James Graham Ballard (Shanghái, 15 de noviembre de 1930 - Londres, 19 de abril de 2009) fue un escritor inglés de ciencia ficción. Un gran número de sus escritos describen distopías. J. G. Ballard nace en Shanghái (China) en 1930 de padres ingleses. Durante la Segunda Guerra Mundial fue encerrado junto con su familia en un campo de concentración japonés, experiencia que relataría en su obra El imperio del sol. En 1946 su familia se traslada a Gran Bretaña e inicia estudios de medicina en la Universidad de Cambridge, aunque no los completará. A continuación, trabaja como redactor en un periódico técnico y como portero del Covent Garden, antes de incorporarse a la RAF en Canadá, como piloto. Una vez licenciado, trabaja durante seis años como adjunto a la dirección de una revista científica, para pasar más tarde a dedicarse por completo a la literatura Falleció el 19 de abril de 2009, víctima de un cáncer de próstata. Podría considerarse a James Graham (J. G.) Ballard como uno de los autores más influyentes de la historia de la ciencia ficción… al tiempo que, de entre ellos, uno de los menos relacionados con el género, tanto por el público en general como por los propios aficionados. Su producción novelística temprana, durante la primera mitad de la década de 1960, constituye la piedra fundacional de la New Wave británica, y de entre los cuatro títulos que componen su ciclo catastrófico, el más relevante podría ser el segundo, “El mundo sumergido” (“The drowned world”, 1962). El escenario de esta novela es una Tierra que, debido a un incremento de actividad del Sol, ha sufrido un calentamiento global. En consecuencia, el deshielo de los polos ha anegado las ciudades costeras y los ecosistemas tropicales se han desplazado hacia los polos: iguanas, helechos y enormes mosquitos pueblan las ruinas de la civilización. En medio de todo esto, Robert Kerans, un biólogo que estudia los cambios de la flora y la fauna entre las ruinas del antiguo Londres, cuando su misión termina y el destacamento militar al que ha sido asignado decide volver, se niega a ello. Decide quedarse junto con otros dos compañeros aún sabiendo que la supervivencia es imposible, simplemente demasiado cansado y desilusionado como para molestarse en emprender el camino de vuelta. Lo que les ocurre a él y a sus compañeros es el argumento del libro. Cierto que, de alguna forma, el fenómeno de cambio climático parece actualizar esta novela pero, en realidad, la causa del calentamiento no tiene la mayor relevancia. Lo que la novela intenta es, como tantas historias basadas en escenarios apocalípticos, romper con la sociedad actual para, a partir de sus fragmentos, exponer las ideas del autor acerca de la naturaleza humana. En este caso, las ideas de Ballard orbitan alrededor de una supuesta regresión evolutiva; no tanto una regresión física, sino psicológica, hacia recuerdos más profundos grabados en nuestro cerebro. Tal vez, incluso, este descenso hacia nuestros instintos animales podría ser interpretado como un símbolo de una degradación moral. Sin embargo, este argumento tan pretencioso no es acorde a la solidez de la novela que, sin llegar a ser mala, se queda muy por debajo de lo que el autor pretende, con una trama que se desarrolla en ocasiones de forma un tanto inconsistente. Se trata, en definitiva, de una lectura interesante, pero, tal vez, no especialmente recomendable. En El Mundo Sumergido (1962), el escritor inglés J. G. Ballard presenta (con una clarividencia que asusta) una versión futura de Londres y el planeta en la que las aguas se alzan y cubren las ciudades. Más adelante reconocería haberse basado en sus propios recuerdos de la infancia en una Shanghái en guerra con Japón y los diques londinenses, que en más de una ocasión habían dejado espacio al Támesis para apropiarse de la ciudad. Las tormentas solares azotan al mundo con indiferencia, provocando la catástrofe. Rebasadas las contenciones y derretidos los casquetes polares, la nueva Tierra deja de acoger a la humanidad. Una pequeña célula de resistencia, con la terquedad humana, se concentra en la ahora apacible Groenlandia, porque ya sólo es soportable el calor en esas latitudes. El resto queda para los helechos, los grandes reptiles y una fauna más propia del Triásico que de nuestra era. Quizá lo más interesante del libro es el escenario. La tesis de Ballard (muy influido por el psicoanálisis) es que la ciudad y la propia civilización son un superego poderoso para domeñar al id colectivo. Cuando el hombre deja de domar a la naturaleza se pierde en el tiempo, en una eternidad sucia y oleaginosa, con su propia historia flotando en las charcas del mundo que queda. Sin nada