INCURSIONES ONTOLÓGICAS II Rafael Echeverría (editor) 1 INCURSIONES ONTOLÓGICAS II © Rafael Echeverría © NewField Consulting Diciembre, 2011 ISBN 978-956-8992-43-9 Producción editorial: ebooks Patagonia www.ebookspatagonia.com Prohibida la reproducción total o parcial de este libro electrónico, por cualquier medio, sin permiso por escrito de NewField Consulting. 2 ADVERTENCIA ESTA ES UNA COPIA PRIVADA PARA FINES EXCLUSIVAMENTE EDUCACIONALES QUEDA PROHIBIDA LA VENTA, DISTRIBUCIÓN Y COMERCIALIZACIÓN El objeto de la biblioteca es facilitar y fomentar la educación otorgando préstamos gratuitos de libros a personas de los sectores más desposeídos de la sociedad que por motivos económicos, de situación geográfica o discapacidades físicas no tienen posibilidad para acceder a bibliotecas públicas, universitarias o gubernamentales. En consecuencia, una vez leído este libro se considera vencido el préstamo del mismo y deberá ser destruido. 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Un monstruo de mil cabezas que se convirtió en heroína Anadine Mi desconfianza: fruto de la traición, refugio de mis miedos Anónimo Aprender a danzar entre la soberbia y la humildad Domingo Stroia Latitud y longitud Juana Merino La inseguridad en las personas Gonzalo Coto F. Sobre la responsabilidad y la culpa: una aproximación ontológica Gustavo Romero León Me olvidé de mí Humberto Acuña Mi relacionamiento con mi sombra a través de la rabia Janice Brieva 4 Show Time. El arte de fingir Josefa Galván ¡Si soy buena, me quieren! El ser, actuar y los resultados de una “niña buena” Karla Croce Transitar de la falta de autoconfianza a la paz y la armonía personal Larraitz Urrestilla El miedo me congeló Lily Corvalán El abandono a lo largo de mi vida Lourdes Murrieta Cucurachi El miedo Luis Alberto Soto La confianza en mí misma Marcela Pastirik La mujer que abandona por miedo a ser abandonada. Diseñando una nueva mujer Milagros Velásquez El miedo Mitzi Ortiz El miedo y la confianza: un encuentro entre la luz y la sombra Ninfa del bosque Derrocando tiranías Ciudadana del alma Gestão do desenvolvimento: o ensaio de uma aprendizagem Paulo André Argenta La búsqueda de aceptación Silvia Vales La arrogancia, a-rrogancia, no-rogancia, no- rogar, no-pedir Sybille von Riegen 5 Reconociendo mi propia voz Teresa Aranzibia Aguirrezabal Una mirada al control, desde una interpretación de vida Teresa Castillo Zamora Info NewFied Consulting 6 PRESENTACIÓN Los trabajos reunidos en este segundo volumen de la serie “Incursiones Ontológicas” fueron escritos por participantes de nuestro Programa de Avanzado de Coaching Ontológico, en sus versiones de 2008 y 2010. Los trabajos incluidos en las dos versiones iniciales (2005 y 2007) fueron publicados en formato físico, en una edición que entonces realizara Luz María Edwards. Hemos optado por presentar los que se incluyen en este volumen en versión digital. Creemos que ello ayudará a una mayor difusión. Nuestro Programa Avanzado es, sin duda, nuestro producto estelar y del que nos sentimos particularmente orgullosos. A él acuden coaches ontológicos con una formación de primer nivel, provenientes no solo de nuestra propia escuela, sino también de otras escuelas hermanas. Este es un programa que entrega una certificación como “Coach Ontológico Senior”. El Programa, tal como está articulado actualmente, considera cinco módulos diferentes. El primero –y quizá más importante– es aquel que se concentra propiamente en la disciplina del coaching ontológico. Su objetivo es convertir a los coaches, que en él participan, en profesionales de excelencia en esta nueva disciplina, capaces de generar procesos profundos de transformación personal en sus coachees, procesos que sus niveles de formación previos les impedían lograr. La promesa del Programa es la de producir un “cambio de órbita” en sus niveles de desempeño. Los resultados obtenidos atestiguan que se cumple a cabalidad dicha promesa. El segundo módulo se orienta a un proceso de autoindagación y de transformación personal de los propios participantes del Programa. Para lograr convertirse en un buen coach es indispensable haber trabajado muy a fondo consigo mismo y haber penetrado en aquellos niveles habitualmente ocultos de nuestra propia alma. De lo contrario, difícilmente estaremos en condiciones de profundizar en el alma de otros. Desde nuestra perspectiva, el alma humana, aquella forma particular de ser de cada uno, es abismal, no tiene fondo. Cuando entramos en sus zonas más oscuras no podemos sino asombrarnos con lo que descubrimos. La práctica de coaching ontológico no solo es una práctica de transformación personal, sino simultáneamente de autoconocimiento. Ello implica cruzar los límites de la persona que creemos ser y contactarnos con las turbulencias de nuestra sombra, de nuestros lados más oscuros y escondidos. Solo una vez que hemos realizado este trayecto, logramos alcanzar la mirada compasiva y expandimos nuestra humanidad, condiciones fundamentales de la práctica del coaching ontológico. El tercer módulo del Programa está dedicado a una profundización teórico-conceptual. La robustez de nuestras raíces conceptuales es lo que permite alcanzar las alturas que nos exige el coaching ontológico. Si nuestras raíces son superficiales, así serán también nuestras prácticas y los resultados 7 de estas. Esta profundización teórica la realizamos en dos planos diferentes. Por un lado, en captar las distintas matrices de sentido que conforman la cultura occidental. Somos seres históricos y el tipo de personas en las que nos constituimos lleva el sello de los diferentes orígenes que convergen en nuestro presente. Somos expresión de diversas capas originarias de sentido. Algunas remiten a los antiguos egipcios, otras a nuestras raíces griegas, unas terceras a nuestros antecedentes judeocristianos, etc. El Programa profundiza en cada una de ellas procurando detectar lo que les es específico y diferente de las demás. En un segundo plano esta profundización teórica se desarrolla identificando algunas corrientes fundamentales del pensamiento filosófico, humanista y científico que hoy confluyen en el presente que encaramos y que es preciso conocer para proyectarnos hacia un futuro más pleno de sentido. De esta segunda línea se deduce buena parte de la formación en filosofía, psicología y biología que conforma nuestro Programa Avanzado. Parte de la crisis de sentido que hoy enfrentamos los seres humanos y que llevan a los individuos a pedir la ayuda de un coach ontológico, remite al profundo desprecio que nuestra tradición ha manifestado tanto por los aspectos relacionados con nuestra corporalidad, como, asimismo, con nuestra emocionalidad. Cuerpo y emoción son dos dimensiones de nuestras formas de ser con las que estamos obligados a reconciliarnos. De lo contrario, nos será imposible resolver muchos de los problemas que hoy encaramos. Un coach ontológico está obligado a disponer de la capacidad de hacer lectura corporal y emocional, y de la capacidad de intervención en estos dos dominios. El cuarto módulo del Programa busca precisamente hacerse cargo de este desafío y se articula en este eje, para muchos sorprendentemente despreciado, que vincula cuerpo y emociones. Existe, sin embargo, un quinto módulo al cual, precisamente, pertenecen los distintos trabajos que presentamos en este libro. En ellos el lector encontrará algunos rasgos de los módulos descritos anteriormente. Sin embargo, el objetivo de este quinto módulo es diferente. Para nosotros el coach ontológico representa un tipo de profesional que podemos caracterizar como “un practicante reflexivo”. Su oficio se sustenta no solo en la capacidad de aplicar lo que se le ha enseñado, sino en ser capaz de generar, a partir de su propia práctica, procesos autónomos de aprendizaje y de pensamiento. Para llegar a ser un coach ontológico no basta con saber lo que plantea el discurso de la ontología del lenguaje. No basta tampoco con la capacidad de desenvolverse en el despliegue de competencias que se deducen de ese discurso. No basta con estar en condiciones de hablar “de” la ontología del lenguaje. Es necesario también aprender a pensar ontológicamente. Nuestro oficio nos expone a un territorio tan sorprendente como muchas veces desconocido: el misterio del alma humana. Sin pretender disolver ese misterio, pues el alma nos será siempre misteriosa, es importante reconocer que este nos convoca a la posibilidad de insólitos aprendizajes. La propia práctica del 8 coaching ontológico es posiblemente el más fértil de todos los terrenos que enfrenta el coach ontológico para participar del vuelo del pensamiento. Pensar ontológicamente no es pensar de cualquier manera, aunque en él participen múltiples formas de pensar. Es necesario aprender a ejercitar un quehacer reflexivo que posee ciertas características que otras modalidades de pensamiento no poseen necesariamente. Hay principios y criterios que conforman un pensar diferente. No accedemos a ellos de manera espontánea. Ello implica que es necesario aprender a pensar ontológicamente. Este es el objetivo que propone este quinto módulo. Se trata de una forma de pensar que, por lo general, arranca de nuestras experiencias personales y muchas veces de nuestros dolores y desgarramientos. Nuestras heridas son, por lo general, puertas de entrada a las profundidades de nuestra alma. Ellas no solo nos proveen sufrimientos, sino posibilidades para conocernos mejor y para orientar futuras transformaciones. Cada una de nuestras heridas nos retratan, nos revelan, exhiben dimensiones importantes de cómo somos. El pensar ontológico, por lo tanto, nos desafía a entrar en las raíces de nuestras heridas y a no quedarnos solo en las múltiples tonalidades del sufrimiento que aparece en la superficie. Nos convoca a entrar y recorrer el oscuro laberinto de nuestra alma. No hay en ello, sin embargo, un afán masoquista. Este trayecto tiene como propósito nuestra propia transformación personal y la profundización de aprendizajes que en el futuro nos permitirán comprender mejor a otros. Se trata, por lo tanto, de un recorrido tras un sueño de liberación, de romper cadenas de cautiverio, de culminar en transformación. Los trabajos que presentamos, de alguna manera, llevan esta marca. Son la expresión de un impulso valiente por mirarse más allá del sufrimiento, a veces, incluso, más allá de la culpa o de la vergüenza. Ellos expresan, muchas veces, un acto de gran generosidad al compartir con otros lo que resultó de ese recorrido. En ese sentido, son una invitación a suspender el miedo que nos tenemos frecuentemente a nosotros mismos y de participar de una experiencia reflexiva que puede proporcionarnos, al final del camino, grandes satisfacciones. El lector juzgará. Entre estos trabajos hay algunos más logrados, otros quizá algo menos. Pero los hemos seleccionado por cuanto creemos que todos ellos nos aportan algo de valor. Cada autor es el responsable de su propio texto. Sin embargo, es importante advertir que todos ellos tuvieron durante el proceso el apoyo de un coach ontológico que los acompañó, les hizo algunas preguntas, les sugirió quizás abrir alguna puerta adicional o asomarse por otra ventana. Los trabajos realizados en el Programa Avanzado del año 2008 fueron acompañados por Luz María Edwards. Aquellos del Programa Avanzado del año 2010 fueron acompañados por Soledad Valenzuela, Irma de la Torre, Nora Tassistro y Celia Chávez. A todas ellas, nuestro inmenso agradecimiento. 9 Rafael Echeverría, Ph.D. Presidente de la Red de Newfield Consulting Santiago, octubre de 2011 10 EL ABANDONO Adela Romero Barboza Introducción El abandono ha sido un tema recurrente en mi historia y me interesa revisarlo en este momento especial de mi vida, a la luz del coaching ontológico. Por muchos años estuvo en mis narrativas, fue el relato que me conté durante mucho tiempo, el cual determinó mi interpretación del mundo, sobre todo durante mis primeros quince o veinte años de vida. Desde el lenguaje provino una lista enorme de juicios que ahora no estoy tan segura que pudiera fundar, y desde la emocionalidad tuvo la particularidad de conectarme con una profunda tristeza, coloreando así mi infancia y buena parte de mi adolescencia. La mirada desde el coaching me abrió la posibilidad de revisar una gran incompetencia genérica: entender que vivimos en mundos interpretativos y que lo que yo asumí como verdad pudo o no pudo ser, o acontecer, así tal como yo lo creí, y tengo ahora a mi alcance dos grandes oportunidades: la primera, tener en consideración que si mis interpretaciones eran coherentes con las vivencias y experiencias familiares, debo aceptarlas en consecuencia como hechos fácticos; fue eso lo que me tocó vivir, aun cuando probablemente, tal como nos lo señala R. Echeverría, sería conveniente dudar de mis interpretaciones, ya que algunos eventos podría haber sido obra de mi memoria selectiva y esas interpretaciones limitarían la posibilidad de comprender la distorsión de mi mirada; lo segundo, que hoy tengo la posibilidad de hacer una interpretación diferente, de lograr una reconstrucción ontológica de esa misma historia, lo que me permitiría conectarme con una emocionalidad distinta a la tristeza y pintar mi infancia y adolescencia de algún nuevo color. La historia sucede cuando mis padres se separan, teniendo yo poco menos de nueve años de edad, y ese evento hace que la dinámica familiar cambie totalmente. A tal punto cambia para mí, que mi madre toma la decisión de enviarme a estudiar interna a Maracaibo (ciudad distante a ocho horas de Caracas), en el Colegio El Pilar, con las religiosas de la Congregación de Santa Ana (españolas), donde una tía monja es la madre superiora. En total estuve ahí cinco años interna, y en ese lapso regresaba a casa solamente en vacaciones escolares de Navidad y fin de año escolar (julioagosto). Esos años siempre los interpreté como una etapa de abandono físico, emocional y espiritual de mis padres para conmigo. Ahora bien, respecto a la definición de abandono que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, este señala lo siguiente: Dejar, desamparar a alguien o algo. De entrada, esta definición me hace desconfiar de mis relatos, ya que efectivamente en mi caso no hubo desamparo, vale decir, que el juicio del abandono es imperativo revisarlo porque hay algo que 11 ya no calza en mi rompecabezas de la misma manera como lo estuvo durante más de cuarenta años…. La propuesta de este trabajo es la de indagar en mi propia vida, en mi historia, rastrear de dónde surgieron esos juicios, para lograr que hoy no me resuenen como propios y, al hacerlo, modificar esa historia, pudiendo interpretarla cambiando el orden, los hechos y las narrativas para lograr una reinterpretación que me conduzca a la nueva biografía de esa misma niña, para quien en lo venidero tendrá también una nueva coherencia que le permitia diseñar para ella un futuro diferente, ya que el abandono durante mucho tiempo obró un juicio maestro y limitante. I. Indagación fenomenológica ¿Cómo vive esa niña su abandono? ¿Por qué no continúa viviendo en la casa con su madre? ¿Por qué sus otros hermanos sí están con la madre? ¿Qué le impide decir que no quiere separarse de su madre? ¿Por qué tiene que estar interna? ¿Por qué mamá no la llama ni le escribe? ¿Por qué en lugar del internado no vivió en Maracaibo con otro familiar que sí pudiese ocuparse de ella, como mamá sustituta, en el afecto y la atención que esa niña necesitaba? ¿Por qué siente que su padre también la abandona? ¿Qué piensa esa niña de lo que le sucede? ¿Por qué esa niña insiste en ver a su padre? ¿Por qué esa niña es al padre a quien llama? ¿Por qué esa niña no se atreve a decir que no quiere estar interna? ¿Por qué esa niña pasa su cumpleaños y fines de semana sola? ¿Quién se ocupa de la ropa y de las necesidades de esa niña? ¿Quién le da afecto? ¿Cómo es la vida de esa niña? ¿Cómo se divierte? ¿Qué pasa con la madre? ¿Qué hace a esa madre separarse de su hija más pequeña? ¿Piensa la madre que es esa la decisión más conveniente para la niña o para ella? ¿Cómo vive el sufrimiento esa madre? ¿Cómo logra seguir adelante sola con sus seis hijos? ¿Qué pasa con los demás hijos? ¿Cómo es la relación entre los hermanos? ¿Cómo eran los resultados de los estudios de esos niños? ¿Cómo eran los resultados de los estudios de esa niña que estaba sola en el internado? ¿Qué pasa con el padre? 12 ¿Tampoco los demás hijos tienen contacto con el padre? ¿Qué pensaba la madre? ¿Eran decisiones propias de la madre o se dejaba influir por su hermana monja? ¿Tenía la madre capacidad para entender las consecuencias de la decisión de no estar con su hija? ¿Fue esta la mejor decisión que pudo conseguir la madre por su situación? ¿Decidió la madre también abandonar sus responsabilidades ante su propio sufrimiento? ¿A qué le temía esa madre? ¿Cuáles eran sus limitaciones? ¿Pensaba en ella o pensaba en los hijos? ¿Tenía esa madre recursos emocionales, espirituales, económicos, para seguir adelante sola? ¿Se atrevió esa madre a pedir ayuda? ¿Entendió esa madre la soledad afectiva, espiritual y física que estaba imponiendo a su hija? ¿De qué hablaban esa madre y esa hija? De niña viví la experiencia de ser separada del hogar sin entender exactamente el porqué de la decisión, sin atreverme a cuestionar ni a preguntar nada. En esa época no era usual atreverse a cuestionar las decisiones de los mayores. Iba a cursar el cuarto grado de primaria y cuando me di cuenta estaba en otro lugar, viviendo con personas extrañas, sintiendo una sensación en el estómago de vacio, al no tener a los míos conmigo: mi mamá, mi papá, mis hermanos, mi cuarto, mis juguetes, mis amigas, en fin, estaba fuera de mi casa. Tengo el juicio de que me faltó vivir muchas de las cosas que hacen los niños con edades entre 9 y 13 años, donde se comparte entre ellos juegos, fiestas, diversiones, se va de paseo o al cine. No recuerdo haber vivido esto, salvo cuando regresaba de vacaciones a mi casa en Caracas donde estaba mi hermana Lina, mi mejor compañera de juegos. En ocasiones, mis amigas me invitaban y yo no consideraba ni siquiera la posibilidad de pedir permiso. El hecho de estar interna era un limitación porque tenía otro ritmo de vida, ceñida a horarios, a la misa de todos los días, a cantar en el coro, a horas de estudio fijas durante la semana y los fines de semana, a visitar a mis tías mayores y solteras, cuyos hábitos de vida consistían en ir a misa por la mañana, rezar el rosario por la tarde después de la siesta y en las noches después de la cena, ir caminando a la casa de otra hermana donde ellas acostumbraban reunirse todas las noches con familiares y amigos adultos, quienes comentaban los eventos del país. Asumí que era normal que así fuese hasta que tuve 14 años, cuando ya cansada de sentir la misma sensación de vacío en el estómago, y entendiendo ahora que usando el poder del lenguaje y mis competencias lingüísticas, me 13 atreví a plantear una excusa para no regresar al internado. Pedí ayuda a mi hermana Neydda, la mayor de mis seis hermanos, para que en su condición de médico le explicara a mamá que no era recomendable estar fuera de la casa, porque debía cumplir un tratamiento médico relacionado con la hemoglobina baja. Mamá accedió y finalmente me quedé viviendo en mi casa, a partir del 3º año de bachillerato. ¡Qué felicidad! Desde de entonces, todo cambió para mí. ¿Qué juicios estuvieron presentes en esos años? Que mamá no me quería igual que a mis demás hermanos. Que me castigaban enviándome al internado por querer a papá. Que queriendo a papá, él tampoco venía a verme tan frecuentemente como hubiese deseado; ergo, si me abandonaba, era porque no me quería. Que algo pasaba conmigo que me hacía diferente a mis hermanos. Que de nada valía portarse bien y sacar buenas calificaciones. ¿Qué emociones están presentes en esa niña que era? 1. El miedo Fue una constante en mí el miedo a preguntar, el miedo a rebelarme, el miedo a que me vieran llamando por teléfono a mi padre, el miedo a que me vieran llorando por las noches, el miedo a hablar, el miedo a volver al internado año a año, el miedo a no vivir las cosas que pasaban en la casa, a no ser parte de la vida familiar; el miedo a que descubrieran mis cartas de amor, escritas esos años a Germán, un niño vecino en Caracas que fue mi primer novio y de quien, estando yo estudiando en Trujillo el 2º año de bachillerato, recibía cartas frecuentes con el nombre de mi hermana como remitente. Recibía cajas de dulces y libros, con la sorpresa de una carta escondida entre el forro y el libro para que no pudieran descubrirla y leerla las monjas y decomisarla. Tenía miedo a que me sorprendieran escribiéndole, el miedo, siempre el miedo…. y también la sensación en el estómago de vacío… II. El juicio del abandono y el callar La niña se fue haciendo mujer, seguía interna, pero ese año (1º de bachillerato) estaba en el Colegio en Caracas. Mamá enfermó y había que cuidarla y acompañarla los fines de semana. Recuerdo que durante su hospitalización, en lugar de ir a la casa, me instruyeron que debía ir directo al hospital. Mis conversaciones privadas eran que después de haber sido una hija dedicada, seguramente me premiarían sacándome del internado, mas ese año fue el peor porque ya estaba más grande, tenía más conciencia de lo que pasaba y al terminar las vacaciones me indicó mamá que volvía al internado, esta vez al Colegio Santa Ana en el estado de Trujillo. Me preguntaba ¿de qué sirve ser buena hija, portarse bien, cuidar a mamá, hacer lo que mis hermanas mayores no hacen, si igual me vuelven a castigar? Pero callaba, no hacía públicas mis conversaciones privadas y me resignaba. Sin embargo mi hermana Lina, por el contrario, además de tremenda, 14 veía la vida de otra forma. Una o dos veces estando ella interna también en Trujillo, un año antes que yo, inventaba que se había caído y fracturado un brazo o una pierna, y le pedía a alguna amiga que avisara a la casa en Caracas. Mamá enseguida la llamaba muy angustiada y ella tranquilamente le decía que había hecho esa travesura para que la llamaran. Yo en cambio no me atrevía a hacer algo así, sin embargo, Lina con sus acciones lograba el resultado deseado: hablar con mamá. Yo por el contrario me resignaba, me conformaba, no hacía nada y no lograba nada. En la universidad cuando estudiaba Derecho, me ennovié con un compañero doce años mayor que yo. Él me decía que no debía intervenir en clases porque lo hacía solo para lucirme, que yo competía con él para sacar mejores notas, que no debía usar faldas cortas y, ante estos juicios, me quedaba callada. Una vez más me sentía incapaz de hacer públicas mis conversaciones privadas para evitar pelear o por miedo a separarnos. Solía callar mis incomodidades y las cosas que me disgustaban, hasta que el vaso se colmó y me atreví a declararle un ¡¡¡basta!!! Me atreví a terminar la relación, pero me sobrevino un dolor fuertísimo que se transformó en apendicitis, aunque más tarde me enteré por mi hermana Neydda que nunca hubo un diagnóstico claro y que habían decidido hacer la operación para evitar que los glóbulos blancos siguieran subiendo…(¿?) El verdadero diagnóstico fue que estaba somatizando situaciones no expresadas, y en efecto el diagnóstico del doctor coincidía con el miedo que sentía de hablar sobre mis asuntos en casa, excepto con mi hermana Lina, mi confidente, coincidía con mi costumbre de callar y no comentar mis cosas a mamá por miedo no sé exactamente a qué y prefería seguir con la sensación de vacío en el estómago. Me casé al terminar el doctorado en Criminología que hice en París con el novio que había dejado en Caracas un año antes de irme, sin haber tenido conversaciones suficientes para aclarar si ambos buscábamos lo mismo en el matrimonio. (No tenía las herramientas para hacerlo.) Mi juicio sobre nuestra relación matrimonial que después se consagró es que la diferencia de edades y las distintas etapas de vida en que nos encontrábamos cada uno, sin haber establecido condiciones de satisfacción para planificar en conjunto un proyecto de vida, contribuyeron a nuestras diferencias, lo que me hizo sentir muchas veces abandonada afectiva y emocionalmente hasta que tomé la decisión de divorciarme. III. Una mirada desde el claro Recorriendo el camino de mi historia, donde voy encontrando tantas anécdotas, miro hoy día el tipo de interpretación que he hecho de mi vida, buscando obtener amor, cuidados, afecto, dedicación, compañía, familia, hogar, etc. Validando la mirada de ese observador que efectivamente sintió y padeció lo que según esa mirada no tuvo en etapas de vida fundamentales, y 15 también ante las emociones de miedo e inseguridad presentes en las relaciones afectivas importantes, paso ahora a analizar el camino de la estructura. He ahí que me encuentro con una mujer que ha sido exitosa en muchos dominios, pero que en el plano afectivo surgen las mismas emociones de cuando niña, (ya sabemos que las emociones no tienen edad), ligadas a eventos del pasado: dificultad para atreverse a hablar o a actuar, sino preferencia por callar; imposibilidad de pedir o a establecer condiciones de satisfacción, sino tendencia a callar, surgiendo de ese modo nuevamente el miedo a quedarme sola, validándose de esta forma la tesis del abandono, que se repite como un círculo vicioso. 1. Construyendo nuevas opciones de vida ¿Qué opciones tengo para poder realizar nuevas acciones que me permitan obtener nuevos y mejores resultados? Construir nuevas narrativas a partir de mi historia, aceptando lo fáctico y mirando el bien en cada acto, en cada decisión de mamá y de papá. Ellos no podían y no sabían hacerlo diferente. Quererme más y desarrollar una relación de amor incondicional conmigo misma, aceptándome como soy y revisando si existe en mí la adicción al sufrimiento. Celebrar lo que soy y lo que tengo, alabando los logros obtenidos en todos los demás dominios. Construir un nuevo DEI desde la ambición, haciendo lo necesario para poder vivir la vida que quiero. Atreverme a escoger y no más a ser escogida. Reconocer que me gusta la vida en pareja, pero que esta tiene que ser construida y funcionar con bases diferentes, y que lo que busco es una pareja, no más un papá. Vivir desde la certeza de que todo va a estar bien, con seguridad y confianza de que todas las situaciones pueden resolverse mediante conversaciones. Aceptar que el dinero me da seguridad y eso está bien. Establecer límites. Desestimar la rutina defensiva del callar. Es cierto que el miedo es una emoción presente en mi vida, pero también ha sido un gran aliado cuando he tenido dificultades, impulsándome a la acción. Por ejemplo, el Programa ABC lo comencé estando desempleada, por no compartir con el sistema político vigente en Venezuela. Fue entonces que el coaching me brindó la opción de reinventarme, de recomenzar, de tener más y mejores herramientas para diseñar un nuevo rol profesional y personal, y doy gracias a Dios por eso. 16 Conclusiones Desde el lenguaje declaro que es un compromiso conmigo ser feliz y solo depende de mí tomar la decisión y serlo. Desde la emoción declaro que quiero sentirme plena y vivir la vida desde la alegría, el amor, la seguridad, la paz, la felicidad. Desde la corporalidad declaro que quiero sentirme fuerte, dispuesta a dar y a recibir, henchida de energía, orgullosa de quien soy, parada desde mis fortalezas, dispuesta a trascender, para dejar un legado a mi hijo Daniel y al mundo. Gracias a mi historia busqué muchos caminos que me permitieron aprender y crecer. Gracias a mi estructura busqué distintas opciones y llegué al coaching, y gracias al coaching tengo la posibilidad de reinterpretar mi historia, de honrar a mis padres y de entenderlos y agradecerles quien soy. Hoy tengo nuevas narrativas con las que diseño mi vida. Reconozco que el lastre del abandono ha sido mi principal obstáculo para poder ser feliz y para manejar adecuadamente mis relaciones de pareja, pero ya basta de repetir patrones que no han servido, puedo hacerlo distinto, es mi opción. El presente lo vivo con mayor conciencia, dándome cuenta de mis aciertos y desaciertos, pero soy yo la única responsable. El futuro, ese futuro que deseo en el espacio afectivo, lo he estado trabajando con mi coach con las herramientas que ya he hecho mías. Hoy no me callo, reclamo lo que no me gusta, hago públicas mis conversaciones privadas, pongo condiciones de satisfacción y acepto sus consecuencias; y si aparece el miedo, lo acepto como mi mejor aliado, su alerta me da mucha información y la escucho. Hoy estoy pendiente de no pasar del miedo a la rabia, de moderar el fuego para no quemarme ni quemar a los demás. Este es mi proceso. ¡¡¡Hoy me atrevo!!!! mayo, 2009. 17 El miedo al abandono: ¿qué hago para que me elijas? María Alejandra Cerda I. El viaje de la vida: echemos un vistazo al desgarro 1. ¿Cuál es mi miedo más profundo? El camino que he emprendido a través del coaching ontológico, me ha permitido conectarme con mi decir, lenguaje, con mi estar, corporalidad, y con mi sentir, mis emociones. Cuando indagué en mi mundo emocional, en él encontré que el miedo es una de las tanta emociones que habitan ahí. ¿Qué quiero decir con esto? Que muchas de nuestras acciones o inacciones se ven influenciadas por nuestras emociones. Muchas veces he sentido y siento miedo. Esta ha sido a veces una emoción paralizante y en otras una impulsora, es decir, que me ha llevado a la acción de diversas maneras. Cuando ha actuado en forma paralizante, siento que me bloqueo, las palabras no me salen, la angustia invade mi vida; en cambio, cuando ha ejercido una influencia impulsora, he emprendido nuevos aprendizajes; por ejemplo, creo que uno de los más claros para mí al respecto ha sido el emprender el viaje en la incursión de la ontología del lenguaje a través de las distintas formaciones de coaching ontológico, tanto en el programa ABC como en el avanzado. Retomando la pregunta: ¿cuál es mi miedo? Puedo decir que mirándome con los ojos de una mujer adulta, he podido ver que uno de mis grandes miedos ha sido “el miedo a que me abandonen”, puesto en otras palabras, el miedo a quedar sola, a no ser elegida, a no ser vista. 2. El miedo como emoción El miedo es una de las emociones primarias del ser humano. A veces constituye una emoción paralizante, una que congela: nos quedamos sin poder reacción, no podemos huir… y en otras oportunidades a partir de la emoción del miedo realizamos una acción; como por ejemplo, la huida, el ataque. Incluso a veces hacemos cosas que ni siquiera sabíamos o imaginábamos que podíamos realizar. Poder reconocer nuestras emociones nos da un poder para llevar adelante la vida que deseamos. El miedo es una emoción que a veces se disfraza, que no se muestra tal cual es, por ello fue para mí importante poder mirarme, poder observarme en mi decir, en mi emoción y en la acción. Algunos comportamientos o acciones que me di cuenta de que he realizado a partir de esta emoción han sido por ejemplo: manipular al otro victimizarme, quedarme en el rol de pobre de mí, con la intención de 18 ser mirada, elegida. Quizás algunas veces lo lograba, pero quizás en muchas otras oportunidades esa actitud hacía que el otro no se acercara… querer controlar: situaciones, personas, sentimientos, otras emociones a partir del miedo…. proyectar imágenes distorsionadas, esconder la vulnerabilidad no poder pedir, creerme autosuficiente en este juego también aparece el complacer a otros para que estos no me dejen estas acciones a veces me han llevado a no valorarme lo suficiente, no poder reconocer lo que tengo o tenía, a mostrarme con mi autoestima desinflada. Y como consecuencia de todo ello, es fácil perder el centro, la seguridad, la confianza en uno mismo. 3. ¿Cómo se originó el miedo? Los seres humanos somos seres lingüísticos, actuamos desde el lenguaje, necesitamos dar sentido a nuestra existencia. Nos pasamos la vida haciendo interpretaciones de aquello que observamos como realidad. A partir de este modo de relacionarnos con el mundo, las personas y la interpretación que hacemos de los acontecimientos, nos constituimos en observadores. En mi caso adopté la mirada del observador que veía la mitad del vaso vacio: no podía ver lo que tenía, no lo podía capitalizar… La sensación de que siempre algo más falta ha sido generada desde ese lugar de observación. ¿Dónde se ha constituido este observador? En los distintos sistemas en que he transitado mi vida: la familia de origen, la escuela, la sociedad en la que viví, el país. las amistades, los trabajos, los estudios, las facultades, la sopa familiar, la sopa de los sistemas… Puedo entender que a partir de una interpretación que he hecho ante una determinada experiencia, se originó en mí este miedo. Una experiencia que viví como un abandono. Al enterarme de que era hija adoptiva, de una manera imprudente, en una conversación imprevista, en un contexto que no era el apropiado, generé automáticamente el juicio: “mis padres me abandonaron”, “no me quisieron”, “no me eligieron”. Juicios que se vieron alimentados más adelante por conversaciones de mis padres adoptivos, quienes a partir de sus propios miedos o ignorancia tal vez, alimentaban aquel juicio. Otra experiencia que recuerdo fue que siendo niña, un día regresé a casa. La casa estaba vacía y mis padres y mi hermano no estaban. Me quedé sentada esperando un rato, el tiempo pasaba y al ver que no regresaban mis padres una angustia comenzó a invadirme. Fue ahí cuando me senté junto a la puerta de la entrada de casa y comencé a llorar. Creía que ellos se habían ido. Había construido una historia, una interpretación de que esta vez, esta familia también me había abandonado. No recuerdo si esta experiencia fue antes de 19 que yo supiera que era adoptada o fue posterior a ello, lo que sí creo que existe es una memoria celular del cuerpo que nos lleva a registrar y a revivir situaciones una y otra vez. La aparición de este miedo al abandono me llevó a sentir la sensación de tener que agradar, de tener que ser perfecta, de portarme bien, de hacer las cosas adecuadamente, todo en pos para que el otro se quede conmigo, no me abandone, sino que me elija. Se sufre mucho desde este lugar, porque en algún punto no nos estamos permitiendo ser como realmente desearíamos o al menos yo no me estaba permitiendo ser. 4. Dominios del miedo El dominio de este miedo para mí se ha develado fundamentalmente en los vínculos afectivos, y también en los vínculos laborales. Sobre todo cuando el afecto está de por medio, ahí es donde más aparece. 5. La corporalidad de este miedo, su lenguaje A lo largo de mi vida mi cuerpo ha ido mutando, tomando distintas posturas. Hubo una época marcada por la desviación de mi columna y por mi postura habitual de los hombros hacia adelante. Posteriormente y ya cercano a este tiempo, mi postura es distinta: más erguida, como diciendo: ¡aquí estoy! ¡Mírenme! Este cambio del cuerpo ha tenido que ver con el tránsito de mi camino en la búsqueda del sentido, en la búsqueda de mi desarrollo personal. A partir de mis miedos he buscado superarme, yendo por distintos espacios donde he trabajado mucho en el desarrollo personal, en pos de buscar la satisfacción, quizás dominada por el miedo al mismo miedo. Constato aquí que el miedo ha sido impulsor. Por miedo a no agradar, a que el otro no se vaya, hago cosas, busco aprendizajes, todo para tener la sensación de que me eligen, que me quieren. Y quizás sean distintas corporalidades y en ellas está detrás esa emoción: la del miedo. Tal vez lo que cambia esas corporalidades tiene que ver con lo que me digo: en la primera etapa tenía una postura más de resignación, más de abatimiento; en cambio, en la segunda, aparece un lenguaje nuevo: ¡acá estoy! ¡Mírenme! ¡Ven lo grande que soy! Además, en esta mirada que he hecho de mi vida me di cuenta de que detrás del miedo también estaba el enojo. Este ha sido también una emoción que me ha acompañado, una emoción que no me había permitido expresar, no lo había legitimado. ¿Por qué? Por el miedo a que si me enojaba me abandonaran. Y así se conforma el juego. II. La búsqueda de nuevos puertos: emprender el viaje 1. El miedo al abandono: aumentando el zoom en búsqueda de la 20 fundamentación de ello Cuando me conecté con el tema del miedo, empecé a indagar, a hacerme preguntas. Este es un regalo fundamental del coaching ontológico, el permitirnos hacernos las preguntas que necesitamos para llegar a nuevos puertos, a veces solos, muchas veces con un coach, que desde un lugar diferente nos ayuda a mirar nuevos horizontes. Antes de incursionar en el coaching ontológico, vivía el abandono o el miedo del abandono como una verdad absoluta. Internamente me decía: ¡A mí me abandonaron!. Solo después de haber transitado el camino de la ontología del lenguaje comprendí que cada uno de nosotros somos distintos observadores que interpretamos nuestras experiencias, que a partir de esa interpretación realizamos acciones y que estas acciones a veces nos llevan a resultados satisfactorios y otras no.1 En este proceso me permití llegar a un cambio de observador, no solo a un cambio de acciones. Ya que si solo hacemos cambio de acciones, esto implica un aprendizaje de primer orden, en cambio la verdadera transformación es cuando se logra el cambio del observador, cuando podemos movernos del lugar en que mirábamos el mundo, cuando podemos de alguna manera tocar nuestra alma para que un nuevo ser emerja. 2. Desmenucemos: ¿qué es el abandono? ¿Dónde reside? El abandono en sí mismo, ¿cómo podemos observarlo en el mundo? ¿A partir de qué experiencias le doy sentido? ¿Dónde reside el abandono? Dentro de la ontología del lenguaje, en los actos lingüísticos básicos, distinguimos afirmaciones y declaraciones, y dentro de las declaraciones una especial: “los juicios”. Cuando estamos en el campo de las afirmaciones, el mundo está y el lenguaje da cuenta de ello, es decir, hay algo que se observa y que puedo dar fe, tener testigo de que ello es así; como por ejemplo, que soy mujer, que soy argentina, al mirar mi partida de nacimiento corroboro estos datos. En cambio, las declaraciones hacen que el mundo emerja después de hecha la declaración. Así cuando el oficial del registro civil declara a una pareja la unión en matrimonio, la realidad para esa pareja ha cambiado, porque la autoridad así lo ha declarado, es decir, hay una autoridad que puede realizar, hay un poder conferido al oficial para que realice tal declaración. Dentro de las declaraciones están los juicios, que son opiniones que emitimos de lo que observamos. En todo momento estamos emitiendo juicios, decimos por ejemplo: es lindo, es feo, es alto, es bajo, es gordo, es flaco, etc. Una afirmación sería: pesa 80 kilos; Con los juicios nos vamos rotulando a nosotros y al mundo que nos rodea. Y la consecuencia de ello es que vamos cerrando o abriendo nuevas posibilidades. Vivimos en ese mundo, el mundo de los juicios, casi sin darnos 21 cuenta hasta que aprendemos a distinguirlo. Entonces al mirar el abandono desde este lugar, algunas de las preguntas que me formulé fueron: ¿Qué es el abandono? ¿Cómo sé que es abandono? ¿Dónde puedo verlo? ¿Cómo lo distingo? ¿Cuándo fui abandonada? ¿Quiénes me abandonaron? ¿Con qué estoy comparando esta experiencia? ¿De dónde nace la idea de ser abandonada? ¿Qué pruebas tengo de ello? Y aquí pueden surgir diversas respuestas según los observadores que seamos, según nuestros sistemas sociales, nuestras costumbres. Pero siempre van a ser interpretaciones de algo que observamos. Si nos adentramos en mi historia personal, mi madre tomó la determinación –a partir de una particular manera de observar el mundo y observarse a sí misma– de que no podía hacerse cargo de mí. A raíz de esto declaró: “Doy en adopción a esta hija”, y procedió a la acción, buscando una familia que pudiera recibirme y darme lo que ella me hubiera dado si hubiera podido hacerlo. Pero su mundo interpretativo, su modo de dar sentido al acontecer, hizo que no viera otra posibilidad y fue así como me entregó. Ahora bien, ¿es eso abandono? Seguro que no, es más bien un acto de entrega, de valentía, porque hay que tener coraje para desprenderse de un hijo. ¿Qué me hizo vivir el abandono a mí? La interpretación que pude hacer de ese hecho, la historia que me pude contar. Los seres humanos necesitamos generar narrativas, nos constituimos a partir del lenguaje, damos sentido a nuestra existencia sobre la base del lenguaje. Cuando en mi investigación fui a buscar los hechos que dieran cuenta de eso que yo observaba como “abandono”, no encontré los fundamentos, es decir, no fui dejada en la puerta de una iglesia, no me encontraron en un basural; eso no sucedió… Ahora, ese observador que se gestó en mí, fue influenciado por el mundo donde me crié, el sistema al que pertenecí, donde surgieron frases tales como: “ellos no te quisieron”, “a ellos no les importo”, que generaron y reforzaron esa sensación de abandono. Quizá mis padres desde la ignorancia, desde sus propios miedos, de la torpeza, o la sobreprotección, decían esas frases, sin saber lo que ellas implicaban para mí, cuánto calaban en mi ser. Así se fue alimentando mi miedo, mis inseguridades y fui formando una estructura, una forma de estar siendo en el mundo. Ahí aprendí a protegerme, a cerrarme, a exigirme para hacer las cosas bien, a buscar la perfección para que día a día se renovara el contrato de que ellos no me iban a dejar. 22 3. En búsqueda de la otra orilla, el opuesto Cuando indagué en mí y me pregunté, ¿cuál es el opuesto al miedo del abandono? Me apareció el AMOR, y hoy puedo decir que lo que más me hace sentido es la valentía del amor, o la valentía del amar. Cuando hacía referencia a que el miedo también me impulsó a tomar acciones, entre ellas puedo contar que en este tiempo también estuve muy cerca en búsqueda de mis orígenes, una misión con la que en realidad empecé a conectarme desde chica. Allá por la adolescencia buscaba saber quién era, de dónde venía. Me preguntaba si estos no son mis padres biológicos ¿quiénes son?, ¿de dónde vienen?, ¿donde están mis antepasados?, ¿cuál es mi linaje? Y en este momento de mi vida me he podido conectar a fondo con ello. Hallé a mi madre biológica, hablé con ella, nos contamos algo de nuestras vidas… Con mi padre fue imposible, porque ya no estaba en este mundo, aunque de él alcancé a recabar información. Siguiendo la línea de mi madre, fui un poco más allá. Tras la pregunta ortogonal de Alicia: ¿qué hacía tu abuela?, me surgió la inquietud de ahondar mi búsqueda. Esta inquietud me llevó a visitar el pueblo donde se radicó mi bisabuelo: Juan Ivan Benigar. Un lugar situado en la provincia de Neuquén, Aluminé, donde él vivió. Visité ese lugar. Fue un momento tan hermoso, tan profundo, tan conmovedor por lo que allí encontré. Vi su casa, las ruinas de lo que había sido su hogar. Él, croata, hombre que dejó su país, que abandonó su tierra en búsqueda quizá de su misión. Había escuchado a un sabio alemán que presagiaba que los indígenas se extinguirían y fue ahí cuando partió de su tierra natal allá por 1908. Abandonó su familia, su tierra, solo llego a este lado del mundo con sus estudios de ingeniero civil y con el objetivo de cumplir, quizá, con su misión: el ¿para qué estoy en este mundo? Emprendió aquí una campaña, su empresa, su misión… Se casó con una indígena de nombre Eufemia Sheipukiñ. Con ella tuvo once hijos. Una de ellas fue mi abuela: Elena Kallvuray. De ella nació mi madre y luego yo… El día que visité ese lugar, buscando reconstruir parte de mi historia, pensé: “¡Que valiente que fue mi bisabuelo!, ¡qué coraje!, ¡qué convicción! Dejó su tierra natal, dejó a sus padres, hermanos, su Europa, para cumplir con su misión…. Esta reflexión me llevó a conectarme con la “valentía del amor”. Solo un valiente puede hacer este camino…. Y aquí vuelvo a unir a mi historia. Solo la valentía de una mujer de entregar a su hija hizo que pudiera realizarlo. Solo la valentía de unos nuevos padres de poder amar a una persona que no es hija propia, como si lo fuera, eso es la valentía del amor. Solo la valentía del amor me permitió a mí reconstruir mi historia, resignificarla, mirarla desde el otro lado del puente, donde lo que se ve no es igual. El opuesto al miedo al abandono para mi 23 observador es la “VALENTÍA DEL AMOR”. Quiero compartir con ustedes un escrito que encontré cuando visité Aluminé. Esto ocurrió unos días antes de finalizar el programa del avanzado. Cuando leí lo que voy a compartir, una tremenda emoción me invadió. El texto tiene que ver con las palabras que mí bisabuelo escribiera a su primera esposa, mi bisabuela, cuando ella abandonó este mundo. Entiendo que lo que está escrito, lo es desde el más profundo sentimiento que la pérdida, la sensación del abandono, lo ha llevado a escribir: Pero no importa, Sheipukin. La “vida es sufrimiento”, dijo el más grande de los sabios de los últimos siglos. Si la vida es sufrimiento, sufrimiento sagrado, sufrimiento purificador. El fuego que todo lo purifica. Si así no fuese, no valdría la pena vivirla. Ya pasará también este sufrimiento como pasa todo. Volveremos a juntarnos, a unirnos en un abrazo interminable. Primero en el mundo de las sombras, después aquí mismo, en esta Araucanía. Eso será cuando el pueblo de la Araucanía sea uno de los más felices de la tierra. Tú contribuiste a su felicidad ayudándome a mí, para ayudarle. Ambos sufrimos por él, porque por bregar por su felicidad, no pude darte riquezas. Pero con poco te conformabas. Por eso, en pago de nuestros sufrimientos, volveremos a nacer aquí. Y yo te enamoraré de nuevo y seremos felices. Tú volverás a tender los pellejos ovejunos sobre el seno benigno de nuestra madre tierra. Ahí dormiremos otra vez juntos, abrazaditos en un amor sin fin. Al apuntar el día y a cualquier hora, volverás tú a cantar tayil tras tayil. Y yo te escuchare con pía devoción porque habré comprendido aún mejor la lengua de nuestros dioses, los dioses indios. Sí, otra vez nos juntaremos aquí, en esta patria nuestra, patria –del indio, santificada por tu presencia. ¡Qué felices seremos otra vez, Sheipukin, india mía! Juan I. Benigar 4. Volviendo a mi centro He caminado en mi búsqueda interior, he escuchado a mi alma sedienta de amor que ha vivido un acto de entrega como abandono. Me he conectado con mis emociones más básicas, me he conectado con el miedo, la angustia, la ansiedad, por vivenciar esa experiencia desde el lugar de inseguridad que vivía mi vida. He compartido experiencias con otros, he podido ver que transitamos caminos similares con otras historias, pero compartiendo desgarros. En otras lecturas me he identificado, por ejemplo, con la soledad. Mi miedo al abandono me ha llevado a habitar el espacio de la soledad. En muchos momentos de mi vida he preferido estar sola para que nadie pudiera dejarme, no elegirme… 24 III. Otras miradas 1. Desde las constelaciones familiares En mi biblioteca hallé un libro de constelaciones familiares (Constelaciones Familiares para personas, familias y naciones de John L. Payne),2 Algo de mi intuición me hizo tomarlo, hojearlo y allí encontré las siguientes líneas que me parecieron interesantes tenerlas en cuenta para mi trabajo: “…las parejas que adoptan niños lo hacen por sus propias razones y no por las razones del niño” (Payne, 2007). Yo no sería tan categórica en decir esto. Pareciera ser que desde una mirada de enfoque único se justificara la adopción. Opino que a veces se pueden dar otras situaciones, donde se pone el énfasis en el niño, en las propias razones de ese ser y acá tengo como ejemplo mi propia familia, el núcleo donde me crié. Mi familia estaba constituida en aquel momento por cuatro miembros: mi mamá, mi papá, mi hermano y yo. Esto que cuento sucedió un día cuando yo tenía alrededor de los 12 años, mi madre había ido a visitar a unos familiares de ella y cuando regresó me contó que una prima suya estaba dando en adopción a una hija que tenía. Mi madre estaba preocupada por dónde podría ir a llegar a parar esa criatura, a quién iba ser dada. En ese instante le dije a mi madre: “Entonces traigámosla con nosotros, que venga a nuestra familia”. Yo no sé si esa frase ayudó a inclinar la balanza para que mi hermana luego llegara a nuestra familia, quizá sí, quizá mi madre encontró en mí una aliada para traerla a nuestro hogar. Entonces, ¿vale decir en este caso que las razones de la adopción están focalizadas en las razones de las parejas? Creo que no, creo que este caso se centra en velar por la niña. Otra frase que me llamó la atención en este libro fue la siguiente: “Además, muchos padres adoptivos no honran y respetan como se debe a los padres biológicos, y esto tiene un impacto negativo en el niño adoptado” (Payne, 2007). En esta frase puedo acordar en el sentido de que yo no sentía que mis padres adoptivos honraran a mis padres biológicos; al contrario, ellos hablaban, de una manera despectiva cuando emitían alguna opinión, diciendo frases tales como: “ellos no te quisieron”, “ellos te dejaron a vos, nunca se acordaron de vos”, “a ellos no les importó…”, palabras que recuerdo y que además en lo emocional afectaban seguramente mi crecimiento, mi desarrollo de la personalidad. También creo que esas frases me llevaron a lo largo de mi vida a saber de dónde venía, me generaron quizá más inquietud en cuanto a saber sobre mi familia de origen, probablemente en el anhelo de averiguar si aquello que me contaban era así de cierto. Y a la vez me pregunto, ¿se puede honrar cuando subyace el miedo? 25 No quiero justificar a mis padres, solo me limito a poner signos de pregunta desde una interpretación que hago de que mis padres decían aquellas frases a partir de sus propios miedos, miedos quizás a que yo los dejara de querer, que quisiera irme de ese hogar. Otro párrafo del mismo libro: Cuando un niño es ofrecido en adopción, es casi como si se matara una parte del niño; algo se pierde en el proceso. Nuestra madre es el origen del amor: ella nos lleva en su cuerpo, nos nutre, nos da sustento con sus pechos… ella es, en esencia, nuestra primera experiencia del amor y de la intimidad, y como hijos tenemos permiso para entrar en esos espacios íntimos. Cuando a un niño se le niega esa experiencia al ser adoptado, no importa lo mucho que los padres adoptivos puedan querer a su nuevo hijo, la intimidad ha muerto, dificultando a los niños adoptivos encontrar su lugar, no solo dentro de sí mismos, sino también en el mundo y con los demás. La esperanza del niño sólo puede sobrevivir cuando los padres adoptivos son capaces de honrar plenamente a los padres biológicos por el gran don que les han concedido. (Payne, 2007) De acá puedo decir que me ha costado tener el sentido de pertenencia. En un tiempo no sentía que la casa de mis padres fuera mi casa, para mí era la casa de ellos. Es raro, pero muchas veces hace ya veinte años que vivo fuera de la casa de mis padres y muchas veces he soñado que tengo casa. Sueño que pasan cosas que me hacen perder mi hogar, mi lugar en el mundo, sueño que estoy en la calle sin hogar. Y esto ha sido interesante para mí: ver qué pasó con el origen de mi llegada al mundo, con la sensación de no pertenencia y mi hogar que sueño que lo pierdo. Otra cita del libro: En el trabajo con personas que han sido adoptadas, se suele observar que aún conservan el sueño de que su madre vuelva algún día, lo cual puede llevarles a buscar a la madre, o al padre, a través de otras relaciones. Es muy importante que el niño adoptivo se sienta conectado con sus raíces y con su cultura de origen, pero también es importante para ellos liberarse de este sueño para que puedan vivir plenamente la vida. (Payne, 2007) Desde mi adolescencia comencé mi investigación sobre mi origen. Quería saber de dónde venía, cuáles eran mis raíces, cuál era mi sangre. Eso me daba sensación de identidad, el saber de dónde venía. Esta inquietud me llevó a interesarme en partes de mi vida, a la vez que también me di cuenta de que en un momento de mi existencia me encontraba con una barrera que no podía atravesar, y esa barrera era la del enojo. Detrás del miedo había mucha rabia, mucho enojo. Solo cuando pude manifestar mi enojo y comenzar a observar de un modo diferente, transformar mi observador, poder perdonar a quienes me dejaron, perdonar a quienes me ocultaron la verdad de mi origen y a perdóname a mí misma por no haberme aceptado durante tanto tiempo, por haberme victimizado tanto tiempo, fue ahí cuando pude trascender y realizar el 26 puente que me llevó desde el miedo al abandono hacia la valentía del amor. El perdón ha sido uno de mis aliados que me ayudaron a realizar el camino. Todo esto lo aprendí en la formación como coach ontológico y profundicé mi aprendizaje, mi transformación en el programa del avanzado. Pude salir de la resignación a la aceptación, de la víctima a la protagonista, del miedo a la confianza, del odio al amor. 2. Desde la psicología Avanzando en mi búsqueda de textos que se relacionaran con mi tema, encontré el siguiente que habla de la entrega y de dos miedos fundamentales: el miedo al abandono y a la invasión: Llegar al bienestar de la intensa conexión que da la verdadera entrega inaugura la posibilidad de la pérdida de ese bienestar y así aparece el miedo. Este temor se representa en dos miedos básicos que aparecen en las relaciones íntimas: el miedo al abandono y a la invasión. Son temores que traemos desde nuestras primeras relaciones significativas y que la vida de pareja actualiza y aviva. La personalidad puede ser vista como un intento de defendernos del dolor del abandono o del temor a la invasión. Es una construcción que crea estrategias para ser queridos o para no ser invadidos según sea el caso. Pero esa personalidad es una coraza defensiva que nos aleja de lo que sentimos, de nuestras necesidades, en definitiva, de nuestro ser. (Salinas y Bucay) Leyendo el texto puedo encontrar en mi vida esa sensación de no entregarme por completo y que detrás de ello estaba escondido el miedo a que luego el otro me dejara, me abandonara y yo me quedarae sola, llorando la soledad. Algunas personas me han dicho que marco límites, que soy un poco distante, que genero una coraza de protección, y que cuando me conocen más pueden cambiar ese juicio, esa sensación. Con la interpretación de las experiencias y los aprendizajes que fui logrando, entre otras cosas profundicé en ir creando mis propias corazas desde donde yo me podía proteger para no sufrir, para no vivir otra vez esa experiencia de abandono. Hoy puedo vivir las situaciones desde otro lugar, porque le he dado otro sentido, he elaborado otra interpretación. Otro párrafo del texto citado antes: El miedo al abandono es tan profundo, genera tanta ansiedad, que a veces puede elegirse la soledad antes que someterse a él. Cuando los sufrimos no queremos separarnos del otro y solemos reclamar por su lejanía y su falta de entrega demostrando lo entregados que estamos nosotros, sin embargo, muchas veces no hay una verdadera entrega por parte de quien teme ser abandonado. Los movimientos de acercamiento hacia el otro no siempre son sinónimos de entrega. Cuando se intenta poseer, prevenir o directamente 27 invadir no hay entrega verdadera al otro, hay entrega cuando se acepta lo que hay. (Salinas y Bucay) La ansiedad como emoción ha sido otra emoción que me ha acompañado en mi vida. Tengo muchos recuerdos de vivir con ansiedad, y ahora puedo comprender que ella estaba generada por esa interpretación de mi miedo a que mi pareja no estuviese, a que nuevamente me dejara. Cito aquí del mismo libro mencionado: “En cuanto al miedo al abandono se hace necesario desarrollar la confianza y la capacidad de espera, confiando que el otro estará allí. En el fondo del miedo al abandono está la sensación de no ser querida como uno necesita, de no ser valorada.” Está claro que cuando tengo miedo no tengo confianza porque no se qué va a pasar, no sé si mi pareja se va a quedar a mi lado. Pero la confianza no es más que otro juicio que hacemos los seres humanos, y desde el coaching ontológico un juicio a su vez sustentado en otros tres: la responsabilidad, la competencia, la sinceridad. Las posibilidades que se abren a partir de vivir en un espacio de confianza son mayores que aquellas que podemos abrir viviendo desde el miedo. Ha sido un trabajo que me ha llevado su tiempo y que su resultado me permite ahora confiar en no experimenatr la sensación de abandono, esa de me van a deja, porque todo depende de cómo interprete cada situación, cada momento, cada llegada y partida de otro ser. La vida es movimiento, hay aperturas y cierres. Antes sufría, ahora los celebro. 3. Desde la bioenergética Cito a Alexander Lowen: Casi todas las personas tienen algún temor al abandono que procede de experiencias infantiles. En la mayoría de los casos, ese temor, equivalente a un pánico, no se percibe conscientemente a causa de que está bloqueado por la rigidez de la caja torácica. Restringiendo al mínimo la respiración uno puede mantenerse por encima del sentimiento de pánico, pero este tipo de respiración corta a la vez todo sentimiento y deja al individuo vacío e insatisfecho. […] el motivo de la dificultad para respirar es que los músculos de la caja torácica se han contraído por el temor al abandono. Se crea así un círculo vicioso: Temor al rechazo o abandono → dificultad para respirar → respiración superficial → pánico cuando se respira profundo. El individuo se ve forzado a vivir en la superficie desde el punto de vista emocional. En ese plano puede soterrar el sentimiento de pánico, pero esa manera de vivir, en apariencia segura, es una especie de muerte. No obstante, es este mecanismo el que mantienen vivo el temor al abandono. Si uno atraviesa el temor respirando, llorará profundamente y se dará cuenta de que dicho temor es un remanente del pasado. (Lowen: 104-105) El observador que somos se conjuga en tres dominios básicos: la emocionalidad, el lenguaje y el cuerpo; de la intersección de estos tres 28 dominios surge una particular coherencia. Si nos podemos observar cuando estamos relajados disfrutando, nuestra respiración es más tranquila y relajada, podemos llevar más aire a nuestro cuerpo, pero cuando vivimos una situación de miedo, pánico, la respiración se acelera, es más corta. Y nuestro cuerpo da cuenta de ello, y el poder darme cuenta nos abre la posibilidad de cambiar la respiración, llevando más aire que oxigena el cuerpo. Cuando comencé a trabajar con mi cuerpo, pude tener la vivencia, darme cuenta de ello. Mi respiración era absolutamente superficial, tomaba poco aire. El aire nos nutre, nos da vida. Darme cuenta de esto fue interesante porque me permitió ir logrando un aprendizaje corporal, al realizar ejercicios que me permitían expandir mi respiración, llevar más aire a mi cuerpo. Cuando me entrego a la vida, cuando me entrego al vivir, puedo comenzar a respirar y conectarme más aún. Me siento más presente, puedo enraizarme más en este mundo, en el aquí y ahora. El miedo al abandono muchas veces hizo que me abandonase a mí misma. Hubo momentos en los que me desconectaba, me desconectaba del sentir, me desconectaba de lo que estába pasando, y es así como todo se relaciona, como he vivido el ciclo: la desconexión ayuda a que la entrega total no se produzca, dado que si me entrego por completo una de las posibilidades que puede ocurrir es que aparezca el miedo al abandono, lo cual me lleva a marcar distancia corporales. He creado mis corazas que me protegen como las murallas al castillo, afortunadamente puedo ir abriendo nuevos espacios a partir de la confianza, puedo ir generando un nuevo mundo donde sea posible vivir en completitud. IV. El carácter unitario El miedo al abandono ha sido la emoción y el juicio que han estado detrás de otros juicios tales como “yo puedo sola”, “no necesito pedir ayuda”, “soy fuerte”, todo ello en pos de no experimentar el abandono de mi pareja. Entonces corría a satisfacer las necesidades del otro (de mi pareja), hacía cosas para que él me aceptar y quisiera. Mi discurso era que si muestro lo buena que soy, él me iría a querer aún mas. ¿Qué hacer para que él me elija? V. El nuevo puerto 1. ¿Cuál es mi necesidad? ¿Qué necesito para dejar este miedo atrás? Como lo dije en unos párrafos antes, para dejar este miedo atrás necesité reinterpretar la historia, cambiar mi observador, comenzar a mirar la otra parte del vaso: la que está llena. Necesité aprender a confiar en mí misma, en que podía estar sin ese miedo, o estar aún con ese miedo porque también 29 somos a partir de nuestros miedos, podemos convivir con ellos, puedo tenerlo de aliado. Saber que si alguien se va de mi lado, no es porque me abandone, simplemente se va. Pensar, sentir que me abandonaban tenía que ver simplemente con una interpretación que hacía. Hoy puedo hacer otras interpretaciones; por ejemplo, que no importa cuán lejos esté ese otro que no está ahora a mi lado, sé que está a mi lado. Necesité conectarme con mi enojo y permitir que apareciera. Pude expresar mis enojos en un ámbito adecuado con gente que podía ayudarme y quererme a pesar de mis enojos. Necesité conectarme con el perdón y aceptar el amor como lo más grande que nos puede suceder. Si no nos amamos a nosotros mismos no podemos amar a otros, ¿Cómo podré amar si antes no me amo? ¿Cómo podré respetar si antes no me respeto? ¿Cómo podre estar con mi pareja si antes no pude estar conmigo misma? ¿Cómo podré perdonar si antes no me perdono ? 2. Trascender la experiencia. Un nuevo cuento Hoy puedo contarles que me siento una persona afortunada, afortunada por el hecho de vivir, de poder construir mi vida junto a otros. En mi vida tuve momentos muy fuertes que me ayudaron a ser quien soy hoy. Quiero contarles además que tengo una familia de origen muy afortunada: ellos me eligieron, me recibieron cuando llegué a este mundo, me cobijaron, dieron calor, alimento, educación y, sobre todo, una gran dosis de amor. De la experiencia de vivir con mi familia puedo decirles que fui creando mi propio camino, un camino que me ha llevado a conocer gente, lugares, escuchar historias de otros, compartir la experiencia que a veces nos produce los mismos desgarros. Hoy puedo mirarme y mirar a los otros con una mirada más compasiva, más contemplativa, más comprensiva, más amorosa, porque en cada uno de los ojos que encuentro en el camino de mi vida puedo ver que una parte mía se refleja en ellos. En algunos veo mis luces y en otros veo mis sombras, en algunos veo el amor, en otros el miedo, en otros la alegría, en otros la tristeza, en otros el abandono, en otros la entrega, en unos la confianza, en otros la inseguridad y así podría seguir con una larga lista de juicios que hago cuando veo a las personas…. Casi les diría que cada uno de ellos me toca en el alma…. Con cada uno me conecto desde algún punto. Esto lo pude realizar a partir de conectarme con el otro lado del puente. En una orilla está el miedo al abandono y cruzando el puente: la VALENTÍA DEL AMOR. Los aliados necesarios para ello fueron expresar el enojo, el perdón hacia otros y hacia mí misma. 3. Los ritos que necesito para desembarcar en la otra orilla 30 Los rituales han formado parte de la historia de la humanidad. En muchas comunidades podemos observar cómo se han realizado ritos por nacimientos, casamientos, muertes, por las estaciones del año, a la madre tierra, la danza del fuego, etc. De alguna manera nos han servido para anclar experiencias, por ello me pareció interesante también marcar un ritual donde quede el ancla en mi ser de haber trascendido la experiencia. Para ello he escogido una música, he marcado un círculo, dado que el círculo es el símbolo del constante cierre y apertura, de los ciclos. Es más, este círculo no es cualquiera, lo he representado con la serpiente que se come la cola, y dentro de este círculo me he entregado a danzar una nueva danza de celebración por lo que quedó atrás, y por la bienvenida a lo nuevo, a lo que viene: la celebración de la vida en constante movimiento. Para cerrar este trabajo quiero compartir un escrito que encontré sobre el amor: “La fuente del amor está en lo profundo de nosotros, y podemos ayudar a otros a sentirse muy felices. Una palabra, una acción o un pensamiento pueden reducir el sufrimiento de otra persona y traerle alegría. Una palabra puede aportar comodidad y confianza, destruir la duda, ayudar a alguien a evitar un error, reconciliar un conflicto o abrir la puerta de la liberación. Una acción puede salvar la vida de la persona o ayudarle a aprovechar una oportunidad única. Un pensamiento puede hacer lo mismo, porque los pensamientos siempre conducen a palabras y acciones. Si el amor está en nuestro corazón, cada pensamiento, palabra y hecho puede producir un milagro. Como la comprensión es el fundamento mismo del amor, las palabras y acciones que emergen de nuestro amor siempre son de ayuda”. Thich Naht Hanh Espacio de agradecimiento Agradezco a mis maestros: Dr. Rafael Echeverría, por su enseñanza y la pasión en su tarea, y por invitarnos a filosofar sin ser filósofos. A Alicia Pizarro por su inmenso amor. A mis coaches del programa avanzado: Ana Murillo, coach del proceso, y Soledad Valenzuela, quien estuvo acompañándome en este trabajo de investigación. A mi coach del programa ABC, Roberto Sanvido. A mi comunidad que me sostuvo cuando me veían caer, generando esa confianza que necesité. A toda la gran comunidad que fue el avanzado 2010-2011. A los coaches que estuvieron siendo partícipes de la experiencia en general. A Runa Terren por su biodanza. A Alberto Wang y Silvina Henríquez por su invitación a explorar la 31 corporalidad a través de la bioenergética. Bibliografía Lowen, Alexander. El gozo. Editorial Era Naciente. Payne, John. Constelaciones familiares para personas, familias y naciones, Ediciones Obelisco, 2007. Salinas, Silvia y Bucay, Jorge. Amarse con los ojos abiertos. NOTAS 1. Modelo OSAR. Para profundizar, ver El observador y su mundo Vol. I del Dr. Rafael Echeverría. 2. Constelaciones familiares para personas, familias y naciones, John Payne, Ediciones Obelisco, 1º edición, 2007. 32 El dolor del enojo Alejandra Molina Haciendo el ejercicio reflexivo para el proyecto de investigación en la Primer Conferencia en Chile, me costaba pensar en ponerle un título a mi trabajo de investigación. Al verlo hoy, me doy cuenta de que puse ahí, particularmente en la pregunta ¿cuáles son tus vicios más destacados?: “mis momentos repentinos de mal humor, mis enojos. Es algo que no me gusta de mí y que además sé que a mi entorno directo (esposo e hijos) les afecta…” A partir de esta reflexión y volviendo al recorrido de mi historia, empecé a asociar momentos de miedos grabados en mi memoria. Muchos eran a raíz de las peleas de mis padres y los gritos que las acompñaban. Es algo que hoy todavía cerrando los ojos escucho. Sentía miedo, las reacciones de mi papá eran desmedidas: tiraba platos, gritaba, golpeaba cosas. Las consecuencias que hoy veo de esto han sido muy variadas. Por un lado, por mucho tiempo le tuve miedo a mi papá. Con él se podía hablar si veíamos que estaba de buen humor. Le otorgábamos una autoridad basada en el temor a que se enojara. Era un respeto absoluto y admiración en un montón de cosas. Sin duda él fue un modelo importante en mi vida. Siempre me he visto muy parecida a mi papá, desde el carácter fuerte, pero además en lo decidida, mi empuje, mis ganas de hacer. Ese mal humor que se vivía en lo familiar, creo que hizo que yo aprendiera a no demostrar mis miedos y a casi no llorar. Y escribo esto de no llorar porque cuando comencé el programa ABC, trabajando con mi coach comentábamos lo sensibilizada que estaba: lloraba por todo. Y recordé que de chica, cuando recién nací, me contaban que lloraba mucho y hasta los cuatro o cinco años me cargaban y me decían “la llorona”. Pero algo pasó que no recuerdo bien, pero dejé de llorar, o por lo menos no lloraba tanto. Sin embargo, esto volvió a mi memoria. Ahora estoy muy sensibilizada: con lo alegre y con lo triste lloro como creo que hacía mucho tiempo que no lo hacía. Desde que comencé a trabajar conmigo en autoexplorarme e indagar en mi sistema familiar, cuando comencé el ABC, he estado buscando entender lo que pasaba en mi casa de niña. Entender por qué podía haber momentos de mucha felicidad y otros de miedo, y todo dependía del humor con el que estuviera mi papá… Y siento que esta modalidad también hoy afecta mi dinámica familiar y me afecta mucho a mí. Siento que no me puedo desprender de ese mal humor que aprendí tan fácilmente. Siento que esto es algo que me acompaña. Me veo en mis momentos de mal humor cambiando la emocionalidad de mi familia actual. Un humor sin violencia como la que yo experimentaba de chica, pero que no me agrada porque muchas veces es un mal humor injustificado. Es como estar enojada sin saber el porqué. Y la peor de estas consecuencias, la que hoy evalúo como más 33 importante para mí, es que en cierta medida, con gritos y mal humor (muchas veces sin saber por qué), replico ese modelo en mi vida… Tal vez aquí muestro esa misma autoridad que mostraba mi padre y al sentirme en el rol de educadora de mis hijos me muestro en el mismo lugar en el que yo veía a mi padre. Pero cuando me veo así no me gusta, me duele. Pienso lo que esto puede significar para mis hijos. Me duele la idea de pensar que ellos pueden llegar a tener ese miedo que sentía yo y que además sea un modelo que repliquen tal como yo lo estoy haciendo. Me costó mucho empezar a escribir sobre esto, porque sentía que estaba resaltando las cosas negativas de mi padre. Hoy siento que hay muchas positivas en él, de las cuales también tengo algunas incorporadas en mí. Pero asimismo siento que mi deseo más grande es cambiar las modalidades que me afectan y, por sobre todo, no transmitir en mis hijos esto que a mi tanto me dolió…. Si pienso en qué diferencia quiero que haga esta investigación, qué aporte espero, sin duda es vivir en paz con los enojos aprendidos y no replicarlos en vida presente ni futura. Amo a mis hijos y apuesto a que los vínculos que genere con ellos sean espacios de disfrute y libres de temores. es vivir en paz con el enojo de mi padre y quitarme ese modelo de encima, cambiar para convertirme en la persona que yo quiero ser. Amo a mis hijos y mi apuesta es a que los vínculos que genere con ellos sean espacios de disfrute, de amor sin temores. I. Desde la mirada metafísica A partir de adherir fuertemente a la opción ontológica, me cuesta reflexionar sobre esta opción metafísica. Aunque claramente está presente en muchos de mis pensamientos, ya que forma parte de mi historia. La reflexión que podría hacer desde la mirada metafísica sería aceptar que somos de una forma determinada, que solo me queda convivir con ella y que los demás la soporten, es decir, resignarme a mi enojo y ni siquiera me preocuparía por averiguar de dónde viene y para qué me sirve. Acceder tan solo a justificaciones que logren dar cuenta de cómo son las cosas y seguir acentuando esas diferencias con los demás. Sin duda creyendo que esta es la única forma, la verdadera. El resultado sería resignarme a mi enojo, aceptar que “así soy” y que no hay posibilidad de cambiarlo. II. Desde la mirada ontológica Esta reflexión es la que quiero hoy para mi vida, en lo personal y en lo profesional. Desde esta opción puedo ser: 34 capaz de observar mis emociones en diferentes dominios y circunstancias para poder cambiarlas e intervenir en el diseño de ellas. capaz de tener interpretaciones nuevas más poderosas sobre mí y sobre mi entorno. Entender mi historia y diseñar mi futuro. buscar en mis experiencias las respuestas que necesito a las muchas preguntas que me hago sobre mi tema de investigación. descubrir maneras diferentes que me conduzcan a cumplir mis aspiraciones. ·comprender a cada miembro de mi familia de origen como observadores diferentes, con una historia y con sus interpretaciones sobre ella, y cómo ese sistema me ha condicionado en mis comportamientos. Esto será una clave muy poderosa en mi vida para entender lo que siento y lo que hago y cómo intervenir en eso para ser feliz y también contribuir al bienestar de los que me rodean. Todo esto siento que es lo que más me moviliza a intervenir en este tema que me he propuesto trabajar. Las preguntas que me gustaría responder a través de mi investigación son: ¿Qué es el enojo?, ¿cuándo nació?, ¿para qué me sirve?, ¿es necesario en mí?, ¿qué me genera ese enojo?, ¿cuándo y dónde lo aprendí?, ¿qué esconde?, ¿qué más hay en mi enojo: miedo, tristeza, fuerza?, ¿es conmigo o contra mí misma ese enojo?, ¿o es contra mi papá?, ¿se justifica el enojo en alguna situación?, ¿cómo lo controlo?, ¿cómo lo evito?, ¿por qué me duele sentir enojo?, ¿cuál es la contracara de del enojo: la paciencia, la tolerancia, tal vez?, ¿es el enojo en mí un camino a la acción?, ¿me da fuerza en algún sentido?, ¿qué haría si no lo tuviera, si no sintiera enojo? III. Mis experiencias de vida Reconozco EL ENOJO en mi cuerpo cuando me siento con una respiración agitada, mi mandíbula está apretada. Muchas veces ese enojo solo me tensa corporalmente, y algunas otras sale en forma de grito. Siento que mi corazón late muy fuerte… Recuerdo cuando era chica, tendría seis o siete años, que mi papá nos retó a mis hermanas y a mí. Nos estábamos peleando entre nosotras y él se puso furioso, desmedidamente furioso y nos pegó a las tres un cachetazo. Yo estaba parada frente a la mesa de la cocina, y del impacto del cachetazo me golpeé la ceja con la mesa y se me hizo un tajo. Siempre recuerdo ese momento porque mi abuela se enojó mucho con mi papá. Yo también me enojé con él, pero no fue un enojo demostrado, verbalizado, no podía decirlo, era una niña. Y siento que mis enojos se vienen guardando desde entonces. Lo que pasaba conmigo: claramente sentía miedo en este tipo de situaciones. Por lo general, lloraba en silencio. Yo creo que en mi cuerpo sentía como si las piernas me temblaran suavemente. 35 Otra reacción de ira que recuerdo de mi papá es una vez que él estaba durmiendo la siesta. Había trabajado de noche, yo tenía siete años y jugábamos con mis hermanas con un colchón en el living. Nos reíamos y hacíamos ruido. En un momento me fui al baño y cuando estaba ahí escucho los gritos de mi papá que retaba a mis hermanas. Se había levantado furioso porque no lo dejábamos dormir. De repente entra al baño y me pega. Tenía tanto miedo que tardé un rato en salir esperando que se le pasara el enojo. No podía dejar de llorar y a su vez me enojaba la situación. Solo éramos unas niñas que jugaban. Recuerdo a mi papá en muchas ocasiones peleando con mi mamá por temas económicos: eran gritos descontrolados. Tiraba cosas. Si estábamos en la mesa tiraba los platos en la pileta. Es algo que presencié en muchas ocasiones. Mi mamá a veces lloraba, otras no decía nada, no lo enfrentaba. Yo me quedaba callada sin moverme. Sentía miedo, tristeza, rabia, una rabia que me hacia doler el estómago y llorar… A los 15 años tuve una discusión fuerte con mi mamá. Ella no quería que me juntara con una amiga. Y recuerdo que le grité mucho, le dije que no quería que se metiera en mi vida, y ella me pegó un cachetazo. Sentí en mi madre mucho enojo contra mí y el mío se parecía mucho al de mi papá… Era un enojo desmedido el mío, hasta creo que mi mamá esperaba que reaccionara de alguna manera. Tenía acelerado el ritmo cardíaco y el cuerpo rígido y mi rostro mostraba ese enojo, esa rabia. Mi mamá es una persona que admiro, pero siempre he visto que no podía con la autoridad de mi papá. En mi adolescencia buscaba rebelarme, lo que me hacía perder la noción de autoridad de parte de mi mamá. Cuando mi papá se enojaba con ella y le decía algo delante de mío, no podía entender cómo no le contestaba. Y creo que esto me llevaba a provocarla a ella, esperaba que reaccionara, que me mostrara que ella también era una autoridad en esa casa. Nos cuidaba, se ocupaba del colegio, de la comida, de nuestras enfermedades, tenía para mí una autoridad moral indiscutible, pero claro, no la mostraba como papá…. Muchas veces me quedo callada ante algo que me enoja, salvo que reciba de alguien alguna agresión que yo sienta que afecta mi dignidad. No soy por lo general una persona de confrontarse con otros u otras. Tampoco suelo enojarme con gente que no me importa, tiendo a evitar a gente que tiene actitudes que yo evalúo como negativas. Suelo ponerme de muy mal humor y no hablo. El no gritar ni hablar suele pasarme con gente ajena a mi entorno familiar Mis enojos claramente, y que son los que me duelen, son más como un sentimiento de impotencia cuando mis hijos no me obedecen. Y lo veo ligado a mí como un patrón aprendido durante mi infancia. Como he dicho, mi papá fue bastante rígido, había que obedecerle, incluso mi mamá solía ponerlo en el lugar de la máxima autoridad. Muchas veces nos decía: “Ya van a ver cuando venga papá” o “de esto es mejor que no se entere papá”. 36 Con mis hijos cuando no me hacen caso los reto, los mando en penitencia, les prohíbo que vean televisión o que no jueguen con los jueguitos electrónicos, o no les dejo ir a casa de sus amigos o les prohíbo invitar amigos a la casa.. Muchas veces los mando al baño a los dos juntos a pensar cuando se pelean y les digo que me llamen cuando ya pensaron cómo se van a comportar. En otras ocasiones les grito desmedidamente, ahí es cuando siento que no tengo más paciencia. Se me acelera el corazón y me contengo como si me atara a mí misma para no pegarles. Me duele la garganta de tanto gritar. Y aquí es donde menos me gusta como actúo y me pregunto cómo puedo irritarme tanto. Por eso hoy percibo como si estuviera repitiendo ese modelo familiar que viví. Creo que poner límite no está mal con mis hijos, lo que me cuestiono es la forma, porque la penitencia no me parece terrible al privarlo de cosas, el tema es cómo se los digo. Me gustaría decirles lo mismo pero sin gritar, sin agredirlos. En los casos donde más irritable me siento es con mis hijos. Quizá ellos puedan sentirse indignamente tratados cuando el reto es excesivo. Nunca son insultos de mi parte, pero si quiero advertir que esto también puede afectar la dignidad, la autoestima de una persona desde la infancia. Experiencias en las que he me sentido digna: Cuando soy respetada, reconocida. En mis trabajos me he sentido casi siempre tratada con respeto. Me he sentido digna con mi profesión, he trabajado durante muchos años en Recursos Humanos en empresas y me he sentido digna en mi trato hacia las personas que trabajaban conmigo. Hoy haciendo mi autobiografía recordé que a los doce años me dieron un reconocimiento en el colegio por ser elegida la mejor compañera. Me sentí digna. Me siento digna con mis amigos. Mi marido es una persona que en lo cotidiano suele reconocerme, me alienta a seguir. Me siento respetada por él. Y en los 18 años que estamos juntos cuando he sentido que algo no es reconocido por él, también me enojo. Muchos de esos enojos han sido con gritos, otros de no hablarle por un rato. Pero ese enojo se resuelve luego conversando sobre lo que pasó, la mayoría de las veces generalmente propiciado por él. Y luego de esa conversación, cuando hay reflexión, me es más fácil salir de esa emoción del enojo. Las experiencias en las que mis hijos me responden todo fluye mejor, mi humor es bueno y claramente todo está tranquilo. Ahora que escribo esto, me doy cuenta de una vez percibido yo que ellos me hacen caso, esperan que yo me dé cuenta y les diga algo al respecto: un reconocimiento de lo bien que se portan. Y en general. suelo decirles algo positivo… Experiencias en que me he sentido tratada indignamente: Son las experiencias que he relatado sobre el enojo de mi padre. Aquí puedo ver que los retos de mi padre han podido atentar contra mi dignidad. En el sentido de que han afectado mi autoestima. Claro que esto es algo que solo 37 logro percibir ahora. Con mi papá, en particular, siempre esperaba que me reconociera si hacía algo bien. Mi estándar de “perfección” era claramente él, a pesar de sus enojos. Cuando era niña no podía mirarlo con una incompetencia. Y aquí me veo nuevamente copiando su modelo, que no me había permitido ver hasta hoy que ese enojo no está para mí en el estándar de la “perfección”. Es una figura tan fuerte mi padre para mí, que he incorporado comportamientos que hoy juzgo negativos como normales, inclusive como que estaba bien ser así, sin darme cuenta del daño que nos causaba. En cualquier situación donde me siento agredida, no reconocida por el trabajo realizado y a su vez maltratada, me siento indignamente tratada. Algunas veces me he sentido indignamente tratada sin que me digan nada, y con esto me refiero a algo que tiene mucho que ver con mi autoestima también. Me esforcé mucho de niña por ser la hija perfecta: ayudaba a mi mamá, estudiaba, era la mejor alumna, elegida la mejor compañera. Pero jamás llegaba el reconocimiento de parte de mis padres, sobre todo el que yo esperaba que era el de mi papá. Experiencias en las que he visto que a otros trataban indignamente: Cuando mi papá retaba a mi hermana más chica porque le iba mal en el colegio y la encerraba a estudiar. En un trabajo que tuve, un gerente de la empresa que trataba muy mal a los empleados de limpieza de la empresa. Una persona con la que trabajé a los 20 años, que le gritaba e insultaba mucho a sus empleados cuando algo no salía como ella quería. IV. Mi mirada desde “el claro” Mi tema empezó con el título de “La ira”. Sin embargo, hoy me suena fuerte, porque he empezado a mirar a partir de la realización de mi proyecto de investigación cómo esa ira se transforma en mí en un enojo que me duele profundamente. Tal como comenta Lowen en su libro, el enojo es una emoción importante en la vida de todo ser, porque es la emoción que surge frente a algo para protegerte. A partir de las experiencias que he vivido siento que ese enojo se instaló en mí por la imposibilidad que tenía siendo niña de poder decir “BASTA” a mis padres con sus peleas, con sus gritos, con sus golpes. Imposibilidad que estaba dada por la edad y por el miedo que sme invadía y, claramente, por la autoridad que siempre le he conferido a mi papá durante toda su vida. Me quiero quedar también con que el enojo es una emoción que permite avanzar, con lo que empiezo a ver que ese enojo me fue necesario en algunos momentos para llegar hasta el lugar en el que ahora estoy. A los 18 años ese enojo me hizo salir de la casa de mis padres y empezar a buscar una vida diferente. La manera de salir de ahí claramente fue 38 desde el enojo. Estuve por mucho tiempo enojada sin decirlo, mostrándome distante con mis padres afectivamente. Era yo ahora la que ponía una barrera entre ellos y mi mundo. Ya no quería esperar que me reconocieran ninguno de mis logros. Era yo quien ahora les decía que no los necesitaba. Y ese enojo me dio fuerzas para seguir sola, evidentemente con el costo que ello implicó. El pensar y actuar de manera de no necesitar del otro, el querer ser autosuficiente fueron costos, pero quizás el costo más grande y hoy lo que más me duele es la relación afectiva con mis padres. Pude sacar de alguna manera mi enojo hacia ellos recién a pocos meses antes del fallecimiento de mi papá, cuando coincidentemente estaba haciendo el programa ABC y aprendiendo sobre mis emociones. Hoy en los casos que más me veo enojada es cuando me siento maltratada, me siento no respetada, o cuando mis hijos no me obedecen. En estos casos me enfrento con un sentimiento de impotencia, el mismo que sentía cuando escuchaba a mi papá enojado, o a mis padres peleando, con la diferencia que hoy suelo expresar ese enojo de alguna manera y de niña solo callaba. Las maneras de expresar ese enojo comienzo a descubrir que son variadas. Cuando me siento maltratada, simplemente no hablo más. Mi rostro trasmite enojo, mal humor y he llegado a no querer tener más contacto con la persona con la que he sentido mal trato. Ahora reflexiono que es posible que les hubiera conferido a esas personas un poder o una autoridad que no tenían. Este, creo, que es claro en mí el punto a trabajar. El enojo que me surge ante la imposibilidad de que otro haga lo que yo le digo y además también que me reconozcan si hago algo bien, lo cual está relacionado con mi propia autoestima y la autoridad que quiero que me otorguen. Cuando quiero que algo se haga, no puedo verlo como algo caprichoso de mi parte, sino que en ese momento lo evalúo como necesario. Ahora soy capaz de mirar si es importante y necesario, o puedo soltarlo, porque también el punto es cómo pedir esto mismo sin llegar al enojo, sin sentir la impotencia que me generaba el que no me hicieran caso. Y en cuanto al reconocimiento, me ha costado mucho aprender a conferirme a mí misma valor, porque siempre estaba esperando la aprobación de alguien, de alguien a quien yo le diera autoridad como la que le daba a mi padre, y al no recibir reconocimiento de alguien con autoridad me enojaba. Ahora que he estado trabajando más en mi autoestima, en el valor que yo misma me confiero. He notado que mis enojos van disminuyendo cuando me siento satisfecha por lo que he realizado. Mi hijo mayor trajo un cuento hace unos días del colegio, donde en un espacio que llaman personal development, trabajan sobre las emociones. Sentí que ese cuento era para mí, que llegaba en ese momento para ayudarme a seguir mirándome. Me sirvió para hablar mucho con mi hijo sobre mi manera de decirle a veces las cosas, y de cómo se sentía él… Aquí va: 39 Había una vez un chico que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que, cada vez que perdiera la calma, debería clavar un clavo en la puerta de la casa. El primer día, el niño clavó 37 clavos. Al día siguiente, 35, otro día, 28. Poco a poco fue calmándose porque descubrió que era muchísimo más fácil controlar su carácter que clavar los clavos en la puerta. Finalmente, llegó el día en que no perdió la calma para nada y se lo dijo a su padre. Y entonces el padre le sugirió que por cada día que controlara su carácter, debería sacar un clavo de la puerta. Los días pasaron y el joven pudo finalmente decirle a su padre que ya había sacado todos los clavos. Entonces el padre llevó de la mano al hijo frente a la puerta y le dijo: Mira, hijo, has hecho bien, pero fíjate en todos los agujeros que quedaron. La puerta nunca volverá a ser la misma de antes. Creo estar a tiempo de cambiar esos enojo. Sé que no puede modificar el pasado, es cierto, pero aspiro a entenderlo y vivirlo diferente para modificar mi futuro. Hoy quiero que mis hijos sean felices, quiero que me recuerden como una buena madre, que se sientan orgullosos de su mamá, que les parezca bueno lo que aprendieron de mí y que lo repliquen en sus hijos. V. Perfil unitario Este enojo que he identificado como mío, entiendo que puede tener mucho en común con otros seres humanos. Poniéndome en la mirada ontológica he querido descubrir otras caras que me permitan construir un perfil unitario diferente, no convencional. Para ello elaboré un cuestionario, en el que pregunté a varias personas respecto a la ira, el enojo, la rabia. He aquí el cuestionario. ¿Sientes o has sentido ira, enojo o rabia alguna vez? (experiencias) ¿Cómo se manifiesta en ti esa ira? ¿Qué dices cuando estás enojado? ¿Qué piensas cuando estás enojado? ¿Qué otras emociones te acompañan? ¿Qué pasa con tu cuerpo? ¿Esa ira es un camino para algo? ¿Te da fuerza? ¿Dónde y cuándo crees que la aprendiste? ¿Controlas la ira? ¿Cómo? ¿Evitas la ira? ¿Cómo? ¿Cómo logras fluir con la ira y recuperar la paz? Las respuestas a estas preguntas que me han regalado varias personas, en algunos casos son diferentes a lo que me pasa a mí y en otros se asemejan, por lo que considero que agregan valor, precisamente al mover mi mirada y apreciar la diversidad de los seres humanos. 40 Lo que he encontrado como perfil unitario es que parecería que aprendimos “una cierta forma” de enojarnos desde muy pequeños, ya que nuestros padres se comportaban en forma similar: eran violentos, y daban gritos y repartían golpes. Aunque crecimos con miedo, esto se convirtió en algo “normal” en nuestras vidas. Ahora de adultos estamos reproduciendo el mismo comportamiento. Todos les conferimos a nuestros padres poder y autoridad sobre lo que dicen y sus comportamientos, y de una u otra manera se convierten en nuestros modelos. Les concedemos tanto valor a ellos que tendemos a desvalorizarnos a nosotros mismos por lo que cualquier cosa que no siga esa modelo, nos parece que no podemos conferirle autoridad. Esto es algo que podemos sostener de adultos. Necesitamos de una figura a la que le otorguemos autoridad para validar nuestros comportamientos y esperamos el reconocimiento de su parte. Sentimos enojo cuando: Lo que sucede lo consideramos injusto: no poder tener hijos, nos enojamos ante una pérdida como el fallecimiento de un hijo, la muerte de un ser amado. Todo esto está relacionado con la NO aceptación de la facticidad de la vida. Frente a lo que consideramos un error, cuando no se cumplen nuestras expectativas, cuando no sucede lo que queremos. Cuando comprobamos que alguien nos ha mentido, también nos enojamos. Cuando nos sentimos no valorados/no reconocidos por otros, tanto a nivel laboral como familiar. Cuando nos sentimos “obligados” a hacer algo que no deseamos y se nos impone por la autoridad formal de otra persona (padres, jefes, etc.), o por el poder que le conferimos a esa persona, tal vez sin merecerlo. En situaciones de ansiedad o de estrés, muchas veces asociados con la prisa, las preocupaciones y la frustración. Al vernos inmersos en situaciones que nos desagradan, que no elegiríamos, que no nos gustan: trabajo, personas, “diversiones”. Cuando sentimos que los temas legales nos exceden, nos genera bronca el sistema y todo lo que lo rodea. Nuestro cuerpo: Se tensa: mandíbula, cuello, extremidades, contracturas en el cuello y espalda alta, los puños apretados. Proferimos gritos para sacar el enojo por la boca. Sube desde la garganta, o sube desde el estómago, a veces es solo sonido, a veces son palabras. Es una necesidad que no podemos controlar: ¡¡gritoooo!! También suele haber consecuencias a nivel estomacal: acidez, dolor en el vientre, gastritis, úlcera, colitis, inflamación, etc. En algunos casos reportan que surgen erupciones en la piel. Taquicardia, náuseas, sudoración abundante. 41 Es posible que surjan contracturas, dolor en la espalda, lumbalgia. Que desaparezca la fuerza, que nos paralicemos, que no podamos abrir la boca o mover los brazos. Acciones: Se manifiesta desde el callar cuando sentimos miedo de las consecuencias que puedan acontecer si decimos lo que pensamos, y surge que empezamos a sentirnos impotentes. No se habla, se traga lo que se piensa. Se evita, se controla, se disimula, y se va produciendo una gran tristeza. Se manifiesta con violencia cuando nos sentimos seguros/confiados de nuestro propio poder. Solemos ser agresivos, crueles, hirientes y ofensivos. Proferimos gritos hiriendo con palabras cuando nos resulta socialmente posible este comportamiento, en ocasiones también estalla el llanto. Conversaciones violentas que no sirven para nada, no resuelven nada. Decimos cosas horribles que hacen mucho daño a las otras personas, cosas que le duelen al otro u otros, como si odiáramos el mundo en ese momento. Para descargar frustraciones, broncas y preocupaciones que nada tienen que ver,- necesariamente,- con el episodio que solo sirve de excusa en ese momento. Resultado: Suele suceder que después de enojarnos con otra persona, nos enojamos con nosotros mismos. En la mayoría de los casos juzgamos que el enojo no sirvió para nada y nos arrepentimos de lo dicho y de lo hecho. En ocasiones, lo asociamos con defender nuestra dignidad, o con llenarnos de energía para lograr un objetivo. Sentimos culpa, remordimiento por estar cometiendo una injusticia al aprovechar la ocasión para descargar sentimientos negativos que no se relacionan con el hecho que sirve de escape. Nos llenamos de malestar al saber que hemos sido injustos y que lastimamos a gente que amamos (quienes por su pretendida incondicionalidad suelen ser el objeto de la descarga). Nos sentimos abatidos, agotados, con una sensación de pérdida. Producida la descarga, nos sentimos mal anímicamente, pero mejor físicamente (con la sensación de “descarga”). Esto lo vemos patente cuando descargamos la frustración ante una tarea manual y nos agarramos a pelar con el objeto (una silla que no logramos abrir, una puerta, una planta, una pared), intentando buscar otras vías de escape de tanta energía contenida en nuestro enojo. También controlamos esa energía negativ con anti-ansiolíticos, que ayudan a reducir los niveles de ansiedad, permite fluir más relajadamente y 42 evitar que las prisas nos afecten. Es como que todo nos jode menos al importarnos menos. Cambios deseados: Existe el deseo de cambiar el comportamiento violento, de controlar la reacción impulsiva para pasar por una reacción reflexiva. Volver consciente la primera reacción para respirar, calmarnos antes de empezar a hablar sobre el tema. Decir lo que estamos sintiendo en forma no violenta, compartiendo nuestro sentir y punto de vista sin hacer daño a la otra persona. Concientizándonos de las consecuencias que está teniendo el enojo en nuestra vida y en la de los que más amamos. Nos cuidamos más de llegar a una situación en donde reviente de IRA, midiendo la intensidad, recordando aprendizajes del pasado. Aprender a aceptar algunas situaciones que tienen que ver con la facticidad de la vida, que no dependen para nada de nosotros mismos. Fluir hacia la paz: Respirar profundamente. Seguir un curso de posturas de yoga, meditar. Rodearnos de personas con las que podemos conversar sobre lo que sentimos, para poder sentirnos escuchados y aceptados. Revisar con nosotros mismos los temas que nos están molestando. Realizar una actividad física extenuante para soltar el enojo. Tratar de mantenernos relajados; cantando algún mantra poco a poco recuperamos la calma. Salir a caminar, a dar una vuelta, para conectar con pensamientos positivos; aunque nos cueste, cuando hacemos ejercicio resulta. VI. Escuchando otras voces He leído en los últimos años varios de los libros de Rafael Echeverría. En particular para este trabajo he releído el capítulo de “Las emociones”, donde él escribe: “Esto implica que si queremos entender determinada emoción, es importante remitirla al acontecimiento desencadenante”. Y esto es lo que he intentado hacer con este trabajo. Ir a las experiencias para entender el fenómeno que explica tales emociones. “El ser capaces de observar nuestras propias emociones en cuanto tales, nos permite intervenir en su diseño”. Sin duda esto es clave, es el fin último de mi trabajo: poder intervenir en aquellas emociones, el enojo en particular, para poder fluir hacia la paz. En este propósito ha sido un gran aporte leer el capitulo “El enojo: otra emoción sanadora” del libro El gozo de Alexander Lowen. Con el descubrí que podía revindicar el enojo como una emoción sanadora, que aparece como validación de la propia dignidad. Como una reacción natural ante la pérdida 43 de la libertad. Otro gran aporte de esta lectura fue ir descubriendo distintas formas de expresar mi enojo, muchas de las cuales eran inconcientes. “Una persona enojada es una persona tensionada”. Si la tensión es crónica, dice Lowen, “la persona muchas veces no es conciente de su enojo, aunque salga como irritación o frustración o con rabias importantes”. Yo primero fui en busca de mis enojos primarios, donde se constituyó mi enojo, y a partir de allí pude identificar mis enojos actuales y descubrir cómo intervenir en ellos, incluso en algunos casos ya ni siquiera enojarme. El libro de Norberto Levy titulado La sabiduría de las emociones, me aportó varias miradas sobre mi tema respecto de las formas de descarga del enojo. Me ha sido de gran valor conocer el término autoafirmación que utiliza Levy: “La autoafirmación es un tema clave para comprender mejor la función resolutiva del enojo al expresar con claridad la propia necesidad o punto de vista.” La autoafirmación está más allá del enojo, es una función básica para realizar cualquier intercambio. La autoafirmación depende del poder y del valor que yo me concedo a mí misma. En la situación del enojo, la capacidad de autoafirmación es escasa. Cuando puedo aprender a autoafirmarme (valorarme, reconocerme), puedo expresar lo que necesito sin la descarga del enojo. Otra vez cito a Levy: “[…] cuando las personas aprenden a utilizar la energía del enojo para darle más determinación al intento de resolver el desacuerdo que enoja, eso se logra con el mínimo daño de todos los protagonistas, en la vida de esa persona ha cesado la guerra inútil…..” VII. Mis aprendizajes A lo largo de este proyecto de investigación ontológica he aprendido que el enojo es una emoción legítima, y que hay una diversidad de formas de enojarme, que yo misma puedo decidir qué acciones tomar en cada momento. Y es aquí donde quiero mostrar que a partir de revisar mis experiencias de vida, las situaciones que me producen enojo, empecé a ver que hay distintos niveles de enojos en mí, lo que me permitió diseñar maneras diferentes de intervenir: Surgen enojos cuando estoy cansada y mi nivel de tolerancia es menor. Este es un enojo que puedo evitar, intentando, como dice mi hijo más grande, “contando hasta diez y respirando profundamente”. Hay otro enojo que hoy juzgo que no vale la pena que me produzcan enojo, y es el dirigido hacia personas que me han tratado mal, injustamente desde mi propio juicio. Aquí mi desafío es entender que son diferentes de mí y que además puedo elegir si les concedo o no autoridad sobre mí misma. Otro enojo que distingo claramente hoy, es aquel que tiene que ver con mis expectativas. Y aquí pongo de ejemplos los enojos con mis hijos. Muchos de ellos están relacionados con cosas que yo juzgo que deberían ser o hacerse 44 de determinada forma, pero que no están muchas veces conversadas con el otro. Hoy puedo decir que estoy aprendiendo a conversarlo antes con mis hijos y evitar que se produzcan esos enojos. Los aprendizajes que hoy juzgo positivos: aquellos que me han ayudado a construir. Ese enojo en el que hoy quiero intervenir, me posibilitó en su momento tomar fuerzas para salir de un lugar que no me gustaba, pero claramente ya no es necesario sostener ese enojo actualmente. Las consecuencias que hoy juzgo negativas: ese enojo hoy puede dañar a otros, como en su momento me dañó a mí, al decir cosas de las que después me arrepiento porque he lastimado a alguien e inclusive puede llevarme a terminar relaciones. He escrito sobre el enojo mirando en lo más profundo de mi alma. Siento que ha sido un gran aporte mirarme desde el claro. Desde el inicio, este proyecto me ha permitido descubrir, legitimizar, perdonar y, por sobre todo, intervenir en mi enojo para vivirlo de una forma totalmente diferente. Agradezco profundamente los testimonios de las personas que colaboraron con mi escrito. Son personas que quiero y admiro mucho. He aprendido de ellos formas diferentes de registrar el enojo y, lo más importante, me han enseñado a cómo empezar a fluir hacia la paz. Es mi deseo que este trabajo sea un aporte importante también en sus vidas. Me ha permitido observar que puedo aprender a fluir del enojo a la paz. Hoy puedo pensar antes de actuar de manera enojada si es necesario, puedo pedir perdón si lastimo, puedo decir que me siento mal. Puedo no otorgarle poder/autoridad a otras personas para no enojarme por lo que digan o hagan. Puedo entender por qué mi papá se enojaba, desde dónde él también aprendió ese enojo y no pudo hacer cambios en su momento de vida, a la vez que también hoy puedo reivindicar sus aspectos positivos, que son muchos. Hoy quiero seguir interviniendo en mis propios enojos. Sé que me queda mucho aún por trabajar y me siento muy bien de estar avanzando en este propósito. Al comienzo de mi escrito escribí esto: Si pienso en qué diferencia quiero que haga esta investigación, qué aporte espero, sin duda es vivir en paz con los enojos aprendidos y no replicarlos en vida presente ni futura. Amo a mis hijos y apuesto a que los vínculos que genere con ellos sean espacios de disfrute y libres de temores. Mis hijos son el motor de mis cambios, de mi vida, me han hecho ver que se puede ser mejor persona y me han movido a cambiar. Estoy orgullosa de ellos y aprendo mucho de ambos. Gracias Nacho, gracias Agus. 45 El sentido de la vida Ana Covarrubias Desde hace algún tiempo me he cuestionado qué es el sentido de la vida y lo que representa para los seres humanos. Generalmente, cuando escucho hablar sobre el sentido de la vida, refiere a cuestionamientos que pueden darse en diversas circunstancias y actitudes, desde una perspectiva constructiva y que da dirección, hasta circunstancias muy particulares donde aparecen la tristeza, la duda y los juicios de incapacidad para enfrentar con éxito situaciones adversas y que, en situaciones extremas, pueden terminar en un suicidio. Puedo por ejemplo, escuchar para quien este cuestionamiento es una práctica común y una posibilidad de construir y reflexionar sobre la propia vida; o bien, puedo escuchar: “ha perdido el sentido de la vida”, haciendo referencia con esto a alguien que no tiene dirección en su vida, que va por caminos que no le satisfacen, que se enfrenta a momentos de dolor, sufrimiento y desesperanza ante la pérdida de un ser querido o de actividades importantes como el trabajo, por muerte o separación, o quien repetidamente se enfrenta a resultados insatisfactorios y hace el juicio que no importa qué haga, es incapaz de obtener resultados diferentes y satisfactorios. Desde muy pequeña me cuestioné el sentido de mi vida. No recuerdo la edad exacta que tenía la primera vez que lo hice, pero debí andar aproximadamente por los cinco o seis años de edad. Soy la quinta de cinco hijos que mis padres tuvieron. El segundo de ellos, Juan, murió al nacer. Durante mi infancia, varias veces me pregunté: ¿por qué era yo la más pequeña de todos y no alguno de mis hermanos?, ¿por qué yo no era la más grande?, ¿qué habría sucedido si Juan no hubiese muerto?, ¿habría yo nacido?, ¿habrían mis papás tenido cinco hijos y nacido yo como la quinta hija?, ¿por qué Juan murió y yo no?, ¿por qué estaba yo viva y en esa familia? Jamás pude responder a estas preguntas, sólo pude responderme que Juan no había tenido mi suerte de estar viva y ninguno de mis hermanos de ser la más pequeña, posición muy valorada por mí. Conforme iba creciendo, fui viviendo mi vida presente e imaginando mi vida futura. Conceptualizaba con esperanza el futuro y la felicidad que podría vivir y alcanzar. Fui armando un mundo de ilusiones y esperanzas alrededor de lo que la sociedad y mi familia esperaban de mí y de lo que yo pensaba que me haría feliz. Estudié y me gradué con honores de una carrera profesional para ser una profesionista exitosa, realicé actividades que enriquecían mi vida, construí relaciones con amigos y familiares y emprendí grandes proyectos en mi vida. La vida me sonreía amablemente y, por muchos años, olvidé hacerme las preguntas que a mis cinco años me hice. Daba por seguro lo que la vida me otorgaba y yo tenía, hasta que la vida dejó de sonreírme como lo había hecho. Viví una crisis que me llevaría al 46 cuestionamiento más profundo del sentido de mi vida a mis 32 años: ¿para qué estaba yo viva?, ¿qué diferencia había si vivía o no?, ¿cuál era el propósito de vivir? Había yo llegado al mundo, ¿qué podía hacer en él? ¿Lo que hacía día a día era lo que debería hacer?, ¿a dónde deseaba llegar?, ¿cómo podía trascender? Durante el tiempo de mis cuestionamientos hacia mi vida normal, trabajaba y hacía actividades que me gustaban, dejaba lugar para mis pasatiempos, veía frecuentemente a mis amigos y familia y, sin embargo, no disfrutaba, sino que sentía una gran frustración por mi incapacidad para lograr algunas metas en mi vida. Me sentía triste y desconsolada. A medida que el tiempo pasaba sin lograr mis objetivos y estaba permanentemente cuestionándome el sentido de mi vida sin encontrar una respuesta, acepté que había dejado de tener claro cuál era el sentido de mi vida. Este cuestionamiento lo vivía con un gran vacío en el pecho, con una tristeza que constantemente me hacía un nudo en la garganta y que frecuentemente me llevaba a las lágrimas. Al encontrarme en el programa y con la posibilidad de una investigación, surgió en mí la inquietud del sentido de la vida. I. El sentido de la vida Cuando hablamos de sentido de la vida nos preguntamos qué es o cuál es el sentido de la vida. Las respuestas a estas preguntas son diferentes para cada persona. Para algunas, el sentido de la vida lo da la familia, los hijos, el trabajo, los deportes extremos, Dios, ciertos dominios, ciertas circunstancias, e incluso existen algunas personas que consideran que la vida misma pudiera tener un sentido intrínseco, es decir, que la vida tiene sentido por sí misma, y es la vida o el destino quien ha definido el sentido. Hace algunos años viví de cerca el divorcio de mi mejor amiga. Fue una situación muy difícil para ella y para quienes la queremos. Después de tres años de matrimonio experimentó una crisis que terminó en divorcio y la llevó a perder el sentido de su vida. Cuando se casó, se sentía muy feliz y tenía una gran ilusión y seguridad de formar una familia; al divorciarse se encontró en una posición de duda sobre la dirección de su vida y las posibilidades que se le presentaban. Recuerdo sus palabras recurrentes sobre la incapacidad que sentía de tener una pareja, de volverse a enamorar y sobre todo de formar una familia. Aunado a esto, ella sentía una gran tristeza y desconsuelo. Conforme el tiempo pasaba, no tuvo una relación de pareja. Sus cuestionamientos fueron cada vez mayores y sus juicios de incapacidad cada vez más profundos y obsesivos, apuntando a que no era capaz y estaba destinada estar sola. Solía estar embargada de emociones de desesperanza y de un gran vacío. Juicios que muchas veces yo no podía comprender, dadas las posibilidades que yo percibía para ella. 47 Para algunas personas el sentido de la vida corresponde a gozar de un equilibrio en todos los dominios de la vida, y a veces basta con que un solo dominio se salga de ese equilibrio para cuestionarse el sentido de la vida. Una amiga muy querida me compartió alguna vez su cuestionamiento sobre el sentido de su vida. Este se daba en una situación en la cual sentía que un ámbito de su vida en pareja se había salido de equilibrio. Se sentía infeliz y junto a esto aparecían sentimientos de insatisfacción, tristeza, soledad, frustración e indecisión sobre cómo actuar, cosa que, debo admitir, me llamó la atención profundamente. Fue sorpresivo para mí esperar que la vida tuviese un equilibrio y, sin embargo, creo que es algo que los seres humanos frecuentemente esperamos y buscamos y, cuando no sucede, nos sentimos inseguros y comienzan nuestras dudas y algunos cuestionamientos. Recuerdo una buena amiga, quien casada y con dos hermosos hijos, me hablaba de lo mucho que se cuestionaba el sentido de su vida debido a situaciones que estaban fuera de su control, como las enfermedades de sus niños o cuando las cosas no sucedían como ella las esperaba y surgían en su persona el miedo de actuar efectivamente. Ante esto me cuestiono ¿qué es ese equilibrio que buscamos? ¿Es la ilusión del control? o ¿es acaso esperar que las diferentes circunstancias de la vida se presenten de acuerdo a lo que creemos predeterminado? Pocas situaciones en la vida se nos presentan como las esperamos o hemos imaginado acorde a nuestra historia, al observador que somos y a la sociedad a la que pertenecemos. Nuestras expectativas y juicios previos están siempre presentes. Algunas veces buscamos sin éxito encontrar el sentido de la vida esperando que la misma vida nos lo indique, suponiendo que ella tiene sentido por sí misma. Pareciera entonces que la vida es la que le da sentido a la existencia de cada uno de nosotros, es decir, que alguien o algo determinó en algún momento y en algún lugar lo que debería ser el sentido de la propia existencia. Este supuesto implicaría que no habría algo que nosotros, como seres humanos, pudiéramos hacer para cambiar ese sentido y que estamos destinados a ser y vivir de una determinada forma. Esto me causa confusión si pienso que en el día a día tomamos cada una de nuestras decisiones. Este supuesto es un enfoque metafísico, es decir, postura en la cual el ser que soy está predeterminado y está condicionado por algo previamente establecido en mí mismo y que no puede ser de otra manera. Por otro lado, para algunas personas el sentido de la vida puede encontrarse en el día a día, aún en las circunstancias más adversas. Víctor Frankl, reconocido neurólogo y psiquiatra austríaco, fue prisionero durante varios años en campos de concentración y sobrevivió el holocausto, en el que perdió a su esposa y a sus padres. Tras su liberación, Frankl regresó a Viena y escribió un libro muy famoso llamado El hombre en busca de sentido. En este libro, Frankl expone su experiencia y comparte que incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre puede encontrar 48 un sentido y una razón para vivir. Esta reflexión lo llevó a desarrollar la logoterapia, tipo de psicoterapia que se apoya en el análisis existencial y se centra en la voluntad de sentido, en encontrar sentido a las situaciones que obligan al hombre a enfrentarse consigo mismo. Frankl establece que si no se encuentra un sentido a la vida, los seres humanos podemos caer en depresión o en una experiencia de vacío existencial, ya que la búsqueda fundamental del ser humano no se basa en la búsqueda de la felicidad, sino de la voluntad de sentido y esta lleva a la felicidad. II. Cuestionamiento sobre el sentido de la vida Cuando la vida del ser humano es satisfactoria, la vida pareciera tener sentido y generalmente no surgen cuestionamientos sobre él. Sí sobrevienen cuando se presentan condiciones adversas, un estado de insatisfacción o infelicidad. Hay quienes por ejemplo se cuestionan el sentido de la vida cuando se perciben en desgaste, avanzando lento por lo que desean, sin conectar con algo que valga la pena y les haga sentirse plenos. Asimismo, el cuestionamiento puede surgir en situaciones excepcionalmente satisfactorias. Hay quienes se cuestionan el sentido de la vida en momentos muy especiales, poco comunes y muy felices. Un amigo me compartía que fue durante el nacimiento de sus hijos que reflexionó sobre el sentido de su vida, representando así un temor de perder la felicidad presente. El cuestionamiento sobre el sentido de la vida en los seres humanos puede aparecer en momentos de tristeza e insatisfacción, ante la pérdida de seres queridos o en alguna parte importante de lo que conforma la vida propia; es lo que yo llamo el recordatorio de estar vivos y de que la vida puede presentarnos múltiples caminos y posibilidades, y muchos de ellos inimaginables. El reconocimiento de que aquello que considerábamos como nuestro no está presente ya, nos lleva cuestionarnos sobre cómo vivimos la vida y si lo que hacemos corresponde a lo que nos satisface o hace feliz, o a la manera en la que querríamos vivir la vida. El cuestionamiento sobre el sentido de la propia vida generalmente es temporal, sin embargo, en algunos casos puede tomar un carácter permanente. El cuestionamiento sobre el sentido de la vida conlleva una serie de dudas e inquietudes, juicios y miedos que muchas veces son pasajeros, dado que los juicios de capacidad para actuar en esos contextos y las esperanzas de un futuro feliz están presentes. Algunas veces, ante el cuestionamiento de la vida, aparecen los juicios y declaraciones de miedo o incapacidad de lograr la felicidad o las aspiraciones en el futuro, que son acompañados por tristeza, duda, insatisfacción y pérdida. Si estos juicios y emociones se vuelven frecuentes, pueden tomar un carácter permanente, por lo que el cuestionamiento del sentido de la vida puede llevar a una pérdida de sentido, una búsqueda permanente sin éxito que refuerza los juicios de incapacidad y 49 que pueden transferirse al futuro, eliminando toda esperanza de cambiar el estado actual de tristeza e insatisfacción. Es necesario establecer la diferencia entre el cuestionamiento del sentido de la vida y la pérdida de sentido de la vida. El cuestionamiento del sentido de la vida aparece como una inquietud, como un momento de confusión que lleva a una mayor claridad. Hay quienes hacen de este cuestionamiento un hábito frecuente que les lleva a una profunda reflexión y a construir el camino de su vida, es decir, una reflexión diaria sobre si las acciones del día hacen sentido o no a la vida que desean tener. Por el contrario, la pérdida de sentido de la vida obedece a un juicio de incapacidad originado en el estado de insatisfacción e infelicidad en que se vive y al cual se le otorga un carácter permanente, es decir, juicios de incapacidad en el presente que se trasladan al futuro. Es frecuente que esta pérdida de sentido ocurra cuando los juicios de incapacidad se dan en un ámbito de la vida y el observador que somos nos permite sobredimensionarlo a otros ámbitos en los que no existen esos juicios de incapacidad o donde quizás existe satisfacción. Considerando los casos descritos anteriormente de mis amigas, si observamos bien, sus situaciones particulares obedecen a un dominio en su vida como mujer (la pareja y el ser mamá). ¿Qué es lo que hace que le otorguemos tanto valor a un solo dominio? ¿Cómo es un observador que sobredimensiona un solo dominio? ¿Cómo es el sistema en el que está inmerso el observador para que esto suceda? Cuando decidí trabajar en el tema el sentido de la vida no me fue fácil. Me era difícil reconocerlo como tema trascendental en mi vida, incluso algunas personas pudieron haberse alarmado al escucharme. Sin embargo, al tomar la decisión y hacer la declaración de mi investigación, algo muy profundo cambió en mí. Al mirar el sentido de mi vida desde una mirada ontológica y no desde la metafísica, apareció la posibilidad y dejé de interpretar que algo me faltaba. Dejé de preocuparme por el sin sentido de mi vida y vislumbré una posibilidad de aprender a ver el mundo de manera diferente. Una vez iniciado el proyecto de investigación y con la identificación de mi tema y la observación de las inquietudes que generaban mis cuestionamientos, reconocí que estaban orientadas en un solo dominio de mi vida y decidí emprender conscientemente planes y actividades que me dieran seguridad y satisfacciones en otros dominios. Descubrí y me atreví a realizar actividades que siempre deseé, pero nunca antes me había atrevido, y comencé a explorar nuevas posibilidades que me permitieron dejar de pensar en el sin sentido de mi vida para construir mi vida. Algo importante cambió en mí y alrededor: mi desempeño en lo profesional, familiar y social fue muy diferente. Comencé a sentirme plena y a disfrutar de una manera que hacía mucho no hacía. Volví a escuchar “¡qué bien te ves!” o “¡me da gusto verte tan feliz!”