CATASTRÁFICO Para cualquiera que tenga ojos, oídos y fosas nasales no es ninguna novedad el desmesurado incremento que ha sufrido el parque automotor en la ciudad. Previamente, la demografía en Trujillo ya había sufrido un crecimiento exponencial, originando la expansión del área urbana y la reducción de las áreas agrícolas, y había traído consigo necesidades de transporte que hicieron que la ciudad se llene de autos y unidades de servicio público de todo tipo. Los cálculos estimados para la tasa de crecimiento demográfico para Trujillo fueron irreales, y la población creció más de lo pronosticado. Esto se refleja en el aumento del tráfico y la contaminación ambiental, visual y sonora, que invadieron calles y avenidas sepultando la imagen de ciudad “tranquila” que muchos años la caracterizó. Este proceso de crecimiento acelerado del parque automotor se puede intentar explicar por diferentes causas. Por un lado, el crecimiento macroeconómico y las consecuentes bonanzas económicas de la sociedad generaron rápidamente una problemática nueva, frente a la cual no estábamos preparados. Es conocida por ejemplo la ilusión de toda familia (y más aún, de cada miembro de familia) de poseer un auto propio: apenas hay los medios para pagar la inicial, la familia compra un auto, no necesariamente nuevo, sino la mayoría de las veces, de segunda, tercera o Dios sabe que “mano”. Una vez adquirido, muy rápidamente el auto en mención no se entiende solo como un lujo o un elemento de bienestar familiar, sino también como una fuente de trabajo. Informal, la gran mayoría de los casos. Esta es una de las maneras como se incrementa el servicio público informal en función a una demanda existente, pero mal satisfecha por una oferta que tiene muchas deficiencias y deja mucho que desear. Paralelamente, la mejora de la situación económica también genera más movimiento comercial y laboral, aumentando considerablemente los servicios de transporte, en especial de taxis, y contribuyendo a sobredinamizar el sistema con el congestionamiento y efectos colaterales conocidos. Otra de las causas del crecimiento exagerado del parque automotor tiene que ver con el hecho que es uno de los negocios más rentables que hay. Hay gente que lo promueve porque gana dinero, muchísimo dinero con las flotas y empresas de taxis. Hay comerciantes diversos, incluidos policías, que astutamente compran taxis y los ponen a nombre de diferentes testaferros generalmente familiares para evadir impuestos, así como hay empresas muy rentables que viven afiliando taxis a cambio de diversos servicios y contribuyendo dudosamente a su formalización. La gran mayoría de taxis son alquilados de 30 a 40 soles por día, importándole por lo general muy poco a su mantenimiento a los propietarios. No se les hace revisiones técnicas ni se les cambia el aceite ni filtros cuando debe ser, pero los tendrán en servicio hasta que prácticamente no sirvan por lo destartalados. Y luego, revenderán las piezas que aún tienen algo de utilidad. Es el sistema capitalista en su máxima expresión: lo ganado se reinvierte en más taxis y se incrementa el caos. No importa la ciudad, no importa la contaminación, no importa la sobresaturación vehicular. Importan solo ciertos bolsillos repletos, que nos hacen llenamos de autos de quinta, desechados en países más respetuosos de su ciudadanía. Y aunque hay empresas más conscientes que compran/afilian autos nuevos, la tendencia es que sean autos indios, chinos y de por la zona que no cumplen los estándares de calidad ni seguridad idóneos, y que por su bajo precio se muestran como la nueva plaga que está defenestrando de su entronización a los ticos, perfilándose como el nuevo horizonte que se avizora en las carreteras. Por otro lado, influye tremendamente en el caos vehicular las decisiones políticas inadecuadas, permisivas y demagógicas que tienen raíz en diversos intereses, y que favorecen e incentivan el desorden del sistema y la informalidad. El gremio de transportistas siempre ha tenido presencia mediática, los políticos siempre le han tenido miedo, y por ello muchas veces el temor a proponer soluciones que podrían generar conflictos al inicio de su implementación ha vuelto cobardes y pusilánimes a las autoridades, de por sí ya poco creativas. Imposible borrar de nuestra memoria aquel fatídico día en que hace años la Plaza Mayor se convirtió en un infierno lleno de un miasma amarillo e insultante que a punta de violencia y