Síntesis de Moral Fundamental Actualmente es difícil abordar el concepto de moral. A menudo para nuestra sociedad afrontar este tema suena simplemente como un conjunto de normas más o menos externas que es necesario cumplir, como las leyes civiles por ejemplo. Muchas veces en esta confusión se manifiesta, nuestra dificultad de integrar la fe y la vida. Nos cuesta vincular la moral al conjunto de nuestro ser cristiano y a nuestra experiencia de Dios, y, por eso, tendemos a juzgar y valorar las normas morales en sí mismas, sin buscar sus raíces profundas. Durante el curso me di cuenta que la moral cristiana es la concretización cotidiana de nuestra experiencia de fe. Es decir, la forma de manifestar en lo que hacemos o dejamos de hacer, nuestra experiencia de Jesús, como nuestro salvador. Por eso me atrevo ahora a decir que en nuestro comportamiento moral nos jugamos la coherencia fe-vida. Podemos entonces decir que “la moral es la ciencia de lo que el hombre debe ser en función de lo que ya es”. Por eso es importante asumir la moral desde esa perspectiva. Profundizando en sus fundamentos, siendo conscientes de que creemos en un Dios que tiene una propuesta de vida y de plenitud para todo ser humano y que lo ha hecho libre y misericordiosamente. Por esa razón, toda la vida del ser humano tiene una dimensión moral forzosa, que tiene que ver con lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Dios tiene un proyecto para el hombre que se revela plenamente en la persona de Jesús. Jesús indiscutiblemente es el proyecto de Dios para el hombre y para la humanidad. En su vida, en su palabra, en sus actitudes, en su historia y su entrega encontramos la realización plena del proyecto de Dios para cada uno de nosotros. Dios nos propone que seamos como Jesús, porque Él es la realización plena de la persona. Así pues, nuestra conciencia y nuestra concepción de la moral parte de la certeza de que Dios tiene un proyecto que se nos ha manifestado en Jesús y cuyo deposito en la vida de cada uno de nosotros hemos de descubrir y discernir en nuestra vida cotidiana. Una propuesta y un proyecto en el que toda persona están llamados a participar, para el bien de nuestra persona y de quienes nos rodean. Es sin duda el bien de la persona un criterio de la moral cristiana; que no debe sonar ni como algo absolutamente nuevo ni como algo raro. El bien de la persona humana es el que determina lo que debe hacerse u omitirse. Es bueno y debe, por tanto, llevarse a cabo lo que responde y sirve al bien personal del hombre, lo que le promueve como hombre, lo que desarrolla su ser humano y le permite ser más y mejor hombre. Por tanto, todo debe valorarse desde el punto de vista de si y hasta qué punto permite crecer al hombre o cuando menos lo preserva de atrofias. Es triste ver en una sociedad indiferente en la que estamos viviendo como el bien de la persona es algo en lo que no nos detenemos a pensar, difícilmente nos preguntamos si lo que voy hacer trae beneficios para las personas que nos rodean o incluso para nosotros mismo, una de las razones que alcanzo a percibir en nuestra gente, incluso me atrevo a decir en mi persona es el olvido del llamado a la santidad, pocos pensamos en la trascendencia de nuestra vida, vivimos únicamente al día, creyendo que lo que aquí vivimos aquí se queda e incluso hemos llegado a pensar que lo que aquí se hace aquí se paga. Pero nosotros como cristianos no podemos pasar de largo que estamos llamados a ser santos y que esto exige en nosotros como bautizados una opción fundamental. Esta opción fundamental la podemos definir como “la elección de una actitud humana que, implicando al individuo en una alternativa que afecta al centro de su ser, le compromete existencialmente y le confiere una orientación básica de la vida”. Es por tanto, la opción de quien acoge con determinación la voluntad de Dios en su vida y la vive fielmente en la totalidad, o casi, de sus opciones categoriales. La opción fundamental puede ser positiva como negativa, según que el sentido que se dé a la vida contribuya o no a la realización de la persona y esté o no de acuerdo con las exigencias de su dignidad. Teológicamente la opción fundamental consiste en la decisión responsable de vivir en Dios o contra Dios. Por tanto, la opción fundamental no existe sin los actos morales concretos. La actitud moral comprende todo el mundo cognoscitivo y el volitivo, el ámbito de los sentimientos humanos y el campo operativo de la persona. Se puede decir que la ética tradicional ya estudiaba de algún modo las actitudes morales, sobre todo al dedicar su atención a los hábitos y a las virtudes cardinales desde la Ética. Pero, en la práctica, la moral tradicional concedía una enorme importancia a los actos, al menos en cuanto a espacio de tratamiento y de atención. Las fuentes de la moralidad son los diferentes elementos de la acción humana, que han de medirse por la norma ética y que determinan la moralidad de la acción. Santo Tomás de Aquino las redujo a tres: el objeto de la acción misma, el fin que con