`aggiornamento`. Era la primera primavera eclesial. Juan XXIII, en

Anuncio
EL PAPA DE LA PRIMERA PRIMAVERA DE LA IGLESIA
Su bonhomía le convirtió en uno de los pontífices más queridos
José Manuel Vidal, 26 de abril de 2014
Santo por aclamación popular y
por decisión papal. Está tan clara
la extraordinaria bondad y santidad
de Juan XXIII que nadie ha puesto
el más mínimo pero a su
canonización. Ni el pueblo fiel, que
lo adora como el 'Papa Bueno', ni
la jerarquía eclesiástica. El propio
Francisco utilizó sus poderes
especiales para elevarlo a los
altares sin el requisito de un segundo milagro.
Porque el milagro es su propia persona.Roncalli fue siempre un santo en vida.
Transparentaba a Dios. Un cardenal de la Curia llego a decir que "sudaba
espiritualidad por todos los poros de su cuerpo". Y no estaba precisamente
delgado: llegó a pesar más de 100 kilos y medía sólo 1, 50.
Bondadoso desde la infancia
Desde pequeño fue un niño bueno. Sus padres, labradores en Sotto il Monte,
quisieron que escapase del arado y, en aquella época, el seminario era una de
las pocas vías de movilidad social para los pobres. Desde entonces, su talante
natural bondadoso encontró su camino de perfección en la espiritualidad
sacerdotal.
Aplicado, como no podía ser menos en un hijo de campesinos, se ordenó
sacerdote y fue subiendo paulatinamente, sin buscarlo, en el escalafón clerical,
a través de la carrera diplomática, rampa de lanzamiento y decantación de las
grandes personalidades eclesiásticas. De 1925 a 1953 fue visitador o nuncio
apostólico en destinos tan diversos como Bulgaria, Grecia, Turquía o París.
En
todos
sus
destinos
conquistaba a la gente por su
cercanía y sencillez sin complejos
y por su personalidad directa y
franca, sin artificios y poco dada
al protocolo.
En París tuvo que hacer encaje
de bolillos conDe Gaulle quien,
después de la guerra, quería que
el Vaticano licenciase a una
decena de obispos galos que se habían alineado con el régimen de Vichy. Al
final, consiguió que el presidente francés se conformase con la renuncia de
cuatro prelados. Y de París pasó nada menos que a Patriarca de Venecia.
Sucesor de Pío XII
Tras la muerte de Pío XII, parecía imposible elegir un sucesor del Papa
angélico que con su hieratismo había llenado toda una época eclesial. Dividido
el partido curial, el cónclave optó, como suele suceder a menudo, por la vía
media de un cardenal centrista y centrado y de edad avanzada, poco rupturista
y sobre todo conciliador. Pocos cardenales encajaban en este perfil que, en
cambio, le venía como añilo al dedo al cardenal veneciano.
Y a los 76 años, fue elegido Angelo Giuseppe Roncalli como un papa de
transición. La bonhomía y sobre todo la neutralidad respecto a las facciones
curiales de este cardenal gordo y bueno parecía garantizar un pontificado
tranquilo, sin complicaciones ni sobresaltos.
Pero desde que salió por vez primera al balcón de las bendiciones, aquel 28 de
octubre de 1958 el nuevo Papa comenzó a sorprender. Por su figura abultada y
campesina, tan alejada del hieratismo de su predecesor. Por el nombre elegido,
que rompía la cadena de los Píos. Y, sobre todo, por su voz cálida, amable y
de amigo, que se alejaba de los sonidos metalizados que por aquel entonces
tanto utilizaba el poder civil y eclesiástico.
Ademas, Roncalli se convertía en el primer 'Papa-pastor'. No le gustaba la
oficina ni los papeles. Era un párroco. El primer Papa que, con sus salidas,
comenzó a ejercer realmente de obispo de Roma. Con visitas a escuelas,
universidades, seminarios, residencias, hospitales y cárceles, como la de
Regina Coeli.
Un pontífice de carne y hueso, que rompía moldes con el nombramiento por
vez primera en la historia de un cardenal negro y otro asiático. O con la
publicación de dos encíclicas destinadas a permanecer en el tiempo y a
convertirse en una especie de 'Biblia católica' para cimentar y marcar la hoja de
ruta de las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo moderno. La 'Mater et
Magistra' de 1961 y la 'Pacem in Terris' de 1963 renovaron la doctrina social y
política de la Iglesia.