. La vida de un ser humano abarca numerosos dominios, todos con una 50 importancia relativa. ¿De qué depende esto? De diversos factores; uno muy importante es la etapa de vida que estamos viviendo, las circunstancias externas, el medio ambiente y el sistema donde nos relacionamos, las experiencias e historias que llevamos y las expectativas que tenemos en la vida. Algunas veces basta con que los resultados sean insatisfactorios en un dominio para comenzar a cuestionarnos el sentido de la vida o incluso perderlo, como el caso de mi amiga al enfrentar su divorcio. Podemos otorgar a uno de los dominios un valor supremo por sobre el resto, situación que interpreto como una cuestión de expectativas o conceptualizaciones predeterminadas socialmente que muestran una postura rígida. Recientemente conversaba con una mujer que hacía tiempo perdió un embarazo, sufrió mucho la pérdida y que le fue muy difícil sobreponerse a ello. Entre sus experiencias narraba cómo después de haber perdido el embarazo y con el miedo ante la posibilidad de volver a intentarlo sin éxito, comenzó a cuestionarse el sentido de su vida, aunque esta en otros dominios era muy satisfactoria. Hoy, cuando una parte importante del dolor de esa pérdida se ha ido y después de un proceso de reflexión sobre quién es ella y lo que representa su vida, su cuestionamiento no existe más, a pesar de que no ha logrado ser madre. El sentido de la vida es único e independiente y cada uno de los seres humanos lo construimos de acuerdo con la persona que somos. Para algunas personas el sentido de la vida es construir la vida, avanzar, caminar, vivir, disfrutar el trayecto más que llegar a un fin, tomar las posibilidades que se presentan y disfrutarlas o simplemente vivirlas. Para la inmensa mayoría de los seres humanos el sentido de la vida es ser feliz y disfrutar, desde el observador que cada uno es dentro de un particular contexto. Para otros, el sentido de la vida es, como lo mencioné anteriormente, un equilibrio permanente en los múltiples dominios que en ella se puede cultivar. Para muchas personas el sentido de la vida está representado por los hijos y su bienestar, y para otras el sentido de la vida es Dios, un ser supremo a quien se debe servir y seguir su voluntad, con la confianza de que haciendo su “mandato”, se será feliz hoy y por toda la eternidad. Me cuestiono: ¿acaso la vida se nos presenta en equilibrio como si todo lo pudiésemos controlar? o ¿representa una especie de ilusión el esperar vivir la vida como la hemos imaginado o soñado? ¿Algún ser supremo ha definido nuestro destino y felicidad? Frecuentemente, las circunstancias nos obligan a perder el equilibrio alcanzado y es entonces cuando tenemos la posibilidad de reflexionar sobre las acciones y sobre el observador que somos para reinventarnos. Desde aquí el cuestionamiento sobre el propio sentido de la vida se presenta como gran posibilidad de corregir el rumbo y enriquecer la existencia a través de experiencias no imaginadas, ilusionadas o esperadas, que nos hacen recorrer caminos para reconocernos e inventarnos a nosotros mismos y devenir en quien descubramos queremos ser. Nietzche, en su obra, 51 declara que el hombre se descubre como aquel que valora y da sentido, y que todo aquello que considera bello, bueno y sagrado, no lo es en sí mismo sino porque el mismo hombre lo valora así. Para Nietzche, la grandeza del hombre reside en la capacidad de dar a la vida el sentido que tiene. La vida tiene el sentido que cada uno de nosotros le damos. Víctor Frankl también nos recuerda nuestra capacidad de acción y poder en la vida: “No basta con preguntarse por el sentido de la vida sino que hay que responder a él respondiendo ante la vida misma”. Los seres humanos generamos y encontramos sentido a nuestra vida al dar sentido a cada enfrentamiento con nosotros mismos, al enfrentarnos, a su vez, con la vida misma, al día a día y lo que vivimos en ella. Heidegger nos habla del Dasein, del ser que posibilita que el ser esté presente y que pueda ser interpretado, donde se manifiestan y se despliegan posibilidades condicionadas por la facticidad. La propia existencia es una representación e interpretación del mundo, resultado de juicios y expectativas, por aquellas narrativas que construimos, dice Rafael Echeverría. Y la crisis del sentido de la vida ocurre cuando el centro de esas narrativas se fractura por nuestras experiencias y nos obliga a cuestionarnos y repensar la realidad, o lo que hemos interpretado como realidad y el sentido que le hemos otorgado. Nuestra existencia es una preocupación que tenemos los seres humanos que surge de la angustia de estar en un mundo donde pareciera que venimos de la nada y nos dirigimos hacia un fin: la muerte. Por eso la angustia de encontrar el sentido, o bien, tal vez deberíamos decir, de construir sentido. III. El sentido de la vida a través de las diferentes etapas de la vida Los seres humanos hacemos juicios diferentes sobre el propio sentido de la vida y la razón de por qué estamos vivos. Hay quienes enfocan su sentido de vida a materias espirituales, a Dios o a cuestiones tales como el trabajo, los estudios, las relaciones personales, la familia, y cada una de las personas priorizan estos ámbitos de manera diferente, incluso en diferentes momentos de su vida. Dicho esto, podemos pensar que el sentido que se tiene de la vida puede o no ser permanente a lo largo de esta; es decir, los seres humanos podemos tener varios sentidos de vida conforme el transcurrir de los años. Es parte de nuestra vida como seres humanos valorar y dar importancia a los diferentes aspectos que conforman nuestra existencia con base en la persona que devenimos a lo largo del tiempo. Hoy, nueve meses después de haber iniciado mi proyecto de investigación y trabajado en él, el sentido de mi vida no es el mismo que cuando lo inicié. El trabajo en este proyecto y otras experiencias de vida me han llevado a trasladarme a un lugar diferente desde donde conceptualizo mi sentido de vida. De esta forma hoy puedo reconocer otras experiencias que me hacen sentir viva. ¿Qué experiencias me han hecho y hacen sentir con sentido de 52 vida? Tengo muy vívido un recuerdo del pasado. Durante mi adolescencia decidí estudiar mi carrera profesional en una ciudad diferente a la que había vivido hasta mis 16 años, en una universidad privada de gran prestigio académico y social. Hoy puedo recordar mi sensación: el sentido de mi vida en ese momento era ese proyecto tan ambicioso que me permitiría vivir nuevas experiencias de grandes aprendizajes, de libertad, que me abriría en el futuro grandes posibilidades de logro. Hoy, 13 años después de graduarme de mis estudios profesionales, me encuentro en un momento donde el logro figura nuevamente dentro de mi sentido de mi vida, con grandes ambiciones en mi carrera profesional y en mi vida personal, vislumbrando posibilidades en el presente y en el futuro. Cuando hago presentes esas distinciones, puedo recordar diferentes experiencias deportivas, profesionales y personales, y veo nuevamente cómo se presenta la satisfacción en el presente y la posibilidad en el futuro. La sensación de libertad y la satisfacción que el logro me da, me hacen sentir viva. El sentido de la vida es algo que todos los seres humanos necesitamos encontrar y construir durante nuestra vida, y que dé respuesta a las preguntas de por qué o para qué estamos vivos, para qué levantarnos cada mañana. Cada uno de los seres humanos otorgamos un sentido diferente a través del tiempo y en las distintas etapas que vivimos: infancia, adolescencia, edad adulta, madurez y vejez. Carl G. Jung define dos grandes etapas en la vida del ser humano y el sentido de la vida en cada etapa. La primera mitad está caracterizada por la búsqueda de nuestra identidad como persona: una familia, una profesión, un trabajo, donde el sentido de la vida está marcado por una continencia social y familiar, por el cumplimiento de las expectativas sociales y con ello, la tranquilidad y paz de la conciencia. En la segunda mitad de la vida, la persona cuestiona el sentido de los logros o conquistas de la primera etapa para preguntarse “¿para qué hago lo que hago? ¿Tiene sentido seguir con esto o puedo cambiar? Es una nueva crisis de sentido, llamada por los psicólogos “crisis de la mitad de la vida”. Erik Erikson propuso una teoría del desarrollo del ser humano en la que define ocho etapas por las que pasa el hombre y la mujer humano a lo largo de sus vidas. Cada etapa tiene sus metas, logros, intereses, retos y crisis, y en cada una de ellas el sentido de la vida se conforma de manera diferente. Identificar las diferentes etapas y los diferentes sentidos que puede tener nuestra vida nos permiten reconocer nuestros cuestionamientos como posibilidades de reflexión, de acción, de construcción y de invención de nosotros mismos. IV. La autoestima y el sentido de vida Durante esta investigación me cuestioné la relación entre los juicios de capacidad e incapacidad y el sentido de la vida: ¿qué relación existe entre el 53 sin sentido de la vida y la confianza y seguridad en uno mismo para lograr los propios sueños, para construir nuevos sueños y posibilidades? ¿Qué relación existe entre la seguridad en uno mismo y el sentido de vida? Infiero que hay una relación directa entre ellos. Desde el dolor, la inseguridad y la baja autoestima, los juicios de incapacidad en el presente son fácilmente emitidos y trasladados al futuro con una mirada metafísica, no ontológica. Ahora bien, desde otro estado de ánimo, indiscutiblemente se generan juicios diferentes. Desde la ambición, la seguridad y el amor hacia uno mismo, los juicios que se emiten naturalmente corresponden a juicios de capacidad en el presente y el futuro. Hoffer, escritor y filósofo estadounidense, fue uno de los primeros en reconocer la importancia de la autoestima para el bienestar psicológico. Él se concentra en las consecuencias de una baja autoestima y concluye que las obsesiones derivadas de esto están originadas sencillamente en compensar los sentimientos de vacío existencial. ¿Cuál es entonces el impacto de la autoestima en el sentido de vida? El desarrollo personal permite fortalecer la seguridad en uno mismo para sentirse capaz de vivir y disfrutar y enfrentar obstáculos o conflictos, donde los cuestionamientos se ven desde una perspectiva diferente y las crisis son oportunidades de construir. Y desde aquí aparece la autoestima como generadora de sentido de la vida, creadora de múltiples sentidos a lo largo de nuestras vidas; desde el amor y la compañía de uno mismo, los juicios de capacidad son naturalmente emitidos, las situaciones de culpa y conflicto con uno mismo se diluyen más fácilmente y sin la presencia de juicios de incapacidad y de situaciones que refuerzan esos juicios: el presente y el futuro pueden presentarse como prometedores, incluso si la vida no se muestra como la hemos imaginado o ilusionado. Una autoestima saludable nos otorga el poder necesario para vivir la vida- Representa emociones y juicios de capacidad para vivir día a día, para aprender, para disfrutar de lo que nos llena de alegría, y hacernos cargo de lo que no nos hace feliz y nos causa sufrimiento. A lo largo de nuestra existencia vivimos diferentes momentos y circunstancias con diversas intensidades que van constituyendo nuestro andar. La oportunidad de construir nuestro sentido de la vida está presente en cada momento, en cada circunstancia, en cada situación que vivimos. Tomando nuestros sueños y nuestro ser vamos construyendo día a día, etapa a etapa, momento a momento, nuestro sentido de vida y el ser en el que buscamos devenir. V. Mi sentido de vida Esta investigación me ha permitido ampliar mi mirada sobre la vida, sobre el sentido de vida en mí y en otros. Ha contribuido a cambiar muchos de mis juicios y reconocer mis inquietudes, observar el sistema que me rodea y 54 sus implicaciones en mí. Me he enfrentado a mis incompetencias y a mis miedos para reconocerme. Dejé de esperar que mi vida y yo misma fueran de una determinada forma, de una forma correcta o particular. Desde mi propia aceptación y la de los hechos de la vida, la mirada hacia el mundo comienza a cambiar, las relaciones con las personas se dan desde el respeto y la dignidad, y la compañía conmigo misma es parte fundamental de mí, al tiempo que puedo sentir y vivir con gran alegría y disfrutar de una gran fortaleza interior. He distinguido las voces de otros sobre lo que debería ser mi vida, para abrir paso a mi propia voz. Estoy experimentando el poder de vivir y he construido un nuevo sentido de vida para mí, donde su cuestionamiento es una práctica recurrente y saludable que me permite caminar por el sendero que yo elija para llegar más lejos. Una oportunidad muy valiosa de levantar la mirada y ver más allá, de mirar el bosque desde lo alto. Es un alto en el camino para reflexionar y tomar una mejor decisión. Esta investigación ha representado en mí una nueva conceptualización sobre el sentido de la vida y el reconocimiento y construcción de mi propio sentido de vida. El texto descrito anteriormente denota el trabajo de desarrollo personal realizado en los últimos nueve meses, el que evidentemente no solo ha estadoorientado a escribir estas líneas. Durante los últimos nueve meses he realizado un maravilloso proyecto de desarrollo personal que inicié desde la confusión para llegar a donde estoy hoy: sentirme con un gran poder para vivir la vida y no solo mirarla pasar, con una capacidad infinita para construir día a día mi sentido de vida. 55 Ira. Un monstruo de mil cabezas que se convirtió en heroína Anadine Tras la búsqueda de un tema que me hiciera sentido para ahondar en él y mirarlo desde una perspectiva ontológica, apareció ese componente estructurado, intelectual y lógico que me conforma, llevándome a temas ya trabajados que aún cuando requieren seguir siendo profundizados, me hacían más largo el camino a la caverna donde estaba lo desconocido, lo temido, donde estaba el desgarramiento que marcó mi existencia y que me remitían a una selección desde las vísceras. La ira era un tema subestimado por mí por la frecuencia de su aparición. Sin embargo, definitivamente fue el detonante de mis retornos a terapia, motivada por el dolor, la desesperación resultante y por considerarla la reacción más descontrolada y cercana a la locura que he tenido. Cuando escogí el tema lo hice a partir de un episodio vivido con mi hija, que cambió mi foco de interés y que me permitió observar la riqueza emocional que caracterizó a este, las palabras que se repetían, la conexión con pedazos de mi historia que me mostraron la única manera posible de otorgarle sentido: de hacerme cargo de él, entrando en ese espacio, en esa caverna. A partir de este incidente recordé situaciones, todas ellas vivenciadas con personas significativas emocionalmente: mis padres, hermanos, esposo e hijos; especialmente con mi hija, lo que me generó grandes inquietudes sobre ¿cómo podía hacer cosas que pudieran dañarme y dañar a quienes tanto amo? ¿Porqué seguía actuando así a pesar de la vergüenza, la culpa y el miedo que me generaba? ¿Qué buscaba al mostrarme iracunda? Y definitivamente decidí soltar el “soy así, así he actuado siempre y no creo que pueda hacerlo distinto”, y me aferré a una mirada más allá de mí, sin perderme de vista. Una mirada a partir de mis narrativas, mis sentires, mis historias, mi familia. Para comenzar a mirar en mí fue necesario rescatar algunos eventos significativos. Rememoré que con mi mamá siempre me acompañaron sentimientos de frustración por no poder hacer lo que quería, por tener que acatar órdenes con las que no estaba de acuerdo, por sentirme invalidada y sometida a aceptar un no como respuesta. En esos momentos sentía que odiaba a mi madre por no aceptarme como era. De mi papá contacté con la decepción y tristeza por mantenerse pasivo ante lo que yo consideraba eran “injusticias” o simplemente por preferirla a ella. El desenlace no se hacía esperar: terminaba gritándole a mi madre, a lo cual ella reaccionaba haciendo uso del poder que le daba ser mi madre; o mi papá acababa pidiéndome comprensión y paz o haciendo silencio, silencio que me llevaba a descalificarlo por sentirlo sumiso ante mi madre y por interpretarlo como desamor, menosprecio, rechazo, por sentirme ignorada, por interpretarlo como un “no me importas”, interpretación que cuestiono hoy día. También podía quedarme callada, llorando, trayendo a mi mente imágenes en las que dañaba a mi madre o en las 56 que yo me infringía daño. En la práctica terminaba siempre haciendo caso, obedeciendo pero muy molesta, dándole poder a la voz de mi madre. En relación a mis hijos puedo recordar que el amor desmedido y las atenciones que mi esposo tenía hacia mi hija, era lo que más desataba mi ira. Recuerdo que en ese momento quería ser el centro del mundo de mi esposo, porque él era el centro del mío y aunque mi amor materno es profundo, no fue fácil para mí compartir el amor que mi esposo me daba. Con mi esposo la ira se mostraba algunas veces manifiesta y otras encubierta. Recuerdo cuando a los 15 días de casados, mi suegra se fue una temporada a la casa para apoyarnos en nuestra nueva vida, y el hecho de que mi esposo solo estuviera atento a su mamá y le pidiera opiniones solo a ella, me vulneraba, me generaba tristeza, me sentía invalidada, poco querida. Para no decir nada, me fui de la casa y mi ira la canalicé fuera de ella. Pensé en regresar a casa y divorciarme. Luego, recuerdo varias veces en las que reaccionaba con golpes, gritos, insultos o autoagrediéndome ante la indiferencia de mi esposo hacia mis necesidades emocionales y reclamos, los que muchas veces se tradujeron en silencios, silencios que interpretaba igual que en mi niñez: “no me importas”. Todas estas acciones me mostraban insegura, temerosa de perder el amor de la gente que amaba; inseguridad y miedo que aparece cuando no obtengo lo que deseo de estas personas y que interpreto como rechazo o desamor que culminará en abandono, asumiendo una postura de vida bajo la cual doy mayor valor a otros que a mí misma. Siento que esta tendencia fue algo aprendido. Provengo de un hogar en el que soy la mayor de tres hermanos, única mujer, por lo que fui muy estimulada y retada por mi madre para formarme independiente. Fui también muy consentida por todas las personas que me rodearon: era el centro de atención para mucha gente, situación que cambió cuando me mudé a la casa de Maracaibo, donde empecé a confrontar una realidad distinta, determinando, según mi observador, lo que estoy encontrando en mi sombra. Desarrollé una manera de llamar la atención a través del conflicto, que era la manera de lograr que mi padre dirigiera su mirada hacia mí y mi mamá dejara de ser su centro, aun cuando siento que para llegar allí tenía un comportamiento de una niña modelo: buena estudiante, obediente, inteligente, atenta a las necesidades de él y viviendo para el deber ser. Los episodios descritos muestran la manera cómo se expresa en mí la polaridad ira-amor. Es esta constante expectativa de ser amada, tomada en cuenta, preferida, sentirme importante para el otro, ser el centro en la vida del otro, es decir, ser prioridad sobre otras personas, situaciones o cosas; es darme atención en el momento en que lo solicito, es que me expresen más amor que a otros, es que me digan lo importante que soy, sentirme validada y acompañada, como se manifiesta tal polaridad; pero cuando no acontece, me 57 siento vulnerada, triste, muestro mi ira como una manera de ocultarla y paradójicamente de lograr lo que inicialmente buscaba desde la amorosidad y la entrega. Con esto reflexiono que he sido reconocida, admirada, recompensada, protegida, cuidada, he sido modelo. También he tenido que sacrificar autenticidad cuando lo que quiero hacer no encaja con lo que esperan los otros. Ahí decido accionar las críticas, cuyas sanciones han sido duras. De lo que tomé conciencia es de cómo, ante la necesidad de satisfacer a otros para obtener su amor y reconocimiento, he sacrificado mi esencia y el amor por mí. Esta amorosidad, traducida en algunos casos en entrega, me genera satisfacción, alegría, expansión a través de mi relación con otros, llegando al punto máximo de satisfacción cuando siento reciprocidad en la entrega. Es como si para estar bien conmigo requiero de estar bien con otros; realidad que desde mi habitualidad está presente, pero que mi transformación ya no le da el sentido que tenía antes. A lo que hoy aspiro es a equilibrar parte de mi bienestar y con fluidez poder dárselo a otros, valorarme a mí misma y así poder valorar a otros en la justa medida. Por otro lado, cuando esta entrega no genera el resultado que espero, se magnifica y es allí cuando agoto todo lo que tengo, pudiendo llegar a ese punto de pérdida de mí, de mi dignidad, de mi centro, colocando limites a partir de mi ira. Es una manera de protegerme, de decir cómo me siento, qué quiero, y de cómo aflora mi molestia hacia mí y hacia quien sienta que me trató injustamente. Esto me remite inevitablemente a una experiencia dura y sanadora en la que me contacté nuevamente con mis sentimientos de infancia, que surgieron al tomar conciencia de que me faltaba una extremidad, una mano. Esta deficiencia me hacía sentir miedo, rabia, frustración, tristeza, que hoy puedo relacionar cuando en mis momentos más críticos de ira o tristeza termino preguntándome a gritos: ¿qué me falta?, ¿qué no tengo?, y que completo con la frase: para merecer, merecer el amor, merecer la felicidad y que tienen que ver con mi concepto de dignidad y con mi búsqueda siempre centrada en la falta, albergando la esperanza de llenarla. Entonces, dirijo mi mirada a cómo a través de la ira enmascaro la tristeza que me producen las faltas, aun cuando haya hecho todo lo posible por compensarlas. En primer lugar, siento que al igual que mis padres, yo realicé una negación de la ausencia de mi mano. En algún periodo de la niñez tuve conciencia de que era diferente, muy probablemente cuando mi maduración cognitiva me permitió saber que quien estaba proyectada al espejo era mi imagen. No tengo clara la situación, solo sé que pude revivir la emoción y el juicio, y únicamente me vi como un monstruo deseando que desapareciera eso diferente. No sé si a partir de allí, y con un juicio encubierto por la negación, asumí que no había imposibles para mí: todo era tomado como reto y mi familia me apoyaba en ello. Hoy puedo pensar que cada carencia me llevaba a contactar con el profundo dolor de saberme distinta, trabajando siempre para 58 ser igual, pero que mi mente procesaba como que debía ver a los demás iguales a mí. Era menos doloroso mirar hacia afuera. Muy probablemente por eso era tan insegura y temerosa al llegar a mi casa en Maracaibo, porque allí empecé a sentir la diferencia, a sentir la tristeza, a mostrarme vulnerable y llevada a aprender que debía ser fuerte, emoción valorada por mi familia (a través de la ira) para que no fuera lastimada por la falta de mi mano. Mi postura de vida se centraba en mostrar lo que sí podía hacer para que no se notara lo que no tenía. Era hacer cosas para formar parte de un colectivo en condiciones de igualdad; y cuando escribo esto de la igualdad me remito a mis luchas cuando sentía o siento que alguien tiene mayores beneficios que yo, o cuando en las relaciones con el otro no son igualitarias en deberes, derechos, beneficios y afectos, y allí aparece la dignidad a flote. Termino respondiendo a las preguntas que me hago al final de cada episodio de ikra: ¿qué me falta?, ¿qué no tengo? Y puedo responderme: me falta una mano que me hace diferente al resto, que puede condicionar el amor, que me conecta con la indefensión, que me inhibe realizar algunas tareas como plancharme el cabello, ponerme algunos collares, entre otras cosas. Me falta reconocer que soy un ser que no puede controlar su mundo a través de los haceres que me hacen sentir digna, me falta reconocerme diferente, única, irrepetible y adulta. Me falta reconocer mis auténticos sentires y vulnerabilidades. Todo este recorrido me lleva a explorar mi desgarramiento: la ira, y descubro que la vivo de acuerdo al siguiente perfil: Reacción descontrolada, parecida a la locura que se manifiesta a través de conductas verbales o corporales con la intención de dañarse a mí misma y a otros. Conductas autoagresivas y autodestructivas. Corporalmente se apodera un fuego que sube hasta mi cabeza y sale por los ojos y por los oídos. Enmascara la tristeza. Se activa tras el sentimiento de vulnerabilidad, de indignación (entrega de la voluntad), de no aceptación de la diferencia, de invalidación. Inclinación a recibir validación como ser humano, aceptación, atención, protección. Proyecta resistencia en otros, fuerza de voluntad. Produce culpa o remordimientos, vergüenza, temor de perder el amor de los seres queridos y resentimiento. Al buscar experiencias nuevas en mí y en otros para compararlas con el perfil unitario, me encuentro con puntos comunes en todas las experiencias de ira vividas a modo personal, no obstante, he hallado variaciones de algunos aspectos en quienes indagué; por ejemplo, en dos adolescentes encontré prácticamente los mismos criterios, aun cuando la intención de las conductas 59 que caracterizan su ira son retar a figuras de autoridad más que dañarlas. Por otro lado, me encuentro que personas contemporáneas a mí introducen un aspecto nuevo: la ira es de intensidad variable, y esto es nuevo tomando en cuenta que mi ira va en aumento y es descontrolada. Asimismo, no existen conductas autoagresivas, y más que temerosos de perder el amor hacia quienes desatan su ira, temen perder el respeto. Identifiqué además que mi ira, me remite a la fase inicial de mi vida. Ante la revisión bibliográfica, descubro ideas interesantes tales como que la ira es vista desde una perspectiva religiosa como uno de los vicios que aquejan al hombre y, según el catolicismo, lo invita a pecar. Según esta mirada se manifiesta como negación, impaciencia y venganza que suele quedar plasmada en homicidios y suicidios, conductas condenadas por la Iglesia. También existe una tendencia en la sociedad moderna a juzgar la ira como una conducta inmadura o no civilizada y que es admirada su inhibición a pesar de que se puede traducir en enfermedades físicas y mentales. No obstante, se dice que la ira puede movilizar recursos psicológicos y determinación para corregir respuestas equivocadas, la comunicación de los sentimientos negativos y la reparación de daños infringidos; asimismo, es una reacción que permite a los seres humanos enfrentarse a las amenazas o para que otros detengan sus comportamientos dañinos. También hay autores que plantean que la ira es un mecanismo de defensa psicológico que se origina en la primera infancia como una respuesta al trauma sufrido cuando el entorno del niño no responde a sus necesidades. De esta manera, se interpreta como un intento de pedir ayuda de parte del niño que experimenta el terror y cuya supervivencia misma se siente en peligro. Estas ideas me remiten a ese momento poco claro de mi mente en el que me miro como un monstruo y me conecto con ese terror, y que para mantenerme sana lo canalizo a través de la ira; ira reforzada por mi entorno, ira que me protegió del estigma social y que eduqué y la traduje en determinación, perseverancia, constancia, creatividad. En este momento puedo ver un tránsito de mi ira en lo descrito que va desde una fase primitiva, esa que hoy reconozco desde la valoración a mi cuerpo tal cual es y que fue negado por mi familia y por mí durante tanto tiempo, hasta esa otra manera, esa educada de vivir la ira que se traduce en proteger mi identidad pública y que se convierte en fortaleza interna y empoderamiento. Y mientras escribo esto me pregunto: ¿dónde queda entonces la tristeza, la gran emoción enmascarada? Queda en un gran atril por fin expuesta, vivida y reconocida en el momento en el que no se pone en riesgo mi espíritu, en el que ya no hay posibilidad de quebranto interior, pues, gracias a ese empuje, esa fuerza, esa exigencia, esa negación, la vida me permitió mostrarme en mis posibilidades más allá de lo triste; de saberme en desventaja, indefensa, minusválida, según los parámetros sociales; parámetros 60 que hoy día no comparto y para los que tengo afirmaciones de vida que me permiten refutarlos. Atrás queda esa postura ante la vida sobre la cual valoraba a los demás más que a mí misma, dando prioridad a sus voces; minimizando mi propia voz. Atrás quedó la niña frágil que no sabía cómo interpretar aquella diferencia y que la manejaba como se la indicaban sus más cercanos. Hoy está la mujer que reconoce la tristeza y el desconcierto surgidos en un momento, y que se está rediseñando en la validación de sus emociones, de sus faltas, en la valoración de sí misma sin cuestionar su dignidad de ser humano. Una mujer que se reconoce luchando con la búsqueda de la perfección, como el modo de convivir dentro de un todo armonioso y posible. Ahora, queriendo filosofar me pregunto: ¿qué sentido tendría la vida si no existieran las faltas? ¿De qué modo puedo interpretarlas desde la premisa de que el lenguaje no es inocente? Soltar la falta quitaría mi sentido de vida… Doy sentido a mi vida a través de la falta… Finalmente afirmo que el sentido de mi vida es transcender a la falta, es vivir con amor propio en abundancia, agradecimiento, libertad de ser y plenitud. 61 Mi desconfianza: fruto de la traición, refugio de mis miedos Anónimo Estás frente a unas líneas que… en su apariencia recta, ordenada, concreta, guardan fragilidad, la esconden hábilmente entre las comas que les permiten hacer una pausa, o dos, o tres. Estás frente a líneas que hábilmente podrían evadir “el tema” que origina el sentido de su existir con diversos instrumentos poéticos, metafóricos o, incluso, con simples actos de puntuación, como un punto y aparte que les permitiría comenzar de nuevo. Estas líneas te piden cautela, te piden tomarlas despacio, de a poco y tal vez incluso, no tomarlas tan en serio. (De tomarlas muy en serio, mis líneas temen ser más reales de lo que pretenden ser, y entonces llevarnos juntos al punto de partida… al estado que se generaba en mí cuando al encontrarme con alguien que amenazantemente se asomaba a leerme completa, yo, silenciosamente me dejaba invadir por una emoción en el cuerpo: un sentir abrumador que duele… en mis ojos, con un dolor acuoso, anochecido, profundo. Viajando espesamente después a las palmas de mis manos, perforándolas con la esclavitud del resentimiento que terminaba por alojarse en mi garganta… en un nudo que no me dejaba articular palabra). Así mejor, sigamos en voz baja, con estas líneas que, precavidamente, te piden acompañarlas en el transitar de MI DESCONFIANZA. Mis líneas se permiten comenzar ausentes, con el silencio de una imagen… Yo me encontré con esta escultura, una tarde de mirada ensombrecida. La miré primero y obtuve escalofríos. Escalofríos, desde el más interno miedo que me habita, La imagen evidenciaba ante mis ojos el dolor de la traición como origen de mi desconfianza. La traición espinada que penetra al fondo de mi existencia, la traición temprana a la inocencia, desconcertando a una niña pequeñita. Traición para ella de la promesa de estar segura y cuidada frente a quienes debieran hacerlo. La traición de la violencia del abuso al candor, la traición como herida en el cuerpo y desgarramiento en el alma. La traición también de su garantía de ser cuidada, la traición vivida desde la niña en un clóset sin respirar, para no ser encontrada, para no ser lastimada; traición que vivió en mis pesadillas retorcidas. Esa era la traición más evidente. Pero no venía sola… venía con la traición “pasiva” de haber sido despojada de mi infancia, para rápidamente salvarme… y ya a los cinco o seis años aprender a ser “adultita”. Un ser “adulto” desde una cicatriz inconsciente creada por la inmensa sabiduría de una niña. Cicatriz que me permitió acorazar el dolor dentro o fuera de mí, no lo sé, pero fue en un lugar tan inalcanzable que no fue visible para nadie más, ni siquiera para mí durante tanto tiempo. La cicatriz del “olvido”. De a poco, sin saberlo, esta niña creó alrededor una muralla sostenida, firme, de madurez temprana, que forjó en ella la inmensa capacidad de hacerse cargo primero de sí misma (de su seguridad), y así en pasos 62 gigantes de niña, también aprendió a hacerse cargo de tanto y de tantos… Mi desconfianza, entonces, amuralló mi miedo a depender del cuidado de otros y, por tanto, ser vulnerable… Con ello apareció una de mis sentencias del alma, un juicio maestro, regidor, dictador: “Mi madre no es capaz de cuidarme”. Con esta sentencia aprendí a convertirme en algo así como la madre de mi madre. Aprendí a cuidarla, aA escuchar y vivir su historia de orfandad desde un amor tan grande, que desconocí el lugar de hija menor que me pertenecía. Me formé una mirada tan deslumbrada por la fortaleza de mi madre frente a su propia historia que me permitió no solo admirarla, sino amarla profundamente y a la vez el disfrutar cuidarla, apoyarla, el convertirme en su principal soporte, en su “orgullo”, en su compañera, en su refugio. Y en esa historia, MI DESCONFIANZA nacía, pero desconfianza ¿a quién?,. ¿a quienes? De pronto la respuesta parece simple y completa: mi desconfianza al otro y a su capacidad de recibirme completa manteniéndome a salvo. Con el paso del tiempo,¿en qué se convirtió MI DESCONFIANZA?, ¿cómo me ha acompañado en estos 36 años? Miremos algo de su luz… Los regalos que ahora puedo reconocer que se sembraron como recursos para mantenerme a salvo, decididamente a salvo. MI DESCONFIANZA me trajo regalos valiosos y muy útiles, de ahí la “razón” para crearme una estructura medular que me fue bien justificada durante mucho tiempo. Me refiero a regalos como mi autoconfianza, mi poder personal de ser muy dueña de mis acciones, esa capacidad para lograr lo que quiero, para alcanzar diversas metas con absoluta decisión, y ser capaz de cuidarme y de cuidar a otros. Otro rayo de luz presente es hasta hoy, aquella niña presente en mi rostro, en mis sueños, en mis gustos, en mi afición por los helados o en mi asombro por un cielo nocturno dibujado de colores centellantes por los fuegos artificiales. También, la presencia danzante de esta niñita que sueña, que baila, que ama. MI DESCONFIANZA, sin notarlo, me enseñó, calladamente, a traer a esta niñita conmigo para cuidarla, para apapacharla. Para no abandonarla. Para brindarle a cambio de su silencio, un mundo mágico, romántico, un lugar donde la ingenuidad es bienvenida. Un mundo mágico, insisto. Un universo seguro. Un mundo de ensueño, donde los poetas disfrutan helados entre versos, donde las bailarinas danzan las emociones con pies descalzos, volando. El lugar donde todo es más cierto que la realidad. El lugar que visito para disfrutar, para ser libre, volando, sintiendo, soñando, creando, danzando, escribiendo, callando, amando. El lugar que por espacios comparto solo con algunos. Y de compartirlo, jamás será un compartir completo, pues el lugar, hasta ahora no me pertenecía. Era de esa niña, y yo le prometí cuidarlo para que ella pudiera habitarlo. Así lo mantuve vivo, vibrante, intacto, impenetrable, oculto. Solo para mí. Y ahí mis líneas de pies danzantes se regocijan. 63 Dancemos. Cuando la música termina, mis líneas me llevan a visitar la sombra de mi desconfianza, lo que esta emocionalidad me ha robado, lo que no me ha permitido. Los espacios vacíos de mi alma, de mi manera de NO-SER, de aquello que no soy capaz de hacer cuando me disuelvo en la desconfianza. Vayamos. de a poco. Con cuidado. He dicho que mi desconfianza me ha impedido sentirme “a salvo” en otras manos. Y de ahí, el costo más grande: no he aprendido a entregarme completa, no he sabido ser completa para otros. Así, me convertí en una mujer “que se fragmenta”, que se escapa, que se disuelve, que se va cuando crees tenerla, que se evapora. Cuando me miro como mujer partida en trozos, en cachitos polifónicos que ensordecen en contradicciones, ahora me conmuevo. Me miro partida y me veo viviendo la vida a trozos. Con toda mi pasión por vivir cada trozo, pero al final, una vida de identidades múltiples, una vida que no ha sabido vivirse completa, que no me permite una entrega completa, a nadie, a nadie fuera de mí. Y nadie, es mucha gente. Es mucha soledad. (Otro juicio maestro, desgarrador.) Me he presentado frente a la vida como una mujer tan fuerte, tan capaz, tan poco “cuidable”, tan entera. Incapaz de abrir la vulnerabilidad de su alma, con la negación absoluta de necesitar de alguien por miedo a ser herida o abandonada. Una mujer que cierra los ojos para que nadie pueda conectar profundamente y no pueda ofrecer las puertas al cuidado de alguien, de una mirada. Me he negdo a la posibilidad de que alguien abra sus brazos para contenerme. Me he mirado de pronto tan sola. Tan fragmentada. Mi desconfianza duele, cala en los huesos. Tiembla. Atardece en desolación. Mi desconfianza me ha mantenido con ojos muy abiertos, precavidos frente a una posible traición que duela tanto, que haya que correr a esconderse a un armario para que me mantenga a salvo. Sin hablar, sin sentir, sin respirar. Sin vivir. Sola. Aprendí e incorporé todas estas “maneras de ser” y las de “No-Ser” durante muchos años, hasta hoy. Hasta ahora que puedo mirarlo. Darle vueltas. Sentirlo en el cuerpo. Vibrar las emociones. Traerlo de vuelta al lenguaje. Sin verdades. Sin absolutismos. Con miradas variadas. Y para cerrar este viaje, mis líneas recurren a hacerse presentes en la imagen que ahora grita eufórica: la nueva mirada. Mi corazón. Y de nuevo el escalofrío. Ahora, desde el asombro. Desde el asombro al experimentarme completa y con la capacidad de que mi corazón aparentemente inquebrantable, por fin se integre en uno solo, y entonces, se abra latiendo la celebración de permitir ahora expandirse para dejar salir a un pequeñito corazón herido que permaneció durante más de treinta años oculto, sangrando solo hacia adentro. Ahora, el corazón recobra vida y color, escucha su vida y su latir, reconoce su herida y se permite sanarse, sin el olvido, con la conciencia de que aquel pequeño corazón espinado lo conformó hasta ahora, como un sello particular 64 de quien he sido, por quien fui. Como todo lo importante que sabemos que permanece al irse. Y, también, con la oportunidad de un “ser” distinto, que es capaz de mirar el desgarro, y mirarlo de frente, en paz, sanando, soltando, dejándolo ir, porque ya es tiempo. Dejando hoy el espacio para nuevas maneras, para aprender a reconfiar, desarticulando de a poco MI DESCONFIANZA. Mirando mi propio mundo desde otro lugar, expandido. Un mundo que, sinceramente aún no conozco, pero ahora veo posible crearlo. Comenzando por comenzar, por permitirme aprender a sentir el vértigo de escribir del alma estas líneas frente a tu mirada que se asoma a este cuento, que antes era solo mío. Y con este hueco en el estómago, que ahora le puedo dibujar una brisa refrescante de mariposas, desde una mujer completa que comienza a caminar con las dulzuras de la niña. Una mujer que se atreve a respirar profundamente, ahora, de tu mano. En paz. Junio, 2011 65 Aprender a danzar entre la soberbia y la humildad Domingo Stroia Este espacio para escribir con libertad sobre mi tema de investigación me resulta muy agradable, porque desde que lo elegí, no he dejado de preguntarme por qué este tema es tan importante para mí, ya que me resultó sencillo elegirlo. Me salió así, casi sin pensarlo. Es un tema que ya rondaba mis pensamientos, pero al que no podía asir. Hoy cuando escribo estas líneas, luego de haber escrito sobre mi estructura de coherencia, vislumbro algunos nexos que entiendo que debo explorar. Todavía no sé muy bien por qué me resultan atractivas esas conexiones que se hicieron presentes. No sé qué mensajes traen, qué aprendizajes pueden aportar, hasta dónde llegan, hasta dónde estoy dispuesto a llegar; lo que sí sé es que este es el momento de hacerlo, porque creo haber descubierto una conexión y porque tengo el privilegio de tener un guía. En mi estructura de coherencia surge que acepto los límites naturalmente dentro de los cuales me desarrollo. Hasta ahí parece natural, excepto de que no era consciente de dicha situación y que me consideraba que en mi vida había transgredido varios. La conexión que encuentro hoy es que el tema que he elegido para desarrollar es precisamente el límite entre la soberbia y la humildad. Mi estructura de coherencia explica la búsqueda del límite; para poder desarrollarme necesariamente preciso conocer cuál es el límite, cuál es mi campo de acción, hasta dónde me está permitido llegar. Aparece una catarata de preguntas que no sé si se corresponden con el proyecto de investigación, pero resultan importantes al momento de escribir sobre él. ¿Existen los límites? ¿Deben existir? ¿Qué son? ¿Cómo se establecen? ¿Quién los establece? ¿Debo respetarlos? ¿Por qué? ¿Tiene consecuencias no hacerlo? ¿Qué hay detrás de ellos? ¿Por qué los necesito? ¿Me generan seguridad? ¿Me generan temor? Debe existir un límite entre la soberbia y la humildad, o tan solo yo necesito establecer ese límite. No recuerdo desde cuándo este tema me intriga, pero sí tengo muy presente un gran número de situaciones que me han quitado el sueño, y que me 66 han llevado a una reflexión profunda y han influenciado mis acciones. Tal vez su origen provenga de la formación en mi casa a temprana edad,, en la catequesis de la escuela o en mi paso por la acción católica ámbitos que fueron muy importantes en mi concepción de valores, creencias, conductas; en pocas palabras, en construir mi personalidad. Desde mi mamá y mi abuela paterna muy devotas, la escuela primaria católica y mi actividad en la iglesia, fui recibiendo en todos estos espacios a la humildad como un valor a abrazar, mientras que la soberbia debía ser aborrecida. Hoy me cuesta poder establecer cuál es el equilibrio entre humildad y soberbia. Esta inquietud tiene su fundamento en que en muchas oportunidades no estoy satisfecho respecto de los resultados de mis acciones que las concibo suscribiendo el valor de la humildad. En estas circunstancias suele sucederme que las otras personas perciben mis acciones como un acto de soberbia. Hay oportunidades en las que yo siento que mi actitud fue soberbia. Se da mucho en las reuniones en las que el tema que se trata me apasiona y me transformo en el centro de la reunión y por tanto acaparo el discurso. En otras oportunidades, mi concepción de humildad me impide pedir, por considerar que mis necesidades son menos importantes que las de otras personas, lo que luego se traduce en un sufrimiento que se libera cuando logro superar esa barrera y puedo pedir. Me molestan las personas que actúan como seres superiores a los demás, pero rápidamente me pregunto en algunas oportunidades si yo realmente me comporto o no de igual manera. En mis reflexiones descubro que he hecho acciones o he dicho cosas que cuando yo las evalúo en otros las catalogaría como soberbias. Esta confusión es mi compañera desde hace varios años. Siempre estoy atento a no herir a otras personas con mis palabras o mis actos, pero a veces el costo es muy alto para mi autoestima. Considero esta una excelente oportunidad para poder navegar, con un guía, en este océano inmenso que me cuesta tanto entender. Este viaje que he emprendido, que se caracteriza por ser una exploración y no una excursión, porque no conozco ni el camino ni el paisaje, pero sí tengo la necesidad de explorarlo y obtener un recorrido que pueda ser utilizado por otras personas en el abordaje de estos temas. Cada uno de ellos seguramente podrá entregar su aporte desde sus experiencias, opiniones y reflexiones, e ir así mejorándolo. Este trabajo intenta lanzar a rodar el tema, dar una mirada sobre los valores que los percibo en decadencia, en el marco de una sociedad orientada hacia los objetivos y resultados materiales que genera personas con una profunda crisis de identidad. Alcanzados o no los objetivos materiales impuestos por la sociedad, el hombre en un momento de la vida. Por diferentes circunstancias se plantea el sentido de su vida y es en ese momento donde deviene la crisis, ante una sociedad inmersa en una competencia materialista, 67 pero carente de una plataforma de valores que contribuyan al desarrollo espiritual y emocional de las personas que la integran. Creo que es necesario partir desde la duda de si los valores con los que se construyó la sociedad actual son los vigentes. De hecho pareciera que han fracasado o por lo menos están desactualizados, dado que han perdido su rol de guía y contención. Sí estoy seguro que es necesario construir una plataforma de valores sobre la cual cimentar este nuevo mundo. Mi propuesta es iniciar ese camino de revisión intentando generar un aporte a esta plataforma de valores que vislumbro absolutamente necesaria para el sano desarrollo de las personas y, en consecuencia, de la sociedad que integran. I. Desde dos miradas: metafísica y ontológica Si me paro desde la mirada metafísica, mi investigación estaría centrada en la bibliografía, en el conocimiento escrito. Se situaría fuera de mí, lejos de las experiencias propias y concretas; navegaría en un mundo abstracto e inalcanzable. Desde la ontología, trabajaría en la observación directa, en el análisis de los hechos y acontecimientos experimentados desde mi propio cuerpo y/o experiencias cercanas, que me permitirían acceder con mayor facilidad. La principal diferencia es que en el pensar ontológico tendría un resultado más cercano al mundo que vive la gente común, mientras que en el pensar metafísico estaría acorde al mundo intelectual, el de los eruditos, un “mundo superior”. Los resultados del pensar metafísico son estáticos, descriptivos, están orientados a explicar los hechos. En cambio, en el pensar ontológico son dinámicos, nos permite intervenir, reflexionar sobre los hechos para poder accionar sobre ellos y obtener resultados diferentes en el futuro. Resultados ligados a las acciones que fui tomando y que me permiten una cuota de control, de protagonismo, de transformación de mí mismo en el devenir. El pensar metafísico nos pone en el rol de observador estático, sin posibilidades de intervención. El pensar metafísico presume un “Ser” definido, invariable, inalterable y las acciones como resultado de este Ser. En contraposición, el pensar ontológico presupone un mundo y un “Ser” en permanente cambio, que constantemente es modificado por las acciones que uno realiza, por el entorno con el que se convive, por las experiencias ganadas, por las alegrías, por los sufrimientos, etc. Las preguntas que me surgen desde la mirada ontológica son: ¿Cómo vivo la soberbia? ¿Cómo vivo la humildad? ¿Existe un litigio ente soberbia y humildad? 68 ¿Cuáles son las conductas observables que definen la soberbia? ¿Cuáles son las conductas observables que definen la humildad? ¿Cómo influencian los sistemas en la definición de soberbia? ¿Cómo influencian los sistemas en la definición de humildad? ¿Es posible definir una a partir de la otra? ¿Existe la dialéctica entre la soberbia y la humildad? Si existe, ¿cómo es? ¿Qué sabor me produce la soberbia? ¿Qué sabor me produce la humildad? ¿Qué emociones registro ante la soberbia? ¿Qué emociones registro ante la humildad? ¿Qué cosas me permiten reflexionar sobre el tema? ¿Logro identificar en los otros la soberbia y la humildad? ¿Cómo reacciono ante una persona soberbia? ¿Cómo reacciono ante una persona humilde? ¿Qué me causa placer: la soberbia o la humildad? ¿Por qué? ¿Qué valores identifico con la soberbia? ¿Qué valores identifico con la humildad? ¿Cómo me defino: soberbio o humilde? ¿Por qué? ¿Cómo me ven las otras personas: soberbio o humilde? ¿Por qué? II. Mis experiencias de vida Me preocupa ser visto como una persona soberbia, y lo percibo en mí cuando en las reuniones hablo de varios temas con conocimiento de ellos. Hay una frase que me genera mucha angustia y me bloquea: “Vos que sabés de todo”; la considero peyorativa, hiriente y la asocio a mi preocupación con la soberbia. Mientras escribo esto intento encontrar en esta frase las causas por las cuales me genera angustia, pero no puedo descubrirla. Tengo necesidad de entender los límites de la soberbia, porque las acciones que he tomado para no caer en ella, en muchas oportunidades fueron asociadas con timidez o parquedad. Fundamentalmente, cuando me quedo callado en las reuniones. Me gustaría superar ese prejuicio, no tenerlo presente todo el tiempo. Liberarme, creo, es la palabra correcta. Pero a la vez me pregunto liberarme de qué: ¿de los miedos?, ¿y cuales son esos miedos? Miedo a no ser aceptado, al rechazo, a ser diferente. Ser diferente me hace sentido. Muchas veces me he visto puesto en una posición de diferente en la que no me sentí cómodo. Durante el colegio secundario fui un muy buen alumno y por mis notas accedí a ser abanderado, pero como no quería ser identificado como un “traga” (de tragalibros en Argentina) o nerd (en inglés), presenté un aspecto físico de rebeldía (barba, pelo largo, desaliñado). Me sentía orgulloso de ser el abanderado con ese aspecto. Como todo adolecente, me encantaba desafiar las reglas, pero las compensaba con mis calificaciones. Tal vez esto de la soberbia, asociado a la 69 aceptación, habla de mi rechazo hacia las personas que yo defino como soberbias. ¡Qué interesante este vínculo! 1. La soberbia Me siento soberbio en las oportunidades que no escucho al otro, en que me siento dueño de la verdad o menosprecio lo que el otro tiene para decir. Es una conducta recurrente en mi comportamiento; siento ceguera, pierdo la dimensión del tema, y en varias oportunidades entro en una escalada que termina en una discusión, dañando la relación con el otro. Cuando logro salir de ese círculo e ingreso en un espacio de reflexión, siento un profundo dolor por el daño causado en la relación, enojo conmigo mismo por no haber sabido controlarme y así evitar un enfrentamiento innecesario. En estas situaciones asocio la soberbia con la incompetencia de escucha efectiva. Las experiencias en las cuales he podido observar soberbia en otras personas están muy asociadas a las características de mi comportamiento en circunstancias similares. He presenciado en varias oportunidades cuando un jefe menosprecia la labor de sus colaboradores, prejuzgando su comportamiento sin observar todo el contexto en el cual se ha desarrollado. Es frecuente oír “son vagos”; en estas situaciones no solo la soberbia se expresa con palabras, sino la misma se acentúa con el tono y la gestualidad, que evidencian superioridad, ese expresar juicios desde el pedestal respecto del pensamiento y/o conducta de otras personas. Primera experiencia Explorando las experiencias en las que considero que hubo un trato indigno, se me viene a la mente Jorge, con quien fuimos compañeros de trabajo hace algún tiempo. Jorge accedió a una posición dentro de la empresa para la cual no estaba preparado, pero su nombramiento le generaba beneficios personales a mi jefe. Jorge, al que fui conociendo mejor al compartir las tareas cotidianas, era consciente de que no estaba preparado para asumir el rol que debía cumplir. Había aceptado esta propuesta porque se le hacía imposible reubicarse laboralmente, dada su edad (55 años), y sus más de treinta años de trayectoria como dirigente gremial. Jorge se esforzaba mucho por aprender e intentaba cubrir sus falencias con mucha dedicación y obediencia hacia el jefe quien, conociendo la difícil situación de Jorge, se aprovechaba de ello; por ejemplo, le pedía que trabajara extensas jornadas, le exigía resultados imposibles de alcanzar. Jorge estaba resignado y siempre ponía en la balanza el hecho de que le habían dado trabajo. 70 Un buen día, el jefe le pidió a Jorge que realizara un diagnóstico. Jorge lo hizo, condicionado por lo que quería escuchar el jefe, y en esta oportunidad su apreciación estaba equivocada. En esa reunión participábamos varias personas y transmitimos que el diagnóstico estaba equivocado, pero como al jefe le convenía el diagnóstico de Jorge, lo tomó como válido y preparó una estrategia basada en él. Como era de esperar, obtuvo un fracaso como resultado. Este fracaso tuvo gran trascendencia y el jefe para preservarse responsabilizó a Jorge del error y procedió a despedirlo. Este caso contiene varios aspectos de la dignidad. Primero, la dignidad de Jorge que por su necesidad de trabajar accedió a una propuesta que lo superaba, que luego se transformó en una tortura por el maltrato recibido por su jefe, quien abusó de la necesidad de Jorge y lo utilizó para su propio beneficio. Hoy cuando recuerdo esta situación afloran los mismos sentimientos de entonces: rabia, injusticia, impotencia. Resulta difícil establecer un juicio para Jorge porque si bien él estaba necesitado de trabajar, era consciente de que no estaba preparado para ocupar la posición que le propusieron, pero igual accedió. ¿Se justifica que por necesidad relegue uno su dignidad?, ¿cuál es el límite? ¿Será la subsistencia?, y en ese caso, ¿cuál es el límite de la subsistencia? Esta relación estaba basada en una asociación ilícita: ambas personas sabían que actuaban injustamente, que tan solo tenían en cuenta su beneficio personal. Este hecho está teñido de manipulación. Ambas personas manipularon la situación para beneficio propio; abuso de poder, el jefe se aprovechó de la necesidad de Jorge y usufructuó dicha situación para, entre otras cosas, cubrir sus errores; estafa, toda la situación fue un engaño para el resto de las personas. Segunda experiencia En estos días me tocó compartir una reunión de amigos en la que participábamos con nuestras familias. Todos aportamos algunos alimentos y nos ocupamos de la preparación de los mismos y del lugar. Una de las familias invitadas llegó sobre la hora, y no solo no hizo ninguna referencia a su falta de participación en los preparativos, sino que la mamá de la familia dijo: “¡Qué suerte que está todo listo porque yo no tengo tiempo para ocuparme de estas cosas!”. Su comentario no fue bien recibido por el resto de las personas. Durante la reunión se mantuvo en una actitud en la cual exigía que le sirvieran tal o cual cosa. Digo exigía, porque ante cualquier pedido mostraba signos de fastidio si no se cumplía en forma inmediata. Le pidió a la persona que se ocupó de cocinar el lechón por cinco horas que le trajera una porción sin huesos. Él recién se había sentado y comenzaba a comer su porción. Al ver que no acudió inmediatamente, ella se levantó de la mesa, fue hasta la parrilla, 71 observó, y sin servirse nada regresó a la mesa, pero no se sentó. Miraba concentradamente al parrillero hasta que este, incómodo con la situación, se levantó y se dirigió a la parrilla para servirle la porción solicitada. Ella lo acompañó y, mientras él cortaba la carne, le indicaba qué parte quería. Sentí indignación por el comportamiento de esta persona. No sé cómo hubiera reaccionado si yo hubiese sido el parrillero. Tercera experiencia Puedo contar el hecho que sucedió cuando estaba trabajando en una empresa que transitaba por una serie de cambios producto de la venta de la misma y el ingreso de nuevos accionistas. En ese momento se generaron bandos dentro de la organización que luchaban por adquirir o conservar poder según la posición de cada uno. Un día, el gerente general, que respondía a uno de los nuevos accionistas, me citó a su oficina y me planteó que debía despedir al gerente de ventas, con la particularidad de que no debía comentarle a mi jefe, quien respondía a otro accionista. Le solicité al gerente general si me podía dar las razones por las que no debía comentarle a mi jefe, dado que yo no podía encontrar ninguna. Prácticamente no tuvo argumentos, tan solo esgrimió que mi jefe era quien había traído a la empresa al gerente de ventas y consideraba que no era bueno que él conociera la decisión. Los argumentos que manifestó no me resultaron sólidos, por lo que le contesté que no haría tal cosa si no lo ponía en conocimiento a mi jefe. Pensé que no era ético actuar a escondidas sin fundamento alguno. Había trabajado con Luis (mi jefe) durante nueve años y su comportamiento fue siempre muy correcto para conmigo; además, lo consideraba como un muy buen profesional, lo cual hacía que tuviera menos sentido tomar la actitud propuesta por el gerente general. Sentí que la decisión que había tomado era la correcta. Tras el temor experimentado al momento de tomar la decisión, me sentí fortalecido, orgulloso de haber optado por la decisión correcta, con la frente alta y con la libertad de poder mirar a los ojos. En esta oportunidad me vino una sensación expansiva en mi pecho, me invadió la sensación de seguridad, de alegría de haber hecho lo correcto. 2. La humildad Ahora es necesario hablar de la “no soberbia”, la cual considero conveniente denominarla humildad, Y con esto aludo a cuando mi actitud y/o mis actos fueron humildes, es decir, no estuvieron teñidos de soberbia. Puedo generalizarlo enunciando que considero actos o actitud de humildad el reconocer los errores, pedir disculpas, ponerse al servicio del otro, atender las inquietudes de otro sin pensar en el beneficio propio; es decir, con un interés genuino por el bienestar del otro. 72 Primera experiencia Hace un tiempo, un operario de la empresa en la que trabajo me pidió una entrevista. En ella me manifestó que quería llegar a un acuerdo económico para retirarse de la empresa. En ese momento la empresa propiciaba los retiros voluntarios porque estaba transitando por una baja en las ventas, pero dado que teníamos un buen concepto de él como trabajador, decidí indagar en cuáles eran las razones que lo llevaban a tomar tal determinación. Me manifiestó que él estaba muy contento con su trabajo, pero que tenía dificultades económicas, dado que por diferentes razones había tomado varios créditos y ahora se le estaba haciendo imposible pagarlos. Le ofrecí si él me permitía conocer las características de las deudas que había asumido para evaluar alguna alternativa que aliviara la carga que hoy representaba para él. Aceptó y al día siguiente trajo todos los antecedentes, de los cuales surgía que se había endeudado a una tasa muy alta por las características de las entidades financieras a las que había solicitado el dinero y por el momento en que tomó el crédito, que coincidió con la crisis financiera internacional. Analizando esta circunstancia le propuse realizar una gestión ante un banco a fin de tomar un crédito que le permita unificar toda la deuda en una sola entidad a una tasa más conveniente y en un plazo que le permitiera afrontar la deuda con mayor facilidad. Pasadas un par de semanas pudimos alcanzar el objetivo. Este tipo de acciones me generan gran satisfacción, al saber que contribuí a la solución de un problema de una familia. Es gratificante sentir que pude ayudar a otras personas. Segunda experiencia Cuando me pongo a pensar en un ejemplo de humildad como experiencia que pude observar en otras personas, se me vienen variados recuerdos, entre los que elijo uno que consolidó mi juicio sobre Juan, vicepresidente de la empresa en la que trabajaba. Un día teníamos que definir el valor de reintegro por almuerzo, entonces me presenté en su oficina con el análisis estadístico que se utilizaba para determinar dicho valor, el cual arrojaba un valor de $20. En esa reunión le informé que en la oficina percibíamos que la expectativa del personal era recibir un reintegro de $28, que coincidía con el valor del menú de un restaurante de la zona, muy utilizado por todos en la empresa. Juan escuchó mi comentario con atención y realizó un análisis de las ventajas y desventajas de asignar un valor diferente al que arrojaba el análisis estadístico, luego del cual definió aplicar el valor de $20. Yo coincidía con su análisis, pero también le expresé que la expectativa de la gente estaba más teñida de aspectos emocionales que analíticos. 73 Pasados unos días recibí un llamado de Juan y mantuvimos la siguiente conversación: Juan: ¿Te acordás que definimos el valor de reintegro del almuerzo? Domingo: Sí. Juan: Estuve revisando el tema y reconozco que tu percepción de la expectativa de la gente estaba acertada, por lo que quiero modificar mi decisión y asignar los $28. Domingo: Bueno, si le parece bien, diseñamos un comunicado rectificando el valor. Juan: Confío en que harán una buena comunicación, pero antes de eso necesito que aceptes mis disculpas por no haber valorado suficientemente vuestra percepción del tema. Domingo: Muchas gracias por su consideración, acepto sus disculpas. Esta actitud de Juan realmente me sorprendió y contribuyó a generar una mejor relación en el futuro. Analizando los diferentes aspectos en los que estuve buceando, puedo encontrar algunos patrones en común que necesariamente se hallan vinculados al juicio del observador, a los valores propios y los valores de la comunidad a la que pertenece. Estos me permiten asociar la dignidad con la coherencia entre los dichos y los hechos, la integridad, el respeto por la personas. Primera experiencia Buscando en el baúl de los recuerdos, me viene a la mente una situación ocurrida durante mi colegio secundario, cuando cursaba cuarto año. En ese entonces, la profesora de la materia Materiales para la Construcción se había formado un muy buen concepto de mí como alumno, pues en un examen, habiendo yo terminado, demoré la entrega para no salir del aula y poder ayudar a mi compañero que se sentaba en el banco de adelante. A mi compañero le faltaba mucho y nos quedamos hasta el final. En el apuro por terminar su examen, olvidé entregar el mío. Como a su vez también terminaba la jornada, guardé todo muy rápido y el examen quedó traspapelado entre mis papeles. A la próxima clase cuando la profesora entregó los exámenes faltaba el mío. Ella recordaba que yo había estado en la clase, por lo que dedujo que ella lo tenía traspapelado. A la segunda clase me dijo que no lo había podido encontrar y que al ser su responsabilidad, y por mi desempeño en la clase, me pondría un 10. Yo ya había descubierto que no le había entregado el examen, pero no le dije nada. En esta oportunidad mi comportamiento no estuvo alineado con el valor de la verdad, el cual intento sostener, y oculté lo sucedido para verme beneficiado. Recuerdo que sentí mucho temor a ser descubierto y que mi acto derrumbara el concepto que se había formado de mí la profesora. Para varios de mis compañeros, que se enteraron del hecho, mi acto fue una hazaña que era digna de ser festejada. Mi imagen exterior se alineaba con esa visión, pero 74 en mi interior sentí una gran frustración: no era gratificante alcanzar buenos resultados como producto de un engaño. Cuando tuve la oportunidad de tener buenos resultados, sentía que mi pecho se expandía y experimentaba gran plenitud y libertad; en esta ocasión, por el contrario, mi pecho se contrajo, me sentí prisionero de mi mentira y de mis temores. Segunda experiencia Un claro ejemplo que considero como experiencia en la que otras personas han respondido con dignidad es el caso de Pedro, comerciante que trabaja en la gestación de una ONG, cuyo objetivo es el desarrollo de la comunidad a la cual él pertenece. Como líder de dicha organización, Pedro siempre manifestó que esta era apolítica, que sus objetivos eran el crecimiento de la comunidad y que por tal fin era necesario establecer vínculos con los diferentes actores sociales, entre ellos, el poder político. Siempre definió a la organización como oficialista, es decir, que trabajaría con el gobierno de turno en pos del desarrollo de la comunidad. Esta actividad le ha generado un importante reconocimiento social dentro de la comunidad. En las elecciones de 2007, el intendente, conociendo su popularidad, le propuso ser candidato a concejal, propuesta que él rechazó, manifestando que no utilizaría de trampolín a la ONG para beneficio propio porque consideraba que si aceptaba, estaba estafando a toda la gente que creyó en él y en el proyecto de desarrollo social de la comunidad. Si aceptaba dicha proposición, estaba traicionando su palabra. En todo momento, Pedro manifestó que su proyecto no tenía intenciones políticas y que su popularidad venía asociada a su coherencia entre el decir y el hacer, y la propuesta tenía implícito romper esta coherencia. Valoro enormemente el valor ético que primó en su decisión, el respetar la palabra, la coherencia en sus acciones. III. Perfil unitario del tema 1. Concepto de la distinción Si observo la soberbia desde la humildad, la identifico con la altanería, con el creerse superior a los otros, el menospreciar al otro.. El considerar al otro como un ser inferior, un ser subordinado a los deseos del soberbio. Entiendo la soberbia como abuso de poder, como el considerarse dueño del destino de los otros, en alzarse como superior a todos, como el que lo sabe todo y desprecia a los demás, con ubicar la mirada por sobre el resto sin poder percibir la presencia de un otro diferente, con ser ajeno a las necesidades del otro y solo estar centrado en los propios deseos. La soberbia es un sentimiento único bajo el cual somos incapaces de asumir errores; en consecuencia, nos hace incapaces de reconocer el acierto de 75 semejantes. La soberbia nos proporciona la visión de estar rodeados de un mundo integrado por seres inferiores, subordinados al soberano. Es necesario decir que para quien habita en la soberbia, le suele resultar atractiva y apasionante, y el beber de su néctar puede hacerlo sentir un Dios. Esto no deja de ser una trampa porque en algún momento la biología, que nos constituye, se ocupa de mostrarnos nuestra fragilidad. En cuestión de segundos, el reinado puede desaparecer. La humildad se muestra cercana a sus semejantes, abierta a escuchar, entender y recibir las necesidades del otro diferente. Navega por las aguas de la comprensión y está siempre presente ante las necesidades ajenas sin perseguir nada a cambio. Su mirada esté enfocada en el mundo espiritual y emocional, y alejada del mundo material. La humildad está pendiente del impacto que generan sus acciones, trabajando en ser coherente entre sus acciones y su discurso. Tiene absoluta conciencia de la fragilidad biológica del hombre, de sus semejantes y de la suya propia. Habitar en ella nos lleva a experimentar el sufrimiento y la grandeza. Su recorrido suele ser silencioso, tiende a pasar desapercibido, sin reconocimiento, hasta puede ser invisible. Pero cuando es descubierta, suele ser elevada hasta el pedestal máximo de la gloria y suele trascender su existencia. Paradójicamente, podemos descubrir a la soberbia disfrazada de humildad y recíprocamente la humildad disfrazada de soberbia, porque naturalmente conviven y esta convivencia nos hace entrar en la confusión. La dignidad se muestra como el espacio necesario para reconcer al otro y a uno mismo. Este espacio de reconocimiento se da en ámbitos del ser como el biológico, emocional y espiritual. Participa activamente en la escala de valores con la que medimos nuestras acciones y las acciones de nuestros semejantes. Trabaja activamente en nuestro interior estableciendo cierto orden emocional. Acceder a sentirse digno, genera un volcán de emociones positivas: el cuerpo se yergue, la mirada se vuelve segura. Vivir en la indignidad afecta seriamente nuestras emociones y espíritu, puede llevarnos a hundirnos en una profunda depresión, desvalorizando nuestra condición de ser humano, o puede conectarnos con la ira en defensa de esta condición. Puedo identificar la dignidad como el límite natural entre la soberbia y la humildad. El límite de la soberbia está dado cuando sus acciones atentan contra la dignidad del semejante. El límite de la humildad se delinea cuando sus acciones atentan contra la propia dignidad de la persona que la abraza como un valor a resaltar. Entiendo que los extremos de la dialéctica “soberbia–humildad” pueden dañar la dignidad del ser humano. Esto me lleva a entender que el 76 límite extremo está dado por la dignidad biológica, espiritual y emocional del hombre. También creo conveniente mencionar el límite que se puede establecer entre la soberbia y la humildad; lo percibo como un límite que no puedo representar como una línea, sino como una franja. Esta franja en algún punto de ella puede resultar confusa e indefinida. Para poder explicar este concepto me surge la analogía con los aspectos culturales en las fronteras de los países. En la triple frontera conformada por Argentina, Brazil y Paraguay es muy difícil definir las características culturales de cada uno de ellos, porque permanentemente se mezclan generando sus propios rasgos. A medida que me alejo de dicha región, estos aspectos van adquiriendo mayor claridad en su diferenciación, diferencias que también se ven reflejadas en el lenguaje. Esta franja sinuosa que opera como límite entre la soberbia y la humildad, será vivida y definida por cada individuo, influenciado por el sistema del cual proviene y por el sistema en el cual se desarrolla. IV. Mis aprendizajes i) Este trabajo me brindó la oportunidad de desmenuzar, desde mi propia experiencia, buceando en mi alma, un tema que resulta recurrente en mis reflexiones, en la evaluación de mis acciones y advertir el impacto que ellas producen en otras personas. Aprendí a explorar, utilizando una metodología que contribuye a tener presente los diferentes aspectos del tema a abordar. Este proceso me indujo a desconfiar de las supuestas certezas y generar, apalancado en ellas, muchas preguntas. ii) Descubrí aspectos en los que no había reparado, que consideraba naturales, que no me había cuestionado. Incorporó a mi vida cuestionar las cosas que aparentemente son naturales. iii) Aportó a otras personas el abordaje desde la ontología, desde la experiencia, de temas como la soberbia y la humildad, de cómo ellos se presentan en nuestras acciones cotidianas y cómo influyen en las personas y en la comunidad. Sirvió para esbozar una propuesta de revisar y relanzar la plataforma de valores sobre la cual queremos construir nuestro futuro como sociedad. 77 Latitud y longitud Juana Merino 1. La elección de mi tema desde el claro “Mantenga la distancia de seguridad”…, así reza el mensaje que anuncia la autopista que me lleva todos días de casa al trabajo. Tantos años a mi lado, sin embargo juraría que lo he visto por primera vez este invierno. Es obvio que necesitamos mantener una distancia, para mantener nuestra seguridad…, hasta la Dirección General de Tráfico lo anuncia… Es curioso darme cuenta de que antes de conocer el concepto de sombra, ella fuera la que eligiera mi tema de investigación: la distancia. Hasta hace poco tiempo tenía un juicio de mí misma de ser una persona cercana, pero en el contexto de trabajo del ABC, cuando tuve que recoger juicios de mi entorno, a la vez de recibir juicios que reforzaban mi auto percepción, específicamente, recibí el juicio de ser una persona DISTANTE. Ello me impactó tremendamente. Poniendo el foco ahí, en mi trabajo personal me he ido encontrando con diferentes situaciones que me han ido corroborando que ese eje de los límites-distancia-entrega lo tengo “desajustado” y ello ha generado una fuerte inquietud en mí. Quien hoy es uno de mis más queridos amigos me confesó que cuando me conoció, incluso antes de hablar ni presentarnos, tuvo la intuición sobre mí de pensar que era “una rosa con espinas”. Me explicaba que percibía en mí una necesidad de defensa-distancia para no ser herida, también me percibía como “una pantera”, sentía que le enviaba un mensaje: “ni se te ocurra acercarte”. De un modo u otro, todo ello ha sido un ir tomando conciencia poco a poco de que existía un algo invisible para mí, pero no para los demás, que también me constituía. Finalmente pude intuir que “sacaba las garras”, cuando tuve que contestar frente a frente a la cuestión de cuáles eran mis mayores heridas, ya que el cuerpo me reaccionó con tensión, poniéndose alerta y disparándose unos mecanismos de defensa que probablemente son los que se perciben tras ese juicio de distancia… Curiosamente por otro lado, tengo una sensación, autopercepción de mí de que me implico mucho en algunas situaciones, y me doy tanto que no me queda nada o que me desgasta fuertemente…esta situación la puedo tener más en el área laboral. Respecto a mis hijos el darme por completo no me desgasta, sino que me llena, pero en ese dominio la pregunta es: ¿por qué no tomo acciones en el ámbito laboral para dedicar más tiempo a su crianza y educación? Me contesto que es por la responsabilidad de mi puesto, que lo impide…, pero ni he valorado alguna propuesta laboral de menor cualificación, pero más flexible laboralmente. Honestamente, siento que les 78 quiero profundamente, pero también a mí y sentirme en continuo aprendizaje a través de retos continuos me carga de energía y me hace sentir viva. Reconociendo esto, y respetándolo-respetándome, me siento más auténtica y en consecuencia más completa para entregarme a ellos. Inicialmente en la práctica del coaching evidencié problemas en este eje. Me acercaba al coachee desde una inquietud sincera de ayuda, pero cuando percibía el dolor y el desgarro del coachee, me dolía mucho y sentía la necesidad de protegerme y aunque intentaba dar lo mejor de mí, solía tener un deseo de huir de esa situación y coger distancia para no ver el sufrimiento. Sorpresivamente he notado que el trabajo personal realizado ha ayudado a conformarme una piel, de la que tengo la intuición que antes carecía, que me permite sentir, sentirme, sentir al otro y sentir los límites entre ambos. Ello ha sido básico para afrontar con madurez la responsabilidad de un acompañamiento de coaching. ¿Qué aporte puedo hacer con mi trabajo?, pienso que el dar luz dónde se encuentra el equilibrio en la entrega a uno mismo y la entrega a los demás, dónde se ponen los límites en las relaciones con los demás, y cuál es la clave para encontrar la modulación en la distancia en las relaciones interpersonales. 2. Alcance y relevancia del tema El trabajo realizado en torno al mapa de preguntas que guiara mi reflexión ha sido complejo. Me acerqué al mismo, haciéndolo y deshaciéndolo en varias ocasiones, y no estando cómoda con ninguno de los resultados. Obtuve preguntas interesantes, pero intuía que me faltaba afrontar preguntas esenciales y me asustaba que ni siquiera me las hubiera planteado. No sé si entre mis idas y venidas se fueron cayendo, “como sin darme cuenta”, y se fueron perdiendo aquellas preguntas de las que no era capaz de ir haciéndome cargo. En cualquier caso, creo que el quid de este trabajo sigue residiendo en las preguntas que faltan y sea capaz de generar y contestar, ¡el camino no ha hecho más que empezar! Me gustan las preguntas hechas, pero me asustan las preguntas que no aparecen recogidas. Las preguntas que no aparecen me limitan, no me dejan ver, pero creo que es porque no soy capaz de asumir el descaro de lo que dejan abierto sin respuesta. Me siento un poco atrapada por el lenguaje, perdida en su circularidad… Mirándolas desde la metafísica veo mis preguntas con resignación, con “sentido común”, que creo que es como me surgieron, y eso me generó cierta tristeza. Siento como que hubiera ido generando las preguntas desde las respuestas que hoy tengo. También desde la metafísica hemos aprendido que toda pregunta tiene UNA respuesta correcta y las demás respuestas serían incorrectas como era en la escuela y de ahí ha surgido nuestro miedo a 79 preguntar y también a equivocarnos… Desde el punto de vista ontológico falta una valentía para mirar las preguntas desde las inquietudes y desde mis desgarramientos… no desde las respuestas conocidas. Con todo, siento que también puedo hacer una mirada a las preguntas distanciándome (como bien sé) de las respuestas conocidas hasta ahora y mirándolas con ojos nuevos, en un ejercicio activo de soltar viejos esquemas y moverme a “nuevas tierras”. También reconozco que vistas las preguntas en forma de mapa gráfico, me han ayudado a sentirme en el claro, porque nunca había hecho una parada de este tipo y realmente me ha parecido interesante ver cómo la distancia es algo que condiciona mi modo de estar en el mundo. Las respuestas a estas preguntas desde el punto de vista ontológico me permiten ver un modo de vivir mejor y de estar mejor en esta vida que para mí tiene unas connotaciones diferentes en términos de distancia, un sentirme más serena con ese eje, ello todo permitiéndome salirme fuera de ese enfoque de resignación metafísico. 3. Registro de mis experiencias de vida Para mi sorpresa, se cumplió la intuición que tuve. Una de las preguntas más potentes acerca de mi tema quedó inicialmente fuera de mi esquema de indagación. Dando vueltas y vueltas a varios borradores de mi texto, basándome en mis indagaciones, la gran carencia es la pregunta: ¿se puede dar amor y cariño en la distancia? y sus réplicas: ¿se puede recibir amor y cariño en la distancia?, ¿se puede entregar a una persona en la distancia?, la respuesta a la que he llegado es que yo no he aprendido a hacerlo y tengo ese aprendizaje pendiente. Es un aprendizaje, no obstante que ya ha comenzado, gracias a la misma coach de este proyecto de investigación, que desde 10.000 km de distancia y con un océano entre las dos me está mostrando cómo es posible. Hasta ahora había sentido que el amor, el cariño es necesario entregarlo cerca, sin distancias, mirando a los ojos, sintiendo y vibrando. Haciéndome presente y mostrándome. Elaborando de dónde se compone mi distancia y el desequilibrio en el eje de los límites que mantengo con las personas, intuyo que todo ello tiene sus raíces en los aprendizajes que hice con las figuras más cercanas a cualquier persona por excelencia: los padres. Una constante en mi vida ha sido la distancia que he tenido respecto a mis padres desde muy pequeña. Mi deseo natural era estar cerca de mis padres, pero ello no fue posible en la dimensión que yo quería, no desarrollé una capacidad de pedir su cercanía (aun habiéndolo hecho quizá tampoco lo hubiera conseguido), pero mi cuerpo grabo la carencia. Es más, grabó la respuesta de reaccionar con distancia ante determinadas situaciones sociales. El trabajo de mi padre tenía unas dedicaciones especiales que 80 condicionaron nuestra vida familiar. Asistí durante muchos años desde que nací y hasta los 20 años a un proceso que consistía en que mi padre se marchaba de viaje entorno a mayo, le despedíamos con pena, no podíamos pedirle que no se marchara, dado que era por el sacro-santo valor del trabajo y en beneficio de la mejora familiar, y con gran espíritu de sacrificio…Cuando estaba fuera y hablábamos por teléfono, no podíamos preguntarle directamente cuándo volvía, ya que le incomodaba hablar de ello, no podíamos hablar de ello con él,…, como si vivir en la distancia fuera vivir algo normal. Aprendíamos a vivir sin él durante unos meses, tras los cuales se incorporaba a la dinámica familiar, lo que suponía una nueva adaptación de todos, y del sistema. Todo esto, año tras año, intuyo que generó una cierta indefensión ante esa puerta giratoria y ese reacomodarse a estar y no estar con esa figura de referencia. Por otro lado mi madre trabajaba en un horario que no le permitía estar presente cuando nos levantábamos por la mañana. Con ella compartíamos una comida acelerada por las premuras del horario, y no volvía a ver hasta las 8 de la noche cuando ella llegaba ya cansada y todavía con muchas cosas para hacer en casa y muchas personas (hijos y padres) a los que atender. En ese sistema se protegían los aspectos básicos y se respiraba cariño, pero había suficientes “excusas” para no dedicar un tiempo suficiente a estar con los niños de cara, frente a frente, jugando con ellos de manera infantil y despreocupada, para preguntar por ellos o preguntarles directamente. No tengo recuerdos de que preguntaran qué tal en el colegio o qué tal esto o aquello, parece que en mi casa se atendían los asuntos por excepción negativa: tenía que surgir el problema o la inquietud, para que se dedicara atención. La atención de los padres era un valor muy preciado… De mi madre no tengo recuerdos de indagaciones al respecto, de mi padre tampoco, quizá más bien formales. Mi madre nunca estaba en casa cuando volvía del colegio, y no podía depositar en ella mis preguntas, temores, alegrías, los contenía yo misma y me auto-contenía. A última hora de la tarde, ya cansada ella nos preguntaba qué tal el día. Yo percibía una pregunta de cortesía, y aprendí a responder cortésmente. Mientras tanto las impresiones se agolpaban en el silencio de mi corazón Se iba produciendo una distancia, un no mostrarse la una a la otra. El cariño ahí estaba pero enlatado, aprisionado, relegado… En ese sistema aprendí a hacerme oír cuando necesitaba algo urgente, algo importante…, pero aprendí a identificar mi espacio, mis límites. Aprendí a no permitir que los demás accedieran a mi espacio cuando quisieran: “¿a qué viene ahora que te intereses por esto o lo otro si no lo has hecho hasta ahora…?” y el sistema se sigue retroalimentando… Este mecanismo me protege, me salvaguarda, pero me deja sin herramientas para jugar en algunas distancias cortas. Desde luego en cierta medida me anula el interés por el otro: “tampoco se han acercado mucho a 81 mi…, no sé por qué tendría yo que acercarme al otro…” Estimo que ahí nace que mi vivencia de la distancia es radicalmente diferente si soy yo la que me acerco o si son los demás los que lo hacen. Ahí radica la diferencia de los juicios que he recibido del entono y los que tengo de mí misma. Puedo elegir ser una persona cercana y así me perciben las personas a las que me acerco voluntariamente y tomando la iniciativa, pero también una persona distante, si son los demás los que inician el acercamiento a mí. No es indiferente que nuestro juego preferido de niños fuera el de escondernos, cuando mis padres llegaban a casa, coger distancia de ellos, como ellos la habían cogido de nosotros. ¡Qué inteligencia la de los niños!, reaccionan en su justa medida, con total sabiduría!. Hoy lo recuerdo todo ello con la serenidad que me da la aceptación: todos hicimos lo mejor que pudimos y supimos. Hoy veo toda esta vivencia con ojos nuevos, sin los viejos juicios explicativos, e intuyo que hice aprendizajes curiosos: necesitaba cercanía, pero no estaba en mi mano el conseguirla, pero sí estaba el retirarme cuando se me imponía una cercanía no pedida à marcar distancia. También ahí creo que subyace algo de mi cierta tendencia a la ambivalencia y en cierto modo a mi (siempre valorada por los demás) capacidad de adaptación. Me explico, la relación con mi padre estaba marcada por los polos: él no estaba presente en largas temporadas, con poca conexión en el día a día (ya que las tecnologías no lo permitían), pero una conexión excesivamente alta en otros momentos, jugando en ocasiones un rol de confidente impropio de mi edad en algunos momentos de la infancia y adolescencia. Por otro lado, de él también aprendí a que poder estar presente y cerca pero totalmente incomunicados es posible. No tanto por la relación conmigo directamente, sino por algunos otros comportamientos dentro del núcleo familiar. También es claro que la relación con mi abuelo materno, se componía de mucha distancia, si bien convivíamos en la mima casa. Creo que de alguna manera reproducía el patrón de comportamiento que mi abuela tenía con él. Me identificaba con ella, en consecuencia me distanciaba de él. Algo que se evidencia es una constante de nadar entre dos mundos: como en este caso: papá-mamá, presencia-ausencia, “ni contigo ni sin ti”, distancia-entrega…Ello lo asocio con mis limitaciones para la toma de decisión, lo asocio con mi facilidad para la adaptación, con los altos costes en dedicación energética que ello también tiene para mí. Este patrón de ambivalencia es necesario dejarlo atrás, potenciar mi toma de decisiones, mi establecimiento de límites y el hacerme cargo de mí desde la adultez. Mi modo habitual de relacionarme es desde la precaución, el observar en la sombra, cuanto menos se me vea, mejor. Ello conlleva distancia, pero también intuyo que esa distancia tiene que ver con la alta sensibilidad que tengo. En algunos momentos diría que hipersensibilidad. Los límites en mis 82 relaciones los marcan la percepción de amenaza que sienta. Ello creo que es una constante en todas mis relaciones. Entiendo que es algo global, puedo ocurrir que con mi sensibilidad intuya antes que la media de las personas de mi entorno las amenazas a mi vulnerabilidad. Quienes están en debilidad no son una amenaza para mí, por ello soy capaz de acercarme más y volcarme más, eso sí, siempre atenta a que su debilidad no tenga matices de dolor importantes que me estrangulen, en cuyos casos nuevamente la distancia es el recuso defensivo. Analizando mis vivencias desde el foco de la dignidad, me llama la atención la reproducción que he hecho yo misma, de la prioridad que mis padres dieron al ámbito laboral, precisamente aquello que les forzó a mantenernos en cierta distancia de ellos. Tristemente en el ámbito laboral he conectando con más situaciones de falta de dignidad de las que estaba dispuesta a aceptar inicialmente. Realmente este ha sido un ámbito de dedicación de tiempo impresionante durante muchos años. Me olvidé de mí, de mis amigas, de mi salud, de mi pareja y de mi familia durante años, hasta el nacimiento de mis hijos. Este hito supuso un trauma, y tuve que reaccionar. Para mí la dignidad suponía volcarse totalmente en la empresa, y no hacerlo suponía ser indigno, no digna de la confianza que habían depositado en mí. Durante años hubo “excusas” para hacer unas dedicaciones de horas desorbitadas, y con el nacimiento de mis hijos tuve que comenzar a luchar por mi dignidad y hacerme entender a mí misma que no debía nada a nadie por ocupar mi puesto. Hacerme entender que era legítimo que no quisiera perder el tiempo en reuniones vacías. Acortar la dinámica en la que me convocaban a reuniones en la última hora de la tarde, porque “siempre estaba ahí”. Todo ello lo hice con una fortísima lucha interna, de la que hoy todavía hay resquicios importantes. Sentía dolor, mucho dolor por la elección, sentía culpabilidad. Lloraba amargamente y sentía desgarro. Siento que este desgarro se produce porque he venido reproduciendo el patrón de mi madre (padres), priorizando al trabajo, sobre mi sentimiento y vivencia de pérdida de su cariño y presencia en la infancia. A la vez, es valioso ver y sentir, que al tomar conciencia y aceptar ese patrón presente, se deshace el nudo limitante que me imposibilitaba otras acciones, y hoy es el día que cierro mi jornada laboral sin culpa y en tiempo prudente para acompañar a mis hijos en su crecimiento. Entiendo a mis padres en sus opciones vitales (¿tuvieron posibilidad real de elegir?), pero las suyas no son mis opciones. Con 21 años me fui a estudiar al extranjero. Fue una experiencia increíble en muchos sentidos. Mi sistema familiar tuvo que aprender algo nuevo para él: el que se marchaba no era mi padre sino la “niña” pequeña. Además del sistema, también lo tuvo que aprender mi padre…y experimenté algo que intuyo que también sentía él: se puede disfrutar estando lejos de los que quieres, aunque lo hagas por una excusa de “mejora”, (trabajo en su caso, 83 estudios en el mío…). De esta experiencia rescato lo cerca que sentí a mi familia. Durante todo un año, todos ellos (mis padres y hermanos) me escribían una carta cada domingo, que luego me enviaban todos juntos. Esas cartas son un tesoro, todavía hoy las releo y lloro (serenamente), porque desbordan amor por los cuatro costados. Probablemente uno de los grandes aprendizajes de ese año, fue ser consciente de todo lo que me querían. Por mi parte, no me quedaba corta y fui muy activa mandando cartas para todos, que leían todos juntos, pero también individuales, manteniendo conexiones más personales con cada uno de ellos. En este año también sentí muy cerca a mis amigas, y me sentí muy querida. Es cierto que esta experiencia también me sirvió para conocer mejor a la gente que me rodeaba, y me llevé importantes decepciones. Mi experiencia viviendo en el extranjero me llevo a animarle a un amigo a que lo probara. El lleva ya años viviendo en Europa. Cuando viene conectamos muy bien, pero no siento la necesidad de comunicarme continuamente con él. En este caso ocurre que no sé hablar con él en la distancia, aquí aparece una incompetencia mía muy importante (con sus posibilidades de aprendizaje abiertas…): no se hablar en la distancia…, prefiero mantenerme callada. Me comunicaba muy bien por carta, en mi época, pero no me siento natural utilizando las nuevas tecnologías para comunicarme en la distancia…Intuyo que porque mi aprendizaje de cómo se vive una relación en la distancia es en silencio… Mis amigas de la infancia siempre han estado ahí, yo las siento como compañeras vitales, incondicionales. Jugando con ellas siempre en una relación de cierto amor-odio, de proximidad, pero de necesidad de mi espacio…En mi adolescencia me revolvía contra algunas situaciones que en absoluto me gustaban como planes y optaba por la autoexclusión, imitando mucho el rol de mi padre en casa, cuando tras volver de sus viajes, en ocasiones notaba que no se “readecuaba al sistema”, solía optar voluntariamente por permanecer al margen, y yo intuía celos de la relación que manteníamos mis hermanos y yo con mi madre. Mi respuesta en esas situaciones era la de compensar y “conciliar”, ofreciéndole mi atención. Es interesante pensar cómo en las relaciones de pareja la distancia ha estado absolutamente presente. Mi primer amor fue un chico que se marchó al extranjero a estudiar, cuando sólo éramos adolescente, lo resumo rápidamente y se entenderá bien: todo un trauma. Recuerdo también que conocí a un chico absolutamente brillante, teníamos conversaciones muy vivas y estimulantes para mí, que además hacían despertar mi lado más ingenioso de una manera muy natural. Yo busqué el acercamiento a él, pero en un momento nuestros ritmos personales 84 no coincidieron y lo planteaba en un escenario de todo o nada. Era un “conmigo o sin mí”, cercanía o distancia total. Elegí distancia, pero para mi sorpresa no aceptaba mi decisión, mis límites: eso fue muy nuevo para mí, que había aprendido a manejar “mis distancias” y a que los demás “me obedecieran”. No me sentía respetada ni escuchada y mucho menos querida, como era su discurso. Me sentía invadida. Me sorprendió oír cómo salían de mi boca unas palabras que le pedían que se marchara de mi lado. Estaba sorprendida, pero liberada también, auténtica y poderosa. Me sentí sincera y esa fue la clave para salvar mi dignidad. Efectivamente puse unos límites claros, pero fue un proceso que duró años y lo hice en un momento en el que físicamente estaba en mis límites. En realidad el límite lo puso mi cuerpo. Pensando acerca de la persona que he elegido para que me acompañe en la vida, me surgen varias reflexiones. El no es de mi ciudad, tuve que buscarlo en la distancia e intuyo que este punto nos une mucho, porque yo siempre le he percibido a su vez huyendo de su entorno…Intuyo que, de alguna manera, compartimos desgarro (necesitaré explicarle esto delante de una par de copas de buen vino…). Siento que el juego de las distancias nos ha constituido como pareja, ya que cuando mi marido me vio en dudas antes de casarnos, decidió dejarme porque pensaba que era lo que yo quería realmente, pero que no podía tomar esa decisión. El tomaba distancia de mí, pensando que yo la quería tomar de él y no podía… Me quería tanto, que no quería ser una carga para mí, y se marchaba para que yo fuera libre. A mí me pareció un acto de amor incondicional, de grandeza y de dignidad. Supe reaccionar a tiempo. Ahí le vi el hombre más poderoso del mundo, el más generoso y sencillo. ¿Cómo puedo entender lo saludable y sanador de los límites sin poner una distancia limitante para la relación? Este programa avanzado lo hago desde mi propia inquietud. Soy consciente de que los beneficios de mi crecimiento personal revertirán en mi vida laboral también. Pero he rechazado que mi empresa me financie el programa, porque he sentido que mi dignidad podría verse comprometida y no quiero mercadear conmigo. Me costó afrontar la conversación en la que tuve que manifestar mi posición. Hubiera sido sencillo “dejarme llevar”, pero ahora me siento sobre todo más libre, también más grande y poderosa. Y entorno a la distancia… ¿cómo se distancia uno?… ¡pregúnteselo a mis pies!…Efectivamente está la distancia que se palpa incluso teniendo a una persona a nuestro lado, pero quiero hacer una parada en la distancia física…, la distancia en el espacio…Como decía mis pies son especialistas en escapismo (Si Judini levantara la cabeza…), en encontrar vías de “desaparición”. Por ello uno de los grandes descubrimientos para mí en biodanza fue el caminar de la dignidad. Recuerdo todavía las palabras de Alicia diciéndonos, “caminen como el reyes”…, cómo me conecto con esas palabras. Mi caminar habitual solía ser 85 rápido y algo nervioso y desde hace algún tiempo intento caminar con propiedad, poniendo los pies en esta tierra que también es mía, imprimiendo mi huella, con todo su poder, recargándome de la energía de cada paso, y sobre todo eligiendo activamente y con dignidad la dirección que quiero: cercanía o distancia, pero no más escapismo. Siguiendo con este concepto de distancia en el espacio, entendemos la distancia en términos de coordenadas geográficas: latitud y longitud. He realizado aprendizajes que me han permitido mantener distancias en ambas coordenadas. En concreto, me llamó poderosamente la atención encontrar cómo mi sombra se compone de una altura muy inferior a la mía, mi sombra y yo también mantenemos unas distancias. Uno de los retos está en levantarla del suelo (del sur, el siempre olvidado sur) y ponerla a mi altura, en esa labor de integración de ambas. Efectivamente si la longitud y la latitud son importantes y ahí me he movido, debo resituar el centro, mi centro, reconociéndolo dejan de existir las distancias, porque conseguiré estar en mí, aun en movimiento. El nuevo sitio a conquistar es el CENTRO, mi centro, mi conexión conmigo misma y desde ahí mi conexión con los demás sin abandonar mi centro. Ese centro y esa conexión conmigo, también la puedo llamar “creer en mí” Por ello el nuevo concepto a incorporar y vivir es FLEXIBILIDAD…cómo puedo estar en mí y conectarme con el otro, resuelve la ecuación de la distancia, porque sencillamente desaparece. Relacionado con ello, el punto de avance de esa flexibilidad reside en mi cuerpo, haciéndome cargo de la necesidad de resolver las corazas hoy presentes en mí que me encorsetan y me impiden moldearme en la nueva mujer a ser. También aquí quiero parar para entender que esa conexión con los demás parte de una decisión previa de estar dispuesta a ver lo mejor de los demás, sea lo que fuere, pero trabajando activamente esa actitud. Formulado de una manera ontológica diría, la disposición activa a escuchar el bien en el otro, como condición previa a la conexión con los demás. Y también la distancia en el tiempo…¿Qué ocurre cuando no hay distancia en el tiempo? parece que será necesario completar estas notas tras lecturas especializadas en el mundo de la física…Sólo quiero llamar la atención sobre el hecho de que en ocasiones nos podemos sentir más cercanos de otras etapas de nuestra vida, es más parecer que estamos viviendo en unos años que no nos corresponden…, me explico: a lo largo del trabajo personal realizado en ocasiones me he podido sentir mucho más cercana de la JUANA de 5 años, que de la de 2011…,ello es lo que llamo ahora distancia en el tiempo, que viene a ser lo mismo que desconexión con uno mismo y que más adelante comentaré. De alguna manera mis aprendizajes en el eje de la distancia me han acompañado desde mi concepción. Desde la adultez, debo incorporar las 86 conductas para hacerme cargo de mí y mis relaciones, de tal manera que debo explorar y marcar mis elecciones y mis límites: qué quiero y qué no, quién quiero que se acerque y quién no, a quién quiero acercarme y a quién no. Sintiendo la legitimidad de mi elección y en consecuencia de mis selecciones. Es un aprendizaje a hacer de manera consciente y a incorporarlo en mi habitualidad, reduciendo el peso de mi automatismo de “todo o nada”, para saberme mover en el mundo de los grises y de las graduaciones, siempre desde mi centro, mi serenidad y mi responsabilidad de hacer de mi vida una obra de arte, como nos invita Nietzsche. Mi distancia desde la mirada de otros Las entrevistas a varias personas de mi entono corroboran mis hipótesis iniciales, en algunos casos con una radicalidad un tanto insultante para mí. También aportan matices interesantes. Las personas que he entrevistado han sido: mi madre, mi marido, una vieja amiga, un nuevo amigo y un compañero de trabajo. Mi madre habla de que siempre he tenido carácter y de que había y hay que saber cómo acercarse a mí porque no sabe cómo me va a coger. En este sentido es llamativo el que ella sea la que hable de “acercarse”, intrínsecamente está el hecho de que yo no me acerco…Ella me habla de que marco unos límites en los que ella sabe que no puede preguntarme. Su argumentación es que no sabe por dónde voy a salir, y que prefiere no “meterse” (nuevamente). Mi marido identifica muy bien a la JUANA seria, que siente fría y en otra dimensión. Pudiendo estar cerca, se encuentra “inaccesible”, según sus palabras. El es más comunicativo y dicharachero que yo, le gusta hablar más de temas mundanos, que normalmente no llaman mi atención. El se siente solo en ese tipo de conversaciones, siente que me escapo (yo marco las distancias) y que la distancia entre ambos es mucha, no consigue tocarme con su palabra. También es cierto que ha empezado a ver a una mujer bien plantada, hecha y haciéndose, algo que le gusta, pero que también le compromete e inquieta porque no es la misma. Mi vieja amiga me corrobora que siempre he andado “a mi aire”, me costaba atarme y comprometerme, me cansaba de ella y del resto de la cuadrilla en ocasiones, y decidía ir por libre…, me sentía diferente y llevaba otros ritmos. Un nuevo amigo me relata lo que le costó acercarse a mí, veía mis barreras y califica que soy selectiva respecto a quién le permito “acceso” y a quién no. Un compañero de trabajo me relata que me no me gusta ser vista, y que me escapo del contacto físico, pero muy a la contra, me dice que soy una persona muy confiable siendo muy cercana para él y un importante apoyo. 