El capital en el siglo XXI Thomas Piketty Resumen Curso: Desarrollo Económico y Social Escrito por: Lisset, UNA-FIE La repartición de riquezas, comienza en su introducción, “es una de las cuestiones más vivas y debatidas de la actualidad. Esta discusión es y ha sido un debate sin fuentes. Esta investigación busca llenar ese vacío” Inicialmente, en la introducción, Thomas Piketty hace una revisión de las teorías económicas de los siglos XVIII y XIX; seguidamente, se plantea el marco teórico y conceptual de su investigación. La economía como disciplina, dice, no ha debido buscar separarse de otras disciplinas de las ciencias sociales, y que esta no puede desarrollarse sino en su seno. “.. no ha salido siempre de su pasión infantil por las matemáticas y las especulaciones puramente teóricas, y, a menudo, muy ideológicas, en detrimento de la investigación histórica y de su acercamiento a otras ciencias sociales. Muy a menudo los economistas están ante todo preocupados por pequeños problemas matemáticos que no interesan sino a ellos mismos, lo que les permite darse un poco de tranquilidad y apariencias de cientificidad y de evitar tener que responder a preguntas más complicadas, planteadas de otra manera por el mundo que les rodea” La obra se presenta en una introducción, cuatro partes, dieciséis capítulos y una conclusión, de las cuales se hará un resumen de la primera parte que ofrece una entrada relacionada con los problemas clásicos del ingreso, la producción y comparaciones del crecimiento; allí se muestran ilusiones y realidades entre las teorías convencionales y los datos. Primera parte Ingreso y capital I. Ingreso y producción El primer capítulo describe el concepto del ingreso nacional, del capital y de la relación capital/ingreso, las grandes líneas de evolución de la repartición mundial del ingreso y de la producción. El segundo analiza más precisamente la evolución de las tasas de crecimiento de la población y de la producción desde la revolución industrial. Desde la década de los años setenta del siglo pasado se está dando una caída paulatina del peso de los salarios en la renta nacional, inclinándose la balanza cada vez más a favor de las rentas empresariales. Este periodo coincide con el afianzamiento de la ideología neoliberal, tanto en la economía como en la política, invirtiéndose la tendencia del periodo anterior (desde la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los años setenta), en el que se daba un reparto más equilibrado de las rentas en las economías desarrolladas. En España la población asalariada ha crecido de forma continuada, pero la proporción de la renta que recibe no ha dejado de disminuir. Piketty comienza su libro “El Capital en el siglo XXI” exponiendo la idea principal que se propone desarrollar hasta el final: la de la evolución de la distribución de la riqueza desde el siglo XVIII hasta nuestros días. En sus primeras líneas Piketty se pregunta si los procesos de acumulación de capital privado nos llevan inevitablemente a una gran concentración de riqueza en unos pocos afortunados, o si por el contrario las fuerzas “invisibles” que acompañan al equilibrio entre crecimiento, competitividad y progreso tecnológico contribuyen tarde o temprano a la reducción de la desigualdad y a una mayor armonía entre las distintas clases sociales. Su proposición recuerda a los grandes debates clásicos a los que Marx, Smith, Keynes y muchos otros dedicaron buena parte de sus escritos, y no por ello deja de ser un proyecto ambicioso. Piketty decidió abordar estas cuestiones desde una perspectiva histórica y comparativa, usando una base de datos extensa que abarca tres siglos y más de veinte países. Además, utiliza fragmentos de novelas del siglo diecinueve de escritores como Austen o Balzac, como recurso para contextualizar sus datos y explicar cómo funcionaba la sociedad en este período, haciendo referencia a las diferencias de clase y a las desigualdades estructurales que predominaban. Probablemente uno de los aspectos que llama la atención de su discurso, siempre con un toque narrativo que fluye y que recuerda a la narrativa de Graeber, es el querer desmarcarse de los métodos econométricos que caracterizan a los economistas convencionales. Tal y como él mismo explica, tras años de estudios matemáticos en EEUU, se dio cuenta de que, en realidad, “no sabía nada de los problemas económicos mundiales”, y de ahí su decisión de ir a Paris, donde ha acabado dirigiendo el EHEES. Los niveles muy elevados de capitalización patrimonial observados en la actualidad en los países ricos parecen explicarse ante todo por el regreso a un régimen de bajo crecimiento de la población y de la productividad, aunados al retorno a un régimen político objetivamente muy favorable para los capitales privados. Para comprender