á su hijo, volverle á ver entrar en su hogar, compró al cuestor esos dos cautivos que formaban parte del botin. A su vez los dos cautivos han ideado una estratagema, por medio de la cual, el esclavo proporcionará la evasión á su amo, cambiándose recíprocamente los nombres y los trajes. E l de acá (señalando d Tindaro) se llamará Filócrates; y aquel otro (indicando d Filócrates) tomará el nombre de Tindaro: cada uno de ellos vá á pasar por el otro en el dia de hoy. El jóven esclavo conducirá con esquisita habilidad el artificio hasta conseguir la libertad de su dueño; y sucederá más: que su ardid salvará también al hermano suyo prisionero de los eléos, el cual será restituido á su anciano padre y á su pátria, y todo... por una casualidad!... es decir, que en esta, como en otra multitud de ocasiones, antes se deberá el bien á la casualidad que á la prudencia de los hombres.—Así tienen fraguada su estratagema estos cautivos, sin pensar en mas consecuencias, sino en que se quede aquí el jóven esclavo: y se quedará... ¡siendo siervo de su propio padre! ignorando que se halla reducido á l a esclavitud en su propia casa paterna!... Desdichada humanidad ¡y qué poca cosa somos, si bien en ello se reflexiona! Ya sabéis lo que nosotros vamos á representar, como si fue- LOS CAÜT1VOS 55 ra un hecho real; pero que para vosotros no será mas que una fábula. Y á propósito, necesito añadir dos palabras, con el objeto de haceros una advertencia. Sabed que esta comedia no será indigna de vuestra atención: esta pieza es de un género enteramente nuevo: en ella no oiréis frases impúdicas, de esas que no pueden repetirse; n i hay en esta fábula perjuro mercader de esclavas, n i maliciosa cortesana, ni militar fanfarrón.— Tampoco vayáis á alarmaros, por lo que os he indicado de la guerra de los etólios con los eléos: ellos combatirán léjos de la escena, muy léjos de aquí. Sería una imbecilidad que nosotros, cuyos papeles son de actores cómicos, quisiéramos á la vez hacer pasos de tragedia. Con todo, si alguno de. los presentes se encuentra deseoso de peleas, que promueva riña con cualquiera; y si dá con un adversario, por poco que sea, algo mas v a liente que él... yo contra él me pondré de su parte; y se trabará una tan tremenda, que á buen seguro ha de perder para siempre la afición á tales espectáculos. Y, con esto, me retiro... Jueces equitativos en la paz, valerosos soldados en la pelea... yo os saludo! ACTO PRIMERO. ESCENA I . ErgdsÜo> el parásito. Los jóvenes se divierten dándome el nombre de ramera (SCORTUM), porque en ios banquetes soy siempre comensal INVOCATUS (no-invitado). Estos burlones de oficio se creen sin duda, ellos mismos que me dicen una simpleza; y yo afirmo que no lo es. Y si nó, juzgad vosotros mismos: ¿no es cierto que todo amante cuando tiene que echar en la mesa los dados á la suerte, INVOCA ante todo á su QUERIDA? Luego las rameras (SCORTA) son invocadas, (INVOCATA). ¿SÍ Ó no? evidentísimamente. —Y los parásitos? ¡Por Hércules! los parásitos con mucha mas razón se pueden llamar INVOCATI (no-invitados); á los parásitos nadie nos invita ni deja de invitarnos; y , sin embargo nos colamos como los ratones, para engullir en todas partes de la 56 REVISTA DE ANDALUCIA. comida ajena. Mas ¡ay! también cuando llegan las vacaciones y temporadas de campo, viene la suspensión de ejercicio para nuestras mandíbulas; y , así como los caracoles durante los calores languidecen en su concha, alimentándose de su propio jugo, porque no les cae entonces el roció, tal los pobres parásitos en el tiempo de vacaciones viven encerrados en sus conchas, nutriéndose de sus propias carnes, mientras que se recrean en sus granjas ios ricos en cuyas casas engullen por costumbre. ¡Ah!, durante esta muerta temporada, el parásito se queda consumido, escuálido como lebrel de caza; pero vuelve la época de los negocios, y tórnase de nuevo mastín de raza v i gorosa.... ladrando por devorar!... Por lo demás, el oficio tiene en verdad sus sufrimientos: el parásito debe estar dispuesto siempre á recibir bofetadas, siempre dispuesto á dejarse estrellar cacharros y copas sobre su cabeza. Sin ésto... por Hércules! que se eche el saco de mendigo á la espalda, y se vaya á la Puerta Trigémina. 4Y cómo me temo que sea ésta la suerte que me esté reservada!.. Mi REY, mi anfitrión ha caído en manos de los enemigos.—(Porque sabed que se hallan en guerra los etolios con los de la Elida: la Etolia es ésta).—Pues bien, los eléos han hecho prisionero á Filopólemo, hijo del anciano que habita en esa morada (señalándola)¡ morada que para mí es un objeto de dolor, casa que no pueden mirar mis ojos sin derramar copiosas lágrimas,—El mísero viejo, por causa de la pérdida del hijo, se ha entregado á una ocupación poco decorosa y que repugna á su carácter: se ha dedicado al comercio de cautivos á ver si le es dado hallarse con uno con quien pueda canjear á su hijo querido.—Voy ahora á visitarle.... Mas veo que se abre la puerta por la que yo tantas y tantas veces he salido saturado de ricos manjares. ESCENA II. Hegion, él Siervo Corrector, Ergásilo. Los dos cautivos en el fondo de la escena. Esclavos cerca de la casa. HEGION.—/¿^ corrector). Eoldíl escucha. A estos dos prisioneros que compró ayer á los cuestores, en la venta del botin, pon- LOS CAUTIVOS 57 les cadenas por separado, y quítales esos pesados hierros con que los tienes encadenados; permíteles que se paseen en el interior de la casa ó en sus alrededores, si lo desean; pero sin que se les pierda un momento de vista: hombre libre cautivo, es como ave salvaje... con una ocasión que se le presente de huir, la aprovecha; y , cuando el pájaro ha volado, es ya de todo punto imposible el atraparlo. EL CORRECTOR.-—Ni un sólo hombre habrá, á fé mia, que no prefiera la libertad á la servidumbre. HEGION.—Oláh!... pues hasta ahora no me hablas mostrado que tenias tal opinión. EL CORRECTOR.—Como hasta hoy no he tenido con qué compraros mi libertad... Si quisierais que ospagdra con los talones... ya veríais!... HEGION.—Pues te advierto, que si alguna vez ensayas payarme de esa suerte... yo sé también la ganancia que debo proporcionarte. EL CORRECTOR Imitarla al ave de que hablábais hace poco. HBGION.—Guárdate no sea que yo, para que la imites mejor, te haga encerrar en una jaula... Vaya, vaya! basta de conversación, y cuídate de cumplir lo que he ordenado. Márchate de aquí. ERGÁSILO fapartej.—fiou cuántas veras le pido á los dioses que logre lo que desea! porque si ha perdido irremisiblemente á su hijo... ah! entonces yo, pobre parásito, soy también hombre perdido. De esta juventud nada puede uno esperar: son unos completos egoístas. Sólo podia exceptuarse ai excelente hijo de Hegion: él era el único que conservaba las costumbres de la edad de oro: ni una sola vez le desarr u g u é la frente sin ser inmediatamente recompensado. Y el padre es, en verdad, una buena persona, un padre digno de tai hijo. HEGION faparteJ.—Voy á llegarme á la casa de mi hermano, á ver si mis otros cautivos han estado en orden, durante la noche, y me vuelvo en seguida á la casa. ERGÁSILO (aparte).—Duéleme que este buen anciano, por amor á su hijo, se vea precisado á desempeñar el oficio de carcelero; pero... si no hay otro medio de que consiga su noble propósito, que ejerza aunque sea el oficio de verdugo!... TOMO XX s 58 REVISTA DE ANDALUCIA HEGION.—Quién habla ahí? ERGÁSILO (con aire compungido).—Soy yo, que me consumo de tristeza; yo que me siento enflaquecer, languidecer, debilitarme, perecer miserablemente: me he quedado en el hueso y el pellejo de puro escuálido. Nada de lo que cómo en mi casa me satisface; y cualquier pequeña cosa que me dan en la ajena ¡me sienta tan bien! HEGION.—Que los diose te guarden, Ergásilo. ERGÁSILO.—Ellos te protejan, Hegion... (nonq2ieando) hí! hí!.. HEGION.—No llores, hombre. ERGÁSILO.—Que no le llore! que no llore yo á aquel jóven i n comparable! HEGION.—Siempre te he tenido por un verdadero amigo de mi hijo, y sé cuanto él te estimaba también. ERGÁSILO.—No conocemos el precio de un bien, sino cuando lo hemos perdido. Yo hoy lo experimento. Hasta que tu hijo ha sido cautivado por los enemigos no he apreciado lo mucho que valía. HEGION.—Pues si un extraño se querella de tal manera de su desgracia, considérese cuánta será la aflixion de un padre de quien era el único hijo. ERGÁSILO Yo extraño á él? extraño él á mí? No me lo digas Hegion, y sobre todo guárdate de creerlo. Tú le amabas como hijo ÚDÍCO; ¡oh! pues para mí era más que único, más que todo cuanto hay único en el mundo. HEGION.—Alabo que sientas como desgracia propia la desgracia de tu amigo. Pero, vamos, ten ánimo! ERGÁSILO.—Y cómo he de tenerlo, viendo en la inacción mi b i zarro ejército masticador?.,. HEGION.—Pero qué! no has encontrado aun quien quiera t o mar á su cargo el mando de ese tu desocupado ejército? ERGÁSILO.—El mando, que á tu querido Filopólemo le habia tocado en suerte,—desde que él se halla cautivo, podrás creerlo? no ha habido ni uno que quiera aceptarlo. HEGION Por Pólux! y ¿cómo hemos de maravillarnos de que todos rehusen ese mando, si t ú has menester en tu ejército un sin número de tropas de todas las regiones? Tú has de llevar en él anto todo á los pistorienses, que se dividen en bandas numerosas; luego necesitas á lospaniceosy placentinos; LOS CAUTIVOS 59 iuegú á los turdetanos y Jicedulenses; y por último á un sin fin de tropas marítimas, sin las cuales te es imposible pasar de manera alguna. (1) ERGÁSILO.—Ved como los grandes génios languidecen en la oscuridad: un general como yo, y privado sin embargo de empleo! HEGION.—Consuélate, hombre, me halaga la esperanza de v o l ver á ver á mi hijo dentro de pocos dias. ¿Ves ahí á ese prisionero? pues es un joven de Eléa, de familia noble y pudiente, y me prometo que hemos de estipular un cambio. ERGÁSILO.—Los diosos y las diosas lo permitan! HEGION.—Vaya! dónde estás hoy invitado á comer? ERGÁSILO.—En ninguna parte, que yo sepa. ¿Por qué me lo preguntas? HEGION.