Subido por Damián Stiglitz

Gritos de Libertad - Damián Stiglitz

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DAMIÁN STIGLITZ
GRITOS DE LIBERTAD
EDITORIAL DUNKEN
Buenos Aires
2017
Contenido y corrección a cargo de los autores
Foto de tapa:
Foto de solapa: Jair Licht
Impreso por Editorial Dunken
Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal
Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300
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Hecho el depósito que prevé la ley 11ֽ723
Impreso en la Argentina
© 2017 Damián Eric Stiglitz
e-mail: damian@stiglitz.com.ar
ISBN en trámite
A mis padres Gabriel y Ana, por su cariño, su dedicación
y su apoyo constante e incondicional.
A mis abuelos Lito y Kety, por el afecto y por su hospitalidad paternal
durante mi carrera universitaria.
A la memoria de mi abuela Raquel, cuyo cálido recuerdo me acompaña siempre.
Todos ellos, padres, abuelos y personas ejemplares.
PREFACIO DEL AUTOR
C
uando empecé la tarea de escribir los relatos que conforman esta
obra, hace seis años, no tenía ningún objetivo. Comencé a escribir
sin ninguna expectativa de publicar. Los distintos relatos fueron
marcando una heterogeneidad temática, espacial e histórica en la que solo
se podía concebir a cada uno de ellos como una unidad en sí misma, totalmente independiente de los demás. ¿Cómo iba a unir en una misma obra
una crónica novelada sobre la Revolución de Mayo con la historia de una
pareja gay en Irán y a esta última con la historia del sermón de Antonio
Montesinos en 1511? Parecía imposible encontrar unidad entre tanta diversidad. Tampoco urgía hacerlo. Era un libro de cuentos y, como tal, no
tenía la obligación de hallar un hilo conductor.
Sin embargo, con el pasar del tiempo, y a medida que terminaba cada
cuento, esos relatos, tan diversos en sus contenidos y en sus contextos
históricos y geográficos, se fueron conectando y fueron encontrando un
eje común, de manera no premeditada.
Tal vez esto fue lo que más me motivó a publicar esta obra: lo que
sucedió durante el proceso mismo de producción literaria y que convirtió
a este libro no en una sumatoria de cuentos si no en una obra íntegra. Y,
entonces, todo lo demás surgió solo. El título fue el resultado natural de
ese proceso: apareció casi sin pensarlo y sin necesidad de elegir, arbitrariamente, entre el título de alguno de los cuentos.
El eje de la obra está en el título. Cada historia es un grito. Un grito
de libertad, un grito de igualdad: el de los homosexuales en Irán (Una
fiesta distinta), el de los pueblos originarios en América (La voz que clama en
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el desierto y La leyenda de Lucía Miranda), el del judío y el árabe en un subterráneo en Buenos Aires (Los hijos de Abraham), el de la afroamericana en
los Estados Unidos (Una larga caminata hacia la libertad) o el de un pueblo
colonizado durante siglos que se libera del imperio opresor (Los gritos de
Mayo y La Patria ha nacido)1.
En estos relatos, el narrador es, a la vez, un fiscal. Como en El Matadero de Esteban Etcheverría u Operación Masacre de Rodolfo Walsh, el narrador no es ajeno e indiferente a la realidad que relata y describe. Lejos de la
neutralidad del tradicional narrador omnisciente, su voz denuncia y acusa.
Jean Paul Sartre, padre del existencialismo francés, en su obra “¿Qué
es la literatura?” afirma: “ya que el escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época y su realidad; es su única oportunidad;
su época está hecha para él y él está hecho para ella”. Sartre sostiene que el autor
no puede ser ajeno a la realidad social y política que le toca vivir ni desligarse de ella. El escritor y crítico David Viñas, desde la revista Contorno
en los años ‘50, importa a Argentina esas ideas de Sartre de una literatura
comprometida no sólo con su época sino también con su pasado. Viñas
encuentra en la violencia que imponen las clases dominantes el eje que
atraviesa toda la historia argentina y así lo representa en su obra literaria.
Los gritos desesperados de Montesinos, de Rosa Parks, de Ayaz, de
Mahmoud, de Castelli y de los distintos personajes de estas historias son
gritos de libertad. Esta obra retrata la búsqueda que esos personajes (conocidos o desconocidos; reales o ficticios) hicieron de aquellos valores
plasmados en la histórica Declaración de los Derechos del Hombre2: la
libertad, la igualdad y la fraternidad de todas las personas, sin ningún tipo
1
En el caso de estos últimos dos relatos forman, al mismo tiempo, una obra autónoma dentro del libro que habrá de continuarse en ulteriores publicaciones, que tiene
como fin novelar la historia argentina Con el fin de novelar la historia argentina.
2
La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano fue aprobada por la Asamblea
Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789 y es uno de los documentos
fundamentales de la Revolución Francesa. Estableció los derechos fundamentales de los
ciudadanos franceses y de todos los hombres sin excepción.
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de distinción. Esos valores que hoy nos parecen tan obvios fueron el resultado de varias luchas protagonizadas por distintos actores, en distintos
momentos y lugares.
Es evidente que aún hoy, y a pesar de algunos avances, la desigualdad
y la discriminación siguen siendo moneda corriente en nuestras sociedades.
Sin embargo, contra ellas, a lo largo de la historia y en diversos rincones
del planeta, se han levantado voces y se han oído gritos que han contribuido al progreso de los derechos del hombre. Esas voces y esos gritos de
libertad, aunque aturdan un poco, vale la pena escucharlos.
INTRODUCCIÓN
Por Silvia Plager
Escritora
¿
De qué estamos hablando cuando hablamos de historia?, quizás se
preguntará el lector antes de emprender la lectura de “Gritos de libertad” de Damián Stiglitz. De la vida, les respondería, porque aun en los
orígenes, las mujeres que contemplaban partir a los hombres para proveer
alimento y se quedaban junto al fuego, al contarles a los niños las hazañas
de aquellos cazadores de quienes dependían, inventaban un mundo. Contar
significa seducir, entretener, comprender. Damián Stiglitz lo sabe al recrear
la realidad y hacerla más verosímil que la realidad misma.
Si a los personajes se los dota de las alas de la ficción, la pátina del
libro escolar sucumbe, y la prodigalidad de lo ambiguo, reina. Son tan heroicos los homosexuales iraníes en su sueño de amor sin destino como el
anhelo libertario de los pueblos que se ofrendan a una idea. Recordemos
que quien mata a un hombre mata a la humanidad entera. Y la epopeya de
la mujer negra que se rebela contra la prohibición de compartir el asiento
con los blancos en los autobuses y se niega a cederle su asiento no es menor que la de los que gestaron la independencia de sus países.
Aprender historia no significa meramente repasar lo acontecido sin
reflexionar sobre aquellos acontecimientos del ayer que inciden en nuestro
hoy y en nuestro mañana por más que pretendamos ignorarlo.
Como ya lo adelanta el autor en su prefacio, el narrador no es ajeno
a la realidad histórica, social y política de lo que relata y describe. Y esa
sensibilidad permite que cada uno se sienta parte del judío y del árabe que
coinciden en un subterráneo de Buenos Aires o de quienes conspiraban a
favor o en contra de la Revolución de Mayo o de la joven Lucía Miranda,
convertida en leyenda.
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Cuando el Stiglitz historiador se abraza con el Stiglitz narrador, surgen
las páginas más conmovedoras.
Un primer libro es también haberle encontrado sentido a lo leído, a lo
vivido, a lo imaginado y lanzarse, temerario, a la aventura. Adentrémonos
con el autor en la jungla de lo posible y apostemos por la continuidad de
su obra literaria.
UNA LARGA CAMINATA
HACIA LA LIBERTAD
“I have a dream that one day my four little children will live
in a nation where they will not be judged by the color of their skin,
but by the content of their character”.
“Yo
tengo un sueño, que un día mis cuatro hijos pequeños vivirán
en una nación donde no serán juz gados por el color de su piel
sino por el contenido de su carácter”.
M ARTIN LUTHER K ING JR.
Discurso ‘I Have A Dream’
en el Lincoln Memorial (Monumento a Lincoln),
Washington, 28 de agosto de 1963.
R
osa no se movió de su asiento del bus. “¿Por qué debía hacerlo?”, pensó. “¿Solo porque una ley dice que los afroamericanos
debemos ceder el asiento cuando lo pide un blanco? ¿Acaso
hace un siglo una ley no decía también que los afroamericanos debíamos servirles como esclavos a los blancos?”. Lo que no imaginó Rosa
aquella noche era que esa simple actitud desencadenaría, a la larga, un
movimiento social que cambiaría para siempre el destino de millones
de personas.
Corría el año 1955. Era jueves 1º de diciembre. En la ciudad de Montgomery, en el estado norteamericano de Alabama, la segregación racial
entre blancos y negros estaba presente por todos lados. Rosa tenía cuarenta
y dos años. Era delgada, de estatura media y llevaba gafas.
El chofer del bus, James F. Blake, la increpó:
–Mira, mujer, ¡te dije que quiero que desocupes ese asiento! ¡Levántate!
Rosa, inmutable, continuó sentada. La impetuosa mirada de Blake
le resultaba muy familiar. ¡A ese hombre lo conocía de algún lado! De
pronto, recordó. Recordó que ese mismo chofer, doce años atrás, una
noche lluviosa, la había forzado a bajar violentamente de ese mismo bus
por infringir otra de esas curiosas leyes. Una ley que establecía que los
afroamericanos, luego de pagar el boleto en la parte delantera del colectivo,
debían descender y volver a subir por la parte trasera para que los blancos
no tuvieran que cruzárselos. En aquella ocasión, tras pagar el boleto y ver
que el bus estaba casi vacío, ella había caminado hacia la parte trasera y
se había sentado, sin descender del transporte como lo establecía la ley.
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Entonces, el chofer la obligó a bajarse y dejó a Rosa en la calle, que debió
volver caminando a su casa bajo la lluvia.
–¿Te vas a levantar, negra? –la inquirió Blake, sacándola abruptamente
de aquel recuerdo.
–No –respondió Rosa, con total pasividad.
–Si no te levantas, llamaré a la policía y te haré arrestar.
–Hazlo… –contestó Rosa, con su espíritu sereno–. Hazlo, si quieres.
Incluso, basándose en las leyes de aquella época, Rosa estaba sentada en
el lugar correcto y no estaba infringiendo ninguna ley. Los buses estaban segregados en una sección para negros (la trasera) y en una sección para blancos
(la delantera). La ley afirmaba que, si había un blanco parado, un negro debía
cederle su asiento. Pero en esta oportunidad, para darle el lugar a un blanco, el
chofer pidió los cuatro asientos de la fila en la que Rosa estaba sentada. ¡Cuatro afroamericanos debían pararse para cederle el asiento a un solo blanco!
Tres de ellos se pararon inmediatamente. Pero Rosa no. Rosa siguió sentada.
El chofer, al ver que Rosa continuaba inmóvil en su asiento, descendió
del bus, cruzó la calle y, desde una cabina telefónica, llamó a la policía.
Diez minutos después, llegó al lugar un patrullero y un oficial ascendió al bus. Blake señaló a Rosa y el oficial se le acercó. Sobre la fila donde
ella estaba sentada había un cartel que decía “Colored” (“Negros”) que
servía para separar el espacio destinado a los negros del reservado a los
blancos. Al advertir esto, el policía le dijo al conductor:
–Sr. Blake, la señora está sentada en el sector de los negros… Además,
hay otros dos asientos vacíos.
El chofer inmediatamente tomó aquel cartel y lo colgó una fila más atrás:
–Ya no. Ahora está en la sección de los blancos –el oficial lo miró
sorprendido por aquella maniobra tramposa–. ¡Yo quería este lugar y ella
no me lo quiso dejar! La quiero presa…
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El oficial, resignado, miró a Rosa y le dijo:
–Señora, ¿por qué no se levantó de su asiento?
–¿Por qué no nos dejan vivir en paz? –replicó Rosa, indignada, pero
sin perder la calma.
–¿La oye? –dijo Blake al oficial.
–Hace trescientos años que no nos dejan vivir en paz ni en libertad
–dijo Rosa, que era una activista por los derechos civiles–. ¡El dinero que
pagamos por el boleto es del mismo color que el que pagan los blancos!
¡Pagamos para ser humillados!
–Señora, lo siento –replicó el oficial–. La ley es la ley. Usted queda
arrestada…
Los demás pasajeros miraban toda la escena con asombro. Algunos
contemplaban con admiración la serenidad y la valentía que tenía aquella
mujer a punto de ser arrestada. Pero no todos la admiraban. Se escucharon también comentarios reprobatorios: “¿Qué estás tratando de demostrar?”, “¿Por qué no levantás tu trasero del asiento así seguimos viaje?”,
comentarios de gente acostumbrada al orden que imperaba entonces.
¿Sería esa misma gente que un siglo antes también se indignaba por las
revueltas de esclavos que luchaban por la abolición de la esclavitud de los
negros?
Esa gente ahora se indignaba más porque una negra no cedía su
asiento a un blanco que ante la segregación racista que en todo el sur de
los Estados Unidos establecía que en el bus los negros debían sentarse
separados de los blancos.
Pero la segregación racial no se restringía a los autobuses. Estaba en
todas partes. En las escuelas, en los hospitales, en los restaurantes, en los
hoteles, en los baños y ¡hasta en los bebederos de agua! Los sitios designados para los negros eran diminutos y sus condiciones eran paupérrimas
en comparación con los seleccionados para los blancos.
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De eso se trataba, en líneas generales, la política de segregación racial
en el sur de los Estados Unidos que, desde fines del siglo XIX, después de
la abolición de la esclavitud, había establecido esta nueva forma de ‘esclavitud’ simbólica, coartando la mayoría de los derechos de un sector de la
población. “Separados pero iguales” era el eufemístico lema de la doctrina
Jim Crow 3.
Mientras el oficial la esposaba, Rosa recordó una anécdota. Recordó
cuando en una plaza de Montgomery, siendo pequeña y en compañía de
su hermano, vio cómo un señor mayor, después de tomar agua en el bebedero para blancos, le sirvió agua del bebedero destinado a los negros a su
mastín… Recordó cómo ese perro tomaba agua del mismo bebedero del
que ella había tomado unos minutos antes y del que tomaban otros niños
y adultos afroamericanos. Ese desagradable recuerdo le invadía la mente
mientras el oficial la hacía descender del bus y la conducía hacia uno de
los patrulleros. Y el chofer miró toda esa humillante escena orgulloso
mientras sobre su rostro, arrugado por el odio, se dibujaba una sonrisa de
satisfacción.
Una vez en la comisaría, a Rosa le hicieron un interrogatorio y quedó
detenida en una celda húmeda y oscura. Después de tres cuartos de hora,
agobiada por la sed, se dirigió al guarda-cárcel:
–¿Podría darme un vaso de agua?
–No, señora. Sólo está permitido servirles agua a los detenidos blancos…
3
Doctrina Jim Crow. Tras la ‘Proclamación de Emancipación’ de los esclavos por
Abraham Lincoln (1863) y el fin de la Guerra de la Secesión (1865), se inició el período
conocido como “la Reconstrucción” (1865-1877) durante el cual en el sur norteamericano rigió una ley federal que proporcionaba protección de los derechos civiles a los
afro-estadounidenses libertos. Sin embargo, una vez retiradas las tropas fedrales (1877),
en los estados del Sur de Estados Unidos se dictaron varias leyes estatales y locales, que
propugnaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas por mandato de
iure bajo el lema “separados pero iguales” y se aplicaban a los afroestadounidenses y a
otros grupos étnicos no blancos.
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–¿Podría hacer una llamada telefónica?
El oficial asintió y le acercó un teléfono. Rosa entonces llamó a su
esposo, Raymond Parks y le contó todo lo sucedido. Raymond, desesperado, difundió la noticia entre varios vecinos de Montgomery y amigos de
Rosa, entre ellos, Edgar Nixon, un activista afroamericano que se dirigió
inmediatamente a su casa. El Sr. Parks, furioso pues creía que los otros
activistas tenían responsabilidad en la detención de su mujer, le pidió a Nixon que llamara a la comisaría para averiguar cuáles eran los cargos contra
Rosa. Nixon llamó, pero le contestaron secamente:
–Señor Nixon, ¡atienda sus asuntos! ¡No hablamos con negros! –y le
colgaron.
Edgar Nixon era un hombre muy alto y de voz grave. Trabajaba en los
ferrocarriles y era, además, un activista por los derechos civiles y presidente en Montgomery de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP)4. Rosa era su secretaria y una enérgica colaboradora durante
esos años. Nixon le había asignado a cargo un grupo de jóvenes para que
los instruyera, cosa que Rosa llevó adelante con dedicación. Adolescentes
y jóvenes iban a su casa donde Rosa les hablaba sobre los conceptos de
libertad e igualdad proclamados por la Constitución, y sobre los derechos
civiles.
A Raymond Parks no le agradaba el activismo de su mujer. Él, de
joven, en la época en que noviaba con Rosa, había participado de una protesta por arrestos y ejecuciones de jóvenes afroamericanos inocentes y, en
aquella manifestación masiva, había sido golpeado en el rostro y en todo
el cuerpo por la policía. Desde ese entonces, Raymond se había vuelto un
escéptico de la lucha por los derechos civiles. Consideraba a los miembros
4
La NAACP (en español, Asociación Nacional para el Progreso de las Personas
de Color) es una organización estadounidense de derechos civiles creada en 1909 con
el fin de luchar por el progreso de los derechos civiles de los afroamericanos. Su misión
era “asegurar la igualdad de derechos políticos, educacionales, sociales y económicos de
todas las personas y eliminar el odio y la discriminación racial”.
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de la NAACP “una manga de inútiles” y temía que algo pudiera pasarle a
su mujer por participar en esa organización.
Tras el frustrado llamado telefónico, Nixon, se comunicó con Clifford
Dare, un amigo blanco que también era activista en la NAACP, y le pidió
ayuda. Clifford llamó a la comisaría donde estaba Rosa. Además de ser
blanco, era un abogado reconocido en la ciudad, por lo que la policía atendió su pedido inmediatamente y lo citó a la comisaría. Clifford y su mujer
se dirigieron allí junto a Raymond Parks y Edgar Nixon. Curiosamente y
a pesar de lo que estaba sucediendo, Edgar parecía muy entusiasmado. En
el camino a la comisaría, le explicó a Clifford:
–Cliff, esto que pasó hoy es una muy buena noticia.
–¿Qué dices?
–Digo que tenemos nuestro caso. ¡Este es el caso que estábamos esperando hace tiempo!
–No, no entiendo a qué te refieres.
–A ver. Es cierto que este año ya ha habido otros casos de arrestos por
desobediencia a las leyes de segregación racial. Tenemos el caso de esas tres
mujeres arrestadas por no ceder su asiento hace unos meses y hubo algún
otro caso similar. Pero este caso es distinto…
–¿Por qué?
–Porque Rosa es una mujer respetada en Montgomery… Es la persona indicada para que denunciemos la segregación racial. Es una mujer
tranquila y seria y no tuvo ninguna reacción violenta. Solo se quedó quieta
en su asiento y no opuso resistencia al arresto. Esto está tomando conocimiento público y va a provocar la indignación de gran parte de la ciudad.
Y no solo en la comunidad negra…
–Tienes razón. Deberías ser político, Edgar.
Ya en la comisaría, Nixon pagó la fianza y Rosa salió libre. Al reencontrarse con Raymond, se estrecharon en un abrazo y lo mismo hizo
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con Edgar Nixon y con el matrimonio Dare. Emocionada, les agradeció
a ambos por la ayuda.
Se dirigieron todos a la casa de los Parks, y una vez allí, la madre de
Rosa invitó a Edgar y al matrimonio Dare a sentarse y los convidó con
café.
–¿Cuándo es la audiencia? –interrogó Raymond a Edgar.
–Este lunes –replicó Edgar–. No se preocupe, Sr. Parks, Rosa no
volverá a la cárcel.
–En realidad –contestó Raymond, conteniendo la rabia– ella nunca
debería haber estado allí…
–Raymond… –dijo Rosa.
–… perdón, Rosa, pero no puedo ocultar mi irritación –la interrumpió
Raymond y, dirigiéndose a Nixon, agregó–. Usted y su grupo son responsables de la detención de mi mujer.
Un llamado telefónico de una activista, amiga de Rosa, interrumpió
la incómoda conversación. El llamado era para Nixon. Su pronóstico se
había cumplido: el caso del arresto de Rosa Parks causó tal indignación
en Montgomery y en otras ciudades vecinas del estado de Alabama que
los activistas afroamericanos comenzaban a hablar de un boicot contra los
autobuses. Luego de colgar el teléfono, se dirigió a todos:
–Toda la ciudad está enfurecida con lo que sucedió con Rosa. Los
teléfonos estuvieron sonando todo el día en las iglesias. Mañana se hará
una reunión en la iglesia de la Avenida Dexter convocada por el reverendo
Martin Luther King con varios pastores y activistas, porque quieren boicotear los autobuses de Montgomery.
–¿Mañana? –preguntó Rosa.
–Sí, y te quieren en la reunión –dijo Edgar, ante la mirada fulminante
de Raymond–. Y si no puedes venir, lo entenderán.
Raymond se acercó a Edgar y lo miró fijamente a los ojos:
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–Me retiro –dijo Nixon colocándose su saco y añadió, antes de partir–. Señor Parks, si usted cree que nosotros la metimos a Rosa en esto,
entonces no conoce bien a su mujer… No conoce el valor y el coraje de la
mujer que tiene a su lado…
Edgar se retiró y Rosa increpó a su marido:
–¿Qué te pasa, Raymond?
–Me pasa que mi mujer fue arrestada en una celda húmeda, oscura y
llena de ratas…
–Yo no pedí que me arrestaran, Raymond –objetó agitada–. ¡Solo hice lo
que todos hacían en ese bus: me senté para volver a mi casa! ¡Y ni Nixon ni
nadie me dijeron lo que tenía que hacer en ese momento! Hice lo que me dictó mi consciencia y lo que cualquier persona con dignidad hubiera hecho…
Raymond se quedó en silencio, cavilando. Rosa se quitó su chaqueta
y se retiró al dormitorio.
A pesar de la reticencia de su marido, Rosa fue a la reunión al día
siguiente en la iglesia del reverendo Luther King donde estaban presentes
activistas de la NAACP y pastores negros de distintas iglesias. No todos
confiaban en los efectos del boicot:
–Esto es lo que haremos –dijo una mujer, mientras repartía unos volantes–. Dejaremos de usar el autobús. Si no nos respetan, no les daremos
más nuestro dinero.
–¿Dejar de usar el autobús?
–Exacto –dijo Nixon–. Propongo que no usemos el autobús. Es solo
un día.
–¿Y cómo irán a su trabajo aquellos que viven a varios kilómetros de
distancia?
–¡Caminando! –contestó uno–. Iremos todos caminando a nuestros
trabajos, a nuestras escuelas.
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–¡Es una locura! ¡Nadie se plegará a esto! ¿Quién dejaría de ir en bus
a trabajar o a la escuela?
–¡Sí, lo harán! ¡Es solo un día! Un día que puede cambiar la historia.
–¿Y qué pasará con los ancianos y los niños?
–Ellos caminarán también –respondió Nixon–. ¡Vamos a pegarles
donde más les duele! ¡Con el dinero!
–Pero señores, ¡el boicot es ilegal! –dijo uno.
–No si la causa es justa –replicó Clifford–. ¿Vamos a seguir esperando
eternamente para terminar con la segregación?
–Yo creo que debemos enviar cartas y seguir reclamando por medios
diplomáticos –insistió otro.
–¿Cartas? La señora Parks nos dio esta oportunidad de oro con su
conducta ejemplar y con su coraje –dijo Nixon, señalando a Rosa–. ¿Vamos
a desaprovecharla como cobardes? ¡El momento es ahora!
El debate se convirtió en un griterío ininteligible y durante algunos
minutos el clima fue tenso hasta que, finalmente, habló el reverendo
Luther King, el flamante pastor de esa iglesia, de apenas veintiséis años y
todos hicieron silencio:
–Para protestar contra el transporte público, tenemos que estar todos
unidos… Este camino de la división y la pelea nos llevaría al fracaso…
–Exacto –dijeron algunos.
Finalmente, se decidió por amplia mayoría convocar a un boicot para
el lunes 5 de diciembre, día en que Rosa debía declarar ante la justicia por
su arresto.
Los siguientes días el llamado al boicot se difundió por todas partes:
los estudiantes imprimieron y repartieron volantes por todos los barrios
negros de Montgomery: en los trabajos, en las paradas de colectivos, en
los restaurantes y en las plazas para negros. El panfleto decía: “El lunes, en
protesta por la injusta detención de Rosa Parks, ningún negro debe utilizar el autobús.
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Ni para ir a trabajar, ni a la ciudad, ni a la escuela ni a ningún otro lugar. Si no tienen
otra forma de ir, que no sea en bus, pueden permitirse no ir a la escuela o al trabajo por
un día”. Para el mismo lunes a la noche se convocaba también a un encuentro en la iglesia baptista de Martin Luther King.
Al amanecer del lunes, Rosa ya estaba levantada. Ella trabajaba en
una tienda de ropa como costurera en el centro de la ciudad. Ese día iría
caminando. Luego de desayunar, se asomó por la ventana, desde donde se
veía la parada de autobuses, y vio frenar el bus que tomaba todos los días
para ir al trabajo: estaba completamente vacío. Ni un solo pasajero a bordo.
El boicot estaba funcionando…
Efectivamente, ese día prácticamente ningún negro tomó el autobús.
Fue prácticamente unánime el boicot de la comunidad. Y, dado que más
del sesenta por ciento de la población de Montgomery era afroamericana y
más del ochenta por ciento de los pasajeros del transporte público lo eran,
la recaudación de las empresas había sido casi nula.
Esa misma noche del lunes, más de cinco mil personas se congregaron
en la Avenida Dexter. La iglesia estaba repleta y alrededor de la misma,
sobre la vereda y sobre la calle, se agolpó una multitud para escuchar, a
través de unos altoparlantes colocados fuera del edificio, el discurso de
Luther King. Hasta ese momento, ese párroco de apenas veintiséis años
era desconocido. Había llegado a la ciudad unos meses atrás.
En la Iglesia, Rosa subió al escenario y fue presentada por Edgar
Nixon. El público estalló en una ovación ensordecedora, que duró varios
minutos. Luego, Nixon anunció que había sido elegido Martin Luther
King como líder del movimiento y le cedió la palabra.
Era la primera vez que ese joven pastor, nacido en Atlanta, hablaría
ante las masas:
–Hermanos, si nos hemos reunido aquí esta noche es en primer lugar porque somos ciudadanos americanos. Unos ciudadanos americanos
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dispuestos a hacer valer plenamente nuestros derechos de ciudadanos.
Estamos aquí porque creemos profundamente que ‘democracia’ no es una
palabra vacía, que es la forma de gobierno suprema.
La multitud escuchaba el discurso dentro y fuera de la iglesia con el
mismo entusiasmo.
–Lo que ocurrió en aquel autobús el pasado jueves es inaceptable. Y
me alegra que haya sucedido con una persona como la señora Rosa Parks
–dijo señalándola–. Nadie puede dudar de su integridad ilimitada ni de su
moralidad y compromiso cristiano…
–Hermanos, estamos aquí para que cese ese estado de cosas. Esta tarde queremos decirles a los que nos maltratan desde hace tanto tiempo que
estamos cansados: cansados de soportar la segregación, cansados de vivir
bajo el yugo racista. ¡Nuestra lucha es justa, hermanos!
Durante esos primeros minutos siguieron llegando algunas personas
a la esquina de la Avenida Dexter. Era tal la muchedumbre dentro de la
iglesia que algunos padres levantaban a sus hijos en andas para que pudieran ver al reverendo y no faltaron empujones y alguna que otra pequeña
discusión entre los presentes, ansiosos por escuchar y ver al orador.
–¿Y si estuviéramos equivocados? Hermanos, si estamos equivocados,
entonces ¡la Suprema Corte de la Nación está equivocada! –gritó el reverendo, acompañado por aplausos de la multitud– Si estamos equivocados,
¡la Constitución de la Nación está equivocada! Si estamos equivocados,
¡Dios Todopoderoso está equivocado y la justicia solo es una mentira!
–¡Amén! –gritaron en coro varios.
Una ovación seguida de aplausos y aclamaciones interrumpió el discurso.
–… y estamos decididos aquí en Montgomery a trabajar y luchar
hasta que la justicia fluya como el agua y la rectitud corra como un arroyo
poderoso…
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Al final de la noche, y tras consultar al público, se decidió continuar
el boicot por tiempo indeterminado hasta que se eliminara la segregación
racial en los autobuses.
Esa tarde Rosa había declarado ante el Tribunal y, luego de un juicio
de cinco minutos, había sido declarada culpable y debía pagar una multa
menor. El abogado de Rosa apeló la sentencia y comenzó entonces una
batalla judicial que llegaría hasta la Suprema Corte. A Rosa Parks la echaron de la tienda de ropa en la que trabajaba. También Raymond Parks
perdió su empleo. Pero Rosa no se rindió: continuó trabajando como
costurera de manera particular y Raymond consiguió otro trabajo.
Pasó la Navidad y pasó el Año Nuevo y el boicot continuó. Pasaron
semanas. Pasaron meses. En ese tiempo se vieron en Montgomery hombres y mujeres que caminaban kilómetros para ir a sus trabajos para luego
volver a sus casas. Y se vieron niñas y niños que también caminaban
kilómetros para ir a la escuela y volver a su hogar. Hubo niñas y niños,
mujeres y hombres, ancianas y ancianos que caminaban bajo la lluvia,
bajo el diluvio, soportando vientos y el frío invernal, sangrando sus pies,
destrozando zapatos y medias, para expresarle a esa sociedad que no iban
a aceptar más que se los tratara como ciudadanos de segunda, y que no
darían un paso atrás con el boicot y seguirían caminando hasta que en
Montgomery reinara la igualdad.
Hubo quienes en esa travesía diaria hacia el trabajo o a la escuela rememoraron los pasajes de la Biblia que relataban el éxodo de los esclavos
judíos, liderados por Moisés, quienes habían escapado de la tiranía del
Faraón de Egipto, a pie, cruzando el Mar Rojo hacia la Tierra Prometida.
¿Era esta travesía también una caminata a la Tierra Prometida? ¡Tal vez no!
Pero todos ellos sabían que era una caminata hacia la libertad. Una larga
caminata hacia la libertad. Era el último peldaño que faltaba trepar para
conseguir la igualdad y la libertad que ni la Constitución de los Estados
Unidos ni la Proclama de Emancipación de Lincoln habían terminado de
consolidar. Sabían que no sería fácil, pero estaban decididos a hacerlo…
UNA LARGA CAMINATA HACIA LA LIBERTAD
31
Para colaborar con el boicot, se formó un sistema conocido como
carpool por el que muchos ciudadanos que tenían coche llevaban voluntariamente a la gente a su trabajo, a la escuela o a otros sitios. En su mayoría
eran mujeres blancas que, en muchos casos, lo hacían a escondidas de sus
maridos. Fue un movimiento solidario que alivió un poco aquella odisea
de largas caminatas diarias.
Contra los boicoteadores y sus colaboradores del carpool, hubo permanentes ataques e intimidaciones físicas y verbales del Ku Klux Klan,
la organización racista y xenófoba que se encargaba de atormentar a la
comunidad negra en total complicidad con la policía y el gobierno de Alabama. Hubo incluso muchos afroamericanos que aparecieron linchados
en los suburbios de la ciudad. La propia Rosa Parks y su marido recibieron
amenazas telefónicas y escraches de encapuchados en la puerta de su casa.
También algunos activistas fueron encarcelados o agredidos por la policía. Llegó a tal punto la violencia que el reverendo Luther King sufrió un
atentado en su casa y lo mismo sucedió en la casa de Edgar Nixon, en la
del pastor blanco Robin Graetz y en varias iglesias baptistas.
La misma noche del atentado contra su casa, Luther King vio llegar
un grupo de gente, armada de palos, que acudió en su apoyo y se disponía
a hacer justicia por mano propia. Martin los tranquilizó, les informó que
su esposa y su hijo estaban bien y les dijo:
–No responderemos a la violencia con más violencia. Tendremos amor
en el dolor. Nuestro objetivo no podrá ser nunca oprimir a los hombres
blancos, si no el de ganar su apoyo y entendimiento. Debemos empezar a
esparcir las semillas de una sociedad en paz.
El hombre que decía esas cosas era el mismo contra quien acababan de
atentar. Frente al odio y la agresión, él predicaba la paz y la no violencia.
Inspirado en la filosofía del pacifista indio Mahatma Gandhi, a partir de
ese momento Luther King transformó el movimiento por los derechos
civiles en una lucha no violenta.
32
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Rosa Parks acudió al día siguiente a colaborar con la familia King en
los arreglos de la casa y lo mismo hizo tras los atentados en las casas de
Ed Nixon y del pastor Graetz llegando a organizar colectas para restituir
las pérdidas.
Durante esos duros meses de violencia, Raymond siguió molesto con
su mujer hasta que, un tiempo después, oyó una conversación entre un
joven escéptico y un anciano ciego en una parada de buses:
–No sirve de nada el boicot. Todo va a seguir igual… No sé para qué
esa mujer inició todo esto –dijo el joven mientras Raymond escuchaba.
–Bueno, alguien tenía que hacer algo, ¿no? –dijo una mujer.
–Yo estoy cansando de caminar –insistió el joven.
–Yo también estoy cansado –acotó el anciano ciego.
–¿Ve? –dijo el joven a la mujer–. No soy el único…
–… estoy cansando –continuó el ciego– de ser tratado como un esclavo…
–Sí, comprendo…
–No, joven –lo interrumpió–, no comprendes. Ni tampoco entiendes
lo que hizo esa mujer en aquel bus. Yo sé muy bien lo que hizo… Y seguiré
caminando –Raymond oía atento mientras lo invadía la emoción–. Seguiré
caminando cuanto tiempo tenga que caminar. Porque mi cuerpo puede
estar viejo y cansado, pero mi alma está joven y descansada…
Y entonces Raymond vio cómo ese anciano se levantaba y seguía
caminando a pesar de que un bus paró al costado suyo y le abrió las puertas. Y vio cómo el joven, hasta ese momento escéptico, se acercó a él y lo
ayudó con la carga que llevaba. Raymond, emocionado, se quedó contemplando la escena. Volvió a su casa y la encontró a Rosa acostada:
–¿Qué haces? –preguntó ella, unos segundos después de abrir los ojos.
–Estoy pensando en lo afortunado que soy…
–¿Por qué?
UNA LARGA CAMINATA HACIA LA LIBERTAD
33
–Recuerdo cuando te conocí. Jamás hubiera imaginado entonces que
esa jovencita cambiaría la forma de pensar de la gente en esta ciudad y en
todo el Sur del país.
Con el boicot, las empresas de transporte público entraron en bancarrota, a punto de la quiebra. En junio de 1956, el Tribunal de Alabama declaró
inconstitucional la segregación racial, pero el gobierno estatal apeló la sentencia. El boicot se prolongó. En noviembre de ese mismo año, la Suprema
Corte de los Estados Unidos confirmó la sentencia y, semanas después,
emitió una orden exigiendo la desegregación inmediata de los autobuses.
El 21 de diciembre de 1956, luego de trescientos ochenta y un días,
el boicot terminó. Simbólicamente, Rosa Parks fue la primera persona en
subirse a un bus desegregado, conducido por el mismo James Blake, cuyo
rostro estaba ahora más arrugado que nunca.
La alegría por el fin de la segregación era inmensa. La misma gente
que había caminado bajo la lluvia, que había soportado vientos y tormentas
caminando hacia el trabajo o hacia la escuela, ahora bailaba en las calles
y celebraba.
La enérgica voluntad de un pueblo, unido en la solidaridad, había vencido a las leyes racistas, al odio, a las intimidaciones del Ku Klux Klan y a
la injusticia. Ese espíritu pionero del pueblo de Montgomery se contagió
por todos los rincones del sur estadounidense iniciando un movimiento
implacable, liderado por el joven reverendo Martin Luther King y muchos
otros, que fue sumando conquistas en la lucha por los derechos civiles
hasta conseguir en 1964 la eliminación total de la segregación racial en los
espacios públicos y en 1965 una ley de derecho al voto que terminaba con
la discriminación en el registro de votantes5. Ese movimiento traspasó las
fronteras norteamericanas y se extendió alrededor del mundo.
5
Ambas leyes se sancionaron durante la presidencia de Lyndon Johnson aunque
gestionadas por su predecesor, John Fitzgerald Kennedy.
