A tropezones hacia la transición; jueves, 24 de mayo, 2018 - 00h28 El primer año de gobierno es una ocasión para analizar la coyuntura, la que va más allá del régimen. Una correlación de fuerzas bajo reglas hiperpresidenciales reduce la mirada de la sociedad hacia un jugador solamente, aquel que tiene el balón por mayor tiempo o puede hacer un gol. Sin embargo, nuestra obligación ciudadana es tener una perspectiva estratégica. Porque todos debemos convertirnos en actores de la democratización. Los momentos del primer año fueron: el arranque bajo la consigna de Moreno al gobierno, Correa al poder. La fórmula se debilitó por la evidencia de la corrupción vicepresidencial. Glas elegido en binomio, deslegitimó activamente al Gobierno y se buscó el retiro de funciones. El segundo momento consistió en la ruptura con el mentor y la búsqueda de sostén. Surgió la receta de correísmo sin Correa. Es decir, la continuidad del llamado proyecto de la revolución ciudadana con un nuevo líder. La propuesta fue acompañada por la implosión del partido de sustento. El juicio y la destitución del vicepresidente corrupto provocaron el desplome de Alianza PAIS. Y con ello del sustento partidario. El tercer momento estuvo dominado por la teatralidad. Un llamado al diálogo a los empresarios hasta que la filtración de estrategias por el principal operador presidencial derrumbó la coreografía. Y la necesidad de apertura se volvió inevitable. El cuarto momento consistió en dar paso a la demanda general. Asumir a la transición como inevitable con la convocatoria a la consulta popular, cuyo eje fue evitar la reelección perpetua. Aunque el régimen pretendía que la transición terminara, el proceso de transición recién se abrió. Y surgió la necesidad de nuevas definiciones gubernamentales. El quinto momento, que se vive en la actualidad, está marcado por la ejecución del mandato popular –básicamente a cargo del Consejo de Participación transitorio– y la búsqueda gubernamental de una nueva coalición de sustento. El alcance e integralidad de la renovación de autoridades y de las propuestas de rediseño institucional, y la pluralidad política y social de la alianza gubernamental marcan la prospectiva política inmediata. El régimen ha desplazado su sustento hacia actores exteriores al Gobierno: la Asamblea Nacional, las Fuerzas Armadas, algunos actores políticos y gremiales, y las principales relaciones internacionales. Se refleja en la rotación de ministros y en la indefinición de agenda para el corto-mediano plazo y de rumbo estratégico hacia dónde conducir a la sociedad. ¿Cuál es el proyecto económico y político? La escalera burocrática refleja la pérdida de influencia exclusiva de PAIS, el que fue blanqueado por el régimen y el cuoteo de sustento empresarial y marginal de partidos emergentes. Los cambios más recientes afirman la búsqueda de equilibrios en el primer anillo de decisiones presidenciales entre las vertientes iniciales del Gobierno hacia nuevas representatividades, restituir lealtades institucionales necesarias para buscar la institucionalización y claridad en el programa económico, de seguridad y energía. Una Asamblea Nacional de nuevos cuadros con sello local, sin embargo, ha sido escenario de importantes correlaciones para la finalización del correísmo y la puja por su restauración abierta y encubierta. El Parlamento se aprovechó de los momentos de la escena oficial. Inicialmente fue la plaza del enfrentamiento con Correa y luego la trinchera de un poder residual que quiso convertirse en hegemónico. En la superficie política vimos el enfrentamiento entre el presidente del Parlamento y el fiscal de la Nación. Mientras que, hasta ahora, con su doble destitución, momento adicional de la implosión de PAIS, no llegamos a comprender: ¿cuál es el mar de fondo de esa lucha? Presumimos que se trata de cuentas por ajustar entre actores formales e informales de la década autoritaria. La Asamblea no ha podido restablecer la dinámica gobierno-oposición. En parte porque Nebot y Lasso han preferido dejar operar al oficialismo sin comprometerse activamente en el éxito o fracaso de la transición. En suma, sustentos del Gobierno. A su vez, el progresismo, en busca de la identidad perdida. En el segundo año del Gobierno la política se desplazará al escenario