yon Sociedad _ y arquitectura colonlal sudamericana Una lectura polémica \ ›. .lá I _ Colección Arquitectura y Critica .ía Sociedad y arquitectura colonial sudamericana Damián Bayón La historia de la arquitectura y del arte sudamericanos es algo que ya ha sido escrito -y se sigue escribiendo- gracias a los especialistas: españoles, europeos. norteamericanos y ahora también sudamericanos. Damián Bayón, historiador y crítico nacido en la Argentina. que ha vivido la mitad de su vida en Francia. no podía dejar de tocar él también ese tema. Discípulo de Pierre Francastel, Bayón aplica los métodos de la llamada escuela de Les Annales [del nombre de la revista] que atribuye mucha importancia a lo social y lo económico dentro del también piensa que retablos e imágenes deben ser considerados como formando bloque con la arquitectura religiosa cuyo rasgo principal constituyen. En una palabra: por su información por la extensa y reciente bibliografía que maneja, el libro de Bayón resulta una interesante introducción a un estudio que ya tiene sus eruditos y empieza a tener también sus intérpretes. contexto de la historia cultural. No se pone a escribir una historia más -trabajo colectivo a esa escala-, sino que a partir de ejemplos concretos pasa a discutir los puntos de vista tradicionalmente aceptados. Los de los que fueron sus maestros y los de sus compañeros de generación. A tíavés de ciertas obras «claven ¬-il;-›¿en conservadas o restauradas*-, Bayón desmonta uno a uno cada uno de los que él considera «lugares comunes»: la exclusividad hispana en un arte que él cree «europeo»; la casi no ingerencia del espíritu indígena en una arquitectura y decoración sacadas principalmente de los tratados; la noción misma de «estilo» aplicada mecánicamente a las cosas sudamericanas. Para él no hay tal «barroco eterno» en un continente en que la mayoría de las catedrales --por ejemplo- son clásicas; Editorial Gustavo Gili, S. A. Rosellón, 87-89 Barcelona-15 Colección Arquitectura y Crítica Dirigida por Ignacio Solá-Morales y Fiubió, Aqto Profesor de la Universidad de Barcelona EditoriaI~Gustavo Gili, S.A. Barcelona-15 FloselIón,87-89 Madrid-6 Alcántara, 21 Vigo Marqués de Valladares, 47, 1.” Bilbao-1 Colón de Larreátegui, 14, 2.° izq. Sevilla-11 Madre Ráfols, 17 Buenos Aires Cochabamba, 154-158 México D.F. Hamburgo, 303 Bogotá Calle 22, número 6-28 Santiago de Chile Santa Beatriz, 120 Sao Paulo Hua Augusta, 974 Bayón ' 'åfij 2 Sociedad Y arquitectura colonial sudamericana _.3__ %` Una lectura polémica or* S - ¬-- - - --~ ---w-fl_±¶&flflfl-Iíw-.._1flflü¶í±¿¿±-fl V se ESTE LIBRO QUE FUF RIPARADO IOR LONILNER ALGUNAIPEQUEÑA FAIIA A DE IA GG GENTlLEZA [0 IINLMUS LDIFIONLS CLLL GRACIAS ARGENTINA.,I _ © Damián Bayón y Editorial Gustavo Gili, S.A. Impreso en España ISBN 84-252-07967 Depósito legal, B. 20.000-1974 Hijos de J. Thomas - Mallorca, 291 - Barcelona Indice Donde el autor declara sus intenciones Los planteos Hacia una nueva historia del arte colonial hispanoamericano La arquitectura colonial en un cruce de caminos Las iglesias de San Francisco y de la Compañia en Quito Un aporte original: la iglesia de la Compañia en el Cuzco _ La catedral de Lima: una técnica constructiva adaptada a la necesidad Un problema de filiación arquitectónica: la catedral de Puno El papel de la decoración en la arquitectura colonial sudamericana Conclusión temporaria Apéndice Bibliografia fundamental Donde en autor declara sus intenciones Quien escribe debería tomar siempre la precaución de no repetir -como tema, enfoque, desarrollo- libros que ya han sido realizados por otros historiadores. La reconstrucción de un momento del devenir es una obra colectiva: de pronto alguien tuvo la buena intuición o encontró la fórmula apropiada para designar un problema y los demás, consciente o inconscientemente, la seguimos aún utilizando. Seamos modestos: no es por último demasiado importante saber quién aportó cada ladrillo cuando se tiene en vista nada menos que la construcción total del edificio. Se trata, pues, no tanto de afirmar el simple prurito de originalidad sino de la mucho más atendible acción que consiste en concentrar nuestras fuerzas para llevar aunque sólo sea un poco más adelante el debate, cualquier debate. Sobre este tema que nos ocupa -no nos engañemos-, las obras clásicas de base existen ya desde hace años. Dos tratados al menos: el dirigido por Angulo lñíguez con la colaboración de Marco Dorta y Buschiazzo, y el que en inglés escribieron Kubler y Soria. Tenemos también otras obras de conjunto válidas, como las de Kelemen y Buschiazzo y, mucho más recientemente, los polémicos libros de Bottineau y Gasparini. A un nivel más deliberadamente elemental existen obras breves de consulta: una del mismo Kelemen, y otra -en edición inglesa y española- de Castedo; ambas abarcan desde el precolombino a los tiempos modernos. El resto de la buena bibliografía está constituida por infinidad de monografías y artículos en revistas especializadas. Se trata de trabajos que pueden llegar a ser muy eruditos; diría sin embargo -sin ofender a nadie- que en general casi todos pecan de optimistas en cuanto al valor intrínseco de la cosa estudiada. No discuto los detalles, es lógico que el investigador local tenga en su mano más cartas que el que viene de afuera. Cuestiono, en cambio, muchos de los planteos, los métodos de acercamiento y, sobre todo, algunas conclusiones que me parecen desacertadas, como ya tendré oportunidad de explicar más adelante. 7 Antes de que el lector se aventure, pues, por estas paginas me parece necesario advertirle amistosamente lo que este libro es y, más que nada, lo que este libro no pretende de ninguna manera ser. Ante todo, no se trata aqui esta vez de un panorama comp/ero de la cuestión, ni mucho menos. Ese libro deberá ser realizado un dia por un estudioso con el suficiente ingenio como para reunir la información reciente -de verdadera categoría- que haya sido aportada en estos últimos años por los especialistas. En ese caso, el hipotético autor -al revés de lo que hemos hecho Bottineau, Gasparini y yo mismo- evitará lanzarse a la polémica que siempre corre el riesgo de alejarnos de la visión cristalina de conjunto. Consciente de que los libros de carácter general existen ya en las bibliotecas, y que el fichero de la erudición no cesa de aumentar día a dia, puedo yo hoy permitirme otro tipo de planteamiento. Dando por sentadas ciertas nociones básicas, me he propuesto aqui concentrarme en algunos que yo considero monumentos-clave: cinco grandes iglesias y una serie coherente de artesonados y retablos. Advierto en seguida al lector que esos ejemplos no fueron seleccionados por mi caprichosamente. Cada uno de ellos debe servir de detonador para entablar una discusión y una meditación originales. Es decir, necesitaba “obras” en que pudieran encarnar concretamente “casos”, “problemas”, “conceptos”, "técnicas". Ahora bien, para servir a mi demostración esas mismas obras tenian que ser -por empezar- verdaderamente importantes y estar mínimamente bien conservadas o restauradas. Conseguí así encontrar al menos una del siglo XVI: San Francisco de Quito; varias del XVII: la catedral de Lima, la Compañía del Cuzco; otras cuantas, en fin, del XVIII: la catedral de Puno, la Compañía de Quito y, otra vez, la catedral de Lima, reconstruida después del terremoto de 1746. ¿Cuál fue mi orientación dominante respecto al método? Reconozco, de entrada, que como historiador me adhiero a los principios de la llamada escuela de los Anna/es. Me explico: el lector sabe probablemente que la gran novedad dentro de la materia que nos ocupa ha sido la. puesta en tela de juicio -por parte de los colaboradores de la revista Les Annales, de la sexta sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios, de Paris- de lo que ellos llaman la historia événementiel/e, o sea el mero repertorio de los acontecimientos. La invención de esa "otra historia" es, pues, básicamente fran- cesa, aunque ya haya dado espléndidas ramas como la de España, que fue encabezada y dirigida por Jaime Vicens Vives. Consiste esa historia del “no-acontecimiento” en la relativa desestima de las batallas, tratados de paz, accesiones al trono, fechas de nacimiento y muerte de ciertos personajes privilegiados. Y, en cambio, en prestar una atención sostenida a lo que se denomina ahora las “mentalidades”, determinadas sobre todo por factores sociales, económicos y de civili8 zacior.. Los fieles de esta tendencia consideran que llegaremos a una nueva y más cabal interpretación de los hechos históricos profundizando en la vida colectiva y sus aspectos cotidianos, comparando, por ejemplo, precios, analizando el ascenso de ciertas clases sociales, estudiando los monumentos, las fiestas y todas las manifestaciones “no oficiales”. Demás está decir que la historia del arte intentó a su vez emplear estas nuevas técnicas de acercamiento a los problemas que le son propios. El campeón de la tendencia fue Pierre Francastel (1900-1970) -fundador de la Sociología del arte en Francia- que aplicó con originalidad métodos interdisciplinarios al desciframiento de la obra artística. Un grupo de sus discípulos (entre los que tuve el honor de contarme) seguimos hoy -aunque sin su genio- enfocando de manera semejante diferentes problemas de la historia del arte. Por supuesto que, aun considerándonos disidentes, no somos tan ciegos para no ver que la historia del arte erudita y tradicional sigue gozando de buena salud en el mundo entero. En Francia, y tal como están las cosas hoy, puede decirse que existen paralelamente dos “escuelas” que a veces se oponen pero que siempre por último terminan complementándose. Por un lado perdura siempre una historia del arte “normal” basada en el estudio acendrado de las fuentes, que es capaz de criticarlas y cuyo fin principal parece la clasificación de materiales, la correcta atribución de los autores y sus obras, en fin la datación acertada de los objetos artísticos estudiados. Su paradigma y jefe incontestable me parece ser, en este momento, André Chastel. Oponiéndosele a menudo existe también otra concepción de la historia del arte, la que practicó durante muchos años el propio Pierre Fran- castel, y que consiste como ya he dicho en una permanente dialéctica entre la sociedad, la economía, las costumbres globales de una época y su arte. Con la intención confesada, no tanto de ir de la sociedad al arte (como sería el caso de Arnold Hauser) sino, por el contrario, de intentar la marcha inversa que debe llevar del arte a la sociedad. Y que tiene la pretensión de enriquecer e incluso de corregir los puntos de vista más o menos establecidos sobre un momento histórico dado. Conste que estas dos concepciones del oficio de historiador que he presentado aquí taquigráficamente no deben hacer pensar en una rivalidad sin cuartel; al contrario, en general puede decirse que ambas salen fortalecidas de su misma oposición. Varias veces he intentado yo también a mi manera en numerosos libros y artículos profundizar en la sociedad de una época y un lugar precisos a través de lo que Francastel llamaba las fuentes no escritas de la historia, vale decir los monumentos, obras plásticas de toda índole, fiestas religiosas y profanas, etc., que se pueden asimilar todos ellos a verdaderos documentos de archivo que esperan, desde hace siglos, la llegada de los 9 investigadores originales que sean capaces de “leerlos” como inéditas canteras de información. En cuanto al acercamiento en sí debo aclarar que no creo, sistemáticamente, en generalidades sino en casos precisos estudiados con rigor. Ni creo tampoco en las demasiado vastas extensiones ni de territorio ni de tiempo. Hay que realizar sondeos “puntuales”, como se dice ahora, analizar casos únicos (todo caso es único como todo hombre es distinto) para compararlos incansablemente los unos con los otros y de ahí tratar de obtener una nuevaluz. Primera comprobación sorprendente para más de uno: si la América latina puede parecer a primera vista un campo de investigación bastante homogéneo cuando se lo contempla de lejos, descubrimos que no lo es en absoluto al acercarnos a disecarlo en detalle. Cuatro enormes zonas culturales relativamente distintas aparecen en seguida: México, Centro América (comprendiendo el Caribe), el Brasil y la América del Sur hispania. De más está decir que aquí se tratará exclusivamente de esta última. Apenas delimitado el mapa me doy cuenta hasta qué punto conviene seguir afinando la puntería. Esa Sudamérica hispana que se presenta, a su vez, como una unidad, escapa también a cualquier fórmula. Los españoles mismos dudaron mucho en el “recorte” administrativo y eclesiástico de la zona en cuestión. Así el Ecuador, por ejemplo, formó al principio parte del virreinato del Perú (quizá en recuerdo o por inercia con respecto al antiguo imperio incaicol para pasar, en el siglo XVIII, a depender del virreinato de Nueva Granada. El llamado Alto Perú (la Bolivia actual) pertenecía también hasta fines del siglo XVIII al virreinato del Perú, época en que comenzó a depender de otro: el flamante virreinato del Río de la Plata. Hoy nadie puede dejar de darse cuenta que, en un principio y ante todo, los conquistadores-colonizadores otorgaron la mayor importancia a las tierras mineras portadoras de metal precioso: Perú, Bolivia y Ecuador. Un poco menos de dedicación contó el territorio fértil y de relativamente .fácil explotación que representan las altas mesetas colombianas; casi ningún interés despertaron en cambio -hasta avanzado el siglo XVIII- esas enormes extensiones que en el siglo XIX y XX iban a conocer un gran destino económico: Venezuela, la Argentina y, en menor medida, el Uruguay, el Paraguay. Chile. Hay pues un islote central y una prolongación al norte.por el lado del Pacifico que siempre ha pesado más en la cultura de los tres_pr|meros siglos de ocupación. Esos son, precisamente, los que aquí nos van a interesar. Es así lógico que haya muchos más monumentos importantes en esa zona privilegiada que en todo el resto de Sudamérica. Y como este no es un libro para exaltar nacionalismos sino para tratar de comprender antiguos problemas, 10 no habrá más remedio que concretarse a ciertos ejemplos de gran categoría que resulten especialmente significativos y, por eso mismo, más parlantes. Eso en cuanto a la región estudiada en estas páginas. Otra particularidad de la arquitectura colonial sudamericana, que el lector tiene que aceptar de entrada, es la incontestable preeminencia de lo eclesiástico. Exagerando, se podría hacer una historia exclusivamente religiosa del arte en esas comarcas tan alejadas de la metrópoli; lo que no sería posible en México y mucho menos aún en España. Sí, hay que convencerse, los dos grandes movimientos que impulsaron la conquista-colonia fueron simultáneamente -y aunque parezcan contradictorios- por- un lado la explotación descarada de las riquezas, y por otro no menos sincero, el afán mesiánico de la implantación y defensa de la fe. Hay un contrasentido en libros polémicos como América, Barroco y Arquitectura, de Gasparini. El autor después de no creer prácticamente sino en la concupiscencia metálica de los españoles, consagra la totalidad de su obra a estudiar la arquitectura eclesiástica. No entender el aspecto mísional y catequista de la toma de posesión de América por parte de España se me aparece hoy como la manera más segura de no poder entender nunca su fenómeno arquitectónico propio. Esta aplastante preeminencia eclesiástica sirve, al mismo tiempo, para comprobar la relativa inanidad “plástica” de las instalaciones civiles en general, ya fueran públicas o privadas. En Sudamérica las gobernaciones, los cabildos son de una simplicidad espartana y, digamos, “faltos de carácter". Más “presencia” tienen, en cambio, otros edificios utilitarios y funcionales como los fuertes, las aduanas y las casas de moneda. Aunque ninguno de ellos llegue a encarnar ni remotamente -al igual que las residencias privadas, urbanas o rurales- el verdadero motor de la colonia. Es evidente que lo que yo llamo la “expresividad arquitectónica” queda mejor enunciada en lo religioso que en lo civil. Por un simple motivo: mucho del dinero excedente viajaba a Europa para comprar artículos de lujo; una parte era invertida localmente -por las buenas o las malas- no en edificar palacios llos hubo contados con los dedos en América del Sur) sino que fue empleado ad majorem Dei g/oriam, como reza el lema de los jesuitas. De las dos corrientes, explotación y afianzamiento de la fe, era esta última la que salía casi siempre beneficiada en su “presencia” arquitectónica. Si bien este quiere ser un libro polémico no volverá a caer en las mismas discusiones de siempre, que por otra parte han hecho correr ya ríos de tinta destemplada. Sin querer parecer desagradable con ninguno de 11 mis colegas, yo diría que a priori no estoy de acuerdo con ninguno de ellos especialmente en lo que a los planteos se refiere. Mis desacuerdos son eclécticos y podría hasta sintetizarlos en una especie de gríl/e en la que inscribiría el nombre del autor, su teoría y mi respuesta a sus ideas. En realidad quisiera inmodestamente llegar más lejos que quienes se querellan por lo que a mí me parece un problema de denominaciones, digno del nominalismo medieval. “Espacio”, “mestizo”, “provincial”, “mania- rista", “barroco” desencadenan, en los que nos ocupamos de estas cosas, inmediatos reflejos condicionados. En general, en lo que a mi respecta, desconfio de esas palabrejas con tanta carga conceptual pero, sobre todo, emotiva. La noción misma de “estilo” me parece peligrosa cuando hablamos del territorio sudamericano. En fin, al menos cuando se la quiere usar en el sentido europeo del término. Como lo explico más adelante, al entrar a trabajar en un tiempo histórico diverso del europeo, o sea en un tiempo no-homogéneo, esas nociones se hacen engañosas y confunden más de lo que aclaran. Las formas occidentales importadas a Sudamérica constituyen una especie de "repertorio", de diccionario que en el ambiente colonial los constructores cultos, semicultos o ignaros van a utilizar sólo como puedan y cuando puedan. O sea que así como no hay verdadera unidad geográfica ni cultura, tampoco la hay cronólogica. Se dice fácilmente: la conquista, la colonia. En seguida dan ganas de preguntar: ¿qué conquista, en qué lugar? La de México no fue por cierto igual a la del Perú. La colonia: ¿dónde, en qué siglo? Hay un “mundo” del siglo XVI así como hay otro del XVII y otros aun de la primera y la segunda mitad del XVIII. En una ocasión hace ya casi quince años hice hincapié en una noción que me parece mucho más importante en Sudamérica que en Europa. El distingo y la conciencia clara de lo que obedece a una arquitectura de carácter cu/to minoritario por definición y a su contraria y hermana diferente. la arquitectura espontánea popular, característica de la inmensa mayoría de las obras civiles y eclesiásticas. En una reciente ocasión (después de estar terminada la pri. ' ' en mera redacción de este libro) y a raiz de una residencia de varios mesesicar México, descubrí. una - dicotomia más completa y°satisfact_or|a1%z;r;a) _ elšãr ur1 mucho del arte hispánico en general (cf. Plurai, n. 2, MéxICO. _ lado una corriente que resumiendo bauticé de arquitectónica-CU/ta-0/¿S106 Y SU . .. - ~ ' _ .Flemito inseparable media naranja , la corriente escultórrca artesanal barroca al lector interesado a ese artículo que no puedo citar rn extenso. Baste agregar . . " h' `vilizada que la noción no es en si misma demasiado extrana,áen la arå lila vena Francia, a partir del siglo XVII también hubo, contempord flïamïlchèdas los culta clásica que servía sobre todo para la ordenación e as Y 12 jaro._ies, y otra complementaria que era utilizada para “vestir” los interiores, para diseñar los muebles y que, a su manera, puede primero llamarse barroca y más tarde, evidentemente, rococó. Siguiendo con esta misma idea y para volver a nuestro tema de hoy: hace mucho que comprendí que las querellas entre especialistas se refieren principalmente a los exteriores, a los “estilos” que anuncian los edificios en la ciudad. En Sudamérica esa noción me parece superficial y ”europeizante“ ya que descuida el argumento número uno: la decoración. Sí, en la arquitectura sudamericana, entre el exterior volumétrico y el interior espacial creo firmemente que la mayor carga afectiva, los signos más reveladores de una mentalidad se encuentran siempre de puertas adentro y no de puertas afuera. Yendo ahora a una mayor especificidad programática, lamento no haberme topado con los análisis en profundidad que me permitan hacerme una idea más clara de las distintas concepciones del mundo -si las hay- que poseen entre sí las cinco grandes órdenes que marcaron para siempre la vida religiosa y social sudamericana. Me intriga también, lateralmente, saber por qué en México, por ejemplo, hubo siempre más conventos femeninos que en el virreinato del Perú. Y confieso que tampoco nunca he comprendido bien el papel que pudieron desempeñar las monjas, como no sea en la asistencia hospitalaria o en la educación de las mujeres de elevado rango social. He tratado, en fin, de asomarme a mi manera (mediante algunos libros que figuran en la bibliografía; asistiendo a cursos de especialistas como J.-P. Berthe) al problema de saber de dónde provenían los fondos que permitieron esa enorme masa de construcción religiosa sudamericana cuyos ejemplos hallamos hasta en los lugares más ¡naccesibles y remotos. Lo poco que he encontrado al respecto queda consignado en el capitulo concerniente a la Compañía del Cuzco. Me he interesado por último en los diferentes métodos constructivos que tampoco aparecen muy claros ni en primer plano en los libros que se ocupan de estas materias. En el solo Perú cuatro fórmulas al menos -sin contar las mixtas- se nos imponen: la piedra, la mampostería de ladrillo, la madera y la quincha. Parafraseando al arquitecto Héctor Velarde menciono apenas los primeros sistemas y me extiendo sobre la quincha, fenómeno que, como ya se verá, desborda lo meramente constructivo para proyectarse también sobre lo social y cultural. He roto -digamos, de pasada- más de una lanza con buenos historiadores que se engolosinan a veces (el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra) con una idea que les es cara. Asi he dudado de la ilnitación de modelos romanos en el caso de San Francisco y la Compañía de 13 Quito, tal como lo pretendía J.G. Navarro. En el capítulo dedicado a esta cuestión aprovecho para explayar la noción francasteliana de “cabeza de serie” y de “serie”, tan importante para mí, puesto que su corolario obligatorio sería que la originalidad aparece generalmente primero en una obra importante fe impar -casi siempre voluminosa- copiada después por el “coro” de los otros monumentos que repiten el esquema cada vez con menos fuerza hasta que la idea “madre” termina por desaparecer o degenerar. A pesar de que esa misma noción vuelve a imponerse en el capítulo dedicado a la Compañía del Cuzco, no considero necesario insistir, y en cambio trato de revaluar allí la importancia -para mí capital- de la fachada-retab/o. Aprovechando para disentir de la opinión de George Kubler que ve en San Francisco de Quito la primera versión de retablo exterior sudamericano. Creo haber dicho ya que en el capítulo dedicado a la reconstrucción de la catedral de Lima me ocupo de un procedimiento constructivo local elevado a la categoría de sistema válido y noble. Aunque hay más en mi análisis, puesto que también trato de elucidar las razones sentimentales: y de prestigio que llevaron a adoptar una técnica antisísmica para preservar la “imagen” de la ciudad de Lima, tal como se presentaba a los ojos de sus habitantes anteriormente a la catástrofe de 1746. En mi estudio de la catedral de Puno, en cambio, el intento sigue aún otros senderos diferentes. Intento demostrar alli cómo puede filiarse una iglesia original (aunque se vea claramente de donde provienen ciertos motivos decorativos) sin recurrir a la nomenclatura al uso: “mestizo”, “barroco”, etc., puesto que yo recuso la validez misma de estos términos que no me parecen apropiados. Por fin dedico un extenso apartado final al análisis de la evolución de las formas en los artesonados y retablos a través de series coherentes de dichos elementos, sin que el estudio pretenda ser completo (ya que me apoyo casi exclusivamente en ejemplos peruanos y ecuatorianos). A lo largo de todo el libro practico pues cinco ”cateos" y en vez de disputar sobre cronologías, programas iconográficos, atribuciones, me limito a copiar las distintas opiniones de los especialistas en esas materias. En cambio, pretendo presentar la misma suma de monumentos, vistos bajo otros aspectos. Me he servido para ello de cuatro templos cultos (San Francisco y la Compañía, Quito; la Compañía del Cuzco; la catedral de Lima) y de uno espontáneo: la catedral de Puno. A partir de todos ellos he intentado discutir la validez y el sentido que puede tener aplicarles una nomenclatura europea. Cuando todos comprendemos hoy que el tiempo sudamericano es un tiempo histórico anacrónico (en el sentido etimológico del término) que transcurre, para colmo, en un espacio geográfico y cultural también diverso; a veces antagónico con el equivalente europeo que le es contemporáneo. '14 ¬ En todas las páginas del libro está latente esta batalla "antiestilística" en la que coincido con autores como Kubler que prefieren fechar simplemente las épocas, en vez de cargarlas con nombres de estilos que, en el caso de la América del Sur, sólo pueden prestar a confusión. Creo que la simple gri/fe. cronológica es siempre preferible en estos casos y, de todos modos, resulta también menos comprometedora. La sola presencia de calificativos abusivos como “manierista” o “barroco” tiñen de antemano la imagen primera de todo lector ingenuo que pretenda acercarse a una sincera realidad vital y no a un juego resbaladizo de conceptos más o menos humosos. En el capitulo dedicado a la catedral de Puno trato de desmitificar esta noción, que nada tiene que ver por último con la cruda verdad. En fin, yo diria que si alguien se empeña en seguir hablando de estilos debemos empezar, al menos, a pensarlos en términos que supongan categorías típicamente sudamericanas. Estoy de acuerdo con casi todos los especialistas, que hay que revisar viejas nociones: tratar de ver la parte que los indigenas desempeñaron en la interpretación de los modelos occidentales; la proporción de gustos extrahispánicos que se desarrollan en el continente. El número-de flamencos, alemanes, italianos fue extraordinario sobre todo entre franciscanos y jesuitas. No sólo eran muchos sino que, en bastantes ocasiones, debian resultar más idóneos para construir iglesias o retablos que sus propios congéneres españoles. La marca queda patente en muchos de los edificios estudiados por ml; convengo empero en que el ambiente general de las ciudades se parece al de la Andalucía del sur, aunque sólo fuera por la proporción de las aberturas, la cal de los muros, el uso universal de las rejas, de los azulejos, de los rojos tejados. En una palabra, pienso -sin demasiada pretensión- que mi labor puede resultar útil porque he trabajado en la más completa independencia realizando análisis concretos, porque he manejado una bibliografia de deliberado carácter interdisciplinario en que hago figurar muchas obras que comúnmente mis compañeros de tarea ignoran o descuidan. Quiero rendir aquí explícitamente homenaje a los eruditos locales en los que me apoyo todo el tiempo v a los que cito en abundancia. Mi libro debe servir para ponerlos en valor. En cuanto a mi propósito personal ha sido completamente otro v espero que así lo comprendan colegas y público en general. Al ser yo mismo una rara avis, combinación de sudamericano nativo formado por la cultura francesa contemporánea, espero resultar al menos un eficaz “presentador” de los problemas de la arquitectura colonial y de los hombres e ideas que están detrás de esos problemas. 0 sea, que tengo la esperanza de que, leyéndome, el lector medio sienta el incontenible impulso de conocer más v mejor la aventura cultural sudamericana. Una palabra final sobre las condiciones materiales que permitieron esta investigación. Desde hace treinta años viajo por América latina 15 estudiando los monumentos, fotografiándolos con amor. CL ¡tro r ›s . vida fueron dedicados concretamente a pensar y redactar este Iib .›. En ese lapso goce de una beca Guggenheim y de un cargo de ettaché en el Centre Nationai de la Recherche .S`c¡ent¡f¡que, en París. Agradezco a esas instituciones -en lo que tienen de más abstracto, puesto que nunca hubo contactos personales de ninguna índole- la ayuda que me fue acordada y que espero encuentre aqui su plena justificación. Aprovecho también la oportunidad para decirles a los editores hasta que punto estoy satisfecho de que mi libro vea la luz en España. Nada más lógico por otra parte siendo yo mismo descendiente de españoles y ocupándome de un tema de mi tierra de origen. Es como si el ciclo quedara cerrado con esta vuelta a las fuentes, sobre todo ahora que ya no pensamos en términos de “colonizadores” y ”colonizados” y que, al redescubrirnos, parece definitivamente clausurado el lamentable periodo de mutua incomprensión. En el meláncolico momento de entregar una obra nueva a la imprenta mi pensamiento va, como siempre, a mi maestro Pierre Francastel. Su recuerdo y su ejemplo son para mi imperecederos. No sé, empero, si con su implacable rigor hubiera aceptado este libro tal como lo presento hoy. Sus críticas, con todo, me hubieran resultado inapreciables y no puedo dejar de echarlas amargamente de menos. No obstante y en mi defensa debe reconocer que su “método del no método" -como yo lo llamo- no deja de estar aquí aplicado de manera permanente. Se trata en realidad de una “navegación a la estima” en que el piloto intenta orientarse permanentemente buscando los vientos que lo Ileven a buen puerto. Improvisando siempre, pero también dejándose penetrar por todas las ideas y teorías, haciendo justicia hasta a sus enemigos. Lo que no quiere por cierto decir que el historiador o el sociólogo sean débiles. Por el contrario, el estar abierto a todo es una prueba de fuerza y no de flaqueza. Como el navegador, el estudioso tiene que elegir a cada instante. Incluso dando razón a la oscura teoría y, otras, rechazando las tesis más famosas -y en ocasiones también las más rutinarias- que algunos utilizan no sólo por respeto sino sobre todo también por esa ,suprema pereza mental que se llama», en buen romance, el conformismo. 16 Los planteos L 'art vit des contraintes et meurt de la /¡berré André Gide :Iacia una nueva historia del arte colonial hispanoamericano Es ya casi un lugar común decir que la historia del arte debe ser reescrita cada veinte años. En el caso de Sudamérica esa afirmación es tanto más cierta si se piensa que, comparada con la historia de Europa o la de los Estados Unidos, la nuestra soporta el peso de un considerable retraso. El argumento que voy a desarrollar podría enunciarse en pocas palabras más o menos así: después de la desestima del arte colonial en el siglo XIX, parecería que los historiadores de estos últimos cincuenta años, interesados en demostrar la importancia de ese arte olvidaran que, en última instancia, el fenómeno artistico no es sino un episodio de la más vasta historia general dela cultura. O, para decirlo aún de otra manera: ya es hora de reincorporar la materia estudiada por los especialistas al dominio de la comprensión global de ese lugar del mundo que se llama la América del Sur a lo largo de los cuatro siglos de su historia colonial. Los pioneros hicieron ya su trabajo de revaloración; los investigadores serios el suyo, que se traduce en una serie de monografías; el gran tratado existe desde hace más de quince años. Son necesarios ahora los artículos y libros lde los cuales ya hay, por cierto, algunos excelentes ejemplos) que se embarquen en la vía pluridisciplinaria: es decir que sean capaces de insertar la obra de arte “total” larquitectura, pintura, escultura, decoración) dentro de las otras actividades políticas, religiosas, sociales, económicas, etc. que constituyen la historia como conjunto, y que no es nunca la mera yuxtaposición de una serie de detalles estudiados minuciosamente. La era de la incomprensión fue, en cierto modo, fatal. Se destruyeron infinidad de monumentos, se “mejoraron” otros, en el más triste sen19 tido de la palabra; muy pocos edificios se libraron de la deformación ignorant' o del resentimiento acumulado. Una lista implacable de monumentos definitivamente mutilados o arruinados se impone. A veces, por fortuna, el mal se refiere sólo al interior de las iglesias o a sus fachadas, los dos puntos más sensibles en la apreciación superficial de un edificio. Sus plantas, aunque muchas veces “disfrazadas"1 recuerdan, en general todavía lo que fueron en su origen: su masa estructural, sus contrafuertes, su cúpula también. Y es que resulta más fácil alterar algo aplicándole una simple máscara de quita y pon que cambiar radicalmente los huesos del cuerpo de edificación una vez que está realizada. Sl, el desastre ha ocurrido más bien al nivel de los interiores y las fachadas, donde la “representatividad” llega al punto máximo. El espa- cio intemo de las catedrales de Córdoba, Potosi, Cartagena de Indias -por dar sólo unos ejemplos- ha sido desvirtuado por los falsos mármoles, los estucos, las bóvedas pintadas. Eran edificios más bien bajos de techo y po- tentes a causa de los temblores de tierra; sus pilares no se prestaban a priori a ser tratados en “clásico a lo Viñola" y resultan ahora ridlculos, achaparrados, pretenciosos. Aquellos encantadores espacios tal como fueron concebidos en su origen se han transformado por obra y gracia de un cura párroco, de un obispo o de un presidente de la república “progresistas”, en un alarde de nuevo rico de la cultura, un "quiero y no puedo" que nos deja consternados. El espiritu entre pobre e ingenioso -tan buen consejero en arte- que hacía contrastar una pared blanca de cal y un retablo oscuro o policromado y dora- do a la hoja lno a la purpurinal se ve ahora sustituido por una pobre imitación incalificable. Cuando el viajero ilusionado se acerca a uno de esos monumentos que le placen por su mole externa y se prepara al goce estético de un interior que le esté relacionado, cuántas veces no se encuentra con un mamarracho pintado de colores agresivos y fuera de lugar: proporciones equivoca- das, altares de pacotilla, santos de santeria, ángeles ñoños con un cordón eléctrico que sirve para iluminar falsas bujias... Entonces un gran desánimo se apodera de él: ¿Será posible que esta desdichada América del Sur no encuentre nunca el justo medio, que escape de un exceso para despeñarse en el contrario... igualmente nefasto? Dejemos este triste episodio de lado. Lo hecho, hecho está y parece ingenuo también querer restaurar “como antes" esos edificios. A veces, sin embargo, se puede. Otras (como ocurre ahora en Chile, Venezuela. la Argentina) se trata del esfuerzo que religiosos y laicos de buena intención quieren hacer a fuerza de buen gusto. El propósito de poner en valor “Ia pieza única” -retablo, imagen- dentro de un marco de despojamiento moderno parece, en principio, Iaudable. El resultado no siempre es muy convincente que digamos. Tienen como motor la misma inspiración que el arreglo de los museos italianos en la posguerra: despojar a los cuadros de sus marcos de origen para presentarlos en un ambiente neutro como “figuras” que aparecen 20 r II .si terriblemente crudas en el nudismo integral del muro. Eso es hacer mo derno” con lo antiguo y tan criticable como la integración que el museo del siglo XIX trataba de lograr en otro sentido con las mismas obras. Pero nos alejamos del tema. "\ - Volvamos cincuenta años atrás. La élite descubrió los valores del arte colonial, del mismo modo que Europa descubría el arte negro, polinesio y en general el arte de salvajes, primitivos e ingenuos. Por un movimiento pendular -conocido en historia- ibamos a pasar del desprecio más total a la sobrevaloración exagerada. Ya es hora de que revisemos serenamente todos esos conceptos. Los que he llamado los pioneros fueron, en general, nacionalistas en el mejor sentido del término. A veces lo eran sin siquiera darse cuenta, lo que es bastante peligroso de por sí. Resultaban también, con la misma ingenuidad, teorìzadores o generalizadores de una materia especialmente compleja y rica. No seamos demasiado rigurosos con ellos. Se trataba en realidad de autodidactas. Hace medio siglo, apenas si podian leerse en el mundo un puñado de libros renovadores de esos que parecen cambiamos de cuajo las ideas . Esos autores de los que hablamos, más curiosos que el resto pero menos bien preparados al manejo de las ideas puras que los especialistas, realizaban rápidamente y como sobre la marcha, unas pseudosíntesis que a nosotros, hoy, nos dejan totalmente insatisfechos. Seamos, sin embargo, justos. Esos autores tienen sobre todo la importancia de haber sido los primeros que se atrevieron a romper lanzas con el sentir general de apatía o de destrucción de todo aquello que recordara la colonia. Lo español tuvo hasta 1920 o 1930 mala prensa en Sudamérica, especialmente en la Argentina y más aún en Buenos Aires lSalta o Córdoba, por ejemplo, siempre han sido más ”hispanizantes"). La primera impresión que ese hecho nos causa se relaciona con el infaltable rencor de toda antigua colonia para con su metrópoli respectiva: es lo que pasa hoy en la India con el Imperio Británico o en Argelia con Francia3. Lo cierto es que, en la Argentina por lo menos, se seguían modelos franceses o ingleses. Lo que venía de España era considerado obligatoriamente pobre, vergonzoso, indigno. En una palabra, para los argentinos de las clases dirigentes lo español "no estaba de moda". El primero en atreverse a romper el esquema fue, precisamente, un representante de esa minoría culta que, a la larga, terminan por imitar las masas: el novelista Enrique Larreta. Apenas empezado el siglo XX, Larreta publicaba un libro, La gloria de Don Ramiro que, bajo foma novelesca, constituía un verdadero ensayo de recreación de la vida española en tiempos de Felipe ll. En lo que respecta a la plástica colonial, tres hombres iban a desempeñar un papel equivalente: 21 Juan Kronfuss, Martín Noel y Angel Guido (desde Córdoba, Buenos Aires Rosario, respectivamente). El primero por ser profesor alemán -o sea europeo y culto-, los otros por ser arquitecto e ingeniero respectivamente, resultaron figuras providenciales. Kronfuss investiga y dibuja; Noel -amigo de Larretaha estudiado arquitectura en París; Guido, al igual que los otros dos, es hombre de lecturas. Entre los tres, digamos, “descubren” la arquitectura colonial y la proclaman con entusiasmo en artículos y libros a partir de 1920. Fueron ellos los primeros en relevar los planos, dibujar los detalles de lo que aún existía, hacer fotografiar los monumentos no sólo argentinos sino sudamericanos en general. Para ello tuvieron que viajar, desplazarse, y algunos como Noel llegaron a formar colecciones de arte local que hoy, afortunadamente, forman parte del patrimonio colectivo argentino. Si muchas de sus nociones nos parecen hoy superadas o encontramos espúreos algunos de sus planteos, no podemos con todo dejar de reconocer que son ellos los que pusieron en marcha esta máquina de la investigación del arte plástico colonial sudamericano. La segunda ola, la de los investigadores puros se superpone, como siempre en estos casos, a la que acabamos de mencionar. Sus límites son imprecisos. No hay duda de que un historiador como el jesuita peruano Rubén Vargas Ugarte, por la generación a la que pertenece debe ser considerado también un precursor, un precursor que poseía todas las virtudes del perfecto científico. Dos arquitectos estudiosos peruanos están en ese mismo caso aunque sean más jóvenes que el P. Vargas Ugarte. Me refiero a Emilio Harth-Terré y a Héctor Velarde. Lo mismo podría decirse del ya desaparecido historiador ecuatoriano José Gabriel Navarro. Este nuevo tipo de historiador, más erudito y menos nacionalista en general que el pionero que se sentia descubridor, no parte ya de lecturas o de viajes sino que trata de apoyarse en documentos concretos. Desde 1930 hasta nuestros días puede decirse que un puñado de hombres valiosos en todos los países sudamericanos y también en el resto del continente y en Europa ha estado trabajando en todos los dominios: explorando archivos, publicando textos y planos, determinando autores y fechas, en una palabra, dándose al ejercicio científico que supone la práctica de la historia concebida como una disciplina formativa y seria. Ya sabemos, sin embargo, que “los árboles del bosque impiden ver el bosque”, y que muchas veces esos investigadores se limitan a elucidar algunos problemas de detalle, persiguiendo incansablemente lo que constituye una de las plagas modernas: el juego -a menudo gratuito- de las atribuciones, y la búsqueda insaciable de los prototipos. Y ya sabemos que siempre hay un prototipo... si lo sabemos buscar. A condición también de que distingamos entre prototipos vistos y prototipos mentales que son casi ideas platonicas que alguien ha tratado de concretizar. 22 Sin despreciar esa clase de estudios, completamente indispensable por otra parte, lo que hay que preconizar hoy en la historia del arte sudamericano es una serie de ensayos o de libros en que el mismo monumento -una vez elegido por su calidad, interés, estado de conservación - sea sometido a todos los niveles de significación, 0 sea que se lo vea alternada o simultáneamente no sólo como obra de arte sino como realización religiosa, como problema constructivo, económico, social, etc. No se tratará tampoco de hablar en abstracto sino de compa- rar una serie de obras concretas entre sí. Estudiar indefinidamente un solo y mismo objeto puede llevar y lleva, de hecho, al inmovilismo más completo. No es verdad que podamos pasar la vida estudiando, por ejemplo, un monumento. Llegaríamos quizá a saberlo todo de él sin haberlo por eso mismo realmente profundizado. No lo entenderiamos mejor; al contrario, terminaríamos por no entenderlo en absoluto. Es decir que nos hacen falta, de un lado, especialistas aún más “especializados” si así puede decirse; y de otro, hombres con una mentalidad capaz de trazarnos un cuadro de conjunto en el cual los hechos estudiados encuentren su sitio dentro de la realidad tangible sin caer jamás en las generalizaciones demasiado vagas. El papel del historiador ideal contemporáneo es difícil, justamente en razón de la cantidad de hilos que debe tener en la mano antes de lanzarse a explicitar su versión del arte de una época. Sin embargo, si esa labor está destinada a acrecentar y mejorar nuestro conocimiento, ella debe forzosamente operar sobre la totalidad de la significación y no ya contentarse con la parcial iluminación de un problema aunque sea mediante el despliegue de la mayor erudición. Veamos un poco cuáles podrían ser las condiciones previas de esa historia del arte colonial que postulo. Por comenzar creo que habrá que practicar un balance severo que puede revelarse eminentemente sano. Superando cualquier noción de nacionalismo a la escala local o continental, no habrá que dar meramente curso a una admiración beata que evite las comparaciones para no salir malparada. Sí, en vez de tratar de contentar a todo el mundo yo diría, casi como una provocación, que hay que decir toda la verdad a riesgo de resultar desagradable. ¿Cuáles son, por último, estas verdades que yo creo que estamos obligados a decir a fondo y lo más pronto posible? Vayamos directamente a algunas de las cuestiones fundamentales. La primera podría enunciarse brutalmente más o menos asi: “En Sudamérica el arte colonial cuenta apenas con un puñado de obras maestras"4. Ya sé que esta afirmación que parece temeraria corre el riesgo de hacer temblar de indignación a más de uno. Sobre todo a esos bien pensanres que no se atreven a plantearse cara a cara los problemas y prefieren vivir toda la vida en el limbo de la autosatisfacción. 23 En efecto, la primera cosa que choca al hipotético historiador “ingenuo” -si ese monstruo realmente existe- es que, del inmenso territorio poblado por los españoles en la América del Sur entre los siglos XVI y XIX, sólo algunos pocos países, los más ricos entonces, y apenas unas cuantas ciudades, sean capaces de ofrecer un interés artístico a la escala europea. AI lado de la insolente riqueza de Europa en ese tiempo hay que convenir que la gigantesca América del Sur hace irremediablemente el; Dapel de parienta pobre. El Ecuador, Bolivia, el Perú y el Brasil son -para no entrar en detalleslos únicos paises actuales que merecen la atención de aquellosque buscan obras de arte verdaderamente superiores. -_ ,__-,W Eso en lo que respecta a la primera limitación. Ahora bien, si el número de las obras “posibles” resulta así, de entrada, terriblemente limitado, nuestra selección tendrá que ir aún más lejos, ya que sóla' podremos retener en nuestro estudio aquellas obras que están en pie y que siguenlintactas o han sido convenientemente restauradas. Se plantearán, sin duda, problemas de inventario. La simple lista de los monumentos no puede satisfacernos y, de hecho, ya ha sido establecida suficientemente. Lo que debería guiarnos ahora será una tipología en la que tratemos de distinguir los encabezamientos y las series que, fatalmente, les siguen'-5. Otros tratamientos inteligentes de la misma materiafi serían, por ejemplo, la clasificación por programas, y la clasificación por actitudes. Me explico. En vez de la convencional división de la Arquitectura en civil y religiosa7, me parece más justo considerar los distintos programas dividiendo, si es necesario, el edificio en sus partes. Tomadas asi las obras sudamericanas parecen entrar cómodamente en tres apartados: iglesias, edificios colectivos utilitarios (que pueden ser civiles, religiosos o mixtos, como los hospitales) y, en fin, casas que, a su vez, se reparten en rurales y urbanas. Salta a la vista que, bajo este aspecto, no hay duda de que es el rubro iglesias (que comprenderá, bien entendido, catedrales, iglesias conventuales y parroquiales, capillas) el que concentra mayor potencial artístico en una historia, como la sudamericana, marcada fuertemente por la evangelización. Hay, pues, tres historias más o menos paralelas por realizar: la del templo, la del palacio o_ edificio público len el que se incluyan las fortificaciones), y la de la habitación privada que se confunde, en el caso de la hacienda o estancia, con el desarrollo rural, y en el caso de la vivienda común, con el desarrollo urbanístico. Conste -antes de seguir más adelante- que no pretendo con lo ya dicho y con lo por decir, erigirme en juez y proponer mi sistema como el único o el mejor. Nada de eso. No hago aquí sino exteriorizar mis deseos: por una parte, lo que quisiera poder yo mismo realizar, y por otra, lo que me produciría satisfacción encontrar en la obra ajena de otros especialistas. 24 Sigo, pues, con mi hipótesis. El historiador francés Victor Duruy, criticaba la historia de su tiempo a la que llamaba telegráficamente la historia-batalla. Del mismo modo, creo que nosotros hemos sacrificado ya demasiado tiempo a la historia-monumento; es hora de reaccionar, sometiendo a la materia histórica a toda clase de tratamientos. Utilizando estrictamente las obras que figuran en sus museos, los organizadores europeos de exposiciones han logrado presentar de cien maneras diversas ,f didácticas el mismo material. Una vez, por ejemplo, se trata de la Nati. aleza muerta a través de los siglos; otras, en cambio, la selección se llama La pintura italiana en el siglo XV/ lo XVII o XVIII): otras, en fin, el enfoque se realiza en torno a la pintura española, francesa, flamenca, holandesa, etc. :El 'espectador asiduo tiene la sorpresa de encontrarse varias veces con los m|:'nos cuadros; en efecto, lo que varía en cada caso es el contexto en que esos cuadros se muestran, lo que los organizadores han intentado demostrar o probar. En ocasiones se tratará de la variedad y la evolución de un género pictórico; en otras de la complejidad de un medio cultural; en otras, por último, de algún aspecto particular de la cuestión. Las obras se podrían así -casi indefinidamente- confrontar y oponer teniendo en cuenta esos u otros esquemas mentales: la calidad, la materia, el tema, etc. Y vuelvo a lo nuestro: mutatis mutandis, aun dentro de nuestro mismo repertorio limitado de edificios coloniales interesantes y bien conservados, debemos aún “jugar" mucho, mucho más de lo que se ha hecho hasta ahora en que puede decirse sólo hemos preparado su ficha histórica. Y todos los juegos que no sean gratuitos o antojadizos están permitidos. O sea, que lo que propongo es una liberación del marco de la historia tradicional que no puede consistir solamente en la acumulación de nuevos datos o en la discusión incansable de las fuentes. De este modo, el mismo plantel de obras válidas podrá ser sometido, en distinta ocasión, a otro tipo de análisis o de clasificación; un ejemplo sería la útil dicotomía en arquitectura culta y arquitectura popular o espontánea. Y digo dicotomía suponiendo que la materia tratada entre naturalmente en ese esquema, cuando en realidad me sospecho que más de una iglesia importante no encajará exactamente en el casillero que le preparamos. Mejor así; eso nos confirmará en la idea de hasta qué punto no hay una fórmula que sirva para todos los casos ni que sea capaz de abarcar un conjunto heterogéneo. Es éste sólo otro enfoque más. De todas maneras se les puede reprochar a los autores tradicionales el no haber subrayado bastante enérgicamente la fundamental diferencia que opone una actitud culta a la actitud espontánea, no tanto al nivel del principio que las informa sino, sobre todo, al nivel de los resultados que esas mismas actitudes provocan. Estos esfuerzos de ordenar nuestro material de base de distintas maneras resulta en seguida 25 remunerativo: apenas separamos los monumentos en esos dos 0 más grupos, comprendemos que las catedrales obedecen casi siempre al esquema culto, mientras que las iglesias conventuales se inscriben preferentemente en el otro bando, el de la espontaneidad. Nadie mejor que los propios religiosos para saber cuáles son sus necesidades y cómo quieren expresailas en su arquitectura. Terceros en discordia: nos preguntaremos si los jesuitas entran en el esquema espontáneo. Leyendo a los cronistasfi vemos como, a veces, algún padre traía desde Roma -casi como un fetiche- la planta del Gesü para hacerla copiar en América. ¿La copiaban efectivamente comr crean J.G. Navarro o E. Marco Dorta? Quizá la copiaran en un sentido mental, como una abstracción. De la misma manera que puede decirse Diego Siloe habia copiado, en la Capilla Circular de la catedral de Granada, la imagen que los hombres del Quinientos se hacían del Santo Sepulcro de Jerusalén, sin ltaoerlo naturalmente nunca visto. Estamos en un caso análogo al de la “imitación de la naturaleza”, de Platón, que tanto ha envenenado el pensamiento estético duran- te siglos, y eso en razón de un desdichado malentendido, puesto que por último “imitación” no queria decir lo mismo para el filósofo que para n.›sotrt_s. Cosaparecida ocurre con el término "copia". Vayamos ahora ya a otro punto que me parece hay también que superar: la idea de tratar por separado la envoltura arquitectónica y la decoración que encierra, vale decir el continente y el contenido de sillerias, retablos, imágenes, cuadros. Entendámonos. Al nivel didáctico es por supuesto perfectamente válido enfocar ambos aspectos de la cuestión de manera alternada. Lo que me parece erróneo es el de querer mantenerlos separados en el momento de la comprensión total de la obra9. En efecto, una iglesia colonial sudamericana debe ser siempre para nosotros un complejo significante. No podemos separar -artificialmente para mí- la arquitectura de la decoración que ella reclama y que la justifica. Hay que pensar que esa decoración pintada, esculpida o ambas cosas a la vez (como en el caso de los suntuosos retablos), constituye muchas veces lo más logrado dentro de la perfección compositiva y de la expresividad de todo el llamado estilo colonial. I Es peligroso, por lo tanto, no ver que en América del Sur -más que en ninguna otra parte del mundo occidental- sólo poseemos “conjuntos” que no podemos descomponer, bajo ningún pretexto, en meras piezas sueltas. Los conceptos de la Gestalt nos han familiarizado con la idea de uri todo, de una totalidad operatoria. Se diría que en razón misma de la calidad menos sostenida o del carácter algo más rudo del arte colonial, cualquiera de sus monumentos tendrá que ser visto como un esfuerzo “colectivo” de todos sus elementos juntos puestos a significar. Es decir que una forma debe reforzar a su vecina, y que los aportes no se Iimitarán a la vista sino que irán más lejos, hasta el sonido de la música y las campanas, hasta el perfume del incienso que llena las naves y produce el rapto de los sentidos. 