Isais Contreras, Miguel Ángel. “Suicidio y opinión pública en la Guadalajara de fines del siglo XIX: representaciones y censuras”, en Jorge Alberto Trujillo Bretón, Federico de la Torre de la Torre, Agustín Hernández Ceja y María Estela Guevara Zárraga (eds.), Anuario 2005. Seminario de Estudios Regionales, Tepatitlán de Morelos, Universidad de Guadalajara/Centro Universitario de los Altos, 2007, pp. 107-133. Suicidio y opinión pública en la Guadalajara de fines del siglo XIX: representaciones y censuras Miguel Ángel Isais Contreras* Durante siglos, el haber concebido que un sujeto se provocara la muerte a sí mismo produjo diversidad de reacciones. A favor o en contra, lo suicidas comenzaron a cargar con un estigma que, con el tiempo, iba adquiriendo una explicación causal. No obstante, otras voces se preocupaban no tanto por entenderlo, sino por emitir juicios que reprochaban y terminaban por censurar el acto. En las sociedades de tradición occidental, tanto la Iglesia como el Estado han sido las principales instituciones encargadas de difundir ese tipo de discurso. Éste asimismo cundió sobre la educación que debía impartirse, en la moral social, entre lo lícito y lo punible, entre lo que debía decirse y publicarse, entre lo que era reprochable y sublime. El suicidio durante buena parte del porfiriato, y en general de toda la segunda mitad del siglo xix, representó toda esa parte negada de las actitudes del ser humano. Sin embargo, muchos otros filósofos y hombres de jurisprudencia en contra de lo preestablecido, bosquejaron de manera, digamos "objetiva", las posibles causas que conducían hacia la muerte voluntaria. Otro grupo menor todavía creyó posible la descriminalización del suicidio. Los cánones de la Iglesia —divulgados en gran magnitud por los casuistas, sacerdotes y moralistas—, las leyes de los Estados y los juicios tanto subversivos como recriminatorios de editores, alienistas, moralistas, periodistas y todo aquel grupo que mediante una modalidad impresa influyó en Actualmente es estudiante de la Maestría en Historia por la UNAM. migueliscon@hotmail.com Miguel Ángel Isals Contreras el sentir del vulgo, asentaron las bases para que el suicidio en el México porfíriano, y aun desde antes, actuara bajo una peculiar representación. En México, el desarrollo de la opinión o esfera pública ha ido muy de la mano de los procesos políticos que, concretamente para la segunda mitad del siglo XIX, representaron núcleos tanto liberales como positivistas, además de la fuerza que comenzaron a adquirir las sociedades de grupos científicos e intelectuales a fines del mismo siglo. Este nuevo ambiente produjo una multiplicación de los procesos de imprenta, debido también a las renovadas tecnologías que fueron adquiriendo, y en donde la opinión pública se fundaba en impresos que se comprometían principalmente en "modelar las conductas sociales e individuales" (Palti, 2005: 87). Paralelamente, en la Ciudad de México, más que en Guadalajara, se vislumbró un proceso más: el reportaje o la crónica policíaca, que venían a suplantar los artículos políticos y gacetillas (compuestas estas últimas muchas veces de información un tanto abreviada), generaban mayor morbo y gusto entre los lectores, razón por la cual los anunciantes comenzaban a tomar mayor interés en aparecer dentro de la gran gama de periódicos que circulaban (Castillo, 1997:30-31). Pero lo cierto es que en Guadalajara este proceso se presentó sólo en casos verdaderamente escandalosos y aislados, tornándose más común hacia finales del porfiriato, específicamente cuando surge La Gaceta de Guadalajara (1902) (Palacio, 1995:239). En la Guadalajara de finales del siglo XIX los impresos moralistas, religiosos, científicos, noticiosos y culturales que circularon por la ciudad tuvieron como primordial propósito captar la atención de la sociedad —entiéndase por ésta su sector que leía— y colarse así en su cavilar cotidiano. El cuerpo de dichos impresos quedaba conformado por la notable diversidad de periódicos, boletines y misivas —entre otfos panfletos—,cuya continuidad y permanencia era, en la mayoría de los casos, un tanto variable. Sin importar su tendencia ideológica, todos ellos emitieron argumentos por lo general adversos sobre el infortunado fin de los suicidas. Por su parte, tanto la Iglesia como el Estado, que eran las dos grades instituciones que regían moral e ideológicamente a la sociedad-mexicana y tapatía, al momento de abordar el suicidio respectivamente adecuaban —el Estado— las leyes, a la vez que mantenían —la Iglesia— la mayoría de los cánones eclesiásticos. 108 Suicidio y opinión pública Una vez colapsado el efímero imperio de Maximiliano, las reformas juaristas retomaron su camino reinstaurando los decretos de la libertad de imprenta de 1861, los cuales dejaban muy en claro que las ideas emitidas por la prensa, entre otras publicaciones, no podían ser objeto de ninguna inquisición judicial salvo los casos en que se atacara a la moral y provocasen así algún delito que perturbara el orden público y la integridad de individuos de la esfera privada o pública sin que éstos se hubiesen visto involucrados en un proceso jurídico (Reyna, 1976: 47). Bajo los mismos lincamientos, en el año de11868 quedaron reestablecidos tales decretos. Así, la prensa, a pesar de las limitaciones y medidas opresivas que había sufrido en tiempos anteriores a dicha ley, incursionaba en el porfiriato manteniendo "el firme propósito de expresar sus opiniones por medio de la sátira, crítica o las noticias informativas" (Reyna, 1976:55). Conforme avanzaban los progresos técnicos de las imprentas por el desarrollo de modernización que vislumbraba la nación, al igual que los estímulos que ofrecía la ley de imprenta entonces vigente, mayor cantidad de periódicos fueron apareciendo, conservando y defendiendo cada uno sus tendencias ideológicas. Independientes, políticos, literarios, infantiles, científicos, de carácter doméstico o para las mujeres, comerciales, católicos e incluso protestantes,1 fueron aquel compendio de impresos que igualmente tuvieron presencia y convocatoria —unos más que otros— entre los tapatíos que podían acceder a ellos. Todos, y casi se puede asegurar que fue sin excepción, formularon juicios, notas y comentarios sobre el suicidio desde su peculiar perspectiva que, por lo común, no diferían demasiado unos de otros. Por comenzar a citar algunos y siguiendo un orden cronológico, empezaré con el órgano oficial El Imperio, que durante su breve vida (como lo fue la segunda monarquía) contó con la colaboración de plumas de la talla de los licenciados Manuel Mancilla y Luis Gutiérrez Otero (Iguíniz, 1955:93-96). Para dicho periódico el fenómeno del suicidio fue muy perceptible, ya que para diciembre de 1864 lanzaron un desplegado alertando a la sociedad por la inmoralidad en que se incurría en tal acto. Incluso llegaron a considerar al suicidio como un acto cometido bajo los efectos de una enfermedad. No obstante también lo declararon como un crimen, y como tal creían que las leyes debían deshonrar al que se matara, para que hubiera menos suicidios, porque con ese fun- 109 Miguel Ángel Isais Contreras damento las leyes así serían más "útiles a la sociedad".1 Agregaron que otras de sus causas también lo eran la impiedad y el abandono de las ideas religiosas "que tanto ha fomentado la escuela liberal", proponiendo como fórmula terapéutica contra el suicidio justamente el abrigo de la religión.2 Según lo dio