34
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Pero, como en muchos casos, tal vez nada de esto habría pasado si
una mujer no hubiera prendido la primera chispa e iniciado todo ese movimiento.
Esa mujer, Rosa Parks, cuarenta y tres años después, con casi noventa
años, fue homenajeada por el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton
en Washington:
–Este viaje comenzó hace cuarenta y tres años cuando una mujer llamada Rosa
Parks se sentó en un autobús en Alabama y no se levantó. Esta noche, ella está sentada
aquí, con la primera dama y puede levantarse o no, como ella prefiera…
Y entonces, una vez más, Rosa Parks se quedó sentada ante los aplausos de la multitud.
LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO
Con el título El primer grito de justicia, este cuento fue premiado
en el VII Concurso de Cuento “Haroldo Conti” (2014), organizado
por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
¿Estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales?
¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?
FRAY A NTONIO DE MONTESINOS
21 de diciembre de 1511
S
i tuviera que hacerlo de nuevo en este momento, lo volvería a hacer.
Volvería a hacerlo una y otra vez. No me arrepiento de nada de lo
que dije aquella tarde.
Hoy, 27 de junio de 1540, estoy viejo y solo. Sesenta y cinco años
tengo. Y estoy lejos…
Ahora vivo en Cumaná, Provincia de Venezuela, una región ubicada
al noreste de Tierra Firme o, como ahora la empiezan a llamar, ‘América
del Sur’.
Soy Antonio de Montesinos, un fraile dominico que llegó a La Española en 1510, en representación de la primera comunidad de dominicos
del Nuevo Mundo7. Los dominicos éramos una pequeña orden católica,
inspirada en las ideas de Tomás de Aquino, que adheríamos al llamado de
la Iglesia a conquistar almas en el Nuevo Mundo para nuestra fe.
6
En septiembre de aquel año, llegué a Santo Domingo junto a los
padres Pedro de Córdoba, Domingo de Villamayor y Bernardo de Santo
Domingo. Poco tiempo después llegaron otros frailes de nuestra orden
hasta que alcanzamos los quince.
Diecinueve años después, en 1529, me enviaron acá como vicario de
los dominicos. Ya pasaron once años desde que estoy viviendo en Venezuela. Sin embargo nunca me olvido de aquella tarde de 1511 en Santo
Domingo…
6
La Española es la isla actualmente integrada por República Dominicana y Haití.
Fue la primera que ocuparon los conquistadores españoles de América.
7
El término “Nuevo Mundo” se usaba entonces para referirse a América.
40
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
La Española fue la primera isla ocupada por Cristóbal Colón y los
conquistadores, tras el “descubrimiento” de las Indias en 1492. En el norte
de esa isla, Colón fundó la primera ciudad del Nuevo Mundo, La Isabela, en 1494. Dos años después, la ciudad fue trasladada por su hermano
Bartolomé hacia el sur donde fundó Santo Domingo. Con el pasar de los
años, La Española fue creciendo y durante la gobernación de Nicolás de
Ovando se fundaron varias villas nuevas, obra continuada por su sucesor,
Diego Colón8, el hijo mayor de Cristóbal Colón.
Durante catorce años, La Española fue la única isla ocupada por los
españoles en todo el Nuevo Mundo. Fue recién en 1508 que reemprendieron la conquista, ocupando las islas de Puerto Rico (1508), Jamaica (1509)
y Cuba (1511), además del territorio continental del Darién9.
Poco después de haber llegado a esa isla, empecé a comprender de
qué se trataba en realidad aquella ‘conquista’. Nos alcanzaron unos meses
para entender que lo que nuestros compatriotas llamaban ‘conquista’ no
era sino un conjunto de salvajes matanzas, martirios y vejaciones contra
los nativos de esas tierras.
Sin embargo… parecía que entonces éramos los únicos que advertíamos lo que pasaba a nuestro alrededor… ¡Criaturas arrancadas de las mamas de sus madres para ser arrojadas contra las rocas! ¡Mujeres ejecutadas
a espadazos con sus hijos en brazos! ¡Indios con sus manos mutiladas por
haber realizado mal un trabajo! ¡Hombres quemados vivos en horcas, de
trece en trece, “en honor al Redentor y sus doce apóstoles”! ¡Qué blasfemia!
Primero fue en La Española: Maguá, Marién, Maguana, Xaraguá,
Higüey, los cinco reinos de aquella isla destruidos para siempre. Y sus
caciques, muertos en la horca. Y a los que sobrevivían, por supuesto, les
8
9
Diego Colón gobernó La Española entre 1509 y 1515.
El Darién corresponde a las actuales Colombia y Panamá.
LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO
41
esperaba lo peor: los forzaban a trabajar en condiciones inhumanas para
extraer el oro y plata que iba a parar directo a las arcas del rey en España…
Pero estos hombres no se saciaron en La Española… Juan Ponce de
León repitió la masacre en la vecina isla de Puerto Rico y Juan de Esquivel
en Jamaica. ¡De seiscientas mil almas que había en esas dos islas menos de
doscientas quedaron con vida!
El silencio que reinaba entonces era unánime. Y era el mejor aliado
que podía tener la masacre… ¡La complicidad! Ni una sola voz se había
alzado para denunciar esas matanzas.
Como fraile –pero, sobre todo, como ser humano– sentía una gran
impotencia al contemplar estos hechos. ¡Quería denunciarlos ante el Rey
y ante el Sumo Pontífice!
Pero… ¿qué podía hacer yo para salvar a esas miles y miles de almas
inocentes? En La Española, en Puerto Rico, en Jamaica y en Cuba eran
ellos, los conquistadores, quienes detentaban el poder. Y todos respondían
a ellos. Nosotros habíamos llegado a esa isla hacía poco más de un año y
éramos diez padres dominicos sin más poder que el de dar misa y asistir
espiritualmente a los pobladores. Si ellos querían, simplemente, nos mandaban de regreso a España…
A un año de haber arribado a Santo Domingo, mi indignación era
incontenible. Con mis propios ojos vi cómo le cortaban la mano a un indio taíno por una falsa acusación de robo y vi también cómo separaban a
una madre india de sus hijos para llevarla a trabajar como sirvienta de un
conquistador. No podía seguir en silencio. No podía quedarme de brazos
cruzados. Tenía que hacer algo. Fue entonces que se me presentó aquella
oportunidad inmejorable…
El episodio al que me refiero tuvo lugar el domingo 21 de diciembre
de 1511 en Santo Domingo. Era una tarde muy fresca que pregonaba la
agonía del otoño y la inminente llegada del invierno.
42
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Ese día me tocó oficiar la misa de los sermones en la iglesia de Santo
Domingo. Era el cuarto domingo de Adviento. Se trata del primer período
del año litúrgico cristiano10, un momento de preparación espiritual para la
celebración del nacimiento de Cristo. El cuarto domingo de Adviento, el
anterior a la Navidad, se lee el pasaje del Evangelio de San Juan 1:23 donde dice: “Yo soy la voz de Cristo que clama en el desierto”. Es un día de
recogimiento en el que los cristianos debemos purificar nuestra conciencia
de toda mancha y liberarnos de nuestros pecados.
Aquel domingo, cuando me levanté, sabía que no sería un domingo
cualquiera. No tenía hambre. No desayuné ni almorcé. Hasta el momento
de la misa sólo pensaba en el sermón programado para las tres de la tarde.
Llegué a la parroquia unos minutos tarde. La capilla de Santo Domingo estaba ubicada justo enfrente a la plaza principal de la ciudad. Un enorme portón de roble en la entrada, dos torres a los costados y una campana
de bronce a lo alto, constituían la fachada del edificio.
Por dentro, un pasillo engalanado con una larga alfombra roja separaba dos columnas de asientos ocupados, a la derecha por los nobles y, a la
izquierda, por el resto de los españoles y los primeros niños y adolescentes
criollos. Cada columna se perfilaba en seis filas de asientos. Enfrente a
estos, y separado por una grada de tres escalones, se levantaba el púlpito.
En la capilla ya estaban presentes, en primera fila, Diego Colón (gobernador de La Española), Diego Velázquez Cuéllar (flamante conquistador de Cuba) y su colaborador Hernán Cortés11, Juan Manuel Ponce de
León (conquistador de Puerto Rico), Juan de Esquivel (conquistador de
10
Su duración suele ser de 22 a 28 días, dado que lo integran necesariamente los
cuatro domingos más próximos a la festividad de la Natividad (celebración litúrgica de
la Navidad) pero, en el caso de la Iglesia ortodoxa, el Adviento se extiende por 40 días,
desde el 28 de noviembre hasta el 6 de enero.
11
Hernán Cortés fue colaborador de Diego Velázquez de Cuéllar en la conquista de
Cuba y sería luego el conquistador del Imperio Azteca (1519-1521) y primer gobernador
de Nueva España (México).
LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO
43
Jamaica) y Francisco Pizarro12 (conquistador del Darién). Mi amigo –y más
tarde, discípulo– Bartolomé De Las Casas esperaba sentado en la segunda
fila junto a los padres Córdoba y Domingo de Villamayor.
Ya era el momento de pronunciar mi sermón. Entré sigilosamente a la
capilla, saludé con una breve reverencia a todos los presentes y me subí al
púlpito. Los asistentes me observaban expectantes.
Les iba a hablar a las autoridades del Nuevo Mundo, a los representantes directos de Su Majestad el Rey de España. ¿Quién? Yo… un humilde
fraile, recientemente llegado a esas islas y miembro de una orden minoritaria.
Sin embargo esa tarde era yo –y ningún otro– la voz de Cristo en
esas islas. De modo que levanté la mirada, tomé coraje y miré a los ojos a
Diego Colón, a Diego Velázquez, a Francisco Pizarro, a Hernán Cortés.
Esos que miraba eran los responsables de los más terribles crímenes que
un hombre haya cometido contra otro en la tierra. Pude ver el Mal en sus
ojos. Mi alma ardió de ira y pasión. Estaba indignado y los tenía a todos
ahí sentados, a escasos metros de distancia, esperando oírme… Ellos no
sabían de qué trataría el sermón.
¿Me arriesgaría a perderlo todo? ¿A ser expulsado de la isla? ¿A pasar
el resto de mi vida en un calabozo? ¡No me importaba nada! Estaba allí
en representación de mi congregación para defender a miles de almas
inocentes. Esas vidas valían más que mi libertad. Interrumpiendo algunos
murmullos del público, levanté la voz:
–Para daros a conocer estas verdades me he subido aquí… Yo, que soy la voz de
Cristo que clama en el desierto de esta isla. Y por lo tanto, conviene que con atención,
no con cualquiera sino con todo vuestro corazón y todos vuestros sentidos, la oigáis…
12
Francisco Pizarro, colaborador de Alonso de Ojeda en la conquista del Darién,
sería luego el conquistador del Imperio Inca (1532-1533).
44
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
La sala enmudeció. Sólo una tos seca interrumpió por décimas de
segundo el silencio que, a partir de ese momento, reinó allí.
–… esta voz os será la más nueva, la más áspera y la más dura, la más espantable
y peligrosa que jamás hayáis oído…
–… Esta voz os dice que todos Vosotros estáis en pecado mortal, que en él
vivís y morís por la crueldad y la tiranía que usáis contra las inocentes gentes de esta
tierra… –algunos murmullos de sorpresa comenzaron a oírse entre el
público.
–¡Decid! –irrumpí–. ¿¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel
y horrible servidumbre a estos indios…?? –el auditorio quedó helado ante mis
gritos. No entendían nada: nunca nadie los había acusado por ninguno de
sus crímenes–.
–¿¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos
nunca oídos, habéis consumido??
–¡Explicad! ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades? A las que incurren de los excesivos trabajos que les dais, y se
os mueren o, por mejor decir, vosotros los matáis… –los señalé– los matáis por sacar
y adquirir oro cada día…
El gobernador Diego Colón, sobresaltado, estaba decidido a levantarse
de su asiento e interrumpir el discurso, pero apenas alcanzó a titubear y a
proferir un chirrido sordo e ininteligible.
–… ¿¿Acaso éstos no son hombres?? –grité–. ¿¿Acaso no tienen almas racionales?? ¿¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?? ¿Esto no entendéis?
¿Esto no lo sentís? ¿Cómo estáis dormidos en un sueño tan letárgico?
Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Diego Velázquez habían quedado
completamente paralizados, mudos y pálidos por una mezcla de estupor y
vergüenza. La sorpresa había invadido a todo el público que, por primera
vez en dos décadas, estaba oyendo una voz de repudio contra sus encubiertos crímenes.
LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO
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–Tened por cierto –concluí– que en el estado en que están vuestras almas no os
podéis salvarlas más que los que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.
El sermón terminó. La sala estalló en un bullicio enorme… Las voces se superponían unas con otras. Los espectadores se levantaron de sus
asientos. Sus rostros mezclaban confusión, sorpresa y rubor.
–Retírese inmediatamente, padre –me aconsejó uno de los presentes
que se acercó al púlpito–. Por su seguridad…
Me retiré por la puerta trasera al estrado. Bartolomé De Las Casas me
esperaba afuera: se había levantado unos minutos antes y había salido a la
calle para asegurarse de que una carroza estuviera allí para el momento en
que debiera retirarme del templo.
–Maestro, su discurso fue conmovedor… –me dijo Bartolomé, mirándome a los ojos, quien poco después se convertiría a nuestra orden
dominical y se volvería el principal defensor de los indios en el Nuevo
Mundo.
Con total serenidad, subí al carruaje que emprendió la marcha de
regreso a mi morada. Me fui sin miedo. Con la tranquilidad y la paz espiritual que podía tener cualquier hombre después de hacer lo que su conciencia y su moral le mandaban. No le temía a nadie porque al único que
le podía temer era a Dios y lo tenía de mi lado.
Hasta ahí llega mi memoria de aquella tarde de domingo. Esa misma
semana enviados del gobernador Colón me exigieron que me desdijera
públicamente de mis afirmaciones a cambio de conservar mi trabajo en
Santo Domingo. No accedí. No iba a negociar mi dignidad. Y no sólo
no accedí: el siguiente domingo regresé a la capilla a dar el sermón por el
quinto domingo de Adviento, previo al Año Nuevo de 1512, y en la misa
repetí las acusaciones de la semana anterior y algunas nuevas. Expliqué que
46
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
las diferencias entre indios y españoles no existen ante los ojos de Dios,
que la esclavitud es ilícita y que se debía devolver a los indios sus bienes y
su libertad.
Hubo protestas de autoridades coloniales y religiosos franciscanos. Me
acusaban de conspirar y complotarme con los indios taínos para frustrar
la conquista. Las quejas llegaron a la Corte de Castilla que le exigió a los
dominicos de España que me sancionaran a mí y a toda la orden dominical de La Española, advirtiéndonos que nos llevarían de vuelta a España.
¡Puras amenazas! Nunca hicieron nada… No se animaron. Sabían que mis
palabras eran un simple reflejo de lo que ellos hacían: un espejo en el que
no se querían mirar. Por eso prefirieron dejar el incidente en el olvido…
En 1512 viajé a Castilla. Fui a llevarle un informe al rey Fernando V
sobre las atrocidades que estaban sucediendo en esas islas. Ese mismo año,
y tras mi informe, el rey dictó las “leyes de Burgos” u “Ordenanzas para
el tratamiento de los indios” que declaraban a los indios ‘hombres libres’,
obligaban a los conquistadores a darles un trato justo y “solamente” podían
forzarlos a trabajar en condiciones ‘tolerables’ y con un salario justo. ¡Buena
forma de lavar sus culpas! Por supuesto que nunca cumplieron ninguna de
estas ordenanzas…
Un día, de regreso en Santo Domingo, me visitó Diego Colón y me
dijo que no me metería preso, porque así lo mandaba Su Majestad, pero
que tenía prohibido hablar sobre la cuestión de los indios. Mi oficio debía
limitarse a dar misa y no podía inmiscuirme en cuestiones políticas…
¿Cuestiones políticas? ¿Acaso la defensa de la vida de seres humanos era
una cuestión política? ¿Rechazar la matanza y la tortura de personas no
era, más bien, una cuestión moral y humana?
Mi lucha por la protección de los indios no cesó. Continuó persistentemente durante las siguientes décadas en compañía de Bartolomé de Las
Casas y del resto de los padres dominicos. Denuncias, sermones, cartas,
viajes a Castilla, entrevistas con el rey… Poco fue lo que conseguimos.
LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO
47
Pero la historia de los crímenes en el Nuevo Mundo no terminó
ahí. Pocos años después de aquel suceso vendría lo peor: la ocupación
y destrucción del Imperio Azteca por Hernán Cortés entre 1519 y 1521,
mal llamada ‘Conquista de México’, y la destrucción del Imperio Inca por
Francisco Pizarro entre 1532 y 1533, entre otras “conquistas”. Mi amigo
Bartolomé de Las Casas narra todas estas masacres en su Brevísima relación
de la destrucción de las Indias, la más completa historia de la ocupación del
Nuevo Mundo.
Yo fui testigo. Lo viví todo. Millones y millones de muertos. Y los
que no murieron, peor la pasaron: sufrieron y sufren cada día de su vida
la humillación instaurada con el régimen de la encomienda, a la que someten a los indios, forzándolos a realizar trabajos inhumanos. Veinte de
las veinticuatro horas del día deben trabajar en las minas del Potosí, en el
Alto Perú, para sacar plata y oro que viaja, en toneladas, a Castilla para
engrosar las arcas del rey…
Me pregunto… ¿Qué clase de ‘conquista’ es esta? ¿La conquista no
debía ser espiritual? ¿No dijimos que veníamos a conquistar almas para
nuestra fe, de manera pacífica? ¿Por qué unas onzas de oro valen más que
millones de vidas humanas? ¿Por qué decimos ser los “descubridores de
América” si esta ya había sido descubierta desde mucho antes por sus habitantes nativos? ¿Por qué decimos que vinimos a traer “la civilización” si
todo lo que hicimos fue traer muerte, humillaciones, torturas y enfermedades? Todo esto es la verdad. Y, sin embargo, decirlo hoy en día es una
infracción a la ley…
Hoy es 27 de junio de 1540. Ya pasaron varias décadas de conquista y
casi todo el continente está ocupado por España: desde la isla de Florida
hasta Santa María de Buenos Ayres. Tengo sesenta y cinco años y vivo en
una pequeña estancia aquí, en Cumaná, Provincia de Venezuela, al noreste
del Perú (donde los Pizarro levantan su Imperio) y al norte del Brasil (ocupado por los portugueses).
48
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Estoy muy enfermo. Estoy viejo y solo. Me voy a morir pronto. El padre ya me ha dado la extremaunción. Sin embargo, aún conservo la lucidez.
Y quiero decir una cosa. Una cosa más antes de morir…
Si hay algo de lo que estoy orgulloso es de ser español… Porque tal
vez algún día se nos recuerde a Bartolomé De Las Casas, al padre Córdoba, al padre Villamayor y a todos los dominicos que vinimos, en soledad,
al Nuevo Mundo. Y entonces, ya nadie va a poder decir que los españoles
que vinieron con la conquista fueron todos asesinos, torturadores o cómplices…
Fray Antonio de Montesinos (Sevilla, 1475 – Venezuela, 27/6/1540)
UNA FIESTA DISTINTA
Una fiesta distinta fue premiado en el X Concurso Internacional
‘Hésperides’ de Cuento y Poesía en diciembre de 2012.
Cuando sonaron las campanas de Monserrat se cayó: porque ya estaba muerto.
Nosotros nos desfogamos un rato más, con pedradas que ya no le dolían.
BUSTOS-DOMECQ13
La fiesta del monstruo
Atáronle un pañuelo a la boca y empezaron a tironear sus vestidos.
Encogíase el joven, pateaba, hacía rechinar los dientes.
ESTEBAN ETCHEVERRÍA
El Matadero
13
Honorio Bustos-Domecq era el seudónimo que utilizaban Jorge Luis Borges y
Adolfo Bioy Casares cuando escribían juntos. El origen del pseudónimo consiste en
la reunión de los apellidos de un bisabuelo materno de Borges (Bustos) y de la abuela
paterna de Bioy (Domecq).
S
ituada al norte de Irán, en una meseta, al pie de los Montes Alborz,
Teherán es la capital y el centro económico, político y cultural de
la República Islámica de Irán. Su periferia abarca una superficie de
ochenta y seis mil hectáreas y su población supera los siete millones de
habitantes. Esa era la ciudad donde vivía Ayaz Muammar.
Ayaz estudiaba Filosofía en la Universidad de Teherán. Cursaba el
cuarto año de la carrera. Desde los quince años, trabajaba como vendedor
en una tienda de libros usados que heredó de sus padres, en el centro comercial de la capital iraní.
A sus veintidós años, y después de algunas crisis, Ayaz aceptó su
orientación sexual. Él nunca había sentido atracción por las mujeres. Y no
hubiera tenido ningún problema en reconocer públicamente que era homosexual sino fuese porque en Irán esa confesión era equivalente a firmar
la propia sentencia a muerte. Sabía bien que la legislación iraní sancionaba
la sodomía con la pena capital.
Poco tiempo después de asumirlo, Ayaz comenzó a frecuentar la
clandestina comunidad gay de Teherán, que conoció a través de las redes
sociales. Los encuentros se llevaban a cabo en un subrepticio bar, ubicado
en una pequeña casa, en los suburbios de la ciudad.
Una de las tantas noches en que Ayaz visitaba aquel bar, conoció a un
joven estudiante de Derecho, Mahmoud, dos años menor que él.
Sus historias eran parecidas. Ambos eran huérfanos de padre y madre.
Ayaz había sido criado por unos tíos ancianos que no tenían descendencia
y, de ellos, heredó su casa y la tienda de libros usados en la que trabajaba.
54
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Los padres de Mahmoud habían muerto en un accidente cuando él era
muy chico, de modo que toda su infancia y adolescencia la pasó en una
casa para niños expósitos en las afueras de Teherán.
Ayaz y Mahmoud comenzaron una relación amorosa que fue creciendo a lo largo de los años. Pero nadie lo sabía, excepto los jóvenes
que asistían a aquel bar clandestino, con quienes trabaron una amistad.
A menudo, en sus largas tardes en la librería, Ayaz se distraía de alguna
lectura y pensaba: ¿Por qué tengo que andar a escondidas? ¿Cuál es el pecado que
estoy cometiendo? ¿Es un crimen amar a otra persona?
Ayaz y Mahmoud solo se sentían a salvo en el bar. Nadie, ni la policía,
ni el gobierno, ni los medios iraníes, conocían su existencia. Pero cada vez
eran menos los jóvenes que asistían allí. El destino de los ausentes era desconocido… ¿Desaparecían? ¿Se exiliaban del país? ¿Se encerraban en sus
casas por miedo a ser descubiertos? Lo cierto es que, a medida que transcurrían los meses, eran cada vez menos los miembros de la comunidad gay
de Teherán. Dado que la homosexualidad estaba prohibida legalmente, las
Guardias Revolucionarias o Pasdaran (rama del ejército iraní de tendencia
islamista) en conjunto con la policía iraní se encargaban de controlar que no
hubiera ninguna “manifestación sodomita” en ningún rincón de Teherán.
Cada tanto se informaba en los medios de la ejecución de algún desconocido, presunto “abusador” o “violador”. Esos supuestos “abusadores”
podían ser algunos de sus amigos desaparecidos.
Por otra parte, la situación en la que vivían los gays en Irán era ignorada por gran parte de la comunidad internacional, excepto algunas organizaciones, como Amnistía Internacional, cuyos enviados en Irán también
eran perseguidos, secuestrados y desaparecía, con ellos, toda la información que recopilaban acerca de las torturas, ejecuciones y violaciones a los
derechos humanos en ese país.
Ayaz y Mahmoud, con el tiempo, empezaron a perder la esperanza.
Veían muy oscuro su destino en Irán. No querían pasar sus vidas libran-
UNA FIESTA DISTINTA
55
do su suerte al azar, a la espera de organismos internacionales que nunca
aparecían.
Empezó, entonces, a crecer en ellos la idea del exilio. Planeaban recaudar dinero y emigrar algún día a otro país donde pudieran vivir en paz,
fuera de la clandestinidad y sin miedo.
–Si nos vamos de acá, no solo escapamos de la persecución, podemos
ir al algún país donde podamos casarnos…
–No es mala idea… –replicó Ayaz–. ¿Y en qué países se puede?
–Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Holanda, Irlanda,
Bélgica, España, Francia y Portugal…
–¿Y dónde más? ¿Solamente en Europa?
–No, también en Canadá, Sudáfrica, Argentina, Uruguay, Colombia,
México y Nueva Zelanda y en algunos estados de los Estados Unidos…
–¿En Canadá? ¿Me decís en serio?
–Sí…
–¡Genial! ¡Me encantaría ir a Canadá! ¡Es hermoso! ¡Nos vamos a vivir
a Canadá!
–Ayaz…
–¡A Québec! –exclamó Ayaz eufórico–. ¡Hablan en francés! ¡Nos vamos a Canadá!
–¡Qué delirante que sos! Ojalá fuera tan fácil… –replicó Mahmoud.
–¿Me estás cargando? ¡Ahorramos unos riales14 y nos vamos a Québec!
À Québec pour toujours!
–Ayaz, por favor… –lo interrumpió Mahmoud.
–… así, sin nada. Vos, yo, dos pasajes a Québec y dos mochilas con
ropa y libros…
14
Rial: Moneda oficial iraní.
56
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–Dejá de delirar, Ayaz, por favor. Bajá a la tierra…
–… y se termina la vida clandestina, mi amor. Se termina la ilegalidad,
se terminan los fantasmas de la tortura y la muerte, los amigos que desaparecen, se termina el miedo a la horca… Y, en lugar de eso: tolerancia,
diversidad y nuestra boda…
– (…)
–… en una playa de Québec, oír y hablar francés todo el tiempo, con
total libertad…
– (…)
–¡Lo estoy viendo, mi amor! ¡Lo estoy viendo! Una cabañita en una
playa de Québec, a orillas del mar. ¡Sólo las rocas separan la playa de nuestra casa! ¡Rocas negras y puntiagudas! Al atardecer la marea es alta y el mar
crece y choca contra las rocas…
–No estaría mal…
–… y podríamos bajar todos los días a ver el amanecer, el atardecer,
el anochecer…
–… y podríamos estudiar literatura y artes, que allá no está censurado… –dijo Mahmoud, cediendo en su firmeza al delirio de Ayaz.
–¡Y podríamos tomar un poco de alcohol sin recibir azotes! –bromeó.
Ayaz y Mahmoud durante meses alimentaron ese sueño del exilio romántico que los transportara del infierno en el que vivían y del fantasma
de la tortura y la muerte a la libertad.
Una madrugada, tras una larga velada de naipes, ajedrez e interminables debates de política en el bar con sus amigos, Ayaz se despidió de
Mahmoud y se retiró en dirección a su casa, apresurando la marcha.
Era una noche muy fría. La neblina flotaba, densa y ondulante, por
las calles de Teherán impidiendo una buena visibilidad. Las calles, levemente iluminadas por el tendido público, guardaban silencio a la espera
del amanecer. Cuando Ayaz llegaba a la esquina de su domicilio, un coche
UNA FIESTA DISTINTA
57
se detuvo justo detrás de él. Dos hombres descendieron. Tan rápido fue
su movimiento que Ayaz no llegó a percibir la escena: sólo sintió cómo
alguien lo tomaba del brazo, le cubría la cabeza con una capucha y lo maniataba con una cuerda mientras él forcejaba para liberarse. Todo en unos
pocos segundos…
De un golpe en la nuca, lo desmayaron y lo metieron en el baúl del
coche que, unos segundos después, reinició su marcha.
Enseguida, Ayaz recuperó su consciencia. Sintió el encierro. No veía
nada: todo estaba oscuro. Palpó sus alrededores con la mano derecha: no
podía levantarse ni moverse porque estaba atado a algún caño o tubo de
metal. Advirtió el movimiento del vehículo: comprendió que estaba adentro del baúl de un automóvil.
Primero, sintió un escalofrío. Escuchó una sirena. “Estoy en una ambulancia”, pensó. Pero no, lo que oía no era la sirena de una ambulancia.
Era una sirena policial: estaba en un patrullero.
Su corazón empezó a acelerarse. Le costaba respirar. Inmediatamente se contuvo, respiró profundamente y se tranquilizó. Pensó que,
tal vez, lo habían confundido con algún delincuente, que seguramente
no lo buscaban a él si no a otra persona. Al fin y al cabo, él nunca había
cometido ningún delito, nadie sabía de su orientación sexual y, además,
nadie podía probarla porque ni siquiera lo habían detenido en compañía
de su amante… ¡Sí! ¡Seguramente lo habían detenido por error! Confundiéndolo con algún ladrón. Cuando pudiera explicarles a esos hombres
quién era, lo soltarían y volvería a estar en libertad y a reencontrarse con
Mahmoud.
El automóvil se detuvo unos minutos después. Ayaz escuchó abrirse el
baúl encima suyo. No veía nada. Lo bajaron del coche. Un hombre lo tomó
del brazo, lo condujo hasta una escalera y lo hizo descender por la misma
hasta un largo y oscuro sótano. Un olor a humedad se desprendía de las
paredes. El piso estaba cubierto de polvo y aserrín. Del techo colgaba una
58
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
lámpara vieja y mugrienta que apenas iluminaba dos camillas blancas y una
mesita al lado de éstas.
Segundos después de ingresar allí, uno de los dos hombres que llevaba
a Ayaz lo recostó en una de las camillas violentamente, le ató las manos
y los pies con un par de cuerdas y le quitó de la cabeza la capucha que le
habían colocado al aprehenderlo.
Ahora Ayaz podía ver: podía ver quiénes eran esos sujetos desconocidos que lo habían detenido sin darle ninguna explicación.
Ayaz miró fijamente a sus captores: eran tres. El que lo había maniatado
era un hombre morrudo y barbudo que vestía el traje de las Guardias Revolucionarias iraníes. Los otros dos, en cambio, eran policías. Llevaban bigote
y estaban vestidos de civil.
–Ayaz Muammar, has sido denunciado por sodomía hace algunas semanas… Y tenemos pruebas que confirman la acusación –exclamó Akbar,
el oficial de las Guardias.
–¡¡No es cierto!! ¡¡Suéltenme!! –gritó Ayaz sacudiéndose en la camilla.
Durante unos segundos aquel guardia permaneció en silencio. Luego,
extrajo un papel de un sobre, lo desplegó y lo leyó en voz baja:
–Como sabrás, la sodomía está condenada por el Código Penal Iraní,
en la Parte Segunda, artículos 108 al 113…
–… Y la pena es la muerte –agregó uno de los agentes de policía.
–¡¡No es cierto!! –gritó Ayaz exaltado mientras forcejeaba las cuerdas
que inmovilizaban sus manos–. ¿¿Dónde están las pruebas?? ¡Están confundidos! ¡No soy yo!
–¡Callate maricón! –respondió el hombre barbudo descargando una
bofetada en el rostro de Ayaz; tal fue el impacto de aquella bofetada que
de su boca brotó sangre que le empapó el rostro.
Para impedir que el rehén volviera gritar, uno de los hombres le colocó
una mordaza en la boca y le inyectó en el brazo izquierdo un sedante. A los
UNA FIESTA DISTINTA
59
pocos minutos, un enfermero y dos guardias descendieron por la escalera.
Ambos oficiales estaban vestidos con el uniforme de las Guardias Revolucionarias, llevaban un revólver en su cinturón y un cigarro prendido entre
sus dedos. Los hombres traían a Mahmoud, la pareja de Ayaz, esposado
y maniatado. Ayaz, atónito, lo vio entrar. Por unos segundos permaneció
paralizado por la sorpresa. Inmediatamente empezó a zamarrearse, enfurecido, en la camilla. Intentaba gritar, pero no podía hacerlo por la mordaza.
Su furia e indignación burlaba todos los efectos del sedante.
Los oficiales que habían traído a Mahmoud, lo ataron en la otra camilla, lindante con la de Ayaz. En ese momento, Akbar continuó leyendo:
–El Artículo 109 del Código Penal iraní establece: “En caso de sodomía,
tanto el sujeto activo como el pasivo serán condenados al castigo” –levantó la vista
mientras se le dibujaba en el rostro una sonrisa macabra–. ¡Pues bien! ¡Aquí
tenemos tanto al pasivo como al activo! Y, sinceramente, no nos interesa
saber cuál es cuál –agregó, mientras los demás reían.
Mirando de reojo a sus víctimas, prosiguió:
–El Artículo 110 especifica: “El castigo para la sodomía es la muerte. El juez
de la Sharia15 decide cómo se procederá a dar muerte a los culpables”.
–Continuá vos, Sayyid –le dijo a uno de los policías de civil que asintió
inmediatamente–. Yo voy a buscar unas herramientas…
Sayyid era el más joven de los dos policías. Alto, flaco, de bigotes,
continuó:
–El crimen que cometieron ustedes es una ofensa gravísima contra el
Islam y está penado por la Sharia…
–¿¿Qué crimen cometimos?? ¿¿De qué crimen están hablando??
¿¿Desde cuándo amar a otra persona es un acto criminal??– interrogó
enardecido Mahmoud, que aún tenía la boca descubierta.
15
Sharia, también conocida como Ley islámica, es el cuerpo del Derecho islámico.
60
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–¡Callate puto de mierda! –le gritó Sayyid, sujetándolo fuertemente
del cuello para cortarle el paso del oxígeno–. ¡Ustedes son enfermos! ¡Son
porquerías para nuestra sociedad! ¡Son el excremento que contamina nuestra religión y nuestra moral! ¡Hay que matarlos a todos como cucarachas!
–¡¡Asesinos!! ¡¡Eso son ustedes!! ¡¡Asesinos!! ¡Matan a seres humanos
por amarse! –ante estos gritos, el otro policía sujetó fuertemente del cabello a Mahmoud, mientras Sayyid le colocaba una mordaza en la boca.
Akbar regresó. Traía consigo una caja enorme, repleta de herramientas
de trabajo. La apoyó sobre la mesa situada al lado de las camillas. ¿Para qué
necesitarían militares y policías una caja de herramientas en una detención?
¿Qué tenían que hacer herramientas de trabajo en una supuesta detención
policial?
Ayaz y Mahmoud miraban encolerizados la escena. Antes de que los
jóvenes pudieran intercambiar una mirada, Sayyid alzó un látigo que tomó
de esa caja de herramientas. Los forzó a ponerse boca-abajo y les bajó los
pantalones. Comenzó a azotarles los traseros cada vez con mayor rigidez.
El grito de los jóvenes acompañaba el ruido de cada latigazo formando una
melodía tétrica. La sangre comenzaba a salir de las nalgas de los condenados. La magnitud del dolor iba en sintonía con la intensidad de aquellos
gritos. La fiesta ya había comenzado.
Inmediatamente, Sayyid procedió a quitarles las camisas y a azotarles las
espaldas mientras gritaba de placer. Era una escena más de sadismo y tortura
de las muchas que homosexuales, mujeres y disidentes políticos vivían cada
día en ese país. Los azotes en la espalda no cesaban. Las marcas eran cada
vez más grandes. Los moretones que dejaba el látigo, inmensos. Los demás
observaban complacidos y se deleitaban con el espectáculo.
Durante una hora los jóvenes recibieron latigazos ininterrumpidamente hasta cumplir con los cien azotes estipulados por el artículo 121 del
Código Penal Iraní. Las espaldas y las nalgas de aquellos jóvenes habían
quedado de color violáceo y negro como secuela de los azotes: ya no se
UNA FIESTA DISTINTA
61
distinguía el color piel original. Sin embargo, la fiesta no terminó en ese
momento.
Con la colilla de sus cigarrillos, los oficiales escribieron “hamjens-garâ”16
sobre las espaldas multicolores de los jóvenes mientras continuaban riendo
a carcajadas. El dolor de las quemaduras era insoportable. Todos gozaban
de aquella tortura como si se tratara de un espectáculo. ¡Era una verdadera
fiesta!
Después de los latigazos y las quemaduras, prosiguieron con el castigo
aplicándoles una picana eléctrica exactamente en la zona de sus testículos.
El dolor atroz se potenciaba en cada milésima de segundo. No satisfecho
con tal castigo, Sayyid continuó amputándoles los miembros viriles a ambos jóvenes con un estilete y sin anestesia, mientras murmuraba:
–Total… ¿para qué lo quieren? Si no los usan como corresponde… –lo
cual desencadenó carcajadas de los otros.