87 Todos ellos me dan abundante fenomenología que hace que sienta que sus juicios son fundados. Creo que mi cuerpo registra todavía mucha rabia por no poder retener a un padre viajero, y su único margen de expresión libre y aceptado por el entorno era mostrar un cierto enfado que tomaba la expresión: “déjame en paz ahora” cuando se producía el regreso a casa. Ese “déjame en paz” ha sido el juicio grabado a fuego, que yace debajo del marcar distancia. Mis relaciones de cercanía, amistad, pareja, nacen con la impronta de este juicio que las acompañará por ser su sombra. Los matices de las ausencias de mis padres eran diferentes, pero en cualquier caso, poniéndome desde ahora observando la situación vivida, supongo que tuvo que tener una importante sensación de mareo y de indefinición, como bebé y en la infancia: “ahora están, ahora no están”, intuyo que para un niño eso despista mucho y cansa, consume una energía innecesaria y opta por: “puesto que no pueden estar, ¿no será mejor que no estén?”, de tal manera que se tome distancia de esa situación de ambivalencia, tomé distancia de ellos, en consecuencia tomé distancia de las relaciones, y tomé distancia de mí… La serenidad aprendida se componía de soledad y de poder apañármela sola. Cuando me sentía más vulnerable recibí distancia, por ello vulnerabilidad y distancia van de la mano en mis aprendizajes. La distancia amortigua mi exposición al dolor, protege mi vulnerabilidad. También estimo que todo aquello generó enfado en una niña, y el modo de salir de esa emoción era en la soledad: el trabajo era lo prioritario, y contra eso no tenía fuerza para ganar, así que ya que me quedaba sola con mi enojo, también tenía que salir sola de él…, aprendí muy bien la autocontención. Una de las consecuencias obvias de la distancia que se marca es dónde te deja: en la soledad: ese es el resultado, todo un mundo en sí. La soledad es desconexión, de uno y de los demás, ya que nos constituimos uno en función de nuestra conexión con el otro. Ello es algo que me hace pensar que en algunos aspectos de mi vida, he venido teniendo reacciones infantiles, ver ello me está permitiendo renacer, conectarme, reconocerme y constituirme como una mujer adulta, ello a través de mi propia elección de hacerlo así, asumiendo mi responsabilidad de vivir mi vida. Las consecuencias de las soledad, a su vez, son evidentes en términos de incompetencias en aprendizajes conversaciones…:el escuchar, el emitir juicios, el ofrecer, ¿cómo se pide en la distancia? Me impusieron la distancia y yo me la he seguido ¿imponiendo? Hoy me niego a reproducir un patrón que no es mío. ¿Qué hay detrás de la distancia?, tengo que rendirme a ello, ver qué hay detrás, abrirme a lo qué me estoy perdiendo. Como en otros aspectos, probablemente el asumir mi parte débil y vulnerable, susceptible de ser herida y dañada, sabiendo que se puede 88 recomponer, será la vía para poder conectarme con los demás y no relacionarme en clave de distancia. Dicho de otros modos: aceptar mi centro, quererme, tratarme con cariño, reconocerme íntegra y vulnerable, aceptarme: desde ahí desaparecen las distancias porque ocupo mi centro. 4. Perfil Unitario del Tema La distancia acompaña a las relaciones. A la relación que mantenemos con nosotros mismos y a la relación que mantenemos con los demás. La matiza, la califica y la ayuda a definirse. Entender las relaciones como conexiones de personas: coraje de relacionarse, de ser imperfectos y mostrarse, asumir su vulnerabilidad. Asumo la vulnerabilidad como parte de mí, me conecto con ella con coraje y desde ahí me muestro y me acerco al otro. Cuando nos sentimos vulnerables, necesitamos mantenernos solos. Cuando asumimos nuestra vulnerabilidad y nos hacemos cargo de ella, somos capaces de querernos, de confiar y de entregarnos o dejarnos acompañar por los demás à nos conectamos y en consecuencia desaparecen las distancias. Por ello la importancia de la conexión con uno mismo y de asumir nuestra vulnerabilidad, para poder acercarnos al otro con serenidad y apertura. Si en la relación con uno mismo la persona tiende a tomar distancia de sí, podemos hablar de desconexión de una persona consigo misma: desconexión con sus emociones, con sus sentimientos, con su cuerpo. Hablamos de esas situaciones en las que las personas viven sus vidas como si fueran películas que pasan por delante suyo, en las que representan un papel, pero no se viven como protagonistas de lo que les está sucediendo. La relación entre dos personas es un baile y se baila en clave de las distancias que se mantienen y se definen entre las personas: se acortan, se agrandan, desaparecen y se generan de nuevo, al ritmo de una música inaudible, pero presente… ¿Cuál es el ritmo de la música que bailan las relaciones? Es el ritmo del corazón. El corazón, el amor, el cariño, el afecto necesitan fluir en los espacios cortos, no pueden hacer grandes florituras en las distancias grandes. El roce hace el cariño, pero en la distancia no se roza, solo se recuerda, se idealiza, se quiere una imagen cargada de emoción, pero no se quiere de verdad, no se desarrolla el día a día, no se comparte, no se vive la relación, no se toca suelo. Una relación vivida en la distancia tiende a sublimarse y a idealizarse. Ello es conceptualmente: válido, vivencialmente: vacío. El amor es pedestre, es popular, roza el suelo y se toca, no es un ideal, ni un intangible, algo etéreo…la distancia alimenta ese amor novelado, ese vacío, pero no es nada, no existe, porque no se comparte nada: no hay un espacio común donde desgastar el día a día. La distancia no nos permite 89 amasar la relación, mecerla, zarandearla, besarla… Después del compartir debe venir el separarse y volverse cada uno a sus “huestes” para hacer balance, pero después del compartir… ¿Qué ocurre si no ha habido el paso previo del compartir en la cercanía?…, ¿dónde vuelve la persona que vive sus relaciones en la distancia? Vuelve al mismo sitio de partida, se encuentra tan sola como al principio, sin el fruto de lo que es una relación vivida en la cercanía, sin el fruto de compartir… En la distancia como en otras muchas cosas en la vida, la clave se encuentra en el equilibrio, en este caso en la graduación de la distancia. ¿Cuál es la distancia adecuada para cada una de nuestras relaciones? Hay acercamientos que se pueden vivir como un requerimiento, no vivir el acercamiento como un modo natural de contacto de mostrar y entregar cariño, como un modo de compartir, sino como un modo de requerir, de ser requerido. Ante eso surge la necesidad de defenderse de las amenazas, de los requerimientos del exterior que me van a despojar de algo mío…, son requerimientos utilitaristas, no es un acercamiento amoroso desde el punto de vista ontológico a la persona. Entonces surge la necesidad de protegerse en cierta medida, de aislarse… Ello fomenta una disonancia entre la persona y el personaje: se han acercado al personaje que hace trabajo: no se han acercado a la persona que necesita cariño… Definir la distancia para cada relación es también un arte, porque esa distancia la definen las partes, y nunca es fija, se va modificando con el tiempo, con el baile… Eso sí, es una fórmula que lleva mucho de afecto, respeto, sinceridad y confiabilidad. El gran elemento a evitar en ella es la percepción de invasión. Si una de las partes percibe amenaza, posibilidades de perderse a sí mismo en la relación, el resultado indefectiblemente pasa por incrementar el nivel de distancia entre las partes. Distancia es prevención En la distancia la relación se vive menos, porque es menos, se quiere menos y también duele menos. En la distancia la relación ES menos relación. 5. Mis aprendizajes Este proyecto me ha ido acompañando a un lugar diferente, ¿cómo explicar que se siente que estás de otra manera sobre el mismo suelo?, la palabra que mejor lo recoge es desplazamiento y un desplazamiento al centro, a mi CENTRO. Mi modo de estar hoy conmigo ha cambiado, acepto los aprendizajes que realicé en un momento, los honro pero los dejo atrás, para abrirme a estos otros nuevos, más poderosos que me abren más posibilidades de acción y me permiten vivir mejor, con más calidad y en consecuencia hacer más placentera la vida de las personas que están a mi lado. 90 He tomado conciencia de mi sombra y me he reconocido en los ojos y en los juicios de otras personas, en mi modo de relación. Mi experiencia de la práctica del coaching ha evolucionado de manera sorpresiva para mí, siendo capaz de establecer una conexión diferente, y siendo capaz a su vez de dotarme de una piel que me permite sentir, sentir dolor sin alarma, de una manera serena. Una piel que es mi límite, un límite sano. El trabajar sobre la distancia me ha llevado a la conexión conmigo misma y ver que es el eje donde desaparece en sí la distancia, al estar en mi centro y ser FLEXIBLE para muchos tipos de movimiento. Así mismo he visto que el reconocerme vulnerable es la clave para la conexión con uno mismo. He reconocido una incompetencia importante y está en relación a mi capacidad de comunicarme en la distancia y por ende a entregar amor en la distancia, el camino de aprendizaje se ha insinuado, queda mucho por hacer… Definitivamente el aprendizaje de fondo radica en mirar de frente al desgarro, sea cual fuere y tener el valor de ver lo que hay detrás. La magia de este nuevo modo de mirar nuestros desgarros disuelve el efecto que antes producía de manera casi instantánea. Conectarnos con esta valentía nos da la llave maestra para hacer de nuestra vida una experiencia excitante, asumiendo la responsabilidad de vivirla plenamente. Este ha sido mi mayor aprendizaje y a través de estas líneas quisiera que tomara forma de sincera invitación. Bibliografía “Vínculos afectivos” formación, desarrollo y pérdida. J.Bowlby Ediciones Morata,S.L. 2006 Madrid “La separación afectiva” J.Bowlby Paidós, 1993 Límites Sanadores, Anselm Grün Ed. Bonum, Buenos Aires, 2005 91 La inseguridad en las personas Gonzalo Coto F. Introducción Quién no ha estado inseguro en algún momento de su vida o ha vivido con la inseguridad en algunos o muchos aspectos a cuestas. Quién no ha tenido a alguien cercano afectiva o laboralmente, cuya inseguridad es manifiesta y muchas veces muy condicionante. Si se ubica en alguna de las categorías citadas, este recorrido exploratorio y reflexivo le podrá resultar de utilidad para ayudarse a sí mismo o ayudar a otro a dar un salto significativo en su vida, o sencillamente, a entender al otro desde una mirada más compasiva, menos enjuiciadora, menos descalificadora o, paradójicamente, operando menos desde la certeza, que le podrá proporcionar una mejor calidad en sus relaciones con otros. El escribir sobre este tema tuvo su origen en explorar sobre la sombra, esa parte de mí que me acompaña siempre y que según cómo la vea y la trate, será mi amiga o enemiga. Así, al ver qué era aquello que me seguía, que al no aceptarla me fastidiaba, pero además yo no hacía nada por quitarle poder, seguí explorando y fui encontrando algunos hilos que, al integrarlos, logré reconocer una figura, la figura de esa sombra, compañera de tensiones y de contradicciones. ¿Y qué encontré? Encontré hilos con olor a arrogancia y a certeza, con sabor amargo, a no reconocimiento, a descalificación, hilos con sabor agridulce de inseguridad y de duda. Así que, amiga y amigo lector, reciban mi invitación a acompañarme por este telar y juntos podremos ir desatando hilos y sus nudos, al tiempo que iremos construyendo una nueva pieza, pieza única, pues usted y yo iremos tejiendo cada una la suya propia a partir de lo que vamos observando, a partir de nuestra propia necesidad, quizás de nuestro propio desgarro y de la creatividad misma que nos surja. I. Fenomenología de la inseguridad Al iniciar mi reflexión sobre la inseguridad de las personas, surgen algunas preguntas que nos dan luz para explorar el tema y explorarme en relación con él. ¿Qué es la inseguridad? ¿Qué acciones fui realizando para alimentar la inseguridad que me sigue o que llevo conmigo? ¿Qué acciones realizaba y realizo para ocultar mi inseguridad? ¿Realmente las ocultaba o creía ocultarlas? ¿Si son visibles, cómo se manifiestan? ¿En qué ser me he constituido por la inseguridad que me sigue? ¿Qué beneficios me ha aportado la inseguridad? 92 ¿Existe otra forma diferente de cargarla? ¿Irremediablemente debo cargarla? ¿Qué cosas he dejado de hacer por mi inseguridad? ¿Qué dolores me ha generado? ¿A qué recursos he echado mano para ocultar mi inseguridad? ¿El conocer mi inseguridad y sus orígenes me ayudará en mi devenir? ¿Qué interpretación puedo realizar de mi inseguridad que me ayude a generar nuevos espacios expansivos en mi vida? 1. Algunas miradas posibles al tema de la inseguridad Podemos abordar el tema ubicándonos en diversos lugares. Por elección personal, solo me ubico en dos: uno tiene relación con la metafísica y el otro con la ontología. Al ubicarme en la metafísica, la reflexión podría estar orientada a la concepción de que la inseguridad es parte mía y las posibilidades de cambio estarán condicionadas a ese ser que soy. Si ese ser que soy me permite generar cambios, los podría generar, de lo contrario la reflexión sería: acéptalo y vive con ello. En este caso, igual podría escoger entre dos caminos: el de la resignación, donde cargaría con ese peso; o el de la paz, donde acepto, pero no cargo con el peso. Otro camino es ubicarme desde la ontología. Allí, una reflexión posible es que la inseguridad es un juicio que hago y que al observar que el ser que soy, podría cambiar si genero acciones diferentes a partir de la interpretación que puedo realizar. Acá también podrá surgir un nuevo desafío: identificar si el resultado de esas acciones me va a gustar, si realmente me va a convertir en un ser más pleno, más seguro y en paz; esto claramente no lo sabré si no actúo. El actuar tampoco me da garantía de ello, sin embargo, me mostrará la capacidad de modificar comportamientos y juicios y de crear nuevas narrativas y nuevos escenarios. Desarrollada esa competencia, tendré la capacidad de generar acciones distintas, podré rediseñarme cuando mi diseño no me satisfaga. 2. ¿Cómo se hace visible la inseguridad? Al observar a personas en las más diversas ocupaciones, profesiones, condiciones sociales y económicas, la inseguridad parece no tener preferencia; no tiene fobia por nadie, fácilmente acompaña a cualquiera, aun a importantes líderes, pues la inseguridad es intrínseca a los seres humanos. Por lo anterior, una buena aproximación a ella es con el fin de aprovecharla para convertirla en una fuerza positiva. Al comprender mis inseguridades y hacerme cargo de ellas, podrán surgir grandes fortalezas. ¿Qué es la inseguridad? Es una emoción que percibo cuando hago el juicio de que lo que voy a hacer no sé si está bien, o si lo podré hacer bien, o 93 hago el juicio de que no puedo; cuando dudo de mis propias capacidades, cuando le otorgo un poder superior a los juicios de otros sobre mis actuaciones. Esta es solo una definición parcial que puede complementarse con muchos otros conceptos, pero que más que una definición, me interesa ver sus manifestaciones, así que no me detendré acá. En mi caso, la inseguridad ha sido la sombra que me ha acompañado desde niño, que se ha manifestado en el temor a pedir y a recibir un no por respuesta; temor a hablar, a participar en una determinada actividad si no me siento en un ambiente de confianza, a no saber que es “lo correcto” y por lo tanto a no accionar. Otras situaciones en que la reconozco son en el temor a ser evaluado. El sentirme observado con fines evaluativos me genera una gran carga emocional. También me da vergüenza y temor hacer el ridículo, por ejemplo, al actuar en una obra. Otra situación detonante de inseguridad es develar mi origen campesino por el temor a ser descalificado por ello, así como el provenir de una familia numerosa, pues esa condición se asociaba con poco o ningún nivel educativo. No obstante, todos los logros obtenidos por mi propio esfuerzo y mi valoración de lo positivo de mi origen, mi particular observador me hace conferir autoridad al ¿cómo me verán los otros? La inseguridad crece cuando escucho la voz: “¿Y si no puedes hacer lo que quieres?”. Como emoción negativa, la inseguridad genera en la persona misma una sensación de malestar, que puede ser visible ante los ojos de otros o no, pero que en la mayoría de los casos genera otras molestias. La inseguridad también está presente cuando se es descalificado por hablar, por ejemplo, cuando mi madre me decía: “Deje de hablar tanto, este chiquito parece periodista”. Ese comentario que operaba desde la certeza podría haber resultado gratificante y retador, sin embargo, al escucharlo como descalificativo o crítica, me generaba inseguridad al hablar. Aquí tenemos un origen: las voces de los padres pueden marcar significativamente por el poder que les concedemos. Luego viene la burla de mis hermanos. Ello, tiempo después, al compartir en otros espacios de familia, me generaba el rechazo a hablar, a preguntar, lo que se traducía, por ejemplo, en no pedir comida cuando tenía hambre. Recuerdo que había algunas comidas en la mesa pero si no me decían que podía comer, no comía. Y luego venía la crítica de los demás por no haber comido o no ser capaz de preguntar. Como vemos, la inseguridad es solo el inicio de una cadena de emociones y acciones que conducen a un sufrimiento constante, que puede, como en este caso, originarse desde temprana edad. Así avanzo en la escuela y por ser buen estudiante soy un candidato a participar como orador en los actos cívicos, pero la voz de: “¿y si lo haces y te equivocas?”, me conduce a no aceptar, y a responder con un simple “no me gusta”, sabiendo que en el fondo realmente sí me gustaría estar allí al frente. Mi miedo no me lo permitía, me paralizaba, estaba condicionando mi actuar. 94 Ahora bien, veamos dónde surge este fenómeno. Por lo indicado, el mismo tiene su origen en la autoridad que le concedo a los juicios negativos que otros me entregan, en este caso, mi madre. También en los juicios negativos que hacen mis hermanos, a los cuales otorgo un poder muy alto, que de no haberlo hecho, simplemente no hubiesen tenido el impacto que han tenido en mi actuar. Todos estos juicios negativos luchan con los juicios positivos que yo tengo de mí. Con esto voy construyendo mi propia estructura que en diversos momentos condiciona mi bienestar y mi actuar. Escuché, muchas veces, a mi madre decir que las personas hacían el ridículo al bailar y cantar y que los deportes eran vagabundería. Escuché esos juicios y les conferí autoridad y los llevé a mi propia vida. Un juicio ajeno, de otra persona que impacta y condiciona mi vida, que poco a poco me va constituyendo en el ser que llegaría a ser. Pero también escuché que había que ser honesto, trabajador, responsable, juicios a los cuales también les concedí valor y me permitieron avanzar en el camino deseado, no obstante los otros juicios negativos. La inseguridad podríamos describirla como aquella sensación de caminar por una cuerda floja, pero que solo me caeré si pierdo el equilibrio y, paradójicamente, perderé el equilibrio cuando mire al abismo y no al frente, al lugar donde quiero llegar, cuando me concentro en el lugar donde no quiero estar: el abismo. La inseguridad es también la falta de soporte, de apoyo para mantenerme en pie, para avanzar, por tanto cabe preguntarse, ¿de dónde debe venir ese apoyo?, ¿desde afuera o de mi propio ser? La inseguridad también podríamos describirla como la falta de tierra que tiene una planta o un árbol que lo hace tambalearse, al no tener la suficiente fortaleza en sus raíces para permanecer firme. Y todo esto qué tiene que ver con una persona adulta, exitosa en lo profesional y personalmente, que no obstante su éxito, carece de la seguridad que se espera en el medio social y profesional. Ello puede explorarse utilizando algunos caminos posibles, sin que esto implique que no haya otros igualmente válidos. Un camino de exploración sería adentrarse en la historia personal, revisar el impacto, las consecuencias o la forma y el momento en que se vivió determinados hechos que han marcado a una persona, los que se van incorporando como sensaciones corporales y emocionales. Otro camino a analizar es qué tanto amor y cariño recibió esa persona en su infancia, porque finalmente estos elementos son los que dan fuerza para crecer firme, imponente, con dignidad. La inseguridad se manifiesta cuando dudo de lo que estoy haciendo – aunque no gane nada con dudar– y me pregunto: ¿cumple con las expectativas de los demás?, ¿será bien visto?, o cuando aparece el recuerdo de ver a otros no hacer bien las cosas o cuando surge aquella voz que alerta: “¡Cuidado, podrías caer, podrías no hacerlo bien, ten cuidado!” Claramente estas son 95 voces, son juicios que no me aportan valor, por el contrario, consumen energía importante que compromete la acción. Vale la pena entonces explorar por qué no creo, no confío en mí, si muchos otros creen y confían en mí. Como señalaba antes, ello tendrá relación con experiencias traumáticas de niño o joven que podrían requerir intervenciones terapéuticas. También podríamos generar otras interpretaciones que traduzco en interrogantes: ¿qué ventajas le he encontrado en el presente a ese comportamiento que puede hacer que los demás me ayuden, me consideren? Si puedo soportarlo con historias del pasado que lo justifican, entonces podría tener la combinación perfecta: inseguridad y necesidad de ayuda constante para seguir “de pie”. Observando a otros, la inseguridad se hace visible cuando al hablar su voz se quiebra, es temblorosa, cuando se tambalea al caminar, cuando consulta decisiones que podría tomar por sí mismo, cuando habiendo decidido vuelve a la revisión, a la consulta, cuando pospone. Se observa en otros también cuando hay un marcado énfasis por la perfección, por la exigencia, cuando no acciona porque no sabe si las cosas saldrán bien. Corporalmente se observa en la timidez, en los hombros caídos, en pasos muy suaves, pero también se observa en forma disfrazada en aquellas personas que con frecuencia gritan, descalifican a otros y que pareciera que es el único repertorio que tienen. Cuando una persona es insegura y tiene duda, se muestra angustiada. Se observa también cuando posterga tareas en diversos proyectos porque no está seguro del resultado que puede obtener. La inseguridad, para lograr pasar desapercibida, también puede disfrazarse de soberbia, de perfeccionismo, de “miradas altivas”, de carácter fuerte, de estilos de dirección impositivos, logrando muchas veces su cometido. II. La seguridad Lo opuesto a la inseguridad es la seguridad. La seguridad aparece cuando hay experiencias pasadas exitosas, donde todo resultó bien, donde si se está en relación con otros, los demás quedaron satisfechos, que otorgn la tranquilidad para hacer el juicio de que hay razones justificadas para pensar que saldrá bien cuando lo intente de nuevo. Cuando confío en lo que hago, cuando no le concedo un valor significativo a los errores, cuando los juicios que hacen otros sobre mi desempeño puedo recibirlos con tranquilidad y tomar lo que es útil. Si consideramos la historia descrita sobre los comportamientos y juicios que me condicionaban, usted lector que me ha acompañado hasta aquí, podría pensar que me quedé allí, lamentando no haber nacido en otro sitio, paralizado, buscando no hablar, no estudiar, no figurar, buscando justificación y responsabilizando a otros de mis temores. Si ello fuese así, claramente 96 aparecerían otras emociones altamente restrictivas. La realidad es que el camino elegido fue otro. Con mucha determinación definí mis metas: primeramente, completar mis estudios secundarios, en los que destaqué por las buenas calificaciones y por la participación en diversas actividades extracurriculares. Paradójicamente quedó resonando en mí el juicio a este niño que cuando habla “parece periodista”, que me llevó a interesarme en el tema y fui el director fundador de un boletín informativo en mi colegio, el que 34 años más tarde aún se mantiene. Ingresé a la universidad y concluí la carrera en el tiempo establecido, y así ha ido transcurriendo mi vida, logrando en general las metas propuestas. Esto me lleva a pensar que la seguridad está relacionada con la determinación, la confianza en sí mismo, la disciplina, la alta autoestima, concederle un valor importante a los juicios propios de sí puedo, sí lo lograré y no concederle autoridad a los juicios de otros. 1. Elementos visibles de la seguridad La seguridad se muestra en otros por su determinación, por la fluidez, por la propiedad con que expresa un sí y un no, cuando uno toma una decisión y la ejecuta con propiedad. Cuando si no sale bien algo, uno asume, explica y genera nuevas acciones proactivamente. Por la propiedad con que se pide y también se rechaza algo. Por la forma fluida, pero determinante cuando se habla y también por la tranquilidad y aplomo con que se manifiesta aquello de lo que se tiene duda. 2. Elementos asociados con la inseguridad La inseguridad está asociada con el miedo. El miedo a fracasar, a no sentirse bien, a no quedar bien, a ser rechazado, a caer. También está asociada con la propia desconfianza del individuo, qué tanto confía en sí mismo; y a un exceso de análisis y de consideración que lo puede conducir a la inactividad. Otros elementos asociados con la inseguridad tienen que ver con la timidez y la autoestima, ¿qué tanto me estimo?, ¿qué tanto me valoro a mí mismo? Si yo me valoro lo suficiente estaré confiado en lo que hago, tendré confianza en lo que estoy haciendo y el impacto de mis acciones. La valoración será por tanto un acto propio que no está dependiendo en forma exclusiva del juicio de otros, sino de mis propios juicios. Por el contrario, si no me estimo lo suficiente, dudaré de mis capacidades y por tanto de los resultados que obtendré; aquí entonces dependeré del juicio que hagan otros de mí por sobre mis propios juicios. Paradójicamente, cuando no me estimo lo suficiente, daré mayor autoridad a los juicios negativos que a los juicios positivos que me entreguen. Desde un observador con estima elevada, los juicios negativos, las 97 críticas, las observaciones, son vistas como oportunidades de mejora, como un regalo para crecer, para desarrollarse, y los juicios positivos como el refuerzo a la labor realizada, a la visión positiva de uno mismo. Desde un observador con autoestima baja, los juicios negativos son la confirmación de lo mal de su desempeño, de cómo todos observan que esa persona no está bien y los juicios positivos tienen poco valor en comparación con “lo negativo”, con “lo malo” que tienen, y muchas veces duda de la autenticidad de esos aspectos positivos, pues son considerados como un caramelo para no sentirse mal. En uno u otro caso se reafirma el postulado de que el lenguaje es acción y la acción genera ser. Veamos. Cuando tengo una baja autoestima, mi lenguaje está orientado al no se puede, no puedo, no merezco, no es lo mejor. Lo dicho desde el lenguaje se comienza a alinear con la emocionalidad que me va llevando a la resignación y, peor aún, al resentimiento. Mi cuerpo comienza a asumir la posición de derrota que es observada por otros, que poco a poco me tratan con esa emocionalidad y corporalidad que observan en mí: “Si no confía en él, cómo confiaré en él”. Por el contrario, con autoestima alta (no excesiva, pues caería en soberbia) mi lenguaje, mi corporalidad y emocionalidad se ubicarán en la ambición y en la paz, y desde allí observaré, hablaré y actuaré, y quienes me escuchen y observen lo harán con confianza, con seguridad y me brindarán oportunidades, me respetarán y confiarán en mí, porque primero que todo he confiado en mí mismo. La seguridad profunda en uno mismo no tiene por qué andarse mostrando todo el tiempo, lo más importante es cómo realmente uno se sienta. III. Miradas de algunos autores Al revisar puntos de vista de personas que han escrito sobre el tema, encontramos elementos comunes: damos más autoridad a las opiniones de otros que a las propias; el temor a fallar; la autoexigencia; la baja confianza en uno mismo que nos lleva a dudar de si lo que hacemos es lo suficientemente bueno, lo cual conduce precisamente a fallar porque no cumplimos a tiempo o en la forma solicitada. Esto nos guía también a la incompetencia para afrontar un error. Las personas que ven los errores de frente aprenden de la experiencia, corrigen y accionan, aunque no les guste fallar; no se paralizan. Por el contrario, las personas inseguras, ante su incompetencia para reaccionar ante un error, prefieren no accionar para no cometer errores; en este caso, su proceso de aprendizaje está claramente comprometido, como lo está su realización, su propia felicidad. Algunos autores, sin mencionarlo directamente, hablan de la inseguridad relacionada con el merecimiento. Cuando no estoy seguro de si merecer esto o aquello, recurro a sabotearme no aceptando los estados de 98 plenitud, de satisfacción, de felicidad; por lo que estando en una situación de plenitud de felicidad, hago cosas que me trasladan de ese estado a una emoción negativa y con frecuencia culpo a otros de esa situación. Nietzche en Más allá del bien y el mal nos advierte: “[…] toda persona es una cárcel y un rincón”. Cabría preguntarse, entonces, ¿qué modalidad de gobierno impera en mi ser? La inseguridad, al estar en continua lucha con mi ser, se apodera en forma tiránica y asume el control de mi estado, y yo, al no ver otro camino, me rindo ante ella en una compleja combinación de sometimiento y resignación terriblemente dañina, permaneciendo en su sistema carcelario, cual reo que ha recibido la sentencia de “eres culpable”, o quizás en un rincón oscuro, que se hace más cómodo que salir y enfrentar al mundo. IV. Influencia del sistema Un día en que revisaba lo escrito por algunos autores sobre la seguridad de las personas, con música suave instrumental y haciendo el esfuerzo por colocarme en el claro, me pregunté, ¿qué otras cosas aparte de experiencias traumáticas nos lleva a convivir con la inseguridad?, ¿por qué buscamos un soporte externo? Al reflexionar, mirando a través de la ventana, sucedió algo inesperado: cambió la música y se activó una pieza vocalizada. Se oía cantar en ella: “Mi vida no tiene sentido sin ti”. Esto me colocó en estado de alerta, pues me conectó con el tema de conceder poder a otros. Ello me invitó a buscar música que hablase de “mi poder”, de “mi felicidad”, de “mi futuro” y otros temas afines. Lo que encontré, salvo pocas excepciones, es que parece que las musas mayoritariamente han inspirado a compositores y cantantes a ver el mundo, su vida, subordinada a la permanencia de otro. Sin negar que el amor, la convivencia, la necesidad de compañía, nos lleve a cantar al amor hacia el otro, me sorprendí de ver cuán pocas canciones hay que hablan de la felicidad como una propia elección individual, como una decisión autónoma. Hallé aquí un hilo que me llevó a pensar que el entorno, el sistema, nos dice a través de la música que pareciera que la felicidad, la paz, la realización, no son posibles si no me apoyo en otro. Resulta condicionante y quizás alarmante cómo estamos diciéndoles a los niños y, sobre todo a los adolescentes, que su felicidad no depende de sí mismos, sino de otros. Encuentro una influencia que considero muy significativa y que valdría la pena no obviar, no dejar de observarla, pues si mi felicidad depende de otro, cuando ese otro no esté, ¿qué soporte tendré? Y si ese soporte era “mi seguridad”, ¿cómo quedo en ese momento y en qué me puedo convertir? Se hace necesario, entonces, una combinación de los elementos internos y del entorno; cuando solo dependo de lo externo, podría no encontrar nunca mi propia paz. Otra mirada que surge es cómo los expertos en mercadeo y publicidad 99 han aprovechado esa influencia y nos ofrecen productos que nos dan “poder”, “felicidad”, “estatus”, “seguridad”. Al respecto, Alexander Lowen en su libro Miedo a la vida expresa: “Las cosas que poseemos nos poseen. Estamos poseídos por nuestras posesiones en el sentido de que debemos pensar en ellas, preocuparnos por ellas y cuidarlas. No tenemos libertad de apartarnos y dejarlas, porque para muchos de nosotros esas cosas representan nuestra identidad, nuestra seguridad e incluso nuestra salud mental”. Y si mi seguridad depende de cosas materiales externas, qué terrible fragilidad la de mi ser, que busco afuera la seguridad que no he logrado construir con mis propios recursos. V. Construyendo mi seguridad Rafael Echeverría dice que “el acontecer es neutro, el juicio es nuestro…”. Por otra parte apunta a que cada persona es un observador distinto. Nos habla en varios de sus escritos del modelo del observador que en forma simple se expresa de la siguiente manera: los resultados que obtengo en mi vida, dependen de mis acciones, y estas acciones dependerán de mi particular observador, todo ello dentro del sistema del cual formo parte. En otra obra formula el principio del observador que dice: “No sabemos cómo las cosas son. Solo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos”. Esto nos conduce a una plataforma extraordinaria, exquisita, poderosísima, firme, que nos puede dar sustento a construir una mirada distinta sobre si aquello a lo que le temo, aquello que veo como riesgoso, en realidad lo es, o solo es mi mirada. Recuerdo en una interacción de coaching que le indiqué a mi coach: “Eres desafiante” y ella con mucha dulzura, pero con determinación me respondió: “¿Soy desafiante o me ves desafiante?” (claramente podrían ser ambas opciones), no obstante conocer el principio mencionado, esa frase me condujo a reflexionar y comprender que no necesariamente es el mundo, no necesariamente son los otros los que me hacen tal o cual cosa; puedo ser yo el que con mi mirada formulo el juicio que ese mundo o esos otros me dañarán. Por tanto, la inseguridad no es otra cosa que mi particular forma de darle sentido al acontecer. Si le doy otro sentido, como en el diario vivir otros en mi misma situación lo hacen, puedo sentirme seguro en las mismas circunstancias o lugares en que antes sentía inseguridad. Si todo nos remite a que la inseguridad se origina en el juicio –en nuestra creencia– y si consideramos que los juicios son actos declarativos que al ejecutarlos creamos un mundo que no existe, tenemos el poder de hacer un juicio nuevo, un acto declarativo que tendrá el extraordinario poder de cambiar y crear el mundo que aspiramos y dejar atrás aquel mundo que nos ha condicionado en algunos momentos, que nos ha paralizado en otros y que nos ha hecho sufrir en diversos pasajes de nuestra vida. Desde la inseguridad 100 podríamos decir: no puedo y, efectivamente, por el poder declarativo que emitimos al decir “no podré”. La seguridad implica que aprenda a quitarme las máscaras con las que me manipulo y que podría también manipular a los demás. Sin embargo, también hay otro camino: cuestionarme yo mismo si puedo cambiar la forma particular de observarme y observar al mundo, qué fundamento tiene mi creencia de que no puedo ser lo suficientemente seguro, en comparación con el juicio de otros que me consideran seguro o capaz y que me entregan afirmaciones que sustentan esos juicios positivos. Desde allí puedo darme cuenta, desde la razón, que no merece la pena vivir con esa creencia, y si a ello le adiciono que y me dispongo emocionalmente a sentirlo y a registrarlo en mi cuerpo, el espacio de posibilidades de accionar se vuelve casi ilimitado, saltando al espacio donde quiero estar. VI. Comentarios finales Según lo he expuesto hasta aquí, la inseguridad no convierte a una persona en un ser inseguro en todos los dominios de su vida. Sentir inseguridad también contribuye a desarrollar fortalezas en otros aspectos de la vida, a afrontar con más determinación retos y a ir tras metas que potencialmente generarán bienestar y satisfacción para equilibrar las insatisfacciones. Si miramos desde otro ángulo, también podemos hacer el juicio de que si tengo determinación y creo en el logro de una meta, también puedo confiar cada vez más en mí mismo a tal punto que mi inseguridad no me genere malestar; por el contrario, sea el catalizador de algunas decisiones y la voz del cuidado, de la prudencia, del actuar responsable. ¿Qué sigue? Un camino posible podría ser el tomando como punto de partida el modelo del observador antes citado: si cambiamos el observador – ahora me doy cuenta de que la inseguridad es producto de mi mirada o de mi particular interpretación de un determinado fenómeno– paso a la acción, incorporando a mi lenguaje el nuevo juicio, generando una emoción de optimismo y paz, y sintiendo esa paz y esa seguridad en mi cuerpo obtendré los resultados que aspiro. Es condición indispensable creer en ese acto declarativo, no dar espacio a las emociones negativas y apropiarme de una nueva corporalidad. Si queremos ir para adelante, hay que avanzar sin miedo, mas ¿cómo afronto el miedo o la inseguridad? Posibles opciones son –tal como lo muestra una caricatura de Peanuts– el adoptar la corporalidad de la seguridad, pues si de seguridad se trata, la postura es importante. Lo peor que puedo hacer es cambiar mi corporalidad a la del miedo o adoptar posturas que denoten inseguridad, porque enseguida me sentiré peor. Los seres humanos tenemos la posibilidad de recrearnos a cada instante y desde allí podemos ir construyendo el ser que aspiramos ser. Pero esto, querido lector, quizá no sea del todo válido 101 para usted. Reflexione qué es útil y posible en su caso, y póngalo en práctica, de forma tal que logre lo que desea. Respecto a qué hacer, le invito a usted lector que me ha acompañado hasta aquí, a leer esta cita de Humberto Maturana: “ […] aprendamos a hacernos responsables de nuestros actos siendo en cada instante responsables de ellos. La responsabilidad se da cuando nos hacemos cargo de si queremos o no queremos las consecuencias de nuestras acciones y actuamos de acuerdo con ese querer o no querer”. ¿Quieres vivir una vida más segura? Hazte cargo entonces de ella. Declara, siente y coloca a tu cuerpo en esa corporalidad. De momento, querido lector, te dejo para que alinees tu declaración, tu emoción y tu cuerpo. Para ello no requieres seguir leyendo. Espero vernos pronto en tu nuevo y seguro estado. Bibliografía Bloch, Susana. Surfeando la ola emocional. Santiago: Uqbar Editores, 2011. Echeverría, Rafael. Por la senda del pensar ontológico. J. C. Sáez Editor, 2007. ——. El observador y su mundo, Vol. I. Granica-J. C. Sáez Editor, 2009. ——. El observador y su mundo, Vol. II. Granica-J. C. Sáez Editor, 2009. ——. Mi Nietzsche. Por la senda del pensar ontológico. J. C. Sáez Editor, 2009. Hendricks, Gay. Atrévase a dar el gran salto. Editorial Norma, 2010. Lowen, Alexander. Miedo a la vida. Papel de Liar, 2009. Maturana, Humberto. El sentido de lo humano. Granica: J. C. Sáez Editor, 2008. Newfield Consulting. Incursiones ontológicas. J. C. Sáez Editor. 2008. 102 Sobre la responsabilidad y la culpa: una aproximación ontológica Gustavo Romero León Este breve trabajo tiene como objetivo abordar los juicios de responsabilidad y la culpa desde la ontología del lenguaje. Esta exploración fenomenológica la hago desde mi propia experiencia de vida, reconociendo cómo estos juicios me han influido y afectado a lo largo de mi existencia. Me motiva también en esta reflexión mi indispensable comprensión de estos juicios, muy presentes en las historias de vida de mis coachees, a quienes busco ayudar a encontrar una existencia de mayor aceptación y paz, al poder manejar emocionalidades que comprometen su desplazamiento hacia la superación de situaciones de sufrimiento o estancamiento. Hecha toda una exploración de casos y experiencias de vida personal y social, en los cuales he creído encontrar la presencia del juicio de la responsabilidad y el sentimiento de culpa, quisiera abordar la tarea nada fácil de encontrar rasgos comunes, perfiles congruentes que me permitan establecer las características de estas distinciones, y, prosiguiendo en mi inquietud inicial, la relación que puede haber entre las dos. Cuando vuelvo mis pasos sobre las experiencias en las cuales el juicio de la responsabilidad está presente, el mismo no se corresponde necesariamente a experiencias más generales en las que aparece la distinción para definirlas, como son, por ejemplo: Que me considero más o menos responsable en función de la atención que pongo o debo poner en algo que tengo que hacer o decidir. Que soy responsable de una actividad o función que se ha puesto a mi cargo. O que estoy obligado a responder por una tarea específica. En todas estas experiencias, el factor deber u obligación se hace presente. ¿De dónde proviene ese deber u obligación? ¿Qué los hace míos? Provienen de mis sistemas, de los múltiples sistemas a los que pertenezco: familiar, social, religioso, nacional, organizacional, por solo nombrar algunos. En todo evento asociado a la responsabilidad, encuentro un juicio que hago mío. Las experiencias examinadas apuntan en casi todos los casos a un “cargo” o a una obligación moral frente a una omisión o un yerro real o potencial. Cuando reflexiono sobre este juicio, emerge una asociación indisoluble entre responsabilidad y sentimiento de culpa. Esta ahora se hace presente, registrada en todos los niveles de mi estructura de coherencia: cuerpo, emocionalidad y lenguaje, ante una acción o una inacción que crea un sentimiento, transformado en juicio de responsabilidad frente a una actuación esperada o por un daño causado o por causarse. Quienes han trabajado este tema en profundidad, hablan de diferentes tipos de responsabilidad: la responsabilidad política, la responsabilidad social 103 y la responsabilidad moral, concepto este último más cercano al fenómeno que he estado analizando. Kelinis (1990), la define como “la imputación o calificación que recibe una persona por sus acciones desde el punto de vista de una teoría ética o de valores morales. Es a mi entender un juicio sobre el valor moral de las acciones, y dicho valor depende de las consecuencias de tales acciones. Consecuencias reales, tangibles, enjuiciables por otros, o juicios propios sobre las consecuencias potenciales de mis acciones. Muchas de las acciones concretas que son las respuestas a mi juicio de responsabilidad, las tomo justamente para evitar consecuencias que no deseo que se materialicen. En este dominio, al igual que en el político o social, aparece el fenómeno atado al juicio social. Y aquí me surge una interrogante: ¿por qué yo me siento responsable sobre una conducta, sobre una acción o una omisión, sin necesidad de recibir un juicio expreso de un tercero? Me atrevo a concluir que al sentirme responsable, el juicio social es mi juicio, pertenece a mi cuerpo de supuestos básicos de acción. No necesito recibir el juicio de otro, porque conscientemente me considero la causa directa o indirecta de un hecho y que, por lo tanto, soy “imputable” por las consecuencias de ese hecho (es decir, una acumulación de juicios previos de responsabilidad). Estos juicios los he hecho míos, son parte de mi conciencia moral, desarrollada en mi proceso de individuación. Ya no necesito muchas veces el señalamiento externo, expreso o tácito. Hacemos nuestros estos estándares, muchas veces pesados, agobiantes, a veces sin cuestionarlos, suprimiendo a nivel de nuestra conciencia el peso emocional que nos causa su cumplimiento. I. Responsabilidad y ¿libertad? Otra reflexión que me llega al contrastar mi propio ejercicio fenomenológico con los aportes de otros, es que no me puedo sentir responsable de algo si no actúo en libertad, si no está frente a mí la posibilidad de actuar de una u otra manera. Traigo aquí la reflexión de Kant: “la responsabilidad es la virtud por excelencia de los hombres libres”. La virtud individual de concebir libre y conscientemente las máximas universalizables de nuestra conducta. Se conecta también este pensamiento con la visión de Hans Jonas (1947), quien concibe la responsabilidad como una virtud social que se configura bajo la forma de un imperativo categórico, el principio kantiano de la responsabilidad. Para uno es una virtud individual, para otro es una virtud social, una virtud reconocida por nuestros sistemas y por nosotros mismos como parte de ellos. Emergen aquí preguntas inevitables: ¿el ejercicio de la responsabilidad es un ejercicio desde la libertad?, ¿se puede ser responsable sin ser libre para elegir?, ¿al escoger asumir una responsabilidad escojo a su vez una opción de no libertad en mi actuar? A mi parecer, no se puede ser responsable si no partimos del juicio de que somos libres para escoger. Actuar de otra forma sería quizás actuar desde el juicio de que no 104 tenemos otra opción que “ser responsables”. II. Responsabilidad y culpa: ¿causa y efecto? Aquí hay una circularidad difícil de desentrañar. En todos los casos se hace común un estándar personal o impuesto por los sistemas frente al cual cada uno se siente responsable, que compromete una actuación específica que, de no darse, desemboca en el sentimiento de culpa y sus juicios asociados. Circularmente hablando, la culpa, o mejor dicho, la acción comprometida ante este sentimiento, dispara en muchos casos el juicio de responsabilidad, la necesidad de hacerse cargo con acciones y compromisos remediales. Nuestra historia y nuestra cotidianidad están llenas de actos heroicos o simplemente de acciones inesperadas y relevantes por parte de quienes se han sentido culpables y buscan claramente poner remedio a comportamientos por los que se consideran culpables. He señalado que el sentimiento de culpa puede devenir en un juicio de responsabilidad. Si eso es así, siempre nos estaríamos remitiendo, por decirlo de este modo, a un proceso consciente. Ahora tengo mis dudas. Para empezar, me estoy refiriendo a la culpa como un “sentimiento” de manera consistente. Al hablar de sentimientos, estoy hablando de estados emocionales. Examinando superficialmente la teoría psicoanalítica, encuentro el postulado de que el sentimiento de culpa emerge de un “castigo” del súperyo, severo, exigente, autocrítico y por ende castigador, al yo, más conectado con las respuestas emocionales básicas. De nuevo, el estándar aparece como personaje fundamental. Me he llenado de ellos en mi proceso de individuación. Si los violo, mi más alto nivel de conciencia pareciera ordenar sufrimiento, por un acto que mi estándar me hace ver como reprochable. ¿Es acaso posible sentir culpa sin una asociación más o menos consciente? Me parece que no, aunque alguna vez leí que la mentalidad criminal no siente culpa consciente y que busca el crimen para justamente conseguir un objeto consciente de culpa. Freud, sin embargo, postulaba que el criminal ya tiene un sentimiento de culpa enquistado que necesita del delito para recibir castigo. La teoría psicoanalítica de Laplanche y Pontalis define la culpa como “un estado afectivo consecutivo a un acto que el sujeto siente como autoreprochable. Advierto que esta definición está muy conectada con mi reflexión. III. Desde el primer pecado, de la mano metafísica Si el sentimiento de culpa tiene un componente ético, religioso o moral, ¿es entonces inculcado o forma parte del desarrollo del ser humano? Intuyo que puede desarrollarse de las dos maneras y me viene a la mente la influencia que la religiosidad puede tener en el desarrollo de sentimientos de 105 culpa, especialmente cuando nos alineamos con la tradición cristiana. Desde niños se nos ha dicho que nacimos en pecado (la transgresión a una responsabilidad moral que debería hacernos sentir culpables). Dios hecho hombre sufrió para liberarnos de ese pecado. Nuestros nuevos pecados de acción u omisión nos deben hacer sentirnos culpables, no solamente de los efectos en otros de esa conducta llamada pecado, sino también de no ser merecedores del sacrificio de Dios hijo para librarnos del primer pecado. Siento que el concepto de arrepentimiento viene de esa postura. El arrepentimiento en la concepción cristiana clásica está ligado a la culpa; hoy lo vería desde el prisma de la ontología del lenguaje, como una declaración (a Dios, a nuestro confesor, al mundo) que “reconstruye lingüísticamente” nuestro sentimiento, nuestro estado emocional, para que se dé a conocer y lleve al compromiso con acciones de reparación. Es el primer paso a nuestra reconciliación con nuestro juez interno, que normalmente lleva a la acción (penitencia, seguida de reparación). Es interesante sentir cómo la figura de la penitencia se asocia al castigo que el culpable más comprometido psicológicamente. El castigo superyoico equivale aquí al castigo que me impongo para poder ser nuevamente merecedor de la gracia de Dios. En estas reflexiones hay sin duda una herencia metafísica que nos llega a través de la escolástica cristiana y otros desarrollos filosóficos occidentales. La autonomía moral del hombre moderno, señala David Konstan (2006) se ha construido, especialmente en el mundo occidental y cristiano, sobre el sentimiento de culpa por sobre el de vergüenza, como expresión de “sensibilidad interna”. La culpa pasa a tener un papel, diríase que constructivo en crear y mantener relaciones y responsabilidades morales. Otro pensador occidental, E.R. Dodds, expresa que en la Grecia clásica no existía una “noción de culpa”. Ni siquiera había una palabra para definirla. Konstan arremete contra esa ausencia señalando que “el mundo antiguo simplemente fracasó en tener una noción de culpa, lo cual pone en evidencia “la pobreza en su vocabulario moral y su incompleto desarrollo psicológico”. Con total humildad, me alejo de esta concepción porque me encajona a aceptar esta evolución como un “logro moral histórico”. Los pensadores antes citados nos hablan de la vergüenza como precursora de la culpa. Los griegos nos hablaban de vergüenza, como una emoción que se reconstruye en el juicio de que las acciones de uno comprometen la identidad pública, de que se es sujeto del juicio de los demás. Otras civilizaciones, como la japonesa, elevan este sentimiento a nivel de dignidad y posibilidad de expiación con la propia supresión de la vida. La culpa aparece en nuestra civilización como una emoción más “pura”, de vivencia y reparación interna. IV. Del castigo a la reconstrucción: un nuevo aprendizaje 106 Haciendo este tipo de reflexión, me llama poderosamente la atención el pensamiento del psicoterapeuta venezolano Rafael López Pedraza. Cito de su libro Emociones: una lista (2008): Como quiera que se vea, la perspectiva que ve un progreso en el tránsito de la vergüenza hacia la culpa es muy ajena a mi apreciación, que valoriza al hombre occidental como producto del conflicto de opuestos entre las fuerzas psicológicas paganas y del cristianismo histórico [….] Lo que se supone es un logro moral histórico en la filosofía (el surgimiento de la culpa) es una de las fuerzas que más se opone a un proceso terapéutico interesado en la psique y su relación con lo irracional y los instintos. La psicoterapia y su poder de mejora de la vida debe suceder en un nivel de la naturaleza humana totalmente opuesto al ego, con su consciencia y su memoria, esta última desarrollada a expensas de la memoria emocional reprimida [….] La culpa se constituye en un obstáculo que refuerza la posición del ego [….] Mi acercamiento a esa emoción es que el paciente aquejado por ella la vea como una loca irrealidad La denuncie. Que esa vida sufrida y cargada de culpa se acepte como un suceder y se asimile al propio destino, a nuestro devenir. No es lo mismo decir ‘siento culpa por tal suceso’, que decir ‘sucedió así y es parte de mi destino’”. Esta reflexión, desde la perspectiva ontológica, nos habla de devenir, de la capacidad infinita del ser humano de aprender y transformarse al adquirir conciencia de sus debilidades y obrar de cara al futuro sin pretender destruir o negar el pasado y sus acciones. Desde esta perspectiva, hago referencia a comentarios hechos por Luz María Edwards a mis pensamientos anteriores sobre este punto, al recordarme la noción de arrepentimiento (tributario cristiano de la culpa), en su acepción tomada de la palabra griega metanoia, quizá mal traducida de su significado original: transformación profunda. Bajo este último significado, cuando Juan el Bautista, y luego Jesús, llaman al “arrepentimiento”, nos están invitando no a sufrir por haber sido como fuimos y a actuar como actuamos, sino a transformarnos, a actuar de una manera distinta, como demostración (ontológica y evangélica) de nuestro aprendizaje y capacidad de construir nuestro devenir. V. Desde mi propia estructura de coherencia Hemos dicho repetidamente que la responsabilidad es un juicio con carga emocional y la culpa, un estado emocional atado a juicios. Dados los juicios de lo “necesario”, lo “conveniente”, lo “esperable”, “lo ético”, lo “moral o socialmente aceptable”, o lo “virtuoso”, actuamos tratando de ser responsables, a veces pagando un precio emocional alto. La culpa se vive en un plano emocional muchas veces inhabilitador que compromete nuestra capacidad de actuación y que se manifiesta en emociones básicas como la tristeza y el miedo, entre otras. Su expresión en el lenguaje son los juicios de 107 autorreprobación ante lo “impropio”, lo “inconveniente”, lo “antiético”, lo “inmoral”, lo “dañino”, lo “pecaminoso”. Juicios que, como todo juicio, son adscripciones de nuestra conducta y requieren ser fundados. Todas estas visiones pertenecen a nuestros sistemas, a los que pertenecemos y dentro de los cuales nos desarrollamos. Sistemas que condicionan nuestra actuación, pero sobre los que podemos influir para actuar de una manera más auténtica y plena. Nuestro propio cuerpo da cuenta también de la vivencia de estos juicios y emociones: pesadez, cansancio, estrés, ansiedad, desplome corporal, entre muchas otras manifestaciones. Lo que vivimos a nivel de nuestra estructura de coherencia remite al observador único y especial que somos. Condicionado por mis sistemas, en mi caso personal, he vivido del juicio de la responsabilidad a niveles que muchas veces han comprometido mis posibilidades de una vida más auténtica y feliz. Frente a una actuación que a mi juicio (como observador) transgrede esos estándares, surge el sentimiento de culpa, como cuestionamiento esencial a mi identidad privada, ya sea que involucre a otros o no, especialmente en el segundo caso. Ahora quiero compartir algo personal. Me sentí totalmente responsable de los cuidados de mi madre a raíz cuando se le descubrió una enfermedad terminal. Mi sistema familiar reforzaba ese juicio, llevado en acción, al señalarme que lo esperable era que mi madre viviera los últimos días en mi casa. No tomé esa decisión, sino que la trasladé a una casa de cuidados. Se me señaló como insensible, y algunos familiares me vaticinaron que sería víctima de la culpa si mi madre moría sola en esa residencia. Me sentí culpable, muy culpable y extremé mi responsabilidad con visitas diarias, a veces, a costa de extenuarme y vivir agotado y en permanente tensión. Viví de ese juicio hasta que comencé a fundamentar el juicio contrario y fundarlo a su vez con otros, fuera del sistema familiar. Poco a poco mi observador cambió, en sus tres dominios, y pude avanzar hacia la aceptación de mi conducta, mi tranquilidad y mi paz ante las decisiones tomadas. Mi madre murió en una clínica, adonde la trasladé tres días antes, rodeada de sus hijos y en paz. Yo también me siento en paz. Pude salir de ese estado emocional agobiante, rediseñarme desde la acción, reconociendo lo que estaba en capacidad de hacer y lo que no, delimitando de esta manera el ámbito de los juicios que me afectaban y actuar en consecuencia. Ojalá pueda llevar esta capacidad a otros dominios de mi vida. Siento aquí nuevamente la voz orientadora de Luz María Edwards ante mis reflexiones, que apelan al tercer principio de la ontología del lenguaje: yo puedo elegir mi propia voz, puedo reconstruir mis juicios de facticidad y posibilidad; escoger influir sobre mis sistemas y propiciar su cambio. Elegir desde la libertad de elegir. 108 Me olvidé de mí Humberto Acuña Dedicatoria A Francisco José Acuña Lezama, Mochima, mi Padre, quien me dio todo lo que soy, a quien odié y amé de una manera muy intensa. Sin embargo, tarde sentí esa intensidad, y ya no había tiempo para compartirla con él. Donde estés, gracias. Te amo. Introducción Como ser humano, me he estado cuestionando desde hace mucho tiempo, preguntándome, ¿qué me falta?, ¿dónde esta la paz?, ¿cómo parar? Son muchas, pero muchas preguntas las que me formulo. La ontología me ha dado la oportunidad de seguirme cuestionando, de saber que no estoy solo en este mundo, que no soy el único que se cuestiona, que somos muchos, y que de alguna manera, no pararemos de hacernos preguntas, y eso me gusta. Hoy, después del intenso trabajo de indagación llevado a cabo para hacer este trabajo, siento que he dejado un peso atrás. Un peso que me ha hecho empezar a entender que puedo vivir la vida más liviano, vivir más para mí, incluyéndome en la ecuación, haciéndome responsable de los cuentos que me narro, porque al final del día son los cuentos que nos narramos los que nos hacen sufrir y/o nos hacen ser felices. Este trabajo me permitió mirar un cuento, que tenía que ver con un niño que siente que se queda solo en la vida y que de manera permanente debe luchar por su puesto en la vida; si se descuida, lo pierde y lo puede perder todo, incluso hasta la vida. Es la historia de un niño que no se sentía visto por su padre, y que además, ni el niño ni el padre tenían las herramientas emocionales necesarias para comunicarse y escucharse. Y desde esa ausencia de cariño, de amor, aprendió a defenderse, a escudarse, a vivir para los demás, para hacerse sentir por los demás, pero se olvidaba de él y eso no le daba paz. Hoy puedo leer el cuento de manera diferente y no conectarme con el rechazo, con el abandono, y vivir de manera más auténtica. Sé que el camino es largo y, como dice Joan Manuel Serrat, “se hace al andar”, pero lo puedo andar, Sé cómo, tengo las herramientas, lo que debo tener consciente es que si resbalo, no falle; si resbalo es por que estoy en el camino y si estoy en el camino sé que puedo resbalar. Entender que la vida no es nada más que sentirme reconocido, me hace vivir en paz, porque puedo y estoy haciendo cosas que antes no me atrevía; y por ello me siento bien, me siento feliz. Gracias a Rocío Márquez por sus compañía y cariño durante el ABC, a 109 Yolin Molina por su excelencia en el enseñar, a Celia Chávez por su compañía y sus preguntas en el proyecto, a Alicia Pizarro por mostrarme la diferencia entre el mostrar y el dar. Parte importante del aprendizaje de este proyecto se lo debo a Rafael Echeverría; por le agradezco lo que él está haciendo por el mundo y por lo que hizo por mí. I. Algunas experiencias Cóctel En vacaciones hice un crucero con mi familia y durante el primer día en el comedor se me acercó un mesonero y me ofreció un cóctel. La verdad es que lo hizo con tal ánimo que le dije que sí. Inmediatamente pensé: “¡Esto me va costar, no es gratis!”, pero me dio pena preguntarle al mesonero si tenia un cargo adicional. Estaba yo rodeado de gente y ya él me había servido. Me di cuenta del cargo en el momento en el que apenas al tocar el vaso, el mesonero sacó la nota para que se la firmara. Cumplo las normas y hago mis colas Suelo evitar de sobremanera que me llamen la atención. La sensación de que la gente me está mirando y pensando cosas de mí, como por ejemplo: “este tipo sí es bruto, no cumplió con la norma”, es una sensación que me hace sentir demasiado pequeño e inseguro, con mucha pena y vergüenza. Prefiero caminar diez cuadras antes de estacionarme en un sitio que no es el adecuado; por ejemplo, si voy al local B y no tiene espacios para estacionarse, pero el local A sí los tiene, podría estacionarme, nadie se daría cuenta; de hecho lo hace mucha gente, pero no yo. Empiezo a pensar que al llegar ahí me va a esperar el dueño del local A y me va reclamar que por quú usé su espacio. Ya solo ese pensamiento evita que me estacione donde no debo. Bailar No bailo, no tengo oído ni siquiera para cantar los pollitos o cumpleaños feliz. Esto me hace sentir expuesto y no protegido, me hace sentir ridículo. Este sensación me hace evitar las reuniones y/o fiestas a como dé lugar. Inglés Hablo y me defiendo, escribo lo básico, puedo mantener una conversación e interactuar con otros, sin embargo, sé que no soy bilingüe. Sucedió una vez, que tenía una actividad de bioenergética, en la que el instructor solo hablaba inglés, pensé en no asistir solamente por el hecho de no tener que enfrentarme a que en algún momento tendríaéque decir: “Eso no lo entiendo”. 110 1. ¿Qué tienen en común todas estas experiencias? En ellas aflora mi sentimiento de inseguridad, que no sé de dónde proviene, ni sé explicarlo, pero está allí. Entonces surge la voz que te dice: “Yo puedo, yo tengo con qué enfrentar esto”. Preguntas como ¿qué van a pensar los demás de mi?, ¿qué no tengo como?, son inaceptables. A través de estas experiencias, emocionalmente puedo sentirme vulnerable; vulnerable de que me descubran dudando, de que me vean con mala cara, rechazado. Me puedo sentir no aceptado y eso me pone muy triste. Siento que todo el mundo me mira y me pregunto: ¿estarán pensando que no sirvo para nada? En este momento empecé a darme cuenta cómo, escondido en la vergüenza, evitaba fallar o sentir que podía fallar y desde allí me paralizaba. Bernardo Stamateas dice “La vergüenza es la creencia dolorosa y errónea que vivenciamos sobre la deficiencia de uno mismo. Esta creencia siempre es tóxica o negativa, porque nos detiene y nos aísla frente a nuestras metas”. Al revisar todos estos eventos o experiencias, puedo dejar en claro que evitaba exponerme; por ejemplo, en el caso del mesonero las preguntas que me acechaban eran: ¿qué va a pensar la gente?, ¿que no tengo dinero?, ¿que no puedo? Allí de inmediato se conecta esa fuerza que sale de adentro, con mezcla de orgullo, arrogancia y prepotencia, y me alienta: , “sí puedes, puedes con esto y más”. Normalmente, los especialistas te dicen que tu autoestima no depende o no puede estar basada en los que los demás dicen u opinan de ti, que la vergüenza es un juicio, ¿cuánto poder le puedes dar al otro para gobernar tu vida?, ¿cuánto poder le doy a las opiniones de los demás? Pues sí, le daba mucho, mucho poder, tanto, que pagué un precio muy alto por ello. Pagué un precio alto, porque por mucho tiempo me estuve moviendo desde el miedo y, como dice Susana Bloch, el miedo es una emoción que te paraliza. Ahora bien, para mí la vergüenza me conectaba con miedos, miedos que me paralizaban. II. ¿Fallar? Fallar tiene sentido cuando alguien no logra su objetivo, cuando alguien no logra su misión, cuando alguien no hace bien algo, allí conecto con el fallar. Cuando alguien hace lo contrario a lo que predica, fallas; cuando tus hijos no son gente respetuosa de las personas, de las leyes, de la comunidad, fallaste como padre. Cuando un padre no provee, falla. Por ejemplo, cuando un futbolista falla un penal, ¿cómo mira a la cara a los compañeros de equipo?, ¿cómo mira la cara a los fanáticos?, ¿cómo mira a la cara a sus hijos? Falla un hombre público cuando tiene algún problema de drogas, de infidelidad. Falló porque al ser público, parte de su misión es dar el ejemplo a los seguidores, a los que creen en él. ¿No creo en las segundas oportunidades? ¿No creo en el 111 cambio de las personas? Sí, sí creo; de hecho por ello estudio y me preparo como coach. No creo en castigar el error con mis supervisados y con mi familia no castigo el error. Racionalmente puedo entender que un futbolista falle un penal, racionalmente puedo entender que mi hijo no pase una materia del liceo, pero emocionalmente me angustia, me genera ansiedad, y desde allí, me conecto con el fallar, con esa lucha entre lo racional y lo emocional. ¿Qué estarán pensando de mí si fallo?, ¿cómo se sentirán los demás si fallo?, ¿a cuántas personas puedo hacerle daño si fallo? El impacto que estas preguntas tienen en mí se reflejan en el accionar, accionar hasta el desgaste, a atreverme, a intentarlo de la mejor manera posible para no fallar. Si lo logro, me conecto con la ansiedad del seguir haciendo, la ambición, pero si fallo, me conecto con la melancolía, la tristeza, la pena. Siento que no seré reconocido, ni querido. Me siento morir. Fallar trae consigo algo importante, y es el hecho de que no importa lo bien que lo hagas en todo momento, no importa si eres el mejor; si fallas, todo eso se viene al suelo, tu imagen pública se deshace, cambia por completo. Por ejemplo, el director de un equipo de futbol mientras gane partidos es lo mejor, es un Dios, pero si pierde un juego, ya “no sirve para nada”, porque no puso a fulano y/o a sutano a jugar. El sentirme abandonado, rechazado, dejado en el camino, no tomado en cuenta, son emociones con la que me conecto al hablar de fracasar. Si fracaso, no me toman en cuenta. Si lo hago mal, me rechazan. III. Lo aprendido Cuando vivo pendiente de no fallar, realizo de manera permanente un esfuerzo adicional, un esfuerzo que a la larga o me deja ser yo mismo, o me cohíbo de experimentar cosas nuevas y el final del día vivir como un ser digno y único. A lo largo de mi investigación pude darme cuenta de cómo es vivir atado a la desconfianza y el resentimiento, estados emocionales nada productivos para una persona. Muchas veces me sentía cansado y tenía en mente la expresión de “me siento como si cargara el mundo”. Tal vez, la expresión puede sonar arrogante, pero cómo no sentirme así, cuando en cada movimiento que doy estoy pensando no en mí, si no en lo que podrían estar pensando los demás, poniéndo en las cabezas de los otros cosas que realmente no les pertenecen sino que son exclusivamente mías. ¿De cuántas maneras diferentes puede pensar alguien que tú no conoces?, ¿cuánto esfuerzo debes poner allí? Ha sucedido que si estaba en una autopista y alguien me adelantaba de manera brusca (lo consideraba así), inmediatamente me conectaba con una inmensa rabia que me hacía, sin pensarlo, perseguir a la persona. En mi mente existía una verdad: este tipo hizo esto para perjudicarme a mí, a mí en lo 112 personal. ¿Cómo interpretar esto? ¿Acaso era yo el único en el mundo? ¿Este señor, me conocía? ¿Por qué querría hacerme daño? Simplemente no pensaba, solo actuaba desde la rabia de no haberme sentido reconocido, sentía que me habían robado nuevamente un lugar en la vida, mi espacio. Cuando descubrí esta situación me asombré. ¿Cómo podía ser que yo, un hombre exitoso, perseverante, que nunca se rinde y que siempre decía”yo puedo”, se sintiese tan pequeño ante un situación así? Aprendí a contar la historia diferente, aprendí que este señor no me conoce para nada, que no tiene ningún interés en quitarme el puesto. Probablemente estará mas apurado que yo, o tendrá una necesidad diferente a la mía; aprendí a darme cuenta de que no soy el centro del mundo, aprendí que no era conmigo el tema, que no estaba compitiendo con nadie. Ahora simplemente a tipos como esos los veo y los dejo pasar, y en algunos casos, cuando nos lo dejo pasar, lo hago porque estoy pensando en mí. Es posible que yo también esté apurado o que tenga una necesidad diferente; o simplemente estoy sintiendo que no es justo lo que están haciendo. A lo largo del trabajo me di cuenta de que quería hacerme cargo de todas las personas, de que con todas las personas que conocía siempre tenía algo pendiente. Me sucedía también que no tenía tiempo para mí; de hecho si buscaba tiempo para dedicármelo, por ejemplo para leer, dormir una siesta o cualquier otra actividad que pudiese disfrutar, entonces me sentía muy mal. Mi conversación interna era así: “Yo aquí sentado o recostado, y el mundo andando. Debería estar trabajando por el futuro de mi esposa e hijos, por el futuro de los míos”. Asimismo, siempre he tenido la fantasía de tener mucho dinero para ayudar a toda mi familia, para hacer una gran urbanización donde vivan todos juntos y ayudarlos a todos. Nuevamente, ¿quién soy yo para regir el destino de los demás, para sentirme el responsable de los demás?, ¿cuánta arrogancia hay en mí?, ¿cuánto sentimiento de superhombre? ¿Puedo realmente hacer eso?, ¿los demás querrían que yo realmente hicieses eso? No puedo hacerme cargo de todos, cada quién tiene derecho a vivir su vida a su manera, no me puedo sentir culpable porque yo tenga algo y los otros no. Me di cuenta de que tengo un límite, un espacio, una sola vida, un solo rango de acción. Me costó mucho entender que cada persona es dueño de su destino, que cada persona es responsable de sí misma. Sí puedo ayudar a otros, pero primero debo ayudarme a mí mismo, Sí, puedo guiar a otros, pero si ellos lo desean y piden ayuda, entonces puedo estar allí, pero no es mi responsabilidad, no soy omnipresente ni omnipotente. Antes nunca decía NO, pues buscaba aprobación y reconocimiento de manera permanente. No sabía decir que no; si decía que no, sentía entonces que no me iban a querer o a aceptar. Tenía que estar en todos lados a la vez, ayudando a todos en todo: préstame dinero, ayúdame a reparar la computadora, ayúdame hacer las tareas, ayúdame con este video, ayúdame con este cliente, ayúdame en esta necesidad; a veces me encontraba, quedando mal 113 con mi familia, pues los abandonaba por estar atendiendo a otros (pensaba: “Mi familia no me va a abandonar, así que puedo abusar de ello”). Sucedía. Entonces, que me dedicaba a los demás y no a mí o a lo que realmente me debería importar, ellos, mi núcleo familiar. Allí entonces me encontraba a veces con que mentía, no era honesto con ellos ni conmigo, Inventaba excusas como: “No puedo ir porque surgió algo muy importante”, tenía que justificar la falta, no era por mi culpa, era por culpa de algo mayor, algo que no podía manejar. Se manifestaba mi necesidad de no sentir, que si el otro sentía que era culpa mía entonces me dejaría. En esta situación me di cuenta de cuánto esfuerzo y tiempo gastaba en no quedar mal con los otros, ¿Cómo no iba a estar cansado? Hoy puedo decir que no. Es más, no solo puedo, sino que cuando sé que debo, lo digo y ya. “No puedo en este momento, puedo tal día”. “¿Sabes qué?, no sé reparar eso, debes buscarte a alguien que lo haga, yo no lo sé hacer”. O a veces, simplemente soy honesto, y créanme, me siento muy bien cuando digo: “No tengo tiempo esta semana” o simplemente cuando expreso: “No quiero ir, porque no me provoca”. No tengo que pensar en una excusa o una mentira o en inventar algo más grande, basta simplemente con un “No”. Hasta ahora, no he perdido a nadie y todos me siguen queriendo; es más, a veces siento que ahora me quieren más. ¿Será porque ya no los embarco? Trabajar, trabajar y trabajar, cumplir, cumplir y cumplir, enfocado en la meta, en el objetivo. Si alguien me ponía una meta, mi jefe, mi papá, mi esposa, alguno de mis amigos algún familiar, entonces actuaba como un robot. Me desprendía de mí, me separaba de mi ser, me convertía en el hacedor, en el constructor de los sueños, pero de los demás. Mi papá quería que yo fuese militar. Perdí un año de mi vida por no poder decirle que no me había inscrito en la escuela. Sufría mucho y, a los dos o tres días, cuando estuve a punto de pedir la baja, un oficial me dijo que yo no serviría nunca para nada. Basto que yo no me sintiese reconocido por este oficial para entonces convertirme de la noche a la mañana en el cadete modelo. ¿Cuánto me costo? En su momento no me di cuenta, pero me costó muchísimo: humillaciones, dolor físico, dolor mental, hasta que demostré que sí me tenían que reconocer. Entonces ahí pedí la baja, y el oficial en ese momento no me la quería dar, porque según él yo era un ejemplo a seguir. Evidentemente él ni nadie sabía a qué precio. Hoy siento que era como meter un cuadrado dentro de un triángulo: lo puedes hacer, pero ¿cuánto te va a costar? Lo incomprensible fue que después de ganar el reconocimiento, me marché. En mis trabajos era igual, si mi jefe me decía haga tal cosa, la hacía a mi manera; eso sí, siempre a mi manera, pero lo hacía. Generalmente en mis trabajos tuve las mejores evaluaciones y los mejores comentarios de mis jefes. Por el contrario, los de mi esposa e hijos no eran los mejores comentarios. Acostumbraba a decirle a mi esposa que lo que hacía era por nuestro bien, que 114 estábamos haciendo lo correcto, pero en esa falta de equilibrio, me perdí los primeros diez años de mi hijo y los primeros cinco de mi hija. IV. Puedo vivir en equilibrio Ahora reconozco que hay momentos para todo, por ejemplo, puedo trabajar en un día 14 horas seguidas porque es necesario, porque necesito terminar algo, porque estoy comprometido con un proyecto, pero ahora me pregunto: ¿esto lo estoy haciendo para que me reconozcan o para cumplir con mi compromiso como profesional? Estoy más consciente de las motivaciones que me llevan a cumplir. Para mí es bueno sentirme reconocido, de hecho he logrado muchas cosas positivas en la vida con ello. No quiero dejar de ser reconocido, mas lo que aprendí es que sí puedo vivir con más liviandad, sin renunciar a mi ser por sentirme reconocido, por sentir que no me abandonaron. Tengo muy pocos amigos, conocidos muchísimos. Amigos muy cercanos, pocos. De hecho me costaba conectarme con la gente de manera genuina. No me gustaban las despedidas, y no es que las adore hoy, pero aprendí a aceptarlas como parte de la vida. Como una estación en la vía, en mi investigación me di cuenta de cómo no me acercaba a la gente, para evitar despedirme, nuevamente, para evitar sentirme abandonado. Me mantengo alejado de grupos, de asociaciones; por ejemplo, corro, hago maratones, media maratones, pero siempre entreno solo, no quiero apegarme a las personas para después dejarlas, dejarlas porque se acabó el entrenamiento. Antes no entendía el concepto de la transitoriedad de la vida. Ahora entiendo que la gente puede pasar por tu vida como un compañero más, como alguien que vino y te enseñó algo, te dio algo, tú le enseñaste algo, le diste algo y la vida sigue. Tal vez nos podremos encontrar en el futuro, vernos las caras y recordar con mucho cariño todo lo bueno que compartimos. Ahora me acerco a la gente pensando en que algo tengo que aprender de tal o cual persona. ¿Qué será?, ¡que curiosidad! Y si no veo a esa persona pronto tampoco pasa nada; lo cierto es que ahora puedo unirme a un grupo sin ese gran temor. Estoy seguro que me he perdido de conocer personas maravillosas por esta manera de actuar. ¿Cuánto me costaba mantener la confianza en mí mismo? ¿Cuánto me costaba mostrarle a los demás que podían confiar en mí? Este es quizás el mayor de los descubrimientos que hecho a lo largo de esta investigación. Mi gran demonio, sentirme evaluado. Sentirme medido, sentir que descubren que no soy la persona adecuada. ¿Cuánto poder le doy al otro para controlar mi vida desde la aceptación? Sentir que el otro me evaluaba me paralizaba; el sentirme evaluado me mantenía enfocado en el otro pero no en mí. Siempre estaba pensando en lo que ese otro estaría pensando de mí, en lo que yo estaría haciendo y no pensando en cómo yo estaba haciendo las cosas, mis cosas. De alguna manera siempre necesité que el otro me dijese: “Hazlo, confió en que 115 podrás”, para entonces arrancar con mucha fuerza y lograr la meta. Necesitaba la reafirmación del otro. Desde allí, quizá perdía la opción inclusive de hacerlo diferente para innovar y crear, perdía la opción de equivocarme y aprender algo más. No me podía dar ese lujo, la arrogancia de creerme perfecto, de creer que todos necesitaban de mí y yo no de nadie. Esa falta de confianza en mí mismo, de temer permanentemente que los demás se dieran cuenta de que tal vez yo no podría, o no lo haría como ellos querían. Evitaba vivir la vida con fluidez, la vida con más liviandad, de manera más auténtica. Hoy puedo sentir que vivo en comunidad con el universo, que todos estamos acá en igualdad de condiciones, aprendiendo, cayendo, levantándonos. Caerse forma parte de la vida, de mi vida, lo que debo mantener en foco es que si me caigo, soy yo quien tiene la opción de levantarse, no tengo que estar pagando permanentemente el precio de que cada acción que ejecuto debe ser pensada en función de los demás. Puedo vivir con más autenticidad, reconociéndome a mí como un ser único, con derecho, derecho a equivocarse, derecho a entender que si caigo, puedo levantarme; derecho a entender que no estoy solo, que puedo llenarme de humildad y pedir ayuda y/o decirle al otro: “Lo siento, ahora no te puedo ayudar”. Para alguien que se conecte con esta manera de vivir, lo mejor que puedo dejarle son las reflexiones antes descritas, mis reflexiones, que estoy seguro podrán poner luz a un camino que es complejo, por que no es el camino que te hacen, sino que es el camino que tú haces con los demás. No podemos vivir con libertad si vivimos para los demás. Viviríamos creyendo que gozamos de libertad, pero al final viviríamos tristes, como esclavos, creyéndonos dioses, con una falta de autenticidad esencial. Lechería, 25 de junio de 2011 Bibliografía Bloch, Susana. Al alba de las emociones. Santiago: Uqbar Editores, 2009. Burns, David. Sentirse bien. Paidós Ibérica, 1990. Echeverría, Rafael. Ontología del lenguaje. Granica, 2007a. ——. Por la senda del pensar ontológico. Granica, 2007b. Stamateas, Bernardo. Emociones tóxicas. Editorial Vergara, 2009. ——. Autoboicot. Editorial Vergara, 2008. 116 Mi relacionamiento con mi sombra a través de la rabia Janice Brieva No es lo que ha sucedido lo que molesta al hombre, dado que ello puede no molestar a otro. Es su juicio sobre lo que ha sucedido. Epicteto Introducción Hace tiempo sentí que la búsqueda de mi camino hacia mi encuentro interior tenía que partir del conocimiento pragmático. Estudié sicología como una manera de dar respuestas a mis comportamientos y a una mayor comprensión del comportamiento humano. Cuando inicié mi vida profesional, durante muchos años me olvidé de este propósito. En el 2006 me inscribí en el programa ABC y pude obtener algunas de las respuestas a mis inquietudes. Me encargué en algunos dominios. Sin embargo, sentía que aún faltaba entender por qué continuaba con el mismo repertorio emocional y mis resultados no mejoraban. Me inscribí entonces en el programa Avanzado y me encontré con que sentía muchos miedos, resistencia, con temores a lo que fuera a descubrir y que desajustaran mi tensa existencia. I. ¿Por qué escojo la rabia para mi proyecto de investigación? Me ha pasado algo “muy curioso” con respecto al tema de investigación. Escogí la rabia como tema, ya que esta fue abordada en un coaching en la primera conferencia. Yo creía en se momento que lo que yo tenía era tristeza. Aprendí que lo opuesto a la tristeza es la rabia, pero en ese instante yo no llevaba cuerpo de tristeza. Me hizo mucho sentido, y la interpretación dada en ese momento me conectó con varia situaciones que me producían rabia. Por esa razón he escojido la rabia como tema de este escrito. Después de un mes de la primera conferencia, aún me veía y sentía muy rabiosa, emoción que no me gustaba sentir, ya que mi juicio era que con ese sentimiento “dañaba a las personas a mi alrededor” cuando me ponía muy rabiosa. Al llegar al primer encuentro y en el “¿Dónde estoy, qué me está pasando?” me mostraron el miedo. Esta emoción nunca la había visto así como me la expusieron. He visto y sentido tristeza (más bien momentos tristes y rabia, muchos momentos de rabia). Me siento un poco confundida con la aparición/aceptación de estas emociones en mi vida: rabia/miedo. Hoy me cuestiono desde dónde debo hacer la elaboración del tema: ¿desde la rabia o desde el miedo? La rabia la veo claramente en muchos momentos de mi vida, de hecho mi esposo me dice: “Eres muy rabiosa”. El miedo no lo había percibido, solo ahora que me lo mencionaron me permito considerarlo. Como 117 esa emoción es nueva para mí, no la veo tan clara en mi vida, por eso concentraré mis esfuerzos en mi proyecto en la rabia. Considero que la rabia es de las emociones que más me han acompañado a lo largo de mi existencia y de las que más daño me han causado. Muchas cosas, situaciones o personas me han desencadenado esta emoción negativa. En algunas ocasiones la silencio, en otras la desvió hacia otras personas o situaciones, y en algunas me he enfrentado para descargarla en aquello que la ha disparado y me he puesto muy, muy rabiosa. Desde mi punto de vista la rabia es un juicio de valor frente a una situación que denomino injusta, y a su vez es una reacción emocional. En palabras de Epicteto: “No es lo que ha sucedido lo que molesta al hombre, dado que ello puede no molestar a otro. Es su juicio sobre lo que ha sucedido”. 1. Mis preguntas sobre la rabia ¿Qué es la rabia? ¿Qué defino como rabia? ¿Dónde está la rabia? ¿A que le tengo rabia? ¿A quién le tengo rabia? ¿De quién es la rabia? ¿Qué forma tiene la rabia? ¿Cuánta rabia tengo? ¿Qué situaciones me producen rabia? ¿Qué me indica la rabia? ¿De dónde surge? ¿Para que me sirve la rabia? ¿Qué me refleja la rabia? ¿Qué situaciones “gatilla” la rabia? ¿Qué resulta de la rabia? ¿Cómo sé que tengo rabia? ¿Está relacionada la rabia con personas específicas? ¿Cuáles son las acciones que emprendo a partir de la rabia? ¿Qué resultados obtengo de la rabia? ¿Qué sensaciones me trae la rabia? ¿Qué emociones me trae la rabia? ¿Soy capaz de detectar la rabia cuando otros sienten rabia? ¿Qué hago cuando tengo rabia? ¿Cómo duermo cuando siento rabia? ¿Qué cosas, situaciones, personas me producen rabia? ¿Cuándo tengo rabia? ¿A quién le sirve la rabia? ¿Es manejable la rabia? ¿Cuán intensa es la rabia? 118 ¿Sueño con la rabia? ¿Me levanto con rabia? ¿Cuáles son las preguntas que me hago con respecto a la rabia? ¿En qué dominios siento más rabia? ¿Cómo afecta la rabia en mi vida? ¿Cómo afecta la rabia mi capacidad de vivir y de sentir? ¿Cuáles son los límites de la rabia? ¿Qué experiencias marcan la aparición de la rabia? ¿Qué necesito saber sobre la rabia? ¿Qué pasaría si no existiese la rabia? ¿Qué aporta a mi vida la rabia? ¿Dónde aparece? ¿Cuándo aparece? ¿Heredé la rabia de mi mamá? ¿Qué acciones posibilitan la rabia? ¿Qué acciones imposibilitan la rabia? ¿Cuáles son los atributos de la rabia? ¿Cómo es un ser con rabia? ¿Y la ausencia de la rabia qué trae a mi vida? ¿Rabia a qué? ¿A quiénes? ¿Cómo queda mi cuerpo cuando siente rabia? ¿Qué siento cuando tengo rabia? 2. Mis juicios sobre la rabia La rabia es un juicio y ha sido para mí muy interesante observar la interpretación que le doy a lo que acontece para entender cómo me viene ese estallido de emociones. Cuando me veo amenazada, invadida en mi espacio, controlada, doblegada o sumergida en una situación de injusticia o de no merecer esa suerte, me aparece la rabia. Podría definir la rabia como la incapacidad de no permitir injusticias, de que no me dobleguen, de que no me controlen y limiten mi libertad. Me pregunto entonces por qué tengo rabia, por qué estoy furiosa. Disparan mi ira las injusticias, el que no me escuchen, que mi voz no sea sentida. Lo mismo siento cuando veo las injusticias en otras personas. Antes de iniciar mi proyecto de investigación decidí buscar la definición de rabia. Con respecto a la definición, Séneca, filósofo estoico, la describe como “la más fea y frenética de las emociones”. Para los estoicos “la ira puede nublar la capacidad de las personas para razonar de manera eficiente”. Reconozco que solo hasta hace unos meses soy consciente de la rabia que llevo cargando en mi cuerpo y en mi vida. Con la autobiografía he podido encontrar muchos episodios de rabia desde mi niñez y cómo a través de los años esta se fue incrementando y me ha acompañado por mucho tiempo. Es sorprendente cómo yo no la veía y el resto de las personas sí. El juicio que 119 tienen mis seres queridos sobre mi es que soy rabiosa, brava. Mi justificación en esos momentos cuando me describían como rabiosa era la siguiente: “No, yo no soy rabiosa; es que yo no me dejo atropellar por nadie, yo lucho por mis derechos”. Solo hasta este momento me doy cuenta de lo importante que es para mí el no conectarme con mis emociones. Solo hasta ahora soy consciente de lo que pasa con mi cuerpo cuando tengo rabia. El “sentirme rabiosa” me afecta en varios dominios, tales como: EN MI CUERPO: Mi cuerpo se tensiona, mi estado de ánimo cambia y no logro recuperarme rápido. EN MIS RELACIONES: Mis seres queridos se distancian de mí, me tienen miedo. La armonía de mi hogar se afecta. EN MI INTERIOR: Pierdo mi tranquilidad y paz interior. Al hacer fenomenologia de mi rabia me surgen las siguientes interrogantes: ¿en qué dominios se manifiesta mi rabia?, ¿cuándo me da rabia?, ¿dónde?, ¿cuál es el ámbito donde se genera esa rabia?, ¿cuándo siento ira?, ¿qué situaciones me disparan esa emoción? 3. Dominio de las normas Cumpliendo las normas Cuando estoy en una fila esperando pacientemente que me atiendan y veo que hay personas que no hacen la fila y se “meten” sin importarles que haya personas detrás (yo) cumpliendo las normas, en esas situaciones no tengo ningún problema en dirigirme a la persona que “se está metiendo” o “que se está colando”. Arranco con tono suave pero firme y si la persona no me pone atención le hablo fuerte y alzo la voz. Me aseguro de que todas las personas que me rodean escuchen lo que le digo. Estas situaciones me tensionan fuertemente. Pagar por un servicio que no es de buena calidad Contraté un servicio de lavado de tapetes de tres habitaciones y un sofá. En una de las habitaciones no se pudo mover la cama por pesada. “El tapete de debajo de esa cama no se lava”, me dicen. Pido que incluyan dentro del lavado tres tapetes de pie de cama. La persona que me presta el servicio me dice que no estaba incluido dentro del contrato y se niega. Yo siento que estoy pagando por un servicio “X” dinero y el servicio no se está cumpliendo por completo (el de tapete que no se lavó). En ese momento soy enérgica mostrando los hechos y además “exijo” que se entregue un buen servicio y completo. Uso un tono fuerte, voz alta y en la cara y voz se me ve la rabia. 4. El dominio de la autoridad El caso de los vigilantes de seguridad 120 No me gusta que me impidan la entrada o que me hagan preguntas al entrar a un edificio (¿para dónde va?, ¿con quién tiene cita?, etc.). Cuando insisten de forma autoritaria me tensiono, les hablo fuerte, subo la voz mostrándoles mi rabia. El caso jefes En el pasado ha habido uno que otro jefe que ha perdido la autoridad que yo les concedo (de sumisión, de acatar órdenes, de reporte a otros etc.). Al perderla (por actos no éticos), en “momentos de diferencias” no tengo ningún problema en decirle si estoy de acuerdo o no con sus decisiones; y si no estoy de acuerdo, les expongo mi punto de vista razonables ante una orden injustificada o antojadiza. Me tensiono fuertemente, no alzo la voz, pero me produce una rabia que no expreso, pero que reflejo con frialdad en la voz. Este caso me costó el puesto hace cuatro años. 5. Dominio familiar Situación con mi esposo Esto me sucede con mi marido cuando él está al volante. Tengo mucho afán por llegar a un sitio. Quiero que él acelere, ande rápido, que no deje pasar a otros carros, etc. Hablo “ordenándole” que acelere. Utilizo el tono alto, cortante, y surge mucha tensión en mi cuerpo. Cuando me enjuicia o critica mi esposo En las discusiones con mi esposo en que me sale la rabia, siento que él no me comprende, no me escucha y, sobre todo, cuando siento que me enjuicia o critica; por ejemplo: estamos discutiendo y él me critica así: “Tú si no puedes estar tranquila, te estresa el dinero”. Me dice esto de forma critica y yo salto inmediatamente. Alzo la voz, gesticulo mucho, uso las manos, se me nota la rabia y bastante. 6. La rabia también la he observado en otros Grupos humanos. Movilización de todo el pais el 4 de febrero de 2008 contra las FARC Esta rabia no tengo muy clara cómo describirla pero la vi en las expresiones de las caras de quienes estábamos en la manifestación, en los gritos y gestos diciendo ¡BASTA! con el secuestro. Rabia silenciosa Esta es una rabia que apenas aprendo a distinguirla. Se la veo a un 121 coachee mío. Su manera de expresar la rabia es con indiferencia, con frialdad y con distanciamiento ante las personas que se la ocasionan. Del mismo modo utilizo con mi hermana o con mi esposo el silencio, la frialdad, y mantengo muchas conversaciones privadas de índole negativa. En personajes del cine Un claro ejemplo de la rabia es la película Kill Bill. La rabia la veo en la matanza que hace el personaje femenino hacia las personas que le produjeron daño. Rabia en mi hija Alejandra Le pegó un puñete a su ex novio después de que este tuvo varias situaciones que la ofendieron. Sucedió que ella le reclamaba verbalmente algo, pero como él continuaba con la burla, le pegó un puñete directo a la cara. Rabia en mi esposo Mi esposo es bastante tranquilo. Sin embargo, solo una vez se salió de sus casillas con un extraño y se fue a los puños con él. Esto sucedió en un sitio público. Rabia en los leones Cuando la mama leona protege a su hijo recién nacido de depredadores. Observo un caminar hacia adelante y con los pelos erizados. 7. Diferentes grados de rabia A medida que fui avanzando con la fenomenología, me di cuenta de que existen en mí diferentes grados de rabia, como la ira, el enojo, el enfado, la indignación. Enojo El enojo se me manifiesta en diferentes situaciones, como por ejemplo, cuando me incumplen promesas. Hace un par de meses estábamos en uno de los encuentros del Avanzado y la conversación del equipo era lo denso de las lecturas de los egipcios. Una coach ofreció enviarnos el resumen que ella había realizado para ayudarnos con las lecturas. Al no enviar el resumen, le solicité por correo que lo enviara, recordándole su promesa. Nunca recibí respuesta. El enojo lo siento en la voz que utilizo al relatar el cuento. Siento que mi cuerpo se tensiona y la voz sale fuerte al relatar el tema. Ira Esta la siento cuando no veo que no soy bien atendida por un servicio que estoy pagando. Caso Telemex. Después de muchas llamadas realizadas a los operadores del call center, y la pérdida de tiempo que me ocasionó el repetir el problema sin que nadie me diera solución, al último operador le tocó recibir mi estado de ira. Esta se manifiestó con insultos, voz alta y alterada, y 122 nada de escucha al otro. Rabia Me produce rabia cuando le solicito a mi hija o esposo o a cualquiera que me haga un favor y estos rápidamente me dicen que lo que estoy solicitando no se puede hacer. Siento que lanzan “el no se puede hacer” tan rápido que ni siquiera intentan ver si en verdad se puede o no. Esa respuesta me produce rabia, enojo, molestia, que se manifiesta con palabras como: “¿Cómo que no se puede si ni siquiera lo has intentado?”. Mi voz es alta, insistente, directa, y mi rabia se refleja en mi cara y en mi corporalidad. 8. ¿Hacia qué tipo de personas dirijo mi rabia? Las personas que me quieran manipular, que intenten obligarme a hacer o decir cosas que van en mi contra o en contra de mi opinión, los que me quieren doblegar o hacer sentir su autoridad. Ahí surge la rabia, cuando alguien me dice: “Tienes que hacer tal cosa” y yo no estoy de acuerdo en eso o mi percepción de la situación es diferente, o cuando siento que me ordenan o ejercen su autoridad sobre mí sin consideraciones. Mi voz en esos momentos es de tono fuerte y alto y mi corporalidad se traduce en una postura inclinada hacia adelante. II. De la experiencia al concepto ¿Qué tienen todas las experiencias antes relatadas en común?, ¿cuál es el patron?, ¿qué es la rabia para mí? Con el propósito de acotar la distinción entre la rabia y otras emociones, y luego de hacer un recorrido por las diferentes experiencias que he tenido con ella, intentaré extraer los rasgos comunes que tienen todos esos casos y experiencias, de manera de establecer un perfil unitario de la distinción. Trataré de mostrar esos rasgos comunes en diferentes dominios. 1. La expresión emocional no verbal En todos los casos revisados veo que existe un patrón que se repite en mi cuerpo: es una tensión muscular que se incrementa a lo largo de él. Asimismo, el tono de voz que ocupa en esos momentos de rabia es alto, me sube la temperatura, siento presión en la garganta, en el pecho, no veo lo que pasa a mi alrededor, es como si perdiera una parte de la visión lateral, mi respiración es entrecortada, me late el corazón fuerte y el cuerpo se inclina hacia adelante en posición “de ataque”; la mandíbula se me pone apretada y tensionada, los ojos los mantengo muy abiertos y mi mirada es encendida. En ocasiones se me atora la garganta y toso. 123 2. La expresión emocional verbal Lingüísticamente siento la necesidad de expresar algo: una queja o un reclamo, cuando tengo el juicio de que existe una injusticia conmigo o con otros; o pegar un grito. Esto generalmente me sucede cuando tengo el juicio de que el otro me perjudicó, de que fue injusto porque me lastimó con su acción o perjudicó a quienes quiero, o sentí que no me entregó lo que yo sentía que me correspondía, traducible en “no es justo conmigo, no me lo merezco”. Es posible que llegue a gritar, a usar palabras hirientes, a usar juicios que afecten al otro que me escucha, malas palabras, amenazas o recursos como frialdad en la voz, el ser directa y cortante. En varias ocasiones me veo desafiando a la otra persona. Mis conversaciones privadas son agresivas con expresiones como estas: ¿Quién se está creyendo este *#!!? No te metas conmigo pedazo de “#”*!¡!!! ¡¡Déjame en paz!! ¡¡No me jodas!! Límites A mi juicio veo un patrón común con los límites que se traspasan, ya sea porque yo los traspaso o porque las otras personas también lo hacen o conmigo o con otros. Me refiero a cuando en mis estallidos de ira me encuentro con la pérdida de la conciencia de las consecuencias que pueden tener mis actos en mí, en mis seres queridos, en otros. En este momento no hay razón que prime. Es el cuerpo el que me gobierna. Este patrón lo he visto en situaciones donde alguien queda afectado: puedo ser yo misma o la otra persona. Estas expresiones se muestran con una intensidad alta, exagerada, con exceso en la voz, en la parte corporal, en la emoción que se desborda. Se traspasaron los límites de lo normal. Observo una violencia en el juicio que me lleva a responder con este exceso, con lo que llamo traspasar los límites de lo que es aceptable en una convivencia. Alguien sale sicológicamente afectado: mi interlocutor o yo misma. Solo en dos ocasiones hubo daño físico. Yo lo impuse. Al finalizar el episodio y cuando llega la calma y evalúo la situación: ¿qué pasó?, ¿por qué reaccioné de esa manera?, ¿qué me engatilló esa reacción tan intensa?, evaluó el desborde de mis reacciones emocionales y corporales y me surge el juicio de que me excedí en la respuesta y me entra el miedo. Me surge la necesidad de “recoger los platos rotos”. A esta emoción la veo muy relacionada con la rabia. Emoción Veo un patrón emocional recurrente en mis experiencias, cuando me 124 veo sumergida en la rabia/ira intensa. En su pleno apogeo siento mucha energía, energía que se me desborda por todo el cuerpo y se vuelve un motor que ayuda a que surjan las reacciones intensas como las descritas en la corporalidad y el lenguaje. Lo curioso o contradictorio es que después del episodio hay momentos en donde el miedo aparece acompañado de tristeza. Siento que son como primos hermanos de la rabia. Quedo sin energía y surge el llanto, la desesperación, el agotamiento, la sensación de soledad, de desesperación, de frustración. De este mismo dominio surge la rabia en una modalidad que denomino la rabia silenciosa. Con el tiempo aprendí a cambiar la forma, a no manifestar mi emoción por las repercusiones que implicaban. Esta me acompaña con varias personas, con mi esposo, con mi hermana con una amiga. Es una rabia reprimida. Todas las situaciones donde me surge la rabia tienen y han tenido un propósito concreto con su contenido claro y preciso. Sin embargo, he desarrollado una capacidad de no reflexionar y dejarla disipar que me asombra. La autoridad Con este dominio me surge la emoción con una facilidad. Ahora veo que esta me ha acompañado desde pequeña cuando sentía que mi madre me imponía algo. La reacción a la palabra “No”, o a órdenes como “No se puede” o “No puedes ir”, después de haber agotado el “porqué” y no haber obtenido respuestas diferentes a “Porque sí”, “Porque sou tu mamá y así lo digo”, etc. La respuesta que aprendí fue a contestar con rabia y a estar acompañada de la emoción de frustración. Ahora entiendo mi reacción a no permitir que me dobleguen, que me controlen. Al reflexionar sobre los patrones recurrentes de mis experiencias, identifico situaciones cuando las cosas no las tengo controladas o no se hacen a mi modo: me desespero y me enojo, y puedo experimentar episodios de rabia. He tenido la oportunidad de leer a autores que hablan sobre esta emoción y veo que existen puntos en común como: las manifestaciones fisiológicas, el exceso de energía en el cuerpo acumulada en las mandíbulas y manos, deseos de ir hacia la acción y la sensación de pérdida de control. Según el libro La ontología del lenguaje, una emoción es algo que simplemente nos ocurre, que surge a partir de algo que sucede y, desde este mismo enfoque, el sentimiento es la interpretación de una emoción. En efecto, las emociones nos ocurren. ¿Cómo hacer entonces para interpretar la rabia de otra manera? Si la interpreto diferente, ¿será posible deshacerme de ella?, ¿es posible conectarme con la rabia sin rabia? En mi caso particular, cuando pienso en las situaciones que más me generan rabia, estas son: Siento y juzgo que algo no es justo. Cuando me siento atropellada, irrespetada, criticada, enjuiciada. Cuando siento la figura de autoridad ejerciéndome su poder, 125 doblegándome. Cuando las acciones de las otras personas me indican que algo no se puede lograr. Cuando siento y juzgo que mi opinión no vale. 3. Manejar el tema de la rabia sin expresarla y sus efectos en el cuerpo En estos meses de inmersión dentro del tema de la rabia, he podido descubrir los momentos cuando esta emerge, mis respuestas fisiológicas y mi estado emocional cuando sucede el evento; sin embargo, he descubierto con los trabajos de bioenergética y con las preguntas que nos han enviado en las tareas del coaching, que es posible que tengo rabia contraída. Esta afirmación me hace mucho sentido. La ira es una emoción natural que surge sobre todo cuando nos encontramos ante un obstáculo que se interpone en nuestro camino y nos impide alcanzar lo que deseamos. Se genera así una energía interna que nos mueve a despejar el camino. Sin embargo, me pregunto, ¿dónde se localiza toda la energía de la ira que no es expresada adecuadamente?, ¿qué pasa cuando intentamos disimularla? En mi caso, soy consciente de que la ira/enojo/rabia en muchas ocasiones no la expreso. Prefiero no hablar, no mostrar mi emoción para evitar graves problemas de relación con las personas que me rodean. Cuando sucede que la disimulo o la controlo y no descargo la energía, siento dolor de cabeza o de espalda y cuello. Estos dolores cuando me surgen, no soy consciente de relacionarlos con la emoción controlada. Sencillamente, esta energía se me acumula y se ha ido acumulando a través de los años. Esta reflexión me conecta con lo que siento hacia mi hermana. La denomino como rabia silenciosa; se ha vuelto silenciosa con el transcurso de los años. La rabia que siento tiene varias causas y la mayoría están relacionadas con que yo llamo falta de interés de parte de ella. Desde hace ya siete años me he encargado de cuidar a mi madre, quien sufre de Altzheimer. La llamada semanal de mi hermana consiste en averiguar por la salud de nuestra madre, si dijo o no dijo algo y en contar si nevó o no nevó donde ella vive. En estos siete años nunca me ha preguntado cómo me siento con el cuidado de mama, si es carga o no es carga tener que estar pendiente de ella. En los últimos meses decidí traerla de la ciudad de donde ella vivía para tenerla cerca de mí. Actualmente vive en el mismo condominio donde vivo yo. La rabia silenciosa que he ido acumulando se refleja en la frialdad de mi voz: solo le contesto lo que ella pregunta, pero de mi parte no sale ni un comentario sobre mi agobio. No le cuento de mis tristezas, de lo que siento al ver a nuestra madre envejecer. Siento que a ella no le importa, y he llegado a este juicio puesto que nunca la he escuchado preguntarme: “¿Cómo te sientes?” 126 Reconozco que tampoco he intentado contarle. Es una rabia que no se la expreso directamente a ella sino que la converso con mi esposo e hija. Este relato me hace recordar reciente descubro que mi mama tiene demencia senil. Me acuerdo llamándola a Estados Unidos y contándole mi dolor, mi descubrimiento, mi preocupación. La reacción de ella fue entregarle el teléfono a su esposo para que este conversara conmigo. Este comportamiento lo repitió en varias oportunidades. Me recuerdo reclamándole y diciéndole que a mí no me interesaba hablarle a su esposo sino hablarle a ella. Con el tiempo, la rabia la he ido internalizando y no la he expresado oportunamente. Este cúmulo de rabias con ella me han hecho que tenga varias “explosiones”. Este comportamiento se caracteriza por mi frontalidad en el hablar y no importarme lo que ella piense. Actualmente ya soy un poco más consciente cuando vivo situaciones de descontrol emocional. En el momento de analizar la causa, veo que esta no es tan importante y que mi explosión emocional fue desmedida. Cada vez tengo menos explosiones emocionales relacionadas con la ira. Estas son producto de mi control para evitar un problema con las personas, para mantener una compostura socialmente aceptable. La contención de la poderosa energía generada por la ira/rabia origina un bloqueo que da lugar a cambios temperamentales: irritabilidad, agresividad. La incapacidad de expresarme y actuar con libertad, dar un grito desmedido, se me manifiesta con intensos dolores de cabeza, rigidez corporal y dolor en el cuello y espalda. La persistencia de esta situación me ha generado caer en momentos de tristeza. Aquí es donde relaciono la tristeza con la rabia. Cuando escogí el tema de la rabia, también me aparecía la tristeza sin yo poderme dar una explicación lógica. Deseo regular el exceso de ira, que en mi caso me ha generado unas dolencias y una rigidez corporal que me acompañan desde hace años. Deseo vivir en paz con esta emoción, encontrar un nivel emocional medio que no me lleve ni a inhibirla ni a sobrepasarla. También deseo mantener la claridad mental suficiente para lograr valorar con equilibrio las situaciones y las causas que generan esta emoción. Deseo hacer las paces con la ira, vivirla y expresarla sanamente. Al abrirme a otros autores decidí empezar mi búsqueda por la definición de la palabra emoción. Encontré diferentes definiciones: “Movimiento hacia afuera.” “Pasión del alma, que causa indignación y enojo. Apetito o deseo de venganza.” Furia o violencia de los elementos. Repetición de actos de saña o venganza.” (Real Academia Española) En mi búsqueda por internet encontré la siguiente definición: “Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.” 127 Susana Bloch en su libro Alba Emoting la describe así: Desde el punto de vista científico la emoción es un estado funcional de todo el organismo que pone en acción -a la vez- tres sistemas: uno fisiológico (cambios neuroquímicos, neurohumorales, neurovegetativos, etc.), otro de cambios de la musculatura estriada, que regula los aspectos expresivos (posturales, gestuales y faciales) y otro que implica las manifestaciones subjetivas, la “vivencia” emocional. La emoción siempre tiene estos tres componentes. La emoción es algo que “está en el medio”, entre lo mental y lo físico. Se podría decir que la emoción es el encuentro entre lo físico y lo mental. La definición que más me cautivó dice así: “Emoción: movimiento extraordinario que agita el cuerpo o el espíritu y que turba el temperamento o el equilibrio”. Esta definición tiene en cuenta el cuerpo y el espíritu. Me llama la atención ya que no solo somos cuerpo, también somos espíritu, energía. Desde un punto de vista sicológico, un Diccionario de Psicología define la emoción como “estado particular de un organismo que sobreviene ante una situación llamada emocional, acompañado de una experiencia subjetiva y de manifestaciones somáticas y viscerales.” En la obra, El error de Descartes. La emoción, la Razón y el cerebro humano de Antonio R. Damasio, encontré la siguiente definición de emoción: “[…]es la combinación de un proceso evaluador mental, simple o complejo, con respuestas disposicionales a dicho proceso, la mayoría dirigidas hacia el cuerpo propiamente dicho, que producen un estado corporal emocional, pero también hacia el mismo cerebro (núcleo neurotransmisores en el tallo cerebral) que producen cambios mentales adicionales -y agrega-: adviértase que por el momento, dejo fuera de la emoción la percepción de todos los cambios que constituyen la respuesta emocional…. Todas diferentes definiciones para un mismo término. Al final, en cualquier experiencia emocional participa todo nuestro ser: el cuerpo, la mente y nuestra energía. Resumiendo, la rabia es una reacción emocional producto de un juicio que nos hacemos al sentir que hemos sido injustamente tratados y no respetados por otros. Ante el pensamiento de sentirnos injustamente tratados y no respetados, generamos una serie de reacciones corporales que nos lanzan hacia adelante para defendernos con la finalidad de hacer valer nuestros derechos. Todos los seres humanos tenemos diferentes maneras de reaccionar ante la ira, ya que nuestras historias y experiencias han sido diferentes y por lo tanto cad uno tien sus interpretaciones. Al reconstruir la ira ontológicamente, es importante considerar que cada vez que nos sentimos injustamente tratados, no respetados, atropellados, es muy posible que el otro no esté haciendo lo que hace con la intención que le estamos atribuyendo; somos nosotros, seres interpretativos, que le otorgamos la intención a sus conductas. Son nuestras 128 voces las que nos llevan a darrle una interpretación que nos induce a la reacción emocional: la ira, la rabia, el enojo, etc. IV. Finalizando Ahora que el programa va a culminar, después de haber pasado por descubrimientos emocionales que yo antes no había advertido, después de haber encontrado sentido a mis acciones y mis mediocres resultados en el dominio emocional, entiendo que las relaciones con los demás son el espejo de nuestros estados de ánimo, así como las emociones que expresemos y cómo las expresamos. Solo en la relación que tiene una persona con los otros se afectan y se activan los problemas no resueltos y que aún están dentro de su psique. Lo que se ve en el otro es porque es propio, y por consiguiente, ayuda al autoconocimiento. Hoy agradezco mi encuentro con MI SOMBRA. Este encuentro lo hice a través del Programa Avanzado de Coaching y el haber investigado el tema de la rabia en mi vida, así como las experiencias que he tenido con esta especial emoción. No me imaginaba estar tan desconectada de mis miedos, sentimientos y emociones más profundas. Recuerdo lo que me dijo un profesor en uno de los talleres de Bioenergética: “Tu miedo esta puesto en el cuerpo”. Era la segunda vez que escuchaba esta opinión, solo que en ese entonces sí le di autoridad. Me invito a comenzar a expresar mi rabia, que estaba escondida a niveles muy profundos en espacios bioenergéticos. Le expresé la sorpresa que esto me causaba a mi coach, pues sentía que me enojaba con bastante facilidad. Que expresar la rabia era fácil para mí. Entendí que había otra mucha más profunda y escondida, y que era posible que sus orígenes fuesen desde una muy temprana edad. He continuado trabajando en bioenergética y aún sigo sin entender cuando me dicen que debajo de la rabia hay mucho miedo y que este sentimiento casi no lo puedo conectar. Acepto que solo puedo tener una mejor relación con los otros y de esta manera realizar un cambio importante en mi vida al descubrir y aceptar que convive conmigo MI SOMBRA. Estoy comprometida a continuar mi autoconocimiento a través del trabajo del cuerpo y permitir que fluya la energía bloqueada y a conectarme con miedos y sentimientos bloqueados. Soy consciente de que tengo un camino largo por recorrer. Leí en un libro de Alexander Lowen la siguiente frase que me ha llamado la atención: “donde existe el miedo a expresar una rabia justificada, también existe el miedo a amar”. Este trabajo arrancó con la rabia y termina en el miedo. Tengo un largo recorrido. Espero tener la vida y la energía para poderlo recorrer. Este será otro tema de investigación en otro espacio y en otro momento. 