La-Misa-Sencillamente

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Robert
Cabié
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Centre CPL
de Pastoral
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La misa,
sencillamente
virtualmaquine@yahoo.com
septiembre 2012
2. ADVIENTO*
3. EL ARTE DE LA HOMILÍA
4. LA CINCUENTENA PASCUAL*
5. NAVIDAD Y EPIFANÍA*'
9. ANTIGUO TESTAMENTO. Guía para su lectura.*
12. CLAVES PARA LA ORACIÓN
15. PENITENCIA-RECONCILIACIÓN
16. LA MISA DOMINICAL, PASO A PASO*
17. CLAVES PARA LA EUCARISTÍA
18. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA. I.- Catequesis
19. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA. II.- Pastoral
20. CELEBRAR LA EUCARISTÍA CON NIÑOS*
21. LA MISA DIARIA. Sugerencias y material.*
22. 22 SALMOS PARA VIVIR*
23. EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS*
26. EL SABOR DE LAS FIESTAS
27. CANTO Y MÚSICA
28. CELEBRAR LAS FIESTAS DE MARÍA*
30. NUEVAS HOMILÍAS PARA EL MATRIMONIO*
31. NUEVAS HOMILÍAS PARA LAS EXEQUIAS*
32. NUEVAS HOMILÍAS PARA EL BAUTISMO*
33. VIA CRUCIS*
34. EL DOMINGO CRISTIANO
35. MINISTERIOS DE LAICOS
36. LITURGIA DE LAS HORAS. 20 siglos de historia.
37. LA MESA DE LA PALABRA
38. LA MÚSICA EN LA LITURGIA. Documentos.
39. LA COMUNIDAD CELEBRANTE
40. GESTOS Y SÍMBOLOS
41. COMO NO DECIR LA MISA
42. PRINCIPIOS Y NORMAS DE LA LITURGIA DE LAS HORAS*
43. ORAR LOS SALMOS EN CRISTIANO
44. CELEBRAR LA VENIDA DEL SEÑOR: Adviento-Navjdad-Epifanía
46. LA ALABANZA DE LAS HORAS. Espiritualidad y_pastoral.
47. ORACIÓN MARIANA A LO LARGO DEL ANO*
48. LECTURA DE LA BIBLIA EN EL AÑO LITÚRGICO
49. PASTORAL DE LA EUCARISTÍA
50. ELLECCIONARIO DE LUCAS. Guía homilética *
51.CATEQUESIS Y CELEBRACIÓN DE LA PRIMERA COMUNIÓN*
52. PASCUA / PENTECOSTÉS
53.0RAR CON LA IGLESIA: LAUDES/VÍSPERAS DE UNA SEMANA*
54. LA ORACIÓN EN LA ESCUELA DE JESÚS
55. LA CELEBRACIÓN DE LA PENITENCIA*
56. ORACIÓN ANTE LOS ICONOS. Los misterios de Cristo en el año litúrgico
57. CELEBRAR LA CUARESMA*
58. MODELOS BÍBLICOS DE ORACIÓN
59. LA CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS
60. PASTORAL DE LA SALUD. Acompañamiento humano y sacramental
61. LA CELEBRACIÓN DE LA SEMANASANTA
62. LAS FIESTAS DE LOS SANTOS. Material para su celebración*
63. LA MISA, SENCILLAMENTE'
64. RELIGIOSIDAD POPULAR Y SANTUARIOS*
65. LAS ACLAMACIONES DE LA COMUNIDAD
66. MATRIMONIO: PREPARACIÓN Y CELEBRACIÓN
67. ENSÉÑAME TUS CAMINOS. Adviento y Navidad día tras día.
(*) Editados también en catalán
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son siempre importantes para pasar de la dispersión en el
mundo a la reunión, tanto si son pronunciadas por el
presidente como si incluyen, en ocasiones en las que es
posible, un intercambio de testimonios...
Expresar el hoy de la Palabra de Dios: esta es la función de la
homilía, que en determinados casos podrá incluir otras
intervenciones, y que debe presentar siempre a la Eucaristía
como fermento de una vida concreta.
Conectar con la forma familiar de expresarse de los reunidos
(niños, jóvenes, grupos más o menos homogéneos...). En las
asambleas amplias y heterogéneas, ayudar fraternalmente a
cada uno de los participantes a acoger como un signo de
Iglesia lo que resulta conveniente y significativo a otros
participantes, y eso recíprocamente.
Subrayar todos los tiempos fuertes de la celebración: reunión,
Palabra de Dios, oración universal, presentación del pan y el
vino, plegaria eucarística de acción de gracias y de ofrenda,
comunión. No centrar la atención en resaltar los elementos
más fáciles o los aspectos marginales. Hay muchas
posibilidades, si uno sabe someterse al ritmo de la acción
litúrgica.
Estar atentos a las funciones respectivas del sacerdote y de los
demás actores que están al servicio de la oración de toda la
asamblea. A veces se presentarán dificultades, pero los
obstáculos se superarán si se sabe entrar en la dinámica de la
celebración.
No deben negligirse los aspectos técnicos y que exigen un
aprendizaje: no es lo mismo animar un canto de asamblea que
dirigir una coral, hay que aprender a tocar un instrumento
musical, a leer en público, a hablar por el micro y a controlar
el sonido, a dosificar la iluminación, a expresarse mediante
las actitudes, los gestos, la mirada...
* * *
Y después déla celebración…
Nos preguntaremos cómo hemos aplicado los distintos puntos que
acabamos de mencionar...
Pero sobre t«do nos haremos la pregunta esencial: ¿Qué rostro de
Iglesia se ha manifestado en nuestra celebración?
118
ROBERT CABIÉ
LA MISA,
SENCILLAMENTE
dossiers CPL
63
CENTRE DE PASTORAL LITÜRGICA
Rivadeneyra, 6. 7. 08002 BARCELONA
•
•
Título original: La messe
•
Publicado en francés por Editions Ouvrieres en su colección Tout simplement
(1993)
•
Traducción: Josep Lligadas
No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier
procedimiento, sin autorización escrita de la editorial.