bien estas transformaciones, veremos que el enfoque más fecundo consiste en analizar la evolución de la relación capital/ingreso (es decir, la relación entre el stock o acervo total de capital y el flujo anual de ingreso o producto), y no sólo la distribución capital-trabajo (es decir, el reparto del flujo del ingreso y de la producción entre los ingresos del capital y por trabajo). Esta última ha sido más clásicamente estudiada en el pasado, en gran parte debido a la falta de datos adecuados. En el nivel de cada país, el ingreso nacional puede ser superior o inferior a la producción interna, dependiendo de si los ingresos netos recibidos del extranjero son positivos o negativos: 𝑖𝑛𝑔𝑟𝑒𝑠𝑜 𝑛𝑎𝑐𝑖𝑜𝑛𝑎𝑙 = 𝑝𝑟𝑜𝑑𝑢𝑐𝑐𝑖ó𝑛 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑟𝑛𝑎 + 𝑖𝑛𝑔𝑟𝑒𝑠𝑜𝑠 𝑛𝑒𝑡𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑖𝑏𝑖𝑑𝑜𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑎𝑛𝑗𝑒𝑟𝑜 En el ámbito mundial, los ingresos recibidos y pagados del y al extranjero se equilibran, de tal manera que el ingreso es por definición igual a la producción: 𝑖𝑛𝑔𝑟𝑒𝑠𝑜 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑖𝑎𝑙 = 𝑝𝑟𝑜𝑑𝑢𝑐𝑐𝑖ó𝑛 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑖𝑎𝑙. Esta igualdad entre los flujos anuales de ingreso y de producción es una evidencia conceptual y contable, pero refleja una importante realidad. A lo largo de un año específico, es imposible distribuir ingresos por encima de la nueva riqueza que ha sido producida (salvo si hay un endeudamiento con otro país, lo que no es posible en el nivel mundial). Por el contrario, toda la producción debe ser distribuida en forma de ingresos, de una u otra manera: es decir, en forma de sueldos, remuneraciones, honorarios, primas, etc., pagados a los asalariados y a las personas que aportaron el trabajo utilizado en la producción (ingresos por trabajo); o en forma de beneficios, dividendos, intereses, rentas, regalías, etc., correspondientes a los dueños del capital empleado en la producción (ingresos del capital). El capital no es un concepto inmutable: refleja el estado del desarrollo y las relaciones sociales que rigen a una sociedad dada. El “patrimonio nacional”, la “riqueza nacional” o el “capital nacional” como el valor total, estimado a los precios de mercado, de todo lo que poseen los residentes y el gobierno de un país dado en un momento determinado, siempre y cuando pueda ser intercambiado en un mercado. 8 Se trata de la suma de los activos no financieros (viviendas, terrenos, negocios, edificios, máquinas, equipos, patentes y demás activos profesionales en propiedad directa) y los activos financieros (cuentas bancarias, planes de ahorro, obligaciones, acciones y demás participaciones en sociedades, inversiones financieras de todo tipo, contratos de seguro de vida, fondos de pensión, etc.), menos los pasivos financieros (es decir, todas las deudas). 9 Si nos limitamos a los activos y pasivos propiedad de individuos privados, se obtiene la riqueza privada o capital privado. Si se consideran los activos y pasivos propiedad del Estado y la administración pública (organismos públicos de orden local, administraciones del seguro social, etc.), se obtiene la riqueza pública o capital público. Por definición, la riqueza nacional es la suma de estos dos conceptos: 𝑟𝑖𝑞𝑢𝑒𝑧𝑎 𝑛𝑎𝑐𝑖𝑜𝑛𝑎𝑙 = 𝑟𝑖𝑞𝑢𝑒𝑧𝑎 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑑𝑎 + 𝑟𝑖𝑞𝑢𝑒𝑧𝑎 𝑝ú𝑏𝑙𝑖𝑐𝑎 La manera más natural y útil de medir la importancia del capital en una sociedad dada consiste en dividir el acervo de capital entre el flujo anual del ingreso. Esta razón o relación capital/ingreso será denotada por β. Hoy en día, en los países desarrollados la relación capital/ingreso suele situarse entre cinco y seis, y el acervo de capital consiste casi exclusivamente en el capital privado. Existen interesantes variaciones entre los países, dentro y fuera de Europa: la relación β es superior a seis en Japón y en Italia, e inferior a cinco en los Estados Unidos y en Alemania. La riqueza pública es apenas positiva en algunos países y ligeramente negativa en otros, y así sucesivamente. Las cuentas nacionales son una construcción social, en perpetua evolución, y reflejan siempre las preocupaciones de una época. 