In Crescendo A Orfilia y Rosario las abuelas que llenaron de historias mi vida. In Crescendo Javer Andrés González ISBN: 978-46-7718-1 © Javer Andrés González © Ediciones El Andén Corrección de estilo: Hernán Darío García Alvaro Cano Portada: Diego eFe Ilustraciones: Esteban Bulla Diseño y diagramación: Diego eFe IN CRESCENDO Prólogo E l narrador oral y escritor Javer Andrés González consolida una propuesta narrativa cuyo elemento esencial es la brevedad, es decir, la capacidad de retener el mundo y sus instantes en escrituras breves que exigen desde el juego de la elipsis una interpretación constante. Ese eje composicional, se va rompiendo, se va extendiendo o ampliando hasta llegar a una escritura extensa que de igual modo, concreta una esencia humana y social. La ciudad es un posible escenario, aunque los personajes habitan mundos posibles, situados en una nada concreta, de ahí que emerjan ciegos que recorren caminos, hombres solitarios, caminos insólitos donde se da el encuentro con el otro. Eso es In Crescendo, la historia del soldado y el despiadado ambiente de la guerra, la indigencia, los olores mexicanos, el juego de palabras, la conciencia de las vocales, el desamor o la venta de corazones en el mercado negro, el encuentro existencial consigo mismo, la obsesión por los pies, el suicidio, el humor de Allen, la muerte, tan recurrente la muerte, esa misma que nos lleva al coma, estado paradójicamente eterno que nos enseña la indiferencia y la constancia del otro: “Quedo en shock. No recuerdo absolutamente nada. Yo me dirigía a la oficina como todos los días, pero ese dia llamó mucho mi atención una tienda de antigüedades que se inauguraba”. Ahora vendrá el recuerdo de lo antiguo representado en el libro viejo que papá tanto adoraba y que ahora cobra vida IN CRESCENDO en la voz tenue y perfecta de Valeria. ¿Quién será Valeria? ¿Por qué insiste en ayudar al pobre herido que ha perdido la memoria? Alguien te da una patada y mientras tú agonizas en el fango recibes la mano desconocida, aquella que amarás incluso sabiendo el mal que alguna vez te hizo. Perfecta llega la infancia, los recuerdos, el escritor fracasado amigo inexistente de García Márquez que consolida en su apariencia la idea de un libro, que es este mismo. Hay cuadros, sensaciones, sentimientos, humor, un humor sutil, que te lleva a reconocer las debilidades del ser humano desde una perspectiva cotidiana, no alarmante o trágica, obviamente, decir que un género prima es un error, hay de todo, hay humor, tragedia, absurdo, realismo, naturalismo, romanticismo, paracaidismo eso es lo que muestra el cuentero de la barba, una subida al abismo y desde allá una caída libre, perfecta. Freddy Ayala Herrera Escritor - Narrador Oral IN CRESCENDO “Los escritores somos mujeriegos; nos enamoramos de todas nuestras mujeres que creamos en nuestros libros. Las conocemos en las primeras páginas. Salimos con ellas en las noches de libros, vamos a bares imaginarios, hacemos el amor con ellas más o menos a la mitad del libro y cuando acabamos de escribir nos olvidamos de ellas” “Tarde o temprano descubrirá que es escritor si se levanta tarde, se acuesta tarde, tiene ojeras, fuma mucho, es un poco triste, pero más feliz que los demás” Rafael Chaparro Madiedo IN CRESCENDO AUTOR Antes que nada le recomiendo se siente cómodo, saque un cigarrillo si fuma, un tinto si toma o haga lo que más le pueda gustar; no piense en problemas, olvide las clases, el trabajo, las deudas y solo imagine. Muchas de estas historias nacieron al caminar, al observar el cielo, al ver las cosas fantásticas que podrían suceder en la vida real pero que las leyes físicas se encargan de derrumbar. Sería un grosero si antes de dar paso a los cuentos no agradezco a mis padres, a Kathe, a Daniel Maya, a Mauro Vega, a eFe, a Hernán Dario y a Álvaro Cano que dieron el apoyo emocional y moral para vivir este sueño de conducir con las palabras. Los demás amigos no se preocupen… vendrán más libros. Ahora sí, sosténgase duro y disfrute el viaje. IN CRESCENDO Observación nocturna M ientras Bogotá conmemora un día que partió la historia de Colombia en dos, yo parto para mi casa. En el camino observo como Júpiter tímido se asoma entre las nubes y las estrellas aplauden su llegada. Una voz gruesa me devuelve a la realidad, es un señor que desde una camioneta pide indicaciones para llegar al terminal. Todos lo miran confusos y no contestan. Es un caballero el que sin quitarle los ojos de encima le contesta: —Baje una cuadra, doble a la derecha dos cuadras y siga derecho por la 19. Luego, se puso sus lentes oscuros y con su bastón continuó el camino. 11 IN CRESCENDO Tú y yo, yo y tú T ú y yo, yo y tú. Desnudos. Abrazados. Con la mirada perdida en el otro. Tú y yo, yo y tú allí mirándonos. Descifrándonos. Una idea perversa quebró el silencio. ¿Y si no somos más que unos personajes de un cuento que viven en un viejo cuaderno? Sí… tu y yo, yo y tú. Quizás en este momento el escritor se encuentra garabateando ideas al azar y por eso seguimos aquí, desnudos, abrazados, con la mirada perdida en el otro, sí. Tú y yo, yo y tú. Quizás ni sabe qué va a continuar y nos guarde en el viejo cajón donde guarda todos los cuentos sin terminar. Quizás estemos allí por un tiempo, pero lo mejor de todo, lo más bueno de todo es que estamos los dos perdidos el uno en el otro. Sí, túyyo,yoytú. 12 13 IN CRESCENDO Conversación con un soldado que pide la Libreta Militar — ¿Me dice que me ponga un fusil al hombro y sin una gota de piedad apunte fijamente a un hermano? ¡Qué voy a cargar un fusil! ¡No sea idiota! Por años he huido pero la sombra de la guerra me cubre. Intento disparar palabras de aliento, pero todos están cubiertos por una coraza de rencor que un dictador ha impuesto al ordenar a las nubes que llueva fuego y acabe con lo que sea necesario para la paz. Paz, paz, paz suena cada noche allá en la montaña. Entre árboles se esconden los sueños que han dejado el azadón por las balas. No me diga que tome un fusil cuando lo único que quiero fusilar son los sentimientos de odio que bañan de sangre los ríos del Cauca y el Magdalena, cementerio de ideas desconocidas que nadan por la corriente para desembocar en una pesadilla de nunca acabar. —... 14 15 IN CRESCENDO La mejor serenata del mundo L a calle de los mariachis, una cuadra adornada de músicos con trajes más apretados que el presupuesto para salud, cultura o educación. Cada uno con un instrumento que lo acompañará hasta el amanecer. Una calle que transporta a México por nombres como Jalisco, Guadalajara, Acapulco u otra ciudad conocida por María la del Barrio o alguna novela de moda en los 90. Un punto de comidas rápidas en la esquina, en la que para entrar al tono mexicano se le echa mucho ají a la empanada. Uno de los grupos empieza a tocar fuera de su local una de las tantas tandas que llevarán en unas horas a alguna mujer corneada o felizmente enamorada. Al lado del puesto de comidas rápidas se encuentra una pareja joven que se mira a los ojos, compartiendo una empanada que les regaló un extraño. Él sin tragar el pedazo de empanada con pique le dice: “Feliz cumpleaños amor, te traje una serenata”. Ella sonríe. Le da un beso sabor a empanada con guacamole. Observan un instante el grupo de mariachis y siguen tomados de la mano compartiendo un bote de Sacol. 16 17 IN CRESCENDO Monovocal R odolfo, lo conozco como Rolo, otros como Potro o Roscón, no por homo, por glotón. ¡Toc! ¡Toc! —Oh, voy —Colocó los forros por los troncos ¡Toc! ¡Toc! —Voy, voy Olor como flor. No controló los ojos… oh globos ¡Bom bom! Martha Trabaja para la casa. La cara acaparaba, mandaba cada chaparra para la sala. Cansada, acabada la gana para trabajar. Para nada alcanzaba la plata. —Carga, casada para la life ¡Para la cama! —La gata andaba. Cada nada palpaba las naranjas, afanada para la cama. —¡Cómo! —Como tocó, colocó condón. —¡Oh! ¡Oh! —¡Ah! ¡Ah! —Oh ¡Wow! —¡Más! ¡Más! ¡Yaaaaaa! ORGASMO Cansados, abrazados, tomaban cocoa. Los gatos andaban por la sala. Amor, amor, amor monovocal, solo por amor. 18 19 IN CRESCENDO Rutina E se día Adrián tomaba un café de $300 en una banca del parque. En ese momento se disponía a hacer círculos con el humo del pechecito que fumaba pero fue inevitable no mirar a esa mujer que se acercaba. Suena cliché decir que era una obra de arte, pero su piel era un lienzo que contaba historias. Por un instante sus miradas se cruzaron, pero cada uno optó por seguir su camino. Sí, quizás suele suceder muchas veces en el día. Lo curioso era que sucedía todos los días exactamente a las 3:55 p.m.. justo cuando las palomas terminaban de comer el maíz que la gente les tiraba. Era como si alguien o algo quisiera que ellos aunque sea se hablaran. Adrián optó por buscar las palabras exactas para que el día en que se sintiera decidido a decirlas y lograr con ello que ella aceptara tomar un café o quizá ir a leer un libro. Decidido después de verla 134 días seguidos, antes de encender el cigarro, se le hizo al frente. Me gustaría decirles qué le dijo, pero es que eran las palabras perfectas para enamorar a cualquier mujer y ni yo mismo las sé. Eran los versos más íntimos, esos que tocan el corazón. La sorpresa se la llevó Adrián, pues fue ella quién robó su corazón para venderlo en el Mercado Negro. 20 21 IN CRESCENDO Soliloquio Q uizás sea el sentimiento de impotencia. De poder haber cambiado todo en la vida. De no haber dado un paso. De haber callado palabras innecesarias. De cerrar las puertas cuando se deben cerrar o abrirlas en el momento indicado. Encender el bombillo cuando no hay energía. De mantener vivo. Eso quizás es lo que sucede. El sentimiento de estar vivo me abandonó y camina por las calles sonriendo, mientras yo me derrumbo en estas cuatro paredes. No lo juzgo ni mucho menos, lo entiendo. El miedo a caer en la rutina me atemoriza. A ser lo mismo de antes. Saber a qué horas abrir los ojos, cuántos pasos dar en el día y al final cuando la Luna se asoma gigante, guardarse entre las cobijas sin pensar, para qué, si todo sigue siendo lo mismo. Allá afuera todos continúan con su vida. Pero yo, yo no tengo mi vida, está por ahí luchando por no caer en lo mismo que yo. ¿Por qué alegar cuando le miento al mundo, si ni yo mismo quiero compartir mi vida conmigo? No vale la pena ser un soñador en un mundo donde está prohibido dormir. En el café que tomo no hay nada, ni un poco de cianuro. Ya casi cumplo 26 años y poco a poco voy entendiendo a Andrés Caicedo. A veces me gustaría ser un escritor del Romanticismo y dedicar unos cuantos sueños a vivir a tu lado. Es allí donde aún estás, en lo onírico, en lo arcadio. Pero mi vida se quiere marchar. Mi vida llora. Mi vida ya no está. ¡Caicedo! ¿Una montaña rusa? A mí nunca me 22 23 IN CRESCENDO ha gustado esa mierda. Lo que más vértigo me causó fue correr por sus curvas. Saltar de poro a poro. Eso sí es adrenalina pura. Disfrutar de cada uno de sus besos y que mi mano no sea más que una atrevida con cinco cómplices que jugarán a hacerte estallar. Pero no, ahora estás por allí recordando al igual que yo los momentos que ahora me hacen decaer, desfallecer y hablar conmigo en el espejo. 24 El Borondo E s un pueblo como todos, pero en sus calles habitan historias. Uno puede caminar tranquilo, y si quiere, observar las promociones, las personas que pasan, o concentrarse en el artista que toca el saxofón, y de repente una historia te estruja. Algunas historias simplemente pasan de largo sin mirar atrás, pero las otras se quedan un rato a conversar. Una de ellas me dijo, por ejemplo, que Don Sereno Confianza perdió la mano en una trilladora de café mientras trabajaba y leía Condorito a la vez. En ese mismo instante Don Anastasio fue devorado por un cocodrilo cuando visitaba el zoológico y lo único que sobrevivió fue su mano que aún tenía signos vitales. Ambos, Don Sereno y la mano de Don Anastasio fueron al mismo hospital; los médicos decidieron que lo mejor era unirlos. La cirugía se realizó. Salió por los principales canales a nivel municipal: Televilla y Montaña Tv. La mano se hizo Sereno. Don Sereno siguió trabajando y dejó de leer mientras trabajaba. En cuestión de meses nadie, ni él mismo, se inmutaba por la mano. Pero un jueves de abril, mientras Sereno dormía, la mano empezó a moverse. Empezó a reconocer el cuerpo. Palpaba cada centímetro de su nuevo cuerpo. Claro, había partes donde se demoraba más. La mano se levantó y empezó a conocer la casa. Se metió en la cuenta de Sereno y le robó todo el dinero. Luego se lanzó a la política y empezó a repartir a diestra y siniestra para ganar las elecciones. Ganó. 25 IN CRESCENDO Increíble que eso funcionara. En cuestión de meses el pueblo, de un humilde vividero pasó a ser un pueblo dónde no había trabajo, la gente se moría en las puertas de los hospitales, nadie estudiaba porque no había plata, el comercio no funcionaba porque no había plata. La mano solo gobernó dos años. Murió por desangramiento. Se le olvidó cortarse las uñas y se le enterraron tanto que llegó a la arteria aorta. Menos mal lo reemplazó alguien que mejoró el pueblo y éste volvió hacer lo que era antes, con los mismos chanchullos de antes. El pueblo volvió a ser feliz. Ahora esta historia solo es un recuerdo que se borra con los años. Pero los que lo recuerdan olvidaron qué mano fue, ¿La derecha o la izquierda? Dicho esto la historia me dio la mano, terminó su café, continuó su camino y yo seguí con mi borondo. 26 Trastorno Podófilo L e voy a confesar algo. Soy podófilo. No puedo evitar, cuando pasa una mujer, dejar caer la mirada hasta llegar al suelo y rogar que en el trayecto no haya un zapato que me impida ver sus pies. Hay pies gordos, pies huesudos, pies diáfanos, pies manchados. Hay pies con dedos largos y otros que parecen unos frijolitos hechos con plastilina. Hay pies con más uñas que dedos y otros en los que las uñas a duras penas se ven. Hay mujeres que adornan con obras de arte sus uñas y otras que las dejan al natural. Hay pies dignos de ver y otros que es mejor no verlos. Hay mujeres que siempre muestran los pies y otras que nunca lo hacen y cuando deciden usar sandalias, tienen la leve mancha de las baletas. Hay mujeres que adoran los pies, les toman fotos con los paisajes, y está Katherine. Katherine con K y th. Lo digo porque los hay con C, sin H, con C y con H, otros hasta osan quitarle una letra y solamente llamarlas Katherin, pero ella es Katherine y, sólo para mí, Kathe. No había nada más excitante que verla caminar descalza de la cama a la nevera y devolverse, ver como sus pies la llevaban de un lugar a otro. Ella no caminaba, se deslizaba como sintiendo cada parte del suelo. Pero es que no era sólo los pies, ya que de ahí para arriba era nada más y nada menos que el complemento perfecto a unos pies que se merecerían un monumento a los pies. Yo odiaba cuando ella quería hacer el amor con medias, dizque 27 IN CRESCENDO porque el orgasmo se sentía más. Ella no entendía que si se ponía las medias, cubría los pies que nos llevaría de pasito en pasito a saborear del clímax. Pero es que sus pies son solo para mí, pues el resto de día y aún en las noches los cubre; detesta que alguien los vea y mata con la mirada a quién los roza por equivocación. Odia las sandalias tanto como cualquier zapato destapado. No puedo evitarlo. Siempre que camino llevo mi mirada en el piso como poniendo cuidado en dónde irá mi siguiente paso, pero no, es la excusa perfecta para observar los pies sin parecer un pervertido, aunque debo confesar que son más los pies feos que los bonitos. Hay pies tatuados, pies venosos, pies mecánicos, pies sucios, pies velludos, pies descalzos y pies que ni para qué mirar. Sin embargo, cuando voy con Kathe, sus pies son los únicos que llaman mi atención. No nos digamos mentiras, sé que no está bien y sé por qué lo digo. A veces imagino, cuando ella entra al apartamento, que sus pies son los primeros en pasar por la puerta y en ese momento siento como alguien por dentro me dice que la tire al suelo y empiece a morder sus pies, que arranque dedo por dedo, como despepando una fruta, que saboree la sangre que se deslizaría sin dejar manchar el tapete. Y así, mordisco a mordisco, como comiendo una sandía o una papaya, la devoraría. Luego, como si fuera pepa de guama, escupiría sus rodillas. Con mis dientes rasgaría sus muslos y sentiría como la carne pasa por mi garganta. Como una granadilla succionaría su clítoris y me tragaría todo lo que me ha dado placer desde que camina a mi lado. “Hola amor”, me besa. La beso. Se quita los zapatos, se quita las medias y se sienta en el sofá. Está muerta por el trabajo, llevo agua caliente y le hago un masaje. Luego le seco los pies, le pongo unas medias para que no sienta frío y la arropo. Más que ver sus pies es sentirlos, tocar su piel y ver como su boca dibuja una sonrisa cuando mi dedo la roza. Lo siento, dije que era un podófilo, en ningún momento un caníbal. Hasta luego. 28 Déjà Vu P asa que un hombre se encontraba sentado en el parque a eso de las dos de la tarde. Ese hombre es Jairo. Pensaba tantas cosas y tan distintas que finalmente no pensaba nada. Por su zapato pasaba una hormiga que seguía el camino formado por la baldosa hasta llegar sin darse cuenta a una sandalia que por poco la mata. Esa sandalia pertenecía a Sofía, una mujer a la que le encantaba caminar por el parque alrededor de las dos de la tarde. Jairo no pudo evitar sentir como una fuerza magnética llevaba su cabeza a girar 45 grados para que sus ojos se cruzaran en el camino de Sofía. Para ella era inaceptable que justo a las dos de la tarde hubiese alguien ocupando su banca, pero sin importarle se hizo al lado de Jairo, separados por unos cuantos centímetros y algunas hojas secas que descansaban en el lugar. No deja de mirarme, disimula muy mal, esta banca la ocupo desde hace muchos años para leer o simplemente sentarme a hacer nada. No lo culpo, nunca lo había visto y nunca he comprado la banca. “Hola” me habló, acaso le he dado alguna señal para que me hablara. “Hola” le respondo sin dejar de mirar a un perro que se sienta mirándonos como pidiendo comida, limosna o filete de res a la medida de tres cuartos. “Me llamo Jairo”. Aún no lo volteo a ver, acaso debo decirle que no me interesa ni siquiera tener una conversación con él. Dirijo mi mirada hacia él, me sonríe y justo pasa lo que he querido evitar durante meses desde que Ricardo dejó 29 IN CRESCENDO DÉJÀ VU mi casa con un fuerte portazo. Me gustó su sonrisa y por una acción que no entiendo mi cara dibuja otra. Casi no me voltea a ver, la sigo con la mirada desde que pasó justo por el frente de mis ojos y se dignó a sentarse a mi lado. “¿Quieres un café?” le digo con ánimos de continuar una conversación, conocerla más o por lo menos decirle que nos veamos otro día en el cine, que están dando la última película adaptada de un libro de adolescentes urgidos de sexo. “Bueno” me responde y con su mano quita las hojas y se acerca a mí. La señora de los tintos pasa con su carrito lleno de termos de café, pedimos dos y empezamos a hablar. No sabía que se hacía en esta banca, pero por alguna extraña razón del destino ahora estamos aquí sentados tomando un café. Su mano blanca, con barniz vinotinto, roza la mía y efectivamente empiezo a sentir como la temperatura va creciendo tanto que mi vaso de café empieza a hervir y lo dejo a un lado. De su mochila saca un libro de cuentos de Gabriel García Márquez y empieza a leer uno en voz alta. Su voz es tan dulce, y cuando lee se torna musical, con tonos tan perfectos que el coro de los querubines toma nota de cada una de sus palabras. Al terminar el cuento le digo: “¿Quieres dar una vuelta?”. “Sí”, responde y se levanta de la banca y yo me levanto y la tomo de la mano y empezamos a caminar y caminar. En un momento siento como ella estira mi mano y me lleva a doblar la esquina a la calle cerrada y allí nos besamos muy apasionadamente. Luego me ve a los ojos y me besa el alma. Toma mi mano y me lleva hasta el hotelucho del callejón. Está allí sentada. Las hojas secas nos separan un poco. Si vamos a compartir la banca mínimamente debería saludar. “Hola”, le digo pero ella ni siquiera voltea y con la mirada fija en un perro callejero me responde: “Hola”. Bueno, qué debería hacer para que aunque sea su mirada se cruce con la mía. “Me llamo Jairo”, le digo. Si no me responde me voy para la banca del otro lado del parque. “Sofía” me responde y sonrío. Ella responde con una de vuelta. “¿Quieres un café?”. Le digo que sí aunque la cafeína no me gusta. Su sonrisa me gusta, me gusta la manera en que mueve los ojos como dibujando en su pensamiento qué decir. La señora de los tintos llega en su carrito con los termos de café y café con leche. Pedimos uno de cada uno. Hablamos de todo, es increíble cómo me pudo caer mal por el hecho de sentarse en la banca que yo uso todos los días. Su mano se mueve en la banca como acercándose a mí, pero las hojas secas no dejan que cumpla su cometido. Las retiro con un movimiento delicado. Tiene manos chicas, uñas mal cortadas, pero la verdad son suaves, lo sé porque puse mi mano sobre la suya y pude por primera vez en muchos días, desde que Ricardo me dejó sola, sentir las ganas de tener a alguien en mi cama. “Debo irme ya. ¿Me acompañas a mi casa?” Él queda desconcertado. “Sí”, responde, se levanta y me da su mano para levantarme. Intenta ser caballero. Nos dirigimos con paso lento mientras tomamos lo poco que queda de nuestros cafés, saco un cigarrillo, le ofrezco uno y él acepta. Al fumarlo toce y fuma mal. No es fumador, aceptó el cigarrillo para caerme bien, por alguna razón eso me parece tierno. Tres cuadras y llegamos. “¿Quieres pasar?”