DESDE LA MEDIA LUNA (Crónicas y divagares del Mundial de Futbol Rusia 2018) Sergio J. Monreal El siguiente conjunto de textos testimonian mi personal, excesiva, entusiasta manera de acompañar la Copa Mundial de Rusia, durante Junio y Julio de 2018. Los escribí bajo mi absoluta responsabilidad, sin ningún género de patrocinio o algo que se le pareciera, aun cuando casi todos ellos, tras ser incorporados al océano de la web por alguna red social de cuyo nombre no quiero acordarme, fueron compartidos también en el portal de noticias Revolución 3.0. El juego consistió en tratar de acompañar día a día la competencia a través de crónicas, contrapunteadas por divagares diversos tanto para los días de asueto como para el prólogo y el epílogo. Hay, sobre todo durante la primera ronda, varios huecos, derivados de la obvia dificultad logística de atender a todos los partidos; excepto un único caso, claramente detectable, me impuse no reseñar ningún partido que no hubiera podido ver. Las imágenes que acompañan los textos las recopilé por internet, sin poner demasiada atención dónde. Así que en razón de su presencia aquí, me anticipo a manifestar que esta es una recopilación lúdica, documental, literaria y cultural, sin ningún ánimo de lucro, y sin pretensión de obtener algún tipo de beneficio sobre la propiedad y el trabajo de terceros. Sergio J. Monreal Morelia, Michoacán, México. Verano de 2018. 2 LÍRICA Y COMEDIA DE LA PRIMERA RONDA 3 nómina, y en 1982, no sin múltiples escrúpulos desde el estricto punto de vista deportivo pese a sus innegables beneficios comerciales (más equipos, más partidos, más transmisiones, más patrocinadores), el número de seleccionados incorporados al Mundial de Futbol se elevó a 24. DIVAGARES PREVIOS: ¿EL ÚLTIMO MUNDIAL DE LA HISTORIA? Tal vez esa cantidad no fuera descabellada, pero la verdad es que la FIFA jamás llegó a encontrar para ella un formato convincente. Armonizar la fase inicial de grupos con la obligatoriedad numérica de las instancias de eliminación directa, fomentó con recurrencia la calculadora usura y la abierta mediocridad. A fin de cuadrar la a partir de ahí indispensable cifra de 16 conjuntos para la segunda etapa de cada torneo, se volvió obligatorio admitir en los octavos de final, además del primero y segundo de cada grupo, a cuatro terceros lugares. El caso de la selección uruguaya en México 1986 puede resultar emblemático para ilustrar el grado de mezquindad y de complacencia propiciado: sin haber ganado un solo partido (dos empates y una derrota), con una diferencia de dos goles a favor y siete goles en contra, obtuvo como premio colarse a los octavos de final para medirse con Argentina. Cada incremento en el número de participantes a la fase final de la Copa del Mundo, ha venido acompañado siempre de apocalípticos augurios sobre el futuro de la competición futbolística más importante del orbe. Durante julio de 1930, el primer Mundial se disputó en Uruguay nada más que con 13 selecciones participantes; la inminente justa de 2018 en tierras rusas, será por su parte la penúltima ajustada al formato de 32 equipos, antes de que el Mundial de 2026 dispare la cifra a 48. El diseño para 24 selecciones coincidió además con la era táctica más hegemónicamente dominada por la usura, el resultadismo, el juego defensivo y el miedo de perder. Queden ahí como botón de muestra la coronación de los italianos en España 1982, el Mundial todo de Italia 90 y la soporífera final de Estados Unidos 1994. Los buenos equipos, los buenos jugadores, los irredentos militantes de la belleza, así como las inolvidables prendas de tinte épico, han existido y existirán siempre, y cada uno de esos torneos preserva Durante la mayor parte de su historia, es decir entre 1930 y 1978, el torneo se concibió para 16 escuadras, probando distintos formatos de eliminación, aun cuando por diversos motivos en algunas ediciones no haya sido posible completar el cupo originalmente contemplado. El paso de las décadas, con la lucrativa mundialización del balompié profesional, terminó por volver insostenible esa 4 con legitimidad en nuestra memoria estampas imborrables; pero eso no debía hacernos olvidar los padeceres y desalientos originados por llevar al extremo durante aquella época la riesgosa y muy debatible máxima de “ganar no es lo más importante, es lo único”. principales clubes que desde su selección nacional): un modelo que privilegia el virtuosismo técnico, el juego de conjunto, el futbol ofensivo y el buen trato del balón; un modelo que identifica como sinónimos indebatibles el jugar bien y el jugar bonito; un modelo que contagió hasta a las dos escuelas tradicionalmente más reacias a tan estética estirpe: la alemana y la italiana. El incremento de 32 selecciones de cara a Francia 1998 fue recibido desde casi todos los frentes como un retroceso deportivo. Si 24 equipos habían propiciado, sobre todo durante la primera fase de los Mundiales, una dominante media de partidos cerrados, letárgicos, de escasa factura técnica, ¿qué esperar de semejante medida? ¿Podía concebirse con verosimilitud una lista tan amplia, no digamos de aspirantes al título o a un mayor o menor grado de protagonismo estelar, sino a un mínimo de nivel competitivo decoroso? La respuesta negativa a tales interrogantes adquirió tintes de naufragio en Corea-Japón 2002, primer Mundial de la era de internet propiamente dicha, y un éxito mediático y financiero sin precedentes, pero con una pobreza futbolística que alcanzó hasta al campeón (Brasil) y al subcampeón (Alemania), sin importar que entre sus filas se contaran nombres como los de Rivaldo, Michael Ballack, Ronaldinho o Miroslav Klose. Según mi parecer, hace cuatro años hasta los mejores augurios quedaron rebasados: Brasil 2014 fue un gran Mundial, con buenos juegos, agradables sorpresas, dramas particulares, catástrofes históricas, abundancia de goles y una media de partidos donde se privilegió siempre la búsqueda de la meta rival. Tan bueno me sigue pareciendo en el balance general a cuatro años de distancia el torneo pasado, que me parece difícil que Rusia 2018 pueda equipararlo. Pero creo que hay argumentos para aguardar una buena competencia. Primero que nada, en virtud de significativa parte de los cuadros participantes; no sólo el elenco estelar de los eternos aspirantes al título (Brasil, Alemania, España, Francia, Argentina, Inglaterra), sino del nada despreciable reparto de segunda línea (Bélgica, Croacia, Portugal, Uruguay, Perú, Colombia, Egipto, México incluso). Pero además también por el telón de fondo. Rusia no es un país de prioritaria raigambre futbolera, pero sí posee en el ámbito del balompié una longeva tradición, históricamente robustecida por las gestas y la importancia que llegó a tener en su momento la escuadra soviética (aun cuando en muchos de sus episodios de gloria haya sido más ucraniana que rusa). No obstante, al cabo de los años, un par de factores parecieron confabularse para conjurar el amago de catástrofe. Por un lado, la recuperada obligación de quedar primero o segundo de grupo para aspirar a la segunda fase, misma que forzaba (fuerza todavía) a todos los participantes a buscar cuando menos una victoria si quieren permanecer en la competencia. Por otro, el modelo estilístico entronizado a escala global por los españoles hacia mediados de la primera década del siglo (lo mismo desde sus El Mundial de 2022 en Qatar mantendrá todavía el formato de 32 selecciones, pero sobre un marco por completo anticlimático, 5 carente de toda tradición, impuesto a golpes de petrodólar, y bajo más que sustentada sospecha de una escandalosa corruptela apadrinando su designación como sede. Y para rematar, en medio de una creciente escalada de tensiones con uno de los grandes aliados de Europa y Estados Unidos en el Oriente Medio: Arabia Saudita. cuanta ignominia y cochambre involucradas) legítimo, perdurable derecho al mito, la epopeya y la poesía. La contracorriente cochambrosa ya se eligió como norma omnipotente e irrefrenable para los años por venir, y su instrumentación está en diligente, festivo curso. Así que disfrutemos el adiós. A partir de 2026, el Mundial de Futbol redituará a la FIFA millonarios ingresos que sobrepasarán con creces lo hasta ahora visto; pero ello se hará a costa del más elemental sentido de competitividad deportiva. El formato de 48 equipos, distribuidos en grupos de tres donde sólo uno quedará eliminado de cara a la segunda frase, permitirá incorporar activamente a países tradicionalmente marginados de “la fiesta”, y ampliará los mercados de consumidores y patrocinadores directamente involucrados. Pero la calidad del juego y el nivel de exigencia se diluirán sin remedio en una dominante media de mediocridad. Para muestra, el botón mexicano. Con una ampliación de las plazas para Concacaf, realmente carecerá de sentido cómo juegue la selección nacional; tendrá su boleto asegurado, así perpetre el peor de los papeles durante la eliminatoria. Y análogos escenarios habrán de repetirse a lo largo y a lo ancho del orbe. Por todo ello, quizás nos encontremos a las puertas del último Mundial de la historia propiamente dicho. El ocaso de la única competencia intercontinental de naciones que, en el ámbito futbolístico, nos acostumbró durante los últimos casi noventa años a reivindicar cada cuatro años (no importa a contracorriente de 6 seguridad que esta selección accederá al karmático y ultramitificado quinto partido. Después de todo, más allá de las repuestas diseñadas por los asesores de coaching, mismas que los seleccionados nacionales gustan reiterar en casi todas las entrevistas que conceden (“vamos para ser campeones”), poco se ha mostrado desde la cancha durante los últimos tres años que sustente con verosimilitud semejante discurso. Los pronósticos optimistas han terminado por asentarse íntegros en la boba retórica empresarial (“no hay más límite que el que tú mismo te pones”), en el patrioterismo ramplón (“México, creo en ti”) y en la franca superstición milagrera (“en una de ésas, quién sabe por qué y quién sabe cómo, sorprenden a todos jugando como no han dado traza de jugar hasta hoy”). DIVAGARES PREVIOS: JUAN CARLOS OSORIO Y EL QUINTO PARTIDO. Hasta los más feroces críticos del colombiano Juan Carlos Osorio como director técnico de la Selección Mexicana de Futbol deben reconocerse obligados a concederle el beneficio de la duda de que su equipo podrá igualar lo hecho por los representativos nacionales en la Copa del Mundo desde 1994. A fin de cuentas, el Tricolor lleva cosa de dos décadas dejando un tumulto de dudas en la víspera, y despidiéndose con la cíclica, reiterada, claustrofóbica sensación de que volvió a jugar como nunca para terminar perdiendo como siempre. Y en ese sentido Osorio y sus pupilos no han conseguido hacer nada que los inhabilite en definitiva como la misma crónica de la misma muerte anunciada. Situado entre estos dos cautos extremos, el debate en torno al tema tiende a enrarecerse, tornándose confuso de manera tan equívoca como innecesaria y alevosa. Los propios jugadores convocados pasan a aprovechar los corolarios que se desprenden de la ecuación, para justificarse, envalentonarse y, por encima de todo, curarse en salud: si durante media docena de ciclos mundialistas ningún cuerpo técnico, ninguna plantilla de jugadores, ninguna promisoria generación, ningún talento individual (por sobresaliente que fuera) consiguió proyectar al representativo mexicano más allá de la infranqueable frontera de los octavos de final, ¿entonces por qué exigirle a estos futbolistas y a este seleccionador lo que nadie antes consiguió fuera de casa? En contraparte, ni los más entusiastas defensores de Juan Carlos Osorio, ya escasos de suyo, se atreven a aseverar con categórica Con el amparo de ese indignado desplante, los artífices y beneficiarios federativos del proyecto en curso, así como sus 7 oficiosos voceros televisivos, proceden al contraste numerológico: el arrollador paso por la eliminatoria de Concacaf, la larga racha de partidos sin perder que llegó a acumularse, la cantidad de jugadores militando en ligas europeas; pero lo que en sus reuniones privadas ponderarán sin duda será sobre todo el dinero ingresado en las arcas por conceptos de franquicia, patrocinio, exclusividad y mercadeo, así como el espectacular engordamiento estadístico (en currículum futbolístico e ingresos financieros) garantizado por los juegos amistosos en Estados Unidos, sin importar que desde el punto de vista deportivo carezcan de cualquier positiva relevancia. semanas. Juan Carlos Osorio fue traído para dar el salto de calidad en el momento decisivo ante una selección del primer mundo futbolístico; y los dos ensayos preliminares que en ese sentido han afrontado hasta ahora él, su cuerpo técnico, su plantilla de jugadores y los hombres de pantalón largo que lo abanderan, no sólo se tradujeron en derrotas, sino en estrepitosas catástrofes. Si Osorio no estaba dispuesto a ser evaluado en esos términos, debió rechazar el puesto y abrirle paso, pongamos por ejemplo, a Guillermo Vázquez, Roberto Hernández, el “Profe” Cruz o Ignacio Ambriz. En medio de semejante desfile de cifras alegres, las humillantes eliminaciones en Copa América y Copa Confederaciones, respectivamente ante Chile y Alemania (conste que omito el papelón de quedar fuera de la final de la Copa Oro) se reducen al estatus de anómalas y minimizables excepciones, injustamente magnificadas por la perversa intención de los malos mexicanos de siempre. Y esto último no lo digo con ninguna intención cómica o peyorativa. Todo lo contrario. Para cualquiera de estos cuatro competentes técnicos mexicanos (como para un Hernán Cristante, un Saturnino Cardozo o un Pedro Caixinha, profundos conocedores del medio local) representaría un reto enorme, una oportunidad de crecimiento profesional maravillosa, un significativo paso adelante en sus carreras, sostener a la Selección Mexicana en el mismo sitio decoroso, en el mismo agridulce cuarto partido mundialista hasta donde supieron conducirla y sostenerla Miguel Mejía Barón, Manuel Lapuente, Javier Aguirre, Ricardo Lavolpe y Miguel Herrera. Por supuesto, dada su experiencia y palmarés, existiría la posibilidad de que el desafío los sobrepasara y no consiguieran llegar más allá de la ronda de grupos; pero creo que en ese caso hablaríamos de un riesgo contemplado, de un costo doloroso pero hasta cierto punto aceptable. El detalle que este razonamiento —nada inocente por lo demás— obvia, es que, en términos estrictamente futbolísticos a nivel de Selección Nacional mayor, este proyecto federativo y este entrenador no fueron contratados para igualar lo antes hecho, sino para superarlo. Juan Carlos Osorio no tiene derecho a reclamar que su gestión entera se juzgue en función del 7-0 frente a los chilenos y el 4-1 frente a los alemanes, toda vez que esos eran los parámetros evaluativos de antemano previstos, y él los conocía y asumía por el solo hecho de aceptar el cargo. Juan Carlos Osorio no fue traído para una hipotética derrota heroica y honrosa ante Brasil dentro de tres Ricardo Ferreti, Víctor Manuel Vucetich, Antonio Mohamed, Matías Almeyda o el propio Miguel Herrera de regreso, en razón de sus 8 trayectorias y de sus logros, entenderían perfectamente que no dar el salto de calidad para el cual fue contratado Osorio, y limitarse a igualar lo conseguido con anterioridad, equivaldría a un fracaso. ¿Por qué Juan Carlos Osorio afecta entristecerse cuando se le recuerda esa obviedad? escrúpulos todo roce directo con el mucho más competitivo futbol sudamericano. Pero no hay coherencia por aguardar. Ya Televisa ha dado línea a algunos de sus comentaristas deportivos, para que se muestren críticos y hasta hostiles en sus comentarios contra Juan Carlos Osorio. Otra manera de curarse en salud, tras haber fungido como principalísimos apólogos de su gestión: en principio, aseverar que no habrá fracaso, pero si no existe más remedio deslindarse, vociferando a voz en cuello que el fracaso fue de otros. Quisiera dejar claro por último que mi resentimiento de aficionado de a pie, tan respetable y tan irrelevante como el de cualquier otro, no se dirige sin embargo contra el entrenador colombiano. Me parece un tipo culto, coherente, civilizado y trabajador, que ha logrado ser persuasivo para la consolidación de un equipo solidario, al menos fuera de la cancha. Igual que muchos, considero que algunas de sus ideas son válidas y con enorme potencial de éxito a nivel de clubes (donde el trabajo cotidiano de mediano y largo plazo con una plantilla de jugadores obliga a las rotaciones, y autoriza con mayor holgura la multiplicación de experimentos posicionales), pero no resultan igual de efectivas dentro del marco de trabajo de una selección nacional. Con mínima coherencia, con mínimo sentido de equilibrio, un fracaso de Osorio y su equipo equivaldría a la inmediata salida en pleno de quienes lo trajeron. Esos mismos que hoy celebran como un histórico triunfo la grotesca y limosnera incorporación de México en calidad de patiño y de relleno de Estados Unidos en la organización del Mundial de 2026. Esos mismos que han eliminado el descenso de la primera división, en protección de intereses y procederes más que mafiosos. Esos mismos que, valiéndose de raquíticos argumentos de compromiso, privilegian la presencia mexicana en torneos de cuarta de la Concacaf y cierran sin 9 RUSIA 5, ARABIA 0: EL DEBUT. 14 de Junio. Estadio Luzhniki de Moscú. Buen inicio del Mundial. Positivo que gane el anfitrión, pero sobre todo que lo haga sin ningún género de sospechas arbitrales. Positivo que la goleada de los rusos obligue a los iniciales favoritos del grupo (Uruguay y Egipto) a ponerse en perspectiva de dirimir entre sí el otro boleto para la segunda fase. Si Salah está realmente recuperado de la lesión, la competencia se va a poner muy buena, y será determinante cuál de los tres consigue clavarle más goles a los saudíes. 10 El talento estratégico de Cúper condicionó a Uruguay desde el día de ayer. Declarando durante la conferencia de prensa correspondiente que Mohamed Salah estaba listo para jugar, cuando hoy resulta claro que no tuvo nunca contemplado utilizarlo, condicionó todo el dispositivo táctico uruguayo. Todavía al iniciar el segundo tiempo hizo que Salah realizara movimientos de calentamiento, puramente teatrales. Y tan influyente es la potencial presencia del delantero del Liverpool, que el maestro Óscar Tavarez, ya mítico director técnico de la selección celeste, pareció disponer en buena medida a su equipo en función de ese posible ingreso. Recién hasta el minuto 60, con la entrada de Cebolla Rodríguez y el Pato Sánchez por los costados, los excepcionales delanteros Cavani y Suárez comenzaron a ser adecuadamente abastecidos de balones. URUGUAY 1, EGIPTO 0: A LO ATLAS. 15 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo. Pero los méritos de Egipto no se limitaron de ninguna manera a ese amago táctico. Tiene jugadores tremendamente técnicos, en general trataron mucho mejor la pelota que los sudamericanos, y por varios lapsos los encerraron de plano en su primer tercio del campo con toques, movimientos e ideas muy trabajados, pacientes, creativos. En defensa, traían desesperados a los atacantes uruguayos con su orden, su sentido de anticipación, su marca férrea. En hipotéticos términos de justicia deportiva, quizá lo más justo habría sido un empate. Uruguay tuvo las opciones más claras (un par de milagrosas atajadas del guardameta egipcio ante la temible dupla delantera charrúa, un bombazo al poste de Cavani), pero Egipto dominó técnica y tácticamente casi todo el juego. Sólo que las camisetas pesan, las camisetas ganan, y Uruguay lleva tres mundiales tratando de recobrar por buen camino la mejor parte de su más añeja memoria histórica: conciliar la garra colectiva con el triunfo, a partir Uruguay, guardando toda proporción, es hasta cierto punto un equivalente internacional del Atlas de Guadalajara. Ganar, perder, empatar, jugar bien, jugar mal, pero sufriendo siempre. Hoy el partido se desarrolló, pero sobre todo se definió y se jugó durante sus emocionantes últimos minutos, a lo Atlas, a lo Uruguay: con el Jesús en la boca. Gratísima sorpresa por su parte Egipto. El nombre totalizador de Salah, sumado a su lesión en la final de la Liga de Campeones de Europa, dispuso en segundo término el hecho de que el banquillo técnico lo ocupe el muy competente Héctor Cúper, y de plano invisibilizó al resto de la plantilla de jugadores. 11 de aprovechar al máximo el talento individual de sus solistas. Uruguay ha ganado su primer partido mundialista en Rusia, con la misma idéntica fórmula que tantas veces le resolvió las encrucijadas durante la eliminatoria sudamericana: con un remate de cabeza sobre la hora. El Pato Sánchez, cuya clase conocemos de primera mano porque lleva varias temporadas jugando para los Rayados de Monterrey, cobró al minuto 89 una falta por la banda derecha con un centro preciso, complicado de rechazar —venenoso, como suele decirse—, al corazón del área. El remate esta vez no fue del eterno Diego Godín, sino de su compañero en la central, José Giménez. Y eso ya era estar terminando a lo Uruguay, a lo Atlas; cuánto más no lo habrá sido cuando el silbante holandés (de impecable trabajo) anunció que añadiría cinco minutos de prórroga. cinco), obligado por fuerza a ganarle, y todavía en medio de la incertidumbre por el estado de salud de su máxima figura. Que Osiris les eche una mano; de veras la merecen. (Como detalle suplementario. Dos partidos completos han concluido, y aún no ha sido necesaria la utilización del videoarbitraje, que tanta polémica y suspicacia provocó en vísperas del torneo). Un partido menos espectacular que el de ayer, pero sin duda mucho mejor jugado, con equipos mucho más competitivos y parejos. Uruguay tendrá que trabajar sobre todo las pérdidas de balón en la salida, y asumir si está en condiciones de desarrollar el juego propositivo que Tavarez parece estar tratando de imprimirle en esta edición, o si se apoltrona en la vieja tradición de esperar y contragolpear; tradición a que los jugadores parecen de manera espontánea y natural inclinarse. Sería triste que Egipto quedara fuera en primera ronda; no sólo por Salah, sino porque hoy probó que se trata de un conjunto más que decoroso, superior a los otros dos rivales del grupo. Pero los resultados de la primera jornada lo han condicionado y lo tienen contra la pared. Enfrentará el martes a un anfitrión motivado, con seis goles de desventaja en la diferencia (menos uno contra más 12 del arte actoral legaron un estilo y un grupo de personajes eternos: Arlechino, Pantalone, Pulcinella, Capitano, Brighella… ESPAÑA 3, PORTUGAL 3: EL REGRESO DE LA COMEDIA DEL ARTE. 15 de Junio. Estadio Olímpico de Sochi. Es posible que, de manera involuntaria, la soberbia y la desprolijidad combinadas de Florentino Pérez, Julen Lopetegui, el Real Madrid y la Federación Española de Futbol, vayan a regalarle a la Furia Roja un prodigioso colofón, una merecida coronación de ciclo, una prueba de fuego, un paso adelante en su ya mítico ascenso como uno de los más grandes equipos nacionales de todos los tiempos. Y a todos los demás una saludable lección, un oportuno recordatorio, un provechoso ejercicio de la memoria. Lo único indispensable para jugar al futbol, es el jugador. Por supuesto, lo mismo que aquellos genios de la escena europea entre los siglos XVI y XVIII, estos que han iniciado hoy su aventura en Rusia 2018, tampoco parten de la nada, tampoco caminan a ciegas. Fundamentales han sido todos los directores técnicos que han pasado por el banquillo de España durante los últimos tres lustros; fundamental ha sido la escuela barcelonista iniciada por Cruyff y llevada a plenitud por Guardiola. Sin esos antecedentes, por más talento individual de todos los órdenes que poseyeran entre sus filas, difícilmente habrían podido enunciar con la misma entereza, la misma autoridad, la misma convicción y —por largos lapsos— la misma hipnótica belleza, el categórico “podemos solos” que hoy han enunciado en Sochi ante Portugal. La Commedia dell’Arte es la única época de oro de la historia del teatro sin dramaturgos y sin directores. Una era donde la escena dramática, con una riqueza expresiva y con una influencia estética tan poderosa que se mantienen hasta nuestros días, corrió por exclusiva cuenta de los artífices originarios (los únicos indispensables) para el fenómeno teatral: los actores. Improvisando, sobre la base de un repertorio más o menos fijo de personajes y situaciones base, apoyándose apenas en algunos esquemas guía, depositando la responsabilidad de cada salida al escenario en su virtuosismo individual y su espontánea compenetración colectiva, centenares de anónimos profesionales Y como complemento, contrapunto, confirmación y refutación de dicha frase, Cristiano Ronaldo. El eterno villano de la película, el 13 pistolero altanero e infalible, el francotirador implacable e inspirado. “Podemos solos” dijeron en conjunto los jugadores españoles, con su actitud, con su solidaridad, con su temple para revertir la adversidad, con su exquisito tiquitaca; y hubo que ponerse de pie. “Puedo solo” respondió la estrella lusitana; y, por más anticristianista que uno fuera, cuando clavó ese último gol de tiro libre en las postrimerías del partido, hubo que ponerse de pie. Como esto no es Hollywood ni el Evangelio, no sabemos para cuánto les alcanzara. Ni a ellos ni a él. Pero el beneficio de la duda a que (unos y otro) nos obligan a partir de hoy es enorme. Pueden solos. 14 problema es que la escuadra de Deschamps volvió a empantanarse en la misma inercia a la que nos ha acostumbrado desde el inicio de su gestión: si la cosa viene bien, sus artistas se embalan, se inspiran, se crecen; si la cosa comienza a ir mal, se ponen a fallar todos los circuitos individuales y colectivos. Ojalá el triunfo les proporcione una dosis extra de confianza, pero presiento que al final nos tocará verles temblar las rodillas cuando llegue el momento de la verdad. Como pasó en la Euro. RESUMEN DE LA JORNADA. TERCER DÍA DE ACTIVIDADES. Francia 2, Australia 1. Argentina 1, Islandia 1. Dinamarca 1, Perú 0. Croacia 2, Nigeria 0. 16 de Junio. Estadios: Arena de Kazán, Spartak de Moscú, Mordovia de Saransk, Baltika de Kaliningrado. 3. No pude ver a Messi. 4. El drama de Perú se resume en una jugada: el penalty que falló Christian Cueva. Pero contemplando no sólo el tiro desde los once pasos, sino la maravillosa, colectiva, dilatada jugada de buen toque que propició la falta (dudosa pese al VAR). Tuvo otra semejante la selección peruana en el segundo tiempo; digna de la España de ayer, pero con acelere y saborcito afrolatinoamericano. Sólo que aquello que España consigue sostener durante largos tramos de partido, convirtiéndolo en su principal seña de identidad, a Perú le alcanza sólo para eso: para dos jugadas que no terminan siquiera con remate a puerta. Y a la hora buena, el arco parece cerrarse, y el "sí se puede" en las tribunas se antoja la sordina apenas enmascarada de un mucho más sincero y visceral "no vamos a poder, no vamos a poder". ¿Cuándo se jodió el Perú? pregunta Vargas Llosa a lo largo de su más grande novela. No lo sé; pero sabe triste este trago de romance largamente esperado y al final no cumplido. 1. No pude ver a Messi. 2. Vi temprano el debut del VAR. Pero vi sobre todo a una selección de Francia enredándose de más con un partido que en teoría estaba al alcance de una relativa comodidad por parte suya. El equipo australiano fue duro, rudo, rocoso y correoso. Pero el verdadero 5. No pude ver a Messi. 15 6. Habrá que esperar a ver a Croacia frente a otro rival para poder dimensionar sus verdaderos alcances. Nigeria lleva varios campeonatos viviendo de sus viejas rentas, pero la verdad es que cada vez tiene que ver menos con aquella arrebatadora, festiva y sensual marea verde de Kanu, Okocha y Babangida. Hoy los Croatas comenzaron a ganar antes de merecerlo, y luego se limitaron a administrar el resultado sin demasiados apuros; el nivel de exigencia para ellos fue tan bajo, que no creo exagerar si aseguro que nos mostraron mucho más de su potencial durante el juego preparatorio ante Brasil. 6. No pude ver a Messi. Pero tengo la sospecha de que fue mejor así. 16 deportiva del orbe, dada en especial la obligada resonancia planetaria de que el monarca mundial, favorito al título, pierda en su debut. MÉXICO 1, ALEMANIA 0: ¿DE AQUÍ A LA ETERNIDAD? 17 de Junio. Estadio Olímpico de Sochi. Lo que hice fue asomarme a algunas notas periodísticas posteriores al segundo partido del equipo mexicano en Sudáfrica 2010, donde con goles de Javier Hernández y Cuauhtémoc Blanco el Tricolor derrotó al entonces subcampeón, Francia. Al final de ese torneo, la selección gala resultó una decepción y un fiasco; pero a menudo olvidamos que las potencias sólo se vuelven decepciones al quedar eliminadas, y no antes. Durante los meses previos al Mundial de Sudáfrica, los temores de la prensa y la afición ante la estatura del rival no difirieron demasiado de los que han acompañado el tortuoso y demorado prólogo de la cita hoy cumplida con los alemanes. Y la verdad es que tampoco fue muy distinto el entusiasmo posterior al juego… hasta que en la tercera fecha Uruguay (a la postre semifinalista) vino a bajar de las nubes a todos los que ya daban por obvio el ansiado salto histórico hasta el quinto partido. Dejé pasar largas horas después del término del partido en que la Selección Mexicana derrotó este medio día al vigente campeón del mundo, antes de sentarme ante las teclas de la computadora para tratar de meditar con algo de ecuanimidad lo sucedido. Las impresiones inmediatas suelen ser pésimas consejeras, sobre todo cuando quedan incorporadas a arrebatos emotivos colectivos, y a resonancias propagandísticas rara vez inocentes. ¿Es equiparable el triunfo de hoy al triunfo aquel? ¿Qué comparten y en qué difieren? Sé que la respuesta instintiva será manifestar que aquel cuadro francés daba pena. Pero quiero insistir en que se trata de un juicio construido a posteriori, sobre el devenir del torneo; antes del inicio de las hostilidades, era uno de los principales candidatos alzarse con la Copa. Quién sabe cómo miraremos en el futuro a esta Alemania si en una de esas llega a quedarse en la ronda de grupos, aun cuando Sólo llegué a apelar brevemente a la consulta documental vía internet. Pero no con el fin de fisgar en las crónicas, los comentarios, los análisis ni los panegíricos que durante el curso de la tarde debieron sin duda engrosar todos los espacios de información 17 en estos instantes sigamos dando por descontada su presencia en octavos de final. ¿Qué tiene de distinto el triunfo de hoy frente a Alemania? ¿Qué abona para identificarlo de modo legítimo como un paso adelante frente a episodios semejantes, pero hoy oscurecidos por el impacto mediático de urgencia? Primero que nada, para mí, la jerarquía del rival. Alemania ya era hoy de entrada sobre la cancha del estadio Luzhniki algo más que aquella Francia, algo más que aquella Argentina. No sólo se trata del vigente campeón sino, hasta el día de ayer (quien sabe qué digan a estas horas las casas de apuestas), del máximo favorito junto con Brasil para llegar a la final. ¿Pretendo con esto minimizar el triunfo mexicano, decir que los alemanes no son tan buenos como suponíamos, buscarle el forzado prietito en el arroz a la actuación del equipo, al planteamiento de su entrenador, al comportamiento de sus jugadores y al resultado obtenido? Todo lo contrario. Justo porque me parece que México ha dado un magnífico partido, y que la actuación de hoy tiene todos los visos de un parteaguas en la historia de nuestro futbol profesional, considero indispensable someter mis apreciaciones al mayor rigor crítico posible. Pero además, en el curso del partido propiamente dicho, Alemania fue durante largo rato Alemania. Es decir, México no le ha ganado hoy a una Alemania cuyo juego decepcionó, sino a una Alemania en plenitud de facultades y atributos, dominándola sin apelaciones durante la mayor parte del primer tiempo, y soportándola sin desmoronarse durante la mayor parte del segundo. Como a cualquier aficionado, lo que más me gustó y emocionó fue la manera en que, a lo largo de los cuarentaicinco minutos iniciales, y con nada más que buen futbol, el equipo de Osorio maniató a los teutones, los desconectó, los desconcertó, les colocó un gesto de impotente estupor en el rostro; pero la verdad es que lo que más me sorprendió, y lo que más me hace abrigar expectativas de futuro promisorio para los siguientes partidos, es el hecho de que durante la segunda mitad, cuando Alemania se vistió de Alemania con todas las de la ley, cuando el ingreso de Marco Reus le devolvió la creatividad y el vértigo, cuando el área mexicana se convirtió en refugio antiaéreo contra los embates germanos, no vi a un solo jugador nacional entrando en pánico, con el fatalismo o la desolación aflorándole en el rostro, como ha sucedido tantas otras Durante el trámite del encuentro propiamente dicho esta mañana, no pensaba en aquel juego del 2010. Mi memoria sensorial viajaba mucho más lejos, hasta la inolvidable Copa América de 1993. Corría la primera ronda, y el equipo dirigido por Miguel Mejía Barón le puso un baile al seleccionado argentino, que era vigente subcampeón del mundo y que se coronaría campeón de ese torneo… pero no le ganó. Si algo provocó la victoria de México sobre Francia en 2010, si algo había provocado antes la victoria de México sobre Argentina durante la Copa América 2004 bajo la dirección de Ricardo Lavolpe, fue la alegría de que no se hubieran limitado a jugar bien, la alegría de ver coronado el buen juego con una victoria frente a un rival de primera jerarquía. Ambos momentos fueron sin ninguna discusión pasos hacia adelante… pero ni en 2004 fue México campeón de América, ni en 2010 se alcanzó el quinto partido. 18 veces. Que Alemania te domine y asfixie en busca del empate, que se quede a muy poco de conseguir anotarte, no constituyen ninguna anomalía ni ninguna vergüenza, ni proyectan la victoria a los terrenos de la fortuna y la casualidad: se trata de circunstancias de juego por completo anticipables y lógicas. Circunstancias que hoy México fue capaz de soportar y de revertir. Hoy se pudo empatar; en una de esas, si Alemania llega a concretar alguna de las primeras oportunidades de su enjundiosa ofensiva final, incluso hasta perder. Pero hoy se ganó… y se ganó mereciéndolo. también llegó a parecérnoslo, dos pasitos atrás, hace cuatro, ocho, doce, dieciséis años. ¿Qué tiene la Selección Mexicana que no tenía ayer? El beneficio de nuestra duda: una expectativa no sólo hecha de esperanzadas conjeturas, sino sólidamente sustentada por su comportamiento sobre el terreno de juego. Días atrás escribí que las inquietudes dominantes hacia el proyecto encabezado por Juan Carlos Osorio pasaban por el hecho de que, sin importar el resto de las estadísticas, los dos exámenes preparatorios directos de cara a aquello para lo cual se le trajo (dar el salto de calidad en el partido importante frente a una selección del primer mundo futbolístico), los había reprobado de forma estrepitosa: las humillaciones frente a Chile y frente a la propia Alemania. Hoy, él y la hipotética “generación dorada” han empezado a cubrir con sobresaliente el examen de titulación propiamente dicho. El partido número cinco (máxime teniendo en manos propias la opción de terminar como primer puesto del grupo) parece desde hace algunas horas mucho más próximo y verosímil. Pero ningún mal le hace al justificado entusiasmo de la celebración recordar que 19 previas gestiones de Felipão y Dunga. Pero tratándose de la verdeamarelha hay que tener mucho cuidado con las palabras y los slogans publicitarios. Porque sentenciar categóricos “Brasil está de regreso” parece sugerir en automático la vuelta del “jogo bonito”, de la belleza sin cortapisas, del futbol ofensivo, del talento a su máxima potencia. BRASIL 1, SUIZA 1: DEL NEGRO AL GRIS. 17 de Junio. Estadio Arena de Rostov. El jugador brasileño trae la magia y el sazón tanto en la genética como en la cultura. El jogo bonito le brota de los pies hasta cuando no quiere. Ese cuento de que entre los millones de apasionados muchachos brasileños de la generación de Neymar él era el único con semejante disposición y semejantes atributos, constituyó desde el primer momento una mentira. No estoy diciendo que haya decenas de Neymares por ahí; Neymar hay sólo uno. Como Pelé hubo sólo uno; pero durante doce años no le faltaron jamás a “O Rey” cómplices propicios para sus sobresalientes virtudes y su inigualable talento. ¿De verdad no había hace cuatro años más que picapedreros para ponerle alrededor a Neymar? De ningún modo; Scolari montó una escuadra que le justificará al cien su timorata mezquindad táctica. Luego del humillante papelón padecido hace cuatro años en casa, Brasil está de regreso. No me cabe la menor duda. Así lo demostraron su eliminatoria mundialista, sus partidos amistosos contra otras potencias, su comportamiento individual y colectivo sobre el terreno de juego bajo la dirección de Tite. Se trata para muchos del máximo favorito al título (no del mío, opino que le lleva mano España), y no debería extrañarnos ver dentro de unas semanas a Neymar alzando la Copa del Mundo. Hoy Neymar se halla mucho mejor acompañado. Ningún hechicero supremo junto a él, pero varios competentes magos, y hasta los picapedreros con un bagaje técnico nada despreciable. Brasil vuelve a verse como aquella selección que durante lustros, a partir del Mundial de Italia 90, nos acostumbró a verla jugar con la disposición de quien puede aplastar a todos sus rivales, puede sacarse un circo completo de la chistera, y que sin embargo prefiere administrarse usureramente y ganar siempre con lo mínimo, Pero a mí me interesa preguntarme: ¿cuál es el Brasil que regresó? Resulta claro que este seleccionado amazónico se ha sacudido buena parte de las taras y los traumas que adquiriera durante las 20 privilegiando antes el histórico peso de su camiseta que el trato del balón. Tras el impresionante remate de Coutinho que le dio la ventaja, pudo arrollar a Suiza, pudo llenarle a rebosar de goles la canasta. Pero prefirió sumirse y sumirnos a todos en un medio burocrático sopor, dando por concluido el partido una hora antes de que el árbitro mexicano diera el silbatazo final. Cuando Suiza superó el pánico y le sacó el empate, el Penta quiso regresar y ya no pudo. Le afloró su histórico talón de Aquiles: la inestabilidad emocional. Un talón de Aquiles que jamás ha sabido superar a la alemana o la italiana (desde la enjundia guerrera), sino que sus dioses mayores revirtieron siempre desde el talento, la creatividad, la sensibilidad colectiva, la prestidigitación individual. Seamos honestos. No ha habido Copa Mundial en la que, durante los últimos casi treinta años, Brasil no haya regalado preciosas dosis de jogo bonito. Pero la última vez que Brasil intentó convertir el jogo bonito en ingrediente constitutivo dominante de su sistema de juego, fue México 86. El camino al Mundial de 1998 nos ilusionó a muchos: aquella era una generación de jugadores de ensueño (como imaginarnos hoy tres o cuatro Neymares al unísono). Pero bastó el primer partido mundialista para que Zagalo los sometiera a una pragmática grisura táctica, sentenciando tajante “estamos aquí para ser campeones, no para gustarle a la gente”. Así habían ganado la copa en 1994, así volverían a alzarla en 2002. Brasil, contra un rival como Suiza, no tiene derecho de justificarse en la excusa de que a lo mejor no le marcaron un penal a favor, o a lo mejor hubo un ligero empujón en el gol del empate. Brasil empató ayer por lo mucho que dejó de hacer: por conformarse con regresar del negro al gris. Los nombres de los jugadores que integraron aquellas selecciones, así como la distorsionadora y lucrativa reescritura publicitaria a posteriori, a cargo de FIFA, Nike, Play Sation, Coca Cola y anexas, nos arrastran a repetir en sonsonete que el de 2002 fue un equipazo y que jugó maravillosamente. Pero la canarinha campeona de 2002 fue un equipo francamente gris, justo en razón de que su manera de jugar no tenía nada que ver con el talento de los jugadores que la conformaban. Veremos si el tropezón la obliga a ir más allá, en pos de su antiguo colorido (tiene en su plantilla suficiente materia prima con qué hacerlo); o si vuelve a instalarse en el mucho más comodino entendimiento de que, igual que en varias otras ocasiones, es posible que con el gris le alcance. Ayer, frente a Suiza, luego del negro episodio que significó la justa de 2014, Brasil demostró sin duda que está de regreso: de regreso al gris, de regreso a la sustentada soberbia, de regreso a la calculadora usura, de regreso a la riesgosa displicencia. 