Primeras representaciones de la masacre de las bananeras* Mauricio Archila Neira** Lo que pasó fue que los huelguistas estaban absolutamente convencidos de que la tropa no dispararía sobre ellos (Ignacio Rengifo, en El Espectador, 10 de diciembre de 1928). La ley debería cumplirse y aquellos insensatos envenenados hasta la médula por las doctrinas soviéticas permanecían indiferentes (Carlos Cortes Vargas, en El Espectador, 12 de diciembre de 1928). H oy es común entre los historiadores reconocer que no solo la memoria sino la misma disciplina histórica son representaciones del pasado, aunque lo interpretan de forma diferente. Ambas atribuyen significados a lo ocurrido: más ligados a la experiencia subjetiva en el caso de la memoria, o a la comprensión distanciada del pasado para la Historia. Por ello, ninguna es neutral en la reconstrucción del pasado. Lo más complicado es que aun los hechos mismos son leídos por sus protagonistas desde sus intereses, que traslucen luchas por el poder no solo entre proyectos hegemónicos * ** Versión ampliada de la ponencia presentada en Simposio “Bananeras: huelga y masacre, 80 años”, Bogotá, Universidad Nacional, noviembre 12 a 15 de 2008. Ph. D. en Historia, Profesor Titular. Departamento de Historia. Universidad Nacional de Colombia. Primeras representaciones de la masacre de las bananeras y respuestas subalternas, sino dentro de cada polo de la contradicción. Así los políticos liberales tendrán visiones distintas de los conservadores, mientras en los simpatizantes del socialismo hubo también roces en torno a las tareas revolucionarias del momento. En este artículo quiero hacer el ejercicio de mirar cómo se construyen las interpretaciones iniciales de los hechos ocurridos en la zona bananera del Magdalena en los meses de noviembre y diciembre de 1928 en torno a lo que creo, justamente se ha llamado la “masacre de las bananeras”1. No pretendo reconstruir los eventos mencionados, sino mostrar la pugna de interpretaciones al calor de la acción misma. Con tal fin, y esta si es mi comprensión, miraré tres ejes claves de lectura de la huelga y posterior masacre por parte de algunos de sus actores. Me refiero a los distintos entendimientos de la cuestión social –el choque de intereses socio-económicos o de “clase” en el conflicto– de la cuestión nacional –o las distintas posturas ante asuntos de soberanía nacional–, y de la razón de Estado, argumento definitivo por parte de las autoridades para acabar a sangre y fuego un conflicto que articulaba lo social y lo nacional. El ejercicio consiste en hacer el seguimiento de cómo diversos actores fueron leyendo la huelga en la zona bananera y cómo percibieron su desenlace fatal en la madrugada del 6 de diciembre de 1928. Para ello nos apoyaremos en la revisión de algunos periódicos de Bogotá como El Tiempo y El Espectador, que a veces recogen versiones de prensa regional de la Costa, y el New York Times de Estados Unidos, que también reproduce relatos criollos, al igual que versiones oficiales norteamericanas. Éstas, especialmente las diplomáticas, fueron igualmente observadas hace unos años en el Archivo Nacional de Washington. También nos 1 Obviamente yo también participo de estas batallas por la memoria y la historia, en concreto, contra el conocido artículo de Eduardo Posada Carbó “La novela como historia, Cien años de soledad y las bananeras”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXXV, No. 48, 1998, pp. 3-19), pero no argumentaré directamente con él sino con sus referencias históricas. 148 Mauricio Archila Neira apoyamos en la reciente publicación de documentos del archivo de la Internacional Comunista –IC– sobre la huelga2. Tales fuentes son contrastadas por la revisión de testimonios casi contemporáneos a los hechos –con un máximo de un año de distancia– por parte de protagonistas como Raúl E. Mahecha en declaraciones hechas en Buenos Aires en una conferencia comunista3, Carlos Cortes Vargas4 y Alberto Castrillón5, a los que se suma la ya clásica denuncia del novel parlamentario Jorge E. Gaitán6. 1.La huelga Como se sabe, el conflicto laboral de 1928 no fue el primero en la zona bananera ni sería el último7. El pliego presentado por la Unión Sindical del Magdalena –USTM– el 6 de octubre de 1928, supuestamente aprobado por unanimidad de delegados de sindicatos de trabajadores y colonos8, contenía nueve puntos que resumo, pues son muy conocidos: 1º establecimiento de seguro colectivo; 2º protección a accidentes de 2 3 4 5 6 7 8 Publicadas por Klaus Meschkat y José María Rojas, Liquidando el pasado, Bogotá: Fescol/Taurus, 2009. Intervenciones en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana editado por Secretariado Suramericano –SSA– de la Internacional Comunista, El movimiento revolucionario latinoamericano, Buenos Aires: Revista La Correspondencia Suramericana, 1929. Los sucesos de las bananeras, Bogotá: Editorial Desarrollo, 1979, original de 1929. 120 días bajo el terror militar, Bogotá: Túpac Amarú, 1974, original 1929. 1928, la masacre de las bananeras, Bogotá: Ediciones Comuneros, 1972, original de 1929. Judith White, La United Fruit Co. en Colombia: Historia de una Ignominia, Bogotá: Editorial Presencia, 1978, p. 73. Aquí aflora una distinción social que luego se pierde en las diversas narrativas, pues no todos los “huelguistas” eran “obreros” asalariados, algunos eran campesinos, lo que muestra una diversidad en el campo subalterno que es suprimida en los relatos homogenizantes de lado y lado del espectro político. Además no debe olvidarse que también los comerciantes de la zona colaboraron con los huelguistas, así como algunas autoridades locales. Catherine LeGrand (“Living in Macondo: Economy and Culture in a United Fruit Company Banana Enclave in Colombia”, En: Gilbert Joseph, Catherine LeGrand y Ricardo Salvatore (editores), Close Encounters of Empire, Durham: Duke University Press, 1998) ha insistido en la complejidad social, racial e incluso subregional de la zona bananera. 