LITERATURA IDEAL Alexandra Castro González, 2º Bachillerato D Este relato fue el ganador del VI CONGRESO INTERNACIONAL DEL FOMENTO DE LA LECTURA celebrado en ICOD DE LOS VINOS entre los días 12 y 14 de octubre de 2012 A mi izquierda permanecía sentado un joven cuyo nombre no logro recordar, mas recuerdo el pánico en su rostro y el sudor de sus manos ante la presión que le suponía poder entrar en aquella empresa. Apareció tras la puerta Tom, un señor de bigote espeso, de tirantes largos y grueso. Me invitó a pasar a su despacho mientras terminaba de anudarse la corbata. Entré con pavor y durante un momento perdí la confianza en mí mismo. Limpió con la mano algunos restos de café que quedaban en su mostacho y se sentó en su trono de cuero sintético con cierta torpeza. Ya sentado, contemplaba mi semblante con carisma y reflexión como si con simple observación pudiese vislumbrar mi pensamiento y analizar todos mis gestos. Se acomodó en su sillón y empezó a darme conversación: - Así que usted busca trabajar con nosotros, ¿eh? - Sí, señor. - Pues no sé si su perfil es lo que necesitamos ahora. Buscamos escritores poéticos, novelas de amor, cuentos educativos, ¡historias rebosantes de alegría que inciten a la compra de nuestros libros! Si no, dígame usted quiénes, en estos tiempos que corren, van a pararse a leer el sufrimiento kafkiano o “las mil y un maravillas de las criaturas de Lovecraft”. - Bueno, mi intensión es ofrecer la novela como algo que proporcione conocimientos y cultura a la vez que… - No diga más. He visto sus historias y no niego que sea un gran redactor, pero le he traído hasta aquí porque quiero que se replantee si realmente quiere dedicarse profesionalmente a esto. En ese instante noté un gran pesar en mí y no pude evitar preguntarme en voz alta qué había sido de la literatura. Tom se mostró perplejo ante tal atrevimiento. Me alegró su reacción porque vi que él alguna vez también se había hecho esa misma pregunta. Hubo tras ello unos segundos de incómodo silencio. - ¿No hay algún puesto que pueda ocupar, por mínimo que sea? - Tal vez quede alguno, pero tendría que mirar de nuevo su expediente. Suspiré con consuelo, pues la falta de trabajo para un escritor me prohibió poder pagarle un hogar decente a mi mujer e hija. Al parecer Tom era consciente de ello. - Es difícil encontrar literatos que a su vez puedan mantener a una familia, por ello intentaré encontrarle un puesto en esta compañía. Sonreí agradecido. Tom se puso en pie. - He de pedirle, eso sí, que si empieza a trabajar con nosotros escriba al menos de momento algo menos tétrico. - Haré lo que pueda, jefe. Tom rió y me dio unas suaves palmadas en la espalda. Salí por la puerta y vi que aquel joven histérico que minutos antes tuve a mi lado había desaparecido. - “Parece que has tenido suerte, amigo” –dijo Tom- . Salí con gran certidumbre de allí y por primera vez en toda mi carrera sentí fe puesta en mis textos.