NUEVO PROCESO PENAL ANÁLISIS Análisis de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la prisión preventiva en el caso Ollanta Humala y Nadine Heredia Los autores examinan los principales aportes de la STC recaída en el caso Humala-Heredia en cuanto al control constitucional de la medida de prisión preventiva. Estudian cuestiones como el criterio de la firmeza sobrevenida, la motivación cualificada del auto de prisión preventiva, la necesidad de que el juez valore elementos de cargo y de descargo, la imposibilidad de que el peligro procesal se base en una presunción o en un elemento obtenido ilícitamente, entre otras. I. Introducción MARCO NORMATIVO: • Constitución Política del Estado: arts. 139 incs. 5 y 14, 146 y 159.1. • Código Procesal Penal de 2004: arts. I.3, IV.2, VIII, IX, 189.3, 190, 254.1, 264.7, 268.a), 269, 270 y 271. • Código Procesal Constitucional: arts. III, VI, VII, 1 y 4. PALABRAS CLAVE: Prisión preventiva / Hábeas corpus / Firmeza sobrevenida / Motivación cualificada / Valoración de elementos de convicción / Peligro procesal / Juicios paralelos Fecha de envío: 26/11/2018 Fecha de aprobación: 28/11/2018 * ** Actualmente, en diversos distritos judiciales –sobre todo en los casos denominados emblemáticos– se viene emitiendo una serie de medidas de coerción de carácter personal. En dicho contexto, reiteradamente se suele hacer referencia a la sentencia emitida por el Tribunal Constitucional, recaída en los Exp. N° 04780-2017-PHC/TC y Exp. N° 005022018-PHC/TC (acumulado), caso Ollanta Moisés Humala Tasso y Nadine Heredia Alarcón, bien para resaltar sus bondades –por la defensa– o bien para cuestionarla –por la Fiscalía e incluso por la judicatura. Abogado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Magíster en Ciencias Penales por la misma casa de estudios. Profesor universitario. Abogado del estudio Oré Guardia. Máster en Justicia Criminal por la Universidad Carlos III de Madrid y doctorando en Derecho por la misma casa de estudios. Máster en Argumentación Jurídica en la Universidad de Alicante, España. Abogado por la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Profesor de esta casa de estudios. Miembro del Instituto de Ciencia Procesal Penal. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 169 RESUMEN Arsenio ORÉ GUARDIA* Fredy VALENZUELA YLIZARBE** Por tal motivo, es insoslayable que en el contexto actual –en el que da la impresión de que se hace un uso abusivo o excesivo de la prisión preventiva, como si se tratara de la única medida de coerción que existe– sea conveniente revisar y analizar la mencionada sentencia del Tribunal Constitucional, que ha establecido criterios sumamente importantes sobre la mencionada medida de coerción, sin que ello signifique, como algunos lo han manifestado, que se haya cambiado las reglas de la prisión preventiva. Las críticas que se realizan a la sentencia del Tribunal Constitucional pueden ser resumidas en las siguientes: ▪ No hubo mayoría en dicho pronunciamiento, pues votaron a favor de declarar fundada la demanda cuatro magistrados, mientras que tres votaron para que se declarara infundada. ▪ La sentencia no tiene la calidad de precedente vinculante (artículo VII del Título Preliminar del Código Procesal Constitucional). ▪ La sentencia distorsiona la institución de la prisión preventiva, pues se afirma que exige realizar una suerte de “minijuicio” cuando hace referencia, por ejemplo, a la incorporación de la prueba y cuando exige que el juez se ocupe de todos y cada uno de los argumentos de las partes. ▪ Se ha inmiscuido o ha invadido la competencia de la justicia ordinaria, al ocuparse de la valoración de los elementos de convicción. Sin embargo, tales críticas no pueden desmerecer la sentencia del Tribunal Constitucional, pues no se ataca a los argumentos, sino a otras cuestiones que en nada menguan los criterios establecidos por el mencionado órgano, que únicamente determinó que la prisión preventiva no había sido dictada 170 conforme a las pautas constitucionales vigentes, así como a las reglas de orden legal, las que evidentemente deben armonizarse con aquellas. No se trata de cuántos jueces votaron a favor, sino de que se cumplió con los votos suficientes para que se genere resolución. Además, no importa la cantidad de los miembros, sino las razones, los argumentos que se exponen en la sentencia referida, los que en gran medida no han sido cuestionados por los críticos de esta decisión. Si bien la sentencia no tiene calidad de precedente, sí debe persuadir a los fiscales y jueces al momento de pedir o resolver una prisión preventiva, pues así lo determina el artículo VI del Título Preliminar del Código Procesal Constitucional, según el cual los jueces deben aplicar la ley conforme a la interpretación de esta que resulte de las resoluciones dictadas por el Tribunal Constitucional. En la resolución comentada se hace referencia a la valoración de “pruebas de descargo”, lo que ha determinado que se la cuestione y se afirme que se está empleando términos propios del juzgamiento; sin embargo, tal distinción es una cuestión meramente formal, ya que el concepto de prueba vendría a ser aquella actividad que debe fundamentar en el juez el convencimiento acerca de la verdad o falsedad de una afirmación (Rosenberg, Schwab y Gottwald, 2010, p. 614), lo que se produce no solo en el juzgamiento, sino en las audiencias previas. Más allá de eso, el supuesto “error” en el empleo del término no puede deslegitimar una decisión que únicamente tiene como propósito establecer criterios que permitan emitir una decisión –de encarcelar a una persona inocente– en estricta observancia de los derechos fundamentales. Y es que no podemos incurrir en prácticas pasadas que llevaron a que muchísimos procesos se pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL declaren nulos; precisamente por ello el juez debe emitir siempre decisiones que respeten el debido proceso, pues su vulneración generará que las resoluciones devengan en nulas. Por ello, podemos afirmar que la presente sentencia es una decisión de significativa importancia, pues le otorga el valor real que le corresponde al derecho fundamental a la libertad del ser humano y a su dignidad. Por tal motivo, es relevante que nos ocupemos de analizar los principales aportes que se desprenden de la sentencia mencionada. I. Breve referencia al hábeas corpus contra resoluciones judiciales Las resoluciones –autos y sentencias– emitidas en el proceso penal pueden afectar de manera arbitraria e ilegítima los derechos fundamentales de los justiciables, ya que el error judicial es consustancial a la naturaleza humana de los jueces. Por ejemplo, se puede imponer una medida de coerción a través de una resolución inmotivada y carente de razonabilidad que afecte la libertad del procesado. La existencia de tal posibilidad justamente ha fundamentado la necesidad de que se regulen no solo recursos, sino también otros mecanismos –tutela de derechos y control de plazos– al interior del proceso penal para subsanar o evitar que dicha afectación persista. En virtud de que dichos mecanismos no siempre son suficientes y que, luego de haberlos planteado, aún persiste la afectación ilegítima, el legislador ha regulado que los justiciables puedan acudir a los procesos constitucionales, los que funcionan como medios subsidiarios a los que existen en el proceso ordinario. 1 Comentario relevante de los autores A partir de este pronunciamiento del TC, se allana el camino de los justiciables para que presenten demandas contra resoluciones que no han adquirido firmeza; incluso, sería posible interponer una demanda contra la resolución de primera instancia, otra contra la de la segunda instancia y otra contra la resolución de la Corte Suprema. Lo anterior se justifica en la medida que los procesos constitucionales tienen como finalidad, precisamente, la salvaguarda de los derechos fundamentales, pues así lo establece el artículo 1 del Código Procesal Constitucional: el propósito que persiguen los procesos constitucionales es “(…) proteger los derechos constitucionales, reponiendo las cosas al estado anterior a la violación o amenaza de violación de un derecho constitucional (…)”. Uno de los procesos constitucionales más importantes –porque resguarda la libertad– al que puede acudir el justiciable es el hábeas corpus, el cual, en palabras del Tribunal Constitucional, “se configura como proceso constitucional indispensable para la protección de la libertad individual, así como –y esto también es de relevancia– para la protección de otros derechos fundamentales conexos a aquella (…)”1. Y puede hacerlo no solo cuando se presenten actos arbitrarios cometidos por algún Cfr. Exp. N° 05842-2006-PHC/TC (fundamento jurídico 6), caso Sala de hospitalización de adicciones del Instituto Nacional de Salud Mental. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 171 poder público o por particulares que afecten o vulneren el derecho a la libertad, sino también cuando a través de una resolución judicial se afecta el mencionado derecho de manera arbitraria. Es más, es en este segundo supuesto cuando en mayor medida se plantea o interpone el hábeas corpus, tal como lo afirma Suárez López de Castilla2. Es así que, producto de que existe este mecanismo –que puede ser presentado no solo por el afectado, sino por cualquier ciudadano–, determinados ciudadanos interpusieron un hábeas corpus a favor del señor Ollanta Humala y la señora Nadine Heredia contra el auto de la Sala Penal de Apelaciones Nacional que confirmó la prisión preventiva en contra de los mencionados recurrentes. Estos hábeas corpus –que se acumularon– son los que han originado que el Tribunal Constitucional emitiera la sentencia que ahora es materia de análisis, en la que se declara nula la resolución que impone prisión preventiva a los mencionados recurrentes. II. Cuestión previa: sobre la firmeza sobrevenida Es indiscutible que la demanda de hábeas corpus y el recurso de agravio fueron presentados antes de que la resolución adquiriera firmeza, ya que se interpuso recurso de casación excepcional contra la resolución de la sala y aún no se había pronunciado la Corte Suprema sobre el mencionado recurso. Ante esta situación, el Tribunal manifestó que tenía dos alternativas objetivas respecto de la procedibilidad de la demanda: de un lado, “rechazar la demanda dado que al tiempo de 2 3 4 5 interponerse e incluso cuando se expidieron las resoluciones que la desestimaron en las instancias precedentes, incurría en una causal de improcedencia”; o, de otro, “ingresar a valorar el fondo de la cuestión planteada dado que dicha causal ha desaparecido de modo sobrevenido”3. El Tribunal se decanta por admitir la demanda en virtud de que la resolución judicial cuestionada había adquirido firmeza sobrevenida, decisión que fundamenta en el principio pro actione y el artículo III del Título Preliminar del Código, el cual prescribe que si existe una duda razonable sobre si el proceso ordinario debe declararse concluido, deberá optarse por su continuación4. En definitiva, afirma que se debe emitir un pronunciamiento sobre el fondo “privilegiando la tutela del derecho fundamental sobre las formas procesales”. Ahora bien, el Tribunal aclara que: [El caso del] cumplimiento sobreviniente de la firmeza de las resoluciones impugnadas, no constituye una excepción a la regla de firmeza, sino una interpretación complementaria a dicha regla en aplicación de los principios pro actione y pro homine, pues no cabe duda [de] que la intervención de la jurisdicción constitucional en la revisión de resoluciones judiciales es de carácter subsidiaria y que solo se activa si existe una resolución judicial firme5. Por este motivo, considera el Tribunal Constitucional que la alternativa de rechazar la demanda en contra de una resolución porque esta no se encontraba firme al momento de su interposición es una respuesta constitucional Cfr. STC Exp. Nº 05842-2006-PHC/TC, fundamento jurídico 6 Cfr. STC Exp. No 00502-2018-PHC/TC, fundamento jurídico 19. Cfr. STC Exp. Nº 00502-2018-PHC/TC, fundamento jurídico 20. Cfr. STC Exp. No 00502-2018-PHC/TC, fundamento jurídico 21. 172 pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL y legalmente válida en términos procesales, siempre que aún no se haya resuelto el medio impugnatorio interpuesto; sin embargo, precisa el Tribunal Constitucional que si la condición de la resolución pasa de pendiente a definitiva (adquiere firmeza) durante el trámite del proceso constitucional, tal opción –declarar improcedente la demanda–: (…) deja de responder a un criterio constitucional y pasa a ser solo una respuesta legal que no observa los fines esenciales de los procesos constitucionales y privilegia las formas procesales por encima de la tutela procesal que merece el derecho a la libertad individual y sus derechos conexos invocados, lo cual a todas luces evidenciaría una respuesta contraria al principio de informalidad procesal cuya máxima expresión se desarrolla a través del hábeas corpus6. Es necesario precisar que existe un voto singular que, si bien está de acuerdo con el pronunciamiento, no comparte el argumento empleado por el Tribunal para admitir la demanda. Es el caso del magistrado Ramos Núñez, quien afirma lo siguiente: [L]a demanda debió ser declarada procedente no por virtud de la denominada “firmeza sobrevenida”, sino por aplicación estricta del principio de interpretación pro personae, ya que, al menos en este caso, existe una duda razonable sobre la idoneidad del recurso de casación para cautelar los derechos vulnerados. Por ello, estimo que, frente a la duda de si era posible (o no) exigirles a los recurrentes la interposición del recurso de casación, lo más favorable era optar por emitir un pronunciamiento de fondo en los procesos de hábeas corpus, como efectivamente se ha hecho. 6 Este magistrado afirma, en estricto, que lo que corresponde es poner en cuestión la idoneidad del recurso de casación para proteger, resguardar o reparar derechos afectados. De ello se puede colegir, válidamente, que este magistrado está planteando que se prescinda del mencionado medio impugnatorio y que, en virtud del principio pro personae, se pueda acudir, luego de la resolución de segundo grado, directamente al proceso constitucional. 1. Nuestra posición Conviene mencionar, de entrada, que la llamada “firmeza sobrevenida” no había sido empleada por el Tribunal Constitucional en ningún caso. Tampoco hay referencia a esta en la doctrina procesal constitucional peruana. Ello significa que estamos –seguramente en atención a su denominada “autonomía” procesal– ante la creación de una nueva institución por parte del mencionado órgano, aunque afirme que solo se trate de una interpretación complementaria. A continuación, nos ocuparemos de analizar y cuestionar cada uno de los argumentos empleados por el Tribunal Constitucional, pues a nuestro juicio no se trata únicamente de una interpretación complementaria, sino prácticamente de crear una nueva regla que ya no exige la firmeza de la resolución para la interposición de la demanda. Respecto al argumento referido al artículo III del Título Preliminar del Código Procesal Constitucional, según el cual –en caso de dudas– se debe entender que el proceso ha concluido, consideramos que, en realidad, en este punto no se presenta duda alguna sobre si la resolución estaba firme o no al momento de presentación de la demanda; queda claro Cfr. STC Exp. Nº 00502-2018-PHC/TC, fundamento jurídico 23. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 173 Comentario relevante de los autores Si bien la carga de la prueba recae en la Fiscalía, nada obsta para que el procesado pueda ejercer una defensa activa y ofrezca elementos de convicción que busquen desvirtuar los ofrecidos por aquella. Si esto ocurre, en la audiencia deben discutirse tanto los elementos de convicción de cargo como los de descargo. que no lo estaba y el artículo 4 del Código es claro al exigir firmeza para la presentación de la demanda, no para el pronunciamiento sobre el fondo. En consecuencia, este argumento empleado por el Tribunal Constitucional peruano no es de recibo. Con respecto al argumento del principio pro actione en relación con el de tutela judicial efectiva, consideramos que, si bien son criterios importantes a tener en cuenta, no son determinantes al extremo de derrotar una regla, tanto más si a la persona no se le está impidiendo el acceso a un tribunal, sino que se le exige que lo haga cumpliendo con todos los requisitos que la ley exige. Desde esta perspectiva, si se entiende que el cumplimiento de los requisitos afecta la tutela judicial efectiva, entonces quizá lo conveniente sea evaluar que se prescindan de ellos y nos centremos solo en la protección de los derechos, a pesar de que una alternativa como esta pueda generar una excesiva carga, y la defensa de los derechos, en contraposición a lo que se pretende, no sea efectiva. Bajo la lógica del Tribunal Constitucional, solo se puede declarar improcedente la demanda cuando, al momento de resolver, la resolución aún no haya alcanzado firmeza. 174 En caso contrario, si la resolución alcanza firmeza durante la tramitación del proceso, entonces se tiene que resolver sobre el fondo de la controversia. ¿Lo manifestado exige, entonces, que los afectados con una resolución esperen la firmeza para recurrir al proceso constitucional? No, todo lo contrario, pues a partir del pronunciamiento emitido por el Tribunal las demandas de hábeas corpus pueden presentarse contra una resolución a pesar de que esta no sea firme, a sabiendas de que, en tanto no alcance firmeza, será declarada improcedente. Si esto es así, ¿por qué se presentarían las demandas? La explicación es sencilla, limitada a cuestiones estratégicas de la defensa y, en gran medida, a ganar tiempo. Porque el objetivo, teniendo en cuenta que el proceso constitucional tiene una duración un tanto prolongada, es que se llegue más pronto ante el Tribunal Constitucional, de manera que se interpone la demanda sabiendo que en la primera o en la segunda instancia será rechazada por carecer de firmeza la resolución, pero que muy probablemente estará firme cuando el caso llegue al Tribunal Constitucional. En buena cuenta, por cuestiones estratégicas, se puede presentar, de un lado, los recursos en el proceso ordinario y, de otro, la demanda de hábeas corpus. En el caso de este proceso constitucional ya se sabe cuál será el resultado: improcedente mientras la resolución no sea firme, pero se habrá avanzado bastante con el propósito de llegar al Tribunal Constitucional. Por ejemplo, en el caso del expresidente Ollanta Humala, si no se hubiera interpuesto la demanda de hábeas corpus antes de que la resolución fuera firme, el Tribunal Constitucional hubiera conocido del caso muchos meses después de lo que lo hizo, pues prácticamente en este se omitieron las dos primeras instancias. ¿Y cuál es el problema? Pues que las dos primeras instancias no han tenido importancia pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL alguna, en tanto que, en lugar de analizar la trascendencia constitucional de la demanda, se han limitado a verificar que la resolución carecía de firmeza y, en consecuencia, la han declarado improcedente. De modo que han sido, en rigor, etapas o fases meramente ritualistas. ¿Qué importancia tienen sus decisiones al declarar improcedente la demanda? Ninguna, dado que si la resolución adquiere firmeza antes que el Tribunal emita pronunciamiento, entonces este órgano, a diferencia de las otras instancias, admitirá la demanda y resolverá la controversia. Ello determina, en buena cuenta, que solo hubo una instancia en este caso, la del Tribunal Constitucional. Las otras instancias –juzgado y sala superior– han sido solamente cuestiones procedimentales sin importancia alguna, pues no analizaron si había afectación o no del derecho alegado. Ahora, ¿qué pasa si la resolución no está firme incluso cuando el Tribunal Constitucional tenga que pronunciarse? Es evidente que este órgano también estará obligado a declarar improcedente la demanda. ¿Y eso no persuadiría al afectado por la resolución para que no presente la demanda de hábeas corpus? Nada de ello, pues nada obsta para que la persona vuelva a presentar otra demanda ya no contra