Un libro para recordar el 13 de diciembre del 1995 Publicado por Wendy Jarquin | Dic 13, 2018 | Efemérides de la Revolución, Historia El 13 de diciembre de 1995, frente a la Asamblea Nacional, fueron asesinados Jerónimo Urbina, estudiante de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y Porfirio Ramos, trabajador administrativo de la Escuela Internacional de Agricultura y Ganadería de Rivas (EIAG). Ese día los estudiantes se estaban manifestando para demandar el 6% para las Universidades. Los estudiantes fueron atacados por la policía y fuerzas antidisturbios. También resultaron muchos jóvenes heridos, entre ellos Bismarck Santana, Roberto Calderón, Vidal Chan. Treinta y cinco universitarios fueron lesionados con armas de fuego y otros resultaron golpeados[1]. Sobre estos hechos, que se enmarcan en la lucha del 6% constitucional, librada durante los años de los gobiernos neoliberales, el Equipo de Barricada/Historia, recomienda la lectura del libro 13 de diciembre de 1995: por la defensa del 6% y la Autonomía Universitaria, del Dr. Edgard Palazio Galo, quien actualmente es el Secretario de la Facultad de Humanidades y Ciencias Jurídicas de la UNAN-Managua. El libro, publicado en 2013 por la Facultad de Humanidades y Ciencias Jurídicas, se presentó en el junio de 2014. Aquí proponemos un extracto del libro, que el autor puso a disposición de los lectores de Barricada. Capítulo 3 – Marcha del miércoles 13 de diciembre: Masacre a la Comunidad Universitaria La noche del 12 de diciembre, después de la toma del aeropuerto internacional Augusto Cesar Sandino, el Comité Nacional ampliado de U.N.E.N. se reunió para evaluar el desarrollo de las acciones, concluyendo en la necesidad de conservar la disciplina y el nivel cívico con que se venía desarrollando la protesta. Se puntualiza promover la marcha ya convocada para el día siguiente 13 de diciembre con el mejor orden posible. Teniendo de fondo los factores mencionados a las 9 a.m. del miércoles 13 de diciembre; estudiantes, docentes y trabajadores administrativos de las ocho universidades del C.N.U. se concentran en la Avenida Universitaria, frente a la UCA para marchar hacia la Asamblea Nacional. La entusiasta marcha universitaria se puso en movimiento saliendo desde la UCA, giró por la rotonda de Metrocentro, en dirección el Hospital Militar Escuela Alejandro Dávila Bolaños y continuó sobre la Avenida Bolívar rumbo la Asamblea Nacional. Más de 20 mil universitarios marcharon encabezados por los rectores de las universidades del C.N.U. y miembros del Comité Nacional de U.N.E.N., en tanto los otros dirigentes estudiantiles se situaron en diferentes partes de la marcha animando con altoparlantes que las diferentes representaciones universitarias traían consigo. Fue una marcha caracterizada por el entusiasmo universitario, las representaciones culturales revelaban la inventiva juvenil, las alegorías denunciaban al Gobierno y su política anti universidades, grupos folclóricos animaban con presentaciones desde coloridas carrozas, mientras desde los altoparlantes se alentaba con consignas del 6 %. Nadie podría esperar lo que horas después Nicaragua y la comunidad internacional contemplarían estupefactas. Los universitarios llegaron a las inmediaciones de la Asamblea Nacional a eso de las 11 a.m. y desde antes que llegaran los primeros manifestantes a las cercanías de la Asamblea Nacional, ya estaba desplegado un grueso cordón de policías de línea y centenares de antimotines y fuerzas especiales que custodiaban el lugar. Como señaló un diario local, “la preparación policial para la represión era evidente, las tropas antimotines se habían desplegado por centenares, como para una gran batalla planificada con anticipación”. Cuando el grueso de los miles de universitarios llegó a los alrededores de la Asamblea Nacional, al congregarse mayor número de estudiantes junto a las vallas puestas por la Policía, se produjo mucha tensión y forcejeó entre estudiantes y policías; acto seguido las fuerzas antimotines comenzaron atacar indiscriminadamente a los manifestantes. De repente cayó sobre los universitarios una lluvia de bombas lacrimógenas. El efecto de los gases obligó que muchos manifestantes se dispersaran; no obstante, la mayoría no se retiró y plantaron resistencia desigual ante la represión policía. Algunos se defendían lanzando