21 condiciones de neutralidad ante el Brasil de Pelé y Tostao, y ante la Alemania de Beckenbauer y Müller, situó debidamente la calidad y la grandeza de aquella oncena encabezada por Gordon Banks, Bobby Moore y Bobby Charlton, sin importar que perdiera con ambas potencias en un par de partidos memorables. INGLATERRA 2, TÚNEZ 1: THE ENGLISH WAY. 18 de Junio. Arena de Volgogrado. A partir de ahí, quizá el mejor elogio que pueda hacerse de la selección de Inglaterra es que ha encontrado un variado repertorio de maneras de aburrir y decepcionar, siempre en ese orden. Primero, aquel paréntesis de tedio y violencia que enmarcó durante dos décadas el período de esplendor de los hooligans, iniciado por la ausencia inglesa en Alemania 74, y concluido por la ausencia inglesa en Estados Unidos 94. Luego el advenimiento de la generación dorada, que auguraba para los británicos toda suerte de venturas, y que se diluyó sin que pudieran levantar absolutamente ningún título en los torneos donde participaron; y eso a pesar de que todo el mundo coincidía en el impresionante potencial de su plantilla, misma que entre 1998 y 2010 incluyó apellidos como Beckham, McManaman, Scholes, Ince, Owen, Gerrard, Lampard, Rooney... El ascenso, esplendor y ocaso de dicha generación, coincidió con el fenómeno todavía vigente de la Premiere League como la más democráticamente competitiva, la más unánimemente virtuosa, la más generalizadamente espectacular de toda la élite europea. Pero esas virtudes, elogiadas y reconocidas a todo nivel, jamás llegaron a volverse norma en el representativo nacional; de hecho más bien brillaban siempre por su ausencia a la hora buena, así en las Eurocopas como en los Mundiales. Dice Roger Waters en “Time” que aguardar desde la silenciosa desesperación es el estilo inglés. No está hablando de futbol, pero podría perfectamente estarlo haciendo. Al menos podría estar hablando de la selección inglesa de futbol durante los últimos cuarenta años. Aunque se haya coronado por consigna, mediante despojo, por franca obra de piratería, la selección campeona de 1966 era según todos los testimonios un cuadro poderoso, ofensivo, digno de levantar la Copa sin ayuda. Acaso alcanzó su máximo nivel no durante el Mundial en casa (dada la obligación de ganarlo a como diera lugar), sino cuatro años después, en México. Medirse en 22 Hace cuatro años parecían soplar vientos favorables para un cambio. Jubilados los últimos miembros de la generación dorada (ya para entonces más lastre que estímulo), y contagiadas las principales potencias del primer mundo futbolístico europeo por la influencia del exitoso jogo bonito a la española, Inglaterra se presentó en Brasil con una promoción de nuevos valores, que dieron ante Italia quizá el mejor partido de toda la primera ronda. Se fueron sin alcanzar los octavos, pero con los mejores augurios, dada su juventud; pero el fracaso en la Euro de hace dos años trajo el relevo en el banquillo técnico, y una situación de inestabilidad, indefinición y rigidez que hoy fue más que palpable ante los tunecinos. Veremos si los tres puntos inciden de manera positiva en estos jugadores y este técnico, les sacan aunque sea algún pálido dejo marinero a lo John Silver, a lo Francis Drake, a lo Lord Jim. Porque la verdad es que hoy, cuando la zozobra comenzó a tornárseles kafkiana, estos muchachos parecían más bien burócratas de banco londinense, tomando el té con una mezcla de apuro y tedio porque se les hacía tarde para regresar a la oficina y al reloj checador. En la Volgograd Arena de la antigua Stalingrado, parecía como si uno estuviera viendo una repetición del partido del sábado, entre franceses y australianos, sólo que con los uniformes teñidos. Resultaba evidente que Inglaterra era mejor por historia y plantilla, tuvo algunas llegadas, se fue arriba apelando a su eterna seña de identidad: el juego aéreo. Y luego llegó el pantano. El empate de Túnez puso a los ingleses contra la pared, o más bien los atrapó en medio de un asfixiante y monótono laberinto, apuntalado por el heroísmo de Túnez, pero erigido sobre todo por su propia impotencia. Obtuvieron la victoria ya sobre el tiempo de compensación, otra vez mediante un remate de cabeza, cuando a todas luces la falta de arrebato, la ofuscación creativa, la escasez de recursos colectivos y de osadía individual, les pincelaba en el rostro el resignado acatamiento de pasar a ser, lo mismo que en sus últimos diez ciclos mundialistas, no más que cita fugaz de un tema de Pink Floyd: another brick in the wall. Otro ladrillo en la misma monótona e infranqueable pared 23 Lewandoski mismo), dejaron en nada los elogiosos augurios que un sector de la crítica especializada habían venido deparándole. Y acabó sumiendo en un pasmo entristecido a la nutrida concurrencia rojiblanca que se dio cita en la Otkrytie Arena del Spartak de Moscú, dada la inmediata vecindad entre los territorios polaco y ruso. Pero los dos goles que consumaron su derrota, si nos atenemos a las leyes de la probabilidad y de la lógica, no debieron caer jamás. Enlistar de antemano la suma de accidentes indispensables para ver realizado sobre todo el segundo de ellos, hubiera violentado la credulidad hasta de los temperamentos menos escépticos. Vaya y pase como normal, como habitual, como poco probable pero siempre potencialmente incluido en la agenda, el tanto que abrió el marcador. Gueye concluye una intentona ofensiva senegalesa con un inocuo disparo a puerta, para el cual ni siquiera hubiera sido necesaria la recostada que sobre su lado derecho amagaba ya el guardameta Szczesny. Pero en el camino se estrella el manso balón en la pierna del central Cionek, para cambiar de dirección e irse a alojar a la red (con lentos y lastimeros botes) pegado al palo izquierdo. Hemos visto cientos de veces las misma situación, la misma jugada casi. Y aunque en muchas de ellas cabe atribuirle cierta dosis de responsabilidad al defensivo, el resto pasa a convertirse en exclusivo patrimonio de la suerte: mala para quien recibe el gol, buena para quien lo marca. SENEGAL 2, POLONIA 1: AZAR OBJETIVO O MAGIA NEGRA. 19 de Junio. Estadio Spartak de Moscú. Una de las campañas publicitarias más machaconas en palero respaldo al seleccionado tricolor, viene proclamando desde hace meses la tramposa engañifa de que la suerte no juega. Filosofía de bolsillo a la medida del mediocre ideario empresarial en boga, según la cual la voluntad lo puede todo. Supongo que lo peor que les puede pasar hoy a los polacos, es que les receten alguno de los anuncitos esos. El segundo gol, el que convirtió en invitado de lujo al objetivo azar y a la negra magia, para jolgorio de los africanos y calvario de los eslavos, amerita una descripción algo más larga, en agoreros y cabalísticos trece tiempos: La verdad es que hoy Polonia no merecía ganar. Su falta de creatividad, la permanente imprecisión en casi todas las zonas del campo, así como el plomizo desdibujamiento de los hipotéticos abastecedores y complementos de Lewandoski (e incluso de 24 1. No se han cumplido aún quince minutos de la segunda mitad. Cerca de la media luna del área polaca, el delantero de Senegal M’Baye Niang disputa un balón por alto; su marcador rechaza de cabeza y, de manera accidental, al caer lo pisa en un pie. 7. Se reanuda el partido con el cobro de la falta que acababan de cometer los africanos, y la acción se concentra en las inmediaciones de su área grande. 8. El cuerpo arbitral autoriza el reingreso de Niang, quien finalmente se ha recuperado del pisotón; al ingresar se halla en una zona más bien remota de donde se concentra en ese instante el flujo del juego. 2. Niang queda derribado en el sitio del accidente, pero Polonia, urgida por lanzarse en busca del gol del empate, se niega a echar el balón afuera. Los senegaleses exigen airados que sus rivales lancen la pelota por la banda; sus rivales no se dan por aludidos. 9. El rechace de un zaguero de Senegal obliga al mediocampista polaco Krychowiak a lanzar con algo de apuro un pase de seguridad hacia su zona de resguardo desde media cancha. 3. Está listo para entrar de cambio un mediocampista en reemplazo de Mame Diouf, el otro delantero de Senegal. 4. La jugada en curso sólo se interrumpe mediante una falta cometida por los africanos hacia la banda izquierda de su propio terreno. Conato de bronca: los de piel negra invocan el fair play, los de piel blanca aseguran que el caído está fingiendo, 10. El defensor Bednarek (ingresado para la segunda mitad) ve de inmediato venir el balón, pero tarda un segundo en ver venir, a toda velocidad, a Niang desde la banda por la que acaba de ingresar. 11. El delantero africano, hace dos parpadeos fuera del partido, hace un parpadeo lejos de cualquier alternativa de participación en la jugada, de súbito se encuentra en ventajosa posición para aprovechar su imprevisto desarrollo. 5. El árbitro asistente enciende la pizarra con el número de Diouf; Diouf se encamina hacia la banda contraria a la que albergó el conato de bronca; Niang abandona la cancha para ser atendido, muy cerca del lugar donde está por realizarse el cambio. 12. Bednarek duda, o tal vez asume que su guardameta está adecuadamente situado para salir a encontrar el balón. Y así sería, si no viniera Niang encarrerado en diagonal cual aérea gacela, cual trepidante antílope, cual león hambriento. 6. Aliou Cissé, entrenador de los senegaleses, pero con más pinta de estrella del reggae que de otra cosa, en el último momento se apresura para detener la modificación, hasta no saber cuál es la situación de su jugador lesionado. 13. Niang gana la pelota entre defensa y portero; soporta el estéril intento de empujón que Bednarek —entendiendo por fin en la que 25 se ha metido—aventura; deja atrás al guardameta, toca suave sobre el arco desguarnecido. Gol, gol, gol. Hoy, la suerte favoreció al que fue mejor (no demasiado), y eso es de agradecer, pues no olvidemos la cantidad de ocasiones en que ha elegido las justas mundialistas para vestirse de duende malandro, favoreciendo a quien menos lo merecía. Senegal, aunque a cuentagotas, con pequeñas pinceladas, nos ha hecho descansar el alma a muchos, ya temerosos de que el África negra volviera a irse de buenas a primeras por la puerta de atrás, terminando de diluir hasta el perfume de todas las hermosas promesas incumplidas que algún día nos regaló. Los polacos, encabezados por Lewandoski, rodearon al árbitro para reclamarle que hubiera permitido la entrada de Niang, dándole oportunidad de obtener ventaja de su posición. Supongo que el árbitro debió contestarles que él autorizó el regreso de Niang porque a todas luces estaba inhabilitado para poder participar de la jugada. ¿Por qué no aguardó a que la pelota saliera? Sin duda porque Polonia estaba atacando, y no había razón para mantener a los senegaleses en inferioridad numérica cuando procuraban defenderse tumultuariamente, a piedra y lodo. Acaso el único digno de algún relativo reproche haya sido Bednarek, sorprendido en simultáneo por el balón retrasado de improviso desde su medio campo, y por la veloz reincorporación de Niang. Pero la verdad es que todo fue cosa de suerte. Mala para el árbitro, para Polonia, para Bednarek, para Krychowiak; buena para Senegal, para Niang, para Cissé. El narrador televisivo manifestó su franca suspicacia ante la lesión de Niang, dada la carrera que acababa de mandarse, pero la verdad es que eso no modificaba mayormente los extravagantes términos de lo ocurrido. Unas cuantas jugadas más tarde, Niang debió abandonar el partido por obra de otro pisotón, que vino a rematar los estragos del previo; sí, en el mismo pie. Y es que la suerte sí juega. Otra cosa es ya dejar íntegra en sus manos la opción de ganar o no. 26 Pero mi secuencia predilecta era sin duda aquella en la que Taras acepta aliarse por última vez con los traicioneros polacos. Sale de su pueblo en compañía no más que de sus dos hijos varones, y con ellos comienza a cabalgar por la estepa. Kilómetro tras kilómetro, van saliendo a su encuentro grupos cada vez más numerosos, hasta que aquello ya no son gavillas encontrándose, sino auténticos escuadrones de jinetes conjuntándose a todo galope, y reconociéndose por el unísono grito de una sola palabra como contraseña: ¡Saparosti! RUSIA 3, EGIPTO 1: ¡SAPAROSTI! 19 de Junio. Estadio Krestovski de San Petersburgo. La clásica orquestación heroica de los años dorados del cinemascope hacía el resto. Cuando el ejército cosaco ya reunido rompía en columna el horizonte de un paisaje infinito (que años después vine a enterarme corresponde no a Rusia, sino a la pampa argentina donde la cinta se rodó en 1962) yo ya no sabía si ponerme a saltar, si batir palmas o si soltarme llorando de la emoción. Qué ganas de salir a la vida, a la aventura y la batalla gritando a voz en cuello: ¡Saparosti! Una de mis películas favoritas durante la infancia fue siempre “Taras Bulba”, libérrima versión hollywoodense de la célebre novela de Nicolai Gogol, protagonizada por Yul Brynner y Toni Curtis. El seleccionado ruso se ha terminado de ganar hoy mi absoluta simpatía. No por su contundente triunfo sobre Egipto, sino por los argumentos que lo llevaron, con toda justicia, a conseguirlo. En la escena culminante, Taras (Brynner) mata de un tiro de pistoleta a su hijo (Curtis) quien ha traicionado al pueblo cosaco para pasarse al bando enemigo, por amor a una princesa polaca: “Yo te di la vida, y yo te la quitaré” le dice, o algo así, y dispara. Otra de las escenas que recuerdo es una orgiástica fiesta cosaca, durante la cual, si la memoria no me traiciona, un hombre del tamaño de un oso levanta sobre su espalda un caballo percherón. ¿Exagero? De ningún modo. Opino que técnica y tácticamente la selección anfitriona es casi tan limitada como nos hizo suponer durante el tortuoso prólogo iniciado en la pasada Copa Confederaciones, hace un año. Pero desde el pleno entendimiento de lo mucho que no tiene, y desde el sólido respaldo de lo poco que sí tiene (el talento de Golovin, Fernandes, Chéryshev) Rusia se muestra capaz de sobreponerse a sus carencias con un enorme 27 corazón, con una intensidad emotiva a tope, con un temple sentimental afirmativo, muy distinto del que hace cuatro años enmascaraba el devastador pánico escénico de Brasil, y que en dos partidos ha puesto a la tribuna por completo a sus pies. impresión de que con el arranque de la segunda mitad terminarían de encausar el trámite del juego en su provecho. Sin embargo, la segunda mitad les puso enfrente una locomotora encabezada por el rústico, gigantesco, incansable y venerado Dzyuba. Y a los 17 minutos del complemento ya estaba Egipto 3-0 abajo. Si el camino lo abrió un patoso autogol (fruto de la campal y nada futbolera batalla cuerpo a cuerpo que Dzyuba y su marcador Fathy venían entablando desde el arranque del compromiso), el segundo y el tercero fueron sendos golazos. El penal convertido por Salah le puso cierta dosis de drama al desenlace: apenas la necesaria para aderezar el triunfo con la estética herida en el rostro del antihéroe victorioso. Los reportes periodísticos de los primeros días en tierras mundialistas, hablaban de una relativa indiferencia por parte de la afición rusa, y depositaban la expectativa de entusiasmo en la progresiva afluencia de visitantes. Hoy estoy seguro de que la temperatura ambiente debe ser muy distinta en las distintas ciudades sede. El anfitrión se ha convertido por méritos propios en un protagonista de la competencia; no confundamos: el estatus de aspirante a metas mayores queda por completo fuera de su órbita de capacidades. Pero no me cabe la menor duda de que hasta donde llegue, se tratará de un animador. Y eso le otorga al torneo un innegable valor añadido. Hay cierta atmósfera de contingencia, improvisación, derrumbe y emparchamiento sobre la marcha rodeando al cuadro ruso. Desde la sustentada incertidumbre sobre si superaría la primera ronda. Desde las lesiones que fueron dejando en el camino a algunos jugadores importantes de una plantilla ya de suyo limitada. Hubo que echar mano de viejas piezas de repuesto para apuntalar el maltrecho acorazado. Hoy, cuando abandonó la cancha el veterano Zhirkov, de casi treintaicinco años, ya no podía con su alma, mucho menos con sus piernas; pero el veteranazo Serguéi Ignashévich, que en veinte días cumplirá treintainueve, permaneció encabezando la defensa hasta el silbatazo final. Hoy, Egipto se dejó arrastrar durante los primeros minutos del encuentro por ese manifiesto empuje emotivo, así como por sus propias zozobras (la derrota en el debut, la potencial eliminación antes de la tercera fecha, el incierto estado de salud de Mohamed Salah). Recién entonces, con el natural apaciguamiento de adrenalina de los rusos dado que esta vez no habían conseguido irse arriba, los africanos comenzaron a percatarse de que tenían mejores argumentos que su rival, fueron cercándolo con paciencia, fueron pertrechándolo de a poco en su propio terreno, fueron sumiéndolo en la impotencia. No armaron grandes jugadas de peligro, pero para cuando llegó el descanso vivían su mejor momento, y daba la El acorazado no rehúye la batalla. Saca de ella el combustible que le escasea, arremete furioso, corre, pelea, busca el arco rival con una voluntad que de pronto me hace sospechar cierta desconfianza 28 hacia su zona de resguardo, por más que sólo haya recibido un gol en contra (y de penal). La veneración de la tribuna por Dzyuba es entre ridícula y conmovedora, pero sin duda elocuente. Ese gigante de amplísimas espaldas junto al cual todos los otros jugadores, incluso los más altos y fornidos, parecen liluputienses, y que ante Arabia Saudita ya estaba exhausto a los veinte minutos de haber ingresado, es el héroe a la medida de este equipo, de esta afición hoy inesperadamente feliz e ilusionada, de esta cabalgata cosaca capaz de emocionarnos al puro y rudo alarido de ¡Saparosti! Una estampa final. Ya con el marcador 3-1, y con los egipcios volcados más a través de la zozobra que de los argumentos en busca de acortar distancia, los rusos orquestaron un contraataque por su banda ofensiva izquierda. El número 11, Zobnin, había iniciado la jugada, y la acompañó durante un trecho, para luego quedarse a la zaga del compañero que conducía el balón, y para el cual hubiera podido funcionar como opción de desahogo. No creo que se rezagara por falta de voluntad, sino porque las piernas ya no le daban: había corrido como condenado todo el juego. No obstante, el entrenador Stanislav Cherchésov (que algo de Taras Bulba tiene en el temple, el gesto, la calva y el bigote) de plano ingresó por un instante a la cancha para increparlo y exigirle que avanzara, que corriera, que sostuviera el ritmo hasta el final. Casi podría jurar que le estaba gritando: ¡Saparosti! 29 hecho de que esos recursos y esos valores parezcan llevarnos de regreso a las horas más mezquinas de la escena futbolística mundial durante la década de los noventa, ya constituye otro tema: podemos manifestarnos disgustados, enfurecidos, desilusionados, aburridos, traicionados… pero no podemos garantizar que a Portugal no vaya a alcanzarle con eso para aspirar a instancias mayores. Máxime cuando tiene en el campo a ese superdotado tecnócrata de la alta competencia que es su mediático número 7. PORTUGAL 1, MARRUECOS 0: AGUAS CON MALÉFICA. 20 de Junio. Estadio Luzhniki de Moscú. Ante el juego chato, conservador, timorato y rígido de los portugueses (quienes quedan íntegramente amparados en los relampagueantes chispazos de su figura), muchos son los que aseveran que se irán por la puerta de atrás más temprano que tarde. ¿Pero qué puede encontrarse Portugal de aquí en adelante por el camino, que sea más difícil que España, como para suscribir tamaña certidumbre? Yo pienso que si Portugal fue capaz de sobreponerse al palpable dominio de un equipo futbolísticamente tan superior a él como la Furia Roja, condicionar favorablemente para sí el trámite del cotejo durante varios lapsos, y al final salir vivo en el marcador final, ningún potencial cruce ante Alemania, Brasil, Bélgica o Francia tiene por qué asustarle. Me resulta curiosa la manera en que buena parte de los analistas futboleros que más respeto, en razón de su incondicional simpatía por el futbol, las maneras, los hábitos y el ideario de la selección española, dan por sentado que el Portugal de Cristiano Ronaldo no tiene mayores posibilidades de llegar demasiado lejos dentro de la competencia. Hoy, técnica y tácticamente, Portugal jugó un partido lastimero. Idéntico a los que viene jugando desde hace dos años, cuando se coronó en la Euro. El tempranero gol de Cristiano, hizo que el entrenador Fernando Santos se asumiera autorizado a renunciar por completo a cualquier tentación de creatividad y a cualquier voluntad ofensiva. Volvió a ofrecernos su especialidad: noventa minutos de asfixiante tedio. Así dirigió a la selección griega entre 2010 y 2014, Por supuesto, en el partido que enfrentó a los dos países ibéricos, España fue muy superior en volumen de juego, en posesión, en control táctico, en llegadas. Pero el empate de los portugueses no fue obra de la casualidad. Fue obra de los recursos en que han elegido resguardarse y de los valores que han elegido defender. El 30 dándole su hasta hoy más destacada participación mundialista. Así cristalizó el sueño portugués de convertirse en campeones de Europa, durante un torneo donde sólo fue capaz de ganar un único partido en tiempo regular (el resto fueron empates, definiciones en tiempo extra o tandas de penales). enfrentó el pasado viernes. ¿Será que los tiempos cambiaron para bien? En parte sí; pero en buena medida se trata sobre todo de la credibilidad y la confianza que otorga haber ganado. Aunque España no haya podido doblegar a un equipo que todos coinciden en dictaminarle inferior, se le concede el beneficio de la duda: porque ya lo vimos ganar con esos argumentos, y porque tanto a sus jugadores, a su afición y a su emergente cuerpo técnico les aflora en la actitud y el gesto esa recientísima memoria ganadora. Ese detalle me parece crucial. Portugal juega feo, privilegiando el orden, la disciplina y la obsesión por no perder. Pero se nota en el gesto de sus jugadores una seguridad que antaño no tenían. Ya ganaron. Ya saben que pueden ganar. Durante la Eurocopa de 1996, realizada en Inglaterra, todas las selecciones participantes (incluidas la España y la Alemania que hoy nos seducen, entusiasman y maravillan) jugaron apegadas al mismo ideario de esta selección portuguesa, sin importar que entre sus filas descollaran apellidos como Stoichkov, Del Piero, Bergkamp, Gascoigne, Suker, Djorkaeff, Laudrup. Eso comparte con España este seleccionado portugués; aunque en todo lo demás represente su revés extremo. Aunque para construirse esa misma memoria, parezca estar haciéndolo como cruenta revancha contra el tiempo que le marchitó a la mala y a la fea la que probablemente haya sido su mejor generación. Y si en una de ésas Cristiano llegara a conseguir lo que a Messi parece ir a cada vuelta de tuerca quedándole más distante, la obra del malo de la película se vería consumada de modo redondo, completo, total. Maléfica robándole por entero el protagonismo del cuento a la Bella Durmiente. La única excepción fue la selección portuguesa, integrada por un elenco de artistas que venían de ganarlo todo a nivel juvenil. Quienes no lo vieron, difícilmente pueden imaginar lo lindo que jugaba aquel equipo, encabezado por Luis Figo, Joao Pinto, Rui Costa, Sa Pinto. O al menos lo lindo que intentaba jugar: porque la belleza no estaba de moda, porque en torno de ella se erigían toda suerte de triunfales murallas resultadistas, porque sus propicios cómplices jugaban en otros continentes, imposibilitados para devenir influyente tendencia en Europa. Yo creo que España debe ser campeón. Yo querría que España fuera campeón. Yo desearía que esto terminara en idílico despertarnos con el beso en los labios de la más hermosa princesa. Pero aguas con Maléfica, aguas con Cristiano. De verdad: aguas con Portugal. “Tocan y tocan, y no sentencian”. “Juegan bonito, pero no ganan”. Los mismos reproches que hoy podrían hacérsele a la España que los 31 enfrente, aunque con un par de nada despreciables insinuaciones al contragolpe (las cuales, sumadas a los tres tantos encajados en la jornada inaugural, hacen preguntarse sobre la efectiva solidez defensiva de los ibéricos). Y casi le sale. Las opciones claras de gol para España, no obstante su abrumadora superioridad estratégica, técnica y de posesión, fueron mínimas, y el tanto de la victoria llegó de forma por demás fortuita y deslucida. Ya abajo en el marcador, sólo las imprecisiones propias de la urgencia en el penúltimo toque impidieron que Irán obtuviera la igualada; el gol correctamente anulado a Ezatolahi (que había desatado un lindo y emotivo festejo) no fue la única ocasión clara para ellos. Total que, por voluntad y argumentos, España mereció ganar, y pudo hacerlo, digamos que mediante un 2-0, pero no más. Quien haya visto el desarrollo del juego tiene que admitir que al final un 1-1 no habría resultado sorpresivo, y quizá ni siquiera injusto. Cada quien pelea con las armas de que dispone. DIA DE INVIERNO MUSULMÁN. Uruguay 1, Arabia Saudita 0. España 1, Irán 0. 20 de Junio. Estadios: Arena de Rostov, Arena de Kazán. Quedará la duda de si Marruecos se hubiera visto tan superior a Portugal, en caso de que Cristiano Ronaldo no hubiese marcado hacia los cuatro minutos el gol a la postre definitivo, y el técnico Fernando Santos no hubiese decidido echar a su equipo atrás durante los noventa restantes (sumando la compensación), renunciando por completo al ataque. Ese tempranero tanto condicionó por completo el devenir del juego. Marruecos, ya de antemano obligado a ofender dada su derrota previa ante Irán, se lanzó contra el arco portugués poniendo en acción los meritorios recursos que ya había desplegado en su debut; y, lo mismo que ese día, se fue sin poder anotar. Sus jugadores tenían rachas de inspiración y enjundia, períodos de agotamiento mental y confusión Los tres equipos musulmanes derrotados durante la jornada mundialista de hoy, merecían quizá mejor suerte. Cada uno con distintos recursos, cada uno con disposiciones diversas, cada uno frente a distintos escenarios, dejó en el aire la sensación de que en vez del descalabro, bien pudo llevarse el empate, o incluso algo más. Comencemos por Irán, con quien esta última aseveración puede antojarse más polémica e injustificada. La selección iraní fue inobjetablemente dominada por España durante casi todo trámite del encuentro. Como cabía esperar, apeló a un estricto catenaccio para contrarrestar los argumentos de la potencia que tenía 32 táctica, súbitos amagos de resucitación que no se apaciguaron hasta el silbatazo final. Ruy Patricio realizó una atajada de antología cuando ya todo el estadio coreaba el merecidísimo empate. Y Marruecos, sin merecer la derrota, se vio convertido en el primer equipo matemáticamente eliminado del Mundial. ceder la iniciativa, y que si su inicial voluntad de tenencia se había visto malograda, ningún esfuerzo iba a costarle apelar a lo que mejor sabe hacer: aguardar, inhabilitar y contragolpear mediante latigazos en pos de los dos delanteros fuera de serie con que cuenta; la última media hora fue suya, cansina, canchera, ya sin apenas apuros; hasta Cavanni pudo por ahí incrementar la ventaja. En cuanto a Arabia Saudita, la derrota no sólo consumó su eliminación, sino la del restante seleccionado musulmán en disputa: Egipto, que sobrevivía aferrado a la remota opción de un triple empate con tres puntos en el segundo lugar del grupo tras la tercera jornada. Quizás la mayor sorpresa y el más amargo sabor de boca en este día de triste invierno musulmán, los haya patrocinado la selección de Arabia Saudita. Porque Irán inhabilitó a su rival, pero para hacerlo tuvo que apelar mayoritariamente a un estilo por demás conservador, nada espectacular, nada propicio al estético placer. Y siempre quedará la duda de si Marruecos dominó a Portugal, o si Portugal consintió que lo dominaran. Día pues de invierno musulmán, el de hoy. A menos que Irán derrote el próximo lunes a Portugal, nos habremos quedado sin equipos islámicos para la segunda fase del torneo; nada que no sea habitual. Excepto que esta vez los hijos de Sherezada tal vez hubieran merecido gozar de mejor fortuna. Arabia dominó a Uruguay. Sobre todo durante los primeros cuarentaicinco minutos. Y lo hizo con un futbol vistoso, técnico, imaginativo, pícaro incluso, que tenía a los charrúas francamente perplejos. Se suponía que la celeste iba a dominar, se suponía que iba por la goleada para luego cotejar cuentas de diferencia de goles con los anfitriones, pensando ya en la siguiente ronda. La historia fue muy distinta. Por momentos, los árabes le pegaron un auténtico baile. Resultaba increíble para todos los que estábamos mirando el juego, que aquella fuera la misma escuadra humillada por Rusia en la inauguración del jueves pasado; para tranquilizarnos o para decepcionarnos, el guardameta Al-Owais confirmó con una pésima salida que sí era el portero de aquella escuadra; gol de Suárez y ventaja uruguaya. Arabia no se amilanó, y hasta los primeros minutos de la segunda parte seguía perfilando como viable el empate. Poco a poco Uruguay recordó que jamás le ha incomodado 33 cualquier sobre, significativa parte de sus mayores esperanzas, sus más íntimas confidencias, sus más celosos secretos. FRANCIA 1, PERÚ 0: LA SERENATA DEL JOVEN AVIADOR. 21 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo. Ya trepado de madrugada en el ómnibus de la compañía que lo conduce al encuentro con su destino, entre trabajadores administrativos olorosos a archivo, burocracia y modorra, el narrador se comprende a un tiempo su igual y su hermano, y a la vez una privilegiada excepción que en unas horas estará encarando nariz con nariz nubes tormentosas, cráteres de volcanes, kilómetros de vértigo en caída libre. Se siente privilegiado, se siente osado, se siente feliz; pero en esa medida también tiene miedo, zozobra, piensa que aún no está listo. Hace unos días, luego del incierto debut del seleccionado francés contra Australia, como analista en un programa televisivo, el ya mítico Iker Casillas recomendaba con juicioso sentido no olvidar que, pese a sus rutilantes nombres, sus contratos millonarios, sus renombrados clubes de élite, la mayoría de los jugadores franceses son tremendamente jóvenes, y se hallan apenas frente a su primera experiencia mundialista; una experiencia para la cual no vale a menudo ninguna antecedente gloria, ningún aprendizaje previo (pregúntenselo si no al Maradona de España 82). Uno de los muchos memorables pasajes que integran esa obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry que es “Tierra de hombres”, describe el temprano periplo preparatorio del piloto a quien la compañía aérea de correos le ha asignado para esa jornada su primer vuelo. La noche previa, no bien recibida la noticia, el novicio va primero en busca de un experimentado compañero, veterano lobo de los siete vientos, para cobijar la emoción, el susto y la duda bajo su experiencia, sus alentadoras palabras, sus consejos; y luego vuelve a casa pensando en las misivas de todos aquellos hombres y mujeres que se cruzan con él sin saber que, quizás, él llevará mañana hasta el otro lado del mar (por encima de nevados montes, mares infinitos, ciudades diminutas, desiertos y valles), guardada en Francia tiene el primero o segundo promedio de edad más bajo de todos los equipos participantes en la Copa. Y la verdad es que eso se nota. Y la verdad es que eso, tanto para bien como para mal, explica muchas cosas, aunque en última instancia, si la aventura no resulta bien, a Didier Deschamps no vaya a alcanzarle como excusa para justificar nada. 34 A esta joven y talentosa tripulación aviadora, aun cuando consiguiera alzarse con la victoria, le pesó el primer partido. Como el narrador de “Tierra de hombres”, sus integrantes no se sentían seguros de sus sabidurías, de sus aprendizajes, de sus ensayos y de sus recursos. ejerció casi siempre como tenaz escudero nada menos que del legendario Zizou), los demás callan, aprenden y se esmeran en acatar. A Griezmann le dicen “El Principito”. Pavard juega de lateral portando todo el tiempo el rostro y el desgarbo de Rimbaud. Mbappé tiene en los ojos todavía la dulzura de los heroicos adolescentes dickensianos. Y hay en la zangaruta elegancia de Pogba no sé qué de intensidad rijosa a lo Huck Finn. Hoy, ya apurada la indispensable dosis amarga de ese trago inicial, pudieron mostrar a plenitud el otro lado de la moneda: el despliegue jubiloso, arrebatado y por momentos hasta socarrón de sus virtudes. Su juvenil descaro, sus prodigiosas capacidades técnicas, sus prestidigitadores lapsos de conexión colectiva. Durante los primeros cuarentaicinco minutos del encuentro han dado un partidazo, que en automático pasó a reunirse con las presentaciones de España y México como principalísima prenda de lujo de esta primera fase. Y tocó justo a su joya de 19 años, Kylian Mbappé, encabezar el concierto. Sin achicarse frente a una escuadra peruana que salió a morirse cara al sol, frente a una hinchada mayoritariamente sudamericana que no cesó de presionar un solo instante, frente a un Paolo Guerrero que apeló a toda su experiencia para tratar de violentarlos y sacarlos de quicio. No sé como vayan a resolver estos muchachos, ya no su primer vuelo, ya no su primer aterrizaje triunfal, sino su primera auténtica tormenta, su primera genuina avería en el motor y el fuselaje. No sé si la presencia, la autoridad y las indicaciones del jefe Deschamps desde la torre de control alcanzarán entonces para permitirles solventar esas inclemencias de calado mayor que corresponden a las instancias decisivas del torneo. O si deberemos aguardar cuatro años para verlos madurar, para verlos transmutar verano la prodigiosa primavera que hoy representan, convertidos entonces sí en inobjetables favoritos al título. Hoy, como en las mejores páginas de Saint-Exupéry, han demostrado que son no sólo una bella promesa, sino una promesa en la que puede creerse. Para la segunda mitad, estos jóvenes franceses fueron disciplinados. El jefe Deschamps les indicó bajar la intensidad, tirarse un poco atrás, aguantar la embestida rojiblanca, amenazar al contragolpe. Y se les veía en los rostros la aplicación, la concentración, la juventud, el respeto. Porque, a lo menos a mí, me resulta nítido que el interior del vestidor galo debe tener algo de salón de clases o de taller de artesano; y que cuando habla el viejo maestro, el viejo lobo de mar, el veterano de vuelta de todas las batallas (quien en sus tiempos 35 CROACIA 3, ARGENTINA 0: NO ESPERES NUNCA UNA AYUDA, NI UNA MANO, NI UN FAVOR. de quienes completaron ya su segunda jornada; y es que, sin exageraciones, el juego de hoy valió para ellos por tres, demandó de ellos lo de tres, exigió de ellos lo de tres. 21 de Junio. Estadio de Nizhni Nóvgorod. La buena noticia para los balcánicos es que, más allá del cansancio y del descubrimiento de alguna posible lesión entre sus filas (ambos contendientes se pegaron hasta hartarse durante los 90 minutos) han salido de la contienda fortalecidos en una proporción que su manifiesta superioridad sobre Nigeria jamás les hubiera otorgado, aunque le marcaran diez goles. Hoy Croacia se ha confirmado desde todos los puntos de vista como un serio contendiente por el título, como el auténtico caballo negro que se aseveró sería en otras ediciones mundialistas, donde a final de cuentas terminó casi siempre defraudando. Para que ello ocurriera, para que hoy el mundo asistiera a un choque que a todos los propósitos y desde todos los ángulos tuvo la catadura propia de las culminantes instancias de eliminación directa, fue indispensable que enfrente estuviera Argentina con su drama, con el angustioso libreto que dispuso su imprevisto empate inaugural contra Islandia. Argentina y su canción que parece ya no tango gardeliano, sino plañidera balada de Leonardo Favio. El tango y su genuina tragedia son todos de Messi, arrullado por Enrique Santos Discépolo: “Verás que todo es mentira, verás que nada es amor…”. Al terminar Croacia su juego de debut frente a Nigeria, bien podría decirse que llevaba sobre la espalda un partido menos que las restantes 23 selecciones participantes en Rusia 2018. A tal punto sencillo el trámite, a tal punto mínima la exigencia, a tal punto magro el desgaste en todos los sentidos. Menos que encuentro amistoso, la jornada inaugural tuvo para los croatas la demanda propia de un entrenamiento. A lo largo de la historia, Argentina ha tenido siempre entre sus filas grandes guardametas, elegantes zagueros, talentosos mediocampistas, delanteros implacables. Cuando algo de ello Hoy, tras la campal batalla librada contra los argentinos en Niznhy Nóvgorod, de principio a fin con la emoción a tope, puede aseverarse que Croacia lleva encima dos partidos más que el resto 36 escaseaba, nunca era en más de dos líneas; y su falta se suplía y disimulaba con eficacia mediante un sólido carácter malevo y pendenciero. porción del campo en feroz zona de contienda cuerpo a cuerpo, ambos habían arriesgado de más al intentar salir tocando desde el fondo. Pero el error de Caballero no fue una causa, sino una consecuencia. Aunque en algún momento Croacia haya corrido alarmantes e innecesarios riesgos en la salida, lo cierto es que tanto su portero como sus defensores estaban capacitados para jugar así, para convertir el recurso en una norma elegida. Así lo prueba la cantidad de veces que Subasic, haciendo gala de absoluta solvencia, controló con los pies un balón retrasado y desahogó por la banda con Vrsaljko. Cada oportunidad que la misma escena se repetía entre Caballero y Mercado, la afición pampera tenía que sentir que el apéndice se le subía a la garganta; porque ninguno de ambos está capacitado para ello, y si podían apelar al recurso como ocasional opción de emergencia, imponérselos como una de sus tareas base era invitarlos al error. Y el error llegó. Exactamente por ahí. Y Argentina se vino abajo. Por insólito que parezca, Argentina en este momento tiene a Messi y poco más. Y cada entrenador del ciclo que hoy amaga rematar naufragio, ha parecido empecinado en inhabilitar por completo tanto a Messi como a ese poco más. Y apostrofa Discépolo: “Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor”. Hoy la pendencia maleva ya no alcanzó para apuntalar o maquillar siquiera ni las carencias ni los autosabotajes. La albiceleste saltó a la cancha con el entendimiento de todo aquello que en términos de calidad futbolística no tiene como equipo. Aceptó durante los primeros minutos la invitación de jugar a lo Croacia, tratando bien el balón, privilegiando un juego de ida y vuelta con alternativas claras en ambos marcos; pero a los veinte minutos, visto que ello no le había permitido irse arriba, y que continuar por semejante derrotero acabaría por exhibir su inferioridad técnica, individual y táctica, respecto del talentoso y trabajado cuadro que tenía enfrente, modificó por completo la tesitura. A partir de ahí, el partido se jugó a lo Argentina (a lo que esta Argentina puede y es). El problema es que también en ese estilo y en ese terreno Croacia terminó resultando superior. Podrá argumentarse que, hasta antes de la pifia de Caballero, el partido estaba parejo, y cualquiera podría haberse ido arriba. Ambos habían tenido opciones, ambos habían convertido cada Porque cuando quiso responder, supliendo a través de temperamento, enjundia y corazón todo lo que le faltaba, Croacia le opuso un temperamento, una enjundia y un corazón superiores a los suyos; con el agravante de que seguía disponiendo además a plenitud de todo lo otro que esta Argentina no tiene. Croacia era, sí, la feroz entereza guerrera de Mandzukic y Rebic, pero también la serena claridad de Rakitic, el toque y la visión privilegiados de Modric. En una de esas pensó Argentina que, con la ventaja, los croatas se comportarían como equipo chico, se tirarían atrás, le brindarían algún chance para la heroica visceral sobre la hora. Pero Croacia se 37 comportó como equipo grande. A cinco minutos del final seguía saliendo a presionar la salida albiceleste hasta tres cuartos de cancha, disputaba cada dividida como si le fuera en ello el destino, arremetía en busca del siguiente gol. El 3-0 refleja con absoluta objetividad no sólo el trámite del encuentro, sino la distancia existente en este momento entre ambas selecciones. ¿Qué sí tiene Argentina que Croacia no tiene? A Messi. Pero hace tiempo que a Argentina Messi parece más bien incomodarle, estorbarle, lo mismo dentro de la cancha que fuera de ella. El futbol argentino no le perdona a Lio el pecado de que no sea Maradona, en grotesco disimulo del verdadero pecado: lo lejos que está el futbol argentino de aquel tiempo en que fue capaz de posibilitar cómplice la gloria mundialista de Maradona. Que no desesperen, ni el primitivo nacionalismo, ni la hinchada linchadora, ni el periodismo rapaz: están a punto de perder a Messi para siempre; bien merecido se lo tienen. Mientras tanto, ilusiona volver a ver, ya en octavos de final, a este poderoso equipo croata. Esta afinada orquesta a la cual no le estorba ninguno de sus virtuosos solistas. 