Con licencia eclesiástica
Primera edición: septiembre de 1994
Segunda edición: marzo de 1995
© Les Éditions De L’atelier, París 1993
© Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1994
Rivadeneyea 6,7. 08002 Barcelona
ISBN: 84-7467- 311-9
D.L: B. 44.479-95
Imp.: Multitext, S.L.
celebración no todo tiene que ponerse en el mismo nivel: hay
un ritmo que implica momentos fuertes y momentos débiles.
Hay que conocer el significado de los momentos fuertes de la
celebración. Los distintos elementos no son intercambiables y
no se debe tergiversar su sentido, puesto que nos han sido
transmitidos por la vida de la Iglesia desde el tiempo de los
apóstoles... Las páginas precedentes han pretendido
ayudarnos a descubrirlo.
Hay que darle su lugar propio a la proclamación de la Sagrada
Escritura. Es una expresión privilegiada de la Palabra de Dios.
Y no podemos tratarla como cualquier otro texto que
podamos leer en la celebración.
Los distintos actores de la celebración deben actuar
armónicamente. El sacerdote ni es el que lo hace todo, ni es
un mago que sólo sale de su antro en el momento preciso en
que es imprescindible su presencia. El es el que, desde el
principio, «preside» en nombre de Cristo: él manifiesta la
iniciativa del Señor que nos convoca y nos hace participar de
su vida.
Es importante cuidar los elementos simbólicos de la
celebración. El lenguaje no consiste sólo en palabras, sino que
está también en los gestos, los cantos y la música, la
decoración, las vestiduras, los objetos que se utilizan... No
debe olvidarse que la simplicidad puede armonizarse muy
bien con la belleza.
... EN NUESTRA VIDA DE HOY
Puesto que se trata de una actualización, tomará formas distintas
según las asambleas y las circunstancias. Lo que funcionará bien
para determinados grupos puede no funcionar en otros.
•
•
No debe prepararse nunca un acto litúrgico pensando sólo en
lo que ocurre en el altar o sus alrededores. No se trata de un
espectáculo que se desarrolla en un escenario. Todo el pueblo
presente es actor de la celebración.
Algunas preguntas que conviene hacerse: ¿Quiénes son los
que han respondido a la invitación del Señor? ¿De dónde
vienen? ¿Qué cosas marcan su vida? Las palabras de acogida
117
SUMARIO
3. PREPARAR UNA
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
Introducción;
Cuando se prepara una celebración,
¿qué cosas son las que nunca se pueden dejar de lado?
¿Se puede ser creativo o hay que aplicar siempre las normas?
7
1 Unos gestos de Jesús repetidos hasta nuestros días
Una celebración que no funciona
La última Cena de Jesús
La liturgia de la nueva alianza
Repetir los gestos de la Cena
Nos alimentamos de la palabra de Dios
La misa de generación en generación
11
12
13
17
19
21
... Dos cosas que puede parecer difícil realizar a la vez, porque a
menudo se experimentará la tentación de quedarse con sólo una o de
darle por lo menos una importancia tal que oscurecerá prácticamente a
la otra. Conocemos suficientemente esas «ceremonias» intemporales
que prácticamente no tocan ni comprometen a los hombres vivos y
reales, y también, al revés, esa especie de «manifestaciones» que nos
machacan a base de testimonios de vida y en las que Jesucristo casi
parece que no tenga ningún papel...
2. Una reunión que hace visible a la Iglesia
Un pueblo disperso
Un pueblo que se reúne
En el corazón de las tensiones, de las desigualdades
Una melodía a muchas voces
Un lugar para celebrar
Reunirse regularmente
27
29
29
32
35
36
No se trata de dos cosas que hay que hacer coexistir sea como sea,
sino de dos polos que mantienen entre sí una tensión, difícil de vivir
como toda tensión. Actualizamos el misterio de Cristo en un pueblo
concreto. Si no se reflejara nada de la vida de ese pueblo, no habría
actualización... y tampoco la habría si no se pudiera descubrir ahí la
Pascua de Jesús.
3. Una acción de gracias
La oración bíblica
La Eucaristía o la acción de gracias
¡Demos gracias al Señor, nuestro Dios!
Nuestra participación
El pan y el vino
La palabra Eucaristía, ¿tiene distintos significados?
41
43
45
47
49
50
4. Un sacrificio
Un relato
El sacrificio de Cristo
El memorial
Te ofrecemos
El "ofertorio" y el sacrificio eucarístico
"Nuestra pascua"
53
54
56
57
59
61
Lo que hacemos siempre es
* celebrar el misterio pascual de Jesucristo
* en nuestra vida de hoy.
Intentemos precisar ahora, concretamente, algunos puntos que
merecen atención.
CELEBRAR EL MISTERIO PASCUAL
•
116
No debemos considerar los ritos como formas rígidas que
precisan hasta los más mínimos detalles, sino como una
dinámica que nos introduce en la oración de la Iglesia. En la
* Celebrando el memorial te ofrecemos... (plegaria de anamnesis)
* Que el Espíritu Santo descienda sobre los que van a comulgar (epíclesis
de comunión)
* Acuérdate... (intercesiones)
* Por Cristo, con él y en él...
* Nosotros nos adherimos a la plegaria eucarística
Amén
«Jesús partió el pan y se lo dio...»
5. Una presencia
Una presencia misteriosa
Una presencia dinámica
Una presencia que permanece después de la misa
Una llamada al Espíritu Santo
Una presencia en la ausencia y en la espera
Los distintos modos de presencia de Cristo
63
65
66
68
70
72
6. Compartir en comunión
La Eucaristía llega a su cumplimiento en la comunión
Los ritos de la comunión
Es Jesús quien nos reparte el pan
Los frutos de la comunión
75
77
79
81
7. Una oración sin límites
La misa es toda ella una oración
La oración universal
Las intercesiones de la plegaria eucarística
La misa se ofrece por los vivos y por los difuntos
85
87
90
91
Conclusión: Hacia el futuro
«¡Podéis ir en paz!»
De Eucaristía en Eucaristía
..¡Hasta que vuelva!
97
99
100
Apéndices
1. Mirada panorámica sobre la historia de la misa
2. La estructura de la liturgia de la misa
3. Preparar una celebración eucarística
6
105
109
114
COMUNIÓN
* Nos preparamos para la comunión uniéndonos en oración
Padre nuestro
Oramos juntos
* Nos preparamos para la comunión con el perdón y el amor fraterno
Gesto de paz
Vamos hacia nuestros hermanos y hermanas
* Acogemos el signo del pan compartido
Fracción del pan
Y cantamos
Cordero de Dios...
