En la Diestra de Dios Padre NARRADOR: Este dizque era un hombre que se llamaba Peralta. Vivía en un rancho al lao del camino cerquita de donde vivía el Rey. No era casao y vivía con una hermana soltera, algo viejona y muy aburrida. No había en el pueblo quién no conociera a Peralta por sus muchas caridades: todos los pobres y enfermos del pueblo se mantenían en su casa porque el les ayudaba así no tuviera que ponerse ni que comer. Pero a su hermana se la llevaba el diablo… PERALTONA: ¿Qué te ganás, hombre de Dios, con trabajar como un macho, si todo lo que conseguís lo botás jartando y vistiendo a tanto perezoso y holgazán? Casáte, hombre; casáte pa que tengás hijos a quién mantener. PERALTA: Calle la boca, hermanita, y no diga disparates. Yo no necesito de hijos, ni de mujer ni de nadie, porque tengo mi prójimo a quién servir. Mi familia son los prójimos. ¡Que también son tus prójimos! PERALTONA: ¡Será por tanto que te lo agradecen; será por tanto que ti han dao! ¡Ai te veo siempre más hilachento y más infeliz que los limosneros que socorrés! Bien podías comprarte una muda y comprármela a yo, que harto la necesitamos; o tan siquiera traer comida alguna vez pa que llenáramos, ya que pasamos tantos hambres. Pero vos no te afanás por lo tuyo: tenés sangre de gusano. NARRADOR: Esta era siempre la cantaleta de la hermana; pero Peralta seguía más pior; siempre hilachento, pelao y sin nada que comer. Hasta que una vez estaba muy fatigao del trabajo del día, cuando, arriman dos pelegrinos a los portales de la casa. PEREGRINO: Buenas y santas tengan todos. Somos unos simples pelegrinos y necesitamos que nos den una posada hasta mañana, ya que es muy tarde y estamos cansados y con hambre. PERALTA: Con todo corazón se las doy, buenos señores. Pero lo van a pasar muy mal, porqu'en esta casa no hay ni un grano de sal ni una tabla de cacao con qué hacerles una comidita. Pero prosigan pa dentro, que la buena voluntá es lo que vale". (Entraron los peregrinos; trajo la hermana de Peralta el candil) PERALTONA: Vustedes verán señores, pero aquí la van a pasar muy mal porquesta casa está llena de enfermos y hambrientos y no hay comida ni cama pa tanta gente. PERALTA: Callá mejor esa jeta hermanita, date una asomaíta por la despensa; desculcá por la cocina, a ver si encontrás alguito que darles a estos señores. Mirálos qué cansaos están; se les ve la fatiga. NARRADOR: La hermana, sin saberse cómo, salió muy cambiada de genio y se fue derechito a la cocina. No halló más que media arepa tiesa y requemada, por allá en el asiento de un canasto. Pero se fue a buscar en el patio a ver si alguna gallina ajena había puesto algún guevo por allí, pero nada. Volvió a la cocina y milagrosamente la encontró llena de comida por todas partes. PERALTONA: Por fin le surtió a Peralta. Esto es mi Dios pa premiale sus buenas obras. Y si así son las cosas, pues aprovechemos. NARRADOR: Como Dios li ayudó les puso el comistraje. Y nada desganao qu'era el viejito; el mozo sí no comió cosa. A Peralta ya no le quedó ni hebra de duda que aquello era un milagro patente; y con todito aquel contento que le bailaba en el cuerpo, y con lo menos roto y menos sucio de la casa les arregló las camitas. Se dieron las buenas noches y cada cual si acostó. Peralta se levantó, escuro, escuro, y no topó ni rastros de los güéspedes; pero sí topó una muchila muy grande requintada di onzas del Rey, en la propia cabecera del mocito. Corrió muy asustao a contarle a la hermana, que al momento se levantó de muy buen humor a