—Porque hoy es el dia de mi natalicio, y deseaba convidarte. ERGÁSILO.—Con qué gracia lo has dicho!... HEGION.—Pero, amigo, te has de contentar con poco... ERGÁSILO.—Con tal que no sea muy $oco... pues con esa camilla me regalo yo en mi casa todos los dias. HEGION.—Vamos, decídete. ¿Quedamos convenidos? ERGÁSILO.—«Queda hecho el trato; pero con reserva de poder aceptar otros ofrecimientos s i se me hicieran tales que d m i juicio y al de mis amigos fueran preferibles.» Me doy á tí, mediante condiciones, como si consumáramos la venta de un fundo, HEGION.—Mu fundo!... una sima sin fondo es loque t ú acabas de adjudicarme.—De todas maneras, si has de venir, que vengas á la hora oportuna. ERGÁSILO.—Por mi parte, ahora mismo estoy dispuesto. HEGION.—Vé á ver ántes si puedes por ahí cazar una liebre; porque aquí no te espera más que un erizo; ya sabes, mi r é gimen habitualmente sigue una senda escabrosa. (1). En este pasaje los nombres geográficos, panicéos, p í a ceniínoSy turdetanos, etc., tienen un doble sentido: pues recuerdan ciertos pueblos y á la vez ciertos manjares ó cosas de comer: panicéos el pan, placenta la torta, turdtcs, el tordo, etc. —Véase la nota en que lo explicamos mas extensamente, 60 REVISTA DE ANDALUCIA ERGÁSILO.—No has de lograr arredrarme por eso, querido Hegion: es trabajo perdido. Vendré entonces con los dientes calzados. HEGION.—Mira, que mi comida es áspera y mala... ERGÁSILO.—Por vida mia! ¿tienes acaso por costumbre comer abrojos?... HEGION.—Es que en mi mesa hace el gasto la tierra... ERGÁSILO.—La tierra produce javalíes... HEGION.—Y también muchas legumbres... ERGÁSILO.—Pues te las guardas para cuando haya enfermos en tu casa.—Tienes algo que ordenarme? HEGION.—Que no vengas may tarde. ERGÁSILO.—Bah! Eso se llama advertir al hombre advertido. /Vase.J HEGION.—Me vuelvo hácia dentro á tirar un pequeño cálculo del dinero, (y no será ya mucho), que aun me debe quedar en la casa de mi banquero; y , á seguida, como dije hace poco, me marcharé casa de mi hermano. ACTO SEGUNDO. ESCENA I. M Corrector y los Cautivos (Filócrates y Tin dar o.) Otros esclavos de Región. EL CORRECTOR,—Puesto que los inmortales dioses han querido haceros probar esta miseria, es preciso sufrirla resignadamente: no hay otro modo de mitigarla. Vosotros erais de condición libre en vuestro pais según entiendo: pues si ahora os veis reducidos á la servidumbre no hay más sino conformaros cón vuestro estado, y obligar al señor con vuestra conducta humilde, á que os trate con dulzura. Cualquier cosa que haga el señor está siempre bien hecha... ¿entendéis? aunque sea una indignidad. (Lloran los dús cautivos). Vamos á ver, y de que os vá á servir ese llanto? un mal de ojos que añadiréis á los demás. En la adversidad el recurso mas eficaz es tener buen ánimo. LOS CAUTIVOS 61 FILÓCRATES.—Vernos cargados con estas cadenas! ¡qué vergüenza para nosotros!... EL CORRECTOR.—Y ¡qué disgusto para el amo si os hiciera soltar esas ligaduras, y os permitiera estar á vuestra libertad... después de haberos comprado por tan buenas monedas! FILÓCRATES.—Pues qué podria temer? Nosotros sabriamos bien cual era nuestro deber, si él se fiara de nosotros. EL CORRECTOR.—Ya lo creo: huir. Conozco perfectamente vuestro deseo. FILÓCRATES —Huir nosotros? y adonde? EL CORRECTOR.—Toma! á vuestro país. FILÓCRATES.—Qué indignidad! personas como nosotros iríamos á imitar á unos esclavos fugitivos? EL CORRECTOR.—Y por qué nó? Si la ocasión se os presentára yo os aconsejo que la aprovechéis. FILÓCRATES.—Quisiéramos, amigo, que nos concediérais un solo favor. EL CORRECTOR.—Qué es lo que queréis? FILÓCRATES.—Que nos permitáis hablar un momento sólos, sin la presencia de éstos, (indicando d los esclavos que están en él fondo del teatro) y sin la de vosotros, f/Señala al Corrector y á sus compañeros.) EL CORRECTOR.—Concedido. (A los cautivos.) Alejáros de aquí. (A los esclavos.) Y nosotros retirémonos un poco. (A F i l ó cuates.) Pero os advierto que la conversación ha de ser breve. FILÓCRATES.—Es asunto de un momento. Tíndaro, acércate por aquí. EL CORRECTOR (d los demás).—Apartáros del lado de ellos. TÍNDARO (á los mismos),—Os estaremos eternamente agradecidos á este favor, que colma nuestro deseo. FILÓCRATES fd Tíndaro).—Yente por este lado, te he dicho.— Es indispensable que esta gente no nos escuche ni una sola palabra, que no puedan apercibirse en lo mas mínimo de nuestro plan. La astucia no es astucia si no se emplea con toda perfección; y se convierte en una desgracia tremenda, si llega á descubrirse. Si nosotros convenimos en pasar yo por tu esclavo y t ú por mi señor, es preciso que obremos con constante atención y con prudencia; que la cosa se haga con 62 REVISTA DE ANDALUCIA 1 entera habilidad, con serenidad completa, como hombres de entendimiento y de corazón. La empresa es difícil y es menester no dormirnos n i un sólo momento. TÍNDARO.—Espero que quedareis satisfecho de mí. FILÓCRATES.—Así me lo prometo. TÍNDARO.—Ya veis que por salvar vuestra persona, que me es tan querida, arriesgo yo mi cabeza que no me es menos apreciable. MÉI^ FILÓCRATES.-—Lo sé muy bien. TÍNDARO.—Si lo sabéis, señor, acordaos de ello cuando hayáis conseguido vuestro intento. La mayoría de los hombres mientras andan en pretensiones de una cosa son todos justos, excelentes; pero después del deseo cumplido, la bondad se trueca en deslealtad é indigna perfidia. No lo digo por vos; hasta ahora no tengo el menor motivo de recelo respecto de vuestros sentimientos; lo que os acabo de manifestar, á mí mismo padre se lo hubiera advertido también. FILÓCRATES.—Por Pólux! A tí sí que me atrevería á llamarte mi padre, porque realmente estás siendo un segundo padre para mi, querido Tíndaro. TÍNDARO.—Vamos, ya escacho tus órdenes. FILÓQRATES.—No sé cuantas veces tengo que repetírtelo para que lo grabes en t u memoria: yo no soy tu amo; soy t u esclavo. Puesto que los dioses han querido, que después de haber sido t u señor, sea hoy tu compañero de cautiverio, en lugar de mandarte como antes lo hacia por mi derecho, ahora te suplico con toda mi alma, por el infortunio á que me ves reducido, por las bondades de m i padre para contigo, por la común servidumbre á que nos ha sujetado el brazo del enemigo, que no me guardes en estos momentos ningún g é nero de respetos ni de consideraciones; ni más ni menos que como yo no te los dispensaba cuando te hallabas á mi servicio. Acuérdate bien de ello: no te olvides n i un solo momento de lo que eras ántes y de lo que eres en la actualidad. TÍNDARO.—De que yo soy vuestra persona y vos sois la mía ¿no es esto? FILÓCRATES.—Exactamente. Si puedes fijarlo bien en tu memoria, debemos prometernos un éxito feliz en nuestra empresa. t o s líSCIAVOS 63 ESCENA II. Hegion, FiJócrates y Tin dar o. HEGION (saliendo de su casa y hablando d los que se hallan dentro).—Me volveré á entrar tan luego como averigüe de ellos lo que deseo saber. (A los esclavos). ¿Dónde están esos á quienes dije que se les tolerara pasear por los alrededores de nuestra casa? FILÓCRATES (presentándose d Hegion).—Por Pólax! veo que para que no os cueste trabajo buscarnos habéis tomado vuestras precauciones, con estas cadenas, y los guardianes estos que nos rodean. HEGION.—Para el que cree que puede ser burlado, ah! toda v i gilancia es poca y aún así, el que cree que está mas en guardia corre el riesgo de ser engañado. ¿No os parece razón suficiente para que yo os custodie con el mayor cuidado el que me hayáis costado tan crecida suma y el que yo haya dado mi dinero en moneda contante? FILÓCRATES.—Seguramente. Nosotros no debemos quejarnos, en verdad, porque nos hagáis vigilar de este modo; pero tampoco por vuestra parte deberíais llevar á mal el que nosotros, si se nos ofreciera la ocasión de huir, también la aprovecháramos. HEGION.—Yo tengo un hijo prisionero en vuestro país, como vosotros lo estáis en el nuestro. FILÓCRATES—Prisionero? HEGION Sí. TÍNDARO.—No somos, pues, los únicos que se han visto obligados á rendirse... HEGION ( d Filócrates á quien cree ser esclavo de Tin dar o) . - ^ Ven tú hácia acá: deseo dirigirte á solas algunas preguntas... ¡y cuidado con engañarme! FILÓCRATES.—Te prometo lealmente decirte cuanto sepa: en cuanto á lo que ignore no podré hacer confesarte mi ignorancia. TÍNDARO (aparte),—Ea! Ya tenemos á nuestro viejo en la har~ derla,.. Mi amo le va á hacer la l a r l a . . . de lo lindo!.. N i s i - 64 ÍIE^ISTÁ DE ÁÑÍ>A.LÜCÍA quiera me lo cubre con un peinador para no ensuciarle el traje!.. Y qué es lo que le irá á hacer?., lo irá á afeitar ó le vá á cortar el pelo solamente?.. Yo no lo sé; pero por mucha moderación que gaste, espero que lo desollará primorosamente, HKGION ( á Filócrates).—Contéstame con franqueza: qué es preferible para t í , ser esclavo ó ser hombre libre? FILÓCRA.TES.—La situación en que ménos se sufre, señor, es siempre preferible: es verdad que hasta ahora no ha sido dura ni enojosa mi servidumbre; pero en mi pátria...gozaba de los miramientos que se tienen al hijo de familia. TÍNDARO (aparte) Preciosa contestación! Ya no daría yo un talento n i aún por el mismo famoso Tales; pues toda la ponderada sabiduría del filósofo de Mileto es nada en comparación, con la de mi amo: con qué discreción acomoda su lenguaje á la triste condición de esclavo! HEGION (d Filócrates).—D'mQ: de qué familia es ese Filócrates? FILÓCRATES.—De la familia Poly'phmam, que es de las mas poderosas é ilustres de nuestro país. HEGION.—¿Y á él en qué consideración se le tiene? FILÓCRATES.—A él? á él le dispensan las mayores atenciones, los personajes primeros de la Elida. HEGION.—Y su fortuna es tan grande como la consideración y el prestigio, de que, según tú afirmas, goza entre los suyos? FILÓCRATES.—El viejo tiene el riñon bien cubierto. HEGION.—Qué has dicho? Vive su padre? FILÓCRATES.—Vivo lo dejamos cuando de allí salimos. Si está vivo ó muerto en este momento Pluton es el único que puede saberlo. TÍNDARO (aparte).—Nuestro asunto está salvado!... Qué tal? cómo también el hombre filosofal Ya veis que no es un embustero... vulgar. HEGION (á Filócrates).