Subido por ÓSCAR ALEJANDRO CÁRDENAS Quintero

Adolescencias-Trayectorias-turbulentas-Maria-Cristina-Rother-Hornstein-pdf (1)

Anuncio
~11 ~
11
María Cristina Rother Hornstein
(compiladora)
81bliokea de PSICOLOGIA PROFU;\DA
218. J. E. Miltnaniene, Extro·
11a8 parejas
219. P. Verhacgbe, ¿Exisl• la
muj.r?
220. R. Rodulfo, Dibujo. fue·
ro thl papel
221. G. Lancclle (comp .). El
aelf en lo teoría y •n la
prdctica
222. M. Casas De Pereda, Err
el camino de la simbo·
liwcwn
223. P Guyomard, El deseo dr
ltu:tJ
224 B. Burgoyne y M. Sulli·
van (comps.). lAs duilo·
g<NI
.oo,.. Kleu..I.acon
225. L. Homstein, Narei.sumo
226. M. Burin e l. Meler, Va·
rones
227 F. Dollo, Lo femen1110
229. J. Moizeszowicz y M.
Moizcswwicz, Psicofor·
macologia y territorio
freudiano
230. E. Braier (comp.), Geme·
1,,.
231. l. Bcrenstein (comp.),
CUnica familiar p•i·
coanolít1co
232. l. Vegb, El prójimo: tn·
laces y deswlaces del
goce
233. J..o. Nasio, Los mds fa
casos de psicosiw
234. L. Berenstcin, El sujeto
y el otro: de la ausencia
o la presencia
"'"'°'
236. N. Chodorow, El podude
los sentimientos
236. P. Verhaegbc, El amor en
los tiempos de la 11<1/edad
237. N. Bleicbmar y C. Lciberman de Blcichmar,
los pt!TSfX'CtlL'CU dr/ pai•
coanálisis
238. D. Waisbrot, La altella·
ci6n del analista
239. C. G. Jung. Conflictos di!l
alma infantil
240. M. Scbneidcr, Oe11colagfo
de lo masculino
24 l. L. Peskin, Lo1 onge11e1
thl sajelo y su lugar e11
la clínica psu:oanolfl1co
242. B. Winograd, /kpresi611:
¿enfermedad o
Eisa S. Cartolano • Uugo Lerner
Norma Najt • Liliana Palazzini
Marisa Punta Rodulfo • Ricardo R.odulfo
Susana Sternbach • Alcim Trilnik de Mcrea
Virginia Ungar
ADOLESCENCIAS
Trayectorias turbulentas
cmur
243. M. Safouan. Laconio110
244. L. Horostein, lntersa;bjetividad y clínica
245. D. Waisbrot y otros
(comps.),
C!ínr~a
psico·
onolítú:.c1 onu la1 roJtía·
t rofes socioka
246. L. Hornstein (comp.),
Proyecta
teroP'utico
247. A. D. Levin de Said, El-·
tén del ser
248. l. Bercnstein, Devenir
otro con otro(s)
249. M. Rodulfo, Lo cllmca tlel
niño y su interior
253. M. C. Rothcr Homslein
(comp.), Adolesuncia8:
troyectori.tu wrbulentoa
~~
Paidós
Bueno> Aire> • Barctl<>na • M~'ico
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íNDICE
I
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M.wt• e~ Rol'* ttomstein.·
t • ect· eueoos M• : Plí06s. 2006.
272 p ; 22U4 an.· (Pslcolcefl prof\.nja)
comp1.c1<>
ISBN ~12-1~34
i.~.2 aor
L~t
HoMll(etn. Matfa e~ .
:Rou. oe
como.
Los autores ..............................................................
Prólogo, por Marta Cristina Rother Homstein ....
9
15
Parte I
AooL.E.'lCENl'ES Y TRAMA SOCIO-lllSTORICA
l. Adolescencia, trauma, identidad,
0
lOQG do 1411H lu .,j~
bhlotlltl l•a1dóe 6Alc·t
Uvt't 11 ta 611-J, lhw11~ AtM
• 1111 11 lh11r1,111f• \·1l\turit1lp11do4l.Com,ar
www p.1 1dourvrnl In• rom.ar
por Hugo Lemer .......................... ....................
2. Adolescencias, tiempo y cuerpo en la cultura
actua l, por Susafla Stembach .........................
3. La tarea clínica con adolescentes hoy,
51
por Virginia U11gar...........................................
81
Parte U
LA
4ua'll'1 hKbo l'I d•·ro 1\0 que p~1t"nl la ~Y 11.723
lmpnt110 t n Is Ar~nlina · Pt¡ntcd ln Argentina
lmpl'MO en Primt"ra Clue.
Cal1f.>mia 1231, B""·noe Airtll. en ftbttro • 2000.
Tirada, UOO ~cmpW.
ISBN 950-12-<25.'1·6
27
1VRBULENCIA: TRÁNSITO llACIA LA COMPLEJIDAD
4. Vida, no vida, muerte: dejando la ninez.
Preludio y fuga a tres voces,
por Ricardo Rodulfo ...... ....................... ............ 99
5. Entre desencantos, apremios e ilusiones:
barajar y dar de nuevo,
por Marta Cristina Rother Homsteiri............. 117
7
6. Movilidad, encierros, errancias: avatares
del devenir adolescente,
por Lili.ana Palazzini ....................................... 137
LOS AUTORES
7. La terminación de la adolescencia,
por Alciro Trilnik de Merea ............................ 161
S. Adolescencia y subjetividad: tiempo de tomar
la palabra, por Eisa S. Cartolano .................. 175
Parte IIT
TuRBUl..tNCIAS DESOROANIZANTt-:S
9. Dietantes y anoréxicas: una delimitación
necesaria, por Marisa Punta Rod.ulfo .............
10. Novelas adolescentes, por Norma Na1t ..........
11 Identidades borrosas,
por María Cristina Rot~er Ho~tefn ............ .
12. "Una foto color sepia... : organización
y dcRorganización en la tramitación
adoll·~ccnte, por Lilian.a Palazzini .................
197
211
231
249
E1.."" S. CARTOLANO. Licenciada en psicología (Universidad de Buenos Aires -UBA-). Psicoanalista. Ex residente en Psicología Infantil, dependiente de la Facultad
de Medicina (UBA), con asiento en el Hospital de Niños. Miembro titular e integrante de Ja comisión directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina CAPA).
Socia plenaria de la Asociación Escuela Argentina de
Psicoterapia para Graduados (AEAPG). Docente universitaria de posgrado en la Facultad de Psicología
CUBA> y profesora titular de la cátedra "Escritos Sociales de Freud" (convenio para la Maestría AEAPG-Universidad Nacional de La Matanza). Autora de numerosos
artículos publicados en revistas de psicoanálisis y presentados en instituciones cientfficas, de la Argentina y
el exterior. Premio al mejor trabajo de promoción Celes
Cárcamo, APA, Buenos Aires, 2002. Coautora del libro
Proyecto terapéutico: ck Piera Aulagnier al psicoanálisis actual CPaidós, 2004).
e-mail: elsaousanecart0no.@yohoo.com.nr
Huco LERNER. Médico psiquiatra y psicoanalista.
Miembro titular y analista didacta de la Asociación
Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA). Miembro pleno de la Sociedad Psicoanalitica del Sur CSPS). Vicepre8
9
sidente de la Fundación para la Investigación de la
Depresión (FUNDEP). Ha sido profesor de las facultades de psicología de la UBA y El Salvador, y docente
libre y director del curl!O de p0sgrado del Departamento
de Salud Mental de Ja Facultad de Medicina de la UBA:
"Teoría y clínica del narcisismo". Actualmente es profesor de APdeBA y de la SPS. Ha sido panelista Y
disl'rtnnte en diferentes congresos nacionales e inter·
nacionales. Autor de diversos trabajos publicados en
revistas y presentados en congresos, algunos de ellos
seleccionados para congresos internacionales de I~ Asociación Psicoanalítica Internacional. Autor Y compilad~r
del libro: Psicoanálisis: cambios y permarunc1as (Libros del Zorzal, 2003).
e-mail: hl•mei@lnlramed.net.ar
NORMA NAJT. Psicoanalista. Profesora titular de la
Universidad Nacional de La Plata (UNLP) en las cátedras: "Psicología Evolutiva r y "P~icolo~a ~linica de
Niños y Adolescentes". Directora de U\Vest1gac16n Y profc••oro de ¡>O~grado en la Carrera de Especialización en
<'hn11·n T'hmlllnalillc:\ con Ni1\o~ y Adolescentes CUNLP),
de Ir• c'unl es clin~·t11111 y reti¡~in"1ble di' su diseño Y est:á
""""''')''''"'"In 11 11M il1•·lon1l huJO 111 clirl•cción de Sophie
I• Mijoll 1 r.¡,,11,, 1, •••\•r11 1•1 t1•11JU ''La potentialité
¡ d 1nt11¡11n", 111 In f.'cv•lt• Jlortoralr de• Recherches en
l'1y,h¡1111IV80, 1]111v1•1 1lc· l'un 7, Dl'nt~ D1derot <Fi:an·
1111) 1 '01111l•1111 cl11l lrhro l'my1•clo terapéutico: dr Piera
Aula¡;111rr u/ ¡1t1<' o<r1wlrsis actual ( Paidós, 2004 ).
I!
rntul. 11hnftJlC\.111i.unlp_rdu.ar
Lll.IASA PALAZZtNI. Psicóloga, egresada de la Univrri;idad Nacional de Rosario. Psicoanalista. J\liem·
bro Asociado de la SPS. Realizó estudios en diversas
instituciones psicoanalíticas de Buenos Aires. Inte·
grante del Servicio de Orientación Vocacion_al-Ocupacional de la Universidad Nacional de Rosario, como
responsable del Área de Orientación Vocacional
10
(1984 -1992). Ha sido miembro del Ateneo de Estudios Psicoanalíticos de esta ciudad, donde fue profesora por concurso de "Método Psicoanalítico II y III"
e integró el equipo de Docencia y Científica. Participa en actividades de formación que se realizan en el
Colegio de Psicólogos de la Provincia de Santa Fe segunda circunscripción-. Integró la Secretaría de Do·
cencia y Cienllfica (1996-2001) como coordinadora del
Departamento de Investigación (1998-2000), coordi·
nadora de seminarios de formación y miembro de la
Comisión de ll:specialidades (2000-2001). Tuvo a su
cargo seminarios y grupos de estudio en distintas instituciones. Participó como panelista en jornadas y con·
grosos. Actualmente organiza actividades científicas
en Rosario como miembro de la SPS, adumás de coordinar seminarios de p0sgrado.
e·mn1I: lilianapalauini@l:nblenet.net.11r
MARJSA PuNTA Roouu'o. Psicoanalista y doctora en
Psicología p0r In Univel'l!idad del Salvador. Profesora de
la UBA en el grado y en el posgrado, así t'Omo en distintas universidades de nuestro pal!! y del ext.crior. Directora general y asistencial del proyecto de extensión
vAsesoramiento y asistencia psicológica en niños/as con
dificultades especiales", l"acultad de Psicología, UBA. Sus
desarrollos sobre el dibujo del niño, núcleo de su tesis de
doctorado, constituyen yo hoy una referencm. Autora de
La clfoica del niño y su interior. Un estudio en detalle
(Paidós, 2005) y El niño del dihujo (Paidós, 1992); compi·
!adoro y coautora de La problemática del síntoma
(Paidós, 1997); coautora de Trastornos narcisistas no
psicóticos (Paidós, 1995); Cllnica psicoanalfrica con 11iños y adole~entes (Ed. Lugar, 1989) y Pagar de más
(Nueva Visión, 1986).
myrrodulfo@arnet.com.nr
RICARDO RooULFO. Psicoanalista. Doctor en Psicología
por la Unjversidad del Salvador. Profesor titular de las
11
cátedras: "Clínica de Niños y Adolescentes" y
"Psicopatología Infanta-juvenil". Director del Programa
de Posgrado en Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes, Facultad de Psicología, UBA.
Presidente y director docente de la Fundación Estudios Clínicos en Psicoanálisis. E~ autor, entre otros, de:
El núw y el ~iRnificante (Paidós, 1989); Estudios clini·
cos (Paidós, 1992); Dtb~os fuero del papel (Paidós, 1999);
El psiccxmalisis de 11ueuo. Elementos para la decons·
trucc1ón del P'icoanálisis tradicional (Eudeba, 2004).
e-mnil:
myrrodulfo@nrne~.com.or
MARIA CRISTINA RO'rnER HORNSTEIN. Médica psicoanalista (UBA). Revalidó su título do médica en 1977 en la
Univer.iidad Central de Venezuela. Miembro fundador
de la SPS y coordinadora del área de formación. Miembro titular de la APA. Directora de la página web
www.pieraa11lagnier.com. Fue profesora de "Teoría y
Clínica Psicoanalítica" en el Centro de Estudios en Psicoanálisis (Caracas); en Ja Asociación Psicoanalitica Argentina; en el posgrado "Chnica psicoanalítica con niños
y adolei<centes" de la Facultad de Psicología de la UBA
y del Colegio de Psicólogos y de la Facultad de Psicología
di> 111 llniver.-idnd de La Pinta. Docente libre y directora
1lcl 1·u1 811 il• ) 11o•¡¡rod11 del l)<•partantento de Salud Menlnl 110 Jn F11r11ltacl 1IP Mr1linnn dr la UBA •Qrganizacio111 f,.,,,¡,.,¡7~'" 1111 11111'v11 p11r111li¡¡mn rltnico". Publicó
vnrlOli nrUculo • n lu~ r1·• •ita' di' p.~iroanálisis y es
co1111( ..111 ilo v1111119 ltlin1~: ,\A.VV.: Cuerpo, historia, irl·
l• 'I''' t111·ul11 d '.11<111• IO!) 11; /,a problemática <kl s(ntoma
( P 111!0~, 1!1~17); J'¡¡1connáfi.,is: cambios y permanencias
ti .ibrus 1h•I Zorzul, :l003l; Proyecto terapéutico: de Piera
J\uloglll('r al psicoanalisis actual (Paidós, 2004).
de Psicología y Psicoterapia de Grupo (AAPPGJ. Docente titular de "Psicoanálisis y Macrocont.exto" del Instituto de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares
de la AAPPG. Docente titular de seminarios sobre la
obra. de Piera Aulagnicr en esa institución. Ha publicado diversos artículos en revistas nacionales y extranjeras. Es coautora de los siguientes libros: E11tre dos siglos:
una kctura psic?<'nalítica de la posmoder111dad (Lugar,
1994); La parl!Ja y sus arwdamientos (Lugar, 2001);
Entre hermaMs: sentidos y efectos del u(nc11lo fraterno
t Lugar, 2003); Psicoanálisis: cambios y permanericias
lDol Zorzal, 2003); Proyecto terapéutico: de Piera
Aulagnier al psicoanálisis actual (Paidós, 2004 ).
e·mail: 1u1anas1<:rnbach@fibertcl.com.ar
Licenciada en Psicología
<UBAJ. Ha realizado la especialización en n_iños y ndoJei;centes en la Escuela Clínica de Niños. Miembro
fundador de la SPS. Ex profesora de la AEAPG. Ha
parl.icipado e.n diversas jornadas y congresos. Ha
escrit~ Y publ.1cado trabajos relativos a las siguientes
temáticas; psicoprofilaxis quirurgica, vínculo temprano, ~erap1as vmculares y familiares, desarrollos a
partir de la teoría de D. Winnicott y la problemática
de la adolescencia.
Al.clRA T1ULN.1K DE M1mEA.
e-mail: aJc:iramere•@movi.com.ar
SUSANA Sn:RNBACll. Licenciada en Psicología <UBAl y
en Sociología (UBA). Miembro pleno de la SPS. Miembro titular y ex presidenta de la Asociación Argentina
. V1RGINJA U~GAR. Médica psicoanalista <UBAJ. Especialista en ruñez y adolescencia. Miembro titular con
función didáctica de la APdoBA. Profesora titular del
Instituto de la APdeBA en las materias ~Teoría
klei~ian~·· "Psicoanálisi~ de niños y adolescentes" y en
Semmarios de Observación de bebés. Dicta clases en el
Curso para Concurrentes del Hospital de Niños Ricardo Gutiérroz. Dicta seminarios en Porto Alegre (Brasil), desde el afio 2002, para miembros de la Sociedad
Psicoanalítica de Porto Alegre y para el Núcleo de Infancia y Adolescencia de la Sociedad Brasilefia de Psicoaná-
12
13
c-mnol;
mcrothei@am~.com.at
lisis de Porto Alegre. Ha dictado seminarios en el
Psychoanalytíc lnstilute of Northern California. Tiene
trabaJOS presentados en numeros~s congresos
psicoanáliticos mtemacionales, latinorunencanos y nacionales. Autora de artículos publicados en las renstas de
psicoanálisia de la APA, APdeBA, Re.vista de la ~ocie­
dad Ps1(oanalftiro de Porto AJ.egre, Revista dt la Sof'iedad
Ps1coa11alflica Chilena, Revista Brasileira <k Psicoterapia y en el Jnternational Journal de Psychoa~alysis. E_s
la aclual Co Chair Latinoamericana del Comité de Psicoanálisis de Niños y Adolescentes <COCAP) de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
e·mail
PRÓLOGO
virgunga~rtel.com.ar
Quienes compartimos este libro hemos sido pub<-res,
adolescentes, jóvenes, y hoy somos ya de olra11 generaciones. Vivimos, padecimos, no entendimoti, nos sentimos incomprendido:;, incapaces de sostenerno11 sin el
apoyo de nuei;tros mayores y sentimos la n<'CCsidad
imperiosa de salir de ese atoUadero, soltar amarras y
aventurarnos con herramientas propias, ésas que adquirimos y que cada uno construyó y reprocesó. Tal
vez porque pudimos no olvidar esos tiempos y lampoco
idealizarlos, como profesionales quisimos caminar junto a las nuevas generaciones. Hicimos el esfuerzo de
entender, no sólo sus sufrimientos, sino oso mundo
diferente que desde el imaginario social inventa códigos, propone nuevos ideales, facilita o deniega proyectos, estimula o apaga ilusiones. Pero, sin duda alguna,
disfrutamos de aprender de esos jóvenes que transitaron por nuestros consultorios y que nos ayudaron y
enriquecieron A veces no los entendimos, pero intentamos compartir sus búsquedas con nuestros recursos
teóricos y tccnicos, y con el placer de pensar, de crear,
de fantasear. Buscamos otros modelos para ampliar el
legado freudiano y comprender ese escenario multifacético que es In mente, el espacio psíquico, "esa otra
escenan y esa otra realidad que nos pertenece. que
14
15
hace lo suyo, que desconocemos pero que int.entnmos
aprehender. Ellos, con su confianza Y el des~ de entender sus conflictos, sus temores, sus angusuas, sus
dudas sus padeccres, sus utopías, s~s proyectos, sus
ilusio¿es, sus culpas, lo hicieron posible.
. .
Entre todos los autores de este libro que, insisto,
compartimos el placer de interrogar las teorías y una
línica siempre cambiante, iremos planteando Y desa~rollnndo algunas particularidades del proceso ?dolesc te Pensar la adolescencia es indagar los códigos en
:: ~e instituye Y que son propios de cada ópoca_. de
¿ada generación, de cada subcultura, entramados siempre en la historia singular.
.
El psicoanálisis dio cuenta de que el pasl\)e de la
naturaleza a la cultura deviene en parte de la renuncia pulsional; renuncia que nmi:ca es total. El representante pulsional sigue produciendo efectos desde el
. consciente. Como sigue actuando desde el fondo de
:na negra noche, demanda satisfacción, genera conflictos Y en el mejor de los casos, hace que el deseo sea
productivo si encuentra vías que transfor~en la. realidad. Do ahí que a veces ese retorno puls1onal. i~do­
mablc puede volverse creatividad. ~ero la creat1v1dad
del ser humano, privilegio de los niños san~s y d? los
adolescentes, lamentablemente se va perdiendo. La
··dad de los contenidos inconscientes, de lo
comp1CJl
.
·
d
"d
v1vencindo, de los modelos identificatono.s c~eru os
yo, idenl del yo, superyó, condicionan la d1vers1dad de
intentos de solución. Dado que aquello. que el ser
humano ha experimentado d~ant~ su vida, y especialmente durante su infancia, deJa sus marcas, la
infinidad de combinaciones posibles de deiieos que pugl "Rllparo usted en el turbador contraste entre la .r adiante
j¡ encia de un niño sano Y la endeblez de pcnoamiento .del
inlo g
ndult.o promod'ro.• F reu d • S . (1927)·. El por~nir de una rlu016n.
8 1985
Obro• compfotaw, Buenoe Aires, Amorrortu F.dlt.orea (AE). 197 •
'
.
vol. XXI.
16
nao por su realización le plantean a los sujetos y a Ja
cultura propuestas siempre novedosas.
Deli<le que hemos superado el error de creer que el
olvido, habitual en nosotros, implica una destrucción
de la huella mnémica, vale decir su aniquilamiento,
nos inclinamos a suponer lo opuesto, a saber, quo en la
vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una
vez se formó, quo todo se conserva de algún modo y
puedo ecr tttlfdo a la luz de nuevo en circunstancias
apropi11d11s.•
Desde esta perspectiva en que lo inconsciente se
presenta como un inusitado reservorio de deseos que
pugnan por encontrar formas de transformar la realidad es que la pubertad y el proceso de la adole:;cencia
cobra particular interés en las así llamadas "culturas
calientcs•.s
En la clínica trabajamos y pensamos en las vidas de
los otros, a veces en las propias. En las djferentes etapas tendemos a ver esas vidas como el resultado y el
compendio de lo que ocurrió, de lo que cada sujeto logró
o realizó, como si fuera tan sólo eso lo que conforma su
existencia. Y olvidamos casi siempre que las vidas de
las personas no son sólo eso: cada trayectoria se compone también do p6rdidas y desperdicios, do omisiones
y deseos incumplidos, de miserias y traiciones, de lo
que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanzamos, de las numerosas posibilidades que en su mayoría no llegaron a realizarse -todas menos una, a la
postre-, de nuestras vacilaciones y nuestras enso·
naciones, de los proyectos frustrados y los anhelos falsos o tibios, de los miedos que nos paralizaron, de lo
2. Freud, S. ( 1930): El mal••lar en la culturo. Buenos Aires, AE,
vol. XXl.
3. Erdhcim, M. ( 1992}: La prodU«i6n social de inconsckncla, una
introduccid11 al proct!MI ctnops1coamúúico. México, Siglo XXI. 2003.
17
que abandonamos o nos abandonó a nosotros. Las personas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que
somos como en lo que no hemos sido, tanto en lo comprobable y cuantificablo y recordable como en lo más
incierto, indeciso y difuminado. Quizá estamos hechos
en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser.
1dentificatorias que dejan profundas heridas primarias
• n la organización psíquica
Pero, sin llegar a extremos, Rodulfo reflexiona sobre
t•l deseo de ser grande:
(...( grande, de grandeza de greal1U?ss más que de
bi1111eg$, de desmeoura, de exceso, d<> fnfulas de liber-
También las concepciones sobre adolescencia han
oscilado entre el subrayado de angustias y duelos concomitantes y una acentuada idealización como tiempo
pleno de vida, probable consecuencia de la confusión
entre adolecer y odolescer. Pero crecer y padecer no
son lo mismo; aunque el movimiento adolescente acn·
rrea trast.omo y angustia. más lo oaisiona la ausencia
de su dei<plicgue.•
tad mcondic1onncla, de colmo de potencia, que palpita
e~ lo rica fontnsmático del deseo ele ser grande. El
mr)o oc promete todo con (11. Y creo que, al respecto, ea
la adolescencia ocurre algo del orden del traumatismo.
(.. 1 hay una cosa terrible para el adolescente, que es
de.scubrir que los adultos no son gruntlcs, que un tt!r·
mmo no es sinónimo del otro, que donde él creía que
habu1 un grande apenru1 ai hay un odult.o o lo que él
llamo un viejo. Es una dl'<:epción hondo, angustinnte,
muy difícil de perdonar, y tiene mucho que ver con la
forocidttd de lu dc~calificnción que los padres a m<>nudo
sienten, no sin razón, tan injusta, que el adolei<eente
hace respecto de todo lo de ellos. P<>ro tarda muchos
llilos esa herido en cerrar. Pues lo an¡¡usliantc amenaz~ por otro llaneo, ya que el adolescente entonces perc1 be que lo que le espera no es la grandeza sino la
adultez y eso es insoportable. Creo que esto explica
bastante bien una suerte de fobia rnd1cal o de radicalización de la fobia, fácil de encontrar en esos edades
Y que domina por largos ¡>~nodos: n•chuzo dc- lodo
proyret.o futuro, de toda anticipación
La pregunta por la adolescencia en todo paciente os
insoslayable. Si el proceso analítico es un trabajo do
historización, los trabajos psíquicos que requiere el
devenir adolescente no son intercambiables y nos incitan a acompa1iar a los pacientes a recorrer algunas de
sus experiencias, a renovar teorías, interpretaciones
sobre Jo que les ocurrió o en lo que creyeron. En fin,
ayudarlos a ri.-cncontrari;e una vez más, y seguramente
siempre de una manera distinta, con los recuerdos y los
fantasmas do esos tiempos. La ausencia de recuerdos,
el exceso de represión o de escisión remiten con frecuencia a fallas en la capacidad de representación. tstas
se ponen de manifiesto como desórdenes, en particular
excesos, desbordes pulsionales, que se expresan la
mayoría de las veces por medio de conductas
sintomáticas, "actos-síntomas~ que no son fáciles de
modificar sobre todo cuando (como veremos más ade·
lanle) estamos frente a fallas objetales, pulsionales e
Furiosos, se ensai\an con esos adultos que fueron sin
duda necesarios objetos de idealización que contribuyeron a modelar su yo, su superyó y de los cuales no les
queda otra que desligarse, aunque desasirse ~de la autoridad parental sea una de las operaciones más nece•,urias, pero también más dolorosas del desarrollo".ª
4. Palauini. L.: "Movilidnd, encierro. y errancias: evntares del
devenir adolescente", capitulo 6 de .. te libro.
6. Rodulfo, R. (2004): El psicoandlisi• de nuevo. Elementos para
ltr droonslm<C'UJll del psiC(xmálisis tradtcwnal, Bul'll08 Aires, Eudeba.
6. Freud, S. (1908): ºLa novela familiar del neurótico", AE, vol IX.
18
19
Idealistas, transgresores, irreverentes, e>1limulantes;
para consolidar la identidad confrontan con las generaciones que van dejando atrás y contribuyen a reformular sus códigos.
Inmaduros, irresponsables, cambinntes, juguetones,
reivindicndores, en última instancia practicantes in·
cansables de todo aquello que Jos ubique en un proceso
idenlificatorio, aunque inuchas veces estén al borde
del colapso, la muyoria logrará sortear este tránsito
sin cuer en el intento.'
Freud reconoció que en la bitcmporalidad del desa·
rrollo S<'xual radica la ~condición de posibilidad" para
producir y conservar nuevas formas de cultura sin
necesidad de que haya una transformación del bagaje
genético. Este entendimiento posibilita ver bajo una
nueva luz la significación de la infancia temprana y de
la adolescencia para el desarrollo de la cultura.
Si el desarrollo sexual llegara a su término con la
fase edípica significaría que solamente la experiencia
de los primeros años sería decisiva para la vida en
sociedad. La historia ocurriría, entonces, siempre de
una manera cíclica; cada generación reproducirla de
nuevo laR experiencias de los padres. La irrupción
pub1•rnl flexibiliza las estructuras psíquicas proviam1•nh' l on1<olidadas en el seno de la familia, y genera
con t•llo los prl'supuestos para una reestructuración
de la 5ubjctividad, no restringida exclusivamente a
los mnndntos parentales. La pubertad da al ser humano otra oportunidad para revisar las soluciones
que halló durante la infancia. Lo vivenciado en ese
tiempo deja sus marcas pero no condena, y la dinámica de la adolescencia proporciona un aporte funda·
0
7. WMo U!rner, H.: "Adolescencia, trauma, idcntidnd", capitulo 1
d~
ª
uwntal la posibilidad de e
·
t•1ón del psiquismo. Quizá u ambios Y auto-organizaccso con une transformac~ eda compar~rse este procrn sólido. (También pued n ~ue da fluidez a lo que
rnsgos regresivos
en o servarse en los púberes
111• fuerzas que ~s~=~~~fi=~:sdestacar la liberación
rnn~ecuente
reorgan·
ºó g
a estructuras, y la
.
1zac1 n en forma de n
ºd
1
1cac1ones
y
de
la
poses.
d
u_evas
1
l fj
16 n
e nuevos obJetos.J enPor consiguiente nuestra
d
dcon ucta debería ins1>ino proeura contraria':. un pe agogo co~nprcnsivo que
sino propic1llJ"ln Y amo~·ºª nelofo~mac1ón inminente,
llido.•
iguar .a violencia de su estararso en el modelo
d
Si se considera a los roe
fundamento del de~arrollp
d elsoculsde
aprendizaje como
·
oea
turapod.
lar que estos procesos ind . •
•
emos acep1lcterminarán "import t
ucidos en la adolc~cencia
an es aportes d 1 • dº ºd
Ptapa. Los modelos identificatori e m iv1 uo en esta
rncuentros significativos d 1 . _os que prop1c111n los
In cxogamia y en el es a~i os JO:Venes en. su salida a
menores en importa . p 0 soc13l ampliado no son
objetos primarios queni~~:ro~~~ los ~ncuentros con los
d~sde el comienzo de la ºd Jer°n imborrables marcas
rión pcrmonente del vi 8 Y .ª cri~nl!:a. La con11trucmovilidad estructural spórloocesob1dentificalorio Y de la
.
aca a con la muert
e.
Pensar, investir sufrir• É
sujeto tiene que as~mir ~ra esa es la tarea que todo
que será su vida. Sólo efamori:p~nder la trayectoria
de desear ser uno mismo
e encuentro, el de~
.
Y querer a otro como ot
sus sobe. r b•as Y sus debilidades·
ro -:ron
descubnr la grandeza de tales de lo~ ?e1ará partir y
ellos y con las expcri . d
seos, interactuar con
·
enc1as e la realidad.
B. Frcud, S.(1927): "El porvenir de un · · · •
9. Auln¡¡nier, P IL982J· •co d
d
a iluS1on ' AE, v.ol. XXI
•
n ena o a in
t'r"
·
'
f!n b u.sea de un seulido 'lé .
s·
1
ves 1 • on Uu intlrpretc
' l" XICO, 1g o XXI, 1994.
osto libro.
20
21
La vida se impone, las experiencias que los sujetos
afrontan, tan impredecibles como el día que vamos a
morir, ponen a prueba la capacidad de reorganización
o de desestrucluración. Está en Ja posibilidad de cada
uno poder, saber, querer {parafraseando a Freud) que
allí donde lo traumático era, lo creativo debe advenir.
Por todo esto, dedicamos el libro a esos adolescentes
que, en la blisqueda de consolidar su identidad, se rebelan, propician ideales y sufren para apropiarse de las
herramientas que encuentran a su paso -cuando so
enfrenton con experiencias significativas- y confrontan
a los padres, a los educadores, a la sociedad.
A los padres, que no sólo sufren la descalificación -no
siempre justa de los hijos que crecen y bu~can diferenciarse sino también sus propias inseguridades que no les
permiten dejar de ser "los ídolos• e insisten en soswner
una ilusoria omnipotencia que no hace más que desacreditarlos ante la mirada perpleja de los hijos.
A los educadores, que lidian con la irreverencia, las
transgresiones. los padeceres, pero también con esa
vitalidad estimulante que transmiten los adolescentes,
y cuya tarea es posibilitarles el despliegue de la creatividad y las inteligencias singulares paro amortiguar
así ciertos aspectos de la violencia del estallido juvenil,
contribuyendo a que los procesos de aprendizaje introduzcan solidez en el desarrollo de la cultura.
A los agentes de salud mental, siempre nlerlas a
esoR riesgos que hacen de la adolescencia un tiempo
vulnerable debido a esa mezcla de omnipotencia y
desvalimiento. Alertas, insisto, para contenerlos y acompañarlos con eficacia y empatía en el proceso de encontrar cada uno su camino
Intentamos entre todos dejar abiertas cuestiones para
seguir interrogando las problemáticas que hoy aquejan
a padres, hijos, educadores, profesionaleij de la salud,
que parecen habitar -a veces- mundos tan disimj)es
que imposibilitan el diálogo y la comunicación. Pregun-
22
l;irse una vez más· ·có
á ,__
•
• · . ·e, mo ser n""' nuevas subjetivida1
« t s qu~ se instituyen bajo el sesgo de acelerad
form~ciones de valores, de ideales de modas deas ódtr~­
c¡ue impacta
.
•
• e 1gos
n recursivamente en la cultura?
MARIA CRJSl'INA ROTRRR HORNST!:IN
Diciembre de 2005
23
PARTE l
Adolescentes y trama socio-histórica
l. ADOLESCENCIA, TRAUMA, TDENT1DAD 1
Hugo Lerner
ALGUNAS GENERALIDADES'
Si bien han cambiado las épocas, la modornidad ha
dejado marcas. Algunas de ellas colocaban al adolesL'tmte ante la pre.'lión de lo que podríamos llamar su
"normatización". Éste era uno de los modus, con la polaridad implícita de "normalización o transgresión"
La noción de "normat1zaci6n" implica tener un proyecto cerrado y acabado (estudios u objetivos laborales,
casarse, formar una familia, etc.), y ese proyecto exige
contar con un mundo dado de antemano que es la meta,
el paraíso que se desea alcanzar.
No obstante, en la actualidad esta polaridad no está
tan marcada. Hoy nos encontramos frecuentemente con
lo que podrlamos llamar el adolescente "navegador",
dotado de una consistencia yoica o, como hubiese dicho Liberman (1983), de una "plasticidad yoica" que le
permite navegar por el mundo y desplegar y expandir
l. Una venión reaumida de este capllulo IO publicó en
Act~oli·
dad psk<M¡/tca, año XXIX, n' 323, Buenos Aíres, 2004.
2. En este cnpltulo me referiré al adolescenle tipo de clase media
urbana, ya que éstos "°n loe adolescentes con quiene. má$ dialogo
y a quienes cl'tlO con<>C<lr mejor. La problemática de la ndolesconcia
en IW! clasea socialmente sumergida& excede mi marco observacional.
27
diferentes potencialidades creativas. El contexto so·
cial muchas veces le da espacio a este adolescente; no
queda entrampado en el discurso del sistema, que
senala las imposibilidades de deBarrollo si se aleja del
ideal del adolescente de la modernidad, y aprende a
surcar diferentes caminos. Cuando hablo de "navegar"
me refiero a que la sola presencia en el mundo justi·
fica la existencia: no importa el puerto al que se arribe, la cuestión es moverse, buscar. La existencia no se
justifica en función de un futuro, sino en función de
aquello que so está haciendo. "Caminante, no hay
camino, se hace camino al andar", dccia Antonio Machado.
Otro tipo de adole:;cente seria el yuppie (Young Urban
Professional), expresión de la adaptación absoluta al
ideal social de los ailos ochentn. Hay un tercer tipo al
que podríamos llamar el "adolescente del descarte", el
adolescente de la anomia. Estos adolescentes no pueden navegar ni construir, y sufren un colapso caótico
en cualquier proyecto que inician. (Aquí estaríamos
dentro de una problemática psicopatológica.) Aunque el
contexto permita un uso mayor de la libertad, se percibe en estos últimos la dificultad de W!arla.
Como ya dije, la modernidad establecía metas: recibirse, casa.r se, construir una familia, etc. Y el que llegaba, ganaba. Hoy muchos llegan, y lo que era una
meta anhelada y valiosa ya no lo cs. Muchos sienten
que ya no se pueden apartar, no pueden navegar. En el
caso de nuestro pals el contexto social ha cambiado. La
sociedad funciona como un elemento traumático, en
tanto no permite la navegación o la concreción de planes, y por ende un proyecto idenlificatorio.
En este trabajo me propongo revisar y repensar puntualmente algunos conceptos, sin pretender agotarlos,
como las nociones de trauma (¿es la misma que en los
comienzos de nue~tra disciplina?) y de identidad, en un
mundo diferente al de los inicios del psicoanálisis.
28
HABLEMOS DEL TRAUMA
...y c11a11to md~ i~tenso rl trauma, tanto máa
segurarnenle exteriorizará su pPrjuicio aun b .
conat~/aciones pu/sio11a/u normal;s. No h't/.;
""'ll""ª duda de que la t/10/ogfa troumática
o(rrce al anti/isis, t'On mucho, la oportunúiad
ma• {tworob/e. S6lo en el caao con prrdomrmo
troumát1co conseguirá •I anált01s aquello de
que ~· mnl(16tralmente capaz: m.err:ed al {orla/e·
c:rn1e1~to del yo, sustituir ln clcci$ión deficiente
.?"' mene d~ la edad lemprrma por un.a tramita
c1011 com.v:·ta. S6lo en un coso <Js( se puede !rabi
' de un ancili$is. trrmmado de/initivamen'/:
<Fiun D, Anliluu tennmable e mlennu1abk, 1937 )
' Al ocuparse de la noción de trauma, Laplanche
1 ontalis (1974) nos dicen lo sigujento:
Y
. De un modo más general, purde decirse que el conJunto de fenó~111mos clínicos en los que Freud ve actuar
esta compulsión <de repetición) pone en ev·d
.
J · · · d
•
1 enCJa que
e pnncip10 e plnc<>r, para poder funcionar, ex:ige que
se cumplan dc~ermrnadas condiciones, que son abolidas por la accrón del traumatismo, en Ja medida cn
~u? éste n~ es una ijimple perturbnción de Ja economía
ab1dmal, sano que viene a amena••r m's clicalm
¡ ·
·
" ra
ente
a mtegndad d~I sltjeto (...). El yo, al desencadenar la
l!Cñal d~ _angustio, mtenta evitar verse desbordado por
la apanc;i?n de la angustia automática que caracteriza
la srtuacion traumática, en la cual el yo se halla indef~nso [.... J. Es~a concepción lleva a est.ablecer una es
c1e de sunetnn entre el peligro externo y el interno~)
yo es ata.cado desde adentro, es decir, por las excita~io­
nes puls1onalee, como lo es desde afuera.
Mi intención no es detenerme en las expli
.
6 ·
caciones
t~n micas smo poner el acento en aquello que está
ml"b.sd.alllá" de "una simple perturbación de la economía
1 ' ana • me interesa
·
•
refl eXIonar
acerca de aquellos
29
"peligros externos• al yo que terminan arrasándolo,
devastándolo. Eso que Laplanche y Pontalis consideran
una amenaza radical a la integridad del sujeto.
¿En qué medida lo social, lo contextual, puede ser
traumático e interferir en la constitución yoica?¿Cómo
interviene la realidad entro los vasallajes del yo?
Consideremos, por ejemplo, lo que ha ocurrido en
nuestro país desde diciembre del 2001 basta la actualidad. Crisis sociales, devaluación, violencia, desocupación,
sen.<;ación de desmembramiento social, imposibilidad de
imaginarse un futuro, de annar un proyecto. La Argentina se había convertido de repente en una gran arena
movediza, no teníamos piso que nos sostuviese.
Abruptamente dejamos de hablar del sujeto globalizado, para debatir sobre ol sujeto argentino, el de la
crisis actual. ¿Este último es el mismo que aquel que
estaba preocupado por la falta de sentido, aquejado por
In •sinsenliditis" de In vida, ese sujeto vacío que podíamos homologar a cualquier otro que circulara,
interactuando con los demás, en cualquier gran urbe
del planeta?
No, no es el mismo. O, en todo caso, lo es en su
esencia pero no en su construcción actual, en la medido
en que el sujeto no es sólo historia congelada, no sólo
repite la historia, ni tampoco es un conjunto de identificaciones fijas, sino que es el producto de su interacción con su contexto y, por eso mismo, su subjetividad
es cambiante. Como decCa Castoriadis (1998), ya quedó
muy atrás "la deliberada ignorancia de los psicoanalistas actuales acerca de la dimensión social de la exist-Oncia humana. [... ) El individuo con quien se encuentra el
psicoanálisis es siempre un individuo socializado Oo
mismo que quien lo practica). (...] Yo, superyó e ideal
del yo son impensables si no se los concibo como productos del proceso de socialización. Los individuos so·
cializados son fragmentos que caminan y hablan en
uno sociedad dada".
Partamos de la idea de que una persona o, si se pre30
licre, un sajeto se encuentro en un ámbito de intercamh10 localizado en el espacio-tiempo, donde construye un
mundo y a la vez es construido por ese mundo que cons1ruye. Se puede reservar el nombre de "subjetividad"
paro el espacio de libertad do esa creación (Najmanovich
'1.000). Es una creación de otro y también de uno.
'
La subjetividad no tendría otro contenido que ese
pr?Ceso. La subjetividad es la posibilidad que tiene un
IUJCto de crear al otro, al mundo y a sí mismo. La
rnndición y el marco para la producción de subjetividades están dados por el intercambio social, y también
<'Atán dados estructuralmente. Para un sujeto es impo·ible no producir subjetividad.
Si es así, frente a diferentes acontecimientos socia·
h,~, Ju subjetividad o la producción de la mjsma serán
diferentes y variarán de acuc>rdo con los vínculos que se
t•Hlablezcnn o con los diferentes medios sociales en que
1•e desarrolle un sujeto.
A menudo pienso la constitución del sujeto en función de un modelo que toma al narcisismo como eje
c••ntral de su desarrollo, pero en el cual el narcisismo
depende del objeto y del medio social para que dicho
fil'Harrollo sea pos~ble. Aunque parezca paradójico, esto
llevaría a concebir un narcisismo intersubjetiva. Mi
intención es intentar encontrar diferentes respuestas
para esta pregunta: ¿cómo se construye la $Ubjetividad
en este contexto impredecible, si, como decía, el medio
social es parte fundante de In misma?
Durante la década de 1990, el argentino vivió el sue~o
dt> "todo por dos pesos", metáfora que validaba la ilui;ión
el" que todo ero posible dando muy poco a cambio. Pertent'Ciamos ol Primer Mundo o teníamos la ilusión de pcrl(•nc.'CCr a él. Todo estaba a nuestro alcance. Como bien
~c1lnló Beatriz Sarlo (1994), si nos sumergíamos en un
n1ul Unmado shopping portcí'lo y nos olvidábamos del icliomn que S-O hablaba a nuestro alrededor, resultaba dificil
discriminar si estábamos en París, Hong Kong, Nueva
York o Londres. Las mismas marcas, la misma música.
31
-- - - -
De ese "mundo feliz" global en el que teníamos todo
a nuestro alcance pasamos repentinamente a nuestro
mundito latinoamericano lleno de faltas y ausencias.
La ilusión de que, si no todo, casi todo era posible se ha
desvanecido. Las fantasías omnipotentes que expandían
nuestro yo y nutrían nuestro narcisismo se interrumpieron. La consecuencia ha sido más depresión, más
problemas para mantener el equilibrio narcisista (con
el consecuente tambaleo de la autoestima), más dificultades para discriminar las ~responsabilidades propias"
de los "responsabilidades sociales".
Winnicott sei\aló int.eligentemente, con su concepto del
holdi11g, la importancia que tiene contar con. un conwxto
estable y previsible para que alguien se ID!.egre Y se
convierta en persono. Las personas que, en medio de
este caos social, con esta ausencia de holdi11g social, han
podido construirse y ser corren el riesgo de sufrir todos
Jos trastornos derivados de las dilicultades para la integración y la personalización. El equilibrio narcisista se
perturba, la estructura de un sel( cohesivo, vi.tal y dotado de un funcionamiento armónico, como diría Kohut
(1971), se pierde. Por supuesto, el grado de alteración
dependerá de In biografía constitutiva de cada uno, pero
podemos estar seguros de que nadie quedará ~u:"e e
invulnerable ante estas sacudidas a nuestro narcisismo
y, por lo tanto, a las oscilaciones de nuestra autoestima,
con las consecuentes manifestaciones de depresión o, a
veces, de su contrapartida, la manía. Y no olvidemos las
hipocondrías, las somatizaciones y los trastornos
vinculares (de pareja, familiares, laborales, etc.).
Si nos detenemos a pensar que el adolescente ha sido
víctima de lo amputación de la utopía y la ilusión, no
nos será dificil imaginarnos la alteración que ha sufrido la creación de ideales capaces de sostener un proyec·
to probable, un proyecto que convierta al adolescente
en un sujeto en el mundo. Como bien nos ensenó
Winnicott Jo ilusión (dentro de un espacio lúdico creativo) nece~ita un contexto que fomente en el sajeto la
32
1n·oncin de que él está creando el mundo. Esa cxpe''' .ncia es imprescindible para gestar una realidad psi•1111ca y externa conliable, con Ja concomitante creencia
mi esa "omnipotencia" necesaria para que el sujeto se
•11·nlo creador del mundo que lo rodea, o por lo menos
1111 participante activo en él.
Freud nos señaló que el ideal colectivo deviene de la
runvcrgencia de los ideales del yo individuales, a partir
11·· lo cual se van generando diferentes grupos. ¿Esto es
1~1~1ble hoy? Si no lo es, perderá sentido para los adoI• «centes agruparse y ser solidarios Si forzamos un
1 neo la teoría, vemos que el ideal imperante en los
11ltim.os años en nucstr~ país, transmitido por sus ligu' 1. dmgentes, estuvo ligado má.S bien ni egoísmo y a la
talla de solidaridad. Estos conceptos son opuestos a los
11111• históricamente funcionaron como motores del mun1!11 del adolescente. El ideal se ha vuelto confuso ineslnhlc y lejano para éste. En todo caso, supone qu~ debe
lar del lado de lo ajeno, lejos, en el extranjero.
Quienes han conservado, por inercia, los proyectos
1
• rora soñado:;, anhelados, amasados, consideran la salulu de la emigración como una posibilidad do completar
lu que el ideal del yo marcó en algún momento de su
lustoria. Esto impli~ un gasto psfquico important-O, por
1·11anto deben renunciar a su contmcto emocional cotidiar ''· que es parte imporumt-0 del sostén de la idtmtidad.
HP convierten en sajctos que dcl.icn variar sus "objetos
1 ;peculares" <Kohut) para "seguir siendo" (Winnicott).
~,~t.a tarea no es sencilla en ningún momento de la vida
y menos aún en Ja adolescencia, período en el que el
ujct.o necesita la reconfirmacióo especular de su "tribu".
<'nmbiar de "tribu" implica el encuentro con otros ajenos
c¡u<' necesariamente imponen un gasto psíquico extra· el
uuhviduo deberé ir tanteando si, en la intersubjetividad
1wcesaria para ser, e$0S nuevos visitantes serán los apro111udos o si deberá seguir buscando. Los otros históricos
los que fueron estableciéndose como significativos pan:
In construcción del yo, devinieron de modo natural y
33
. ntes que emigran se sienten
nrogresivo. Muchos ado1esce . rápi"damente a veces
... .
¡ ¡;· de pertenencia Y
•
urgidos poodr e a ~co buscan establecer contactos de. cu.alde un m o mallla •"eli • el confinamiento esquizo1de
quier manera. Otros. gen
o el encierro depr_cR~O. d lescente va construyendo su
Cuando un suJe. a.º es contextuales-sociales pueidentidad, c~ertas s1tuae1on tn1cción Esas interferencias
den interferir ~n rlt<'hR 00.':{'ea de trauma. Son traumlitiguardan rel.aci~u con 1a 1 • ndividuo sea, que logre con~ porque~1mp1d~~i~a~:er, 1989; Winnicot~, 1971) y
quistar el yo soy
a ser lo que quiere.
estorban el proceso de .llegar piso consistente sobre el
El adolescente. necesit~ ~ºet suelo es demasiado lluicual pueda experime:~r proceso de desarrollo. Sobre
do y poco firme,
Sin una base
_,,_ no ser pued e con str··;·
~·
arenas moveuu.as no
ner ladrillo!\. El contexto
en po
.
ed e ""nsarse
firme no
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hor·izontc • no permite
.
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eufuma
o
sin
social mc1e o, º
•
· · • proyectos
constTWr nmgun h
d¿lescentes piensan en el éxoAsí es como mue .º5 ~ de uc hay un lugar en el
do, en huir con .la ~us1ónque v~ a permitir desarrollar
mundo con un piso rme l ta to la construcción yoica
un proyecto y donde, por o "bln p'ara todos lo que ha
meta pos1 e.
•
vuelva a ser una
¡ durante los últimos años fue
sucedído en nuestro pa sd 1 s-ntes implicó un plus de
. pero en los a o e ~"
·
trau.mát ico,
o era sólo si se podrla scgull'
a~gustia.I El¡ prodbelearr:iªgu~lia era provocado por ta pre·
siendo; e p us
.. ~
de
gun t a.. i·lograré ser?
. a un yo que nawraga
¿Qué es. lo que difere;c;aLa historia de la construcotro que s1guo navegan o.
ª
á
ti ó uc un cont.c.Xto soci~n6mico
3 Eliseo Veróo (2004) n arm e¡ t a mas V •unc:¡uc más tat·
ines~able ¡¡ener• mulHples r~pt"::!b1:.ueconÓmicas se tte0mpoo·
de lu condicionee 900ales Y asd .
n los
tardan mucho
· ·
que e¡an e
...,.
gaJt, las marcas ps1qwcas éll
De uhl la ruen.o traum&tica quo
más en resolverse que aqu ns. .
ioci·ale•
· 1as conmocionce
·
tienen con frecuencln
•""'to•
34
ción subjetiva del segundo permite que su yo se vuelva
"idealmente plástico" (Liberman, 1983) y recurra a diforcntes modalidades de ~avegación" para atravesar
tormentas sin naufragar, mientras que el primero se
•umerge en aguas psicopatológicas (depresiones, enfermedades psicosomáticas, fragmentaciones, adicciones,
o·tc.l. El yo no colapbllrá en la medida en que pueda
·~ir estructurando proyectos, armando historia, generando un futuro. Aquí entramos en el terreno de cómo
fue "narcisizada" una persona, cómo fue la historia de
ms identificaciones (Aulagnier), en qu~ contexto emor1onal y social devino sujeto. Si todo to anterior fue más
o menos armónico, la usina de proyectos continúa fun ·
t·ionando y por lo tanto el proceso identificatorio sigue
lcniendo la vitalidad que ahuyenta el peligro del colap1!0 y la fragmentación.
Si un sujeto transitó por vivencias de amparo• y apego
! Bowlby, 1969), tendrá más recursos que si vivió sumergido en el desamparo y el desapego. Los sujetos que
contaron y cuentan con un medio previsible y estable
llevan ventaja para que su ideo! del yo no sea siempre
una quimera. Aun cunndo la realidad erosiona y socava, muchas veces, la historia de la construcción yoica
de cada uno, algunas estructuras adquiridas conservan
~l poder de sortear los tremendos escollos y trabas que
la realidad, por lo menos en e:;tas latitudes, nos pone.
En cambio, quienes hayan padecido una historia llena
tic discontinuidades, duelos, traumas 11everos, o todas
las experiencias que obstaculizan la narcisi?.ación d!!l
1ujeto en desarrollo, estarán en desventaja con relación
u los primeros. No obstante, soy de los que piensan que
l'sto ultimo no es una condición que inexorablemente
provocará dificultades y síntomas mayores. Como la his·
4 &cordemOll a Fleud ( 1938~ ªDe lo;i pelil(l'UA con que amenau
rl mundo exterior, el nir'o e• protegido por la providoncin de 101
11rogenitores" (En las traducciones anl~riOrt!8 providcncin opareda
<'Orno amparo.)
35
wria es una construcción constante, el individuo t.endrá
innumerables encuentros intersubjctivos (la amistad, el
enamoramiento, los grupos de pares, etc.) que _POSibilit.a·
rán reparar ese yo padeciente y averiado. 81 bay otro
que refleja, sostiene, y funciona como obJeto esp«:ular e
idealizado (Kohutl, ese otro se convertirá en generador,
por vía intersubjetiva, de e»'tructura.p~íquica. Ei:t ~a h!S·
toria de un sujeto no todo e:; repetición o reedic1ó?•. el
psiquismo siempre está abier!D a lo nuevo, a la ed1c1ón
original (Lerner, 2001).
. .
McDougall (1982) nos advierte que debemos distinguir entre lo que ella llama "catástrofes reales", que
son individuale!l, de "los traumas universales [... ) que son
el drama de la alteridad, de la ~exualidad Y de la m·
eluctable mortalidad del hombro". Y continúa dicien·
do que a un suceso sólo puede llamárselo "traumático"
cuando enfrentar y resolver esas •catástrofes" que estructuran el psiquismo se vuelve más complicado que
de costumbre. Esta autora distingue aquellos ~e.c~os
traumáticos que transcurrieron antes de la a~qu1S1C1ón
del lenguaje, cuando el infans !<ólo se c_om~mcab9: por
signos que sólo eran verdaderas comurucacione~ s1 había otro que las oyera, que captase las emociones Y
respondiese a las mismas. Atribuyo a la madre e?te rol
de "aparato de pensar". Vemos claramente que, si no se
la transita bien, esta relación temprana madre-bebé
puede constituir el "suceso traumalizante". .
Cuando nos referimos a situaciones traumáticas pre·
coces que han producido una catástrofe yoica, con sus
consecuentes trastornos identitarios, estamos hablando
de aquellos sujetos en los cuales ?sos sucesos, aunq~e
hayan generado símbolos, como ~1ría.McDougall, deJ~­
ron huellas que son sólo "signos inscriptos en el .soma ,
cuya pre.;cncia se puede intuir a través de "las mcohcrencias y los blancos que provocan en e~ registro del
pcnsamienwiT.os discursos de estos pacientes no tratan de comurtícar algo sino que intentan que el otro
pueda sentir, percibir, el terror subyacente. Pese a que
36
muchas veces ese terror no puede i:;er nombrado se
111fiere .que ~stá as.ociado al temor a la fragmenta~ión
pnr rev1venc1a de situaciones traumáticas que hau fon.
r1onado como terremotos dentro del yo. En estos casos
••I analista n~ debe esperar, como en el modelo clásic~
,1,. las neurosis, que__!!. Jl.!1Ciente asocie. Aquí no se trata
dt• que el analista "pesque• asociacione8cómoaaméñte
llf•ntado aI bOrde del agua; aquí hay que comprometerfi•'. meterse dentro del mar y moJarso Uiómstein 2004)
/
tru!arido de construir lo que no lía ·sido constr~ido d~ V,,.
11ditar lo que
s(I e~. Estos pacientes ponen' en
Jllque nuestra contratransferencia. Son análisis en los
•tul' el analista siente que no hay tregua y, como dice
lllcDougall, al mismo tiempo se rechazan las interpreUtr1ones po~u~ en r~al.i~ad se está "a la escuch~
una comurucac1ón pr1m1tíva, en el sentido en que se
p<>dria decll' que un runo que prohcre alariaos está"é011rnnicando". algo, en la medíaa cil que se baga
• ·
tro
oye.
.Juguemos con la idea de que a constitución yoica es
'!!.' J>ªraíso prometido al cual se ijsp1ru a ilegy, la
UlCIOn final de un viaje que comienza con el nacimiento
Y l'n algún momento de la vida se arribará a ese desl!no; el sujew arribará a un yo, debcnl lle ar a un yo.
l•rrn~ a .es mo o ~pe. ar, ~erie
111.1u_~ntído. En cambio. s1 se concepluahza al yo com(}.
un proceso en construcción constante, la idea de trau·
ma deja d~ tener peso porqúe}oSd.ifef'!'nles escollos
;1.ue el sujeto va esquivando no siempre ~on traumáticos.
l rauma es una ruptura en la continuidad. oero no todo
t rnatomo en la cont1nu1dad es detención. No se produce
una detenc1
e ue
seguir sien "
· nicott ·
La mirada clásica sólo atien e a la historia; esto es
totalmente pertinente pero también debemos contempl~r lo actual, los vínculos presentes que funcionan como
nbJetDs especulares e idealizadores (Kohut). Lo que
puede ser traumático para algunos no lo será para otros
porque atraviesan esa situación que llamamos
r·
una
cti-
37
"traumática" con una intersubjetividad sostenedora, que
en e,;e momentAJ o a posterwri les permitirá usar esas
experiencias como ma~es COI19l\ilutivos de su yo.