30 de junio de 2009 129 Show Time. El arte de fingir Josefa Galván Indagué en mi propia naturaleza. Heráclito TEMA: SHOW TIME… El arte de fingir —¡¡¡Tercera llamada…tercera… tercera llamada… comenzamos… acción…Josefa a escena!!! —Disculpa, ¡tengo que cancelar mis emociones! —Es momento de mostrar que en mi vida todo está bien y estar lista para entregar lo mejor de mí con seguridad y contundencia en la siguiente obra o más bien incursión ontológica. I. Caracterización de la protagonista De mi niñez y familia de origen les compartiré un poco a través de mi tema, me centraré en los datos generales que den un rápido panorama de mí por ahora. Tengo 52 años, soy mexicana, veracruzana y coatepecana, casada prácticamente desde hace 35 años con Emilio Vázquez, mi socio en la familia, en la empresa y en la vida. Tenemos dos hijos: Emilio Jr. y Sara. Emilio tiene 23 años y estudia Comunicación (ya está por terminar la carrera); es un joven que vive, según mi juicio, intensamente su vida y yo le respeto, no si buscar los espacios de reflexión que le ayuden o nos ayuden para interactuar como familia y vivir la vida con mejor calidad cada día. Mi hijo me encanta porque me reta a ser mejor escucha y conversadora con él. Considero que hemos construido un gran espacio de confianza, lo amo profundamente. Nuestra segunda hija Sara, que nos regaló diez años de presencia y que ahora estamos enlazados desde hace ocho años por nuestra esencia, nos dio a los tres grandes momentos de alegría, amor, sencillez, compasión y la amaremos por siempre. Vivo en Ciudad de México, mi casa es muy agradable y armónica, y fue construida por mi esposo y diseñada y decorada por nosotros tres. El resultado me parece maravilloso, sobre todo, porque cada vez que alguien nos visita declara que siente una particular armonía. Me encanta estar en mi hogar y disfrutar los momentos con mi familia. Me gusta la lectura, ver algunos programas de televisión o películas con mi esposo y con mi hijo, y también escribir: soy autora de dos libros y pronto saldrá un tercero. Asimismo, soy directora de dos empresas en crecimiento. Disfruto de la buena comida, del baile, divertirme, viajar y actualmente lo que más me llena es brindar coaching y tener la oportunidad de ayudar a quien lo solicite. Tengo varios proyectos en puerta, ya que soy altamente creativa e inquieta. Bueno, creo que con esto por ahora es suficiente. 130 II. Contexto Lo que deseo compartir es cómo me integré al Programa Avanzado de coaching ontológico. Resulta que Eduardo de la Garma, Lupita Gómez Pezuela, Horacio Soriano y yo estábamos como supervisores del ABC Internacional, y Eduardo, como nuestro coordinador de Consejo, nos dijo que sería muy bueno que los cuatro supervisores, es decir nosotros, iniciáramos una nueva aventura juntos cursando el Avanzado. La verdad, yo no tenía gran interés y más bien estaba ideando qué argumentar para zafarme del compromiso, pues ya tenía algunos juicios de exalumnos como que el programa estaba muy cargado de tareas, que era muy fuerte, que era muy filosófico, etc., etc.,etc., y no tenía ganas de asistir. Además con la carga de trabajo de ser directora general de dos empresas, pues menos se me antojaba. Sin embargo, aquí estoy, al final de este pasaje secreto y misterioso que resultó ser para mi la certificación en coaching ontológico avanzado, por ello hoy sí quiero agradecer a Eduardo de la Garma en insistir; a Lupita, Horacio, Alina y Sergio por su acompañamiento durante el proceso que vivimos juntos; a Miguel Campos y a Irma de la Torre por ser mis coachees consentidos; a Luz María Edwards por su orientación y paciente apoyo en la consolidación de mi “famosa” incursión ontológica; a mi querida Alicia Pizarro por su amor y contención permanente; y finalmente a Rafael Echeverría por darme el empujón amoroso hacia el encuentro con mi fragilidad infantil, origen de mi fortaleza y talento: gracias mi querido dueto Echeverría-Pizarro porque a través de sus escritos y tareas me fueron mostrando cómo reflexionar para agudizar y, al mismo tiempo, ampliar mi mirada hacia mi mundo interior y anterior, el mismo que tenía guardado o tal vez escondido en un baúl, creo, casi en el fondo de mi ser con más de ocho llaves, cadenas y candados. De la misma manera me ayudaron a mirar con nuevos observadores mi mundo exterior para ir descubriendo el impacto de mis patrones de comportamiento en mí misma, en mi familia y en mis demás dominios, conformando un camino lleno de aventuras y retos. A la vez he ido encontrando mis recursos de poder para hacerme cargo del tipo de vida que deseo hoy para mí y mi familia, con alegría, respeto y libertad. La otra parte que deseo compartir, es cómo viví el programa. Me refiero a unos cuantos aspectos o momentos, pues fueron tantos, que me tomaría mucho tiempo revivir mi gran odisea, y lo digo de esa forma porque para mí fue ir al encuentro de acontecimientos desagradables en distintas etapas de mi vida, pero casi a la par, encontrarme con narrativas pasadas o actuales que me hacían sufrir. Para estas, también me encontré con recursos para reinterpretarlas y a partir de ello vivir desde la paz en el alma, amor en el cuerpo y luz en la mente. 131 En la primera conferencia y en las tareas de la 1 a la 5 me encontré con las piezas para construir un camino hacia mi interior, hacia mi historia, la misma que tenía bloqueada, como ya lo mencioné con anterioridad. Desde mi nacimiento hasta casi mis diecisiete años, por un lado disfruté investigando cómo estaba el mundo antes de que yo naciera. Parecía un momento muy prometedor para cualquiera y de hecho lo fue para varias personas que nacieron el mismo año en que yo nací. Pedí ayuda a mi mamá y a mi hermana Marcela para poder reconstruir un poco de mi historia y desde ahí enlazar eventos, emociones, expresiones que me ayudaran a ir construyendo mi estructura de coherencia. Al llegar a la tarea 4 viene a mi memoria el poema “Reír llorando” de Juan de Dios Peza y descubro la razón por la que me lo aprendí a la edad de diez años aproximadamente. Creo que desde que nací hasta los quince años, viví varios encuentros con la muerte, con el desamor, con la tristeza, con la falta de un hogar, con la falta de una familia, con la descalificación, con la mentira, con la traición, con el desamor, y otros encuentros con el miedo, la rabia, la impotencia, pero también con el afecto e interés de personas ajenas a mí que me hacen ver la vida como una posibilidad de NO SABER CÓMO pero SÍ DESEAR VIVIR DIFERENTE. Ante este entrenamiento de resiliencia voy desarrollando mis competencias para volverme experta en al arte de actuar, de fingir que no siento, que no me importa, que no me lastima, que no siento dolor ni sufrimiento, que no me enfermo, que tengo fuerza para cargar lo que sea, que soy multihabilidades, que puedo hacer casi cualquier cosa que me proponga en distintos dominios. Aprendí a demostrar esos patrones hasta volverlos parte de mi naturaleza o mi normalidad. He de buscar mi propio camino, mi propio destino y he de aprender cada día más a establecer una relación amorosa con la fatalidad, con la adversidad, con los hechos y con la necesidad de ir al llamado de la libertad y de la trascendencia. De la tarea 5 a la 10 viajo entre el pasado y el presente encontrando conexiones, razones, explicaciones y voy ampliando mi estructura de coherencia. Me encuentro con el enamoramiento, con el matrimonio, con mi rol de mujer, profesional, empresaria, amiga, madre, emprendedora, y llega el momento de asomarme al espacio entre mi identidad pública y privada en quince dominios. Cuando me descubro altamente transparente, no me sorprende, ni a la gente que me rodea. Casi siempre mi sorpresa estuvo en cada conexión descubierta y que fui compartiendo con mi familia. Este compartir nos fue aclarando y explicando el por qué de ciertos comportamientos y al mismo tiempo fortaleciendo nuestras conversaciones para elegir y en su caso diseñar otros rumbos mas saludables y gratificantes para nuestra vida en lo individual y en lo familiar. Nadie me parece más desgraciado que el que nunca experimentó una desgracia. 132 Piensa que entre los males que parecen tan terribles, no hay ninguno que no podamos vencer, ninguno sobre el cual no hayan triunfado los grandes hombres. ¡Sepamos triunfar también nosotros sobre algo! Séneca Para la tarea 11 me gustó mucho la experiencia de conectarme con mi grandeza, situación que no me costó trabajo, pues ha sido parte de mi vida diseñada por mí: ser positiva, resolver lo que esté a mi alcance y volver a empezar si es necesario con la mirada siempre en alto y a lo alto; solo que ahora aprendí hacerlo incluyendo mis emociones, sentimientos y lágrimas como impulso. Mi grandeza está en saber reconocer mi propia fragilidad y en ayudar a los demás a ver su propia grandeza. En la tarea 12, también me gustó la práctica de rendir cuentas de mi vida, es decir, de estar en mi juicio final. Ahora frente a la muerte, pero no desde la tristeza, sino desde la alegría de haber agradecido y vivido lo que viví y que hizo de mí la mujer que alcancé a ser. Para la tercera conferencia, el haberme conectado nuevamente con esa niña de los nueve o diez años y Garrick, siento que me permitió cerrar el círculo que estaba abierto. Según mi juicio, me parece que ni yo me había dado cuenta de que estaba llegando el momento justo de cerrarlo, pero para ello fue necesario visitar otra vez ese espacio de sufrimiento para salir como el ave fénix, en un renacer fortalecida y en paz con mi pasado y presente. Gracias Alicia y Rafael por haber preparado esta maravillosa aventura que para mí fue liberadora, que Dios les bendiga siempre. III. Show Time… El arte de fingir 1. Mi inquietud respecto al tema Querido espectador antes de que entremos en profundidad con el arte de fingir, que tal vez también tiene relación contigo o lo encuentres interesante, quiero compartirte qué sucedió conmigo cuando nos comentaron que teníamos que elegir un tema de investigación. Fíjate que de inmediato vino a mi pensamiento la expresión Show Time, ya que esta ha sido una frase que siempre me ha llamado la atención y que sin tener conciencia yo la usaba como un decir simpático. Por ejemplo, cada vez que tenía que hacer algo en público o con otros como impartir un curso cuando estaba cansada, dar consultoría cuando no tenía ganas, dar coaching aunque me doliera el estómago, ir a una fiesta incluso con alguna molestia de enfermedad; pero si sentía afecto por la persona o tenía yo el juicio de que era un compromiso, no importaba cómo me sintiera, me arreglaba, me ponía guapa y decía Show Time con una gran sonrisa, y me iba a cumplir el compromiso, situación que 133 consideraba era correcta. Este tema definitivamente tiene relación con mi vida y con lo que observo que le ocurre a mucha gente en distintos dominios. Dadas las experiencias vividas desde la infancia vamos aprendiendo a cancelar o bloquear los sentimientos y las emociones, ya sea por propia protección o porque alguien con cierta autoridad nos dice con su comportamiento o con su lenguaje, de manera suave o fuerte, de forma gentil o con maltrato, lo que debemos hacer mas no lo que debemos sentir. Por lo menos esta es mi historia. Con gran facilidad y sin darnos cuenta, vamos cortando el fluir de las sensaciones y de las emociones, así que, al paso de cierto tiempo, logramos integrar patrones copiados de una que otra persona muy cercana a nosotros y lo hacemos de una forma tan inconsciente, paulatina y natural, que cuando lo actuamos pareciera propio. De igual manera, estos patrones se van interiorizando tan fuertemente en nuestro cuerpo, pensamiento y lenguaje, que hace falta una buena sacudida o un par de lentes con gran aumento para observar que en realidad esos comportamientos nos disgustan y muchas veces hemos intentado cambiarlos. Bueno, cuando nos hemos dado cuenta, o si los observamos en otros, lo rechazamos sin percatarnos que únicamente estamos frente a un espejo que nos muestra nuestra sombra, ¿o será nuestra luz? Mediante sesiones coaching, reflexión profunda y pensar ontológico, podemos descubrir que varias de esas conductas que descalificamos, nosotros las repetimos frecuentemente en la total transparencia de nuestra vida afectando tanto a los seres que más amamos como a nosotros mismos. En la primera conferencia del Programa Avanzado de Coaching con Newfield, durante el segmento en el que me tocó ser coachee y contar con Rafael Echeverría como observador de la interacción, pude descubrir que he sido sobreviviente a una gran cantidad de experiencias traumáticas a lo largo de mi vida que yo inconsciente y concientemente había bloqueado para evitar el sufrimiento. Entre estas vivencias considero que la más importante tiene que ver con la pérdida en distintos dominios de mi vida, ejemplo de lo que había de marcar mi historia, que tiene una relación estrecha con la muerte. Mis pérdidas, entonces, fueron provocando que yo construyera poco a poco mi clóset, mi camerino, y lo fuera llenando con diferentes tipos de vestuario, de cubiertas y de máscaras que me permitieran fingir algo totalmente distinto a lo que yo sentía, aprendiendo a ser cada día más fuerte, más decidida, más contundente, más fría, más inteligente, más interesante, más racional y más seductora con mi lenguaje, entre otras cosas. Sin embargo, creo que todos esos recursos me fueron orientandos hacia mi propio teatro para vivir a través de distintos personajes, sin tener conciencia clara de cada uno de ellos y, sobre todo, de cómo me estaban afectando. Con el pasar de los días y mi reflexión frecuente, observé y observo cómo ciertos personajes los he manifestado en muchas acciones o conductas, provocando incluso afectar mi salud sin tener ni la más remota idea de lo que 134 estaba haciendo, pues no me había dado cuenta de dónde provenían mi fortaleza, fuerza, resistencia, alta tolerancia al dolor y gran energía, que me permitieron alcanzar el éxito y admiración de varias personas en distintos dominios de mi vida. Un ejemplo de esto que comparto es mi capacidad para permanecer sin dormir por dos o tres días y mantenerme trabajando; o bien, dormir unas dos o tres horas y volver a la carga. No tan solo eso, sino que además he logrado estar hasta tres días sin comer y solo tomar agua, o simplemente me bastaba con comer una galleta, pan o fruta y volvía a cargar la energía para continuar trabajando. Mi nivel de tolerancia al dolor es tan alto que cuando me da fiebre recién la llego a sentir hasta que estoy en 41º C, y eso me ha llevado a riesgos que ahora percibo como innecesarios. De esta forma fui poco a poco integrando a lo largo de mi vida un patrón de pensamiento y comportamiento que hoy observo como poco saludable, que me llevó o forzó hasta llegar al límite. 2. Mi intención Con este trabajo pretendo compartir mi caso y ofrecer una mirada profunda y reflexiva para las personas que como yo, hemos aprendido a reestructurar nuestra corporalidad, emocionalidad y lenguaje como un programa que tiene vida propia y hasta cierto punto autonomía, programa que una vez identificado en sus partes, algunas de ellas las podemos manejar tanto manual como automáticamente, ya que se rearticula con facilidad y a gran velocidad tipo holograma. Esta recomposición es tan sutil y al mismo tiempo tan poderosa que pasa desapercibida para las personas que nos rodean. Todo es para asumir un personaje especial, un vestuario particular, una máscara que conlleva un paquete emocional especial para cada ocasión que, dependiendo de las circunstancias, aflorará adecuadamente para fingir o actuar de manera magistral el papel que le corresponda en ese momento y, que al igual que los actores, debemos ocultar nuestra corporalidad y emociones hasta olvidarnos de nosotros y vivir el momento en función del personaje elegido para agradar a los demás a seguir en la vida… “Reír llorando” Juan de Dios Peza Viendo a Garrik, actor de la Inglaterra, El pueblo al aplaudirle le decía: “Eres el más gracioso de la tierra, Y más feliz…” Y el cómico reía. Víctimas del spleen, los altos lores En sus noches más negras y pesadas, 135 Iban a ver al rey de los actores, Y cambiaban su spleen en carcajadas. Una vez, ante un médico famoso, Llegóse un hombre de mirar sombrío: “Sufro,” le dijo,”un mal tan espantoso Como esta palidez del rostro mío. Nada me causa encanto ni atractivo; No me importan mi nombre ni mi suerte; En un eterno spleen muriendo vivo, Y es mi única pasión la de la muerte. - Viajad y os distraeréis. - ¡Tanto he viajado! - Las lecturas buscad. - ¡Tanto he leído! - Que os ame una mujer. - ¡Sí soy amado! - Un título adquirid. - ¡Noble he nacido! - ¿Pobre seréis quizá? - Tengo riquezas. - ¿De lisonjas gustáis? - ¡Tantas escucho! - ¿Qué tenéis de familia? - Mis tristezas. - ¿Vais a los cementerios? - Mucho… mucho. - De vuestra vida actual ¿tenéis testigos? - Sí, mas no dejo que me impongan yugos: Yo les llamo a los muertos mis amigos; Y les llamo a los vivos, mis verdugos. Me deja — agrega el médico — perplejo vuestro mal, y no debe acobardaros; Tomad hoy por receta este consejo “Sólo viendo a Garrik podréis curaros”. - ¿A Garrik? - Sí, a Garrik… La más remisa y austera sociedad le busca ansiosa; Todo aquel que lo ve muere de risa; ¡Tiene una gracia artística asombrosa! - ¿Y a mí me hará reír? - ¡Ah! sí, os lo juro; Él sí; nada más él; mas… ¿qué os inquieta? - Así — dijo el enfermo —, no me curo: ¡Yo soy Garrik!… Cambiadme la receta. ¡Cuántos hay que, cansados de la vida, Enfermos de pesar, muertos de tedio, Hacen reír como el actor suicida, Sin encontrar para su mal remedio! ¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora! ¡Nadie en lo alegre de la risa fíe, Porque en los seres que el dolor devora El alma llora cuando el rostro ríe! Si se muere la fe, si huye la calma, 136 Si sólo abrojos nuestra planta pisa, Lanza a la faz la tempestad del alma Un relámpago triste: la sonrisa. El carnaval del mundo engaña tanto, Que las vidas son breves mascaradas; Aquí aprendemos a reír con llanto, Y también a llorar con carcajadas. IV. El fenómeno Show Time… El arte de fingir en mi experiencia Primero me costó trabajo decidir o elegir cuál sería la traducción que mejor podía representar o interpretar la expresión Show Time. Vinieron a mi cabeza muchas palabras que definitivamente creo que no era lo que a mí me sucedía. Entre esas palabras que danzaron por mi mente y que me provocaron sobresaltos fueron: mentir, engañar, simular, fingir, actuar, representar, encubrir, ocultar, aparentar, disfrazar. Creo que sentí miedo de descubrir que yo pudiera ser así; sin embargo, estuve reflexionando por mucho tiempo. Me iba del análisis de las palabras y regresaba y me iba y regresaba hasta que por fin identifiqué la palabra que más siento puede representar lo que a mí me sucede: “fingir”. Esta, como la posibilidad de dar una existencia ideal a lo que tal vez no la tiene y al mismo tiempo dar a entender algo que no es cierto y ocultando algo que es cierto, pero que los demás no tienen por qué saber o conocer lo que a mí me sucede. ¿Cómo ha sido el fingir en mi vida?, ¿cómo ha sido el usar distintas máscaras? Para efectos ilustrativos del fenómeno solo expondré algunos ejemplos: Cuando niñas, en momentos en que mi papá nos regañaba, mi hermana se ponía a cantar y no le hacía caso. Con esta conducta recurrente, sí saberlo, Marcela me enseñó a usar una máscara: la de no me importa, y fingía que yo sentía lo mismo y acabé por sentirlo, lo volví real. Cuando me castigaron encerrándome en el baño oscuro, tenía tanto miedo que aprendí a llorar en silencio y fingí dormir en el suelo para que me sacaran; así me puse la máscara de la dureza. Cuando mi mamá o mi papá me regañaban o golpeaban porque algo como lavar ropa no lo había yo hecho como ella esperaba, me jalaba de los cabellos y yo me aguantaba; entonces fingía no sentir dolor: ahí logré colocarme la máscara de fuerza. Cuando le daban más dinero a mi hermana para ir a la escuela, fingía no darme cuenta y no reclamaba; entonce me puse la máscara de la sonrisa y el dinero no me importa. Tantas experiencias de este tipo me enseñaron a fingir, de tal manera que se volvió todo un arte en mi vida. Desarrollé mis competencias y aprendí a bloquear el dolor físico. No sentí dolores mensuales, no sentía la fiebre, no 137 sentía dolores de cabeza sino hasta que casi me estallaba; no sentía dolores musculares, tampoco tristeza o coraje, pero eso era solo aparentar, porque hoy me doy cuenta de que sí lo sentía, pero fingía lo contrario. Como dicen algunos investigadores, “postura corporal genera conexión neuronal” y entonces mi cuerpo, mis emociones y mis pensamientos, al igual que mi lenguaje, aprendimos a fingir y decir: “yo tengo alto nivel de energía, mi umbral de tolerancia al dolor es muy alto, yo puedo dormir muy poco, yo no tengo problema para acoplarme a distintos horarios, no necesito dormir tanto, con una hora ya quedo, no necesito comer, como algún alimento por puro trámite”. Desde hace quince años que yo no tengo gripe. Soy una persona extraordinariamente sana. Quiero aclarar que estos “fingires” y máscaras tienen como todo sus pros y sus contras. Hoy con mayor conciencia lo asumo y me hago cargo de diseñar una vida diferente. 1. El arte de fingir desde mi observador en la experiencia de otros Prácticamente, he observado resultados similares en muchas personas, el mismo efecto de alto nivel de estrés, intolerancia, gritos, enojos, maltratos. Anteriormente no lo había relacionado con las máscaras ni con el arte de fingir. He aquí algunos ejemplos: En algunas amistades Tengo una amiga que cuando le habla su hija y ella está muy a gusto platicando, finge que no le oye y cuando la niña le reclama, le dice: “Perdón, hija, es que no te oí”. Otro amigo le dice a su esposa,: “Diles tal cosa”, y cuando ella empieza hablar de “tal cosa”, él la interrumpe y sigue contando el cuento que previamente le había solicitado a su esposa que lo compartiera, así que cuando ella “en broma le reclama”, él le dice: “Es que no me dí cuenta” y ella finge que le cree. Sin embargo, con frecuencia se comportan de la misma manera. Una amiga le dice a su pareja, cuando él le llama por celular: “Es que no te oigo” y él finge que le cree para no tener discusiones. En algunos de mis clientes Les mando emails y dicen que no les llegan, y les digo no se apuren, que se los vuelvo a mandar y finjo que les creo, ya que considero que no es necesario entablar una amplia conversación por ese tema. Piden a algún colaborador que realice un trabajo urgente. Esa persona lo termina y lo deja sobre el escritorio del jefe. Este lo ve, pero como tiene algo más urgente que hacer, lo deja a un lado. Cuando su colaborador le pregunta, él responde: “Discúlpame, no lo había visto”, entonces el colaborador finge que le cree y el jefe finge que no lo vió. 138 En mis talleres de entrenamiento Frecuentemente en los descansos los participantes fingen que no se habían dado cuenta de la hora y yo finjo que no tiene importancia. Cuando les pregunto por su tarea o algún compromiso establecido con anterioridad, a veces fingen que no se acuerdan y yo finjo que soy muy flexible y que la situación tiene soluciones. En mi familia Ante varios problemas o conflictos, mi mamá y mi hermana y hermano no los conversan y siguen su relación fingiendo que no ha ocurrido tal cosa o como si se les hubiera olvidado, pero cuando está por separado se quejan. Mi mamá espera que sus hijos le llamen cada fin de semana. Cuando esto no ocurre y recibe después la llamada, finge que comprende la situación y dice: “No te preocupes, hijo o hija, yo sé que tienes cosas muy importantes que hacer, yo te comprendo.” Una de mis cuñadas se molesta por algunas conductas de sus hijos y su esposo, tales como que ellos no recogen su ropa; entonces, ella hace el trabajo y finge que lo hace con gusto y cuando tiene oportunidad, se queja de ello, pero no se atreve a pedirles que se hagan cargo. 2. Las distinciones entre fingir y máscara Una palabra que siempre ha estado presente en mi cabeza y que me gusta es la de máscara, que yo la separo y la he reflexionado en plural como más caras, a propósito de la cual me pregunté: ¿Cuántas caras tengo la capacidad de mostrar?, ¿y cada cara qué dice?, ¿y qué no dice?, ¿a quién le dice sí y a quién no? Hoy puedo distinguir tres posibilidades: La máscara como afirmación es un objeto que puedo describir, sin duda alguna, por sus colores, por sus aplicaciones, por sus expresiones, por su tamaño, por su uso, por su lugar de origen, por su precio, por su diseño, por su ubicación, por su antigüedad, etc. La máscara como juicio es una serie de calificativos que asigno al comportamiento de algunas personas, a mis propios comportamientos pasados, presentes y futuros como: ¿Por qué pones esa cara de dulzura? ¡Tienes una cara de enojón! Parece que eres muy dura y ya cuando te tratan eres tan diferente. Tú no eres culpable de la cara que tienes, pero sí eres responsable de la cara que pones. La máscara como declaración me representa una serie de posibilidades como: Sí/No quiero usar esa máscara/comportamiento/actitud. 139 ¡Estás loco, yo no soy así, yo no uso esa máscara, no estoy fingiendo! ¡No sé por qué me comporto así, no sé cuántas máscaras uso! ¡Gracias por ayudarme a descubrir esta máscara, no la había visto! Te quiero por tus máscaras/me encanta tu capacidad de adaptación a lo que sea. Me equivoqué, pensé que estabas fingiendo, perdóname, no pensé que te sintieras tan mal. ¡Yo voy a ser actriz, yo quiero ser empresaria, yo quiero ser mamá! Muchas veces no puedo distinguir tus máscaras, no sé cuando hablas en serio o en broma. ¡Tú eres muy enojón, lo puedo ver en tu máscara! ¡Basta, ya no quiero ser así! He decidido quitarme esa máscara,pero me pondré otra. 3. La senda de la indagación. Las obras de mi vida a través del arte de fingir y actuar con distintas máscaras Cuando la obra pase de moda, ¿quién fingirá que la recuerda? ¿Qué huella dejará esta obra y sus personajes? ¿Cuáles son lo aprendizajes que desea lograr? ¿Quiénes son mis escritores? ¿Cuáles son mis escenarios? ¿En qué locaciones se desarrolla cada escena? ¿Cuantos camarógrafos participan? ¿Cuáles son mis mitos? ¿Cuáles son mis narrativas? ¿Qué diálogos he construido? ¿Cuáles son los misterios de cada personaje? ¿Para qué tipo de público he escrito esta obra? ¿Cuántos la han visto? ¿Quiénes se han identificado con ella? ¿Quiénes sufren a partir de esta obra? ¿Qué tipo de público la disfruta más? 140 ¿Quién soy o quién finjo ser cada día y a cada instante? ¿Cuál es la trama? ¿Cuáles son las escenas principales? ¿Cómo cambia cada personaje? ¿Qué afecta a cada uno? ¿Cuándo morirá cada personaje? ¿Qué vestuario me gusta más para fingir cada personaje? ¿Qué accesorios de vida he conservado y cuáles he desechado? ¿Cuáles son las máscaras que más uso? ¿Qué tipo de obra vivo? ¿Cuáles son las tragedias de mi vida? ¿Qué comedias he desarrollado? ¿Cuáles dramas me han afectado más? ¿Cuántos personajes tiene mi obra? ¿Cuáles son las identidades de cada uno? ¿Cuándo cambia de personalidad? ¿Cuál es la obra en la que más he trabajado? ¿Cuál es el personaje que más he representado? ¿En quién me he convertido? ¿Quién quiero ser en adelante? Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños. Khalil Gibrán 4. Mis preguntas al fenómeno de “fingir” OPCIÓN METAFÍSICA OPCIÓN ONTOLÓGICA ¿Será que esto me tocó vivir? ¿Yo soy así? ¿Qué más puedo hacer? ¿A quién le copié? ¿Todos lo hacen? Nadie se comparte, ¿por qué yo? ¿No se debe mostrar lo que uno siente? ¿Así es la vida? ¿Fue igual con mi mamá? ¿Qué le pasa a mi hermana? ¿Qué significa el concepto tiempo para mí? ¿Cómo saber si bien es estar bien? ¿Cómo es fingir mis emociones? 141 ¿Qué sucede en mi cuerpo? ¿Cancelar o bloquear es no sentir? ¿Qué se siente cuando sienten? ¿Cómo saber qué se debe sentir? ¿Cuáles son mis emociones? ¿Qué diferencia hay entre emociones, sensaciones y sentimientos? ¿Dónde se mueven? ¿Ahora mi hermano aprendió? Si he sufrido, ¿por qué tengo que mostrarlo? ¿Qué más podía hacer? ¿No tenía fuerza? ¿Será que así tendrá que seguir? ¿Me podré conformar? ¿Quién no sufre en esta vida? ¿En todos lados se cuecen habas? ¿Por qué habría de cambiar mi forma de ser, si es tan difícil? Si se generan en el pensamiento, ¿por qué se sienten en el cuerpo? ¿Qué hace que se reflejen en otras partes que ni me imagino? ¿Fingir me confunde? ¿Invento que no siento? ¿Por qué no siento cuando empiezo a sentir? ¿Por qué las emociones se llaman así? ¿De dónde y de quién aprendí a fingir mis emociones? ¿Qué me ha traído como consecuencia? Observo que desde la opción metafísica, no tendría por que estar haciendo esta incursión ni por qué estar en procesos reflexivos, pues estaría totalmente resignada a vivir y sufrir lo que me toque sufrir y para siempre. En cambio, desde la opción ontológica me genera interés, inquietud, por seguir indagando. ¡Qué tal que me encuentre con una serie de posibilidades como que mi historia no es mi historia, que la construí a partir de lo que me han contado a lo largo de mi vida! Que tal vez, a partir de las narrativas he creído haber sido tratada con rudeza innecesaria, que puedo transformarme y que puedo construir otra historia más productiva para mí y para los que me rodean. Seguiré indagando más por mi cuenta. Aunque esta incursión la concluya por ahora, esto me está gustando un buen… Otro ejercicio de autoindagación o ¿estoy fingiendo que indago desde mi experiencia? La experiencia que quiero exponer y reflexionar me lleva a sorprenderme a partir de observarme, de salirme un rato de la aparente comodidad de mi cuerpo,mi ser, vida y alma; y al hacerlo, siento que me produce un dolor, el de la separación. La garganta se me cierra un poco, siento dificultad para respirar, los ojos se me llenan de lágrimas, pareciera que tengo miedo de verme desde otra perspectiva. No sabía cómo podía ser esto, con los 142 ojos nublados por el llanto, siento que estoy creciendo y que me duele ver que tal vez muchas veces he fingido, que tal vez me he engañando con mis magistrales actuaciones, pensando que he sufrido y no estoy segura de que así haya sido, pero que a partir de estos mitos o verdades, o ¿serán realidades? La mente, ¿por qué digo la mente? ¿Acaso no es mía? Pues hoy siento que no, creo que somos entes separados y que ella es poderosa, a veces más que yo, ya ques me juega pasadas que me disgustan. Tengo el juicio que estamos juntas, mi mente y yo; sin embargo, cuando mi observador es capaz de realizar la autoobservación, ahí la línea se difumina: no sé dónde empiezo y termino y dónde empieza y termina mi mente. El reino de la conciencia es mucho más vasto de lo que el pensamiento puede entender. Cuando dejo de creer todo lo que pienso, salgo del pensamiento y puedo ver con claridad que el pensador no soy yo. Entonces, ¿quién es quién?, dónde está la frontera y la unión? ¡¡¡Me declaro ignorante!!! Cualquier emoción que me visita, como el aburrimiento, la tristeza o el miedo, entre otras, tal vez no sean mías como yo creía: son estados de la mente que vienen y van, muchas veces sin que yo los pueda evitar. Todo lo que escribí y a lo que le dediqué muchas horas de trabajo, ¿qué es entonces?, ¿o será que nuevamente estoy actuando/fingiendo?, ¿cuál es mi vida verdadera?, ¿cómo debo sentirla? A continuación observo el fenómeno que me ocurrió: los dedos escriben y pareciera que desean hacerlo por separado, como si tuvieran vida propia y no los puedo controlar, pues las fechas se me escapan, la precisión se difumina. ¡¡¡Para para!!! ¿Quién eres?, ¿quién escribe?, ¿quién piensa?, ¿quién siente?, ¿quién sufre? ¿Acaso son la misma persona o somos distintas conviviendo y ni siquiera lo sabíamos? Con razón, a veces me dices que no te acuerdas. Eres la desconocida más vista, ¿no es cierto? Bueno, empecemos por reunirnos otra vez y hablar de la que se hace presente con mayor frecuencia o que por lo menos así lo cree. ¡Adelante, Show Time! ¡Josefa a escena! Soy Josefa Galván, actriz capaz de representar varios papeles en distintos dominios de mi vida, pero el que ahora voy a compartir, es el papel de la MUJER CON ALTO NIVEL DE ENERGÍA que necesita pocas horas de sueño, que incluso ha logrado trabajar de manera corrida hasta cuatro días y tres noches sin dormir. Les cuento que en una ocasión me comprometí a entregar los reportes de unas evaluaciones que apliqué a varios ejecutivos de Pepsicola Poza Rica. Esto me tomó hacerlo en dos días y dos noches. Una vez concluidos los reportes, encendí mi coche y me fui a la reunión que tenía programada con mi cliente. Duramos casi tres horas en la entrega de los reportes. Después me despedí y llegué a casa para continuar otros tantos reportes que tenía que entregar para personal de Iusacell, los que también me tomaron dos días y casi dos noches. Nuevamente me bañé temprano y me fui a entregar el trabajo prometido. Cuando regresé a casa, intenté dormir. Me pasé cerca de cuatro 143 horas tratando de cerrar los ojos y, ¿qué me ocurrió? Mi cuerpo tenía la necesidad de dormir, pero mis ojos no se podían cerrar. aunque yo lo intentara con gran insistencia. La verdad, me asusté me levanté y me di un baño de agua caliente, y así poco a poco logré dormir por un espacio de casi dos días continuos. Como este ejemplo o experiencia, he tenido varios en mi vida, situación que antes me hacía sentir orgullo por desempeñar varias actividades en largos períodos. Cuando estaba en la escuela secundaria siempre estudiaba de noche. Prefería no dormir en lugar de levantarme temprano. Así fue también durante mi período dePrepa (tres años) y en los cinco años deLlicenciatura. Cabe mencionar que mi hijo aprendió el mismo patrón y hoy estoy insistiendo en que observe lo que le ocurre a nivel corporal y emocional. Si él duerme menos de seis horas, se siente de mal humor, cosa que yo no lo viví así, pues yo fingía tantas veces estar de buenas y descansada, que poco a poco mi cuerpo y mi gestualidad integraron esas máscaras de manera asombrosa, es decir, como si fuera yo un ser especialmente diseñado para funcionar con poo desgaste de energía. Incluso en diversas ocasiones me dirigen expresiones como: “¿Y esta mujer dónde se apaga?”, “Jose es plug and play”, “Para trabajar con Jose se requiere dormir tres horas diarias en promedio”, “Si quieres aguantarle el ritmo tienes que vitaminarte”, “¿A qué hora duermes o que tú no duermes”, “Yo voy hacia allá, si quieres vivir conmigo, camina al mismo ritmo, si no, me alcanzas después”, etc. Otro fenómeno es el de la alimentación. He logrado también estar sin comer hasta cinco días, solo tomando agua, pues he intentado hacer ayunos por el mayor tiempo posible con la idea de limpiar mi organismo. A veces he dejado de comer alimentos sólidos. Lo mas interesante es que sentía que mi energía se incrementaba con estas experiencias. Ahora el fenómeno del sentir dolor, también he logrado suprimir el dolor de mi cuerpo o por lo menos aguantarlo y no quejarme. Cuando falleció mi hija, pasé casi por un período de dos años de contracturas. Cuando solicito al dentista que me atienda, le pedido que dediquemos todo un día para que trabaje en varias piezas, no importa que no pueda comer en varios días. Prefiero esto a tener que ir varias veces en un mes. Cuando llego a tener fiebre, necesito esta llegar a los 41º C y solo recién ahí la observo, a partir de demarres en mis ojos. ¡Impresionante, no, qué mujer! Pero el papel que mejor he representado es el de la pa. En los días que mi hija murió, la gente llegaba al velatorio y en lugar de necesitar consuelo de ellos, yo se los proporcionaba desde mi capacidad para fingir paz y fortaleza, tremendo papel el que desempeñé. Como ejemplo puedo contar que en el velatorio yo estaba conversando como si hablara de la experiencia de otra persona: no lloraba ni estaba triste; aparentemente, mi corporalidad era de 144 movimientos diligentes, resolviendo con cara sonriente; parecía que era yo una amiga de la madre doliente. Por mi actuación y fingir serenidad y fortaleza bien hubiera podido ser nominada para un Oscar, pues nadie lo podría representar mejor. Otra experiencia o actuación como protagonista, fue la de propiciar mi propio viaje hacia el camino de luz. En una ocasión que me hicieron una cirugía, hice respiración alotrópica y al combinarla con la anestesia, parece que me provoqué una hemorragia, por lo que tuvieron que suspender la operación. Pero lo que simplemente trataba de hacer, era observar el espacio donde mora hoy mi hija Sara. Al enterarse, de pronto la conectividad con mis seres queridos se activó y entraron en preocupación, por lo que empezaron a llamarse por teléfono para saber qué estaba ocurriendo conmigo. Mientras tanto, yo estaba en un maravilloso viaje del sentir sin sentir, y creo que llegué muy lejos que casi me resultaba difícil el regreso; sin embargo, otra fuerza superior me devolvió: el lenguaje, ya que una voz dijo: “¡¡¡Mamá, por favor, regresa!!!” Para algunos incrédulos, esto solo fue una experiencia antes de la muerte. Es cierto que en mi intenso viaje y con los oídos aturdidos, no pude distinguir si la voz era de niño o niña. Tal vez, sea conveniente aclarar que este fenómeno de la alta energía que ya he descrito con anterioridad, no sea privativo únicamente de Josefa, sino de varias personas que suelen representar esos papeles y que provienen de las distintas adversidades que la vida les presenta y es su resiliencia la que les ayuda a ser sobrevivientes. ¿Qué máscara debo usar? Mi vida ha transcurrido en tanta inconsciencia que hoy solo he logrado algunas máscaras identificar para sufrir o gozar, ¿que máscara debo usar? ¿En qué escenario luzco más? ¡Cuántas máscaras por descubrir fingir, aparentar o imitar, no importa ya 145 para sufrir o gozar, que máscara debo usar! Actuación o realidad, ¡tampoco importa ya! Lo que mejor puedo hacer es vivir y gozar Sin preocuparme de la máscara que debo usar. Josefa Galván 146 ¡Si soy buena, me quieren! El ser, actuar y los resultados de una “niña buena” Karla Croce Bienaventurados los de limpio corazón porque ellos verán a Dios. San Mateo 5: 8 Introducción Por muchos años creí que me servía ser una “niña buena”. Aunque soy adulta, me permitiré hablar en estos términos en las líneas que siguen. Si pensaba en resultados positivos, los había, así que le di continuidad en las diferentes etapas de mi vida con acciones congruentes. Les confieso que era fácil para mí ser así. Sin embargo, dudé en quedarme allí. Quise ser libre y sentí que no lo estaba siendo. A fin de cuentas, se trataba de un patrón que adquirí como “ideal” y, como todo patrón, algo de cautiverio había en él. Quise descubrir si lo nuevo no era precisamente el ser “niña mala” y pararme en un extremo que realmente no deseaba, cuando en realidad debía encontrar un lugar equilibrado que me permitiera ser más genuina, aceptándome como mujer, constituida, como todas, por lados oscuros. Lo que deseaba era encontrar un espacio donde pudiera amarme en mi totalidad y amar a los otros. En muchas ocasiones, me ví como la madre de Camila y de Daniel. Una madre que daba lineamientos para que siguieran su ejemplo y se convirtieran en “niños buenos”, desde luego, coartándoles la oportunidad de ser “simplemente ellos”, posiblemente más auténticos, definitivamente más libres. Me dolió ver lo que hacía con lo que más amo en la vida y quise aprender a hacerlo distinto. Por ese motivo, el desarrollo de este proyecto apuntó a mostrarme el juicio maestro que le dio fuerza a la habitualidad y a la coherencia en mis dominios. Evidenciar los beneficios, a cuestionarlos y profundizar en si quizás estén asociados a mis mayores desgarramientos. Por todo lo citado, por mi propia historia, por el tiempo perdido, por el daño causado a otros, por los tantos silencios, porque quise tener el coraje para mirar a los ojos mi humanidad con su cruda maldad, por el profundo deseo de seguir interviniendo de manera importante mi vida, elegí este tema como proyecto de investigación. No quiero iniciar sin destacar que en el marco de los actos lingüísticos de la propuesta ontológica, el ser “niña buena” es una interpretación –juicio– debatible y particular desde mi observador, que como todo juicio posee dos caras: la que apunta hacia mí y la que refiere al otro. En este sentido, veremos cómo desde esta “manera de ser” califico al mundo y le doy sentido a mi 147 existencia. I. ¿Las niñas buenas nacen o se hacen? El origen de mi “niña buena” A nivel de mi sistema, tanto el familiar como el educativo, incitaban esta manera de ser. Todo comenzó por la educación en un colegio católico de puras niñas, sistema que me fascinaba y al que estaba muy agradada de pertenecer. Hago esta salvedad, pues no era una educación que recibía desde la obligación. Me complacía enormemente estar allí. Aún puedo registrar emociones como la paz, y la alegría asociadas a la misa, a los retiros espirituales y demás actividades. Hoy podría decir que me sentía oveja de un rebaño, del que no quería salir, un rebaño que me hacía sentir que iba por el buen camino. El sendero que conducía a obtener lo bueno, donde a pesar del “ser angosto” siempre había una recompensa. Mi día a día estaba lleno de historias acerca de cómo Dios favorecía al bueno y rechazaba al malo. Recuerdo un ejercicio muy reiterativo: consistía en que en una hoja de papel dibujáramos nuestros corazones bien grandes. Luego de un autoexamen de conciencia, añadíamos puntos negros en representación de los lados oscuros que pudiesen existir en él, indagábamos en si teníamos vestigios de: egoísmo, poca humildad, mentira, celos y un sin fin de posibilidades. Nos tocaba reflexionar en este sentido y concluíamos pidiéndole a Dios que nos quitara esa mancha de nuestro corazón, mancha que nos alejaba de lo esperado, es decir, de “ser niñas buenas”. Y aunque allí estaba mi sombra gritando ¡existo!, ¡soy parte de ti Karla!, no me era sencillo legitimarla. Yo misma le bajaba la voz. Lo que sí me fue fácil, fue creer en que había dos bandos. En uno, personajes como: Judas, Caín, el mismo Lucifer, o dicho de otro modo, “los malos”, los que recibieron destierro, rechazo, castigo. En otro, los “buenos” como: María, Jesús o Daniel, quienes fueron bendecidos, favorecidos por Dios. El bueno o el malo, lo permitido o lo prohibido, el camino estrecho o el camino ancho, luz u oscuridad, el amado o el rechazado: siempre posiciones polares. Así que, de una u otra manera, interpreté que posiblemente la vida se basaba en eso, en ir encasillando al mundo como me encasillaba a mí misma. Y allí estaba yo, queriendo fervientemente el amor de Dios, las bienaventuranzas del cielo y el amor de los míos. Estaba yo fundamentando con esas historias, a mi corta edad, el juicio de que “si eres bueno obtienes todos esos premios”. Dicho de otro modo, me dije: “Debo elegir” y “¡Elijo a los buenos, pues si soy buena me quieren!”. Para complementar, mi sistema familiar se caracterizaba por estar conformado por “gente buena” –o que al menos lo intentaba–. Las conversaciones de abuelas giraban en torno a cómo en la vida obtenemos según el bien o el mal que hacemos. Me invitaban a hacer el bien siempre que 148 tuviera una oportunidad, recibiendo reconocimiento cuando actuaba como “niña buena” y reprensión cuando mi lado oscuro emergía. Así que seguí allí, sin dudar que la vía correcta era esa. Cuando el Dr. Rafael Echeverría nos preguntaba: “¿Qué pasa con ustedes cuando ven el fenómeno en otro?” Pues para sorpresa mía, me encontré queriendo ayudar al que creo “bueno” embelleciéndolo, aceptándolo sin reservas, queriéndolo de gratis y reforzándole el ser “bueno” como su principal virtud. ¿No es esto interesante? Interesante y hasta peligroso lo que pasaba conmigo, porque, por ejemplo, como coach me descubría exigiéndoles poco a mis coachees o siendo benevolente con los que eran “buenos”. Imaginen el escaso impacto en sus desplazamientos. ¿Y qué era ser una “niña buena”? Una niña buena debía ser afable, que no le diera cabida a su sombra y, de llegar a hacerlo, sintiera una fuerte culpa que la llevara a arrepentirse. Una niña con mucho respeto y sujeta a la autoridad, colaboradora, que se condoliera con el prójimo, con importante conexión emocional, que acompasara a otros, que sintiera sobre todo amor, de buena conducta y buenos modales. Una niña adaptada a las normas sociales, familiares y religiosas. Una niña que no pusiera muchas objeciones ni cuestionara dichas normas –el deber ser estaba bien marcado. Una niña que se preguntase permanentemente antes de expresarse o de actuar: ¿esto estará bien o estará mal?, ¿será educado que haga esto?, ¿se verá bien? Una niña capaz de silenciar sus ideas para no molestar a otros o crear conflictos. Una niña alegre, que no generara preocupación en sus padres. Una niña humilde, no arrogante, bondadosa, que compartiera sin mesura. II. Elegí ser buena, ¿qué tiene de malo? Así que hacía todo lo que fuera posible por ser así, a pesar de que esto incluyera negar mi humanidad, aunque honestamente tampoco era que me costaba mucho. Supongo que no dudé nunca si había otra manera de hacerlo y las cosas parecían salir bien. ¡Los seres humanos somos fantásticos. Lo que nos es adecuado o apto de algún modo lo adquirimos como parte de nuestro ser! Miremos un poco más cuáles eran mis beneficios y los juicios asociados. (mencionaré algunos de ellos.) ¿Cuál característica de la “niña buena” utilizaba en el hacer? y ¿qué hay de esa sombra que quizás quise ocultar?: Poca exclusión en los sistemas: ¿Cómo? Siendo afable, es decir, agradable en el trato. La tendencia es a que los niveles de exclusión sean bajos. Juicio: Pueden estar conmigo fácilmente. La sombra que oculto es la intolerancia al rechazo. Evitar el conflicto: ¿Cómo? Cediendo posiciones o silenciándome, en 149 busca de mediar y de mantener los conflictos en su mínimo nivel. Juicio: No hay necesidad de estar discutiendo o, “el callar es de sabios”. La sombra que oculto es el temor a la consecuencia, a la falta de fuerza para enfrentarla. Tener paz como emoción: ¿Cómo? Al creer que “ser buena” es lo que se espera de mí, que estoy dentro de los estándares de Dios, de mi familia, de la sociedad y de mí misma. Eso me generaba paz. Juicio: Voy bien. La sombra que oculto es la manipulación a mi favor. Amor y reconocimiento de los que me rodean: ¿Cómo? Buscando el bien del otro, no haciendo daño, colaborando. Juicio: ¿Cómo no van a quererme si esa es mi mayor virtud? La Sombra que oculto es el miedo a que dejen de hacerlo. No despertar celos: ¿Cómo? Silenciando mis éxitos ante otros que no los poseen. Juicio: ¡Que linda soy! Tan humilde ante el que tiene menos. Mi sombra arrogante y egocéntrica me dice que al final siempre fue por mí. Alguien siempre quería ayudarme: ¿Cómo? Es interesante porque transmito algo ante los demás, sobre todo, me pasa con los hombres, que desean ayudarme. Es como una especie de “debilidad” y otros se hacen cargo. Juicio: Es bueno ser ayudada y atendida. La sombra que oculto es la apatía al esfuerzo extra, comodidad. Poca responsabilidad: ¿Cómo? No eligiendo, permitiendo que otro escoja. Si otro elige y yo me adapto, el otro va a ser el responsable de las consecuencias, sean cuales sean. Juicio: Si sale bien fuimos los dos, si sale mal fue su elección. La sombra que oculto es de cobardía, inseguridad, miedo al fracaso, entre otras. ¿Qué más? ¿Qué más me pasaba con esta manera de estar? ¿Cómo se evidenciaba en mí con más relevancia? Clasificaba mi mundo de la misma manera que me clasifiqué a mí, es decir, como “buena o mala”, y esta clasificación tenía que ver con lo mucho o lo poco que se acercara la persona a las características que conforman el perfil de “niña buena” citado al inicio. Si alguien está dentro de la casilla del “ bueno”, lo idealizo Lo justifico ciegamente, lo endioso, lo elevo de nivel y actuó en consecuencia al buen juicio. Mi aceptación es inmediata (su sombra no existe para mí), lo valoro profundamente, lo quiero, ¿cómo no quererlo si es bueno, si es mi rol idealizado ? Si alguien está en la casilla opuesta del “malo”, lo excluyo No soy capaz de ver sus bondades (me detengo a detallar su sombra). No busco fundamentar los juicios asociados y llevar la relación a una posición más flexible. Busco en lo posible alejarme de esa persona. No hay perdón ni legitimación al error de mi parte. Lo execro de mi vida, incluso emocionalmente. No hay valor en esa persona que me haga querer tenerlo cerca. Esto fue medular para mí. El ver lo que estaba haciendo conmigo y con 150 otros me hizo tocar fondo. Me sentí siendo tan injusta al mantener la habitualidad de encasillarlo todo y a todos. Me di cuenta de que no tenía contacto con mi plena humanidad, que no era capaz de mirar mi sombra ni dejar de temerle, no era capaz de un encuentro con ella que resultara en un aceptarme y amarme en totalidad para poder vivir desde allí conmigo y con los otros. Ahora me surgen estas preguntas: ¿qué es lo que mi gente quiere en mí? ¿Me quieren por lo que soy ante ellos o por quien soy realmente? ¿Cómo me quieren si no me muestro? ¡Incluyéndome! ¿Me acepto como soy, completa? o ¿solo he querido a la Karla buena, esa imagen idealizada de mí misma? Y mi respuesta fue sí, pienso que he querido solo a la Karla buena, solamente a una parte de mí. Me retumba una frase: “Cómo querer a otros en su totalidad si no me quiero en la mía”. Me di cuenta de que me estaba faltando ser más amable conmigo misma, menos dura, comprensiva desde quien estaba siendo y desde quien era el otro; bajar la exigencia y brindarme la posibilidad de legitimar el error. Creo que he tocado fondo y ni siquiera he evaluado si, aparte de todo, mis mayores desgarramientos también tienen que ver con esto. Llegué a un punto de inflexión donde me dije: ¡Necesito ser distinta!, ¡no quiero estos resultados de vida, no quiero ese accionar! ¡Si esto es ser “niña buena”, pues no quiero serlo! III. ¿Y si dejo mi pudor con exhibicionismo? Entonces busqué mis juicios: ¿cuáles serían las consecuencias de hacerlo distinto? Tendré quizás que vivir el rechazo y la exclusión. Perderé el amor de algunos. Perderé beneficios de Dios, sus bendiciones, su escucha, su gracia. De una u otra manera perderé mi identidad (no sé hacerlo distinto, llevo mucho tiempo mostrándome así). ¿Qué debería pasar para dejar de ser “la buena”? ¡Esta pregunta me movió emocionalmente! Son como las doce de la noche, hora de Venezuela, y estoy llorando en la sala de mi casa. La primera respuesta que vino a mi mente fue: “Dejar de creer que me van a dejar de querer”, dejar de sentir temor al pensar que pierdo mi identidad. Lloro, pues me duele escucharme. Me siento como una niña pequeña con sensación de pérdida y miedo. Entonces, respiro profundo y voy a tomar ese juicio maestro y luego lo fundamento como ya sabemos hacerlo; me detengo a analizar con preguntas como esta: ¿cuándo he sido “buena” y los resultados no han sido positivos?, ¿cuándo he salido de esa casilla y he tenido buenos resultados? Mirar los estándares y escuchar mis inquietudes. Necesito detenerme en ese llegar hondo, en esos resultados que no 151 quiero, narrado líneas antes y que seguiré mostrando, para finalmente seguir con mi proceso de reconstrucción, y así cambiar las narrativas o esos cuentos que tengo en torno a la maravillosa y querida Karlita, es decir, soltar a la “niña buena” como modelo idealizado para medir a la gente y reescribir un cuento para mí, distinto, más expansivo, menos doloroso, más adulto, más libre, más liviano, que incluya mirar, legitimar y amar mi sombra. IV. A las niñas buenas les pasan cosas malas Hoy reflexiono sobre mis mayores desgarramientos y me pregunto: ¿esta forma de ser y actuar tuvo que ver? Y mi respuesta es: sí. Les invito a que me acompañen a situaciones concretas donde he actuado en congruencia como “ la niña buena” y miremos los resultados no favorables: 1. Mi padre Carlos no era un hombre cariñoso verbalmente, al menos no cuando éramos pequeñas. Yo no recuerdo recibir manifestaciones amorosas como abrazos, un beso. No consigo una conversación diseñada para preguntarme cómo estaba yo o algún vestigio de ternura en su hablar. Si lo comparaba con otros “papás” de mi sistema familiar, no me juzgaba amada. Mi gran pregunta existencial era por ese entonces: ¿por qué no me quiere, si yo soy su niña buena? ¿Qué está pasando conmigo? Desde allí tuve una gran sensación de vacío, como que se trataba de una injusticia. Sentí dolor en el medio del pecho, uno suave pero muy presente. Algo estaba pasando conmigo que no se estaba cumpliendo el postulado central en mi vida. No me permitía mirar su totalidad ni tampoco advertir cómo me demostraba su amor de maneras diferentes a las que señalé al inicio. Creía que “había una sola manera de amar” y, como no lo veía, lo califiqué de “Mal padre” y entonces me alejé, lo excluí, me regalé mucho dolor, resentimiento y una relación muy distanciada donde no procuraba hacer nada para revertirlo. Me duele, pues pienso que mi distancia también afectó a mi papá. Él me buscaba para conversar y para mí, ya no tenía sentido. Me detuve concentrada en solo mirar su sombra. Me costó años poder ver su luminosidad. Emergió mi sombra implacable, dura, descalificadora. Una parte de mi sombra, recién conocida por mí, que tiende a hacerme el camino difícil, a pesar de que era perfecto para lograrlo. Así, gran parte de mi vida la viví con una sensación de orfandad, pese a tener a mi padre al lado mío. 2. Un amor Muy parecido me pasó con mi mejor amigo. Él era “tan bueno” que lo idealicé. Estaba allí para escucharlo, para amarlo incondicionalmente –las 152 niñas buenas creen en el amor incondicional. Para danzar a su ritmo hice de todo. Me introduje en el maravilloso mundo de la música clásica y la poesía – dominios que él amaba. Parte de mi acompasar estaba en conocer y hasta enamorarme de lo que amaba él. Todo lo que él hacía era embellecido, pero una vez declarado nuestro mutuo amor, él tomó la decisión de no ser más que amigos ¡Yo no podía creerlo ni aceptarlo! Me juzgaba, me preguntaba qué no había hecho, qué había hecho mal. Me volvía la sensación de vacío, de injusticia, de dolor en el medio del pecho, al no poder conseguirlo siendo “buena” si a la vez pensaba que era “perfecta para él”. Como ven, aquí utilicé el mismo patrón de encasillamiento. En este caso fue el otro polo: el de ser “bueno”. No podía ver su sombra, por lo tanto no lo soltaba, no me daba por vencida ¿Cómo perderlo si era perfecto? Tuve tanta ambición, y accioné tanto por demostrarle que valía la pena intentarlo que me dejó cansada Sostuve un desgaste importante en tiempo y en emocionalidad. Creo que si no lo hubiese encasillado, posiblemente me habría ayudado a soltar esa relación antes de lo que lo hice. Más allá de concientizar que al haberlo idealizado le coloqué una responsabilidad muy grande sobre sus hombros, la cual nunca pidió, es cierto que esperaba acciones que él no podía realizar para luego entrar en conflicto. Hoy interpreto que el ser esa “niña buena” está directamente relacionado con mis mayores desgarramientos, ese encasillamiento me restó grandes posibilidades de acción y, por consiguiente, los resultados no fueron satisfactorios. Cuando honraba a la niña buena solía vivir, pero también logré morir y el sepulcro me pesó demasiado. Vamos al juicio contrario: “ser simplemente yo” como el opuesto de la “niña buena”, ya que, en este punto, ni siquiera existe un nombre ni un modelo a seguir. Es un lugar donde soy flexible, genuina, donde abrazo la totalidad (persona y sombra) y donde no encasillo. 3. Mi esposo Estoy casada con un hombre que ha tenido contacto con mi humanidad, pues convive con ella diariamente y me ha amado desde allí. Él no pierde oportunidad de demostrarme cuánto me acepta y cuánto me ama. Incluso, no puedo afirmar por qué me ama. Sí, tiene que ver con el postulado de que conoce mi totalidad. Lo que sí puedo evidenciar es cómo cambió mi sentir hacia él a partir del momento en que comencé a aceptarme y a aceptarlo sin meterlo en mis habituales casillas de “mal” o “buen” esposo. Esto no fue siempre así: cuando llevábamos once años de casados decidí que ese matrimonio no era lo que quería. A Miguel lo tenía encasillado para ese entonces como “mal esposo”. Por ende, no había nada que hacer: me divorcié. Hoy es distinto, y cada día observo cómo mi trabajo personal se 153 evidencia en mi matrimonio. En la medida en que he sido capaz de soltar a la “niña buena” y conectarme con esa totalidad, me ha sido posible amarlo íntegramente. ¡Sí, claro me casé nuevamente con el mismo hombre! ¿La diferencia? Una mujer que legitima, una esposa más auténtica, más amante, que no necesita estar encasillando ni a él ni al matrimonio. Una esposa con un profundo valor hacia él sin llegar a idealizarlo. Una mujer que construye una relación basada en el amor y en el respeto, con un hombre que me dio grandes lecciones de amor, amándome primero. Mi padre Es el primer hombre que me amó y al primer hombre que amé, y con él inicié una relación distinta. Tengo la fortuna de que aún esté vivo. Si lo evalúo, tal vez conserva el ser poco cariñoso, tal como lo ha sido siempre. Tal vez no me bese tanto como quisiera, pero lo acepto así, y recibo su amor en un almuerzo en familia o en su esmero por atendernos los domingos en su casa. En fin, me atreví a sacarlo de la casilla de “mal padre” y por eso lo amo como es, con sus lados claros y oscuros, validando que amarlo en esa totalidad marca una gran diferencia en nuestra relación. No pierdo oportunidad de expresarle cuánto lo amo, y él ya se atreve a decirme: “Te amo hija”. Emocionalmente me siento en plenitud, feliz, muy satisfecha, amada, y con la libertad de no tener que estar delante de él como esa “niña buena” de la que él estaba orgulloso. Hoy lo sigue estando de una manera diferente. Al iniciar un profundo romance con mi totalidad, fui capaz de amarlos y aceptarlos a ellos en la suya. V. A la despedida de la “niña buena”, asistió Karla en totalidad Creo que es imposible volver a ser esa niña buena. Este recorrido me hace ser, actuar y resultar de manera distinta. Por eso hoy encuentro que todo es más satisfactorio: sin necesidad de estar atrapada en un modelo, sin la necesidad de encasillar a los demás. Hoy soy libre de estar pensando en el bien o en el mal para poder expresarme o conectarme con mis emociones. También me siento libre del temor constante de que me dejarán de querer, haciéndome responsable de mis relaciones, incluso logrando iniciar amistades nuevas. Hoy mis relaciones son más cercanas, más auténticas y las construyo respetando al otro y respetándome a mí misma. Me siento actuando como nueva madre para dos de mis grandes amores, orientándolos, sin olvidar el trato a ellos como legítimas personitas y modelándoles la aceptación y el amor. Además, puedo vivir sin tantas emociones disfrazadas de culpa, invitando con frecuencia a Dionisos a dormir en mi cama, soltando “lo perfecto” y al famoso “deber ser”, besando mi sombra seductora, alevosa, mi sombra fría, indecente, mentirosa. A esa vengativa e inquisidora, a aquella que 154 sigo manteniendo oculta para el mundo, pero no para mí. No ha sido ni rápido ni fácil este proceso de reconstrucción. Ya confesé que no sabía hacerlo distinto y fue así. El reinventarme me llevó meses de mucha reflexión, de trabajar en el DEI (Diseño Estratégico de Intervención), en la ejecución de ese diseño. A su vez, de repasar emociones encontradas, pérdidas, reencuentros, descubrimientos, un volver a empezar y hasta a veces retroceder, pero aquí estoy sonriendo, satisfecha y libre. Quizás lo que Jesús quiso enseñarme es que el corazón limpio es aquel que se atreve a reinventarse. Para mí esa es una gran bienaventuranza, una manera hermosa de ver a Dios. Bibliografía Echeverría, Rafael. Ontología del lenguaje. Buenos Aires: Ediciones Granica S.A..2007. ——. Persona y sombra. Material recibido en el programa avanzado de coaching ontológico. Newfield Consulting. 2005. ——. Por la senda del pensar ontológico. Santiago: Comunicaciones Noreste Ltda..2007. ——. Raíces de sentido. Sobre egipcios, griegos, judíos y cristianos. Santiago: Comunicaciones Noreste Ltda..2008. La Santa Biblia. Versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (revisión 1960) Sociedades Bíblicas Unidas. 1989. 155 Transitar de la falta de autoconfianza a la paz y la armonía personal Larraitz Urrestilla Soy dueña de todos mis triunfos y logros, de todos mis fracasos y errores. Como soy dueña de todo mi yo, puedo llegar a conocerme íntimamente. Al hacerlo, puedo amarme y ser afectuosa conmigo en todo lo que me forma. Puedo así hacer posible que todo lo que soy trabajé para mi mejor provecho. […] Puedo ver, oír, sentir, pensar, decir y hacer. Tengo las herramientas para sobrevivir, para estar cerca de otros, para ser productiva, y para encontrar el sentido y el orden del mundo formado por la gente y las cosas que me rodean. Soy dueña de mí misma y por ello puedo construirme. Yo soy yo y estoy bien.” Virginia Satir I. La prisa: indicador de que algo no va bien Hacía tiempo que mi prisa me preocupaba. Mi impaciencia solía causarme problemas y resultados no deseados. Tenía la sensación de haber hecho muchas cosas y, sin embargo, dejarme un gran vacío. Sospechaba que había relación entre esto y mis depresiones. Estaba saliendo de una depresión cuando tuve que enfrentarme a la elección del tema sobre el cual trabajar y decidí que este fuera mi prisa. Esa que me generaba ansiedad como prólogo al agujero negro de la depresión a la que no quiero volver. Por ello, sentí que podía ser la oportunidad de investigar las raíces de mi prisa, a fin de que pudiera transitar hacia el equilibrio interior y poder así disfrutar de lo bueno de la vida y ser feliz. En todas las oportunidades en las que me han dado feedback, solicitado o no, siempre aparece como aspecto de mejora o defecto la impaciencia. Y así lo reconozco, pues incluso los errores en mi trabajo siempre suelen responder a haber actuado de forma rápida: desde pequeñas erratas en informes a conflictos por las diferencias en los ritmos a la hora de tomar decisiones. Tomando el tema desde una perspectiva antropológica-ontológica, por tanto, la de la autoindagación, la de la profundización a través de las experiencias vividas, emociones, consecuencias, decido colocarme en el claro, en la posición en que soy protagonista, en la que me observo y, a modo de escultor, puedo modelar al ser humano que soy. Me pongo en el anhelo de ser un mejor ser humano para mí y para los demás. El proceso se inicia con las preguntas: ¿Qué significa impaciencia? ¿Qué experiencias de mi vida me llevan a concluir que soy impaciente? ¿Qué emociones están presentes cuando actúo de forma impaciente? 156 ¿Qué juicios aparecen? ¿Cuál es la conversación privada? ¿Qué me ocurre con la tranquilidad? ¿Cómo es esa experiencia? ¿Qué emoción hay? ¿Qué juicios? ¿Cuál es la conversación privada, entonces? ¿Cómo viven los demás mi impaciencia? ¿Qué juicio tengo de los impacientes? ¿Huyo de algo? ¿Dónde está el origen de mi impaciencia? ¿Dónde y cómo la aprendí? ¿A dónde me lleva? Las principales experiencias que me conectan con la prisa, la impaciencia y la ansiedad son: Haber tenido relaciones sexuales a temprana edad. Perdí la virginidad siendo una niña. Tuve algunas relaciones estables y muchos encuentros meramente sexuales en los que sentía la necesidad de darlo todo para que me reconocieran como especial. Tenía prisa por sentirme mujer, por sentirme bella, por sentirme querida. Esas prisas hicieron que las relaciones no fuesen satisfactorias, que me sintiera mal por lo hecho. Sentía vergüenza de mí misma. Mirando hacia atrás, descubro que con las dos personas con quienes tuve una relación me porté mal. Los minusvaloraba. La cuestión es que yo misma no me amaba, no me cuidaba, no me protegía, por lo que era imposible que los demás lo hicieran tal como yo quería. El precio fue alto, pues los dañé y me dañé. A uno de ellos ya le pedí perdón hace un par de años y a mí misma ya me he perdonado, solamente queda pendiente poder pedirle perdón a R. Casarme fue otra decisión tomada por las prisas. Yo vivía en Madrid y él en mi pueblo natal. En unos meses tenía que regresar y lo que no quería era volver a casa de mis padres. Creo que tras esa prisa estaba pesando esto. Nuestra relación había sido corta y la mayor parte en la distancia. Yo era muy joven y aún no me había adentrado en la vida profesional. Pero quería casarme y crear mi propia familia, mi refugio y ese era el modo más sencillo y rápido en ese momento. Mi novio se acababa de comprar una casa y me apoyaba; yo le quería, así que era fácil. Me estaba escapando de mis padres y de esa casa en la que siempre había que hacer lo que ellos querían para que hubiera paz. Tener hijos siempre había estado presente en mis objetivos de vida. Tenía la idea clara de tener hijos siendo joven, tener dos y con poca diferencia de edad entre sí. Así lo hicimos. A los dos años de casarnos fuimos padres y antes de que pasaran tres años nació nuestra segunda hija. ¿Era un deseo real, era instinto maternal o fue automático? ¿Fui yo dueña de la decisión o la idea se adueñó de mí? Ahora que estamos atravesando una crisis matrimonial fuerte pienso que Jon percibe en todo esto que ha sido utilizado; de hecho alguna vez 157 me lo ha dicho. ¿Será así? No lo sé, pero algo estoy haciendo mal si él siente esto. Ser despedida de mi último empleo. El problema con el que me he encontrado es que no he sabido respetar los tiempos y los ritmos de los demás y eso ha tenido repercusiones negativas en mí, pues los demás han podido percibir que estoy invadiéndoles. Mi jefe me había contratado para ayudarle en el cambio cultural de la empresa. Para ello, hice un diagnóstico, se extrajeron unas conclusiones y se realizó un plan de acción que fue aprobado por la Dirección. Cuando me puse a trabajar en los proyectos, una de las personas con más poder de la organización se sintió amenazada. Yo lo percibí, pero no supe gestionarlo y continué con mi plan. Me tendría que haber hecho cargo de esto, haberme acercado en lugar de retarle. Esta persona se encargó de convencer a mi jefe para que me degradaran de categoría profesional y así quitarme responsabilidades y competencias de toma de decisión. Ello hizo que cayera en una dinámica de queja con mi nuevo jefe (el cambio de categoría coincidió con la promoción de un compañero con el que tengo una relación de pareja, pasando él a ser mi jefe), quien no supo manejar esta situación. Yo presentaba propuestas y él las detenía todas. Esto hizo que cayera en una depresión. Mientras estaba de baja, en lugar de tratar de recuperarme y ver qué ocurría después, presioné a mi jefe (mi amante) para que abordáramos lo que ocurría, entonces, en lugar de esperar a mi recuperación, me despidió. Perdí un tiempo precioso para recuperarme y contar después con tiempo y fuerzas para buscar un nuevo empleo. Mientras me adentraba en el camino de conocer mi prisa, avanzaba el trabajo personal asociado al Programa Avanzado en Coaching, el cual implica mucha reflexión, lectura, autoobservación. Todas las antenas están atentas a lo que se refiere al descubrimiento de uno mismo. Ese proceso me mostró que las prisas son un síntoma de que algo realmente va mal, así que di un golpe de timón para poder tomar el desgarro en toda su crudeza. Sin embargo, el camino andado era necesario: era necesario que conociera las ramas, las hojas, para ir adentrándome de a poco en el tema, en las raíces del árbol. En ese camino he descubierto muchas cosas, entre ellas, mi rabia, mi falta de autoconfianza, mi necesidad de volar y el miedo a hacerlo. La impaciencia surge de forma mecánica y reactiva, de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente. Es un efecto, un síntoma, un resultado negativo que pone de manifiesto que la mirada que estamos adoptando frente a nuestras circunstancias es errónea porque estamos poniendo el foco de atención en cosas que no dependen de nosotros. Al no poder hacer nada al respecto, nos invade la impotencia y, con esta, el agobio, el enfado y la lamentación. Cada vez que nos sentimos impacientes, ocasionándonos a nosotros mismos un cierto malestar, significa que estamos interpretando los 158 acontecimientos externos sobre la base de una creencia limitadora: que nuestra felicidad no se encuentra en el momento presente, sino en otro que vendrá después. La impaciencia suele ser un indicador de que no estamos a gusto con nosotros mismos. Solamente a partir de un bienestar interno podemos empezar a relacionarnos con nuestras circunstancias de una manera más consciente, pudiendo tomar una actitud y conducta más convenientes en cada momento. Las prisas por hacer y hacer, lograr objetivos, por sentir la felicidad por el reconocimiento de otros a mis hazañas me han hecho sufrir mucho en mi vida. Los altos niveles de exigencia unidos a la frustración por no alcanzar la felicidad después de tanto esfuerzo es un círculo vicioso que se ha repetido muchas veces, siendo el final del proceso siempre un período de depresión profunda. Sacrificar el momento presente pensando en que después llega la felicidad me ha hecho estar desconectada de la vida, desconectada de mí misma. Así llego a la conclusión de que desear que llegue un futuro imaginario suele ser una consecuencia de no estar en paz con nosotros mismos en el presente. Aprendemos a fluir cuando comprendemos que la vida y nuestra realidad siempre está aquí, y el momento siempre es ahora. II. Autoaceptación y autoestima Solo podemos respetar a los demás cuando uno se respeta a sí mismo. Solo podemos dar, cuando nos damos a nosotros mismos. Solo podemos amar, cuando nos amamos a nosotros mismos. Abraham Maslow Siento la necesidad de abordar la autoconfianza y la autoestima porque de entre todo lo descubierto, veo que pierdo el poder sobre mi propia vida en una búsqueda incesante de aprobación y reconocimiento externos. A ello respondían mis prisas (ser la primera, la que más hace, la más joven en el entorno de trabajo, etc.) y ha llegado la hora de buscar el reconocimiento en mí misma. Es el momento de saber qué es lo que quiero, cómo quiero ser y estar en este mundo para estar feliz de ser quien soy, queriéndome y respetándome. ¿De dónde siento que viene mi falta de autoconfianza? Siento que me han faltado en la niñez algunos elementos necesarios para construir mi autoestima, tales como recibir afecto y aceptación, sentirme importante, recibir reconocimiento. Las constantes críticas e idealización de personas ajenas a la familia me han causado gran dolor y complejo de inferioridad. Esto ha sido una constante en figuras como mi abuela paterna y mi padre. El hecho de no haber recibido cariño de pequeña, en los primeros años de mi vida, en los que estuve rodeada de personas un tanto frías o no expresivas de cariño (padre, abuela, cuidadora, profesoras, monjas) dicen 159 relación con la merma en mi autoestima. Mi madre no tenía tiempo para cuidarme y mimarme, ya que sus prioridades eran que fuera limpia y que su casa estuviera ordenada; no hubo juegos, ni risas, ni caricias. El hecho de que mi amama (abuela materna) y mi tía, las personas con las que sentía más afecto, se fueran a vivir muy lejos cuando tenía siete años, me dejó huérfana de mimos y cariño. Súmese a esto los castigos cuando hacía algo mal y la no felicitación, cuando bien; aprendí que los buenos resultados eran lo correcto, lo que tenía valor. ¿Qué me ocurre por no tener autoconfianza? ¿Cuál es el coste? A nivel personal: - Insatisfacción - Tristeza - Depresión - No me valoro: me siento inútil - No me quiero: me castigo. - Hago duras autocríticas. A nivel social y de trabajo: - Siento que no encajo. - Me retraigo. - Me acomplejo. - Tengo dificultad para asentarme o permanecer en un grupo/trabajo. Pareja: - Mis parejas tienen baja autoestima y alguna vez he caído en el mal trato psicológico y viceversa. En general: - Muchas veces he tenido miedo a que las cosas me fueran bien. Cuando he sentido felicidad, he pensado que eso debía tener final. Siento que no me lo merezco, porque no he sufrido o trabajado lo suficiente. Me ha sucedido cuando me han promocionado de puesto, me han subido el sueldo, etc. Cuando hay ausencia de autoconfianza me sucede que: - Me critico constantemente, lo que me lleva a sentirse insatisfecha conmigo misma. - Me acuso y me castigo. Tiendo a exagerar la magnitud de los problemas. - Pretendo alcanzar el perfeccionismo en todo lo que emprendo y me derrumbo cuando no lo consigo. - Suelo ser una persona indecisa en los grandes asuntos, sobre todo por un miedo extremo a la equivocación. - Me da pavor el rechazo social, lo que a veces hace que me retraiga, me escape. Me gustaría tener autoconfianza y poder decir que: - Poseo una visión de mí misma realista y positiva. 160 - Defiendo mis valores y principios, incluso cuando encuentro oposición de otras personas. - Soy independiente, no necesito la aprobación de los demás. - Poseo facilidad para establecer relaciones interpersonales, donde muestro iniciativa. - Muestro mis emociones y sentimientos con libertad. - Soy perseverante en el alcance de mis metas. Supero los problemas y dificultades. - Voy a ser capaz de sentirme plena sin poner la felicidad en manos de otros. - Me quiero, me acepto y tengo derecho a ser amada, cuidada y a que me ocurran cosas buenas. III. Lecciones de vida. Algunas claves para transitar. Solo si me siento valioso por ser como soy puedo aceptarme, puedo ser auténtico. Jorge Bucay He podido identificar en este viaje algunas píldoras que me pueden servir, que ya me están sirviendo, en ese transitar de la falta de autoconfianza hacia la armonía. Píldoras que quiero sustituir por las píldoras de color verde y azul que tomo cada mañana al reencontrarme con la luz del día, con la vida. Considero importante recogerlas aquí a modo de compromiso conmigo misma, para aplicar esta medicina en lugar de la química. Para la dignidad: No dejarme llevar por mis emociones negativas. Trabajar mis emociones de ira y rabia. Incluir en mis hábitos de vida el trabajo corporal. Autorregularme en los momentos en que se dan esas emociones a través de la respiración, practicar el centramiento. Ser coherente con mis principios y valores (identificarlos, afirmarlos y honrarlos: respeto, confianza y trabajo). Establecer límites cuando sienta que el comportamiento de alguien o el mío propio está poniendo en riesgo mi dignidad personal. Para la autoaceptación: Mis declaraciones para mí y para el mundo: Me acepto tal y como soy, con mis cualidades y defectos. Sé que siempre puedo cambiar, reinventarme para ser mejor persona. 161 Soy valiosa y digna de ser querida y respetada, a pesar de no ser perfecta. Las acciones más concretas que estoy realizando: Hacer lo que realmente quiero, siento y/o pienso que está bien para mí, no por estar buscando la aprobación de los demás. Ver el lado bueno de las cosas que juzgo “no tan buenas”, ya que toda experiencia me aporta una oportunidad de aprendizaje. Ahora estoy tratando de identificarlo. Sustituir la queja por el buen humor y la alegría. Reconocer que tengo mis límites: biológicos, de tiempo, recursos, etc. para priorizar lo que voy a hacer sin exigirme lo imposible (como era antes cuando quería hacerlo todo a la vez y bien). Cuidar y respetar mi cuerpo practicando hábitos más saludables: desde la alimentación, pasando por la actividad física, hasta el descanso. Autoevaluarme y solo poner mi energía en lo que yo desee mejorar o cambiar, tomando las riendas de mi vida y diseñando mi futuro, mi ser. Tener en cuenta en este diseño que mi principio rector, lo que me une a esta vida, es querer “ser mejor persona”. Conectarme con lo sencillo de la vida y disfrutarlo con plenitud, siendo consciente del momento presente. IV. Reflexión sobre el perfil unitario Vivimos en una sociedad que preconiza que nuestro bienestar y nuestra felicidad dependen de algo externo, como el dinero, el poder, la belleza, la fama, el éxito, el sexo. Y sobre la base de esto nos medimos y somos medidos desde la mirada metafísica, sin posibilidad alguna de cambiar, de transformarnos a nosotros mismos. Podemos decir que la autoestima es la manera en que nos valoramos a nosotros mismos. La verdadera autoestima se da cuando podemos vernos y aceptarnos tal como somos en ese momento, sabiendo que podemos cambiar para mejorar. La falta de autoestima tiene graves consecuencias, tanto en nuestra forma de interpretar y comprender el mundo como en nuestra manera de ser y de relacionarnos con los demás. Al mirar tanto hacia fuera, nos sentimos impotentes, ansiosos e inseguros, y nos dejamos vencer por el miedo y corromper por la insatisfacción. Fingimos ser lo que no somos, reprimimos lo que sentimos y entonces nos atrapamos en la tristeza y la depresión. Deseamos que la realidad se adapte a nuestras necesidades, lo que al no suceder produce insatisfacción y nos colocamos en el papel de víctima y en un estado de frustración continuo; o si no, optamos por querer proyectar una imagen triunfalista falsa, lo que nos lleva a volvernos adictos al trabajo con el 162 afán de deslumbrar para ser reconocidos y admirados, dejando de lado la vida emocional, todo lo cual deriva en un profundo sentimiento de vacío y fracaso. El error es buscar en los demás el cariño, el reconocimiento y la aceptación que no nos damos a nosotros mismos, sin darnos cuenta de que eso que buscamos está en nosotros. Yo me nutriré con eso que necesito: Tomaré los rayos de sol que me dan energía. Respiraré profundo llenándome de aire que es vida. Flotaré en el agua del mar sintiendo su suavidad como caricias. Me abrazaré a la tierra oliendo la hierba y le agradeceré haberme acogido a modo de madre. Practicar la meditación y la práctica de mindfulness (atención plena y meditación vipassana), me ha ayudado a aprender a estar –y ser– conmigo misma de un modo muy diferente; de una manera auténtica y genuina, profunda, intensa y llena de vida, soltando la prisa, encontrando mi propio paso y aprender a detenerme. He cambiado mi alimentación, cuido mi salud y disfruto el presente con mi familia y mis amigos. “A callarse” Pablo Neruda Por una vez sobre la tierra no hablemos en ningún idioma; por un segundo, detengámonos; no movamos tanto los brazos. Sería un minuto fragante, sin prisa, sin locomotoras; todos estaríamos juntos en una quietud instantánea. Los pescadores del mar frío no harían daño a las ballenas, y el trabajador de la sal miraría sus manos rotas. Los que preparan guerras verdes, guerras de gas, guerras de fuego, victorias sin sobrevivientes, se pondrían un traje puro y andarían con sus hermanos por la sombra, sin hacer nada. No se confunda lo que quiero con la inacción definitiva: la vida es sólo lo que se hace, no quiero nada con la muerte. Si no pudimos ser unánimes 163 moviendo tanto nuestras vidas, tal vez no hacer nada una vez, tal vez un gran silencio pueda interrumpir esta tristeza, este no entendernos jamás y amenazarnos con la muerte. Tal vez la tierra nos enseñe cuando todo parece muerto y luego todo estaba vivo. Ahora contaré hasta doce y te quedarás quieto. Este ha sido un viaje hacia dentro, hacia mí, un camino desgarrador para comprenderme y aceptarme, y desde ahí aprender que soy capaz de cambiarme a mí misma para poder avanzar por un camino diferente, para poder salir del agujero negro donde estaba, ahora yendo hacia donde quiero ir, que no es otro lugar que la paz. Ahora comienza la segunda parte de mi historia: mi vida consciente, despierta, plena. La comienzo confiando en mi misma, viviendo en armonía conmigo, buscando y queriendo ser “una mejor persona aquí y ahora”. Urretxu, agosto, 2011 Bibliografía Fromm, Erich. El arte de amar. Paidós, 1959. Maestro Elkhart, versión inglesa de R. B. Blakney. Nueva York: Harper and Brothers, 1941. Sheeman, E. Cómo mejorar tu autoestima. Madrid: Ed. Océano, 2000. Vila, J., Fernández, M. Activación y conducta. Madrid: Alhambra, 1990. Vilaseca, Borja. “La impaciencia no sirve para nada.” “Anatomía de la autoestima.” “Claves para amarse a uno mismo.” Artículos publicados en El País Semanal. Diponibles en http: //borjavilaseca.com. 164 El miedo me congeló Lily Corvalán Introducción Llegué a trabajar el tema del miedo como proyecto de investigación, después de que mi tema inicial era el aprender a gozar, pero no era posible desarrollarlo pues se trataba de un tema de expectativas y no de un desgarramiento personal, el cual sí me permitiría trabajar desde mis experiencias vividas. Y si hoy miro hacia atrás, me hace todo el sentido del mundo. En ese momento no sabía que para gozar más mi vida, primero tenía que soltar mi miedo, un miedo que tampoco sabía que existía y que estaba impregnado en mi cuerpo y en lo más profundo de mi ser. Eso es lo que descubrí y trabajé en este camino de investigación. I. Relevancia El miedo, de cualquier modo que se nos presente, nos limita como seres humanos en nuestra capacidad de acción y compromete nuestro presente y futuro. El miedo es una emoción que no es fácil de reconocer, ya que se disfraza de otras emociones o simplemente se puede vivir sin siquiera conectarse con él. Eso fue lo que a mí me pasó. El miedo puede expresarse como dolor, tristeza, ansiedad, enojo, impotencia, resentimiento y muchas otras emociones. En mi caso, me congeló, me desconecté de mis emociones y viví así por muchos años…. Mi anhelo es que, a través de este texto, pueda traspasar al lector la esperanza, la confianza y la convicción de que sí es posible disolver un desgarro tan grande como el que me tocó vivir. Expresar que si bien el miedo me congeló, también me sirvió como un mecanismo de sobrevivencia, al mismo tiempo que me limitó y me limitaba en mi futuro. Para mí el reconocer este miedo y luego poder soltarlo, me permitió empezar a vivir distinto: recuperé mi emocionalidad, mi conexión conmigo, con mis seres queridos y retomé mi capacidad de gozo, que era mi sueño inicial. II. Historia Estaba en el vientre de mi madre cuando mi padre fue perseguido por ser un dirigente político. Para mí era la primera vez que me perseguían, y seguramente desde ese día empezó a instalarse el miedo en mí, aunque no soy capaz de recordarlo. Sí recuerdo cuando la policía ingresó una noche a mi casa buscando a mi papá. Yo tenía cinco años. Por fortuna, él no estaba. Sin embargo, se llevaron muchos libros y entre ellos se llevaron mis cuentos. ¿Se 165 llevaron mi infancia? Seguramente sí, al menos algo de ella, pero tampoco lo recordaba con dolor. Luego seguí creciendo y aprendí en mi casa que yo era parte de “la retaguardia de mi padre”. Lo eran también mi mamá, mi hermano y mis hermanas menores, y teníamos que estar bien porque mi papá estaba luchando por un ideal muy grande. Mi papá, para mí y para muchos otros, fue de aquellos “hombres imprescindibles” como los llamó Bertolt Brecht, de esos que luchan toda su vida. Y así llegó el Golpe Militar: yo tenía 23 años, mi hermano cayó preso el mismo día, luego arrestaron a mi cuñada, y a los pocos días a mi padre, al igual que a muchos otros chilenos. Yo me salvé, tuve suerte. Mientras mi familia partió al exilio, yo me quedé en mi país. Me casé, formé familia y también me integré a la familia de Rodrigo, mi esposo. Siendo ingeniero, trabajé cinco años en cuestiones muy distintas a mi profesión: desde administrar un negocio de arreglo de ropas hasta hacer merengues y pan de pascua en un negocio artesanal con mi suegra. Luego me metí en el área de la computación, donde me desarrollé profesionalmente y he trabajado por más de treinta años, de los cuales al menos la mitad fui ejecutiva de una empresa multinacional. Ser la retaguardia era estar bien, era no poder derrumbarme, porque si no, se derrumbaba mi papá, y ello no era posible. No obstante, había muchos motivos por las cuales derrumbarme: la lejanía de mi familia, mi soledad, mi desprotección, mis sueños no realizados, mi sensación de sentirme en esos momentos una persona “non grata”, una persona “estigmatizada”, mi dolor por no encontrar trabajo en mi profesión debido a esa discriminación, el dolor de que mis hijas no conocieran a mis padres, sus abuelos. El dolor más desgarrador fue la muerte de mi hermano, cuando él tenía solo 28 años y mi hija mayor recién cumplía 23 días de vida. Vida y muerte. En esas circunstancias, era mejor no sentir miedo. Tenía que amamantar a mi bebé, tenía que ir con mi mamá a avisarle a mi padre sobre la muerte de mi hermano hasta su lugar de prisión. Así debía continuar mi vida, de pie, para que no me vieran derrumbada. El miedo fue en esos momentos un aliado: me congeló, me desconectó. El no sentir miedo fue un mecanismo de supervivencia, aprendí a “alquimizarlo”, a hacer de tripas corazón, llevarlo a la acción, porque de lo contrario me paralizaba. Y si me paralizaba, podía ser peor. Pasaron muchos años y este período triste y doloroso terminó, pero yo seguí congelada, desconectada de mis emociones. Recuerdo que contaba mi vida de corrido, sin sentir una gota de emoción. Ahora, luego de trabajar en el proyecto de investigación, de hacer las tareas del programa y de hacer los ejercicios de bioenergética, fui descubriendo cómo el miedo me había congelado y me impedía sacar de mis entrañas el dolor, la tristeza. Era el miedo a sufrir lo que me bloqueaba. Y por fin salió, se destapó, se soltó y lloré, lloré, grité, grité, sentí que tenía una tristeza y un dolor infinito que 166 empezaba a vaciar… Fue liberador, me sentí reconectada, empecé a conectarte conmigo, empecé a conectarme más con los otros, a conectarme con la alegría, con la pena, con la compasión, empecé a visitar emociones que no conocía: ¡ya era otra persona la que revivía, la que se reconstituía y doy las gracias por ello! III. Lecturas El miedo es una emoción que tiene una función de supervivencia. Según Darwin, la palabra miedo deriva de lo que es repentino y peligroso. Es un estado emocional negativo, aversivo, con una actividad elevada que incita a la evitación y al escape de las situaciones amenazantes. El miedo es una emoción que se nos instala de niños producto de alguna experiencia traumática. Dependerá de si es miedo, o es temor o es horror, cuál es el daño que esa experiencia traumática nos ha dejado. IV. Perfil unitario No es fácil descubrir el miedo. Una de las razones es porque el miedo a muchos seres humanos nos paraliza, nos congela, nos desconecta y podemos vivir muchos años sin siquiera sentirlo: simplemente no sabemos que existe. En otras personas, el miedo se disfraza, “se viste de todo”, a veces de enojo, impotencia, resentimiento, por lo que tampoco se reconoce con facilidad. Será necesario conocer nuestra historia, nuestras vivencias, nuestras experiencias para saber que en algún momento tuvimos tanto miedo que nos desconectó, o bien que se disfrazó en otra emocionalidad y, desde ahí, iniciar el camino de su disolución. Como seres humanos podemos experimentar infinitos miedos porque al final lo que hay detrás del miedo es no querer sufrir. Y es natural y legítimo no querer sufrir. Está el miedo al amor, al abandono, a la soledad, a la vejez, al fracaso, al rechazo, a la ira, a no ser amados, a la desesperanza, a perder el control y así muchos más, pero tal vez los mayores miedos son el miedo a la muerte de nuestros seres queridos y/o de nosotros mismos, o el miedo a la locura, a perder la razón. El miedo es una emoción que paraliza, que limita el presente y futuro de las personas, ya que nos inhibe. Dejamos de hacer muchas cosas por temor. Entre ellas, no nos entregamos al amor, no expresamos nuestros sentimientos ni lo compartimos con el otro. De este modo, no construimos relaciones donde podamos contenernos, querernos y, por miedo también, no nos permitimos ser protagonistas de nuestras vidas. El miedo también puede protegernos: el hecho de desconectarse sirve como un mecanismo de supervivencia para sobreponernos a experiencias de vida muy duras y dolorosas. 167 El miedo se nos instala en el cuerpo, se ve en las mandíbulas apretadas, hombros levantados, en los ojos bien abiertos y en la rigidez general del cuerpo. Para liberarse de él es necesario que la persona tome conciencia de su miedo y pueda descargar la tensión de su cuerpo. Trabajar corporalmente el miedo nos permite aliviarnos y alejarnos de él. La ira es el antídoto al miedo, pero para llegar a ella se requiere sacar antes el dolor, la tristeza. También están la confianza, la valentía y el coraje como actos que nos permiten adueñarnos de nuestra propia vida, ser protagonistas de nuestro futuro, permitirnos soñar y gozar. V. Conclusiones Haber hecho este trabajo de investigación junto al proceso individual del Avanzado, significó para mí recorrer un gran camino. Lo primero y más importante fue darme cuenta de mi desconexión emocional y reconocer que el miedo existía en mí y se llamaba miedo al dolor. Lo reconocí y lo honré, porque fue mi mecanismo de defensa para sobrevivir una etapa dura de mi vida. Luego, el desafío fue conectarme con él, experimentarlo, revivirlo, ir a mis experiencias, exponerme, hablar de ellas, mostrar mi vulnerabilidad. Llegar a este lugar, requirió de mucho trabajo –las tareas, el tema de investigación, el trabajo corporal– y mucha perseverancia, pero era un camino que estaba decidida a recorrer por muy largo que fuera y así ocurrió. Los frutos están en que hoy me reconecté con mis emociones. Hoy me siento más flexible, capaz de aceptar que me aparezcan otros miedos, que seguro me van a doler, pero de una manera menos devastadora. Lo más terrible ya pasó, no va a volver a pasar lo que viví en esos años y, por otro lado, yo ya no soy la misma, estoy parada en otro lugar, estoy más blandita. Puedo decir: tomo el miedo, lo suelto, me doblo, no me paralizo y puedo doblarme entera, puedo llorar y luego gozar. Y esto lo logré no solo por la confianza que me surge: confianza en el futuro, confianza en lo que soy capaz de hacer, confianza en los otros, confianza en mi capacidad de aprender y de emprender. Quizá lo más importante es que logré que me reapareciera el coraje, el coraje que tiene que ver con las cosas que yo quiero ser y hacer, para ser protagonista de mi vida; el coraje de emprender, de reinventarme en lo profesional, de soñar con ayudar a otros; el coraje para darle la vuelta a las cosas, el coraje para perder el miedo a perder la cabeza y saber que nada pasará. Y así, dar la bienvenida al gozo. Al final, no es solo atreverse a accionar cosas distintas, sino pararse con una emoción distinta. 168 El abandono a lo largo de mi vida Lourdes Murrieta Cucurachi “Permíteme ser una mejor persona”. Así comenzaban mis oraciones, mis plegarias. A lo largo de estos tres años, desde el ABC y ahora en el Avanzado, tuve la oportunidad de ocuparme por ser un ser completo, en pleno conocimiento de lo que me constituye, lo que me destruye, lo que me agobia y lo que me apasiona; responsabilizarme de una forma distinta de mí, de mis decisiones al reflexionar, una manera de ser madura en la inocencia, la congruencia y mi ambivalencia. El aprendizaje, el modelo del observador, parecía todo tan lejano, tan enredado. tan imposible. El aprendizaje desde la propuesta ontológica de mi maestro Rafael Echeverría me permitió evaluar resultados, generar cursos de acción, incluir el concepto de POSIBILIDAD en mi vida, de mi Obra, y la enmarqué con SENTIDO y la pinté de múltiples colores al TRANSFORMARME. Introducción Hola. Hoy me encuentro en el regocijo que me produce el entendimiento, en el enfoque de una nueva mirada que me permitió un reencuentro en paz con mi pasado, con mi estructura, y que me hizo sentir fortalecida. Ofrezco una mirada que desde mi historia quiero mostrarte. Deseo ser un acompañante en el trasfondo compartido. Si el sentimiento de abandono te ha invadido, aquí estoy, contándote cómo llegué a pensarme y sentirme perdida, abandonada. I. Justificación Mi tema de investigación es el abandono y cómo este se presentó a lo largo de mi vida. Comienzo por repasar aquellos momentos que me llevaron a enfrentarlo: cuando de pequeña me encontraba sola al cuidado de mi nana, a quien recuerdo con mucho cariño; a desgarrarme cuando mi familia se desbarataba y mi madre y yo nos fuimos a vivir a otra ciudad; a esquivarlo cuando embarazada me enfermé y viví por un corto tiempo con el padre de mi hija, quien no estaba presente en muchos momentos y situaciones de esta hermosa etapa para una mujer; a deprimirme totalmente por tener que enfrentar la situación de la separación de mi pareja; a acostumbrarme a la responsabilidad de hacerme cargo de un bebé, a sentirme abandonada; a replicarlo como madre responsable y ocupada, justificándome en el trabajo y dejando la mayor parte del tiempo a mis hijas al cuidado de mi madre; a odiarlo en los momentos de añoranza y reflexión por seguir acompañándome; a sentirlo dentro de mi cuerpo agarrotado, tieso y fuera de control al 169 desconectarme de él; y a nunca más querer vivirlo y a cuidar y compartir lo que hoy tengo con mis hijas, mis seres queridos y con en el amor de pareja que volví a encontrar. Las inquietudes que me mueven a abordar este tema se traducen en las siguientes preguntas: ¿cómo fue que aprendí de él?, ¿realmente aprendí algo?, ¿me acostumbré a convivir con él?, ¿por qué preferí en algunas ocasiones antes de sentirme nuevamente abandonada terminar con una relación?, ¿qué tiene que ver ello con la falta de valor o amor por mí misma?, ¿qué tiene que ver posteriormente con la culpa?, ¿cómo voy a encararlo nuevamente si se presenta?, ¿cuáles son los juicios que me hacen sentir así? … II. Contexto Nací en Córdoba, ciudad comercial que se encuentra en la parte sur del estado de Veracruz, en México, lugar de grandes contrastes sociales donde la mayor parte de la población es de religión católica, tal como mi familia y yo. Estudié en una escuela de madres religiosas el preescolar, la primaria y la secundaria. ¿Cuáles son los matices de la mezcla de ser mexicana y católica? Mi ser mexicana puedo compartírselos haciendo referencia a las palabras que Octavio Paz plasma en su obra El laberinto de la soledad: El machismo, la sumisión y la apatía de los mexicanos son producto de la soledad interna, individual y cultural; aspectos enraizados en la idiosincrasia, en todas sus dimensiones. En su pasado y en su presente. El mexicano se revela como un ser cargado de tradición, las “secretas raíces” descubren ligaduras que atan al hombre con su cultura, adiestran sus reacciones y sustentan la armazón definitiva de la espiritualidad mexicana. Concluyo que la existencia de nuestras máscaras mexicanas, como él las denomina, nos permiten movernos “en forma esclavizante” en las percepciones de lo que se debe y no se debe hacer, con una tendencia a simular, a aparentar que todo está bien y que no pasa nada, a suavizar las cosas, a seguir órdenes; el mexicano no trasciende en su soledad, al contrario, se encierra en ella. Habitamos nuestra soledad, vivimos en un mundo de prohibiciones de palabra y pensamientos. Se ha dicho que este mexicano ya no existe, pero muchos de nosotros nos desenvolvimos y crecimos con estos matices, que formaron parte de alguna manera de nuestra estructura, de nuestra identidad. Mi ser católica se formó al regirse bajo las imposiciones y condiciones de la Iglesia, de mi padrino sacerdote, de la devoción de mi abuela, mi madre, mi padre, mis hermanos mayores; cumpliendo a través del bautismo la renuncia a Satanás, tomando la profesión de fe, que conlleva condiciones como el renunciar a la riqueza, al poder, al placer, a los actos de concupiscencia, al cumplimiento de los diez mandamientos, el no caer en los 170 siete pecados capitales, a cumplir con los sacramentos de comunión, de confesión, etc. Comencé un proceso para reconstituirme con convicción desde mis raíces, desde mi fe, más allá de ser mexicana y católica. Comencé a sentirme orgullosa de pertenecer a este territorio que es México, a su abundancia, a su diversidad ideológica. Inicié la búsqueda de trascender en la vida, con el compromiso de identidad y réplica. III. Historia ¿Dónde estoy? ¿Por qué escucho las voces a lo lejos y no me contestan las dudas que tengo? ¡Me siento tan cansado!, ¡no me abandones, resiste, te necesito funcionando! Esta fue la voz de mi cuerpo que había resistido tanta carga, tantas emociones, tantos olvidos, tantas evasiones y que comenzaba a sentirse agotado para reaccionar, para recordar. El sentimiento de pánico y la desesperación me hicieron presa a muy corta edad. Recuerdo cçomo me agobiaba y sentía ansiosa cuando no tenía la atención necesaria a la que me habían acostumbrado. Siendo la hija menor de seis hermanos, crecí con una sobreprotección y cuidado desmedidos. Todos opinaban, decidían e incluso adivinaban sobre mis deseos, mis necesidades. Me enfoqué hacia afuera desde el inicio, pues desde ahí obtenía mi existir, identificándome con la soledad y la depresión que la ausencia de mi misma ocasionaba. Tenía muchos ratos de enfado, de enojo; me describían como berrinchuda, enojona y voluntariosa; crecí aprendiendo esta forma de pedir. El ciclo del abandono se inicia basado en la dependencia que procedía de un entorno demasiado seguro y sobreprotector, lleno de amor, mimos y atenciones que me cobijó desde mi nacimiento hasta mis ocho años; siempre estaba presente esa necesidad de que alguien me cuidara, guiara, ayudara, proveyera. En mi segunda infancia, de los ocho a los quince años, me sentía muy sola pues mis padres me dispensaban poca atención, seguimiento, cuidado y ejemplo. La desconexión conmigo comenzó al abandonarme ante los problemas existentes de mis padres y mis hermanos, ante las sensaciones y emociones que aquellos me producían al pretender evadirlos, y la falta de convivencia en casa durante mi formación. Todo esto me produjo una gran ansiedad, una profunda soledad. No aprendí a ser reconocida ni a reconocer a los demás; me desenvolví en un permanente estado de inseguridad, de evasión. El ciclo cambió cuando mi entorno dejó de enfocarse en mí por las circunstancias que he comentado y me vi enfrentada –aún estando con todos ellos– a la inestabilidad de su convivencia y a la pérdida de su presencia. Surgió un ambiente emocionalmente inestable en el que no había nadie de forma permanente para atenderme y así fue cómo vivío este ciclo dentro del 171 vínculo familiar. Cuando estaba con mis seres amados, me sentía unida al resto de la humanidad, pero cuando la relación se perdió, me sentí vacía; necesitaba a los demás para sentirme tranquila. Deseaba cuidados, amor y sentirme unida a nivel emocional, aun a pesar del CAOS que existía en mi familia, que se había desintegrado. El siguiente cambio vino con la separación de mis padres, y fue entonces que dejó de existir la indiferencia, la violencia; el vínculo familiar desapareció y, por ende, el respeto por este se desvaneció. Hasta aquí dos polos opuestos: frio- calor, todo-nada, sobreprotecciónindiferencia. IV. Análisis ¿Qué reacciones me acompañaban en mi vida hasta ese momento? Disolución de identidad, enfoque en los demás, en lo que ellos anhelaban, en lo que tenían otros, en sus expectativas: daba gran atención a lo que pensaban y querían de mí, a lo que DEBÍA hacer; me conformaba con satisfacerlos; me perdía en el total desconocimiento de mi misma, me evadía y me desconectaba. Mi incapacidad para establecer relaciones con otros tenía su origen en la relación que manteníamos en casa: soledad en la convivencia diaria, soledad en la falta de reconocimiento, soledad en el cumplimiento de las expectativas del otro. Tengo la percepción de que el tiempo paso rápido bajo esas circunstancias. La manifestación de mis sentimientos se fue disolviendo; comencé a ocultarme creando una coraza corporal, satisfaciendo durante algún tiempo mi ansiedad y mi angustia con la comida; posteriormente con el amor, el sexo, mi entrega al otro con el deseo de que me tomara y poseyera totalmente para hacerme suya por mi falta de conexión conmigo misma, con mi falta de pertenencia. La falta de esta conexión conmigo y mi falta de seguridad originaron la debilidad de enraizamiento que asocio a esa debilidad en las piernas que sentí por mucho tiempo, asociadas a problemas de circulación o problemas con el azúcar. Recuerdo haber visto mutilado a mi abuelito y a mi tía y pensaba que eso me pasaría. Pero lo que tenía mermada por entonces era la voluntad de vivir: me dolía el alma y solo sobrevivía al depender de alguien o de algo. Esto se correspondía con el no sentir asentamiento en mis pies, no soportarme sobre ellos, y sentirlos acalambrados, entumidos. Me sentía inestable, viviendo una vida insegura y descompensada, flotando sin conectar o conectando pocas veces con la tierra, con la realidad. Esta última situación, mi cansancio mental, mi pasado, me llevaron a un límite, y me abandoné, olvidándome de mí, de mis ilusiones, de mis metas, de mis responsabilidades, culpándome, flagelándome, y cayendo en una depresión y una desilusión muy grandes. Mi ser mexicana, mi ser católica se arraigaron más en mí; me sentía 172 tiesa, acalambrada e inmóvil ante la vida. La veía pasar… Los resultados comenzaban a verse en mi cuerpo, en mis continuos dolores de cabeza, de estómago; calambres en las piernas, en los pies; taquicardias, pçerdida de sueño, zumbidos: dolores de espalda, de riñones, problemas digestivos, desánimo. Pude ver la fuerza de los dos juicios poderosos bajo los que me regía sin darme cuenta: el generar vida desde un acto de amor, de responsabilidad y enfrentarme a la soledad instalada en mí por el sacrificio a cambio de mis anhelos, mis sueños, mis esperanzas; y si el placer me orilló a estas decisiones, el desconectarme de mi cuerpo, el dar total validez a que el sentir no lleva a buenos resultados, a lo que marca la sociedad, la religión…me obligué a volverme todo pensamiento y razón, a pensar que no pasa nada, que yo sola saldría adelante, que es lo que me merecía, logrando así la desconexión y frialdad con la que me moví por mucho tiempo. Por la falta de límites en mi vida me he permitido ser invadida, invalidada; me he sentido vulnerable, con una corta capacidad para mantener vínculos amorosos. Bajo este clima emocional privilegié el mantener relaciones afectivas adictas, dañinas, transitorias y superficiales más que estables y equilibradas. Sufrí la pérdida de mi individualidad, de mi privacidad, de la responsabilidad conmigo misma y mi forma de vivir la vida se descompensço, incluso el sentido de trascendencia de esta. La falta de enfoque en mí ha ocasionado en mi vida resultados radicales y profundos. Este tiempo de reflexión acerca del tema del abandono, me permitió encontrar que para mí es importante el reconocimiento de lo logrado, lo que mi estructura me ha permitido, a pesar de los matices que pudo tener mi historia; a pesar de mi mexicanismo y mi catolicismo, lo ganado ha sido valioso. Este conocimiento ha sido factor para no apagarme totalmente; me ha permitido también brillar y brindar mi luz en esa forma de ser y estar para el otro, de fluir con él desprendiéndome de juicios e intereses. Me había puesto en la posición del miedo, de cómo lograr no solo mirar mi historia y reconocerla sino el poder actuar en ella para desde otra postura lograr lo que me permitiría sentirme constituida en mí, en mi seguridad,…en lo que tanta falta hacía y poco sentido le daba: CONFIAR EN MI. V. Resultados La confianza en mí, la falta de límites, mi intimidad, mi evolución, mi acompañamiento. Crecer en un ambiente emocionalmente inestable en el que primaban las ausencias paternales de forma permanente, sin mayores límites en casa, ni para saber quién era yo en el excesivo contacto, y el abandono que vino después, me generó una incapacidad para aprender los bordes, los límites, para desarrollar el autocuidado, la autovaloración. 