Michellet Alexsandra Basurto Melgoza CiES – Sem 8 – Fenómenos Sociales En México. El Malestar en la cultura El sentido yoico del adulto debe haber sufrido una evolución. Este sentido yoico es el residuo atrofiado de un sentimiento que correspondía a una comunión más íntima entre el yo y el mundo circundante. El principio del placer fija el objetivo vital, es el que rige las operaciones del aparato psíquico desde su mismo origen. La complicada arquitectura de nuestro aparato psíquico también es accesible a toda una serie de otras influencias. La satisfacción de los instintos, precisamente porque implica felicidad, se convierte en causa de intenso sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella, negándonos la satisfacción de nuestras necesidades. Cada persona deberá conocer cuánta satisfacción real puede esperar del mundo exterior y la medida en que sea movido a independizarse de él. El éxito nunca es seguro; depende de la coincidencia de muchos factores, y quizás en grado eminente de la capacidad de la constitución psíquica para adecuar su función al medio circundante y aprovecharlo para la ganancia de placer. Nuestro penar proviene de tres fuentes: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulen los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad. Es notorio que belleza, limpieza y orden ocupan un lugar particular entre los requisitos de la cultura. Otro rasgo de una cultura es el modo en que se reglan los vínculos recíprocos entre los seres humanos. Es particularmente difícil librarse de determinadas demandas ideales en las relaciones interpersonales y asir lo que es cultural en ellos. La sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo. El prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. La cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos, para sofrenar mediante formaciones psíquicas reactivas sus exteriorizaciones. Es lícito desautorizar la existencia de una capacidad originaria, por así decir natural, de diferenciar el bien del mal. El sentimiento de culpa tiene dos diversos orígenes: la angustia frente a la autoridad y, más tarde, la angustia frente al superyó.