En algunos casos al ~raum~sólo tendríamos que
llnmarlo Mecontct:imjentAJ" (Badiou, 1988) en tanto permita la emergencia de algo nuevo, la prod~cc.i~n de una
edición original (Lcmer, 200ll. _l!n acont~1m1ento genera ruido aumentando Ja compTeJ1dad del sistema. Y aunque esto podría ser considerado un trauma, un sistema
al complojizarse puede aumentar los grados de autonomía do un sujeto. Por lo tanto, "un ruido" puede ser
traumático para unos y generador de cosas nuevas, de
edicione!I integradoras para otros; para unos será paralizante 1 en tantAJ que para otros puede ser una posibilidad de creación y de aumento de la complejidad' yoica,
de enriquecimiento. Ante determinadas dificultades: algunos sujetos no pueden mantener su coruns~nc1a o
continuidad yoica, y para hacerles frente compleJ•zan su
yo, mi<'ntro~ que otros detienen .1ª. C?nstrucción ~oica.
En la construcción de Ja subJet1~1dad, detcnrunadas
1·in·11nstanc1as pueden funcionar como acontecimientos que
un ob~t•rvador qwLá catalogue como traumáticos; pero si
eso.~ arontccimientos no producen parálisis en Ja sensación do "yo soy", no deberíamos hablar de trauma -al
menos en el sentido clásico del t.órmino, como elementAJ
capaz de producir la fractura o ruplura de un proceso-. A
menudo no sólo no producirán ruplura en el proceso de
construcción do la subjetividad, sino que funcionarán como
motores en la complejización y expansión de la identidad
"Cuesta aceptar ciertos traumas y heridas narcisistas,
In altt>riclnrl, la diferencia de los S<'xos y l•\s generaciones,
''"'º
1 l INI •r tt11pl1~t•lo1t• rn f'l llftnlldo ti• qu11
lu'Cho hnpurta~te
11 In lfi' f11t"li11111•1111111 routr1lu I•• i11l.1tul1\1co, ln1111111u1, et."\>1ógico;
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11 1111 '" In lo'l ot111 u ldn 1h1I 1111111.to, ~fun11 (200-U propune una
t ( " ' • 11• ~ att HifiJ11t uto /\ l"*'" r•·l·•nnn In llnrnn "'pt111wumiento
1 •ittl I l j
la muerte inevitable", oos dirá Homstein (2003). Pero es
producto del trabajo psíquico poder aceptar todo eijto, lo
que dará
resultado una mayor complejizacióo yoica,
una subJehV1dad y una identidad más ricas y vivas.
po:
F.N BUSCA DEL SENTIDO DI>: SER,
DE LA IDENTIDAD, DEL "YO SOY"
Porque sé que este relato ua a inf..'Cf<rrl!(! ck oluulo.._
ómiswws y errores, cuen1o co11 rlm•. No fll'l:/e1uk> 11er
absolutamente ""mz o e>XJC'lo: IN! que ll'<'Ol'dar es
i1!l'c1llar, que el pasodo e1 1111 nmt1·riaJ molmble y
qU(! uolut:r llOOre él eqiumk ms1 s1n11pm a mochficar·
lo. Por
m.d$ que a ser ""'11'/a, f1.•p11V a .,.,. /id al
~o, quizá paro no lrruciottor d•·I lürla oJ prna·nlL
Por - . y porqu,-. a ~nuda la 1mlJl!l1wdm1 rwu.:rda
mejor qlll! la munana, a' lambWn qu• aqu..·Ua
ft'lúmarri /,. toadcos q"" se ahron •n isla. .Vo u11porta:
al fin y al cabo, la/ <et ""' cu:rlo que .:ilo una
'*"
hÜJlona iJWentaáa, pero tvtrrlad.·ro, pueck Jw:er qutJ
o/vitúmotr paro sil!mpre Ú> qu~ rcal11u:nte /in pasaáo.
(J. CERc:AS, El uierúre de la ballMa, 200 l.)
/.a idMlidad se inventa justo cuondo colapsa la
comumdad. La icle11tidad es 1111 s11r<'<Ílw1'0 de fa
con1untdad, brota del cenu•lllt•rio y pronu!lf! /a
resurrección de los muertow. Los luchas
identital'UM están pi~"ª" ele r111do y furia
(Z.
BAUMAN,
Co11111r11dad, 2003.)
De deportista a intelectual, de religioso a agnóstico,
de rockero a barroco, de científico a empirista, so1lador
al fin: el adolcscent't.!!Jl. sabe dól1.!!.e y cómo aterrizará
,tu 'iº· De ahi su gran interrogante y su gran desafící.
!fasta la infancia la identidad se completaba bastante
con ~as. afirmaciones "yo pertenezco a esta familia", yo
soy h1,10 de mamá y papá" Rota esta pertenencia, Uamémosla aRf, el adolescente debe salir a conqui11tar
_n uevos territorios, distintas "fii!ill11as"; enuncJ'iicro¡j(¡fferentes de los que lo acompañaron y sostuvieron hasta
_,
_
38
39
que hizo su irrupción la sensación y la necesidad -que
lo irá dominando cada vez más- de querer ser su propio
constructor o, en todo caso, el ro-constructor de sí mismo, de ser él quien elija a sus otros significativos, a sus
compai\cros de aventura, a sus compinches.
Al desaparecer un mundo plagado de certezas y eslar
nmerso en un mundo de incertidumbres, en medio de
u búsqueda de identidad, rudolescente cons~ruye~u
Il!Jle un mo<lo frágil. Y, pnrnlelamente, esta s1tunc1ón
Jo lleva 11 aferrarse a todo aquello que lo aleja de la
incertidumbre (fanatismo, convicciones sin alternativa
de reflexión, etc.). Cuando se desvanecen las certidul.)1bres, busca abroquelarse en cunlquier cosa , a.Jtlc¡mzár'-sú 1 en 1 a
en e o se uc t d
ub'ctividad.
És a parece ser una ca racterística de los adolescentes:
[O se abroquelan en una imagen de sí mismos y aparecen así los fanáticos, los obsesivos que defienden a
ultranza su identidad frente al temor a la fragmentación yoica, o su vida se convierte en un cambio o una
búsqueda permanente, porque para ellos elegir es quedar congelados en un bastión sin salida ni posibilidad
de encuentro de su identidad~
El adolescente puede crear.cincbera identitar,!Y-,
un búnker en el f,ue se siente a salvo, un refugio que
lo protege de losuert..es temporales de la adolescencia
(lo pulsional, lo social, el vacío, etc.), y a veces defiende
obsesivnmente ese refugio para sentirse seguro. Cuanto más fuerte sean los vientos, más energía pondrá para
construir esa trinchera.
Hasta hace no tantos ai\os, el adolescente estaba
inmerso en una cultura ·de liiísqueda de su identidad
esencial, suponía que debía encontrar ¡¡u vocación de
u.na v_ez y_pai:a siempre. Hoy ese modE'lO hace agua~ TO_§
adolescentes deben aprender a navegar y buscar con. 12'
ic!_ea de que el e~enlr~ coíiSüVi>cnción~~ i;er muchas
veces transitorio. Antt•N 111w1·gnr grn Jlr~ a pucrt_o,
~rribar a un Jugar prol1•¡¡11lu. l loy In l<'mtílicn pa11a por
.Jlll,vegar en s1, pm·~ no hny 11rn111cB1111l¡;um1·cre·a1can":!1r
~
111
1
un ,PUe_rto. s~ro Y abrigad_!>. En esto está implícito lo
qud. Wmrucott¡ llamó _:el juj¡ar~: lo ~rtante no es , /
~rmmar el júego, sino su transcurso; permanecer en lli' ¡¿..
-ZOlfa 1lusor1a, trans.1c10nal 1 d.o~de se da la creativid_!!9.
Cuando yo estudiaba medicina no tenía demasiadas
dudas de que mi futuro laboral iba a estar relacionado
con c~a _profesión; tal vez no sabía aún en qué rama o
esptoeiahdad, pero sí que lo qu!' estaba estudiando serviría de base para mi trabajo futuro. Hoy eso no es así.
Y esto no es solo porque no hay posibilidades de desarro~lo, sino po~ue ~xú;te una frontera más porosa y la
S?C1edad pe~uute ctrcular por otros territorios que no
tienen relación con lo elegido con anterioridad.
Podemos pensar sin dcmasindo temor a equivocnrnos
que el adolescente tiene como trabajo psíquico central
la _búsq~eda de su identidad o, si se quiere, el
d?hneam1ento de su "proyecto idcntificatorio" (Auln¡¡ni<>r, 1977), aunque é;;tc sen cambiante. Como señalo
Rothcr Hol]lstein (2003), el ndole:;cente deberá sentir
con convicción:
- · ·-
ij
"yo soy éste" ly no aquél>. Sentimiento que proct.'Clc de
I~ represe_ntación de u~ cuerpo unificado, de la sepnrac1ón y l.ím1t.e entre él m1ijrno y el otro, de un sentmiiento
d.c ¡>ro.piedad do sí, do su irnogcn narcisista, de la idcnt1ficac160 con las imágenes, los mandatos y los valores
parentales, del sentimiento de pertenencia u una familia, a un grupo, a un pueblo, a una cultura, etcétera.
. Es~ autora nos rec;uerda que si bien_el concepto d_e
identidad. no es ~ud1ang, p<><.'O a poco fue incorporándose al ps1coanális1s contemporáneo, y que el sentimiento ~e identidad •es un tejido de lazos complejos y
varwbles donde se articulan narcisismo, identificaciones, la v_ida pulsional.._. y todo aquello que participa en
la consti.tuc16n del SuJeto. [... ) La identidad no es ttn
smo un proceso, cuyu primera fase es el júbilo
extremo de
ue se reconoce en el espejo".
Nos dirá Vec.slir (2003):
41
La identidad del Yo se construye u lo largo de la
vida, SOtit.cnida desde una matnz básjca de jdcnhficaci9·
MS que permnnece y actua como sostén y resistencia
frente al impacto de acont00m1entos que, sm la ensten
cía de esta fom1a c~table de organización, podrian des·
e.;lructurar al suJet.o. El trahlljo de jrlentific;\Ci~n no
acaba nunca. oorque el s1ueto no sólo se constitu.~e, si.no
también se tmOSforma a travéa de procesoo; de íaeatifi·
cación. En su capital idcntificatorio hay movimit•nto Y
reorganización, y la presencia actual del objeto externo
J no sólo C'S causa de este mOVtmiento sino que pasa a
\ formar parte consliluyentc de su ,¡objetividad.
En las dos citas precedentes podemos visualizar un
modo de pensar Ja constitución de In identidad que
contempla Ju idea de inter8ubjelividad, y entiende que
ésta es un modo de lograr una subjetividad más rica.
Cuando observamos la adolescencia, parece que estuviésemos presenciando estos fenómenos con w1n lente
de aumento. El grupo adolescente, matriz identificatoria
por excelencia, funciona como un marco intersubjetiva
que so~tien<' y co-conslruye subjetividades y muchas
veces permite que "lo tra~mático" no 2evenga en dete!!·
ción y desestructura i~1~ en en~que~imie~y
ma or om e izilción psíquica. La esp_!Zul.~ndaa m~er­
subjeti va que aporta eTgrupo adolescentc"Tunc1ona ~orno
contención y aceptación de que lo traumático, lo mex·
plicable, lo que causa angustia, son experiencias _compartidas que permiten que el adolescente no se sienta
aislado en sus "rumiacioncs". Le hace saber que hay
unos otros significativos que, al transitar por los mismos
caminos, funcionan como objelos del sel{ especulares
(Kohutl que le devuelven una imagen de poder, Yque. las
convulsionc1:1 emocionales que lo~ inundan son expenencias comunes y no lo» detendrán. En oJgun momento Y
en algún lugar arribll!"án a un puerto ide~l, aunque
mientras están transitando por tales expenencias, el
puerto se halle t>scondido entre la bruma y la niebla.
Los grupos de parei;, algunas vece¡¡ Jos padres y otras
42
veces los analistas pem1it.en que se de:;pliegue, como diría
Castoriadis ( 1986>, la "autonomía de la imaginación", la
"imaginación radical" que brinda Ja "capacidad de formular lo que no está, de ver en cualquier cosa lo que no está
allí". En última instancia, se posibilitn el despliegue de
1 una potencialidad creadora (Winnicott, 1971 ).
Si bien situam0:; la adquisición del enunciado "yo i;-0y"'
en los primeros momentoR del desarrollo emocional
(Winnicott, 1945), es durante el tránsito adolescente cuando este enunciado conlinna Ja "mislllldad" del sujeto. En
pos de este logro subjetivo el adolescente busca reivindicar con pa8ión su den>cho a ser un sttjeto en el mundo.
Este camino en busca de la "independencia individual" (WinnicoU, 1971), de poder s<•ntir que es una
unidad autónoma, singular, nunca lo será del todo en
tanto haya una independencia relativa: t-1 logro de la
individualidad y del "yo soy" siempre exige un contrxto interdependiente. Se da la paradoja de que se
logra ser en función de la presencia de otro, de la
dinámica intersubjetiva que permite al sujeto sentirse 61 mismo. "Mediante las identificaciones cruzadas
se esfuma la taJante línea divisoria del yo y el no-yo*,
decía Win nicott (1971).
El "yo soy"', repitámoslo, ~ólo se adquiere en un ámbito intcrsubjctivo. En los comienzos de Ja constitución ele
la subjetividad, el vínculo con otro es fundante o imprescindible, aunque en tigor esta necesidad de ser con otro
y "por otro* también tendrá una vigencia absoluta durante todo ol transcurso del devenir de la subjetividad.
En los inicios de un sujeto, se ha afirmado que la
subsistencia psíquica os imposible sin la presencia de
un otro significativo que cumpla con los cuidados que
demanda el sujeto adviniente y satisfaga sus necesidades <'Vionicott, 1988; Bowlby, 1969>. Y as1 como en Jos
comienzos esta necesidad apunta a provee r lo que el
bebé necesita para no caer en un ;s.a.mpaJO l_mumático, en una n - te CI n imc1ul ( innicott, 1945),
tas provisiones que otorga un o ro s1
1ca vo, serán
indispensables para el sujeto durante todo el transcur-
es·
43
t
en dt• su vida, aunque de una manera distinta y menos
1><'rentoria. Sin otro no hay J>roducción de subjetividad.
Desde su propia perspectiva teórica, Kohut afinnó que
los "objetos del self' son imprescindibles pura la estructuración del sel{ en los inicios, pero remarcó que nunca
se puede prescindir del vínculo con esos objetos, que
reronfirmarán, darán brillo, meJorarán lo autoestima.
Sin esas respuestas, el sel{ se precipita al vacío, a una
suerte de inexistencia, de futilidad y temor a caer en
una desestructuración. El otro, el vínculo, aleja la posibilidad de hundirse en esos lcn-cnos cenagosos.
Si un sujeto ha sufrido experiencias que lo llevaron
a caer en un cuadro psicopatológico y está atrapado por
esas memorias traumaticas que lo convierten en un
individuo huidizo, esquivo, temeroso C¿fóbico?, ¿esquizoide, paranoide?), ¿qué puede hacer el psicoanálisis,
qué utilidad tendrá? Tomo prestada la respuesta de
Julia Kristeva {1999):
\
r
Se ha repetido insistentem!'nte que el psicoanálisis
seXURliza la esencia del •cr humano, pero también que
lo inWlectualiui: todo está en el sexo, o bien todo está
en laa palobras(Ni lo uno ni lo otro' el descubrimiento
de Freud consí$te en dar un sentido amoroso que transforma el rt'Cllerd~Yo he •ido herido(a), traic1onndo(a),
violado(n); te lo cuento o ti; tu ntención-ronfianza-amor
me permite volver a vivir esta herida-traición·violnción
en una rorma distinto. Yo le otorgo a partir de ese
momento y en cada nuevo lazo amoroso- un sentido
distinto, soportable. No es que yo borre la herida·traici6n-violnción, smo que lo dono; habría que d~>cir que yo
le perdono otro sentido, que nosotros le perdonamos otro
sentido. Ésto es la nlquimia du la lrllllsforencio: transfonn ión l
e
al abri de un nuevo law del
cual esperamos que t.cnga unn intensi d compara le a
lo de un vinculo amoroso.
Aquí se instala nuestra intervención como analistas:
L posibilitar otra mirada a la historia que el adolescente
44
nos trae o, como dije en otro trabajo (Lerncr, 1998),
ayudarlo a cambiar la narrativa.- Aulagnier (1989) sostiene qüéfa autobiografía de un
adoJei¡cente -aunque yo agregaría que esto sucede en
cualquier sujeto y o cualquier edad- nunca se termina
y que incluso aquellos kcapítulos• que se consideraban
terminados deberíon prestarse a ser modificados, "afta·
diendo párrafos o haciendo desaparecer otros". En este
proceso de "construcción-reconstrucción", agrega, se
deberán conservar "anclajes estables de Jos cuales nuestra memoria nos garantice la permanencia y la fiabilidad. He aquí una condición para que e l sujeto adquiera
y guarde la certeza de que es el autor de su historia y
que las modificaciones que e lla va a sufrir no pondrán
en peligro esa parte permanente, singular, que deberá
transmitirse de capítulo en capitulo, para volver cobe·
rente y pleno de sentido el relato quo se escribe". Dicho
de otro modo, lo que afirma esta autora e" que los
cambios y trnnsformaciones que le sobrevengan al yo
durante la adolescencia no deberían alterar su
"mismidad"; que el adu lto que devendrá no !lerá ajeno
al infante que fue, que se ha conservado un "fondo de
memoria". El futuro de ese infante y luego adole~ccnte
que llegará a adulto es la "reaJJZación de una potencialidad" uc estaba ya presente en la historia de e · o.
i hubo una 1 ori
íític
e impidió 1gar los
iferentes momentos evo utivos se p r00iíéi!JL.j:¡n~1continuida e a s nsnc n de •ser uñ01';de slmtir ¡:¡-n
"yo continuo" con historia, con pasa o, presente y lutüro. es a o: un se
a entado, un yo alterado, caldo
de cultivo para patologías graves.
a o escen o quo
no se siente poseedor de una historia se encuentra en
inferioridad de condiciones para enfrontar lo que puede
tener significado traumático para su yo. En aquellos
que tienen un yo debilitado, los fracasos sexuales, las
dificultades en el estudio, en las relacioneR amorosas y
. an las amistades pueden abrir las puertas a un episodio psicótico. El fracaso toma la dimensión do un "para
45
..J,.r;c..,,._,
---r-:..
e)~ i ·_ " "....,,
\
"iempre"· no hny ful uro 11ue presuponga una salida o
cambio f)Ohibh El taempo se congela en Ju experiencia
traumtllica. :sólo queda la sensación de una "compu.1sión a la repetición" irreductible: el karma ya está inscripto.
Este sujeto bólo podrá romper con ese futuro ~inies­
tro y firmemente escrito si inicia un vínculo que le
posibilite otra mirada. Una situación de intersubjetividad que prometa navegar por otros mares que hasta
ese momento eran demasiado turbulentos, conquistar
tierras nuevas o desconocidas. Los mares seguirán sien·
do turbulentos por momentos, pero habrá posibilidadei;
de llegar a Haca. Ese otro que encarne Ja posibilidad de
un cambio podrá ser una pareja, un amigo o un analis
la que dé lugar a la creación de una nueva historia y
evite que el odolescente quede colapsado en la búsqueda de historias culpabiliznntcs y ei;t.ériles. Un analista
más Jjgado a la idea de la constante potencialidad de
constitución de lo nuevo y no sólo prendido a la idea de
repetición; un analista que crea posible una edición
original.
PALABRAS FINALES
Lo prwcipal ea que la ado/eacencw u all(o más
que pubertad {íJJU:o, aunque en gran mrd1d11 se
basa en ,,/la. l1111>lica
rrPCin1it~ttlo1
qut exig••
lU!mpo. Y mitntra.1 u e11cuentro t'n marcha ti
crecw11m10 las fiRums paternas debe11 haoorse
cargo de la respo111mbilidcuJ. Si abdican, la1
adole"Ctnús tienen qu" saltar a una faJM mculrl·
rez y perd~r su máximo bien: la lib<irtad para
tenu ideas y paro actuar por impulso.
(W1"1\1con, R..a/idad .l' ;ucgo, 1971 )
Como bien describió Winnicott (1971), lo> infa11s salen de esta etapa en "forma torpe y C!XC(>nlrica" para
pasar a la adolescencia, y se apartan di> la dependencia
-16
"para encaminarse a tii>ntas hacia su condición de adultos•. Tambi~n afirmó que crecer no es sólo producto de
una tendencia que se hereda, sino que es, además, "un
entrelazamiento de suma complejidad con el ambiente
facilitador", con el contexto, ya sea la familia o las
unidades sociales en laa que se ini:;crte el adolescente.
En esos contextos el odolescente deberá ser "inmaduro, irresponsable, cambiante, juguetón" y, como nos
recuerda Winnicott, a los adultos nos incumbe acompa·
ñarlos y "que pase el tiempo y traiga lo que llomamos
madurez".
Muchos adole8Ccntes no pu1.'<len ser "inmaduros, irresponsables, cambiantes, juguetones" y no disponen del
tiempo necesario para ;;u trállSilo adole><cente, no tienen lu morntoria social CErikson, 1982) que se les deberla dar. Por situaciones familiare;; o sociales (muertes,
desempleo, trastornos en la estructura familior, etc.),
muchos se deben diplomar de adultos prematuramente,
alejándO&' -como Winnicott lo dice con tanta claridadde "la inmadurez... una parte preciosa de In escena
adolc~centc (que) contiene los ra~gos estimulantes del
pensamiento creador, de sentimientos nuovos y frescos,
de ideas para una nueva vida". Y continúa de esta
manera brillante:
La aociedad nect>sita S(•r sacudida por las a>piracíones de quienes no tiOn responsables. Si los adultos abdican, l'l adoleocente Mi convierte en un nduJto l'n forma
prematura, y por un proccM> falso. Se podría aconsejar
a la sociedad: por <'I bien de los adolescentes y de su
inmadurez, no les permitan adelnntan;c y llegar a una
falsa madu rcz, no les entreguen una rcsponsabilidud
que no les corresponde, aunque luchen por ella. Con la
condición de que los adultos no abdiqu~n. no cabe duda
de que los c~fuerzo• de los adolescentes por encontrarse y determinar su destino son lo más aleot.ador que
podemos ver en la vida que nos rodea. El concepto del
ndole;;ccnle u•erca dr un11 «>ciedod idenl e> ineitantc y
estimulante, pero lo earacteri•llco de la adole•cenc1a
47
11111111111111 • 1 PI 111•1 lto tle 110 sor responsable. Éste,
lo 11 11lu 111. "l!"'do, dura apenas uoos pocos ai\os,
y "" w111 11ro11111<lad que cada individuo debe perder
lll•¡¡a a 111 madurez CWinnicolt, 1971).
Bll31JOGRAPIA
111
,"'""'º
Unido a esto último, Aulagníer (1989) afirma que un
adolescente se encuentra embarcado en la apasionada
reivindicación de su Mderecho a ser un ciudadano completo en el mundo de los adultos; muy a menudo, en un
mundo que será reconstruido por él y sus pares en
nombre de nuevos valores, que probarán lo absurdo o
la mentira de los que se pretende imponerle" (Aulagnier,
1991), y que frente a estas condiciones es más importante la "comprensión" que la "confrontación".
Inmaduros, irresponsables, cambiantes, juguetones,
reivindicadores, en última inst.ancia practicantes incansables de todo aquello que los ubique en un proceso
idenlilicatorio, aunque muchas veces est.ón al borde del
colapso, la mayoría logrará sortear este tránsito sin
caer en el intento.
Arribar a la sensación de "yo soy", y a su consecuente
relación con "yo era" y "yo seré" (construir su historia),
es un trabajo psíquico que se desenvuelve en un entretejido con el mundo. De cómo se entramen osos hilados
sociales, de qué nuevos marcos contextuales surjan en
Ja vida del adolescente y cómo los transite, dependerá
que los traumas, adversidades, cataclismos emocionnles, etc. dejen un sedimento, estructuras, y no vacíos.
La lucha se Libra entre el proceso identificatorio -proceso porque la identidad no es algo acabado sino en
movún iento- y el vacío, la futilidad, la sensación de
inexistencia, la patología.
48
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50
2. ADOLESCENCIAS: TIEMPO Y CUERPO
EN LA CULTURA ACTUAL
Susana Sl<•rnbach
No es novedad que los adolescent.es de hoy poco so
parecen a los de algunas décadas atrás. Del mítico
personaje encamado por el no menos mitiro Jamrs Dean
en Rebelde 1m1 causa a los tclev·is ivos pubcres de Rebrl·
de Way, muchos y su11tancaales cambios han acontecido.
Cambio11 sociales y culturales que, innegablemente, ho11
provocado fuertes mutaciones en lo producción de subJClividad y por ende también en el temn que habrá de
ocuparnos en las si¡,ruienlcs págim1~: el de esa etapa de
la vida que recién a mediados del siglo XX se ha denominado adolescencia.
Por lo pronto, la adolescencia no constituye un universal, i;ino que resulta definida como tal, es decir,
categorizada, descripta, problcmotizada segun los discursos de época. Incluso aquellos sujetos que hoy coincidimos en llamar adolescentes no serian coru¡iderados
como tales en otros tiempos y lugares. Y, dado que la
cultura produce configuraciones subjetivas mayoritariamente congruentes con sus propuestas idont.ificatorias,
sus ideales, sus prohibiciones y sus imposibles identificatorios, también los adolescentes personifican, aun
sin saberlo, el dicho cultural acerca do quiénes son o
cómo deben j ugar su canon etario. Ni siquiera el cuerpo
permanece ajeno a la atribución identificatoria. ¿O
podríamos desconocer, acaso, el entretejido actual en-
51
!re lns siluctns dcsvaida~ de las anoréxicas y ciertos
idealo11 sociales vigontes? Cuestión que así formulada
podría sonar casi trivial, si no fuera porque nos invita
n dar cuenta de los múltiples modos en que los discursos sociales se enraízan, produciendo, como diría
Castoriadis, sujetos encamados.
Los ímpetus de la globalízacíón, por lo demás, imponen sus coordenadas al actual tránsito adolescent~. Así
es que la tendencia a Ja homo~eneidad atraviesa las
fronteras geográficas e impregna a lo:; adolescentes de
regiones distantes con e:;lilos, modas, músicrui, hábitos
de consumo y ancl!\)es identificatorios que los iguolan
tanto como In marca del jean que los enfunda El televisor, la computadora, el "chateo", el uso del celular,
comunican e idt"nLitican enLre sí a los millares de adolescentes que tienen acce:;o al mundo tecno-mcdiático,
habitantes de un mundo on el que las categorias espaciales hasta ahora vigentes han sido trastocadas dando
Jugar a nuevas demaTCaciones virtuales de las nociones
de cercanía y lejanía.
Al mismo tiempo, la aceleración imprime un sello
inédito al registro cultural de la temporalidad. El incremento de In velocidad, que se expresa en múltiples
aspectos de la vidn cotidiana actual, también penetra
en las generaciones y en las diferencias entre ellas. Así
es que, junto con una mayor homogeneidad ei;pacial en
lo que a la adolcscencín se relicto, las diferencias
generacionales adoptan modalidades novedosas. A dilcrencia de otros períodos históricos, en los cuales la
adolescencia se consideraba un tiempo de tránsito que
culminaría en la adultez, actualmente es la juventud y
aun la adolescencia aquello a alcanzar. Por esta rauín
el modelo adolescente se impone y convoca al mundo
adulto a intentar permanecer lo más cerca posible -<!n
imagen, indumentaria, modos y modjsmos- de esa etapa, actualmente erigida en ideal colectivo.
A la vez, curiosamente, las di8tancias actuales entre
un púber de 12 anos, un udolesccnte de 17 y otro de 22
no son desdeñables. Es probable que el joven de 22
observe con cierta extrañeza a su hermano de 12 al
recordar su propio ingreso en la adolescencia, apenas
una d6cada atrás. La velocidad de los tiempos y de las
transformaciones i;ocioculturales produce cambios vertiginosos en la producción de subjetividad, al ¡>unto tal
que las distancias generacionales se agudizan a veces
dentro de la misma fraDJa etaria que hasta hace poco
quedaba unificada bajo la noción de adolescencia. Asf
es que "cada generación es hoy parte de una cultura
difcronte• (Margulis, 2003) y, en tanto tal, coexiste con
las restantes con códigos, valores y dialectos a menudo
francamcnt.e disímiles. A la vez, dentro de lo que se
definiría como una misma generación, cohabitan modalidades subjetivas que sólo en algunos aspectos se parecen entre si.
Para complcjizar aún más el p1morama, diremos que
las adolescencias se ranufican y diven;1fican en función
de la extracción socioeconómica, el lugar de rcsidenci11
o la tribu q ue conforma el grupo de pertenencia o de
referencia. 'l'ribu que se nuclea en torno a emblemas,
gustos musicales, indumentarias, configurando un 110sotros de fuerte arraigo en la construcción de la subjetividad adolci;cente.
Partiremoii pues de una noción plural: las ruklesc~nc1as. Múlt1ples, diverl<l\S, siempre surcadas por una
singulm·idad cntrel<:'jída con las trazas comunes que la
cultura actuaJ posibilita.
Pero si la adolescencia aun en su acepción plurales una categoría cullural, ¿cuáles serán hoy las significaciones imaginarias sociales que esperan a los potenciales ingresantcs a la misma, con su carga de
expectativas, consignas y prohibiciones? Es aquí que la
cuesltón de los ideales sociales y del superyó de la
cultura se enlaza con la problemática idenlificatoria
singular. Tanto en el interjuego entre el yo-ideal y el
ideal del yo como en relación con la vertiente del
superyó.
52
53
Surge otra pregunta central: ¿cuál es la frontera entre
el campo de la psicopatología y las actuales y seguramente inéditas modalidades de producción de subjelividad?
Como es sabido, las concepciones culturales acerca de
lo sano y de lo enfermo varían a lo lar¡;¡o de la historia y
de las sociedade:;. El psicoanálisis, en cuanto producción
cientifica surgida en el seno de una época de la que ya no:;
distancia más de un siglo, no puede dejar de interrogarse
acerca de esto. Nuestra propia clínica, diferente en !Antos
aspectos de aquélla de los comienzos del psicoanálisis, nos
impuh;a a ello. Y no sólo nos incita a continuar investigando y trabajando textos y autore¡¡, teorias y dispositivos, sino que nos insta a at'Orcarnos al carozo mismo de
nuestro quehacer. ¿Con qué nociones de ps1copatología
nos manejamos hoy? ¿Continúan v1g1mtcs Jos anteriore:i
paradigmas relativos a las estructuras psicopatológicas
"clásicas"? Si la mayor parte de la consulta clínica, también en la práctica con adolel<Centcs. refiere a problemáticas cercanas a lo que :;e denomina organizaciones
fronterizas o bordRrline, es claro que deberemos complejizar nuestros instrumentos li.'Órioo-dlnicos.
Más aún: dado que toda noción de lo patológico remi·
te a cierta idea de salud o normalidnd, nuestra práctica
actual no sólo nos obliga a interrognr las categorías
psicopatológicas sino que confronta a éstas con las cambiantes modalidades que la producción social de subje·
tividad adopta hoy.
Cabe todavía agregar una dificultad inherente a
nuestra propia indagación: nuestra conformación subjetiva, diferente en muchos aspectos a la de los adoles·
centcs que nos consultan. ¿Será que nuestra perspectiva,
aferrada a cánones identificatorios perimidos pnra las
generaciones actuales, arroja del lado de lo patológico a
aquello que simplemente sería un novedoso modo de la
subjetividad?
Dol otro lado, el culto actual de lo joven como emblema ideal podria descalificar cualquier aproximación
crítica bajo el mote invalidante de antigüedad. ¿De-
berfamos, entonces, acomodamos a los nuevos ideales
vigentes, como analistas dóciles al ~ervicio de las formas actuales de adaptación social? Situación potencia·
da por otra parto por la frecuente devaluación de la
crítica social en la contemporaneidad. A diferencia de
otras, "es ésta una época que le ha dado la espalda a lo
más propio y esencial de la modernjdad: la critica como
herramienta indiRpcnsable y como brújula orientadora".
(For11tcr, 2003). ¿Cómo plantear un discurso critico
cuando la adolescencia conforma justamente el ideal
cultural y la critica social tiende a domesticar.e?
Estando advertidos do estos obstáculos, in ten taremos de todos modos zanjarlos apoyados por via doble
en la perspectiva freudiana. Por una parte, noi; basaremos en la universalidad del malestar en la cultura,
malestar irreducible y por ende propio de cualquier
momento sociohistórico. Indagaremos, pues, ciertas
vertientes del malestar en In cultura contemporánea,
en particular en lo que atañe al trayecto adolescente.
Y, por otra parte, haremos pie en la localización freu·
cliana del psicoanálisis como "peste". Es decir, como
herramienta apta para el cuestionamiento de Jo socialmente instituido bajo 8U faceta alienante y productora de sint-0matología singular.
As( como el psicoanálisis contribuye de un modo fundamental al análisis de la culturll, \lllll lectura psicoa·
nalítica que no tomara en cuenta lo sociohistórico
amputaría su comprensión teórica de la subjetividad
así como la eficacia clínica de la escucha y Ja intervención. Va de suyo que esto no implica dejar de lado Ja
riqueza de los conceptos psicoanallticos ni se trata de
~sociologizar• el psiquismo o la operatoria clínica. Por
el contrario, se trata de ampliar nuestra lectura de la
subjetividad al incluirla en sus condiciones de época.
Será desde esta lectura que intentaremos agregar
algunos elementos que nos ayuden n acompañar a los
adolescentes, a los adolescentes de hoy, en ese impor·
tante tramo de su trayecto vital.
54
55
modo.:; de transitar este período de la vida que
transcurre entre la niñez y la adultez, habré de referirme a esa franja de adolescente.; que pertenecen a los
estratos sociales que suelen llegar a la consult.a clínica
tanto institucional como privada. Quedarán excluidos
do estas consideraciones los numerosos jóvenes cuyas
condiciones materiales de existencia los obligan a transitar esa etapa bajo formas que poco se parecen a lo
que aquí habremos de describir.
Partir de una concepción de la adolescencia como
categoría y nominación cultural, supone que la misma
no queda reducida a sus contundentes e innegables
transformaciones biológicas. No se trata de desestimar la capital importancia dol cuerpo sino en todo
caso de ubicar lo corporal como parte central de la subjetividad, una subjelivid11d hecha de cuerpo, psiquismo
y lazo social.
Debido a los embates de las fuertes trnnsfonnaciones
corporales, a menudo la adolescencia tiende a aparecer
bajo la pregnancia de lo biológico y lo evolutivo. De este
modo, se la sustancializa olvidando que el cuerpo también es hablado desde lo social.
Es este último aspecto el que habrá de interesamos
en particular. Nos permitirá acercarnos a ciorlas modalidades frecuentes en los adolest-enlcs actuales deRde
una lectura que no desconozca el pe.so de lo históricosocial, incluso en sus efectos sobre los cuerpos.
Cabría agregar, nún, que la alienación en los discursos culturales no sólo se manifiesta, en el plano del
pensamiento, ea In adhesión acrítica a las propuestas
de época. También, y tal vez de modo todavía más imperceptible, acontece en los prácticas sociales, en las
conductas, en las acciones naturalizadas, en los cuerpos mismos. Plantear que los discursos sociales se encarnan en los sujetos es situar, ni más ni menos, la
producción social de subjetividad no sólo como un hecho de discurso sino como traza cultural que marca los
cuerpos y la vida cotidiana. Se trata de aquello que en
apariencia se presenta como lo natural.
A la vez, las improntas culturalc.; se insertan en una
i;ubjetividad abierta, cuya potencialidad transformadora convierte lo recibido en tierra fértil para la apnrición
de lo nuevo. De modo que institwdo-instituyenlc configuran una dintimica en In cual permanencia y cambio
interjuegan tanto en el plano subjetivo como en el colectivo. El trabajo de los adolescentes actuales es justamente el de plasmar un proyecto idenlificatorio bajo
coordenadas sociales especificas. Ni mejores ni peores
que las de antal1o. Pero, sin duda, diferentes.
Luego de estas nclnraciones de carácter general, nos
asomaremos 11hora o ciertas características frecuentes
en los adolescentes de hoy. Sobre todo, como hemos
anticipado, las de aquellos que suelen llegar a la con·
sulta clínica.
Es sabido que, al igual que la extensión de la vida
misma, la adolescencia se ha prolongado. U o mfonne
de la Organiznción Mundial de la Salud indica que la
duración de lu misma se ha ampliado hasta lo:; 25 años
(citado por .Margulis, 2003).
Dato revelador, sin duda, que pospone a menudo el
ingreso a la adultez con su carga de responsabilidad e
independencia económica, el menos en lo que concierno
a los jóvenes de clase media.
Paradójicamente, la idealización de los atributos de
la juventud privilegia a él!ta como un bien para la inserción laboral en ciertos ámbitos, destinando a una
Jubilación prematura a los adultos, que queden expulsados del sistema productivo. Como si, curiosamente, la
adultez misma se estuviera angostando, aplastada entre una juventud extendida y una vejez apresurada.
A la vez, la vida familiar se ha modificado notablemente en las últimas décadas. La clínica con adolescentes y con familias es elocuente respecto de la inutilidad
56
57
All< ll ,t·:SC~:NcJJ\S
C'111nt•m11ri\ cin:un.scribiendo el campo: entre los mud10~
d1· murhus parametros con los que los analistas nos
manejábamos hasta hace algún tiempo. La familia
burguesa tradicional es una estructuración ya casi
anacrónica. Dentro del enorme abanico de diversidades
familiares (familias ensambladas, homosexuales,
monoparcntalcs, entre otras) algunas características
comunes las distancian de la familia que hasta hace
poco se consideraba convencional.
Una de estas caracwrísticas es que, fundamentalmente, la familia no es hoy el principal, y mucho menos el
unico, agente de socialización y transmisión. La velocidad de las transformaciones, al recmplazur al ritmo de
Ja moda los códigos, los valores y los modismos, convierte a menudo a padres e hijos en habitantes de mundos
disúniles entre los que el intl'rcambio tiende a debilitarse. La otredad generacional se acentúa, salvo que lo¡¡
padres ~mo ocurre a veces· adopten las jergas adolescentes para fraternizar con sus hijos. Pero cuando esto
no es asi la habitual confrontación generacional de otros
períodos históricos code paso a intercambios diluidos, o
a situaciones de cuasi aislamiento en las que, aun quienes conviven se conectan principalmente con y a través
del universo wcno-mediático.
Desde este punto de vista, es evidente que la transmisión intergeneracional cede lugar a modalidades de
transmisión exogámicas que sustituyen las identificaciones otrora centrales por otras oxtrafamiüares. Para
bien y para mal, es innegable que esto ha de producir
mutaciones sustanciales en las condiciones actuales de
producción subjetiva. Los grupos de pares, los amigos,
las tribus de pertenencia constituyen a menudo un lazo
afectivo y de referencia para adolescentes cuyo universo familiar intergenoracional no logra ya acompañar
las fuertes mutaciones subjetivas en curso.
Cabe destacar que la idealización de lo joven tiene su
contrapartida, tal como han señalado algunos autores,
en la gradual dilución de la experiencia como valor
social.
En su libro Infancia e historia, Agamben sostiene
que el hombre contemporáneo ha sido expropiado de la
experiencia. Ésta, siempre singular pero transmisible a
las siguientes generaciones, ha sido hoy reemplazada
por ideales y propue;;tas identificatoria.s que transforman el transcurrir tempora 1 en un decurso que no otor·
ga especial significación a la aprehensión subjetivante
de lo vivido.
A partir de esto, podríamos pensar que el "tránsito"
adolescente, clásicamente descripto como una etapa dl'
duelos por la infancia, cuyo premio, dificultoso pero
atractivo, eran las pr·errogativas de la adultez, hoy día
adquiero caracteres diferentes.
¿Hacia qué tipo de adultez se encaminaría el adolescente? A menudo ésta no parece constituir un punto de arribo convocante. Cuando el mundo adulto no
aparece mimetizado con el del joven mismo (y, en tal
caso, ¿para qué continuar el cammo hacia adelante?),
Jo que oferta como modelo tampoco constituye siempre
un polo atractor. Éste es el caso, frecuente por cierto,
de adultos deHOrientados, ellos mismos en crisis, con
dificultades económicas y laborales, habitualmente con
poca disponibilidad para el diálogo y el sostén del hijo
adolescente. No se trata tanto de adultos con quienes
confrontar sino muchas veces de adultos que no alcanzan a constituirse en estimulo hacia un futuro que
rnvite a ser alcanzado.
Si agregamos a esto que la noción misma de futuro y
sobre todo la de proyecto se han desdibujado en el plano
social, como si fueran un resabio pcrimido de la modernidad clásica, deberemos reconocer peculiares dificultades en el decurso adolescente actual. Decurso que, al
menos desde la oferta social, por momentos se asemeja
más a un estado o a una condición estable que a una
et.npa de búsqueda de inéditos proyectos identifícatorios.
Por otra parte, el lugar idealizado que la cultura propone respecto de lo jouen es, antes que nada, el lugar
del consumidor. Mucho menos definido e investido apa-
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59
rrco ol lu¡;11r cl••I BllJ•'lo mruo productor y como hacedor
do 111oy1•dos. Paru rnut•stra, basten las publicidades,
mnyonlanament.c destinadas a Jos niños y a los jóvem•s. J,n alegría, la belleza, el modelo identificatorio
propuesto giran en tomo aJ perfil del consumidor en
tanto ideal. Entiéndase: no sólo es una obvia estrategia
de venta; también y aJ unísono es un vehículo ideológico que insta a consumir en tiempos en que la inserción
en el 11parato productivo escasea.
Se podrá argüirc ¿c.-ómo es posible consumir sin inser·
ción laboral? Es ciertamente una de las paradojos a las
que los adolescentes -y no sólo eUo,;- se ven conmina·
dos, paradoja que alienta incansablemente a un consu·
mo al que no todos podrán acceder.
La cultura <k la noche (Marguli5, 1994) es revela·
dora al respecto. La cultura del consumo oferta las
24 horas. Unas generaciones consumen de día, otras
de noche. El distanciamiento generacional se cxterio·
riza en la gcografra urbana y el boliche permite que,
mientras los adultos duermen, los adoleRcentes con·
suman. En este contexto la producción se limita al
mentado "producirseR, cuyo sesgo objetalizante es
ocioso res a llar.
Se trata de una oferta social COn$Onante con los aba·
nicos identilicatorios a los que se invita a las nuevas
generaciones. Y, tal como sucede en cualquier época,
dicha oferta es congruente con el tipo do sujeto idenl
propuesto desde ese peculiar momento sociocultural.
En este contexto los adolescentes actuales realizan la
salida hacia un mundo muy diferente al de décadas
atrás, con las características generales de la globaliza·
ción y del capitalismo tardío, y con las particuluridades
de un país atravesado por una sucesión de crisis y de
situaciones políticas traumáticas, cuyos efectos se ex·
tienden a las nuevas generaciones. A la vez, como ya
hemos mencionado, la salida se efectúa desde tramas
familiares en algunos sentidos más laxas que las de
otrora.
Sería ocioso discutir si esta adolescencia es más fácil
o dificultosa que la de otras épocas, si es meJOr o peor.
El adolescente actual tiene abiertas posibilidades que a
sus antecesores generacionales les estaban vedadas: una
menor cerrazón endogámica, menos autoritarismo, ma·
yor cucstionamiento de modelos anteriores, mayor li·
bert.ad en múltiples aspectos. A la vez, las propuestas
culturales contemporáneas generan formas de malestar novedosas y problemáticas inéditas.
Entre los obst.ácu los a los que hemos hecho referencia,
destacamos la tendencia a una "adolesccnti7.nción" social,
que se oorrcbponde con la devaluación de In noción de
proyecto. Esto, que puede vaciar de sentido al futuro, al
mismo tiempo coru;tituye una oportunidad para la diversi licación de búsquedas no ancladas a un proyecto
idcntilicatorio ya dcfuüdo de antemano ILemer, 2004).
La diversidad de modelos idcntificatorios exogámicos
y la fortaleza de lo:; vínculos de paridad (el grupo, la
banda, la tribu) a menudo son fuente de identificación.
No sólo eso. 'l'arubi6n proveen sostlln y promueven el
aprendizaje de un lazo i;ociaJ fraterno que incluye la
semejanza y 1a diforencia entre pares. Además, la exploración y búsqueda a través de laa posibihdades que
el mundo tecno-mediático permite, la misma prolongación de la adolescencia como moratoria, ofrecen posibi·
lidades anteriormente inexistentes para la subjetivncilin
del adolescente contemporáneo.
Como en c11aJquier época, las significaciones imaginarias sociales, aun las de carácter más alienante, requieren del consentimiento subjetivo para encamarse
sin fisuras. Y, tal como acontece en cunlquier época, los
jóvenes (y no ellos solamente) podrán tomar senderos
más alienantes o bien efectuar torsiones creativas respecto del instituido social previsto. En este sentido, la
perspectiva aquí esbozada refiere a un adolescente que
no es pasivo y que se halla en autoeonstrucción perma·
nente, movimiento complejo respecto de los parámetros
de normalidad y de los ideales ofertados.
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61
Tiempo y espacio constituyen matrices simbólicas
fundamentales. Su construcción comienza ya en los
primeros instantes de la vida, a partir de los contactos
inaugurales. Los ritmos en la alimentación, los incipientes hábitos y rutinas, imprimen a la dialéctica presencia/ausencia del vwculo primordial los primeros
esbozos de ciertas escansiones temporales que serán
precursoras de la construcción del tiempo. Como se ve,
Jos modos de la temporación hunden sus raíces en el
encuentro con el otro, encuentro signado por la anticipación dado que el recién nacido se aloja en un mundo
que ya está o.hí (Aulagnier, 1977). Es sabido que las
características de los primeros encuentros están moduladas por las significaciones imaginarías y simbólicas
vigentes para cada cultura. Esto también ocurre con la
inscripción del tiempo. El tiempo de cícrtas culturas
orientales sin duda se parece poco al vertiginoso ritmo
del fast-food occidental actual; la noción temporal en la
época de las Cruzadas no es igual a la de los Tiempos
Modernos que satirizara la inolvidable película de Chaplin.
De modo que abordar la cuestión de la temporalidad
implica referirnos a un aspecto central en la construc-
ción de la subjetividad. Una subjetividad que no puede
sino estar marcada por las trazas temporales de su
cultura, a las cuales modifica y recrea a la vez.
Hoy el tiempo parece transcurrir con una mayor
velocidad en comparación con épocas anteriores. El ritmo de los cambios propio de la modernidad se ha ido
acentuando, en parte gracias a los enormes avances
tecnológicos, que brindan po¡¡ibilidades inéditaR en cuanto al acortamiento de tiempos y distancias. A la vez, y
a diferencia de la modernidad clásica, las nociones de
pasado y de futuro han ido perdiendo relevancia. La
desaparición de los grandes relatos y la caída de las
utopías, ligadas al fracaso de las promesas que se planteaba el siglo XX han contribuido sin duda al descredito del porvenir como guía y a l apunta lamiento de la
ex:istt'ncia personal y colectiva. La época nos propone,
pues, constituimos en "habitantes del puro presente"
<Forster, 2003), lo cual imprime un sello peculiar a la
temporalidad. La velocidad so auna de modo paradójico
con cierta etemizac1ón de un tiempo efímero que no se
dirige hacia un futuro prefijado, transformador del
presente.
Ciertamentc, el psicoanálisis otorga una particular
importancia al proyecto como dimensión nece&aria para
la complejiulcíón psíquica y las posibilidades abiertas a
un yo en construcción incesante.
Para el adolescente se trata de desasirse de las propuestas identilicatorias que le fueron asignadas, para
pasar a plasmar un proyecto identificatorio que, apoyado en las coordenadas previas, podrá inventar nuevas
altemativas a un yo abierto al devenir. Buena parte
del trabajo adolescente consio1te en esta amalgama de
desprendimientos y busquedas. Algún tiempo atrás, en
la clínica nos anconlrábamos con frecuencia con situa·
ciones en las que el desprendimiento se veía trabado y
la busqueda tenía poco espacio dado lo férreo de los
mandatos familiares y sociales. La aspiración ya predicha para el joven limitaba el abanico abierto al proycc-
62
63
Nu1·stm tarea clínica consistirá, en todo caso, rui acompat\ar al adolescentc que nos consulta en ese proceso de
busqueda que obUga a tramitar duelos e invila a bosquejar proyectos para un yo disponible al porvenir.
¿Pero cómo tramitar duelos y proyectoi; -eso que
Aulagnier denominó construirse un pasado para co11s·
truir un futuro- en una época en que las nociones mismas de pru;ado, presente y futuro ~e modifican?
A esta problemática dedicarrui10s nuestro próximo
apartado.
EL TIEMPO: ENTRE LA VELOCIDAD
Y EL PROYECTO IOENTlFICATORIO
lo propio. ll11b1a un futuro, sin duda. Pero el punto de
arribo estaba tan anticipado que quedaba poco margen
para un proyecto singular que se desviara de los carri·
les ya previstos.
Esto no es así en Ja actualidad. La búsqueda está
mucho más permitida. Entre otras cosas, pon:¡ue los mandatos previos han caducado y el porvenir es incierto,
imprevisible o, en última instancia no importa demasiado. La consabida pregunta que solla formularse a los
niños pequeños, "¿qué vas a i;er cuando seas grande?",
sonaría hoy fuera do tiempo y lugar. Y, sin embargo,
como dice Piera Aulah'llier, para el yo resulta fundamental poder situar un ideal a futuro que no se agote
en la mera reedición de lo ya vivido. El proyecto
idontificatorio, parte de Ja trabajosa elaboración psíquica de la castración, es esencial para el sujeto humano.
Y recordemos que para Aulagnier angustia de castración y angustia de identificación son sinónimos.
El pasaje de un posicionamiento en que predomina
el yo Ideal, posicionamiento fundamentalmente narcisista según el cual el yo se iguala al ideal, aJ del Ideal
del yo, incluye la noción de proyecto. La distancia entre
el yo actual y el ideal buscará ser zanjada a futuro.
Futuro que se dibuja como proyect-0 identificatorio y
como sede de ideal<ls que habrán de funcionar como
horizonte desiderativo para un yo en movimiento hacia lo porvenir.
¿Será la propuesta psicoanalítica también hoy una
teor!a en desuso, basada en conformaciones subjetivas
anacrónicas? Es aquí donde la frontera entre las nuevM formas de producción de subjetividad "normal" y
las condiciones sociales productoras de patología se
borronea.
¿Será aún válida una fundamentación psícoannlitíca
que considera el proyecto identificatorio como sede y
motor de la complcjización psíquica propia de Eros?
Por ahora sostendremos la vigencia de estas formulaciones. A In vez nos detendremos en ciertos efectos
alienantes que desde la cultura actual pueden promover peculiares formas de malestar, particulares trastornos psicopatológicos y obstáculos a la subjetivación en
los adolescentes.
A menudo nuestra tarea cllnica enfrenta hoy dificultades propias de los efectos de las actuales sigruticaciones sociales que, entramadas en la problemática
singular, conforman una parte del sufrimiento psíquico
de quienes nos consultan. Y son los propios adolescentes quienes a través de la palabra, el cuerpo o la acción
traen estas dificultades a la consulta.
En la dificil amalgama entro permanencia y cambio,
tarea a la que el adolescente se ve convocado, y que por
otra parte habrá de continuar como trabajo a lo largo
de la vida, la historización simbolizante y la proyección
hacia lo porvenir son fundamentales. El proyecto ot-0rga un sentido provisorio y desiderativo al yo en devenir. Promuevo efectos de subjctivación al rescatar al
adolescente de la inercia de las anticipaciones que los
otro~ plasmaron para su yo. De este modo, lo rescata de
las trampas narcisistas de un yo igualado al ideal en
tiempo presente. O lo que es su reverso melancolizante,
un yo identificado con el no-ideal en un tiempo no transformable a futuro. Detención temporal que, cuando
ocurre, produce coagulaciones de sentido y por ende no
convoca al movimiento. El proyecto es en cambio alteración. Implica la alteridad potencial para un Yo no
condenado meramente a permanecer.
¿Pero cómo referirnos a un tiempo de permanencia
cuando lo que prima es la velocidad? Es que velocidad
no necesariamente implica conciencia del tiempo, cambio o transformación. Al igual que no poclriamos homologar la novedad a lo nuevo, a veces como dice
Feinmann (2004), "la velocidad mata el tiempo". Así
como el fast-food a menudo no permite degustar, captar sabores y matices, la cultura del ritmo indetcnible
no garantiza que ese tiempo esté al servicio de la transformación.
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Con frecuencia la creciente velocidad con la cual los
adolescentes hablan, y que oficia como contraseña de
pertenencia generacional, está acompañada de un empobrecimiento del lenguaje. El "todo bien.• que acompaña el saludo habitual, con su obvia contrapartida del
"todo mal" para dar cuenta ya sea del desánimo, la
angustia, la lristeia o la depresión, constituye una
muestra de dicho empobrecimiento. Lo respuesta rápida condensa los matices en una frase compacto, sin
sujeto ni verbo, que aplana sentimientos y elude las
múltiples posibilidades de una palabra bingular. Lo
mismo ocurre <'D cierto tipo do comunicaciones escritas,
cuyo lenguaje por momentos parece querer remedar el
de las máquinas. "Slms st 11ch" apre11ura una invitación, pero comprime en una formulación impei:sonal las
infinitas capacidades melafóricas del lenguaje. Se trata
de una velocidad que por momentos parece girar sobre
si misma, sin conducir a diferencia alguna.
Tal vez nuestros adolescentes deban enfrentar hoy
algunas de estas condiciones de época. Los polenciales efectos alienantes de una oferta cultural que convierte el pasado y la historia en el lrivial "ya fue• y
reduce la posibilidad de lo nuevo, de lo inédito, al
reino de la novedad. Castoriadis se refiere a esta pro·
puesta social como el "avance de la insignificancia".
Doble dimensión de la insignificancia: la de una subjetividad y existencia poco significativas y aquólla dél
vacío de sentido.
¿No tendrá que ver ol enorme aumento de las depre·
siones, casi epidémicas en la actua]jdad y en preocupante ascenso entrC' los adolescentes de la globalización,
con algunas de estas matrices socioculturales? ¿No
podríamos pensar, acaso, que el tedio y el aburrimienlo
al que "tantos adolescentes parecen ser hoy proclives,
podrían ser expresiones sinlomalcs de cierta vertiente
de la depresión, favorecida desde lo social? En particular me refiero a la dilución de un lugar asignado a
futuro, es decir, desde el carácter actualmente desvaído
de la idea de proyecto. Situación cuyo reverso es el
reforzamiento de las exigencias del yo-ideal lotalizante
y del superyó en su venión insaciable.
En csle sentido, nuestro trabajo clínico, en el cual la
noción de proyecto y aun la de proyect.o terapéutico no
se encuentran ausentes, puede ofrecer una alternativa
no depresógena, abierta a los múltiples posibilidades
claborativas y crealivas de los adolc~cenle~ que nos
consultan.
66
67
EL CUERPO: El\"TRE LA UOCIUOAD
Y LA POTENCIALIDAD SUBJETIVANTE
Es sabido que el lrayeclo adolescente conllevo la eln·
boración de las significativas transformaciones del cuer·
po que signan este tiempo do la vida, a punto tal que
a menudo las problemáticas múltiples, contradictorias
y complejas que pueblan esln etapa quedan circunl!·
criptas a los innegables cambios corporales que forman
parte de las turbulencias que conmueven al joven. Nos
propondremos en este apartado tratar el tema del cuerpo en relación con la adolescencia contemporánea. Para
ello partiremos, como hemos dicho, de la noción de un
cuerpo que se construye en el seno de los vinculo~ y del
campo histórico-social.