—'Cómo se llama su padre? FILÓCRATES.—Thesáuro-Chrysónico-Chrysedes. HEGION.—Sin duda le llamarán así por sus inmensas riquezas eh? FILÓCRATES.—A causa de su avaricia y de su insolencia. Su verdadero nombre es Theodororaído. LOS CAUTIVOS 65 HEGION.—Qué dices? conque su padre es apretado? FÍLÓCRATES.—Por Pólux! Apretado y reapretado. Para que sepáis que clase de hombre es el tal viejo, figuraos que cuando hace una ofrenda á su dios Genio, no se sirve jamás sino de vasos de barro samio, temiendo que su génio se los robe. Juzgad, pues, la confianza que le inspirarán los demás. HEGION.—Sígneme. (Aparte). Quiero hacer mas preguntas á este otro. (Se acercan ambos á Tindaro, qtce el viejo cree ser Filócrates). Filócrates, tu esclavo, es un buen muchacho. Me ha dejado satisfecho. Ya sé por él cual es tu familia, pues todo me lo ha confesado. Si me quieres t ú ser ahora igualmente sincero lograrás un buen resultado. No te olvides de lo que ya tengo averiguado por él. TÍNDARO (creído Filócrates).—Hegion, mi esclavo, ha cumplido con su deber descubriéndote la verdad... Confieso que yo deseaba ocultar mi rango, mi nacimiento, mi fortuna... pero habiéndolo yo perdido ya todo, pátria y libertad, considero justo que él se muestre sumiso contigo mas bien que conmigo, el hierro del enemigo ha hecho mi condición igual á la suya. En otro tiempo se hubiera mirado más en las palabras; hoy ni aún en sus obras tiene que guardarme contemplaciones. Qué queréis, Hegion? La fortuna dispone de los hombres y los oprime y avasalla á su antojo: yo era libre y héme ahora esclavo; he caido desde la posición mas elevada á la mas infame bajeza; yo estaba acostumbrado á mandar, y ahora tengo que obedecer. Y si el amo que he encontrado es para mí tal como yo lo fui para mi servidumbre, no tendré al menos que obedecer órdenes injustas ni violentas. Ya sabéis, pues, de lo que quería hablaros, contando con vuestro beneplácito. HEGION.—Habla, habla sin temor, prosigue. TÍNDARO.—Pues bien: yo era libre como lo era también vuestro hijo; la mano del enemigo me ha arrebatado lo mismo que á él la libertad; él se halla reducido á la esclavitud en mi p á tria como yo lo estoy en la vuestra... pues acordaos que hay un Dios testigo de todas nuestras palabras y de todas miestras acciones, y que según como vos me tratéis á mí en vuestra casa, asi ese Dios velará por él en la Elida. E l bienhechor obtiene su recompensa, pero también el que obra mal debe TOMO X X 9 66 REVISTA DE ANDALUCIA esperar el mal del propio modo. Como vos lloráis á vuestro hijo, así mi padre se estará doliendo de la pérdida del suyo. HEGION.—Todo eso lo sé muy bien. ¿Pero tú me confirmas todo cuanto éste me ha revelado? TÍNDARO.—Sí, Hegion. Mi padre posee cuantiosas riquezas; soy de noble origen. Pero yo os ruego encarecidamente que mi fortuna no excite vuestra codicia. Mi padre, aunque soy su hijo único, antes querría dejarme sirviendo en vuestra casa, vestido y alimentado á vuestras espensas, que verme en nuestro pais vergonzosamente reducido á la mendicidad. HEGION.—Gracias á la bondad de los dioses y á la virtud de mis padres, yo soy dueño de una buena fortuna, l^o soy tampoco de aquellos que consideran honrada toda clase de ganancia. He visto á muchas gentes hacerse ricas con enormes l u cros; yo creo que en algunas ocasiones vale más perder que ganar. ¡Cuántas veces he maldecido el oro, reflexionando los horrendos crímenes que ha producido! Préstame una poca atención y sabrás cuales son mis i n tenciones. Mi hijo se halla prisionero y esclavo en Elida: pues devolvédmelo y yo en cambio ni un dracine exigiré por tu emancipación n i por la de t u esclavo. A este solo precio os otorgo la preciada libertad. TÍNDARO.—Me parece vuestra proposición justísima^ y sois una persona excelente. Pero decidme: vuestro hijo se encuentra empleado en el servicio público ó es siervo de algún particular? HEGION.—Ks esclavo del médico Menarco. FÍLÓCRATES.—De Menarco? Por Pólux! pues si es un cliente de ese (señalando d Tindaro). La terminación de vuestro asunto es cosa tan fácil... como el que haya goteras, cuando llueve. HEGION.—Haz cuanto puedas por la redención de mi hijo. TÍNDARO.—Tened seguridad de ello. Pero quisiera pediros una gracia, Hegion. HEGION.—Todo cuanto tú quieras con tal que no sea en contra de mis intereses. TÍNDARO.—Escuchad, vais á saberlo. No pretendo yo que me dejéis partir antes de que os sea devuelto vuestro hijo; pero deseo que me dejéis disponer de Tíndaro, fijando antes por LOS CAUTIVOS 67 él el precio que gustéis, y lo enviaremos á mi padre para que arregle con él el rescate de vuestro hijo. HEGION.—No, no: cuando se haya acordado una tregua, enviaremos mejor á otro cualquiera para que desempeñe todas las comisiones que queráis. TÍNDARO.—Si enviáis á cualquiera otro es como si nada hiciérais. Mi siervo Tíndaro es el que conviene que vaya, y yo os aseguro que, apénas haya llegado, quedará el negocio concluido. ISIo podéis enviar á mi padre otro mensajero mas fiel, ni que ie inspire mayor confianza. Es su esclavo predilecto, y no hay nadie á quien pueda él entregar vuestro hijo mas gastosamente. No abriguéis el menor recelo: yo respondo de su fidelidad con mi cabeza. Cuento con toda seguridad con su lealtad, porque Tíndaro sabe ei gran cariño que le profeso. HEGION.—Bueno! pues íijarémos su precio, y le enviaremos bajo tu caución. TÍNDARO.—La acepto. Pero procedamos lo mas pronto posible á la ejecución. HEGION.—¿Quedamos convenidos en que, si no vuelve, t ú tendrás que dar por él la cantidad de veinte minas? (cerca de seiscientas pesetas.) TÍNDARO Queda resuelto y convenido. HEGION fá los lorarios) Quitad los hierros á ese esclavo ( i n dicándoles á Filócrates.) Desatádselos á los dos!... TÍNDARO.—Que los dioses os colmen de beneficios, en remuneración del bien que nos dispensáis, rompiendo generosamente nuestras cadenas! En verdad que no me disgusta tener mi cuello libre de esa maldita argolla. HEGION.—Cuando se hace el bien á los buenos, el beneficio es fecundo para el bienhechor. Ya puedes enviar tu esclavo á Elida y dadle instrucciones de todo cuanto debe decir á t u padre, Quiéres que le llame? TÍNDARO.—Llamadlo. ESCENA ni- Hegion, Filócrates y Tindaro* HEGION.—Ojalá que la cosa salga bien para mí, para mi hijo y 68 REVISTA DE ANDALUCIA para vosotros!.. En calidad de amo nuevo tuyo te ordeno que ejecutes lo que te mande t u antiguo señor, con toda exactitud. Acabo de concertar el dejarte á su disposición, prévia una estimación de veinte minas. FILÓCRATES.—Por mi parte me encuentro favorablemente dispuesto, tanto por vos como por él. Ambos podéis manejarme como un aro: hacedme rodar por aquí, por allí, por donde queráis. Estoy á vuestras órdenes. HEGION.—Con ese bello carácter, con esa disposición á servir con solicitud, demuestras que entiendes t u verdadero interés. Vamos, sigúeme.—(A Tindaro tenido 'por Filócrates.) Ahí tienes ai hombre. TÍNDARO.—Gs agradezco infinito, Hegion, vuestra lealtad concediéndome enviar á mi padre ese mensajero que podrá darle cuenta de mi situación, y explicarle lo que debe ejecutar en obsequio mió. (A Filócrates) Tíndaro! acabo de acordar con Hegion el enviarte á Elida á la casa de mis padres; y que si no vuelves, le indemnizaré con la suma de cincuenta minas, en cuya cantidad quedas valorado. FILÓCRATES.—No creo que habéis concertado ninguna insensatez, pues vuestro padre me recibirá perfectamente á mí, ó á cualquiera otra persona que vaya en vuestro nombre. TÍNDARO.—Fues quiero que fijes bien tu atención en lo que has de hacerle saber, inmediatamente que llegues á nuestra patria. FILÓCRATES.—Filócrates, emplearé en la gestión de este negocio el mismo celo que sabéis he desplegado siempre en todo lo que os interesa; estad seguro que os serviré con todo m i corazón, con mi alma toda y con todas mis fuerzas. TÍNDARO.—Eso es hacer lo que se debe. Pues óyeme bien. En primer lugar saluda de mi parte á mi padre y á mi madre, á mis parientes y á cualquier amigo mió que te encontrares: díles que lo paso bien, y que he caido en las manos del mas bondadoso de los hombres, el cual me ha tratado y me trata cada dia con la mas extremada benevolencia. FILÓCRATES. ^-Recomendación supérñua, pues fácilmente me hubiera acordado por mí mismo de hacerlo. TÍNDARO.—Y que si no fuera por que tengo á mi lado quien me vigila, me creería en plena libertad. Comunica por último á LOS CAUTIVOS 69 mi padre el pacto que Hegion y yo tenemos hecho con relación á lo de su hijo. FILÓCRATES. —Me estáis diciendo todo cuanto sé perfectamente: vuestras explicaciones no sirven más que para retardarme. TÍNDARO Que mi padre le dé libertad, y lo envié aquí á cambio de nosotros dos. FILÓCRATES. —Está bien, no so me olvidará. HEGION.—Sobre todo, Tíndaro, que sea con la mayor prontitud... pues á unos y á otros nos interesa grandemente. FILÓCRATES.—Creed, Hegion, que si grande es el deseo vuestro de ver á vuestro hijo, no ménos impaciente estará él de abrazar al suyo. TÍNDARO.—Mi hijo me es muy querido... para qué padre no le será también el suyo!.. FILÓCRATES (á Tindaro).—No tenéis ninguna otra cosa que comunicarme para vuestro padre? TÍNDARO.—Asegúrale que quedó en buena salud. Puedes, oh Tíndaro, añadirle que entre los dos no ha habido jamás la menor discordia; que no me has faltado en lo mas pequeño; que no me has dado ni el mas leve motivo de quejarme; que, á pesar de mi desgracia, no has dejado de serme leal y obediente y que t u fé y tu celo no se han visto desmentidos en mis peligros é infortunios. Y estoy seguro que, cuando m i padre conozca tu conducta, no ha de ser tan avaro que rehuse el otorgarte la libertad, en agradecimiento; y si yo vuelvo, sabré hacerle que te la conceda con entera complacencia: pues á tus cuidados, á tu honradez, á tu virtud y á tu prudencia deberé el volverme á encontrar en el seno de mi familia. Tú me has proporcionado dicha tan inapreciable, descubriéndole á Hegion mi nacimiento y mi fortuna. Con t u ingénio has roto las cadenas de t u señor. Esa es t u obra. FILÓCRATES.