38 años en Maracaná, cuando la verde-amarelha consiguió llevarse por primera vez en su historia el oro olímpico, y adormecer (si bien no sanar) la herida abierta por el papelón en la Copa del Mundo de 2014. BRASIL 2, COSTA RICA 0: UNA EDUCACIÓN SENTIMENTAL. 22 de Junio. Estadio Krestovski de San Petersburgo. Los que seguimos el encuentro, hemos vivido un capítulo más en el arduo proceso de educación sentimental para la máxima estrella brasileña de la época reciente. El sucesor de Ronaldo y Ronaldinho ha debido cargar sobre sus hombros, y a menudo casi en solitario, una expectativa y una responsabilidad que en generaciones pasadas estuvo mucho más democráticamente repartida. Y el peso monumental que ello implica le aflora de continuo… quizá en exceso. Lo mismo en su permanente (a veces incluso medio neurótica) voluntad de participación dentro del campo, que en su permanente reclamo contra los rivales y contra los árbitros; lo mismo en sus desplantes de individualismo genial, que en sus continuos fingimientos de faltas que no le han cometido. Sólo Messi está en condiciones de comprender a Neymar. Sólo Messi puede dimensionar en carne propia lo que representa convertirse en soporte individual de una camiseta histórica. Cristiano Ronaldo es por completo ajeno a semejante conflicto: porque Portugal está muy lejos de medirse bajo los parámetros y las obligaciones de Brasil y de Argentina, y porque Portugal (su temperamento, su sentido del dramatismo) está muy lejos de Sudamérica. La imagen final de Neymar hecho un mar de llanto al término del partido en que Brasil derrotó a Costa Rica, y a sólo unos segundos de haber marcado su primer gol en este Mundial, acaparará y centralizará sin duda todo lo sucedido hoy en el estadio Krestovski de San Petersburgo. Y lo hará con relativa justicia, dado que Neymar es fuera de toda disputa el emblema totalizador de la selección brasileña desde el pasado ciclo mundialista, dado que se trata de uno de los tres o cuatro mejores jugadores en activo a nivel global, y dado que hoy fue uno de los protagonistas centrales del encuentro. Este epílogo de estallido en lágrimas se incorpora en automático, sin solución de continuidad, a aquel otro que estelarizó hace un par de No obstante, yo estimo que Messi debe sentir una enorme envidia por Neymar. Porque más allá de lo mucho que ambos puedan compartir en común, hoy ha quedado bien claro que Neymar no 39 está solo. Lo acompañan de principio a fin, con aliento, presencia, iniciativa y sangre, tanto en la inspiración como en la zozobra, tanto en la bonanza como en la desgracia (no sólo en las declaraciones y las buenas intenciones), todos sus compañeros y también su entrenador. embargo, por encima del resultado, la sensación era que Brasil estaba haciendo lo correcto, que había elegido el camino adecuado. Excepto por Neymar; él se consideró de pronto en la obligación de resolver el problema por su cuenta y del modo que fuera; su clavado en el área, y el penal que en primera instancia se le señaló a favor, fueron el remate de una desgastante y en buena medida injustificada presión por su parte contra el árbitro desde los primeros minutos. Me parece que Neymar no se da plena cuenta de ello. Tan consciente está de los reflectores que le apuntan, tan ensimismado se halla en sus personales dramas, tanto le pesa en la memoria aquel 7-1 del que una providencial lesión lo libró, que de pronto parece no advertir que ya pasaron cuatro años, que ni Felipao ni Dunga están ya en el banquillo, que este es otro equipo; que las tragedias pasan, que la vida continúa, que las heridas se vuelven cicatrices: que sigue siendo lo mejor de Brasil, pero ya no tiene necesidad de asumir que él es Brasil. Y corresponde entonces referirse ahora a otro, para cuya educación sentimental el juego de hoy resultó determinante: el arbitraje mundial. El silbante holandés Bjorn Kuipers había pitado con temple ejemplar y de manera impecable un juego para nada sencillo. Tuvo que afrontar los remanentes de esa posición de víctimas de la violencia y la injusticia, con la cual los amazónicos trataron de justificar durante los últimos días su empate en el debut; tuvo que afrontar la abierta hostilidad de Neymar, incluso en el vestidor durante el medio tiempo; tuvo que afrontar las grotescas simulaciones de los ticos hacia la recta final, cuando ya sentían cercana la providencial orilla del empate y procuraban hacer tiempo de todos los modos posibles. Y entonces llegó el minuto 78: enésima jugada ofensiva de Brasil en el complemento, quiebre de Neymar sobre Giancarlo González para ir a situarse en las narices mismas de Keylor Navas, caída de espaldas del astro brasileño. El árbitro señala penal. Luego va a revisar la jugada en la cámara, regresa y enmienda su decisión: no hubo falta. El problema del inevitable centralismo mediático en Neymar, es que corre el riesgo de invisibilizar que hoy fueron varios más quienes cumplieron otra importante etapa de su propia educación sentimental. El primero de ellos, Brasil, que salió dubitativo, incierto, envarado; temeroso menos de una hipotética impotencia, que de los saldos finales derivados de esa hipotética impotencia. Si transitó el primer tiempo de forma por demás deslucida, y hasta con algunas tenues insinuaciones de naufragio, para la segunda mitad salió a arrollar a su adversario; y a arrollarlo no con bravuconadas y empujones, sino mediante calidad, vértigo y futbol; incorporando a Neymar como pieza central, pero de ninguna manera exclusiva. El gol no caía, y sin La polémica jugada es hasta ahora la mejor argumentación explicativa que ha habido en defensa del VAR. Un trabajo arbitral del 40 más alto nivel, sustentado por entero en la capacidad y el temperamento del juez central, y que a partir de una sola decisión errónea pudo acabar tirado por la borda, termina por resultar perfecto gracias a la tecnología. La provechosa sesión pedagógica del día le alcanzó incluso al vencido. A pesar de la inevitable tristeza por la derrota, hoy Costa Rica lo que más debe lamentar es haber perdido su primer partido contra los serbios. Porque durante el primer tiempo recuperó a plenitud la memoria, bien pudo irse arriba en el marcador en un momento dado, y volvió a ser el mismo equipo que hace cuatro años dejara en el camino a Inglaterra y a Italia. Incluso durante la segunda mitad, cuando Brasil la encerró en su área y comenzó a salvarse de milagro, sus jugadores fueron capaces todavía de peligrosos contragolpes, que sólo el pésimo sentido de ubicación del ingresado Christian Bolaños (siempre se metía en fuera de juego) pudo echar a perder. Pero la propia selección brasileña salió fortalecida de últimas con esa decisión. Entiendo que al perpetrar su desprolijo clavado, lo único que interesaba a Neymar, fuera de cualquier otra consideración y al mexicanísimo son de “haiga sido como haiga sido”, era otorgar a los suyos tres puntos que ya sentía escaparse. Sólo que un triunfo a través de un penal inexistente habría constituido un bochornoso escándalo, suscitando más dudas que certezas y más irritaciones que contento. Buen partido, buena cita. Mientras tanto, atención todos. Con el gol sobre la hora (uno más en este Mundial), por completo justo, obtenido a través de las meritorias vías que propuso Tite y materializaron sus jugadores, la victoria resulta inobjetable. No nada más eso: tal gol posee el valor añadido de que no tuvo que participar en él Neymar, sino tres de los talentosos cómplices que hoy lo salvan de jugar de náufrago: Firmino, Coutinho, Gabriel Jesús. Durante los restantes minutos de la compensación, aún hubo margen para que la ya relajada canarinha (hoy de azul) se diera y nos diera gusto con un postrer despliegue de jogo bonito químicamente puro, y hasta para aliviar la egocéntrica y rijosa angustia de Neymar permitiéndole marcar el segundo y definitivo gol. Ahí viene, no Neymar remolcando al Penta. Ahí viene el Penta con Neymar incluido. A ritmo todavía no de carnaval, pero sí con prometedores e inequívocos esbozos de inspirada bossa nova, ahí parece venir ahora sí Brasil. 41 y acabaría por completo consolidada en dicha posición cinco días más tarde, luego de que en el flamante estadio Corregidora de Querétaro derrotara nada menos que a Alemania (la inminente bisubcampeona) por un inobjetable 2-0. No eran pocos los que en ese momento ya veían la bonita camiseta de los nórdicos en la final, sugiriendo que lo único por definir era quién sería su rival. Pero Dinamarca se fue de aquel Mundial en el primer juego de la segunda ronda, goleado por España en la más grande tarde de gloria de Emilio Butragueño. BÉLGICA 5, TÚNEZ 2: MIÉNTEME MÁS. 23 de Junio. Estadio Spartak de Moscú. La actual selección de Bélgica, por el contrario, venía siendo candidateada como caballo negro desde antes de que concluyera la eliminatoria, aparece encumbradísima en el ranking de FIFA y comparte nicho de privilegio en las casas de apuestas junto a Alemania, Brasil y España. Y sin embargo, a mí no puede más que recordarme a aquella Dinamarca. Bélgica ha goleado en sus dos partidos, regalando estéticas e inspiradas estampas tanto colectivas como individuales, tiene varios jugadores que derrochan talento y creatividad, va en camino de situarse en la ronda de octavos de final con los mejores números del torneo. Y, a reserva de lo poco o lo mucho que pueda mejorar Inglaterra para su cita de mañana contra Panamá, no parece que de momento la tendencia vaya a ser revertida. Dinamarca llegó en 1986 al Mundial de México sin ningún género de ruido, sin mayores referencias previas, sin especial cobertura por parte de la prensa. Su triunfo inaugural ante Escocia no acaparó demasiados titulares, en razón de lo mucho que había que cotidianamente decir a propósito de los eternos candidatos y de sus figuras (Maradona, Zico, Platini, Rossi, Rummenigge). Hasta aquella tarde del 8 de junio, en el estadio de Neza, cuando hizo pedazos al Uruguay del “Príncipe” Francescoli y el “Polilla” da Silva al son de 6 por 1, desplegando un futbol espectacular, vistoso, alegre, vertical, deslumbrante. Los daneses pasaron a convertirse en inesperados favoritos, en nota principal de los programas deportivos, en celebradísimo caballo negro propicio a los más favorables augurios; Sin embargo, yo a Bélgica no le creo. Me gusta, pero no le creo. Como a alevosa novia de secundaria. Romántico el asunto, pues. Será por eso que durante todo el trámite del encuentro contra Túnez me venía una y otra vez a la cabeza la letra de aquel mítico 42 bolero: “Voy viviendo ya de tus mentiras, /sé que tu cariño no es sincero, / sé que mientes al besar / y mientes al decir te quiero”. bautismo de novatos había sido en Brasil 2014), llegaron en calidad de favoritos: y se fueron sin pena ni gloria en cuartos, echados por una selección de Gales que tendrá a Gareth Bale, pero seamos sinceros, no tiene prácticamente nada más. Veo a Bélgica sobre la cancha, veo su vocación ofensiva, su técnica depurada, su privilegiada capacidad para el inspirado cambio de ritmo en las zonas de creación y de definición. Y quiero creer. Pero entonces veo también su extrema fragilidad defensiva, la facilidad con que le llega al área para crearle numerosas ocasiones de peligro un Túnez para nada malo (digno acompañante de los méritos del resto de las selecciones musulmanas ya junto con él eliminadas), pero tampoco nada del otro mundo. Y paso de inmediato a recordar los tres goles encajados durante el amistoso de hace algunos meses contra México. Y paso a recordar su tradicional achique con la llegada de presiones, responsabilidades e instancias mayores. No obstante todo ello, cuando Bélgica le otorgaba una pausa a sus bellas, agradabilísimas mentiras; y amagaba bostezar, adormecerse, mirar el reloj lo mismo que cualquier caprichosa muchacha de catorce años lista para ir a encontrarse con el siguiente casi-novio de la lista, había por fuerza que completar la letra de bolero, impostando una media sonrisa en nuestro rostro, dándole alguna descuidada palmadita de apapacho al corazón (siempre tan presto a espejismos): “mas si das a mi vivir / la dicha con tu amor fingido, / miénteme una eternidad / que me hace tu maldad feliz”. Y se me reafirma la impresión de que, por más hermosas promesas de amor que nos prodigue, esta Bélgica no tiene intención alguna de formalizar noviazgo con nosotros, de que lo que le viene bien es que quedemos para siempre como amigos. Y la imposible muchacha enmascarada de posible no se hacía del rogar. Contestaba siempre, dentro de los estrictos e infranqueables límites del libreto previamente establecido entre nosotros. Correspondía con magnanimidad, acaso complacida por nuestra ingenua devoción, por nuestro fácil contento. Hasta llenarnos de goles, volátiles prestidigitaciones y vanas promesas los ojos, el pecho y la canasta. Y para documentar la suspicacia, la cautela y el platónico suspiro de resignación, no hace falta en modo alguno retroceder a la prehistoria, en busca de los apenas plateados días de aquella selección encabezada por el extraordinario guardameta Jean Marie Pfaff y el eterno mediocampista Enzo Scifo. Para aceptarle en calidad de máxima complacencia y máxima recompensa ese beso en la mejilla con que Bélgica nos roza apenas la esquina de los labios, basta retroceder nada más dos años, a la Euro de Francia; este mismo cuadro, estos mismos jugadores, ya para nada inexpertos (su En instancias mayores la quiero ver. 43 primer sitio del grupo. De antemano podía suponerse que el Tricolor saltaría a la cancha con suplentes, y que ni los verdes ni los amarillos expondrían gran cosa, ya con la mira puesta en los octavos de final. MÉXICO Y ALEMANIA 2, COREA Y SUECIA 1: TARDE PERO SEGURO. 23 de Junio. Estadios: Arena de Rostov y Olímpico de Sochi. El partido fue agónico, sufrido al extremo. La nueva Alemania (la del toque paciente y educado, la de la inventiva inagotable, la del elegante juego de conjunto) sólo había aparecido como tal por lapsos, al inicio de cada uno de los tiempos, arrebatada por la presión, la urgencia, la creciente angustia; y a semejantes alturas parecía ya no poder apelar sino a su inconsciente colectivo: esa inclaudicable vocación guerrera, capaz de remontar las peores adversidades a puro golpe de temperamento. El grado de tensión era tal, que Joaquim Loew desde la banca nos había brindado una gama de expresiones faciales insospechadas, desconocidas para todos durante sus ya muchos años previos de gestión a la cabeza de la escuadra teutona. No parecía haber esperanza. La debacle había amagado comenzar con una pifia del casi siempre infalible Toni Croos, se había materializado más que viable conjetura con el gol que puso transitoriamente arriba a los suecos, y había dado traza de inapelable consumación al minuto 82, tras la expulsión de Boateng. Tarde, pero seguro. Minuto 95 en el estadio Fisht de Sochi. Alemania, la vigente campeona del mundo, estaba a punto de quedar desahuciada del torneo. El empate a uno la dejaba en la incómoda, precaria situación de requerir un obligado triunfo de México sobre Suecia durante la última jornada, para que (siempre que ella derrotara a su vez a Corea) una eventual ventaja en la diferencia de goles frente a los nórdicos le otorgase el pase a la siguiente ronda. El problema era que en ese partido, a Suecia le hubiera bastado con empatar para garantizar su propia calificación, y a México (que iba a llegar ya clasificado) le hubiera bastado con empatar para asegurarse el Pero, con tal de darle la razón a Gary Lineker en aquello de que el deporte es un deporte donde se enfrentan once contra once, y siempre, siempre, siempre… Toni Kroos, de tiro libre, desde la banda izquierda en relación a su ataque, marcó un golazo de antología. 44 Peccata minuta para Juan Carlos Osorio en cualquier caso. Asunto del cual ocuparse, pero no del cual preocuparse. Como el ya insuficiente nivel de Rafa para la alta competencia, pese a su liderazgo y sus kilómetros andados (hoy repitió una pifia habitual en su temporada reciente con el Atlas, que casi culmina en gol); como el también notorio mal momento del Tecatito Corona (tras ingresar de cambio, casi no la tocó, y se mostraba en exceso temeroso ante la menor insinuación de un choque); como las inseguridades de novato que aún dan en aflorarle de pronto a Edson Álvarez… como no terminar de redondear a plenitud los cierres de partido. Tarde, pero seguro. Créanle a Gary: siempre gana Alemania. Tarde, pero seguro. Minuto 93 en la Rostov Arena. México tocaba el balón de un lado para otro entre los ensordecedores “ole” de la tribuna, aguardando el silbatazo final para ver consumado su segundo triunfo de la Copa. Por fin, bajo la batuta de Rafael Márquez (ingresado al minuto 68 por Guardado) había decidido meter la pelota en la congeladora. El inicio del cotejo había justificado cierto tramo de toma y daca, de matar o morir propuesto por la urgencia de puntos que tenían los coreanos. Pero cuando en el segundo tiempo, y ya arriba en el marcador gracias a sus limitaciones individuales (evidenciadas no sólo por la grosera mano que provocó el penal, sino por su extrarreglamentaria rudeza como casi única herramienta para frenar al rival), y lo adecuado parecía mesurar la intensidad y el vértigo, México aceptó entrar en una franca dinámica de medio campo roto y peligros alternados. Le salió bien, dado que de ese incesante tobogán surgió el segundo tanto, pero cabe preguntarse si resultaba indispensable correr el riesgo de que saliera mal. Peccata minuta, insisto. Peccata minuta, parecía. El Tri estaba terminando de solventar su trámite contra Corea de manera correcta, sin dilapidar ni extraviar el crédito obtenido durante su brillante debut frente a Alemania. Si ante el campeón del mundo lo más importante era el funcionamiento, y una derrota honrosa no se hubiera tomado a mal, hoy lo más importante era el resultado: no ganar como fuese, pero sí hacer valedera en términos numéricos su condición de favorito. Y México estaba lográndolo. Había sido mejor, iba a ganar, tenía en sus manos tanto el pase a la siguiente ronda como el primer lugar de grupo... con una diferencia a favor de tres goles. No obstante, ya se conoce su tradicional capacidad —positiva y negativa—, para volverse siempre del tamaño de su rival en turno, corresponda al nivel que corresponda. Desde que, hace poco más de un cuarto de siglo, César Luis Menotti la dispuso en la línea de actitud y trabajo todavía vigente, la Selección Mexicana siempre ha sido capaz de agigantarse para jugarle al tú por tú cualquier potencia, pero también de dejar que rivales inferiores se le pongan al tú por tú sin que haya necesidad ninguna. Son Heung-min había sido no sólo el mejor hombre de Corea, y casi su única arma ofensiva. Son Heung-min había sido la mejor individualidad sobre la cancha, contabilizando a los jugadores de ambas selecciones. Justificaba así su condición de estrella en el Tottenham, y quemaba así quizá su penúltimo cartucho por evitar el obligatorio servicio militar a que su país está emplazándolo (lo cual 45 interrumpiría de tajo su carrera). Y Son Heung-min obtuvo de últimas su amargo premio de consolación. El gusto que puede quedarle es que, en una de esas, dicha amargura consigue alcanzar también a la larga a quienes hoy lo vencieron. La envalentonada euforia de buena parte de la afición mexicana, así como de los eternos patrocinadores de la Selección, podrá argüir que no pasa nada, que ya cambiamos, que ya dimos el salto. Que México sigue dependiendo de sí mismo para garantizarse tanto la calificación como el primer lugar de grupo. La tribuna, mayoritariamente vestida de verde, cantaba. El árbitro tal vez se había llevado ya el silbato a los labios para decretar la finalización del encuentro. Son Heung-min, quien regateaba rivales hacia la esquina izquierda del área grande mexicana, cortó hacia el centro, sacó un impecable tiro de zurda. Inatajable pese al vuelo de Ochoa. Gol. Golazo. Yo opino que la medida de valoración está fija en el quinto partido; es eso lo único que certificará sin disputa que se ha cambiado, que se dio el salto. Lo que pudiera venir o no después ya se dispensaría (por bien que vea a los verdes no los dimensiono aún en un nivel competitivo y de aspiraciones equivalente al de España o Croacia). Pero si no se alcanzan los cuartos de final, si no se supera la fase de grupos, deberá hablarse sin remedio de fracaso; por mucho que se le haya ganado a Alemania (we play like never, we lost as always). A las doce del día, tiempo central de la República Mexicana, ese gol parecía intrascendente, anecdótico. No ponía ya en riesgo el resultado, dado que el árbitro pitaría apenas volviera a ponerse en juego la pelota; no opacaba ni la superioridad ni la buena actuación del Tricolor; no mellaba el hecho de que se hubiera dado otro consistente pasito más en dirección al quinto partido. Parecerá que soy un pesimista agorero, deseando la derrota para regodearme en ella. Nada de eso. Como decía Monsi, se trata de puro optimismo bien documentado. Demasiados años ya de mexicano en activo como para no conocernos. Tarde pero seguro, la angustia. A las tres de la tarde, tiempo central de la República Mexicana, ese gol significaba, significa todavía: que si Suecia vence a México el próximo miércoles por diferencia de una anotación, ambos tendrán en todo momento —sea cual sea el resultado— la misma cantidad de goles a favor y la misma cantidad de goles en contra; lo cual obligaría a pasar al siguiente criterio de desempate: el resultado directo entre ambos. En resumidas cuentas, si México pierde ante Suecia, y Alemania lo supera por diferencia de goles luego de su partido contra Corea, estará fuera del torneo. Frente a Suecia, México efectivamente tiene en sus manos la calificación, tanto numéricamente como en función del futbol que ambas selecciones han respectivamente desplegado. Pero el caso es que, por algún minúsculo desliz propio, por alguna inoportuna peripecia ajena, no llegará a esa instancia definitiva en los términos de tranquilidad que hubiera podido procurarse. Créanle al “Indio” Fernández: tratándose de México, nada transita sin pasar más temprano que tarde por el melodrama. 46 la táctica fija. Cierto, fue mucho más agradable ver aquel 5 a 2 que este 6 a 1. INGLATERRA 6, PANAMÁ 1: CASI UN DEJA VU. 24. de Junio. 21 de Junio. Estadio de Nizhni Nóvgorod. Pero en lo esencial, tanto en materia certezas y confirmaciones como en materia de expectativas e incertidumbres, se trató básicamente del mismo partido. Apenas como histórica seña distintiva entre los dos cotejos el gol anotado para los panameños por Felipe Baloy (viejo conocido para las tierras mexicanas en general y para las michoacanas de la época reciente en particular). Festejado a lo grande, así entre los jugadores como en la tribuna y por el propio Bolillo Gómez en la banca, dado que es el primero de los caribeños en una Copa del Mundo, aunque con no sé qué de saborcito amargo por ahí. Siempre medio triste, el festivo fervor que recoge cual migaja el tercer mundo, en medio de sus derrotas frente a esta o aquella impasible potencia imperial. Pero volvamos al deja vu. Un rival muy por encima del otro, al que muchos proponen como candidato para erigirse como la sorpresa del torneo. Un marcador abultado que impresiona y que no es injusto, pero que allá debajo deja vigentes muchísimas dudas a propósito de la efectiva estatura y los efectivos alcances del vencedor; un marcador de hecho tan abultado, y conseguido hasta cierto punto con tan extrema facilidad, que en determinado momento puede operar a manera de nocivo espejismo. Ni Bélgica ni Inglaterra han afrontado hasta aquí un examen útil para que podamos dimensionar sus efectivos alcances. Y aunque el duelo que estelarizarán el próximo jueves para dirimir el primer y segundo lugar de grupo adelantará sin duda algunas informaciones ¿Qué no es esta la misma película que nos tocó ver ayer, más o menos a la misma hora? Tal es la legítima pregunta que pudo hacerse cualquier espectador ante el partido que hoy ha calificado a los ingleses y eliminado a los panameños, y que ayer haya visto el partido que calificó a los belgas y eliminó a los tunecinos. Cierto, las banderas eran distintas. Cierto, los tunecinos mostraron dentro de sus limitaciones un nivel bastante superior al de Panamá. Cierto, Bélgica cimentó su goleada a líricos golpes de caprichosa inspiración, mientras Inglaterra privilegió la geometría, la disciplina y 47 complementarias a ese respecto, lo cierto es que al llegar ya clasificadas será mucho más lo que ambas selecciones procuren reservar que lo que arriesguen: ningún rival de miedo que procurar eludir del grupo H en los octavos de final, como para que la minucia de terminar como líder o sublíder del sector les quite el sueño. Habrá pues que esperar los duelos de eliminación directa para conocer de qué están hechas tanto aquella sensual, seductora y medio desaliñada dama flamenca del sábado, como esta encorsetada, correcta, rígida pero no del todo desabrida lady británica del domingo. A tal punto igualadas, que llegarán al duelo que las enfrente con el mismo número de victorias, puntos, goles a favor y goles en contra: como dispuestas frente a un a la vez mágico, fascinante y tenebroso espejo de novela gótica. Maurice Maeterlinck y Bram Stoker sonríen a la par, uno desde la Gante belga en que nació, otro desde el Londres postvictoriano en que murió, sin que de momento quede muy claro si lo que les hace sonreír es la ventura, la desventura o el anticipado tedio. 48 regresar al presente, provocaba un sostenido aire de impotencia y angustia. El mismo de “Perdidos en el espacio” (la tripulación eternamente imposibilitada para volver a la tierra) y de “El hombre increíble” (David Banner alejándose mochila al hombro con el término de cada capítulo, entre los mismos acordes de piano repetidos). JAPÓN 2, SENEGAL 2: EL TÚNEL DEL TIEMPO. 24 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo. Algo de eso tuvo el empate entre Japón y Senegal, verificado en el estadio de Ekaterimburgo. Algo de esa seducción y algo también de esa angustia. Porque era el Senegal del 2018, pero bien podría haber sido aquel Camerún de 1990, o aquella Nigeria de 1994 y 1998, así como sus sucesivas herederas (Ghana, Costa de Marfil, la propia Senegal de 2002). El África negra eternamente suspendida en un impredecible volado a “águila o sol” entre sus prometedoras virtudes y sus recurrentes, atávicos defectos. “El túnel del tiempo” es una serie norteamericana de ciencia ficción de los años sesenta, cuyas voces de doblaje deben estar instaladas a nivel de jungiano arquetípico en el inconsciente de dos o tres generaciones de mexicanos, a las cuales tocó verla sucesivamente, si no mal consigo recordar, en los canales 8, 5, 4, 9... Porque era el Japón del 2018, pero era la misma cuenta pendiente de toda la vida, que iguala desde hace ya tantos lustros a nipones y a coreanos en la condición de supremas potencias asiáticas y a la vez decorativos complementos menores de la escena futbolística mundial. La serie, a lo menos desde mi perspectiva y gusto, resultaba algo ambigua a la hora de sentimentalmente enjuiciarla. Por un lado, la idea del viaje retrospectivo en pos de épocas remotas, siempre ha resultado para la mente infantil por demás seductora. Pero por otro, el leitmotiv básico para dar sentido a una larga sucesión de capítulos, es decir, que los protagonistas no consiguieran nunca Senegal es la misma eterna promesa africana de colorida fiesta, cabalmente sustentada en el talento individual de varios de sus jugadores y en unos cuantos luminosos chispazos de juego colectivo. Pero es también la displicencia irresponsable, la falta de continuidad durante el transcurso de cada encuentro, la repentina desorganización generalizada, la inconsistencia táctica. 49 Hoy se fue arriba tempranamente y de manera justa, exhibiendo que hombre por hombre se encontraba muy por encima de su rival, amagando un potencial triunfo de aplanadora… y luego se desentendió del encuentro, dio por sentado que ya había ganado, dejó crecer a Japón, comenzó a ser superado en todas las líneas, mereció perder la ventaja (y la perdió), mereció irse abajo en el marcador (y milagrosamente no se fue). Y cuando, ya avanzado el segundo tiempo, daba la impresión de que a lo máximo que podía aspirar era a no llevarse la derrota gracias a las limitaciones técnicas de los japoneses, brotó en el área nipona con una prodigiosa joya, un derroche de genio y acompañamiento, para consumar un gol por demás hermoso. Al final Senegal volvió a verse empatada, y la expresión en el rostro de sus jugadores denotaba que no tenían demasiado claro cómo había ocurrido: ni lo bueno ni lo malo. Así mismo nosotros, no tenemos manera de saber qué esperar de ellos en el siguiente partido: nos gustaría creer en su evidente capacidad para la magia, pero bien puede ser que su inconstancia y su tendencia a la desorganización malogren todo ensueño. de la victoria. Pero le malogra siempre el clímax lo impredecible, lo no calculable, lo no mesurable. Lo que ninguna avanzada sofisticación tecnológica ni ninguna esmerada planeación corporativa puede otorgar: la inspiración artística, la irracional creatividad, el azar cómico o trágico. Hoy no había manera de anticipar desde la mecánica previsión ni el pésimo rechace del portero Kawashima que dio origen al primer gol en contra, ni la sucesiva improvisación de genialidades que consumó el segundo (media ruleta de Sabaly, taquito de Niang, incorporación y cierre de Wagué). Hasta sus dos anotaciones, aunque soportadas por el respaldo táctico que había colocado el trámite del partido a su favor, provinieron del terreno de lo impredecible: un balón largo que controla Nagamoto, pero cuyo remate final le quita con un soberbio disparo Inui; un centro que el central senegalés le quita a su guardameta, y que posibilita la segunda jugada donde Inui asiste a Honda. Agradable el partido. Dignos de todas nuestras simpatías ambos equipos —pesar de sus defectos— en razón de su entrega y sus opuestas virtudes. Pero todo parece indicar que, si la fortuna les sonríe, a lo más que podrán aspirar es a protagonizar brevemente, en obvia calidad de víctimas, otra de aquellas célebres series setenteras: “Tierra de gigantes”. Japón es el mismo despliegue de tenacidad, orden, constancia y disciplina de siempre. Y puede decirse que, en lo que corresponde a preparación, propuesta táctica y planteamiento de partido, ha avanzado enormidades, amaga acaso proyectarse ya por completo fuera del túnel del tiempo para proponerse interlocutor hasta del más pintado en el presente. Pero el túnel del tiempo lo reclama, lo absorbe, lo devuelve hacia atrás debido la reiterada precariedad técnica de la inmensa mayoría de sus jugadores. Por trabajo colectivo, por continuidad de juego, por dominio general en casi todos los terrenos estadísticos, Japón hubiera sido quizá merecedor Hasta que dentro de cuatro años, si no se quedan en su eliminatoria continental, volvamos a verlos de regreso en otro capítulo más de “El túnel del tiempo”. 50 condiciones generales del juego; pero no, la verdad es que se trataba de un recurso de sorpresa típico en equipos que se asumen de antemano inferiores al rival, que salen a presionarlo en su área al primer minuto y le generan varios iniciales apuros defensivos: si la estrategia resulta, tendrán un gol tempranero a su favor; si no, abandonarán definitivamente la propuesta al poco rato, y cederán por completo, sin ningún género de escrúpulo, la iniciativa al otro, al que por descontado asumen como único capacitado para sostenerla. COLOMBIA 3, POLONIA 0: UNA CUMBIA PARA CHOPIN. 24 de Junio. Arena de Kazán. Por el contrario, Colombia nos ha brindado hoy, por encima de todo, la agradable sorpresa de hacerse plenamente responsable de su propio rostro. Sin excusas, sin coartadas, sin falsas humildades. Tras un inicio incierto, provocado menos por la estrategia polaca ya descrita, que por su propio recuerdo del juego anterior y del nulo margen de error de que disponía, aceptó por completo el rol que el adversario le propuso, se plantó a partir de ahí con una cimentada actitud de equipo superior, con la disposición de ser ella quien tomaría el protagonismo y decidiría a lo que se iba a jugar. Y el encuentro, trabajado con paciencia, con seriedad, pero también con descaro y arriesgue, sin prisa pero sin pausa, terminó en fiesta colombiana. Resulta por demás difícil creer a estas alturas que algunos postularan a la selección polaca que hoy ha sido eliminada como una potencial sorpresa, digna de expectativas proporcionales a las que rodean a Croacia o a la propia Colombia. Porque este día Polonia ha mostrado poco y nada, ha jugado en todo momento como un equipo pequeño (en exceso consciente de su pequeñez y acomplejado por ello), y se ha ido de Rusia 2018 por la más discreta puerta de atrás. En términos colectivos, guiada por la mano sabia del argentino José Pekerman, Colombia está al mismo nivel de México, sólo que sustentando su zona de creación y definición en sólidas figuras individuales de la élite mundial con las que el Tricolor no cuenta. Y eso la coloca según mi juicio, al menos en términos potenciales, un par de pasos adelante. Como si el Tri tuviera no uno, sino tres Hoy el único lapso en que Polonia tomó de verdad la iniciativa de juego, fueron los primeros cinco minutos. Uno se imaginó por un momento que estaba procurando establecer con autoridad las 51 Chuckys Lozano, pero además ya consolidados y maduros. El partido que se han mandado el día de hoy Radamel Falcao, James Rodríguez y Juan Guillermo Cuadrado es un partido de gente mayor, de estrellas de primera línea asumiendo su sitio, comandando el equipo al mismo tiempo desde la calidad superlativa y desde el carácter. Pero además soportados por un conjunto que los arropó, que les otorgó soporte todo el tiempo, que estuvo dispuesto a bailar al ritmo que le marcaban y les solventó con su respaldo los escasos momentos de relativa incertidumbre: un conjunto que integran casi en su totalidad por talentosos jugadores de la línea siguiente (la línea, ahora sí, de Vela, Herrera, Chícharo). Pero el caso es que Colombia perdió con Japón. Y saltará al último encuentro con la obligación de ganar, frente a una escuadra impredecible lo mismo hacia arriba que hacia abajo. Razones de sobra para conservar cierto matiz de recelo y duda bajo la franca admiración; razones de sobra para no perderse bajo ninguna circunstancia el partido del próximo jueves. Mientras tanto, más que justificada la festiva melodía que seguro hasta esta hora debe seguirse escuchando por las calles de Kazán, como canción de despedida para los tristes polacos. Muy lejos estuvieron de ese perfil tanto los polacos como Lewandowski. Manteniendo semejantes virtudes, Colombia debería despachar sin demasiados apuros a Senegal en el último partido: un cuadro talentoso, pero por demás intermitente y algo caótico. El verdadero enemigo de Colombia será, según mi juicio, como suele pasarle a la mayoría de las selecciones sudamericanas (incluidas las inobjetables potencias), su propia sombra. No se explica que un equipo como este haya perdido ante Japón en su debut, por más que contabilicemos la ausencia de James por lesión y la expulsión tempranera. Un equipo capaz de fijar norma el desempeño excepcional que hoy ha exhibido, no tendría que pasar apuro para sobreponerse a ese tipo de imponderables ante rivales de manifiesta jerarquía menor. 52 individual. No es que el Maestro, el venerado Óscar Tavárez, no lo intente: dando indicaciones desde el área técnica con su muleta y su rostro de viejo sabio de la tribu, tiene no se qué de Pepe Mujica, o de Benedetti disfrazado de marinero en “El lado oscuro del corazón”. Y, desde que hace doce años iniciara su segunda etapa como director técnico de la celeste, viene tratando de reintegrarle a su proverbial garra la dosis de creatividad y buen futbol que, según todos los testimonios, la condujo a la gloria en sus ya remotos (y casi centenarios) años dorados. Bajo esa línea de trabajo la llevó hasta semifinales en Sudáfrica 2010, y se agenció la Copa América de Argentina en 2011. URUGUAY 3, RUSIA 0: LA ESCUELA ESTOICA. 25 de Junio. Estadio Cosmos de Samara. Pero no hay caso. Carece, entre recuperadores y definidores, aunque sea de un mediano heredero de Recoba, Francescoli, Forlán. El Maestro duda en otorgarle semejante responsabilidad al “Pato” Sánchez o a Urretavizcaya (este último no ha visto ni siquiera un minuto de juego). Y entonces su escuadra, por instinto y sabiduría, a pesar de las muchas tentativas y las muchas rotaciones por él ensayadas, termina siempre jugando a la uruguaya. Uruguay pareciera no saber jugar bonito. La llegada de la plena madurez para Cavani y Suárez coincidió con el retiro de Diego Forlán. Y entre la siempre sólida zona de resguardo (desde toda la línea defensiva hasta la contención) y sus dos lujosos, temibles delanteros, se abre no digo yo un abismo, pero sí un territorio medio árido y conflictivo, por el que en última instancia sabe mejor pasar ahorrando trámites, lo más rápido posible, saltando la línea. El segundo tiempo resultó peculiarmente ilustrativo en tal sentido. Dos goles arriba, con un hombre de más, y evidente desde los cuatro puntos cardinales que su nivel (no importa cuán cansino, contenido, onettiano) era superior, que esta vez el empuje cosaco no había alcanzado para disimular las enormes carencias de Rusia, correspondía a los uruguayos por elemental lógica y mínimo decoro tomar la iniciativa. Y es de agradecer que los uruguayos hicieran lo posible por cumplir el papel, pues cierto estoy de que en su lugar a otro equipo, pongamos por ejemplo Portugal, le hubiera valido A fin de cuentas, la capacidad de esos dos killers de élite allá arriba, da para convertir en servicio y potencial jugada de peligro hasta el más desprolijo pelotazo, Y a fin de cuentas Uruguay trae en la historia y la genética esa fealdad tozuda con regia corona de talento 53 sorbete y se habría tirado atrás sin pasar del medio campo, indiferente a nuestra irritación, nuestras súplicas y nuestros bostezos. en que sus respectivas estrellas se encuentran distribuidas sobre el terreno de juego (la multicitada dupla goleadora al frente, los dos centrales estelares del Atlético de Madrid en la zaga), sino por su sostenida estabilidad en el estilo y el temple. Uruguay hizo lo que pudo por tomar el protagonismo. Adelantó líneas, se acostumbró a iniciar su ataque desde dos tercios del campo dado el repliegue rival. Pero fue incapaz de abastecer de balones mínimamente favorables a Cavani y a Suárez. Se notaba incómodo. Parecía hacerle falta que le quitarán el balón, que lo obligaran a replegarse, o que alguien fuera a sacar del retiro al Príncipe Enzo para ponerle algo de imaginación y de sentido a la penúltima zona. Sólo hacia los quince últimos minutos del encuentro, ya en el campo el infatigable “Cebolla” Rodríguez, con los locales tratando de esbozar la heroica y dejando mayores espacios atrás, consiguió Uruguay convertir en figura al arquero Akinféyev. Uruguay no se cae nunca. Hasta en la desesperación y la zozobra es capaz de mostrarse imperturbable. No hay que dejarse engañar por los interminables aspavientos de Suárez, los ocasionales desplantes de Godín, los permanentes reclamos de Cavani: se trata de ingredientes para aderezar y fijar esa turbulencia quieta, en medio de la cual los uruguayos se sienten como en casa. Cuando dicha turbulencia sopla con el viento a favor, el nombre de la contención uruguaya es sobriedad; cuando sopla con vientos contrarios, se llama sufrimiento. Y cuando no sopla ningún viento, Uruguay sencillamente aburre. “Cebolla” le mejoró mucho la cara a los orientales, tanto entrando de cambio en el primero y tercer partido, como figurando de titular en el segundo; pero ya no le da la edad para noventa minutos completos. Pero Uruguay, por encima de todo, sabe sufrir, propicia sufrir. No claudica ni afloja en la adversidad; no desborda ni para mal ni para bien el vaso, sino en raras ocasiones. No acusa, en fin, esos altibajos a que el mucho más vistoso y convencionalmente simpático equipo colombiano es tan propenso. Ayer manifestaba que, en mi opinión, Colombia aventaja a México uno o dos pasos, por contar con varias estrellas de primera línea, incorporadas como titulares a algunos de los más importantes y protagónicos clubes de Europa. Hoy añadiría que Uruguay, no obstante sus limitaciones ya enunciadas y su escasa capacidad para seducir a quienes no son incondicionales suyos, se encuentra a su vez uno o dos pasos delante de Colombia. No tanto por la manera Si a alguien le pareció medio gris su manera de someter a los rusos, pese al tres cero inobjetable, y pese a la inminente goleada que el guardameta conjuró, debería darle una revisada a la infinidad de partidos ganados de cabeza, con apenas lo justo y bajo la lluvia, que le valieron a Uruguay el segundo puesto en la durísima eliminatoria sudamericana. Debería observar la total ausencia de melodramatismo en los rostros de los jugadores (reverso radical de 54 sus histriónicos vecinos argentinos) durante el 4-1 que en marzo de 2017, como parte de esa misma eliminatoria, les propinó Brasil en la mismísima cancha del Estadio Centenario de Montevideo. Estuvo más que justificada la urgencia de españoles y portugueses horas más tarde, por quedarse con el primer lugar de su sector y eludir a los charrúas. Cualquiera de ambas escuadras iba a ser favorita, cualquiera de ambas iba a acaparar los reflectores. Y, no obstante, qué alivio no enfrentar a la celeste en octavos si se podía evitarlo, qué amenazante piedra en el zapato tener que ir a plantarle cara el próximo sábado. Como amor de vidalita (vidalita gaucha, vidalita, ay), de este Uruguay podrás acaso salir vivo, pero corres el elevado riesgo de terminar, aun cuando ganes, malherido. 