Eslc cuerpo, a la vez biológico, scn~orial, erógeno,
imaginario y hablado, es por consiguiente indisociable
tanto del psiquismo como del encuentro incesante con
los otros investidos y con el lazo social amp]jado. El
cuerpo, afectado desde sus raíces biológicas, es sin
embargo también produclo de los discursos sociales. Se
produce de,;de una realidad cultural y no meramente
natural. El cuerpo biológico con sus improntas, el cuer·
po scn!<Orial que desde el comienzo de la vida mclabolizn
en términos do placer-displacer su encuentro con el
mundo, el cuerpo erógeno que se va plasmando en el
campo reh1cional, el cuerpo hablado desde los otros y
de:;de el discurso cultural: lodos estos aspectos convergen de modo múltiple y conflictivo en el decurso adolescente.
El cuerpo biológico constituye el basamento material
del cuerpo sensorial y erógeno; pero las vicisitudes afectivas y representacionales revierten a su voz sobre el
funcionamiento biológico corporal De este modo, el
sufrimiento psíquico pro~:luce a menudo sufrimiento
somático. Temática de alglin modo ya presente en Freud,
cuando en El malestar en la cultura nos ndvierte que
~de!'de tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que destinado a la ruina y la disolución no
puede prescindir del dolor y la angustia como señales
de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir
sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes,
despiadados, destructoras; por fin, desde los vínculos
con otros seres humanos". Claro está que esta aseverac1(m podria ser hoy complcjizada aún más, al proponer
quo 1»1toR lrt>s dim!'nsiones 1:100 indisociablcs y configurnn una trama coproductora tanto del placer como del
flll fri rni1·nto.
l.n di11lt•1·tu·u ph11•C'r-cliHplncer constituye la primeñ~lnrn urntnboliznrión del encuPntro con los otros pri11111nl111lt"11. Como inrtpienll' producción representacional,
codifica en t~rminos del afecto. Un afecto que se expreSll y traduce en cuerpo y acción. Investidura, desinve~ttdura, atraocion o rechazo serán la respuesta arcaica
frente a las vicisitudes de un encuentro en el que habrá
de entretejerse la dialéctica entre pulsión de vida y
pulsión de muerte. Este proceso representacional originario (Aulagnier, 1977) permanece activo a lo largo
de toda la vida. Actúa como fondo representativo, pero
también como registro del afecto que se hace cuerpo y
acción, a veces más allá del mundo fantasmático y
simbólico.
Sin embargo, estos últimos, a través de sus producciones primarias y secundarias, complejizan la metabolización de los encuentros y enriquecen al psiquismo
con las operat.oriaH del inconsciente y de la representación simbólica. También el cuerpo es participe de esta
complejización, no sólo en el plano de la fantasea sino
también en lo que refiere al funcionamiento del Yo.
El Yo, proyección de superficie corporal, desphega el
múltiple entramado de las identílicaciones y los idealeh Mera sombra hablada en los inicios, el Yo tendrá a
su cargo reformular los enunciadoi; idcntificatorios que
le dieron origen, para enunciar sus propios proyectos.
En Ja adolescencia lodo!! estos aspectos confluyen y
se reorganizan en un interjuego conflictivo entre permanencin y cambio. ¿Quó 1>ermaneee y qué se modifica
del cuerpo conocido? ¿Qut\ identificaciones tambalean,
se reformulan, y por cuáles otrM hC sustituyen? ¿Qué
nuevas identificaciones 11urgen y en relación con qué
ideales? ¿Cómo se reorganiza el narcisismo. y a trovés
de qué encuentros? ¿Qué potenc1alidadei; se activan,
cuáles otras son sepultadas?
El cuerpo del adolescente es una sede conflictiva que
responde, sin saberlo, a estas y a otras cuestione~ que
son siempre subsidiarias del encuentro con los otros y
con el discurso cultural.
Pero no sólo se trata de cuestiones identificatorias en
In adolescencia. La habilitación sexual activa también
el mundo fantasmático y los más arcaicos modos del
procesamiento afectivo. En la salida a la sexualidad, a
través de las tran~formaciones corporales y fundamentalmente a través del encuentro con los otros, estos
registro;; se ven conmovidos.
Temáticas tales como lo de la invcstidura/dcsinvestidura, o la del placer/sufrimiento, se ven necesariamente convocadas a partir de esos nuevos encuentros
en que el cuerpo posee un lugar protagónico. En este
sentido, las iniciaciones sexuales, hoy más precoces que
en otras épocas, en particular para las mujeres, ponen
en juego estas diversas facetas desde lo más arcaico
hasta la fantasmática inconsciente, la imagen corporal
y los enunciados identificatorios e ideales del Yo, en
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69
&us correlaciones con los ideale:; colectivos. Pero también los encuentros, en tanto experiencias inéditos,
producen recomposiciones e innovacione~ en el mundo
afectivo y fantasmático del adolcKcente. Potencialidad,
efecto de encuentro y posibilidad de acontecimiento se
anudan así, produciendo un nuevo mapa libidinal e
identifica torio.
Una cuestión, sin embargo, es incontrastable. La
relación con el cuerpo propio es ini;eparable de la relación con los otros. Temática que se juega de modo peculiar en Ja adole:>CCncia.
Hemos insistido en una hipótesis: el unaginario aocial contribuye fuertemente a lo construcción de los
cuerpos. Foucault lo decía a su manera, cuando se refería a los cuerpos disciplinados por los regímenes de
poder y de snber Situación que nos reconduce a la
función de lo:; ideales y del superyó como formaciones
bifrontes que atañen al sujet-0 y a la cultura en su
anudamiento inclisociable.
¿Cuáles son las características del discurso social
contemporáneo sobre el cuerpo? ¿Qué representa el
cuerpo adolescente hoy para la cultura? ¿Cuáles son las
propuestas identificntorias, los ideales y su negativo, es
decir, aquello que no encaja en el ideal, o que queda
excluido de los discursos sociales en la actualidad?
El cuerpo en general y el cuerpo adolescente en parlicular resultan hoy fuertement.o investidos desde los
discursos sociales. Habría, sin embargo, que corregir.
No se trata del cuerpo en general ¿Qué aspectos de lo
corporal se encuentran ton especialmente investidos?
Se trota, antes que nada, del cuerpo en su dimensión
estética. El cuerpo como imagen ocupa un lugar ton
centra l en la contemporaneidad que llega a constituir
un verdadero capital estético, que opera a menudo como
criterio clasificador y organizador fundamental de las
relaciones afectivas y sociales. Y no sólo de los encuentros eróticos, sino más ampliamente de la par1.icipaci6n
social en espacios amistosos o laborales. Tal como ocu-
70
rre cuando los "talles dos o tres" se avergüenzan do su
volumen corporal hasta restringir sus salidas al exterior. A las dificultades subjetivas se suman obstáculos
objetivos, por ejemplo el de In búsqueda de empleo.
Más allá de la conciencia de los propios participantes,
la buena presencia requiere dos atributos fundamentales: juventud y delgadez. Como se ve, volvemos al tema
del tiempo y del cuerpo.
Involuntariamente los actores sociales se hallan impregnados por códigos de percepción que croan taxonomías !Margulis, 2003); códigos desdo los cuales, en el
culto del cuerpo hecho imagen, quedu denotado el actual ideal cultural de cuerpo legitimo.
Como es sabido, los cánones de belleza y de cuerpo
socia lmente consensuado varinn de modo notable según las épocas y las culturas. El ideal nct11al, cuando es
erigido en uniforme, se basa en lo imagen de un cuerpo
estilizado, delgado a veces hasta diluir las diferencias
sextJoles y generacionales tanto como las singularidades corporales. Cuerpo11 pret·á·porter, que rozan lo
unisex e incitan a severas disciplinas dietarias, gimnásticas o quirúrgicas que logren pr oducir In transmutación anhelada.
Es evidente el modo como esta situación juega en
muchos de los tan habituales trastornos de la alimentación. El discipbnamiento corporal en torno a los ideales imperativos se encarna en la adolescente nnoréxica
que, aun al borde del desfallecimiento, considera no
haber alcanzado el ideal.
En un trabajo anterior formulé que "el cuerpo obligado es el cuerpo talle uno, actual uniforme para los
cuerpos desnudos. Se requiere, en efecto, una férrea
disciplina para moldear, endurecer, afinar, hasta lograr por fin ingresar en ese bendito talle uno, talle
único• (Sternbach, 2002). Entretanto puedo agregar
un talle más. O menos, según como se lo quiera ver:
el tallu cero. Sugerente, sin duda, en su evocación de
la nada, esa nada hacia la que el cuerpo de la anoré-
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xica amenaza en ocasiones deslizarse. El ideal identificatorio concentrado en el yo como imagen espeja
la superficie corporal de modo casi exclusivo, arro·
jando fuera de Ja escena especular otros atributos
yoicos. Es decir, el yo queda subsumido en la imagen
corporal, siempre relativa al ideal de perfección seglin el canon de Ja época.
A la vez, otros aspectos de la subjetividad quedan
disimulados: el cuerpo arduamente trabajado en el
gimnasio ocupa toda Ja superficie del espejo, en desmedro de otros aspectos de Ja subjetividad que hacen
mella en lo corporal: el afecto, la emoción, la fantasía,
el pensamiento.
I..a alienación, destino del yo en relación al pensamiento (Aulagnjer, 1979) actúa sobre los cuerpos. Cuerpo y acción se convierten en ejecución práctica de la
alienación en el ideal cultural. Se trata de producir un
cuerpo asimilado a una silueta. La idealización de la
representación del cuerpo adolescente desoye a menu·
do al cuerpo real, con sus sensaciones de placer y de
.,¡ufrimiento. Los cuerpos, dóciles, deben autodis·
ciplinarse, escindiendo aquellos mensajes pulsionales
y fantasmáticos que podrían amenazar el mandato en·
carnado.
¿Qué ocurre con la sexualidad adolescente en este
contexto de significaciones sociales? Sabemos que hoy
din el ejercicio de In sexualidad ha quedado liberado
respecto de restricciones anteriormente vigentes, algunas de las cuale11 fueron hegemónicas durante siglos.
I..a sexualidad actual goza de una permisividad crecien·
te. No sólo porque es factible eJercerla fuera de la institución matrimonial, sino porque el placer en el sexo
forma parte de una validación social que se extiende
tanto a las majeres como a los varones.
Es sabido que la separación entre gexualidad y reproducción, ligada a la caída de la indisolubilidad de la
unión conyugal, junto con la gradual desaparición de la
familia tradicional, han contribuido fuertemente a es-
tas transformaciones. A la vez, el imperativo de la vir·
ginidad femenina hace rato que ha caducado. La inicia·
ción genital es hoy más precoz en las jóvenes que la que
estaba autorizada para sus madres; y la diversidad de
experiencias sexuales no va a la zaga de aquélla permi·
tide. a los varones. Mayores libertades, sin duda.
¿Cuáles son las nuevas problemáticas? ¿Cuáles de
las anteriores continúan vigentes? Más libertad no necesariamente significa ausencia de parámetros, ideales,
restricciones. Por el contrario, en cualquier época circulan ciertos códigos culturales para la regulación del
cuerpo y de la sexualidad.
Asomémonos a algunos de los códigos actuales .. Por
lo pronto, Ja restricción del sida, figura amenazante
que regula los "cuidados" relativos al ejercicio sexual.
En apariencia, no hay muchas más restricciones. Al
contrario, parece existir una creciente tendencia a que
los cuerpos "deijtrabados• liberen sus ímpetus pulsionales a través de descargas perentorias y directas. Tal
como nuestra propia clínica atestigua, lo pulsional
emerge con frecuencia con poco recubrimiento
fantasmático y simbólico. A la vez, parecerla que hoy la
genitalidad no es ya sede primordial de la transgresión.
Esta se sitúa, antes, en la oralidad. Qué comer, cuántas
calorías, cuándo la tentación puede más que la discipli·
na¡ los accesos irrefrenables ocupan más los devaneos
de muchas adole~centes que lo referido al ejercicio de
su sexualidad.
Por otra parte, actualmente parece haber pocas barreras para mostrar y decir aquello que atañe al sexo.
Como si todo, o casi todo, pudiera ser dicho y exhibido.
¿Pura espontaneidad de una palabra liberada, de los
cuerpos por fin destrabados del mandato social? Curiosamente, algunos autores seftalan un cierto desencantamiento del cuerpo y de la sexualidad. ¿Será que la
producción de subjetividad promueve una mayor per·
misividad que sin embargo no puede eludir nuevos
cercenamientos y dificultades?
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73
Hace ya tiempo, en su Historia de la sexualidad,
Foucaull señalaba una tendencia propia de la contemporaneidad: la de la incitación a los discursos. Subrayaba entonces que el decir "todo" podría, no siempre ser
liberador, sino que también podrla estar del lado del
control social. Recordemos que para este pensador la
i<exualidad no seria meramente objeto de represión, sino
que fundamentalmente tendría carácter productivo
deRde lo social Es decir, sería productora de conductas,
comportamientos, modalidades subjetivas que alcanzarian aún aquello que los sujetos y las eociedades considerarían como lo máR propio y lo más "natural". En
este sentido, la incitación cultural a los discursos acerca de lo sexual, si bien otorga innegablemente libertade.s no por eso deja de ejercer efoct.os normatizantcs
ligados al control social
Como en aquella paradoja que conmina a "ser libre"
eRa libertad puede esconder el imperativo del superyó.
En este caso, el del superyó de la cultura. Tal como
decía Freud, éste, "en un todo como el del individuo,
plantea severas exigencias ideales cuyo incumplimiento es castigado mediante una angustia de la conciencia
moral" (1930).
¡,Cuál es la importancia de estas cuestiones en nuestra práctica de todos los días?
1':11 que justanwnte las problemalicas clínicas actuales 111ch1yl'n el cUL•rpo de modo centr111. Los trastornos
111• 111 ohnwntncion, las adicciones, la.s impulsiones, las
d1•prcsiones U$ent11dt1s en lo corporal, las implosiones
ps14·osomálicas, obligan no sólo a incluir al cuerpo como
mensajero fundaml•ntal de un dolor que no logra acceder a la categor(u de sufrimiento psíquico. También
exigen considerar las apelaciones actuales del imaginario colectivo y su tramitación sintomal o creativa en la
singularidad de cada situación clínica.
Esta lectura complejizadora tal vez podrá ayudarnos
a acompañar a nuestros pacientes adolescentes en su
camino de subjetivación; posibilidad que se liga a la
puesta en palabra de aquello que no ha logrado e~tatu­
to de tramitación psíquica. Esto hnbrá de contribuir a
la reapropiación do la riqueza de una corporalidad no
r(-'<iuctible a la imagen ni a la pulsión desencadenada,
para incluir la potencialidad subjetivnnte del cuerpo en
su multidimensionalidad.
Esta temática nos acerca a nuestro último apartado:
la clínica actual con adolescentes.
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75
F:I, ANALISTA EN l,QS BORDES
La clínica de los últimos años no.s ha obligado a revisar y a ampliar nuestras tcorms, así como nuc:<tra
escucha y modalidades de inrervención. En la práctica
psicoanaütica con adolcscenteH C>~t.o se impone de manera contundente.
¿Podemos, acaso, continuar trabajando basados en
las problemáticas que aquejaban a esos adolescentc•s
cuyas sintomatologías parecían ceñirse grosso modo a
los textos psicoannliticos que habíamo.s estudiado tiempo atrás, o a aquellos que parecían cursar adole~cencias
que podían evocar !ns que habíamos transitado noso·
tros mismos? Do intentarlo, scm<"jllríamos esa~ mn·
dres que, como diría Piera Al1lu¡.¡nier, fallan en la
distinción entre la representación del hijo que imugi·
naron y el hijo real que las convoca desde su incipiente singularidad.
Trabajar hoy con adolescentes implica avanzar en
la conceptualización de sus problc máticas actuales y
de las modalidades de subjetivación contemporáneas.
Lo cual exige anudar nuestras cnlegorías psicoana·
líticas fundamentales, tales como pulsión, narcisismo,
identificación, castración, Edipo, con la producción
actual de subjetividad y con las improntas de lo histórico-social.
Sugerimos: ni analistas anacrómcos de supuestos adolescentes extemporáneos, ni analistas según la normali-
zación de la moda. Esto nos invita a una tnrea tan
ardua como intere~ante.
En nuestra práctica actual predominan las problemáticas de las organizaciones fronterizru;. Problemáticas en las que el cuerpo suele tomar la delantera
respecto de una dinámica representacional de baja complejidad. La acción antecede al "más largo rodeo" y se
desencadena a menudo de modo perentorio. El mundo
imaginario y el simbólico trastabillan y nos encontramos con la dificultad de construir tejidos psíquicos que
den la palabra a aquello que emerge como ejecución
antes que como representación. También nos encontramos de modo crecienle con vac1os y depresiones, temática aun poco trabajada en la diversidad de sus
manifestaciones.
Cuando ciertas problemáticas o "patologías" be tornan cada vez más frecuentes, su nexo con lo históricosocial ~e hace evident.e. Tal como hemos enfatizado en
las página,¡ ant.eriores, ciertas condicione;¡ de la cultura
actual favorecen la aparición de trastornos que otorgan
al cuerpo un lugar protagónico hasta el punto de que
Green <1990) propone un corpoanálisis, que extendería
las fronteras del psicoanálisis tradicional para albergar
las crecientes manifestaciones que incluyen lo corporal
como sede del conflicto.
En cuanto a lo psíquico, tal como señalo el mismo
autor, predominan la escisión y la desmentida como
modalidades de la defensa. La represión, con sus vias
de retorno simbólico, cede paso a estas otrns modalidades, cuyos retornos acontecen a menudo justamente por
la via del cuerpo o del accionar.
Junto con el vector del cuerpo hemos privilegiado en
estas páginas el eje de la temporalidad. Ésta, estrechamente ligada a la cuestión del proyecto, resulta esencial para el trabajo de subjetivación adolescente. La
temporalidad se halla marcada hoy por una velocidad
bajo la cual las categorías de pasado, presente y futuro
adquieren especificidades inéditas.
Situa.m os en relación con estas problemáticas nos
convoca a transitar los bordes. Los bordes entre niñez
y adullez, los de la clínica actual, los bordes de nuestros saberes previos, finalmente los de nuestra misma
posición analitica.
Uno de Jos aspectos que hemos enfatizado al respecto reliere a la importancia de diforcnciar aquello
que compete a producciones psi copatológicas, por la
índole de los trastornos, síntomas o sufrimiento que
impone, de aquello que corresponde a nuevas modalidades de producción de subjetividad. En (ISte sentido,
el presente capítulo sostiene dos hipótesis psicoanalíticas fundamentales: la importancia del proyecto
ident1ficatorio y la complejización psíquica como objetivo terapéutico.
No obstante, dado que los modos en que estas cuestiones se juegan difieren en tal medida de los anteriormente conocidos, nos demandan un trabajo de
interrogación múltiple que nos incluye como analistas
y como sujetos sociales.
¿Cuáles son nuestros propios puntos de certeza, cuáles los ideales que subyacen a nuestra lectura clínica
y a nuestro proyecto terapéutico? ¿Qué aspectos del
imaginario social y del superyó de la cultura se han
encarnado en nosotros hasta llegar a naturalizarse,
obstaculizando nuestra escucha?
Acompañar a los adolescentes de hoy en su posibilidad de exploración y en su tarea de autoconstrucción
reqwere de estos y otros interrogantes. En suma, de
nuestra apertura y disponibilidad para el cuestionamiento de los sentidos coagulados. Los de nuestros
pacientes y los propios.
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3. LA TAREA CLíNICA
CON ADOLESCENTES, HOY
Virgíni.a Ungar
Escribir sobre el análisis actual con adolescentes me
ha permitido desarrollar algunas conceptualizaciones
acerca del trabajo analítico con pacientes que transitan
esa etapa de la vida, centrándome en la experiencia
obtenida en el consultorio.
En primer lugar intentaré hacer un breve recorrido
por la bibliografía psicoanalítica fundamental sobre el
tema. Luego focalizaré en la problemática actual del
adolescente, en los cambios con respecto a las generaciones anteriores, para después referirme a los motivos
más frecuentes de consulta en nuestros dfas.
ADOLESCENCIA DESDE EL PUNTO DE VISTA
DEL PSICOANÁLISIS
En el campo psicoanalítico, la adolescencia ha sido
abordada desde variados puntos de vista. En este apartado me limitaré a consignar de manera muy sintética
algunos de estos aportes.
Freud (1905) propuso que en la pubertad se subordina
la prcgenitalidad -que ha estado "dormida" en el período de latencia- a la genitalidad. El desarrollo psíquico
impone establecer objetivos sexuales heterosexuales
exogámicos. Anna Freud (1958) incluyó la teoría del duelo
81
y de la conmoción en el equilibrio narcisista en su com·
prensión de la adolescencia. Cuando Mclanie Klein 0932),
estudia temas técnicos en el trat.amicnto anaütico du·
rante la época pubernl, faltaban aún un par de años
para que presentara su teoría acerca del proceNo de
duelo y de Ja posición depresiva, completando en 1940
su crucial aporte con la teoría de las posiciones. En la
Argentina es Armindn Abcrnstury quien retoma el terna
de los duelos y plantea que el ndole~ct'nte tiene frente
a s1 la tarea de tramitar los duelos por el cuerpo de ln
infancia, por }03 padres de la infancia y por la pérdida de
la condición de niño. Petcr Dios (1981), por su parte, se
ocupa de las vicisitudes del complejo de Eclipo y del ideal
del yo, con el trasfondo de In teoría de Margaret Mahler
en relación con el proceso de separación-individuación. A
su vez, la teoría de la identificación tiene su lugar, ya que
implica un severo cuestionnmiento de las identificncíonC'l
previas y también de los procesos de desidcntificaci6n.
Finalmente, los aportes de Piera Aulagnier (1991) en
cuanto al proceso de historización que la adolescencia
pone en juego -desarrollado en nuestro país por Janine
Pug~l{l99.~o~sWjn 09971. Mi el Leivi 11995),
<tulio More~~~· Ignacio Lewkowicz (1997
sul·
tan fundamentales a la ora e pensar la pu rtad y la
adol<"scencia.
Cuando un analista lleva muchos años de práctica,
llega a tener su propia posición avolada por las lectu·
ras, supervisiones y el intercambio con colegas, a la vez
que ésta es intemalizada como ~que~ aprendió de
Ja experiencia, en términos de Bion. En este punto debe
incluirse la hIBtoria de la propia adolescencia y el pro·
pio análisis. Nada llega a conmover tanto a las estruc·
turas infanliles de un analista en el plano de la
contratransferencia como !~turbulencia adolescente. 1
l. Bion (19761 describe de manero ma¡¡istral lo situación de
turbulencia a.;I: "Cuando el muchacho amable. tranquilo, coopera·
Los análisis de niños, por supuesto, también movilizan
nuestros aspectos más pnmJhvos e infantiles, pero en
nu experiencia esto es aún más fuerte en la ta rea con
adolescent~.
Al momento de ver en consulta o un niño o a un
adolescente, tiendo a considerar una primera ubicación
del paciente desde el punto de vists del desarrollo. En·
tiendo el desarrollo emoc1onal humnno como un trabajo
para un yo que, aunque incipiente y no integrado, es
capaz de llevar a cnbo tareBí!_como la de e"!if menrar
angustia; relacionarse Cón sus ObjetOS y Jes egar ffie. íl\
can1sm s de ofensa. Para que pueda evar a elanle ~
semejante ~fuerzo, es preciso que cuente con un medio
familiar -insert!!_ en una estruclura socíil- que
un necet<ario sosten, tanto físico como mental.
La vida psíquica se inicia con un encuentro funda·
cional entre el recién nacido y la madre. Este poRlulado,
as1 enunciado, puede parecer eimplo, pcm es de una
enorme complejidad pues cada uno de los terminos
involucrados está SUJeto a multiples factores. De modo
que el desarrollo no implica un camino lineal, smo una
compleJ8 red de conflictos que el ser en evolución incVJtablemenle deberá afrontar. En esa red de problemas
evolutivos, la neurosis infantil constituye un pnrner "organizador" \Ungru-, 2004). Al plantearse el conflicto
edipico, dice Jo'reud, todos los niños atravi<"San por una
neurosis infantil, que puede ser expücita o pasar dosapcrcib1da y ser tomada por el entorno simplemente
como un "mal comportamiento'. Melnnie Klein también
se intere"6 por el concepto de neurosis infantil y lo atri·
huyó de igual manera a la situación edípica, sólo que
ubicó el complejo de Edipo en una etapa mucho más
temprana. En esta línea, podemos establecer una divi-
permita
dor. "" vuelvo ruidOt10, ?'\!belde y problemático, el lrAslorno emoc:10·
nal rápidamente deja de estar restringido, por los limites de lo que
llan>umos John, ,Jack, Jill o Jane. al marco corporal de cada uno•
82
83
•
\....
sión entre niños que ya han "logrado" armar una neW'Ol!ís
infantil, construyendo una latencia, y otros que no han
podído hacerlo y nos ponen frente a una detención del
deaaITOllo, una psicosis infantil o un cuadro de seudoma·
durez. Esto último implicaria un trabajo aparte, pues se
trata de casos que son mucho más graves de lo que parecen,
al tratarse, en términos metapsicológicos, de una elusión
del conflicto edípico, lo que deja n estos pacientes, a pesar
de su apanencia, muy cerca de las psicosis.
Tal como plantean.freud ~ Mela.ni.e~.!!!· es necesn·
rio at!!lvesar P:Qr una neurosis infantil -a la que COMÍ·
dero un organizador del de.!!,arroll~_para armar U!1
período de latencia que tiene gue ser desarma;o 122,r!,!
p,roceso adolescente, el cual, a su vez, generar nuevas
transformaciones para anibnr finalmente a lo subjeti·
vidad adulta.
•
Me parece importante hacerle un lugar al concepto
de trauma, por lo menos para dejar abierto el interrogante: ¿sería posible concebir un desarrollo sin trauma
-tomado este concepto en su sentido amplio-? La des·
organi7.ación adolescente eA un trauma necesario. También es cierto que de la intensidad del mismo va a
depender la posibilidad de su tramitación. Fran~ise
Dolto (1988) propone una hermosa imagen al hablar de
la ino ia debilidad adolescente): la de las langostas y
los bogavantes que pier en su concha y se ocültruíbaJo
~a~ rocas niíen~ le8!egan una nueva. La a'ütOra Se·
a que si reci n heridas dli'Tilñte!íí etapa vulnerable, quedarán marcados para siempre, su caparazón
recubrirá las heridas pero no las borrara. HaCJendo. un
paralelismo con el ser humano, podría decirse que'Jos
adolescentes hacen Jo contrario: salen aJ mun<fó y á1li
_pueden recibir heridas.J.!ldo!Cbli,:a.
- En el Lerreno de la clínica con niños los trastornos
del desarrollo son cada vez más frecuentes, y lo que
solemos hacer en esos casos es, precisamente, pcrmillr
que "se arme• una neurosis uú'antil. Pero, por otra parte,
no es menos cierto que muchos adolescentes y adultos
84
•
•
jóvenes se mantienen en cuadros de latencia prolongada sin haber logrado "desarmar• aquella neurosis infantil a través de la necesaria crisis adolescente.
Oonald Meltzer (1967) ha iluminado mi comprensión
del trabajo con adolcsconte11 a partir de sus medulares
aportes sobre el proceso y desarrollo de la adolescencia.
Él entiende la adolescencia como un estado mental y
propone que en la pubertad se produce el derrumbe de
la c¡;tructura latente, sostenida por un severo y obsesivo splitti11g del sel( y de los objetos. Tra¡; e::; ta conmoción, reaparecen las confusiones propias de la etapa
pn.'-t'dipiea (bueno-malo, femenino-masculino, niño-adulto) y también la confusión de zonas erógenas. Esta situación se agrava con la aparición de Jos caracteres
sexuales secundarios ·~el vello, los pechos- que hacen
que eVla joven se pregunten: ¿de 'quién es est.E' cuerpo?
Duronte una entrevista con una púber hace algunos
ano~. le pregunté si ya le habían aparecido ~algunos
pelitos•. Rápidamente, y no sin cierto rubor, me respondió que sí y que "lamentablemente los había tenido que
sacrificar". La niña, muy asustada, había decidido eliminar las evidencias de los cambios que denunciaban la
imposibilidad de sostener la idealización de un cuerpo
infantil con la suavidad caracLcrística de la piel do! bebé.
O~ra noción de Meltzer, que considero de suma utilidad, es la de la importancia del grupo de pares en el
desarrollo del adolescente. No se refiere con ello sólo al
proceso de socialización, sino a que el grupo sirve fundamentalmente para contener las confusiones determinadas por el uso de identificaciones proyectivas en las
que se ponen en juego partes del sel{ con un grado de
fuerza y violencia tal, que llevan inevitablemente a la
acción, tan característico en la conducta de los jóvenes.
Para este autor, el niño atraviesa la pubertad formando parte, en primer lugar, de un grupo que llama "homosexual" en sentido descriptivo, que tiene como función
la contención de las confu:iiones y ansiedades paranoides, y como preocupación central, la confrontación con
85
r
los grupos del otro sexo y la rivalidad con los del mismo. Durante este período llevan adelante la "guerra de
los sexos" y sus trofeos son las experiencias sexuales,
que exhiben y comparten. Los "traidores" son los que se
hacen anugos del otro sexo.
Si el desarrollo se produce, se pasaría luego al grupo
adolescente heterosexual, de caracteristicas más depresivas, en témunos de la teoría de M. Kleín debido al abandono de la actitud egoísta por el destino del sel{. en favor
de la preocupación por el bienestar y el de.'l'.tino del objeto.
Es así que a partir de loa "traidores• del grupo púber se
van a formar las parejas. La idea central es que el grupo
púber-adolescente crea un espacio en el que se puedan
experimentar las relaciones humanas, concretamente en
el mundo externo, y Fin la presencia de adultos.
Meltzer (1998) considera que el adolescente se mueve en tres mundos durante el proceso de desarrollo de
su estructura interna: en el de los adultos, en el de los
niilos en el ámbito de la familia, y en el de sus pares.
El joven considera que el mundo adulto detenta el
poder y que los niños son sus esclavos. Estos últimos
creen que todo el saber está contenido en sus padres,
que funcionan como garantes. Así, el púber afronta una
aguda pérdida de identidad familiar al descubrir que
sus padres no lo saben todo. Debe, entonces, hacer una
elección crucial. o abraza la idea de que se ha hecho
solo a sí mismo -ese camino lleva a la megalomanía y
a la posible ps1cosi11- o trata de encontrar su lugar en
el mundo. Para inclinarse por esta segunda alternativa
tiene que encontrar primero su lugar en el mundo de
sus pares, en la comunidad adolescente.
En este punto me parece importante tratar de delinear
ciertas características del mundo con que el adolescente
actual se encuentra, Úlll diferente al de las jóvenes tratadas por Freud, como Dora, Catalina o la joven homc>sexual. Tampoco el de hoy es el mundo de preguerra y
posguerra ni el de nuestra propia adolescencia.
Caracterizar el mundo que nos rodea nos ayudará a
pensar con qué se encuentra un joven a quien se le impone la tarea de "em.ignu" del mundo "del niilo en la familia" hacia la construcción de su subjetividad adulta. Estoy
absolutamente convencida de que el cuerpo teórico del
psicoanálisis resulta insuficiente a la hora de explicar
esta cuestión y debe necesariamente interactuar con
otras disciplinas, tales como la historia, la sociología, la
antropología y las ciencias de la comunicación.
La llamada transic:i6n adol~scente implica justamente el pasaje del mundo dPI nirn> fn la familia hacia el
mundo de los pares y de allí al mundo adulto. También
es cierto que el modelo de la crisis adolescente -a la
que ya mencioné como absolutamente necesaria- desde
siempre implicó enfrenlamiento a lo establecido.
Las instituciones, desde la familia hasta las instancias educativas, actuaron como fuerzas externas
normatizadoras del sajeto y moldeadoras de identidad,
ayudando a reglamentar el pasaje de la niiíez a la
adultez. No se nos escapa que ambas han estado y siguen estando, en gran medido, produciendo un unaginario armado con elementos generados a partír de las
ideologías modernas, desde fines del siglo xvm hasta
mediados del siglo XX.
Asistimos a una transformación acelerada de las
instituciones. La entrada en la adolescencia produce
una colisión en el encuentro con un mundo que no está
organizado hoy según las pautas que le imprimían al
niilo, y en gran medida lo siguen haciendo, las instituciones. Las familias acwales, que quedan excluidas del
modelo de familia nuclear burguesa en la que la sexualidad de la pareJa conyugal monogámíca y heterosexual
resultaba el paradigma de la sexualidad normal, han
abierto un espacio de reflexión.
86
87
LA PROBLEMÁTICA ADOLESCENTE
EN El. MUNDO DE HOY
En este sentido, muchas de las consultas que recibimos tienen que ver con jóvenes que provienen de nuevas configuraciones familiares, por ejemplo, el ahora
clásico modelo de las familias ensambladas. También
tenemos que mencionar a las familias monoparentales
en las que una majcr cría sola a su hijo, o en menor
proporción estadística en las que la crianza está a cargo del hombre. La crianza de chicos por madres adolescentes, que en general se lleva adelante en el hogar
paterno, es parte también de esta nueva situación. Asimismo, los hijos nacidos de tratamientos por fertilización asistida nos plantean interrogantes aún abiertos.
Tampoco podemos dejar de lado la crianza de niños por
parte de parejas homosexuales. Estamos ante un momento de crisis y cambio que, como tal, nos exige a los
psicoanalistas una actitud de profunda observación, de
escucha atenta y de necesidad de reflexión.
Tenemos que ser sumamente cuidadosos para no caer
en posiciones extremas de idealización de los cambios
hacia los que nos presiona la situación actual do crisis
de valores, derrumbe de ideologías y caída de ciertos
ideales. Tampoco tendríamos que adoptar una visión
apocaliptica que resulta ciega frente al desafio que la
aparición de lo nuevo siempre nos plantea.
Veamos algunas diferencias entre lo que pudo ser el
mundo en que transcurrió nuestra adoleS<:encia y aquel
con que se encuentra el joven en la actualidad. No quiero ser nostálgica, pero en mi infancia, se enseñaba acerca
de la importancia del ahorro. ¿Quién podría sostener
hoy esta postura en familias que han perdido sus pocas
reservas, reunidas con el esfuerzo del trabajo diario,
como consecuencia de políticas económicas locales y
mundiales, que redujeron su patrimonio a cero?
Qué decir del concepto de democracia, del valor del
voto a la hora de elegir gobernantes en nuestra sufrida
Latinoamérica que ba visto caer gobiernos rápidamente e implantar regímenes totalitarios con costos humanos que apenas podemos simbolizar. No parece ser una
noción que el adolescente aprecie en la actualidad. Esto
puede comprobarse por la escasa participación de los
jóvenes en la política.
El mundo externo es amenazador para el joven. No sólo
porque es nuevo y desconocido. Es realmente amenazador. En las condiciones actuales de in.seguridad un adolescente puede sufrir violencia de distintos grados: desde
ser víctima de robo, secuestro o violación hasta morir en
la estación del tren que aguarda para llegar a la universidad. Y constituye también una amenaza para el joven el
tener un padre desocupado, a su hermano/a drogadicto o
preso, o vivir en un país con altísimas tasas de pobreza o
con sistemas de corrupción que parecen inmodificables.
Frente a este panorama el mundo adolescente expone nuevUB singularidades. Pienso que la vital importancia del grupo de pares permanece vigente, no
obstante lo cual es cierto que han surgido nuevos agrupamientos Aparecen nueva formas de asociación entre
las personas y nuevos modos de identidad grupal. Pueden conformarse grupos por ejemplo alrededor de determinados gustos musicales, o mediante la creación de
clubes de fans, o a partir de la protesta contra la tala
del bosque amazónico. También la asociación puede
tomar la forma de adoración a dioses paganos inspirados en oscuros poetas ingleses del siglo XVIII o la constitución de grupos ultrarreligiosos.
La forma de agrupación más vigente parecen ser las
subculturas formadas por grupos de individuos que
comparten afinidades y se reúnen para intercambiar
información sobre groflitis, juegos de roles, tipos de música (dance, electrónica, rap, alternativos, cumbia, etc).
Las ciencias S0C1ales explican que la ruptura con la
cultura Joven en la década del setenta aparece cuando
la industria del entretenimiento aprehende los usos y
los modos del punk. La oposición al sistema se transforma en sistema y se vende precisamente a través del
sistema. El primer indicio parece ser la venta de remeras con Ja imagen del Che a principios de los años se-
88
89
2. E:ste so/ru.'O.N! ¡>ennilt! formar parte de grupos, oon6¡;urándó0<1
"t'.ludades virtual~•· oon cíentos de milee de habitantes, disponíbl<,.
la• 2.4 horas.
En este punte resulta más que oportuna la pregunta que
se hace Eizirik (2004): en este escenario, al que él denomina del "mind shnring", ¿cómo queda ubicada la clinica
psicoanalítica, espacio íntimo y privado por excelencia?
Mi punto de vista -insisto- es que los psicoanali~tas
tenemos que evitar una posición normativa que condene los modelos de la época. Considero que debemos
reflexionar sobre lo que ocurro y tratar de comprender.
En ese sentido, pienso que el tema de los vínculos 011
li11e pueden ser una alternativa como espacio de enRayo
(¿sería muy aventurado pensarlo como espacio transicional?) que prepara para la salida al mundo real.
He dejado para el final de este apartado el tema de
la sexualidad en la adolescencia, pues resulta crucial.
Desde Freud i;abemos que el basamento de la ~ubJO­
tividad, de la identidad, se encuentra en la sexualidad.
También es cierto que la concepción freudiana de 111
misma, nacida en el auge del pensamiento moderno, ha
sufrido cambios. En este sentido, Julio Moreno Cl998)
postula, siguiendo a Foucault, que conviene pensar la
sexualidad como un punto de pasaje para acceder a la.•
relaciones de poder. Estima que no habría que entender
a la sexualidad -desoo inconsciente- como una suerte de
"emanación esencial, pura e irunutnblc de la carne a la
que simplemcnt.c se opone lo simbólico o cultural por vla
de la represión. La sexualidad emerge de la interacción
del cuerpo con In reglamentación social de turno. O sea,
no es el deseo y después la ley; sino que la ley y el deseo
se entraman inseparablemente".
En esencia, las formas que asume lo sexual remiten
a las estructuras de poder de cada ópoca y cultura. En
este sentido, Moreno postula que en la época de Frcud
la familia era el centro de la sensualidad y a la vez la
encargada de prohibir el incesto, mientras que ahora
estos dispositivos se disipan. La idea de represión sexual,
propia de la concepción victoriana de la época de Freud,
en nuestros días parece diluida. Quizás el mayor dcsaITo para nosotros, los psicoanalistas. sea el de encontrar
90
91
tenta en Londres. ¿Cómo se va a oponer un joven a un
poder representado por los padres y las instituciones si
el sistema se ha apropiado y lucra además con sus
emblemas?
Un tema central lo constituye el papel de los mass
media. Éstos construyen Ideales del yo, a través del
producto que se debe comprar, desde el champú con el
que hay que lavarse, la ropa que hay que usar, hasta el
auto que se debe tener para pertenecer. En este sentido,
los medios estereotipan epifenómcnos y los trasforman
en verdades cargadas de una moralidad difusa.
Los medios se imponen de manera directa al niño y
nl joven, atravesando toda la barrero protectora que en
otros tiempos podfan ofrecer la familia, la escuela, In
religión o el Estado.
A partir de la irrupción de los medios masivos de
comunicación, el espacio en que se desarrollan los vínculos ha sufrido cambios. Antes, csl.e terreno era la familia, la escuela, el club. Ahora, se han sobreimpreso los
espacios virtuales. La modalidad en que un adoleseente
de hoy atraviesa ese mundo mediático es a través de la
llamada realidad virtual. El intt!rcarnbio grupal puede
ser en el •ciberespacio", a través del e·mail, el chat,2 los
juegos en red, los foros. Ahí el joven puede ser quien más
quiere ser. Al mismo tiempo puede ocultarse: una adolescente anoréxica puede ser una chica sana y fuerte, un
chico petiso con acné puede medir l,80 y ser campeon de
básquet. Una chica fea puede ser linda y exitosa. Por
supuesto, los patrones están dictados por los medios. On
li11e, uno es quien quiere ser de acuerdo con el patrón
social y mediático imJ1Crante en el momento.
Por otra parto, no es necesario el encuentro personal,
se puede usar la computadora o el celular que cada vez
tienen más funciones.
una d<'"cnpdón metapsicológica para los mecanismos
que prC'valccC'n ahora. Lo que escuchamos en nuestros
consultorios acerca del territorio del amor adole<;cente
esta en parlr hgado a sus experiencias, pero también
-hay que decirlo-- a una libertad impostada. e incluso
a formas de tapar lo que podría llaman;e "desamor". Es
cierto que también se ha reformulado el concepto de
amistad y compañerismo. En estos dias, por ejemplo,
dos chicas de 15 años pueden ir de la mano por la calle,
dormir en la misma cama y hasta besarse. ¿Qué quiere
decir esto? ¿Que son dos nenas latentes, que son lesbianas, que juegan a ser amigas adultas, o qu<' se están
apoyando y armando juntas un muro de seguridad en
su ca.qcarón femenino frente al mundo del olro que les
es extraño y amenazador?
Una niña de entre 13 y 15 años, para ser aceptada
por su grupo de pares, debe pasar por ciertas experiencias -que bien podrían ser tomadas como equivalentes
a los ritos de iniciación de otras épocas-, tales como
besarse con alguien a quien acaba de conocer (no necesariamente de diferente génerol, t~mar alcohol hasta
vomitar o fumar un cigarrillo de marihuana.
Hasta hace no muchos años el peor insulto que podía
recibir un joven era el de ser tildado de homosexual;
hoy puede no sólo no ser una afrenta, sino más bien un
signo de cierto estatus interesante.
Se ha dudado sobre la posibilidad de tratar psicoanalíticamente a adolescentes, y por varias razones. La
principal es la dificil convivencia entre el mundo adolescente y el del adulto, al que pertenece el analista.
Otros motivos son los cambiantes estados mentales de
los jóvenes, muchas veces con escasa relación entre sí;
la dificultad de contacto con el mundo interno, dada la
actitud predominante de volcarse al mundo exterior con
acciones; Ja noción del tiempo, tan diferente de la de los
adultos, que los hace incluso poco incluibles en la normativa del setting analítico.
Esto ha llevado no solamente a la proliferación de
propuestas de diversa índole, ajenas al psicoanálisis,
que pueden ir desde las terapias alt.-Ornativas hasta la
formación de subculturas, sino también, ya denlro de
nuestro campo, a que los psicoanalistas muchas veces
se vean en dificultades para sostener la actitud analítica y se deslicen hacia actitudes de seducción o
"adolescenlización" que no permiten sostener un proceso
analítico.
Por otra parte, cuando el análisis se hace posible,
puede constituir una experiencia excepcional para ambos
miembros de la pareja analítica. La disposición al cambio, la valentia para la indagación, la pasión puesta en
la tarea, el agradecimiento frente al alivio de la angustia obtenido hacen del análisis del adolescentR una tarea
difl'cil, estresante y llena de ~obretialtos pero gratificadora como pocas para un psicoanalista Estoy convencida de que la tarea l.!S posible, siempre que seamos
capaces de encontrar el necesario equilibrio entre una
flexibilidad necesaria tanto para el encuadre como para
nuestra manera de pensar, sosteniendo sin ~'Oncesiones
nuestra actitud analítica.
¿Cómo llegan a Ja consulta los adole!'Centes? Muchas
veces son "traídos• por padres preocupados, ya sea por
dificultades en la relación familiar, en la escuela, con
los pares, por consumo de drogas, trastornos en la alimentación, enfermedades corporales o aislamiento. Es
necesario en esos casos hacer una buena evaluación del
adolescente y de la relación familiar, sin apresurarse
en la indicación de tratamiento, pues iniciar un análisis para calmar la angustia de los padres con un chico
que no quiere tratarse puede tener el costo para el
joven de anular una posibilidad futura de pedir ayuda.
Pienso que hay que tomarse el tiempo necesario en esta
etapa, que puede incluir desde entrevistas prolongadas
92
93
MOTIVOS DE CONSULTA MÁS FRECUE:O.IES
con el chico para tratar de indagar su motivación para
el análi11is hasta entrevistas diversas con los padres o
encuentros del joven con uno o ambos padres, en fin, se
trata de tomar todos los recaudos para hacer una indicación adecuada. A veces, solamente ha sido necesario
tener entrevistas con los padres, para lograr de8anudar
algo. Otras veces he decidido prolongar las entrevistas
con el posible paciente hastn detectar la motivación
para el análisis. En otras opo1tunid11des he indicado
esperar hasta que la situación del joven "empeore" en
términos de ansiedad hasta que sienta la necesidad de
pedir ayuda.
Un detalle que debe recordarse es que si bien muchos cuadros son ~ruidosos", expre8ión de Ja variable
turbulencia adole•cente, otroo; son mucho más sutiles y
precisan de nuestra experiencia para encontrar los
matices del sufrimiento mental en estu etapa ele lo vida.
Los que no conRultan generalmente en esta etapa,
salvo descompensaciones fisicas o duelos, son aquellos
incluiblcs en los cuadros de seudomadurez, es decir,
aquel adolescente que intenta saltear esla etapa y, movido por su ambición, intenta entrar despiadadamente
en el mundo de los adultos, para probablemente hacer
un breakdown alrededor de sus 40 ru\os.
Una consulta frecuente de estos tiempos tiene lugar
a propósito de caso:1 muy graves que llegan de la mano
de los padres ~uadros bonkrline que pueden fácilmente llegar al mundo de la marginalidad (uso de drogas o
violencia de diverso tipo)-, o por latencias prolongadas:
chicos que han quedado fijados en el mundo de los niños
en la familia. Pennanecen en un e'tado de "ei;pera",
sustentados en la teoría de que todo lo que hay que
hacer es esperar a que los padres los introduzcan en el
mundo adulto.
Otro tipo de consultas es el de los Jóvenes que pueden o no pedir ellos tratamiento y que llegan a nuestro
consultorio por no poder encontrar un lugar en el mundo adolescente.
En esta etapa de la vida, en la que una persona no
es ru un niño ni un adulto, los motivos manifiestos y
profundos de consulta abarcan una gran variedad.
Justamente por ello es necesario que el analista que
trabaja con adolescentes t41nga una especial plasticidad
para adaptar su propio estilo a estas variaciones, que
por otra parte son correlativas al proceso mismo que
vive el adolescente. Incluso tiene quo estar dispuesto a
crunbiar aspectos del encuadre dw·an te el transcurso de
un tratamiento, o en unidades más pequeñas como un
periodo, semana o dentro de una miRma sesión.
De todas maneras, si el proceso de análisiR puede
darse, la experiencia suele ser a la vez movilizadora y
de crecimiento para ambos, paciente y analü;ta. El
adolescente suele encontrar con mucha precisión los
puntos de resistencia -del analista- a la elaboración de
los conflictivos temas que Sl' presentan en un análisis.
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96
P ARTE
11
La turbulencia: tránsito hacia la complejidad
4. VIDA, NO VIDA, MUERTE:
DEJANDO LA NIÑEZ.
Preludio y fuga n Lres voces
Rkardo Rodulfo
PRELUDIO
No por las buenas maneras ¡>t¡icoanaliticas lque a menudo nos atiborran de ci!.a6)... , pero no me convence em·
pezar de este modo. ¿Cita el adolescento? ¿Se da cita con
qué? Y probablemente es mejor prescindir de este personaje enteramente ficticio -no por ficticio, sino por convencional- de "el" adolescente y volver a escribir: ¿se cita en
la adolescencia? cte., etc. ¿No se descit.a más bien con las
referencias mitofamiliarcs que no dejan de asediarla, elevando no obstante su protesta contra lns citas? Y vuelta
a ensayar ser sin citas. ¿Es eso posible? ¿Y qué se haría
con los pedazos de citas disueltas en el torrente
intemeuronal? Pero ésas no son, propiamente hablando,
"citas", 1 se han integra.do. Otras m uch.as veces, la cita es
bien reconocible como tal, pero hay un tipo de integración
dado por su Jugar en un texto que dialoga con ella. Cualquier libro do Jacques Derrida nos ofrece multiplicidad de
ejemplo.q de tal orden. Distinta es la situación cuando la
cita ocluye todos los orificios por donde un escrito podría
l. Lugar de la pnmera cu.a. Hago referencia a <!$1.e término oegún au u$0 en Winnicott, O., Natu.role:za Hun1anc1, Bu~nM Airea,
Paidóe, 1998.
99
respirar, y es que su principio de autoridad erecto cierra
las bocas por donde podrían salir las preguntas, al tiempo
que se espera que ella haga andar un texto que ni siquiera podría renguear solo. La propia renguera, apreciamos,
ya es mucho, es el estilo.
Una impresión clínica tan revoloteante como evanescente corre por delante y alrededor de lo que escribo, los
diversos modos en gue el estar vivo de un adolescente llQsjempre lluy.e. Una explicac16n con~~
del flajo de la vida, de la vida como flujo, es ineludible.
Puede o parece adecuarse bastante a los proce,;os que
nuestra cultura delimita como biol6gicos -5iguiendo los
profundos surcos de una aún más vieja escisión metafisica-, pero conviene menos a los que denominamos psíquicos, sobre todo en cierta perspectiva psicoanalítica, sobre
la que habremOll de explayamos un poco más. Tampoco
vamos a suscribir, en tl'l!n de cuestionar ese flujo, la no
menos metafisicamentc cargada oposición en que se apoya Lacan (2001),2 entre una energía cruda y otra cultivada, donde todo se dirimirla entre unll. concepción de la
existencia como flujo rechauida por "vitalista• o, más
contundentemenle, imaginaria, y otra allemativa donde
aquella imagen es tomada a cargo por una simbolización
tanto más imaginaria por su pretensión de exenta. Las
impresiones clínicas que tanteo circunscribir no se benefician en nada de aquella dualidad. ¿Cuándo está viva y
de qué manero no una chica que acostumbra demasiado,
cuando ideas deprimentes la afligen, a pasar las horas
haciendo zczpping, sin ver lo que está viendo? ¿Cómo nombrar este ei;tado sin inmcdint.ns remisiones a términos
psicopatológicos que nombran sin aclarar?
No por seguir ni respaldar las buenas maneras
psicoanalíticas, pero una referencia a Winnicott (llega-
M!
2. Véase au oeminano IV, Buenoe Aire., Pa1d6', 2001, en el que
ha<e referencia a Ja mt"'fora del imag1nario.
100
da aquí sin haber llegado aún a nada), se impone. Sólo
él se preguntó qué es estar vivo, pregunta paradójica
teniendo en cuenta que Winnicott no temía apoyarse o
confiar en procesos y en hechos "naturales" que entre
nosotros enseguida convocan saberes biológicos y, sin
embargo, es largamente el primero en señalar un desacople originario entre estar subjetivamente vivo y lo
vivo del "organismo", por lo cual insistirá en que lo
rimero no puede darse 1>encillamente por sentado.
Cómo alguien lleg~ a sentirse vivo, qué cosas tienen
ue pasar para ello'[}:s una de sus preguntas fundamentales (y ~abemos por Claire Winnicott que es ésa
una interrogación que no se detiene ni en las inmediaciones e inminencias de las fronteras con la muerte,
empezando porque él descree y objeta la idea de una
frontera nítida que las oponga; como !foidegger, tien4e
, a pensar In sobreinclusión de cada una en la otra,are:
jándose así, y muy categóricamente:-aelaualismo
pulsiooal freudiano). Así, cuundo señala como trabajo
fundamental de una madre o función-madre el lograr
que su bebé vivn y persevere en ello, no lo hace cierta·
mente con la imagen del amamantamiento y cosas de
ese tipo en In cabeza. No se trata de la "anaclisis" positivista. Lo que <!,e ve_r:!lad sJ>stendrá a ese bebé como
ser <¡ue se sien.te vivo -"estar vivo• bien puede signar el
plano biológico, •sentirse vivo" lo del self·ahí- no son
esos cuidados sino poderse enuolueren una zona de
juego crecida entre madre e hijo que eventualmente
, también se ocupa de contener y dar sentido a aquellos.
Por ejemplo, muy señalado, si la ma~uede ~ .~
roe es el bebé quien.J¡(lce~zón y noemlla qu~ se...
f
o si sñbé jugar a que no está <uanáo' el mismo
bebé fransformn una espátula pediátrica en un juguete percutido, hace su gran aporte para que el pequeño,
movilizando su espontaneidad lúdica, haga la experiencia de "sentirse vivo". Un sinuoso recorrido acompañando a Winnicolt nos lleva.r á a los diversos modos
en que esto se puede enfermar, en diversos sesgos
Ú
11
oaa,
101
esquizoides y depresivos, o autísticos más ocasionalmente, así como en complicaciones psicosomáticas.
Por excepción, podemos centralizar nuestras principales referencias en este tema en un capítulo en particular de Los procesos de maduracién en el niño y el
ambiente focüitcu:Wr (Winnicott, 1994).1
Ahora bien, aunque C>'C bebé llegue a sentirse vivo,
cuestión sólo pensable y sólo posible caso por caso (por
eso escribimos "ese", y no "el" ni "un", más habituales
y más universales, más propios de la ontología clásica;
ese bebé, contrariamente, denota una singularidad irreductible al "orden simbólico" que invariablemente recurre al artículo definido o indefinido: "el" sajeto, "una"
mujer, etc., cayendo en el equivoco de asimilar ..una" a
"esa". Pasa que los limites de un pensamiento estructural para acceder a algo de singularidad son inamovibles, como que vienen metafísicamente determinados.
Ninguna "lectura" do lfoidogger, que en cambio hablaba del ser-ahí, podía remediar esto)' C1lto no no termina
en ésta o en alguna otra firmo adquisición "evolutiva";
el asunto sigue en pie, el desacople no se sutura aunque largas superposiciones puedan inducir a creerlo.
Sin entrar en patologías, en el plano de la cotidianidad
más cotidiana -pero aquí no se trata tampoco de
"Psicopatologfa de ...•, de "Exist.cociarios de .. ."- no estamos vivos continuamente; experienciar ser vivientes
no discurre al modo de una onda sin interrupciones.
Como escribía Virginia Wolf (1981) a propósito de la
pareja matrimonial y su convivencia:
1...1 la vida, digamos cuat.r0 días de cada siete, se hace
automática, pero ~n el quinto dia se forma una gota de
sel\llación Centre
hombre y mujer) que es plena y sen-
tida debido a lot días automáticoe y consetudinarios
que -e dan detrás y delante.-.
Lo que Woolf llama "automático" de:;cribe de algún
modo algún ángulo un estado que, aunque no es en
absoluto caracterizable como de muerte, no es de plenitud e intensidad vital; un elitado en el que, propiamente
hablando, no estoy ni vivo ni muerto desde el punto de
vista que por el momento no queda otro remedio que
llamar "psíquico", a fin de desglosarlo del uso más corriente del término vida. "Automático": e:;toy sin estar,
no-presente,• descontinuado en cierto plano, lo cual, apresurémonos a decirlo, es perfectamente "normal" y necesario, pues esta alternancia no sólo no excluye un estado
básico de "salud mental" sino que lo posibilita. Un paciente daba testimonio de momentos así, hablando de
ratos en que se veía quieto y suspenso, con la boca
abierta (por relajada) y sin registro de pensamientos o
emociones (en su caso era un descanso de períodos donde su me11te, en el sentido de Winnicott, lo torturaba con
hipe.rideaciones obsesionalcs). Ciertos estados de -y ciertos recursos ni- aburrimiento constituyen los mejores
indicadores clínicos de eso bache en la supuesta continuidad de la existencia (si Winnicott hubiera sido un
3. Se trata de •el romuniCRr~ y .-1 nn romunica~ que conduce
itl C1ludio de ricrtoe opucetow", uno de •u• enaayoa mh original.,.
y conflicúvoo.
4. Dedieo eetc párrafo o la 0 CUl'$lión laCMiruia•, por ser ésl.8 la
que en nucetro medio eo\4 a lo ca~za de loe obottáculoe para •pensar
de nuevo-pen•ar lo nuevo•, ptlll(! a "" lnfulaa "'refundacionaJes• y a
su .-ocabulario ·raro• para loe poicoanali•taa de fonnacióo (neo) positivista. Sin 1r más lejoe, la problem,tica que abonlamoe eJrtá completamente precluida de eu diacun1vidad. donde la doclararia sin
ambages •imaginaria•, mñ. aún que en el i»ícoaMlíaie eetilo lPA.