. Acepta tímidamente y se sienta en el tapete de visitas. Me dirijo a la cocina y le sirvo un poco de refresco. “Ya vengo, puedes coger cualquier libro si quieres mientras regreso”, le digo señalando la biblioteca y me dirijo a mi habitación. Inmediatamente me desnudo, me meto al baño y con ayuda de la cuchilla retiro cada uno de los vellos que me harían ver mal, me pongo los calzones de tirar, me vuelvo a poner la misma ropa que tenía, pero salgo con muchos cuadernos. “Muchos trabajos en la universidad” me siento al lado de él en el tapete y empiezo a ojear sin leer ni prestar atención a los cuadernos que tengo en las manos. Él lee un libro de Poe y yo con mi dedo toco su mano, él me ve y por alguna fuerza magnética que los seres humanos desconocemos nos besamos y él empieza con sus 30 31 IN CRESCENDO manos a curiosear mis pensamientos. El viento sopla fuerte en el parque de la Concordia y aleja una a una las hojas que separan a Jairo y a Sofía. Un perro criollo se hace justo al frente de ellos. Sofía lo mira con ternura. Jairo rompe el silencio y le dice “Hola”. Ella lo voltea ver. “Hola” le responde. Sonríen y empiezan a hablar del clima, del viento, del perro. Pasa la señora de los tintos. “¿Se les ofrece un tinto?”. “No, gracias”, dicen al unísono. Sus miradas se cruzan y de repente sonríen, como si fueran cómplices de algún pícaro pensamiento. El celular de Jairo suena. “Aló. Sí, con él. Ok. Ya voy para allá”. Cuelga y la mira. “Fue un placer conocerte, espero verte de nuevo, debo salir urgente”. Se besan en la mejilla y él sale con paso acelerado. Sofía saca de su mochila un libro y continúa la lectura que tenía iniciada. Ahora sí es un día perfecto y allí pasa la tarde, como todos los días alrededor de las dos. 32 Este cuento se escribió en cualquier tarde en un juego de palabras con Daniel Maya tal vez en algún momento nuestras palabras se vuelvan a unir para contar historias que solo el Oblivium las hará borrar. El primer no suicidio en San Luis de la Villa A riel Bonilla se encontraba escribiendo su carta de despedida a la vida. Había decidido dejarla por la puerta de atrás, sin que nadie se diera cuenta, sin que nadie lo notara, sin que nadie se percatara, sin que a nadie le importara, pero quería que por lo menos una persona, ahora o en muchos años, encontrase la carta que se disponía a escribir. San Luis de la Villa, 30 de Febrero de 1977 A quién le interese, si es que lo hay. En definitiva Ariel Bonilla era un joven que llamaba la atención de cualquier muchacha del pueblo. Alto, bien puesto y con la billetera tan grande que no la llevaba en el bolsillo sino que le pagaba a alguien para que se la llevara. Le gustaba caminar el parque con sus amigos y ver florecer entre faldas orgasmos ocultos y hablar con cualquier mujer que lo mirara y le dijera: “¿Y usted qué? Hace rato no se deja ver.” Luego él, sin responderle, la llevaba a tomar unas cuantas cervezas. Y después de que la muchacha no supiera donde estaba parada, como borrego obediente la arriaba a su finca y desvelaba esos orgasmos que pedían a gritos salir, para después dejarla en la puerta y pagarle a alguien para que la llevara de vuelta al pueblo. 33 IN CRESCENDO Muchos me ven en la calle y me saludan más para un favor futuro que porque les interese verdaderamente como estoy. Amigos pocos, siempre los pude contar con los dedos He sido un solitario que no supo aprovechar las pocas oportunidades que me brindaban las personas, pero la verdad nunca me interesó estar cerca de una persona que no sabe cómo me siento o cómo me puedo llegar a sentir, y ve la vida como una fiesta mientras uno la ve como el fin de todo cuando recogen las sillas y barren el desorden que se dejó. Nací en un lugar dónde todo me lo daban y la necesidad de tenerlo todo se fue adueñando de mí hasta que a lo último no podía tener nada. Aunque tenía todo el dinero que una persona pudiera tener nunca pudo conocer a alguien que no se acercara a costa de su bolsillo. Eso lo tenía claro y Ariel Bonilla lo usaba a su favor obteniendo los mejores manjares a la hora que quisiera. Era un adicto a perder dinero sin necesidad, apostaba cosas tan ilógicas como que la Luna iba a salir en el día o que el Sol saldría en la noche. Solo una vez ganó y muchos años después se dieron cuenta que había sido un eclipse. Ariel nunca se pudo enamorar, bueno, a excepción de cuando conoció a Isabela Manrique en aquellos días de invierno cuando las nubes caminaban por el pueblo como ánimas en pena. Fue por esos días que cambiaría y borraría para siembre al que se conocía como Ariel Bonilla. Quizás muchos se pregunten de cuando acá el niño bueno que asistía a misa todos los domingos, que se pensaba que había borrado para siempre el legado del miedo en su familia por ser hijo de Don Ariel Eustacio Bonilla, más conocido como el Matamás, se volvió lo que soy. Isabela, no creo que leas esto, pero no quiero quedar con las palabras atascadas en algún lugar adentro que solo tú conoces, no puedo quedarme con todo lo que quería decirte, no pude. Si hubiera un día perfecto, diría que fue cuando nos fuimos al barranco y desde allí 34 EL PRIMER NO SUICIDIO EN SAN LUIS DE LA VILLA veíamos la Villa y más allá veíamos el Valle, y tú me dijiste que me amabas y que nos fuéramos lejos. ¿Lo recuerdas? Dije que sí y salté como un niño de cinco años que quiere alcanzar una piñata. El día que Ariel e Isabela decidieron dejar de una vez por todas San Luis de la Villa, Doña Gladys Tamayo de Manrique visitó a doña Adalgisa, la bruja del pueblo, para que la sangre de Ariel Eustacio Bonilla hirviera al salir de los límites de la villa y así no contaminara a su familia con la maldad. Esa misma noche doña Gladys preparó sus maletas y las de su hija para marcharse del pueblo que quería manchar su generación. Ariel al darse cuenta corrió detrás del carro gritando con todas sus fuerzas el nombre de Isabela. Pero fue justo en el momento en que cruzó el puente que empezó a sentir como se consumía desde adentro, hasta que se le formaron unas llagas con pequeñas burbujas de piel que como una delicada tela explotaría al tacto liberando pus o lo que fuera. Ariel se detuvo. Ariel dejó ir a la única persona que lo quiso a su lado sin interés alguno. Quedó tirado en el suelo con la mayoría de su cuerpo carcomido. El tiempo corría, el dolor se agudizaba, los ojos empezaban a desfigurarse. Pssssssss psssssssss, sonaba su carne cuando la burbuja explotaba y el pus se deslizaba sobre las llagas del cuerpo. Shhhhhhhhhhhh. Pasó un señor en una camioneta que llevaba un cargamento a la finca de los Bonilla y reconoció a Ariel. Frenó, lo levantó del suelo, lo subió a la camioneta para llevarlo al hospital. Justo en el momento en que cruzaba el puente de regreso a San Luis de la Villa el cuerpo de Ariel se fue reponiendo y el conductor gritó. “¡Madre mía, eso es cuestión de brujas!” Y lo echó de la camioneta. Ya sabía que estabas en la capital como todos los amores prohibidos que se van al monstruo de cemento cuya distancia destruye hasta 35 IN CRESCENDO EL PRIMER NO SUICIDIO EN SAN LUIS DE LA VILLA el latido más sincero. Quien me haya conocido después de ti, diría que estas palabras no son mías, pero es que no son mis palabras, son las palabras que sólo pueden salir cuando hablo de ti. Por más que buscaba la manera de irme detrás tuyo, la brujería me recordaba que no había lugar para salir de la Villa, solo la muerte es el único camino que me falta caminar. que consumía la carta y se confundía con la tinta. Así que la única manera de leer la carta está entre líneas, aunque de seguro ya entendió la desventura de ser un Bonilla. Desde ese día no le vio sentido a la vida y decidió gastar lo que tuviera en los bolsillos en placeres terrenales, lujuria, alcohol, drogas, envidia, superando a su padre en todo menos en la cobardía de asesinar a una persona. Tiempo después de vivir una vida de sodomía decidió que lo único que le faltaba hacer era morir. Siempre he sido una persona que hace las cosas sin pensarlo, por ver qué pasa, por diversión, así que la mejor manera de caminar ese camino es vengándome de la persona que más daño ha hecho a mi vida. Hace poco robé unas cabezas ganado, ni me interesan, dejé rastros para llegar aquí y me vestí como don Pablo, un torcido del pueblo. Ya casi es la hora, ahora si puedo abandonar este pueblo, este cuerpo que lo único que me trajo es desventuras. A mi familia ni le escribo. ¿Para qué escribirle a unas personas qué jamás se interesaron en saber lo que pasaba en mi vida? Esta es la mejor manera de abandonar la vida. Hasta que la muerte nos una. Ariel Bonilla. Justo en ese momento el mismo Matamás abrió la puerta de un empujón y con dos tiros en la cabeza mató a la persona de sombrero y camisa roja que escribía la carta. Por fin se había vengado de la persona que robó parte de su ganado. Don Ariel Bonilla se acercó al cadáver para ver cómo había quedado el desgraciado, pero solo pudo ver a su hijo que sonreía dejando su vida en un charco de sangre 36 37 IN CRESCENDO De cuando Charlie vio por primera vez una película de Woody Allen en una Pizzería —Rótelo, o se va a quedar con él. ecía Gloria pidiendo un plon del cigarrillo que fumaba Charlie, su novio. Él simplemente absorbió un poco de humo y luego tomó su rostro y se acercó a ella. Sus labios se rozaron, se volvieron uno. Él sopló todo el humo y ella lo llevaba a su interior mientras él con sus manos exploraba las zonas indicadas de su cuello que la harían erizar. Ella exhala todo el humo mientras sonríe. No había nada más excitante para ella. Acostados con la ventana abierta se dieron cuenta que la cortina que suele moverse con el viento, estaba estática parecía una fotografía. Se pusieron a divagar de la cortina y de cómo el viento había desaparecido. Y reían de la estupidez que ellos habían dicho. Charlie se levantó y fue a desenredar la cortina, pero no encontró nada que impidiera su movimiento. El gran Guayacán del frente de su casa todos los días adorna la vida con un baile suicida que hacen las flores para colorear la tierra de un amarillo hermoso, pero eso no estaba sucediendo. Las flores y las hojas estaban totalmente estáticas. La Luna brillaba, grande, imponente, poética y las nubes formaban pequeñas figuras oscuras como un algodón de azúcar que fue tirado a las cenizas. Pero las nubes estaban quietas, las figuras no se deshacían. —¡Qué raro! ¡Se robaron el viento! ¡Qué inseguridad! Inmediatamente se volteó para lanzarse sobre Gloria y D 38 39 IN CRESCENDO DE CUANDO CHARLIE VIO POR PRIMERA VEZ... empezar con una guerra de cosquillas que terminaría en una faena de sexo cochino y salvaje. Pero ella estaba allí inmóvil, no parpadeaba, estaba con la sonrisa que él había visto antes de voltear. Quedó exactamente en la posición qué la había dejado. El zancudo que hacía unos minutos había querido vengar una picadura estaba flotando en el aire y él pues lo mató. Salió de su casa y todo estaba completamente quieto. Los carros estaban parados en la mitad de la calle mientras su conductor se encuentra con la mirada en el frente y hablando por celular. Una muchacha hermosa se encontraba sentada en su puerta chateando por el celular. Charlie corrió por todo el pueblo y todo el mundo estaba totalmente quieto. Llegó hasta el parque agitado, con el corazón que quería salir de su pecho y observar él mismo lo que estaba sucediendo para estar así. —¡La hora! Vio el reloj, 9:24 con 15, 16, 17, 18, segundos. El tiempo corría. Caminó tomó las cosas con calma. Por más que pensaba no sabía qué demonios había pasado. Todo estaba congelado. Menos el tiempo. Fue a la pizzería que le gustaba y tomó una hawaiana que aún estaba caliente y una gaseosa de la nevera. Se sentó y se quedó viendo el televisor que mostraba una imagen congelada de una película de Woody Allen. —¡Sorprendente! Una película de Woody allen en una pizzería. Terminada su pizza, tomó una servilleta y vi{o el reloj con forma de pizza que colgaba en la pared y eran las 7:35:15 p.m. y así por cinco minutos en su reloj. Angustiado revisó los relojes de cada una de las personas que se encontraban congeladas en la pizzería y todas marcaban la misma hora, con uno o dos minutos de diferencia pero la misma hora. Charlie se sentó en al borde del andén a llorar por no entender lo que estaba sucediendo y por qué solo él estaba viviendo eso. Resignado decidió caminar las viejas e inmóviles casas de un barrio de su pueblo que siempre había querido visitar pero no podía porque era lo más inseguro de su pueblo. Al entrar habían dos niños a punto de robar a un señor que se agachaba a recoger un pañuelo. Detrás de ellos recostados a una pared se encontraban dos jóvenes que miraban la escena perdidos en el pegante. Todo lo que estaba allí estaba totalmente quieto. Charlie empezó a sentir como su interior enloquecía pensaba en qué debía hacer, él era el único que estaba viviendo, que sentía el correr del tiempo, que tenía hambre, que podía orinar, cagar, que si se caía se raspaba. Él era el único que pasaba la vida mientras todo se encontraba totalmente detenido. Era imposible llamar los celulares no tenían tono. Carlos Andrés Prado Triviño era el único ser en el universo que está viviendo el pasar del tiempo. Llegó a la desesperación a golpear su cuerpo, a rasgar su ropa a darse contra las paredes, se negaba a vivir una vida congelada en el tiempo. Tomó el cuchillo de un niño que ensayaba los movimientos de la danza del chuzo y se disponía a clavarlo en el abdomen de su contrincante imaginario, se hizo un corte profundo que rasgo piel y carne, cortando sus venas en ambos brazos. Se tumbó en el piso, la sangre salía a borbotones dibujando dos calles de sangre que recorrían el asfalto para caer en la alcantarilla. Charlie, empezó a marearse, la visión se le volvía confusa, difusa… no podía sentir el latir de su corazón y era un esfuerzo respirar. Y son ánimos de continuar, escupió su vida en un último aliento. —¡Bájese de reloj, cucho hijueputa! Le decía El patas a un señor que se agachaba a recoger un pañuelo del piso, mientras le apuntaba al estómago y se acercaba a paso ligero. Topo, lo tomó por el cuello, le desocuparon los bolsillos y le metieron un puntazo. —¡Le dijimos que no pasara por acá! Y salieron corriendo. —¡Mira ese muerto! ¡Qué gonorrea! 40 41 IN CRESCENDO Señalaban mientras corrían a Charlie que se encontraba tirado al borde de un andén. Frenaron. La gente empezó a llegar. Nadie vio como mataron a Charlie. Pero esa escena era normal en el barrio. El mundo continuo normal. Al otro lado del pueblo, los carros seguían el curso normal. Las personas seguían haciendo justo lo que hacían, sin notar lo que había sucedido. Gloria, ahora se encuentra en un psiquiátrico, pues nunca pudo explicar que su novio desapareció de su vista justo cuando se daban los plones de un cigarrillo. 42 3:15 p.m. L os que han tenido un encuentro cercano con la muerte dicen varias cosas, entre ellas por ejemplo, que hay un túnel que lleva a la luz de la eternidad; otros por el contrario aseguran que no hay dicho túnel, lo que hay es una serie de recuerdos que los agobian y los empujan hacia el más allá. Por otro lado los que nunca han experimentado la muerte aseguran que la vida pasa toda en un minuto. Federico jamás pensó en ello, pero si nos ponemos a preguntar quizás cada persona saque su propia conclusión del pre mortem. En la sala de su casa, mientras servía un vaso de Jack Danniels, Federico sintió un fuerte dolor en el pecho; su vista se fue difuminando hasta quedar percibiendo un blanco enceguecedor. La luz brillante no dejaba ver ni un cielo, ni un suelo, ni una pared, parecía un infinito blanco; no había norte, ni sur. Al lado suyo aparece un niño con zapatillas rojas, medias blancas, pantalón a la rodilla, camibuso de rayas azules y peinado hacia un lado. No dejaba de mirarlo, tomó su mano y le dijo: —Yo fui feliz. Tuve los juguetes que quería, mantenía jugando canicas con mis amiguitos y pude ganar muchas para guardarlas con las otras. Maté a un conejo blanco, pero sólo quería saber si respiraba bajo la tierra. Los adultos se enojaron. Mamá me dio un correazo y no me dejaron jugar 43 IN CRESCENDO 3:15 P.M. más en la calle. Federico cae de rodillas y abraza al niño. Las lágrimas de agradecimiento se pierden en la sonrisa de felicidad y lo detalla, es increíble poder verse de nuevo a esa edad y aún con la inocencia de un infante. Las lágrimas de alegría llegan a sus pulmones, se le hace cada vez más difícil respirar. Al lado del niño aparece un adolescente que viste el uniforme del Colegio de Varones, acaricia la cabeza del niño mientras mira a Federico. —Pues yo no me quejo. Nos fue bien, tuve las mejores calificaciones. Conocí a Raquel y le di un beso en los labios y ella me lo respondió. Fuimos novios y me metía a escondidas a su cama las noches en que el papá llegaba borracho, entonces ella dejaba la ventana abierta y de esa manera supe qué era el amor, la carne y todo lo que en el colegio decían que era malo. Dicho esto, el Federico joven concentró su mirada en el niño que tenía al lado. Federico, manda su mano al pecho, el sudor corre por su frente de manera excesiva. A la espalda de Federico apareció un Federico adulto, bien parecido, vestido con bota campana y gomina en el cabello. Sostiene un cigarrillo, rodea a Federico mientras fuma y lo mira de arriba abajo y de abajo a arriba. —¡Llegamos a viejos! —Y se ríe. —Por más que fumamos, por más que odiamos la vida desde que Raquel se fue, nos olvidamos de los intereses. Yo no sé si fui feliz, pero sí sé que disfrute cada momento. No me dejé morir por Raquel y su estúpido afán de controlar cada paso que daba en mi vida… nuestra vida. Tomé malas decisiones, pero con hielo y Jack Danniels; aunque se sufrió, muchas veces supe pasarla bien acompañado. Disfruté los mejores manjares en diferentes camas, vi varios anocheceres en ojos distintos pero a la madrugada siempre estaba solo con mi cigarrillo. Dio una última calada y conforme soltaba la bocanada parecía que sus pensamientos se iban con las ondas del humo y empezó a caminar en círculos. Federico veía la escena y no comprendía, cada uno le empezaba a decir cosas que había olvidado y los recuerdos se fueron amontando en la blanca luz que los rodeaba. Federico respiró más fuerte y sintió como su brazo izquierdo se entumeció como si se le adormeciera. Una mano se posó en ese hombro; al girar vio a un Federico más maduro con una barba de tres días y un cigarrillo en la mano. Sin soltarlo del hombro empezaron a caminar hacia ninguna parte, se dedicaron a caminar alejándose de los demás Federicos. —Bueno, se tomaron malas decisiones, pero aquí estamos. Dos hijos hermosos nos esperan todas las noches en la casa, menos mal Gloria nos sacó del hueco en que nos estábamos metiendo. ¡Por culpa de ese imbécil! —Señalando furioso a Federico adulto que encendía otro cigarrillo. Federico adulto, al ver que el maduro lo señalaba, se le lanzó encima, sosteniéndolo por las ropas. Federico niño empezó a llorar mientras el adolescente intentaba consolarlo. —¡Cómo decís eso si faltaste a tu palabra! ¿Dónde están los ideales que forjamos? ¿Dónde quedó el vive y deja morir? Te fuiste de fondo en un sistema que no reconoce sexo, edad, raza. Te fuiste de culo a una realidad regida por horarios, números y dinero ¿Dónde quedó Federico? ¿Dónde quedé yo? Al decir esto, soltó a Federico maduro y se acurrucó a llorar sin lágrimas. Ahora el niño y el joven son quienes lo consuelan. El vaso con Jack Danniels cae al piso y el licor se esparce… —No todo es tan malo. —Dijo un Federico cuarentón que se acercaba fumando un cigarrillo. —Todo lo que hicimos nos enseñó algo. Por lo que veo siguen esas batallas internas del qué haré y de lo que hubiese pasado. Lo que pasó es lo único que pudo haber pasado y aquí estamos para contarlo. Fui feliz, los hijos ya son profesionales y nos dedicamos a disfrutar la vida con lo que tuvimos. Federico confundido se sentó en el piso, dio una calada 44 45 IN CRESCENDO al cigarrillo que le ofreció el adulto. El niño y el joven se quedaban atrás pues estaba bien sabido que en conversación de adultos no se debe meter la cucharada. Los recuerdos fueron agrupándose cada vez más hasta que consumieron al niño y al joven que antes de desaparecer se despidieron con una sonrisa de Federico. —Sé que la embarré, que tomé decisiones equivocadas o que me fui con amistades que no me favorecían, pero tienen que aceptar que el hecho de haber vivido esa vida los hizo lo que son. La experiencia vivida ayudó a que les dieran consejos a sus hijos, no todo es malo. No toda la culpa es mía, por lo menos yo no tuve que humillarme ante un jefe para no perder un empleo. Federico maduro respira fuerte y su cara se torna roja. —No me humillé, necesitaba el trabajo porque iba a ser papá, no podía perderlo, a veces se deben tomar decisiones para el bien de los demás. —Es por eso —complementa el cuarentón— que llega un momento en el que nuestros sueños se vuelven los de los hijos y allí se complementa la felicidad. Nuestros retoños germinando, siendo felices, viviendo su vida. El espacio se iba haciendo cada vez más chico, los recuerdos crecían más y el siguiente en desaparecer fue el adulto que, antes de esfumarse, tiró el cigarrillo y lo pisó. —Buena vida. —Y se despide con un gesto de la mano. —Se podría decir que este es el final. —Dice Federico. Los demás Federicos asienten y se evaporan. Federico empieza a caminar por el túnel que se crea a través de los recuerdos y se pierde en la luz al final del camino. Así, de esa manera Federico se despide del mundo, sin probar un trago de su whisky justo cuando el reloj marcaba las 3:16 p.m. 46 Coma A bro lentamente los ojos, mis párpados parecen que hubiesen estado sellados. Todo se ve borroso. La luz quema mis ojos, pero me adapto poco a poco. Al lado mío alguien grita: —¡Doctor, doctor! ¡Ha despertado! ¡Edwin ha despertado! De repente la habitación es invadida por varias personas vestidas de blanco. Hablan entre ellas cosas que no entiendo. Todo es confuso. Una mujer, la más bajita de todas, toma de la mano a otra que llora con una sonrisa en el rostro y me mira alegre, mientras siento que varias manos tocan mi cuerpo, pero no sé quién es ella. —¿Presión cardiaca? —Normal —¿Respiración? —Estable Un hombre se me acerca y me mira a los ojos: —¿Cuál es su nombre? —Edwin Camacho Pelayo —¿Sabe dónde está? —No sé, en un hospital, supongo. Él me empieza a contar del accidente. Yo iba cruzando la calle pero estaba distraído. Un carro amarillo me arrolló y yo perdí el conocimiento. Dos meses en este hospital y sólo me ha visitado una mujer, Valeria. 