Lo sustancial y lo adjetivo en el día mundial del ambiente Hace un año exactamente se celebraba en Río de Janeiro, Brasil, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable. En un intento por volver a las fuentes, por reencauzar el debate ambiental, la cumbre volvía a celebrarse en Río, proponiéndose ser un hito luego de la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992 en la ciudad carioca. Incluso en su denominación se refería a aquella, al llamarse esta última cumbre como “Río+20”. No obstante -y sin desconocer aún los pendientes de 1992- ésta, la del 2012, no logro siquiera empardar las expectativas y los acuerdos de la primera. En 1992 se aprobaron cinco documentos principales, la “Declaración de Río sobre medio ambiente”, la “Agenda XXI”, la “Convención marco sobre cambio climático”, la “Convención sobre diversidad biológica”, y la “Declaración de principios sobre el manejo, conservación y desarrollo sustentable de todo tipo de bosques”. Participaron además numerosos Jefes de Estado, y organizaciones sociales de todo el mundo. En 2012 la participación –tanto en representación de los estados, como por parte de las organizaciones civiles- fue sensiblemente menor. Menores también los acuerdos alcanzados: en ellos los países en vías de desarrollo consideramos un triunfo apenas no haber retrocedido del principio consagrado en 1992 de “responsabilidades comunes, pero diferenciadas”, señalando el rol principal que les cabe a los países desarrollados como los principales afectantes y beneficiarios del estado actual del planeta; así como también haber frenado -al menos por ahora- los avances del norte desarrollado en materia de “economía verde” (una forma de externalizar la crisis económica y socializar los costos con los más pobres del sur), y de “gobernanza ambiental” (o el empoderamiento en la toma de decisiones de los organismos multilaterales que los países desarrollados controlan). Así las cosas, evidencian una vez más la profundidad de la crisis y degradación, que no es solo ambiental, sino también económica, social y política. La resistencia a construir colectivamente cambios profundos –tanto en “Río+20”, como en Naciones Unidas, en el G20, o en cualquier foro multilateral que sirva de ejemplo- expresan la magnitud de la crisis, que no es ya una mera crisis económica, sino una crisis de ideas, de paradigmas, donde lo viejo se resiste a morir, mientras la nuevo aún no acaba de nacer. En este sentido, 2012 también significó un nuevo aniversario. Tal vez desapercibido, pero no menos trascendente e importante para los latinoamericanos y para los argentinos especialmente. En febrero de aquel año se cumplieron 40 años del “Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo” de Juan Perón desde Madrid. Aquel documento de vigencia aún hoy, constituye sin dudas un hito fundante de la perspectiva propia, latinoamericana, en la mirada de los procesos y conflictos socio-ambientales. En él, Perón aporta una serie de visiones y definiciones con sentido estratégico para la política ambiental (donde lo ambiental adjetiva la política), desde su tiempo y pensadas desde su territorio – desde el “Sur del Sur”- hacia el mundo. Perón escribía sobre el rol de los recursos naturales en el mundo global contemporáneo, y decía que “No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados funcionen mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. (…) De nada vale que evitemos el éxodo de nuestros recursos naturales si seguimos aferrados a métodos de desarrollo, preconizados por esos mismos monopolios, que significan la negación de un uso racional de aquellos recursos.” Insistía en la necesidad del abordaje regional y el camino de la integración: “En defensa de sus intereses, los países deben propender a las integraciones regionales y a la acción solidaria (…) El derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos”. Para culminar haciendo eje en el modelo de desarrollo: “La modificación de las estructuras sociales y productivas en el mundo implica que el lucro y el despilfarro no pueden seguir siendo el motor básico de sociedad alguna. y que la justicia social debe exigirse en la base de todo sistema, no solo para el beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos y bienes necesarios; consecuentemente, las prioridades de producción de bienes y servicios deben ser alteradas en mayor o menor grado según el país de que se trate. En otras palabras: necesitamos nuevos modelos de producción, consumo, organización y desarrollo tecnológico que, al mismo tiempo que den prioridad a la satisfacción de las necesidades esenciales del ser humano, racionar el consumo de recursos naturales y disminuyan al mínimo posible la contaminación ambiental.” Resulta evidente el contraste, la diferencia de visiones y de concepciones entre el