5 Cat.egorla introducido por Jacqucs Derrida en el binarismo
preeeocia/ausencia Upioo de la ontuloiPa dbica, y de mucha uúlidad para el poieoanalU.ta, t.ant<> en ~u cllnica como en la IA!oriuición.
Puede de<:ine que, en texwe eomo al que me re6cro principalmente
aqui, Winniooll lo introdujo de hecho (por ejemplo, t.ambiéo, como
·estar a eolas en p~n<'ia de otro•, preeencia que oo to es exacta·
mente y neceoit.a aer interropda l.
102
103
ciooe con la ritmación del volver-a-impulsar. Estoy
sugiriendo la idea de que los estados de no existencia,
cuando no sufren alteraciones que los distorsionen, con·
tribuyen de modo altamente positivo a sentin;e vivo, sobre
el cual Winnicott se y nos interroga. Clínicamente for·
mulado, "hacen bien". Quienes tengan su selffóbicamente
coloreado (no la enfermedad de la fobia) son susceptibles
de manife::;taciones levemente claustrofóbicas cuando algo
en una situación determinada estorba el ingreso al modo
de existir de la oo-exii;tencia, obligándolos a permanecer
"vivos" más de la cuenta.
Estos e:;tado:; de no-existencia se vinculan en el te~
de Winnicott a su concepto de no-integracú5n, que sabemos es algo t.Otalmente diferente de la desmtegracion.
en pt hnCJ logat pórque en su pensarruent.olá mtegración como proceso se da a partir de aquella no integra·
ción, mientras que no podría surgir de la desintegración
defensiva. Ésta no conduce espontáneamente a aquel
proceso, tiende a perseverar en sí de un modo circular o
a ampliarse en círculos concéntricos en expansión. La no
integración es una idea dificil do entmider para una mente
"occidental", formada en una mctaf!sica que lo que mejor
sabe es armar paros oposilivos (lo que, acertadamente,
Laplanche (19941 designó lógica fálica, basándose en que
los términos de cada par nunca son equivalentes; según
el caso, ww do esos términos queda marcado siempre
como el de más valor), por lo que vale aprovechar experiencias y observaciones clfnicas que nos proporcionan
un atajo: ¿dónde está, por ejemplo, un bebé cuando ter·
mina de atender al estar con nosotros y su mirada se
desvía y se pierde?, ¿y cómo está?
poco más convencionalmente sistemático, habría diferenciado, no sin ventajas, uida biológica de existencia sub·
jetiva o sélfica, y nos referiríamos a existencia y a no
existencia -además de a la muerte psíquica- evitando
malentendidos. Pero aunque rozó la cuestión en Playin¡f
and Reality, no se decidió a avanzar por allJ. Podemos
decidirnos nosotros, violando el abrigo del paréntesis).
Extraemos del entre paréntesis anterior esta propuesta
y la derramamos sobre el cuerpo principal de ahora en
adelante. Mediante este recurso a scntir.1e aburrido en
determinadas situaciones, alguien se sustrae silenciosa·
mente de donde parece que está. Ciertas breves modorras cumplen idéntica función, sin entrar en los diversos
matices de desfallecimientos depresivos que hacen sen·
tir a su portador, a menudo con intensidades mínimas
y de escasa relevancia para una psicopatología oficial, no
exactamente vivo, aunque a años luz de postraciones,
ideas suicidas, vivencillll de intoxicación corporal y cosas
así; a lo sumo, un poco "caído" o "bajoneado" o "para
atrás". "Conseguí mantenerme vivo", decía refiriéndose
a su fin de semana otro paciente con propensiones de·
presivas definidas, a las que se añadían ataques de asma.
En otros casos, alguien puede funcionar "automáticamente" un dfa entero, con la sensación, llena de verdad, de que en rigor no se ha despertado, que sigue en
cierto estado de sueño por debajo y por lo bajo. Algunos
silencios en sesión no son ni los de una resistencia ni los
de la elaboración-a-través ni los del bienestar de una
fusión lograda en transferencia (una "comunión", al decir de Stem, 2003); corresponden, en cambio, a una fase
de no-existencia de la cual emergerá luego la existencia
renovada del paciente.
En todo caso, no es como lo pensaba Descartes, cuan·
do suponía que si Dios dejaba por un instante de pensar
el universo, éste se derrumbaría sin remedio; cada cual
reencuentra "su" mundo cuando retoma de estos ciclos,
breves o no tanto, y además, eso ayuda a que algo fun104
~-uoA
A TRES
'
Para empezar, la muerte. El sentirse vivo en la adoI lescencia parece implicar nuevas relaciones con ella
1
105
La posición de "segundo deambulador"8 frecuentemente arroja a exploraciones con cierto grado de peligro; estas exploraciones buscan sobrepasar la
medida de lo que era ei;tar vivo basta entonces, por
el expediente de hipertrofiar sensaciones y estados
afectivo.s del orden, por ejemplo, de una exaltación
"maníaca". Pero esta busqueda puede acercarse a la
muerte, no sólo en los hechos: una mayor conciencia
de la finitud atrae muchas veces hasta el borde, no
siempre tanto, pero si más cerca. La omnipotencia y
la negación que tradicionalmente se achacan a este
tiempo de la vida deben leerse ~o los signos indicadores de esa nueva concienciá._$s la primera épo.
1
ca de Ja vida en que se puede jugar con la muerte.:_J
Antes de apresurarse a conjurar fantasmas
psicopatológtcos, convendría hacerse a la idea, es
decir aceptar, que esta exploración que a veces lleva
por alguna cornisa, por alguna cuerda íloja, es ne.ce·
saria para no quedar del Indo de acá de las fobias
univen;alcs (que incluyen el "caer para siempre" de
Winnicott (1994], pues participan con pleno derecho
de lo innombrable) y de la niñez. Que las estadísticas noi; cuenten que lo.s adolescentes están al tope
de las víctimas de la violencia en las calles de una
ciudad como Buenos Aires es una confirmación, u
otra de que, en prom<'dio, viven más próximos a
aquel borde.
2) La mul'rte es además un motivo "literarioª, imaginativo, no menos que el amor. Fácilmente invocada. ¿Es esto pura retórica? (¿Hay algo en el orden
subjetivo que se limite a serlo?) ¿Qué otra conciencia del desamparo que nos sostiene incita a hablar
y a escribir acerca de la muerte, a jugar con la
fantasía del propio suicidio y cosas a~í? (El propio,
1)
sí, porque es un modo particular de experimentar
lo pro¡>io como no familiar. El suicidio de un niño
no tendría esla característica.) ¿No hay en esto una
muy inconsciente práctica de apropiación de 111 vida
en su singularidad sin concesiones, una vida que
ya no es la de un ser "de" los padres, pues ahora
le pertenece? (Notaríamos aquf la ambivalencia por
el peso que le cae encima al "propietario": lo primero que hago para escriturar mi pertenencia, para
subrayar que esto es mío, es arrojarlo y destruirlo.)
Tampoco olvidemos que "yo no les pedí nacer" es
un reproche o "factura• que se pasa, informulable
antl's de los acontecimientos do la pubertad. En
toda esa producción "literaria", con la muerte mi
vida es más m1 vida. Y además, es bastante re¡,'Ular que haya trabajos de la fantasía que se representan la muerte bajo modos y formas de la no-vida,
como cuando 111 ausencia radical se atenúa al punto de que asisto, como fantasma, a la escena donde
otros me lloran.
3) Sin llegar a la descripción de enfennedade~. In exploración de los limites de la existencia (si hay alguien apasionado del límite, es alguien a <'slas
edades) entraña cierta cuota do comport.amicntos
destructivos y autodestructivos. Sin destruir algo,
¿hay verdadera adolescencia? ¿Cómo marcar el punto exacto en que se pasa de la travesura al vandalismo o a la actuación "delincuente"? ¿Cómo, si es
un punto y un paso indecidible?
4) De formaciones más abiertamente patológicas me
abstengo de tratar aquí, para no salir de la vida
cotidiana ... de la no-existencia y de la muerte
6. VéM~ mi libro El p•itoa•llilui.8 de muwo, Butn.,. AiTeS, Eudeba,
cap XIV, 2004
.Es una suerte que la vida disponga de los estados de
no-vida para recurrir a ellos cuando no se la soporta,
dado que sería imposible soportarla sin soluciones de
continuidad que den respiro. La adolescencia requiere
como nunca de ellos. Detengámonos un poco aquí.
106
107
¿Qué es ese requerimiento de dormfr y dormir -y si
es posible, durante las horas ch mayor actividad gene·
ral- del que no se sale, además, abruptamente, se prolonga en larvadas modorras de vi!Plia, durmiendo en
clai;e con lo~ ojos abiertos, por ejemplo? La clínica con
adolescentes no se conforma con remitirse a requerimientos biológicos que son indiscutibles. Diríamos que,
en muchos caso:;, hay períodos de la adolescencia en
que so aguanta poco tiempo diario el sentirse vivo, y
ello sin que medre depresión alguna; en tales casos, el
chico o la chica tiende a un estado de alteración de la
conciencia (y de una función esencial de éste, la atención) que da esa apariencia de.":zilmbil'" e ciertos adolescentes. Una asociación no menor los zombies
participan de ese "automatismo" que decía Virgmfa
Woolf (quien ~abía mucho, según su diario lo muestra,
de estad01< de no-vida y estados de muerte) y de un
estatuto emparentado
1 del fanta~mn, siendo éste
el paradigma de lo quéno está ·vivo ni muerto (Derrida
y Stiegler, 1979). ~te "zombi.e• o está lo suficientemente integrado como p
- cerse rei;pon~able dP tareas,
colaborar coa los demás en algo, acordarse de lo que se
le ha dicho o enseñado, sostener una Resión por sus
propios medios, etc., etc. En no pocos casos, parece cobrar vida sólo viernes y sábado por la noche. En no pocos
casos, de la misma manera, estos estados extremos se
apagan espontáneamente, dando lugar a olra cosa, a
otra relación con el estar vivo y con la vida social.
Si en el caso del bebé fácilmente reconocemos cuán
imposible sería -amén de contraproducente, como en
los casos en que un medio muy alterado, muy inestable
y muy impredecible obliga a mantenerse demasiado
atento a él, demasiado en ªcomunicación"- que estuviera sintiéndose vivo permanentemente, dada la magnitud de los trabaJOS de integración y de los procesos de
maduración que se están llevando a cabo ~I run run
de máquinas silenciosas, como ea una sala do computación-, no es para nada menor lo que se enfrenta ea
la adolescencia, aunque prejuicios acendrados podrían,
fácilmente también, subestimarlo. Para empezar, se
están perdiendo aceleradamente los trabajos de fusión
logrado:; y en buen funcionamiento durante varios años,
más de una década. No siempre e:>to ~e compensa en
medida suficiente a través de una fusión con e"e amigo
o amiga lntimos -traslado, desplazamiento y metamor·
fosis de la intimidad con, especialmente, la madre, sin
línea directa por lo antedicho; no nos quedemo1> enreda·
dos en la banal y anticuada noción de "sustituto"-,
porque tampoco es raro que no se acceda a una dimen·
sión asr, y que lo máximo sea un grupo de pares, que
es importante, pero que no es lo mismo. La pérdida de
fusión no es raro que se traduzca en dcsintcgrac1on~
aeleruuvas, Wwó cierta dJsoc1ac1Ón que hace parecer a
este adolescente sumido en la indifeft.ñcía afectiva. Con
estas opciones a la vista, el ensanchamiento de estad0:;
de no-existencia alejados de cualquier tarea de integración. del Lipo_- d!l_ Tustrab~25 de d'uelo -<¡ue, por otra
parte, aguardan pendientes de realización- es claramente preferible, y no compromete a la adolescencia en
operaciones defensivas patógenas o potencialmente
patógenas; entre la vida y la no-vida no hay escisión ni
disociación7 sino un entrar y salir sin cortes. No se deben pensar como uno de esos pares opositivos metafísicamente engalanados, y lo mismo vale con relación a la
muerte. Cuando algo de esto ingresa en lo oposicional es
indicador de enfennedad. 8
7 , AdoplA> aqul la terminolog!a de Bolwby, quien habla de esci·
116n cuando cada •plit es suceptible de conciencia, y .--rva duta·
cuuuln para c:uando un amplio aspecto de la vida P"•qwca pennanea!
lncon.eciente de uno manera crcSnica..
8. El film• de Alejandro Amenábar Mar adtrilro (2004, &apaña)
noe ofrece una excelente ocasión de verificar tsto con la ayuda, una
vei m'8, d•I arte. Se trata de un hombre que goia de plena salud
pe!quicu, t<!lrapléíi<-o durent.e más de un cuarto de siglo, que ha
tomndo ln decisión de re<:urrir a la cutnnosio, entablando para ello
108
109
Esa situación nueva que contribu e a generar, ha
que en la adolescencia la intuicipndesamparo se
"inédita", como diría Gutton (1999).•
·
sivnmente arqueológica de muchOpSioonnálisis no ha
hecho mucho, sin embargo, por traer más a primer plano
aquel término, que, bien enunciado por Frcud, fue dejado en un horizonte, más como condiC'ión que como
concepto a poner en juego. Una interrogación cllnica no
empirista ni conductista de nuestra existencia obligaría a sacarlo de allí atrás, como lo viene haciendo en los
últimos ndos Ana Berezín en su investigación de ciertas raíces de la violencia y la crueldad.'" Podría decirse
que es quiui el concepto más existencial de Freud, y en
ese sentido le tocó el honroso olvido de nombrarlo para
mantenerlo en ese atrás, cuando no aguado en un
evolutivismo pueril que lo querría propio del bebé y del
niño muy pequeño: desamparo no de su mamá por ejemplo, cuando su lugar propio es el del existenciario, un
elemento invariante de la vida humana; invariante no
una bntallo legal Lo que el filme da a ver de m<><lu admirable y con
invariable belleza e& cómo esta bú•queda de su mu~rttl •• un acto
plrnnnwnte vitol y porte in~anle de su oxU.trnclo. No lo nace
porque eij\6 deprimido y la vida haya dejado do interesarle; al con·
trario. lo motivo su amor a la vida y n un elemento esencial, el más
e•cncial, para que ""ª vida asuma el estatuto do <'Xiatencia singular: la lib•:rtad . Nada de "tonático" aqui. De lo que rcaulla que, sí
doloro&0, <•I füme no por eso se priva de una dimenaoón de ole¡¡ria
fundamental . Un aoilisis ulterior pendiente deriva aqul: la relación
estrecha. inextricable, entre alegría y libcl'tJld.
9 La expreouln cobra iodo su relieve, claro. al replantear el
mod!_~lliltco d•I clU:hi: d~ lo ya impre.o, con que f'reud inten·
Ulba pensar coeae tao dinámicas como la t.raru;íerencia y 10& 1u..,_
con-utiv0& a tajjübct'tll-.---~
• 10. Coruiultcae La oscuridad m los o;o•:
pBtcoanaUtico
•obrt la crutWad. El primero, pero no único, ménto de esta obra
que tiene conunuacióo, es alejarse de toda reducción •puJsionnJ" d~
In cruclclnd, que lanlo daño ha hecho para pensar e<ita. temas de
un modo no ausi.<uH:inlistn.
b
""ªyo
110
-
invariable en cuanto a como se manifieste y a qué re·
lación se plantee cada sujeto con respecto a él: su primera ei:lo_sión chnica violenta perceptible la con8Eifüye¡i
las divers";S angustias deT<leamf>ulador, girando en
_torno a la separación7Jas fobias uníver.mleR g.uele
conciernen !Rodulfo, 1992). En el bebé, es más un malestar pictogramático o principio de sobreadnptación. A
partir de la pubertad se confirma y amplfa una percepción que en la níñez sólo se daba de manera fu_gaz y
discontinua, la de qÜe los gra11des son "grandes" y sólo
amp_aran en muy escasa medida, porque no tienen ñi
ll_arn Qllo_s, To que enfurece y anguslin. Desafiar esa
bai;e frágll y expuesta a la contingencia de la vida
humana se vuelve entonces una de enns inversiones
caracterisltcas donde el truco es hacer omnipotencia de
la impotencia, lo cual impele a jugar con el riesgo, si no
hay patología que lleve más allá del juego, al acting oui
o aun al acto de pura impulsión.
En In adolescencia no se quiere saber nada del desamparo, precisamente porque se ad\'lene a una-lllliiicion muclio más eXhaustíva de él, y los padres o la
familia ya no funcionan como una barrera protectora.
(De ahf que alguien que de niño o de niña se vi3' confrontado rudamente a ese no sentirse protegido, se saltee
ln adolescencia; ésl.a queda precluida da hecho.) La rabia
se extiende fácilmente a un ordenamiento social que
más propaga el desamparo con su multiplicidad y multiplicación de injusticias que lo contiene en algo. En
términos de Winnicott, la adolescencia se duele -negándolo- con el descubrimiento de que no hay holding
para el holding. Numerosos textos "de protesta" en la
literatura del rock nacional dejan leer entre lineas sin
demasiado esfuerzo que ~ P!:Qlcsta protest.J\, ante todo,
pc>r ln falta de garantías de In existencia humana: en
- venganza, es posible entregars"'Cil un hedónico cinismoescepticismo rara vez tan radical como parece, porque
tan fuerte es la nostalgia que hasta la droga puede
idealizarse como medio de amparo absoluto que amor111
tigüe el sordo rumor de la necesidad y la contingencia.
Bastante más 1úcido, el protagonista adolescente de
Genle que llama a la puerta de Patricia Highsmith
(1994 ), le agradece al azar de circunstancias afortunadas de RIJ Vfda que lo Jfan liboraaóQe la'""tli ruda y1a
locura del orden patriarcal. Al fin de cuentas, el azar es
lo único que nos ampara y las Íeyes de la estadiSticll
suelen ser elúnico viento que sopla a nue~lro Ta'Vor.
Mientras tanto, es bien frecuente y regular que se óediquen algunos años a poner a todos los "viejos" en
ridículo sistemáticamente. "Ecco il leo11el" (¡He aquí a
los protectores!)
Cierto coqueteo con la muerte -lúdico pero con to·
ques "negros• de muerte "en serio" colorean a esos juegos de un matiz inquietante o siniestro- es pensable
así como una suerte de sinceramiento: veamos las cosas
como son, no como las creía de chico. No que "los Reyes
son los padres" -lo cual les otorgó aún más poder- sino
que los padres 110 son los Reyes.
(Lo anterior también para llamar la atención sobre
la fecundidad clinica del concepto de desamparo, que
nos incita a introducirlo con más protagonismo recurriendo a él con mayor asiduidad. Toda la centración
del psicoanálisis "ortodoxo" en el complejo de castración y en "el" E<lipo como significante "nuclear" desplazó el tema del desamparo a un lel6n de fondo de donde
se lo sacaba apenas para una cortés mención al pasar,
generalmente al principio de un relato psicoanalítico,
asociándolo casi exclusivamente a la primerísima in·
fancia y a necesidades "biológicas" invocadas como complemento necesario del logocentrismo tradicional. Así,
formaba parte de 61 el no poder hablar aún. El idealismo lacaniano lo enhebró a una supuesta falta biológica
responsable de la apelación al Otro primordial -transformando curiosamente la formidable ventaja biológica
que abre la dimensión del enlre en un fallo a ser paliado por una "cultura" metafísicamente contrapuesta a la
112
j
1
"naturaleza"- cuando lo esencial del desamparo es que
no tiene edad predilecta para radicarse ni limita su
impacto al hambre y a la sed.)11
Volvamos al sentirse no-vivo. Ésta es una expre~ión
ffiás pertmenTu que la de "no sentirse vivo"; no sentir·
se vivo tiene más que ver con la muerte psíquica, mientras que experimentarse no-vivo emprende un rumbo
-diferente. Clínicamente, la ventaja es !!Orprenderlo en
sttuaciones·micro, impalpables, de esas que el psicoanalista trabajando atraviesa o asiste permanentemente, pero sobre las que raras veces se escribe por la
dificultad de su traducción. La música, la daru:a -pienso en tantas coreografias del ballet contemporáneo, en
esas secuencias donde vemos cuerpos apagados dis·
puestos en el escenario, apenas móviles, hasta que
surgen o resurgen de allí, rompiendo esa quietud
hipnótica- las tienen más a mano. Una canción como
I'm sleepy, de Lennon y McCartney, es un ejemplo tan
bueno como tantos otros. Entre paréntesis, en sus épocas más retráctiles, donde no hay nada que parezca
gustarle ni interesarle ni moverlo de esa atonía cerrada, por lo general lo único que no sucumbe es la música,
en la que ese adolescente se zambulle sin cesar; nueva
prueba, si hace falta, del lugar y del papel fundamen- 1
tal de lo musical -ritmos, intensidade_s, acentos, tim.bres, espaciamientos. secuencias de sonido y de
silencio- en la formación de la subjetividad humana,
en lo nÍás propiamente "inconsciente•, si queremos
decirlo así; dicho de otra manera una archiescritura
que entrama el cuerpo en lo que éste tiene de subjetivo
o en términos más tradicionales de afectivo. En esos
lapsos de no existencia, no sería lo más exacto decir
que ese adolescente "escucha" la música como se supone que lo hace alguien que asiste a un concierto o a un
recital (si bien estas dos posiciones distan de ser idénll. Véanse mu detalles de ..1.a argumentación en loe doe últimos capítulos de El paicoandlisia d• 111Uvo de R. Rodulfo.
113
11
·i
ticas); es otra cosa la relación entre eAa música - ahí
y él o ella: podría uno aproxímarse más diciendo que
la música lo (la) sostiene, envuelve, ecompana, prote·
ge ebe tiempo de no estar exactamente •vivo"; se hace
cargo de la suspensión de toda "vida interior" def~·
da. transcurriendo en el lugar donde no encontraría·
mos "representaciones" ni "afectos", alü cuando nos
contesta, si está con nosotros, "nada" (y no por evitar·
nos, o no sólo por eso, no por una táct.ica de "no sabe,
no contesta").
Estar pensando·sintiendo "nada" no tiene nada que
ver con "pensar en la mucrt.e"; a lo mejor un rato des·
pués, garabateando una poesla se conecta con In osco·
ridad de la muerte, pero eso va a su.<ieitar emociones, y
metáforas, más ruidosas.
Es interesante la comprobación cllnica de que, en
adolescentes molestados por proceso,; de interferencia
mental -aquí e.• donde todos los de>am>llos de Winnicott
ampliaron deciAivamente el esquema más restringido de
las "ideas obsesivas", restricción quo repite el DSM IV
con su trastorno obsesivo compulsivo (TOC>- este "rollo", esta sobreverbalizac1ón intraps1quica que enlcntece
y sobreearga tanto el movimiento de los pensamientos
como el funcionamiento subjetivo general, afecta e in·
terficre particularmente lo concerniente a los estados
de no-vida, impidiéndoles constituir.;c si su intensidad
es mayor Es Que estos. ¡:slados requieren de silencio,
especíGcoment.e llilancio en lo verbal {no ·as¡ en lo musical);'ª por eso no cabe pedirle a1T! "asociaciones" al
adolc»cente, ni fobular "resistencias" -aunque se trata
.
-
de una cierta resistencia, pero de otro nivel y destino,
no ªal incon~cientc- ni al "Ello" ni a la "situación ana·
lítica" ni "del analista": resistencias en el self a ser
desapropiado de su existencia por una especie de "globalización" que expropie lo más silencioso y la fuente
de su intimidad (su ªnnda en el centro", dirá Winnicott
(1990]) en beneficio de una socialización sin reservas
(lo cual resuena hoy hasta el cansancio en el impera·
tivo mediático de "comunicarse" veinticuatro horas al
din). Cuando el analista sabe acompañar con su silencio -<¡ue estructuralmente nunca es simétrico al del
paciente, hay que recordarlo--, el silencio de su posición,
lo que no significa eat.ar literalmente callado, al modo
de una técnica, antes bien, implica otras comunicacione~ silenciosas (postumles, gestuales, visuales, cenes·
tésicas) asi como un hablar oblicuo, a veces de "nada en
parlicular" o de temas relativa y/o aparentemente neutros, desprovisto del look de "pi;icoanalista" consagrado
por las instituciones profesionales y por lru; historiet.aS.
Un modo do hablar, de estar y de intervenir que no
obligue al paciente a estar vivo, n estar en vivo, que le
facilite diferir su prei;cncia (estamos hablando en otro
tono de aspectos esenciales de la función "ambiente
facilitador" en psicoterapia). Con ello, además, sortea·
mos una auténtica fuente de resistencia ll consultar,
pues si a algo se es sensible en la adolescencia es a la
presión de "tener que hablar" de cosas "importantes• y
para colmo íntimas; cuando el consultante o paciente
advierte que no debe llenar con !'l analista el requisito
social de una conversación adecuada a1 contexto y que
12. En eu bello hbro A face t1lilica CÜJ uf{, Gilberto Sufra (1999)
_si:wc\ic:Alle.~dacilii.vaO.~y.oobretOOo,
1m-J>Cta.r este silencio en las 14"tliones de peicoftnálisis, criticando el
impeno !JTesfñ"cl4 :j,o la perlínenciB aeotailo-
a.t
motivo P"icoanalítico del •poner on palabrllli', quo puede llevar o malograr procesos
del pscien~ que llevarían a liberarlo, mucho o poco pero algo, de su
114
lll<Onl.P. Que todo preunde ll•·•arlo a lo verbal, coincidiendo con 1.,.
l•·ndencias má• profundas y arraigadas de la cullurn occidenUll,
cuya dcsnforodo "incitación a los diS<:ur.os• (véa•o Foucault, 1985)
e11<:onde el t.emor al silencio. Alll donde prétisamentn Foucault pone
la lupa sobre la genealogía del logocentri.<mo en el P"icoanálisi•.
115
aquel no se incomoda por su no-estar vivo, ipso facto se
siente cómodo o mucho más cómodo y anota en su registro que no está con un "viejo" como tos de siempre,
pendiente de sus boletines y de ese tipo de cosas, lo
cual favorece cierto respeto y cierta apertura (al menos,
da una oportunidad). A veces esto lleva hasta al uso
ocasional del diván ... para dormitar un rato, antes,
mucho antes, de utilizarlo ªcomo es debido".
5. ENTRE DESENCANTOS, APREMIOS
E ILUSIONES
Barajar y dar de nuevo
Maria Crist111a &t her llornstein
Querido y remoto muchacho: / .•. ) odemlú del
ta/mio o del genio 11eceaiJarás de otrin alributos
espirituales: el coraje para ckc1r tu uerdad, la
tenacidad para seguir adelcmlc, u11a curiosa
m.ezc:la de fe en lo que 1er1l1 q1,. decir y de
rederado descnimien.to en. tuR fuena1, una
combmaci6n de modestia a nle lo. if'lfa11les y
arrogaricw ante loa 1mbic1les.
ERNESTO SABATO, Abbadón, #l •xlrrm1nador.
Por est.e camino se desemboca en el sentimiento de
existencia del adolescente, en el estado que aquel esté.
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- (1990): Explcrociones psicoanaUtlcas, Buenos Aires, Pai·
dós.
Para repensar los avatares de la pubertad y de la
adolescencia privilegio ciertos ejes:
el complejo de Edipo como organización fundante;
las pulsiones, la sexualidad infanlil;
el descubrimiento de Ja diferencia de los sexos;
la constitución de las tópicas, la irreductibilidad del
conflicto psíquico;
• el narcisismo en su doble carácter: trófico y patológico;
• la problemática identificatoria;
• la historia de las elecciones de objeto, los traumas,
las series complementarias, la realidad y el contexto
histórico social.
•
•
•
•
Los procesos de maduracwn en el ni110 y el ambll!n·
te facilitador, Buenos Aíres, Paidós.
Woolf, V 0981): Dl(lrio de una escritora, Barcelona, Lumen,
pág. 127.
Et ni"o es producto de la historia de las tramas
relacionales y su subjetividad "desde el primer sorbo
de leche" lleva las marcas de la cultura. Una boca se
encuentra con un pecho que da alimento y scxualiza,
que contiene una historia, ideales, proyectos y com·
plejas relaciones con lo corporal, lo social y lo histó·
rico. Yo, idea les, superyó devienen como resultado de
116
117
-(1994):
identificaciones con los otros en un proceso que sólo
acaba con el último suspiro. La adolescencia e~ parte de e~e trayecto; en ella predominan las dudas, los
interrogantes, los temores, las incertidumbres, los
sufrimientos. pero, sobre todo, la capacidad de trans·
formación. Una encrucijada de fragilidades y de potencialidades que cuestiona la identidad y el devenir,
pone en juego la organización psíquica al renovarse
los conílictos, en primer lugar entre el yo y el ideal
del yo. El "cua11do sea grande seré... • va siendo, y el
superyó acompaila y apuntala (o condena desde su
severidad).' Todas las instancias renuevan sus con·
tratoR, se reorganizan o se resisten al cambio. En
este caso la amenaza es un abanico de patologías
posibles o puede provocar que la ilusión de ser "grande• caiga en el abismo de la desilusión porque esos
•grande~ no existen•, descubrimiento tan in~oporta·
ble como pingado de consecuencias: fobia a ser grande, no realización de los duelos de la infancia,
actuaciones repetitivas con riesgos de vida, compor·
tamientos evasivos, rechazo del desear, descalificación arrogante de cualquier pasión, intereses,
responsabilidades o compromisos. Todo esto no es sin
consecuencias, ya que cuestiona la continuidad de las
funciones del yo. La relativa inestabilidad del yo ado·
lescente está en relación con el desasimiento de las
relaciones primarias y la tramitación del conílicto de
l. ºEl ouperyó oo para D060tro8 la subrogación de todu 1.. limitaciones moral•, el abogado del afán de perfett1ón; en suma. lo que
ee nos ha Y\lelto p<1icológicameote palpable de lo que ee llama lo
1uperior en la vida humana. Como él mamo ee wmon1a al inOajo
de loa padres, educadores y simil&n!& 1.•.1 A.í, el lup<!ryó del nifto
no ae edifica en vcrdnd según el modelo de IUI pro¡¡cnitoreo. aíno
según el eupcryó de ellos; se llena oon el mamo contenido, deviene
portlldor do 111 tradición, de todaB las valoraciones perdurables que
se hon reproducido por este camino a lo largo de las gcneracione8•
<Frcud, 1933).
separación, desilusión y fin de la omnipotencia infantil, duelos que, bien tramitados permiten crear nuevas relaciones de objet.o.
La adolescencia entrama el cuerpo, lo psíquico y lo
social. Es un complejo que resignifica la historia, la
sexualidad, el narcisismo, las pulsiones, las relaciones, el armado identificatorio y autoorganiza la subjetividad. El protagonismo corporal de la pubertad
impone un trabajo de simbolización inédito en busca
de opciones para relacionarse con los otros, con el
entorno y con lo que el imaginario social propone,
preludio do la inscripción del joven en ol espacio social
ampliado.
Hay una "exigencia de trabajo" psíquica que implica
esfuerzo, energía y creación de algo nuevo. Si el adolescente puede reapropiarse de su historia infantil estableciendo nuevas alianzas con su cuerpo, con la realidad,
con su mundo relacional y con las distintas instancias
psíquicas, habrá lransformación y creación subjetiva.
Es un proceso histórico singular y no una etapa predeterminada. Los inevitables cambios corporales, los
dueloR y las exigencias socioculturales pueden producir
efectos estructurnntes o desestructurantcs en el proyecto identificatorio. Sucesivas rctranscripcioncs de
vivenciM exigen otros nexos y la resignificación de lo
previo: de los enunciados maternos, do lus marcas que
dejaron sus cuidados y atenciones. Un replanteo global
de la economía objetal e identificatoria
A la familia le cuesta desprenderse del individuo, y
cuanto más cohe:;ionados sean sus miembros, tanto más
se inclinarán a segregarse de otros individuos, y más
dificil se les hará ingresar en el clrcu lo más va~to de la
vida. El modo de convivencia más antiguo predominante en la infancia se resiste a ser relevado por modo:; de
convivencia cultural de adquisición más tardla.
Desasirse de la familia deviene para cada joven una
tarea que la sociedad suele ayudarlo a resolver mediante ritos de pubertad e iniciación. El primer avance
118
119
2. Me oxlenderé sobre las organizaciones frontcrizae en "Jdenti·
dnde1 borrotn.s•, cnpítulo 11 de est.e lfüro.
nuamente, consciente e inconscientemente, a través
de nuestras percepciones, nuestros sentimientos,
nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestros
discursos y los de los otros. Ésta, nuestra historia,
que remodela en el tiempo las múltipleis identificaciones que nos constituyen, es lo que nos hace sentir
únicos sin impedir que nos vinculemos a diversos lazos
colectivos.
El encuentro entre madre e hijo confronta al niño
con un discurso que se le impone, el cual, aunque lo
rechace, será parte de su historia. Cuando el niño
escucha a su madre se impregna de sentidos de lo
que oye. Eso ocurre antes de comprender la significación. El niño es pensado, hablado y dei;eado por sus
progenitores que lo incluyen en sus historias, marcadas por i;u cultura. En los comienzos de la vida, se
nutre de un "baño sonoro• de afectos y entiende que
lo que recibe de la madre es también una respuesta
a lo que él le da. Cuando finalmente deviene el yo, el
niño puede pensar sus propios pensamientos, guardar sus secretos, mostrar sus diferencias, y garantizarle a la madre que ha cumplido con su función
como madre.
En el devenir sujeto, el carácter do inacabamiento
del recién nacido es lo que promueve el pasaje de la
naturalem a la cultura. La intersubjetividad tiene un
lugar central en la conatitución del psiquismo al posibilitar la singularidad de cada historia. Las historias
con los que nos encontramos en los consultorios no son
crónicas de hechos que se suceden linealmente, son
rustorias pobladas de idas y venidas, a veces deshllachadas, desentramadas, en las que los acontcctm;entos que se entretejen en un juego de interpretación
sucesiva y simultánea conforman una trama que obligan al yo a un trabajo de elaboración, interpretación y
reconstrucción permanente. El trabajo de historización
que éste realiza posibilita el acceso a la temporalidad y
120
121
pul~ional,
que es asumido por la fase edlpica, conduce
a la inserción en la estructura familiar e.¡tablo, conservadora; el segundo, que se inicia en la pubertad, en la inserción en la cultura. Ambos procesos son diferentes entre sí.
En el primero se trata de la apropiación de I~ modelos
identificatorios que los objetos primarios proponen al niño.
En el segundo proceso, innovador para el proyecto
identificatorio, el joven debe procurarse sus objetos amorosos, desarrollar las capacidades que le permitirán, al
superar el antagonismo entre familia y cultura, responder al principal impulso de la cultura do "reunir a los
humanos en grandes unjdades" (Erdbeim, 1992).
Recordaba en otro texto (Rother Hornstein, 2003) el
papel creador de Jo imaginario, su injerencia transformadora en los códigos simbólicos. Lo simbólico y lo
imaginario son trreductibles pero cualquier transformación de las representaciones simbólicas conllevan Ja
reorganización de la subjetividad.
Según lo antedicho, la adolescencia es también un
momento crucial para la eclosión de cuadros psicopatológicos i;everos: esquizofrenia, patologias bord4?rlüui,
neo-sexualidades, depresiones, trastornos bipolares.1 Los
factores de riesgo y de protección, así como las respuestas del entorno, tanto las de orden terapéutico como las
otras, tienen un lugar fundamental en la organización
predominante y en el carácter duradero o transitorio de
cada modo de CuncionllJlllento. Esto es particularmente
cierto en la adolescencia.
HISTORIA, ACONTECIMIENTQ Y TEMPORALIDAD
Tenemos una biografia y distintas versiones de
nuestra historia, que se construye y reconstruye conti-
a pensar su proyecto identificatorio. De eso se trata, de
acce<ler al futuro.ª
Freud (1896) pensó al psiquismo constituido por
estratificaciones. Se establecen nexos entre las huellas mnómicas y las impresiones inscriptas en distintos tiempos que favorecen reordenamientos y
retranscripciones. El concepto de a posteriori pone en
juego el tiempo y la historia en las producciones psíquicas. El pasado deja de ser un tiempo congelado si
en la repetición y en el recuerdo actualizado se logra
un trabajo transformador.
La adolescencia es una trama signada por una serie
de experiencias que se materializan en su inicio con
los cambios corporales de Ja pubertad, con la serie de
duelos, traumas y con las vicisitudes azarosas de la
vida. Si hay retransc:ripciones y se establecen wnuevos
nexos" y resignificaciones de lo vivido, de lo fantaseado,
de lo interpretado, lo traumático deja lugar a un trabajo de elaboración que posibilita el crecimiento. La
adolescencia
reorganiza el proceso identificatorio el
.
yo tHme como tarea religar ciertas emociones presentes con aquellas experiencias vividas en un lejano pasado, a las cuales no tiene acceso directo. La conciencia
es la única antorcha en Ja oscuridad para acceder a
esas representaciones y afectos que condensan las vivencias de los primeros encuentros de placer o sufrí·
miento entre dos cuerpos, dos psiquis y dos sujetos.
(Rother Hornstein, 1989)
En algún sentido lo infantil debe concluir para acceder a un proyecto adolescente. Tiene que haber nuevas
.
elecciones de objeto, consolidación de mecanismos de
defensa, y la puesta en juego de potencialidades. Nuevamente viene en nuestra ayuda la noción de series
complementarias• y la posibilidad de emergencia de lo
nuevo, de lo imprevisto, en medio de turbulencias, "encierros y errancias",• de una subjetividad atravesada
por conflictos, instituida e instituyente, en la cual se
entrecruzan la realidad material, el discurso hístóricosocial y la amalgama de afectos que resultan de los
encuentros significativos.
Hist,orizar es no quedar nunca cerrado ni encerrado
en los miedos y en la incertidumbre del cambio. Poder
anclar en un punto de partida certero, aquel que el
v(nculo amoroso con los padres instituye (narcisismo
primario), es condición necesaria para transitar por la
vida, dei;cubrir el sentido de la trayectoria, y t;aber de
dónde viene cada uno, dónde se está detenido y hacia
dónde ~e va.
Dinamos que nuestra existencia trani<curre de duelo
en duelo, momentos, sensaciones y rostros que se borran
apenas entrevistos. Algunas pérdidas reales pueden condensar duelos encubridores y otras desapariciones
repetitivas del vivir.
S. "El problema del tiempo no puede quedar ..parado del problema del yo, en cuanto agente y efecto del llijeto como ..,r hi•tórico,
por lo tanto wmporal, ni del problema del ello como ínat.ancia que
ee halla bn,ío la ~gida de la atemporalidad de un deaeo indeatructi·
ble, dirigida a repetir y a preservar la lijeze de aua puost.M en
escena• (Aulagnier, 1971).
4 , 'Pocoe paicoanaliatas serían tan osada. como pnro d!'('lararsc en
contra de la aobredetenninacióo y de las eerie. complementarias. Si
burgamoe un poco, si discutimos qué estatuto U'órico y qué eficacia
terapo!ul1ca le atribuimos a cada uno do loe elemcntoe de la eerie,
¡edióe acuerdo bálico! (...) La retroacci6n • central en la con..,pción
freud1ana de la l.emporalidad y de la cauaalidad poiquica, ya que
expenenciu intcritaa como huellas mnémiau IOD modificadas por lo
actual. Ea a partir de lo actual que adquieren un ..ntido nut'YO y
eficacia polquica. Ello supone superpoaiciones 1 deahndoa eou;o historia recienl.e e historia infantil. ¿Quó efectoe do ree1lrucluraci6n,
reaignificnclón, recuperación, produce lo actual: loe duelos, loe ncont.ccimicnto1 oigni6cativos, las crisis, 108 logro1?". llom!Jt(oin, L., Paidós, 1993).
6. Véose ul trabajo de L. Palnzzioi, capitulo 6 de esle libro.
122
123
11
CUERPO-PUBEHTAD-AOOLESCENCIA
El cuerpo goza, el cuerpo habla, el cuerpo duele, el
cuerpo grita. Ese cuerpo que habla y es hablado por la
madre, se muestra y reaparece con toda su fuerza en el
púber que también lo goza, lo sufre, lo piensa y lo entiende desde su historia y desde el imaginario social.
Es«: cuerpo marca a los jóvenes (y a todas las etapas
etarias) sus pautas, sus legalidades, sus desafios.
La vida corporal y las repretientaciones psíquicas mál;
arcrucas son anteriores a la existencia del yo. Este una
que adviene, es el encargado-de interpretar 10'vivido .Y conformar una ~rama relacional. La textura ps1qu1ca enhebra el coI!Junto de fantasías producto de lo
experimentado como impresiones de "lo visto y lo oído"
reintcrpretadas permanentemente.
'
En la clínica actual nos encontramos con cierta
! ODreTnvesbdura deT cuerpo y una creciente
desinvestidura de la represenüieiOñ: rn-cuerpos toman
raaelantera, '!Quieren esfuerzo y dedicación en lo que
~especta al _peñecc101fomleñto dClii 'iinagen rorppral
1denl,,..,y produc•m su frim jcotn ante.. ll!s discordancias
!:_ntre el (:Uerpo antici,padQ ..Y propuesto d;sde el imagfna~io social y el cuerpo real, a veces rebelde frente a la
violencia secundaria de la que es objeto. Sufrimiento
que a veces desencadena ataques al propio cuerpo.
(Stembach, 2002). ~
Freud decía que ~I yq,is ante todo una ªesencia-cuer~: P1era Aülignier (1975) agrega que los ó~anos scnSO.,!!ales so_n receptores y puente entre el !l!>ma_yJa_p¡iquis.
La sexualidad no sólo se apuntala en el cuerpo, sino que
~ste es una necesidad para la vida psíquica. De igual
manera que lo autoconservativo se apuntala en la scxualida~ ..sin esa _Iibjd~ de la ma9re que sostiene al niño el
narcisismo primano no ~ constitu1e. El cuerpo es la
enm.era organización gue sirve de punto de referencia
para que el niño tenga ~.JI sentido de sí mismo. Su
vez
124
coherencia, sus acciones, sus estados internos y el recuerdo de todo esto llevan al aprendizaje de la relación
entre las diversas experiencias sensoriales, relación que
contribuye a la emergencia de un sí mismo.
Las zonas erógenas -cuerpo psíquiccr condensan un
mundo de afectos, de discursos, de mandatos identificatorios que la madre transmite en sus anhelos conscientes, sus deseos inconscientes, sus represiones, sus
defensas, sus rasgos de carácter. Todo esto se entreteje
para configurar la historia de un devenir niño, púber,
adolescente, adulto, anciano.
¿Y si consideráramOti In pubertad como otro punto
nodal, punto que puedo ser surgimiento de novedad
(tanto estructurante como desestructurante), en tanto
la pubertad es un "sistema alejado del equilibrio"?
(Prigogine y Steogers, 1979). Sistema abiorio que interactúa con sus vivencias, su mundo pulsional, sus duelo~. sus pla.ceres y sufrimientos, sus relaciones objetales
y con los múltiples e~pac:ios de investimiento. La pubertad irrumpe desde el cuerpo, instala el ~caos" en un
aparente equilibrio anterior, la latencia, que procesa en
sordina la sexualidad infantil. Y la pubertad reabre el
protagonismo pulsional. El púber, desde su propia his·
tona, desde sus anhelos, ilusiones y deseos, desde los
sostenes identificatorios de los otros, de la cultura y
sobre todo de sus pares, escucha a ese cuerpo, lo desculire, 1o ignora, lo contiene, lo odia, lomaltrata, lo usa,
iOenferma <ROther Homstein,1992). Yeñeada una de
e i;as posibilidades se condensañ Jos suetaos, los
padeceros, los placeres y l<>t; desvelos de una vida. Como
en el contenido manifiesto del sueño, podemos ir en
busca de fragmentos de historia, porque cada una de
estas expresiones son eslaj:>ones gue revelan diferentes
formas de_simbolizar los avatares gue suscitan.
1 Si ayudamos a nuestros pacientes a poner en palalC! bras esos afectos, PQ<lcmos establecer nuevos nexos, li~
;!e,pre~nb!ciones. La adoleRCCncia deviene proceso, rehistorización, recomposición narcisista, identificatoria y
125
libidinal. Identidades que se remodelan desde encuentros multiples.
En un psiquismo abierto siempre es posible recibir
elementos de lo real exterior -elemento:i •traumáticos•,
capaces de producir aflujos energético:; que deben ser
"domeilados" o expulsados para mantC'ner !lU constañcia=Ya su vez que las representaciones ya existentes,
aun cuapdo permanezcan como t.al()S CriSu _sing:ularTdad, sLlntrelaccn de manera diferente organizando
nuevas texturas (Bleichmar, 1993).
Durante el tiempo de la infancia se constituye el
capital fantasmático, defensivo e identilicalorio. Las
constelaciones fantasmáticas son efecto de la unión entre
lo vivido afectivo y una huella específica de objeto y de
In situación que desencadenó ese afecto en los distintas
fases relacionales por las que atravesó el nillo. El yo
posibilita el pasaje de afecto a sentimiento cuando apan..-<:e la palabra y lo nombra.
Lo infantil en parte concluye cerrando las cuentas con
el tiempo de la infancia invistiendo lo:i recuerdos de ese
tiempo antes de sepultarlo de otra manera en el olvido.
La pubertad, con los cambios corporales y el embate
pulsional como momento "caótico disipativo", es un "punto
de bifurcación" que abre una serie de posibilidades. La
pulsión encuentra su fin pero está todavía lejos de encontrar sus objetos sexuales, trabajo propio de la adolesCCJ'lcia. La adolescencia no implica un acabamiento de
los procesos iniciados en la pubertad pero sí una tramitación en el pasaje de los objetos prohibidos hacia objetos exogámicos. Desde el punto de vista biológico es la
adquisición de nuevas reacciones fisiológicas, y desde el
punto de vista psíquico, la adquisición de nuevas representaciones y afectos que le permiten otras posibilidades. Cada estadio aporta un lenguaje nuevo, diferentes
modos de elaboración, una nueva "batcrfa de significantes" (!.aplanche, 198la). Estos trabajos simbólicos son
propios de la adolescencia, reorganizaciones que coronan
la constitución de lo reprimido q11e llevan las marcas de
la historia y que intervienen en la con:;01idación del
narcisismo y del espacio identificatorio. El adolescente
asume determinado tipo de defensas, pero necesita tener
la certc7.a de ciertas posiciones identificatorias que le
(laranticen un sentimiento de continuidad de sf para luego
encarar nuevas relaciones objetales que Cal igual que los
objetos primordiales) le reaseguren ser i;ost~n de deseos,
placeres y proyect.os.
La historia es un juego dinámico entre pasado, preRcnte y futuro. Depende de los éxitos o fracasos del trabajo de la represión y de la capacidad de In psiquis de
elaborar, a partir de las representaciones a las que tuvo
que renunciar, otras representaciones a las cuales ligar
el afecto. Sólo si el trabajo de repl'Cllión es exitoso habrá
un "tiempo de conclu:;;ón" para cadu fuse libidinal y un
tránsito logrado entre una fase y otra: lactante-níñoplibcr-adolescente-adu!to. Con el advenimiento del yo y
la adqui•ición del lenguaje, cl trabajo de pen~amiento
adquiere mayor complejidad para resignificar los hechos,
las C!<Cenas fantasmáticas y las interpretaciones de las
fases anteriores, de las particularidades que tuvieron las
relaciones objetales y las posiciones identificatorias propias del ser niño. Por el contrario, si la represión fracasa, dificulto el establecimiento de nuevas relaciones, de
nuc\IOs intereses. Porque lo que no pudo ser reprimido
de las representaciones de las primeras relaciones de
objeto insiste como el trauma, intentando retomar a un
tiempo anterior que no se quiere modificar y que altera
el trabajo de historización. En ese caso, lo que el niño,
adolegcente o adulto viven encuentra un sentido para
ello.; ~i el otro con el que se relacionan ocupa un lugar
equivalente al de los personajes de la infancia. Si por el
contrario hay un exceso de represión, es l>O"ible que se
incremente la amnesia y el desinvcstimicnto de recuerdos reprimidos y que el evocarlos se transforme en una
amenazo para el yo porque pueden disparar otros recuerdos insoportables, excesivamente traumáticos en caso
de que remitan a indiferencia libidinal o sentimientos de
126
127
odio por parte de las figuras primordiales (Aulagnier,
1984a).
LOS PADRES, LOS EDUCADORES Y LO H1$TÓRICO.S0CIAL'
La consolidación identificatoria requiere la transmisión de lo reprimido en los padres. El discurso de éstos
lleva la marca de la represión, la repetición, el discurso
social y el retorno de lo reprimido, y promueve el trabajo de resignificación. La alianza con un núcleo simbólico que permanezca como referencia insoslayable de
un si-mismo es condición necesaria para soportar Jos
cambios que euge el devenir, si bien nadie está exento
de enfrontarse con experiencias que demanden posiciones identificatorias que pongan en riesgo estabilidades
alcanzadas <duelos, enfermedades, catástrofes). La adolescencia es particularmente un tiempo de ruptura que
requiere de una serie de trabajos simbólicos para reorganizaciones compatibles con una "matriz" relacional
pennanentc y con un acceso a elecciones de objetos
posibles. Hay un límite para estas operaciones, cuya
mayor riqueza es la libertad para resolver los conflictos
identilicatorios, afectivos y vinculares. Elementos útiles como herramienta diagnóstica para evaluar Ja posibilidad del púber-adolescente de beneliciarse con un
proceso anaHtico.
La movilidad identificatoria y la movilidad de las
relaciones son inseparables del movimiento temporal
6 , ºEn el pc»tnrior cirwíto del deoarrollo, maoatrne > aut.oridadea
fueron retomando el papel del padre; su mandato11 prohibiciones
han permanecido VJgenl.,, en el ideal del yo > ahora <úerttn, como
conc1enda moral, la censura moral. La ten.alón entre lu exigencias
de la conciencia moral y Ju operaciones del yo llll B<'nLida como
aenlimicnto do culpa. Loa sen!;imientos socinlcs deecanoan en iden·
liRcacionea con otroe sobre el fundamento d• un idéntico ideal del
yoº (Freud, 1923).
128
Que funciona como un hilo conductor, un nexo entre las
diversru; posiciones identificat:Qrias asumidas y las eleccione~ de objetos sucesivamente investidos.
Las experiencias significativas que posibilitan el
pa~aje de una forma de relación a otra enfrentan al
adolescente con lo que hasta ese momento ignoraba
respecto a si mismo, porque el reconocimiento de que se
ha cambiado es siempre posterior ni cambio y a veces
pone en evidencia el ser lo que nunca hO quiso ser, o la
distancia entre el propio sueño narci~ista y la diferencia con la realidad actual. Momento crucinl porque si
esta diferencia es insostenible para el yo, éste corre
riesgos de conflictos identificat:Qrios con resultadoi; impredecibles pero que pueden poner en evidencia palologiaR narcifiislas diversas: (1) esquiwfrenia, paranoia,
cuadros bordcr/i11e, si lo que está en juv¡to es la identidad, el :;entimiento de sí, la consistencia del yo: (2)
depresiones, si predomina el déficit en In <'slima de sí;
(3) indiscriminación con el otro cuando se tiende a confundir al objeto fantaseado con el objeto real y finalmente (4) la así llamada "clínica de>I vacío" que refiere
a la no constitución de ciertas funciones yoicas o su
pérdida cuando hubo exceso de sufrimic>nto.7
La adolescencia es un momento propicio por los cambios u los que obliga, para la eclosión de cuadros psicóticos, dcprcMiones o trastornos fronterizos, pero debemos
ser cuidadosos cuando estamos frcnle a cil•rlus desorganizaciones yoicas: hay que comprenderlas de manera
diferente de las de la infancia y de las de Ja vida adulta. Es la particularidad de la pubertad, de la metamorfosis corporal, de Ja nueva fuerza pulsionnl, del trabajo
de duelo por los objetos primarios, del cuc:;Lionamiento
del narcisismo infantil y las consecuentes elaboraciones
7. •t.oa cuatro modelos tienen que ver con fll yo: con1istencia.
volor, 1ndiacrilninnci6n ccn el objeto, pérdida o no conallluclón de
funciones y remilcn n coníliclos distintos• (llorn•win, 2000 y 2003).
129
.,
l
psíquicas, tanto desde el punto de vista del erotismo
como de la<i identificaciones, lo que le da una dinámica tan peculiar a la psicopatología de ésu.> periodo en
que el cuerpo recobra un protagoni~mo sólo comparable al que tuvo en Jos comienzos de la vida. Se requiere no confundir crisis de identidad, momentos
depresivos, trastornos de conducta (social, intelectual
o somática), con patologías que etiqueten y cierren un
proceso de reorganización que lleva a tramitaciones
simbolizantes.
La ruptura del "la estabilidad prcpuooral" obliga a
una rcdistribucíón libidinal y narcisista. La fantasía
refuerza movimientos de atracción o de huida cuando
Jo actual las reactiva. Ese reencuentro puede organizar
cuadros psicopatológicos que hasta el momento no
mostraban evidencias. Estos cuadros dependerán del
abanico de respuestas y de defensas con los que cuente
el yo ante lo, conflictos que generan ciertas demandas
de otros y/o de la realidad. Si hay exceso de fijación a
posiciones libidinales y/ o narcisistas arcaicas, el movimiento identificatorio se detiene. El yo tiene que poder
anclar en una historia libidinal que no ponga en duda
la certeza de su origen y que genere nuevas potencialidades. Nadie puede obligar al otro a que nada cambie
o que todo cambie en relación con su construcción identificatoria. Y algunas veces la madre o el padre ejercen
una violencia sobre el yo que lo induce a recurrir a
defensas psicóticas o a autoalienar su propio pensamiento para evitar que se produzca un estallido. La
violencia desea negar. ºQue nada cambie" en ese cuerpo del bebé para que no sea un cuerpo sexuado. "Que
nada cambie" en el objeto soporte de e"e de~eo. Un
deseo dal'líno e infructuoso, porque ningún llujeto puede
sustraerse a las modificaciones de su cuerpo, de su
relación con el mundo según la decodificación que haga
de la realidad que vive. Infructuoso porque, en vez de
no-cambio puede producirse una manifestación psicótica
CAulagnier, 1984a).
Durante Ja niñez se puede posponer un conjunto de
decisiones, de actos, de encuentros, que «i>xijan una
modificación esencial de la relación del niño con la temporalidad, con la sexualidad, con la realidad. La adolescencia obliga a hacerse cargo, a dejar de diferir, a barajar
y dar de nuevo. Deben fluir las negociaciones con él
mismo, con la realidad y con las respuestas a los deseos
de los otros. La adolescencia también pone a prueba la
capacidad de transformación de los padres. Las respuestas que los jóvenes, los padres, los educadores
encuentren en este despertar dependen de las posibilidades de procesamiento de cada psiquismo, si éste puede
o no admitir y utilizar ese "desorden" para establecer
ligaduras múltiples y multiformes, p:ira fnvorccer el
proceso de autoorganízación del ~istemn.•
El adolescente es un sujeto histórico que produce su
textura idcntitaria a partir de una red de acontecimientos en que toda suerte de conexiones se entrecruzan, se
alternan, i;e superponen o se combinan para dar cuenta
de un entramado complejo, fecundo si favorece a su
construcción ídentificatoria. Es un tiempo de elaboración, de resignificación, de revisión de lo hibtóricovivencial y de cambio en relación con un futuro.
Los modelos educativos se transforman, pero muy
lenl[lmente. La familia y sobre todo las madres crían a
sus hijos de manera parecida a como ellas mismas fueron criadas. De ese modo, generan, en la siguiente
generación, características culturales específicas que se
transmiten mediante hábitos, sistema11 vigentes de
valores y de múltiples formas de comportamiento. Como
si, una vez adquiridas, las característica~ culturalmen-
130
131
8. La out<Jorganimcion da cuent.a de la mull1plic1dad de cambios
en un ~i•t.ema dado a partir de los ruidoe que p<'rturban rl oquilibrio del sistema; ruidos que eerán proccaadoo como oníormación
hociendo posible la apaneióo de íenómenoa nuevo• no predecibles,
loe que t.an 1610 podrán ser comprendido& por rt1trc>acc1lln (Atlan,
1979).
le especificas se sometieran n una especie de compul·
sión repetitiva que nctún más allá de los generaciones.