* Nos acercamos cantando...
Comúlganos con el cuerpo (y la sangre) del Señor
afirmando nuestra fe
Amén
* Nos recogemos en silencio
* El presidente ora en nuestro nombre
Poscomunión
* Y nosotros nos unimos a la oración
Amén
CONCLUSIÓN: DE LA REUNIÓN A LA DISPERSIÓN
* El diácono u otro ministro da indicaciones sobre la vida de la comunidad y
anuncia próximas citas
Avisos
* El presidente invoca la benevolencia del Seflor para los que han
participado de la celebración y ahora van a dispersarse
Bendición
Nosotros respondemos
Amén
* El diácono o el sacerdote disuelven la Asamblea
Podéis ir en paz
Nosotros respondemos
Demos gracias a Dios
115
Nosotros escuchamos
* El presidente explica de qué manera esta Palabra se cumple hoy
Homilía
Nosotros nos sentamos j escuchamos
* Todos proclamamos la fe de la Iglesia
Profesión de fe
Nuestra oración, como la de Jesús, es para todos los hombres
ORACIÓN UNIVERSAL
* Un diácono o un laico nos propone las intenciones de oración
Oremos por...
* Nosotros respondemos
Escúchanos, Señor
* Y cuando el presidente concluye la oración:
Amén
LITURGIA EUCARÍSTICA
«Jesús tomó el pan... el vino...»
PREPARACIÓN DE LAS OFRENDAS
* Se llevan al altar el pan y el vino
* «Frutos de la tierra... de la vid... y del trabajo del hombre»
* Nos sentamos y nos preparamos para la acción que se va a realizar
* El presidente ora en nuestro nombre
Oración sobre las ofrendas
* Y nosotros nos unimos a la oración
Amén
«Jesús dando gracias te bendijo»
PLEGARIA EUCARÍSTICA
* El sacerdote recuerda las maravillas de Dios: En verdad es justo y
necesario darte gracias...
Nosotros, de pie, escuchamos
* Cantamos:
Santo, santo, santo...
* Que esta ofrenda sea para nosotros cuerpo y sangre de Cristo (epíclesis de
consagración)
Nosotros miramos y escuchamos
* Narración de la Cena (Consagración)
* Nosotros cantamos:
Aclamación de anamnesis
114
INTRODUCCIÓN
Una aventura...
Me pidieron un día que escribiera un libro sobre la misa... Que lo
hiciera de manera sencilla... pero sin dejar de lado ninguna de las
riquezas que los cristianos, a lo largo de los siglos, han descubierto en
este sacramento, primero celebrándolo y luego reflexionando sobre
él...
En cuanto acepté la propuesta, tuve la impresión de embarcarme,
como capitán, en un barco que tenía que conducir a los lectores a alta
mar...
Necesitaba, por tanto, reclutar una tripulación, puesto que un profesor
de Facultad de Teología no está nunca seguro de poder escribir, si
nadie le ayuda, de manera sencilla... Afortunadamente, cuando dicho
profesor es al mismo tiempo consiliario de grupos de Acción Católica
en el Mundo Obrero, está rodeado de adultos y de jóvenes que saben
hacerle bajar de las nubes, cuando se pone a mirar por encima de las
velas del navío, y le devuelven a la cubierta sacudida por las olas, allí
donde los marineros deben enfrentarse a las zozobras de la
navegación.
Por ello, me impuse en primer lugar estar más atento a lo que
experimentaban mis compañeros de viaje, luego les di a leer las
páginas que iba escribiendo, me fijaba en sus reacciones, e iba
poniendo al día la hoja de ruta. Y así he ido teniendo la sensación de
que el itinerario se dibujaba con perfiles más nítidos, y se acercaba
más a la sencillez deseada.
7
Para mí, ha sido una aventura. Y hoy, junto con la tripulación, invito
al lector a subir a bordo, a embarcarse en un crucero de largo
recorrido.
...marcada por nuestra experiencia, nuestra formación,
nuestra historia personal
No todos partimos con el mismo equipaje... Llevamos con nosotros
todo lo que ha acumulado nuestra experiencia, nuestra formación,
nuestra historia personal. Debemos tomar conciencia de ello y, en
consecuencia, preguntarnos lo que la palabra misa nos evoca. He aquí
algunas respuestas a esta pregunta, recogidas y presentadas sin
pretender ordenarlas:
8
-
¿La misa? En principio, me hace pensar en un viejo altar en
una iglesia fría. Quizá eso provenga de lo que aprendí en el
catecismo.
-
Es la Cena de Jesucristo con sus discípulos antes de su
muerte... el signo de Jesucristo muerto y resucitado.
-
Es compartir el cuerpo y la sangre de Cristo que se ha
entregado a cada uno de los hombres para que todos puedan
acceder a la vida eterna.
-
Es la renovación del sacrificio de Cristo para rescatarnos de
nuestros pecados.
-
Es un diálogo en lo más profundo de uno mismo con Dios
nuestro Padre.
-
Es un encuentro con Dios para dar gracias y pedir.
-
Es hacer memoria de Jesús para vivir de alguna manera con
él.
-
Celebrar una eucaristía es para mí hacer Iglesia, esa Iglesia en
la que cada uno es discípulo, miembro de Jesús.
-
Evoca para mí el hecho de compartir, comunión, y sobre todo
encuentro... Pero no sé cómo se relacionan o encajan
eucaristía y misa (quizá sean lo mismo...). De hecho, la
imagen que me inspira sería la de dos manos partiendo un
pan.
