La reforma de la universidad “Y al país lo remataron Y lo remataron mal Lo partieron en pedazos Y ahora hay que volverlo a armar” Piero El estallido del ímpetu popular-nacional del 18 de Octubre del 2019 en Chile es el síntoma de una época. En esencia este movimiento social se encuentra en el camino de definir su destino histórico mediante la solicitud de la restitución de la justicia y la equidad sin la mediación de una representación de los partidos políticos. Ahora bien, urge atender a que los fines de este devenir histórico convocan a la atenta conversación nacional acerca de los medios en que una estructura social y productiva puede desplegar esa posibilidad. La Universidad en Chile, como institución no puede alejarse del núcleo del despertar nacional, que es la declarada y rebelde lucidez acerca de la existencia de la inequidad emanada de una estructura de precarización de la vida popular y nacional. Por consiguiente, la pregunta legítima aquí es ¿Qué hace la universidad para transformar su fuerza productiva en una fuerza para alcanzar la equidad? En primer lugar, es imperativo despertar la reflexión en torno a la Universidad con respecto a su diversificación y expansión dentro de un mercado de la educación superior. Por cierto, aquí es legítimo dialogar acerca de las formas en que se financia la investigación dentro de las universidades que, a su vez, conduce a la pregunta ¿Qué está entendiendo hoy la Universidad? ¿Cómo ese saber dialoga con la cultura en su compleja configuración? Hoy día la Universidad necesita entender y no meramente conocer, puesto que entender supone dirigir toda su actitud fundamental hacia la mirada social que es la ventana desde la que una ciudadanía precarizada mira el mundo; necesita dirigir su actitud fundamental a esa mirada social porque es el destino ético de su actividad de conocer. Nuestra época tiene como rasgo central la crisis profunda del modelo neoliberal en todos los horizontes de sentido de la vida nacional y, convoca, por cierto, a acoger un imperativo para la Universidad, que conduzca a replantear el sentido de su rol social. El rol social de la Universidad ha de ser ya no una manifestación teórica (absolutamente indispensable) sino la evolución sistemática hacía el componente político del saber. Este componente surge cuando se despliega un plano de transformaciones estructurales que logran insertar un nuevo diseño de conocimiento al plano de la indagación, y eso conduce hacia la legitima emancipación social de la violencia de la inequidad. Dicho diseño de conocimiento supone, entre otras cosas, iniciar la transformación curricular de la Universidad al interior de sus facultades bajo un principio sencillo: todo el conocimiento debe orientar cursos de acción y despertar líneas de investigación hacia la conquista de la igualdad, el fortalecimiento de los grupos sociales con menores oportunidades o la consagración de derechos en un territorio. En este sentido, las investigaciones de pregrado y postgrado deben ser capaces de integrar procesos de investigación que desarrollen indagaciones sistemáticas y proyectos de transformación exhaustivos que constituyan un andamiaje intelectual integral (ético, estético, jurídico, político y científico) capaz de avanzar hacia la consumación de derechos naturales, sociales, territoriales y de género. Se necesita emancipar a la universidad de las matrices de financiamiento que no colaboren con este trayecto o explorar la conquista de la autonomía en ese dominio. Las universidades deben replantearse las acciones de paros y tomas, en cuanto en esta metodología, no todos los miembros cumplen con su deber político en torno al conocimiento, y sólo una parte asume esta responsabilidad política con respecto al bien común. En definitiva, la universidad debe repensar si trabaja para el bien común cuando no todos asisten a conversar en la Asambleas de los paros. Además, dentro de la Universidad, las facultades son capaces de desarrollar estructuras de deberes de todos los miembros que la integran: jornadas de trabajo cuyo producto sea la colaboración con los sectores productivos, con los barrios y territorios para establecer la formulación estratégica de las propuestas sociales a los problemas que vive el país, un territorio, un grupo humano. Por consiguiente, la Universidad debe transformarse en una estructura eminentemente participativa en sentido amplio. La Universidad está llamada a recoger y fortalecer la hondura cultural del territorio que habita para ampliar su acción ya no a la generación de capital humano avanzado individual sino hacia la germinación de una conversación social capaz de emancipar al territorio de todas las contradicciones insostenibles del neoliberalismo. 1. La nacionalización del conocimiento. La necesidad de una reforma universitaria se funda en la idea de recuperar una “soberanía epistemológica”, esto significa nacionalizar el conocimiento mediante la concentración de toda la fuerza de producción intelectual hacia un destino teórico-práctico encargado de emancipar la sociedad de matrices de dependencia internacional, mentalidades coloniales y cualquier sistema de creencia contrario a la búsqueda de la equidad y el bien común. La fuerza de producción intelectual debe ser capaz de integrar el devenir natural, social, laboral, jurídico y territorial al interior de su quehacer indagatorio. La legitimidad de esta construcción debe emanar del escrutinio público. Se debe inaugurar un diálogo permanente con las diferentes estructuras organizadas de la sociedad. Esto supone estructurar a las unidades de la universidad con profundas capacidades de diálogo al servicio de estándares de calidad altos. La noción de estándar está referida a cualquier criterio que invite a una cosa, persona o contexto a entregar el máximo de rendimiento en el contexto especifico en el que se encuentra. Los estándares de calidad serán altos cuando estos criterios cumplan con la demostración práctica de actitudes