—He hecho con vos, señor, todo cuanto estáis recordando, y os agradezco con todo mi corazón que no lo hayáis olvidado. Pero, en verdad, merecíais que me comportase con vos de tal manera; pero si yo hiciera del mismo modo mención del mucho bien que os debo, el dia concluiría antes que m i relato: aunque la suerte os hubiera hecho mi siervo no hubierais podido tributarme deferencias mas extremadas! HEGION.—Qué corazones tan nobles, dioses inmortales!... me 70 REVISTA DE ANDALUCIA hacen derramar lágrimas de enternecimiento!... Ved ahí una entrañable mutua amistad... con qué alabanzas tan delicadas ha correspondido el esclavo á su señor! FILÓCRATES.—Por Pólux! los elogios que me prodiga no son ni la centésima parte de lo que él merece. HEGION.—Después de haberle servido tan cumplidamente, tese ofrece la ocasión de coronar ¡oh Tíndaro! tu bella obra, desempeñando la misión que te ha confiado con toda fidelidad. TÍNDARO.—No me es posible, Hegion, manifestar mi buena voluntad sino con mis obras y procurando con ardorosa solicitud el éxito deseado. Y para convenceros de ello, pongo por testigo al poderoso Júpiter, de que nunca dejaré de ser fiel á Filócrates. HEGION.—Eres un hombre de bien. FILÓCRATES.—Y que jamás dejaré de ejecutar en interés suyo lo mismo y del propio modo que en el mió. TÍNDARO.—¡Quiera el cielo que tus acciones y sus efectos correspondan á tus palabras! Y ya que no me ha sido dado decir acerca de tí cuanto hubiera sido mi deseo... escucha sin incomodarte mis últimas advertencias: piensa bien ¡por los dioses te lo suplico! que bajo mi palabra y mediante caución, te se envia á mi casa paterna, y que mi vida se queda en prenda de la tuya. No vayas á olvidarlo después que te alejes, dejándome aquí sólo en la servidumbre; considerándote t ú libre, no vayas á condenar al abandono á tu fiador, n i me descanses, por los cielos! hasta que traigas al hijo de este anciano para permutarnos. No olvides que son 50 minas las que tendría que abonar si tú no parecieras; con que sé fiel con el que lo ha sido contigo, y que t u lealtad probada no se desvanezca jamás. Mi padre, estoy seguro, segurísimo, no faltará al cumplimiento de su deber. Conserva mi amistad que será eterna, y acepta la de este anciano que te la ofrece. Por esta t u mano que yo oprimo con l a mía, con toda el alma te ruego que me pagues con la fidelidad que yo he tenido para contigo. Reflexiona, Tíndaro, que tu eres en estos momentos mi dueño, mi protector y mi padre. En tus manos pongo mi suerte y mis esperanzas. FILÓCRATES.—Basta, señor!... Quedareis contento con que se cumplan satisfactoriamente todos vuestros encargos? LOS CAUTIVOS 7r TÍNDARO Completamente. FiLÓGRATEs.—Pues yo os prometo que volveré, y que se colmarán vuestros deseos. ¿No tenéis más que ordenarme? TÍNDARO.—Que vuelvas, ya lo sabes, cuanto ántes. FILÓCRATES.—Eso no es menester advertirlo. HEGION ( á Filócrates).—Sigúeme y haré que mi banquero te entregue dinero para el viaje, y al mismo tiempo iré á recojer un papel casa del pretor. TÍNDARO.—Qué papel? HEGION.—Un documento que debe presentar á la gente del ejército para que le permitan el paso para la Elida.—Tú! (d Tíndaro) éntrate en la casa. TÍNDARO (d Filócrates).—Qué lleves un viaje feliz! FILÓCRATES.—Que el cielo os conserve en completa salud! HEGION (aparte).—Por el dios Pólux que he asegurado m i fortuna, comprando estos Cautivos & los cuestores, en la venta del botín! Me parece, loados sean los dioses! que tengo redimido á m i hijo de la servidumbre; y , sin embargo, por cuánto tiempo estuve vacilante sobre si Jos compraría ó no los compraría!... (A los esclavos). Siervos! guardadme á este cautivo dentro de la casa, y que no me ponga un pié fuera de ella, sin que vaya acompañado de uno que le vigile. Yo ostoy aquí de vuelta en un segundo. (Aparte), Vamos á visitar á mis otros cautivos en la casa de mi hermano y al mismo tiempo nos informaremos si entre ellos hay alguno que conozca á este joven, (d Filócrates). Y , t ú , vente conmigo, y ante todo te dejaré á tí despachado. Este es ahora mi asunto mas apremiante. ACTO TERCERO. ESCENA i. Ergdsito. Infortunado mortal el que, buscándose la vida, sólo á duras penas encuentra qué comer! mas infeliz aún el que penosamente lo busca y no lo halla!., pero el desdichado sobre todos 72 ÜEVISTA DE ANDALUCÍA los desdichados es ei que siente el aguijón del hambre y no tiene qué llevar á la boca!.. Dia maldito! con cuánto gusto te arrancaría los ojos, si p u diera, por la fatal influencia que me estás ejerciendo sobre todo el mundo!.. No he conocido jamás un famélico mas harto de ayunos que este desgraciado, ni de menos suerte en todas sus tentativas de procurarse pábulo para el estómago... Mi vientre y mis mandíbulas celebran hoy la gran fiesta del hambre!.. Mal haya m i l veces el oficio de parásito! Esta juventud endurecida está dejando penar á los pobres bufones en la indigencia. No se hace ya el menor caso de estos Fspartiatas de la ínfima clase, de estos míseros ¡Sufre-lapos, de estos desventurados parásitos, poseedores de frases agradables; pero sin viandas que comer, ni dinero con que comprarlas. Hoy no se brinda con un banquete sino al que puede devolver el convite... Pero ¿qué más? si hasta van ellos mismos al mercado, al mercado que en otro tiempo era dominio exclusivo de los parásitos! y luego desde el foro se encaminan casa de los viles mercaderes de meretrices, con la cabeza erguida, como si fueran á la asamblea del pueblo á juzgar á los criminales!.. Tanto les iraporta un bufón como un bledo: no tienen amor á nadie, á nadie más que á sí propios. Hace poco, cuando me salí de aquí, me encaminé hacia el foro y, aproximándome á un grupo de jóvenes; «yo os saludo, les dije, dónde se come hoy?—Ni una palabra. —¿Quién ha sido el que ha contestado: «en mi casa?»—Mudos como estátuas: ni aun siquiera se mofaban de mí.—¿Dónde cenaremos, por lo menos? Me hacen señas de que no. Apelo á uno de mis chistes favoritos, á uno de aquellos graciosos cuentos, que en otra época me aseguraban la bucólica de un mes entero. Nadie absolutamente se ríe... No hay duda, es una confabulación infame. N i uno sólo se dignaba imitar siquiera al perro enfurecido: ya que no fuera de risa, que al ménos me hubieran enseñado los dientes... Viendo que aquellos mancebos se divertían conmigo, los abandoné. Después me fui en busca de otros; luego de otros, luego de otros más... en todas partes la misma acogida. Se han dado la consigna como los mercaderes de aceite en el Velabro. Me marché por último de allí, corrido de verme tan indignamente burlado: Y, como yo, toda la turba de los parásitos se consumía, dando vueltas inú- LOS CAUTIVOS 73 tílmente.—Estoy resuelto á demandar justicia, con arreglo á la ley bárbara, contra esta juventud coaligada para privarnos de los víveres y de la vida. Yo envolveré en un lindo proceso á los culpables, y pediré en gordo contra ellos: haré que se les condene á que me den diez comidas, á mi discreción, atendida la carestía de las subsistencias. Es del todo necesario hacerlo así—Ahora dirijo mi rumbo hácia el puerto: allí está la única esperanza que me resta de pescar una cena; si también se me frustra... no habrá otro remedio sino volverme en casa del viejo, y aceptar su insípido banquete. ESCENA II. Hegion, AHstofonte. HEGION.—Qué cosa mas grata que conseguir uno su provecho unido al del bien público!: eso me ha sucedido á mí ayer con la compra de esos prisioneros... Todos cuantos me vén se apresuran á darme el parabién. Por cierto que con tanta detención y con tanta charla me encontraba ya rendido, y me creía que nunca iba á llegar la hura de verme libre de aquel diluvio de felicitaciones. Por fin pude llegar á la casa del pretor; y , después que tomé un poco de aliento, exijí el pase, me lo despacharon, se lo entregué á Tíndaro, y se marchó el hombre h á cia sus país. A seguida me vine hácia la casa, pasándome antes por la de mi hermano, donde tengo mis otros cautivos. ¿Hay entre vosotros, les pregunté, alguno que conozca á Filócrates de Eléa?Yeste que viene ^ x ú (señalando d Aristofonte) toe contestó: ¿A Filócrates? es amigo mió.—Bueno! pues en mi casa se encuentra. Entonces me rogó que le dispensara el favor de ver á su camarada, y se lo he concedido, ordenando que le soltaran las cadenas.—Aristofonte). Sigúeme. Voy á satisfacer tu deseo, conduciéndote al lado de tu amigo. ESCENA III. Tin d aro. En este momento en vez de vivir, preferirla no haber existido nunca. Toda esperanza, todo recurso, todo auxilio se ha TOMO XX 10 74 REVISTA DÉ ANDALUCÍA perdido. Este es el dia en que no hay para mi pobre vida esperanza alguna de salvación. No encuentro por donde salir, en este caso tan terrible; no vislumbro ni un rayo de esperanza en esta espantosa tenebrosidad. De que manera voy á ocultar mis astucias y engaños? con qué velo voy á encubrir mis intrigas y trapacerías? No hay conmiseración posible para mis imposturas, ni hay escape que valga para mis iniquidades. La audacia no encuentra refugio, ni hay asilo para el engaño. Todo el misterio se ha descubierto; se ha puesto en evidencia la impostura, y toda esta farsa es ya clara como la luz del dia. No encuentro medio de evitarme la horrible muerte que me espera, en pago de nuestro engaño. Me ha perdido ese Aristofonte, que acaba de entrar: ese hombre me conoce y es amigo y pariente de Filócrates. La misma diosa de la Salud, aunque quisiera, no podría salvarme... A menos que no sacara yo de esta cabeza alguna nueva maquinación... Pero cual, diántres!.. qué es lo que ya puedo inventar?.. No me vienen á la imaginación más que estúpidas imbecilidades... Estoy enteramente atrapado. ESCENA IV, Hegion, Tindaro y Ánstofonte. HEGION.—Cómo es que ese hombre se ha salido fuera de la casa? TÍNDARO.