Sin embargo, no dejan de actuar sobre la madre y las
familias los relaciones de producción y de poder macro
estructural, de acuerdo con el valor psicológico, las necesidade:> y frustraciones que de ellas se derivan. La
adolescencia está en medio de los ámbitos progresistas
de In sociedad, tendientes a In trnnsfonnación, y de los
conservadores, reproductores de la familia. El devenir
mostrará si el adolescente logró el distanciamiento
necesario para acreder a nuevos impulsos subjclivantes
y qué consecuencias adecuadas ~e entrevé para el desarrollo cultural.9
Nos pr<'OCupa cuando estamos ante un adolescente
cuyo discurso reitera In escena del conflicto familiar y
los reproches o )05 padre!! que no pueden dejar de ser
sus personajes primordialmente investidos. Transitan
un presente desvitalizndo ni ser rumiadores de acontecimientos, de historias vividas que llevan la marca de
un magro proceso de elobornción.
Esto~ situacioncH tienen como sustrato padres que
no e11l.end1eron el sufrimiento de los hijos sino que, por
el contrario, no pueden dejar de ser los actores princi·
pales, mostrando 8US conflictos, en lugar de sostener y
escuchar los de sus hijos. Los retienen obligándolos a
ser espectadores pasivo8 de sus conflictos de pareja y
familiares aún no resuellos. Situación que incrementa
en el joven el temor al afuera, a largarse a encontrar
nuevas rutas, a investir sus proyectos, a tropezar, a
eofrentar~e coo "la duro realidad". En suma: el temor
a crecer.
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ídeolo¡¡11U1 del superyó perviven el poondo, lo tradición de la raza 1
del pueblo, que aolo poco a poco ~~n a la. 1nflujc»1 del pre6ente, a
loe nuevos cambí.,.; y en tanto...., paaodo opera a Lravée del superyó,
dl!liempel)a en la vida humana un pnp..t pcderoeo, independiente de
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134
135
6. MOVILIDAD, ENCIERROS, ERRANCIAS:
AVATARES DEL DEVENIR ADOLESCENTE
Liliana Palazzini
Y ya aa~i. lo q~ poaa, que el papel que """
mum' crobo por con•..,rt1ru tn '"'rdadtro, la
&:ido ta u110 experta en ~cluotizor las cosoa y úu
0<11tudt1 '" ron1·1,rtm m opcumes.
ANro~10 TA81:<'CH!,
Prqutlioa tqufrocos
sin importancia.
COSSIOERACIONf:S INICIALES
En el fenómeno adolescente biología, cultura y
psiquismo constituyen registros de definición inseparables en la medida que se hallan imbricados en su conformación. Históricamente In ndolcsccncia se asienta
en la transformación cultural surgida como expresión
social luego de los cambios soc1oeconómicos que introduce la Revolución 1ndustrial. Esta evolución producirá
una ligadura definitiva con la inserción al mundo del
trabajo. En las sociedades prccapitalistas la adolescencia no existía, al menos como la conocemos hoy; el pasaje
de la infancia a la ndultez quedaba facilitado por rituales de iniciación. Así, en un abrir y cerrar de ojos, y
celebración de por medio, los niños se convertían en
adultos. La vigencia de esta marca primaria de constitución indica a la adolescencia como superficie cultural
en la que se estampa, como en un grabado, las condiciones sociales de una época.
Ubicada como lugar de tránsito entre mfancia y
adultez, la adolescencia se apuntala en el emergente
SOiñiruco que indica In horn de urrcmnbio: creCiñíiento
lle! cuerpo, desarroTIOcICloscaract.eres se~ales secü'ndarios, aparicióñde la capaculild...!.eP,roducliva. El desa-
137
rrollo biológico de la pubertad constituye un estado de
pcrl.iifbaClon que lili!igiül1 niñ~situan-e fuera de
la posición infantil, careciendo, a su vez, de tiempo su·
liC!eilte para construir representaciones acordes. Exceso y vacío que reclaman una adecuación.
Las concepciones sobre adolescencia han oscilado entre el subrayado de angustias y duelos concomitantes y
una acentuada idealización como tiempo pleno de vida,
probat2le consecuencia de In confusión entr~ecer y
r oclolescá. Pero croccr y padecer no son lo mismo; aÜn<!tlt' ef'movimiento adolefll:Cnte acarrea trru;t.omo y angustia, más lo ocasiona la ausencia de su desplícgu<'. El
sentido de potencialidad que aloja en sí la adolc;;cencia
se enlaza a Ja tramitación esf~ica activada con loR cambios comorales pueR, nl mismo tiempo que h"aco rccom1>0sición de lo existe1Jt<é1stnlñfunc1ones nucvoli: cr'l'.Íce
n capacidad de pensar, ~e complejiza el universo cmcr
cional, el encuentro sexual es orientado por la g~nitaltdad,
instalando nuevos sentíd0o< y formas de vinculación, se
potencia la creatividad junto a la apropiación simbólica
de la capacidad re-productiva y se afirma la identidad
sexuaf'De allí, la consCCUC'nCÍa de trastorno O patologia
cuanroeste proceso no encuentra espacio y condiciones
apropiadas para su instauración. Es decís~ haber eo·
dido ser 11Q.olesceotc. 1''raucoise Dolto lo destaca al describ~ adolescencia !,_~m9 un segundo nacTmiCiiloen el
que individuación y vulnerabilidad van de la mano.
Ui metamorfosis corporal inaugura una centralidad
l(enital del cuerpo crógcno, consecuencia del despliegue
biológico en la organización libidinal constituida hasta
entonces. Lo pulx-ral indica un anclaje biológico pero a
su vez crea el acontecimiento adolescente de estructuración y re-estructuración psíquica como trabajo
olaborativo de esLe tiempo. 'J'odo cambia: junto 11 la
transformación del cuerpo, también se produce la del
psiquismo. El psicoanálisis ha especificado estas trans·
formaciones describiendo el movimiento de la libido
hacia la primacía genital y el cambio en la elección de
1
138
objeto exogámico, ademá~ de ofrecer un marco de comprensión profunda de la subjetividad adolesa·nte y de
Ja articulación entre psiquismo, cuerpo, pubión y rea·
lidad. Aunque el adolescente se vale de instancias y
operato.rias ya h.abilitadas en la infancia'. b~ad~s en la
identificación y el Ideal del yo, su trarrutación in_c_l1:!}'C
modalidades nuevas .. Su fin es una desexualización de
las rcpresentacicmés incestuosas conducentes a la elección de un objeto potencialmente adecuado (Gutton,
1993). La llegada de la pubertad indica que la scxuali·
dad no puede ser diferida, lo cual reinstala la dependencia del objeto y el ,entido de complemcntariedad de
los sexos. La incomplctud va dando lugar a Ja ilu~ión.
Hecort.ada como especificidad del psicoanáliRiR, mucho
doHpw~s y con mayoreR dificult.<1des que el psicoanálisis de
nitioR, la adolescencia es una constelación compleja de tcori7~'\T. El múlti le anudnmicnto ue la constituye -(Ue
,
_ e !tura y psiquismo- se ha.lla at.ml!esado por e ~cnti o de
J:§
pam e!_camb\l). Recuerdo el conocplo
et_ Encltson moratoria p.iiOO-social como espacio y tif.!m·
po e
t.o insumido en Ja organización de ;;aportes
a.~cntados en el campo social. Este concepto ha pc.•rdido la
placidez contenida en la idcn de una espera d~ru1sada;
lejos de ello; la adolescencia Ae basa en la oonqu ista de una
condición subjetiva cstructurante que sólo es alcan1.ablc
con trabaj~ n<X)ión f!Q..~_@b?jo es i;n~ular en ~a tcoru1,
p:;1coanalítica: contiene la idea de movmuento puls1onal, de
construcción represenfücionRI, de düiamtca en Jue¡,ro, <íe"
co:ación, de etábo_~l:_!Sl· Lleva imptíl!IUI la nót'lón de lac:r·
7.8S en el interior del aparato, que de ningli.n modo es Vlr·
tual sino que se hace tangible en la producción de
pensamiento, acto y discurso, capaz de investir un espacio
diferente y una representación de sí diferente.
l
El crecimiento presupone nuevas necesidades e interpela la participación del individuo en su propia his·
wria. Lo que hae h~redodo de tus padres para poli<'Crlo.
gánalo. Este punto lleva n considerar tanto el tema de
139
la transmisión y de la h~rencia como la participación
del su1eto en un campo mtersub.ielivo. En tal sentido
hay una exigencia de trabajo impuesta al psiquismo
por el hecho de estar en Juego la sujeción a las relaciones de genernción como la necesaria individuación"
(Faimberg, 1993).
Como tiempo de tramitación psíquica constitutiva la
adolescencia promueve composiciones y rccomposiciones
hb1dmales, fantasmáticas, identificatorias y vinculare:;.
La movilidad del funcionamiento psíquico y sus derivados quedará en el centro de la observación clínica a fin
de avizorar los puntos de obturación o anudamiento en
la exigencia de procesamiento; observación necesaria a
fin de abordar oLro trabajo, el trabajo analítico.
La adolescencia se define más por la movilidad de
funcionamiento psíquico que conlleva -constituyendo
una estructura psíquico abierto, como dice Julia Kristcva- que por una categoría de edad. Tal ubicación se
perfila lejos del sentido cronológic<Yevolutivo y ~e acerca al de tramitación conijtitutiva que puede advenir
más allá de la edad de In persona. Esta consideración
~ue emerge con fuerza desde el campo clínico, lleva ~
mlerrogar el sentido de la intervención analítica a !in
de abrir condiciones de cumbio, entendiendo la ndolcscenc.ia ~n el sentido do 01>0rtunidad, antes de que lo
~nrt1laglli~o se vuelva 6sco. Pero el tiempo real tiene
1mportanc1a: no es lo mismo una tramitación adolescente aco_n~da en un~ franja evolutiva acorde que
una trarmtac1ón en un tiempo posterior. Algo se perdi:ni si no se vive en forma acompasada con los cambios
corporales, ausencia que será presencia entre los pliegues de futuros malestares.
Conside~ que, para el analista, la labor do pensar la
adolcscenc1a compromete una sensible articulación entre la propia vivencia adolescente, la experiencia del
propio análisis y aquella que proviene del ejercicio clínico. Este último interroga de modo singular una de las
140
po~icione:;
clásicas del psicoanálisis, la de resignificar lo
existente. En la medida que está en juego la instalación
del sujeto en posiciones inéditas, una de las labores centrules del analista consistirá en ser testigo, y participe
Lransferencial, de la creación de nuevas condiciones psíquicas, capaces de generar representaciones acordes.
Me interesa describir en e:ite trabajo algunas de las
tramitaciones involucradas en la transformación adolescente que posibilitan un despliegue en el campo de
la Ralud y, por lo tant-0, son verdaderas construcciones
psíquicas que hacen posible In inscripción de la noción
di.' cambio.
TRABAJO DE SUSTl'ruCJÓN GENERACIONAi,
El movimiento de sustitución generacional es un wma
complejo que moviliza toda In estructura vincular entre
hijos y progenitores, tiene a la confrontación como operación de impugnación y critica de lo heredado, y si
bien no puede transitarse sin desafio ni apremio tampoco esta exenta de angustia.
,'
En el inclividuo que crece, el desnsimiunlo de la
\ autoridad parcnLnl es una ele l as operaciones más ne·
cesarías, pero tambi~n más dolorosas del clcsurrollo,
Es absolutamente> nl'Cesario que se cumplo, y t•s lícito
suponer que tocio hombre devenido nonnul lo hu llevado a cabo en cierto medida. Más t.odavia: el progreso
de la sociedad descansa, todo en él, en esa opo.>1eión
entre ambas generaciones <Freud, 1909J.
Freud ubica el fracaso en esta tarea dentro de los limites de la neurosis, Pero In confrontación no alude n una
batalla aunque el odio esLé en juego, y no se trata de una
guerra aunque las trincheras sean necesnrias: es una
operación resultante de un tipo de vínculo entre padres e
hijos basado en el reconocimiento mutuo, en el que la
autoridad de los padres ha sido un hecho como lambi~n
141
)
(
J
\
lo ha sido la apuesta de capital libidinal sobre los hijos.
La paradoja c1:1 que si todo ha ido bien, se instalará un
campo de malestar insoslayable ya que sus efectos benéfieos-no SQn visibles de manera directa ni inmediata.
f Winnicott se ha referido ampliamente a la confrontacion general y sus connotaciones en la organización adolescente destacando en ella la presencia de componentes
agresivos y de ternura. Parte de la idea de Ínmadurez
adol~scente como elemento esencial de la salud, que no
requiere _otra cura que el paso d~}.. tiQ_mpo, aunque resul te incfupensable la función d{ sosté4 de la familia y
la sociedad.
Si existe aún una familia quc puedan usar, los adolescentes la usarán inten•amente, y si la familia no
está alli para ser usada o dejada de lado (uso negativo),
se les deberá proporcionar pequ ellas unidades socia les
para contener el proceso de crecimient.o adolescente
.J.Winnicott, 1968).
Crecer es un acto agresivo de posesión de un lugar
que se gana al otro, 1l"tnrves-dela peliii'."'Cuando el
n!ño se transforma en adulto lo hace sobre erraaavcr
de un adulto. La propuesta WiOJ1icolliana oeasi?sinato
consohdll ifil pasaje simbólico quo promueve el encuentro con la propia potencialidad y con el sentimiento de
vitalidad. Sin la desidealización do los padres no es
posible acceder a la instalación de la brecha generacional, y para ello es necesario el cuc:ilionamiento de las
certezas de los enunciados adultos.
,-- Con la condición de que 10$ adultos no abdiquen
podemos considerar los esfuer1.os de los adolescente~
1 por encontrarse a sí mismoa y determinar su destino
como lo más estimulante que nos ofrece la vida
._ CWinnicott, 1968).
En esta operatoria de confrontación se hace evidente la
importancia radical del otro en la constitución subjoliva,
142
nada más ni nada menos que la prci;encia como precondición de la investidura de un tiempo futuro que put.'<la
comenzar a imaginarse, a anhelan;c, a construirse.
La evitación de la confrontación a trnvós de la tolerancia o el autoritarismo equivale a la clauclicación e implica
el desmantelamiento del sentido de oportunidad. Si los
adultos resignan la oposición, al ndole:;cente no le queda
otra alternativa que volverse adulto en forma prematura.
falsa madurci por cierto no exenta de consecuencias. La
supe.rvivencia, en cambio, permito la paradoja de que sólo
un padre vivo se deja matar. Lo 11ustancial de esta operación es que una sustituCión acontezca sin cerrar el acceso
simbólico a una nueva ¡x:¡sición subjetiva que busca el
adolescente. Por eso se cura con el paso del ti1<mp0, una
vez jugado Cf;tc juego el saldo que arroja tiene contA:nidos
superlativos: el odio da paso a la creación y la manipulación da lugar al uso del objeto.
En est.c contmct,o altamente libidinal, Ja agresividad
es inherente ni proceso de estructuración subjetiva, en
la medida que hay corte y separación, el objeto se vuelve
real y externo. La adolescencia rcactualiza la fluctuación entre unión y separación, pérdidas y adqui;;iciones, y a la vez el encuentro con la exterioridad y la
diferencia requiere el impulso agresivo. Estos encuentros y desencuentros irán dibujando el derrotero
identificatorio. Para fumé Rousillon la paradoja de la
destruclividaa ~~eria a la vez originaria y terminal en In
medida que inaugura el ingreso a la problemática
edípica pero también marca ;;u disolución. El padre
muerto en la fantasía sobrevive en la función
Tiempo tumultuoso, tanto pnra los hijos que crecen
como para los padres en quienes se reactivan a lgunos
puntos olvidados de su propio transcurrir adolc~cente.
EJ l!_roccso de uno cabalga sobre las huellas del otro.
Según F'tlippe Gutton, Jos padres deben afrontar el convertirse en~P'os inaiJecuadoti. Tntroducc así el concepto de. o soTl.'scencÍtfj definie~do el p_roceso de
desinvesti ura pl!Teftt!!T en beneficio de la busqueda de
143
nuevos objetos. Como Ja_~pacidad _J?ara estar solo, la
obsolescencia es posible en interacción, es una deCensa
que permite la elaboración de conflictos frente a un
objeto incestuoso -(:uyo deseo es un obstáculo- y además se opone a lo residual adolescente de los propios
padrc:1. Implica superación y renuncia del deseo y del
objeto incei;tuoso, provoca caducidad, establece la diferenciación entre el tiempo de la infoncía que conduce a
la represión del deseo y la maduroi: que conduce a su
dominación, vía factible de conducción hacia el encuentro con un objeto potencialment-e adecuado. Este devenir confronta a los progenitores con circunstancias
dilicilcs de metnbolizar: la genitalización del hijo, su
desprendimiento y el propio envejecimiento. Es una
verdadera puesta a prueba de la regulación narcisística
del conjunto, debido a que el hijo pierde el sentido
majestuoso de la infancia, pero tambi<"n hay una pérdida que opera l!lJ la fantasmática nnrcisístíca parental
respecto del hijo como expectativa de continuidad
indiforcnciada o de oportunidad rcparntoria,
El tránsito que describimos se verá perturbado por el
compdifív~- ñfán de juventud de los padres, tan fre"..
cuontc en los códigos de la cultura posmoderna. La
adullcz pierde peso como modelo y ltl iiocicdái:T propone
lr[ai:lolcscentización, no sin producir algo d<•I orden de
lo corrupto~ fo¡; nñm'cS'centes quedlan oblig¡1dos a serpadres de sí· mismos. Esta situación más que aporTar
sl!'nti<ro aClibertaa arroja un sentimiento de abandono.
También las respuestas autoritarias de los padres sofocaran su alcance, dejando tras de sí estados de sometimiento y hostilidad incapaces de transformarse en
potencia. Si se eclipsa su resultado -por cualquiera de
las vías posibles- el adolescente no reconoce un lugar
ganado sino que se queda con un lugar perdido; la inscripción del crecimiento no tendrá cabido. Sin posibilidad de confrontación en un marco saludable el
adolescente no alcanzará el plus que acarrea su tramitación: por un lado hacer una brecha -n1arca11do se144
?e
paración de territorios- por otro, apropiars~
la fuerza vital que aporta el ejercicio de la h~st1h~ad como
capacidad, no sólo como fuerza destructiva, smo co~o
base de sentimientos de individuación y de cohesión
que aportan confianza y seguridad -las que nunca senin ciegas ni absolutas-.
.
La confrontación suministra entonces un capital
libidmal: además de aportar un sentido orgnnizad.or del
psiquismo separa y a la vez conserva la articulación de
espacios. El adolescente que se diferencia no pierde el
sentido de pertenencia ni el reconocimiento de 1011 demás,
de modo que su tránsito, además de promover alteridad
-trabajo que nunca se asegurará definitivnmcn!A>- abona
el terreno para la remodelación identificatona.
REORGANIZACIÓN IDEJl<"rWICATORlA
La adolescencia constituye un lugar de interrogantes
e incertidumbre respecto de la reprcsenttlci~n de sí
mismo y de la relación con los demás. El paso,¡e por la
duda es inevitable, especialmente en cuanto al va~or Y
sentido de las referencias idcmtificntorias. La. necesidad
de diferenciación conduce al abandono del ObJcto parental -como objeto y como modelo- estnbleci~ndose la
orgonizncióll do una propia cosmovisión adolescente que
reclamará nuevos identificantes y nuevas metas.
La identificación constituye un pívot central ~n la
coruititución del psiquismo como operatoria a pamr de
la cual se constituye y se transforma una pénona, establece una articulación exterior-interior dando, ~~ta
de la cualidad abierta del psiqubmo y su po<ib1lidad
de reorganización continua <Vt>cslir, 200)).
La adolescencia es un momento clave de reorganización idcntificatoria, ya que las nuevas signifi~a~iones
desencadenan movimientos en su trama, mov1m1entos
145
que determinan cambios en la subjetividad. 11:ste es un
trabajo que insume tiempo y exige el vencimiento de
las propias resistencias.
La remodelución identificatoria permite un progreso,
desde la primacía del yo ideal del tiempo de la infancia
a la construcc1on Cle 1<teules"-propios vinculados "con
categoría del ideal del vo, categoría que también debérá
..-ser despejada de lns condiciones infantiles de estructuración. tarea primordial para un nuevo diseno. La formación ®1 ideal del yo tiene importancia teórica como
así también visibiliaad clínica en In medida que involucra las vicisitudes alr11dedor de la creación de
apoyaturas trnn,icionalcs que, S<'parando al adolescente de la posición de hijo, abr<'n la dimensión de la
posición paterna.
Inmerso el adolescente en In tarea de resignificación,
se abrirá un juego entre la dimensión narcisista y la
dimensión rel11cional. El jugar r :o;er otro será con otros
y estará movido por idenl!'s, ilusiones y fantasías como
propiedad de un yo que empieza construir su propio
proyecto identificatorio. Piera Au lngnier (1986) designa
de este modo a:
ra
,,_
[... ] los enunciados suce$ivos por Jos cuales el sajeto
define (para él y parn los otros) su anhelo identificatorio,
es decir, su idMI. El "proyecto" es lo que, en ln escena
de lo concicnte, se manifiesta como efectos de mecanismos u1consc1enteK propios de In identificación; representa, en cadn etapa, el compromiso en acción.
Proyecto que quedará definido como~
la nutooonstrucción col\tinua del Yo por el Yo, netesaria
para qu<' Cl!t.a instancia pueda proyectarse e11 wí movitruento temporal, proyección d~ la que depende In propia
existencia del Yo. ~ a la temwl'l\licfad y acceso a la
hi.:¡torización de lo experimentAdo van de la mano: la en·
trada en escena del Yo e¡¡, al mismo tiempo, entradá en
~na de W1 ticml)9 hi.•torizado <Aulagnier, 1975). -
-
146
Queda planteada una rQformulnción de la historia a
partir de la cual el adolescente puede desprenderse del
niño que fue y del ideal infantil constituido en superposición de ijU deseo con el de sus padres. El proyecto
1dentificatorio incluye In idea de un cambio y conlleva
una distancia temporal en su alcance o consecución.
Al incluir la brecha del tiempo favorece la resigruficación de Ja temporalidad, ~e abre la dimensión de futuro -que ya no es "hoy" como en el tiempo de la infancia-.
Ademá!I de contener unn promesa de placer como condición nece,aria paro la remodelnción del yo, el proyecto identilicatorio implica movilidad psíquica yñCCiOñés
especificas. Por definición ofreceñi una sahda, y en su
tráiiSíW-el campo social alcanzará otra significación: la
de impre~indible. ~;f1.>c:tivamcnte, SOtilcncr un proyecto
y desplegar
icre de la creación de soportes
vinculare exogámico que comprt•nden la libidinización
del encuentro
ros. Ningún proyecto se realiza en
aislamiento.
Sabemos que las idcnlificaciones son portadoras de una
hi~toria que no sólo se cilie ni entorno de advenimiento
del sujeto sino que transmite la historia de las generaciones que le precedieron. Phm~a on su seno Ja paradoja
inevitable de constitución y nlionación ni mismo tiempo,
y es por esle doble carácter que la remodelación
idenlilicatoria csu1rá t1lravcsadn necesariamente por el
trabajo de desidenlificación, larea que s61o es posible
emprender dentro do un sostenido lr¡¡-bajo de historización
del yo. Desidentificarse tiene un registro de desgarro y
encierra la amenaza de pérdida del amor y del reconocimiento en términos idcntit.arios, poro su instrumentación
deviene en oirlgeno vital parn el psiqui$mo. El complejo
interju
identificación-dcsid
·
~ tÍfne un papel
preponderan en a tramitación adolescente aunque no
es privativo de eUa. Una vez habilitado, este interjuego se
convierte en posibilidad permanente del psiquismo que
aporta complcjización y produce rearticulación continua
entre pasado, presente y futuro.
147
Haydeé F°:imberg acuñó el término "telescopage" de
las generaciones para describir la condensación
identificatoria que produce alienación del yo: describe la
existencia de identificaciones condensadas e inconscienles por las que el sujeto se somete a la hi~toria de otro.
La identidad guarda un sentimiento de extraileza y la
diferencia generacional enlazada a la remodelación
identificatoria muestra su auRencia en loi; signos de la
psicosis. La historia no vivida J>-Or el sujeto mismo pero
encriptada en él, promueve un tiempo repetitivo, resultado de un proceso de intrusión que no dio lugar a ser.
Este anudamiento identificatorio contiene un mudo
Recreto y constituye un vinculo entre generaciones inc~paz de ser representado. El pasaje a su representación i;ólo será posible a través de un trabajo
interpretativo que -habilitando la de11identificación- re·
establezca la liberación del de~eo y la constítución del
futuro.
El trabajo de historización en la adolescencia permite.'ª operación de construcción del pasado, la construcción de un fondo de memoria que hará posible
poner al amparo del olvido al tiempo de In infancia el
cual funciona como garantía do certidumbre
identificatoria. La posibilidad de investir el futuro queda en interdependencia con la investidura del pasado
Y la historia personal suficientemente retenida deviene
garantía de la apuesta en el espacio relacional. No se
define aquí a los contenidos representacionales preconscientes ni a aquellos que están bajo el efecto de Ja
represión sino quo este fondo de memoria no llega a
ser percibido -ni por el sujeto ni por los otros- como
un elemento de su pasado, pero tampoco está separado del tiempo presente del cual íonna parte (Homstein,
1993). Está en juego entonces la construcción de una
memoria que resguarda un capital, no solamente como
continente de recuerdos, sino como verdadero organizador psíquico que facilita el sentido de integración y
continuidad.
148
La hii;torización en la adolescencia tiene una amplitud y un ritmo un tanto vertiginoso en la medida que,
'" todo ha ido bien, el adolescente tiene que efectuar un
ruprocesnmiento de todas sus representaciones: su cuerpo cambia, su~ referentes cambian, su relación con los
otros se modifica, su relación con la sociedad también.
La inclusión de las diferencias tiene un sentido organizador para el psiquismo y si no hubiera referencias
idcntificatorias estables tendríamos como saldo un Yo
severamente afectado, pero si nada cambia no habría
adolescencia ( Hornslcin, 1993).
Identidad y adolescencia guardan una vinculación
de parentesco que se hace evidente en el desconcierto
que con frecuencia se ob~erva frente a la pregunta que
Ja interroga: ¿quién soy yo? Definir la identidad requiere cierta traducción al lenguaje psicoanalítico ya
que no pertenece a ~u bagaje teórico. La identidad. es
imagen y sentimiento. Por un lado es una opert\t1ón
intelectual que describe existencia, pertenencia, actitud corporal; por otro, es un sentimiento, un estado
del ser, una experiencia interior que corresponde a un
reconocimiento de si que se modifica con el devenir
CRother Hornstein, 2003). Sin duda In identidad es un
concepto fuertemente enlazado al narcisismo y a las
identificaciones, al propio cuerpo como cápsula que
contiene el autoerolismo residual, y a lodo aquello que
la historia a1>ortó al eslado aclual de una pertiona.
Señala el investimiento positivo de In representación
de sf al que se alude con el término •autoestima~.
Incluyo la idea de continuidad lomporal y por lo tanto
requiere ciertos anclajes inalienables que permitan el
reconocimiento a través de los cambios, reconocimiento de sí mismo y de los demás.
El sentimiento de identidad mnnifiesta en superficie lo cortjugación idcntificatoria de profundidad, es la
punla del iceberg -visible y co11cienle- y el desconcierto identitario a menudo señala el trabajo de reorgan1149
zación de las identificacionea existentes hast.n la pub<>rtad (Lada.me, 1999).
La relación entre identificaciones e identidad no es
linl'al. La construcción de la identidad se apoyit en las
identificaciones pero al mismo tiempo se desprend(· de
éstas. Condición de existenci.a y Bostcln dl' la continui·
dad del exi•tir remite a la con..tilución no fallida d1• la
identüicación primaria. Ésta es para Freud previa a
toda elección de obj1•to. Punto de anclaje idcntificaC.Orio
que inscribe al sujeto en la cadena generacional. Por
medio de la identificación primaria se inscriben las
primeras trazat de lo narcisf•tico y di' lo edíp1co do loi;
padres CRother Homst.cin, 2()03).
Cabe subrayar entonces, que en la adolescencia serán objeto de exigencia los anudamientos identifica torios
existentes; en caso de ser ellos una base endeble, el
trabajo de historiwción se verá dificultado. Dicho de
otro modo, I~ rer:nodel~ción. idenliiicatori.a exige cumeirtos ele i~gan•zag1éa pn1um1a i sccu11dar1a, de Jo contrario no abrá un nuevo producto como acontecinrlen!!f
adolescente
sino re-producción como catástrofe. El J:!lm·
/
bio ndolescent.e que compromete pensamiento, cuerpo y
vínculos necesariamente se sustcnlá en la organiulcíóñ
identificatoria pre-existente. La creación do una nueva
realidad expresada en la irrupción de ciertas psicosis,
frecuente en la adolescencia, denuncia Ja ausencia de
este soporte. Pero hay otra organización posible igualmente costosa para ol psiquismo: el déficit identilicatorio
reproduce un nuevo vacío que toma la forma de disfun·
ción intelectual, obturando el alcance de la cualidad
simbolizante del pensar.
El armado idenlitario no puede soslayar la diferenciación de lo propio y de lo extraño, lo que implica el
alca ncc de la discriminación pero también constituye
una exigencia de funcionamiento en el campo social, ya
que nadie deviene personalizado si no es apuntalado en
el campo social. La identidad requiere cierta clausura
150
que la constituya pero a su vez deberá conservar una
apertura "electiva que garantice su penneab1hdad.
El estudio del apuntalamienl.o [...! pcnn!t" aprecia;.\
en ~u cuantía el aporte de todos lo:; ~~Jetos -sea~ \
autocróticos 0 exteriores- a la coostrucc100 de un .su·
jeto que oscilará siempre entre elecciones de obJ~lo
narcisist..ns (con el rcfuer¿o de laclausura, colendiC!a
en (') scnt{do de barrera), y eleccionc• d_e ~bJeto _!>Orj
apunt.alnmicnto, que promue~e~a creaSvtdnd Y etencuentro con el prójimo (coos1dern:dala Cl~uMura c:omo
frontera que favorece los inlércamb1~nnquez. 1991~
-----
Hay una relación facilitada entre el concepto de
transicionalidad y la adolescencia en cuanto que ambos
evocan movimiento ;; -transrorn~ción. El concepto ~e
eSQª .o tnu¡,sjciooal.(Wi?~cott) s braya el la.:~ social
eilíftonsÍifución subjetiv~. P
a adolc_sccncui. no es
una apacible transición; desde l~ in~rasubJ~t1vo se pone
en. jaque la organi1.acióo nan:i:;istiea.- obliga~do a un
rencomodruniento en e~m dimensión; de.sd~ lo intcrsubjetivo el trabajo esencial es de re-c~noc;1m1ento! a~pta­
ción y apuntalamiento en el tcmtono ex~gauuco,
que se abre con todo su potencial exp1orator~
r
e:!_}
(
-
CONS'l'ltuCCIÓN DEL AflJERA
)
El acceso adolescente a un ~gar simbólico distinto i:e
define por la construcción de un af~ como categori.a
que inscribo el crecimiento. ~llo supone atravesar .los
límites del territorio endogá~o a tr11v~s de una _sahc:l.a
ca+iaz de habilitar .cLenf;®ntro con To_nu~vo y d1fe~n­
tef"'la clave del proceliO adolescente reside en que lo
extra-familiar devenga más importante que el cam~o
familiar incluso sobre todo en términos de econom1a
libidinai" (Rodulfo, M. y Rodulfo, R., 19861. l_
.
Por supuesto que la búsqueda de nuev~Jetos m·
cluye Ja tramitación pulsional, pero lo que agrega sus·
Jól
tancia_ psíqu~ca es la po~ción de protagonismo que
debera asumir el a(!piescenle en la consecucí6n de la _,
sali~a ex~g~míc:8. Taml>lén aquí se -hace preseñte'Ta
1_ des1den~1f1cac1ón con los objetos de la cultura
endogámica. Podemos pensar la inserción del adolesc~nte en los grupós ae pares como apoyaturas necesanas JSlirá la l'ellló<l~lación 1~entificatoria; el grupo es~
~ampo de concreción y elaboración con otros. Sin Ja
mterfen:ncia .de los ~dull~s el adolescente podrá crear,
pensar, 1mngmar y Jugar poniendo en evidencin la investidura de espacios y objetos en este nuevo ámbito
rec?rrido en el cual queda subrayado el valor de t~
amistad como entramado de suotento vincular. Además
de ser un escenario privilegiado de circulación libídinal
la creación de lazos amísto~os facilita la salida dei
ámbito familiar, soporte por excelencia en el tiempo de
la infancia.
. :iera Aulagni~r_introduce Ja noción de contrato narc~- P_!lra indicar que caCiií sujeto viene al ~do
_ como portador de la misión de a,;egurar Ta con"tlmrldad
ge.!!Jl!!!~onat y, w;i, la deT ci>njunto social al qut'l>Crt.e~~- Tiene. ~n .lugar en el grupo y a su vez éste lo
mv¡ste narc1slst1camente. Esta voz comunitaria incluye
ideales Y valores, transmite la cultura y los enunciados
que la identifican. Cada sujeto tomará eso para sí, de
manera que se pone en~'dcncia la función identifican.
te qu_e el co_ntrato ti_ene ~~.r1~r contrato eme!l[~e
las vncu!o,. pnmanos
nvl.ste al sujeto antes de na\
cer, pero hay otro contrato que se establece en lo:; vfu.
~ culos secundarios, ya sea en reTa.c1ones de continuidad,
de complemcnlanedad, de coop~ración, de producclón,
de opos1c16ni.. que siempre reactivará las cond1c1oncSl!!f
que fue instaurado el primero aunque constitüyari
daderas posll>lllc'.llldes ae apenu-ra en el encuentro con
nuevos soportes identificatorios, situaciones eficaces
para_investi.r la grupalidad, el compromiso, el estudio y
\ demas funciones valorizadas de lo social.
El trabajo psíquico en el e:;pacio de la intersubjetividad es el de hacer vínculos. El vínculo impone un
trabajo al psiquismo, como lo es la creación de operaciones comunes, ya sean defensivas o de producción. Esto
sólo es posible si se logra inve:;iir un "nosotros" fuera
de las gamias de pertenencia como dimensión en la que
acción, pensamiento y erotismo encuentren destinata·
rios habilitados para el intercambio. Inclusión que com·
prometerá un cuerpo erotizado y erotizante capaz de
involucrarse llegada la ocasión. Surgirán así nuevos
consignatarios que garanticen a su vez el retorno de
una cuota de placer como moneda circulante. Siempre
y cuando estoo anclajes referenciales mantengan este
"nosotros" mv%tido, la noción de libertad podrá constituirse como motivación de sostén de estos espacios sociales, verdaderas plataformas para la acción con
sentido, con afecto y con principios. Acción que se diferencia de la actuación.
El desarrollo del pensamiento abstracto, propio del
momento adolescente, contribuye a dar mayor profundidad a los cuestionamientos y plant.eos de este tramo,
favoreciendo la búsqueda de nuevos tránsitos. Pero
este desarrollo es gradual e inacabado, por lo que nos
obliga a distinguir el andar exploratorio -en el que el
pensamiento transcurre muchas veces por la acciónde ª!Etas conductas vacías que no tienen fin ni principio. Filippc Gutton señala aquí un fracaso en la
subje ación adolescente en tanto el vagar reemplaza
los vínculos inten;ubjetivos, y el lugar concreto -andar
de aquí para allá- no da espacio al lugar emocional. La
acción así concebida desaloja la imaginación, despoja de
Ja posibilidad de fantasear, desviste al pensamienlo de
Ja capacidad desiderativa que contiene. El movimiento
i;obreinvestido constituye una defensa contra sensaciones de inquietud o momentos de des-integración que
amenazan la continuidad del ser y pueden constituir
la base de ciertos actos de fuga -actos bulímicos,
adicciones severas, accidentes reiterados, etc.- ya sea
152
153
ver-
con sentido de descarga o como medidas extremas de
encuentro con un cu<'rpo al que no se siente propio.
Errancias de acción que justamente señalan lo opuesto a la co~cciQn {j.Ql afuera como lugar emocional
de existencia compartid~
Pero debemos !le1\alar..qLe el pasaje a la cxogamia
requiere condicionc11 pnra su instauración, siendo una
labor que lleva una cxtensión considerable en el tiempo, extensión hecha de ensayo y error y no ~iempre
alcanzada. En la transición adolescente el medio tiene
por función ofrecer oportunidades que transformen al
espacio social en un campo de en.~ayo apto para Ja
exploración, en una zona lransicional definida esencial·
mente por la coexiHtcncia de lo existente y to aún no
advenido. Recordemos que la adolescencia también representa un intervalo entre una pérdida segura y una
incierta adquisición, un momento en que todavía no se
han establecido lazos Beguros y confiables que hagan
posible la sustitución del ambiente endogámico. Como
ningún espacio social articula tan rápido ni tan bien lo
antiguo con lo nuevo se produce a menudo la vivencia
de un tiempo en cierto modo suspendido.
El espacio del afuc>ra es proveedor continuo de matrices .!dentificatorias, marcas de la cultura portaaoras efe
ideales y valores fustituidos en cada momento histórico
•
de modo tal que se establece un proceso identificatorio
social. Pero la situación de crisis de las significaciones
imaginarias sociales (Castoriadis, 1997) señala la dilución de los apuntalamientos y la peligrosidad de un
vaciamiento de sentido bajo la primacía de la imagen,
de la inmediatez )'. Ia!>aññlídad. El traoajo anlllttíco
con adolescentes, !Tiás-que ningúno, instala la vigencia
del interrogante acerca de las condiciones bajo las cuales es osible investir el ful.uro como c~orla do_l!J>er\ ura y continuidad y e _ so ros como modo dé
) producción en la realidad compartida.
...;-
154
ALGUNAS COSSIUERACIOJl.'ES FINALES
Los conceptos señalados han sido formulados separadamente sólo a los efectos de su descripción. Considero
que permiten <.'Omprender algunos aspectos de la singularidad de un proceso complejo como así mismo observar el alcance que permite su desenvolvimiento y la
importancia de los obstáculos que puedan suponer su
fracaso.
Las operaciones aludidas tienen como bruw un funcionamiento diferenciado de los sistemas p;;íquicos por
lo que requieren una organización alcan7.ada n través
del pasaje por el complejo de Edipo. En la medi~a q11,e
el padre excluye al niño --0xclusión qu°"ii'"Sereoct.ivn en
111 ~adoíescenCla , so tonstit.uye al aúsmo tiempo en rival y modelo"" Estainterdfoción produce la diferenciación de funciones y de instancias; es a trav~¡¡ del Edipo
que se instalará la proyección hacia el rol de futuro
genitor (Homstein, 2000). Estos movimientos constilu·
tivos del psiquismo son reafirmados en la adolescencia,
de modo que encuentran una nueva oportunidad de
tramitación. De hecho, la confrontación involucra aspectos de rivalidad cdípica; la remodelación identificatoria y la constitución del afuera son también tributarias
de su alcance. Podría decirse que el trabaje psíquico en
la adolescencia opera como segundo tiempo en la orga·
nización del psiquismo, tiempo que promueve una construcción subjetiva en el sentido de aquello que remite
al atravesamiento histórico-social y se abre al espacio
exterior en donde se vuelcan los pensamientos Y las
producciones de un sujeto.
La intervención analítica e
o ~nflicto
corre con la ventaja de u construcción yoi9a)y una
amovilidad psínarcisización suficiente, sos
quica hecha de hilván y registro que facilita la búsqueda de nuevos sentidos. La idea de conflicto alude
a la existencia de un sentido de ser como unidad que
aleja el fantasma de la disgregación psíquica. En tal
155
caso el tr.abajo analítico podrá apuntalar la expansión,
la conqmsta de nuevos territorios, la modulación de
los alcances. Transicionalidad y juego serán un hecho
en un campo donde la acción no está excluida, ya que
el a~olescente en la medida que "hacen, construye pensamientos, elabora ideas, procesa emociones inscribe
represe~taciones. En cambio, aquellos adolesc~ntcs que
han tenido una historia de déficit, de traumas, de obstáculos en la narcisización -con afectación en la continuidad del existir, en términos de Winnicott- están
e:i desventaja para realizar el trabajo que supone este
tiempo, aunque ello no signifique -en el sentido terapéutico- una situación sin salida. Veremos a adolescentes en términos cronológicos pero no en cuanto a la
movilidad psíquica propia de la tramitación reseñada.
Es menester reconocer en estos casos una clínica diferente, tanto en la modalidad del paciente como en la
intei;ención del analista. Aquí, la labor terapéutica
t~ans1ta por el límite sinuoso entre restitución y pérdida de la organización psíquica, lo que puede ser cxp~esado de mu.y diversas maneras, por ejemplo, con
silencio sostemdo, ruptura de la cadena asociativa
ausencia de recuerdos o de producción onírica déficit
en la simbolización, indiferencia hecha de aisÍamiento, acciones de riesgo, etc., en combinatorias diversas,
smgulares. El problema de la identidad es roflej;¡do en
la organiza~ misma del señtimiento de sí,_ es¡;-;s,
en el ser, más que en los vaivenes del hacer o del
t~ner: _El an~lis.ta ocupa un Jugar central en la reorga°:1zac1on subJeti'l11, _se~ WllüiicJl.tt queda comprometido e~ poi:sona Esto incluye el aporte de su propio
potenc~aT súñl)¡j'fuante para hacer el enlace de repre~en~c1ones de las que el paciente no dispone, es decir
unphca que funcione como su fondo de memoria aunq~e el.paciente sea el único que posea el registro.de su
h:stona. Sólo espacio y tiempo en el trabajo de análisis podrán quizás iluminar las facetas del rompecabezas identificatorio, no sin incluir períodos en los que
156
analista y paciente estarán en espera, como dice Piera
Aulagnier (1984),
de las palabras, los afectos, los recuerdos, los sueños
que pudieran permitir a uno y otro recuperar los identificados perdidos, reprimidos, hasta nunca poseídos, y
empero representan momentos y partes de la vida y
del ser del Yo, que debe poder recuperarlos para no
vivir como un muLilado, un "disminuido", definitivo.
Las últimas 1>alabras de esta cita se juntan con el
epígrafe inicial. Ambos advierten riesgos y destacan la
importancia de reflexionar acerca de la organización
identitaria en la adolescencia, ya que, si se produce su
obturación, es capaz de fijar las modalidades personales en armados caracterológicos que tornan bastante
improbable la realización del trabajo psíquico propio de
este tiempo.
Si la operación de confrontación no se habilita, el
riesgo es que el adolescente, en vez de adquirir una
madurez que sienta real, sostenga una vida adaptativa,
pagando el costo de perder creatividad. Si la agresión
implícita no halla vías de tramitación, nos encontraremos con sujetos reactivos que viven entre el sometimienlo y el hostigamiento. Si la tramitación de un
proyecto identificatorio no se alcanza, el adolescente
podrá quedarse en quietud, alimentando el vacío, tlll
vez la depresión, o un "llenadon artificial, como las
adicciones o los embarazos prematuros. El futuro que
no se inviste como un tiempo prometedor se vive como
una promesa de vacío. Si la inclusión_en la grupalidad
no se logra, la consecuencia es el encierro, Ja mlííbici?n
de ta movilidad social-y la sensación ligada es la de ~o
ser Joven o no estar provisto para e1 intercambio. Inhibidos, aislados, érriít1cos o errantes, a menudo Jos síntomas se anudan a la organización del intelecto
/ (estancamientos educativos, desconcentración, parálisis
vocacionales) o se enlazan al cuerpo propio (obesidad,
157
b.ulimia/anorcxia) cuando no hay acceso al cuerpo so·
c1al. El nesgo, en definitiva, es el de vivir en encierros
o en errancirui.
He querido destacar el trabajo psíquico comprometi·
do en la búi;queda y la inclusión de lo nuevo ~mo
marca inédita o transformación de lo existente- que
ubica a In ndolei;cencia en su carácter de tramitación
psi~uica, iiubra?'~do en la misma el sentido de reH1gnifi·
cac1ón y advcnun1ento necesarios para la instalación en
un espacio-tiempo que permita el placer que deviene
de l cuerpo en intercambio y del pensamiento cuando es
~ropio. r:n tal sentido, la adolescencia lleva implícita la
idea d~ permeabilidad y movimiento, de modo que puedo decirse que no es adolescente quien llt:'ga sino quien
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160
Pero no rt malo comenzar con eSÚl rebelión
desnuda: e11 ti or1gm ~ todo, estd, priflU!ro, el
rechazo. Ahora q1te se aleje" los v1~jo;¡, que dojen
a tale adolesce11te hablar a su.9 lrer11tallos: •'renta
t~inie aiio8 y no ,wrmitiré que n<Jdie diga que r•
""'º•.
lo tdod mas hermoao de lo
Ju.'< PAllL S,umc.E, prólogo a Aden Arobto,
de Paul Nízan.
¿Concluye la adolescencia? Mucho se ha dicho sobro
lo,; prolegómenos y el advenimiento de la misma, su
prototípica conflictiva, su fuerza pulsional, la amb1va·
lencia y el sufrimiento afectivo de los adolescentes.
Relativamente menos so ha hablado sobre las condicio·
nes que permiten su conclusión. Hay un hecho que
resulta contundente y que quiero considl'rar aquí: con
la terminación de la adolescencia, t~nnina la mfancia.
Nuestra cultura propicia y tiene expcct.ativas acerca
de que un nino deje de serlo; el comienzo p~icofisico do
la pubertad, con los notables cambios corporales y
actitudinales, es muy esperado. ¿Pero ocurre lo mismo
con el fin de la adolescencia? ¿Cuándo se observa dicho
fin? En este caso el limite no es t.an preciso y no es
solamente por atenemos a la singulandad de cada pro·
ceso, a sus circunstancias, a las tramas fnmiHar y social en las que están insertos. Parecioru que, junto con
los descubrimientos cient1ficos que alientan un prome·
dio de vida más elevado, la adolescencia se equipara a
un ideal de juventud y no solamente a un período vital
y evolutivo que va a dar lugar a la misma.
¿Cómo propiciar y alent.ar su conclusión si la imagen
adolescente impone su estética, marca las tendencias,
los gustos, el lenguaje y su particular jerga, la moda,
161
lo¡; éxitos musicales y deportivos? ¿Cómo promover su
fin si deja el sufrimiento para el interior de las familias
y reserva para el adolescente el desparpajo, la omnipotencia, el desafío, si se impone el ideal de cut'rpos
sexuados perfecto~ en detrimento de adolcsccnlc¡¡ con
una genitalidad desarrollada, pero con una psicosexualidad incipiente y grandes desafíos por delante? ¿Cómo
encarar el desafio que implica, en uno clapa de conmovedora crisis vital, integrar pasado y presenl-0 hacia un
futuro con identidad y proyecto per8onales?
A pesar de estas dificultades, consid(lra1·é algunos
parámetros que pcrmilan vislumbrar el pasaje de la
adolescencia hacia la adultez, con la convicción dt' que
es el abandono de la infancia Ja circunstancia mus conmovedora de este período de la vida.
BRECHA GENERACIONAL
El conflicto generacional surge como problcmnlica de
muchas dt' las consultas, debido a que los <•spacios
ps1quicos, lugares y roles asignados se trastocan y i<e
confunden, junto con estados de ánimo también muy
cambinnt<-s. Si los padres se conducen como 1>adres
excesivamente "amigueros", situación en In que todo es
aceptado, estimulado y compartido, impiden la lucha
necesaria, que deparará el desprenderse y consolidar
su propio estilo y manera de ser, a partir de -y n su vez
dejando do ser- el niño que se ha ido.
En momentos en los que la confusión y lns posibilidad& yoicas son tan extremas -ausencia de límite:; o limite.q infranqueables, padres como amigo,; o padres como
enemigos -que tienen una actitud poco amis~a o que
con.qtituyen una rivalidad estimulante- son lo.~ que impiden que el conflicto generacional sea la vía del logro de
una psicosexualidad en continua revisión y desarrollo.
La confrontación generacional es, as(, estructuranle.
Si no confrontan con sus hijos, ya sea porque los pa162
dres, tcmel'Ol;Os de perder la juventud, lo evitan, o porque temen perder el amor infantil de sus hij06 y no se
animan a poner límites, actúan, en ambo:; casos, como
cómplice:<, ideali7.ando la fuerza de los adole:;centes pero
impidiendo la natural necesidad de ser "matados" por
ellos. El miedo a poner límites por parte de los padres,
contrastara con la búsqueda de los adolescentes de dichos límites, a veces "sea como sea", porque es la posibilidad de crecer.
Por otra parLc, la necesidad que tiene el adolescente
de encontrar nuevos parámetros idontificutorios, ele
romper at.adurns con Jos estilos relacionales previos (sin
"rompcr~c" en el inl-Onto), creando un estilo personal y
original, genera a veces en los padres tal fuN7.D de
oposición. de rigidez, de incomprensión y de intolerancia, que lo:; lleva a ver a esta etapa de crisis po~itiva
como una afrenta a los modelos y paut~ familiares y
~ocinlca establecidos. Por ende, los padres la consideran digna de coartar o de limitar, no con la auwridad
adulta que renueva y alienta el cambio, smo con un
autoritari11mo vt'jatorio de la búsqueda que implica la
adolescencia.
La socil'dad, con sus particulares pollticas educativas y laborales, tiene una fuerte respommbilidad en la
necesidad de establecer un límite afectuoso, un Hmite
que, reconociendo su propia necesidad, no mande "al
rrent.c" (¡tnnt.as veces es y ha sido así!l al adolescente,
creyendo que, como suele "enfrentar~, puede todo ilimitadamente.
En Ja siguiente viñeta clínica, alguno de los as¡x.-clos
señalados dificultan el proceso de conclusión de la adolescencia-infancia.
Mariel, de 22 años, excelente cstudianlo de abogacía
próxima a graduarse, consulta debido a que desde hace
un par de meses, y por primera vez en toda su carrera,
no puede estudiar, ni concentrarse, sufriendo palpitaciones y sensación de ahogo (angustia). Es muy eviden163
te, tonto para la inteligente joven como para su entorno, que estos síntomas se relacionan con su próxima
graduación, ya que nunca tuvo dificultades en el estudio, Aiempre supo lo que quería hacer, y por iníluencias
familiares tiene buenas posibilidade:; laborales. Se piensa independizar próximamente, hecho que toda su familia toma con "naturalidad". Todas estas explicaciones
que ~e da a sí misma y comparte con otros, no alivian
su malestar. Dice que esto que siente (angustia) quisiera sacárselo de encima, pero que, a su vez, le hace
poder decir "no sé". Éste es un pcnsomient.o que muchas veces escuchó en otros, pero nunca lo había podido
scnllr como propio.
Al indagar sobre el comienzo del smtomn, recuerda una
situación que la conmocionó intensamente. Estaba en un
bar cercano a la facultad, con un grupo de amigos, y de
casualidad entraron sus padres; al verla se acercaron a la
mesa y saludaron a todos. Uno de los amigos, al volver del
baño, le preguntó: ¿Esa pareja son amigos tuyos? Risas,
comenta.nos ... Mariel recuerda que tras las risas, sintió
como uno puñalada en el pecho <anguAtia). ¿Cómo los
padre!! van a p!ln'<:er amigos? O ellos son "demasiado"
chicos o Mariel es "demasiado" grande... ¡¡Confundirlos
con compañeros!! Si son iguales a ella, seguirán siendo
siempre iguales ... ¿Y la brecha generacional que los diferencia? ¿A quién se parece ella? ¿Tiene algún proyecto
"clliilinto y propio"? ¿Qué va a dejar o cambiar?
Si bien Mariel, en el comienzo de la adolescencia,
alrf..'dedor de los 14 o 15 años, tuvo fuertes peleas y
rebeldias y cree verse a la distancia como una "perfecta" adolescente, ahora piensa que para dejar de serlo,
tiene que pasar -y desea hacerlo- por ciertos cambios,
pero especialmente tiene que transitar incertidumbres
mayores que las perfecciones acostumbradas. Está en
juego algo tan vital como concluir la exogamia. Reconoce que si sus padres parecen una poreja tan joven, es
un tema de ellos y no implica que Mariel deba ubicarse
en el medio o a su lado, replicando la triangularidad
\'ivida en su infancia. La alienta la juventud que prel'ervan, pero ella no puede permanecer como una nena
para impedir su cnvejecimienw: debe armar su propio
y verdadero proyecw de vida y de realización personal.
Éste es una "graduación~ que le resulta más ardua
que su graduación universitaria, pero ambos procesos
concluyen con formas de procesamiento más personales
y auténticas.
164
165
LA CONFJ,JCT!VA EDÍPlCA CAMHIOS
F;N LA MODALIDAD DE DEPEN08NCIA
La conl11ctiva cd1pica se reactualiza en esta etapa en
toda su magnitud, pero también se reactualiza en la
generación de 10<; padres. El Edipo no es un conflicto
cerrado, como no es cerrada su resolución; interjuega
en las distintas etapas de las relac1onco; familiares.
El nacimicnw de un hijo -y esencialmcnw el prime·
ro- es conmocionante y tiene un sentido iniciálico: se
"aprende>" a ser padre con el hijo, con In ca~i única e
importante experiencia del hijo que uno ha sido y de la
atención, cuidados y expectativas que aquella situación
ha generado. Es como si existiera una "marea" corporal, una disposición, un estilo acuñado.
No estoy dejando de considerar todas las modificaciones, alternativas, búsquedas, oposiciones y remodclaciones que la vida ~n sentido amplio- y el propio sujeto
han modelado a partir de dicho comienzo particular.
También la adolescencia, y las modificaciones en el
psiquismo que ésta acarrea, tienen un caracter iniciático
para el i;ujew, para el entorno y la familia. ¿Iniciático en
qué Aentido? Para el adolescente. en la medida en que él
ya tiene un corto pero delimitado pasado, un presente
contradictorio y cambiante, con plenitud genit.al (pero no
psicoi;exualidad), con un yo pletórico y con un "inconmensurable" futuro en donde podrá forjar al adulto que
desee y el mundo de sus expectativas. El adolescente
poder tolerar, esperar, confiar, conocer la vulnerabilidad y falencias propias y ajenas es otro "gran" y po~ible
desafio.
Miguel, de 24 rulos, acude a la consulta muy angustiado, luego de que su novia Claudia, dob años menor,
le plantea el deseo de terminar la relación que tenían
desde hacia más de dos años. El joven relata
pormcnorizadamente la diferencia cnlrc las dos familias, la suya y la de Claudia. La propia, con pautas de
exigencia, esfuerzo, orden, realización personal y mayor bienestar económico. Miguel es un reciente graduado en ingeniería y ya ha comenzado a trabajar, luego
de algunas pasantías. La familia de Claudia es un
"desbolc", a veces no hay comida, no se o~anizan, no
respetan horarios. Claudia a su vez es irregular en el
estudio, empieza y deja actividades, no parece ser re.sponsable. Miguel señala cómo la ha ayudado a estu·
diar, a que se organizara mejor, inclu.~o proponiéndole
ayuda económica frente a dificultades de i;u familia y
regalándole cosas que pudiera necesitar. Hace un relato minucioso -casi reiterativcr de la familia, y de Claudia como parte de ella. ¿De quién está enamorado?,
¿quién lo deja? Claudia lo quiere como novio, si bien a
veces le resulta facilitador que Miguel le resuelva sus
nccesidudes. Pero Miguel se ubica casi 111empre en un
rol familiar paterno-materno y evila así su propia urgencil\ de "ruptura" filial y de armado del proyecto
personal de su posible familia, con su propio estilo.
Siente que su madre y padre dadores, "ordenados• (or.
denadorcg) le reclaman una fidelidad que vulnera la
conclusión de una modalidad de dependencia infantil.
La angustia que ha generado lo inesperado de esta
ruptura, dará posibilidades a Miguel de revisar que,
como novio, se ubica en el lugar de un padre o madre
"dador", reactualizando esa misma ubicación para sí
mismo y por lo tanto evitando su propio "rompimiento"
con las figuras parentales, hacia la exogamia. Poder
tolerar que en dicha ruptura hay un acopio afectivo y
no un desligamiento implica el dolor de dejar de ser el
chico protegido y sustentado por sus padres, en pos de
su propio proyecto afectivo.