bocinazos, atropelló la dignidad de la autoridad municipal y policial, con golpiza y revolcón de agentes incluido. Aquel día en el que se perdió todo el respeto a las autoridades marcó también un hito político: el terror al escándalo hizo retroceder las pocas decisiones políticas que prometían ser acertadas en el transporte; ese día, se perdió la oportunidad de controlar el tráfico con un ordenado sistema de ingreso a la zona más caótica de la ciudad por la presión de los taxistas. Varios años después y otro gobierno en el poder, la realidad no ha cambiado mucho. Hasta el momento al menos, continúa la demagogia barata, el populismo facilista que se corre del trabajo neuronal de implementar soluciones técnicas que antes eran preventivas y ahora son imprescindibles. Es así como se formaliza lo informalizable, autorizándose permisos supuestamente prohibidos y antes simplemente comprados a empleados corruptos. La realidad refleja la desidia y debilidad de las autoridades ante la prepotencia y lumpenería de un sector caótico, crítico, con estructura en forma de pirámide, en cuya cúspide descansa un grupo de poderosos/as aplastando y explotando a una serie de personas que apenas ganan para el diario, y que ante la incapacidad o desinterés en conseguir otro tipo de trabajo, generalmente por la falta de educación, se van por lo más fácil: pisar pedales y maniobrar un volante, las más de las veces sin importar ni conocer las mínimas reglas urbanas y de tránsito. Pero por otra parte, imposible no ver el problema social subyacente: prohibir el acceso a la fuente de ingresos más fácil a un gran número de personas puede traer consecuencias funestas. Ante la desesperación a no tener trabajo, no es nada difícil que muchas personas delincan, sin mencionar la terrible inseguridad que el mismo sector de transporte, formal e informal, significa para los ciudadanos, al estar amalgamado con algunas personas que en vez de estar haciendo taxi deberían estar haciendo trabajos forzados por sus actos delincuenciales. Esta situación, real y cruda, tiene que ser puesta sobre el tapete y dicha directamente, sin eufemismos. Hay un problema social soterrado que es una bomba de tiempo. La situación se está desbordando por no enfrentar las cosas como son, por actuar bajo los timoratos principios de lo “políticamente correcto”. Y tiene que ser igualmente enfrentada de frente, con creatividad, si queremos un cambio positivo, real, para solucionar heridas profundas a las que no basta poner curitas sino atacar desde la base: desde los niveles más profundos de la educación inicial en valores cívicos y de respeto al derecho ajeno, implementando en paralelo la generación de empleos alternativos. Por otro lado, la población debe comprender la importancia de exigir una mejor calidad de vida, en vez de agachar la cabeza servil y resignadamente como antaño, según la letra de nuestro cuestionado himno nacional. Es tiempo de cambiar de paradigmas: automóvil no es sinónimo de calidad de vida ni de progreso. Ya lo dijo brillantemente Gustavo Rodríguez en una pasada editorial del diario El Comercio: “Más zapatos, menos llantas”. Caminemos. Olvidemos la atávica costumbre patronal de querer que nos lleven en carro hasta la puerta del restaurante, y si es posible hasta la silla. Costó trabajo lograr una mediocre zona peatonal, que debe implementarse en su totalidad en los próximos meses pero con la calidad arquitectónica necesaria y las previsiones del caso, como no ejecutar la obra en un tiempo en el que se perjudique a los comerciantes, y diciendo sí a las excepciones: que entre un carro cuando sea necesario, pero para transportar a los lisiados, a las parturientas y a los ancianos. Los que aún caminamos, caminemos. En este contexto leo con terror las propuestas de algunos candidatos a la alcaldía. “Vamos a abrir Pizarro y la Plaza de Armas a los carros”, ha dicho casi la mayoría cuando se les preguntó sus estrategias sobre el transporte en caso de ser alcaldes. ¿Es acaso tan reducido su entendimiento que creen que esa es la solución al catastráfico que tenemos a diario? ¿Es que su miopía ciudadana, originada por su ambición política, les hace alucinar que con eso no habrá atolladeros? Pareciese que nunca han circulado en carro un sábado, cuando no hay restricción vehicular en las pistas y existen los mismos y hasta peores atolladeros. Pareciese que no han leído las encuestas y no han comprendido que casi el 80% de las personas que transitan