173 Esto que describo de no poner límites y del sufrimiento que trae, me hace pensar en la falta de intimidad conmigo misma, como si hubiera una tendencia a estar fuera de mí, aunque sea en el caos. Fue como seguir siendo niña, como si no me hubiera acompañado en la evolución hacia ser adulta, hacia mi madurez. A lo largo de este aprendizaje he ido modificando las narrativas de mi historia, contándomela de una forma diferente. Cuando encontré una pieza clave, una luz rescaté de todas ellas: la importancia de la confianza en mí, en mi capacidad de acompañarme, de tenerme, de valorarme, de mantener vínculos, de generar posibilidades, de modificar los matices de mi estructura y mantener el brillo de ella, construyendo un día a día con un nuevo enfoque de responsabilidad, de disfrute, de pasión, evolucionando en mi reinvención, en el acompañamiento de mis seres queridos, del amor, en el contacto de mi persona, de mi ser. Sé que las acciones a seguir serán muchas, pero la directriz va hacía el enfoque en mí, en mis resultados, en compartir este nuevo estilo y enfoque de vida con mi entorno, permitiéndome acompañar y ser acompañada. Hoy me cautiva la palabra “acompañamiento”; me inspira el saber que teniéndome yo, enfocándome en mí, en la conexión con mi ser, puedo caminar al lado de alguien, para compartir, dejando fuera los estados de tristeza, desamor y negatividad, acrecentando mi autoestima en el propio reconocimiento, dejando a un lado el miedo al haber mirado dentro de mí y partiendo nuevamente al reencuentro de mis ilusiones, de mis ambiciones en el conocimiento de quien SOY y en la esperanza de quien puedo llegar a SER. Hoy quise compartirte mi historia, de alguna manera acompañarte diciéndote que hay mil y un posibilidades de que la oscuridad no nos permita ver, pero que vive en la explicación y motivo de tu luz, que las historias pueden ser replanteadas para vivir de una manera distinta, para generar un cambio en tu vida, para cobrar un sentido de vida que pueda acercarte a la paz, a la alegría de vivir en ti y en el SER que puedes ser para otros. Bibliografía Bowlby, J. La pérdida afectiva. Buenos Aires: Paidós, 1980. Castilla del Pino, Carlos. Teoría de los sentimientos : Tusquets Editores. 2000. Echeverría, R. La empresa emergente. Buenos Aires: Granica, 2001. ——. Ontología del lenguaje. Santiago de Chile: Comunicaciones Noreste LTDA. Laing, R. D. El cuestionamiento de la familia. Paidços: Barcelona, 1986. Lowen, A. El gozo: la entrega al cuerpo y a los sentimientos. Buenos Aires: Era Naciente, 1996. Maturana Humberto. La belleza de pensar. Santiago de Chile: Editorial 174 Anthropos, 1996. Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1975. 175 El miedo Luis Alberto Soto I. La selección del tema 1. Primer intento Cuando empecé este trabajo, mi primera aproximación al tema de investigación fueron mis sombras. Vi este desafío como la oportunidad para echarle luz a mis sombras. Para indagar y empezar a mirarlas de frente. El tema, planteado así, me resultó inicialmente demasiado grande. No sabía por dónde empezar, y durante un tiempo no fui capaz de escribir una sola línea. De manera que, en algún momento del programa, decidí partir desde otro lugar, y repasar un momento de inquietud y ansiedad que me tenía tomado para indagar en él y ver hasta dónde me llevaba. Esta inquietud no es nueva. Cada tanto tiempo aparece. Me toma. Se instala en el trasfondo de lo que hago. ¿Qué contiene? La sensación de preocupación por el futuro. Es una preocupación de carácter económico. Tiene que ver con la necesidad de afianzar mi patrimonio y de hacer crecer mi empresa. Cada tanto, cuando ocurren dificultades en ese ámbito, surgen entonces la inquietud y la ansiedad. Aparece una sensación de inseguridad, de impotencia, de pérdida de confianza en mí. Me siento incompetente para hacer lo que estoy haciendo. ¿De dónde me asalta esa sensación de inseguridad en esos momentos? Aparentemente, he puesto buena parte de mi sensación de seguridad en la acumulación de un patrimonio. Cuando eso se volatiza, se erosiona la confianza. Por otro lado, cuando experimento dificultades con clientes, proyectos que se estancan, propuestas que no prosperan, acuerdos que no se materializan, entonces, me surge esta misma ansiedad e inquietud, vinculada ahora a mi capacidad para generar flujos para vivir. Asoma, asimismo, la sensación de incompetencia, ahora vinculada a que mis clientes no encuentren valor en lo que hago, a no hacer las cosas bien. Esta sensación me cansa y me empiezo a aburrir. Me dan ganas de escapar. No sé dónde, solo pienso en correr y refugiarme. 2. Segundo intento A partir de esta inquietud comienzo a observar las experiencias en que surge esta ansiedad con mayor precisión.¿Cuándo ocurre? ¿Y cómo ocurre? ¿Qué me pasa a nivel emocional y corporal? En el análisis de las experiencias concretas, surge la historia de un 176 proyecto de trabajo con el que me empecé a entusiasmar de a poco, y a ilusionarme a medida que pasaba el tiempo, para descubrir al final que no resultaría. ¿Qué es lo que me gustaba de esta posibilidad al inicio? La oferta de que iría a liderar un proyecto en una empresa, con atribuciones para dirigirlo de acuerdo a lo que yo creía era la mejor manera de hacer las cosas. Lo que me entusiasmaba era entonces estar empoderado. Una segunda experiencia tiene que ver con una conversación con un cliente, larga y profunda, en la que fuimos desarrollando en conjunto la posibilidad de un proyecto de transformación cultural, que desembocó en la presentación de una propuesta. Propuesta que quedó en suspenso por poco más de dos meses. Nuevamente me apareció la sensación de ansiedad, de frustración. En la medida en que no se concretaba, me asaltaba otra vez la inseguridad. Volvía a preguntarme si realmente servía para esto, a la vez que me cuestionaba si mi propuesta no sería demasiado innovadora, y el cliente juzgó que no sabría cómo llevarla a cabo. ¿Pude ser que sintió miedo de embarcarse en un programa tan ambicioso?, ¿que no logró confiar lo suficientemente en mí como para llevarlo a cabo?, ¿no logré generar en él una confianza plena? Una tercera experiencia tiene que ver con una oferta que no se concretó debido a luchas de poder al interior de la empresa en la que trabajaba mi cliente. Finalmente, él no obtuvo la aprobación para llevar adelante el proyecto. De alguna manera, yo sabía anticipadamente que, dado el escenario en que estaba presentando la propuesta, lo más probable sería que no diera resultados positivos. Otra vez, la frustración, la ansiedad, la inquietud y la inseguridad. Esta situación de ser el chivo expiatorio de una pelea de poder interna, nuevamente me dio rabia, me frustró. Sentí que perdía el tiempo y, mientras tanto, no se hacía ninguna acción concreta en beneficio de la organización. A partir de estas experiencias, me detengo a hacer una reflexión en ese momento, y me doy cuenta de que en los tres casos se trata de proyectos de transformación organizacional. Con esto quiero decir que son programas complejos, que requieren mucho liderazgo, que no son fáciles de abordar y que tienen alto riesgo. Yo tengo mucha confianza en estos programas porque tengo casos de éxito que mostrar. Sin embargo, quizá no estoy consolidando el vínculo de confianza apropiado para que mis clientes se dejen guiar por mí a la hora de ejecutar este tipo de programas. Efectivamente, ellos tienen que asumir un riesgo, y puede que no vean en mí a alguien que los va a sostener cuando las cosas no vayan tan bien. Para mí en cambio, son estos proyectos los que me dan la sensación de vitalidad, de trascendencia. Los que me apasionan. Respecto de ellos es que quisiera empoderarme. Me aparece la necesidad de tener poder para 177 realizarlos, me brota el entusiasmo de hacer algo trascendente. Entonces, me digo, el tema es el poder. Todas las experiencias me gatillan la sensación de falta de poder. Las ganas de estar a cargo del proceso. De hacerlo a mi manera. De hacer lo que yo quiero, de innovar, de hacer algo que agregue valor, que vaya un poco más allá de lo habitual. Se me va el día en conversaciones preparatorias, en la formulación de ofertas, de propuestas, pero poco en la acción. Sucede también que mis clientes tampoco tienen poder suficiente para llevar adelante procesos demasiado innovadores. O tienen miedo. Me aburro. No tolero muy bien estos espacios en que no tengo nada que hacer salvo esperar. Dejar que las cosas avancen. Me gusta la acción, estar ahí. Arremangarme las mangas y hacerlo. Menos reflexión paralizante. Soy feliz en la acción. Ahí está mi plenitud. Haciendo los talleres, produciendo las conversaciones, armando los proyectos, dirigiendo. En este rol de consultor siento que no avanzo mucho, que estoy siempre ofreciendo lo mismo. Pero es que me cuesta energía movilizar a los clientes para que lo hagan. El proceso de convencimiento, de seducción, se lleva gran parte de mi energía. ¡¡¡Me canso!!!! El tema es el poder. Cuando no lo tengo, me aburro. Más que aburrirme, me desmotivo. Entonces aparece la fantasía. ¿Será que tengo que cambiar de trabajo? ¿Quizá la pregunta sería por qué necesito hacer siempre algo que vaya más allá, que desafíe el estado actual de las cosas, que logre resultados por sobre lo normal? ¿Dónde aprendí que yo tenía que hacer algo excepcional siempre, qué tenía que sobresalir de la media? Pareciera que pongo mi valor y mi autoestima en el logro de objetivos fuera de lo normal, en ser excepcional, y llegar cada vez más lejos. ¿Es el miedo? ¿El miedo a qué? ¿El viejo y heredado miedo a la pobreza? ¿A que todo se desmorone así sin más, en cualquier momento? La angustia, la ansiedad y el miedo de nuevo aquí conmigo. Paciencia. 3. Tercer y último intento Vuelvo a leer estas líneas meses después y lo que me aparece como emoción de trasfondo en todas las experiencias es el miedo. Releo las experiencias y las preguntas y ahí está: agazapado, instalado corporalmente entre el estómago y los pulmones, controlando el diafragma, cortándome la respiración. Está en mis hombros levantados y en el pecho encogido. Está en la incertidumbre y en la angustia por el futuro. Está en la necesidad de controlar todo lo que ocurre. El tema no es el poder ni la autoexigencia ni la necesidad de sobresalir 178 o ser reconocido. El tema es el miedo. Todas las anteriores son estrategias que he aprendido a desarrollar para lidiar con él. Vuelvo a pensar en estas experiencias y en todas ellas veo la búsqueda del poder como la necesidad de tener el control y así reducir los espacios de incertidumbre. Cuando no es la búsqueda del poder, es la búsqueda de la seguridad, como en el caso del patrimonio, como un seguro para cuando todo vaya mal. El miedo está en esta sensación permanente de que todo se puede desmoronar en algún momento. De estar preparado para la fatalidad, de anticiparme. Controlar los elementos y las fuerzas para que la fatalidad no se produzca. Veo el futuro como un espacio incierto y desconocido. Me acompaña esta sensación de que todo puede salir mal, de que todos los logros y los éxitos obtenidos en el pasado no son suficientes para asegurar el futuro. Es el miedo el que también me impulsa a seducir, a encantar al mundo, a mis clientes, a mostrarme inteligente, a sobreexigirme. Es el miedo el que me impulsa a desarrollar estas máscaras para ocultarme de los demás, a proteger un espacio de intimidad a sangre y fuego. A construirme una fortaleza en torno al corazón. Es el miedo el origen de mis engaños sutiles y de mis escapes. II. El origen del miedo Nací en un mundo de narrativas totalizadoras que hablaban de utopías en las que cabía toda la vida. Utopías que le daban sentido a la historia, a la lucha y a la vida. De cualquier forma, es una lucha que va a terminar mal. Nací en un mundo que va a estallar en pedazos poco tiempo después. Nací en un mundo de promesas que no se cumplieron. Nací además con el cordón umbilical enrollado en mi cuello, asfixiándome. Nací luchando para sobrevivir desde el primer segundo. Nací en el seno de una familia de clase media profesional. Mi abuelo paterno era agricultor y, aunque gozó de una vida desahogada, no era un gran terrateniente. De talante conservador, sería abandonado por su mujer, quien huyó con otro. Se quedó solo con mi padre, quien no volvió a ver a su madre hasta veinte años después. Puedo imaginar la tristeza infinita de ese niño, el desconsuelo, la desesperanza y el miedo. Sobre todo el miedo de estar solo. El miedo de la fragilidad y la desolación. Ese miedo que lo acompañará toda su vida, y a mí junto con él, cuando ya no haya un cielo protector sobre nosotros. Todas las nubes/ me anunciaban que tu llegarías/ cuando despertaba para volverme/ hacia la ventana secreta de los sueños/ Pero tu debías extraviarte/ los pájaros se comían las migas/que sembraba para señalarte el camino. Jorge Tellier 179 El miedo por antonomasia en mi casa de la infancia fue el miedo a la sobrevivencia, a la pobreza. El miedo a no ser lo suficientemente competentes para ganarse la vida. La sensación de que todo lo que teníamos no era suficiente para protegernos de las vicisitudes del futuro. Que cualquier día todo se desmoronaría. Luego estaba el miedo al rompimiento familiar, a que esta familia estallara en una explosión de violencia a raíz de los conflictos de mis padres. El miedo a estar solo en esa casa violenta, y tratar de mantener la normalidad. Hacer como que todo estaba bien. Y no estaba bien. No estaba nada bien. La violencia convertida en abuso sistemático, y en rabia y en miedo. Luego vinieron las vivencias de abandono reales o imaginarias, los cambios constantes de ciudad, de colegio, de casa y de amigos, con las consiguientes pérdidas sufridas. El miedo a la tristeza, al desconsuelo, al dolor. El miedo a la muerte. El miedo al fuego eterno, a Dios. El miedo a la condenación, el miedo a la nada. Los miedos de la adolescencia: el miedo a ser decepcionado, a no pertenecer, al abandono, a no ser suficientemente adecuado, inteligente, bueno. El miedo a que mi timidez y mi vergüenza no me permitan desarrollar relaciones amorosas y de amistad verdaderas. El miedo a la soledad. Los miedos de hoy: los miedos de hoy abarcan distintos ámbitos. En el espacio emocional es el miedo a sufrir y de ahí el impulso a disociarme del dolor. A escapar de la tristeza y quitarle peso a mis pesares. A dar vuelta la página como gesto automático. A la búsqueda del placer. A huir de mi propio miedo. En este ámbito también está el miedo a la soledad y al abandono. A amar sin ser correspondido. En el ámbito de la conservación está el miedo al futuro y en mi caso, el miedo a no poder ganarme la vida. ¿De qué voy a vivir? Es una pregunta que me ha acompañado toda la vida incluso en los momentos en que me he ganado la vida exitosamente. A veces tengo la sensación de que mientras más dinero gano, más se acrecienta la inseguridad. Y aquí están todos los miedos asociados al fracaso y a la falta de reconocimiento. El miedo a la pérdida de reputación y de la imagen. El miedo de que no me vean y que me dejen. El miedo a que nadie se pueda hacer cargo de mí. En un ámbito más existencial aparece el miedo a lo desconocido. Al vacío, al infinito, al descontrol, a la locura. Aquí también pondría el miedo a la libertad y a la falta de límites que me contengan, a la dispersión, a desaparecer. El miedo a la muerte, a las pérdidas. 180 III. El edificio del miedo El miedo construyó un edificio en este cuerpo alerta que se muestra contraído en los hombros y con los ojos siempre abiertos. Un cuerpo que apenas respira, con inspiraciones cortas y sostenidas. Un cuerpo que se mantiene en actividad constante, que no descansa, que no se entrega, que no se deja tocar. Un cuerpo amurallado, refugiado en una fortaleza inexpugnable. Corazón coraza. Pero paradójicamente, un cuerpo que apenas tiene peso, que apenas pisa la tierra, que vive en el aire y en la cabeza, en la racionalidad aguzada como gran recurso de protección. Un cuerpo que no se deja ser vulnerable, pero que no es un cuerpo fuerte en sí mismo, sino un cuerpo huidizo, un cuerpo que es solo la estela arrastrada por la cabeza. A nivel de la estructura emocional hay un niño que decide hacerse fuerte. Que para sobrevivir se desapega emocionalmente para evadir el dolor, para evitar el derrumbe de sus ilusiones, para hacerse fuerte en este desierto de nutrición y de ternura, para hacerse fuerte con la fuerza que le da la desilusión. Un niño que decide que no va a llorar y no lo hará durante los próximos treinta años. Porque el llanto no le sirve para la lucha que tiene que emprender. contra el mundo, contra las circunstancias que le tocó vivir. Transformarse a sí mismo para transformar el mundo. Esa es la consigna. Pero para ello tiene que constantemente estar sobreponiéndose al miedo. Al miedo de estar solo, de no ser visto, de no existir, a la angustia de ser nada, vacío. A partir de ahí me oculto. Me escondo. Me aíslo allí donde no puedan encontrarme. Me oculto ahí donde no quiero que me molesten. Me escondo para tomar aire. Cuando no quiero dar explicaciones, me oculto para tomar distancia. Me separo. Me oculto detrás de un baile de máscaras. El disfraz, la distancia, la máscara, me permiten tener el control. Yo decido a quien me muestro. Yo decido qué dejo entrar y qué no en la esfera de mi intimidad. Mis máscaras favoritas: la del seductor, la del canchero, la del inteligente, la del que está más allá del bien y del mal, la del que está seguro de sí mismo, la del que no tiene miedo, la del que no le duele nada. “Y si quieren saber de mi pasado/ es preciso que decir otra mentira/ les diré que llegué/ de un mundo raro/que no sé del dolor, que triunfé en el amor/ y que nunca he llorado” José Alfredo Jiménez Me oculté hace muchos años de una parte de mi infancia violenta y cruel. Me oculté del dolor y del sufrimiento. Me escondí debajo de las sábanas para no escuchar las agresiones mutuas de mi papá y mi mamá. Me escondí debajo de la almohada para no oír los golpes y el llanto de mi mamá. Los 181 gritos. Me aislé para no escuchar mi propio llanto, mi propio dolor, para dejar de sentir mis propios golpes. Me oculté para anestesiarme. En el camino me fui desapegando de todas las emociones. Me fui haciendo fuerte y soldando una armadura indestructible. Aprendí a no perder el control. Aprendí a no llorar hasta cuando quise llorar y no pude. Aprendí a vivir la vida por la orilla, aprendí a observar más que involucrarme, aprendí a no comprometerme mucho, aprendí a amar con desapego. Aprendí a no dejar que me tocaran el corazón. Aprendí a aparentar y a mentir con naturalidad, con gracia. A engañar y engañarme con talento y maestría. A no hablar de mí. A no hablar de lo que me pasa. A no hablar. Aprendí a seducir al mundo, para que el mundo hiciera lo que yo quería. Aprendí a ser encantador si era necesario. Como no podía confiar en los demás, aprendí a controlar el mundo a través de la seducción como una manera de hacer que el mundo hiciera lo que yo quería y al mismo tiempo conservar la distancia. Aprendí a no profundizar en los vínculos. Aprendí a no exponerme, a cuidarme. Me hice fuerte y cultivé una máscara de invulnerable. Aprendí la ironía y la mordacidad. Aprendí a cuidar de mí mismo, a andar solo en la vida, a hacerme a mí mismo. Y ahora me vuelvo hacia adentro para descubrir que en el interior de la armadura todavía vive el niño asustado que yo fui. Tiembla. Se siente desamparado. “Eres un niño muy inteligente”, dicen mi madre y mi abuela. Lo sé, piensa él. Pero se puede ser muy inteligente y a la vez muy frágil. Se puede ser muy inteligente y tenerle terror al abismo. IV. Otras voces: y este miedo, ¿se parece a otros? Le pregunto a mi amigo Raúl, quien alguna vez fui mi coach, sobre cuáles son sus miedos, Aquí sus respuestas: Al menoscabo de mi identidad, miedo a traer un pasado que quisiera mantener oculto o con bajo perfil. Hay hechos del pasado que afectaron duramente mi reputación. Hoy están semiolvidados y me da miedo cada vez que alguien menciona cualquier cosa que se vincule a esos hechos. Al menoscabo de mi estima, en la medida que baso mi autoestima en lo que sé, en lo que he estudiado y no en mi capacidad de acción. Desde ahí no sé decir no sé, y eso ocurre en forma diferentel en diversos campos. Miedo al futuro, especialmente en el campo económico, y desde ahí no paro de acumular. Miedo a que no me quieran, y tiendo a comprar afectos, a generar dependencias, apegos. Miedo al dolor y a exponerme a situaciones donde haya dolor, incluso 182 aminoro la capacidad de mi cuerpo para expresarlo. Miedo al sufrimiento; al igual que con el dolor, tiendo a evitarlo. Miedo al fracaso. Me cuesta aceptar que el fracaso es una posibilidad en cualquier iniciativa, además de una vía de aprendizaje. Temor a equivocarme. Mi autoestima se basa en saber todo y de todo; si me equivoco, tengo una buena explicación que muestra que no soy el culpable del error. Miedo al rechazo. No pido para que no me digan que no; no reclamo, paso desapercibido, acepto situaciones en que mi dignidad sufre. Miedo al ridículo. El miedo al juicio desfavorable de los demás me lleva a actuar lo más posible dentro de las normas socialmente aceptadas del grupo, aunque vayan contra mis valores y mis ganas de aparecer. No hago nada distinto ni nada en que pueda fracasar. Una amiga, Alejandra, me reporta lo siguiente: Yo veo mis miedos como lagunas de información creadas por mi mente. Elucubraciones que ella hace sobre lo que me sucederá. Son mis ganas de poder prever el futuro incierto. Es mi incapacidad para entregarme a la incertidumbre. Es el susto que me da SER LIBRE. Es la envidia que les tengo a los animales que vienen al mundo con un instructivo genético sobre cómo vivir y lo que tienen que hacer para sobrevivir. El miedo es también mi aliado fiel, me acompaña para recordarme que yo SÍ puedo elegir lo que deseo, que puedo hacer cosas que me muevan de lugar y me permitan ser más feliz, aunque mi libertad para elegir a veces me estorbe. Un coachee me relata lo siguiente: En mi nuevo trabajo tengo mucho miedo. Hasta hace poco tiempo yo era profesor en un colegio y me iba súper bien porque tenía autonomía, podía desarrollar mi creatividad en un contexto en el que hacía lo que quería. Ahora en cambio, esta organización es súper vertical, no tengo autonomía, y estoy aterrado de hacerlo mal, de equivocarme y que al final me echen, y no quiero, porque este trabajo es un regalo. Estoy con mucho miedo porque se cruzan aquí cosas personales. Lo que pasa es que yo soy homosexual y la razón por la cual salí del colegio es que me investigaron y me echaron por esa razón. Ahí se me vino el mundo encima. Y lo pasé muy mal, y estuve mucho tiempo buscando trabajo y no conseguía, y al final me doy cuenta de que ser homosexual y dedicarse a la educación son dos cosas que no van de la mano. Estuve un año sin trabajar, y hace algunos meses apareció la posibilidad del teatro, y siento que es una oportunidad que no me puedo farrear porque si no, no sé que voy a hacer, y por lo tanto tengo muchísimo miedo de hacerlo mal. Y estoy con terror. Paralizado. No sé qué hacer. Trato de no romper ninguna regla, de hacer todo con extremo cuidado. Tengo miedo de que si me despiden de aquí, no voy a ser capaz de encontrar otro trabajo. Pero al mismo tiempo estoy asfixiado. Siento que he perdido completamente mi autonomía. 183 V. Algunas lecturas Tengo frío. Estoy temblando. Me transpiran las manos. Respiro irregularmente por la boca abierta, siento el cuerpo todo tenso. Busco la retirada, los ojos desorbitados, siento miedo. (Susana Bloch) 1. Humberto Maturana El conjunto de signos corporales no es el miedo, son la señal de que hemos entrado en un dominio relacional con nosotros mismos, con los otros, y con el mundo en general. Este dominio relacional implica un modo de moverse, de oír, de reaccionar y responder particular. En el caso del miedo, paralizarse, huir, pedir ayuda, pelear… En el miedo me retiro, me escondo, cualquiera sea la situación en que me encuentre; reacciono fácilmente como si fuera atacado y escapo; me achico; me disminuyo; si puedo, me desplazo hacia donde no sea visto; reacciono la mayoría de las veces con la atención puesta en un supuesto peligro y con ceguera de mi entorno; mi lógica argumentativa es impecable, pero los fundamentos de mis argumentos están asociados a la desconfianza. 2. Susana Bloch Los estados emocionales que para mí se engloban bajo el concepto de miedo son el temor, la ansiedad, la angustia, el pánico, el terror. Todos estos estados tienen similares activaciones orgánicas y expresivas. Las personas ansiosas tienden a reaccionar con miedo frente a la más mínima causa. Viven atemorizadas. La ansiedad o angustia sería un miedo a situaciones abstractas, sin una causa clara, mientras que el miedo es reactivo a una situación particular. 3. Sue Breton El miedo es una emoción que reconocemos a través de una serie de cambios fisiológicos relacionados con el sistema nervioso autónomo y el endocrino. Su sentido básico es el de protección ante estímulos peligrosos, pero el ser humano, por su forma de vida, saca de contexto el carácter innato del miedo y lo versiona en estados similares sin esa función protectora. En los seres humanos, podemos decir, “que abusamos del miedo, pues hay comportamientos cuyas reacciones fisiológicas son muy parecidas, que están muy lejos de cumplir con la función de protección”. Citando a la misma autora, las diferencias entre, miedo, ansiedad, estrés y preocupación son: 184 miedo: reacción de supervivencia del cuerpo ante una amenaza inmediata ansiedad: reacción del organismo, a nivel cuerpo y mente, ante una amenaza, menos inmediata a la que la persona puede poner fin. estrés: reacción continuada del organismo, ante una amenaza que sigue sin resolverse. preocupación: igual a la ansiedad, pero el organismo no ejerce ninguna influencia, sobre ello. 4. Alexander Lowen El miedo es una emoción paralizante. El niño que teme a sus padres no tiene escapatoria. No tienen adónde huir. Para superar su estado de parálisis tiene que negar y suprimir el temor. El miedo se encuentra en el cuerpo. Todo músculo con una tensión crónica se encuentra en estado de temor, pero este se ve con más claridad en las mandíbulas apretadas, en los hombros levantados, en los ojos bien abiertos y en la rigidez general del cuerpo. Todos sentimos un temor consciente o inconsciente a soltar el control del ego y entregarse al cuerpo, al self, a la vida. Este temor tiene dos aspectos: uno es el temor a la demencia y el otro es el temor a la muerte.El temor a la demencia se origina cuando tenemos una conciencia subliminal de que demasiados sentimientos podrían desbordar el ego y traer como consecuencia la locura. El temor a la muerte se originaría, siguiendo a Lowen, en las rupturas de la conexión con el amor incondicional, o la amenaza de esa ruptura, que produce un shock en el organismo, y que tiene un efecto paralizador sobre el funcionamiento básico del cuerpo. VI. Reflexiones sobre el miedo La primera reflexión es que, como es evidente, existen varios tipos de miedo. Yo identificaría un primer ámbito, que es el miedo como una emoción básica frente al peligro. Es la emoción que nos toma frente a un peligro real e inminente, frente a un evento puntual. Un miedo que es, por así decirlo, natural, en el sentido de que lo compartimos con otras especies vivas complejas. Esta emoción nos gatilla una respuesta fisiológica inmediata, y nos paraliza y nos prepara para la reacción: huir, pelear o congelarse. Luego está el miedo más indeterminado frente a sucesos más abstractos e indefinidos. Lo que algunos autores señalan como temor, ansiedad o angustia. Aquí el objeto del miedo es más difuso y el mismo miedo está más instalado como un estado de ánimo, o como una estructura corporal, siguiendo a Lowen. Este es un miedo propiamente humano, en el sentido que es un miedo que anticipa y calcula, espera y argumenta. 185 Desde otro punto de vista, estos miedos indeterminados, abstractos, los clasificaría en dos clases: el miedo a la muerte y el miedo a la vida. Tengo la idea de que nuestros miedos se originan a partir de la experiencia de dos eventos inevitables para los seres humanos: la muerte y el sufrimiento. En la muerte comprendería la muerte propiamente tal, pero también la locura. En tanto que creo que en ambos, lo que se teme es finalmente la pérdida de nuestra individualidad, del ego o el self que somos. En la muerte, porque el ser que somos desaparece en la nada si es que no se cree en la inmortalidad. Es este individuo que hemos construido con su persona y sus máscaras, este ego el que se disuelve. Pero algo parecido ocurre en la locura: aquí no desaparecemos, pero nuestra individualidad se disuelve, se desborda. De alguna manera nos perdemos para nosotros mismos en tanto el ser que éramos. En la locura seremos otro, distinto del que hemos sido y de alguna manera el que hemos sido también desaparece. En la misma línea está el miedo a perder el control, que en la fantasía extrema nos llevaría a la locura. El miedo a lo desconocido se traduce en ser conducidos a un lugar en el que no sabemos quiénes somos. Aquí también incluiría a nuestros miedos más infantiles a la oscuridad, los monstruos y espectros de toda clase que amenazan mi vida. Aun más atenuado, pero dentro de la misma esfera situaría el miedo al menoscabo de la identidad. A que la identidad que yo quiero proyectar se vea afectada y en consecuencia, el mundo no me reconozca como el que creo y quiero ser, sino como otro. De alguna manera aquí también hay una pérdida a de mi individualidad, del ego que me he construido para operar en el mundo. Cuando se menoscaba, hay una muerte, aunque sea la muerte de la fantasía de mí en la que me cobijo. Como dije, por miedo a la vida me refiero al miedo a sufrir. Al dolor. Y quizás el mayor de todos es el miedo al rechazo, a no ser querido ni aceptado. El miedo a no ser cuidado ni sostenido, el miedo al abandono y a la soledad. El miedo al destierro, a ser un extraño entre extraños. El miedo a la pérdida del amor de los seres queridos. El miedo a sufrir cuando ellos sufren, a la separación de los padres. El miedo al menoscabo de la autoestima y a equivocarme, a no ser capaz, al fracaso, al futuro económico, a la pobreza, a sufrir privaciones, a no poder conservar lo que se tiene. El miedo a ser comparado, evaluado y no dar la talla. O el miedo a ser expropiado de lo que se tiene, el miedo a ser robado o estafado. El miedo a la pérdida material, a la incertidumbre y a lo imprevisible del futuro. Este miedo propiamente humano pareciera consistir en un movimiento. El que va de la certidumbre a la incertidumbre. En este momento, escribiendo este texto no siento miedo, nada me amenaza, no está sucediendo nada grave y nadie me quita nada. Pero más allá del momento actual, hay una capa profunda de mi mente que, consciente o inconscientemente, piensa en lo que podría ocurrirme en el futuro. Esa mente alerta me dice: “¡Ojo!, prepárate para el 186 futuro. No te confíes. No vaya a ser que…” El miedo es entonces anticipación y cálculo, ansiedad y necesidad de control. Es estrategia de evitación, y es esa anticipación de lo que todavía no ha ocurrido la que nos trastorna el ánimo y nos desvía y nos envenena los pasos. Y es esa desconfianza la que nos sugiere callar. Todo lo que usted diga puede ser usado en su contra. Por eso tengo derecho a guardar silencio. Para salvarme de mí. De lo que puedo decir y pueda ser malinterpretado y usado en mi contra, para perderme, para mi propia incriminación y condena. Callar se nos aparece entonces como lo más prudente para salvarnos, aun si nos sabemos y somos culpables. Callar, esa gran aspiración que nunca cumplimos. Calla, muérdete la lengua, no digas nada y sálvate. Es esa anticipación la que me aísla y me construye en soledad. Es la anticipación de la pérdida, de la ruptura en el amor la que me previene, cuida el corazón, me dice con voz callada: “No te entregues tanto, cuidado”. El temor a lo inevitable de que el otro me defraude, me hiera, no me vea, me impulsa a construir este corazón coraza, que no se entrega, que no descansa; y si lo hace, no lo hace nunca del todo, y es ese temor a la soledad lo que nos construye y mantiene en soledad. De lo que resultaría como hipótesis que el único antídoto contra el miedo a la soledad sería entregarse con el corazón abierto una y otra vez, amar y establecer una relación amorosa con los demás y con el mundo en general; y disolver el hielo, y dejar que el calor descongele esa coraza y confiar, a pesar de las rupturas y las vacilaciones; confiar en que habrá ahí otro para cuidarnos y sostenernos cuando sea necesario, porque mi amor ha construido un nido, o un árbol, o un prado en el que me puedo cobijar y descansar por fin de esta fiebre de anticipar y calcular el futuro. VII. El perfil unitario del miedo Qué aspectos veo como generales a todos nosotros en el miedo. Primero, una respuesta fisiológica: cuerpo alerta, tenso, contraído en los hombros. Con los ojos siempre abiertos. Un cuerpo que apenas respira, en inspiraciones cortas y sostenidas. Un cuerpo que se paraliza y luego se contrae para huir u ocultarse, o bien se expande para agredir y luchar. En el largo plazo, esa respuesta fisiológica se instala en un cuerpo amurallado, refugiado en una fortaleza inexpugnable. Un cuerpo que no se deja ser vulnerable, que se mantiene en actividad constante, que no descansa, que no se entrega. Que no se deja tocar. Siempre alerta. Siempre despierto. En segundo lugar, diría que el miedo nos impulsa a tres tipos de acciones o patrones de actuación en el mundo: Parálisis: no hacer, no moverse, no dar el paso sin antes exigir todo tipo de seguridades. No tomar riesgos sin garantías. Huida: evadir determinadas situaciones, no exponerse, ocultarse, callar, 187 pasar desapercibido, desaparecer. Lucha: pelear, agredir, competir, ganar, desarrollar estrategias para anticiparse, protegerse, fortalecerse, amurallarse. Tercero, creo que el miedo vive en el futuro. En la medida que es siempre anticipación de algo que puede ocurrir, pero todavía no ocurre. El miedo está gatillado por un pensamiento sobre el futuro, e incluso cuando es gatillado por un hecho, son las consecuencias reales o imaginadas de ese hecho las que nos generan temor. No el hecho en sí. Por eso el miedo es anticipación y cálculo, y preparación y prevención y control. Por eso no nos permite descansar, porque hay algo que hacer o dejar de hacer para evitar esas consecuencias, para aplazarlas, para amortiguarlas, para en lo posible lograr que no se produzcan. Necesitamos desesperadamente pensar en todas las variables y evaluar cómo las podemos controlar. Desesperadamente, porque no podemos esperar. Hay que actuar. Esperar no nos sirve. Necesitamos estar preparados. Cuarto, el miedo nos mantiene alertas, tensos, con los ojos abiertos. Desde ahí que las probabilidades de experimentar el gozo, la libertad y/o el amor pleno disminuyen dramáticamente, cuando no desaparecen. No hay entrega posible ni confianza ni alegría. De ahí que el miedo es, como dice Maturana, una pauta relacional con el mundo. Es una manera de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con la vida en general, que nos impulsa a separarnos; a mantener una distancia; a no comprometernos; a acumular; a asegurarnos; a racionalizar; a competir; a luchar y compararnos; a conquistar un lugar, una posición; a hacer cosas para que nos quieran; a no desafiar los límites para ser aceptados; a aguantar y no reaccionar; a no ser auténticos y renunciar a gritar y a afirmar lo que realmente queremos y vivir nuestra propia vida. Quinto, el miedo nos confunde porque nos aísla, nuestra capacidad de pensar se debilita en la medida que el pensar es siempre más rico con otros. El miedo nos impulsa al conflicto; en la medida que no nos atrevemos a salirnos de nuestros patrones de pensamiento, tendemos a autoafirmarnos frente a los demás y a no ver otras posibilidades, a desconfiar de ellas. Queremos estar seguros de nosotros mismos y para ello afirmamos nuestras creencias, nuestros patrones y nuestros dogmas. Por último, en términos de las relaciones que establecemos con el miedo, diría que, en general, tratamos de evitar enfrentarnos a nuestro miedo, escaparnos de él, librarnos de él. Tratamos de vencerlo, de reprimirlo, de disciplinarlo, controlarlo o traducirlo a los términos de otra cosa. Mi impresión es que nada de eso nos libera. Por el contrario, al evitar mirarlo directamente a los ojos, el miedo se agranda y se instala de una manera real y palpable. VIII. Mis aprendizajes 188 Si yo tuviera que resumir los aprendizajes hechos durante el programa, y que se concretan en este trabajo de investigación, los resumiría en uno solo: haberme liberado de buena parte de estos miedos que relato aquí. Hoy día siento que le he ganado un gran terreno al miedo, y que puedo abrirme a vivir con mayor libertad, confianza y entrega a los demás. Hoy estoy en una etapa de rediseñar mi vida en todos los ámbitos. Particularmente, en el ámbito laboral he tomado la decisión de tener un año semisabático, de manera de tener tiempo para explorar, descubrir e inventar nuevas maneras de hacer lo que hago. He decidido limitar mi jornada de trabajo a no más de seis horas diarias, y elegir los proyectos en los que me involucro personalmente y los que delego en mi equipo. He decidido hacerme un tiempo para mí, para aprender, para estudiar, y si eso significa limitar mi capacidad de ingreso transitoriamente también lo acepto. En el ámbito más personal he empezado a hablar más de mí. A dejar de ocultarme, a mostrarme con mis miedos, mis sombras, mis debilidades y no a partir de mis fortalezas. Le estoy dando un espacio a la vulnerabilidad y a exponerme, de manera de conectarme más intensa y auténticamente con la vida. Si reflexiono respecto de lo que me ha traído hasta aquí, tiene que ver con dejar de reprimir mi propio miedo y observarlo sin escaparme de él, sin justificaciones, condenas o represiones; observarlo como fenómeno, tal cual es. Pero además de observarlo, creo que el proceso ha pasado por reconocerlo. Tengo miedo. Tengo miedos. Reconocerlo, aceptarlo, dejar de pelear con él, dejar de oponerle la valentía y la audacia. Dejar de desafiarlo. Reconocerlo, aceptarlo, acogerlo. Creo que el proceso de este trabajo no se hubiera completado si no hubiera compartido mis miedos con el mundo. Si no les hubiera contado a los demás que tengo miedo, mucho miedo. Creo que el hecho de pararme delante de la sala y declarar simplemente eso, ha producido un efecto sanador y terapéutico. A partir de ahí lo siento disminuido. Ya no tiene el poder que tenía. En realidad, a partir de la declaración, sin juicios, sin necesidad de sostener una imagen de valentía, es que siento una gran libertad. A partir del momento que exhibo mi vulnerabilidad, mis debilidades y mis sombras, siento que puedo descansar y confiar, y me puedo dejar sostener. De vez en cuando, el miedo me asalta, pero ahora sé que lo único que puedo hacer es sonreírle. 189 La confianza en mí misma Marcela Pastirik Introducción El tema que elegí para investigar nació desde la inquietud de haber detectado en varias ocasiones la falta de confianza en mí misma, carencia que me posiciona en un punto de inacción, al no animarme a hacer cosas por miedo al fracaso o al ridículo, o por considerarme en una posición inferior a los demás. Por lo compartido con otras personas, esto no es exclusivo de mí, sino que esta situación es común a otros seres humanos. En el dominio personal, algo que percibo bastante frecuentemente es la falta de confianza en mí como mujer. Tengo el juicio de que no soy atractiva y eso hace que no haga nada para conquistar a un hombre que me guste. Cuando he conquistado a un hombre, lo he hecho sin darme cuenta, y siempre el juicio de “no ser atractiva” me hace sentir que cualquier otra mujer tiene más posibilidades que yo. Ahora lo puedo observar y también escuchar mi conversación privada al instante y como sé que es un juicio, trato de fundamentar el juicio contrario, basándome en afirmaciones de hombres que me han dicho lo atractiva que soy y logro seguir adelante. Sin embargo, es algo que siempre me ha perseguido y hace que cambie mi comportamiento espontáneo –que es el que resulta atractivo–, o que me coloque en estado invisible ante alguien que me atrae, dando por supuesto que no le voy a gustar y dejando de explorar las posibilidades. Aunque acepto los halagos de amigos hombres y de algunos hombres con los cuales he tenido alguna relación, siento que es como un fantasma, siempre me persigue… En el dominio de lo laboral, siento también que a veces no me animo a plantear algunos temas por esta falta de confianza en mí misma. Me considero una persona muy paciente. A veces me pongo a pensar si realmente mi paciencia es la que hace que espere que las cosas se resuelvan de la mejor manera o que los demás hagan lo que supongo que deben hacer, o si es falta de confianza en mí para poder plantear los temas en forma diferente. Eso es algo que me ha dado vueltas por la cabeza en los últimos tiempos porque muchas veces siento mucha bronca cuando las cosas no suceden, especialmente cuando los demás no cumplen compromisos asumidos. Siento que me lleno de rabia cuando reacciono y empiezo a escalar las cosas de otra manera. Y hoy quiero preguntarme si esto no tiene que ver con falta de confianza en mí para plantarme desde otro lugar a la hora de reclamar algo. Entre estos dos dominios que planteo, el que más me inquieta hoy es el de la pareja, el no tener una pareja y el no sentir la confianza en mí para poder hacerlo. En el ámbito laboral pienso que lo puedo manejar y que cumplo con mis objetivos, a pesar de que me genera molestia o rabia en algunos 190 momentos, pero no tiro la toalla de la forma como a veces me pasa en el ámbito personal. No sé qué sucedería en un emprendimiento personal, cosa que tengo ganas de hacer, pero no estoy avanzando todavía, pero me gustaría explorar cuánto tiene que ver la confianza en este no avance. Atrás de esa falta de confianza surge el miedo al fracaso, a equivocarme. Quiero que mi investigación sea inspiradora para todos aquellos que sientan que este tema también es importante en sus vidas y que puedan descubrir y aprender algo nuevo al leer este trabajo, que los ayude a reflexionar y, por sobre todo, que puedan entregarse a sus sueños y experimentar lo que quieran sin frenarse por esa falta de confianza en ellos mismos. Desde la mirada ontológica, me abro a reflexionar viendo a otros y viéndome a mí. Me pregunto: ¿qué me pasa a mí con la confianza?, ¿qué le pasa a otras personas con la confianza? Observaría nuestras vidas con otros ojos, para abrirnos al aprendizaje y la transformación. Miraría otras experiencias, las cuestionaría, cuestionaría las mías, profundizaría quitando capas y cuestionaría mis interpretaciones. Nada sería determinado y esto abriría muchas posibilidades. La acción genera ser, y el armar la obra de arte de nuestras vidas está en nuestras manos. De este modo, tal como lo he planteado, estaría cerca de cumplir con el objetivo de mi investigación: que inspire a descubrir y aprender algo nuevo, ayudar a reflexionar, tener otra mirada que posibilite y facilite la entrega a los sueños. Tener la posibilidad de vivir la vida de una mejor manera. Pararnos de una forma diferente. Desde la mirada ontológica las peguntas de las que deseo hacerme cargo a través de mi proyecto de investigación son: ¿En qué situaciones detecto falta de confianza en mí misma y/o en otras personas? ¿En qué dominios? ¿Tiene que ver con el uso del lenguaje? ¿Tiene que ver con el cuerpo? ¿Tiene que ver con las emociones? ¿Qué juicios aparecen en esas situaciones? ¿Con qué frecuencia pasa? ¿Con quiénes me sucede? ¿Qué precio pagamos o que perdemos cuando sentimos falta de confianza? ¿Cómo reaccionamos cuando detecto que alguien siente falta de confianza? ¿Cómo me doy cuenta de que siento falta de confianza? ¿Qué miedos siento cuando me invade la falta de confianza? ¿Qué hago para para superarlos? ¿Desde cuándo, desde qué momento de mi vida siento esa falta de 191 confianza? ¿En qué situaciones recuerdo en que me haya pasado? ¿Me pasaba de niña? ¿En el colegio?¿Con mis amigos? ¿Con mis padres? ¿Qué sentí en ese momento? ¿Existen experiencias en las cuales sucede lo contrario, es decir, en que siento confianza en mí misma? ¿Cuáles? ¿En qué dominios? ¿Con qué frecuencia? ¿Qué emociones reconozco cuando esto sucede? ¿Confío en los demás? ¿Me sucede seguido o es infrecuente sentir esta falta de confianza? ¿Proyecto esa falta de confianza en mis padres, en mis amigos, en mis pares, en mis colegas? ¿Qué me sucede cuando alguien en el cual confío me defrauda? ¿Qué siento? ¿Cómo reacciono? ¿Perdono? ¿En qué ocasiones perdono? ¿Hay ocasiones en las cuales no perdono? ¿Cuáles? Una vez que se quiebra la confianza, ¿vuelvo a confiar? ¿Me cuesta o me resulta fácil? ¿Siento que soy una persona confiable? ¿En qué dominios? ¿En el trabajo? ¿Con mis amigos?¿Con mi familia? Estas preguntas, además de planteármelas a mí misma, las he compartido con algunas personas para que me contaran algunas experiencias de su vida, las cuales me permitieron armar un perfil unitario atingente a mi tema de investigación. Al analizar qué tipo de acto lingüístico es mi tema de investigación, considero que LA CONFIANZA EN MÍ MISMA es una declaración, porque genero mundos totalmente diferentes cuando confío en mí o no confío en mí. I. Inventario de experiencias 1. Confianza en uno mismo Primera experiencia en la escuela primaria, yo tendría unos once o doce años, en los actos que se organizaban para conmemorar las festividades patrias, se realizaban distintas actuaciones. Recuerdo que en una ocasión, la maestra organizó una obra de teatro y no recuerdo bien si eligió a los actores y actrices pero, lo que sí recuerdo bien es que cuando nos comentó de la obra, yo quería ser la protagonista de ella y finalmente conseguí el papel. Ensayamos, preparamos la obra y salí al escenario orgullosa. Sentía nervios antes de salir a escena, pero en ningún momento quise evadirme de la situación por miedo a 192 fracasar o no hacerlo bien, o hacer el ridículo. Sentí plena confianza que podía hacerlo y después de esa vez, participé en otros más que se organizaron. Segunda experiencia: cuando me fui a vivir sola y compré el departamento. En ese momento, tenía unos 29 años y me decidí a ir a vivir sola y comprarme un departamento. No contaba con todo el dinero, por lo que le pedí plata prestada a mi papá, sin dejar de confiar en que se la iba a devolver y que podía ir a vivir sola sin problemas. De hecho, lo hice y no tuve inconvenientes. No sentí miedo. ¡Qué maravillosa experiencia! Tercera experiencia: en el 2003, me propusieron ir a vivir a México para ayudar a desarrollar una sucursal allá de mi empresa. En ese momento, lo pensé y me decidí a ir, sin saber qué iba a hacer y cómo me iba a sentir estando afuera, pero el desafío me atrajo y fui confiada en que me todo resultaría bien. Pensé en que si así no sucedía, me volvía y también me iba a ir bien. Fui a México, hice trabajos dentro de la empresa que implicaron desafíos grandes para mí y nunca dudé de que era capaz de hacerlos. Cuarta experiencia: cuando he tenido que dar un discurso o ser anfitriona de un evento en el trabajo, no he tenido problemas en pasar a hacer mi presentación o dirigir el evento delante de 400 personas en español y también en portugués (acepté irme a Brasil en 2008 para hacerme cargo del área de Recursos Humanos, confiada en que me iba a ir bien). Experiencias de otros Primera experiencia: cuando una amiga mía tenía ocho años, le quitaron las rueditas que sostenían su bicicleta para que comenzara a andar haciendo equilibrio. Ella se sintió confiada que lo podía hacer y pudo andar sola sin las ruedas, confiando y disfrutando sin necesitar ese sostén. Segunda experiencia: un amigo mío, en la universidad, estudió mucho para un examen final de Contabilidad, en el que necesitaba sacar un 7. Si lograba, podía irse de vacaciones. Al leer el enunciado del examen, y después de haberlo hecho y vuelto a hacer, se dio cuenta de que el profesor había cometido un error conceptual al escribir una parte del problema. Decidió resolverlo de dos formas: una asumiendo el error del profesor y otra confiando en lo que él pensaba y corrigiéndolo de acuerdo a lo que él había entendido que era correcto. Él confió en que tenía razón. Por su parte, el profesor reconoció su error y le subió el promedio a mi amigo. Tercera experiencia: el responsable de RR.HH. de una empresa, ante un cambio en el sistema global de evaluación de cargos, estudió los cargos de las áreas bajo su responsabilidad e hizo una proyección de cuánto valdrían después de una posible restructuración organizacional. Todos los líderes no aceptaron su propuesta porque querían que fueran evaluados de forma más alta. Tuvo que enfrentar a todos con argumentos diciendo que era más prudente evaluarlos para abajo y esperar la reestructuración para subirlos. A 193 pesar de que todos se quedaron insatisfechos, él confiado pudo hacer seguir su recomendación. Finalmente sucedió la reestructuración a nivel global y en su grupo hubo menos cortes de personal, debido a haber confiado e implementado su propuesta de evaluación. 2. Confianza en otros Me parece que la mayoría de las veces confío en todo el mundo. Para mí todos son confiables hasta que demuestren lo contrario. Me pasó que en varias oportunidades presté dinero sin comprobantes. Y aunque me fue mal, lo volví a hacer. Fueron tres veces y en las tres me fue mal, aunque en dos tenía promesa de devolución (pude reclamar después de mucho tiempo). Le doy mucho valor a la palabra. Y confío en que la van a cumplir, aunque espero mucho tiempo antes de reclamar (cosa que me cuesta). Cuando no se cumple, me da rabia, bronca. Me cuesta expresarlo y reclamar. Primera experiencia: con la gente de mi equipo, soy súper confiada. Me gusta delegar y confío en el potencial de las personas y trato de ayudar a que se desarrollen. Inclusive para que crezcan, les delego algunas responsabilidades mayores a las de su nivel, y los apoyo y soporto y motivo para que lo puedan hacer. He tenido muy buenos resultados con esto. Hay gerentes, incluso un director en la compañía, que fueron mis mentorados y los ayudé a crecer. Experiencia de otros Primera experiencia: para mejorar el clima laboral en un sector de la empresa, la responsable de dicha dirección confió en su equipo de trabajo y delegó la organización de desayunos y actividades con tal fin. La iniciativa fue llevada adelante por ellos, casi sin intervenir ella y confiando en su equipo. Los resultados fueron exitosos. Reflexión Antes de realizar este proyecto, creía que confiaba más en los demás que en mí, aunque después de relatar mis experiencias, me doy cuenta, con los distintos ejemplos, que hubo muchas ocasiones importantes en mi vida en las cuales confié en mí y que no los había registrado como tal. Tal vez por focalizarme en lo que me falta y no en los recursos que he ido desarrollando a lo largo de mi vida. Cuando alguien de mi equipo de trabajo se equivoca o hace algo mal, lo ayudo a que aprenda de ese error, no lo juzgo mal, y eso me lo han reconocido los que han trabajado conmigo. Pasa lo mismo con mis amigas. Algunas me han confiado cosas que no se las han dicho a nadie porque sienten 194 que yo no las voy a juzgar por nada, me digan lo que me digan. Eso me genera mucha satisfacción y me siento orgullosa. Cuando comparo mis experiencias de vida con las de otras personas que me compartieron las suyas, observo que hay muchas similitudes. Cualquiera de ellas pudiera ser una experiencia mía, y lo que observo en todas, es que por animarse a hacer algo, con el empuje de la confianza por detrás, se viven experiencias de crecimiento y evolución. 3. Cuando no siento confianza en mí misma Empezaré por relatar algunas experiencias en el ámbito estudiantil y laboral: Primera experiencia: en cualquier etapa de mi época estudiantil, sea la primaria, secundaria, universidad, no fui de participar ni preguntar nada. Cuando algún profesor o profesora hacía alguna pregunta a la clase, yo sentía que tenía que hacerme invisible para que no me vieran y no me hicieran hablar delante de todos por miedo a no saber qué responder o por miedo a responder en forma errónea. Segunda experiencia: en el trabajo, en las reuniones de directorio, muchas veces he recibido retroalimentación de colegas que me instan a participar más. Lo que me sucede es que cuando quiero decir algo, pienso y pienso antes de abrir la boca preocupada de decir algo realmente “interesante o inteligente” (mis juicios) y muchas veces se me pasa la oportunidad y ya otra persona dijo lo que se me ocurrió, y luego esto me da bronca porque perdí la ocasión de hablar. En este aspecto siento que he tenido un avance porque ahora participo más. Cuando estoy con personas con las cuales siento que no me van a juzgar por lo que diga, me animo a hacerlo. Cuando hay alguien que no conozco, me cuesta más Tercera experiencia: en el ABC pasé en la última conferencia al “¿Quien soy?, ¿qué me está pasando?”. Antes no pude. No me animé. Me ponía nerviosa, me daba miedo. Esto me sigue pasando, aunque racionalmente entiendo que es un ámbito de confianza, pero hay algo adentro mío que hace que postergue esas situaciones… Cuarta experiencia: me pasaba en las primeras sesiones de biodanza: no quería que sucedieran por miedo a no hacerlo bien y a hacer el ridículo. Después empecé a disfrutar las sesiones, pero varias veces mi cabeza estaba pensando en imaginar cuál sería el próximo ejercicio y si lo podría o no hacer. Quinta experiencia: en el Avanzado, pocos minutos antes de ser observada haciendo un coaching, me empieza a doler el estómago y mi conversación interna es la siguiente: “Ojalá no vengan, no me va a salir, no puedo quedar mal con mi compañera del ABC, qué va a pensar si estoy haciendo el Avanzado y no me sale el coaching como debiera. Ella que es tan inteligente y preparada”. O : “No voy a poder”. O: “Me va a decir el problema 195 y me voy a marear sin saber qué hacer.” Por otro lado, surge otra voz que me dice: “Esto es parte del programa y tienes que CONFIAR en el proceso de aprendizaje. Si no lo haces bien es porque necesitas aprender algo más y tienes que aprovechar estas oportunidades, no evitarlas. Evitarlas no te agregan valor, solo es postergar el momento para aprender”. Y así me quedo entre las dos conversaciones, hasta que empieza el coaching. Ahora me doy cuenta de que al escribirlo me tranquilizó, me quitó al menos por unos momentos esos juicios y pude fluir sin la invasión de ellos durante el coaching. Experiencias de otros Primera experiencia: Una amiga reprobó el examen de ingreso a la facultad a pesar de haber estudiado mucho. Al año siguiente se preparó en un instituto y finalmente pudo pasarlo. En los exámenes del primer año de facultad, especialmente en las primeras materias no sentía confianza que podía darlos bien porque pensaba que iba a seguir necesitando apoyo adicional. Sentía dolor de estómago antes de los mismos y a pesar de no haber aprobado algunos parciales pudo dar sus exámenes finales en forma satisfactoria. A pesar de eso siempre sentía temor de perder el cuatrimestre. Segunda experiencia: Un amigo cambió su vida de ejecutivo para independizarse. Durante esa transición, él no siente confianza para hacer los contactos comerciales con los clientes. A pesar de su experiencia de años en empresas, siente que es un área nueva en donde observa que tiene mucho que aprender al lado de su socio que tiene más experiencia. Tercera experiencia: de una colega del Avanzado, que relata lo siguiente: “Cuando hice el avanzado, me pasó que llegué a la tercera conferencia sin tener muy claro el estándar alcanzado en mis competencias como coach. Había sido observada por tres coach supervisores con miradas distintas en su devolución y no me sentía pisando un terreno seguro y cierto. Sin darme cuenta sentí que perdía la confianza en mi aprendizaje y a pesar de que en el primer día de encuentro tuve la devolución de mi estándar esto no fue suficiente para relajarme y fluir en lo que viniera que podía ser una nueva observación. Me sentía dudosa y no creí en esa devolución. Tal vez porque hubiese necesitado ir peldaño por peldaño durante el proceso de aprendizaje afianzando cada una de las competencias como coach y trabajando desde la no certeza y confiando en mi misma y en el proceso. Tal vez ha sido el aprendizaje posterior y al regreso de la última conferencia. Día a día y a partir de la práctica sigo aprendiendo y confiando en mí como coach y en el proceso de coaching.” Reflexión 196 En mi historia académica no tuve dificultades para aprobar las materias y siempre lo hice con buenas notas. No estoy acostumbrada a exponerme equivocándome, y en algunos casos en que detecto alguna dificultad para que me salgan las cosas bien, trato de huir de la situación. Cuando observo las experiencias relatadas por otras personas, percibo que detrás del impedimento de o la cohibición a hacer algo, todos la pasamos mal, sufrimos, sentimos incomodidades y, además de todo eso, nos perdemos oportunidades. Me pregunto si en vez de sentir todo eso, hiciéramos las cosas confiando, y si en el peor de los casos nos fuera mal, ¿no estaríamos ganando experiencia y aprendizaje? ¿El no hacerlo nos genera algún beneficio? En los primeros coaching, sentí como si me hubiera olvidado de lo aprendido en el ABC y fue como comenzar de nuevo. No sentía que me iba bien y eso me generaba frustración. Llegué a imaginarme que eran ideas mías e intenté relajarme, con la hipótesis de que mi juicio era exagerado, así que esperé los feedbacks. Al recibir los primeros dos feedbacks, confirmé que mis incompetencias eran incompetencias y ahí intenté huir. Empecé a sentir desgano por hacer coaching. Evité ser observada en el primer regional, y con un montón de excusas que armé en mi cabeza hasta pensé en desistir del programa. No lo hice, y en el segundo regional me ofrecí para ser observada, haciendo un intento de entregarme al proceso. Conversando con otros participantes del Avanzado percibo que estos miedos e inseguridades son compartidos. Muchas de nuestras conversaciones durante el proceso de aprendizaje se centraban en la falta de confianza, a pesar que nos decían: “CONFÍEN en el proceso”. Y muchos teníamos resistencia a ser observados al hacer coaching. Los estándares que cada uno de nosotros nos íbamos imponiendo eran cada vez más altos, hasta que después de ir caminando e ir entregándonos al aprendizaje, fuimos descubriendo que lo importante era la conexión con el otro, y a partir de ahí empezaron a aflorar nuestras competencias. Cuando no confiamos en nosotros es cuando sentimos que no tenemos las competencias necesarias para dar los resultados esperados, que podemos equivocarnos o hacer algo mal, y eso nos genera angustia y vergüenza ante los demás por cometer un error y por sentir que no somos capaces, por tener miedo a los juicios de los demás y que estos nos marquen. En el ámbito personal Primera experiencia: mi segundo novio no confiaba en mí. Fue mi primer amor y era extremadamente celoso, haciéndomelo notar en todo momento. Yo estudiaba ingeniería y la mayoría en el aula eran hombres. Él me cuestionaba el por qué mis compañeros me llamaban siempre a mí. Una vez en un casamiento, me hizo una escena porque decía que había algunos que me estaban mirando toda la noche. No pude hacerle entender que no era así y ese 197 día discutimos violentamente a causa de eso. Me daba bronca que desconfiara de mí. Segunda experiencia: en agosto de este año conocí a Juan en un vuelo corto, de San Pablo a Buenos Aires y hablamos durante la segunda mitad del vuelo. Me resultó atractivo, me gustó la forma de hablar y le di mi tarjeta. En ese momento, cuando empezamos a hablar, mi cabeza y mi corazón estaban ocupados por otra persona. Comento esto porque algo que suelo hacer, es que cuando no me gusta alguien o cuando no tengo ‘intenciones de conquistarlo’, suelo comportarme de forma más espontánea y sin estar presa de mi conversación privada, sin tener que estar validando lo que voy a decir, para decir lo que creo que es lo mejor ¡como si lo supiera! Después de un tiempo me invitó a cenar. Acepté la invitación y me puse muy contenta, pero nuevamente un montón de juicios invadió mi pensamiento: “No soy atractiva”, “¿qué ropa me pongo? ¡me queda todo horrible!”. “No le voy a gustar”, “se va a arrepentir al verme”. Finalmente, nos vimos para cenar y la pasé muy bien, pero estaba atenta de cómo me sentaba para disimular mis kilos demás de modo que él no ‘se diera cuenta’. Quiero dar un nuevo salto para poder disfrutar de una relación sin miedos, dejando de lado mi conversación privada llena de juicios negativos sobre mí misma. 4. Reflexión en el ámbito personal Pensando un poco más acerca de otras relaciones que tuve, generalmente mi actitud es reactiva. Cuando me piden o llaman o proponen, respondo, siempre estoy a disposición. Cuando yo quiero algo, no soy proactiva, no genero la ocasión, no demuestro, por miedo a que me digan que no, por suponer que no van a querer, por no cometer algún error. Soy consciente de que todos estos son juicios y suposiciones, pero es algo que me pasó y me sigue pasando. Y cuando me pasa, por un lado me da bronca que me pase, porque entiendo que no debiera ser así, además de pierdo oportunidades de generar relaciones; y por otro lado, me invento alguna historia para justificarme. Necesito sentir una cierta seguridad de que la otra persona está conmigo, de que me quiere, de que tiene interés en mí, para ser espontánea, proactiva o preguntar todo libremente. Muchas veces me he estado observando y veo que cuando soy espontánea, cuando no estoy validando mi conversación privada o pensando en hacer las cosas para no equivocarme, me va mucho mejor. Así conquisto a un hombre, cuando no estoy pensando en qué hacer para conquistarlo. Lo que valoro es la personalidad del hombre, que tenga valores, que sea inteligente, responsable, divertido, etc. Cuando he estado más delgada también sentía lo mismo. Tal vez no tanto por no ser tan evidente el sobrepeso, pero siempre ese fue un elemento que “pesaba” como justificación del fracaso al no poder conquistar al hombre 198 que me gustaba. Ese elemento tenía más prioridad que todos mis otros recursos, y que me hacen ser una mujer atractiva: soy inteligente, divertida, ocurrente, buena persona, etc. Ahora, a raíz de que inicié este proyecto de investigación, estoy cuidándome, adquiriendo hábitos saludables de comida, haciendo ejercicio y me siento muy bien con eso. Siento que he ganado una batalla, pero de forma diferente a las batallas del pasado cuando sonaba a lucha y esfuerzo. En este momento suena a elección y estoy caminando por un sendero más saludable y lo estoy disfrutando. Estoy satisfecha de cómo me siento respecto a este tema y, usando una metáfora, la de la muñeca rusa, las llamadas mamushkas, quité un par de las muñecas del exterior, y al quitarlas disolví algunos patrones viejos. Seguramente van a surgir nuevos interrogantes y nuevos aspectos de mí a explorar que antes estaban ‘justificados’ por no ser atractiva físicamente, según mi observación. Me entusiasma el hecho de seguir abriendo puertas o, metafóricamente hablando, ‘quitando otras muñecas’. II. ¿Cuál es el patrón de comportamiento? Profundizando un poco más sobre la confianza en mí misma con el ejercicio de la dignidad, el patrón que identifico en común de todas estas experiencias es el merecimiento. Al relacionarlo con la confianza, y especialmente en el dominio personal y de las relaciones con los hombres, me pregunto si en el fondo no existirá algún juicio que tenga acerca de si merezco estar con tal o cual persona. Si yo pienso que voy a molestar a alguien llamándolo, como en las experiencias que he narrado, ¿en qué lugar me pongo? En un lugar inferior y de no merecer estar con esa persona. ¿De dónde viene el juicio de no merecer estar con determinada persona? Es sentir que no soy lo suficiente. Creo que muchas veces escuché de niña, y actualmente también, especialmente de parte de mi mamá, juicios sobre la estética relacionada con el sobrepeso. Aquí, algunos de estos: Comentarios actuales de mi mamá mirando TV: “¡Mirá que gorda está!, ¡mirá las piernas que tiene!, ¡cómo usa esa ropa con ese ‘rollo’ en la panza!”; y otros comentarios sobre parejas, por ejemplo: “Fulano se puso de novio con fulanita, pero no es muy linda fulanita”. Mi abuela paterna también hacía ese tipo de comentarios; por ejemplo: “La vecina se puso de novia; ¡mirá qué lindo chico que se ‘agarró’!”. Al oír discusiones entre mi abuela paterna y mi mamá, o críticas de mi abuela hacia mi mamá, muchas de ellas en la mesa a la hora de la comida, mi papá (hijo único) no intervenía. Mi abuela seguía con su postura y mi hermana y yo permanecíamos calladas. Sinceramente, hubiera querido parar esa situación, pero era chica y no sabía cómo huir. No me podía levantar de la 199 mesa, era mala educación; entonces comía, sentía impotencia, bronca, no la expresaba. Sí la expresé cuando ya fui más grande. ¿Será que ese juicio de “no ser físicamente perfecta” haga que sienta que no merezca a tal o cual hombre para que esté conmigo. ¿Será eso lo que limite mi autoconfianza? Estoy suponiendo que “no le voy a gustar” y estoy escuchando las voces de mi mamá o mi abuela. Si tengo una cita con alguien, como me pasó con el que salí a cenar en Brasil, me angustio y doy vueltas hasta encontrar la ropa con la cual me vea atractiva y no muestre las imperfecciones. Es como si estuviera escuchando la voz de mi mamá, pero ahora esa impotencia no debiera ser impotencia, no soy la misma niña y tengo la capacidad de poder convertirlo en posibilidades de acción. No tengo registro de que mi papá hiciera ese tipo de comentarios. Recuerdo que muchas veces de adolescente, cuando me vestía para salir, le preguntaba si estaba bien, antes de partir. Si había algunas opciones de ropa, le preguntaba cuál le gustaba más. Me doy cuenta de la autoridad que les sigo otorgando a mis padres, porque incluso actualmente a veces también lo hago frente a ambos, especialmente si tengo alguna fiesta. Cuando vivía afuera, un par de veces que tuve casamientos y me compré vestidos, se los mostraba por fotos para ver si les gustaban y a mi hermana también. Sin embargo, me parece que algo ha cambiado en mí porque, si bien sigo pidiendo opiniones, las tomo como una opinión más, pero finalmente hago/decido lo que a mí me parece. III. Perfil unitario del tema Revisando mis experiencias y las que me han compartido otras personas, encontré patrones comunes relacionados con la falta de confianza. Me doy cuenta de que en el fondo la falta de confianza implica la actitud de poner foco en lo faltante, en los riesgos y en las posibilidades de fracaso en vez de mirar los recursos que cada uno de nosotros tenemos y procurar el deseo de experimentar para pasar a la acción, aceptando que existen las mismas posibilidades de éxito que de fracaso. Confiar en uno mismo es como un motor interno que ayuda a animarse y empujar a hacer cosas nuevas, independientemente de la mirada de los demás. La confianza es un atributo que promueve estar siempre en el camino del aprendizaje. Un mundo en donde prevalezca la confianza es un mundo que tiene más posibilidades de evolución, de transformación. Conversando con otras personas, en el momento de NO animarse a hacer algo, de inhibirse, me da la sensación de que se generara “amnesia” de los recursos propios. Esto produce una especie de parálisis que bloquea el 200 hacer, y las conversaciones internas que surgen tienen que ver con: “NO lo van a aceptar”, “NO me va a salir bien”, “NO lo hago por esto o por lo otro”, y muchas veces son excusas provienentes del exterior. Surge así el sentimiento de “aceptar” las situaciones como son y crear narrativas que justifiquen el por qué son así a partir de nuestra mirada metafísica, dejando de lado los recursos propios y las posibilidades que se pudieran generar al usarlos. En el fondo, surge una sensación de derrota antes de participar en el juego de la vida. Los motivos que generan esa sensación de derrota son los juicios que tenemos sobre nosotros mismos, pero puestos en la voz del otro. El otro va a pensar pero es lo que yo me digo en mi conversación privada, y hace que se produzca un bloqueo dentro de nosotros. Esa sensación de “derrota por adelantado” está acompañada de bronca y frustración, y aparecen juicios de no merecimiento que tienen que ver con la no dignidad y la no valoración de cada uno de nosotros. Ahora que volví a las experiencias relatadas y fui colocando partes en el texto intermedias en los párrafos, creo que encuentro una relación entre el no cuidarme y engordar con el esfuerzo. Así, cuando algo me cuesta mucho y no me sale fácil porque me requiere esfuerzo, a mi juicio más de lo habitual, trato de huir. Por ejemplo, en los coaching, en las exposiciones en inglés, y en tomar algunas decisiones. Como no lo puedo hacer y huyo, busco cómo “taparme” y por eso engordo. Tal vez, para algunos seres humanos, en los momentos en que hay que realizar acciones que nos cuestan un esfuerzo mayor al que estamos acostumbrados, o no sabemos cómo hacerl algo, usamos el mecanismo de evasión, de huir de tal o cual situación. Cuando sentimos autoconfianza, somos capaces de explorar nuevas posibilidades y aceptar que el error o el fracaso como una más de esas posibilidades, ya que estamos focalizando en los recursos y no en las carencias. Siento que la autoconfianza está relacionada con la abundancia, y no con la escasez. La abundancia desde el sentido de aceptar que hay de todo para todos y que todos tenemos recursos para seguir aprendiendo para lograr lo que nos es importante o valioso en un momento de nuestra vida. IV. Otros autores Revisando algunos autores relacionados con el tema de la confianza, me llamó la atención una experiencia que se hizo en la Universidad de Ohio, que tiene que ver con cómo influye la postura corporal en la mejora de la autoconfianza. Según Richard Petty, uno de los autores de la investigación, psicólogo y profesor de dicha universidad: “si alguien se sienta derecho, termina creyendo en sí mismo simplemente por la postura en la que se encuentra”. Los resultados se publicaron recientemente en la Revista Europea de 201 Psicología Social. Dentro de las conclusiones de los autores, se resaltó asimismo el hecho de que la gente no suele ser consciente de que la postura sí afecta la confianza en sí mismo, y que suelen solo referirla a la mente. Esta investigación coincide con mis observaciones respecto a mi corporalidad en los momentos en los cuales sentía confianza o falta de ella. Esto muestra que una posible intervención para aprender a ganar confianza en uno mismo es actuar sobre la postura corporal y lograr un desplazamiento del observador. Otro autor al respecto es Nathaniel Branden, psicoterapeuta canadiense, quien escribió lo siguiente en su libro Los seis pilares de la autoestima: La autoestima se manifiesta de una manera sencilla y directa. Cuando observamos en una persona la mayoría de las siguientes cualidades, seguramente estamos frente a alguien que tiene un saludable nivel de autoestima. La autoestima proyecta el nivel de placer que experimenta una persona por el solo hecho de estar viva, en la expresión de su rostro, en su modo de hablar y en su lenguaje corporal. La autoestima se expresa en la tranquilidad con la que se habla de las virtudes y de los defectos, de forma directa y honesta. Se manifiesta en la comodidad y el placer que la persona experimenta al dar y recibir cumplidos, afecto o amor. La autoestima se expresa a sí misma en la flexibilidad personal al responder a obstáculos y desafíos, ya que se confía en uno mismo y no se ve la vida como algo desagradable o penoso. La autoestima permite conservar el equilibrio emocional en situaciones de estrés. Al leer los pensamientos que Branden nos comparte en su libro sobre la autoestima, me hacen reflexionar acerca de la relación entre autoestima y autoconfianza: ¡cuántas coincidencias existen entre ambas! Y como la autoestima nutre a la autoconfianza, ambas facilitan la generación de posibilidades, de aceptación de la imperfección y lo maravilloso que es darse cuenta de que hay cosas por descubrir y aprender. A nivel emocional, con autoestima y/o autoconfianza aparece la liviandad y la no generación de estrées, hay tranquilidad. Otro autor, Ralph Waldo Emerson, filósofo, en su libro Confianza en uno mismo, escribe: El hombre debería observar más que el esplendor del firmamento de bardos y sabios, ese rayo de luz que atraviesa su alma desde dentro. Sin embargo, rechaza su pensamiento precisamente porque es suyo. ¡Qué magníficos oráculos nos ofrece la naturaleza en este texto, en la conducta y en el rostro de los niños, de las criaturas y los animales! Su mente se haya aún entera, sus ojos no han sido dominados aún, y cuando miramos 202 sus semblantes nos quedamos desconcertados. R. W. Emerson me deja pensando, trae al alma y al corazón como fundamentales al momento de ser uno mismo. Me inspira a decir que confiar en uno mismo es conectar con el alma y el corazón, y amarnos. También invoca el momento en cuando éramos niños, donde la mente no estaba invadida de juicios que nos quitan poder. Me inspira a relacionar la confianza con la libertad para actuar, y a soltar y jugar por el camino por donde nos lleve nuestra intuición. V. Mis aprendizajes Este proyecto de investigación me ha hecho mirar con lupa el tema de la autoconfianza y la falta de la misma, que en tantas ocasiones sentía que me había hecho dejar pasar oportunidades de aprender y de evolucionar, y no solo eso, sino que sufría por no poder superar esas situaciones. Hoy, después de 10 meses, tengo una percepción distinta de mí misma respecto a este tema. He conseguido vencer algunos temores y animarme a experimentar algunas cosas, como exponerme en algunas situaciones. Tal como hace una semana, en el último regional, que con la presencia de Alicia levanté la mano para ser coach y ser observada. Lo hice impulsivamente, entregada a aprender, aceptando que tenía cosas que mejorar y que si no aprovechaba ese espacio, iba a perder una valiosa oportunidad. Me sentí contenta conmigo de poder haberlo hecho. No fue fácil, e incluso tuve muchas conversaciones internas antes de ese momento. Sin embargo, me elevé para poder mirar desde otro lugar lo que estaba pasando, y ahí descubrí el mecanismo que uso para inventarme historias y postergar acciones, que es una forma de intentar huir. En esta ocasión me conecté con mi alma y mi corazón, y me propuse estar presente y dar lo mejor de mí para ayudar al otro; me entregué a la experiencia de aprendizaje. Disfruté el hecho de aprender y me di cuenta de que estaba feliz por lo importante que había sido no haber dejado pasar esa oportunidad. La experiencia me sirvió para ver qué cosas tenía que aprender y tomar conciencia de mis recursos. No como antes, en donde solo veía lo faltante o, mejor dicho, lo que a mi juicio creía que faltaba sin realmente experimentar y tomar conciencia de qué cosas tenía que aprender y de la riqueza de mis recursos disponibles. Otro aprendizaje, gracias a este proyecto, es que antes no aceptaba mi cuerpo, solo me concentraba en sus carencias. No lo cuidaba, olvidándome de la conexión que tenía con los otros dominios (emoción y lenguaje), dejando de lado la posibilidad de actuar sobre él para trabajar en el equilibrio en relación con otros aspectos. Hoy puedo decir que lo acepto, amo y lo cuido, que puedo hacer intervenciones en él para ayudar a producir una transformación en el tipo de observadora que soy. 203 Desde la experiencia de mis aprendizajes, después de la segunda conferencia, un día sin mucha planificación decidí dar un paso, que venía también postergando. Se trataba de hacer alguna acción para quitarme de encima algo que me estaba molestando. Esa molestia eran los kilos de más, el tener restricciones en usar la ropa que quería y que ya tenía en el armario. Además de la molestia de sentirme pesada e incómoda y cansarme físicamente. Fui al gimnasio. Empecé tres veces por semana. Por la mañana temprano asistía a las sesiones de gimnasia y comencé a cambiar la alimentación. Esta vez había algo diferente que en intentos anteriores. Estaba muy atenta a lo que mi cuerpo me iba pidiendo, lo estaba escuchando, estaba alerta a las amenazas que pudieran aparecer; recibía estas y observaba el fenómeno y lo relacionaba con otras experiencias y con los descubrimientos que hice durante la confección de este trabajo. Intentaba entender de dónde venían las amenazas, y lo que perdía y ganaba, y cuánto dejaba de quererme al decidir descuidarme. Descubrí que esta vez no lo hacía por querer cumplir con un estándar de la sociedad o pensando en la mirada de los hombres y querer ser más atractiva. Esta vez fue algo muy particular y diferente que las otras veces: era YO quien lo estaba disfrutando, YO me estaba gustando, eran MIS ojos que estaban mirando y estaban viendo los logros, no los de los demás. Era por mí, era para mí. Hoy voy con entusiasmo a las clases de gimnasia. Perdí doce kilos, me alimento en forma saludable disfrutando, siento que lo hago de forma natural. Escucho lo que mi cuerpo pide y le concedo deseos con el fin de estar mejor. No solo estoy escuchando a mi cuerpo, sino estoy registrando qué es lo que necesito para estar mejor en todo sentido. Hoy siento mucha paz y tomo las cosas con más liviandad. Me veo más liviana y me ven más luminosa. Así me me lo han dicho algunas personas. Siento como si fuera un imán que cambió su polaridad. Esto se traduce en cambios en la forma de atraer a los demás, la calidad de dicha atracción. Lo observo en distintas conversaciones, en las distintas maneras de relacionarme con los demás, en la nueva forma de mostrarme, o tal vez en empezar a mostrarme más. Simplemente por el hecho de haber podido dar un salto y ser una observadora diferente y que eso repercuta en los sistemas a los que pertenezco, me siento muy agradecida y feliz con lo aprendido y desarrollado a lo largo del proyecto. A partir de ahora, hay muchos otros cambios que voy a realizar porque soy capaz de observar las posibilidades de lograrlo. Me sentiría muy feliz y satisfecha si los lectores de este trabajo les surjen muchas preguntas para hacerse a sí mismos, reflexiones nuevas, ganas de explorarse y/o de pedir ayuda. Tal vez algunos se identificarán con mis experiencias por su similitud con las propias, o con las experiencias de las 204 otras personas también relatadas en este trabajo. Ojalá les resulte inspirador para explorar sus propias experiencias, aprender de ellas, puedan ver que existe la posibilidad de evolucionar, de transformarse para convertirse en otro tipo de observador. 205 La mujer que abandona por miedo a ser abandonada. Diseñando una nueva mujer Milagros Velásquez Introducción Cuando seleccioné el tema que le da título a esta investigación con motivo del Programa Avanzado de Coaching, me focalicé en la historia de miles de mujeres, pero en especial, abordé mi experiencia. Me resulta interesante verme como su protagonista, para quien al igual que para otras mujeres, el abandono ha representado dolor en sus vidas. Esa dificultad para reencontrarse y amarse a sí misma, esa dificultad para encontrar las fuerzas internas que le permitan desprenderse del dolor causado por el abandono. ¿Qué me lleva a investigar sobre este tema? Desde pequeña me ha llamado la atención las historias que escuchaba en mi sistema familiar, en las que las mujeres han experimentado el abandono de un hombre, que llega y luego se va. Son varios los casos que puedo mencionar: mi abuela, mi madre, tías, son historias que se repiten. Pareciera que quedó instaurado en mí un miedo de ser otra mujer dentro de ese sistema, abandonada por su pareja. ¿Qué tiene de diferente esta propuesta? Tal vez el solo hecho de ser narrada y abordada por una mujer que lo ha vivido, quien entrega su mirada desde su completa desnudez y humildad. En la aproximación al tema, analizo y reinterpreto su significado haciendo fenomenología del mismo, junto a la autoindagación y reflexión. Desde la propuesta ontológica, puedo observar el abandono través de mis narrativas y juicios. Toma cuerpo como una experiencia que ha tenido lugar en mi vida. Se trata de pararme y conocer sus bases fundamentales, conocer los juicios que me acompañan cuando pienso esto: “los hombres vienen, comen y se van”, “si su marido le sale malo, usted lo deja, “no estás para aguantar que otro le venga a echar vaina”; “estudie, prepárese, trabaje, eso es lo importante”. ¡Cuántos juicios escuchados en casa al respecto! ¿Cuánto de eso he modelado? ¿Cuánto vacío y cuanto amor he buscado en mi vida? El documento que en las páginas siguientes se expone, intenta mostrar el abandono desde la mirada de una mujer. Estoy consciente de que también los hombres padecen en sus vidas el dolor causado por el abandono, sin embargo, a efecto de esta investigación, no se aborda como caso de estudio, considerando, por lo rico del tema, su tratamiento e investigación en forma separada. A lo largo de esta propuesta transitaremos por seis capítulos o partes que nos permiten penetrar y descubrir un poco más sobre este fenómeno. I. El miedo a ser abandonada Comenzaré con una pregunta: ¿qué representa el abandono? Para 206 responder esta interrogante, me surgió la inquietud de conocer quién fue la primera mujer abandonada o que abandonó a su pareja. Me encontré con la figura de Lillith. ¿Quién fue ella? Mariela Michelena, en su libro Mujeres malqueridas, reconstrucción de la identidad más allá de la pareja, nos narra que de acuerdo a “la mitología hebrea, antes de Eva fue creada Lillith, a imagen y semejanza de Dios, igual que Adán. No provenía de su costilla, sino que era su igual. Según el mito, Lillith abandonó a Adán. El caso es que Lillith era una mujer libre que hacia las cosas a su manera y por ser libre fue exiliada al mar Rojo.” Adán y Lillith nunca hallaron armonía juntos, pues cuando él deseaba tener relaciones sexuales con ella, Lillith se sentía ofendida por la postura acostada que él le exigía. ¿Por qué he de acostarme debajo de ti? — preguntaba—, yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual. Como Adán trató de obligarla a obedecer, Lillith, encolerizada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó. Saliendo del Edén fue a dar a las orillas del Mar Rojo (hogar de muchos demonios). Allí se entregó a la lujuria con éstos, dando a luz a los lilim. Cuando tres ángeles de Dios fueron a buscarla (Snvi, Snsvi y Smnglof), ella se negó. El cielo la castigó haciendo que muriesen cien de sus hijos al día. Desde entonces las tradiciones judías medievales dicen que ella intenta vengarse matando a los niños menores de ocho días, incircuncisos.3 Este mito, me lleva a pensar que el abandono ha estado presente desde la creación del hombre y la mujer, convive con nosotros, y que en cualquier momento podemos vivir una experiencia ligada al abandono y sumergirnos en él. Si observo a mi alrededor, puedo encontrar a diario diferentes situaciones que me muestran este fenómeno. Niños abandonados por sus padres y que se encuentran deambulando por las calles, otros llevados a una Casa Hogar, maridos que abandonan a sus mujeres, mujeres que abandonan a sus maridos. En algunos casos, el abandono lo vivimos dentro del sistema familiar sin percibirlo; por ejemplo, mis padres salían a trabajar, así que mis hermanos y yo estábamos todo el día solos. Otras veces es la misma persona quien se abandona, y escuchamos decir: “Se echó al abandono, su vida carece de sentido”. Profundizando un poco más sobre el tema, cabe preguntarse, ¿es el abandono del vientre materno la primera experiencia de abandono al cual el ser humano se enfrenta? El Dr. Thomas Verny, en su libro La vida secreta del niño antes de nacer, sostiene: El útero es el primer mundo del niño. La manera en que lo experimenta, como amistoso u hostil crea predisposiciones de la personalidad y el carácter. Las emociones, los sentimientos, los pensamientos y las creencias de la madre hacia su embarazo, hacia ella misma y respecto a la vida, pueden influir decisivamente en la “manera de ser” del niño, entendiendo por “manera de ser” todo un conjunto de tendencias y actitudes hacia la vida, 207 el mundo, los otros y hacia sí mismo. Así pues, el útero materno debería ser ese lugar paradisíaco donde el niño encontrara todos los ingredientes necesarios para su desarrollo. Normalmente, damos por supuesto que esto ya es así, pero nos equivocamos. El niño intrauterino no sólo tiene necesidades físicas, también tienen necesidades afectivas como todos los seres vivos, y a menudo estas últimas no le son reconocidas. La crisis de esta etapa es el nacimiento porque la crisis es oportunidad, es un cambio y el nacimiento es justamente eso. Apoyándonos en la tesis anterior, considero que aun antes de nacer podemos sentir en el mismo vientre materno la vivencia de ser abandonados afectivamente, que hace crisis con el nacimiento, cuando abandonamos el útero de la madre, evento de alta carga emocional para el bebé, que queda grabada en lo más profundo de su ser. En mi caso en particular, siento que tiene sus raíces antes de yo nacer. Mi madre, en sus discusiones con mi padre, huía, se refugiaba en casa de su abuela. En una de esas discusiones, mi madre tomó la decisión de no regresar y finalizar la relación, sin saber que estaba embarazada. Mi padre le creyó y tomó la decisión de suicidarse al no aceptar la separación, el abandono por parte de mi madre. Cuando vuelvo mi mirada a las mujeres en mi familia, pasando por mis abuelas, madre y tías, me encuentro con ejemplos palpables de mujeres que han sido abandonadas. Hombres que se hicieron presentes en sus vidas, para luego marcharse y no aparecer, desde allí el juicio: “los hombres vienen, comen y se van”. Como dice la canción del grupo Mocedades: “amor de hombre que estás llegando y ya te vas una vez más”, historias que se repiten. Ese miedo lo puedo reconocer, es el dolor que ellas sintieron que también es el mío. Tal vez inconscientemente me preguntaba si yo seguiría en ese ciclo. En mis relaciones de pareja, cuando experimentaba displacer y estancamiento, huía, en lugar de afrontar la situación que producía tal insatisfacción. He sentido desesperación, angustia, algo más allá de mis fuerzas. Encontraba la excusa perfecta que justificaba mi partida. En realidad, me marchaba por miedo a ser abandonada, por eso soy yo quien tomaba la decisión de irse, de emprender un nuevo camino, una nueva pareja, una nueva vida. Me iba, sin importar los sentimientos de la otra persona. Era una huida sin previo aviso. Cuando la idea estaba presente en mí, no dejaba de pensar en ella, buscaba los argumentos hasta tomar la decisión. Me marcho sin cerrar el ciclo, sin abrir conversaciones, sin querer abordar el tema. ¿Por qué estuvo presente esa idea en mi mente? Tal vez, porque el primer abandono lo viví en el vientre de mi madre, la partida de mi padre antes de mi llegada. Arribar a este mundo carente de uno de mis pilares ha significado sentir la pérdida, la sensación de que algo falta. ¿Cuándo identifiqué esa carencia? Tenía seis años cuando mi abuela murió, entonces comencé a sentir la ausencia de mi abuela, así como su amor y protección. Me sentía triste, tímida. La primera vez que identifique e hice 208 consciente esta carencia fue en Querétaro, en el año 2007 y asistía a la Primera Conferencia del Programa de Coaching ABC. Me tocó en esa oportunidad realizar un ejercicio y, al trasladarme a mi niñez, pude verme de seis años. Me encontré con la muerte de mi abuela, mi protectora y figura de suma importancia afectiva para mí. Al visualizarme allí, me sentí aterrada, me sentí sola, abandonada, ella se había marchado sin despedirnos. Sentí un profundo dolor, pude llorarla por primera vez ese día. En marzo de 2010, en una sesión de Bioenergética, sin saber cómo, se repitió exactamente la misma imagen, el mismo miedo. Al principio no podía gritar, luego grité tanto para sacar el dolor reprimido en mi pecho. Ahora interpreto que desde muy pequeña asocié miedo y dolor con la pérdida de un ser querido. Mis padres me dieron la vida, uno de ellos me faltó, me he sentido a medias, inestable. He tenido la dicha de recibir la protección y el amor incondicional de mi madre, el sentirme segura a su lado; entonces, ¿qué fue lo que le faltó a esa niña? Me faltó el amor paterno, su autoridad y su guía, que me mostrara el camino hacia el mundo. Me faltó la alegría de encontrarme en sus brazos, de decirle papá. Esa palabra no se la he dicho a nadie; a mi padre de crianza siempre le he llamado por su nombre. Me faltó que me tomara de la mano para ir a pasear, que jugara conmigo, que me enseñara a montar bicicleta, a nadar, a trepar montañas (nunca lo aprendí). En una oportunidad asistí a un taller de equipos de alto desempeño (hoy puedo relacionar por qué me costaron tanto los ejercicios). Nos tocó en el taller hacer ejercicios, desde mi mirada, muy masculinos, como Rapel. Mientras mis compañeras lo disfrutaban, recuerdo que sentí mucho miedo. Me faltó en ese momento la palabra de mi padre, su impulso para seguir adelante animándome, viéndome crecer y convertirme en mujer. Caminé huérfana de padre por la vida, buscando algo que me llenara. He estado mirando para todos lados toda la vida, fuera de mí y no dentro de mí. Por otra parte, copié el modelo de mi abuela y mi madre, he heredado sus juicios. He honrado la serie de abandonos de las mujeres de mi sistema familiar. Recuerdo que la abuela recomendaba que ninguna mujer debía aceptar ser vejada por un hombre. Cuando el abuelo le fue infiel con otra mujer, lo echó de la casa y nunca más lo volvió a ver. Guardó mucho resentimiento, no recuerdo que lo hubiese perdonado. Por su parte, mi madre decía con respecto a mi padre: “Me armé de fuerzas y lo dejé”. No escuchaba ninguna voz en las mujeres de mi familia decir si amaron o fueron amadas. Interpreto, que existen dos grandes vertientes en el miedo que siento a ser abandonada: por un lado, la ausencia del padre y, por otro, la serie de abandonos que vivieron las mujeres en mi familia. Las dos vertientes están presentes en mi, ¿cuál ha tenido mayor influencia en mi estructura de coherencia? No lo sé. Sé que ahora puedo identificarlas y conectar a las dos para hacerme cargo de ello. 209 Puedo decir, que el abandono está relacionado con la sensación de quedarse sola, desprotegida, desamparada, al ser dejada por la otra persona que nos brinda el afecto, el amor, esa pérdida produce dolor, rabia, tristeza, angustia y miedo. Es el temor a la pérdida, consciente o inconsciente, algunas veces rea,l otras imaginarias. Es el juicio que, por miedo a ser abandonada, prefiero yo abandonar al otro. Me voy antes de que me abandonen. Comparto el planteamiento de María de La Vega en su artículo “Herida de abandono”: Los dependientes tienen muchos altos y bajos. Su gran miedo a estar solo es lo que genera esas subidas y bajadas de humor. Pueden aguantar lo inaguantable con una pareja para no sentirse solos. Viven en la esperanza emocional de que en el futuro las cosas pueden cambiar. Tienen problemas con la palabra “dejar”. Si alguien les dice “te tengo que dejar, tengo que irme”, se sentirán heridos. Tienen dificultades en dejar una situación, persona o lugar. Temen recibir demasiada atención de los demás, por miedo a sentir emociones demasiado profundas de abandono. Tan pronto la relación se vuelve intensa, buscan una manera de hacer que acabe. Esa dependencia implica control del dolor, lo que a su vez induce a conductas de ser el primero en finalizar la relación que con amor se inició. II. Un patrón recurrente de conducta En el Programa Avanzado de Coaching, al diseñar mi personaje y mi estructura de coherencia, pude reconocer que el abandono ha repercutido en diferentes dominios de mi vida, sin haberme percatado de ello. En primer lugar, afirmaría que el miedo a ser abandonada es mi principal desgarramiento, razón por la cual elegí este tema como proyecto de investigación. En el dominio de mis relaciones de pareja, una de mis narrativas es que cada relación de pareja que finalizo (ya han sido varias parejas), se debió a que tengo suficientes afirmaciones que justifican mi decisión. En cada decisión he escuchado mi voz que me dice: “No estás obligada a estar con esa persona”, y esa misma voz agrega: “Es un irresponsable”; “es mayor, puede ser mi padre”; “es mujeriego, no le tengo confianza”; “es un aventurero”; “es un niño, no es la figura económica de la casa”; “no es luchador”. Con tales juicios en mi mente comenzaba a buscar las afirmaciones, hechos, situaciones que los fundamentaban. Hoy en día, puedo comprender que no sabía lo que buscaba. ¿Qué buscaba? En un principio buscaba a mi padre, como la mariposa que va de flor en flor pregonando: “Yo estoy buscando a mi papá, ¿eres tú mi papá? Mi mamá me dijo que me parecía a ti, por eso te estoy llamando”. Lo encontraba, y con el tiempo me percataba de que no era. Así continuaba mi búsqueda. Sin embargo, hoy me digo que no solo ha sido la búsqueda de mi padre, ha sido también honrar a todas las mujeres de mi familia, y a la vez evitar el dolor de ser lastimada. Buscaba afecto, buscaba amor. Quería ser 210 digna de ser amada. Por medio de la autoindagación logré comprender que con una de mis parejas viví como estar con mi padre. Era un hombre 27 años mayor que yo. Fue una relación de “padre e hija”. Con él conocí el mundo; me enseño que existían otras fronteras. Aprecié su música, su forma social de relacionarse, su autoridad y su guía. En esta relación me sentí muy protegida. Me dormía con la tranquilidad de despertar al día siguiente con la seguridad de que si algo inesperado ocurría, había alguien que se encargaría de resolverlo. Él era el proveedor económico, además tenía su amor. Con el resto de mis parejas he buscado amor, ser mujer, el disfrute de una vida sexual placentera. Llegué a utilizar el poder del sexo, complaciendo a mi pareja como una forma de retenerlo a mi lado. Sentía miedo de que se fuera. El juicio que ahí imperaba era que complaciendo sexualmente a mi pareja podríamos estar juntos por siempre, sin percatarme, como lo sostiene Alexander Lowen en Amor y orgasmo, que era un actor sexual: “ el acto sexual se torna representación si se utiliza para impresionar a la pareja y no para expresar un sentimiento, o si para satisfacer al otro se convierte en algo más importante que complacer a las propias necesidades, o si los valores del ego privan sobre los sentimientos o sensaciones”. En palabras de Lowen, “la persona sexualmente madura, sabe que la satisfacción sexual no se puede separar de la satisfacción general en la vida…” Hoy logré comprender que no se puede retener a otra persona, ni incluso permanecer uno mismo al lado del otro, sin existir el amor. De acuerdo a Erick Fromm, en el Arte de amar: “El amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un “estar continuado”, no un “súbito arranque”. En el sentido más general, puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir”. Así que daba amor y placer, sin embargo, esperaba del otro su permanencia a mi lado. Así que me pregunto, ¿cómo actuaba en consecuencia? En forma inconsciente me protegía. Primero me enamoraba y luego me defendía con el desenamoramiento. Partía del juicio: “A mí no me pasará igual que a ellas, ningún hombre me va a hacer sufrir dejándome sola”. En mi mente creaba situaciones donde visualizaba la partida de mi pareja y las razones por las cuales no deseaba continuar con la relación, aun cuando sentí que cada uno de ellos me llegó a amar infinitamente. Con las afirmaciones posibles que sustentaban mis juicios, llegaba el desenamoramiento, así que en silencio tomaba la decisión de partir, sin haber conversado, sin haberlos escuchado, sin declararles mi angustia y mis miedos. Cosa curiosa, no hablaba con ellos de mis insatisfacciones, de mis alegrías, de mis expectativas. Eso lo reservaba solo para mí. Llegaba a un punto en mi relación de pareja que era tanta la insatisfacción que sentía, que todo lo que hacía la otra persona ya no me importaba, ya había perdido el interés en ella. No quería estar allí, ya no sentía amor por esa persona. Para mí, la pasión toma un lugar especial. Esta es la 211 conversación privada que he mantenido conmigo misma: han sido tantas, que llegaba a la tristeza, al llanto. Mi amigo Aquiles, quien me regaló su mirada sobre este tema, me dijo: “Concebiste el amor desde el abandono, un amor contradictorio con el ideal del amor. El amor se concibe idealmente para no agotarse; tú, sin embargo, concretas con el abandono el amor real, aquel que termina y, sobre todo, aquel que termina por tu decisión, no por la del otro. No admites quedarte rezagada, prefieres llegar primero abandonando al otro porque es la forma como puedes controlar, inclusive el dolor que produce el abandono”. Esta interpretación tiene mucho sentido para mí. Ni juicio era que el amor podía agotarse, desde ese juicio huía, me ubicaba en el ciclo de la víctima, intentando controlar el dolor del abandono. Ahora puedo ver que siempre hablé de un proyecto común en pareja, mas no era tal. No era un proyecto de dos personas que formaban un hogar, una familia, sino que era mi proyecto, mi casa, mi trabajo, mis ahorros, mi éxito. Observo que bloqueé el “hablar de nosotros”. Hoy me doy cuenta de que trataba de ser hombre y mujer (como mi abuela), así que competí toda la vida con mis parejas, los excluí de mí. Al reflexionar, me doy cuenta de que al no haber proyecto de vida para una pareja, quedan solo mis insatisfacciones, al ser solo mías y ver que no puedo lograr mi proyecto al lado de mis parejas a quienes no involucré. Me voy, sin cerrar ningún ciclo, sin explicaciones. Yo misma ya me las he dado. Ahora que lo puedo ver, puedo comenzar a cambiar. En las relaciones con mis amistades también se encuentra el abandono. Puedo llegar a ser una amiga incondicional y un día cualquiera, por cualquier motivo, me distancio; siempre ha sido igual: con las amistades de mi niñez, de la universidad, de mis trabajos. Si me voy al plano familiar, sucede lo mismo. Puedo estar un tiempo pendiente de mis tías y primas, y de repente no siento deseos de volverlos a contactar y me ausento. En el mundo laboral, de igual forma he sentido la presencia del abandono. Mi estabilidad era entre tres y cinco años de permanencia en un puesto de trabajo. Esto cambió con mi último empleo, donde trabajé durante once años. En esa organización tuve la oportunidad de crear, de hacer una labor que me gustaba, de dejar huella, de trabajar cercana a la gente, de hacer amigos. Todo esto, aunado a la madurez de los años vividos, fue ancla en lograr mi estabilidad laboral. En mi vida adulta, me he mudado unas 28 veces de una casa a otra. Existe en mí un desapego, un desprendimiento, no me aferro a las cosas, puedo salir de ellas sin mayor complicación. En el desapego hacia las personas y las cosas materiales encontraba un comportamiento que me permitía escapar del dolor, de no perder lo que quiero, lo que amo. III. Los costos involucrados Al examinar y reflexionar sobre cómo he vivido mi vida y los resultados que he alcanzado, me he sentido insatisfecha, sus costos han sido 212 muy elevados. Entre ellos se encuentra mi inestabilidad en mis relaciones de pareja: comienzo y finalizo una relación, una vez y otra vez, de igual forma he sentido inseguridad y necesidad afectiva. He estado en la vida buscando la guía, la cual ha sido la búsqueda del amor del padre en los hombres de mi vida y al mismo tiempo honrando a las mujeres de la familia, sintiéndome responsable por ellas, comprometiéndome ante ellas de no repetir sus experiencias. Me ocurrió una, dos, tres, cuatro, cinco veces que he encontrado ese amor, que soy amada para luego partir. ¿Qué pasa si me dejan?, ¿tal vez no lo podría soportar y terminaría suicidándome como mi padre, al ser abandonado por mi madre? Hoy me respondo que no. Él tuvo su vida, yo la mía; de mi vida soy yo la responsable y me haré cargo de ella. Reflexionado sobre los costos que el abandono ha dejado en mí, encuentro que en mi búsqueda nunca he estado sola, siempre he estado al lado de un hombre. Salía de una relación e inmediatamente entraba en otra. No dejaba espacio para el duelo. Con mis parejas he permanecido alrededor de cinco o siete años. Luego que la relación finalizaba, experimentaba un gran vacío, una sensación de haberme lastimado, de haber atentado contra mi integridad como mujer. Coincido con Sara Llona y Deborah Levit en su libro La separación, una experiencia de vida con sentido: La partida es el corte físico, de espacios que ya no existirán, de espacios que quedaran vacíos. Sobra o falta un plato en la mesa, la cama se hace grande, hay un silencio de esa voz particular. Alguien no llegará esta noche. El impacto de las imágenes que quedan: la puerta, la maleta, el ruido del auto, aquel objeto que se pide como símbolo y recuerdo. Emociones contrapuestas: calma, alivio, vacío, angustia, incertidumbre, pena y dolor desgarrador. La partida es un momento de mucho dolor, que independiente de las razones que nos lleven a la separación implican un costo emocional muy alto, de tristeza, inseguridad, frustración. La amenaza del abandono me ha hecho ser individualista. He querido ser la autosuficiente, la heroína. ¿La heroína de quién? Sin darme cuenta de que quien se desploma he sido yo misma. He sufrido las consecuencias que mis acciones conllevan, tales como inestabilidad emocional, proyectos rotos, una familia sin constituir, vivir en desconfianza de mi pareja hacia mí y viceversa. Al ver mis ex parejas mi historia han sentido temor de que tarde o temprano termine por dejarlos. Por otro lado, de mí hacia ellos, en mis conversaciones internas sostengo: “En algún momento te cansarás y te irás de mi lado”. Hay un costo para mí importante de mencionar: he sentido culpa de haber hecho daño a otros, de haber herido sentimientos ajenos. El sentirme mal conmigo misma, el sentir la duda de si he actuado de la forma correcta, el sentir que no he actuado con dignidad con el otro y hacia mí, son los costos 213 ocultos, no tan fáciles de aceptar y reconocer. Hoy reconozco y acepto mis actos, asumiendo la responsabilidad que los mismos implican, así como el generar nuevas acciones, entre ellas el perdón. ¿Ha tenido sentido? Hoy cuando escribo estas líneas me doy cuenta de que no tiene sentido seguir ese patrón recurrente de conducta, de seguir escapando. Es por eso que declaro mi deseo de afrontar todo lo que viene implícito en una relación de pareja, incluso que me dejen de amar, de dejar al otro la libertad de estar a mi lado o seguir su propio camino. Hoy vienen a mi memoria mis relaciones de pareja y puedo ver que fui feliz en cada una de ellas, como lo soy actualmente con la persona que tengo a mi lado. IV. Perfil de la mujer que abandona por miedo a ser abandonada Examinando la historia y estructura de coherencia de mujeres que han sido mis coachees, así como de otras con quienes he conversado sobre el tema, al igual que en mi caso personal, he podido identificar la presencia de patrones similares. A base del análisis y la reflexión que conlleva tales conversaciones, me permito exponer algunas características o perfil que los caracterice. Antes, voy a relatar tres breves historias, a mi parecer interesantes para abordar este fenómeno. La primera de ellas es el caso de Carolina, una mujer de 51 años, madre soltera, profesional, dedicada al hogar, provienente de un hogar estructurado y funcional. Vivió en su infancia la rigidez, control y autoritarismo de un padre extremadamente severo. Careció del afecto, abrazos y contacto emocional de la figura paterna. Desde su adolescencia hasta su adultez ha tenido a su lado diferentes compañeros. Por algún motivo u otro no logra quedarse. Ha buscado el afecto paterno en cada uno de ellos. Con el padre de su único hijo mantuvo una relación conflictiva el poco tiempo que vivieron juntos. Tomó la decisión de separarse cuando su hijo contaba con un año de nacido. No aceptó la infidelidad de su pareja ni aceptó abrir ninguna conversación para indagar las causas. En su pensamiento primó el juicio: “Si te perdono, lo volverás hacer y me dejarás”. El último de sus parejas es diez años menor que ella. Ha establecido con él una relación intermitente por años sin llegar a formalizar su relación, a pesar de que él le ha pedido muchas veces que vivan juntos. Entre excusa y excusa ha dejado pasar los años, evitando dar el sí definitivo que le comprometa en una relación formal. Sufre, llora, cuando las relaciones finalizan, sin entender ella misma lo que le acontece, qué le ha impedido vivir su libertad. Sus juicios: “Es más joven que yo, se cansará, se aburrirá de mí y se marchará”. “No quiero estar sola con otro hijo”. “Déjame disfrutar del placer que me produce la relación mientras dure”. “He sentido culpa por haber hecho daño a otros”. El segundo caso es el de Jessica, una joven de 21 años, soltera, estudiante, provienente de un hogar disfuncional. Sus padres se divorciaron 214 cuando era una niña de un año. Durante su infancia mantuvo poco contacto y poco afecto con su padre. Cuando tenía siete años, su madre se volvió a casar y sintió que su situación empeoraba. Se sintió relegada a un segundo plano, abandonada de padre y madre. A los 14 años, por problemas con su madre, se marchó de la casa materna y decidió ir a vivir con su padre, donde recibió la atención y el afecto paterno. Cuando tenía 18 años de edad, su padre se suicidó, quedando nuevamente sola y abandonada. Su primera y segunda relación de pareja finalizaron por voluntad de su novio. Es una joven con mucho dolor, inseguridad emocional y búsqueda de afecto. Hoy a sus 21 ha iniciado una relación con otro joven de su edad. En su última sesión de coaching comentó: “Quiero a mi novio y él me quiere a mí; él me lo dice siempre. Me veo con él casada y viviendo juntos, pero es solo un sueño, es una gelatina para hacerse realidad. Vivo mi día a día, me da miedo proyectarme en el futuro, me da miedo que mañana se vaya de mí.” Emperatriz, es una mujer de 40 años, madre soltera, profesional, independiente, provienente de un hogar donde sus padres peleaban frecuentemente. Su padre era muy severo, rígido, incapaz de brindar una caricia. En su infancia le faltó contacto físico con el él, su protección, su palabra afectuosa, su amor. Su padre se marchó de casa cuando Emperatriz contaba con nueve años. Ha buscado en sus parejas cariño, afecto, protección. A los 25 años, se enamoró del padre de su hija y juntos tuvieron una relación conflictiva. Él, un hombre casado y 15 años mayor que ella. Al nacer su hija este la abandonó. Se hizo una mujer independiente, se refugió en el trabajo y evitó así volver a enamorase. Su última relación de pareja resultó de igual forma conflictiva y después de varios años decidió finalizarla. Hoy confiesa sentir miedo de entregarse demasiado en una relación de pareja, de fracasar, miedo de sentir el dolor del abandono. Siente inestabilidad, poca tolerancia por el otro. Uno de sus juicios: “Él se cansará y se marchará”. En los tres casos se evidencia un esfuerzo por el control del otro y de sus circunstancias. El abandonado quiere tener control de la mayor cantidad de cosas, tal vez como una forma inconsciente de predecir consecuencias y sentimientos, como una forma destructiva de mitigar el dolor que produce el abandono. Cristina Meyrialle, psicóloga transpersonal e investigadora del tema de las adicciones, plantea que quien sufre de abandono siente que no tiene suficiente alimento afectivo. Para no sentir esa carencia afectiva, se construyen la máscara de la dependencia. A los que adoptan el papel de víctima les suele gustar adoptar el papel de salvador. Jugarán el papel de “padre o madre” con sus hermanos o tratarán de salvar a alguien a quien aman y que está en dificultades. Hacen para los demás para sentirse importantes, y esperan afecto a cambio. Asumen responsabilidades que no les corresponden, y sufren por los demás, dependiendo su felicidad de la felicidad del otro. 215 Esta es otra característica que identifico en el perfil unitario de la mujer que abandona: son mujeres que se refugian en el trabajo, son proveedoras económicas, asumen responsabilidades y dan en forma incondicional, utilizando la máscara del hacer para no asumir que se padece un problema de carencia afectiva. Son mujeres con la máscara del hacer, hacer y hacer, algo siempre falta. Como dijo Julio Olaya, en el “I Congreso Venezolano de Coaching”: “Andamos detrás de lo que no tenemos, encontramos la solución a nuestros dolores en el hacer, en lugar de vivir este momento como un regalo de vida. No sabemos lo que me hace falta”. ¿Cómo es ese sistema familiar que crea mujeres con miedo al abandono? Una primera interpretación que puedo esbozar, es que son sistemas donde en la infancia la niña vivió la ausencia de la figura paterna; la ausencia del afecto, del abrazo, del cuidado y del amor de un padre. Es un sistema familiar en el cual encontramos la figura de varias mujeres (abuelas, madre, tías) que vivieron la experiencia de ser abandonadas por sus maridos; es así como de manera inconsciente se trata de llenar ese vacío afectivo en cada relación de pareja. Sin embargo, para no repetir la historia de otra mujer abandonada dentro de ese sistema, se huye por miedo a ser lastimada y sufrir. Una vez encontrada esa afectividad masculina que tanto buscaba, se instaura el miedo de perderla. De la literatura sobre el tema revisada en internet, leí un artículo de los licenciados Lily Fontán y Esteban Craig, psicólogos y docentes universitarios especializados en terapia e integración de la pareja, en el que sostienen que “aquellas personas que en sus tres primeros años de vida fueron víctimas de abandono o rechazo por parte de alguno de sus padres, tienen dificultades para adquirir seguridad. Los vacíos afectivos son uno de los principales detonadores de la dependencia”. Acorde a este planteamiento, he identificado en el perfil de la mujer que abandona una historia común: mujeres que en su sistema familiar vivieron en su infancia la ausencia de la figura paterna o, en su defecto, mujeres que en su infancia tuvieron un padre muy severo y estricto. En ambos casos se da la ausencia del afecto, del abrazo, del cariño, del amor paterno. Una interpretación que expongo es que las mujeres que germinan de ese sistema familiar, las relaciones de pareja que construyen son poco duraderas. En ellas no se da el compromiso con ellas mismas para constituir una relación fuerte y construir un proyecto de familia con la persona que tienen a su lado. La persona no se compromete con el amor, ni con la confianza, admiración y respeto hacia su pareja y hacia sí misma. V. Perfil de la mujer con miedo a ser abandonada 216 DESCRIPCIÓN ¿Cuál es la preocupación? Miedo a ser abandonada. No ser capaz de mantener una relación de pareja duradera, que produzca satisfacción. ¿Qué se siente? -Inseguridad afectiva -Búsqueda de afecto -Necesidad de ser protegida -Culpa de hacer daño al otro ¿Qué emoción lo caracteriza? -Tristeza, melancolía, dolor -Rabia ¿Qué miedos lo acompañan? -Miedo a sufrir el abandono -Miedo a quedarse sola -Miedo a quedarse sola con otro hijo -Miedo de quedarse sin afecto -Miedo a entregarse demasiado en una relación de pareja -Miedo de volver a fracasar -Miedo a la inestabilidad de pareja ¿Cuáles son los juicios, desde donde actúan? - Esto no funciona, antes que me deje me voy yo. -Las relaciones no son para siempre. -Se cansará, se aburrirá de mi y se marchará. -Déjame disfrutar del placer que me produce la relación mientras dure. ¿Qué historia tienen en común? -Mujeres que en su infancia vivieron la ausencia de la figura paterna. - Mujeres que en su infancia tuvieron un padre muy severo y estricto. - En ambos casos se da la ausencia del afecto, del abrazo, cariño, amor paterno. -Mujeres que en su familia de origen y propia han sido abandonadas. ¿Qué hace falta? -Amor, afecto paterno, la caricia del padre. ¿Qué se busca? -Llenar un vacío afectivo, la del padre ausente en la infancia. Acciones que lo acompañan -Culminación de la relaciones de pareja -Abandonar proyectos con facilidad -No cerrar ciclos -Buscar apoyo en otros -Refugio en el trabajo -Son proveedoras económicas 217 -Asumir responsabilidades -Dar para recibir reconocimiento, afecto -No compromiso como una forma de protección - Desamor como forma de protección - Desapego por las cosas y personas -Uso del sexo para retener a la otra persona -Poca tolerancia y aceptación del otro Resultados obtenidos -Relaciones de pareja poco duraderas -Pérdida de la dignidad -Soledad -Búsqueda inconclusa -Cansancio, hastío -Daños causados a otros: a la pareja, hijos, familia -Se compromete la imagen pública -Experimentar el haber sido amada -Experimentar el ser mujer -Disfrutar su sexualidad -Desequilibrio emocional Incompetencias genéricas -Dificultad para reencontrarse a sí misma, así como las fuerzas internas para desprenderse del dolor causado por el abandono. -Dificultad para encontrar la afectividad internamente y no fuera de ella. -Dificultad para abrir ciclos para ella misma. -Problemas con la distinción del “dejar”, lo que se traduce en dificultad para aceptar la partida del otro. -Imposibilidad de entregarse al amor, a la relación. -Dificultad para abrir ciclos para ella misma. VI. La dificultad para reencontrarse a sí misma De mis vivencias, así como también de los quiebres presentados por mis coachees, he observado que la mujer con miedo a ser abandonada obstruye su capacidad de afrontar su vida afectiva, desarrollando una dificultad para encontrar las fuerzas internas que le permitan desprenderse del dolor, lo que conduce a estados emocionales de desasosiego, ansiedad, desesperanza, tristeza, rabia, así como pérdida de autoestima. Me permito expresarles, a aquellas mujeres que sufren el miedo de ser abandonadas, que cuando las interpretaciones sobre el pasado, sobre los hechos cambian, las emociones, estados de ánimo y miedos también cambian. En este sentido, el Dr. Rafael Echeverría, en su libro Ontología del lenguaje, en el primer principio ontológico sostiene: “No sabemos cómo las cosas son. 218 Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos”. El pasado es pasado; los acontecimientos, así como los hechos, no los podemos cambiar, sin embargo, podemos reinterpretar la forma de verlos y sentirlos. Nuevamente, coincido con Silvia Salinas en el planteamiento que hace en su libro Todo no terminó: , “Gran parte de nuestro dolor y nuestro sufrimiento surge de la manera en que interpretamos las cosas que nos pasan. Cuando tomamos coincidencia de que no hay una sola interpretación, que hay múltiples miradas y ninguna representa “la verdad”, también descubrimos que podemos elegir nuestra forma de mirar; advertir la mirada que nos destruye y encontrar la que nos enriquece”. Desde mi punto de vista, es posible encontrar las fuerzas internas al cambiar nuestros juicios sobre el abandono, reinterpretando nuestra historia. Como dice Echeverría: “Los juicios son la raíz del sufrimiento humano. Todo sufrimiento está contenido en el envoltorio lingüístico y lo central es el papel de los juicios”. Estamos inconscientemente programados para evitar el dolor que un abandono real o imaginario pudiese causar, por lo tanto, inconscientemente preparamos el terrero para partir y repetir un patrón de conducta: en el tema que abordamos, huir y escapar. No se trata de luchar contra la pareja, o luchar contra nuestros juicios, se trata de cambiar los juicios y narrativas para incidir positivamente en nuestra emocionalidad. Un aspecto importante es reconocer la realidad del abandono en nuestras vidas o sistema familiar. El aceptarlo es el primer paso para construir una nueva realidad. Cuando aceptamos el abandono, el supuesto que implica una amenaza, peligro o riesgo, desaparece de nuestra percepción. Todo está en nuestros pensamientos, en nuestros juicios, en nuestra narrativa. Para aceptar, se requiere perdonarnos y perdonar a otros. Desde mi propuesta, para hacernos cargo del miedo a ser abandonada, el punto de partida está representado por identificar donde comenzó toda esta historia, desligar lo que me pertenece de lo que pertenece a otros, a mi familia. ¿En qué momento este observador, dejó de ser “yo”? ¿Cuáles son los juicios que tengo sobre mi pasado, sobre el abandono? Una vez que logramos identicarlos, comprendemos la razón de nuestras acciones para luego identificar cómo nos ha afectado, el costo de ellos, los resultados que dichas acciones conllevan. La pregunta que surge es ¿cuándo quiero comenzar a ser un observador diferente? Como todo fenómeno tiene luz y sombra, una nueva narrativa puede ser construida: dejar de mirar la sombra e iluminar la otra cara del abandono y desde su luminosidad comenzar a trabajar, descubriendo hallazgos significativos. Para avanzar en nueva propuesta de marrativa, se hace necesario, en primer lugar, entender que el abandono puede ocurrirle a cualquier persona, independientemente de su clase social, nivel de educación, raza, sexo. Su presencia es más frecuente de lo que imaginamos. Es algo interno, no está en 219 los demás, sino que habita en la persona. Por mi parte, pasé varios años de mi vida preparándome para no sufrirlo en lugar de prepararme para disfrutar de mi presente sola o acompañada. Si el dolor del abandono y el miedo que lo acompañan están presentes en la persona, es porque requiere que se le preste atención. Si las acciones de escapar, de dejar al otro, de huir, de aguantar o soportar situaciones que en el fondo no deseamos, nos han llevado al mismo lugar, a los mismos resultados sin superar ese miedo, es porque el aprendizaje no ha sido lo suficientemente profundo para aprender y generar acciones que nos transformen como ser humano. ¿Cuál es el aprendizaje? El abandono no es un lugar físico adonde ir o de donde salir, es un estado emocional interno, que se siente estemos donde estemos: solos o acompañados. En segundo lugar, identificar ¿cómo se manifiesta esa emocionalidad? En ocasiones se puede llegar a pensar que la pareja puede alejarse en acciones tan simples como irse de viaje, no devolver una llamada, o llegar tarde a casa, y lo interpretamos como deseos, como indicios de que el otro quiere marcharse, ocasionando en la persona displacer, tristeza o rabia. Ese estado emocional conduce a no querer seguir o insistir en la relación. Surge el encierro en sí mismo, acompañado del silencio. Desde esa emocionalidad se habilita la desconfianza hacia la otra persona e inseguridad en uno mismo. Cuando se recibe la tan esperada llamada de la pareja, la rabia nos ha invadido al sentir que nos han descuidado, respondemos con desagrado o recibimos a la pareja con molestia e indiferencia. con la consabida consecuencia de ir marchitando y mermando la relación hasta agotarse. Desde esa emocionalidad, no es posible acercarnos desde el amor y respeto, no es posible abrir espacios de conversaciones para expresar lo que se siente, para conocer las razones del silencio del otro o conocer sus inquietudes. En tercer lugar, una valiosa declaración: “Yo soy la persona que puede determinar cuánto me afecta, por cuánto tiempo y los motivos por los cuales me afecta. Por lo tanto puedo declarar que soy la persona que puede conferirle autoridad para que este estado emocional habite en mí”. Las fuerzas internas para afrontar este estado situacional emergen cuando logramos comprender que no somos víctimas, no hay culpables, cada uno es responsable, somos protagonistas y dueñas de nuestros procesos, así como de las emociones y estados de ánimo donde cada uno elige estar. Todo depende desde donde uno se situé a ver este fenómeno: desde la luz o desde la sombra. En cuarto lugar, si el abandono habita en la persona, requiere aprender a estimarse, valorarse, a reconocerse, desde la mujer capaz de amar, de amarse y respetuosa de su dignidad. Si en la vida experimentamos una situación de abandono, debemos comprenderlo como algo temporal. No podemos retener a ninguna persona a nuestro lado en contra de su voluntad. Una vez superado el duelo, desde el amor saldremos fortalecidas. 