—-Ah! estoy muerto!.. El enemigo se acerca, pobre Tindaro. Qué diré? que alegaré? qué es lo que puedo confesar? que es lo que debo negar? No sé ¡cielos! qué resolución tomar... ¡jEl medio de salir de esta situación!!... Maldito Aristofonte! ¿por qué los dioses no te llevaron á los inñernos, ántes que hubieses sido arrebatado de tu pátria? tú has venido con tu fatídica presencia á derrumbar todos nuestros planes. Todo este asunto está perdido, si no imagino alguna audaz estratagema. E m i o n { d ÁristofonteJ.—Por aquí.,. Ahí lo tienes. Acércate y háblale. TÍNDARO (volviéndose de escalda á ÁristofonteJ.—Eay a l g ú n mortal mas desgraciado q ue yo? LOS CAUTIVOS 75 ARISTOFONTE—Qué es eso, Tíndaro? porqué huyes de mi vista? porqué ese aire de desprecio, como si yo fuera para tí un desconocido? Esclavo soy ciertamente, como tú lo eres también. Pero yo en mi país era de condición libre, y t ú , desde niño, has vivido en la servidumbre. HEGION.—Por el dios Pólux! pues yo no me maravillo que se aleje y que evite tus miradas, y n i aún me extrañaría que te mostrase aversión, cuando estás llamándole Tíndaro, en vez de decirle Filócrates. TÍNDARO.—Hegion! esc hombre en Elida es tenido por loco f u rioso. No prestéis oidos á nada de cuanto os hable. Se le ha visto en su casa perseguir con una pica á su padre y á su madre. Además, de vez en cuando le dá ese picaro mal para el que es bueno echar saliva sobre el paciente. Señor, os aconsejo que huyáis de su lado! HEGION.—Que se lo lleven léjos de mí! ARISTOFONTE (d TíndaroJ.—Cómo, bribón! t ú dices que yo estoy demente? que yo he perseguido con una pica á mi padre y á mi madre? que yo padezco una enfermedad cuyo preservativo es escupirme? HEGION.—No tienes porque ruborizarte de ello. Muchos se ven afligidos de ese mal y han encontrado en la saliva un remedio muy saludable. ARISTOFONTE.—De modo que vos creéis lo que dice ese infame? HEGION.—Pero, qué es lo que yo creo? ARISTOFONTE Que yo estoy loco!!,.. TÍNDARO fd Hegion).—Mirad, mirad que ojos tan furiosos os echa! lo mejor es que os retiréis. Hegion, lo que yo os he anunciado ántes: el acceso se apodera ya de él. Tened cuidado con vos, señor. HEGION Desde que le oí darte el nombre de Tíndaro, me apercibí que no estaba en el uso de su razón. TÍNDARO.—Como que á veces se olvida hasta de su mismo nombre, y no sabe decir quien es él mismo. HEGION.—Pues él se decia amigo tuyo... TÍNDARO.—Amigo mió!.. En la vida lo he visto... Almeon, Orestes y Lycurgo son mis amigos del mismo modo que él. ARISTOFONTE Cómo, racimo de horca, te atreves á seguirme injuriando? Dices que yo no te conozco? 76 REVISTA DE ANDALUCIA HEGION.—Pues es claro: cómo que le llamas Tíndaro en vez de Filócrates... A l que ves no lo conoces; y estás nombrando al que no vés. ARISTOFONTE (d Eegion) A l contrario, él reniega de ser lo que és y dice ser lo que no és. TÍNDARO.—En efecto, si tú vas á ganar á Filócrates en decir la verdad. ARISTOFONTE.—Cielos!... veo que este infame va á producir la convicción de la verdad con sus mentiras. Por Hércules! mírame, mírame, te suplico á la cara. TÍNDARO (mirándole) T bien, qué? ARISTOFONTE.~Y te atreves aún á negar que tú eres Tíndaro? osarás todavía sostener que tú eres Filócrates? TÍNDARO.—Lo digo y lo repito. ARISTOFONTE (á Eegion).—Y tú le das crédito!.. HEGION Mas que á tí, y mas que á mí mismo: porque el Tíndaro que tú pretendes ver, se ha vuelto hoy á la Elida, y vá casa del padre de ese que miran tus ojos. ARISTOFONTE ¿Pero qué padre decís, si ese es un esclavo? TÍNDARO (á Aristofonte).—Y tú también eres esclavo así como antes has sido libre; y yo me prometo serlo á mi vez, si consigo que recobre su libertad el hijo de Hegion. ARISTOFONTE Qué dices miserable? ¿tienes el descaro de asegurar que eres libre? TÍNDARO.—Yo no he dicho que soy libre, sino Filócrates. ARISTOFONTE Qué significa esto? Este pillastre está jugando con vos Hegion! él es y ha sido siempre esclavo, y en su v i da ha tenido á su servicio mas esclavo que él mismo. TÍNDARO.—Porque tú eres un pobre indigente en tu patria que no tienes que comer, quisieras que el mundo entero te igualase. Pero no hay de que sorprenderse: los pobres de ordinario son enemigos envidiosos de los ricos. ARISTOFONTE.—Guardaros, Hegion, de creerle con ligereza; porque ó yo me engaño mucho, ó medita alguna fechoría digna de él. Acaba de asegurar que está trabajando por el rescate de vuestro hijo, y no me agrada esto de ningún modo. TÍNDARO.—Demasiado sé que no verás con satisfacción que esto se realice; pero yo cumpliré mi promesa: así los dioses me LOS CAUTIVOS 77 ayuden! Yo le restituiré á su hijo, y él en cambio me entregará á mis padres: con este objeto he enviado á Tíndaro á mi casa paterna. ARISTOFONTE.—Pero si Tíndaro eres tú; y no hay mas esclavo de ese nombre que tú en nuestro país. TÍNDARO.—Cuando acabarás de echarme en cara esta servidumbre á qu3 me ha reducido la suerte de las armas? ARISTOFONTE.—Ira del cielo! No puedo contenerme!.. TÍNDARO (á Hegion).—Ay señor! lo oís? Huid! mirad que nos va á apedrear, siuó dais orden de que le aten. ARISTOFONTE.—Estoy dado á los infiernos! TÍNDARO.—Despide fuego por los ojos! cuerdas, Hegion! pronto cuerdas! ¿no ves como todo su cuerpo se tiñe de manchas lívidas? la negra bilis que le atormenta... ARISTOFONTE.—A tí si que, de hacer este anciano lo que debe, hará que te dé tormento la pez negra, á manos del verdugo, y que arrojes llamas por esa cabeza. TÍNDARO.—Ya no dice sino estravagancias; enteramente ya es presa de las fúrias. HEGION.—Por Hércules! y si hago yo que le aten? TÍNDARO.—Eso es lo que aconseja la prudencia. ARISTOFONTE. —El suplicio estoy pasando de no tener una gran piedra con que aplastar el cerebro á este miserable! TÍNDARO.—Hegion, qué busca una piedra! no has oído? ARISTOFONTE Deseo hablaros en secreto, Hegion. HEGION.—Pues no te acerques te suplico. Habíame desde donde estás: que yo te puedo escuchar á distancia. TÍNDARO.—Por Pólux! si os aproximáis á él se arrojará á vuestra cara y os arrancará las narices de raiz. ARISTOFONTE.—Hegion, no creáis que estoy loco; ni lo he estado en m i vida ni yo adolezco tampoco de ninguno de los males que ese hombre me atribuye. Sin embargo, si os causo miedo, haced que me aten, yo consiento en ello; pero con tal que ordenéis atar también á ese miserable. TÍNDARO.—A. mí? á mi nó; que lo encadenen á él en buen hora si ese es su gusto. ARISTOFONTE.—Cállate, mentido Filócrates, yo haré que seas reconocido por el verdadero Tíndaro. ¿Porqué me estás haciendo señas? 78 REVISTA DE ANDALUCIA TÍNDARO.—¡Qué yo te estoy haciendo señas! (d ílegion). Cielos! A que no se atrevería si vos no estuvierais presente. HEGION (comenzando d desconfiar),—Qué te parece á tí que haría este loco si yo me aproximára á él? TÍNDARO.—Tonterías! se burlará de vos. Os empezará á contar majaderías sin piés ni cabeza. No le faltan mas que las vestiduras; por lo demás es el mismo Ayax en persona el que tenéis delante de vuestros ojos. HEGION.—-Pues no me importa. Me voy á él. TÍNDARO (aparte).—ViiosQs inmortales, estoy perdido!—Me encuentro entre la espada y la pared, y no sé que partido tomar! HEGION.—Aristofonte, estoy dispuesto á escucharte, si tienes algo que decirme. ARISTOFONTE.—Vais á oir de mis lábios la verdad, que hasta ahora os ha parecido mentira; mas ante todo, necesito disuadiros de la idea de que soy un maniaco. Yo no padezco n i n guna locura, ni sufro otro mal que el de la servidumbre; pero que el Rey de los dioses y de los hombres no me conceda volver á pisar jamás el suelo de mi pátria, si ese infame no es tan Filócrates como vos y como yo! HEGION.—Entonces dime, quien es ese hombre? ARISTOFONTE.—El mismo que os he dicho desde un principio. Si vos averiguáis lo contrario, me someto sin restricciones, y para siempre, á vivir en vuestra casa privado de mi familia y de mi libertad. HEGION (á Tindaro).—Y qué tienes t ú que responder á esto? TÍNDARO.—Que vos sois mi dueño y señor, y yo soy vuestro esclavo. HEGION.—Esa no es la cuestión. Se te pregunta si eres ó no de condición libre. TÍNDARO Lo he sido, señor. ARISTOFONTE.—Falso! jamás io ha sido: vamos, ese hombre está de broma!.. TÍNDARO.—Y tú qué sabes? fuiste acaso ia comadrona de mi madre para hablar con todo ese atrevimiento? ARISTOFONTE.—Pues no te he visto á t i niño pequeño, siendo yo niño también? TÍNDARO Toma! también yo hombre hecho, te estoy viendo, LOS CAUTIVOS 19 á tí ahora mismo que no eres ningún niño. Te se vuelve la cosa en contra. Lo mas acertado sería que no te mezclases en mis asuntos, ¿por ventura, d i , mo cuido yo de ios tuyos? HEGION fd Aristofonte).—El padre de este se llama ThesauroChrysóoico- Chrysides? ARISTOFONTE En la vida he oido pronunciar semejante nombre. El padre de Filócrates se llama Theodoromédo. TÍNDARO (aparte),—Ahora sí que acabo de recibir el golpe de muerte! Calma, corazón mió, suspende tus naturales movimientos. Tú estás brincando y en cambio yo de miedo apenas puedo sostenerme. HEGION (encolerizado).—Estás dispuesto á proporcionarme al punto la prueba de quo este traidor ha sido un esclavo en Elida; y que no es, ni se liamn Filócrates"? ARISTOFONTE.—Tan cumplida como que nada puede aducirse contra esa afirmación. Pero ¿el verdadero Filócrates dónde se encuentra en este momento? HEGION.—Donde yo no querría que se hallára y donde él estará muy grandemente. Ah! me ha partido, me ha descoyuntado este infame con su perfidia; con sus engaños mo ha conducido á donde ha querido. Pero en fin, qué debo yo creer? ARISTOFONTE.—Por mi parte nada os he dicho que no podáis averiguar cumplidamente. HEGION.—Conque es cierto? ARISTOFONTE.—En la vida oiréis una verdad mas exacta que la que habéis oido: como que Filócrates ha sido amigo mió desde la niñez. HEGION.—Y cuáles son la señas de ese tu camarada Filócrates? ARISTOFONTE.—Voy á decírtelas: rostro macilento, nariz aguda, cutis blanco, los ojos negros, el cabello algo rubio, crespo y ensortijado. HEGION.—Es su retrato! TÍNDARO (aparte)—En que atolladero estoy metido!.. ( E n to~ no irónico). iLástima de varas que se van hoy á romper en mis costillas! HEGION.—Me han engañado inicuamente! ya lo veo. TÍNDARO (aparte con ironiaj.