47 IN CRESCENDO COMA Quedo en shock. No recuerdo absolutamente nada. Yo me dirigía a la oficina como todos los días, pero ese día llamó mucho mi atención una tienda de antigüedades que se inauguraba. Ingresé y un libro me distrajo, El Sepulcro de los Vivos, el favorito de mi padre; estaba viejo, con las hojas amarillas, algunas de ellas comidas por los insectos. Lo tomé y olía a libro sabio, aquellos que tienen tantos años y que ha pasado por tantas manos que daba la impresión que me había elegido. Me lo llevé, ojeaba las páginas y sentí la necesidad de empezar a leer… un parpadeo y estoy aquí, rodeado de toda esta gente. Paso por todos los chequeos, debo estar en observación unas semanas para ver como evoluciono, parece que todo saldrá bien. En esos 15 días de observación paso por algunos especialistas, mi cuerpo poco a poco se recupera a excepción de mi pie derecho, que duele mucho al apoyarlo, dicen que necesitaré un bastón. Valería, la mujer que me ha visitado durante el tiempo que estuve en coma ha seguido visitándome. Viene dos veces al día: por la mañana, en dónde me lleva una fruta, y en la noche dónde habla de lo que hizo durante el día. Recuerdo la primera vez que vino a visitarme después de que desperté del coma: Ella estaba recostada en la ventana y sonreía al verme. Yo sonreía con ella, pues ella fue la que avisó a los doctores cuando desperté. Sin embargo no sabía quién era. Estaba acompañada por una enfermera quien discutía con ella y no la dejaba entrar. La puerta se abrió y la enfermera me preguntó si tenía familiares. Le contesté que no, que los más cercanos estaban en el exterior. (Siempre he sido una persona solitaria, los pocos amigos que tengo, si es que se pueden llamar así, son los de la oficina, pero ninguno vino a visitarme, ni siquiera Patricia, la chica de la fotocopiadora que, según pensé, coqueteábamos. Me acabo de dar cuenta que se me ha negado el don del coqueteo). —¿Desea recibir visita de la señorita? —Sí, claro La enfermera se acercó a la puerta y le dijo a Valeria: —Pase —Si ve, le dije que él quería verme —Le contestó algo ofuscada. Caminó hacia mí. Sonreía pero las lágrimas salían de sus ojos. Me miraba como queriendo decir algo, pero sus labios temblaban y no pronunciaba ni una palabra. —Hola —Le dije mientras le devolvía la sonrisa —Hola —Me respondió mientras su dedo índice rozaba mi mano. Sentí un corrientazo en el estómago. Algo me decía que la conocía. Su voz se metía en mí removiendo todos los dolores que sentía y solo podía sonreír ante ella. Ella se sentó en el lugar del visitante, me miraba, sonreía y con su mano izquierda se limpiaba las lágrimas. Tomó aire y empezó a contarme que todos los días iba a leerme un libro de Dostoievski que estaba en la mesa al lado de la cama, cada día me leía un fragmento. Justo cuando desperté me leía las últimas páginas. —Y entonces ¿cuándo termina de leerlo? —Estiré mi brazo hasta la mesa de noche y se lo pasé. La sorpresa en la cara de ella fue clara. Recibió el libro y empezó a leer. Su voz era suave, dulce. No entendía nada. No sabía de donde venía la historia, pero ella estaba animada y en su rostro de dibujaba cada escena que narraba, luego lo leeré. La diferencia es que lo acabo de empezar por el final… Aún está oscuro, el Sol ya casi sale y es mi último día en el hospital. Valeria me terminó de leer El Sepulcro de los Vivos y dijo que quería venir para llevarme a mi casa. No recuerdo donde es mi casa. Los doctores dicen que es normal no recordar algunas cosas, pero que el tiempo ayudaría a que cada uno de los recuerdos se alojara de nuevo en mi mente. Ojalá recuerde a Valeria, es muy hermosa. Su cabello negro, sus ojos oscuros, sus labios; la forma en que se pasa la lengua por los labios cuando lee. Es una mujer realmente hermosa. 48 49 IN CRESCENDO Ya es media mañana y tengo la orden de salida en mis manos y un bolso. Valeria llega. Trae en una bolsa ropa nueva y un bastón. Me abraza con cuidado, me pasa la ropa y espera mientras me cambio. El olor a nuevo es delicioso. Ponerme el tennis derecho duele. El pie aunque parece normal está lastimado. Salgo cojeando y ella me pasa el bastón. —Es un obsequio, lo necesitarás Lo agarro y nos dirigimos a la casa. Valeria sabe dónde vivo, quizás los doctores le dijeron o entre mis pertenencias estaba la dirección o lo más probable es que nos conozcamos de antes, quisiera recordarla. Ahora que lo pienso no tuve tiempo de organizar mi casa ¡Qué pena! Al llegar, la casa está impecable. Valeria me voltea a ver y con una sonrisa gigante y extendiendo sus manos dice: “¡Tará!” Yo me acerco a ella y nos besamos. Hoy ha pasado un año desde que desperté. He recordado muchas cosas, por ejemplo que iba a devolver el libro porque estaba muy maltratado. También recuerdo que tenía varias reuniones pendientes, pero nadie se comunicó conmigo durante los dos terribles meses. Pero no recuerdo a Valeria. Intento recordarla pero siempre que lo hago, la cabeza me empieza a doler de una manera insoportable. La he citado a las 3 de la tarde, faltan exactamente 6 minutos para que llegue. Le pediré matrimonio, ha sido el mejor año de mi vida… o de lo que recuerdo de ella. —Hola amor —Dice ella sonriéndome. Me besa. Pedimos un par de tintos y nos miramos. —Princesa, hoy es una fecha importante, hace un año te conozco’ y antes de todo quisiera preguntarte algo. —Dime —Me dice con duda. —¿Hace cuánto me conoces? Su rostro cambia. Sus labios empiezan a temblar y en su rostro empieza la metamorfosis de alegre a triste. Le tomo la mano. —Tranquila mi amor, sé que no te recuerdo pero te amo y 50 COMA solo quiero saberlo. Todas las noches intento hacer memoria pero no te recuerdo. ¿Me dices? —E inmediatamente hago ese puchero que a ella le fascinaba. Ella me suelta la mano, me mira a los ojos, toma aire y me dice: —Yo fuí quien te arrolló en el carro. 51 IN CRESCENDO Polos opuestos R ecuerdo una vez en clase de tecnología en el colegio mientras intentaba mirarle de qué color eran los cucos a Vanesa, la niña más bonita del salón, que el profesor dijo “Y así es como los polos opuestos se atraen”. Y empezó a dibujar en la pizarra verde con una tiza blanca un signo más y un menos (+ -), luego puso el ejemplo con imanes. Pues a decir verdad me concentré más en los imanes que en los cucos rosados de corazones de Vanesa. Era curioso como cuando se ponían los polos iguales de los imanes no se podían juntar por más fuerza que uno tuviera. Con Andrés, jugábamos a llevar un imán al otro extremo del salón, arrastrándolo con la fuerza del otro que lo alejaba. Para ese entonces esa frase no era más que un juego de niños. Luego la adolescencia empezó a dar sus primeros golpes. Una sombra del bozo, por el cual me llamaron muchas veces ‘Bozo de lulo’. Una voz horrible. Pero ahora ya no me fijaba en los cucos de Vanesa, sino que me fijaba en cómo le habían crecido las tetas a ella o a cualquiera. Una vez con Andrés estábamos ubicados debajo de las escalas que llevaban a la cafetería del segundo piso del colegio, esa era la oportunidad perfecta para ver entre las rendijas de las gradas los cucos de las peladas de once. Una que otra vez nos dimos cuenta que Valeria no llevaba nada puesto y muchas veces fue víctima de mis pensamientos. Fue allí cuando escuché a Jaime que le decía a ‘El negro’: “Tranquilo 52 53 IN CRESCENDO POLOS OPUESTOS hermano, que los polos opuestos se atraen”. Aconsejándolo, porque se había tragado de Lina, la rockera del salón y él pues era un amante al vallenato. Ahí conocí otro significado de esa oración y no tenía que ver nada con esos imanes. Aunque para entender esta frase, no fue necesario ni mi profesor de Tecnología, ni mucho menos Jaime o ‘El negro’ del colegio. No. La mejor forma de entender cualquier teoría, se resume en dos palabras: LA PRÁCTICA. Y no, no me ha llegado la oportunidad de ejecutar dicha premisa, pero quién más que mi mejor amigo, Jairo. A Jairo lo conocí unos días después de entrar a la universidad. Allí no había uniformes para buscar cucos, pero si había tetas por doquier. Jairo era considerado el ‘raro’. Él siempre llevaba sandalias, tenía el pelo largo, castaño y liso. Una chivera larga. Pero aunque no lo crean eso no era lo que llamaba la atención de él, no, eran esas gafas redondas estilo John Lennon, y su extravagante olor a pachulí. Siempre llegaba en una monareta, con una mochila terciada y se hacía en las últimas filas del salón al lado de la ventana. Yo también me hacía en las últimas filas, pero al otro lado, pegado a la pared; así podía, si la clase estaba aburridora, sacar un libro y leer, mientras el profesor hablaba sobre alguna anécdota, vanagloriándose de su profesión y recordándonos como la mitad de nosotros no coronaremos la carrera. Una vez estaba sentado leyendo Opio en las Nubes, cuando él se acerca y me dice “Loco, buen libro. Ese Chaparro estaba tostado”. Yo llegué hasta un punto seguido y lo volteé a mirar “Sisas, debió meter hasta lo que no se mete”. Nos reímos. Se sentó a mi lado y me dije que no era tan raro como se veía. Es más hasta las esencias le daban cierta tranquilidad a uno. Recuerdo, que jamás llegué a preguntarle cómo se llamaban o cómo las compraba uno en el mercado, yo seguía comprando las réplicas de lociones famosas que valían diez lucas, a mí lo que me importaba era quitarme el olor a cigarrillo. Ese era el plan de todos los días, sentarnos a leer, divagar sobre los libros, los escritores, los cucos o las tetas. En ocasiones hasta agrupábamos a las mujeres por tallas de sostén, como no sabíamos cómo se dividían creamos tres grupos “Grandes, Medianas y Pequeñas”. Ese octubre cuando todos estábamos consumidos por el estrés de los parciales, mientras hacíamos uno de los tantos trabajos que habíamos dejado para lo último, él me dice “Loco, ella me tiene en las nubes”. Señalándola a ella. Ella era Ana. Una de las mujeres más calladas. Tanto así que si no fuera porque Jairo me la señalaba nunca la habría visto. Ese día en particular, llevaba una blusa blanca, un jean y unas sandalias. Su cabello era largo y liso. Su tez blanca, una mirada brillante. La cosa fue que justo cuando Jairo la señalaba para mostrarla, su mirada se cruzó con nosotros, lo que hizo que sus mejillas se tornaran rojas y sonriera. En ese momento entendí porque lo tenía en las nubes. Esa sonrisa era lo que lo tenía hechizado. Después vi a Jairo y recordé lo que Jaime le dijo al ‘Negro’ en el colegio “Tranquilo hermano, que los polos opuestos se atraen”. Le dije. A los días siguientes, después de 15 días de trabajos, parciales, exposiciones y cualquier tipo de cosas que los profesores se inventan para vengarse de lo que les hicieron a ellos en la universidad. Se llegó el día de descansar y celebrar el paso triunfal por esos días de tortura, café y trasnocho. Decidimos tomar unas cervezas en un bar cerca de la universidad. Un bar subterráneo, un sótano con un patio muy grande, donde se podía tomar y fumar todo lo que se quisiera. Pedimos un par de cervezas, nos sentamos en una mesa alejada de la zona de fumadores. Él me miró a los ojos y yo supe que quería hablar pero le daba pena “Suéltelo”. Le dije. Y empezó a hablar por un largo tiempo de Ana. Se animó a hablarle, la invitó a un café y el ‘clic’ fue instantáneo. Han salido algunas veces, han tomado café, 54 55 IN CRESCENDO POLOS OPUESTOS visto películas, han caminado por los parques de la ciudad y él le ha leído fragmentos de sus libros favoritos; también han escuchado por horas interminables a los Beatles y juntos cantan de vez en cuando Love me do, If I fell y otras tantas cursilerías. Jairo habló tanto de Ana que yo lo único que quería saber era si comprábamos otra ronda de cervezas. Gracias a esa historia, supe el por qué ya no teníamos tarde de lecturas y ya habíamos perdido la costumbre de agrupar a las nenas por el tamaño de sus senos. De repente escuché dos palabras que me devolvieron la atención al loco que tenía al frente “… y sobre todo porque ES CRISTIANA”. Yo no había entendido del todo ¿sobre todo qué? Pero no podía preguntarle, se habría enterado que en vez de ponerle cuidado estaba viendo a la mona que estaba en la barra pidiendo una cerveza y estaba esperando que volteara para empezar el coqueteo y justo cuando gira hacia nosotros Jairo suelta tremenda información. “Tranquilo hermano, que los polos opuestos se atraen”. Le repetí, pero esta vez lo dije de corazón. Esta vez sí me concentré en mi amigo que tenía un debate existencial. Desde que lo conozco habla de Krishna o Ganesha. O de cómo cuando empezó a leer sobre el mundo Yogui cambió toda su percepción del mundo. Dejó de comer carne y practica yoga todas las mañanas. Ahora sí que se debe encomendar a Kámadeva, el dios hindú del amor para ver que ‘milagrito’ le hace para cuando le cuente a Ana. Ana es amiga íntima de Sofía. Sofía era una amiga que por ese entonces no le hablaba mucho, pero me acerqué a ella para hablar sobre Ana. Ya saben, los amigos debemos ayudar a los parceros, sobre todo cuando son tan polos opuestos. Y la vaina no mejoraba. Ana va los jueves y domingos a culto. Los miércoles a las células de jóvenes, reuniones que hacen entre ellos para orar y cantar al Señor. Y fuera de eso algunas veces a la semana iba a unas alboradas: madrugar a las 5 de la mañana para seguir orando. Y mientras Sofía me contaba eso, yo miraba cada vez más lejos a Jairo de la mujer que idealizaba. “¿Averiguó algo?”. Sin dejarme llegar empieza el interrogatorio. “Tranquilo hermano, los polos opuestos se atraen”. Él me miro con una sonrisa. Eso era todo lo que quería ver. Una esperanza en una sonrisa. “Loco, nos vemos a las 3 donde El tío”. Me dice Jairo en una llamada. Bueno, a las 3 en punto me dirijo hacia allá. Como dijo Jaime Garzón en tono satírico “¿Para qué llegar temprano si nadie va a llegar?” A las tres y cuarto llego. Jairo estaba sentado en una de las mesas donde El tío y al lado suyo Ana. Me acerqué, me senté en una silla libre junto a ellos. Me dio un gusto enorme verlos juntos y más cuando los vi tomados de las manos. Ahí noté sus manos delgadas, sus uñas largas blancas y con palabras impresas ¿Cómo demonios logra eso? ¡Qué desocupe! Pensé, no lo dije. Pedimos tres tintos. Hablamos de temas varios. Música, películas, deportes, de todo… menos de religión y política, mi padre me enseñó que era una falta de respeto, uno nunca sabe con quién se va a encontrar. Ana es una mujer sencilla, no sé porque nunca la había visto si siempre tiene esa sonrisa. Cuando terminamos el café ella dijo “Me tengo que ir”. Era jueves, yo sabía para donde iba. Jairo y yo la acompañamos al bus. Mi sorpresa fue cuando se besaron. “¿Qué? ¿Muy enamorado?”. Le dije. No podía dejar pasar de largo mi oportunidad como amigo de burlarme de un parcero enamorado. Él se sonrojó y abordó otro bus. Hoy, varios años después, escribo esta nota rápidamente porque soy el padrino de una boda. Estoy un poco lejos y no quiero llegar tarde. No es en una iglesia, es en la montaña y parece que todo está muy bien organizado. La despedida de soltero fue una locura: ¡Motilamos y afeitamos a Jairo! ¡Qué sorpresa se llevará Ana! Sólo recuerden algo “los polos opuestos se atraen”. Es una ley física. 56 57 IN CRESCENDO Por otro lado, Jesús, Krishna y Kámadeva están jugando piedra, papel o tijera para saber quién irá al matrimonio. Yo opino que deberían ir los tres o los que quieran. Es más… Usted también está invitado. Episodio Clara E l día que la vi por primera vez fue un jueves en clase, estaba acompañada por alguien. Su cabello castaño caía sobre su rostro para terminar rozando su cuaderno. No quitaba la vista de su libro y su pierna izquierda pasaba sobre la derecha columpiando su pie. Su cuello lo cubría un degradé de vellitos que eran suaves al tacto del hombre que tenía al lado, cuando eso sucedía su cuerpo se erizaba y un corrientazo pasaba por todo su cuerpo cuyo fin único es una sonrisa que limitaba con unos hoyuelos. Una mirada diáfana, bajo unas cejas finamente trazadas que continuaban en una nariz respingada, diminuta. En definitiva, desde ese día soñé hacer eso, que mis dedos acariciaran esos vellitos que se asomaban; por esa razón me hacía en el puesto que estaba detrás de ella, porque podía dibujar fantasías en su espalda. Imaginar que sus lunares son islas y yo un corsario que nada por su cuerpo descubriendo islas remotas que jamás nadie ha descubierto, ni ella misma. Natalia creo que se llama, aunque la verdad tiene cara de Carolina. Cara de levantarse temprano, de caminar sin pisar las líneas del piso, de tomar el café dulce, de ahogarse si fumara cigarrillo, de adornar su habitación con colores pasteles y de tener una repisa con la colección de osos de felpa que le han regalado los exnovios. Claro que cuando él le rozaba el cuello, el brillo en sus ojos le cambiaba la cara, cuando hacía esa sonrisa maliciosa tenía cara de Catalina, 58 59 IN CRESCENDO EPISODIO CLARA de ninfómana insaciable, de musa del sexo, de actriz porno. Ahí podía imaginar más cosas, por ejemplo, que yo actuaba con ella en una porno o para no irnos tan lejos, mejor que la esperaba en la puerta después de clase y con una mirada fácilmente descifrable nos iríamos a un lugar solitario donde todo lo que imaginé podía realizarse, pero no, allí estaba ella hablando con él y no conmigo. Curiosamente el acompañante solo fue esa vez, no lo volví a ver ni siquiera en la universidad, sin embargo seguí con la costumbre de custodiar su espalda. Un día estaba explorando desde lejos un conjunto de islas que llevaban de la paleta al hombro, en un camino zigzagueante y al llevar mi mirada a la cima su hombro me encontré con su mirada: —¿Me prestas las copias, por favor? —Esas serían las primeras palabras que darían inicio al Episodio Clara, como se llamaba. Nombre que nada tenía que ver con su apariencia, pues a veces era oscura, otras brillante, otras opaca. Clara tenía tantas variaciones de personalidad que nunca se sabía que esperar cuando se esperaba un encuentro con ella. Le presté las copias a cambio de un café, ella aceptó porque de verdad necesitaba las copias. Nos vimos en el café de la Calle Chueca, un lugar donde uno puede conversar sin necesidad de gritar, con el ambiente sonoro de la voz de Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Luis Gabriel, Piero. Un buen café y una galletita. Ella miraba el café como si pudiera enfriarlo con la mirada y luego se mandaba un sorbo del café, del que aún salían hilos de humo. —Cuando hace tanto frío lo caliente no se siente —decía tomando tranquilamente su café. Lo malo es que eran las tres de la tarde y hacía un sol infernal. Cuando le dije que hacía mucho calor ella me contestó: —Todo está en la mente —seguía bebiendo su café como si nada y yo no podía ni dar el primer sorbo. Nos despedimos y no parecía haber ninguna pretensión que solo el café compartido. Aunque la conversación en el café me dejó mucho que pensar seguí con la costumbre de ser el corsario de su espalda. —¿Por qué no se hace a mi lado? Me despertó su pregunta del viaje por sus islas. —Porque si me hago ahí no puedo navegar —le dije. Clara no entendió la respuesta y me di cuenta por el gesto en su cara. —Todo está en la mente —complementé mi respuesta, pero el gesto continuaba. Me hice a su lado y me di cuenta que en su brazo tenía más islas, es más, no me había dado cuenta, pero como llevaba puesto un vestido, en su pierna tenía una mancha de nacimiento con forma de la isla más grande que jamás había visto en los pocos mares que había explorado en su cuerpo. —Aquí también se puede navegar, pero más poquito —le dije sin quitar la vista de los lunares que tenía en el brazo. —Me