01-24: La Ascensión del Señor – Año A (Hch.1.1-11; Ef.1.17-23; Mt.28.16-20) Ascendido a la derecha del Padre, ha recibido el Espíritu Santo para derramarlo. El vecino a lado de mi casa es mecánico de automóviles: trabaja todo el día en un taller, desmontando y reparando motoras y carros. Cuando por la mañana sale al trabajo, viste un ‘mono’ viejo, sucio, con manchas de aceite, y rotos. Pero cuando por la noche regresa a casa, se quita ese ‘mono’, - que cuando ya no sirve, lo tira a la basura, - y él mismo se baña, se viste, se peina, y sale todo un señor para juntarse con su familia. El ‘mono’: ¡sólo para el trabajo, y luego se descarta! – ¿Por qué Jesús no hace lo mismo? Ese cuerpo humano, que en vida le había servido para su misión de predicar, - y que al final, martirizado, desgarrado, enfangado, flagelado y crucificado, le había servido de instrumento para nuestra redención en el Calvario ¿por qué no lo descarta ahora, después de haber cumplido su función? ¿Por qué lo enaltece ahora a la gloria? ¿Por qué su Ascensión? Esto es una cosa que corre tan a contrapelo de lo que humanamente podría esperarse, que San Pablo tuvo gran dificultad por inculcar a sus fieles la esperanza del cuerpo glorioso: pues para los Griegos, el cuerpo era una cárcel de la cual escapamos al morir, para nunca más volver a encarcelarnos en él (vea Hch.17.32). 1/ El Cuerpo Glorioso de Cristo La respuesta es que ese “cuerpo de condición humilde”, en que Jesús “se había humillado hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil.3.21; 2.8), sigue siendo el instrumento universal de nuestra salvación. (1) En primer lugar, es el trofeo de la valentía con que Él ha librado su batalla, y ha vencido a todas las Potencias enemigas. Es el estandarte de su victoria. De ahí que San Pablo no quiere gloriarse en otra cosa que no sea la Cruz de Jesucristo (Gal.6.14), - y la Iglesia canta: “¡Oh Cruz admirable, en cuyas ramas estuvo suspendido el Tesoro que redimió a los cautivos! ¡Salve, Cruz santa, que estuviste adornada con los miembros agujereados del Salvador como con piedras preciosas!”. – (2) El Cuerpo glorioso y enaltecido de Jesús es ahora como la “cabeza de puente” de la humanidad, clavada ya en el Reino del Padre. Es decir: mientras de por sí el género humano no tenía ningún derecho a participar en la propia felicidad e intimidad de Dios (o sea, de por sí el hombre no tenía ningún ‘derecho al cielo’), la Humanidad corporal de Jesús nos ha abierto el camino para que aún nosotros, incorporados en Él, podamos ver el cielo como nuestra Patria verdadera donde tenemos ‘derecho de ciudadanía’ (Fil.3.20). Por esto dijo Jesús en la Cena: “os conviene que yo me vaya: pues me voy para prepararos un lugar”, para luego venir a buscarnos: “para que nosotros estemos donde Él está” (Jn.14.2-3). - (3) Su Cuerpo es también como el Faro luminoso que orienta nuestra ‘barca’ hacia la meta adonde, en medio de los vaivenes de esta vida, estamos peregrinando (Jn.21.4-7), y donde esperamos participar en su misma gloria. – (4) Además, es precisamente en este Cuerpo martirizado y luego glorificado en que Cristo intercede continuamente por nosotros ante el trono de Dios (Rm.8.34; Hbr.7.25; 9.24; I Jn.2.1): las cinco llagas que conserva aún en su cuerpo resucitado, son sus cinco gritos silenciosos pero poderosísimos a favor de la humanidad (Hbr.12. 