piedras y cualquier objeto que lograban encontrar; otros pocos, con lanza morteros. La represión policial no respetó siquiera a los doce compañeros y compañeras en huelga de hambre, que ya contaban diez días de ayuno y permanecían en delicada condición alojados en una casa de campaña en las inmediaciones del monumento dedicado a Pedro Joaquín Chamorro, en el costado noroeste de la Asamblea Nacional. Los huelguistas de hambre fueron de los primeros en ser atacados con bombas de gases lacrimógenos, teniendo que ser evacuados del lugar hacia las instalaciones de la U.C.A. Mientras la Comunidad Universitaria era brutalmente reprimida dentro de la Asamblea Nacional todavía por algún tiempo, los diputados continuaron sesionando como si no ocurriera nada, como si lo que sucedía en las afueras de la Asamblea Nacional no fuese un asunto en el cual compartían responsabilidad. Paradójicamente mientras se masacraba a los universitarios, en el plenario de la Asamblea Nacional era aprobada en su totalidad la Ley de Procuraduría de los Derechos Humanos. Pese a la lucha campal que se libraba en las afueras de la Asamblea Nacional, el vicepresidente de este poder del Estado, Reynaldo Antonio Tefel (q.e.p.d) del M.R.S., según publicó un diario nacional, en un inadmisible supremo declaraba “el mayor ejemplo que podemos dar es seguir legislando”. Según las expresiones de otros diputados la misma junta directiva de la Asamblea Nacional no solo permanecieron indiferentes ante los hechos violentos, sino que en su momento, salieron huyendo. En esas circunstancias una delegación del C.N.U. -que minutos antes de iniciar la represión fue autorizada a ingresar al edificio de la Asamblea Nacional- logró conversar con los diputados Dora María Téllez, William Ramírez, Carlos Gallo, Víctor Talavera, Andrés Robles y María Ramírez, a quienes plantearon la urgencia de conformar una comisión que mediara para poner fin a la represión, pero no logran este propósito debido las circunstancias y al hecho de que un oficial policial del recinto les señaló que no debían abandonar el lugar por cuanto no les garantizaban su seguridad. No obstante, el diputado Nathan Sevilla finalmente logró conformar junto a los también diputados Gladys Báez, Raúl Venerio, Julio Marenco y Andrés Robles, una comisión voluntaria, que trató de mediar entre los estudiantes y la policía sin lograr su objetivo, pues ya en esos momentos el nivel de las tensiones y enfrentamiento era elevado, lo que ocasionó que algunos estudiantes enardecidos por la represión policial, quisieran linchar a los propios diputados, a quienes parece ser desconocían, situación que fue controlada por la oportuna intervención de los dirigentes estudiantiles que calmaron la peligrosa situación. El efecto de los gases lacrimógenos envolvía varias cuadras alrededor de la Asamblea Nacional, y los universitarios se replegaron tomando diferentes direcciones, para reagruparse en lugares cercanos donde el efecto de los gases era menor. Algunos de los dirigentes estudiantiles usaban megáfonos o gritaban para que sus compañeros se reordenaran, guardaran la calma y continuaran la protesta. La represión policial se daba de forma generalizada en diferentes puntos distantes de la Asamblea Nacional; la Avenida Bolívar, el sector donde fue el Cine González, TELCOR, PETRONIC, Reparto San Antonio y otros sectores aledaños, que después de las 11 a. m. eran verdaderos campos de batalla. En otros puntos donde se desarrollaba el enfrentamiento los rectores de distintas universidades del C.N.U. que para entonces lograron salir de la Asamblea Nacional y ante el llamado de la dirigencia estudiantil intentaron parar las acciones ante los mandos policiales, registrándose el hecho de que el subcomandante Manuel Lezama jefe de las fuerzas antimotines, ordenara a las autoridades universitarias retirarse del lugar. A partir de ese momento las fuerzas policiales comenzaron con mayor fuerza la ofensiva contra los manifestantes quienes corrieron en busca de protección, mientras otros universitarios se defendían lanzando piedras. La represión no se detuvo, y no bastando el empleo de gases lacrimógenos, la policía comenzó a disparar balines, balas de goma y luego real en una acción represiva sin precedentes, únicamente vista en Nicaragua en los tiempos de la guardia somocista. La represión continuó incluso