tienes que explicar eso —me respondió sin quitar la vista del profesor. Ese día me pidió que la acompañara, que debía hacer algo. Estaba más dulce que nunca. Caminaba dando brinquitos y cuando hablaba abría su manos como dibujando lo que describía, como si fuera algo muy grande. El viento le alborotaba el cabello, pero en vez de acomodarlo movía la cabeza para lado y lado; sostenía su vestido a lo Marilyn Monroe para que este no se volara y dejara ver sus privilegios que sin lugar a dudas encerraba algunas islas inexplorables. —¿Qué es lo que tenías que hacer? —le pregunté mientras caminábamos la Avenida Primera. —Caminar contigo —me respondió mientras caminaba 60 61 IN CRESCENDO EPISODIO CLARA de para atrás sin apartar su mirada de mis ojos —mira, uno puede llegar todos los días, ver clases, perder el tiempo por ahí, pero llegan los jueves y sé que será un buen día, porque ese día tu mirada toca mi piel como lo hace el viento en este momento y eso me gusta. Yo no podía corresponderle la mirada siempre, pues me preocupaba donde pondría su siguiente paso. Clara tenía la habilidad de caminar hacia atrás y no caerse. Aunque la verdad, era la más torpe caminando como los mortales, era un imán para los tropezones. Otra habilidad que tenía era que hacía que yo mirara hasta los detalles más pequeños que la hacía ella. La vez que más me pareció extraño su comportamiento fue un jueves que desde que llegó a clase parecía la mujer más furiosa del mundo, su cara angelical contrastaba con esa mirada fría. Nadie le sostenía la mirada, ni yo, pues solo bastaba contar hasta tres y uno podía sentir como el frío de su mirada lo empezaba a congelar a uno. Ese día cubría todas sus islas con un pantalón negro y un buso quizás dos tallas más grandes que ella. Solo había una isla visible en su mejilla derecha que era visitada por una lágrima que la recorría. Con mi mano intenté secarla pero su mirada me congeló. No hablamos ese día, pues al concluir la clase se paró bruscamente del asiento y salió como peleando consigo misma. Al otro día me llamó, me dijo que nos viéramos, que la disculpara, que hay días que no se aguanta ni ella misma. Nos vimos a las siete de la noche en el parque. Caminamos por primera vez tomados de la mano. Mi mano sudaba o la de ella, quien sabe, la cosa es que cada tanto nos soltábamos, nos limpiábamos y nos tomábamos de la mano de nuevo. —¿Qué es esa vaina de navegar en clase? —dijo Clara cuando nos limpiábamos la mano como por séptima vez. Le dije que nos sentáramos debajo de la veranera del parque y dijo que sí. Al norte del parque hay una veranera gigantesca, la más grande que haya visto en mi vida. Sus hojas y flores caen cubriendo una silla que desde hace varios años sirve de celestina para los amantes furtivos. Al llegar allí nos sentamos y después de un silencio atronador, solo opacado por la iglesia, que invitaba con sus campanas para la misa de ocho; con mi dedo índice empecé a tocar cada uno de sus lunares visibles: —Desde que te vi soy un corsario que navega sin fatiga el mar de tu cuerpo. Tus lunares son islas, que visita mi mirada, soñando una caricia o contarlos con besos. Ella estaba inmóvil, escuchaba cada palabra y su piel se tensionaba cuando mi dedo pasaba de isla en isla. La última que visité fue la de su mejilla, que con un poco más de fuerza, giré su rostro y quedamos uno frente al otro, a centímetros, sus ojos se agigantaron y se cerraron como esperando que se culminara el acto, yo acerqué mis labios y nos besamos y nos volvimos a besar. Los primeros besos son interminables e inolvidables, uno pasa tanto tiempo soñándolos, imaginando cada movimiento y cuando se hace realidad se cumplen todas las expectativas que uno no quiere dejar de probar esa miel de los labios. Un jueves no llegó. Me salí de clases y empecé a caminar. Clara y yo llegamos al momento de no saber lo que éramos. Una pareja de jóvenes que se besan en la esquina de vez en cuando, toman café y se pelean, porque los días en que Clara se dejaba absorber por las otras Claras más deprimentes o coléricas o lo que sea, se negaba a hablarme y se iba sin despedirse, pero como hacer un reclamo sino éramos nada, teníamos solo una amistad acompañada de besos y manos sudadas. La llamé y no contestó. Fui a su casa y ella abrió la puerta, la iba a cerrar pero puse mi pie como en las películas, si hubiera sabido que eso dolía no lo hubiera hecho. 62 63 IN CRESCENDO —¿Qué quiere? —me dijo. —Verte —le contesté. Ella no dijo nada, se quedó completamente quieta. Tenía sandalias, bicicletero y una blusa de tiritas, la pinta de casa. Ahí estaba parada, sin apartar su mirada de la mía. Dos minutos quedó congelada. —Ya me vio —dijo tranquilamente y cerró la puerta. Esta vez no puse mi pie, ella tenía razón. Ese día la vi cuando llegaba a la universidad, de nuevo era la dulce Clara. Con su vestido de flores venía corriendo, movía sus manos para saludarme. Yo la vi y le sonreí. Eso como que encendió su motor y corrió a mi encuentro. Yo con mi mano le dije que esperara, pero ella hizo caso omiso. Sin quitarme la mirada de encima aceleró su paso con los brazos abiertos ¡Cómo me encantaba la dulce Clara! El semáforo cambio a verde, los carros se movieron y dos conductores afanados arrancaron en amarillo. Clara iba a mitad de camino, un automóvil no la vio y la levantó, su cuerpo dio un par de vueltas en el aire y cayó a unos metros más adelante. Yo corrí a su encuentro, ella lloraba, le tomé el rostro, la besé y no volví a ver sus ojos. Ese suceso de mi vida lo llamé Episodio Clara, un nombre simple pero con mucha carga emocional. No pude explorar sus islas, el Médico Forense se llevó el privilegio. Esas fueron las dos semanas más intermitentes de mi vida junto a ella. Ahora los jueves no son los mismos, sobretodo porque su asiento lo ocupó Gerónimo y yo me pongo entonces a hacer de cartógrafo y dibujo las islas que conozco en mi cuaderno, especialmente esa gran isla de su muslo derecho. 64 Sexo de celebración A ugusto Santamaría buscaba desesperadamente sus llaves en el bolsillo. Al encontrarlas, un pequeño hilo se enredó en el llavero impidiendo que pudiera abrir la puerta. —Vecino ¿Peleando con las llaves? —Dice Sepúlveda, el vecino del piso de arriba, quien llevaba unas bolsas de mercado y subía las escaleras del edificio. —Sí, nunca me ganan. —¿Qué horas tiene? Vecino. —Faltan cinco para las ocho —Ya casi es hora, pensó. —Gracias. Después de varios segundos de lucha cerebral contra los hilos del bolsillo en las llaves, logra su cometido y se dispone a abrir la puerta. La llave ingresa en la ranura de la chapa, con un pequeño movimiento hacia la derecha queda desajustada, pero algo impide que se abra la puerta, con un poco de fuerza, no mucha, la abrió y un disparo silencioso acaba con su vida, cayendo al piso con el llavero que Mary le regaló el día que cumplieron tres meses de estar saliendo, hace ya varios años. No había nadie en el edificio, a excepción del vecino de arriba, el asesino salió tranquilamente del edificio y se perdió entre la gente. Tarea cumplida, el negocio se ha culminado. Una de las fechas más importantes para Augusto Santamaría sería ese 23 de septiembre, pues se disponía a cerrar uno de los negocios más importantes de su vida y así poder trabajar con empresas pioneras en el diseño en América Latina. 65 IN CRESCENDO SEXO DE CELEBRACIÓN Se despertó como todos los días con cinco minutos de estiramiento y sonidos animales que salían por su boca y trasero. Se levantó, puso a hacer café mientras buscaba la ropa que usaría ese día. Tarareaba alguna canción que odiaba y le enviaba un mensaje de buenos días a Mary, quién le había prometido una noche fantástica de celebración después de cerrar el negocio. Y Augusto tenía claro que el sexo de celebración junto al de reconciliación es el mejor sexo que se puede tener y eso lo animaba para que su día fuera perfecto. Al salir de la ducha se tomó el café, pensó en acompañarlo con un cigarrillo pero decidió ponerse la ropa mientras degustaba el tinto. Al terminar de organizarse se miró al espejo, allí vio todos sus sueños cumplidos, las largas jornadas de trabajo con Nicolás, su socio y mejor amigo; pero que hoy 23 de septiembre se empezarían a recoger todos los frutos. A las 7:35 a.m. tocó la puerta Nicolás que al verlo le dio un abrazo: —Le dije que de negro —dijo Augusto mientras detallaba como estaba vestido Nicolás. —No tengo blaisser negro ¿Me va a prestar uno? Y ahí si quedamos uniformados, como el equipo que somos ¿Y Mary? ¿Vendrá hoy? ¿Nos acompañará? —Muchas preguntas seguidas. Sí, le presto el blaisser. Mary viene esta noche a celebrar, debe presentar unos exámenes en la universidad a las 9. Pero será una noche brutal, sexo de celebración. Me imagino que ya no se acuerda que es el sexo de celebración ¿Hace cuánto usted no se tira a una nena? —Hace varios meses —Qué pena, ya no debe recordar lo que es el sexo de celebración, pero el sexo de celebración es como el sexo de reconciliación pero sin un error cometido, o sin una embarrada que chuce el corazón. El problema del sexo de reconciliación es que es salvaje, duro, fuerte y a veces uno ni sabe si la nalgada es por el momento de la faena o porque de verdad es una nalgada por lo que se haya hecho. Por otro lado en el sexo de celebración, no hay un hecho que haya interrumpido la relación, por el contrario todo es bueno ¡Celebración! —¿En dónde está el blaisser? —Dijo Nicolás mientras abría el armario de Augusto —Yo estoy emocionado, hoy es el después, del antes y el después que siempre hablábamos. Debemos de tomarnos algo. —Claro, pero no creo que hoy, más bien mañana ¿Quieres un poco de café? —Dijo Augusto tomando la cafetera y señalando el blaisser. —Sí, qué rico un café ¿Tiene cigarros? —Nicolás contestó poniéndose el blaisser negro de Augusto. Augusto sirvió en un pocillo un poco de café y lo llevó a Nicolás ofreciéndole un cigarrillo y esta vez fumaron los dos. El humo empezaba a formar figuras que se transformaban con el viento, con la respiración, con las palabras y ambos amigos practicaban el discurso de socialización del proyecto en el que habían trabajado tanto. Terminado el tinto Augusto guardó sus papeles, en un bolso guardó su computador portátil y en su bolsillo derecho metió sus llaves del apartamento y se dirigieron a la oficina de Fonseca y Asociados. Mary se encuentraba en la universidad a punto de presentar unos exámenes que la ayudarían a terminar el semestre con un promedio alto y así poder seguir con la beca que había conseguido por buen rendimiento académico. Sentada en su escritorio, al frente la hoja, tres preguntas sencillas, ella recordaba que eso lo había estudiado y que lo sabía indudablemente, pero por su cabeza se pasaban de vez en cuando la imagen de los muchachos, como le decía a la amistad de Augusto y Nicolás, presentando su proyecto. Hace un esfuerzo y después de 45 minutos de examen lo entrega al profesor: —Mary, siempre de primera, siempre buenas notas. —Espero que esta también, profe. 66 67 IN CRESCENDO SEXO DE CELEBRACIÓN —Ya veremos. Se fue para el bloque de medio ambiente de la universidad y se sentó en una de las tantas zonas verdes que hay en el lugar. Lee, escucha música, habla con extraños, toma café de la chaza, fuma, está desesperada, la impaciencia camina por todo su cuerpo desde la punta del dedo gordo hasta la punta de la frente, que era lo único que no era acorde con su figura y por eso usaba un capúl. Mira la hora 10: 45 a.m. Se levanta, empieza a caminar de allá para acá y acá para allá. Cigarrillo. Café. Hora. Risa hipócrita a quien saluda y no conoce. Café. Cigarrillo. Hora. Su celular vibra, lo saca y lee: “Amor, terminó la reunión la licitación es nuestra” Mary sonríe, por fin sus vidas van a cambiar. Recibe otro mensaje: “Esta noche será inolvidable” y luego otro: “Se le quedó un libro en el salón, señorita Rodríguez”. A la hora del almuerzo Mary se dirigió a la entrada de la universidad donde la esperaban Nicolás y Augusto. Augusto la abrazó, se besaron y dieron vueltas en un solo punto. La gente los miraba extraños pero no importaba, ellos tenían verdaderos motivos para celebrar. —¿Qué tal si vamos a almorzar? —Dijo Nicolás— Yo invito. —Claro, los milagros existen —Contestó con humor Augusto —Sí, de una —Contestó Mary. Fueron a un restaurante no tan corriente y cada uno pidió lo que se les antojó. Mientras llegaba la orden empezaron a dar los pormenores de la exposición, inició Augusto. —Ellos estaban ahí como duros, con cara de pocos amigos y que no les interesaba… —Intenté contar un chiste, lo leí en un blog de negociantes, pero no funcionó… —La cosa es que desde la primera hasta la última diapositiva no parpadeaban, asentían a todo. —Ahí sí conté otro chiste y se rieron. —Y yo conté uno con el presupuesto y se rieron más. Y estallaron de la risa cuando se dieron cuenta que el presupuesto no era ningún chiste. Al llegar los almuerzos y entre cucharadas siguieron comentando los detalles de su mañana. Esta vez fue Mary quien dándole un sorbo al jugo de frutas tropicales dijo: —Me fue bien en el examen, me demoré mucho. Pero es que no podía de dejar de pensar en ustedes. Hubiera deseado estar allá. Además ¿Eso no se demoró mucho? —Para nada —contestó Nicolás— El problema estuvo… —En que esperamos mucho a que nos atendieran —complementó Augusto. Terminaron de comer. Y mientras comían el postre Augusto preguntó: —Amor ¿A qué hora nos vemos hoy? —A las 8 en punto, mi amor —Respondió Mary —Bueno. Si de aquí a las ocho está libre, creería yo que podríamos salir a tomar unas cuantas cervezas ¿o no Augusto? —Hágale, nos tomamos unas cuantas. Y en la noche me voy. Mary se despidió con un beso de Augusto y un pico en la mejilla de Nicolás. —Los días buenos tenían que llegar —dijo Nicolás. —Sí, no podíamos seguir viviendo con la mierda como única opción en el menú. De verdad, hoy es mi mejor día —comentó Augusto. Terminando de hacer la digestión del almuerzo del triunfo. Los dos amigos iniciaron el camino al Bar de Siempre, en dónde mantienen desde que tenían 17 años, cuando pasaban la puerta gracias a la barba. —¿Edad? —Preguntaba el tipo de seguridad —18 años, recién cumplidos —decía Nicolás con más seguridad que el tipo musculoso que estaba frente a él. —Sí, yo también —complementó Augusto que hacía su aparición exponiendo una barba poblada y una voz de tenor. 68 69 IN CRESCENDO Inmediatamente el vigilante los dejó pasar y se tomaron la primera cerveza. Allí celebraron sus 18 años de verdad, en compañía de muchos amigos y el mismo vigilante que se dio cuenta ese mismo día y tomó las cosas con mucha gracia. Cuando terminaron la universidad allí hicieron su celebración y por cosas de la vida, Liliana que era la que salía con Nicolás llevó a Mary. Ese día la vida de Augusto tuvo un nuevo giro. Desde ese momento los tres hacían de las noches del bar de siempre las noches más amenas con tertulias, declamaciones y conversaciones que se tienen en esos lugares que solo los cronopios suelen frecuentar. Claramente la pareja de Nicolás cambiaba en un parpadear. Hoy muchos años después, los recibió el vigilante que ahora es el dueño del bar de siempre. —Felicitaciones por su logro. La primera la invito yo. —¡Uy, ese milagro! —Dijeron al unísono los muchachos como un coro improvisado que solo los amigos pueden llegar a tener. Bebieron algunas cervezas, solo algunas porque en poco tiempo Augusto va a tener sexo de celebración y no podía estar ebrio porque sabía que su maquinaria no funcionaría. Nicolás recibió un mensaje en su celular: “Ya me voy, te espero esta noche” —La demonia —le dijo Augusto burlándose. —Sí, voy a tener sexo de celebración. —Eso, salud —Dijeron al unísono. —¿Vio lo qué pasó en Corea? —¿Sur o Norte?... A las 7 de la noche tomaron su último trago de cuatro cervezas bien conversadas. Los muchachos tomaron el camino a sus casas. Así como casi todos los días, Nicolás acompañó hasta la puerta del edificio a Augusto. Fumaron un par de cigarrillos en el trayecto y continuaron hablando de cualquier tema que hubiese quedado inconcluso en alguna charla. —¿Qué hora es? —le preguntó Nicolás a Augusto. 70 SEXO DE CELEBRACIÓN — Faltan diez para las ocho —Respondió ansioso Augusto al saber que la hora se acercaba. —Nos vemos hermano, ya voy tarde para la cita —Dijo Nicolás y se abrazaron como solían hacerlo. Nicolás siguió el camino para su casa, silva alguna canción de los sesenta, llegó a su casa y en la cama la encontró a ella, lista para el sexo de celebración. —¿Todo está hecho? —Nadie sabrá que fuimos nosotros, absoluta confidencialidad —Respondió Mary dispuesta a terminar la noche celebrando. —En unas horas será el día más triste de nuestra vida —Dijeron al unísono. 71 IN CRESCENDO El conejo blanco M uchos dicen que si se busca se encuentra, pero cuando se habla del amor “No se puede buscar, porque llega en el momento menos pensado”. Eso nunca me había interesado, para qué interesarme en algo que duele más que una aguja entre las uñas. Bueno, nunca me ha pasado, pero debe doler… era una forma de tortura y el amor es la tortura del alma. Muchos estarán enamorados y dirán que soy un imbécil hablando de esta manera, pero los desarmo de una vez: Sé que soy un imbécil. Para que me entiendan debo contarles la historia de un amor que me dejó sin palabras y además el por qué soy un imbécil. La fórmula perfecta está en la manera de tratarlas, de hablarles, de susurrarles al oído que son lo más bello del mundo y cómo no... si todas lo quieren escuchar. Y no es por nada, pero ese quizás ha sido mi mayor cualidad: poder decirle a la chica que conozca las palabras más hermosas, después hacía y deshacía con ella hasta el punto de dejarla en las nubes y luego soltarla. En este momento los hombres dirán “Este man es un genio”. Las mujeres por el contrario están odiándome y quizás quieran parar la lectura. Ya las escucho diciendo algo así: “Este hombre sí que es un imbécil”. Y ya les dije, sí lo soy, pero esa no es la razón. No pare la lectura y más bien sígame insultando. Bueno, ya que está claro que algunos quieren saber 72 73 IN CRESCENDO EL CONEJO BLANCO qué pasó y otras demostrar por qué soy un imbécil… déjenme contarles lo que pasó: Caminar sin camino, solo seguir los pies sin prisa. Ver el cielo azulado, con las nubes blancas, dibujando una que otra figura e intentar de vez en vez descifrarlas. “un conejo blanco” digo suave para mí mismo. Y me pregunto ¿si lo sigo a dónde me llevará? Así que esta vez camino mirando al cielo, mientras sigo al conejo. Pero el viento hace de las suyas, destroza al conejo y yo bajo la mirada continuando mi camino. Paso a paso voy dejando en el olvido los días grises, los besos besados, los sueños frustrados, los labios de ella o de aquella y por qué no, también el conejito blanco. “Levante la mirada”. Escucho pero no hay nadie. Y justo al frente mío hay una mujer, pero ella no es la que me habla, me habla mi voz interior. “Ve hacía ella” así que camino y empiezo a pensar si sufro de esquizofrenia. Esta vez no sigo mis pies sino mi instinto, mi voz. La veo sonriente junto a un árbol. Quizás ni se inmuta que me acerco, que estoy pensando decirle algo bonito y si todo va bien estará en mi cama esta misma noche. Ella levanta la mirada me mira y sonríe. Al ver esa sonrisa yo freno, mis pasos se enredan y he perdido por completo el hilo de la conversación que pretendía usar. Tiene un cabello hermosamente desorganizado, una sonrisa sublime que termina en cada lado con unos hoyuelos. Los ojos son color café. Su rostro en sí es una obra de arte. Yo respondo la sonrisa. De repente ella se acerca sonriente y haciendo un gesto con la mano, como saludándome y yo sin más ni más le respondo el saludo. Me acerco a ella mientras ella hace lo mismo. Seguramente nos conocemos. Alguna fiesta, alguna reunión, tal vez estaba borracho o simplemente no estaba en mis cinco sentidos. “Hola” digo entre dientes cuando está a pocos centímetros. Ella, me mira a los ojos, responde con una sonrisa que luego se vuelve carcajada, pasa por mi lado y saluda con un abrazo fuerte a otro hombre, que seguramente, es el dueño de sus sonrisas y sus miradas. ¡Carajo! Qué pena. Sigo mi camino como si nada hubiese pasado, mirando para los lados para ver cuantos testigos hay del absurdo. “¡Qué imbécil soy!”. Me digo a mí mismo, pero no… por eso no soy un imbécil. Sigo mi camino intentando formatear los últimos 5 minutos dejando como último recuerdo el conejito blanco. Miro para el cielo, pero lo único que veo son nubes sin forma. Bajo la mirada. Miro como mis pies se adelanta uno al otro llevándome hacía delante. Veo el árbol que está al frente mío, me acerco y me siento recostándome en su tronco. Estiro los pies, me acomodo. Saco un cigarrillo. Busco la candela, no la encuentro. Me rebusco por todos los bolsillos, en el maletín y nada. Así que opto por dejar el cigarrillo entre mis dedos mientras vuelvo a jugar a dibujar en las nubes. Y mis ojos se van cerrando y me dejo llevar por el sueño, pensando en lo que pudo haber sido con esa mujer bellamente despeinada. Me despierta un camino de babas que va saliendo de mi boca ¿cuánto habré dormido? No lo suficiente porque tengo más pereza que antes. El cigarrillo sigue en mi mano sin encender y vuelvo a buscar en mis bolsillos. Pasa un joven fumando “Parce ¿me regala fuego?”