ARGENTINO Y CAGADOR Si uno pregunta en España de donde viene el vocablo “sudaca”, obtendrá varias respuestas; pero la más aceptada –y acertada- es la que señala su origen en un apócope o contracción de dos palabras: sudamericano y cagador. Sin entrar a juzgar la idiosincrasia de nuestros hermanos sudamericanos, en una estimación conservadora, puede afirmarse que aproximadamente un 85% de los argentinos son –de una manera o de otra y en mayor o en menor medida- cagadores. En el argot rioplatense “cagar a alguien” significa perjudicar, es decir, causar daño a otra persona o dañar algo. Cuando alguien con su conducta daña a una persona o situación, se dice que “la cagó”, y por lo tanto se califica al sujeto que desarrolla tal conducta como “cagador”. Es claro que en todos los países existen personas que perjudican a otras, y en cada idioma puede existir una expresión coloquial que sea sinónimo de “perjudicar”, pero en ninguno existe el adjetivo calificativo correspondiente, y es dudoso y poco probable que haya algún país en donde el porcentaje de la población que responde a las características del cagador sea tan alto como en Argentina. De lo que no cabe duda es que en ningún país los cagadores locales gozan de la impunidad, la tolerancia y en algunos casos de la aprobación y hasta el apoyo de sus conciudadanos en la proporción en que las disfrutan los cagadores argentinos. Este fenómeno se justifica por la enorme cantidad de cagadores que ejercen en el país: cuando una conducta considerada en algún momento como disvaliosa es practicada por la mayoría de la población, quienes la ejercen dejan de sufrir las sanciones legales y sociales previstas para estos casos. Sirva como ejemplo el adulterio: a medida que esta conducta se generalizó, las sanciones legales se fueron derogando y la desaprobación social disminuyó en forma notable. Esta evolución resulta lógica, pues quien comete el acto reprobable carece de autoridad moral para criticar a otros que también lo hacen. Un ejemplo de norma que tenía por fin sancionar al cagador es la que califica como estafador a “quien defraudare a otro en la substancia, calidad o cantidad de las cosas que le entregue”. Es imposible encontrar un fallo condenatorio en estos casos, por lo que debe entenderse que la norma ha caído en desuetudo por falta de aplicación; esto se debe a que hoy en día lo habitual es que se defraude y lo excepcional es que se cumpla en debida forma. Ejemplos sobran, y resulta innecesario detenerse en el tema. Lo interesante y sorprendente es el mecanismo que permite que un país siga funcionando en tan deplorables condiciones. En un viaje a la capital, después ser cagado una cantidad innumerable de veces, tuve la sensación de que estaba en una ciudad habitada por tres millones de cagadores, lo que violaba las reglas del sentido común, porque en tal hipótesis, siendo ésta la cantidad total de la población, no debería haber nadie susceptible de ser cagado. Un estudio más profundo del tema resolvió la contradicción lógica: todos desarrollan ambos roles en forma alternativa, lo que equivale a decir que el cagador también es cagado. Como sería de esperar en cualquier lugar del mundo, algunos son más proclives a cagar y otros a ser cagados, pero en Argentina la diferencia en la práctica no resulta significativa: en algún momento todos cagan a alguien y en otro todos son cagados por alguien. Lo que asombra es lo poco práctico que resulta este extraño sistema en orden a los beneficios que produce: en general -salvo algunas pocas excepciones de tipos muy vivos- todos salen hechos, porque compensan las pérdidas con las ganancias. Entonces ¿qué impulsa a toda esa gente a soportar, desarrollar y aprobar una actividad que consume energías, genera conflictos y no produce beneficios? ¿será la posibilidad de sentirse en algún momento más vivo que el otro? ¿el placer de la revancha? ¿demostrar que uno también puede? ¿alguna especie de desidia activa? ¿el resentimiento hacia el otro? No tengo la respuesta. Lo que sí sé por experiencia personal es que resulta muy duro pertenecer a ese 15% integrado por quienes nos negamos a participar y quedamos fuera de este sistema perverso. Acetato de butiro Cablevision fibertel Saavedra 3324 - (223) 472 – 2563 - (223) 474 - 9693