que lo someta, vuelve a soñar con el cieno primordial, a ser hechizado por la llamada de la selva y la laguna amniótica que lo devolverá a su estado animal. El hombre reducido al atavismo. Robert Kerans: biológo a cargo de estudiar los cambios climáticos que están sucediendo en el área del antiguo Londres, poco a poco se va convenciendo de la regresión biológica que está sucediendo no sólo en la naturaleza sino en la psique de los seres humanos, cortándo todo los lazos que lo unen a la antigua civilización, cuando reciben la orden de regresar al campamento Byrd en Groenlandia, prefiriendo quedarse en el mundo sumergido. Allan Bodkin: Colega de Kerans, es el primero en darse cuenta de los efectos no sólo biológicos sino también psíquicos que están ocurriendo y empieza a estudiarlos y a compartirlos con Kerans. Se da cuenta que están retrocediendo en un tiempo arqueopsíquico, hacia etapas más tempranas de la evolución psicológica de los seres humanos. Es el único del grupo que puede recordar el mundo antes de la subida de las aguas y tiene un vínculo emocional con la ciudad de Londres; por eso cuando el saqueador Strangman levanta un dique para secar la ciudad sumergida, Bodkin intenta dinamitarlo y es asesinado por Strangman y sus hombres. Coronel Riggs: líder militar de la expedición de Kerans, accede a dejarlo en el mundo sumergido cuando les ordenan regresar a su base principal en Groenlandia, para luego regresar a salvarle la vida a los protagonistas. Beatrice Dahl: la hermosa heredera de un antiguo millonario, vive aún en la ciudad y se niega a partir cuando Riggs da la orden, prefiriendo quedarse con Kerans a quien la une, en principio el amor físico y más tarde la regresión arqueopsíquica. Teniente Hardman: el primero del grupo de Kerans en sufrir los cambios de la regresión, escapa de la base antes de la partida del Coronel Riggs y se interna en la jungla en busca de las tierras más cálidas del ecuador. Sufre una regresión total, al punto de perder su propia personalidad, siendo reemplazada por instintos básicos como seguir el sol en busca de calor. Strangman: Líder de una tripulación de saqueadores de antiguas obras de arte abandonadas en el mundo sumergido, entra en conflicto con Kerans y su grupo al crear un dique que permite desecar parte del antiguo Londres para saquearlo; es responsable de la muerte de Bodkin y está a punto de asesinar a Kerans cuando el Coronel Riggs regresa nuevamente al campamento. Sargento Macready: segundo al mando, muere de forma accidental cuando Kerans intenta inundar nuevamente la ciudad de Londres. En resumen, se trata de un mundo futuro en el que una inusitada actividad solar ha supuesto el recalentamiento de la Tierra y la fusión de los casquetes polares, las aguas han anegado los continentes y la tierra disponible ha disminuido dramáticamente, ahogada, además de por el agua, por una pujante jungla tropical que avanza inexorable hacia el norte. Aunque esto parezca prometedor lo que sigue a continuación hace del libro una lectura aburrida y poco aprovechable; entre la locura provocada por el calor y una larga serie de acciones sin sentido alguno y menos justificación aún, la bajada al infierno del bestialismo, que tan bien domina Ballard, queda en esta ocasión en el deambular absurdo de unos personajes de los que se desconocen motivaciones y objetivos. El mundo sumergido es una novela que llama la atención por las descripciones desmesuradas y claustrofóbicas de los escenarios tropicales de los alrededores de Londres. Las continuas referencias al calor donde las temperaturas se mueven entre los 35 y los 50 grados - con tendencia a continuar ascendiendo-, el nuevo mundo conquistado por reptiles e insectos, algunos ya mutados a causa de la radiación, y en definitiva las condiciones adversas que los protagonistas sufren voluntariamente con una cierta mezcla de atracción y repulsión simultánea persiguen un deseo, una locura del subconsciente, que les manda buscar la muerte a través de un suicidio de desidia. Una novela corta, rápida de leer, que no profundiza argumentalmente con algunas de las teorías expuestas entorno a los deseos, miedos y fobias que el subconsciente guarda cerrado a cal y canto después de miles, de millones de años de evolución - el miedo inconsciente a las arañas tan arraigada en mucha gente (entre la que me incluyo) es un ejemplo que expone el autor para evidenciar que nuestra mente guarda a un registro de otros tiempos. Pero estas hipótesis sólo visten la verdadera meta del autor: La inmersión voluntaria y racional en un universo nuevo en forma de naturaleza primigenia que nos llama cuando las condiciones ambientales vuelven a ser favorables.