2. LA ESTRUCTURA DE LA
LITURGIA DE LA MISA
INTRODUCCIÓN: DE LA DISPERSIÓN A LA REUNIÓN
* Nos acogemos mutuamente. Nuestras voces se unen
Canto de entrada
* Es el Señor quien nos ha convocado y quien nos acoge
Saludo del presidente
* Preparamos nuestros corazones para entrar en la oración de Jesús
Acto penitencial
* En los días de fiesta, cantamos la gloria de Dios
Gloria a Dios en el cielo
* El sacerdote nos invita a orar
Oremos
* Nosotros oramos
Silencio
* El sacerdote presenta nuestra oración a Dios, unida a la de Jesús
Oración colecta
* Nos unimos a esta oración
Amén
LITURGIA DE LA PALABRA
«Cristo está presente en su Palabra. Es él quien nos habla cuando se leen en
la iglesia las Sagradas Escrituras»
LECTURAS Y HOMILÍA
* Nos sentamos
* Un lector se presenta a la vista de todos
Lectura del Antiguo Testamento
* Nosotros escuchamos
* Un lector o un cantor se presenta a la vista de todos
Salmo con su respuesta
* Nosotros escuchamos y respondemos
* Un lector se presenta a la vista de todos
Lectura del Nuevo Testamento
* Nosotros escuchamos
* Un diácono o un sacerdote se preparan para leer
Aleluya
Nosotros nos levantamos cantando
* Proclamación del evangelio
113
Se desea sobre todo «ver» la hostia. La «elevación» después de la
consagración toma una gran importancia.
El pueblo se convierte en «espectador». Se dice que «asiste» a la misa,
o que «oye» misa.
Se ha perdido el sentido de Asamblea.
¡Cuánta diversidad en estas respuestas! Pero no resulta sorprendente:
la Eucaristía es algo tan rico que permite llegar a ella a partir de
cualquiera de estos aspectos...
5. La reforma de san Pío V (del siglo XVI al XX)
Aparecen aquí un conjunto de puntos que deberemos abordar en el
camino que vamos a recorrer: la Cena de Jesús, la Iglesia que se
construye, la acción de gracias, la memoria y el sacrificio, la presencia
del Señor, el partir y compartir, el encuentro, la petición.
Después del concilio de Trento, el papa Pío V promulga un nuevo
misal, en el año 1570.
Su objetivo es purificar y unificar la forma de celebrar la Eucaristía
mediante un retorno a las fuentes. Pero dichas fuentes son aun poco
conocidas y la reforma, que se había emprendido animosamente,
queda limitada y dificultada por las discusiones con los protestantes.
En los siglos posteriores, los pastores se esfuerzan en formar a los
fieles para que comprendan el sentido de la Eucaristía.
La Misa parroquial se convierte en un momento importante de la vida
de los cristianos.
Los libros de devoción ofrecen consejos para «asistir» a ella con el
mejor espíritu.
El culto al Santísimo Sacramento fuera de la misa constituye una
ocasión para una catequesis que, lamentablemente, no siempre es bien
entendida.
Pero sobre todo las reglamentaciones litúrgicas, cada vez más
minuciosas y detallistas, no permiten que estos esfuerzos puedan dar
todo su fruto.
6. El «movimiento litúrgico» y el concilio Vaticano II
Se redescubre el sentido de la Asamblea:
El pueblo de Dios es invitado a participar de la misa de forma
consciente y activa.
Las palabras y los cantos se dicen en la lengua de los participantes.
El nuevo misal promulgado por el papa Pablo VI permite un retorno a
las fuentes adaptado a las exigencias del tiempo actual.
Se busca la verdad de los ritos.
Se entiende mejor la vida cristiana como la alternancia vital entre la
reunión para la celebración y la dispersión en el mundo.
112
Algo que se hace...
Está además otra dificultad... y de peso: la Eucaristía no es algo de lo
que se habla, ni sobre lo que se reflexiona. Es algo que se hace.
«Haced esto en conmemoración mía», dijo Jesús a sus discípulos. Y
en la misa hacemos esta experiencia.
Por tanto, habrá que preguntarse qué vemos en la misa, qué hacemos,
con quién, cómo...
No resulta siempre fácil entrar en ese «hacer». Así lo muestran estos
dos testimonios notablemente distintos que recogemos aquí para
empezar:
«¿La misa? Yo no voy. ¿Por qué? No siento ni necesidad ni ganas. La
misa en muy pocas ocasiones permite un diálogo entre los asistentes.
Uno puede dirigirse a Dios, pero individualmente, con el
pensamiento. Y eso yo puedo hacerlo en mi casa, o en cualquier otro
lugar (aunque debo reconocer que no lo hago muy a menudo...).
Cuando uno se dirige a Dios de modo colectivo, es a través de los
cantos, los gestos y las palabras rituales, que sólo pueden alcanzar su
profundo significado después de haber compartido nuestros
pensamientos, después de una búsqueda colectiva». (Inés, enfermera).
«Me gusta encontrarme en el ambiente de la iglesia y de la misa, para
reflexionar cada semana sobre lo que vivo; también me gusta
encontrar personas conocidas, con las que comparto mis
preocupaciones, y con las que canto, rezo, me río, hago de todo.
Resulta guay darse cuenta a veces de la proximidad de las lecturas a
nuestra vida de cada día. Ahí puedo ver lo que puedo hacer para vivir
un poco más de acuerdo con Dios, para mí y también respecto a los
9
demás (aprender a ser abierto, acabar con mi egoísmo)... Y espero
también llegar a comprender mejor algunos puntos de la celebración
que todavía no entiendo». (Pablo, estudiante de Ciencias).
Después de todo esto, ya sólo nos queda ponernos en camino. Si en
algún momento tenemos la impresión de perdernos en pleno mar,
podremos acudir a las últimas páginas, que nos pueden servir de
brújula para situarnos. Allí encontraremos:
-
Una mirada panorámica sobre la historia de la misa.
-
Una presentación de la estructura de su desarrollo.
-
Algunos puntos a tener especialmente en cuenta en el
momento de preparar una celebración eucarística.
3. En el ambiente de las basílicas (del siglo IV al VIII)
Las distintas partes de la misa toman mayor amplitud:
Los ritos de entrada, la presentación del pan y el vino, la
comunión, dan lugar a procesiones acompañadas de cantos.
Los elementos heredados de la época precedente se resaltan
en función de una asamblea más numerosa.
Los formularios se ponen por escrito y se crean las primeras
colecciones de oraciones. Son los primeros «libros
litúrgicos».
Todo este desarrollo de la celebración toma formas distintas según los
distintos lugares y culturas.
Así se forman las grandes familias litúrgicas, en torno a las
ciudades que recibieron el Evangelio en primer lugar:
Jerusalén, Antioquía (en Siria), Edesa (en Mesopotamia),
Alejandría (en Egipto), Roma, etc.