55 ESPAÑA 2, MARRUECOS 2. PORTUGAL 1, IRÁN 1: UN OJO AL GATO Y OTRO AL GARABATO. transmisión a propósito de lo que sucedía en el otro frente, llegó un punto donde resultó del todo imposible no bifurcar con una voluntad medio estrábica la atención, la emoción, el asombro y el febril cálculo matemático. 25 de Junio. Estadios: Baltika de Kaliningrado y Mordovia de Saransk. La mayoría de los medios deportivos se habían permitido augurarle a la jornada un sabor de puro trámite: España vencería con alguna holgura a Marruecos, Portugal vencería con lo justo a Irán, y así pasarían sin apuros como primero y segundo de grupo. El único elemento de la ecuación que se cumplió fue el último: España pasó como primero y se medirá con Rusia, Portugal pasó como segundo y se medirá con Uruguay. Y a algún despistado podrá parecerle que eso es lo único que importa, pero la verdad es que hoy las formas exhibidas obligan a reajustar expectativas y pronósticos. Las dos escuadras ibéricas salen debilitadas de su respectivo tercer choque, en una proporción que antes del silbatazo inicial hubiera sido muy difícil de prever. Sale debilitado Portugal, no porque haya dado un partido más flojo y timorato que ante los marroquíes, privilegiando una usurera economía apenas paliada por el exquisito remate de tres dedos (marca registrada) del veterano Ricardo Quaresma. Ni siquiera porque en los instantes finales, ya empatado el marcador y lanzados los iraníes con todo en pos de la victoria, se haya quedado a sólo unos cuantos centímetros de la eliminación. Portugal sale debilitado porque su principal (a menudo único) activo para posicionar esa grisura en pos de los primeros puestos, es decir, la entereza competitiva y mental de Cristiano Ronaldo, transitó un grave capítulo de crisis, bajo ningún concepto susceptible de minimizar o Redactar una crónica digna de lo sucedido en la definición del Grupo B, exigiría las capacidades polifónicas de un Carlos Fuentes en su mejor forma. Tal la cantidad de temas narrativos a realzar. Tal la cantidad de dramas individuales, colectivos y hasta nacionales involucrados. Tal el desarrollo del argumento mutuamente trenzado por cuanto en simultáneo sucedía en Kaliningrado y Saransk. Tal el intenso y sincrónico clímax durante los minutos finales. Si en principio cada cual habrá elegido sin duda uno de ambos partidos según sus filias, morbos y fobias, conformándose con ir recibiendo informaciones complementarias dentro de la misma 56 sacarle la lengua. Si hace dos años el equipo pudo sobreponerse en la final contra Francia a la lesión tempranera de su astro, hay que decir que privándole de Cristiano desde cualquiera de las instancias previas, Portugal jamás habría conseguido ser campeón de Europa. Y es que lo ha apostado todo a una sola carta: que Cristiano no se equivoque. transitaba zozobras, mientras estaba contra la pared, fue capaz de construir, vuelve absurda la sugerencia de que esta selección no tiene ataque ni definición. El problema, y grave, son las insólitas pifias individuales de varios de sus emblemas, su alarmante fragilidad defensiva, y la absurda necedad de sostener a de Gea en la portería, cuando resulta a todas luces nítido que el error en el debut lo hundió anímicamente y no se puede recuperar. La prensa española sugiere que el partido frente a Portugal fue bueno porque Lopetegui lo dejó ya diseñado, y que a partir de ahí la nave va derivando sin timón pese a su tripulación de privilegio. El partido del domingo contra Rusia parecería una buena, providencial oportunidad para que España se cimiente en sus virtudes, corrija errores y ajuste lo que haya que ajustar; no debería tener problemas para despachar al equipo anfitrión. Pero durante los últimos días todo el mundo se la pasó repitiendo que no iba a tener ningún problema con Marruecos. Hoy, la ya madura y experimentada figura del Real Madrid, volvió a exhibir flaquezas y desequilibrios propios de su etapa de joven promesa en el Manchester United. La falla del penalti y la jugada en que pudo ser expulsado no admiten serle dispensadas, en razón del rol que él mismo ha aceptado asumir. Son otros, y no Messi, quienes han establecido que Messi no puede fallar; pero es el propio Cristiano quien ha establecido que él no puede fallar, y sobre ese acuerdo ha consentido que Fernando Santos construya íntegro el actual proyecto de la selección lusitana. ¿Quién puede garantizar a partir de ahora lo que bajo presiones mayores pueda ocurrirle a CR7, cuando no estemos hablando del partido definitorio de la fase de grupos ante Irán, sino de los octavos ante Uruguay, los cuartos ante Croacia o la semifinal frente a Brasil? Acá no están para cubrir sus lapsos de desaparición y ausencia ni Bale, ni Kroos, ni Marcelo , ni Modric, ni Ramos. En cuanto al VAR, tengo la impresión de que la propia FIFA está algo sorprendida de la favorable tensión espectacular que la revisión arbitral por video es capaz de procurar en determinados casos. Conocida es de sobra la efectividad dramática y comercial de las revisiones televisivas en los juegos de la NFL, pero se desconfiaba de la afectación que un recurso análogo podía representarle a la continuidad de un deporte tan distinto como el futbol. Y es cierto que en algunos encuentros el VAR ha sido por instantes más engorroso que útil; pero en general ha salido favorablemente librado en la percepción general. Lo de hoy, sin embargo, se cuece aparte. El azar quiso que, al mismo tiempo, debieran revisarse sendas jugadas polémicas, con la posición de primero y segundo Ha salido debilitada España, no por los escasos arribos de gol que generó durante los últimos dos juegos pese a sus abrumadores dominios; eso forma parte de una elección y un estilo; se trata de una seña identitaria que desesperó y disgustó a muchos desde hace una década, incluso cuando España ganó su Mundial y sus Eurocopas. Y ver los dos magistrales goles que hoy, mientras 57 lugar de grupo todavía en al aire, y con Irán colocado en la potencial situación de aguarle la fiesta a alguno de los favoritos: gol anulado en Kaliningrado a España, posible penal a favor de Irán en Saransk. Y a saber cuántos millones de espectadores alrededor del mundo, en ese mismo momento, de ahí hasta el final de ambos partidos, con un ojo al gato y otro al garabato. Fue emocionante, fue algo nuevo, contabilizó a partes iguales en beneficio de la justicia y del drama. Pero quién sabe hasta dónde sean capaces de llevar en un futuro los dueños del balón (hay que ver la cara de tedio, ignorancia y lejanía de Infantino en cada estadio donde se presenta a presenciar un partido), y con cuáles efectos, el potencial lucro recién hallado en el juguetito. Una postrer mención a los dos dignísimos equipos que hoy se despidieron. El futbol árabe, lo mismo de Asia que del norte de África, y a pesar de su temprana y masiva eliminación en todos los grupos, ha sido una agradable sorpresa para la Copa. 58 Pero mirando la relajada parsimonia con que los daneses pudieron permitirse saltar a la cancha, merced a sus cuatro puntos acumulados en la bolsa, no podía quitarme de la cabeza al Tri y su partido de mañana, cargado de tensión y de riesgo, a pesar de sus dos victorias y de que su rendimiento ha sido sin duda muy superior al de Dinamarca. FRANCIA 0, DINAMARCA 0: LA COSA ES CALMADA. 26 de Junio. Estadio Luzhniki de Moscú. Al iniciar la jornada de definición del grupo C, galos y nórdicos sabían de antemano que un empate les otorgaba en automático la clasificación a la siguiente ronda, respectivamente como primero y segundo lugar. El entrenador danés había asegurado que los suyos saldrían a ganar, porque el que se conforma con el empate suele llevarse una derrota; el entrenador francés se había indignado ante las insinuaciones de posible conformismo por parte de algún reportero, aseverando que él a los suyos les exigía siempre ir en busca de la victoria. Bonitas frases de circunstancias. Inerciales adscripciones a la retórica de lo políticamente correcto, siempre obligada a decir lo que debe decirse aunque no se corresponda en ningún punto con la realidad. Primer cero a cero de la Copa, consumado en mitad de un estruendoso abucheo por parte de la irritada tribuna en el estadio Luzhniki de Moscú. Ya desde su alineación inicial, disponiendo un cuadro suplente con sólo dos titulares indiscutibles (Griezmann y Giroud), indicaba Didier Deschamps hasta qué punto iba a privilegiar la precaución por encima de cualquier otra cosa. Si se podía ganar, qué bueno, pero primero que nada darle descanso a su cuadro base, precaver cualquier posible lesión, evitar una tarjeta. Más que exigirles ganar, se diría que Didier se limitó a no prohibírselos; y tengo mis dudas. Otra para los que opinan que la suerte no juega. Dejemos de lado a Francia, que aun con remilgos, intermitencias, lapsos de duda y política general de calculadora usura, había ganado justamente sus seis puntos, regalándonos incluso en el camino cuarentaicinco minutos de lujo y belleza durante el primer tiempo de su juego contra Perú. 59 Desde el otro encuentro del sector, Perú se hizo cargo de ponerle otro granito de arena a la reinante atmósfera de tregua y calma chicha, yéndose arriba en el marcador y quitándole a Australia sus ya de por sí reducidas aspiraciones de igualar en puntos con Dinamarca. cierre de la jornada de hoy (monopolizadas casi todas por Argentina y Messi). En cualquier caso, la estrategia de disponer los partidos de definición de grupo a la misma hora, con la finalidad de conjurar tácitos acuerdos y groseras especulaciones, exhibió hoy que no existe recurso capaz de descartar al cien por ciento dicho riesgo. Y no es que Francia y Dinamarca cancelaran en definitiva cualquier afán de marcarle un gol al rival. Llegadas hubo algunas, intervención de los arqueros hubo alguna. Pero la verdad es que el resguardo de lo que a una y otra les interesaba resguardar acabó de modo previsible determinando cada vez más a qué jugaban y cómo jugaban. Pareciera que, amparado en la matemática, hasta el más eufórico Clavillazo acaba canjeando su entusiasta “pura vida, nomás”, por un mucho más cauteloso y discreto “la cosa es calmada” (y que los millennials acudan a wikipedia y a youtube para descifrar la referencia). El abucheo del público se lo ganaron a pulso, visto que hasta hoy ningún partido había visto irse las metas en blanco, pero sobre todo que siempre había habido por lo menos un equipo sobre el terreno de juego haciendo lo posible por obtener la victoria. Sin embargo, más allá del fugaz pundonor exhibido por algún jugador aislado en los momentos donde la indignada presión del respetable aumentaba, el contenido gesto dominante, así en la cancha como en los banquillos, fue sin duda el de un displicente encogimiento de hombros. Partido para el olvido, o inesperado homenaje al escenario mundialista promedio en Italia 90, acaso este par de roscas hayan cumplido un efecto de remanso terapéutico, desagradable pero necesario. Un intervalo dietético entre las condimentadas intensidades que deparó el cierre de la jornada de ayer (repartidas entre España, Portugal, Irán y Marruecos) y las que auguraba el 60 trató de Messi e Higuaín, ni de Banega y Agüero, ni de Di María y Pavón. El tanto que consiguió liberar en definitiva la enorme presión acumulada por la albiceleste y por decenas de millones de aficionados argentinos de todas las edades durante los últimos días, ha sido obra de sus dos picapedreros acaso más rústicos, más rudimentarios, más antiestéticos. Y eso a partir de hoy puede obrar menos como una penosa limitante que como una amedrentadora virtud. La imagen de Messi subido a las espaldas del anotador durante el festejo, resulta por completo ilustrativa. Hoy Argentina recuperó primero a su semidivino diez (aunque luego las circunstancias llevaran a sentir que lo extraviaba de nueva cuenta), y luego, a golpe de víscera, de entraña, de pendenciero y lacrimógeno tango, recuperó su sitio en el mundial; un sitio que, tratándose de la camiseta de la cual se trata, mientras siga con vida, corresponde sin ningún género de reparos al protagonismo, y es capaz de generar inquietud hasta en el más pintado (motivos tiene de sobra para la preocupación, a partir de esta noche, el joven equipo francés). Centro de Gabriel Mercado, remate de Marco Rojo. Gol, gol, gol. Gol de Argentina, carajo. ARGENTINA 2, NIGERIA 1: LA HIJA DE LA LÁGRIMA. 26 de Junio. Estadio Krestovski de San Petersburgo. I Centro preciso por fin desde la banda, impecable remate por fin en el corazón del área. II Argentina a los octavos de final gracias a un agónico gol en el minuto 87, ya con los circuitos emotivos saturados por completo, las ideas confusas y revueltas, el hilo de que pende el alma prácticamente roto. Considero que ninguna afición mundialista posee un peso potencial tan influyente sobre ciertos momentos del desarrollo del juego como la argentina. La jugada descrita no se cumplimentó desde ninguno de los nombres que uno anticiparía para realizarla en esta selección. No se Todos entendemos la presión y el aliento que en cualquier lugar del planeta tiene la tribuna sobre los jugadores, los cuerpos técnicos, los 61 árbitros, y que su intensidad mayor o menor tiene que ver con colores, regiones, idiosincrasias, palmarés, etc. esquina se desperdiciaron uno tras otro de modo patético, la hinchada consiguió articular varias generalizadas arengas apaciguadoras como mensaje de respaldo, como apapacho solidario, como palmadita del manager en el rostro del boxeador, antes de mandarlo de regreso al centro del ring. “Los aficionando están poniendo lo suyo” suele decirse cuando el público asume y encausa de cara al encuentro en turno la dosis de carga emotiva que de él se espera. Pero convencido estoy que con los argentinos estamos hablando de un poquito más que eso. Recuerdo con claridad la emoción de Jorge Valdano como comentarista de los cuartos de final entre Holanda y la albiceleste en Francia 98. Los naranjas estaban poniéndoles poco menos que un baile a los sudamericanos, pese a la transitoria igualdad en el marcador, pero cualquiera que se hubiera limitado a escuchar el ambiente en la tribuna habría asegurado sin dudar que era justo al revés. Valdano confesó que le parecía conmovedor el empuje de la hinchada, dado que su disposición y sus reacciones no se correspondían en lo más mínimo con cuanto se desarrollaba en la cancha. Como un jugador más, la afición argentina también se fatiga, también se desconcierta, también le tintinea en los ojos el desánimo. Pero basta el menor estímulo enviado desde abajo para que se reagrupe y vuelva a lo suyo. Con la misma pasión que todo el resto de las aficiones del orbe, pero con un oficio en el que resulta difícil igualarla. Dicen que les dijo el inmortal Obdulio Varela a sus compinches uruguayos en Maracaná, el día que ganaron la final: los mirones son de palo. Es decir, que los más de 200 mil enfebrecidos brasileños que colmaban la tribuna, no jugaban. Me temo que el consejo no hubiera aplicado si, en lugar de en Río de Janeiro, hubieran estado en Buenos Aires. Hoy, después de largos días de tensión, de pesimismo generalizado, de reproches, berrinches y chismes, la afición argentina concurrió a las graderías del estadio Krestovski de San Petersburgo no sólo para pintarlas por completo de blanco y de celeste, sino para de alguna suerte echarle una veterana y tiempista mano a Sanpaoli en uno de los rubros donde más parece flaquear: el envión sentimental, la orientación anímica. Y es que la afición argentina no acompaña los partidos: los trabaja. Como si fuera un jugador más. Todavía cuando, con el marcador empatado, a los futbolistas comenzaron a escasearles las ideas y aflorarles los miedos, y Messi principió a no atinar otra vez ni los pases más cortos, y los tiros de III Además del enorme fortalecimiento anímico que Argentina ha obtenido con su victoria, hay otro aspecto en el funcionamiento colectivo que merece destacarse con equivalente importancia. Y es que hoy fueron varios otros, además de Messi, quienes en diversos lapsos del encuentro demandaron protagonismo ofensivo. Primero que nada, quiero referirme a Di María. Desde hace años me 62 ha parecido que el “Fideo” sufre en su selección la misma zozobra que Lío, aunque las responsabilidades que se le atribuyan sean mucho menores. Y hoy se le vio otra vez, a lo largo de todo el primer tiempo, con cara de asustado: tropezando, recibiendo cualquier cantidad de faltas; pero sin desaparecer, sin volverse fantasmal, pidiendo una y otra vez la pelota, intentando. suyo la enorme sombra de aquel gol fallado durante la final de hace cuatro años. IV Argentina está en la siguiente ronda. En la segunda mitad, apenas ingresado, el dolor de cabeza para los nigerianos fue Cristian Pavón, arribando siempre por la punta derecha. Y habrá quien opine que no durará mucho, que pasó a los tumbos y llorando, que de hecho no paró de llorar durante toda la etapa de grupos: fuese de ilusión, de desesperación, de despecho, de incomprensión, de rabia, de alegría. Pero quien debe acaparar según yo los mayores elogios es Éber Banega, quien ha jugado un partido de altísimo nivel dando pausa, abriendo espacios, convirtiéndose en el silencioso hermano menor de Messi sobre el campo. Banega capitalizaba casi cada contingencia a la que se veía sometido Di María: donde a éste lo tropezaban, aquel recibía; donde a éste en multitud lo congestionaban, aquel, solitario, desahogaba; donde aquel corría (llevándose detrás una estela de perseguidores), éste permanecía quieto con la pelota en los pies y encontraba a quién pasar. Y cuando también a él, como a los otros, comenzaron a extraviársele las ideas y el sosiego, todavía nos regaló un par de providenciales barridas en sector defensivo. Su asistencia para el magistral gol de Messi sirve como resumen y broche de coronación de lo que Banega representó esta tarde en San Petersburgo. Yo, por mi parte, no puedo dejar de pensar en lo poco que haría falta para que terminara cobrando franco parecido con aquella Italia de 1982, con aquellas albicelestes de inicio también comandadas a los tumbos por Bilardo en 1986 y 1990. Y pienso además en aquel oportuno recordatorio de Charly García, que constituye casi una declaratoria de identidad patria: No te olvides, no te olvides nunca, que yo soy la Hija de la Lágrima. Del otro lado de la balanza (el de los melodramas con desenlace diferido para el próximo episodio), Higuaín sigue alimentando detrás 63 encontrándose todo el tiempo en el mismo sitio exacto donde la habíamos dejado hace cuatro años, y sus posibles avances, sus posibles retrocesos, sus fundadas expectativas, su rasero evaluativo para la misión cumplida o el fracaso, deben dimensionarse desde ahí. Ni más arriba, ni más abajo. Y paso por paso. SUECIA 3, MÉXICO 0: FALLASTE, CORAZÓN. 27 de Junio. Estadio Central de Ekaterimburgo. “Y, cruel y despiadado, de todo te reías. Hoy imploras cariño aunque sea por piedad”. Resulta comprensible, dada la presión que ha acompañado casi todo el proceso de Juan Carlos Osorio, que tras el prometedor debut frente al todavía vigente campeón del mundo, los seleccionados nacionales cedieran en alguna medida a la tentación de envalentonarse. La mesura promedio impuesta a las declaraciones de sus hombres por el inteligente estratega colombiano, no consiguió enmascarar del todo durante los últimos diez días cierta socarronería: la habitual actitud de aquellos a quienes urge hacer sentir que están “callando bocas”. Acompañemos la crónica de hoy con las siempre sabias, siempre atinadas, siempre pertinentes palabras del maestro Cuco Sánchez. “¿Adónde está tu orgullo? ¿Adónde está el coraje?”. “Y tú que te creías el rey de todo el mundo. Y tú que nunca fuiste capaz de perdonar”. Y también resulta comprensible el radical viraje oportunista de muchos implacables críticos, para los cuales el Tri antes de Alemania era una vergüenza, imposibilitado de antemano siquiera para el cuarto partido, y después de Alemania se convirtió de golpe y porrazo en potencial candidato al título. Si en vísperas del Mundial casi todos los augurios para el equipo mexicano eran catastróficos, la victoria frente a Alemania disparó los entusiasmos fuera de toda medida, fuera de toda proporción, asumiendo realidad testimonial los artificiales y lucrativos panegíricos de toneladas de patrocinadores. Pero tan excesiva la anticipada declaratoria de naufragio como la posterior profecía de ya inevitables glorias. La selección mexicana ha seguido “¿Por qué hoy, que estás vencido, mendigas caridad?”. 64 Yo prefiero mantenerme en mis trece: el equipo de Osorio siempre tuvo el potencial para igualar lo conseguido por los anteriores representativos nacionales desde 1994; hoy lo ha demostrado, hoy ha vuelto a superar la primera ronda, hoy se ha proyectado una vez más a los octavos de final. Pero su desempeño vuelve por completo imposible predecir si dispone de mayores argumentos respecto de sus predecesores para alcanzar los cuartos, para pasar la frontera largamente infranqueable e instalarse por fin en el quinto partido. Y ése deberá ser el parámetro a partir del cual, en último término, se le evalúe. triunfo de Corea ante los germanos, hará seguro renacer el escepticismo terminal de la mayoría, en idéntica proporción a las cuentas alegres que provocó el triunfo 1-0 del día 17. Pero lo cierto es que México, aunque con diferente tobogán emotivo a cada turno, tiene a su afición en el mismo exacto sitio que ante Bulgaria en Estados Unidos 94, ante Alemania en Francia 98, ante Estados Unidos en Corea-Japón 2002, ante Argentina en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, ante Holanda en Brasil 2014. “Maldito corazón, me alegro que ahora sufras. Que llores y te humilles ante este gran amor”. “Ya ves que no es lo mismo amar que ser amado. Hoy que estás acabado, qué lástima me das”. Hace una semana, la estatura de México se medía por haberle hecho la vida difícil a Alemania. Pero a Alemania le hizo también difícil la vida Suecia el pasado sábado, aunque perdiera. Y a Alemania le ha hecho la vida imposible hoy Corea, derrotándola por un gol de diferencia más que el Tricolor. Y ya desde ahora puede garantizarse que ésta será recordada como la peor Alemania en toda la historia de los mundiales, dado que nunca antes, ni en sus versiones más grises, se había quedado en la ronda de grupos. Esta historia la vivimos en todas y cada una de las Copas del Mundo: el gigante que de entrada todos ponderan invencible, y al que de últimas todos aseveran que ya sabían inservible. No tiene sentido meterse a debatir en demasía si la Alemania contra la cual jugó México contabilizaba todavía como gigante invencible, o contabilizaba ya como piltrafa inservible. En la numerología y en los logros, México derrotó por vez primera en un Mundial a un campeón vigente, y eso tiene su indebatible mérito, eso entraña en sí mismo un pasito (pasito nomás) hacia adelante. Sólo que México La pregunta que en este momento debe bullir en la cabeza de muchos aficionados, en la sala de redacción de múltiples medios informativos, y en interminables mesas de análisis, es cuál podrá ser el verdadero rostro de la Selección Mexicana. ¿El que mostró frente a Alemania, o el que mostró frente a Suecia? La verdad es que son los dos. Y en ese sentido, tal vez el más fiel y completo testimonio de la realidad del futbol mexicano haya que buscarlo no en los anómalos extremos consumados ante sus rivales europeos dentro del grupo, sino en el juego contra Corea del Sur. México puede llegar a jugar tan bien como jugó contra los alemanes, y tan mal como jugó contra los suecos, pero la verdad es que su rendimiento promedio más sostenido se corresponde antes bien con lo que exhibió ante los coreanos. Si eso alcanza o no para superar la primera ronda de eliminación directa, es algo que en este instante nadie puede responder con certeza. El pase de panzazo adeudado al heroico 65 no vino a Rusia para eso, y muchos se congratularon olvidándolo. México vino a Rusia para instalarse entre los mejores ocho del torneo. máximo todas sus conquistadas virtudes, este papelón —por pura fortuna no definitivo— ha permitido desnudar hasta el último de sus vigentes defectos. “La vida es la ruleta en que apostamos todos”. “Fallaste, corazón: no vuelvas a apostar”. Quizá el rasgo más alarmante durante la derrota mexicana de hoy en Ekaterimburgo, corresponda al derrumbe anímico del equipo. La presión comenzó a comerse al Tricolor desde la primera mitad. Y si bien por algunos lapsos daba la impresión de que iba consiguiendo revertirla a partir de la recuperación de su futbol, bastaba un manotazo sueco sobre la mesa para que el temor se recobrara íntegro. Y el temor devino franco miedo con el primer gol. Y el miedo devino pánico con el segundo. Y con el tercero se pasó del pánico a una desolación medio resignada. El temple emotivo, la mentalidad, el carácter, que esta generación de jugadores ha proclamado como su más ostentosa seña de identidad, quedó reducido a nada durante los últimos quince minutos de juego. “Y a ti te había tocado nomás la de ganar. Pero hoy tu buena suerte la espalda te ha volteado”. Sería erróneo que mañana jugadores y cuerpo técnico comenzaran a evaluar íntegro su paso por la primera ronda a partir de la derrota contra Suecia. Pero sería peor (y a este equipo tiende a darle más bien en automático por ese lado) minimizarla, aseverar que no borra todo lo bueno que se había hecho, que se trató de un mero accidente, de una irrepetible anomalía. Hoy Suecia no se limitó a ganarle a México; hoy Suecia le pasó por encima en todos los órdenes. Y si el juego inicial frente a Alemania sirvió para exhibir al 66 variados: la vieja y ruda escuela de que la letra sólo con sangre entra, propia de Argentina; la total incertidumbre de futuro, trazada con franca insinuación de línea descendente por México; la tersa y medio anodina amabilidad de escuela activa, propia de Dinamarca, sin mayores conflictos o sobresaltos en el camino, pero quién sabe qué tan útil frente a un horizonte turbulento; el usurero conservadurismo de apariencia juvenil y mentirosa envoltura progre, propio de Emmanuel Macron… quiero decir, de la selección francesa. BRASIL 2, SERBIA 0: ME DIJERON QUE ACÁ VIVÍA MI PADRE. 27 de Junio. Estadio Spartak de Moscú. Dentro de semejante variedad de cataduras, quien en lo que va de esta Copa del Mundo mejor se ajusta a un perfil formativo convencionalmente ideal, quien más capaz se ha mostrado de convertir el siguiente paso en sólida instancia de avance y ascenso respecto del paso precedente, ha sido para mí (junto con Croacia) Brasil. Brasil ha venido aprendiendo partido tras partido. Brasil ha venido depurándose, partido tras partido. Brasil ha sido cada vez mejor, partido tras partido. Más acá de enseñanzas de mayor alcance, correspondientes al mediano y al largo plazo históricos, un Mundial representa en sí mismo, para cada una de las selecciones que participan en él, un ciclo de aprendizaje completo. Implementación de estrategias didácticas, debate de escuelas pedagógicas, progresiva acumulación de experiencias y sapiencias, obligadas y vertiginosas maduraciones de partido a partido. Brasil ha ido acumulando aprendizajes, ha corregido errores, ha ejercido la memoria, le ha dado continuidad a los hallazgos, se ha sobrepuesto con progresiva autoridad a las adversidades. Durante el partido de debut ante Suiza, su propia soberbia y su propia pereza le malograron tanto la actuación como el resultado; primero pudo golear, luego le empataron, y cuando intentó retomar el control era ya demasiado tarde. Hoy, frente a Serbia, el trámite del encuentro pareció sugerir en algún punto la reiteración del Conforme las jornadas de resolución de grupos se encargan de cumplir con la labor discriminatoria que les corresponde, reduciendo a la mitad el número de participantes, entre las selecciones que sobreviven podemos observar los perfiles más 67 mismo libreto; al inicio de la segunda mitad, ya con ventaja en el marcador, la verde amarelha aminoró la intensidad, y los balcánicos se le vinieron encima con varias jugadas peligrosas; el empate parecía inminente, pero esta vez Brasil plantó cara, retomó el protagonismo, amplió la ventaja y, asumiendo en toda la línea su condición de equipo grande, de potencia, de favorito, terminó ofreciendo un grato despliegue de técnica, de habilidad y de belleza: otra medida pero agradecible dosis de jogo bonito, más amplia y más serena que la brindada durante la compensación frente a Costa Rica. los tres partidos. Hoy se sumaron a la dupla desde el principio Paulinho y Gabriel Jesús; el único que sigue desentonado y no termina de participar en el concierto, es Willian. El cierre ante los centroamericanos había permitido a su vez la liberación de Neymar; el gol final rematado en llanto despejó de sus espaldas el enorme peso que sentía cargar. Y esa liberación se vio nítida hoy sobre la cancha. Nada de tropezones; nada de histéricos reclamos por un protagonismo individual que en cualquier caso terminó siendo suyo aunque no anotara; nada de confrontaciones con el rival, pese a que el juego tuvo sus lapsos de dureza; nada de reclamos contra el árbitro. Neymar se integró como pieza de privilegio a la cada vez mejor aceitada maquinaria amazónica; participó activo y entusiasta hasta el último instante (a dos minutos del final seguía generando oportunidades y corriendo a todo tren en busca de su gol); regaló dos o tres desplantes técnicos como para enmarcarlos… Nada garantiza que este aplicado aprendizaje brasileño, con su progresivo ascenso peldaño a peldaño, vaya a alzarse con el título. Otros, a través de devenires muy distintos, y aún opuestos, ingresarán a la ronda de eliminación directa con aspiraciones y argumentos proporcionales a los suyos. Pienso por ejemplo en la Argentina de Messi, que subió a tientas y con dificultad el primer escalón, se cayó de la escalera apenas amagó el segundo paso, pero remontó mediante un desesperado y postrer salto el margen de ascenso perdido que parecía haberla exiliado ya del torneo; tratándose de la albiceleste, quién sabe hasta donde pueda alcanzarle semejante envión. Apenas transcurridos unos cuantos minutos, Marcelo tuvo que abandonar el campo por lesión, y dada la influyente presencia del carismático lateral del Real Madrid tanto en la zaga como en la ofensiva de la canarinha, se presentía algún descontrol, alguna zozobra, alguna inquietud. En su lugar ingresó Filipe Luís, para ofrecer una actuación inspirada, impecable. Pero el hecho es que este Brasil asusta. Hubiera asustado aunque viniéramos recién salidos del triunfo contra Alemania. Cuánto más no asustará hoy, que México parece haberse convertido por enésima vez en Juan Preciado: nada más que un huérfano extraviado en busca del implacable fantasma de su padre. Neymar, pues, se ve fuerte, se ve conectado, se ve feliz. Pero lo más importante es que se ve muy bien acompañado. El puesto del mejor hombre de Brasil en lo que va de la Copa se lo disputa Philippe Coutinho, quien ha mantenido un nivel inspirado y parejo durante 68 Por supuesto, para sostener el símil, habría que aclarar que los cafetaleros serían respecto al Tri un hermano ligeramente mayor (no demasiado), con el cuerpo algo más embarnecido y la pelusilla adolescente bajo la nariz ya algo menos rala. Hace unos días aseveraba yo que la selección mexicana debía situarse en un escalón inmediato inferior respecto de la colombiana, en virtud de la divergente jerarquía de calidad entre sus respectivas estrellas principales; y lo sigo creyendo. Pese a la innegable calidad de varios de sus jugadores, nada al interior del Tri puede articular un tridente proporcional al que conforman James, Cuadrado y Falcao. COLOMBIA 1, SENEGAL 0: AIRE DE FAMILIA. 28 de Junio. Estadio Cosmos de Samara. Sin embargo, Colombia no parece terminar de creerse esa ligera mayoría de edad, y hoy, más allá de la misión cumplida de instalarse en los octavos de final, estimo que experimentó un significativo retroceso en su funcionamiento y su confianza (como México ante Suecia). La Colombia que derrotó a Polonia (como el México que derrotó a Alemania), pintaba como un indeseable y peligroso sinodal en los partidos de eliminación directa. Esta Colombia de hoy no podrá saltar sino en calidad de víctima ante los ingleses (como México ante Brasil). A partir del equinoccio de verano, cumplimentado el pasado día 21, concluyó el ciclo solar tradicionalmente contemplado por la astrología para los signos primaverales, y comenzó el ciclo correspondiente a los signos estivales (Cáncer, Leo, Virgo). En vísperas del Mundial se suscitó una escaramuza algo grosera entre mexicanos y colombianos. Durante el partido de despedida del Tri en el estadio Azteca, frente a Escocia, la tribuna, enardecida de inconformidad por el rendimiento de los verdes, clamó durante largos minutos por la salida de Juan Carlos Osorio. Algunos en Colombia, comenzando por el Club Millonarios de Bogotá, se sintieron en obligación de restituir con declaraciones pendencieras el honor patrio que se les antojaba mancillado a través de la figura Sin embargo, mientras se desarrollaban las acciones entre colombianos y sengaleses en la Cosmos Arena de Samara, yo no podía desprenderme de la sostenida impresión de que nos hallábamos aún de alguna suerte bajo el signo de Géminis. Y es que Colombia da de pronto en parecerse tanto a México, se halla a tal punto próxima a él en tantas múltiples facetas, sobre todo conductuales y emotivas. 69 de su connacional; y para rematar tan lamentable despropósito, más de algún periodista en México se consideró a su vez obligado a corresponderles en idénticos términos. feliz, porque James saltó a la cancha decidido y feliz. Y cómo hoy James salió abrumado a partes iguales por la eventual eliminación del equipo, y por su lesión no del todo superada (a pesar del magistral encuentro que brindó ante los polacos); y como en muy temprana instancia James tuvo que abandonar el campo por las presentidas secuelas de dicha lesión; y como la propia tribuna se ha contado como un cuento bonito, pero la verdad bastante inútil, esa James-dependencia, Colombia se transformó durante más de tres cuartos de partido en una pálida caricatura de sí misma. Semejante tipo de polémicas terminan siendo todas iguales. Que si México no había alcanzado los logros de Colombia (su Copa América, sus títulos en la Libertadores, su histórica goleada en el Monumental de River, su aún inolvidable generación dorada de los 90, sus principales figuras repartidas desde hace tiempo en varios de los mejores clubes de la élite europea). Que si Colombia (su generación dorada bajándose desde la primera ronda en el 94 y el 98, su no clasificación durante las tres Copas del Mundo siguientes) pese a esos logros, ya quisiera la continuidad mundialista de México: esa sostenida presencia suya en las últimas siete ediciones, llegando siempre a los octavos de final. Una caricatura tan pálida como el México del día de ayer. De hecho, podría decirse que el partido comenzó recién al minuto 75. Colombia (como México ayer) dependía de sí mismo para garantizarse el pase. Debía ganar. Pero si en una de esas se mostraba incompetente para hacer su trabajo (como México ayer), restaba la opción de que le echaran la mano desde el otro partido del grupo que en ese mismo instante estaba desarrollándose (como a México ayer). Así que sus aficionados en el estadio (como los de México ayer), seguían a través de sus teléfonos celulares cuanto estaba ocurriendo entre los otros rivales del sector. El típico pleito entre dos hermanos que se parecen demasiado, y a los cuales les cuesta un enorme trabajo reconocerlo y aceptarlo. Desespera un poco la inconstancia de Colombia. La falta de confianza en sí misma que es capaz de experimentar. La enfermiza convicción de dependencia que ha construido en torno a James Rodríguez. James no es Messi, James no es Cristiano: pero no tendría siquiera que plantearse serlo, dado que posee alrededor un consistente equipo, sabiamente trabajado por Pekerman, con un potencial que no mengua catastróficamente cuando él falta. Sin embargo, no hay caso; Colombia se ha convencido de que no puede ser la misma sin James; James se ha convencido de que Colombia no puede ser la misma sin él. Ante Polonia, Colombia salió decidida y Hacia el minuto 60, una ovación estalló en la tribuna: Polonia, ya eliminado, acababa de anotarle a Japón, y eso permitía que a Colombia le alcanzara con no perder. Por alguna extraña razón, los senegaleses, quienes desde el arranque habían tomado la iniciativa, dominando a un adversario impreciso, inoperante y medio sonámbulo, al enterarse de la noticia (no alteradora del hecho de 70 que a ellos les había bastado todo el tiempo con el empate) dejaron de ofender, se tiraron atrás, comenzaron a hacer tiempo, propiciaron que un cuadro colombiano ya algo menos tenso comenzara a forzar tiros de esquina. Vinieron quince minutos que ambos, gustosos, se habrían ahorrado junto con el resto del trámite. Al 74, no obstante, Colombia capitalizó uno de esos tiros de esquina, asegurándose no sólo la calificación sino el primer lugar del grupo. Y sólo entonces, repito, comenzó propiamente el partido. anotaran. Y como Polonia tampoco mostró interés en incrementar la ventaja, los últimos diez minutos en el estadio de Volgogrado consistieron en dos equipos que peloteaban sin traspasar jamás la media cancha. Actitud de los nipones que les merecería pasar a la siguiente ronda por su fair play (sic). Las mismas muestras de agradecimiento que hubo ayer en la embajada coreana en México, pudieron presentarse hoy en la embajada colombiana en Tokio. Senegal se lanzó al ataque con tanto ímpetu como escasa idea. Colombia contragolpeó un par de veces, pero luego prefirió acumular todas las dilaciones concebibles, por cuarenta centímetros más o menos en el cobro de una falta, por el cambio de gafete de capitán, o por lesiones que podían ser lo mismo reales que fingidas, indiferente al hecho de que con esas vulgares estratagemas adquiría franco talante de equipo chico. Total, así mismo había dirimido en Lima con Perú su pase al Mundial en octubre del año pasado: el empate le garantizaba a ella la clasificación, y a los anfitriones el repechaje contra Oceanía, y a partir del minuto 77, tras un autogol que emparejaba 1-1 los cartones, ambos cuadros renunciaron por completo a jugar, dejando que el partido se acabara. Y aunque ayer los mexicanos salieron cabizbajos y apesadumbrados, y hoy los colombianos salieron exultantes y eufóricos, y aunque en el caso de Colombia (como en el caso de México) resulte imposible anticipar si saldrán a jugar con la sólida fisonomía mostrada ante Polonia (ante Alemania) o la pacata fisonomía mostrada ante Senegal (ante Suecia), no cabe duda que ambos han cobrado, de cara a los octavos de final, un inconfundible aire de familia. En homenaje a esa ratonil efeméride, aquí al final (como ayer entre México y Corea) todo quedó entre latinoamericanos y asiáticos. Enterados de lo que acontecía en Samara, los japoneses dejaron atacar, y comenzaron a dejar que el tiempo transcurriera; perdían, sí, pero si en su intento de alcanzar el empate les encajaban otro tanto los polacos, iban a quedar debajo de Senegal en la diferencia de goles; así que lo apostaron todo a que los senegaleses no 71 ÉPICA Y TRAGEDIA DE LA SEGUNDA RONDA 72 claridad a su turno Francia, Dinamarca, Colombia, Senegal, Japón. Partidos definitorios programados a la misma hora para conjurar toda especulación sospechosa, y que sin embargo arrojan como saldo a una selección capaz de echar por la borda el más elemental sentido de deportivismo (atrincherado en su propia mitad del campo con el marcador 1-0 en contra, Japón se conformó con aguardar que su rival en puntos no marcara gol), y que en premio obtuvo el paso a la siguiente ronda gracias a un criterio denominado “fair play”. DIVAGARES DEL PRIMER ASUETO: ÉPICA Y ÉTICA. 