ella se persigue y las circunstancias que la sitúan en un lugar y en un momento concreto. Una acción humana será buena cuando los tres elementos lo sean. Y será mala cuando al menos uno de ellos choque contra los valores éticos que reflejan las normas de la moralidad. a) El objeto del acto moral es la primera y fundamental fuente de moralidad. Si el objeto es malo, el acto será siempre malo, aunque las circunstancias y el fin sean buenos; “nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien”; el fin, junto con el objeto, determina la sustancia del acto moral. El fin es la intención subjetiva que pretende el agente con la acción. b) El fin del acto moral es el objeto al que el agente ordena sus actos, es decir lo que se propone conseguir. Este fin, junto con el objeto, determina la sustancia del acto moral. El fin es la intención subjetiva que pretende el agente con la acción. c) Las circunstancias del acto moral son aquellos aspectos accidentales del objeto o de la intención del agente, que afectan de algún modo a la bondad de la acción, pero sin cambiar su sustancia. Por ejemplo, el cariño con que se da una limosna. Si el acto es bueno o malo por su objeto y fin, las circunstancias acrecientan o disminuyen accidentalmente su bondad o maldad. En el hombre hay dos series de operaciones, de acuerdo a la manera como han sido realizadas: Las “acciones humanas”, que tienen su raíz en el centro mismo de la persona que recibe el valor moral, lo percibe en forma lúcida y decide libremente en consecuencia; y, Las “acciones del hombre”, más biológicas o instintivas, sustraídas a la responsabilidad personal ya que se realizan sin la advertencia y sin la necesaria libertad y por tanto no son objeto directo de la reflexión moral. La “acción humana” incluye elementos esenciales para serlo: a) En primer lugar el conocimiento, tanto de la acción en sí misma como de su realización con los valores morales que están en juego. Ese conocimiento o advertencia, puede estar presente en varios grados de intensidad. No basta cualquier conocimiento para que haya un acto humano, pero puede decirse que, en general, es necesario y suficiente con que el sujeto tenga advertencia del acto que va a realizar y de su conveniencia o inconveniencia: así el sujeto puede ser dueño de ese acto. b) En segundo lugar, la voluntad. El acto voluntario puede dirigirse a una realidad o a una acción querida en sí misma (voluntario directo) o bien a una realidad en cuanto vincula a un valor pretendido y buscado (voluntario in causa o indirecto). c) En tercer lugar, la libertad. Para que haya un acto verdaderamente humano se requiere prestar atención a la decisión libre y la misma realización no coaccionada de la acción propuesta. Los actos humanos se califican como buenos o malos en razón de su referencia al fin último, que es, como se ha dicho, la felicidad. El sujeto moral es todo el hombre: concurre el hombre integral y se expresa el hombre total. Un comportamiento tendrá mayor o menor densidad moral en la medida en que sea expresión de la persona en su totalidad. Ante todo no podemos dejar a lado hablar de la libertad y la responsabilidad que conllevan los actos humanos. El proyecto de Dios para la persona incluye la libertad pues Dios lo creó a su imagen y semejanza, como sujeto capaz de elección, como ser libre y capaz de autonomía. Sin libertad, no tendríamos la posibilidad de “ser malos” pero tampoco la posibilidad de “ser buenos”. La persona se ve enfrentada diariamente a la necesidad de tomar decisiones y aunque las opciones seas pocas, estas siempre existen. La libertad radica en esta capacidad inherente al ser humano, que también cosiste en no decidir, lo que derivará en consecuencias distintas. La otra cara de la libertad es la responsabilidad. Si la persona es libre de elegir, también es responsable de lo que elige, de lo que hace con su vida y con todos los bienes que le fueron confiados. Dios confía en la persona: le entrega el mundo y lo deja en sus manos. Pero también le ofrece la guía y la orientación que necesita para que lo logre. La libertad hace a la persona un sujeto responsable, que debe responder de sus opciones. Esta libertad y responsabilidad lo hace un sujeto moral que puede elegir hacia la vida o hacia la muerte. La persona es responsable de su propia vida y también de la de los demás. Dios no nos ha puesto en el mundo solos, sino en relación, y su proyecto se orienta hacia la construcción de un mundo de fraternidad, a imagen del mismo Dios que es relación y comunidad de amor. El proyecto de Dios se realiza en las relaciones entre los seres humanos, y de éstos con la creación. La acogida o rechazo de este proyecto nos lleva a ejercer nuestra responsabilidad con los demás. Las consecuencias que tiene nuestros actos, y cómo estos se orientan a la construcción de un mundo de hijos y hermanos, es la referencia fundamental para discernir cómo estamos ejerciendo nuestra libertad y nuestra responsabilidad. La moral cristina nunca puede ser una moral individualista. Ante la afirmación de que