. Le grito y el me pasa la colilla del cigarrillo y lo prendo empujado. Me siento, me relajo, solo falta un tinto, un libro y este momento lo congelaría. Al lado del árbol, a unos pocos metros, hay una mujer sentada observándome. ¿Hace cuánto tiempo estaría ahí? ¿Habrá visto mi manera alterada de buscar fuego? O ¿Habrá visto cuándo me desperté secándome las babas que me chorreaban? ¿Habrá visto el espectáculo con la nena esta? La observo y la saludo con la mano desde la distancia. Pero ella deja de mirarme y se va rápidamente. “Bueno, quizás si vio todo el show”. Me levanto y camino hasta la silla donde estaba sentada. Y ahí, justo donde ella estaba, hay una identificación. Un carnet. No conozco de donde es, 74 75 IN CRESCENDO EL CONEJO BLANCO pero volteo inmediatamente para donde ella. Leo el nombre Manuela…“¡Manuela!”. Grito. “¡Tengo su carnet!”. Y nada que voltea. Así que salgo corriendo detrás y justo antes de llegar ella para un taxi y se va. “Manuela”. Repito sin aliento, pero se ha marchado. Llego a casa. Lo primero que hago es buscarla en la red. Pongo su nombre y efectivamente aparece su cuenta en las redes sociales. Le dejo un mensaje simple: “Tengo su carnet, nos vemos a las 6 en el café del parque principal”. Le doy enviar e inmediatamente llega un mensaje devuelta: “OK”. Ni un gracias, eso me pasa por lambón, hubiese dejado eso ahí, ¡Qué imbécil soy! Pero no… por eso no soy un imbécil. A las 6 en punto estoy en el café, pido un tinto oscuro mientras espero su llegada. Pongo el carnet en la mesa y sorbo a sorbo siento el amargo del café. La vida suele ser como el café, amarga pero uno la disfruta. Volteo hacia la puerta principal y está ella ahí. Se acerca rápidamente. Me ve a los ojos, luego la mesa, se detiene en el carnet, lo toma y se va con paso acelerado. ¡No! Otra vez no. “Manuela”. Digo, pero no voltea. La tomo del brazo. Me mira asustada y le digo “Tranquila”. Ella me mira los labios respira suavemente. Busca entre su cartera, saca un lapicero, toma una servilleta y escribe “Gracias”. Y sin más… se va dejándome un mar de dudas, muy pocas ganas de seguir degustando el amargo de la vida y la servilleta en mi mano. Acostado en mi cama, viendo las grietas del techo empiezo a pensar y a revivir ese “Gracias”. También recuerdo cuando le gritaba su nombre en el parque, o cuando la llamé en el café y ella no volteaba. Por primera vez en mi vida no quiero a una mujer para tirar y luego llamar un taxi. No. Es más en este preciso momento no sé qué es lo que quiero. Y pensando en eso que no sé, me dejo llevar por el sueño… Estoy en el bar que suelo frecuentar, está lleno de mujeres hermosas como de costumbre. Elijo a una y le invito un trago, le digo que es hermosa y que me gusta su color de labios. Ella solo me observa mi boca mientras hablo: Saca una servilleta y escribe “Gracias”. Cuando leo la servilleta y subo la mirada para verla de frente, es Manuela. Me despierto sudando, busco en el maletín y efectivamente encuentro la servilleta que Manuela me había dejado. Lo tomo, lo releo y sé que es estúpido, el gracias no se va a transformar en otra palabra. Busco a Juancho. Juancho es un amigo que conocí hace tiempo en la universidad. En los tiempos libres fumábamos y bebíamos hasta vomitar, pero ahora todos parecen tipos responsables… menos yo. Yo sólo soy un imbécil. En una de sus prácticas de la universidad trabajó en una Fundación para niños con problemas auditivos, aprendió el lenguaje de señas y quizás pueda ayudarme. Lo consigo y me reúno unos días con él. En las noches, porque el trabajo no le da más tiempo. Acompañados de unas cervezas poco a poco voy aprendiendo a conversar con mis manos. Vuelvo rutina mis visitas al parque. Quizás la vuelva a ver. Pero no sucede. Han pasado ya varias semanas y lo último que supe de ella fue que escribió en una servilleta la palabra “Gracias”. Los sueños se vuelven más frecuentes, cualquier mujer que conozco, no me habla sino que escribe la palabra “gracias”. Cada vez visito menos el parque, sé que no estará allí. Quizás el destino sepa que soy un imbécil y no quiere que le haga daño a Manuela, pero no pretendo hacerle daño… No sé qué es lo que quiero, solo conocerla, quizás. La lluvia es fuerte. Por la ventana observo como se empiezan a formar por lado y lado de la calle se empiezan a formar pequeños riachuelos con corriente fuerte que desemboca en la cañería que ya se está tapando con la basura de la ciudad. La gente corre desesperada como si el agua 76 77 IN CRESCENDO EL CONEJO BLANCO los fuera a asesinar y las mujeres se cubren el cabello con cualquier cosa con tal de no perder lo que invirtieron en la peluquería para sorprender a su marido o al mozo. Me llama la atención una mujer, no corre, no se cubre la cabeza. Anda como disfrutando la lluvia. La observo mejor y es ella ¡Manuela! Me pongo los primeros zapatos que veo. Salgo rápidamente de mi casa y la veo, está apunto de doblar la esquina. Corro y estoy a punto de gritar su nombre, pero recuerdo que de nada servirá. Cuando me acerco a ella le toco el hombro izquierdo. Ella voltea, me mira aterrada y yo lo único que hago es mover mis manos como me enseñó Juancho. “Hola, quiero hablar contigo”. Ella me mira sorprendida y asiente. La tomó del brazo y señalo una tienda en la esquina, donde venden el peor café del mundo, pero lo aguantaría solo para hablar con ella. Cuando llegamos corro la silla, ella se sienta y yo me acercó al tendero, le pido dos cafés, un cuaderno de 50 hojas, cuadriculado y un lapicero negro. Me siento al frente de ella. Y ella inmediatamente sonríe y empieza a mover sus manos. Yo con mi mano le digo que se detenga. Abro el cuaderno y escribo: Sólo aprendí a decir: Hola, quiero hablar contigo. Volteo el cuaderno y se lo muestro. Manuela lo lee y se ríe. Y escribe: Yo enseñar a usted. Leo y asiento. Por primera vez justifico el chat y eso porque tengo a la persona al frente. Pasamos un rato escribiéndonos cosas hasta que paró la lluvia y ella escribió: Debo salir. Yo cuidar a mis hermanos hoy Cel. 512 365 3232. Nos paramos, pagué la cuenta. Salimos, nos abrazamos y cada uno empezó su camino. De vuelta en mi casa pensé ¿Para qué me dio su número si no puedo llamarla? Luego me dije “Qué imbécil, pues es hora de mandarle un mensaje”. Le envío un mensaje: “Mañana 6 p.m. Café del Parque Principal”. Inmediatamente recibo un mensaje: “Allá estaré”. 78 Al otro día a eso de las 5 salgo para el parque principal. Caminar otra vez, pero esta vez con un objetivo, un cuaderno cuadriculado y una sonrisa en la cara. Miro el cielo azul y allí está de nuevo el conejito blanco. La última vez que lo vi conocí a Manuela. Así que de nuevo camino, pero esta vez siguiendo al conejo. De repente el conejo desaparece, bajo la mirada y justo al frente mío está aquella mujer, esa de cabello hermosamente despeinado y hoyuelos en la sonrisa. Inmediatamente freno mi camino. Ella se acerca “¿Es que no va a saludar?”. Por instinto yo volteo a ver para atrás, pues uno nunca sabe ¿Qué tal vuelva a pasar? No hay nadie. “Hola”. La miro de pies a cabeza. Tiene unos tennis de tela, unos jeans ajustados, una camisa con un conejo blanco estampado, una mochila terciada y esa sonrisa. Ella me toma de la mano y me arrastra hacia el árbol. Veo el reloj 5:45 p.m. En cualquier momento llega Manuela. Pero esta mujer no deja de mirarme con esos ojos café, ese cabello desarreglado que en este momento imagino enrollándolo en mis manos y haciéndola mía “Me gusta lo que piensa”. Dice ella. Yo me quedo sorprendido con lo que dice. Ella toma mi mano, la pone en su pierna y empieza a subirla. Eso hace estragos en mi interior. Veo la hora 6:02 p.m. ¡Cómo corre el tiempo! “Béseme”. Aparece de nuevo la voz… pero esta vez sale de sus labios ¿Quién es? Pero algo dentro de mí, algo dentro de mis pantalones dice que continúe. Me acerco a ella, es como una magia que me lleva hacia ella. ¡No! ¡Manuela! Pero ya mi cuerpo no puede hacer nada, se siente atraído por aquella mujer, mis labios sienten los suyos y un fuego empieza a quemarme, pero se siente bien… mis manos rozan su cuello. De repente a mi pensamiento llega Manuela, la servilleta, la lluvia, su sonrisa, el cuaderno ¡Todo! Me separo pero en sus ojos arde pasión, me siento hipnotizado. Volteo a ver en la esquina y veo al café de la esquina y allá está Manuela observándome implacable, mientras esta extraña me seduce y me toca 79 IN CRESCENDO sin mi consentimiento, pero mi cuerpo quiere hacerla mía. Manuela nos ve. Inmediatamente hace una cara de decepción y aborda un taxi. “¡No!”. Grito y esta extraña mujer dice “Bueno”. Y se va. Quedo desconcertado. ¿Así de fácil era? Me siento en el árbol, busco los cigarros, encuentro la cajetilla y no hay ningún cigarrillo. Veo el cielo azul y ahí está el conejo riéndose. Y mostrándome el dedo del medio mientras se va. La verdad no sabía que un conejo pudiera hacer eso. ¿Ya saben por qué soy un imbécil? Quizás sea un imbécil por seguir al conejo y no mi corazón… ¿Cómo se tiene a la mujer que uno quiere? ¡No lo sé! Sólo aprendí que para el amor no hay palabras… y créame, por nada en el mundo hay que seguir al maldito conejo blanco. 80 Tango rojo P ueden llamarme loco si así lo desean. Dalí decía que la única diferencia entre un loco y él es que él no estaba loco. Me presento, soy Bernardo Flórez, para muchos soy un escritor del boom latinoamericano pero jamás me codeé con García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y ninguno de ellos. A duras penas los conocí en sus textos que me acompañaron en las horas en donde el sueño desaparecía y mis ojos se negaban a cerrar; el café, el cigarrillo, los libros, me hicieron olvidar que había una vida más allá de las cuatro paredes que me rodeaban. Bueno, también tengo que confesarles que nunca he publicado un libro, sin embargo, algún día lo haré; tengo cuadernos llenos de prosa que ha maravillado a los pocos lectores que me buscan para leer lo que escribo. Hace un par de años me encontraba en el estancamiento y cualquier artista me puede entender. Esos malditos días que por más que uno piense, por más que uno lea, por más que alimente la imaginación no salen palabras o sonetos o trazos. Yo buscaba la manera de materializar todas mis ideas, escribir mi ópera prima y luego como un eureka, como un Big Bang artístico apareció la idea. Pasé horas y horas en el escritorio. Las palabras salían y en poco tiempo las páginas en blanco se veían adornadas por párrafos que contaban mi mejor obra: Tango Rojo. Y Milena su protagonista me hizo la vida añicos. 81 IN CRESCENDO TANGO ROJO Es inevitable al escribir o al leer, no empezar a dibujar cada escena, cada rostro en el pensamiento. Si empiezo a decir por ejemplo que Milena mantiene los domingos al lado del río, sentada en una sábana blanca, con unos jeans cortos que llegaban más arriba de la mitad del muslo, en topless, dejando al aire sus dos senos pequeños, con sus pezones rozados que apuntan al infinito, con gafas de sol y con su cabello rojo, candela, fuego, mientras susurraba uno que otro tango que tenía en su reproductor; usted mínimamente se la imaginó, pero es que no le he dicho que sus labios delgados, mordibles, sin labial se resecaban por el sol y ella pasaba su lengua humedeciéndolos, ¿La imagina? Pero es que no le he dicho que tiene ojos azules, manchados, grandes, con unas pestañas delicadas, pero es que no los puede ver, llevaba los lentes. Y nadie la miraba, nadie estaba allí, sólo el río, el Sol y el viento eran los únicos tan osados en tocar su piel. Yo, yo simplemente la dibujo con palabras mientras usted sólo la imagina. Pasé días enteros describiéndola, dibujándola, pero es que no era solo eso, ella me coqueteaba. Una tarde, no recuerdo ya cuantos días estaba sin salir del escritorio pero la barba ya estaba áspera. Decidí que era la hora de un tinto y un cigarrillo. Puse a hervir el agua, saqué un poco de café, lo eché en el colador, luego el agua, un poco de azúcar y listo. Allí estaba mi tinto. Tomé el último cigarrillo del paquete, lo encendí y el humo pasó por mi garganta como cosquilleando mi interior y el café amargó el momento, en el sentido más dulce de la palabra. Me senté a ver lo que pasaba por la ventana. Allá afuera es extraño, hacía mucho que no salía pero no me interesaba. El cielo esta azul intenso y las nubes forman figuras que más de uno estará intentando descifrar en el parque con su pareja, yo hago figuras con el humo que sólo descifro yo. Justo en ese momento siento que en mi estudio hay un ruido como si algo hubiese caído. Al abrir la puerta me doy cuenta que lo que yo había pensado era lo 82 que había sucedido, todos mis libros estaban en el suelo. Una avalancha de conocimiento pasó por mi estudio, alguna rata o simplemente la biblioteca ya consumida por el comején se había debilitado y no aguantó el peso de las palabras. Me dispongo a terminar mi cigarrillo mientras pongo en otro lugar los libros. Acomodar los libros es una actividad que puede tomar horas y más si usted como yo los organiza por tamaño, autor o temática. Al terminar siempre queda ese fresquito de ver a los libros como posando para una foto, pero al lado de la vieja biblioteca de madera habían unas gafas Rayban. Nunca en mi vida había tenido unas gafas de esas y nunca antes alguien ha entrado en mi estudio, pero esas gafas se me hacían familiares. Milena acostumbraba ir al viejo Café del Tango a escuchar los clásicos y para bailar con algún caballero que se derrumbaba ante su belleza. Por lo general tenía un vestido negro y unos tacones. Se hacía en la misma mesa justo al lado de un cuadro gigante de Gardel con media botella de aguardiente y una rosa roja en la mesa, puesta, sin raíces, sin espinas, allí tirada al lado de la botella y la copa. Quien quisiera bailar con ella simplemente debía tomar la rosa y verla a los ojos. Inmediatamente ella se levantaba y extendía su mano. El caballero la lleva a la mitad del café y se disponen en un danzar, de unos movimientos tan delicados y precisos, como solo el tango lo puede hacer; las manos del hombre recorren la espalda destapada de Milena y ella cierra los ojos, siente la música. Pasos finos que van con cada acorde y la sensualidad de la pareja hace que todos en el café observen tan hermosa pieza. Se acaba la canción e inmediatamente ella abre los ojos, toma la rosa y la pone en el mismo lugar, mientras se sienta, se sirve una copa más y así hasta la hora del cierre. En dónde se levanta, agarra lo que le queda de aguardiente, rechaza a todos los hombres que desean llevarla para su cama y se va con paso firme como caminando un tango, con la botella en una mano y la rosa en la otra. 83 IN CRESCENDO TANGO ROJO Era solo terminar un párrafo para imaginar todo lo que podría hacer con Milena, que me diera clases de tango, poder tomar la rosa y bailar sobre las mismas nubes. Sonó el timbre, salgo, no hay nadie, me sirvo un café, voy por cigarros, no hay. Busco algunas monedas del cajón y salgo a comprar cigarrillos. La calle es un laberinto de personas, todos andan y andan sin saber si van para delante. Algunas personas hablan solas quejándose de su vida o sus amigos. Yo busco dónde comprar cigarrillos y además busco esos ojos azules manchados en cada mujer que pasa por mi lado pero es imposible. Al llegar al apartamento tomo un sorbo del café servido y está frío, helado, lo pongo a calentar unos minutos y ahora si es el complemento perfecto para mi cigarrillo. Me dirijo al estudio, me siento en el escritorio y allí al lado del computador hay una rosa roja, sin raíces, sin espinas. La tomo y una mano me toca el hombro. Volteo y allí está ella, Milena, con esos tacones que dan inicio a unas blancas piernas, que se esconden en un vestido que delinea su figura. Su mano es delicada, con barniz rojo que combina con sus labios y su cabello. Tomo su mano y la llevo a la sala y empieza a sonar la música, Milena me dirige, me lleva los pasos, sus manos aprietan mi piel ¡Que feo bailar tango con una mujer tan hermosa y bien vestida, con chanclas, pantaloneta y esqueleto! Pero eso no importa, intento seguir sus pasos, danzamos por la habitación, nuestros pies llevan el ritmo mientras esquivamos zapatos, colillas y el desorden de la sala. Ella tiene sus ojos cerrados, quisiera ver sus ojos azules manchados que los tengo fijos en el pensamiento, pero se niega a abrirlos, siente la música, se muerde los labios, cuanto envidio sus dientes. Mi mano siente su espalda que esta al descubierto y hago un roce con mi dedo índice que va desde su cuello hasta su espalda baja, dónde empieza la curva de sus nalgas, ella sonríe y el danzar se vuelve más violento, ella me acerca a ella y puedo sentir su olor, un olor indescriptible, un olor como a jardín de abuela. La canción 84 se acaba y Milena abre los ojos. Esos ojos azules manchados, sonríe, me separa de ella y se dirige al estudio pero antes toma las gafas Rayban que están en la mesa y pasa la puerta. Yo me quedo plantado en la sala recordando su espalda y mirándola como se pierde en la oscuridad de mi estudio. La sigo y ya no está allí. Todo se encuentra igual que antes, con un escritorio contra la pared que tiene el computador, y los libros que se encuentran uno encima del otro sobre una mesa. Milena se ha ido, la rosa ya no está. Me dispuse a continuar la escritura de mí ópera prima. Abrumado por los hechos decidí que Milena jamás se iba ir acompañada para su casa después del café. Estaría condenada a irse simplemente con lo que le quedaba de aguardiente y la rosa roja. Sí, llegaría a la habitación dónde vive pondría tangos en su reproductor, se quitaría los tacones, descansaría del dolor de pies que le dejó esa tortura y varios tangos. Sus pies son delicados, sus dedos finos, largos, huesudos, sus uñas también adornadas con barniz rojo. Camina descalza por su habitación y se quita el vestido negro que cae al piso cubriendo sus pies pero dejando al descubierto su desnudez, sus piernas terminan en un majestuoso montoncito de vellos negros que continúan en un camino apenas visible que lleva a su ombligo. Pasa su mano derecha por sus senos que se endurecen al tacto, luego cae en su cama, con su mano izquierda empieza a explorar el manantial que vive entre sus piernas y su cuerpo empieza a retorcerse de placer, hasta que su habitación se desaparece y se convierte en una explosión blanca, negra, púrpura, sensaciones que recorren todo su cuerpo para habitar donde se encuentran sus dedos índice y corazón, para luego reposar en su cama, débil, empapada no sólo de sudor y así dormir plácidamente. A eso la condené por las siguientes páginas, durante días llenos de letras y masturbación. Una noche me encontraba fumando un cigarro en el mirador, sentado en la silla de siempre con los pies en la 85 IN CRESCENDO TANGO ROJO chambrana y al interior sonó un tango. Me ahogué con el cigarro y vi al interior del apartamento. La sala que antes estaba adornada con mi desorden, se encontraba llena de pétalos de rosa roja. Inmediatamente me quité los zapatos y pude sentir cada pétalo en mis pies, el tango seguía su melodía y yo buscaba por cada rincón de la sala a Milena, pero no estaba. Después siguió otro tango y otro y así por un largo rato. Me dirigí al estudio pero allí no había ni un solo pétalo, al salir la sala ya estaba completamente limpia, bueno, a excepción de un camino de pétalos que llevaban a mi habitación. Al abrir la puerta la encontré a ella en mi cama, los tangos no dejaban de sonar y ahora hasta mi pulso llevaba su ritmo. Ella estaba allí, desnuda, con esos ojos azules manchados apuntándome con lujuria, se mordía los labios y yo me acercaba a ella con paso lento. Al subirme en la cama me acerqué a ella gateando y cuando estaba a unos centímetros de rozar su piel ella me enreda con sus piernas y de un solo tirón me une a ella. La tela de mi ropa es el único obstáculo que nos impide ser uno. Se mueve al vaivén del ritmo sintiendo cada vez más fuerte mi hombría. Su piel blanca empieza a tornarse rojiza como con pequeños mapas que adornan el mundo que quiero conquistar. Mis manos aprietan sus senos y juegan a acariciar sus pezones mientras ella suelta pequeños gemidos y sus manos se meten por mi espalda y de un solo tajo me arranca la camisa. Sus manos de manera acelerada buscan zafar mi correa y desabotonar el pantalón para librarse del único impedimento y cuando por fin lo logra, empieza a acariciarlo con una mano mientras que la otra toma mi mano y la lleva a su entrepierna húmeda, cálida, espesa. Me mira con esos dos ojos azules manchados y acerca su boca a lo que tiene entre manos y antes de empezar me mira desde abajo y sonríe. Me desenreda con sus piernas, suelta mi falo, quita mi mano de su interior, se levanta y se va dándome la espalda por el camino de pétalos que ahora llevan al estudio. La sigo desnudo y ella cierra la puerta y 86 al hacerlo la música cesa de ipso facto. Ingreso y ya no hay nada, el mismo estudio de antes. Milena me condenó a lo que le hice yo con mis palabras. Así desapareció de mi ópera prima, no volvió a aparecer. Por más que intentara escribir nunca aparecían las palabras necesarias para describirla, por más simple que fuera, si se trataba de ella, no salían, no se escribían. El estancamiento volvió y duró varias semanas. Ahora el Café del Tango no tenía a la mujer que