26 -. Una iglesia en esas condiciones vale por su exterior -masa, decoración esculpida de su fachada-, tanto como por su interior donde se descubren en una 'penumbra propicia los retablos dorados y policromados, las sillerías del coro o los confesonarios tallados en maderas preciosas, los sombríos lienzos aveces gigantescos cuyo fin perseguido no es tanto el puramente artístico sino más bien el moralizador, exactamente como un gran libro piadoso abierto ante los ojos de los analfabetos. Y no olvidemos tampoco en este complejo que-debe significar al mismo tiempo muchas cosas, el son de las campanas que llaman a la distancia, que puntúan la jornada, la música del órgano quaj-invade el espacio y retumba bajo las bóvedas, los prestigios de la luz de los cirios, 'del humo del incienso, de la riqueza de los ornamentos sagrados. El abad Suger conocía ya, en pleno siglo XII, el partido que podía sacarse de una iglesia,› verdadera “máquina de orar” en el sentido en que Le Corbusier, emnuestro tiempo, hablaba de la casa como una "máquina de habitar”. , J . -`- 1 , La iglesia católica, sobre todo en esos países y en esos tiempos posteriores al Concilio de Trento y a la Contrarreforma, debía ser siempre y antes que nada un teatro de calidad. lntimo, sombrío, propicio al recogimiento y la confesión durante la larga jornada; teatro “total”, gran espectáculo que debía edificar, deslumbrando. A los españoles, cristianos de siempre, para confirmarlos en su fe que corría el riesgo de entibiarse en las tentaciones sudamericanas. Pero que pretendía edificar sobre todo a los indios recién convertidos, decidiéndolos a aceptar un sincretismo fácil que los misioneros les proponian: el de su vieja fe reinterpretada a la luz de una religión muy civilizada como el cristianismo, que justamente a fuerza de ser compleja resultaba lo bastante "abierta" y “ambigua” como para prestarse a multitud de interpretaciones. Hasta ahora no han aparecido entre mis propuestas ninguna que tenga directa relación con “escuelas” ni con “estilos”, y es que si desconfio de ellas aplicadas a Europa me parecen completamente inutilizables tratándose de Sudamérica. Me explico: no es que sean nociones falsas en si mismas, pero se prestan terriblemente a las peores confusiones. Yo comprendo, por ejemplo, que la idea de “estilo” es cómoda porque representa una abreviatura para calificar una manera de sentir e interpretar las formas; a condición de que el tiempo en que ese estilo se genera sea un tiempo “homogéneo”, un tiempo civilizado. El caso de Europa con sus grandes ciclos o el del arte extremo oriental pueden prestarse a la interpretación estilística. América del Sur o el Africa en sus relaciones con una cultura más antigua y más evolucionada como la europea no pueden entrar, sin violencia, en esquema semejante. Pasado a otro tiempo mental y a otras circunstancias históricas el estilo resulta asi una trampa porque se vacía de su contenido y no quiere decir nada. Es decir, cuando entramos en otra cultura hay que cambiar también de sistema de referencias; hay que dar otra vez las cartas. Los “cua27 dros históricos en forma de coordenadas se hacen, justamente, para mostrar que cuando en el siglo XII la Europa occidental “vivia” el románico y el gótico el continente americano. el asiático o el africano estaban en tal o cual mo- mento' de su propio devenir. Las exploraciones antiguas por tierras incógnitas suponían no sólo aventurarse por un espacio desconocido sino también penetrar en un tiempo histórico fundamentalmente distinto del que “llevaban” los conquistadores, tiempo que atrasaba con respecto a su hora intelectual. Esos exploradores viajaban para atrás en el tiempo, lo remontaban como un río, al revés del personaje de H. G. Wells que viajaba para adelante, o sea en el futuro. No es, repito, que la noción de estilo sea falsa lya he dicho que constituye, sobre todo, una comodidad de expresión) sino que la considero prácticamente inaplicable al caso sudamericano. De todos modos, cuando no hay, digamos, más remedio que usarla yo diría que lo sano es usarla en su sentido más Iato y sólo cronológico. O sea, estrictamente como un episodio del devenir de las formas, barroco, si como manifestación del siglo XVIII, o una de las manifestaciones de este siglo y que supone ciertas características de cargazón, retorcimiento, ampulosidad, dinamismo. Nunca en todo caso como “categoría” recurrente, ni como ”eón dorsiano”, es decir un estado de espiritu que puede aparecer varias veces a lo largo de la historia. Conste que si prefiero no usar la noción de estilo ni siquiera cuando hablo de arte europeo10, no es por ninguna fobia particular sino porque sencillamente me parece un concepto tan manido que al igual que la metáfora gastada ha perdido su cuño y es el refugio de los perezosos mentales. Tanto se ha abusado del cartel -alarmante o elogioso- de barrocoll que por último no quiere ya decir casi nada para nosotros. Y conste que lo que digo para el barroco lo pienso, pari passu, de clásico, manierista, primitivo, ingenuo. Se salvan quizá expresiones como románico, gótico, renaciente porque designan inconfundiblemente un sistema de signos ”datable” en el tiempo y no tanto lo que se llama ahora una "mentalidad". Habría que hablar en este punto de las largas descripciones que, en los libros tradicionales, siguen abarcando una buena mitad de los textos, o sea, del espacio disponible. En una época visual como la nuestra y en tiempos en que la imagen gráfica triunfa en todos los dominios y cambia el sentido de nuestra civilización, es intolerable tener que seguir reclamando más y más ilustraciones. Será una lucha feroz con los editores, pero habrá que incluir cada vez más mapas, planos en escala, diagramas de toda índole; tendremos que publicar cada vez más fotos: en blanco y negro y en color. Todo I 0 Cl ue D ueda ser visto y comprendido directamente por la imagen no.deberá ser explicado con palabras cuyo alcance casi nadie entiende, ni siquiera los especialistas fogueados. En `una palabra, ya estamos plenamente en la madurez científica del estudio de este arte y, más allá de él, englobándolo, de esta cultura 28 colonial sudamericana. Tiene que venir ahora el juego más atrevido de las hipótesis a la luz de las cuales nuestro panorama tendrá forzosamente que cambiar. Un sólo libro importante, una nueva interpretación del sentido general de la historia del continente, puede y debe llevarnos a reconsiderar de nuevo todos los problemas. En ese sentido, hay que propiciar una actitud abierta, en continuo devenir, y no un saber basado exclusivamente en los libros ya escritos y en los documentos de archivos. Las fuentes “no escritas" de la historia -un cuadro, una iglesia- son tan probatorias como un contrato o un tratado comercial. La historia es un territorio que se explora. Algunas aproximaciones me han parecido cuestionables y he discutido su vigencia; otras, en cambio, que no quiero aquí detallar, se nos imponen como fundamentales y sin dejar de citarlas haciendo justicia a su paternidad, deberán ser retomadas y desarrolladas por todos los que nos ocupamos de estos asuntos. A lo largo de mis páginas espero ir tocándolas sistemáticamente todas: aquellas en que creo y aquellas en que no creo, dando por supuesto, las buenas razones que me impulsan en un sentido o el otro. No es cuestión aquí de un principio de autoridad ni de mero capricho. El historiador -como todo investigador seriodebe estar dispuesto a reconocer sus errores y también comprometerse a no pasar en silencio un punto del que disiente, por importante o respetable que el autor de la tesis sea. Como siempre, en cuestiones de cultura, el camino está por hacerse. Mejor dicho se está haciendo bajo nuestros propios pies a medida que avanzamos. Y somos nosotros mismos los obreros de ese camino que, misteriosamente, sabemos apenas de donde sale pero que no sabemos en absoluto a donde lleva. Notas 1. Mario J. Buschiazzo, Exposición de planos y fotografias de monumentos históricos, Buenos Aires, 1939, establecía la lista de los principales monumentos desaparecidos de la época colonial en la Argentina. 2. José Ortega y Gasset, al dirigir la editorial de la Revista de Occidente, fue el responsable -hace cincuenta años- de que se difundieran libros como el de Wölfflin o Worringer. Weisbach fue también conocido desde hace mucho en Sudamérica. En los escritos de Angel Guido se ve, por ejemplo, el Éefäzjo de esa bibliografía en la que figuraban en buen sitio los trabajos de Eugenio rs. 29 3. J.L. Romero, ”L'Amérique Iatine et l'idée d'Europe", Diogène, París, n.° 47, 1964, pág. 86: “La emancipación aceleró la evolución de las ideas. España fue el pasado, y Europa -que representaba la libertad de conciencia, el pensamiento racional, la ciencia moderna, el desarrollo técnico, la libertad de comercio- fue el presente y el futuro. La imagen de una Europa sin España, es decir, sin el tradicionalismo conservador, se arraigó entre los grupos predominantes. Fue entonces cuando se empezó a dar un juicio positivo sobre lo que era europeo mientras que lo que era español se hacía definitivamente negativo”. (Traduzco del texto francés.) 4. En 1967 me permití hacer una pequeña encuesta entre algunos especialistas sobre las obras que consideraban fundamentales en Sudamérica. Casi todos coincidieron en los mismos monumentos -con pequeñas variantes. El número es relativamente restringido; a veces hay una sola iglesia o edificio considerado importante en ciudades de primera categoria. 5. Yo, personalmente, no creo mucho en los llamados “estilos” ni “escuelas”, Si hay que clasificar una materia confusa me parece mejor hacerlo de acuerdo a una grille concreta e irrefutable: en una de las coordenadas irán los lugares geográficos, en la otra las fechas. En vez de preguntarse dónde habrá que colocar a la catedral de Puno como “estilo”, anotar simplemente sus medidas, su material constructivo y procedimiento, la altura sobre el nivel del mar, el clima de la región, la fecha de 1757 y el nombre de su presunto autor. Todos datos concretos y controlables. 6. G. Gasparini, en una carta particular me decía que no creía mucho en la utilidad de aplicar la noción de encabezamiento y de serie en Amé- rica, porque “la arquitectura colonial es la extensión del sentir arquitectónico europeo, una actividad esencialmente repetitiva y propia de las manifestaciones provinciales”. Yo me refiero aquí a series, particularmente sudamericanas. 7. Vicente Lampérez y Romea llamó a sus obras respectivamente: Arquitectura civil española y Arquitectura cristiana española. En mi tesis de doctorado publicada con el nombre de L'architecture en Castilie au XI/le siècle, París, 1967, ya traté de justificar la mezcla deliberada de lo “civil” y lo "religioso" en obras mixtas como los colegios, hospitales, etc. 8. R. Vargas Ugarte, S.J., Historia del Colegio y Universidad del Cuzco, copia la crónica anónima que continúa la Historia e enarración, del P. Vega. El autor desconocido nos cuenta la llegada de ese documento -la planta del Gesü- y la importancia que se dio al acontecimiento. 9. Copio aquí un texto del malogrado Carlos Arbeláez Camacho que figuraba en una exposición del museo de Bogotá en diciembre de 1968 y que ilustraban magníficas fotos de ese gran fotógrafo que es el arquitecto colom- biano Germán Téllez. Ese texto -que ignoro si existe en forma de libro o artículodice así: “Se juzga invariablemente la arquitectura colonial con el enfoque y la escala de valores correspondientes a las artes plásticas, y a esto se añade la con- fusión de suponer que, cuanto más decoración posea un templo o una casa, más importante será su arquitectura. “La decoración no interviene en los conceptos básicos que guían la creación arquitectónica en la colonia. Opera como un modificativo “a posteriori" 30 sobre una obra pensada con implacable sencillez y claridad volumétrica. Es posible por ello juzgar los dos fenómenos independientemente, el decorativo y el arquitectónico, puesto que su ejecución artesanal es, asimismo, aislada en uno y otro caso. Así, por ejemplo, se evita el error crítico de tildar de “barroca” una arquitectura que, espacialmente, es ajena a tal actitud estilística, pero que incluye, a manera de complemento, es decir, de modo adjetivo, decoración tallada o pintada dentro del repertorio formal barroco. "La convivencia formal de la arquitectura y la decoración coloniales es notable, en razón de la mesura y discreción de la primera, que acepta y recibe sin debate los acentos ambientales que proveen las artes plásticas aplicadas. Pero sería inútil buscar una “integración de las artes” en este caso. Se trata más bien de una feliz coexistencia artistica.” Agrego yo que no estoy de acuerdo con esta manera de enfocar el asunto, lo que discuto más adelante en este mismo libro. 10. Cf. D. Bayón, El Greco, Rubens (inéditos), libros en que he tratado de no usar ni una vez la noción de estilo para elucidar la figura de los respectivos pintores. Del primero está de moda decir que era un ”manierista”; el segundo pasa por ser el “barroco” por antonomasia. 11. G. Kubler, The Shape of Time, New Haven, 1962, pág. 128 sqq analiza el problema extensamente, apoyándose justamente en la noción de barroco. El también parece estar contra la noción de "estilo". Pierre Charpentrat, Le mirage baroque, París, 1967, logra a su vez desmistificar el término barroco, haciendo notar la proliferación abusiva de sus sentidos, lo que equivale a su neutralización conceptual. 31 La arquitectura colonial en un cruce de caminos Cinco "sondeos" de monumentos-cia ve "Mirando por una ventana en ia plaza del Cuzco, frente a /os contornos barrocos de la catedrai y de la ig/esia jesuita, seria dificil determinar el pais en que se encuentran. En contradic- ción con ios edificios indios, los verdaderos princrjoios de ia arquitectura cristiana quedan demostrados en el espacio interior abovedado y compuesto; en la clara re/ación de lo interno y Io externo. Los diseños decorativos aplicados a sus fachadas y porta/es -en consonancia con ios muros internos y piiares con arcadas- tienden a las formas redondeadas y vegetativas taies como las que el arte europeo desarrol/ó desde los dias del Renacimiento Alfred Neumeyer, “The Indian Contribution to Architectural Decoration in Spanish Colonial America”, Art Bulietin, XXX, Nueva York, 1948, pág. 105. 33 ..... .. iglesias de San Francisco y de la Compañía en Quito La arquitectura colonial sudamericana ha quedado profundamente marcada por la influencia del medio geográfico y culturali. Iré tpmando diversos ejemplos para ilustrar esta convicción: Quito, el Cuzco!__Lima, Puno. Este caso particular de las dos iglesias quiteñas debe servirme para establecer ciertos principios que me parecen indispensables. En primer término porque si San Francisco es “cabeza de serie”, no hay duda de que la Compañia forma en cambio parte de la "serie". En segundo término porque al estudiarlas comprobaremos que no hay en ellas sombra de indigenismo como pretenden siempre encontrar ciertos autores. En tercero, porque -para sorpresa de muchos- vamos a descubrir que ese arte es europeo fundamentalmente y que lo español no predomina en él; todo lo contrario. Empecemos por la noción -que usaré muy a menudo- de cabeza de serie. San Francisco es un ejemplo tipico. Pocos son los monumentos auténticos que quedan en pie en tierra sudamericana, ya que la mayoria han sido rehechos o transformados. San Francisco debe ser un ejemplo precioso para nosotros, puesto que se presta a una reconstitución del pasado: su planta y fachada se parecen a lo planeado en un principio. Sabemos en cambio que tanto la elevación como el decorado interior fueron evolucionando a través de los azares de la colonia en un proceso de adaptación y de enriquecimiento. La Compañia representa a su vez el recuerdo de una cantidad de otras iglesias anteriores, empezando precisamente por esa misma hermana mayor que acabo de mencionar. No busco tampoco en estas iglesias de Quito influencia indigena alguna -como lo haré en la catedral de Puno o se hubiera podido hacer, por`ejemplo, en San Lorenzo de Potosi; por el contrario, trataré de señalar en ellas el espiritu europeo y civilizado que las informa, corregido por un cierto 35 genio local de circunstancias que no por indefinible resulta menos existente. Quito se encuentra a 2815 m sobre el nivel del mar, en la parte septentrional de lo que se llama el Va/le centra/ o Avenida de los volcanes, formada por dos cadenas paralelas de la cordillera de los Andes. Las colinas y barrancos sobre los cuales se desarrolló la ciudad han configurado literalmente su aspecto urbano. Como ocurre muy a menudo en América del Sur el paisaje entero está dominado por un magnífico cerro, en nuestro caso el Pichincha, de 4874 m de altura. Aun si -geográficamente hablando- Quito está casi sobre la línea del Ecuador, el hecho de encontrarse a una considerable altura le procura un clima muy agradable. Un viajero anónimo del siglo XVI la describe en estos términos entusiastas: “La tierra no es estéril, antes abundosa y fértil La tierra es sana, los hombres comúnmente viven más que en España El temple de la ciudad es antes frío que caliente [...] El cielo es claro y sereno y el sol sale y se pone con mucha alegría y nunca está cubierto de nublados, sino cuando llueve o quiere llover”. Quito fue fundado, sobre el emplazamiento de una antigua ciudad ìncaica, por un lugarteniente de Pizarro, Sebastián de Benalcázar, el 6 de diciembre de 1534, es decir, exactamente el mismo dia en que Ignacio de Loyola hacía en Montmartre -la colina que domina Paris- el voto de consagrarse junto con un grupo de amigos a la orden que acababa de fundar: la Compañía de Jesús. Lo primero, de acuerdo a la costumbre española, fue echar las trazas de la nueva ciudad. La planta urbana comporta, aún hoy, manzanas limitadas por calles que se cortan en ángulo recto. Cada cuadra (distancia entre dos calles transversales) mide 300 pies. La cuadra, a su vez, está dividida en cuatro parcelas lo bastante amplias para construir en ellas una casa con patios y aun tener jardín o huerta. Las calles eran de 33 pies de ancho. Dentro de la planta general de la ciudad se reservaba espacio para tres grandes plazas cuadradas: la de la Iglesia Mayor lo Catedral), la del convento de San Francisco y otra, en fin, la del convento de Santo Domingo. En la planta que acompaña la Relación anónima de 1573 se distinguen también los acueductos que desde el cerro del Pichincha llevaban las aguas al Hospital del Rey, a la Plaza de San Francisco, a la Plaza Mayor, a la Merced, a la Fieal Casa de la Audiencia y al campo de lñaquito. Hoy se comprende fácilmente que la calle que pasaba -y que pasa todavia- al costado de la iglesia de Santo Domingo no es otra cosa que la ruta principal norte-sur que une Pasto con el Cuzco, es decir, en términos modernos que va de Colombia al Perú pasando por el Ecuador. Habría que agregar aún que la disposición natural del terreno en terrazas, la facilidad y la abundancia de los materiales, la riqueza de las 36 minas próximas y la omnipresencia del agua2 contribuyeron a hacer de Quito una de las más famosas ciudades de América del Sur y ello casi inmediatamente después de su fundación. Su prosperidad va también unida al hecho de haber sido muy pronto un centro administrativo, comercial y artlstico de primer orden. Si la ciudad fue fundada bajo la advocación de San Francisco len realidad se llama San Francisco de Quitol, ello se debe tanto a que Benalcázar como el cabildo estaban dispuestos a hacer cualquier cosa en favor de los franciscanos. Los cuales, en efecto, apenas llegados se vieron atribuir una enorme parcela, en suave pendiente, que habla pertenecido al inca HuaynaCapac. Se trata de una enorme superficie de casi 30000 metros cuadrados que hubo que nivelar y sobre la que se iba a hacer entrar cómodamente un convento, un colegio y tres iglesias lfig. ll. J P b .. u ¿ I_DU1 1 . W III] ¡5¿_¿.,¡g y gøvvf/'VYD DE E pa' .'.›- ,.¡__¢u›.rfI gy iffillñl'IÍCU "° -_ *Q ¡-¿_-L.. una . - . . . . . . _. ¬ -_'ï"“' - - . . 1 -r `¡',,_.-¢-I'¬¡ -- ¡ ---:frtr* -. .I ' Ú Q '°..¿É.' ;.`. '1'. . '. I O D G n ,.... 'Il ` -2 '. \: I Q . I O ^ ',.l' _ ,.,._- _: ,,......l.;',L, - *-1. †¬-;-_›.. ' 1' ff - « _ , ¢.,_ ' 1  ' _; ›. 1.' `. "` ^-Y" . , .o'.| " .I _ - _-'¿_ _ r -t _ i É` ;{..|.. 1 _ . I, H Elx.:.--.†=±= . * , ji 3-;r1f"I . :'_'_"""" 1:'¬ H- I- ' på-gg. flfrvd TH*-E ::.:I. . Q '^-gnI1 -A_ - I-rr! N`°"±.¡ a|:L-I l n. Í----. :I-|- !: - - bàwvrà - tt;,-†::.=ï" '. ø ; 9.-QUI 1 ,,' al.Í x:¬U _ lll " 4 . 'r~`|_, ' .:. . .......... -Éilïlft' Ii "ii-`-li Z ` _ t ' ìIl'.*›=¿l'.`.i.`.'.'.`1[2l.'I.'111:.l.` 511%? .- _ Ú D' 1 .LL- @l .L- E,: enano3% Iufifii -' I' I L Fig. 1. Planta general del convento de San Francisco, Quito. La construcción se desarrolla sobre un gigantesco solar en suave pendiente hacia la plaza homónima. Tres iglesias, infinidad de claustros, patios, dependencias. Al revés de lo que pasaba en Europa, en América 37 I' una hispana durante el siglo XVI el terreno sobra, lo que explica la amplitud de las soluciones. Para ejecutar estos trabajos hubo que realizar importantes obras de nivelación que revelan desde el primer momento la presencia en Quito de una mano de obra muy calificada. Estas dimensiones desacostumbradas, aun en América di, Sur, se explican quizá por el hecho GU e , d es d e su llegada, los franciscano " planearon la creación del primer colegio de artes y oficigs de| ¢Qn¡¡neme La importancia de este Colegio de San Andrés es capital en la historia de la cultura sudamericana porque alli, precisamente, se formaron muchos de los mejores maestros de obras y artesanos de toda clase que iban a construir más tarde no solamente en la región de Quito sino un poco a lo largo de todo el virreinato. El convento es tan grande que comporta siete claustros, una multitud de patios y huertos rodeados por innombrables dependencias. Tan enorme resultaba el terreno, aun para ellos mismos, que los franciscanos han ido cediendo -en distintas oportunidades- partes de su propiedad: una de ellas alberga hoy el ortelinato de las Hermanas de la Caridad; otra sirve de sede al gobierno civil de la policía urbana. De todas maneras, por interesante que pueda resultar el convento de San Francisco por su complejidad e importancia, no entra esta vez en el marco de mi investigación. Lo dejo, pues, de lado para concentrar mi atención en la iglesia principal lfig. 2). Fig. 2. Planta de la iglesia de San Francisco, Quito. En con- “_-:if-“-gi 1;"-_ W " , . f “_ t:'.-if “.t J ¿_,±_ iv_-_ _-_`_¬r__¬ ¿__,_ --I '- -- ' i* _i± ¡- , . I. LF 1, "t,___¡f:' r'-1'I -; Ilas independientes y comunicadas entre sl a través de los -: ::-__w _';.f'_`If.†.l , verdadera nave única con capi- \1 " ' :V1 l ii` = s I- tra de lo que podria parecer de la simple lectura del plano, no se trata aqui en realidad de una iglesia a tres naves sino de una “ z" I, ¬iff” l_ ¬† *-l ui ~ '"- L; ,, i.,T.,1:_Lii', /¢ i_ !' »J--st' ,L--FT-*___Ú ____i -I I ¿JL-J\¡_! i_Fl-.H+¬-"¬¬' J""_-_;-3 -Í-:¬__. _ __ 'I4 _-*_-V3 `, l I _“L'Iï"ü_ _,HI .H-:T _¡.r¬_Í i._r¢_1__r_. ur- Í .¬__1_,LH/`_ K____*__"l`_, __" .,_ir, . i ,__ ; _ _ - _-fAt_-]1'."'-1:` l ïø _|_-ha-" .:._.__,r¡.z1_4'.r-A$1" -F `Tì ---I1-:\..F.Í ":-'r_ÍIIi” __... * EI - - - ' I U --_i _ _] _ 11 i ___, |: . __ -- - _ ,llïír l M t' D. U ___ _.. ---- ,_.__z- ¬c ,i -_'E -_; ;:.: if _,;Wrf:fÍ_¬_,_¿¬:%:"_,_":¡*¿f___.¡_”,"Í ;¶_1 38 U .i. 'S I: __[f?::'l;I “tesiH-if:tí tf" -`†*__' >;,-P'-_ contrafuertes perforados. Es muy dificil saber hoy la volun- tad de forma de los fundadores en el caso de un edificio tan retocado a lo largo de los si- glos. i. Quedamos en que el conjunto conventual incluye tres iglesias. ¿,.as dos más pequeñas están colocadas respectivamente bajo la advocación de San Buenaventura la una, y de la Virgen de los Dolores la otra. Es esta última la que la piedad popular designa con el nombre de iglesia de Cantuña, del nombre del rico indigena que la hizo construir a sus expensas. No hablaremos, pues, hoy aquí de esos templos que, al fin de cuentas, resultan apenas de un interés secundario. En cambio, se trata de examinar la iglesia de San Francisco que domina el conjunto más o menos en el eje de la composición sobre la plaza homónima. Sin duda y a causa del desnivel, la fachada principal del convento da sobre un estrecho atrio que al subrayar la horizontalidad de la masa desempeña el papel de “balcón urbano" sobre el vacio de la plaza que resulta a su vez como un segundo atrio a gran escala. Este exterior se presenta a nuestra manera de ver con gran claridad y lógica. Está tratado -como diría un crítico literario- en “estilo directo", lo cual va perfectamente dentro de la tradición popular española que iba a continuarse de modo tan natural en Sudamérica lfig. 3). Fig. 3. Fachada del convento lio. Ambos elementos: muro de de San Francisco (foto D. Ba- contención y gradería son trayónl. Sobre la plaza, a nivel , tados en piedra -garantía de más bajo, se alza un ”atrio- balcón” al que se accede, en el eje de la iglesia, por una escalinata circular tomada de Ser39 nobleza-, material que se em- plea también en la fachada almohadillada de carácter nórdico. Sobre el Iarguísimo muro blanqueado a la cal, un solo punto “fuerte” en piedra: la parte que acusa la presencia de la iglesia, es decir su fachada. Tanto el atrio como el citado muro en talud que le sirve de sostén están igualmente tratados en piedra lo que confiere al conjunto una particular nobleza. No obstante, la construcción general del edificio resulta barata y un tanto provinciana en su misma rudeza. Consiste en una simple mampostería de ladrillo, reservando la piedra -que es abundante pero siempre más cara y dificil de tratar- para algunos puntos clave tales como el basamento y la fachada de la iglesia. He aquí un carácter que reconocemos también como muy español: el no hacer trampa con el aspecto del edificio y su destino. Según ese criterio, las partes simplemente utilitarias, “humanas”, son tratadas francamente de una manera que hoy llamaríamos funcional. Sobre ese muro blanco básico va ”injertada” una fachada en piedra, bien compuesta, con un gran portal y dos torres: es la arquitectura a lo divino -como decian los poetas de la época cuando escribían composiciones religiosas lfigs. 4 y 5). Cosa curiosa no obstante: este edificio enorme, bastante andaluz por su largo muro horizontal que lo separa de la calle, es también y al mismo tiempo muy nórdico europeo en lo que concierne a la fachada de la iglesia. Se empieza a producir en él lo que podriamos llamar ese indefinible “estilo sudamericano" hecho de aportes yuxtapuestos más que de una voluntad de forma claramente discernible. Dejemos también de lado ese blanco muro que podría ser el de un cortijo en el sur de España, para concentrarnos de una buena vez en la facha- Fig. 4. Fachada de la iglesia de San Francisco (foto D. Bayón). La fachada tiene detalles que parecen ser de origen, superpuestos a otros .más discutibles. Se imponen como antiguos: el muro de contención, la escalinata, la planta baja de la iglesia y el ventanal historiado con frontis curvo. Todos -A esos elementos son de piedra, igual que los obeliscos rematados en bolas que marcan los puntos de articulación. El almohadillado del primer piso, el entablamento festoneado y las torres deben ser adaptaciones posteriores en simple mamposterla de imitación. Las torres, que eran de dos cuerpos sobre el remate, se derrumbaron en 1868 en un temblor de tierra. 40 4- da de la iglesia. No hay duda de que estamos en presencia de un tipo de composición, cuyo» carácter difuso pero patente nos lleva involuntariamente a los Países Bajos en el recuerdo. Mejor dicho, el clima mental se define como una interpretación flamenco-holandesa de los principios del renacimiento italiano avanzado, o para darles gusto a ciertos historiadores, del manierismo. Lo cual parece, por otra parte, cosa relativamente fácil de explicar: de los franciscanos fundadores uno solo era español, siendo los otros dos flamencos: el P. Pedro Gosseal y el P. Jodoco Fiicke. Sabemos por otra parte que se trataba de hombres de cultura artística nada despreciable que, a su vez, hicieron venir aun a otros flamencos para trabajar en el convento3. Según José Gabriel Navarro, erudito local ya desaparecido, en la fachada de la iglesia hay elementos italianos y españoles muy concretos hasta el punto de que ella le recuerda... El EscoriaI4. Para Mario Buschiazzo (1900-1970), uno de los mayores historiadores sudamericanos de su generación, esa fachada se inspira simplemente en las soluciones aportadas por Serlio en su Tratado, que muy pronto había circulado por América del Sur5. Pal Kélemen a su vez@ encuentra que el monumento posee un aire severo de renacimiento tardío (no aclara de dónde), al que se agrega un carácter barroco que le prestan las columnas apareadas y los almohadillados horizontales (figs. 6 y 7). Otra autoridad en la materia, el dominico P. .José María Var- gas (que no hay que confundir con el jesuita Rubén Vargas Ugarte) sorprendentemente no se ocupa casi de esa fachada, quizá en razón misma de la brevedad de la obra que ha consagrado el arte de su pais. Enrique Marco Dorta, hasta ahora la persona más calificada para explicar la historia de esta iglesia, Fig. 5. El eje de la corriposición desde la plaza (foto G. Gasparini). La solución de la escalinata cóncavo-convexa es bramantesca lC0rtile della Pigna, Vaticano): sin embargo lo más probable es que esta versión quiteña salga directamente del tratado de Serlio para inscribirse en un contexto inesperado. “H - __ _ = -“¡HH __ __ ,_ “¬-_ -2.1 Él "` "' T -_--¶'“7r-f-- _ ïníiìn s ,Hb -i. li i = --¢ -un 41 "' confiesa sln embargo, ignorar el nombre del autor de la fachada que paa 1. sigue constituyendo un enigma. Con todo, llega a proponer el nombre de va rios arquitectos españoles que habrían podido ser los responsables, aunque no se decida por ninguno de ellos?. Me asombra que no piense o no haya pensado en algún maestro extranjero, después de haber dicho que los trabajos de construcción de la Fig. 6. Vista del claustro principal (foto D. Bayón). Las co- lumnas toscanas -fuertes y un tanto enanas - resultan verdaderos “puntos de apoyo" en piedra, capaces de soportar una mampostería de ladrillo más ligera y barata. Como de costumbre en Sudamérica, el claustro “sostiene” el muro de la iglesia buscando una solu- ción antisísmica rudimentaria por la sola virtud del peso muerto, base de todos los contrafuertes arquitectónicos. Si el efecto puede parecer un tanto macizo, constructivamente hablando la franqueza funcional, en cambio, se impone como una buena solución. ~ “`!` V ¿;s'-'-Wi' ' A " i ` Fig. 7. Escalinata cóncavoconvexa (foto G. Gasparini). ¿Manierismo italiano,_ nórdico, herrerianismo, anticipo pre- barroco? Los autores n_o nos ponemos de acuerdo.__S|n embargo la' misma ambiguedad de la solución: verdadera resultante de varias tendencias divergentes, afirma su carácter iriternacional” y no sólo hispánico como se ha pretendido a veces abusivamente. 42 fgleisia son debidos al P. Flicke, que habría dado las trazas aún antes del año 1553.8 Para mí, y sólo usando del “olfato” tan importante en historia del arte, me parece obvio que ante San Francisco de Quito toda persona con experiencia y viajes no puede dejar de pensar en algo del norte de Europa, especialmente en Flandes o en los Países Bajos9. Marco Dorta, como de costumbre, habla en términos de “estilo” como si se tratara de un monumento europeo sin problema. Ya discutiré a fondo esta actitud, que unifica las culturas, más adelante en este mismo libro. Por ahora digamos que para él la fachada de San Francisco representa el más bello ejemplo de “bajo renacimiento" que encontrarse pueda en Sudamérica. Por último, quiero suponer que la verdad debe encontrarse a medio camino entre Io que dicen Buschiazzo, Marco Dorta y lo que yo creo intuir. La influencia de los tratados me parece algo evidente y válido. Aunque habría que pedirle al lector que comprenda lo que puede significar el paso de un modelo de libro a un detalle concreto realizado por un religioso bien intencionado empleando una mano de obra más o menos torpe. Muchas de esas soluciones “virtuales” no habian sido aplicadas de hecho nunca en Europa, y puede decirse que pasaron a América simplemente grabadas en las planchas de un libro en el que dormían esperando quien las hiciera vivir. No debería, pues, hablarse de influencia "italiana" como si se tratara de algo visto en Italia realmente, sino más bien como lo que es: el traspaso de un dibujo de reper- torio a una realidad viva. Es eso lo que siempre termina por pasar en las comarcas alejadas. Lo mismo ocurrirá más tarde con las estampas de Amberes o esos catálogos de elementos decorativos que, en un momento dado, fueron imitados un poco en todo el mundo civilizado, sobre todo en aquellas regiones que no podían copiar directamente los modelos que en Europa pasaban rápidamente de moda. Resumiendo así se puede decir que el Tratado de Serlio entre las manos de algunos franciscanos flamencos ayudados por albañiles1° locales en una provincia alejada del imperio español: he ahí el origen de la fachada de San Francisco de Quito. No olvidemos que esos modelosll -existentes o imaginarios- han sido interpretados cada vez por hombres de formación y de gusto diferente que debieron, además, contentarse con los materiales y mano de obra locales. Por último, no es tanto el detalle lo que cuenta sino más bien, y sobre todo, la manera de combinar los detalles lo que da el tono de un monumento. En resumen: no tanto las palabras de por sí separadas, sino la sintaxis general del discurso arquitectónico. En la fachada de San Francisco de Quito comprobamos la utilización de ciertas formas que no venían para nada de España (conste que materialmente hablando, el libro era la traducción española de Serlio realizada por Villalpandol, sino que reflejaban el producto de la imaginación de un arquitecto italiano que trabajó en Francia; y que en América esas formas resultan de la interpretación ad libitum del tratado serliano por parte de aficionados 43 cultos de origen flamenco ayudados por albañiles locales. No tergiversemos. Si a propósito de la fachada se puede entablar una polémica, la planta, las elevaciones y la decoración interior de ambas iglesias se prestan igualmente a discusión. Si empecé por el caso -más tardío- de la fachada de San Francisco es porque ese punto no se puede generalizar, tratándose como se trata, de un caso particular. En cambio tanto las plantas como la decoración pueden y deben ser estudiados al mismo tiempo en ambas iglesias. Casi todos los autores hablan con respecto a los planos de San Francisco y de la Compañía de Quito -que en última instancia es el mismo- de la influencia del Gesü, en Roma, obra de Viñola con fachada tardía de Giacomo della Porta. ¿Cuál es la verdad con respecto a esa famosa planta a la que siempre se vuelve? Se puede decir que consiste -por parte de Viñola- en la reutilización de una idea que Alberti había empleado ya en San Andrés de Mantua un siglo y medio antes. A decir verdad, Alberti pudo quizá inspirarse de algunas iglesias góticas catalanas que poseen, como característica principal, la de tener una sola nave con contrafuertes que, en vez de verse acusados al exterior, permanecen en su parte baja al interior del templo donde sirven de muros laterales a las distintas capillas. No es mi propósito aquí el de seguir este tipo de planta a través del tiempo y del espacio; lo he citado porque constituye -para ciertos historiadores de la arquitectura- el antecedente de esa novedad que en Italia -fue la planta del Gesü. En relación a San Andrés y a las iglesias catalanas hay, no obstante, en la solución de Viñola varias novedades importantes. Por empezar la iglesia se inscribe en un rectángulo, es decir, que los brazos del crucero no dibujan al exterior una cruz latina como era el caso de Mantua. En la versión catalana, a su vez, cada capilla está separada de la siguiente por un espeso muro que no era otra cosa -como ya lo hemos dicho- que un contrafuerte: interno en su parte baja y externo en la parte alta. En el esquema del Gesu que inaugura un estilo muy difundido, el contrafuerte queda siempre presente pero está perforado porflun arco, lo que permite al público circular a lo largo de las capillas que constituyen así una suerte de naves laterales. El espacio, con relación a una iglesia clásica a tres naves resulta, sin embargo. mucho más “compartimentado”. Bruno Zevi12 diría que el espectador ingenuo sólo experimenta el impulso de circular a-lo largo de la nave principal, mirando a izquierda y derecha para apreciar los retablos que se elevan en cada capilla. En una palabra, la tendencia es a seguir el “camino real” más que las poco apetecibles circulaciones en túnel que vinculan las capillas entre sí. En efecto, cada una de ellas constituye una verdadera pequeña iglesia con sus imágenes. sus cuadros iluminados por la cúpula-linterna (en el caso de San Francisco ésta es una transformación posterior, probablemente del siglo XVII). Es decir que las capillas poseen un ambiente propio que siendo particular se abre, sin embargo, sobre el gran ambiente “público” de la nave principal de lo que podemos llamar la iglesia-madre. 44 Resulta bastante elemental comprender que, aun haciendo abstracción del aspecto funcional, para una iglesia sencilla del siglo XVl'3, el “tipo Gesii” resulta una solución bastante aceptable, a condición de rebajar la altura. En efecto, en región sometida a temblores de tierra, una caja de muros (nave principal) sostenida lateralmente por gruesos contrafuertes simétrìcos es algo, por definición, bastante fácil de mantener en pie. No sólo empleando la piedra sino también hasta el ladrillo o cualquier procedimiento mixto. Para cubrir el conjunto siempre se podrá recurrir a un simple techo a dos aguas en estructura simple de madera, a un artesonado mudéjar o, en fin, a bóvedas y cúpulas. Solamente, y a causa de la inestabilidad del suelo, las iglesias sudamericanas están condenadas -como ya'lo he dicho- a ser siempre menos esbeltas que sus lejanos modelos europeos. Ese es uno de los puntos que, a mi manera de ver, los historiadores parecen olvidar un tanto. Una planta no se lee como un dibujo abstracto sin tener en cuenta la escala, los cortes ni los procedimientos constructivos empleados. Que San Francisco o la Compañía se parezcan, en planta, al Gesü o a San Ignacio de Roma no cabe duda. Pero en cuanto comparamos los tamaños respectivos de estos monumentos, prestando atención a la altura de naves y cúpulas, muy pronto comprenderemos que si el “esquema distributivo” es bastante parecido, el resultado -felizmente, estoy tentado de decir- no es en absoluto el mismo”. Leyendo, por ejemplo, a José Gabriel Navarro se tiene la impresión -falsa por otra parte- de que la Compañía de Quito no es sino una versión más de San Ignacio de Roma. En historia del arte no basta con emplear una estructura parecida o aceptar un mismo partido; queda siempre y por último el “contexto”, los detalles diferentes que, al acumularse, llegan a cambiar no sólo el aspecto sino hasta el contenido de un programa que parece a primera vista paralelo. La solución adoptada primero en San Francisco y más tarde en la Compañía no hace sino recordar lejanamente15 el modelo de las iglesias jesuitas romanas citadas. De ninguna manera puede hablarse de copia. Si bien se imita la forma general y algún procedimiento técnico fácil, hay que reconocer que los maestros de obras españoles, flamencos y hasta indios, llegaron a crear monumentos que en su aire general como en sus detalles son de naturaleza fundamentalmente diferente de esas iglesias europeas. Quizá por eso mismo, un estudio profundizado de ese tema podría un día justifìcarse plenamente. Si al exterior de esas dos iglesias experimentamos la impresión de recordar soluciones europeas transportadas por arte de magia bajo el cielo tropical y a casi tres mil metros de altura, en el interior de esos mismos monumentos nosgsentimos aun más despistados. Estamos, sí, en las Indias -de América-, pero tenemos la impresión de encontrarnos en las verdaderas Indias asiáticas, hasta tal punto la decoración se nos impone como recargada, explosiva y al mismo tiempo inmóvil (fig. 8). 45 Fig. 8. Interior de la iglesia de San Francisco (foto D. Bayón). Interior “en gruta" de la iglesia, resultado de varias campañas constructivas (mediados del siglo XVI a fines del XVIII). Básicamente, al tiempo de la construcción debía existir solamente un decorado de placas y cartelas dentro del gusto flamenco de Vredeman de Vries, el todo recubierto por un magnífico artesonado mudéjar. Al quemarse parte de este te46 cho en el siglo XVIII (se salva- ron el coro y el crucero), se sustituyeron las partes desaparecidas por planchas de madera talladas en fuerte relieve y doradas a la hoja. El lujo pone de manifiesto la riqueza-de la región quiteña en que los particulares competían por destacarse en sus donaciones de retablos. La decoración "viste" una caja de muros bastante seca como es típico en Sudamérica. Esos interiores reclaman por sí mismo un examen más comleto. Tal como Navarro lo ha visto muy bien, San Francisco representa un ./erdadero punto de partida en la arquitectura sudamericana. Sólo algunos templos bizantinos habían llegado a este derroche de dorados, a ese verdadero delirio en el lujo. En general cuando fenómeno semejante se ha producido fuera de Europa ello ha tenido lugar siempre en el Cercano Oriente. En América este horror al vacío va a dar -a través de más de dos siglos, hay que aclarar- estos interiores “en gruta” que tendrán gran éxito no sólo en las colonias españolas sino sobre todo en las portuguesas, de donde por un movimiento de eco volverán a Europa. Es curioso que el fenómeno en América del Sur empiece a mediados del siglo XVI, es decir, antes del barroco, digamos oficial, que es del XVII como todo el mundo sabe. En Quito, a fines del siglo XVI, se empezó a recubrir quizá por primera vez un simple templo catóIico -tirando a pobre en su estructura- con una decoración en madera tallada, dorada y en policromía "cálida", puesto que son los fondos rojos sombríos y el oro en hojas lo que predomina en la impresión de conjunto. Un efecto teatral de la mejor clase asombra a quien entra por vez primera en San Francisco de Quito. El largo paralelepípedo de la nave principal se presenta a la vista como una forma primaria bastante reposada. Desde la entrada se sospechan apenas las capillas que comunican con la nave por arcos de medio punto tallados en el espesor de un muro que es, literalmente, portante. Los ojos resbalan a lo largo de los arabescos, de la extraordinaria complicación de ramazones, volutas, flores estilizadas, cartelas, figurinas bastante difíciles de comprender en el detalle pero que ¡mpresionan justamente en su totalidad. Llegamos al fin al crucero donde se levantan cuatro “arcos de triunfo", cuatro verdaderas ojivas que, temiendo la altura, prefieren más bien ser potentes aunque un tanto aplastadas. Este cuadrilátero, punto privilegiado de encuentro entre la nave y el crucero, remata no en una linterna ni en una cúpula sino simplemente en un magnífico artesonado mudéjar donde dominan las líneas rectas y los polígonos estrellados característicos de esta clase de ebanistería. En realidad la iglesia entera estaba recubierta por una techumbre realizada en ese procedimiento; un desdichado incendio en el siglo XVIII sólo respetó los artesonados que cubren respectivamente el crucero y el coro sobre la entrada, a los pies del templo. No nos engañemos en lo que respecta a la presencia de las ojivas. No caigamos tampoco en la trampa de la clasifiación por "estilos". El Kunstwollen -de los alemanes-_, la “voluntad de arte" no ha consistido jamás, en América del Sur, en “hacer” gótico, manierista, barroco o neoclásico. Yo creo que hay que abordar el problema de manera completamente diferente: no hay más que procedimientos, expedientes más o menos válidos. Si por ejemplo un fraile es capaz de dirigir una construcción empleando la bóveda de crucería tendremos la destruida iglesia de Sañaifi, en el Perú. ¿Existe entre los conquistadores o colonos uno que sea mudéjar y conozco la bella y complicada ebanisteria de sus antepasados? La comunidad podrá entonces 47 darse el lujo de un artesonado con todas las de la ley. Artesonado que como la bóveda de crucería -aunque por otros motivos- resulta muy aconsejable en región de terremotos. En fin, ¿hay acaso a mano algún maestro fuerte en estereotomía? Tendremos entonces una magnífica bóveda cuando no una cúpula prestigiosa. En Europa y, en general, en todo territorio muy “trabajado” por la cultura, los sistemas constructivos pasados de moda son dejados de lado para seguir lo que en ese momento “se estila". En zonas marginales en cambio, donde las condiciones materiales son difíciles, los mismos problemas -hay que admitirlo- no se plantean del mismo modo. Para mí, la decoración interior de San Francisco es no solamente muy pintoresca y valiosa sino también algo muy revelador como instrumento de trabajo”. El hecho de encontrar cuatro arcos en ojiva recubiertos por una decoración manierista sirviendo de apoyo a un artesonado mudéjar constituye, de por sí, un dato que nos informa enormemente sobre los constructores mismos y sobre los procedimientos téc- nicos y decorativos de Ios que se podía echar mano en el Quito de fines del siglo XVI. Somos nosotros, los modernos, quienes tememos las mezclas por un gusto quizá no muy seguro, y en todo caso exacerbado precisamente por la noción de estilo, por la historicidad de esas formas que vemos mezcladas cuando pretendemos pensarlas siempre en estricto orden cronológico. Los antiguos en general eran ahistóricos (a, prefijo negativo). Se abastecían donde querian para lograr un propósito definido. Esos constructores quisieron hacer grande y hermoso, se propusieron impresionar a una clientela de españoles ricos o pobres, de indios apenas convertidos. No se contentaron, pues, con construir iglesias antisísmicas sino que pretendieron también dotarlas de nobles fachadas, de interiores de un lujo delirante en que un suntuoso artesonado sea capaz de lucir como un trofeo traído de lejos. Si debemos admitir que tenían que contentarse con los medios locales -tanto en lo que respecta a los materiales como a la mano de obra- hay que reconocer que los resultados son más que sorprendentes. 't Si los muros laterales impresionan sobre todo por el detalle, cuando miramos hacia el fondo quedamos impresionados por dos grandes efectos teatrales: el primero consiste en la zona de sombra del crucero con su artesonado octogonal en cubeta, realizado en ebanisteria oscura. En seguida y más allá de esta zona sombría descubrimos una luz alta que proviene- de una fuente luminosa, oculta para el espectador, y que se encuentra en la nave principal. Esa luz se derrama literalmente sobre un altar mayor cuyo respaldo lo forma un retablo “total”, en el sentido de que no se contenta sólo con llenar el muro testero sino que lo desborda incurvándose para llegar a formar como un gigantesco y resplandeciente nicho a escala colosal. Los laterales, ya lo he dicho, están formados por una serie de capillas individualeslfi, cada una dotada de su pequeña cupulita-linterna que 48 sirve para iluminar los retablos de arriba a abajo, lo que da siempre un resultado bastante dramático. En una palabra, a partir del último tercio del siglo XVI vemos aplicar en San Francisco de Quito, al menos a su parte interior, esa técnica “escenográfica” que tendrá más tarde tanto éxito en las iglesias de la Compañía de Jesús. Aquí estamos en casa franciscana, pero hay que reconocer que son ellos quizá quienes primero inventaron la glorificación de los santos de la orden en un marco deslumbrante, hecho para la plegaria individual ante cada altar. No se trata ni de una iglesia de peregrinación ni de una iglesia procesional. Está destinada a un culto estacional que sólo necesita de un espacio amplio, un campo visual sin pilares ni columnas en donde la vista pueda perderse o distraerse a riesgo de no poder seguir los oficios o escuchar bien' el sermón. Esto es quizá lo que más nos interesaba dejar sentado a propósito de San Francisco de Quito: su función social, que pasa por un saber psicológico agudo del pueblo fiel, por el cumplimiento de unas necesidades de orden religioso que son típicamente las del siglo XVI avanzado y las (de la Contrarreforma. No creo que ello sea -como con optimismo nacionalista alguien pueda pensar- una obra maestra comparable a las más hermosas iglesias del mundo occidental. No se trata tampoco de atribuirle un sitio más o menos elevado en un “concurso absoluto" en el que, por otra parte, nunca he creido. Me parecía útil tratar de desentrañar cómo podía llegar a crearse un edificio eclesiástico: procedimiento constructivo, fachada, decoración interior en el último tercio del siglo XVI en una comarca alejada, perdida en las montañas que figuran entre las más altas de la tierra. Habría sin embargo que agregar, para comprender mejor el problema, que la región de Quito fue desde sus comienzos extremadamente rica. Casi al mismo tiempo que el imperio español atravesaba una de sus crisis económicas más terribles19, Quito se permitía el lujo de construir un templo en ladrillo y piedra, recubierto de maderas talladas y doradas y con un artesonado digno de un palacio oriental. En lo que respecta a la mano de obra, había que contentarse -bien que mal- con lo que se podía encontrar in situ. El caso se repite con la llegada del arquitecto español Francisco Becerra que, yendo de México al Perú parece tuvo tiempo en el Ecuador de dar las trazas de dos otras iglesias de Quito: Santo Domingo y San Agustín. Becerra no podrá tampoco escapar a la servidumbre de esa manera local de construir que en San Francisco habia demostrado ya ser posible. La excepción sería el cubrimiento del coro de San Agustin, que consiste en unas bóvedas góticas de traceria renaciente. Tanto el público como los historiadores parecen olvidar demasiado a menudo todas las dificultades que un maestro de obras puede encontrar en esa época y en semejante lugar apartado del resto del mundo. Existe la tentación de aplicar sólo juicios de valor a las obras cuando habría ante todo que ponerse de acuerdo con las posibilidades mismas de los encargos en un momento dado de la historia. 49 En efecto, no es lo mismo construir una capilla sobre la meseta peruana del Collao en el siglo XVI que erigir una iglesia jesuítica en Quito en pleno siglo XVIII. En cierta medida es casi todo lo contrario. Por no decir nada de lo que va de México a Colombia o las misiones del Paraguay. Las condiciones geográficas, climáticas y humanas son diferentes en cada caso. Es esa justamente la maravillosa labor del historiador: la de tratar de desentrañar la significación de los monumentos en relación a esos imperativos. El “querer hacer” se apoya fatalmente -no sólo en América del Sur sino en todas partes- sobre lo que llamaríamos el “poder hacer”. Si pretendemos descubrir las obras que marcan más un momento histórico, las más válidas, las más hermosas también (no hay que temer esta noción de belleza) debemos estudiarlas siempre, eso sí, a la luz de lo posible. Y en ese concurso hipotético al que hacíamos alusión, los primeros lugares no irán forzosamente a las grandes catedrales -copiadas muchas veces y bastante sosas- ni a los templos en que la acumulación de riquezas es más evidente. A veces ese “premio” recaerá en simples iglesias o capillas que pueden ser modestas pero que, al mismo tiempo, revelan una voluntad de hacer diferente que las justifica: de ahí la noción de cabeza de serie. No es la originalidad por la originalidad misma; es más bien el esfuerzo -por medio de la imaginación- de crear algo nuevo a partir de condiciones locales restringidas. Con ese espíritu quise presentar aquí en primer término -dentro de estos análisis concentrados de pocos monumentos-cIave- la iglesia de San Francisco de Quito. Si San Francisco constituye, pues, una verdadera iniciación, veamos ahora el caso de la Compañía, que se inscribe naturalmente en lo que he. llamado la “serie”, sin ningún carácter despectivo. En la Compañía resulta obvio que no asistimos a un nuevo punto de arranque, al esfuerzo combinado para crear con elementos dispares una nueva realidad. Por eso justamente -pese a sus diferencias de edad - quise comparar y oponer estos dos templos quiteños. La catedral de Quito o la iglesia de Santo Domingo hubieran, en principio, podido ser también ejemplos válidos; desgraciadamente ambas construcciones han sido demasiado retocadas -en el mal sentidopara que puedan servirnos hoy en una demostración que se quiere, ante todo, auténtica (fig. 9). En el caso de San Francisco hemos visto que los autores disputaban sobre todo por cuestiones de detalle. En el caso de la Compañía las cosas se presentan de manera aún más compleja desde el punto de vista histórico. Navarro parece a primera vista haber sido la autoridad más notoria; aun Marco Dorta -el otro gran especialista- le confiere ese título aceptable sobre todo a la luz de sus estudios de detalIe2°. No hay duda de que Navarro ha sabido más cosas que nadie sobre Quito; lo que está en tela de juicio no 50 Fig. 9 y 10. Plantas de/ convento y la iglesia de La Compa- ».- ñía, Quito. El esquema de San Francisco se repite pero enriquecido con bóvedas y pe- ._- netraciones. El efecto buscado va a ser "total" y nadie tendrá derecho a separar visualmente lo constructivo de lo decorativo. La planta resulta funcional en el sentido en que favorece lo que la comunidad jesuita debía proponerse, es decir, impresionar por la calidad de la talla, el policromado y el dorado más que por una complejidad constructiva imposible de obtener en Quito a lo largo del siglo XVll Iltanto la fachada como la decoración interior son del XVIII). $4 -l /l _ _ ¿ri Fmi ” -F*-i _¬._ ,.¬__ ._--av __." - aLj¬†h ' /x\ ,lliir\_._¡\_.._'J -.-'¦- ¿_ d"" 2%_-:2rl./ "J`.lr:1ì -tag _;-_; -'EL ìi_ r- -r."____nl i «ím- ,---......-í I r._.__-: . i 21 ._ì..¢-1.;-f ,~....._ -_. ..._-¢_@ ...--1 Lib .--›± \ --___ Go :ft:-; a _- ` _ ¬I¬› AI 1 r ...'¬' ` .=.=-B'-2 -..._--__. _11±í -_..-.-__ 'lIi¦ ii -»_-.I-_ I' iÍ"¡`i,l .Q |"'L§ I J' -tu 'G ITWÌ "I ._ †L_5-'__--f:`1_J.;__¬`__.;:|L_-_ ll l rj ""''l"“*--i:,::l--II /T \ ` ¢ :flw 2 _- l\,_¬_¿_,,-__ _-u 1: ¡Iii j¢~fi¬\j_`¿ K/xv, ï_¡_-__ [¬J_|l “"'1,¡††›'"^`:'-' -- '°<`r;_.`(š]¡”--ççt 1' ršlí-.-¡É-L`j3-l|-ri-1¿›/`,]_.|",f“' [L I""-`".`.\,¬.¢ uff'-_' "F" ¢`l¬\, ¿:_ 'L *rfi'¬-'-'ï_',.__*-.-e*-_-.-.-'-21-»-_ :_-- l -rmI th F- . -1 1-1 Él +-- ~ ` f C †r †1fSI'F1 -| ïì lJìL,l¡ I. .- L ` tii: Q qui cmv VEN TU ¢ 151.55/A af LA :BMPANIA az UUITD IJIA IIl PLA NTA BAJA ÍÍÉÁL ff... `cUO“'HD Junwbcul' III¶\I'fI! filulflll I $1 úø-wnnnflu-II il W 7 i . l Él:-i ççoollnlilbooaol iI|'7I›, -1 _ ” tzäz r:.""...$.' ""“"" “"' Mal-n-:_ ._ - 51 " ¡xl¡1L_I es su saber sino la interpretación -para mi casi siempre errónea- que el historiador ecuatoriano hacia a partir de esa erudición lfig. 10). En cada uno de los estudios citados, Navarro empieza por la historia del templo y comienza, como es debido, por los contratiempos que los RRPP. conocieron a su llegada al Ecuador. La Compañia de Jesús se presenta así como una orden nueva que debe luchar con las otras cuatro “grandes“: los franciscanos instalados en Quito desde 1534, los mercedarios a partir del año siguiente, los dominicos que datan de 1541 y, por último, los agustinos que habian llegado en 1573. Sólo trece años después, de estos religiosos -es decir en 1586- los jesuitas van a desembarcar en la antigua capital de Atahualpa, transformada ya en ciudad española o mestiza rica y próspera. El año mismo de su llegada se atribuyó a los jesuitas la parro- quia de Santa Bárbara. El R.P. Viñas es entonces el hombre del momento: con sólo un puñado de compañeros se instala en locales provisorios; y gracias a un milagro de actividad -propio de una comunidad que empieza sus primeros pasos-, apenas tres años más tarde, los jesuitas se mudan para insta- larse más cómodamente en una simple casa alquilada, más próxima de todos modos del centro de la ciudad que se han propuesto conquistar. Fig. 11. Fachada de La Com- pañía, Quito lfoto G. Gasparini). Exterior de San Ignacio lLa Compañia). Atrio en retro- ceso_ sobre la línea de edificación urbana, con una cruz l¿posterior?) de tipo "calvario". Se trata de una "pantalla", un *“ ` telón teatral en piedra admira- ' blemente cincelada. Estamos ante una verdadera composi- ción arquitectónica en la tradición europea y no frente a una fachada-retablo como será frecuente en Sudamérica a partir del siglo XVII. 52 Navarro publicó en 1950 un opúsculo -que ya mencioné en las notas- en donde trataba de establecer las campañas de construcción dela iglesia. Según él, los jesuitas comenzaron a construir su propia iglesia sobre la parcela que consenran aún hoy. Corría el año 1605 y el autor registra el descontento del capitulo de la catedral y de los franciscanos al ver así a esos enemigos, temibles en potencia, instalarse tan cerca de los otros grandes templos y ello contrariando las disposiciones urbanas y eclesiásticas. Como tradicionalmente las tiendas del mismo ramo se instalan en medio de otras existentes en razón de una clientela común, de igual modo los jesuitas tenían interés en establecerse en pleno corazón de Quito, cerca de la catedral y los COHVGFIÍOS. A partir del momento de esta instalación los historiadores especialistas en la materia parecen no ponerse de acuerdo en la cronología de la marcha de los trabajos. Si Navarro está muy bien documentado, no puedo dejar de pensar que es pasible de exageración involuntaria. Es decir, que para tener razón, nos parece retrasar demasiado las fechas de la construcción de la iglesia y ello para probar una idea que le es cara, es decir, la que pretende que la Compañia resulta la copia exacta -punto por punto- de la iglesia de San Ignacio en Flomaffl. Fig. 12. Detalle de la fachada de La Compañía lfoto D. Bayón). Las columnas salomónicas recuerdan cartones de Flafael para ciertas tapicerias y -obviamente- el berninesco Baldaquino de San Pedro en Fioma. En este caso particular la calidad de las imágenes sagradas está a la altura de la decoración abstracta, cosa excepcional en la escultura sudamericana colonial en piedra. 