con más intensidad, aun cuando los manifestantes no representaban una amenaza para las instalaciones de la Asamblea Nacional. Comenzaron a sonar los disparos de armas de guerra y cayeron heridos los primeros manifestantes, mientras los universitarios se defendían utilizando todo tipo de objeto que estuviera a su alcance. La represión fue cobrando víctimas. Se contabilizaban muchos heridos y otros intoxicados. A 12:15 p. m. en los alrededores del costado norte del parque “Luis Alfonso Velásquez” al igual que otros universitarios, Jerónimo Urbina estudiante de III año de Ingeniería Química de la U.N.I. corría para parapetarse en algún lugar por el sector del distrito 4 de la Alcaldía de Managua. Cuando de pronto le vieron caer impactado por un balazo que penetró por la parte inferior del hombro izquierdo, pasó por el tórax dañando el pulmón derecho y penetró en la columna vertebral dañando la médula espinal. En medio de la agitación, sus compañeros lo cargaron y trasladaron al Hospital “Antonio Lenín Fonseca” donde fue intervenido quirúrgicamente. Ante los disparos indiscriminados, los universitarios se protegían tirándose al suelo o detrás de los árboles del parque “Luis Alfonso Velásquez”, respondiendo la desigual lucha con consignas por el 6 %, piedras y morteros. La noticia de un estudiante mortalmente herido, subió los ánimos de los que protestaban; otros lloraban de enojo al saberse en desventaja ante las armas de fuego. Pero nadie pensaba de los allí presentes abandonar la protesta, aun en esas condiciones. Y es que el aliento colectivo de la protesta cuando se tiene la razón y la legalidad de su parte se convierte en un ánimo enérgico. También se otorgaba la duda que el disparo fatal fuese un accidente y no una determinación, como efectivamente dejaron en evidencia los hechos que siguieron. Luego, las balas alcanzaron en el mismo sector entre la entrada del edificio Olof Palme y el parque Luis Alfonso Velázquez al estudiante de Filología y Comunicación de la U.N.A.N. Roberto Calderón. Un disparo le atravesó el pecho, pero logró sobrevivir luego de ser trasladado de emergencia al hospital Bautista. Tiempo después, Bismarck Santana Tijerino estudiante de Ingeniería Electrónica de la U.N.A.N. cae por un disparo, que le impacta en la pierna derecha cortándole la arteria femoral. La intensa hemorragia es provisionalmente asistida por un miembro de la brigada de estudiantes de medicina que fija un torniquete y poder llevarlo al hospital Antonio Lenín Fonseca, donde lograron salvarle la vida, aunque después de varias intervenciones quirúrgicas, perdió su pierna derecha. En el transcurso de las horas, en medio del silbido de las balas y el asfixiante humo de las bombas lacrimógenas, pobladores de los barrios aledaños a la Asamblea Nacional y miembros de la cooperativa “Parrales Vallejos” fueron llegando al lugar y se sumaron a la lucha en respaldo de los universitarios. Como a las 2:40 p. m. un grupo de universitarios que se desplazaban por el sector del edificio PETRONIC, a unos 700 metros de la Asamblea Nacional, se vieron frente a un grupo de policías que les tiran balines y bombas lacrimógenas, a las que respondieron con piedras y consignas del 6 %. Se dio un intercambio: un policía se adelantó al grupo, y disparó desde corta distancia al compañero Ernesto Porfirio Ramos, trabajador de la E.I.A.G. de Rivas, que cayó muerto con el cráneo perforado. Según la testigo ocular Yamileth Vargas, que en ese momento habitaba frente donde cayó asesinado Porfirio Ramos, y pudo observar la acción, el disparo fue realizado casi a quemarropa por uno de los policías, hecho que confirmó el estudiante Octavio Díaz Sequeira, quien estaba cerca de Ernesto Porfirio Ramos cuando el policía disparó a escasos metros de su humanidad. También el estudiante Leandro José Martínez testigo del hecho señaló: “Nos tiraban de todo, en un momento hubo un silencio y pasó el compañero de Rivas, caminando hacia la policía, ni siquiera una piedra llevaba en las manos (…) la policía nos empezó a replegar hacia la malla del Luis Alfonso Velásquez, cuando llegan los estudiantes y dicen que están golpeado a los universitarios por el Cine González. Salimos corriendo. La policía al ver el movimiento, comienza a disparar gases lacrimógenos, cuando llego a la esquina pasa el compañero de Rivas (…) me le pego a