220 VII. Diseñando una nueva mujer Ante la inquietud, ¿qué es lo primero que tendría que reconocer una mujer con miedo a ser abandonada?, mi propuesta es aceptar que se tiene un problema, una dependencia afectiva de otros; que se tiene miedo a quedarse sola, a afrontar el vivir el dolor que un abandono real o imaginario pudiese causar. Hay que aceptar el pasado de la ausencia de afectos de la figura paterna. Darse cuenta de cómo nos ha impactado ese pasado identificar qué deseo hacer y resolver el dilema de superarlo o quedarme inmersa en él: ¿víctima o responsable? Es una toma de conciencia sobre esa situación en particular, sobre los costos que se han tenido que afrontar y que podrían seguir asumiéndose si no nos hacemos cargo de nuestro problema. Lo pasado, pasado está, lo importante es cómo me hago cargo de él, saber cuál es mi responsabilidad. El amor que no tuve de mi padre no lo voy a reemplazar con el amor del hombre que tengo a mi lado, son dos amores diferentes. Abandonando al otro no voy a escapar de mi propio dolor. Un segundo aspecto se dirige a construir un juicio nuevo: el amor se encuentra dentro de mí, no en otros o fuera de mí. Es el amor hacia mí misma, el respetarme; ganar confianza, coraje y seguridad en mí, la fuerza interior que me facilitará la construcción de mi hogar interior. ¿Qué me hace llegar a este juicio? El hecho de que he iniciado y terminado diferentes relaciones con la certeza de que esta vez sí funcionará, sin embargo, la insatisfacción, inseguridad, desconfianza y miedo ha sido el mismo. El sustituir el afecto de una persona por otra, el dejarlo, el huir, no hace que logremos superar nuestro problema, sigue dentro. La percepción del abandono, como lo dije anteriormente, no es un lugar adonde ir o de donde salir, sino que es la tristeza, angustia e inseguridad que se siente estemos donde estemos. La desconfianza en la pareja es el reflejo de mi propia inseguridad. Es mi duda y mi miedo de perderlo, de quedarme sola. ¿Qué es lo que podría pasar?, ¿que nos dejen? Por eso mi propuesta es recurrir a nuestra fuerza interior, a nuestra fe, a creer en uno mismo. Si nos dejan, vivamos nuestro duelo con dignidad. El coraje y amor a mí misma me ayudará a salir de donde estoy. Si eso llega a suceder, que nos dejen, entonces recordemos cuántas veces en el pasado hemos superado situaciones difíciles. En este momento cierro los ojos y recuerdo cuando, siendo una adolescente de 16 años, quedé embarazada. Fue muy difícil para mí asumir mi estado, conversar con mi madre al respecto. Sentía que mi mundo se derrumbaba, que había traicionado la confianza depositada en mí, que mi proyecto de seguir estudiando y ser una profesional pasaría a la historia y se quedaría en un simple sueño. ¿Qué era lo que podía pasar? Que mi madre me rechazara, que el padre de mi hijo me abandonara. Sin embargo tuve coraje, fe y confianza en mí para afrontar la situación. Conversé con mi madre como 221 nunca antes lo había hecho. Le hable desde mi corazón, desde mi humildad e inocencia. Pedí su ayuda y pude encontrar en ella su apoyo incondicional al igual que de la familia del padre de mi hijo. Un tercer aspecto es la mirada de que estamos juntos porque los dos queremos que así sea. Es el compromiso de querer construir una vida en común donde seamos complemento el uno para el otro. En una clase de biodanza escuché decir a Sanclair Lemos: “No hay hombres ni mujeres para siempre, no hay esposos ni esposas para siempre. Hay dos personas que se encontraron. El amor es para siempre mientras dure, sin embargo, para que dure necesita ser conquistado y renovado todos los días”. Esto hace sentido para mí. El renovar el amor todos los días implica el compromiso de escuchar las inquietudes del compañero de vida: confiar, amarlo, admirarlo y respetarlo. En el día a día se manifiesta en pequeñas acciones como esperar con calma y amor su regreso, su llamada, caminar, jugar, crear juntos; aceptar que él tiene una vida como ser individual, con amigos, con una familia, con unas expectativas hacia mí como mujer, como pareja. ¿Conozco esas expectativas? ¿Las he cumplido? ¿Le he entregado las mías? ¿He conversado con él sobre lo que siento? Es un buen punto de partida. Por otro lado, es necesario intervenir nuestra conversación interna, esa vocecita que nos dice: “No estás obligada a estar con esa persona. Es un irresponsable. No le tengo confianza, es muy conformista”. La acciones que involucran estos pensamientos son el desapego, el no comprometerse, el no querer estar con esa persona. Qué sucedería si cambiáramos la forma de pensar por otras que nos habiliten a confiar y ver sus lados positivos, omo por ejemplo, las veces que él me ha brindado apoyo, las veces que me he sentido amada por él y he reconocido sus valores. ¿Cómo actuaría? Con deseos de retribuir ese amor y queriendo permanecer a su lado. Celebrando el presente y visualizando nuestro futuro desde la ambición y comunión con el otro. Dentro de mi planteamiento, se encuentra tener el coraje de Teseo para entrar a enfrentar al Minotauro en su laberinto, con la espada en mano hasta quitarle la vida, para luego regresar y encontrar la salida con la ayuda del ovillo de hilo que le diera Ariadna. Así como Teseo enfrentó al Minotauro, la mujer con miedo a ser abandonada requiere enfrentar con coraje su miedo. Reconocer cuál es la parte visible de ese laberinto y reconocer cuál es la parte no visible del mismo. ¿Inconscientemente donde estoy encerrada? ¿Cuáles son las fuerzas que requiero para ir y para salir de mi encierro? ¿Qué personas me pueden ayudar? ¿Cómo es ese lugar: oscuro, quienes están allí? En cuanto al Minotauro, ¿a quién o a qué le estoy dando autoridad y poder? ¿Dónde está la fe que me acompaña, la esperanza? Hoy quiero entregarle a cada mujer la oportunidad para compartir con su pareja los miedos, no importa cuáles ellos sean: compartir las insatisfacciones, sacarlas a la luz, decir lo que nos gusta o no nos gusta, qué esperamos de la relación. ¿Qué expectativas tenemos del otro? ¿Cómo puedo 222 lograr el compromiso si no he manifestado lo que quiero? Las invito a abrir más espacios conversacionales para expresar las inquietudes, para dar y recibir el amor que sentimos. En mi experiencia he encontrado una forma de trascender ayudando a niñas que han sido abandonadas por sus padres y refugiadas en una Casa Hogar. Allí soy madrina de tres niñas a las cuales brindo mi amor, protección y mi orientación como mujer, sin querer llegar a ser la sustituta de sus madres. Las invito a detener esa búsqueda, esa huida, a enfrentar ese miedo. Paradas ante la vida, con los pies bien puestos en la tierra, desde otra mirada, declaremos: “Quiero quedarme aquí, seguir construyendo mi hogar interior estable, lleno de confianza en mí misma, con respeto y amor”. Abandono Abandono que transitaste en mi vida Huésped alojado en mi alma hasta hacernos cómplices. Con ojos vendados te he visto Como ciega he tropezado los mismos caminos y callejones. Con miedo de ser lastimada cambiaba mi rumbo Más no sabía adónde ir. Hoy me quito las vendas Te miro a la luz, desde la resplandeciente claridad. Ya no voy a ninguna parte, elegí quedarme aquí Dispuesta a disfrutar de mi presente, sola o acompañada. Hoy soy dueña de mi vida, de mis procesos, de mis emociones. De mi sentir. Hoy quiero ser primavera. Caracas, 2011 Bibliografía De la Vega, María. “Herida de abandono”. Texto extraído de mariadelavega.blogspot.com. [2010] Echeverría, Rafael. Ontología del lenguaje. Santiago: J.C. Sáez Editor, 2006. Fontán, Lily y Esteban Craig. “La dependencia emocional”. Texto extraído de victorhelard.obolog.com. [2010] Fromm, Erich. El arte de amar. Lima: Briceño Editores, 2002. Llona Sara y Beborah Levit. La separación. Una experiencia de vida con sentido. Santiago: Planeta, 2009. Lowen, Alexander. Amor y orgasmo. Barcelona: Editorial Kairós, 2006. Michelena, Mariela. Mujeres malqueridas. Reconstrucción de la 223 identidad, más allá de la pareja. Caracas: Editorial Alfa, 2010. Salinas, Silvia. Todo no terminó. Del dolor al amor. México D.F.: Editorial Oceano, 2005. ——. “Art. Miedo en la pareja. Abandono vs invasión. En Revista Buena Siembra. www.silviasalinas.com.ar [] Verney, Thomas. “La vida secreta del niño antes de nacer”. Tomado de la web. Wipedia, la Enciclopedia Libre. “Lilith”. En www.es.wikipedia.org/wiki/lilit NOTA 3. Tomado de wikipedia.org/wiki/Lilit. INDICAR FECHA DE ACCESO 224 El miedo Mitzi Ortiz Introducción Estoy en casa horas antes de viajar. Miro el reloj una y otra vez y reviso muchas veces los documentos que llevo: pasaporte, ticket, etc. Me siento insegura, intranquila y desasosegada. Respiro entrecortado y me cuesta focalizar mi atención. Me siento confusa y con frío. Voy camino al aeropuerto, las luces rojas me impacientan. Sigo intranquila y me siento irritable. Reconozco la intolerancia frente a cualquier imprevisto. A pesar de que he viajado antes, de conocer el aeropuerto, de haberme chequeado previamente, etc., las sensaciones descritas se repiten. La experiencia de viajar sola me despierta ansiedad. Me muevo de arriba abajo en la oficina. Mi coachee está por llegar. Mi inquietud e intranquilidad no se disipa, respiro en el pecho y mi atención se dispersa. Se han ido todos de la oficina, estoy sola. Por la hora pienso que debería almorzar y sin embargo lo que realmente se me ocurre es irme lo más pronto posible. Me acomete de nuevo la intranquilidad, la dificultad para concentrarme y el deseo de arrancar. Es sábado y hay almuerzo familiar. La casa está llena, con hijos y familiares, todos circulando de aquí para allá. Hablan en voz alta y ríen, entran y salen de mi cocina. Estoy inquieta e intranquila, respiro en el pecho y mi atención se dispersa. Mi marido acaba de llegar atrasado del supermercado. Habíamos acordado preparar carne y él –cambiando los planes– trae ostras. Me enojo y discutimos. Solo quiero encerrarme en mi dormitorio. Estos almuerzos masivos que me llenan de ruido y de estímulos me disgustan. Extraño el silencio y el orden. De nuevo me cuesta respirar, quisiera arrancar y calmar mi inquietud y desasosiego. Las situaciones referidas son ejemplos. Las sensaciones descritas me han aparecido también cada vez que me he quedado sin nana, que he enfrentado un trabajo donde seré evaluada, que se me presentan cambios o imprevistos, que hay desorden, mucho ruido y desconocidos. Hasta hace poco pensaba que mis reacciones surgían desde lo que enjuiciaba como mi rigidez, mi dificultad de confiar en otros, o mi mal genio endémico. Me daba explicaciones que en nada me ayudaban para resolver lo que sentía y me pasaba. Cuando emprendí el trabajo de reconstruir mis experiencias desde la fenomenología, fue que comencé a darme cuenta. Primero de que existía un patrón de comportamiento establecido, y segundo, que ese patrón aplicaba en las más diversas situaciones, algunas incluso tan “inocuas e inofensivas” como una comida entre amigos. Lo que creía eventos aislados se articularon en un 225 fenómeno. Descubrí entonces que la distinción del miedo como pauta psicofisiológica y relacional daba cuenta de ese patrón, desde el que yo –sin conciencia– había venido viviendo con muy altos costos. Por eso, si conoces ejemplos o has tenido experiencias similares que apuntan al ser desconfiado, suspicaz o receloso; inseguro o controlador, mal genio o irascible, intolerante o muy estructurado, ansioso e inquieto, entonces puede ser probable que también para ti sea útil revisar qué pasa en el espacio de la amenaza y el miedo. Te invito entonces a leer este ensayo, para recorrer juntos la arquitectura de este fenómeno genérico llamado miedo. Desde una mirada ontológica discurriremos sobre sus raíces biológicas y psicológicas, tratando de develarlo al menos parcialmente para ganar así consciencia y mayor competencia para articular un diseño de vida alternativo, que lo integre confiriéndole un carácter de señal. Conocer cómo el miedo nos afecta, puede ayudarnos a cambiar nuestros juicios y vivencias, incrementando nuestra capacidad de hacernos cargo de las situaciones que enfrentamos, generando vínculos y redes de conectividad más satisfactorias. Puede también habilitarnos para percibir el cambio y la ambigüedad como oportunidades de crecimiento, posicionándonos en nuevas creencias cognitivas y en un nuevo espacio emocional donde la creatividad, la esperanza y la templanza permitan la apertura de nuevas posibilidades de acción. La propuesta, a partir de un acercamiento ontológico, es avanzar en la gestión de este fenómeno, reconociendo cómo este afecta nuestra relación con el entorno y con quienes nos rodean, y aceptándolo como parte de nuestro ser humanos. I. El miedo: mirada metafísica y mirada ontológica El planteamiento desde una mirada metafísica apuntaría a que el miedo surge provocado por agentes externos, consituyéndose como nuestro comportamiento reactivo a dichos agentes. Serían las situaciones de alto cambio, ciertos quiebres cotidianos y los trascendentales –que conllevan naturalmente ambigüedad–, los que generan el miedo. Sumado a lo anterior, la metafísica nos trae además el supuesto de que los seres humanos somos racionales, y que por tanto el miedo vendría siendo un asunto dado de administrar desde la lógica. Aparecen, en relación a esta manera de mirar, mandatos tales como el “no debo sentir miedo, debo ser valiente”, “no hay de qué tener miedo, aquí no pasa nada”. Si ello no funciona, entonces asumimos que algo “falla” en nosotros, abriendo el espacio al juicio de que algo hay de incorrecto o errado en quien lo experimenta. Como máquina humana “fallamos”, estamos “enfermos” y determinados desde nuestras limitaciones para administrar la realidad objetiva de la cual no 226 podemos dar cuenta. Desde la mirada ontológica, en cambio, podemos hacernos cargo de un fenómeno central y poderoso en términos de la posibilidad de transformarnos como seres humanos, cual es que el miedo aparece cuando interpretamos que no podemos dar cuenta de la situación que enfrentamos, ya que lo que antes nos parecía estable, seguro y manejable desde nuestras pautas de asignación de sentido y acción habituales, comienza a ser percibido como impredecible e inmanejable, posicionándonos desde ahí en la amenaza. Desde el claro ontológico, no es que el mundo sea en sí un lugar para temer y en el cual sea dado desconfiar, huir, atacar o controlar, sino que somos nosotros, los seres humanos, quienes le asignamos ese tono emocional y, más importante aún, somos nosotros quienes al hacernos conscientes de nuestro observador, podemos transformarlo a través del aprendizaje de nuevas competencias interpretativas. Puede que hayan existido situaciones fácticas en que nos fue dado experimentar el miedo y desde las cuales empezamos a desconfiar, creando “círculos viciosos” mediante la generalización de dichas experiencias a otras. Desde la ontología, sin embargo, podemos comprender que lo que repetimos es la interpretación, la asignación de sentidos y de las maneras de actuar. Parándonos en un “claro particular”, dejamos de ver todos los elementos que puedan refutar la experiencia, tiñéndola desde el observador en que nos hemos constituido. Podemos reconocer, entonces, que el miedo responde en sí a un patrón biológico, el cual se remonta a los aprendizajes almacenados genéticamente para asegurar la preservación de nuestra existencia como especie. Podemos reconocer que cumple una función de alerta, y a la vez asumir como supuesto que este patrón, como emoción básica y universal, es experimentado cada vez que interpretamos algo como amenazante. Y al reconocerlo desde el claro ontológico, podemos entonces mirar nuestros patrones de comportamiento y cuestionar nuestros aprendizajes hechos desde esta base biológica, abriendo el espacio al cambio a través de la incorporación de nuevos patrones de interpretación, es decir, de sentido y acción. Esto aparece como particularmente importante, ya en un mundo cada vez más complejo. La reacción de alerta despertada por el miedo puede perder el carácter funcional que inicialmente la caracterizó, independizándose de los estímulos originales, tiñendo las situaciones y llevándonos a interpretarlas generalizadamente como amenazantes. Dado que la respuesta biológica de miedo sostenida termina produciendo un deterioro físico sobre el que fácilmente aparecen enfermedades orgánicas, psicológicas y comunitarias, revisar desde el claro ontológico nuestro aprendizaje del miedo cobra entonces importancia. II. Algunas categorías temáticas desde las cuales es posible abordar 227 el miedo La perspectiva fisiológica: tiene que ver con la mirada de la biología y la bioquímica e implica develar el patrón fisiológico específico que se activa a partir de la emoción. Desde una mirada ontológica, nos permite diferenciar al miedo de las demás emociones básicas; entiéndase tristeza, alegría, erotismo, ternura y rabia (Bloch, 2002), facilitando la acción de describir la experiencia. Nos permite además mirar el miedo más claramente como fenómeno genérico, ya que la biología del miedo como emoción es común a todos los mamíferos, incluidos los seres humanos. La biología arroja luz acerca de cómo se activa y de cuáles son las respuestas o vías de acción disponibles desde el miedo. Nos ayuda a conectar directamente con dos ámbitos que constituyen al observador: el del cuerpo y el de la emoción. La perspectiva psicológica: implica abordar las teorías interpretativas que se han hecho acerca del miedo en los seres humanos y de su rol en la generación de síntomas y patologías individuales. No está siempre disponible para ser importada desde la mirada ontológica, ya que muchas veces nos limita a marcos conceptuales no siempre o difícilmente contrastables desde la experiencia misma. Sirve más para dar cuenta de las explicaciones que del fenómeno en sí. Muchas de las teorías, además, abordan el miedo sin profundizar en el rol adaptativo que pueda tener la emoción. Lo analizan como un contenido psíquico y no como una vivencia susceptible de ser modificada a partir del aprendizaje de nuevas interpretaciones derivadas de la reconstrucción ontológica de las experiencias. Desde la psicología rescato el concepto de attachement o apego, desarrollado por el psicoanalista británico John Bowlby (1907-1990). Este concepto, en particular, es posible de ser reconstruido ontológicamente, debido a que apunta a los aprendizajes experienciales a través de los cuales formamos relaciones humanas que nos permitan adaptarnos y desenvolvernos confiadamente (sin miedo) en el mundo. Basado en la observación de niños y de manera prospectiva, puso el énfasis en describir el fenómeno del apego, colocándolo en relación con una pauta vincular biológica temprana presente en mamíferos, incluidos humanos. A partir de la observación de los patrones de apego temprano, Bowlby refirió que la posibilidad de vincularnos confiada y seguramente, con otros y con el mundo, dependerá en gran medida de cómo haya sido la experiencia primaria con la madre. Qué tan solidamente se haya establecido la conducta de apego influirá en el grado de confianza con que posteriormente se enfrentará el proceso de separación e individuación. Esta pauta de apego podría ser vista ontológicamente, como un eje de constitución del tipo de observador que devenimos en ser. Bowlby estaba interesado en encontrar los patrones de interacciones o patrones interpretativos, involucrados tanto en el desarrollo sano como en el 228 patológico. Este psicólogo se enfocó en cómo las dificultades de apego se transmitían de una generación a otra a través de las relaciones. Desde aquí veo la posibilidad de rescatar, a partir de la indagación en las narrativas de los coachees, el análisis de los juicios maestros articulados desde el apego, fenómeno bioemocional e interpretativo conectado con el miedo. Por tra parte, la perspectiva semántica permite revisar el miedo como concepto, reconociendo nociones asociadas y explicando el origen de las distintas acepciones en conexión con sus raíces en el latín u otras lenguas. Podría colaborar a la mirada de la fenomenología analítica permitiendo ver los deslindes o límites de las palabras que pretenden distinguir la experiencia asociada al miedo. A su vez, la perspectiva sociológica permite abordar el miedo como un fenómeno inherente a las sociedades humanas, acercándose a su rol en la sociedad y en la vida de las comunidades, abordándolo como un eje de análisis dentro del proceso de socialización. Desde una mirada ontológica puede aportarnos en la comprensión de narrativas que alimentan el miedo y en la configuración de los sistemas en que se haya inserto el observador influyendo en sus narrativas. Otra perspectiva es la religiosa, que implica mirar el miedo y sus rol dentro de las diferentes religiones. Podría aportar a la práctica del coaching desde los sistemas de creencias y juicios que condicionan las interpretaciones del observador. La perspectiva fenomenológica implica mirar el miedo desde una espacio filosófico particular, develando su rol en la forma en que vamos percibiendo y dándole sentido al mundo, y en cómo esta forma, además, va incidiendo en quienes nos rodean y en la historia de mundo que se va desenvolviendo desde aquí (cómo afecto a otros con mi miedo). No es que exista un mundo afuera que impacte la conciencia, sino que la conciencia como función activa preconstituye a los objetos que aprehende. La conciencia es entendida desde aquí como los actos que se conocen como vivencias. La vivencia aprehende objetos, constituyendo fenómenos. Los fenómenos no aparecen, son vividos. Desde esta perspectiva, el miedo no aparece, es vivido, y en el fenómeno constituido genera una biología. Podrían aparecer fenómenos que connaturalmente impactan por igual a todos los seres humanos, generando una pauta que podríamos llamar emoción. Las emociones al ser múltiples permiten ser agrupadas en algunas que generan una pauta particular y discriminada, de la que en conjunto o mezclada nacen posteriormente las demás variantes emocionales. Una de estas pautas particulares es lo que podemos agrupar bajo la distinción de miedo. A partir de esta experiencia o vivencia, constituyo el mundo desde el miedo, aprehendo los objetos desde el miedo. Esta mirada es plenamente coincidente con la ontológica y de hecho la alimenta. Presento estas perspectivas, ya que tenerlas a mano puede alimentar las 229 conversaciones con nuestros coachees, ampliando nuestra mirada al permitirnos indagar el fenómeno desde las diferentes coordenadas que definen la posición de un observador. Insisto en que las perspectivas aquí introducidas son solo algunas de las posibles. III. Mirando el miedo desde el observador y los ámbitos que lo constituyen Me concentraré más específicamente en la concepción de observador planteada por la ontología. Intentaré trazar algunos lineamientos, pensando el fenómeno del miedo en relación a los ámbitos que desde la mirada ontológica reconocemos como constitutivos de este. 1. Cuerpo Desde el claro ontológico aceptamos como supuesto el hecho de que nuestra biología articula nuestras posibilidades de acción. Partiendo de él, importo la propuesta biológica referida a que la estructura donde se desata la respuesta del miedo se encuentra, tanto en personas como en animales, en el cerebro, concretamente en el sistema límbico, que es el encargado de regular las emociones, específicamente la lucha, la huida y la evitación del dolor y, en general, todas las funciones de conservación del individuo y de la especie. Desde este ámbito, en la base de la experiencia del miedo puede ser reconocida la activación de una pauta fisiológica específica aprendida (Kandel, 2002; Zhuo y Kaang, 2003) frente a la cual se abren tres posibilidades –que dan sentido y determinan acción: la huida asociada a la evitación, la paralización asociada al pánico y la defensa asociada al ataque y a la agresión. El miedo aparece entonces como una respuesta originalmente adaptativa, producida en la parte más primitiva de nuestro cerebro; primitiva en el sentido de ser una estructura conformada filogenéticamente con anterioridad a la corteza; de hecho se alude muchas veces al sistema límbico como “cerebro reptil”. Es posible encontrar citas que dan cuenta de que el sistema límbico revisa de manera constante (incluso durante el sueño) toda la información que se recoge a través de los sentidos. El sistema límbico recibe información desde la amígdala, estructura en forma de almendra ubicada delante del hipocampo, encargada de controlar el miedo y otras emociones básicas. Cuando la amígdala se activa, se desencadena la sensación de miedo y ansiedad, y las respuestas que se aprenden pueden ser la huida, la pelea o la rendición (Kandel, 2002). Es interesante señalar que el miedo al daño físico provoca la misma reacción que el temor a un dolor psíquico. En el mismo sentido, parece también interesante que la extirpación de la amígdala elimina el miedo en animales, pero no en humanos, que a lo sumo, cambian su personalidad y se 230 hacen más calmados. Este hallazgo puede ser comprendido desde los estudios biológicos que apuntan a que si bien el miedo se origina en la amígdala, la memoria del miedo se consolida en la corteza cerebral, ya que el mecanismo en sí corresponde a un aprendizaje. Según el profesor de fisiología Min Zhuo, de la Universidad de Toronto, y sus colaboradores Bong Kiun Kaang, de la Universidad Nacional de Seúl en Corea del Sur, y Bao Ming Li, de la Universidad Fudan en China, existiría una memoria emocional del miedo. Esta memoria del miedo no se consolidaría inmediatamente después de un acontecimiento traumático, sino que tomaría algún tiempo antes de llegar a ser parte de nuestra conciencia. El acontecimiento inicial provocaría la activación de ciertos receptores moleculares normalmente inactivos. Al activarse los receptores, se secretaría en el hipocampo y en la amígdala una proteína que serviría de marca de memoria. Zhuo y sus colegas examinaron muestras de cerebro de los ratones y descubrieron vestigios de dicha proteína en la corteza prefrontal, lo que sustenta su teoría de que la memoria del miedo se desarrollaría en esa región del cerebro. En otros experimentos realizados con ratones, el bloqueo de la proteína en la corteza prefrontal –porción cerebral involucrada en las funciones intelectuales superiores, tales como el lenguaje– produjo la desaparición de la reacción a un miedo previamente experimentado. Pensando en estos hallazgos desde lo ontológico, es fácil asociar con la noción del logos y, a partir de ello, con la función ordenadora de la palabra, que estructura y confiere sentido a las experiencias registradas en la corteza. Específicamente, la palabra ordenando las experiencias de miedo y confiriendo sentidos a partir de, o estructurado y anclado en una huella cerebral. 2. Emoción Si reconocemos el miedo como una emoción, podemos vincularlo con que desde la perspectiva de la ontología, postulamos que las emociones y los estados de ánimo son predisposiciones para la acción, es decir, que favorecen algunos tipos de acciones que abren ciertas posibilidades y cierran al mismo tiempo otras. Si la emocionalidad imperante define un espacio de acciones posibles, entonces el miedo puede definir un espacio determinado posible de ser caracterizado y reconocido en una pauta fenomenológica individual y, posteriormente, en un perfil fenomenológico unitario o genérico. Sabemos que los estados de ánimo aparecen como emociones que se instalan y se hacen permanentes a través del tiempo. Al independizarse de la situación que originalmente los hizo surgir y les dio sentido, comienzan a operar como un “filtro” que todo lo tiñen, más allá de si existen o no fundamentos para sostenerlo. Tal como en el caso de las emociones, no hay un estado de ánimo “bueno” o “malo”, sino emocionalidades diferentes que en un cierto contexto nos abren ciertas posibilidades de acción, cerrándonos a otras. 231 El miedo podría entonces instalarse como estado de ánimo, que sin ser caracterizado como “bueno” o “malo”, se presentaría en nuestra vida tiñéndola, abriendo ciertas posibilidades de acción y cerrándonos a otras. El miedo puede ser reconocido como una emoción básica, que sucede en relación a una respuesta fisiológica y que se desencadena frente a un estímulo que ha impactado nuestra conciencia, grabando un aprendizaje, haciéndose presente como experiencia, incluso antes de que podamos conscientemente ponerlo en palabras. Es decir, mi emocionalidad podría influir en mis patrones de comportamiento incluso desde áreas ciegas a mi conciencia. Ya expuse la idea de que en los humanos, el mecanismo del miedo es complejo, ya que supone interacción del sistema límbico con la corteza cerebral. Al mirar esta afirmación desde el claro ontológico la asocio con dos ideas: primero, es en relación a la corteza que se hace posible el lenguaje; y segundo, que al intervenir la corteza, el fenómeno inicial puramente biológico, se ve trastocado entonces desde el proceso de asignar significados y hacer conciencia. Específicamente y recurriendo al “principio del observador”, de acuerdo al cual no sabemos cómo las cosas son, sino solo cómo las interpretamos (vivimos en mundos interpretativos), adhiero entonces al siguiente razonamiento: podría entenderse que la pauta del miedo siga activa aún habiendo extirpado incluso la amígdala, porque ha existido la experiencia que ha quedado grabada en la corteza y determinado entonces la forma en que constituimos la realidad y nos constituimos en nosotros mismos. Del mismo modo, la huella neuronal puede haber quedado constituida a partir de la experiencia, influyendo en mi manera de significar estímulos que, aunque distintos, pudiesen haberse presentado de manera asociada. Siguiendo con el desarrollo y en referencia a la distinción de fenómeno y explicación, podemos distinguir dos espacios complementarios. Constatar por ejemplo, los cambios fisiológicos y musculares derivados de la emoción del miedo como fenómenos: Cambios fisiológicos inmediatos: incremento del metabolismo celular; aumento de la presión arterial, de la glucosa en la sangre y de la actividad cerebral; detención del sistema inmunológico y de toda función no esencial; bombeo de sangre a los músculos mayores, especialmente a las extremidades inferiores, en preparación para la huida; secreción de hormonas a las células (especialmente adrenalina). Cambios morfológicos: modificaciones faciales como agrandamiento de los ojos para mejorar la visión, dilatación de las pupilas para facilitar la admisión de luz, contracción de la frente y estiramiento horizontal de los labios. Cambios neuronales: siguiendo con el mecanismo fisiológico descrito respecto del miedo, el sistema límbico fija su atención en el objeto 232 amenazante; los lóbulos frontales (encargados de cambiar la atención consciente de una cosa a otra) se desactivan parcialmente. Todos ellos, susceptibles de ser registrados como datos o afirmaciones al momento de reconstruir el fenómeno. Por otra parte, hay que tener en cuenta las narrativas en que aparecerán nuestras explicaciones. Por ejemplo, si durante un ataque de miedo la atención consciente queda fijada en el peligro, los síntomas fisiológicos como el ritmo cardíaco o la presión sanguínea nos serán entregados a partir de las interpretaciones del sujeto como una confirmación de la realidad de la amenaza, produciendo la retroalimentación del miedo e impidiendo una ponderación del auténtico riesgo. 3. Lenguaje Reunimos bajo la distinción de miedo las diferentes experiencias que, relacionadas con situaciones específicas, hemos aprendido a interpretar como situaciones que “atentan” contra nuestra existencia y bienestar. En función de ellas ordenamos nuestra vida. Es curioso cómo podemos hacer este proceso, ya que incluso recién nacidos y niños muy pequeños reaccionan frente a ciertos estímulos de manera “automática” huyendo, paralizándose o atacando frente a ciertos estímulos. Parece claro, entonces, que al menos “alguna información” sobre lo que interpretamos como atentatorio contra nuestra supervivencia como especie viene “ya incluida” en nuestra carga genética. Lo anteriormente descrito podría aparecer como un elemento “genérico” en la interpretación universal de la experiencia. Existe también un aspecto individual que aparece en cada uno de nosotros. Cuando comenzamos a agrupar bajo esta distinción diferentes experiencias que en el transcurso de nuestra historia personal han activado la pauta bioquímica y relacional del miedo, descubrimos que poseen un carácter histórico personal. Experiencias reiteradas o especialmente intensas pueden generar la consolidación de una huella neuronal de activaciones sinápticas. Al participar en ellas neurotransmisores que también participan en otras emociones relacionadas, las activaciones sinápticas tienen un carácter “inespecífico”, en virtud del cual es factible que se produzcan asociaciones al estilo de condicionamientos secundarios. Desde la ontología podemos entenderlos más correctamente como aprendizajes asociativos, que van ampliando dichas huellas, tal como una piedra que se arroja al agua y que genera un fenómeno de ondas expansivas que se suceden hasta disolverse. Al presentarse entonces dichas situaciones asociadas, es factible que “el cuerpo” reaccione reeditando la respuesta de miedo original, aún cuando las narrativas parezcan ajenas y disociadas. Este fenómeno podría ser reconocido al constatar 233 experiencialmente la instalación de la corporalidad que reconocemos como característica del miedo primario. IV. Fenomenología y perfil unitario del miedo El miedo para mí surge como una experiencia emocional que me toma por completo. Hasta ahora lo había experimentado múltiples veces sin saber que se trataba de miedo y sin que por tanto pudiera declararlo y observarlo de manera conciente. Solo registraba sensaciones que creía aisladas unas de otras: dificultad para respirar, respiración toráxica y sensación de ahogo taquicardia boca seca dificultad para concentrarme, atender, pensar y articular ideas; se me iban las palabras registro de un frío súbito que recorría mi cuerpo y sensación de extrañeza; escuchaba las cosas como si estuvieran muy lejos y mi campo visual se restringía bellos erizados pérdida violenta de energía; sensación de fatiga, de frío, de incomodidad y angustia marcada inquietud motora; no poder quedarme quieta ni sentarme, menos recostarme deseos de arrancarme, de aislarme, de defenderme; irritación, molestia, intolerancia y enojo ante todo lo que sucedía o me decían, sensación de que no podía tolerar cambios o imprevistos sin alterarme y enojarme intensamente Solo después de un proceso de reflexión y registro de las vivencias, estas comenzaron a unificarse en una experiencia que se repetía. Partí por identificar que lo vivido correspondía a una pauta emocional organizada que “me tomaba” corporalmente. Empecé a mirar mi vida y a tomar conciencia de las muchas y diversas situaciones en que la he experimentado a diario en todos los ámbitos. Me ha sorprendido el hecho de que se activa aún frente a eventos que potencialmente podrían ser enjuiciados como inofensivos; por ejemplo, al despertar en la mañana un día domingo incómoda e intolerante, sin poder precisar lo que me molesta; o frente a cualquier cambio, imprevisto o variación que genera en mí profundo malestar y rabia. Pensando en lenguaje como acción (Echeverría, 2008), comencé a darme cuenta de que junto a la pauta biológica del miedo experimentaba también sensaciones psicológicas como: incomodidad inseguridad desconfianza irascibilidad, intolerancia marcada sensación de amenaza 234 ganas de esconderme, de estar sola, de huir y alejarme imperiosa necesidad de fumar y/o comer El miedo aparece en el evento de que me pidan cosas que no quiero hacer, o que no tengo planificadas; ante las criticas, en las peleas al recibir juicios de quien está enojado conmigo o en desacuerdo conmigo, en las situaciones que alguien me evalúa, etc. Me surge deseo y necesidad de arrancarme de donde estoy, de ocultarme, de huir y también la irritabilidad que me predispone a pelear con otros defendiéndome cuando no puedo arrancar y me tengo que quedar. Asociado al miedo aparece fuertemente el ataque y la huida. Desde mi inquietud, lo que busco y requiero es sentirme segura yendo o quedándome físicamente en lugares donde esté sola, donde no tenga que responder a pedidos que experimento como exigencias que me intranquilizan. Estar segura me permite calmarme, respirar y sentirme tranquila. Busco estar segura porque para mí equivale a descansar, a no sentir que tengo que satisfacer lo que interpreto como demandas de los otros que me hacen sentirme obligada a dar y que me significan esfuerzo. Si no doy lo que interpreto que me piden, no estoy segura, confiada, tranquila ni en paz. Algo “malo” podría pasarme; me surge la amenaza. Me toma el miedo. V. Autoindagación Asociando la distinción con experiencias particulares: Cuando he tenido que viajar sola, ya sea por trabajo o por cosas particulares. Cuando me quedo sola en mi oficina porque todos se han tenido que ir antes que yo, me quiero ir rápido de mi oficina, cerrar y llegar a mi casa. Cuando tengo que almorzar sola porque nadie puede almorzar conmigo. Frecuentemente en las mañanas cuando me despierto y he estado soñando. Cuando tengo que enfrentar personas o situaciones para decir algo que me molesta o explicitar un reclamo. Cuando algo o alguien cambia mis planificaciones por insignificante que sea el cambio. Cuando las cosas no suceden como las espero o he planificado (orden y control). Las dos veces que me quedé sin las nanas que habían estado años con nosotros y que conocían todo el manejo de la casa. Cuando mi casa está desordenada o no se ha hecho aseo en ella. Cuando trabajaba empleada como gerente de recursos humanos. Cada domingo desde la tarde-noche y muchas noches en la semana cuando al día siguiente tengo alguna actividad donde tengo alguna 235 responsabilidad que cumplir. Explorando en situaciones similares, otras experiencias son: Cuando llega la noche y llega mi marido de su trabajo a la casa. Cuando mi marido está viajando y trato de comunicarme por celular con él y no funciona la comunicación. Cuando mi mamá me llama por teléfono y prefiero no contestar, así como también cuando me llama mi suegra o mi hermana. Cuando camino por la calle y aprieto mi cartera, cuido mi celular y miro de soslayo a todos los que se cruzan conmigo, nunca cara a cara. Las horas que anticipan a una reunión de trabajo. Cuando tenía comunidad de aprendizaje del programa, coaching observado y coaching triangulado. La hora antes de que llegue un coachee o un paciente. Antes y en momento que tengo que hacer un pedido o un reclamo. Cuando tengo nana puertas afuera y ella se atrasa y no llega a la hora precisa. Cuando he tenido en la casa a nanas que no tienen las cosas ordenadas de acuerdo a mi sistema, y me preguntan todo para que yo les diga qué hacer. En esas oportunidades no quiero llegar a la casa, evito llegar y cuando llego, no les hablo, me escondo en mi pieza para que no se me acerquen. Me intranquilizo y pierdo la sensación de equilibrio y seguridad cada vez que tengo trabajos, horas dadas, pacientes citados, actividades del programa, .cualquiera de estas actividades cae en la distinción de “obligaciones”, “tareas”, “actividades en las que hay terceros a los que debo responder . Me baja un hambre muy difícil de controlar, me siento de alguna manera inquieta, desasosegada, intranquila, no logro descansar. Me paro, me siento nerviosa, ansiosa, peleadora y desde ahí todo me lo imagino amenazante, especialmente con mi esposo, ya que es en el ámbito de la relación de pareja donde más se hace patente mi estado; entonces puedo comenzar fácilmente a pelear. Me preparo para estar sola porque “aún los que te aman te dañan y te abandonan”. Se me pierde el sentido y como ya no sé donde voy a estar mañana, se me pierde la sensación de seguridad y de continuidad vital, se me aparece la amenaza. Amenaza es para mí como el opuesto a la seguridad, la cual en contraposición asocio a estabilidad y paz, a tranquilidad y relajo, a alegría y distensión. Amenaza a mi cuerpo que entonces regula su peso y no tiene sensación de hambre permanente, sino que puede registrar la saciedad; amenaza a mis uñas que crecen fuertes, a mi pelo que brilla y a mi piel que siente. Explorando en la experiencia opuesta, me he sentido segura y sin miedo: En mi casa: cuando estoy en un día de fin de semana, cuando llueve y estoy en mi casa, cuando llega la noche y ya puedo estar en mi casa, cuando 236 me pongo a tomar sol en la piscina de mi casa en verano y estoy sola y hay silencio. Cuando estoy de vacaciones en el verano en Ranco y me siento a mirar el lago o camino por la orilla. En mi práctica de yoga o cuando estoy en el gimnasio en las mañanas. Cuando no tengo que usar el celular ni el mail y no le debo nada a nadie, no tengo pendientes, ni compromisos por cumplir. Cuando mi esposo me abraza y me hundo en él o cuando me abrazan mis hijos. Cuando mi perro se echa a mi lado, me lame los pies o las manos y si me paro, me sigue adonde vaya. Las dos veces que estuve embarazada. Otras experiencias de seguridad que me generan tranquilidad: Cuando he terminado una tarea. En momentos de soledad física, pero sabiendo que están mi marido y mis hijos como soporte. Pensando en ina indagación externa, situaciones en que he presenciado la distinción del miedo en la experiencia de otros son: En la vida de mi madre, que siempre a pesar de su fe se plantea frente al mundo con la vivencia de que las cosas que nos está tocando vivir son difíciles, terribles. Está en su tono de voz, en su actitud corporal y emocional temerosa, de alguna manera sufriente. Cada vez que mi madre me ha dicho que me cuide, o como cuando no me dejó irme de intercambio a Estados Unidos porque, aunque le había pedido permiso para postular cuando me dieron un cupo, ella se asustó y me negó el permiso porque me podía pasar algo malo. Esta en su convicción de que teníamos que estudiar en febrero para prepararnos para la entrada al colegio en marzo…en su no compartir porque nos podría faltar y talvez no tendríamos como suplir: Viendo un programa el Canal Infinito, mientras estaba operada, apareció Charlotte, una bebé de 14 ó 18 meses, que cuando su mamá salía de la sala y quedaba sola (esto era parte de una situación experimental), solo miraba la puerta sin ir hacia ella, luego desistía de mirar y, tratando de concentrarse en la acción, iba hacia un juguete y lo tomaba, sin llorar, sin pedir, sin demostrar su necesidad ni su inseguridad de quedarse sola en una sala con un extraño, salvo que los electrodos con los que la controlaban, demostraban fisiológicamente su reacción de miedo. Algunas situaciones ajenas en que enjuicio la distinción como ausente son: Enjuicio que el bebé que observé una vez en el aeropuerto de Nueva York se sentía seguro, porque él exploraba el mundo desde una corporalidad relajada y flexible y desde la emoción de la curiosidad. Él parecía estar en un espacio lúdico y no de obligación, donde el incumplimiento o el error tuvieran 237 implicancias de amenaza. Veo seguridad en mi marido cada día cuando se levanta convencido de que va a “conquistar el mundo”. Aparece confiado, entusiasta, activo, contrario a buscar ocultarse y no tener ninguna “obligación” o “responsabilidad”; él se siente motivado por hacerse cargo de las cosas, en cambio yo más bien rehuyo. Él se estresa poco, se cansa poco, duerme con facilidad, se atreve a mucho más, .tal como el bebé: explora, no busca hacerlo perfecto, goza, se ríe mucho. Cuando su cuerpo se ve afectado, expulsa, yo me constipo. Mejor dicho, estoy la mayor parte de las veces constipada y siempre sufro de colon irritable. VI. Perfil unitario del miedo El perfil unitario detallado aparece anexado a este artículo (Anexo 1). Colocaré aquí solo aquellas sensaciones registradas en la totalidad de los casos, tanto en experiencias particulares como en experiencias similares (otras experiencias): Sensaciones físicas Dificultad respiratoria Inquietud motora Frío y extremidades heladas Sensaciones psicológicas Irritabilidad marcada Sensación de amenaza Deseos de ocultarme Deseo de arrancar Inseguridad, aprehensión, desasosiego VII. Conclusiones y aportes Concluyendo con el análisis desde la propuesta ontológica, hoy puedo ver una pauta de comportamiento cimentada en un sustrato biológico y que se extiende a lo relacional, en que lo que siempre había interpretado como un modo de ser irascible, rígido, estructurado, marcadamente ordenado en función de pautas y hábitos más bien rígidos, corresponde a la experiencia del miedo en mi vida. Más allá de estos juicios que funcionaban como explicaciones que me mantenían atrapada, he podido empezar a ver el fenómeno y desde aquí a comprender que esos juicios hechos acerca de mí, podían articularse en un patrón de sentido y de acción, que cumplía con el cometido de calmarme. Veo en ello el desgarramiento vital producido por mi incompetencia para manejar el miedo, desgarramiento desde el cual se configuró mi estructura de coherencia. 238 De solo pensar en ambigüedad, en cambio o riesgos, comenzaba a anticipar físicamente sensaciones de molestia y desagrado que se acompañaban del correlato físico ya descrito en el acápite de “Fenomenología del miedo”. Muchas veces pensé en patologías físicas, sin darme cuenta de que lo que vivía era el “asustarme”. Este “asustarme” se fue instalando como estado anímico, tiñendo a la fecha muchos espacios de mi ser, limitando mis posibilidades de acción, dejándome fijada y suspendida en una sensación de desagrado y en una autoimagen empobrecida que claramente implicó importantes quiebres en mi vida. Sin conciencia de ello y fijada en un “yo soy” de fuerte tinte metafísico, comenzaba a actuar de acuerdo a como me sentía: desconfiando, controlando, ordenando, planificando, sin delegar, sin vincularme realmente, huyendo de los otros todas las veces que me fuera posible. El tema que de hecho había elegido para el proyecto al inicio del programa era la dificultad de confiar. Al mirar los juicios en mi identidad pública, descubría la coincidencia con lo que yo misma hacía en mi identidad privada: muy ordenada, detallista, planificada, estructurada, poco flexible, adversa al riesgo, etc. Comprendo ahora que ha estado operando el principio de la acción: No solo actuamos de acuerdo a como somos, somos también de acuerdo a como actuamos. La mirada ontológica me aportó un elemento adicional e inesperado: la posibilidad de cambio. Ya que si bien reconozco una biología que define una línea base, al mirar mis experiencias me surge la posibilidad de comenzar a transformar mi manera de vivir y de relacionarme, tanto conmigo misma como con los otros. Develando y haciendo consciente el patrón bioemocional y relacional, las interpretaciones que he articulado a partir de mis experiencias tempranas y el cómo ellas determinaron mi interpretación de las que le siguieron, ha comenzado un periodo de cambio que hoy me hace dudar de si redactar estas ideas en presente o en pasado. VIII. Patrón como señal Aunque va disminuyendo en grado de intensidad, todavía el patrón sucede y, sin embargo, hoy puedo verlo. Al hacerlo consciente he comenzado a usarlo como una señal que me avisa que, dada mi historia, estoy interpretando algo como amenazante. Desde aquí mi enfrentamiento ha comenzado a cambiar. Entonces puedo: Declarar el quiebre desde mí: “Me está pasando, tengo miedo”. Evaluar cuál es el espacio emocional alternativo que me conviene desarrollar Intervenir mi corporalidad para convocar más fácilmente ese espacio emocional. 239 Al hacer lo anterior, he comenzado a lograr reestructurarme volviendo a mi centro, y entonces puedo: Reflexionar y evaluar qué tan amenazante es la situación, en el sentido de discriminar qué es lo que me falta, para poder hacerme cargo de ella: si articular conversaciones de una naturaleza especifica (de construcción de relaciones, de pedido de ayuda, de coordinación de acciones, etc.), si hacer una declaración determinada, si descansar, si soltar, si efectivamente protegerme o defenderme, etc. Al hacerlo así, mis resultados han comenzado a cambiar y con ello la manera en que me siento y me veo a mí misma. Ha ido declinando mi sensación de incompetencia, abriéndose mayores espacios de goce y calma. Estar consciente me está permitiendo elegir acciones acordes al diseño que he venido construyendo de cómo deseo que sea mi vida. Aún ahora me parece interesante que la biología del miedo pueda desencadenarse incluso en el estado de sueño, probablemente vinculado a los períodos REM o de “actividad onírica”. Asocio con ello los despertares que he tenido y que, en las denominaciones sintomáticas vigentes en psicología, pueden interpretarse como “ritmo diurno depresivo”. Desde este “despertar” aparecen condicionadas las interpretaciones de enfrentar un mundo amenazante, de desagrado ante la necesidad de salir a la calle y abandonar el espacio protector del hogar que opera concretamente como el “refugio”. Hoy sé que mi día mejorará. En el trascurso de hacer el programa y el proyecto, hice un proceso inverso a lo que había sido mi práctica habitual. Había procedido desde construir juicios y explicaciones quedándome en ellos. Me posicioné en el fenómeno. Al analizar retrospectivamente mi acción, veo dos momentos que se superponen en espiral: 1. Toma de conciencia Al respecto, sugiero no olvidar la importancia de incorporar a la práctica la reflexión fenomenológica, la cual articulada con la historia vital a través de la indagación vertical y transversal, puede ayudarnos a construir sentidos iluminando espacios. En mi historia había importantes antecedentes tempranos que se volvieron de utilidad en términos de determinar acciones eficaces, solo cuando puede verlos a la luz de la fenomenología analítica. 2. Intervención Una vez que pude ver el fenómeno del miedo tanto en lo personal como en lo genérico (me había introducido ya en las lecturas de John Bowlby sobre el miedo y el apego como pauta universal, compartida por seres humanos y mamíferos superiores), llegó a mis manos la lectura del 240 Metamangement de Kofman (2007). Desde ella pude reconstruir lingüísticamente mi vivencia, usando el modelo de víctima y protagonista propuesto en su texto. Como intervención, entonces, comencé a enfocarme en tomar las situaciones en que se me despertaba el patrón del miedo que ya había hecho concientes (toma de conciencia), manejándolas esta vez –al haber dejado de ser transparentes– como antecedentes y no como estímulos asociados a una respuesta automática (miedo con ataque, con huida o con paralización). Desde este esquema, mi foco ha estado puesto entonces en elegir mis acciones en función de los resultados que espero obtener. Ello ha decantado en una sensación de mayor bienestar y libertad, que me ha permitido atenuar el grado de mis respuestas de ataque, huida y paralización, e incluso, en ciertos momentos, introducir nuevas acciones, tales como las de pedir ayuda. He comenzado a confiar más en quienes me rodean, en mí misma y en la vida, y hoy particularmente estoy empeñada en desarrollar un taller cuyo tema es la habilitación frente al miedo. Si bien concluiré aquí mi proyecto, mi interés sigue presente y activo, motivando que desde la generación de pensamientos que aporten al claro ontologico y a la práctica del coaching, me haya involucrado en el estudio más prolijo de la teoría de Bolwby, con la idea de reconstruir ontológicamente sus interesantes e iluminadores planteamientos. Agradecimientos Agradezco a Luz María Edwards por ayudarme a comprender que permanecía en mis juicios. También por ayudarme a transitar en la elaboración de este material escrito. Agradezco a Nora Tarsistro por su compañía y entrega amorosa que me ayudó a avanzar en los descubrimientos acerca de mis experiencias de vida y su efecto en mi transformación personal y en las nuevas dimensiones que desde aquí va tomando mi práctica de coach. Agradezco a mi grupo de aprendizaje, ya que en ellos hice el laboratorio de mi miedo, y conté siempre con su cariño y apoyo. Agradezco a mi familia, mi laboratorio de vida continuo y mi fuente de ánimo y amor. Finalmente agradezco a Rafael y Alicia, quienes me ayudaron con su compañía y su entrega a reconciliarme conmigo misma y con todo lo que me gusta leer, estudiar y aprender. Ellos me agregaron además la vertiente de llevarlo a la vida, deseando pensar por mí misma para dejar mis elaboraciones como aportes para mi comunidad profesional y para el mundo. Bibliografía Bolwby, John Bolwby. Obras Completas, Vol. 1 y 2. Buenos Aires: 241 Editorial Paidós de Psicología Profunda, 2009. Echeverría, Rafael. Por la senda senda del pensar ontológico. Buenos Aires: Ediciones Gránica, 2007. García Valencia, Alejandro. “Introducción a la filosofía de Edmund Husserl”. En Revista Ciencias Humanas, N° 22; 2002. González, Manuel; Ibáñez Ignacio y Rosario Cubas. “Variables de proceso en la determinación de la ansiedad generalizada y su generalización a otras medidas de ansiedad y depresión”. En International Journal of Clinical and Health Psychology, Vol. 6, Nº 1: 23-39. Kofman, Fredy. Metamanagemen, Tomo 1. Buenos Aires: Editorial Grito Sagrado, 2007. Levy, Norberto. La sabiduría de las emociones. Buenos Aires: Plaza & Janés Editores S.A., 2000. Zhuo, Min; Kiun Kaang, Bon y Kiun Kaang. “Bioquímica del miedo”. En portal de ciencia y tecnología, 2009. 242 El miedo y la confianza: un encuentro entre la luz y la sombra Ninfa del bosque Introducción En muchos momentos de mi vida me había preguntado por el tamaño real de los dragones que habitaban mis noches oscuras, cargadas de fantasmas e historias. Poco a poco he ido comprendiendo que no había un tamaño real, simplemente es el que aparecía ante mis ojos y mis percepciones que hacían que mis noches fueran una lucha con el Leviatán de turno, que me dejaban agotada y desgastada para continuar con mi camino. Esto, para introducir que lo que quiero compartirles es algo que se ha ido configurando como el miedo a vivir, el miedo a ser yo, que se conecta con una falta de confianza frente a la vida. Este escrito es un intento de plasmar mi experiencia de vida con lo que he ido descubriendo, desde una mirada mucho más fenomenológica y algunas aproximaciones ontológicas. Me gustaría empezar por preguntarme por el ser humano que he sido a partir de este miedo a vivirme. 1. ¿Quién ha sido este ser humano que mira la vida con miedo y con desconfianza? Desde el lenguaje Un observador que ha creído que algo malo puede pasar, que los otros le pueden hacer daño, descalificarlo y no aprobarlo. Un observador que cree que las historias que se imagina son reales; que en momentos de oscuridad crea fantasmas y dragones gigantes, que hacen de la oscuridad un peligro inminente. También es un observador que sueña con vivirse distinto y busca salir de allí para conectarse de manera mucho más libre y segura con sus sueños y sus ganas de vivir en plenitud. Desde el cuerpo Es una persona que camina rápido y acelerada por la vida, con la zozobra de que alguien la puede dañar. Mira con ojos bien abiertos, alertas ante el peligro que puede surgir. Es un cuerpo recogido, agotado por muchas noches de desvelo y terror. Un observador saturado por el pensamiento imaginativo que lo habita como un taladro cerebral. Desde las emociones Un observador que vive la vida con desconfianza, intranquilidad, ansiedad, desasosiego, falta de paz y, muchas veces, rabia y tristeza de verse 243 atrapado en esta red que lo inmoviliza. (Quiero hacer un paréntesis para contarles que el miedo no ha sido una constante en mi vida, y aunque ubico importantes escenas en otras etapas de mi existencia, encuentro que es en mi vida adulta cuando ha empezado a aparecer con más fuerza, desgastando mi energía y, en consecuencia, mi vivir). 2. ¿Qué posibilidad de acción y de resultados tiene este ser humano? Duda de sí mismo y de los demás. No logra entrar con plena confianza en las relaciones con otros y con el mundo, poco a poco va creando una coraza con la ilusión de protegerse y aislar el daño que le pueden causar. Sus resultados están asociados a una vida pesada e intranquila; una vida demasiado calculada que lo lleva emocionalmente al agotamiento, la gravedad, la prevención y la falta de goce. He ido encontrando que mi miedo a ser, a vivir y el miedo a los otros, está directamente relacionado con la falta de confianza en mí. Este fenómeno del miedo asociado con la autoconfianza, es lo que Norberto Levy relaciona directamente con los recursos que tiene el individuo para hacerle frente a la amenaza que está en juego en una determinada situación. Levy dice: “el miedo es una señal que indica que existe una desproporción entre la magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos v los recursos que tenemos para resolverla”. Con todo lo que ha significado este recorrido por mis miedos y mi desconfianza, aparecen hoy preguntas que son relevantes: ¿Qué tan segura me siento caminando por la vida conmigo misma? ¿Me gusta la compañía que encuentro en mí? ¿Cómo es la alianza que establezco conmigo misma para enfrentar los desafíos que se presentan? Quiero mostrar, a través de algunos patrones identificados en este trabajo, cómo la autoconfianza se ve comprometida en los episodios que suelo vivir alrededor del miedo y que observo también en la experiencia de otros. I. La presencia de una voz que amenaza sobre algo malo que nos puede suceder o del daño que alguien nos puede ocasionar Encuentro en esta una declaración que hace el individuo en relación con una amenaza inminente a sufrir algún daño o a sentirse atacado por alguien. De niña viví en el campo, todo estaba rodeado de cafetales. En la oscuridad escuchaba sonidos de chicharras, grillos, ranas y muchos otros animales que no lograba identificar. La oscuridad se me aparecía como una espesa nube negra que no me permitía descifrar lo que contenía, e imaginaba que las sombras eran fantasmas. Pensaba que algo podría sucederme y que de 244 los arbustos podría salir alguien y hacerme daño. Esto me obligaba a permanecer siempre alerta, con ojos bien abiertos, a caminar más rápido, mirando hacia todos lados, tratando de protegerme ante la amenaza que representaba para mí la oscuridad. Al respecto, María José Bosch dice: “la oscuridad engendra el miedo y el miedo engendra fantasmas. Cuando nos encerramos en la oscuridad de nuestra mente, cuando sentimos sensaciones de soledad o nos sentimos desvalidos, tendremos una sensación oscura de miedo, y el miedo invariablemente nos hará ver fantasmas por todas partes”. Con el tiempo he ido descubriendo que esa voz no me pertenece, es la voz de mi madre advirtiéndome de los peligros que encierra la noche y la oscuridad. Ese repicar del miedo se fue gestando como una declaración entre los miembros de mi familia, haciendo que muchos de nosotros la vivamos hoy como una realidad y la sigamos perpetuando con nuestros hijos. Todo un sistema familiar y cultural de prevención, con advertencias como estas: “uno no puede ser tan confiado en la vida”, “no se confíen de nadie”, “afuera hay mucho peligro”. Desde allí surge la desconfianza hacia el mundo y hacia otros, que está directamente relacionada con la confianza hacia nosotros mismos. Como dice José Antonio Marina: “De la misma manera que se aprende la seguridad básica, se aprende la inseguridad, la desconfianza hacia los demás y también, hacia uno mismo”. El siguiente relato forma parte de experiencias de otros, en las que se observa el patrón del miedo: Amelia era una compañera de oficina. Sentía que su trabajo no se valoraba y que sin importar lo que hiciera, la jefa nunca estaría satisfecha. Ella sabía que necesitaba conversar con la jefa al respecto, pero dudaba de hacerlo y decía que no iba a conseguir mucho exponiéndole su situación y que, incluso, se podría quedar sin empleo por hacerlo. Relacionado con lo anterior, encuentro un segundo patrón. II. No me gusta no ver. No ver lo que voy a enfrentar en el futuro El futuro es incierto y tiene un importante componente de incertidumbre. Logramos adentrarnos en él con la única herramienta que nos dan nuestros propios juicios sobre el acontecer. Ahora bien, cuando estos juicios están condicionados por una forma de percibir el futuro como una amenaza que nos puede devorar, la vida empieza a tener un colorido de negatividad y se nos cierran las posibilidades. He aquí otra experiencia: Cuando me vine a vivir a la capital, tenía la idea de que la ciudad era insegura, que la gente era muy competitiva y que podían pasar por encima de mí. Recuerdo haber escuchado este comentario en las ciudades pequeñas de provincia. Esa experiencia estuvo marcada por varios sucesos: había renunciado a mi empleo para trabajar en una empresa de la capital. Pasé por un proceso de selección y me quedé con el puesto. Cuando 245 llegué, mi cargo se lo habían dado a otra profesional por instrucción de una asesora amiga del presidente de la compañía y, a cambio, me ofrecieron un contrato por unos meses mientras conseguía otro empleo. ¡Estaba desconcertada! No entendía lo que estaba sucediendo. Los primeros meses viví en casas de varias amigas, eran días de incertidumbre, preocupación e intranquilidad. En las experiencias que tienen que ver con el patrón de la no visibilidad, también hay señales emitidas desde el cuerpo, relacionadas con dormir mal. Cuando no duermo, mi mente está en constante revolución: crea pensamientos imaginativos asociados a la fatalidad, donde algo malo puede suceder, lo cual conecta a este patrón con el anterior y en donde sigue estando en juego la autoconfianza. III. Miedo a las enfermedades graves y a la muerte Esta es mi experiencia frente al diagnóstico de hipertensión y melanomas. En 1997 me diagnosticaron hipertensión. Permanecí varios años negando la enfermedad. Me costaba compartir esto con otras personas. Siempre me decía que era una enfermedad grave con un final doloroso y difícil. Estuve varios años sintiéndome mal conmigo misma hasta que poco a poco fui aceptando el diagnóstico y opté por cuidar mi salud. En cuanto a los melanomas, el impacto fue fuerte. Sucedió en el 2009. Me encontraron uno que clasificaron como in situ (superficial). Seguí el control de los lunares de todo mi cuerpo y hacia finales del mismo año me extrajeron uno más grande, ubicado en la zona del epigastrio, cuyo resultado de la patología fue positivo y un poco más profundo que el anterior. Mi conversación interna giraba en torno a que era una enfermedad más grave que la hipertensión y podía morir joven. Mi cabeza me daba vueltas, pensaba en quién se haría cargo de Sebastián, mi hijo, si yo llegara a faltar; cómo lo afectaría a él, a mi familia, en fin, veía cercana la muerte. Frente a estas experiencias está presente la incertidumbre del futuro y la amenaza latente de que algo nos puede dañar o incluso hacer desaparecer. En estas situaciones es importante ubicarnos ante los hechos y no quedarnos en el círculo vicioso de lo que la imaginación nos trae y la angustia nos genera. Observo que este es un patrón recurrente en el ámbito cultural en el que nos desarrollamos, particularmente ante eventos que nos recuerdan nuestra temporalidad. Otra experiencia más: Cuando a Lucrecia, una secretaria de la empresa, le diagnosticaron cáncer de seno, sintió mucho miedo. Comentaba sus temores frente a la quimioterapia o la radioterapia, se preguntaba qué iba a ser de su mamá, a quién ella cuidaba en su vejez. Le preocupaba el futuro de su hijo, un adolescente que estaba terminando el colegio en ese momento y hablaba de que seguramente no iba a conocer sus nietos. 246 Indiscutiblemente, estos sentimientos que albergaba Lucrecia le generaban un panorama de fatalidad y tragedia. Sin embargo, con el tiempo ella encontró la posibilidad de cuidado consigo misma y aprendió a convivir con la enfermedad. Este es un patrón que se relaciona muy especialmente con el que enuncio a continuación. IV. Dudo de mí. Dudo de si voy a ser capaz. Este es quizás el elemento central que más directamente refiere al tema de la desconfianza en mí misma y que podría también estar en la base de los demás patrones expuestos en este trabajo. Comparto esta experiencia: Tener la responsabilidad de realizar una exposición para un grupo de personas de la empresa para la cual trabajaba, hizo que el miedo se apoderara de mí. Aunque había preparado el tema, dudaba sobre el poder estar de pie frente al auditorio. Imaginaba que podrían hacerme preguntas que yo no iba a poder contestar, pensaba sobre lo que podían pensar de mí y mi preparación profesional. Tuve que buscar ayuda terapéutica para pararme al día siguiente frente a ese grupo. Creo que esta es la única situación en mi vida en donde he sufrido un ataque de pánico. Es lo que algunos autores denominan el miedo pasivo, uno que paraliza, que inmoviliza en un momento y en el que el individuo no sabe qué hacer. Aquí encuentro que evidentemente sentía que mis recursos eran más escasos que las amenazas, representadas a costa de mi imaginación que las estaba creando. Existía una gran desproporción entre la amenaza y los recursos, una percepción exagerada e imaginada que creaba un realismo infundado que estaba lejos de los hechos. Comparto la siguiente experiencia: Mi hijo Sebastián tenía que conversar con la profesora de Ciencias Sociales sobre una tarea que no había hecho, pues había olvidado su cuaderno en el colegio. El niño se veía muy ansioso y me decía que tal vez no quería hacerlo porque ella lo podría regañar al no aceptar sus argumentos. Además, tampoco quería que esto pasara delante de sus compañeros. Ahora bien, ¿por qué dudamos de nosotros mismos, de lo que somos capaces de hacer? Considero que parte de la respuesta se encuentra en el siguiente patrón que he identificado. V. El recurrente pensamiento imaginativo, “mi taladro cerebral” Es habitual en mi comportamiento el encontrarme asediada por una incesante producción de pensamientos que no necesariamente se basan en hechos. Es como si ante las diferentes situaciones, especialmente las que tienen un alto grado de dificultad, el cerebro pusiera en marcha un mecanismo al que he llamado “taladro cerebral”, y que está asociado con círculos viciosos 247 de pensamiento que le ponen a mi observador un lente cargado de negatividad, desesperanza, tragedia, desproporción de los sucesos y, muchas veces, un desenlace fatal. Dominada por estos pensamientos dudo de mí y de si voy a ser capaz con una determinada situación. Otra experiencia: Cuando me diagnosticaron la aparición de los melanomas en mi cuerpo, mis noches se empezaron a cargar de un implacable cansancio emocional, derivado de los mil y un pensamientos con los que iba asociando la aparición de aquellos con una enfermedad fatal. Muchas veces tenía la sensación de estar enfrentada a un dragón que era mucho más grande que yo, y la noche terminaba en un cansancio irreparable, que dejaba mi siguiente día cargado de imágenes negativas que me hacían ver el futuro con desesperanza. Jóse María Bosh refiere a lo anterior de la manera siguiente: “El pánico a lo que imaginamos que puede ocurrir es, sin la más mínima duda, algo demoledor. La capacidad humana de anticipar, de pensar en lo que puede suceder, a menudo nos atrapa en la trampa del miedo”. Considero que este pensamiento imaginativo es un elemento central que me hace dudar de mí, de mis capacidades, de mi potencial y de mis recursos para hacerme cargo de lo que está aconteciendo con mi vida. Y es desde la imagen del tamaño desproporcionado que doy a los dragones que me acechan, que me vuelvo más pequeña, con menos recursos y menos posibilidades. Es allí donde el terreno se vuelve más propicio para que la autoconfianza entre en crisis y el miedo se apodere de la situación. El siguiente es otro patrón identificado en la observación. VI. El miedo a la aprobación o desaprobación de otros Este patrón se conecta con muchos de los anteriores y tiene el foco puesto en el temor a que los otros desaprueben mis comportamientos y mi forma de aparecer en el mundo. Los otros se presentan como la amenaza central, y de nuevo me conecto con la voz del pasado: “No se confíen de nadie”, “afuera hay muchos peligros”. El taladro cerebral del que he hablado desempeña en este patrón un papel determinante, pues es allí donde se crean historias cargadas de fantasmas imaginarios, pero que en medio del miedo aparecen como si fueran reales y al acecho para atacar. La siguiente experiencia se vincula con esto: Durante algunos años me sentí insegura para hablar en reuniones con altos directivos de la compañía en la que trabajaba. La ansiedad me tomaba por completo y no tenía la suficiente confianza para exponer mis puntos de vista frente a ellos. En esos momentos me dominaba el rumiante taladro cerebral. Finalmente, cuando me decidía a hablar, ya un poco agotada con toda la indisposición que mentalmente me había generado, al exponer me ruborizaba por completo y esto hacía que me sintiera mucho peor; entonces, tomaba la opción de terminar de hablar 248 rápidamente y quedarme callada. Después de esto venían momentos de implacable juzgamiento. Me sentía lo peor y quería salir corriendo para que nadie se diera cuenta de lo que estaba pasando conmigo. Este es un aspecto de la falta de seguridad y confianza en mí misma que observo también en otros individuos, con en la siguiente experiencia: Angélica forma parte de nuestro equipo de trabajo en una empresa de consultoría. Cuando trabajamos juntas con todo el equipo, noto que empieza a ruborizarse en su rostro y a generar una sudorización notoria. Alguna vez le pregunté a qué se debía esa manifestación de sudor y enrojecimiento y me dijo: “Pienso mucho si lo que les voy a decir es adecuado y aprobado por ustedes, creo que podría no parecerles interesante”. Este fue un suceso interesante porque en la medida que nos hablaba de su miedo, su sudor comenzó a desaparecer y su rubor se hizo menos perceptible. Aquí observo que está en juego la imagen que queremos que otros tengan de nosotros. Estamos atentos a la evaluación que otros hacen de nuestras acciones. Si lo que busco es complacer a otros para que mi imagen no se vea comprometida, mi propio juicio empieza a depender del juicio que tienen los otros sobre mí. Esto es algo que toca directamente con el valor que me otorgo, la confianza que represento para mí, independiente de lo que otros puedan pensar, imaginar o decir. Este temor hacia el juicio de los otros tiene un marcado énfasis en la cultura occidental a la que pertenecemos, donde existe una tendencia importante hacia la individualidad, a la vez que se fomenta una personalidad con características de autonomía, dominación, competencia, dureza y agresividad. Allí observo que fácilmente los otros pueden ser amenazantes para mí y, también en esa dirección, me puedo convertir en una amenaza para otros. VII. Mis aprendizajes ancestrales Es interesante detenerme a mirar cuál ha sido el aprendizaje de ese ser humano temeroso y desconfiado de sí mismo y de sus capacidades. La pregunta es valedera, en tanto nos remite a un aprendizaje lejano en su origen. Desde mi experiencia, puedo compartir con ustedes que este es un ser humano que desde muy niña aprendió a vivir desconfiando de los otros y del mundo, aprendió a ver la vida con peligros, amenazas y, aunque nunca ha sido dañada por la vida o por otros de manera deliberada, creció con las historias de terror que escuchó en su entorno familiar y social. A partir de esta percepción ha desarrollado un potente pensamiento imaginativo que crea irrealidades mediante los fantasmas de turno, monstruos y dragones que toman un tamaño mayor que el de ella misma, y que la hacen presa de un temor a ser devorada por los otros y por el mundo entero, convirtiéndose ella misma en muchos momentos en el mismo monstruo devorador que persigue al otro desde la 249 desconfianza. También es un ser humano que a través de su historia ha podido encontrar en el coraje y la valentía un camino de salida a la desconfianza y al miedo. VIII. Valentía y coraje Ahora quiero hablar de la valentía y el coraje que aparecen en medio del miedo, y que se conecta con un ámbito fundamental que tiene que ver con su luz y su puesta en acción para abrir posibilidades distintas. José Antonio Marina habla de esto en los siguientes términos: “El tema del miedo nos lleva irremisiblemente al tema de la Valentía y esto básicamente porque el ser humano quiere vivir por encima del miedo”. Es hermoso y poderoso verlo a través de mi experiencia de vida. Las luces de mi miedo tienen que ver con la valentía que siento que hay en mí para afrontar lo que está en juego. No es usual que me vea paralizada por el miedo, más bien actúo. Considero, por ejemplo, que ante mis experiencias de miedo después de mis juicios y narrativas imaginarias, algo me pasa, por lo que me pregunto: ¿cómo puedo salir de allí? Empiezo a trabajar en ello, me muevo a buscar soluciones, como cuando quedé sin trabajo en la capital y empecé a buscar empleo y un lugar donde vivir. También me preparo más si es lo que siento como vacío. Busco asesoría y ayuda en otros, como cuando me descubrieron los melanomas y lo que hice fue hacerme cargo de lo que me estaba sucediendo, y desde la acción concreta me responsabilicé de la situación. Hay algo que en mí se activa desde el miedo y que se relaciona con el conectarme con la acción, que hoy lo puedo ver como la luz del mismo miedo. La acción me rescata, me pone en marcha, me ubica en el camino de resolución de la situación que está en juego. Siento que la valentía me ha enseñado a defender lo que vale la pena para mí; por ejemplo, la posibilidad de estudiar y salir adelante, de buscar mejores posibilidades de empleo y desarrollo en otras ciudades, de caminar por carreteras solitarias para llegar al colegio. Esto me ha ayudado a sobreponerme ante la adversidad, dándome la posibilidad de verme vital, fuerte y en conexión con algo más profundo que quiere vivirse en mí. En la valentía hay algo que aparece poderoso para mí y que es el ir tras mis sueños y mi sentido de vida. Siento que en muchas de las situaciones de miedo que he enfrentado, son ellos los que me ponen en la dirección de lo que quiero y lo que me importa en la vida, y desde allí empiezo a sentir la fuerza, las ganas de sobreponerme. Empiezo a direccionar mi atención hacia mundos posibles que me permitan salir del estado de temor, incertidumbre o inercia en el que me pueda encontrar. José Marina dice al respecto: “la grandeza del hombre es el proyecto. Su contenido es la dignidad. Cuando una persona se concentra en un proyecto y en su realización, impone a su atención un giro salvífico. El miedo es poderoso porque nos recurva hacia nosotros mismos”. 250 Hoy se me ocurre preguntarme: ¿cuál ha sido la mayor experiencia de valentía en mi vida? Me llegan muchas imágenes y encuentro varios momentos en mi trasegar. Rescato una muy significativa y es haber tomado la decisión de irme de mi pueblo a estudiar en una universidad en otra ciudad, dejando a mi familia y todos sus reproches acerca de que me estaba aventurando en algo que no era para mí, puesto que en mi familia no teníamos las condiciones económicas para hacer tal proeza. Y tenían razón, no contaba con lo más mínimo. Sin embargo, muchas puertas comenzaron a abrirse ante mi necesidad de estudiar. Yo no sabía muy bien lo que estaba haciendo, lo que sí sabía era que iba tras una ilusión que nunca antes me había imaginado posible para mí ni para alguien de mi sistema familiar. Siento mucha valentía en esa decisión, porque significó abrirme paso en medio de la adversidad. Con la ayuda de varios amigos y mi novio comencé este sueño. Ya en la universidad, algunas cosas se empezaron a generar como posibilidades: dictaba clases a niños y con eso obtenía algo de dinero, hacía trabajos en máquina de escribir a otros estudiantes y en todos los semestres me gané la matrícula de honor, lo cual me ayudó a que posteriormente fuera monitora en algunas materias de mi carrera. Ahora que recuerdo, vivía las dificultades y las adversidades con algo de gracia y desafío, no como algo funesto o trágico; encontraba en ellas alicientes que me reivindicaban con el valor de la vida y las ganas de seguir adelante. Al final me daba cuenta de lo que había logrado, y esto me ponía en un lugar diferente frente a los nuevos retos de la vida. Para mí, la universidad representa una de las mejores épocas. Me sentí vital, útil, involucrada con proyectos significativos y, aunque las condiciones eran restringidas, veía un mundo de posibilidades que se iban abriendo entre la neblina de la ciudad. ¿No es esta una manera maravillosa de ver cómo la valentía y el coraje aparecen como instrumentos significativos en la aproximación hacia los sueños de un ser humano? IX. El presente Quiero compartir algunos hechos y desafíos centrales para mí, que he ido trabajando e incorporando, y otros en los que seguramente me falta un mayor aprendizaje en relación con el miedo y la autoconfianza. Con todo lo que me ha pasado en la vida y lo que he visto a través de este trabajo, ¿qué ser humano soy ahora? Los aprendizajes que tuve en mi sistema familiar y social, hoy los puedo reevaluar y pararme frente a ellos de manera diferente, reconsiderarlos y replantearlos, diseñando para mí una nueva narrativa, con declaraciones distintas: No hay nada malo que me pueda pasar. Hoy quiero y puedo confiar en mí misma y en los demás. No hay 251 ninguna intencionalidad de la vida ni de los otros por hacerme daño. Los otros pueden descalificarme o desaprobarme, pero estas apreciaciones les pertenecen a cada uno de ellos. Sin embargo, soy yo quien tiene el poder de dar autoridad a lo que escucho y a quien escucho. Quiero conversar con mis hermanos sobre lo que aprendimos en el seno familiar y que, en su momento, tenía un sentido para mis padres y para quienes lo proclamaban; sin embargo, hoy necesitamos verlo distinto y abrirnos a explorar la posibilidad de depositar totalmente la confianza en nosotros mismos, en lo que la vida nos trae y nos regala. Necesito aprender a ver la oscuridad no como una amenaza latente, sino como un ámbito de descanso y entrega, de silencio y de comunión con lo que está por fuera de mi control. En los últimos meses he venido haciendo algo interesante con mi pensamiento imaginativo: cuando en las noches aparece mi taladro cerebral, me doy el espacio para hacer vivas y darle poder a las declaraciones que acabo de anotar. Cuando se vuelve demasiado recurrente, me pongo en acción, me levanto y leo algo valioso, algo que me guste, que sea significativo. He descubierto que es una manera de desarmar el mecanismo del círculo vicioso de pensamiento negativo. Desde mi corporalidad, encuentro poderoso para mí aprender a caminar más despacio; esto significa, vivir con menos prisa la vida, darme el espacio para escuchar más lo que me pasa y lo que vivo, confiando en los pasos que voy dando, que me van acercando a lo que quiero vivir y a lo que le da sentido a mi existencia. Me gusta conservar mis ojos bien abiertos, ya no para estar alerta a un peligro inminente, sino por su capacidad de ampliar el espectro, de abrir la mirada y, con ellas, la capacidad de acción. Quiero continuar en la conquista de un cuerpo más suelto, flexible, más distendido a través del ejercicio que ahora realizo, haciéndome cargo de su cansancio y sus necesidades. Confío en que todas estas acciones me ayuden a conectarme con la tranquilidad y la paz que anhelo, y que me den la posibilidad de entrar en una vivencia profunda de la confianza básica en mí misma. Finalmente, les comparto que la valentía y el coraje son la fuerza de mi vida. Quizás ha sido en los momentos más difíciles en donde he sentido su presencia. Es como si la vida misma me convocara a ponerme en pie, llamado que ha sido una constante desde niña. Ahora me pregunto: ¿qué es esa fuerza?, ¿de qué está hecha?, ¿cómo he logrado activarla? Hoy puedo decir que esa fuerza soy yo y todo lo que represento. Son cada uno de ustedes y todo lo que representan para la vida misma y para mí. Me siento maravillada con lo que significa la vida, el planeta, el universo y lo que yo legítimamente soy en toda esta inmensidad. Soy una con la Tierra, una con el aire, una con el agua y una con el fuego; soy parte de lo que nace y de lo que muere; soy parte de la fragilidad y de la fuerza, de la pequeñez y de la grandeza. Hoy la lluvia cae sobre mi cuerpo y yo fluyo con cada gota de agua que recibo. Siento la 252 humanidad en cada una de las células que me constituyen, siento a cada uno de ustedes como parte de mi piel. Escucho la profundidad del silencio que me ayuda a escuchar mi alma, la de quienes conviven conmigo y la de nuestro planeta. Me maravillo de todo cuanto existe y la simpleza de la vida; ¡hay tanta armonía y grandeza en esa simpleza!. Siento que el universo es incluyente, todos tenemos un espacio en él y puede darnos soporte a cada uno de nosotros. Siento que mi vida es una apuesta al amor, a la confianza y a la comunión con todo cuanto existe. Me siento feliz de haber compartido con ustedes un tema que me ha atravesado el alma durante muchos años y del cual me era difícil hablar, pues lo veía como algo devastador para mí, y que traté a toda costa de ocultarlo. Hoy es maravilloso haber podido dar la cara, estar frente a frente y descubrir que ha cambiado de manera contundente su tamaño. Si antes aparecía como un monstruo de mil cabezas, hoy puedo contarles que solo le veo tres. Con amor infinito. Bibliografía Bosch, María José. La danza de las emociones. Santiago de Chile: Ed. Edaf, 2009. Levy, Norberto. La sabiduría de las emociones. Madrid: Ed. Plaza&Janés, 1999. Marina, José Antonio. Anatomía del miedo. Anagrama, 2006. 253 Derrocando tiranías Ciudadana del alma Introducción Voy caminando por el desierto. Estoy descalza y solo una túnica liviana me protege del sol y del viento. Al comienzo los pies me ardían y sangraban al pisar las tunas y el filo de las piedras. Ahora ha comenzado a formarse una delgada suela de piel que me protege al dar cada paso. El viento, la arena que arrastra, y el sol me han curtido la cara. Mi hija camina a mi lado, tomada de mi mano. A veces su mirada en tonos verdes y azules toca mi mirada y atraviesa mi centro. Sonríe. Su manita aprieta la mía. Seguimos caminando. Por momentos nos detenemos, sentimos sed y buscamos en los montículos que esconden frutos cargados de agua. Al comienzo no podíamos verlos. Mi cabeza se vuelve hacia atrás y mis ojos siguen el rastro de las huellas que hemos dejado y que se evapora a lo lejos, en la reverberación. El viento me empuja a regresar, nos tumba. Ese camino está trazado y lo conozco, pero miro hacia atrás para medir la distancia recorrida, no para regresar. Por delante hay muchos surcos tenues dibujados en la arena. Dudo, no sé cuál seguir. Cierro los ojos y permito que mis pies escojan la dirección. Por las noches, cuando acaricio el pelo de mi hija mientras duerme en mis piernas, lloro. Observo unas flores luminosas que se abren poco a poco. No las había visto hasta ahora. Y pienso, el desierto también esconde belleza. Miro al cielo y observo esa estrella que no sé cómo se llama y que siempre está allí. Entonces sé que he tomado el camino correcto… porque es mi camino. Con esta imagen inicié este recorrido hace diez meses. Era una imagen recurrente en mi vida en aquel momento, un año y medio después de haber terminado mi matrimonio. Hoy, el desierto reverdece. He aprendido a transitar por él y poco a poco deja de ser desierto. Dos años después de mi separación, estoy en el proceso de construir mi propio camino, sin señales, con mi intuición y mi corazón como guías. Este es el deseo que me impulsa a emprender este proyecto: vivir esta etapa y diseñar mi vida desde la libertad y la esperanza, con satisfacción por el camino recorrido, con amor por los aprendizajes que 254 llevo en el cuerpo y con paz frente a los errores del pasado. Llegar hasta aquí ha sido doloroso. He conocido la tristeza más profunda y mi corazón se ha roto en momentos. Cuando creía haber dejado atrás el dolor y veía el futuro lleno de esperanza y de posibilidades, emergían voces del pasado que querían arrastrarme y sumirme en la desesperanza. Son voces que declaran: el matrimonio es para toda la vida. Esto es lo que te ha tocado, ¡aguanta! Estás dejando a tu hija sin padre, has destruido a tu familia, ¡qué lástima tu hijita! Las madres tienen que estar en la casa con sus hijos, no pueden salir a divertirse. Primero está el deber y después la devoción, ¡aguanta! No sé si soy buena madre, no puedo darle lo que necesita, ¡aguanta! Entonces, sentía culpa y tristeza por mi hija y por mí, y me surgía la pregunta de si tenía la fuerza para salir adelante. En ocasiones no era una voz, sino una sensación de angustia que me despertaba en las noches, acompañada de la imagen de mi hija y yo, solas en el futuro. Y me preguntaba: ¿de dónde viene esta imagen, esta voz ahogada, esta angustia que me desgarra? Es el rezago de una voz tiránica, que aún me ata al pasado y que también me constituye, la voz de un dictador que me limita, me somete y que surge de lo más profundo de mi ser. Identifico su origen en lo que he llamado las “verdades de mi madre”, a las cuales me sometí de pequeña en una tiranía que creía haber derrocado, pero que ahora, frente a la nueva vida que intento construir, resurge, se apodera de mí y entra en duelo con el ser que lleva años en la tarea de deponer uno a uno estos mandatos. Crecí con estas verdades, las escuchaba como pronunciadas con vehemencia y reiteración, y algunas de ellas las asumí como absolutas, incuestionables. Otras, las aprendí simplemente al ver actuar a mi madre y tal vez estas han sido las más difíciles de derrocar, pues al no ser dichas, no podía refutarlas. Algunas continúan vigentes. Uno de los resultados de la tiranía, pero también uno de sus orígenes, ha sido callar; he callado mucho, he dejado oír poco mi voz y solo algunas personas conocen las vicisitudes de mi camino. Quiero ahondar en mi desgarro y avanzar en el derrocamiento de las tiranías que se atraviesan en la construcción de mi nueva vida y de mi ser. Creo que los mandatos se debilitan si los miro de frente y pierden fuerza si los plasmo en el papel. Y tal vez descubra que de alguna manera han iluminado mi recorrido y mi presente. Quiero hablar a otros acerca de la posibilidad de deponer a los tiranos del alma, de escuchar la propia voz y vivir a partir de ella. Desde antes de nacer, mi hija y yo comenzamos a escribir un libro en el que registramos las conversaciones maravillosas a partir de las cuales hemos construido nuestra vida. Quiero que esta exploración sea parte de este libro y que, en el futuro, ella pueda conocer mi voz, pero no la voz de la verdad, sino la voz de mis preguntas, de mis dudas, de mis dolores y también la voz de mi fuerza, de mi amor, de la autenticidad de mi alma. 255 I. Los mandatos como tiranía Donde hay tiranía, son todos un eslabón de una cadena; su hedor emana de tu cuerpo, tú mismo eres tiranía. Gyulla Illyés4 La tiranía es un juicio. Esta es una calificación de la forma como he vivido e interpretado algunos juicios, acciones y, en momentos, la presencia de mi madre y de otras personas cercanas. Hacer este juicio habla de mí, de mi observador. Lo importante no es que para ella fueran verdades o mandatos, sino que yo me sometí a ellos. Otro observador podría calificar la misma experiencia con un juicio diferente. ¿Cuál es el opuesto de la tiranía? Los griegos Platón y Aristóteles se preguntaban si era la libertad, la virtud o la justicia. Por mi experiencia pasada y actual, quiero mirar la tiranía desde sus opuestos: la libertad y también la democracia, como sistema político. Y aquí surgen varias preguntas. ¿Cuál es el punto de inflexión en el cual la tiranía deja de ser tal y comienza la libertad? ¿Qué permite que haya libertad? ¿Cuándo comencé a derrocar la tiranía y a vivir desde la libertad? ¿Qué condiciones lo hicieron posible? ¿Cuándo adquiere validez el juicio de la tiranía? Es decir, ¿cuándo hay tiranía y cuándo hay libertad? La tiranía en mi vida surgió en la relación con mi madre y con otras personas cercanas a mí. Es un fenómeno sistémico; es un rasgo de las relaciones entre dos personas, de un grupo, de una sociedad. Es también el tipo de relación que una persona establece consigo misma, como en mi caso, cuando la tiranía se hace propia. La tiranía como fenómeno se presenta en varios dominios: el social y el político, en el espacio público externo, en el cual diferentes personas o voces se encuentran, pero también en un espacio público interno, el del alma del ser individual, en el cual conversan y se debaten diferentes voces. Es este último el que me más interesa explorar. II. La imposición de una voz …en el dedo en los labios indicando callarse, está la tiranía… Regreso a mi experiencia. He sentido la tiranía frente a ciertos juicios y formas de actuar de mi madre cuando era niña. Ella ha sido una mujer de convicciones profundas expresadas en máximas o premisas que he escuchado desde mi infancia. Muchas veces ha respaldado sus formas de actuar con estas 256 máximas, pero otras veces su actuación hablaba por sí misma, tal vez con más contundencia que las frases mismas. Ella decía, por ejemplo. “Primero está el deber y después la devoción” o: “A una hija mía no le puede ir mal en el colegio”. Yo no entendía el significado de la palabra devoción, pero lo importante es que para mí, el deber estaba primero que todo. Yo veía que estos juicios eran muy importantes para ella y tal vez como los escuché desde siempre y los decía con suma gravedad, con un tono que sentía implacable, los asumí como verdades; no los cuestioné sino hasta cuando fui adolescente y descubrí que iban en contra de mi forma de ser. Frente a ellos callé, los acaté y me sometí, en contra de mi deseo de ser una niña libre, de jugar, de tener muchos amigos, de ser sociable. Algunos de estos juicios me hacían sentir segura. Por ejemplo, los juicios sobre la prioridad del deber me generaban confianza, con la certeza de que si actuaba anteponiendo el deber al goce y al disfrute, me iría bien en la vida. Es decir, la vida se trataba de actuar de acuerdo con el deber. Tal vez estos juicios me daban la seguridad de no dudar, de no indagar en mí misma para encontrar mi propia voz. Me resultaban cómodos. El buen desempeño académico que obtenía generaba orgullo, satisfacción y tranquilidad a mis padres. Me sentía una buena hija, poco conflictiva –a diferencia de mi hermana mayor– y autónoma en mi actuación porque era muy responsable, aunque esclava de mis juicios. Sin embargo, había otros juicios que no comprendía o no compartía, de ellos hablaré más adelante. La tiranía la ejerce un observador de enfoque único radical que considera que su forma de hacer sentido de la realidad es la verdadera o la única válida, que desconoce y niega el tipo de observador que es el otro, su voz, su emocionalidad e incluso su corporalidad, niega su diferencia y la unicidad de su alma. Trata de imponer su verdad y, por lo tanto, que los otros la obedezcan y se sometan a ella. III. Mi pequeña propia tirana Yo me exigía mucho, actuaba con una responsabilidad exagerada para mi edad, vivía tensa y los deberes del colegio eran una fuente de preocupación e incluso de sufrimiento. Las tareas eran una carga para mí; llegaba del colegio y me sentaba a hacerlas, sin descansar. Quería terminarlas pronto y quedar libre para jugar. Estudiaba mucho para los exámenes y me esforzaba por comprender los temas a fondo. Desde niña me convertí en mi pequeña propia tirana, cargando mi pesada maleta todos los días, sometiendo mi alma infantil al rigor del estudio, del intelecto y del deber. Había otro tipo de juicios de mi madre, como: “La única música que 257 existe es la clásica, apaguen ese ruido (el rock)”, que ella pronunciaba con enojo y exasperación, y nos hacía apagar la radio a mis hermanas y a mí. Yo le hacía caso y me sometía, pero también me rebelaba. Cuando ella estaba en el trabajo, ponía la radio a todo volumen o me encerraba en la biblioteca a escuchar cassettes que grababa de los discos de mis amigas. Casi no tuve discos de la música de mi época, pero me las arreglaba para estar conectada al sonido de mi generación. Sentía rabia e impotencia ante la orden de mi mamá; me sentía invalidada y que se burlaba de mí. En ocasiones trataba de argumentarle que el rock también era música, pero ella negaba con la cabeza, me interrumpía, no me escuchaba, lo descalificaba, decía que esos tipos cantaban muy feo y que eso no era música –lo sigue sosteniendo hoy– y nunca logré que escuchara mi punto de vista ni respetara mis gustos. Estaba convencida de tener la razón. Su enfoque único frente a temas que desconoce es muy marcado. El tirano es ignorante con respecto a muchos dominios del alma y de la vida misma. Tal vez le teme a estos dominios porque lo cuestionan, los siente como amenazantes para su estrecha moral y su mundo reducido, y por lo tanto necesita amordazarlos. Ismail Kadaré, escritor albanés, candidato al premio Nobel, describe bien este rasgo del alma del tirano: “los dictadores reprimen todo aquello que creen heterodoxo, en el pensamiento, en la poesía, en la música, en la vida. Los dictadores se empeñan en el malestar. Les gusta el aburrimiento”. Era este un rasgo de mi pequeña propia tirana. La excesiva responsabilidad conmigo misma y el juicio severo hacia los otros me hicieron una niña aburrida en algunos dominios, por ser estricta y juiciosa. “Primero el deber que la devoción”. IV. La identidad de observadores, una mentira Así forja esposas el siervo y él mismo se las asegura… Hay una experiencia de tiranía muy cercana y dolorosa para mí, que ha alimentado la mía y que de manera consciente ha sido un modelo que no quiero repetir. Se trata de la relación actual de mis padres. Hoy en día mi mamá tiene algunas limitaciones físicas que le impiden caminar con facilidad. Le da órdenes a mi papá permanentemente –como hacía y aún intenta hacer conmigo–. Le dice qué hacer y qué no, y controla todos sus movimientos. Mi papá, que con los años ha caído en una enfermedad maníacodepresiva, acata sus órdenes y hace lo que ella le ordena, pero se ‘’escapa” permanentemente para estar con sus amigos, gastarse su dinero, ir a reuniones sociales y hacer lo que le da la gana a espaldas de ella. Mi madre actúa con él como una tirana: le habla en un lenguaje de mandatos, no tiene en cuenta sus sentimientos y emociones, lo descalifica permanentemente, se burla de él, lo 258 somete a violencia verbal y a interrogatorios sobre qué hace cuando no está en la casa, y no lo deja descansar. Mi papá ha perdido su dignidad y el respeto por sí mismo, pero de otra manera, más pasiva, también tiraniza a mi mamá. Él sabe que ella lo necesita para las tareas cotidianas y se escapa o la ignora, con lo cual logra que ella siempre lo esté buscando. Se muestra indefenso e incapaz de valerse por sí mismo y le ha hecho creer a mi mamá que no puede vivir sin ella. Mi madre también ha perdido su dignidad al haberse permitido llegar a este límite de maltrato con su marido. El observador tirano busca controlar el ser del otro para que se parezca al propio ser, y aquí radica la expresión máxima del enfoque único; el querer que el otro piense, haga sentido de la realidad, sienta y actúe de acuerdo con el propio observador, es decir, pretender la misma identidad de ese observador y, por lo tanto, la exclusión de observadores diferentes o en contradicción. El resultado de una total identidad de observadores y de almas no es posible, es una mentira. El costo que se paga es demasiado alto. V. Donde no hay duda, hay tiranía La tiranía se expresó inicialmente en dos dominios en mi vida: la de mi madre sobre mí y la mía conmigo misma. Mi alma se sometió a mi ego; a mi sentido del deber, la responsabilidad y del esfuerzo. Puede haber tiranía de una persona sobre otra, pero también una tiranía de la persona consigo misma: una parte de su ser somete a la otra, una voz aprendida o hecha propia se impone y acalla otras voces del alma. Erich Fromm, Franz Neumann y Hannah Arendt abordan el alma como “aquellos espacios públicos internos en los que se ventila acción política” y en los cuales una voz puede ejercer un poder opresivo sobre otras. ¿En qué medida el sometido se convierte en tirano? ¿Qué tanto el sometimiento termina siendo imposición? Pero también, ¿en qué medida el tirano está sometido a su propio poder y es esclavo de su tiranía? ¿Es el tirano siempre un sometido? ¿Será que los extremos siempre se tocan? Me pregunto también, ¿cuál es el beneficio de la tiranía para el sometido? Y creo que es cierta comodidad que se genera al actuar bajo la voz del otro que se hace propia, de no indagar en sí mismo para encontrar una voz auténtica y construir sus propios juicios. “Cada vez que uno trata de suprimir la duda, hay tiranía”, dice Simone Weil, filósofa francesa. En el espíritu de la duda está el germen de la libertad. VI. La estrechez de los juicios morales En la tiranía conmigo misma me volví tirana con los demás. Juzgaba con dureza la “irresponsabilidad” y frescura de los otros niños que no se exigían académicamente como yo, y acatando una verdad de mi madre, 259 comencé a observar y a clasificar a las personas desde una dicotomía estrecha: como brutos o inteligentes, que según yo creía, equivalía a ser mal o buen estudiante. Llegué a pensar que el valor de las personas residía en la inteligencia y que este era el principal rasgo de su ser. Me entristece pensar que este fuera el principal valor que mi mamá viera en mí y también su principal expectativa. Me convertí en un observador de enfoque único que clasificaba a las personas por su “cociente intelectual”. La inteligencia se tornó en un juicio moral sobre lo correcto y lo incorrecto, los buenos y los malos. Y la tiranía residía en que el juicio moral de la inteligencia o excelencia académica, como lo correcto y lo bueno, implicaba un sentimiento de superioridad: “como soy buena estudiante, estoy en lo correcto y por lo tanto soy superior y los demás son inferiores”. Mi madre cultivaba en mí este juicio cuando clasificaba de esta manera a los demás en nuestras conversaciones; siempre estaba el veredicto implacable de “qué tan bruto” o “qué tan inteligente”. El ser buena estudiante me distinguía entre mis compañeros. Me buscaban para que les ayudara con los exámenes y esto me gustaba hasta cierto punto, pero a veces sentía que eran demandantes en su pedido de ayuda y que en el fondo buscaban mi conocimiento y no a mí. Aunque también me generaba aceptación y admiración entre los adultos y los profesores, que veían en mí posibilidades creativas y de aprendizaje. La tiranía se fundamenta en juicios morales estrechos, implacables y dicotómicos del observador: los buenos son los inteligentes, los blancos, los arios, los hombres, etc. Los otros y sus acciones son correctos o incorrectos, son representación del bien o del mal, dependiendo de si se identifican o no con sus propios juicios, los correctos y verdaderos. Si los juicios del observador y, por lo tanto él, encarnan lo correcto y el bien, cree que está en una posición de superioridad frente a los otros, que le permite juzgarlos como inferiores y, por consiguiente, sentirse con el derecho e, incluso, la obligación de someterlos. Detrás de estos juicios hay un alma restringida, limitada, que reconoce pocos valores. Y estos valores, así parezcan fundamentados en una sólida moral, niegan la vida, limitan la riqueza de las múltiples expresiones de lo humano. Para Aristóteles, la tiranía es la forma de gobierno que en menor medida satisface las necesidades humanas, que menos desarrolla el potencial de la humanidad para la justicia, la excelencia y la grandeza. Los juicios morales o valores tan estrictos, que rigen la vida y las acciones, dominan al tirano. Él está sometido a sus propios juicios, es víctima de ellos y estos se constituyen en una sola voz. No reconoce otros valores diferentes; los ignora y, si los identifica, les teme, los ve como una amenaza que lo pueden cuestionar y que pueden destruir su propio orden. Intuye que en la contradicción y en la diferencia está el germen de la libertad y busca eliminarlas. En este sentido, para el observador tiránico, el otro, el observador 260 diferente es un enemigo que hay que neutralizar o aniquilar. VII. El escaso valor de sí mismo La tiranía sobre otros nace de la tiranía sobre su propio ser. El tirano con los demás es también un tirano consigo mismo en algún dominio de su alma. ¿Qué tanto el tirano somete y tiraniza porque en el fondo siente que vale poco? ¿Por qué su valor reside en el uso de la fuerza o en el ejercicio de un poder que se impone sobre otro? ¿Qué tanto es tirano porque de alguna manera se siente inferior y tiene que recurrir a un valor externo o inflado para “ser”? El observador tiránico se identifica con sus propios valores, no reconoce otros, y fundamenta el valor de sí mismo en sus escasos juicios y en el poder que ejerce para imponerlos. Exhibe su poder para ser. VIII. Tiranía versus poder Había una presencia y una forma de actuar de mi madre que iban acompañadas de órdenes implacables y que tal vez sintetiza la tiranía que yo sentía. Es una de las escenas más fuertes de mi infancia. A veces, mis dos hermanas y yo no queríamos comer porque no nos gustaba la comida de la casa. Entonces, mi madre aparecía vestida con una piyama transparente, de tal manera que yo podía ver su cuerpo desnudo, y un cinturón negro de mi papá amarrado a la cintura. Llegaba furiosa, nos amenazaba con pegarnos con el cinturón si no comíamos, nos decía: “Masque y trague sin demora de un segundo” y nos metía la cuchara en la boca. Este gesto a la fuerza me provocaba náuseas, y me amenazaba: “Si vomita, le hago tragar el vómito”. Así comenzaba una lucha de horas entre ella y nosotras y, al final, ella se rendía. Sin embargo, a veces la lucha terminaba mal. Mi hermana mayor la desafiaba, ella perdía el control y le pegaba con el cinturón. Yo me asustaba muchísimo, me daba pavor verla violenta y en ocasiones me metía en medio para defender a mi hermana. Pensaba que podía destrozarla. He odiado esta imagen de mi madre. Me parece sexual y brutal, e incluso de niña la sentía profundamente irrespetuosa con sus hijas, pero también masculina, con el cinturón de mi papá amarrado en la cintura. Es como si dijera: “Yo soy la mujer de esta casa, pero tengo los pantalones, aquí mando yo y se hace lo que yo digo”. La interpreto ahora como una exhibición de su cuerpo, pero no por seducción, sino por desconexión y para imponer su poder. Yo no podía protestar o enfrentar esta presencia tiránica, no era capaz. El miedo me paralizaba, me quedaba callada y aprendí a portarme bien para que no se enfureciera, y también a resistir. Sentía vergüenza de ella, de que se exhibiera de esa manera: igualmente su presencia y su violencia me avergonzaban, me producían miedo y rabia y un profundo silencio frente a todo esto que me generaba. 