adornaba su noches. Pero una madrugada mientras intentaba conciliar el sueño apareció en mis pensamientos, fui para el escritorio y efectivamente volvieron a salir, el baile volvió y el Café del Tango recobró su brillo. Justo al frente de la mesa que está al lado del Gardel, estoy yo, y ella allí sentada con la pierna cruzada tomando media de aguardiente y con una rosa sin raíces, sin espinas, al lado de la botella. Esta vez sí estoy vestido para la ocasión, un sombrero, un traje negro y zapatos de charol. Me levanto, me acerco a su mesa y tomo la rosa. Ella me ve a los ojos y se sorprende. Sonrío. Extiende su mano y yo la llevo al centro del café y empieza el danzar. Los asistentes empiezan a aplaudir y conforme aplauden desaparecen y solo quedamos ella y yo. El suelo desaparece y bailamos en las nubes, en el cielo, y su mano me toca y yo la toco y se acaba la canción y todo está como antes. Ella toma la rosa y se sienta. “¿La puedo acompañar?” le pregunto. “No salgo con personajes secundarios” me responde. “Pero si soy quien te creó” le recrimino. “No, ahora eres uno más que me quiere llevar a la cama y no el que me describe”. Cierran el café y ella se va con lo que le queda de aguardiente y la rosa en la mano. Yo la sigo y ella disimuladamente me ve por el rabillo del ojo y anda suavemente, delicadamente, llevándome a su aposento. Abre la puerta y la deja abierta. La sigo y al pasar la puerta allí está mi apartamento y estoy vestido como yo y no como un amante al tango. Ella se sentó en el mueble de la sala y yo me dirigí hacia donde ella estaba y sin pedirle 87 IN CRESCENDO permiso rompí el muro de aire que separaba sus labios de los míos, y sí, rasgué su vestido, y sí, toqué cada poro de su cuerpo y me desnudé en el acto. Tomé sus manos y las agarré fuerte con mi mano derecha mientras me acomodaba como un rompecabezas entre sus piernas para unirnos. No fue sino penetrarla para que el tango sonara. Y la hice mía y sus piernas temblaban, sus gemidos caían al acorde del tango y yo simplemente sudaba y la besaba y la mordía, hasta que los dos caímos al suelo, sudados, cansados, débiles, sin fuerza. Y por el mirador que estaba abierto entró un aire que nos refrescó y ese aire trajo consigo pétalos que nos cubrieron completamente como acobijándonos del frío, como tapando nuestra desnudez, como bailando un Tango Rojo. Pasados solo unos instantes ella se levantó, sus piernas aún temblaban y no se fue para el estudio sino para la calle, así desnuda, como si nada. Y yo me fui detrás de ella, no la pude ver, no la encontraba, pero la gente si me veía desnudo “¡Milena! ¡Milena!” gritaba pero ella no contestaba. De repente unos oficiales me agarraron y me llevaron. Me dieron medicinas y por más que les explico dicen que estoy loco, pero no, yo no estoy loco, ustedes verán, piensen lo que quieran. Sólo me preocupa una cosa y es que Milena no sabe dónde estoy, no traje mis libros, ni mis escritos y las personas de aquí dicen que no soy escritor, pero ellos se equivocan. Yo si escribo, yo si la vi, yo si la amé, yo si bailé con ella un Tango Rojo. 88 AA E l día que fuí a la reunión de un grupo de amigos que tenían problemas con el alcohol no fue fácil. Desde el primer momento que tomé la decisión hubo algo dentro de mí que me decía que debía tomar las cosas con calma que al fin y al cabo no es que tomara mucho, solo de vez en cuando, los viernes cuando los muchachos del barrio me decían que nos tomáramos unos guaros y yo iba. Eso quizás me generaba problemas en la casa pero se solucionaban con flores, lociones y si era muy grave el asunto me disponía a sacar mis mejores dotes de chef. Usted comprenderá que a las mujeres se le enamora en la cocina, demuestre sus mejores habilidades, no dude en escribir algo bonito con la salsa de tomate, algo corto pero sustancioso, sus iniciales si quiere, cosa que no se acabe la salsa. Desde un arroz con huevo o un plato italiano, esto a las mujeres les encanta. Sírvalo usted mismo, haga la mesa, quite el mantel sucio que hace días no quita. Ponga los platos y al lado los cubiertos, con flores si quiere o con dos o tres poemas que servirían de antemano a la cena, sí, con algo así se puede perdonar una borrachera, ni que anduviera con vagabundas. Perdone si me voy por las ramas es que es complicado lo que voy a contar. No, complicado no, más bien penoso… vergonzoso. Bueno, prosigo, debía estar a las siete de la noche en aquel lugar. Estaba decidido, faltaban cuatro horas para el 89 IN CRESCENDO AA encuentro. Comúnmente iría al billar jugaría mal jugadas un par de mesas, tomaría cerveza para iniciar, pero sé que con los que me acompañarían podríamos comprar una o dos botellas de ron. Si no nos la terminamos llegaba a la reunión con lo que quedaba y les decía a los exalcohólicos que la vida era una fiesta, mojigatos de mierda. No podía hacer eso, obviamente tenía que cumplir con esa promesa conmigo mismo de dejar el alcohol. Decidí entonces, faltando cuatro horas para la cita ir a cine. No a ver películas, sino que en el trayecto podría fumar algunos cigarrillos, observar un poco la ciudad, llegar al centro comercial mirar cada uno de los locales desde afuera, antojándome de lo que quisiera con la certeza de que mi miserable sueldo no me alcanzaría para nada. Claro, si hubiese sido un whisky 50 años, quizás ¿pero un reloj? ¡La chimba! Después subir las escaleras eléctricas y caminar hacia atrás para detener el tiempo, para ver como todo el mundo avanza y uno se queda estancado en un mismo sitio, para ver la realidad de frente, sí, hacer eso y dejar que fluya todo en la cabeza hasta que el guardia de seguridad me regañe y me amenace con sacarme de allí como si fuera un terrorista por querer congelar el tiempo. Al hacer eso por dos pisos más, ya ha pasado el tiempo, solo alcanzará para llegar al cine y ver las películas que se estrenarán, ver los horarios, ver cada película que están presentando y luego como excusa para irme exclamo un “¡Ah, ya empezó!” dar media vuelta y hacer lo mismo que hice pero a la inversa para caminar dos cuadras más al norte y por fin llegar a la casa de Roberto quien fue el que me hizo caer en cuenta de mi problema con el alcohol. Dicho y hecho, la única diferencia es que no fue un guardia quien me dijo que no jugara en las escaleras sino un niño de cinco años que me miró y me dijo “Se va a quedar ahí para siempre” y siguió subiendo las escaleras, sin quitarme la mirada. Me dejé llevar hacia arriba sin ningún esfuerzo más que el de respirar. 90 Llegué temprano. Solo había un par de personas. A las siete y pasadas llegó una joven y se sentó en una de las sillas vacías. El lugar era un salón grande y estábamos sentados en una mesa larga con doce puestos. El ambiente estaba tan denso que no creía que se fuese a llenar, pero poco a poco la gente fue llegando. Unos entraban sonrientes saludando de abrazo y otros llegaban taciturnos, se sentaban como mirando un punto fijo en el infinito, como dibujando media de ron con la mente, allá a lo lejos, inalcanzable. Roberto entró al salón y me presentó: —Hoy tenemos un nuevo miembro, su nombre es Freddy y como bienvenida le vamos a dar nuestro afecto —Dijo ceremoniosamente y se acercó a abrazarme. Podrá darse cuenta lo que estaba sintiendo. Quería irme de aquel sitio, salir corriendo, pero era imposible, siempre que iba a dar un paso hacia la puerta se acercaba un nuevo hermano a abrazarme. Cuando todos cumplieron con la bienvenida. Roberto continuó: —Ahora, como todos sabemos, Freddy nos va a contar la primera vez que se topó con la maldición etílica. Empecé a rebobinar la película, en mi mente se fueron dibujando muchas borracheras. Unas buenas, unas malas, unas que terminaban con sangre y otras que terminaban en orgasmos. Así de pa’trás, retrocediendo. Cumpleaños, fiestas, paseos, asados. Rebobinando, queriendo parar en algún momento y quedarme ahí en esa borrachera que me llenó de alegría, que compartía con la persona que quería hasta llegar, así como llega la copa cuando se sirve, al recuerdo de la primera borrachera y que ahora me dispongo a contarle. Tenía 16 años era un paseo con unos compañeros de colegio, todos teníamos dinero y cada uno compró una botella de ron. Decidimos que ese día todos y cada uno de nosotros nos emborracharíamos tanto que nos tendrían que llevar en hombros para no dejarnos tirados al lado de 91 IN CRESCENDO AA la piscina, o en el bar, o en el billar, o con los perros, o con las vacas. Empezamos a beber a no más llegamos. Un brindis celebrando nuestra osadía de decirles a nuestros padres que iríamos a un viaje a representar el colegio. Mario, Mónica, Stiven, Ana y yo. Había más compañeros, pero el pacto era entre nosotros, éramos unos oportunistas en un paseo organizado clandestinamente por todos los estudiantes de grado once. Bebíamos porque sí, porque no. Bebíamos tan rápido que a las seis de la tarde ya estábamos todos tumburecos en una cabaña escuchando Led Zepellin que por ese entonces me rayaba la cabeza. Decidimos que si queríamos cumplir nuestra meta, debíamos parar un poco, echarle grasa al cuerpo, jugar una mesita de billar o ping pong para bajar la comida y después un poco de piscina. Yo era como el que organizaba el cronograma de actividades del grupo. A mí me gustaba decir lo que haríamos, así al final de todo no se cumpliera un tercio del plan. Comimos chorizo, jugamos una mesa de billar, una mesa de ping pong y a la piscina. Entre nosotros jugábamos con una pelota grande de colores y cuando no estaba en nuestras manos, todos husmeaban al interior de los trajes de baño de sus parejas. Menos yo, yo sí me preocupaba por la pelota, pues no tenía donde más meter las manos. Ya la borrachera no se sentía y la noche estaba oliendo a rumba, a sabor. Fuimos al bar, unos amigos se ganaron dos botellas de brandy por ser la pareja más bailarina, pues Vanesa y Nicolás siempre fueron los trompos del salón. Estaban buscando, por idea de Natalia, a dos personas que se midieran a apostar quién se tomaba más rápido el licor. Stiven y yo nos vimos desafiantes. No hubo necesidad de modular palabra, la sola mirada era el reto que nadie podría rechazar. Aceptamos. El premio no era ninguno, simplemente quedarse con el honroso título del bebedor más rápido del oeste. Y empezó el desafío. Ambos destapamos las botellas mien92 tras la llevábamos a la boca. Con nuestra cabeza mirando hacia arriba y la botella totalmente vertical. El ron no salía, un par de movimientos al culo de la botella y ¡zuas! empieza a salir el licor que pasa por la garganta advirtiendo con un destemplar del cuerpo que ya no hay marcha atrás. Alrededor nuestro se empieza a acumular la gente Algunos gritaban mi nombre, otros Stiven. Poco a poco las botellas quedaron vacías y los dos, al mismo tiempo las soltamos en la mesa con un golpe en seco que hizo que todo el mundo estallara en aplausos. “Empate” dijo Natalia. Y al decirlo alzó nuestras manos en señal de victoria. Al hacer esto, Stiven da media vuelta y la vomita en los zapatos, pobre Natalia, al frente de todas esas caras llenas de burla. Luego Stiven cayó dormido y yo, yo seguía de pie. “El ganador es Freddy” y todos gritaron más fuerte y seguía llegando chorro para celebrar mí campeonato, mí título. Ya había caído el primero y por el índice de alcohol en mi cuerpo yo amenazaba con ser el siguiente. Par chuzos más y a tomar cervezas suaves mientras recordamos las anécdotas del colegio, las travesuras de Martin o la vez que Andrés mordió a Zully porque botó su zapato al sótano. Travesuras de niños. “Mirá lo que compré” decía Mario acercándose a nosotros mientras malabareaba una botella de Brandy. Todos gritábamos de júbilo y rogábamos que no se le cayera la botella. Decidimos para agilizar la ebriedad jugar Yo Nunca, juego que según Ana emborrachaba hasta al más bebedor. Consistía en decir Yo nunca he hecho algo, y si alguien ha hecho ese algo, pues deberá tomarse un trago. Este es un juego peligroso, no aconsejo jugarlo con la pareja o con personas que no tengan confianza, pueden salir hasta los más oscuros secretos. Recuerde que todo borracho dice la verdad. Al terminar la botella ya sabíamos quién del combo era virgen (casi todos), quién había copiado más en los exámenes y hasta a quién los había pillado los papás jugando solitos. Además 93 IN CRESCENDO AA de todo eso también me di cuenta que tenía ganas de vomitar, ganas de irme, ganas de dormir, ganas de morirme. Como pude me levanté. Lo hice muy rápido. De un momento a otro el mundo se empezó a mover bajo mis pies, las personas se veían borrosas y se movían. A veces se estiraban y mi cuerpo me pesaba. Sujetándome a la pared recorrí el camino que me llevaba hacia el baño y al llegar dejé que todo lo que estuviera revuelto en mi estómago saliera y salió, desgarrando mi garganta, sentía como todo salía lentamente, arqueaba mi cuerpo enviando toda mi fuerza a la boca del estómago para que todo saliera. Mis ojos me empezaron a pesar y los cerré respirando lentamente, descansé del esfuerzo que hice con mi mejilla sobre mi brazo que se apoyaba en la taza del baño. Al abrir los ojos la luz me encegueció y despertó un dolor de cabeza agudísimo, ya no estaba en el baño. El retrete que no recordaba ya no estaba y ante mis ojos había una habitación que no era la mía. Tenía la totalmente seca la boca y un sabor a mierda en ella. Estaba desnudo y al lado mío Ana, desnuda, dormida, despeinada y lagañosa. El lector perdonará, Ana era linda, lo que pasa es que la rumba fue tan pesada, que al amanecer dudo que cualquier persona que habite este planeta pueda amanecer de mejor semblante. No recordaba nada. Lo último era la botella de Brandy, no, mentira, el juego, no, tampoco, el baño, sí el baño fue lo último que recordaba. ¿Cómo demonios había llegado? Me preguntaba. Y Ana ¿Ana por qué estaba allí y no con Stiven? Necesitaba una ducha. Me bañé. Al salir Ana estaba sentada desnuda, sobando su cabellera con una mano y el rostro con la otra. Cuando se cruzaron nuestras miradas la vergüenza se adueñó de nosotros y miramos a algún lugar lejos del cuerpo del otro. —¿Recuerdas algo? —preguntó Ana. —Ni mierda —respondí sentándome a su lado— ¿Tienes sed? —le pregunto. 94 —Sí —me respondió. —Te traeré un té helado para el guayabo. Me terminé de vestir y salí. Al primero que busqué fue a Stiven que seguía dormido en su habitación. Mario que estaba en la cama del lado al verme me abrazó y me preguntó que cómo me había ido. Le respondí y empezamos a hablar. Me contó que él se sintió muy mal y se fue antes de que se acabara el juego y que hasta ese momento yo no había salido para el baño, sino que jugaba alegremente tomándome un trago hasta por cosas que obviamente nunca había hecho. Me recomendó dirigirme donde Mónica que se había quedado con nosotros. Cuando llegué dónde ella me abrazó y me dijo: —Jamás pensé que a vos te gustara Ana. Me gusta la idea, hacen bonita pareja. —¿Qué? ¿Cómo así? — Sí, si no hubiera sido por el juego jamás lo sabríamos. Bueno, eso y la vomitada que le paró la borrachera. Ella continuó hablando y contándome lo que había sucedido. Por mí cabeza jamás se me hubiera pasado que me gustaba Ana. Una vez sí la vi más bonita que de costumbre, sus ojos más brillante que todos los días y su cabello más perfecto, pero pensé que era mi amiga y que estaba saliendo con Stiven, no valdría la pena decirle eso. Sólo la saludé y le dije “¿va conseguir novio o qué?”. Ahora, lo que menos puedo creer es que yo, que era lo más tímido para hablarle a una mujer hubiera hablado y declarado mi amor por Ana. Sea lo que sea había funcionado. Ella pasó la noche conmigo y amanecimos en la misma cama. Sé qué hicimos el amor, lo supe porque mi cañónsito ya no era el mismo, al bañarme me di cuenta que era diferente, como de hombre y no de niño… ¡Cómo me ardió cuando el agua le cayó! Me despedí de Mónica, me dirigí a la cafetería y compré dos Té Helados. Mientras me dirigía a la habitación en donde estaba Ana pensé en cómo debía actuar, al fin y al 95 IN CRESCENDO cabo ella tampoco se acordaba. Entré a la habitación y allí estaba ella en pijama, sentada en la cama, esperándome. Le entrego el Té y le digo: —Ya sé que fue lo que pasó anoche. —¿Qué? —Pues como que nos enamoramos. —Lo sospeche desde que lo vi salir del baño. Tomamos el té. El silencio se prolongó un poco más y para romper ese tedio opté por besarla y sí, volvimos a hacer el amor y hasta el día de hoy seguimos haciéndolo aunque no estemos juntos. ¿Sí ven? por eso les digo que es vergonzoso, porque conocí a la verdadera Ana en una borrachera y no recuerdo esa primera vez. Por eso me gusta beber porque me une más a ella, porque la recuerdo, porque ella brinda conmigo ¡Salud! El reloj en el salón había avanzado. Todos me miraban sin parpadear, se negaban a apartarme la vista. Claro, como no lo iban a hacer sino sé por qué motivo resulté con un vaso de whisky en la mano diciéndoles que la vida era una fiesta, mojigatos de mierda. Me paré, terminé mi vaso y me fui bambaleándome hasta perderme por el umbral de la puerta, definitivamente esas reuniones no son para mí. “La vida sin música sería un error” F. Nietzsche Cruzando puertas L o que más extraño de la niñez son los consejos de mi madre. Sí, aún me da consejos disfrazados de regaños, sin embargo, hubo uno que cambió por completo mi vida. Más que un consejo fue una frase que mi madre me dijo justo antes de dormir “Papito, todas las noches cuando tú te acuestes al menos una persona se acostará pensando en ti” quedé estupefacto, un temor recorrió todo mi cuerpo sin avisarme, para culminar en un terrible pensamiento: ¿Dónde estará esa persona que por culpa mía anda por el camino, pálida, ojerosa y sin ilusiones? A partir de esa noche supe cuál era mi prioridad en la vida… encontrar a esa persona sin importar cuantas puertas tenga que cruzar. “¿Dónde estás? Te busco. Sólo encuentro un lugar de piedra y silencio. Voy cruzando puertas tras de ti, voy cruzando puertas” Cruzando Puertas —Draco Rosa 96 Efectivamente desde el amanecer del día siguiente empecé con mi cometido. Empecé a cruzar todas las puertas que fueran necesarias. Crucé puertas angostas, puertas anchas, puertas tan difíciles de cruzar como el acero y otras tan fáciles como el plástico. No crean, es un trabajo arduo. Por lo general, detrás de cada una de esas puertas se encontraban mujeres que lo único que buscaban en la vida era 97 IN CRESCENDO sexo, cochino, salvaje, sudor, pasión, rasguños, palmadas y yo, yo sólo buscaba el amor verdadero. Bueno, aprovechaba, ni bobo que fuera. Así pasaban los días y las noches. Un día revisando mis otros deberes en la vida, me di cuenta que fui aceptado en la Universidad del Quindío. Por fin, algo bueno en la vida que aumentaría mis expectativas de vida y sí, grité a los cuatro vientos ¡Sí! ¡No seré policía! Al llegar a la Universidad lo primero que me doy cuenta es que hay muchas puertas y empiezo a ver qué hay detrás de ellas. Lo confieso, la primera semana no entré a clases por estar cruzando puertas. Era inevitable ver una y pensar ¡Qué chapota! Pero la realidad era que tenía que ser responsable con la academia y asistir a clases, mis padres hacían un gran esfuerzo como para perder las clases por andar detrás de una chapa que quien sabe si mi llave le quedaría. Primera clase a la que asisto y el profesor habla y habla recordándonos lo difícil que es la vida laboral y como la mitad de nosotros no culminará la carrera. Sin motivo alguno empieza a llamar a lista. Cada uno de los estudiantes dice presente al escuchar su nombre. Yo saco mi copia pirata de mi cuento favorito y empiezo a leer. “Alicia” dice el profesor y me asombro al ver que coincidía con el nombre que leía. Mis ojos se levantan y ve a la mujer que dice presente con voz chillona y se levanta para dirigirse al profesor. Ella no era Alicia era una Aliciota. Sus piernas largas, largas, llegaban hasta el piso. Sus caderas eran anchas y entraba en armonía con su trasero. Un ombligo digno de servir un ron y beberlo de su cuerpo. Un abdomen plano. Unos senos ni muy grandes, ni muy pequeños, mi mamá siempre me enseñó que lo que no quepa en la boca es gula. Unas clavículas perfectamente moldeadas. Y su rostro ¡Oh, su rostro! Era precioso, una sonrisa que cualquiera envidiaría, unas cejas y pestañas tan delicadas, un trazo que solo dios podría elaborar. Su cabello caía a los hombros y quizás lo que más me gustaba de Alicia eran sus ojos, me recorda98 CRUZANDO PUERTAS ban mi niñez, eran enormes, parecía un Digimón. “Alicia expulsada al País de las maravillas, Para Alicia hoy es siempre todavía” Alicia —Enrique Bunbury Definitivamente ella era la puerta. Y si no lo era pues lucharía para que lo fuera. Ahora debía hablarle. Debo confesar que nunca he sido bueno para eso de hablarle a una mujer sobre todo si me gusta mucho. Pero eso no debe ser un problema, pues he encontrado la fórmula perfecta para hablarle a una mujer. Debería tomar nota, si es hombre va y de pronto le sirve, si es mujer para que no caiga en la trampa. Primero la teoría. Usted debe esperar en un lugar y que ella se venga. Bueno, que ella camine a su dirección. Debe estar pendiente, porque justo en el momento que esté al lado suyo, que pase por su lado, que estén hombro a hombro, debe hacer un movimiento sutil, tan leve que le fracture la clavícula. En