Revolución en la Iglesia
Pero la gran obra del Papa Bueno,
la que le consagra y le hace pasar a
la historia de la Iglesia y de la
humanidad fue la convocatoria del
Concilio Vaticano II. Una decisión
que nadie esperaba. El Papa era
demasiado viejo, decían en Roma,
para poner e marcha esta iniciativa.
La Curia, siempre reacia a cualquier
innovación, se oponía frontalmente,
pero Roncalli, con su astucia
heredada de varias generaciones campesinas, lo convocó por sorpresa el 25
de enero de 1959 y empezó a rodar el verano de 1960.
Y el 11 de octubre de 1962, 2.500 padres conciliares escuchaban sorprendidos
el discurso inaugural del Concilio más universal y más abierto de la historia de
la Iglesia. La institución entraba en fase de 'aggiornamento'. Era la primera
primavera eclesial. Juan XXIII, en contra de los "profetas de calamidades" de
su propia Curia, abría de par en par las ventanas de la Iglesia, para sacudir el
polvo de siglos acumulado y refrescar el aire en su interior con el soplo del
Espíritu.
El Papa marcaba tendencia, recentraba el timón eclesial, ponía rumbo hacia
una Iglesia de los pobres, más madre que madrastra, e inauguraba un ciclo
eclesial progresista, que se prolongaría hasta el comienzo del pontificado del
Papa Wojtyla, el pontífice que le va a acompañar en la subida a los altares.
Y eso que Roncalli murió el 3 de junio de 1963, antes de que dieran comienzo
los trabajos de la segunda sesión conciliar. Pero en su corto papado de menos
de cuatro años había iniciado una revolución.
La iglesia dejaba de considerar al mundo como uno de los enemigos del alma y
asumía las realidades temporales, con sus errores y posibilidades, como obra
de Dios.
La Iglesia pasaba, en pocos años, de Trento a la Edad moderna, del latín a
las lenguas vernáculas, de la prohibición de leer la Biblia a colocarla como libro
de cabecera de los creyentes. De una iglesia piramidal a otra circular o Pueblo
de Dios. De una jerarquía principesca con mantos de seda de seis metros a
cardenales y obispos servidores de la comunidad. De un Papa-rey absoluto a
pontífices pastores y servidores. Un cambio copernicano. Porque el Vaticano II
fue, en esencia, una declaración de paz entre Dios y el hombre, entre el mundo
y la Iglesia.
Sin el Concilio del Papa Juan, el catolicismo sería hoy una religión parecida al
islam, sin cintura, sin flexibilidad, rigorista, integrista y anclada en una
interpretación literal y, por tanto, errónea de la Biblia. Una religión sin futuro.
Impresionante muestra de duelo mundial
Esos fueron los principales méritos para la santidad del 'Papa bueno'. Tantos y
tan evidentes que los propios padres conciliares pidieron a su sucesor,
Pablo VI que lo hiciese santo por aclamación, pero Montini no se atrevió.
Y eso que su muerte se convirtió en un plebiscito sobre su santidad, que pedía
a gritos el pueblo en una
impresionante muestra de duelo
mundial. Un fenómeno políticosocial inimaginable unos años
antes. Y es que, en sus manos, la
Iglesia había ganado el corazón
del mundo.
El mundo se rinde ante el Papa
que prefiere la misericordia a " las
armas de la severidad". El Papa
que resiste ante el poder de una Curia que no lo quiere; que inaugura el
espíritu sinodal; que reivindica su papel de obispo y párroco de Roma; que deja
de entrometerse en la política italiana; que visita a enfermos y presos; que
siembra la paz e intercambia mensajes con un presidente ruso como Nikita
Kruchev; que quiere "una Iglesia de todos, pero especialmente de los pobres".
Se llamaba Juan XXIII y Francisco parece su calco. No en vano son los dos
papas de la primavera.
ALGUNOS ENLACES INTERESANTES
 De Juan XXIII se dijo que… “Papa de Transición”
 Carlos Osoro: "Juan XXIII y Juan Pablo II son dos papas que han
alcanzado el corazón de todos los hombres"
 Juan XXIII, hombre de Dios (para desatar el nudo de la Iglesia)
 La vida de Juan XXIII: Desde un pequeño pueblo italiano hasta la
cátedra de San Pedro
 Juan XXIII 8 logros de un pontificado revolucionario
FUENTE: RELIGION DIGITAL
Descargar