la resolución primigenia, sino contra la nueva resolución que resolvió los recursos en el proceso ordinario y que, por tanto, ya adquirió firmeza. Visto así, queda claramente establecido que, a partir de este pronunciamiento del Tribunal Constitucional, se allana el camino de los justiciables para que presenten demandas en contra de las resoluciones que no han adquirido firmeza; incluso sería posible interponer, en primer lugar, una demanda contra la resolución de primera instancia, en segundo lugar, contra la resolución de la segunda instancia y, finalmente, contra la resolución de la Corte Suprema. Y es que, repetimos, todo dependerá de la estrategia que puedan adoptar las partes que se consideran afectadas mediante una resolución. Se entendía antes de este pronunciamiento del Tribunal que si se interponía la demanda en contra de una resolución que no fuera firme, la respuesta que obtendría el demandante –con independencia de que sobre la marcha la resolución haya adquirido firmeza– sería su improcedencia. Una respuesta en este sentido, naturalmente, funcionaba como un impedimento para las partes, por lo que se veían forzadas –salvo en las excepciones– a esperar que la resolución adquiera firmeza para recién acudir al proceso constitucional. Lo manifestado, desde luego, no significa que en todos los casos se deba esperar la firmeza de la resolución para acudir al proceso constitucional, ya que es posible que se aplique excepciones. Incluso el propio Tribunal ha manifestado una serie de excepciones en la que, para la efectiva protección de los derechos fundamentales, no es exigible cumplir con el requisito de la firmeza. Ahora, ¿qué hubiera pasado si la Corte Suprema no declaraba improcedente el recurso, se pronunciaba sobre el fondo y confirmaba la resolución de prisión preventiva? ¿La sentencia del Tribunal Constitucional que resuelve el hábeas corpus también debía pronunciarse sobre esta resolución que no fue cuestionada por la demanda? ¿Podría ser declarada nula si es que no fue cuestionada por el afectado? ¿O se tendría que presentar una nueva demanda contra esta nueva resolución de la suprema? ¿Cuál de las resoluciones adquiere firmeza sobrevenida, la de la Corte Superior o la de la Corte Suprema? Estas son, pues, preguntas que no son atendidas por parte del Tribunal Constitucional, y cuya respuesta, a nuestro juicio, no hace más que originar una serie de problemas. Entonces, lo que correspondía era exceptuar el agotamiento del recurso de casación GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 175 excepcional no solo porque su admisión está sometida a presupuestos sumamente exhaustivos –y en definitiva será la Corte Suprema quien valorará si le resulta de interés casacional o no–, sino porque era previsible que en el presente caso la Corte Suprema no admitiría el recurso, y de haberlo hecho no revocaría la prisión preventiva. Este órgano tenía una serie de pronunciamientos en los que rechazó la casación excepcional bajo el argumento de que, a su juicio, como en efecto ocurrió en este caso, los temas planteados no resultaban de interés casacional porque no iban a permitir el desarrollo de la doctrina jurisprudencial. En efecto, partiendo de la idea de que el recurso de casación excepcional es admitido en un porcentaje muy bajo, y tratándose de la tutela del derecho fundamental a la libertad, en la medida que se impuso una prisión preventiva, resultaba razonable que el Tribunal Constitucional estableciera que, sin interponer este recurso, el afectado podía acudir directamente al proceso constitucional. Es decir, que luego de emitida la resolución de segundo grado es posible cuestionarla, sin interponer previamente el recurso de casación excepcional, a través del proceso constitucional de hábeas corpus7. Esta posición en cierta medida se asemeja a la del magistrado Ramos Núñez. Sí debería interponerse el recurso, conviene la aclaración, cuando proceda el recurso de casación ordinario (artículo 427.1 del CPP de 2004). Es importante que se precise que el afectado con la resolución de segundo grado –auto de prisión preventiva, por ejemplo– tendría las dos vías habilitadas: recurso de casación excepcional o hábeas corpus contra la mencionada resolución, pero bajo ningún 7 motivo, por cuestiones de economía procesal y porque genera un completo desorden que, en definitiva, afecta la certeza jurídica, la predictibilidad, podría acudir a las dos vías al mismo tiempo. Si ocurriera esto, en la vía constitucional –así la resolución haya alcanzado firmeza sobrevenida– debe declararse improcedente la demanda interpuesta contra la resolución de segundo grado. El afectado tendrá así a salvo su derecho de interponer la demanda de hábeas corpus contra la resolución cuando esta adquiera firmeza. III. Motivación cualificada para dictar prisión preventiva Nuestra Constitución, en su artículo 139.5, prescribe, como una garantía de la administración de justicia, “la motivación escrita de las resoluciones judiciales en todas las instancias, excepto los decretos de mero trámite, con mención expresa de la ley aplicable y de los fundamentos de hecho en que se sustentan”. Entonces, la motivación de las resoluciones es insoslayable porque así lo determina la Constitución. Coherente con lo establecido en la Constitución, el CPP de 2004, en su artículo 254.1, prescribe que “las medidas que el juez de la investigación preparatoria imponga en esos casos requieren resolución judicial especialmente motivada, previa solicitud del sujeto procesal legitimado”. Es decir, todas las medidas de coerción deben contar con una motivación cualificada o especial motivación. Del mismo modo, se exige que el auto a través del cual se impone la prisión preventiva no solo sea motivado, sino que se trate de una motivación especial (artículo 271.3 del El propio Tribunal en un caso, aunque no era un hábeas corpus, sino un amparo, manifestó que podía acudirse al proceso constitucional sin necesidad de agotar el recurso de casación excepcional, pues no existía seguridad, por ser sumamente discrecional, de que sería admitido. Véase STC Exp. N° 04298-2012-PA/TC, fundamento jurídico 3. 176 pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL CPP de 2004). Concretamente, prescribe que “el auto de prisión preventiva será especialmente motivado, con expresión sucinta de la imputación, de los fundamentos de hecho y de derecho que lo sustente, y la invocación de las citas legales correspondientes”. A partir de estas disposiciones queda claro que todas las resoluciones –pero, sobre todo, las que restringen o limitan derechos fundamentales sensibles como la libertad– deben ser motivadas de manera suficiente, pues el principio de interdicción a la arbitrariedad así lo exige. En el caso de las medidas de coerción personal, la exigencia de motivación es mayor, de modo tal que tiene que ser clara y precisa, y debe ocuparse tanto de los argumentos expuestos por el órgano requirente como por la defensa del procesado. El Tribunal Constitucional, en la sentencia bajo comentario, como ya en diversas resoluciones lo había puesto de manifiesto, ha enfatizado que la exigencia de la motivación, tanto en la adopción como en el mantenimiento de la prisión preventiva, debe ser más estricta, ya que solo de esa manera “es posible despejar la ausencia de arbitrariedad en la decisión judicial, a la vez que permite evaluar si el juez penal ha obrado de conformidad con la naturaleza excepcional, subsidiaria y proporcional de la mencionada medida”8. Lo anterior significa que el auto de prisión preventiva exige una motivación especial “que demuestre de modo razonado y suficiente que ella no solo es legal, sino 8 9 10 proporcionada y, por consiguiente, estrictamente necesaria para la consecución de fines que resultan medulares para el adecuado desarrollo del proceso”9. En definitiva, el juez debe justificar, brindar razones por las que ha decidido declarar fundado el requerimiento de prisión preventiva. Y se debe ocupar de cada uno de los presupuestos materiales y formales de la prisión preventiva: los graves y fundados elementos de convicción, la prognosis de la pena, el peligro procesal, la proporcionalidad de la medida y, finalmente, el plazo de duración de esta. Naturalmente, para ello el juez no solo debe tener en consideración los argumentos expuestos por la Fiscalía, sino también por la defensa. En concreto, el juez debe justificar de manera suficiente y razonable los motivos que lo han llevado a imponer la prisión preventiva. IV. Valoración de los elementos de cargo y de descargo en el incidente de la prisión preventiva En el escenario de una medida de coerción –como la prisión preventiva– no se practican medios de prueba, pues ello solo ocurre en el juzgamiento10. Ello no significa, sin embargo, que el juez no tenga que atender a los elementos de juicio que permitan sustentar el primer presupuesto: la apariencia delictiva. Es por tal motivo que, en el escenario de una prisión preventiva, en lugar de hacer referencia a los medios de prueba, se alude a los elementos de convicción. Cfr. STC Exp. Nº 00038-2015-PHC/TC, fundamento jurídico 4; STC Exp. Nº 06099-2014- PHC/TC, fundamento jurídico 4; y STC Exp. Nº 05314-2013-PHC/TC, fundamento jurídico 8. Cfr. STC Exp. Nº 00502-2018-HC/TC, fundamento jurídico 38. Rojas Vargas (2018) afirma que: “[L]os jueces penales, siempre han acudido al argumento de que la vía cautelar no es la adecuada para debatir cuestiones de prueba, pero en cambio, sí aceptan la propuesta por el Ministerio Público, violentando el principio de igualdad procesal y omitiendo su deber de jueces de garantías de someter a debate y valoración judicial todos los argumentos dogmáticos y probatorios aportados por las partes para definir su estado de libertad” (p. 23). GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 177 En esta línea, para la imposición de la prisión preventiva, por su elevado grado de afectación del derecho a la libertad personal, se exige que el fiscal reúna “fundados y graves elementos de convicción” que acrediten el fumus comissi delicti (artículo 268.a del CPP de 2004); presupuesto que está compuesto por un elemento