hacer harto cacao; corrió a contarle a los llaguientos y a los tullidos, y los topó buenos y sanos y caminando y andando, como si en su vida no hubieran tenido achaque. Salió como loco en busca de los güéspedes pa entregarles la muchila di onzas del Rey. Echó a andar y a andar, cuesta arriba, porque puallí dizque era qui habían cogido los peregrinos se sentó un momentico a la sombra di un árbol, cuando los divisó por allá muy arriba, casi a punto de trastornar el alto. Casi no podía gañir el pobrecito de puro cansao qu'estaba, pero ai como pudo les gritó: PERALTA: ¡Hola, señores; espéremen que les inresa!. ¡Caramba qu'el pobre siempre jiede! Miren que dejar este platal por el afán de venirse de mi casa. ¡Cuenten y verán que no les falta ni una moneda!". Jesús: Sentáte, amigo Peralta, en esa piedra, que tengo que hablarte. Nosotros no somos tales pelegrinos; no lo creás. Este es Pedro mi discípulo, el que maneja las llaves del cielo; y yo soy Jesús el Nazareno. No hemos venido a la tierra más que a probarte, y en verdá te digo, Peralta, que te lucites en la prueba. Otro que no fuera tan cristiano como vos, se guarda las monedas y si había quedao muy orondo. Voy a premiarte: los dineros son tuyos: llevátelos; y voy a darte de encima las cinco cosas que me querás pedir. ¡Conque, pedí por esa boca! S. PEDRO: Hombre, Peralta, fijáte bien en lo que vas a pedir, no vas a salir con una buena bobada. PERALTA: En eso estoy pensando, Su Mercé. S. PEDRO: Es que si pedís cosa mala, va y el Maestro te la concede; y, una vez concedida, te jodiste, porque la palabra del Maestro no puede faltar. PERALTA: Déjeme pensar bien la cosa, Su Mercé. (Después de un rato de pensarlo, y mientras San Pedro intenta por señas pedirle que sea muy cuidadoso, Peralta se dirige de nuevo a Jesús). PERALTA: Bueno, Su Divina Majestá; lo primerito que le pido es que yo gane al juego siempre que me dé la gana. JESÚS: Concedido. PERALTA: Lo segundo es que cuando me vaya a morir me mande la Muerte por delante y no a la traición. JESÚS: Concedido. (Peralta seguía haciendo la cuenta en los dedos, y a San Pedro se lo llevaba Judas con las bobadas de ese hombre, Y le señalaba que pidiera el cielo) PERALTA: Pues, bueno, Su Divina Majestá; lo tercero que mi ha de conceder es que yo pueda detener al que quiera en el puesto que yo le señale y por el tiempo qui a yo me parezca. JESÚS: Rara es tu petición, amigo Peralta. En verdá te digo que una petición como la tuya, jamás había oído; pero que sea lo que vos querás. (A esto dió un gruñido San Pedro, y, acercándose a Peralta, lo tiró con disimulo de la ruana, y le dijo al oído, muy sofocao) S PEDRO: ¡El cielo, hombre! ¡Pedí el cielo! ¡No sias bestia! JESÚS: Concedido. PERALTA: La cuarta cosa es que Su Divina Majestá me dé la virtú di achiquitame a como a yo me dé la gana, hasta volveme tan chirringo com'una hormiga. JESÚS: (Riéndose) Hombre, Peralta; ¡otro como vos no nace, y si nace, no se cría! Todos me piden grandor y vos, con ser un recorte di hombre, me pedís pequeñez. Pues, bueno... S. PEDRO: ¿Pero no ve qu'esti hombre está loco?. PERALTA: Pues no me arrepiento de lo pedido. Lo dicho, dicho. JESÚS: Concedido. S. PEDRO: Mirá, hombre, que no has pedido lo principal y no te falta sino una sola cosa. PERALTA: Por eso lo'stoy pensando; no si apure Su Mercé… Bueno, Su Divina Majestá; antes de pedile lo último, le quiero preguntar una cosa, y usté me dispense, Su Divina Majestá, por si fuere mal preguntao; pero eso sí: ¡mi ha de dar una contesta bien clara