La amputación les provocó una hemorragia que debió ser detenida inmediatamente por el enfermero, que escoltaba a los torturadores, para que
las víctimas no murieran antes de tiempo. La función tenía que continuar
al día siguiente. Los reos fueron dejados atados de pies y manos sobre las
camillas, desnudos, con las heridas al descubierto y pasaron la noche solos,
a oscuras, encerrados en ese mugriento y gélido sótano, sin alimento ni
abrigo alguno.
Al día siguiente, el juez de la Sharia –responsable por ley de determinar fecha y método de ejecución– se hizo cargo del caso. ¡Qué veloz era la
justicia iraní! Ese mismísimo día el magistrado dictó la sentencia eludiendo
todos los pasos de cualquier proceso judicial: sin fiscales, sin abogados, sin
peritos, sin exhibir pruebas y sin testigos.
Después de algunas horas de deliberación, el juez dictó la condena que
establecía el método y la fecha de ejecución de los jóvenes. El castigo era
16
“Maricón” en persa.
62
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
la lapidación pública, el apedreamiento, el mismo que se utilizaba en ese
país para castigar a las mujeres acusadas de adulterio. La fecha escogida
era, increíblemente, el día siguiente por la tarde. Dos días después de su
detención y un día después de la sentencia, los dos jóvenes iban a ser apedreados públicamente. Todo estaba presuntamente amparado por la ley. La
‘justicia’ se llevaba a cabo en apenas dos días. El juez definía la condena
al día siguiente de la detención. Irán, además de leyes criminales, parecía
tener una justicia aún más criminal.
Ayaz y su pareja nunca habrían de saber quién los había denunciado.
En los diarios y en los distintos medios, que estaban todos al servicio del
Estado, ya que la prensa disidente en Irán estaba prohibida, anunciaban:
“Dos jóvenes violadores, acusados de pedofilia, serán ejecutados esta tarde en Teherán”.
¡Ingenioso método de simular ante la prensa internacional y los organismos de derechos humanos aquello que el Estado y la justicia iraní estaban
haciendo! Esos mismos epítetos se utilizaban cada vez que el gobierno
iraní ejecutaba a un homosexual. Para los medios iraníes, todos los gays
ejecutados eran “violadores”, “pedófilos” y “abusadores”.
La decisión del juez de la Sharia y la ejecución fueron tan rápidas que,
cuando los jóvenes fueron colocados en una plaza y enterrados hasta la
cintura para dar inicio al ritual público, Ayaz y Mahmoud todavía padecían
el dolor de los latigazos, la picana eléctrica y las quemaduras.
La gente estaba concentrada en la plaza, a pocos metros de distancia
de esos dos cuerpos aún vivos. Todos se mostraban expectantes. Era la
segunda función de un espectáculo que había comenzado dos días antes
pero que ese público no había podido presenciar. Por eso ahora la convocatoria era pública. Porque este tipo de fiestas, en Irán, siempre tenían
dos funciones: una privada, en sótanos oscuros, con estiletes, azotes y
picanas eléctricas; y otra, pública, en una plaza, en la que participaba los
más fanáticos fieles al régimen. Sin embargo, las grandes masas del pueblo
iraní, trabajadores y estudiantes no asistieron a esa ceremonia y rechazaban
aquellos rituales.
UNA FIESTA DISTINTA
63
Mientras terminaban de enterrar su cuerpo hasta la altura de su cintura, Ayaz recordó los momentos vividos con Mahmoud. Recordó a sus
amistades, a sus familiares muertos. Vinieron a su mente sus lecturas, sus
charlas, sus debates en aquel bar en el que había pasado tantas veladas.
Recordó sus sueños de exilio, en una playa de Canadá, su anhelada boda,
sus proyectos. Y, mientras recordaba todo eso, empezó a sentir un fuerte
dolor en la frente como si aquellos sueños le golpearan la cabeza para salir
de una vez de allí y hacerse realidad.
No veía nada porque la cabeza la tenía tapada con una sábana, como
suele hacerse en estos rituales: sólo veía el blanco de la sábana. Tampoco
escuchaba nada porque ahora, en lugar de los murmullos entusiastas de
la muchedumbre, solo podía oír un fuerte zumbido en su oído. Tampoco sentía nada porque el dolor que habían dejado los latigazos, la picana
eléctrica y la colilla de los cigarrillos era tan profundo que se imponían a
cualquier otro dolor.
Sólo podía oler. Olía a sangre. Lo único que sentía en aquel momento
era ese olor.
Hasta que, de pronto, recuperó la audición: ¡ahora escuchaba! Escuchaba risas y carcajadas, gente que reía y festejaba, gente que aplaudía y
gritaba. Y enseguida recuperó la visión: ¡ahora también veía! Veía rojo. La
sábana que lo cubría ya no era blanca sino roja.
Cerró los ojos. Dejó que su mente se elevara…
Estaba en una pequeña cabaña, ¡en Québec!, a orillas del mar. Salía
de su casa caminando en dirección a la playa para contemplar el atardecer.
La cabaña estaba separada de la playa sólo por unas rocas negras y puntiagudas. Aquella tarde había marea alta y el mar impactaba, una y otra vez,
contra las rocas. Ayaz se quitó la ropa, caminó hasta las rocas y se tumbó
boca abajo sobre ellas. Desnudo, se sentía más libre que nunca. Respiró
profundamente el aire fresco del mar y estiró brazos y piernas. Comenzó a
arrastrarse, por las rocas puntiagudas, en dirección al mar, como un reptil.
64
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Sentía su cuerpo desnudo rasparse en las piedras y lastimarse. Pero no le
molestaba porque estaba en Québec, en la playa, viendo el atardecer. Se
había casado y vivía libre, sin persecuciones. Mientras se arrastraba por
las rocas, veía cómo el agua del mar avanzaba por aquellas hasta rozar su
cuerpo. Lo sintió húmedo y frío. Se asustó… ¡Pero no había nada de qué
asustarse! ¡Era la humedad del agua lo que sentía en su cuerpo! Primero
en su frente, después en su espalda, finalmente en su cintura. Por alguna
razón, durante un buen rato, el agua no llegaba más allá de su cintura. Un
rato después, sintió que el agua lo cubría completamente: todo su cuerpo estaba ahora empapado por el agua de mar. Empapado por el agua y
lastimado por las rocas. Pero nada de eso le importaba, porque estaba en
Québec y era libre.
Casi no podía moverse, pero siguió arrastrándose por las rocas en dirección al mar, buscando la libertad que el horizonte y el océano parecían
ofrecerle. De pronto, el mar y el horizonte parecieron alejarse. Cuanto más
se acercaba él, más se alejaba el mar.
Así fue que, finalmente, tumbado entre las rocas y el agua, sintió que
todos sus sentidos, lentamente, uno a uno, se fueron apagando. Primero la
vista, luego el olfato, después el tacto y, finalmente, la audición. Hasta que
ya no sintió más nada. Fue entonces que aquella fiesta oficial y pública
terminó. Una más de las que solían celebrarse a menudo en esa ciudad,
Teherán, situada al norte de Irán, en una meseta, al pie de los Montes
Alborz…
LOS HIJOS DE ABRAHAM
Los hijos de Abraham es una libre adaptación literaria, re-ambientada
en Argentina, del cortometraje israelí “Extraños” (2003).
“…los hermanos sean unidos porque ésa es ley primera
tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea
porque si entre ellos se pelean, los devoran de los afuera”.
JOSÉ HERNÁNDEZ
Martín Fierro
¿
Quién iba a decir que, en un vagón del subte, un jueves a la noche, volviendo del
trabajo íbamos a cambiar completamente nuestra manera de pensar?
Esta historia comenzó un jueves de otoño por la noche. Llovía a cántaros en Buenos Aires. Era el tercer día consecutivo de chaparrones y los
desagües de las calles ya no daban abasto. Paraguas de todos los colores y
tamaños desfilaban por las calles de la capital porteña y se chocaban unos
contra otros por el descuido o el apuro de sus dueños, que no encontraban
modo de caminar por las calles sin meter sus zapatos o zapatillas en algún
charco.
Los conductores de los coches, que en esa ciudad rara vez respetaban a
los peatones incluso en los días de diluvio, giraban en las grandes avenidas
y calles de la ciudad, impidiendo el paso de mujeres, niños y ancianos que,
empapados por la lluvia, intentaban cruzar las calles sin éxito ante una
procesión de coches infractores. Los agentes de tránsito, más preocupados
por hallar algún coche mal estacionado para cobrar multas, ni percibían
esas infracciones.
En esa Buenos Aires del siglo XXI, aquel jueves por la noche, Sergio y
Omar volvían cada uno de su trabajo a su casa. No se conocían. Sergio era
un joven judío de treinta años, que trabajaba en el estudio jurídico de su
padre en el barrio de San Telmo, a una cuadra del histórico Viejo Almacén.
Omar era un joven de veintinueve años, descendiente de sirio-libaneses,
que estudiaba Ingeniería en la Universidad de Buenos Aires y trabajaba en
una empresa de telecomunicaciones ubicada justo enfrente de su facultad,
en las calles Paseo Colón e Independencia. Sus abuelos habían practicado
la fe islámica, pero él, igual que Sergio, no practicaba la religión.
70
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Sergio era rubio, de baja estatura y complexión normal. Omar era
morocho, alto, de figura proporcionada y gruesas cejas.
Ambos volvían del trabajo todos los días en el subterráneo. Tomaban
la línea E del subte porteño en la estación Independencia, ubicada en la
confluencia de la avenida homónima y la Avenida 9 de Julio. Sin embargo,
nunca se habían visto. Sergio vivía por el Parque Chacabuco; Omar vivía
en Caballito. Ambos bajaban en la estación Emilio Mitre, ubicada sobre el
Parque Chacabuco. La línea E del subte conectaba de Este a Oeste el sur
de la ciudad de Buenos Aires, desde el barrio porteño de San Telmo (en el
extremo este) hasta el barrio de Flores (en el extremo oeste). En general,
los vagones de la línea E iban casi vacíos a esa hora.
Omar siempre llevaba en su bolso una narguila o narguile: una tradición compartida por árabes, judíos, hindúes y la mayoría de los pueblos de
Oriente Medio. Se trata de una pipa de agua que se usa para fumar tabaco
de distintos sabores. Cada tanto, mientras esperaba el subte, la encendía
y fumaba. Sergio era un fanático del mate, por lo que llevaba su termo
cargado de agua caliente y su equipo de mate a todos lados adonde iba;
incluso a veces lo tomaba mientras caminaba por la calle, costumbre más
común entre los uruguayos que entre los argentinos.
Aquel jueves por la noche, tras esperar varios minutos, ambos coincidieron en el mismo vagón del subte y quedaron sentados uno enfrente
del otro. El subte partió de Independencia rumbo a la siguiente estación:
San José. Sergio llevaba un colgante con la estrella de David17, de modo
que a Omar no le llevó mucho tiempo percatarse de que su compañero
de viaje era judío. Y, como muchos en aquella sociedad, Omar tenía
algunos prejuicios contra los judíos. Pensaba que todos ellos eran partidarios del gobierno de Israel al que calificaba de opresor en el conflicto
en Medio Oriente. Pensaba, además, que los judíos eran avaros. Se
17
La estrella de David es uno de los más conocidos símbolos identitarios del judaísmo. Está formada por dos triángulos equiláteros entrelazados.
LOS HIJOS DE ABRAHAM
71
trataba de los viejos prejuicios contra los judíos sumados a los nuevos.
Como si se tratara de una competencia, tras advertir la estrella judía
colgante, Omar se quitó el suéter y pudo exhibir en sus brazos desnudos
un tatuaje con letras árabes. Sergio lo vio y supuso que aquel hombre
era árabe. Podía ser que alguien de otra religión o comunidad llevara
tatuadas las letras árabes, pero Sergio se convenció así mismo de que
ese hombre era árabe. Y Sergio también tenía prejuicios con los árabes:
pensaba que todos ellos detestaban a los judíos y que apoyaban a grupos
terroristas islámicos o que eran violentos o hasta posibles terroristas,
juicio totalmente arraigado en la islamofobia que se vivía en Occidente
en ese entonces.
Ambos se miraron recíprocamente con desprecio y provocación. Se
repugnaban mutuamente. El conflicto político árabe-israelí en Medio
Oriente se trasladaba –¡quién sabe por qué!– a un vagón del subte en
Buenos Aires, Argentina, a miles de kilómetros de distancia. Entretanto,
pasaron varias estaciones: Entre Ríos, Pichincha, Jujuy, Urquiza, Boedo.
Estaban solos en el vagón. Sergio sujetaba su estrella de David colgante
y, disimuladamente, la exhibía ante su vecino, más por provocación que
por orgullo; Omar, exhibía su tatuaje en árabe con las mismas intenciones
provocadoras. Ese juego o competencia de orgullo en breve les jugaría
una mala pasada. Cruzaban miradas de rencor y resentimiento irracional,
dos personas que ni se conocían, alienándose a un odio moderno que
unos pocos habían sembrado en las últimas décadas entre dos pueblos
hermanos, dos pueblos que habían sufrido juntos la misma persecución
durante la Santa Inquisición en España y que se habían ayudado y protegido mutuamente.
Omar, simulando indiferencia, se puso a leer un periódico. El subte se
detuvo en la estación Avenida La Plata en el barrio de Caballito. Entonces,
subió a ese vagón un grupo de unos tres jóvenes. Eran todos grandotes,
vestían remeras oscuras y tenían sus cabezas rapadas, sobre las cuales lu-
72
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
cían tatuajes negros con símbolos extraños, igual que sus brazos, tatuados
con esvásticas. Eran skinheads18.
Se sentaron al lado y enfrente de Sergio y Omar. Sergio, al advertir
la presencia de los neo-nazis, cubrió inmediatamente su colgante con la
remera. Pero Omar, distraído en la lectura del diario, no advirtió la escena.
Los skinheads inmediatamente advirtieron el tatuaje con letras árabes en los
brazos de Omar.
Uno de ellos, sacó un aerosol negro y dibujó una esvástica enorme
sobre el diario que leía Omar quien, al instante, lo cerró y vio el símbolo
nazi. Su sorpresa fue total. Le invadió una sensación escalofriante y quedó
horrorizado ante el acto vandálico. Miró a Sergio quien, por primera vez en
el viaje, sintió empatía por el joven árabe, y también sintió miedo. Sergio se
tranquilizó pensando que su colgante estaba ahora tapado por su remera.
¡Estaba a salvo! Los skinheads, serios y desafiantes, miraban fijo a los ojos de
Omar. Acababan de pasar la estación José María Moreno. En la siguiente
estación, Emilio Mitre, debían bajar los dos. Omar y Sergio cruzaron miradas que, ahora, eran de solidaridad recíproca, y ya no de rechazo. Parecía
como si los prejuicios infundados que habían sentido unos instantes antes,
se hubieran desvanecido completamente ante la amenaza común.
Omar estaba acorralado: sentado sobre la ventanilla, tenía a uno de los
cabezas-rapada a su izquierda y a otros dos enfrente. Uno de ellos apoyó
su pie sobre el banco de Omar, cortándole el paso. En un abrir y cerrar de
ojos, Sergio le hizo a Omar un gesto con la mano que aquel comprendió
perfectamente: intentaría bajarse con él en la siguiente estación. Omar le
asintió con la mirada.
Sergio estaba a punto de levantarse cuando en su celular comenzó a
sonar una melodía o ringtone, que delataba completamente su identidad: la
18
Los skinheads son una subcultura originada en el Reino Unido en el año 1969,
cuya característica estética consiste en raparse la cabeza. En la mayoría de los países
donde existe, el movimiento skinhead suele ir acompaño de ideologías neo-nazi, xenófobas y racistas.
LOS HIJOS DE ABRAHAM
73
tradicional canción judía Hava Naguila. Las tres cabezas calvas giraron al
mismo tiempo en dirección a Sergio que, desesperadamente, buscaba el
celular en su mochila para poder apagarlo. A los pocos segundos, lo encontró y lo apagó, pero ya era tarde. Los skinheads reconocieron perfectamente
la canción e indujeron su identidad judía.
Lo que siguió sucedió todo en unos segundos: Sergio se levantó en
dirección a la puerta del subte, pero dos de los skinheads lo empezaron a
seguir, armados de una navaja en la cintura, mientras el tercero mantenía
acorralado a Omar en el asiento.
–Judío de mierda, ¡de acá no salís! –le gritó a Sergio uno de ellos.
Omar, aprovechando la ausencia de los otros dos, abrió su mochila,
sacó su narguila y, de un golpe seco, se la estrujó en la cabeza al skinhead
que lo mantenía acorralado, que cayó inconsciente al piso. Inmediatamente, agarró la narguila, que insólitamente había quedado intacta a pesar del
golpe y, corrió hacia el pasillo donde los otros dos agresores, de espaldas
a él, no habían advertido la escena y se disponían atacar a Sergio que los
miraba estupefacto. Omar, entonces, destrozó su narguila en la cabeza
del segundo de ellos que también se desplomó inconsciente en el piso. La
narguila se hizo añicos. El tercer skinhead se dio vuelta y vio a Omar y a
sus dos compañeros en el piso desmayados.
–¡Árabe de mierda! –le gritó sujetando su navaja–. ¡Ustedes dos, judíos
y árabes, son la misma mierda!
Sergio, viendo a Omar ahora indefenso y a punto de ser apuñalado por
el skinhead que estaba de espaldas, sacó de la mochila su termo de agua
caliente, se lo partió en la nuca al neonazi y vio cómo el agua hirviendo se
vertía en su pelada quemándole el cuero cabelludo. El skinhead, gritando
del dolor, corrió en dirección al otro vagón. En ese mismo instante, uno
de los delincuentes se incorporaba del piso y se acercaba a ellos puñal en
mano. Sergio y Omar aprovecharon que la puerta acaba de abrirse en la
estación Emilio Mitre, donde debían bajarse, y salieron del subte justo
74
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
antes de que la puerta se cerrara. Ya desde afuera, vieron cómo el subte
comenzaba su marcha hacia la siguiente estación, Plaza de los Virreyes,
mientras el skinhead golpeaba a puñetazos la puerta, que se le había cerrado
en su cara.
Sergio y Omar, ya a salvo, se estrecharon en un abrazo fraternal. Habían entendido en unos pocos minutos aquello que sus comunidades no
habían comprendido durante décadas. Nadie se los tuvo que explicar.
Con el tiempo, aprendieron que sus pueblos compartían muchísimas
costumbres y tradiciones. En la tradición bíblica, ambos descendían de
Abraham (los judíos eran descendientes de Isaac y los árabes de Ismael,
ambos hijos de Abraham). Pero incluso desde el punto de vista étnico,
genético y lingüístico eran pueblos hermanos: ambos tenían el mismo
origen semítico en común. Supieron que, durante siglos, judíos y moros
se protegieron mutuamente de las Cruzadas y de la Santa Inquisición española. Aprendieron que era más lo que los unía que lo que los separaba.
Desde aquel jueves, todos los días, Sergio y Omar se volvieron juntos
a sus hogares después del trabajo y sus regresos se hicieron más amenos.
Los nuevos amigos compartían el gusto por la narguila, el humus y el falafel (todas tradiciones compartida por árabes y judíos en todo el mundo)
y por el mate. De modo que comenzaron a reunirse asiduamente a cenar,
a tomar mate o a fumar narguila.
Simbólicamente, Sergio le regaló una nueva narguila a Omar y este lo
retribuyó obsequiándole un termo nuevo.
No sabemos si lo que surgió entre ellos fue amistad profunda, hermandad o incluso amor. Como haya sido, esta historia comenzó un lluvioso jueves de otoño por la noche, en esa Buenos Aires del siglo XXI en
la que los conductores de los coches rara vez respetaban a los peatones,
incluso en los días de diluvio.
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
“…la historia que tenemos es una historia incompleta, escolar.
La verdad nos ha espantado siempre”.
EZEQUIEL M ARTÍNEZ ESTRADA
Muerte y transfiguración del Martín Fierro
A
mi abuelo le gustaba mucho contarnos historias sobre Puerto
Gaboto, nuestro pueblito. Mientras escuchaban esos relatos en
las cenas, mis hermanos y mis primos solían quedarse dormidos
sobre la mesa. Mi madre, mi tía y mi abuela, entonces, los llevaban a la
cama uno por uno. Yo, en cambio, era la única que se quedaba despierta,
escuchándolo atenta. Nos quedábamos en la cocina de su casa, sentados
alrededor de una mesada, hasta altas horas de la noche:
–Abuelo, ¡somos un pueblito en el medio de la provincia de Santa Fe,
a mitad de camino entre Rosario y la capital! Somos menos de dos mil
personas. ¿Por qué siempre contás historias de nuestro pueblo como si
fuera tan importante?
–Daniela, ¡nuestro pueblito es la ciudad más antigua de Argentina!
–¿Qué decís, abuelo?
–Lo que escuchás. Acá estuvieron los primeros conquistadores. Esta
ciudad tiene una historia desconocida, pero tan importante como lo fueron
las invasiones inglesas o la Revolución de Mayo.
–¿Abuelo, qué estás diciendo? Puerto Gaboto fue fundada en 1891.
Hace poco más de un siglo…
–Sí, Dani, pero, mucho antes de la fundación de Puerto Gaboto, varios siglos antes, existió acá la primera ciudad de lo que hoy es Argentina
y una de las primeras de Sudamérica. En realidad, era un fuerte rodeado
por una empalizada.
–¿Y cómo se llamaba?
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–Sancti Spiritus
–¿Y hace cuánto fue eso?
–Hace casi quinientos años.
–¿Quinientos años?
–Casi… Fue en 1527, nueve años antes de que se fundara Buenos
Aires.
Yo no lo sabía pero, en efecto, mi pueblo tenía casi cinco siglos de
historia. En junio de 1527, había llegado aquí un navegante veneciano
llamado Sebastián Gaboto, justo a la confluencia del río Coronda y el Carcarañá. Allí levantó un fuerte al que llamó ‘Sancti Spiritus’ y en el que los
conquistadores vivieron durante casi tres años.
–Gaboto había viajado desde Sevilla, por orden del rey Carlos I de
España, con el objetivo de seguir la ruta de Magallanes.
–¿Quién era Magallanes? –pregunté.
–Fue un marino que, seis años antes de que llegara Gaboto acá, había
descubierto un paso que conectaba el Océano Atlántico con el Pacífico –
prosiguió mi abuelo–, que hoy se conoce como “Estrecho de Magallanes”.
–¿Y para qué le ordenó seguir ese camino?
–El rey le ordenó cruzar ese estrecho, atravesar el Pacífico y alcanzar
las islas de Asia, para comerciar las especias y demás riquezas con Oriente,
como ya se había hecho en el viaje de Magallanes. –Mi abuelo se quedó
unos segundos en silencio.
–¡Seguí contando, abuelo!
–Salieron entonces de Sevilla cuatro barcos con casi doscientos
hombres… Cuando Gaboto llegó a Santa Catarina (Brasil), en noviembre
de 1526, se encontró ahí con algunos españoles que habían sobrevivido
durante diez años.
–¿Y por qué había españoles ahí?
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
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–Habían quedado en ese lugar tras naufragar su barco en una expedición anterior: la de Juan Díaz de Solís19, en la que se descubrió el Río de
La Plata en 1516.
Mi abuelo se detuvo para recuperar aire y tomar agua. La extensión y
la fluidez del relato le secaban la garganta, pero el entusiasmo que le generaba contar la historia era más fuerte. Yo aproveché la pausa para prender
la hornalla y calentar agua en la pava para preparar un mate cocido.
–¿Cómo siguió la historia?
–Esos españoles que estaban en Santa Catarina, como Enrique Montes o Alejo García, le explicaron a Gaboto que, entrando por el Río de
La Plata, había otro río que desembocaba en él, llamado Paraná. Y que,
remontando ese río, iban a encontrar una legendaria ciudad en las sierras,
llamada El Dorado, que estaba construida toda de oro y plata: sus calles y
sus palacios. Allí vivía un rey de piel blanca: el César. Desde ese momento,
encontrarlo se convirtió en la gran obsesión de todos los conquistadores
del siglo XVI.
Mientras escuchaba, me acerqué a la hornalla, apagué el fuego y coloqué en un tazón un saquito de mate cocido. No quería perderme ni un
detalle del relato:
–… lo cierto es que Gaboto, después de escuchar esas historias sobre
el oro y la plata y el rey César, decidió desobedecer la orden del Rey e ir
en busca de las Sierras de Plata –continuó mi abuelo–. Entró entonces en
el Río de La Plata y, sobre la costa oriental, fundó un primer fuerte al que
llamó “San Lázaro”20. En ese mismo sitio, se encontró con un jovencito
español llamado Francisco del Puerto, que había quedado viviendo en el
Río de La Plata desde hacía once años, sobreviviente también de la expedición de Juan Díaz de Solís.
19
Juan Díaz de Solís fue un marino español, nacido en Lebrija, que es considerado
descubridor del Río de La Plata en enero de 1516.
20
Cerca de la actual ciudad de Carmelo, Uruguay.
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–¿Viviendo solo? –pregunté, mientras echaba agua caliente en el tazón.
–Solo no. Viviendo con los indios
–¿En serio?
–Francisco del Puerto había sido un grumete de la expedición de Juan
Díaz de Solís. Cuando salió de Sevilla tenía solo catorce años. Era el único
que sobrevivió después de desembarcar en el mismo sitio donde lo encontraron los hombres de Gaboto. Habían desembarcado allí junto a Solís y a
otros hombres que murieron atacados a flechazos por los salvajes indios…
–¿Y por qué los mataron? –pregunté conmovida.
–Porque creían que los españoles los iban a atacar. Y, después, ¡los
asaron en el fuego y se los comieron!
Mi rostro quedó helado… ¿Cómo podía ser que un hombre se comiera a otro? Me imaginé aquella escena horrible que parecía sacada de una
película de terror.
–¡Esos indios eran muy malos, abuelo! –dije, con cierta inocencia.
–Sí, eran caníbales…
–¿Qué significa “caníbales”?
–Que comían humanos. Por eso se los comieron.
–¿Y a Francisco del Puerto por qué no?
–A Francisco del Puerto no lo mataron ni se lo comieron, lo sumaron
a su tribu. ¡No se sabe por qué! Algunos creen que le tenían piedad por ser
un adolescente. O, tal vez, no se lo comieron porque no tenía suficiente
carne y sólo esperaban que engordara un poco –yo lo escuchaba horrorizada–. Lo cierto es que lo sumaron a la tribu y quedó viviendo entre los
indios tupí-guaraníes, durante once años, como único y primer europeo
en el Río de La Plata…
–¿… hasta que llegó Gaboto?
–Exacto.
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
83
–¿Y cuándo fue que llegaron acá y fundaron Sancti Spíritus?
–¡Momento! ¡No te apures! Gaboto se encontró entonces con Francisco del Puerto, en el Fuerte San Lázaro, y este le ofreció guiarlo a buscar esa
legendaria ciudad de El Dorado. Gaboto aceptó y, unas semanas después,
decidieron seguir navegando más hacia el norte, adentrándose en el Río
Uruguay, donde fundaron un segundo fuerte al que denominaron “San
Salvador”.
–¿También del otro lado del río?
–Claro, del lado oriental.
–Bien… ¿Y después?
–Después, con el fin de seguir el camino hacia la El Dorado, se internó por aquel río desconocido, al que llamaban “Paraná”. Por eso, decimos
que Gaboto fue el descubridor europeo del Río Paraná.
–¿Guiado por Francisco del Puerto?
–Así es… –contestó mi abuelo–. Por el Río Paraná llegó hasta el Carcarañá. Y, cerca de la confluencia entre el Carcarañá y el Coronda, o sea,
acá a unas cuadras, desembarcaron y fundaron un nuevo fuerte: Sancti
Spiritus, el 9 de junio de 1527.
Mi abuelo se detuvo durante unos segundos tratando de recordar la
historia. Yo había estado esperando que se enfriara un poco el mate cocido
para no quemarme la lengua. Le eché dos cucharadas de azúcar, revolví la
infusión y comencé a tomarlo de a sorbos.
–… al principio –continuó– la convivencia con los indios de estas
tierras, los querandíes, fue muy pacífica. Pero, después de tres años de
amistad, por una historia que mañana te voy a contar, los querandíes
decidieron incendiar el Fuerte y los españoles que sobrevivieron tuvieron
que huir.
–¡Terrible!
84
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–Fue el primer asentamiento en todo el territorio argentino y, es más,
uno de los primeros en el continente sudamericano21.
–¿Y dónde estaba el Fuerte? –interrogué.
–¿Viste la casa de la señora Regina Rogelia Durán, que es amiga de
la abuela?
–Sí, la que vive sobre el Río Coronda.
–Bueno, exactamente en el patio de su casa.
–¿De verdad?
–Antes se creía que era en otro lugar, sobre el Río Carcarañá, donde
hoy está esa plaza empalizada –explicó entusiasmado mi abuelo–. Esa plaza es, en realidad, una reproducción del Fuerte. Pero después, se descubrió
que no estaba ahí el Fuerte, porque aparecieron los restos en el patio de
Regina Rogelia, sobre el Río Coronda.
–¡Qué increíble!
–Ahí todavía están los arqueólogos trabajando para desterrar los restos
de Sancti Spiritus… Encontraron cerámica, cuentas de vidrio españolas de
aquella época y ¡hasta un dado español!
Mis ojos brillaron. Estaba fascinada con el relato de mi abuelo. Regina Durán era una vecina de Puerto Gaboto, que vivía allí de los años
sesenta y en el barrio la queríamos mucho. No podía creer que en el patio
de su casa se encontraran los restos de una de las ciudades más viejas de
América.
–Ahora, andá a dormir y mañana te cuento la historia de Lucía Miranda –dijo mi abuelo, que no había parado de bostezar en los últimos
minutos.
–¿Quién era Lucía Miranda?
21
Apenas tres o cuatro fuertes en las actuales Colombia y Venezuela existían antes
de Sancti Spiritus en toda América del Sur.
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
85
–Una joven andaluza que llegó con Gaboto, y que un cacique, enamorado de ella, la raptó, tras incendiar el Fuerte. Mañana seguimos.
Me fui a acostar, pero me quedé toda la noche inquieta. Pensaba cómo
ese adolescente Francisco del Puerto, habría pasado once años solo entre
los indios y cómo podía ser que esos indios salvajes se hubieran comido a
los españoles de Solís. Y me maravillaba pensar que hace casi quinientos
años, a escasos metros de mi casa, habían llegado cientos de españoles para
fundar uno de los primeros asentamientos del continente. Pero, sobre todo,
me intrigaba la historia de Lucía Miranda que mi abuelo había prometido
contarme al día siguiente…
Al otro día, me desperté y, sin desayunar, me fui pedaleando en la
bicicleta hasta la casa de Regina, en la calle Pérez, número 1935. La noche
anterior, mi abuelo me había explicado que los arqueólogos habían hallado
los restos del Fuerte Sancti Spiritus en el patio de su casa.
Yo, de niña, solía quedarme mirando el atardecer sobre la barranca del
río Carcarañá que lindaba justo con ese patio… La señora, muy amiga de
mi abuela, me llevaba una taza de chocolate caliente mientras yo miraba
el río. Poco después, unos arqueólogos descubrieron que, en su jardín, se
hallaban los restos del fuerte. Ahora, que tanto me interesaba pisar ese
jardín, no podía hacerlo, porque los arqueólogos habían cercado el lugar
con un alambrado, que estaba cerrado con un candado… Le tenía que
pedir permiso a Regina.
Llegué a la puerta de su casa y llamé al timbre, pero nadie atendía…
Esperé un buen rato, pero la dueña de casa no apareció. ¿Dónde estaba?
¿Se habría ido a pasar el día a Rosario? ¡Yo quería entrar a las ruinas del
fuerte! Quería ver el lugar en donde se había levantado el primer fuerte
de nuestro país. Pero también quería que llegara la hora de la cena para
que mi abuelo me relatara esa historia intrigante que me había prometido
la noche anterior. De modo que, después de esperar a Rogelia un cuarto
de hora sin éxito, me volví a mi casa, almorcé y me dormí una larga siesta
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
para que la noche llegara más rápido. A la noche, después de cenar, mis
hermanos y mis primos se fueron a dormir como de costumbre. Mi abuela, mi madre y mi tía habían viajado a Rosario, así que estaba sola con mi
abuelo. Después de servirme un flan casero y de hacerse un café, comenzó
a contarme la historia.
–Lucía Miranda era una española casada con el soldado Sebastián
Hurtado. Ambos provenían de Écija, Andalucía, y como sus padres no
estaban de acuerdo con su relación, escaparon de sus casas y terminaron
formando parte de la expedición de Gaboto… Durante los años que duró
el Fuerte Sancti Spiritus, Sebastián Gaboto conservó la paz con los nativos,
en especial con los indios querandíes. Mantuvo una muy buena relación
con los dos principales caciques, que eran hermanos: Mangoré y Siripo.
Ellos les regalaban comida y bebida.
–¿Cómo eran esos caciques?
–Tendrían alrededor de unos cuarenta años, eran grandes guerreros,
muy respetados por sus pueblos vecinos. Uno de ellos, Mangoré, tras
conocer a la española Lucía Miranda, quedó completamente enamorado.
–¿Un cacique enamorado de una española? –pregunté.
–Sí, y el cacique le hacía muchos regalos y le llevaba comida. Mangoré se enamoró al punto que quiso llevársela a sus tolderías. Primero,
por medios pacíficos: le aconsejó a su marido, Sebastián Hurtado, que se
fuera a su toldería donde recibiría un buen hospedaje y buenas raciones
de comida; pero Hurtado no era tonto, y advirtiendo la trampa, se negó.
Cuando Mangoré entendió que así no podía acercarse a Lucía Miranda,
ordenó a sus hombres que la raptaran. Persuadió a su hermano, Siripo,
que no les convenía obedecer más a los españoles, porque, en poco
tiempo, ellos los someterían. Le dijo que el fuerte español debía ser destruido y asolado. Al principio, Siripo se negó, pero, finalmente, aceptó
la propuesta.
–¿Y de dónde se conoce esta historia, abuelo?
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
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–Esta historia está en este libro, La Argentina –dijo mostrándomelo–,
de Ruy Díaz de Guzmán, un fraile.
El abuelo resolvió leer el resto de la crónica directamente del libro para
no omitir ningún detalle. Tomó el libro y leyó en voz alta:
–De tal suerte supo persuadir a su hermano Mangoré, que vino a condescender con
él. Ocurrió que, habiendo necesidad de comida en el fuerte Sancti Spiritus, despachó el
capitán don Nuño 40 soldados en un bergantín para que fuesen por aquellas islas a buscar comida. Salió Mangoré con 30 mancebos cargados de comida, pescado, carne, miel,
manteca y maíz, con lo cual se fue al Fuerte donde, con muestras de amistad, lo repartió
dando la mayor parte al capitán y oficiales, y lo restante a los soldados, de quienes fue
muy bien recibido y agasajado. Pero aquella noche, reconociendo el traidor que todos
dormían, hicieron seña a los de la emboscada, los que con todo silencio llegaron al muro
de la fortaleza, y a un tiempo los de dentro y los de afuera cerraron con los guardas, y
pegaron fuego a la casa de munición, con que en un momento se ganaron las puertas,
matando los guardas y a los que encontraban de los españoles, que despavoridos salían
de sus aposentos a la plaza de armas, sin poderse de ninguna manera incorporar unos
con otros. En este mismo tiempo un español le dio una gran cuchillada a Mangoré, y
asegurándole con otros dos golpes lo derribó muerto en tierra.
–¿Lo mataron entonces a Mangoré?
–Sí, pero la historia no termina ahí: Visto por Siripo la muerte de su
hermano no dejó de derramar muchas lágrimas, y considerando el ardiente amor que
le había tenido su hermano a Lucía Miranda, y el que en su pecho iba sintiendo por
esta española, de todos los despojos que en el Fuerte se ganaron, sólo quiso tomar por su
esclava a la que por otra parte era señora de los otros, Lucía Miranda. Ella, puesta en
su poder, no podía disimular el sentimiento de su gran miseria con lágrimas de sus ojos,
y aunque era bien tratada y servida por los criados de Siripo, no por eso iba a dejar de
vivir con mucho desconsuelo, por verse poseída de un bárbaro…
–¿Los hombres de Siripo raptaron a Lucía Miranda?
