José María Tortosa: Pensamiento único y desigualdades I.El «pensamiento único» no es único ya que existen otros modos de entender la realidad económica y social y existen otros modos de proponer medidas para intervenir sobre ella. Además, el «pensamiento» no se diferencia de los otros por ser «único»: otros pensamientos también la tienen o la han tenido. Tal es el caso del marxismo considerado como «la» única, teoría científica sobre la sociedad. Curiosamente, son los que no están dentro de este «pensamiento», los que lo llaman «único», siguiendo un famoso artículo de Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique. También se le podría llamar neoliberalismo o globalismo y sus adeptos tampoco sentirían que su opción ha sido correctamente nombrada. Curiosamente, el «pensamiento único», en boca de sus representantes, puede llegar a llamarse «liberalismo», pero, en general, sus portadores prefieren hacerlo sinónimo del sentido común: ese pensamiento es lo que toda persona sensata tendría que pensar de no haber sido contaminada por formas equivocadas de presentar y abordar las cosas. Pero detrás de este pensamiento se pretende que está la Ciencia y, en particular, las Ciencias Económicas que prueban que las proposiciones del tal «pensamiento» están basadas en un conocimiento sistemático, empírico, desapasionado e intersubjetivo de la realidad económica y social. Ellos son científicos y los demás son ideológicos. Respecto a desigualdad, poco hay que decir: que se trata de una palabra que se refiere al resultado de haber distribuido o repartido algo entre personas siguiendo criterios poco equitativos o justos. No se refiere, pues, a la desigualdad física, genética, sino a lo construido sobre ella por los criterios del reparto, a las distancias entre los hombres debidas a la falta de equidad con que han sido repartidos algunos bienes. El «pensamiento único» habla de la desigualdad de origen: no todos los hombres, asegura, son iguales en inteligencia, en fuerza o en aptitudes desde un punto de vista genético. Sin embargo, todos los hombres son iguales a la hora de competir en el mercado, todos comienzan la carrera el mismo tiempo y desde el mismo lugar, con independencia de si la hacen a pie o en coche. II.Como se ha dicho, «pensamiento único» puede ser sinónimo de globalismo, la ideología construida en torno a la globalización y que no sólo constata la existencia de procesos económicos y sociales globales sino que de ahí pasa a que «si es así, es porque debe ser así», si los países son desiguales es porque deben ser desiguales y si los seres humanos son desiguales es porque deben ser desiguales. En general, al «pensamiento único» se le aplican aquellas tres características que Albert Hirshman ya encontraba en los otros pensamientos que él llamaba reaccionarios. • Inanidad: es inútil intentar nada, se nos dirá, porque, en todo caso, no se va a poder conseguir lo que se pretende. • Efectos perversos: mejor no hacer nada ya que, generalmente, lo que se va a conseguir es lo contrario de lo que se pretende. Si se consiguiera algo, sería a costa de lo bueno conseguido anteriormente y sería una • Puesta en peligro de un orden básicamente bueno o, por lo menos, no resistiría un análisis costebeneficio: lo que se ganaría sería mucho menos de lo que se perdería. El problema del globalismo se planteaba de dos formas bien diferentes por Hirshman: Caso I. Su autor nos dice que lo de «globalización responsable» hace referencia al hecho de que el proceso de globalización se está desarrollando «sin que nadie tenga control o responsabilidad sobre el mismo». Es, pues, irresponsable al tiempo que «se constata que la globalización es imparable. Es un proceso objetivo, y fuera de ese proceso sólo hay marginación económica, al menos en el marco de la economía de mercado, que al final se ha impuesto como forma universal». Inanidad. El que haya ido demasiado lejos el asunto no quita que, «aunque sería deseable controlar la globalización, no se puede hacer sin quebrar el mercado, sin resucitar la excesiva intervención gubernamental y sin espantar a los innovadores, que crean la tecnología, y a los inversores, que ponen el dinero». Efectos perversos. Existe un «lado oscuro de la globalización» que «se sitúa, sobre todo, en el drama humano que para cientos de millones de seres representa, y esa responsabilidad se transfiere a las instituciones internacionales humanitarias, a las religiones y a la filantropía» (por lo visto, no a los inversores). Pero no hay que temer: «se espera que la promesa tecnológica, con tecnología cada vez más potentes y más baratas, que se difundirán entre toda la población, contribuya decisivamente a resolver los problemas». Lo de que se vaya a difundir entre toda la población no está tan claro, pero, en fin «se confía en que el dinamismo del sistema tecno-económico que hemos creado supere por sí mismo (énfasis añadido, JMT) las actuales contradicciones. Y cuando haya crisis habrá que tratarlas con fórmulas específicas para cada una». Si no entiendo mal, las crisis, en su mayoría, serían errores de ajuste al sistema tan dinámico «que hemos creado». Puesta en peligro. En pocas palabras: 1.- La globalización es imparable y casi «natural». 2.- Es cierto que crea algunas dificultades a algunos, aunque quedan superadas por los beneficios para los más. 3.- Pero el problema es cómo adaptarse, ya que no hay modo de controlarla. Caso II. Otra persona plantea las cosas de manera bien diversa: 1.- La globalización es parable y es «artificial» ya que es el efecto de decisiones concretas tomadas por personas concretas (precisamente porque es artificial es por lo que puede detenerse); 2.