53 Prefiero, pues, seguir la cronologia que propone Angulo lñíguez, y ello simplemente porque me parece más normal y quizá también más adaptada a lo que podría ser la verdad, ya que no me corresponde a ml -no siendo especialista en el tema- comprometerme en una querella que no hago más que presentar, aunque de paso dé también yo mi opinión al respecto. Para Angulo lñíguez, pues, la iglesia actual debió ser realizada entre los años 1605 y 1689 lla fachada, todo el mundo está de acuerdo, es sensiblemente posteriori. Se creyó en un momento que las plantas hablan podido ser enviadas desde Roma diseñadas por el R.P. Orazio Grassi, arquitecto de San Ignacio de Floma. Pero Angulo lñíguez agrega que la nave principal de la iglesia de Quito estaba ya realizada en 1613, mientras que los planos de su hermana mayor romana no existían aún, puesto que el templo de San Ignacio fue solamente comenzado en 1626 lfigs. 11 y 12). Angulo lñíguez confiesa ignorar quién es el autor de la planta de la Compañia. Señala, como pista posible, la presencia en la orden de un hermano lego, Martin de Aizpitarte, que aparece en los registros en 1604. Sabemos, por otra parte, que el hermano coadjutor Miguel Gil de Madrigal estaba al frente de las obras en 1634, y que el hermano Francisco Ayerdi ocupaba ese mismo cargo en 1689 lal final de lo que se llama la obra gruesa) y que en ese puesto se veia secundado por otro hermano de nombre Iglesias. Se cita en esa época a otro hermano aún, Marcos Guerra, que para la mayoria 1 M" Fig. 13. Interior de La Compañría hacia el altar. Mediante el empleo sistemático de una decoración a placas rojo y oro se consigue dotar de un “traje 1 6 de luces" a este interior espacialmente muy simple por no decir pobre. La escala más reducida, el empleo de materiales opacos, la armonía cálida, nos hacen olvidar que hay aquí detalles -como los altares del crucero- copiados textualmente de la iglesia de San lgnacìo en Roma. › | 54 de los historiadores debió desempeñar un papel más importante22 que los antes citados. Es posible que la planta de la Compañía recuerde la de San Ignacio que nos remite al Gesü y de ahí a San Andrés de Mantua, inspirado a su vez en ciertas iglesias góticas catalanas del siglo XIV... Todo eso no nos hace adelantar en la investigación. Siempre se puede encontrar un prototipo; lo verdaderamente apasionante cuando se trata de formas artísticas es tratar de ver cuándo y cómo se produce la “ruptura”, es decir, una brusca mutación al interior de un sistema dado. Tenemos, pues, en juego cuatro iglesias: el Gesü y San Ignacio, en Roma, que los historiadores dan siempre como modelos obligatorios; y por otra parte, San Francisco y la Compañia de'Quito, que no serían otra cosa que la réplica de las dos iglesias romanas. En cuanto a mi opinión personal es más o menos la siguiente. Si hay tal "imitación" ella no pasa forzosamente por el camino de las cosas "vistas" de manera directa en la realidad. Las plantas podian circular aún antes de que los templos romanos fueran ejecutados. Existe también -no hay que olvidar- el testimonio que representan las impresiones de los viajeros, aporte no despreciable que va de la boca de quien habla al oldo de quien escucha. Muchos grandes monumentos han sido hechos “de oídas". En las dos iglesias de Quito hay, cuanto más, un recuerdo de la planta y el esquema de las iglesias romanas citadas. Desafio a cualquiera, historiador, arquitecto, hombre del oficio que demuestre en fotos o en la realidad (en la realidad menos todavia que sobre un documento en el cual es difícil darse cuenta de la escala), que demuestre, digo, un parentesco serio entre esos dos grupos de templos en cuestión: los europeos y los sudamericanos. Los dos de Roma son más grandes, sí, pero sobre todo mucho más altos, impresión de verticalismo que refuerzan todavia los famosos techos pintados en trompe-l'oeil. Además, esas iglesias están recubiertas de mármoles preciosos y pulidos que reflejan la luz y crean un ambiente suntuoso y frío en su magnificencia lfig. 13). ¿Qué tiene que ver todo ello con nuestras iglesias de Quito? Por empezar, son mucho más bajas y su decoración interior está tratada por acumulación de maderas, estucos opacos a dominante oscura, el todo subrayado de dorados y policromías. Navarro confiesa -en el caso de la Compañía en relación con San Ignacio- que los tramos poseen una solución diferente en una y en otra... pero eso sólo no sirve para caracterizar cada monumento. Son las proporciones mismas las que difieren por no decir nada del ambiente general, que cuenta por encima de todas las otras consideraciones. Quizá se intentó imitar en algo la “letra"; el “espiritu” de todas maneras es completamente otro. 55 He aqui una vez más los peligros de la simple lectura de las plantas. En una planta se pueden comparar entre si las cosas más heteróclitas del mundo, con una apariencia de coincidencia, ya sea en la disposición general tanto como en un simple detalle particular. ¿Y la escala para comparar los tamaños respectivos? ¿Y los cortes longitudinales, transversales axonométricos? Además, en estas materias hay siempre que desconfiar del documento impreso, ya sea una planta o una foto, aun la mejor del mundo. Es absolutamente indispensable haber circulado por los monumentos, haber llegado a entablar con ellos esa larga familiaridad que es la que sólo revela las grandes afinidades y las grandes diferencias. Examinemos, para terminar, la decoración interior y la fachada de la Compañia. Seguiremos esta vez la cronología de Navarro. En 1722 el P. Deubler, que era de Bamberg en Alemania, comenzó la fachada. La obra quedó suspendida en 1725 y retomada por el hermano Venancio Gandolfi, arquitecto mantuano que la ¡ba a terminar entre 1760 y 1765. Esta información se encuentra en la placa que los académicos franceses23 hicieron colocar sobre la fachada del templo. En realidad, la obra fue exactamente concluida el 12 de abril de 1766: el Papa era entonces Clemente Xlll, el rey de España Carlos lll y su virrey Pedro Messia de la Cerda. Navarro se pregunta si Deubler, con el artista tirolés Jorge Vinterer y el español Bartolomé Ferrer, no habrán realizado todo el conjunto escultórico tanto al exterior como al interior de la iglesia. Propone, pues, la cronología siguiente: en 1735 esos artistas trabajan en el altar mayor, de 1739 a 1743 en el retablo del Calvario y en el de San Luis Gonzaga (dorado por el R.P. Recio). Entre 1725 y 1752 los escultores tallaron las columnas de piedra y realizaron los estucos de las bóvedas, todos los retablos, el púlpito y las tribunas de los chantres. Cubrieron también con un revestimiento lígneo los muros que no poseían adorno, esculpieron los estucos, el friso, los balaustres, los bajorrelieves con la historia de Sansón y del casto José. En fin, habrian sido siempre ellos quienes prepararon los marcos en que van dispuestos -en el espesor de cada arco- los cuadros de los profetas, que Navarro afirma son del pintor Goríbar, mientras que otros autores como el P. Vargas los atribuyen al P. Hernando de la Cruz. Para Buschiazzo esta fachada está penetrada de un evidente italianismo. Quizá. En todo caso yo no veo ”romanismo”, como pretende Navarro. Su majestad un tanto pesada podría hacer pensar, en cambio, en algunas soluciones contemporáneas que se encuentran en la Italia meridional. Pasando a los detalles, las columnas salomónicas me recuerdan, más bien que el Baldaquino de San Pedro, el picadero del palacio ducal de Mantua, esa ciudad donde Julio Romano había dejado obras que sirvieron durante mucho tiempo de repertorio a los arquitectos. No olvidemos tampoco que el hermano Gandolfi era mantuano, lo que en último análisis podría aportar aguas a mi molino. 56 Navarro habla, a propósito de esta fachada, de la catedral de Murcia. Es posible que en detalle pueda encontrarse algún elemento paralelo, en todo caso ello no ocurre al nivel del conjunto; la solución murciana además de ser mucho más voluminosa parece -a cualquier observador atentomás ligera y más elegante. Para mí esa cortina de piedra24 de perfil montañoso que es la fachada de Quito me hace pensar una vez más en Flandes, aunque más no fuera en esos retablos flamencos en mármol blanco y negro, convulsionados en el detalle y de una pesadez severa y bastante majestuosa. Es probable que actualmente estemos exagerando en la búsqueda de atribuciones y parentescos. Parecemos todos estar soñando con un prototipo, justo en la época en que las fórmulas se hacian internacionales para constituir una especie de koiné. Un poco por espiritu de contradicción, cuando nos dicen “la Compañia está copiada de San Ignacio”, replicamos: "No, es más bien el sur de Italia o los retablos flamencos a lo que la iglesia quiteña nos hace pensar". Finalmente hay que admitir que, si bien la Compañía participa un poco de todo lo que se acaba de mencionar, es también -y a su manera- muy sudamericana, si pensamos en ese carácter intransferible que poco a poco se fue constituyendo en el nuevo mundo y que ahora ya asume un aspecto bastante original y reconocible ante cualquier inspección aguda. Por un cierto estatismo, por una acumulación un tanto mecánica de detalles muy hermosos en si mismos, por una impresión de discurso opulento, oratorio, con su pizca de pedanteria, esa fachada resulta en todo caso muy jesuita y, en cierta manera, es a su modo también muy colonial. Me apresuro a decir que no pertenece a la corriente de arquitectura espontánea, que en toda América ha dado tantas verdaderas obras maestras de inspiración adaptada a un tema y a un medio. Está, como quien dice, a caballo entre dos corrientes: la culta, importada de Europa, y la otra que se ha dejado penetrar de cierto espiritu “salvaje”, si se lo compara al arte puramente europeo y que es, por último, ese elemento original que expresa algunos valores típicamente sudamericanos. El estudio de estos monumentos presenta ciertos peligros. Cuando, por un nacionalismo mal entendido, los historiadores tratan de demostrar a cualquier precio que la arquitectura de su pais o de su ciudad puede compararse con las obras que han cambiado la historia de la expresión plástica, ha_y que decir evidentemente que se equivocan. Cuando esos mismos historiadores u otros quieren hacerla entrar en el mismo circuito que la gran arquitectura europea, encuentro que se equivocan también una vez más. Estamos en presencia de edificios que hay que saber “leer”, que hay literalmente que descifrar a la luz de la historia económica, politica, social de la época. Si bien hay programas diferentes según cada orden, hay 57 también necesidades diferentes. Por ejemplo, los jesuitas llegaban al Ecuaot pobres y mal provistos. Apenas cincuenta años más tarde eran ya los detentores de la mayor riqueza eri tierras, en explotaciones rurales y, quizás aún, en fortuna liquida. No es extraño, pues, que en ese momento hagan venir artistas europeos y se decidan a dotar su iglesia quiteña de una fachada y de un interior según todas las reglas del mejor arte. Planteando los problemas de manera brutal y hasta un tanto grosera, su refinamiento en el fondo es cuestión de vil metal. Es inútil buscar más lejos: la suya es la tipica “promoción social”, el caso del nuevo rico a la escala de una orden religiosa, que podia así sacar beneficio cultural y aun espiritual de las multitudes deslumbradas por tanto esplendor y tanta magnìficencia. Por eso, junto con otros historiadores, pienso que en general el problema ha sido mal abordado hasta ahora. Porque ha sido abordado “a la europea”, y conste que no sólo por los europeos de nacimiento sino sobre todo por los mismos especialistas nacidos en el continente americano, ya sea en el centro o en el sur. Me parece que para tratar de problemas americanos hay que plantear los datos en términos también americanos. No es cuestión de apoyarse en un nacionalismo cada vez más absurdo y pasado de moda en cuestiones de cultura. Sino, al contrario, por medio de un conocimiento acendrado de los casos particulares hay que remontar toda la historia, tratar de saberlo todo sobre las artes, las ciencias, el pensamiento religioso y filosófico de esos tiempos para así comprender qué puede representar esta forma “total” de arte -en el sentido wagneriano del término- que constituye la iglesia en Sudamérica considerada como un modelo de conducta y como un espectáculo. Es decir no solamente teniendo en cuenta la envoltura arquitectónica, sino también -y sobre todo- lo que su interior representa como experiencia espiritual y sensible. No sólo el continente, pues, sino el “contenido” en el más estricto sentido de la expresión. Quedarian aún algunos temas de reflexión que se imponen. Resulta claro que San Francisco inaugura un tipo de iglesia que se va a imponer en la ciudad de Quito. Salvo quizá la catedral, las otras iglesias casi contemporáneas como Santo Domingo y San Agustín, aun si han estado imaginadas por Francisco Becerra, llevan la marca muy clara de la imitación de San Francisco. No hablo aquí de fachadas; para cualquiera que conozca Italia, por ejemplo, fácil resulta comprender que una iglesia -y hasta una catedralpuede quedar durante siglos sin fachada; EI templo y su “rostro” no han sido casi nunca pensados al mismo tiempo. Se construye difícilmente una iglesia con todas las dificultades que ello comporta; más tarde, a veces mucho más tarde, alguien se arregla para “pegarle” a esa masa de piedra o de ladrillo, una fachada, es decir una decoración plana, un poco como quien corre un telón de teatro que, en rigor, puede ser aplicado sobre cualquier base sin mayor relación con lo que se encuentra detrás y al interior. Esto, para 58 acordar hasta que punto las fachadas son aleatorias y no prueban finalmente nada. La planta en cambio me parece algo eminentemente más expresivo y más revelador. Pues bien, en San Francisco vemos aparecer una solución en planta que es astuta sin dejar por ello de resultar bastante económica. El hecho de contentarse con una sola nave de gruesos muros portantes que puede ser cubierta con un techo plano, en carena, en cubeta o que, en rigor, será capaz de soportar una bóveda de crucería, en cañón corrido liso 0 aun con penetraciones, constituye ya en sí una buena solución. Si en la parte inferior de ese gran muro básico de sostén se practican arcos de medio punto, que dan acceso a una serie de capillas de cada lado, tendremos completada la planta. Esas capillas oscuras en un principio pueden tener también como un lujo suplementario cupulitas-linternas para iluminarlas. Obtendremos asi no un templo a tres naves-25 propiamente dichas sino más bien una iglesia-salón que recibe la luz de ventanas altas recortadas en lo alto del muro o en las Iunetas de las penetraciones de las bóvedas. Sala rectangular a la que se adhieren -como espacios subalternos- las capillas laterales. No es ni demasiado costoso ni demasiado difícil de hacer. Y, por otra parte, resulta un procedimiento bastante espectacular por la misma complicación espacial y el misterio que aportan todas esas fuentes ocultas de luz que hacen “llover” una claridad desde la altura y que es la que hace vivir y cantar el dorado de los retablos. La cubierta del templo se hará de medida. Si no se tienen a mano otra cosa que carpinteros ordinarios, habrá que contentarse con una armadura de vigas aparentes. Si, en cambio, se encuentran mudéjares o españoles iniciados en los secretos de lo que se llamaba entonces la carpintería delo blanco, se podrá a su vez, lograr magníficos artesonados en que las piezas de madera se encastren las unas en las otras para formar dibujos geométricos o estrellados. Si, en fin, alguien se anima con las bóvedas de crucería -que demostraron resistir mejor los terremotos que cualquier otra techumbre-, se las podrá levantar a condición, demás está decir, de contar con los maestros de obras y los albañiles idóneos. Por último, si la pretensión sube aún de punto se intentarán las bóvedas de arista, y si se llega al colmo, a las bóvedas en cañón corrido con penetraciones, ya sea en mampostería de ladrillo o en estereotomia de piedra. Hay que reconocer sin embargo que, con la solución de base que representa la “caja de muros" de la nave principal sostenida por contrafuertes, se puede adoptar prácticamente cualquier tipo de cubierta. El procedimiento da lugar a algunas iglesias muy hermosas, un poco menos esbeltas si se las compara a las europeas o las mexicanas del siglo XVlll, ya que las condiciones del suelo sísmico sudamericano no son las mismas de esas otras regiones. Lo que me parece importante en este problema es el partido que esos primeros constructores sudamericanos supieron sacar de él. Tanto desde 59 el punto de vista de la edificación como del de la apariencia del edificio, y ello a partir de datos que no podian imponer a voluntad. Dicho lo cual me parece que una conclusión se impone: la primera iglesia importante donde se practica ese sistema, la verdadera cabeza de serie en Quito y su región cultural es -qué duda cabe- nuestra elegida iglesia de San Francisco. La mayoría de las otras han sido copiadas más o menos a partir de ese modelo. En una palabra, y sin querer faltar al respeto a mis predecesores, me parece más “realista” -aunque sea menos llamativo- comprender el episodio y explotarlo a fondo, que ir a buscar remotas influencias más o menos romanas. Es la mania de querer "enganchar" nuestro modesto vagón al suntuoso tren de la historia europea. Mania muy sudamericana y que ya es hora de corregir. Hay poco que comparar, sobre todo si no queremos salir mal parados en lo que a calidad intrínseca se refiere. Partiendo pues de la iglesia original, de la “semilla” luna iglesia asi no se hubiera hecho nunca a mediados del siglo XVI ni en España, ni en Flandes, ni en ltalial, podemos seguir su influencia en las que la imitan alli mismo en Quito: Santo Domingo, San Agustin y la Compañia. En las tres vemos una actitud semejante y que para mí proviene sin lugar a dudas del modelo franciscano. Habia, por cierto, una rivalidad entre las diferentes órdenes pero, para bien o para mal, estaban todas sometidas a los mismos datos geográficos, materiales y humanos de donde la tentación -0 la inerciade imitar lo que ya habia sido hecho con éxito. El modelo existe y tiene la ventaja de haber demostrado su eficacia; nada más natural que dejarse arrastrar en su estela. Es el “tema y variaciones” que vemos practicar hasta a los más ilustres compositores. Ya que no se trata -hablando con propiedadde una verdadera “copia” sino más bien del homenaje tácito que se rinde asi al primero que parece haber encontrado la fórmula válida. Es casi como confesar que hay aún cosas que decir, que expresar dentro de esa misma linea, sin apartarse de la primera idea básica. AI variar se está demostrando cómo -y de otra manera- se puede llegar a expresar algo más audaz, más rico -¿y por qué no?-, más moderno. Quisiera que se me entendiera bien. Que el esquema primario de estas iglesias se encuentre en el Gesü de Roma, vaya y pase. Pero eso no impide que en la propia ciudad de Quito se haya tenido un ejemplo local logrado y a la mano que nadie se privó de imitar con la esperanza de mejorarlo. Si en cuanto a las plantas no se puede decir que las de San Francisco o la Compañía sean muy originales, en cambio en lo que se refiere a los interiores hay.que reconocer una gran libertad de espíritu. Son dificiles de estudiar porque, de todas maneras, constituyen un conjunto unitario del que forman parte las tallas, los estucos, los retablos, las tribunas, los confe60 sonarios y las sillerías. A lo cual habria aún que agregar los cuadros -incluidos en la decoración y no independientes-, las imágenes fijas o transportables en las procesiones, en fin, los ornamentos que constituyen en bloque una especie de “maquinaria” puesta a la disposición del clero y de los fieles. Es justamente el marco ideal para administrar los sacramentos, para predicar y para dejar libertad al alma cuando quiere seguir los impulsos de la piedad y la plegaria. Por lo tanto, pienso que ya ha llegado el momento de hacer avanzar seriamente el estudio de ese inmenso mobiliario encerrado al interior de millares de iglesias y capillas del continente sudamericano. Nuestra pereza sola nos hace ver los diferentes retablos como si se tratara siempre del mismo. Sin embargo, nie parece evidente que es al nivel de estas verdaderas construcciones paraarquitectónicas que habrá que encontrar la “célula de base” de la decoración colonial sudamericana. No creo -y conste que para ello aplico el mismo criterio antinacionalista que para la arquitectura- que las imágenes ni sobre todo los cuadros puedan honradamente ser comparados con lo que se hacía en Europa en la misma época. Dicho lo cual me parece del mayor interés clasificar de una buena vez todo ese material para organizar series y tratar de establecer tipologías. Si para las imágenes y los cuadros la operación ya se está llevando a cabo, la clasificación de los retablos es algo -quejyo sepa- que nadie ha intentado hasta ahora de manera sistemática. El retablo es al arte religioso lo que las sillas, las cómodas y los muebles en general son al mobiliario profano: simplemente la clave de una historia de las formas, la revolución de un gusto que evoluciona no solamente según un criterio funcional sino también según necesidades estéticas cambiantes. Esta vez quise hacer justicia y tratar de establecer las bases de una arquitectura colonial sudamericana allí donde en mi opinión deben est_ar. El hecho arquitectónico no consiste solamente en encontrar la buena planta, o en aplicar un astuto método de construcción. No es tampoco solamente un problema de fachadas o del aspecto general del edificio bajo la luz del sol. El exterior cuenta por el tamaño del monumento, por el lugar que la iglesia ocupa en la ciudad, por el marco en que se inserta en el paisaje. La cúpula y las torres son así un poco como los faros que señalan claramente su implantación. Hay un verdadero lenguaje de aire libre bajo la luz solar o la lluvia, en que la iglesia se descubre como una “montaña humana”, familiar y al mismo tiempo distante. Los templos así concebidos se van formando ante nuestros ojos como vastos conjuntos, como la expresión de esa voluntad que poseemos los hombres de comunicar entre nosotros. El “discurso” del volumen arquitectónico tiene sin embargo fatalmente algo de exterior en una religión como la católica hecha de interioridad. En su aspecto volumétrico la iglesia proclama su misión colectiva: por la presencia de su masa, por el mensaje auditivo que representan las campanas llamando a los oficios, a la fiesta o al duelo. 61 Su aspecto simétrico -o mejor complementario- es la “gruta de oración" individual, o sea el interior de esa misma montaña que se nos revelaba ya desde lejos. Ese interior no es accesible todo el tiempo de la misma manera que el exterior compacto en su masa. El mundo del interior de la iglesia es privado, y cuando se hace público es sólo en el momento de la misa y de las celebraciones. El suyo es un rito que tiene lugar de puertas adentro. Para penetrar en la iglesia hay que esperar que llegue el alba, pasar su umbral, acostumbrarse a la oscuridad, plegarse al silencio o a la música que resuena por sus' ámbitos. Es como una imagen de la intimidad de las conciencias: entramos -por asi decir- en el espiritu de cada hombre o cada mujer de los que están en soledad, sumergidos en la plegaria o la contemplación. Se puede decir, pues, que una iglesia es funcional -en toda la extensión de la palabra- si al exterior posee una presencia, si realmente apela a penetrar en su vacio interior. Un “vacío” que, sin jugar con las palabras, deberia resultar siempre un “lleno” de significación. Funcional a su vez ese interior si es capaz de emocionarnos, si desencadena en nosotros el mecanismo siempre maravilloso de la concentración íntima. En ese sentido puede decirse que estas dos iglesias de Quito -mejor que la mayoría de las catedrales sudamericanas demasiado reto- cadas- colman perfectamente este doble aspecto de la necesidad pública y la privada. Eso es, por último, lo que llamamos buena arquitectura y buena decoración. En vez de buscar desesperadamente prototipos europeos para justificar cada paso, tratemos por el contrario de descubrir y poner en valor los términos propios, autóctonos, intransferibles -y por ello doblemente significativos-, gracias a los cuales se pudieron edificar algunas de estas iglesias sudamericanas tan poco o tan mal conocidas. Notas 1. José Maria Vargas, El arre ecuatoriano, Quito, 1964, p. 18. 2. J.M. Vargas. op.cit., pág. 16, cita la Relación anónima de 1573 que dice textualmente: “Los materiales y peltrechos que hay en la tierra para edificar es piedra, cal, ladrillo, teja, adobes, madera; todo esto se hace a la redonda de la ciudad, lo más lejos a tres leguas”. 3. José Gabriel Navarro, El arte en la provincia de Quito, México, 1960,_pág._20: “Como probables directores o constructores de la iglesia podriamos también citar a dos flamencos que figuran mucho en ciertos contratos hechos 62 por Fray Jodoco durante la época de la edificación de la fábrica franciscana: uno llamado Germán el Alemán, y otro Xacorne Flamenco”. 4. J.G. Navarro, op, cif., habla por lo menos dos veces de este parecido. Una lpág. 17) cuando dice: ”...El estilo predominante arquitectónico en riuestra América es el barroco, desde hasta el barroco frío de Herrera en la fachada de la iglesia de San Francisco de Quito" í¡”el barroco frío de Herrera” merecería, por sí solo un largo comentarioll; y más lejos (pág. 23): “no hay quien no conozca El Escorial y contemple la fachada de la iglesia de San Francisco, que no diga al punto que el arte que engendro el monumento de Felipe ll delineó también e ins- piró la fachada de la iglesia franciscana en Quito”. 5. Mario J. Buschiazzo, Historia de la arquitectura colonial en Iberoamérica, Buenos Aires, 1961, pág. 78, se opone a Navarro cuando dice: “Juan de Herrera hizo en el famoso monasterio-panteón una aplicación de normas puristas y severas en grado sumo, en tanto que el desconocido autor de San Francisco recurrió a todas las licencias que se permitían los manieristas especialmente Serlio”. 6. Pal Kélemen, Baroqae and Rococo in Latin Amer¡ca,_ Nueva York, 1951, pág. 158: “La fachada de la iglesia muestra un diseño bastante austero del renacimiento tardío, al cual se le da un toque barroco gracias a las columnas apareadas y las bandas de estereotomía almohadillada que atraviesan la fachada pasando por encima de las columnas adosadas y las pilastras”. 7. Enrique Marco Dorta, in D. Angulo lñíguez, Historia del arte hispanoamericano, 3 vols., Barcelona, 1955, tomo l, págs. 613-614, habla de Francisco Becerra lno cree que sea el autor de la fachada), de un tal Juan del Corral, de otro llamado Diego Serrano Montenegro y, en fin, de Benito Morales. 8. E. Marco Dorta, o,o.cr't., págs. 598-599, distruteclas fechas probables del comienzo y el fin de las obras. No he querido deliberadamente en este capitulo iniciar una polémica en el plano de las ideas ni embarcarme en largas descripciones llas plantas y las fotografias deberían bastarl. Tampoco entrar en discusiones de detalle. Flemitimos al lector a ese Tratado indispensable, donde encontrará todas las informaciones en el punto en que estaba la investigación del momento. 9. A mi, personalmente, San Francisco me hace pensar por ejemplo en el Ayuntamiento de Leyden, en los Países Bajos, que posee también un pesado basamento rayado horizontalmente, una especie de decoración a placas, con pirámides que subrayan ciertos puntos-clave de la composición. A pesar de que el edificio, atribuido a Lieven de Key, haya sido construido entre 1597 y 1603 y que sin duda nuestros franciscanos no hayan podido jamás verlo. El hecho mismo de ese lejano recuerdo podría probar que entre los Países Bajos ldel norte 0 del sur) y Quito, en la misma época, no hay una "distancia artística” demasiado marcada. 10. J.G. Navarro, op.cit., págs. 19-20, habla de un hermano lego, Antonio Rodríguez, que era natural de Quito, y de dos indios -padre e hijo-, unos tales Jorge de la Cruz y su heredero, Francisco Morocho. _ 11. M.J. Buschiazzo, o,o.cit., pág. 78, afirma que el portal que comunica la portería con el primer claustro es una copia del portal del Palacio Far63 nese en Caprarola, divulgada por su autor, Vinola, en su Tratado de los cinc órdenes. Cita también como imitación italiana, siempre en Quito, la puerta del Colegio de la Compañía que reproduce fielmente una fuente de la Villa Grimani cerca de Roma y que era la obra de Miguel Angel. Agrega que el diseño de la puerta fue publicado en la primera edición española del libro de Viñola realizada en 1593 oor Patricio Caxés. 12. Bruno Zevi, Saper vedere farchittetura, Turín, 1948, passim. 13. En el programa de las iglesias de la Contrarreforma hay varias *necesidades perentorias: buena visibilidad y buena audición -por parte de los fieles- del sacerdote que sube al púlpito. Es decir un púlpito “estratégico”, a medio camino entre la puerta de entrada del .templo y el altar mayor que, a su vez, constituye el otro polo de atracción, sobre todo durante los oficios. 14. Sabemos las medidas de la Compañía gracias a J.G. Navarro, La iglesia de la Compañia en Quito, Madrid, 1930. Ellas son: largo total 58,20 m, ancho del crucero 26,52 m, altura de la bóveda 15,80 m, diámetro de la cúpula 10,60 m, largo del presbiterio 9 m, ancho del presbiterio 12,50 m, largo de la sacristia 14,60 m, ancho de la sacristia 6 m. Conseguí descifrar aproximadamente las medidas del Gesü y de San Ignacio en Letarouilly, Edifices de Rome moderna. Ellas son para el Gesú: largo 68 m, ancho del crucero 36 m, ancho de la nave 17 m, altura de la nave 28 m, altura de la linterna 55 m; para San Ignacio (medidas en planta ya que no existen los cortes): largo 84 m, ancho del crucero 44 m, ancho de la nave principal 17 m. En cuanto a San Francisco de Quito si bien en Historia del arte hispanoamericano, tomo l, pág. 591, se reproduce una pequeña planta, ella resulta casi indescifrable. Se sabe sin embargo que el templo medía 150 pies de largo, 40 pies de ancho, lo que da más o menos unos 45 m de largo y un poco más de 12 m para el ancho. Sería interesante poder establecer plantas, cortes comparativos de las cuatro iglesias y poder así compararlas. 15. Pierre Francastel (1900-1970), en un seminario consagrado a problemas de inventario y de clasificación de monumentos (curso 1964-1965), decía aproximadamente lo siguiente: “Definiremos un edificio por lo que lo personaliza y no por lo que lo ahoga en la inmensidad de las obras de arquitectura. Por ello, no puede llevarse adelante una encuesta sobre problemas de clasificación y de inventario si no se parte de un análisis a la vez técnico y funcional de los monumentos en una perspectiva realmente histórica. Tratando de colocarse al nivel de los conjuntos de civilización en el cual las obras realmente aparecieron, y no aproximándolas para confundirlas dentro de todos los otros conjuntos. El problema del análisis como toda especie de actividad intelectual no es un problema de unificación sino un problema de distinción". (Apuntes de clase). 16. E. Marco Dorta in Angulo lñíguez, Historia del arte hispa- noarnericario, tomo I, cap. XV, trata el tema en profundidad. 17. El orden de las distintas campañas puede ser más o menos el siguiente. De mediados a fines del siglo XVI (testimonio de_ Fr. Toribio de Ortigueira, 1581): construcción del núcleo básico de la iglesia que es el mismo de hoy; cubrimiento de la simple “caja de muros” con un magnífico artesonado mudéjar; sillería del coro; fachada de piedra tal como se ve en nuestros días (al menos la parte central: sospecho que las torres no son de origen; sabemos que en el siglo XIX tenian un piso más y se decidió rebajarlas después de un terremoto). A 64 principios del siglo XVII aparece la decoración manierista de la parte inferior del gran retablo y de los muros del crucero. A mediados de ese mismo siglo tenemos otro testimonio, el del P. Córdoba Salinas que dice: ”Cíñenle alrededor muchos santos de media talla sobre curiosas molduras”. En fin, en el siglo XVIII se quemó una gran parte del artesonado mudéjar que sólo se salvó en el coro, a los pies del templo, y en el crucero. Otra techumbre -que impresiona por su talla dorada- la remplazó: sobre una armadura simple se aplicaron paneles de madera, esculpidos a la moda del tiempo. De ese mismo momento es probable que sean la parte alta del retablo mayor y la decoración de los pilares con columnas salomónicas que enmarcan nichos con las imágenes de los santos de la orden. 18. J.M. Vargas, op.cit., comunica una preciosa información, pág. 17: “Gran parte de la riqueza convergió a los templos donde las personas acomodadas costearon los retablos y erigieron sus criptas para entierros familiares. Los Pizarro costearon la capilla de San Juan de Latrán en la Merced; Rodrigo de Salazar tomó por su cuenta la construcción de la capilla de Santa Marta en San Francisco; en la catedral, Ana de Castañeda se hizo cargo del culto de Santa Ana; Rodrigo Núñez de Bonilla erigió un retablo a la Inmaculada; Alonso Dorado levantó un altar en honor de San José y el cabildo construyó los retablos de San Jerónimo y San Pedro”. Más adelante, en la pág. 79, habla a su vez, del papel desempeñado por las cofradías: “En Quito hay que destacar un factor social que intervino en la construcción de los retablos. Nos referimos a las cofradías que pugnaron por demostrar su vitalidad religiosa. Cada iglesia contaba con numerosas asociaciones con personería propia, que se preocuparon por dotar de altares a la imagen de su devoción”. Y después de dar una lista concluye: “Las cofradías resultaron las asociaciones religiosas, que patrocinaron a tallistas e imagineros, organizados a su vez en gremios con talleres de trabajo especializado". 19. J.H. Elliott, imperial Spain, 7469-7776, Nueva York, 1963, pág. 228 sqq, consagra un excelente capítulo de su obra a la crisis española de 1560. 20. J.G. Navarro, aparte de los libros ya citados, es autor también de un opúsculo polémico: Los profetas de Goribar en la lglesia de la Cornpañia de Jesús (Quito), Quito, 1950. 21. J.G. Navarro, El arte enla provincia de Quito, pág. 36: “Solamente que en nuestro caso el templo de la Compañía de Quito tuvo otro modelo, la iglesia de San Ignacio de la misma ciudad de Roma, cuyos planos fueron cal- cados para hacer aquellos sobre los cuales debía construirse el templo jesuítico de Quito; tanto se parecen que, hasta para ayuda de costas, están dedicados los dos templos al fundador de la Compañía de Jesús. Naturalmente tienen algunas diferencias pero nada substanciales. Solamente en los retablos y en la decoración interior varían bastante, como luego hemos de ver”. 22. J.M. Vargas, O.P., op.cit., pág. 66 sqq, se ocupa in extenso del papel desempeñado por Marcos Guerra en la edificación de la Compañía a partir de 1636. Se apoya en la Historia de la Provincia del Nuevo Reino de Quito, del P._P_edro de Mercado, que fue amigo y testigo ocular de los trabajos de Guerra. La opinión del P. Vargas que es un erudito y que escribe en 1964 me parece impor- tante. Su información es la más reciente que yo haya podido encontrar al respecto. 23. Se trata de un grupo de sabios franceses que estuvo entre 65 1735 y 1740 en el Perú y el Ecuador a fin de “determinar el tamaño de la tierra" por la medida de los grados de latit`ud'. Entre ellos figuraban: Jussìeu Senie de Moranville, Hugot, Bourguer, La Condamine y Gaudin lo Godinl 'Para larìäïe peruana del viaje, cf. J. Descola, Au Pérou au temps des Espagnols, 7770- 7320 París, 1962. ' 24. J.M. Vargas, op.c¡t., pág. 116, especifica que la piedra de la Compañía provenía de la cantera de la propiedad jesuítica de Yurac, que se encontraba en Pìntag. 25. E. Marco Dorta, op.c¡t., tomo I, pág. 600, dice textualmente: “La iglesia franciscana consta de tres naves, una central y dos de capillas comunicadas con esta y entre si por arcos de medio punto". Me parece que se trata de una tipología equivocada; San Francisco de Quito no tiene nada de iglesia a tres naves, ni como construcción ni como ambiente. 0 66 Un aporte original: la iglesia de la Compania en el Cuzco La historia de la arquitectura colonial en el antiguo virreinato del Perú podría, en rigor, escribirse a partir de las fechas de los terremotos que han asolado esa región del continente sudamericano. Hablaremos en otra oportunidad y en este mismo libro del temblor de tierra que en 1746 destruyó la ciudad de Lima. Esta vez debemos, a propósito de la reconstrucción de la iglesia de la Compañía en el Cuzco, ocuparnos del sismo -no menos terrible- que un siglo antes destruyó el Cuzco, para decirlo con exactitud, el 31 de marzo de 1650. Recordemos por empezar, el marco geográfico en que nos vamos a mover. A 3430 metros de altura y a medio camino entre Lima y Potosí se levanta aún hoy la que fue capital del imperio incaico. El Cuzco fue visto pero sobre todo “soñado” por varias generaciones de europeos durante al menos tres siglos. Tuvo un prestigio legendario solamente comparable al que México representaba para la América septentrional. Según una fácil dicotomía, si México parecía la ciudad lagunar por excelencia, el Cuzco era a su vez la ciudad “continental excesiva" en el corazón mismo de la sequedad del macizo andino lfigs. 14 y 15). Si los ensayos de recuperación por la imagen parecen altamente fantásticos, los testimonios escritos de los cronistas y viajeros (ver Apéndice Il nos proporcionan, por el contrario, una vista bastante clara de lo que podía parecer la ciudad durante los siglos de dominación españolai. Desde el avión que en poco más de una hora nos lleva desde Lima distante mil kilómetros, vamos a descubrir la ciudad. Fiecostada en un hermoso valle su situación dependió de dos torrentes, el Huatanay y el Tulumayu, que hoy no vemos ya, pues han sido canalizados subterráneamente. Una colina forti~ ficada desde los tiempos incaicos -Sacsahuamán- protege la ciudad al 67 noroeste; dos grandes cerros: el Ausangate y el Salcantay avanzan sobre ei. desde el círculo de la cordillera que la rodea. Según las guías de turismo, a lo largo de todo el año la temperatura media es de 16°, la estación lluviosa se extiende de noviembre a marzo, lo que corresponde al verano austral. No- obstante, comparado al clima de Lima podemos decir que el del Cuzco parece bueno, sin dejar de reconocer empero que el aire enrarecido y la escasa presión atmosférica pueden ser peligrosos para los enfermos del corazón. Para quien viene de la costa sur del Perú con su eterno cielo cubierto, gris y triste, descubrir el verde valle del Cuzco al pie de imponentes montañas bajo un cielo a menudo azul en un aire seco constituye un placer incomparable.. .-._-.mía .f--`-¬.. _¬.'r ¬ ¬~-ç:"'“ ' ` ¬ ' . _ --mfffifi ~- -......,_ - ' . . --«il-__ » ___, -_ ¢,_._- _ _ _ _ _- ¿qu-.P , ¬¿ . __ _ ._ ._ _ _ _,... 1 --¬.._- ' II.- ' ~- _ - L1@-...__, _ _ --=1=r..-___ __ _`,¡'¿_',,¢IIIIi--I- ¬--..¬_...-_ ..- .l _.~ ` ...cf-A. J-teni `“ wi --`_†4f` , **l§,",-*M \mi -IdQI\. ,- 'lflï-4' .Q- -w-_, -., ¬ -¬__ -bn- _... *ww Ír * 17"'-Í" ”" Fig 14. Vista de! Cuzco, grabado que figura en el libro de -¡-heodomm de Bry; Les grands Voyages Francfort, 1596 lgrabado de 1572). Siete salvajes desnudos se libran a juegos o rácticas que se suponen exóEcos en el siglo XVI europeo. Se trata de trasponer personajes, objetos, gestos conocidos 68 a otros desconocidos pero cuya verdadera naturaleza se ignora. Estamos en la categoria del “disfraz” que va_ a apasionar a Europa hasta fines del _siglo XVIII. El Nuevo Mundo interesa D0f ¡O 3bSU'd°- Pafaffa' searido al Moritesquieu de las CHNBS P6'fS-?$-' "¿CÓff“° Se PUB' de SGFHWBHCGPO---? -›-e-,¿ .I-'U En el Cuzco estamos en pleno en una de las tres regionesmadres del Perú. Lima es típica de la Costa, litoral de arena lunar que se extiende por varios miles de kilómetros a lo largo del Pacífico. No ha habido, en cambio, en el'Perú grandes centros culturales en la zona tropical que comprende todo el norte del país y que se conoce con el nombre genérico de la Montaña. La tercera región es la que nos ocupa, es decir la Sierra -nombre global de la cordillera con sus valles fértiles, sus picos nevados y su árido altiplano-_ Por raro que parezca, finalmente en la historia de la implantación de los españoles en tierra peruana es la Sierra, con todas sus dificultades, la que sale gananciosa. Allí se encuentran no solamente el Cuzco sino también Trujillo, Puno, Arequipa, por no hablar de la actual parte boliviana con La Paz, Sucre y Potosí. _ _ -. ..- ~ _ _' .., .¡,§-* -f-.f -. __ i :'±'fifrf~;r-cuco 7,- _ 7..., ,'_,_,i(._,“_ _-_-_ JV' -.:. _.-_.›¢n4'nnfs'-1IJlÍ\_ 1'??-xa--1 1- P ' . .V.-.Y›_.«.-›-5 .:J_12:;›:›fA.›'. -_ --¬,::':=_-1 /__ ey., - .-:rr: rx-'. . r , .__ '.¡_ - ›¬ . r 'Í- -- -7.' '_ __ .- l.›¬ .__ ~ ` Á.- i:“**'”*“'l'-ali; ' "Í L ' "Y" . ---.' '_ _ ` .ägi-_. Í _.- Fig. 15. Vista del Cuzco, grabado del libro de Dapper: Amerika, Amsterdam, J. van Meurs, 1673. La vista se presenta invertida pero es siempre la misma: una ciudad amurallada y un castillo fortificado. Por el puente pasan animales famiIiares o extraños -¿un camello, una llama?- y |as_ figuras ". ' _ _ ' i “' ^*'*f?ff'§§t _ '-_» .\ "'-..¿-i-¿`-.;- de primer plano parecen a primera vista negros, no sabemos si de piel o de tinta. Lo maravilloso, al fin, es lo mismo de siempre... con detalles distintos (como en algunas óperas de Mozart o en Les Indes galantes de Rameaul. La conquista del Cuzco debió ser uno de los fines de los españoles apenas desembarcados en 1531. En efecto, el 15 de noviembre de 1533, justo un año después de la captura de Atahualpa en Cajamarca, Francisco Pizarro y sus tropas entraban triunfalmente en la ciudad mítica. Según la leyenda, el Cuzco había sido fundado por dos hermanos: Manco-Capac y Mama-Ocllo que eran los verdaderos hijos del Sol y habían llegado desde el lugar de su nacimiento -una isla del Iago Titicaca- en busca de un lugar propicio para el emplazamiento de la capital de las cuatro regiones del imperio: el Chinchasuyu al norte, el Collasuyu al sur, el Antisuyu al este y el Cuntisuyu al oeste. El Cuzco se presentó así a los españoles como una réplica sudamericana de Roma. Como ella, era el centro de un imperio y había tenido orígenes fabulosos. Los cronistas antiguos, salvo uno2, se asombran de esa ciudad de piedra hecha de calles rectas un tanto estrechas, sobre todo si se piensa que llevaban al centro una acequia muy elogiada aún en pleno siglo )(\/Ill. Aclaremos que sólo la fortaleza de Sacsahuamán y estos canales de aguas corrientes han sido retenidos por los autores de las “vistas” (nunca vistas en realidad), Clue inventaban de oídas ciudades en las que nunca se les hubiera ocurrido poner los pies. Es bastante fácil comprender que los españoles no hayan querido perder lo que consideraban -quizá con razón- como la perla rara de su botín peruano. La medida es hábil si se piensa en la impresión -falsa por otra parte- de que con ello se establecía una continuidad con el antiguo poder. Sin embargo, desde el punto de vista económico que rige toda la historia sudamericana, está demostrado que todo el capital -en hombre e instituciones- que los españoles invirtieron en el Cuzco no dio nunca ninguna ganancia. En un libro reciente y ya absolutamente indispensabIe3 Michele Colin prueba, mediante documentos irrefutables, el lugar de cuarto o quinto orden que el Cuzco desempeñó en la vida económica del Perú a todo lo largo de los tres siglos de dominación española. En la proximidad del Cuzco no había, en efecto, minas4 capaces de justificar por si solas.la implantación lujosa que los españoles, especialmente los eclesiásticos, quisieron imponer a todo precio. Lo mismo ocurría con el comercio; como magro motivo de interés se pueden mencionar los peajes del puente del Apurimac, punto inevitable en la ruta entre el territorio del sur y Lima. En el fondo, la triste suerte del Cuzco y de toda la región que lo rodea habrá sido -siempre desde el punto de vista económico- el liecho de servir de simple reserva de mano de obra, aspecto escandaloso de le minería que costó la vida a millares de desdichados indios que durante siglos debieron trabajar en esos espantosos antros bajo tierra. Hay que reconocer, pues, que el Cuzco existia más como una realidad administrativa, religiosa y cultural que como centro vital de desa70 rrollo. En pleno siglo XVII apenas si había una población de unos 20000 habitantes5 y esa población estaba constituida sobre todo, por un lado, de españoles y de mestizos propietarios, y por otro, de indios que trabajaban la tierra y las minas. No obstante, la importancia "representativa" de la ciudad no estaba en relación con esos pobres datos. Con un orgullo muy español esta especie de Toledo salvaje, imperial también ella, trataba desesperadamente de competir con el prestigio de Lima. Ciudad universitaria, sede de un obispado, el Cuzco quería vivir como una capital -la capital que habia sido bajo otra civilización- en el corazón de esas montañas suyas que cuentan entre las más altas de la tierra. No estaba sobre la costa como la verdadera capital “moderna” que era Lima; no tenía tampoco detrás de ella una mina de plata como Potosí, esa plata que fue el motor capaz de transformar una meseta inhabitable a primera vista en un centro de refinamiento y de lujo. Y sin embargo el Cuzco ha tenido iglesias y conventos en bella piedra aparejada, grandes casonas -por no decir palacios- con patios interiores ornados de columnas labradas, en una palabra, todo lo que da la apariencia del bienestar y de la prosperidad. El terremoto, en ese sentido, resultó una verdadera provocación. Si las casas que se salvaron fueron cuanto más simplemente reconstruidas como eran, las iglesias y los conventos se hicieron de nuevo: más importantes y lujosos. ¿Qué fue lo que permitió esa mejora? He aquí una pregunta que no encuentra en general respuesta satisfactoria. Estaban, claro está, las autoridades eclesiásticas interesadas en la operación. Sabemos también que entre las funciones de la audienciafi figuraba la de construir iglesias y monasterios. A veces sin embargo el poder civil -siempre corto de medios- se negaba a contribuir, otras el obispo trataba de hacer pagar las obras religiosas por lo que hoy llamaríamos el gobierno?. Las órdenes, en general, poseían sus propios fondos, eran “propietarias” también gracias a los dones y herencias de los que testaban a su favor, es decir, casi todos. Justamente el caso de la Compañía ilustra muy bien el problema, como lo veremos más adelante. En el momento de la ocupación española, en marzo de 1534, Pizarro decidió conservar y hacer nivelar la gran plaza incaica que se convertía así en el centro de la nueva ciudad. Hizo falta, entre otras cosas, demoler el antiguo palacio del Viracocha, en cuyo emplazamiento se levantó la futura catedral. El resto de la plaza constitió en casas bajas, de un piso, sobre arcos en planta baja, solución típicamente española. La Plaza de Armas, pese a los avatares de la historia, se conserva aún hoy día bastante intacta. Sin embargo hay otra iglesia -la Compañia- sobre esta misma plaza y ello en contra de la tradición española que `quiere que en 71 íìdïãi lãošaëedfñl fipìfezca sola tronando en aseìlugar privilegiado En rea _ 0 api as a heridas a la catedral -Jesus Mana a la izquierda de quien mira, y el Triunfo a su derecha- no cuentan, por así decir Están simplemente adosadas a la gran masa de la que forman parte, un poco 3 |a manera de los sagraríos en algunas otras ciudades hispanoamericanas Y si de la gran Plaza de Armas es verdad que se ve el convento de La Merced con su iglesia y su torre, hay que reconocer que el conjunto da sobre una calle lateral lfigs. 16, 17 y 18). _ El solo templo que comparte, pues, la plaza con la catedral es, por cierto, la Compañia. Si la catedral es a dominante horizontal esta segunda iglesia de los jesuitas -que es la que vemos aún hoy- resulta a *'* . _ _ _; ._ ' j _1 *"*'~*_ 1 ' _ .. {_/ "*¬.;'~I', -._._._.É__.-._..._.____.l._ -" -:. f¬ :_'_":,_§.'_ :Í `~f".-"/ :¶ /' _. __ _” . ', -«'_ _» _.__-.___ _ `_"" 'i ' _ _ _ - n.__..¡ ,-__ .-, ¬,¿__ Y "¡_ / ¡ D-ji---i ¿Q iff.-L; ¬š:,\ 'l\ «_ “I _..-_ I i\`\` --c Q' 'Lx _ _.”¬-1 \ iƒ. , ,_ .-...§.....i' M3.. A /- ¿.¢. ›..-..-.-»_-1 ¿inun- @\ -Han1-.- \ `¦II¦¦ Fig. 16. Planta de Ia catedral del Cuzco (incluyendo las iglesias de Jesús María y de El Triunfo). Relevamiento de Mario J. Buschiazzo. Abside plano y disposición en “selva de pilares” que recuerda a las mezquitas. Complejo esquema que permite la creación de casi cuarenta espacios independientes y contiguos. En el centro 72 r de la composición el coro de los canónigos, típica solución española. El coro constituye asi una “iglesia dentro de la iglesia”, en el mismo sentido en que se habla del poder religioso como de un “Estado dentro del Estado”. ' dominante vertical. De todos' modos ambas tienen un gran portal esculpido y dos torres de ángulo en la fachada. Naturalmente, al igual de lo que ya vimos pasó en Quito, esta implantación tan próxima de la Compañía encontró seria resistencia entre las autoridades eclesiásticas. El P. Antonio Vega3 confiesa ese privilegio en dos ocasiones lél se refiere al primer templo pero el emplazamiento es el mismol. Una vez dice9: ”...tomó la Compañía sitio para su Iglesia y habitación que es el que ahora tenemos, en el mejor puesto de toda la ciudad; por ser en medio de ella, en su plaza principal y muy cerca de la Iglesia mayor". Y más adelantemz "Tenía sacados los cimientos y levantadas todas las paredes en la altura que habían de quedar, en lo cual andaban ocupados muchos indios, y se había gastado gran suma de plata, porque, dejado aparte un pleito que nos puso el cabildo de la iglesia mayor en materia "" ' ' "- -Y- -"""'*$'1Y'†'=§"5" 1 Ärifl A . 11- . . Fig.17. Plaza de Armas, El Cuzco lfoto M. Chambil. El corazón de la ciudad: la Compañía vista desde lo alto de la catedral. Esencia y concentración de uno de Ios aspectos más típicos de la Sudamérica colonial hispánica. En el ámbito de piedra se respira el aire seco del altiplano; desde el valle fér- til se contemplan los montes 73 pelados que parecen montar la guardia. La infaltable plaza con la catedral: los pórticos provincianos donde circula la gente y la “mastaba" horizontal donde ofician los obispos. Más "moderna", unitaria, casi vertical, la iglesia de La Compañía instalada a la fuerza por el poder jesuita 'frente a la sede de la jerarquia esclesiástica "oficial". Fig. 18. Una procesión en la Plaza de Armas, EI Cuzco (foto M. Chambil. Como en el Tibet estamos aquí también en otro “techo del mundo", en un límite. Frente al terremoto siempre inminente, sumergida en un mar de aire enrarecido que muchos turistas no soportan, la población mestiza de español y de indio se entrega a su fervor religioso. La vida cotidiana puede ser sericilla y hasta pobre: el día de fiesta la gente endomingada rodea a sus imágenes milagrosas: sincretismo de viejas creencias indigenas y de catolicismo exuberante. de canas, por decir que deslustrábamos su iglesia con la tan brava obra como llevábamos y estar tan cerca lcomo realmente lo estamos), como cosa de poco fundamento se quedó suspenso, sin dar mucho en qué entender”. _ En el momento del reparto, Hernando Pizarro uno de los hermanos del conquistador, recibió una importante parcela de tierra sobre esa plaza, en el lugar llamado Amarucancha. Algunos años más tarde, la Compañia pudo comprar ese terreno gracias a la munificencia de un particular. En el citado libro, el P. Vega cuenta en el cap. lll": “Era el dicho sitio de Hernando Pizarro, uno de los primeros conquistadores de este reyno, y costó a la Compañía 12500 pesos ensayados [...] los cuales 12500 pesos se pagaron de la caja real por cuenta de su Majestad; a quien los debía el dicho Hernando Pizarro por ciertas cuentas y alcance”. Y más adelante12 se aclara 74 quien fue el benefactor que avanzó la suma: “Al Sr. Luis de Espinosa, padre del que es ahora alguacil mayor de esta ciudad, por haber salido por fiador de la Compañía, para la compra de este sitio de Hernando Pizarro; por lo cual con mucho gusto y voluntad padeció algunas molestias y pesadumbres”. No nos engañemos empero. La soberbia iglesia a dominante vertical de la que me ocupo aquí es -como ya dije- la segunda, la que fue construida después del temblor de 1650. La primera debía ser forzosamente mucho más modesta. Para el cronista de la orden era, sin embargo, ya una obra colosal. En cierto modo no exagera: no tanto por el edificio en si como por los trabajos de fundación que supuso. Al mencionar-la plaza tal como era en tiempos de los indios, debimos agregar que se trataba de un terreno bajo, cubierto a menudo por el agua que hubo que canalizar y dirigir hacia el pequeño río -no me atrevo a decir arroyo- llamado Huatanay. Y como la tierra era blanda, el P. Vega nos explica las dificultades que encontraron los jesuitas para consolidar los cimientos de la antigua iglesia que, sin embargo, tenían que ser más ligeros que los de la que nos ocupa hoyl3. Los fondos para construir esa primera iglesia fueron aportados por una dama, Doña Teresa Orgóñezl4, casada con un capitán español de nombre Diego de Silva. La edificación de una iglesia colonial sudamericana tiene siempre implicaciones sociales. Por eso en las notas trato de elucidar un tanto quiénes eran los personajes que intervinieron: el cronista “de guardia" que nos cuenta la historia; el donante que desempeña el papel de mecenas a menudo desconocido; en fin el maestro de obras que permite al monumento salir de tierra, esa tierra doblemente inestable en el caso de la Compañía puesto que se apoya sobre una base pantanosa y -para colmo de dificultades- en una región en que los terremotos están a la orden del dia. Dejemos sin embargo de lado esa primera iglesia15. Me he detenido quizá demasiado en la presentación del tema, pero era con la intención de "desmontar", dentro de las posibilidades del caso, el mecanismo gracias al cual llegamos a la segunda iglesia, esa obra maestra que reclama especialmente nuestra atención. Veamos, en consecuencia, los hechos concretos, es decir el temblor de tierra de 1650. Poseemos también la descripción del desastre. Otro religiosolfi nos la transmite esta vez en estilo lleno de imágenes y que revela a un buen escritor. Sucintamente las cosas pasaron más o menos de la siguiente maneral7: el 31 de marzo de 1650, hacia las dos de la tarde, un temblor de tierra sacudió la ciudad y sus alrededores durante al menos un buen cuarto de hora. El pánico fue indescriptible, los grandes edificios en piedra o en ladrillo caían literalmente sobre los habitantes. Poco a poco las diferentes congregaciones salían a la calle detrás de sus imágenes piadosasf Los sacer75 dotes daban la extremaucìón a los moribundos, las gentes gritaban, se lamen taban, querian confesarse. La noche fue espantosa, el pueblo reunido sobre la gran plaza debió soportar una tempestad digna del fin del mundo mientras que la tierra, siempre según nuestro cronista el P. Córdoba, temblaba al menos unas veinticinco veces más. En los siguientes días los miembros de cada iglesia destruida levantaron lo mejor que pudieron unas carpas de tela donde guardaron sus tesoros y las imágenes de devoción susceptibles de aportar un consuelo a los fieles, mientras por otra parte escuchaban las confesiones, daban de comer y beber de lo poco que había, asistían en fin a los enfermos y heridos. Después del cuadro patético de las jornadas del 1 y del 2 de abril en que los sismos intermitentes continuaron de sacudir la comarca, el P. Córdoba empieza a establecer el balance de las pérdidas materiales, tema que nos interesa aqui muy especialmente. Resumiendo sus informaciones, se puede decir que la catedral sufrió mucho, sobre todo la antigua sacristia que se desplomó, pero se pudo comprobar más tarde que la iglesia había resistido mejor, con todo, que los otros monumentos. Más grave era la situación en el convento dominico; la torre había caído sobre una. bóveda destruyendo al mismo tiempo la sillería del coro “que era de gran precio”. Lo mismo o peor aún aconteció en la casa franciscana. La iglesia, que estaba ya en reconstrucción antes del terremoto, quedó destruida. En cuanto a la parte antigua, tal como en Santo Domingo, la torre se desplomó destrozando en su caída el coro y un facistol “que era el más precioso y curioso que había en todo el reino”, siempre según nuestro minucioso cronista. Si el convento de San Agustín sufrió en apariencia quizá un poco menos que los otros, en realidad resultó dañado en sus fundaciones y perdió todas sus tejas. Los mercedarios vieron caer una parte flamante de su convento y de su refectorio. El gran claustro fue arrastrado por la gran ola telúrica lo mismo que una escalera reputada en todo el reino. El campanario quedó roto y la iglesia misma se hundió sobre sus cimientos tocados por el siniestro. Hacemos gracia al lector de todas las otras desdichas de esa terrible convulsión de la tierra. Baste agregar que los conventos femeninos -en general más modestos que los que acabamos de citar- no dejaron de conocer la desdicha general. En Santa Catalina, según el cronista que seguimos, no quedó “piedra sobre piedra". Las monjas de Santa Clara tuvieron, por el contrario, la fortuna de conservar su iglesia pero -como es bastante lógico- perdieron al menos el campanario que se derrumbó, lo mismo que el claustro del convento. En fin, en el caso que esta vez nos interesa sobre todo, sabemos que el "complejo" de la Compañía ldos iglesias, convento, colegiol resultó casi totalmente destruidolfi. Los RR.PP. que pensaban sólo agrandar 76 el primer edificio que sólo tenía sesenta y tres años de existencia, se encon- traron súbitamente ante la brutal realidad de la ruina casi completa. No obstante, con el dinamismo característico de esa orden, los jesuitas comenzaron en seguida a despejar el terreno y se lanzaron a la construcción de una nueva capilla de Indios (consagrada a Nuestra Señora de Loretol V, sobre todo, a la gran iglesia y convento que fueron terminados en sólo diecisiete años de incesante labor. Antes de hablar en detalle de esta nueva iglesia tenemos que decir aunque sea una palabra de la catedral, que si bien fue consolidada después del temblor de tierra, sigue siendo un edificio imaginado en el síglo XVI. Constituye así el más antiguo monumento religioso español que podemos encontrar aún hoy en todo el Cuzco y su región lfigs. 