El pueblo participa intensamente, en su lengua, en torno al obispo y
los sacerdotes, bajo la dirección de los diáconos.
La evangelización del campo obligará a una cierta
multiplicación de las asambleas, pero se intenta lo más
posible evitar la dispersión y mantener grandes reuniones
significativas.
4. Descenso de la participación del pueblo (del siglo VIII al
XV)
Las costumbres de la ciudad de Roma se difunden en todo el
Occidente.
El sacerdote va tomando cada vez mayor importancia, junto con los
ministros que le rodean.
Ya no recibe el nombre de «Presidente», sino de «Celebrante».
Se añaden un gran número de «oraciones privadas» que sólo le
afectan a él.
Se inicia la costumbre de celebrar misas sin presencia del pueblo.
El pueblo participa cada vez menos.
El pueblo ya no entiende la lengua que se habla en las iglesias.
Ya no puede unirse a los cantos, que son ejecutados por especialistas.
Ya no se utiliza el pan ordinario, que los fieles traían de sus casas.
Por respeto, ya no se recibe la comunión en la mano.
10
111
1. MIRADA PANORÁMICA
SOBRE LA HISTORIA DE LA MISA
Capítulo 1
1. En tiempo de los apóstoles
La misa se celebraba en el contexto de una comida, como hiciera
Jesús en la Cena:
tomó el pan... el vino...
dio gracias o pronunció las bendiciones sobre el pan... sobre el
cáliz,
partió el pan,
lo dio a sus discípulos
diciendo: «Esto es mi cuerpo... Este es el cáliz de mi sangre».
Antes de empezar, se lee la Biblia.
El Nuevo Testamento aun no estaba escrito, de manera que se
hacía como había hecho Jesús el día de su resurrección con
los dos discípulos que iban camino de Emaús: «Comenzando
por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se
refería a él en toda la Escritura».
UNOS GESTOS DE JESÚS
REPETIDOS
HASTA NUESTROS DÍAS
En nuestros días, en todos los lugares en los que hay
cristianos, las iglesias acogen, todos los domingos, a
hombres y mujeres que van a la misa. ¿De dónde viene esta
costumbre, que desde luego no es algo banal y sin
importancia? ¿Cuándo empezó? ¿A través de qué
dificultades y de qué evoluciones ha llegado hasta nosotros?
Y, sobre todo, ¿a qué se va a misa?
¿Y los primeros cristianos?
¿Iban a misa?
2. Los primeros desarrollos de la celebración (hasta el siglo
III)
La Eucaristía deja de celebrarse en el contexto de una comida.
Las distintas «Bendiciones» se convierten en una
únicaPlegaria Eucarística.
La narración de la Cena se integra en dicha Plegaria, y se
añaden unas palabras que expresan que se hace memoria de
Jesús y que se ofrece su cuerpo y su sangre.
Esta pregaría se transmite por «tradición oral»:
El único «libro litúrgico» es la Biblia.
La Liturgia de la Palabra se organiza según el modelo de lo
que hacen los judíos en sus reuniones del sábado, pero no se
lee sólo el Antiguo sino también el Nuevo Testamento.
110
UNA CELEBRACIÓN QUE NO FUNCIONA
Nos hallamos en el año 55, en Corinto, una gran ciudad de Grecia. El
año anterior, el apóstol Pablo ha anunciado allí el Evangelio y los que
se han adherido a su mensaje han formado una comunidad. Luego el
apóstol se ha ido para fundar Iglesias en otros lugares. Pero un día le
llegan noticias de aquellos cristianos que ha dejado en Corinto.
Como todos los fieles de Cristo, los corintios se reúnen regularmente
en la casa de uno de ellos para celebrar la Eucaristía, que tiene lugar
en una cena en la que cada uno aporta algo para comer. Pero en lugar
de compartirlo, de ponerlo todo en común, cada uno come
egoístamente lo que ha traído. El resultado es que los más pobres se
quedan con hambre, ¡mientras que los más ricos acaban
emborrachándose!
Esta situación suscita la cólera de Pablo, en una carta que les dirige:
aquello no es la «Cena del Señor»; aquello no es lo que él les ha
enseñado. Y, para hacer que entiendan bien lo que es la Eucaristía,
recuerda la narración de lo que ocurrió cuando Jesús, antes de su
pasión, compartió con sus discípulos aquella última comida, la última
cena. No pretende explicar todos los detalles con precisión, como
haría un periodista; sólo recoge lo que considera esencial para la
finalidad que se propone: Esto es, dice, lo que yo he recibido del
Señor y os he transmitido.
Los reproches de un apóstol
Cuando tenéis una reunión os resulta imposible comer la cena del
Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena, y
mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿Será que no tenéis
casas para comer y beber?, o ¿es que tenéis en poco la asamblea de
Dios y queréis abochornar a los que no tienen? ¿Qué queréis que os
diga?, ¿que os felicite? Por eso no os felicito. Porque lo mismo que yo
recibí y que venía del Señor os lo transmití a vosotros: que el Señor
Jesús, la noche en que iban a entregarlo... (1 Corintios 11,20-23).
LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS
La carta a los Corintios es el más antiguo testimonio escrito de la
última cena de Jesús antes de su muerte. Pero tenemos también el de
los evangelistas Marcos, Mateo y Lucas. Como Pablo, ellos tampoco
quieren hacer de historiadores; su intención es expresar el significado
de lo que hacen las comunidades a las que pertenecen, cuando
celebran la Eucaristía. En las páginas siguientes se pueden ver, en
cuatro columnas, las cuatro narraciones.
A lo que parece, es Lucas quien nos ofrece la información más
próxima a la realidad. Nos presenta la Cena como una de las comidas
festivas que realizaban habitualmente los judíos, como la del último
día de cada semana o sabbat (sábado), día consagrado al Señor, o
como la de la Pascua, en el que una vez al año se hace memoria de la
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APÉNDICES
1. Mirada panorámica sobre la historia de la misa
2. La estructura de la liturgia de la misa
3. Preparar una celebración eucarística
liberación de la esclavitud de Egipto comiendo un cordero inmolado
en el Templo.