168
169
IDENTIDAD SEXUAL
Lo posibilidad de establecer una identidad sexual
definitiva se suele considerar como otro criterio de terminación de la adolescencia. ¿Es definitiva? Me interesa considemr algunas ideas, desde lo individual, lo
intersubjetivo y lo sociaJ, para el replanteo de este
parámetro.
En primera instancia, el concepto de identidad sexual
proviene de la asunción de la identidad sexual "origi·
nar que todo chico debe aceptar, luego de tener que
descartar la bisexualidad tan complaciente de los pri·
meros años de vida. La actividad sexual a la que el
adolescente accede no ofrece ninguna garanlía de que
.se baya logrado una identidad sexual definitiva. Haciendo un rodeo y tomando el término "definitivo",
obscrvamo~ que en esta edad las relaciones tienden a
que baya muchos amores "defmitivos", muchos veces
"definitivos", poro con temor a implicarse en un com·
promiso afectivo "definitivo".
Si cotejamos esta situación con consultM por ni1,os a
los que lo salida de la bisexualidad les resulta muy
dificultoso, con vivencias catastróficas de pérdida, pareciera que en el adolescente (y los que per:1i~ten atrapados en esta problemática!, frente a la perentoriedad
de satisfacer la pulsión, la búsqueda del otro es intensa, pero también suscita temor y ansiedad de castración vinculado!! con el del atrapamiento afoctivo.
Sabemos que en el comienzo de la pubcrt.ad es habitual que los chicos "ensayen" con un par de su mismo
sexo en la búsqueda del ejercicio de su propia
genitnlidad, pero esto no implica, de ninguna manera,
desviación ni conflicto de identidad sexual. Con los
medios que se obtienen en la infancia, el proyecto de
vido ><e hace en la adolescencia y, por ende, la
psicosexualidad en su sentido más amplio también i;e
concreta y i>e apuntala en dicha etapa.
Pnrecicra que nuestra sociedad está tendiendo a
"infantilítal"" -en tanto se exalta la ambi¡,ruedad en detnml•nto de los hitos que marcan la diferenciación de
identidad sexual- en la medida en que sobrevalora el
cucirpo y el estilo adolescente. Esto lleva a una tendencia
11 lo "indefinido", que se halla cargado, a su vez, de menRajes ambivalentes: por un lado, la permanencia de una
idl'ntidad de niño, idealizada pero fallida, y, por otro, la
exigencia de desempeños y logros acordei; con lo "csperadow, lo cual no propicia proyccws idcntificatonos que
vl'hic;ulicen el pasaje de la adole.;eenc;ia hacia la adultez.
El permanecer adole::.cente da garanlta dl' no diferenciación, dll no cambio, en un momenw en que l'I logro de
una remozada identidad otorga, a su vei, la posibilidad
de eslllbkcer un propio proyecto de vida afectiva.
Lo~ chicos, hasta alrededor de los 3 aflos y debido a
que la rl'pres1ón aun no está enteramente ínstaloda, no
asumen la identidad del sexo con el que han sido dotados, y e~ usi como pueden ser aHornativamonto nena o
nene, que "tiene• y "hace" bebés. Y cs en ci;te sentido
que hablo de una perpetuación social de lo infantil, de
111 cual los medios y la publicidad son sus máR fuertes
trani>m1sores, dado que vierten mensajes de ombigüedad y de valonzación de este rasgo, el "vale todo" que
indica lo~ fallos de la represión ncccbaria para concretar, en la adultcz, los proyectos adolc~cenles. Porque
los proyccws se van tejiendo en esta etapa, pero se
nL'Cesitn un medio (familia, sociedad) que los avale y
que permita su concreción. Esto resulta tao válido y
nl'C()Sariu en el aspecto de la ;dentidnd ~exunl como en
el plano de las oportunidades del dl•sarrollo cducat1vo
y laboral. El mecanismo de la represión, que implica un
importante logro yoico y de identificnc1ón con el progenitor· del mi8mo sexo, requiere, por supuesto, cierta<;
condiciones vinculares y, de manera fundamental, la
aceptación y el dolor, en tanto duelo, por "no tener t-Odo".
Es por esto que, cuando se "infantiliza" u, opuesta·
mente, se -adultiza" al adolescente, poniéndolo en el
pedestal del que todo lo puede o en la ignominia de
carecer dP todo, en referencia a las posibilidodes que la
sociedad le restringe, no se lo ayuda a dilucidar uno de
los dilemas que más lo acechan, esto es, lc>ncr que elegir,
y elegir supone desechar y perder. Esto se rcficn) tanto
a la asunción de la identidad sexual como o la elección
de pareja, o a la elección vocacional. Esa elt•cción es una
posibilidud, un logro y una concreción que, on la instancia de Ju asunción de la identidad sexual, requiere, como
ya ocurrió a temprana edad, una adecuada represión. Y
tambi6n requierc una sociedad y un marco fnmiliar in·
'erto !'n ella que acepte la brecha generacional y la
pérdida - y el logro- que implica la terminación de la
infancia-ndoll'scencia en el camino hacia la odultez. Situarión que se engarza con el otro pnnímctro que consideré como salida de esta etapa; la posibilidad de ejercer,
con y hocia otros, un vínculo de dependencia afectiva.
170
171
CONCLUSIONES
En ol comienzo de la adolescencia, es habituol observar fan(osfas de auloeogendramiento QUI' permiten e)
imporlantP proceso de consolidación de la identidad y
que, promediando aquélla, da lugar a reconocf.'r y rcconocc>rse en el propio estilo y manera de ser. Aunque, si
dichas fantasías son muy intensas, llevan o que el
adolescente Sf.' sienta críticamente incomprendido, a que
no encuentre lazos que lo liguen a su familío, a sus
progenitores. Y su entorno familiar se siente sorprendido e ineKperto frente ni desconocimiento de alguien tan
abruptamente "distinto•.
Este movimiento afectivo vehiculiza la solida a la
oxognmia y la necesidad del reconocimiento del armado
de su propio proyect.o vital Por supuesto que, en este
recorrido, suelen acontecer muchos temblores y terremotos. E.~ta meUifora intenta reflejar la intensidad y la
ambivalencia de las emociones que se transitan: omnipotencia-impotencia, certeza-incertidumbre, fortaleza-<iebi·
lidad, plenitud-vacío, reconocimiento-desconocimiento,
soberbia-inocencia, ternura-odio. AJ concluir la adolescen·
cia, este tembladera! de oposiciones y cambios pcnnanentes va c<'Cliendo, en la medida en que el adolescente so
consol ida en su identidad y se reconoce a sí mismo y a
los demás en su propio estilo y manera de ser.
Qu isiera resaltar acá que Ja facultad del adolC'scente
de "l)('nsar" a otro dependiendo de él, instala en la subjetividad la posibilidad de ser padre o madre. Ello no
implica que él/ella necesite esa concreción, pero sf le
permite salirse del lugar "único• de hijo y tener la vivencia de rcconOCA!r a los padres, con su:; fallas y sus aciertos, sus carencias, sus posibilidades, su prt·scncia y su
ausencia. 'fal vez sea por esta causa que la conclui;ión de
la adolescencia traiga muchas veces tanta "calma" frente
a la turbulencia pasada, pero también tanto dolor de
dejar de ser el hijo y el chico que se ha sido. Proceso
arduo y doloroso en el que a veces permanecen algunos
adu ltos, lejos ya de la edad de la adolcscenciu, en la
perpetua ilusión, reclamo, demanda o eterna espera del
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172
173
8. ADOLESCENCIA Y SUBJETIVIDAD:
TIEMPO DE TOMAR LA PALABRA
Eisa S11sa11a Cartolano
ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES
ACf.RCA DE LA ADOLESCF.'.llCIA
La interrogación, la búsqueda de autenticidad, la
cuestión de la verdad y el admilir la muerte como po·
sibilidad propia son cuestiones qu<' el adolesccnle atesora en su interior o despliega a través de la escritura
o alguna otra manifestación, aun las que efectúa sobre
su propio cuerpo. Los numerosos escritores adolesccn·
tes dan cuenta d<' este momento trascendente en la
vida de un SUJelo.
La problemálica del ser-en-el-mundo, la implicación
en la experiencia, la desposesión y la pérdida de sí
mismo, son todas cuestiones que hallamos en la filosofia y que constituyen problemas e interrogantes para el
adolescente. Podríamos decir que es en la adolescencia
cuando el sujeto comienza a plantearse cuestiones referidas a su existencia en el mundo. No sólo se trata de
una cuestión acoren de la sexualidad y de una pregunta
por el origen, sino que el adolescente ya ha atravesado
ciertas formas de pensamiento que le permiten, en el
mejor de los casos, iniciar un traycct-0 especulativo alrededor del existir. No es un asunto casual que problemáticas propias de la filosofía nos permitan acercarnos
al tiempo de la adolescencia, ya que tul vez podríamos
175
afirmar que, salvo los poetas, DO hay en el hombre una
época más proclive a interrogar su existencia como la
adolescencia, sin Jos beneficios de haber tenido una larga
experiencia en el existir.
La ndolesrencia constituye UD período cada vez más
extendido en la vida humana. ¿Constituye !1Ólo un período?•
La adolescencia se ubica en un tiempo en el cual,
bajo la instancia de un argumento culturalmente establecido, se ponen en marcha aspiraciones que en general sobropasan la posibilidad del adolescente. Éste se
ve onlonces compelido a responder a los deseos parentales y n los ideales que la cultura le impone, en un
momento en que la tramitación adolescente tiene que
articular el empuje pulsional, la busquedn de objeto
sexual - atendiendo a las coordenadas psíquicas que se
establecieron en la temprana infancia y en los tiempos
del Edipo- y el apremio de la realidad. Podemos decir
que el adole,;cente tiene que implementar una serie de
operaciones consigo mismo y con el mundo externo, que
lo llevan a posicionarse de un modo diferente a cuando
era un ni1,o. Una de esas operaciones es Ja confrontación con la insuficiencia de la figura paterna y la consiguiente vivencia de desamparo. El eventual aumento
de su capacidad de introspección y, al mismo tiempo, el
experimentarse como alguien desconocido para sf mismo
- situación que en la adolescencia a veces toma un m11tiz
"trágico"- lleva al sujeto adolescente a momentos de búsqueda, de apertura, de interrogación. No se trata sólo de
la confrontación con el mundo de los adul«>s sino del
descubrimiento de un universo de paradojas. Es la acción de la paradoja lo que mueve al adolescente a interrogarse sobre sf mismo y sobre el mundo que lo rodea.
Tal vez no hace falta decir que estas tramitaciones
ponen en juego la subjetividad del adolescente, dado
que estas nuevas operaciones que le son demandadas,
comprometen su psique, su estar en el mundo, su relación con los otros y con el lenguaje.
PSICOANÁLISIS Y El, TERMINO ºSUBJETMDADº
• Retomaremos más adelante esta idea ligada n la noción de
temporolidod y o loa diversas concepciones que el hombre y la cultura
lrjc-n en relación con el tiempo de su cxist.cncin.
Poner en cuestión el tema de la subjelividad, indagar
sobro los condiciones de su constitución, sus impasses,
sus munifci,taciones o su disolución, ocupa un lugar de
interés en el Lrabajo con adolescentes. Pero pensar en
adolc:lccncio y subjetividad es enlazar dos Lérminos que
se nos presentan de un modo muy general. Como primera impresión, todo lo que tendríamos para decir de
la adole,cencia implica la noción de subjetividad. Es
prl:'Ci~a ml'nte esta noción tan amplia la que dbeamos
interrogar o, al menos, dejar planteadas algunas cuestiones acerca de lo que llamamos subjetividad en psicoanálisis.
El pensamiento contemporáneo ha puesto en primer
lugar el debate de temas relacionados con la subjet1v(dad.
En psicoanálisis, este término es definido de modos
diversos, distinto de como lo hacen en olras disciplinas,
y esta multiple significación ha generado interesantes
cruces conccptuáles. Contar con un partornmn áruplie1
acerca de estas cuestiones llevaría a investigar metódicamente las producciones de las otras disciplinas y ello
demandaría efectuar un recorrido del concepto de "sujeto" y "subjetividad", objetivo que por el momento excede el propó~ito de este trabajo.
El empleo del término "subjetividad" en psicoanálisis
abre interrogantes: ¿A que nos referimos cuando hablamos de subjetividad? ¿Es una manera de aludir a los
procesos de la constitución psíquica? ¿Se trata de algo
más? ¿Cómo concebimos la subjetividad? ¿Cómo un
proceso, un estado, una posición, un11 afirmación de sí?
176
177
¿Cuál es su vinculación con los conceptos d<' identidad,
yo e inconsciente? ¿Cuál es la relación de In subjetividad con la temporalidad? ¿De qué modo la complejidad
interdi•ciplinaria afecta a las teorías del p<icoanálisis?
La melapsicología freudiana, el modelo de los tres
rel(Íslros de Lacan, la propuesta teórica de Winnicott
y de l\.lt>lanie Klein, las producciones de los autores
posfreudaanos y poslacanianos, a los que ~e agregan
los trnbnjos del pensamiento psicoanahlico contemporáneo, constituyen una importante fuente de investigación para la formnlización de los conceptos con los
cunl<'S !!1 psicoanálisis aborda el lema de lu tiubjotividad. O!!sde la perspectiva de esta disciplina, el estudio
del sujeto y la subjetividad lleva neccsariamrnte al
diálogo con otras disciplinas. No se trata solo de un
requerimiento metodológico, sino que esta propuesta
responde a la necesidad de situar la lógica del psicoanálisis a luz de los nuevos desarrollo~ que se van
producí!'ndo en otras disciplinas, y conocer en qué
difiere y en qut' se asemeja en relación con la estructura de otras ciencias.
Como dijimos, en psicoanálisis encontramos difercnlell modo8 do abordar el concepto do subjetividad. El
panorama es extenso y depende do las posiciones
epistemológicas de las diversas teorías. En un sentido
amplio, podemos encontrar dos tipo8 de abordajes:
diocurso. Allí el lenguaje constituye la condición de
subjetividad, es decir que en el lenguaje se encuentra la motriz de la subjetividad.
al Alguno:; autores loman la idea de subJ!!liv1d11d como
resultado de los procesos de significación e interpretación por parte de un otro :;ignificattvo. Aqui se
inscriben aquellos que trabajan en la temprana constitución del psiquismo, en patologías del narci,;ismo
y en las problemáticas vinculares, quienos ponen el
acento en la dimensión intersubjetiva do lns problemáticos psiquicas.
b) Otra forma de atender a la dimensión ¡¡ubjetiva requiere el i;ostén de las ciencias del lenguajr, destacándose en Hstas teorías la articulación del ¡;ujeto al
El problema se plantea cuando se hace necesario recortar el campo en el cual se pretende investigar un
tema como la subjetividad y la adolescencia, ambos tan
ligados a la noción de temporalidad. Estos tt>mas se
pueden describir y estudiar desde distintas per~pectivas,
por ejemplo, tomando como instrumento de análisis cortes diacrónicos y sincrónicos. En un estudio sincrónico se
tendrá en cuenta el fenómeno que se quiere invcslignr
en un determinado período, atendiendo a un l'jc de
simultaneidades y no de sucesiones. Si se trata de una
p!!n;¡x:ctiva diacrónica o evolutiva, se tendrán en cuenta
los factorc.:; de cambio que se manifie8tan en un eje de
succsionc:i. Sí bien sincronía y diacronía consliluycn do.:;
métodos pasibles de ser aplicados a un mi... mo objeto, en
Saus~ure la relación diacronía/sincronia se constituyó en
una dicotomín radical en la cual toda per.;pediva histórica qu!'daba subordinada a la mirada sincrónica. Al
alejnr,;t> de In linguistica como ciencia histórica, Saussure,
en su C11,.so de lingüístú:a general introduce un nuevo
oofoque, donde ambas, diacronía y sincronía, subsisten
en su verdad sin que una excluya a la otra.
La actualidad de esta cuestión nos lleva a pensar en·
tonces on los métodos de abordaje de temas como la adole.<cencio y la subjetividad, conocer en qué perspectiva nos
alineamos y cuáles son los aportes que otras ciencias han
traido al P."icoanálisis, no sólo dc.;de el punto de vista
teorico sino también como posibilidad de conlt'mplor los
cambios que diversas rupturas epistemológÍl'8S de nuestra época, provenientes incluso de otras disciplinas, han
traido ni corpus teórico y clínico del psicoanálisis.
Volvumos a una de las preguntas iniciales: ¿cómo
pensamos la adolescencia? ¿La consideramos un momento en el desarrollo del hombre, una etapa que precede y antecede a otras? ¿Podría equipararse o un
178
179
estado, a un tiempo en la vida de un sujeto, que establece diferencias con aquel momento originario pero
capaz de rc¡>roducir en otro tiempo algunos de sus contenidos?
En relación con la subjetividad, tal vez sería posible
pensar que emerge en un SUJeto inmerso en la trama
discursiva, de modo discontinuo. También podría pensarse como un efecto que se reconoce a posteriori, resultante de la constitución psíquica, del trabajo de la
m!'moria y de experiencias contingentes y azarosas.
Es dedr que el tfrmino "subjetividad" deja de ser un
concepto homogéneo y abre paso a variadas significaciones. Desde esta perspectiva podríamos pensar en la
doble faz de la subjetividad: un aspecto ligado a la cons·
titución, a la memoria, al azar, y otro ligado al discurso. Esta última perspectiva trae para el sujeto la
posibilidad de reconocerse en el efecto disruptivo de la
palabra como acto o del acto como palabra. En est.e
sentido, el término "subjetividad" estaría más ligado a
la~ producciones del inconsciente.
Lo anteriormente tratado en relación con la subjetividad, nos coloca en un lugar favorable para trabajar
una idea que nos puede resultar de utilidad. Se trata
de la temporalidad y la relación entre las ceremonias
de iniciación y el acto. Con el término "iniciación" nos
referimos a las ceremonias y configuraciones sociales
que acompañan momentos de pasaje de particular trascendencia en la vide del adolescente. Ceremonias y ritos religiosos en los cuales el adolescente se vuelve
protagonista en un quehacer participativo que connota
un signo de habilitación por parte de la comunidad,
una ceremoniosa investidura que oficializa un posaje y
que constriñe al adolescente a la participación reglada
de la vida en sociedad. Lo paradójico del asunto es que,
en la mayoría de los casos, tal participación no deja de
ser una mera fórmula vacía de contenidos verdaderament.e significativos para el adolescente. Por un lado,
porque éste se encuentra en un estado interior poco com·
patible para hacer frente a las supuestas ofertas que la
sociedad le tiende, y por otro, porque el cuerpo social
mismo le retacea la posibilidad de una genuina participación en la toma de decisiones. La capacidad social de
reflexión se sustituye por operadores de opinión
Es en este pasaje o en esta transición donde el adolescente recurre al "acto", como un modo de singularizar esta experiencia e instalar una marca en el cuerpo
o en la ley que vehiculice su propio decir. El adoles·
cente se presenta muchas veces como un ''transgre·
sor", y esa transgresión tiene diversa~ implicancias.
Una de ellas es la de recuperar cierta singularidad, ya
que las reglas sociales aspiran a igualar a los hombres
por sus hechos. En su acto so dirige al Otro social,
reprc::;entado por las instituciones y también por el
medio familiar.
En la organización familiar o en las instituciones
educativas es donde habitualmente el adolescenlc interpela de este modo al Otro. 81 la interpelación conduce a un acto delictivo contemplado en un sistema
jurídico, queda pendiente la posibilidad de que esa es·
cena pueda ser posteriormente develada, con la consideración de que el sujeto se ha entregado a su acto
como un modo de dirigirse al Otro.
El acto puede ser un valor en tanto el Otro -"encarnado" en distintas figuras- retome su correlato significante o el propio sujeto se reconozca como productor
del acto. Algunos actos son mudos o soliL11rios y no hay
en ellos ninguna apelación; en eslos casos puede lratarse del acto delictivo o del suicidio. La forma en que el
acto se manifiesta en la adolescencia nos permite entrever el grado de eficacia de las "ceremonias de iniciación" que la cultura ofrece. En un caso, éstas quedan
recubiertas por una dimensión significante que el ado-
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181
EL ADOLESCENTE, E!'.'TRE LA INTClACIÓN Y EL ACTO
\
lescente necesita penetrar para n:crear, devaluar o
contradecir en un acto, implicándose subjetivamente en
el mismo. En otros, estas ceremonial! h(lll resultado
ineficaces en su mediación simbólica y el acto en sí
aparece de~provisto de palabra, sin posibilidad de ligarse en la cadena asociativa.
Iniciación y acto aparecen entonces <'Strechamente
vinculados en la etapa adolescente. Casi podríamos
atrevernos a decir que constituyen dos de sus especificidades. El acto señala una discontinuidad en una
sede continua de sucesos, y allí se produce una segregación o una violentación, que interrumpe la secul'ncia de la tradición y posibilita la emergencia de
cambios estructurales. Estos cambios pueden ser nuevamC>nte absorbidos por el sistema y generar "nuevas
tradiciones".
La problemática del acto en la adolC!ICCncia ha sido
regularmente tratada, pero ligada sobre todo ni pal hos o
a la condena. Tradicionalmente se ha JX!nSlldo el acto
como opuesto al pensamiento, y tal vez f'Cll necesario
revalorizar su función o interrogarnos sobro su ausencia.
perspectiva In adolescencia parece configurar una impasse, una detención, lo conocido habitualmente como
Consideremos la adolescencia como ltn licmpo donde
se relanzan cuestiones fundamentales paro el sujeto.
Este relanzamiento implica no sólo al sujeto adolescente sino que también, al incluir la apelación al semejante y al Otro social, la demanda, la acción o Ja inhibición
del adolescente impone al cuerpo social - lo política, la
economia y las ciencias- la necesidad de algún tipo de
respuesta.
Suele considerarse a la adolescencia como un tiempo
de crisis, con forme a una lectura regida por la observación de manifestaciones y trastornos, comúnmente ubicados como "típicos de la adolescencian. Desde esta
"la moratona adolescente". Esta nocion lleva imphcita
Ja idea de una espera y un trabajo psiquico que finalmente llevana al adolescente a poner en marcha una
serie de anudamientos, a favor de su inclui;ión en un
orden establecido. No es dificil escuchar ei;te tipo de
oferta en el discurso imperante, tanto de parte de los
padres, de los ámbitos educativos, de los medios de
comunicación como del mercado. El adolescente debe
integrari:;e lo más rápido posible al sistema, a lo vez
que paradójicamcnt.c se instalan m<!canit1mos sociales
de exclusión. Este doble discurso genern en el adolescente un &C'ntimiento de falsa pertenencia.
Situar la dimen,.ión social en el estudio del proceso
adolc:;ccnte i;e toma un hecho necesario. Sin embargo,
sustentar la explicación del surgimiento del malestar
en la adolescencia por la presencia de una or¡tanizacíón
social vacilante e indiferente, o por el de.~fallecimit•nto
del lugar del padre, son explicaciones nec<.>sarias aunque no suficientes.
En todo caso podríamos preguntarnos oc<.>rco de las
razones por laa cuales la sociedad y la cultura contienen c:;t.os rasgos ambivalentes, rasgos que, 1>or otro lado,
remiten a los fundamentos de Ja~ más primitivas formas de regulación social. La respuesta no puede estar
Hólo del lado del adolescente i;ino en aquello que la
adolescencia -como afirmación y como dc:;lituc1ón- pone
de relieve en rclacion con lo ya instituido: el fin de lo
infancia, Jos efectos de la confrontación que el adolescente pone en marcha, la puesta en duda, y fundamentalmente la particular emergencia de Jo pulsíonnl.
Dci;de Jos inicios de la obra freudiano :;e destoca una
oposición entre la naturaleza Cpodriamos decir la
pulsíón) y la cultura. El estudio de las neurosis pone de
manifiesto los efectos que esta oposición trae a la vida
anímica, sobre todo en Occidente, donde la oposición
naturaleza-cultura pone en evidencia el modo en que la
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183
LA PRODUCCIÓN 018CURSIVA
ACERCA DE LA ADOLESCENCJA
cultura se despliega como sofocación de las pulsiones
que pnradójicamente contribuyen a su fundación. Esta
oposición entre la ~ida pulsional y la cultura se marú·
fie:;ts aún más en la adolescencia, y desde esta perspec·
tiva noR resulta posible entender algunas de las
sofisticadas formas en que el discurso social puede llevar a excluir al adolescente. Ciertos proyectos actuales
de investigación pretenden estudiar los deslizamientos
presentes en algunos enunciados de la ciencia, con el
objetivo de constatar el modo en que el discur8o de una
disciplina científica puede identificarse con formas de
exclusión. ¡;;n muchos casos, la producción psicoanalítica
de In cllnica con adolescentes -atravesada inevitablemente por lo:; discursos vigent~s- manifiesta a veces
efectos re~iduales de ese deslizamiento.
La existencia de condiciones perversas -políticas,
socinles, económicas-, la coartación de la libertad y el
desprecio de In condición humana constituyen el germen de la destitución de lo humano en el hombre en
cualquier edad, época o circunstancia en que éste se
encuentre. En ese sentido, los efecto:; de la manipulación politice y económica pueden menoscabar las condiciones de subjetividad. La educación, las empresas de
salud, el mercado, la política tienen en la adolescencia
una población interesante de captar. Ahora bien, ¿cuál.es son los mensajes que Ja sociedad le dirige? Un Estado indiferente o autoritario potencia situaciones
traumáticas de diversa índole, tanto en el adolescente
como en el sujeto adulto.
El adolescente cuenta con una ventaja: aun sin saberlo, en muchas circunstancias inaugura una experiencia, no sólo individual sino también social. Si las
condiciones psíquicas y el medio le son relativamente
favorables, y la represión como defensa no lo ha limitado demasiado, contará con Ja posibilidad de dar a
conocer su capacidad transformadora, de modo tal que
la resonancia de estos embates del cuerpo social sobre
su existencia posibilitará en él la ejecución de respues·
tas muchas veces olvidadas por el sujeto adulto. Quizás
esta capacidad transformadora constituya su mayor
protagonismo, su revuelta y su "metamoñosis".
Sin duda, en esta etapa y en nue~tra cultura, hay
dos cuei;tiones básicas que enfrentan al adolc:scente a
una toma de decisión: una de ellas es la ek-cción de
objeto ~exuol y, en consecuencia, su posibilidad de pa·
ternidod o maternidad, situación que simbólicamente
Jo/a ro-sitúa en una cadena de generacioneK. Otro mo·
mento de especial gravitación, y que obliga al adolcscenLe a proyectarse en un tiempo futuro, es la elección
vocacional. Estos dos cuestiones -paradigmálicas de la
adolescencia como tiempo de iniciación- con frecuencia
se ven afectadas en su realización. La posib11id11d de
embora1.o y el sida, entre otros, representan para el
adolc.;;ccnte obstáculos reales por los cuales lo~ caminos
de Ja sexualidad pueden verse amenazados. Otras demorai; corresponden a inhibiciones o a un deseo indeci·
so. De todos modos, el adolescente se encuentra regido
por marcas biológicas sobre las cuales se revisten significacione11 ~ocíales. Respecto de la elección de una
vocación o do un oficio, también allí nos encontramos
con significncionci; sociales que, por un lado, empujan
al adolescente 11 absorber esa apuesto que In sociedad
le tiende y, por otro, la realidad p0ne en evidencia un
amplio espectro de jóvenes que padecen una política de
exclusión social, marginalidad y condicíones ilcgaleH de
trabajo. En un gran número de casos el adole~ccnle no
tiene po:1ibilídad de elegir.
La adolescencia no parece ser entonces un momento
propicio para definir estabilidades, aun cuando el medio ambiental así lo exija o él mismo se vea compelido
a contar con eso clase de respuestas. Tengamos presente que las operatorias psíquicas que basta ese momento
resultaron de utilidad, tales como Ja fuena de los ideales y las identificaciones propuestas desde su temprana
infancia, caen en su función referencial, son fuertemente combatidas o bie11 pierden su carga libidinal. En este
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desmoronamiento, que a veces transcurre silenciosamente, el adolescente puede ir buscando espacios que
dan lugar a nuevos posicionamientos de carácter más
perdurable o transitorio.
En el mejor de los casos se trata de avances en el
terreno del saber, mediados por la curiosidad -si es que
ésta se ha mantenido intacta desde su vida infantil-.
El adolescente también puede entregarse a una posición sacrificial -si persiste el sometimiento al idealbajo los disfraces del misticismo o el heroismo, o bien
quedar acotado en las barreras del carácter -posible
tramitación de la persistencia de una identificación-.
Éstos son algunos potenciales escenarios de lo no dicho
o de aquello que no pudo ser tramitado por otras vías.
crisis en la adolescencia se torna insuficiente porque
olla se contradice con los efectos de discontinuidad,
propios de la vida psíquica y del aconLecer humano,
que deja en suspenso una supuesta adecuación. Tal
"adecuación" no se produce si no es por la vía del
síntoma que inevitablemente surge del choque entre
la pulsión y la cultura. Tendríamos que remitirnos
entonces al término original krisis, término que nos
permite discernir la diferencia: krisis, cuyo significado
remite a juicio, sentencia y determinación, en el sentido de llegar a un momento crítico en el tiempo que
requiere una decisión.
ADOLESCENCIA Y ALTERIDAD
Estas situaciones llevan a explicar por qué bajo estas
condiciones la operatoria psíquica propia de la adolescencia se ve confrontada con una realidad interna y
externa que demanda otro tiempo y otra lógica de tramitación. Se relanzan, podríamos decir, nuevas cuestiones fundamentales: por ejemplo, cómo tramitar la
demanda cuando la inhibición o la angustia impiden la
producción de nuevos recursos; cómo soslayar la lógica
sacrificial subyacente en los mandatos e ideales, y cuya
presencia se ha puesto en evidencia en diferentes tiempos y culturas; cómo sostener la ilusión de un porvenir
cuando el adolescenl:e queda a la deriva de un Estado
vacilante.
Ésta es, a mi entender y en términos generales, la
cualidad de la subjetividad adolescente: tiempo de interrogación sobre el ser, tiempo de interrogación sobre el
otro semejante, tiempo de desencuentro con el otro sexo
y de fallido intercambio social. Sin embargo, la desilusión de las nobles promesas de la infancia y lo vacilante del discurso del Otro constituyen las nuevas
condiciones en las cuales se tendrá que relanzar el deseo.
Creo que hoy, con los desarrollos teóricos que tenemos a nuestro alcance, limitarnos a la idea clásica de
186
Esta nueva apertura al discurso social os uno de los
temas tradicionalmente debatidos a propósito de la adolescencia, que se sitúa entre la ilusión de la autonomía
y la retranscripción de los lazos sociales y colectivos.
Sabemos de la importancia otorgada a la figura del
líder, el ideal del yo, las articulaciones entre lo singular
y Jo colectivo, el encuentro con el otro y la dimensión
del amor, la agresividad y también del humor. En esta
t.rama, retomar el tema de la alteddad y el prójimo es
un modo de continuar con aquello que Freud denominó
"el complejo del semejante". Tener presente el papel del
otro y sus vicisitudes, sus posiciones -a la manera en
que Freud lo trabaja en "Psicología de las masas"-, nos
permite:
1) entrever los caminos del deseo y de la anguslia que
complejizan la relación con el semejante;
2) explorar el tema del doble (con su derivación hacia
lo siniestro);
3) retomar con el adolescente la incertidumbre que genera la imposibilidad del otro de responder las preguntas "¿qué deseo? ¿quién soy?" Este punto interpela
187
la posición del analista, ya que el adole~cen!A!, si
bien juega con equívocos, todavía exige "respuestas
verdaderas".
La interacción de los discursos y las prácticas sociaJe..q generan sujetos que se vinculan entre si. Este entramado e~tá presente en la dimensión social y colectiva
en que el adolescente está inmerso. Quizás sen necesario recordar que en este contexto la referencia al otro
lleva implícita la idea de otro habitado por el discurso.
La presencia o ausencia del otro posibilita cxperienciaH, pero el otro semejante es tambi6n un ser contingente. La transferencia al otro, a 11u discurso, y los
alternados movimientos de encuentros y de~encucntros
son los elementos clave que permitirán al adole11cente
neutralizar los efectos de la autorrcfcrcncia narcisista
y poner en juego sus determinaciones y contingencias,
ya sea para afirmarlas o transformarla,¡.
Esta perspectiva lleva al adolescente a la posibilidad
de recorrer los caminos que lo conducen al reconocimiento del otro como un exterior a sí, dando lub'llr a lo
que podríamos denominar experiencias de subjetividad
y alteridad. En las múltiples experiencias transferenciales que se generan en el encuentro del adolescente
con el otro (su par, su maestro, el otro cooxistente), éste
puede adquirir para él diferentes dimensiones ya que
algunas vivencias serán más importantes que otras.
Cuando en el acontecer con el otro no se logra establecer un lazo que permita el juego identificatorio y
proyectivo, es posible que se manifiesten estados como
el aburrimiento -tan frecuente en la adolescencia-, la
melancolía y aun el acto del suicidio. Es que ese otro
como semejante es indispensable en el sostenimiento
del deseo, porque aporta cuerpo y palabra, es decir,
permite al adolescente ubicar su objeto ldc amor, de
hostilidad, de rivalidad) e instala una dimensión imaginaria que produce un intervalo con lo real del cuerpo
que puede emerger en el encuentro/desencucnlro con el
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otro sexo. En la adolescencia se reestablecen relaciones
de intimidad física y de intimidad psíquica, y es entonces cuando el adolescente se encuentra con la posibilidad de compartir experiencias y comunicar estados
afectivos. Pero la relación con el otro no es sólo de intercambio sino que en su revés también revela una
otrodad inquietante. Este reconocimiento, junto a la
imposible autonomía del sujeto, puede llevar al adolescente a un despliegue de angustia dificil de tolerar.
LA AJ)Ot.ESCENClA Y LA INTERPELACIÓN
El adolc~ccnlc es un ser interpelado, y es en esta
interpelación y sus modos de re,,pucsta donde podríamos decir que "emerge# su subjetividad. Si todo va bien,
el sujeto adolescente estará en condiciones de tomar la
palabra. Pero el adolescente también puede quedar en
silencio.
Veamos lo que sucede en el ámbito familiar, teniendo
en cuenta la forma contestataria del adolescente respecto de sus padres. En su libro El pasaje adolescente,
J. J. Rassial (1999) menciona que es habitunl que los
padres c11liliquon a sus hijos adolescentes como insolentes y "cont.cstadores" y afirma que éste es un modo
de reivindicar su soledad, de apartarse del juego social.
"¿Qué es sl'r insolente?", se pregunta el autor. "Es añrmar su soledad, incluso reivindicarla.• Sostiene que se
trata de "sacar partido de esta insolencia, puesto que es
uno de los motores mismos del proceso ndole~ccnte". En
lugar de permanecer allí donde es colocado por el discurso de los padres y obedecer, el adolescente contesta,
y habitualmente contesta de más. Frente a ci;te hecho
el hijo puede mostrarse perplejo y sorprendido ante el
impacto de su réplica.
Ahora bien, ¿acaso en este fuera de lunar, la palabra
no está aludiendo a un espacio no conquistado aún?
Espacio social, espacio de los adultos; el adolescente se
189
encuentra excluido de un saber y de un poder-hacer
que a la vez se le presenta sin garantías.
Podnamos decir que Ja adolescencia tran~curre en el
incierto pasaje entre Ja repetición de In palabra de los
padres y la tentativa de la palabra conquistada. Un
segundo pni;o consistirá en el reconocimiento de que su
decir, como respuesta, también se muestra incierto
respecto de la realidad a la que alude. La coherencia
del "yo pienso", propio del imperativo del ideal racional
y del ordenamiento latente que abandona en la pubertad, maniliesla su fragilidad y aun su disolución. El
adolescente transita su ser como sujeto <>nlre In caída
de los ideales de los padres y Ja angustia de su propio
desasimiento.
El, OJ:;<:URSO DEL ADOl.Esct;STE
Y LA POSICIÓN DF.L ANAU~'TA
Tengamo,,; en cuenta qué sucede con el adolescente y
su discurso. A partir de la pubertad se produce una
ruptura de las condiciones que en la infancia se mantenían con relativa fluidez: el diálogo con los padres.
En la adolescencia, la palabra dol padre ya es somelidn
a la prueba dCl verdad y el adolescente estará más atento o las contradicciones internas del discun;o de Jos
1>ndrcs.
Podemos referirnos entonces a lo que suct'<ie en la
práctica annlitica. ¿Cuáles son las condiciones de palabra que el analista puede dar al adolei;ccnte? En primer lugar, el analista, a causa del dispositivo, puede
reconocerlo como sujeto responsable de su palabra. Para
analizar a un adolescente es indispensable mantener
en alguna medida el diálogo e instalar el cumpo del
sentido que se da en una relación yo a yo. E~to que
muchas vece>:> fracasa en la familia es necesario instalarlo en el marco analítico. En Adolescencia. U11a lectu·
ra psicoanalllica, Silvia Wainsztcin (2000) trabaja el
190
t('ma d<'I diálogo como un instrumento que ayuda a
e>:>tableccr lru; condiciones que refuerzan In acción comunicativa en el adolescente. Sostiene que si en las
condiciones del análisis, el analista interviene de entrada, abriendo si~'lli.ficantes, produciendo algo del sinsentido -~in mediación o en forma abrupta, podríamos
agregar- el adolescente puede verse "expuesto a 11u propio dii;cur80" y esto generar una tensión 11gr<>s1va dillcil
do soportar. En este caso, establecer un diálogo tiene la
función de disminuir dicha tensión y reforzar mienlrns
tanto un acuerdo que permita sobrevivir a los Lcmores
de frngmontnción.
La condici(m de diálogo es constitutiva del sujeto. Es
una realidad dialéctica que reúne los dos términos !el
"yo" y <>I "tú"). Esta construcción discursiva dC'I yo es de
fundamt'nlal importancia para el adolescente. La enunciación del "yo soy", i;u construcción y su deconstrucción
~e sostiene ('n lag condiciones dialógicas d<> un análii<is.
El yo entra en existencia, y la apuesta del analista al
<ll'sco de estar alli restablece en el adole¡;cl'nte el intere~ por SU propia JUgada.
F.SCRJBIR AL REYES
Hace tres n1ios me llama D., 21 años, huérfana de
padre desde sus 10 años. En una enltcvisll\ COllJUnta,
la madre comenta que el padre murió en un accidente. Ello,,; ya e~taban separados desde hacia diez meses por <>pisodios de violencia. La madre dicl! que D.
había prrscnciado muchas de esas escenas y que "en
el fondo quería que s11 padre se muriera. F111'c lo mejor
que 11os p11do haber pasado", dice la madre. Sel{Ün la
madre, por cMe tiempo, entrando en la adolescencia,
D. SI' afeaba, y a pesar de las altas temperaturas
usaba enormes buzos. La madre lleva a su hija a un
analista, quion dice que D. "no parecía afectada por
los sucesos familiares''. La madre define a D. "como
191
alguien que no ama la vida". D. comenta que tiene
vario~ tatuajes y que uno de ellos es su nombre "en
espejo, para poder mirarlo en el espe;o y leerlo yo
también·. La situación que motiva la consulta es que
D. plantea dejar ~momentáneamente" sus estudios e
irse a trabajar a México.
La primera vez que D. viene sola me muestra alguno!! de sus tatuajes, uno de ellos con su nombre escrito
al revés y situado en la parte posterior de la base del
cuello. Su nombre es de origen extranjero. Escrito de
este modo, en las dos últimas letras se Ice "es". Le
pregunto si su nombre tiene algún si¡,'llificado. Dice:
"Como que te llamaras 'Linda' y ful!ras fea•. "Antes
esrr1bta al reués. Cosas para mí. Una historia, dos
palabras.• "Cuando naci era relinda, rosadlla."
D. también tiene un tatuaje alrededor de la cintura,
como si fuera una cadena pero hecha con letras que
parecen formar algunas palabras. "Es el tatuaje que
m~ llama la atención. Antes tenia la frai;e escrita 1!11 el
placard."
Cuando habla del padre dice: "Me suena raro decir
'mi papa', no lo asocw. Muchas veces me dieron ganas
<Í.J! que L (actual pareja de la madre) fuese mi papá".
"Querta decirte que en quinto ario me empecé a cortar. 'l'enfa una amiga que se cortaba. Bueno, no era tan
amiga. Una manera de entenderla era hacihidolo yo
misma. Sal'Or el dolor para que sea /lsu:o y 110 le duela
adentro. Para llamar la atención o que te ayuden. En
mi caso, más para sentir... el cuerpo. Dejé de cortarme,
empeci a tatuarme.•
Su última entrevista:
"Tengo w1a tía que uiue en F. y que me inL'itó a trabajar allí, pero dice mi abuela que mi tla es medio
jodida. Como ahora estoy d.emasiado confundtda, prefiero qul'darme en un trabajo que encontré aqul. Es un
negocio de ropa. Po.sé y dije: 'Yo, en este local pod.rla
trabajar. Tenfa mi loak. El trabajo lo <'flC011tré por mis
propios medios. Me ocupo de la atención al cliente y me
192
va bien'.• (El trabajo es de 8 a 20 hs, coo 1 hora disponible para com!'r, o sea, un dia sin variaciones.)
D. vino unas pocas entrevistas. Tal vez, para hablar
de su bú~queda del padre, y para escuchar decir a su
madre que ella pensaba que D. no amaba la vida.
Seguramente también vino para mostrar los tatuajes
y que alguien pudiera "leerlos", marcas atesoradas en
su cuerpo, que antes habían sido cortes sangrantes,
palabras escondidas en el interior de un placard o
"signos de amor" por una amiga. También pons.ó que
tal vez ella sólo necesitaba que alguien mirara y preguntara, t1in adjudicarle ninguna intención ni ningún
deseo. No había mucho para descifrar porque hasta
ahí todo estaba a Ja vista y ella parecía 1mberlo, una
especie de exceso de historia relatada en su cuerpo.
En mí pcrduró la impresión de que esas entrevistas
probablemente tuvieron para D. Ja función de ser un
eslabón que le permitió acceder al paso siguient!', representado por la salida de su casa y la búsqueda de
un trabajo. Especialmente pensé cómo una adole~ccn­
tc enlnzn pnlabra y cuerpo, a la búsqueda de un nombre que Jo rcpresenle.
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"°"
194
PARTE
m
'Turbulencias desorganizantes
9. DIETANTES Y ANORÉXICAS:
UNA OELThllTACIÓN NECESARIA
Mon<a Punta RodtLlfo
INTRODUCCIÓN
La clínica ~oslenida con pacientes púberes, adolescentes y mujere~ jóvenes me ha impuesto una diferen-
cia que considero fundamental para el establecimiento
del diagnóstico, pronóstico y recomendaciones terapéuticas. Una cosa es hablar de "trastornos de la conduela
alimcnt.oria" (Jcammet, 1990), "dietantes"1 o "anorexias
blandas", y olra muy distinta es hablar de "anorexia".
Prefiero reservar esta última denominación, anorexia
(vera),' para los trastornos que implican un agujero en
el cuerpo, lo que en la conceptualización de P. Aulagnier
llamarlnmos una inscripción pictogramática de rechazo: en la superficie continua del cuerpo algo ha sido
inscripto en su negatividad. El aporte del pictograma
de rechazo nos permite pensar de una manera más
sutil la diferencia entre una inscripción pictogrnmática
positiva y una negativa, sin considerar a ésta como
mera falta de inscripción. Es muy distinto conceptualizar algo en términos de ausencia (a-estructura, agujero
como simple hueco) que hacerse cargo de la positividad
l. Término ncuñndo por A. Bonsignore para reíerirse a quienes
reali1.o.n conaLnntomcntc dletas.
2. Anor<\XiA vera o anorexia ne.ni.osa.
197
de lo negativo: por ejemplo, la existencia de una desligadura que trae como consecuencia el de~mantelamien­
to de una zona erógena. El agujero es y su positividad
se dN;pliega en el hecho de que constituye o bien una
pérdida de zona o bien una pérdida de la actividad
ligada a ella y por consiguiente una pérdida de cuerpo.
Este af,'lljero no es meramente una metáfora, sino que
forma parle de la experiencia de la depresión psicót ican
(Winnicott, 1979) o "depresión elemental" (Tustin). Esta
pérdida do cuerpo puede alcanzar dimensiones masivas, como en el caso del autismo, o comprender formaciones más Ne<:torizadas, más puntuales (pr<.>elusión local,
en lt'.!rminos de Nasio, 1988; R. Rodulfo, 2004).
f'mnces 'rustin 0989) establece unn relación entre
proceNos nutísticos y anorexia (vera>; y al reforirse al
historial de Margaret3 manifiesta la autora que por ese
entonces no había detectado las profundas relaciones
entn• ambos grupos. Las ideas de esta autora nos han
permitido profundizar en la conceptualización d!'I objeto sen~ación y reflexionar con respect.o a que, para ciertos pacientes afectados por un proceso de
agujereamient.o, los objetos sensación parecen obturar
dicho agujero. Pero, la seudoprotección que prestan
impide que la púber utilice y desarrolle medios de protección más genuinos. En particular, le impide o por lo
ll)Cnos le dificulta entrar en contacto con los seres
humrtnos que la cuidan y podrían ayudarla a modificar
sus temores. Desde mi enfoque, éste es uno de los puntos diferenciales con otras patologias somáticas: el taponamiento del agujero con el recurso al objeto
sensación, lo que otros autores denominan autoerotismo
ncl;(ativo (Jeammet).
Mientras que la anoreicia (vera) se deriva de lo que
Nasio ha denominado formaciones del objeto a, las
3. l'acicnl.r nnnlízadn por Tustin en 1958.
198
problemáticas no anoréxicas de la modalidad alimentaria son derivaciones de las formaciones del inconsciente. lle de sostener como hipótesis que é~tas últimas
>on las que han sufrido un incremento considerable en
los últimos años, mientras que la anorexia <vera),
aquella que llevó a la muerte a Margarita de Hunwia.
es una afección tan poco frecuente como el autismo, y
debemos difer!'nciarla claramente de otros problemas
ligados al "no comer". Para estos últimos derivados de
formaciones sintomáticas, utilizaré la denominación
"problcml'iticas en la modalidad alimentaria" o equivalentes.
En adelante, he de referirme exclus1vamento a estas
ultima~ <?n el tiempo específico de la pubertad y adolescencia femeninas.
En segundo lugar, mi objetivo ei; intentnr ahondar
en la relación existente entre este tema y la prevalencia del mismo en la población femenina. lle obs<:rvado
que, si bien In mayoria de los aut.ores bacon mención a
Ja alta incidencia de estas afecciones en pacientes
mujeres, luci;to de esta constatación no realium ulteriores desarrollos sobre el punto.
DEL AMOR lDENTlFICA'rOJUO
Y EL DESEO DE RECONOCIMIENTO
La identilicación es el modo principal en que el niño
pequeño puede reconocer la subjetividad de otra persona y para Freud (1921) constituye el primor lazo
emocional con un objeto. Según J. Benjamin 0997), en
cuyos desarrollos nos apoyaremos. la noción de genero
encarna la diferencia genital, pero no está motivada
en ella. El desarrollo de la identidad de género, lejos
de simplificar las cosas, hace más justicia a las complejidades do In problemática en juego al involucrar
on ella las vicisitudes narcisistas de la separaciónindividuación. Esto me ofreció la posibilidad de
199
reinterpreta1· las preocupaciones inherentes a la
genitalización a la luz de conflictos en el desarrollo de
la subjetividad y de las relaciones intersubjetivas. El
padre se convierte en el punto de partida para nuestra reflexión. Es en el momento de mayor conflicto de
separación donde emerge una representación del padre que es significativa tanto para las niñas como para
los niños. Ambos necesitan en esta encrucijada ser
reconocidos por el padre como sujetos deseantes, es
decir, como verdaderas alteridades.
En la teoría psicoanalítica debemos seguir enfatizando la importancia del lugar paterno en la estructuración del narcisismo de la niña, ya que si se le ha otorgado
importancia, ha sido casi siempre refiriéndola al varón.
Freud, en Psicología de la masas y amilisis del yo, restablece la función del padre diádico en el proceso de
identificación del varón; en cambio, cuando se trata de
la niña, no se ha atendido de la misma manera a la
singularidad de esta relación.
Dada la distribución del trabajo, en nuestra cultura
la madre representa los cuidados para la niña y el niño,
mientras que el padre representa el mundo exterior;
debido a ello, el padre se transforma en una pieza fundamenta l en esta nueva etapa del proceso de la separación-individuación.
El amor de identificación, caracterlstico de estos
tiempos, es el contexto en que acontecen para los
humanos la separación y la identificación de género.
Por lo tanto, el affaire amoroso con el mundo en la
deambuladora, en definitiva implica un affaire amoroso con el padre. Este proceso de identificación
homoerótico está al servicio en la niña de establecer
su identidad femenina. ¿Pero qué es lo que sucede si
fracasa la necesaria reciprocidad de su cumplimiento?
Por lo general, los padres suelen responder con mucho
más énfasis a las necesidades de reconocimiento
identi.ficatorio de sus hijos varones quo a las de sus
bijas, desarrollando con ellos lazos un poco más inten-
sos. El efecto de esta desigualdad es que la identificación con el padre no tiene un lugar propio claramente
düerenciado y jerarquizado en el desarrollo narcisístico de la niña, en comparación al que tiene la madre
con e1 varón.
En el psicoanálisis clásico, la envidia del pene emerge
como respuesta a la diferencia sexual anatómica. La
hipótesis de trabajo de los autores contemporáneos
dedicados a esta temática es justamente la opuesta.
Específicamente, Benjamin (1997), sostiene que la niña
desea ser reconocida por su padre porque está luchando por subjetivarse-autonomizarse y esta búsqueda en
estos tiempos tempranos se realiza a través de la
identificación: "afirmarse a sí misma, reconociendo su
propio deseo". Además, para la niña, el padre frecuentemente es elegido porque representa un otro diferente a la madre, en quien reconocer su propia alteridad.
Precisamente, cuando no encuentra disponible al padre en la posición de identificarse con ella, esta no
disponibj)jdad obstacuUza su propia identificación y
a partir de allí se suceden diversos destinos psicopatológicos.
Desde ya que t.odos los psicoanalistas que trabajamos las cuestiones de género aspiramos a alcanzar un
contexto cultural en el que existan constelaciones familiares que permitan tanto a las niñas como a los niños
identificarse con una madre que va y viene entre el
adentro y el afuera y que pueda representar la subjetiviclacl y la agencia tan bien como el padre. Pero en la
cultura familiar, que está caracterizada por una división del trabajo tradicional, donde el padre representa
el afuera, las hijas tratan de usar la identificación con
el padre de esta manera.
La identificación de género se debe a una pluralidad
de posiciones más que a una línea única remitida a la
diferencia sexual. Los niños y las niñas en los procesos
narcisistas son hlperinclusivos, creen que pueden tener
y ser todo. Para ambos, esto continúa hasta el momeo-
200
201
to édípico del descubrimiento de la complementariedad
sexual y el miedo a la castración, que en este contexto
significa para cada uno ser privado de lo que el otro
sexo tiene.
Erróneamente se ha reducido el interés temprano
de las niñas por el padre a un amor edípico
heterosexual, mientras que lo que prima es un deseo
de semejanza, un deseo homoerótico. Esta relación
ha sido oscurecida por la errónea asimilación de lo
erótico a lo heterosexual. Que un objeto amado sea
percibido como diferente o semejante no está determinado por el sexo del objeto como Harris le hiciera
notar a Freud (Harris, citado por Benjamin, 1997).
La falta de reconocimiento y la negación del lazo
identificatorio daña el sentido de ser un sujeto
sexuado y conduce a la mujer a buscar ese deseo de
reconocimiento a través de modalidades alternativas
más o menos patológicas.
PUBERTAD Y DESEO DE RECONOCJMIEN'l'O
Según Gutton (1993), las metamorfosis puberales se
desarroUan bajo el signo de la exterioridad. Las transformaciones del cuerpo son percibidas con extrañeza y
asombro. Uno de Jos destinos patológicos lo constituye
la neutralización de la erogeneidad genital del cuerpo;
y en los casos do las problemáticas de la modalidad
alimentaria esta neutralización llega al ataque biológico donde el cuerpo entero se hace víctima. Contrainvestir
el cuerpo erógeno conduce a la construcción de un
contracuerpo o cuerpo est~tico sublime Q.liller, Hekier)
y este desplazamiento sobre otras zonas no implicadas
por la erogeneidad genital constituye una defensa privilegiada en la pubertad.
A la vez, estas prácticas ponen de manifiesto el fracaso de una identificación, entrañando a1 mismo tiem202
po una dimensión identificante: la puesta en acto de
una autofiliación. Todo esto se ensambla con una multiplicidad de operaciones del imaginario social que promueve al cuerpo como objeto de culto, dándose,
paradójicamente, una idolatría corpo1·al que despoja al
cuerpo de su alteridad. Allí funcionan las imágenes televisivas, por ejemplo, convirtiendo lo que hubieran sido
cuerpos libidinales en cuerpos de muñecas, muñecas de
porcelana de similar espectralidad, planas y angostas,
que no comen, ni menstrúan, ni evacúan. El cuerpo
propio queda apresado en los procedimientos de una
estética-dietética racionalizada por un discurso de lo
saludable, bajo la égida de modelos imperativamente
directivos.
A diferencia del deseo de reconocimiento que se pone
en juego en el amor identificatorio, que es sobre todo
deseo de alteridad, este segundo reconocimiento por
aproximación a un ideal despótico conduce a1 sacrificio
de dicha alteridad: hay un punto en que todas las
muñecas son iguales entre sí.
En esta época resulta dificil recibir en nuestra consulta una paciente púber o adolescente que no presente
perturbaciones más o menos significativas en In modalidad alimentaria. Algunas de ellas llegan con antecedentes de tratamientos en instituciones cuya poütica es
la de sojuzgar el síntoma desde una perspectiva netamente conduclist.a. Es decir, reproducen el procedimiento
anteriormente descripto en una dirección inversa, con
el supuesto objetivo de curar a estas jóvenes. La clínica
psicoanalítica apunta, en cambio, a descifnu· el lugar
del síntoma en la subjetividad.
No es mi intención en este trabajo realizar una síntesis del estado actual de la cuestión; lejos de ello, el
único aspecto en que quisiera detenerme es en la mayoría estadística irrefutable de estos padecimientos en
Ja mujer.
203
Claudia tiene 19 años y hace uno llega a la consulta
con delirins ob:;esivas. La culpa, el sacrificio del cuerpo,
el hacer el bien, el ayuno de purificación y el ayuno de
renuncia, el liberarse de la maldad, ~el agradecer a
Dios, et guardar a Dios, el amar a Dios y (') rogar a
Dios" caracterizan no sólo su discurso sí no su vida
misma en el momento en que ta conozco. •rres años
antes habfn sido rotulada como nnoréxica y había permanecido internada varios meses en una de las clínicas
de corte sado-conductista que proliferan en nuestro país
con la corrc"pondiente promesa a las familias de una
domesticación del cuerpo y del p.. iqui~mo de nuestras
jóvenes niilas. Vigilada y castigada, su vida, como la de
otras, había perdido la dimensión del espacio privado:
día y noche, y aun en el baño, era acompannda por una
cuidadora. Era alimentada por la fuerza y debía seguir
un rígido plan alimentario que le había sido entregado
en forma impresa, después del diagnóstico inicial de
anorexia. En algún momento en que se provocó el vómito, fue obligada a ingerirlo nuevamente como parte
del plan do tratamiento. No pudiendo soportar semejante maltrato, su fami lia y ella misma decidieron,
saludablemente, dejar esta institución.
Recurrieron, en segundo lugar, a otra clínica de caracteríslicas más humanitarias, pero en la cual volvieron a
confundir síndrome con formación clínica y tomaron la
parte por el todo, o sea, no la tomaron en cuent.a como
subjetividad descante, sino que se dedicaron a trabajar
sobre la perturbación de la conducta. Como los métodos
fueron menos cruentos, al cabo de un tiempo de este
trabajo acotado lograron doblegar al síntoma.
Al igual que otras púberes y adolescentes, al cabo de
dos o tres años llega a la consulta psicoanalítica con su
patología intacta y aun agravada en sus manifestaciones clfnicas, lo cual no es de extrañar teniendo en cuen-
ta tantas intervenciones iatrogénicas y la contribución
de éstas a la cronificación de sus malestares. Intervenciones que obturan toda posibilidad de hacer lugar y
prestar atención a la emergencia y el despli1:gue de una
patología, a la larga inevitable, que provoca retornos
más violentos y agravados.