149 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras trabajo; 3º cumplimiento de leyes nacionales sobre habitaciones obreras, higiene social y asistencia pública, y sobre descanso dominical remunerado; 4º aumento del 50% en los jornales; 5º cesación de los comisariatos de la UFC y libre comercio en la zona; 6º fin de los préstamos por medio de vales; 7º pagos semanales y no quincenales; 8º establecimiento de contratación colectiva; y 9º hospitales a lo largo de la zona a razón de uno por cada 400 trabajadores y un médico por cada 200 o fracción9. De todos los números que se manejaron en esos eventos, tal vez este de NUEVE es el único sin disputa y tendrá luego un valor simbólico para los agentes estatales10. Como también se ha señalado los nueve puntos recogían demandas asalariados, pero también de colonos y comerciantes de la zona. Pero más crucial para nuestro propósito es señalar que no llamaban a una revolución socialista o al derrocamiento del gobierno, por el contrario exigían el cumplimiento de la ley colombiana, explícitamente en los tres primeros11. En efecto, cuando comienza la huelga, las versiones periodísticas de la capital del país señalan el carácter “legal” y pacífico del movimiento, perspectiva avalada por el Inspector de la Oficina del Trabajo de la zona, Alberto Martínez, y por algunas autoridades locales de la zona12. Como mostró en su momento Castrillón, fue el gerente de la UFCO quien primero declaró ilegal la huelga! En telegrama al presidente de la república adujo argumentos que después usarán las autoridades militares de la zona y el ministro de Guerra, Ignacio Rengifo: 9 10 11 12 El Espectador, 19 de noviembre de 1928. Una versión más amplia en White, Op. cit., pp. 124-126. Aunque no es el tema central de esta ponencia, quiero prestarle atención a los números en las distintas versiones, pues su imprecisión no es creada por la ficción literaria, como sugiere Posada Carbó (Op. cit.) sino que surgió desde las primeras interpretaciones de los protagonistas. Tanto así que Ignacio Torres Giraldo el 2 de diciembre de 1928 la catalogó como “un conflicto simplemente económico y jurídico”, citado en: Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 136. Años después confesará que tuvo una visión estrecha de la huelga, Ibid., pp. 623-624. Véanse: El Espectador, noviembre 15 de 1928, p. 1; El Tiempo, noviembre 17 de 1928, noviembre 1 y 19 de 1928, p. 1. 150 Mauricio Archila Neira “trátese de verdadero motín (…) Estimo esta situación revuelta peligrosa, extremadamente grave, pues parece inminente movimiento adquiera proporciones degenerar consecuencias, extremos lamentables” (citado en White, Op. cit., p. 91). El número de huelguistas no se precisa, puesto que nunca tuvo clara la UFC el número de trabajadores. Así se habla de cifras entre 12.000 y 32.00013. Claro que la cantidad contaba, pues era una suma considerable para un naciente proletariado. Incluso El Tiempo, que habla de 30.000 trabajadores en la zona, llega a decir que es la huelga más grande de Colombia, algo cierto, y de América del Sur, lo que era exagerado14. No fue la única exageración sobre la huelga. Mahecha posteriormente contó que había reunido 60.000 dólares por cuotas de los obreros y 40.000 más por aporte de los comerciantes de la zona. Incluso adujo que se creó una cooperativa para alimentar a los huelguistas, de modo que en el aspecto económico la huelga no estaba en condiciones críticas15. Posteriores versiones de supuestos dirigentes de la huelga –ligados al grupo de Castrillón– niegan la existencia de las fabulosas cifras dadas por Mahecha. Tanto Algemiro Becerra, quien escribe un reporte desde Pereira en abril de 1930, Jorge Piedrahita, quien se reporta desde Moscú en septiembre del mismo año, como el informe de “un grupo de comunistas en la zona bananera” que circuló por la misma época, afirman que al inicio del conflicto solo había algo más de tres pesos16. Pero algo más que la cantidad de huelguistas y los recursos de que supuestamente disponían preocupaba a la UFC y a las autoridades centrales del país. La primera se negó a recibir a los peticionarios antes y después de estallada la huelga aduciendo que no eran trabajadores direc- 13 14 15 16 Véanse para las respectivas cifras New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 4 y Mahecha en S.S.A., Op. cit., p. 117. El Tiempo, noviembre 26 de 1928, p. 7. Citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 197. Citados en Ibid., pp. 403, 530 y 550. 151 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras tos de ella17. Y ya hemos visto que se apresuró a ilegitimarla. Así se negó a conversar incluso por mediación del gobernador y del mismo general Cortes Vargas a los pocos días de su llegada a la zona. Paralelamente presionaba al gobierno colombiano para que protegiera sus intereses. Sobre este punto volveremos luego, pues parece que la presión incluyó amenazas más o menos veladas de intervención militar norteamericana. El gobierno nacional, por su parte, comenzó a ver en el conflicto algo más que una disputa laboral. Rápidamente el Ministerio de Industria es despojado del manejo de la huelga para caer en manos del Ministerio de Guerra. Así lo percibe El Espectador en una nota editorial, luego de enumerar los puntos demandados: “… hasta aquí no habría sino una simple cuestión jurídica sometida a la decisión del órgano del gobierno especialmente creado con este objeto, que es el despacho de trabajo e industrias. Pero debe haber algo mucho más grave cuando el Ministerio de Guerra, de acuerdo sin duda con el Presidente de la República, ha secuestrado prácticamente al doctor Montalvo, arrebatándole el conocimiento del problema…”18. El ministro de Guerra, Ignacio Rengifo, desde el comienzo de la huelga, había enviado a la zona bananera al general Carlos Cortés Vargas, quien hostilizó y suplantó a las autoridades civiles, retuvo al Inspector de Trabajo por declarar que la huelga era legal e inició el encarcelamiento de innumerables huelguistas –aquí las cifras de nuevo son imprecisas, pero parecen sumar centenas–19. No solo hubo imposición militar sino efectiva censura sobre las informaciones que salían de la zona, pues con el tiempo las únicas noticias que se conocían en Bogotá las difundía el Ministerio de Guerra. Paralelamente la prensa liberal hablaba de la movilización de más tropas a la zona y de un innecesario desplie- 17 18 19 El Espectador, noviembre 15 de 1928, p. 1. El Espectador, noviembre 19 de 1928. El Tiempo, noviembre 19 de 1928, p. 1. 