ese momento ella va a estar muy enojada ¿A quién le gusta que le anden fracturando la clavícula? Ella con la mano que tiene libre intentará darle una cachetada. Usted serenamente, sonríe y cuando la mano esté a punto de llegar a su destino la toma y le dice “Mucho gusto, me llamo Andrés” Ojo, si usted no se llama Andrés debe cambiar el nombre para que funcione. Ahora la práctica: Ella sale del salón de clases y yo salgo detrás de ella. La espero detrás de una columna de concreto para poder ver sus movimientos y que ella no me vea, ya saben, como un monje Shao Ling en entrenamiento. Ella se acerca. Pasa al lado mío, su hombro pasa por mi hombro, solo es un leve movimiento, solo es una clavícula, tiene dos. Pero es que es tan bella. Tan bella que no podría hacerle daño. Pasa de largo yo me volteo y lo único que le digo es: “Adiós Alicia, porque sé que te llamas Alicia” Ah, que idiota. Miles de películas románticas y lo único que se me ocurre es una burrada. Ella voltea y me dice “Adiós An99 IN CRESCENDO CRUZANDO PUERTAS drés, porque sé que te llamas Andrés” Listo, ella ya había hablado ahora sí podría decirle todo lo que siento. Abro la boca y digo: “Asjbcnkadñksjdcauncdj prrr” ella mi mira estupefacta. “Deberíamos ir a clases” comento decepcionado y nos dirigimos para el salón. Aunque no lo crean ella y yo nos volvimos amigos. Para todos lados juntos. Para arriba, para abajo. Que para cine pero los miércoles que es más barato. Que un trabajo, nos hacíamos en pareja. Que un viernes no había clase, nos íbamos a tomar cerveza. Mejor dicho era lo mejor que me había podido ocurrir. Pero aun pasando la mayoría de mi tiempo con ella no sabía si cada noche antes de dormir se acostaba pensando en mí. Debería existir una forma de saberlo. hago entender, verdad? Haber, retomemos con algo de historia: El Romanticismo se originó en Alemania a finales del siglo XVIII. En pocas palabras la gente de esa época era mucho más marihuanera que en la actualidad. Ellos creían que la vida era un sueño y que el sueño era la vida misma. Es más alguien escribió: ¿Qué tal que cuando duermes sueñas? ¿Qué tal si cuando sueñas, sueñas con un rosal? ¿Qué tal, solo qué tal que al despertar despiertes con una rosa en la mano? ¿Si ve? Marihuaneros puros. Lo sé, aún no me hago entender. Está bien, contaré el sueño: Yo estaba en un mirador grandísimo, al frente había alguien totalmente vestido de negro que me dijo “¿Qué haces aquí tan solo?” Yo lo volteé a ver y le dije “¿Sólo? Para nada, sólo espero al amor de mi vida que va a cruzar esa puerta” Y efectivamente la puerta se abrió y a través de ella pasa Alicia. Giré mi cabeza para hablar con el hombre vestido de negro pero ya se había marchado. Alicia, que hermosa estaba. Estaba descalza y tenía un vestido blanco transparentoso, no llevaba ropa interior y hacía frío. Paso a paso se acercaba a mí. Ese vestido moldeaba todo su cuerpo dejando ver la perfección de la creación. Sus ojos ¿Qué Digimón será? Será un Digimón de fuego porque cada vez que se acerca ardo de pasión por ella. Ya estamos más cerca, mi mano rodea su cintura y la acerca a mí para que sienta un hombre. Nos vemos. Nuestros ojos se cruzan. Me mira, la miro. Le miro los ojos, le miro la boca ¡Me pilló! Le miro los ojos, le miro la boca, le miro los ojos, le miro las tetas ¡Me pilló! Le miro los ojos. Ella me dice “Bésame” y yo me acerco a ella, por dios, su respiración toca mi piel, puedo sentir como nuestros cuerpos se atraen y su aliento recorre mi rostro como brisa mañanera en los llanos. Sólo es estirar los labios y sentir su roce, para luego empezar un danzar de lenguas, una batalla de pasión donde nuestros labios se muerden y nuestras lenguas se filtran y parecen que fuera una. Abro los ojos y ella se acerca con los ojos ce101 “Es por ti que soy un duende cómplice del viento, Que se escapa de madrugada, que se escapa de madrugada, Para colarse por su ventana” Es por ti —Cómplices Claro, esa era la respuesta. Debía ir tipo 4 o 5 de la mañana que ella estuviese durmiendo y hacerme justo al frente en su casa, trepar a la ventana, meterme, ir a su habitación, verla dormir y meterme en sus sueños. Así podría saber si yo era el protagonista. Efectivamente a las 4:00 a.m. salí de la casa. Me dirigí hacia donde ella vivía y al llegar noté el primer obstáculo: Su casa no tenía ventana. Me fui para mi casa, cabizbajo, meditabundo, llegué a mi habitación me quite la ropa y quede en ropa interior. Me acosté viendo el techo. No estaba seguro si Alicia se acostaba pensando en mí, pero si estaba completamente seguro que ella era la protagonista de mis sueños y nunca salía de mi mente. Al día siguiente me levanté con ánimos porque sucedió algo con mucha fuerza. Soñé. Sí soñé, fue tan real. Como si todo estuviera sucediendo. Quizás fue una señal del destino o los chicharrones con papa frita que cené. Pero… ¿No me 100 IN CRESCENDO CRUZANDO PUERTAS rrados, hasta cerrados son grandes. Nuestros labios están a milímetros de fusionarse… pero me despierto. Sí lo sé, no debí contar el sueño, pero ¿Qué tal si al dormir sueño? ¿Qué tal si al soñar, sueño con el amor de mi vida? Y ¿Qué tal, sólo que tal que al despertar me despierte con Alicia a mi lado? “Alicia, ¿Conoces la época del romanticismo? Era una época en dónde la gente era muy marihuanera inteligente. Ellos decían que la vida era un sueño y que el sueño era la vida. Un loco escribió sobre uno levantarse y tener en la mano la rosa con la que soñó. Y yo soñé contigo estabas lo más de buena vestida de blanco, hermosa. Cualquiera te envidiaría. Estábamos a punto de besarnos pero me desperté. No te preocupes. ¿Recuerdas la rosa de los románticos? Esa eres tú en mi vida. Te amo Alicia. Quisiera tener mis hijos contigo. Te amo” Después de escribir eso puse unos cuantos emoticones de amor y presioné Enter. Se envió. Todo estaba hecho. Pasaron los segundos, los minutos, las horas. Finalmente apareció un letrero que decía: Alicia ha cerrado sesión. No, de seguro se le fue la energía en la casa o no pagaron el internet. Ya era de noche y no quería que amaneciera, es más me negué a dormir. A la mañana siguiente yo ya hacía las cuentas y el Sol nada que salía. Cuando lo hizo ¡Qué maravilla! Es hermoso ver un amanecer sobrio. Debía ir a la Universidad y ya era muy tarde. No sé ustedes pero mi familia es grande, me tocó la ficha 15 para ir al baño. Decidí no bañarme e ir a estudiar y confrontar el pensamiento de Alicia. Al llegar a clase ella estaba allí en su asiento. Dice que no me vio, pero yo pude observar como sus ojos recorrían el salón y se negaban a tener contacto conmigo. La clase terminó como todas las clases de un lunes a las 7:00 a.m. con muchas ideas en la cabeza pero el cuerpo pidiendo una cama, un café o cigarro. Al salir del salón Alicia me busca y me dice: “Andrés, respecto a lo que dijiste anoche que me amabas y me querías, quiero que sepas que yo también te amo… “Sabes que estoy colgando en tus manos, así que no me dejes caer, Sabes que estoy colgando en tus manos” Colgando en tus manos —Martha Sánchez y Carlos Baute Sí, me desperté decidido. Con ganas de mostrar de qué estaba hecho. Me organicé y me dispuse a contarle todo lo que sentía por ella. Prendí el computador e inicié sesión en Messenger. ¿Qué? ¿Nadie pude confesar su amor a través de un chat? ¿Soy el único inmaduro? Eran las ocho de la mañana y ella estaba desconectada. Lo sabía porque el muñequito que estaba al lado de su nombre adornado con flores y estrellas estaba gris. “Mijo vaya por las arepas” “No puedo ma, va y se conecta Alicia no me ve y se va” “Mijo venga desayune” “No puedo ma, va y se conecta Alicia no me ve y se va” “Mijo, el almuerzo” “No puedo ma, va y se conecta Alicia no me ve y se va” “Entonces que le dé comer esa muchacha” “Eso espero ma” A las 4:20 p.m. se conecta. Aparece un letrero que dice: Alicia ha iniciado sesión. ¡Sí! Luego aparece un letrero: Alicia dice Hola y una carita feliz al lado. No es solo un hola. Es un hola y una carita feliz, se moría por hablarme. Le respondo: Hola. Ella: ¿Qué me cuentas? Y yo empiezo a buscar las palabras y empiezo a escribir: 102 ...pero como amigo” 103 IN CRESCENDO CRUZANDO PUERTAS “¿Amigos para qué maldita sea? A un amigo lo perdono, pero a ti te amo” “Ja, es mero Sol de Lluvia” dije atragantándome con el pan seco y viejo. Al lado nuestro se hizo un joven que vestía la última colección de bolsas de basura y llevaba un costal: “Joven podría regalarme…” “No hay plata” le interrumpí. “Uy, acaso ve que necesito. Sólo quiero un minuto de su tiempo” “Hagale” “Vea joven, su corazón late fervorosamente por la mujer que tiene al lado, pero la mujer que tiene al lado no puede corresponder a tal amor porque ella ya ama alguien” y se fue. Sin son ni ton. Se fue dejando tremenda bomba en la mesa. El silencio se volvió más incómodo y ella sólo sonreía. Salimos de la panadería, ella caminaba observando el cielo y yo observando el suelo y con las manos en el bolsillo, sabiendo que no tenía para el bus y mi caminata iba a ser larga. Sin embargo desde esa ocasión y olvidando lo ocurrido. Alicia y yo… amigos de nuevo. Mi historia entre tus dedos —Gianluca Grignani Perra ¿Cómo puede decir eso? Y luego culmina con frase aún más hiriente que la primera: “Que nuestra amistad no cambié” Yo le creí, pero todo cambió. Que para cine, esa película ya me la vi. Que trabajos, que lo sacamos del grupo Andrés. Que viernes sin clase, yo ya no tomo. Pero no podía dejar que las cosas se quedaran así. Recordé que ella me dijo un día que estaba antojadísima de un Bon Yourt. Debía cumplirle ese deseo. Yo no tengo plata, pero tengo algo más importante, mucho más importante que el dinero: Amigos con plata. ¡Jack! ¡Danniels! ¡Jhonny! ¡Walker! ¡Vengan! “Parceros, ustedes saben lo enamorado que estoy de Alicia” “¿Cuál Alicia?” “La nena de ojos grandes” “¿No le ha hecho la vuelta?” “No es una hueva” “Cállense ¿me van a dar para invitarla a comer un Bon Yourt?” “Claro hermano, ni más faltaba, tome cien” Y así de granito en granito me fui haciendo lo del Bon Yourt. La vi pasar. “¡Alicia!” siguió de largo y volteó la cara “¿Quiere un bon yourt?” levantó la mirada y me vio “Andrés, Como te extrañé” nos fuimos para la panadería de la esquina. La mesera se acercó y Alicia pidió dos palabras que te hacen feliz, su Bon Yout. Yo pedí dos palabras que me hacen ver pobre, un pande cien. El silencio era incómodo. No había palabras para romper el hielo. “Va como a llover” dije como para hacer conversación “Andrés, está haciendo Sol” me respondió sin verme y comiéndose su Bon yourt. 104 “Y no es por eso que haya dejado de quererte un solo un día, Estoy contigo aunque estés lejos de mi vida. Por tu felicidad a costa de la mía. Pero si ahora tienes tan solo la mitad del gran amor que aún te tengo, puedes jurar Que al que te tiene lo bendigo, quiero que seas feliz… aunque no sea conmigo” Aunque no sea conmigo —Enrique Bunburi Ese día Alicia estaba más formal que nunca. Al finalizar las clases me dice “Andrés, te voy a presentar a alguien” La alegría invadió mi ser. Por fin después de mucho tiempo llegó la hora de la verdad, la hora de conocer al padre de 105 IN CRESCENDO CRUZANDO PUERTAS Alicia. “Sí Andrés nos vemos a las 4 en las gradas de la universidad. “Claro que sí” Ese día sin café, ni cigarrillo, nada. Debía oler perfecto para que el padre de Alicia se diera cuenta que yo era el hombre indicado. A las 4 ya estaba allá y Alicia se acerca corriendo “Ya viene” dice con una sonrisa enorme en el rostro ¡Cómo me gusta verla así de feliz! De pronto corre y abraza a su padre, me encantan las familias unidas. Bueno, me encanta que ame a su padre y aún lo bese en la boca, eso sí es amor paterno… ¿Con lengua? “Andrés te presento a mi novio” No sé si será el sentimiento de impotencia. O sentir como el amor duele, pero inmediatamente me concentré en el latido de mi corazón y como se iba debilitando hasta dejar de latir. Sí, era una muerte en vida. “Hermano lo felicito. Tiene a una gran mujer al lado. Sólo recuerde que si le hace daño, yo no hago nada. Pero tengo amigos con plata y disculpe voy al baño creo que me cayó ácido en los ojos” Y me fui para el baño a limpiar las lágrimas. Las relaciones de hoy en día duran muy poco. Y fue pronto cuando vi a Alicia que se acercaba llorando, corriendo y me abrazaba fuerte “Se fue con otra estúpida” La abracé, acariciaba su cabello. Veía sus ojos inundados por las lágrimas ¿Qué Digimon será? mínimo uno de agua porque al acercarme el amor inunda mi ser. “Tranquila Alicia, siempre tendrás en mi un hombro donde llorar, unos brazos que abrazar y unos labios que besar” “Tan bobo” no importaba lo que dijera. Yo estaba feliz. Por fin Alicia y yo amigos…de nuevo. hasta que los cerrara Alicia no salía de mi mente, era mi vida. Decidí contarle todo lo que sentía, pero esta vez de frente, mirándola a los ojos y dejando de pensar en Digimon. La llamo al celular. “Alicia, soy yo Andrés” “Hola” “Oye, era para decirte que nos vemos en las gradas de la universidad a la 4 de la tarde, debo decirte algo importante” “Vale” Los hombres tenemos derecho de llegar tarde, de hacernos desear ¿Por qué la mujer debe ser siempre la que llega tarde? La cita era a las 4 yo tenía que hacerme desear. A las 3:30 p.m. estaba allá pero escondido. 3:45 y no salía, los hombres nos podemos hacer desear. 3:55 y no salía, los hombres nos podemos hacer desear. 4:00 Alicia llegó, pero no salí, los hombres nos podemos hacer desear. 4:01 salí corriendo “Lo siento Alicia, había mucho tráfico” “Después de ti ya no hay nada, Ya no queda más nada, nada de nada” Después de ti —Alejandro Lerner Ese fue el último error en la larga lista de errores. Dejé de pensar en mí, en todos, en todo. Desde que abría mis ojos 106 “Everyday in my dreams I feel you I see you” My heart will go on —Celine Dion “Alicia, podría regalarte las estrellas, pero ellas ya tienen muchos dueños. Te podría regalar las nubes, la Luna, pero ya tienen muchos dueños. Te podría regalar los ríos, las montañas, pero ya tienen muchos dueños, las multinacionales. ¿Pero sabes algo? Te puedo regalar mi corazón que de ese tu eres la única dueña” Puse mi rodilla en el piso y tomé su mano y la puse en mi pecho para que sintiera como mi corazón gritaba su nombre. Ella me levantó, me dio un beso en la mejilla y se fue. Me cerró sesión de frente. “Bravo, permíteme aplaudir, por tu forma de herir mis sentimientos, Bravo, te vuelvo a repetir por tus falsos e infames juramentos” Bravo —Nacho Vegas 107 IN CRESCENDO Estaba bravo, verraco con la vida. Nada tenía sentido. ¿Amor? Eso no existe son cuatro letras que si se cambian todas queda sexo, la misma mierda. Alguien toca mi hombro pero no puedo dejar de gritar lo que siento. El amor es una mierda que nos gusta restregarnos. Vuelven a tocar mi hombro, pero no importa. El amor no existe y si usted que está leyendo esto ha sentido, siente o quiere sentir amor pues déjeme decirle que no pierda el tiempo. Las historias de amor sólo suceden en las películas, en los cuentos y ni eso, esto es un cuento y vea que ni aquí funciona. Vuelven a tocar mi hombro y volteo bruscamente con mi rostro rojo de la rabia y allí está mi madre. “Mijo, despierte para su primer día de universidad” Me estrego los ojos con ambas manos. Estoy allí en mi cama, arropado de pies a cabeza. En mi pecho mi corazón late. Todo fue una pesadilla. El amor si existe, ojalá usted que lee esto esté, haya estado y lo más seguro es que se enamorará. Me levanto, me baño, ficha 15, como no me di cuenta que era un sueño. Me voy para clases y lo primero que me doy cuenta es que hay muchas puertas. Pero no, para clases luego abro puertas. Al entrar al salón allí en primera fila está, no me lo van a creer, Alicia, perra, como la odio. Momento. Todo fue un sueño. No importa, me dolió. Ella me ve y sonríe. No lo hago. Sólo me siento a leer la copia favorita de mi cuento favorito mientras acaba la clase. Al terminar Alicia me busca y me dice: “Hola Andrés, porque sé que te llamas Andrés” No contesté nada. “Me puedes llamar loca pero toda esta semana he estado soñando contigo” Pueden llamarme loco o como usted quiera, sólo quiero decirle que eso pasó, pero recuerde que todas las noches cuando usted se acueste al menos una persona se acostará pensando en usted. Búsquela. No importa cuántas puertas haya que cruzar. Yo aún sigo buscando. “¿Dónde estás? Te busco”. 108 Aurelio y las cucarachas. C uando Aurelio Casas llegó al apartaestudio que había visto en los clasificados del periódico regional y que se ajustaba al paupérrimo salario de un maestro de secundaria, quedó maravillado. Era un espacio pequeño con una salacocina-comedor, un baño y una sola habitación con una ventana que daba a los demás edificios. Mientras la recorría iba acomodando mentalmente sus corotos que no eran muchos. La pared totalmente blanca, recién pintada, daba la tranquilidad necesaria para este gran paso a la independencia. Aunque Aurelio tenía 28 años era la primera vez que se iba de casa de sus padres. El apartaestudio si bien era pequeño se veía gigantesco con las pocas cosas del joven profesor: Una cama, una mesita de noche, un escritorio y una biblioteca con algunos libros y revistas. Los primeros días eran todo lo que el joven soñaba, andar desnudo por la sala-cocina-comedor hasta su habitación y devolverse. Un día compró un televisor que prendía solo mientras pensaba, costumbre que heredó de su padre, don Rocendo quien podía pasar horas y horas frente a la caja mágica sin saber que era lo que estaban presentando. Los primeros fines de semana salía a tomar unas cuantas cervezas con la intención de llevar a alguna joven desprevenida para su apartamento y luego darles para el taxi, sin embargo siempre llegaba antes de las dos de la mañana en taxi y sin más acompañante que la borrachera que lo llevaba dando 109 IN CRESCENDO AURELIO Y LAS CUCARACHAS tumbos hasta su cama. Aurelio fue un hombre solitario, sus días los pasaba del colegio que iniciaba con toda la energía que un profesor de 28 años podría tener y llegaba agotado por el trabajo que daban los muchachos del grado 10-4, que no eran más que unos jóvenes buscapleitos, que le importaba más que le harían a su próxima víctima —El profe nuevo— que cualquier conocimiento nuevo que podrían adquirir. La lista de travesuras es larga: tachuelas, papeles, desorden; un día mientras Aurelio escribía en el tablero, todos muy sigilosamente giraron los pupitres dándole la espalda al profesor y este con toda la calma del mundo siguió su clase. Aurelio siempre intentaba llevar nuevas ideas pero Kike, el líder del salón, siempre iba dos pasos por delante del profe y dañaba cualquier clase que este preparaba. Fue una noche que vio por primera vez a uno de sus inquilinos, como a eso de las once, Aurelio calificaba trabajos y salió por un vaso de agua, al lado del vaso vacío se encontraba pequeña, café, grotesca, con esas antenas apuntándolo, una cucaracha di-mi-nu-ta. Aurelio no le prestó atención, pues ¿en qué casa no las hay? Lavó el vaso, se sirvió agua y siguió calificando. La pequeña cucaracha que casi muere del susto, al verlo quedó petrificada, tanto así que al amanecer, cuando Aurelio se iba a preparar el desayuno aún estaba allí con esas antenas atónitas, con las patas temblando. Él se fijó y acercó sus ojos al insecto. Esta de un gran salto salió apresurada, caminó velozmente, sus patas se movían ágiles y se metió en un agujero que había entre la alacena y la pared. Aurelio continuó su desayuno pero el blatodeo siguió su camino a la gran colonia. Todos se preocuparon porque no había aparecido en muchas horas y esta les contó cómo había sobrevivido a ser pisoteada por el gran humano, inicialmente porque nunca tuvo la intención y ella siempre ha sido una cucaracha de paz y amor. Siete de la mañana y Aurelio llegó a 10-4, allí estaban todos los estudiantes dispuestos a escuchar clases, cosa bien rara en ellos. La clase inició y de un momento a otro cuando Kike dijo “¡Ya!”. Todos y cada uno de los estudiantes agarraron bolas de papel y se las lanzaron. El profe intentaba esquivarlas y con la carpeta las devolvía al mejor estilo de Federer o de las ligas mayores de béisbol. —Estoy cansado con 10-4 —se quejaba Aurelio con sus colegas— han hecho de todo para no dejarme dar clases ¿Qué les pasa a estos muchachos? —Tranquilo, hermano, solo faltan dos períodos, la ventaja de entrar a mitad del año lectivo. —¿Qué le pasó al anterior? —Lo bañaron en salsa de tomate, pero eso no sucederá con usted. Mientras tanto las cucarachas que eran unos animales que se sentían a sus anchas, ya ni a la luz le temían, se reunieron todas para hablar del piadoso humano que no las mataba y quien dirigía dicha asamblea era Pichi la minúscula cucaracha sobreviviente y héroe cucarachal. Decidieron unánimemente que no harían nada que enojara al humano y vivirían agradecidas con él. En el momento que todas escucharon los pasos que se acercaban al apartamento cientos de cucarachas salieron corriendo para sus guaridas que estaban regadas por toda la casa, entre la pared y la alacena, debajo de la nevera, dentro de la olla arrocera, en las esquinas bajo los objetos que no se mueven y cuando Aurelio llegó la casa estaba impecable y solo vio a dos o tres cucarachas que lentamente se terminaban de esconder. El timbre de la puerta sonó. Al salir allí estaba Diana, una de las estudiantes de 10-4, parada con sus zapatillas negras, sus medias blancas largas, la falda institucional que no cumplía la regla de tres dedos sobre la rodilla, si no que parecía una cuarta; el camibuso de la institución, su rostro sin maquillar y su cabello envuelto en un pequeño bollo. Sonreía. 