–Claro, la raptaron e incendiaron el Fuerte… –contestó y siguió
leyendo–. Siripo, viéndola tan afligida, un día, por consolarla le habló con muestra
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
de grande amor, y le dijo: “De hoy en adelante, Lucía, no te tengas por mi esclava
sino por mi querida mujer, y como tal, puedes ser señora de todo cuanto tengo, y hacer
a tu voluntad de hoy para siempre; y junto con esto te doy lo más principal, que es el
corazón”. Las cuales razones afligieron sumamente a la triste cautiva, y pocos días
después se le acrecentó más el sentimiento con la ocasión que de nuevo se le ofreció, y
fue que en este tiempo trajeron los indios preso, ante Siripo, a su esposo, Sebastián
Hurtado, el cual resolvió a entrarse entre aquellos bárbaros, y quedarse cautivo con
su mujer, estimando eso en más, y aun dar la vida, que vivir ausente de ella. Y sin
dar a nadie parte de su determinación se metió por aquella tierra adentro, donde al
otro día fue preso por los indios, los cuales atadas las manos, lo presentaron a su
cacique y principal de todos, el cual como le conoció, le mandó quitar de su presencia
y ejecutarlo de muerte.
–¿Además de robarle la mujer, lo sentenció a muerte? –pregunté con
cierta ingenuidad.
–Sí. Oída la sentencia por su triste mujer, con innumerables lágrimas, rogó a su
nuevo marido no se la ejecutase. Antes le suplicaba le otorgase la vida para que ambos
se empleasen en su servicio, y como verdaderos esclavos, de lo que siempre estarían muy
agradecidos. A lo que Siripo condescendió por la grande instancia con que se lo pedía
aquella, a quien él tanto deseaba agradar. Pero con un precepto muy rigoroso, que fue
que, si por algún camino alcanzaba que se comunicaban, les costaría la vida, y que él
daría a Hurtado otra mujer con quien viviese con mucho gusto y le sirviese; y junto con
eso le haría él tan buen tratamiento como si fuera, no esclavo, sino verdadero vasallo y
amigo. Y los dos prometieron cumplir lo que se les mandaba: y así se abstuvieron por
algún tiempo sin dar ninguna nota…
El abuelo detuvo la lectura. Se le cansaba la voz y se estaba quedando
afónico.
–¿Leo yo, abuelo?–pregunté.
–Sí –dijo dándome el libro.
–… mas como quiera que el amor no se puede ocultar –leí– olvidados de lo que
el bárbaro les prohibió, y perdido el temor, siempre que se les ofrecía ocasión para verse
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
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no la perdían, teniendo siempre los ojos clavados el uno en el otro, como quienes tanto se
amaban. Y fue de tal manera que fueron notados por algunos de la casa, y en especial de
una india, mujer que había sido muy estimada de Siripo que, movida de rabiosos celos
por la española, le dijo a Siripo con gran denuedo: “Muy contento estás con tu nueva
mujer, mas ella no lo está de ti, porque estima más al de su nación y antiguo marido,
que a cuanto tienes y posees: por cierto, pago muy bien merecido, pues dejaste a la que
por naturaleza y amor estabas obligado, y tomaste la extranjera y adúltera por mujer”.
Siripo se alteró oyendo estas razones, y sin duda ninguna ejecutara su saña, en los dos
amantes, mas no lo hizo hasta certificarse de la verdad de lo que se le decía. Y disimulando andaba de allí adelante con cuidado por ver si podía encontrarlos juntos: al fin se
le cumplió su deseo y los vio. Con infernal rabia, mandó hacer un gran fuego y quemar
en él a la buena Lucía; y puesta en ejecución la sentencia, ella la aceptó con gran valor,
sufriendo el incendio, donde acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo a Nuestro
Señor hubiese misericordia y perdonase sus grandes pecados.
–¿La quemaron viva? –pregunté indignada.
–Sí… y al instante el bárbaro cruel mandó asaetear a Sebastián Hurtado, y así
lo entregó a muchos mancebos, los cuales, atado de pies y manos, lo amarraron a un
algarrobo y fue flechado por aquella bárbara gente, hasta que acabó su vida arpado todo
el cuerpo y puestos los ojos en el cielo…
–Terrible historia…
–Así es, niña. Y en unos años te la enseñarán en la escuela, como nos
la enseñaron a todos en este pueblo. Pero ahora vos ya la conocés…
–Gracias abuelo.
–Dicen que, desde entonces, el alma de Lucía Miranda vaga aquí por
el pueblo, echando maldiciones por quinientos años…
–¿Quinientos años? –pregunté–. Falta muy poco entonces.
–Sólo unos años más… Ahora, a dormir, Dani. Mañana seguiremos
hablando de esta historia.
90
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Mi abuelo se fue a dormir. Yo me fui a mi habitación y me recosté.
Cerré los ojos. Pero, nuevamente, no podía dormirme. Estaba sumamente
horrorizada con la historia pero, a la vez, intrigada. ¿Cómo podían ser tan
crueles esos indios? En la primera expedición a estas tierras habían matado y comido a Solís y a sus compañeros; en la de Gaboto quemaban en
la hoguera a Lucía Miranda y mataban a flechazos a su marido, Sebastián
Hurtado…
No estaba cansada. Había dormido una larga siesta y mis incesantes
rumiaciones sobre el tema me mantenían despierta… Hice un gran esfuerzo para dormirme, pero esa noche el misterio y la ansiedad me desvelaron
completamente. No aguanté más la intriga y me levanté de la cama. Decidí
dirigirme nuevamente a lo de Regina Rogelia y, aprovechando que era de
noche, estaba oscuro y todos dormían, trepar al alambrado allí instalado
y entrar al patio para ver los restos arqueológicos de aquel fuerte donde
había ocurrido esta fascinante historia. No podía esperar hasta el día siguiente.
Agarré mi linterna y la metí en mi bolso escolar. Tomé mis llaves, la
bicicleta y salí sigilosamente de la casa. La noche estaba templada y calma.
El silencio prevalecía por sobre los chillidos de los grillos, el croar de las
ranas y el aleteo de las lechuzas que se posaban sobre los cables de la calle.
Todo el pueblo dormía en la más absoluta serenidad. Era muy poco lo que
se veía: había mucha neblina y, para colmo, en Puerto Gaboto la mayoría
de las calles del pueblo no estaban alumbradas.
Pedaleé con mi bicicleta hasta la casa de Regina Rogelia. En el camino, el andar entre la oscuridad y la neblina me erizaba la piel. Parecía una
escena de una película de terror.
De pronto, un coro de ladridos interrumpió el silencio nocturno.
Varios perros me perseguían mientras pedaleaba. Yo estaba sola, en la oscuridad, en un pueblo de dos millares de habitantes que descansaban. La
sensación era, a la vez, de miedo, horror y fascinación.
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
91
Cerca de la costa del río, crucé por una plaza que era, en realidad,
una réplica del Fuerte Sancti Spiritus: una empalizada que abarcaba toda
la manzana y tenía tres mástiles en el medio, imitando la arquitectura del
antiguo Fuerte. Pedaleé por la calle paralela al río, hasta llegar a la puerta
de la casa de Regina Rogelia en la calle Pérez al 1935.
Seguramente ella estaría durmiendo. Caminé sigilosamente: no quería
despertarla. La neblina era tal que solo veía la chapa con el número de su
casa y, arriba, el tejado. Las paredes blancas se confundían con la niebla.
Comencé a caminar bordeando el costado lateral de la casa en dirección
al patio donde debían estar las ruinas del Fuerte Sancti Spiritus. Había un
cerdo recostado contra la pared trasera de la casa de Regina. Ese cerdo
siempre estaba ahí, molestando el paso. El cerdo, al verme, profirió un
guarrido. Retrocedí unos pasos y me quedé quieta, asustada.
Pero pocos segundos después, el cerdo se quedó dormido y, entonces,
caminé en dirección al patio. De pronto, algo sucedió… Vi unos hombres
que aparecieron en el patio de la casa de Regina. “¿Qué hacen esos hombres a estas horas acá?”, pensé. “¿Serán delincuentes?”. No, no podían ser
delincuentes. ¡Yo conocía uno por uno todos los de mi pueblo! Algunos
incluso eran amigos de mis hermanos o de mis primos. Estos hombres
eran personas extrañas. ¡Nunca las había visto en el pueblo! Estaban vestidos de manera exótica. Yo los observaba agachada y oculta detrás de unos
palos largos de madera que bordeaban el patio de Regina. No había allí
un alambrado, como debía haber, si no una empalizada. No comprendía
nada. ¿Qué había pasado con el alambrado que pusieron los arqueólogos
sobre las ruinas del Fuerte? Tal vez me había equivocado por la neblina y
no estaba en el patio de la casa de Regina. Pero enseguida me di cuenta de
que eso era imposible: yo había reconocido el número de la casa de Regina
sobre la chapa, había reconocido la casa y también al inconfundible cerdo.
No cabían dudas: estaba en la casa de Regina, pero el alambrado había
desaparecido.
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Los hombres que conversaban estaban vestidos de manera extraña.
Con trajes muy arcaicos, sombreros y birretes con plumas. ¿Sería una fiesta
de disfraces a la madrugada en el patio de Rogelia? Nada de lo que sucedía
allí tenía sentido. Un hombre alto, canoso y barbudo apareció justo en el
centro del patio, donde había tres mástiles con banderas de España…
–Capitán Gaboto, ¿Lucía Miranda va a ser quemada en la hoguera? –le
preguntó un joven al hombre de barba canosa.
–Sí, señor.
¿Qué era eso? ¿Sería una representación teatral de la historia de Gaboto
en plena madrugada en ese patio? Imposible. O yo estaba completamente
loca o había retrocedido cinco siglos y estaba viendo al mismísimo Sebastián Gaboto en persona. ¡Eso no podía ser cierto! ¡No tenía sentido! Cuando escuché de nuevo hablar de “Lucía Miranda”, dejé unos segundos de
pensar en el sinsentido de lo que estaba viendo y presté atención a la escena.
En el centro del Fuerte habían preparado una hoguera. Varios indios
la rodeaban. La oscuridad de la noche seguía allí instalada y me impedía
ver con claridad los rostros de las víctimas. Pero temía acercarme y que los
indios me descubrieran, me capturaran y me mataran a mí también… de
modo que me oculté detrás de la empalizada. Si los arqueólogos estaban
en lo cierto yo estaba ahora en la parte exterior del Fuerte Sancti Spiritus,
fundado por Gaboto. Sin embargo, podía espiar el interior, por entre los
palos de la empalizada, para confirmar mis conjeturas. Lo que se veía allí
adentro era un fuerte muy precario: varios ranchos de adobe con techo de
paja llenaban el espacio en todas sus direcciones. En el centro del Fuerte,
sobre un mástil altísimo, flameaba una bandera: la bandera del reino de
Castilla. A los costados, otros dos mástiles… No cabían dudas. Estaba en
el Fuerte de Sancti Spiritus, el primer asentamiento de la historia argentina.
Estaba muy oscuro y era muy poco lo que se podía ver. En el extremo
del Fuerte, un patíbulo con una hoguera aguardaba a una persona que iba
a ser quemada viva. ¿Se trataba de Lucía Miranda?
LA LEYENDA DE LUCÍA MIRANDA
93
Sobre el suelo del patíbulo, justo debajo de la hoguera, varios troncos
apiñados esperaban la llamarada que iniciara el ritual salvaje de los indios.
Entonces pude ver a la mujer que iba a ser ejecutada. Estaba tirada en el
suelo, tumbada boca abajo. Apenas alcanzaba a ver su cabello oscuro:
el resto de su cuerpo no se veía por la oscuridad. “Es Lucía Miranda”,
pensé. ¡No lo podía creer! Estaba reviviendo en carne y hueso la historia
que me había contado mi abuelo esa misma noche. Ahora podía confirmar que era verdad y no se trataba de una simple leyenda: Lucía Miranda
existió.
Evidentemente –conjeturé– el cacique Siripo había tomado el Fuerte
Sancti Spiritus y estaban a punto de ejecutar a Lucía Miranda e incendiar
el Fuerte. Gaboto estaba allí completamente sereno. No reaccionaba por
su compatriota española. Hasta parecía formar parte del ritual salvaje.
¿Habría complicidad entre este y Siripo en la matanza de Lucía Miranda?
Me acerqué unos pasos al lugar donde estaba por desarrollarse la escena
trágica. ¡Quería hacer algo! ¡Quería detener a los verdugos! ¿Podía yo cambiar la historia?
Lucía Miranda, cuyo rostro no podía ver por la oscuridad, fue levantada del suelo, subida al patíbulo y amarradas sus manos y pies a una estaca
con sogas. El verdugo, un indio alto y musculoso, encendió los troncos
y el fuego de la hoguera empezó a arder con viveza. “¡Indios bárbaros!
¡Salvajes! ¡Asesinos!”, pensé infantilmente.
Las llamas iluminaron por primera vez aquel escenario hasta entonces
oscuro y desconocido para mí. Ahora podía ver algo gracias al reflejo de
las llamas. Lucía Miranda estaba de espaldas. No podía ver su cara. Veía
sólo la espalda oscura de la condenada. Me acerqué unos pasos más. Aunque casi no veía nada, escuché cómo gritaba la mujer cuando las llamas
llegaban hasta las plantas de sus pies. Me dio furia. ¡Quería detener ese
acto espantoso! ¿Podría yo, una niña del siglo XXI, evitar la legendaria
ejecución de la española Lucía Miranda, cinco siglos atrás?
94
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
¡Indios salvajes! ¡Esas bestias no tienen corazón! Caminé hasta la
esquina de la empalizada, para poder ver la escena desde otro ángulo.
Quería verle la cara a la condenada, quería conocer su rostro antes de la
tragedia.
–Lucía Miranda –dijo un hombre con acento español, en voz alta–,
yo te traje a la civilización, te enseñé el castellano y te di un nombre y un
apellido español… Te hice mi señora… ¡la señora de Sebastián Hurtado!
Y lo único que te pedí fue que no vieras más a este cacique Siripo –dijo
señalando a un indio que estaba atado a un tronco, a punto de ser ejecutado– ¡Prohibición que incumpliste!
Comenzó a invadirme el desconcierto. ¿No había sido Sebastián Hurtado víctima de Siripo y no a la inversa? ¿La andaluza Lucía Miranda no
había sido quemada por indios, según la leyenda? Había un indio colaborando en la ejecución, pero el que la condenaba a Lucía no era un indio si
no un español.
Sebastián Hurtado miró fijamente al capitán Gaboto buscando aprobación; este asintió con la cabeza y aquel dio la orden al indio, que bajó la
estaca sobre la que estaba amarrada Lucía, quien empezó a arder en llamas
y a gritar.
Entonces, pude ver su rostro: su cabello oscuro, sus ojos pardos, su
tez morena, sus facciones indígenas… Me quedé congelada. Una mezcla
de confusión y espanto me invadió el alma. Al lado de la india que agonizaba en la hoguera, el cacique Siripo, amarrado a un tronco, fue ejecutado
también.
Me cubrí los ojos para no ver más aquella escena aterradora y me
eché a correr hacia la costa hasta perder el aliento. Pero más que la escena,
me horrorizó haber conocido la verdad. Entendí que, durante siglos, nos
habían engañado a todos. Comprendí que nos habían contado la historia
exactamente al revés…
LOS GRITOS DE MAYO
CRÓNICAS DE LA REVOLUCIÓN
PARTE I
“Y que no se preocupen por nosotros, que los americanos sabemos muy bien
lo que queremos y hacia dónde vamos”.
JUAN JOSÉ CASTELLI
Cabildo abierto. Buenos Aires, 22 de mayo de 1810
INTRODUCCIÓN
E
n los primeros meses de 1808, el ejército del emperador francés
Napoleón Bonaparte invadió España. El 6 de mayo, en el Castillo
Marracq de Bayona, Napoleón convocó al rey español Fernando
VII y a su padre Carlos IV y los obligó a abdicar en favor suyo, nombró a
su hermano José Bonaparte como nuevo rey de España y tomó a Fernando
y a su familia como prisioneros en el Castillo Valençay, en Francia. Desde
ese momento, España, que había sido conocida como “El imperio donde
nunca se pone el sol” y poseía colonias en cuatro continentes, perdía gran
parte de su territorio, ocupado por los franceses. En un principio fue Madrid y el norte de España.
En los territorios no ocupados se formaron juntas locales de gobierno,
en representación del rey prisionero, que desconocían la autoridad de José
Bonaparte y la anexión del territorio español a Francia. Esas juntas locales,
en septiembre de 1808 se unificaron en una junta central de gobierno con
sede en Sevilla, que centralizaba a todas. Desde ese momento, la Junta
Suprema Central organizó la resistencia española contra la ocupación francesa. A pesar de haber tenido una primera derrota en la Batalla de Bailén,
el ejército de Napoleón siguió avanzando hacia el sur e invadió Sevilla el 1º
de febrero de 1810. Los miembros de la Junta Central debieron trasladarse
a la ciudad de Cádiz, la única que no llegaron a ocupar los franceses, y una
vez instalados allí, decidieron disolver la Junta.
En el Río de La Plata y en toda la América hispana, estos sucesos influirían enormemente. Desde que la autoridad real desapareció con la prisión de Fernando VII y fue reasumida por una Junta Central, las decisiones
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
de dicha junta en relación a los asuntos de América tuvieron mucha menor
legitimidad al no emanar de un monarca. En ese sentido, la designación
de Baltasar Hidalgo de Cisneros en 1809 como Virrey del Río de La Plata
por parte de la Junta Central había suscitado la crítica de muchos, que la
consideraban ilegítima.
Durante los siguientes años, en América también surgirían, como en
España, juntas locales de criollos que, en nombre de Fernando VII, reasumieron el poder. Las primeras se formaron en mayo y julio de 1809 en
Chuquisaca y La Paz respectivamente, cuando grupos de criollos crearon
juntas locales, desconociendo a Cisneros como Virrey. Sin embargo, inmediatamente las juntas fueron duramente reprimidas por los realistas y sus
miembros, ejecutados.
En Buenos Aires el clima era parecido y también un grupo de criollos
comenzaba a conspirar para deponer al Virrey. Los sucesos se desencadenarían abruptamente al llegar a Buenos Aires las noticias de España.
CAPÍTULO I
UNA CARTA DESDE MONTEVIDEO
Buenos Aires, martes 15 de mayo de 1810
E
n la madrugada del 15 de mayo, un mensajero llegó a la residencia
del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y golpeó la puerta. Inmediatamente, uno de los sirvientes de Cisneros, un afroamericano
morrudo y de alta estatura, entreabrió la puerta. El mensajero le comunicó
que traía correspondencia urgente para el virrey, proveniente de Montevideo,
le entregó un sobre y se despidió. Enseguida el sirviente llamó a la puerta
del dormitorio del virrey. Este, un minuto después, la abrió entredormido.
–Su Excelencia, traigo una carta para usted. El mensajero que la trajo
advirtió que es urgente…
–¿Quién es el remitente? –le preguntó al sirviente, que sabía leer perfectamente el español.
–Es del gobernador de Montevideo, Joaquín Soria, con fecha del día
de ayer.
–Gracias –replicó Cisneros, tomando el sobre y cerrando la puerta.
Baltasar Hidalgo de Cisneros era un hombre grandote de unos cincuenta y cuatro años. Su cabello era castaño oscuro al igual que sus ojos.
Usaba un largo flequillo que le cubría completamente la frente y su nariz
aguileña sobresalía en un rostro simpático y arrugado por los años. Nacido
en Cartagena, España, además de político, era marino. Había participado
en 1805 de la Batalla de Trafalgar, en el navío Santísima Trinidad, batalla
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
en la que Inglaterra venció a Francia y España y quedó con el dominio de
los mares. Al momento de ser elegido virrey, en enero de 1809, Cisneros
era vicepresidente de la Junta de Cartagena.
El virrey, sentado en una mecedora de roble, comenzó a leer la carta
con cierto temor. Los últimos sucesos de España, casi toda ocupada por
Napoleón, y la advertencia del mensajero no eran para menos. A medida
que leía la carta, su frente y su entrecejo se fruncían. Cuando terminó la
lectura, fue tal su desconcierto que volvió a leerla para asimilar el contenido. Enardecido, dio un puñetazo sobre el escritorio y maldijo a los vocales
de la Junta de Sevilla. Hizo un bollo con la carta y la tiró al cesto de basura. Caviló unos minutos e, inmediatamente, se acercó a su escritorio. Tomó
una pluma, la mojó en el tintero y le escribió al gobernador de Montevideo:
“Excelentísimo Gobernador Don Joaquín Soria:
Gracias por informarme de los sucesos de España. Bajo ninguna circunstancia esta
noticia debería difundirse en Montevideo. Haré lo imposible para que tampoco se divulgue aquí en Buenos Aires. Le ruego se mantenga como secreto oficial entre Usted y yo.
Suyo,
Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros”.
Cisneros dejó la pluma sobre el escritorio y se recostó. Luego de varios
minutos de dar vueltas en la cama, logró conciliar el sueño.
Unas horas después, uno de sus sirvientes entró al dormitorio para
retirar la basura, como acostumbraba a hacerlo todos los días.
CAPÍTULO II
UNA REUNIÓN EN UNA JABONERÍA
Buenos Aires, sábado 19 de mayo de 1810
E
ran las nueve y media de la noche en la ciudad de Buenos Aires.
Iban llegando a la jabonería de Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña los invitados a la reunión. El salón estaba semi-oscuro.
No era demasiado grande. Cabrían unas quince o veinte personas. Ocupaba el espacio una larga mesa de roble, adornada con un mantel azul.
En el centro de la mesa, un juego de vasos de cristal, un botellón de vino
con canasto de mimbre y un jarrón de agua. En una esquina, una pluma
reposaba sobre una pila de papeles. En la otra, amontonados, algunos
libros de diversos autores franceses como Jean Jacques Rosseau, Voltaire
y Montesquieu. Colgados sobre la pared, tres faroles de aceite y un candil
iluminaban la sala.
Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña, los anfitriones, eran dos
comerciantes criollos. El primero, nacido en San Antonio de Areco; el segundo, en Buenos Aires. Vieytes de cuarenta y siete años; Peña, de treinta
y cinco. A pesar de la diferencia de edad, tenían una excelente relación de
amistad y de negocios. Habían abierto juntos la fábrica de jabones que los
patriotas usaban como centro de reuniones desde 1809.
Al llegar el doctor Belgrano a la jabonería, saludó a Rodríguez Peña,
le mostró un sobre y le dijo unas palabras al oído.
Manuel Belgrano, abogado de unos cuarenta años, aparentaba diez
años menos. Había hecho sus estudios primarios y secundarios en el Real
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Colegio de San Carlos. Más tarde, instalado en España, estudió Derecho
en las universidades de Salamanca y Valladolid, donde se graduó en 1793.
Al año siguiente, regresó a Buenos Aires y fue designado secretario del
Real Consulado de Comercio, donde trabajó hasta aquellos días. Además,
colaboró en el primer periódico porteño, El Telegrafo Mercantil22. De complexión delgada, mediana estatura, ojos oscuros y cabello castaño lacio, su
flequillo le cubría la parte derecha de la frente disimulando sus entradas.
Vestía botas negras, pantalón amarillento y un frac negro abotonado encima de una camisa blanca.
Los invitados recién llegados y los anfitriones se fueron sentando
alrededor de la mesa. De un lado, de izquierda a derecha, se encontraban:
los doctores Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Juan José Paso, Feliciano
Chiclana y Francisco Planes, don Hipólito Vieytes y Antonio Beruti. Del
lado de enfrente, siguiendo el mismo orden: Domingo French, los doctores
Mariano Moreno y José Darregueira, un tal Juan Antonio Escalada, don
Nicolás Rodríguez Peña y los militares Martín Rodríguez y Gerardo Esteve y Llach. Más tarde, llegaría el comandante Cornelio Saavedra.
Después de que se acomodaran todos y de que el anfitrión Hipólito
Vieytes les hiciera servir agua a cada uno de los asistentes, el otro huésped,
Rodríguez Peña, interrumpió el murmullo de los recién llegados:
–Señores, silencio, el doctor Manuel Belgrano nos trae noticias importantes.
–Así es, señores… –comenzó Belgrano–. Tengo novedades y son muy
buenas…
Todos lo miraron ansiosos esperando la noticia, pero Belgrano se quedó unos segundos en silencio, tal vez buscando las palabras exactas para
expresarse, e instaló así el suspenso en la sala.
22
El Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico, fue el primer periódico porteño. Fundado en Buenos Aires por Francisco Cabello y Mesa el 1 de abril de
1801, a instancias de Manuel Belgrano, como Secretario del Consulado de Comercio.
LOS GRITOS DE MAYO
105
–… novedades que ya estuvieron circulando en Buenos Aires, pero
ahora están confirmadas… –continuó Belgrano, prolongando el misterio
entre los presentes.
–¿Qué noticia, Manuel? –preguntó su primo Castelli.
–Pues, señores, está confirmado: ¡ha caído la Junta Central de Sevilla!
–dijo emocionado.
En cuestión de segundos, estalló en la sala un bullicio de euforia y
júbilo. Todos los rumores que habían circulado aquellos días estaban ahora
confirmados.
–¿Y cómo pudiste ratificarlo? –inquirió Beruti.
–Pues, muy simple… uno de nuestros infiltrados en la residencia del
virrey, copió de puño y letra una carta del gobernador de Montevideo,
Joaquín de Soria, que le dirige al virrey Cisneros con estas mismísimas noticias. Y esa copia, señores, la traigo conmigo… –dijo mostrando el papel.
–¡Leela, por favor! –pidió French.
Justo en ese instante, llegó Cornelio Saavedra, un militar de unos
cincuenta años, nacido en Potosí. De origen humilde, su ascenso político
y económico había comenzado al ser electo en 1801 como alcalde de primer voto en el Cabildo de Buenos Aires, año en el que se casó con Doña
Saturnina Otárola, hija de uno de los más ricos comerciantes de la ciudad.
Durante las invasiones inglesas, por su vocación militar se convirtió en el
líder del Regimiento de Patricios, el más numeroso de todos. Era alto, de
cabello canoso, ojos verdes y llevaba patillas largas, prolijamente cortadas.
Su rostro inmutable y su mirada seria le daban cierto aire de superioridad.
Saavedra se incorporó al grupo. El silencio invadió la sala. Manuel
Belgrano, sacó la carta de un sobre amarillento y leyó en voz alta:
–Excelentísimo Señor don Baltasar Hidalgo de Cisneros:
Por el patrón Juan, una de las lanchas de este río, anticipó a vuestra Excelencia
las adjuntas noticias de España, dadas por el capitán de la fragata hamburguesa nom-
106
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
brada “John Paris” que ayer noche entró en este puerto de Montevideo, según ya avisé
a Vuestra Excelencia por extraordinario; cuyas noticias son tomadas a dicho capitán
por el de este puerto. La declaración firmada por el capitán de la fragata británica decía
que “salió de Gibraltar a 22 de marzo del presente año…” que sabía que “han entrado
refuerzos de tropas francesas en España”, pero que ignoraba su número… Preguntado
si sabía qué provincias de España ocupan actualmente los franceses, dijo que Madrid,
Málaga y Sevilla…
La emoción de los presentes se iba acrecentando.
–… preguntado si sabía qué se ha hecho de la Junta Central, dijo que “antes que
los franceses ocuparan Sevilla se disolvió y sus miembros se habían trasladado a la isla
de León de Cádiz, y que en el día está establecido un Consejo de Regencia, e ignora
quiénes son sus vocales”. Dios guarde a V.E. muchos años. Montevideo, 14 de mayo de
1810. Joaquín de Soria
–¡Confirmado entonces! –exclamó Castelli, conmocionado y acercándose a Belgrano para estrecharlo en un fuerte abrazo.
–¡Esto merece un brindis! –exclamó Hipólito Vieytes descorchando el
botellón de vino que estaba en la mesa y llenándoles copas para todos los
presentes con el mejor vino, importado de Cuyo.
Los vítores y las expresiones de satisfacción se entremezclaban. Todos
brindaron y chocaron sus copas. Recibían la noticia no sólo con enorme
complacencia si no, además, como un triunfo. Luego de un largo rato, cuando las exclamaciones de júbilo y los murmullos cedieron, Belgrano agregó:
–Y eso no es todo, señores… Hoy por la mañana llegó a Buenos Aires
esa fragata, “John Paris”, con los diarios británicos que Cisneros prohibió
difundir. Es evidente que pronto estarán circulando entre el pueblo.
–Señores, ¿Se dan cuenta de la importancia de la noticia? –dijo Castelli, entusiasmado.
Juan José Castelli al menos era el que más exteriorizaba su emoción.
Abogado, como varios de los presentes, había nacido en Buenos Aires,
LOS GRITOS DE MAYO
107
pero había hecho sus estudios secundarios en el Colegio Montserrat de
Córdoba y, luego, estudió Derecho en la Universidad de Chuquisaca. Al
regresar, trabó muy buena relación con su primo Manuel Belgrano y fue él
quien lo ayudó a ingresar como secretario interino del Consulado en 1796.
También junto a Belgrano, colaboró en el periódico Telégrafo Mercantil. A
pesar de sus cuarenta y cinco años, su constante energía y su brío le daban
apariencia de un joven de treinta. De cabello castaño oscuro, llevaba largas
patillas y un flequillo ondulado que no ocultaba sus entradas.
–¡Se terminó! ¡No hay más gobierno en España! –exclamó Castelli–
¡No hay más dominación en América! Los españoles no pueden gobernarnos desde Cádiz ni desde la pequeña isla de León. ¡Toda la península,
señores, está ocupada por las tropas de Napoleón!
–Sí, se termina el dominio colonial… –dijo Beruti–. ¡Hay que apurar
a Cisneros!
–Señores, ¡vamos a exigirle a Cisneros un cabildo abierto! –gritó Castelli.
–Jóvenes, calma, no nos apresuremos –objetó Nicolás Rodríguez
Peña–. Debemos aguardar…
–¿Aguardar…? –replicó Castelli–. ¿Aguardar qué…? ¿Aguardar a
que Cisneros mande a llamar a los realistas del interior contra nosotros?
¿Aguardar a que Soria envíe tropas desde Montevideo? ¡Hay que hacerlo
ahora mismo que están indefensos!
–Digo que hay que tener precaución. No nos olvidemos de lo que pasó
hace un año atrás en las revoluciones en Chuquisaca y La Paz. La represión
realista fue terrible…
–Nicolás, ¡acá es distinto! Acá las milicias están con nosotros… – dijo
Castelli buscando aprobación en las miradas de los militares Martín Rodríguez y Esteve y Llach.
Ambos oficiales se quedaron callados. Lo mismo, Cornelio Saavedra,
comandante del regimiento de Patricios.
108
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–No sabemos si es así, doctor… –contestó Rodríguez Peña.
–¡Claro que es así! –afirmó Castelli–. ¿O no es cierto, Martín?
Martín Rodríguez era jefe del regimiento de Húsares, una de las
milicias urbanas que se habían formado durante las invasiones inglesas,
dirigidas en ese entonces por Juan Martín de Pueyrredón. De treinta y
ocho años, Rodríguez era altísimo, de pelo lacio canoso y llevaba también
largas patillas. Su larga cabeza, su alta arrugada frente y sus cejas siempre
fruncidas le daban un aspecto rígido y severo.
–Los Húsares apoyarán una revolución. Sin dudas, doctor. Pero con
algunas condiciones… –contestó Rodríguez.
–¿Cuáles? –replicó Castelli.
–Los Húsares sólo apoyarán a un gobierno elegido por el Cabildo…
–Lo mismo los Patricios –agregó Cornelio Saavedra, que había estado
en silencio hasta ese momento.
–… y del mismo modo los Artilleros de la Unión –sentenció Gerardo
Esteve y Llach, comandante de ese regimiento.
–¿El Cabildo? –contestó French con sarcasmo–. ¡El reemplazante de
Cisneros debe ser elegido por el pueblo!
–¿Por qué el Cabildo no, Domingo? –inquirió Martín Rodríguez.
–No me da ninguna confianza el Cabildo… Allí todos son enemigos
nuestros, menos Tomás Anchorena. Además Leiva es un hombre de dos
caras. ¡Nunca queda claro si es patriota o realista!
–Yo coincido en que el pueblo también debe participar de la elección
– apoyó Castelli.
–¡Lo mismo digo! –dijo Francisco ‘Pancho’ Planes.
–Señores, el Cabildo es el único que tiene legitimidad para elegir una
junta representante. Sus miembros son personas ilustradas. Saben a quién
elegir –insistió Martín Rodríguez con el asentimiento de Saavedra.
LOS GRITOS DE MAYO
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–En una república, Martín, el pueblo debe elegir a sus representantes
–objetó Castelli.
–Castelli… Deje esas ideas para la Francia… –respondió Saavedra–.
No creo que debamos llegar al extremo de…
–¡Señores! ¡Dejemos las diferencias de lado! –interrumpió Vieytes,
conciliador–. ¿Todos estamos de acuerdo en exigirle a Cisneros la convocatoria a un cabildo abierto para este lunes? –todos asintieron.
–Sí, pero para eso hay que hablar con el alcalde de primer voto, Julián
Lezica –dijo Belgrano.
–Propongo que Saavedra y Belgrano vayan ahora mismo a hablar con
él para exigir un cabildo abierto –replicó Vieytes.
A pesar de la hora, Belgrano y Saavedra consintieron la propuesta y el
resto de los presentes también estuvo de acuerdo. Salieron de la jabonería
y un carruaje los condujo a la casa del alcalde Lezica. Este los recibió un
poco sorprendido por el horario de la visita. Los invitó a sentarse en unos
cómodos sillones que engalanaban su comedor y les hizo servir una taza
de café a cada uno.
Julián Lezica también llevaba largas patillas y cabello canoso. El poco
pelo que le quedaba era enrulado.
Saavedra intentó convencerlo de la urgencia de convocar a un cabildo
abierto:
–… la revolución popular es inminente, señor alcalde… La cosa es
tan seria que yo mismo estoy tildado de “traidor” porque contengo a los
paisanos aconsejándoles moderación hasta que ustedes llamen al pueblo
por los resortes legítimos. Si ustedes no me ayudan, y si para este lunes
21 no se convoca al pueblo, no me queda más remedio que ponerme a su
cabeza y ¡qué sé yo lo que vendrá!
–Entiendo Cornelio… –le contestó Lezica–. Yo hablaré personalmente
mañana domingo con el síndico Leiva y me entrevistaré con Cisneros para
hacerle saber de estos reclamos…
110
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
El tono de Manuel Belgrano, en cambio, era menos diplomático que
el de Saavedra:
–Dígale usted también de nuestra parte que, si el lunes 21 no hay cabildo abierto, obraremos de nuestra cuenta sin consideración a nadie porque
esto ya no admite vacilaciones ni términos medios: el pueblo quiere ser
soberano y libre…
Tal era el temor que le inspiró al alcalde aquella nocturna visita que, al
despedirlos, sus manos tiritaban y, luego de cerrar el portón de la morada,
suspiró de alivio. Un alivio que, sin embargo, duraría pocas horas.
CAPÍTULO III
¡EL PUEBLO QUIERE SABER SI HABRÁ O NO
CABILDO ABIERTO!
Buenos Aires, domingo 20 de mayo de 1810
E
l domingo el alcalde Lezica congregó a todos los municipales en
el Cabildo. Les comentó sobre la inesperada visita de Belgrano y
Saavedra, que había recibido la noche anterior, y les transmitió su
exigencia de convocar a un cabildo abierto. Ya todos sabían que el pueblo
estaba enterado de las noticias de España y conocían también lo que pasaría si no accedían al reclamo, de modo que todos aceptaron. El problema
era Cisneros. Su orgullo no sería fácil de quebrantar. Resolvieron que era
necesario que Lezica hablara directamente con el virrey sobre el tema.
Terminada la reunión, el alcalde se dirigió a la Fortaleza, donde Cisneros lo recibió con gran cordialidad y le mostró su confianza.
–Julián, siéntese –le dijo arrimándole un banco–. Me gratifica mucho
recibirlo aquí.
Mientras se acomodaba en el asiento, Lezica, abrumado por los nervios, le correspondió sus palabras con una sonrisa forzada. Luego de unos
minutos de conversar sobre temas banales, Cisneros le inquirió:
–Dígame, Julián, ¿cuál es el motivo de su visita?
–Su Excelencia, debe usted saber que, dado el clima de malestar de los
ciudadanos de Buenos Aires, sería prudente consentir la convocación del
vecindario a un cabildo abierto.
–Querido Julián –contestó Cisneros con total serenidad–. Esos no son
“ciudadanos de Buenos Aires”. ¡Son una turba de sediciosos!