152 Mauricio Archila Neira gue militar propiciado por Rengifo. Al respecto El Tiempo concluía una noticia temprana sobre la huelga con la siguiente premonición: al periódico le preocupaba “la manera absurda como el ministro de guerra está trabajando por convertir un movimiento que podría tener solución pacífica y rápida en un choque de funestas consecuencias”20. Analicemos qué es lo grave que denuncian los periódicos liberales de la capital para que una huelga laboral legal se convierta en asunto de guerra. El gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930) adujo que la huelga había derivado en un complot subversivo, una verdadera revolución. En efecto, desde tiempo atrás, voceros oficiales, especialmente el ministro Rengifo, venían señalado que el bolchevismo quería apoderarse del país, mientras exageraban la presencia de agitadores externos como los causantes de la movilización social. En ese contexto se expidió poco antes la Ley Heroica que fue criticada por la prensa liberal y socialista como “liberticida”. Incluso los voceros diplomáticos estadounidenses inicialmente asumieron con reservas tales acusaciones, hasta cuando la huelga bananera tocó sus intereses21. Por lo tanto, no extraña la crítica de la prensa liberal a los primeros pasos estatales en la zona bananera. Pero luego la censura se impondrá y la versión de Rengifo será la única a la que tendrán acceso, con lo que su impresión inicial de la huelga se irá modificando. Así, por ejemplo, el mismo periódico el día 6 de diciembre, sin mencionar para nada la masacre de Ciénaga, decía que según informaciones oficiales: “los huelguistas abandonaron su actitud pacífica (…) y entraron en las vías de hecho que la autoridad no puede patrocinar”22. Tanto Rengifo como Cortes Vargas hablarán de una insurrección en camino e insistirán no solo en la agresiva organización de los huelguis20 21 22 Ibid. Un desarrollo de este tema en Mauricio Archila, Cultura e identidad obrera, Bogotá: Cinep, 1991. El Tiempo, diciembre 6 de 1928, p. 1. 153 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras tas, sino en el uso de armas por parte de ellos. Un telegrama de Cortes Vargas del 5 de diciembre señalaba: “la organización de los huelguistas es sorprendente. Preséntanse de improviso en masas enormes y aunque armados de machetes ni huyen ni atacan, pero rodean tropas con la esperanza de que los oficiales simpaticen con ellos”23. Contrasta esta actitud no agresiva de los trabajadores, reconocida en vísperas de la masacre por Cortes Vargas, con las alarmantes noticias sobre actos de violencia. A finales de noviembre y comienzos de diciembre, cuando ya la información llegaba solo por medio del Ministerio de Guerra, proliferaron confusas noticias sobre asaltos a edificios de la UFCO, bloqueos de la vía ferroviaria, saboteos a las líneas telefónicas y telegráficas y escaramuzas armadas con la fuerza pública24. Rengifo incluso utiliza la expresión de “guerrilleros” para referirse a los congregados en la plaza de Ciénaga el 5 de diciembre25, mientras el New York Times habla de una verdadera “guerra de guerrillas” en la zona bananera26. Era una forma de construir el enemigo en la huelga asignándole un carácter más violento del que tenía. Una consecuencia fue pedir más tropas, cuyo número preciso tampoco se ha establecido. El New York Times indicó que había más de 1.200 soldados en la zona a comienzos de diciembre y que venían en camino otros tantos27. Más adelante el mismo periódico reportará que nueve –de nuevo la cifra simbólica– batallones están funcionando en la zona28. El Tiempo reportaba para el 6 de diciembre el traslado de 250 soldados de Bucaramanga y otros tantos de Flandes y de 23 24 25 26 27 28 El Espectador, diciembre 10 de 1928. El Tiempo, diciembre 6 de 1928, p. 1. El Tiempo, diciembre 7 de 1928, p. 12. New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 1. New York Times, diciembre 8 de 1928, p. 23. New York Times, diciembre 10 de 1928, p. 6. 154 Mauricio Archila Neira Medellín29. En cualquier caso eran cifras notorias para el pie de fuerza de la época: casi uno por cada 15 huelguistas. El gobierno buscaba afanosamente pruebas de dicho complot subversivo para sofocarlo a sangre y fuego. En una carta que yace en el archivo de Ignacio Rengifo30 –y que parece dio base para sus informaciones alarmistas y para dar ordenes perentorias de manejo del orden público–, Tomás Uribe Márquez se dirige a los líderes de la huelga, posiblemente en noviembre de 1928, proponiendo la línea a seguir en el conflicto: como no se ha logrado el reconocimiento de los reclamos y más bien el gobierno está entregado al, “querer del imperialismo yanky (sic), los huelguistas deben proceder a organizar la acción directa sorpresiva mediante el sabotaje de las comunicaciones de todo orden, la intervención forzada al trabajo de los rompehuelgas, la destrucción de zonas bananeras (en una) franca actitud defensiva sin que nada de esto implique conducta abierta de rebeldía de guerra sino la modalidad de la propia defensa ante los desafueros”. Aparentemente Uribe Márquez continúa señalando que deben buscar la fraternización de las tropas, asaltar cárceles para liberar detenidos, y se debe establecer una directiva clandestina. Sugiere igualmente que se manden delegados a Cartagena y Barranquilla para generalizar la solidaridad. Por último, insiste en que la huelga debe virar hacia “un movimiento antiimperialista”. Aunque puede haber dudas sobre la autenticidad de la carta, máxime que se firma “Su general”, es consistente con la línea insurreccional que desde la Convención de La Dorada del PSR se estableció y se reforzó 29 30 El Tiempo, diciembre 6 de 1928, p. 1. Recopilado por José María Rojas, “La estrategia insurreccional socialista y la estrategia de contención del conservatismo doctrinario: la década de los años veinte”, copia mecanografiada, Cali, Cidse/Banco de la República, 1989. 