a conocer para 1869 José María Reyes, quien fuera miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México "por centenares de años desconoció prácticamente el suicidio", hasta que ingresó al ritmo de la modernidad, en donde el "escepticismo universal y la relajación de las costumbres" cundió sobre todo en las grandes urbes y la juventud, al ser ahora, según dijo, las principales causas del suicidio "la falta de creencia y el indiferentismo religioso y político".3 Asimismo y preocupado por la elevada tasa que ya alcanzaba el suicidio en México (puede inferirse aquí que se refiere principalmente a la capital del país), llegó a registrar alrededor de 41 casos de 1868 a mayo de 1869, cuya causa más recurrente era el "amor burlado", seguida por las quiebras financieras. Ahora bien, con lo ya expuesto se ponía de manifiesto la gran influencia que el catolicismo tenía sobre la prensa tapatía, al grado de haberse diseñado órganos impresos exclusivamente para delinear la moral social bajo iniciativa de la misma Iglesia. Como un ejemplo de ello podemos mencionar el periódico católico La Civilización, financiado en 1868 por el licenciado Jesús Ortiz, canónigo de Catedral, y puesto bajo la dirección del joven escritor Rafael Arroyo de Anda (Iguíniz, 1955:130). Para el mes de marzo de 1869, el papel que tuvo La Civilización en lo tocante al suicidio inspiró a sus redactores a emitir un desplegado de opinión que les fue extendido a su vez por el periódico francés Le Trait d'Union, el cual circuló en la Ciudad de México y fue impreso totalmente en lengua gala por iniciativa del connotado periodista y empresario Rene Masson. El desplegado fue traducido y dividido para su aparición en dos números, en cada uno de ellos se hizo relación de los dos tipos de enfermedades que antecedían al suicidio: las corporales y las del espíritu. 1. 2. 3. "Moralidad Pública. El Suicidio", en El imperio. Periódico oficial del gobierno del Departamento de Jalisco, núm. 44, Guadalajara, 7 de diciembre de 1864, p. 2. ídem. José María Reyes. "Estadística Criminal. El Suicidio", en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, 2a. Época, tomo I, México, Imprenta del Gobierno, 1869, pp. 361-363. 110 ouiuiaio y opinión puoiica Sobre las enfermedades corporales, Le Ttait d' Union, más que La Civilización, las concebía como los elementos que producen la melancolía,4 haciendo mucho hincapié en la fuerte influencia que ejercía el factor hereditario (hijos del producto de uniones endógenas, por ejemplo) así como de los malos hábitos, como los deleites mundanos y la vida sedentaria combinada con exaltaciones sombrías, la cual es muy frecuente "en esas clases de artesanos, de artistas y de letrados, que arruinan su salud por defecto de movimiento".5 De la misma manera hicieron un llamado contra la negligente actitud de los padresjr los maestros por educar a los niños para el suicidio y no inducirlos a "evitar toda intemperancia, toda excitación a toda ocupación enteramente exclusiva de una parte del cuerpo a expensas de las otras partes". Cabe agregar que en ese mismo desplegado concebían una marcada diferencia entre lo urbano y lo rural, al ser el suicidio mucho más común en el primero de estos ámbitos: En ninguna parte son más comunes las enfermedades que en las ciudades y los países en que reinan una vida regalada y costumbres delicadas. Por el contrario, en un pueblo sobrio, en que la simplicidad de las costumbres es religiosamente respetada, en que el ejemplo del deleite no se ofrece a la vista, la debilidad y la melancolía son raras, los suicidios desconocidos.6 Para el siguiente número, La Civilización se ocupó en enumerar las enfermedades del espíritu, las cuales provenían "principalmente de la excesiva estimación de las ventajas y de los bienes de la tierra", que no eran otra cosa más que los excesos de la belleza, la riqueza, el honor y el amor.7 Aspectos que, sobre todo la juventud —decían— recibe tanto de sus padres como de la multitud. 4. 5. 6. 7. Cabe señalar que con el "desmembramiento" que comenzó a sufrir la locura a finales del siglo xvil, surgió el concepto de melancolía, el cual terminó por suponer a los suicidas como locos, volviendo a su vez más compleja su definición al considerarse la influencia que ejercían algunos aspectos emocionales y —apenas— sociales. Todavía para el siglo xix, la ciencia positivista, mediante la antropología criminal, reconocía a la melancolía como una afección mental adquirida que se caracterizaba por "presentar ideas delirantes de naturaleza triste y por una depresión que llega hasta el estupor", y sus causas, además de los factores hereditarios, también eran los disgustos, la miseria y la alimentación insuficiente, entre otras (Cesare Lombroso, Medicina Legal, 1.1, trad. por Pedro Dorado, Madrid, La España Moderna, s. f., p.347). "El suicidio", en La Civilización, núm. 81, Guadalajara, 9 de marzo de 1869, p. 1. ídem. Ibídem, núm. 82, Guadalajara, 12 de marzo de 1869, p. 1. 111 Miguel Ángel Isais Contreras A grandes rasgos, lo que prevalece en el discurso de los redactores de Le Trait d'Union es que la combinación de ambas enfermedades —la espiritual y la corporal— conllevaba inevitablemente a la locura que concluye con el desprecio de sí mismo: "Este enfado de la existencia, junto con el trastorno del sistema nervioso y con los remordimientos de la conciencia termina con frecuencia en una negra melancolía, en una peligrosa preocupación del espíritu, y todavía más frecuentemente en el suicidio". Ahora bien, con estos ejemplos ya se dejaba entrever la situación moral en que permaneció el acto suicida para algunos medios impresos; sin embargo, otros sectores de la opinión pública se preocupaban asimismo por sus aspectos legales que, para esa fecha, fueron de considerable controversia. A este respecto, quienes se sintieron más obligados a observarlo bajo tal premisa fueron los miembros de la clase jurisprudente, la cual, de la misma manera, contó con tribunas propias para exponer sus debates. Una de ellas fue el periódico de jurisprudencia y legislación de la ciudad de México, El Derecho, órgano que, vale decirlo, posteriormente sirvió de ejemplo para muchos otros de similar estructura. Los columnistas de El Derecho en todo momento estuvieron muy preocupados en atender polémicas legislativas suscitadas en México. Así, para 1871 continuaban vertiendo bastante tinta sobre las novedades y vicisitudes del juicio de amparo, así como de pertinentes observaciones hechas al recién elaborado Código Penal de la ciudad de México.8 Del mismo modo, atendieron las condiciones legales en que permanecía el suicidio haciéndose la pregunta medular: "¿Es el suicidio un delito que debe reprimirse con pena corporis aflictiva?".9 Sin duda, y como lo demostraban la mayoría de las legislaciones europeas, la modernidad jurídica ya no planteaba la pena sobre los suicidas, la cual, todavía para el siglo XVIII, se ejercía con la cancelación y confiscación de sus bienes heredables e incluso con vejaciones a sus cadáveres. No obstante, en la letra no existía un claro rompimiento con la legislación dieciochesca en cuanto al suicidio, ya que para el siglo xix, y sobre todo en el conato, la mayoría de los juzgados mexicanos no sabían hasta dónde realmente calificar tales actos. 8. 9. Este mismo Código fue adoptado en Jalisco —a excepción de breves modificaciones posteriores— para 1885, y puesto en marcha al año siguiente. J. Biviano Beltran, "Suicidio", en El Derecho. Periódico de Jurisprudencia y Legislación, rúm. 31, México, 5 de agosto de 1871, p. 373. 