local. Derrotar al autoritarismo en los territorios es una tarea básica de la restitución de la democracia desde sus orígenes. El dato más importante en la política de la última decena de años es que ya no existe partido hegemónico ni dominante. El derrumbamiento de PAIS no fue recuperado por ningún actor. Sus escombros son del mismo tamaño de los partidos que destruyeron con la estrategia contra la partidocracia. La política irresponsable tiene efectos perversos. Y no controlados ni perseguidos. El más importante estratégicamente es que el sistema de partidos sumido en la pobreza representativa (ninguno supera el 6% de adhesiones permanentes) ha igualado expectativas entre sus partes. Pero fundamentalmente permite –su lado positivo– que los ecuatorianos quizás podamos acordar las reglas de conformación de un sistema electoral competitivo y sin trampas. Es otra necesidad de inmediata resolución de la política. El Consejo de Participación transitorio es una vertiente de legitimidad a la que apela la población. Acumula aceptación en proporciones imprevistas. Y evita que esa energía ciudadana se vaya por la alcantarilla, como en otros procesos de transición. Eso lo han comprendido los actores políticos y sociales: que es necesario transitar por un chaquiñán y evitar la ruta pavimentada de obstáculos del autoritarismo. Esto es usar el camino de los acomodos institucionales –flexibilidad interpretativa de todo sistema institucional democrático– sin romper con los principios de la legalidad. Es el espíritu de la consulta popular, originada en el sustento primario de la soberanía, mandato que el Consejo debe decodificar en cada paso. Se ha convertido en un axioma que del éxito en la renovación que logre ese Consejo dependerá el rediseño y estabilidad institucional posteriores. El tambaleo también fue por la economía. Atenuar la influencia a través del cordón planteado por el correísmo fue prioritario en la política de este año. Era una condición para actuar en la economía. Sin embargo, fue evidente la falta de un proyecto económico distinto, adecuado, que devolviese a un punto de equilibrio a la relación entre mercado y Estado. La demanda por coherencia de un programa y un equipo económico han provocado últimamente cambios y han generado expectativas. Fundamentalmente por el destino que pueda darse al excedente económico en manos del Estado. El mismo que deberá obtenerse mediante endeudamiento externo en condiciones diversas al régimen pasado. A condición de que no se oriente a mantener exclusivamente al consumo. El reto consiste en conseguir un ritmo de crecimiento fuera del esquema pasado y que, sin embargo, sostenga una política social eficiente. En el segundo año del Gobierno la política se desplazará al escenario local. Derrotar al autoritarismo en los territorios es una tarea básica de la restitución de la democracia desde sus orígenes. Y restablecer el capital social como confianza en las instituciones y con la nación. Es preciso encauzar al Ecuador por la ruta de una descentralización justamente concebida y no como una mascarada de la recentralización, que en periodo de vacas gordas sobornó con obras a los gobiernos subnacionales. El régimen puede cometer un error de fondo si entra a un enfrentamiento electoral particular con Correa. Cuando su propuesta puede ser más inclusiva. Mi mirada crítica no busca necesaria e inmediatamente a lo perfecto. En política debemos pensar desde lo máximo posible. La democracia es un acomodar permanente a correlaciones políticas y sociales, dentro de orientaciones ideológicas en diálogo e intercambio, con instituciones flexibles. Para alcanzar metas nacionalmente definidas por procedimientos pacíficos asentados en el Estado de derecho y en una sociedad libre y de iguales. Hasta ahora el régimen no focaliza su mirada, de manera sostenida, en una meta colectivamente definida, que estimule el intercambio con y entre actores sociales. Deberá asentarse en una política pública aceptada, junto con profundizar la lucha contra la corrupción cuyo resultado medible debe ser la configuración coherente y estratégica de la transición. Si se define como un gobierno cuya meta es configurar la llave de la transición es que ha comprendido que le quedan apenas tres años, dos de los cuales tendrán sello electoral. (O)