19 y 20). Esta catedral había sido proyectada al mismo tiempo que la de Lima y por el mismo arquitecto, Francisco Becerra, y casi sobre idéntica planta básica. Se trata, en los dos casos -y hablamos aquí de versiones definitivas y no de los primeros templos más precarios y modestos- de un gran rectángulo cubierto por un edificio a tres naves de la misma altura con capillas laterales y un ábside plano. Es lo que en historia del arte se llama una Halƒenkirche, a pesar de que el nombre alemán no deje sospechar que las hay también en el siglo XV en ltalia, como la catedral de Pienza, y en España en el Fig. 19. Portal de la catedral, El Cuzco lfoto D. Bayón). Sea .--. o no anterior al imafronte de la catedral de Lima, esta solución parece imponerse como la primera auténtica fachada-retablo de Sudamérica. En efecto, las 5 ,p ñ leyes que obedecen a su composicióri no son meramente arquitectónicas. Bastaría poner estatuas en los nueve nichos previstos para que este portal se transformara en un gran altar mayor de piedra. La unidad teatral voluntaria supone un ideal de forma que no se contenta con aplicar correctamente los órdenes sino que va dirigida a obtener un “monumento”, semejante a los que se improvisari en el interior de las iglesias el día de Jueves San- ii..lI 'ff' IO. LJ-.54-¢=4-_, 77 XVI, como ocurre con las catedrales de Granada y Jaén. En cuanto al ábside plano también es una característica de Jaén como lo había sido de Sevilla. ¿Hay que perderse en suposiciones? Sevilla tuvo, sin duda, una planta rectan- gular porque la catedral fue construida sobre la antigua mezquita que ya poseía esa forma. El efecto interior de una iglesia a tres naves de la misma altura que se inscriben en un rectángulo pone en valor, sobre todo, las vistas diagonales más bien que la vista perspectiva en profundidad, característica de la arquitectura europea tradicional. Seamos justos, con todo, y no caigamos en las mismas exageraciones que criticamos en los demás. Lima o el Cuzco son en relación a las citadas catedrales de Granada o Jaénl9, templos mucho más modestos, Fig. 20. Vista de la nave principal de la Catedra/ del Cuzco lfoto M. Chambil. A más de 3400 m de altura, a varios días de mula de Lima, en pleno si- glo XVI se levanta en la antigua capital incaica este enorme edificio de piedra. Sus proporciones son nobles, su estructura potente, sus elementos es- tán bien diseñados siguiendo cánones clásicos, sus naves, en fin, van cubiertas con bó- vedas de crucería en el gusto 78 del primer Reriacimierito español. Para asombrar aún más habría que recordar la precariedad en los medios, la mano de obra indigena y la capacidad de los maestros de obras espa- ñoles para elevar con éxito semejante mole capaz de resistir a todos los terremotos. Som- bría de tan maciza, la catedral cuzqueña resulta menos severa gracias a los hormigueantes re- tablos dorados que a la luz de los cirios adquieren vida propia. mucho menos esbeltos, por el temor -justificado, por cierto- de eso: temblores de tierra. Las sudamericanas son también de construcción más ruda, más torpe: inútil buscar en el Cuzco, por ejemplo, el equivalente de la exquisita sacristia de Jaén debida a Vandelvira, verdadera solución original con elementos tomados al repertorio renaciente italiano. Inútil también reclamar para las bóvedas en ladrillo del Cuzco esa terminación en que la escultura se alía a la arquitectura para deslumbrar con detalles de perfecta ejecucion. En ese sentido, si las catedrales andaluzas son verdaderas piezas de orfebrería a escala colosal, hay que confesar que la catedral del Cuzco no las alcanza ni rernotamente20. Aunque resulte más que honofable, ya que en arquitectura nunca podemos hacer abstracción de las condiciones de tiempo y lugar, de materiales, de mano de obra, etc. Ahora bien, poder movilizar esa «nt Á - ...ri É Fig. 21. Iglesia de La Compañía vista desde la catedral, El Cuzco lfoto D. Bayónl. “El Si por dentro actúa como tal, al exterior el maestro de obras se ha empeñado en disimularla luz del sol" (Le Corbusier). lmbricación de un gran paralele- mérica- dividiéndola en tres zonas horizontales para reducir al mínimo su curvatura. juego de los volúmenes bajo la pípedo horizontal con otros paralelepípedos verticales (torres y contrafuertes) y la masa in- dispensable del cilindro de la cúpula. Esta última no es, sin embargo, una media naranja perfecta, una semi-esfera exaltada en sl misma, a la italiana. 79 -como casi siempre en Suda- Fig. 22. La Compañía y el Co- legio de los Jesuitas l hoy Universidad), El Cuzco lfoto D. Bayónl. La buena arquitectura como la buena escultura debe resistir la inspección desde todos los puntos de vista imaginables: al fin de cuentas el edificio noble constituye en sl mismo un “objeto” privilegiado dentro de la neutralidad o la monotonía del tejido urbano. De tres cuartos, La Compañía revela lo que es al interior: una alta nave sostenida por contrafuertes. La cúpula, relativamen- te baja, se asoma sin embargo lo suficiente como para explicitar su función de “enriquecimiento espacial”. Las torres pesan lo justo para enmarcar la fachada-retablo sin ahogarla. El trabajo de la piedra es de una sinceridad total. m -- inmensa masa de piedra en pleno siglo XVI y hacerlo a una altura de 3400 m sobre el nivel del mar, no teniendo a mano sino algunos maestros de obras a veces muy dotados pero que, en general, sólo eran religiosos que trabajaban como aficionados, es algo en sl extraordinario. Si se agrega que debian utilizar operarios que ya habían perdido el arte de construir de los antiguos incas sin por eso llegar a comprender los mecanismos mentales de los europeos, no hay duda que el hecho constituye una proeza digna de la epopeya. No obstante esta vez no estudiaremos a fondo esta catedral del Cuzco. Su planta será discutida cuando me ocupe de su hermana gemela la catedral de Lima. En el caso particular del Cuzco lo que habria que decir en lo referente al procedimiento constructivo -distinto del de la reconstrucción Iimeña- entra en las generalidades de lo que se puede decir de las otras iglesias cuzqueñas. Reverso, pues, esa investigación al caso particular que representa la iglesia de la Compañia, verdadera cabeza de serie, por dos siglos al menos, de toda una tipologla muy popular en el altiplano. En el Perú' si hablamos en relación a lo que pasó en México, hay que convenir que el siglo XVI tardó en "arrancar". La brutalidad misma de la conquista peruana sumergió a la comarca -por lo menos durante veinte años- en luchas demasiado sangrientas para permitir el desarrollo del arte. Cuenta también la dificultad geográfica de los territorios ocupados: cordillera, mesetas de aire enrarecido; en una palabra, todo parece haberse 80 :! P 'Íi . 1',-9- mi Í!i'f` i 4-' _»»-'* .,l4i 1.-, _ aìuu Fig. 23. Fachada de La Compañia, El Cuzco lfoto D. Bayóiil. En un trtivellmg fotogralico nos acercamos aún más a la "piel" del monumento. La estereotomla es impecable y se encuentra casi a la altura de los sublimes antecedentes incaicos. El granito impone su ley: la decoración no puede ser nunca demasiado “excavacla" como ocurre con otros 81 materiales más blandos. Sin embargo, se nota la diferencia entre el opus ¡ncertum de los contrafuertes, el opus rericularum de las torres y la fluidez de las curvas en la laizhada-re tablo. La arquitectura como masa domina cualquier preciosismo empequeñecedor. La gran portada, toda en curvas, insulta el uiilltlotu ti uutilqiilur exceso du severidad. confabulado para impedir que el siglo XVI haya sido en el virreinato del Perú una época próspera o fácil. De entrada afirmé que los terremotos podían servirnos de “cañamazo” para una historia de la arquitectura en esta región. Veremos, por ejemplo, que el de Lima en 1746 tuvo como resultado la adopción de un método “liviano” para reproducir una arquitectura que quería aún imitar los modelos de lo que entonces se consideraba la expresión de la grandeza y la dignidad. Del mismo modo estudiaremos aquí cómo, un siglo antes, el sismo de 1650 obligó a la reconstrucción total del Cuzco, al menos en su arquitectura religiosa. Nos encontramos, pues, frente a un hecho irreversible: a mediados del siglo XVII un cataclismo constituirá la base de una renovación. No ya al nivel de las plantas o de los procedimientos constructivos que siguen siendo prácticamente los mismos, sino por el contrario en lo que concierne a las elevaciones: el interior de las naves, y sobre todo, la presentación exterior del monumento dentro del contexto urbano. _ Si la catedral hace figura de precursora, sólo a partir de la iglesia de la Compañía puede decirse que un nuevo estilo se va a imponer. No es así raro si más tarde, y por su solo prestigio, la Compañía llega a ser el modelo en el que se inspiran las otras iglesias de la región. No titubeo en afirmar que para mí la Compañía es quizá el más perfecto monumento religioso levantado en Sudamérica. Su planta es una aplicación correcta de los modelos europeos, que ya eran moneda corriente en el mundo civilizado en esa época. Su elevación, especialmente al interior, no es sólo correcta sino muy hermosa en sí misma. Del punto de vista constructivo, la iglesia posee dos características completamente excepcionales: una altura que constituye de por si un desafío a la estabilidad del suelo; la presencia de una cúpula concebida y realizada según todas las reglas del arte. Una verdadera cúpula, insisto, y no ese compromiso que consiste en hacer un tramo más ancho y más alto en el punto en que la nave principal se encuentra con el crucero, como ocurre en el resto del Cuzco salvo en San Pedro, posterior, o sea que forma ya parte de lo que llamo la serie lfigs. 21, 22 y 23). Como de costumbre me niego a la descripción minuciosa de lo que se puede ver en plantas, cortes, fotografías y que se lleva tradicionalmente la mitad de los textos en estas materias. Pasemos, pues, directamente a la calificación de los elementos en juego.. Un rasgo notable en esta iglesia de la Compañía que estamos tratando de analizar lo constituye la decoración interior: el altar mayor, los retablos variados -casi todos originales- son de gran belleza escultórica, el púlpito cincelado a la perfección, los sombríos cuadros, empero, resultan un poco provincianos, y a veces francamente ingenuos. En una palabra, todo es en general notable: las fuentes apropiadas de la luz ponen de relieve esta hermosa piedra bien aparejada de color ocre cálido que se lleva muy bien con los oros y los fondos bituminosos de los cuadros de la escuela cuzqueña. 82 No obstante, si bien todo parece proporcionado y equilibrado, se diría que la vasta nave, en sí, no tiene mucho carácter. Por poco, el espectadoi, transportado por arte de magia sobre la meseta peruana con los ojos vendados, no sabría exactamente al abrirlos dónde se encuentra. Si fuera culto y poseyera la experiencia que sólo dan los viajes podría, cuanto más, arriesgarse a decir que se halla en zona de influencia occidental, sin duda en alguna región alejada del “centro emisor”. En puridad de verdad esta zona podría ser tanto el sur de Italia como la Galicia española o el último rincón de una comarca flamenca21. Por último, digamos la verdad, ese espectador hipotético no se engañaría tanto que digamos. Hay un poco de todo eso en una iglesia sudamericana del siglo XVII. Agreguemos que de este interior correcto no se desprende ningún perfume de exotismo y que, por otra parte, la organización de las partes no resulta académica de ningún modo. Un justo medio. Es quizá al exterior donde este viajero tendría la buena sorpresa de encontrarse con algo completamente nuevo para él, con algo casi exclusivamente local. En efecto, mirando la fachada se sentiría más intrigado que lo que se había sentido en el interior. Fachada que comporta una solución curiosa puesto que despliega un gran “retablo exterior" de piedra, enmarcado por dos torres bastante lisas en su parte inferior y muy cargadas de decoración en la parte superior. El esquema es a dominante vertical y dibuja un tresbolillo en que los “llenos” son el retablo exterior y la cúspide de los campanarios, y los “vacíos” están representados por la base de esas mismas torres. Esta disposición se opone no sólo a cualquier clasicismo sino también a cualquier barroquismo a la italiana, tal como un Bernini o un Borromini lo hubieran podido tratar lfig. 24). Volvamos sobre la noción de este retablo exterior. En el Cuzco, como en cualquier otro punto del círculo provincial de la tradición europea, el problema debió plantearse sobre todo en términos de facilidad. La superposición de órdenes correctamente aplicada es en sl algo dificil, y no lo es menos el orden colosal que en América del Sur en pleno siglo XVII parece ser todavía algo inconcebible. Ambos sistemas, además, suponen un profundo conocimiento de la teoría de las proporciones y del oficio. No teniendo maestria en el manejo de ese procedimiento racional, más vale ampararse en el retablo exterior que es una tradición española bien asentada y que se puede aplicar ad Iíbítum como un todo expresivo y que se basta a si mismo. Hay dos aspectos en la cuestión. Por una parte la ignorancia y la dificultad de aplicar una “gramática” (aun con la ayuda de los tratados de arquitectura): y el gusto muy legítimo de practicar lo que llamaríamos un arte “otro”, en el fondo una forma inconsciente de irracionalismo. Ahora bien, la primera comprobación en nuestra actual hipótesis de trabajo es la de 83 darnos cuenta que entre los maestros que impusieron la fachada-retablo en virreinato del Peru, no encontramos sino españoles o extranjeros no italianos22. Y hay que reconocer que los artistas que desencadenaron el estilo cuzqueño pertenecen todos -quizá por azares del destino- a un circulo que no aplicaba de manera ortodoxa los cánones de los órdenes clásicos cuyo manejo se aprendia en las academias y en el respeto de los tratados. ii ¡J Fig. 24. Detalle de la fachada de La Compañía, El Cuzco (foto D. Bayón). La fachada- tuye de por sí un pleno acierto. Este movimiento vertical tiene retablo toma carta de ciudada- tal potencia que incurva, literalmente, el entablamento su- como lo había hecho dos siglos antes en San Pablo de gran arco trílobado que llegará nla en las calles sudamericanas Valladolid, por citar el más ilustre ejemplo español. Como allí -sólo que no en gótico florido- estamos en presencia de una solución “pianista”, dibu- jística. La composición en “curvas ascendentes” consti84 perior obligándolo a seguir -con una lógica irracional- el a ser uno de los rasgos característicos de la arquitectura co- lonial. Los paramentos relati- vamente lisos de las torres serían en música como los silencios que acompañari el Gloria ln excelsis del motivo central. o _ . . " Del simple punto de vista de la construcción, los retablos en madera obedecen a leyes más amplias que las que presiden cualquier realización en piedra del mismo tipo. Por supuesto que la carpintería posee también ella su propia lógica pero, digamos, es mucho menos rigurosa que la de la mampostería en ladrillo o pétrea. Por empezar, en el tratamiento de la madera existen ciertas astucias propias del oficio: el hecho mismo de vincular entre sí las piezas encastrándolas o encolándolas por detrás de la parte visible, constituye una práctica corriente. Y no hay sólo eso: a partir del siglo XVI español. y aún en manos de ese gran autor de retablos que fue Alonso Berruguete,-23 sabemos que no se recurría únicamente a la madera bajo todas sus formas sino también a la tela y hasta a la arpillera embebida en cola o al yeso armado sobre un trenzado de paja, en una palabra, a todos los trucos que el teatro suele emplear tradicionalmente. La fachada de la Compañia del Cuzco es una página brillante. El cuerpo central del imafronte se articula con el conjunto, guardando en realidad una suprema independencia. Se trata de un gran “gesto” vertical esculpido en la piedra, un gran relieve -dentro del planismo dominante- que posee vida y significación propias. A su manera puede decirse que también utiliza la superposición de órdenes, pero las columnas anilladas se “ahogan” literalmente en la proliferación general y el ojo sólo las descubre en el análisis y no al primer golpe de vista. Esta es su ventaja y no su inconveniente: el fragmento -verdadero morceau de bravoure- atrae inmediatamente la atención hasta del más distraído de los espectadores. Es armónico, ascensionalz repetidas curvas se alzan sucesivas, desde el arco rebajado de la puerta, se hacen cada vez más empinadas y perentorias, como un tema musical, hasta culminar en la ceja de sombra trilobada que arrastra en su “terremoto de formas" al entablamento, pese a toda su afirmación horizontal. Me guardaré muy bien por un espíritu académico -que por fortuna creo no tener- de decir que esta fachada-retablo constituye una falta de gusto, ni siquiera un considerable error de gramática. En absoluto y por el contrario: gracias a la reviviscencia de esa costumbre “salvaje” española de sacar a la calle un elemento originariamente destinado a la penumbra de las iglesias nos encontramos aquí (ya sea o no el P. Egidiano su autor24l con un importante rasgo no convencional y que iba a conocer una enorme fortuna. La idea de adaptar un retablo a una fachada es, sin duda, algo plásticamente justificable en sí. Sólo depende de la calidad intrínseca de la pieza juzgada para que podamos decir si la solución se nos impone como positiva, negativa o simplemente neutra. En este caso particular quiero proclamar muy alto que la considero una verdadera obra maestra en su género. No sólo porque resulta muy eficaz en el terreno de la significación arquitectónica y urbana, sino porque la considero -para mí supremo elogio- muy bella. Sin _embargo, apenas escribo esta frase tiemblo yo mismo de miedo de no ser bien entendido. El historiador en estas materias debe 85 afrontar a cada instante la ro _ ' d¡C¡-H' Siempre a la verdad ciiïe lïïaéetïliwa daeniaìuñwgs Iiir2ïiÍerriÍ¿ muy' penu establecer un paralelo entre las iglesias jesuíticas de América dclogslste en Gesü de Roma. Ya discuti el caso a propósito de la Compañía deeQ rY el es cuestión de volver ahora sobre el mismo argumento. Sigamos con 1;) Cuxzcnoo _ Puesto que el tema de la copia de la Casa Madre se re 'r incansablemente debemos, al menos, tratar de explicitar los alcances de le lugar común. Podríamos cuanto más admitir que para los antiguos ”copiarE no quería decir lo mismo que para nosotros. Ellos no se veían arrastrados por los puros conceptos; en una palabra, eran menos duramente analíticos' cuando decían copiar querían sencillamente significar inspirarse. Trataban de imitar un monumento célebre o especialmente representativo. Para un jesuita copiar la C888 Profesa (como se la llama a menudo) era ya en cierto modo alcanzar Interior de La Com- vedas con nenraduras forman- yor, El Cuzco (foto D. Bayón). Es este sin duda el interior más vamente. La contención del di- Fig. 25. pañía, vista hacia el altar ma- do_ dibujos estrellados: todo parece estar en su sitio definiti- dentro de la mejor arquitectura seño en piedra, puro y duro como un proyecto de arquitec- colonial hispana en Sudamérica. Pilastras apareadas, enta- neutralizada por los sombríos equilibrado y proporcionado blamento completo (aunque reducido, como es de rigor), arcosolios que albergan altares, cúpula bastante generosa, bóB6 tura -todo líneas- queda cuadros de riquísimos marcos y los recamados retablos en los cuales brillan apagados los oros. a perfección. Los antropólogos podrían explicarnos esta apropiación obtenida mediante gestos rituales. Pero si el pensamiento estaba en Roma, las crudas realidades se encontraban en cambio en América la desolada, la lejana. No lo echemos de menos ni lo Iamentemos, por el contrario. La repetición mecánica de una obra de arte -aun si es una repetición sublime- no nos enriquece. Son más bien las diferencias las que nos interesan. Dicho lo cual agrego que la planta de la Compañía del Cuzco es a cruz latina con una nave única abovedada, un crucero y una cúpula en el encuentro de ambas naves. Los retablos van colocados bajo profundos arcos, uno después del otro, a lo largo de los muros perimetrales de la iglesia (figs. 25 y 26). Fig. 26. Detalle de la cúpula y las bovedas de La Compañía, El Cuzco (foto G. GHSDarini). Esplendor de la arquitectura perficies lisas y labradas. La cantidad total de luz que adm¡_ ten las aberturas se impone como perfecta. Es lo bastante culta, contrapuesto al encanto que a veces puede tener lo for- intensa como para ver clere tanto derroche de lujo; lo bas- tuito, improvisado 0 ingenuo. tante moderada para mantener azar. Las formas se encadenan armoniosamente entre sí: re- terio y recogim¡em0_ Aqui nada parece librado al forzándose en sabios contrastes de curvas y rectas, de su87 una atmósfera propicia de mis- El trabajo de la piedra es refinado, quizás uno de los más refinados en América del Sur. El orden clásico empleado se articula por medio de pilastras apareadas corintias sobre las cuales apoya un gran entablamento sobre el que se puede caminar gracias a una barandilla (colocada posteriormente). Las bóvedas -como en el resto del Cuzco- son de ladrillo y su paramento va decorado por una red de nervaduras rectas o curvas como ya se habían visto en España el siglo precedente, por ejemplo, en la catedral de Granada. Los retablos son, en general, suntuosos: en madera natural y en madera dorada y policromada. Su historia es bastante complicada; el P. Vargas Ugarte-25 da la lista de los que ya existían a la inauguración del monumento. La verdad es que si se hiciera el inventario por gustos y por épocas se veria la riqueza de inspiración y de imaginación en los retablos puramente de ebanisteria, riqueza que, en cambio, no aparece en las soluciones de tipo arquitectónico. Existen en la Compañía muchas pinturas didácticas para la instrucción del pueblo. Un caso curioso de propaganda social, religiosa, racial en busca de un sincretismo de poderes temporal y espiritual lo constituyen los cuadros que representan respectivamente las bodas -con dos princesas incas- de un sobrino de Ignacio de Loyola y de un sobrino de Francisco de Borja. Otras pinturas -imágenes de santos de la Compañia- orladas por magníficos marcos dorados se despliegan a lo largo de la nave cubriendo en parte las dobles pilastras que marcan cada tramo. El conjunto es digno y proporcionado, el color cálido de la piedra y el oro de los altares componen un ámbito acogedor pero, como hemos dicho, sin mucho carácter. Ese carácter se afirma más perentoriamente sobre todo al exterior. Allí la iglesia asume su sentido representativo, “iconico". En competencia con la propia catedralïfi, que hay que reconocer es más voluminosa y está mejor emplazada, la Compañía aparece, sin embargo, como la más gallarda silueta del Cuzco. Resulta esbelta si se la compara a los otros monumentos de la ciudad; al verla elevarse asi en tierra de temblores se comprende hasta que punto fue concebida casi como una provocación. Sí, el caso de la Compañía parece simple: ella sale directamente, en lo que concierne a ese retablo exterior, de la catedral que está allí mismo enfrente. Si preferí esta vez la Compañia -después de haber hablado de cabezas de serie- es porque en la iglesia de los jesuitas la aplicación de la fachada-retablo toma toda su significación. Despues sí caeremos ya en la serie: San Pedro, El Belén o aun la muy refinada iglesia de San Sebastián. Hay en realidad una diferencia entre la fachada-retablo de la catedral y la de la Compañía. En el Cuzco como en Lima (sea cual fuere la % primera) lo que cuenta es el gran desarrollo del frontispicio a lo ancho, en horizontal. El nudismo de ese muro apelaba a un gran portal trabajado, especie de blasón decorativo en eje capaz de marcar bien la entrada, dando importancia a todo el edificio. La idea es más que correcta, es excelente. Empero ella se justifica aún más en edificios estrechos que quieren dar énfasis al elemento vertical. El gran éxito que, más adelante, conoció el retablo exterior viene en parte del hecho de haber encontrado un modo adecuado de "llenar" la parte central de la fachada con un elemento cincelado capaz de retener la luz, capaz también de dar una mancha significativa de sombra en el buen lugar, es decir el que marca la presencia de la gran nave y el centro de la composición. El solo error de la Compañía consiste quizá en que ambas torres tienen aún, a media altura, una decoración indecisa y que no quiere decir mucho. Sólo más tarde en San Pedro, El Belén o San Sebastián, cuando el esquema haya sido ya fogueado, la significación decorativa de la fachada logrará todo su valor lfigs. 27, 28 y 29). Se recupera así, como voluntad de estilo la de San Pablo en Valladolid a fines del siglo XV27. Es decir, un tratamiento arquitectónico que supone un verdadero "tapiz suspendido", o mejor, un gigantesco relieve tridimensional enmarcado y puesto en valor por el despojamiento total de esos muros desnudos que lo ponen entre paréntesis. Esos paréntesis lisos serán -en la solución cuzqueña- las bases de las torres. Ahora bien, si esta nueva disposición de la fachada es un éxito y va a viajar durante siglo y medio por todo el virreinato2B, ello se debe sobre todo al hecho de ser legible, lógica, fácil de ser comprendida aun de lejos. A pesar de lo cual sigue siendo muy hermosa también cuando se la contempla de cerca para descubrir en ella los símbolos, los signos acumulados, que se expresan gracias a los prestigios de la escultura refinada. Hay todavía otros detalles que elucidar, detalles que parecerán simples matices a alguien que no sea del oficio de arquitecto o de historiador, pero que no debemos dejar en silencio. Por ejemplo, si Lima ha dado quizá el retablo exterior como lo pretende Marco Dorta (Gasparini afirma que es el Cuzco), digamos que quizá lo ha dado por error. En un principio, en el proyecto de Martínez de Arrona publicado hace años por Harth-Terré y reproducido por Marco Dorta29, se ve que en su origen el portal limeño no era sino un dibujo correcto, sin más. Dos columnas empotradas por lado sostenían un frontón roto triangular. Superpuesta encontrábamos una ventana en arco coronada, a su vez, por un pequeño frontón en arco de círculo y flanqueada por dos volutas invertidas a la manera de Viñola. El todo salpicado de pequeños nichos, placas en resalto, es decir una decoración más bien rectilínea. Que se haya cambiado el gran frontis por dos alas de cornisa que se incurvan hacia arriba y que las volutas hayan desaparecido para dejar % sitio a dos pilastras en placas, no cambia mucho la cosa. Se trata de un porta casi académico que, por otra parte, no es muy eclesiástico que digamos, y que para colmo podría encontrarse tanto en ltalia como en Espana o Portugal. Si es Pedro Noguera -como lo pretende Marco Dorta- quien cambió este portal, ello no nos induce a considerar que ese autor haya inventado verdaderamente lo que llamamos el retablo exterior. No ha hecho otra cosa que acumular correctamente columnas y entablamentos, frontones, nichos y plaCHS BU UHEI l`i1GSCOlHÍ`lZ3 b8SÍ8l"lÍG SOS8. Eso mismo ha dado quizá la catedral del Cuzco, ¡pero qué diferencia! En el Cuzco por empezar el conjunto se impone por su verticalismo. Es mucho más complicado en sus lineamientos, proliferante, de fuerte relieve, con dos grandes alas incurvadas que realizan verdaderamente el “paso” entre el cuerpo bajo y la parte superior. Aquí sí hay verdadera diferencia en relación con la arquitectura correcta normal de ese tiempo. Para ser, sin embargo, la mera copia de los tratados de arquitectura hay demasiadas columnas, nichos (sin estatuas pero que podrían tenerlas): el secreto quizá consista en que debe inspirarse en otros tratados, tratados de ebanistería30, gracias a lo cual el autor -sea quien fuere- obtiene un conjunto delirante y escenográfico digno de un altar mayor, de una gigantesca custodia. En comparación con esa fachada, en fin, la de la Compañía: paradigma y obra maestra del género. AI lado de ella, la de la catedral parece Fig. 27. Fachada de la iglesia de San Sebastián, El Cuzco (foto D. Bayón). Así como la catedral y La Compañía constituían Ias “cabezas de serie” del estilo cuzqueño, aquí estamos ya en la "serie". El efecto está obtenido casi mecánicamente: el esquema en damero (zona lisa, zona llena, zona lisa, alter- nadas) llegará a hacerse fórmula. Lo mismo que el remate “en corona” de las torres y la “página bien escrita” del frontispicio. Menos intensa que l.a Compañía, más ancha y bala.. la iglesia de San Sebastián es. sin embargo, un excelente ejemplo de comprensión no sólo arquitectónica sino urba- nística. 90 ,;1=|g. 28. Iglesia de San Pedro, El Cuzco (foto D. Bayón). “Variaciones sobre el tema de La Compañía”, tratado aquí de manera un tanto más ruda y con menor halago en los detalles cincelados de la piedra. Estamos francamente ante una arquitectura de montaña que no se avergüenza de serlo y de proclamarlo. Sequedad herrenana enmarcando una fachada-retablo barroquizante y muy bien compuesta. Hay un énfasis vertical que ha sido bien entendido en el modelo; el truco de los paramentos totalmente lisos de las torres contribuye escenográficamente al efecto ascensional. Fig. 29. Iglesia del Belén, El Cuzco lfoto D. Bayón). A partir del prototipo de La Compañía, el Belén podría ser la versión amable de lo .que San Pedro era la versión adusta, sin compromisos. Un inesperado alfiz y la tridìmensionalidad acusada, “arquitecturizan" otra vez este portal que ya no es un retablo de piedra sino un cuer- po subrayado de manera especial dentro de la composición. Este elemento tampoco es ori- ginal en El Cuzco sino que viene -a algunos centenares de metros de distancia- de la portada lateral de San Francis- co, en la misma ciudad. De allí remonta, naturalmente, a la voluntad de forma arábigo-his- Dana que consiste en enmarcar con un rectángulo ciertas puertas en arco. 91 un poco simplemente “pegada” al muro frontal de piedra. Por otra parte, 1grueso aparejo de esa piedra se ve demasiado entre los elementos esculpidos del portal catedralicio, cosa que molesta en lo que a calidad absoluta se refiere. Otro “defecto": el morceau de bravoure de la catedral termina torpemente por lo alto, ya que se destaca contra el cielo por un semiclrculo que corta, sin mas, el gran entablamento. La totalidad es decorativa en el buen sentido; no se puede decir que esté muy bien "ligada". Quien hizo la Compañia, por el contrario, sabia más o al menos aprendió mucho de su involuntaria vecina, la catedral. Por empezar encastró, por así decir, su “motivo” entre las dos torres. Redujo la proporción de la puerta: en vez de tomar la mitad de la altura, ella representa sólo un tercio de esa dimensión total de la fachada. Al mismo tiempo disminuyó el arco de esa misma puerta que de medio punto pasó a ser rebajado. Las alas incurvadas de la cornisa rota completan un circulo con el frontón curvo del pequeño nicho. Como está tratada en tercera dimensión hay más sombra sobre esta fachada que en la de la catedral, más “expuesta”, más arbitrariamente fijada sobre un gran muro horizontal de piedra. Y esa sombra se ve aún acentuada mediante la astucia de coronar el conjunto por un soberbio arco trílobado. El entablamento que avanza sobre el vacio sigue esa doble curvatura y representa un verdadero subrayado de sombra que cierra admirablemente la composición por lo alto. Creemos descubrir aquí dos temas, quizás involuntariamente superpuestos. Uno es el del portal bajo arco (por ejemplo San Esteban de Salamanca, siglo XVI), solución que veremos algo más tarde en Sudamérica. El otro es el que nos ocupa: es decii el tema del motivo central tratado como un “bloque decorativo” apretado y que debe bastarse a sl mismo o, para decirlo en otros términos, que exigimos resulte auto-significante. El efecto de soledad o de contraste proviene, en el caso par- ticular de la Compañía, del hecho mismo de que este bloque decorativo queda bien encuadrado entre dos muros neutros. En la catedral, el procedimiento no podia resultar tan puesto en valor a causa, sobre todo, de las dos grandes puertas laterales de fuerte almohadillado que “molestan”, por así decir, el gran gesto teatral de la portada en el eje del monumento. El origen de las puertas muy ornadas se encuentra en España a partir del siglo XV. El espíritu en el mismo, ya se trate del gótico Reyes Católicos, del mudéjar o, en fin, del plateresco. Digamos que en el Cuzco, en pleno siglo XVII hay resurgenciaïll de la antigua solución (para no hablar de invariantes, ese peligroso término empleado por Chueca Goitial, es decir: decoración concentrada alrededor de las puertas para bien marcar su importancia. Solamente en esta ocasión no se podía componer en otra cosa que en 92 rdenes clásicos. Y es justamente de este uso, arquitectónicamente heterodoxo, que sale la novedad que nos interesa. Ello es tanto más fácil de comprender si pensamos que los diseñadores se inspiraron o copiaron directamente ciertos ejemplos que se encuentran en los manuales de ebanisteria o en los repertorios de modelos, muy frecuentes en los siglos XVII y XVllI. En el caso de la catedral notamos ya ciertas molduras y formas “poco españolas”, en contra de lo que parece pensar Marco Dorta. Resumamos: la idea es sin duda española, la realización no lo sería tanto. En la Compañía esas formas -o sus equivalentes- nos parecen todavía más extrañas. Para decirlo de otra manera: cuando se tiene experiencia y cierto olfato, quien analiza estos dos retablos exteriores siente que en ellos no hay mucho de español y todavía menos nada de italiano. La solución, un tanto aplicada y laboriosa nos hace comprobar una cierta falta de gracia, una cierta pesadez típica del norte europeo cuando trata de imitar las formas del renacimiento italiano. Aunque, como lo dice tan bien Erwin W. Palm, “examinando de cerca ese sello flamenco de cierta arquitectura peruana, y en especial la del Cuzco, se comprueba que en ninguna parte de Flandes existía en la época una arquitectura que hubiera podido servirles de modelo”32. Para resumir. Encontramos verdaderamente dos iglesias en la Compañía del Cuzco. Una, interior, perfectamente clásica, con correcta aplicación de órdenes. Sólo la acumulación de los retablos, sillerias, marcos, lámparas -elementos decorativos por definición- son de un gusto barroco. La otra, la exterior, es bastante seca. Se diria que el "esqueIeto" del edificio ha cristalizado en formas puras: dos paraleleplpedos que se cruzan en ángulo recto, una cúpula que es sólo una semiesfera apoyada sobre un cilindro. Viene por último la fachada: dos campanarios de sección cua drada que enmarcan un bellísimo retablo exterior. Las torres rematan en edículos calados por aberturas como óculos de línea mixta, curva y recta el todo rematado por una cupulita como en el Escorial. Es sin embargo sólo este retablo exterior, esta trasposición de un esquema xilomorfo a la piedra, el único rasgo de la Compañía que iba a conocer más tarde un éxito que, por otra parte, resulta totalmente merecido Lo encontraremos a menudo por todo el virreinato. Era necesario discutirlo sobre todo en la que considero su fuente primera. 93 Notas _ Hi. Emilio Romero, Biografía de ¡os Andes, Buenos Aires, 1965, Pág- 131. dice: Buscan la cordillera. pero con su valle hermoso; la altitud, para contemplarla con cierto orgullo desde la planicie de su valle. El valle reposando al pie de nevados excelsos será la figura preferida por los nuevos americanos. El valle cálido o la quebrada templada son las formas de la geografía humana del futuro andino. "Después de dos siglos de conquista, los Andes presentan el panorama admirable de sus hermosas ciudades de techos rojos, con sus inmensos huertos y jardines y sus fuentes de agua, sus rlos o sus cascadas, porque cada pueblo importante tendrá cerca su cascada, como si los dioses del agua precolombinos quisieran seguir protegiendo a sus pobladores." 2. Entre los que se asombran, mencionemos ante todo a Pedro Sánchez de la Hoz, segundo secretario de Pizarro (el primero fue un tal Jerez), Pedro Cieza de León (1518-1560) y, naturalmente, el más fanático de todos, el propio Inca Garcilaso de la Vega (1539-1617). El “contestatario" fue Fr. Fleginaldo de Lizárraga. Los citaremos a todos por orden. Sancho de la Hoz, Re/ación para $.M. de lo sucedido en la conquista... etc., cap. XVII: “La ciudad del Cuzco por ser la principal de todas donde tenian su residencia los señores, es tan grande y tan hermosa que seria digna de verse aun en España, y toda llena de palacios de señores porque en ella no vive gente pobre, y cada señor labra en ella su casa y asimismo todos los caciques, aunque estos no habitaban en ella de continuo. La mayor parte de estas casas son de piedra y las otras tienen la mitad de la fachada de piedra; hay muchas casas de adobe, y están hechas con muy buen orden, calles en forma de cruz, muy derechas, todas empedradas y por enmedio de cada una va un caño de agua revestido de piedra. La falta que tienen es el ser angostas, porque de un lado del caño sólo puede andar un hombre a caballo y otro del otro lado. Está colocada esta ciudad en lo alto de un monte, y muchas casas hay en la ladera y otras abajo en el llano. La plaza es cuadrada y en su mayor parte llana, y empe- drada de guijas: alrededor de ella hay cuatro casas de señores que son los principales de la ciudad, pintadas y Iabradas y de piedra, y la mejor de ellas es la casa de Guaynacaba [Huayna-Capac],cacique viejo, y la puerta es de mármol blanco y encarnado y de otros colores,'y tiene otros edificios de azoteas muy dignos de verse”. El Inca, hijo de un caballero Garcilaso de la Vega, pariente del poeta español, tuvo por madre una princesa india, Isabel Chimpu Ocllo. En 1560, se vio obligado a establecerse en España donde hizo la carrera militar que más tarde abandonó, cuando tomó el hábito religioso. Pasó el resto de su vida en Córdoba. Su obra maestra, los Comentarios Reales, fue publicada por primera vez en Lisboa y la edición lleva la fecha de 1609. Es imposible dar un extracto de lo que dice del Cuzco, me limito a copiar una parte del libro primero, cap. XXIII donde se trata del centro de la ciudad: “Tres calles principales salen de la placa mayor del Cozco y van norte sur hazia el templo: la una es la que va siguiendo el arroyo abaxo; la otra es la que en mi tiempo llamaban la calle de la cárcel, porque estava en ella la cárcel de los españoles, que según me han dicho la han mudado ya a otra parte; la tercera es la que sale del rincón de la placa y va la misma via. Otra calle hay más al levante destas tres, que lleva el mismo viaje, que llaman ahora la de San Agustin. Por todas estas cuatro calles ivan al templo del Sol. Pero la calle más principal y la que va más derecha hasta la puerta del templo es la que llamamos 94 de la cárcel, que sale de en medio de la placa, por la cual ivan y venían al templo a adorar al Sol y a llevarle sus embaxadas, ofrendas y sacrificios, y era calle del Sol". Hemos preferido este pasaje descriptivo que las exageraciones en que, como hijo del Cuzco y orgulloso de su linaje, cae a cada instante. La nota discordante -la excepción que confirma la regla- la da un dominico, Fr. Fleginaldo de Lizárraga. En su Descripción breve del Perú, cap. LXXX dice especialmente: "Era lel Cuzco) el asiento principal de los reyes de estos largulsimos reinos, a quienes llamaban lngas. El sitio es malo y las aguas malas; fundaron aqui su ciudad los españoles en el mismo lugar donde la tenian fundada los indios, que es al principio del valle, el cual en esta parte, es angosto, aunque más bajo; como va corriendo casi al Oriente, se ensancha un poco más. Siémbrase en él trigo y maiz de riego y se da bien si los hielos no acuden temprano. Parte de esta ciudad está fundada en una ladera, y aun la mayor parte; no la dividieron los fundadores por cuadras, como las demás de este reino, ni tiene calle derecha ni proporcionada, porque no quisieron los españoles romper los edificios de piedra que en ella hallaron, no siendo muy aventajados; hállanse en ella muchas calles muy angostas, que apenas pueden ir dos hombres de a caballo a las parejas, a cuya causa en invierno es muy sucia y Iodosa. Pasa por medio de ella un arroyo de poca agua en verano y aun en invierno, si no es por alguna gran avenida que luego cesa, por tener su nacimiento muy cercano; este rlo es muy sucio y de mal olor; le han hecho sus alcantarillas para pasar de unas calles a otras”. Más adelante prosigue con su mal humor lpor no decir mala fei: "Las casas de los españoles, por la mayor parte son sombrías y tristes, si no es la del capitán Diego de Silva, que la labró alegre. Es pueblo muy rico, por la gran cantidad que tiene de indios de encomienda". 3. Michele Colin, Le Cuzco à la fin du XVlle siecle et au début du XVille siecle, París, 1966. Copiamos su pieza justificativa ln.” 10), proveniente del Archivo General de Indias, Cont. 1790: Cali fidãd6S Potosí Oruro Carangas Paz Arica Chucuüo Cailloma Carabaya Cuzco Arequipa Castrovirreina Nuevo Potosí Pasco Trujillo Piura Lima 872.038 81.362 29.582 45.471 2.457 1.343 104.170 6.021 81.929 35.551 1.156 14.630 6.480 18.937 5.296 493.300 RBHQO Porcentaje 44 % _; 0.301*-J(DO')-* 13 5 8 16 11 12 10 14 2 4% 25 % Se trata aquí de la media de la producción en los años 1668-16/3 de las diferentes cajas del reino. La autora indica que la media de las entradas de la caja del Cuzco representa el 16,44 °/› de la Caja de Lima. 4. M. Colin, op. cir., pág. 43: “Al interior del Perú, el Cuzco se sentía también aislado. Sus relaciones comerciales resultaban difíciles por el alejamiento y la pobreza de esas regiones. Los solos rastros que encontramos en los documentos consultados son algunos informes sobre las tarifas aduaneras establecidas para el puente del Apurimac, y las medidas que habla que tomar en caso de fraude. Si creemos el informe del tribunal de minas, posterior a 1738, el comercio interior habia disminuido sobre la meseta, a causa de la prohibición sobre las ventas practicadas por los corregìdores; sin querer criticar tan noble decreto -dice el memorial- se puede afirmar que la apatla natural del indio paralizó más 0 menos el comercio; su falta de vigor y su despreocupación inspiraban desconfianza a los negociantes que no quieren arriesgar sus mercaderias". (La autora remite aquí a tres notas de su propio libro que no cito pero que el lector interesado puede consultar.) 5. M. Colin, op.ci`r., pág. 56: "Así, el Cuzco, de prestigioso nombre, no desempeña en realidad sino el papel de una capital venida a menos. Su importancia económica es inferior a la de las poblaciones que podlan representar aproximadamente el 10 o el 11 % de la población del Perú en esa época, o sea el 8 o 9 %. AI no ser el Cuzco ni una zona minera ni una región de comercio intenso, resultaba ante todo una importante reserva de mano de obra gracias a la abundancia secular de su población indígena”. En una nota anterior la autora agrega: “Jaime Vicens Vives en su Historia económica y socia/ de España y América, da, según A. Rosenblat, 1.400.000 habitantes para el Perú y 800.000 para Bolivia. Contando alrededor de 200.000 en la región estudiada llegamos a esa proporción". (Tomo IV.) 6. Clarence H. Haring, El imperio hrlspánico en América, Buenos Aires, 1966, pág. 141: "Estas atribuciones políticas de la audiencia eran coextensivas con las del funcionario ejecutivo que las presidla. Con su presidente, vigilaba la ejecución de todas las órdenes y decretos reales relativos al gobierno de la Iglesia y el Estado, la administración de la propiedad de los que morían sin testar o sin herederos en las Indias, la inspección y censura de libros, y todos los asuntos de finanzas eclesiásticas, especialmente la administración de diezmos y asignaciones, beneficios vacantes y construcción de iglesias y monasterios". 7. Clarence H. Haring, op.cit., pág. 188: “Las atribuciones que a titulo de patronato asumió la Corona, hizo de la Iglesia, en el más cabal sentido, otra rama del gobierno real, otro medio de poder político sobre los colonos. Como ha señalado Desdevises du Dezert, constituyó un notable ejemplo de la constitución civil del clero aceptada por la Santa Sede. En realidad, la Iglesia americana se convirtió en una iglesia nacional, que vivía dentro de la órbita no del Papado romano sino del Consejo de Indias, y estaba unida a Fioma por vínculos muy débiles. El episcopado americano se destacó siempre por su fidelidad al rey, y a través de su influencia espiritual y moral, la Iglesia se convirtió en el agente más D oderoso para mantener el dominio de los reyes espanoles sobre sus distantes y dilatadas posesiones transatlánticas". (El autor cita a G. Desdevises du Dezert, ”L'EgIise espagnole des lndes a la fin du XVIIIe siècle, Parls, 1917, lseparata de la Revue Hispariique, vol. XXXIX, págs. 112-293.) 96 Enrique Marco Dorta, in Angulo, Historia del arte hispanoamericana, Barcelona, 1955, tomo I, págs, 696: “Pocos años más tarde, en 4 de marzo de 1571, el obispo electo del Cuzco dirigía un memorial al Consejo de Indias pidiendo que le diesen cédula para que al llegar a su obispado pudiese hacer cumplir las disposiciones referentes a la construcción de las iglesias catedrales. Suplicaba, además, ciertos donativos para la obra y fundamentaba sus peticiones en la 'necesidad que la dicha yglesia tiene, pues que aún apenas está comencada de hacerse los cimientos' 8. Rubén Vargas Ugarte, Historia de/ Co/egio y Universidad del Cuzco, Lima, 1948, pág. VI: “EI P. Antonio de Vega Loaiza había nacido en Talavera de la Reyna y siendo ya estudiante teólogo vino al Perú en 1589, poco después lo hallamos en el Colegio del Cuzco, donde ejercía el oficio de Ministro, sien- do Rector el P. Esteban Cabello. Habiendo sido elegido éste en la Congregación Provincial, celebrada el año 1594 en Arequipa, Procurador a Roma, quedó el P. Vega de Vice Rector, hasta la llegada del P. Manuel Vásquez. Más tarde se le nombra Rector de La Paz y en el año 1606 lo encontramos con el mismo cargo en Potosí, en donde permanece, por lo menos, hasta 1611, si bien es más que probable sustituido en el oficio. Pasó después al Colegio de Lima y en esta ciudad ocurrió el fin de sus días en Enero de 1620”. Agreguemos que su libro se llama Historia o enarración de las cosas sucedidas en este colegio del Cuzco destos Reynos del Perú desde su fundación hasta hoy Primero de No viembre Día de Todos los Santos año de 1600. El manuscrito fue descubierto por ese gran histo- riador peruano que es el P. Vargas Ugarte en la Biblioteca del Congreso, en Washington. y ha sido publicado por él en su citado libro. 9. P. Vega in Vargas Ugarte, op.c¡t., pág. 10. 10. P. Vega in Vargas Ugarte, op. cir., pág. 33. 11. P. Vega in Vargas Ugarte, op. cit., págs. 10-11. 12. P. Vega in Vargas Ugarte, op. cit., págs. 78-79. 13. P. Vega in Vargas Ugarte, op. cit., pág. 33: “AI abrir de los cimientos, se hallaron grandes dificultades, y la mayor fue que cuanto se trabajaba en un día se derrumbaba y cubría en otro, por ser todo el sitio de nuestra Iglesia y casa, tierra movediza y llena de cascajal; porque antiguamente, todo este suelo de nuestra casa y de esta Plaza grande, a donde nosotros vivimos, estaba lleno de unas fontanas o manantiales de agua de lo que resultaba estar todo ello hecho una laguna, y pantano grande. Y para quitar esta fealdad los incas divirtieron las aguas de un rio o arroyo que pasa por medio de la ciudad la quien en su lengua llaman Huatanay) y toda la laguna cubrieron de cascajo, echado a manos de indios en muchos estados, con lo que vino a quedar toda la plaza pareja y enjuta”. 14. P. Vega in Vargas Ugarte, op.cit., pág. VIII: “Doña Teresa Orgóñez, hija del Mariscal Rodrigo Orgóñez, el fiel amigo de Almagro y de doña María de Valverde, hermana del primer Obispo del Cuzco. Doña Teresa, que, por sus progenitores, era de conocida nobleza, abrillantó los blasones de su casa mediante su enlace con D. Diego de Silva y Guzmán, y aunque de su matrimonio tuvieron cuatro hijos, su cuantiosa fortuna le permitió ser generosa con los Jesuitas". Sigo yo: este Diego de Silva, marido de Doña Teresa es sin duda el mismo que cita Fr. Reginaldo de Lizarraga l1540?-1612) en la última parte de nuestra nota 97 n.° 2. Debian ser bastante ricos para hacerse una casa "alegre" según el cio Tocamos aqui a un medio muy interesante de mecenas cultos. Más tarde el obispo Mollrnedo los sobrepasará a todos en generosidad. 15. Es siempre el mismo cronista, el P. Vega, quien en el capítulo VII de su obra nos habla de los trabajos de esa primera iglesia. Fue ella resultado de la capacidad del P. Ruiz de Portillo que realizó también la vecina capilla llamada de Indios. Otro religioso, el P. José Teruel, terminó la gran iglesia y el coro. Un tercer artista, el “famoso arquitecto de nuestra Compañía", el P. Juan Ruiz, diseñó los dos portales de la iglesia y de la capilla de Indios. 16. Se trata del P. Juan de Córdoba. El documento es una carta que ese Fi.P., en ese momento rector del Colegio del Cuzco, escribió al obispo Juan Alonso Ocón, con respecto al terremoto de 1650. Ese patético documento se encuentra en Fl. Vargas Ugarte, op.cit., pág. 153 sqq. 17. Me excuso ante el lector de no dar extractos de la célebre carta del P. Córdoba. Todas las historias del arte han hecho casi las mismas citas. Se las encuentra resumidas en Angulo lñíguez, Historia del arte hispanoamericano; e in extenso en el ya citado P. Vargas Ugarte, Historia del Colegio y la Universidad del Cuzco. 18. R. Vargas Ugarte, op.cit., pág. 161: “La de la Compañia es cosa Iastimosa. En el primer temblor desvióse la pared de la Iglesia que cae al claustro primero y siempre fue inclinado y aunque con tanto peligro hubo hombres que, lastimados de que se perdiesen unos excelentísimos lienzos se arriesgaron y los sacaron libres, el jueves que fue el temblor. El lunes a las 6 de la mañana cayó todo el lienzo y se llevó tras sí el corredor que era espacioso; perdióse teja y ma- dera que toda era de cedro, con que quedamos sin Iglesia y aunque se escribió a S.E. por el correo de esta ciudad que deseábamos se cayese para hacer otra, no sé que otro que Dios penetre los pensamientos ni que pueda nadie juzgar que para edificar habíamos de apetecer tan gran ruina con pérdida tan grande. Parte de nuestra torre se vino abajo y lo demás amenazaba ruina que fue fuerza derribario; el lienzo del claustro contiguo al que se cayó estaba para caer y todas aquellas celdas hendidas y caidas; apenas hay celda que no pida reparo y toda la enfermería y capilla interior ha venido abajo que es lástima verlo. Hemos salido todos a la plaza; allí hemos hecho Iglesia de sayal, como la tiene la Catedral y eri ella hemos celebrado la Semana Santa, y ahora se celebra y habitamos en un toldo grande que para este efecto se hizo en la plaza junto a la ramada que sinre de Iglesia". 19. D. Bayón, L'architecture en Castifle au XVie siècle, París, 1967, pág. 132 y passim. 20. Harold E. Wethey, Colonia/ Architecture and Sculpture in Peru, Cambridge, Mass., 1949, p. 39: “La gran gloria -entre todas las del Cuzco- es su catedral. Autorizada por bula papal de 1553 es la más .hermosa iglesia del hemisferio occidental”. No podemos suscribir a semejante opinión que nos parece, al menos, muy parcial. 21. Un día pienso desarrollar estas ideas apoyándolas en fotos de esos monumentos. En Galicia y Portugal hay una arquitectura de “placas” que los historiadores Flobert C. Smith y A. Bonet Correa han estudiado. J.H. Plantenga 98 _... ol autor de un libro muy interesante sobre el Brabante. En cuanto a Italia del sur la bibliografía es demasiado extensa para una simple nota. 22. En efecto, veamos un poco el origen de los nombres citados en todos los monumentos en que hay conatos o afirmación de la fachada-retablo como expediente compositivo: en la catedral de Lima, Marco Dorta ltomo ll, pág. 129l habla de un arquitecto español, Pedro Noguera, que modificó el “retablo exterior” de la catedral diseñado por su predecesor, otro español, Juan Martínez de Arrona. (Para G. Gasparini, América, barroco y arquitectura, Caracas, 1972, pág. 240, la fachada-retablo del Cuzco es de autor desconocido y debe preceder a la de Lima, que es de Martinez de Arrona, modificada por Noguera.) En San Francisco de Lima (cf H. Rodríguez Camilloni, “EI conjunto monumental de San Francisco de Lima en los siglos XVII y XVIlI”' Boletin del Centro de Investigaciones Hilstóricas y Estéticas, Caracas, n.