normativo –que el hecho descrito por la Fiscalía constituya delito– y por un elemento probatorio –que haya elementos de convicción que vinculen al imputado con el presunto hecho delictivo–. Lo anterior significa que el fiscal, en virtud de la carga de la prueba, tiene el deber de indicar, tanto en su requerimiento como en la audiencia, los elementos de convicción que le permitirán lograr la vinculación –en grado de sospecha grave– entre el hecho presuntamente delictivo y la persona contra quien está solicitando la prisión preventiva. Si no se logra ello, evidentemente el requerimiento deberá ser declarado infundado. Desde luego, si bien la carga de la prueba recae en la Fiscalía, nada obsta para que el procesado pueda ejercer una defensa activa y ofrezca elementos de convicción que busquen desvirtuar los ofrecidos por aquella. Si esto ocurre, en la audiencia se discutirá tanto los elementos de convicción de cargo como los de descargo, pues no resultaría razonable imponer una medida tan gravosa solo en atención a los elementos de convicción de la parte acusadora. Por cierto, el derecho a la prueba no solo debe restringirse estrictamente al juzgamiento, sino que también, por los graves efectos que conlleva, debe exigirse su cumplimiento en las medidas de coerción. Respecto a este derecho, de manera reiterada el Tribunal Constitucional ha manifestado que: 11 [C]onstituye un derecho básico de los justiciables de producir la prueba relacionada con los hechos que configuran su pretensión o su defensa. Según este derecho, las partes o un tercero legitimado en un proceso o procedimiento, tienen el derecho a producir la prueba necesaria con la finalidad de acreditar los hechos que configuran su pretensión o defensa11. El Código Procesal Penal ha regulado, en su artículo IX del Título Preliminar, de manera acertada, que toda persona tiene derecho a intervenir en la actividad probatoria y a utilizar los medios de prueba pertinentes. Consecuentemente, no debe restringirse el derecho a la prueba –que está en estrecha relación con el derecho de defensa desde los primeros actos de investigación (artículo 139.14 de la Constitución Política)– únicamente al juicio, sino a las audiencias previas y fundamentalmente a las audiencias de medidas de coerción personal. San Martín Castro (2015) afirma que la vertiente objetiva de este derecho implica cuatro consecuencias: i) necesidad de efectuar una lectura amplia y flexible de las normas probatorias; ii) necesidad de realizar una interpretación restrictiva de las normas que limitan el derecho a la prueba; iii) subsanabilidad de los defectos procesales en materia probatoria; y iv) irrenunciabilidad del derecho a la prueba. La vertiente subjetiva, entre otras, implica el derecho a la admisión de la prueba, “por lo que toda prueba que cumpla con los límites intrínsecos –inherentes a la actividad probatoria– y extrínsecos – consustanciales a los requisitos legales de proposición– debe ser admitida sin más (pp. 503-504). Lo manifestado por el mencionado autor es posible extenderlo a las medidas de coerción personal, ya que en ellas se discute Cfr. STC Exp. Nº 6712-2005-HC/TC, fundamento jurídico 15. 178 pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL Comentario relevante de los autores El juez constitucional no debe valorar los elementos de convicción, pero sí debe controlar que los jueces lo realicen en estricta observancia de los derechos fundamentales. Y es que no se puede tolerar que, so pretexto de que es de competencia exclusiva de los jueces ordinarios, se vulneren derechos constitucionales y que no haya control alguno. temas trascendentales, como la libertad, que solo pueden imponerse cuando se hayan valorado tanto los elementos de convicción de cargo como los de descargo. En términos similares se ha pronunciado el Tribunal Constitucional en la sentencia bajo comentario, en la que ha manifestado que no valorar las “pruebas” de descargo resulta patentemente inconstitucional, porque significa que solo se valoren los elementos de convicción de cargo, es decir, solo lo que fundamenta la aplicación de la prisión preventiva, pero no aquellos que podrían evitarla. Ello lesiona, en sentido estricto, el derecho a la prueba. En esta línea, se afirma que “podría llamarse inquisición pura, un enviar a la hoguera de la cárcel a los investigados a fin de que esperen que sus argumentos –que no se descartan que sean idóneos–, a los que se considera tan igual de embrionarios que los del Ministerio Público, sean debatidos en el juicio oral” (Rojas Vargas, 2018, p. 23). En definitiva, debe quedar claramente establecido que “en el espacio del debate sobre la justificación o no del dictado de una prisión preventiva, todos los elementos de juicio, tanto de cargo como de descargo, deben ser valorados en su justa dimensión”. Hacer lo contrario significaría vulnerar el derecho a la prueba, el derecho a contradicción, el derecho de defensa y de la presunción de inocencia, como ha ocurrido en el presente caso. Evidentemente, no resulta razonable que solo se tenga en consideración los elementos de convicción de cargo, pero no los que la defensa presenta. Finalmente, un aspecto importante que pone de manifiesto el Tribunal Constitucional es que si bien la valoración de los elementos de convicción le corresponde exclusivamente a la judicatura ordinaria, no debe desestimarse que su labor es velar porque en dicha valoración no se violen derechos fundamentales. En efecto, el juez constitucional no debe valorar la prueba o elementos de convicción, pero sí debe controlar que los jueces lo realicen en estricta observancia de los derechos fundamentales. Y es que no se puede tolerar que, so pretexto de que es de competencia exclusiva de los jueces ordinarios, se vulneren derechos constitucionales, y que no haya control alguno. En consecuencia, no es cierta la afirmación orientada en el sentido de que el Tribunal Constitución habría invadido la competencia de la justicia ordinaria. Este órgano constitucional únicamente ha cumplido con una de sus funciones: la efectiva tutela de los derechos fundamentales. V. La presunción de peligro procesal no puede fundarse en otra presunción Uno de los presupuestos para la aplicación de la prisión preventiva es que se pueda colegir razonablemente que se tratará de eludir la acción de la acción de la justicia u obstaculizará la averiguación de la verdad. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 179 El problema central de este presupuesto es cómo determinar que una persona intentará fugar o entorpecer la actividad probatoria en el futuro. Ante esta dificultad, muchas veces el juez emplea inferencias que no guardan sintonía con la lógica o recurre a argumentos genéricos o incluso discriminatorios como, por ejemplo, la capacidad económica del procesado. Por ello, el legislador ha establecido criterios que, evaluados conjuntamente, deberían permitir que se colija que el procesado intentará fugar o entorpecer el normal desarrollo del proceso. Tales criterios podemos hallarlos en el artículo 269 –para el peligro de fuga– y el artículo 270 –para el peligro de obstrucción– del Código Procesal Penal de 2004. Estos aspectos, a juicio del Tribunal Constitucional, deben ser controlados con mayor rigurosidad. Precisamente, en el caso que originó la emisión de la sentencia bajo comentario, una de las razones que tuvo en consideración tanto el juez como la sala para dictar la prisión preventiva en contra del señor Ollanta Humala fueron los audios presuntamente relacionados al caso Madre Mía, los que se referían a la probable compra de testigos. Es decir, en el caso Madre Mía el mencionado procesado aparentemente habría comprado testigos para que la resolución le sea favorable. La defensa, por su parte, manifestó que no se podía valorar la transcripción de los audios, pues no habían pasado por el reconocimiento exigido por el CPP (artículos 189.3 y 190). Agregó que ello desconocía lo establecido en el artículo VIII del mencionado cuerpo normativo, el cual exige que los medios de prueba sean valorados solo si se han obtenido e incorporado mediante un procedimiento constitucionalmente legítimo. Ante tal cuestionamiento, el juez y la sala emplearon respuestas distintas para rechazar 180 lo manifestado por la defensa. Así, el primero afirmó que se trataba de conversaciones referidas al caso Madre Mía, en las que participan personas cercanas al procesado e incluso él mismo, quien además se ha hecho mención de los audios públicamente, por lo que da por sentado que se trata de audios referidos al caso mencionado. Aquella, por su parte, sostuvo que no era el momento procesal que la norma regula para excluir la evidencia por ilicitud, de manera que no era atendible lo expuesto por la defensa. A juicio del Tribunal Constitucional, el razonamiento del juzgado resultó violatorio del derecho de defensa y del derecho a la debida incorporación de la prueba, ya que no consideró necesario el reconocimiento de los audios por parte del investigado, pese a que dicha exigencia está expresamente establecida en la ley procesal. De igual forma, el Tribunal sostuvo que el razonamiento de la sala también es inconstitucional, dado que asume que en un incidente cautelar está autorizada la relajación de las exigencias legales para la incorporación debida de la prueba, que niega, además, la posibilidad de que la defensa pueda cuestionarla, y ello afecta el derecho de defensa y del debido proceso. Al respecto, es necesario mencionar que el incumplimiento de reglas procesales al momento de realizar un acto de investigación o valorar un elemento de convicción –que pueden llevar a su ilicitud– debe impedir, más allá de la etapa en la que nos encontremos, que este sea empleado como un elemento por parte de la judicatura para fundar la prisión preventiva. Efectivamente, no resulta tolerable en un Estado constitucional de Derecho que una medida tan gravosa como la prisión preventiva se sustente o tenga como dato para establecer el peligro procesal un elemento de convicción obtenido ilícitamente. pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL Comentario relevante de los autores El