Puesto en marcha el proceso analítico y halhíndose Ja
paciente en lucha por "dominar la came" -como dice el
Evangelio con el cual concurre a sus sesiones- se queja
por no llegar a la realización perfecta del "sacrificio del
ayuno". ¿Qué descubrimos ent.onces? Nada menos que el
de.'>CO de comer que no logra ser suficientemente dominado por la formación reactiva. Claudia evoca que en el
tiempo de la llamada "anorexia", se moría de hambre,
pero su convicción de no comer era tan grande y su
deseo de •nacura" tan pregnante que ";;acnba fuerzas de
cualquier parte", mecanismo de contrainvestidura con el
cual logrn reprimir y controlar su apetencia objeta!. Tanta
perseverancia en e:;te acto negativo le provoca un estado
de inanición, a partir de lo cual y sólo alh, como consecuencia y no como causa, pierde finalmente el apetito.
Junto con el apetito perdió la menstruación y una adecuada regulación térmica del cuerpo, trastornos que la
llevaron a nfectar la escolaridad al punto de perder et
año lectivo. La fluidez intestinal füe reemplazada por
una constipncíón pertinaz y un espeso vello la recubrió.
Sin embargo, Claudia cuenta que pasaba hambre y
que pare ella era un llxito "gobernar su boca"; ahora, en
cambio, "quiere dedicar su ayuno a Dios y fracasa",
sintiéndose culpable y desdichada.
En ese entonces tuvo ocasión, a través de revistas y
programas televisivos, de acceder al listado de síntomas que compondrían la "anorexia". Pudo aprenderlos,
y aprender a tenerlos, identificándose así con el retrato
de anorexia propuesto y difundido por los medios de
circulación masiva. Este proceso se va dando, en Claudia, a trav~s de una serie de pasos: el primero concierne al rechazo de un cuerpo cuyo exceso de peso le
204
205
UN DESTL'IO POSIBLE ENTRE LA PUBERTAD
Y LA ADOLESCENCIA
acarrearía displacer o repulsa al compararlo con el de
•tas modeloli" (Zirlinger) que encarnan en aquellos mismos medios el ideal del cuerpo como cuerpo·tdeal. Puede invocarsl' l'n este punto el concepto de "cuerpo
espectral" de R. Rodulfo, sobre todo porque de esas
modelos !'lla no tiene una visión de carne y bue.'°, sino la
mediada y filtrada por dichos medios. Todo esto desemboca en el segundo paso, que consiste en la introducción
de una dicta estricta y rigida como correspondo a tamaña idealización del cuerpo-Uleol. Finalmente -tercer
pnso- recibe nueva ayuda, otra vei do los medios, al
en U>rnrsc de q uc si vomita, la extrema scvcridncl de la
dicta deja de ser una condición tan nec!'sarin. Al comprobar que "poner e11 acto• este descubrimiento le da
resultado, convoca a una ~reunión de amigas en el baño"
en la que todas juntas por co11tag10 uk11tifit:atorio comenzaron a provocarse el vómito ante la nul'va consigna: "vomitás y vomitás y así de nuevo pode" volver a
comer de todo sin engordar• (sic).
Recordemos el carácter grupal y de contagio con que
Freud (]978) definió la identificación al modo histérico: "no es una simple imitación sino una apropiación
sobre la base de la misma reivindJcación etiológica,
que expresa un igual que y se refiere a algo coml.in que
permanece en el inconsciente•. Sostiene que "la identificación expresa comunidad: dos amantes son uno•.
El coro de chicas vomitando se vuelve lodo un paradigma de esta patología contemporánea y de su difusión social. Se produce una suerte de efecto circular; la
identificación por contagio, potenciada al máximo por
los comunicadores instituidos, genera un incremento
del contagio de la enfermedad, Jo cual a su vez retorna
e incrementa el carácter grupal que ya tenia, una suerte de culto de imitadoras o fanáticas de la a11oréxica·
ideal, cuyo retrato concreto bien puede estar a cargo de
la "modelo" de turno. Es decir, que el grupo de las
dietantes, siguiendo la conceptualización de Frcud, compartiría e l mismo ideal del yo mwréxico.
Recapitulando, la hipótesis que sostengo es que la
preeminencia de mujeres en los trastornos de la modalidad alimentaria en la pubertad y adolescencia está
ligada al impacto que la genitalización produce sobre la
subjetividad, que desencadena una regresión por mala
resolución en el momento narcisista del amor idenlificatorio en la relación homoerótica con el padre.
En este punto, la búsqueda de Ja identidad l'R una pieza
no negociable y la misma contiene facetai; cnmctt>rialcs e
imágeneR corporales. Esta búsqueda de la identidad se
da sólo a partir del reconocimiento del otro y por trámites de identificación que siguen las vías de focilitación
que ofrecen los dispositivos sociales, encontrando su referencia ejt'mplnr en "las modelos• publicitarias.
La busqueda del ideal se objetiviza n travé:; de la
bl.isqucda del cuerpo-ideal. que de esta manera se conlitituye en ~porte del ideal del yo. Es aquJ, scgtin R.
Rodulfo (20041 donde se produce "el atamiento de lo tcletecno-mt'<lititico a lo espectral f...] de cuerpo sin cuerpo,
al extremo diet, al extremo light, al extremo cero calorías ... ¿Quó mojor cuerpo que el sin volumen? ... cuerpo
idoUzcu.l.o, <¡U{) circula en este espacio telc-tcc110-medi<ilico
sin espcwr. Vida desprovista de sustancia tocable (que
se articula conl las necesidades y deseos pospubcrales de
dcsbaccrsc de lo genital [...], rechazando ei;o excedente
asimilable a la sexualidad infantil".
Pero, a la vez, el alcanzar un ideal respondería a un
e~tcreotípo, a una uniformidad, lo que D. Lippc 0994)
conceptualiza como una pérdida de identidad Sin
embargo, desde el punto de vista que so:;tengo, esta
alienación en la imagen ideal debe entenderse como
una t('ntativa de curación de la pl.ibcr o adolescente,
pues, por su sesgo, realizaría el intento de ser reconocida por el otro. O sea que se alcanza el Ideal a riesgo
de perder la identidad en tanto diferencial, poro de esta
206
207
DEL CUEllPO IDEAL Y EL DESEO DE RECONOCIMIENTO
manera, por identificación, se puede obtener el reconocimiento del otro. Renunciar al ideal podría exponer
a la joven a la pérdida de este reconocimiento, y de esa
manera puede correr el riesgo de un derrumbe narcisista. Esto coincide con lo sostenido por autores como Golbe
y Melfe, quienes afirman que se produce en este tipo de
pacientes una descalificación del verse, en favor del ser
vista (deseo de reconocimiento).
Es aquí donde regresamos al momento en que la
falta de reconocimiento por parte del padre desemboca en la negación del lazo identificatorio y daña el
sentido de ser una subjetividad afirmada en su diferencia: su ser de niña. En cambio, esta búsqueda de
reconocimiento parecería centrarse en este momento
-de la pubertad- via identificación en este c11.erpoidolizado: "las modelos". El contagio identi{icatorio
(garantía de reconocimiento) hace que todas bagan
dietas, vayan al gimnasio, cuenten calorías, ingieran
laxantes y diuréticos, padezcan disfunciones menstruales, etc.
Todas se reconocen en este cuerpo sin cuerpo: estético-dietético, sublime, disciplinado. Todas se reconocen
en este ser sin carne, sin formas, uni·forme (Lippe,
1994), que, desde mi punto de vista, es consecuencia
del fracaso del amor identifieatorio y lleva al borramiento de la diferencia de los sexos, así como a la conscrvaci611 de lA bisexualidad psfquica, como derivacl6n
psicopatológica y no como punto de partida.
Cuerpo contra-seña, que es a la vez cuerpo-contracuerpo. Nuevas formas -sin formas- de exorcizar los
demonios, nuevas formas de control de la carne sin
carne. Éste es el precio que la púber paga "con más de
una übra" para ser reconocida en su ser de mujer -en
tanto diferencia- que a la vez le implica, por otro lado
la renuncia a su diferencia. He aquí una trampa en la
que suele caer fácilmente.
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10. NOVELAS ADOLESCENTES
Norma Najt
TN'l'ROOUCCIÓN
¿Por qué muchos niños/niñas que presentaron una
organización psíquica cuya problemática fue considera·
da grave, logran defensas y formulaciones identificatorias que organizan su novela familiar?
Los materiales clínicos, que conforman un exquisito
legado recibido, nos abren el abanico de posibilidades
para transitar por las teorías que ofrecerán siempre
una explicación sobre tal o cual cuestión que la clínica
nos plantee; clínica y teoría constituyen aspectos indisociables de nuestra práctica.
Nos encontraremos con opciones metapsicológicas y elegii-emos, S()b"Ún nuestra posición, un modelo de la psicopatología para explicar el trayecto terapéutico a construir.
Los ejemplos en el trabajo anaUtico nos ayudan a
conocer cómo se organiza el psiquismo, y el "caso clínico" cuya problemática es el sufrimiento extremo resulta
esencial para nuestro conocimiento.
PRESENTACIÓN Dl':L TEMA
¿Cómo es que el advenimiento adolescente, en el curso
del trabajo analítico, puede conseguir "figuras identi211
ficatorias" que le faciliten la construcción de una hístoria y participen en "el encuentro de sentido en su biografía"? Éste es un interrogante que nos envía a los
fundamentos teóricos que explican eJ fenómeno puberaladolesccnte, es decir, la posibilidad de concebir una
propuesta metapsicológica acerca de la organización del
psiquismo y Ja metapskología de las formaciones patológicas. Fundamentos que según nuestra posición con
relación a la práctica siempre serán teórico-clínicos.
Con el recorrido de "La construcción de una biograña: Frankenstein" relectura de un trabajo realizado en
el año 1992 (Najt, 1993), organizamos la presentación
del tema ubicando la posición del psiquismo de un nillo
que llega a la adolescencia pudiendo dar sentido al
sufrimiento "ya vivido" a través de sucesivas identificaciones. En estas identificaciones que este adolescente
logra a partir de figuras terroríficas de la literatura
universal (publicadas en novelas, vistas en el cine, etc.)
consigue encontrar un personaje con sentido y que capturó toda su atención: el de Frankenstein.
Todas las propuestas teóricas posibilitarán alguna
aproximación a la explicación del psiquismo y sus posibles psicopatológicos, desde la interacci6n; en las novelas encontramos la creación literaria, que enriquece y
confirma esas teorías (Freud, 1907-1908).
FRANKENSTElN
¿Y por qué Frankensteín resultó el estímulo, la fuente
identificatoria, para este joven adolescente? La indagación sobre este personaje de la literatura fantástica nos
permit.e conocer que no es sólo una criatura creada para
asustar, sino que también nos ubica ante una figura que
desafia a "las ciencias" y a la lógica de las creencias que
se interrogan acerca de la vida y la muerte.
Quienes recuperan la historia de esta novela dan
cuenta de que su autora, Mary Shelley, en los tiempos
212
de su creación literaria tenía 19 años y pasaba las
vacaciones en una villa veraniega de Suiza (1816), con
su esposo y un grupo de escritores. Una noche de tormenta, el grupo decidió jugar una apuesta que consistió en proponer quión era capaz de escribir la historia
más aterradora que se conociera. Esto es lo que se sabe
sobre cuál fue el estímulo de la autora para iniciar
"este juego literario".
En la novela, la joven escritora ubica "la pasión por
el conocimiento" del lado de Víctor Frankenstein, desdichado personaje en la vida afectiva familiar, quien en
la búsqueda afanosa por satisfacer muchos de sus interrogantes (sobre los orígenes de la vida, sobre la muerte,
el amor, el sexo); se dedica a las ciencias experimentales, y crea a este ser, "su obra", be<:ho de pedazos de
seres humanos muertos, tan horroroso, i;egún la autora, que ni Dante lo hubiera podido concebir (Shelley,
1816).
EL PACIENTE Y LA CONSTRUCCIÓN
DE SU BIOGRAFIA
Cuando el paciente comienza con los dibujos de
Frankenstein (veáse anexo, págs. 230, 231) ya había cumplido los 10 años y su talla correspondía a la de un niño
de 14_ La persistencia del tema nos ínviló a cotejar la
búsqueda de sentido ya iniciada por el paciente, y a
reunir los materiales gráficos que producía desde los 6
años, con la elaboración de su "novela familiar" a partir
de un personaje que le resultaba sumamente atractivo.
Un breve resumen de las condiciones de presentación del caso nos permitirán comprender mejor el porqué de esta búsqueda identificatoria para explicar su
historia.
A los 2 años y medio, M. comenzó a hablar con
una jerga ininteligible, hecho que llamó la atención
213
propició la consulta. Parecía comprender al adulto
pero sus respuestas (verbales y no verbales) eran en
general discordantes con la lógica del enlorno que
compartía. Ya en el jardín de infantes (entre los 3 y
6 años) los problemas que presentaba se complejizaron porque a la dificultad expresiva oral se sumaba una modalidad psicomotora muy torpe con un
estilo relacional agresivo. Siempre fue un niño aparentemente interesado en la comunicación verbal,
pero su discurso nutrido de materiales de la actividad primaria resultaba muy extraño para quien
esperaba un estilo discursivo acorde con su apariencia física (por ejemplo, a los 4 años le preguntaban
de qué cuadro de fútbol era, y el niño, que no evitaba dar una respuesta, armaba un discurso con apariencia formal y entonación adecuada, pero sus
contenidos eran ininteligibles). No se relacionaba con
niños de su edad, nunca demostraba demasiado interés por las posibilidades de alteridad con sus pares. Comenzó a dibujar al mismo tiempo de iniciar
la actividad de la lecto-escritura (recibía estimulación pedagógica, lo que explica su interés). En la
escuela presentaba dificultades con el ritmo del
aprendizaje (era muy lento) y los problemas que
los docentes remarcaban eran de tipo relacional. Era
señalado como inquieto, torpe y muy agresivo; parecía experimentar gran placer al pegar a sus compañeros y que éstos lloraran.
Sus dibujos en sesión formaban parte de la actividad
lúdica, y resultaban una vía de acceso al sentido, lo que
permitía ir delineando la conducción del tratamiento.
Dibujó a su personaje a lo largo de tres años.
Durante el tratamiento no se encontró una historia
ligada al "deseo de hijo" en los padres. Los aportes que
ellos realizaron estuvieron centrados en la queja por
las dificultades del hijo, la gran torpeza, la lentitud, la
falta de comprensión, las burlas que recibía de sus
pares, etc. El material referido a los padres es el rey
214
su ltado de "las construcciones" que se consiguieron con
los elementos transfcrenciales y contratransferenciales
obtenidos durante el tratamiento.
ALGUNAS CUESTIONES TEÓRICAS
QUE SOSTIENEN LA CLtNICA
Desde la worfa
En la práctica con niños y adolescentes son las problemáticas severas las que nos remiten a revisar las
opciones teóricas que las explican. Una teoría que fundamente los primeros tiempos de la vida psíquica conseguirá ubicar los tiempos cronológicos y los tiempos
lógicos en un modelo que apoye la investigación clí11ica.
A la vez, es la experiencia clínica la que 1>ermitirá constatar o refutar aquello que la teoría pr11puso.
Desde esta posición trabajamos con los fundamentos
que ofrece la propuesta de Piera Aulagnier. Esta autora explica que fue el discurso psicótico lo que le exigió
pensar en una metapsicología que puwera dar cuenta
de éste, y a partir de ahí elaboró aportes teóricos para
el conocimiento de la organización de los procesos psíquicos desde los orígenes, y un modelo de los cuadros
que conforman la psic.opatología. En La violencia de la
interpretacidn, incluye novedades respecto a la actividad de representación; conceptos originales como encuentro y violencia, el espacio del yo, el contrato
narcisista. Cuestiones teóricas que se incluyen en nues·
tra propuesta de muchos años de trabajo en la clínica
con niños y adolescentes.
Con relación a la psicopatología dice Aulagnier (1986):
"el concepto de potencialidad engloba Jos posibles del
funcionamiento del Yo y de sus posiciones identificatorias, una vez concluida la infancia.~ Y en referencia
a la "psicopatología" infantil sostiene:
215
1••. 1 lo que ~ucede en ese tiempo infantil en que se
decide no el devenir del Yo, siempre dependiente de
los encuentros conflictuales que los otro;; y la realidad le lleguen a imponer, sino de los "posibles" que
tiene a su disposición para afrontar y, ll~ado el caso,
superar el conflicto 1... ). Mecanismos de somatizaci6n,
fóbicos, rituales obsesivos, reconstrucciones de un
momento y de un fragmento de la realidad, el
priviligio acordado a tal o cual pulsión pnrci11I, forman parte integrante del funcionamiento psíquico
de todo niJ'lo.
Hasta aquí una breve presentación de nociones tales
c.'Omo discurso psicótico y potencialidad, que son "organizadoras" del pensamiento teórico para la clínica. Será
necesario definir el concepto de "potencialidad p~icótica"
que vertebra en este trabajo la concepción p$icopatológica ncercn del paciente e incluye In problemática
parental.
Veamos cómo logra su posición identificatoria una
vez concluida la infancia el sujeto que ha tenido que
soportar el exceso de violencia que inundó su psique de
odio y sufrimiento, y a pesar de todo est.o logró defensas
para sobrevivir.
Construcción de un Yo que prrl••ndc pr<•sc•rvur su
relación con el discurso pero que, al hacerlo inventa,
como nprendiz de brujo de In lústoria, una fórmula
mág;cn que conserva su poder de autonom1znrse y de
imponerle unn derrota radicnl <Aulngnier, 1977).
será revelado a nuestra escucha el "pensamiento delirante primario", que en las condiciones de potencial
permanecerá enquistado y no reprimido. ¿Cómo explicamos los tiempos inaugurales en este tipo de organización del pensamiento?
El trabajo analítico con niños y adole~centes da lugar
a la ob,crvnción e inferencia de las actividades psíquicas primon>1imas. En estos primeros tiempos de la vida,
el infante realiza una intensa actividad de investigación. Una de las preocupaciones que lo lleva u formular
t~orías explicativas, es la referida a "sus orígenes", en
particular si "fue deseado en los orígenes", es decir que
necesita materiales provenientes del mundo psíquico
externo que enuncien los contenidos de su hi11toria
originaria sobre cómo nace el yo. Es éste el comienzo
histórico que dará sentido a todas los posiciones
idenlificalorias que va a poseer ese yo. Este es el tiempo de la función de un mito que es siempre un mito
sobre los origenes.
SobN> d milo
M11ry Shelley denomina a su novela Frcmlirnstl'i11 o
El moderno Pronwteo. Como lo demostraremos más
El pcnsnmiento "delirante primario" (potencialidad
psicótica) es la interpretación que el sujeto producirá
en respuesta al exceso de violencia provocado por el
portavoz, y con frecuencia por la pareja parental.
Encontramos así un tipo de organización en la psique,
la "potencialidad psicótica", que no siempre se manifiesta a través de síntomas, y sí aparece cuando le
ofrecemos la posibilidad de análisis. De este modo,
adelanle, F'rnnkenstein resultó un mito sobre los orígenes en la construcción de la historia del paciente que
prcscntamoi;.
La ingeniosa escritora recupera el mito de Prometeo
para organizar los contenidos de la "escena dramática~
del per:;onaje en la historia a relatar. El mito de
Prometeo remite al significado sobre aquel que por
"burlar a los dioses y robarles la sabiduría y el fuego
para enlregárselos a los humanos" es encadenado y
condenado a "sufrir eternamente", condena que se cumple con el padecimiento diario de que su hígado sea el
alimento de las águilas, y que cada dfa vuelva a crecer
para que éstas lo devoren.
216
217
Podemos confirmar retomando a Freud, Aulagnier y
Sophie de Mijolla que ~el fantasma originario tiene la
posibilidad de crear los mitos•.
Desde la clínica
Si no hay un primer enunciado en el discurso externo
a la psique que explique el origen de su historia, o si el
enunciado resulta inaceptable, el yo se encuentra en estado de riesgo, en peligro constante. También es decisiva
para la vida psíquica la interrogación del yo sobre cuál es,
en sus orígenes, la causa del placer y el displacer.
En la historia analítica de M., no encontramos enunciados parentales que se refirieran al "deseo de hijo", a
un deseo del deseo, a un deseo de dar vida en el placer.
El "pensamiento delirante primario" dará forma a
aquello que le fue impuesto y que Piera Aulagnier (1977)
lo explica como:
frimiento, mientras que su "función" era la de dar vida,
ser el sostén de la vida de la pareja parental. Cuando
consideremos el lugar de esta pareja de padres, también se podrá encontrar la metáfora del alimento permanente que debe producir el hijo dentro del modelo
relacional que a ellos los sostiene.
La investigación adolescente
Nuestra investigación clínica se orientó, desde los
comienzos del trabajo, en la senda de estas hipótesis
teóricas. El niño que conocimos hubiera podido explicar
sus orígenes míticos como Prometco; según esta metáfora que utilizamos, él estaba condenado al eterno su-
En los tiempos infantiles, siempre que no encontremos bien delimitada una forma de presentación autista,
nos manejamos con los •posibles" del conflicto psíquico.
Claro que Ja permanencia de determinados mecanismos del funcionamiento psíquico sumados a la particular organización del discurso, actitudes corporales, etc.,
van a permitir enmarcar la conducción terapéutica
dentro de hipótesis diagnósticas que se podrán confirmar o no en los tiempos de la adolescencia. Nos referimos a la hipótesis que nos orient-0 a pensar en "la
potencialidad psicótica" y, en particular, en "la potencialidad esquizofrénica" en este joven.
La "novela familiar" realiiará una tarea de recuperación con una nueva puesta en sentido del trabajo de
investigación (actividad pulsional) iniciado en épocas
pretéritas. La novela orienta al joven adolescente on la
actividad de historiador para conocer su propia historia, labor que se inició en los tiempos de la "duda". Este
derecho a la duda lo lleva a cuestionar las afirmaciones
recibidas de sus padres, incluida la legitimidad de sus
orígenes.
En el artículo "La novela familiar del neurótico"
(1908-1909) Freud argumenta las condiciones del rechazo a la autoridad parental (doloroso y necesario).
Retoma sus intercambios con Fliess (1897) en relación
con el tema en el contexto de la paranoia: "el reverso
de la medalla" que se encuentra entre el delirio de
218
219
1) al encuentro con la madre que manifiesta y
expresa que la causa del origen del sujeto no es ni el
deseo de la pareja que le ha dado vida, ni un placer
de "crear algo nuevo• que ella podría reconocer y
valorizar; 2) al e11cuentro con experiencias corpora·
les, fuenLe de sufrimiento, que confirman que el que
ho nacido en cl dolor sólo puede encontrar un mundo
con dolor; 3) al encuentro con algo aprendido en el
discurso materno que, o bien se niega a reconocer
que el clisplaccr forma parte de la vivencia del sujeto, o bien impone un comentario acerca de él que
priva de sentido n esa cJ<pcriencia y a todo sufrimiento eventual.
grandeza e invención poética (novela) de una enajenadón con respecto al linaje". Vemos necesaria para
nuestra elaboración la mención de esta nota, que forma parte de las elaboraciones t-eórico-clínicas freudianas referidas a la diferenciación entre neurosis
histéricas y psicosis.
Quizá una manera de prolongar aquello que se ha
construido en la •novela familiar" será con la escritura
do "las novelas" en las que se incluyen los materiales
que proporciona la propia historia; un Lrabajo de síntesis de la propia vida afectiva, que han realizado novelistas por todos conocidos. Para nuestro interés Mary
Slwlley, tiene una historia personal llena de dolor: perdió
a su madre siendo muy joven, madre que fue ejemplo
para su educación en las ideas de libertad. Ella a los 17
años se fugó con un hombre casado, Percy Shelley A
los 19 año:> asistió a dos suicidios: el de Fanny, su
media hermana, y el de Harriet, esposa de Pcrcy... Su
historia dolorosa persiste a posteriori de la creación de
la novela aquí trabajada.
Nuestro paciente metaforiza sus r!'presentaciones
originarias poniendo los materiales figurativos en personajes e historias que recupera de los relatos populares vistos y escuchados (cuentos de l-Orror). Si en su
"fondo representativo" se encuentra un predominio del
rechazo, del displacer (representaciones pictográficas de
rechazo), ¿cómo le resultaría posible el tener la representación de un cuerpo unificado concebido en el amor,
investido en el placer? Porque de esta manera Ja imagen corporal que sobrevendrá será la de pedazos de
cuerpo unidos sólo por el dolor. La representación de la
imagen corporal será la de "un cuerpo en ¡J('dazos".
"Fondo representativo", orígenes del conflicto psíquico
que acompañará al sujeto durante toda su vida.
Dicho brevemente: el lugar de Frankenstein en las
producciones gráficas de M. podría representar un fragmento de los orígenes de la historia. En la recuperación
novelada de su lares investigativa se prodltjo la coinci-
dencia entre lo conocido de la literatura y las experiencias ªya sufridas" por él en épocas tempranisimas.
La pareja de los padres es co-autora de In historia
que presentamos porque su participación confirmn aquello que busca el hijo sobre las características monstruosas que 61 s-0 atribuye. La madre solfa referir con relnción
a las condiciollcs sociales del hijo: "es ol hninicrreír del
grupo•; •están mal todos los que creen en él, nunca va
a lograr aprender en la escuela~. Confirmación del no
deseo de deseo del hijo.
El contrato narcisista definirá la manera de catectizar
al hijo por parte de los padres, cómo cadn uno de los
progenitore,; le proporcionará el medio ambiente p:>Í·
quico al que se incorporará el niño.
Este contrato expresa las condiciones históricas de
los padres, cómo cada uno posee la Mherencia" que ha
marcado el estilo de concebir sus proyectos de vida, Jos
modos de intercambio social, condiciones incorporadas
220
221
Los padres
Con "La novela familiar del neurótico", Freud s-0 propuso explicar la desestimación de los padrci;, unica autoridad y fuente de toda creencia de lo;, tempranos
tiempos de In vida. También al concluir ese breve artículo, ubica el lugar que mantienen los padres en el
pensamiento de todo sujeto y lo hace refiriéndose con
contenidos de los sueños:
Por t.anto, la sobrestimación de los pñm!'ros ru'los
de la infancia vuelve a campear por sus ÍU<!ro& en estas
fantasías. Una mteresanle contribución a este tema
provicnf' dP los suenos. En efecto, su interprf'tacíón
ensNla que aun en años posteriores el emperador y la
emperatriz, esas augustas personalidades, significan
en loe sueños padre y madre <Freud, 1908-1909>.
sin ml'<iinción en el nuevo ser, que resultarán fuente de
sus propias construcciones psíquicas.
Picra Aulagnier (1985) deftne "la potencialidad
psicotizante del medio ambiente psíquico". E;tc concepto se refiere al poder de inducir por parte de la madre
o ambos padres la fantasmatización que actuará en la
psique dl'I hijo. El niño pequeño reacciona a bUS mnni·
fc~laciones, con expresiones cargadas con intcnNidad de
displacer. De modo maniftesto se puede conocer el odio
expresado abiertnment.e en sus discursos, odio que cn·
ractcrizará n la relación de ciertas parejas.
El trabajo terapéutico tuvo continuidad con el paciente
y siempre fu<' provisorio con los padres: resultaba nt'Ccsario actualizar el contrato periódicamente. En el tiempo
transcurrido, primero se pudo conocer el odio en el ejercicio de la pulsión de muerte hecho efoctivo sobre el hijo.
Pasadoo varios años la madre comenzó a manifostar la
unión en el odio que sostenía a la pareja. En Cíla ~poca se
confirn1ó la condición ªde prótesis de la vida materna" por
parte del hijo y también el significado del fracaso de la
represión materna, donde Ja "locura• y el i¡ufrimiento del
hijo hacían de argamasa al encuentro parental. Frocaso
de la l'l!Jll'l!Si-011 e11 la organizaci.ó11 psfquü:a de fo madre
que es tc1po11ada con la psicosis del hijo: l!l hijo resulta
pr6te11is de la psique materna. El paciente M. no delira
(por el momento), pero su búsqueda de sentido en los
oríg1'nt•s lo lleva a encontrar a la figura idenlificatoria
que es modelo de su sufrimiento en Frankcm;tein.
Conceptos teóricos como pulsión de muerte o fracaso
de la represión se encuentran con una clínica que genera el estado ilusorio en la que cada novedad que se
formule tendrá necesariamente su correlato en el caso.
Aquí debemos reiterar que la problemática psicótica
nos ens<'ña sobre los funcionamientos posibles del
psiquismo desde Jos or~genes. Es en la experiencia con
ninos·adolescenles y sus padres donde tenemos el pri·
vilcgio de asistir al conocimiento directo de aquello que
la teoría buscó explicar.
lin breve recorrido por las producciones que s!'leccionamos nos permite constatar que l\L produjo una
u~erie de Frankenstein"; sesión a sesión, dibujó con
placer al pcr¡¡onaje, tema que fue iniciado por el relato
de la novela. Fueron más de veinte sesiones en las que
elaboró los orígC'nes de la creación monstruosa, qu!'dando l'n el registro de los dibujos las diferentes opciones que su organización psíquica en ese tiem1>0 le
ofrecía. Se ve en los detalles que incorpora la taren
artesanal del yo, une pedazos con costura$ destaca·
das, pono apósitos para sellar heridas y hnsta llega a
definir In condición pubaral, en un dibujo donde el
personaje presenta barba como expresión de In nueva
etapa en ~u S<'XUalidad.
En la figura 1 (pág. 226) que presentamos, se obser·
va a un niño latente relatando una hi5torin que tiene
carácter popular, la que puede ser interpretada como
proyección y elaboración de miedos propios de la edad,
coníluencit1 de factores externos (cultura religiosa amenazante) y procesos psíquicos subyacentes quo renuevan la posición edipica y la consecuente amcnnui de
castracion No es ésta Ja problemática de M. Lo afirmamos aquí porque ya conocemos cuál fue el destino de
esta investigación, y también porque, antes de iniciar
Ja búsqueda con Frunkcnstein, habla rt.'n lizado ensayos
con otras figuras monstruosas de la literatura y de su
producción original, figuras representantes de su extremo sufrimiC'nta en el cual el "no desenr" crn In condi·
ción de continuar con vida.
La persistencia en la representación de figuras de
monstruos, figuras amenazantes. pcn;onajcs sometidos
a efectos de deformación nos permiten conocc:r la rt'pre~cnlación dC' un "temor al derrumbe" \\Vionicott, 1963)
por algo que ya ha ocurrido. K Eissler (196 l) en su
estudio sobre Leonardo da Vinci nos dice que en la
creación gráfica de este artista está fuertemente impli·
cada la dcfonsa contra la muerte (con ref('rC'ncia a la
deformación en nlgunos dibujos, Jos ¡,'l'olcscos, la r(lprcsentación del diluvio, etc.).
222
223
Los rostros de Fra11kenstein
Aquí presentamos sólo algunos dibujos, pero en todos
que produjo en sesión apareció el claro afecto transferencial: era él mismo quien se representoba en ellos.
La intervenciones estuvieron dirigidas en ese sentido.
Una reRpuesta es un dibujo de un rostro de monstruo,
mezcla de su figura elegida con la de otro monstruo
popular, Drácula, que presenta grandes colmillos, y un
hilo do sangre que surca su boca luego de alimentarse
de su victima (veáse fig. 5, pág. 228). Como se lee en
esta producción, upara Norma con cariño" El joven dedica a su analista, en el espacio de la sei;ión, "con cariño" la prueba de vida conseguida. El paciente constata
que los mecanismos logrados le ofrecen significación al
horror ya vivido, y también que el alimento (sangre)
simboliza sus nuuvas formas de intercambio,
El mismo l\1., autor del relato gráfico, le dio continuidad a su tarea. En los inicios (fig. 1, pág.. 226) presenta
la historia que busca descifrar, en la que se incluye
junto con los personajes heterogéneos de su terror.
En lu figura 2 (pág. 226) aparecen con claridad las
formas de unión que el autor conoce: tornillos que sostienen partes del dibujo, costuras para cerrar, upó8itos ...
En las figuras 3 y 4 (pág. 227) persiste con los ensayos
de unión, y marca las expresiones del rostro con Jos
ojos, la boca. Estos dibujos, abundantes en este tiempo,
nos permitían dar sentido a estas expresiones de asombro, sorpresa, enojo, sentimientos de su propiedad que
no recibían repuestas discursivas violentas y le otorgaban den.-cho de privacidad.
En las producciones presentadas se evidl.'ncia el trayecto terapéutico recorrido (recordemos que pasaron
varios años sin que el paciente utilizara el papel y lápiz
como recurso de intercambio).
En la figura 6 (pág. 228) aparece él mismo representado, mezcla de monstruo y adolescente que se inquieta
lo~
224
por encontrar bcntido a su biografia y con .. 1111 ru11 1•
guir armar un proyecto para su vida futuni .
Con esta breve presentación del sentido intcrpretndu
en los gráficos concluiremos este trabajo. Compr<•ndemos que el análisis del material permitirá a cada ob·
servador-autor encontrar novedades que no se han dicho,
y también que habrá coincidencias y discrepnnciaR sobre lo interpretado. Mantengo la convicción, ofccto del
espacio transforencial sostenido con el paciente, de que
el propósito de su historia (constrllida en Hl'SÍón) f'uo
éste, es decir, encontrar acompañantes atentos y comprometidos que con acuerdos y desacuerdos lo ayuden
a conseguir la unión de esos pedazos que t'n los inicios
de su vida le proporcionaron el solo afecto de la an¡,'lls·
tia de mutilación.
Novelas adolc~centes ... Una formulada por una mujer con un rt'lato de horror en el que proyecta parle de
su deseo de snber acerca de los origenes y sobre el
sufrimiento, y otra que se organiza en el trayecto terapéulicu con los materiales de la ya conocidu y popu
lar historia, utilizándolos para sus reprcsentacionel! y
dando significación a los procesos originarios que sellaron parn siempre ol estado de rechazo y displacer que
está pt·csenLe en el origen de su vida.
225
ANEXO
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Buenos Aires, Paidós.
228
229
11. IDENTIDADES BORROSAS
Ma.ria Cristina Rotlwr Horrustcin
El mid1<0 (a d1fuencui del natura/U.la) •• ocupa
( ... / dt un solo organismo, ti SllJ<'IO htm1<1no, que
lucho por mantener su úkntidad en fm"ttn•tancias
adt>trsas.
lvv McKt:NztE.
ADOl.F.SCEl\ClA Y ORGANIZACIONES FRONTERIZAS
Toda vez que la patología evidencia una ruptura o
desgarradura, es posible que normalmente preexistiera
una articulación <Frcud, 1932). Las organi7.acioncs fronterizas ilustran la complejidad del yo, sus limites borrosos con los otros y con la realidad intcmn y externa.
Los o.dolesce11tes nos e11fre11tan con s1tuo.cione.s lími·
tes. Alg1mos autores consideran a la adolescencia. como
estado límite cuando el embate pulsional y las exigencias de la realidad dificultan la salida hacia la cxognmia,
manifestando -a veces- ªfragilidades del yo", "potencialidades psicóticas", y estados depresivos cuando so pierden espacios u objetos que eran importantes s<>stcncs
narcisistas, ya sea como "posesión narcisista" o como
"objeto de la actividad narcisista" (Bleichmar, 1997). Si
estas manifestaciones son transitorias, como el duelo
normal, posibilitan reorganizaciones f~>eundas de la
estructura psíquica.
En la adolescencia y la primera juventud, no e~ fácil
diferenciar entre organizaciones fronteriza¡¡, el comienzo de la esquizofrenia o de una enfermedad bipolar.
Prudencia y precisión en el diagnóstico se imponen ya
quo se requieren diferentes abordajes terapéuticos: individuales, familiares y psicofarmacológicos, y la dcci231
sión o no de una internación transitoria que, a mi juicio, sólo drbe estar al servicio de evitar un inl.l:nto de
suicidio, de regular el nivel de psicofármacos. o encauzar la rcinscrción del paciente en su ambiente familiar
y social evitando etiquetas nosográficas que para el propio paciente y/o para su entorno pueden actuar como
mandatos idcntificatorios, lo cual contribu1ria a incrementar modalidades sintomáticas, rasgo~ de carácter,
actitudes defensivas que, como profecías autocumplidas,
se lrunsformcn en enfermedad.
Lu frecuencia de las organizaciones fronterizas en la
con su Ita actual constituye una proporción cada vez más
important.c en relación con los "buenos y leales neuróticos" de antl's. En estos casos, las disfunciones del yo
ponen en evidencia las falencias, carenciaR o violencias
del objeto primario (madre, padre, cuidadores), no sin
inten~ificar las razones para seguir lijado a él. cuestione" QUI' se reproducen en la transferencia.
El trauma cambió de sentido. Ahora, meno~ sexual,
afecta al psiquismo de una manera más global, y se
caracteri7.a u menudo más por la ausencia de r!'spuesta que por el efecto directo de ésta, resultando de ello
a feccionos más o menos serias, generado ros d!' 11 ngustias int<'nsas, de repeticiones mortíferas, que ponen a
prueba la contratransferencia del analista, quien se
ve obligado a variaciones técnicas y a utilizar diferentes estrategias a veces en el transcurso de una misma
sesión. Porque son pacientes que muegtron una susceptibilidad extrema al rechazo, a la herido narcisista
y o las ~rdidos, y no toleran el alejamiento del otro.
Ese otro que nunca los satisface. Que hago lo que
hiciere nunca alcanza a cubrir lo que se e:;pern de él
como respuesta deseable. Hay una imposibilidad de
reconocer lo alteridad, no sólo en el ámbito de la relación terapéutica sino en casi todai; las relaciones:
pareja, amigo:;, familiares, laborales. Son pacienles que
sufrieron severas privaciones en su desarrollo, las
cuales los predisponen a la desconfianza, a las reaccio-
232
nes afectivas violentas, a un intenso tabicamiento
defensivo.'
Con un fragmento del relaw de una paciente ilustro
un aspecto de lo antedicho.
L: tCon dolor y rabia disimulados.) Nunca una 1111rada de
aprobaáón, de valoruación, tk can{illnza. Lo que mM me
a11gust1a ~s que lo sigo esperando. M1 padre me llamó paro
decirme que 110 r¡ucrla vwir mós. No soporta la hunullac·w11
qui' .~wn/e por 110 estar allí, en el pedestal. Lo 1111rf llorando,
llorando (l loro cuando lo cu1mta); ni aun as( S(• co11movi.ó. Lo
rí11rco que mi• dijo es "cuidámela a ell.a" -rP(iri~ndosc a 1111
madre- "no la de,¡!!8 sola". Y luego agregó •ocuµole dP mÜJ tosas
que purort1 srr 11110. mi= de oro·. Se miraban l'nlre ellos ;,Y
...abe lo que me di cuenta? De que siempre fue asl. T"'la la uuia
solo se miratvn sólo entre ellos. Sólo se quieren e/108 dOI.
Terapeuta: ; Y 1w es una manera de mirarla .v valorarla
cuando le pide que rea U!fted lo que re ocupe de su• CO$a.9 (1us
amoreaJl
P.: No !con un geoto de desencanto y trist~zal. Nunca,
Jamtü me f<l1c1tó por nada. Y /uzy. que supuesta111e11te ae des/)"lÍra no me pudo decir te quiera.
Solemos ver que a lo largo de la vida cstoR pacientes
repiten formas de relacionarse que tienen finales
traumáticos y que {a diferencia de lo que ocurro en
sujetos neuróticos) son con frecuencia predecibles, pero
casi siempre inevitables. Estas repeticiones les confirman que, en cada nuevo encuentro, serán rechazados,
denigrados, abandonados, traicionados. Entran enton1. •f.n ialee pacientes hay unos principioa or¡aniudoreoi, in·
conaciontea e invanant.ee. a través de los cuaJe.1 ae ora:aniz.e toda
la experiencia. o.o.de muy pronto, en su historia, ha m•talizado la
convicción de que nada bueno puede suceder en relación con otra
persono, c¡uo no exiete runguna posibilidad de c¡ue nlguion cuide de
t.'llot, y que, en d~finitiva, e.stM condenados a vivir y o morir "Oh>R,
y cunlqu itr f'~pc-rn.nzn de llevar una vida con sentido bnMndn en ttua
propioe dr1tignioe internos e.s sólo una ilusión y unt\ lnvit.oci6o aJ
desaatro" ($tolorow y Atwood, 1992).
233
[
ces en un círculo que comienza con la idealización del
objeto que aportaría supuestamente Ja satisfacción total, seguida de furia y fantasmas asesinos cuando sobreviene el desfallecimiento del otro. Obstinados por
establecer una relación indisoluble y eterna, crean un
lazo fusional, imaginario, que inevitablemente se revelará inadecuado e imposible (McDougall, 1982).
Es frecuente la reacción terapéutica negativa o esa
compulsión a repetir que aparece como la subversión
dél principio de placer cuando fracasaron las condiciones de instauración que implica la participación del
objeto. Fracaso que puede atribuirse a un conflicto cuya
solución no pudo ser hallada entre el funcionamiento
pulsional por un lado y la relación con el objeto por el
otro, al fracaso de esa madre que no pudo sostener
libidinalmente al niño -no lo miró, no lo escuchó, no Jo
ent~ndió- y ofrecerle su psiquismo para ayudarlo a
constituir el propio dejando de ser único objeto de amor
y placer, y proporcionar übre acceso a otros para que el
niño pueda instaurar así la relación con la realidad.
Las organizaciones fronterizas siguen siendo un interrogante para los psicoanalistas. Diversos autores
agruparon bajo la categoría de fronterizos o borderlin.e
a pacientes que presentan cierta clínica, considerando
lo afectivo, lo cognitivo, lo relacional y el predominio
defensivo más próximo a las psicosis que a las neurosis.
Sólo menciono algunos: Kernberg (1967, 1975) y Kohut
(1971), en los Estados Unidos; en otras latitudes, Balint
(1968) y Bouvet (1966) plantearon como característico
de los estados ümite un modo de relación dual que no
es la relación fusional ni la indiferenciación yo-otro de
las psicosis. Aquí, el sujeto y el objeto permanecen diferenciados, pero se da una dependencia fundamental
del primero con respecto del segundo, de forma que el
sujeto no puede conservar su integridad si pierde a1
otro. Esta dependencia en la relación culmina en una
especie de escisión de la personalidad en dos sectores,
típica de los estados límite: un sector adaptativo con lo
real (de ahí la aparente normalidad) y un sector que
implementa defensas arcrucas de tipo psicótico.
Winnicott es para muchos "el analista de lo fronterizo". Acentúa la importancia del "ambiente facilitador",
"la preocupación materna primaria" y el "holding", así
como el lugar de un buen "objet.o transicional" y el área
de lo intermediario, interesándose por el juego recíproco entre lo interno y lo externo. Proporcionó un modelo
conjunto de encuadre clínico y de funcionamiento psíquico en donde, ante el sentimiento de vacío del paciente, para quien el analista no representa Ja madre sino
"es la madre", la contratransferencia es el instrumento
privilegiado. Tanto que a veces es desde ahí que hacemos el diagnóstico.
Green (1972) dice que, como en Francia entre 1953 y
1970 estaba prohibido inLeresarse en el yo, sólo tenerlo
en cuenta era ser tildado de "ego-psycologist", puesto
que Lacan dictaminó que el yo sólo era producto de las
identificaciones especulares del sujeto.
El yo es mucho más que lo que propone Lacan. De ahí
la importancia de revisitar la segunda tópica y autores
posfreudianos como Aulagnier, Green, Castoriadis,
Pontalis, McDougall y otros, que retomaron el estudio
del yo y su conformación compleja, 1>ulsional,
identificatoria y sede del pensamiento. Y que invitan a
pensar no sólo en el trauma desestructurante que tiene
su origen en el "abuso sexual" de los comienzos del psi·
coanálisis sino tan1bién en lo traumático de la falla y la
carencia libidinal, narcisista; la falta de respuesta del
objeto primario; la madre en duelo, deprimida y sin actitud amorosa hacia su niño, lo cual puede dejar secuelas desastrosas, heridas no fáciles de cicatrizar o nunca
cicatrizables siendo su consecuencia en la esfera sexual
menos importante que los desgarros a nivel del yo y las
diferentes formas sintomáticas que producen.
Vemos que, ni bien profundizamos en las propuestas
metapsicológicas, encontramos grandes divergencias que
se acentúan en las técnicas de abordaje. Para evitar
234
235
teorizacioncs o pragmatismos no conviene desarticular
la metapsicología de la práctica clínica y viceversa.
Las diversas organizaciones psicopatológica,; pueden
ser abordadas por el psicoanálisis, con más o menos
éxito. Los éxitos o fracasos de cada tratamiento depen·
derán de la propuesta de cada analista, de su solidez y
amplitud t.córica y práctica, y de un proyecto eopccífico
para cada persona en el que intervienen la ética en el
manejo de la transferencia y la contratransfercncia, que
apunta a investir un proyecto de autonomía.
Repasemos lo conocido
En los comienzos del psicoanálisis, Frcud 1>cparó las
psiconeurosis de las neurosis actuales. Luego, una vez
circun~cripto el campo de las psiconeurosis, •eparó los
díverSOl:l tipos de organización -nl!urosis ob>'Clliva, histérica, fóbica-, no tanto por los síntoma., vii;ibles sino
más bien por el descubrimiento de los mecanismos
psíquicos en acción. Diferenció el modo de funcionamienw nrurótico, de la perversión y la psicosis. Definió
101> cuadros clínicos, no por prurito nosográfico, sino
como respuesta a la clínica y a los nuevos desarrollos
de lo teoría. No se trata de hacer entrar por la fuerza
a los fenómenos en las estrecheces de un cu11dro, sino,
a la inversa, se trata de "crear un cuadro" para que se
constituyn como objeto psicoanalítico (Pontalis, 1977).
Sostener una posición crítica acerca de los efectos
que produce la manera como pensamos y abordamos el
trabajo con lo~ pacientes, mantener una e..-cucha abierta
a las nuevas formas que toma el padecimiento humano,
reconocer las nue\'as manifestacione:> sintomáticas, nos
lleva a crear diversas formas de abordaje clínico y a
revisar la manera en que quedan conmovidos los conceptos teóricos fundamentales (Vecslir, 2003).
Frcud, que se topó ~a su pesar" con In transferencia,
que tropezó con la "reacción terapéutica ncgntiva", tal
236
vez por ello pudo hacer operativos lo,; tropi<~Z08 y los
fracru;os. Sometió su propia disciplina al principio que
la hizo nacer; no negar lo irracional, lo íocohercntc, lo
inquietante, lo negativo. Por el contrario, interrogar y
pensar lo que se presenta como obstáculo. Hoy los "ro·
sos-limite" no pueden ya ser considerados la excepción.
Estar al dla
Suele 1dirmnr·se que los pacientes ya no son lo que
eran; que 111 población analítica está mcno11 compuesta
de neurosis "clásicas", precisamente aquellas que Freud
llamabn neurosis de transferencia. Se ven cada vez más
"formas mixta~· en las cuales, lras la fachada neurótica,
se revela la intensa actividad proyecti\'a e><quizo-paranoidc o una fragilidad narcisista que lleva a la
disociación entre la psiquis y el soma o a lo que l~reud
identificaba como "alteraciones del yo",1 que marcan el
comportamiento de una suerte de locura sin delirio. El
hecho es que a partir de las personalidnde11 "as
descriptos por Heleo Deulsch en 1942, las organizaciones "falso sel/" dcscubiert.as por Winnicott ( 1972), y la
falto básica propuesta por Balint, los cuadros clínicos
etiquetados como neurosis puras son cada vez más raros.
ro;n la clínica habitual ya no predominan tanto los
síntomas neuróticos, la inhibición, la represión, los conflictos internos apuntalados en conflictos sexuales o en
lns dependencias familiares e ideológicas, sino que asis-
ir
2. •AJ cr~to que •n el interior del yo tiene el dl'f'ender podcmo•
d...ignarlo 'nlt.eradón del yo', siempre que por lal compr<:ndamos la
di\·ert_eencia te11iJ>C('to de un yo normal ficticio que aR¡tUrnría al tra·
bojo pt1icoa0Aht.ico una alianza de fidelidad inconmoviblt'. Ahora es
fácil cn'<'r lo <1ue ta C'Xpcricncia cotidiana enB<'ñn: traU.odoRO del
de.;enlnce dé una curo analitica, éste dependo en lo <'•Onciol de la
1r1tcn•id11d y proíundidsd de arraigo de e•lM r<'•i•lN1cíM de la
ulteración dol yo• (Preud, 1937).
237
3. lndividuahdad no et independencia< Preservar la indivídualí·
dad, la autonon1fn requiere depend<'ncia recíproca con el entorno.
Condición de sujeto y trunbién de wdo or¡,'tlllismo vivo<
porosa deja pu~ar )118 ••lt rr1111t1 a 1ft1l11 ¡11 I•• 1 1 1
también una all!•rm<um oln 111 11111110 1111 •I h 11111 11111
nomo, tiene una lega lidnd mlC• nfl ~ lll1n 1111 ti• lltlt 1 1
pendencia< Siguiendo con In t11l'llll•11f1 /•1111 111111 1111
inconsciente si no tuviera él 1111111111 \1111 ltlt 111111 1111
paraexcitaci6n interna y cxtenm? 1.Y q11/\ 111 rt11 111 1 1 1
coanálisis sin esa membrana que lo 1><•1111lln l1111lu ¡1111
fundizar sus pilares conceptuales funda1111'11tnlru1 r111110
la porosidad necei;aria para apropiarse d1• ml'lllhunw
procedentes de otras disciplinas y tran~fonn11rli1" 1lo
acuerdo con sus necesidades para la compreos1c\11 1111
algunos hechos? (Rother Hornslein, 2003).
En las organizaciones fronterizas dijimos que el problema se da a nivel de los límites y ~obre todo con
re~~cto a los límites del yo. En esto,¡ pacient~s. o hny
una gran porosidad y escuchamos con frecuencia In~
cxpresiónes "soy u11a esponja; todo lo absorbo", "soy
maleable, tengo rl sf fácil", o por Pl contrario hay una
gran distancia con el otro, extrema desconfianza, todo
lo cual da cuenta do In enorme sensibilidad y del miedo
a In intrusión y también la contrapartida: deseo de
fusión y exceso de intrusión.
Cuando el papel del yo auxiliar, la madre que contie·
ne, la madre que mctaboliza los mídos, la madre espejo, no está garantizado, las pos ibilidades de elaboración
del niño se ven sobrepasadas y el yo debe hacer frente
a la doble angustia: de intrusión y de ~eparación. Estas
fallas de Jos lazos libidinales o de excesos que perturbnn el surgimiento del yo propician marcadas heridas
narcisistas que se manifiestan en In clínica como profundo desprecio de los otros y de todo lo que ellos aportan. Actuación que es reflejo de una desvalorización de
sí mismo originada en la débil constitución del yo ideal,
"pobre Majestad ,tan desamparado". Si el rechazo se
despliega ~mo es habitual- en Ja transferencia, genera un sentimiento contratransferencinl de desaliento,
desesperanza y frustración que no c!I fácil de remontar
y que puede llevar a contraactuaciones nefastas.
238
239
timos cada vez más n las dificultades en las relaciones
con los otros y con uno mismo, a la depresión, a los
comportamientos autodestruclivos y a las somatizacioncs.
Podemos preguntarnos si los que han cambiado son
los pacientes o los nnalistas. Los analistas por estar
mál! atentos a lo ~profundo" -lo que explicaría por una
parte Ja duración de las curas- o más interesados por
los efectos de Ja realidad, del entorno, de la historia; los
pacientes cada vez menos estructurados, en función de
una evolución sociocultural que conmueve la construcción identificatoria, como si Ja "crisis de identidad" no
estuviese sólo ligada a la fase adolescente de la vida
sino que constituyese un estado permanente. Nos enfrentamos así a lo que diferentes autores llaman estados fronterizos, organizaciones frunteri1.as, trastornos
limite de la personalidad, pacientes borderline, tenicn<
do que dilucidar si son distintas maneras de referirse
a una misma problemática o do agrupnr pacientes diflciles de diagnosticar.
¿Qllt ENTENDEMOS POR Ll~UTE?
El límite es un concepto muy importante en psicoanálisis y en otras ciencias. ¿Pulsión no es acaso un
concepto límite, fronterizo? Consciente, inconsciente,
precoosciente, yo, ello, superyó y realidad. Los limites
son zonas de inl~n!lo trabajo que posibilita modificaciones en las diferentes instancias psiquicas. Como ocurre
con la membrana, en biología, que es la zona más importante de Ja cólula: límite, filtro y lugar de intercambio es garante de la individualidadª y de la vida de In
célula< Si es demasiado cerrada se ahoga, demasiado
En pacientes severamente perturbados, algunas s1tua·
ciones regresivas y repetitivas pueden ser la únim forma de t<alvaguardar el dCrL'<:ho de existir. La depend~n'"ªª
afectiva puede servirles como reparo contra la ¡x•rt1id11
de identidad o la desestructuración.•
Como analistas nos enfrentamos al dificil equilibrio
entre una actitud no intrusiva y el tener que suplir
verbalmente carencias sufridas en los primeros ticm
pos de la vida <Rothcr llornstein, 2003).
La clínica ~límite" evidencia la porosidad de los limites entre el otro y el sí mismo (sio que ambos espacios
lle¡,'Uco a confundirse como en la psicosis) y la utilización de lo externo para representar y representari;c Jo
interno, lo que hace todo aún más borroso.
Lu intcrpenetración momentánea del adentro y el
afuera y la tendencia a lo instantáneo conducen n ciertos pacientes límite a tomarse muchas libertadt>s con
las categorías del espacio y del tiempo, as1 como con la
causalidad, aproximándose su dbcurso y su pensamiento
al de los psicóticos. Pero el sentido no se altera para el
d<'stinatario. La relación con la realidad sigu<' relativa·
mente preservada y si bien el pensamiento parL'CC "loco",
es susceptible de corrección inmediata cuando los demás, no sólo el terapeuta, lo marcan al joven que no lo
entienden (pensamientos o ideas paranoides trnnsitorias). Esta dificultad, que el sujeto percibe como su
dificultad para hacerse entender, a menudo es causa de
inhibición y de desinvestidura narcisista o lleva a rc:>acciones y manifestaciones de odio verbales y de comportamientos desbordantes.
Con estos pacientes los analistas también trabajnn en
los límites. Aportar un yo que no desfallezca por la proyección de la desesperanza y encuentre la manera de
quo el paciente acceda a incrementar la capacidad simbólica disminuida o invitar n un paréntesis en el trabajo
analítico sin que el pacienU> caiga en añgustia d(l desintegración es un juego delicado que debe evitar generar el
~ntimiento de abandono e incrementar así el profundo
i;entuniento de vacío. Al mismo tiempo es necesario proponer UD limite al "ava.'lllllamiento", producto y productor de UDa angustia ma!!íva que reedita el encuentro con
esu madre que no pudo dosificar y regular los estímulos
(externos e internos) y proponer un proceso de elaboración y do simbolización que impida UD desborde traumático, con fallas en el sentimiento de identidad y de
existencia. Entender las n!'cesidades psíquicas de un paciente no significa quedar apresados en sus demandas.
pncicn le rncueotre una red de ll08t<'n y pueda ser internado por
breve• pcrlod08 si el caso lo pre<:isn, 1obrc wdo cuando hay ameno
za do auicidio. En casos menos graves, lo nsistencia 1>0r pnrte dei
unn pnrejo t<rupéutica (psiquiatra y P"icoterapeutn) posibilita que
el poc1entc diversifique su rotación tran•ferencial y tenga mMor
vivencia d~ desamparo. Iluatrn particularmente lo expursw el t ra·
bajo clínico que dc;;arrolla Liliana Palauini en el próximo CAJntulo.
2<10
241
POUMORFISMO Sl~'TO~IÁTICO V DEFENSAS
El polimorfismo sintomático es clave. Por eso debemos
estar at.cntos, en la clínica, a lo problemática depr('siva,
a h1s conductas adictivas, a las tentativas de suicidio, a
los pasajes al acto, a los trastornos del sentimiento de sí
y a los arranques delirantes que propician ansiedad flotante y difusa, a los síntomas obsesivo-compulsivos, a
las fobias múltiples, a las reaccione.; disociativas y a
Ja, preocupaciones hipocondriacas, a las mutilaciones
del cuerpo (tajos y cortes de brazo y antebrazo).