112 Suicidio y opinión pública Recapitulando algunos datos de las legislaciones antiguas, Biviano Beltrán, columnista de El Derecho, se dio a la tarea de encontrar puntos de ruptura entre los códigos clásicos y modernos en lo tocante a la sanción del suicidio. Resultando de ello que para los primeros proyectos de códigos criminales en México, concretamente en el veracruzano de 1848, el suicidio se introdujo dentro de los "delitos contra las personas", presentado en tres diferentes grados: contra los que instigaran un suicidio; y concretamente contra los suicidas, prohibiendo la sepultura pública de sus cadáveres a la vez que de sus exequias fúnebres, exceptuándose esta medida sólo en los casos evidentes de locura y frenesí.10 No obstante, con el establecimiento de la Constitución de 1857 y la separación de la mano eclesiástica en asuntos civiles, para el Código Penal del Distrito Federal de 1871 (adaptado posteriormente en Jalisco hacia 1885) el suicidio dejó de enumerarse dentro de los delitos contra las personas, por considerársele como una acción que "no ofende a otra persona, sino a sí mismo". Pese a ello, Beltrán no olvidó mostrar su propio parecer: Consideramos, pues, el suicidio como una desgracia lamentable, y no como un delito: lo consideramos como un extravío funesto de la razón, de tristes y lamentables consecuencias. [No obstante, lo] reprobamos, así como otros hechos no menos repugnantes a la moral: y deseamos que la educación, el conocimiento de los deberes morales, el ejemplo, y los consejos de los padres de familia a sus hijos, sean el medio de corregir esta manía funesta que conmueve los ánimos.11 Pese a esos mensajes promovidos tanto en la prensa de la Ciudad de México como en la de Guadalajara, los suicidios continuaban y se multiplicaban en ambas capitales, ya que para octubre de 1876, un mes antes de que Porfirio Díaz llegara al Ejecutivo por vez primera, el periódico Juan Panadero, fundado en Guadalajara y tachado de independiente y del gran gusto de la gente por su cariz oposicionista casi a cualquier gobierno (Iguíniz, 1955: 136), publicó una carta del escritor español Pedro Antonio de Alarcón, con la intención de presentar lo que tan notable figura señalaba en relación al suicidio, discurso que lamentaba la necia conducta de literatos que acudían a tal atrevimiento, al mantenerse así, como infinidad de círculos de opinión lo advirtieron, una aparente vigencia del romanticismo: 10. Ibídem, núm. 33, México, 19 de agosto de 1861, pp. 397-398. 11. Ibídem, pp. 398-399. 113 Miguel Ángel Isals Contreras No, no hagamos, cien años después de Goethe y de Rousseau, la sacrilega apoteosis del suicidio. El suicidio pudo estar de moda entre las gentes que viven la vida del alma, allá en los febriles días del romanticismo; pero hoy ha sido relegado al uso exclusivo de los comerciantes que quiebran, de los jugadores que pierden lo suyo, lo ajeno, de los ladrones de frac cogidos in fraganti, y de todos los que para decirlo genéricamente, no viven otra vida que la de la materia, cuyo dispensador y regulador es el dinero.12 Quizá los redactores de Juan Panadero hayan decidido publicar esta nota por su completa concomitancia con los suicidios en todo México para ese mismo tiempo. En el caso de los literatos, no pasaba aún mucho tiempo de la tan difundida muerte de Manuel Acuña; y en lo que respecta a los comerciantes, en la misma cotidianeidad tapatía se daban muestra de ello. Para el año de 1884 un colaborador del semanario político y de jurisprudencia El Litigante,™ se mostró sorprendido por la elevada cantidad de suicidios que se presentaron en Francia durante los años de 1878 a 1882, periodo que en que rebasaron, según lo declaró, las 33 mil muertes. Su extrañeza fue aún mayor cuando se dio cuenta que los suicidios por amor ocupaban un sexto lugar, por debajo de los motivados por enajenación mental, dolencias físicas, la embriaguez e incluso la miseria. Tal rareza quizá se le haya hecho manifiesta por lo que él mismo pudo haber observado en el contexto nacional y de la misma Guadalajara, ya que —decía— los dramas en los que estaba inmiscuido el amor debía ser la primera causa de suicidio. No obstante, aprovechó para advertir lo que a su parecer representaban tales muertes: "Los que se matan, no son criminales. Se les llama cobardes por personas que temo mucho no tengan una idea muy clara de lo que es valor. En cuanto a mí, los llamo más bien desgraciados".14 Juan Panadero tiempo después, y sobre ese mismo tenor, no ocultó su parecer ante tan peculiar asunto. Durante la dirección de Gregorio R. Flores, la redacción volvió a emitir una misiva, a modo de reflexión, sobre la falta de principios morales y de sustento en la fe católica como importantes pilares que hacían que el individuo soportara los agravios y dolores de la vida: 12. "Tiene muchísima razón", en Juan Panadero, t. vil, núm. 435, Guadalajara, domingo 3 de octubre de 1876, p. 4. 13. "Algunos datos estadísticos sobre la criminalidad y el suicidio en Francia", en El Litigante, tomo ra, núm. 43, Guadalajara, 23 de noviembre de 1884, p. 1. 14. ídem. 114 Suicidio y opinión pública Yo debo ceder pues, a la voz inextinguible de mi conciencia benéfica, yo debo obedecer un designio santo que me ha de acompañar hasta el sepulcro; más si para salvarme del suicidio necesito primero adquirir una virtud ¿qué cosa es fe? Fe, es el testimonio que debemos darle a lo que no vemos. Siendo como lo creo, de esa manera, este pobre defensor del pueblo, que anhela por inculcar a sus compatriotas toda clase de principios morales, porque nunca estará de parte de las desastrosas medidas que adoptan algunos escépticos, hoy que se permita decir ¿creemos o no creemos?15 Este mensaje, que intentó popularizar Juan Panadero, del mismo modo tornó su dirección para descalificar la propagación de "las pésimas doctrinas del Calvino"16 que, entre de sus múltiples males, desterraba a los hombres de los brazos de la fe. El foro católico Pero si hubo un periódico que no cesó de descalificar y estigmatizar el suicidio fue el bisemanario católico La Linterna de Diógenes, fundado por el escritor tapatío Bruno Romero y constituido principalmente por columnistas pertenecientes al clero. A los dos años de su fundación (1889), y un mes después del magnicidio del general Ramón Corona, y bajo su lema: ¡Se han popularizado el mal y la miseria! ¡Popularicemos pues, el bien y la verdad!, comenzaba a mostrar cierta inquietud al respecto. Para ellos, y por principio de cuentas, el acto suicida representaba dos cuestiones: un manifiesto choque contra la divinidad humana y una latente falta de amor del individuo hacia sí mismo.17 En fechas posteriores, la misma Linterna estuvo de acuerdo en calificar como "epidemia" a la elevada tasa de suicidios que se reproducían tanto en México como en la misma ciudad de Guadalajara. A todo lo 15. "El suicidio", en Juan Panadero, t. XXI, núm. 3233, Guadalajara, domingo 21 de agosto de 1898, p. 1. 