y bien patente!. S PEDRO: ¡Loco di amarrar! (juntando las manos y voltiando a ver al cielo). Va a salir con un disparate gordo. ¡Padre mío, ilumínalo! JESÚS: (poniéndose serio) Preguntá, hijo, lo que querás, que todo te lo contestaré a tu gusto". PERALTA: Dios se lo pague, Su Divina Majestá... Yo quería saber si el Patas es el que manda en el alma de los condenaos, o es vusté, o el Padre Eterno. JESÚS: Yo, y mi Padre y el Espíritu Santo juntos y por separao, mandamos en todas partes; pero al Diablo l'hemos largao el mando del Infierno: él es amo de sus condenaos y manda en sus almas, como mandás vos en las monedas que te he dao. PERALTA: Pues bueno, Su Divina Majestá. Si asina es, voy a hacerle el último pedido: yo quiero, ultimadamente, que Su Divina Majestá me conceda la gracia de que el Patas no mi haga trampa en el juego. JESÚS: Concedido. NARRADOR: Jesús y pedro se volvieron humo en la región. Peralta se quedó otro rato sentao en su piedra; sacó candela, encendió su tabaco, y se puso a bombiar muy satisfecho. ¡Valientes cosas las que iba a hacer con aquel platal! No iba a quedar pobre sin su mudita nueva, ni vieja hambrienta sin su buena tabla de chocolate de canela. Se cantió la ruanita, y echó falda abajo. Parecía mismamente un limosnero: tan chiquito y tan entumido; con aquella carita tan fea, sin pizca de barba, y con aquel ojo tan grande y aquellas pestañonas que parecían de ternero. Pero a Peraltona sí supo darse orgullo y meterse a señora de media y zapato! Con todo el platal que le sacó al hermano, compró casa de balcón en el pueblo, y consiguió sirvienta y compró ropa muy buena y bonita. PERALTONA: ¡Maruchenga, traéme chal, que voy a visitar a la Reina! ¡Maruchenga, traéme los frascos de perjume pa ruciar por aquí qu'está jediendo! ¡No pueden ver a uno de bien vestido porque momento la imitan estas carangas resucitadas! Maruchenga, pasame la sombrilla qui está haciendo sol; Maruchenga, componeme el vestido, que se me tuerce. NARRADOR: Estaba un día Peralta solo en grima en dichosa la casa, haciendo los montoncitos de plata pa repartir, cuando, ¡tun, tun! en la puerta. Fué a abrir, y... LA MUERTE: (Sacando un pelo y probando el filo de su pica) Vengo por vos. PERALTA: ¡Bueno! Pero me tenés que dar un placito pa confesame y hacer el testamento. LA MUERTE: PERALTA: Con tal que no sea mucho, porquioy ando di afán. Date por ai una güeltecita mientras yo mi arreglo; o, si te parece, entretenéte aquí viendo el pueblo, que tiene muy bonita divisa. Mirá aquel árbol tan alto; trepáte a él pa que divisés a tu gusto. (La Muerte, que es muy ágil, dió un brinco y se montó en una horqueta del aguacatillo; se echó la desjarretadera al hombro y se puso a divisar) PERALTA: ¡Dáte descanso, viejita, hasta qui a yo me dé la gana que ni Cristo, con toda su pionada, te baja de esa horqueta! NARRADOR: Peralta siguió como siempre. Pasaban las semanas y pasaban los meses y pasó un año. Vinieron las viruelas, vino el sarampión y la tos ferina; vino la culebrilla, y el dolor de costao, y el tabardillo, y nadie se moría. SAN PEDRO: Maestro; toda la vida l'he servido con mucho gusto; pero ai l'entrego el destino; ¡esto sí no lo aguanto yo! ¡Póngame algotro oficio qui'hacer o saque algún recurso! Ya no aguanto tanta desocupación. SEÑOR: Vení cuchito, (Se secretean)Pues eso tiene que ser; no hay otra causa. Volvé vos al mundo y tratá a esi'hombre con harta mañita, pa ver si nos presta la muerte, porque si no nos encartamos. NARRADOR: Se puso San Pedro la muda de pelegrino, se