Con frecuencia los pacientes borderline dan cuenta
de una carencia de interioridad, do desinvestidura del
propio espacio psíquico, de dificultad para estar aolos y
de dependencia adictivo. Predominan la tonalidad de·
pre~iva, las preocupaciones somáticas, el clivaje más
que la represión, el acto más que la fantasía, "el ataque
4 La experiencia personal y d• pruf.,,ionalea que trabajan con
esw• p11cwnt.. es que se requi•rc un 6mb1to institucional donde t•I
contra el pe11.qamiento" (Aulagnier, 1975> mós que la
evitación del pensar, la dificultad en encontrar sentido
a sus actos y pensamientos, la promiscuidad sexual, la
indiscriminación frente al otro má~ que su r~-conoci­
mi!'nto. Es intensa la inestabilidad afectiva, relacional,
y es <'~O mismo de.•equilibrio el que a veces desencadena una "locura" pasajera (como las tormentas de verano o, rná~ ¡rrav<', corno los huracanes que dejan tendales
a su pu~o). Entre un torbellino y otro. hay periodos de
cierta estabilidad en todos Jos niveles, con un r('intC'gro
de lll c11pacidacl ele pensar sobre si miHrnos que 11 veces
no>1 sorprende.
F.n términos más teóricos diremos que en Ja neurosis
predomina In angustia de castración y en las organizacione>< fronterizas, la angustia ante la Sl'puración-intrui>ión. En estos pacientes la problemática primordial es
la in~cgurídad en cuanto a su propia t>xistencin, a su
i;u¡wrvivencia, a su identidad. Cuestiones que remiten
a Ja frah<ilidad de la organización yoica (Green, 1972;
Hornstcin, 2003), que pone al descubierto la alternancia en lu primera infancia de relaciones gratificadora;;
y frustrantC>s, <'xperiencias de abandono, de perversión,
de rnformcdnd, de muerte, que contribuycron a hundir
al niño en duelos imposibles y a poner en peligro su
vida pRíquica.
J<~n l914, cuundo Freud introduce el narcisismo, inaugura otrn manera de concebir el yo. El yo es "reservorio
libidi1wr y es en su intrincada relación con un otro
que lo piensa, lo desea, lo instituye, que transita su
devenir. Por eso las fallas en la com<litución del nar·
cisismo promue,•en desorganizaciones del yo, fuh;o sel[,
frugilidad del yo. La privación afectiva y el no reconocimiento de las diferencias que padecieron estos
pacintes puede dar lugar a un narcisismo en el que
predomina el sufrimiento por no haber sido, de niños,
únicos y valiosos.
E~c yo afectado en su "unidad", para no hundirse,
8ufrc fisuras, grietas, cicatrices que "corresponden a la
242
extravagancia y la locura de los h11111hr,.•" 11"1 • 1111, 111~1111
y que son para el yo el equivalenhl rl•• lu~ I" rv1•111i11111'J1
para la sexualidad. Equivalentes qu<' d1111 c11111tn do
esos cuadros que Freud no definió pero 1·11 los •tlln 111 •
dominan la escisión, la desmentida. la pruyc ..cl611, 111
actuación más que la simbolización. En l"Slt•M for 111111
clmicas los pacientes elaboran poco, no 61• t'1111li•r 111~11
con reprimir sino que necesitan actuar, cxpul~ar, t•\'fl
cuar, por eso se defienden mediante la ronl!g11citi11 y 111
escisión. De esta manera luchan intensamenl<' por pn••
servar el sentimiento de sí. A veceij PI mundo pnr<'<'t•
desaparecer, perder sentido, esfumarse. J,as fubulncio
nes, los delirios, las elaboraciones que hact>n los pacic•n
te:> y nosotros mismos tendiéndoles puentes de sentido
para salvar esos abismos de insensatez, el cao.. en PI
sentimiento de si, son necesarios pero seguramente
nunca .;uficicntes.
Sin una referencia a las instancias, el dbcurso anahlico no ca más que charlatanería, peor que la de un
chamón.6
La utiliwción de las dos tópicas es uno dr los pivotes
del enfoque psicoanahtico en psicopatologin. principalmente para diforenciar las neurosis de !ns organizacio·
nes HmiU'. En relación a la primera tópicn, los autores
coinciden en pensar que el trabajo del prcco11l!ciente,
efectivo on In neurosis, es insuficiente en las organizaciones límites. En la neurosis hay una clara dtforencinción de los Jugares psíquicos, en comparación con
aquellos que muestran desbordes, invasiones entre sistemas, tc>1t1monio de la porosidad entre las fronteras
internas y externas, y en los que predomina un trabajo
de figuración y de puesta en palabras que es propio del
prcconscicnle, que es precario e inestable. Esto explica
las dificultades para transformar la .. reprc$cntaciones
6. El aujoto freudiano, dice Pontalis 119771 "•e delint• <1'• <'n\rndn
cun10 uno ~rno de lugares funcionalmente e8J.)ilciuh1.udos",
243
de t'Osa en representaciones de palabra. El preeonsciente
como tiistema intermedio se revela frágil en las organizaciones límites, sus funciones de contención ~on poco
seguras y la excitación es desbordante. La realidad
externa suele invadir la realidad interna que aparece
empobrecida.
La neurosis es el resultado de un conílicto entre el
yo y ffU ello, en tanto que Ja psicosis es el desenlace
análogo de una similar perturbación entre el yo y el
mundo exterior. Las neurosis de transferencia se gene·
ran porque el yo no quiere acoger ni dnr trámite motor
n una moción pulsional del ello, o le Impugna el objeto
que tiene por meta. En tales cusos, el yo se defiende de
uquclla mediante el mecanismo de la represión que
intenta no saber de lo reprimido, que sólo por la via
del compromiso y el camino del sintoma amenaza y
menoscaba la unicidad del yo. É•te lucha contra el
aintoma como se había defendido de la moción pulsional ori¡,'Ínaria CFreud, 1924b).
En la psicosis el yo se rehúsa a admitir nuevas percepciones y también le quita valor psíquico (investidura) al mundo interior, creando neorrealidades externas
e internas como si fueran mociones del olio. El delirio
oA como un parche colocado en el lugar donde originariamtint.e $(! produjo una desgarradura en el vínculo del
yo con el mundo exterior.
La etiología común para el estallido de la psiconeurosis
o de una psicosis sigue siendo la frustración, y sobre
todo en relación con los objetos investidos. Hoy sabemos
de la importancia del lugar que ocupa el otro como cons·
tilutivo de subjetividad. Es en ei;l.e i;cntido que habla·
mo,; de un nuevo paradigma. Lo que en un paciente
neurótico aparece como referente a la identificación con
tal o cual, un paciente fronterizo lo vive como confusión
a nivel de la identidad, y más que pensarse como mamá,
papá o hermano, no les es fácil discriminarse de los
otros con los que se relaciona.
244
Las orgnnh:aciones fronterizas abarcan un amplio
espectro; de ahí la dificultad para acotar s us fronteras.
E:; más fácil definir los estados fronterizos por lo que
no son - ni neurosis, ni psicosis- que por lo quo son.
Repetimos: en el nivel tópico, se trata del borramit'nto
de los limites internos y externos que do~dibujan los
espacios pslquicos; en el nioel di11ámico, del fracaso dt'
la represión en favor de los mecanismos do nc¡:nción y
de cflcisión; en el 11iuel económico, de In debilidad del
trabajo de elaboración y de simbolización y del riesgo
de desbordamiento traumático, de hundimiento deprc·
sivo, de la pérdida del sentimiento de identidad y, más
prccisnmonle, del sentimiento de continuidad y del valor
de la experiencia de sí. Finalmente, en <'l 11ivel de las
relac1011es co11 los objetos, la escisión, la proyección y la
1dcntlficación se conjugan en el campo de la identificación proyectiva.
El psicoanálisis como cuerpo de conocimientos posibilita pensar la diferencia entre neurosis y ca~os fron·
terizos, lo que no refiere sólo a una diferencin no~ognlfica
Kino a la pertinencia de las referencias tei>ricas. No es
lo mismo una neurosis grave que un caso fronterizo. En
el primer caso la gravedad tiene que vor con la tenacidad do las íijaciones, con el carácter resistente de la
angustia, con la poca movilidad de los síntomas para el
análisis y la rigidez de los mecanismos de defensa.
La problemática borderline o fronteriza arrastra las
huellas de su condición de nacimiento aún no resuelta que
nos lleva a prt'glllltarnOS si se trata de una nueva entidad
nosográlica o de fronteras de lo analizable; y en este caso,
como en todo paciente en el que se pone en duda su ¡»;i·
bilidad de analizarse, la pregunta es si los rea1111os que nos
dio el psicoanálisis freudiano nos son suficientes.•
6. Al¡ninos colegas en nombre de un Freud y tfo un l"'iconn1ili•i•
clásico mol entendido cerraroa sus propiaA front.C'rl'ls nl oonorin11"0 ·
to y o In 1ndoi;:nción tanto de la obra de l+'reuc..I t"Qn10 dl' nlro11 nulart>s
245
Obligados a seguir interrogando estas probll'máticas
complejas y cada vez más frecuentes insisto en pensar
que entre la adaptación y la creación, entre el azar y la
necesidad, entre las turbulencias que llevan a mayor
complejidad de la organización psíquica y aquellas que,
por lo contrario, son disruptivas, Ja evolución del joven
es una aventura abierta y continua que eren sus propios objt>livos en un proceso cuyos resultados son relativaml'nt.o imprevisibles.
pnrtl ~nconlrnr en ln t('Orfn y en las hetr8.rnien1.oe l._.icnicnA recursos
puro trubajnr con NllO'I pacientes. En ""te ca•o oe hncc del peieoa·
náliAi• ·clrh1ico" un análittis restringido, limitado y 111uuphficnnt.e.
Como dicen Stolorow y Atwood (1992r. "A menudo ••' ha hecho
tmnbién In crlt icn errónea dr que In invc•l1¡¡ución tmpútica oólo
alcanza los t·lrm<"nlcw con,:icien~ de la e-x:ptrit'ntin ....ubjt·tlva_ En
cambio una pMttl 1ndi•pensable del tralN\jo an111il1<0 con1btr en
invrstigar como IR experiencia consciente ae organiza a parlar de laa
jl'rnrquias dr los principios inconscientes. Éstos dt'"l~·rminan las
mnn.,.raa en qu'" Jaa experiencias del pacit-nlc &e org.onir..an, J't"CU·
rrenh:1nc1nteo. según C'Íertas temáticas y scnlldo8 quo M.• han ido
forn1ando a lo lnrgo del dC'snrrollo. Eo en e) eM:h.1n_"tin\i('nto de cittos
11entido• y de In• vordndes "ubjetivas que !!tilo• cod1ficnn, que la
u.Jinnzu tt'rnpi~utir.n y el paicoanálisis misn\U tincuentrnn •u objcti\•o
mrui fecundo".
246
BlílLIOOHAf'IJ\
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contarlas y que esas Mrditionts. ahora, _.,,, lo
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248
Sabemos que la adolescencia es pClrtadora de un sen·
Lido transformador en tanto que su tránsito aporln un
caudal de polcncialidad psíquica. Ln Bignificación que
adquiere aqui In noción de tiempo no es la de la crono.
logia tradicional, 1<ino la de caráct!'r de oportunulad
para una lramilación psíq11ic:a' que, si bien no nos
equivocaríamo8 al decir que puede Her prorrogable, en
el c:.tmpo de la Rnlud es evidente su condición de ineludible. Así, podría pensarse que una persona que no
vivió los avalar<.'s del transcurrir adolescente ~n el
momento en que i<e ubica culturalmente a la adole;.cencia- pueda llegar a vivirlos mediante acontecimientos
que faciliten su despliegue. Subrayo este aspecto de la
l. Una primern vn~it\n de este trabajo fue prcsontadn en el IV
Encuentro Clinico, or¡¡oni,ado por ol ln•lilulo de Adole-ncin del
Colegio de Psicólogoa d~ Ro.ano, scpllcmbru de 2004.
2. En otro -nto he aburelado tn't! ,.;. . de análisis que consti·
tuyeo opecatorif'• lnvolucradas en la tramitncióo adolescente (\'ép~
ae capítulo 61, lr8bl\IOtó que aportan con au alcance una modificsc1()n
concreta en el manejo de In realidad. en el modo de operar desde
pcnflllmiento, cuerpo y vinculo.
249
cuestión sin afán de negar las dificultades que conlleva
ni los conflictos que .>e abren a su paso, sino porque a
menudo la adolescencia ha tenido mala prensa, he-cho que
resulta evidente toda vez quo se la incluye en rcfer<>ncias
peyorativas. Claro que lo evidenciable es que el ejercicio
clínico no nos da demn8iRdns ocasiones para ver adolesccnt.es en plenitud de lrabi\io, en el sentido de trabajo
psíquico (véase capítulo 6), Rino que el pan nuestro de
cada día se organim más bien alrededor de situaciones
agudas cuando no urgcntt·~. Convocados en la inundación, intervenimos cuando las aguas llegan al borde.
El material clínico que trataré de sintetizar refleja
un contexto frecuente en <'l marco del trabajo con adolescentes, cuyo motivo de consu Ita inicial esttl d!!ntro
dl'I camµo neurótico, pero el desarrollo poi;torior se
inclina hacia la descompcnsación de la organización
pi.íquica alcanzada. En tnlcs circunstancias el tiempo
de la adolescencia deja de ~er una ocasión para la tramitación del cambio y ~e convierte en una exigencia de
trabajo que desborda las µosibilidades de elaboración
comprometidas. Como lu adolei-cencia no es un estado,
y no es posible recurrir a mapas que orienten In exploración de su territorio, necesitamos entrar en Jo¡¡ laberintos de la historia -y perdernos en ellos, s1 vil!ne al
Callo corno único camino posible para la (re) construcción de un proceso. J.~sto no difiere en la chnica con
pacientes adultos o niños; lo que probablemente ~t>a
más especifico de la tramitación adolescente es su caracter de pendiente o, dicho de otro modo, que se
l'ncapsula como "algo" que queda ~en espera" cunndo no
tuvo e.spacio psíquico p:irn acontecer. Puede envasal'!ie
en pdi¡,'Tosa quietud o dt'sntarse desfasada en el tiempo no gin estridencias -aunque no podamos conocer por
t111licipado la fo;onomíu que adquirirá ;;u expresión, ni
st•un dasilicables las nlt<'rnntivas cünicas bajo las que
pueda manifestarse- Rc~ordar en este punto el concepto freudiano de series complementarias es acentuar la
dimensión de filigrana del i.ufrimiento humano.
Llamaré Angelina a In paciente que con.~ulla -11 los
19 años- en medio de una intensa angustia provocniln
por la duda acerca de la continuidad de sus l'HlutlimLa demanda inicialmente soswnida era la do "ortt•11111
rufa vocacional". Estnba cursando la carrera di! 11wd1
cina y cada vez que preparaba un examen lo llprnbaha
~in dificultad pero no podia sostener la cont.muidad en
el estudio ni en el cursado. El contenido de h1s primeras entrevistas giraba aln.>dcdor de cierta incongruen·
cia: le gustaba la carrera, aprobaba la~ materias que
rendía, pero cada Vl'Z iba menos a la facultad y cnda
Vl!Z lloraba más. l,a duda, entre seguir o abandonar,
tenía un carácter punzante y persistente qui' r<'Ristía
justamente con llanto intMminable- toda invitación a
la rcllexión. Algo hacia agua. Parecía que la finalización d!!I secundario le había llegado demasiado pronto.
nrcesitaba estar en su casa cerca de su madre y su
padre, en quienes ubicaba -proyectivamenle- la intolerancia de su ausencia. Lejos de quejarse, idealizaba esa
proximidad, debia estor donde (la) necesitabu(n). Planteadas las cosas de tal modo, los movimientos fnm11iaro11 no daban margen para la singularidad, las
necesidades del conjunto tenían primacía y la historia
familiar se desplegó desde d inicio como manifeHlación
de aquello que inundaba lodo el campo: su dt>vnluada
constitución subjeth'a. Necesitaba expresar lo vivido f'nl
por y para la familia, una deuda que mucho despul;S
Angelina buscaría saldar.
Ubicada como la menor en la escala de cinco hijos, -e!
describe muy apegada a sus hermanos. La hermana
mayor era la única que había completado estudios L1•r
ciarios y se había casado joven, dos varones trab1tjulm11
junlO al padre y unn hermana trabajaba con su pan.•ja,
con quien había iniciado un noviazgo a los 12 alios.
Avanzadas las primcraij entrevistas relata con dl'ln·
lles la enfermedad que padecía el padre, de laf"KU d11ta
250
251
l..OS COMIEXZOS
y por cierto de gravedad, que emergía a la superficie de
su pensamiento como espada de Damocles, interfiriendo cada día en su cabeza y en sus actos. No había
tregua para el temor que esto le provocaba de!!de los 3
años, edad en que su padre había sido operado por
primera vez. pero no por única vez. Si bien no contaba
con recuerdos concretos, relata episodios fenomenológicamente obsesivos que ubica más o menos alrededor de Jos 4 o 5 años: tenía que tocar los objetos de
determinada manera, cammar dando paso8 de tal forme, rezar en tAI posición, entre otros, para quo su padre
no muriera, hasta que "un buell día, como el'a 111ia tor·
tura• (sic) encontró una idea mejor: si lo seguía haciendo, su padre moriría, de modo que terminó rápidamente
con sus ritualei. de obsesión. El estado de salud del
padre implicó largos períodos de ausencia de él y de su
madre, que debieron trasladarse a otra ciudad por necesidades terapeuticas. Cada hijo fue provisoriamente
a la ca~a de un familiar diferente. No recuerda por
cuánto tiempo eran esas separaciones, lo que rt.>euerda
es que extranaba mucho a sus hermanos. Su padre había
requerido intervenciones quirúrgicas en distintos momentos y, con el paso del tiempo, Angelina había adquirido un papel protagónico a la hora de efectuar consultas
médicaN. A menudo viajaba para entrevistarse con especialistas que iban opinando sobre las posibilidades
terapéuticos de su padre, al que siempre dibujaba al
borde del abismo.
La madre de Angelina había sufrido la pérdida de su
madre hacía dos años, tiempo que no había sido suficiente para aliviar ese sufrimiento. Aparecía revestida
de cierta fragilidad, siendo más bien una "hija" en duelo
por la muerte de la "única madre" que apart'cía en el
horizonte de esta historia; se apuntalaba en sus hijos,
lo que dejaba una vacancia que Angelina ocupaba poniéndose en el lugar de pareja de su padre, único lugar
de un Edipo sin bases para una tramitación más lograda. Se hacía evidente que Angelina funcionaba como
252
"la" mujer del padre, no era "como" su m11111ó (llh-11t1h
cación secundaria) sino que por momentos 1~r11 BU muml\
(identificación especular). Esta configuracion 111i••ni111t1
señalaba las huellas de un proceso identificatorio fnll1·
do que no habilitaba de modo suficiente la vida do 11011
joven estudiante con su economía psíquica comprumn·
tida en procesos incorporativos, como lo son In c¡¡pon ·
dad de estudiar y la instalación de lazos de nmiRtad,
verdadcrus investiduras del encuentro con lo nuevo.
El aniversario del fallecimiento de su abuela d11b11
lugar n reuniones familiares que se efectuaban en lu
casa do la misma, que permanecía sin ninguna modifi
cación amb1ontal, incluso aún vivía ali! la senara que la
había cuidado hasta su muerte. Angelina pasaba con
frecuencin por la casa, conversaba con esta seilora e
instalaba un juego imaginario por el cual revivía a su
abuela contándole cosas de su vida mientras acariciaba
su ropa, le pedía ayuda y finalmente lloraba sin consuelo, rendida ante la evidencia de su ausencia. Los
hermano:1 de la madre contribuían a la manutención
económica del grupo familiar, porque su padre, lras un
traspié eco1lómico -<:<>nfuso para la paciente- había
tenido serias pérdidas patrimoniales, inclu1:10 la casa en
la que vivían estaba bajo remate judicial. La crisis
económica del 2001 se desata poco despu6s de la consulla agravando la situación. De las entrevistas inicia·
les transcribo !!Sta viñeta:
"Mi papá tmf)<'t6 a decir que se van a ir a ... (lugar de
Europa al que babia enúgrado parte de la familia paternal,
allá está u11a hrrma11a de él que ccmpró u11a ho$lerill y quie·
re que ti se Mcorgue... Mi mamá no quiere fNl'O 110 di('c
11oda ... D.•scle que mi Ua lo llam6 110 hay u11 solo día que 110
hable de eso, todo el tiempo me digo 'los terigo que dt..frutar!... , los te/180 que dísfrutar!.. ', Me ata u11 rno11td11, 1w me
puedo ir <le casa, a ueces me molesta, tornb1é" me ca11sa. me
da11 ga11as de decirle '¡¡decidite de una uez!!'. Yo 110 te tYmtt1,
~ro esto empez6 hare bastante ... tengo wi nudo en In 11ar·
ganta, 11>da la fanulta está tensa ... Quwn s1· va, qw1•11 f<'
253
'
queda; mt hermano dice que se ua con ellos, mt h1•rmana si:
un a ir a uivir defi11itfoa11u.m/1• ron el novio ... Mi mam6 me
d1JO qur llamó 1111 tia (tia materna residenw t•n la ciudad l
para decir que yo 1111. puedo ir a v1ur a la ca>a de ellos s 1 me
quedo . . N. (novio) dice que puedo tr a la casa de d ... • Cllort\).
Dije nlgo asi como... ¿Y uos qué decís?.. Sería bueno
en momentos como éste tomar en cuenta lo que t>O.~
pen1<<fa. Palabras cargadas de la intención de restituir
el íri\gil tejido que tabicaba su existencin de Ja de los
otros, para que hiciera de dique a la angui;Lia excesiva
frente al desamparo y la amenaza de una nul'va disgrC>
gación familiar.
"No s1• •. No sJ que quiero .. No puedo pe11$<1r .. (silencio¡
El martes se empt•zrzr<)I¡ a pelear... se dijeron de lodo, r111
pap6 se sacó el a111/lu, se en<wró, ero una 11clitud egofato
porqur era el c11mpl1·111ios de mi l1ama1w. Yo fui <Yll1W citiro
Vl'Ces a d~cirle qu,, "<Jiga ... salrd P«ro se fut· .. Ayer fue el
cumplratlos de mt mamá y él 110 la saludó, lo 1i111ro que dijo
fue ya 11w uoy a ir yo, ya me 1111y o ir ... me voy a ir a morir
al/6 t'Oll mi mam6 y mi familia"... Mt ma1111f. ¡>arecía u11 a
marw11t'la ... Yo ya te11go ganru tú que se 1·ayo11•.• J"!l"O 110
qw~ro qu.· se ~ayan, 110 uoy a poder dtsfrutar de mis popós•••
Quiero <»ludiar pera 110 puedo... ayer tenia u11a brottcCL bár·
bara porque querfa estudiar .Y 110 ¡>odia ... •
La impotencia do los padres para encontrar salidas
se plasmaba en impotencia propia, sin funcionamientos
exo~á.micos, sin tabicamientos posibles en un grupo
familiar en el que no se d istinguían las íuncioncs
parentales, sin ordenamiento, sin padres, sin cabeza
Quedaba en jaque la organización que hasta entonces
se babia alcanzado. En momentos de mucha tensión
Angelina llamaba a su novio, le contaba lo sucedido,
lloraba Y encontraba la calma como resultado de una
experiencia de sostén, frecuente de hallar en la adoles·
cencia en los vínculos de tipo fusiona!. Relación de
noviazgo desde los 14 años, bastante fraternal y
254
endogamizada ("e11 mi casa es 1m hijo más .•• •¡, 1>11 run1 t•
cuatro años se habla negado a ll'ner rC'lndom•s ~<'x1111 •
les pero finalmente había acct•dido, pum 110 pcr<ialo
Se reíeria al tema en tono de rc~ignación. mn resuhn ·
dos muy frustrantes: " ...no s1er1to 11ada, 110 .,,,.11/0 t1C1tl11
y no se fo puedo d~rir ..., no qwero que mi' loqtU'. 1111 lo
soporto, pero lo qwno mucho, lo quiero un mo11tó11, ,¡
IW lo frngo mR mu.-ro .•.
Tener o no tener ... lejos es tuba del arribo a unu
genitalidad sostenida en la diforcncia; ni contrario,
cuando el otro era otro, se rompia ol hechizo ...
ORGANIZACIÓN EN l.\ ACClÓN
Voy a Rintetizar brevemente el tiempo de análisis que
se e.xt.cndió, aproximadamenw unos diez mcst's. Angelina
fue probando d.istmllls actividade<- en una búsqueda un
tanto azarosa, mienlras procesaba que la carrera de
medicina había estado al servicio d<' Ja fantasía cuxativa
de la enfermedad, del padre en principio y de su abuela
despu"", fantasía t.crapeutica de un grupo familiar endeble, en riesgo, frágil Los vaivenes de sus padres entre
irse o quedarse siguieron presentes como una novela con
un "continuará" permanente. A pesar de todo, Angelina
se dedica a variadas actividades, ~'Orno repostería, organización de una huerta comunitaria, tareas de colaboración en un hogar ¡>ara chicos carenciado~. hasta que
consigue trabajo como empicada de una empresa duran.
te w1os meses, experiencia que resultó un aporte a su
estima personal, además de ser una salida de su hogar
habilitada por si mi,mu y por el entorno familiar.
Las dudas por la carrera deJaron paso n una controversia de pareja (sel(uir o abandonar) a partir de un
interes por otro muchacho, que le ocasionuba intensa
culpa y fantasías de ruptura, y cuya comunicación parecía imposible: "me cuesta un montón hablarlo, me doy
cuenta el<! que ni ac<i puedo hablarlo, me siento re-mal,
255
no sé qui hacer, las altematiuas que pie11so me asustan,
tengo el lema en la cabezo todo el tiempo... No me siento b~n C'On nada, me da miedo hablar (llora) lo pienso
muchísima y 110 me s1elllo del todo feliz, sexualmente
arronqui mal de entrada pero tampoco lo pueda decir".
Ang(llina, en Jugar de relaciones, hacia entregas; en
lugar de encuentros, adhesiones, y su visión del amor
era de crucifixión, renuncia y sacrificio, modos de ancs·
tesiar la urgencia por la necesidad de otro que, lejos de
acercarse a la satisfacción de un deseo erótico, rcpre·
scntHba una oportun idad de fusión pnra conte ner
desvalimientos yoicos de larga dala.
Poco después comenzó a trabajar en la producción
artei;anal de indumentaria invitada por una de sus
hernrnnoi;. Avanzado el año comienza una carrera tercioria vinculada a esta nueva actividad. Lo que em·
pieza casi como hobby se transforma en uno pcqueria
empreso; expone en ferias de disedadores, viaja para
elegir mal~riales y para vender, y vende más de lo
imaginado. Su hermana decide in;e a vivir a otra
provincia con un proyecto de pareja y Angelina queda con el esfuerzo de hacerse cargo del emprendimicnto, en una sucesión bastante veloz. Cada vez
le quedaba menos tiempo para venir a sesión, faltaba
con frecuencia. E l aceleramiento de su vida, el Liempo lleno, ol éxito sumado a las ausencias eran expresiones cluras de una organización del yo basada en la
acción. Como corsé del sel{, el acto exitoso aloja depresiones y ahuyenta vacíos, claro que como precondición requiere un intelecto capaz de tomar a su cargo
el liderazgo. Analizarse era vivido como un riesgo de
aproximación a los vacíos existentes y, en tanto tal,
muy poco motivador; vacíos tantas veces expresados
en el formato de la duda: qué estudiar, qué hacer,
qué decir, qué relaciones sostener... Así las cosas,
Angelina puso un paréntesis en su análisis antes de
fina li zar el ar'\o.
256
OCHO MESES DESPUÉS.
Angelina pide una entrevista a la que lle¡¡n wn si~ ·
nos evidentes de agitación y angustia. Est.:í vi11ibll'llll!ll·
te demacrada y más delgada, habla mciclnmlo las
palabras con el llanto.
"Ncce•1to qui' me ayudes en mi vida se11trm1mtal. Mi /11·1 •
matra uolv1ó de ... separoda de su novio, conort1! a o/r(I rhirn.
mi c111wdo se mtcró ... U11 desastre, él la 111110 a buscar pem
nada ... 1•1/o 110 quiso saber nada., se sepC1ro. Estamos de 11111"
trab1vc111do jw1tC1s...
Después di' la txposició11 de inviemo tuve u11 accidellle r011
el auto, no 1111• pasó nada a mí pero el auto st' hizo torta ..• Yo
estaba a ful/. medw lixa, a.celeradis1ma co11 ta11to traba10 ...
Dt!spuia la liermana de mi mamá B<' quiso suicidar, se subió
al teclio y se qurría tirar... la vieron mws vcc111os .v la /Jqja ·
roll ... M~ a/f.·t:ld mucho porque yo descubrí qw• mi nbuelo no
se murió d~ •llferm<'dad sino que ~ wiúdd y 101111Ís nadie
nos hobia d1,Jio nado. Me enojé con mi moma (1()rque lo
oculUí. me ennjé mu,hisullO y ahora esto..• 0.-spués la abuela
de N. se enft>rmó, cstuuo ilttemada en el mismo so.nator10 que
1111 abuela (SI' IY'{iere a la abuela maternal y ro11 lo misma
enfermedad, <'tt r/ uelorio me puse a pe11.sar e11 mi papá y me
ruue qur 1r... me descompuse, me dio p<í11ü:r> ...
D~spués mi ¡wpá tuuo un dolor de pecho m11y (r1crte, cstuuo
111t1•r1wdo, la e11fermcdad había aua11zado más róp1do. ade·
más /robi<t lwrlw infarto bl\iita... Co11sult~ e11 81u•11os Aires
('On ~l 1111:jc11· cirujano, dijo que había que op<'mr porque era
riesgoso pt•ro SI' paella morir e11 la operación... Él time u11
ai~urisma que no se puede tocar. Le plantcamOll todo a mi
papá, él 110 quería saber nada, no qut•rla opera~ ... no había
manera ... V1110 su médico para convene>!rlo de que se opelY', k
rogamos, todos le rogcunos hasta que dijo que •l. Pagamos la
op..·rac1ón tntn• todos mis hermanos porque la obro «<ial no
se la cubrla. Ha.cl' un m.es que lo operaron, lo operotion fue
muy durn. pall{1ro11 cuatro horas y no salta nadi<•, fue hornbt.-.
duro mucho más de lo que peTIS(lban... Para mf fo esp<•ro fue
insoportable, más tiempo pasaba nuis pensaba lo peor.
D1•sp11és ...; verlo a 1111 papá lle110 de dre1w,¡es, tubos y
máscara d<' 1ixtge1to me /U.zo pelota!... No po<lia paror "''
"º
'ª'
257
llorar. En CSO$ dW» mt abuela tuw un mfarto cerebral asl
que no le dvwws ;iuda de papa, pertJ 8tl •••ntia abandonadll
porque supu~stam<•11te papá y mama estllban paseando 1·11
Córdoba ... eso t.> d1Ji11ws.
Ahora se remalci la otra parte ti<- la rosa pero tamb1é11
lll!jl,a u11a c-édula ro11 una C"LU1cú!11 para 1111 ltermano ... <hnbin
tt>nido problemns por cuestione• financic·ras y estaba pen·
diente un juicio).
.. Sigo con desp.'/oles c-011 m1 no1w. ftt1mo8 de via;e .v 110
quuia que me ttx·ara, 110 quena estar ahí. D••Sputs emp1·za·
mos a hablar... IMia miedo de perderlo, miedc de qu1• s1•
entere ... E11 may<1 uolt•t a uer a S., estuve l'on él ... Me dt•1·{()
que 110 me e11te1ulia, todo el lii>mpo duN11dok que 110 lo qu1e·
m más a N. y sin embargo no lo pu.·do de¡ar...
T.-ngo ga.'<lnJIS y pmu:1pio de tilcl'm, /o médica qw TTl1' atu·tuk
me dice q141 Tl<-ce>;Tlo ayuda psu:ológím, cL:.Jt' lo facul/LJd (se n·fi...-c
MÍ nJ &"tudio l<!rciariol. quwro retomar, ¡~·ro 110 estoy bien, 1>.<loy
tJ•ustado ... Con m1 lwrmaiw rn>s 11uulw11os o 1111a casa y pu.•i·
mo.i el taller de tml><vo 0/11, m' lierma11a 110 q111·ria vivir de 111wvo
ru11 mis uiejo> ... Alq11ilumos ww roso rt1 t•/ rentro...
fof1'11té hablar<'"" mi mama, mlt'lll» l'xplicurle lo que ,,,,,
JJ<1sa pero no m.: t•11/u 111cle, 1uu:/i,e nlt· t•11t1cnck, sienlo q11r. na
lei1Ro ganas de t•iv1r, .)u 110 tn<' quu·ro ... Si yo 1w me quiero. no
puedo qwm:rlo ni n él ni a nad11i'... llltenté decirse/o a N . .)'
temblar y a llorar...
(tiembla y llora en ése momento) .
. .. Pcn.'lé lo d,• 1111 tia ... ero la tia q11c me había inuit1Jdo a
1•it>ir ron ella, pc•11.•1' lo que hizo... ¡¡110 lo entiendo!!... Sé <JIU' 110
lo l!Q)' a hacer f>l'IYI l«11go miedo ... mi 111<1111á lo único qu,. d(JO
fue: ..que nadit' ,.-,. 1•11/t•n no Si! l.o tuenli:B a nadie..... Enl/}t"<"é a
11:11/tr un odio que jamás había se11tulo, rw ern>jé con todQS,
llamé a un psiquiatru, llamé a los hijos, se lo dije a ellos, les
grite lo que habla pa>-ado ...: q11e la ay11d1·11de1111a b11ena wz.'
Ahora siellto que yo 110 estoy... yo e.,toy uurla ... me agarrc1
11110 a11gustia y lloro, lloro y lloro ... No puedo dcrmir, mamá
/llt' ve asl y lloru. 111c11lana es el remnt1• d1• ta segunda pf/rte
de la casa . . 110 siento nada. El sobado .e cumplen cuc1tro
orlos de la m111·rlt <l<' mi abuela y v<o1rt1 todos di' 8111'110.,
Aire.< (se rcfi~rc n los tío,; materno..) y yo 111 tM acordé ... Fue
~I cumpleaños de mí popá y yo 110 lut'<' gaitas <k comprarle
u11 rt!galo... sólo pienso que no tengo gan<JS de vivir... yo estoy
pero no estoy ...
t•mpec.J a
1,
258
Mt mamó me ditt "disculpame por los f'O.IÍr•'I Qll<' llltlllcl",
adro ese papel de uicttn1a que asume m1 ¡x1df't' 11u• tl1Ct' "ahotn
hay que disfrutnr porque se acaban las pmbltm<11".. .'1011
c¡¡ofsi(l.S, 11inguno p1c:1JS(l. en las necest<fudcs que l•'lif/H )'"
ulwra ... Mamá me• dice "quiero quP vu<>luas a ser ¡111'1'11 ul111
l'(·.,;". .. y .YO no tengo ¡:nnas. sóW pie1tso rn QlJ(' no qui1•ro t1>f111
ará, sólo pienso en qu' me qui"ro morir... •
En la segunda entrevi;;ta el contenido fue similar pero
lus ideas suicidas fueron en aument.o. el llanto y el lNn·
blor también, indicioi; de una descompcnsación que no
daba tiempo parn el trabajo analft.ico como único diRJ>O·
sítivo. Los pensamientos culpógcnos respecto de la pn·
reja no alcanzaban a tener una organización lograda en
l'i campo neurótico. Todo estaba al borde ... Sus movi ·
m1entos sin control y su capacidad defensiva quebran·
lada generaron la indicación de una interconsultu
psiquiátrica que fue efectuada al día siguiente dando
como resultado In indicnción de internación.
En el transcurso de la í.nlcrnación. Angelina intentó
dailarse con fantasías de suicidio en tres ocasiones, dos
de las cuales tuvieron poca peligrosidud y una de ma·
yor riesgo (utilizu un cuchillo para cortarse ambas mu ·
llecas sin profundidad). La percepe1ón de sus brazos
vendados le producía gran angustia:
• ...Cua11do me miro te11g<> la 1dm de terminar lo t¡lll'
empecé y 1w pw·dn pettsar de otm ma11era, te11go q11t•
terminar lo q11t• rmpeci... eso m1• asu.•ta mucho ... S1 me
uoy de ac-6, s.< q11e lo ooy a uo/1~r 11 111lt>11lar.. •
La internación bC extendió mucho mas de lo contem·
piado por los módicos. Al principio In medícación no
producía una mejorfo. Tenía fuertes crisis de angustia
diarias, con episodios en los que se lafilimaba el p4X'ho
con sus uñas para poder quitarse In angustia, según
explicaba. En esas ocasiones expresaba su sufrimi1•nlo
de modo suplicnnte:
259
'
r
•No soporto lo que siento, ¡¡quiero que me duerman
por favor!! Tengo miedo de matarme, quiero sacarme
esta 1<ensación de vacío enorme que tengo, ¡quiero morirme!... Estoy vacía, yo no estoy, 110 existo... •.
Cuando su estado se fue estabilizando Angelina se
negaba de manera tenninante a la indicación de alta
médica, fuera del encuadre institucional-asistencial no
se sentía a salvo de si misma ni sost.cnida con firmeza
por les figuras de su enlomo.
Durante la internación se observó un despliegue de
omnipotencia y hostilidad combinadas, entraba en estados de ferocidad, exigía definiciones diagnósticas,
pcdfa cambios de fármacos a los módicos de guardia,
modificaba las inclicaciones respecto de lru¡ condiciones
de internación (acompañamiento, visitas, etc.), quería
hacer lo contrario de lo que se establt'Cía y, de~plegó un
hosti¡,'lll'lliento verbal inusitado hacia Ja familia, los agotó
con reproches y exigencias de todo tipo, diciendo a sus
padnis que los odiaba por no haber "podido" con ella,
seguramente en referencia a un tiempo pretérito reflejado en el presente.
Ln asistencia quedó exigida por la tenijión existente
entre los intentos de suiciclio de Angelina y los hostigmn1ontos que producía -esbozos de una confrontación
que no a lcanzaba a consolidarse- , y el desconcierto
familiar lnmbién reclamaba un espacio. Se incluyeron
posteriores a la extemución: 11w1l11·111·11111 1..'!111 r111111.1llo
semanal, dos sesiones de antilis1s l'n In 111•1ni111n, 11•111
tencia a Lalleres de un Centro dt• 1>111, y 11111 "'¡"'no 1h11
sesiones de terapia grupal en Ja 1>1!111111111 , 1-.~lo 11n¡g111
ma fue concebido como trama de sostén , u 11111 ef1d1111 do
ayudarla a dt~ar la institución que -en su l1111luslr1 I•
había convertido en un seguro refugio, lll'chn 11 lr1 mo
dida de sus ansiedades pero carente de Sl•nluln turu
péutico si no se establecía un límit.e.
Al..O'UNAS CONSIDERACIONES CL(NICAS
cnrgo, sc,;ionci; inclividuales en el cstublccimicnto, enlrcvislas con la familia que estaba "al borde~ (le doy a
eslu expresión el sentido de una ruptura de condiciones
que hacen posible el sustento del acto con sentido y del
pensamiento conservado) y que apelaba a innumerables llamados telefónicos a quienes asislíamos a
Angelina para preguntar qué hacer en las más variadas circunstancias que Ja misma les iba planteando. La
familia evidenciaba una precariedad de pensamiento y
una generalizada inseguridad, con excepción de una de
las hermanas, que se hacía cargo de las indicaciones
La historia del padre había ocupado tanto cspncio qul'
habíu sido dificil hallar un lugar para pcnst\rbC a Ni
misma. La decisión inicial de estudiar medicina ~e ori·
gina en ese contexto donde todo quedaba rcfcrenciado a
situaciones de muerte o enfermedad. Angelina se enlaza
al padre asumiéndose como responsable, y el padre se
sostiene en ella. La grave y prolongada enfermedad
subrayó la necesidad de cuidado, provocando una inversión de sos~n -algo de un orden corrupto--. Ani:telina
adviene al mundo como hija menor en una ~ituación de
advcrsidnd que ocupa el centro de la escena familiar, con
una mamá aícctada por Ja salud de su eaposo, seguramcnlc t.ambién desbordante para su propio psiquismo.
Una fnmilin sin separaciones, sin salidas t-xogámicas
en la cadena generacional, llena de pérdidas, se refleja
en la organización yoica de Angelina en principio sostenida -a modo de falso sel{- en la adaptación, en la
acción exitosa, en el despliegue intelectual pul'~to al
servicio de otros, en la hiper-responsabilidnd, la religiosidad y cierto puritanismo que devela un deseo de ~er
eternaml'nte niña, sin acceso a la genit.alidad, sin reconocimiento de la temporalidad. También era una familia que guardaba un secreto, el del suicidio. Los intentos
do repetición constituyen manifestaciones de lo oculto a
la vez que guardan la esperanza do inscribir una repre-
260
261
durante la internación entrevistas con el psiquiatra a
sentnción que haga posible su elaboración. Serge
Tísseron1 0 992) nos habla de los divajcs en la prehistoria que condicionan la historia pcn;onal de las generaciones venideras y señala la importancia de la
vergüenza familiar encubierta por el i;ilencio. Pensemos 1:n lo que significa el suicidio en una familia de
proft>~nda reli¡,Tiosidad: la abuela lo encubre, la madre
lo silencia, In tía lo actúa, Angelina lo denuncia como
eslabón de unu cadena generacional que habia sosl{'nido un suceso de manera innombroblc, impenMable y,
por lo tanto, inelaborable. Pero entonces el neto -en el
cont1•xto dc sostén terapéutico que acontece yo contiene ur)a busqueda de simbolización.
Las ddicultadcs para armar relaciones vinculares
de distinto orden por fuera de la familia creaban un
cerco en donde la vida transcurría en cierta artilicialidad, sin distinción adentro-afuera, ayer-hoy, propios
v extruño~ . Los movimientos de diferenciación y coni;titución de la privacidad propios de la adole~cencia
estaban ausentes, por eso Angelina reclamaba ser
compr<>ndida por su madre de la misma maneru que
una ndolcscC'nte busca y pretend<> ser comprendida por
su nmiga mái; cercana. Lo vincular eslnbo AURtituido
por movimientos adhesivos y el vínculo con su novio
crn el equivalente a un cordón umbilical que la compcn8abn de fusiones fallidas; era lo más parecido al
amor de una madre, aportando W) sostén permanente
y garantido. Como saldo de esla configuración la ambiv11lenci11 se asomaba en el horizonte, Angelina pasaba de In fusión al rechazo en un instante, marcando el
punto de acciones incongruentes y contradictorias que
resi~tían el proceso secundario mismo. De alguna
manera el odio era el par dialéctico necesario para la
separación en el sentido de diferenciación, pues el
2 . Tiu <'ron, S . y otros: El psiquis,110 onff In prueba tle l"a ¡trne·
raciutt.t·!f, Pnría, Dunod, 1995.
262
anhelo de unión en el ulro tomhif11 es 111111 111111111naa
continua para la individuncic\n cl,•I Y" Ln • ~¡., 8• nt hlo
la ruptura de la pareja conslitufn u11n po~lhihtl111I 1h
salida o despegue de los objetos pdmnrioa, d• fipl11r 1
dos en representantes secundarios.
En el primer tramo del tratamil?nto las IKl 1hllltln1l1 •
del ámbito laboral la organizaron rápid1.uurntu, t-; rn •vi
denle que, junto a un psiquismo frágilnw11lu corlRI 11111
do y a la labilidad afectiva, podia h11ct•r u•o "" 1111
dcsurrollti inlc lectunl con el sentido de• auto ~111111 11 .
En el segundo tramo del análisis se observaba 1111 1111tl111
en zigzag, su funcionamiento psíquico daba un p11H11
con el proceso secundario, pero el siguiente lo h111·.1a
con el procc;o primario, entonces había mucha cunlu·
sion -tanto en ella como en mi, que rcb"Ístr11ba el dl's·
concierto en In contratransferencia-. Apart-cian idc•a;
delirnnlc.s sin delirios acabados, y pen~amiento.i nac1·
do:. de Ja realidad compartida pero dirigidos a crear
una realidad paralela. Su funcionamiento sexual, inte·
lcctual y bíoló~co estaba afectado por esta dificultad
para representar. Si representar c.q aquello a I? que
está compelido el psiquismo y aquello que lo constituye,
las expresiones de "muerte" y "vacío" bien po~~on señalar la pobrrzn existente. ¿Qué ofrece el unnhs~s al respecto? 'l'odo c•I tiempo ofrecemos repr~sentac1o~eH, en
cada intorvención, en cada interprelac1ón, hob1htamos
la palabra en su función erotizant.e del pcn~on.)ient.".
Quizjs ... i;i en la vida de Angehna todo hubiera .ido
bil!n si no se hubieran ido desatando uno a uno los hilos
que 'sostenían este armado, probablemente no hubiera
vuelto a la consulta. Sabemos que esto es frecuente en
pacientes que se encuentran compensados por organizaciones exitosas, pero en esta historia volvió a la super·
ficie psíquica t:'I trauma primario con la amen~zo de
muerte del podre, surgió la endeblez de la fom1ho ma·
terna en h1s historias de suicidios consumados c ínl<>ntados, se desacreditó la pareja en su valor fusiona!, Y. ~e
avi1.or6 c.•l dest'<> genital frente a un supPryó revestido
263
aún de cualidades infantiles. El sentimiento de culpa
escribió las ICneas siguientes del guión: la fantasía de la
propia de~aparición expresada en el supue.•to deseo de
morir, pero claro... no quería morir. Ya lo docía Winnicott.
hay pnci!'nt('s que se matan antes de develar que los
desastres por venir son vivencias propias de lo~ derrumbes del pasado. Angelina transmitía la sensación de que
todo se había desabrochado, sus afectos, sus personajes
de ligadura libidinal cosidos con hilos de hilván ... Nada
alcanzaba para sostener una caída con efecto dom inó. Ni
el lugar de acción ni la identidad de "empresaria" ni los
(\Jcitos económicos que habían sido un hecho eran suficicntc>1 para sostenerse, por eso nada más cierto que las
primeras palabras que pronuncia en la entrevista donde
todo ¡:;u cuerpo claudica en temor, en temblor y en llanto:
"11ecesito que me ayucks en mi vida se11time11tal... •. Aquí
apal'!'Ce en un plano amplificado la frawlidad de estas
figura¡; que no pudieron darle la posibilidad de constituin;e lo suficientemente fort.alecida, cs decir, aparece
en un primer plano su tan temida frawlidad.
En el tran!'Curso de la internación se intC'nsifica la
rabia contra todo y contra todos en un primflr esbozo
indiscriminado de contacto con una hostilidad que reclamaba su lrnmitación para devenir potencia. llubo períodos cortos de furia transferencia! junto tll deseo de
pcrmunecor int.ernada: la institución le brindaba la representación de sitio seguro antepuesto u la inseguridad
como registro infantil. La terapia grupal y lo:; distintos
talleres que se programaron para su asistencia (además
de of"'>cer un anidamiento sustitutivo al de la internación) constituyeron el espacio que introdajo poco a poco
una dimensión de la que necesitaba nutrin;e, para poner
en ejercicio el pensamiento que se construye en la trama
vincular, e partir del necesario espejemiento con otros.
Tiempo después diría:
"Veo mi cumpleaiws a1tterior como una foto en color
st•pta, tc><.la 1ni familia, nii novio, 1nis iios, n11H prinios,
264
dos an1111aa de la pnmana ;y ta. ¡1(1/Íri'I 11 mi 11••1 !ti
¡,Qué aburrímúmto!! .. tne) ~:11 comhii> lmy 111~ /~•111/0 fl
pe11snr cómo L<>;y a orgamzar 1111 prdtl1110 ru111¡1/ in·
qu1~ro u11 bar, nada de familia 111 not110., Qlll• m o
I••''"
los amÍi/os.
lo.• que recuperé)' los qlU" m~ l11t1 ahom
Expresión que señalaba un avance <IPI ¡K•M1u111rnlo
simbólico; la imagen de la fotografia em 1111'11110111 d•
un tiempo que babia estado detenido, sin ¡>n11n11,·1•1' In
inclusión do lo nuevo, un tiempo desvilalizudo, R•.• 1111111
posible que el color sepia aludiera a las gc1wrnc111111•"
preccdcnt<'R y u sus dramas silenciado~. .
, .
La ovolución de Angelina incluyó ep1sod10b de cnH18
de angustia intensa, fundamentalmente lo:i fines de semana, en momentos de soledad o de rechazo amoro:;o.
Surgía la nC'Cesidad de marcar sus muñecas con algo
cortante i;in llegar a herirse demasiado, succ:dió en mli~
de una ocasión e:;tando sola en su ta'<a. La angustia
posterior l•ra mayor aún. Después de la primer~ v~z,
comenzó a pon<'rle un nombre a cada marca, y as1, disminuía la angustia. Generalmente el nombre era el de
aquellos que la habían desairado con una negativa -y
desamparado con la ausencia-. No encontraba otro modo
de tramit.ar la hostilidad despertada que se tornaba en
crueldad sobro sl misma, a la vez que era un modo de
evitar Ja falta, el vacío: en cada marca los llevaba pues·
tos 1 al ulcnnce de la mano podia tocarlos y al alcance de
los ojos podía mirarlos. A medid~ que el .s~nti?o ~imb6lico del acto fue puesto en trabajo, las cns1s disminuye·
ron y las repeticiones de las marcas perdieron frecuencia
hasta desaparecer. lncluyó en su vida innumerables
romances que o~cilaban entre S<.'<iucción y adicción, ~e
volvió dependiente de los mensajes telefónico:>, salia todas las noches, no tenía ganas de trabajar, discutía con
sus padres a mt'nudo frent.e al deseo de sostener nuevas
amistades que eran consideradas "sospechosas" por ellos,
simplemente porque no pertenecían al enlorno co~ocido.
Después de esos enfrentamientos fantaseaba con 1rbC de
265
su casa. En suma, se fue aliviando el sufrimient.o encarnado con creciente re-ubicación en RU condición de Rujeto, de modo qu<! la problemática fue tornando un matiz
más neurótico. Una sesión comenzó preguntándose por
qué no estudiaba si era tan inteligente y construyó una
reflexión que le resultó un verdadero hallazgo: nect'sitaba Uenar los vacíos con afectos y con proyecto:;. (<~lla
misma elaboró esta interpretación que repetía con cierto
placer, disfrutando de la creación de un "contenido" que,
como ilusión de omnipotencia (Winnicott), creaba en lo
hallado. Claro que todo análisis significa un trabajo ~os­
tcnido de ligadura y lleva tiempo, pero esta vez Angelina
pudo permnnt'«•r.
Los poC"tas sil'mpre se adelantan y el psicoanálisis
va detrás de ::;i1 huella. Así corno estamo:; hechos de
tiempo también somos lo que hemos perdido, como dice
Borges, y creo que dentro de las pérdjdas también ~on
computables aquellos estados t:mocionales que, habiendo sido nect:sarios, nunca se alcanzaron. En la concepción clásica del psicoanálisis estamos acostumbrados a
pensar en un "lleno" de lo que se va extrayendo (hacer
consciente lo inconsciente), que se va restaurando (llenar las Jagu nas mnémicasJ, o que se va rescatando (levantar las bnrreras de la repre~ión), pero, ¿qué dostino
tienen las cnroncias, lo inexiRl.-Ontc, lo no advenido? ...
Son ausencias que se presentilican de alguna forma en
algún momento de la vida Se alojan en agujeros de
representación que no facilitan la simbolización y por
ende la enunciación discursivo, ~e guardan en sensaciones corporales como el vacío que ocupaba en Angelina
el centro do su pecho, ~..¡vencins seguramente anteriores a la posibilidad de elaboración yoica.3 Recuerdo aquí
las cooceptualizaciones que hablan del debilitamiento
del espesor dt>l preconciente -situación por In cual los
3. O. \Vinn.irott ubicaria su t'l'gtslro ·e11 la parlt de lo p111qu1•
ntuy cercana ul funC'ionamiento n•·un.1{i:<1iold¡(i.co• (Cf. Explor"rionet
psicoanalitiws, Bueno• Aires, Paid¡;,,, 1993.)
266
actos "hablan" más que las palabras-, Si bien no hay
psicosis, el yo se organiza falsamente' p<'ro no plástil'D·
mente, y en Ja adolescencia, a la hora de tramitar 1•1
paso del tiempo, ol cambio de objeto amoroso, de abordar la finalidad central del intercambio con el mismo,
de dejarse seducir por el afuera, surgen en la superficie
los signos de quebranto.
Mi interés en la pre,;entación de este material ha
girado alrededor de los interrogantes que la labor me
fue planteando, por l'jcmplo:
- las cuestiones ligadas al trabajo d<> mterpretación,
cuando el análisis no pasa preci!lamente por deHcomponer los elementos sino por componer;
- la valoración clínica presuntiva de los hechos, cuando el diagnóstico en adolescencia -más allá de su
valor de brújula para muchos- imprime riesgos de
rotulación a lu vez que condiciona la construcción de
un ambiente propicio para el surgimiento de lo nue·
vo·
- la.~ "sorpresas" en la clínica con adolescentes, cuando la emergencia de confliclivaN lorvadas -compcn·
sadas en el transcurso de la infüncia- irrumpen
creando estados ele caos;
- la observación de las operaciones simbólicas constitutivas que inscriben el crecimiento en el devenir adole:;ccnte, ya que su ausencia o fallida instauración
configura un derrotero problemático (en la medida en
que requiere de una exigencia de trabajo no siempre
acorde con las capacidades yoicl\S existentes);
las complejidades transfercncialcs, cuando se eHtnblece un trabajo interrusciplinario con inclusión de
dispositivos de emergencia y de otros dfapositivos
no-analíticos, a fin de crear condiciones terapéut1·
cas;
y podríamos agregar aqw un "etcétera" que represente los emergentes posibles de su debate.
267
n la climca y en la vida. la pregunta por la
adolescencia resulta insoslayable: es que los
traba¡os psiquocos que se atraviesan en esta etapa
no son menores en mportancia que los encuentros
con los padres, quienes 111trodU)eron desde el ll'llCIO marcas
1mbomlbles. La pubertad remodela las estrutturas psíquicas
previamente consoltdadas en el seno de la fam1ba, y eDo abre un
gran campo de pos1b1hdades para producir una reestructuraclÓn
de la subJet1vidad, que puede así no quedar entrampada en los
mandatos familiares.
Esta suerte de ·oportunidad· supone un desafío no sólo para los
adolescentes -<1uienes atraviesan, expresa o silenciosamente,
una etapa 'turbulenta·. plena de incertidumbres,
radicalizac1ones, decepciones, fobias-, sino también para el
traba¡o terapéutico, al que le plantea una doble tarea: la de
indagar en los procesos psíquicos que se ponen en ¡uego ~a
comJ)le11dad de los contenidos 111Conscientes, las eX1genc1as del
superyó, los modelos tdenbficatonos y los ideales del yo, entre
otras variables-, asi como la de comprender las nuevas
subjetividades que se modelan hoy a la luz de las aceleradas
translormaclOlles en los valores, los ideales, las modas y los
códigos. Ambas tareas exigen del psieoanahsta una permanente
actuahzac1ón, y tal vez sea ello lo que torna la expertenc1a
terapéutica tan apasionante.
Este libro no supone un lector univoco. Además de los
psicoanalistas, también los padres, los educadores, los agentes
de salud mental, entre otros, se enfrentan a la tarea de
comprender, dar cauce y generar condiciones de creatividad allí
donde los adolescentes ven abnrse un abismo Y de lo que
estos adultos comprendan y hagan también dependerá que el
camino que los ¡óvenes benen por delante se resuelva
sabsfactonamente. es decir, devenga crecmoento,
reelaboración producbva, surgimiento de pos1bdtdades.
Paidós
Psicología
Profunda
253
WW't/11 pa1dOI COf'l"'
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