16. ídem. 17. "El suicidio", en La Linterna de Diógenes, año in, núm. 142, Guadalajara, 18 de diciembre de 1889, pp. 1-2. * Con esto no quiero decir que fue el único año en que dicho semanario presentó un mayor número de comentarios relativos al suicidio, ya que tras la consulta en los acervos, algunas de las fechas —como de éste y otros periódicos— presentaron lagunas por no existir hasta el presente material alguno. Por tal modo no sería raro suponer que La Linterna no separó en mucho el dedo del reglón en lo concerniente a los suicidios durante otras fechas en que este semanario tuvo vida. 115 Miguel Ángel tsais Contreras largo del año de 1899* La Linterna publicó variedad de comunicados en donde sus comentarios, en algunos de ellos, fueron equiparados con otros periódicos de la localidad o del país —y que tuviesen la misma tendencia— con la plena intención de respaldar su discurso. Por ejemplo, al haberse referido a El Tiempo de la ciudad de México, coincidió en que la parte moral, las creencias y la religión, como complementos de la pedagogía entonces moderna, eran elementos importantísimos que protegían al hombre de la "epidemia de suicidios".18 Para el mes de junio de ese mismo año, La Linterna añadió un elemento más que conducía o hacía más posible el suicidio: el gusto por las novelas; que en combinación con la falta de una buena educación moral y religiosa, era una costumbre a la que muchas otras personalidades, como el mismo sacerdote y hombre de leyes, Agustín Rivera, también se opusieron: Verdad es que la lectura de las novelas, como dice muy bien el escritor Doctor Don Agustín Rivera, es un factor poderoso, pero más que éstas, la falta de educación religiosa y de moralidad. [...] Si se quiere que el suicidio tenga un hasta aquí, educad al hombre desde niño, en la religión y en la moral, y desechad todas las novelas que no sirven para ilustrar, sino para corromper el corazón principalmente de los jóvenes y de las jóvenes.19 Días antes, el mismo Agustín Rivera, quien nunca desaprovechó la oportunidad de expresar sus ideas respecto al suicidio, presentó en la revista conservadora La Defensa (calificada por sí misma como "científica y literaria"), lo que a su parecer eran los dos principales factores que influían en el suicidio: El primero es la debilidad del cerebro por la falta de educación física. Es una rareza que un gordo se suicide, y se podría haber jurado que Fray de la Concepción jamás se suicidaría. El segundo factor son las malas novelas [...] Jóvenes: leed una novela entre cien. Las novelas y los cuentos no matan a nadie, únicamente hacen perder el tiempo.20 18. "La epidemia de suicidios", en op. cit, año xm, núm. 783, Guadalajara, 22 de abril de 1899, ' P-2. . . 19. L, E Rodríguez, "El suicidio", en op. cit, año xm, núm. 800, Guadalajara, 28 de junio de 1899, p. 1. 20. Agustín Rivera. "Pensamientos. Sobre las causas del suicidio", en La Defensa, núm. 3, Guadalajara, 25 de junio de 1899, p. 4. 116 Suicidio y opinión pública Al mes siguiente, y en reacción por la multiplicación de crímenes que se propagaban —según decían los redactores deLaLintema— por toda la sociedad mexicana, el semanario lanzó una nueva amonestación en la que incluiría ahora, como propagadora de la epidemia suicida, a la filosofía liberal y anticlerical de los Estados, procedimientos que, aseguraban, recrudecían la perversa influencia del diablo: La libertad de enseñar lo malo y engañar a los hombres, establecida ya en todas las naciones liberales como fundamento social y político con el nombre de libertad de pensamiento, de la palabra, de la imprenta, del periódico, del libro. ¿Y quién puede tener interés en sostener esa libertad de mentir, de engañar y de perder a los hombres? Fuera del diablo no conocemos a otro. El diablo, padre de la mentira, homicida y ladrón, f...] es el único interesado en hacer de la sociedad una sucursal del infierno, y como a ello le ayuda el liberalismo, de aquí nuestro aserto.21 Fuera de la problemática del suicidio pero con ese mismo pretexto La Linterna impulsó múltiples ataques hacia la manera de conducirse *de los gobiernos locales, sobre todo por algunas de sus posturas que iban en contra del catolicismo nacional. El día 21 de ese mismo mes, La Linterna nuevamente se adhería a los comentarios y propuestas que emitían los periódicos de la Ciudad de México —El Imparcial y El Tiempo— para imponer medidas necesarias en la lucha contra la propagación del suicidio en dicha capital; La iniciativa era la de eliminar por completo las notas periodísticas que hicieran alusión a cualquier acto suicida, con lo cual se podría apaciguar ese connotado sentido novelesco que atraía y provocaba a la vez reacciones en sus lectores.22 ¡ 21. Adolfo Clavarana, "La epidemia suicida", en op. cit, año xni, núm. 804, Guadalajara, 12 de; julio de 1899, p. 1. ' 22. "Contra el suicidio", en op. cit, año Xffl, núm. 798, Guadalajara, 21 de julio de 1899;' p. 2. Inclusive Cesare Lombroso también advirtió de esa vulgarización de los criminales y sus pasiones en la prensa, ya que, para él, tales organismos constituirían una "escuela de vicios y de crímenes" que lo único que lograban era excitar la imaginación de los lectores. Para 1907 Lombroso hizo mención sobre la creación de una liga similar en Italia que manifestó su demanda a favor de la desaparición de la crónica escandalosa. Cesare Lombroso, "Lo que dice Lombroso", enArgos. Gaceta de Policía, 1.1, núm. 14, Guadalajara, 15 de julio de 1907, pp. 217219. De igual manera, este mismo proceso de censura noticiosa lo pudo demostrar el historiador francés Georges Minois en la prensa y publicaciones de opinión en el París de mediados del siglo xvni, en donde el gobierno acumuló esfuerzos por silenciar cualquier clase de impresos que hicieran alusión o defendieran el suicidio. Georges 'Minois, History of Suicide. Voluntary Death in Western Culture, EU, The Johns Hoptóns University Press, 1999, p. 293. ¡ 117 Miguel Ángel Isais Confieras Sus reflexiones, recriminaciones y demás atributos que le imputaron algunos colaboradores de La Linterna al suicidio, dejaba en claro —al menos para ese sector y sus probables lectores— el elevado grado de inmoralidad y cobardía que éste les representaba. Todavía para el mes de noviembre La Linterna formuló un categórico comentario de primera plana en donde se advertía de la deshonra y repudio que podía representar el suicidio, aun por encima de los demás crímenes: El suicida es el mayor de los criminales. ¿Y habrá persona que quieran concurrir al entierro de un suicida? Imposible parece que haya quien rinda tributo de amistad o afecto a un criminal, a un malvado que muere en su crimen. El criminal arrepentido merece compasión y amparo; pero el suicida es un criminal empedernido que muere escandalizando, que muere renunciando a toda esperanza de reconciliación con Dios. [...] Debería reestablecerse la antigua ley en que declaraba infame la memoria del suicida.23 Prohibido para las mujeres Pero para comprender mejor la percepción que tuvo la prensa hacia el suicidio, no hay que olvidar lo que se decía, o no, del suicidio femenino. La incursión de la mujer en la vida pública bajo el rol laboral, motivó que el discurso moral o burgués dedicado hacia la mujer obrera o trabajadora le imputara atributos en los que no dejaban de descalificar su nueva actividad que comúnmente fue asociada con la prostitución. Advertían que una de sus principales funciones dentro de la sociedad, por no decir exclusiva, era su tarea reproductora, ser buena madre y buena esposa. Su labor —confinada al ámbito privado— tenía que coadyuvar a la formación de ciudadanos —hombres— más útiles a la nación (Ramos, 2001: 296-302). La fisiología femenina durante todo el siglo xix permaneció como un misterio que, y pese a ello, el ojo clínico masculino no dudó en resolver a sus posibilidades. Para ese tiempo gran parte de los alienistas y médicos en general consideraban a la histeria como un malestar propio de la naturaleza de las mujeres, cuyo origen se denotaba desde el peculiar funcionamiento de la matriz y las manifestaciones que desarrollaba su libido (Corbin y Perrot, 1993, t. 4:576-578). 