incumplimiento de reglas procesales al momento de realizar un acto de investigación o valorar un elemento de convicción –que pueden llevar a su ilicitud– debe impedir, más allá de la etapa en la que nos encontremos, que este sea empleado como un elemento por parte de la judicatura para fundar la prisión preventiva. De otro lado, la sala afirmó que la posible compra de testigos en un proceso anterior podría dar cuenta del despliegue de actividades obstruccionistas en el proceso actual. Entonces, la sala basó su decisión no en un hecho probado, sino en una presunción; es decir, “han basado su sospecha razonable en otra sospecha razonable”. ¿Resulta correcto ello?, pregunta el Tribunal Constitucional. El mencionado órgano respondió la interrogante en el sentido de que: [N]o es de recibo que la presunción del riesgo de perturbación de la actividad probatoria o del riesgo de fuga se base, a su vez, en hechos presuntos y provenientes, además, en este caso, de un proceso pasado. Ello hace que la razonabilidad de la presunción del peligro procesal y su nivel probabilístico carezcan de la fuerza necesaria para justificar una limitación tan grave a la libertad personal. Aclara además que es cierto que “el riesgo de perturbación de la actividad probatoria o de fuga puede ser finalmente una conjetura, pero, tratándose de limitar la libertad personal, resulta constitucionalmente inaceptable que también lo sea el elemento de juicio en que se pretenda sustentar”. En sentido contrario, Vega Aguilar (2016) considera que dicha exigencia es de imposible cumplimiento en el contexto de las medidas cautelares, ya que las exigencias para incorporar los medios de prueba en una medida cautelar deben ser diferentes a las del juicio. Por lo tanto, continúa este autor: [N]o se requiere tener una sentencia final del caso Madre Mía para considerar que hay peligro de comprar testigo ahora. (…) las medidas cautelares se trabajan con elementos de la realidad, no con elementos formales, no hay suerte de cosa juzgada formal, para utilizar la prisión preventiva si solo ya fue sentenciado por compra de testigos, no hay que cometer el error de pensar que estamos frente a una sentencia plena, ante una declaración de verdad absoluta (p. 33). Al respecto, consideramos que no se trata de que haya una sentencia condenatoria, sino lo determinante es que se haya corroborado que efectivamente los audios son legítimos y que está determinado que se compraron testigos, y para ello no necesariamente se requiere la existencia de una sentencia, sino que se realice los actos necesarios y pertinentes para determinar que la compra de testigos ocurrió y que ello le es imputable al procesado. Solo así estaremos ante un dato concreto que evidencie un peligro real y razonable; de lo contrario, se tratará de una mera especulación o conjetura que no puede fundamentar la imposición de una prisión preventiva. En definitiva, lo que el Tribunal Constitucional pone de manifiesto es que una presunción –el peligro de fuga u obstaculización– no puede sustentarse sobre la base de otra presunción –la presunta compra de testigos–, la afectación del derecho a la libertad es tan GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 181 grave que se requiere la existencia de hechos probados para afirmar que existe peligro procesal. Y es que sería distinto si la compra de testigos ya hubiera sido acreditada en el proceso anterior, pues en tal caso estamos ante un hecho probado –que serviría como un dato concreto y preciso– que razonablemente puede hacernos sospechar que también en este proceso se puede incurrir en lo mismo o en cualquier otro acto de entorpecimiento. En suma, debe quedar claramente establecido que para la emisión de un auto de prisión preventiva se requiere de la existencia de datos objetivos y concretos que determinan que, efectivamente, es razonable sostener que el proceso eludirá la acción de la justicia o la entorpecerá. No es de recibo –es inconstitucional en términos del Tribunal Constitucional– que para privar de la libertad de un ciudadano inocente se tenga como base o sustento meras conjeturas. Finalmente, conviene mencionar que los problemas, dentro del contexto de una medida de coerción, no deben ser resueltos solo teniendo en consideración la ley –el Código Procesal Penal de 2004–, sino también y principalmente el marco constitucional y convencional, pues solo de este modo la decisión podrá ser reputada como justa y se justificará la privación de la libertad de un ciudadano, no lo olvidemos, inocente. VI. La alteración o el intento de falsear su puño gráfico Otro aspecto que mereció el pronunciamiento del Tribunal Constitucional fue si la alteración de la grafía de la procesada durante la investigación puede ser considerada como una conducta obstruccionista. Al respecto, el juez sostuvo que sí debe ser considerada como una conducta 182 obstruccionista el intento de falsear su puño gráfico por parte de Nadine Heredia. Ante ello, el Tribunal Constitucional formula la siguiente pregunta: ¿cómo se evita que la persona no mienta o no altere su grafía con la prisión preventiva? El propio órgano responde la interrogante manifestando que “no se aprecia ninguna necesidad apremiante de encarcelar a una persona por no declarar conforme a la verdad, por haber tenido conductas que no se acerquen a ella, o, en el caso concreto, por haber distorsionado su grafía”. Agrega que encarcelar a la persona no es idóneo para conseguir el propósito de que la investigada pueda adecuar su conducta a la verdad, fin que es constitucionalmente legítimo. Y es que si su finalidad es mentir, podrá hacerlo tanto dentro como fuera de la prisión. Por nuestra parte, en términos similares a los del Tribunal, consideramos que imponer la prisión preventiva por esta conducta resulta claramente ilógico, puesto que con esta medida no se impedirá que la persona pueda en el futuro alterar su grafía. Es más, ¿se iba a realizar otra prueba grafológica? Si no era así, entonces claramente resultaba ilógico y arbitrario imponer la prisión preventiva. Efectivamente, se impone prisión preventiva cuando hay peligro de entorpecimiento a fin de que no se frustre la averiguación de la verdad; pero en este caso, si ya se sabía que las agendas le correspondían a la procesada, ¿cuál fue el propósito para que se le imponga prisión preventiva? Distinto hubiera sido si se advertía que la procesada trató de eliminar o desaparecer elementos de convicción –destrozar la agenda u otro documento que guarde relación con la presunta comisión del delito–, pues en tal caso sí habría un peligro de obstrucción. Además, el fiscal tiene otros mecanismos –y no es la prisión preventiva– para determinar la veracidad de la agenda o que esta le corresponde a la procesada. pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL En suma, debemos entender que el procesado ya no es más un objeto del proceso –como lo era en el sistema inquisitivo–, sino es un sujeto de derechos, de tal manera que no puede pretenderse que colabore con el esclarecimiento del hecho delictivo, pues le asiste el derecho a la no autoincriminación. VII. Sobre la supuesta pertenencia a una organización criminal Uno de los criterios que se ha empleado con bastante frecuencia para sostener que existe peligro de fuga, y que ha generado mucha crítica, es el de la pertenencia a la organización criminal, el cual se encuentra prescrito en el artículo 269.5 del Código Procesal Penal de 2004. Este criterio ha sido calificado por el Tribunal Constitucional no como un criterio de orden procesal, sino punitivo, semejante al de la gravedad de la pena o al de la magnitud del daño causado. Luego de tal afirmación, cuestiona la Casación Nº 626-2013-Moquegua, pues en esta se ha establecido que, desde la experiencia criminológica, es un criterio clave para la existencia de un peligro procesal; afirmación que no es compartida por el Tribunal porque considera que está reñida con la Constitución, y existe tanto en la doctrina como en la jurisprudencia una coincidencia en el sentido de que los argumentos relacionados con la supuesta comisión del delito por parte de una persona, con prescindencia de su gravedad, no pueden justificar por sí solos el dictado de una medida de coerción. En concreto, insiste el Tribunal, la privación de la libertad mediante una coerción no puede fundarse o estar justificada en criterios llanamente punitivos, ya que si así fuera no se podría diferenciar entre las razones que fundamentan una condena y una prisión preventiva, lo que originaría que se desvanezca la presunción de inocencia. Lo que sí hace el Tribunal Constitucional es reconocer que la pertenencia a una organización criminal puede ser empleada como un elemento que contribuya a presumir el peligro procesal, pero que por sí sola no es suficiente, por lo que no se le debe otorgar un papel preponderante –como ocurre muchas veces– para establecer la existencia del peligro de fuga. Entonces, no es cierto, pues, la crítica que afirma que el Tribunal ha distorsionado o ha cambiado las reglas de la prisión preventiva. Ahora bien, una cuestión que no ha mencionado el Tribunal, pero es sumamente importante desarrollar, es el argumento de la sala superior, que afirma, en el caso concreto, que al existir una organización de carácter transnacional se incrementa el peligro procesal, dado que los procesados podrían eludir la acción de la justicia valiéndose de sus contactos dentro de la organización criminal. Tal afirmación es, a nuestro juicio, carente de razonabilidad y desconoce la realidad, pues no afirma a qué contactos se refiere: ¿se debería entender que a los contactos de la supuesta organización criminal a la que los procesados pertenecerían? La respuesta no puede ser otra que la organización criminal Odebrecht. Ante ello, conviene preguntar: ¿existe aún en la actualidad una organización criminal?, ¿qué personas de la organización criminal ayudarían a los procesados a eludir la acción de la justicia? Las respuestas a estas preguntas son evidentes. Es claro que la mencionada organización criminal ha sido desarticulada, de modo tal que la dirección de la empresa Odebrecht ha recaído en otro directorio, que, incluso, actualmente contrata con el Estado brasileño, en el que naturalmente no interviene el señor Marcelo Odebrecht y mucho menos el señor Jorge Barata. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 183 La respuesta a la segunda pregunta sería la siguiente: Marcelo Odebrecht y Jorge Barata serían, siguiendo la lógica de la sala, quienes ayudarían a los señores Humala y Heredia, pese a que se han acogido a la colaboración eficaz y, por tanto, están declarando en contra de ellos. Es más, para acreditar los fundados y graves elementos de convicción para dictar la prisión preventiva, la sala fundamentó su decisión en la declaración de los mencionados colaboradores eficaces. En consecuencia, sostener que las personas que se han acogido a la colaboración eficaz son quienes ayudarían a los señores Humala y Heredia a evadir la acción de la justicia es carente de razonabilidad, pues no se puede concebir que quienes brindan información para procesarlos luego puedan ayudarlos a eludirla. El colaborador, como se sabe, tiene interés en que se corrobore su versión –de eso depende el beneficio que recibirá–, de manera que sería ilógico que ayude a fugar a quien está imputando la comisión de un delito. Comentario relevante de los autores El juez partió de una presunción para llegar a otra presunción. No es un hecho probado que el procesado pertenezca a una organización criminal –pues el proceso sigue en curso–, de manera que estamos ante una presunción –de fuga– que tiene como base otra presunción –pertenencia a una organización criminal–. VIII. Crítica al contexto actual en el que se dicta prisiones preventivas De otro lado, también es importante tener en consideración que se está partiendo de una presunción para llegar a otra presunción. En efecto, no es un hecho probado que el procesado pertenezca a una organización criminal –pues el proceso sigue en curso–, de manera que estamos ante una presunción –de fuga– que está teniendo como base a otra presunción –pertenencia a una organización criminal–. El Tribunal Constitucional afirmó que en la actualidad existe un contexto en el que hay una actitud de sospecha colectiva que ha terminado colocando a la persona, en general, y a quien ejerce función o cargo público, en particular, como un sujeto considerado “proclive al delito”, lo que es una actitud totalmente inconstitucional, prejuiciosa y lesiva, que abdica de la lógica del legislador constituyente peruano, que ha optado por un sistema que considera a la persona humana como fin supremo de la sociedad y del Estado, y titular de una serie de derechos que le son inherentes. En suma, la pertenencia a una organización criminal por sí sola no puede generar una presunción razonable de peligro procesal; se requiere que esté acompañada de otros elementos objetivos que permitan, valorados en su conjunto, determinar la existencia del peligro y, en consecuencia, en tanto se haya cumplido con los otros presupuestos, habilitarían la imposición de la prisión preventiva de manera legítima y proporcional. De este modo, el Tribunal afirma que el respeto a los derechos fundamentales de los justiciables por parte de la judicatura –especialmente en la justicia penal por estar constitucionalizada– es insoslayable; y el juez debe hacerlos valer en el marco de su autonomía e independencia, a fin de garantizar máxima probidad, idoneidad, imparcialidad, honestidad y valentía, así como el cumplimiento de los principios de razonabilidad, 184 pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL ponderación, proporcionalidad e interdicción de la arbitrariedad. No obstante lo afirmado por el Tribunal Constitucional, la situación criticada por este órgano se mantiene o incluso habría empeorado, ya que en la actualidad se advierte que las personas procesadas muchas veces son consideradas ya responsables del delito que se les está imputando, a tal extremo que no imponerle una medida de coerción es considerada como una manifiesta impunidad por cierto sector de la prensa y de la sociedad. Dentro de este contexto, algunos requerimientos y resoluciones han sido emitidos en clara vulneración de los derechos fundamentales, lo que podría ser producto de la presión mediática y social que actualmente existe. Sin embargo, como es natural, ello no es una justificación, pues los fiscales y los jueces deben ser autónomos e independientes al momento de emitir sus requerimientos o resoluciones. Efectivamente, el artículo 146.1 de la Constitución establece que el Estado garantiza la independencia de los jueces y que, por tanto, solo están sometidos a la Constitución y a la ley, de manera que cuando estos resuelvan una determinada cuestión –con mayor razón un requerimiento de prisión preventiva– deben vincularse y resolver únicamente en atención a lo prescrito en la Constitución y una ley, lo que no es una opción sino un deber insoslayable. En términos similares, el artículo 159.1 de la Constitución prescribe que el fiscal es el defensor de la legalidad y, además, vela por la independencia de los órganos 12 13 jurisdiccionales y por la recta administración de justicia. De ello se desprende que el fiscal debe actuar con objetividad y ecuanimidad, de manera tal que busque tanto elementos de convicción de cargo como de descargo; e incluso debe recurrir, cuando corresponda, en favor del imputado (Vásquez Rossi, 1995, pp. 69-70). Dicho de otro modo, la actuación objetiva del fiscal implica que preste atención a todas las circunstancias pertinentes, prescindiendo de que sean ventajosas o no para el sospechoso12. Igualmente, el Código Procesal Penal de 2004 ha establecido que el fiscal está obligado a actuar con objetividad, indagando los hechos constitutivos del delito que determinen y acrediten la responsabilidad o inocencia del imputado (artículo IV.2 del Título Preliminar)13. En consecuencia, resulta evidente que tanto los jueces como los fiscales deben actuar de manera independiente e imparcial, así como autónoma y objetivamente, pues así lo demanda la labor que desempeñan, incluso cuando el contexto sea adverso. IX. Alcances sobre la tramitación de la prisión preventiva El Tribunal Constitucional también ha estimado conveniente, en la resolución comentada, llamar la atención respecto al modo en que se viene tramitando las audiencias de prisión preventiva, pues considera que hay algunas cuestiones que podrían ser aflictivas para los derechos fundamentales. En primer lugar, el Tribunal se refiere a la admisión de los recursos, tema respecto del cual afirma que el juez a quo no debe Véase las Directrices sobre la Función de los Fiscales, aprobadas en el Octavo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, celebrado en La Habana el 7 de setiembre de 1990. En aras de garantizar este principio, ante cualquier motivo de sospecha de un interés particular o alguna incompatibilidad, el fiscal está obligado a apartarse del conocimiento de una investigación o proceso (artículo 61.4 del CPP de 2004). GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 185 evaluar la suficiencia de los fundamentos del recurso, pues ello le corresponde al juez ad quem. Es, en tal sentido, a juicio del Tribunal, suficiente la vulneración de un derecho fundamental para que se admita el recurso contra un auto de prisión preventiva. Estamos de acuerdo con lo afirmado por el Tribunal, ya que en los últimos tiempos se han preferido formalidades en detrimento del contenido esencial del derecho al recurso. Efectivamente, se han declarado inadmisibles recursos que atacaban un auto de prisión preventiva bajo argumentos estrictamente formales –no se ha consignado la pretensión concreta o no hay coherencia entre la fundamentación del recurso y la pretensión–, los que no son de recibo cuando tratan del contenido esencial de los derechos fundamentales. Si bien es importante el cumplimiento de las formalidades, como bien lo reconoce el Tribunal Constitucional, lo cierto es que no debe impedir el acceso a un derecho fundamental –el derecho al recurso–, pues ello trae consigo, a su vez, que el Tribunal Superior no pueda revisar si la decisión de encarcelar preventivamente a una persona inocente se emitió en cumplimiento de los presupuestos y en estricta observancia del principio de proporcionalidad. No debemos olvidar también que los recursos se fundamentan en la falibilidad humana, lo que significa que someter a un control posterior –por parte de un Tribunal Superior– el auto de prisión preventiva es esencial para, si bien no eliminar el error judicial, por lo menos disminuirlo a porcentajes tolerables. En suma, coincidimos con el Tribunal cuando afirma que le corresponde al juez del caso concreto hacer prevalecer el fondo sobre la forma, a fin de permitir a los justiciables que puedan acudir ante un Tribunal Superior y exigir el reexamen de la resolución que les produce perjuicio. 