él, como a diez metros de la policía escucho una detonación muy fuerte y delante de mi veo como se le levanta el pelo de atrás a través de la gorra. Cae lentamente de espaldas, corro, cuando me agacho logró verle todavía la vista normal y de pronto se quedó sin brillo.” Mientras las unidades de la Cruz Roja y del Cuerpo de Bomberos ingresaban a la zona de forma sistemática, el enfrentamiento desigual de balas contra piedras y morteros, dejaba como consecuencia para la Comunidad Universitaria muertos y heridos. En el transcurso de la lucha campal, los universitarios lograron capturar a dos policías, el sargento Juan Francisco Cuaresma y Freddy Antonio Mendieta. Esta situación puso a prueba la capacidad de conducción y autoridad de la dirigencia estudiantil. Resistiéndose a la indignación y furia de los universitarios que ante los muertos y heridos pedían hacer justicia por sus propios medios, los dirigentes lograron preservar la integridad física de estos policías. Ese fue, de los muchos, un momento de lo más tenso. Finalmente, los policías fueron entregados ilesos al personal del CENIDH que a su vez los entregó al capitán Manuel García, asistente del Inspector General de la Policía Nacional. Cerca de las 5 p. m. luego de casi 5 horas de batalla campal, los dirigentes estudiantiles usando altoparlantes y megáfonos, hacían esfuerzos para reconcentrar a los manifestantes orientando retirarse hacia la U.C.A. Tarea era difícil considerando, los miles de manifestantes que se desplazaban en un perímetro de cerca de 2 kilómetros cuadrados. La dirigencia estudiantil finalmente condujo a los manifestantes hacia la U.C.A. En la marcha, pasando por el paso a desnivel de Tiscapa es significativo el gesto realizado, cuando unos estudiantes bajan a media asta en señal de luto, una bandera de Nicaragua allí ubicada. La criminal acción policial que se extendió por más de 5 horas, fue justificada en palabras del Jefe Nacional de la Policía Fernando Caldera como resultado de la presión a que se vieron sometidos los policías. Sin embargo era innegable que la policía tenía desplegado un enorme dispositivo acordonando las instalaciones de la Presidencia de la República y la Asamblea Nacional, como evidencia de que se preparaban para una acción a escala mayor. Además, estaba bloqueada con una valla metálica, la calle que divide la Asamblea Nacional con el parque Luís Alfonso Velásquez, extendiéndose el cordón policial sobre la acera del Parque y el edificio del Ministerio de Finanzas hacia el Este, en dirección al edificio Olof Palme. Detrás del cordón policial estaban policías formados en diferentes escalones, con distintos armamentos; antimotines con todo su equipo, otros con fusiles AK, escopetas y pistolas. El dispositivo policial estaba suficientemente apertrechado como para manejar una situación sin recurrir a los extremos de disparar a matar. Aún es válida la interrogante formulada en el editorial diario del Barricada del jueves 14 de diciembre de 1995: “¿Quién dio la orden de ignominia, de la represión y el crimen? ¿Quién osó emular la criminal barbarie somocista de 1959 sobre los estudiantes? ¿Quiénes solicitaron de las fuerzas del orden semejante represión? ¿Quiénes son los ministros pusilánimes que han permitido la hostilidad y la agresión contra los estudiantes y el 6%?” La represión del 13 de diciembre sostenida en el tiempo, desde las 11 a. m. a las 5 p. m. aproximadamente, la policía siempre mantuvo su formación de ataque, fue claro que no se limitó únicamente a proteger las instalaciones de la Asamblea Nacional. La persecución desatada contra los universitarios estaba dirigida a reprimir, desalojar, intimidar y liquidar la protesta. Es absurdo el argumento que los disparos se produjeron por la presión del momento y más condenable aun es la actitud tomada por la presidenta Violeta Barrios de Chamorro, el Ministro de la Presidencia y el de Gobernación, al no haber ordenado, ninguno de ellos, parar la represión que se extendió más de 5 horas, y de la que el pueblo de Nicaragua fue testigo por las transmisiones de televisión y radio. Por eso con debido fundamento, el comandante Daniel Ortega al condenar ese hecho señalaba, “el gobierno es el único responsable de la represión estudiantil; la señora Chamorro perfectamente pudo dar la orden para detener la masacre estudiantil, pero ni ella