OSÉ TORO HARDY | EL UNIVERSAL martes 7 de enero de 2014 12

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OSÉ TORO HARDY | EL UNIVERSAL
martes 7 de enero de 2014 12:00 AM
Han transcurrido 16 años desde que el presidente Lusinchi terminó su
mandato con altos índices de popularidad pero con una economía
destruida.
Acosado por una deuda externa que lucía impagable, Lusinchi comenzó
por manipular un sistema de cambios diferenciales a través de Recadi.
Redujo de manera importante la lista de bienes que se podían importar
a una tasa de cambio de Bs. 4,30 por $, limitándolas a alimentos y
medicinas. Al petróleo y al hierro se le asignan Bs. 6,00/$,
estableciéndose en tercer lugar un tipo de cambio de 7,50/$ a la mayor
parte de las importaciones. En el mercado paralelo el tipo de cambio era
muy superior.
Las importaciones se redujeron y la escasez comenzó a hacer estragos.
La producción petrolera nacional cayó de 1,8 millones de b/d en 1983 a
1,7 en 1984 y 1,5 en 1985. Sin embargo, a pesar de la caída de la
producción, puesto que el precio del petróleo se había mantenido
relativamente estable, las utilidades en operaciones cambiarias que
obtenía el Gobierno, llevaron al presidente Lusinchi a expresar su
optimismo en una frase absurda: "Tenemos la botija llena".
Pero a partir de 1986 los precios del petróleo cayeron en cerca de un
52%. Sin embargo, dándole la espalda a lo que la prudencia aconsejaba,
Lusinchi emprendió un recetario completo de medidas expansivas. En
medio de los más agudos déficit fiscales que el país había conocido
hasta ese momento, el gasto público comenzó a crecer a una tasa
promedio interanual del 38%. Para hacerlo, el Gobierno se vio en la
necesidad de devaluar periódicamente. El bolívar experimentó un
deterioro de más del 90%.
Tal devaluación no era más que un impuesto indirecto que se le aplicaba
a los venezolanos. En efecto, al devaluar, lo que hacía el Gobierno era
obtener mayor número de bolívares por cada dólar proveniente del
petróleo, que se incorporaban de inmediato al torrente monetario a
través del gasto público. Esto se traducía en un incontrolable
crecimiento de la oferta monetaria y en consecuencia en un aumento de
los precios. La inflación pasó de un 12,2% en 1984 a un 29,5% en
1988.
El Gobierno lo atribuyó a prácticas de acaparamiento y especulación por
parte del sector privado. Para compensarlo se embarcó en una política
de subsidios que acrecentó de manera importante el déficit fiscal.
Mientras tanto, las Reservas Internacionales del BCV caían de manera
acelerada. Los desequilibrios macroeconómicos y el déficit fiscal eran
cada vez más profundos.
La diferencia creciente entre los dólares otorgados por Recadi a una tasa
preferencial de Bs. 14,50 y la tasa que prevalecía en el mercado
paralelo, provocó todo tipo de corruptelas. Se hablaba de la "generación
Recadi" para referirse a las enormes fortunas que habían surgido.
A la vez, se adelantó una política de controles y regulaciones a todo
nivel. El sector público quería controlarlo, regularlo e intervenirlo todo.
Se impuso así un exhaustivo aparataje de controles que quedaba
sometido a la discrecionalidad de algunos funcionarios. Surgieron
inmensas oportunidades de corrupción y en consecuencia infinidad de
corruptos y de corruptores. Los funcionarios que tenían la potestad de
conceder permisos, fijar precios, conceder licencias, otorgar créditos,
asignar dólares preferenciales, adjudicar contratos y, en general,
dispensar cualquier tipo de privilegios y ventajas especiales, adquirían
más poder en la medida en que fuese más intrincado y difícil
desmadejar la gestión sometida a su decisión discrecional.
Prácticamente todos los precios fueron sometidos a regulación, incluso
algunos tan "estratégicos" como un corte de cabello.
En todo caso, los niveles de deshonestidad a que nos llevaron los
innumerables controles establecidos por el Estado, provocaron en el país
un deterioro de proporciones mucho más graves que las que se limitan
al ámbito estrictamente económico, ya que trascendieron al entorno
moral y ético de la colectividad. Muchos de sus miembros llegaron a
considerar como un hecho socialmente aceptable aquel enriquecimiento
que llegó a ser percibido simplemente como una "viveza" de
funcionarios públicos o de empresarios avispados, quienes daban la
impresión de haberse adueñado de Venezuela.
Sin embargo, los desequilibrios eran inmanejables. En el último año la
deuda externa se renegoció en dos oportunidades, pero no se honró.
Venezuela había caído en un foso profundo.
Lo que vino después es historia. No hemos aprendido nada. Estamos en
el 2014 y el perro se mordió la cola. Todo vuelve a empezar.
pepetoroh@gmail.com
@josetorohardy
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