chantó las albarcas y el sombrero y cogió el bordón. Había caminao muy poquito, cuando s'encontró con el diablo. DIABLO: ¿Oiste barbudo, es que ya todo mundo se está salvando o qué? Hace tiempo que ya nadie aparece por los infiernos. SAN PEDRO: ¡Qué salvación ni qué demontres! ¡Si esto s'está acabando! NARRADOR: Esa misma noche Peralta dormía quieto y sosegao en su cama. De presto se recordó, y oyó que le gritaban desdi afuera: SAN PEDRO: ¡Abríme, Peraltica, por la Virgen, qu'es de mucha necesidá!". (Peralta abre la puerta) SAN PEDRO: Hombre; no vengo a que me des posada tan solamente; ¡vengo mandao por el Maestro a que nos largués la muerte unos días, porque vos la tenés de pata y mano en algún encierro! PERALTA: Lo que menos, su Mercé. La tengo muy bien asegurada, pero no encerrada; y se la presto con mucho gusto, con la condición de qui a yo no mi'haga nada. SAN PEDRO: Contá conmigo Peraltica. NARRADOR: Apenitas aclarió salieron los dos a descolgar a la Muerte. Estaba lastimosa la pobrecita: flacuchenta, flacuchenta; los güesos los tenía toítos mogosos y verdes, con tantos soles y aguaceros comu'había padecido. Apenas se vio andando recobró fuerza, y en un instantico volvió a amolar la desjarretadera... y tomó el mundo. ¡Cómo estaría di hambrienta con el ayuno! En un tris acaba con los cristianos en una semana. La Muerte si aplacó un poquito; los contaítos cristianos que quedaron volvieron a su oficio; y como los vivos heredaron tanto caudal, y el vicio del juego volvió a agarrarlos a todos, consiguió Peralta más plata en esos días que la qui había conseguido en tanto tiempo. ¡Hijue pucha si'staba ricachón! ¡Ya no tenía ondi acomodala! Pero cátatelo ai qui un día amanece con una pata hinchada, y le coló una discípula de la mala. Al momentico pidió cura y arregló los corotos, porque se puso a pensar qui harto había vivido y disfrutao, presentó la Pelona cerró el ojo, estiró la pata y le dijo: PERALTA: ¡Matáme pues! NARRADOR: Peralta s'encontró en un paraje muy feíto, parecido a una plaza. Voltió a ver por todas partes, y por allá, muy allá, descubrió un caminito muy angosto y muy lóbrego casi cerrao por las zarzas y los charrascales. PERALTA: Ya sé aonde se va por ese camino. ¡El mismito que mentaba el cura en las prédicas! ¡Cojo pu'el otro lao!. NARRADOR: Por allá, en la mitá di un llano, alcanzó a divisar una cosa muy grande, muy grandísima; mucho más que las iglesias, mucho más que la Piedra del Peñol. Aquello blanquiaba com'un avispero; y como toda la gente se iba colando a la cosa, Peralta se coló también. Comprendió qu'era el Infierno, por el jumero que salía de p'arriba y el candelón que salía de p'abajo. (Dos diablitos le machucan la lengua a una vieja chismosa con martillos) UN DIABLITO: ¡Esto es pa que levantés testimonios, vieja maldita! ¡Esto es pa que metás tus mentiras, vieja lambona! ¡Esto es pa qu'enredés a las personas, vieja culebrona! (A Peralta le dio tanta lástima que salió de huida Y llega a un salón donde está el diablo) DIABLO: ¿Qué venís hacer aquí, culichupao? Vos no sos di aquí; ¡rumbati al momento! PERALTA: Pues, como nadie mi atajó, yo me fuí colando, sin saber que me iba a topar con Su Mercé. DIABLO: ¿Quién sos vos? PERALTA: Yo soy un pobrecito del mundo qui ando puaquí embolatao. Me dijeron qu'estaba en carrera de salvación, pero a yo no mi han recebido indagatoria ni nadie si ha metido con yo. ¿Su Mercé está como enfermoso? DIABLO: Sí, hombre. Se mi han alborotao en estos días los achaques; y lo pior es que nadie viene