ni la directiva de la Asamblea Nacional hicieron nada para evitar el derramamiento de sangre”. Asimismo, el comandante Daniel Ortega al condenar la represión gubernamental hizo un llamado a los mandos policiales a reflexionar para que nunca más la Policía Nacional disparara contra el pueblo “(…) es lógico que ocurran, de vez en cuando, enfrentamientos no deseables, con gases lacrimógenos y pedradas –señaló- pero no es comprensible que usen las armas para disparar contra el pueblo y los estudiantes. Tiene que preocuparnos esta situación y llamar a la reflexión profunda a los mandos de la Policía Nacional sobre lo ocurrido (…) Nos duele el repudio que ha estado recibiendo la policía, porque son hijos de la revolución. No puede ser que ahora sean renegados de la revolución…” Las condenas a la acción policial también vinieron de organismos nacionales e internacionales, de diferentes gremios del país, de organizaciones estudiantiles de Centroamérica y del pueblo nicaragüense en general. Todos repudiaban y condenaban la represión policial con comunicados, cartas y pronunciamientos en los que demandaban al Gobierno y a la Asamblea Nacional respetar la Constitución Política y cumplir con el 6 %. […] Inmediatamente después de los hechos, mediante un comunicado, el Ministerio de Gobernación señaló que la Policía como garante del orden público y la seguridad ciudadana, resguardaba las instalaciones en las que sesionaban los diputados y en un abuso contra la inteligencia del pueblo nicaragüense afirmaban, que “la fuerza policial fue obligada a utilizar la técnica establecida, dispersando con bombas lacrimógenas a los manifestantes.” Por su parte el vocero de la Policía Nacional, Subcomandante Arnoldo Pastrán indicó; “No había orden de disparar con armas de fuego a los estudiantes, los que dispararon lo hicieron sin ninguna orden por lo que se harán las respectivas investigaciones.” En tanto el jefe de la Policía Nacional, Fernando Caldera, arguyó que los altos mandos policiales no intervinieron cuando se comenzó a disparar porque fue “(…) una situación muy difícil y muy confusa la que se presentó” Aseverando, según él; “No hubo ninguna orden de usar armas de fuego en contra de los manifestantes”. Al justificar el actuar de la policía, señaló, “fuimos objeto de una agresión; rompieron la barrera de seguridad a pedradas. Los policías sometidos a un estrés y alta tensión dispararon (…)”, e intentando justificar la masacre, señalaba que “en la protesta universitaria se involucraron elementos extraños a la Comunidad Universitaria”, como si tal eventualidad justificara el uso de armas de fuego contra manifestantes indefensos. Un discurso parecido, encaminado a restar legitimidad a la protesta universitaria, también se pudo escuchar dos días después del 13 de diciembre cuando en los debates por el Presupuesto General de la República, el viernes 15 de diciembre, la diputada de la UDC Azucena Ferrey se interrogaba irónicamente: “Conversando con mi amigo y compañero Adán Fletes, le preguntaba si en la historia reciente vivida por nosotros en la década de los 60 y 70 había algún precedente en que los dirigentes estudiantiles se hubiesen convertido en los directores de la represión, y no recordaba” En esta misma frecuencia que trataba deslegitimar la protesta, el mismo Humberto Belli al día siguiente de la masacre publica en un diario nacional un artículo que deja ver su visceral antagonismo hacia las universidades, pretendiendo tergiversar la coyuntura escribió; “…basta observar los métodos, el estilo, y el vocabulario –plegado de amenazas- del movimiento estudiantil subordinado a las consignas de los rectores, para detectar allí las señas del mismo origen y de la misma inspiración política. No es casualidad que el F.S.L.N. respalde esta lucha. Es su lucha”. Como si el origen y responsabilidad de los sucesos fueran los estudiantes y no la violación constitucional del gobierno. Más allá de eso, en medio de los trágicos sucesos la U.N.E.N. experimentó un fortalecimiento indiscutible. Esta dura experiencia consolidó al Movimiento Estudiantil y lo colocó decididamente al frente de la Comunidad Universitaria en la defensa del 6 % y la Autonomía. El Equipo de Barricada/Historia agradece al autor del libro, Dr. Edgard Palazio Galo, por haber compartido ese extracto de su libro. [1] Fuente: www.unan.edu.ni