112
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–Pero, Su Excelencia, tenemos que darles una respuesta. Están muy
organizados…
Cisneros se quedó pensativo y, luego de unos segundos de silencio,
contestó:
–Por el momento, no resolveré nada. Primero quiero conferenciar con
los comandantes de las fuerzas para ver si cuento con su apoyo. Convocaré
esta misma noche a Cornelio Saavedra y a Martín Rodríguez.
–Muy bien. Me retiro entonces, pero esperamos los cabildantes su
decisión.
Efectivamente para esa misma noche del domingo, Cisneros convocó
a los comandantes Martín Rodríguez y Cornelio Saavedra. A las siete y
media llegaron a la Fortaleza. El virrey los recibió con gran hospitalidad.
Los hizo sentarse cómodamente, sus sirvientes les llenaron las copas con
el mejor vino y les ofrecieron una lujosa picada de fiambres y quesos. La
adulación que el virrey les profesaba a aquellos militares ponía en evidencia la debilidad e inseguridad de un virrey que no había sido designado por
el rey, que estaba preso en Francia, sino por una junta de rebeldes que en
ese momento ya no existía.
–Estoy enterado de los planes que preparan para derrocarme ciertos
subversivos… –dijo Cisneros ingenuamente–. Os confieso que todo esto
me genera menosprecio y lástima, porque sé que cuento con la lealtad de
mis comandantes. No creo que unos cuantos sediciosos tuvieran cómo
trastornar el orden de la monarquía ni hacer vacilar la fidelidad que todos
le debemos al señor don Fernando VII de Borbón.
–Su Excelencia –le contestó Martín Rodríguez–. Usted está muy engañado. No se trata de subversivos ni de sediciosos, sino del pueblo entero
de Buenos Aires, que cree que Cádiz no tiene derecho a llamarse “representante del rey” ni a gobernar la América…
Cisneros, haciendo uso y abuso de su sordera, simuló no haberlo escuchado, y se dirigió a Saavedra:
LOS GRITOS DE MAYO
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–Cornelio, usted hasta hace poco me había ofrecido su apoyo, como
se lo había dado a Liniers.
–Su Excelencia, las circunstancias han cambiado ahora –replicó Saavedra–. A Liniers lo había sostenido el mismo pueblo que ahora pide sus
derechos propios desde que ya no hay en España autoridad alguna que
pueda gobernar a la América. Ofrezco contener todo desorden y, sobre
todo, en cualquier desacato contra usted, porque creo que las cosas no irán
tan lejos como se dice, y que quizás todo quedará en que se le nombren
algunos acompañados23 –al oír esta palabra el virrey enardeció– que merezcan la confianza del pueblo.
–¡Toda mi vida he sido un hombre de honor! ¡Antes de ceder a tal
injuria, renunciaré al cargo!
–Vuestra Excelencia debe tener confianza en el Cabildo y en la parte
sana del vecindario –respondió Saavedra.
–Contestadme una cosa –inquirió mirando a ambos–, ¿me váis a sostener vosotros o no? ¡Eso es lo que yo quiero saber!
–Nosotros estamos dispuestos a sostener lo que se resuelva en el cabildo abierto –respondió Martín Rodríguez, desmoronando las esperanzas
de Cisneros– y por eso le pedimos que se haga. Si no se hace el cabildo
abierto, no responderemos de las consecuencias ni emplearemos la fuerza
contra el pueblo…
Los comandantes se despidieron y se retiraron de la Fortaleza. El panorama estaba complicado para el virrey Cisneros que ahora ya sabía que
no contaría con el apoyo de las milicias para reprimir al pueblo. Al menos,
los comandantes de los dos principales regimientos, Patricios y Húsares,
se lo habían dejado en claro.
Ya era evidente que debía resignarse a convocar a un cabildo abierto
para el martes 22. Mientras tanto, en la jabonería de Rodríguez Peña, Ma23
Quiere decir “nuevas autoridades que lo acompañen en el gobierno”.
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
riano Moreno conversaba con Belgrano y Vieytes de un supuesto plan que
preparaba el Cabildo:
–¡Señores! Les digo que una persona de mi total confianza y respeto
me ha asegurado que ayer a la tarde el síndico Leiva ha estado influyendo
a Cornelio para que el cambio se limite a formar un gobierno de “acompañados europeos y americanos”, pero presidido por el virrey.
–¡No puede ser, Mariano! –replicó Vieytes intentándolo tranquilizar–.
Si así fuera, perderían su trabajo… ¡Calma! ¡Todo va a salir bien!
A la madrugada del lunes 21, el tumulto empezó a crecer con el paso
de las horas. Alrededor de la Plaza Mayor, las calles se fueron colmando
con centenares de personas. Cuando el reloj marcó las ocho de la mañana,
empezaron a llegar al Cabildo algunos de sus miembros:
–¡Cabildo abierto! –gritaba la multitud a los municipales con una actitud poco pacífica–. ¡Queremos cabildo abierto!
Una vez que los cabildantes se encerraron en la sala capitular, empezaron a correr rumores de que Cisneros rechazaría la posibilidad de convocar
a un cabildo abierto. ¿Sería cierto? La cólera del pueblo era total. Algunos
hombres, encabezados por Belgrano y French, se acercaron a las escalinatas del Cabildo y empezaron a golpear las puertas. Ante estos disturbios, el
síndico Leiva abrió las puertas. Julián de Leiva, con sus sesentiún años, era
un viejo de complexión recia, estatura media y rostro arrugado por la edad.
Nacido en Luján, había ocupado distintos cargos públicos, especialmente
en la Real Audiencia de Buenos Aires y en los ayuntamientos de Luján y
Buenos Aires. Desde ese año, era el síndico procurador del Cabildo y uno
de los pocos criollos que había en esa institución.
Leiva contempló a la gente durante unos segundos y se dirigió a Belgrano que estaba a la cabeza de la multitud:
–¿Qué ocurre, doctor? –preguntó Leiva.
–¡El pueblo quiere saber si habrá o no Cabildo abierto! –respondió
Belgrano, escoltado por decenas de hombres en actitud violenta.
LOS GRITOS DE MAYO
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Leiva, aterrado, los miró un instante e inmediatamente contestó:
–Señores, el virrey está inclinado a que mañana se haga el cabildo
abierto. Anoche me lo ha dicho. En este momento estamos escribiendo
una nota y se publicará todo para que ustedes lo sepan por bando. Pueden
retirarse tranquilos y dejarnos trabajar.
Belgrano y French aceptaron y, a pedido suyo, la gente se fue retirando de la plaza. Tras varias horas de reunión, el virrey Cisneros y los
cabildantes mandaron a circular una esquela que les fue entregada a más
de cuatrocientos vecinos:
“El Exmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir precisamente mañana,
22 del corriente á las 9, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al Cabildo abierto, que
con avenencia del Exmo. Señor Virey ha acordado celebrar, debiendo manifestar esta
esquela á las tropas que guarnescan las avenidas de esta plaza, para que se le permita
pasar libremente”.
CAPÍTULO IV
CABILDO ABIERTO
Cabildo de Buenos Aires, 22 de mayo de 1810
D
esde muy temprano, frente al Cabildo de Buenos Aires, se había
ido congregando una multitud.
La sala capitular parecía un loquero. Iban ingresando los cabildantes y se comunicaban a los gritos. A medida que llegaban, los reconocidos patriotas recibían aplausos y aclamaciones de la multitud, mientras que
los realistas, al entrar, sufrían todo tipo de insultos y agravios.
La sala era angosta, pero muy alargada. Un extenso pasillo separaba
a los patriotas de los realistas, ubicados unos enfrente de los otros. En el
fondo, un inmenso telón verde colgaba de la arcada principal del salón.
Debajo de este, un escritorio del mismo color. En el centro, una alfombra
de terciopelo rojo se extendía sobre unos escalones. Encima de esta reposaba un sitial reservado para el obispo de Buenos Aires, Benito Lué y Riega.
Unos minutos antes de las nueve de la mañana, el obispo ingresó a la
sala y ocupó su lugar. Nacido en Oviedo, Asturias, era el jefe de la iglesia
porteña, designado en 1802 por el Papa Pío VII.
Una vez presentes más de doscientos vecinos en la sala capitular, Cornelio Saavedra rompió el silencio dando inicio a la asamblea:
–Damos inicio al cabildo abierto del día de hoy, veintidós de mayo
de mil ochocientos diez, para tratar el orden del día: la continuidad de la
autoridad del virrey del Río de La Plata –los murmullos cesaron.
–Tiene la palabra el obispo Lué y Riega…
LOS GRITOS DE MAYO
117
–Señores, voy dejar mi opinión en representación de la mayoría de los
españoles que participamos de esta asamblea –comenzó el obispo Lué–.
No solamente no hay porqué hacer cambio alguno con el virrey, sino que
aun cuando no quedase parte alguna de la España que no estuviese sojuzgada, los españoles que se encontrasen en las colonias de América deben
tomar y reasumir el mando de ellas, y este solo podría venir a manos de los
hijos del país cuando ya no hubiese un solo español en él…
Gritos de rechazo de los patriotas se mezclaron entre los aplausos de
algunos pocos realistas.
–… y aunque hubiese quedado un solo vocal de la Junta Central de Sevilla y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como al Soberano…
Nuevos gritos de repudio se sumaron a chiflidos e insultos contra el
obispo de Buenos Aires. La mayoría de los patriotas presentes tomaron
estas palabras como una humillación y un alarde de parte de los realistas.
Saavedra le dio la palabra al doctor Castelli, que estaba parado en el centro
del salón.
–A mí me toca contestar al señor Obispo… –dijo Castelli que no podía hacerse escuchar por los gritos de la muchedumbre– …señores, a mí
me toca contestar al señor Obispo… y, si se me impide hacerlo, ¡acudiré
al pueblo para que se respeten mis derechos! –amenazó Castelli. La sala
enmudeció.
–… a mí no se me ha llamado a este lugar para sostener disputas –
interrumpió el obispo Lué–, sino para que diga y manifieste libremente
mi opinión y lo he hecho en los términos que se ha oído. Asombra que
hombres nacidos en una colonia se crean con derecho a tratar asuntos
privativos de los que han nacido en España, por razón de la conquista y
de las Bulas con que los Papas han declarado que las Indias son propiedad
exclusiva de los españoles…
–Señor Obispo, usted ya ha expresado su opinión. –intervino Saavedra– Es el turno del doctor Castelli.
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–Señores –continuó Castelli–, desde que el señor Infante Don Antonio, tío de Fernando VII a quien este confió la presidencia de la Junta
Suprema de Gobierno, salió de Madrid, expulsado por los franceses, ha
caducado el gobierno soberano de España… –quedó unos segundos pensativo, en silencio– …luego su poder fue reasumido por la Junta Central
de Sevilla. Ahora, con la disolución de la Junta Central, con mayor razón
debe considerarse que su poder ha expirado porque además de haber sido
acusada de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tiene facultades para
establecer un Gobierno de Regencia, sea porque los poderes de sus vocales
eran personalísimos para el gobierno y no podían delegarse, sea por la falta
de concurrencia de los diputados de América en la elección y el establecimiento de aquel nuevo gobierno que es, por lo tanto, ilegítimo…
–¡Eso no es así! –dijo el obispo Lué interrumpiendo nuevamente.
–… entonces, aquí, los derechos de la soberanía han revertido al
pueblo de Buenos Aires… –aplausos y ovaciones interrumpieron el discurso-… que puede ejercerlos libremente en la instalación de un nuevo
gobierno, principalmente no existiendo ya la España en la dominación del
señor don Fernando Séptimo!
–¡Viva la patria! –gritó uno de los presentes.
–… sin embargo –continuó Castelli–, el señor Lué nos trae una “singular novedad”. Ahora resulta que los hijos no heredan a sus padres…
En cambio, los extraños, los prójimos, los mercaderes (¡que no han hecho
jamás otra cosa que chupar el jugo de nuestra tierra!), esos sí son los herederos…
–¿Qué dices? –interrumpió por tercera vez el obispo.
–¡Nadie ha dicho jamás un absurdo más ridículo ni falso! Y ahí
atrás tiene el obispo las leyes que lo desmienten. Esas leyes declaran que
los hijos legítimos son los herederos únicos de los padres. Y como aquí
no hay más herederos, conquistadores o pobladores que nosotros, es
falso que el derecho de disponer de nuestra herencia, hoy que la madre
LOS GRITOS DE MAYO
119
patria ha sucumbido, pertenezca a los españoles de Europa y no a los
de América…
–¡Eso es! –gritó alguien del público.
–… pero el señor Lué ha dirigido otro gran ataque contra el legítimo
derecho de las naciones. Ha sostenido, sin darse cuenta, que debemos someternos a Napoleón, por el sagrado e inajenable derecho de conquista…
–¿Qué? –dijo el obispo Lué–. ¡Yo nunca dije eso!
–Permítame, señor obispo… –dijo Castelli levantando la voz–. O si
no, dígame, ¿quién ha conquistado España? ¿Quién? ¿Quién ocupa hoy
todas sus provincias y quién manda a la gran mayoría de los españoles? El
obispo no nos negará que es Napoleón, el emperador francés… Entonces,
si el derecho de conquista pertenece, por origen, al país conquistador, justo
sería entonces que la España abandone su resistencia a los franceses y se
someta a ellos por los mismos principios con que se pretende someter a los
americanos… –decenas de aplausos interrumpieron el discurso de Castelli.
–¡Adelante, doctor! ¡Siga!
–… la razón y la regla deberían ser iguales para todos, ¿no?
Durante unos cinco o diez segundos el salón se sumergió en un profundo silencio mientras Castelli hacía una pausa reflexiva. Parecía que todo
el público, patriotas y realistas, más allá de sus diferencias, quería oír a tan
admirable orador. Finalmente, concluyó:
–Señores, ¡aquí no hay conquistadores ni conquistados! Aquí no hay
si no españoles24. ¡Los de España han perdido su tierra! ¡Los de América
estamos tratando de salvar la nuestra! ¡Los de España, que se arreglen allá,
como puedan! ¡Y que no se preocupen por nosotros que los americanos
sabemos muy bien lo que queremos y hacia dónde vamos!
24
Dice “españoles” porque, en ese momento, el Río de La Plata todavía pertenecía
a España y por lo tanto, los criollos rioplatenses también eran considerados españoles.
120
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
La exposición finalizó con un estallido de aplausos, gritos, aclamaciones y ovaciones, como si el discurso de Castelli hubiera sido el triunfo
definitivo de los patriotas sobre los realistas, cuando aun ni siquiera había
empezado la votación. Mariano Moreno y su primo Manuel Belgrano se
acercaron, abrazaron al doctor Castelli y lo felicitaron por sus palabras.
Lo propio hicieron ‘Pancho’ Planes y José Darregueira. Pero el debate no
termino ahí…
–Tiene la palabra ahora el señor fiscal Manuel Genaro Villota.
Una lluvia de chiflidos de la multitud antecedió el discurso del español:
–Mi posición es que el pueblo de Buenos Aires no tiene por sí solo derecho alguno a decidir sobre la legitimidad del Consejo de Regencia si no
en unión de toda la representación nacional de los territorios del Virreinato
y mucho menos a elegirse un gobierno soberano que sería lo mismo que
romper la unidad de la Nación y establecer en ella tantas soberanías como
pueblos. Eso es todo…
–¡Callate, siervo de Cisneros! –le gritó uno de los presentes–. ¡Alcahuete! ¡Chupamedias!
–Silencio, por favor –dijo Saavedra–. Tiene la palabra el doctor Juan
José Paso.
Para ese momento, por las expresiones del público, parecía evidente
que eran más los detractores del virrey que sus partidarios.
–Dice muy bien el señor fiscal que debe ser consultada la voluntad
general de los demás pueblos del Virreinato –dijo Juan José Paso–. Pero
piénsese bien en el actual estado de peligros que, por su situación local, se
ve envuelta esta capital…
Juan José Paso debió elevar la voz, ya que el griterío le impedía hacerse
escuchar:
LOS GRITOS DE MAYO
121
–… Buenos Aires necesita con mucha urgencia ponerse a cubierto
de los peligros que la amenazan por el poder de la Francia y por el triste
estado de la Península. Para ello… –el griterío lo hacía inaudible por lo
que comenzó a gritar– …para ello, una de las primeras medidas debe ser
la formación de una Junta provisoria de gobierno en nombre del señor
don Fernando VII y que ella proceda a invitar a los demás pueblos del
Virreinato para que concurran, por sus representantes, a la formación de
un gobierno permanente…
Los aplausos de los patriotas provocaron un barullo en la sala.
–¡Esto es una locura! –exclamó el obispo Lué indignado–. ¡Es un
disparate!
–¡Callate godo asqueroso! –le gritó alguien–. ¡Chapetón repugnante!
¡Volvé a España!
El debate del 22 fue ardiente y despertó pasiones de ambos lados.
–Señores, tratemos de resolver los que nos conviene hacer –afirmó
Castelli, impaciente por llegar al momento de la votación–. No perdamos
más tiempo. Yo propongo que se vote la siguiente proposición: que se
subrogue otra autoridad a la del virrey que dependerá de la metrópoli, si
esta se salva de los franceses, y que será independiente si España queda
subyugada.
Fue entonces que, aceptada la moción de Castelli, Saavedra dio inicio
a la votación:
–Señores, muy bien. Votemos entonces si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Excmo. Señor Virrey, dependiente de la
soberana, que se ejerza legítimamente a nombre del señor don Fernando
VII y en quién.
Comenzó votando el obispo Lué:
–Consultando a la satisfacción del pueblo –dijo el obispo– y a la mayor
seguridad presente y futura de estos dominios por su legítimo soberano el
122
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
señor don Fernando Séptimo, es de dictamen que el excelentísimo señor
virrey continúe en el ejercicio de sus funciones sin más novedad que la de
ser asociado para ellas del señor regente y del señor oidor de la Real Audiencia, don Manuel de Velazco, lo cual se entiende provisionalmente por
ahora y hasta ulteriores noticias.
Cornelio Saavedra siguió con su voto:
–Consultando la salud del pueblo, y en atención a las actuales circunstancias, debe subrogarse el mando superior que obtenía el señor Virrey en
el Excelentísimo Cabildo de esta capital, mientras se forma la corporación
o Junta que debe ejercerlo; cuya formación debe ser en el modo y forma
que se estime por el Excelentísimo Cabildo, y no quede duda de que el
pueblo es el que confiere la autoridad o mando.
–Que se reproduce el voto del señor don Cornelio Saavedra –dijo Belgrano– y que el caballero síndico general tenga voto decisivo.
–Que debe cesar la autoridad del excelentísimo señor virrey –dijo el
militar español Pascual Ruiz Huidobro, ante la sorpresa de todos, dado su
pasado como militar y funcionario realista25 – y reasumirla el Excelentísimo
Cabildo como representante del pueblo para ejercerla, mientras forme un
gobierno provisorio dependiente de la legítima representación que haya en
la Península de la soberanía de nuestro augusto y amado monarca el señor
don Fernando VII.
El voto de Castelli se diferenció del de los demás patriotas en adicionar que el pueblo debía participar de la elección de sus representantes:
–Que se conforma con el voto del señor Cornelio Saavedra con calidad de tener voto decisivo durante el gobierno en el Excelentísimo Cabildo
el señor síndico. Pero, la elección de los vocales de la corporación, debe
hacerse por el pueblo junto en cabildo general y sin demora…
25
Pascual Ruiz Huidobro (1752-1813) era un militar español que fue gobernador
de Montevideo, elegido por el rey Carlos IV desde 1804 hasta 1807 cuando Montevideo
fue invadida por los ingleses.
LOS GRITOS DE MAYO
123
Sin embargo, el voto más polémico fue el de Francisco ‘Pancho’ Planes, un jovencito de veintidós años, que había participado en las reuniones
en la jabonería de Peña y Vieytes:
–Que se reproduce el voto del señor don Cornelio Saavedra con voto
decisivo del señor síndico. Pero debe dividirse el mando administrativo en
el Cabildo y el militar en Saavedra. Además, Cisneros debe ser residenciado
y juzgado por las atrocidades que mandó hacer contra los patriotas de la
ciudad de La Paz y Chuquisaca, un año atrás, en la que fueron brutalmente
asesinados muchos de ellos…
La mayoría de los presentes, realistas y patriotas, quedaron sorprendidos ante estas palabras de ‘Pancho’ Planes. Además de votar la deposición
del virrey, pedía un juicio político contra aquel por su accionar en la represión contra los revolucionarios de 1809 en el Alto Perú.
Pocas horas después, aplausos generalizados dieron por finalizada la
votación, aunque el escrutinio siguió hasta la madrugada del 23 de mayo.
Se votó por amplia mayoría a favor de subrogar la autoridad del virrey en
el Cabildo mientras el mismo formaba la junta que debía ejercerlo.
Cuando comenzaron a retirarse los cabildantes ya eran las dos de la
madrugada. Uno de ellos, Vicente López y Planes26, vio a Mariano Moreno, sentado en el suelo, acurrucado y cabizbajo.
–¿Está Usted fatigado, compañero? –le preguntó López y Planes a
Moreno.
–Estoy caviloso y muy inquieto…
–¿Por qué? ¡Si todo nos ha salido muy bien!
–No, amigo –dijo Moreno, incorporándose de pie–. Yo he votado con ustedes por la insistencia de Martín Rodríguez. Pero tenía mis sospechas de que
el Cabildo podía traicionarnos y ahora le digo a usted que estamos traicionados. Fue un error darle el poder de elegir los miembros de la junta al Cabildo…
26
Poeta criollo, autor de poemas como “El triunfo argentino” (1807) sobre las
invasiones inglesas y, poco después, del ‘Himno Nacional Argentino’.
CAPÍTULO V
¿UNA TRAMPA DE LOS CABILDANTES?
Buenos Aires, miércoles 23 de mayo de 1810
L
ópez y Planes, sorprendido por las palabras de Moreno, lo miró
detenidamente tratando de comprender lo que le decía.
Mariano Moreno era un joven abogado de treintiún años: uno
de los más jóvenes del bando patriota. Nacido en Buenos Aires, estudió –como Manuel Belgrano– en el Real Colegio de San Carlos, donde
se graduó con título de honor. Luego, estudió Teología y Derecho en la
Universidad de Chuquisaca. Durante su estancia allí, conoció cómo vivían
los indios en el Perú y el Alto Perú, los tratos injustos que padecían por el
sistema de la encomienda y la mita y, en su tesis de graduación, abordó este
tema. Luego de casarse con la joven chuquisaqueña Guadalupe Cuenca,
se estableció en Buenos Aires en 1805, comenzó a ejercer su profesión y
a involucrarse en el movimiento patriota. Su cabello oscuro bien peinado,
sus rasgos sencillos y sus mejillas bien afeitadas configuraban el semblante
juvenil de este muchacho inquieto.
–¿Cómo dice, doctor? –inquirió López y Planes, confundido.
–¡Lo que escucha, Vicente! El Cabildo nos va a traicionar. Acabo de
saberlo y, si no nos prevenimos, los godos nos van a ahorcar antes de poco;
tenemos muchos enemigos y algunos que andan entre nosotros y que quizás sean los primeros en echarnos el guante.
–Pero el síndico Leiva es confiable, Mariano…
LOS GRITOS DE MAYO
125
–Leiva, Leiva… Sí, confíe usted en ese comodín… –dijo irónicamente– que de uno o de otro lado, lo que hará será lavarse las manos…
–¿Qué dice? Si hemos votado casi todos, incluido usted, delegando al
Cabildo y a Leiva la responsabilidad de elegir una Junta de gobierno.
–Sí, Vicente. Como le decía, lo hice por la insistencia de Rodríguez.
Pero sospecho, y con buenas razones, que el Cabildo y el doctor Leiva
están confabulados con el virrey y con el partido conservador para que el
movimiento revolucionario se detenga.
–No puede ser…
–… se designará un nuevo gobierno, pero lo hará el Cabildo y elegirá
para presidirlo al mismísimo Cisneros con todas las facultades y jerarquías
que tenía hasta ayer…
–¿Y cómo sabés eso?
–Me llegaron rumores de personas muy confiables…
López y Planes parecía no creerle a Moreno. “¡Qué muchacho pesimista!”, pensó. Creía que Moreno exageraba. Ambos se retiraron del
ayuntamiento y se despidieron.
A la mañana siguiente, Moreno, que estaba en su despacho donde
había dormido unas pocas horas, mandó a llamar a otro de los patriotas, a
su amigo José Darregueira. Este, como muchos de los patriotas, era abogado. Había nacido en Moquegua, Perú, pero desde muy joven su familia
se había instalado en Buenos Aires. Había estudiado en el Real Colegio de
San Carlos y, luego, en la Universidad de Chuquisaca donde se graduó en
1794. Al año siguiente, regresó a Buenos Aires donde comenzó a ejercer
su profesión de abogado. Ahora, con sus treinta y nueve años, era otro de
los patriotas más comprometidos con la causa revolucionaria.
Eran las cinco de la tarde cuando llegó Darregueira. Lo encontró a
Moreno caminando inquieto, de un lado a otro en el salón de su despacho.
126
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–José, ¡estamos perdidos! –le dijo–. Si es cierto lo que me dicen, pronto vamos a la horca, porque el poder se afirma en manos de los españoles,
y lo primero que van a hacer es exterminarnos a todos: hemos errado el
golpe, querido José… Debíamos haber dado primero: destituir a Cisneros y
tomar el gobierno, porque el que da primero da dos veces… ¡Pero ustedes
no me quisieron creer, y aquí nos tiene perdidos!
–¿Pero qué hay? –le respondió Darregueira confundido.
–¿Pues qué? ¿Usted no lo sabe todavía?
–No sé nada, sino que el Cabildo se ocupa de nombrar una Junta.
–¡Buena Junta! ¡Ya lo verá!
–Pero dígame, por Dios, qué es lo que usted sabe.
–Lo que sé es que acaba de estar aquí Escalada y vino a decirme que
sabe de buena fuente que lo han reducido a Saavedra a que consienta en
que Cisneros quede de presidente del nuevo gobierno con el mando de
las armas, designando a él y a Castelli, con el español Solá y un europeo
cualquiera.
–A mí también me lo han dicho, Mariano, pero le puedo asegurar que
Saavedra se ha negado: hace un momento que ha sido llamado al Cabildo
con algunos otros comandantes, y todos le han declarado al Cabildo de
un modo terminante que lo que el pueblo quiere y ordena es la separación
lisa y llana del virrey.
–Eso ha sido un mero juego; yo estoy al tanto de todo. Martín Rodríguez y los demás amigos han salido muy satisfechos de esta intimación que
le han hecho al Cabildo, y muy creídos de que este va a separar al virrey.
Pero no es así, José. El Cabildo, que ya está seguro de que Saavedra acepta
la decisión, va a persistir, y va a mandar que se publique mañana un bando
dejando a Cisneros en su puesto y con el mando de las armas. Las primeras
medidas van a caer sobre nosotros; no tardaremos en ir a las cárceles y de
allí a las horcas. ¡Váyase por Dios! Averigüe bien lo que haya, prevenga a
LOS GRITOS DE MAYO
127
Beruti y a French: háblele claro a Martín; y convénzase de que es preciso
andar pronto. No deje de verme más tarde. Apercíbase de que en el bando del Cabildo se va a mandar convocar una junta o congreso general del
virreinato nombrada por los jefes del interior. Ya usted comprende lo que
será este congreso nombrado por nuestros enemigos, y dígame si nuestras
vidas no están pendientes de un hilo.
–Pero, mi amigo todo debe ser imaginario, y no puede ser. ¿De dónde
lo tiene?
–Tengo compromiso de honor de guardar secreto.
–Pues yo también tomo ese compromiso –insistió Darregueira–. Se
lo juro.
–¡Pues bien! El mismo Núñez se lo ha dicho a Escalada y Escalada a
mí.
–¿Qué Núñez? ¿Justo José, el escribano del Cabildo?
–¡El mismo!
–¡Cáspita! Entonces la cosa es seria…
–Ya lo ve… Vaya usted a lo de Peña y transmítalas este mensaje, que
estoy esperando a Pancho Planes para que alborote esta noche a nuestros
amigos. También vendrán French, Beruti y Arzac.
Lo que Moreno le decía a Darregueira era cierto.
Finalizado el escrutinio, la decisión mayoritaria había sido la separación del virrey y, al mismo tiempo, se había delegado en el Cabildo –dándole voto decisivo al doctor Leiva– la formación de un nuevo gobierno. Sin
embargo, pasadas algunas horas de descanso, en la tarde del miércoles 23,
los cabildantes y algunos militares se volvieron a reunir a puertas cerradas
en el Cabildo y eligieron como presidente de la junta de gobierno al mismísimo Cisneros asociado al sacerdote español Solá, al comerciante español
Incháurregui, al militar Cornelio Saavedra y al doctor Juan José Castelli.
El debate se había prolongado varias horas aquella tarde:
128
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–No estoy de acuerdo con este proceder –objetó Martín Rodríguez, el
único que se opuso entre los presentes–. Esto tiene aire a traición contra
lo que el pueblo ha votado y resuelto… Esto es enfrentar al pueblo y reducirlo al último papel de idiota y de esclavo. No sé qué pensarán los demás
comandantes, pero yo no respondo de la gente ni de mi cuartel…
–Señores, el miembro más influyente del nuevo gobierno será el señor
comandante Cornelio Saavedra –señaló Leiva–. ¡Esto será para ustedes un
aval suficiente!
–Si nosotros nos comprometiéramos a sostener esta combinación que
mantiene en el gobierno a Cisneros –replicó Rodríguez– tendríamos que
hacer fuego en muy pocas horas contra nuestros hermanos, contra nuestro
pueblo. Nuestros mismos soldados nos abandonarían. Todos, todos, sin
excepción reclaman la separación del virrey. Y yo, el primero –concluyó
Rodríguez–. Que diga el señor comandante de Patricios si es cierto o no
lo que digo…
–Sin dudas la agitación del pueblo y los cuarteles es alarmante –respondió Saavedra, con su rostro ruborizado–. No puede dudarse de que la
opinión y el deseo general es que el virrey sea separado del mando y no
puede exigírseles a los comandantes que, por sostener al señor Cisneros,
hagan fuego sobre el mismo pueblo…
–¿Y entonces…? –inquirió Rodríguez.
–… sin embargo, tengo grande y sumo aprecio por el señor Cisneros
y creo que jamás llegaría el caso de tener que faltarle a las consideraciones
que se le deben. La combinación a la que ha llegado el Cabildo es tan nueva
e inesperada que no puede adelantar juicio sobre la impresión que causará
en los hombres de juicio. Consultaré a mis amigos y resolveré mañana si
aceptaré o no el cargo –concluyó Saavedra…
LOS GRITOS DE MAYO
129
Del despacho de Mariano Moreno, Darregueira se fue, con el mensaje,
a lo de Peña donde se hallaban Castelli, Belgrano, un tal Gregorio Tagle,
los anfitriones y algunos patriotas más. Darregueira les describió a todos
la trampa del Cabildo. La desazón fue total.
Rodríguez Peña se acercó a Castelli y lo interrogó:
–Doctor, ¿qué piensas hacer si te llaman a la Junta?
–¡Resistirme! ¡Por supuesto! –respondió Castelli inmediatamente–. No
pienso formar parte de este fraude…
Todos parecieron asentir la respuesta de Castelli excepto Gregorio
Tagle que, luego de cavilar unos segundos, dijo:
–Señores, yo pienso que Castelli tiene que aceptar. Fíjense ustedes
que si, como creemos, don Cornelio está actuando con debilidad, no se
lo debe dejar solo. Nuestra única garantía, pues, es que lo acompañe Juan
José mientras nos desenvolvemos y obra el pueblo. Castelli impedirá toda
medida peligrosa: asistirá al conciliábulo, le mostrará a don Cornelio el
abismo a que nos llevan, le hará oír la voz del patriotismo y cómo es que
quieren abusar de su rectitud y de su ánimo moderado, para perdernos. Y
don Cornelio es hombre que desde que se aperciba de todo esto, ha de volver sobre sus pasos y se ha de poner todo entero con nosotros: yo tendré
confianza en él, desde que él –señalando a Castelli–, esté a su lado y entre
a la Junta del virrey.
Debatieron la propuesta de Tagle y, finalmente, todos estuvieron de
acuerdo en que, si lo nombraban a Castelli, debía aceptar el cargo estratégicamente y en que, si no lo nombraban, era preciso ir a la revolución
armada. Pero, al mismo tiempo, acordaron también alertar al pueblo del
fraude del Cabildo para incitarlos a armarse.
–Señores, les prometo que en la primera reunión que tenga esa infame
Junta –dijo Castelli– voy a declararle cara a cara a Cisneros que tiene que
renunciar en el momento, porque la revolución está hecha y estallará esta
130
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
noche o mañana sin remedio. También convenceré a don Cornelio de que
este es el único medio de salir bien.
Darregueira se despidió y volvió con estas noticias nuevamente a la
oficina de Moreno. Ya era de madrugada. Estaban junto a él, Domingo
French, Antonio Beruti, Francisco Planes y Buenaventura Arzac, entre
otros. Este era, sin dudas, el núcleo más radical de los revolucionarios. La
indignación de todos ellos era inmensa. Antes de escuchar a Darregueira,
Moreno le dio un papelito: “Todo está resuelto como le dije a usted hoy y un bando ya está pronto para que se fije con la fecha de mañana 24 en las esquinas desde la
madrugada”.
–Es de la misma persona que ya sabe –le aclaró Moreno–. Tal como
le dije, entrarán Saavedra y Castelli en la Junta. El virrey manda a que se
peguen bandos por toda la ciudad con los nombres de los miembros de
la nueva junta –y mirando el reloj, agregó–. Ya los deben estar pegando.
Darregueira les contó a todos del plan esbozado en lo de Peña de
aceptar, estratégicamente, los cargos en la Junta. Moreno, negando con la
cabeza, replicó:
–Nada de eso me inquieta, José… ¡Que hagan lo que quieran! Nosotros vamos a ir ahora mismo a difundir la noticia entre el pueblo.
–Mariano, en lo de Peña también apoyan la idea de excitar al pueblo y
propagar la noticia del fraude…
–Sí, pero la revolución tiene que ser ahora, José. ¡Ya! –replicó Moreno–. No hay que darles más tiempo. Cisneros quiere la cabeza de unos
cuantos de nosotros.
–¿De quiénes?
–Por ejemplo, la mía –intervino Pancho Planes–. El virrey Cisneros
ha sabido que en el voto que yo di, agregué que debían ahorcarlo por los
asesinatos de Chuquisaca y La Paz y, desde que se vea restituido al mando,
ha de procurar castigarme. De aquí no saldré sino cuando estalle la revo-
LOS GRITOS DE MAYO
131
lución; porque mientras no se haga en toda forma y tengamos la sartén
por el mango, no cuento con que por mí hagan conflictos de gobierno los
que han pasado por la bajeza de admitir un puesto vergonzoso al lado de
Cisneros.
Pancho era un joven de tan sólo veintidós años. A pesar de su carácter
rebelde y atrevido y, muchas veces, políticamente incorrecto, era un serio
abogado, profesor y periodista. Había estudiado en el Real Colegio de San
Carlos y, pocos años después, se graduó de doctor en jurisprudencia en la
Universidad de Córdoba. En 1808, a los veinte años, empezó a enseñar
filosofía en su ex colegio y, muchos años más tarde, sería un brillante jurista. Olvidado por la historia, fue uno de los más valientes partícipes de
la revolución.
–Ya ves, José… –dijo Moreno–. Pancho fue el único que se atrevió a
hablar en memoria de los asesinados en el Alto Perú y en pedir justicia. Y
ahora su cabeza tiende de un hilo. ¡Aceptar semejante Junta, liderada por
el mismo Cisneros, es una ofensa contra todos nosotros!
–Entiendo…
–Ahora nos vamos a alertar al pueblo y arrancar los bandos…
En efecto, todos los muchachos del grupo de Moreno, acaudillados
por French, Beruti y Planes, salieron del despacho a propagar la alarma en
los cuarteles, a golpear las puertas de las casas de sus camaradas y enviaron
a decenas de hombres a arrancar los bandos que el virrey había mandado
a pegar por las calles en la madrugada para anunciar la formación de la
nueva Junta.
A la mañana del jueves 24, empezó a llegar gente a la Plaza. Por todos
lados, los bandos eran arrancados de las paredes y pisoteados en plena calle
por la gente del pueblo. Los alguaciles que iban a pegarlos eran atacados y
huían arrojándolos al piso. Alrededor de las tres de la tarde, ingresaron los
miembros de la nueva junta al Cabildo y prestaron juramento. Sin embargo,
afuera, parecía que el incendio ya se estaba propagando. French, Beruti,
132
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Planes y sus hombres alborotaban a cientos de vecinos que hacían fogatas
con los bandos arrancados de las paredes o de las mismas manos de los
pegadores. Por la noche, los ventanales de la casa del fiscal Villota fueron
destrozados a piedrazos. Lo mismo hicieron en las casas de otros españoles, mientras Mariano Moreno recorría los cuarteles a caballo agitando y
sublevando a las tropas.
