IMAGINAR UN VUELO “Sus alas parecían tocarse. Siempre era el mismo recorrido que en cada año, los unía en la aventura de volar, de ser más grandes, de llegar juntos, de no perderse, de sentir el viento, el calor, las nubes, todo suave. Y el silencio, y el trino del llamado: -¿estás ahí?-; y el trino de la respuesta:- sí, no te asustes, voy a tu lado, falta poco para llegar-.” Esteban cerró el libro y pensó que los pájaros no hablaban, que lo que decía allí no debería ser cierto ¿cómo iban a volar tanto? ¿Y no se perdían? ¿y qué comían en el aire, bichos? ¿Hay bichos en las nubes? ¿cómo saben quién es quién? Cuando leía estas historias, había pensado muchas veces que quienes las escribían, no sabían nada, ¿acaso los animales hablan, piensan y saben lo que hacen?… ¿por qué lo hacen? Él tampoco tenía la respuesta, quizás debía confiar en el libro y jugar con su imaginación, pero estaba cansado y aburrido. El viaje se le estaba haciendo demasiado largo y quería entretenerse con otra cosa, como ser… pelear a su hermana que sí dormía, sacarle de la cartera el diario íntimo donde seguramente habría algo más interesante para leer sin que ella se diera cuenta, o tal vez, preguntarle a su papá cuánto faltaba para llegar, o mejor, pedirle a su mamá algo para comer. Por suerte, la intriga se interpuso en sus pensamientos y lo salvó justo a tiempo, antes de que hiciera algo de lo que luego debería arrepentirse. Aunque últimamente, eso no le pasaba muy seguido, pero no le importaba demasiado. Estaba cansado de que le dijeran lo que tenía que hacer. Quería ser libre. Aunque sea un poco, como los pájaros del cuento. Quizás eso sería lo mejor. Se acomodó mejor en el asiento y siguió leyendo. “Volvió a escuchar el trino, ahora un poco más apagado, como si fuera un llamado desde lejos, pidiendo ayuda. No pudo mirar atrás, no podía detenerse, se desarmaría la bandada, voló un poco más alto y ahí lo vio, ya muy lejos, muy atrás, planeando apenas, cada vez más bajo, más bajo,…y ya no lo vio más. No podía desviarse del grupo, muchos lo seguirían y eso sería fatal para todos. Dejó que la humedad de las nubes le mojara sus ojos heridos por esa imagen diminuta, pequeñita, que vio desvanecerse desde arriba” El libro resbaló de sus manos, se había dormido con las últimas palabras “…desde arriba…desde arriba.” Y así se vio viajando como los pájaros, mirando desde el cielo, los contornos de la tierra, las montañas, los ríos, el mar más azul, los barcos, apenas puntitos, y estuvo libre por primera vez, demasiado liviano, todo se sentía transparente, cálido, nido de pájaros. Plumas, cosquillas. – ¡basta, estúpida, cortála! ¡ma, decíle que me deje dormir! ¡me está haciendo cosquillas en la nariz!. Fin del sueño. Fin del viaje. Final de la lectura. Un pájaro cayó sobre el parabrisas destruyéndolo por completo. La sorpresa del impacto obligó a una maniobra brusca que casi termina en un accidente. Una vez superado el trance, el auto se detuvo en la banquina. Esteban estaba perplejo, asustado. Más aún cuando observó algunas plumas adheridas entre los restos de los vidrios. ¿Era el mismo pájaro del cuento? No, eso no podía ser. Le preguntó a su padre dónde estaban. -Faltan cinco kilómetros para llegar a San Antonio Oeste- fue la respuesta. No dijo nada. No quería que lo tomaran por tonto. O que pensaran que estaba tan asustado por lo que había pasado, que había quedado hablando pavadas. Tomó de nuevo el libro y quiso volver a leerlo. No pudo. Tampoco escuchó lo que hablaban sus padres. Sólo sintió que el auto arrancó. Que muy lentamente retomó la marcha. El viento entraba cálido y molestaba. Cerró los ojos y sintió el trino. Lloró con lágrimas de viento. Cuando los abrió, vio a lo lejos una bandada de pájaros que parecía acompañarlos. No dijo nada. La siguió con su mirada hasta que el automóvil se detuvo muy cerca del mar. Había que esperar a que vinieran a auxiliarlos. Se bajó con el libro. Caminó hacia la playa. Observó nuevamente a la bandada que se asentaba en la arena. Eran miles de aves que parecían derramarse cerca del agua y muy apuradas corrían con el juego de las olas. Se quedó quieto. Una de ellas se le acercó como buscando algo, un trino, ahora doloroso, lo hizo conmover hasta las lágrimas. Tomó el libro e imaginó en voz alta: “No te asustes, acá estoy, algo agotado. Descansemos y en una hora retomamos el vuelo ¿te parece?”. Liz Assef Prof. Letras Maestría en Comunicación para la Conservación. RARE Conservation. UTEP.