a hacerme compañía, porqu'el mayordomo, los agregaos y toda la pionada no tienen tiempo ni de comer, con todo el trabajo que nos ha caído en estos días. PERALTA: Pues, si yo le puedo servir di algo a su Mercé , mándeme lo que quiera, qu'el gusto mío es servile a las personas. Y si quiere que juguemos alguna cosita, yo sé jugar toda laya de juegos; y en prueba d'ello es que mantengo mis útiles en el bolsillo. (Sacó la baraja y los daos). DIABLO: Hombre Peralta, lo malo es que vos no tenés qué ganarte, y yo no juego vicio. PERALTA: ¿Cómo nu he de tener, si yo tengo un alma como la de todos? Yo la juego con su Mercé, pues también soy muy vicioso. La juego contra cualquiera otra alma de la gente de su Mercé. DIABLO: Va p’a esa. (Se ponen a jugar cartas) PERALTA: ¡Cuarenta, as y tres! ¡No la perderés por mal que la jugués!. DIABLO: ¡Así será! Pero sigamos a ver qué resulta. (Pierde el juego el diablo que se enoja) DIABLO: ¿Vos sos culebra echada o qué demonios?". PERALTA: ¡Cuál culebra ni que nada su Mercé! Antes en el mundo decían que yo dizque era un gusano de puro arrastrao y miserable. Pero sigamos, su Mercé, que se desquita. (Siguieron jugando); DIABLO: (Gritando y muy enojado y de nuevo pierde) ¡Doblo! PERALTA: Doblemos. DIABLO: ¡Doblo! (El diablo seguía perdiendo DIABLO: (llorando) ¡Ya no más! PERALTA: ¡Nunca me figuré que a mi Señor le diera pataleta! "¿Pero por qué no seguimos, su Mercé? Es cierto que le he ganao más de treinta y tres mil millones de almas; pero yo veo qu'el Infierno está sin tocar. DIABLO: ¡Cierto! Pero esas almas no las arriesgo yo: son mis almas queridas; ¡son mi familia, porque son las que más se parecen a yo! (Siguió moquiando, y edecanes) DIABLO: a un ratico le dijo a uno de sus Adá hombre, abrile a este calsonsingente, y que se largue di aquí. NARRADOR: Peralta, tan desentendido como si no hubiera hecho nada, se fué yendo muy despacio, hasta que s'encontró con los tuneros del caminito del Cielo. Estaba eso bastante solo, y por allá divisó a San Pedro recostao en su banco. SAN PEDRO: ¡Quitá di aquí, so vagamundo! ¿Te parece que ti has portao muy bien y nos tenés muy contentos? ¡Si allá en la tierra no ti amasé fue porque no pude, pero aquí sí chupás!. PERALTA: ¡No se fije en yo, viejito; fíjese en lo que viene por aquel lao! Vaya a ver cómo acomoda esa gentecita, y déjese de nojase. (Se secretea con Jesús que se muestra muy preocupado) JESUS: ¡En buena nos ha metido este Peralta! Pero eso no se puede de ninguna manera: los condenaos, condenaos se tienen que quedar por toda la eternidá. Andáte a tu puesto, que yo iré a ver cómo arreglamos esto. No abrás la puerta; los que vayan viniendo los entrás por la puerta de atrás. NARRADOR: Se volvió el Señor pa su trono, y a un ratico le hizo señas a un santo, apersonao él, vestido de curita, y con un bonetón muy lindo. El santo se le vino muy respetoso, y hablaron dos palabras en secreto. A ésas le hizo el Señor otra seña a una santica qu'estaba por allá muy lejos, ojo con él; y la santica se vino muy modosa y muy contenta al llamao, y entró en conversa con Cristico y el otro santo. . La santica entró como en un alegato con el cura; pero a lo último, él se puso a relatar y ella a jalar pluma. ¡Esa sí era escribana! ¡Se le veía todo lo baquiana qu'era en esas cosas d'escribanía! Acomodada en su tabrete, iba escribiendo, escribiendo, sobre el atril; y a conforme escribía, iba colgando por detrás de los trimotriles ésos, un papelón muy tieso ya escrito, que se iba enrollando, enrollando. Sólo