261 Creo que no me habría sometido a las verdades de mi madre si no hubieran estado acompañadas de esta presencia, así sus juicios y su exhibición de poder no se presentaran de manera simultánea. Me pregunto, ¿qué interpreté yo como tiranía: sus juicios o esta presencia emocional y corporal irrespetuosa y violenta? ¿O fue la integración que hice de sus juicios, su emocionalidad y su corporalidad? Es decir, ¿fue mi interpretación y mi vivencia de su alma, de su ser? Esta imagen de mi madre es para mí la imagen de la tiranía; la imposición del poder por la fuerza, por medio de la violencia, irrespetando la dignidad del otro e incluso la propia. El tirano no respeta la dignidad del otro porque no tiene dignidad, no se respeta a sí mismo. Y cuando me pregunto por qué mi mamá estaba tan furiosa y por qué nos violentaba de esta manera, la respuesta que se me ocurre es que necesitaba descargar su propia rabia y su frustración, y lo hacía contra los seres indefensos que estaban a su alrededor, sus hijas. Leyendo a Hannah Arendt, me surge una pregunta: ¿la violencia es poder? ¿O de qué tipo de poder estamos hablando? Esta es la reflexión de Hannah Arendt: “poder y violencia son opuestos; cuando uno de los dos impera de manera absoluta, el otro está ausente. La violencia surge allí donde el poder está en riesgo. Si se la deja seguir su curso, termina en la desaparición del poder.” Erich Fromm hace una aclaración sobre la relación entre poder y fuerza. El ejercicio del poder puede ser asumido por los individuos como una expresión de la fuerza material, pero “el deseo de poder no se arraiga en la fuerza sino en la debilidad”. Es la expresión de la incapacidad del yo de mantenerse solo y de subsistir. Es un intento desesperado de encontrar un sustituto de la fuerza cuando falta la fuerza genuina. Creo que desde niña construí la siguiente ecuación: violencia igual a poder. Tal vez por esta razón le he temido a ejercer el poder, por evitar ser autoritaria, irrespetuosa y violenta. He sacrificado el liderazgo, que es una forma legítima del ejercicio del poder, y me ha costado reconocerlo en mí y asumirlo. IX. El miedo agazapado La necesidad de controlar lo que yo comía, es decir, de controlarme a mí, habla de un profundo miedo, miedo a que yo me descontrolara o a que ella no pudiera conmigo. Si el sometido pudiera mirar a los ojos al tirano en el instante mismo de la humillación, vería el miedo agazapado en el fondo de su mirada. En la base de la tiranía reside el más profundo miedo a ser, a vivir, a que el otro sea, miedo a la diferencia. La desconexión emocional y corporal del miedo y su negación racional están en el origen de la tiranía. X. Opresión y arbitrariedad 262 ¿Qué caracteriza las acciones que se desprenden de un observador tiránico? ¿Cuáles son las armas del tirano? Primero, la acción de enunciar sus juicios como verdades incuestionables de las cuales no es posible discrepar, es decir, los juicios se constituyen en una doctrina que se debe seguir. La forma de actuar, de relacionarse con el otro es a través de la imposición y la dominación; obligarlo a pensar y actuar como él, para lo cual necesita acudir a la fuerza, a la violencia y a generar miedo o incluso terror. La tiranía es en este sentido, opresión, es decir, es el fenómeno de las formas opresivas del poder (Turchetti,). El tirano no pide porque no reconoce la libertad del otro, exige y ordena. Con la imposición y la violencia genera miedo y este es el caldo de cultivo de la tiranía; es la emocionalidad sobre la cual se erige, porque el miedo paraliza e impide enfrentar al tirano. Hay también otras emociones que acompañan al miedo y que sirven de armas al tirano: el sentimiento de abandono, la vergüenza, el ostracismo y el miedo a enloquecer. Hannah Arendt describe al tirano como un individuo hambriento de poder que impone su voluntad arbitraria sobre los sometidos. El tirano no se identifica con los sometidos, los usa como chivos expiatorios de sus actos y los critica si es necesario para salvarse de la ira de los demás. XI. El sometido, responsable de la tiranía También sentía tiranía en la relación con mi hermana mayor y el resultado fue el sometimiento. Creo que cuando nací, no le gustó la idea de tener una hermanita. Me quitaba el tetero (biberón), se lo tomaba o lo botaba, me sacaba de la cuna y me ponía en el piso del patio, donde más tarde me encontraba mi mamá. Me golpeaba mucho e incluso, en una ocasión, me pinchó en el estómago con unas tijeritas de costura. Cuando era muy pequeña, no podía defenderme de sus golpes y de su agresividad. La sentía abusiva, enojada y más fuerte que yo. Los resultados de la acción tiránica son la obediencia, el sometimiento del otro al mandato, el doblegamiento de su alma, la vulneración de su dignidad, a través de infundir miedo y acallar su voz. Es hacer sentir al otro impotente e indefenso frente al excesivo poder y la violencia, sin voz propia, incluso dependiente del tirano y a veces inconsciente de su falta de dignidad, de su sometimiento, de la negación de su ser. La tiranía también genera sufrimiento y avasallamiento en el sometido. Pero el sometido permite la tiranía y, en este sentido, le cabe responsabilidad. Erich Fromm habla del sometimiento como un recurso para evitar la soledad y la angustia. Pero este no es el único recurso, hay una forma de relación con el mundo que es creadora y no priva al ser humano de su individualidad, cuyas expresiones más dignas son el amor y el trabajo creador. 263 XII. Los barrotes de la jaula Al mirar ves apenas la ilusión que te muestra… El sometimiento tiene un costo muy alto para el propio ser. Así lo he interpretado frente a la bipolaridad de mi padre. Además de factores de su propia historia, él se ha sometido al mandato y al maltrato, y ha reprimido tantas emociones en su cuerpo durante años que comenzó a caer en depresiones cíclicas cuando su cuerpo y su alma ya no aguantaban más la pérdida de libertad. Creo que su cuerpo se rebelaba de una manera autodestructiva contra la tiranía. Con los años encontró una vía de escape, una vivencia ilusoria y temporal de libertad, la manía. Cuando, en medio de la euforia, los golpes contra la realidad le evidenciaban su ilusión y su locura, volvía a caer en depresión. Cuando pienso en mi padre, la imagen que me llega desde hace años es la de un canario enjaulado que me regalaron en una fiesta cuando yo era niña. El canario cantaba poco, se veía taciturno y saltaba entre los barrotes buscando una salida. De un momento a otro, se ponía eufórico, cantaba con brío y volaba de un lado a otro golpeándose contra la jaula, como creyéndose libre. De repente se quedaba quieto, con el corazón latiendo a millón en su pechito. A mí me parecía que se daba cuenta de que era en vano. Entonces, se callaba de nuevo. Varias veces, con mi curiosidad infantil y seguramente sintiendo mi propia tiranía, abrí la puerta de la jaula para ver qué pasaba. El canario se quedaba dentro. En el fondo, el alma no soporta la perversidad de la tiranía, tanto cuando se es tirano como cuando se es sometido. El ejercer un poder de subyugación sobre otro deforma el alma y la pérdida de libertad conduce a la locura, a perderse en la oscuridad del propio laberinto o a la muerte. Desde este punto de vista, la locura es muy lógica, es un mecanismo para sobrevivir a la tiranía del alma, para tener una vivencia de libertad, así sea irreal. ¿Es el suicidio un intento desesperado del alma por salir de la tiranía, por alcanzar la libertad? XIII. La tiranía: vender el alma al diablo No sabes ya qué es vida… qué es amor ni deseo Las diferentes experiencias de tiranía, de otros hacia mí, conmigo misma y hacia los otros, aprendidas en mi infancia, se repitieron en mi matrimonio. En muchos momentos viví la relación como una tiranía, a la cual yo me sometí. 264 A pesar de que muchos aspectos de mi matrimonio fueron el resultado de sueños conjuntos – nuestra preciosa hija, los nuevos seres en los que nos constituimos durante esos años, el hogar que formamos, los viajes que hicimos, la pequeña finca que tuvimos y cultivamos con tanto amor–, hubo situaciones en las cuales yo me sometí a las exigencias, proyectos y prioridades de mi marido. Lo hice por miedo a su silencio de días como castigo, al sarcasmo de sus palabras, a la frialdad de su rabia. Sin embargo, en nuestra relación, a pesar del miedo y de que al comienzo tenía dificultad para expresarlo y para increpar sus exigencias, no me callé y desde el primer momento enfrenté las dificultades con todos los recursos que tuve a la mano. Aunque a veces fui incompetente al hacerlo y mi marido no pudo hacerse cargo de sus propias incompetencias. Someterse a la tiranía es como venderle el alma al diablo. Como decía antes, la tiranía es posible cuando existe el miedo –este es el caldo de cultivo y su principal aliado–, el miedo a la violencia del otro, a las consecuencias de enfrentarlo e intentar ponerle un límite. El miedo y la incompetencia para expresar, para declarar un límite o un basta, para enfrentar al otro y para dejar salir la propia voz, hacen que el sometido le otorgue un poder desmedido al que considera tirano. La más penosa experiencia de tiranía en mi matrimonio fue cuando mi marido deseaba tener un segundo hijo, a pesar de que otro embarazo ponía en riesgo mi vida. No fui consciente en un primer momento de lo que él me estaba pidiendo. Y esta es para mí la expresión máxima del sometimiento al tirano: el no darse cuenta de la exigencia del otro que pretende que el sometido esté a su servicio, el no ser consciente de la propia desvalorización, que es el terreno sobre el cual se levanta el poder del otro; es decir, el ser banal y pusilánime frente a la imposición, la renuncia y el abandono de sí mismo. La tiranía del otro se erige sobre la negación del propio ser. XIV. El sometido tirano Durante algunos años, sobre todo después de conocer el diagnóstico de que sufría de una enfermedad mortal, me sentía muy frágil para ponerle fin a la relación, a pesar de que el sentimiento de indignidad había dañado y transformado mi amor. Mi cuerpo y mis emociones no mentían y me costaba escucharlos. Desde ese momento, nunca más fui capaz de llamar “mi amor” a mi marido, pero no podía imaginarme el futuro sin él, no me sentía preparada para estar sola. Comprendí que en cierta forma el sometido termina sometiendo al tirano y los papeles se invierten: el sometido tiraniza al tirano, y es este un tercer dominio de la tiranía. Porque la impotencia del sometido, su propia convicción de que es indefenso controla al tirano, lo alimenta, lo encadena y, por lo tanto, lo esclaviza. El sometido le hace creer al tirano que lo necesita, 265 que sin él no puede vivir. El sometido obliga al tirano a hacerse cargo de su impotencia, de su indefensión, de su banalidad. Es la tiranía de los débiles sobre los fuertes, de la que habla Oscar Wilde, la única que perdura. XV. La tiranía, sistema incompleto La tiranía también es un sistema. Es un orden que pretende ser de dominio total, que niega la diferencia, no admite la contradicción, pretende acallar las voces diferentes y someter al otro por medio de la fuerza, el miedo y la acción violenta para imponer un mandato o una doctrina única. En el corazón del sistema está la arbitrariedad del poder que niega la libertad humana, la ausencia de reglas de juego y de leyes. El sistema tiránico busca “igualar” las voces, uniformizarlas, sin embargo, no llega a la uniformidad total, en el sentido de eliminar completamente la autonomía, el actuar por “amor al arte” o la libertad. Como dice Erich Fromm, un sistema tiránico surge cuando hay un deseo de entregar la libertad, en vez de luchar por ella; cuando se está dispuesto a entregarla a cambio de seguridad; cuando, en el dominio político, hay una sociedad atomizada indiferente frente a su propio destino; cuando hay anhelo de sumisión. Sin embargo, el sistema tiránico completo no existe. Todo sistema guarda en sí mismo el germen de su propia contradicción. La familia en la que crecí también daba espacio a la libertad. XVI. El germen de la libertad Mi madre es una gran lectora y me acercó desde muy niña a la lectura, con insistencia, pero con mucho amor, resaltando la importancia de leer mediante máximas como estas: “Hay que leer para no volverse bruto”; “el mejor placer que hay es la lectura”. Era paciente y respetaba mis gustos, y los libros que me invitaba a leer me resultaban maravillosos. En este sentido fue sabia. Aprendí a amar los libros y las palabras. ¿Aprendí a amar los libros porque ellas los amaba? Es decir, ¿amo los libros porque amé su amor por ellos?, ¿o los amo porque tocan mi alma? Aquí el amor y la pasión superaron la verdad. ¿Fue este el poder expansivo de una verdad dicha y vivida desde el amor? De niña quería escribir palabras como aquellas que leía, que me conmovían, que acariciaban mi alma, que me hacían soñar y ver la belleza de un paisaje y sumergirme en la fantasía de mundos desconocidos. Aprendí a escribir y a disfrutar de la escritura. Inventaba historias creativas, fantásticas; me encantaba jugar con las palabras, crear imágenes, colores, atmósferas, y cuando debía escribir cuentos o ensayos en el colegio, lo hacía con mucha 266 dedicación, como hacía con las tareas, pero por placer, no por deber. Aquí nació una de mis pasiones en la vida y uno de los oficios que más amo y que luego ejercí por muchos años: el de libretista de televisión. Me encanta sentir el desafío de la página en blanco. Me entrego a la escritura con paciencia y cuidado, respeto mis ritmos y mis tiempos, no me fuerzo cuando no estoy conectada. Frente a la escritura puse el comportamiento disciplinado que aprendí estudiando al servicio de mi creatividad, de mi expresión, de mí misma finalmente, y en este caso, fue un aprendizaje liberador. Descubro aquí una posible bella fórmula: cuando he puesto algunos aprendizajes surgidos a partir de las verdades de mi madre al servicio de mi propia alma, he encontrado espacios de libertad. Esta es la auténtica disciplina, cuando la pasión por algo que sale de mi ser, me conduce a la entrega. Tal vez, el conocer la libertad en algunos ámbitos hacía que no me sintiera cómoda con mi propia tiranía y con el sometimiento a mi reducido enfoque, porque sufría e iba en contra de mi forma de ser afectuosa y compasiva. Este sufrimiento indicaba que esta voz poderosa, ahora propia, sometía a otras voces de mi alma que aguardaban por expresarse. En el corazón de toda tiranía yace el germen de la libertad. Comencé a derrocar esta tiranía en la segunda mitad del bachillerato cuando tomé conciencia de que no me sentía bien, de que estaba deprimida, triste, a veces baja de energía, poco expresiva, aislada, y declaré que esa exigencia conmigo misma no me gustaba, que yo quería disfrutar más de la vida, estar contenta y ser querida, no por lo que sabía, sino por lo que era. Mis padres me escucharon y con la ayuda de una mujer muy importante en mi vida, comencé a expresar mi malestar y a indagar en las verdades de mi existencia. Ella me escuchó con profundo respeto y amor, comprendió a fondo mi sufrimiento y vio lo que mi alma pedía: expresar mi sentir, mi afecto, mi sonrisa, conectarme con mi cuerpo y con los demás. Comencé a relajarme, me conecté con actividades que me gustaba hacer, inicié clases de danza, iba mucho a espectáculos artísticos, disfrutaba escribiendo los trabajos del colegio sobre temas que me conmovían y me generaban un interés genuino. La relación con mis compañeros cambió; pude acercarme, abrirme, mostrar más mi lado sensible y amigable y, poco a poco, su admiración por ser buena estudiante se amplió hacia el afecto y el cariño, tal vez porque entre otras cosas, solté el juicio moral de que el mundo se dividía entre brutos e inteligentes. En ese momento de mi vida, el punto de inflexión entre la tiranía y la libertad se dio cuando pude conectarme con mi sufrimiento, cuando comencé a observar a mi observador y a indagar en los juicios y las voces que hasta el momento me habían regido y me había impuesto de manera implacable. Declaré un basta, tomé la decisión de hacerme cargo de mi sufrimiento; recibí apoyo y consulté a alguien que se conectó con mi alma. Finalmente, cuando comencé a conectarme con mi propia voz, encontré en mí misma la fuerza para 267 poner en su lugar las voces heredadas y me conecté con el deseo de vivir. Comencé a sentir libertad cuando actuaba de acuerdo con lo que quería, con lo que me gustaba y me hacía sentir bien, cuando escuchaba mis emociones y mis impulsos, y cuando se abrieron nuevas posibilidades para mí, de acción y de expresión de mi ser. La libertad en este sentido es hacer lo que el corazón y el cuerpo dicen. El punto de inflexión entre la tiranía y la libertad también fue posible porque no me sometí por completo al poder de mi madre; lo cuestioné, lo enfrenté y encontré las maneras de hacer lo que quería, es decir, me rebelé, me subvertí. Mi alma de adolescente, ávida por sentir y por expresarse, fue más fuerte que la estrechez de su verdad y que los límites que yo misma me había impuesto, de modo que encontró los espacios para obtener lo que necesitaba, para salir del aburrimiento. Pero también, en el fondo de algunas de sus verdades, como el amor por los libros, yacía el amor por la libertad de pensamiento, el deseo de soñar y habitar mundos diferentes. La tiranía no puede someter completamente el alma del otro; la capacidad de amar, de sentir, de pensar, de ser. La conexión con la propia alma y con su fuerza es la fuente de la libertad. ¿Reside allí el impulso necesario para el derrocamiento? XVII. El miedo hace al sometido En la adolescencia, la relación con mi hermana mayor empeoró. Su agresividad aumentó: me golpeaba, me insultaba y yo no siempre era capaz de defenderme. Me sentía maltratada y deprimida. Mis padres, sin saber qué hacer, nos ofrecieron ayuda terapéutica. Mi hermana la rechazó diciendo: “Que vaya ella”, y yo le respondí a mi mamá: “Pues yo sí voy porque si ella me pega y yo no me defiendo, yo también tengo un problema”. Siempre me he preguntado de dónde saqué esta claridad. Hice una terapia corta que me ayudó mucho para aprender a defenderme. Un día, en una pelea, ella me insultó y en el momento en que iba golpearme, yo sin saber cómo, con una fuerza desconocida para mí, la empujé contra la pared. Ella me miró con desconcierto, con confusión y algo de miedo, y nunca más volvió a hacerlo. Desde ese momento nuestra relación cambió y fuimos amigas durante casi toda la adolescencia. A partir de allí, comencé a derrocar la tiranía de mi hermana sobre mí y a relacionarme con ella desde una mayor libertad. Pude hacerlo porque me hice consciente de mi fuerza y me conecté con mi rabia. En el justo instante de la pelea, mi ira se tornó en fuerza y la fuerza en un límite marcado claramente para defenderme que superaba el miedo. El derrocamiento de la tiranía comienza cuando el sano enojo, la agresividad natural de la defensa de los propios derechos y de la dignidad vencen el miedo. Tal vez por esta razón, el principal recurso del tirano es crear miedo e, incluso, infundir terror con la demostración de su violencia, porque 268 sabe que el miedo “hace” al sometido. XVIII. Abrir la jaula Preso estás, preso.. Este proceso de derrocar la tiranía ha sido paulatino. He conquistado la libertad poco a poco. Viví una experiencia fundamental hace unos quince años. La relación de mis padres estaba en su peor momento, mi papá tenía unos picos extremos en su enfermedad, mi mamá sufría muchísimo y se desahogaba conmigo porque, según ella, yo era la hija ecuánime, que comprendía la situación y la escuchaba. Me contaba los últimos episodios de mi papá y me pedía que hablara con él para que cambiara, como si eso sirviera de algo. Mi sufrimiento era profundo, temía que mi papá se suicidara en los momentos de depresión o que tuviera un accidente en las épocas de manía, cuando se sentía omnipotente. El se quejaba conmigo del maltrato y la violencia de mi mamá. Yo no tenía paz, me deprimía y sentía una carga enorme en mis hombros e impotencia. Me di cuenta de que no podía continuar así, de que no podía hacer mi propia vida por estar pendiente de ellos, que ese no era mi problema y que era incapaz de ayudarlos. Les ofrecí buscar ayuda. Ellos la aceptaron y se hicieron cargo de su problema. La enfermedad de mi papá mejoró, mi mamá cambió su actitud hacia él y yo me liberé de esa carga. He aceptado en gran medida la realidad de mis padres –aunque me ha causado un profundo dolor– y respeto su decisión de continuar juntos, a pesar de que es una relación destructiva. Conquistar la libertad implica abandonar las voces y las formas de vida que restringen el propio ser y las cargas impuestas que son ajenas, pero que asumimos como propias y que se constituyen en fuente de sufrimiento para el alma. Implica también aceptar que hay facticidades de la vida que no es posible cambiar y que no nos corresponde asumir. Hace años comprendí cómo yo reproducía en mi matrimonio la relación de mis padres e hice una declaración fundamental: “No quiero esta vida para mí, no quiero repetir su historia, quiero hacer mi propia vida y creo que es posible”. Esta declaración fue un grito de independencia que marcó mi caminar hacia una vida en libertad. Algunas personas me mostraron los barrotes de la jaula, otros me indicaron la salida, pero yo misma abrí la puerta y volé. XIX. Los altibajos del derrocamiento En este momento de mi vida siento que una forma de tiranía amenaza la libertad que poco a poco he conquistado. Y es la tiranía económica, de la satisfacción de las necesidades materiales; ese trabajo arduo, continuo, sin 269 descanso, por procurarnos a mi hija y a mí una vida digna. Le he temido a esta tiranía, a que este esfuerzo me impida volar, gozar, disfrutar de mi libertad conquistada. Le he temido someterme a la satisfacción de la necesidad. En este caminar por el desierto, sin referentes, la estructura del deber surge como un referente conocido que me tienta, que trata de someterme nuevamente y que lucha contra mi deseo de libertad. No me gusta porque he conocido ya la liviandad y la libertad, y porque mi alma necesita el ocio, la diversión, la fiesta, el baile. Me surgen muchas preguntas: ¿cómo actuar de otra manera cuando a veces las necesidades básicas apremian? ¿Requiero en este momento de mi vida la disciplina del deber para atravesar esta etapa de estrechez material? ¿O es nuevamente una tiranía que ejerzo sobre mí misma? ¿Es el deber una tiranía cuando actúo así para procurarme libertad, cuando lo hago por mí misma y por mi hija y no para otros? ¿Cómo negar que en este esfuerzo he crecido, que me he curtido con la aridez del desierto, que me he vuelto más autónoma y adulta, que sé que puedo procurarme una vida digna? Ahora me siento más confiada en mí misma y en mis capacidades, menos dependiente de las seguridades externas, finalmente más libre en mi interior. ¿Ha sido este aprendizaje de caminar por el desierto como la escritura que tanto amo, en el sentido de que mi actuación enfocada, responsable, dedicada, está al servicio de mi propia alma? ¿Estoy repitiendo el libro de la vida de mi madre? ¿O estoy escribiendo mi propio libro? Surge aquí lo incompleto del orden. Desde la tiranía es posible conquistar la libertad y, al contrario, a pesar de haber conquistado la libertad, la tiranía es siempre una posibilidad, una amenaza. El orden tiránico total no existe, no puede perdurar. Negar por completo la contradicción no es posible. La tiranía desconoce o niega que en sí misma yace el germen de su derrocamiento, la libertad, porque mientras no recurra a la aniquilación física, siempre existirá en el alma humana la capacidad de amar, de sentir, de pensar, y de alzar la propia voz. La tiranía no logra eliminar completamente la posibilidad de la oposición –así esta conlleve el riesgo del castigo o incluso de la eliminación–, la opción y el amor por la libertad. XX. La conquista de la libertad En la crianza de mi hija he procurado que crezca con libertad. Sé que en gran medida ella puede ser libre si me siente libre y me ve actuar en consecuencia. Y en este sentido, lo mejor que puedo hacer por mi hija es continuar mi camino. Pero también he tratado de crear para ella unas condiciones de libertad, con gestos y actos pequeños, pero de gran importancia. Desde que tenía dos años ella escogía la ropa de sus colores favoritos y 270 a partir de entonces, ella elige qué ponerse cada día. Yo respeto su elección. Su padre y yo siempre le hemos fomentado el que vaya a excursiones sin nosotros, con sus amigos y compañeros del colegio y siempre me he sentido tranquila al hacerlo. No siento el temor y la angustia que observo en otras mamás. No le exijo que saque excelentes notas ni que sea la mejor estudiante, aunque le recalco la satisfacción que se siente al haber hecho un esfuerzo y haber aprendido. Le muestro que tiene bellos talentos que puede desplegar: el gusto por la música y por el movimiento del cuerpo, su forma de pintar abstracta (no le gusta pintar muñequitos, sino formas y colores), la belleza de su escritura, su pasión y amor por los animales, su capacidad de ver el corazón de las personas, su intuición especial para anticipar hechos. En nuestra relación cotidiana, le reitero que no tengo la razón, que me he equivocado y que muchas veces me equivocaré. Quiero que escuche que mis juicios son puntos de vista, que a veces expresan convicciones profundas, pero que no son verdades. Frente a muchas situaciones que vivimos, le pregunto qué piensa y cuál es su opinión, y le pido que exprese sus emociones cuando tenemos una discusión o un desacuerdo o cuando la noto triste o decaída. Ella lo hace y yo trato de recibir su enojo, su rabia, su frustración, su tristeza o su miedo. Le he dicho que no tiene por qué quedarse callada, que tiene derecho a enojarse conmigo, a estar triste y sentir miedo, que mi amor por ella siempre será igual y no está condicionado por sus acciones, por si se “porta bien” o no, o por los resultados que obtenga. Confieso que me encanta cuando le digo que es hora de comer o de acostarse y me dice “no quiero”. Entonces hacemos pequeños tratos. El resultado de estas acciones es que mi hija no es una “niña buena”, cosa que no resulta fácil para mí en la cotidianidad, pero tiene una bella mezcla de fuerza y ternura, a pesar de la inmensa tristeza que ha vivido en los últimos dos años por la separación. Un pequeño ejemplo de este resultado es una pregunta que le hizo hace unos días a mi madre: “Abuela, ¿tú por qué siempre les dices a los demás qué es lo que tienen que hacer? Cada persona puede hacer lo que quiera”. Ante una indagación tan directa, mi mamá no tuvo más opción que responder: “Sí, tienes razón, siempre he sido muy mandona”. Creo que si mi hija se sintiera sometida a mis mandatos no podría ver los mandatos de mi madre sobre otros y no podría reconocer en otros la falta de libertad. Dar libertad es para mí dejar ser y esto implica ver un poco el alma del otro y crear un terreno propicio para que se exprese y para que construya sus propios juicios, alimentados por distintas voces. Implica recibir y contener las emociones del otro sin calificarlas de negativas para que no se conviertan en una voz tóxica que subyugue o se rebele desde el lado oscuro de nuestro laberinto. Erich Fromm define la libertad como la realización del ser individual, es decir, la expresión del potencial intelectual, emocional, sensible, creativo y espiritual: la posibilidad de que el hombre se gobierne a sí mismo, 271 tome sus propias decisiones, piense y sienta como lo crea conveniente. XXI. La ciudadanía del alma Hace muchos años, trabajaba intensamente, como muchas personas, en la construcción de un proyecto democrático para nuestro país. Escribía una serie de televisión que ayudaría a crear un imaginario social de convivencia pacífica y, para uno de los capítulos, estaba buscando una imagen o una figura que pudiera representar el concepto de ciudadanía. Y encontré, en aquel entonces, el mito de Antígona. Para resumir, el hermano de Antígona fue acusado de traición y, como castigo, su cuerpo debía permanecer insepulto por fuera de las murallas de la ciudad para que lo devoraran las aves de rapiña. Antígona se atrevió a desafiar las leyes de la ciudad y el mandato del gobernante, siguió las de su corazón y recuperó el cuerpo de su hermano para darle sepultura. Cuando el rey se enteró, la condenó a muerte, pero ella prefirió el suicidio a una muerte impuesta. Antígona es considerada la primera ciudadana de la historia (en Grecia las mujeres no eran ciudadanas), porque desafió el mandato del rey e incluso las leyes para actuar de acuerdo con la voz de su conciencia y de su corazón. Como sistema, la democracia es lo opuesto a la tiranía. La democracia es el orden que hemos construido para que todas las voces tengan un lugar digno y para afirmar la vida. En el dominio del alma es también un orden interno en el que las diferentes voces tienen la posibilidad de expresarse y de coexistir. En ello radica su fortaleza como orden, pero también su inmensa fragilidad, pues da cabida al germen de la contradicción, a las voces que amenazan con destruirla, que niegan la libertad y a la democracia misma. El sometido es lo opuesto al ciudadano. Solo quien se reconoce ciudadano es libre –autónomo en su conciencia, en su sentir y en su actuar– y puede derrocar las tiranías propias e impuestas por otros. El resultado de derrocar las tiranías es devenir en ciudadano de la propia alma. Eso quiero. Bibliografía Arendt, Hannah, On Totalitarism. Aristóteles, La Política. Boesche, Roger. Theories of Tyranny from Plato to Arendt Pennsylvania: The Pennsylvania University Press, University Park, 1996. Cerroni, Humberto. “¿Qué es la democracia?”. Echeverría, Rafael. El observador y su mundo. ——, Por la senda del pensar ontológico. Fromm, Erich. El miedo a la libertad. Illyés, Gyula. “Una frase sobre la tiranía”, en Revista de Cultura Lateral, Nº. 73, enero de 2001,. 272 Kadaré, Ismail. Cuestión de locura. Pessoa, Fernando. El banquero anarquista. Turchetti, Mario. Tiranía: Variaciones sobre un tema entre historia y teoría. NOTA 4. Fragmento del poema “Una frase sobre la tiranía”, del poeta Gyulla Illyés (1903-1983). Es tal vez el poema húngaro de mayor repercusión en el mundo literario. Describe, de manera desgarradora, el drama de la tiranía. Su autor fue uno de los principales escritores húngaros del siglo XX y considerado el primer poeta nacional, que se dedicó a escribir sobre los problemas del destino de su nación. 273 Gestão do desenvolvimento: o ensaio de uma aprendizagem Paulo André Argenta I. Introdução ao ensaio de uma aprendizagem 1. O ensaio O presente texto é um ensaio fruto do projeto de investigação realizado no âmbito do Programa Avançado de Coaching Ontológico, no período de julho de 2008 à maio de 2009, organizado pela Newfiel Consulting. Escolhi como tema de investigação a gestão do desenvolvimento. A aprendizagem vivenciada ganhou múltiplos sentidos, destaco três aspectos que julgo serem conquistas fundamentais: a aprendizagem sobre o tema de investigação; a aprendizagem sobre fenomenologia; e a aprendizagem sobre as relações entre claro ontológico, fenomenologia e coaching ontológico. No âmbito do programa avançado o resultado do projeto de investigação é chamado de ensaio, um Interessante nome. Mas, quais são os significados para mim da palavra ensaio? Quando eu era criança ia aos ensaios do meu grupo de teatro, eram execuções prévias da peça, podíamos errar e sobre eles fazíamos as correções para melhorar a qualidade da nossa apresentação no palco. Também me via ensaiando jogadas de futebol, eu e os meus colegas combinávamos previamente jogas para serem realizadas durante os jogos de futebol, algumas vezes as jogas ensaiadas eram apenas combinações verbais outras vezes nós repetíamos a mesma jogada até conseguirmos realizá-la com precisam e perfeição. O que vejo de comum nesses dois casos de ensaio? A realização prévia, a preparação, a combinação e a repetição como ações de aprendizagem. Aprendemos movimentos e comunicações efetivas e belas, aprendemos a executar jogadas perfeitas e a atuar de maneira impecável. Rafael Echeverría valoriza a beleza da noção de ensaio pela “humildade de seu nome e falta de pomposidade … A noção de ensaio nos conecta com a idéia de que se trata de algo preliminar, que não é senão uma preparação para algo que se situa no mais além do realizado” (Echeverría, 2007). Assim, interpreto o ensaio, expressado através desse texto, como uma aprendizagem prévia sobre a gestão do desenvolvimento e como realização preparatória de um projeto de investigação fenomenológico. Há infinitas possibilidades de interpretação sobre gestão e também para realização de um projeto investigativo. Tenho aprendido a fazer investigação fenomenológica, experimentando, errando e acertando, ensaiando jogadas e fazendo apresentações prévias. Esse texto, mais do que a apresentação de um ensaio sobre gestão do 274 desenvolvimento é um ensaio fenomenológico. O que apresento é um resultado parcial, um recorte momentâneo, um ensaio interpretativo. É o ensaio de uma aprendizagem. 2. Ensaios fenomenológicos Declaro que fazer fenomenologia é uma área de aprendizagem, um ensaio que venho praticando no âmbito do projeto de investigação e na realização de coaching ontológico. Mas, o que é fenomenologia? Sobre o que estou me referindo? O que é mesmo que estou ensaiando? Não pretendo revisar todas as leituras que realizei nesses últimos meses sobre fenomenologia, tão pouco conseguirei apresentar uma noção. Nessa seção desejo apresentar o que tenho feito como fenomenologia, localizar essa prática no âmbito do programa avançado e mostrar que estou ensaiando atuações. É importante destacar que a prática fenomenológica se insere na aprendizagem avançada de coaching ontológico. Em outras palavras, se realiza fenomenologia praticando coaching ontológico, portanto, o melhoramento da minha prática de fenomenologia também está articulado com o melhoramento da minha prática de coaching ontológico. Da mesma forma, ao longo do curso realizei uma intensa autoexploração, reconstruindo minha autobiografia e redesenhando o meu futuro. Essa tarefa, em conjunto com outras tantas, contribuiu para transformar o observador particular que sou. Um tema explorado, por exemplo, foi o que chamei de bifurcação estratégica, uma forma particular que eu encontrei para responder as dificuldades da vida, uma forma particular de fazer a gestão do meu desenvolvimento pessoal. Pude também rever como, ao longo da minha vida, fui planejando e sendo o gestor do meu destino. Todas essas descobertas influenciavam a realização do meu projeto de investigação. Como aprendizagem em si, o projeto de investigação seguia duas fontes reflexivas principais: o aprofundamento teórico, em especial as leituras do livro Por la senda del pensar ontológico escrito por Rafael Echeverría; e a prática da investigação fenomenológica. O objetivo maior do aprender fazer investigação fenomenologia se desenvolveu praticando e refletindo, lendo e escrevendo. As leituras me trouxeram distinções sobre: o claro ontológico, fenomenologia analítica, a leitura, a reconstrução ontológica e a escrita. Tais leituras se articulavam com práticas de investigação e estavam também conectadas com práticas de coaching ontológico e de auto-exploração, gerando um caldo reflexivo fundamental ao processo de aprendizagem. De certa forma venho praticando e observando fenomenologia desde que comecei o curso The Art of Business Coaching. Lembro-me quando meus instrutores diziam para trazer o fenômeno às mãos e refletir quais sentidos ele me sugeria. O que eles estavam se referindo por “trazer o fenômeno às mãos”? 275 Para exemplificar, lembro-me como eu trouxe o fenômeno do escutar num trabalho de grupo que realizei naquela época. Em primeiro lugar eu sugeri que todas as pessoas ficassem em silêncio e passamos a identificar todos os sons que podíamos ouvir. Num segundo momento eu perguntei aos participantes como que eles escutavam? Como eles descreviam as suas experiências de escutar? O que acontecia quando eles estavam escutando? Depois introduzi duas importantes distinções que eu havia aprendido no âmbito da ontologia da linguagem: escutar se difere de ouvir – escutar é ouvir mais interpretar; a outra distinção era que o escutar não é passivo, quando escutamos estamos também atuando, quando escutamos estamos ativamente interpretando. Por fim desenvolvemos um processo reflexivo sobre: Como nós éramos como escutador? Como nós escutamos uns aos outros? Como era o nosso escutar nos domínios do trabalho, nas relações familiares e nas nossas amizades? Como que as nossas emoções e posturas corporais reagiam ao que estávamos escutando? O propósito desta aprendizagem era observar o fenômeno do escutar e principalmente identificar as nossas competências ou incompetências como escutadores para melhorar as nossas relações comunicativas. Naquela oportunidade o objetivo era estudar o fenômeno da escuta, com o propósito de nos observar escutando e desenvolver uma aprendizagem para melhorar as nossas competências conversacionais. Outro importante espaço de pratica fenomenológica, desenvolvida naquela época, era a realização do coaching ontológico. Eu estudava o fenômeno declarado como quebre pelo coachee, indagando as suas experiências e os fatos de sua vida em diferentes domínios de atuação pessoal. Escutando a forma como o coachee atua e observando a emocionalidade e a corporalidade associada a tal atuação eu construía uma interpretação sobre a forma de ser dele. Também identificava possíveis áreas de aprendizagem para o coachee, no sentido de desenvolver novas competências de atuação e a superação da situação declarada como quebre. Eu praticava fenomenologia sem ter desenvolvido uma noção precisa sobre fenomenologia. Foi no Programa Avançado de Coaching Ontológico que puder aprofundar a prática fenomenológica e construir noções sobre o que é fenomenologia. A elaboração de noções e conceitos é útil quando se traduzem em melhoramento da prática fenomenológica, assim, prática e reflexão foram e continuam sendo o carro chefe dos processos de aprendizagem. No curso avançado, a prática de coaching ontológico continua sendo um espaço privilegiado para realização de fenomenologia. Porém surgiram novos e importantes espaços como, por exemplo, o projeto de investigação. 3. O projeto de investigação como um ensaio fenomenológico Quais são as ações que podem descrever a prática fenomenológica no 276 projeto de investigação? Luz María me apresentou uma interessante síntese como resposta a duas pergunta que eu havia lhe feito a respeito do projeto de investigação. Seguem as minhas duas perguntas com as respectivas respostas da minha orientadora: Quais são os elementos que devo considerar na redação de um “problema” para se fazer uma investigação fenomenológica? Luz María - Especialmente la posibilidad de que ese tema tenga varias lecturas y varias interpretaciones, lo que lo hace difícil de generalizar para hablar de él con propiedad. Y luego, cómo te afecta el tema: qué desafíos te plantea, qué dificultades, cómo se inserta en tu propia vida: qué te aporta, qué te resta… Quais são os elementos que devem estar contidos do texto final do projeto de investigação? Luz María - En primer lugar, el tema, en forma de pregunta o inquietud. No se trata de desarrollar un tema, sino de problematizarlo: de hacer ver las diferentes miradas que permite. En segundo lugar, algunas experiencias que muestren el tema en acción: en comportamientos, lenguajes, emociones. En una palabra, el fenómeno. En tercer lugar, una definición del tema, obtenida a partir de las experiencias señaladas, rescatando lo que ellas tienen en común. En cuarto lugar, el diálogo con otro autor, en que –desde las conclusiones a las que te han llevado tus experiencias, muestre tu conformidad con lo que él dice o tu objeción a sus planteamientos. Y, finalmente, la conclusión a la que llegas después de todo este recorrido. Y la propuesta de un plan futuro. Como descreve Luz María o projeto de investigação começa pela definição do tema. Quando escolhi o tema da minha investigação gestão do desenvolvimento o que estava distinguindo? Quando falo sobre gestão e desenvolvimento do que estou falando? Rafael Echeverría propõe como primeiro passo investigativo a localização do tema como uma ação de linguagem. Quando escolhemos um tema estamos fazendo uma distinção lingüística. A ação de distinção no domínio lingüístico é um juízo e todo o juízo nos remete tanto ao que está sendo observado quanto a quem observa. Em outras palavras, quando um observador emite um juízo ou quando distinguem uma palavra o faz de uma maneira particular. Por exemplo, o que é uma floresta? Para um empresário que faz móveis uma floresta é uma oportunidade de negócio; para um ambientalista ou estudioso das mudanças climática a floresta é uma unidade de preservação ambiental; para um indígena a floresta é sua a morada. Qual é a importância de localizarmos a distinção enquanto uma ação de linguagem? Para compreendermos que todas as propostas interpretativas nos remetem a um observador particular, todas as interpretações são interessantes interpretações que devem ser respeitas, pois “vivemos em mundos interpretativos”. Rafael Echeverría propõe o poder agregado como critério 277 básico de validação das interpretações no sentido de valorizá-las conforme a sua capacidade de gerar transformações e melhoramento da vida. O segundo passo que nos propõe Rafael Echeverría é a elaboração de um inventário de experiências associados ao tema. Ou como Luz María indaga: “quais são as experiências que mostram o tema em ações em forma de comportamentos, linguagens e emoções”? A realização desse inventário começa pelo auto-indagação, num domínio particular e depois observando em outros domínios. Por exemplo: como atuo como gestor familiar e na educação dos meus filhos? Quais são as ações que descrevem a minha atuação como gestor no domínio do trabalho? Como faço a gestão do meu desenvolvimento profissional? Depois de realizada a auto-indagação se busca identificar experiência que descrevem o fenômeno através da indagação dos outros. O terceiro passo é a identificação de traços comuns que podemos encontrar nas experiências listas na etapa das indagações. Retornando dessa forma ao domínio da linguagem formulamos conceitos e noções próprias sobre o tema de investigação. Ao observarmos padrões comuns entre as experiências elaboramos uma definição particular do tema. Nesse ponto Rafael Echeverría faz um importante alerta: o objetivo fundamental não é chegar ao conceito e domesticá-lo, nisso se cai no academicismo; o objetivo fundamental é melhorar e qualificar nossa capacidade de ação e de vida. Não basta ter observadores iluminados se as diferenças que eles exibem não se traduzem em ações distintas e capacidade de modificar resultados. O importante de não é a apresentação de um belo conceito, recheado com belas palavras, o importante e a ampliação do poder de ação e a agregação de valor que tal interpretação gera. II. Fragmentos do fenômeno ‘gestão do desenvolvimento’ 1. A escolha do tema de investigação Por onde começar? A inquietude que me levou ao curso The Art of Business Coaching era melhorar os meus conhecimentos sobre gestão organizacional e encontrar soluções de gestão para melhorar a qualidade do trabalho e garantir resultados mais efetivos no âmbito da organização em que eu trabalhava. Confesso que iniciei o referido curso sem saber ao certo do que se tratava, não sabia o que era coaching, quanto mais ontológico. Agora, no âmbito do curso avançado, eu retomei o tema original, a minha inquietude prévia, através do projeto de investigação. A escolha do tema gestão do desenvolvimento expressa a minha ambição pelo aperfeiçoamento profissional. Um dos traços comuns das minhas experiências profissionais tem sido trabalhar com gestão organizacional, coordenação de 278 equipe e planejamento estratégico. O tema do desenvolvimento também tem sido recorrente nas minhas atuações acadêmicas e profissionais. O meu projeto de investigação envolve inúmeras indagações, entre elas se destacam: Há sentido de estudar o tema gestão do desenvolvimento desde a ontologia da linguagem? Qual é o sentido de gestão? Qual é a natureza da gestão? Quais são os elementos e estruturas de um processo de gestão? Qual é a relação entre gestão e planejamento? Qual é a natureza do desenvolvimento? Quais são as dimensões do desenvolvimento? Qual é a relação entre gestão do desenvolvimento e aprendizagem? O ponto de partida do projeto de investigação é a síntese da ambição: a elaboração de uma proposta de gestão. Existem dois caminhos que me interessam explorar o tema da gestão: um é pela noção de aprendizagem e outro pela noção de desenvolvimento. Ambos os caminhos conferem um caráter dinâmico e transformador. Por uma via o observador num processo permanente de aprendizagem, por outra via a unidade sob intervenção (ser, organização ou sistema) concebida como algo que também está em permanente mudança (em desenvolvimento). O planejamento como inquietude Uma fonte de inquietude é a critica que formulo quando vivencio processos de planejamento ou quando leio algo a respeito de gestão que super valorizam a construção de um rol de ações a serem realizadas pelas pessoas ou equipes de trabalho. Em muitos planejamentos organizacionais que já participei criava-se uma separação entre o momento do planejamento e o momento da execução. No primeiro momento havia reflexões sobre cenários e estratégias, opções de atuações, participação de todos os membros do grupo e conversas envolventes. Normalmente gerava-se emocionalidades positivas, superavam-se os problemas comunicativos do dia-a-dia, executavam-se dinâmicas especiais de integração e de promoção de um ambiente afetivo e de confiança. Já no momento da execução o foco muda drasticamente, o cumprimento das tarefas e o alcance dos resultados esperados dominam a cena, restringem-se os espaços para a mediação, não ocorrer um debate envolvente e compromete-se a manutenção da afetividade e confiança. O plano de ação, elaborado no momento anterior, muitas vezes vira uma camisa de forças, mesmo que o bom senso sinalize por alterações. Outras vezes o fluxo comunicativo se perde ou fica tenso impedindo adaptações, improvisações e a criatividade. Interpreto que as adições das noções de estratégia e contingência aos processos de planejamento são tentativas de superação das imposições do plano de ação. Através de reflexões prévias são elaborados cenários possíveis e tendências de mudanças e acontecimentos, busca-se reduzir a imprevisibilidade. Vejo importantes contribuições nas modalidades de planejamento 279 estratégico e gestão por contingências, mas ainda assim não me satisfaço porque se mantém a separação entre o momento do planejamento e o momento da execução, não há uma resposta que supere esta fragmentação. As mudanças como inquietude Outra fonte da minha inquietude é a fluidez dos acontecimentos e da vida. O tempo não para e a vida segue seu ritmo. As mudanças podem ser lentas como a remodelagem das montanhas ou rápidas como a direção do vento, mas tudo muda. Como conduzir a vida sobre um mundo fluído? Como motivar-se para a realização de algo sabendo da existência do declínio? Como viver a vida feliz sabendo da existência da morte? Como manter a esperança conhecendo as limitações? Como organizar as coisas sabendo que tudo será novamente desorganizado? Se todas as coisas sempre estão em estado de mudança qual é o sentido de atuação humana? O sentido continua sendo o mesmo de sempre: melhorar a qualidade de vida; superar as limitações; conquistar novos desafios. Mas, como isso pode ser feito? Há quem se apega as posses e ao desejo do imutável. Na minha interpretação o sentido básico da vida é simplesmente viver, mas, nós seres humanos somos conscientes sobre os fenômenos das mudanças e como coautores do por vir ambicionamos a evolução, a superação e o melhoramento. 2. A organização como domínio de investigação O termo gestão pode ser utilizado em vários domínios, muitas vezes é utilizado em associação com outros termos que fazem referências a domínios específicos, como por exemplo: gestão empresarial, gestão organizacional, gestão do conhecimento, gestão da informação, gestão pública; gestão territorial; gestão ambiental; gestão do desenvolvimento; etc. Utilizo a extensão desenvolvimento como uma qualificação da concepção de gestão, mas, não quero fazer com isso menção direta a idéia de desenvolvimento socioeconômico. Não tenho dúvidas que o campo mais fértil de experimentação e reflexão sobre a gestão é o domínio do desenvolvimento da minha vida. Não há como excluir o caráter pessoal das minhas investigações, sou um observador distinto. Poderia aprofundar as reflexões sobre minha biografia e dela extrair noções interessantes para a gestão do desenvolvimento pessoal. Um domínio útil seria o desenvolvimento profissional. Porém, esse olhar é novo, surgiu recentemente e o meu estudo já havia tomado o rumo da gestão organizacional. Interpreto que sempre há gestão onde houver intencionalidade, ou seja, vejo a gestão como sendo uma intervenção intencional do ser humano sobre o desenvolvimento de uma pessoa, grupo, organização, instituição ou sistema. 280 Assim, em todos os domínios de atuação humana existem algum tipo de gestão, mesmo que rudimentar ou não consciente. A minha intenção de fundo é compreender essa generalização, porém, dada a limitação de tempo e condições, delimito o presente estudo ao domínio da gestão organizacional e assim contemplo minha inquietude prévia, que me levou ao curso ABC. Imediatamente surge a pergunta: quando falo de organização, do que estou falando? A palavra organização tem um amplo espectro de utilização, vai desde a organização celular até a organização do sistema solar. Nesse ponto faço outra importante delimitação do presente estudo: as minhas reflexões sobre organização estão vinculadas ao domínio da ação humana, incluindo as organizações sociais, econômicas, empresariais ou publicas. Podemos falar de organização como sendo a forma de disponibilização e arranjo de objetos no espaço. Por exemplo, a disponibilização dos livros no interior de uma biblioteca ou como organizamos os móveis nas nossas casas. Podemos também falar sobre o trabalho de organização desses objetos, podemos observar quais são as responsabilidades dos membros de uma família na arrumação do lar ou quais são as responsabilidades dos funcionários de uma biblioteca. Ou seja, também podemos falar sobre a organização do trabalho. Através dessas observações encontro dois sentidos da organização. Um deles refere-se ao trabalho, como ele é dividido, estruturado e hierarquizando, como são definidas as responsabilidades e funções de cada trabalhador. Uma maneira clássica de representar a organização das responsabilidades de trabalho é através do organograma funcional. O outro sentido da organização refere-se a disponibilização, distribuição, arranjo e classificação de recursos materiais, como por exemplo as máquinas, equipamentos, etc. A organização se refere tanto a estrutura de trabalho como a estrutura material. Porque falar em gestão organizacional e não gestão empresarial? Porque, na minha interpretação, a empresa é um tipo de organização, mas nem toda organização é uma empresas, existem, por exemplo: as organizações sociais, como os sindicatos, as associações, os clubes, os movimentos sociais; também existem as organizações públicas. Observando distintas organizações sociais e empresariais o que vejo de comum? Indivíduos atuando em conjunto, seguindo ou mantendo uma determinada ordem. Ou seja, a organização vista como uma ordem, formal ou informal, resultante da interação de esforços individuais. 3. Gestão: do que estou falando? Para fazer fenomenologia de gestão oriento-me pela pergunta: quais são as ações que fundamentam a noção de gestão? Em primeiro lugar surgem são inúmeras atividades de planejamento que já participei. Quando se faz 281 planejamento, que ações são realizadas? Normalmente os planejamentos iniciam pela caracterização do ator que está planejando. A noção de ator me conecta com a noção de individuo, organização e sistema, o traço comum é a noção de unidade. Porém dentro dessa unidade pode haver subdivisões, por exemplo, a empresa sendo a unidade pode-se observar os departamentos e setores em seu interior como unidades dentro da unidade. O ator caracteriza-se no estabelecimento de duas delimitações em sentidos opostos: uma para dentro de si, compreendendo as subunidades que o constituem; e outra para fora, compreendendo em qual sistema o ator se insere. O ator também se caracteriza pela definição de sua missão; pelo estabelecimento de objetivos e metas do planejamento; pelos recursos disponíveis; e pela sua capacidade de governar os recursos disponíveis, as ações, acontecimentos e fenômenos envolvidos no processo produtivo. Outro tipo de ação realizada no âmbito do planejamento são as elaborações de diagnósticos, cenários, estratégias e diretrizes metodológicas. Essas ações são proposições interpretativas, compostas por afirmações e juízos. A elaboração do plano de ações é o principal produto do planejamento, nesse momento se elabora uma programação do que será feito no futuro. Nessa etapa são definidas as ações a serem executadas; são identificados os responsáveis por cada ação e os recursos materiais, tecnológicos e financeiros necessários; são definidos também os prazos para a realização das tarefas. Não nego a importância do plano de ações, porém, vejo-o como um recurso, um produto específico que compõem um conjunto maior, que é a gestão. Considero o plano de ações, elaborado no processo de planejamento, como um produto lingüístico que mira o futuro, mas, construído com lentes do passado. Ou seja, no momento da execução o plano de ações é um referencial com idade, que precisa ser revisado e reelaborado. Gestão, na minha interpretação, não pode ser reduzida a elaboração de uma lista de tarefas que devem ser executadas e avaliadas, pois, vivemos em estado permanente de mudança, os sistemas mudam, as organizações mudam e os próprios atores, responsáveis pela gestão, também mudam. Interpretar a gestão como ações intencionais sobre os estados de mudanças demanda uma aprendizagem permanente das pessoas e das equipes de trabalho. A aprendizagem ganha um sentido elevado, vou ao extremo declarando que gestão é aprendizagem, melhor dizendo, sem aprendizagem a gestão é somente controle da repetição. Na repetição o governo é a habitualidade, não há improvisação nem inovação, o futuro é percebido apenas como uma seqüência temporal e não como novo amanhecer, é uma obra de arte congelada no passado. Por fim vem a etapa de avaliação do planejamento, muitas vezes chamada de gestão do planejamento. As ações são de mensuração e 282 qualificação dos resultados; declaração de satisfação ou insatisfação com os resultados das ações executadas; ações de monitoramento e controle. O ciclo reflexivo “desenho-execução-avaliação”, apresentado no curso ABC, representa, na minha interpretação, uma importante síntese que pode ser relacionada as ações de planejamento. O desenho é equivalente a fase de elaboração do planejamento; as avaliações se equivalem nos dois casos; e o que se relaciona com a gestão do planejamento? O ciclo reflexivo é a gestão do planejamento. Muitas vezes o termo gestão faz menção noções de direção e controle. A direção é vista como sentido e orientação das ações e movimentos humanos. As ações e movimentos produtivos também podem ser interpretados como processos, ou seja, como uma seqüência de ações, atos, eventos e resultados parciais. Já a noção de controle é visto como ações de registro, avaliação e viabilização que as ações e movimentos humanos estejam de acordo com a direção pré-determinada. O controle também é visto como supervisão das ações que os responsáveis estão realizando e se elas estão em sintonia com o planejado. Direção, controle e processos visam resolver as inquietudes ou permitir o alcance de ambições do ator ou da organização que está sendo gerida. Em rápidas leituras nos dicionários e na Wikipédia vejo o termo gestão sendo apresentado como um substantivo que indica o ato de gerir e está associado ao uso de outras palavras como: administrar, dirigir, governar, orientar e controlar. Os termos gestão e administração aparecem como sinônimos nos dicionários. O termo administração foi principalmente desenvolvido no universo industrial e organizacional, tornando-se inclusive uma área própria de conhecimento acadêmico dado a sua importância econômica, social e política. Estruturaram-se dessa forma várias teorias em torno da disciplina de administração. As principais variáveis utilizadas na construção das teorias administrativas são: tarefas, estruturas, pessoas, ambiente e tecnologia. São apontadas, como funções administrativas, a fixação de objetivos; análise e solução de problemas; organização e alocação de recursos; comunicação, direção e motivação de pessoas; negociação; tomada de decisão; mensuração e avaliação. 4. A gestão como atividade reflexiva e organizacional Interpreto a gestão como sendo um conjunto de atividades reflexivas, composta por: Proposições: sobre produtos, metas, objetivos, planos de ações, tecnologias, estruturas organizativas e de decisões, disponibilização de recursos; Negociações: conversas entre os membros da organização e mediações 283 sobre as diferentes interpretações; Decisões: declaração de ações prioritárias, declaração de responsáveis para execução das tarefas; Coordenação de ações: pedidos, ofertas, definições de critérios de satisfação, declarações de aceitação e satisfação, negociações, avaliações; Avaliações: de potencialidades e limitações, de cenários, situações e resultados. O que estas funções me sugerem? Em primeiro lugar que todos os envolvidos no processo produtivo e membros de uma organização podem e devem contribuir com as ações de gestão. Em graus distintos de participação todos os envolvidos de maneira formal ou informal refletem sobre o seu cotidiano, sobre os seus afazeres e funções. Há uma rede de reflexões internas a organização disponível para subsidiar todas as ações de gestão. Para tanto é necessário valorizar cada membro da organização como um agente de reflexão apto a contribuir com a gestão organizacional. Não quero com isto invalidar a especialização ou a hierarquia, na minha interpretação as proposições de estrutura de organização e decisão compõem a gestão, em outras palavras acredito que há distinções de responsabilidades e grau de envolvimento dos membros da organização com as atribuições da gestão. O que há de comum entre as ações de proposição, negociação, decisão e avaliação? São ações que acontecem no domínio lingüístico, são ações de reflexão sobre a realidade, os acontecimentos, as ações e seus resultados. As ações de gestão são ações de reflexões sobre os processos produtivos, o sistema, as ações, os observadores, os recursos, a tecnologia, a estrutura, os resultados, etc. A reflexão se contrasta do que? Em outras palavras, as ações de gestão se distinguem de que outras ações? No ciclo reflexivo as ações de reflexão se contrastam das ações de execução. Porém, na minha interpretação, essa separação é apenas ilustração. Quando um trabalhador aperta um botão para ligar uma máquina o faz de maneira manual, porém seu intelecto também está atuando. No momento de apertar o botão de acionamento da máquina, há elementos de gestão: qual o botão que deve ser apertado? Verde ou vermelho? Qual o momento adequado? Etc. Ou seja, há reflexão junto com a atividade manual. E mais, a reflexão não é apenas sobre as tarefas manuais, também são sobre as decisões, as proposições, os resultados, as estruturas organizativas e recursos disponíveis. Há também uma gestão da gestão. Na minha interpretação a própria constituição de uma organização ou o estabelecimento de um processo produtivo são atos de gestão. O primeiro ato de gestão é a existência de uma inquietude, desejo, necessidade, demanda ou um problema a ser solucionado. A partir da percepção da carência, da falta de algo, formulam-se as proposições de objetivo, metas, planos de ações, etc. Depois vem a execução do que foi planejado e desenhado. Surgem os 284 resultados e as correspondentes avaliações de satisfação ou insatisfação. A partir disto se reinicia o ciclo, pois de acordo com os juízos que se formulam a partir da avaliação dos resultados geram-se novas inquietudes e necessidades. Em resumo gostaria de destacar a noção sobre o fenômeno da gestão enquanto sistema de ações de reflexão que se distinguem das ações de execução. Ou seja, a gestão interpretada como uma propriedade que emerge da interação das ações de reflexão, como inquietude e arte de governar os elementos e fatores que interferem no desempenho da organização ou do processo produtivo, a fim de viabilizar resultados satisfatórios dos processos produtivos frente as inquietudes e ambições que caracterizam a organização. 5. A gestão e a avaliação dos resultados Do ponto de vista organizacional, podemos falar se a gestão é satisfatória ou insatisfatória. Poderíamos imediatamente fazer uma associação entre resultado satisfatório como sinônimo de gestão satisfatória. De maneira estanque, num tempo fragmentado, esta associação não é adequada na mediada que existem outras variáveis que interferem nos resultados. A gestão pode ser adequada, mas, existem acontecimentos que estão além das possibilidades de interferência da gestão. Ou seja, um resultado satisfatório não depende exclusivamente da gestão. Num período de tempo determinado os resultados da gestão podem ser avaliados pela direção e ritmo imprimido no processo produtivo, na eficiência e eficácia do plano de ações, no poder das proposições, na impecabilidade da coordenação de ações, etc. Porém, esta avaliação é parcial porque se refere à organização como um todo e não apenas das ações de gestão. Porém se pensarmos em termos de um processo evolutivo, onde entram as variáveis de desenvolvimento e aprendizagem, é adequado associarmos os resultados satisfatórios a uma gestão satisfatória. Neste caso o que estará sendo avaliado é a metodologia ou sistemática de gestão, que pode ser desenvolvida ao longo do tempo através de um processo de aprendizagem. A má gestão é quando as ações reflexivas produzem resultados insatisfatórios em comparação as condições existentes e a boa gestão é quando as ações de reflexão produzem resultados satisfatórios em comparação as condições existentes. Já a avaliação de surpresa é quando os resultados são significativamente diferentes do esperado, ou seja, a avaliação pré-existente sobre a capacidade de gestão organizacional foi profundamente distinta das avaliações finais. 6. O momento é de transformação no domínio organizacional Para produção desse ensaio um importante referencial de leitura foi a visão de Rafael Echeverría sobre a gestão organizacional apresentada no livro 285 La empresa emergente: La confianza y los desafíos de la transformación. Avaliei que o meu trabalho foi facilitado com a leitura desse livro, pois, nele são apresentados diálogos com outros autores de fundamental importância na evolução do conhecimento sobre gestão organizacional e o modo de se fazer empresa. Utilizarei os diálogos que Echeverría faz com outros autores, porque interpreto que há neles uma reconstrução ontológica sobre gestão organizacional. Eu também aproveitei para aprender sobre reconstrução ontológica, fenomenologia analítica, fundamentação de juízos e inúmeras outras distinções ontológicas. Após leitura, releituras e reflexões sobre os conteúdos expostos no livro, retomei minha ambição com o projeto de investigação. Vejo um longo caminho de estudos pela frente, nesse momento posso definir e organizar minha pauta de estudo sobre gestão do desenvolvimento. Não visualizo no âmbito do projeto de investigação do curso avançado uma conclusão, mas sim, um ponto de partida. A leitura me proporcionou uma melhor localização, ou seja, uma melhor interpretação sobre o debate atual da gestão organizacional. Eu tinha um pré-conceito negativo sobre as propostas inovadoras de gestão, como por exemplo, a qualidade total, a reengenharia de processos e a gestão do conhecimento, porém não eram juízos fundamentados e eram apenas críticas políticas mal formuladas. No início das atividades do projeto de investigação eu tinha dificuldade de dizer o que eu queria me referir quando falava de gestão do desenvolvimento. Quando li sobre gestão por resultado e gestão de processo passei a entender melhor o que eu estou querendo me referir sobre gestão do desenvolvimento. Segundo Rafael Echeverría, vivemos momentos de transformações nos paradigmas organizacionais, ele argumenta que o atual momento é de profundas transformações no mundo empresarial, por um lado a empresa tradicional está morrendo e por outro lado a empresa emergente está sendo gestada. Para Echeverría a transformação empresarial possui um duplo caráter: primeiro ela precisa “adaptar-se as mudanças do seu entorno e introduzir os últimos avanços em sistemas e procedimentos capazes de incrementar seu desempenho, competitividade e rentabilidade”; o segundo requerimento transformacional é “quando se questiona e se busca transformar é precisamente o modo particular de fazer empresa” (Echeverría, 2006). Na minha interpretação os dois requerimentos transformacionais são apresentados de maneira muito precisa e clara. Contudo, gostaria de ousar e levantar uma questão que julgo ser interessante: não seria a mudança uma faticidade? Sendo a resposta positiva podemos concluir que sempre as empresas estão em processos de transformação, em dinâmicas de mudanças. Ou seja, não estamos vivendo um momento de transformações, sempre haverá 286 transformação. Destaco o caráter permanente da mudança porque, a meu ver, a gestão do futuro será uma gestão das transformações, uma gestão do desenvolvimento das potencialidades. Avalio que o grande mérito da comparação entre empresa tradicional e empresa emergente é a identificação dos elementos que, no atual período histórico, estão induzindo as transformações organizacionais e empresariais. Segundo Echeverria as transformações estão provocando tensões e buscas de soluções para superação da decadência do modo tradicional de se fazer empresa. Esse fato gera o surgimento de inúmeras propostas inovadoras e experimentações no âmbito da gestão empresarial, criando alguns modismos conforme crítica do autor. Importante lembrar que empresa emergente e empresa tradicional são juízos comparativos, modelos idealizados para representar distintas formas de se fazer empresa. Interpreto que Echeverria apresenta tendências transformacionais. 7. Empresa tradicional e empresa emergente A comparação entre empresa tradicional e empresa emergente, realizada por Echeverría, nos traz importantes luz no estudo sobre gestão. Segundo ele o “modo tradicional de fazer empresa” se originou com a resolução do problema da produtividade do trabalho manual. Taylor resolve esse problema desagregando o conceito de destreza física do trabalhador em movimento e tempo. Duas ações reflexivas surgiram a partir dessa desagregação conceitual: a análise e o redesenho dos movimentos e tempos de trabalho. Taylor estabelece uma “separação radical entre a atividade de execução do trabalho, executada pelo obreiro, e a atividade de desenho, realizada pelo engenheiro” (Echeverría, 2006). Desta forma nascem “os princípios da administração científica”. De acordo com tais princípios as atividades de gestão consistem em: planejar, preparar os trabalhadores, controlar e distribuir atribuições e responsabilidades. A “linha de montagem” concebida por Ford, também contribuiu significativamente para o desenvolvimento do “modo tradicional de fazer empresa” na medida em que conseguiu incrementar produtividade nas atividades de coordenação das tarefas individuais. Por fim, segundo Echeverría, a forma como foi resolvido o problema da produtividade do trabalho manual determinou o mecanismo de “mando e controle” para regular o trabalho dentro da empresa. Da mesma forma se determinou a figura de autoridade do “capataz” e a estrutura piramidal e hierárquica da empresa tradicional. Em distinção da “empresa tradicional” Echeverría apresenta a “empresa emergente” que surge como resposta à crise do modo tradicional de 287 se fazer empresa. São citados como variáveis externas da crise a aceleração das mudanças; a globalização dos mercados, o incremento da produtividade e o efeito das novas tecnologias. Como variáveis internas são citadas as mudanças no caráter do trabalho e a crise do mecanismo de regulamentação do trabalho. Assim como a empresa tradicional surgiu em resposta aos problemas da produtividade do “trabalho manual” a empresa emergente é apresentada como busca de superação dos problemas da produtividade do “trabalho não manual”. Para Peter Drucker “a empresa do século XXI somente se construirá quando sejamos capazes de resolver o problema da produtividade do trabalho não manual” (Echeverría, 2006). São indicados dois problemas na produtividade do trabalho não manual: primeiro a tarefa a ser executada não é óbvia; segundo está relacionado ao fato que o caráter do trabalho não manual está associado ao conhecimento, fato que torna complexa a solução, pois, segundo o autor, não se sabe como incrementar a produtividade do trabalhador do conhecimento e como gerir o conhecimento. O que caracteriza o trabalho não manual? Ou melhor, quais são os critérios de distinção entre o trabalho manual e não manual? Para Drucker o trabalho manual se sustenta na destreza física e o trabalho não manual se sustenta no conhecimento. Echeverría questiona se esta distinção é adequada para representar a heterogeneidade do trabalho, pois, segundo ele, todo o trabalho requer certa manualidade e certo conhecimento. Ele, diferente de Drucker, propõe o “poder transformador da palavra” como fundamento do trabalho não manual: Dirigentes e gerentes trabalham utilizando o poder gerativo da linguagem. Com ele motivam, sancionam, conduzem. Através desse poder tomam decisões e resolvem problemas. Não é a força física que eles utilizam, é o poder da palavra (…) os dirigentes e gerentes fazem uso do poder transformador da palavra. Propor um novo critério de distinção entre trabalho manual e não manual não é suficiente para Echeverría. Ele vai além, faz também uma distinção entre trabalho de rotina ou trabalho de índole criativa. Aqui o critério de distinção é o mecanismo de supervisão, ou seja, o uso de procedimentos stander. Para o autor, essa distinção, introduz duas importantes percepções: primeiro que o trabalho de rotina tem uma probabilidade maior de ser substituído pela tecnologia, no caso do trabalho manual pela robótica e no caso do trabalho não manual pela informática; segundo, a idéia de que o trabalho não manual é homogêneo também se esvazia. No âmbito do trabalho não manual criativo Echeverría apresenta outra distinção: o trabalho contingente e o trabalho inovador. A responsabilidade do trabalhador que opera com contingência é manter abertos os espaços de possibilidades e manejar as contingências para evitar que este espaço se feche. 288 Já a responsabilidade do trabalhador inovador é a busca de novas possibilidades. Assim, caracterizam-se três tipos de tarefas não manuais: de rotina, de contingência e de inovação. Echeverria também apresenta os elementos principais para repensar a “produtividade do trabalho sustentado no poder transformador da palavra”. Inicialmente ele propõe a “tridimensionalidade do trabalho”, que consiste em: tarefa individual; atividades de coordenação; e trabalhos reflexivos de aprendizagem. Os problemas de produtividade do trabalho não são apenas associados as tarefas individuais, eles também são dependentes da produtividade das atividades de coordenação e dos trabalhos reflexivos de aprendizagem. Depois, equivalente ao que fez Taylor ao propor a desagregação da noção de destreza física em movimento e tempo, Echeverría propõe “desagregar o poder transformador da palavra em um conjunto específico e concreto de competências conversacionais” (pg. 71). Por fim, desenvolve uma análise das competências conversacionais aplicadas a tridimensionalidade do trabalho não manual. Não há dúvidas que as proposições de Echeverria abrem inúmeras possibilidades, reflexões e questionamentos. Não é a minha intenção, nesse ensaio, aprofundar a reflexão entre empresa emergente e empresa tradicional. O meu foco é o estudo sobre a gestão do desenvolvimento. A leitura sobre a empresa emergente serve para identificar ações de gestão, muito útil para eu observar as interpretações dos outros sobre as ações de gestão. 8. Reflexões sobre o sentido da gestão Ao longo do livro La empresa emergente… Echeverría pouco utiliza o termo gestão, como se fugisse de usá-lo. Durante a leitura me perguntava porque o autor não usava muito o termo gestão. Ao final da primeira parte do livro há uma pequena passagem que trata das “novas modalidades de gestão”. Encontrei neste ponto uma possível resposta a minha indagação. No início dessa passagem Echeverría escreve: A empresa, sem dúvida, não pode deixar de realizar algum trabalho de supervisão sobre o conjunto das tarefas individuais, para assegurar que elas sirvam aos objetivos da organização. Porém, em vez de buscar instruir cada ação que deve ser executada – incluindo a maneira de realizar dita ação e os movimentos que ela exige – a empresa requererá modificar suas modalidades de gestão” (Echeverría, 2006). O texto segue apresentando como novas modalidades a “gestão de resultados” que passaria fundamentalmente por uma “gestão de processos”. Ao final do texto são citadas idéias de Michael Hammer. A frase que mais me chamou a atenção foi: “a noção de gestão como idéia significante em si, como parte importante da organização, está obsoleta” (Echeverría, 2006). Será este o significado do pouco uso do termo gestão ao longo do 289 livro? Qual é a minha interpretação sobre o significado que Echeverría dá ao termo gestão nesta curta passagem de texto? Escuto o termo gestão sendo utilizado para representar ações de: controle de ações; supervisão; instrução de ações a serem executadas. Essas ações são apresentadas de maneira mais vinculadas ao “modo tradicional de fazer empresa”. Quando se fala que a gestão, enquanto valor em si, perde sentido, do que se está falando? Está se referindo em ações de supervisão e controle? Em que modalidade de trabalho e organização? Eu tenho outra interpretação sobre gestão, tenho uma visão mais abrangente do que a reduzida visão de mando e controle. Na minha interpretação, toda vez que houver intencionalidade há gestão, vou além, consigo imaginar inclusive uma gestão espontânea. Fritjot Capra fala em surgimento espontâneo e surgimento planejado: as organizações humanas sempre contêm estruturas projetadas e estruturas emergentes […] os dois tipos de estruturas são muito diferentes e toda organização precisa de ambos. As estruturas planejadas proporcionam as regras e rotinas que são necessárias para o efetivo funcionamento da organização […] São elas que dão estabilidade a organização. Já as emergentes proporcionam a novidade, a criatividade e a flexibilidade. São versáteis e adaptáveis, capazes de mudar e evoluir. Não se trata de uma questão de deixar de lado as estruturas projetadas em favor das emergentes. Precisamos de ambas. Em toda organização humana existe uma tensão entre suas estruturas projetadas, que incorporam e manifestam relações de poder, e suas estruturas emergentes, que representam a vida e a criatividade da organização. Os administradores hábeis compreendem a interdependência entre o planejamento e o surgimento espontâneo. Sabem que, no ambiente econômico turbulento em que ora vivemos, o desafio que se lhes apresenta é o de encontrar o reto equilíbrio entre criatividade do surgimento espontâneo e a estabilidade do planejamento. (Capra, 2002) Dessa forma vejo as ações de gestão repletas de sentido. Uma questão é a análise das modalidades de gestão e suas respectivas eficácias, outra questão e a avaliação do sentido da gestão. A forma como desenhamos e avaliamos as nossas ações, podem ser mais ou menos eficaz para dar conta das nossas intenções. A maneira como dispomos os recursos pode ser mais ou menos eficientes. Mesmo quando os resultados forem negativos não há perda de sentido da gestão, como diria o poeta: “Se não houver frutos valeu a beleza das flores, se não houver flores valeu a sombra das folhas, Se não houver folhas valeu a intenção da semente”. Repito o que já escrevi anteriormente: na minha interpretação, sempre que houver intenção há gestão. Quando surge a intenção nos mobilizamos para 290 transformá-la em realidade, organizamos nosso tempo, definimos e realizamos ações, organizamos e disponibilizamos recursos, etc. 9. Heterogeneidade do trabalho Echeverría também analisa a heterogeneidade do trabalho. Há, a meu ver, uma diversidade não explorada, trata-se da relação do trabalhador com a propriedade e a renda. As inquietudes e ambições dos trabalhadores proprietários e dos trabalhadores não proprietários são distintas e geram tensões no interior da empresa. A distribuição de poder interno à organização empresarial não é uniforme entre os trabalhadores proprietários e os trabalhadores não proprietários, fato que gera emocionalidade distinta entre ambos. Echeverría descreve a empresa emergente como sendo caracterizada pela emocionalidade da confiança, surge-me uma dúvida: o medo do trabalhador não proprietário frente ao maior poder do trabalhador proprietário deixará de existir porque motivo? Quais seriam as novas relações e competências conversacionais que alterariam a emocionalidade do medo para uma emocionalidade de confiança? Quais seriam as novas atitudes e comportamentos dos trabalhadores proprietários para gerar mais confiança aos demais trabalhadores? Quais seriam as novas atitudes e comportamentos dos trabalhadores não proprietários que lhes gera-se mais segurança e confiança? Da mesma forma, podemos interpretar as distintas inquietudes e ambições dos trabalhadores de maiores salários e dos trabalhadores com menor salário e também as distinções entre trabalhadores com maior ou menor grau de responsabilidade, representatividade e competências. Esta diversidade gera tensões no interior das organizações, geram competitividade. Muitos estudos indicam valores positivos da competitividade, porém, ela provoca como efeito colateral a desagregação. Para sobreviver, uma estrutura organizativa também precisa de elementos de coesão, tais como a cooperação, solidariedade, valorização da participação e do saber, regras de conduta e democracia. Como que a gestão pode gerar mais solidariedade e coesão sem perder os ganhos que surgem com a competitividade? A gestão tem o sentido de equilibrar os elementos de competitividade e os elementos de coesão. 10. Gestão de processos ou gestão do desenvolvimento? Tenho uma inquietude com o uso do termo processo, a meu ver, há nele certa herança tradicional. A noção de processo está associada a uma imagem seqüencial de ações e acontecimentos. Quando Ford estabelece a linha de montagem, ele o faz visualizando um processo, uma seqüência de ações e acontecimentos que levam a construir um produto, a obter um resultado. Dessa idéia primária se derivou uma modalidade de planejamento organizacional que 291 define objetivo e a seqüência de ações para alcançá-lo. Não vejo problema em si neste modelo básico, eu o utilizo cotidianamente, imagino que todas as pessoas, de uma forma ou outra, procedem dessa maneira: identificamos ambições e desenhamos ações para alcançá-las. O problema surge, na minha interpretação, quando acreditamos que a seqüência das ações desenhadas irá dar conta do alcance dos resultados por si só. Vejo o desenho das ações como um instrumento importante, mas não é o único elemento que interfere nos acontecimentos e fenômenos de transformação. Portanto, todo o desenho, todo o planejamento, toda a análise processual deve ser relativizada e ponderada. Mais grave ainda fica quando acreditamos que as ações planejadas representam o futuro. Concordo que elas representam uma projeção, ou melhor, que o futuro em si é uma projeção. Porém, é uma projeção baseada em experiências do passado, ao mudarmos nossas experiências poderemos mudar nossas ambições e objetivos, podem aprender coisas novas e assim desenhar novas ações, fazer novas programações e projetar novos processos. A gestão é uma modalidade de ação que qualifica a nossa atuação como co-responsáveis do devir. Ou seja, a gestão é uma atuação sobre as mudanças. Na minha interpretação falar em termos de gestão do desenvolvimento é mais adequado do que falar em termos de gestão de processos. Primeiro porque a gestão do desenvolvimento incorpora a gestão de processos e em segundo lugar porque a noção de desenvolvimento traz dois elementos importantes: a existência de potencialidades e as mudanças. 11. Desenvolvimento: do que estou falando? Na biologia o termo desenvolvimento é utilizado para caracterizar as mudanças qualitativas (diferenciação morfológica e especialização funcional), distinguindo-se do termo crescimento que caracteriza as mudanças quantitativas (tamanho e peso). A distinção é uma representação mental, porque no domínio biológico as mudanças qualitativas e quantitativas são expressões do mesmo fenômeno, que pode ser observado a partir de distintas variáveis pré-determinadas. A imagem do desenvolvimento na botânica é o germe que rompe as membranas que lhe envolviam, criando o movimento que faz surgir uma nova planta (raízes, caule e folhas). O crescimento mensurado pelo tamanho, área, volume e peso é uma forma de caracterização do desenvolver, assim como é a diferenciação funcional e morfológica das células e estruturas das plantas. O uso desta imagem é interessante na medida em que nos oferece uma metáfora sobre a questão do des-envolver: o que estava envolvido deixa sê-lo, a membrana da semente, que protege e contém o embrião de um novo ser, rompe-se e surgem novas estruturas. O potencial de um novo ser já estava contido no embrião e o desenvolver-se é a expressão desta potencialidade 292 mudando as características do ser que cresce e se diferencia. O termo desenvolvimento foi vinculado a inúmeras disciplinas e proposições, ganhando assim vários novos adjetivos: desenvolvimento social, desenvolvimento econômico, desenvolvimento urbano, desenvolvimento humano, desenvolvimento sustentável, desenvolvimento nacional, etc. A utilização clássica do termo, em ciências sociais, está associada aos padrões e dinâmicas de desenvolvimento do capitalismo. Criou-se a distinção entre os países desenvolvidos e os subdesenvolvidos. As regiões que tinham indicadores de produção de bens e serviços abaixo das regiões industrializadas eram apontadas como não desenvolvidas, país industrializado é sinônimo de país desenvolvido. Assim, deriva-se a necessidade de promover o desenvolvimento de tais áreas empobrecidas. Outro uso clássico do termo desenvolvimento é na justificação da ação do Estado. Foram elaboradas teorias para a promoção do desenvolvimento. Na proposta do Estado desenvolvimentista o seu papel era de intervir diretamente na organização econômica, regulando o mercado, investindo em infra-estrutura e na geração de trabalho e renda. O termo desenvolvimento também esteve associado a críticas em relação a atuação do Estado na sua promoção e em relação aos resultados negativos da expansão do capitalismo, em especial nos âmbitos sociais e ambientais. Geraram-se assim outros adjetivos, como o desenvolvimento alternativo e desenvolvimento sustentável. Recentemente, complementando as propostas de desenvolvimento internacional integrado, aprofundaram-se as elaborações em torno do desenvolvimento territorial e local. Analisando estas utilizações do termo desenvolvimento as interpreto como juízos comparativos entre estágios de expressão de potencialidades. Desenvolvimento interpretado como sendo as observações das mudanças de um ser, organização ou sistema ao longo do tempo. Tais observações são avaliações sobre as mudanças a partir de critérios pré-definidos pela inquietude do observador. Como podemos utilizar a noção de desenvolvimento no domínio organizacional? Em que medida a noção de desenvolvimento pode enriquecer a interpretação de gestão? A noção de gestão do desenvolvimento busca dar conta dessas respostas. 12. Gestão do desenvolvimento A idéia de desenvolvimento trás a noção de mudança para a questão da gestão. Então, gestão do desenvolvimento é o governo das mudanças com vistas à expressão intencional das potencialidades do ser, das potencialidades da organização. O sentido que visualizo na gestão do desenvolvimento é a proposição de uma modalidade de gestão que tenha um caráter dinâmico, 293 aberto e flexível. A gestão do desenvolvimento profissional tem como inquietude central a condução das mudanças pessoais a fim de viabilizar as melhores expressões da potencialidade profissional. A gestão do desenvolvimento territorial tem como inquietude central o governo das mudanças estruturais, institucionais, econômicas e sociais a fim de viabilizar as melhores expressões das potencialidades do sistema regional. A gestão do desenvolvimento organizacional tem como inquietude principal o governo das transformações estruturais, pessoais e materiais a fim de viabilizar as melhores expressões das potencialidades da organização, gerando reprodução e evolução da organização e da própria modalidade de gestão. Interpreto que as noções de desenvolvimento e aprendizagem são as melhores possibilidades para imprimir o caráter dinâmico a gestão. A gestão do desenvolvimento será satisfatória ou insatisfatória na medida em que proporciona aprendizagem que amplie a capacidade da intervenção sobre o desenvolvimento individual, organizacional ou sistêmico. O que está sendo gerido é algo que se desenvolve e quem está gerindo também se desenvolve. A aprendizagem é o elemento central do desenvolvimento da gestão, seja individual, organizacional ou sistêmica. Assim entramos num ciclo virtuoso de desenvolvimento da gestão do desenvolvimento, tendo a aprendizagem como indutora de uma espiral de mudanças positivas na modalidade de gestão. É justamente isso que interpreto ao escutar Echeverría referir-se a “modalidade de se fazer empresa”, ou seja, no início da revolução industrial a humanidade gestou uma modalidade de se fazer empresa, considerando as inquietudes, ambições, condições, possibilidades e oportunidade daquele momento histórico. Na atualidade está sendo gestada uma nova modalidade de se fazer empresa, mas ela não surge em oposição a modalidade anterior. A modalidade emergente de se fazer empresa é o resultado do desenvolvimento da modalidade tradicional em resposta as mudanças que ocorreram ao longo do tempo, sejam elas enquanto mudanças filosóficas, científicas, tecnológicas, econômicas, estruturais ou ecológicas. A modalidade tradicional se desenvolve gerando a modalidade emergente. As mudanças da modalidade de se fazer empresa também refletem as mudanças que ocorrem no espaço, ou seja, diferentes culturas e dinâmicas sociais, experimentando noções e propostas comuns de gestão, incorporam críticas distintas e novos elementos locais. Não podemos nos esquecer que a empresa tradicional e até mesmo a noção de empresa surgiu numa determinada região e no seio da organização industrial. A noção de organização empresarial surgida na empresa industrial européia se espalhou por outros setores, ramos e regiões, que em suas expressões absorvem características e respostas setoriais e locais. 294 Há um ciclo permanente de formação e trans-formação na modalidade de se fazer empresa. A gestão do desenvolvimento é a gestão desse ciclo. Chego ao final desse ensaio com algumas noções interessantes: Gestão: uma forma particular de organizar a atuação e a intervenção sobre as mudanças. Desenvolvimento: uma forma particular de interpretar as mudanças. Aprendizagem: um mecanismo promotor de melhoramentos e evoluções das propostas interpretativas sobre as mudanças e a organização das atuações. III. Reflexões sobre o ensaio de uma aprendizagem 1. Fenomenologia e modalidade de viver O ensaio realizado é limitado, um produto inacabado, um ser em desenvolvimento. É um convite para novas e melhores investigações. Ao final do curso avançado, me sinto capacitado para fazer fenomenologia. Sinto-me ensaiando ao praticar coaching ontológico e ao realizar esse projeto de investigação. Compreendo melhor a importância da opção fenomenológica para a minha vida, mais do que para a minha capacidade de fazer investigação. De nada valem as belas palavras se não estão associadas a um melhoramento da capacidade de ação e principalmente o desenvolvimento do bem viver. Acredito que no início do projeto de investigação queria encontrar belas palavras para descrever minhas idéias. Agora simplesmente quero aprender a fazer fenomenologia. Fazendo fenomenologia as belas palavras surgem naturalmente porque elas brotam das experiências e ficam carregadas de sentimentos, para mim que escrevo e para os leitores que podem se identificar as ações descritas. Através da fenomenologia eu aproximo o meu escutar do outro e por conseqüência as palavras que eu utilizo para descrever as minhas interpretações são mais acessíveis aos demais, elas estão mais próximas da vida do outro. Aprender a fazer fenomenologia é aprender uma nova modalidade de vida. Fenomenologia não é simplesmente uma forma particular de fazer investigação. Desde criança aprendemos a buscar a verdade, o comportamento correto e os conceitos exatos. Fazer fenomenologia é mudar essa busca, é orientar a investigação na busca de interpretações poderosas e não na busca de interpretações únicas ou verdadeiras. Fazer fenomenologia não é abrir mão do conhecimento e dos conceitos, ao contrário, significar valorizar as idéias que tem sentido e que transformam as nossas vidas, é valorizar as idéias que tem poder transformador. Fenomenologia é uma modalidade de vida porque não se busca a verdade, busca-se uma interpretação que agregue valor ao nosso viver e que 295 amplie nossa capacidade de ação. Refletindo sobre os meus comportamentos investigativos me via buscando as belas palavras e os belos conceitos. Quando comecei a fazer esse projeto de investigação cheguei com as minhas habitualidades e com os meus conceitos pré-estabelecidos. Tentando praticar uma investigação fenomenológica me vi como um pesquisador tradicional atrás do conceito verdadeiro. Ao final dessa experiência me abro para uma nova modalidade investigativa, me abro para a fenomenologia e assim me abro para o novo conhecimento que tenha sentido e transforme o meu viver. Coloco-me como um aprendiz fenomenológico, mas com muita vontade de fazer a minha vida um ensaio permanente, atuando e refletindo. 2. O que faria diferente Como posso dar continuidade a esse projeto de investigação? Começaria por redesenhar o projeto de investigação. Relembro do ciclo de reflexões: desenho – ação – avaliação. Na etapa de avaliação é o momento de redesenhar a ação, considerando a satisfação ou insatisfação com relação aos resultados do que foi feito anteriormente. Então, redesenhar começa por uma avaliação do trabalho desenvolvido até esse momento e depois passa pelo estabelecimento de um novo plano de ações. O ensaio do meu projeto de investigação não seguiu uma linha reta, muitas vezes dei voltas, não segui os passos propostos, me sentia perdido no labirinto das minhas idéias e habitualidades. Conforme o tempo passava foram aumentando as minhas dúvidas se eu estava ou não fazendo fenomenologia. Nas últimas tarefas do curso avançado, considerando a retroalimentação de Luz Maria, fiz a seguinte avaliação das minhas práticas fenomenológicas: Os questionamentos de Luz Maria, nas tarefas três e quatro, sinalizavam a falta de exemplos e fatos, ela sugeria focar, num primeiro momento, na elaboração de “inventários de experiências” e depois, num segundo momento, fazer as generalizações e interpretações. Ela indicou, ao final da quarta tarefa, o propósito do projeto de investigação: “… entrenarse en algo que necesitamos que los coachees hagan: que sean capaces de separar los fenómenos, las experiencias, de las interpretaciones, de las historias, de los juicios y abstracciones”. Compreendi as criticas dela e validei os juízos. Nas tarefas seguintes (cinco, seis, sete e oito) consegui melhorar sensivelmente os trabalhos de fenomenologia. Porém, em tais oportunidades, eu me desloquei do foco temático inicial a “gestão do desenvolvimento”, primeiro seguindo temas proposto e depois trabalhando com temas secundários ou parciais. Que conclusões eu obtenho? Consegui “treinar-me” fazendo trabalhos de fenomenologia; porém não fiz fenomenologia do meu tema central a “gestão do desenvolvimento”. O fato de não ter feito uma boa fenomenologia sobre o tema escolhido “gestão do desenvolvimento” trouxe-me dificuldades ao final do curso de 296 investigação para a elaboração do presente texto. Uma autocrítica que formulo ao final do meu primeiro ensaio é que iniciei o projeto de investigação “desconectado” de uma realidade, seja individual, organizacional ou sistêmica. Iniciei e fiquei preso nos meus conceitos e pré-juízos, não foi para as ações como sugere Echeverría, tive dificuldades de fazer o inventário das minhas experiências e da observação sobre a atuação dos outros e de outras organizações. Sem dúvidas posso fazer diferente, conectando-me com situações reais, observando e listando acontecimentos e fatos que trazem a mesa os fenômenos que quero estudar. Porém, nesse momento, não estou me sentido desconfortável, me sinto ensaiando fenomenologia, esse para mim é o sentido elevado da aprendizagem. Os erros e as dificuldades temperam a minha aprendizagem, valorizam os meus esforços e conquistas. Sinto-me feliz e satisfeito com o resultado que gerei até esse momento, aprendi a fazer fenomenologia, aprendi coisas novas sobre gestão, produzi um texto que se expressa nesse ensaio. Por outro lado, não me dou por satisfeito, quero continuar a fenomenologia da gestão do desenvolvimento, quero continuar ensaiando. No novo ensaio, o que faria diferente? Quando chegamos ao início de um projeto investigativo, chegamos armados, chegamos com nossos conceitos e noções pré-estabelecidos. Como fugir disso? Como podemos construir conceitos novos se partimos do que já é existente? O segundo princípio da ontologia da linguagem pode me trazer luz sobre essa questão: “atuamos de acordo como somos e também somos de acordo como atuamos – a ação gera ser”. Enquanto atuo eu me transformo, conforme vou ensaiando eu me modifico, mudam os meus movimentos, as minhas emoções e inquietudes, as observações, as habitualidades, a minha forma de ser, mudam os resultados que gero com as minhas novas ações. Quando chegarei ao novo ensaio, chegarei carregando os resultados desse velho ensaio. Sendo um observador distinto, verei de uma nova maneira as minhas inquietudes e a proposta fenomenológica; praticarei fenomenologia de outra forma, pois sou um novo observador com novas competências e habilidades, realizarei novas ações. Produzirei um novo projeto de investigação, irei gerar um novo ensaio. A escolha do tema A primeira coisa que faria diferente seria na forma de escolher o tema de investigação. Não seria uma simples troca de palavras, quero manter os mesmos termos, ou seja, a gestão do desenvolvimento. Buscaria a inovação fazendo uma reflexão mais rigorosa sobre as minhas inquietudes: quais são os meus obstáculos no âmbito da gestão? Quais são as dificuldades na minha atuação como gestor? O que me leva a estudar a gestão do desenvolvimento? Na gestão da minha vida quais são as dificuldades 297 que encontro? Porque desenvolvimento e não simplesmente gestão? O que me incomoda nas formas de gestão que eu conheço? O que me incomoda na modalidade de gestão adotada pela organização que atuo? Que novo valor a minha reflexão poderia agregar? Quais são as possibilidades interpretativas que visualizo como soluções dos problemas que previamente identifico? Uma inquietude que eu havia identificado no início desse ensaio era o desejo do desenvolvimento profissional, melhorando a minha qualificação como gestor, um observador distinto atuando com novas competências. Nesse sentido, a realização da investigação tem um caráter instrumental e a inquietude principal é a aprendizagem. Outra inquietude previamente identificada refere-se a minha critica com relação a estática dos planos de ações em contraposição a constatação que a realidade é dinâmica, todas as coisas e seres sempre estão em estado de mudança. Essa crítica e constatação são elementos centrais na construção dos sentidos que me movimentam na vida. Essa interpretação compõe o núcleo das minhas observações e predispõe as minhas ações e resultados. São válidas? Quais são as vantagens de ver o mundo dessa forma? Quais são os aspectos negativos e limitadores? Qual é a utilidade e no que podemos melhorar nossas atuações como gestores ao interpretarmos a realidade dessa forma? São algumas perguntas que surgem agora. Uma nova inquietude que surgiu ao longo desse ensaio refere-se a minha postura, ou melhor, a minha emocionalidade frente às relações de trabalho historicamente estabelecidas. Elementos de confiança, insegurança, medo, competitividade, entre outros, interferem na forma como faço a gestão da minha vida e do meu trabalho. Aqui abre-se uma nova oportunidade de aprendizagem, um novo foco de investigação fenomenológica. Quais são as relações entre trabalho, emocionalidade e gestão? Como que as inquietudes e emoções determinam nossa forma de atuação como gestores? Como que as nossas emocionalidades interferem na nossa forma de observar a gestão organizacional? Um valor que posso agregar continuando os meus ensaios sobre gestão do desenvolvimento é melhorando a minha atuação como gestor. Também posso agregar valor produzindo interpretações poderosas sobre gestão, buscando uma interpretação articulada com as noções de organização, desenvolvimento e aprendizagem. Refazendo a fenomenologia Declarei em outras oportunidades que a principal aprendizagem é justamente nesse ponto, refazer o inventário das ações, acontecimentos e fatos que possam trazer o fenômeno a mesa para então eu poder refletir e encontrar traços comuns, formulando assim as minhas noções e definições sobre o tema de estudo. Como farei isso? Que inventários eu farei? Os fenômenos que eu 298 gostaria de estudar são: gestão, organização, desenvolvimento e aprendizagem. Começarei pela auto-indagação; depois passarei a indagação dos outros, especialmente em organizações empresariais, públicas e sociais. Quais seriam os caminhos que seguirei como leitura e reconstrução ontológica? Começaria pela releitura sobre o claro ontológico e fenomenologia. Depois faria leituras sobre teorias clássicas de gestão e administração e propostas inovadoras sobre gestão. Há traços comuns que gostaria de observar: O que é gestão para essas organizações? Como é a gestão organizacional? Quais são as dificuldades e problemas que tais organizações encontram nos dias atuais? Quais são as estratégias que estão sendo adotadas? Como se caracteriza a empresa emergente? Como é interpretado o trabalho? Como é organizado o trabalho? Como se caracterizam as unidades e heterogeneidades do trabalho? O que é gestão por processo ou por resultado? Como pode ser interpretada a eficiência e eficácia na gestão do desenvolvimento? Como gerar ganhos de produtividade na gestão do desenvolvimento e como se define o que produzir? Ao final, obviamente, faria um novo texto, um novo ensaio e uma nova proposta de continuidade. Biografía Capra, Fritjof. As conexões ocultas: ciência para uma vida sustentável. São Paulo: Cultrix, 2002. Echeverría, Rafael. La empresa emergente: La confiança y los desafios de La transformación. Buenos Aires: Granica, 2006. ——. Por La senda del pensar ontológico. Buenos Aires; Granica-Juan Carlos Sáez Editor, 2007. 