155 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras por el pleno del 29 de julio de 1928 en el que se aprobó la creación del Ejército Rojo encarnado en el Comité Central Conspirativo Colombiano –CCCC– dirigido por Uribe Márquez31. El relato que a mediados de 1929 daría Raúl Eduardo Mahecha en la reunión de partidos comunistas latinoamericanos en Buenos Aires ilustra la mirada insurreccional de algunos dirigentes. En algunos apartes de su exposición verbal decía que “en pocas semanas llegamos a organizar a 32.146 trabajadores” –sorprende la precisión de la cifra en el mar de números vagos–. Señala que contaban “con 60 camaradas ya probados en la lucha y que serían los dirigentes parciales de todo el movimiento”. Dice a continuación que el 15 de noviembre se enteraron de planes gubernamentales de masacrarlos por lo que en una asamblea reunieron “machetes, revólveres y otras armas. De esta manera quedaron armados mil compañeros trabajadores”32. Luego indica que con éxito lograron la fraternización de la tropa, y que él mismo se desplazó a Cartagena a difundir el movimiento. Reconoce que los pequeños comerciantes se sumaron al movimiento ayudando con dineros a mantenerlo, pues al igual que los obreros y campesinos sufren “la penetración del imperialismo”. En ese punto de su relato aflora la pugna con el Comité Ejecutivo del PSR, a cuya cabeza estaba Moisés Prieto, también asistente a dicha la 31 32 Documento citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., pp. 107-108. Esta decisión del PSR fue rechazada por el grupo de comunistas que estaba organizando Alberto Castrillón en Barranquilla con apoyo del delegado norteamericano de la IC James Nevárez (ver correspondencia de Castrillón con la IC en Ibid., pp. 116-129). Ese mismo grupo se desplazó a la zona para controlar a Mahecha según versión de Becerra y Piedrahita, citados en: Ibid., p. 402. Testimonio de Mahecha en S.S.A., Op. cit., pp. 117-119. Además de que parece exagerada la cifra de hombres “armados” no se desprende que pasaran a la acción, pues como aduce el mismo Mahecha esperaban la orden “revolucionaria” de Bogotá. En otra narración previa a la citada, aparentemente de comienzos de 1929, el mismo dirigente insiste en que la huelga se desenvolvía “dentro de la mayor normalidad” a pesar de las provocaciones de empleados y agentes de la UFC para mostrarla como sabotaje y rebelión, citado en: Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 146. Los testimonios de los supuestos líderes de la huelga, pertenecientes al grupo de Castrillón, desmienten otra vez a Mahecha en el asunto de las armas. Becerra dice que “ni siquiera nos fue fácil conseguir unos revólveres para los miembros del comité”, y agrega “nunca se pensó en revolución (…) sino simplemente en una huelga”. Ibid., p. 405. 156 Mauricio Archila Neira conferencia de Buenos Aires. Según Mahecha “Así estaban las cosas y nosotros esperando la resolución del CE para iniciar el movimiento insurreccional. Todo estaba listo para la acción”. Los “burócratas” de Bogotá, no entendían la situación de la zona e incluso dicho organismo les advirtió en una carta que no fueran a “confundir la huelga con la insurrección”. “Claro”, agrega Mahecha, “que yo no las confundía, pero ¿qué demonios se esperaba para la insurrección?”33. En efecto, la dirección del PSR en Bogotá –que era distinta del CCCC orientado por Uribe Márquez– se enteró de la huelga por la prensa y solo acató a mandar la orientación de no confundir la huelga con la revolución e impulsar un amplio movimiento antiimperialista para sumar más fuerzas. Pero al mismo tiempo creía que estaban dadas las condiciones objetivas y subjetivas para una situación revolucionaria por lo que también impartieron la orden de impulsar la acción directa pero no la revolucionaria!34. Pero en la zona, éstas orientaciones no llegaron a tiempo y en todo caso los acontecimientos exigían respuestas en el terreno. Era claro que en la zona la dirección del PSR en manos de Mahecha junto con grupos anarquistas (que los había, especialmente en la Costa) se afanaban por convertir la huelga en insurrección. Pero era una insurrección que se iba a dar como resultado del conflicto y no se lanzó desde el inicio. Incluso el grupo comunista de Barranquilla dirigido por Castrillón intentó por diversos medios “atajar el turbión” y llegó a hablar de “retirada revolucionaria: es decir, sabotear e infligir al enemigo tantas perdidas como fuera posible al mismo tiempo que maniobrar para salvar la vida de los trabajadores”35. En todo caso, las armas eran defensivas, pero lo central era confraternizar con las tropas 33 34 35 Testimonio de Mahecha en S.S.A., Op. cit., pp. 117-119. Informe a la IC del 15 de diciembre de 1928, citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., pp. 139-141. El fracaso de la solidaridad nacional a la que convocaron y el temor de una represión cruenta llevó a que los dirigentes del CE del PSR buscaran un acercamiento con el gobierno con la intención de conformar una Comisión que se desplazara a la zona (Ibid.), cosa que les costó duras recriminaciones de la IC por tener ilusiones de neutralidad del Estado. Véanse los documentos de este grupo en Meschkat y Rojas, Op. cit., pp. 129 y 183. 