24). – (5) Pero sobre todo, el Cuerpo glorioso de Jesús es ahora el instrumento universal a través del cual nos vienen de parte del Padre todos los favores, gracias y ayudas, - en una palabra: la salvación, - “y fuera de él no hay ninguna salvación” (Hch.4.12). Esto es el “señorío” absoluto sobre toda la creación que Dios entregó a Jesús (Hch.2.36; Fil.2.9-11). Por esto dice el Resucitado: “A mí ha sido dado todo poder en cielo y tierra” (Mt.28.18). De ahí nuestra absoluta necesidad de acudir a Él solo como a nuestro único Mediador (I Tim.2.5), - y a otros solamente en la medida en que estén unidos con Cristo, que es la Fuente única. – (6) Por esto, este Cuerpo glorioso de Jesús es ahora también el manantial de donde brota el río del Espíritu Santo con su fuerza renovadora y su educación interior, según Jesús ya antes prometiera con referencia al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él: “El que tenga sed venga a mí, y beba quien cree en mí, según dice la Escritura: de su seno brotarán ríos de agua viva”; esto lo dijo del Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en Él, porque el Espíritu no fue dado, mientras Jesús no fuera glorificado” (Jn.7.37-39). Ésta es la efusión del Espíritu que comenzó a manifestarse en Pentecostés, y que celebramos el próximo domingo. – (7) Por fin, este Cuerpo glorioso, “en que reside toda la plenitud de la Divinidad de modo corporal” (Col.2.9), Jesús nos lo ofrece diariamente en la Eucaristía como nuestro “maná” en esta peregrinación hacia la Patria. Es “el Manjar de los Ángeles que nos viene del cielo, que contiene todas las delicias, y que revela la dulzura del Señor para con sus hijos” (Sab.16.20-21). Es la leche con que nos alimenta de su propio pecho nuestra ‘Madre’ Jesús. 2/ En su Ascensión recibió el Señorío San Pablo, en la 2ª lectura, está casi ‘balbuceando’ cuando trata de la “soberana grandeza del poder de Dios para con nosotros, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su mano derecha en los cielos”. - En relación con esto, veo tres cosas: (1) que el Cristo glorioso está por encima de todas las jerarquías angelicales. En los días de San Pablo, decir esto iba en contra de la común visión del universo. Se imaginaban el universo nítido, como una pirámide, compuesta por varias capas o ‘esferas’ horizontales de seres que, desde los ángeles más altos y más poderosos hasta los más bajos y menos potentes, estaban regidas por una rígida imposición de los más altos a los inferiores. Por tanto, cuando ahora San Pablo dice que un ser humano, Jesús de Nazaret (que, como tal, pertenece al orden más bajo de seres) está por encima aún de las esferas angelicales más altas (“Principados, Potestades”, etc.), invierte toda esta visión del mundo: ¡cosa impensable en la cosmovisión de sus días! Aún para nosotros es desconcertante decir que un ser humano, por digno que sea, es el Dueño absoluto, el Señor y el Rey de todo el cosmos quien, con el mero poder de su voluntad, dirige el universo entero. Sin embargo, ésta es nuestra fe. – (2) De ahí lo ‘absurdo’ que es el mensaje que nosotros, los creyentes, hemos de proclamar en este mundo: que, a pesar de todas las apariencias contrarias (“el mundo va de mal en peor”, - “cada día hay menos fe y más criminalidad”, - “el Señor está ausente de nuestro mundo”, etc.), Jesús es aquél que, con soberana potencia, está dirigiendo la historia mundial: “A mí ha sido dado todo poder en cielo y tierra: salid, pues, y haced discípulos míos a todas las naciones, y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Por esto, para ser cristiano, hay que ser ‘loco’ como el Quijote: hemos de creer y actuar en contra de toda evidencia visible. – (3) La mata no va a producir flor y fruto, mientras no tenga sus raíces bien clavadas y regadas en la tierra. Por esto, el labrador trabaja la tierra y abona la raíz, y luego espera el fruto. Así nosotros, “todavía no se ha manifestado lo que seremos” (I Jn.3.2), pero mientras tanto hemos de concentrar toda nuestra atención a trabajar el Evangelio en esta tierra, sin perdernos en especulaciones del más allá: es aquí donde se labra la cosecha que vamos a encontrar en el más allá. El labrador ara, abona y siembra, - y luego, duerma o se levante, la tierra produce el fruto sin que él sepa cómo: pues es el Señor quien da el crecimiento (Mc.2.26-29; I Cor.3.6). –