299 La búsqueda de aceptación Silvia Vales Para ser yo he de ser otro. Salir de mí, buscarme entre los otros. Los otros que no son si yo no existo, Los otros que me dan plena existencia. Octavio Paz, “Los otros” Hermoso poema. En él, Octavio Paz, siguiendo a los existencialistas, nos dice que es la mirada de los otros lo que nos hace ser quiénes somos. A veces los otros nos aman y su mirada es amorosa; a veces, nos odian y su mirada nos atemoriza y otras veces, muchas, se miran a sí mismos en nosotros… I. Buscando su mirada El tema de la mirada de los otros es central en mi historia personal. La importancia de la mirada de los otros surge muy temprano en mí por la necesidad de agradar a mis padres. Ese patrón se instaló en mi historia persona y afectó otros vínculos. A ese patrón lo llamo “la búsqueda de aceptación”. Repasando mi vida, concluyo que esa búsqueda y sobre todo la necesidad de ser aceptada, fueron la causa de mucho dolor y del ocultamiento de mis gustos y preferencias personales. Como consecuencia de esta necesidad, toda mi vida estuvo dedicada a la búsqueda constante de aceptación y a esta distinción del lenguaje quiero referirme en este trabajo. Definamos el alcance de esta distinción. La búsqueda de aceptación surge cuando un ser humano necesita la opinión de otro para validarse como un ser humano digno de ser querido y tenido en cuenta. Esta definición se opone a la no necesidad de ser aceptado, validado en su talento o querido, porque la persona se considera a sí mismo digno de ser querido, aceptado, validado, sin que haga falta la opinión de otro, ajeno a él. En mi caso particular, dediqué gran parte de mi vida a esta búsqueda de aceptación y esto conllevó sufrimiento. II. La aceptación de la “tribu” La búsqueda de aceptación o la necesidad de ser aceptado está en la esencia de los grupos humanos. Somos seres sociales porque hay aceptación de formar parte de un todo colectivo. Esa condición funda lo social. No hubiera surgido el lenguaje si no hubiera habido aceptación del otro. Cito a 300 Humberto Maturana: Sólo son sociales las relaciones que se fundan en la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia y que, tal aceptación es lo que constituye una conducta de respeto. Sin una historia de interacciones suficientemente recurrentes, envueltas y largas, donde haya aceptación mutua en un espacio abierto a las coordinaciones de acciones, no podemos esperar que hubiera surgido el lenguaje. Maturana, 2008 Todos buscamos ser aceptados y queridos. Seguimos siendo iguales, en ese sentido, que hace tres millones de años. Es cierto también que existen seres humanos que se aíslan o buscan lo contrario, o por lo menos, así pareciera. Muchos de estos seres que se aíslan, manifiestan que se sienten incomprendidos por el mundo y el resto de los seres humanos o se sienten inferiores, no dignos de ser queridos y por eso, anuncian que son ellos quienes no quieren al mundo. También está el caso de aquellos que se aíslan del resto de los seres humanos porque sienten la necesidad de conectarse con la divinidad, con algo trascendente, y el mundo los distrae de ese propósito, como los místicos, los ascetas, monjes o religiosas de clausura. ¿Por qué esta necesidad de ser aceptado es tan común en los seres humanos? Porque somos seres incompletos y vulnerables y necesitamos de los otros seres. La aceptación de los demás y su atención se convierte en una cuestión de supervivencia para el niño. Pero durante el resto de la vida, debido a que seguimos siendo incompletos y vulnerables, buscamos agradar para recibir amor o aceptación o compañía o dinero, o cualquier otra cosa que nos dé la ilusión de que estamos completos y no somos vulnerables. Recuerdo mi época de consultora de Outplacement, cuando escuchaba de hombres y mujeres, recientemente desvinculados de una empresa, frases como: “Yo era gerente de XXXX y ahora, ¿qué soy? Yo hice todo para ser un buen empleado y me echaron. ¿Quién soy si no tengo trabajo?”. “Fui gerente general, tuve cargo regional, ¿qué soy ahora?”. Lo que más les molestaba era el miedo a no ser aceptados, a no ser reconocidos y a no tener trabajo, a estar excluidos. A ser “echados de la tribu”. La “tribu” nos da la sensación de completitud. Pero, en algunas personas, como yo, esto que es común a todos los seres humanos, estuvo siempre muy marcado. Siempre sentí que la mirada de los otros era necesaria para validarme, darme existencia, para que me hiciera digna de ser querida y aceptada. Los orígenes, sin duda, están en mi primera infancia. Nací mujer a pesar de lo que deseaba mi padre. Soy la hija mayor y mi padre deseaba “el heredero”. Yo nací la tarde de un primero de marzo y mi padre vino a verme al día siguiente después de haber llorado toda la noche porque no había nacido 301 hombre. Intuyo que durante mi infancia debo haber escuchado y me debo haber adaptado a esos consejos que tenía preparados para su hijo varón: no mostrar debilidad, no llorar, no pedir ayuda, no manifestar emociones, ser profesional y triunfar en lo económico, dedicarse a trabajar con empresas. Mis deseos no se correspondían con esos consejos. Entonces, gran parte de mi relación con él –y con mi madre también– se estableció ocultando mis deseos para que me aceptaran como su hija. Además, ¿cómo iba a cumplir con su deseo primero, si nací y soy mujer? Hiciera lo que hiciera, nunca iba a ser aceptada… Recuerdo situaciones concretas. Por ejemplo, de muy niña, leía con fervor todo lo que tuviera que ver con la mitología griega, hurtando libros a escondidas. Cuando me enteré de que los Reyes Magos eran mis padres, a los ocho años, le pedí a mi mamá que me regalara un libro de mitología griega. Me miró raro, sin entender mi interés por esos temas. Esa mañana del 6 de enero recibí un libro de fábulas de Esopo, narradas para niños. Me dio mucha pena no haber recibido mi libro. Supongo que inferí que la mitología griega no era cosa de niños y oculté mi afición por las historias y la mitología. Otro ejemplo: cuando estaba terminando mi escuela secundaria, dije a mis padres que quería estudiar actuación en el Conservatorio de Arte Dramático. La respuesta fue: “Esa no es una carrera”. Elegí lo más parecido: Letras. Intentaron convencerme: abogada, odontóloga, contadora. Me defendí. Aceptaron Letras a regañadientes. Recién a los 30 años, estudié Teatro. Cumplí con casi todos los mandatos, con el costo que conllevaban: tengo una máscara de omnipotente y no vulnerable, fui profesional y aún hoy sigo estudiando (la diosa Atenea fue durante años mi arquetipo dominante), trabajo en empresas, soy emprendedora. Mis deseos fueron “la parte oscura” que yo debía ocultar. Mis gustos (el arte, el teatro, la literatura, lo espiritual) eran motivo de bromas, como una carrera menor. De hecho, cuando juré y recibí mi título de profesora de Castellano, Literatura y Latín o cuando hice mi Licenciatura en la Enseñanza de la Comunicación, siempre estuve sola. Mis padres no fueron a esos actos. Sí, cuando mis dos hermanos se recibieron de abogados. Jean Shinoda Bolen dice en su libro Las diosas de cada mujer: Si la familia recompensa y alienta a la niña para que desarrolle lo que viene de manera natural, ésta se siente bien consigo misma a medida que hace lo que realmente le importa. Lo contrario le ocurre a la niña cuyo patrón de diosa se encuentra con la desaprobación de su familia. La oposición no cambia el patrón intrínseco, sino que simplemente hace que la niña se encuentre mal consigo misma por tener los rasgos e intereses que tiene. Shinoda Bolen Ciertamente, la pasaba mal. Pensaba que era adoptada y que en algún momento iban a aparecer mis “padres artistas” a rescatarme. Para sentirme 302 bien, busqué distinguirme en mis estudios primarios y secundarios, porque suponía que eso me iba a dar la aceptación y el reconocimiento de mis padres. Necesitaba la aceptación del otro para creerme mi talento y mi valor, por eso busqué las buenas calificaciones, los premios, la bandera, el galardón de mejor compañera. Esa era la manera de validarme. Si tenía buena nota, entonces era buena, pero el problema es que nunca era suficiente porque cada día era “un nuevo examen”. Fui abanderada en la primaria, mejor compañera, primera escolta en la secundaria, mejor compañera, etc., etc. Pero como yo no me validaba, estaba siempre buscando que la validación viniera de afuera. La validación venía, pero nunca era suficiente para mí. Si bien los buenos resultados me dieron alegría, nunca se comparó con la alegría que sentí cuando tuve logros en proyectos elegidos de acuerdo con mis gustos. Pero eso fue a partir de los 30 años… De niña, solo un juicio negativo de un profesor o de un maestro hacía que me sintiera desvalorizada y no aceptada. Cuando tenía doce años decidí, junto con mi hermano, estudiar guitarra y canto. Fuimos ambos a ver a un profesor. Nos hizo cantar a los dos. Recuerdo que, refiriéndose a mí, dijo: “Vos no cantes, vos estudiá guitarra y que tu hermano cante”. Durante muchos años reprimí mis deseos de cantar, aunque amo hacerlo. Consideraba que era mala cantando. Sin embargo, estudiaba en secreto y me animaba de tanto en tanto a hacerlo en público. Sufría por no ser buena como mi hermano, sentía que no me querían, que no valía. Durante mi infancia formé un juicio que podría describirse así: “Si el otro me aprueba, tengo valor y existo. Si valgo y existo, soy digna de ser querida. Para eso, debo esforzarme por cumplir con los requisitos para ser aprobada”. En el dominio del trabajo sucedió lo mismo. Recuerdo que frente a la primera capacitación que diseñé para 300 vendedores, el índice de desaprobación del curso había sido de 0,08 (creo), pero yo lloraba por las opiniones contrarias que habían escrito los que habían desaprobado el curso. Para mí, esas opiniones significaban que no era buena diseñando capacitación. III. Cuánto sufrimiento y cuánto esfuerzo para sentirme aceptada y valorada Viendo mi historia y la de otros, conocidos o personajes literarios, puedo observar que esta necesidad de ser aceptado está más marcada en aquellos que: Fueron rechazados de pequeños o poco atendidos por sus padres. No solo por desinterés o desamor, sino por otras razones como: muchos hermanos, enfermedades de sus padres, pobreza extrema. Tuvieron alguna enfermedad o discapacidad física que los hizo sentirse inferiores o diferentes. 303 Tuvieron gustos o inclinaciones distintos a los “aceptados por la tribu”. IV. Las consecuencias Una de las principales consecuencias de la necesidad de ser aceptado es el sufrimiento que acarrea porque, cuando nos esforzamos por ser lo que el otro quiere y, por consiguinte, ocultamos nuestros propios deseos, gustos, talentos naturales. El esfuerzo ocurre por querer ser otro. Cuando uno se muestra tal cual es, no hay esfuerzo. Dice Romano Guardini en su libro La aceptación de sí mismo: “Lo que yo llamo yo es lo que me está dado. […] Mi ser yo es para mí lo obvio, lo primero, el núcleo de todo lo demás […] La sensación de que ser yo sea un deber debilita porque desaparece la conciencia de estar dado a sí mismo”.¿Cómo no sentir sufrimiento si lo obvio, lo dado, lo primero, no es valorado? ¿Cómo no sentir dolor y culpa si cuando los padres de mis amigas se enorgullecían de las carreras de sus hijas, mi padre decía que yo estudiaba algo que no sabía cómo se llamaba ni para qué servía? ¿Cómo no sentir un extrañamiento con uno mismo cuando lo que a uno le gusta y le causa placer no puede ser compartido por el resto de la familia? La primera vez que encontré este tema en mí fue cuando leí de niña el cuento de Andersen “El patito feo”. El relato describe la historia de un patito feo, criado entre patos, que es rechazado y busca que lo acepte su familia hasta que descubre un día, ya de mayor, que es un cisne que –por equivocación– fue empollado por una pata. Durante el tiempo que se cree pato, sufre mucho el rechazo, trata de ser y de hacer lo que sus hermanos hacen, y es despreciado por el resto del gallinero por ser diferente. Clarissa Pinkola Estés, en su libro, Mujeres que corren con los lobos” trata “el mito del patito feo”, es decir, la mujer que es rechazada por su familia o por su tribu por tener intereses diferentes, y el sufrimiento que tal cosa acarrea. Cuando el sentimiento anímico particular de un individuo, que es simultáneamente una identidad instintiva y espiritual, se ve rodeado por el reconocimiento y la aceptación psíquicas, la persona percibe la vida y el poder con más fuerza que nunca. El hecho de descubrir a la propia familia psíquica confiere a la persona vitalidad y sensación de pertenencia. Pinkola Estés En mi caso particular, no le di suficiente desarrollo a una Silvia artista, espiritual, creativa, sensible. Y los espacios que le di a esa Silvia, fueron vividos con culpa. Es verdad que de más grande estudié Teatro, Actuación y Dirección, pero nunca participé a mis afectos más cercanos de mis éxitos en esa carrera. Mi primera puesta en escena, aún hoy, me parece novedosa y creativa. Tuve buenas críticas y, sin embargo, no participé a los demás de esos logros. Los oculté como “una vida paralela”. Durante la época que trabajé en 304 empresas, en RR.HH., nadie sabía que yo había estudiado Teatro o que yo era asesora o productora de espectáculos. Me cuidaba bien de ocultarlo. Después descubrí que muchas de mis competencias artísticas eran “un plus”, pero durante años no compartí mis gustos ni participé a otros de mis logros artísticos. Otra consecuencia de la necesidad de ser aceptada, es la incompetencia para recibir y aceptar juicios negativos. En los ejemplos anteriores, lo puse de manifiesto. Una mala nota, una opinión negativa, una crítica a mi trabajo, aún hoy son vividas con dolor y sensación de rechazo. La diferencia es que en la actualidad, lo supero rápidamente. De joven, podía durarme días. Esta incompetencia me hace estar siempre a la defensiva, justificándome, para no sentir que no me aceptan. Hace un tiempo vi una película de Disney, Happy Feet, donde a un pingüinito le pasaban cosas parecidas. La historia cuenta cómo viven los pingüinos emperadores, los cuales para conseguir su pareja monogámica de por vida tienen que entonar una canción. Cuando la canción es entonada por dos pingüinos, se forma la pareja. En la película que cito, Mumble, es el peor cantante de toda la colonia, pero descubre que es un excelente bailarín. La colonia lo rechaza. Su padre se avergüenza y el líder de la comunidad lo invita a irse. Viaja por otros lugares y conoce a otros personajes que lo aceptan. Finalmente y gracias a su condición de bailarín (autoaceptación y fidelidad a sí mismo), logra salvar a su colonia de un desastre ecológico. El tema del exilio por ser diferente, tantas veces presente en narraciones… Cito nuevamente a Clarissa Pinkola Estés: Cuando la cultura define minuciosamente lo que constituye el éxito o la deseable perfección en algo, en la psique de todos los miembros de esa cultura se produce una introyección de los mandatos correspondientes con el fin de que las personas puedan acomodarse a dichos criterios. El tema del exilio puede ser doble: interior y personal y exterior y cultural. Pinkola Estés Considero que en mi caso, el exilio fue interior y personal. Oculté mis deseos para garantizarme la no recepción de juicios negativos. De ahí, mi incompetencia de adulta. Vienen a mi cabeza ejemplos del cine. Recuerdo a Billy Elliot, a quien su padre había anotado en boxeo y, en realidad, era un excelente bailarín clásico. Y tantos otros… ¡Cuánta energía gastada en agradar y buscar la aceptación del otro…! Otra consecuencia es el desconocimiento de uno mismo. El hecho de buscar ser lo que el otro quiere me hizo desconocerme durante buena parte de mi vida. No tuve conciencia de quién era yo, de mis fortalezas y debilidades, de mis talentos naturales. 305 Los intuía pero los negaba o minimizaba porque no estaban dentro del modelo aceptado en casa. Por ejemplo, siempre tuve condiciones para escribir. Gané una mención por un cuento cuando tenía ocho años (”El helado de chocolate y frutilla”, me acuerdo todavía) y hubo otros premios durante mi vida. Sin embargo, nunca me dediqué ni fui a un taller literario para desarrollar ese talento natural. No solamente lo negué, sino que muchas veces me avergoncé de hacer teatro, de escribir poemas, de la literatura o de mis gustos artísticos. El desconocimiento de uno mismo trae aparejado el poco desarrollo de los dones y los talentos naturales. V. El faro interior No se puede ir “en contra de uno mismo” mucho tiempo sin pagar un costo. Diciendo “costo” me refiero a las consecuencias físicas y emocionales que traen aparejadas el desconocimiento y la negación de uno mismo. En algún momento, tomamos conciencia de ese dolor que tiene su origen en haber perdido conexión con “nuestro faro interior” y en haber hecho lo contrario de lo que hubiéramos querido hacer, libres de mandatos y de la mirada del otro. La inmutabilidad no es una propiedad intrínseca del ser, dice Rafael Echeverría. Con lo cual “somos en movimiento”. Desde una mirada ontológica, podríamos decir que uno “es” en forma dinámica, en transformación. Si saco una foto del hoy, ¿qué juicios quiero cambiar?, ¿cuáles quiero conservar?, ¿está mal buscar la aceptación del otro? Lo primero que quiero cambiar es mi propia mirada. Quiero una mirada más abarcativa, más amorosa, reconciliarme con la mirada de los otros. Quiero, finalmente, aceptar a las Silvias que viven en mí. Con sus luces y sus sombras. Distinguiendo, puedo intervenir. Respecto de la mirada de los otros, ellos me constituyen, ya que sin los otros, no soy consciente de mi identidad pública. De alguna manera, “me dan plena existencia” también. Una existencia más consciente de lo que muestro, de mis máscaras, de mi ser más profundo, de mis luces y mis sombras. Pero aceptar su mirada no excluye ni invalida la mía. Si no tengo mirada amorosa del otro, acepto que esto es así, sin asociarlo –como hacía antes– con que no valgo, que no estoy capacitada, que no existo. Y si, por el contrario, tengo mirada amorosa del otro, acepto que esto es así, sin asociarlo a que valgo, estoy capacitada, existo. Mi “sombra” es parte de mí. La veo y la reconozco mirándome en los otros. No busco su aceptación, ocultándola. A lo sumo, pido perdón si algo de eso los daña. Lo importante es que, en este presente que transito, logré aceptarme íntegramente y brindarme una mirada amorosa a mí misma. 306 Creo que el autoconocimiento y la autoaceptación es el camino, buceando en nuestra identidad más profunda, allí donde solamente nosotros podemos llegar. Buenos Aires, agosto de 2011 Bibliografía Guardini. Romano. La aceptación de sí mismo. Las edades de la vida. Buenos Aires: Ed. Lumen. Maturana, Humberto. Emociones y lenguaje en educación y política. Santiago de Chile: J.C. Saéz, 2008. Pinkola Estés, Clarissa. Mujeres que corren con los lobos. Barcelona. Ediciones B. Shinoda Bolen, Jean. Las diosas de cada mujer. Una nueva psicología femenina. Barcelona: Ed.Kairos. 307 La arrogancia, a-rrogancia, no-rogancia, no- rogar, no-pedir Sybille von Riegen Hay hombres tan arrogantes que no saben alabar a un gran hombre a quien admiran, sin representarlo como un eslabón o un sendero que conduce a ellos mismos. Nietzsche I. La sorpresa de mirarme en la arrogancia Me acabo de encontrar nuevamente con mi arrogancia. Mi sombra me susurra casi sin hacerse escuchar y me dice: “Este proyecto de investigación debería ser el mejor, seguro que va a ser el mejor, brillante, magnífico, sobresaliente”. Es agotador estar aquí, y si suelto me alivio. Y aquí voy, parto estas líneas intentando ser humilde para poder escribir. La arrogancia me empezó a rondar. Aparecían y aparecían arrogantes a mi alrededor. Los empecé a observar muy detenidamente y, cuando me acercaba un poco más hasta llegar a relacionarme con ellos, me aparecía una sensación de dureza, aridez, de aspereza. El encuentro con las personas a las que yo juzgaba “arrogantes” me afectaba mucho: me afectaba tanto que tuve que detenerme un largo rato para dar paso a las preguntas que suelen resolver mis inquietudes. De esta manera inicié, a mi juicio, la etapa más dura del aprendizaje: la de las preguntas sin respuesta, la incertidumbre, la confusión, la desorientación. Me pregunté: ¿Por qué me estoy encontrando con tantos arrogantes a mi alrededor?, ¿será que algo me quiere mostrar la vida?, ¿qué tengo que aprender aquí?, ¿por qué les estoy poniendo más atención que antes?, ¿qué me está pasando con la arrogancia?, ¿qué hay de mí aquí? Y todo el tiempo se me cruzaba una poderosa frase que escuché una vez de Rafael Echeverría_ “Todo lo que nos afecta nos revela”. Yo quería descubrir lo que se quería revelar en mí con este encuentro con la arrogancia. Finalmente, tomé la decisión de trabajar sobre ella cuando, en la primera conferencia del Programa de Coaching Avanzado, me la topé de frente. Estaba en el segundo día de conferencia y me descubrí haciendo el siguiente juicio: probablemente soy una de las mejores coaches del lugar. Al verme en esto me sorprendí y comencé a preguntarme: ¿De dónde me viene este juicio?, ¿por qué me surge?, ¿para qué lo hago?, ¿por qué necesito hacerlo?, ¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO? Ese día hice mi primer coaching observado y me fue muy mal, lo que desafiaba mi juicio de ser una de las mejor coaches del programa. Fue durísimo. Me vi en un lugar del cual quería alejarme a kilómetros de distancia; en ese momento me di cuenta de que tenía solo dos posibilidades: seguir en mi arrogancia y, por lo tanto, seguir pasándola mal, o hacer un acto de humildad y 308 declarar mi espacio de aprendizaje. En ese momento ratifiqué mi decisión: mi proyecto de investigación del programa sería “la arrogancia”. Claramente algo de mí se estaba manifestando con mucha fuerza. No podía dejar de escuchar las voces que surgían de mi interior diciéndome que este era un tremendo espacio de aprendizaje para mí. II. La potencia del trabajo fenomenológico 1. Algunos ejemplos de arrogancia en mi vida y muchas preguntas En este espacio intentaré acercarme lo más posible al mundo de las afirmaciones, de lo observable, de las acciones y conductas que este particular observador que “soy yo” es capaz de mirar cuando juzga que alguien está en la arrogancia. Este acercamiento fenomenológico nos va a permitir mirar conductas para posibilitar nuestra capacidad de intervención mediante el aprendizaje. “Yo sé cómo se hacen las cosas”: Cuando asisto a talleres que yo no dicto, suelo descubrirme diciendo cosas como las siguientes: “al taller le faltan ejercicios”, “a este ejercicio le falta contexto”, “la música está muy fuerte y no genera la emocionalidad adecuada”, “la parte corporal no tiene contexto y no recoge la experiencia desde el lenguaje”, etc.. También me he descubierto, esta vez con dolor, diciéndole a mi hija: “la tarea se hace así”, “la manera de organizarse es esta”, “es mejor conversar de esta manera”, “se es feliz en la vida cuando haces esto y no aquello”, etc. A mi marido suelo decirle cosas como: “tu relación con la hija no va bien”, “ser tan flexible en la vida no es bueno”, “respecto de la educación de los niños obviamente yo sé más que tú”, etc. Otros ejemplos: Me siento arrogante cuando no veo espacios de aprendizaje, cuando tengo el juicio de mí misma que ya sé o que sé más que otros, que ya sé lo que están explicando etc. Entonces dejo de escuchar, me echo para atrás, cruzo los brazos y me quedo callada y, en el momento en que tenga la oportunidad, se me sale una crítica disfrazada de pregunta. Me veo en la arrogancia cuando hago preguntas más bien cerradas y con respuesta detrás, por ejemplo: “¿será bueno que tu mamá se quede con los niños?, ¿tú crees que con este programa se genera un cambio cultural de verdad?” Me siento arrogante cuando me comparo con otros y me siento superior. Me siento arrogante cuando dejo de escuchar las inquietudes del otro y creo que las cosas hay que hacerlas como yo digo que hay que hacerlas. 309 2. ¿Qué me pasó al mirar esto? Cuando empecé a mirarme en algunas de estas situaciones me di cuenta de que cada vez que decía: “yo sé cómo se hacen las cosas” o “de la manera que yo lo hago es la mejor manera de hacerlo”, algo me incomodaba, me sentía poco flexible, obsesiva, poco respetuosa del otro y muy cansada de hacer que se hagan las cosas a mi manera. Sentí que había perdido la capacidad de cuestionar mi lógica y mis opciones, había olvidado que mi manera de hacer las cosas era solo una posibilidad, había olvidado el disfrute de dejarse llevar, de cocrear con otros, de danzar en la vida, como lo hacía cuando era niña: volar en las nubes y danzar con la vida, con lo que venga, con lo que surja. También me dì cuenta de que los demás se incomodaban mucho cuando yo estaba parada desde la verdad, sin embargo, no me podía salir de ahí, algo me impulsaba con mucha fuerza a sentir que yo tenía la razón, que yo estaba en lo correcto, que mi manera de hacer las cosas era la mejor y la más brillante, ¿Por qué estaba necesitando tener la razón? En ese momento, y justo en medio de la fuerte reflexión que provoca mirar los fenómenos, comenzaron a surgir otro tipo de preguntas: ¿por qué me cuesta tanto soltar?, ¿qué suelto cuando suelto mi verdad?, ¿qué se va?, ¿qué entrego?, ¿qué pierdo?, ¿a qué me estoy aferrando?, y sentí que me estaba aferrando, agarrando a mí misma, que yo me iba, me esfumaba, desaparecía si soltaba mi verdad, que solo era posible “existir” para otros si sostenía lo mío con mucha fuerza. Tenía que sostenerme, tenía que tomarme con fuerza para hacerme un lugar. ¿Hacerme un lugar?, ¿es que siento que no tengo lugar?, ¿y cuando perdí mi lugar?, ¿en qué momento tuve que empezar a pelear mi espacio, a hacer algo para ser mirada? Me hizo mucho sentido esta reflexión: si suelto mi verdad, me estoy soltando a mí misma, estoy soltando la posibilidad de ser mirada y reconocida. Pero claramente esta no es la manera que yo quiero vivir la vida, no es la manera que quiero ser mirada, no es la manera que quiero aparecer para otros. Quería salirme de ahí, tenía ganas de soltar, comenzaba a sentir el cansancio y la soledad de la arrogancia. III. Mi historia. ¿Qué me pasó? ¿Dónde y cuándo perdí mi lugar? El paso por un programa de aprendizaje me permitió ir al encuentro con mi historia. Las conversaciones con mis compañeros de ruta y mis ganas de observarme me llevaron al encuentro con el origen, a descubrir de dónde viene ese dolor tan profundo y a descubrir “dónde y cuando perdí mi lugar”. En algún momento de mi vida, y más específicamente a los doce años, a mis padres la vida los empezó a remecer por dentro y por fuera. Se confundieron, no sabían qué hacer, cómo comportarse y menos como resolver 310 sus dificultades. Sentí que en ese momento dejaron de mirarme. Dejaron de mirarme porque no se pudieron sostener más Cada uno, con sus propios paradigmas derrumbados, volcó su mirada hacia dentro. Parecían dos árboles azotados por una tormenta luchando para no ser arrancados de raíz. Recuerdo la sensación de profunda soledad. En un repentino momento, los abrazos se convirtieron en espaldas y la ternura se convirtió en confusión, los adultos desaparecieron y en su reemplazo quedaron dos seres diferentes, dos seres que no eran mis padres. Dejaron de mirarme y no supe qué hacer, no supe cómo hacer que volvieran sus cabezas hacia mí, simplemente no me miraban; yo intentaba pero ellos no me miraban y no me miraron más. Me doy cuenta de que en ese momento perdí mi lugar en la familia, perdí a los seres que me hacían sentir que era legítima y amada incondicionalmente. Quedó un tremendo vacío y hoy constato que para mí no es trivial cuando alguien no me mira, que he construido diferentes estrategias para lograrlo y que una de ellas es la sabelotodo poseedora de la verdad, que cuando alguien le rasca la cascarita se da cuenta de que, en el fondo, hay una niñita escondida y con miedo a no ser querida. IV. ¿Y otros qué dicen de la arrogancia? Humberto Maturana dice: “La arrogancia es la certidumbre que niega la reflexión en la convicción de que se posee la verdad”. Por su parte, Daniel Goleman: “La falta de inteligencia emocional es estar en la arrogancia, excesiva confianza en sus recursos intelectuales, incapacidad para adaptarse a las fluctuaciones de la vida y desprecio por la colaboración y el trabajo en equipo”. Inteligencia emocional La arrogancia puede tener dos formas: presunción o desprecio. La presunción ocurre cuando una persona aumenta su sentido de autovaloración y cree que es mejor que los otros. El desprecio significa que una persona rebaja a otra para que se sienta menos que ella y por lo tanto el despreciador logra sentirse superior. Podemos visualizar la diferencia entre la presunción y el desprecio. Imagínate dos personas como dos globos inflados por igual. Ahora imagina que uno de ellos se infla casi al punto de estallar: esto es la presunción. La persona presumida oculta su vergüenza sobre ella misma, llenándose de pretensiones y de orgullo falso. Necesita sentirse superior para ocultar su sentimiento básico de vergüenza, se engaña a sí misma pensando que es la mejor de todas las criaturas vivientes. Ahora imagina que desinflas el otro globo. Esto es el desprecio. Este 311 tipo de individuo encontrará la manera para desinflar a otros, haciendo que se sientan débiles, incompetentes y avergonzados. Se defiende contra la vergüenza pasándosela a otros y solo se siente mejor consigo mismo cuando reduce a nada a los demás. 1. Arrogancia como defecto Alguien es arrogante cuando adhiere verbalmente o mediante sus actos la facultad de tener razón y un liderazgo indiscutido sobre un tópico determinado, o en relación a una acción a tomar. El arrogante tiende a menospreciar la opinión ajena porque piensa que él es mejor y el más sabio de todos. La arrogancia obliga como primera condición la convicción absoluta de ser mejor. 2. Arrogancia como virtud La arrogancia, sin embargo, también es una pasión vivida con gallardía y coraje. La mayoría de los líderes y de los hombres que han cambiado la historia han sido evidentemente arrogantes. Pareciera ser que es una condición importante para lograr los ideales. Es que resulta muy evidente pensar que un hombre que no posea convicciones fuertes y que no crea en sí mismo, pueda cambiar el curso de la historia. Henry Mintzberg propone la siguiente ecuación: exagerada confianza en uno mismo + competitividad = arrogancia V. Perfil unitario, una mirada desde lo alto ¿Qué se repite, cómo puedo observar la arrogancia en mí y en otros? Enfoque único, le cuesta ver otras opciones, puntos de vista, interpretaciones. Necesita ser admirado. Deja de escuchar al otro, solo se escucha a sí mismo y quiere fundamentalmente ser escuchado. Es el ánimo de la negación y descalificación del otro. Miedo a declarar ignorancia, cierra espacios de aprendizaje. Al arrogante le cuesta mucho trabajar en equipo, no reconoce el esfuerzo de otros. Vive en la competitividad, está constantemente en la comparación. Para sentirse bien necesita ganar y demostrar que es mejor. Mundo emocional · Inseguridad, baja autoestima, vergüenza de sí mismo, necesidad de ocultar su sombra. · Miedo a no ser aceptado, a no ser querido, a no pertenecer. · Rabia como emoción disponible cuando se está en la arrogancia. 312 Tipos de vínculos que genera la arrogancia · Miedo a su alrededor, que se muestra con silencio aprobador o con muestras de aceptación poco sinceras, sembrando el camino a la resignación. · Rabia, que se muestra con discusiones improductivas que siembran el camino al resentimiento. · Tendencia a quedarse solo; en esta emoción no es posible convocar, invitar, pedir ayuda, el otro se siente poco valioso. · La gente se siente utilizada por el arrogante; sensación de objeto más que de sujeto en la relación. · Vínculos castradores, porque el otro se siente impotente, incapaz de satisfacer sus estándares. VI. Reconstrucción lingüística de la arrogancia “Juzgo que YO sé más que nadie del tema que estamos tratando, conozco cómo las cosas son o cómo comportarme en esta situación.” “Me predispongo a demostrar lo que sé y que los demás están equivocados.” “No esperes mostrarme algo nuevo, no tengo nada más que aprender. No estoy dispuesto a escuchar.” Parado en el mundo metafísico, el arrogante cree que posee la facultad de descubrir cómo las cosas realmente son. Vive desde el enfoque único, hay solo una manera de hacer las cosas, toda otra manera de hacerlo está equivocada o no es tan efectiva. Pierde la capacidad de escuchar, respetar y aceptar otras maneras de hacer las cosas y, por lo tanto, otras maneras de ser. Como ya sabe cómo son y se hacen, también pierde capacidad de creación y generación. La coordinación con otros se transforma en utilitaria, los pedidos se convierten en órdenes. Pierde capacidad de aprendizaje. VII. Salida Quiero compartir con ustedes una conversación entre el Dalai Lama y Francisco Varela: Dalai Lama: ¿Podría darme una definición concreta de la fenomenología? ¿Se trata solamente de describir? Francisco Varela: Podríamos resumir la visión fundamental de Husserl diciendo que uno no puede pensar en sí mismo y en el mundo sin llevar a cabo lo que él denominó, “volver a las cosas mismas”, “a la forma en que las cosas se nos presentan”. Esto se llama reducción fenomenológica, es decir, despojarse de toda creencia previa sobre lo que debe ser el mundo, la existencia de Dios, la materia, de esto o de aquello, y dedicarse simplemente a observar y a fundamentarlo todo en el modo en que el mundo se nos presenta. Se trata de un enfoque muy meditativo. Desde esa perspectiva, lo primero que 313 hay que hacer cuando se quiere analizar algo es poner en suspenso todas sus ideas previas al respecto, dejar de lado todos los prejuicios y las pautas habituales, ver simplemente lo que ve y fundamentarlo todo ahí. Esta fue la gran contribución de Husserl, con la que elaboró toda una filosofía que ha proseguido hasta nuestros días. D. L.: ¿Estoy en lo cierto si digo que el punto de partida de esta visión consiste en dejar de lado, o poner entre paréntesis, cualquier visión metafísica y religiosa, y simplemente partir desde la experiencia? ¿No cree que ello implica la profunda arrogancia de creer que uno tiene la capacidad de saberlo todo? F.V.: No tanto de saberlo todo como de conocer el fundamento. Es verdad que supone una cierta arrogancia, como también la hay en el meditador que dice: “voy a contemplar mi mente y verla tal cual es”. ¿Nos podemos salir totalmente de la deriva metafísica?, ¿qué diferencia a un arrogante de un apasionado de su interpretación?, ¿qué diferencia a un arrogante de alguien que cree que su interpretación agrega mucho más poder a las personas que otras?, ¿cuáles son las alertas que me permiten darme cuenta de que estoy inclinándome hacia la arrogancia como defecto? Creo que si miramos el perfil unitario podemos encontrar varias alertas que nos permitirán observarnos. Alertas: Cuando me voy sintiendo y quedando solo. Cuando no tengo a nadie a quién admirar. Cuando dejo de aprender. Alertas en mi relación con los demás: La negación del otro. Tendencia a descalificar. Cuando genero a mí alrededor resignación y resentimiento. Cuando dejo de escuchar. Vivir en la competencia. Alertas emocionales: Miedo a decir no sé. Miedo a ser menos que otro. Vergüenza a ser quien se “es”. Vergüenza cuando alguien le muestra un espacio de aprendizaje. Poca valoración de sí mismo. Ambición de ser el mejor, necesidad de admiración. Espero haber aportado algo de luz para los que en ocasiones nos encontramos en la oscuridad de la arrogancia. 314 “Cuando un arrogante vive la arrogancia no tiene conciencia de ella, no la ve, el momento de reconocerla es un acto de humildad y por lo tanto da un brinco fuera de ella.” 315 Reconociendo mi propia voz Maite zaitut ama, beti, betiko, eta betirarte Teresa Aranzibia Aguirrezabal Después de un tiempo uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma, …y uno empieza a aceptar sus derrotas con los ojos abiertos y la cabeza alta. Y uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores. Jorge Luis Borges Introducción Dedico este proyecto a mi madre, la persona que sé que más me ha querido en la vida, y que me sigue queriendo más allá de la vida. Imagino el momento místico en que su cuerpo y el mío dejaron de ser uno para ser dos, imagino su dolor y su amor. Ese amor que siento que me da todos y cada uno de los días de mi vida. La alargada sombra del amor. ¿A quién le di las llaves de mi castillo? me pregunto ahora, ¿quién me dijo que yo no sabía valorar los tesoros que había en mi castillo?, si yo los conozco, si yo soy mi castillo. Esta ha sido siempre la parte de mi vida que más me ha hecho sufrir: esa puerta giratoria, ese tatuaje, o esa dolorosa voz que se me ha presentado de manera tortuosa durante los cuarenta años de mi intensa vida. Me animo a abordarlo, adentrándome en las frías paredes de un laberinto que forma parte de mi propia alma. Lo he recorrido con tristeza y con dolor, mirando cosas de mí muy oscuras y feas que muchas veces no me atrevía a mirar, a la vez que muy bellas y tiernas. Al salir, he sentido en una soleada mañana de Jaca que la luz de paz me acompañaba. ¡Bendita tu luz, bendita mi luz, bendita la luz! I. Inquietudes, deseos y experiencias en las que se ha manifestado la importancia de este tema en mi vida Hasta hace no mucho, creía que lo que me faltaba era autoestima, que no terminaba de creerme lo que valgo, que lo hacía bien, que tenía mucha capacidad de trabajo, pero este tema lo relacionaba con la autoexigencia con y la forma tan estricta en la que me habían educado. Así que aparté el cuento de narrativas raído y usado que me había contado, y decidí ir a por otro tema. En relación con la autoexigencia y unido a esto de querer ser la mejor de entre todas las mujeres, pensé en hablar de mi rivalidad con las mujeres: los celos que tengo de las mujeres; de por qué siempre me comparo con ellas en todos los dominios: laboral, físico, social, afectivo, da igual, siempre hay una razón, cierta o no, para la comparación. El no poder ser la mejor de todas en todos los dominios provoca mi propio sufrimiento, pero un sufrimiento que me 316 desgarra, que me hace sentir ganas de vomitar, que me hace sentirme la mujer más horrible del universo. Al identificar y enumerar experiencias fui consciente de que eso no era verdad, o que al menos no era solo eso lo que me podía estar pasando: Siempre obcecada en ver más las sombras que las luces, en agosto de 2010, una mujer a quien admiro y a quien doy mucha autoridad, Alicia Pizarro, me dijo: “Teresa, ya es hora de que te lo creas. Tú misma y sin la ayuda de nadie te has tirado solita. Deja de sabotearte, tienes muy buena materia prima, solo hace falta que dejes de escuchar esa voz que no es tuya, el resto ya lo tienes”. Me compré lo de la voz que no era mía, pero la palabra “sabotaje”, al mismo tiempo que me recordaba a los piratas –por cierto los primeros románticos de la historia–, no dejaba de darme vueltas en mi cabeza. Me resonaba mucho. Fue algo que no había visto hasta entonces. Tras los piratas, Rafael Echeverría habló de la forma de ser de los griegos y comentó que en las competiciones, estos competían con el adversario, con los obstáculos y con ellos mismos. Lo curioso y coincidente es que yo pronuncié estas dos mismas palabras algo antes que Rafael. Y seguidamente escuché de su voz la palabra “sabotaje”. Con todas estas fichas pensé que esto era lo que me pasaba a mí, Es cierto que yo para competir, sí creo en mi, en mis posibilidades, porque en caso contrario no emprendería ninguna competición, por eso me preparo para la competición, también compito con los demás, sean hombres o mujeres. Por esta razón dejé de lado el tema de mis celos con las mujeres, y también porque doy por hecho que mis celos con el género femenino volverán a aparecer, pero al final, contra quien siempre estoy compitiendo es contra mí misma. Me gustaría terminar este programa sabiendo qué me lleva a hacerme tanto daño y a tratarme tan mal. Soy yo conmigo misma la voz más crítica que existe al hacer cualquier tarea, ya sea en el trabajo, con mis amigos, en mi casa, presentando un concierto, con mi físico, sobre todo ahora que los cuarenta ya han llegado y sufro mucho por ello, porque nunca nada es suficiente, aunque en el fondo de mí misma sienta que sí es así. Es como si no terminara yo misma de saciar a una bestia que también soy yo misma. II. Los resultados y consecuencias que he vivido con este tema El patrón se repite en todos y cada uno de los actos que llevo a cabo, pero si tuviera que comentar uno, me que ocurre cuando presento conciertos de música clásica –algo que hago en mi tiempo libre de forma gratuita– en mi pueblo, normalmente en Navidad. Aunque yo sé realmente que lo hago muy bien, si alguna vez tras autoevaluarme me doy un 9 y alguien no reconoce que lo he hecho bien, una oleada de orgullo, creo todavía definirlo bien, me invade 317 y me convierto en alguien extremadamente cruel. Primero cruel hacia la persona que ha dado su opinión y luego cruel conmigo misma, de no perdonármelo nunca. El resultado que con más frecuencia recuerdo es el de sentirme mal conmigo misma, el de sentir un dolor y un vacío profundo, el de sentir merecerme morir y que todas las desgracias del mundo me acompañen. Me duele físicamente la boca del estómago cuando esto sucede. Y además me hago daño, no físico, no he llegado todavía a eso, aunque reconozco que lo he intentado, pero sí me hago daño psicológico. Y siento una furia que yo misma retroalimento ontra mí, una furia con dos cabezas: Después de haber hecho la presentación y saber que lo hago bien, no me lo reconocen. Me siento sola y no aceptada, con lo cual odio a todos y no me hace falta nadie en este mundo para vivir. Esta es la primera cabeza de mi furia. Me basto y me sobro. Cuando me calmo y me digo a mí misma: “Podía haberlo hecho mejor, no me merezco nada de lo que tengo, no valgo nada, no soy buena, no soy la mejor. Me merezco todo lo malo que me pasa”. Y aquí viene la necesidad de hacerme daño y. lo peor de todo, no es un dolor físico sino que psíquico. El orden es siempre el mismo: llega la furia, luego la arrogancia y finalmente el orgullo. Se instalan estos en mí y luego bajo a la soledad, la tristeza y el vacío, un gran conocido del que luego hablaré más el dolor. 1. La diferencia que hará mi investigación No quiero hacerme trampa a mí misma, no quiero sentirme mal cuando sé que algo está bien hecho, no quiero seguir diciéndome que seguro que me dieron la mejor nota porque le caigo bien al profesor, no quiero seguir viendo en qué otros dominios alguien me supera para encontrar yo otro dominio en el que me sienta obligada a prepararme y a competir y a ser la mejor. No quiero no mirarme al espejo porque he engordado. No quiero tratarme mal, no quiero sentir ese dolor. Ese DOLOR: NO QUIERO SENTIR LA NECESIDAD DE SENTIRLO MÁS. Si lo consigo, sé que viviré en armonía conmigo misma, en paz, aceptándome, no viendo en cada persona, momento o vivencia, un lugar para competir, un lugar para demostrarme a mÍ misma que yo puedo, que yo valgo, cuando yo sé que lo soy. Mi madre murió el 25 de julio de 2008. Unos días antes de morir, le pedí que me dijera que yo era la mejor, y me contestó: “Tú ya lo sabes”. Creo que fue el legado que me dejó. Al principio hasta me enfadé con ella porque yo pensaba que no le costaba nada hacerlo, pero luego entendí su mensaje: “Ya es hora de que te lo digas tú solita y de que te lo creas”. III. Las preguntas que quiero responder a través de esta 318 investigación desde la mirada ontológica Después de elaborar 101 preguntas relacionadas con mi necesidad de hacerme daño, preguntas que nacían de otras preguntas, las que considero como las preguntas-madre, que tienen en común una misma matriz, me quedo con las siete siguientes que más me dan sentido: ¿Qué significa mi padre para mí? ¿Por qué no me valoro o acepto? ¿De dónde viene tanta exigencia? ¿Por qué sentí que no me querían? ¿Y si me quedo sola? ¿Por qué lo mío es de dominio público? ¿Qué hay detrás de hacerme daño? He intentado dar respuesta a estas preguntas, tanto de forma metafísica como de manera ontológica, y estas son las diferentes respuestas. Cuando me pregunto, ¿qué significa mi padre para mí?, además de ser el primer hombre que llegó a mi vida, la mirada ontológica me permite conocer y ver qué de lo que la conducta de mi padre resuena en mí misma, y saber que esa influencia puedo modificarla y en qué otras conductas esto ha podido afectarme, sobre todo en los niveles de exigencia, mi propia valoración y la relación con los hombres. Ante la pregunta de por qué no me valoro y me acepto, siento que se me abre una puerta enorme de posibilidades para cambiar aquello de mí que quiera mejorar o modificar. Si lo veo desde esta última opción, es una solución mucho más poderosa y más cercana a mi concepción de mí misma. El hecho de seguir no aceptándome me revela el darme cuenta de mi mirada más metafísica. La mirada ontológica me abre la posibilidad de conocer mi propio estándar de autoexigencia, de trabajar sobre él, de chequear viejos patrones y ver qué puedo hacer para ajustarlos, con lo cual el efecto que tendría en mí sería un efecto mucho más liberador y gratificante. Ante el por qué no me querían, aunque duro, puede ser un trabajo gratificante y sanador, para entender desde dónde actuaban mis padres, para aceparlos y para poder perdonarnos. Ante la pregunta ¿qué hay detrás de hacerme daño?, de momento la única opción de respuesta que se me ocurre es la de que no me siento a mí misma de ninguna otra forma que no sea haciéndome daño, o que la única forma de liberar el dolor de mi alma es con el dolor físico. Pero espero seguir indagando en este dominio. Creo que está muy cerca del minotauro… IV. Mis experiencias de vida y mis voces 319 Tras revivir en las frías paredes del laberinto algunas de las experiencias en que he deseado mi propia aniquilación, quiero compartir qué he sentido, tanto a nivel emocional y corporal. y quiero dejar constancia de las consecuencias que tienen para mí este tipo de actuaciones. Las primeras experiencias han sido mi relación con las mujeres, mi lucha contra aquellas personas de mi mismo género que decidí –más tarde entenderé por qué– desterrar a la sombra o que creí mis enemigas. Después traslado estas experiencias a otro tipo de luchas contra cualquier otro ser, y lo peor de todo, contra mí misma. En estas luchas nace la rabia por destacar, la necesidad de sentirme exclusiva, la constante necesidad de hacerme preguntas que me puedan herir más y más, hasta ahogarme en un profundo dolor. Comienzo entonces a cuestionarme si esta voz es mía, a la vez que siento rabia en la boca del estómago, ganas de vomitar y de llorar. Es lo que yo llamo el despertar del monstruo o de la bestia. Me pregunto entonces por qué no digo todo lo que siento desde un principio, por qué no pido para mí, por qué no marco mis límites, antes de dejar que el monstruo, que siente ganas de hacerme mucho daño, despierte, Vuelvo a esa voz que de manera repetida se hace esas preguntas, es la voz de una niña pequeña que apenas puede escucharse. La niña quiere hablar alto, pero los adultos no la escuchan y se enrabia, salta y vomita contra todas las personas que tiene cerca. La voz de una niña que no se siente querida, y que ve en todo el mundo a un enemigo en potencia. Por su parte, la mujer adulta que soy, la mujer de 40 años, se pregunta ¿por qué pierdo así los papeles, de dónde me nace la necesidad de ser la mejor? ¿De dónde esa necesidad de competir de forma no sana, descalificando al otro? Es como si no saciara la necesidad de ver mi vida sin enemigos, enemigos que despiertan mi bestia, a mi monstruo. Entonces me surge profundas y dolorosas preguntas: ¿yo necesito a la bestia? ¿Quién soy yo sin la bestia? ¿Yo soy la bestia? Es como si una bestia, que está en mi estómago, abriera la boca, y yo la tuviera que alimentar con mi dolor. Se alimenta de mi dolor, necesita de mi dolor, por esto me hace sufrir, para que ella no muera. Y al mismo tiempo nace un grito, un grito similar al grito del parto, una grito estremecedor, un basta ya, un YO luchando contra mi otro YO, diciéndole: “No quiero verte más, vete, no quiero verme sufrir así, no me gusto así, por qué entraste en mí, por qué me posees, déjame, libérame de tu carga. Sea de quien sea esa voz, Teresa la adulta no la quiere, no quiere necesitarla más.” Una vez llegada a esa conclusión, busco desaparecer, encerrarme en mí como una ostra y nutrir con mi llanto ese corazón que está seco, resquebrajado, y que siente que se apaga. Es entonces cuando surge la sensación de vacío, de un vacío que me acompaña, que me mece y que me calma. 320 Tras indagar en estas experiencias, llega como uno de esos maravillosos mensajes que te trae la vida. Un trabajo en el que tengo que hablar de la dignidad y a medida que escribo acerca de esa palabra maravillosa, la dignidad, me nace hablar de mis propios valores, de mi propia ética, de mis principios, de mi propio respeto, de mi alma, de la desnudez de mi alma y construyo un puente entre mis ganas de hacerme daño y mi propio valor. Me digo a mi misma que ahí hay algo que no es coherente, y empiezo a ser consciente de que si no soy yo misma quien se respeta y se valora, todo lo demás está de sobra, es comparsa, es solo ruido. Me decido entonces a bucear en la dignidad y me conecto con experiencias en las que me he sentido carente de valor, no merecedora, no digna de recibir ese trato, tanto en mí como en otras personas, y también cuando SÍ me he sentido digna, me he sentido merecedora y también lo he visto en otras personas. V. Buceando en la dignidad Tras una experiencia vivida en mi trabajo, recibí un correo electrónico de mi exjefe en el que sentí que las cosas que él enjuiciaba sobre mi persona, yo no las merecía. Sentía que me disminuía, que me quitaba valor o que no me valoraba. Me sentí ridícula, pequeña, sin valor. Recuerdo que él me dijo: “Teresa no te enfades” y le contesté: “No estoy enfadada, estoy indignada”. En el amor, muchas veces me dicho: “¿Por qué caigo tan bajo? Yo no me merezco que me traten así, ni tratarme así, yo valgo, no tengo que mendigar afectos”. En estos momentos y en otros muchos que no puedo pararme a enumerar, sentí que a la única persona a la que le faltaba al respeto era a mí misma, y me decía: “No puede ser que yo no me respete. ¿Cómo puedo tener valor, cómo puedo querer, cómo puedo vivir si no me respeto? Juzgo que no tratamos de forma digna a mi madre en sus sesiones de quimioterapia, no le permitimos tener capacidad de elegir sobre su vida, lo hicimos nostros por su bien, pero No me gustó. No solo era el miedo a perder o dejar de reconocer a mi madre, sino también el daño que le hacíamos a su alma. Era indigno. Sentí que no teníamos derecho a decidir por su propia vida. Desde aquí le pido perdón. En el chequeo de estas diferentes experiencias me he sentido digna cuando he constatado que era coherente con la palabra que había dado y con los compromisos que había adquirido. Cuando mi madre murió, mi vida se quedó a la deriva. Lo había perdido todo, pero en un acto de dignidad, subí al púlpito y leí una carta de homenaje a mi madre. Sentí que aunque en un ENORME momento de dolor, uno puede comportarse fiel a su estilo y fiel a su esencia, y me sentí muy orgullosa de haberlo hecho. He visto la dignidad en un viaje a la India, cuando me bajé de un Rick 321 show porque el señor era mayor y yo le percibía cansado, y pensé que lo mejor era bajarse. En ese momento, llorando nos pidió que no le hiciéramos eso. Ese señor se llamaba Luna. Luna nos llevó hasta el hotel con toda su dignidad, con su cansancio, su vejez, su fatiga, y sus piernas delgadas y descalzas. Luna demandaba su dignidad, nadie decidía por él su nivel de cansancio o su valía. He visto en países como en India o en países de África, esos que llamamos del Tercer Mundo, personas carentes de alimentos básicos, de necesidades básicas. Sin embargo, no siento que nadie atente contra su dignidad, porque ellos mismos son dueños de su integridad, de sus valores, de sus principios. No dan autoridad a nadie para que viole su integridad como personas. Puedes quitarles todo, pero no puedes quitarles su dignidad. También con mi madre. Ella eligió morir en casa. Y ahora que lo escribo para ella, fue un acto sagrado de su dignidad. Fue decir: “Yo decido por los últimos días de mi vida, yo elijo pasar más o menos dolor, nadie pone en cuestión mi integridad como persona en los últimos días de mi vida”. Me parece un acto muy digno. ¿Y cómo puede uno hacerse valer, sentirse poderoso, merecedor, digno?, ¿por qué yo no lo he conseguido o no siempre lo he conseguido? ¿No será que primero tendré que aceptarme como soy? Y estas preguntas, tras varios días de reflexión, me llevo a otra pregunta: ¿ME ACEPTO COMO SOY? ¿Por qué no puedo sentirme válida, merecedora, digna de ser amada y respetada? ¿Por qué no me acepto, con mi luz y con mi sombra, con lo que soy y lo que no soy? ¿Cómo puedo valorarme si no sé lo que valgo? ¿Cómo puedo saber lo que valgo si no me respeto, si no me trato con amor? Necesito ACEPTARME como soy. Como dijo Nietzsche: “Quien tiene un por qué es capaz de cualquier como…”, pero, ¿se puede aceptar un porqué sin aceptar previamente tu ser? La NO aceptación de uno mismo es como no darse crédito, es no vivir al compás, es estar en otra vida no aceptando tus límites y no sintiéndote bien contigo mismo, no sintiéndote en paz con el ser que tú eres. Ese no sentirte en paz, me llevó a mi bestia, y comencé a entender de dónde me nacía la necesidad de hacerme daño. VI. Mis reflexiones Tras escarbar en mis experiencias dolorosas, que dan paso a bucear en la dignidad y en la autoaceptación, llego a perfilar cómo esto ha podido surgir en mi historia, en mi propia vida. 1. Sobre mi historia Me resuena una de las preguntas que mi coach de proyecto de investigación me regala acerca de la dignidad: ¿Consideras que siempre hay posibilidad de decidir regalar tu alma a alguien? Y de aquí engancho mi 322 reflexión. He estado todo el fin de semana rumiando esta pregunta, porque sabía que estaba cerca de llegar a una de las paredes que abren puerta dentro del laberinto, pero no me fluía la respuesta. Hoy me atrevo a redactar lo que sigue: Cuenta la leyenda que una vez nació un niño tan hermoso, que un hada mala, presa de la envidia, le robó su alma. Ese niño, debido a que no tenía alma, no pudo identificar sus emociones y mucho menos expresarlas. Esta es la leyenda acerca de los niños autistas. No sé si a mí me robaron el alma, pero creo que se quedó desnuda. Mi llegada a este mundo quiso cubrir muchas carencias: las de mi madre, las de mi padre, las de mi abuela materna. Juzgo que ellos acallaron el verdadero gobierno de la voz de mi alma e hicieron sonar otras voces: la niña perfecta, la niña modelo, la niña que antepone a los demás antes que a ella, la niña que lo da todo, la niña que se porta bien, la niña que hace cosas que no son de niña; y mi voz, mi verdadera voz quería hacerse notar y no lo conseguía porque no se atrevía, porque estaba preocupada de que no la quisieran. Juzgo que para poder llegar a ser quien ellos esperaban que fuera, tenía que autoexigirme mucho, tenía que dar mucho más de mí, me veía enfrentada a hacer algo que no me era natural, que no salía de mí, que no brotaba de mí. Esto me suponía mucho esfuerzo, mucho desgaste de energía, para conseguir ser querida, para conseguir un abrazo que no llegaba, para conseguir sentir que mis padres estaban orgullosos de mí, para sentir que me valoraban y, cuando esto no llegaba, asomaba el monstruo de dos cabezas. Aquí estaba mi alma demandado su traje, mi dignidad comprometida. Yo no elegí entonces regalarles mi alma, pero era una niña y necesitaba de su seguridad, su amor, su afecto, su comprensión. Necesitaba escuchar de ellos un te queremos como eres, necesitaba sentir que me querían como yo me sentía, sin tener que satisfacer los deseos ni las deudas de nadie. En mi yo contra mí, lo que ahora deviene es mi yo contra el personaje que otros querían que yo fuera. Un alma desgarrada que busca que le traten con respeto, que le permitan mostrar su voz, un alma donde no termina de apaciguarse el orgullo, la rabia y la ira. El orgullo de quien realmente es, la rabia por no ser escuchada y por tener que esforzarse en ser lo que no era, además de la ira contra aquellas personas que no me permitían ser y que exigían más de ese personaje que ellos habían creado. Eran ellos quienes tenían las llaves de mi castillo. Desde mi voz de mujer en transición a la madurez necesito perdonarles, necesito aceptar, necesito entender que ahora nadie más que yo es dueño de esas llaves. –¡Qué curioso! En la sesión de coaching de Barcelona, yo hablé de un llave, y siempre se me pierden las llaves–. Mi abuela murió el 24 de febrero de 2011, y la llave de su ataúd llegó al bolsillo de mi chaqueta Creo que así podré apaciguar mi rabia, mi ira. Creo que podré abrazar a esa niña que, cuando explotaba presa de su monstruo de dos cabezas, se ponía 323 a romper cosas y sentía la necesidad de destruir todo lo que estaba cerca, muchas veces incluso a ella misma. Creo que podré acariciar las voces que han estado acalladas en mi alma. Ha llegado el momento de hacerse mayor y de hacerme cargo de mí, de honrar a quienes me dieron vida, de perdonarles, de aceptarles y de aceptarme y de valorarme a base de mi alma, a lo que mi alma es, a lo que mis voces acalladas necesitan. Y ¿por qué lo he sentido hasta ahora?, ¿por qué no lo he hecho o me cuesta hacerlo? ¿Cuál es el beneficio escondido que tengo con este acto?, ¿hacerme mayor?, ¿tomar mis propias decisiones?, ¿empezar a caminar por mí misma? ¿a quién le debo lo que no estoy haciendo por mí?, ¿qué hay detrás que no alcanzo a ver? Y ahora relaciono esto con algo que me pasó la semana pasada. El día 30 de noviembre falleció el hermano pequeño de mi madre. El pasado día 8 tuvimos una misa familiar en su recuerdo. Mucha gente de la familia de mi madre vino a la eucaristía. Sentí que tenía que ir a saludarlos y a darles un beso. Tenía que poner en marcha mi patrón aprendido, pero no fui porque no me apetecía. Instintivamente busqué la mirada de desaprobación de mi madre y, al ver que ella no estaba, me sentí liberada y por un instante me sentí dueña de mi saludo, de saludar a quien yo quería y a quien yo no quería, y me dio mucha libertad. Fue una extraña sensación. De repente, me sentí mayor y escuché mi voz de mujer diciendo, para mis adentros. “No, yo no quiero saludar al tío Manuel”. Miré a mi padre de reojo, pero como no es su familia –y en esto mi madre era exquisita–, todavía me sentí mejor, pues él no estaba preocupado ni molesto por ello. A veces pienso que si mi madre volviera a nacer haría lo mismo que yo hice el pasado 8 de diciembre de 2010. Creo que ella también aprendió la lección, pero tal vez tarde. Mi tío, el que murió, me conectaba con la música, con el canto y el baile, con esa parte de mi alma que nadie quiso escuchar, que nadie quiso valorar. Él cantaba muy bien, conocía muchos bailes. En las bodas de familia siempre me enseñaba algún paso nuevo, me hacía valoraciones de algunos conciertos de música, todo aquello que me fascina, la voz favorita de mi alma. Hasta estos días no había sido conciente de ello, por eso que ahora lloro más que el día de su funeral. Mi tío me conectó con lo que más me gusta hacer y nunca se lo agradecí. Por eso me pongo triste al recordarlo. Para mí, escuchar música, sobre todo música clásica, me hace sentirme muy bien, es como si mi alma se liberase, es como si las voces acalladas encontraran su hueco en el sistema al que siempre han pertenecido. Soy quien fui y quien quiero ser. Necesito perdonar y acallar mi ira y necesito saber qué me mantiene anclada para no ser quien quiero llegar a ser. ¿Será que finalmente has logrado ver-percibir-sentir-vivir que el YO SOY simplemente no existe (mirada metafísica) porque has entrado en el 324 maravilloso devenir del ser humano (mirada ontológica)? Sí, mi querida Irma. Y tras esta incursión en mis reflexiones, en mi voz no escuchada, descubro, como quien encuentra un manuscrito, el significado de la dignidad, y el de la aceptación que quiero compartir con vosotros, lo que para mí significan ambos conceptos, los pilares necesarios para escuchar mi propia voz. Este es mi regalo. 2. La dignidad La dignidad es la desnudez del alma humana. Cuando el alma se siente así, busca en la dignidad un arrope para cubrirse; si lo encuentra, el alma se siente digna; si no lo encuentra, se sentirá indigna y la herida sangrará por siempre. La dignidad es el último aliento del alma para seguir siendo humana. La dignidad es lo único que queda cuando aparece la desesperanza Es como robar el alma. Nadie debe juzgar la indignidad, o la dignidad, porque esta es diferente según la persona que la observe. La dignidad y la indignidad la llevamos todos, está en todos, es el último resquicio del alma humana. Cuando era pequeña solía jugar a imaginar de qué color eran las palabras. Siempre he imaginado a la dignidad en tonos dorados. Es así como la distingo hoy: firme y dorada. Sentirnos indignos es algo que elegimos, dependiendo de la autoridad que demos a quien ha herido nuestra alma y dependiendo de la profundidad de dicha herida. Por ello, desde mi juicio es un valor que está en uno mismo, pues mientras para mí el trato dado a una persona puede tratarse de indigno, tal vez para otra no lo sea. En algunos casos, puedes decidir regalar tu alma a alguien porque has perdido tus valores, porque el dolor es tan insoportable que aunque no puedas acabar con tu vida, porque no te atreves, prefieres regalar tu ser a otra persona para que ella lo use, tal vez solo porque se tiene un porqué. La integridad y la dignidad están unidas. Cuando hieres la integridad de una persona estarás comprometiendo su dignidad. Pero cada persona y cada cultura tiene su idea de integridad, sus propios valores, por eso la dignidad es diferente para cada persona. Dependiendo de la cultura y sistema a la que esa persona pertenezca, esos valores también serán diferentes. La dignidad es el orgullo despojado de su juventud. Lo último que le queda a un ser humano para seguir siendo humano. 3. La aceptación Algunos ríos corren furiosos y otros en calma. A veces no pueden superar un obstáculo y permanecen varados y tranquilos hasta que de alguna forma continúan por su camino. Otros ríos tienen que superar enormes obstáculos hasta que llegan a su destino, sea un lago, otro río o bien el mar. La aceptación de uno mismo es la calma de ese mar, adonde el río ha llegado. La 325 aceptación es un mar en calma. Desde la aceptación uno se puede mover hacia todos lados; es el centro, es la vuelta a casa, la vuelta a un hogar cálido, no importa si hace frío afuera o si el sol achicharra; el refugio del hogar, su aroma y su luz me están esperando. La aceptación es mirar de frente sin intención, sin propósito, solo mirar, tal vez solo ver, sin juicio. Es un mirar con libertad. La aceptación es azul oscuro y huele a fruta madura, a miel. La valía y el reconocimiento le acompañan. Su aroma me serena como el aroma lavanda o el olor de la humedad cuando paseo a la orilla de la chopera una fría tarde de noviembre. Es un estado de serenidad y equilibrio del alma. Reconocer la esencia de uno, el valor de uno, de amor por uno, de entrega hacia uno, de entregar sin propósito. Es la quietud donde duerme tu ser y el equilibrio de tu ser. La aceptación es el homenaje a tus antepasados, es honrar a quien te engendró, es reconocer lo que te dieron, es decir ¡Gracias! Es rendirte ante la vida, es rendir y honrar a quien decidió darte tu inteligencia, tus habilidades, tu cuerpo, tu sonrisa y sentir que hay algo más grande que decide por ti; es adormecer tu orgullo, tu rabia y tu ira. VII. Mis aprendizajes a través de esta investigación Hoy en día Teresa es una mujer segura, que sabe lo que quiere, que conoce sus limitaciones. Es quien todavía le cuesta reconocer algunas emocones, pero que lo va haciendo desde la paz. Es quien le cuesta pedir para ella y le cuesta pasar a la acción, porque la acción ha estado siempre supeditada a la aprobación de sus padres. Teresa sabe que es la mujer modelo que ellos querían, Teresa sabe que ha conseguido incluso superar muchas de las cosas que ellos esperaban de ella. Teresa sabe que es frágil y que es fuerte a la vez. Teresa se muestra dulce, pero sabe enfrentarse a las situaciones complicadas de la vida, es una mujer de carácter fuerte. Teresa está aprendiendo a aceptarse. Teresa agradece a sus padres la vida que ha tenido y el haber nacido de ellos porque son dos seres maravillosos. Teresa ahora no tiene miedo a la muerte, pues sabe que cuando esto ocurra, un ángel maravilloso la estará esperando y le dirá todo lo que le quiere, le dirá todo lo que de pequeña no le dijo. Será como empezar de nuevo en un lugar donde el espacio y el tiempo son infinitos. Será el reencuentro de dos almas que entre ellas no existirá subordinación. He llegado a la conclusión de que la lucha interna que llevo dentro aprendida desde hace años es la voz de Teresa niña, que incorpora voces y patrones aprendidos contra la Teresa mujer que tiene que soltar esos patrones, aceptarse y amarse. 326 Hay varias hebras dentro de estas dos voces. Por un lado, reconocer y aceptar que no me dieron el cariño y sustento necesario para crecer con autoestima sólida, lo cual hace que piense que los demás no ven lo que valgo o que les muestro cosas negativas mías para que luego no me juzguen mal, así se llevan una grata sorpresa. Por otro lado, está la mujer madura que se acepta y se ama, que se sorprende de romper viejos patrones o conductas que otros esperan que haga. Creo que mi lucha está en tratar de separar esas voces. Ahora me siento una mujer adulta, tal vez no muy tradicional, con ideas no comunes a los sistemas en los que vivo. Una mujer que va poco a poco creando sus propios valores, sus propios principios, su propia coherencia interna, su derecho a ser, a sentirse plena. Una mujer que busca legitimarse en lo que hace y dice, y que decide qué cuenta y que no, qué relata y qué no. Creo que estoy dando paso a una mujer adulta, madura, segura, independiente, creativa, divertida, amorosa, no tradicional, rompedora de moldes, fuerte, autónoma, libre; aunque a veces esta mujer se topa con la niña que no tuvo lo que quiso en afectos, que fue expuesta y se revela contra todos primero y luego contra ella misma. Una mujer que quiere acallar las voces de esas personas que le dijeron cómo las cosas se tenían que hacer, qué se tenía que decir. La mujer de hoy sabe cuándo utilizarlas y CUÁNDO NO, cuando escuchar esas voces y darles cabida, cuándo y en qué momento dejar entrar a esas voces y CUANDO NO. Esta es mi lucha contra mí: yo contra mi vieja estructura, yo contra unas voces que no me pertenecen, yo contra mi primer sistema.. Tal vez esto sea lo que me está pasando: estoy madurando y para ello estoy llevando un equipaje nuevo conmigo, donde dejo cosas que ya no necesito y compro cosas nuevas para mí. Al dejar las cosas viejas me invade a veces la pena o el recuerdo asociado, y al comprar las nuevas me sorprendo diciendo: ¡Caray, quién me iba a decir a mí! Pues yo me lo digo, yo me doy permiso, YO. Creo que mi trabajo de yo contra mí es un canto a mi dignidad, a mi propio valor, a teresa, a una mujer que se da unos permisos que antes no le daban. Una mujer que está empezando a aceptarse y a amarse. Siento que mi madre, quien miraba mucho la opinión externa, me va a ayudar en esto. Siento que en todo lo que me está pasando, ella está involucrada como diciéndome: “Todo lo que te decía, no era así. Haz lo que quieras,siéntete libre de hacerlo, sé feliz, no debes nada a nadie, solo a ti misma”. Este fue el camino que recorrí sola, guiada de la mano de mi coach Irma. A partir de aquí inicié algunas conversaciones con compañeros que identificaba que estaban en mí mismo laberinto. VIII. Conversaciones en el laberinto 327 He comentado con dos personas sobre sus experiencias en el laberinto. He aquí el patrón de conducta que aparece. Todo comienza con una falta de reconocimiento, ya sea paterno o materno. Me animaría a decir, con una falta de afecto incondicional. Las personas a quienes he entrevistado confiesan tener que mostrarse “como los buenos” de la familia para no fallar a las expectativas del padre o madre. Sin embargo a medida que nos mostramos como los niños buenos que debemos ser y algo sigue faltando, observo dos conductas diferenciadas, o bien damos paso a la rebeldía, o bien seguimos cargándonos con más debes o mostrándonos en más dominios, para que al final, eso que falta, aparezca. La rebeldía, en algunos casos, es latente y se suele abandonar el hogar; en otros solo es temporal, aunque el propósito es el mismo: que nos hagan caso, que nos den afecto, que nos quieran. Quienes hemos estado en el mismo laberinto, sabemos lo que es sentir que algo falta, sentir que nuestra intimidad es cuestionada, que no se nos trataba de forma justa, que se nos exigía más, que daba igual si les hacíamos caso y nos portábamos bien, pues en ese caso seguían exigiendo, ¿qué faltaba? Pero tras varias conversaciones el “¿qué falta?” es una pregunta que tiene una doble dirección y que me lleva a esta otra pregunta: ¿A quién le faltaba? Coincide con una falta de sustento emocional, con una carencia de afectos primarios, tal vez porque los padres no quisieron dar esos afectos, o no los supieron dar y los desviaron hacia otros hermanos o los confundieron con exigencia y con educarnos para ser los mejores. No se nos enseña a ser padres. El valor de uno mismo es casi inexistente, y se busca constantemente fuera, en el trabajo, en los amigos, Se valora en cuántas más pruebas me presento o mientras más difícil lo tengo mejor me siento. La dignidad, tal vez lo que faltaba, se pone en entredicho. Muchas veces, la autoconfianza y la autoestima se cuestionan. Lo de otros no, pero lo mío puede esperar. La emoción que se vive es la del orgullo, la rabia, en algunos momentos depresión e incluso la indigencia. El cable a tierra, la conexión con la no locura o con el no suicidio viene con los estados de off. En esos momentos no puedo pensar, siento tristeza, no puedo con lo más simple, no puedo con nada. Necesito estar sola. En el momento de la desconexión, la carga o la lucha que se lleva es tan grande que se necesitan ingentes y urgentes momentos de soledad para bajar las voces que no son nuestras, para reconciliarnos con nuestro equilibrio, para darnos una tregua en mitad de la tormenta, ¿tal vez sea ese el rayo de Heráclito? Solo la tristeza y el acercarse al vacío, un vació que no asusta, un vacío muy familiar, que en ese momento es como un sostén, en el que nada tiene sentido, pero que te conecta con tu ser, con tu propia voz, con acallar lo de 328 afuera. Y surge una vieja pregunta: ¿qué falta?, ¿a quién le falta? Llegada la mediana edad, el guerrero que llevamos dentro dice que no quiere seguir en la lucha, y nace una necesidad de convertirse en Buda. Se me viene a la mente una película de Troya donde Aquiles, un guerrero atormentado por las batallas y cansado de vivir siempre acechando a su muerte, conoce a Briseida, sacerdotisa del templo de Apolo, enemiga en la batalla que Aquiles enfrenta con Troya, pero se enamora de ella. Sucede que cuando Troya desaparecía entre llamas, lejos de luchar contra el enemigo, Aquiles corre en su busca; y cuando ella le pregunta: “¿Por qué si eres mi enemigo has venido a por mí?”, él le contesta: “Porque contigo he conocido la paz”. Es en esa paz donde intento escuchar voces que hasta ahora no sentía que debía escuchar, o es en esa escucha donde reconozco mi propio valor, mi propia voz, mi propia dignidad, mis propios principios, mi propia fidelidad. Hasta ahora no he sido fiel a mi voz, a mi esencia, no me he dado tregua. Las voces de otros estaban tan metidas en mi interior, que me cuesta mucho olvidarme de ellas. Lo que he conseguido en la vida no es tal vez aquello que yo deseaba, es el éxito que otros me dijeron que era el mejor para mí; ahora mi alma necesita otras cosas. Y mi alma reconoce y pronuncia por primera vez con voz fuerte la palabra dignidad –algo que me faltaba, y por primera vez la voz de mi dignidad tiene cabida en mí. La dignidad es un despertar en la vida, es llegar al último escalón de indagación y al primero en la escala de necesidades de la persona. Para mí la dignidad es elevar a un estado de conciencia tu propia persona. Es ponerte frente a ti, es decirte qué es lo que te mereces. La dignidad tiene que ver con el merecimiento. Cuando se indaga en la dignidad es porque hay un despertar del alma, hay una necesidad de aceptación y de quererse. Es el latido del alma humana. Cuando escucho ese latido la vida es más amable, se vive en equilibrio emocional, se vive con más respeto, con más amor, amor hacia uno mismo. Los que somos capaces de escuchar ese latido de dignidad y seguir sus dictados podemos considerarnos afortunados. Agradezco a este programa el haberme hecho pensar en esta hermosa palabra: Dignidad. Algo más faltó, pero en nuestra mano está el aceptar lo que faltó. El ser protagonistas de redescribir nuestra propia historia. El ser los responsables de hacer atesorar nuestra dignidad. A Aquiles el oráculo le dijo que moriría en la batalla, pero él estuvo a punto de cambiar el rumbo de su vida y apostar por el Buda que había en él. Yo no le he preguntado a ningún oráculo, aunque en este caso escucho una voz, que despierta en mí y que tiene mucha fuerza y que con mucha paz, fuerza y consistencia me susurra: “Ha llegado el momento de librar tu propia batalla, ha llegado el momento de salir y respirar la luz de la paz”. Doy la gracias a mis compañeros de tinieblas que me mostraron su 329 propio laberinto. IX. Incorporando otras voces a mi investigación a la salida de mi laberinto Como dice Bernabé Tierno: “es en el propio hogar donde se inicia la aceptación de uno mismo y son los padres quienes deben estar atentos”. Los padres, profesores, educadores y monitores que tienen a su cargo niños no deben escatimar los refuerzos positivos tras cada esfuerzo para sentar las bases de la confianza en esos niños. A su vez, respecto de la autoaceptación madura del adulto, las personas que recibieron de sus padres y educadores dosis suficientes de confianza y seguridad en sus propios valores y aptitudes, acceden pronto a la madurez psíquica y a la autoaceptación, lo que les permite considerar irrelevantes la aprobación o desaprobación de los demás. Están mas aptos para conocer su propia realidad, sus capacidades y sus limitaciones, y lo que verdaderamente les preocupa es el juicio que se merecen de manera interna, con ellos mismos, la aceptación de la propia realidad. Solo el niño que ha sido aceptado incondicionalmente por sus padres será capaz de aceptarse tal como es. Alguien ha dicho que la aceptación incondicional de sí mismo es la primera ley de crecimiento personal, es inútil querer realizarnos sin querer reconocer lo que de verdad somos. “Aceptar nuestra verdad interior es aceptarnos sin deformar lo que realmente somos, significa aceptar ese fondo de inautenticidad que todos llevamos dentro.” Inautenticidad aparente diría yo, pues al final llevamos a la parte que conforma nuestra sombra esos comportamientos que sabemos que nuestros padres no toleran y nos convertimos en las personas que ellos quieren que seamos, olvidando lo más auténtico nuestro, nuestra sombra, aquello con lo que nos definimos seres humanos. Según Connie Zweig y Steve Wolf, para que el niño sobreviva a este entorno hostil de no aceptación debe establecer un pacto fáustico que le permita ocultar en la sombra las facetas inadmisibles para el mundo y mostrar solo aquellas otras que resulten aceptables. Es así como el feedback de nuestros padres, maestros, amigos, va modelando la forma en que nos presentamos ante el mundo, en un desesperado intento de sentirnos seguros, aceptados y queridos. Es así como la persona y la sombra van creándose simultáneamente dentro de nosotros Al desterrar de la lóbrega caverna del inconsciente los sentimientos que nos incomodan y las conductas desdeñadas por nuestra sociedad, vamos generando lo que podríamos denominar el contenido de la sombra. Su emergencia siempre va acompañada de dolor y sufrimiento, y nos pone en manos del otro, de aquel que habita dentro de nosotros y al que nunca podremos controlar, aquel que pone en cuestión nuestra autocomplacencia y 330 nos hace sentir inaceptables, ansiosos, irritables, disgustados y enfadados con nosotros mismos. El encuentro con nuestra sombra resulta inquietante porque resquebraja nuestra máscara, nos obliga a actuar irracionalmente y nos hace sentir avergonzados, incómodos, indignos o presas del remordimiento, al tiempo que nos lleva a negar la responsabilidad de nuestras palabras y de nuestras acciones. La satisfacción que proporciona el trabajo con la sombra es muy grande, porque nos enseña a cambiar aquellas conductas que nos sabotean a nosotros mismos. Aquí entendí que quien me saboteaba era mi propia sombra y el porqué. El trabajo con la sombra amplía nuestra conciencia y permite aumentar el rango de lo que creemos ser, proporcionándonos un mayor autoconocimiento y tornándonos más sinceros con nosotros mismos. Nos permite contener las emociones que juzgamos negativas, nos permite contactar con los talentos habitualmente ocultos, en definitiva, nos permite descubrir el tesoro que se oculta en nuestras facetas más oscuras. Trabajar con la sombra es trabajar con el alma. Hay muchos aspectos del alma que resultan inaceptables para el ego: la máscara, la imagen que quiero dar, las que se acaban desterrando al fondo de un baúl del desván. Ese baúl es nuestra sombra personal, el fragmento del inconsciente que se halla más próximo a nuestra conciencia y que está configurado por la confluencia de fuerzas tan distintas como la sombra cultural, formada por el conjunto de valores morales y sociales, la sombra familiar y la sombra de nuestros padres. Tras haber caminado por los laberintos de la soledad, acompañada por el filo hilo de Ariadna, tras haber encontrado a y conversado con varios amigos, arrojados a las garras del Minotauro, y tras haber leído a Bernabé Tierno, Nietzsche, Connie Zweig y Steve Wolf, estas son las conclusiones que extraigo. X. El reencuentro con mi propia voz Me siento como en el reencuentro con un hijo mío que abandoné de forma despiadada una fría noche, y que tras haber educado distinguidamente a otro hijo, hoy envuelta en la bruma de la primavera, vuelvo en busca de aquel a quien rechacé. Tal vez Teresa tuvo que hacer que Teresa sobreviviera a ella misma. De niña me recuerdo frágil, triste, poco comunicativa, dependiente, es un recuerdo de mí misma que casi siempre he querido borrar, porque hasta hace poco pensaba que era la imagen que mis padres querían dar de mí, cuando en realidad esa era la imagen más mía. Necesitaba constantemente complacer a mis padres, sobre todo a mi padre. Parecía que nada bastaba para demostrar a mi padre que era yo mejor 331 que mi madre, y para que me quisiera siempre (me pregunto cuánto de esto he reproducido en mi relación con los hombres), o para demostrar a ambos que no les necesitaba porque yo no iba a ser la niña frágil que tantos problemas les estaba dando, visitando a médicos una y otra vez, y ocasionando que la gente estuviera pendiente de mí. Esto es, yo no iba a ser tan frágil como mi madre. Tu debilidad me dio la fortaleza que ahora tengo. (Esto lo leí en la carta que escribí a mi madre para su funeral, y todavía no lo sabía.) Y todo esto lo hice para que me aceptaran y me quisieran, por eso, cada vez que sentí que se acercaban para darme cariño, la voz que elegí escuchar se mostraba dura e impenetrable y acallaba la verdadera voz de Teresa que decía: “Yo también os quiero y necesito que me miméis” Así, comencé a acallar, mutilar y bajar el volumen de unas voces mías, solo mías, tal como cuando un niño, que siente que su madre no le hace caso, tira de su falda y le dice: “Mami, estoy aquí”. Y ahora que llego a lo que afortunadamente pudiera ser la mitad de mi vida, al mediodía, la sombra es más corta. Aquellas voces, mi voz, la que yo ahogué en un intento de sobrevivir, me pregunta si le voy o no a volver a escuchar. Y entre las notas de contraalto y soprano mi alma está confundida porque necesita escuchar ambas melodías. Solo así es mi alma, solo así soy YO. Ahora sé que desterré al cajón de objetos inservibles la voz que decía: “ESTÁ BIEN”, y me apropié de la voz que dice: “SE PUEDE MEJOR”. Elegí escuchar la voz que no era mía, que pertenecía a mi padre. Y elegí también escuchar algunos comportamientos de mi madre, comportamientos tales como hagan conmigo lo quieran, no importa lo que yo quiera, primero todos ustedes y luego voy yo. No sabe, cuánto siento que le debo a esa voz que acallé, esa voz que ahora que ha madurado se atreve a decir “ESTÁ BIEN” o a susurrar: “ERES GUAPA”, pero entonces surge con más fuerza la voz que no es mía, como sintiendo que va a ser destronada. Es esa voz la que me boicotea, me sabotea, y mi alma, confundida llora, se aturde y muchas veces se mutila. Creo que ha llegado la hora, así lo siento, de aceptar también esas voces que ahogué, creo que debo agradecer a las voces que hasta ahora me han ayudado a ser como he sido, a mostrarme como me he mostrado, a valerme por el mundo de una manera. Debo decirles a ellas: “Os quiero, os necesito, sois lo más mío que hay, y os he dejado, perdonadme, no lo volveré a hacer”. Creo que es lo más digno que puedo hacer por mí misma. Escuchar toda la sinfonía de mi alma, oir todos los sonidos que brotan desde su interior, desde los más fuertes hasta los más débiles, ACEPTANDO que forman parte de mí, escribiendo mi propia partitura, siendo fiel a esas voces, actuando en relación a la música que ellas compongan. Pido perdón a la Teresa que no escuché. Me pido perdón por el daño que me he podido causar y, por ende, el que he podido causar a las personas 332 que me han querido y han estado muy cerca de mí. Prometo aceptarme y serme fiel SIEMPRE. Prometo escuchar todos los instrumentos que forman parte de la orquesta más bella que jamás existirá para mí: mi propia voz dirigida por mi propia alma. Prometo ser digna de mí, merecerme. Prometo tratarme con amor y quererme todos y cada uno de los días de mi vida. Una vez un gran amigo me dijo: “Ojalá te trataras la mitad de bien que tratas a los demás”. Te lo prometo Pablo, a ti también, te lo prometo, acompañada por el sonido de los grillos y las cigarras, una soleada mañana de mayo en Jaca, el día que vi la luz al final del laberinto. Tal vez los dragones de nuestra vida no sean sino princesas que únicamente aspiren a vernos de nuevo en todo nuestro esplendor. Quizás lo que más nos atrae no sea, después de todo, sino el grito desesperado de una faceta importante que implora nuestra propia ayuda. Rainer Maria Rilke. Agradecimientos Gracias a mis padres por darme lo que me dieron de la mejor forma que lo supieron hacer. Gracias a mi abuela paterna quien me inició como partera de la vida. Gracias a mi marido por ser mi compañero y codescubridor de mi sombra durante más de la mitad de mi vida. Gracias a mi coach Jesús, quien me unía a la luz que sabía que había tras el laberinto y por hacerme ver la mujer digna y poderosa que hay en mí. Gracias a Irma por sostener firme el hilo y esperarme amorosa a la salida. Gracias a Pablo por tanto, gracias por tu ser auténtico y por luchar en que yo creyera en mí. Gracias a Iñaki Pérez, quien de forma elegante y gentil, con una sonrisa siempre está dispuesto a ayudar. Gracias a Gorka por ser mi alma gemela, por prestarme tu hombro en el furor de la batalla. Gracias Ricardo por hacerme sentir digna, y tú sabes por qué. Gracias Idoia Elexpuru por confiar en mí, por preguntar dónde y cuándo siempre que le pido un favor. Gracias a Anggie, mi vecina de Jaca que renombré como hermana, quien me ha demostrado mil veces su cariño y su amor. Gracias a Mikel por haberme sostenido en tantas y tantas ocasiones. Gracias a Belén por mostrarse ante mí en toda su grandeza. Gracias a Josu porque me permitió ver la luz del rayo en la tormenta. Gracias a Marcos por ver mi alma y mi luz azul. Gracias a la fuerte presencia de esa alma que me busca; creo que estoy cerca de encontrarme contigo. Y gracias a aquellas personas que me mostraron su parte que yo rechacé, pues aquello que rechazaba era algo que yo elegí no mirar. En definitiva gracias a la vida y a quien eligió que todos y cada uno de vosotros aparecierais en mi camino. El sentido lo sabré después, ahora quiero solo disfrutar de vuestra presencia. Bergara, 26 de mayo de 2011 333 Una mirada al control, desde una interpretación de vida Teresa Castillo Zamora Y entonces, heme aquí, en mi habitación frente a un computador tratando de entregar un pequeño lapso de introspección, introspección que a mis 38 años llega como un destello de luz, desde un claro que dirige su iluminación hacia un tema legítimamente original, ¿un reporte? No lo creo, solo un sentir ante la vida desde el “control”. Esta palabra que pudiera tener muchas facetas, que a final de cuentas se enlazan con la historia, estructura o la simple voz que hoy quiere dejar algo de esta sencilla investigación: una pieza íntima de mi persona y mi sombra. Enmarcando una interpretación genérica de la palabra control, se dice que este es contener o dominar una emoción, un sentimiento o incluso sistemas, interesante postura que merece ser indagada. ¿Cuántas veces pensamos que si “controlamos” nuestra vida estará mejor? Quizá desde nuestra cotidianidad en nuestras actividades, sencillas o sofisticadas, académicas o empíricas, simplemente aparece como expresión de nuestra vida cotidiana y cuyo único rasgo que lo distingue de nuestros quehaceres domésticos es que en los espacios relacionales y emocionales donde ocurre, tiene características especiales, que van desde la búsqueda de un sueño, un deseo hasta una forma de sacar a flote muchas de nuestras preocupaciones o quizá nuestros desgarramientos existenciales, esos que llegan hasta los huesos… Este escrito es una reflexión acerca de esta interrogante desde mi introspección y mi autenticidad, tomando como hilo conductor la mirada de una mujer que continuamente se ve parada en esta cima. No sé cómo, ni cuándo lo aprendí, pero hoy me permito reconocer lo que representa el control en mi esencia, como un intento estratégico de verme en un espejo que deja como reflejo un aprendizaje de vida, de mi vida, colocando esta simple palabra en alcances que merecen toda mi atención. Y entonces heme aquí… Fui una niña normal, con un tipo de familia normal, dentro de lo que se refiere a una familia tradicional mexicana: papá, mamá e hijas. Soy la mayor de dos hijas, padre arquitecto y madre entregada al hogar, quizá la diferencia en esta normalidad radica en haber vivido una vida intensa o, como dicen en mi pueblo, “haber vivido rápido”. En la primera etapa de mi vida, siendo niña, me sentía como una gota de rocío que al amanecer aparece con toda su frescura en la flor más silvestre y hermosa que hay en el campo; con sueños, alegrías, inocencia en el fluir de mi día a día y estrechamente contactada con la tierra, el aire, el agua (esencia propia de las gotas) y el fuego; fuego que poco a poco va cobrando fuerza en mi crecimiento con la llegada de sucesos inesperados. Primero, la ausencia de mi padre, quien por trabajo se traslada a otra ciudad, y la consigna por ese entonces era verlo solo los fines de semana. Después, la ausencia de mi madre que, por cuestiones de salud, se ausenta por 334 un largo tiempo. Largo es largo en el sentir de su ausencia, tiempo donde la adolescencia me visita y el temor de perderla, y el miedo a enfrentarme a lo desconocido se apodera lenta y sigilosamente de mí. De la etapa escolar en la infancia y adolescencia me llegan muchos recuerdos que van entrelazándose en estas páginas. El primero que me llega es el amor de mis abuelos paternos, con quienes crecí y estructuré gran parte del gobierno de mi alma. Una inmensa emoción de amor y agradecimiento me invade tan solo recordarlos. De esta misma forma, los recuerdos me llevan hasta verme dentro de un colegio de monjas desde los 5 hasta los 17 años, institución a la que le agradezco infinitamente el valor de la responsabilidad que inculcaron en mi persona, pero también de ese tiempo hay recuerdos relacionados con los estándares de vivir esta vida, así como Sócrates con su búsqueda del bien vivir, las hermanas josefinas (congregación del colegio) me enseñaron a marcar una línea entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, el valor de los sacrificios y la preparación para ser la mujer perfecta ante lo divino y las labores propias de la feminidad. Aquí aparece quizás un primer encuentro del control en mi vida, dura etapa entre definir lo bueno y lo malo, reprimir emociones, deseos, o tal vez solo curiosidades que emergían en una niña que se sentía libre y confiada como una flor silvestre. Pasa el tiempo entre dudas, arenas movedizas, emociones de adolescencia y dentro de mi desarrollo personal comienzo una práctica fascinante a mis 17 años, justo un año después de que mi madre regresara de su enfermedad: ¡conozco el tenis!, y quizás a partir de este enamoramiento – porque literalmente me enamoré de este deporte– el fluir de mis emociones y sentimientos se hicieron sentir como si se liberaran corporalmente en cada golpe a la pelota. Cada instante de vida se trocó en una muerte súbita, como avanzar un escalón a la liberación de mis emociones y mis deseos. Me veo ganando control en mi juego, en mi estilo de juego, al mismo tiempo que comienzo a ganar también en seguridad, movimiento y confianza. Me gusta decir y mirar esto de mi historia. Y así pasan primaveras e inviernos y llega el momento de partir a otra ciudad para iniciar la aventura laboral. ¡Uff, qué lindo es recordar la nostalgia de haber obtenido un título profesional, de enamorarme por primera vez!, y hasta el hecho de iniciar la separación entre mi familia y yo cobra una tonalidad vigorosa. La distancia que se dio entre mis padres, mi hermana, mis abuelos y hasta de mi novio por querer soñar alto, bien valió la pena. Siempre he pensado que la nostalgia tiene dos maneras de contarse: la de los recuerdos que fortalecen y los que se repliegan quizás al olvido porque no traen buen sabor de boca. Pero en esta sección me refiero a la nostalgia que fortalece, a la que invita a buscar nuevas alternativas de estar en este mundo, la que me induce a soñar alto en mis metas profesionales, buscando aprender nuevas cosas y alimentar al máximo mis conocimientos, como una forma de hacerme cargo de mi futuro y fortaleciendo mis competencias. 335 En septiembre de 1997 me caso –una de las decisiones más importantes de mi vida– y en el 2000 tengo la hermosa fortuna y dicha de ser madre, faceta que honro desde lo más profundo de mi corazón. A inicios del 2002, por esas circunstancias de la vida, enviudo: a mis 29 años, aterriza nuevamente el aprendizaje forzoso en mi vida. ¿Cómo pasa? No sé, pero el miedo a la pérdida se apodera de una manera imborrable en mis sentimientos, controlando mis emociones, mis acciones y hasta las acciones de quienes me rodeaban, que puedo traducir como una búsqueda de mantener la armonía, la paz, ¡qué sé yo! Percibo claramente que el control era una especie de tablita salvavidas o que al menos me sostenía ante las sensaciones de incertidumbre, pérdidas y de soledad. ¡Sí! Soledad, como aquellos momentos de mi adolescencia sin mis padres. Sé que todo esto me constituye, que ha formado en mí una identidad ante los demás y también, ¿por qué no decirlo? me ha brindado un inmenso aprendizaje. Ser aprendiz de esta vida a veces duele, pero deja al paso del camino memorias dignas de nombrar, y herramientas que artesanalmente se van construyendo como alternativas de vialidad o escaparates. En este sentido, el término artesanal no es banal; con ello me refiero a que su elaboración está sustentada en eventos tras eventos, ¡hechos!, hechos que marcan y nos inducen a controlar situaciones, emociones y acciones que quizá solo sean el reflejo de una ilusión, creyendo que si controlo mi vida estará mejor. Humberto Maturana dice que lo interesante de la ilusión es que cuando uno vive una la vive como una experiencia de percepción en el momento en que la vive y solo después la descalifica como ilusión. En la experiencia misma, uno no sabe si lo que está viviendo después lo va a descalificar o no como una ilusión en relación a otra experiencia. ¡Solo se vive! Otro enfoque que quiero compartir está ligado a mi dimensión profesional. Me parece relevante exponer la experiencia misma desde los famosos “enfoques a procesos”; en los que el control está fuertemente ligado a la calidad, y esta puede verse desde dos miradas: las acciones preventivas, es decir, mirada al futuro; y las acciones correctivas, es decir, la mirada del aprendizaje de eventos pasados. ¿Qué influencia tienen en mi estructura si profesionalmente me dedico a esto? Por más de 15 años mi actividad profesional ha estado centrada en procesos de calidad, ¿será esta una influencia que provoque aferrarme o fortalecer mi control? Pudiera ser que sí. Quizá la línea de llevar la calidad en todos los ámbitos fue rebasada con la idea de que “controlando” puedo “evitar errores” o pasando la línea puedo decir: “Sufro menos”. No sé a ciencia cierta si lo incorporo como parte de una estrategia o como parte de una forma de cubrir con esta idea mis miedos, miedos que ahora veo con claridad desde este análisis: miedo a las pérdidas, miedo al rechazo, miedo a estar sola, miedo a mostrarme débil, miedo a la vergüenza, por lo que tiendo a considerar como mejor el controlar mis emociones. Miro los eventos del pasado y digo: “Aquí 336 no va a pasar nada”, “ya no quiero perder”, y luego entonces controlo cuanto más se pueda mejor. La gran diferencia radica en que los seres humanos nos movemos más en el terreno de lo intangible, que es por mucho, superior a lo tangible que un proceso pueda tener, además de que las entradas y salidas están sujetas a diversas circunstancias de la vida. Durante mi edad adulta, muchas personas cercanas a mi entorno se refieren a mi persona como una mujer “echadita pa’ delante”. Hace cinco años me volví a casar y con ello a continuar mi inquietud de querer formar un hogar, así como de seguir creciendo profesionalmente y de diseñar nuevos espacios de desarrollo personal. Si esta parte de mi identidad pública la entrelazo con el verme sostenida de una ilusión, de que controlando voy a evitar los errores, no voy a sufrir más, voy a perder menos, ¡como si realmente fuera una receta perfecta para obtener un pastel ideal!, ¡vaya forma de ver la felicidad! Esto me lleva a descubrir que quizás el tener la sensación de que viviendo en el control, una parte de mí descansa, creyendo que me estoy haciendo cargo de la situación. Hace poco encontré en un artículo escrito por investigadores de la neurociencia5 lo siguiente: “La felicidad está en creer que controlas tu vida”. En el mismo artículo se dice que un grupo de científicos ha descubierto que “una experiencia individual incide en la estructura del cerebro, por lo que, por primera vez en la historia de la evolución, sabemos que es posible cambiar”. Bajo un experimento con cinco ratas, en la que una de ellas podía evitar que todas sufrieran descargas eléctricas aleatorias, demostró la importancia de la sensación de control vital, ya que las cuatro que no tenían esa opción, en cuatro semanas se hundieron en la depresión y murieron, mientras que la que podía intervenir –y que también recibía descargas– fue la única sobreviviente. Si un animalito puede generar estas sensaciones, más aún un ser humano. Mirar el control como una posibilidad de sobrevivir ante las descargas de la propia vida y, en mi caso particular, al observar mi vida con el sentido de esta hipótesis, puedo pensar que quizás esa tablita salvavidas que menciono está fortalecida desde esta mirada. Plantear este tema significó para mí bajarme del pedestal donde me habituaba, o mejor dicho, donde me sentía cómoda. Significó también renunciar a explicaciones lógicas y elocuentes. Fue mirar a la mujer de frente con todo el esplendor de su luz y su sombra que sin duda presupone por mucho, la existencia de una realidad trascendental en mi vida. Significó referirme a una fuente de validación de que lo que hago desde el control, que va más allá de agarrarme de una simple tablita salvavidas, cuya importancia radica en visualizar sus alcances desde nuestro día a día, no como algo que sea malo, sino como indispensable en momentos de decisiones emergentes o cotidianas, como cuando cada quien controla, por ejemplo, su dieta, sus conversaciones, su participación en sucesos, etc. Pero el hecho de formular algunas de estas preguntas que expongo van orientadas al marco de mi postura, y que a su vez estas preguntas pueden tener respuestas infinitas. Mi 337 postura está sujeta a mi historia y a un despertar, como resultado de un intento estratégico que se le puede dar a el tema del control, que aparece por algunas razones en la existencia de los seres humanos, que, así como yo, otros pueden tener una postura diferente, válida y poderosa como cualquier alma humana que reconoce su multiplicidad y edita su realidad desde la percepción que le rodea. Concluyo mi participación mencionando dos grandes terrenos que desde el control hoy reconozco. Primero, el terreno de las limitaciones: limitar la expresión y la manifestación de mis emociones, no mostrándome como ese espejo que intento hoy mostrar: limitar la expansión de los que me rodean al controlar las actividades que quizá debieran llevarse a cabo por más personas y con ello trasgredir la iniciativa de los que me rodean y a la vez también quizá limitar mi propia expansión. Por último y dentro del terreno de los beneficios, quiero cerrar con la fuerza que el control pudiera tener dentro de lo emergente ante las pérdidas y desencantos de la vida, como una forma de caminar contra corriente y con ello ganar fuerza y confianza en el andar, en el compartir, y en la entrega a un futuro que siempre tendrá tablitas de salvación y por mucho vendrá mejor. Puebla, junio de 2011 NOTA 5. La neurociencia genera explicaciones de la conducta en términos de actividades del encéfalo. Explica cómo actúan millones de células nerviosas para producir la conducta y cómo estas células están influidas por el medio ambiente. Esta ciencia se nutre de cinco grandes disciplinas: la anatomía, la embriología, la fisiología, la farmacología y la psicología. Debemos agregar dos grandes campos de plena vigencia actual: la biología molecular y la genética. En 1985, Wolf Singer la definió ya como una ciencia que integraba el conocimiento de todas estas áreas. 338 Tabla de Contenido Portadilla Créditos Índice Presentación El abandono El miedo al abandono: ¿qué hago para que me elijas? El dolor del enojo El sentido de la vida Ira. Un monstruo de mil cabezas que se convirtió en heroína Mi desconfianza: fruto de la traición, refugio de mis miedos Aprender a danzar entre la soberbia y la humildad Latitud y longitud La inseguridad en las personas Sobre la responsabilidad y la culpa: una aproximación ontológica Me olvidé de mí Mi relacionamiento con mi sombra a través de la rabia Show Time. El arte de fingir ¡Si soy buena, me quieren! El ser, actuar y los resultados de una “niña buena” Transitar de la falta de autoconfianza a la paz y la armonía personal El miedo me congeló El abandono a lo largo de mi vida El miedo La confianza en mí misma La mujer que abandona por miedo a ser abandonada. Diseñando una nueva mujer El miedo El miedo y la confianza: un encuentro entre la luz y la sombra Derrocando tiranías Gestão do desenvolvimento: o ensaio de uma aprendizagem La búsqueda de aceptación La arrogancia, a-rrogancia, no-rogancia, no- rogar, no-pedir Reconociendo mi propia voz Una mirada al control, desde una interpretación de vida Info NewFied Consulting 339 www.newfieldconsulting.com 340 NOTA FINAL Le recordamos que este libro ha sido prestado gratuitamente para uso exclusivamente educacional bajo condición de ser destruido una vez leído. Si es así, destrúyalo en forma inmediata. Súmese como voluntario o donante y promueva este proyecto en su comunidad para que otras personas que no tienen acceso a bibliotecas se vean beneficiadas al igual que usted. “Es detestable esa avaricia que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos”. —Miguel de Unamuno Para otras publicaciones visite: www.lecturasinegoismo.com Facebook: Lectura sin Egoísmo Twitter: @LectSinEgo o en su defecto escríbanos a: lecturasinegoismo@gmail.com Referencia: 4830 341 Los trabajos reunidos en este segundo volumen de la serie “Incursiones Ontológicas” fueron escritos por participantes del Programa de Avanzado de Coaching Ontológico. Pensar ontológicamente no es pensar de cualquier manera, aunque en él participen múltiples formas de pensar. Es necesario aprender a ejercitar un quehacer reflexivo que posee ciertas características que otras modalidades de pensamiento no poseen necesariamente. Hay principios y criterios que conforman un pensar diferente. No accedemos a ellos de manera espontánea. Ello implica que es necesario aprender a pensar ontológicamente. Este es el objetivo que propone este quinto módulo. Se trata de una forma de pensar que, por lo general, arranca de nuestras experiencias personales y muchas veces de nuestros dolores y desgarramientos. Nuestras heridas son, por lo general, puertas de entrada a las profundidades de nuestra alma. Ellas no solo nos proveen sufrimientos, sino posibilidades para conocernos mejor y para orientar futuras transformaciones. Cada una de nuestras heridas nos retratan, nos revelan, exhiben dimensiones importantes de cómo somos. El pensar ontológico, por lo tanto, nos desafía a entrar en las raíces de nuestras heridas y a no quedarnos solo en las múltiples tonalidades del sufrimiento que aparece en la superficie. Nos convoca a entrar y recorrer el oscuro laberinto de nuestra alma. No hay en ello, sin embargo, un afán masoquista. Este trayecto tiene como propósito nuestra propia transformación personal y la profundización de aprendizajes que en el futuro nos permitirán comprender mejor a otros. Se trata, por lo tanto, de un recorrido tras un sueño de liberación, de romper cadenas de cautiverio, de culminar en transformación. Los trabajos que presentados, de alguna manera, llevan esta marca. Son la expresión de un impulso valiente por mirarse más allá del sufrimiento, a veces, incluso, más allá de la culpa o de la vergüenza. Ellos expresan, muchas veces, un acto de gran generosidad al compartir con otros lo que resultó de ese recorrido. En ese sentido, son una invitación a suspender el miedo que nos tenemos frecuentemente a nosotros mismos y de participar de una experiencia reflexiva que puede proporcionarnos, al final del camino, grandes satisfacciones. El lector juzgará. 342