Estas comidas de los judíos son verdaderas celebraciones que se
desarrollan según una ordenación muy precisa:
Primero tiene lugar la preparación del vino, que se va pasando y cada
uno bebe. A este gesto va unida una oración: «Bendito seas, Señor
Dios nuestro, Rey del universo, que nos das el fruto de la viña». ¿No
resulta significativo que estas últimas palabras se encuentren en el
evangelio de Lucas en boca de Jesús, cuando se nos dice que empieza
la cena tomando una copa? Luego el padre de familia parte el pan que
será distribuido a los comensales: «Bendito seas, Señor... que haces
que la tierra produzca el pan». Y cuando la comida termina, dice sobre
una copa que se ha vuelto a llenar una fórmula más larga, la «gran
bendición»: en ella se bendice al Señor por el alimento y por la
«tierra» que ha dado a su pueblo; y la alabanza se transforma en
súplica para que las maravillas de Dios se cumplan hoy de nuevo.
Esto nos permite entender la narración de Lucas. Jesús actúa según lo
acostumbrado, pero dándole un sentido nuevo. Porque, en efecto,
cuando presenta el pan y la copa, pronuncia las palabras que designan
aquellos alimentos como su cuerpo y su sangre.
Así pues, la misa de los primeros cristianos era una comida.
Pero esa comida, ¿qué tenía de original?
¿Implicaba algunas actitudes o palabras particulares?
LA LITURGIA DE LA NUEVA ALIANZA
La cena festiva de los judíos es un acto ritual:.implica realizar unos
gestos y pronunciar unas fórmulas por parte del padre de familia que
preside la mesa. No se trata de palabras inventadas pero tampoco de
fórmulas dichas de memoria: su sentido es muy preciso y las palabras
esenciales están siempre, pero pueden presentarse de maneras
distintas, desarrolladas más o menos extensamente según las
capacidades y gustos del que las tiene que decir. Es lo que se llama la
«tradición oral», el estilo de los narradores de historias.
13
LAS NARRACIONES DE LA CENA EN EL NUEVO TESTAMENTO
1 Corintios 11,23-26
Lucas 22,14-20
14. Llegada la hora, se sentó Jesús
con sus discípulos. 15. Y les dijo:
"He deseado enormemente comer
esta comida pascual con vosotros
antes de padecer; 16. porque os digo
que ya no la volveré a comer hasta
que se cumpla en el Reino de Dios".
17. Y, tomando una copa, dio
gracias y y dijo: "Tomad esto,
repartidlo entre vosotros; 18. porque
os digo que no beberé desde ahora
del fruto de la vid hasta que venga el
Reino de Dios".
23. El Señor Jesús, en la noche
en que iban a entregarlo
tomó pan y,
24. pronunciando la acción de
gracias, lo partió
y dijo:
"Esto es mi cuerpo
que se entrega por vosotros.
Haced esto en memoria mía"
25. Lo mismo hizo con la copa,
después de cenar,
diciendo:
"Esta copa
es la nueva alianza
sellada con mi sangre.
Haced esto, cada vez que lo bebáis,
en memoria mía.
26. Por eso, cada vez que coméis
este pan y bebéis esta copa,
proclamáis la muerte del Señor,
hasta que vuelva".
14
19. Y, tomando pan,
dio gracias
lo partió
y se lo dio
diciendo:
"Esto es mi cuerpo,
que se entrega por vosotros.
Haced esto en memoria mía"
20. Después de cenar,
hizo lo mismo con la copa
diciendo:
"Esta copa
es la nueva alianza
sellada con mi sangre,
que se den-ama por vosotros".
Llegados al término de nuestro recorrido, la mejor manera de resumir
sus líneas esenciales será recordar las enseñanzas más solemnes de la
Iglesia, que ya hemos evocado parcialmente. Esto dice la Constitución
de Liturgia del Concilio Vaticano II, en su número 48:
La Iglesia, con el mayor interés,
procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe
como extraños y mudos espectadores,
sino que comprendiéndolo bien
a través de los ritos y oraciones
participen consciente, piadosa y activamente
en la acción sagrada,
sean instruidos con la palabra de Dios,
se fortalezcan en la mesa del Señor,
den gracias a Dios,
aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada
no sólo por manos del sacerdote
sino juntamente con él,
se perfeccionen día a día por Cristo mediador
en la unión con Dios y entre sí,
para que, finalmente, Dios sea todo en todos.
(18. "Porque os digo
que no beberé desde ahora
del fruto de la vid
hasta que venga el Reino de Dios")
107
... Y no funcionaba, sobre todo, porque la reunión de los cristianos de
esta ciudad de Grecia ya no tenía nada de «contestataria»; con su
manera de actuar, ya su reunión no manifestaba la distancia que se da
entre el rito y el Reino que el rito anuncia, ni expresaba la tensión que
encierra toda celebración auténtica. «¿Es que tenéis en poco ala
Iglesia de Dios?», exclamaba Pablo en su indignación. Y así
denunciaba aquella manera falaz de ejercer el sacerdocio del Pueblo
de los bautizados, aquella manera que olvidaba que la presencia del
Resucitado en el pan compartido es testimonio de una fraternidad que
la Comunidad cristiana debe prefigurar y que va más allá de la
precariedad de sus realizaciones parciales en nuestra condición
mortal.
LAS NARRACIONES DE LA CENA EN EL NUEVO TESTAMENTO
Marcos 14,22-25
Mateo 26,26-29
22. Mientras comían,
Jesús tomó pan,
pronunció la bendición,
lo partió
y se lo dio
diciendo:
"Tomad, •
esto es mi cuerpo"
26. Mientras comían,
Jesús tomó pan,
pronunció la bendición,
lo partió
y lo dio a sus discípulos
diciendo:
"Tomad, comed:
esto es mi cuerpo".
23. Cogiendo una copa,
pronunció la acción de gracias,
se la dio y todos bebieron.
24. Y les dijo:
"Esta es mi sangre,
sangre de la alianza,
derramada por todos.
27. Y cogiendo una copa
pronunció la acción de gracias
y se la dio diciendo:
"Bebed todos;
28. porque esta es mi sangre,
sangre de la alianza
derramada por todos
para el perdón de los pecados.
25. Os aseguro
que no volveré a beber
del fruto de la vid
hasta el día que beba
el vino nuevo
en el Reino de Dios".