la moral cristiana nunca puede ser una moral individualista, descubrimos entonces que todo acto nuestro es sin duda en referencia a los demás, a Dios y por supuesto a nosotros mismos, y no podemos dejar a un lado la norma moral y los juicios morales buscando el punto medio y correcto de nuestro obrar diario. Se entiende, pues, por norma moral la expresión lógica y obligante del valor moral. La norma moral es: - la expresión del valor moral, es decir, una mediación a través de la cual se formula el valor moral; - la expresión lógica, en cuanto que formula con exactitud el contenido del valor moral; - la expresión lógica y obligante, ya que con ella se pone de manifiesto la exigencia interna del valor moral. La ética cristiana se sirve, como todos los sistemas morales, de la categoría de la norma. Sin embargo conviene señalar un dato específicamente cristiano en relación con este tema. La Norma decisiva de la ética cristiana es Cristo. No hay otra norma para el cristiano que el acontecimiento de Jesús de Nazaret: en él se manifiesta el ideal absoluto y la bondad originaria de Dios. En el NT y en la más genuina tradición teológica existe un tema teológico-moral que relativiza el sentido y la función de la norma moral. Es el tema de la ley interior en cuánto alternativa de la ley exterior. La ley, según Santo Tomás es “la ordenación de la razón dirigida para el bien común y promulgada por quien tiene a su cargo la comunidad”. Brota de la razón e incluye en sí el concepto de norma, pero además remite a la voluntad competente, que manifiesta e impone la norma como obligatoria. Como ordenación racional y como tendencia a un fin, es también expresión de una voluntad libre. La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Señala al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; relega los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es, a la vez, firme en sus preceptos y amable en sus promesas. La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. Es declarada y establecida por la razón como participación en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el domino de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. La ley “divina y natural”, muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. Contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo como igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana. “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y hacer el bien y a evitar el mal… el hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón… la conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16). La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina. La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios. Hay que formar la conciencia y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero y querido por la sabiduría del Creador. Es indispensable para las personas sometidas a influencias negativas y tentados por el pecado. Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas. El hombre se ve a veces enfrentado a situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina. Para esto, le hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus dones. La respuesta moral negativa indiscutiblemente es el pecado pero el objeto de la Teología Moral no es el pecado sino la llamada a la perfección que nos ha sido dirigida por Jesucristo. Pero la Moral no puede desentenderse de los pecados del mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica así define pecado: “El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna”. La realidad del pecado implica una decisión libre, que sea con Dios, contra las mismas personas y contra la misma comunidad humana. El catecismo de la Iglesia Católica expresa en cuanto a la gravedad del pecado: pecado mortal y venial: N° 1854 Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (Jn 5,16-17) se ha impuesto en la Tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres la corroboran. N° 1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofenda y la hiere. N° 1856 El pecado mortal que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la reconciliación. N° 1857 para que un pecado sea mortal se requiere tres condiciones: “Es pecado mortal lo que tiene por objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y pleno consentimiento” (Reconciliatio et penitentia, 17). Cuanta necesidad tenemos de formarnos en cuanto a la moral cristiana, que ayuda sin duda a la formación de nuestra conciencia y que nos impulsara a una vida más estable en relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos, a veces se cree que la moral es solo para los curas, que desean opacar la libertad del ser humano, que equivocada esta nuestra gente, cuanto necesitamos de una sociedad consiente de nuestros actos pero sobre todo de una sociedad donde sea Cristo mismo quien se hace presente en las acciones diarias de cada uno de nosotros. Debemos luchar por una vida mejor que se verá reflejada en la vida eterna, donde debe estar puesta sin duda nuestra mirada todos los días de nuestra vida.