° 14, 1972) encontramos los nombres de Constantino Vasconcelos, portugués, y de su discípulo Manuel de Escobar. En la catedral del Cuzco, Marco Dorta lin Angulo lñíguez, tomo ll, pág. 172l habla de un posible autor de la fachada-retablo que sería un tal Francisco Dominguez de Chavez y Arellano, español como su nombre lo indica. En cuanto a la Compañia del Cuzco, que nos ocupa, ya se sabe que las atribuciones están en disputa: para el común de los historiadores el responsable es el flamenco P. Egidiano -que recusa Wethey y confirma Vargas Ugarte- o el español Diego Martinez de Oviedo, según pretende demostrar Cornejo Bouroncle. lVéanse apéndices Ill y lV.l 23. Cf D. Bayón, “EI Manierismo español bajo el signo religioso (EI caso de Alonso Berruguetel”, Revista de Occidente, Madrid, n.° 43, 1966. 24. Fl. Vargas Ugarte, Los jesuitas del Perú y el arte, Lima, 1963, pág. 73, en una sabrosa nota la emprende con Harold E. Wethey que habla dudado en su libro que el P. Egidiano fuese el arquitecto de la Compañía: “Las razones por las cuales hemos señalado al P. Gilles o Egidiano como autor de los planos de la Compañía del Cuzco no tienen vuelta de hoja. Lo afirman los contemporáneos y la Carta de Edificación, escrita pocos años antes después de la terminación de la obra, lo dice claramente. Mientras no se presente un documento que expresamente diga lo contrario, tenemos que sostener este aserto y todo historiador digno de este nombre tendrá que suscribirlo. Wethey acepta que el P. Gilles, fuera el arquitecto de la Capilla de Loreto, cuya portada si bien es de mérito, revela que su diseñador era todavia novel en el arte y se basa en los datos aducidos por el continuador de la Historia del P.Vega. Si se admite este testimonio ¿por qué rechazar el de los que anotaron la obra dicha y el del P. Marinero, morador del Colegio del Cuzco, que escribió la Carta de Edificación del P. Gilles, a raíz de su muerte? Tanta razón hay para aceptar lo uno como lo otro". 25. H. Vargas Ugarte, Los jesuitas del Perú y el arte, Lima, 1963, p. 71. 26. Hay que recordar que el capitulo de la Catedral se volvió a oponer a la reconstrucción de la Compañia en el mismo emplazamiento, como ya lo había hecho la primera vez (véase ut supra). El P. Vargas Ugarte en el libro que acabamos de citar lpágs. 69-70) nos explica cómo el capitulo terminó por aceptar la situación de facto. 27. Cf D. Bayón, L.'architecture en Castille au X Vie siécle, Paris, 1967, pág. B1 sqq. 99 28. G. Gasparini, América, barroco y arquitectura, Caracas 19/2 pág. 260 SCM-, establece el itinerario geográfico e histórico de este “viaje” realiï zado por la fachada-retablo. 29. Historia del arte hispanoamericano, tomo ll, pág. 124 fig 103 30. Se señala siempre la obra de Wendel Dietterlin, Architecture (1598). Quisiera agregar como antecedente de ese libro el de Vredeman de Vries, Architecture v. Vitruvius (1581l; Y como trabajo posterior, Jacob Francart Premier livre d'architecture (1616), sin olvidar los dibujos y proyectos, entre otros: del pmpio P.P. Rubens. 31. George Kubler, Art and Architecture in Spain and Portugal and their American Dominions, Harmondsworth, 1959, pág. 92, propone como prototipo del retablo exterior de la catedral del Cuzco, la iglesia de San Miguel de los Reyes, en Valencia, obra de Martín de Olinda. Pienso que el ejemplo citado no constituye una verdadera fachada-retablo. En America y España se produce contemporáneamente esa resurgencia de un viejo tema hispánico. Y en la Península ello tiene Iugar en Andalucía, región con la cual las afinidades hispanoamericanas son siempre mayores y más intensas: una misma sensibilidad en dos focos distintos, el sudamericano más influido por la sensibilidad de los Padres extranjeros y el uso constante de los tratados como término de referencia. 32. Erwin W. Palm, “L'Art du Nouveau Monde après la conquête espagnole”, Diogene, París, n.° 47, 1964, pág. 76. 100 La catedral de Lima: una técnica constructiva adaptada a la necesidad He elegido esta vez -en esta serie de cateos, de ejemplosclave- otro aspecto aún de la arquitectura colonial sudamericana, el de la reconstrucción de Lima después del terremoto del 28 de octubre de 1746. En general y en toda la medida de lo posible no he querido hablar de “monumentos fantasmas”. Ahora bien, las iglesias de Lima que remontan a los siglos XVI y XVII puede decirse que sólo existen sobre el papel o en las des- cripciones de los cronistasi, ya que ellas tuvieron que ser reconstruidas en el siglo XVlll. Para trabajar sobre elementos concretos me ha sido, pues, necesario tratar del principal edificio religioso de Lima en ese momento de su devenh. Esta vez, pues, será cuestión de un problema técnico. De una construcción más astuta que gloriosa, adaptada -bien que mal- a circuns- tancias precisas, en este caso bastante trágicas. Al no tratarse de un simple juicio estético que la simple contemplación del monumento podria en si mis- ma justificar, me pareció indispensable ir a buscar directamente al Archivo de indias de Sevilla la información histórica directa y de primera mano. La elección de la catedral de Lima como testimonio de esta reconstrucción no fue voluntaria de mi parte, sino que resultó casi obligada, justamente en razón de las fuentes que encontré en esos archivos2. Sobre todo de dos plantas antiguas con inscripciones explicativas, y de una plancha suelta donde están representadas las torres, tanto en elevación como en cortes transversal y longitudinal. En cuanto a las fuentes escritas3 conciernen el terremoto en general y las instrucciones dadas al respecto para la reconstrucción de la ciudad con todo el papeleo burocrático que ello comporta lfigs. 30 y 31 l. Las otras grandes iglesias limeñas aparecerán también en este capítulo, aunque sólo sea como acompañamiento. Es por demás evidente que 101 San Francisco4 o Santo Domingo son más interesantes que la propia catedral en su volumetría exterior; que la Merced o San Agustín lo resultan por sus fachadas; que, en fin, San Pedro -la iglesia de los jesuitas- las vence a todas por la magnificencia de su interior que conserva intactos sus retablos. Sin embargo, la catedral llena de defectos_va a servirme para estudiar los avatares de una forma que se quiere conservar a toda costa. Y de paso para estudiar un procedimiento constructivo que se ha sabido adaptar a las ventajas y servidumbres de un clima y de un suelo tan particulares como los de la región de Lima. Para estudiar este episodio del terremoto de 1746 debemos comenzar por ocuparnos de una vida impar: la del famoso conde de Superunda, nombre que parece extraño a oidos españoles hasta el momento en que comprendemos que es inventado por la unión de los vocablos latinos superunda, lo que sirve para recordar su activa participación en el afán de reconstruir Lima. ' ,, , 9 Fig. 30. Planta antigua de la ca tedrai de Lime, (Archivo de Indias, Sevilla). En esta antigua ..,¬,..=...¬.._s.f,¢=--_.....__,.__ 3 ff _ . ,Í ,;¿;., r -_-.›~~ , l _ _ já 'lä- ,¬;_ ` ai.. r planta la disposición general es la misma que perdura hoy dia. J-¿_ Q 1 _z_ _ 1 Solución rectangular con ábsi- de plano como la catedral de f-mi--F L ` -_ ' ' , 1 _ 3-by lg."fï¿ï~ vc» J! it.”- ~ 9, j __ '... " ni, v Jaén. En elevación se trata de ¿ na. El perfil no es elevado deli- H 1;É _ """"' lun_nu† ' .,-__; L¬¡. ._ A "'*'*' ,_._3' beradamente a causa de los i temblores. Los pilares crucifor- 'i mes resultan muy sinceros y revelan su función: cada pilas- 7° « _ $1 » tra parece hecha para conti- _, y separan entre si las distintas fl'.¢c4\i?" ~T"i-fi'_I:"Ai. '|¬5-¡" '¡+"lJ›-r .=~._<¢. ›-¬-1. ' -fr- i __irlli 'i _., _ -_____1 Iii i `2'§.1.1"l_ 1 G “ -. ¡Í J* -. ,I _mi ,-¬¬¬-›¬-›. _ mm- ml@_ -g- __ ¡J rw, J W; _ ›~ bàüfl _ , '....:.;._'__,_;_::1'__¢:::-__". 102 “bosque de columnas”. . rlüi Jj ._ g-e-4.-'. W-“É ' .....,...:.....-' .wc.....¿.a: .;... 1;... Í- 'Í g sz -L---,É--1--I,-=u..f.;..:';-.¢.:._. ¿_ 1 _ J __ ___ › _ __ = . nuar los arcos fajones que unen bóvedas en que culmina este _- * I ropea en versión sudamerica- -_ _; | _"“ -' __ _ ¿ una verdadera Hailenkirche eu- I _ D. José Antonio Manso de Velasco era un militar de carrera. `Tornó parte en las guerras de Sucesión al lado del primer borbón español, *Fc lipe V. En 1735 fue nombrado presidente de la audiencia de Chile, pais en el que emprendió. grandes trabajos, muy beneficiosos para la lejana colonia. A causa de su buena gestión, diez años más tarde era promovido al cargo de virrey del Perú/y hacia su entrada en Lima justamente un año antes de los catastróficossucesos. Ya veremos, más adelante, cómo Superunda ejerció con mano firme sus funciones. En agradecimiento de las cuales la Corona le confirió ese título, con nombre simbólico, en 1748. Dos años más tarde, en 1750, debió enfrentar una revuelta que se había producido muy lejos de Lima, en los confines orientales del virreinato: en las misiones jesuíticas sobre la margen izquierda del río Uruguay. Fue muy buen administrador, el primero que hizo cumplir las ordenanzas de 1741 relativas a las estadísticas en las colonias. Se elevó contra los abusos y, al mismo tiempo, se dedicó a aumentar las contribuciones, instituyendo el monopolio del tabaco que había sido de venta libre en el Perú y Chile hasta ese momento. Sustituido más tarde, en 1761, por D. Manuel mcwwwm ¿DI wm li- ¢-ìï-=---~.-N x-.-Mm 'PLANTA umrnuvss: '-.. ,,_____,_,_,__,_l"___ ___-___ ._,,__ ,°¿`;¡"____,-_-_* - r,¡§'{_-,_,__._j1'__-_ una gw.-_ cmmrm ns LA IA:-rn_§›r1u1.|:a¡¿ cxrmznmu. mz uu»-›»¡ ¿uds con ounol. A›t1l.u.¡.o.` La rumano _ HAJTA nn Año nz »nonnrs sz ¿rm <:¡:Lna¡.u~u›ø__..¬- un |u:.¢-nu-.1~z nn: La rumana _ I """"'“"'¢*“"""* f”~“'-M* ""^'-^*"'.'* *'°""*““ .kl-u |.¢~ L----¿¢Ir.`=-|.›.l' Li '¿..I'PA ¡_u....;.¿,,j,¡¿_=,,;, ,__ __.¿,_,_,, 1;-,,,¡,,-,,,,›,,.,¡,¿_,__f-r¢_r;,-,¡_¡-,,,',†,._ Imlcirflni-J|J¬C¡rÍl _ Jul fín gn.- nf Cotrrmwx :I nu1-mov: con -anual la-Mao. I-As løllwt-I r=øMrI.I¦r¢I:'wIIIAJ EN AND@ C0 Iffl-H.: ø-Jl'J\:I=v asuma. cono fuman ¡va ¿neu fuman: w¡.n¡.n¬ø.unu-ruJ.\-Il nm rvn-r Aseo; 1,0111 ..¿.'-:-~r.-.¿ -L.. r..¡_..¿....;~ ¿Nm rn..-.`...4 _r1Af«-...¢..f.... _ ' c...¦. - f L. ¦ .n 4. Gr@ L .S 1..--L» J. r..4-. 2s.r.,.'.».'. ._ _,-. -«fa ,u_u--ns-1,4 ]›..Íqa.lnO-4-» I---¡fea-. .¡.'K¢-_." J. -.-.. ',. _ 9, mi .1.›¡..'.¢. vn-nJ›.¡-\.'.¢-_-1-'Lc-¡it J.5T|:¦›~›;.- ri-_›..'.¬..'_ 31:4; -r r:«'1.. .:¢.-« NQ.: .:. .l.`I..¬.. 4:.. ... ¡,...L.Or.-,14.-..r?1L._¬-. -P1. ur- ..¿.._'¿. Pxf: »cn l...,± ji inn Jr! C.nf.n_ '9Tf.nø'~ \.-ía!-.11 1 NÂI11 la 'I¬:.|¬ U -` _i Í ¿.¦,..¢.-,._._ ` . lla 1-i _ , .1Af›_.›_ ¡rin-›..'. .rr..-.\...` -:fs: u. 1--` Tun-f Íllln-nu iìr-u~ç'T¢øn-v› ff- 14'-tw.--. I I. | L... ... Í” .. 1» . I- .¬ . ¿.....±. rr.-si-if -..-_..._ "l_ __ . ,_ i'É"21.». 31.11.». ..-.r. ^ _ _ Í _ ¡u _. 4' . .:..c n..-L: .-.,. ;.i'.: --n _ ...o `1.'1. _.ï=5¢ _, ..,- -v wn ¢ 4.1. `., il - rn ri- 21:4--'.f...:.c _ -..' ...¬. ...ii-_,-....›. 2¡n.._,.....;. .l. _ 7.11 A-.. JI P.=- J... N .-..¬(.. ¦un. .fr..l.. Irc..-¡...†¬... _:rynw -4:- __ ' ¡F 1 ,_-Q , ,Í _'1'I«¡ '- ..- if* L Mi l. - ¿ll n ..l` ik . _ .. ¿F 1 . ;I“f - 1- › ›~ U '_ .“i'1`_\ n.,`-~ ` “f -_1- ¬4 Ini' - _--_r._ iz- . c ›-jr~ 1 › J) -'II`› ' _; Él r åj ¿fl _ l l j ¡_ ~_ 4' 1 rfb lj ji' 1, ,sn r1i-rIr-\v¡nrv:›r»-'3 ~-- .- l ._,Q____`_ «›1-_ ._ .___. .¬ ._. "Ih!!t«¿LÍIi A !lF'I ..› r`.' __ - ;._-. _ ±-,=,_ '.i- .UL.-._._.7'""-."-'`;-,'x.fig-.j.'f--,.__..«___›\-P._'_\r.-_¬,_¡-__-r,.f. 4'Ar.-.gi-'¬_'›_-'_-vfl-,vi^_;.__ “'-aI«-I_."I-r*i"_'_--_'-'_-_.-_ 'r¢._;-I. m¬”f.--_=I¬_ ¢_ürf¬r-Air b»-'-_:.__.f_-V7' _ j _ _ .I | "i ir ,¿ ø 1 _- ` `l H . l., .iz - I ' l'_a ~\f_ 4-I -¡ . `¬n_ _-.I -ñ ¡I-!_¬ '*=--¬-.-' lr'. 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Los conservamos gracëas a dos tipos de documentos. En Sevilla pude manejar la carpeta que comprende el ¡nforme y toda la correspondencia cambiada entre Superunda y la Corona. En los Archivos Históricos Nacionales de Madrid encontré, por otra parte, ur'a /ndividual y verdadera relación... etc., en que figuran todos los detalles, pero donde ya es difícil saber hasta qué punto la historia no empieza a ser novelada según la costumbre de la época. No podemos pretender -dos siglos después de la catástrofe- contar en detalle todo ese horror que, para colmo de males, tuvo lugar de noche. No es eso lo que interesa esta vez. Ya mostraré más adelante cómo el virrey, en su informe, llegó muy bien a dar el tono y el clima de lo que pudieron ser esas horas nocturnas en que los muros se desplomaban, los incendios se prendían solos, el pánico y la desesperación se instalaban en la ciudad destruida. Prácticamente todos los grandes edificios se derrumbaron. Como siempre en esas ocasiones, el fuego acababa de consumir lo que el temblor había respetado. Algunas horas apenas más tarde los cadáveres empezaban a heder, las ratas a salir de los sótanos y el peligro de la peste se cernía como otra tragedia superpuesta a las que la hablan precedido. El virrey fue el hombre del momento: no huyó, para ir a instalarse en pleno campo como era la costumbre. Sino que permaneció en la ciudad dando órdenes, rodeado de algunos de sus bravos y decididos subalternos. Nos asombra aún hoy la rapidez y el señorío con los cuales Superunda se hizo dueño de la situación5. ` Se planteaba entonces el problema de la reconstrucción. Por empezar, hubo notables en la .Junta que quisieron simplemente mudarse y abandonar la ciudadfi. Es lo que se había hecho en multitud de casos: movimiento fatal empero para Lima que hubiera perdido su prestigio. Hay que pensar que Lima representaba en ese momento una de las ciudades más importantes y hermosas de todo el imperio español. Quererla cambiar de emplazamiento para instalarla en otro sitio, no volver a hacerla a la altura de su antiguo prestigio, era condenarla forzosamente a declinar. Es lo que felizmente Superunda no quiso hacer. Después del hombre y las circunstancias abordemos ahora, por fin, la historia misma de la catedral de Lima que he querido tomar hoy como ejemplo que me va a servir para desarrollar varios temas fundamentales. Francisco Pizarro, el fundador de la ciudad en 1535, habia tenido buen cui104 idãdo, según la costumbre española de la época, de establecer la catedral al ìmismo tiempo que la traza urbana. La iglesia “oficial” se iba a encontrar, __'de entrada en la Plaza de Armas, centro y razón de la nueva villa. Una gran parcela de terreno cerca del Flimac, el río que justificaba la fundación, fue elegida por P`zarro en esa oportunidad. La eligió de manera que resultara perpendicularìä la sede del poder civil, disposición que pese a todos los cambios habidos-se' perpetúa aún hoy en nuestros días. _ _ _ Una primera construcción que imaginamos muy modesta fue levantadaen' ese lugar. Seis años apenas más tarde este esbozo de templo era elevado ya a la categoría de catedral. Algo después, en 1551 se realizó otra obra un tanto más apropiada a la alta función a la que se la destinaba. El nuevo edificio, siempre aún muy humilde, consistía en una sola nave cubierta por un simple techo en madera a dos aguas, un coro elevado a los pies de la iglesia y un ábside abovedado en ladrillo. Era cuatro veces más larga que ancha puesto que sabemos tenía 260 pies en un sentido y solamente 55 en el otro. El arzobispo Loaysa y el capítulo decidieron en 1564 lanzarse a la construcción de una nueva fábrica y para ello nombraron. maestro de obras a un cierto Alonso Beltrán, encargado de trazar nuevos planos. El Cabildo no quiso pagar esos trabajos y hubo que esperar la intervención del virrey D. Francisco de Toledo que supo contentar a todo el mundo. Entre 1569 y 1574, Fray Jerónimo de Loaysa pudo finalmente colocar la piedra fundamental de un monumento que prometía ya ser a gran escala. Había que ponerse al diapasón de las órdenes religiosas, que estaban a la sazón levantando conventos y ciertas iglesias muy considerables. Los dominicos y mercedarios habían comenzado a partir de 1540; los franciscanos desde 1555 estaban ocupados en llenar una gigantesca parcela de terreno que -como en Quito- les había sido atribuida en suerte. Venían después los agustinos que se instalaron ya en 1574. La nueva catedral iba a tener una planta libre sobre tres de sus cuatro lados. Se la construía en piedra, la cual tratándose de una región desprovista de ella debia venir desde Panamá... Se levantaron algunos pilares del ábside pero el obrador no progresaba aunque el tiempo no dejara de pasar. Hubo que interrumpir los trabajos por falta de fondos; se habia visto demasiado grande y las autoridades comprendieron que habría que conformarse con algo más modesto. Fue entonces cuando el virrey de turno, D. Martín Enríquez de Almansa, invitó al gran arquitecto Francisco Becerra? a que viniera a ocuparse él mismo en persona del proyecto de esa nueva cate- dral de Lima. Becerra dejó la ciudad de Quito, donde se había instalado, para ir a vivir a Lima y trabajar allí. Debió llegar hacia 1582 y se puso en seguida manos a la obra. La muerte de su protector al año siguiente no cambió para nada su posición y un poco más tarde, en 1584, la Audiencia lo nombró “maestro”, no solamente de la catedral sino también de las obras del palacio de los virreyes y de la fortaleza del Callao lfigs. 32 y 33). 105 Las cosas se prolongaron una vez más. Hubo que demoler I., ya existente y volver a empezar. Sólo la llegada de otro gobernador, D. Luis de Velasco, en 1596, dio impulso definitivo a la obra. El en persona expIica3 cómo pidió al arquitecto que redujera un tanto su proyecto inicial. Finalmente después de algunos años de mucha labor, en 1604, se pudo inaugurar la parte posterior del templo. Un poco más tarde moría Becerra, pero su idea iba a ser proseguidahasta llegar a una forma bastante parecida a la que aún hoy todavía podemos ver. Estudiemos ahora esa planta definitiva de la catedral de Lima, que es prácticamente la misma de la del Cuzco, también de la mano de Bece- ›-. r"' r Fig. 32. Fachada de la catedral, Lima (foto D. Bayónl. La catedral tal como se la ve hoy desde la Plaza de Armas, modernizada pero siempre conservando su antigua fuente de bronce. El edificio -como es costumbre en Sudamérica- se expande libremente en anchura (amplitud de las parcelas atribuidas en el momento de la fundación), hecho que compensa en cierto rnodo lo poco que se atreve a crecer en altu106 ra a causa de los terremotos. Sólo la parte central en piedra es del siglo XVII, el resto es obra de mampostería de imitación realizada en quihcha a mediados del siglo XVIII. Los remates de las torres son muy posteriores y de algún modo contradicen la voluntad serena de la gran masa de tendencia horizontal, de carácter “planis- ta” (sin cuerpos de edificación que avancenl y a dominante cúbica. iia. Se inspira principalmente en la andaluza catedral de Jaén: un rectángulo de ábside cuadrangular dividido en tres naves de misma altura -iglesia-salón - con una fila de capillas laterales a ambos lados. En Lima, los tramos son nueve. el primero es más corto que los siguientes y sirve de base a las torres que desbordan del rectángulo básico. Los otros tramos son iguales entre sí a excepción del que corresponde al crucero, del que lo precede y del que cierra la composición. _ _ La elevación nunca pretendió ser tan esbelta como las catedrales ”verticales” españoles, Granada, Jaén, Málaga, que constituyen verdaderas obras maestras. Pero la prueba de que Lima se inspira de esta glo- Fig. 33. Centro de la fachada de la catedral, Lima lfoto D. Bayónl. Se conservan dibujos de Martínez de Arrona en los que se puede comprobar las diferencias que fueron introducidas más tarde en esta fa-. chada. Se trata en realidad de una portada perfectamente compuesta con elementos clásicos o manieristas “a placas". Sólo la ruptura ascendente de algunas molduras curvas presta al conjunto un carácter tími107 damente movido. Es siempre el tema de una puerta -casi un arco de triunfo estrecho- bien compuesta de acuerdo a los cánones. De ninguna manera se la puede asimilar a la fachada-retablo cuya estructura misma es siempre mucho más escultórica que arquitectónica. riosa prosapia de catedrales renacientes andaluzas, la podriamos encontrar en los pilares muy espaciados entre sí, hechos para ofrecer una circulación particularmente cómoda. Estos pilares son, en realidad, cruciformes en planta. Sobre un núcleo en forma de paralelepípedo, cuatro pilastras jónicas vienen a aplicarse al núcleo, el todo coronado por una especie de “segundo capitel”, constituido por un pequeño entablamento abreviado que da vuelta al pilar. A partir de este falso capitel -que confiere esbeltez al pilar- nacen los arcos fajones que, a su vez, establecen la cuadrícula necesaria sobre la que vienen a apoyarse las nervaduras de las bóvedas lfig. 34). Ahora bien, es justamente a nivel de las bóvedas que hubo en Lima durante siglos muchos cambios. En efecto, las primeras -las de Becerra- eran bóvedas de arista, lisas sin molduras ni decoración alguna. Un temblor de tierra en 1609 hizo sufrir mucho a esta cubierta y, después de cinco años de consultas, el Consejo de Indias ordenó al virrey zanjar por sl mismo la cuestión. A fines de 1614 éste decidió pues envíar tres funcionarios que, a su vez, convocaron a ciertos expertos para aprobar o rechazar las reformas que proponía Juan Martínez de Arrona, maestro de obras de la catedral. Lo apoyaron por último en su idea de demoler las bóvedas de arista para hacerlas nervadas aprovechando la ocasión para rebajar la altura de esas bóvedas sobre el suelo. = Fig. 34. Interior de la catedral, Lima (foto D. Bayón). El as- pecto original proviene de los arcos rebajados, las bóvedas sobreelevadas ide tipo llamado angevinol y la reticula de ner- vaduras floreciendo en abanico por encima de los pilares cruciformes. Los diminutos caplteles jónicos de las pilastras son aportes recientes y no cambian en nada el aspecto severo y proporcionado del conjunto. El barroquismo, como casi siempre en las catedrales hispanoamericanas, hay que buSC8f|0 en algunos retablos laterales. 108 Hasta aquí la información. Habría sin embargo que establecer una polémica con dos especialistas que tratan del tema. Se trata de Marco Dorta y de Wethey. El primero dice9: “He aquí, pues, cómo a principios del siglo XVII se vuelve al gótico en Lima, buscando en la flexibilidad de sus estructuras constructivas una defensa contra los temblores de tierra”. Habría que agregar un matiz quizás importante: al gótico como sistema constructivo de bóvedas nervadas. Nada más. En todo caso, no al gótico como “estilo” o sentimiento general de la forma.›Es quizá el siglo XIX el que nos ha acostumbrado a la idea del “estilo” como algo abstracto. Los góticos no sabían que construían “en gótico” como el personaje de Moliere no sabía que hablaba en prosa... Me parece que hay que insistir en el hecho de que a principios del siglo XVII en Lima se vuelve a la bóveda nen/ada por razones de fuerza mayor y sólo como expediente constructivo útil. Eso es todo. La reflexión de Wethey no cae en esa trampa estilística, pero él también lamenta a su manera el uso de la bóveda nervada en un monumento de “otro estilo”. En su libro ya clásico dice textualmentem: “La adopción de la bóveda gótica en 1613 fue un procedimiento constructivo y no una cuestión de preferencia estilística, puesto que desde hacía mucho el gótico habia pasado de moda en beneficio de la bóveda renaciente de cañón corrido. Desgraciadamente -continúa- nadie pensó en sugerir un artesonado de paneles de madera de tipo renacimiento ni siquiera uno mudéjar, siendo ambos empleados abundantemente en Lima en el siglo XVI y a principios del XVII. Del punto de vista estético tal solución habria sido altamente satisfactoria para la catedral y para Lima en general". Hasta aquí Wethey. Me asombra un tanto ver al historiador norteamericano poner mala cara ante una bóveda nervada y predicar en cambio la adopción de un artesonado renaciente o mudéjar. Si se busca una ideal pureza “clásica” para una catedral compuesta en orden jónico, me parece que los artesonados renacientes o mudéjares estarán tan fuera de lugar como una bóveda nervada. Además, del punto de vista puramente constructivo, una vez adoptada la estructura de los pilares vinculados entre sl por los arcos fajones no veo cómo se puede cubrir ese espacio con un techo a casetones o en carpintería de madera tratada a lo árabe, sin compartimentar demasiado el espacio. Creo encontrar otra buena razón al partido adoptado. En los casos prec'arios -muy frecuentes en América del Sur- no se trata de ejercer a priori una voluntad de forma sino sobre todo de contentarse con las posibilidades de los materiales y la mano de obra local en un momento dado. Para mí, al revés de lo que le pasa a Wethey, no sólo no hay que censurar sino por el contrario admirar la libertad de espiritu de esas gentes del siglo XVII que no temían volver atrás, adoptando en circunstancias 109 difíciles un procedimiento que había resultado ampliamente satisfactorio en lc', siglos precedentes. La historia de esas famosas bóvedas no para ahi. Destruidas una vez más en el temblor de 1677 fueron reconstruidas “hecho de crucería con media bara de reliebe el serchon muy bien obrado de cedro incorruptible y iesso canteado significando ser silleria de piedra"11, lo que parecería demostrar que las anteriores habían sido de ladrillo. Anticipando vemos que este procedimiento “ligero“ fue el mismo empleado un siglo más tarde en ocasión del sismo de 11146 que nos ocupa en este capitulo. Hénos aquí casi el término de estas adaptaciones sucesivas que venimos estudiando. Antes de justificarlas globalmente debemos ahora hablar de la quincha. Se llama así en el Perú una especie de aglomerado, verdadero trenzado de juncos y barro seco, que puede servir de tabique o de techumbre a condición de encontrarse en una región como la limeña en que jamás llueve. No digo que el clima sea seco, entiéndaseme bien, el clima de Lima no es seco, si vamos al caso. Lo curioso es que no llueve nunca” y que eso viene ocurriendo desde siempre, lo cual no quiere decir que la atmósfera sea seca, por el contrario. Nueve o diez meses al año el cielo de Lima resulta bajo y cubierto. Se vive, por asi decir, "al interior de una nube” y ya sabemos que una nube es por definición húmeda. El fenómeno extraño es que esa humedad no se condensa en lluvia sino en una especie de rocio, agua en suspensión que los peruanos llaman la garúa. Ahora bien, es precisamente ese elevado grado de humedad el que permite a los techosde quincha, ligeros y al mismo tiempo porosos, el hecho de poder resistir a lo largo de los años. La sequedad total acabaría por destruirlos: si esas tenues “telas de araña” pueden precisamente perdurar, es gracias a la falta de lluvia pero, también, a la notable humedad del ambiente. Según Buschiazzo”, el origen de la quincha para edificios importantes habría que buscarlo en Constantino Vasconcelos, arquitecto portugués que trabajó en la reconstrucción del convento y la iglesia de San Francisco, quizá el más hermoso conjunto de Lima y que sufrió enormemente en ese terremoto de 1746. Para rehacer esa iglesia, Vasconcelos decidió construir las últimas bóvedas llas primeras eran de ladrillo y según el procedimiento tradicional) empleando ese ligero trenzado de juncos unidos con barro seco y recubierto de cal o de estuco: lo que acabamos de llamar la quincha. En la costa peruana en lugares como Cerro Sechín o Moxeque, en construcciones de la cultura ancash, se encuentran ejemplos precoces del uso del adobe seco14. Por otra parte, el R.P. Bernabé Cobo nos proporciona el doble testimonio del empleo de esos materiales en tiempo de los españoles. En su 110 ¡dación de Lima habla de los pantanos que se encuentran en la zona del Lïallao donde crecen los juncos y carrizos “de que están hechas las esteras que cubren las humildes casas”; y más adelante explica que las casas, en general, son de adobe “recubiertas de esteras trenzadas con carrizos..." Vemos que había una verdadera tradición de la quincha. La originalidad de Vasconcelos consitió quizá en emplearla en construcciones "nobles". Si no fue el inventor, resultó al menos su divulgador en la arquitectura a gran programa. Vemos ahora el resto del sistema. Hemos conservado algunas de las instrucciones para la reconstrucción de la catedral en 1704. En las partes concernientes a las torres se puede leer lo siguiente15: ”...se an de encadenar todas las quatro fases, con dose vigas las ocho de a quinse baras de madera fuerte pesada y casi yncorructible, como lo es el amarillo o moral, que estas an de asentarse, a los estremos de los muros y quatro en medio que podran ser de roble y a todas se les pondran sus mordasas o llaues de la mesma madera de amarillo, o moral, que quedaran embeuidas en el grueso del muro que es arto, y superabundante, esto de la parte esterior y ynterior pues puede algún mouimiento ser de ynopinado ynpulso que allando solo de la parte esterior resistencia recurra a la parte desamparada. Sobre estas vigas se pararan pies derechos de dicha rnadera de alto y grueso que pidiere la proporción que es necesaria para el adorno de la cornixa y banco o basa, de otro cuerpo que se_ a de formar para colocar las campanas que le faltan a la torre y están en ser por no auer lugar y acompañar las maderas con ladrillo y cal para que queden sujetas asimismo se an de asentar otras ocho soleras para formar el terser y vltimo de madera en la forma que se dispusiese o redondo o quadrado, o ochauado pues la arquitectura produse de diuersas formas para la hermosura y adorno de los templos rematando (roto) media naranxa con su lin (roto) o en capitel, quedando todo con sus cornijas y demas molduraje que pide este cuerpo que quedando en vltima perfecsion tendra de costo treinta mil pesos". Vemos pues que ya un siglo antes la madera y el yeso habían sido adoptados para rehacer las bóvedas y que el procedimiento de “armadura en madera” había sido utilizado desde 1704. La gran reconstrucción de 1746 comportará el empleo de estos dos sistemas más el de la quincha, siguiendo en eso las obras que se hicieron en San Francisco. Sobre una planta existente en los Archivos de Indƒaslö, fechado en 1755, se habla de los colores empleados para marcar las partes realizadas en madera: las amarillas anteriores a 1755, las rosa representan trabajos en ejecución. Una nota explicativa nos informa: “Las bóbedas comprehendidas en ambos colores-son fabricadas de madera, como también sus arcos y pilares correspondientes". 111 Resumiendo los acontecimientos del terremoto en el punto e.que los dejamos, podemos agregar que, tanto el conde de Superunda como .los “oficiales” en general se comportaron de modo irreprochable. Detuvieron los incendios, hicieron buscar los cuerpos entre los escombros, protegieron a los desamparados, se opusieron a los robos tratando de recuperar las mercaderias depositadas en tierra o que se encontraban aún en las calas o flotando alrededor de los navíos que se habian ido a pique en el puerto del Callao”. Apenas seis días más tarde, el virrey pedía consejo a D. Luis G0d¡n lo Gaudin), matemático francés que había ido con la misión de La Condamine para medir un arco de meridiano terrestre en el ecuador. Dicho personaje se había quedado en América y era, a la sazón, profesor en Lima. El aviso de ese_ sabio extranjero fue seguido al pie de la letra. Hay que reconocer que su informe comportaba medidas lógicas y prudentes para la reconstrucción de una ciudad que siempre estará sometida a posibles terremotos que pueden llegar a tener la fuerza destructiva del de 1746. Si las medidas tomadas por Superunda fueron, en general, realizadas con bastante rapidez, no se puede decir lo mismo en lo concerniente a la reconstrucción de la catedral, que iba a durar aún doce años puesto que sólo fue inaugurada el 8 de diciembre de 1758. Es, a grandes rasgos, el monumento que vemos aún hoy día salvo algunos transformaciones -no muy afortunadas- de los siglos XIX y XX. El responsable de la reconstrucción fue un jesuita de Praga l¡y siguen los extranjeros en América del Sur...!), el P. Juan Rehr. Fue él quien en realidad erigió la quincha a la categoría de procedimiento técnico con todas las de la ley. La adopción, por parte de un centroeuropeo habituado al yeso y al estuco, de este sistema local liviano y barato que hace pensar en un decorado de teatro es algo que no sorprende demasiado y demuestra cómo un hombre inteligente puede siempre adaptarse a las circunstancias. Los pilares fucron realizados del mismo modo en que se habia preconizado construir las torres el siglo precedente, es decir mediante la formación de un núcleo central de vigas de madera unidas entre sí. La faz exterior de estos pilares es de ladrillo, que ha sido dispuestode manera que reproduzca el orden jónico tal como lo practicaban los antiguos. Podría ser, sin embargo, que tanto estas pilastras como el entablamento que hoy vemos. sean producto de una última transformación del siglo XIX lfig. 35). Las bóvedas son sobreelevadas, de tipo ”angevino", es decir, que el punto central de unión de las nervaduras es más alto que la cumbre de cada arco fajön. Al ser distinta la .separación entre los pilares lla nave principal es más ancha y hay al menos cuatro clases de tramos) había que adoptar un “sistema-comodln” como éste de la bóveda sobreelevada con nervaduras. Esas nervaduras son de madera y las membranas, en cambio, en 112 quincha. En cierto modo el constructor no ha traicionado el procedimiento dinámico del gótico donde hay siempre un órgano portante: la nervadura, y un elemento pasivo de relleno llo que llamo membrana) y que no es sino un verdadero tabique delgado entre cada nervadura. '.¬ P if I r -J' I' “*- `: -L 4 Q J 'I W ' '-¦~ " - Y -' "I.¬'-' T- 1' -J åflmjƒr ¬-"" ._ ' jr-if |_ ' --,--.. 1 *"--'JI' =.~ 'fi i Innáfllj. ” ` ._ i lt mi i J '“ '~ A i¬ . _ -_ ._ l - -¿__ _, A t .› r.. ,. r =-'i .l '-".:.,.; .,.,.._ - e ii ^ -åft'.;3"' -'i -'~ _ _ Í5' -|¡É't=_~ ¿-1--¬-_-` vi.-¬f ï'F"Í""~.”*1l _- .tfwi If - ~ =_†.f"É --a L' ..r ' ›-.;.u- l+_-._;L_-- l i _ .__ -L: i Ñ Ã ~ W _ ,. IMJ,' E.i lc, llAI, , -:_¿n;`"" '_"\' 'I r. . -_-_ 1 ' . *.15 ji- '.:~¡L-. I; - : -_¿.1›¿; L ¦ _'-'±¡.' _`=¡¡›_,Í , b ._-a..___._l É- ali _ ~ _....__.___.... .-QI *Ii^- _ ~_9;-“_1,=±.-r',.-“¬É-°'-_†---_,›.-~¬¢- ._-_ ,.¬'.. ',._-¿af-`--› {Í I'_-. 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Por un procedimiento casi teatral o cinematográfico el virrey Superunda consiguió conser- varle a Lima su antiguo presti- gio mediante estas construcciones “eIásticas", adaptadas a las condiciones físicas imperantes en la región. Me da la impresión de que en los libros especializados no se ha subrayado bastante el carácter original de esta arquitectura limeña de los siglos XVII y XVIII. Ya que lo que acabo de decir de la catedral podría también ampliarse a la mayoria de las otras grandes iglesias de Lima reconstruidas después de 1746 lfig. 36). Para luchar contra los temblores de tierra los antiguos no poseían sino dos métodos, opuesto el uno al otro. 0 el de construir muy pesado, muy macizo o, todo lo contrario, el de construir tan liviano, tan "elástico" que las sacudidas del terremoto fueran -por así decir- absorbidas por esos materiales sin que ello supusiera su destrucción. Si, por ejemplo, el primero de esos procedimientos es el adoptado en el caso de la catedral de Puno lcomo veremos más adelante), no hay duda de que es el último de esos métodos -el método liviano- el que fue empleado en Lima. Pero ello no se produjo de entrada sino a través de la penosa experiencia de siglos en que el conjunto de los edificios públicos y privados, civiles o religiosos, caia inexorablemente a cada gran terremoto. Varias razones contribuyeron a esta política constructiva. Primero, la falta de materiales sólidosifi. Cuando se los empleaba con gran gasto, los resultados eran siempre malos y decepcionantes. El caso de la catedral de Lima es, pues, ejemplar y por ese motivo, principalmente, lo elegí. Su historia se presenta, en efecto, como la titubeante búsqueda de un equilibrio entre varios ténninos: el geológico, climatérico, económico..., pero también el "representativo". Se tardó siglo y medio en comprender que, prácticamente, en Lima y su región no se podia construir con los típicos procedimientos europeos. Valia más encontrar un compromiso entre la utilización tradicional de la madera, el ladrillo, y esa novedad que podia implicar el empleo de la quincha local. ¿Por qué no haber hecho entonces -se preguntará el lectorverdaderas iglesias en madera como las que hay en Bolivia lMoxos y Chiquitos) o en el Paraguay lYaguarón)? Existen por lo menos dos buenas razones: por empezar se había elegido a priori una arquitectura a gran "programa, y es justamente pensando en ese aspecto de la cuestión que hablamos de una necesidad representativa. Una construcción lígnea sincera podia quizá convenir en esa época a una simple capilla o aun a una iglesia modesta. Para los cánones españoles de la época, la sola madera no podía resultar bastante digna para elevar con ella una verdadera catedral. En segundo lugar, desde el comienzo de la conquista y colonización hay que reconocer que los españoles 'se habían embarcado en un tipo de construcción que, aunque humilde, aspiraba a estar realizada al menos en piedra o en ladrillo. Cuando en la región limeña los temblores de tierra y la dificultad de aprovisionarse en materiales los convencieron de que no había que hacer edificios en mampostería verdadera, se contentaron, bien que mal, 114 - - ' En vez de 'intentar u na nueva en hacerlos en imitación de mamposterra. expresión adaptada también a las particularísimas condiciones geológicas y climatéricas de la zona. . .I -. -1-,t-_. , J Fig. 36. Fachada de la iglesia del convento de San Francisco, Lima lfoto D. Bayón). Uno de los mejores y más ricos ejemplos de arquitectura conventual de toda Sudamérica. La parte central en piedra desarrolla una imaginación poco arquitectónica, aunque hecha a base de columnas, frontis curvos, quebrados, etc. Es un 115 delirio plástico que -muy a la española- se mantiene en el plano sin invadir el espacio tridimensional. La lógica que preside en esta pieza de orfebrería gigantesca es la lógica del retablo. Grandes partes del edificio fueron reconstruidas por el portugués Vasconcelos a raiz de otro gran terremoto que tuvo lugar en el siglo XVII. “Por una parte, los interesados no podían dejar de obse. que las pequenas construcciones en quincha resistían bastante bien a la.. fuertes sacudidas telúricas; por otra, alguien debió comprender que, en semejante clima sin lluvias, una arquitectura “en decorado de teatro" parecía imponerse por si misma. ¿Por qué no intentaría guardando al mismo tiempo la imagen prestigiosa a la que se estaba acostumbrado? Para usar el lenguaje de .John Ruskin en las Siete lámparas de la Arquitectura, en Lima a mediados del siglo XVIII se alumbraron las lámparas del sacrificio, del poder, de la belleza, de la memoria. Pero en cambio quedaron apagadas otras muy importantes: la de la obediencia, la de la verdad y, sobre todo, la de la vida. ¿Es acaso verdad esto que acabo de escribir? La originalidad de la arquitectura limeña en el siglo XVIII habrá que buscarla al nivel de la técnica, y es una originalidad que, en si, me resulta ya de por si bastante fascinante. Ya que supone, al menos, una calidad importante: la de la adaptación a un medio y a unas condiciones mentales dadas. No hay que sonrojarse demasiado de esta arquitectura astuta y desprejuiciada. El historiador peruano Héctor Velarde la ha visto y la ha juzgado sin duda mejor que nadie cuando dice: “Las iglesias de Lima no tienen la prestancia y la nobleza de las del Cuzco; sus materiales son más modestos. El adobe, el ladrillo de los muros y la quincha de las bóvedas les han dado una fisonomía caracteristica y general: las masas son blandas, lisas, coloreadas; hay una cierta melancolía sonriente en la paz de sus amplias proporciones y en la ostentación de sus lujos plásticos y fáciles. "Las iglesias de Lima son amables, aun las de gran categoría. Ellas son todas profundamente criollas en su ingenuidad estructural y en su falta de vigor arquitectónico." Es lo que aqui hay que tener en cuenta. El Cuzco ha hecho una arquitectura dura en granito de sus montañas; Arequipa una arquitectura abovedada en tufa calcárea de una inolvidable blancura; Lima ha modelado con astucia una arquitectura que sale de la tierra puesto que es de barro, de ladrillo, de quincha. No es en si nada vergonzoso. Si no queremos tomarnos la molestia de verla desde ese ángulo corremos el riesgo de no entenderla en absoluto. Y lo que seria peor aún, de no hacerle un mínimo de justicia- Notas 1. Fl.P. Bernabé Cobo, Historia de la fundación de Lima, Lima, 1882; Fr. Diego de Córdoba Salinas, Teatro de la iglesia metropolitana de la Ciu116 ae los Reyes, 1650; Ruiz Cano y Galiano, Júbrlos de Lima en la dedicación de i Santa lglesiìa Catedral, Lima, 1755; etc. 2. Archivo de Indias, documentos gráficos, sección Mapas y Planos, nos. 183, 193, 229. 3. A. de I., Audiencia de Lima, carpeta n.° 511. 4. C. Morales Macchiavello, “San Francisco de Lima", El Arquitecto Peruano, Lima, 1941, ha estudiado este convento y su iglesia en una serie de artículos en donde también trata del procedimiento constructivo liviano al que hago alusión aquí. Ultimamente ha aparecido un trabajo fundamental de H. Flodríguez Camilloni sobre el mismo tema, Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Esteticas, Caracas, n.° 14, 1972 lya citado precedentemente). 5. Archivo Histórico Nacional, Madrid, n.° 433 (clasificación en el libro de la Sra. Pescador del Hoyo), Individual y verdadera relación de la extrema ruyna que padeció la Ciudad de los Reyes Lima Capital del Reyno del Perú con el horrible Temblor de tierra acaecido en ella la noche del 28 de octubre de 1746 y de la to tal asolación del Presidio y Puerto del Callao, por la violenta rìrrup ción del Mar que ocasionó en aquella Bahia. (Impreso en Lima “en la imprenta que estaba en la calle de los Mercaderes“, 1746, 13 páginas, in-4.°; existe otra edición posterior hecha en México.) 6. Marco Dorta in Angulo lñíguez, Historia del arte hispanoamericano, Barcelona, 1956, tomo l, pág. 682. 7. E. Marco Dorta, idem, pág. 603, habla de Becerra en estos términos: “Hombre noble, hijodalgo notorio, nacido en Trujillo de Extremadura hacia 1545, le venía 'de su abolengo ser grande maestro de canteria', según declaraba enfáticamente con una inmodestia hija, quizá, de la propia estimación de su competencia profesional. Su padre Alonso Becerra habia sido 'gran maestro de dicho arte', así como su abuelo materno Hernán González, maestro mayor de la catedral de Toledo, amigo y albacea del inmortal Alonso de Berruguete. Francisco Becerra, discípulo y alguna vez colaborador de su padre, 'hera tenido por uno de los mejores maestros que huvo en aquella tierra', de Trujillo, donde vivió los años de su primera juventud y construyó bastantes obras. Pero su sangre extremeña parecia impulsarle a buscar más amplios horizontes, y en 1573 hizo información de lim- pieza de sangre para pasar a las Indias. En el mismo año embarcaba con su mujer en Sevilla, formando parte ambos del séquito que llevaba el licenciado Granero Dávalos, provisto para un cargo en Nueva España. Trabajó Becerra en México, Puebla y sus comarcas, según queda dicho al tratar de esta última catedral, y hacia 1581 se trasladó a Quito, donde desempeñó por nombramiento de la audiencia el cargo de 'partidor de estancias y solares'. "A principios de 1582 se fue a Lima, llamado por su protector el virrey don Martin Enríquez para trazar los planos de la catedral; pero durante su corta residencia en Quito hizo las trazas para construir tres puentes en rios comarcanos, y trazó las iglesias de Santo Domingo y San Agustin, cuyas obras tuvo a su cargo hasta dejarlas sacadas de cimientos." Hasta aquí Marco Dorta. Sabemos que, más adelante, Becerra dio los planos de esas dos catedrales gemelas que son Lima y el Cuzco. Murió en 1605. 117 _ 8. E. Marco Dorta, op.c¡t., tomo I, pág. 684, cita las palabras del virrey: “Vi la (catedral) que estaba comenzada -escribía el Virrey en 1598- ...y pareciéndome que la traza de la nueva y lo que estaba hecho iba encaminado a mucho gasto, demasiada grandeza y poca seguridad para los terremotos... lo hice reformar todo y reducir a una medianía convenible, de suerte que la costa sea menos y la obra más segura y se acabe en breve tiempo, y en el poco que ha que se aprieta en ella va pareciendo y luce bien lo que se gasta". 9. E. Marco Dorta, op.cit., tomo l, pág. 687. 10. Harold E. Wethey, Colonial Architecture and Sculpture ln Peru, Cambridge, Mass., 1949, pág. 72 sqq. _ 11. Inscripción que figura sobre un plano antiguo de la catedral, citado_ por D. Angulo lniguez, Planos de monumentos arquitectónicos de América y Filipinas existentes en el Archivo de Indias, tomo l, pág. 91. 12. R.V. Bernabé Cobo, Fundación de Lima, 1639 led. mod. Madrid, 1956) pág. 301: “Por beneficio de estas acequias que cruzan y fertilizan la campiña está a todos tiempos verde, amena y deleitosa ofreciendo a la vista una fresca y florida primavera; y como todas las heredadas tienen sus casas de campo adonde se suelen irse a recrear los vecinos de Lima lsin recelo de que las lluvias les agüen sus fiestas y placeres por no llover jamás), hermosean grandemente el valle". Fr. Diego de Córdoba Salinas, Teatro de la iglesia metropolitana de la Ciudad de los Reyes, 1650 led.mod., Lima, 1958), pág. 4: “Es tal el temple de la Ciudad de Lima, tal la serenidad del ayre, la tranquilidad y amenidad del sitio, que apenas tiene igual en todo el mundo: porque está fundada a las faldas y raices de unos montes y cerros que la cercan en forma de medialuna; y junto de las aguas y playas del mar del sur y puerto del callao: donde ni con el demasiado calor del sol se abrasa en el verano, ni con los elados frios se entorpece ni tiembla en el ¡bierno porque la bañan muy agradables, templados y saludables ayres. No está expuesta a las largas y abundantes aguas plubiales que la embaracen, no la espantan los truenos ni la yenden los rayos ni tempestades, porque siempre goza de un cielo tranquilo y sereno, donde también se halla aquella calidad de Egipto, que ponderó la Escritura, que no se riega con las aguas y plubias del cielo, sino que es conducida por canales y ac ueductos...”. 13. Mario J. Buschiazzo, Historia de la arquitectura colonial en Iberoamérica, Buenos Aires, 1961, pág. 84. 14. George Kubler, The art and architecture of ancient America, Harmondsvvorth, 1962, pág. 238 sqq. 15. Archivo de Indias, Audiencia de Lima, 407 (citado por D. Angulo lñíguez, op.ci`r., tomo Il, apéndice, pág. 652 sqq). 16. Planta ichnographica de la Santa Iglesia Catedral de Lima, Archivo de Indias lMapas y planos), Perú 183. 17. Superunda hizo reconstruir el cabildo, restauró la prisión, dotó a la ciudad de nuevas cañerías de agua y encargó al citado profesor francés Godin la edificación de una fortaleza moderna en el Callao. 118 _ 18. P. Cobo, op. cit., pág. 307: ”...los edificios de canterías son pocos, por la mucha falta que hay de materiales, porque no se halla en todo este valle cantería buena de donde cortar piedra para labrar, y a esta causa la que se gasta es por la mayor parte traída por mar de Panamá, distante quinientas leguas, de Arica que dista doscientas, y de otras tierras remotas... De los demás materiales para edificar, fuera de la madera que también se trae de lejos, hay abundancia en este contorno, porque los adobes y ladrillos se hacen dentro de la ciudad, en sus arrabales, y vale el millar de adobes a 26 pesos y a 18 el de ladrillo. Para cal hay mineras de buena piedra, y en gran abundancia, un cuarto de legua; arena hay harta en las orillas del rio: vale la fanega de cal ocho reales. También para cimientos y obra de mampostería hay copia de piedra tosca de rocas y Iajas en las sierras vecinas. La madera se trae toda por la mar, la mayor parte de la ciudad de Guayaquil, más de doscientas leguas de aquí; es casi toda de roble; del reino de Chile se trae también alguna, que dista de esta ciudad quinientas leguas, y antes que se perdiera la ciudad de Valdivia se traía muchísima, y andaba muy barata l...l Asimismo se trae de Tierra Firme y de la Nueva España madera de cedro, de granadillo y de otros géneros preciosos para labrar puertas, balcones, sillas, mesas y otras cosas de este jaez". 19. Héctor Velarde, Arquitectura peruana, México, 1946, pág. 107 sqq. 119 Un problema de filiación arquitectónica: la catedral de Puno El Collao es la meseta peruana situada al sur del Iago Titicaca a unos 3800 metros de altura. Fue precisamente su propia riqueza minera la que indujo a los españoles a establecerse en ella. A los dos años de la Ilegada de Francisco Pizarro al Perú, ya habia dominicos instalados en Chucuito. Veinte años después contaban con un número de ”casas”1 extremadamente modestas que, en el siglo XVIII -que es el que nos ocupa- estaban destruidas y que hubo que reconstruir, gracias a los mismos dominicos pero, sobre todo, a los emprendedores y dinámicos jesuitas. Aclaremos, sin embargo, que el estudio de esos monumentos religiosos resulta, en general, más interesante desde el punto de vista de la historia de la cultura que por lo que podríamos denominar el valor intrínseco de las formas. Marco Dorta, gran especialista en la materia, lo declara explícitamente: “...la importancia arquitectónica de estos templos debia ser poco menos que nula, ya que los prolijos inventarios redactados por el visitador para nada aluden a la parte material de los templos, mientras que describen minuciosamente los retablos, imágenes y ornamentos...”2. La catedral de Puno escapa, afortunadamente, a esa modestia fundamental. Por eso, precisamente, la he podido elegir como pretexto a algunas reflexiones sobre el modo de encarar el estudio de la arquitectura colonial sudamericana. En lugar de perdernos en largas descripciones del monumento prefiero esta vez comentar los documentos fotográficos, convencido de que, en nuestros tiempos, una pobre y desdichada fotografia vale cien veces más que la espléndida -y en muchos casos falsa- descripción del monumento. Ya es hora empero, de entrar directamente en materia. En tiempo del virrey Conde de Lemos3, se fundó una ciudad sobre la orilla meri- dional del lago Titicaca, en el emplazamiento de la antigua aldea indígena de 121 Laicacota. Corría el año 1669 y la nueva villa recibió, en homenaje al entonges rey de España, Carlos ll, el nombre de San Carlos de Puno. Por una estrategia doble se ponia así a la ciudad bajo el patronazgo del rey y de un santo “moderno”, el gran renovador San Carlos Borromeo, uno de los héroes religiosos de la Contrarreforma4. Que esa función fue oportuna y tuvo éxito lo probarla, sin ir más lejos, el hecho mismo de la construcción -un siglo más tarde- de una importante, voluminosa y bella iglesia como la catedral que hoy nos ocupa, En efecto, en pleno siglo XVIII, cuando esta historia comienza, Puno no sólo era una ciudad próspera sino que podemos decir vivía su edad de oro, o más r" ¬-' ¬'¬~¬-wm* ~¬| i ~ 1 É 1 F - '~ ; - ¬ .¬ -_ ,..___í__ - ' . ._ ___ , __ 'rr to 1:' Wi* __ __, _ -___ _ -- -'1 ¬ “_.-:;"' * ;;>_1",__;_,_t~"*¬**--~¿¬i *-_¬1*_^.-_*-_-;'_' ¬ '*';- ;;;-- l l ---~--------›----~ -=±†=fël----í.-«___ T "iq ; --; f--2 _' Ñm ' ""'i-'-'--“~,-'-"'_-_-_,*;f~1-:;>1-1-rï'l* l * «J ' es w T , _ _ “__ 'L,'_Lr=_¬, 1 _ ...___ . U , j j l lll l ll~ , 7 1 6 l J 1 F -. ¡It ` ÍÑ H I N ,. 1 'ÉÍ/ ct.._._ . ___. "~,_ '_. r` .° /:_\_\ F' T . , "l'Í'."›'.`Z'2'.'.“.-1'.. ' , _';“¬'?` _ ;f'Í_ f-,É-W' ' 1:.:-¬š'¬ïq 2'! __ chi y alumnos.) Nave única, cruz latina, dos torres flanqueando el portal, sacristías adosadas: la solución es purlsima y perfectamente simétri- ca. Libre sobre sus cuatro ca- ras, la catedral resulta asl uno 122 ¦ 1 gn--¡__ __ __, _ 1 221,: †:~_-: _ . -.-P. . 1°. ' *Íí ._ ,-.,-. 7 zrf-1-_' _' ' 1_.,.4,~¬___ E __ j> ' ' _. __ _ ` ' __: \¬ Figs. 37 y 38. Planta y corte longitudinal de la catedral, Puno. (Relevamiento E. Tedes- ' 1 ? - | _ _<< .4 3:.-_1_1": ¬¡ì* [I:__::."“ de los raros monumentos sudamericanos que invita a ser rodeado en un “paseo arquitectónico” con vistas cambian- tes y no frontales como ocurre en la mayoria de los casos. Al frente, el ampllsimo atrio con escalinatas todo alrededor presenta el macizo edificio como “en bandeja” de piedra. ll- l mi P _._. Jt 1 bien y sin querer jugar con las palabras, su edad de plata, si tenemos en cuen- ta las minas que hicieron su fortuna. Fiesumamos ahora el problema de conjunto de este monumento, según los informes de los escritores más calificados. La catedral de Puno, colocada bajo la tutela de la Virgen, fue edificada gracias a la munificencia de un rico minero, Miguel Jacinto de San Fiomán. Todos los autores están de acuerdo en atribuirla a un maestro de obras cuyo nombre, Simón de Asto, figura en lugar ostensible sobre la fachada, junto con una fecha que se leia erróneamente como 1797 y que parece debe ser entendida como 1757. La planta de la iglesia es de cruz latina comportando una sola nave, dos sacristías, una a cada lado del presbiterio, y un pequeño camarin de la Virgen situado detrás del altar mayor. El conjunto está cubierto por una cúpula que se forma en el crucero y por una bóveda de cañón corrido con penetraciones', bóveda interrumpida por una serie de arcos fajones que descansan sobre un entablamento sostenido, a su vez, por simples pilastras lfigs. 