23. Rafael Torres Marino, "El suicida", en La Linterna de Diógenes, año xm, núm. 836, Guadalajara, 8 de noviembre de 1899, p. 1. Suicidio y opinión pública Así la mujer, como parte elemental que era del buen funcionamiento de la familia, tenía pocas o nulas posibilidades de error. Su vida confinada al espacio doméstico no le permitía hundirse en los achaques propios de su sexo y a los que la reducía la sociedad. La mujer suicida, al menos para la Guadalajara porfiriana, fue algo inconcebible, aunque eso no hubiese querido decir que tal preferencia no existió. No obstante, y tras un rastreo en las actas criminales que almacena el Archivo Histórico del Supremo Tribunal de Justicia, el suicidio femenino fue completamente raro. Ahora bien, la función que aquí desempeñaron las fuentes hemerográficas ha resultado de gran valor, pues con su ayuda, y sin importar lo breve de muchas de las notas de gacetilla, pueden encontrarse la existencia y algunos patrones específicos del suicidio en las mujeres. El día 27 de diciembre de 1896, el semanario La Libertad, entonces calificado como independiente y fundado por el abogado Francisco L. Navarro —hombre cuyo temple oposicionista logró transmitir en las páginas de su diario— (Iguíniz, 1955, t. II: 259-260), dio nota de que el día 24 de ese mismo mes una señora se introdujo a la parroquia de Analco tal vez intoxicada por algún corrosivo, pues momentos después "cayó para no levantarse más".24 En enero del siguiente año25 —casi un mes después— el mismo semanario dio nueva nota de que una joven de "familia decente" se ahorcó de una canal por una de las calles de la vecina villa de San Pedro. A su vez, agregaron —dato realmente curioso— que por cuestiones de parentesco, las autoridades no hicieron las averiguaciones correspondientes del caso, seguidamente que el cadáver fue sepultado sin ningún requisito. De hecho, para los mismos redactores de La Libertad el acontecimiento quedó lleno de incongruencias tras haber puesto en tela de juicio la veracidad de los hechos: "Como no se sabe bien si en efecto hubo suicidio o se cometió algún crimen, bueno sería que se esclareciera suficientemente el hecho".26 A tal cuestionamiento de Lo Libertad, podría agregarse la actitud que asumieron las propias autoridades, lo cual puede suponer que resolvieron por no levantar el acta formal que conforme a ley correspondía y a 24. "Suicidio", en La Libertad, 1.1, núm. 64, Guadalajara, domingo 27 de diciembre de 1896, p. 2. 25. Ibídem, núm. 69, Guadalajara, jueves 14 de enero de 1897, p. 2. 26. ídem. 119 Miguel Ángel Isals Contreras iniciativa, posiblemente de los mismos familiares. Razón ésta última quizá —y pese a ser un solo caso— que puede explicar la casi inexistencia de mujeres suicidas en el Archivo Histórico del Supremo Tribunal. Como comparación, dieciocho años atrás (1879) el periódico Las Clases Productoras21 publicó un caso semejante que igualmente sucedió en la villa de San Pedro. Una joven perteneciente a una de las principales familias de Guadalajara, "cuya posición resalta más por las bellísimas cualidades de su saber y su virtud", se propinó un balazo en él pecho sin provocarse la muerte. No obstante la exhibición del caso, Las Clases Productoras mostró su solidaridad con los familiares al no haber mencionado siquiera el nombre de la joven y ofreció asimismo alientos para su pronto alivio: "Que su apreciable familia obtenga pronto este consuelo, y la delicada joven no permita que vuelva a cruzar por su mente el pensamiento terrible de su propia destrucción".28 De este modo, se puede observar el estado tan intangible en apariencia del suicidio femenino en la Guadalajara porfiriana —que no se descarta haya sido similar aun años atrás—. Si es difícil establecer una relación estadística de los suicidios masculinos, casi imposible será para el caso de las mujeres, atribuido todo ello a dos factores principalmente: el ocultamiento por parte de los familiares dentro de las clases privilegiadas —muchas veces en convenio tanto con las autoridades como con la prensa y hasta la misma Iglesia— y el grado de pasmo y espanto que ocasionaba en toda la sociedad, asimismo como para evitar tal vez la vergüenza.29 En la mujer tales actitudes no tenían cabida. De suceder, algunas veces también lo hacían de manera involuntaria. Así, el suicidio femenino —al menos en Guadalajara— preferentemente no tuvo mucha difusión tanto en la prensa como en los tribunales porque su aparición, por muy breve que fuera, ponía en entredicho la estabilidad social (Castillo, 2001: 325). 27. "Conato de suicidio", en Las Clases Productoras, Guadalajara, 29 de septiembre de 1879, año II, núm. 98, p. 4. 28. ídem. 29. En lo tocante al ocultamiento y la vergüenza que puede provocar en los familiares una acción semejante al suicido, me respaldo aquí en lo sugerido por el psiquiatra Thomas Szasz, quien afirmó que este sentimiento de vergüenza y reservas en cuanto a hacer del dominio público la existencia de un enfermo mental o suicida en la familia, evitaría en lo sucesivo la propagación o el señalamiento del vulgo. Thomas Szasz, El mito de la enfermedad mental Bases para una teoría de la conducta personal, Buenos Aires, Amorrortu, 1994 (1a edición 1961), p. 64. 120 Suicidio y opinión pública Nuevas causas No obstante, otros periódicos que también circulaban en la capital jalisciense en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del xx pretendían seguir diferentes tendencias, aunque en algunos puntos no muy alejados de los ya citados. ^j Para el año de 1908 el diario La Libertad, además de haber publicado a lo largo de todo su periodo de vida múltiples notas sobre suicidios, de la misma forma se mostró preocupado por las cifras alarmantes'de ellos por toda Europa, lamentando a su vez la falta de datos estadísticos para el caso de México, los que a su parecer debían haber tenido similares magnitudes. Bajo una firme convicción en los argumentos de la ciencia —sin querer decir con ello que haya dejado de respetar las ideas religiosas—, La Libertad convino en que un mejor ataque contra el suicido se lograría si la ciencia también colaborase, aun por encima de la propaganda moral y religiosa: Entre tanto, pues, que andamos queriendo encontrar como causas únicas del fenómeno de que estamos hablando, en la religiosidad, educación y moralidad del individuo, presa de esa dolencia, no haremos otra cosa que distraer a la ciencia, del estudio que se debe dedicar al objeto, para aventurarse por otras esferas, perdiendo tiempo y oportunidades.30 La Libertad mantenía y daba por hecho el grado de enfermedad mental en que los suicidas culminaban sus actos, y en base en tal argumento creían que los gobiernos del país tenían la responsabilidad de asistir a los sujetos propensos al suicidio con instalaciones y procedimientos adecuados. Ahora ya no sólo era responsabilidad de la educación moral y religiosa: ¿Por qué el Estado no ha de tomar un participio enérgico y directo en el asunto, creando y sosteniendo un centro de clínica a donde se remitan para su observación y cura a todos aquellos que den muestras efectivas de propensión a privarse de la existencia? [...] El gobernante que tal realizara en Jalisco, si no era loado y bendecido al presente, cuando empezaran a palparse los benéficos efectos de una institución de la clase a que nos referimos, obtendría los más calurosos aplausos de la sociedad.31 30. "El suicidio. Estadística espeluznante. Sus causas más probables. El Estado puede prevenir el mal", en La Libertad, año xm, t. xvni, núm. 813, Guadalajara, 11 de junio de 1908, p. 1. 