157 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras y desarmarlas. Hubo actos de saboteo y bloqueo de vías con el fin de impedir el corte de banano36, en la línea de la acción directa propuesta por Tomás Uribe Márquez y a lo que se oponía Castrillón, pero aún no era una insurrección. Fue, pues, más una resistencia civil que un levantamiento armado o una guerra de guerrillas, como la quiso ver el gobierno. No sobra recordar que el mismo Cortes Vargas poco antes de la masacre señalaba la actitud poco agresiva de multitudes de trabajadores! Claro que después de la masacre se desataron respuestas violentas de parte de los trabajadores, en algunos casos hubo incendios de comisariatos y viviendas de empleados, en otros copamiento de trenes militares y desarme de soldados, e incluso parece que se presentaron escaramuzas armadas entre piquetes obreros y fuerzas del orden37. Pero tampoco ésta fue una insurrección y más bien fue una respuesta instintiva de los trabajadores ante la violencia oficial. En las cambiantes representaciones del conflicto laboral aparece un dato adicional nada despreciable: la cuestión nacional se superpone sobre la social, desbordando los marcos del conflicto. Y en ese sentido va a haber un choque violento entre dos discursos nacionalistas. Desarrollemos este punto. El argumento nacionalista antiimperialista partía de que se trataba de un conflicto de obreros, campesinos y comerciantes colombianos con una multinacional. Ya Uribe Márquez, supuestamente había insistido 36 37 Testimonio de Piedrahita en Ibid., p. 551. Así lo narran el mismo Mahecha y su contraparte Nevárez en documentos compilados en los archivos de la IC. Ibid., pp. 147 y 184. Becerra, por su parte, dice en su posterior escrito: “viéndose los trabajadores masacrados y burlados en sus justas aspiraciones, resolvieron destruir todo lo que fuera propiedad de la UFC”. Ibid., p. 408. Agrega que hubo combates en los que murieron muchos trabajadores entre ellos Erasmo Coronel, pero también cayó un capitán de la policía de apellido Quinte. Concluye señalando que “de aquí vino la dispersión general de los trabajadores y el ‘sálvese quien pueda’”. Ibid., p. 408. Por su parte Piedrahita dice que luego de la masacre algunos trabajadores se apoderaron del comisariato de Riofrío. Ibid., p. 556. 158 Mauricio Archila Neira en convertir el conflicto en una lucha antiimperialista. Por su parte Mahecha en Buenos Aires adujo que “la United Fruit mandó cables a Estados Unidos pidiendo intervención yanqui. Frente a esa situación, no había otro camino que la insurrección”38. Curiosamente la misma amenaza de intervención norteamericana fue aducida con posterioridad a la masacre por parte del general Cortes Vargas. No afloraba en la temprana entrevista publicada por El Espectador a los pocos días de la masacre, sino que aparecerá en el libro que escribió meses después con clara intención justificadora de su accionar. En dicho texto dirá: “Persona digna de todo crédito nos informó que sabía de fuente segura (que) había dos barcos (…) frente a las costas de Santa Marta; era de suponer lo fueran de guerra de la marina americana”39. Así aduce un argumento nacionalista para explicar su búsqueda de una solución pronta del conflicto40. Para él era menester preservar la integridad nacional a todo precio. En todo caso el fantasma de Panamá revivía en ambos extremos del conflicto. Para unos, el gobierno era entreguista al imperialismo y se temía que de seguir así la zona sería arrebatada por la potencia del norte. Del otro lado, se adujo que había peligro de intervención norteamericana y hasta se rumoró la presencia de buques de la potencia listos para invadir la zona. Algo rondaba, sin duda, por nuestras costas. Así en la prensa capitalina se difundió la noticia originada en el periódico El Debate de que un crucero norteamericano había fondeado en Santa Marta41. El embajador norteamericano en Colombia, Jefferson Caffery lo negó aduciendo que su gobierno “no ha tomado ni tomará ninguna medida al respecto, porque tiene plena confianza en la seriedad del gobierno (colombiano) y en su 38 39 40 41 Testimonio en S.S.A., Op. cit., p. 119. Cortes Vargas, Op. cit., p. 83. En su libro, además de confesarse amante de la historia patria y aficionado historiador, insiste en tener la conciencia tranquila porque cumplió el deber y salvó el honor del ejército. Concluye pomposamente “espero el fallo de la historia”. Ibid., pp. 111-112 y 187. El Tiempo, diciembre 7 de 1928, p. 12. 159 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras capacidad de dominar rápidamente la situación y para proteger los intereses americanos de la zona afectada por la huelga”42. Por su parte el New York Times citó al embajador diciendo que tal desembarco era imposible porque así se lo hubiera reportado el Departamento de Estado estadounidense43. A pesar de estas tajantes declaraciones, las cosas no eran tan claras y al menos se puede constatar que hubo amenazas de intervención y presión para que las autoridades colombianas solucionaran pronto el conflicto. En la sección de “huelgas” de los archivos diplomáticos norteamericanos hay unos telegramas interesantes que ilustran lo dicho. Recién estalló la huelga bananera el (vice) cónsul norteamericano en Santa Marta, el señor Lawrence Cotie manda un mensaje de urgencia diciendo que no cree que el gobierno colombiano pueda garantizar la protección de la vida e intereses de los extranjeros en la región. Textualmente agrega: “Yo deseo que el Departamento de Estado conozca la situación y provea adecuadas fuerzas armadas para proteger nuestras vidas y nuestros intereses en el caso que esto sea necesario”44. De no ser por la salvedad final la llamada a la intervención era clara. Pero el mensaje causó tal inquietud que el mismo Departamento de Estado solicitó a su legación en Bogotá información sobre las medidas que el gobierno colombiano estaba tomando para proteger las vidas de los norteamericanos45. A ello respondió diligentemente el embajador Caffery señalando que el gobierno colombiano prometía dar adecuada protección, y que enviaría más tropa a la zona46. Pero en cónsul Cotie insistía en que dudaba de esas promesas y sugería “que se garantizara la presencia de un buque de guerra americano a prudente distancia”47. Finalmente después de la 42 43 44 45 46 47 Ibid. New York Times, diciembre 7 de 1928, p. 12. National Archives of Washington, 821.5045-21. Las traducciones de los textos en inglés son de mi autoría. National Archives of Washington, 821.5045-23. National Archives of Washington, 821.5045-24 y 25. National Archives of Washington, 821.5045-26. 