29 de Junio. No está mal, repito. Se trata de un debate consustancial al futbol. La ética contradicción donde se trenzan y reproblematizan interminablemente miedo y osadía, devenir y resultado, interés lucrativo y espíritu lúdico, mafiosa especulación en la calculadora y dignidad poética en la punta del pie. Y parte del sentido y la enseñanza implícitos en semejante dialéctica, aun cuando duela, pasan por la latente alternativa de que no siempre ganen los más buenos, los más bellos y los más dignos. Pero pasan también por las múltiples, irredentas, impredecibles modalidades que virtud, belleza y dignidad encuentran siempre para reivindicarse margen real, vigente utopía, opción a lo posible. Buen Mundial hasta ahora. Con memorables cúspides climáticas, propias de primera ronda (aperitivos para el plato fuerte que es la eliminación directa). Y con grises simas para el olvido, como no puede ser distinto en un torneo cuatrianual de semejante magnitud. Pero con una media de partidos y de equipos que han procurado en general, de acuerdo a sus respectivos recursos y argumentos, privilegiar el espíritu esencial del juego: la búsqueda del triunfo, el esfuerzo por marcar un gol antes que la precaución por no recibirlo. La mezquindad resultará siempre inconjurable al cien por ciento, y considero que es bueno que así ocurra. Si a alguien no le interesa jugar, no jugará, por más estrategias reglamentarias que se le impongan a fin de obligarle a ello. Así lo demostraron con palmaria Según algunos testimonios, semejante debate está dirimiéndose ahora mismo, de modo privilegiado, al interior de la selección española: una de las grandes favoritas para alzarse con la Copa. Entre la defensa de una idea, respetuosa de las jerarquías pero madurada en igualitaria comunidad durante años, o su potencial y progresiva subordinación a algunas figuras individuales, dirime la Furia Roja no solamente su propio futuro sino (dada la decisiva 73 influencia planetaria de su escuela durante los últimos quince años), hasta cierto punto, el destino del futbol profesional en el corto y el mediano plazos. Los detractores de España llevan casi tres lustros quejándose porque amasa y amasa. Pero como no hay escuela ganadora hacia la cual retroceder, el futbol hispánico parece contar con garantía de continuidad para esta misma línea (no importa de momento qué tan pura o qué tan pervertida en el porvenir inmediato). Alemania, por el contrario, tiene un vasto pasado triunfador donde con recurrencia le tocaba ser el villano, donde los panaderos amasaban enfrente; donde la técnica, la elegancia y la belleza le pertenecían siempre al rival. Para muestra, dos de sus botones de lujo: el triunfo en la final de 1954 sobre la rapsodia húngara de Puskas, el triunfo en la final de 1974 sobre el Futbol Total de la Naranja holandesa y Cruyff. Tradicionalmente, lo importante tratándose de Brasil era cómo ganaba, mientras lo importante tratándose de Alemania era que siempre ganaba (y el “cómo” pasaba en automático a segundo término). La inesperada eliminación de Alemania pasa a incorporarse de inmediato a ese mismo debate. Demasiado frescos se hallan todavía en la retina mediática el título de hace cuatro años, así como el futbol desplegado para conseguirlo, pero no son escasas ni menores las bocas ávidas de trasladar hacia el estilo de juego los reproches que actualmente se concentran en los jugadores y el cuerpo técnico. En España pervive hasta la fecha quien se empecina en minimizar o de plano negar el legado de Cruyff y del Barcelona (“el pretendido Dream Team le debe su cadena de ligas al Tenerife antes que a sí mismo”, “nada de Guardiola, nada de Masía, nada de Messi, pura casualidad, espejismo y marketing”). Se lamenta Eduardo Galeano en “El futbol a sol y sombra” por el modo en que tanto la exigencia muscular y atlética como la mesurabilidad cuantitativa (ese miope empeño por pretender establecer en términos de porcentaje estadístico la calidad de un jugador) terminó por convertir la gambeta, llamada moña por los uruguayos, en poco menos que una especie en extinción: ¿Cuánto va a tardar la mediocre convicción de que ganar es lo único en reconquistar la identidad de naciones futbolísticas históricamente propensas a ella, disponiendo como algo secundario el de qué manera y desde cuál lugar se gana, tal quedó erigido dominante paradigma durante el último cuarto del siglo pasado? De momento sigue pesando en demasía la contundente lección española de que siempre está más cerca de ganar el que juega mejor, y de que jugar bien deriva más temprano que tarde en jugar bonito. La belleza siempre se ha vendido bien, y si gana se vende todavía mejor, pero que no nos engañe la armoniosa dualidad que belleza y victoria han tendido a integrar en la época reciente (como lo hiciera entre 1958 y 1970 de la mano de Brasil). Lo normal ha sido que se les tome como términos más bien contrapuestos, que exigen “—Para amasar, a la panadería. La moña no sólo era una travesura permitida: era una alegría exigida. Hoy en día están prohibidas, o al menos vigiladas bajo grave sospecha, estas orfebrerías…”. 74 optar de modo excluyente por uno o por el otro. Aunque todavía entre dientes y sin aventurarse al franco envalentonamiento, ya vuelven a menudear por aquí y por allá los resucitadores del cretino conformismo como sinónimo de sentido común: “dirán lo que quieran, pero el vigente campeón de Europa no es ninguno de los que intentan jugar bonito, sino el que se descaró y descara para jugar más feo”. Por importante que sea, desde una Eurocopa aislada resulta difícil marcar tendencia. Pero donde en una de esas acabe coronándose campeón mundial un Portugal jugando a la actual portuguesa (o cualquier cuadro con esa misma tendencia), los vampiros volverán a salir de las catacumbas, exultantes. Comienzan las rondas de eliminación directa. Comienza pues la épica. Pero convendría que su intensidad no invisibilizara el debate ético en torno a su propia identidad futura, que el futbol mundial estará acometiendo partido a partido con ella; desde el primer choque de los octavos, hasta el día de la final en el estadio Luzhnikí de Moscú. 75 la vida, situada quizá a la zaga de Brasil, de Argentina y de la transitoria maravilla en turno (Chile hasta antes de quedar fuera del presente Mundial), pero aun así dominante en varias estadísticas clave pese a sus malas rachas: nadie como Uruguay acumula, por ejemplo, tantos títulos de la Copa América, el más añejo torneo de naciones del orbe. OCTAVOS DE FINAL URUGUAY 2, PORTUGAL 1: MEMORIA DE LARGO PLAZO. 30 de Junio. Estadio Olímpico de Sochi. Podrá argüirse que eso carece de cualquier importancia. Estados Unidos, pese a su vigente crisis, es al lado de México (aunque seguido cada vez más de cerca por Costa Rica) un indisputable gigante de la Concacaf, sin que ello redunde en ninguna relevante consecuencia más allá de su zona eliminatoria. Y no se tiene noticia de que haya alguien aguardando que uno de estos días los húngaros vayan milagrosamente a restituir algún género de continuidad con su mítico equipo de los años 50. Pero es justamente esto último lo que coloca a Uruguay en una repisa diferente. Hacia la primera mitad de la década de 1930, aunque con las limitaciones propias de los mass media de la época, la selección austriaca, denominada “el equipo maravilla”, deslumbró al mundo. El mismísimo Rinus Michels, artífice de la Naranja Mecánica desde el banquillo de director técnico holandés en 1974, reconoció que aquella escuadra había sido su inspiración y su modelo: la primera en practicar, si bien dentro de un contexto competitivo muy diferente, el llamado Futbol Total. ¿Queda en la estirpe, el afán, la evocación o hasta la voluntad imitativa del futbolista austriaco contemporáneo algo de aquello? Lo dudo. Por diversas razones, Fuera de Sudamérica, el legado histórico de Uruguay suele considerarse una reliquia del más remoto pasado futbolero. Arqueológicos despojos de una antigüedad que pudo acontecer o no con la gloria que le atribuyen los libros, pero que en cualquier caso nada tendría ya que ver con el presente, como no sea para alimentarle la nostalgia a su particular feligresía. Sin embargo, cuando uno se aproxima a la perspectiva general con que en sudamericanas tierras se mira a los charrúas, las cosas cambian. La celeste sigue siendo la misma vigente potencia de toda 76 entre las cuales no deben minimizarse los devastadores saldos de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, las líneas de continuidad con su prodigioso pasado futbolístico se desvanecieron por completo tanto para Austria como para Hungría; ninguna de ellas prevalece en el presente. sustentarle. Pero creo que al final, sin mezquindad, sin dramas, sin histerias, el Maestro ha terminado por aceptar que Uruguay irremediablemente va a terminar jugando siempre a la uruguaya. Y que es desde esa histórica disposición (ceder la iniciativa, controlar defensivamente el devenir del encuentro, favorecer de principio a fin y sin arrugarse el roce físico, sacarle un rédito superlativo a sus estrellas en las zonas del talento creativo y de la definición, aceptar inevitables trances de sufrimiento) que ha de entenderse y aventurarse toda innovación, toda osadía. Con el uruguayo pasa justo lo contrario. No digo yo que salte a la cancha con la cabeza puesta en aquel mítico ciclo inaugurado por su primer oro olímpico en París 1924, y rematado por su segundo Campeonato del Mundo en Brasil 1950. No, no salta a la cancha llevando eso en la cabeza, pero sí arropándolo en la sangre, en el pecho, en el ahínco, en el orgullo: en la convicción de que igual —en una de ésas— va perder, pero que puede perfectamente ganar. Uruguay juega a lo mismo a lo que jugaba en 1986, pero ahora lo juega bien. Hoy, en Sochi, daría la impresión de que ambos rivales saltaron al terreno de juego del estadio Fisht con el mismo plan de juego. Ofender de entrada al rival, buscando un gol tempranero. Si uno de ambos lo conseguía, iba a poder controlar las acciones desde el ámbito que mejor domina: el repliegue defensivo. Si no hubiera caído ningún gol, seguro estoy que los dos equipos, en idéntica proporción, habrían optado por replegarse. Pero marcó Uruguay . Y el partido se desarrolló a partir de ahí a la uruguaya. Durante largo tiempo en lo que hace a sus citas mundialistas, esa consistente memoria de largo plazo operó negativamente para la selección charrúa; abrumada más que impulsada por el peso de la herencia recibida, se iba invariablemente por la puerta de atrás, o ni siquiera conseguía superar la dura eliminatoria de la Conmebol. Durante los últimos años, Óscar Tavarez no ha cambiado los ingredientes con que tradicionalmente venía cocinándose el estilo uruguayo de jugar al futbol. Se ha limitado a ajustar sus porciones, a armonizarlas con sabiduría, a sacarles con esmero el mayor provecho posible. Tal apuntábamos hace unos días (en ocasión de su contundente victoria sobre los anfitriones rusos), algún esbozo ha aventurado de disposición propositiva sobre el campo, a través de la depurada factura técnica de varios de sus jugadores, así como del entendimiento de conjunto que los más compenetrados pueden ¿Qué tan distinto habría resultado el trámite del encuentro si hubiera marcado Portugal, y se hubiera jugado a la portuguesa (a esta portuguesa)? No lo sé. Admito que mi incondicional aprecio sentimental por Uruguay me lleva a dispensar cosas que quizá con otro no dispensaría. Pero a mí me gustó Uruguay, y lo considero merecido ganador. Abonaré un único argumento a ese respecto. 77 Aunque dependiendo en ataque casi por completo de lo que por su cuenta sean capaces de inventar Cavani y Suárez, se trata de un equipo en toda la amplitud del término, que vive cada capítulo de la novela en turno desde la solidaridad colectiva; nadie está nunca solo en Uruguay. (El revés extremo pues de sus vecinos argentinos: hace cuatro años, el problema central para la albiceleste parecía la soledad de Messi, pero hoy, más allá del milagrero amago de épica y del engañoso 4-3, parecían estar solos todos, comenzando por Sampaoli). resulta de gravedad y lo margina del partido. Pero yo creo que Uruguay lleva al menos un elemento de ventaja, no menor cuando de jugar mundiales se trata. Francia está tratando apenas de consolidar una memoria de mediano plazo entre la ganadora generación de Didier Deschamps y la prometedora generación de jóvenes talentos que actualmente posee. Uruguay parece haber hecho por fin definitivas paces con su memoria de largo plazo, y juega ya no bajo la presión sentirse obligada a ganar como ganaron sus ancestros, sino con la convicción de que puede otra vez ganar perfectamente: como ganaron sus ancestros, y a la uruguaya. Portugal no fue jamás en el torneo un equipo. Era lo que quedaba después de que el talento individual de Cristiano Ronaldo decidiera. Y hoy Cristiano Ronaldo no pudo decidir. Uruguay lo inhabilitó con una marca impecable. Los titulares resaltarán sin duda la figura de Cavani, con sus dos decisivos goles (el primero una bella estampa de conjunto, el segundo una postal emblemática de su impresionante talento individual). Yo situaría en idéntico nivel a las otras tres máximas estrellas celestes: la sostenida labor de sacrificio de Luis Suárez, y la cátedra defensiva que se encargaron de impartir Chema Giménez y Diego Godín. Se va Cristiano, se va Messi: dos que no pudieron, no supieron o no quisieron encontrar equipo. Se queda Uruguay: se queda un equipo donde las máximas figuras son las primeras en entender que no pueden jugar solas. Saltará frente a Francia en franco papel de víctima, dada la calidad de cada plantel hombre por hombre. Máxime si la lesión de Cavani 78 ibéricos, resultaban íntegramente atribuibles a la tensión consustancial a los inicios de partido en la eliminación directa. Y, cumplida esa necesaria etapa de trámite, llegaba la normalidad. En una jugada a balón parado, no obstante el flagrante penalti que estaban cometiéndole, y apelando a su indomable carácter, Sergio Ramos había sacado (al parecer) un remate increíble, cayendo de espaldas y con el recio veterano Ignashévich encima. OCTAVOS DE FINAL RUSIA 1(4), ESPAÑA 1(3): LÁGRIMAS EN LA LLUVIA. 1 de Julio. Estadio Luzhniki de Moscú. Todo en orden hasta ahí en apariencia, repito. España pareció por unos breves instantes comenzar a jugar mejor; Rusia pareció resignarse a cuanto de antemano traía agendado como inevitable; la tribuna comenzó a hacer la ola, decidida a mantener el ánimo festivo para agradecer que los suyos hubieran llegado más lejos de lo que jamás nadie imaginó. “Sabías hacer turismo / al borde del abismo”. Pero bastó que la televisión repitiera con tomas a detalle las incidencias del gol, para que comenzáramos todos a entender cuál cosa era la que estábamos realmente viendo, y cuán lejos estaba de lo que habíamos creído ver: cuán distantes iban a quedar hasta el fin de la jornada nuestras suposiciones y los hechos. No había sido Ramos quien había mandado la pelota al fondo de las redes, sino el propio Ignashévic con el talón, mientras lo fauleaba . Que nos acompañe en la crónica, la meditación y el estupor Joaquín Sabina: “No voy a negarte que has marcado estilo, / que has patentado un modo de andar. / Sin despeinarte por el agudísimo filo / de la navaja de esta espídica ciudad”. Y el gol no propició que España procediera a jugar finalmente como España, sino justo lo contrario. España procedió a jugar a partir de ahí como lo habría hecho cualquiera que no fuera ella. Tocaba y tocaba el balón, pero sin ningún género de ambición, imaginación ni de trascendencia, como si lo que le interesara fuera más bien Cuando apenas al minuto 12, y sin que al partido le pasara demasiado, cayó el gol que le daba a España la ventaja en el marcador, parecía que todo estaba en su sitio. El empantanamiento, los fallos en los pases, la escasa creatividad y la imprecisión de los 79 contribuir burocráticamente a que los minutos transcurrieran con la mayor tersura posible en pos del silbatazo final. minutos del final del primer tiempo; penalti bien marcado; gol de Dzyuba. “Pero creo que, de un tiempo a esta parte, / te has deslizado al lado marrón. / Tú, que eras un maestro en el difícil arte / de no mojarte bajo un chaparrón”. 1-1 al descanso. Y la sorpresa en el rostro de los aficionados rusos antes como intriga que como estupor (no hablemos ya de esperanza). Todos asumimos que la normalidad quedaría restituida a poco de reiniciada la segunda mitad y, si acaso, nos conformamos con agradecerle a Dzyuba que sus osadías fueran a obligar a España a salir de la modorra, de la fealdad, de la comodidad, del tedio. La inoperante monotonía de los españoles nada debía a peculiares méritos defensivos por parte de su adversario; ni a masivos amontonamientos que durante anteriores versiones la Furia Roja no hubiera tenido ya que enfrentar, no se hubiera ya mostrado solvente para superar y resolver. Las reducidas virtudes y las enormes limitaciones de Rusia habían sido expuestos a plenitud durante la primera ronda, y no es que en esta oportunidad haya revelado algún valor añadido, alguna sorpresiva novedad. Durante sus dos primeros encuentros (ante Arabia y Egipto), Rusia mostró a tope para lo poco que le alcanza, mientras que en su tercer encuentro Uruguay se encargó de exhibir de sobra lo mucho para lo que no. “Buscando en la basura / un gramo de locura”. Y España intentó reaccionar en el segundo tiempo. Pero no como el artista a quien una imprevista conmoción lleva a acometer con renovados bríos la obra inconclusa. Más bien con el enfado de la hermosa secretaria a quien, ya aprestándose para la hora de salida, le han llenado el escritorio con una no prevista pila de papeles para llenar y organizar, y quien desde la distancia le dedica una rencorosa mirada al reloj checador. En México, Javier Hernández suele convertirse en un delantero que estorba más que ayuda en su afán de participar del juego. España tuvo todo el torneo en Diego Costa al delantero que estorba más que ayuda por su absoluta incapacidad para participar del juego. Si, apenas ingresó Andrés Iniesta, la Furia Roja comenzó a recuperar varios de sus rasgos reconocibles más entrañables, fue la sustitución de Costa por Aspas lo que consiguió que España volviera a tener otra vez el rostro de España. Pero a esas alturas (corría el minuto 80) había dejado ya transcurrir demasiados minutos, había dejado irse ya demasiado partido. Los rusos, así en la cancha como en la El único que, con cierto aire de involuntaria comicidad, parecía tomarse en serio y en solitario alguna opción para la epopeya local, era el simpático gigantón Dzyuba (ya una de las obligadas estampas emblemáticas de esta Copa), enfrascado cuerpo a cuerpo en franca riña de taberna moscovita con Ramos, cada que algún balonazo le era lanzado desde la zona de resguardo de su equipo. Hasta que, entre la indolencia burocrática del previsto cazador, y el aislado, humorístico antiheroísmo de la prevista presa, hizo su aparición el accidente. Mano de Piqué dentro del área a cinco 80 tribuna, aun cuando sus veteranos tuvieran toda la traza, como edificio estalinista, de estarse cayendo a pedazos, comenzaban a creer tímidamente en el milagro; y ella misma comenzaba a ver planear, dentro y encima de su cabeza, nubarrones de catástrofe. Pronto empezaría a llover. Impensable fiesta rusa. La modesta y vetusta caballería cosaca continúa al galope por su mundial. Dicen que el vestuario español estaba por completo dividido, desde antes incluso que la telenovela Lopetegui encendiera las alarmas. Sin embargo, hoy todos por igual, jóvenes y veteranos, madridistas o barceloneses, pro-Hierro o anti-Hierro, Iniesta o Ramos, Alba o Isko, terminaron por agradecer al unísono (aun cuando cada cual llorara por su lado) el generoso disimulo que les brindó la lluvia. “Dime que es falso que ya nunca escribes, / que has empeñado el reloj de Raquel, / que tu corazón no halla quién lo motive, / que has perdido siete kilos en un mes”. Y llovió como dicen que llueve en Moscú. De súbito y a cántaros. Como para enmarcar las mayores tragedias y las más insólitas hazañas. Como para que los cuerpos de los vencedores se fundan anegados en un estatuario abrazo de desaliño y júbilo. Como para que las cortinas de agua les pongan telón de fondo a los cuerpos caídos y al cabizbajo abatimiento de los vencidos, concediéndoles la merced de que el agua les disimule en el rostro las lágrimas. “¿Cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida / el mejor dotado de los conductores suicidas?” La repleta tribuna se pobló de plásticos, paraguas e impermeables. Y algo de infantil, serena insinuación de homenaje a la escalinata de “El acorazado Potemkin” de Eisenstein procedió a invadirla a medida que los minutos del alargue se consumían. España intentó aún, de últimas, forzar a la mala lo que no había sido capaz de erigir a la buena; reclamando a los gritos una falta dentro del área; acaso con la intención de justificar a posteriori, frente al tribunal de las cámaras, su extravío y su naufragio bajo pretexto de un despojo. Luego sólo hubo tiempo para que De Gea, desde los once pasos, le pusiera el cerrojo a la catástrofe con la estadística de su personal drama: doce tiros al arco, diez goles recibidos. 81 Croacia llegó a Rusia rodeada de halagüeños augurios, en razón tanto de la privilegiada calidad técnica de varias de sus figuras, como de las insinuaciones que su dispositivo táctico habían permitido presentir desde la eliminatoria. Tiene ya varios años que se hizo acreedora al piropo, a un tiempo tan elogioso y tan comprometedor, de “el Brasil europeo”. Pero la verdad es que, a pesar de que desde los días de su generación dorada (con la cual llegó hasta la semifinal mundialista hace veinte años) ha contado con individualidades prodigiosas, dignas de concederle el beneficio de la duda a semejante calificativo, su juego de conjunto rara vez se prestó a la comparación. OCTAVOS DE FINAL CROACIA 1(3), DINAMARCA 1(2): LAS LLAMARADAS Y EL PETATE. 1 de Julio. Estadio de Nizhni Nóvgorod. Esta es la primera vez desde que yo recuerdo (y mi recuerdo se remonta hasta los años de la siempre prometedora y siempre decepcionante Yugoslavia), en que los talentosos creativos croatas son contemplados como el soporte fundamental de su modo de jugar, y no como la excepción de emergencia en un equipo exactamente igual a los otros. Y eso provocó que se le asumiera de entrada, casi por unanimidad, como un potencial y casi seguro animador; pero resultaban más bien escasos quienes se atrevían a postularlo bien a las claras como protagonista. Un animador que levanta la mano con intención de reivindicarse protagonista, admite someterse a una serie de iniciáticas pruebas, de las cuales corre el riesgo de no salir bien librado; las cuales a menudo gustan recompensarle la osadía no más que con ridículo, y despacharlo a las primeras de cambio en calidad de puro fugaz espejismo, pura llamarada de petate. El juego contra Argentina cambió la perspectiva de modo radical. No obstante el desastroso culebrón de cafetera desarmándose en que la albiceleste venía envuelta desde el inicio de la Copa, y la temprana confirmación de los más funestos augurios tras su empate inicial con Islandia, ante los croatas saltó a la cancha en condición de favorita en razón de su historia, de sus nombres propios en la plantilla y, sobre todo, de su número 10. Pero los croatas dieron un Nos referimos, justo, al relieve que en este momento hermana en la insegura ilusión y la justificada zozobra a mexicanos y colombianos. Pero no sólo a ellos (como hoy ha quedado de manifiesto). 82 golpe de autoridad: superándola en toda la línea y en todas las líneas, ofrecieron un inapelable partido de equipo adulto y con altas miras. llegado todavía al minuto cinco y el marcador ya estaba 1-1, resultado de dos jugadas tan atropelladas por el ímpetu como poco memorables en sí mismas, más allá de su inmediato reflejo en el marcador. Tal zafarrancho nada más traspuesta la puerta de entrada, predispuso a ambos cuadros a una cautela extrema, que no se interrumpió sino cuando se avistaba ya sólo a unos cuantos metros la puerta de salida. Literal. Garantizada con seis puntos su calificación, el triunfo ante Islandia, utilizando una abrumadora mayoría de suplentes, casi que no importa. La confirmación de lo visto ante los argentinos, quedó diferida para el día de hoy. Hoy, ante Dinamarca, tocaba a Croacia demostrar que aquello no había sido una transitoria noche de inspiración, un espejismo con la obsolescencia anticipadamente programada, una deslumbrante y brevísima llamarada de petate. No es que entre el minuto 5 y el minuto 115 no haya sucedido nada. Croatas y daneses tuvieron sus oportunidades aisladas. Sufrieron ese intensísimo desgaste que provoca esforzarse por contener y conjurar durante más de noventa minutos todo desborde de intensidad. Aburrieron como parecería imperdonable aburrir en unos cuartos de final. Durante seis cuartos de hora parecieron un solo equipo ante el espejo, sin diferencia sustancial como no fuera por la configuración nórdica o eslava en el nombre de sus respectivos integrantes. De hecho, las mejores jugadas de pared en corto sobre las áreas (dos a lo sumo), fueron obra de Dinamarca y no de Croacia. El problema es que (como México ante Suecia) hoy Croacia, por su propio rendimiento, su propia mano alzada, su propio “esta boca es mía”, quedaba relevada de la condición de víctima y saltaba al terreno de juego en calidad de favorita. Y eso le pesó, no supo cómo manejarlo, le trabó tanto la maquinaria colectiva como los más elementales circuitos del rendimiento y la confianza individuales. La distancia que más temprano tuvo que desandar España para ponerse al alcance de Rusia, fue grandísima. La distancia entre croatas y daneses no es tan amplia, Croacia tenía que retroceder menos; así que, inhabilitado el talento individual de sus estrellas y el rendimiento grupal que de él se deriva (debido al pánico escénico y a la estrambótica vorágine de los cuatro primeros minutos) quedaron frente a frente sobre el campo dos equipos prácticamente idénticos, sin sobresalientes señas reconocibles ni en uno ni en otro. Uno se preguntaba si los croatas iban a ser capaces de forzar el trance a lo máximo, sin recuperar aunque fuera un poquito la memoria. Tampoco es que le tocara retomar una memoria histórica de varias décadas, sino apenas siquiera una chispita de la memoria individual de dos juegos atrás. Cuando parecía que la amnesia era ya irremediable, que la ansiada épica de ballenas y tiburones iba a quedarse en parodia trágica de “Buscando a Dory”, Luca Modric recordó de súbito y con absoluta lucidez quién es, habilitando a Juego pues digno de primera fase de la Eurocopa, y que estuviera disputándose entre equipos avocados a irse pronto. No habíamos 83 través de un magistral pase a profundidad a Rebic, y forzando a la falta dentro del área. sido alto. Se llama convicción, se llama autoestima. El rival en turno es el anfitrión, no tiene nada qué perder, y acaba de cargarse a lo que —contra todo pronóstico— resultó una de las más grandes llamaradas de petate del torneo. Y entonces, sólo entonces, vino la etapa emotiva del partido, digna de este nivel y de estas instancias. Tal vez Modric fue inhabilitado otra vez por su propio olvido, pero tal vez sucumbió a otro tipo de memoria, igual de poderosa cuando le toca concurrir a determinadas citas: la memoria familiar, la herencia filial. Desde un palco, el mítico “Gran Danés” Peter Schmeichel (considerado el mejor portero del mundo durante una larga temporada hacia finales del pasado siglo) contempló primero cómo su hijo Kasper atajaba ese penalti en las postrimerías del segundo tiempo extra, y luego lo miró detener dos más durante la tanda definitiva de cinco. Pero si Croacia aprende a no perder la memoria y a hacerse responsable de su rostro, el camino hacia la final semejaría ir quedando para ella algo más que despejado. El cierre desde los once pasos resultó igual de estrambótico que el arranque de dos goles en menos de cinco minutos. Daba no tanto la impresión de que los guardametas se estaban luciendo, sino de que los cobradores no querían ganar. Hasta que Modric y Rakitic, los que tenían que hacerlo, recuperaron en definitiva y con peso de definición la conciencia de quiénes eran. Modric, pese al penal previamente fallado, tomó la pelota con autoridad y carácter para marcar el segundo de Croacia. Y Rakitic, indiferente por igual al malabarístico drama con que se había desarrollado la tanda (tanto si anotabas o no) y al apellido del gigante rubio que tenía enfrente, apeló a su depurada capacidad técnica para definir sin contratiempos. Superado pues para los croatas el trance de cargar sobre sus espaldas el peso de verse considerados favoritos. Pero el precio ha 84 promisorio (caramba, qué coincidencia). Sino invisibilizando también una lectura en más amplia perspectiva, de acuerdo con la cual, sin espacio para polémicas, Holanda sigue formando parte de una élite de selecciones nacionales a la que México no pertenece: frente a la cual México se halla todavía bastante lejos de poder reclamar pertenencia. OCTAVOS DE FINAL BRASIL 2, MÉXICO 0: AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS. 2 de Julio. Estadio Cosmos de Samara. Hoy, la lectura macro estaba clara de antemano, y a final de cuentas el desarrollo del trámite no ha hecho más que confirmarla: Brasil es infinitamente superior a México, Brasil está en Rusia para buscar su sexto título como campeón del mundo, y México estaba en Rusia apenas para tratar de alcanzar los cuartos de final por primera ocasión fuera de casa. Pero la confirmación de semejante diagnóstico en amplia escala puede (acaso debe) rastrearse detalle a detalle en aquellas pequeñas cosas que fueron tejiendo, minuto tras minuto, el dos por cero con el cual la Selección Mexicana ha quedado fuera de la Copa del Mundo en octavos de final por séptima ocasión consecutiva. “Le bon Dieu est dans le détail”. El buen Dios está en los detalles. Un minuto antes de la inspirada oleada ofensiva con que los amazónicos se fueron arriba en el marcador, Jesús Gallardo acometió una jugada que testimonia la justificada autoestima, el sobresaliente crecimiento cualitativo que el Mundial representó para él a título personal (como para Edson Álvarez, pese a sus pifias). Partiendo de su propio campo, avanzó a toda carrera con el balón en los pies, hasta instalarse a unos cuantos metros del área brasileña; el Chucky Lozano se le había abierto con ventaja por la izquierda, pero él eligió tirar a puerta; lo cual no hubiera parecido Hace cuatro años, un detalle monopolizó a los ojos de la afición mexicana las razones de la derrota ante la Holanda de Robben: el dudoso penal que en última instancia definió el partido. No sólo invisibilizando otros detalles tanto o más significativos durante el trámite de aquel encuentro, como un claro penal no marcado a la misma figura en el primer tiempo, una tarjeta roja perdonada a Moreno, o el abrumador dominio al que los naranjas (actualmente de capa caída) sometieron al Tri luego de un arranque por demás 85 tan mala idea si su remate al menos hubiera llevado dirección de portería. ¿Pequeño detalle? ¿Buen intento y ahí para la otra? ¿O más bien los eternos diez centavos que a México le faltan siempre a la hora buena para llegar al peso? Dicen que gol errado, gol recibido: a la jugada siguiente, ni Neymar ni Willian fallaron su oportunidad. Tite había entendido a plenitud un partido de noventa minutos, antes incluso de comenzar a jugarlo; así lo mostró su decisión de no incluir a Marcelo en el cuadro titular, pensando que el formidable lateral del Real Madrid podría estar a lo sumo para rendir la mitad de ese tiempo, en un juego con potencial opción de irse al alargue. Osorio, como consecuencia de su decisión de no traer al torneo ningún medio de contención natural, debió echar mano de quien en su plantilla cumple con mayor solvencia esas funciones, por más que su veteranía le pusiera un obligado tiempo límite al recurso; actualmente, Rafa Márquez en un buen día está para rendir adecuadamente un tercio del tiempo regular de juego: justo el tercio de juego donde hoy México, aun cuando sin llegada, pudo verse mejor que Brasil. El control territorial mexicano durante los primeros 25 minutos no arrojó como resultado ninguna memorable acción de peligro para Alisson; y, por más gratificante y sorpresivo que en sí mismo haya parecido, bastaron dos arremetidas brasileñas para disolverlo por completo, convirtiendo a partir de ahí a Ochoa en la figura mexicana del partido. Lozano pareció tomar equivocada una y otra vez la última decisión. Vela pareció tomar equivocada una y otra vez la penúltima decisión. Guardado y Herrera terminaron desbordados por la impotencia; Layún entró desde el principio (para el arranque de la segunda mitad) desbordado por la impotencia. Hernández de plano desapareció apenas el juego dio en ponerse cuesta arriba. La obligada, previsible salida de Márquez durante el entretiempo, obligó no sólo a quemar por anticipado un cambio, sino a improvisar por enésima vez a nivel posicional; luego, con el gol brasileño, Osorio pareció entrar en franco pánico. A los 60 minutos ya había quemado todas sus posibilidades de modificación, sin que de ello derivara mejora alguna en el rendimiento. El creciente, desmedido enojo frente a las decisiones arbitrales (mismas que en el recuento bajo ningún concepto cabría tachar de tendenciosas), inició en el banquillo y se contagió a partir de ahí a los jugadores; jugadores de pronto más interesados en pelearse con Neymar que en lanzarse a la búsqueda del solitario gol que les hubiera hecho falta. Y, sin embargo, la moneda seguía ahí, en el aire. Porque a pesar de su manifiesta superioridad dentro del campo, de los ya innumerables arribos que había ido acumulando, de la casi nula respuesta que México aventuraba en su área, Brasil a diez minutos del final ganaba sólo por un gol de diferencia. Según mi apreciación, ahí es donde se evidenciaron con mayor claridad aquellas pequeñas cosas, aquellos detalles tan mínimos pero al cabo tan esenciales, donde se finca el abismo entre una realidad consumada y una eterna promesa. Brasil era mejor. Brasil siempre fue mejor. Brasil probablemente siempre será mejor. Pero estaba a solamente un gol, y los únicos que daban la impresión de no percatarse de ello eran Osorio y sus 86 hombres. Con excepción de Ochoa, al que sin embargo hubiera sido inhumano pedirle resolver algo más de lo que ya de suyo estaba resolviendo. ¿Qué acotar a modo de epitafio? Tal vez aquella letra de Serrat: uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Era el 2018 en la Arena de Samara, pero bien podía ser perfectamente el 2014 en el Castelao de Fortaleza, el 2010 en el Soccer City de Johannesburgo, el 2006 en la Red Bull Arena de Leipzig, el 2002 en el Mundialista de Jeonju, 1998 en el Stade de la Mosson en Montpellier, o 1994 en el Giants Stadium de Nueva York. La tribuna verde no amainaba el apoyo, y quedaba aún la posibilidad de un chispazo aislado, de un accidente. Así debía entenderlo Tite, quien se aguantó hasta el minuto 80 para realizar el primer cambio, pese al abrumador dominio que desde hacía ya rato los suyos habían establecido. Pero al final el buen Dios está siempre en los detalles. Porque sí: el lapidario dominio, y la historia acumulada, y las cinco Copas Mundiales en la vitrina, y Neymar; y Ronaldinho, y Ronaldo, y Roberto Carlos, y Romario, y Zico, y Pelé, y Garrincha; y hasta, si quieren ustedes, todas las garotas imaginables e inimaginables paseando entre nuestra agradecida imaginación y la playa de Ipanema. Pero no puedes regalar un balón en media cancha como el que regaló Ayala al minuto 88, para obsequiarle a Brasil el contragolpe del segundo gol consumado por Firmino. Cero y van siete. Como los enanitos de Blanca Nieves. Y contando. México se marcha pues sin ese quinto partido que constituyó todo el tiempo su única sensata meta, más allá de todos esos desplantes publicitarios, por fortuna a partir de mañana fuera del aire. Brasil sigue, convertido ya sin ambages en el máximo favorito para ser campeón. Haciendo de cada nuevo paso un paso al frente, un peldaño ascendido. Hoy, lo más destacado para la canarinha creo que tiene que ver con la incorporación protagónica de dos titulares que habían estado hasta ahora apagados y como en segunda línea: Fagner y, sobre todo, Wilian (la indiscutible estrella del partido). 87 menos, lamenté el tanto conseguido en el último minuto de la compensación por Chadli, con el cual conjuró los tiempos extras que seguro ya todos los entretenidos espectadores nos saboreábamos. OCTAVOS DE FINAL BÉLGICA 3, JAPÓN 2: HARAKIRI DE ÚLTIMO MINUTO. 