29. Y os digo
que no beberé más
del fruto de la vid
hasta el día que beba con vosotros
el vino nuevo
en el Reino de mi Padre".
* * *
106
15
Un rito
Es un acto simbólico, programado y repetitivo... (por ejemplo, el
darse la mano para saludarse). En cuanto simbólico, el rito remite a
algo distinto de lo que él es en sí mismo y compromete más
concretamente y más personalmente que las ideas abstractas (más
allá de ser un movimiento coordinado de los músculos, estrecharse la
mano expresa el encuentro de dos personas, y este hecho puede
alcanzar una gran intensidad cuando, por ejemplo, no sabiendo como
manifestar mi amistad a un compañero que ha perdido a alguien
querido, le doy la mano). Y en cuanto programado y repetitivo, el rito
se convierte en algo familiar para un grupo humano, que puede
reconocerse en él y encontrar en él un medio de identificación (si yo
quisiera inventar cada mañana una manera nueva de saludar a los
que me encuentre, ellos no entenderían el sentido de mi gesto;
además, al tender la mano, yo muestro mi pertenencia a un grupo
social, puesto que en otras civilizaciones puede haber otras formas de
saludarse).
Jesús cumple el rito, utilizando toda la libertad que le permite el
ceremonial. Pero ¿qué pretende hacer actuando así?
Jesús está a punto de ser arrestado, condenado, crucificado, y sabe que
Dios lo resucitará. Su cuerpo revivirá... el mismo cuerpo que hoy tiene
pero que sin embargo será totalmente distinto. Resulta difícil de
explicar, pero san Pablo nos ayuda a comprenderlo cuando dice que
hay la misma diferencia entre el cuerpo de antes de la muerte y el de
después de la resurrección que la que hay entre el grano que se
siembra y la cosecha que se recoge (1 Corintios 15,35-49).
Jesucristo quiere que nosotros vivamos eso mismo que él va a vivir: al
término de nuestra vida, estamos llamados a morir y resucitar como
él; pero entretanto, a lo largo de toda nuestra existencia terrena,
tenemos que poder hacer presente, para revivirla, su pasión victoriosa,
porque es ella la que puede dar un sentido a toda nuestra experiencia
humana. Pero su muerte y su resurrección no podemos renovarlos
materialmente; son acontecimientos que sólo ocurrieron una vez, «en
tiempo de Poncio Pilato», como decimos en el Credo... Y por eso,
Jesús pone este acontecimiento en forma de rito, y dice a sus amigos:
«Haced esto en conmemoración mía».
16
... ¡HASTA QUE VUELVA!
Estas reflexiones nos devuelven a lo que ya hemos precisado, en el
capítulo 5 (páginas 70-11) a propósito de la presencia sacramental de
Cristo: presencia en la ausencia y en la espera. La celebración de la
misa no nos da una especie de seguridad y poder sobre lo divino,
como algunos parecerían esperar. Jesús viene a nuestro encuentro,
pero eso no significa que ponga su cuerpo y su sangre a nuestra
disposición para que podamos disponer de él a nuestro antojo. El
sacramento de la Eucaristía no es una cosa de la que podamos
apropiarnos a la manera como los judíos criticados por Jeremías se
gloriaban de tener con ellos la morada del Señor: «No os hagáis
ilusiones con razones falsas, repitiendo: el templo del Señor, el templo
del Señor, el templo del Señor» (Jeremías 7,4). La Eucaristía, por el
contrario, ahonda en nosotros un deseo, provoca una insatisfacción,
abre a una esperanza, y dirige nuestras energías, en la fe, hacia Aquél
que está siempre por delante de nosotros y más allá de los signos que
nos da. Lo que recibimos son los primeros frutos de una cosecha que
aún no está recolectada ni almacenada en el granero.
«Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, proclamáis la
muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Corintios 11,26), precisa san
Pablo. Esto nos sitúa en la historia de los hombres, cuyo desarrollo es
un un parto doloroso (Romanos 8,22). A lo largo de este libro nos
hemos detenido ampliamente en el pasado, en las evoluciones de los
ritos a lo largo de los siglos, pero lo hemos hecho para comprender
mejor cómo los gestos de la Cena han llegado hasta nosotros, y para
descubrir también así su profunda riqueza en promesas de futuro.
«¡Hasta que vuelva!». Estas palabras del apóstol fueron escritas a
propósito de aquella «celebración que no funcionaba» que hemos
evocado al principio del primer capítulo.
... No funcionaba, porque en la comunidad de Corinto, cada uno, sin
esperar a los demás, comía lo que se había traído de casa, de manera
que mientras uno quedaba con hambre otro se hartaba. El signo de la
comida, al perder su consistencia humana como encuentro para
compartir en la fraternidad, había perdido su significación de símbolo.
Es decir, que las realidades del mundo, las relaciones entre las
personas, y más ampliamente la historia humana entera, habían dejado
de tener el sentido que tiene la verdad profunda del sacramento.
105
También le responderéis mediante la alabanza y la intercesión por
toda la humanidad, que os unirán a las de todo el pueblo de Dios.
Las ADAP
Son las «Asambleas dominicales en ausencia del presbítero». Algunos
quisieran llamarlas más bien «Asambleas dominicales en espera de
presbítero», pero eso no tiene mucho sentido, porque significaría que
no hay presbítero o sacerdote: se espera que venga alguno, pero no se
sabe quién ni cuándo...; tampoco se sabe si esa esperanza se va a
realizar... y de momento la reunión parece tener una vinculación muy
tenue, muy débil, con la Iglesia local en torno al obispo. Y no es así.
Porque en realidad hay un sacerdote, y se sabe quién es; hoy no está,
pero estaba el domingo pasado, o vendrá el domingo próximo, y su
responsabilidad alcanza aloque nosotros hacemos. El es para
nosotros un signo visible de lo que es la Eucaristía en el pueblo de
Dios.
En vuestro encuentro quizá también podáis comulgar, si os traen el
pan eucarístico de otra iglesia en la que se haya celebrado la misa o si
lo conserváis ahí de una celebración anterior. Si no, experimentaréis el
deseo de ser alimentados del cuerpo de Cristo y esa será otra manera
de recibir los dones de su amor.