160 Mauricio Archila Neira masacre este funcionario aceptó que las autoridades militares colombianas controlaban la situación y que ningún norteamericano murió o fue herido48. No obstante, para el Departamento de Estado las cosas seguían confusas. El 6 de diciembre el New York Times anunciaba: “la última comunicación a Colombia enfatizaba la determinación de los Estados Unidos de llevar a cabo su tradicional política de protección a sus nacionales y sus intereses”49. Más claro no canta un gallo. Pero el nacionalismo también jugaba para los agentes estatales, al aducir externalidad del comunismo y anarquismo en la huelga. Cortes Vargas lo señala y Rengifo lo repite: se tenían informaciones “fidedignas” sobre la existencia de centros anarquistas y comunistas en la zona – ¡gran descubrimiento!–: en una Casa del Pueblo se encontró deliberando a un grupo con folletos sobre “la lucha de clases”, “la acción directa” y el “comunismo libertario” firmados en 1926 por un grupo anarquista de Santa Marta “Elías Castellanos y Abad”50. No faltaron los señalamientos de presencia directa de extranjeros en la huelga. Cortes Vargas menciona en la entrevista a La Nación aparecida en El Espectador que junto a Mahecha estaba “Christian Wengal, negro curazaleño (sic) y uno de los principales agitadores comunistas”51. El New York Times incluso llegó a decir que los huelguistas estaban dirigidos por comunistas mexicanos!52. A los desmanes y escaramuzas se le agregan estas denuncias de internacionalismo proletario que agudiza el chovinismo de las autoridades. El Tiempo incluso informará que el general Justo Guerrero desde Barranquilla solicitará que los líderes socialistas sean fusilados53. Aunque esto no se aprobó legalmente se ejecutó en la práctica en la masacre del 6 y de días posteriores. Pasemos a ella. 48 49 50 51 52 53 National Archives of Washington, 821.5045-30 y 31. New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 2. El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 1. El general agrega en la citada entrevista un comentario histórico, según sus preferencias: “Vea usted desde cuando viene el fermento de estos acontecimientos”. Ibid. El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 12. New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 4. El Tiempo, diciembre 9 de 1928, p. 4. 161 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras 2.La masacre Lo anterior nos lleva al argumento central en la interpretación justificatoria de Cortes Vargas y reforzada por su jefe Rengifo: la “pérdida” de autoridad en la zona, es decir, razones de Estado54. La simpatía de parte de la población de la zona y de algunas autoridades civiles es vista con preocupación por los militares, pero más grave fueron los signos de fraternización de las tropas. El mismo Mahecha reconoce que la llegada de tropas antioqueñas cambió la connivencia que antes se observaba con los soldados costeños55. Para Cortes Vargas esto equivalía casi a rendición de las tropas. Por eso, ambos funcionarios insisten en una argumentación que resume su posición y, según ellos, los exculpa: había que restablecer la autoridad a como diera lugar. La noche de los “sucesos” según Cortes Vargas, él no se sentía seguro en el cuartel porque “aquella masa humana vendría con los brazos abiertos, su cortejo de mujeres y de niños y se entrarían a los cuarteles y nos desarmarían”. Con fingida candidez se pregunta “¿Cómo se le iba a disparar a esos seres al parecer indefensos?”56. De modo que el punto central no era tanto que estuvieran armados, cosa que no ocurrió en esa madrugada, pues se habían congregado con la ilusión de hablar con el gobernador para negociar. Lo más peligroso para el general era que desconocían a la autoridad: “ningún respeto les merecía un soldado”. Los huelguistas por su parte no pensaban que las tropas podían disparar, pero como tituló El Espectador en la mencionada entrevista con Cortes Vargas: “La primera descarga se hizo sobre una multitud obrera inerme y pacífica”57. En aras del cumplimiento de la ley se disparó sobre los huelguistas, como lo recordaba el jefe civil y militar de la zona en la 54 55 56 57 Al respecto véase la entrevista ya citada en El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 1 y 12, y la ampliación en su libro, Op. cit. Testimonio en S.S.A., Op. cit., p. 120. El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 12. Ibid. 162 Mauricio Archila Neira frase citada en el epígrafe. Y remata diciendo: “la clemencia así habría sido como rendir las armas”58. Pero ¿cuál ley? A la que se refería Cortes Vargas no era la escasa legislación social que los huelguistas reclamaban, sino a los decretos de excepción como el Legislativo No. 1 del gobierno nacional expedido el 5 de diciembre, que declaraba turbado el orden público en la zona bananera y decretaba el Estado de sitio, mientras designaba como jefe civil y militar al general. Éste a su vez dictó decretos para disolver cualquier reunión de más de tres personas y “disparar sobre la multitud si fuera el caso”, como confiesa el mismo general en sus memorias59. Las primeras noticias de la prensa nacional y extranjera no dan cuenta de una masacre, o la esconden en confusas informaciones sobre choques armados con los huelguistas, como el supuestamente ocurrido el 4 o 5 de diciembre en el que 25 soldados fueron retenidos y desarmados, pero rescatados a bayoneta por otra tropa. No fue un asalto armado sino el desarme de unos soldados. Lo ocurrido en Ciénaga es puesto en medio de refriegas, pues para el 6 ó 7 se habla de un asalto armado en la estación de Sevilla o en Aracataca, en el que supuestamente murieron otros ocho huelguistas, entre ellos Erasmo Coronel, uno de los dirigentes del movimiento60. Con este tipo de noticias confusas se mimetiza o, peor, se minimiza lo ocurrido en Ciénaga, asimilándolo a veces a otro intento de asalto por parte de los huelguistas (recordemos que Rengifo llamó guerrilleros a los huelguistas). En las primeras informaciones provenientes del Ministerio de Guerra se habla de ocho muertos y luego Cortes Vargas dirá que fueron nueve esa noche –número de los puntos del pliego– y otros cuatro heridos que mueren poco después61. 