Una nueva oportunidad Emmanuel Delgado Gutiérrez Un fuerte y repetitivo pitido comenzó a retumbar en mi cabeza. Había un fuerte olor a medicamento, alcohol y a esa cosa que siempre huelen los hospitales. Abrí los ojos. Casi inmediatamente un hombre con bata blanca entró a la habitación en donde estaba, su aspecto era muy amigable, caminaba erguido y con una gran sonrisa en su rostro. Olía a pastel de manzana. Caminó directamente hacia mi con prisa, como si no hubiera nadie mas en esa habitación, como si única misión fuera cuidar de mí. Yo no lo conocía, no recuerdo haberlo visto antes pero me emocionó verlo entrar. Con mucho cuidado revisó mi cabeza, la cual se sentía pesada y muy adolorida. Antes de que pudiese preguntarle qué me pasó me dijo: -“La libraste Panchito un poquito más y te perdemos”-. En ese momento recordé todo. Todos los días acompañaba a Carlos a su trabajo, para mi es un privilegio acompañarlo, sentirme útil, que aún somos amigos aún a pesar del tiempo. Me fascina decirle a todo el mundo que él es mi mejor amigo. Carlos y yo crecimos juntos. Cuando éramos pequeños ambos salíamos a jugar, corríamos, brincábamos y nadábamos juntos, incluso él siempre me contaba sus secretos y yo como buen amigo nuca decía nada. Amaba pasar tiempo con él. Cuando crecimos ambos nos enamoramos, a él le llegó más fuerte eso del amor, tanto que hasta se casó con una chica muy bella, a mi no me parecía tan atractiva, pero me daba gusto verlo feliz. Yo también me enamoré pero no fue tan fuerte como le pasó a Carlos, yo sólo la veía de vez en cuando, teníamos una relación bastante cómoda. El día del accidente salimos de casa a las siete en punto, como todas las mañanas. Yo siempre lo espero en la puerta mientras él termina de beber su café, de cierto modo le pongo presión para que se apure. Le grité: –¡Carlos!- y respondió –¡Ya voy Pancho, ya voy!Cerró la puerta y caminamos al trabajo. Mientras caminábamos comenzó a contarme algunas cosas que me impactaron, la relación con Diana, su esposa, estaba a punto de terminar, los problemas económicos habían menguado el amor que se sentían y la incapacidad de tener hijos había destrozado la felicidad de ambos. No supe que decirle. Se sentó en una banca y comenzó a llorar. Lo abracé. Cuando él se sintió mejor se puso en pie y dijo –Listo, vámonos, estoy mejor- entonces continuamos nuestro camino. Justo cuando estábamos por cruzar la calle a su trabajo, un auto a toda velocidad se abalanzó sobre nosotros. Carlos pudo esquivarlo, yo sólo sentí un fuerte golpe sobre mi cabeza y todo se puso negro. Así fue como desperté en este lugar, con este hombre con olor a pastel de manzana. Creo que esta es una nueva oportunidad de vivir, una nueva oportunidad para demostrar que puedo ser un mejor perro.