—Grillos queridos, porqué tardáis en venir á abrazaros á mis piernas, á fin de que yo os tome bajo mi custodia? 80 REVISTA DE .AÑDALÜCIA HEGION.—Ah!.. estos inicuos prisioneros se han mofado hoy de mí completamente. El uno se ha fingido esclavo y el otro ha simulado ser hombre libre... Se han comido la almendra y me han dejado en prenda la cascara!.. ImbécilL. Me he dejado tiznar el rostro con toda clase de colores!., (Mirando d Tindaro). Pues este por lo menos no se burlará de mí. Cólafo, Cordálion, Córax!.. Hola! venid al punto con las cuerdas. EL CORRECTOR (abarte).—Vaya una hora de enviarnos á hacer leña! ESCENA V. Hegion, Tindaro, Aristofonte, Esclavos correctores, HEGION.—Ponedle las esposas á ese infame. TÍNDARO.—Qué significa esto? qué delito he cometido? HEGION.—Y te atreves á preguntarlo sembrador, escardador, y ahora gran segador de males? TÍNDARO."—Y por qué üo me habéis llamado primero desterronador: pues el desterronar precede siempre á la carda en las faenas de la labranza. HEGION.—Pero no veis con qué descaro me provoca? TÍNDARO."—-El esclavo inocente y sin culpa debe hablar siempre con confianza y sobre todo á su señor. HEGION.—.Atadle las manos fuertemente, os ordeno. TÍNDARO.—Sois mi dueño: mandad que me las corten si queréis. Pero dignaos manifestarme el motivo de vuestro enoj o : por qué es esto, señor? HEGION.—Porque habiendo puesto en tí toda mi confianza, tus mentiras, tus ardides, han desconcertado, han destruido t o dos mis proyectos, han echado por tierra todas mis esperanzas. Tú me has arrebatado á Fiiócrates con tus imposturas. Le tuve por esclavo y á tí por hombre libre, dando crédito á vuestras palabras: y ahora resulta que habéis permutado los nombres. TÍNDARO.—Confieso que es verdad cuanto decís; confieso que él se os ha escapado, con la ayuda de mis ardides y ficciones. Y qué causa es esta, por Hércules! para que estalle contra mí vuestro furor? HEGION,—Con terribles tormentos tienes que pagarlo. LOS CAUTIVOS 81 TÍNDAEO.—Con tal que yo no me haya hecbo merecedor de la muerte, poco me importa. Aunque yo sucumba aquí y aunque Fílócrates no regrese como me ha prometido, con el sacrificio de mi vida babré realizado una acción memorable; pues habré arrancado á mi señor de la servidumbre y de manos de sus enemigos, restituyéndolo libre á sus padres y á su patria, habiendo preferido arriesgar mi cabeza ántes que dejar de salvarle. HEGION.—Pues vé á gozar de tu gloria á orillas del Aqueronte. TÍNDARO.—El que perece por la virtud, no muere. HEGION.—Cuando en castigo de t u engaño yo te haya hecho sufrir los mas crueles tormentos, y cuando la muerte les ponga término, que digan después si has muerto, ó si has perecido, poco me importa: con tal que perezcas me esindiferen* te que prediquen que vives. TÍNDARO.—Por Pólux! si tú ejecutas tal cosa no la realizarás impunemente; pues si regresa mi amo Filócrates, como de ello estoy segurísimo... ARISTOFONTE.—Oh dioses inmortales! acabo de penetrar este misterio; ya la comprendo todo! Mi amigo Filócrates se encuentra en libertad en su pátria y con sus padres. Cuánto me alegro! cómo que no hay nadie á quien yo quiera tan entrañablemente como á él... Y ¡cuánto siento ahora el flaco servicio que he hecho al pobre Tíndaro! Por mi indiscreción y mis palabras lo cargarán de cadenas! HEGION fá Tindaro).—'No te recomendé que me dijeras la verdad? TÍNDARO.—Ciertamente que rae lo exijisteis. HEGION.—Pues entonces, por qué has osado mentir? TÍNDARO.—Porque la verdad hubiera perdido al que deseaba servir, y una mentira le salvaba. HEGION.—-Pues cara te ha de costar. TÍNDARO.—Sea en buen hora. He salvado á mi dueño y el haberle salvado me produce una satisfacción, pues su padre (que era mi señor) me habia colocado á su lado pani custodiarle. ¿Creéis que en esto he obrado malamente? HEGION.—Pésimamente. TÍNDARO.—Pues yo afirmo que me he portado bien: mi juicio difiere del vuestro. Reflexionad sin embargo, oh Hegion! ¿si TOMO X X 11 82 REVISTA DE ANDALUCIA. uno de vuestros siervos se hubiera producido de análoga manera con vuestro hijo, ¡cuánta gratitud no le guardariais! A un esclavo tal, decid, no le otorgariais la libertad? No seria para vos vuestro siervo mas estimado? Contestadme, señor. HEGION.—No digo que no. TÍNDARO.—Pues entonces, por qué os encolerizáis contra mí? HEGION.—Porque has sido con él mas leal que conmigo. TÍNDARO.—Pues qué! por ventura pretendíais que un día y una noche fueran suficientes para cambiar el corazón de un cautivo, de un esclavo novicio, recientemente colocado á vuestro servicio, hasta el punto de que prefiriese vuestro interés al de aquel con quien había pasado la vida desde la niñez? HEGION.—Pues mira: exígele á él el premio de tus servicios. — (A los esclavos). Conducídmelo donde le carguen de fuertes y pesadas cadenas, (d Tíndaro) Y desde allí derecho irás á las canteras; y en lugar de las ocho piedras que ios otros cortan al cabo del día, t ú tendrás que hacer el doble de trabajo. Y si nó... haremos que te se llame ¡Sexcentoplago. (Seiscientos azotes). ARISTOFONTE.—En nombre de los dioses y de la humanidad yo os ruego que no perdáis á ese infeliz. HEGION.—Ah nó! se tendrá cuidado con él. Por de noche se le encadenará y custodiará, y durante el dia arrancará piedras en los subterráneos. Quiero prolongar su suplicio, y no acabar con él en un solo dia. ARISTOFONTE.—Pero es cierto que lo vais á hacer? HEGION.—Mas cierto que el que ha de llegar un dia en que tengo que morir. Llevadle sin pérdida de tiempo á la fragua de Hipólito y decidle que le aplique unas gruesas esposas; y desde allí conducídmelo fuera de las puertas de la ciudad á la casa de mi liberto Córdalo para que lo lleve á trabajar en las canteras.—Y recomendadle especialmente, de mi parte, que no me lo trate sino tan mal como al que trate peor. TÍNDARO.—Por qué he de anhelar que me conservéis la vida, á pesar vuestro? Peor para vos si peligra mi vida. Después de muerto nada tengo que temer de la muerte. Aunque mi vida se prolongase hasta una extrema vejez, siempre sería breve el tiempo que me restaría de padecer. Pasadlo bien. Aunque en verdad mereceríais otra despedida. Y en cuanto á tí, Aris- LOS CAUTIVOS 83 tofonte, que los Cielos te paguen el servicio que me has hecho. Tú y solo t ú eres el autor de mis infortunios. HEGION.—Llevadlo de una vez. TÍNDARO.—Una gracia, señor! Si regresa Filócrates, permitidme siquiera verme con él. HEGION.—La vida os va , si no me lo quitáis al punto de mi presencia. TÍNDARO Oh! esta es una brutal violencia. ¡Por Hércules! arrastrarme, llevarme á empellones de esta manera... ESCENA VI. Hegion, AHstofonte. HEGION.—Ya lo conducen al calabozo como se merece. Así servirá de lección á los otros cautivos, para que ningún otro se atreva á seguir su ejemplo. Sin éste que me lo ha descubierto todo, no hay duda, me hubiesen llevado con sus engaños, dónde se les hubiera antojado, tirándome de la brida. De nadie, de nadie absolutamente me he de fiar en adelante; bueno es haber sido miserablemente burlado una vez. Qué desgracia tan enorme la mia! abrigaba la esperanza de rescatar á mi pobre hijo y mi esperanza se ha desvanecido. Perdí á aquel pobre niño de cuatro años que me robó el esclavo y no he vuelto á tener noticias ni del esclavo n i de aquel hijo; ahora cayó mi hijo mayor en poder de los enemigos... qué suerte tan funesta me persigue! Soy padre y me he quedado sin h i jos. (A Áristofonte). Sígneme, por aquí: te volveré á conducir al lugar de donde te traje. No quiero tener compasión de nadie, puesto que nadie se apiada de mí. ARISTOFONTE.—Hoy me despertó entre cadenas. Entiendo que mañana me acontecerá lo mismo. ACTO CUARTO. ESCENA I . Ergásilo. Oh! soberano Júpiter! t ú me salvas la vida, y me colmas de bienes, en este momento! Qué de felicidades me esperan! 84 REVISTA DE ANDALUCIA Grandes opíparas cenas; gloria, provecho, placeres, juegos, risas, alegrías, fiestas, pompas, abundancia, ricos vinos, manjares suculentos, dicha completa!... De hoy en adelante ya no tendré que suplicará nadie. Héme aquí ya en estado de proteger á un amigo ó de perder á un enemigo... de tal manera me ha colmado de felicidad este dia venturoso! Acabo de lograr una riquísima herencia sin los gastos del sacrificio... Voy á toda prisa á buscar al pobre viejo Hegion; pues le traigo el mayor bien que él puede pedir al Cielo, y mucho más. Ciertamente mi negocio está hecho. Ahora voy á la manera de los esclavos de comedia, á recoger mi manto sobre el cuello para ser el primero de quien oiga tan grata noticia, y cuento que por ella me asegurará la comida para el resto de mi existencia. ESCENA II. Hegion, E r g asilo, HEGION.—Cuanto mas medito en esta aventura, tanto mas se redobla el despecho en mi alma... Haberme dejado tiznar el rostro de esta manera, y no haberme apercibido n i remotamente de ello!... Cuando este hecho se divulgue, voy á ser la irrisión de la ciudad... No hay duda: cuando me presente en el foro, de seguro van á gritar todos: «ahí vá, ahí vá el viejo bobalicón que cree todo cuanto le dicen!». Pero no es Ergásilo ese que veo venir y que trae recogido el manto! Qué es lo que irá á hacer? ERGÁSILO (aparte).—Basta de tardanzas, Ergásilo, y á desempeñar cuanto ántes tu misión. Fuera todo el mundo y nadie se oponga en mi camino, si no se encuentra mal con su existencia. A l que me impida el paso le aplasto las narices. HEGION.—Este hombre se prepara para el pugilato. ERGÁSILO.—Que lo voy á hacer como lo digo. Que cada cual prosiga su camino, sin detenerse á hablar de sus negocios en esta plaza, porque mi puño es una balista, mi codo una catapulta y mis hombres un ariete: con la rodilla derribaré por tierra á aquel que se me oponga y dejaré sin dientes á todo mortal con quien tropieze. HRGION.—Qué amenazas son estas? En verdad que no salgo de mi asombro. LOS CAUTIVOS 85 ERGÁSILO.—Cuidado que se ha de acordar para siempre de este sitio, y de esta hora y de mí!.. El primero que tropiezo conmigo, encuentra su muerte. HEGION Pero qué proyectos traerá entre manos, cuando pronuncia tan tremendas amenazas? ERGÁSILO.