37 y 38). Tanto al exterior como en el interior existen una cantidad de relieves y de imágenes que nos ayudan a explicar el simbolismo deliberado del monumento; resulta interesante establecer aquí su inventario 5. Agreguemos además que, por toda la fachada, encontramos numerosos ”grutescos"5 y hasta dos pequeñas sirenas con instrumentos musicales'/. Si en esta parte del repertorio seguimos todavia dentro de la tradición europea no olvidemos que existen también, allí mismo, algunas representaciones de origen indigena mezcladas inextricablemente a los aportes occidentales que acabamos de señalar. Con todo, no es nuestro propósito hoy calar más hondo en estas cuestiones y remitimos sencillamente a los autores en que nos hemos apoyado que, ellos si, han discutido en profundidad el tema. Desde el punto de vista estrictamente arquitectónico la mayoria de los historiadores está de acuerdo en encontrar en esta catedral del siglo XVIII la doble influencia de la arquitectura cuzqueña y la de Arequipa. En efecto, el estilo jesuita se revela tanto en las cornisas ininterrumpidas como en el arco trilobado de la parte central de la fachada que no es, por último, sino una reducción del que el padre Egidiano inventó un siglo antes para la iglesia de la Compañía del Cuzco. El hecho mismo de que ese padre Egidiano fuera flamenco de nacimiento nos informarla sobre el origen no español de ciertos rasgos muy repetidos que encontramos frecuentemente en ciertas iglesias sudamericanas, rasgos que por ignorancia o pereza tenemos tendencia a atribuir siempre a la Peninsula. La verdad es que en una catedral del siglo XVIII perdida en el altiplano peruano podemos encontrar 123 -cambiada, adaptada- una fórmula que en última instancia fue la invencioii de un hombre del norte de Europa que vivió y trabajó en pleno siglo XVII. Para Marco Dorta la gran influencia viene, sin embargo, de la iglesia de la Compañía de Arequipa, verdadera “cabeza de serie” de un tipo que va a irradiar hasta Puno y, más lejos aún en plenos Andes del sur, hasta la famosa ciudad minera de Potosi lfig. 39). Acabamos de ver, bastante rápidamente, los datos básicos de la catedral de Puno, su ficha de identidad, estariamos tentados de decir. No caigamos ahora en la misma falta que reprochamos a los demás. La catedral de Puno -o cualquier otro monumento, para el caso es lo mismo- no es un objeto aislado, ni aún una colección de plantas, cortes, fotos que extendemos sobre nuestra mesa de trabajo. La catedral de Puno es, ante todo y sobre todo, un edificio determinado que se inserta en un paisaje fisico y urbano, que fue realizado en un momento dado de la historia obedeciendo a una serie de razones perfectamente precisas y concretas. Encuentro en mis notas de viaje, ésta muy reveladoraz “Buen emplazamiento, la catedral parece crecer y desarrollarse en plena libertad dominando con su masa el resto de la edificación. AI ser el volumen más importante y significativo del conjunto ciudad-paisaje, resulta el punto de mira y de referencia obligatorio, un verdadero “patrón de medida” entre el lago, la montaña y el inmenso cielo azul”. La implantación del monumento dentro de la red urbana es, en efecto, muy americano, o sea, bastante brutal con respecto a lo que se hacía en la Europa del renacimiento a partir del siglo XV. Es decir que la catedral de Puno no es sino una gran pirámide de piedra que tiene a sus pies un magnífico atrio rodeado por tres de sus lados de una ininterrumpida escalinata que pone en valor el conjunto. Ahora bien, como toda la ciudad entera está tratada en damero, demás está decir que la catedral ocupa ella sola toda una manzana de terreno quedando sus cuatro fachadas orientadas como las de todas las casas que de lejos o de cerca la rodean. La solución -¿es necesario decirlo?resulta irremediablemente monótona, las distintas caras de la catedral se ofrecen al sol o se ocultan de él al mismo instante que todas las fachadas de la ciudad, y ello sin ninguna posibilidad de variación ni de matices. Volvamos a la catedral propiamente dicha. Hemos tratado de verla, digamos, a partir de la ciudad, tal como se la adivina a lo largo de las calles tiradas a cordel, dominando con sus torres y cúpula el conjunto de la edificación baja. Como en un travelling cinematográfico acerquémonos ahora, poco a poco, hasta su gran pirámide rocosa y sin describirla -las fotos están aquí para evitarnos esa inútil tarea - tratemos de analizarla directamente tanto en su masa como en los elementos que la componen. 124 _ La ciudad de Puno está construida sobre un terreno en suave Pendiente, Verdadera rampa que lleva hasta la orilla del largo con toda naturalidad. A mitad de camino de este plano inclinado se alza la catedral colo cada so bre su atrio ' como un enorme relicario - - sobre una bandeja . de piedra. '. Hay mucho aire a su alrededor, o sea que se puede cómodamente circular en torno de ella con la posibilidad de apreciarla desde todos los ángulos ¡maginables en lo que podriamos llamar un verdadero “paseo arquitectónico”. Este desplazamiento, en el caso de la catedral de Puno, resulta absolutamente indispensable, ya que es por el juego de los volúmenes -casi como una escultura- que la obra adquiere sentido en su aspecto exterior que es el que aqui nos interesa. Dispongámonos pues, a rodearla. Veamos -K .uf .- -o 'F2 --0 11%' `_ T la *ir í *u-' ' Fig. 39. Frente y lateral de la catedral, Puno lfoto D. Bayónl. La catedral exenta por todos sus lados tal como se la ve viniendo del lago Titicaca, distante unos centenares de metros apenas de ese lugar tan bien elegido. El hecho de dar sobre cuatro calles la pone en valor dentro del monótono te125 _._.- ,iv-E' _. _,¿ Í, H. ã5f~'_""__i\¿¿-'.Í'.¢L' jido urbano “hipodámico“, ley en todas las ciudades españoles fundadas según las reglas. Por su orientación libre que no tiene en cuenta la vieja tradición simbólica lque exige el áb- side al oriente y la fachada al occidente) la pantalla frontal recibe plenamente el sol matutirio. ante todo, ya de cerca, la fachada-pantalla, verdadero retablo de piedra rehuiidido entre la parte inferior de las torres constituida por paramentos lisos de piedra. Esa fachada actúa como un telón de fondo -muy sólido por cierto-, límite vertical del amplio atrio totalmente vacio. Como en el Escorial aqui la carta importante la juega sobre todo la propia desnudez de la piedra. La dureza, la nobleza de ese material nos emocionan hasta tal punto que puede decirse que la partida del efecto estético está ya casi ganada de antemano. Las torres, cerradas y lisas en la parte baja, abiertas y sobrecargadas en su remate, enmarcan admirablemente ese imafronte esculpido con fuerza y con intensidad de arriba a abajo. Es, en última instancia, el mismo esquema decorativo de las iglesias del Cuzco y de la Compañia de Arequipa. Si algunos detalles son quizá de inspiración flamenca en su misma pesadez, en cambio puede decirse sin miedo a equivocarse, que el sistema, un tanto primario pero siempre muy efectivo, de hacer contrastar un fort¡ssr'mo de decoración con un fortissimo de vacio se encuentra, por el contrario, totalmente dentro de la tradición española. Esa fachada, con todo, resulta un problema sin solución. Aunque hay que convenir que, del gótico en adelante, a todas las iglesias les pasa un poco lo mismo. En una construcción medieval o del renacimiento la fachada no pasa siempre de ser un “corte” _más' o menos arbitrario, un muro “pegado” a la construcción y que no revela, de ninguna manera, cómo es ni cómo se sostiene el edificio que detrás que ella se oculta. Para saberlo debemos, justamente, girar alrededor del monumento. En Puno, apenas empezamos a contornear una de las torres, descubrimos todo un mundo de formas por demás significativas, más allá de la hierática fachada. Vista de tres cuartos la masa de la catedral nos impresiona como bastante lógica; esa masa se ins- cribe naturalmente en una gran pirámide un tanto aplastada -a causa de los temblores de tierra- formada por muros casi ciclópeos con pequeñas aber- turas y por imponentes contrafuertes cuyas aristas parecen cortadas a cuchiIlo. En la cumbre de la pirámide imaginaria: la cúpula, pequeña y pesada, no planea en los aires ni es “envolvente” como una cúpula romana pero, con todo, parece concentrar en ella todas las tensiones. Resulta curioso comprobar que aun en las orillas del Titicaca toda iglesia que quiere ser a "gran programa” debe llevar en lo alto, casi obligatoriamente, la “firma” simbólica de una cúpula. Prosiguiendo nuestra inspección digamos que ya al nivel de la planta baja en esas fachadas laterales -simétricas por otra parte- nuestra vista descubre en seguida, después de las torres, los soberbios portales secundarios de la iglesia. Constituyen centros de interés visual con los mismos titulos que el imafronte, es el mismo “tema” retomado a una escala menor. La composición de las portadas se desarrolla en sentido vertical en el espacio que les dejan los contrafuertes, y está dominada por dos curvas: la del arco de medio punto de la puerta de acceso y la de la “ceja” superior de una mol126 dura protuberante quebrada al medio. En las jambas y por debajo de la arquivolta se ha querido estilizar la columna salomónica empleada en la fachada principal sometiéndola al procedimiento que Marco Dorta llama la decoración ”planiforme". Toda la superficie de estos portales es un decorado hormigueante y obsesivo que hace de esos elementos grandes piezas de orfebrería aplicadas estratégicamente sobre la rudeza de la piedra, cuyo único lujo es el de estar perfectamente escuadrada. No obstante, si pensamos en la totalidad, comprendemos que lo más expresivo del conjunto viene, precisamente, de ese gran muro bastante rudo y de sus contrafuerte que forman unos resaltos acusados por el juego de la sombra y de la luz. Enfrentando asi el problema vemos que todo se hace significativo: la aspereza de la piedra; la manera cómo las ventanas han sido cortadas -a bisel- en el espesor del muro, lo que exagera los contrastes de una geometria deliberadamente violenta; por último, los contrafuertes que al ser utilitarios dan un carácter más sincero al edificio. Sin que por eso deje de notarse que han sido "modulados" y distribuidos según un ritmo que denuncia la presencia de un espiritu especialmente sensible a todo lo refe-t rente a la plasticidad del conjunto. Es muy dificil para nosotros -por no decir imposible- establecer lo que hay de "voluntario" en un monumento como la catedral de Puno. Quizá esos mismos expedientes antislsmicos que son los contrafuertes hayan sido agregados más tarde. Es probable que no, puesto que en el siglo XVIlI los constructores debian saber, por triste experiencia, cómo estaban expuestos a los terremotos los edificios voluminosos y elevados. Con todo, sean antiguos o modernos, debemos igualmente juzgarlos y reconocer que su forma de paralelepípedo puro o redondeada en la parte superior, para hacer correr la lluvia y evitar que la piedra se humedezca, reviste un carácter plástico notable. Esa virtud individual se refuerza cuando consideramos el ritmo de relieve y de sombra que establecen sobre el paramento desnudo del muro exterior. Las masas subsidiarias que se separan del cuerpo central evocan, irresistìblemente, cadenas montañosas que se ramificaran a partir de una cordillera principal. Quizá sea por esto que las iglesias de tamaño considerable en América del Sur nos hagan casi siempre pensar en verdaderas formaciones geológicas. Diríamos, sin querer hacer literatura, que la misma tectónica hubiera presidido la formación del terreno y la de los monumentos hechos por el hombre. Voviendo al conjunto: a partir de una forma que recuerda las pirámides -forma ya practicada con éxito por los indios-, algunos maestros de obras, europeos o no, a la cabeza de una mano de obra local fueron capaces de construir verdaderas pirámides de piedra o de ladrillo -y, lo más extraordinario para la época- huecas al interior. Esas “grutas de piedad" debian 127 resultar tan admirables por fuera como por dentro. Ante todo, por la mr, misma del edificio, que siempre cuenta; después, por esa hermosa decoragión que se despliega en ciertos puntos-clave del imponente volumen de piedraimafronte, portadas laterales, parte superior de las torres y de la cúpula. Vista en detalle, además, esa decoración está en si misma bien estructurada: ciertas grandes lineas dominantes dibujan una red de columnas, pilastras, resaltos que se cortan armoniosamente con las molduras, en general, horizontales-aunque también, en algunas ocasiones, curvas, que rematan o no en volutas, ¢.L 1.”.- “vr -+f. -1.-¬¦¿,¿__} Í Fig. 40. Una de las portadas laterales de la catedral, Puno lfoto D. Bayónl. Girando en torno de la catedral comprendemos su planta, su elevación, su sistema constructivo. La masa se expresa sobre todo por el juego de los volúmenes prismáticos elementales. La portada lateral, fuertemente decorada, confiere interés a un punto del edificio sensible por definición: el pasaje del interior al exterior; al mismo tiempo que alivia la tensión expresada 128 por los paramentos lisos de los muros, tensión que podria hacerse agobiante sin ese "contrapu nto” medido y sabio. Permítasenos aquí discutir un punto de detalle. E. Harthé nota que las superficies lisas de la parte inferior de las torres están corla U"'¡dad de' das P0 r impostas y gruesas molduras que ' según él. f0mDe" taJr - peruano,. esas . onfesamos no estar de acuerdo conu e I especialista VÚIL-"nen C rr de de sombra nos parecen necesarias para m0dU|3|' al GXÍGUSO D mera; que correría sin ellas, el riesgo de resultar inexpresivo. Más adelante afirma a su vez que el frontispicio es un tanto chato en si mismo aunque tan enérgicamente decorado que ello compensa, en cierta medida, la falta de mu I I ' I' .-.- _,... r "*ifï '?o¡1±-lf'_:"šr,-sif'-_' FL'-* _--- , _-_,..¬.,. Fig. 41. Contrafuertes y cúpula en el encuentro de la nave y el crucero, Puno lfoto D. Bayónl. Solemnidad arquitectónica de los ritmos, las formas potentes que revelan la función y la trascendencia del mo- numento. Nada es casual aqui todo resulta en cambio deliberado; por ejemplo, cada contrafuerte simple tiene interés plástico de por si, ya que constituye un paralelepípedo que arroja sombra y “hace vivir" la desnudez de los muros, cuyo 129 ±.;ii±›-_-±..,--:'-:i-'¬¿4-'QR Í. 'W13- único lujo consiste en la perfección del aparejo. La forma redondeada del gran contrafuerte bajo, acompaña la curva aplastada de la cúpula: majestuosidad desnuda de la cordillera sudamericana a escala reducida. Es en ese juego de volúmenes donde reside la principal fuerza de expresión de esta arquitectura, no tanto -como se dice tradicionalmente- en los detalles decorativos, por interesantes que ellos sean. volumen del monumento. Volvemos a disentir: ¿qué quiere decir fa/ta de volumen en una catedral a dominante cúbica como la catedral de Puno? Justamente lo primero que impresiona en ella es su masa perfectamente delimitada por grandes planos de luz y de sombra. Acercándonos aún más, descubrimos en el suntuoso “bordado” de la piedra un mundo de formas en donde pululan, junto con elementos de la fauna y la flora locales o importados, antiguas alusiones mitológicas occidentales que no hacen sino enmarcar los nichos o los relieves donde la imaginería cristiana ocupa, como es presumible, el lugar de honor. Ese repertorio comporta una serie casi elemental de simbolos de fácil lectura que comienzan, por lo alto, con la imagen-gárgola de Dios Padre, debajo de cuyo cuerpo sobresaliente se dibuja la paloma del Espiritu Santo, tallada directamente en la clave del nicho vacío. Para seguir, más bajo, con la figura de San Miguel Arcángel, patrono de los lugares elevados, que aniquilando con su lanza al dragón garantiza la pureza del lugar santo en donde se penetra lfigs. 40, 41 y 42). Hemos dicho ya que la fachada principal de la iglesia constituye el verdadero telón de fondo contra el que se desarrollan los fastos urbanos: procesiones, oficios fúnebres, bodas, bautizos, acontecimientos civiles. De lo alto de ese gran decorado pétreo cuya verdadera escena es el atrio, desciende a ciertas horas del dia la música de las campanas cuyo sonido puntúa, literalmente, la vida de la ciudad así como la de la campaña circundante. Ese son familiar de las campanas de bronce representa, tanto el reloj público que divide la jornada y la anima, cuanto la única música cotidiana a la que aspiran los pobres. En el caso particular de Puno hay que reconocer que el interior de la catedral, tal como podemos juzgarlo hoy, no es algo ni demasiado interesante ni demasiado logrado. Para comprender mejor ese aspecto de la cuestión, habria que aclarar que hace unos cuarenta años un incendio destruyó en general, todo el mobiliario, comprendidas las imágenes. La iglesia no puede, pues, beneficiarse de lo que es lo mejor de los templos sudamericanos importantes, vale decir, ese ambiente característico de intimidad y de lujo que siempre les confieren los retablos, sillerías del coro, confesonarios y, en general, los revestimientos de madera, ya sean oscuros y al natural como en Lima 0 dorados y policromados como en la mayoría de los demás casos. Habíamos hablado de trave//¡ng cinematográfico. Nuestra hipotética cámara deberia ahora acercarse, un poco más aún, hasta llegar a descubrir la “piel” del monumento. En efecto, si observamos de muy cerca la decoración esculpida, descubriremos algo muy positivo para el espectador harto de todos los matices de un arte archicivilizado como el arte europeo: la franqueza misma de la talla de la piedra. El material durisimo es atacado a grandes golpes de cincel, y esos golpes en sí mismos van creando una suerte 130 de cristalización en que los planos se recortan brutalmente y de una manera perpendicular entre ellos, evitando los “pasajes” que crean los medios tonos lfig. 43). La decoración en conjunto es, pues, ”plan¡forme”. Ahora bien, esa dominante plana tiene tendencia -como era fácil de presumira inscribirse en formas geométricas simples: círculos, cuadrados, cubos. En la parte superior de las torres se acumulan las molduras, horizontales como para delimitar claramente las zonas reservadas a la decoración. Todo debe plegarse a esa voluntad de inscribir la materia decorativa en formas elementales. Poseemos alli mismo algunos ejemplos contundentes y reveladores: las ménsulas que sostienen el entablamento en lo alto de las torres están constituidas por unos grutescos: personajes femenimos limitados a su parte superior en la que vemos un torso desnudo con alas y dos brazos en ángulo recto que se elevan al cielo. Ahora bien, los senos de esos personajes míticos deberían tener, por definición, una forma semi-esférica que no “entraría”, por así decir, dentro del sistema de cristalización cúbica que es el adoptado a priori. ¿Qué hacer en consecuencia...? El tallista_ de la piedra no ha encontrado mejor expediente que el de “rebatir” esas dos formas comprometedoras, aplastándolas contra el cuerpo del personaje alado. No es quizá muy hermoso que digamos, pero no puede dejar de reconocerse que resulta bastante práctico. Acabamos de decir que la decoración se concentra estratégicamente en ciertos puntos-clave. Agreguemos que se trata de una característica española, al menos entre los siglos XV al XVlll3. En cambio, a renglón seguido, habria que confesar que esa decoración, en si misma, no se revela como muy española, ni siquiera como muy europea, sobre todo si pensamos en ejemplos contemporáneos de la época que estamos estudiando. El “tono”, especialmente, es otro. Al limite, podriamos tener la impresión de encontrarnos en una región cultural alejada del Occidente europeo, quizá en Armenia o en Siria, en una frontera que obedeciera a una situación marginalg. Las formas que tenemos ante los ojos nos hablan de un “extrañamiento” tanto en el espacio como en el tiempo. Es decir que nos sentimos desplazados no sólo sobre las rutas del mundo para llegar hasta esa meseta lunar sino que también, al unísono, hemos remontado el tiempo lo menos en diez siglos lfigs. 44 y 45). La catedral de Puno no constituye, pues, un prototipo. Por el contrario, es el resumen -por su planta, por la elevación del imafronte y las torres, por el tratamiento de su decoración- de muchos otros rasgos que ya veíamos en el Perú desde un siglo antes; ya hicimos notar que los modelos se encontraban, sobre todo, en el Cuzco y Arequipa. Quizá sea esta fusión lo que le confiera su encanto particular; de todos modos hace de ella un ejemplo del mayor interés. En una palabra, representa el caso palpable de aquello a que podía recurrir, a mediados del siglo XVIII, un rico minero peruano cuando queria ofrecer un gran templo a la villa en la que consideraba haber hecho fortuna. 131 -ui-7-P ¡ “U Í -'ii ¡Q fid' ~~ 'ïsi -JW _. .Ji l\`tä\ 1 -vw ,ffs *ft-`¦>l -\ ”~____: _. fift f ___'-.`v s 17'* _ f`. . /\ _,-uò _ ....-_.,'- J '{l.`.i_ . l' `- ìb' «pj/(lt -1 -_ ,buj .fvw -1 ¡la-a. \ '*. \ _ Fig. 42. Parte central de la fachada en la catedral, Puno. lfoto D. Bayónl. imafronte en zonas culturales más importantes y ortodoxas. Entre Europa y estas iglesias del altiplano, el absurdo contentarse con describirlo. Más grave aún: en cuanto decimos que consiste en órdenes superpuestos, entablamentos, columnas salomónicas, nichos, estatuas, nuestra pereza mental nos lleva a imaginar algo parecido a lo ya visto bajo esos términos en otras mentalmente distinto, que parece más sensato analizarlas en sí mismas y no en referencia a otro mundo cultural. Como “bordado de piedra". Parece 132 “clima” artístico es tan funda- “tono expresivo” el monumen- to está más cerca del arte cristiano primitivo de Ias regiones periféricas de Occidente que de los “estilos” del siglo XVIII. -b. Fig. 43. Detalle de la parte superior de la fachada de la catedral, Puno lfoto D. Bayónl. Dentro de este cañamazo hecho de recuerdos clásicos: arcos de medio punto, columnas, molduras horizontales, se inserta un mundo "parlante" de símbolos cristianos de fácil lectura, interpretados de ma- nera un tanto ruda e ingenua al mismo tiempo, lo que le con- fiere un involuntario valor de 133 originalidad. La decoración “pIaniforme" adquiere toda su significación bajo el efecto de una luz muy definida pero nunca capaz de arrojar sombras pesadas: no hay que olvidar que estamos a casi cuatro mil metros de altura. _ Ah0fH blefl. para estudiar cualquier monumento tenemos siempre que darnos un punto de partida y r sobre todo un punto de a 0 o en el cual hacer cargar el peso de la demostración. En nuestro caso particpulšr el punto de partida podría ser esa voluntad de construcción por parte de ujj mecenas. En una época y un lugar de la tierra en donde ni los arquitectos ni los maestros de obras han sido estrellas de primera magnitud hay que adn-|¡±¡r que el motor que pone en marcha las mejores realizaciones artísticas está . D mi /I' 't:';'¬:- L \"a PJ- - Y* Ñ/ ,__ Í \v¡_ Y* J í _, tu _- ìlh in-~- - Q"'-Q ?í''zi7il›ãi7; U -" Mi-ik 'ålü fà H i.R _:v;_4?'t. -'|L i' xu- "I `?U ' -í i`\Í` lt1. âmï ¡_ `.i »zrvi -__ çyj~ çSA.. { _ -1-Í ø Jilfšlia te. -_,.;,¿ _ \ _, Ú Y\ ,_ 4:' ri _ *fit ; i:ji_ is?._g nl -'__ .J si Fig. 44. Detalle de la fachada de la catedral, Puno lfoto D. cruda de las columnas salomónicas ”cultas"; el resto de la Bayón). Un santo tratado a decoración se resuelve en un grandes planos expresivos como una imagen románica o un idolo negro. Su nicho lo ais- arabesco tupido pero nunca confuso que hace pensar en la llamada "miniatura irlandesa”. la de una proliferación de hojas, flores, frutas, pájaros ly hasta de una sirena) que expre- san, a su manera, un “canto universal" al Creador. Las co- lumnas son una interpretación 134 Al ser planiforme esta decoración obedece a los principios generales del grafismo, es decir que se expresa sobre todo por la línea, desentendiéndose del volumen. encarnado precisamente en la fi _ ' = 9Ura de unos cuan tos eclesiásticos ' ' pamcu¡areS_ 0 mos En cuant ° a I F'“"t° de.aP0V0, la cosa es quizá . más delicada Lo que se hace normalmente -y nosotros queremos aquí ¢¡¡¡¡car . Qfaf la Cflïedffll de Puno a una tipología preestablecida después de I es linequeda sino analizarla en sus detalles ' siempre a la luz de esa mismaot'Cu? n'0 ipo ogia -J» .-¿J _ -t- , si rw n -LF ,r V __,¡ á - frnf\ _fl§- 'fil *_\="~\-*¢¬.ø .p-jl .-1- É % -Ut*-ri w" H it' ¿É fisilo-f Fig. 45. Una de las puertas laterales de la catedral, Puno lfoto D. Bayón). El “tema” del imafronte retomado a escala menor. Los signos se superpo- dral asistimos a la trasposición de una estética arequipeña inventada el siglo anterior. De una piedra blanca y fácil de tallar pasamos aquí a una piedra lumnas salomónicas han sido mente dura. nen sin confundirse. Las codeliberadamente aplastadas. No cuentan por su rotundidad sino que constituyen la "cita" de un texto ya conocido. En toda la decoración de la cate135 de color intenso y extremada- que empezamos por admitir como buena. En seguida nos asalta, sin embargo, la duda. En efecto, ¿cómo habrá que clasificar este monumento?, ¿por región, por siglo, por estilo?, ¿teniendo en cuenta su planta y elevación, su procedimiento constructivo, Ios materiales empleados, el tipo de decoración? Cualquier sistema nos parece muy precario a poco que examinemos de cerca la cuestión. La región y la época parecen a priori' -con todo- más seguras ya que, al menos, sitúan al monumento dentro del espacio geográfico y del tiempo. ¡Cuidado, sin embargo! Si el espacio sigue siendo algo perfectamente concreto, el tiempo,_en cambio, puede engañarnos, sobre todo si nos empeñamos en seguir aplicando nociones europeas, como en general tenemos la mala costumbre de hacerlo a cada paso en problemas de la América española. Si anunciáramos a un público culto que vamos a mostrarle imágenes de una hermosa catedral sudamericana del siglo XVIII, e inmediatamente después procedemos a.proyectar diapositivas de una iglesia como la que hoy estudiamos; si ese mismo público es receptivo y está alerta, no hay duda de que quedará sorprendido. En efecto, la noción “siglo XVIII” implica, para todo espectador cultivado medio, un repertorio de formas -pero sobre todo un repertorio de valores- que no tiene absolutamente nada que ver con lo que le estamos enseñando lfigs. 46 y 47). Si, en cambio, anunciáramos que vamos a ver fotos de una catedral “barroca” sudamericana, la mayoría de esas mismas personas aceptaría al pie de la letra nuestro enunciado. Y es que, dentro de las costumbres culturales de nuestra época, es frecuente hablar de barroco aunque la mayoría de las veces no nos pongamos de acuerdo sobre el alcance de la palabralo. Imaginemos, por un instante, que entre ese mismo público dócil haya un aguafiestas de espíritu más independiente y que no acepta, de entrada, nociones nebulosas o demasiado manoseadas. Si ese personaje hipotético, nos preguntara en qué consiste el “barroquismo” de la catedral de Puno, ¿qué podríamos honradamente contestarle? Diríamos, cuanto más, que ese barroquismo puede encontrarse en la fachada, lo alto de las torres y las portadas laterales. En efecto, la gran mayoría de los historiadores clasifica -a partir de esos rasgos llamativos- el monumento entero como barroco, y a partir de ese punto continúa tranquilamente su demostración. Con todo, si miramos bien (”aprender a ver es el más largo aprendizaje de todas las artes”, decía uno de los Goncourt), ¿qué es lo que vemos? Hablando con entera franqueza: una montaña de piedra en forma de pirámide, pesada, sin dejar por eso de poseer un cierto equilibrio. ¿Corresponde esto acaso a la definición que del barroco daba, por ejemplo, Eugenio D'Ors? Para él, el clasicismo era el dominio de las “formas que pesan”, y el barroco el de las “formas que vuelan”. Es una fórmula que va al fondo de la cuestión, al espiritu más que a la letra. Ahora bien, nuestro aguafiestas y nosotros mismos descubrimos en esta masa de piedra aparejada una silueta que parece pesar tanto como las mon136 Fig, 46, Contrafuertes en la catedral, Puno lfoto D. Bayón) -¡_ Í-1 iw-l -sf, 'O “t. `¿..:r Fig. 47. Interior de la catedral, Puno lfoto J. de Mesa). A di- ferencia de lo que ocurre generalmente en Sudamérica, en la catedral de Puno el lenguaje que domina es el arquitectónico. La limpieza de las masas, el perentorio corte y ensamblado de la piedra, la claridad de las articulaciones, la urgencia en proclamar la función están a la vista -tanto afuera como adentro- y confirman este carácter. La prueba sería que, a pesar de haber perdido su mobiliario de origen en un incendio, la arquitectura misma del edificio resiste y justifica un ámbito desprovisto de esos ricos retablos que son los que sueIen` salvar el efecto interior en la mayoría de las iglesias sudamericanas. 137 tañas que la rodean. ¿Vamos a decir por eso, cambiándonos de bando, que la catedral de Puno no es “barroca” porque es “cIásica"...? ¡Nunca! Si escapamos a uno de los terminos de esa absurda dicotomía no es para caer, tontamente, en el otro. Asi como en el siglo XIX la querella parecía haberse establecido entre ”cIásicos“ y “románticos”, para nosotros, la cara o cruz de la moneda del arte debe jugarse siempre entre clasicismo y barroco, a no ser que -como se ha hecho últimamente- introduzcamos un nuevo concepto para “entendidos”, el de manierismo. Que en vez de dividir en dos dividamos en tres la materia no cambia en nada las cosas. La comprobación a ia que llegamos es de otra índole profunda, y es la de que las categorías europeas que ya tienen poco sentido aplicadas a problemas de ese continente, parecen no tener ninguna vigencia fuera de Europa, en este caso en toda América, de punta a punta. Hablando sinceramente, tratando de ir más allá de los lugares comunes y de las ideas preconcebidas, diríamos que frente a la catedral de Puno, abstracción hecha de la función, lo que vemos, literalmente, es un considerable volumen de piedra a dominante cúbica, volumen que expresa muy francamente al exterior la planta en cruz latina con dos sacristlas laterales y una “capilla de la Virgen" adosada detrás del altar mayor. Mediante el escalonamiento de los techos, de los contrafuertes y la cúpula, esta gran forma aplastada se inscribe dentro de un perfil piramidal. En los gruesos muros rudos pero de una estereotomla cuidada se recortan pequeñas ventanas a bisel. En algunos de los paramentos entre los contrafuertes y en la fachada se despliega una decoración sobrecargada de carácter estático y obsesivo. Esta decoración, sin embargo, no ocupa todos los lugares disponibles; cuando prolifera lo hace en ciertos puntos designados de antemano por el maestro de obras, obedeciendo en ello a una antigua gramática del gusto español que, por lo menos a partir del siglo XV, se complace en distribuir “en damero” los efectos de vacío y de lleno. ¿Se puede entonces llamar “barroca”, sin más, a esta “caja de muros” tan seca al interior como al exterior? .Nos parece por lo menos demasiado aventurado querer tomar la parte por el todo. Por último, hay sólo tres lugares privilegiados -imafronte, puertas laterales, alto de las torresdonde esa decoración fija se manifiesta en toda su belleza y la complejidad de sus símbolos polivalentes. Convengamos además que esta decoración no es de signo dinámico sino que en ella presenciamos una estética de "bordado de la piedra", que es de la misma familia y del mismo espíritu que muchas otras decoraciones un tanto marginales a través de toda la historia. Su razón de ser principal, no lo olvidemos en vanas querellas de historiador, es sobre todo la de “hacer rico” al mismo tiempo que expresar -como programaun sistema de valores vinculados a la jerarquía celeste. En fin, para decirlo de una buena vez, esta iglesia tal como hoy la vemos no es barroca o clásica, ni siquiera manierista llo que sería más 138 absurdo aún, si cabe). Son estos conceptos que, sencillamente, no le convienen. Lo que tiene de más interesante un monumento como la catedral de Puno es que, justamente, no parece inscribirse, no puede ser inscrita sin violencia, en un sistema cualquiera de clasificación o de filiación inventado fuera de la América del Sur, continente que si bien ha participado en la historia occidental, lo ha hecho siempre de una manera diferente y totalmente original. Como lo dice Pierre Francastelli, un monumento nos interesa por sus diferencias y no por sus afinidades con los otros. La manía “clasificatoria" nos lleva a establecer inventarios cada vez más complejos y, quizá también cada vez más falsos. Es el aspecto “diferencial” y no “serial” el que debe conducirnos a la comprensión de las artes lejanas. Muy claramente nos damos cuenta de lo que la afirmación "la catedral de Puno es barroca” quiere decir. Esa afirmación supone que la descripción, las fotos elegidas, el énfasis de la demostración van casi exclusivamente a referirse a esos puntos-clave que hemos definido a priori como sobrecargados, lo que para la mayoria de los lectores quiere decir ya, sin más, barrocos. ingenua o maliciosamente se susurra en nuestro oído predispuesto a la simplificación: “Fíjense que hermoso es este barroco, torpemente diseñado por maestroslocales y brutalmente ejecutado por escultores indígenas...“ Demás está decir que, para mi, los términos quedan asi pésimamente planteados. Habría que empezar por decir algo mucho más largo y quizá menos llamativo pero más cierto. Algo así como el principio de un cuento: ”Había una vez, en pleno siglo XVIII en un pueblo de la meseta peruana, un hombre muy rico que, sin duda para estar en buenos términos con la divinidad -y con las autoridades civiles y eclesiásticas-, quiso gastar una fortuna en hacer construir una gran catedral de piedra...” Dejemos el tono imaginativo y vayamos a lo concreto. En el damero de las ciudades sudameri- canas, a la iglesia se le ha atribuido, como de costumbre, una manzana entera de terreno frente a la plaza principal. Ahora bien, esa manzana está en una altura con respecto al nivel del lago Titicaca. Siglos antes el templo hubiera vuelto la espalda al lago para tener su fachada orientada al oeste; en el XVIII en cambio, da sobre la buena vista y recibe, por ende, el sol matinal que también viene del lado del lago. Para que sea expresiva esa iglesia tiene que afirmar claramente su significación dentro del tejido urbano. Y es eso lo que puntualmente ocurre; desde lejos cualquiera, hasta el más profano, comprende la función simbólica de ese monumento privilegiado dentro de la ciudad. Por su propia masa, la dignidad, nobleza, calidad de sus materiales y detalles decorativos, por su orientación, altura, amplitud de su atrio y su escalinata, en una palabra, todo revela el marco adecuado para recibir multitudes, organizar procesiones y toda clase de festividades públicas. Esta disposición y forma generales constituyen quizá el aporte más sensible y original de la catedral de Puno. Más que los detalles, por exce139 lentes que ellos sean, detalles en los que los historiadores parecen concentrarse obstinadamente. Sí, esta catedral se expresa sobre todo por las masas, su fuerza telúrica; su oerfil un tanto achaparrado pero potente habla bien claro de una tierra que tiembla muy a menudo y muy intensamente. No olvidemos, sin embargo, que sobre este esqueleto rudo pero muy expresivo en sl mismo florecen ciertos elementos decorativos coherentes y de calidad. Es eso precisamente lo que constituye lo que llamamos el efecto estético: la buena proporción, el contraste entre las partes, el juego de los contrapuntos. Acerquémonos más para ver estos adornos de la piedra. Por empezar, el imafronte es un verdadero “retablo exterior" bastante bien dividido y compuesto. Posee -en áspero y pintoresco- todos los elementos indispensables de una arquitectura civilizada o lo que pasaba por serlo en la época. O sea: columnas, entablamentos, nichos y hasta frontones rotos, trilobados, el todo tratado como un bordado rígido, netamente recortado, dentro del espiritu, no tanto de la escultura tradicional europea, sino más bien como una prolongación -en piedra- de los bordados que durante siglos la Iglesia ha hecho ejecutar en hilos de oro y plata para exaltar sus ornamentos de culto. Esta fachada, lo mismo que las portadas laterales, deben ser comprendidas por nosotros ante todo como proezas técnicas. Podemos estar seguros, sin embargo, de que tanto el autor Simón de Asto como el mecenas, las autoridades eclesiásticas y las gentes cultas de la ciudad, debían estar igualmente muy satisfechas -y con toda razón- de cosas que a nosotros podrían escapársenos por sabidas: el tamaño de la construcción, la estereotomia impecable de su bóveda de cañón corrido con penetraciones, en fin el alarde de la cúpula y la altura de las torres. A todo esto llamamos hoy -y seguramente llamaban en el siglo XVIII- una arquitectura, o sea, un conjunto perfectamente Iogrado desde el punto de vista de la construcción y de la representatividad, una creación a escala importante que se justifica a sí misma y que ocupa con dignidad un.lugar de honor dentro de la ciudad. Es esa la noción de arquitectura, de “bella ordenación”, que los antiguos esperaban y deseaban para sus edificios. Hoy, con una actitud más sabia, más exigente pero también un tanto despectiva, nos conformamos con bonitos efectos, con el mero pintoresquismo, y es porque, comparado con otros monumentos que apreciamos en el mundo archicivilizado de Europa, el edificio sudamericano que estudiamos nos resulta más encantador y persuasivo en la medida misma en que nos parece más rudimentario. No debia ser esa la mentalidad de la época para juzgarlo. Si esta catedral es realmente del siglo XVIII, no olvidemos que ella pertenece, por definición, a un siglo XVIII sui generis como pudo serlo el que vivió la América del Sur tironeada entre dos polos: la mentalidad “medieval” americana y la vanguardia europea aguijoneada primero por los enciclopedistas y un poco más tarde por la propia Revolución Francesa. 140 No, esta catedral no es “barroca” en el sentido tradicional histórico del término, de la misma manera que tampoco es “rococó” y menos aún ”neocIásica”. . Aunque parezca una perogrullada, hay que afirmar que se trata simplemente de un caso particular. Hay que confesar, sin embargo, que a poco que profundicemos en estos “casos particulares” sudamericanos comprendemos hasta qué punto todas las nociones europeas resultan esclerosadas, por no decir completamente inútiles. Las iglesias sudamericanas poseen, por diferentes que parezcan entre sí, al menos algunos puntos en común, el principal de los cuales podría ser que representan bastante bšen el sentimiento religioso que parecia deseable despertar en las masas, ya fueran españolas, criollas o indígenas; y hay que reconocer que, en la mayoría de los casos, esto se lograba sin caer en fórmulas vacías o practicando un arte dudoso como el que después conocieron los siglos XIX y XX. ¿Cómo juzgar, pues, esas antiguas iglesias sudamericanas, vistas hoy desde nuestro punto de vista que pretende ser más englobante, más total en sus juicios? Por supuesto que no se trata de imponer un criterio de valor basado exclusivamente en la sensibilidad corregida por una profunda cultura de la historia de los estilos y un conocimiento acendrado de cada detalle significativo. No, por el contrario, debemos intentar -a la luz de la comprensión más generalizada- descifrar lo que una iglesia como la catedral de Puno podía y debía representar para la mayoría de los fieles que a ella acudían. Quienes dirigían los trabajos eran, muy a menudo, o eclesiásticos de carrera y vocación, o también hombres cultos formados en Europa y en los grandes centros sudamericanos de la época. Esas personas debían tener una idea bastante clara y precisa de lo que esperaban del edificio cuya construcción emprendian. Para sus iglesias reclamaban, ante todo, obras bellas, imponentes y ricas, a ser posible. Sobre todo, obras de calidad tanto en los materiales, procedimientos constructivos, mano de obra, terminación y detalles. Por eso, sin duda, exigían en el exterior una decoración esculpida, “injertada”, por así decirlo, sobre un edificio de la mejor clase elevado según todas las reglas del arte. No debemos, sin embargo, tratar de comparar ni el tamaño, atrevimientos constructivos o calidad del decorado de una iglesia como la de Puno con lo que se hacía contemporáneamente en pleno siglo XVIII europeo. Perderíamos, así, definitivamente toda posibilidad de captación del valor de un arte alejado y local, capaz, no obstante, de expresarse con sinceridad, y al mismo tiempo, capaz de inventar una representación y una significación perfectamente diferentes de los remotos modelos europeos. Quisiéramos, sobre todo, hacernos comprender de todos aquellos que, de una manera o de otra no han tenido jamás la ocasión de contemplar directamente alguna de estas construcciones sudamericanas, un 141 tanto rudas aunque casi siempre también muy fascinantes. Para quien noi" 1 visto nunca la catedral de Puno sino en foto, agregamos a guisa de comentarios que hay que imaginar lo que significa esta gran masa de piedra rosa oscurol2, tal como se presenta al sol del altiplano, dominando las brillantes y azules aguas del Titicaca. Esa piedra -por uno de esos misterios que parecen deberse a la “armonía preestablecida" Ieibniziana- se destaca admirablemente en el cielo luminoso bajo la luz llmpida y fria de un sol blanco como un ojo sin párpado. Bajo esa iluminación privilegiada las sombras se hacen transparentes, no “pesan” sobre el enérgico enrejado que los resaltos verticales y las molduras horizontales parecen trazar sobre la superficie sensible del monumento. En general, cuando abarcamos la totalidad del volumen y circulamos a su alrededor, otra impresión aún despierta en nosotros al hombre primitivo que siempre llevamos dentro; y es un sentimiento positivo ante esa especie de “brutalidad” básica que ha sido adoptada para zanjar los problemas. ¿Hay que sostener un muro? Pues bien, para anclarlo al suelo se le plantará al lado un contrafuerte como quien clava un enorme clavo sobre una plancha. ¿Es necesario decir que el resultado no es, en nada, delicado ni gracioso? Diríamos que todo lo contrario, y, sin embargo, por eso mismo quizá nos satisfaga tanto en lo que tiene de franco y efectivo: un verdadero “puñetazo en el estómago”. Sí, por último, todas estas son soluciones sanas, lo contrario de la imitación amanerada y pudibunda. Aquí, quienes han levantado esta mole no se han avergonzado de sus limitaciones, al contrario, hasta parecería que están exageradas por prurito de sinceridad, y también, ¿por qué no?, para practicar un cierto esteticismo ”brutaIìsta” que encuentra en nosotros un eco por demás favorable y que nos prueba, si hiciera falta, que tampoco en ese campo hemos inventado nada. No se puede, no se debe hablar de barroco a propósito de la catedral de Puno; aun si el término resulta cómodo y, a cada instante, tenemos la fuerte tentación de emplearlo. Sería, no obstante, una forma de pereza mental. Sin recurrir al concepto de "estilo" podemos igualmente muy bien hacernos comprender diciendo que se trata de un volumen que se afirma como un juego de cubos superpuestos, limitado por grandes superficies planas sobre las que se distribuye, con mucho tacto y gusto, una decoración concentrada en ciertos puntos, constituida por detalles sobrecargados de tipo hormigueante y estático. En su conjunto, diríamos que la catedral de Puno es un núcleo de piedra con perfil montañoso; por ello se inserta -sin tener en cuenta diferencias accesorias- en la gran categoria general de las iglesias de esa región cultural sudamericana. Para concluir este ensayo podriamos agregar que, por los avatares del azar,` la catedral de Puno cuenta hoy, sobre todo, como un “exte142 1 1.”. Por una fortuna adversa como el incendio de su mobiliario, o por cambios que nos resulta dificil evaluar en nuestros días, ella se nos presenta desde el punto de vista interior, como un simple espacio desnudo bastante impresionante en si mismo, aunque sin ninguna de las características que constituyen la atracción de ciertas otras iglesias sudamericanas, a veces mucho más modestas que esta catedral. Desconfiando, en principio, de las manidas nociones de estilo y de las simples cronologías, he querido presentar hoy el caso de una catedral media, que no ha sido pensada en Europa para ser ejecutada en América del Sur, sino que, por el contrario, parece haber nacido y crecido como un producto natural -ambiente, materiales, necesidades- en el corazón mismo de la sequedad luminosa de la meseta peruana. Detrás de esta aparente espontaneidad -que no es sino una perfecta adecuación al medio- aparecen una voluntad por parte de quien encargó la obra, la presencia de un maestro de obras eficaz y sensible y, por último, una mano de obra muy calificada. Son esos tres elementos humanos los responsables de esta admirable "montaña artificial". Esta catedral es austera y sin concesiones, representa un enorme peso de piedra puesto en equilibrio como un desafío a la dificultad de construir en una región tan alejada de los grandes centros culturales y, para colmo, sujeta a movimientos telúricos de los más violentos. Decir simplemente que es barroca, insistir en que es un producto de mediados del siglo XVIII, es decir demasiado poco y, lo que resulta peor aún, es traicionarla. En todo caso, no es barroca en relación a lo que se hacía por ese tiempo en Europa o en México y conste que pienso, sobre todo, en esas elegantes iglesias “verticales” de los alrededores de Puebla, con sus azulejos en fachada, sus altares desbordantes de oro y policromía en que las curvas parecen perseguirse sin fin. Culturalmente hablando, tampoco puede afirmarse, sin más, que la catedral de Puno pertenezca al siglo XVIII, si pensamos en ese momento histórico con la óptica y la mentalidad europeas. 0 sea, si esas palabras despiertan en nosotros nociones de un rococó cortesano hecho de delicadezas y gracia; o lo que sería igualmente falso, si evocaran las austeridades del neoclásico que hizo furor en España y en México pero que, prácticamente, no llegó a pasar a la América del Sur13. Sí, no hay más remedio que reconocer que los clisés europeos no funcionan en este territorio áspero que es el Collao, sobre las riberas de este lago inmenso, salvaje, despoblado como un mar en el centro de un desierto. Ese lago Titicaca que tampoco él obedece -ni lo más remotamente posible- a la idea romántica de “lago” que, a partir de Rousseau, nacido al borde de un supercivilizado lago europeo, aparece en nosotros en cuanto oímos o leemos la palabra, casi como un reflejo condicionado. 143 La historia sudamericana no es solamente la parienta ,.-.. de la europea: sobre un mismo reloj básico sus agujas marcan otra hora, la suya propia. Y es precisamente la diferencia lo que hace interesante la investigación y no la sempiterna búsqueda de lo igual, como parecería que los his- toriadores quisieran siempre demostrar. Las circunstancias favorables o adversas que presiden todo destino han hecho de la catedral de Puno lo que ella es, vale decir, algo único; ni más ni menos que una planta o que un ser humano. Habrá que incluirla en diez 0 en cien tipologías que no serán, a su vez, sino otros tantos andamiajes provisorios, medios de esbozar las lineas generales que le han permitido existir en el tiempo. Lo que podemos asegurar es que no encaja en los "siglos" ya hechos, ni en los “estilos”, especie de cajón de sastre donde hay de todo, y que parecen haber sido inventados no tanto para aclarar como para confundir. La catedral de Puno, como toda creación del espíritu humano es un “caso particular", ni más ni menos, pero un caso particular que puede y que debe ser amado y estudiado justamente por su carácter individual, impar. Notas 1. Enrique Marco Dorta, in Angulo lñíguez, Historia del arre hispanoamericano, tomo l, pág. 631. 2. Enrique Marco Dorta, op.cir., tomo I, pág. 632. 3. Rubén Vargas Ugarte, Historia del Perú, Buenos Aires, 1954. tomo ll, pág. 327: “.D. Pedro Antonio Fernández de Castro, décimo conde de Lemos, séptimo marqués de Sarria, octavo conde de Castro y duque de Taurisano nació en Monforte de Lemos y fue bautizado en la iglesia de San Vicente de esa ciudad el 20 de octubre de 1632". Más adelante lop.cir. tomo ll, pág. 333 sqq.) el mismo P. Vargas Ugarte explica cómo, en 165, en la provincia de Paucarcolla se descubrió la mina de Laicacota a algunos kilómetros de Puno. En 16%, Lemos desmantela la aldea de Laicacota y la transporta una Iegua más al norte, al lugar ya poblado de Puno, que a partir de ese momento se llama San Carlos. La fundación tuvo lugar el 9 de septiembre de 1; Lemos la justifica por carta al rey con fecha 27 de diciembre del mismo año. 4. Carlos Borromeo nació cerca del Iago Mayor en 1533, murió en Milán el año 1584 y fue canonizado en 1610. Donald Attwater, The Penguin Dictionary of Saints, Londres, 1966, pág. 84, lo califica así: “San Carlos Borromeo fue una de las figuras notables entre los reformadores católicos posteriores al Concilio de Trento y fue llamado “otro San Ambrosio”; su rigorismo en algunos sentidos y su arrogancia no han escapado a las críticas, pero una parte de su labor. como la concerniente a la educación religiosa de los niños, ha sido ampliamente apreciada". 144 5. E. Marco Dorta, op.cir., t. lll, pág. 456 sqq, cree que el nicho vacío debía estar destinado a una estatua de San Carlos Borromeo, santo titular de la iglesia íque sólo fue hecha catedral, agrego yo, el 5 de octubre de 1861). A ambos lados de ese nicho -siempre según Marco Dorta- descubrimos los relieves respectivos de San Pedro y San Pablo. AI nivel inmediatamente inferior y en el eje encontramos otros relieves: el de la Inmaculada Concepción, flanqueada por Santo Domingo y por San Francisco. Sobre la puerta misma de entrada figura, en fin, un relieve cuadrado con la imagen de San Miguel; por último, al nivel más bajo y en sendos nichos pueden verse las estatuas de bulto de San Marcos y San Mateo. Al interior, formando parte de la decoración fija encontramos en lo alto de la bóveda una serie de medallones en relieve y que corresponde, cada uno, a un tramo diferente. Según este mismo autor los temas son, yendo del presbiterio a la puerta de entrada: la Inmaculada, la Virgen con el Niño, Santa Rosa de Lima, San Miguel, Santo Domingo y San Francisco. I. Ricardo Mariátegui Oliva, “La catedral de Puno”, Ana/es de/ instituto de Arte Americano, Buenos Aires, n.° 3, 1950, pág. 38-43, piensa a su vez, que el segundo motivo central de la bóveda no es la Virgen con el Niño sino el Niño Jesús de Praga. El mismo autor cree ver, coronando los dos portales laterales exteriores, las imágenes de San Juan Evangelista y de San Lucas, respectivamente. Lo que, supongo yo, completaría la representación de los cuatro Evangelistas, si Marco Dorta tiene razón en suponer que las dos estatuas de la fachada encarnan las figuras de San Marcos y de San Mateo, como se dijo más arriba. Xavier Moyssén, "La Catedral de Puno, Perú" Anales dei Instituto de investigaciones Estéticas, n.° 31, 1962, pág. 52 sqq., no está de acuerdo con casi ninguno de estos criterios y dice textualmente: “Desde su construcción, la iglesia fue dedicada a la Purísima Concepción y no a San Carlos Borromeo como se ha venido repitiendo infundadamente; San Carlos es el patrón del pueblo, según disposición dada por el Conde de Lemos en honor de Carlos ll. Por tanto, el tema teo I ógico que rige la composición de la portada, es un tema mariano. En términos generales la composición está trazada a base de triángulos más un eje vertical, tod o lleva por cúspide lógica la imagen del Padre Etemo". Sigue diciendo Moyssén que en el nicho vacio no debió alojarse San Carlos, como suponía Marco Dorta sino “...la Segunda Persona de la Trinidad: el Hijo; significativamente las Tres Personas están asistiendo a la coronación de la Virgen, a ello se debe su presencia aqui". “En el segundo cuerpo de la portada -sigue afirmando Moyssén- a los lados del nicho y la Purísima, aparecen en medios relieves San Pedro y San Pablo (en esto de acuerdo con Marco Dorta), principales pilares de la Iglesia de Cristo, en tanto que a los lados de la Virgen dispusiéronse sabiamente dos doctores de la Iglesia que se distinguieron tanto por la defensa que hicieron de la misma como por sus escritos con los que defendieron el dogma mariano; Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura son los dos doctores que ahi aparecen con sus símbolos característicos: sendas plumas de escribir y voluminosos libros en las manos. “En la parte inferior y a los lados de la puerta nos encontramos, dentro de sus nichos, con dos doctores de la Iglesia primitiva; a la izquierda aparece San Gregorio Magno y a la derecha San Jerónimo, que es, por cierto, una 145 de las esculturas de mayor personalidad que hay en el conjunto; el artífice qt... _ _ _ _, labró no encontró inconveniente alguno en colgarle de las faldas esa deliciosa e ingenua figura que representa el manso león que acompaña al santo.” Como se ve las opiniones divergen. El personaje con un león que a Marco Dorta le ha parecido San Marcos Icon su animal tutelar) es, para Moyssén, San Jerónimo, o sea otro santo que puede tener ese mismo atributo reducido aqui a un signo “taquigráfico”. En cuanto a mí no soy especialista en iconografía y no pretendo ni remotamente competir con los eruditos en estas cues- tiones. De todas maneras la perfecta identificación de cada tema no es en absoluto el objetivo fundamental de este libro que querría, sobre todo, interpretar la inserción de los monumentos en su contexto histórico general y dentro del marco geográfico, económico, religioso, político y social en el que fueron levantados. _ _6. Cf. José de Mesa y Teresa Gisbert, “Renacimiento y Manierismo en la arquitectura 'mestiza' Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, Caracas, junio 1965, n.° 3, págs. 9-44. . 7. Cf. Emilio Harth-Terré, “Tesoros de arquitectura virreinal en Puno”, Mercurio peruano, 176, tomo XXIII, pág. 617 sqq; y del mismo autor, “La Sirena en la Arquitectura VirreinaI“, El Arquitecto peruano, mayo 1940. 8. F. Chueca Goitia lo ha dicho desde su primer libro: ini/ariantes castizos de la arquitectura española, Madrid, 1947. Yo mismo he tratado el tema varias veces, en mi citado libro y en distintos artículos. 9. Véanse, en este sentido, los documentos fotográficos de Edovard Utudjian, Les monuments arméniens du ¡Ve au XVlie siécle, París, 1967; y los de G. Gasparini en el artículo del B. C.I.H.E., n.° 3, 1965. 10. Cf. Pierre Charpentrat, Le mirage baroque, París, 1967, que analiza con mucha agudeza la historia del concepto en Francia. 11. Pierre Francastel ha desarrollado estas ideas en uno de sus seminarios (aún inédito) en el curso 1964-1965, de la Escuela de Altos Estudios, Paris. 12. E. Marco Dorta, op.cit., tomo lll, dice textualmente que la catedral es de piedra gris. A pesar de que el adagio reza que de gustos y colores no debe discutirse, creo que en este caso vale la pena hacerlo. Las diapositivas en colores deberían bastar para zanjar esta cuestión, secundaria pero no desprovista de interés. 13. Cf. Gabriel Guarda Geywitz, “El triunfo del Neoclasicismo en el Reino de Chile", B.C./.H.E., n.° 8, 1967. 146 ' ¿I papel de la decoración en la arquitectura colonial sudamericana La arquitectura colonial sudamericana presenta siempre un doble aspecto: el exterior (del cual la fachada constituye generalmente la parte privilegiada) y el interior, considerado como simple espacio cerrado y que sólo alcanza su verdadero significado si se lo entiende como lo que es: casi una excusa para el despliegue de la decoración. Los dos lados de la medalla se unen pues en la significación tota/ del monumento, y es lo que me temo no quede claro en los libros publicados hasta ahora sobre el temal. En efecto, el exterior por su masa, torres, cúpula, imafronte anuncia el templo en la ciudad, lo proclama y lo inserta en un tejido urbano homogéneo aunque bastante indeterminado. El interior, por el contrario, habla más que nada a quien penetra en la iglesia en busca de refugio, de paz, o de consuelo. La decoración acentúa y corrobora este efecto íntimo del edificio religioso pero matizándolo: en la penumbra uno se encuentra mejor y puede dar rienoa suelta a la expresión de los propios sentimientos. Más que un repertorio de formas lque ya vimos están muy mezcladas en América del Sur y no llegan por orden cronológico, lo que constituye en sí la noción misma de “estilo”l, los españ_oles_aport_aronj_a sus colonias una mentalidad religiosa, les _impusie'ronBla suya, que ihaceiide la iglesia. Tiïndiarñëntalmente una casa de oración. Admitamos por otra parte que el hecho de separar los dos aspectos de la arquitectura eclesiástica suponga un error. En efecto, no hay por una parte una "caja de muros” (bastante poco imaginativa por cierto) y, por otra un “contenido” en la doble acepción del término. Parece haber pasado ya el momento de la consideración del espacio interno como aspecto dominante en el juicio arquitectónico global . No hay que exagerar: la arquitectura es la doble experiencia del “juego de los volúmenes bajo la luz”, como decía Le Corbusier, y también y al mismo tiempo, la captación del espacio 147 vivo limitado por unos muros y una cubierta sea cual fuere. No nos engaiiemos: por último, quizá, los dos únicos pueblos que en Europa occidental han sido capaces de construir soberbios monumentos con interiores tan válidos como sus exteriores son los italianos y franceses. Los otros, en general si bien logran a veces hermosas “esculturas habitables", se contentan con vestir bellamente el interior del espacio que esos mismos muros delimitan3. En el caso particular que nos ocupa, si bien hay que reconocer que el espacio español o sudamericano resulta casi siempre interesante y proporcionado, son raras sin embargo las obras capaces de resistir la comparación con los grandes monumentos europeos. Entre los siglos XV _y )_(\_(l,II lo hispánico no cuenta muchas veces en última inštanciísinöipfoflrila manera como los espacios desnudos son vestidos por una idecotaãô-iïiìñtìadyergticia pero si aplicada4. 