19 Los números que arrojan no deben ser manejados como fetiches. Entre 1900 y 1980, Europa y América concentraron entre 70 y 80% de la producción mundial de bienes y servicios, indicio de un dominio económico indiscutible sobre el resto del mundo. Este porcentaje ha disminuido con regularidad desde la década de 1970-1980 y llegó a poco más de 50% a principios de la década de 2010 (alrededor de un cuarto para cada continente), es decir, aproximadamente al nivel de 1860. Con toda probabilidad, este porcentaje debería seguir bajando y llegar, durante el siglo XXI, a un nivel del orden de 2030%. Este nivel era el que tenían hasta principios del siglo XIX, y correspondería a lo que siempre fue el peso de Europa y América en la población mundial la desigualdad en el nivel mundial va de países cuyo ingreso promedio por habitante es del orden de 150-250 euros por mes (el África Subsahariana, la India), hasta otros donde el ingreso per cápita alcanza 2 500-3 000 euros por mes (Europa Occidental, América del Norte, Japón), es decir, entre 10 y 20 veces más. El promedio mundial, que corresponde aproximadamente al nivel de China, se sitúa en alrededor de 600-800 euros por mes. Estos órdenes de magnitud son significativos y merecen recordarse. II. El crecimiento: Ilusiones y realidades El segundo capítulo, analiza más precisamente la evolución de las tasas de crecimiento de la población y de la producción desde la revolución industrial. Se observa, en primer lugar, que el vertiginoso incremento del crecimiento a partir del siglo XVIII fue un fenómeno que implicó tasas de crecimiento anuales relativamente moderadas, y, en segundo lugar, que se trató de un fenómeno cuyos componentes demográficos y económicos tenían más o menos la misma magnitud. Según las mejores estimaciones disponibles, la tasa de crecimiento del PIB mundial entre 1700 y 2012 fue en promedio de 1.6% anual, de la cual 0.8% se debió al incremento de la población y 0.8% al concepto de aumento de la producción por habitante. A partir de 1700 se aceleró ostensiblemente el incremento demográfico, con tasas de crecimiento del orden de 0.4% anual en promedio en el siglo XVIII, y más tarde de 0.6% en el XIX. Europa, que junto con su extensión en el continente americano vivió el mayor incremento demográfico entre 1700 y 1913, vio invertirse el proceso en el siglo XX: la tasa de crecimiento de la población europea cayó a la mitad, con 0.4% por año entre 1913 y 2012, frente a 0.8% entre 1820 y 1913. Se trató del conocido fenómeno de la transición demográfica: ya no bastó con la incesante prolongación de la esperanza de vida para compensar la caída de la natalidad, y el ritmo de crecimiento de la población volvió lentamente a niveles bajos. En Asia y en África, en cambio, la natalidad siguió siendo elevada mucho más tiempo que en Europa, de tal manera que, en el siglo XX, el crecimiento demográfico llegó a niveles vertiginosos: 1.5-2% anual, lo que multiplicó la población por cinco veces en el curso de un siglo, y en algunos casos incluso más. Egipto tenía apenas más de 10 millones de habitantes a principios del siglo XX; hoy en día, su población es de 80 millones. Nigeria o Pakistán rebasaban por poco los 20 millones de habitantes; hoy, cada uno cuenta con más de 160 millones. no hay ninguna duda de que el crecimiento económico permitió una considerable mejora de las condiciones de vida a largo plazo y, según las mejores estimaciones disponibles, una multiplicación por más de 10 del ingreso promedio a nivel mundial entre 1700 y 2012 (de 70 a 760 euros por mes), y por más de 20 en los países más ricos (de 100 a 2 500 euros por mes). Teniendo en cuenta las dificultades vinculadas con la medición de transformaciones tan radicales, sobre todo si se intenta resumirlas a base de un solo indicador, estas cifras no deben ser fetichizadas sino más bien consideradas como simples órdenes de magnitud. A nivel planetario, la tasa de incremento de la producción por habitante fue en promedio de 0.8% anual entre 1700 y 2012, del cual 0.1% entre 1700 y 1820, 0.9% entre 1820 y 1913, y 1.6% entre 1913 y 2012. Como indicamos en el cuadro II.1, se observa esa misma tasa de incremento promedio de 0.8% anual entre 1700 y 2012 en la población mundial. A lo largo de los últimos tres siglos, el crecimiento mundial habrá trazado una curva en forma de campana de gran amplitud. Sin importar si se trata del incremento de la población o del de la producción por habitante, el ritmo de crecimiento se aceleró progresivamente a lo largo de los siglos XVIII, XIX y sobre todo del XX, y es muy probable que se prepare a volver a niveles mucho más bajos durante el siglo XXI. Sin embargo, las dos curvas en forma de campana presentan diferencias bastante claras. En lo que se refiere al incremento de la población, el alza se inició mucho antes, a partir del siglo XVIII, y la disminución también empezó claramente antes. Es el fenómeno de la transición demográfica, que en gran medida ya ha ocurrido. El ritmo de crecimiento de la población mundial alcanzó su cenit en 1950-1970, con casi 2% anual, y desde entonces no ha dejado de disminuir. Incluso si no se puede estar seguro de nada en ese ámbito, es probable que este proceso continúe, y que la tasa de crecimiento demográfico a nivel mundial vuelva a niveles casi nulos en la segunda mitad del siglo XXI. La curva en forma de campana es clara y nítida