31. Ibídem, núm. 814, Guadalajara, 12 de junio de 1908, p. 1. 121 Miguel Ángel Isals Contreras Como un diario de verdadera oposición, La Libertad no dejó de aprovechar el momento para realizar constantes reclamos hacia el gobierno del estado y su administración. Aun así, cabe mencionar que los redactores de dicho diario concebían otra etiología del suicidio asociada con una propuesta terapéutica. La Libertad pretendía romper de una vez por todas con ese falso paradigma del suicidio como un acto ejecutado bajo el completo artificio de Satanás: ¡Pobres enfermos! No eran sugestiones de Satanás contra las que tenían que luchar, en aquellos tremendos momentos, sino contra una afección física. A la vez que encomendarse a Dios para que los ayudase a dominar aquel secreto impulso, debieran haber pasado al consultorio de algún especialista y reclamar el auxilio de sus conocimientos.32 Representando a Ron Mientras así permanecieron las cosas, para 1889 hubo un evento en donde la prensa jugó un importante papel en el manejo de la crónica real y la generación de estigmas. El 11 de noviembre de ese año, los periódicos tapatíos en su conjunto, algunos sin confirmar sus fuentes con precisión, atendieron en largas páginas el asesinato del general y entonces gobernador del estado de Jalisco Ramón Corona por un joven profesor que respondía al nombre de Primitivo Ron, sujeto que momentos después se daría así mismo la muerte —cuestión esta última que desmentiría y llevaría a debate el Doctor Atl tiempo después. 32. ídem. * Nunca se ha dudado del asesinato del general Ramón Corona perpetrado por Primitivo Ron, pero a raíz de tal acontecimiento las implicaciones que posteriormente se generaron alrededor de éste por paite de la prensa y hombres de política, ofrece hoy en día cierta desconfianza a ojos de los investigadores: si Porfirio Díaz en realidad había mandado matar al gobernador Corona, si Primitivo Ron se dio muerte después del crimen que cometió o fue acometido por terceros, etc. Estudios contemporáneos han tenido la precaución de atinar en tales riesgos al poner énfasis en el análisis discursivo (Sarah Corona Bertín, "La verosimilitud en la crónica policial. El asesinato de un gobernador", en Comunicación y Sociedad, núm. 31, septiembrediciembre de 1997. Departamento de Estudios de la Comunicación Social. Universidad de Guadalajara, pp. 151-173); otros no obstante también han decidido aceptar con un poco más de confianza tales informes y relatos que se generaron en torno a dicho evento aunque de alguna manera igualmente precautoria. Raúl López Alraaraz, Ramón Corona: autopsia psicológica de su asesino, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco, Uned, 1984. 122 Suicidio y opinión pública No obstante, evitaré para lo presente incurrir en cuestiones que tengan que ver con la verosimilitud tanto del asesinato del general Corona como de los tintes políticos que tal evento adquirió —asuntos que también requieren y han sido objeto de varios análisis—,* así también como del supuesto suicidio de Primitivo Ron. Mi intención va más encaminada a demostrar aquel imaginario o estigma que diseñó la prensa tapatía sobre la desequilibrada figura de Ron y que posteriormente difundiría entre la sociedad. Sin embargo no está por demás hacer un breve recuento de tal acontecimiento que ofrecieron diversos diarios y personalidades de la ciudad. Para el día 10 de noviembre de 1889 cuando eran las cuatro y media de la tarde, el general Ramón Corona salía del Palacio de Gobierno en compañía de su esposa, su hijo y una nana, con la intención de dirigirse al Teatro Principal, antes Coliseo Zumelzu, que se encontraba ubicado en los cruces de las calles de Degollado y del Carmen (hoy Juárez), para disfrutar de la obra Los Mártires de Tacubaya. El trayecto real de Corona nunca fue muy claro, mientras unos decían que caminó por la calle de Loreto para doblar en Degollado, otros aducían que caminó por la misma calle de Palacio (hoy Ramón Corona) para después dar vuelta en la del Carmen y así llegar a dicho teatro. Igualmente se prestó a divergencias la ubicación original de Primitivo Ron y de quienes lo acompañaban. Sin embargo, la mayoría de las versiones acordaron que el atroz suceso fue cometido en el cruce de las calles de Degollado y del Carmen, donde Ron le atestó dos puñaladas por la espalda, hiriéndolo de gravedad: una de ellas en el cuello y otra en el vientre. En el acto, Ron intentó alejarse del lugar y a tras haber corrido sólo algunos metros, dijeron algunos, se dio cuatro puñaladas; y a razón de otros, fue alcanzado por unos gendarmes, siendo ellos quienes le proporcionaron las mismas lesiones en el pecho. Ron terminó muriendo casi en el acto (López, 1984:17-29). La figura de Ron, a diferencia de la de Ramón Corona que fue elevada en sus honras fúnebres, cayó en total descrédito en todos los medios no sólo por su acción criminal en contra de un ilustre gobernante, sino también por haber culminado sus actos, cierto o no, con una acción suicida —según lo manifestó la prensa mediante versiones oficiales— que, a más de setenta años de distancia, fue puesta en duda por la versión del muralista Gerardo Murillo, el Doctor Atl, hombre que se declaró testigo de tales hechos. A decir de Murillo, la gente no creyó en la historia del suicidio, la que a su vez rumoreaba que en aquel hecho sangriento estaba la mano 123 Miguel Ángel Isais Contreras de Porfirio Díaz,33 los medios y la élite política posiblemente se preocuparon más, si se toma en cuanta tal argumento, en divulgar entre la sociedad la idea no sólo de un suicidio por demás intrigante, sino en representar la vida de Primitivo Ron como la de un hombre infame y demente. Tal pareciera que todas las imágenes, representaciones y conductas que ellos consideraban propias normalmente de un acto suicida, fueron imputadas a Primitivo Ron. Así, Primitivo era un enfermo romántico, un filósofo liberal, un enemigo de la Iglesia y por consiguiente un enajenado mental. Pero ¿de qué argumentos se valieron para lanzar tales calificativos? La prensa en su conjunto, en donde también se vio involucrada la de la Ciudad de México, popularizó la nota o manifestación suicida que se le encontró, supuestamente, a Ron entre sus pertenencias al momento de haber asesinado a Ramón Corona, en donde él decía suicidarse por las razones siguientes: 1Q Porque desde que nací he sufrido intensamente. 2a Porque he sido despreciado por las mujeres, prueba de ello que jamás he tenido una novia. 3Q Porque he sido injustamente la burla de mi parentela, de mi tierra natal, del Sur, del Gobierno, del Distrito Federal, de México, de la Junta Directiva de Estudios de Jalisco y del Comercio. 4S Porque no puedo remediar la situación de mi familia, de las viudas, de los huérfanos, de los heridos, de los caminantes, de los soldados y de la humanidad doüente. 5S Porque para mí no hay goces de ninguna clase, pues el aroma de las flores, el dulce de las frutas, el canto de las aves, y los ecos de la música no deleitan a mis sentidos; por el contrario, sufro mucho al ver que todos no pueden gozar, como yo lo deseo. 