58 59 60 61 Ibid. Cortés Vargas, Op. cit., p. 88. El Tiempo, diciembre 8 de 1928, p. 4. Como ya hemos dicho Mahecha reconoce que con posterioridad a la masacre hubo choques violentos, pero los huelguistas estaban mal armados (S.S.A., Op. cit., p. 120). El Tiempo. diciembre 7 de 1928, p. 12 y Cortés Vargas, Op. cit., p. 91. 163 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras A medida que va pasando el tiempo y la censura cede, o proliferan las informaciones por vías no oficiales, se van conociendo las dimensiones de lo ocurrido en la madrugada del 6 en Ciénaga. Todavía el 12 de diciembre en entrevista Cortes Vargas banaliza lo ocurrido en los términos arriba anotados, mientras dice tener la conciencia tranquila. Los periódicos de Bogotá reproducen esa retórica aunque ya se filtra la duda. El Tiempo recoge la petición del periódico conservador La Nación, sobre una investigación a fondo de los hechos y sus responsables62. Finalmente, en una caricatura de Rendón del 18 de diciembre se aduce a la masacre cuando pinta a Cortes Vargas dando reporte de 100 muertos tendidos detrás de él y Abadía Méndez con traje de cazador le muestra 108 patos muertos por él en pasada faena63. Tiempo después, con los testimonios de Castrillón y Mahecha, así como la denuncia de Gaitán, se hablará con propiedad de la masacre64. Pero el número se muertos seguía siendo impreciso para que la memoria se diluyera con el paso de los años. Si la prensa no percibió las dimensiones porque no tenía información o porque compró la versión guerrerista de Rengifo, la correspondencia diplomática sí filtraba otras versiones que suben los guarismos de los muertos. El embajador Caffery en sucesivos telegramas va dando cuenta de cifras dicientes. Recién ocurrida la masacre reportó aproximadamente 100 muertos65. El 14 de diciembre informó que posiblemente los dados de baja excedían el centenar y los heridos eran 28366. Días 62 63 64 65 66 El Tiempo, diciembre13 de 1928, p. 1. El Tiempo, diciembre 18 de 1928, p. 1. Jorge Eliécer Gaitán hizo una poderosa denuncia contra el gobierno conservador de gran sabor antiimperialista, que seguramente influyó en su caída al año siguiente. Baste recordar su famosa conclusión: “…los obreros (…) eran colombianos y la compañía era americana y dolorosamente lo sabemos que en este país el gobierno tiene para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano” (Gaitán, Op. cit., p. 115). National Archives of Washington, 821.5045-33. National Archives of Washington, 821.5045-43. 164 Mauricio Archila Neira después envió el siguiente telegrama: “Tengo el honor (sic) de informar que el asesor legal de la UFC aquí en Bogotá dijo ayer que el total de huelguistas muertos por las autoridades militares colombianas (…) estaban entre 500 y 600”67. Parece que las altas cifras de asesinados no son solo fruto de la imaginación literaria de García Márquez. Para fines de diciembre de 1928, El Espectador reproduce una entrevista con un distinguido caballero del Departamento de Magdalena –léase, sin tacha de comunista–, quien habló de más de 300 muertos, 50 de ellos mujeres68. Agrega un dato que hace parte de la memoria de la masacre. El prestante caballero indicó, apoyado en información de un chofer municipal, que hubo al menos cinco “camionadas” de heridos y muertos arrojados en fosas comunes y cuando éstas no dieron a basto los echaron al mar69. Vienen luego los testimonios directos de Mahecha y Castrillón70. El primero hace el balance trágico con cifras precisas: 200 en la plaza de Ciénaga número que se eleva con las acciones posteriores a “1.004 muertos, 3.068 heridos, más de 560 compañeros encarcelados y centenares de camaradas sentenciados a muchos años de cárcel”71. Por su parte Castrillón escribe que la multitud de Ciénaga contra la que se disparó era de por lo menos de 4.000 personas con un resultado de 67 68 69 70 71 National Archives of Washington, 821.5045-49. En una entrevista Rengifo decía que en la zona bananera “no hay actualmente sino mujeres”, indicando que los hombres estarían combatiendo. El Tiempo, diciembre 7 de 1928, p. 12. El Espectador, diciembre 26 de 1928. El PSR desde Bogotá en su informe del 15 de diciembre de 1928 a la IC hablará de que fueron cerca de 100 los asesinados en Ciénaga la madrugada del 6 de diciembre, pero los dirigentes del Partido parecen apoyarse en ese momento en la información de prensa de la capital (citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 141). Un testigo directo, Nevárez en una carta del 19 de febrero de 1929, dice que los muertos fueron cerca de un centenar, muchos de ellos mujeres y niños (citado en Ibid., p. 184). Testimonio en S.S.A., Op. cit., p. 121. Las altas cifras del total de muertos en la huelga que da Mahecha responden a su cálculo sobre los caídos en los días posteriores a la masacre de Ciénaga, que en varias narraciones fija en 200 (ver, por ejemplo, documento citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 147). 165 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras “montones de cadáveres (que) rellenaban la ancha plazoleta”72. Muchos fueron rematados en el mismo sitio73. Según este dirigente socialista, una vez consumada la matanza, las tropas se dispersaron en pelotones produciendo saqueos y nuevas muertes de quienes intentaban huir para proteger sus vidas. Continúa diciendo que “es voz pública en Ciénaga, que la mayoría de estos cadáveres fueron arrojados al mar (…mientras) otros cayeron a las fosas comunes abiertas desde las 7 de la noche”– ¿de qué día?