por allí, desean caminar en tranquilidad al menos unas pocas cuadras en el corazón de la ciudad. Se necesita además un mínimo de información histórica y nociones elementales de urbanismo para saber que el centro de la ciudad, tal vez el sector que concentra la densidad más alta de la provincia en todas las funciones, tiene el ratio más bajo en áreas verdes y zonas para pasear, caminar y disfrutar la ciudad. El usuario transportista o transportado solo es un “pasajero”. No es alguien propio de la ciudad, es solo un ciudadano transitorio. La propia etimología de la palabra lo sindica como alguien en tránsito, y en movimiento no se puede disfrutar la ciudad, no puede uno apropiarse de ella. Porque si no lo hemos notado, nuestra ciudad es bella. Aún, a pesar de la precariedad de recursos y métodos de la Municipalidad y del Instituto Nacional de Cultura, que en el tema se coronan como ineficientes. Es bella a pesar de su tráfico y la nube de smog, ruidos y avisos chillones que hieren la vista. Aún es bella, a pesar de sus casonas en mal estado y los mamotretos permitidos como el de San Martín …, a pesar de los oficios y protestas emitidos en su momento, y echados al olvido después. Pero no podemos notar esa riqueza en un auto. No podemos detenernos a observar aquella arquitectura desconocida para muchos, que ni les interesa ni saben lo que significa tener historia y/o una ciudad con historia. Y es también para ellos la necesidad de tener la posibilidad de observar nuestra ciudad sin el asfixiante tráfico que hoy nos cuesta tiempo, dinero y mal humor, y nos significa contaminación y una baja calidad de aire y de vida. Sin embargo, punto a favor para la decisión municipal de continuar los planes elaborados para la ampliación de veredas en el centro de la ciudad. Eso es pensar en la gente, lo único que se podría recomendar es que haya mayor control de la autoridad municipal a los contratistas para evitar deficiencias técnicas y de acabados de obra. Esperemos que la ambición política y demagógica de los políticos no atrofie su sentido común. Sería mejor que no gasten tanto dinero imprimiendo sus caras de Photoshop con las que afean nuestras ciudades, y viajen un poco para nutrirse de buenas ideas. El caminar por las Ramblas de Barcelona, por los Champs Elysées de París, la Quinta Avenida de Nueva York o Newbury Street en Boston, hace entender que son las anchas zonas peatonales, más que el asfalto, las que generan el valor y atractivo de una ciudad, y aquella identidad que absurdamente buscamos en otros lugares, sin notar que para identificarse con algo, hay que quererlo, y para quererlo, hay que conocerlo. Y si alguien piensa que es pretencioso comparar a nuestra ciudad con grandes capitales, pues esos son los modelos que deberíamos considerar y no ejemplos mediocres. Mientras nuestros monumentos estén llenos de carros, claxons, ambulantes y publicidades espantosas, propaganda política incluida, nuestra ciudad, nuestra casa mayor y la poca historia que aún nos queda seguirán siendo extrañas para nosotros. A nosotros los arquitectos y profesionales nos toca proponer, porque somos los calificados para ello. ¿A quién más le corresponderá hacerlo? ¿A los políticos caprichosos, que creen que todo se hace a su antojo, o a los demagogos que no mueven un dedo por no generarse problemas? Puestos públicos como los que definen los destinos del Centro Monumental de la ciudad no pueden estar en manos ineficientes ni inexpertas que no propongan soluciones ni se compren los pleitos que tendrán que venir, así como las gerencias de transporte regional y municipal requieren de profesionales no solo proactivos sino visionarios. Estamos cansados de funcionarios comodones que no proponen mejoras, que no luchan por ellas. Esperemos que estas elecciones nos entreguen autoridades inteligentes, maduras, activas, que no ofendan nuestra inteligencia con promesas y acciones engañamuchachos, si no que nos muestren productos importantes, eficientes e idóneos a las necesidades de Trujillo, para que haya valido la pena el ver sus caras de Photoshop tanto tiempo contaminando nuestra ciudad. Arq. Guillermo Morales García. Pie de foto de Taxis con mancha negra: Instalación presentada en la galería Azur de la Alianza Francesa de Trujillo. La sobresaturación del parque automotor, en especial causada por los taxis, ha rebalsado la capacidad de soporte de las pistas de la ciudad, metaforizada gráficamente en la explosión del asfalto.