110 111 IN CRESCENDO AURELIO Y LAS CUCARACHAS —Hola profe, que pena estar aquí pero venía a traerle el trabajo que no terminé en clase —dijo Diana con la voz dulce, mimada de una niña de quince años. —Estas no son horas de entregar trabajos ¿Cómo supo donde vivía? —preguntó desconcertado. —Para que vea profe, cuando a uno le interesa una clase, uno hace lo que sea para no quedar mal. Aurelio recibió el trabajo, ahora que lo recordaba, Diana no había sido cómplice de las travesuras de Kike y sus compañeros. —Bueno, muchas gracias por traerlo —dijo Aurelio. —A usted profe, por recibirlo. La niña se fue y él quedó viendo el trabajo que consistía en escribir el título del libro que más les hubiese gustado y hacer una pequeña reseña, Aurelio quedó sorprendido: Trópico de Capricornio de Henry Miller. No entendía cómo era posible que una chiquilla hablara de esa obra literaria. Esa misma noche cuando calificaba, salió por el vaso de agua y el suelo estaba totalmente invadido por centenares de cucarachas, que iban de un lugar a otro y cuando lo vieron enojado y asqueado salieron acuciosamente. Aurelio corrió y alzó su pie derecho para matar a decenas de un solo pisotón, pero todas y cada una de las cucarachas formaron la palabra “no”. Ventajas de tener muchos libros y una buena relación, sin saberlo, con el líder de las cucarachas. Esta vez fue Aurelio quien quedó petrificado y cayó desmayado. No se golpeó, pues al caer cada una de las cientos de cucarachas se subieron una encima de otra, al mejor estilo de las porristas e hicieron un colchón para que Aurelio no sufriera en el golpe, sin embargo algunas compañeras cucarachas se sacrificaron en tan heroico acto. Al despertar, Aurelio estaba en su cama “todo fue un sueño” pensó, pero la blanca pared estaba machada con cucarachas que van de un lado a otro como informando lo que había pasado con el humano. —Debo ir con el exterminador, son muchas cucara- chas —dijo Aurelio en voz baja. Al escuchar esto las cucarachas como soldados íntegramente disciplinados empezaron a formar las palabras “somos tus amigos, gracias por no matarnos” Aurelio se volvió a desmayar. Al otro día al llegar a clases, Aurelio estaba decidido a que no se la iba a dejar montar de los estudiantes de 10-4. Al llegar se sentó en el pupitre y empezó a dictar la clase atento a cualquier movimiento, por minúsculo que fuera, que hiciera de esa clase otra catástrofe más. No hubo nada, ni un chiflido, ni un papel, nada. Al fondo en la tercera fila en segundo puesto se encontraba Diana que no le quitaba la mirada a las explicaciones del profesor. Estaba sentada como una señorita, con la pierna izquierda sobre la derecha y su cabeza apoyada en la mano derecha, como aburrida. Cuando su mirada se cruzó con la del profesor sonrió, descruzó las piernas lentamente, quedó sentada con las piernas abiertas y después de unos segundos las volvió a cruzar. Aurelio siguió su clase normal como si no hubiera notado el movimiento de Diana, pero obviamente eso generó un desorden en el interior del joven profesor. Esta vez, Diana no tenía el bollo de pelo, tenía el cabello suelto y caía en sus hombros, ondulado. Al finalizar la clase Aurelio dice: —Señorita Buitrago ¿puede acercarse por favor? —¿Sí, señor? —pregunta la adolescente —¿Trópico de Capricornio? ¿Sí lo leíste? —Claro, profe. Es uno de los que más me ha gustado porque hace sentir cosas cuando lo leo. A veces leo varias veces algunos párrafos que me quedaron gustando. —¿Qué otros libros ha leído? —preguntó Aurelio —Bueno, muy pocos profe. Sólo algunos libros que hay en la biblioteca de mi papá y pues, cuando no tengo nada que hacer leo uno. —Muy bien, hasta luego. Recuerde que debe sentarse como una señorita. 112 113 IN CRESCENDO AURELIO Y LAS CUCARACHAS —Bueno, era un regalo para usted —dijo sensualmente Diana con esa voz suave y atractiva. —Respete, señorita ¡hasta luego! —empacó sus cosas y se fue furioso, aunque no lo estaba. Cuando llegó al apartamento las cucarachas lo esperaban, se encontraban dispersas por todo el suelo. Aurelio caminaba con cuidado con temor de pisarlas. Cuando todos los insectos lo vieron llegar la mitad corrieron a su escondite y la otra mitad empezó a moverse y formaron la palabra “Hola”. Aurelio aún no lo podía creer pero decidió ir a su habitación a calificar unos cuantos trabajos, aunque por su cabeza pasara Diana de vez en cuando. Diana era la que más participaba en clase, por no decir la única, pues los demás se encargaban de hacer todo lo posible para que el profesor nuevo huyera del colegio como lo han hecho los últimos tres en el último año lectivo. Era imposible no fijarse en aquella niña-mujer con el cabello rojo, anaranjado, parecía un atardecer con los matices de amarillo a rojo que seducían su mente y lo llevaba a ver de otra manera la pierna descruzada, imaginar que hay más allá de las piernas, al interior de la falda. Pero es imposible, es el profesor, además es el nuevo, es su primer trabajo desde que salió de la universidad y pensar eso es absurdo. La puerta de la habitación se abre, no hay nadie. Baja la mirada y se encuentra con un decenal de cucarachas que llevan como flotando un café caliente. Aurelio lo recibe. —Gracias Y las cucarachas se fueron. Después del tinto Aurelio se levantó para observar lo que sucedía y las cucarachas estaban: unas leyendo, otras haciendo los quehaceres de la casa y él estaba con la boca abierta. Menos mal era viernes y podía descansar y analizar las cosas de la mejor manera. No iba a llamar al exterminador, pues hombre, nunca había visto unas cucarachas tan formales en la vida. El sábado se encontraba viendo una película que les llevaría a los estudiantes, quizás eso los ayude y pueda aguantar un poco más sus travesuras. La película: Rojo como el cielo, una cinta italiana que muestra las adversidades de un niño que queda ciego en un accidente casero con una escopeta y el niño desarrolla agudamente su oído y se vuelve en el mejor sonidista del cine. Sí, eso quizás los ayude con el comportamiento, pensaba Aurelio. El timbre del apartaestudio suena, una cucaracha sale a ver quién es al igual que Aurelio que queda mudo al ver quién está allí parada. Con una minifalda, mucho más corta que la falda del colegio, que enseñaba unas piernas hermosas, blancas; una blusa blanca ajustada al cuerpo que dejaba ver sus dos pequeños senos de doncella que aún no han terminado de crecer. —Señorita Buitrago ¿Qué se le ofrece? —Hola profe vine a visitarlo —y sin pedir permiso ingresó al apartaestudio. Las cucarachas al ver quien era una a una se fueron a su escondite. Diana pasaba su dedo índice por cada uno de los títulos de los libros que se encontraba en la biblioteca y encontró Trópico de Capricornio y buscó su parte favorita ‘La vecina del piso de arriba’. —Este capítulo es sensacional —dice la colegiala empezando la lectura. Aurelio toma asiento, escucha la voz angelical y juvenil de Diana, una que otra cucaracha salen a escuchar camufladas. Ella sabe lo que es ese capítulo y pone en su tono un toque de sensualidad, mientras lo hace con su dedo índice acaricia la punta de su cabello que se encuentra más encendido, más caliente, como su cuerpo; baja su dedo suavemente y roza la curvatura de su seno. Aurelio, sentado, analiza la situación pero decide quitarle el libro de las manos. —Lo siento Diana esto no está bien debes irte —le dice llevándola hacia la puerta. —¡Profe! ¡No me dejó terminar! —se queja Diana y al verse vencida se deja llevar a la puerta y antes de que cierre le roba un beso al profe. 114 115 IN CRESCENDO AURELIO Y LAS CUCARACHAS Fue un beso que Aurelio no quería pero tampoco hizo nada para no recibirlo. Aunque no movió la lengua, ni la boca, Diana recorrió con su húmeda lengua la boca del profe y finalizó mordiendo el labio. Aurelio sintió con ese mordisco las ganas de llevarla a su cama y decirle que si a eso había venido que con mucho gusto y desnudarla en su habitación y verla allí como la Lolita que es, hacer y deshacer con su cuerpo porque virginidades, obviamente no habían —pensaba. Diana aleja su rostro lentamente y Aurelio cierra la puerta en un movimiento y se va para su habitación a pensar lo sucedido y las cucarachas le llevan otro café. Al lunes siguiente en clase, los de 10-4 seguían con la indisciplina, sin embargo ahora el profe no se interesaba por ellos, se interesaba por Diana que se encontraba en el mismo puesto de siempre, con las piernas cruzadas y enredando un lápiz en su cabello. En el descanso Aurelio estaba con sus colegas: —¿Cómo le ha ido con 10-4? —pregunta Patricia una profesora excesivamente flaca y con una pulcritud en el vestir y en el actuar que todos los estudiantes la respetaban. —Ahí vamos, aunque ya no son tan insoportables como los primeros días, aún es difícil dictar una clase completa —respondía resignado Aurelio. —Profe ¿me puede revisar este texto por favor? —interrumpe Diana mostrándole un cuaderno a Aurelio. —Claro, señorita Buitrago —toma el cuaderno Aurelio y se aleja unos cuantos pasos de la sala de profesores. En el cuaderno estaba el ejercicio en clase, al final había un posdata que decía: “Quiero otro beso” el profesor siente un vacío en el estómago al leer la nota. —Muy bien señorita Buitrago, debemos arreglar el final, pero está muy bien —Decía el profesor. Al terminar la jornada laboral el profesor se dirige a su apartamento y Diana sin que él se dé cuenta lo sigue. No fue sino cerrar la puerta y recibir el café de bienvenida por parte de sus amigas cuando la puerta sonó. Y allí estaba Diana con su uniforme, que violaba las reglas del Manual de Convivencia, con una sonrisa maliciosa y unas bragas en su mano derecha. Sin decir nada y con paso lento pero finamente medido y coqueto ingresó al apartaestudio. Aurelio quedó estupefacto, solo escuchó el portazo de la habitación. Se dirigió a ella, abrió la habitación y la encontró con nada más que la falda del colegio y las medias blancas que llegaban casi hasta las rodillas. Acostada de medio lado con su dedo índice llamaba a Aurelio y señalaba un espacio en la cama. Sin pensarlo dos veces Aurelio se lanzó sobre la estudiante, la besó apasionadamente y ella respondió al beso, lo envolvió con sus piernas y cuando Aurelio acercó su hombría al sexo de Diana, con un movimiento fuerte de caderas, ella hizo un grito mudo y cerró los ojos con fuerza. El profe la ve, ella sonríe y sus ojos se enlagunan. Aurelio observa lo sucedido y su miembro sale manchado de rojo. —Profe, eres mi primer hombre —dice Diana Aurelio se mandó las manos a la cabeza. Diana se vistió, se organizó el cabello y dejó al profe sentado, con los pantalones en la rodilla y su cabeza descansando en sus brazos. Al otro día Aurelio fue a clases, sus estudiantes, cosa rara, estaban juiciosos en sus puestos y prestaban atención a la clase. Preguntaban, opinaban y hasta salían al tablero. A las 10:35 de la mañana mientras Aurelio explicaba las fortunas del buen uso del lenguaje, alguien abrió la puerta del salón. —Aurelio Casas Fandiño, queda usted arrestado por acceso carnal violento, corrupción de menores… Aurelio quedó helado en el acto. Todos los estudiantes empezaron a aplaudir y a gritar “¡Violador! ¡Violador! ¡Violador!” Hasta Diana que se encontraba mal sentada en su puesto y sonreía con satisfacción. Los policías lo esposaron y penosamente lo llevaron fuera del colegio hasta la camioneta de la ley. Kike se paró en el asiento y gritó: —¡Ningún profesor puede con nosotros! —salta al 116 117 IN CRESCENDO AURELIO Y LAS CUCARACHAS suelo y abraza a su cómplice Diana Buitrago. Aurelio Casas Fandiño fue el cuarto profesor que hacían ir de la institución educativa. No había grupo más parado y desjuiciado que 10-4 del Carmelita. Las cucarachas quedaron esperando a Aurelio en su apartamento con café frío que nunca, nadie se tomó. Doce años en prisión, Aurelio todas las noches engendraba un plan para vengarse de los 35 estudiantes que lo enviaron a esas cochinas celdas con barrotes y patios de ropas donde mantenía su tiempo hablando con las cucarachas que nunca le contestaron. A los 40 años Aurelio Casas Fandiño, sale de prisión como un violador que pagó su condena, con uno que otro tatuaje que encerraba su odio hacia Kike y su gallada. Pasados los días visitó la casa que había arrendado en sus días de profesor y estaba vacía, desde hace doce años nadie se amañaba, pues por más que intentaban nunca se pudieron deshacer de las cucarachas. Aurelio volvió a su casa y buscó un trabajo como corrector de trabajos de grado, asesor en escritura, vendiendo productos, en lo que le tocara. Las cucarachas al verlo se alegraron, pues en la colonia siempre se habló del gran Aurelio y como Pichi se encargó de que su memoria pasara de cucaracha a cucaracha. La venganza fue fácil para 33 estudiantes, simplemente la invasión de cucarachas los seguirían todos los días hasta su muerte. Aparecerían en todas partes, en la comida, en el mercado, en la nevera, en el cepillo de dientes, en todas partes y uno a uno irían muriendo por diarrea, disenterías. Muchos de ellos vivieron angustiados porque su mierda iba acompañada de una crema entre café y rojiza, un tanto vizcosa que daba a entender que sus intestinos hacían digestión de su sangre…pero para Kike y Diana tenía algo especial. Kike al terminar el colegio se fue a pagar servicio militar. Allá lo volvieron disciplinado, quiso entrar a la universidad pero su bajo rendimiento académico en el colegio le cerró las puertas en todas las universidades públicas del país. Así que decidió con algunos amigos del colegio abrir un bar. Bar que frecuentaba Aurelio, bajo el nombre de Tomás, un viajero recién llegado a la ciudad. De vez en cuando hablaba con Kike y este le contaba todo lo que vivió en el ejército, de sus travesuras en el colegio y ambos reían. —Lo embarrada es que últimamente han muerto algunos amigos por alguna infección en los intestinos, yo que sé. Van tres en las últimas dos semanas —decía Kike mientras tomaba una cerveza. —Bueno, pero vea, usted está progresando —decía Tomás chocando su cerveza contra la suya —bueno me voy. Muchas gracias. Unos segundos después de irse millones de cucarachas de toda clase entraron al bar y la gente salió despavorida, vomitaban, gritaban del asco. Kike pisoteaba por todos lados, saltaba para matar a muchas a la vez, pero estas se fueron subiendo por su cuerpo, cuando solo le quedaba parte de la cara descubierta —desde los ojos hasta la boca —las cucarachas que veía en el piso escribieron entre todas “No era violador” y todas, una a una se metieron por su boca, nariz y oído y asfixiaron a Kike. Cuando llegó emergencia y control de plagas solo había cientos de cucarachas estripadas y al lado de ellas el cadáver de Kike. No se vio una cucaracha más en el bar. Nunca. Aurelio fumaba un cigarrillo en el parque mientras veía a la muchacha que compraba un libro al viejo librero del parque. Exhaló el último plon de su cigarro y con paso lento se acercó a los libros que estaban sobre una sábana blanca en el piso. Este libro es interesante, mientras tomaba una edición de Sin Plumas de Woody Allen. La muchacha que estaba al lado lo observa y dice: —Solo he visto películas de él ¿Si escribe bien? —Absurdo como en sus películas. Allí frente a sus ojos estaba Diana, ya no estaba el cabello rojo, amarrillo, naranja, no, ahora era castaño pero era impo- 118 119 IN CRESCENDO AURELIO Y LAS CUCARACHAS sible olvidar esos ojos y esa piel blanca. —Mucho gusto, Tomás. —Diana —le respondió con una sonrisa. —Bueno, me llevo este —le dice al viejo librero y le pasa el dinero— Uy, este es muy bueno —dice exaltado al ver Trópico de Cáncer, otro libro de Henry Miller. —Yo me leí en el colegio Trópico de Capricornio —dijo Diana y cambió la cara. —Sí, yo también lo he leído es muy bueno —respondió Tomás— ¿Qué tal un café? —Dale —dijo— el café de allí es bueno. Se dirigieron al café y empezaron a hablar. Diana ahora es profesora de español en un colegio. Y espera escribir algún día. Tomás sonríe. Diana ve sus brazos gruesos y los tatuajes que lo rodean. —¿Y eso qué es? —Preguntó Diana señalando un tatuaje pequeño en el antebrazo. —Es Pichi, una cucaracha, una broma familiar. Hablaron de todo un poco y quedaron de verse al día siguiente en las horas de la noche para salir. Tomás se puso su mejor ropa. En un café-bar literario se encontraba Tomás leyendo un libro del mostrador, qué leía no importaba porque cuando iba a cambiar de página ingresó Diana con un vestido negro ajustado al cuerpo, sus dos senos se miraban allí, definitivamente crecieron solo un poco más. Tenía unos converse negros, las piernas blancas que no había podido olvidar y sobre todo esa cara angelicalmente perversa que la hacía tan bella y tan odiada. —Neruda —dijo Diana señalando el libro —Un poco de poesía no cae mal —le responde y le recita una de bienvenida. Este gesto tan caballeroso y poético le encantó a diana que no quitaba esa sonrisa y ahora sus ojos brillaban. Tomaron café, luego una cerveza y por qué no… después un aguar- diente. Entrada la noche y con los tragos en la cabeza se subieron a un taxi. —¿En dónde vives? —le pregunta Tomás a Diana. —En los Cedros, pero ¿Qué tal si vamos a tu casa? —respondió coqueta con un dedo en los labios. —Esta bien —respondió Tomás. Al llegar al edifico, Diana quedó estupefacta. —Yo ya he estado aquí —dijo con una risa nerviosa. —¿Sí? ¿Y eso? —preguntó si prestarle atención Tomás. —Hace muchos años, aquí perdí mi virginidad, eso lo vuelve más excitante ¿no? —le dice Diana mientras lo abraza y lo besa —¡no jodás, es el mismo apartamento! Diana no sospechaba lo que le sucedería, pues hace trece años sucedió lo que había sucedido y el profesor se encuentra en prisión o habrá salido hace tiempo, pero eso ya es parte del pasado. Como ya conocía el apartamento se fue para la habitación. Se sentó en la cama y tomó uno de los libros que había en la mesa de noche. Lo ojea y lo vuelve a poner en el sitio. Se quita los zapatos y deja al descubierto sus pies finos y delicados. Tomás le lleva un café (preparado al escondido por las cucarachas) y se sienta a su lado. No se toman el café, pasan inmediatamente al beso, su mano se vuelve un espía entre sus bragas y sus dedos se deslizan en la humedad de su ser. Ella respira fuerte y la piel blanca se vuelve roja. Se para en la cama y deja caer el vestido. Queda solo con las bragas empapadas. —¿Te gustan los juegos? —pregunta Tomás —¿Qué clase de juegos? —responde Diana. Aurelio saca de la mesa de noche unos lazos. —Un poco de nudos, un poco fuerza, un poco de palmadas —responde Tomás besándola. —Claro que me gustan —y se acuesta en la cama extendiendo sus piernas y brazos. Tomás la amarra fuertemente y cada vez que Diana siente la presión del lazo en su piel, gime y sonríe. Pone un gagball en la boca. Diana está totalmente sometida y eso la excita de- 120 121 IN CRESCENDO masiado y su entrepierna se lo hace saber a Tomás que juega con sus dedos en su interior. —Muy bien señorita Buitrago —dice Tomás— usted tiene un Súpercoño, como dice Henry Miller. Un coño dulce, caliente, hambriento. Al escuchar el señorita Buitrago, Diana abre los ojos e intenta gritar pero lo que tiene amarrado en la boca no le deja salir ni un poco de ruido. Intenta zafarse de los lazos pero cada movimiento los ajusta más. —¿Recuerda? Todos me gritaban violador, aún retumban en mis oídos esos gritos llenos de odio y su sonrisa, su maldita sonrisa de satisfacción al verme esposado. ¿Violación? Tenga su violación —y empezó la venganza que tanto había planeado. Cuando terminó poco tiempo después, salió de su habitación y las cucarachas ingresaron. Se subieron por la pata de la cama, pasaron por la sábana por los lazos y cubrieron totalmente a Diana. Ella se movía como podía para librarse pero no podía. En pocos minutos Diana dejó de mover su cuerpo y murió. Tomás se vistió hizo maleta y decidió vivir de fugitivo, llamándose así o Kike o como sea, pero allí en esa ciudad nadie lo volverá a ver y nadie sabrá que pasó y nadie jamás sospechará que esas 35 personas murieron por un plan perfectamente trazado por Aurelio y las cucarachas. 122 123 IN CRESCENDO ÍNDICE In Crescendo Prólogo 11 Observación nocturna 13 Tu y yo, yo y tu ldado que pide la Conversación con un so 15 libreta militar 17 mundo La mejor serenata del 19 Monovocal 21 Rutina 23 Soliloquio 25 El borondo 27 Trastorno Podófilo 29 Déjà vu 33 San Luis de la Villa El primer no suicidio en a por primera vez un De cuando Charlie vio 39 en una pizzería película de Woody Allen 43 3:15 p.m. 47 Coma 53 Polos Opuestos 59 Episodio Clara 65 Sexo de Celebración 73 El conejo blanco 81 Tango Rojo 89 AA 97 Cruzando Puertas 109 as Aurelio y las cucarach In Crescendo se terminó de imprimir en la ciudad de Villavicencio en los talleres de EDICIONES en el mes de noviembre de 2015. Usando La familia tipográfica Bell MT. Prohibida la reproducción parcial o total de este libro en cualquier formato sin consentimiento del autor.