- Sobre todo, crea pobres, hace a los ricos más ricos (es decir, polariza las sociedades y el mundo) y desintegra sociedades enteras; 3.- Luego el problema es cómo controlarla, cosa que es posible, pero ya no hay consensos: ni el de Washington, aquel famoso consenso que supuso el lanzamiento de las políticas neoliberales en América Latina como «pensamiento único» y consensuado. El caso I y el caso II forman parte de corrientes generalizadas, ninguna de las cuales puede alzarse ya con la pretensión de «única» ya que, por lo menos, hay dos y entre ellas se lleva a cabo una muy interesante batalla ideológica por la supremacía, es decir, por llegar a ser realmente «únicas». El caso I lo que viene a decir es que no se puede hacer nada contra la globalización; si se pudiera hacer, sería con efectos perversos; y si no los tuviera, los efectos negativos -lo que se perdería de lo bueno que había antes- superarían a los positivos. La globalización no va contra la estabilidad política, ni contra el crecimiento, ni contra la cohesión social al imponer rebajas generalizadas de salarios, ni produce marginación ni es un factor de desigualdad. Es cierto que los beneficios de la globalización no se han distribuido equilibradamente. Es «el lado oscuro de la globalización» pero que, como con el caso I, sólo alcanza algunos centenares de millones de personas y nunca a más de un millardo. El Informe sigue reconociendo que lo que la globalización ha hecho contra la soberanía nacional es preocupante y que implica un desafío de fomentar el desarrollo. Conclusión: «Si comienzan a aplicarse políticas prudentes que calmen los temores de los inversores y restauren la estabilidad del sector financiero, hay buenas posibilidades de evitar una recesión profunda. Lo esencial es no sucumbir a las tentaciones proteccionistas, cosa que se dice a los países pobres mientras se sabe, pero no se dice, que son los ricos los más proteccionistas y ahí están los propios datos de la OMC para demostrarlo. En el caso II: 1.- Lo que llamaríamos aquí «pensamiento único» y que ese autor llama «capitalismo de laissez-faire» (neoliberalismo si se prefiere) es la gran amenaza para la estabilidad económica mundial, la justicia social y las relaciones internacionales. 2.- Los efectos recientes han sido devastadores: las economías periféricas han sufrido un descenso no visto desde la Gran Depresión y el sistema económico mundial estaría a punto de desintegrarse ya que la tensión en la periferia no es buena para el centro, el daño en la periferia está llevando a países a salirse del sistema y, frente a ello, las autoridades monetarias internacionales han sido unas irresponsables e incapaces. Sin embargo, «la supremacía ideológica del sistema capitalista global no conoce límites». 3.- Pero ahí está lo malo: «Lo que hace que la crisis sean tan desestabilizadora en lo político y tan peligrosa para el sistema capitalista global es que el sistema mismo es su causa. Para ser más preciso, el origen de esta crisis hay que encontrarlo en el mecanismo que define la esencia del sistema capitalista globalizado: los mercados de capital libres y competitivos que mantienen al capital privado moviéndose continuamente en torno al Globo en busca de los más altos beneficios y, supuestamente, la adjudicación más eficiente de las inversiones y ahorros mundiales». III. Al «pensamiento único» sólo le preocupa la desigualdad como algo secundario, como un efecto colateral, como el precio que hay que pagar para conseguir el crecimiento. Sin embargo, durante los momentos en que más se hablaba de él como si fuera «único» (aunque no lo fuese), la desigualdad creció hasta hacer desenterrar el vocabulario marxista sobre la polarización y la pobreza aumentó hasta hacer recuperar el viejo vocabulario del XIX y principios del XX sobre el pauperismo y el también concepto marxista de la pauperización. Achacar al «pensamiento único» esta hecatombe, tal vez sirviera para la lucha ideológica, pero no sería justo. Como siempre, un problema mal planteado es mucho más difícil de resolver. Si yo entiendo bien el asunto, el problema no es el «pensamiento único» sino la desigualdad. El «pensamiento único» es sólo una de las posibles repuestas ante la desigualdad. Es evidente que hay otras formas posibles de respuestas. Si el «pensamiento único» es la primera (causa -entre otras- y efecto -entre otros- de la desigualdad), la reacción de intentar suprimir la desigualdad es la segunda. Si se prefiere, e intentando clasificar los «pensamientos» con respecto a sus respectivas posiciones ante el cambio, el «pensamiento único» rechaza el cambio. Evidentemente, no rechaza el cambio tecnológico, ni los acelerados cambios sociales. Rechaza el cambio en la estructura y contenido de la desigualdad. Refleja los intereses de los que quieren seguir dominando. En cambio, el segundo «pensamiento» lo que quisiera es acelerar el cambio, transformar globalmente las reglas del juego e instaurar un mundo igualitario mediante una «revolución a escala mundial». IV. Lejos de mí la funesta manía de pensar que los «malos» actúan por intereses y los «buenos» actúan por valores o ideales. Todos actúan por ambas cosas. Los reformistas y los revolucionarios también tienen intereses. Y lejos de mí la funesta manía de pensar que, al optar por la escala global, esa escala en la que se encuentran extraños compañeros de cama a los que se puede rechazar a costa de que todo siga igual o a los que se puede aceptar a costa de la propia «pureza ideológica», la opción por dicha escala excluye los planteamientos a escala de bloques (comerciales, militares), a escala estatal, regional, municipal o local. Es cierto que las cosas son complejas y hay que ver cómo se relacionan todos esos niveles. Pero no puede hablarse de todo al mismo tiempo.