Mientras tanto, los oficiales de Patricios, enterados de la treta, se presentaron al Fuerte para conversar con Cornelio Saavedra y apurarle una
definición. Entre ellos, estaban el comandante Romero y los coroneles
Terrada, Castex y Vives.
–Cornelio –le dijo el comandante Romero–. Usted debe saber que
no acataremos ni una sola orden del virrey ni otras cualesquiera que se les
diesen mientras permanezca él en la presidencia de la Junta a no ser que
renuncie públicamente al mando de las fuerzas…
–Hay que tener paciencia, camaradas…
–El pueblo ya no tiene paciencia. Usted debe abandonar esa Junta o
hacer renunciar al chapetón Cisneros –le dijo el coronel Terrada.
–¡No debemos aceptar esta injuria contra el pueblo, Cornelio! –dijo
Castex.
Tras esta visita, a las ocho de la noche se reunió la Junta en el Fuerte.
Cisneros recibió en su despacho a Cornelio Saavedra, a Juan José Castelli,
a Solá y al español Incháurregui:
–Su Excelencia, por mejor voluntad que tuviéramos de acompañarlo
–le dijo Saavedra– nos es imposible responder del orden público: el pueblo
está armado, concentrado en los cuarteles, dispuestos a hacer una revolución si usted no renuncia…
–¡Pero si ustedes están en la Junta! ¡Y ustedes representan al pueblo!
–exclamó Cisneros, mirando a Solá y a Incháurregui que permanecían
callados.
LOS GRITOS DE MAYO
133
–Nosotros no podemos hacer nada para evitar esto…
–Hemos venido, señor Presidente –dijo Castelli, más firme– a declararle a Vuestra Excelencia que cualquiera que sea la resolución en que lo
encontremos, nos retiramos para mandar nuestras renuncias al Cabildo.
–Esperemos a mañana, señores…
–Es inútil, es imposible. No hay más tiempo… –objetó Castelli–. El
pueblo está cansado y una revolución está a punto de estallar. Nos retiramos, señor Cisneros.
Castelli y Saavedra se levantaron dispuestos a retirarse de la sala, pero
Cisneros los detuvo:
–¡Momento! ¡Renunciemos todos entonces!
–Muy bien –dijo Saavedra mirando a Castelli, que asintió–. Pero lo
hacemos ahora…
Incháurregui y Solá aceptaron también la propuesta. En efecto, poco
después, a las nueve de la noche se supo de la renuncia colectiva de los
miembros de la Junta. Sin embargo, los cabildantes debían aceptarla y se
supo también que no estaban dispuestos a hacerlo. El debate sobre este
tema quedó aplazado para la asamblea del día siguiente, el 25 de mayo…
CAPÍTULO VI
VEINTICINCO DE MAYO
Buenos Aires, viernes 25 de mayo de 1810
A
l amanecer del 25 de mayo comenzaron los movimientos alrededor del Cabildo. Afuera, en la Plaza Mayor, empezó a llegar gente
desde muy temprano.
A medida que pasaban las horas, a pocas cuadras de ahí, iban arribando a la casa del militar Miguel de Azcuénaga muchos de los patriotas
y comandantes militares. Era una casa enorme, con inmensos ventanales
por todas partes, estratégica para los patriotas por estar ubicada a pocas
cuadras de la Plaza Mayor. Su inmenso comedor, con una larga mesa en el
centro y varios bancos alrededor, era un lugar cómodo en el que cabrían
más de treinta personas. Ese era el nuevo punto de encuentro de los patriotas. Azcuénaga era un hombre de unos cincuenta y seis años, reservado,
pero muy buen anfitrión. Los recibía a todos con gran regocijo.
Cuando estuvieron al tanto, por Castelli y Saavedra, de que el Cabildo
insistía en mantener en la presidencia a Cisneros y no aceptaría su renuncia,
varios de los patriotas salieron de lo de Azcuénaga:
–¡Al Cabildo, muchachos! –gritaban por las calles–. ¡Al Cabildo!
Entre aquellos estaban French, Beruti, Chiclana, ‘Pancho’ Planes,
Cosme Argerich, el padre Gela, Buenaventura Arzac y diez hombres más.
Todos armados con pistolas y cuchillos al cinto. Se les iban sumando al
paso decenas y decenas de camaradas armados que esperaban el aviso de
French y Beruti.
LOS GRITOS DE MAYO
135
Se acercaba el mediodía. Lloviznaba en Buenos Aires. El Cabildo
comenzaría en unas horas una asamblea crucial. Ya había unas trescientas
o cuatrocientas personas congregadas alrededor de la Plaza Mayor. La
mayoría eran hombres de origen humilde: había peones, artesanos y jornaleros. A pesar de la lluvia, eran pocos los que llevaban paraguas: no había
suficientes en la ciudad de Buenos Aires en esa época, porque se trataba
de un artículo de lujo27.
Había negros esclavos en la Plaza, sí. Pero no repartían empanadas ni
pastelitos, si no mazamorras. Domingo French y Antonio Beruti estaban
en la plaza. Pero repartían escarapelas color celeste y blanco. Eran dos
chisperos porteños, de treinta y cinco y treinta y siete años respectivamente, que andaban siempre armados: dos caudillos pesados que movilizaban
al pueblo para amedrentar a los cabildantes. Y lo que distribuían eran unas
divisas largas de color rojo, como distintivo para identificarse entre patriotas y no atacarse en caso de que hubiera violencia.
Los jóvenes, con French y Beruti a la cabeza, se acercaron a las puertas
del Cabildo y comenzaron a golpearlas y a gritar contra Cisneros. El doctor
Leiva y el alcalde Lezica abrieron la puerta grande:
–Orden, señores, ¡por favor! –dijo Leiva–. ¿Qué es lo que quieren?
–¡La deposición inmediata de Cisneros! –gritó ‘Pancho’ Planes.
–Señores –dijo Leiva– para escucharlos necesitamos que haya tranquilidad. Que se presenten dos o tres de Uds. en representación de este gentío
y los haremos pasar al salón para que hablen por todos.
Chiclana, French y Beruti se disponían a pasar. También ‘Pancho’
Planes, pero Leiva lo detuvo:
–No, amigo mío, usted es muy loco para este negocio; con estos caballeros hay lo bastante pues son hombres de representación, y lo mejor es
27
Pocos paraguas habían sido importados en Buenos Aires durante tantos años de
monopolio comercial español.
136
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
que no haya tantos con quien hablar –y dirigiéndose a Chiclana y French–.
Compañero, haga retirar ahora a los demás para que nos dejen tratar el
negocio como buenos amigos y como patriotas que todos queremos el
bien de nuestro país.
Chiclana convenció a la gente de que se retirara a los portales de abajo
mientras reducían al Cabildo. Pancho Planes irradiaba cólera, pero aceptó
quedarse afuera; ya encontraría la manera de infiltrarse.
Chiclana era un hombre bajito de unos cuarenta y nueve años, aunque aparentaba muchos más. Eso, tal vez, le daba un aire más respetable.
Abogado y militar, durante las invasiones inglesas había peleado en el
Regimiento de Patricios. Ya adentro de la sala capitular se dirigió a los
cabildantes:
–Exigimos que el Cabildo acepte esta lista que traigo escrita y que se
nombre una junta de gobierno compuesta por los hombres que proponemos.
–Pero, señor Chiclana –contestó Leiva desconcertado–. Esto implicaría variar todo el orden de la monarquía sin consultar a los demás pueblos
del Virreinato…
–No, doctor –replicó French– porque precisamente en esta misma
lista se dice explícitamente que se convocará a un congreso para que participen todos los pueblos del Virreinato.
–Pues esperemos todos –dijo Leiva–, a que ese congreso se convoque
y decida, como se resolvió el 22…
–No, señor… –dijo French–. Eso no puede ser. Porque si bien los
otros pueblos tienen el derecho que tiene el de Buenos Aires a pronunciarse, ellos no pueden negar el derecho que tiene el de Buenos Aires a
pronunciar su voto y exigir que el congreso sea elegido con libertad y no
como un mango servil de los europeos que los mandan y que tienen allí
fuerzas para sofocar su voz como sucedió el año pasado en Chuquisaca y
en La Paz.
LOS GRITOS DE MAYO
137
Mientras tanto, ‘Pancho’ Planes se las había ingeniado para infiltrarse
y había encontrado el modo de ingresar disimuladamente en la sala capitular. Tras oír a French, levantó su voz, con el coraje que lo caracterizaba:
–Señores, ¡el Cabildo ha excedido escandalosamente las facultades que
le dimos en la asamblea del 22 y ha intrigado para perdernos!
–Modere usted sus palabras, jovencito –replicó el español Santiago
Gutiérrez–. ¡Usted no es de esta reunión y debe retirarse!
–¡Ni las modero, ni me retiro! Lo que digo es lo que repite todo el
pueblo y no tardará usted en verlo. El cabildo abierto que obró como
soberano el 22, prometió también como soberano separar absolutamente
del gobierno al señor Cisneros y retirarle el mando de las armas; y aunque
es verdad que defirió en el Ayuntamiento la elección de los miembros del
nuevo gobierno, no se ha podido ni debido nombrar otros que aquellos que
expresaron la mayoría de la resolución, como el señor Saavedra, el señor
Peña, el señor Martín Rodríguez y el señor Moreno; porque es un engaño
usar de la facultad concedida, como lo ha hecho el Cabildo, entregando a
los enemigos y a la minoría el gobierno, resuelto por la mayoría.
–¡Todavía no nos gobierna aquí ni Rousseau, ni Thomas Paine, señor
Planes! –dijo Leiva.
–Es verdad –contestó– pero desde el 22 nos gobierna el pueblo…
–Señor Alcalde –dijo Anchorena a Leiva– esta disputa es inútil. Mi
opinión es que citemos a los comandantes de las fuerzas, porque en esta
fuerza no hay veteranos: todos son vecinos aptos para opinar y para votar.
Los comandantes nos dirán la disposición en que están y deliberaremos
con ellos.
–Así pienso yo también –dijo Leiva–. Retírense ustedes que vamos a
llamar a los comandantes.
–Aceptemos, compañeros –dijo Beruti dirigiéndose a la salida–. Vamos, ya sabemos lo que piensan los comandantes… –agregó en voz baja.
138
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
En lo de Miguel de Azcuénaga estaban todos los comandantes: Rodríguez (del regimiento de Húsares), Romero (de Patricios), García (de
Montañeses), Ocampo (de Arribeños), Terrada (de Granaderos), Ruiz
(de Naturales), Esteve y Llach (de Artilleros de la Unión), Vivas (2° de
Húsares), Castex (de Miqueletes), Ballesteros (de Quinteros) y Merelo (de
Andaluces). Todos esos hombres habían estado al mando de las distintas
milicias populares durante las invasiones inglesas. Todos ellos fueron mandados a llamar por los cabildantes. Tras deliberar un instante, se dirigieron
al Cabildo. Una vez allí, el doctor Leiva intentó persuadirlos:
–… es una gran pena el conflicto en que se encuentra el Cabildo después de haber resuelto y realizado las facultades que se le habían conferido
provisoriamente el día 22…
Los comandantes lo escuchaban sigilosamente.
–… yo invito a los jefes –continuó Leiva– que, leal y honradamente,
apoyen la autoridad legítima y prudente con que se había satisfecho a las
exigencias del pueblo. Salir de este camino es encender la guerra civil con
el resto del país, atraerse las fuerzas de la monarquía que mirarán como
una rebelión atroz el derrocamiento absoluto de las autoridades y de las
leyes que ella había creado e impuesto con una sabiduría ejemplar.
Martín Rodríguez fulminaba a Leiva con la mirada.
–… reparen en que la parte más pudiente y noble de los vecinos es la
de los fieles súbditos del rey de España, que se ven ahora atropellados por
el tumulto sedicioso que prevalecía; y que por fin los jefes prestigiosos y
leales que obtenían el mando y la fuerza en todo el resto del virreinato, no
habían de consentir en la violencia con que se les quería dar una autoridad
soberana intrusa sobre la que ellos ejercían por acto y delegación del monarca. El Cabildo cree que en vista de todo esto, ustedes no vacilarán en
sostener lo resuelto el día 23 y la autoridad instalada y jurada ayer: por lo
cual espero que se expliquen francamente si se puede contar con las armas
de su mando para sostener el gobierno establecido.
LOS GRITOS DE MAYO
139
Los comandantes habían acordado que Romero, el segundo de Patricios, contestaría por todos ellos por ser el más moderado pero, a la vez, el
más enérgico.
–Voy a hablar en nombre de todos mis compañeros –comenzó Romero–. Señores cabildantes, no es posible seguir sosteniendo la elección del
virrey como presidente de la Junta…
Leiva lo miró atónito. No esperaba esa respuesta. Hasta ese momento
creía que sólo Martín Rodríguez y algunos más se opondrían a su propuesta, pero no que lo harían todos los comandantes.
–… las tropas y el pueblo están indignados y ellos no tienen autoridad
para darle apoyo al Cabildo, porque están seguros de que no serán obedecidos. Tal es la efervescencia en que se hallan los cuarteles y los hijos del
país. Si el Cabildo se obstina en lo que ha resuelto, nos será imposible evitar
que la tropa se venga hoy a la plaza y cometa toda clase de excesos contra
el Cabildo mismo, y contra la persona del señor Cisneros, hasta formar por
sí sola un gobierno de su gusto. V. E. no se haga ilusión, esto está ya hecho:
puedo asegurar que el pueblo ha consignado ya lo que quiere por escrito y
ha designado los sujetos que quiere ver en el gobierno.
–Pero, Comandante Romero –contestó Leiva– insisto en que no se
puede deponer a un virrey nombrado por la monarquía real…
–¿Nombrado por la monarquía? ¿Usted está hablando en serio? ¡A
Baltasar de Cisneros lo nombró una junta de rebeldes de Sevilla que ya ni
siquiera existe y en un país totalmente ocupado por Napoleón!
Afuera, en las galerías, el bullicio comenzaba a elevarse. La gente empezó a golpear nuevamente las puertas. Pero ya no eran veinte personas:
eran más de cien.
–Por favor, ¡calme a esa gente, Martín! –le pidió Leiva a Rodríguez.
–Lo haré solamente si el Cabildo me autoriza a informar al pueblo
que desiste de su empeño y que queda separado de todo mando el señor
Cisneros… –contestó Rodríguez con autoridad.
140
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
El griterío fue creciendo y parecía inminente que el Cabildo iba a ser
invadido por el pueblo… Leiva se resignó y les dijo a los cabildantes:
–Bueno, bueno, no hay más remedio, señores, que consentir. Creo que
debemos hacerlo pronto… ¡Muy pronto!
Los cabildantes asintieron y, entonces, Rodríguez salió al corredor y
gritó:
–Paisanos, ¡queda separado el virrey Cisneros! Tengan un rato de paciencia, que se va a tratar lo demás.
Por la emoción nadie le hizo caso: los gritos, vítores y festejos se
superpusieron, pero con esta noticia Martín Rodríguez logró salir del
Ayuntamiento y fue hasta lo de Azcuénaga. Cuando llegó, les contó a los
patriotas lo sucedido y, entonces, se tejió el último plan:
–Pues este es el momento –dijo Rodríguez Peña–, de obligarlos a que
sancionen la nueva lista que ha formado el pueblo. Que Beruti y French
se encarguen de entrarse al salón con otros que ellos elijan y de hacerle al
Cabildo la intimación sin condiciones, amenazándolos con el último golpe.
En efecto, media hora después, French, Beruti, Planes, Arzac, Orma,
Grela y muchos otros ‘chisperos’, nuevamente ingresaron armados al salón
de las sesiones.
–Señores –dijo Beruti–, venimos en nombre del pueblo a retirar
nuestra confianza de manos de Ustedes. El pueblo cree que el Cabildo ha
faltado a sus deberes y que ha traicionado el encargo que se le hizo; ya no
se contenta con que sea separado el virrey. Bien informados como estamos
de que todos los miembros de la Junta han renunciado, el Cabildo ya no
tiene facultad para sustituirlos con otros, porque el pueblo ha reasumido
la autoridad que le había trasmitido, y es su voluntad que la Junta de Gobierno se componga de los sujetos que él quiere nombrar con la precisa
indispensable condición de que en el término de quince días salga una
expedición de quinientos hombres para las provincias interiores, a fin de
que, separados los que las esclavizan, pueda el pueblo en cada una de ellas
LOS GRITOS DE MAYO
141
votar libremente por los diputados que han de venir a resolver de la nueva
forma de gobierno que el país debe darse.
–¡Esto es una locura! –gritó Leiva, desconsolado.
–… y hago esta declaración, señores vocales, protestando que si en
el acto no se acepta, pueden atenerse a los resultados fatales que se van a
producir, porque de aquí vamos a marchar todos a los cuarteles a traer a
la plaza las tropas que están reunidas en ellos, y que ya no podemos ni debemos contener en el límite del respeto que hubiéramos querido guardarle
al Cabildo.
Leiva, Lezica y el español Domínguez hicieron esfuerzos inútiles por
conseguir aplazar ese reclamo.
–Ya es tarde, alcalde –les dijo French–. Lo hubieran pensado antes de
planificar el fraude del 23…
Lo único que consiguieron fue que se les presentara por escrito la
solicitud del pueblo con cientos de firmas. Leiva lo tomó, lo leyó y les dijo:
–Muy bien, la formalidad de los actos y de las responsabilidades que
vamos a tomar todos con este paso, nos exige que nosotros veamos y
oigamos a ese pueblo en cuyo nombre nos hablan ustedes. Vemos aquí
por escrito un número considerable de vecinos, religiosos, comandantes
y oficiales que piden lo que ustedes han representado de palabra. Pero es
necesario que de propia voz ratifiquen su pedido. Congreguen ustedes a
todo ese pueblo en la plaza, y el Cabildo saldrá a su balcón para leerles este
pedido y ver si es eso mismo lo que se aclama.
–Por supuesto, doctor…
Pasaron unos minutos y los cabildantes se presentaron en el balcón.
Miraron a la plaza, susurraron algunas palabras entre ellos y, aproximándose al enrejado, Leiva gritó:
–¿Dónde está el pueblo? ¡No los vemos! ¡Nosotros sólo vemos acá
unos pocos hombres!
142
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–¡Callate chapetón hijo’e puta! –le gritaron de la plaza. Y más de un
piedrazo chocó contra las rejas del balcón desde donde Leiva gritaba. Leiva, atemorizado, salió del balcón y volvió a su asiento.
–Señores del Cabildo –contestó Beruti alterado–. Esto ya pasa de
juguete… No estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con moderación ha
sido por evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo en cuyo nombre hablamos está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera
en otras partes la voz de alarma para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo?
Toquen la campana, y si es que no tienen el badajo, nosotros tocaremos
generala, y verán la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí
o no! Pronto, señores: decidirlo ahora mismo porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños, pero si volvemos con las armas en la mano,
no responderemos de nada.
“¡Ábranse los cuarteles!”, gritaban desde la Plaza. “¡No esperemos
más!”, “¡Esto ya no se puede sufrir!”, “¡A tomar el Ayuntamiento!”. Comenzaron a golpear las puertas del cabildo con palos o a puñetazos. El
Cabildo también estalló en un bullicio.
En medio de esta batahola, Leiva alzó la mano y gritó pidiendo la
palabra. Aquietadas las voces, se asomó al balcón y dijo:
–Señores: el Cabildo se considera conminado por la fuerza y por los
desastres con que ustedes lo amenazan; y cediendo al tumulto y a la violencia, cede a lo que se le impone. Esta es una rebelión abierta.
–¡Sí, señor, eso es! –gritó un hombre desde la plaza–. Y, si el Cabildo
no se somete a la voluntad del pueblo, quizás no nos quedaremos solo en
eso.
–Por desgracia no nos queda ya duda de eso –dijo Leiva desde el balcón–, y cedemos. Pero tengan ustedes calma para oír las condiciones con
que el Cabildo dará por anulados los actos del día 23 y 24, y consentirá en
proclamar el nuevo gobierno.
LOS GRITOS DE MAYO
143
–¡Que las diga!
–La primera es que la nueva Junta que ustedes imponen se responsabiliza por el orden público y por la tranquilidad del pueblo.
–¡Acordado! –respondió un grito general.
–La segunda, que el Cabildo quede con la autoridad necesaria para
vigilar la conducta de los miembros de la Junta.
–¡No, señor, no queremos, negado! –dijo uno.
–Pero, señores, el Cabildo no procederá en eso sino con justa causa.
–¡Negado!
–La tercera, que no se impongan nuevas contribuciones.
–¡De acuerdo!
Unos instantes después, Martín Rodríguez ocupó el balcón y anunció
a gritos al pueblo:
–¡Atención, señores! El escribano del Cabildo se dirigirá a ustedes.
El escribano y secretario del Ayuntamiento, Justo José Núñez, quien
había conspirado en favor de los patriotas, salió al balcón y leyó:
–Quedan anuladas las resoluciones y las actas de los días 23 y 24. Por
la nueva acta de hoy, día 25 de Mayo de 1810, queda constituida la Junta de
Gobierno en Saavedra presidente, Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Matheu,
Alberti y Larrea vocales y Paso y Moreno como secretarios. Lo principal
de lo demás es la expedición contra los mandones del interior, que como
se ha dicho saldrá dentro de diez o quince días; y la convocación de los vecindarios del interior para que nombren los diputados al Congreso general
que debe establecer la forma de gobierno que se considere más conveniente
para el país.
–¡Bravo!
–La Junta queda provisionalmente encargada de la autoridad superior
de todo el virreinato; y que se ordena que ahora mismo vengan los nom-
144
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
brados a prestar juramento de conservar la integridad de estos dominios a
nuestro amado Soberano el señor don Fernando VII…
Los miembros del Cabildo se fueron retirando, insultados, de la sala
capitular. Una hora después, los militares Cornelio Saavedra y Miguel
de Azcuénaga, los doctores Mariano Moreno, Juan José Paso, Juan José
Castelli y Manuel Belgrano, el obispo Manuel Alberti y los comerciantes
catalanes Domingo Matheu y Juan Larrea fueron ingresando a la sala para
prestar juramento como autoridades de la Junta. Iban a jurar en nombre
de Fernando VII, aunque la mayoría de ellos, como Belgrano, Moreno,
Castelli, Paso, Larrea y Alberti sabían que se trataba de una estratagema
para no hablar explícitamente de independencia en un momento en que
aún no era conveniente. España era aliada de Inglaterra y declarar la independencia podría traer problemas con Inglaterra a quien los comerciantes
criollos necesitaban para sus negocios.
Luego de organizar improvisadamente la ceremonia, los nueve miembros de la Junta fueron invitados a prestar juramento por el escribano del
Cabildo, Justo José Núñez. Saavedra, presidente electo, posó su mano
sobre los Santos Evangelios y juró su cargo. Los vocales y secretarios,
en fila y de rodillas, apoyando cada uno su mano en el hombro del otro,
juraron también.
Llovía en Buenos Aires y la mayoría de la gente no tenía paraguas. Se
empapaban bajo la lluvia. Pero no les importaba. Estaban exaltados de la
alegría. Gritaban de euforia y se abrazaban. Celebraban el comienzo del
fin de trescientos años de dominación española.
EPÍLOGO
C
isneros, fatigado, abrumado y resignado, entró a su morada. Había
sido el peor día de su vida: esa tarde en el Cabildo se había aprobado su deposición como virrey del Río de La Plata y había sido
nombrada una Junta de gobierno compuesta por todos criollos y un par
de españoles.
Su sirviente lo esperaba con dos cartas urgentes que habían llegado
ese mismo día procedentes de la ciudad de Córdoba, pero llegadas por dos
vías distintas: la primera de ellas, por el correo extraordinario; la otra, por
intermedio de un criado.
Abrió los dos sobres. Ambas misivas estaban firmadas por el ex
virrey don Santiago de Liniers y fechadas el 19 de mayo. Santiago de Liniers, hasta aquel momento, había sido sospechado por Cisneros y los realistas de “bonapartista”, prejuicio basado fundamentalmente en su origen
francés y en su amable recepción en 1808 –cuando aquel era virrey– del
enviado de José Bonaparte a Buenos Aires, el Marqués de Sassenay, tras
la ocupación de España por Francia. Después de que Baltasar Cisneros
hubiera sido designado virrey, Liniers fue deportado a Córdoba y, a partir
de ese momento, había hecho varios intentos para demostrarle a Cisneros su lealtad a la causa realista. Desde el momento en que le entregó el
mando, Liniers le advirtió de un grupo de conspiradores, pero Cisneros
no le hizo caso, creyó que se trataba de una treta para mostrar una falsa
lealtad y lo mandó a Córdoba.
Cisneros entró a su escritorio y se dejó caer sobre un enorme sofá.
Respiró profundamente, abrió una de las cartas recibidas y leyó:
146
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
“Vuestra Excelencia: Me han llegado multiplicados avisos y cartas insidiosas
para que no vaya a España, diciéndome entre otras cosas que el misterio que Vuestra
Excelencia ha guardado en la determinación de mandarme a la Península denota (…)
que existen bastantes gentes aquí que me estiman lo suficiente para impedir mi embarco
a fuerza armada. Esta última insinuación, que podría ser uno de los muchos pretextos
de que suelen valerse los malévolos para empezar a chocar contra su autoridad, es la que
me ha hecho más fuerza. Y, en su consecuencia, creo de mi deber representar a Vuestra
Excelencia que la prudencia exige que yo me detenga hasta la llegada de algún correo
de España (…) Por otro lado, excuso de extenderme en reflexiones sobre el estado de
Buenos Aires, que Vuestra Excelencia conoce tan bien como yo, en la cual hay un
gran plan formado y organizado de insurrección, que no espera más que las primeras
noticias desgraciadas de la Península: si en otra crítica circunstancia le decía a Vuestra
Excelencia, con toda verdad y desembarazo, que nada había que temer de la lealtad de
ese pueblo, en el día de hoy le digo que positivamente reinan las ideas de independencia
fomentadas por los rebeldes que han quedado impunes, y que el que una vez ha podido
romper los sagrados vínculos de la lealtad, jamás puede ser fiel: tenga Vuestra Excelencia
presente que por esto es que nuestros más sabios legisladores, en fulminando las penas
más rigurosas contra el crimen de traición, dispensan à los magistrados las formalidades
y demoras que prescriben las leyes aun en el caso de homicidio probado y auténtico, para
aplicar al traidor sobre indicios vehementes la pena capital. Suyo, Santiago de Liniers”.
La sorpresa y la expectativa de esa primera carta lo llevó a leer, casi
sin pausa, la segunda:
“Mi amado Cisneros: Esto está endiablado; yo daría un dedo de la mano por tener
una hora de conversación contigo. Estás rodeado de pícaros; varios de los que más te
confías te están engañando; la iniquidad apoyada de las riquezas va minando la autoridad. Lamento que hayas desatendido los informes que te di al entregarte el mando del
virreinato donde te informaba de la perversidad de los españoles que se habían declarado
enemigos míos y la injusticia con que me habían pintado como hombre peligroso.
El influjo que yo he tenido sobre el pueblo jamás lo he empleado a otro fin que para
inspirarle sentimientos de patriotismo y sumisión à la soberana autoridad, pero tú mismo
LOS GRITOS DE MAYO
147
te has dejado persuadir y preocupar contra mí. Si esto no es así, permíteme que te pregunte con franqueza: ¿no has dicho à la Corte que convenía que yo saliese de aquí? ¿Por
qué no me copias como es de estilo la orden de mi ida a España? Pero ya falsa cierta esta
conjetura, en el día debes estar bien convencido de mi sinceridad y lealtad y la experiencia
te ha demostrado que nadie te ha hablado con más verdad que yo, ni con más desinterés
y mejor conocimiento del país y de los hombres que venias à gobernar. Ahora, siguiendo
este mismo lenguaje, te anuncio el peligro en que te considero estando allá en Buenos
Aires. Dime, ¿si tenemos noticias desgraciadas de la Península y se verifica una conmoción popular, apoyada de nuestros ambiciosos vecinos de dónde puedes esperar auxilios?
¿Qué jefe tienes en aptitud de podértelo conducir? Nieto por sus achaques no es capaz de
soportar las fatigas de la guerra: solo veo à Goyeneche, pero cuya influencia no será tal
vez igual a la mía para reunir defensores del derecho de nuestro amado Fernando contra
el partido de la independencia y de la anarquía; pero estas reflexiones que me dicta
mi amistad, mi conciencia y mi lealtad, siempre están subordinadas à la mas estricta
obediencia; seguiré, después de haber expuesto mi sentir, que es el de los hombres de bien
y buenos vasallos del rey, lo que tú me prescribas en cuanto a mi traslación a España.
No necesito encarecerte la importancia de la reserva mas absoluta”.
La advertencia de Liniers llegaba a manos de Cisneros un poco tarde:
unas horas después de la revuelta en la Plaza Mayor que había conseguido
su deposición como virrey.
En un primer momento, Cisneros sintió bronca e impotencia por no
haber recibido el mensaje a tiempo y lamentó haber desconfiado de Liniers
durante todo ese tiempo. Sin embargo, inmediatamente, se sintió aliviado.
Y se sintió acompañado, a la distancia, por un personaje de mucho poder.
Este personaje, que hasta entonces era considerado por él mismo y por la
mayoría de los realistas como “peligroso” o “traidor”, se convertía ahora
en su principal aliado y la garantía de la restauración de su poder en el
virreinato. ¡Era cierto todo lo que le decía Liniers en la carta!
Él era, por su popularidad, por su heroísmo en la Reconquista y en la
Defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas y por el respeto
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DAMIÁN ERIC STIGLITZ
que inspiraba en sus pares, el único capaz de reunir a todos los defensores
de la causa realista y aplastar la revolución que ese mismo día lo había derrocado a él en Buenos Aires.
Cisneros, esperanzado, se acercó a su escritorio. Se sentó en un banquete y tomó su pluma. Sin dejar pasar más tiempo, la mojó en el tintero y
comenzó a escribir una urgente misiva a su nuevo aliado…
LA PATRIA HA NACIDO
CRÓNICAS DE LA REVOLUCIÓN
PARTE II
CAPÍTULO I
EL CAMINO DE LA CONCILIACIÓN
L
a mañana del domingo 27 de mayo de 1810, las calles de Buenos
Aires amanecieron con una proclama, colocada sobre las paredes
y puertas de las casas y edificios públicos, que la nueva Junta de
gobierno había redactado el día anterior, en su primer día de sesión. Estaba
dirigida a todos los habitantes de Buenos Aires y rezaba:
“Teneis ya establecida la autoridad que remueve la incertidumbre de las opiniones y calma todos los recelos. Fijad vuestra confianza, y aseguraos de nuestras
intenciones. Un deseo eficaz á proveer, por todos los medios posibles, la conservación
de nuestra Religion, la observancia de las leyes que nos rigen, la comun prosperidad
y el sostén de estas posesiones en la mas constante fidelidad y adhesión á nuestro muy
amado Rey, D. Fernando VII. ¿No son estos vuestros sentimientos? Esos mismos
son los objetos de nuestros conatos. Reposad en nuestro desvelo y fatigas; dejad á
nuestro cuidado todo lo que en la causa pública dependa de nuestras facultades y
arbítrios, y entregaos á la mas estrecha union y conformidad recíproca en la tierna
efusión de estos afectos. Real Fortaleza de Buenos Aires, Sábado 26 de Mayo de
1810”.
La proclama de la Junta, firmada por todos los miembros, anunciaba
así su establecimiento y sus objetivos al pueblo. Los pocos que sabían leer
se detenían en las calles ante aquellos documentos y los leían para sí o en
voz alta para sus amigos, familiares o vecinos, la mayoría de ellos, analfabetos.
Ese mismo domingo 27, la Junta realizó su segunda sesión en la Fortaleza. Allí redactó una circular, dirigida a las ciudades y cabildos del interior
del ex Virreinato al que ahora llamaban ‘Provincias Unidas del Río de La
152
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Plata’28 y en la que los anoticiaba de los sucesos del 25 de mayo. Además
invitaba a cada cabildo a adherir a la Junta y a elegir un diputado para que
se incorporara a la misma, de manera que esta representara a todo el territorio del ex Virreinato y no solo a la ciudad de Buenos Aires.
Los mensajeros que portaban la circular partieron hacia todas las
direcciones. Las distancias recorridas, sumadas a los largos debates que se
dieron en los distintos cabildos del interior, determinaron la demora de las
respuestas. Mientras tanto, los miembros de la Junta comenzaron sus obras
de gobierno: el lunes 28 redactaron el Reglamento sobre el despacho y ceremonial
en actos públicos de la Junta Provisional Gubernativa. Se estableció que las sesiones de la Junta serían todos los días desde las nueve de la mañana hasta las
dos de la tarde, y desde las cinco hasta las ocho de la noche. Los asuntos
del gobierno se derivaron en dos secretarías: la de Gobierno y Guerra, a
cargo de Mariano Moreno, y la de Hacienda, encomendada a Juan José
Paso. Además, las milicias fueron convertidas en regimientos regulares,
dando así origen al ejército revolucionario.
Unos días después, el 2 de junio, la Junta creó por decreto el primer
periódico patriota, La Gazeta de Buenos Aires, que salió a la calle tan solo
cinco días después. “El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes”, rezaba el decreto. Moreno era el principal redactor de La Gazeta que contaría también con la colaboración de Manuel Alberti, Manuel
Belgrano y Juan José Castelli. El mismo día de la creación del diario, llegó
del interior la primera adhesión a la Junta: la del Cabildo de Luján. Con
esta, empezó a surgir optimismo entre los revolucionarios. Los siguientes
28
Las Provincias Unidas del Río de La Plata comprendían todo el territorio que
había pertenecido al Virreinato homónimo y que pertenecen actualmente a los países de
Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Estaba dividido en las intendencias de Buenos
Aires (actuales provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones
y la Banda Oriental), la intendencia de Salta del Tucumán (provincias de Salta, Jujuy,
Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y Tarija y La Puna en el Alto Perú), la intendencia de Córdoba del Tucumán (provincias de Córdoba, Mendoza, San Juan, San Luis
y La Rioja), la intendencia de Paraguay y la intendencia de Potosí.
LA PATRIA HA NACIDO
153
días del mes siguieron llegando adhesiones de los cabildos de varias ciudades del territorio rioplatense: de Concepción del Uruguay, el 8 de junio; de
Soriano29, el 9; de Santa Fe, el 12; de San Luis, el 13; de Corrientes, el 16;
de Yapeyú, el 18; de Salta, el 19; de Gualeguay, Gualeguaychú y Catamarca
el 22 de junio; de Mendoza, el 23; de Tarija30, el 25; de Tucumán, el 26,
y de Santiago del Estero, el 29. En solo un mes gran parte del territorio
rioplatense había adherido a la Junta. La revolución se estaba extendiendo
a través de un sistema de conciliación, sin derramar una gota de sangre.
Sin embargo, no todos los cabildos del interior enviaron su adhesión a
la Junta. Por ejemplo, no habían llegado aún adhesiones de los cabildos de
Córdoba, Asunción ni de la mayoría de los cabildos del Alto Perú. Montevideo en un primer momento había mandado una adhesión del Cabildo.
Sin embargo, poco después volvió sobre sus pasos y retiró su adhesión.
Entonces la Junta decidió enviar al secretario Juan José Paso a aquella
ciudad para intentar persuadirlos.
29
Actualmente Villa Soriano, en Uruguay. Pertenecería a las Provincias Unidas del
Río de La Plata hasta la separación de Uruguay de la Confederación Argentina.
30
Tarija, Alto Perú (actual Bolivia).
CAPÍTULO II
LA MISIÓN DE PASO A MONTEVIDEO
P
or su cercanía con Buenos Aires, el Cabildo de Montevideo fue el
primero en recibir la circular y en considerar la adhesión a la Junta.
El 31 de mayo acordó convocar al pueblo para el día próximo para
que expresara su voluntad y, en caso afirmativo, nombrara un diputado
que debía incorporarse a la Junta. Efectivamente, al día siguiente, en su
sesión del 1º de junio, un cabildo abierto decidió que “convenía la unión
con Buenos Aires y el reconocimiento de la Junta” postergando para el
día próximo la elección del diputado. Al día siguiente, llegó al puerto de
Montevideo un barco llamado Philipino con noticias de España: se confirmaba que el 29 de enero se había establecido un Consejo de Regencia en la
isla de León, Cádiz, integrado por apenas cinco miembros, que reasumía
la autoridad que había tenido la Junta Suprema Central, incluyendo las
cuestiones de las colonias en América.