2 de Julio. Estadio Arena de Rostov. Y eso que antes del silbatazo inicial traía yo acumuladas en la boca crecidas dosis de amarga hiel contra los orientales. Su mezquina, cínica aun cuando no antirreglamentaria manera de asegurarse el acceso a la segunda ronda (conservando metidos atrás un marcador en contra de uno cero, amparados a que los senegaleses no le anotaran a Colombia durante los últimos diez minutos, y consiguiendo el pase por presunto fair play) me había llenado de indignación. A estas horas, los japoneses tendrían que ser la envidia de varios, comenzando por los mexicanos. Porque a pesar de que ambas escuadras se han ido eliminadas frente a equipos que claramente eran superiores a ellas, Japón se marcha con la sensación de que en la última instancia llegó a su tope, entregó su cien por ciento, puso en reales aprietos a su adversario hasta el último minuto, pudo perfectamente ganar, y se va del cuarto partido con la cara en alto. No cabe duda que, por calidad de planteles y por talentos individuales, el Brasil-Bélgica que ha quedado establecido para los cuartos de final es la mejor noticia futbolística que le pudo pasar al Mundial de Rusia. México se fue del cuarto partido tratando de que fuera el recuerdo de su debut contra Alemania lo que le permitiera mantener la cara levantada. Sin embargo debo confesar que, luego del emocionante trámite que permitió a los Diablos Rojos acceder al quinto partido por tercera vez en su historia, luego de mirar el corazón, la valentía, la generosidad y la falta de complejos con que Japón salió a plantarles cara, lamenté profundamente la eliminación de los nipones. Por lo Habrá que ver si esta prueba, la primera real que Bélgica ha debido afrontar en el torneo, y que le ha merecido el más grande e inesperado de los sustos, no llegó demasiado tarde; si no hubiera resultado preciso para ella al menos otro ensayo de la misma o parecida naturaleza, a fin de templarle los argumentos lo justo antes 88 de medirse con una potencia tan consolidada y en ascenso como la verde-amarelha. Hoy se lleva sobrados motivos de reflexión, y multiplicadas alarmas preventivas. Su elegante y sólido reparto de estelares fue capaz de remontar un 2-0 adverso, y eso habla de temple. Pero yo la verdad opino que lo más preocupante para los belgas vino justamente con el empate: pues cuando parecía que la inercia del encuentro les favorecería por completo, y tenían todo en sus manos para consumar la obra ante un rival en lógico trance de derrumbamiento, Japón no sólo siguió respondiéndoles al tú por tú, sino que puede decirse que tuvo las opciones más claras y mejor construidas. Lo que vino entonces, puede tomarse indistintamente como un harakiri de último minuto, o como un muy oportuno homenaje a la selección mexicana dirigida por Nacho Trelles en el Mundial de Chile 1962. Selección a la que se consideró durante muchos lustros el mejor representativo tricolor de la historia: su generación dorada. México enfrentaba a España, y estaban empatando sobre el final. México obtuvo un córner en las postrimerías del partido. Cuenta la leyenda que don Nacho le arrebató a quién sabe quién su cámara (una de aquellas enormes cámaras de la década del 60), para fingirse fotógrafo y poder aproximarse corre que te corre hasta donde estaba por realizarse el cobro, a fin de indicarle a del Águila que echara el balón a la tribuna para consumir los últimos segundos. Venían de perder con Brasil, y un empate con los ibéricos dejaba opción para el último juego contra Checoslovaquia (a la que México derrotaría 3-1, obteniendo su primera victoria mundialista de la historia). Del Águila desobedeció, centró la pelota propiciando un fulminante contraataque y abriendo la puerta para el agónico gol español. Eso fue lo más seductor de los nipones durante los emotivos, movidos, vertiginosos segundos cuarentaicinco minutos del cotejo: que nunca renunciaron al ataque. Y que hoy, al buen trabajo táctico y de articulación colectiva que exhibieran ante Colombia y Senegal, sumaron una cuota de técnica y creatividad individual tan sorpresiva como grata. Quien hubiera sintonizado el partido hacia el minuto 80, sin referencias previas a propósito de quiénes eran los que se estaban enfrentando, difícilmente habría podido decir que los de rojo eran el tercer mejor equipo rankeado por la FIFA, y los de azul uno de los eternos pendientes del tercer mundo futbolístico. A tal punto equilibradas las alternativas, los atrevimientos, los recursos estratégicos. Hoy el entrenador Akira Nishino, quien de pie fuera de su banca parece en todo momento una versión japonesa de Joan Manuel Serrat, no tuvo tiempo ni de buscar un camarógrafo a quién despojar, ni de correr en pos de la esquina. Pero la verdad es que no parecía necesario. La pizarra electrónica había indicado cuatro protocolarios minutos de descuento, y tras la atajada de Courtois había comenzado ya a correr el minuto 94. El sentido común indicaba retener la pelota, no arriesgar, dejar que los segundos se agotaran en el rincón de la cancha, y proceder cuanto antes al breve Al final, el único reproche aplicable a Japón tendría que ver con su exceso de osadía, con su inocencia. Ya sobre tiempo añadido, el extuzo Honda cobró de modo impecable un tiro de larga distancia, que obligó a Courtois a emplearse a fondo para enviar a tiro de esquina. 89 descanso y a la mínima planeación de los tiempos extras. Honda prefirió cobrar. Los belgas correspondieron con un contragolpe fulminante, voraz, preciso, inapelable. Hasta la vista, Japón. Gracias por abandonar aquel feo traje de tecnócrata de multinacional asiática, exhibido ante los polacos, y por venir a despedirte de nosotros con esta traza de joven samurái a lo Kurosawa. Una sincera inclinación de cabeza con las manos unidas para ti. Y mientras tanto: Brasil contra Bélgica. En el papel y en los momios de las casas de apuestas, una final adelantada. En el estómago, la esperanzada expectativa de una jornada inolvidable; que así merito sea. 90 Ninguno de esos privilegiados adelantos técnicos formó parte de las naves vikingas. OCTAVOS DE FINAL SUECIA 1, SUIZA 0: LOS REMEROS VIKINGOS. La pequeña, maniobrable, femenina y redondeada carabela portuguesa, al aventurarse en las cálidas aguas sudamericanas, parecía en alguna medida estar adelantando ya de suyo el seductor talento gambetero del jugador brasileño promedio. 3 de Julio. Estadio Krestovski de San Petersburgo. Los barcos vikingos, que asolaron y asombraron durante largo tiempo los inhóspitos mares del norte de Europa, y desde el viejo continente consiguieron arribar antes que nadie a aquello que a la vuelta de los siglos se convertiría en América, eran también a su manera una maravilla de ingeniería, pero de muy diferente y aun contrapuesta estirpe. Su titánica catadura, su bárbara belleza, su trazo más bien rectilíneo, revelan la extrema rudeza y las escasas sutilezas trasminadas por el paisaje natural de aquellas latitudes a los hombres y mujeres a quienes tocó afrontarlas, habitarlas, humanizarlas. La actual selección sueca de futbol es una tripulación vikinga en toda forma, y sólo sabe de una: remar. Remar hacia el frente, como hoy durante los primeros quince minutos, donde sin mayores ideas (pero con obcecación tenaz) adelantó líneas y confinó a los suizos dentro de su propio campo, invirtiendo los roles que de inicio todos habíamos presupuestado en razón del mejor (corrijamos: menos malo) manejo técnico de los helvéticos. O remar hacia atrás, a una sola estentórea voz todos, sólidos, compactos, pétreos cual peñasco, trasladando a la cancha (aunque con mucha menos simpática gracia) el ya célebre modo islandés de animar desde la tribuna. O remar Para la historia de la navegación en general, y de la ingeniería naval en específico, un punto de inflexión decisivo pasa por los aportes que realizaron árabes y chinos hacia la última parte del Medievo. Desde la incorporación de la brújula, hasta la sofisticada combinación de diferentes velas para aprovechar todo tipo de vientos, las revolucionarias innovaciones en materia de construcción y manejo de barcos durante dicho período abrieron la puerta para convertir la navegación transoceánica en una opción normal para cualquier potencia marítima, y ya no en la excepción delirante y medio suicida que había representado hasta entonces. 91 rápido, como lo exhibió aquel arranque en que atropellaron a los para su fortuna ese día del todo atropellables mexicanos; o aquellos temibles pero nada creativos contragolpes que tantos dolores de cabeza provocaron en los alemanes. cosa) que no llevaba ningún género de peligro, que iba a acabar refugiándose mansamente en el regazo del guardameta Sommer ya inclinado para recibirlo, pero en cuya trayectoria se cruzó por reflejo el infortunado pie derecho del central Akanji. Gol al minuto 66. Pero sobre todo remar lento, en medio de la densa niebla, precaviendo al máximo cualquier inoportuno escollo. Concentrados, atentos y rudimentarios. Listos a partes iguales para el asalto contra la indefensa abadía de pronto advertida en el horizonte, o contra el inesperado dragón que dé en salirles desde el fondo de las aguas. La vida vikinga se poetiza desde la épica terminal, pero se vive desde la obcecada y poco espectacular voluntad de supervivencia. Y a partir de ahí una Suiza que agudizó la intensidad, pero se mostró por completo incapaz de enriquecer sus reducidos argumentos. Como si estuviera limitándose a poner en subrayado y con negritas una confesión de impotencia ya de antemano firmada. Sigue adelante la tripulación vikinga. Rema que rema. Antes del mundial renunció a su más mítico pero más insoportable caudillo (su más privilegiada pero también más conflictiva prenda de excepción), en beneficio de esta arcaica, monótona y medio brutal democracia comunitaria. Hasta ahora le va saliendo. Serán en todo caso el paisaje y sus nunca elegibles inclemencias los que puedan en un momento dado disponerla en tesitura épica; por sí misma, no dispone de herramientas para ello: en su mundo nadie sabe todavía que ya se inventaron las carabelas. Hoy el partido no parecía dispuesto a tolerar ningún atisbo de saga nórdica. Una vez establecido el monótono ritmo remero de cotidianidad superviviente por parte de los suecos, Suiza jugó a buscar el ligero protagonismo que se le había augurado desde la víspera… sin encontrarlo jamás. Jugando a perfil cambiado, su menuda, fortachona y hábil estrella Shaqiri se extravió todo el partido, hasta ahogarse, pegado a la banda izquierda. En la banda contraria, jugando también a perfil cambiado, Rodríguez hurgaba en sus orígenes chileno-españoles en pos de algún rescoldo de distinción creativa al cual apelar, pero equivocando siempre el gesto decisivo a la hora del regate, el pase o el remate. La tenue dosis emotiva de este sosegado y tosco navegar vikingo en calma chicha, provino del accidente, de un azar más bien feo y desangelado. Disparo de Forsberg desde fuera del área (más por sacarse el compromiso ante la falta de otra opción que por otra 92 del gato, mediante recursos tan añejos como tirarse atrás, ceder toda la iniciativa, no atacar casi nunca (y al hacerlo dar toda la impresión de que lo que más urge es regresar cuanto antes al terreno propio), abusar del juego brusco, confrontar cada dos segundos —con airada estridencia pendenciera— al cuerpo arbitral y a los rivales. Aun cuando, visto en las sucesivas repeticiones, el penalti con que se fue abajo en el marcador al minuto 57 pudiera prestarse a alguna polémica, la verdad es que el mediocampista de contención Wilmar Barrios (falta en contra dentro del área incluida) debió haberse ido expulsado desde el primer tiempo. Al cumplirse el minuto 90, Colombia no había realizado un solo disparo peligroso a portería. OCTAVOS DE FINAL INGLATERRA 1(4), COLOMBIA 1(3): SIEMPRE PUEDES OLVIDAR. 3 de Julio. Estadio Spartak de Moscú. Pero también Inglaterra saltó a la cancha con la socarrona y más bien injustificada certeza de que era superior, insinuando todo el rato en sus labios una imperial sonrisa de desprecio. Remitiéndose al supuesto (colocado en entredicho casi a diario durante la actual Copa del Mundo) de que las camisetas ganan solas. Asumiendo, sí, la responsabilidad de ir hacia el frente mientras persistió el 0-0, pero encogiéndose de hombros apenas consiguió la ventaja. Y a partir de ahí perdiendo el tiempo, fingiendo faltas, reservándose como si el interlocutor en turno no ameritara ya ningún interés, como si hubiera que despachar entre pedantes bostezos de gentleman el resto del trámite. Puro reservar fuerzas, puro no mostrar armas, como si su atención estuviera ya puesta en el siguiente partido. Fueron necesarios más de noventa minutos de juego para que Colombia aceptara por fin que, aun sin James Rodríguez, era del mismo tamaño que Inglaterra. Fueron necesarios más de noventa minutos de juego para que Inglaterra se percatara de que Colombia era de su mismo tamaño. Porque Colombia saltó a la cancha del estadio del Spartak convencida de que era más chica, de que incluso con James habría sido más chica. Y puesto que James no estaba siquiera contemplado como opción de recambio en el banquillo, Colombia se asumió obligada al rol de equipo chico, de víctima confesa: ratón sin otra alternativa que prolongar lo más posible su agonía entre las patas Sólo que la memoria histórica en que los ingleses estaban amparando su socarronería no les pertenece. No aún, cuando menos. Les pertenecerá cuando hayan demostrado ser distintos a 93 aquellos que, vistiendo la camiseta del equipo de la rosa a nivel de selección mayor, fueron incapaces de ganar algún título durante los últimos cincuenta años. Esta escuadra no es la de Charlton, Moore, Banks, Robson. Es apenas una joven generación de jugadores tratando de brindarle al futbol inglés un positivo borrón y cuenta nueva, a partir de incorporar dentro de su estilo de juego innovaciones similares a las implementadas exitosamente por el representativo alemán. Y los emocionantes tiempos extra fueron la instancia para que ambos contendientes advirtieran hasta qué punto eran de la misma estatura, hasta qué punto ganar o perder este partido (pero sobre todo la manera de ganar o de perder este partido) les representaba a ambos el mismo culminante examen de credibilidad, la misma decisiva coyuntura: para perseverar en el camino, o para tirarlo todo por la borda y volver a iniciar, otra vez, desde cero. Colombia se dio el plazo y el gusto de admirar en el espejo el sólido, cadencioso y vertical conjunto que con o sin James puede por principio ser siempre. Inglaterra se dio margen para recordar, encarar, arropar y revertir tanto la novatez de su actual plantel, como la herencia histórica inmediata de acumulados fracasos que viene cargando sobre sus espaldas. En cualquier caso, ya los británicos aprestaban el postrer ademán de arrogancia sobre el inminente caído. Ya los sudamericanos asimilaban a la resignación sus desorbitados ojos y sus desencajados rostros. Estaba a tres minutos de cumplirse la compensación de cinco añadida por el árbitro. Y entonces, el todavía americanista Mateus Uribe, ingresado de cambio al 79, sacó a la desesperada y como desde el país de Nunca Jamás un cañonazo inverosímil con dirección al ángulo, obligando a la espectacular atajada del guardameta Pickford para enviar al tiro de esquina. Córner pues de último suspiro, lo mismo que ayer en el Bélgica-Japón. Y lo mismo que ayer, lo mismo que en ya tantos partidos de esta Copa, gol que aquí no fue de último suspiro, que aquí no conjuró los tiempos extras, sino los incorporó al orden del día cuando ya prácticamente nadie los contemplaba. Gol marcado con absoluta justicia ultraterrena (como él mismo se encargó de inmediato en reconocer) por Yerry Mina, el mejor colombiano sobre la cancha, el mejor colombiano del Mundial, el único que junto a Cuadrado había hecho por darle a su equipo pausa con el marcador empatado, e inteligencia con el marcador en contra. Entendiendo con admirable sabiduría el impacto emotivo y de desconfianza que el gol encajado había producido en sus muchachos, Gareth Southgate dispuso que la primera mitad del alargue la jugaran echados atrás, aguantando la recobrada seguridad y el natural envión anímico de los colombianos; durante esos quince minutos, el equipo inglés se vio en efecto confuso, extraviado, impreciso, con amagos de fragata maltrecha a punto de irse a pique, y pudo sin duda perder: pero aguantó. Y si algunos nos consentimos la sospecha de que esa sería la línea hasta el final (una graciosa huida conforme con transitar como fuera en pos de la tanda de penales), para el segundo tiempo la joven tripulación inglesa se lanzó otra vez al abordaje, echando mano de lo mejor de sí misma; y pudo ganar. Sólo que enfrente ya no tuvo al timorato equipo chico del tiempo regular, sino a una escuadra tan repuesta 94 como ella misma de sus respectivas insuficiencias y sus respectivos temores. Alguno debía quedarse en la instancia. Y por un instante, gracias a la espectacular atajada de Ospina a Henderson en el tercer cobro inglés, el destino pareció decidido. Pero era como si Mateus Uribe hubiera sido señalado para convertirse no en el héroe ni en el villano, sino en el modesto responsable de abrir y cerrar un paréntesis de emotiva lucidez para todos. No fue él quien marcó el gol colombiano, pero fue quien forzó la hasta ese momento improbable jugada que lo provocó; no fue él quien falló el penalti decisivo, pero con su yerro dejó el escenario puesto para los protagonistas del final del drama: Pickford atajándole a Bacca, Dier venciendo a Ospina. Al final, se trató de un saludable, arduo y generalizado ejercicio de memoria. Inglaterra recordó: no quién fue hace cincuenta años, cuando ostentaba el título de campeona del mundo; no quién era hace una década, cuando, marginada de la Eurocopa, una de las más pródigas y exquisitas generaciones de su historia vio culminado su largo y trágico naufragio. Recordó quién es hoy, desde sus promisorias virtudes y sus aún significativos pendientes. Colombia recordó: recordó quién, haciéndose de una vez por todas responsable de su cara, acaso está llamada a ser. Nos vemos el sábado. Nos vemos en cuatro años. No tiren al olvido. 95 DIVAGARES DEL MUNDIALISTA (I) SEGUNDO ASUETO: UNA AUTOBIOGRAFÍA Durante el Mundial de Alemania 1974 era yo demasiado pequeño para que la efeméride dejara algún tipo de huella en mí, como no fuese un bello futbolín dispuesto junto a mi zapato la madrugada de algún posterior Día de Reyes, y cuyos jugadores vestían respectivamente los colores de la Naranja holandesa y la Mannschaft germana. 4 y 5 de Julio. En 1978, a mis siete años, vivía en un edificio repleto de argentinos a los que la dictadura de Videla había orillado al exilio, que entendían el Mundial de ese año como grotesca estratagema política y publicitaria de la junta militar, y que por tanto se mantuvieron indiferentes a las incidencias del torneo en general, y a los progresos específicos (fueran a la buena o a la mala) de la albiceleste dirigida por César Luis Menotti. La única excepción, curiosamente, la aportaba el espigado marido de una de nuestras vecinas sudamericanas, que aunque yugoslavo era quien más pinta de argentino tenía, y cuyos estentóreos gritos de gol estremecieron el edificio aquel día en que Mario Kempes y un poste le concedieron a los anfitriones su primera Copa del Mundo. Recuerdo el álbum conmemorativo que mi papá compró, y que no terminamos nunca de llenar; la estampa que más veces nos salió repetida fue la de la estrella peruana Teófilo Cubillas. Recuerdo unas enormes calcomanías que pegamos en la puerta de la recámara, y que luego ya no hubo modo de remover; como salían no sé en qué producto, sin opción de escogerlas, una era de Túnez, otra de Hungría, otra de Escocia, y otra de Gauchito (la mascota del campeonato). Recuerdo lo extraña que me pareció la playera de la selección mexicana el día de su primer papelón, justo ante Túnez. Recuerdo como entre brumas los otros dos papelones, ante polacos y alemanes. Recuerdo Nací justo un año después del partido del siglo. El 17 de junio de 1971 se cumplía el primer aniversario de aquel épico, estrambótico encuentro de semifinales, disputado entre Italia y Alemania en el Estadio Azteca, y que alcanzó inmortal memoria eternizado por la imagen de Franz Beckenbauer con el brazo en cabestrillo. Me gusta pensar que algo de augural oráculo hubo de por medio en la coincidencia, predisponiéndome ya desde ahí a la devoción futbolera que hasta hoy sigo cultivando y ejerciendo. 96 un juego de mesa lanzado por Coca-Cola, que se jugaba con corcholatas, y que hacía nuestras delicias cuando me reunía con mis primos. Recuerdo el cabello al viento de Dirceu cuando Brasil, único cuadro invicto de la competición, le ganó Italia el juego por el tercer lugar; en ese Mundial nació mi eterno (si bien no acrítico, ni exento de vicisitudes) amor por Brasil. Pero la verdad es que a esa edad todavía me costaba aguantar completos frente a la televisión los noventa minutos de un partido; el día de la final, a la hora de los tiempos extras (con mi vecino yugoslavo desgañitándose de felicidad desde el departamento cinco) yo deambulaba solitario por el patio del edificio, pedaleando mi siempre fiel triciclo Apache. Francisco, al mismísimo Franz Beckenbauer, a la sazón entrenador de la escuadra teutona. Faltaban pocos días para el inicio del torneo, y Alemania había venido a prepararse a Morelia, disputando incluso un amistoso con los míticos, sufridísimos e inolvidables Canarios de la Tota, Tapia, Osorio, Roon, el Mudo, Macario. El Mundial de México fue el de mi salida de la secundaria, el de mi primer álbum personal armado con recortes de periódico, el de mis pleitos a palmada limpia con un televisor en blanco y negro (al cual se le ocurría de pronto perder la imagen durante los partidos más cruciales). Tenía roto el corazón, un cuerpo y una cara que no soportaba, y ningún amigo: esto último básicamente porque, igual que hasta hoy, era difícil aguantarme. Como cualquier adolescente mexicano promedio de aquellos días, más de una noche consagré mi febril duermevela previa al sueño, en ceremonial ofrenda para la Chiquitibum; la mano de Dios, que le llaman. El Mundial de España 1982 fue sin duda el primero que viví ya a plenitud. Guardo con especial nitidez en el recuerdo numerosos pasajes de la segunda ronda, vivida en su inmensa mayoría hombro a hombro junto a mi papá. Por algún peculiar azar, el episodio más significativo lo afronté no obstante sin él, a solas; convertido (sí, no estoy exagerando) en un mar de lágrimas. El Brasil más hermoso que jamás me haya tocado ver, el de (y hay que ponerse de pie para recordar esa galería de nombres inolvidables) Zico, Sócrates, Falcao, Eder, Junior, Toninho Cerezo, acababa de ser eliminado por la azzurra de Paolo Rossi, a la postre campeona. Y yo, muchos años antes de conocer a Esquilo, a Shakespeare y a García Lorca, estaba descubriendo y entendiendo por vez primera en toda su amplitud de qué sutiles, elevados e implacables designios está hecha la tragedia. Por accidentadas razones académicas de las cuales no quiero acordarme, el Mundial de Italia 1990 coincidió, en geométrica correspondencia respecto al previo, con mi salida de la preparatoria. Pero a diferencia de mi sufrida condición monacal de cuatro años antes, a los 19 era yo todo un ejecutivo, con la agenda por demás ocupada, y el futbol transitoriamente relegado a la repisa de las debilidades vergonzosas en nombre de la Historia, el Arte, el Pensamiento, las Humanidades, la Literatura, el Teatro. Había decidido no ver un solo encuentro, por aquello de no seguir haciéndole el juego al capitalismo y a la idiotizante cultura de masas, pero el día del partido inaugural abandoné corriendo a la hora señalada mi salón de clase, y fui a unirme a la multitud que contemplaba la televisión en una tienda de aparatos electrónicos ya La anécdota más bonita del Mundial México 1986 no es mía, sino de la abuela de mi mejor amigo, que casi se desmaya el día que vio pasar, ahí nada más afuera de su negocio frente a la Plaza de San 97 hace tiempo desaparecida, frente al templo de Las Monjas. Durante la definición de la primera ronda mundialista andaba haciendo yo el ridículo en el puerto de Veracruz, integrado a un foro denominado “Hacia una política cultural para los jóvenes”, que convocaba el entonces flamante Conaculta de Salinas de Gortari; mi chafísima ponencia de bachiller provinciano ni la quise leer, de pura pena luego de escuchar la de varios de los otros participantes; el mítico gol de Freddy Rincón a Alemania lo vi a hurtadillas, escapándome de una mesa de trabajo para encender a toda prisa el televisor de mi cuarto de hotel. Durante la ronda de eliminación directa andaba yo por la Ciudad de México, en un movido encuentro nacional de los Bachilleratos de Arte del INBA; el histórico partido resuelto hasta los tiempos extras, donde Camerún estuvo a nada de eliminar a Inglaterra para instalarse en semifinales, ni lo vi ni lo oí. Pero la cardiaca definición napolitana desde los once pasos, donde Maradona y Goycochea echaron a los italianos para instalarse en la final, casi me cuesta el infarto, pues me tocó seguirla en una casa donde no había televisión. Pude así dimensionar las pasiones futboleras de generaciones a las que tocó asomarse a las incidencias de las más cruciales batallas a través de las ondas de radio. Poética e ilustrativa la experiencia, pero no se lo deseo a nadie (“Baggio se perfila, disparaaaaa…” y medio minuto de espera entre el indescifrable clamor de la tribuna, para que el narrador se decidiera a aclararte si el balón había entrado o no). paradas a comer o algún asueto, la verdad es que numerosos juegos nos iban a pescar a media carretera, en quién sabe cuál rincón de la patria geografía del centro-occidente. Así que mi mejor amigo (el de la abuela y Beckenbauer) y yo, conseguimos una televisión portátil en blanco y negro, que con un cable especial podía conectarse al lado del volante de la camioneta donde nos trasladábamos. Un absoluto fiasco. La señal se iba casi todo el tiempo, sin importar los malabares que hiciéramos con la antena. Recuerdo que vimos México-Noruega en Tepatitlán, Argentina-Nigeria en Tequisquiapan, México-Irlanda en Querétaro. Por fortuna, la gira terminó antes de las semifinales. El día que aquel histórico Tricolor dirigido por Miguel Mejía Barón se jugaba el pase a la siguiente ronda frente a Italia, la hora del partido nos agarró en algún tramo carretero de San Luis Potosí; hicimos todo lo humana e inhumanamente posible para que la malhadada televisión nos brindara aunque fuera el más pálido informe a propósito de cuanto estaba sucediendo en el Memorial Stadium de Washington, hasta resignarnos con el consuelo de que, apenas llegáramos al siguiente punto habitado, la disposición de la gente revelaría por sí sola la verdad; no recuerdo cuál fue el siguiente pueblo, pero sí que al entrar en él nos acogió una fantasmal desolación, una desierta polvareda enseñoreada de las calles; “perdimos” fue la automática conclusión que brotó de nuestros labios, segundos antes de que un impresionante clamor viniera a disiparla: todos los habitantes estaban reunidos en la plaza principal, celebrando todavía el gol de Marcelino Bernal contra los italianos, que había proyectado a México hasta los octavos de final, por primera vez fuera de casa. Durante significativa parte del Mundial de Estados Unidos 1994 anduve de gira, como parte del elenco de una obra de teatro para niños. Cambiábamos de ciudad todos los días, y aunque iba a haber veces en que podríamos hacer coincidir determinados partidos con 98 certifique otra cosa; un calculador de edades se las habría visto negras si le hubiesen encargado establecer cuántos años tenía Rimbaud a los diecisiete, mirando nada más que sus ojos). CUARTOS DE FINAL FRANCIA 2, URUGUAY 0: NIÑOS, TORMENTAS Y PIRATAS. 6 de Julio. Estadio de Nizhni Nóvgorod. Tratándose de Francia, la saga de iniciación de su juvenil seleccionado durante el presente Mundial habría probablemente que atribuírsela a Julio Verne. Pero la verdad es que, aun cuando pudiera parecer un sacrilegio, a mí me remite más bien a un escritor nativo de Inglaterra (histórico rival de los galos en tantos rubros a lo largo de los siglos). El seleccionado francés en tierras rusas cada vez me hace pensar más en Jim Hawkins y “La isla del tesoro”, de Robert Louis Stevenson. La torpe petulancia valentona de Mbappé durante uno de los episodios de la segunda parte, cuando pretendió humillar primero con jugada de taquito a un Uruguay ya herido de muerte, y luego, tumbado sobre el césped, exagerar con cinismo propio de viejo lobo de mar un mínimo contacto de Cebolla Rodríguez (él sí con siete mares en las espaldas), bien puede servir de punto de partida para introducirnos en la bonita novela de aventuras que los franceses continúan prolongando capítulo a capítulo, partido tras partido, ronda tras ronda. Porque ahí la joven estrella francesa de diecinueve años era el pequeño Jim pretendiendo pasar como uno más entre los veteranos piratas de John Silver, poniéndose en el ojo un parche que no necesitaba, echándose al gaznate un trago de aguardiente que seguro lo habría hecho toser, diciendo palabrotas, eructando y tratando de improvisar alguna patosa trampa con los naipes. Pero para semejantes alturas del partido el joven héroe, el iniciático novicio, el aventajado aprendiz en trance de maestría, susceptible Las mejores novelas de aventuras son todas novelas de iniciación. Tránsitos donde lo que es arriba es como lo que está abajo, y a través de los cuales el alma joven va gradualmente templándose cual fruto en la rama, madurándose cual espada en la fragua. Cuanto acontece en la peripecia y el paisaje acontece también en el espíritu. Al final de la inolvidable jornada, el adolescente que se levantó todavía con corazón de niño se va a dormir ya con un corazón de hombre: ganado bien a pulso, pese al momentáneo retraso que el vértigo de lo aprendido provocará por fuerza en los calendarios y los papeles del registro civil (porque el cuerpo seguirá siendo de muchacho un rato aún, aunque la hondura del mirar 99 de llamarse lo mismo Kylian Hawkins que Jim Mbappé, ya había mostrado su capacidad para —cuando fuera preciso— tomar él solo al abordaje la más temible nave corsaria, dar sin mapa con el escondrijo del tesoro perdido más inaccesible; y llenar, si no de supersticioso pánico, sí de alarmada atención a la más experta tropa filibustera. grande, de jefe, de realidad plenamente consumada. Incluso el hasta ahora único silencioso semiausente dentro de este afinado coro de niños cantores, Pogba, tuvo sus mejores minutos del torneo. Didier Deschamps, quien siendo jugador fue siempre sobre todo un disciplinado trabajador, un aplicado operario de soporte para que las piezas de privilegio del seleccionado francés hicieran magia, en el banquillo de entrenador se ha convertido en un viejo sabio. Y con sabiduría ha conseguido apuntalar y arropar desde la experiencia a sus niños prodigio. Los veteranos, ubicados en puestos clave, se han mandado un partidazo ante Uruguay. Lloris supervisa desde el arco no sólo al aparato defensivo, sino el dispositivo completo de salida y repliegue; Kanté imparte cátedra (qué juego, el suyo de hoy) en la contención y en la recuperación; Giroud sacrifica todo protagonismo como delantero en aras de otros, chocando una y otra vez, abriendo espacios, dando a veces la impresión de que es malísimo, pero con una sapiencia física y posicional de muchísimas millas recorridas. El temple, la personalidad, la entereza y el descaro de este bisoño jugador, de esta novísima joya, impresionan por sí solos. Pero la verdad es que hay que reconocer esos rasgos como una especie de resumen quintaesenciado de todos los méritos individuales y colectivos que Didier Deschamps ha ido bruñendo y pulimentando desde la dirección técnica (desde una banca que más parece taller de orfebre) sin prisa pero sin pausa, con esmero y con sabiduría infinita. He tenido oportunidad de ver cada uno de los partidos de Francia en la Copa. Y por arrimar algún ejemplo complementario al quizá demasiado obvio de Mbappé, señalaría el impresionante crecimiento que el lateral Benjamin Pavard, de veintidós años, ha experimentado desde su titubeante debut contra Australia, hasta el día de hoy, donde arrostró, soportó y superó, durante buena parte del trámite, una ardua, ruda y para nada sencilla contingencia de combate: se ha hecho adulto en cosa de veinte días. El talento letal, la frescura ofensiva y la punzante creatividad de Antoine Grieszman los conocemos de sobra: los prodiga cada semana en el Atlético de Madrid; pero lo que ha hecho hoy durante el segundo tiempo, convirtiéndose en el director de orquesta de su equipo, bajando el ritmo, presidiendo la pausa, apoderándose del balón, conjurando con sereno oficio cualquier riesgoso atisbo de heroica rebeldía o pendenciera impotencia charrúa, ha sido sin lugar a dudas de gente En las iniciáticas novelas juveniles de aventuras, la buena estrella y la diosa fortuna acuden siempre en determinado momento para echarle una manita al héroe en su camino. El paisaje hostil condesciende benignos augurios propicios para que el joven que va rumbo de sí mismo llegue a la hora de la verdad en plenitud de condiciones. Hoy Francia ya era favorita de antemano por la ausencia de Cavani; una ausencia que se notó sobre el terreno de juego durante los noventa minutos. Pero el juego no fue sencillo, el partido no lo jugaron a modo (sino hasta que la insólita pifia de Muslera provocó el segundo gol). Hoy el joven equipo francés tuvo que echar mano de lo mejor de sí mismo para despachar a un 100 Uruguay que procuró primero vivir, luego sobrevivir, y por último morirse, siendo siempre Uruguay. En lo que a mí respecta, estos jóvenes franceses me inspiran toda la simpatía que nomás no puedo sentir por los jóvenes ingleses de la otra llave. No veo a Jim Hawkins en ninguno de ellos. En cambio estoy seguro que, desde su impotente papel de testigo, hasta Edinson Cavani, ese John Silver al que hoy la pata de palo dejó en la banca, se permitió alguna paternal sonrisa para el genio, el arrojo, la alegría y la fallida petulancia (el deficiente oficio marrullero) del joven pirata Mbappé. 101 provocados por nuestra noche de bodas. Y si me atrevo a tamaño despliegue de impudicia, es porque a esa hora precisa estaba haciendo lo mismo con millones aparte de mí, alrededor de todo el mundo. Electrizados lo mismo en la tribuna que ante la pantalla. CUARTOS DE FINAL BÉLGICA 2, BRASIL 1: NOCHE DE BODAS. 6 de Julio. Estadio Arena de Kazán. Aun cuando resten en la agenda todavía media docena de encuentros por disputarse, es altamente probable que hayamos asistido hoy a lo que a la postre resulte ser el mejor partido de toda la Copa del Mundo Rusia 2018. Dos selecciones de la élite mundial prodigándose a plenitud, regalándonos un duelo de alternativas en ambas áreas; donde todos sus respectivos astros tuvieron algún margen para exhibir de lo que son capaces, pero donde cada contendiente privilegió un juego de conjunto, desde sus propios recursos y desde el script que el desarrollo de las acciones por sí mismo fue configurando. Entiendo que Brasil pertenece a esa franja de representativos nacionales en que se supone que no ser campeón equivale a fracaso, pero a mí me parece que una vez superado el amargo y durísimo trago de quedar fuera en cuartos de final, lo mejor que podría hacer es darle continuidad al proyecto de Tite. Errores y detalles para corregir los habrá siempre, pero hoy quedó patente una abismal y positiva distancia entre la canarinha que hace cuatro años fue humillada en Belo Horizonte por los alemanes, y la que han vencido los belgas en la Arena de Kazán. Hace unos días dije que Bélgica me gustaba, pero que no le creía, que todas sus tentadoras promesas me resultaban sospechosas de falsía, que me daba la impresión de que no tenía ningunas intenciones de cumplirme, de que me iba a dejar con un palmo de narices a la hora buena. Hoy, aunque se trate de una grosera indiscreción (equivalente por inmoral mal gusto, pero no por vuelos líricos, a la perpetrada por Leonard Cohen con Janis Joplin en una de sus más maravillosas canciones), quiero anunciar públicamente que le creo, que no eran promesas, que me ha finalmente cumplido, que traigo todavía en el pecho y en la boca los venturosos estragos Brasil tuvo momentos de incertidumbre, zozobra y extravío sobre la cancha, pero a final de cuentas se fue generando una buena cantidad de llegadas contra la meta adversaria, que construyó 102 apelando a un repertorio para nada repetitivo, y que sólo la inspiradísima actuación de Thibaut Courtois impidió que quedaran plasmadas en el marcador con mayor amplitud. Si algún reparo cabe oponerle al Scratch, tendrá que ver sobre todo con fortaleza mental y actitud en ciertos momentos cruciales: un rasgo que no es privativo de este conjunto, sino consustancial a toda la historia del futbol brasileño (no olvidemos que el siempre artístico balompié amazónico demoró cinco mundiales antes de asentarse como hegemónica potencia global). Hoy, la adversa circunstancia que representó el 2-0 dio en hacerle aflorar los fantasmas, los malos recuerdos y las insuficiencias de temperamento a casi todos; pero mientras hubo algunos que se mostraron capaces de revertir semejante inercia (Coutinho, Neymar, Fernandinho, Marcelo) otros fueron devorados por ella, y de manera lógica terminaron por ser relevados del campo (Willian, Gabriel Jesús, Paulinho), en cambios que a la postre resultaron atinadísimos. Lo peor que podría hacer Brasil es, arrebatado por el impacto emotivo y la frustración, desestimar las formas y concentrarse en el resultado (“perdimos, qué más da cómo”). El camino hacia la Copa no queda ya a una semana, sino otra vez a cuatro años, pero bien vale la pena echar una miradita por encima del hombro para valorar el larguísimo trecho cuesta arriba que Tite y su equipo han sabido remontar desde el vergonzoso Mundial en casa hasta aquí. olvidemos que enfrente tenía a un Brasil con chispazos de aplanadora en urgencia). El triunfo es justo, no porque Bélgica no hubiera podido perder, sino porque supo ganar; y supo ganar echando mano de todo lo que nos había prometido previamente, sin que hubiéramos tenido ocasión de mirarlo sino a cuentagotas. Incluso fue capaz de agregar alguna inesperada prenda de virtud más, como por ejemplo esos trechos donde supo desplegar un sabio juego defensivo con el balón en los pies, lejos de ambas porterías, sin necesidad de fingir faltas, sacando de quicio al penta, asomándolo al precipicio de la impotencia y la desolación. Dicen que esta Bélgica busca emular a la de 1986. No estoy de acuerdo. En términos estrictamente numéricos, acaba de igualarla (lo peor que le puede pasar de aquí en adelante es quedar cuarta, como esa vez). Sin embargo, yo vi jugar a aquella Bélgica. Tenía elementos muy carismáticos, comenzando por su mítico arquero Jean-Marie Pfaff, así como una tozudez inquebrantable, pero practicaba un futbol para el olvido. No se parecía en casi nada a esta elegante, seductora, cadenciosa y sensual dama flamenca, tan sabia en la administración de las intensidades, tan propicia al súbito e impredecible frenesí. Por fin le creo, pues. Como he ido aprendiendo a creerle a Francia. Si algún partido podrá superar, o al menos igualar a éste en el futuro como el mejor de la Copa, es esa semifinal del martes. Igual que si se tratara del más promisorio de los lechos, argumentos sobre la cancha sobrarán para ello. Enfrente, Bélgica, que como apuntaba de inicio ha dado esta noche en Kazán un salto de credibilidad monumental, contundente, sólido, certero. No es un equipo perfecto, y hoy se le puede reprochar que durante alguna parte del segundo tiempo su pertrecharse atrás careció de casi cualquier complemento ofensivo (siempre que no 103 Será cosa pues de comenzarlo desde ahora mismo a rezar a dúo junto a Joaquín Sabina: Que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel. 104 Inglaterra lleva ya varios años (al menos desde el Mundial anterior) procurando incorporar inéditas modificaciones a su tradicional estilo de juego: privilegiar talentos individuales más técnicos y menos físicos, apostar por un futbol más elaborado en la construcción, no ser tan esquemática en el desarrollo táctico, darle prioridad a la pausa y el toque. Pero tan novedosa Inglaterra ha no obstante marcado prácticamente todos los goles que lleva en la Copa desde el ortodoxo apego a su más añeja estirpe: remates de cabeza propiciados a partir de la táctica fija. Y el personaje individual que mejor la expresa no es en absoluto el talentoso delantero Harry Kane (a la vez definidor temible y colaborador de amplios recursos para la elaboración creativa) sino antes bien el temperamental defensa Harry Maguire. CUARTOS DE FINAL INGLATERRA 2, SUECIA 0: ¿DÉJALO SER? 7 de Julio. Estadio Cosmos de Samara. Será que la sangre llama. Del mismo modo en que Uruguay no puede jugar más que a la uruguaya (aunque siempre con la fecunda opción de enriquecer esa dominante identidad desde el matiz, como no se ha cansado de ejemplificar torneo tras torneo el Maestro Óscar Tavarez), Inglaterra termina siempre, tarde o temprano, de uno o de otro modo, jugando a la inglesa. Paul McCartney no me ha inspirado jamás el menor género de simpatía. Pero soy perfectamente capaz de reconocer su talento musical, admirar su obra, y hasta experimentar franca devoción por alguna significativa parte de su legado. Ello de ninguna manera significa que su pretendida renovación constituya una engañifa. Esta parece de verdad una Inglaterra nueva, justo acaso por lo que tiene de vieja. La última vez que los representantes británicos habían alcanzado la instancia de semifinales, fue en Italia 90. Es decir, en el último Mundial previo a la irrupción de su generación dorada, dado que el equipo de la rosa no asistió a Estados Unidos 94. Lo cual significa que el período que va de 1998 a 2014, tan pródigo en estelares nombres propios Buen pie, creo, para tratar de expresar mis sentimientos hacia la selección inglesa de futbol que se encuentra ya instalada, con franca y ventajosa condición de favorita, en las semifinales. Hay un hecho a este último respecto que no deja de resultar llamativo. Y es que existe consenso más o menos pleno de que esta 105 (Beckham, Scholes, Owen, Cole, Gerard, Terry, Lampard, Rooney), quedará en lo sucesivo como un paréntesis medio tétrico en la ya de suyo penumbrosa, gótica y friolenta historia del balompié inglés a nivel de selección mayor. Fue necesario que hasta los últimos veteranos de aquel malogrado dream team acabaran de jubilarse, para que Inglaterra volviera a verse instalada en la antesala de una final mundialista. entre otros muchos síntomas. Esta Inglaterra ha aceptado el papel de villano, como lo aceptara en su momento Paul frente a la casi arcangélica profesión de virtud de John. Nadie puede, por ejemplo, probar que se haya dejado ganar por Bélgica en el último partido de la primera ronda, para evitar la llave más ardua y conflictiva; y sin embargo todo el mundo se la pasa diciendo todo el tiempo que se dejó ganar por Bélgica en el último partido de la primera ronda, para evitar la llave más ardua y conflictiva; y hay quien le elogia tan visionaria picardía, desestimando la verosímil hipótesis de que, perpetrada por una selección sudamericana, africana o asiática, hubiera dado pie en una de esas a la irritada protesta de alguno de sus mismos integrantes (“nunca habíamos enfrentado a un equipo tan desleal y contrario al espíritu del juego”). ¿Que por qué no me simpatiza esta Inglaterra? Ya lo dije de entrada: porque se parece a Paul McCartney. Es más, observen alternativamente con atención una foto de Paul y otra del zaguero Maguire; y van a sentir en un momento dado cómo se mimetizan: no tanto por los rasgos, como por la actitud. Hay en ambos todo el tiempo una suerte de remilgoso arrugamiento de nariz; una suerte de imperial altivez, tan presta a indignarse hasta la declaración de guerra por el codo de un rival en la nuca (en nombre del sacrosanto fair play), como de mantener con absoluto cinismo la más cándida de las expresiones en el rostro al demorarse en la realización de un cambio. Sin embargo, como en el caso de Paul, ahí está la música. Una cosa era elegir la ruta que cruzaba con colombianos y suecos por relativamente más sencilla, y otra ya muy distinta exhibir de qué argumentos ibas a echar mano para solventarla, con qué semblante ibas a arrostrar llegado el momento las instancias definitivas. Si no que se lo pregunten a Croacia, a la que sus campales, inesperadas batallas contra Dinamarca y Rusia, en teoría rivales a modo, parecen haberle socavado gravemente cuanto de promisorio cosechara tras su triunfo sobre Argentina. El desgarramiento de ropas posterior a su enfrentamiento con Colombia (donde algún jugador llegó incluso a aseverar que nunca en la vida había enfrentado a un equipo tan sucio), a despecho de los hipócritas protocolos antirracismo o anti-grito mexicano de la FIFA, tiene un tufillo desagradablemente próximo al que en 1966 llevó al entrenador Alf Ramsey a prohibir que sus hombres intercambiaran camisetas con los argentinos, porque ellos “no intercambiaban camisetas con animales”. Ningún interés tengo en magnificar el desliz, pero considero que se trata de apenas uno Inglaterra derrotó con justicia a Colombia, sobreponiéndose tanto a las virtudes que los cafetaleros le pusieron delante (aunque fuera de modo tardío), como a sus propias desidias y soberbias. Y sacó provecho de la lección. Hoy, ante Suecia, asumió de principio a fin, sin sacarle la vuelta, el rol de favorito, de equipo grande, de 106 obligado propositor del encuentro. Y su juego de conjunto lució aceitado, sólido, potente, como flamante locomotora del siglo XIX que hiciera su entrada triunfal en el andén. Y, con excepción de Sterling, dotado de un exasperante tino para equivocar siempre la última jugada, sus individualidades se mostraron a punto. Hasta el saldamiento de un pendiente legado por la generación dorada, con su eterna carencia de un gran arquero en la meta, pareció aventajar hoy a través de la impresionante, monumental actuación de Pickford (y le bastaron sólo tres atajadas). Aunque nadie puede asegurar que Inglaterra vaya a ser campeona del mundo, creo que hoy, por primera vez, vale decir que a nadie le extrañaría si así fuera. Ignoro cómo sería una Inglaterra John, una Inglaterra George, una Inglaterra Ringo. Ignoro si le alcanzaría para aspirar a la Copa tanto desgarrado sentido de utopía, tanto problemático misticismo, tanta feliz inocencia. Hoy, nos guste o no nos guste (nos guste lo que nos guste, y no nos guste lo que no nos guste) tenemos sin duda una Inglaterra Paul. Tan genial como poco simpática. Tan competente para el calculador marketing como para el prodigio lírico. Tan propicia para la impostada nostalgia como para la legítima fiesta. Y la mera verdad es que, si se da, tampoco es que vaya a estar tan mal. A quién no le gusta rematar tres horas de concierto, en una inmensa plaza a reventar, coreando a voz en cuello junto a miles de desconocidos “Hey Jude”. 