186 En segundo lugar, otro tema del cual se ocupa el Tribunal es la programación de las audiencias, las que se deben realizar –afirma este órgano– en corto tiempo, pero sin poner en riesgo el ejercicio adecuado del derecho de defensa, pues el plazo razonable no se vulnera solo por exceso, sino también por defecto. Por tal motivo, el Tribunal afirma que el juez que conozca de la prisión preventiva debe observar las reglas del debido proceso, de manera que debe brindar al imputado y su defensa un tiempo corto pero razonable para preparar la contradicción, así como ajustar la celebración de la audiencia a tiempos y horarios que permitan llevar a cabo con efectividad el derecho de defensa, ya que la lucidez de la defensa técnica no es la misma cuando se realiza respetando los horarios de descanso que impone la naturaleza humana que ejercer la defensa técnica a media madrugada, luego de una maratónica audiencia iniciada dieciocho horas antes. Este problema que ha advertido el Tribunal se presenta por lo prescrito en el artículo 271.1 del Código, el cual establece que el juez, luego de recibido el requerimiento, debe fijar el plazo dentro de las cuarenta y ocho horas, y que la decisión debe ser emitida inmediatamente después de concluido el debate. Lo anterior ha determinado que las audiencias se programen incluso en días no laborables y que duren hasta altas horas de la madrugada –ejemplo de lo primero es el caso de Interoceánica y de lo segundo, justamente, el caso sobre el que se pronunció el Tribunal–, lo que implicaría la vulneración del derecho de defensa –porque el abogado no cuenta con el tiempo razonable– y del principio de igualdad –el fiscal tuvo un plazo mayor para preparar su requerimiento y cuenta con todos los elementos de convicción a su disposición–. Ante ello, debemos formular las siguientes preguntas: ¿por qué la audiencia debe pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL realizarse dentro de las cuarenta y ocho horas del requerimiento de prisión preventiva?, ¿ y cuál es la justificación para ello? Más allá de lo que la ley establezca, debemos considerar que la única justificación posible es la urgencia con que debe resolverse la solicitud para evitar que el peligro procesal pueda materializarse, ya sea por la fuga del procesado o por la realización de actos de obstaculización. Sin embargo, la urgencia es una característica que de ninguna manera puede significar la afectación del derecho de defensa, por lo que es necesario que se trate de compatibilizar la urgencia con que debe resolverse el requerimiento de prisión preventiva, de un lado, con el derecho de defensa, de observancia insoslayable, de otro. Visto así, el juez debe, de acuerdo a cada caso, decidir si es conveniente que la audiencia se lleve a cabo dentro de las cuarenta y ocho horas o, por el contrario, en aras de resguardar el derecho de defensa, otorgar un plazo mayor para que el abogado diseñe una estrategia adecuada que le permita contrarrestar lo sostenido por la Fiscalía, pues solo de ese modo habrá una igualdad material entre las partes, igualdad por cuyo cumplimiento debe velar el órgano jurisdiccional por mandato expreso de la ley (artículo I.3 del Título Preliminar del CPP de 2004). Al respecto, ¿cómo lograr producir prueba de descargo o cuestionar con solvencia toda la información que presenta la Fiscalía muchas veces en menos de veinticuatro horas?, más aún cuando, en algunos casos, los requerimientos se presentan y notifican los días viernes y la audiencia se programa para el domingo, ya que la defensa no tiene cómo producir u obtener el fin de semana información o documentación que solo puede obtenerse de entidades públicas que no laboran estos días, de manera que la obtención de información se complica o incluso se hace Comentario relevante de los autores Mientras la Fiscalía tiene todo el tiempo posible para preparar su caso y construir un requerimiento de prisión preventiva con información que va recopilando durante meses, el procesado cuenta, en la práctica, con 24 horas o menos para elaborar su defensa, lo que lesiona el derecho de defensa y el principio de igualdad. imposible para el procesado, a quien muchas veces se le invierte, indebidamente, la carga de la prueba. El juez sí debe respetar el plazo mencionado –cuarenta y ocho horas o incluso menos– cuando se tenga que definir la situación jurídica de un procesado detenido. En efecto, resultaría justificado que la audiencia se realice en el menor tiempo posible si tenemos a la persona privada de su libertad. Lo anterior, además, estaría en consonancia con lo previsto en el artículo 264.7 del CPP de 2004, según el cual la audiencia de prisión preventiva, en los casos en que la persona se encuentra detenida, debe llevarse a cabo dentro de las cuarenta y ocho horas. En suma, mientras la Fiscalía tiene todo el tiempo posible para preparar su caso y construir un requerimiento de prisión preventiva con información que va recopilando y produciendo durante meses, incluso con desconocimiento de la defensa, el procesado cuenta, en la práctica, con veinticuatro horas o menos para elaborar su defensa en un procedimiento evidentemente sumarísimo, lo que lesiona palmariamente el derecho de defensa y el principio de igualdad. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 187 Por tal motivo, es necesario que el juez, más allá de lo establecido en la ley ordinaria, tenga en consideración el derecho a contar con los medios necesarios para preparar la defensa, así como también la necesidad de disponer de un tiempo razonable, derechos que indudablemente son de rango constitucional y convencional. Al respecto, el artículo IX del Título Preliminar del CPP de 2004 establece que “toda persona tiene derecho a que se le conceda un tiempo razonable para que prepare su defensa”; en ese mismo sentido, el artículo 8.2.c de la Convención Americana de Derechos Humanos (CADH) reconoce como garantía procesal la “concesión al inculpado del tiempo y de los medios adecuados para la preparación de su defensa”. En tal sentido, el juez debe realizar una interpretación conforme a la Constitución del artículo 271 del CPP de 2004, mas no a la inversa. En virtud de ello, debe establecerse que será obligatorio respetar el plazo de las cuarenta y ocho horas únicamente cuando haya una persona detenida y sea necesario definir de manera rápida su situación jurídica; mientras que en los casos en que el procesado se encuentre en libertad, el juez tendrá el deber de fijar la audiencia –en estricta observancia del marco constitucional y convencional– dentro de un plazo que garantice el ejercicio pleno del derecho de defensa. X. Juicio paralelo y prisión preventiva Otro de los temas respecto del cual llama la atención el Tribunal Constitucional es el respeto de la presunción de inocencia, pues afirma que tanto en la resolución de primera instancia como, aunque en menor medida, en la de segunda se observa que los jueces dan por hecho que los procesados son autores de delitos que se les están imputando, los que, por lo demás, no son presentados como hipótesis –por ejemplo, la compra de 188 testigos–, sino como un hecho probado. Es decir, no emplean términos condicionales, sino categóricos. A juicio del Tribunal Constitucional, tal proceder, dentro del contexto de una medida de coerción, podría vulnerar la presunción de inocencia, de modo que no se justifica dar por establecido ningún tipo de responsabilidad penal. En efecto, si bien podría considerarse que se trata tan solo de afirmaciones desprolijas, no dejan de ser expresiones reñidas con la presunción de inocencia. En definitiva, el Tribunal considera y establece que en el contexto de una medida de coerción se debe emplear –tanto por el fiscal como el juez– un lenguaje condicional, pues es lo que exige el derecho a la presunción de inocencia. No es tolerable, en consecuencia, que el fiscal o el juez realicen afirmaciones en el sentido de que la persona procesada –a quien le asiste la presunción de inocencia– sea autora o partícipe del hecho delictivo. Según la regla de tratamiento del derecho a la presunción de inocencia, la persona procesada debe ser tratada como inocente hasta que no se haya demostrado su responsabilidad mediante una sentencia condenatoria firme. De otro lado, el Tribunal Constitucional también se ocupa de que los jueces se esfuercen al máximo para generar un compromiso con su propia independencia judicial, pues de lo contrario se corre el riesgo de que sean influenciados por los juicios paralelos o mediáticos, que muchas veces pretenden que la prisión preventiva sea aplicada como una pena anticipada a aquel que los medios de comunicación y la población ya han juzgado como culpable. Es, por eso, deber irrestricto de la judicatura mantenerse inmune frente a esas presiones. Entonces, más allá del juicio mediático o de la gravedad de los cargos, los jueces deben ser conscientes de que tienen ante sí a un ciudadano pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL inocente y que, consecuentemente, merece ser tratado como tal. Lo manifestado por el Tribunal es sumamente importante, por cuanto solo un juez independiente e imparcial, esto es, desprovisto de toda presión –mediática, política o jerárquica–, puede emitir de manera legítima un auto de prisión preventiva. Como adecuadamente lo sostiene en su informe el Instituto de Defensa Legal, “(…) las decisiones judiciales ajustadas a presiones mediáticas, sociales o incluso políticas, sea por la naturaleza del delito o las condiciones particulares de la persona acusada, pueden devenir en una medida ilegal y arbitraria”14. Sin embargo, no siempre los jueces resuelven el requerimiento de prisión preventiva de manera independiente e imparcial, pues por diversos motivos lo hacen en atención a algún tipo de presión. A esta conclusión llegó Pásara (2013), luego de hacer un análisis comparado entre cuatro países15 en los que la prisión preventiva, “en cierto número de casos, se impone en razón de presiones recibidas por fiscal y juez, que les impiden actuar imparcialmente, en uso de la independencia que es propia del cargo” (p. 6). Las presiones a los jueces que amenazan o afectan la independencia cuando emiten prisión preventiva, a consideración de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “provienen fundamentalmente de altos funcionarios de otros órganos del Estado, de las cúpulas de los propios poderes judiciales, y de los medios de comunicación y la opinión pública”16. 