–74. Y concluye el dramático recuento señalando que “a nadie se identificó porque era preciso reducir la tragedia a sus mínimas proporciones”75. El intento de borrar cualquier vestigio para que la memoria se diluyera –la “conspiración del silencio” en el decir de Posaba Carbó76– apareció desde el primer momento y se reflejó en las confusas y minimizadoras versiones de prensa que ya hemos señalado. Por su parte la memoria popular estuvo marcada por lo que Mahecha confesaba pocos meses después: “las escenas escalofriantes que se sucedieron en aquellos memorables días y noches son inenarrables”77. Conclusión La superposición de la cuestión social y la nacional, realizada por actores hegemónicos y subalternos, sobredimensionó la huelga haciendo que variara su imagen inicial como conflicto laboral a una cuestión de 72 73 74 75 76 77 Castrillón, Op. cit., p. 114. Esa cifra es corroborada por el supuesto dirigente Becerra. En: Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 407. En cambio Piedrahita habla de 15.000 huelguistas reunidos en la plaza de Ciénaga a los que se les iban a unir otros 10.000 que estaban por llegar. En: Ibid., pp. 554-555. La narración de Piedrahita no da cifras de los muertos pero cuenta que las ametralladoras dispararon por al menos cinco minutos y agrega “ninguno sabía del otro. Solamente veía caer a los compañeros tumbados por las ametralladoras”. En: Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 556. Castrillón, Op. cit., p. 115. Ibid., p. 116. Op. cit., pp. 16-19. Citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 147. 166 Mauricio Archila Neira orden público, o más propiamente un asunto de guerra, y como tal fue resuelta por los agentes estatales con las trágicas consecuencias que se conocen. Así lo captó El Tiempo: “el gobierno ha dado un carácter de revuelta e insurrección a lo que venia siendo una huelga pacífica de trabajadores y ha obrado en consecuencia adoptando medidas extremas”78. Que el conflicto desbordó lo reivindicativo no ofrece dudas, y que algunos dirigentes buscaron convertirlo en insurrección también parece evidente79. Pero de ahí a que fuera en efecto un levantamiento armado o una guerra de guerrillas, hay su distancia. La mayoría de los huelguistas no estaban armados y adelantaron una especie de resistencia civil con acciones directas y de confraternización con la tropa para desarmarla. Ahí es cuando las autoridades militares de la zona y el ministro Rengifo, acudiendo a la lógica de la razón de Estado, adujeron la pérdida de autoridad como justificación para disparar sobre una multitud desarmada, que nunca creyó que esto podía ocurrir. A todas luces, la masacre de gentes inermes congregadas en la madrugada del 6 de diciembre en Ciénaga fue un acto de lesa humanidad que no debió quedar impune, como en efecto ocurrió, y no debió repetirse pero así ha sucedido. Por eso conviene revivir su memoria –a pesar de que fueron hechos “inenarrables”– para que esta historia no quede en el olvido, como querían sus perpetradores y los defensores del orden de ayer y de hoy. Tal vez ahora esta memoria no sea tan disidente y subalterna en la historiografía nacional, pero está continuamente amenazada de desaparición. Y no solo ya tenemos muchos desaparecidos sino que borrar la memoria de un pueblo es quitarle sus raíces; es matarlo culturalmente. 78 79 El Tiempo, diciembre 8 de 1928, p. 1. En esto, como en todo lo relativo a la huelga y masacre, hay disputa de interpretación. Así lo expresan dos destacados dirigentes del PSR que no estuvieron en la zona. Torres Giraldo, luego de auto-criticarse de haber desconocido el carácter político de la huelga en su momento, insiste que ella hacía parte de una huelga general en la Costa Atlántica que se debería ampliar a toda la nación, pero que su apresurado lanzamiento impidió su generalización. Citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 622. Por su parte Uribe Márquez, quien supuestamente era el adalid de la línea insurreccional, dice que en las bananeras “hubo cualquier cosa menos resistencia armada”. En: Ibid., p. 646. 167 Primeras representaciones de la masacre de las bananeras BibliografÍa Fuentes citadas Archivo Ignacio Rengifo, recopilado por Rojas, José María, “La estrategia insurreccional socialista y la estrategia de contención del conservatismo doctrinario: la década de los años veinte”, copia mecanografiada, Cali: Cidse/Banco de la República, 1989. Castrillón, Alberto, 120 días bajo el terror militar, Bogotá: Tupac Amarú, 1974, original 1929. Cortés Vargas, Carlos, Los sucesos de las bananeras, Bogotá: Editorial Desarrollo, 1979, original de 1929. Documentación de la Internacional Comunista sobre Colombia en Meschkat, Klaus y Rojas, José María, Liquidando el pasado, Bogotá: Fescol/Taurus, 2009. Gaitán, Jorge Eliécer, 1928, la masacre de las bananeras, Bogotá: Ediciones Comuneros, 1972, original de 1929. Mahecha, Raúl Eduardo, Intervenciones en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana editado por Secretariado Suramericano de la Internacional Comunista, El movimiento revolucionario latinoamericano, Buenos Aires: Revista La Correspondencia Suramericana, 1929. Reportes diplomáticos norteamericanos radicados en el Archivo Nacional de Washington. Periódicos The New York Times, El Espectador y El Tiempo, 1928. Bibliografía adicional Archila, Mauricio, Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945, Bogotá: Cinep, 1991. 168 Mauricio Archila Neira LeGrand, Catherine, “Living in Macondo: Economy and Culture in a United Fruit Company Banana Enclave in Colombia”, En: Joseph, Gilbert, LeGrand, Catherine y Salvatore, Ricardo, Editores, Close Encounters of Empire, Durham: Duke University Press, 1998. Posada Carbó, Eduardo, “La novela como historia, Cien años de soledad y las bananeras”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXXV, No. 48, 1998, pp. 3-19. White, Judith, La United Fruit Co. en Colombia: Historia de una Ignominia, Bogotá: Editorial Presencia, 1978. 169