107 donde Brasil perdió de antemano al perder a Ronaldo, las recientes confesiones de Michel Platini en el sentido de que el calendario se manipuló a fin de que pasara lo que pasara galos y amazónicos sólo pudieran encontrarse como finalistas, o las declaraciones de Emmanuel Petit (autor del tercer gol para los campeones en el juego definitivo) hace un par de años: “Hace algunas semanas que me digo: ¿De verdad ganamos la Copa del Mundo en 1998? Y ¿no fue algo arreglado? Yo no sé nada. Nosotros, en el pasto, dimos todo, hicimos todo para ganar, nos preparamos para todo. Pero, con todo lo que está pasando hoy en día, me llegué a preguntar eso. [...] ¿Seguro que no fuimos marionetas para que la economía fuera adelante? No sé si me estaré volviendo paranoico”. CUARTOS DE FINAL CROACIA 2 (4), RUSIA 2 (3): GUÁRDAME UN TROZO DE VIOLENTA ESPUMA. 7 de Julio. Estadio Olímpico de Sochi. El penoso episodio del campeonato 2002 (donde Corea del Sur, uno de los co-anfitriones, logró colarse hasta semifinales por descarada ayuda arbitral, en detrimento de una España todavía sin título mundial) llevó a la FIFA, no por un virtuosismo deportivo que jamás la ha caracterizado, sino por bien del negocio, a tomar cartas en el asunto. Ignoramos lo que pueda suceder en el futuro; en una de esas, los diligentes directivos mexicanos logran a través de sus gestiones sobre la mesa, durante el Mundial “en casa” de dentro de ocho años, el quinto partido que jugadores y técnicos se han mostrado tan incapacitados para materializar; pero hoy han pasado a cumplirse cinco Copas del Mundo donde el anfitrión debió rascarse con sus propias uñas, sin sospechosos apuntalamientos extra. Rusia se ha ido de su Mundial sin deberle nada a nadie. Las Copas del Mundo acumulan un dilatado historial negro, como para deprimir hasta a su más fiel devoto, en materia de descarada ayuda al anfitrión. Desde los testimonios de amenazas contra algunos jugadores argentinos si se atrevían a ganar la final contra sus vecinos uruguayos en Montevideo, allá en el remoto año de 1930. Hasta el ya no tan distante 1998; ahí quedan la extrañísima (jamás debidamente esclarecida) noche de pesadilla previa a la final, Entiendo que en términos de mercadotecnia se trata de un riesgo, sobre todo para el país organizador, encargado de dilapidar 108 cuantiosos recursos en la realización del evento. A la FIFA, con la cabeza puesta antes bien en patrocinios globales y derechos de transmisión, seguro que le preocupan y duelen más las eliminaciones de los grandes favoritos mediáticos. Pero las ciudades sede de un país que ha quedado fuera de la competición acusan de inmediato un negativo efecto anímico y comercial, por muchos turistas extranjeros (y al reducirse el número de partidos van quedando cada vez menos) que continúen en sus calles. Ahora bien, cuando, como es el caso, un equipo anfitrión no sólo se mantiene vivo en razón exclusiva de sus propios méritos, sino que alcanza a proyectar con absoluta legitimidad sus expectativas de avance hasta unas alturas que nadie nunca imaginó, las cosas deben resultar harto distintas. asomados a cualquier ventana a través de la cual estuviera transmitiéndose el partido. Lo cual no representa poca cosa si tomamos en cuenta que, a pocos días del inicio del torneo, la sensación general entre los corresponsales internacionales era la de un país indiferente, con quién sabe cuántas disciplinas deportivas predilectas por encima del futbol. Rusia y Croacia no han disputado en términos tácticos y técnicos un gran juego. Pero sí, sin duda, el más inolvidable y agradecible hasta ahora en toda la Copa por su carga emotiva, por su épico aliento, por su guerrera definición en el límite. Y es que el futbol también es esto: dos equipos con para entonces casi doscientos cuarenta minutos de segunda ronda acumulados sobre las espaldas (durante sólo dos partidos), ya exhaustas en idéntica proporción tanto las piernas como las ideas, pero lanzados con cuanto les quedaba de aliento en pos de la victoria a apenas unos segundos de que el árbitro pitara la finalización del alargue (cuando la mayoría opta por dejar que el tiempo se vaya, para que los penales decidan); el frenético tobogán sentimental del respetable en la tribuna; las reiteradas arengas desde la banca a cargo de Cherchesov, convertido de pronto ya no nada más en el director del equipo rojo sobre la cancha, sino del estadio entero. Hay que festejar batiendo palmas (y hasta con un nudo en la garganta, si uno es muy sentimental), lo mismo que si se tratara de una espectacular chilena o un tiro a la horquilla, la carrera que la estrella Luka Modric fue capaz de mandarse hacia el minuto ciento diez, con el marcador a favor, para evitar que escapara por la línea un largo pelotazo sin No soy, como bien puede advertirse, ningún especialista en industria turística, ni menos en la psicología social del pueblo ruso durante la segunda década del tercer milenio. Pero tomando en cuenta lo visto, leído y escuchado durante las últimas semanas, creo que a partir de aquí la gente en Rusia acompañará el Mundial hasta su término, involucrada, festiva, entusiasta y satisfecha. Ayer, durante el primer trámite de la jornada, entre Inglaterra y Suecia, la tribuna del estadio de Samara estaba colmada no de británicos y nórdicos, para quienes trasladarse y conseguir boletos había resultado toda una odisea (a pesar del poder adquisitivo y de la cercanía geográfica), sino de alegres y bulliciosos rusos. Y según diversos testimonios, la enorme nación se paralizó entera a la hora en que Dzyuba y compañía dirimían una nueva, hipotética, inverosímil y casi consumada hazaña ante los croatas, viendo el juego donde se pudiera, pegados en multitudinaria expectación a las pantallas, 109 ninguna trascendencia. O al guardameta Subasik, lesionado al punto de no poder despejar los saques de meta, y convirtiéndose no obstante una vez más en el héroe durante la tanda definitoria desde los once pasos. Los ojos atónitos de Fernandes, reflejando los de todos los espectadores en el estadio, tras el segundo gol de los locales. Conmueve este equipo ruso capaz de presentar, sostener y colocar en trance de victoria tamañas batallas desde la precariedad, desde la resistencia, desde algo que en el papel se lee como sinónimo futbolístico de casi nada (el talento de Chéryshev, la clase de Golovin, la seguridad de Akinféyev, la experiencia de Samédov, poco más). Guardada toda proporción, uno entiende por qué en estas tierras toparon con su límite impasable, y con el inicio de sus respectivas debacles, las ofensivas napoleónica y nazi. Y entiende uno también por tanto el arrebato sentimental que llevara a Neruda un día a escribir, tras los días de heroica resistencia en Stalingrado: “Guárdame un trozo de violenta espuma, / guárdame un rifle, guárdame un arado, / y que lo pongan en mi sepultura / con una espiga roja de tu estado, / para que sepan, si hay alguna duda, / que he muerto amándote y que me has amado”. Se va pues Rusia. La misma Rusia a la que todos (incluso ellos mismos) augurábamos una penosa retirada por la puerta de atrás durante la primera ronda. Se va por la puerta grande, a nada de haber podido grabar su nombre entre la élite de los cuatro semifinalistas. Se va, lo mismo que si se tratara de los Reyes Magos en noche de casa pobre, dejándonos tres imprevistos regalos: una selección, un pueblo anfitrión y un Mundial inolvidables. 110 DIVAGARES DEL MUNDIALISTA (II) TERCER ASUETO: UNA AUTOBIOGRAFÍA imperio, y el trabajo periodístico se solventaba de cara a la página impresa, con pase todavía obligado por la sala de redacción. Así que había de dos alternativas: trasladarte hasta el periódico, ver ahí mismo (en una televisión instalada ex profeso) el partido que te tocaba, y luego redactar tu crónica en una de sus computadoras; o escribir en tu casa, y luego trasladarte con tu crónica guardada en un disquete de 3½ para que la bajaran los siempre atareados responsables de captura, diagramación y diseño. Dado que vivía yo a cinco minutos caminando de las instalaciones del diario, opté invariablemente por la segunda opción. Y escribí mucho. Y aprendí más. Y me divertí como enano, mientras a la vuelta de la esquina el siglo, el país, la existencia y el mundo, tal y como yo los había conocido, se aprestaban a desaparecer para siempre. 8 y 9 de Julio. Al arribar el año 2002, el universo entero, y hasta el inminente Mundial de Futbol (a realizarse por vez primera en sede compartida, del otro lado del planeta) estaban de cabeza. Demasiadas cosas venidas abajo durante un lapso de tiempo demasiado breve, así en la tierra como en el cielo, así en la situación mundial como en la vida personal, así en la cabeza como en la historia, así en el corazón como en la patria. Al iniciarse el año humeaban todavía en la retina de todos los inquietantes sobreentendidos globales (aún hoy vigentes) del ataque contra las Torres Gemelas, hasta los más cándidos entusiastas del año 2000 habían podido ya darse sobrada cuenta de qué y quién era en realidad Vicente Fox, y yo a título privado no tenía la menor idea de cómo iba a ser mi vida de ahí en adelante. No sabía ni siquiera si iba a poder ver el Mundial, puesto que los partidos en Corea y Japón serían de madrugada para el horario mexicano, y puesto que harían su debut las transmisiones El Mundial de Francia 1998 posee una peculiar importancia para mí, porque fue el primero donde me atreví a escribir disciplinadamente sobre futbol, gracias al proyecto de un suplemento en un periódico local, que se planteaba seguir la competencia completa, partido a partido, antes con una perspectiva literario-cultural que estrictamente deportiva. Una nutrida plana de colaboradores, entre periodistas y escritores morelianos (fuera por cuna o por elección) nos sorteamos los juegos de la primera ronda para ir escribiendo la correspondiente crónica de cada uno, y dejamos que las deserciones por cansancio fueran haciendo lo suyo conforme el torneo avanzaba. Internet aún no establecía su a poco omnipotente 111 mayoritarias acaparadas por la televisión restringida. Pero tengo una hermana capaz de echarse sobre la espalda los más peliagudos saldos de derrumbe, las más amenazadoras inminencias de naufragio, con fortaleza, habilidad, paciencia, esmero y necedad dignos de Florence Nightingale. Compró una televisión nueva, contrató un pertinente sistema de cable, improvisó una cama para mí en su departamento. Resultó una experiencia de reconfiguración integral medio alucinante: nos acostábamos a dormir a las diez de la noche, nos levantábamos a ver el juego de la una de la mañana, tomábamos una variable siesta complementaria según el siguiente partido fuera a las cuatro o a las seis. Mi sobrina de ni siquiera tres años roncaba a nuestro lado hecha un ovillo. Y luego yo me iba a dar clases con las ojeras más varonilmente seductoras que se hubieran visto desde que Germán Robles se convirtió en el vampiro oficial del cine mexicano. Y aunque el Mundial de Corea-Japón fue más bien malo, para cuando Brasil alzó la copa gracias a una grosera pifia de Oliver Kahn, la cabeza, el corazón y el horizonte se habían puesto otra vez al derecho, y el tren comenzaba a avanzar otra vez sobre la vía. Me casaría en menos de un año. mano la temperatura de la leche en el biberón. Y había que parar bien la oreja para saber si había sido o no falta, mientras lidiabas con un pañal. Y había que gritar los goles como con sordina, para no despertarlo. Y había que asumir que en determinados momentos, acurrucado contra tu pecho, te iba a robar la más idiota y enternecida mirada de devoción paterna, por más que enfrente estuviera viviendo el juego sus momentos cumbre. El día del crucial encuentro entre México y Argentina, estaba de visita en casa mi suegro, que había venido desde la Ciudad de México para darle el visto bueno al flamante nieto con tres meses de nacido. Mi hermana (mi Florence Nightingale), que durante los partidos tensos ha prodigado siempre un vocabulario como para ruborizar a cualquier machetero de la central de abastos, se las vio negras para contenerse y mantener la compostura aquella tarde (del “¡eres un pendejo!” al “qué tonto se vio”). El de Sudáfrica en 2010 fue el Mundial del centenario y del bicentenario. Llevaba meses trabajando como parte del equipo de guionistas de una serie de doce capítulos, producida por la televisión estatal, en torno a la Independencia y la Revolución. Nos acercábamos a la fecha de estreno a marchas forzadas, y la llegada de la Copa del Mundo me sorprendió con el sueño, el ensueño y la vigilia completamente arrebatados por los insurgentes de 1810 y la bola de 1910. Leía con la compulsión de un tesista atrasado en vísperas de su examen recepcional. Me desvelaba dos días sí, y los otros tres también, hasta las últimas horas de la madrugada, proponiendo, debatiendo, divagando. Lo más sensato hubiera sido no pensar siquiera en escribir además sobre futbol, pero escribí, y escribí mucho, incorporado a un proyecto que medio resucitaba en El Mundial de Alemania 2006 lo viví con los brazos ocupados, y ha sido sin duda el que más me ha exigido en materia de mimetismo a distancia con los jugadores que saltan al campo de juego en busca de su correspondiente y harto diversa porción de gloria. Porque había que gambetear de un lado a otro de la estancia con un ojo en la pantalla de la televisión, y el otro atento a los diminutos párpados que a lo mejor por fin habían condescendido a cerrarse. Y había que no perder de vista el avance de la estrella en turno, se apellidara Henry, Villa, Kaká o Rooney, mientras atajabas con el dorso de la 112 formato virtual la idea aquella de 1998. Y en el recuerdo, la verdad dan en agrupárseme de pronto y hasta cierto sacrílego punto Andrés Iniesta y Francisco Javier Mina, Felipe Ángeles y Andrea Pirlo, Diego Forlán y Vicente Guerrero, Rafael Buelna y Franck Ribery, como parte de la misma cabalgata, de la misma enloquecida escaramuza, de la misma dolorosa y recurrente derrota, de la misma irredenta esperanza. favor del tabasqueño. También, y por encima de todo, en razón de mi propia elección: la elección de sustraerme a las al parecer obligatorias urgencias declarativas de la vorágine pre-electoral, electoral y post-electoral. Me gusta ver futbol; me gusta escribir sobre futbol. Y este año (aprovechando las inéditas posibilidades que la web ofrece para soltar cual mensaje en botella mis crónicas y mis divagaciones, con la ilusionada esperanza de que alguien se anime a leerlas), me atreví a aventurarme en solitario y por puro amor al arte en el acompañamiento integral de la Copa: tratar de reseñar todos los partidos, o la mayor cantidad de ellos que fuera posible, deslizando además entre uno y otro, a manera de complemento, apuntes misceláneos como este que ahora estoy cerca de concluir. ¿Retos disciplinarios que depuran el oficio? ¿Gratuitas exigencias auto-impuestas, que adquieren sui generis modalidades de rigurosa seriedad al materializarse espacio y tiempo frente a la pantalla de la computadora? ¿Juegos que han de respetar hasta su término las arbitrarias pero el cabo estrictas reglas que les dieron forma? Sí, todo eso. Pero, por encima de todo, una estrategia de mediación, un salvoconducto de distancia, un atajo medio kamikaze hacia el afán de lucidez. Yo recordaré mañana, dentro de seis meses, dentro de cuatro años, dentro de un sexenio, que justo durante aquellas semanas en que escribir sobre las elecciones presidenciales (se tratara de un meme o de un artículo) parecía quién sabe si un imperativo cívico, una responsabilidad moral, o el vistoso modelo de temporada para el frívolo desfile de modas de lo políticamente correcto, yo me la pasé reseñando y meditando el Mundial. Brasil 2014 me restituyó con bastante menos vorágine de por medio la posibilidad de ir acompañando palmo a palmo desde mi escritura el devenir del torneo. Varios veteranos supervivientes del suplemento cultural-futbolero del 98 se impusieron ahora sí la tarea de resucitar la idea original con todas las de la ley, aunque sin ningún género de restricciones de espacio, dadas las bondades acumulativas del universo virtual. Pero me resulta difícil hablar de la experiencia. Demasiado próximo todo todavía, como para consignarlo con equivalentes ensalmos de épica, comedia o tragedia a los que me admiten otras ediciones. Llega una edad donde uno empieza a recordar con mayor claridad justo aquello que va quedando más lejano. Sin embargo, entiendo que a su turno el Mundial de Rusia 2018 quedará necesariamente enmarcado para mí en el proceso de sucesión presidencial que llevó al triunfo a Andrés Manuel López Obrador, luego de dos previas intentonas fallidas. Y no sólo por los azares calendáricos que así lo dispusieron, provocando por ejemplo que la eliminación del seleccionado nacional frente a Brasil (sin superar el ya atávico estigma del quinto partido) ocurriera a muy pocas horas de la declaratoria oficial de tendencia irreversible a 113 El derecho al entusiasmo y el derecho a la decepción son por completo respetables, pero según yo hay derechos más perentorios y esenciales cuando estás hablando de historia, de política, de democracia, y no de futbol. Priorizar el derecho al entusiasmo es aceptar plantarse sobre el más inestable, volátil y voluble de los terrenos. Y si alguna lección nos ha dado el último cuarto de siglo en esta ciudad, en esta entidad, en este país, es que todo desengaño se erige sobre la aquiescencia de alguien que estuvo dispuesto a engañarse, casi siempre con las mejores intenciones, casi siempre con el mejor de los conceptos de sí mismo. Así que yo he preferido excusarme de mi porción de derecho al entusiasmo, para mantener intacta mi modesta capacidad crítica y autocrítica, mi hipotético sentido de ubicación histórica, los escasos o nulos alcances de mi discernimiento. Porque los voy a necesitar. Y no voy a ser el único. Al igual que cualquiera, puedo por supuesto equivocarme. Pero no nací ayer. Nací justo un año después del partido del siglo, disputado entre Italia y Alemania: nací pues sabiendo que ni Alemania ni Italia habían sido campeones. 114 Y hoy, cuando en el segundo tiempo, ya con el marcador a favor (y habiéndonos regalado para entonces un selecto popurrí de atrevimientos, asistencias, desmarques, gambetas y carreras), Mbappé, en los linderos del área grande belga, de espaldas a la portería, recibió de Matuidi con la derecha y cedió de izquierda, hacia atrás, con precisión y ventaja, para un Giroud al que no tenía forma de ver, volví a ponerme de pie, impulsado por el mismo jubiloso estupor. SEMIFINALES FRANCIA 1, BÉLGICA 0: BESOS DE JUDAS. 10 de Julio. Estadio Krestovski de San Petersburgo. El partido, en términos generales, pareció por momentos más una semifinal de tae kwon do que de Copa Mundial de Futbol: esa extrema paridad que se sostiene tensa, contenida, en el límite, durante buena parte del curso de la pelea, a la espera de un único golpe; un único golpe susceptible a su vez de provenir de cualquiera de ambos contendientes, no sencillo de predecir en términos de quién lo encajará, pero que en cuanto aparezca condicionará el trámite decisiva e irreversiblemente en beneficio de uno y en perjuicio del otro. El día que vi por vez primera, en algún programa televisivo, aquella jugada en blanco y negro correspondiente a la final de 1958, entre Brasil y Suecia, donde Pelé la baja con el pecho cerca del manchón penal, se saca con un sombrerito la marca de un defensa sueco, y luego (sin dejar que la pelota vuelva a tocar el suelo), culmina con un fulminante disparo de derecha, inatajable para el arquero Svensson, me puse de pie: sin postizos protocolos, sin histriónicas impostaciones; me puse en pie de un salto, impulsado a partes iguales por el asombro y la felicidad. Partido acaso no tan emotivo como algunos de sus inmediatos antecedentes en los cuartos de final, pero de un altísimo nivel futbolístico durante varios de sus pasajes. Mientras el marcador se mantuvo 0-0, el que proponía, el que ofendía, el que intentaba, imponía de inmediato condiciones sobre el terreno de juego, a diferencia de otros cotejos donde quien manda es el que espera, el que cede la iniciativa, el que se agazapa para contragolpear; a diferencia, pues, de este mismo partido apenas cayó el gol. 115 La primera cuarta parte de los noventa minutos le correspondió a Bélgica. Encabezada por Hazard, echando mano de sus argumentos mejor madurados a lo largo del torneo (y puestos a punto durante su victoria contra Brasil), acorraló a Francia en su propia área, con amagos de asfixia. Luego vino el turno de los galos; un par de peligrosas pinceladas ofensivas, con Mbappé siempre de indispensable artífice mozartiano en la última o penúltima jugada, pero cimentadas en el impecable trabajo defensivo de Varane, en el paulatino despertar más defensivo que ofensivo de Pogba, en el brutal sacrificio de Giroud, en la confiable presencia de Lloris allá al fondo. Mertens al 60 fue una bocanada de viento fresco que les duró a los flamencos como veinte minutos, dando seria impresión de que podían alcanzar la igualada, mientras los franceses se quedaban sin reacción. Pero hacia el 80 agotaron los rojos su último aliento serio de rebeldía, con un potente disparo de Vitsel que Lloris rechazó. A partir de ahí, los belgas parecieron dar la batalla por perdida, y los franceses metieron el juego al congelador, pudiendo en una de esas ampliar incluso la ventaja sobre la hora. Y yo ahora me encuentro en un pequeño lío. ¿Cómo establecer un equitativo balance entre los impetuosos arrebatos de júbilo que me provoca Mbappé, y la calculadora dosificación empresarial adoptada por Francia cada vez que se entiende con el viento ya definitivamente a favor? ¿Cómo equilibrar mi simpatía por este entrañable escuadrón de jóvenes pilotos galos, a los que he visto crecer y madurar partido a partido, y la irritación que me producen los lapsos de canchero pragmatismo donde de plano renuncian a jugar? ¿Cómo explicar que en el banquillo Didier se me figura a veces la reencarnación misma de Jean Gabin interpretando al comisario Maigret, y otras una mera versión rubia y rechoncha de Emmanuel Macron (envoltura de progre contracultural, pero helado corazón y alma vendida de conservador ortodoxo)? Pero lo decisivo fue que Griezmann entrara en contacto con la pelota y se retrasara algunos metros para colaborar en la construcción, otorgándole sincopada pausa al ataque francés; el argumento de la novela pasó a alterarse por completo, y lo mejor que pudo ocurrirle a los belgas fue que el primer tiempo terminara con su meta el blanco. El arranque de la segunda mitad auguraba la repetición del guión ya visto, con una Bélgica lanzada al frente y una Francia aguardando su turno. Pero el gol en pelota parada de Umtiti, apenas cumplido el minuto 50, condicionó de forma ya irreversible cuanto sucedería en adelante. Bélgica se mostraba falta de ideas para generarle peligro a unos bleus ya cómodos dentro de su propio terreno, y tuvo que recurrir a faltas sistemáticas para conjurar sus amenazantes insinuaciones de contragolpe. Fellaini y Dembelé comenzaron a estorbar más que a ayudar, y un De Bruyne medio pasmado le dejaba todo el trabajo a Hazard, quien solo no podía. La entrada de Pasé muchos días debatiendo con Bélgica, tipificándola como una novia bonita y deseable a la que no había que creerle demasiado sus promesas, hasta que no ofreciera fehacientes indicios de estar dispuesta a cumplirlas. Quién iba a decir que me estaba esperando para el final de la juerga esta Francia, todo el tiempo con un ojo 116 puesto en las manecillas del reloj sobre la cómoda, y con el otro en la cantidad de billetes que me quedan en la cartera… Pero es que besa tan bien. Y suenan tan de verdad los «je t'aime» que jamás escatima, aunque igual y no los sienta en absoluto. Como diría (otra vez) Joaquín Sabina: Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas el que le enseñó a besar? Se fue la novia voluble, remilgosa y al final entregada, justo cuando nos hallábamos dispuestos a amarla para toda la vida (bueno, al menos para toda la Copa). Quedó la femme fatal. Alevosa, calculadora, pero capaz de hacernos perder la cabeza, llevarnos al borde del precipicio y hasta, en una de esas, tirarse al vacío junto con nosotros (porque sí, porque es su vida y ella sabe lo que hace). Y en esa misma medida capaz también de detenerse en el último momento, para mirar sonriente cómo nos precipitamos de cabeza por ella hacia el fondo del abismo. ¿Qué hacer, si no promete nada, pero de súbito todo nos lo da? Venga, Sabina; dilo tú: Cuanto más me doy, ella menos se da; por eso necesito ayuda: aunque sean de Judas, bésame un poco más. 117 Hoy, por ejemplo, Croacia pudo demostrar de últimas haber aprovechado al máximo los arduos aprendizajes que el Mundial le deparó. Mientras que Inglaterra gozó hasta su límite el indeseable privilegio de demostrar justo lo contrario. Pero la tentación de establecer parámetros comparativos entre ambas selecciones casi podría decirse que termina ahí. A tal punto distinto lo que ambas aprendieron, a tal punto diversas las peculiares incidencias que las llevaron a entenderlo, a tal punto opuesto el resultado final de sus respectivas responsabilidades e irresponsabilidades. A tal punto el abismo entre alguien que alcanza una final de Copa del Mundo (con el destino por fin a cuatro palpables días de distancia posible) y alguien que se queda en la orilla (con el destino otra vez a cuatro larguísimos años de difuso imposible). SEMIFINALES CROACIA 2, INGLATERRA 1: DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON AL MUNDO. 11 de Julio. Estadio Luzhniki de Moscú. Todo admite aprenderse. Hasta lo más improbable. Hoy, por ejemplo, Croacia en general y su entrenador Zlatko Dalić en específico, presumieron título de doctorado en materia de tiempos extras. Podrá decirse que eso era obvio, natural, previsible, puesto que les tocó acabalar tres partidos consecutivos en diez días, prolongados hasta el alargue (de modo que, de treinta minutos en treinta minutos, resulta perfectamente lícito aseverar que Croacia no ha jugado tres, sino cuatro partidos). Yo opino que hay que enfocar el asunto justo desde la perspectiva contraria. La carga física, emocional y mental que por sí sola exigen semejantes instancias, a medida que sobre-acumula minutos se antoja obligada inhabilitadora de toda opción de lucidez, a menos que se le difiera para otro torneo (la Euro que viene, el Mundial de Qatar), otro formato (las copas de clubes, con al menos dos semanas de distancia entre una ronda y la siguiente), otro momento. Cuando el Cada ruta de vida tiene sus propios aprendizajes, sus propios desafíos, sus propios retos de olvido. Por supuesto, siempre ofrecerá cierto margen formativo e informativo mirar de reojo la acera de al lado, la acera de enfrente, la acera de ayer: interesarse por el modo en que el prójimo ha afrontado determinados trances que de pronto parecieran rimar en cierto sentido con los nuestros. Sin embargo, como bien saben todas las abuelitas desde hace una eternidad, nadie escarmienta en cabeza ajena; de modo que el balance de cada singular travesía terminará resultando en buena medida tan autorreferencial como intransferible. 118 árbitro turco Cüneyt Çakir pitó la finalización de los primeros noventa minutos, la impresión general fue que se trataba de una ventaja para los ingleses, en razón de que habían tenido un desgaste menor al de sus adversarios; no resultó así: los croatas sacaron ventaja de lo aprendido ante daneses y rusos, y a los ingleses no les sirvió de gran cosa tener en teoría un poquito de más piernas. administración de los cambios desde la banca: otro directo fruto del aprendizaje de los últimos diez días. Pero no es eso lo único que Croacia (esta Croacia a partir de aquí, pase lo que pase el próximo domingo, ya histórica) aprendió. Yo opino que, ante Inglaterra, Croacia aprendió por encima de todo a aceptar su estatura y a hacerse responsable de su rostro. Porque a Dinamarca y a Rusia, equipos muy inferiores a ella, les ganó en el límite, antes que nada por arrebato emotivo y por chispazos individuales (Modrić, Subašić, Rakitić). Hoy, tras 60 minutos donde una Inglaterra con un poquito menos de soberbia y un poquito más de hambre la hubiera enviado de regreso a casa sin ningún género de apelaciones, y cuando ya nos resignábamos a que quizá se había tratado sólo de un espejismo, Croacia recuperó por fin la poderosa identidad colectiva que mostrara frente a Argentina. La segunda hora de partido fue toda suya, aun cuando, como ya quedó dicho, durante el primer tiempo extra provocara la equívoca impresión de haber arrojado la toalla. Al iniciar hoy los tiempos extra, y al ver que Croacia se tiraba atrás, sin pasar de su medio campo, sin esforzarse demasiado por ganar el balón ni sumar efectivos al frente cuando su zaga despejaba, muchos pensaron que ya no daban para más, y que había decidido conformarse con la definición por penales; demasiado esfuerzo parecía haber representado para ella alcanzar el empate y, una vez conseguido, lanzarse con todo al frente en el afán de consumar la victoria dentro del tiempo regular. Sin embargo, el arranque del segundo tiempo extra cambió radicalmente el panorama, haciéndonos entender que Dalić había aprovechado los quince minutos anteriores para darles descanso a los suyos (por absurdo que así dicho pueda sonar), para dosificar al máximo recursos y energías por supuesto menguados, y para aguantar el previsible arranque de emberrinchada rebeldía que intentaría Inglaterra. Apenas volvió a rodar la pelota, Croacia salió a atacar, Croacia salió a proponer, Croacia salió a ganar. Y, en último término, quien se quedó con un hombre menos por el cansancio y las lesiones fue Inglaterra. Croacia (aunque tras el silbatazo definitivo su mejor hombre de hoy, el impresionante Perišić, no pudiera ni levantarse del césped) terminó con sus once gladiadores de pie. Esto último, en buena medida, merced a la sabia, paciente, inteligentísima ¿Qué decir de los ingleses? Tras una ronda de grupos tersa y a modo, durante los octavos de final Colombia los puso por vez primera frente a un predicamento serio; en razón, sí, de las evidentes virtudes de la escuadra sudamericana, pero sobre todo en razón de la propia indolencia británica: tras irse arriba en el marcador determinaron que el trámite no ameritaba para ellos mayor interés ni compromiso, se preocuparon apenas por fingir faltas y hacer tiempo, y luego se vieron obligados a remontar una tanda de penales que empezaba a ponérseles de nueva cuenta (como en tantas otras oportunidades durante las últimas décadas) 119 cuesta arriba. Frente a Suecia nos hicieron creer que habían aprendido la lección; fueron igual de petulantes, en un momento dado determinaron que el trámite no ameritaba para ellos mayor interés ni compromiso, se preocuparon apenas por fingir faltas y hacer tiempo… pero sólo cuando ya tenían una bien asegurada y merecidísima ventaja de tres goles. desde el modesto libro del balompié, ya que no del de la Historia con mayúscula, han sin duda (con perdón de Lenin y John Reed) conmovido al mundo. Hoy, tras el gol tempranero de Trippier (conseguido, como suele decirse, antes de merecerlo), Inglaterra dispuso de una hora completa para finiquitar el partido; y durante la mitad de ese tiempo cabe reconocer que mantuvo serio interés por conseguirlo, frente a unos croatas prematuramente frustrados y como al borde del desahucio. Luego, sintiendo quizá a su rival demasiado abajo, demasiado indigno para dedicarle algo más que altivas y perezosas miradas de reojo, dio a todas luces la grosera impresión de estar con la mente puesta ya en Francia. Cuando despertó de su imperial modorra, sorprendiéndose obligada, en urgencia, a mirar otra vez a Croacia a la cara, ya sólo pudo hacerlo de abajo hacia arriba. Digno juego semifinal de Copa del Mundo. Capítulo de inolvidable leyenda para el recuento futuro. El ansiado, celebrable regreso del futbol de Europa Oriental a la instancia definitoria que antaño le fuera tan habitual (Checoslovaquia en 1934 y 1962, Hungría en 1938 y 1954). Aun cuando no podamos anticipar el desenlace de la final a disputarse en cuatro días, resulta lógico pensar que Croacia saltará en obvia calidad de víctima frente a los franceses. Sin embargo, nada hará olvidar ya jamás, con todos sus capítulos de épica y duda, zozobra y júbilo, amnesia y resurrección, estos diez días, estos 360 minutos. Díez días croatas en tierras rusas. Díez días que, al menos 120 No obstante, entre resumen y resumen, entre nota informativa y nota informativa, venían por supuesto los infaltables e inefables segmentos de puro entretenimiento: ni cómicos ni musicales, aunque con hipotética intención de ser una o ambas cosas a la vez. Lo que llamó mi atención, es que el infumable reality-sketch que estaba yo viendo lo protagonizara uno de los jugadores de la selección mexicana; no semanas atrás, sino hacía apenas unas horas. Es decir, con el equipo ya concentrado, entrenando, evaluando el partido previo y preparando el siguiente. DIVAGARES DEL ÚLTIMO ASUETO: EL REALITY TRICOLOR. 