Cuando ese día el cabildo inició su sesión y se disponía a elegir un diputado por Montevideo, irrumpió en la sala capitular un hombre temerario:
el comandante de marina Juan de Salazar –realista hasta la médula– anunciando esta noticia e incluso divulgando algunas mentiras como que Napoleón estaba a punto de ser expulsado de España y aconsejando entonces el
reconocimiento inmediato del Consejo de Regencia y el desconocimiento
de la Junta porteña. Enterados, los cabildantes montevideanos suspendieron su adhesión a la Junta y declararon fidelidad al Consejo. El 6 de junio
enviaron a la Junta de Buenos Aires un oficio comunicando esta decisión.
La noticia fue un baldazo de agua fría para el nuevo gobierno porteño. Pero la Junta no se rindió: insistió en su reconocimiento por parte del
Cabildo de Montevideo primero a través de un oficio, y luego enviando a
LA PATRIA HA NACIDO
155
esa ciudad a su secretario de Hacienda, Juan José Paso, para que tratara el
asunto personalmente.
–Tu misión es persuadir a los cabildantes montevideanos de reconsiderar su adhesión a la Junta. Argumentos nos sobran, pero siempre utilicemos la diplomacia –le aconsejó Moreno a Paso–. Que vean que tu misión
es de paz y de concordia, como venimos actuando.
El día 14 por la mañana, Paso cruzó el Río de La Plata y llegó a Montevideo, donde fue recibido por los regidores José Manuel Ortega y León
Pérez y acompañado por ellos al Cabildo. Sobre la Plaza Mayor31, justo enfrente de la Iglesia Matriz de la ciudad, se erigía el Cabildo. Tenía dos pisos
de alto y media manzana de largo. En la planta alta siete ventanas abalconadas con postigos de madera constituían la fachada. En la planta baja,
justo en el centro, un portón de roble, y en ambos laterales, una puerta
seguida de dos ventanas. El Ayuntamiento se había comenzado a construir
seis años antes, en 1804, y aún entonces se estaban terminando las obras.
Juan José Paso, cansado por el viaje, ingresó al Cabildo acompañado
por los regidores. Subió la escalinata principal que conducía a la planta alta
e ingresó en la sala capitular, que estaba en plena sesión. La sala era grande;
un montón de sillas dispuestas en semicírculo formaban una U, alrededor
del disertante. Paso fue presentado ante los capitulares por el regidor Ortega. Acto seguido, les mostró sus credenciales de secretario de la Junta,
les entregó un oficio de la misma y explicó el objetivo de su viaje. Después
de escucharlo atentamente, los cabildantes decidieron convocar para el día
siguiente a la “parte más respetable de su vecindario”, para que –previa
exposición del secretario porteño– deliberaran sobre el asunto de si Montevideo debía adherir o no a la Junta porteña. Satisfecho con la resolución,
Paso se despidió de los cabildantes y fue nuevamente acompañado por los
regidores Ortega y Pérez a una posada donde se alojaría esa noche, en los
extramuros de la ciudad.
31
Actual Plaza Constitución en la Ciudad Vieja de Montevideo.
156
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Al día siguiente, se realizó el cabildo abierto. En el Ayuntamiento se
encontraban presentes muchos vecinos de la ciudadela de Montevideo,
alcaldes y regidores y también el comandante de marina Juan de Salazar,
que días atrás había abortado el reconocimiento de la Junta. Paso fue presentado ante el público por Ortega y se dirigió a los presentes:
–Queridos hermanos orientales: Vengo aquí en misión de paz, con el
objeto de invitar a este culto pueblo de Montevideo a adherir a la junta de
gobierno instalada de manera totalmente pacífica en Buenos Aires desde el
pasado 25 de mayo –hizo una pausa, y continuó–. Los pueblos de Buenos
Aires y Montevideo son, por naturaleza, hermanos y amigos y han sido
históricamente separados por el engaño.
–Doctor Paso –interrumpió un hombre mayor del público–, ¿y por
qué debería Montevideo adherir a esa Junta cuando ya está establecido en
Cádiz un Consejo de Regencia?
–Señor, si recurrimos a los primeros principios del derecho público de
las naciones, la Junta de Sevilla no tenía facultad para transmitir el poder
que se le había confiado, a un Consejo de Regencia. Este es intransmisible
por su naturaleza y no puede pasar a segundas manos sino por los mismos
que lo depositaron en las primeras. Este mismo Consejo de Regencia ha
declarado que los pueblos de América son libres y que deben tener el influjo
activo en la representación de la soberanía y es preciso, pues, que palpemos
ahora las ventajas que antes carecíamos y tengamos parte en la constitución
de los poderes soberanos. Sería absurdo que el ínfimo punto de la isla de
León decida, prescindiendo de nosotros, la suerte de estas regiones…
El secretario de la Junta empezaba a despertar simpatía entre los criollos orientales, rioplatenses como él, cuando el comandante Salazar, de
manera violenta, interrumpió su discurso:
–Doctor Paso, nosotros somos leales a España y nuestra adhesión a la
causa de Fernando VII es sincera. No es el caso de ustedes: Buenos Aires
se rebela contra la monarquía española.
LA PATRIA HA NACIDO
157
–Se equivoca, comandante Salazar, la Junta ha jurado fidelidad al señor don Fernando VII –replicó Paso–. Si hubiera sido el rey quien hubiera
nombrado al Consejo de Regencia, el tema estaría fuera de discusión.
–¡Mienten! ¡Es mentira que ustedes gobiernen en nombre de Fernando
VII! –interrumpió Salazar agresivamente–. ¡La Junta porteña quiere independizarse de la corona española!
Los bravucones que Salazar había puesto entre los asistentes al cabildo,
comenzaron a insultar a Paso y a intentar influenciar al público en favor
del comandante de marina. Sin embargo, el público quería seguir escuchando a Paso. Una vez que se produjo silencio, este contestó:
–Señor comandante, eso no es así. La Junta tiene como único objetivo
resguardar los derechos de Fernando VII hasta tanto él vuelva al gobierno
–dijo Paso, simulando hablar con sinceridad–. Mientras tanto, creemos
que debe haber en el Río de La Plata un gobierno integrado por criollos y
formado por representantes de los cabildos de todo el Virreinato. Por eso,
he venido aquí, para que este pueblo pueda elegir su representante en la
Junta –ante estas palabras recibió algunos aplausos del público.
–¡Miente, doctor Paso! ¡Usted, miente! –vociferó Salazar, en medio de
un griterío ruidoso–. ¡Ustedes son jacobinos! Ustedes son Robespierre, Marat… ¡Traen el discurso pacifista, pero quieren instalar la guillotina aquí!
–… señor, peor que la guillotina, ha sido la horca o los descuartizamientos que hemos presenciado en estas tierras durante siglos –le contestó
Paso, sincerando su posición antirrealista.
–¿Lo ven? –gritó Salazar–. ¡Este porteño desprecia a nuestros monarcas! ¡Denosta a la monarquía española! Buenos Aires, no conforme con
habernos sometido durante décadas de Virreinato, ahora quiere forzarnos
a adherir a un gobierno sangriento y traidor a Fernando –dijo Salazar
apelando al odio anti-porteño de algunos vecinos de Montevideo– ¡Usted
es un viejo chocho, Paso!
158
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–Voy a omitir sus insultos y voy a proponer a este cabildo que proceda
a la votación de su adhesión a la Junta y, en caso afirmativo, de su representante –insistió Paso, nervioso, ante los gritos ensordecedores de unos
y de otros.
–No es necesario votar. Mi opinión es la del pueblo –dijo Salazar ante
los aplausos de algunos de sus secuaces, bien distribuidos entre el público.
El bullicio se multiplicó. Los hombres de Salazar armaron barullo. El
griterío y las amenazas impidieron continuar la sesión. El cabildo debió
disolverse sin llegar a votar el representante de Montevideo para la Junta
y, días después, decidió desconocer a la Junta mientras esta no reconociera
al Consejo de Regencia. El secretario se volvió a Buenos Aires esa misma
noche y debió conformarse con haber regresado con vida.
Salazar, tras aquel cabildo abierto, usurpó el gobierno de Montevideo e
hizo uso y abuso de la autoridad para someter al resto de la Banda Oriental
bajo el poder realista. Pocos días después tomó el control de las ciudades
de Maldonado y de Colonia del Sacramento32 que, originariamente, habían
adherido a la Junta el 4 y 5 de junio respectivamente.
Estaba claro: la Banda Oriental, manipulada por Salazar, se declaraba
en rebeldía contra la Revolución y sería, desde ese momento, uno de los
bastiones realistas en el Río de La Plata. Otro de ellos, Córdoba, liderado
por el gobernador Gutiérrez de la Concha y por don Santiago de Liniers,
comenzaría a cobrar peso unos días después.
32
Colonia de Sacramento estaba comandada por el coronel de ejército don Ramón
del Pino, el hijo del ex virrey, quien había reconocido y jurado lealtad a la Junta en un
oficio publicado el 14 de junio de 1810 en la Gazeta de Buenos Aires, antes de que Salazar lo forzara a volver sobre sus pasos.
CAPÍTULO III
EXPULSAR AL ENEMIGO INTERNO
T
ras su deposición como virrey, a Baltasar Hidalgo de Cisneros se
lo respetó como ciudadano: se le permitió seguir viviendo en su
morada sobre la Plaza Mayor, se le proporcionó un escolta para
su seguridad y se le asignó un sueldo de doce mil duros anuales, a condición de que se alejara de la política y no conspirara contra el gobierno. Sin
embargo, el ex virrey no parecía dispuesto a resignarse a perder su poder,
y desde la misma noche de su deposición, comenzó a conspirar para organizar una contrarrevolución. Su casa se convirtió en el centro clandestino
de reunión de los contra-revolucionarios porteños. Todo se había invertido: los viejos conspiradores eran ahora las nuevas autoridades y las viejas
autoridades eran ahora los nuevos conspiradores.
La noche del 15 de junio, junto a Cisneros, se encontraban, en el comedor de su morada, el ministro de la Audiencia José Manuel Reyes, el
obispo cordobés Rodrigo de Orellana, el fiscal civil Manuel Genaro Villota
y el fiscal penal Antonio Caspe y Rodríguez, quien la noche anterior había sido golpeado duramente en la frente por un grupo de encapuchados,
partidarios de la revolución.
–¡Lo que le han hecho a Antonio anoche es salvaje! –dijo el fiscal
Villota, mientras el sirviente de Cisneros le acercaba un hielo envuelto en
una servilleta–. ¡Es un crimen!
– No sé qué serán capaces de hacer mañana esta manga de hijos de
puta… –acotó el ministro Reyes.
–Señores, ¡no hay nada qué temer! –exclamó Cisneros, luego de tomar
asiento–. Liniers me ha escrito desde Córdoba para decirme que está en
160
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
sus planes formar una expedición para venir a castigar todos estos atentados, y reponerme en el cargo que me ha sido arrebatado.
–¿Y cómo sabe Ud. que ese franchute, hasta hace muy poco amigo
de los criollos, no nos está mintiendo ni nos está tendiendo una trampa?
–preguntó Reyes, desconfiado.
–Imposible… Liniers está con nosotros. Es una locura pensar que es
una trampa.
–¿Locura? –replicó Reyes–. Su Excelencia, con todo el respeto que se
merece, es lo que Ud. mismo decía hace menos de un mes…
–Pues estaba equivocado… Liniers no nos traicionará.
–¿Cómo lo sabe? ¿A qué se debe esa abrupta simpatía por él?
–Liniers siempre fue muy leal conmigo y con la Corona. Antes del
25 de mayo, me escribió dos cartas revelándome lo que sabía que iba a
suceder con los criollos y alertándome de la rebelión que preparaban. Desgraciadamente, las recibí la misma noche del 25, cuando ya era tarde –los
asistentes lo escuchaban sorprendidos– Desde mi propia llegada a Buenos
Aires como virrey, yo también lo prejuzgué a Liniers. Lo consideraba un
“bonapartista”, amigo de los criollos. Desoí sus consejos cuando me dejó
el mando. La realidad es que resultó ser el más leal de todos nosotros y,
ahora, la única garantía del restablecimiento del Virreinato.
–¿Y cree usted que Liniers es capaz de armar, desde Córdoba, un movimiento que aplaste a la Junta acá? –preguntó el fiscal Caspe y Rodríguez,
sujetando el hielo en su frente.
–Sí, no solo es capaz, sino que es el único capaz de hacerlo. Es verdad
que están Nieto y Sanz en el Alto Perú o también Soria y Salazar en Montevideo. Pero solo Liniers tiene la popularidad y el prestigio para reclutar
la gente que necesitamos.
–Algunos vecinos, tanto europeos como criollos, están con nosotros –
comentó Cisneros–. Ellos están buscando los medios para que me fugue a
LA PATRIA HA NACIDO
161
Montevideo donde me aseguran que seré obedecido y desde donde podría
contener a las demás provincias del virreinato…
–¿Y cómo lo sabe? –inquirió Villota.
–Hace unos días me entrevisté con un emisario que vino desde
Montevideo, de parte del gobernador Soria y del Cabildo. Hablamos de la
manera en que podría verificarse la fuga, aunque me complica mucho la
extrema vigilancia que tengo por parte de la Junta y sus milicias.
–¿Y qué más se sabe sobre Liniers y los realistas de Córdoba?
–Está con nosotros Rodrigo Orellana –dijo Cisneros presentando al
fraile– que es obispo en Córdoba y participa de las reuniones en lo del gobernador Gutiérrez de la Concha junto a Liniers –dirigiéndose a Orellana,
preguntó–. ¿Qué noticias trae de allá, obispo?
–Señores, en unos días el Cabildo de Córdoba expresará su total rechazo a la Junta de Buenos Aires.
–¿Sabéis qué significa eso? –dijo Cisneros–. Para armar una contrarrevolución, Liniers tiene el apoyo no solo del gobernador sino del Cabildo
cordobés.
–Excelente Excelencia… –dijo Caspe y Rodríguez–. Contamos con el
apoyo de Córdoba, Montevideo y el Alto Perú entonces…
–¡… y del Paraguay! –agregó Villota.
–¿Todos esos territorios ya juraron fidelidad al Consejo de Regencia?
–preguntó Reyes.
–Así es. Solo Buenos Aires y sus cabildos aliados no juraron –replicó
Cisneros–. Hablando de eso… Podríamos apurar a la Junta y exigirle el
reconocimiento del Consejo de Regencia, ¿qué os parece?
Todos asintieron la propuesta de Cisneros que continuó:
–… de esta manera los pondremos en evidencia. Ahora que existe la
autoridad de la Regencia en Cádiz, ya no tendrán la excusa de la “acefalía
de poder en España” que usaron tras la disolución de la Junta de Sevilla.
162
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Y entonces, si no se someten a Cádiz, quedará explícito su deseo de independencia y su falsa fidelidad a Fernando VII.
–¿Usted realmente cree que es falsa fidelidad a Fernando? –preguntó
Villota.
–¡Por supuesto! Y no solo lo creo yo. Escuchad lo que me escribió el
gobernador de Montevideo, Joaquín Soria –dijo Cisneros, mostrando una
carta, que procedió a leer – Yo creo firmemente, según los conocimientos que me
asisten, que la nueva autoridad [la Junta], formada bajo la excusa de la mejor defensa
de los derechos de nuestro desgraciado monarca Fernando VII y de la conservación de
estos dominios, no tiene otras miras que las de un plan de independencia que hace tiempo
tienen proyectado.
–Sí, es muy posible –intervino el fiscal Villota–. Pero no todos. Yo
creo que a Saavedra no lo guía ningún deseo de independencia si no la
propia ambición de ser un nuevo virrey.
–Es cierto –agregó Caspe–. Tiene la misma guardia y recibe los mismos honores que un virrey. Ahora que preside la Junta, le tomó el gustito
al poder…
–De acuerdo –coincidió Cisneros–. Pero ¿qué hay del resto de los integrantes de la Junta? ¿Qué hay de los doctores Moreno, Castelli, Belgrano,
Paso, del obispo Alberti…? ¿O de ese comerciante catalán, Larrea? ¡Esos
sí tienen las ideas de la independencia y toda esa perorata de la libertad, la
igualdad, la fraternidad metida en la cabeza!
– Es verdad, esos doctorcitos jacobinos son peligrosos…
–Volvamos al tema de la Regencia. ¿Con qué apoyo podemos contar
nosotros para exigirle algo a la Junta? –preguntó Cisneros.
–Con el de todos los magistrados de la Real Audiencia… –exclamó
Reyes, que era ministro de ese tribunal.
–¿Seguro? –preguntó.
–Seguro –confirmó el oidor.
LA PATRIA HA NACIDO
163
–¿Y qué hay del Cabildo?
–Ya sabemos que el síndico Leiva está con nosotros… Y lo mismo la
mayoría de los cabildantes –dijo Villota.
–¡Adelante entonces! Redactemos, en nombre de la Real Audiencia,
un oficio exigiendo a la Junta reconocer al Consejo de Regencia como
autoridad suprema… El Cabildo se plegará a la misma exigencia. Ya saben
que yo no puedo firmarlo. Si la Junta se entera de que estoy atrás de esto
me harán fusilar por incumplir mi juramento de no participar en conspiraciones…
Esa misma noche, tras redactar un oficio dirigido a la Junta, aquellos
hombres juraron en secreto fidelidad al Consejo de Regencia.
El 17 de junio, la Junta se reunió en una sesión extraordinaria, en la
Fortaleza de Buenos Aires.
–Señores, ha llegado un oficio de la Real Audiencia… –exclamó
Saavedra–. Un oficio que nos reclama el reconocimiento del Consejo de
Regencia de Cádiz. ¿Qué hacemos?
–Pues, ¡propongo usarlo de papel higiénico, dado que acá en la Fortaleza escasea! –bromeó Moreno, secundado por risas de Belgrano y Castelli.
–Secretario, maneje sus pasiones –lo sermoneó Saavedra–. No olvide
que esto es una junta de gobierno, no un bodegón…
–Hay que responderles que no hemos recibido ninguna orden oficial
sobre el establecimiento del Consejo de Regencia –intervino Paso– y que,
en cuanto la recibamos, tendremos en cuenta su pedido… Claro que no
lo haremos. Es solo para retrasar el conflicto con la Audiencia –aclaró.
–No está mal la idea –dijo el catalán Juan Larrea– Además, es la
verdad. Después de todo, tanto los ministros de la Audiencia, como el
comandante Salazar, se amparan en una noticia de una gaceta que llegó
a Montevideo proveniente de Cádiz. Nadie puede saber si la información
es fidedigna.
164
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–Claro y es una buena excusa diplomática –agregó Paso– que nos va
a dar tiempo para pensar alguna otra estrategia para sacarnos de encima a
estos señores de la Audiencia.
–Está claro que Cisneros está atrás de ellos –acotó Castelli.
–¿Con qué pruebas fundamenta esa acusación, doctor Castelli? –replicó Saavedra.
–Con las evidentes de su reciente pasado como virrey, señor presidente.
–Eso no es una evidencia. El señor Cisneros merece todo nuestro
respeto –contestó Saavedra–. Desde que dejó su cargo, ha cumplido la
orden que le dimos de enviarle a todos los gobernadores del interior su
recomendación para que reconocieran y adhirieran a esta Junta.
–Sí –interrumpió Moreno– pero también se ha comunicado de manera
privada con “el Caballo”33 a Córdoba y con Soria a Montevideo para que
nos aplasten en cuanto junten fuerzas…
–¡Eso no me consta! –objetó Saavedra.
–Pues a mí, sí… –replicó Moreno.
A tres semanas de la revolución ya empezaban a vislumbrarse las
primeras internas en la Junta entre el presidente Saavedra y el secretario
Moreno. Sin embargo, la propuesta de Paso, siempre conciliador, fue
aceptada por todos y, finalmente, redactaron un oficio dirigido a la Real
Audiencia en el que la Junta desconocía el establecimiento del Consejo de
Regencia en Cádiz y se comprometía a tomar cartas en el asunto en cuanto
le llegara alguna orden oficial. Sin embargo, los ministros de la Audiencia,
nostálgicos del poder realista, no se dieron por satisfechos. El clima se
fue volviendo cada vez más tenso y hostil. Llegó al punto que hasta un
33
El caballo simbolizaba al héroe de la guerra y Liniers había sido héroe en la Reconquista (1806) y en la Defensa de Buenos Aires (1807) durante las invasiones inglesas.
Por eso, los revolucionarios comenzaban a referirse a él como “El Caballo”.
LA PATRIA HA NACIDO
165
miembro de la Real Audiencia llegó a insultar a los miembros de la Junta,
en su propia sala de despacho. Unos días más le dieron la razón a Moreno
y Castelli, cuando el propio Cisneros, tal vez confiado por el apoyo de la
Real Audiencia, también solicitó formalmente a la Junta el reconocimiento
de la Regencia.
–¡Ese gallego ya se está dando demasiados lujos! –explotó Moreno–
Fuimos muy ingenuos en confiar en él…
–No caben dudas –acotó Belgrano–. Abusa de la generosidad que
tuvimos con él tras su deposición como virrey –Castelli y Alberti asintieron–. Le permitimos que se siguiera alojando en su casa, le conseguimos
un escolta para salvaguardar su seguridad y hasta un sueldo de doce mil
ducados anuales…
–Es evidente que ese hombre quiere volver al poder y no va a parar
hasta conseguirlo –agregó Castelli, mirando al presidente de la Junta, Cornelio Saavedra que empezaba a temer perder su autoridad.
Al día siguiente, los miembros de la Junta, se reunieron nuevamente
en el Fuerte:
– Señores, tengo información más comprometedora para Cisneros y
los suyos –comenzó Moreno.
–¡Diga! –le pidió Saavedra, ante el silencio expectante del resto de los
representantes de la Junta.
–Me consta por fuentes fidedignas –replicó Moreno– que, en casa de
Cisneros, él, algunos magistrados de la Audiencia e incluso miembros del
Cabildo se reúnen clandestinamente y han jurado fidelidad a la Regencia.
–¡Era de esperar! No iba a rendirse tan fácil ese bribón –alegó Castelli.
–¡Ni los señoritos de la Audiencia y del Cabildo! –agregó Belgrano.
–Mantienen correspondencia constante con Liniers y con Gutiérrez
de la Concha en Córdoba para organizar un levantamiento contra nosotros.
166
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Todos quedaron en silencio. Una mezcla de indignación y temor los
invadió. Después de unos segundos, Saavedra se expresó:
–Señores, estamos de acuerdo –dijo, con un sorpresivo aire conciliador para con sus pares–. La conducta de Cisneros y los miembros de
la Audiencia ha sido repugnante. Hasta nos han insultado aquí mismo
–caviló unos segundos y concluyó–. Ya lo hemos intentado por las buenas. Creo que es momento de actuar y, como dijo Paso hace unos días,
buscar una estrategia para sacárnoslos de encima y limpiar la ciudad de
realistas…
Saavedra, repentinamente y solo por ese día, pasó de ser el más moderado de la Junta al más extremista. ¿Qué le sucedía? ¿Temor a perder
su poder como presidente de la Junta? ¿Necesidad de sacarse de encima a
Cisneros que empezaba a poner en peligro su autoridad? Tal vez. ¿O acaso
era también la necesidad de conciliar con el resto de la Junta que eran, en
su mayoría, partidarios de Mariano Moreno? Lo cierto es que todos estuvieron de acuerdo:
–¡Hay que desterrarlos!
–¡Al Brasil! –propuso uno.
–¡Brasil está muy cerca! Ahí podrían hasta buscar apoyo de Carlota
Joaquina, volver con refuerzos y aplastarnos…
–¡Hay que desterrarlos a las Islas Canarias!
Todos apoyaron la propuesta.
–Pero hay que buscar una excusa para desterrarlos –dijo Saavedra– De
lo contrario, se armará revuelo.
–Coincido –dijo Azcuénaga–. La excusa podría ser algo así como…
¿”velar por su seguridad”?
–Es buena idea –apoyó Belgrano–. Igualmente, no será muy complicado agarrarlos. Los realistas son pocos acá en Buenos Aires y no tienen
ningún tipo de apoyo militar ni popular…
LA PATRIA HA NACIDO
167
–Aquí cuentan con los regimientos veteranos Fijo y Dragones –agregó
Moreno– que, igual, son poquitos. Nosotros, con las distintas milicias,
tenemos un ejército de cuatro mil hombres bien preparados.
–Sí, pero todos sabemos –intervino Larrea– que, del otro lado del
río los realistas son más de 3.500 y tienen una Marina de 500 hombres al
mando de Salazar. Quiero decir: está claro que tener acá en Buenos Aires
un núcleo contrarrevolucionario que les sea funcional, por pocos que sean,
es muy peligroso. Hay que desterrarlos lo antes posible…
Todos asintieron. Además, entendieron que, desterrando a los magistrados realistas de la Audiencia, podrían formar un tribunal patriota que
cooperara con la Junta en la dirección de la revolución. Comprendieron
que, si contaban con el apoyo de esa institución, podrían actuar con mayor
seguridad y tranquilidad.
–Alguien tiene que encargarse de conseguir un buque que se los lleve
a las Canarias –señaló Moreno.
–Yo me encargaré de eso –propuso Juan Larrea–. Uds. saben de mi
amistad con el inglés Marcos Bayfield.
–¿El capitán del Dart?
–Exactamente –respondió Larrea–. Él nos dará una mano con todo
esto…
Todos estuvieron de acuerdo en que Larrea se encargara de organizar
la deportación de los realistas a las Canarias. Por su oficio de comerciante,
estaba muy ligado a los capitanes de ultramar, varios de los cuales también
eran agentes secretos en las costas del Río de la Plata. Larrea se había
ganado la confianza de uno de ellos, el capitán del buque británico Dart,
Marcos Bayfield, un experto contrabandista.
El 21 de junio, a las nueve de la noche, la Junta citó al Fuerte a Cisneros, al fiscal Antonio Caspe, al fiscal Villota y a los ministros de la Real
Audiencia: Manuel José de Reyes, Francisco de Anzoátegui y Manuel de
168
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Velazco. Todos ellos formaban el núcleo duro de conspiradores contra
la Junta. El pretexto de la cita era la realización de una sesión en la que
debían tratarse cuestiones que, por su gravedad, requerían su asistencia.
Desprevenidos, concurrieron a la fortaleza. Una vez reunidos allí, Mariano
Moreno, en representación de los miembros de la Junta, les comunicó su
resolución:
–Estimados, debo informarles que el pueblo de Buenos Aires se halla
altamente irritado contra vosotros…
–¿Contra nosotros? –preguntó el fiscal Villota, desconfiado–. ¿Por qué?
–¿A quién os referís con “el pueblo”? –interrogó el magistrado Reyes.
–Entendemos que vuestras vidas –prosiguió Moreno sin responder
ninguna pregunta– hoy corren muchísimo peligro en Buenos Aires. Y,
por lo tanto, nos vemos en la obligación de salvaguardar sus personas de
agresiones físicas y de cualquier tipo de violencia.
–¿Qué es este montaje? –exclamó Villota, indignado.
–… por ello –continuó Saavedra–, hemos resuelto remitiros hoy mismo a las Islas Canarias donde gozaréis de plenos derechos.
La sorpresa de Cisneros y de los magistrados del tribunal ante la intervención de Saavedra fue absoluta.
–No me esperaba esto de usted, Presidente Saavedra –le recriminó
Cisneros.
–¿Es la ambición, no? –lo increpó, desafiante, Velazco–. ¿Es el deseo
de ser el nuevo virrey?
Sin oír más reproches fueron rodeados por oficiales armados, esposados y llevados hacia el muelle de la ciudad, escoltados por el Batallón de
Granaderos que formaba la guardia. Llegados al muelle, fueron embarcados
en dos botes y conducidos, con escolta, a bordo de la balandra inglesa Dart,
LA PATRIA HA NACIDO
169
capitaneada por Marcos Bayfield que, al amanecer, levó anclas rumbo a las
Canarias34.
El barco se llevó para siempre de Buenos Aires a todos esos realistas,
que eran el primer obstáculo que tenía la Revolución en su largo camino.
El primer paso –expulsar al enemigo interno– ya estaba dado. Sin embargo, pocos días después de celebrar esta primera ‘victoria’, los miembros de
la Junta supieron que el Cabildo de Córdoba y el gobernador Juan Gutiérrez de la Concha habían desconocido a la Junta y habían jurado fidelidad
al Consejo de Regencia y que, en esa misma provincia, el ‘héroe de la Reconquista’, Santiago de Liniers, a quien llamaban “el Caballo”, preparaba
un levantamiento contrarrevolucionario.
34
La balandra llegó a las Canarias el 4 de septiembre de 1810. El inglés Marcos Bayfield, en razón de este favor que cumplía, recibió una compensación de parte de la Primera Junta, que se comprometió a protegerlo y le concedió el permiso para desembarcar,
libre de derechos, una partida de tabaco que tenía en su embarcación Dart, dejándolo,
además, libre de impuestos para la introducción de 100.000 pesos en géneros, y extraer
otros tantos frutos del país igualmente libres.
CAPÍTULO IV
LA CONTRARREVOLUCIÓN EN CÓRDOBA
L
a medianoche del 28 de mayo, había llegado a Córdoba el joven
mensajero enviado por Cisneros, José Melchor Lavín, con una carta
para Liniers. Lavín se dirigió a la casa del deán Gregorio Funes, a
quien conocía y que inmediatamente lo condujo, junto al obispo Rodrigo
de Orellana, a la residencia del gobernador Gutiérrez de la Concha. Allí se
encontraba Liniers, quien leyó detenidamente la carta enviada por Cisneros
en donde le anunciaba su deposición como virrey y el establecimiento de la
junta rebelde y le pedía que organizara una ofensiva desde Córdoba. Estos
primeros rumores acerca de la deposición de Cisneros, pronto empezarían
a circular por toda la ciudad.
El 7 de junio llegó a Córdoba el documento oficial de la Junta, traído
por el doctor Mariano Irigoyen, cuñado del propio gobernador cordobés,
que informaba la instalación del nuevo gobierno en Buenos Aires e invitaba a ese cabildo a adherir al mismo. Al gobernador Gutiérrez de la Concha
la noticia le cayó muy mal. Esa misma noche convocó a una reunión de
urgencia en el Fuerte de Córdoba al general Santiago de Liniers, al obispo
Orellana, al deán Gregorio Funes, al coronel Santiago Allende, al tesorero
Joaquín Moreno, al teniente Victorino Rodríguez, a los oidores Moscoso
y Zamalloa y a los alcaldes Piedra y Ortiz.
La reunión se llevó a cabo en el salón principal del Fuerte, que tenía
una larga mesada en el centro y cómodos sillones a ambos costados donde se sentaron los invitados. Sobre las paredes reposaban retratos de los
distintos gobernadores de Córdoba, todos ellos enmarcados en bronce.
El gobernador se sentó en la cabecera de la mesada y les hizo servir a los
invitados vino tinto mendocino.
LA PATRIA HA NACIDO
171
De La Concha era un hombre de alta estatura, medianamente delgado
y de cabello oscuro. Su mirada seria contrastaba con el aspecto simpático
de Liniers. El ex Virrey, que para entonces tenía cincuenta y siete años,
también era alto de estatura y de complexión delgada, pero se distinguía
por su canosa melena. Siempre llevaba puesto su uniforme militar, repleto
de medallas que inmortalizaban sus glorias pasadas, y un pañuelo blanco
en el cuello.
–Señores, ¡no hay que dar más vueltas! –exclamó Gutiérrez de la
Concha–. Debemos desconocer públicamente a la Junta de Buenos Aires
y empezar a organizar un levantamiento que termine con esa comedia
porteña…
–¿Contamos con algún apoyo en Córdoba? –preguntó el coronel
Allende.
–Tenemos el apoyo del Cabildo y del vecindario –replicó el obispo
Orellana.
Todos asintieron la propuesta de Gutiérrez de la Concha, excepto un
hombre, el deán Gregorio Funes:
–Yo creo que en Córdoba deberíamos aceptar los hechos consumados
–dijo Funes mientras el resto de los participantes lo miraban con cara de
pocos amigos– …o, por lo menos, este tema se debería debatir y resolver
en un cabildo abierto, y no en una reunión privada de unos pocos, siendo
que es tan relevante.
Al resto de los asistentes, la propuesta de Funes no les cayó nada bien.
Simplemente, prorrogaron la resolución para otra reunión, a la que el deán
Funes no fue invitado, y entonces, ¡tema resuelto! Funes ya no molestaría
más…
En los días siguientes, Liniers recibió cartas de dos miembros de la
Junta, Manuel Belgrano y Cornelio Saavedra, compañeros suyos en la memorable Reconquista de Buenos Aires contra los ingleses, en 1806, y una
172
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
tercera de Manuel de Sarratea, que era padre de su difunta esposa, Martina
de Sarratea. Enterados por Gregorio Funes de la presencia de Liniers en
aquellas reuniones, los tres apelaban a su amistad y afecto para pedirle que
no participara en un movimiento contrarrevolucionario y que se retirara a
su casa de campo en Alta Gracia. Tal vez influenciado por aquellas súplicas,
en un principio, aunque fuera solo por unos días, Liniers pareció no participar activamente de los planes del gobernador De La Concha. De hecho,
el 9 de junio, se retiró tranquilamente a pasar el fin de semana en su casa de
campo en Alta Gracia, junto a su familia, a sembrar y plantar árboles35. Sin
embargo, una semana después, llegó a Córdoba una noticia que cambiaría
radicalmente las cosas. En un oficio, la Audiencia de Buenos Aires le informaba de la constitución en Cádiz del Consejo de Regencia y aconsejaba su
reconocimiento y juramento de fidelidad, lo que implicaba, al mismo tiempo,
el desconocimiento de la Junta de Buenos Aires.
El 20 de junio, Gutiérrez de la Concha y el cabildo cordobés juraron
fidelidad al Consejo de Regencia y desconocieron la autoridad de la Junta.
Unos días después llegó también la noticia del destierro de Cisneros y los
miembros de la Audiencia a las Islas Canarias. Santiago de Liniers, entonces, volvió a participar activamente en las reuniones… ¿Por qué ese cambio
abrupto? ¿Lo habría impulsado la idea de volver a ser virrey, ya desterrado
Cisneros que era el único que le podía hacer sombra? ¡No lo sabemos! Pero
no había vuelta atrás: Córdoba lideraba la resistencia contra la Junta y su
líder era Santiago de Liniers.
En Buenos Aires estaban al tanto de lo que sucedía en Córdoba.
¿Cómo? Los sobrinos del coronel Allende, Tomás y Faustino, estaban de
espías entre los contrarrevolucionarios cordobeses. Su tío, ignorando que
los sobrinos fueran informantes patriotas, les comentaba uno por uno
todos los movimientos de la contrarrevolución. Tomás y Faustino Allende
35
Esto se lo informa Liniers a Feliciano Chiclana en una carta fechada en junio
de 1810.
LA PATRIA HA NACIDO
173
inmediatamente informaban a los hermanos Gregorio y Ambrosio Funes,
quienes no tardaban en remitirle todas las novedades a la Junta porteña.
Enterados, los miembros de la Junta se reunieron para organizar la represión contra la contrarrevolución:
–Señores, hace unos días hemos deportado a las Canarias a Cisneros y
a los miembros de la Audiencia de Buenos Aires –comenzó Moreno–. Sin
embargo, en Córdoba, como ya saben, Santiago de Liniers, Gutiérrez de la
Concha y los suyos han desconocido nuestra autoridad y están preparando
un levantamiento militar.
–¿Tan seria va la cosa? –interrogó Paso.
–Sí, señores –replicó Moreno–. El deán Funes nos tiene al tanto de
todo a través de sus informantes, Tomás y Faustino Allende, los sobrinos
del coronel Santiago Allende que está comprometido en la conspiración –
respondió Moreno– Nos informan que los conspiradores están empezando
a preparar un ejército para venir aquí a sacarnos del Fuerte y reponer a un
virrey que, deportado Cisneros, podría ser el propio Liniers.
–Eso no es todo –agregó Castelli–. Hace unos días una partida de
nuestros blandengues ha capturado al alférez Luis Liniers, el hijo de Santiago, en San Nicolás de los Arroyos cuando se dirigía en una balandra a
Montevideo. Llevaba una carta del ‘Caballo’ para Salazar en la que le pedía
refuerzos.