—Lo prevengo de antemano, para que si alguno se vé cogido, lo sea por su culpa. Manteneros en vuestras casas. Evitad todos, os digo, rci violencia. HEGION.—Por vida de Pólux! para mostrarse tan inflado, de seguro que le han inflado también á él el estómago. Compadezco al pobre tonto, de cuya mesa haya salido tan arrogante. ERGÁSILO.—Ay de los panaderos que alimentan á sus cerdos con salvado, lo cual produce un olor tan fétido que no se puede pasar por delante de sus tahonas!., como yo tropiezo con uno de estos animales en la vía pública, por mi fé, que á los cerdos y á sus amos les he de sacar el salvado del cuerpo. HEGION.—Soberbio edicto! y con qué tono de rey! Nada, sin duda está bien repleto: porque la magostad de éste reside en el estómago. ERGÁSILO.—Guay también de los pescadores que traen á vender al pueblo, en jumentillos, pescado podrido, cuya fetidez hace huir de la plaza á los que se pasean en los pórticos! Yo les restregaré en el rostro sus canastas de pescado, para que aprendan á no infestar las narices de las gentes; y en cuanto á los carniceros que arrancan á las ovejas sus tiernos recentales, que venden corderos para los sacrificios, y dan carne de carnero por carne de castrón... si me encuentro en la calle con algunos de estos endurecidos carneros, aseguro que el amo y la res lo han de pasar malamente. HEGION Bravo! el hombre dicta sus ordenanzas como un edil. Si le habrán nombrado los etolios agoránomo? ERGÁSILO.—Yo no soy ya parásito; yo soy un rey, el mas régio de los reyes. Tantos y tan soberbios son ios socorros que me trae la nave que acaba de fondear en el puerto. Mas ¿porqué tardó en inundar de alegría él corazón del viejo Hegion, que es en este instante el mas afortunado de los mortales? HEGION Qué grata noticia será la que me trae este diablo tan alborozado? 86 REVISTA DE ANDALUCIA ERGÁSILO (llamando á la yueHa) .—YíoX&W. dónde demonios estais? No hay quién abra esta puerta? HEGION.—-Vamos, este danzante viene á cenar conmigo. ERGÁSILO—Abridme al punto las hojas de esta puerta olas derribo á puñetazos. HEGION.—Me han entrado ganas de dirigirle la palabra. E r g á silo? ERGÁSILO (sin volverse).—Quién dice por ahí Ergásilo? HEGION Oye, mírame. ERGÁSILO.—Me pides una cosa que no te concede ni te concederá la fortuna. Pero ¿quién eres tú? HEGION.—Mirame, hombre. Soy Hegion. ERGÁSILO.—Oh tú el mas venturoso de cuantos hombres hay en el mundo, ¡cuán á tiempo has llegado! HEGION Sin duda encontraste alguien con quien cenar en el puerto y por eso despreciaste mi convite? ERGÁSILO.—Echa esa mano. HEGION Mi mano? ERGÁSILO.—Dame esa mano á seguida. HEGION.—Tómala. ERGÁSILO Ahora... regocíjate. HEGION.—Y de qué quieres que me regocije? ERGÁSILO.—Porque yo te lo mando. Vamos, alégrate te digo. HEGION.—Por el dios Pólux! mis quebrantos no me permiten alegrarme. ERGÁSILO Fuera ya el mal humor. A l punto voy á borrar de tu semblante todas las huellas del pesar. Te digo que te regocijes con toda confianza. HEGION.—Vaya! pues me alegro, aunque no sé porqué. ERGÁSILO.—Haces bien. Ahora vas á dar tus órdenes. HEGION.—Pero qué órdenes tengo que dar? ERGÁSILO.—Ordena que enciendan un gran fuego. HEGION.—Un gran fuego? ERGÁSILO Sí; pero un fuego enorme. HEGION.—Qué buitre eres! Te croes tú que, por solo darte gusto, voy á hacer arder mi casa? ERGÁSILO.—No hay que incomodarse. Es que no quieres hacer que pongan al fuego las calderas? No quieres que se Jimpie la vagilla? que se preparen ardientes hornillas para el ja- LOS CAUTIVOS 87 mon y las viandas, y que vaya alguno á comprar pescado?.. HEGION.—Vamos! este sueña despierto. ERGÁSILO.—Qué otro vaya ó comprar puerco,corderoy pollos?.. HEGION—Sabrías darte buena vida, si tuvieras con qué. ERGÁSILO.—Y jamones, y mariscos y salmones y rodaballos, y lenguados y blando queso?.. HEGION.—Mas fácil te será nombrar todas esas cosas que comerlas en mi casa ¡oh Ergásilo! ERGÁSILO.—Crees, pues, que yo te lo exijo en interés mió? HEGION.—No hay que hacerse ilusiones querido mió. En m i casa no saborearás n i hoy ni en toda tu vida esos ricos manjares que acabas de nombrar. Te suplico, pues, que no me traigas aquí mas que tu apetito ordinario. ERGÁSILO.—Y qué haremos si t ú mismo te empeñas en hacer ese gasto, aún impidiéndotelo yo? HEGION.—Yo? ERGÁSILO.—Sí t ú . HEGION.—Serás tú mi amo en este momento. ERGÁSILO.—No soy tu amo, sino tu mejor amigo, Díme: quieres que haga tu felicidad? HEGION.—¡Quién no quiere mejor la felicidad que la desgracia! ERGÁSILO.—Pues dáme tu mano. HEGION Ahí la tienes. ERGÁSILO.—Ay Hegion! los dioses todos te protegen! HEGION.—Pues no siento en q u é . . . ERGACILO.—Ya lo creo! no sientes, porque no estás metido en una sentina (1). Haz que preparen prontamente los vasos puros para el sacrificio y que traigan un carnero cebado, el mejor que encuentren. HEGION.—Para qué? ERGÁSILO.—Para inmolarlo, HEGION.—A qué dios? ERGÁSILO—A mí! Yo soy para tí en este momento el soberano Júpiter: yo soy para tí la salvación, la fortuna, la dicha y la (1) En el original dice: estás en un espinar fin senticeto.) Pero hemos dado esta traducción para conservar en castellano un juego de palabras análogo al del texto, y que expresa la misma idea. 88 REVISTA DE AÑDALÜCÍA alegría. Por coDsecaencia procura con opimas ofrendas merecer la protección de este dios. HEGION,—Parece que t ú me tienes ánsia de devorar. ERGASILO A mí, no á t í ! . . HEGION Como te parezca... ese hambre no me hace á mí sufrir. ERGASILO.—Ya lo creo! ese es hábito tuyo desde la infancia. HEGION.—Qué Júpiter y los dioses te confundan!.. ERGASILO.—Qae te confundan á tí. Por Hércules! lo justo sería que me dieras las gracias por mis noticias: tan gran provisión de felicidad te traigo del puerto! conque ya me estás complaciendo... HEGION.—Vete allá, necio del diablo!., has acadido tarde; ya no es tiempo. ERGASILO.—Si hubiera venido antes, es cuando podrías, haberme dicho eso con motivo; pero ahora... recibe, Hegion, esta alegría que te traigo: acabo de ver, en el puerto, en un barco de la república, á tu hijo Filopólemo vivo, sano y salvo, acompañado del joven eleo, y de Estalagmo, aquel esclavo que se te fagó, llevándose el niño tuyo de cuatro años... HEGION.—Anda enhoramala!., ¿te estás burlando de mí? ERGASILO.—Así me ayude la sagrada diosa de la Hartura y me tenga siempre por uno de los suyos, según es cierto que lo he visto, Hegion!.. HEGION.—A mi hijo? ERGASILO.—A tu hijo, á mi Genio tutelar. HEGION.—-Y á mi Cautivo aquel de la Elida? ERGASILO.—Per Ápolinem (1). HEGION.—Y á mi siervo Estalagmo el que robó mi hijo? ERGASILO.—P^ É f e m (2). HEGION.—Mucho tiempo há? E R G A S I L O . — P m n e s t e (3). HEGION.—Es verdad que ha llegado? ERGASILO Per Signiam (4). (1) (2) (3) (4) Sí por Apolo. Sí por Cora. Sí por Preneste. Por Signia. LOS CAUTIVOS 89 HEGION.-—Dime: estás seguro de ello? ERGÁSILO.—Per Phrusinonem (1). HEGION.—Pero t ú lo has visto bien? ERGÁSILO.—Per Álatriam. HEGION.—Porqué, dime, juras por ciudades bárbaras? ERGÁSILO.—Porque son tan difíciles de digerir, como la comida, que t ú me ofreciste. HEGION.—Maldita sea tu vida! ERGÁSILO.—Ojalá!., ya que no me crees cuando te estoy hablando la pura verdad.—Y á propósito: de qué nación era Estalagmo cuando se fué de aquí? HEGION Siciliano. ERGÁSILO.—Ea, pues ya no es siciliano: ahora es boyo: lleva en el cuello un dogal de Boya; sin duda le han dado esa esposa, para que pueda procrear hijos, y no tenga necesidad de llevarse los de otros. > HEGION.—Vamos, con formalidad... ¿es cierto lo que me has dicho? ERGÁSILO.—Pues ¿no ha de ser? HEGION.—Dioses inmortales! Me sientorevivir con esa noticia... si dices la verdad. ERGÁSILO.—Cómo! ¿lo dudas aún, después de mis solemnes j u ramentos? En fin, si t ú no tienes fé en mis palabras, vete tu mismo al puerto. HEGION.—Eso es lo mas acertado. Tú éntrate y prepara todo lo necesario. Toma cuauto quieras, pide, dispon á tu atonjo. Te hago mi despensero. ERGÁSILO (dándose golpes en el mentre).—Por Hércules! si mis vaticinios no se cumplen, me mueles con un garrote. HEGION.—Ah! yo te prometo que si no me has engañado, te espera una buena mesa para el resto de tus días. ERGÁSILO En dónde? HEGION.—En mi casa y en la de mi hijo. (1) Lo juro, por Frusinona.—Son ciudades latinas: el p a r á sito las cita en griego como puede notarse en el texto: queriendo conservar el efecto que se propuso Plauto, con esas fórmulas exóticas, las hemos puesto nosotros en latin, como hace el docto Mr. Naudet. TOMO xx is 90 REVISTA DE ANDALUCIA ERGÁSILO Me prometes eso? HEGION Te lo prometo. ERGÁSILO.—Pues yo te respondo de que ha llegado tu hijo. HEGION.—Prepáralo todo lo mejor que puedas, ERGÁSILO.—Con bien vayas y vuelvas pronto. (Váse Hegion). ESCENA III. Ergásilo. Se marcha... ¡y me confia por completo la administración de las provisiones! ¡dioses inmortales! ¡cuánta cabeza voy á cortar hoy! ¡oh pobres cerdos y javalíes! ¡qué calamidad os amenaza! ¡qué destrozo de pemiles y de jamones! ¡qué horrible matanza! ¡bien les voy á dar que hacer á los carniceros y tocineros!.. Pero en verdad que es perder el tiempo si me entretengo en enumerar todos los manjares que pueden reparar este estómago... Tomemos posesión de nuestra prefectura: comencemos por dictar sentencia contra el tocino; y luego iremos á socorrer á esos desgraciados pemiles que están colgados, sin haber sido j u d i cialmente condenados. ESCENA IV. Un esclavo de Hegion. Qué Júpiter y los dioses todos te esterminen maldito E r g á silo, á tí y á t u insaciable vientre, y á todos los parásitos del mundo, y á cuantos de aquí en adelante os inviten á comer! ¡Qué desolación, qué calamidad, qué estrago ha caido sobre nuestra casa! Parecía un lobo hambriento, yo temblaba creyendo que iba á devorarme... ¡Ay qué horror cuando le v i enseñarme los dientes!.. Derecho se encamiuó á la despensa é hizo razzia con todo. Cogió un gran cuchillo y degolló tres cerdos. Ollas, jarros, todo lo ha destrozado; no perdonando mas vasijas que aquellas que tenían la capacidad de un modio... ¿Pues no preguntó al cocinero sí no seria mejor que se llevasen las tinajas mismas á la lumbre?.. Despensas, armarios, todo lo ha violentado.