12 y 13 de Julio. Por masoquista morbo, al día siguiente volví a sintonizar el televisor a la misma hora en el mismo canal. El segmento de reality-sketch se repetía, ahora con otro par de jugadores, pero siempre haciendo énfasis en el mismo sentido de actualidad y de exclusiva (“nosotros, acompañando al Tri día tras día desde su intimidad, durante toda su estancia en Rusia” o algo por el estilo). Y lo mismo la siguiente tarde, y la siguiente. Día tras día, desde el interior de sus habitaciones, desde el comedor, antes o después de un entrenamiento, o paseando durante algún asueto, los jugadores mexicanos y hasta el entrenador Juan Carlos Osorio, atendían diligentes a la juvenil y más bien elemental conductora, ya fuera in situ o por vía virtual, para cantar, contar chistes, relatar anécdotas: para certificar, en fin, en cadena nacional, cómo ellos y la empresa monopólica que ha usufructuado mayoritariamente los derechos de explotación del representativo tricolor durante medio siglo, forman parte de un único equipo, de un mismo proyecto, de una sola familia. I Hace un par de semanas, en plena ascendente efervescencia la primera ronda del Mundial, me topé por azar en la televisión uno de los programas vespertinos implementados por Televisa para acompañar el evento. No una de esas atiborradas revistas misceláneas de dos horas o más, con la que ellos y TvAzteca sobreexplotan hasta la náusea el exitoso formato creado por José Ramón Fernández con Los Protagonistas durante la segunda mitad de los años ochenta. Se trataba de un programa de sólo treinta minutos, concebido sobre todo para ofrecer un breve resumen de los encuentros de la jornada a la hora de la comida. No dio mi morbo para ponerme a indagar el cariz que adquiría el asunto en los programas estelares de formato largo, concebidos 121 para romper records de rating. Tal vez Televisa, empresa responsable y consciente de lo perjudiciales que pueden resultar las distracciones inútiles para un conjunto deportivo de alto rendimiento estando en curso su más importante desafío competitivo, había decidido utilizar las mismas cápsulas vespertinas para su programa nocturno; sin ceder a la tentación de agregar interacciones extra entre la Selección y su propio repertorio de estrellas principales (entre comentaristas, conductores, cómicos, reporteros, merolicos). ¿O no? el mundo se queja de que apenas si hay el tiempo justo para realizar un mínimo trabajo de acoplamiento grupal y de orquestación táctica. En esos días a los que me estoy refiriendo, el equipo mexicano, su afición y sus siempre atingentes patrocinadores, transitaban aún las ebrias secuelas del inesperado triunfo contra Alemania. De modo que bastaba cualquier corte comercial en cualquiera de los canales pertenecientes al duopolio televisivo dominante dentro de la señal abierta nacional, para hacerse una idea de la exorbitante suma de sesiones a que los integrantes del Tri tuvieron que concurrir —ya fuera individual o colectivamente— con el fin de atender a cada una de las empresas con suficientes recursos para sufragárselos en calidad de lucrativa imagen de temporada. Y preguntarse si cualquiera de tales empresas habría estado dispuesta a que, por razones deportivas, alguno de los rostros clave de tan planificadas y costosas campañas de marketing no apareciera en el último momento integrado a la lista definitiva de convocados del entrenador para Rusia 2018. Por esos mismos días, un anuncio de Banamex, protagonizado por varios de los hombres y nombres más emblemáticos del actual seleccionado nacional, llamó mi atención lo suficiente como para ponerme a rastrear en la web la campaña publicitaria completa. Un par de cosas cabía deducir bien a las claras a partir de cápsulas, slogans, audios y fotografías: uno, que por eficiente que hubiera sido el equipo de producción y dirección a cargo, y por diestros que se hubieran mostrado los futbolistas ante la cámara y ante el micrófono, de ninguna manera cabía garantizar que las sesiones de grabación hubieran sido sencillas y breves; dos, que puesto que varias imágenes y secuencias (por muchos recursos de copy-paste que ofrezcan los avances de la tecnología digital) mostraban inequívocamente reunidas a varias de las principales figuras que el Tricolor tiene diseminadas por el extranjero, y puesto que el sostenido bombardeo de varias campañas de ese mismo género había dado inicio antes de que sus respectivos clubes de Holanda, España, Alemania, Portugal o Bélgica los liberaran para el Mundial, era obvio que tales sesiones habían tenido lugar en ocasión de alguna fecha FIFA previa: sí, una de esas mismas fechas donde todo Cada que alguien se atreve a insinuar que la alineación de la Selección Nacional no está determinada por razones futbolísticas, sino por intereses de patrocinio, saltan indignados a desgarrarse las vestiduras tanto federativos como sponsors, jugadores, cuerpo técnico y dueños de equipos. Parecieran ampararse por acto reflejo bajo el resguardo de un supuesto código de honor empresarial, que en los hechos simple y llanamente no existe ni ha existido jamás. En términos empresariales lo que existen son cláusulas de obligatoriedad y de silencio, compromisos y sanciones por contrato: 122 hipócritas coerciones y cínicos robos en despoblado que se enmascaran de legalidad al amparo de la letra chiquita. Bien lo demostró en toda su amplitud, hace apenas unos meses, la cláusula de renovación automática de derechos televisivos, invocada por la Federación Mexicana de Futbol como elemento clave para mantener durante ocho años más (de aquí a la próxima añagaza del “haiga sido como haiga sido”) el control del seleccionado tricolor en manos de Televisa y TvAzteca. cómodos y abundantes dólares que proporciona jugar, sin grandes exigencias competitivas en territorio estadunidense). II En mis ya demasiados años como espectador de futbol, me ha tocado en suerte presenciar magistrales demostraciones defensivas. Partidos por norma poco espectaculares, donde la disposición táctica propuesta por un entrenador, así como el destacado rendimiento individual y colectivo de los jugadores encargados de llevarla a efecto, inhabilitan por completo el potencial ofensivo del rival, y sacan máximo provecho de sus austeros pero efectivos deslices al ataque, para acabar obteniendo la victoria. Bajo ninguna circunstancia pretendería decir que me gusta, ni que se trata del estilo más idóneo para desplegar los valores fundamentales que considero asociados a este y a cualquier otro juego; pero puedo reconocer cuando está bien hecho, cuando se trata del virtuoso fruto de una idea conseguida, trabajada y cristalizada a pulso. Algún alma cándida podrá aseverar que no se trata del control del Tricolor, sino sólo de los derechos exclusivos de transmisión de sus partidos, sean amistosos o en torneos oficiales; sin advertir todavía que esta última es la medida definitoria del control económico, empresarial, político (y hasta social y cultural) del Tricolor. La Selección Mexicana de Futbol no es un negocio deportivo, que por razones de contexto, fortalecimiento, desarrollo y marketing, diversifique determinados contenidos de su perfil circunscribiéndolos a la lógica de diversos shows televisivos, incluido el reality. La Selección Méxicana es un negocio televisivo (a estas alturas ya íntegramente circunscrito a la lógica del reality), cuyos contenidos y objetivos correspondientes al estricto orden deportivo quedan subordinados y condicionados, de forma por completo discrecional, a dicha lógica. Y lo menciono porque, de la misma forma, y en una proporción sin duda mayor, me ha tocado ver partidos ganados por un equipo que no se defendió bien, al que no le anotaron de milagro (debido por completo a las pifias del oponente, y no a ningún mérito de contención propio), que consiguieron un gol por obra de inmerecida casualidad, de grosero accidente; pero que al término del partido adoptan el talante de un demiurgo que hubiera tenido todo el tiempo los hilos bajo su entero control, se ufanan de que “su propuesta” les permitió alcanzar el objetivo, y se arropan por Palmarias prendas de evidencia al respecto: de manera indirecta, la renuncia a la Copa Libertadores y la eliminación del descenso en el torneo de primera división; de manera directa, el abandono de la Copa América, la prolongación de la supremacía para el duopolio televisivo, y la interesada sumisión a Concacaf (mejor dicho, a los 123 completo en el irresponsable manto de que quien gana no da explicaciones. No se excusan de usufructuar los réditos de autoestima consustanciales a todo ganador, aun cuando no hayan sido capaces de reivindicar sobre la cancha las mínimas formas que en teoría legitiman cualquier expectativa de ganar; y no resulta atípico que a partir de ahí, y hasta donde les den su dura cara y la favorable fortuna, se envalentonen para quedar amparados ya de fijo en la misma inalterable “fórmula”: si ya salió una vez, por qué no habría de salir para la próxima. ejemplo, sin que ello suponga ninguna profesión de santidad, de desinterés ni de altruismo para nadie (ni menos disculpe las perversas prácticas de fondo que en cada caso pueda haber de por medio), la diferencia entre proyectos deportivo-empresariales como los de Tigres, Monterrey o Pachuca, y los de equipos bajo eterna amenaza de extinción, cambio de sede, insolvencia financiera y escándalos de toda índole, como Veracruz, Jaguares, Querétaro y el larguísimo etcétera que les acompaña. Tigres representa sin lugar a dudas, y por encima de todo, un lucrativo negocio, con múltiples aristas censurables y debatibles. Pero un negocio que, a partir de determinado momento, eligió sustentar íntegras sus expectativas de éxito comercial en el éxito deportivo de mediano y largo plazo. Los resultados están a la vista. Así, apelando a este último espíritu, es como los federativos mexicanos aspiran alcanzar un día la instancia de cuartos de final en una Copa del Mundo disputada fuera del país. Las voces alzadas para impugnar que se priorice lo económico sobre lo deportivo no cesan de multiplicarse al término de cada nuevo ciclo mundialista; pero al arrancar el siguiente ya estamos instalados en la misma inercia crónica, en la misma cínica quejumbre justificatoria de que el dinero no les alcanza (que de hecho le pierden, pero se mantienen al pie del cañón por puro amor al arte, por pura filantropía, por puro desinteresado y loco afecto hacia el futbol), y de que eso obliga a atar al representativo nacional mayor a toda suerte de compromisos en la Unión Americana, sin ninguna relevancia para su desarrollo futbolístico y su crecimiento competitivo. La selección mexicana funciona exactamente al revés: lleva lustros subordinando íntegras sus expectativas de éxito deportivo al éxito comercial inmediato. Cualquiera pensaría que sus usufructuarios serían los primeros interesados en priorizar, por encima de cualquier otra cosa, su progresiva consolidación competitiva, para aproximarla con verosímiles miras de incorporación a los representativos nacionales de élite (que tan lejos le siguen quedando todavía); imaginar los potenciales beneficios económicos de semejante escenario, es como para encandilar a cualquiera. No me parece suficiente decir, escéptico encogimiento de hombros mediante, que todo el mundo sabe hasta qué punto el futbol profesional es antes que nada un negocio. En el futbol, como supongo que en todo lo demás, hay de negocios a negocios. Restringiéndonos al ámbito local, cualquiera puede percatarse por Pero la verdad es que los dueños del balón en nuestro país no están dispuestos a renunciar a los beneficios de corto plazo que el funcionamiento del Tri, tal como está actualmente diseñado, les garantiza. Es decir, no les molestaría que el Tri alcanzara el quinto 124 partido y probara llegar tan lejos como proclaman los anuncios de sus patrocinadores, tan lejos como pide ilusionarse la retórica motivacional de algunas de sus máximas estrellas; pero no les interesa asumir la disminución de ganancias instantáneas que aspirar a ello con efectivo sustento necesariamente supondría. Tendrían que renunciar a sus jugosos acuerdos por un número anual obligatorio de partidos en Estados Unidos, contra versiones b y c de selecciones extranjeras armadas al vapor (en campos más propicios para lesionarse que para manejar la pelota); tendrían que renunciar a la sustanciosa remuneración que representa garantizarle a este y aquel patrocinador que la estrella elegida como imagen para su campaña publicitaria será convocada y alineará (aunque esté fuera de ritmo, aunque viaje lesionado, aunque no juegue en su club, aunque tenga gravísimos y no resueltos problemas legales con el imperio más poderoso de la tierra); tendría que disciplinar a sus jugadores para que durante las fechas FIFA se concentren en cuanto futbolísticamente les compete, aunque no les quede tiempo para grabar comerciales; tendrían que dejar de concebir al representativo nacional como un reality show producido por Televisa: un reality show como cualquier otro, salvo por el peculiar detalle de que sus protagonistas, en medio de infinidad de obligaciones extracancha por derecho de exclusividad (cantar, bailar, chatear, contar chistes, ventilar en cadena nacional sus intimidades familiares) resulta que también juegan al futbol. perdieron ante Suecia, quién sabe por qué). Nada de evaluaciones objetivas de cara a lo que se consiguió o no se consiguió, nada de diagnósticos consistentes y serios, nada de proyectos deportivos. Lo que importa es que ya están en puerta los últimos partidos del contrato de este año en Estados Unidos (por eso urge definir al técnico), y hay que empezar a negociar los términos del contrato para el año siguiente. Todos felices, como parte de una gran familia, de una fraterna hermandad en la que no hay quien no se ponga la camiseta, despidiendo a Decio de María con un abrazo porque durante su gestión incrementó los ingresos en una medida sin precedentes. Sí se puede. Sí se puede. Si se pudo ir a Brasil 2014 después de haberlo hecho todo mal durante la eliminatoria entera. Si siempre se puede volver a ganar la siguiente Copa de Oro después de haber hecho el ridículo en la anterior. Si ofrecerles una y otra vez partidos de vergüenza no evita que los connacionales abarroten a más no poder cualquier estadio del otro lado de la frontera. Si el trabajo que estrategas y jugadores han sabido desarrollar a pesar de (y no gracias a) la estructura federativa, nos ha mantenido durante un cuarto de siglo sin retroceder de los octavos de final en las citas mundialistas. Si fuimos el país que más afición no rusa movilizó durante el Mundial que está por concluir. Si la fórmula tal como está les rinde cada vez más réditos a los mismos de siempre, ¿para qué cambiar? Demasiado dinero por perder. Mejor apostarle a la suerte, mientras pones cara de circunstancias para aseverar que la suerte no juega. En una de esas ganan, quién sabe por qué (como le ganaron a Alemania, quién sabe por qué); en una de esas no pierden (como Seguro estoy que se conforman con imaginar que un venidero día (quién sabe por qué) el entrenador no se guardará los cambios, se ganará la serie desde los once pasos (quién sabe por qué), el árbitro 125 o el VAR (quién sabe por qué) decidirán que no era penal, o se podrá jugar el tercer partido tan bien como se jugó el primero (quién sabe por qué). Y entonces sí, por fin, ellos podrán no sólo sentirse felices con el exponencial incremento de unas ganancias obtenidas sin haber sacrificado las precedentes: sino que podrán salir a atribuirse íntegro el resultado, adoptando el talante de un demiurgo que hubiera tenido todo el tiempo los hilos bajo su entero control, ufanándose de que “su propuesta” les permitió alcanzar el objetivo, y arropándose por completo en el irresponsable manto de que quien gana no da explicaciones. No se excusarán de usufructuar los réditos de autoestima consustanciales a todo ganador, aun cuando no hayan sido capaces de reivindicar las mínimas formas que en teoría legitiman cualquier expectativa de ganar; y no resultará novedoso que a partir de ahí, y hasta donde les den su dura cara y la favorable fortuna, se envalentonen para quedar amparados ya de fijo en la misma inalterable “fórmula”: si ya salió una vez, por qué no habría de salir para la próxima. Sueña cosas chingonas: pasar del “jugamos como nunca, perdimos como siempre” al “ganamos como nunca, y ni quién se fije que jugamos peor que siempre”. cuarto partido mundialista. Ese cuarto partido que hoy sigue constituyendo tanto su máxima prenda de gloria, como su más dolorosa prenda de inconsumación. Mientras se mantenga la estructura vigente, el futbol mexicano no cambiará. No olvidemos que el último gran salto cualitativo para él (salto cualitativo del cual sigue beneficiándose hasta la fecha) sobrevino justo a partir de ese breve paréntesis en que Televisa, tras el escándalo de los cachirules, se vio obligada a abandonar transitoriamente el control de la FMF. Fue ese paréntesis el que propició la llegada de César Luis Menotti al banquillo tricolor; y fue César Luis Menotti quien propició el impulso que llevaría a la selección mayor, de donde sea que estuviera en ese momento, al 126 derechos, se muestra por completo audaz y flexible a los mayores malabares logísticos, a los mayores sacrificios con la agenda, a las más arriesgadas improvisaciones con el horario. Pero apenas esa misma cresta va a romperse contra la playa, y principia a recogerse resaca de mansa espuma sobre sí misma, descubrimos sin sorpresa, ni pudor, ni casi tristeza, que los tiempos ya no coinciden, que las rutinas no cuadran, que resulta imposible materializar una cita. Todo acaba resuelto a partir de los consabidos seguimos en contacto, tenemos nuestros números, ahí nos ponemos de acuerdo para vernos; como dos comerciantes sin ya nada que venderse el uno al otro. EL TERCER LUGAR. BÉLGICA 2, INGLATERRA 0: PROMETIMOS NO LLORAR. 14 de Julio. Estadio Krestovski de San Petersburgo. (“Que otra vez será, que otra vez será, tierno amanecer, sé que nunca más” está cantando ahora mismo Leonardo Favio aquí al lado mío, en la rockola a la que alguien decidió echarle unas monedas). Así que no, no pude ir a verte. Alguien se enteró del resultado a través de su teléfono celular, y me informó. Bélgica 2, Inglaterra 0. Felicidades. Te lo mereces. Bien ganado el tercer lugar. En ciertos aspectos, y sabes perfectamente que mis palabras no esconden ninguna segunda intención (ya para qué), has sido la más bonita de todo el verano. Así que no importaría si hoy no hubieras jugado bien; se comprende; a fin de cuentas, por más maduros que queramos mostrarnos, alguna ilusión hubo, algún alocado plan admitimos los dos alborotándonos el ensueño, alguna temblona humedad de nostalgia se nos insinúa todavía de pronto en los ojos, pensando en lo que pudo ser y no fue. Querida Bélgica: No pude seguir las incidencias del encuentro contra los ingleses, que ha pasado a cristalizar tu más destacada participación mundialista ya no sólo en el rendimiento y el estilo, sino también en los resultados. No pude, de verdad. Las ocupaciones, las responsabilidades, la vida; ya tú sabes. Cuando la marítima cresta de la pasión, del cariño y de la libido marcha en sentido ascendente, todo personaje con alguna expectativa de acceder a la categoría de novio, amante o amigo con 127 Siempre lleva su desangelada dosis de tristeza este partido, esta fiesta de la consolación previa al verdadero festín, al encuentro más esperado, a la cita que por sí sola tiene ya, desde antes de cumplirse, garantizado sitio en la leyenda y la epopeya. Durante largo tiempo se ha propuesto incluso que el juego por el tercer lugar desaparezca. Pero por una o por otra razón se sigue conservando. Para algunos no está mal; de hecho, y perdona si te ofendo, para ti no está nada mal. Era necesaria la fiesta de la consolación para darte tu sitio, para señalar cuán especial fuiste. Como si te hubieran galardonado con la banda de “Señorita Fotogenia” durante el concurso de belleza que alguna otra ganó en lugar tuyo (y ahora quien canta en la rockola es la Rocío Durcal de los años 60: “más bonita que ninguna”). tres palos; la verdad es que se la pasó recibiendo goles todo el Mundial (trece en siete partidos), pero conquistó el corazón de muchos porque aceptaba posar para que los fotógrafos lo retrataran con el balón en juego, y sobre todo porque en las semifinales, cuando Maradona le anotó un inolvidable golazo de antología, el primero en ir a felicitarlo fue él. A pesar de que perdiste, la fiesta de consolación del verano 1986 fue toda tuya. Hasta a los alicaídos franceses conseguiste de últimas arrancarles alguna fatigada sonrisa, tras mandar el partido a inesperados tiempos extras y obligarlos a tomarse el baile aunque fuera un poco en serio. 4-2 fue el marcador final. Y pese a que no eras nada bonita (¿estoy reiterándolo de más?) a todos nos terminaste por caer bien (en la rockola es el turno de Julissa: “quiero ser, la consentida de mi profesor”). No, Señorita Simpatía no. Ese título ya lo habías ganado en 1986, cuando te quedaste con el cuarto puesto en el Mundial de México. Seguro no me recuerdas, pero yo estaba ahí ese día, frente a la pantalla en blanco y negro de la televisión de mi tía, la de Puebla. Perdón una vez más, si sueno descortés e impertinente, pero no eras nada bonita; la belleza estaba toda del otro lado, con grado superlativo, en la Francia de Platini, Girese, Tigana, Genghini, Rocheteau, quienes por cierto no disputaron el partido por el tercer lugar, pues estaban muy decepcionados tras caer con Alemania, y su entrenador decidió alinear a los suplentes. Así que disculpa la sinceridad: no eras nada bonita. Aunque eso sí, nadie resultaba más simpática que tú. A tu mítico portero Jean-Marie Pfaff le dieron el título de mejor guardameta de aquel torneo justo por su sangre ligera, por su buena onda, porque era divertidísimo y fácil de querer, no tanto en razón de su por lo demás indebatible talento bajo los Hoy ya no eres cuarta. Hoy eres ya tercera. Justicia estadística, porque eres mucho mejor, mucho más bonita, mucho más buena que entonces; y espero que la palabra “buena” puesta aquí no adquiera ningún equívoco sentido capaz de molestarte. Si así fuera, dispénsame (ya perdí la cuenta de cuántas disculpas llevo). Sé que este tercer lugar no palia ni restaña lo que sea que hayamos perdido con tu no llegada a la final, pero lo cierto es que a ti te hacía más falta que a Inglaterra. Ella, pese a haber acumulado un desalentador capítulo más dentro de su dilatada telenovela privada, a fin de cuentas inventó el futbol, y a fin de cuentas ya se coronó campeona del mundo, sin importar que desde entonces haya pasado una eternidad. Pero además casi todos coincidimos en que dentro de cuatro años Inglaterra estará de regreso, que esta es una generación 128 harto promisoria y que, dada la juventud de su plantel, Rusia 2014 contaba antes que nada como plataforma preparatoria para presentarse en Qatar como uno de los principales aspirantes al título. histórica hermana naranja, que no vayas a extraviarte tú, pequeña y recientísima diablilla roja). Por eso, mejor despedirnos. Por eso, mejor quedar como amigos. Me llevo tus mentirosas promesas y tus ya no tan mentirosos coqueteos. Te llevas mis permanentes dudas y mi tardía credulidad. Nos llevamos los dos, como un secreto compartido ya imborrable, aquella noche de entrega y de delirio ante Brasil, aquel arranque impetuoso contra Francia (aquellos eternos minutos de mirarte y creer que todo era verdad). No seas tonta, toma el pañuelo y límpiate los ojos. ¿No ves que hasta Palito Ortega lo está diciendo en la rockola? Prometimos no llorar. En cuanto a ti, seamos honestos: nadie tiene la menor idea de en donde estarás dentro de cuatro años (“vendrán otros veranos, vendrán otros amores” canta ahora en la rockola Roberto Jordán). Hay varios entusiastas proclamando que debemos contemplarte desde ya como candidata número uno para la Eurocopa 2020; y yo ni lo niego, ni lo dudo, ni lo menosprecio. Pero los Mundiales son otra cosa. La Euro la han ganado antaño hasta tu prima la danesa y tu prima la griega, por no hablar de tu bastante poco agraciada prima portuguesa de la actualidad; así que, por mucho que se diga, hay que contabilizarla en una repisa distinta. Si me lo preguntan (si me lo preguntas), puedo por supuesto imaginar que el siguiente verano mundialista volveré a encontrarte, más madura, más asentada, más plena, más propicia a hacer de las promesas perdurable carne, imborrable aliento y beso definitivo. Pero puedo imaginar con mucha más verosímil nitidez que se llega la cita y no te reconozco, no me reconoces: que el momento pasó. Como pasó aquella simpatía de 1986, volviéndote tan fea como poco agradable entre 1990 y 2002, hasta que de plano tuviste que dejar pasar completos dos veranos mundialistas en ausencia para renacer, para reinventarte, para venir a dar con este rostro: este rostro que tanto nos ha gustado a todos, pero al que nadie se atrevería a proclamarle garantía de perdurabilidad (si se extravió tu 129 El pánico no aparece nunca al imaginar que, por obra de poético milagro, aquel muchacho capaz de irse caminando desde su pueblo hasta la capital francesa para contemplar los saldos de la Comuna de París ya destrozada, voltea y nos mira, confirmándonos desde la indómita claridad de sus ojos azules cuanto sus páginas no han dejado de insinuarnos con la más saludable de las provocaciones desde el primer día. El pánico está en imaginarnos que un infausto ensueño nos coloca años más tarde, en vísperas de que la pierna comenzara a gangrenársele, delante de aquel anodino mercader capaz de negociar lo mismo con marfil, con café o con armas; que condesciende a levantar por un segundo la vista de su libro de cuentas, y que nos mira sin que en sus ojos haya ni la más remota huella de su poesía: ni la más pálida sombra (y que suene Procol Harum). LA FINAL FRANCIA 4, CROACIA 2: LOS OJOS DE RIMBAUD. 15 de Julio. Estadio Luzhniki de Moscú. ¿Con qué ojos lloraba hoy Griezmann al término del encuentro? No lo sé. Tal vez no quiero saberlo. Y escojo en específico a Griezmann para pensar los ojos de Rimbaud, sobre todo por dos razones. Porque aun cuando —dada su experiencia como estrella en el Atlético de Madrid— su mirada no es ya la inocente y socarrona de Mbappé, dada su relativa juventud —27 años— no es tampoco la veterana y medio cínica de Deschamps; está en medio, justo en medio. Y porque hoy, al igual que frente a Uruguay, al igual que frente a Bélgica, tomó en un momento dado la decisión individual que a la postre condicionaría todo el trámite del encuentro. La diferencia estriba en que, frente a uruguayos y belgas, esa decisión consistió en tirarse unos metros atrás de la zona de ataque para convertirse en el inspirado armador de la escuadra francesa, Todo rimbaudiano sabe perfectamente que el verdadero corazón de las tinieblas, el verdadero territorio donde lo innombrable condesciende a enunciar su misterio con los más escalofriantes términos (“ah, el horror, el horror”), no está en la mirada del joven Jean-Arthur, cuando sin haber cumplido aún 20 años, escribía “Las iluminaciones” o “Una temporada en el infierno”; sino antes bien en la de aquel oscuro comerciante que moriría recién cumplidos los 37, sin conservar en sí el menor rastro del adolescente flamígero y prodigioso que había sido. 130 mientras que hoy la decisión consistió en tirarse un clavado para fingir una falta inexistente. venideros. Casi tanto bien como si hoy hubiera ganado el mejor; casi tanto bien como si hoy hubiera ganado Croacia. Se indignará al punto cualquiera de aquellos a quienes el triunfo de Francia haya puesto contentos. Y apelará presuroso a las sentencias que los apólogos de la victoria a cualquier costo comenzaron a prodigar desde antes de que el juego concluyera. Que una sola jugada no puede condicionar por sí sola todo el curso de un partido. Que al marcar cuatro goles es peccata minuta si detrás de uno de ellos hay algo debatible. Que si el reglamento no contempla revisar ese tipo de jugadas en el VAR. Que si las potencias siempre saben ganar, haiga sido como haiga sido. Que si la justicia es un concepto debatible. Que si el que gana no da explicaciones. Que si Francia es un digno campeón. En la semifinal, Francia no fue mejor que Bélgica, pero tampoco inferior. Tuvimos una casi absoluta paridad sobre el terreno de juego. Los belgas tomaron la iniciativa, los franceses al cabo de un rato se las arrebataron (con talento, con trabajo, con iniciativa, con futbol), luego los belgas la recuperaron; el gol pudo caer de cualquier lado. Así que merecido ganador. Tan merecido como si el solitario gol definitorio, en lugar de galo, hubiera sido belga. Hoy Francia para mí no jugó en absoluto. Jugaron sus individualidades, con desigual fortuna en cada caso: partidazo de Umtiti, resolviendo una y otra vez en emergencia; naufragio de Varane, Kanté y Lloris, que tan inapelables y sólidos habían venido siendo; Pogba y Mbappé finiquitando a lo llanero solitario cuanto en colectivo los bleus jamás atinaron a articular ni construir; Pavard, Matuidi, Lucas y Giroud, cumplidores aunque con altibajos, desde un segundo plano. Y el fiel de la balanza: otra vez Griezmann. Francia es un digno campeón, no lo debato. El más constante a lo largo del torneo, entre los dos equipos que alcanzaron la final, si es que queremos dictaminarlo por encima de Croacia (que hoy fue mejor de principio a fin). El que al término de las cuentas ganó el partido que en su llave determinaba quién pasaba a la final, si queremos dictaminarlo por encima de Bélgica (que ya contrastando completos, jornada tras jornada hasta hoy, los siete partidos que a cada equipo tocó disputar, fue más constante, más regular, más estable, y jugó mejor más tiempo). Pero hoy Francia no merecía ganar, aunque al final haya ganado. Y a mí me hubiera gustado que ganara mereciéndolo, dado que tiene los recursos para hacerlo: le habría hecho muy bien al Mundial, le habría hecho mucho bien a ella misma, le habría hecho mucho bien al futbol de los años En trámites de partido como los del futbol actual, tan cerrados en su urdimbre, tan apretados en sus íntimos ciclos de causa-efecto, por supuesto que una sola jugada puede trastocar decisivamente cuanto venía sucediendo, cuanto estaba por suceder: la alteración de una sola pieza te modifica todo el mecanismo de relojería del encuentro. Nadie por supuesto puede aseverar que, sin el clavado de Griezmann, Croacia se habría ido arriba en el marcador; pero cualquiera con dos ojos en la cara, aunque no sean los de Rimbaud, deberá aceptar que antes del clavado de Griezmann el partido se 131 hallaba encaminado con toda claridad en esa dirección. Croacia estaba trabajando para conseguirlo con paciencia, con elegancia, con sabiduría, con grandeza digna de esta instancia. Y tenía a los franceses sumidos en la perplejidad, en la ofuscación, en el temor. ¿Qué es lo que yo hubiera querido? ¿Que la FIFA en sus reglamentos sobre el VAR hubiera contemplado como revisable cualquier jugada antecedente directamente involucrada en la consumación de un gol? ¿Que los encargados del VAR hubieran violentado el reglamento en razón de la decisiva instancia culminante en que nos encontrábamos? ¿Que al revisar la mano de Perišić en el VAR, aunque el árbitro Pitana la considerase penalti, no la marcara, en compensación por su yerro previo? ¿Que hubieran designado otro árbitro en lugar de Pitana? No, la verdad, nada de eso. Lo que hubiera querido es algo mucho más simple, más sencillo. Hace rato escuchaba a alguien decir que el pecado de Croacia había sido no reflejar su dominio en el marcador; que si a Francia no la matas te acabas lamentando. El argumento resultaría válido si al irse abajo 1-0 los croatas hubieran llevado alguna pifia acumulada en delantera, si hubieran visto diluirse en la impotencia un dominio estéril, si los franceses (como ante Bélgica) les hubieran robado la iniciativa; incluso si los franceses se les hubieran ido arriba por un golpe de inspiración individual o por un accidente. El clavado de Griezmann no fue un accidente ni un golpe de inspiración individual: fue una sinvergüenzada. (Por más neuróticas disposiciones que tomes para conjurar lo imponderable, siempre algo acabará escapando a tu previsión y a tu control. Ya ven la ceremonia de premiación, planeada con tanto protocolario cuidado, y al final resuelta como caótica escena final de película de Fellini, entre el aguacero torrencial, los interminables abrazos de la presidenta croata, la empapada calva de Infantino, y el gigantesco paraguas privado que Putin no le prestaba a nadie). Otro más dirá que un centro a balón parado desde fuera del área es una jugada intrascendente, excesiva como para ensañarse con el árbitro o con el fingidor de la falta; pero quien así opine seguro no habrá visto este mundial en general (donde casi todos los equipos convirtieron la táctica fija en su principal arma ofensiva), ni a esta Francia en específico (que por esa misma vía superó las dos instancias previas). Del hipotético fuera de lugar de Pogba en el autogol de Mandžukić, así como de la mano de Perišić sancionada como penalti, no tengo nada que decir; se trata de jugadas tan apretadas, que cualquier decisión decretada por los jueces hay que darla por buena. Lo que hubiera querido, lo que me hubiera gustado, es nada más una cosa que antes del juego me parecía obvia, natural, por descontada (ahora la verdad ya no sé qué pensar): que Griezmann no se tirara. Tirándose, no es que el espejo donde hoy Francia se contempla campeona se haya roto, ni siquiera rajado. Pero según mi juicio, sí que se empañó. Mejor así. Quién sabe cuáles sean los ojos de Rimbaud que observan a Griezmann desde el otro lado del cristal. 132 distorsionadoras estrategias de olvido diseñadas por la publicidad, sino también y antes que nada de ritos consustanciales a la liturgia futbolera. ÚLTIMO DIVAGAR MUNDIALISTA: LAS LÁGRIMAS DE MISHA. 16 de Julio. Los primeros días posteriores a la final resultan sin embargo distintos. No olvidemos que se trata del período correspondiente a la resaca de una larga borrachera, de algo más de un mes de duración (contando la expectativa preparatoria). Que la final haya sido final con beso, que haya consistido en la carnavalesca coronación del rey feo, o que haya constituido un fatigoso camino de vuelta a casa en solitario y bajo el frío, lo condiciona todo. Recuerdo, por ejemplo, la desasosegada perplejidad el día posterior a que Francia obtuviera su primer título del mundo; nadie tenía claro lo que había sucedido, aunque todos entendiéramos el tamaño de jugador que era Zidane, el tamaño de leyenda en que acababa de convertirse, y eso nos alegrara supongo que por unanimidad. La fantasmal, irreconocible fisonomía de un Ronaldo que había venido arrasando la Copa, el desencajado talante de los demás brasileños, así como la indefinible atmósfera de sospecha flotando en el aire, nos amargaron a varios el retorno a la normalidad (futbolera y no) durante varias semanas. Todo Mundial hacia su término experimenta cierta dosis de melancolía, que en buena medida encuentra resolución, broche de hojalata o de oro, banda luctuosa o moño de regalo, de acuerdo al modo en que se haya desarrollado el partido final. A la vuelta de los meses y los años, dicho partido devendrá natural e inapelablemente prenda de epopeya, cromo para la posteridad, sin importar ya demasiado qué tan bueno o qué tan malo, qué tan emotivo o tan soporífero, que tan digno o tan indignante haya resultado sobre la cancha. En el extremo opuesto de la balanza, la honda saudade provocada por acá al término del Mundial de México 86, la aminoró sin duda ver coronarse a Maradona, gracias a un inspirado pase suyo de último minuto, en un juego que estuvo a nada de prolongarse hasta los tiempos extras. En nuestro país, haber gozado el privilegio de mirar campeones en plenitud a Pelé y a Diego Armando siguen Toda final de Copa del Mundo cobra en distante perspectiva un aire mítico. Y me parece justo que así sea: se trata no sólo de 133 constituyendo motivo de orgullosa satisfacción hasta entre quienes no habían nacido todavía; cuánto más no lo serían apenas a la semana siguiente de que uno y otro torneo concluyeran. Europea se reúnen para definir en simultáneo el destino del planeta). Un poco más allá, pero todavía dentro de los dominios del estricto interés balompédico, quedará esforzarse por valorar en su justa dimensión competitiva, ética y estilística, cuanto sucedió en Rusia 2018. Parece haber consenso en que el futbol mundial está en trance de experimentar un giro, luego del sello que vino a imprimirle la sucesiva coronación, primero de España, y luego de una Alemania a la española. Los primeros balances son que, en este Mundial, a pesar de la buena salud del futbol cadencioso, estético y ofensivo representada por Bélgica y por los mejores momentos de Croacia y Brasil, están de regreso el juego defensivo, la fortaleza física y la subordinación del talento individual de los jugadores a la voluntad suprema del entrenador. Esa fue la escuela que ganó, y el ganador suele volverse en automático el modelo dominante a seguir. Veremos. Habrá tiempo de sobra para darle su lugar, desde el debate futbolístico en perspectiva, tanto al Mundial como a las secuelas que de él resulten. Cada quien se reintegra a la cotidianidad como puede. Esta vez, dado que transitamos la era de las redes virtuales (con su automática propensión al linchamiento tras protocolarios tres intercambios de diálogo cortés), una alternativa ha consistido en empecinarse en demostrar, por facebook o por twitter, cuál de los dos países que llegaron a la final resulta más deleznable en materia política, y por tanto cuán imbécil tiene que resultar por fuerza cualquiera que declare que le gusta cómo juegan al futbol sus respectivas selecciones nacionales. Yo seré sin duda imbécil por partida doble, pues con sus respectivos matices, y aunque no le perdone a Griezmann su clavado, me gustan las dos. En terrenos menos mesiánicos y hostiles, los no aficionados que se asomaron al Mundial por tratarse del obligado punto de encuentro temático y social para el inicio del verano, ya enfocan su atención, sin ningún traumático escrúpulo de por medio, en otras direcciones. Mientras los futboleros habituales debemos implementar toda suerte de ejercicios de descompresión y reconfiguración, antes de aceptar que es hora de dejar de pensar en Bélgica y en Modric, para ponernos a pensar en el Cruz Azul y el Gulit Peña (y sí, no se alarmen, nos quedan tiempo, cerebro y sentido cívico suficientes para percatarnos de que AMLO es presidente en funciones cinco meses antes de tomar posesión, que el EZLN no le dio el visto bueno, o que de un lado Putin y Trump y del otro China y la Unión Como primera apreciación general, me pareció un buen torneo; en modo alguno desmerecedor de lo que ofrecieron las dos ediciones previas. Me resulta sorprendente que algunos analistas se muestren categóricos al aseverar que bajaron mucho el nivel y la propuesta, como si en Sudáfrica y Brasil hubiera habido una media dominante de equipos imitando a españoles y alemanes. Esta vez no tuvimos un campeón que fuera el que jugaba más bonito, es cierto; pero tampoco recuerdo que hace cuatro años haya habido novedades 134 virtuosas tan sólidas como lo fueron ahora los belgas y los croatas, situándose entre los cuatro primeros lugares. colores más pequeños. Recordemos que se trataba de una época previa todavía a los beneficios que en materia de espectáculos masivos brindarían más tarde robótica y multimedia. El Misha gigante avanzó hacia el centro del campo, agitando los brazos, despidiéndose de cuantos lo contemplaban en las gradas del estadio y desde las pantallas de sus televisores a lo largo y a lo ancho del mundo (incluso en los numerosos países que, alineados con Estados Unidos, habían boicoteado la justa deportiva). Un sector de la tribuna, valiéndose de las típicas láminas aún hoy utilizadas en efemérides semejantes, hizo aparecer enorme el rostro de Misha, y simular que derramaba un par de lágrimas. El globo gigante de Misha comenzó a elevarse, a elevarse, jalado por su montón de globitos de colores. Las cámaras enfocaban numerosos rostros entre los asistentes, llorando de emoción. Por lo que hace al balance organizativo, todas las voces apuntan al reconocimiento de una edición impecable; una edición que, más allá de la vulgar retórica autoelogiosa, justificaría hasta cierto punto (y sólo en ese sentido) la aseveración de Infantino de que se trató del mejor de la historia. Lo único que les reprocharía yo a los rusos dentro de ese rubro, sería no habernos regalado ninguna estampa emotiva a la antigua usanza durante el show de despedida previo a la final, para llevárnosla con nosotros; dado que el corporativismo neoliberal todo lo homogeniza, tocó recetarse el mismo reiterado número musical de siempre, aderezado con algún convencional y postizo matiz folklórico. Y tuvo que ser la lluvia moscovita, filtrando como bajo una sordina de niebla el resplandor de los fuegos artificiales desde la toma aérea, la que insinuara por azar una postal equivalente a la de, por ejemplo, aquella inolvidable ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980. Algún medio aseveró más tarde que esos que lloraban eran gentes enviadas exprofeso, para fingirse conmovidas, quién sabe si por la KGB o directamente por Leonid Brézhnev (a la sazón secretario general del comité central del Partido Comunista soviético). Como servicio público para sentimentales, ofrezco la alternativa de apropiarnos el momento más efectista y efectivo de aquella lejana ceremonia, para despedir hoy, aquí, un día después, el Mundial de Rusia. Los que vieron la ceremonia, pueden apelar a la memoria. Los que no, pueden apelar a la imaginación; y, si no es su fuerte, a youtube. Lo que esa información no aclaraba, era cómo había Brézhnev instruido exprofeso a los millones de niños que como yo (tenía nueve años), llorábamos en ese mismo instante en la salas de nuestras respectivas casas, diciéndole adiós a Misha. Cuentan que, semanas más tarde, todavía hubo quienes divisaron a Misha con sus globos en algún confín del enorme imperio (enorme y moribundo, aunque no lo supiera). Yo digo que no le hacemos mal a nadie si nos ponemos de acuerdo y contamos que ayer, mientras La mascota de la Olimpiada era un oso llamado Misha. Para rematar la ceremonia, los organizadores hicieron ingresar al estadio un globo monumental con su figura, coronado por otro montón de globos de 135 explotaban los juegos pirotécnicos y el cielo de Moscú se caía a cántaros, fugazmente alcanzaron a divisarse entre las sombras su gigantesco perfil de oso y el conmovido destello de sus lágrimas: diciéndonos adiós. 136