mi Dios sabe el tiempo que gastó escribiendo, porque en el Cielo nu'hay reló. Por allá al mucho rato la monja echó una plumada muy larga, y le hizo seña al Señor de que ya había acabao. (No bien entendió el Señor, se paró en su trono) JESÚS: ¡Toquen campanas y que entre peralta. (Entra peralta) JESÚS: ¡Pongan harto cuidao, pa que vean que la Gloria Celestial nu'es cualquier cosa!. (Y se voltió p'onde la monjita) Leé vos el escrito, hijita, que tenés tan linda pronuncia. MONJA: Nós, Tomás di Aquino y Teresa de Jesús, mayores d'edá, y del vecindario del Cielo, por mandato de Nuestro Señor, hemos venido a resolver un punto muy trabajoso es muy cierto que Peralta li’ a ganao al Enemigo Malo esa cantidad di almas con mucha legalidá y en juego muy limpio y muy decente; pero, mas sin embargo, esas almas no pueden colarse al Cielo ni de chiripa, y por eso tienen que quedasi afuera. Pero, al mismo tiempo, como todas las cosas de Dios tienen remedio, esta cosa se puede arreglar sin que Peralta ni el Patas se llamen a engaño. Y el arreglo es asina: todas las glorias que deben haber ganao esas almas redimidas por Peralta si ajuntaran en una gloriona grande y se la meteran enterita a Peralta, qu'es el que l'ha ganao con su puño. Y la cosa del Infierno si arreglaba d'esta manara: esos condenaos no vuelven a las penas de las llamas sino a otro infierno de nuevo uso que vale lo mismo qu'el de candela. Mi Dios echa al mundo treinta y tres mil millones de cuerpos, y esos cuerpos les meten adentro las almas que sacó Peralta de los profundos infiernos; y estas almas, aunque los taitas de los cuerpos creen que son pal Cielo, ya'stan condenadas desde en vida; y que por eso no les alcanza el santo bautismo, porque ya la gracia de mi Dios no les vale, aunque el bautismo sea de verdá; y se mueren los cuerpos, y vuelven las almas a otros, y después a otros, y sigue la misma fiesta hasta el día del juicio; di ai pa’ delante las ponemos a voltiar en rueda en redondo del Infierno por |secula seculorum amen. NARRADOR: Por todo esto quizqu'es qui hay en este mundo una gente tan desordenada y tan mala que goza con el mal de los cristianos: porque ya son gente del Patas; y por eso es que se mantienen tan rabiosos padeciendo tantísimos tormentos sin candela. Estos quizque son los envidiosos. Y por eso quizque fue qu'el Enemigo Malo no quiso arriesgar las almas aquellas del Infierno, porqu'esas también eran d'envidiosos. Peralta entendió muy bien entendido el relate, y muy contento que se puso, y muy verdá y muy buena que le pareció la inguandia. Pero este Peralta era tan sumamente parejo, que ni con todo el alegrón que tenía por dentro se le vio mover las pestañas de ternero: ai se quedó en su puesto como si no fuera con él. Pero de golpe se vio solo en la plaza del Cielo. JESÚS: Peralta; escogé el puesto que querás. ¡Ninguno lu'ha ganao tan alto como vos, porque vos sos la Humildá, porque vos sos la Caridá! Allá abajo fuiste un gusano arrastrao por el suelo; aquí sos el alma gloriosa que más ha ganao. Escogé el puesto. ¡No ti humillés más, que ya'stás ensalzao! NARRADOR: Y entonaron todos los coros celestiales, y Peralta, que todavía nu'había usao la virtú di achiquitase, se fue achiquitando, achiquitando, hasta volverse un Peraltica de tres pulgadas; y derechito, con la agilidá que tienen los bienaventuraos, se brincó al mundo que tiene el Padre en su diestra, si acomodó muy bien y si abrazó con la Cruz. ¡Allí está por toda l'Eternidá! ¡Colorín colorao, perdone lo malo qui hubiera'stao!