AMÉRICA JAMÁS FUE DESCUBIERTA por Manuel Caballero Para un historiador profesional, pocas frases en el idioma están tan llenas de disparate, nonsense y mentiras como esa repetida cada doce de octubre: que ese día se "descubrió América". En verdad, lo que hoy llamamos "América" tiene la curiosa particularidad, el extraño destino, de ser un continente jamás descubierto. Y sin embargo, tiene al mismo tiempo la particularidad de haberlo sido por lo menos tres veces. El primer descubrimiento es quizás el más inocente, el más oscuro, el más hipotético. Parte de un hecho hoy aceptado por todos: el del origen único y no multilocal del género humano. Dicho en otras palabras, ya nadie sostiene la existencia de un hombre americano de origen. Por lo tanto, los primeros pobladores de nuestro continente vinieron de Asia, quién sabe si hasta de África. ¿Cómo lo hicieron? ¿A pie por el estrecho (entonces istmo, o congelado) de Behring, o en pequeñas e inseguras barcazas largadas desde el archipiélago polinesio? Como sea, al poner pie en las nuevas tierras, las estaban "descubriendo". Pero esa palabra no tenía ninguna significación para ellos: porque desembarcaban en territorios despoblados, porque no iban a regresar a su lugar de origen para contar cuanto habían visto. Y sobre todo, porque no podían tener ninguna conciencia "histórica": sus hijos olvidaban rápidamente a sus padres, y mucho más los descubrimientos de esos padres venidos del otro lado del Pacífico. Al avanzar hacia el fondo del continente, estaban simplemente repitiendo sus pasos y así el "descubrimiento" del continente podía renovarse a cada generación; y si al paso de dos de ellas (por la ausencia de un sistema de símbolos más permanente que la lengua hablada) ya se habían borrado los recuerdos, mucho más habrían de desaparecer los de un origen perdido, valga el lugar común, en la noche de los tiempos. En su primera percepción por el hombre, lo que andando el tiempo sería conocido como "América" no fue, pues, descubierto. Algunos años después del mil de nuestra era, el explorador escandinavo Leif Eriksson llegó, se dice, hasta las costas de lo que hoy es Norteamérica, posiblemente a la actual península de Labrador y también Nueva Escocia, una tierra que, se dice, bautizó Vinland. El lector observará empleo repetido, casi sistemático, del condicional. Es que de aquellos viajes se conservó apenas una tradición oral la cual andando el tiempo se convirtió en esas especies de poemas que son las sagas nórdicas, donde se mezclan elementos de realidad con imaginación y poesía, leyenda e historia, sin que sea posible decir cuál es cuál: las únicas fuentes sobre esas expediciones son, pues, la Eiríks saga y una posterior y más confiable, la Groenlendinga saga, incluida en el "Libro de los Cantos" o Flaterjaybók. Que lo recuerden o no con precisión, eso no tiene importancia: lo fundamental es que los vikingos no dejaron, en aquella tierras a donde llegaron, el menor recuerdo. Este es el argumento más poderoso en las plumas hispánicas cuando algunos escritores nórdicos intentan arrebatar a España la primacía del Descubrimiento. Los vikingos pueden haber llegado primero, pero la completa transformación de la historia universal producida por el Descubrimiento, el acontecimiento más grande de la historia humana (mucho más importante, mal que le duela a sus respectivos sectarios, que el nacimiento de Buda, de Mahoma o de Jesús) corresponde a España. El segundo "descubrimiento", el vikingo, tampoco tuvo lugar: Leif Eriksson y los suyos llegaron allí, pero nadie descubrió nada. Todo se reduce hoy a algunos infantiles intentos de reconstruir lo que nunca fue construido: del Príncipe Valiente a Olafo El Amargado, de allí no pasa la historia "americana" de los escandinavos. Pero lo más curioso de todo es que el "Descubrimiento de América" por Cristóbal Colón tampoco se produjo, jamás. Descompongamos la frase: el Almirante del Mar Océano nunca supo que había descubierto un continente y por supuesto, muchísimo menos que, injustamente, se le iba a llamar "América". Colón llegó, según su propia creencia, a unas islas que eran tal vez la parte más oriental de las Indias. Nunca sospechó que para llegar a Cathay (el Japón de nuestros días) todavía le faltaba atravesar un continente, y el más grande de todos los océanos, frente al cual el mar Tenebroso haría figura de hermano menor. Todos sabemos por cuál extraña casualidad, y sin él proponérselo y mucho menos con intención de fraude, "Americo Vespuccio" terminó dando su nombre a las nuevas tierras. Lo importante no es esa anécdota sino que, en los próximos treinta años, Europa todavía ignorará el nuevo mundo, se "negará" a descubrirlo. Es solo cuando se pone pie en México, cuando se descubre un imperio inmenso y sobre todo riquísimo que, por fin, Europa "descubre" lo que tenía entre manos. La sorpresa fue mayúscula, pero todavía lo descubierto era México, no un continente y mucho menos "América": durante muchos años se continuará hablando de "las Indias". Como si fuera poco, sobre esa curiosidad se encaramó otra, que no debería llamarse así, sino más bien "incuriosidad", falta de ella. Ya no se podía negar que hubiese otra realidad poblacional, geográfica y sobre todo espiritual. Es decir, rehusarse a admitir la existencia de pueblos que no solamente rechazaban el mensaje cristiano, como en Asia y en las tierras islámicas, sino que nunca en su vida habían tenido noticia de tal religión. Así pues, se llegaba a la horrible constatación de que los infieles de todo pelo eran más, infinitamente más, que los fieles creyentes de Jesús el Cristo, el Hijo de Dios. Y la primera reacción de los españoles fue la de negarse a aceptar, a ver siquiera, esa realidad. Por esa razón, un escritor mexicano ha llegado a decir que no se debería hablar del Descubrimiento, sino por el contrario, del "Cubrimiento”. Apenas los españoles encontraban en los nuevos territorios muestras de una fe que ignoraba hasta la existencia de la suya, su reacción era destruir sus huellas, arrasar sus templos, construir sobre sus cenizas las catedrales de América. En suma, "cubrir" América con la fe de España. Por todas esas razones es, pues, disparatado hablar del "Descubrimiento de América": América jamás fue descubierta.