'Í J En el gran arte el complejo arquitectura-decoración constituye o debe constituir un episodio único que sólo mentalmente podemos desdoblar en dos instancias paralelas. No obstante, la gran arquitectura de interior reclama una ausencia casi total de decoración, o mejor dicho: debe bastarse a si misma. Es lo que ocurre en los magníficos palacios italianos por lo menos hasta el siglo XVII. Los franceses, ingleses, holandeses han sabido, en cambio, aliar quizá mejor que los propios italianos los interiores “arquitecturados” civiles, tratándolos con una decoración proporcionada, refinada, supremamente habitable: virtud nórdica por antonomasia. La suya es lo que podríamos llamar una “cultura de puertas adentro”. En el mundo hispánico el caso es aún distinto de los precedentes. Un interior -de iglesia, de palacio, doméstico- cobra verdaderamente su significación sólo cuando está habitado por imágenes talladas, cuadros, muebles y objetos. Ya sea por herencia morisca, ya sea por la propia dureza de la vida medieval, puede decirse que los españoles entraron en la época moderna con una mentalidad sobria, aunque no por eso menos señorial. Su ideal inconfesado es la dignidad, el decoro. A veces también y como subproducto, el Iujo5, que cuenta no sólo por la calidad de la obra sino también por la riqueza intrínseca en labor y en metal precioso. Ahora bien, ese lujo resulta muchas veces simplemente algo “colgado”, una alhaja de precio con la que un personaje importante se adorna y proclama a los cuatro vientos su calidad. Es el caso -bien observado por Chueca Goitias -de los artesonados mudéjares o renacientes, de ciertos frisos esculpidos y en general de toda la decoración que prolifera en la parte superior de los muros. En las iglesias ese rasgo se completa con los retablos, la sillería del coro, los púlpitos -y mucho más rara vez- con los confesionarios (remplazados por desgracia a lo largo de los siglos como elementos móviles y, por ende, menos permanentes). 148 Dado que aquí nos ocupamos precisamente de arte religioso veamos, a vuelo de pájaro, cómo esa decoración fija o semi-móvil se presenta en América del Sur durante los tres siglos que nos interesan. 3 Las cubiertas Varias clases de cubiertas son practicadas en América del Sur a partir del siglo XVI: las mudéjares (que representan lo que entonces se llamaba “carpintería de lo bIanco"7l; los artesonados renacientes en la pura tradición europeaa; en fin, las bóvedas de varios tipos. Se podría fácilmente dibujar el mapa de las techumbres con técnica mudéjar en América del Sur. Debía, sin embargo, haber muchas más de las que encontramos hoy día', a pesar de ser todavía bastante numerosas. Los terremotos, las reconstrucciones y -¿por qué no?- el cambio de gusto deben haber acababado con ellas en más de un caso. De acuerdo a lo que se conserva hoy este mapa tendría vagamente la forma de una gran mancha que tomara todo el norte y el centro-oeste del continente, es decir los virreinatos de Nueva Granada y del Perú. En la grisalla general de esta mancha notariamos algunas otras más oscuras que corresponderían a los puntos en que las obras son más frecuentes y más bellas, o sea en las ciudades de Tunja, Bogotá, Quito, Lima, Ayacucho lantigua Huamangal, Sucre y Potosí9. ` Parece demostrado que muchos moriscosm se encontraban entre las tropas españolas de la conquista. Son ellos sin duda quienes a pedido de los maestros de obras empezaron a practicar esta forma útil y bella que constituía una práctica ancestral de ese puebloll. Es también muy posible que, gracias a la formación de discípulos y a la divulgación del libro de López de Arenas, los artesonados de este tipo hayan sido realizados ya en el siglo XVII por españoles puros, por indios o mestizos adiestrados en esta técnica. Por cierto que a mediados del siglo precedente existían en América del Sur colegios de artes y oficios, tales como por ejemplo el famoso Colegio de San Andrés de Quito, donde se formó una verdadera élite, no sólo de artesanos sino también, sencillamente, de artistas de todo tipolï. En general esta clase de techumbre asume la forma de una artesa Ide ahí su nombre) que puede ser cuadrada, rectangular, octogonal o en “media naranja". A partir de una base constructiva muy ingeniosa, el 149 carpintero -estamos tentados de tratarlo de ebanista, hasta tal punto st. i.. ' bajo es fino- alcanza la belleza expresiva gracias a los entrelazados geométricos, los polígonos estrellados que constituyen la trama misma del arteso- nado, sin ningún elemento superpuesto ni extraño a la obra misma. De esa manera, el antiguo gusto árabe por la riqueza y el lujo se encuentra -por uno de esos extraños avatares de la historia- transferido a la América española”. La voluntad de “agregar lujo”, rasgo peninsular, quedará así expresada por esos baldaquinos en marquetería de madera oscura que pueden, en ciertos casos, estar dotados de policromía, aunque siempre apagada y que sólo el dorado anima. Permítaseme una digresión. Para mí, la mentalidad de los primeros constructores europeos en América del Sur parece obedecer a una consigna tácita: la de improvisar y contentarse con los medios a su alcance tratando de realizar edificios sólidos y hermosos en la mayor brevedad posible de tiempo. Ante ese imperativo, querer estudiar la historia del arte del Nuevo Mundo por “rebanadas de estilo" me parece un error, no tanto metodológico, como un error desde el punto de vista de la historia de las ideas. No es, creo yo modestamente, estudiando la recepción siempre más o menos tardía que entenderemos la arquitectura colonial sudamericana. Pienso, por el contrario, que hay que dar completamente vuelta el argumento y preguntarse con humildad: ¿cómo podía cubrirse, a fines del siglo XVI, una iglesia en las comarcas más civilizadas de América del Sur? Vayamos por partes: se podia simplemente techar a dos aguas lo que permite tener al interior una cubierta ordinaria con cerchas formadas por vigas y puntales (los más refi- nados se llamaban de par y nudil/ol que no había inconveniente en' decorar. Es la solución más frecuente en los casos que llamo de arquitectura espontánea. Dentro de un marco más culto y de mayor ambición, el constructor podia lanzarse a la ejecución de una bóveda de medio punto, o sea de cañón corrido, realizada en piedra, en ladrillo y hasta en quincha, como ya hemos visto en otro capítulo de este libro. En fin, llegando ya a lo que constituía un verdadero lujo -aun en España-, se podía intentar una bóveda más complicada: de arista, con penetraciones, o volviendo atrás en el tiempo, empleando la bóveda gótica de crucería. Por otro lado, recurriendo a lo tradicional, no era raro tampoco que se optara por una techumbre rica en madera, lujoso expediente que no representa un gran peso muerto. Las dos técnicas habituales eran en ese caso o la tradicional europea a casetones, o la más refinada mudéjar exclusiva de la Península y anteriormente de todo el mundo árabe. Inútil decir que ambos tipos de cubierta tienen el inconveniente de quemarse fácilmente, de ser destruidos por la intemperie, los terremotos, los insectos, etc. Dejando de lado esa voluntad de hacer más rico el monumento hay que reconocer que de todos los procedimientos mencionados, tanto las bóvedas de crucería como los artesonados de madera, parecen adaptarse mejor a la realidad que cualquier otro de los sistemas. La bóveda 150 ¿,ot..i.á, con su reticula de nervaduras, “absorbe” los movimientos que producen Ios temblores de tierra. Los techos de madera demuestran también a su manera una conveniencia basada en su misma ligereza y, en caso de des., I truccion, por el hecho de ser fácilmente remplazables. Dentro de la técnica maderera, no hay duda de que los artesonados mudéjares o a casetones debían ser más difíciles de realizar en América del Sur que en España. Lo cual no impide, sin embargo, que exista una cantidad verdaderamente apreciable de ellos”. Los techos realizados en el gusto del renacimiento no eran siempre de talla marcadamente tridimensional ícomo es el caso de los casetones): a veces llegan a parecer casi bidimensionales, ya que en ellos lo que predomina es la calidad del diseño, siendo el efecto escultórico poco importante en sí. De todas maneras tanto los artesonados a casetones como los otros más “dibujados” no suponen verdaderos problemas constructivos. La armazón va recubierta interiormente por un sistema de planchas "aplicadas" contra las vigas que ocultan el sistema de sostén propiamente dicho. Los artesonados mudéjares, en cambio, obedecen a diferentes características: sin dejar de ser muy hermosos responden a una técnica perfeccionada de la ebanisteria. Técnica que no necesita de entalladores y que puede ser utilizada siguiendo sólo las instrucciones de un libro. El éxito que tuvieron se debió, sin duda, a varias razones. Desde el punto de vista constructivo como se emplean trozos de madera que no son demasiado grandes, realizar uno de esos artesonados resultaba, más que nada, una cuestión de ingenio. Sin duda en la época, los techos mudéjares eran relativamente baratos, puesto que para realizarlos no había necesidad de vigas de grandes dimensiones siempre difíciles de encontrar y, por ello mismo, costosas. Prácticamente toda clase de madera debía servir a este empleo y no sólo las más duras como en general ocurre en el caso de la construcción. No olvidemos tampoco la noción de prestigio, a la que los españoles e hispanoamericanos han sido siempre tan sensibles. Es decir, esos magníficos techos representaban entonces para el común de los mortales verdaderos tours de force y debían constituir para quienes los encargaban y quienes los contemplaban una prueba de poder, de lujo y de suprema dignidad siempre muy deseables en una colonia perdida del otro lado del océano lfigs. 48 y 49). En el siglo XVIII los artesonados mudéjares desaparecen. Se llegará a obtener un efecto plástico equivalente por medio del empleo de planchas en madera tallada y dorada, como ya vimos fue el caso después del incendio de San Francisco de Quito. Hay también "contaminación" entre los techos dorados, policromados, y las bóvedas. En efecto, en algunos casos se han tratado las falsas 151 bóvedas (que son en ladrillo y a veces en quincha y están protegidas por un techo de tejas) recubriendo su intradós con un sistema “a placas” muy decorativo. El diseño es "abstracto", es decir geométrico, y parece salir directa- mente del tratado de Serlio que ya cité en varias ocasionesl5. Algunas veces lGuápulo, Quito; San Francisco, Lima) el fondo es rojo y los resaltos blancos. En casos más lujosos, si bien se ha conservado el fondo rojo, se ha tratado todo el resto en oro lla Compañía, Quito). Como los retablos son también rojo y oro, la primera impresión del espectador es la de que las bóvedas también deben ser de madera o recubiertas por planchas curvas en talla lígnea. Se trata de un efecto suntuoso y que yo considero muy original y positivo respecto a lo que se hacía entonces en el resto del mundo." Se podría pretender que esos techos en madera o que esas falsas bóvedas en yeso -aun si van pintadas y doradas-, forman en realidad parte de la “construcción” del edificio y_no de su mera "decoración". Es una cuestión de puntos de vista. En cuanto a mí, pienso que los constructores de conventos e iglesias en América del Sur se encontraron frente a dos problemas distintos: uno, el de llegar a levantar edificios lo más grandes y nobles posible; el otro, el de vestirlos de un manto rico y significativo aun si está constituido por elementos heterogéneos. Sl, cada vez que encontramos refi- * i i Fig. 48. Detalle interior de la techumbre de San Francisco, \ i Quito lfoto G. Gasparini). A la izquierda y a la derecha se - ven fragmentos del artesonado i mente todo el templo. El arco que separa ambos espacios | mudéjar que cubría original- l está revestido, en cambio, de planchas de madera talladas en fuerte relieve y doradas como los retablos adyacentes. _ k\ 152 namiento explícito, y de una manera u otra despliegue de lujo, estamos en el campo no simplemente constructivo sino -lo que es más interesante- en el campo decorativo lfigs. 50 y 51). Los retablos El problema del retablo es más complejo, sobre todo porque en su caso se trata de una forma decorativa mixta situada entre la verdadera arquitectura y el mueble de proporción gigantesca. El origen del retablo hay que buscarlo"-'f en los pequeños altares portátiles de la Edad Media. En un momento dado de la historia esta construcción agrandada a la escala del muro de iglesia queda "atada", a su manera, a la mesa de los sacrificios, alzándose tras el ara donde se celebra el rito católico. Se trata de un elemento Fig. 49. Detalle de la techumbre de la iglesia de Santo Domingo, Quito lfoto G. Gasparini). Es este un buen ejemplo de artesonado mudéjar en per- fecto estado de conservación. Se distinguen en él claramente dos de las vigas que “anclan” los muros laterales. Por encima de ellas el techo propiamente dicho con su rico sistema "abstracto" de polígonos estrellados. El procedimiento resultaba entonces eficaz en caso de terremoto, agregando el tan deseado efecto de lujo con- centrado en la paite superior de los espacios cerrados, tradición arábiga perpetuada en España hasta mediados del si- glo XVIII. 153 ` l 1 Fig. 50. Artesonado de Ia iglesia de San Francisco, Quito. (foto G. Gasparini). El revesti- desplegar en la parte superior del local una riqueza capaz de conferirle prestigio. Lo que difiere es el procedimiento cons- data del siglo XVIII. Representa tructivo y los medios materia- miento que abarca esta foto la sustitución del antiguo artesonado mudéjar que se quemó en esa época y del cual sólo quedan fragmentos en el crucero y el coro. La voluntad de contenido es, sin embargo, equivalente en ambos casos: 154 les para lograr esa nota de lujo. vertical supremamente visible y significativo que sirve de fondo a las ceremonias que se desarrollan a sus pies. En España el procedimiento conoció un éxito fulgurante. A partir del momento en que el retablo aparece tenemos dos versiones: una esculpida, otra pintada. Más tarde se llegará a una tercera solución en el retablo mixto que combina estatuas o relieves tanto como cuadros enmarcados. La gran gloria de los retablos españoles del siglo XVI es la de haber impuesto este arreglo basado sobre una estructura arquitectónica que le presta una cierta unidad, al mismo tiempo que le confiere un carácter majestuoso. Fig. 51. Detalle de la bóveda en la iglesia de La Compa- ñía, Quito lfoto G. Gasparini). Cambian las técnicas pero el espíritu sigue siendo el mismo: asombrar con métodos inge- niosos y relativamente fáciles. Aqui, en vez del techo de madera de San Francisco o Santo Domingo len la misma ciudad), nos encontramos ante un alar- de de efìcacia constructiva: una 155 bóveda con penetraciones que permite la iluminación alta del espacio interior. La compleja decoración se hace comprensible gracias a que los fondos son rojos y los resaltos van dorados a la hoja. Ese prestigioso brìllo en penumbra convierte el templo de simple “caja de muros" en una Caverna má- gica de los cuentos de Las Mil y una noches. En tiempos del románico y del gótico esta estructura arqt. tectónica pasaba mucho más desapercibida puesto que se confundla insensiblemente con la escultura propiamente dicha. En el renacimiento por e I contrario, un prurito de construcción correcta preside a la composición de esta arquitectura figurativa“ que va a constituir el telón de fondo de todas las capillas, ya sean la del altar mayor o las otras subsidiarias. Uno de los más grandes artistas del siglo XVI español, Alonso de Berruguete, no se contenta ya con realizar imágenes y pinturas sino que se lanza también a la creación del retablo propiamente dicho, retablo que servirá de soporte a sus propias obras figurativas en dos o tres dimensiones. En su caso particular, el resultado es, empero, algo decepcionante. Ya que Berruguete no es capaz de instaurar un verdadero sistema más o menos lógico en la disposición de las partes. La suya no pasa de ser una arquitectura, mal estructurada por definición, que finalmente cuenta bastante poco en el conjunto, puesto que es siempre la parte escultórica la que domina y atrae el ojo, en detrimento de columnas, entablamentos y aun sombrías pinturas, obras también suyas aunque muy interiores a su labor escultórica. Hacia mediados del siglo XVI empezamos a ver los primeros grandes retablos renacientes en América del Sur. Son todavia bastante chatos, en el sentido estricto de la palabra, es decir que se contentan, cuanto más, de acompañar el muro de fondo para “vestirIo". Dije con cierto optimismo “empezamos a ver"; en realidad esos retablos han desaparecido casi todos. Apenas si podemos hacernos una idea de lo que debian ser observando, por ejemplo, los de las pequeñas iglesias de Huaro y de la Asunción, en Juli (cerca del Cuzco y del lago Titicaca respectivamente). En el primero de estos casos tenemos una superposición de órdenes hecha con aplicación aunque muy rudimentaria; en el segundo, un empleo mucho más “suelto” del mismo esquema. No obstante, la obra maestra de esta época debla ser el retablo del altar mayor que se encontraba en la catedral de la actual ciudad de Sucre. No conocemos hoy el retablo en cuestión, pero el historiador norteamericano Harold E. Wethey ha encontrado en un archivo el diseño original que nos lo muestra tal como debía aparecer. La fecha data de 1604-1607, y su autor es un tal José Pastorelo lpor el apellido darla la impresión de tratarse de un italiano). Su trabajo es muy correcto; consiste en un retablo a tres niveles, dividido verticalmente en tres calles, o sea cuerpos o miembros. Lo que llamaremos el piso bajo muestra, en su eje, un tabernáculo dentro del gusto manierista. En el segundo nivel y siempre al centro, se abre un arco de medio punto y en trampantojo lcreo que hay que volver a esta vieja palabra española en vez del francés rrompe l'oe¡ll -vacio en el proyecto- y flanqueado de dos estatuas enmarcadas por columnas, como era por otra parte el caso en el nivel bajo. En fin, el remate o coronación sólo posee un cuerpo central: se trata de un panel escultórico con la Crucifixión, que concluye por lo alto en un frontón sostenido por ménsulas en vez de columnas o pilastras. 156 ,_,,. volutas invertidas -a la manera de la fachada del Gesü- representan a cada lado el necesario paso para vincular, al centro, los cuerpos laterales que sólo tienen dos niveles. Un par de ángeles con las alas desplegadas da todavía un último toque de arte culto y casi rebuscado a este conjunto muy bien compuesto. (Véase Angulo lñíguez, tomo lll, pág. 536). El verdadero triunfo y generalización del retablo datan, sin embargo, del siglo XVII”. ¿Por qué no tenemos otros ejemplos del siglo XVI en América del Sur así como los hay tantos y tan buenos en México? Creo distinguir dos razones fundamentales: los terremotos que siguen demoliendo esas obras válidas plásticamente pero frágiles por definición; en segundo lugar: el cambio de gusto propio de cada época. La modestia casi obligatoria del primer momento va a ser remplazada, poco a poco, por un programa más pretencioso. A diferencia de lo que pasó siempre en Europa, en América del Sur no se mejora en general una obra ya existente sino que se la guarda tal cual o se la suprime para comenzar de nuevo. Esas dos razones serian más que suficientes para explicar la relativa indigencia en la que estamos para encontrar hoy dia obras representativas de esa época, tanto en el dominio de la pura arquitectura como en el más adventicio de la decoración aplicada. Ahora bien, si tenemos pocos retablos del siglo XVI, nos los podemos en cambio imaginar con una relativa facilidad. No hay duda de que deberían ser una interpretación provinciana de formas renacientes españolas, una especie de mezcla de italianismo importado y de plateresco local. El gran retablo gótico no pasó a América del Sur, lo que parece probar al menos dos cosas. Primero que la decoración refleja mejor que la arquitectura el cambio o la evolución del gusto; y segundo: que los arcos ojivales o las bóvedas de crucería que se ven aún en las ruinas de Saña, en Quito o en otras partes no son sino expedientes constructivos y no -como se ha pretendido- la explotación viva de un estilole. De todas maneras esos retablos, aun el soberbio diseñado por Pastorelo, tienen siempre algo de “mueble": se diría que el artista los ha visto en pequeño. En el primer tercio del siglo XVII la composición -mental y real- del retablo, empieza por el contrario a complicarse notablemente. Se respeta, a grandes rasgos, ese cierto cuadriculado que espontáneamente resulta del encuentro de los entablamentos horizontales y de las columnas verticales. Pero ese conjunto, en apariencia ordenado, empieza a agitarse: hay cuerpos que avanzan, columnas que se liberan del fondo. El fuste de esas columnas puede estar dividido en diferentes zonas. El tercio inferior recibe una decoración en puntas de diamante, escamas o espirales llo que se llama melcochadol; los otros dos tercios son en general acanalados. Estamos aún en estos casos al nivel de las tentativas; el estilo del futuro retablo barroco sudamericano se encuentra aún lejos de su punto de madurez. No se puede. por 157 ende, postular una ley general sobre la distribución de las pinturas y esculit ras; unas y otras van enmarcadas, ya sea por nichos huecos o planos, ya sea por simples molduras como si se tratara de cuadros que se aplican contra la pared. Los primeros artistas españoles que pasaron a América del Sur fueron en general sevillanos de origen19. No eran sólo simples entalladores quienes hacian los retablos; a veces figuraba también un arquitecto, como en el caso de Juan Martínez de Arrona, que en 1613 habia realizado el “monumento” para las fiestas de la Semana Santa en Lima. Hombre muy importante ya que, alrededor de su nombre, se plantea -todavia hoy- el problema de la invención de la fachada-retablo que, viniendo de Lima o del Cuzco, se va a divulgar después por todo el virreinato del Perú2°. Sí, poco a poco, los retablos van a dejar de ser meros “muebles” para transformarse en verdaderas “construcciones de interior”, realizadas en una arquitectura de fantasia que no obedece ya a los imperativos de la composición clásica ni a las exigencias de la estereotomla, sino que sigue sobre todo una estética que se habia desarrollado especialmente en ocasión de las celebraciones transitoriaszl. Las fiestas, las “entradas” en las ciudades, las pompas fúnebres y los catafalcos habían aguzado el ingenio en la creación `¬ """""" -; - O -=-- .21-i - 158 Fig. 52. Proyecto de altar mayor para la catedral de Sucre, por José Pastorelo (1604-1607). Corrección y equilibrio de un retablo concebido como una pieza de orfebrería. Su efecto debia consistir, sobre todo, en la calidad de la talla en que estaban esculpidos detalles arqui- tectónicos y estatuas. El conjunto es puramente italiano y no tiene por lo tanto ni la irracionalidad ni la fuerza expansiva de las mejores invenciones hispánicas posteriores. Sin embargo hay que reconocer que todo va a salir de modelos bien compuestos como éste. .,,i-a_rquitecturas de ensueño que sólo perseguian un efecto teatral momentáneo. Ese “transitorio” que se hace “permanente” sería -en el fondo- una de las más justas definiciones del barroco; lo que explica por qué los franceses del siglo XVII y XVIII, tan fieles al racionalismo para todo lo que consideran definitivo, se dejen ir por la pendiente de lo teatral y de lo fantástico sólo cuando quieren marcar un acontecimiento fugaz. Para decirlo en una sola frase: en Francia, durante los siglos XVII y XVIII, hubo fiestas o duelos barrocos dentro de un marco clásico. En América del Sur el retablo va a empezar a “salir a la calle” hacia mediados del siglo XVII. A condición, sin embargo, de simplificarse y renunciar a mucho de lo que lo hacía pintoresco: el oro, la policromía, la luz cambiante de los cirios22. Para viajar al exterior del templo no debe quedar del retablo sino lo fundamental: la estructura, el esqueleto de esas construcciones aparentemente descabelladas. La experiencia de las construcciones transitorias se impondrá, pues, como algo muy libre comparado con la arquitectura preconizada en los tratados de Serlio, Viñola o Palladio. Se situará, en cambio, en un terreno más próximo a la decoración propuesta en las planchas nórdicas de u_n Vredeman de Vries, de un Wendel Dietterlin y, más tarde y ya en el siglo XVIII, de las propuestas de ese italiano delirante pero genial que fue el P. Andrea Pozzo23. Fig. 53. Altar mayor de la iglesia de San Francisco, Quito. Retablo curvo poco frecuente en América del Sur, sobre todo a fines del siglo XVI y a principios del XVII. Se trata de un “panteón” -tal como lo designa un cronista- y quizá quiera aludir al Santo Sepulcro de Jerusalem, como por ejem- plo la Capilla Mayor de la cate- dral de Granada. El lugar co- mún del “barroquismo” aplicado indistintamente a todo el arte colonial sudamericano, impide ver que en este caso se trata de un producto tipico del manierismo flamenco tardlo lsalvo el remate que es del siglo XVIII). Hay aqui una especie de horror vacui en el pla- no, cuando ya sabemos que el horror al vacio barroco o rococó es siempre tridimensional. i l 159 No me quiero extender aquí sobre los mejores de esos retal.. de los que habria que ocuparse en otra ocasión con más detalle. Se trata solamente de marcar las principales etapas y el sentido general de ese elemento indispensable para la comprensión total del fenómeno artistico colonial en América del Sur. Hay, sin embargo, dos puntos de referencia que considero importantes: el altar mayor de San Francisco de Quito y el de la Compañia del Cuzco, iglesias que ya he analizado en su arquitectura generäl24. Pues bien, esos dos retablos plantean problemas diferentes25. El primero es un caso único que, a mi conocimiento, no vuelve a repetirse en América del Sur. El segundo, por el contrario, es un eslabón indispensable para comprender la evolución del género. El retablo principal de San Francisco no es un ejemplar "puro". Y por eso mismo quizá nos pueda esclarecer un tanto la noción de “retoque”, de reajuste que se aplica mucho más a la decoración que a la verdadera arquitectura; y que nos muestra -si llegamos a descifrar el procesoel mecanismo de lo que llamamos el cambio del gusto. La primera versión del retablo mayor de San Francisco, que el P. Córdoba Salinas26 describe con entusiasmo, debe ser del primer tercio del siglo XVII. El zócalo ricamente tallado con cartelas que recuerdan soluciones flamencas me ha hecho siempre pensar en la posible influencia de los constructores de ese mismo oriqen. 1 Fig. 54. Detalle del altar mayor de San Francisco, Quito. , I cia recuerdan -dentro de la mayor corrección- los diseños Cierta pesadez y falta de gra- del tratadista Vredeman de Vries. Pinturas enmarcadas. relieves, cartelas, frontis quebrados componen una ”maCll-Il' naria” clásica recargada. El es-1 píritu barroco no sopla _aqui por ninguna parte: es el fin de un estilo y no el advenimiento de una nueva sensibilidad. 160 t, ,, para mi, deben ser también los responsables de la iglesia y del gran claustro del convento. ¿Cómo explicar esa persistencia medio siglo más tarde? ¿No habría acaso un proyecto? Esas cartelas que recuerdan a Vredeman de Vries suben hasta media altura y se encuentran entre las columnas. Quizá otra generación posterior de religiosos flamencos manejando modelos de ese origen podria explicar esta especie de “manierismo nórdico” que, en pleno siglo XVII, retrasa con respecto a lo que ya se hacía en Europa. Aprovechando la forma curva de la capilla mayor, el desconocido autor ha plantado grandes columnas apenas exentas que soportan un entablamento con una cornisa menos protuberante que si fuera exterior (lo que constituye siempre una prueba de conocimiento arquitectónico refinado). Este “panteón”, como lo llama el P. Córdoba Salinas con mucho optimismo, fue rehecho en su parte central y en la parte superior donde se ve ya la intrusión del siglo XVIII. Para mi es muy importante haber visto en América del Sur una tentativa precoz de retablo incurvado27, tentativa que no se repetirá pero que hubiera podido proveer de un modelo válido para imitar. He aquí una “cabeza” sin “serie” lfigs. 52, 53, 54 y 55). Verdadera cabeza de serie, en cambio, el gran retablo del altar mayor de la Compañía del Cuzco que vuelve al sistema, ya tradicional en España, de recubrir por entero un muro liso -en esta ocasión la pared que Fig. 55. El altar mayor en la iglesia de La Compañia, El Cuzco lfoto A. Guillén). El estilo de los retablos se ha afianzado para constituir una verdadera paraarquitectura, con otras leyes que la arquitectura propiamente dicha, la cual -en este caso particular- es excelente. La “planta baja” del retablo es más pesada que el resto y quizá no resulte coherente con la parte superior. De todas maneras se trata de un magnifico conjunto que interesa e intriga el ojo del espectador que no cesa de descubrir en el detalles ingeniosos, audaces, perfectamente compuestos entre si dentro del aparente fárrago. 161 , Fig. 56. Detalle del altar ,ri l/or de La Compañia, El Cuzco lfoto B. Pestanal. El r9±ab|0 Ideal -como instrumento Iitúr. Qico o máquina para orar" -debe contener en la Contra- rreforma el mayor número posible de sitios donde gojocaf imágenes, estableciendo jei-arquias, conexiones, acumulan- do simbolos para las diferentes posibles “lecturas” de cada uno de estos “casilleros espirituales" que resultan una con- creción viva del dogma. Fig. 57. Altar mayor de la iglesia de El Belén, El Cuzco lfoto D. Bayónl. Al lado de las soluciones cultas encontramos también algunas otras más ingenuas y meramente “acumuIativas”. Ad ma/'orem Dei gloriam no es sólo entonces el lema de los jesuitas sino prácticarnente de todas las órdenes. A veces se considera que el oro solo no basta y se recu- rre también a la plata maciza. Es el caso frecuente de los frontales de altar. Aqui, además, todo el edículo central es igualmente de plata labrada: enorme pieza de orfebrería que sigue el estilo general del retablo, cada vez menos arquitectónico y cada vez más escultórico. :remata el fondo de la nave principal. Se trata de una superficie extensa que comporta un remate en medio punto: habrá que Ilenarla, pues, con una forma curva o mediante una serie de formas escalonadas lfigs. 56 y 57). El retablo de la Compañia es una construcción a primera vista bastante incoherente pero que, a medida que analizamos, empieza a cobrar todo su sentido. En él no encontramos nada de improvisado. En la parte inferior los elementos constitutivos son más pesados, como debe ser siempre para servir de apoyo a semejante “montaña”, Esta planta baja sobre zócalo está formada por columnas salomónicas exentas. Hay un cuerpo sobresaliente con columnas que avanzan hacia el espectador. Esos miembros verticales están vinculados entre sí por un entablamento bastante protuberante que se dobla en ángulo recto para interrumpirse al centro. Y ese centro, justamente, está ocupado por un gran tabernáculo, especie de edículo con sus propias columnas torsas en miniatura; a cada lado de ese tabernáculo se abren nichos con estatuas. De ahí para arriba las formas se complican enormemente. A decir verdad, no hay verdaderos “pisos” sino que todos los elementos se mezclan. Siguiendo el eje ascendente, digamos que las imágenes de bulto alternan con los cuadros sin interrupción horizontal de ninguna moldura. A los lados se produce la misma sabia alternancia cuadro-imagen-cuadro, estando el conjunto enmarcado por columnas vagamente superpuestas a las salomónicas de la parte baja. En lo alto ya no hay sino molduras y medallones cada vez más libres. Se puede pensar que el actual remate debe proceder del siglo XVIII, a tal punto el conjunto está marcado por el signo curvo. Entre el de Quito que acabamos de ver y el altar mayor de la Compañia del Cuzco (1670) hay todos los titubeos que median entre las líneas duras y las líneas fluidas; entre una menuda decoración geométrica de origen manierista y el paso a formas menos dibujadas y a dominante más bidimensional. El Cuzco es un buen punto de referencia a causa del terremoto de 1650 que obligó prácticamente a la reconstrucción de la ciudad, sus iglesias y sus retablos. Tenemos entonces, por ejemplo, retablos muy arquitecturados como el de la Trinidad (1666) en la catedral, donde las líneas rectas dominan: obra de Martín Torres; el de la Soledad en la Merced (1659), debido a Pedro Galeano que va un paso más lejos en la libertad y empieza a emplear esos óvalos ly no elipses como dicen algunos autores) que encontramos también en la cúspide de las torres de la Compañía. El altar mayor de Santa Catalina tiene ya un frontón roto con una cartela en su interior y pequeñas columnas salomónicas de acompañamiento. La influencia se prolonga hasta Ayacucho (iglesia de Santa Teresa) lfigs. 58 y 59). Hasta aquí, si la estructura es todavia bastante clara, ya observamos toda suerte de efectos de claroscuro. Son ellos los que movilizan la masa de las formas apiladas las unas sobre las otras para que no se produzca 163 lo que podríamos llamar el “tedio plástico". Sin embargo, a fuerza de i el conjunto, se termina por comprender que cierta lógica preside estas construcciones en donde se superponen los símbolos. Un paso más y nos encontramos en un barroco más avanzado. La primera etapa habia sido más bien un repertorio manierista de formas tratadas por acumulación. A partir del siglo XVIII el “cuadriculado” queda definitivamente vencido. La arquitectura se encuentra siempre en la base de cada "monumento en madera dorada”; pero esa arquitectura será recubierta por una floración fija que la disimula hasta el punto de parecer negarla. Es el caso del gran retablo de San Pedro (1720), siempre en el Cuzco. El número de columnas salomónicas ha proliferado, las imágenes -pintadas o talladas- han perdido casi toda individualidad, y quedan como encastradas en la gran pieza de orfebrería que hubiera debido constituir simplemente un soporte. El continente resulta por sí mismo significativo a la escala grandiosa del muro que cubre y se levanta por detrás del altar. Cosa semejante había ocurrido ya con el triunfo del vitral en la Edad Media: el prestigio del ventanal en tanto que “cuadro de luz coloreada" habia dominado siempre -pese a lo que se diga- sobre el detalle de cada pequeña escena que sólo las reproducciones modernas permiten seguir en su especificidad. _ 'C " ' Fig. 58. Altar mayor de la iglesia de Santa Teresa, Ayacucho (foto A. Guillén). Versión provinciana de un retablo in- genuamente compuesto. La superficie disponible queda re- pleta de formas con la técnica que en arte moderno se llama all over. Los nichos se super- " ir ponen y los niveles se repiten cada vez más pequeños a me- dida que suben. Como espiritu estamos en la categoría de la reposteria; los elementos planos recortados contribuyen a ese efecto, aunque dan la impresión de haber sido agregados posteriormente para hacer aún más rico y titilante el conjunto. Obras como esta c_lebG_I1 ser juzgadas por su eficacia funcional popular. 164 Del Cuzco la columna salomónica pasa a Lima, Trujillo, Ayacucho y se generaliza. Cuantas más columnas tenga más rico resultará el retablo. Ahora bien:.por definición la columna salomónica es ”rugosa“, es decir, capta la luz y la rompe en mil reflejos. El “alma” de esta columna es un simple tornillo sobre el que una teoria de pámpanos y racimos viene sensualmente a enrollarse. El elemento básico es así, de entrada, algo tridimensional, fuertemente esculpido. El resto no es tampoco más calmo: nichos, cartelas, medallones en óvalo. En cambio, las imágenes no gesticulan demasiado. A diferencia de lo que ocurre en el barroco italiano y el recocó germánico, resultan más bien sobrias, lo mismo que los cuadros donde predominan los tonos sombríos y el oro de las aureolas. Se diría que la parte figurativa constituye una especie de “silencio” en esta música estridente donde los cobres dominan sobre las cuerdas. No obstante, el lector no debe creer que estamos frente a una zarabanda espacial verdaderamente dinámica29. A riesgo de repetirme yo diria que el conjunto da más bien la impresión de una "gruta”: se distinguen las estalactitas que empiezan a juntarse con las estalagmitas para formar un conjunto tupido y no muy claro. Es en realidad una estética de “alhaja” agrandada a escala sobrehumana. El espectador puede o no ser afecto a este tipo Fig. 59. Altar mayor de la iglesia de La Compañia, Quito (foto G. Gasparini). El siglo XVIII en Sudamérica se inspira muchas veces en modelos an- teriores que trata de interpretar de manera menos pesada y solemne, iniciando -dentro del planismo dominante- una afirmación de tridìmensionalidad. El sagrario convexo, los nichos cóncavos, la corona protuberante confirman esta impresión. El dorado con sus reflejos cambiantes presta al conjunto un dinamismo luminico que corrige la fundamental estabilidad de las formas. 165 ` i de arte pero de ninguna manera permanecer insensible al esfuerzo de “invasión estética” de su retina y su sentido del tacto lfig. 60). Quizá los mejores ejemplos de esta época sean los que se encuentran en nuestros dias en dos iglesias de Lima que poseen un interior intacto. Una de ellas es amplia -San Pedro- y la otra, en cambio, pequeña: la de Jesús Maria, en un convento de monjas. Tomemos como uno de los mejores ejemplos de ese tipo muy evolucionado de retablo, el dedicado a San Francisco Javier en el primero de esos templos limeños. Marco Dorta dice que debe ser posterior a 1687, fecha de un gran temblor de tierra29. Si la evolución de las formas quiere decir algo, pienso que el retablo en cuestión debe ser posterior, ya que parece ir mucho más lejos que el altar mayor de la iglesia de San Pedro en el Cuzco que acabamos de ver y que Marco Dorta databa en 1720. En fin, supongamos que sea de principios del siglo XVIII: en geometral puede parecerse alanterior aunque en más estrecho puesto que adorna una de las capillas laterales y no la gran nave. Pero la diferencia se lee en el corte longitudinal, es decir en altura. En efecto, el retablo de San Francisco Javier no se contenta con ser simpiemente la “vestidura" vertical de un muro sino que se incurva hacia adelante en su parte superior. 0 sea que, por asi decir, empieza a “envolver” al espectador como un nicho colosal. Todo el remate se adelanta en voladizo y se sale del plomo del resto de la construcción en madera invadiendo el vacio. En mis notas tomadas in situ encuentro ésta que me parece interesante: “Son obras hechas para ser vistas de muy cerca, el fiel en oración ve literalmente avanzar los santos hacia él, y le parece que lo protegen cubriéndolo con un manto -el retablo- de formas bellas y significativas”. Otro buen ejemplo sería el del altar mayor de la mencionada iglesia conventual de Jesús María. En este caso las formas resultan menos esbeltas que en San Pedro. La razón es obvia: la nave a la que los retablos tienen que adaptarse es más baja. En este retablo de Jesús Maria los solos elementos rectos que se distinguen en el conjunto son algunas molduras y columnas. Pero las columnas son salomónicas, es decir curvas por definición. La preocupación por el relieve es cada vez mayor, las formas no “vuelan” como pretendía Eugenio D'Ors sino que se contentan con cubrirlo todo como una especie de hiedra dorada. Es un esplendor bárbaro hecho sobre todo para impresionar más que para enseñar o aclarar las ideas. Esta furia decorativa lleva a la utilización -alrededor del retablo propiamente dicho- de una guirnalda de festones calados un poco como si se tratara de esos papeles dorados que se usan en las confiterías. Es curioso, pero la experiencia en exedra de San Francisco parece no repetirse nunca más. La falta -si falta hay- radica en la caja de muros de la iglesia siempre seca y esquemática. No hay capillas en forma de nicho sino que los muros son planos. Da la impresión de que nadie hubiera pensado nunca hacer en América del Sur retablos sobre planta cóncava o 166 Figs. 60 y 61. Comparación entre el altar de San Juan Berghmaris (San Ignacio, Roma) ir uno del crucero (La Compañia, Quito). El original responde a la traza del P. Pozzo y está realizado en piedras semi-preciosas, mármoles y bronce. La “imitación” quiteña cambia las proporciones, simplifica y achata, en todo sentido, la solución romana. Todo esto, más el cambio de material (madera policromada y dorada), la falta de estatuas y del gran relieve central, hacen que el retablo de La Compañia no constituya sino un pálido reflejo de su presti- gioso modelo. 167 convexa según las recetas del P. P022030. Sólo en altura se produce est- efecto de “excavación” del espacio y ello gracias al juego de elementos que avanzan en el aire y forman baldaquino sobre el altar. Una excepción podria ser el altar mayor de San Francisco en Lima que obedece a una planta cóncava. Las grandes ciudades peruanas -Lima, el Cuzco- han sido más independientes tanto para la invención en el plano de la arquitectura como en el de los retablos. Para completar el panorama nos falta, sin embargo, ver un poco qué pasaba en Quito, siempre más próxima de los modelos europeos. Después del gran retablo incurvado arcaizante de San Francisco se Fig. 62. Capilla del Rosario en la iglesia de Santo Dominqo, Quito (foto G. Gasparini). Triunfo de la “escenografía” del retablo colonial en el punto sombras, los rayos del sol, el brillo de las llamas de los cirios... o la luz de la electricidad moderna. El todo forma” una especie de _”monumento , un las formas liberadas de toda servidumbre arquitectónica. falco hecho para impresionar la imaginación de losiingenuos. prichosas acumulan símbolos, albergan imágenes que se rio es de buena ley: calidad plástica y no solamente emo- muestran y se ocultan entre las cional. en que domina ya plenamente Columnas, volutas, masas ca- 168 trofeo de riquezas o un cataHat/ GU@ feC0"0Cef que el 69"' - .iiia que poco se trabajó en el siglo XVII o que las obras, por una razón o por ot-a, 'no han llegado hasta nosotros. Señalemos, no obstante, la capilla de Villacis y el retablo de la iglesia del Sagrario. El conjunto más impresionante es de todos modos el interior de la Compania que asombra por su decoración planiforme31 tallada directamente en la piedra, el estuco o la madera. Ese procedimiento saca su efecto de unidad del empleo universal del fondo rojo y del oro generosamente aplicado sobre las partes en resalto lfigs. 61, 62 y 63). Según Marco Dorta los autores deben ser el hermano lego Jorge Vinterer, tirolés, ayudado por otro hermano, Bartolomé Ferrer. Los trabajos pudieron comenzar a partir de 1743, puesto que conocemos la fecha í .LX"\i'. -r _\ -iii-_ Fi _ 63. Retablo en la iglesia badas entre si y GU@ la a'P'tÍ_a' (foto D. Bayón). En el siglo 2 de estructura. Såotrïlag de deg La Compañia, El Cuzco XVIII muchas veces las colur_n- nas son suplantadas por cariátides o bustos CIUG Dafew" salir de vasos o candeleros. Después de una éDPCH DBSHÉH se intentan soluciones m s graciosas como ésta. aunque rápidamente el ojo comprlelgde que las formas están ma ra 169 riedad reina por falta de dtisaiâg concreciones dog mas los corales o ma D - en la cual el hermano Vinterer fue llamado a Quito desde la misión`°e 931' Miguel de Omaguas, en el Marañón, donde residía. Hay sin duda más inififle nación en el altar mayor que en los retablos del crucero que son la trasposición en madera de algunas “máquinas” que el P. Pozzo había inventado en su tratado y realizado en la iglesia de San Ignacio en Fioma. Ya discuti en otra parte de este libro las diferencias que existen siempre entre el “rendido” en mármol y piedras semipreciosas (que son los materiales del original romano) y su trasposición a la madera dorada que es lo que podemos ver en Quito. En fin, en estos retablos cultos y copiados de un ilustre modelo es casi la única vez que vemos aparecer en América del Sur el “movimiento” en las plantas, en general siempre un tanto secas. Toda la decoración de la Compañia es, de algún modo, una excepción a la regla. Ya que es más dura, geométrica, recortada y planiforme que en los otros casos “espontáneos” que acabamos de citar. Aquí es el deslumbramiento por el relámpago: el oro luciendo sobre el fondo rojo en relieve plano y no esculpido en redondo. A decir verdad es menos imaginativa esta copia lejana que las propias locuras que en general, se inventaban en cada circunstancia local. Volvamos precisamente a las locuras. Esos otros retablos32 -aun sin salir de Quito- son quizá más salvajes pero también resultan mucho más sueltos. Cuando se los ve de lejos intrigan al espectador por el relumbre que titila sobre una forma indeterminada dificil de comprender. Cuando nos acercamos a ellos hipnotizados, el efecto es también soberbio: el que mira se encuentra literalmente rodeado de “oro significativo": todo es madera o metal -frontales de altar, tabernáculos de plata maciza- un metal repujado, cincelado, grabado, modelado en forma de imágenes realistas, querubines, volutas, zarcillos, racimos que aluden al /agar místico pero también redondamente al vino que embriaga. Como esa gran forma proliferante del retablo que se anima a los rayos del sol o a la más tímida luz de los cirios. Es muy hermoso todo esto pero quizá resulte un tanto delirante; sin duda constituye el canto del cisne de una fórmula. Un paso más y caeremos en la pura complicación, como ocurre en algunas iglesias de Ayacucho hacia fines del siglo XVIII33 lfig. 64). Paralelamente otra tendencia se afirma bajo la influencia francesa dictada a partir de la corte virreinal de Lima. La llamo rococó para resumir, pero en realidad comprende dos fases: la introducción de formas humanas -atlantes, cariátides- que remplazan a la columna34; y otra manera de componer con elementos en rocaille (cartelas, conchas, plumas). Estos miembros de soporte no quedan bien vinculados entre sí; parecería que el ejecutante se hubiera contentado con aplicarlos arbitrariamente como “acentos” sobre unatbase que, aun a fines del siglo XVIII, continúa siendo poco imaginativa en lo que concierne a los grandes volúmenes35 lfigs. 65 y 66). 170 __¡'r¡a qui-Altar de Nuestra SeOtrfi la _l.uz en_ la iglesia de ›i Francisco, Lima (foto B. Pestanal. Se abandona el tradicional dorado o la madera oscura para probar también el blanco y la policromía clara tan caros al rococó. Por alejarse del estilo “oficial” que, con ¬._ ;-¬` un siglo, este retablo no deja «":*¬. ¡¬ì_¿__ variantes, había durado más de de estar admirablemente com- puesto. La línea recta queda proscrita y la composición es en altura, hasta tal punto que el remate invade el espacio cupular en busca de la luz. El ideal son las formas marinas que parecen suplantar a las antiguas formas vegetales. En la estructura general se esbo- zan movimientos curvos en que las concavidades respon- den a las convexidades para crear un ambiente de fiesta casi profana. Fig. 65. Altar mayor de la catedral, Cajamarca lfoto J. de Mesa). Presenciamos en este magnífico retablo las últi- mas consecuencias del estilo “recargado” cuando no quiere repetirse. Se diría que la es- tructura tradicional -dos niveles y medio en altura, tres ca- lles- ha sido sistemáticamente recubierta de una red en que alternan formas curvas irregu- lares y formas aristadas. Cada elemento tradicional queda sustituido por otro más caprichoso e imaginativo pero tam- bién más débil en si mismo. Es el caso de las columnas, que de órganos sustentantes (como en realidad son), pasan a estar compuestas de tallos, plumas, etc., como una figura de Arcimboldo. Sin embargo, por la calidad de su diseño, la obra resulta coherente y significaflva. iii La _ Todo ello concluirá por la reducción al absurdo: el retablo t la iglesia de Surco, en los suburbios ricos de Lima, ostenta nichos y columnas torcidas como caños de caucho que se estremecen y contorsionan en tal forma que parecen la imagen fija de un terremoto mental. Se trata de la obra de un entallador que habia soñado demasiado con el delirante tratado del P. Pozzo35, que cae a menudo en alguna de estas pesadillas plásticas, lo contrario de un arte que se quiere expresivo de valores espirituales elevados. Volvamos sin embargo a la época que llamamos rococó para simplificar. AI lado de la pesadez suntuosa del barroco rojo y oro, el rococó constituirá en cierta medida un verdadero alivio. Por empezar, impondrá otros colores: el blanco recibirá entonces todas las honras. Un mundo marino -más que vegetal como hasta entonces- invadirá hasta el menor espacio libre. La decoración se hace así más musical, discreta, aérea. Es un arte de cultura como se lo ve, por ejemplo, en un altar de la iglesia de San Francisco de Paula Nuevo en Lima (1746). Atlantes y cariátides llevando vasos de flores sobre la cabeza remplazan la columna salomónica que parece haber pasado definitivamente. Es algo un tanto equivalente a lo que ocurrió en México con el estípite, que por lo visto no llegó nunca a implantarse en el virreinato del Perú. Principal objeción: los elementos en forma de S, de comas, de plumas no llegan a imbricarse bien con el fondo demasiado estático. Un ejemplo parlante sería la catedral de Cajamarca donde los apoyos son demasiado débiles, las distancias entre cada elemento demasiado grandes. No se trata verdaderamente de un conjunto, sino de una mescolanza de piezas sueltas de inspiración un tanto frívola y puramente caprichosa. Hay que reconocer sin embargo que a estos retablos sudamericanos del siglo XVIII les falta ligereza, esa gracia que poseen los decoradores germánicos que trabajan en estuco y que son capaces de utilizar con un profundo sentido teatral el blanco, el oro, los falsos mármoles coloreados que recubren tanto los fondos como las nubes rechonchas, los rayos que imitan el sol y que enmarcan el ba/let de ángeles, querubines y santos contorsionados que hacen la gloria de tantas iglesias. En América del Sur hubo, en los siglos XVI y XVII, flamencos como los ya citados padres Jodoco Ricke y Egidiano; cuando los haya tiroleses como los de la Compañía de Quito, se inspirarán, en cuanto a la forma, en modelos italianos; tratándolos -como los precedentes españoles- en el rojo y oro tradicionales. En Quito a fines del siglo XVIII tenemos la impresión de atrasar -al menos- en cincuenta años en lo que al gusto europeo contemporáneo se refiere. En lo que he llamado rococó lpor llamarlo de-algún modo) se ve a veces la influencia francesa directa, tal como se la puede notar también en algunas iglesias del nordeste del BrasiI37. En los mejores casos, la columna vuelve a ocupar su puesto de miembro activo de soporte. Si recibe una decoración sobrepuesta, ello no cambia en nada su función especifica. El empleo del blanco y el oro generalizados contribuyen a una impresión amable que 172 _! ,_ casi en los antípodas del gran retablo tradicional, donde el hieratismo domina sobre cualquier otro sentimiento. Habrá, en fin, un último movimiento, una nueva oleada que llegará como reacción a todo ese mundo que he tratado de caracterizar aqui. Es lo que -también por comodidad de expresión- me resigno a llamar neoclásico, es decir un mundo frío, mesurado, donde las líneas corren el riesgo de congelarse siempre al borde del academismo más convencional. Es sin embargo de esa época -la más cercana a nosotros- de la que nos quedan abundantes ejemplos: en un inventario bien establecido se veria su enorme proporción33. Y como en ese momento ya había una mayor conciencia histórica, esos retablos menos interesantes han sido -conservados en su mayoría, puesto que complacían al siglo XIX. Ese mismo siglo XIX que ha destruido, quemado lni siquiera vendido a coleccionistas o museosl magnificos retablos barrocos porque no estaban de moda, para remplazarlos por falsas construcciones “góticas” o altares comprados en Europa (estilo SaintSulpice o sus equivalentes italianos o españoles) a precio elevado. No intentemos la lista que resultaría demasiado cruel para los responsables. Si, hay que prevenir al incauto viajero: no todo es de calidad en la decoración de las iglesias sudamericanas. Una vez más: se habrá estropeado y destruido lo Fig. 66. Retablo en San Francisco de Pauìa Nuevo, Rimac (Lima). (Foto A. Guillén.) lnfluencia europea internacional en el arte sudamericano de fines del siglo XVIII. Por hartaz- go y fatiga de sistema tan alambicado y poco firme, pron- to el neoclásico resultará el estilo bienvenido. El blanco, realzado a veces por filetes dorados confiere a obras menores como ésta una indudable gracia, un sentimiento de intimi- dad y familiaridad con las cosas sacras que evidentemente las grandes “máquinas” oscuras o doradas no poseían. 173 bueno y en algunas ocasiones excelente, para remplazarlo por lo menos q. c mediocre tanto como diseño que como factura. Una palabra para terminar. A partir del centro de irradiación que es el virreinato del Perú, puede decirse que hubo un arte muy imponente del retablo también en las actuales repúblicas de Bolivia y de Co|omb¡a_ No he hablado aquí de ese arte porque no se trataba de establecer el inventario exhaustivo del retablo sudamericano sino de dar simplemente una idea sucinta de su desarrollo39. El hecho principal sigue siendo que durante dos siglos -el XVII y XVIII- un enorme movimiento barrió como una ola toda la América del Sur cubriendo de millares de altares centenares de iglesias con un manto de retablos que expresan mejor que las habitualmente mediocres imágenes talladas, mejor aún que los sombríos cuadros salpicados de oro, mucho mejor en fin que la propia arquitectura -arte madre en Europa- un estado de espiritu, una voluntad de expresión y de comunicación. Delante de esos retablos que me esfuerzo en estudiar desde un punto de vista estético y significativo, una población de millones de seres: blancos, mestizos, indios y más tarde también negros, ha orado durante siglos. En la penumbra creada por las llamitas de los cirios que flamean sobre el oro de las columnas recargadas, la fe se manifestó como un sentimiento profundo, sensible, trascendente. Es sin duda al nivel del retablo de iglesia en donde la América del Sur expresó mejor su necesidad de “espiritualidad concreta” típica de la Contrarreforma. De todos los elementos que componen esta gramática religiosa, el retablo es el que con el retroceso del tiempo y el deliberado abandono de todos nuestros prejuicios -y sabe Dios si todos los tenemos de un modo o de otro- se afirma como privilegiado, o sea: es el que acumula mayor suma de valores espirituales; en una palabra, el que es más significativo. Notas 1. Cf. R.C. Smith, The Art of Portugal, Nueva York, 1968, divide su libro en ocho partes (sin contar la introducción, notas y bibliografía): Arquitectura; el interior dorado de la iglesia; escultura; pintura; cerámica; orfebrería; mobiliario; textiles. Encuentro muy equilibrada esta distribución de la materia estudiada. En espera del libro total vaya aquí este estudio mío sobre las condiciones del interior dorado de la iglesia sudamericana. 