6S Porque yo no quiero sufrir en el porvenir, no quiero echar al mundo hijos que sean desgraciados.34 ; Tras su estentóreo crimen, mucho se publicó sobre la vida personal de Ron con la única finalidad de demostrar sus intensas conductas suicidas. La Linterna de Diógenes, que tiempo después lanzaría constantes recriminaciones al fenómeno del suicidio en general, arremetió contra la figura de Ron calculando su grado patológico: "El nombre del mise33. "Dr. Atl. Primitivo Ron", en El Informador, Guadalajara, 13 de octubre de 1963, p. 6-C. 34. "Manifestación. Mi decisión suicida", en La Linterna de Diógenes, Guadalajara, 13 de noviembre de 1889, p. 1. Suicidio y opinión pública rabie que tiene consternado en estos momentos al estado de Jalisco, era Primitivo Ron [tenía] llena la cabeza de ideas extrañas y exageraciones que acusaban en él la demencia tanto más terrible cuanto más reprimida. El suicidio era su monomanía favorita".35 Juan Panadero por su parte, a los diez días después del asesinato de Corona, mostró un singular fastidio por la importancia y popularidad que había adquirido Ron en la mayoría de los periódicos de Guadalajara —en la que ellos mismos habían colaborado— y del centro del país: ¡En mala hora se le ocurrió a ese loco hacérsele célebre! [...] La muerte del Gral. Corona ha sido una casualidad; a su paso por una calle, encontró una inmundicia cualquiera; la pisó descuidado y resbaló. Nada más. Engrandecer y deificar ese infeliz, sería tanto como deificar y engrandecer a la cascara del plátano que causa la muerte del viandante que en ella resbala.36 Fuente: Octaviano de la Mora (López Almaraz, 1984). 35. "Más pormenores", en ibídem, p. 2. 36. "¿Qué será de nosotros?", en Juan Panadero, t. XV, núm. 2109, Guadalajara, 21 de noviembre de 1889, p. 1. 125 Miguel Ángel Isais Contreras Tanto el quebrantado gobierno de Jalisco como la familia de Corona recibieron gran cantidad de condolencias y palabras de aliento de todas partes del país, en las que tampoco se dejaban de vapulear la figura del desdichado suicida: El desventurado Primitivo Ron, ¡asesino y suicida! a juzgarlo por los escritos que se dicen suyos, se palpa que se inició con la lectura mal digerida de autores impíos, socialistas y blasfemos, en los más absurdos errores y falsas doctrinas. Las tinieblas de la duda, perdida la fe en el porvenir, envolvieron en noche eterna su alma, y la desesperación ahogó en su pecho todo sentimiento.37 Así, si no se sabía mucho de Primitivo hasta antes del magnicidio, la prensa por consecuencia se encargó, mediante los supuestos escritos que aquel dejó, de interpretar su conducta moral y educación que terminaron por demostrar su estado de demencia. Como sucedía con la mayoría de los suicidas con cierto nivel ilustrado de aquella época, "el pernicioso influjo del más desconsolador materialismo" (Pérez Verdía, 1989 [1911]: 505) se hacía presa de sus gustos y aficiones, lo que daba como resultado un distanciamiento de sus deberes morales y sobre todo de la fe católica. Diseñando una imagen que, más que descalificar la conducta autodestructiva de Ron, retomaba una lucha más en contra del suicidio. De este modo, la prensa al comentar la nota de algún suicidio o de individuos que intentaran tal cometido, no evadió la posibilidad de emitir algún juicio al respecto, que por lo regular iba en el sentido de la total reprobación. Como un ejemplo de esto se presenta la nota que publicó La Libertad: Ayer cerca de las 6 de la tarde en la casa 441 de la calle de Morelos, uno de tantos desviados de razón que responde al nombre de Vicente Ayala, y por pretextos que nunca faltan a "los chiflados" de nuestro vetusto planeta, intentó contra su vida en estado de embriaguez (chiflado y ebrio... que lo fajen) causándose una lesión en el cuello y dos en el abdomen. [...] Ayala se escapó de hacerles compañía a los eternos silenciosos del Panteón, y en cuanto a la parte legal, el hecho fue consignado al Juez le de lo Criminal. ¡Al manicomio! ¡Al manicomio con él para que sea curado de amor!38 37. Archivo Histórico de Jalisco (en adelante AHJ), G. Vázquez del Castillo, Autlán, I9 de diciembre de 1889, Gobernación, 17,1889, fe. lv-2. 38. "Conato de suicidio", en La Libertad, Guadalajara, 14 de julio de 1908, p. 2. 126 Suicidio y opinión pública Es de notarse que entre los periódicos tapatíos algunos de ellos se declararon a sí mismos como católicos. La Linterna de Diógenes, El Católico y El Regional fueron muestra de algunos de ellos. Por lo cual, es de gran importancia analizar el enfoque de tales semanarios —como la ha sido el caso de La Linterna—, ya que por lo común la mayoría de sus redactores eran miembros directos de la Iglesia, en este caso, del Arzobispado. Así, en la Guadalajara de finales del siglo xix la Iglesia, como lo hizo con la mayoría de los delitos que actuaban en contra de la moral y los mandatos divinos, no olvidó transmitir su posición sobre la inmoralidad del acto suicida. Para ello los sacerdotes y teólogos mexicanos emplearon diversos mecanismos: algunos de ellos lo fueron posiblemente el haber tratado de persuadir a sus feligreses en las congregaciones parroquiales; y otro, igual de eficaz, fue su intervención en la prensa local que, si no religiosa, la mayoría era sumamente conservadora. El Católico y La Linterna de Diógenes fueron sus principales espacios de expresión. El discurso científico Si bien para el Código Penal del estado de Jalisco de 1885 el suicidio ya no representaba una conducta delictiva, al conato, al menos implícitamente, lo llegó a considerar como un comportamiento que atentaba contra el orden público, acción que, por consecuencia, debía ser sancionada. Y esto sucedía porque el conato o intento de suicidio perseguía por lo regular diferentes fines. Comúnmente, los sujetos que incurrían en él lo hacían en medio de un escándalo, la mayoría de las veces dentro de la esfera doméstica, para llamar la atención del cónyuge o los familiares. Cuando dicho conato trascendía a la esfera pública e implicaba otras circunstancias delictuosas, la situación legal de quienes lo ejecutaban se veía agravada por un proceso judicial. Así, aunque al conato tampoco se le reconoció directamente como un delito, regularmente tenía serias implicaciones legales, por ejemplo: alterar el orden público, riñas, lesiones, etc. Es importante reconocer que durante la mayoría de estos actos, incluidos los suicidios consumados, existía exceso en el consumo del alcohol. El alcoholismo tuvo un papel preponderante en el desarrollo del suicidio en la Guadalajara porfiriana. Era, decía el discurso elitista, el 127 Miguel Ángel Isais Contreras peor de los vicios, la causa del desempleo, la violencia doméstica, la holgazanería, la criminalidad, la vagancia y de todo lo inmoral. El exceso de trabajo y las responsabilidades a su vez eran apaciguados con el consumo del alcohol. Su estrecho vínculo con el suicidio también hacía a éste más común en la sociedad tapatía. Si hablamos del conato de suicidio, en donde existe el testimonio de quienes así lo determinaron, casi en su totalidad éstos declaraban no saber lo que hacían, que por su estado de ebriedad no recordaban nada; incluso algunos otros declararon que jamás lo volverían a intentar o que fue producto de un accidente. Los que intentaban suicidarse, a sabiendas o no de que lo que hacían era un delito, presentaban como su valioso argumento y defensa su estado de ebriedad al momento de