—Esclavos, no lo perdáis de vista, por los cielos, LOS CAUTIVOS 91 mientras yo voy en busca de nuestro viejo. No hay mas sino que es menester que se provea el pobre señor nuevamente de todo, si es que quiere tomar alguna cosa, pues al paso con que el tal Ergásilo lo anda todo destrozando, poco debe quedar ya en este momento. ACTO QUINTO. ESCENA I , fíegion, Filopólemo, Filócraies, Estálagmo, encadenados Esclavos que le conducen, HEGION (á Filócrates).—Cuántas gracias tenemos que dar á los dioses, hijo mió! A l fin te han concedido volver al lado de tu padre, librándome del gran tormento que he venido sufriendo mientras me he visto privado de t í . . . (Indicando d Estdlagmo) A l fia ha caido en nuestro poder!... (A Filócrates). Y éste cuán fiel y honradamente ha cumplido con nosotros! FILOPÓLEMO Basta ya de lástimas y de congojas, padre mió: bastantes lágrimas hemos derramado. Ya me habéis referido en el puerto esa historia de tristezas. Ocupémonos ahora solo de lo presente. FILÓCRATES.—Y bien, Hegion: qué debo yo esperar ahora de vos, habiéndoos cumplido mi palabra y habiéndoos traido en libertad á vuestro hijo? HEGION.—Es tan grande t u servicio, amigo Filócrates, quejamás podremos ni mi hijo ni yo demostrarte dignamente nuestro reconocimiento. FILÓCRATES.—Sí podéis, padre mió, y yo podré también. Los dioses nos concederán el medio de recompensar á nuestro bienhechor por el beneficio que le debemos. Ahora mismo teneis en vuestra mano el corresponderle. HEGION.—Entonces á qué mas palabras? (A Filócrates). Qué puedes tú exigir de mí que yo no te conceda al momento? FILÓCRATES.—Pues bien! el único favor que os pido es que me devolváis el esclavo que os he dejado en prenda. Fué siempre mas celoso de mi bien que del suyo mismo, y deseo viva- 92 REVISTA DE ANDALUCIA mente premiar, en cuanto pueda, sus inmensos beneficios. HEGION.—El que tú me has prestado á mí ¡oh Filócrates! te hace acreedor no digo yo á lo que pides, sino á todo cuanto quieras exijir de mí. Pero no te has de incomodar, Filócrates; cegado de cólera, he tratado con crueldad á ese pobre m u chacho. FILÓCRATES.—Qué habéis hecho, cielos? HEGION.—Enviarle encadenado á las canteras cuando supe que me habíais engañado. FILÓCRATBS.—Oh mísero de mí!., que un ser tan bueno haya sufrido esa tribulación por causa mía! HEGION.—En compensación de ese error, no quiero que me dés ni lo mas mínimo por su rescate: qué venga, y que obtenga gratis su. libertad! FILÓCRATES.—Por el dios Pólux! Eso es obrar noblemente. Mas os ruego que mandéis traerle cuanto ántes. HEGION.—Al momento. Hola! Dónde estáis? Uno cualquiera que vaya volando en busca de Tíndaro. fA Mlopólemo y á F i l ó crates). Y vosotros entraros dentro, mientras yo hago unas preguntas á esta estatua merecedora de latigazos sin compasión (señalando d Estalagmo) para ver si puedo averiguar qué ha sido de mi hijo menor. Podéis lavaros entretanto. FiLOPÓLEMO.—Vente por aquí conmigo, querido Filócrates. FILÓCRATES.—Ya te sigo. ESCENA II. Hegion, Estalagmo. HEGION.—Acércate, hombre de bien, mi amable esclavo, hermoso. ESTALAGMO Y qué ha de hacer uno, cuando un hombre como vos falta tan descaradamente á la verdad? Conque yo hermoso? y amable? y hombre de bien? Ni lo íuí, ni lo soy, ni lo seré en mi vida, ni lo quiero ser. No contéis jamas con ello. HEGION.—Mira: ya saBes la suerte que te espera. Pero si tú te decides á confesar la verdad, las cosas irán mejor para t í . Háblame leal y sinceramente... Pero ¿qué leal y sinceramente si éste en todos los dias de su vida, n i ha dicho ni ha hecho nada que sea bueno? LOS CAUTIVOS 93 ESTALAGMO.—Convenido, y qué? ¿Os creéis que me voy á r u borizar por eso? HEGION.—Ya te sacaré yo, bribón, los colores; como que te voy á poner morado desde los piés á la cabeza. ESTALAGMO.—-Asustarme á mí, con el látigo, como si fuera un novato!.. Bah! bah! dejaros de esas amenazas, y decid de una vez lo que queréis saber para contestaros. HEGION.—Buen parlanchín estás!., quiero que nuestra conversación sea breve, estamos? ESTALAGMO.-—Como os dé la gana. HEGION faparteJ.~~CaB.náo muchacho era dócil; pero lo que es ahora... fA Estalagmo). Vamos al asunto: escúchame con atención, y respóndeme punto por punto á lo que te pregunto. Si dices la verdad, cree que t u suerte será ménos mala. ESTALAGMO.—Majaderías. ¿Creéis que yo no sé perfectamente la suerte que me tengo ganada? HEGION.—Pero puedes mejorarla en parte, sino en todo. ESTALAGMO.—No podrá ser mucha la mejoría... Buenas cosas me esperan!., pero bien merecidas las tengo. En efecto: me fugué, me llevé á tu hijo y io vendí. HEGION.—A quién? ESTALAGMO.—A Theodoromedo Polyplusío, en Elida, por seis minas. HEGION.—Dioses inmortales! ese es el padre de este Filócrates! ESTALAGMO.—Lo conozco mejor que á vos, como que le he visto infinidad de veces. HEGION.—Júpiter soberano! Sálvame á mí y á mi hijo! Filócrates! por tu Génio protector, sal inmediatamente, te suplico. ESCENA III. Filócrates, Hegion, Estalagmo. FILÓCRATES.—Aquí me tenéis, Hegion. Estoy á vuestras órdenes. HEGION (indicando d Estalagmo).—Este hombre dice que vendió mi hijo á tu padre, en Elida, por seis minas. FILÓCRATES.—Cuanto tiempo hará de eso? ESTALAGMO.—Hará unos veinte años. 94 REVISTA DE ANDALUCIA FÍLÓCRATES.—Mentira! ESTALAGMO.—Pero quién miente, t ú ó yo? Tu padre, siendo tú niño, te lo dió en peculio: tenia él entonces... unos cuatro años. FÍLÓCRATES.—Su nombre? Si dices la verdad, debes saber como se llamaba. ESTALAGMO.—Llamábase Pegnion; y vosotros le disteis el nombre de Tíndaro. FÍLÓCRATES.—Y cómo es que yo no te he reconocido? ESTALAGMO.—Oh! de ordinario olvidamos y despreciamos á aquellos de quienes nada tenemos que esperar. FÍLÓCRATES.—Explícate: ¿el que t ú vendiste á mi padre, recuerdas bien si fué el mismo que se me dió á mí en peculio? ESTALAGMO.—El mismísimo, el hijo de Hegion. HEGION.—Y te consta á tí si vive aún? ESTALAGMO.—Yo recibí el dinero: no me cuidé de mas. HEGION fd Fílócrates con tristeza).—Y qué dices tú ahora, F í lócrates? FÍLÓCRATES.—Qué s e g ú n estos indicios, Hegion, Tíndaro es vuestro hijo; niños de la misma edad, nos educamos juntos honrada y honestamente, desde la infancia hasta la adolescencia. HEGION.—Si ambos decis verdad, héme aquí contento y pesaroso á la par. Pesaroso, sí, porque le he tratado duramente, siendo mi hijo de mi vida... Haberle yo mismo hecho ménos bien y mas mal del que debia!.. El tormento suyo es ahora mismo mi tormento... Oh! si lo pasado estuviera en mi poder! (Viendo venir d Tindaro). Miradle! con un atavio indigno de su virtud. ESCENA IV- . Tíndaro, Hegion, Fílócrates, Estalagmo. TÍNDARO.—Mil veces he visto pintados los suplicios del infierno; pero no hay infierno comparable al de esas malditas canteras donde me han arrojado: el cuerpo y los miembros todos se estenuan allí y se rinden de fatiga. No bien puse el pié en ellas, eso sí, me empezaron á tratar como á los niños de ios patricios: así como á éstos se les dan ánades y codornices ú LOS CAUTIVOS 95 otros pajarillos para que se diviertan, así á m i . . . me pusieron en la mano este pico para que me entretuviera (enseñando el pico que trae de la cantera en la mano). Pero veo á mi amo delante de la puerta... cielos!., y á mi joven señor también que ha regresado de la Elida. HEGION.—Los dioses te guarden, hijo mió tan deseado!.. TÍNDARO,—Cómo hijo mió! Ah! ahí ya sé por qué me llamáis hijo vuestro... sin duda porque en este momento me sacáis á la luz, eh? FILÓCRATES.—Salve, querido Tíndaro. TÍNDARO.—Con bien vengáis vos, por quien tanto estoy padeciendo. FILÓCRATES.—En cambio ahora te vas á ver libre y colmado de bienes. Aquí tienes á t u padre; y al esclavo que te robó de esta casa, cuando eras un tierno niño de cuatro años. Te vendió, por seis minas, á mi padre, y éste te puso á mi servicio, siendo yo un niño también. Nosotros nos hemos traído de ia Elida al raptor; y él mismo acaba de revelárnoslo todo. TÍNDARO.—Y qué es del hijo de éste? (señalando á E e g i m ) . FILÓCRATES.—Tú hermano? Ahí dentro lo tienes. TÍNDARO.—Qué decís? de verdad le habéis traido al hijo que se hallaba prisionero. FILÓCRATES.—¿No te acabo de decir que se encuentra aquí, dentro de la casa? TÍNDARO.—Por el dios Pólux, que habéis realizado una bella obra! FILÓCRATES.—Tienes aquí, repito, á t u padre (indicando d Hegion) y este es el raptor tuyo, el que te sustrajo, en t u n i ñez, de la casa paterna. TÍNDARO.—Sí? pues ahora que soy hombre yo, entregaré al vejarrón este al verdugo, en castigo de su robo. FILÓCRATES.—Y muy bien que lo merece. TÍNDARO.—A fé mía, que le he de dar la debida recompensa. (Á Hegion) Pero decidme, por favor: es esto cierto? es verdad que sois mi padre? HEGION.—Sí hijo de mi alma. Yo soy tu padre. TÍNDARO.—Reflexiono efectivamente... y evocando mis recuerdos... se me presenta, como á través de una nube, la memoria de haber oido que mi padre se llamaba Hegion. 96 REVISTA DE ANDALUCIA HEGION.—Yo soy, hijo mió. FILÓCRATES.—Ea! prontamente á aligerar á vuestro hijo de esas cadenas y á cargárselas á ese v i l esclavo. HEGION,—Ya lo creo que debemos comenzar por ahí. Entramos dentro y hagamos venir al herrero para que quite á mi hijo esos hierros y se los regalaremos á este miserable. ESTALAGMO (irónicamente).—Un regalo?,, no me vendrá mal; porque, pobre de mí! no tengo peculio. EL ORADOR DE LA CATERVA. Oh espectadores! ya habéis visto que esta comedia es un espejo de buenas costumbres. No habéis visto en ella n i impúdicas caricias, ni amores libertinos, ni suposición de muchacho, ni escamoteo de dinero, ni mancebo entregado al amor de l i viana meretriz á escondidas de su padre. Rara vez los poetas componen comedias así en que los buenos aprenden á ser mejores. Ahora^ oh público, si á todos Os ha sido grato el drama... Amantes de la virtud! Venga, en premio, una palmada.