14 15 16 17 Los medios de comunicación, por su gran poder, son unos de “los principales generadores de un clima que propicia interferencias en procesos de justicia antes del juicio”17. Esto se advierte con mayor nitidez cuando se trata de la aplicación de la prisión preventiva, pues, dependiendo de cada caso, los medios de comunicación exigen –sin detenerse a analizar si se cumplen los presupuestos para su aplicación– la imposición de esta medida sin reparar, además, en sus graves efectos que trae aparejada para el justiciable. Son sumamente esclarecedoras las expresiones de Pásara (2013) sobre el particular, pues afirma que: Columnas y editoriales formulan alegatos que, invocando el problema de la inseguridad ciudadana, se indignan y reclaman regularmente contra una orden de comparecencia dictada por un juez en un caso que ha adquirido notoriedad pública. Pero quizá lo más importante se da en el terreno propio de la producción de la noticia: los títulos de escándalo, el sesgo dado a los hechos y a las decisiones judiciales, y la utilización de las víctimas o sus familiares para incrementar la emotividad del lector son algunos de los recursos que los medios manipulan diariamente para engrosar su audiencia al tiempo de distribuir el discurso que demanda mayor represión en el funcionamiento del sistema penal (p. 10). En esta línea, el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales afirma que: Puede consultarse el documento en el siguiente enlace: <http://www.jusdem.org.pe/articulos/Informe%20 IDL%20Peru%20version%20final.pdf>, p. 6 (última visita: 16 de noviembre de 2018). Estos países son Argentina, Ecuador, Colombia y Perú. Puede consultarse el documento en el siguiente enlace: <http://www.oas.org/es/cidh/ppl/informes/pdfs/informepp-2013-es.pdf>, p. 9 (última visita: 22 de noviembre de 2018). Consúltese el siguiente enlace: <http://www.jusdem.org.pe/articulos/Informe%20IDL%20Peru%20version%20 final.pdf>, p. 18. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 189 La construcción de discursos de emergencia y de seguridad [por parte de los medios de comunicación] puede encontrar en aquellas herramientas útiles para instalarse y generar presión en los jueces (que cumplen en forma débil su función) para resolver si una persona será encerrada cautelarmente mientras se lleva adelante la investigación18. Naturalmente, no se pretende limitar ni restringir el derecho a la libertad de expresión y a la información; lo que se debe proscribir es que la actividad periodística se aleje de los fines constitucionales e influya negativamente en los jueces al momento de emitir una medida tan gravosa como la prisión preventiva. La actividad de los medios de comunicación se deslegitima cuando emiten noticias u opiniones sin contar con los elementos necesarios y sin argumentos que sustenten sus afirmaciones, mucho más cuando se toman la libertad, pese a su desconocimiento sobre la materia discutida, de exigir una respuesta determinada de parte del juez, quien se verá expuesto a críticas muy duras e incluso desmedidas en caso de resolver en contra de lo esperado por los medios de comunicación, por lo que muchas veces –para evitarse cuestionamientos– el juez se encuentra condicionado al momento de resolver el requerimiento de prisión preventiva. No se puede perder de vista que el proceso penal se sostiene sobre un conjunto de derechos y garantías que no solo asisten al procesado (presunción de inocencia, derecho de defensa, etc.), sino también a los funcionarios públicos (imparcialidad e independencia); 18 19 por lo que el mal desempeño de la función periodística –siguiendo criterios e intereses particulares– lesionaría indiscriminadamente dichas garantías y derechos fundamentales. Hay quienes incluso consideran que las expectativas del debate racional o científico sobre cuestiones jurídicas quedan disipadas cuando quien las va a comentar es un periodista desinformado19, ello en razón de que se prefiere tratar “el hecho criminal como si de una crónica de sociedad se tratara” (Baucells Lladós y Peres Nieto, 2009, p. 151) y no como lo que verdaderamente es, un proceso que sienta sus bases en derechos y garantías. Lo cierto es que con alguna frecuencia la prisión preventiva no es informada por los medios de comunicación –con honrosas excepciones– en un sentido estrictamente jurídico, sino que es tergiversada y se suele incluso afirmar que debe ser aplicada en función del delito y no de los presupuestos que la habilitan. Por lo demás, lo preocupante es que muchas veces los medios de comunicación no logran transmitir a la población cuándo, cómo y por qué se debe imponer esta medida de coerción a una persona que aún es considerada inocente. Por todo lo afirmado, a manera de conclusión, consideramos, en la línea de lo afirmado por el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales, que “la propuesta debe encaminarse a efectuar un cambio cultural sobre qué significa la prisión preventiva, cómo aquella afecta a la persona sujeta a proceso penal y, sobre todo, que su utilización desmedida produce peores consecuencias en el fortalecimiento del sistema democrático”. Es necesario, para que Puede consultarse el documento en el siguiente enlace: <http://www.inecip.org/images/stories/archivos/publicaciones/otrostitulos/INECIP_Prision%20Preventiva_digital3.pdf>, p. 93 (última visita: 22 de noviembre de 2018). De ahí que Nieto García (2005) considere que cada profesional (periodista, por un lado, y jurista, por el otro) se dedique a lo suyo. En sus palabras: “Bueno es comentar las sentencias, más si se trata de una crítica legal, es cosa de abogados y no de periodistas” (p. 13). 190 pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL DERECHO PROCESAL PENAL | NUEVO PROCESO PENAL ello se concretice, que se realice un trabajo “conjunto desde distintos ámbitos –los tres poderes, la sociedad y los medios de comunicación–”, pues solo de este modo se podrá “lograr una aplicación adecuada y no un uso distorsionado del instituto en cuestión”20. XI. Conclusión Por todo lo expuesto, nos reafirmamos en que la sentencia en comentario es sumamente importante porque aborda temas que se dan con cotidianeidad y brindan respuestas no desde el plano estrictamente legal, sino constitucional. En concreto, mediante esta sentencia se busca que la aplicación de la prisión preventiva sea realizada de manera legítima y en estricta observancia del marco constitucional y convencional. No invade así los fueros o lo que es competencia de la justicia ordinaria, en tanto que no establece cuándo se debe imponer la prisión preventiva. Lo que el Tribunal pone de manifiesto es que la interpretación de la ley o la aplicación de la mencionada medida sean realizadas respetando las garantías y derechos fundamentales de los justiciables. En el supuesto de que no lo hagan así, la intervención del Tribunal no solo es legítima, sino es un deber insoslayable para evitar que las arbitrariedades –que se traducen en el indebido encarcelamiento de un ser humano– se mantengan en el tiempo. De otro lado, no compartimos la crítica que se realiza a la sentencia del Tribunal Constitucional por no haber sido emitida por unanimidad, sino por mayoría simple, pues consideramos que no se trata de cuántos jueces establecieron ciertos criterios o expusieron determinados argumentos, sino de su consistencia y fuerza. Es decir, no debemos enfocarnos en cuántos firmaron, sino en la 20 corrección –o no– de los argumentos expuestos, la que no depende de la cantidad, sino de su logicidad, coherencia y razonabilidad. Siendo ello así, tanto los fiscales –al realizar el requerimiento– como los jueces –al momento de decidir sobre su fundabilidad– deben tener en consideración las pautas interpretativas que el Tribunal Constitucional ha establecido en la sentencia bajo comentario, por exigencias del artículo VI del Título Preliminar del Código Procesal Constitucional. Y en el supuesto de que no compartan lo expuesto por el mencionado órgano, tienen la carga de la argumentación, esto es, de justificar tal apartamiento, ya que de lo contrario estaremos, sin más, ante una decisión arbitraria por ausencia de razones fundadas en derecho. No se trata –no está en cuestión– solo de la libertad de un ciudadano (con independencia de quién sea este), sino de que en un Estado democrático bajo ningún supuesto debería tolerarse o permitirse que se vulnere el debido proceso; para ello el rol que cumple la justicia constitucional es fundamental, en la medida que la finalidad de los procesos constitucionales es el efectivo resguardo de los derechos fundamentales, como lo ha realizado en la sentencia ahora comentada. Finalmente, parafraseando al profesor Julio Maier, debemos preguntarnos: ¿esta situación que estamos atravesando nos exige a empezar de cero o aún será posible encaminar esta situación y generar un escenario adecuado que permita discutir y sobre todo aplicar de manera legítima la prisión preventiva? Lo que hay que hacer es reflexionar sobre este tema en virtud de que la práctica reciente, así como las modificaciones legislativas en materia de coerción, podrían dar Puede consultarse el documento en el siguiente enlace: <http://www.inecip.org/images/stories/archivos/publicaciones/otrostitulos/INECIP_Prision%20Preventiva_digital3.pdf>, p. 98. GACETA PENAL & PROCESAL PENAL | Nº 113 • NOVIEMBRE 2018 • ISSN: 2075-6305 • pp. 169-192 191 la impresión de que hay una involución en el modo en que se viene legislando –por ejemplo, en cuanto a su duración– y cómo se está aplicando esta medida de coerción. Referencias bibliográficas Baucells Lladós, J. y Peres Neto, L. (2009). Discurso televisivo sobre el crimen: los programas especializados en sucesos. En M. García Arán y J. Botella Corral, J. (dirs.). Malas noticias. Medios de comunicación, política criminal y garantías penales en España. Valencia: Tirant lo Blanch, pp. 109-151. judicial%20insuficiente,%20prision%20 preventiva%20deformada.pdf>. Rojas Vargas, F. (2018). “La prisión preventiva: algunas reflexiones a propósito de los denominados ‘jueces carceleros’ y la sentencia del Tribunal Constitucional en el caso Humala-Heredia”. En: Gaceta Penal & Procesal Penal (107). Rosenberg, L., Schwab, K., y Gottwald, P. (2010). Zivilprozessrecht. (17ª ed.). München: Beck Verlag. San Martín Castro, C. (2015). Derecho Procesal Penal. Lecciones. (Vol. I). Lima: INPECCP-Cenales. Nieto García, A. (2005). “Juicios paralelos”. En: Lex Nova: La revista (25). Vásquez Rossi, J. (1995). Derecho Procesal Penal. (Vol. I). Santa Fe: Rubinzal Culzoni. Pásara, L. (2013). La prisión preventiva y el ejercicio de la independencia judicial. Análisis comparativo. Recuperado el 22 de noviembre de 2018 de: <http://www. idl.org.pe/sites/default/files/publicaciones/pdfs/Estudio%20indepedencia%20 Vega Aguilar, J. A. (2016). “Requisitos para la configuración del peligro procesal. Análisis crítico a la sentencia que ha liberado a Ollanta Humala y Nadine Heredia”. En: Gaceta Constitucional & Procesal Constitucional (126). 192 pp. 169-192 • ISSN: 2075-6305 • NOVIEMBRE 2018 • Nº 113 | GACETA PENAL & PROCESAL PENAL