2. En nuestros días ha sido sobre todo Bruno Zevi quien ha divulgado la idea de la pretendida preeminencia del espacio interior en la valoración arquitectónica como forma simbólica. En realidad esas ideas aparecían ya en su 174 _L.›i npatriota Giulio Carlo Argan que, a su vez, las había tomado de algunos estetas alemanes del siglo XIX. 3. Hay que reconocer sin embargo que los franceses -en los siglos XVII y XVIII- logran interiores de iglesia correctos sin duda pero muy "fríos". Lo mismo podria decirse de los monumentos ingleses de la época. El clasicismo de esos dos países no ha sabido cómo hacer vivir un espacio religioso. Por el contrario, las otras comarcas que han estado bajo el signo del barroco y del rococó han sido siempre muy hábiles para “animar por dentro” la caja de muros. No estoy confiriendo aquí premios a la buena aplicación de las reglas; más modestamente trato de desentrañar la esencia de cada expresión. Vitral gótico y retablo dorado barroco -por distintos motivos- parecen ser dos de los momentos más altos de la catolicidad plástico-litúrgica en el sentido de la autosignificación de los ámbitos. 4. En España, pienso como ejemplos de gran “arquitectura interior” en la iglesia del Escorial -que es del italiano Paciotto-; en la catedral de Granada, de Diego Siloe; en la catedral de Valladolid, obra de Juan de Herrera. En América del Sur los interiores eclesiásticos “trabajados” podrían ser las catedrales gemelas de Lima y el Cuzco -ambas de Francisco Becerra-; la iglesia de la Compañia, en el Cuzco, del P. Egidiano, que era flamenco, etc. Se trata, en todos los casos, de lo que hemos llamado la corriente culta de la arquitectura para distinguirla de la espontánea, que es sin embargo la más habitual. 5. Cf al respecto el relato de Antonio de Lalaing (1480-1540), señor flamenco que acompañó a Felipe el Hermoso a España (publicado por Gachard en Bruselas en 1876). 6. F. Chueca Goitia, lnvariantes castƒzos de la arquitectura española, Madrid, 1950. 7. Cf D. López de Arenas, Carpintería de lo blanco, Sevilla, 1633 (edición moderna, Madrid, 1912). Este tratado cientifico permitió la conservación de una técnica que, de otra manera, hubiera tenido tendencia a desaparecer. 8. E. Marco Dorta, in Angulo lñíguez, Historia del arte hispano- americano, Barcelona, 1956, passim, encuentra que estos artesonados a casetones salen, sobre todo, del tratado de Serlio quien da, en efecto, un repertorio muy variado y completo. 9. Los primeros -en orden cronológico y en calidad- son las techumbres que se encuentran todavía en nuestros días en Quito: catedral, iglesia de San Francisco y de Santo Domingo. inspirados sin duda en los de Quito y posteriores en unos años, encontramos en Tunja un muy hermoso conjunto de cubiertas mudéjares en la pequeña iglesia de Santa Clara. Otro fragmento interesante puede verse en el convento de San Francisco de la misma ciudad. Sin salir de la actual Colombia, sabemos que la catedral de Cartagena de Indias lhoy espantosamente deformadal y la iglesia de Santo Toribio tenian también techumbres mudéjares que cubrían la nave central. En fin, la iglesia de San Francisco, en pleno centro de la ciudad de Bogotá, conserva todavía hoy un artesonado del mismo género. Debió haberlos en profusión en Lima pero los terremotos los hicieron desaparecer. Queda el techo circular sobre el descansillo de una escalinata en el convento de San Francisco, estropeado en 1940 pero que últimamente ha sido 175 restaurado con habilidad. En el Perú actual vemos un soberbio ejemplo en el presbiterio del convento de Santa Clara, en Ayacucho. En Bolivia encontramos otro más modesto en la sacristia de la iglesia de Santo Domingo en Potosi. En ese país no obstante, la ciudad más rica en esos artesonados mudéjares es Sucre, en donde se encuentran algunos soberbios, sobre todo en las iglesias de San Francisco y San Miguel (1612-1620), perteneciente esta última a la Compañia de Jesús. 10. E. Marco Dorta, op.cit., tomo I, pág. 594: “El arte mudéjar tuvo una vida pletórica en Quito y es posible que en ello influyera alguna causa histórica, pues parece ser que muchos musulmanes convertidos luchaban en las filas conquistadores cuando estallaron las desdichadas guerras pizarristas“. 11. Resulta curioso comprobar que Harold E. Wethey en su ya clásico libro Colonial Architecture and Sculpture in Peru, Cambridge, Mass., 1949, no los estudie aparte como hace con los púlpitos, retablos y sillerías del coro. Sse limita apenas a mencionarlos cuando se ocupa del interior de las iglesias (págs. 7 -74). 12. E. Marco Dorta, op.cit., págs. 502-503 cita este texto: “En el circuito desta ciudad -escribía la audiencia en 1573-, dentro de un quarto de Iegua de los arrabales della ay mill y quinientas casas de yndios anaconas naturales y estrangeros que quedaron de las guerras pasadas de quando estubo aquí Gonçalo Piçarro contra el virrey Blasco Núñez Vela y antes y después sir- viendo a españoles [...] se hallan los tales unos muy buenos officiales canteros, albañiles, plateros, sastres, capateros de todos of'ficios...”. Otra prueba de que había indios entre estos artesanos la encontramos en P. Benjamín Gento Sanz, Historia de fa orden constructiva de San Francisco. Desde su fundación hasta nuestros dias, Quito, 1942. Este pequeño libro, casi inutilizable, copia sin embargo textos interesantes como el debido a Fr. Francisco M. Compte, Varones llustres de la Orden Seráfica en el Ecuador, tomo I, págs. 22-23 lArchivos del convento de San Francisco, Quito): "Y preguntando a George de la Cruz de dónde era natural respondió que era de un pueblo grande llamado Guaclachiri del repartimiento de don Diego de Carvajal, y que este pueblo está en el camino Fleal de una jornada de la cordillera de Pariacaca yendo al valle de Xauxa y al Cuzco y al Potosi, y que su amo don Diego le trajo a Lima donde aprendió a hacer cassas de los Españoles...". Entre los artistas que se formaron en Quito citemos ante todo al P. Carlos de quien no sabemos nada, salvo que -según J.G. Navarro- estaba activo entre 1620 y 1680; a su posible discípulo José Olmos, más conocido con el sobrenombre de "Pampita". En el siglo siguiente encontramos otros imagineros importantes entre los que figuran el célebre Bernardo de Legarda y su sucesor Manuel Chili, más conocido con el nombre de ”Caspicara". 13. Decir que los españoles han heredado la totalidad del gusto árabe sería exgerar. Quizá en razón de su origen nomádico los árabes para sentirse bien en su casa necesitaban una especie de “baldaquino” sobre sus cabezas y alfombras dispersas por el suelo, recuerdo por demás obvio de la tienda improvisada y del “piso textil” que se extiende sobre la arena del desierto. Los españoles se contentaron con una rica techumbre; en lo que concierne al suelo (de piedra, cerámica o madera) extendieron siempre sobre él estetas de paja trenzada o mullidas alfombras. 176 14. La lista de los artesonados renacientes es más corta que la de los techos mudéjares. Cito los principales: el de la capilla de Mancipe en la catedral de Tunja (1598); el del locutorio en el convento de Santo Domingo, Lima (ambos copiados de modelos de Serlio, publicados por el español Villalpando) y la antesacristía del convento de San Agustín, Lima (Marco Dorta, op.c¡t., tomo ll, 147). En el siglo XVII encontramos otros muy importantes y bellos: en el claustro del conveñto de San Agustín, Quito (este techo forma parte de un conjunto que comprende un friso con cuadros pintados por el gran artista Miguel de Santiago), el claustro fue realizado en 1641 y la decoración terminada en 1660. Al lado, y siempre en la misma ciudad habría que citar aun otro claustro: el del convento de la Merced. En fin, en el siglo XVIII, quizá la obra más importante sea la sala capitular del mismo citado convento de San Agustín que acabamos de mencionar a propósito del claustro. Tiene la forma de una artesa: en sus partes inclinadas muestra cuadros enmarcados, mientras que el fondo horizontal copia un modelo serliano. La sala posee un valor histórico, puesto que sintió de marco a la proclamación de la independencia del Ecuador. El artesonado data de 1741-1761. 15. Que el tratado de Serlio haya sido muy popular en América del Sur no quiere decir que sea un repertorio de calidad extraordinaria. Hojeándolo objetivamente hoy día, tenemos la impresión de que se trata sobre todo de una recolección de "cosas vistas" o de invenciones de puro diseño, más bien pensadas que sentidas. Su sola ventaja podría ser la de que es abundante y en él existen muchos ejemplos que pueden ser seguidos de acuerdo a la mayor o menor capacidad del constructor. Si hubiera que caracterizar esta decoración de las bóvedas se podría decir que la más “serena” es la de San Francisco en Lima. Viene después la de Guápulo, en Quito, todavía “serliana". La Compañía de Quito es, a su vez, una mezcla de elementos mudéjares a base de polígonos estrellados con entrelazados renacientes. Se puede decir, en su caso, que esos diseños en la parte inferior de los pilares van tallados en la piedra en decoración planista (antes de ser pintados y dorados). Los mismos motivos tratados de manera idéntica conti- núan en estuco por toda la bóveda. El espectador queda perplejo porque hay casos -la iglesia de la Compañía en Córdoba, Argentina- en que la bóveda “en carena” está realizada en verdadera madera. En fin, la decoración más suelta y quizá también la más “salvaje” es la de la bóveda de la Merced, en Quito. Hay que agregar que imita la de la Compañía en la misma ciudad. 16. Cf. M.E. Gómez Moreno, Breve historia de la escultura española, Madrid, 1951. 17. En efecto, cuando se estudia con detalle esta forma de arte, tarde o temprano se llega a una conclusión sorprendente. Desde el punto de vista puramente estadístico se conservan pocas obras del siglo XVI, muchas del XVII, correspondiendo la inmensa mayoria al siglo XVIII. Ahora bien, las obras del siglo XVI han desaparecido casi todas: eran demasiado modestas o precarias. Lo que el hombre no destruyó, más tarde la naturaleza se iba a encargar de hacerlo. El siglo XVII, en América del Sur, corresponde a una masa importante de edificación y de retablos originales: los grandes sistemas creativos, las cabezas de serie son sobre todo de esta época. El XVIII, más rico y perfecto, ha copiado sobre todo antiguos modelos, beneficiándose no solamente de la riqueza de las minas sino también de las ventajas de la explotación agricola y de un estilo de vida más fácil y civilizado. Mi investigación, sin embargo, no quiere quedar limitada a lo 177 cuantitativo sino más bien a lo cualitativo, por eso precisamente me siento oc gado a buscar a cada instante obras válidas entre lo poco de auténtico que nos queda. Esas obras tienen que ser no sólo hermosas, significativas, sino que deben encontrarse en un mínimo estado de buena conservación, sin lo cual es imposible teorizar sobre ellas sin caer en lo caprichoso y absurdo. 18. Lo que llamo la “explotación viva" del estilo se producía no obstante en España hacia la misma época, como traté de demostrarlo en mi libro Uarchitecture en Castilla au XVle siecle, París, 1967, especialmente en el caso de las catedrales nuevas de Salamanca y Segovia que yo bauticé allí como el primer Gothic revival de la historia. Gótico y herreriano son estilos que no pasaron a América del Sur como pasaron, en cambio, a México y al Caribe. En el caso del gótico (como conjunto coherente y mentalidad, no como expediente constructivo mediante bóvedas de crucería) fácil es ver que hay treinta años de prioridad para la América Central con respecto a Sudamérica. Una vieja idea mía que tuve la satisfacción de ver confirmada por Antonio R. Flomera (América latina en sus artes, Unesco, París) es que en general en el Nuevo Continente presenciamos el fenómeno del "embalse" de las formas debido a la distancia y la lentitud de las comunicaciones. Es decir: los diferentes estilos y fórmulas europeas se acumulan en América de manera indeterminada y acronológica. De modo que cuando el “dique se rompe" pueden pasar todos al mismo tiempo o, al menos, con una datación diferente a la que tuvieron en su origen. Por eso cuando Marco Dorta lamenta que no haya habido gótico en América del Sur, me parece ofrecer una imagen falsa del asunto. Supone ese autor -con entera buena fe, por otra parte- que puesto que el gótico es anterior al plateresco y al clásico, los tres estilos lo mentalidades agrego yo) debieron pasar de manera “bien educada" en ese mismo orden al Nuevo Continente. En mi citado libro traté de demostrar el eclecticismo fundamental de los españoles del siglo XVI. Nada de sorprendente si con medios aun más limitados esas mezclas, lagunas, anacronismos (en el sentido etimológico) se producen más exageradamente en América. 19. E. Marco Dorta, op.cit., tomo Ill, pág. 541 sqq cita, entre los que fueron a Lima los nombres de Martín Alonso de Mesa (1603), Gaspar de la Cueva (1613), Pedro de Noguera (1619), Luis Ortiz de Vargas (1621). Luis Espinola y Villlavicencio, Juan Martínez de Arrona. En la generación posterior encontramos a Asencio de Salas (15), Carlos Pavía, Diego de Aguirre (1692-1696). 20. G. Kubler, Art and Architecture in Spain and Portugal and their American Dominions, 1500-1800, Harmondsworth, 1959, pág. 87, pretende que la fachada-retablo sudamericana se origina en San Francisco de Quito. No comparto en este caso la opinión del maestro: para ml el imafronte de Quito está bien compuesto de acuerdo a las reglas del arte y es puramente arquitectónico en el sentido tradicional del término. El almohadillado, la ventana enmarcada lujosamente y el aire general de brillante página de composición, la apartan -mejor dicho la ponen en los antípodas- de la noción misma de fachada-retablo. 21. Cf V.L. Tapié, Baroque et classicismfi', PHTÍS, 1957. ha ÓGÍGCÍO establecida me parece que definitivamente, esta idea que considero fundamental. 22. En realidad, aun en los ejemplos más desatados del rococó en Europa central: Vierzehnheiligen, la Wiess, Ottobeuren, Einsideln, hay que reco178 ilbcer que el exterior del monumento es siempre mucho más severo que su contenido: Ia caja de muros no deja ni sospechar siquiera la orgía de formas y colores que vamos a descubrir al interior. 23. Las fechas de aparición de los diferentes tratados son las siguientes: Serlio, Venecia, 1545; Viñola, Venecia, 1562; Palladio, Venecia, 1570' Pozzo, Roma, 1693. Los tratados no italianos se escalonan asi: Vredeman de Vries: Amberes, 1581; Dietterlin, Nuremberg, 1598. 24. Es quizá el momento -por pura asociación de ideas- de hacer notar que son siempre los franciscanos y los jesuitas los que en América del Sur parecen tomar la delantera. Han sido los más revolucionarios en materia artís- tica o, si se prefiere, los menos conformistas. En Quito, ya he dicho que la Merced es una copia tardía de la Compañía (Ia cual para mí se inspira en San Francisco como se vio en su momento). Antes del terremoto de 1650, San Francisco era en el Cuzco la única iglesia que podía compararse con la catedral. Después de esa catástrofe, la Compañía renovó el tipo mismo de iglesia “culta”, tipo que no pudo ser seguido -en todo su esplendor- sólo por falta de medios, tanto financieros como de mano de obra calificada, pero que en cambio resultó el “modelo” que todos quisieron imitar. En Lima, en el siglo XVIII, ese mismo ejemplo deslum- brante Io dio San Pedro (iglesia de los jesuitas) sobria y casi sosa por fuera -por culpa de un clasicismo un tanto desmañado- pero que al interior asombra aún hoy con su bóveda en cañón corrido y las pequeñas cúpulas sobre las capillas que albergan los mejores retablos limeños. 25. Esos problemas deben verse también a la luz de la arquitectura. Un monumento es un "conjunto". Lo que hace tan difícil el manejo de un libro fundamental como el dirigido por Angulo lñíguez es justamente la dispersión sobre los puntos de que informa. En esa obra los datos han sido clasificados por orden cronológico y separando la arquitectura de la decoración que le es -por definición- consustancial. Los grandes retablos de estos dos monumentos forman parte integrante de ellos -y son inalienables del sentido global que en estos casos es el sólo operatorio. 26. J.M. Vargas, El arte ecuatoriano, Quito, 1964, pág. 19: “La primera descripción del templo se debió al Padre Fernando Cozar, que firmada en Noviembre de 1647, sirvió al Padre Córdoba Salinas para su Crónica franciscana del Perú". Esta crónica del P. Córdoba Salinas se encuentra en edición moderna realizada por Lino Canedo, Washington, 1957. No copio aquí el texto demasiado conocido del P. Córdoba Salinas; el lector interesado puede encontrarlo en la citada obra. 27. Esta capilla mayor de Quito me hace pensar -en mucho más pequeño- en la dela catedral de Granada realizada por Diego Siloe. El autor queria sin duda imitar la misma forma circular que Siloe creía era la del Santo Sepulcro en Jerusalem. 28. Y. Bottineau, Baroque ibérique, Friburgo, 1969, pág. 94: “Uno de los caracteres de la arquitectura barroca consiste en la envoltura -más o menos laxa- del edificio y de sus divisiones; esa caracterización queda generalmente lograda por la modulación de la propia envoltura, es decir, de sus muros, bóvedas, cúpulas. ¿Pero no se produce acaso un efecto análogo en los edificios si 179 hispánicos de estructura estática, gracias a los retablos en madera dorada, a los estucos, yeserlas, mármoles y pinturas?". Y más adelante: “Gracias a esa decoración, con la cual se comete el error de verla como un cubrimiento sobre la estructura, el edificio adquiere un nuevo rostro: el del barroco". Hay aqul dos afirmaciones con las que no estoy de acuerdo. Primero: esa noción de "envoltura Iaxa" tal como queda definida aquí corresponde al barroco germánico tardlo, pero no al de ese estilo en Italia, España y sus colonias. Segundo: en cuanto a los “edificios hispánicos de estructura estática", para mí no resultan distintos por la acumulación que al interior de ellos se haga de retablos de madera dorada, etc. Por el contrario, al estatismo desnudo de la arquitectura se agrega el otro estatismo sobrecargado de la decoración que en el mundo hispánico no es nunca verdaderamente dinámica. El espacio interior no se hace por ese simple motivo más fluido. Lo que no quita que, en ocasiones, pueda ser muy bello y misterioso. 29. Marco Dorta, op.cit., tomo lll, pág. 549. 30. CI Andreas Pozzo, Perspectiva pictorum et architectorum, Roma, 1693-1700, 2_col. En realidad hay algunos: aparte de los dos del crucero de la Compania de Quito, hemos también encontrado otros, un tanto tlmidos, en la iglesia del convento de San Francisco en Lima, en especial el altar mayor que tienen un aire muy francés que haría pensar en el estilo Luis XVI. 31. Marco Dorta tuvo el mérito de inventar esta expresión que representa la enorme ventaja de ser puramente descriptiva sin entrar en consideraciones estilísticas o raciales, más o menos humosas. 32. Tenemos, a fines del siglo XVII, el retablo de la Virgen del Sagrado Corazón en la iglesia del Sagrario. De mediados del siglo XVIII debe ser, en cambio, el retablo de la iglesia de Cantuña (que forma parte del conjunto de San Francisco en Quito, como ya vimos). Del célebre escultor Bernardo de Legarda poseemos el retablo mayor de la iglesia de la Merced (1748-1751), y el del Carmen Moderno (1745). En fin, podemos citar el extraño retablo de la capilla de Santa Marta, en San Francisco, y el pequeño retablo de la iglesia del Hospital que no tienen ya -ni uno ni otro- columnas salomónicas. Y, como tour de force, uno de los más delirantes retablos de Quito: el de la iglesia del Rosario, en forma de pirámide y que "invade", literalmente, el espacio luminoso de la cúpula. 33. Si el de la Inmaculada, en la catedral, puede considerarse aún como bien compuesto -en gruta-, el altar mayor de la iglesia de Santa Teresa es ya superficial e inconsistente. Se podría decir casi lo mismo del retablo del Rosario en la iglesia de Santo Domingo en Trujillo. 34. Los dos más espléndidos retablos con cariátides se encuentran en Lima, y son respectivamente el de San José en la iglesia de La Merced y el de la Virgen de la Luz en la iglesia de San Francisco, que se lanzan al asalto, en altura, penetrando el espacio que limitan sus respectivas cúpulas. 35. Dos buenos retablos en este estilo podrían ser los que Antonio Flores realizó para la iglesia de San Francisco de Paula Nuevo, en Lima (1746). y el del altar mayor de San Sebastián, siempre en la capital del virreinato. En cambio, un ejemplo patente de la desintegración de los elementos constitutivos lo tendríamos en el gran retablo de la catedral de Cajamarca. 180 36. Quiero hablar sobre todo del grabado n.° 75 del volumen ll del tratado de Pozzo ya citado: Altare capriccioso. El comentario del R.P. es el siguiente: “Habiendo oido que en una Iglesia de Roma se debia hacer un Altar Mayor, que variase de tantos otros con alguna novedad y extrañeza lbizzarrial; hice yo también este diseño para adaptarse a ese lugar, y os lo muestro aqui sólo por muestra. Pero como él puede ser condenado por la novedad de las columnas, donde ninguno querrá ser el primero en servirse como de cosa insólita entre los antiguos; yo quiero purgarme de esta acusación, si no con la autoridad al menos con la razón. Los antiguos (si damos fe a Vitrubio) a menudo se sirvieron en vez de columnas 0 de pilastras para variar la arquitectura de estatuas de Hombres, y Mujeres que él llama cariátides. Ahora bien, quiero que se me diga ¿qué necesidad hay que esas figuras estén derechas y en pie y no puedan acaso hacer su oficio sentadas? Y si en ello no hay inconveniente, no veo qué inconveniente haya en hacer también las columnas sedentes, ya que son figura de aquellas". 37. Por ejemplo San Pedro de los Clérigos en Recife. Véanse otros casos en G. Bazin, L 'architecture religieuse baroque au Brésil, París, 1956, 2 vol. 38. En tres de los mejores interiores de Lima encuentro en mis notas la siguiente estadística: San Francisco, 3 retablos barrocos, 3 rococó, 11 neoclásicos (entre los cuales el altar mayor). Esta proporción en favor del neoclásico disminuye en las otras dos iglesias que conservan los interiores más intactos de la ciudad. San Pedro: 8 retablos barrocos, 2 rococó, 2 neoclásicos luno de los cuales el del altar mayorl; iglesia de Jesús llllarla (convento femenino de clausura): 7 retablos todos barrocos (esta riqueza es un caso único). En toda América del Sur la mitad al menos de los retablos existentes hoy son neoclásicos, lo cual es un mal menor si se piensa en infinidad de otros que están deformados, "modemizados", los que obedecen al “estilo de santería", etc. 39. Sin contar esos “rempIazos" de los cuales ya traté antes, hay que decir que en Venezuela, Chile y la Argentina los retablos han sido siempre más modestos. No se debe olvidar que durante la colonia se trataba de zonas marginales. El Paraguay llegó a desarrollar un estilo particular. Para todos estos países el único momento importante tiene lugar a partir de mediados del siglo XVIII. 181 Conclusión temporaria He aquí pues -hábil o torpemente expresado- cómo interpreto yo a grandes rasgos el fenómeno global de la arquitectura de la colonia sudamericana. Por de pronto considero que constituye un todo que sólo se puede apreciar en ejemplos religiosos, ya que los civiles resultan forzosamente tan precarios que no llegan siquiera al nivel de la significación, del mismo modq que un grito inarticulado no puede competir con un discurso. En la arquitectura de la América del Sur colonial el “discurso” sólo se lee en las páginas de las construcciones eclesiásticas. Por eso mismo creo que habria que analizar siempre cada iglesia con todo lo que ella contiene en su interior, ya que se trata de un complejo sistema de expresión y de apropiación del mundo que hay que descifrar en su integridad para que quiera decir algo. Comprendo demasiado bien hasta qué punto yo mismo no he podido predicar con el ejemplo; conste que sinceramente lo lamento. En mi disculpa sea dicho que me hubiera hecho falta una larga permanencia en cada una de las ciudades en que se encuentran los monumentos elegidos. Cada vez resulta más evidente la inutilidad de desmenuzar la materia disponible haciendo simplemente un recuento o un balance: tantas molduras góticas o platerescas, tanta decoración manierista o mestiza para tratar un tema renaciente, barroco, etc. La obra no es nunca la mera suma de esos datos (muchas veces sencillamente involuntarios, cuando no dictados por la necesidad) sino que constituye una estructura. Posee asi esa obra estudiada ciertos valores religiosos, plásticos, imaginativos mucho más interesantes en sí -a pesar de la ceguera de algunos historiadores- que la pura autopsia estilística, la mania del prototipo, el juego de las atribuciones que parecen por el momento paralizar la investigación actual. 183 Supongo que el lector ducho ha descubierto las discusiones en las que deliberadamente me niego esta vez a entrar. En efecto, apenas toco de pasada la noción de “provincial” que Kubler aplica al arte hispanoamericano; en principio parecería que estoy de acuerdo con él, ya que hablo en varias oportunidades de “distancia”, de ”extrañamiento”. Sin embargo, mi idea profunda es otra y debe dar cierta satisfacción a los que llamo los “nacionalistas continentales“. Creo que la caracterización peyorativa de provincial no da cabalmente en la tecla. El concepto de “improvisación” se adapta quizá mejor a lo que yo tengo en vista como definición en estos casos. Admira en verdad ese ingenio y esa imaginación desplegada en Sudamérica colonial por los artistas y artesanos de todo tipo y que los historiadores europeizantes parecen no tener bastante en cuenta. Por un lado está el caudal de lo visto, lo oido, de lo que se hizo en siglos de arquitectura occidental y que va a pasar, de manera indiscriminada a América donde se “embalse” en una especie de dique: resen/a de temas, motivos, fragmentos estilisticos. Son varias las fuentes que alimentan esa acumulación: por un lado está todo lo que aporta el constructor culto; por otro, el repertorio que constituyen los tratados que proponen soluciones generalmente nunca “vistas” en la realidad (que una puerta de San Francisco en Quito se inspire en un modelo de Miguel Angel no supone obligatoriamente que el responsable haya visto nunca ese original). Ese caudal será a su vez interpretado ya sea a la europea, ya sea mediante un sentimiento indigena de la forma, que nace de la incapacidad misma de interpretar correctamente un modelo, cuando no -y a veces al mismo tiempo- del afán de deslizar soluciones autóctonas, que salen más bien de una trasposición de los textiles y la cerámica que de una arquitectura o una escultura indigenas propiamente dichas. _ 0 sea, que comprendo lo que quiere decir el arte llamado “mestizo”, lo aprecio cuando lo encuentro valioso tomándolo como lo que en realidad me parece ser: creación ingenua, paralela a otras actitudes culturales propias o ajenas. Para buscar un ejemplo moderno: el Aduanero Rousseau no es sin duda el más importante pintor de principios de siglo; pero tampoco puede decirse que sea un artista torpe, como tendrian tendencia a creer algunos reaccionarios. Pongámonos en un justo medio: en un inventario de las grandes fórmulas de la pintura moderna, al lado de Picasso, Matisse. Léger, Kandinsky, Mondrian, Klee, conviene situar también a un pintor original como Rousseau que desarrolló valores inéditos que han demostrado más tarde -aunque sea en parte- haber contribuido a fundar nuestra sensibilidad actual. Mutatis mutandis: un retablo mestizo, una fachada como la de San Lorenzo en Potosí, no son obras maestras absolutas ni comparables a las realizaciones del arte occidental más evolucionado. No hay duda, sin embargo, que dan una nota única, que su “perfume” no tiene equivalente y que su enigma formal y significativo constituye un verdadero estímulo a nuestra capacidad de juzgar y captar las manifestaciones más diversas, a condición -claro está- de que sean portadoras y creadoras de mensaje. 184 Tampoco quise enjuiciar aqui la concepción “a la italiana" del espacio, tal como lo planteaba hasta hace unos años Gasparini. Ya se ha visto, en cambio, que discuto las ideas que Arbeláez Camacho y Bottineau tienen al respecto. Me interesa pues la concepción del espacio cuando está en juego la noción misma de decoración interna. Coincido con Arbeláez en que la iglesia es un “todo plástico”. En cambio, el historiador colombiano pretendía que no hay que juzgar separadamente la “caja de muros" de lo que ella contiene. Ahi no lo sigo. Mi hipótesis es distinta: si puedo abstraer mentalmente continente y contenido, debo hacerlo. Ello me permitirá por ejemplo llegar a la conclusión -que ya he explicado- por la cual considero que “lo de adentro" se me impone como más revelador de una situación dada, que “lo de afuera" lcosa que no podria decir por ejemplo de una buena catedral gótica). Eso para contestar a Arbeláez Camacho. Para Bottineau, el mobiliario interno modifica el continente seco y monótono, consiguiendo asi dinamizarlo, ”barroquizarlo". No estoy tampoco de acuerdo: todo decorado que viste una iglesia sudamericana no es capaz nunca de "enloquecer" un espacio estable y fundamentalmente sin sorpresas. La explicación del encuentro afortunado de la caja prismática de muros y la proliferante decoración irracional constituyen una verdadera voluntad de forma -medio deliberada, medio intuitiva- que la plástica hispana favoreció entre los siglos XV y XVIII. Es la noción del “cofre” geométrico, sólido, neutro y casi anónimo que encierra en su interior una serie de alhajas insospechables a la sola vista de la "envoltura". En una palabra: el tesoro que únicamente se despliega ante los ojos de los iniciados a la luz dudosa que baja de las raras ventanas o a la más temblorosa de los cirios. Esto en lo que respecta a los puntos generales que aparecen más frecuentemente entre los historiadores contemporáneos. Me confirmo por otra parte, cada vez más, en ciertos principios que paso a enumerar rápidamente como un simple memento. Uno de ellos es el que apuntaba sabiamente Wethey en su libro sobre el Perú: un colono no lleva nunca o casi nunca, a la tierra sobre la que se instala, formas que en la metrópoli son consideradas aún como nuevas. Salvo en el caso de una autoridad personal y voluntaria, el colono tiene por el contrario tendencia a repetir en el suelo virgen lo que conoce y le recuerda de algún modo el terruño. De ahí también la enorme confusión de influencias, alusiones, copias que limitan -bien o mal- el alcance de un detalle o un conjunto y que tanta tinta siguen haciendo correr. Otra objeción a los historiadores que creen en el paso más o menos homogéneo de los estilos europeos al nuevo campo de acción: recuerdos, imitaciones emigran, sí, pero no pasan a América en orden cronológico sino que por el contrario se acumulan arbitrariamente, incluso con algunas 185 curiosas “vueltas hacia atrás", capaces de confundir al investigador ingenuo. Estos temas, motivos, soluciones, detalles, tratados e incluso el saber de ciertos técnicos, llegan al continente salvaje, aislado, de modo discontlnuo, heterogéneo, mezclándose in situ con otros elementos locales, con otras voluntades de estilo. Dada la complejidad de los aportes y la dificultad de la recepción modificante, me parece completamente inútil querer reconstruir una filiación lineal. La noción de tiempo histórico -tal como se da en los "estilos”- queda fatalmente subvertida para desesperación de los optimistas que pretenden ver en América del Sur el reflejo, punto por punto, de la actividad europea precedente. Los sucesos de América tienen el mismo calendario aparente que los del Viejo Mundo pero no transcurren en el mismo tiempo mental m cu/tura/. Por ejemplo, las condiciones de instalación de los frailes en el campo raso mexicano o peruano a principios del siglo XVI, y con la intención de catequizar a los indios, no recuerdan en absoluto -como situación vitalnada de lo que ocurrla en Europa en ese mismo tiempo (Reforma, luchas entre católicos y protestantes, etc.l. Pero en cambio -¡oh ironíal- pueden hacernos fuertemente pensar en parecidas dificultades en la implantación de los grandes monasterios románicos en el agreste paisaje rural de la Europa del año 1000. O sea, que si entonces el décalage en la historia podia cifrarse en cinco siglos, a fines del siglo XVIII, en cambio, esa diferencia horaria, digamos, se ha aminorado notablemente, pasando de quinientos años a sólo veinte o treinta. Cualquier parecido superficial con la cultura europea está condenado, pues, a ser falaz: las condiciones básicas son otras y los resultados -parece fatal- serán obligatoriamente otros, distintos cuando no opuestos o contradictorios. Dije un dia y lo sigo sosteniendo: en el caso de Sudamérica, en la expresión “historia del arte" (colonial hay que aclararl, es siempre más importante la noción de historia que la noción de arte. Es decir, y sin ser de ningún modo despectivo: es tan complejo, tan rico de significación el tema colonial que vale la pena se le dediquen infinidad de estudios ya que no conocemos aún bien el mecanismo de nuestras “mentalidades” a lo largo del tiempo. Estando todavia en plena historia événementie/ie sentimos ya imperiosamente la necesidad de profundizar en esa sociedad colonial, sin caer en los excesos de la leyenda negra ni en los no menos obnubilantes de la leyenda blanca. En arte y arquitectura las circunstancias, las tensiones que he tratado de analizar en este libro han llegado a producir ciertas obras “hlbridas” quizá, pero con tal carácter que nos fuerzan a la consideración y el respeto. No tanto porque las juzguemos sublimes sino porque representan un mensaje cifrado que queremos ser capaces de leer. No hay duda de que el próximo avance en la historia general de la cultura sudamericana va a venir, sobre todo, de esas fuentes no escritas: iglesias, pinturas, imaginería, retablos, 186 muebles, orfebrería. Son ellas las que, en los años venideros, nos ayudarán aiforjarnos una idea más justa, más cabal de lo que pudo ser la sociedad colonial sudamericana con todas sus grandezas y sus miserias. Paris 1967-1970 (primera versiónl. Parls 1973 (versión definitiva) 187 Apéndice I. Concolocorvo, El Lazari/lo de ciegos caminantes, Gijón, 1773 (edición moderna, Buenos Aires, 1942), pág. 264 sqq.' “Muchos críticos superficiales notan de groseros y rústicos a los primeros españoles por no haber edificado la ciudad en Andaguaylillas ú otro de los muchos campos y llanos inmediatos. Otros, que piensan defender a los españoles antiguos, alegan á su favor que aprovecharon aquel sitio alto y desigual por reservar los llanos para pastos de la mucha caballería que mantenían y sembrar trigo y maíz con otras menestras. En mi concepto, tanto erraron los unos como los otros, y solamente acertaron los antiguos, que siguieron a los indios. “Nadie duda que los sitios altos son más sanos que los bajos, y aunque el Cuzco rigurosamente no está en sitio muy elevado, domina toda la campaña, que se inunda en tiempo de lluvias. La desigualdad del sitio en una media ladera, da lugar á que desciendan las aguas y limpien la ciudad de las inmundicias de hombres y bestias, que se juntan en los guatayanes, calles y plazuelas. Los muchos materiales que tenían los indios en templos y casas, no se podían aprovechar en Andaguaylillas, sin mucho costo y perdiéndose al mismo tiempo varios cimientos y trozos considerables de paredes, como se ven en las estrechas calles, que regularmente serían así todas las de mis antepasados, como lo fueron las de todas las demás naciones del mundo antiguo. Si esta gran ciudad se hubiera establecido en Andaguaylillas ú otro campo inmediato, además del sumo gasto que hubieran hecho los primeros pobladores en la conducción de materiales y diformes piedras que Iabraron los indios, se harian inhabitables en el espacio de diez años. El Cuzco mantiene más de dos mil bestias diariamente, con desperdicio de la mitad de lo que comen, porque caballos y mulas pisan la alfalfa y alcacer, en que son pródigos todos aquellos habitantes. Además del copioso número de almas que contiene la ciudad, que creo pasan de treinta mil, entran diariamente de las provincias cercanas con bastimentos y efectos más de mil indios, sin los arrieros de otras partes. Asi hombres como bestias comen y beben, y, por consiguiente, dejan en ella las consecuencias, que se arrastran con las lluvias por medio del declive que hace esta ciudad á los guatanayes y salidas de ella. "Este término guatanay equivale en la lengua castellana a un gran sequión o acequias que se hacen en los lugares grandes por donde corre agua 189 perenne ó de lluvia para la limpieza de las ciudades. La de Lima tiene infinitos, aunque mal repartidos. México tiene muchos bien dispuestos, pero como está en sitio llano apenas tienen curso las aguas, y es preciso limpiarlos casi diariamente por los encarcelados por delitos, que no merecen otra pena. Madrid, además de otras providencias, tiene sumideros, y Valladolid sus espolones, que se formaron del gran Esgueva, y asi otras muchisimas ciudades populosas que necesitan estas providencias para su limpieza y sanidad. El territorio llano no puede gozar de estas comodidades, sino con unos grandlsimos costos ó exponiéndose por instantes a una inundación. Finalmente, la ciudad del Cuzco está situada juiciosamente en el mejor sitio que se pudo discurrir. "No hay duda que pudiera dirigirse mejor en tiempos de tranquilidad, y con preferencia de su soberano, pero aseguro que los primeros españoles que la formaron tumultuariamente, fueron unos hombres de más juicio que los presentes. La plaza mayor, á donde está erigida la catedral, templo y casa que fué de los regulares de la compañia, es perfecta y rodeada de portales, á excepción de lo que ocupa la catedral y colegio, que son dos templos que pudieran lucir en Europa. Las casas de la plaza son las peores que tiene la ciudad, como sucede en casi todo el mundo, porque los conquistadores y dueños de aquellos sitios tiraron á aprovecharlas para que sirvieran á los comerciantes estables, que son los que mejor pagan los arrendamientos. La misma idea llevaron los propietarios de la plazuela del Flegocijo, nombrada plazuela para distinguirla de la que tiene el nombre de Mayor, pues en la realidad, desde sus principios tuvo mayor extensión aquélla, en cuadrilongo, como se puede ver, quitándole la isleta que se formó para casa de moneda y después se aplicó, no sé por qué motivo, á la religión de la Merced, que tiene un suntuoso convento enfrente de su principal puerta. Otras muchas plazas tiene el Cuzco á proporcionadas distancias, que por estar fuera del comercio público, formaron en ellas sus palacios los conquistadores.” ll. R. Vargas Ugarte, Historia del Colegio y Universidad del Cuzco, Lima, 1948, págs. 176-190, reproduce in extenso la “Carta de Edificación del P. Juan Bautista Egidiano". Fiesumo aquí ese largo texto que el lector interesado puede consultar directamente. El P. Egidiano era hijo de padres nobles y ricos “y muy señalados en la piedad”. Estos padres tuvieron cuatro hijos que entraron en religión: una hija carmelita, un hijo cartujo y otros dos que iban a entrar en la Compañía de Jesús: el P. Andrés y el P. Juan Bautista, que nos interesa aqul esta vez. Muy joven Juan Bautista acompañó a España a su hermano Andrés, ya entonces jesuita y que quería partir para América. Llegaron de Flandes por barco a La Coruña y de ahi emprendieron viaje a pie hasta Sevilla. A su hermano no le costó convencer a Juan Bautista de pasar también él a América. En 1616, a la edad de veinte años, era aceptado y se embarcaba para siempre. Llegado a Lima entró en seguida en el noviciado y después de haber hecho sus votos comenzó a estudiar en el Colegio de San Pablo donde “oyó artes y teología" les decir siguió cursos en esas asignaturas). El cronista habla después de las virtudes del P. Egidiano y agrega un párrafo sobre sus calidades de hombre habilidoso: “fue curiosisimo e ingenioslsimo”. Después de haber sido ordenado en Trujillo en 1629 pasó, por su propia voluntad, a la doctrina de Juli sobre el lago Titicaca. Aprendió fácilmente las lenguas indígenas y como su naturaleza era fuerte y sana salía más que sus hermanos, encargado de predicar y confesar en la puna. Residió más tarde en el colegio de la Compañía en Potosi y allí su renombre creció poco a poco, no sólo entre los indios sino también entre sus propios superiores. De Potosí fue enviado a Oruro donde entre otras cosas se entretuvo en instalar astucias mecánicas en la iglesia, astucias que causaron mucha impresión: ”Sacó algunas inven190 :sones devotas que se atraían toda la gente así de los Españoles como de Indios. inventó la nube que baja de lo alto, y se abre trayendo al Niño, la Virgen y a San José con ángeles, pájaros y otros juguetes que se remedan hasta hoy”. En fin, recibió la orden de volver al Cuzco en 1642. Allí iba a residir hasta su muerte acaecida 33 años más tarde. El cronista, después de hacer su elogio moral dice textualmente: “Levantó desde sus cimientos este bellísimo templo de la Compañia, con razón llamado la maravilla de este nuevo mundo, admirando más a los que entienden del arte”. Y algo más adelante agrega: lo que pone espanto es que, no habiendo sabido del arte, se pusiese a la vejez á aprenderla en los libros, y se hubiese hecho tan primoroso y excelente maestro, enseñando con gran paciencia y agrado a unos indiecillos que en su vida habían cogido el pico ni la regla en las manos, a labrar y edificar con tanto acierto, limpieza y primor, llenando esta ciudad de artífices aventajados". Y por último el cronista afirma: “La portada es digna de la casa. El retablo que por sí hace otra maravilla, fue todo dibujo y obra suya”. Siguen más adelante páginas en que se trata de las virtudes del P. Egidiano. Baste agregar que murió el 14 de mayo de 1675. lll. Jorge Cornejo Bouroncle, Revista del Archivo Histórico del Cuzco, n.° 9, 1958, pág. 416 sqq.' "Iglesia de la Compañía. Nunca crelmos que la monumental iglesia de la Compañía, hubiera sido obra del entusiasmo de un solo hombre, ni menos de la improvisación arquitectónica de un modesto hermano jesuita que nunca, ni antes ni después, figuró en obra alguna. Además, la Compañía de Jesús, era una orden religiosa perfectamente organizada y dirigida por hombres de gran sentido, experiencia y responsabilidad. Si se tratara de una modesta capilla, tal vez, fuera posible admitir que, sin la intervención de las autoridades superiores de Roma y España se pudiera haber .autorizado su construcción, pero, de una obra muy costosa e importante, como lo era la iglesia y convento de la orden en el Cuzco, era imposible. En Roma tenian los jesuitas una oficina de planos y proyectos y cualquier construcción en el viejo o nuevo mundo necesitaba del estudio e informe de esa dependencia especial; por tanto, los planos para la Compañia del Cuzco debieron haber sido levantados consultando el terreno, clima, materiales de construcción posibles de utilizar. etc., y esto requería de un expediente exacto y de financiar con muchos miles de pesos de oro una obra que debia quedar terminada en pocos años; y realmente sólo duró la construcción 17 años. Por tanto, la afirmación de que el hermano Egidiano fuera el autor de la obra no nos convenció nunca y pensamos, por similitud de varios detalles con la catedral, que los planos o proyectos fueran del arquitecto español don Francisco de Becerra, que, por entonces, planeó las catedrales de Lima y el Cuzco, aunque crelmos que, en la práctica, pudieron haber recibido esos planos algunas modificaciones impuestas por el medio y condiciones especiales, y aún seguimos sospechando que cuando se hallen los planos de la monumental y artistica iglesia cuzqueña, Becerra no sea extraño a ellos. Un discurso necrológìco en memoria del padre Egidiano no basta para atribuirle una obra que él no pudo haberla hecho por no entender del oficio. Hizo la Compañia, podría ser una frase metafórica solamente, como se dice que el gobierno tal o cual hizo el ferrocarril o la represa tal o 'mi padre hizo esta casa', que quiere decir que él la mandó hacer, pero que realmente no la hizo. "Aprovechando de la visita al Cuzco del padre historiador de la Compañia de Jesús R.P. don Antonio de Egaña, le expusimos estos puntos de vista y él de acuerdo con ellos nos manifestó que asl era, que asi tenia que ser y nos ofreció ocuparse del asunto y hacer algunas investigaciones en Roma, Bélgica, España. Ya nosotros hemos publicado la escritura del contrato para levantar 191 la estupenda fachada y torres de la iglesia dicha, de modo que no cabe discuti. sobre que fue el maestro ensamblador y arquitecto don Diego Martinez de Oviedo el que plasmó la bella obra; y es posible que fuese el mismo maestro cuzqueño el que hubiera hecho la parte anterior de la iglesia, pues, era costumbre que la fachada y torres eran las que se hacian y hacen al finalizar el trabajo, tal y conforme consta que se hizo en la construcción de la Catedral del Cuzco; sólo falta saber quién fue el autorde los planos generales. “El padre Egaña, nos escribe con fecha 25 de abril de 1957, de Roma, y nos dice: 'He tardado bastante en cumplir el encargo con que me honró Ud. en mi visita a esa ciudad. Ello ha obedecido a que, habiendo consultado a Bélgica, se ha ido atrasando la respuesta. En conclusión, puedo decir que de la investigación hecha, resulta: 1.°. En todos los documentos consultados ni una insinuación que el P. Egidiano fuera arquitecto ni maestro de obras, ni que se dedicara a semejantes tareas. 2.°. En los catálogos, donde periódicamente los jesuitas enviaban informes a su general sobre los miembros de la provincia del Perú, del P. Egidiano se dice que es vicesuperior, entregado a ministerios sacerdotales entre españoles e indios. 3.°. Sólo en la carta necrológica conocida por Ud. se le adjudica la obra del templo del Cuzco; y aun allí, haciendo constar que “no habiendo sabido del arte” (de la construcción). 4.°. En el citado documento se dice que le hicieron “retirar de la obra algunas veces" por falsas denuncias de tipo administfativo-económico. Veo que el P. Vargas Ugarte, y con él todos los que sostienen su paternidad en la citada obra de ese templo, dependen de esta única fuente documental. Hasta aquí llega el resultado de nuestras investigaciones en estos archivos, especialmente en este general de la orden. Cumplido asl su en- cargo me es sumamente grato reiterarle la expresión de mi más profundo respeto”. “Con esta autorizada opinión trascrita, quede aqui el estudio de la investigación referida, hasta que nuevos documentos nos permitan afirmaciones concretas para la historia del arte cuzqueño. Son los documentos los que deben hablar, documentos como los que hemos publicado con respecto al maestro arquitecto don Diego Martinez de Oviedo, hijo del arquitecto español don Sebastián Martinez quien, también, dejó obras de su arte en el viejo Cuzco, en donde duermen sus huesos.” IV. Revista del Archivo Histórico del Cuzco, n.° 2, 1951, pág. 279 sql?, “Concierto del Arquitecto Diego Martínez con el Colegio de la Compañía de Jesús para construir la portada principal y torres de su iglesia". AI margen: “Con- cierto Diego Martinez con el Colegio de la Compañía de Jesús". “En la ciudad del Cuzco a dies dias del mes de nobiembre de mill y seis cientos y sesenta y quatro años ante ml el escrivano e testigos paresió Diego Martínes Maestro arquitecto vesino de esta ciudad. Y otorgó que se concertava y concertó con el colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad y en su nombre con el Padre Fructuoso Viesa su Procurador que está presente por todo el tiempo que durare el acavarse la portada principal de la Iglesia del dicho colegio y las torres del hasta que con perfección esten acavadas conforme a los dibujos que le tiene entregados formados del dicho Padre Fructuoso de Viesa y se obligó de acudir desde oy dia de la fha...", etc. (Protocolo notarial. Archivo Histórico, a ff. 1000 a 1001, n.° 629). V. A. de I., Lima 511, Relación de Superunda al rey: "Señor / La confusión que causó en esta Ciu.d el terremoto del 28 de Oct.” de 1746, obligan192 iåola sus vecinos â desampararla, por huir del peligro que arnenazaban los edificios, a vista de las muertes que causaron las que derribó su mobimiento; me precisó a meditar que providencia se podría dar para que sinriese de regla en su reedifica."' Y Se precabiese e_n el modo posible la repeti.°" de iguales desgracias enlo venidero, por estar este Pais sugeto 'â experimentar con frecuencia violentos mobimientos de tierra, para lo qual formé Junta de todos los Tribunales, y como se hallavan tan amedrentados fueron los mas de parecer que se mudase la Ciudad â algun lugar inmediato conque pudiesen delinearse las Calles con todo aquel ancho, que puestos en el medio tubiesen seguridad, aunque cayesen las paredes, con otras con- veniencias que fingía el deseo de no verse en segunda aflicción; pero haviendose tratado, materia tan grave, con el Cuidado correspondiente. Substanciándola con el Cavildo secular y Fiscal, se determinó por la misma Junta que se procurase Reedificar la Ciudad en el mismo lugar, que se derribasen todos los altos que havian quedado en pie, y que las paredes ala Calle no excediesen de Cinco varas; Y aunque esto solo tenia por Obgeto el veneficio publico, suplicaron los Dueños de los Altos existentes, contradiciendo con mucha eficacia elque se derribasen los que no amenazaban ruina, obligando aque últimamente se mandasen reconocer, y que quedasen todos aquellos, que segun el dictamen de los inteligentes, no la amenazaban. "Pero siendo estas providencias interinas, remito en los Autos a V.M. para que en vista de ellos, determine lo que sea de su real agrado, debiendo, en cumplimiento de mi Ministerio, hacer presente a V.M. que el abandono en que quedó esta ciu.d me puso en grabisirnos cuidados, porque negada la Obediencia de los esclavos â sus Amos, asi los de dentro de la Población como los delas Haz.daS inmediatas, se hicieron Dueños de las Casas, procurando serlo de los vienes que quedaron en ellas, sin poder aun mismo tiempo con los pocos soldados que pude Juntar, resguardar la Casa de la Moneda, que desampararon las personas a cuyo cargo estaba, Casas reales, y resto de Población, y menos dar providencia para embarazar el Ladrocinio que se hacía en las Playas de lo que iva arrojando el Mar, y se havia llebado del Presidio del Callao, no siendo ponderable lo que trabagé para ocurrir en el modo posible atan urgentes necesidades, y últi- mamente haviendo nombrado Alcaldes de Barrios, pude contener la Plebe, y embarazar la continuazion de robos, aunque por hallarme sin carzeles se quedaban los delincuentes sin el escarmiento necesario. Todos estos trabajos tubieron por causa, hauer desamparado los Dueños sus propias Casas, por lo qual loque pide el buen Govierno es aplicar providencias para que se reedifique la Ciufii de modo que tengan Resistencia los edificios y que cuando la fuerza del terremoto los derribe, les quede lugar donde mantenerse sin recelo, ni necesidad de buscar las campañas; para esto conduce el que de ningún modo se fabriquen Altos, por que con ellos no habrá Patio que prometa seguridad, ni calle que la se ala gente pobre que vive en tiendas, y casas estrechas, respecto de no poderse ya darseles mas ancho que tienen. "Estas consideraciones persuaden eficazm.'° ã embarazar la fabrica en lo venidero de Altos y que no se permitan 'reedificar los que ahora han quedado por buenos, si con el tiempo amenazaren ruina, y adar regla fija en el que deben tener las paredes, y las Iglesias, porque todo edificio elevado, y que no esté ceñido, tiene menos resistencia, por lo qual estas padecieron aun mas que otros fabricados de matheriales menos consistentes, todo lo que se tubo presente para resolber por ahora lo que se contiene en el Auto de 9 de enero de 747. provehido en esta razon, aplicando aquel remedio que permite el estado presente delas cosas, para precaber la Ciu.d de las infelices consecuencias experimentadas; 193 Y aunque para reducir al vecindario a Población, y extinguir parte de el mieoc que con Justa razon se tiene alas calles que conserban Casas de Altos, se tubo por conven.f° mandarlos derribar, fue tal el clamor de los Dueños de aquellas que se tenian por libres de lesión grave que por no usar de violencia se han tole- rado muchas, y se rebocó en esta parte el referido Auto. V.M. mandará lo que sea de su real voluntad. "Dios qué. la C. D. P. de V.M. los muf' an? que la Christiandad ha menester. Lima 20 de junio de 1748. "Firmado: D. Joseph Manso." 194 -- Bibliografía fundamental Libros Angulo lñíguez, Diego, Historia del arte hispanoamericano (en colaboración con Marco Dorta, Enrique y Buschiazzo, Mario J.l. 3 vol., Barcelona, 1955. Arbeláez Camacho, Carlos, y Gil Tovar, F., El arte colonial en Colombia, Bogotá, 1968. Bayón, Damián, L'architecture en Castille au XVie siècle, Paris, 1967. Benavides Rodríguez, Alfredo, La arquitectura en el virreinato del Perú y en la capitanla general de Chile, Santiago, 1941. Bottineau, Yves, Baroque ibérique, Friburgo, 1969. Busaniche, Hernán, La arquitectura en las misiones jesuíticas guaraníes, Santa Fe, 1955. Buschiazzo, Mario J., Bibliografía de arte colonial argentino, Buenos Aires, 1947. -, Historia de la arquitectura colonial en Iberoamérica, Buenos Aires, 1961. 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Ha cumplido misiones de Experto de la Unesco en 1970 y 1971. Es miembro del Comité de consejeros artísticos de dicha institución. Desde 1973 trabaja en la Universidad de Texas. Además de cinco libros de poemas es autor de Construcción de lo visual, Puerto Rico, 1965; Qué es la critica de arte. Buenos Aires, 1970; dos libros. inéditos. sobre El Greco y Rubens respectivamente; Arte de ruptura, México, 1973 y tiene actualmente en prensa una obra sobre Aventura plástica de Hispanoamérica, próxima a publicarse en México. ¿_¿_ Í_¿_¿;¿à*_F%E¿É%_ __. “_ _h_ ______________ __ __ __h __ ' _: _ __m_ __? _iv __________3% É__ ¬._É_ :yu "____`_`¡| ¡_____ _, _____“ __ I__ _%_ :al _` __ ' _&___'__._ ___ __¡C_____r_ ___” _"____ A¡___u___%__@_` _' _-_ __J____v¦Ig______ __.u__u__v___L '_.Ñ ___É" _àq____? ____H_____ _ __| _'J_«__H__ __ _L_m____ _" ____ __hW____u___H____ Uk*______ _____~' 4 m_%__| _______T_ _¿__ __“_ ____ A____ ____|I______ __1 `___'F__%q_åÄ_ m__¡“¿__ _¿_ .m1_“__ .I___ r_ _____ ___ ____“ ___`__O_______ ____ ¿H ________ _ __¿__ w___“_ _______, __ __ __ ___________ _________ _ _____'¡__ `_________ ____"_ ___ ________ __ _ _" ä_¿__ a ___ ____r_n_ ____ *___ ¿__ __ ____ mv* _ __à____ _ _ _w_ __“__ ¿_ _______ *_ O__.*__ ________ _¬_` __ *¿_?___¡_¿`__ ____'_ ç_*.___ _ w__” ____” ____ _____ __¿________L 3. 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