–Están bien organizados…
–“El Caballo” ha escrito también a Nieto, Paula Sanz y Córdoba solicitando refuerzos del Alto Perú…
El 27 de junio Moreno publicó en La Gazeta de Buenos Aires una intimación a los contrarrevolucionarios: “La Junta cuenta con recursos efectivos para
hacer entrar en sus deberes a los díscolos que pretenden la división de estos pueblos, que
es hoy día tan peligrosa: los perseguirá y hará castigo ejemplar que escarmiente y aterre
a los malvados”. Sin embargo, este ultimátum no aminoró a los realistas de
174
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Córdoba. Los primeros días del mes de julio, reunidos en casa de Gutiérrez
de la Concha, debatieron el plan que llevarían adelante:
–Todos estamos de acuerdo en que debemos actuar –comenzó el coronel Allende–. La pregunta es cómo, cuándo y dónde…
–Señores, ustedes ya saben cuál es mi posición –dijo Liniers–. Yo
pienso que debemos unir nuestras fuerzas a las del Alto Perú, Montevideo
y Paraguay y organizar un ejército grande en el Norte para bajar luego a
Buenos Aires y aplastar a la Junta.
–¿Qué avances hay en ese sentido, Comandante?
–Muchos –replicó Liniers–. Les he escrito al virrey Abascal, a Goyeneche, a Vicente Nieto y a Francisco Paula Sanz36 instándolos a que formen
un ejército de observación en el Alto Perú.
–¿Qué más? –preguntó el teniente Rodríguez–. ¿Montevideo?
¿Paraguay?
–Hace unos días despaché a mi hijo Luis hacia Montevideo para solicitar colaboración a Salazar y Soria en la Banda Oriental. Aún no tengo
noticias suyas –dijo, desconociendo que había sido recientemente capturado por los patriotas–. También estoy tratando de contactar al gobernador
de Paraguay, Bernardo de Velasco, para que nos envíe tropas.
–¿Cree que es insuficiente con las fuerzas que tenemos acá? –inquirió
De La Concha.
–Yo pienso que la proximidad que tenemos con Buenos Aires no nos
permitiría reunir un ejército adecuado. En cambio, Buenos Aires dispone
de fuerzas ya instruidas que podrían llegar en poco tiempo –explicó Liniers–. Insisto que lo mejor sería subir a Salta, donde podríamos converger
con las tropas existentes en el Alto Perú. Estaríamos lo suficientemente
36
En ese entonces, Abascal era Virrey del Perú, Goyeneche era Presidente de la
Audiencia de Cusco, Vicente Nieto era el gobernador intendente de Chuquisaca y Francisco Paula Sanz del Potosí.
LA PATRIA HA NACIDO
175
lejos de Buenos Aires como para poder organizar un ejército y, a su vez,
tener conexiones con el Paraguay por el Chaco.
–Con todo respeto, Santiago –replicó De La Concha, luego de unos
segundos de silencio– pero me parece que sería muy exagerado organizar
un ejército tan grande para sofocar una revuelta de unos locos en Buenos
Aires. Yo creo que con las tropas que disponemos en Córdoba alcanza y
sobra para terminar con la Junta.
–Yo no los subestimaría tanto, Gobernador –replicó Liniers.
–¿Cuántos hombres tenemos en Córdoba? –preguntó el obispo Orellana.
–Aproximadamente unos ochocientos o mil hombres –dijo De La
Concha.
–Es más que suficiente… –dijo Allende–. Yo apoyo la moción del
gobernador. Me parece innecesario por ahora buscar apoyos del interior…
–Lo mismo digo –dijo el tesorero Joaquín Moreno.
–Sí, sí, es demasiado para detener a unos pocos –asintió Rodríguez,
el asesor del gobernador.
–Bueno, si todos están de acuerdo con esa propuesta, yo me encargaré
de organizar las fuerzas locales –sentenció Liniers, resignado.
Efectivamente, la propuesta de Gutiérrez de la Concha de limitar
a Córdoba la resistencia contra la Junta triunfó y, desde esos días, Liniers se dedicó a armar a los realistas cordobeses. En poco tiempo, las
fuerzas de caballería del coronel Allende superaron los mil hombres a
las que se sumaba un batallón de infantería. El propio Liniers dirigió
el acoplamiento de catorce cañones y la fabricación de seiscientas granadas de mano. Para la segunda semana de julio, se sumaron además
destacamentos provenientes de Mendoza y San Luis que duplicaron la
cantidad de fuerzas. Además, contaban con el apoyo y la colaboración
de la población rural de la provincia que era adicta al ex virrey. Todo
176
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
parecía bien encaminado para Liniers y los suyos. La contrarrevolución
estaba en marcha.
Entretanto, en Buenos Aires, apenas contaban con cuatrocientos o
quinientos hombres. ¿Cómo harían esos pocos hombres para vencer a
militares de la talla de Liniers, Gutiérrez de la Concha o Vicente Nieto?
¿De dónde sacarían el dinero para provisiones, armamento y vestimentas?
Tenían poco tiempo y debían al menos duplicar las tropas, conseguir
alimentos y vestimenta y armarse hasta los dientes si querían sofocar la
contrarrevolución. ¿Era posible eso?
Lo fue gracias a la actitud enérgica y apasionada del secretario de
Guerra, Mariano Moreno, que pudo revertir aquella situación que ponía
en jaque la continuidad de la Junta y la misma vida de sus miembros. En
pocos días, a través de proclamas, Moreno contagió su entusiasmo entre
la población bonaerense. Comenzaron a sumarse hombres a las tropas casi
todos los días. En dos semanas, salieron de su pluma decenas y decenas
de órdenes y decretos. Moreno organizó una “Expedición Auxiliadora”
que superó los mil hombres distribuidos en diez compañías entre los regimientos de Patricios, Arribeños, Montañeses, Andaluces, Castas, Artilleros
de la Unión y Fijos. Al mando de esta expedición estaría el comandante
Francisco Ortiz de Ocampo, secundado por Antonio González Balcarce y
auxiliado por Hipólito Vieytes (como comisionado de la Junta), Feliciano
Chiclana (auditor de guerra) y Juan Gil (comisario de guerra). En cuanto
a los recursos, se pudo organizar la expedición porque hubo dinero para
garantizar uniformes, armamento y municiones para las tropas, así como la
paga adelantada de sus sueldos. ¿De dónde salió toda esa plata? Centenares
de criollos, movidos por el fervor patriótico de Moreno, donaron importantes sumas a la causa: el mismo Moreno donó seis onzas de oro; Gervasio Antonio Posadas mil quinientos pesos; Belgrano, Larrea y Matheu
renunciaron a su sueldo de tres mil pesos mensuales para destinarlo a la
causa, mientras que Saavedra donó solo cincuenta pesos de los ocho mil
pesos mensuales que ganaba como presidente. Hubo ofrendas humildes
LA PATRIA HA NACIDO
177
de algunos esclavos que dieron lo poco que tenían por la causa y hasta las
hubo de algunos ingleses.
En el mismo rumbo, el 8 de julio la Junta solicitó en carta a las autoridades de Santa Fe, Tucumán, Salta y Jujuy que capturaran a los contrarrevolucionarios si estos llegaran a pasar por sus jurisdicciones: “(…) manda la
Junta que ponga V.S. en movimiento todo su celo y todos los arbitrios que penden de sus
facultades para atajar el paso á Don Santiago Liniers, al Gobernador Concha, Obispo
de Córdoba, Teniente Gobernador Rodríguez, Oficial Real Moreno y Coronel Allende.
Cualquiera de estas personas que pase por esa ciudad deberá ser detenida; y remitida
á esta capital con segura custodia, quedando V.S. responsable á los gravísimos males
y perjuicios que causarían estos individuos si lograsen internarse, en las Provincias de
arriba…”. La Junta envió entonces al coronel Diego Pueirredon a Jujuy con
el fin de controlar el cumplimiento de esta orden, quien a su vez designó
al caudillo salteño Martín Miguel de Güemes para que colaborara con él
en esa misión.
Mientras tanto, con el fin de luchar contra la junta porteña, el virrey
del Perú, Fernando de Abascal, proclamó la reincorporación provisional de
las intendencias de Charcas, Potosí, La Paz y Córdoba del Tucumán al Virreinato del Perú37 hasta tanto volviera a sus funciones un virrey en Buenos
Aires, y desconoció a la Junta. En los últimos días del mes de julio, llegó
esta noticia a Córdoba, por lo que el Cabildo reconoció al virrey Abascal
y se puso bajo la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas. Liniers y
Gutiérrez de la Concha reclutaron milicias urbanas y varios cientos de
milicianos de la campaña, armados con boleadoras y lanzas. Los preparativos estaban tan avanzados que llegaron a reunir mil quinientos hombres
y catorce cañones, dispuestos a avanzar sobre Buenos Aires.
37
Esos territorios habían pertenecido, en calidad de gobernaciones, al Virreinato
del Perú hasta 1776 cuando se creó el Virreinato del Río de La Plata y se incorporaron
al mismo.
CAPÍTULO V
UNA DECISIÓN TERRIBLE
U
na vez organizada e instruida, la expedición auxiliadora salió del
Retiro el 7 de julio. Dos días después hizo una primera parada
en Monte de Castro. Revistadas las tropas, mil ciento cincuenta
hombres comenzaron la marcha por la ruta hacia Córdoba al mando del
coronel Francisco Ortiz de Ocampo, secundado por el teniente coronel
Antonio González Balcarce. Unos días después, llegaron a Luján donde
completaron sus preparativos.
En un primer momento, la orden de la Junta había sido que los conspiradores fueran remitidos a Buenos Aires a medida que fueran capturados.
Estando ya en marcha la expedición, la Junta reiteró esta orden: “Ya ha
comunicado á V.E. La Junta, que irremisiblemente deben venir presos á esta ciudad con
segura custodia, el Obispo, Concha, Liniers, el Teniente Rodríguez, el Coronel Allende,
el oficial Real Moreno, el Alcalde Piedra y el Sindico Procurador. Cualquiera de estas
personas que llegue á aprehenderse para lo que no se omitirá medio alguno, SERA
REMITIDA AL MOMENTO sin darle la menor espera. Buenos Aires, 13 de
julio de 1810”.
Sin embargo, pasadas unas semanas, y por iniciativa de Mariano Moreno, la Junta cambió radicalmente el moderado accionar que había tenido
hasta entonces y dio una orden inesperada: el fusilamiento de Liniers y de
todos sus hombres. Sólo el obispo Alberti se excusó de firmarla por su
condición de obispo:
“La Junta manda que sean arcabuceados Don Santiago Liniers, Don Juan
Gutiérrez de la Concha, el Obispo de Córdoba, Don Victorino Rodríguez, el Coronel
Allende y el Oficial Real Don Joaquín Moreno. En el momentó que todos ó cada uno
LA PATRIA HA NACIDO
179
de ellos sean pillados, sean cuales fuesen las circunstancias, se ejecutará esta resolución,
sin dar lugar á minutos que proporcionaren ruegos y relaciones capaces de comprometer
el cumplimiento de esta orden y el honor de V.E. Este escarmiento debe ser la base de
la estabilidad del nuevo sistema y una lección para los gefes del Perú, que se avanzan
á mil excesos por la esperanza de la impunidad. Buenos Aires, 28 de Julio de 1810”.
Esta orden no se firmó de un día para el otro y fue muy discutida en
el Fuerte:
–Esto es una locura, Doctor Moreno –alegó Saavedra–. Usted sabe
que Liniers es un héroe para el pueblo de Buenos Aires y para todo el
Virreinato. No podemos fusilarlo…
–Precisamente por eso, por ser un héroe en Buenos Aires, hay que
fusilarlo, señores –replicó Moreno–. Traerlo acá, a Buenos Aires, como
habíamos planeado en un principio, eso sería una locura. ¡El pueblo se
levantaría contra nosotros!
–¿Y no podemos deportarlos a las Canarias o a España como hicimos
con Cisneros? –propuso el obispo Alberti.
–No sería una mala idea, si no fuera que los realistas tienen bloqueadas todas las salidas del Río de La Plata…
–Concuerdo con Moreno –dijo Castelli–. Hay que fusilarlos…
–Sería, además, una muerte simbólica –alegó Larrea–. Como la del
rey Luis XVI cuando la Revolución Francesa lo decapitó en la guillotina.
Era innecesaria, sin dudas, pero se trató de un mensaje. Un escarmiento.
–Exacto –continuó Moreno–. Con estos fusilamientos, todos entenderán que esto va en serio…
El ánimo de la Junta inclinó la balanza a favor de la ejecución de Liniers y los demás conspiradores.
Cuando el 21 de julio la expedición de Ortiz de Ocampo llegó a la jurisdicción de Córdoba, las milicias realistas cordobesas desertaron en masa.
A estas deserciones masivas, se sumó la campaña de los hermanos Funes,
180
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
orquestada desde Buenos Aires por Moreno, que iba desprendiendo de la
causa realista, día a día, a los personajes más importantes del clero y del
comercio. Así, lograron llegar a un acuerdo con la Iglesia, que se convirtió
en aliada de la Junta, por lo cual se retiró la condena a muerte del Obispo
Orellana.
Gran parte del pueblo cordobés apoyaba la expedición que se aproximaba a esa ciudad. En este contexto, los contrarrevolucionarios decidieron
volver sobre sus pasos y seguir el plan que había propuesto Liniers: dirigirse hacia el Norte con los cuatrocientos hombres que les restaban y sus
nueve piezas de artillería. El 31 de julio partieron de Córdoba en dirección
al Alto Perú. Enterado, Ortiz de Ocampo lo comunicó a la Junta el 1º de
agosto: Exmo. Señor– Acabamos de saber por Faustino Allende que ayer á mediodía han salido de Córdoba camino del Peru el Gobernador Concha, el Sr. Liniers, el
Obispo, el coronel Santiago Allende, Don Victorino Rodríguez y el oficial Real, Moreno llevando consigo nueve piezas de artilleria volante del calibre 4,6 y 8, con algunos
carruajes, y tres cientos ó cuatro cientos hombres con fusil y chuza”.
Para colmo, esa misma noche, una compañía de cincuenta hombres
desertó de las tropas contrarrevolucionarias. Las deserciones fueron tantas
que sólo les quedaba una compañía de Partidarios de la Frontera. Entre el
paraje del Totoral y Villa Tulumba38, esta última compañía también desertó.
Como si esto fuera poco, uno de ellos –contratado por la Junta– incendió
el carro de pólvora y todas las municiones. Cuando se hallaban en camino, un mensajero se acercó para anunciarles que la expedición de Ortiz
de Ocampo había entrado en Córdoba y que saldría un destacamento en
su persecución. Efectivamente la expedición de Ortiz de Ocampo ingresó
en Córdoba donde fue recibida con festejos. Los vecinos cordobeses se
peleaban por hospedar a las tropas patriotas.
Ni bien supo Ocampo que Liniers había partido con sus fuerzas
rumbo al norte, despachó a González Balcarce que salió en su búsqueda
38
Estos parajes están ubicados al norte de la Provincia de Córdoba.
LA PATRIA HA NACIDO
181
el 1º de agosto con setenta y cinco hombres. Los fugitivos, al tomar conocimiento de la partida del destacamento, abandonaron sus carruajes y
continuaron a caballo con algunas mulas de carga.
Decidieron entonces separarse en grupos. Su suerte ya estaba echada.
Liniers, con José Melchor Lavín, su capellán y el canónigo Llanos, fue en
dirección a las sierras de Córdoba; Gutiérrez de la Concha, Rodríguez y
los demás, siguieron viaje por el camino de las postas; Orellana, el capellán
Jiménez y otro religioso se dirigieron hacia el este. Liniers envió desde allí
a un clérigo hacia Potosí para comunicar al gobernador Paula Sanz lo que
estaba sucediendo, pero estos finalmente fueron atrapados por las guardias, dirigidas por el joven caudillo salteño, Martín Miguel de Güemes.
Balcarce y su partida llegaron al día siguiente al punto donde se había
dado la dispersión. La lentitud de los movimientos de los contrarrevolucionarios y la rápida marcha de los hombres de Balcarce permitió aproximarse
a los fugitivos a pesar de que estos habían tenido cinco días de ventaja.
Advertido por delatores sobre los caminos que habían seguido los prófugos, Balcarce despachó varias partidas en su búsqueda.
La noche del 6 de agosto, la partida de Balcarce, casualmente, vio una
luz en medio del bosque que atravesaban en ese momento. Se dirigió al
lugar y encontró dos hombres que cuidaban unas mulas.
–¿Quiénes son ustedes? –interrogó Balcarce, mientras tres soldados
les apuntaban.
Luego de unos segundos de silencio, producto de la sorpresa y el miedo, los hombres confesaron:
–Somos de la partida de Liniers.
–¿Dónde se encuentra él? –preguntó Balcarce.
–No sabemos, señor. Ha… ha partido hacia el este o hacia el oeste –
tartamudeó uno de los hombres–. No lo sabemos… –Balcarce desconfió
del hombre.
182
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
–¿¡Dónde se encuentra él, carajo!? –insistió. Los soldados que lo acompañaban cargaron los fusiles para amedrentarlos.
–Está… está por aquí, señor –contestó finalmente uno de ellos señalando hacia el interior del bosque–. Está en un rancho a tres cuartos de
legua de aquí…
El ‘Caballo’ ya estaba muy cerca. Balcarce lo presentía. Si era verdad lo
que decían esos hombres, ya no tendría escapatoria. Partieron hacia allí con
un piquete comandado por el ayudante de campo José María Urien. En la
madrugada, Urien dio con un rancho dentro de la estancia de Piedritas39.
Forzó la puerta del mismo y, al abrirse, vio ante él al legendario Virrey. Su
rostro estaba demacrado.
–Su Excelencia, queda arrestado bajo el cargo de sedición a la Junta
–sentenció Urien.
Liniers no se resistió. Fue reducido y conducido a uno de los carruajes
que escoltaban la partida de Balcarce. El rancho fue revisado y se secuestraron todas las armas. Incluso Urien hizo tomar todo el dinero y bienes
que se encontró en el rancho y se los guardó para sí… Al día siguiente fue
capturado el obispo Orellana por el alférez Rojas, a ocho leguas de donde
estaba Liniers, quien también fue maltratado por los soldados. Paralelamente, en la travesía de Ambargasta, el teniente Albariño capturó al gobernador Gutiérrez de la Concha, a Santiago Allende, al asesor Rodríguez
y al tesorero Joaquín Moreno40. Todos ellos fueron conducidos prisioneros
ante Balcarce.
Luego de la partida de Liniers y sus hombres, el Cabildo cordobés
había cambiado su actitud: envió a su alcalde como diputado ante el jefe
expedicionario para recibir a las tropas porteñas y manifestó su adhesión
39
La estancia de Piedritas se ubicaba cerca de Chañar, en el sur de la provincia de
Córdoba.
40
Este último transportaba treinta mil pesos fuertes retirados del erario público de
Córdoba, que desaparecieron luego de confiscados.
LA PATRIA HA NACIDO
183
a la Junta. Fue un triunfo importante para la Revolución: Córdoba era uno
de los bastiones realistas más difíciles.
El Cabildo fue reemplazado por nuevos miembros: Juan Martín de
Pueyrredón fue nombrado gobernador intendente de Córdoba del Tucumán por la Junta y asumió el 16 de agosto, mientras los viejos cabildantes
fueron desterrados a Carmen de Patagones.
Unos días después, Ortiz de Ocampo comunicó a la Junta la elección
de Gregorio Funes como representante de Córdoba ante la Junta.
La orden de fusilar a los reos había llegado a Córdoba recién entre el 4
y el 5 de agosto. Cuando esta se propagó entre la población, una comisión
formada por el propio deán Funes, por el Cabildo, el clero, las damas y
otras personas, le suplicó a Ortiz de Ocampo para que dejara sin efecto la
orden hasta tanto Funes y su hermano escribieran a la Junta para retrotraer
la pena y cambiarla por otra.
Funes, en carta a Moreno, escribió en nombre de todos: “Si se concretara
la ejecución, la revolución vendría á tomar desde este momento el carácter de atroz y aún
sacrílega, en el concepto de unos pueblos acostumbrados á postrarse ante sus obispos”.
Era entendible la reacción: a pesar de su actitud rebelde contra la Junta,
Liniers era un personaje muy popular en Córdoba y en todo el ex Virreinato, luego de su actuación en las invasiones inglesas. El pueblo cordobés
y personajes como los hermanos Funes o los Allende, que habían colaborado para derrocar a los realistas, no querían que se transformara en una
tragedia.
Tres horas después de haber dado orden de ejecutar la pena, Ortiz de
Ocampo aceptó los ruegos del deán Funes y despachó un mensajero ante
Balcarce para suspender la ejecución. Ortiz de Ocampo decidió enviar a
los prisioneros a Buenos Aires, de acuerdo a la orden original de la Junta,
y escribió el 10 de agosto a la Junta informándole esta decisión. Entre el
11 y el 12 de agosto, en el Totoral, Balcarce recibió la orden de Ortiz de
Ocampo: conducir a los prisioneros a Buenos Aires, sin pasar por Córdo-
184
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
ba, con una escolta de cincuenta hombres, al mando del capitán Manuel
Garayo.
En Buenos Aires, el informe de Ortiz de Ocampo cayó muy mal.
Moreno convocó a una reunión de urgencia en el Fuerte y les leyó a los
vocales la carta que había recibido:
–“Como uno de los más firmes apoyos del actual Gobierno y de la Expedición
auxiliadora es la adhesión y amor de estos pueblos, es absolutamente indispensable no
chocar descubiertamente la opinión pública. (…) Los más de los delincuentes atrapados
en esta ciudad (…) serían llorados por aquellos mismos que acaban de hacer los mayores
esfuerzos por auxiliarnos, y entran con nosotros á la parte en la gloria de su aprehensión.
La mayor parte de este pueblo se cubriría de luto (…) Jamás se hubiera separado esta
Junta un solo instante de las medidas y órdenes de V.E. si por el convencimiento íntimo
de los males que traía aparejados su ejecución, no se hubiera visto en la indispensable
justa precisión de atemperar á las circunstancias, que inevitablemente le han conducido,
á su pesar, á suspender en esta parte el justo ejercicio de la justicia, que el brazo de
V.E. había casi descargado contra los más criminosos conspiradores de la tranquilidad
y sosiego de la América. Francisco Ortiz de Ocampo, 10 de agosto”.
–¡Qué idiota es este hombre! –gritó Moreno–. ¡Inepto!
–¿Qué pasó? –preguntó Paso, que acababa de entrar y no había escuchado el contenido de la carta.
–Ortiz de Ocampo le ordenó a Balcarce que traiga a Liniers y a los
demás reos acá a Buenos Aires, cagándose en nuestras órdenes. ¡Es un
imbécil! –gruñó Moreno.
–¡Calma, Mariano! ¿Cuál es tu miedo?
–¿Cómo ‘cuál es mi miedo’? ¿Ya se olvidaron de que Liniers es un
héroe en Buenos Aires desde la Reconquista? ¿No se dan cuenta de que si
Liniers entra prisionero a Buenos Aires el pueblo se va a levantar a exigir
su liberación y entronización como virrey? ¿Y que eso supondría el fin de
la revolución y, probablemente, que terminemos todos en la horca?
LA PATRIA HA NACIDO
185
–Es cierto… –asintió Castelli.
–Hay que fusilarlos –continuó Moreno– Liniers, Concha y los demás
sublevados no tienen que entrar en Buenos Aires…
–Sí, hay que actuar y pronto –dijo Castelli–. Esta carta es del 10; hoy
es 17. Ya pasó una semana y los están trayendo para acá…
–¿Y qué hacemos entonces con Ortiz de Ocampo? –interrogó Belgrano.
–Será removido de su cargo por desobedecer la orden, y ya pensaremos a quién enviar en su lugar.
Indignado y desvelado, esa misma noche, Moreno le escribió a Feliciano Chiclana contándole lo sucedido: “Después de tantas ofertas de energía y
firmeza pillaron nuestros hombres a los malvados. Pero respetaron sus galones y cagándose en las estrechísimas órdenes de la Junta, nos los remiten presos a esta ciudad. No
puede usted figurarse el compromiso en que nos han puesto y si la fortuna no nos ayuda,
veo vacilante nuestra fortuna por este solo hecho. ¿Con qué confianza encargaremos obras
grandes a hombres que se asustan de una ejecución? ¿Qué seguridad tendrá la junta en
unos hombres que llaman a examen sus órdenes, y suspenden la que no les acomode?
Preferiría una derrota a la desobediencia de estos jefes”.
Al día siguiente, la Junta reprendió a Ortiz de Ocampo reiterando
la sentencia y expresándole, por carta, que “ha sido muy sensible á esta Junta
la resolución que tomó V.E. en orden á los reos de Córdoba, y que comunica en oficio
de 10 del corriente (…) La obediencia es la primera virtud de un General y la mejor
lección que ha de dar á su ejército, de la que debe exijirle en el acto un combate. (…) La
Junta espera que la amargura ocasionada por este procedimiento será satisfecha con una
puntual ejecución de cuando ella ordene en lo sucesivo; y que las órdenes no sufrirán el
examen y desaire, que en esta ocasión han padecido”.
CAPÍTULO VI
LA PATRIA NACE
A
la mañana del 18, Moreno mandó a llamar a Castelli a su oficina
del Fuerte. El vocal llegó de inmediato. Se acomodó en un sillón
contiguo al escritorio de Moreno quien advirtió su presencia,
pero continuó trabajando en un texto, sin levantar la vista.
–¿Qué escribís? –interrogó Castelli.
–Estoy escribiendo un Plan de Operaciones para la Revolución. Llevo
días y noches trabajando en esto. Quiero terminarlo antes de fin de mes…
–No hay mejor pluma que la tuya para ese trabajo, Mariano…
–Te preguntarás por qué te hice llamar así, tan abruptamente –le dijo
Moreno, convaleciente de dolor por el reuma que lo aquejaba.
–Me imagino que tiene que ver con la partida que lo trae a Liniers
–Si Liniers entra preso en Buenos Aires, se termina la Revolución,
Juan –sentenció Moreno–. Necesitamos que la orden de la Junta se cumpla, pero nadie quiere fusilarlo… Tenemos que ganarles de mano. Es él o
nosotros.
–Totalmente de acuerdo, Mariano… –dijo Castelli seguido por varios
segundos de silencio.
–Quiero que vayas vos, y te pongas al mando de la expedición en
representación de la Junta –Castelli quedó en silencio, sorprendido por el
ofrecimiento.
–¿Yo? –preguntó Castelli–. Pero… soy un civil, Mariano. Soy… un
simple abogado.
LA PATRIA HA NACIDO
187
–Las revoluciones no las hacen solamente los militares… –replicó Moreno–. La Revolución te necesita, Juan… Sos la persona que más confianza
me inspira. No me cabe ninguna duda de que vos no vas a fallar.
–Dejame pensarlo, Mariano…
–¡No hay tiempo! Hay que salir ya, porque están en camino.
Castelli, perturbado por la tarea que se le delegaba, pero consciente de
la importancia de llevarla a cabo, aceptó hacerse cargo de la ejecución. Su
convicción en la causa revolucionaria venció la terrible idea que significaba
hacer fusilar al héroe popular de las invasiones inglesas.
Esta segunda expedición al mando de Castelli, llevó a Nicolás Rodríguez Peña como secretario y a Domingo French al mando de un destacamento de cincuenta soldados. La expedición partió al encuentro de los
prisioneros con la orden terminante de fusilarlos. Moreno hizo escoger
soldados extranjeros, algunos de ellos ingleses que habían quedado de las
invasiones y que detestaban a Liniers: temía que los Patricios y Arribeños
también se negaran a realizar la ejecución.
Tras la partida de la expedición, en una carta que le alcanzó un mensajero a mitad de camino, Moreno le insistió a Castelli: “Espero que no
incursione en la misma debilidad que el general Ocampo; si todavía no se cumple la
determinación tomada, irá el vocal Larrea, a quien pienso no faltará resolución, y por
último iré yo mismo si fuese necesario. La muerte del Caballo es una muerte necesaria.
Con ella, la Patria nacerá”.
El 25 de agosto por la noche, Castelli continuó su viaje directo al
Monte de Papagayos, el lugar elegido para la ejecución. Mientras tanto,
Domingo French alcanzó la partida que llevaba el carruaje donde eran
conducidos Liniers y los otros prisioneros. Se encontraban en la posta de
la Esquina de Lobatón, donde habían pasado la noche. French tomó el
mando de la escolta y continuó hasta llegar cerca de la posta de Cabeza de
Tigre, en el sudeste de Córdoba, punto en donde los esperaba el coronel
188
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Juan Ramón Balcarce. French se internó en el bosque con los prisioneros
hacia el Monte de los Papagayos, muy cerca de allí. Al llegar, los esperaban
Castelli, Rodríguez Peña y una compañía de Húsares.
Castelli saludó a French y a Balcarce y pidió entrevistarse con Liniers. Entró al carruaje, escoltado por un soldado de los Húsares. En ese
momento, el prisionero tocaba el violín con total serenidad. Era un pasatiempo que tenía desde muy joven. Al advertir la presencia de Castelli,
Liniers lo miró con simulada indiferencia y continuó frotando las cuerdas
del instrumento.
–General, todavía está a tiempo de retractarse –lo interrumpió Castelli
mostrándole un papel–. Si usted firma este documento de adhesión a la
Junta podemos salvarlo…
–Castelli… –dijo Liniers interrumpiendo su melodía–. No voy a traicionar a la causa española, por la que luché durante toda mi vida.
–Liniers, ¡España ya no existe! ¡Está completamente invadida por
Napoleón! Está entregando su vida, por nada –insistió Castelli–. Los españoles lo difamaron a usted y lo quisieron deponer, con Álzaga a la cabeza.
¿Se olvida de eso? ¿Se olvida de quiénes fuimos los que lo sostuvimos en
aquella asonada?
–Doctor, le agradezco sus intenciones, pero yo soy español. Haga lo
que le mandan a hacer. Yo ya estoy condenado…
–Siento mucho que sea tan testarudo…
–Que me disparen al pecho y que no me cubran los ojos…
Castelli, impotente, salió del carruaje. Hizo salir a los reos de sus tiendas y les leyó la sentencia:
–Por la autoridad conferida en la ciudad de Buenos Aires, capital de
las Provincias Unidas del Río de La Plata, esta jefatura decide que se cumpla con la condena de ejecución por fusilamiento a los reos Gutiérrez de
la Concha, el coronel Santiago Allende, el teniente Victorino Rodríguez,
LA PATRIA HA NACIDO
189
Joaquín Moreno y Santiago de Liniers por el infame delito de sedición y
traición a la Junta.
Cuatro horas después, fue armado el pelotón de fusilamiento y puestos los sentenciados en una sola fila, atados de pies y manos. El obispo
Orellana, que se había salvado de la pena por un acuerdo entre la Junta y
la Iglesia, se acercó a cada uno de ellos para darles la extremaunción. A
todos se les cubrió los ojos con una venda, excepto a Liniers que se negó.
Había un fusilero por cada uno de los cinco condenados. French dirigió
la operación:
–Soldados, ¡atención! ¡Armas al hombro! –los soldados se pusieron en
posición–. ¡Apunten!
–¡¡Viva el Rey!! –gritó Liniers, desafiante–. ¡¡Mueran los cipayos!!
–¡Fuego! –gritó French, seguido por las cinco descargas.
Santiago de Liniers, Gutiérrez de la Concha, el teniente Rodríguez,
el coronel Santiago Allende y Joaquín Moreno se desplomaron en el suelo
todos al mismo tiempo. Sin embargo, unos segundos después del impacto,
Liniers aún continuaba vivo. Se podía escuchar su respiración. Domingo
French lo advirtió, se acercó a él y le dio el tiro de gracia…
Pocos minutos después, Castelli ordenó enterrar los cadáveres en una
zanja al costado de la cercana iglesia de Cruz Alta41.
Consternado por la sentencia que acababa de hacer cumplir, se retiró a
su tienda de campaña. Fatigado, se dejó caer en el sitial de roble próximo a
41
Al día siguiente, cuando se retiraron los enviados de la Junta, el teniente cura
de la capilla exhumó los cuerpos y los enterró separadamente, individualizándolos con
una cruz en la que se escribió L.R.C.M.A., iniciales de los sepultados según el orden
en que se hallaban. Como relata Sarmiento en el Facundo, a los pocos días, apareció
una inscripción en un árbol de Cruz Alta con letras grandes que decía CLAMOR, las
iniciales de los apellidos de los reos: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana (que,
finalmente, no fue ejecutado) y Rodríguez, en un claro juego de doble sentido. Clamor
–palabra formada por aquellas iniciales– fue la reacción que generó en la población la
noticia del fusilamiento de Liniers y sus hombres, que el propio Moreno dio a conocer
en La Gazeta.
190
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
su escritorio. Levantó la vista y contempló, a través de la puerta de la carpa,
el cielo gris que anunciaba una inminente tormenta. Tomó su pluma, la
mojó en el tintero de cristal y, sobre un pequeño papel, escribió un mensaje
dirigido a la Junta, que despacharía inmediatamente hacia Buenos Aires:
“Señores, el Caballo ha muerto: La Patria ha nacido”.
EPÍLOGO
L
uego del fusilamiento de Santiago de Liniers y los demás amotinados en Cabeza de Tigre, provincia de Córdoba, la contrarrevolución cesó. El Cabildo cordobés adhirió a la Junta y eligió su representante ante la misma, el deán Gregorio Funes. Todo parecía bajo control.
Sin embargo, a pesar de este triunfo inicial de la Revolución, aún había territorios del ex Virreinato del Río de La Plata que no reconocían a
la Junta y cuyas autoridades realistas estaban dispuestas a entrar en guerra
contra las tropas patriotas para derrocar al gobierno patrio y reinstaurar
el Virreinato. Estos eran el Paraguay, el Alto Perú42 y la Banda Oriental43,
ayudados por el Virrey del Perú, José Fernando de Abascal.
En ese contexto, se abrieron tres frentes paralelos de lucha para los
patriotas. Si bien la idea era intentar persuadir a las autoridades de esos
territorios por las vías diplomáticas, después del antecedente de Córdoba,
la Junta quería prevenir nuevos levantamientos que pusieran en jaque a la
Revolución. Es así que fueron organizadas tres expediciones militares a
los territorios rebeldes: una al Alto Perú, al mando de Antonio González
Balcarce acompañado del secretario de la Junta Juan José Castelli; otra al
Paraguay, al mando del vocal Manuel Belgrano; y una tercera a la Banda
Oriental, al mando de Miguel Estanislao Soler a quien luego se unió el
caudillo oriental José Gervasio Artigas.
42
43
Actual República de Bolivia.
Actual República del Uruguay.
192
DAMIÁN ERIC STIGLITZ
Al mismo tiempo, en Buenos Aires, las disputas en el seno de la Junta
entre morenistas y saavedristas acentuarían más las diferencias internas.
La guerra por la independencia estaba a punto de comenzar.
ÍNDICE
Prefacio del autor ...............................................................................................9
Introducción .....................................................................................................13
Una larga caminata hacia la libertad ............................................................. 15
La voz que clama en el desierto .....................................................................35
Una fiesta distinta ............................................................................................49
Los hijos de Abraham .....................................................................................65
La leyenda de Lucía Miranda .........................................................................75
Los gritos de Mayo. Crónicas de la revolución. Parte I .............................95
Introducción ................................................................................................99
Capítulo I. Una carta desde Montevideo ..............................................101
Capítulo II. Una reunión en una jabonería...........................................103
Capítulo III. ¡El pueblo quiere saber si habrá o no
Cabildo Abierto! ................................................................................... 111
Capítulo IV. Cabildo Abierto .................................................................. 116
Capítulo V. ¿Una trampa de los cabildantes? ........................................124
Capítulo VI. Veinticinco de Mayo..........................................................134
Epílogo ....................................................................................................... 145
La Patria ha nacido. Crónicas de la revolución. Parte II.......................... 149
Capítulo I. El camino de la conciliación ............................................... 151
Capítulo II. La misión de Paso a Montevideo......................................154
Capítulo III. Expulsar al enemigo interno ...........................................159
Capítulo IV. La Contrarrevolución en Córdoba .................................. 170
Capítulo V. Una decisión terrible ........................................................... 178
Capítulo VI. La Patria nace .....................................................................186
Epílogo ....................................................................................................... 191
Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken
Ayacucho 357 (C1025AAG) Buenos Aires
Telefax: 4954-7700 / 4954-7300
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Septiembre de 2017
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