haber consumado el hecho. Para el Código Penal del estado de Jalisco de 1885, si el acusado manifestaba, en cualquier delito que fuese, un evidente estado alcohólico durante sus actos, era excluido de su responsabilidad criminal por creerse que actuaban privados enteramente de la razón. La presencia del alcohol, así como la evidente enajenación mental, funcionaban —a como lo estimaron los primeros códigos— como verdaderos atenuantes. Ahora bien, y retomando algunos aspectos del punto de vista científico, para el profesor y doctor Adolfo Oliva, quien fue uno de los higienistas más renombrados en la capital jalisciense, el alcoholismo representó un malestar que trajo consigo la modernidad, ya que favorecía la propagación de la locura, la pereza y la vagancia. Al referirse a los efectos internos que causaba la excesiva ingesta de alcohol, éste llegaba al corazón para dirigirse después "por la carótida interna al cerebro". La reacción que ejercía sobre esta última zona adquiría una situación de delirium tremens que en muchos casos, y debido a su estado de completa languidez y atrofia mental, podía llegar a convertirse en parálisis general, demencia o melancolía alcohólica, esta última era en donde más se desarrollaba —decía— la monomanía suicida (Oliva, 1903: 16). Así, para Oliva no había más que agregar entre el estrecho vínculo suicidioalcoholismo: "La mayoría de los suicidas son alcohólicos. Los progresos del suicidio están en razón directa del desarrollo que el alcoholismo ha alcanzado en los últimos años. [...] Cualquiera que sea la forma de delirio, los miserable sujetos a él [el alcoholismo] están expuesto a cometer homicidios o a suicidarse" (Oliva, 1903:17-35). De cualquier manera, el suicidio en la ley fue una verdadera controversia, y así también lo manifestó el abogado Manuel Mancilla, quien 128 Suicidio y opinión pública señaló que existía una falta de apreciación al respecto: "No obstante el que atenta contra su vida, sin morir, cuando sea curado, debe sufrir alguna pena extraordinaria, pues en realidad ha cometido un delito, que el orden público debe castigar, y reprimir" (Mancilla, 1879: 50). Otro médico muy renombrado en la sociedad tapatía fue Miguel Mendoza López, quien fuera jefe durante algún tiempo de la sala de enajenados del Hospital Civil de Guadalajara. Sin referirse específicamente al suicidio en sus Elementos de Medicina Legal, al menos hizo mención sobre las causas más comunes que lo podían consumar. En primer lugar encontró a la melancolía o lipemanía, comportamiento caracterizado por un delirio triste y una enajenación parcial depresiva y cuyas causas a su vez provenía de "la miseria, de las fatigas prolongadas del espíritu o de los reveses de la fortuna" (Mendoza, 1884:141): La forma depresiva o delirio melancólico, como dije antes, ataca al quinto de número de casos [de locura]. El enfermo cree que ha cometido un delito, que lo van a entregar a los tribunales, que ha deshonrado a su familia, que la ha sumido en la miseria, y llora y constantemente lamenta su situación, no quiere salir del rincón de su pieza, evita la presencia de las personas (Mendoza, 1884:144). Asimismo definió la locura transitoria, la cual, aseguró, se presentaba en algunos sujetos como un cambio repentino en sus comportamientos, al grado de llegar a cometer un crimen, y culminado éste, volvían al perfecto uso de su razón. Muy propia, continuó, de los que intentaban suicidarse,* Para Mendoza López esta clase de enajenados debían de "estar siempre secuestrado de la sociedad, á menos que su carácter varíe favorablemente, siendo este cambio un signo de curación" (Mendoza, 1884:145). Otra forma de locura en la que también se encontraba inmiscuido el suicidio era la locura impulsiva; aunque relacionada con la transitoria, aquella tenía la peculiaridad de actuar en contra de la moral, de la conciencia y de las leyes, al ser al mismo tiempo ejecutados de la manera más premeditada. Para el psiquiatra italiano Cesare Lombroso este tipo de conducta también la pudo clasificar como la delincuencia por pasión, representada en "aquellos casos de fuerza irresistible, de amor contrariado, que casi siempre termina por doble suicidio, y que en realidad es bastante raro, teniendo caracteres peculiares que lo distinguen del criminal [...] muéstrense en extremo conmovidos, no sólo antes sino hasta después del delito, y sufren una reacción inmediata de amargura, y al arrepentirse intentan o consuman en el acto el suicidio." Cesare Lombroso, El amor en los locos, Madrid, La España Moderna, s. f., Estudios de Psiquiatría y Antropología, pp. 144-148. 129 Miguel Ángel Isais Contreras La locura impulsiva tiene dos formas diferentes. En algunos enfermos la impulsión se presenta muchas veces, pero siempre la misma; el individuo puede intentar suicidarse, asesinar o robar; pero en cada uno de sus accesos pretende siempre el mismo acto. En otros, por el contrario, la impulsión es variable; ya quieren asesinar o suicidarse y después desean incendiar, robar, profanar las tumbas, etcétera (Mendoza, 1884:147-148). En la locura epiléptica, una variable más entre las señaladas por Mendoza López, el comportamiento suicida también se hacía presente mediante los ataques epilépticos, los que producían la pérdida momentánea de la inteligencia. Y por último aparecía la locura alcohólica, cuya forma más aguda denominó —y era mejor conocida— como deliruim tremens, caracterizada por las personas que habitualmente ingerían bebidas embriagantes en exceso y en quienes se manifestaba un delirio violento (Mendoza, 1884:148). Del mismo modo, el suicidio podía ser una de sus fatales consecuencias. A fin de cuentas, para Mendoza López el suicidio podía considerarse una manía cuya etiología comprendía variedad de factores, la mayoría de ellos eran configurados a partir de la enajenación mental. Sin haberlo manifestado explícitamente, ofreció elementos para diseñar la monomanía suicida que, como las demás manías, debía de ser sujetada y tratada terapéuticamente. Nótese además que la implicación criminal del suicidio, asimismo de la tentativa, nunca apareció en su estudio como algo por considerarse. En resumen, para la mayoría de los médicos legistas e higienistas mexicanos de finales del siglo xix y principios del xx, el suicidio ya perdía todo sustento de responsabilidad criminal; ahora sólo debían ser tratados como cualquier otro enfermo mental. Así, bajo esta variedad de desajustes y riesgos que implicó la modernidad nacional, el suicidio también formó parte de tal enredo. Su aumento, que se presentó hacia la última veintena de años del siglo xix, llamó la atención tanto de periodistas, científicos, médicos, higienistas, sacerdotes, abogados, y demás miembros de la élite porfiriana que a su vez lo estigmatizaron fuertemente con sus contundentes discursos cargados de un amplio sentido moral. Los suicidas tapatíos, según los estatutos que culturalmente delineó tal ideología dominante, ineludiblemente eran alcohólicos, ignorantes, feroces románticos y, sobre todo, sujetos desprovistos de todo raciocinio moral. 130 Suicidio y opinión pública Fuentes hemerograficas De Guadalajara Argos 1907 Civilización, La, 1869 Clases Productoras, Las, 1879. Defensa, La, 1899 Imperio, El, 1864 Informador, El, 1963. Juan Panadero, 1873,1876-1878,1880,1889,1898. Libertad, La, 1896-1897,1908. Linterna de Diógenes, La, 1889-1890,1899. Litigante, El, 1884,1886,1888-1891. 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