documento de Perón en 1972, y aquel emanado de la conferencia de las Naciones Unidas en Río hace un año. Sorprende la vigencia de aquel planteo de principios de los 70, aún 40 años después. Tiempo atrás, reflexionábamos entorno a los “Desafíos de sintonía fina”. Sosteníamos que a pesar de los avances y logros en estos años de 2003 a la fecha, la dimensión ambiental del proyecto nacional, sigue sin desplegarse en una magnitud equivalente a otras aristas del proyecto, y sin la densidad necesaria en la etapa que transitamos. Destacábamos que “Todos los procesos populares a lo largo de la historia han estado atravesados por contradicciones de diversa índole, y el hincado por nuestro país en 2.003, en buena hora, no es la excepción. No debe amedrentarnos el conflicto ni angustiarnos la contradicción. No todas estas se transforman en antagonismos irreductibles que exigen definiciones taxativas, en “blanco o negro”. La sintonía fina de la cual habla la Presidenta, pretende una actitud distinta. Cuando el antagonismo aparece y la coyuntura se tensa (tal como en el 2.008), reclama una definición en algún sentido de la dualidad (coloquialmente, el gobierno o el llamado “campo”, siguiendo el recurrido ejemplo del 2.008), no obstante esto suele darse excepcionalmente (…) Como lección aprendida del 2.008 debemos empoderar a las comunidades y sus organizaciones, politizando el debate (sin partidizarlo ni convertirlo en un “BocaRiver”), ganando la calle y disputando en el territorio. Debemos insistir en el costado fundamentalmente político del debate ambiental, entendiendo que éste se manifiesta a partir de forma en la cual una sociedad concibe su relación con la naturaleza que la sustenta, y la manera en la cual aquella produce, consume, distribuye y desecha los bienes y servicios que pretende. Todo este entramado esta mediado y decido por la política. Sería iluso pretender que cualquier proceso político y social democrático pudiera cambiar de la noche a la mañana, realidades tan profundas como aquellas vinculadas con el ambiente y nuestros recursos; arraigadas en nuestro acervo cultural y en algunos casos amañadas de una institucionalidad reflejo de otros tiempos. Como bien enseña nuestra historia reciente (el conflicto en derredor de la Resolución 125 a partir del año 2.008 por ejemplo), los procesos de cambio y transformación necesitan como condición modificar la correlación de fuerzas que sostiene el esquema a cambiar. Acumular políticamente en el sentido del cambio a impulsar. Esto genera resistencia de los poderes fácticos beneficiados de la situación actual, pero también de un conjunto más amplio y heterogéneo de nuestra población, el cual a veces no se moviliza por un interés material directo, pero se ve influenciado por otro que si. Nuevamente la alusión al conflicto con parte del sector agropecuario vuelve a ser la referencia. En este punto, vuelve adquirir preponderancia, el que sea tal vez el aspecto más destacado del proceso de cambo iniciado en 2003: la centralidad que ocupa el Estado. Así como en el resto de la vida social, política y económica, el Estado es el principal ordenador, regulador, controlador y promotor. En materia ambiental debe recuperar cada uno de esos roles, como garante principal del bien común. Recuperar una memoria histórica que rescate lo mejor de los procesos nacionales y populares, tal como han sido aquí reseñados, desde el yrigoyenismo, al peronismo y al propio kirchnerismo. La configuración del nuevo modelo en debate, generara sin duda nuevos tipos de relaciones sociales (de producción, distribución, consumo y desechos, pero también políticas, sociales, culturales y demás) y de relaciones sociedad – naturaleza. Sin duda debemos encontrar nuevas respuestas a los interrogantes acerca de que producimos, quienes lo hacen, donde, cuando y de que modo (…) La anunciada sintonía fina, tiene su reverso en el trazo grueso de las transformaciones pendientes que permitan desandar la trama neoliberal y tejer definitivamente una nueva sociedad, un nuevo país y una nueva región.” Este 5 de junio, Día Mundial del Ambiente, nos ofrece una nueva oportunidad de reflexionar, no solo a partir de lo antedicho, sino también del porvenir. Las palabras de la Presidenta durante la conmemoración de la Revolución de Mayo, el pasado 25 en la Plaza ofrecen una pista para ello. La apelación a la organización popular, en defensa de lo obtenido y como clave para profundizar y trascender la etapa señala un “norte” que nos interpela aún en clave ambiental. La pregunta latente resuena sobre lo hecho y lo pendiente en la construcción de una política ambiental de cuño popular que exprese los cambios, las transformaciones y las tensiones de la Argentina reciente. En definitiva, debemos redoblar los esfuerzos en pos del sustantivo. USINA DE RECURSOS NATURALES