Cuando celebramos la misa, no celebramos la última cena, sino que
celebramos lo que se denomina el «misterio pascual», es decir, la
muerte y la resurrección del Señor. Pero la única manera que tenemos
para revivirlas, es repetir los gestos de la última cena, los gestos que
Jesús nos dejó entonces. Y de este modo nosotros no nos contentamos
con pensar y recordar la muerte y la resurrección, sino que realizamos
un acto, cumplimos un rito, la liturgia de la Nueva Alianza, que nos
hace llegar hasta su realidad misma.
Una liturgia
Etimológicamente, esta palabra evoca un acto, una acción, es una
«urgía» (como la cirugía) y no un discurso o una ciencia, una «logia»
(como la bacteriología). Para los cristianos, la liturgia designa la
acción de Cristo que salva al mundo y se ofrece a su Padre, en la que
nosotros participamos a través de los ritos. Es, como dice el Concilio
Vaticano II, «el ejercicio de la función sacerdotal de Cristo, ejercicio
en el que la santificación del hombre se significa mediante signos
sensibles., y en el que el culto público íntegro es ejercido por el
cuerpo místico de Jesucristo, es decir, por la Cabeza y por sus
miembros» (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n°
7).
En esa situación de ausencia del sacerdote os sentiréis probablemente
más responsables de la celebración, y así os prepararéis para mejor
participar en próximas eucaristías, ocupando en ellas el lugar que os
corresponde.
Porque ahora nos encontramos en el tiempo de la Iglesia. Lo que da
sentido a nuestra vida no está plenamente desvelado, y sólo podemos
percibirlo parcialmente con los ojos de la fe. Y mientras dure nuestra
peregrinación en este mundo, necesitamos signos sacramentales para
sostener nuestra fidelidad. De domingo en domingo, desde la Primera
Comunión que completa nuestro bautismo y nuestra entrada en el
Pueblo de Dios, caminamos hacia una asimilación a la pasión y a la
resurrección de Jesús que alcanzará su término con nuestro paso por la
muerte carnal, un paso que será también acompañado por la Eucaristía
en el Viático.
104
17
sentimos bien juntos, alabamos a Dios juntos... Pero todo eso se
desvanece cuando la celebración termina...
Hoy la misa ya no se celebra durante una comida.
¿Es lo mismo o se trata de cosas distintas?
¿Y por qué, además, antes de poner sobre la mesa el pan y el
vino, pasamos tanto rato escuchando
lecturas de la Biblia?
Ahora, la Iglesia me ha dado otros medios para vivir su vida: la ACI
(Acción Católica de sectores Independientes) y sus instrumentos:
meditación, encuesta, revisión de vida, intercambios en el grupo y en
la vida. Todo eso me ayuda a entrar en la vida de la Iglesia y a
participar más de esa vida. (Publicado en «La Maison Dieu», 1963).
REPETIR LOS GESTOS DE LA CENA
DE EUCARISTÍA EN EUCARISTÍA...
Lo que pretendemos no es imitar al pie de la letra lo que
hizo Cristo
La Eucaristía está ahí para jalonar la existencia de los cristianos. La
renovamos cada semana, cuando llega el día del Señor, o más a
menudo incluso. Y así modela nuestra vida según el Evangelio.
Cada vez que participamos en la misa, repetimos los gestos de la
Cena, como Jesús mandó a sus discípulos. Pero sin embargo, no
reproducimos todos los detalles. Así actuaron también los primeros
discípulos de Cristo.
Muchos de ellos provenían del mundo pagano y nunca habían
practicado las ceremonias judías. Pronto se abandonó la costumbre de
celebrar la Eucaristía durante una comida... aunque, durante un cierto
tiempo, se mantuvo la costumbre de comer antes o después, como
hemos visto que se hacía en Corinto. Por eso los evangelios de
Marcos y Mateo no consideran útil ya mencionar determinados
detalles concretos: no hablan de la primera copa (como tampoco lo
hace Pablo) y reúnen en la única copa restante las palabras que Jesús
dijo sobre la primera. Y sobre todo no precisan que lo que se refiere al
pan tuvo lugar al principio de la cena y lo que se refiere al vino al
final. Estas precisiones resultan inútiles para comprender una
celebración que ya no se desarrolla entonces durante una comida.
Asimismo, las oraciones que se decían en los distintos momentos de
la liturgia de la mesa se reúnen en una sola, inspirada en la «gran
bendición» sobre la última copa.
18
Tú y yo estamos invitados a este encuentro que marca el ritmo de la
existencia de la Iglesia de Dios. A ti te corresponde decidir cómo
puedes responder a esta convocatoria: tú sabes qué ecos despierta en ti
y también qué opciones, a veces difíciles, te pide en tu vida de familia,
de trabajo, de compromisos en el mundo.
El próximo domingo, quizá no habrá misa en tu parroquia y tú
participarás eventualmente en una «Asamblea dominical en ausencia
del presbítero (es decir, del sacerdote)» (ADAP). Los que os reunáis,
no podréis realizar plenamente lo que el Señor desea para sus
discípulos; seréis conscientes de ello y os producirá sufrimiento, pero
sentiréis también la felicidad de vivir juntos aspectos importantes:
Vuestro encuentro hará visible a la Iglesia de Cristo en el lugar donde
vivís, puesto que vuestra reunión no será debida a vuestra propia
iniciativa, sino que seréis convocados para uniros así a todos nuestros
hermanos que en este día, en toda la superficie de la tierra, escucharán
la misma llamada. Y uno de entre vosotros, un laico como tú,
presidirá vuestra oración, de acuerdo con el sacerdote que es
responsable de vuestro sector pastoral.
En vuestro encuentro podréis oir la proclamación de las Escrituras, la
Palabra por la que Jesús viene realmente a nuestro encuentro, y
podréis deciros cómo la acogéis en vuestras vidas.
103
homilía no me había dado la sensación de ser demasiado larga, pero
todo parecía muy alejado de lo que vivían los que estaban allí
reunidos... cada uno parecía aislado, y la impresión que daba el
conjunto era que nada hubiera cambiado demasiado si hubiera
resultado que los asistentes no creían en lo que allí se hacía. Era una
ceremonia, no una celebración...
Pero, en cualquiera de los casos, yo sé que cuando salgo de la
celebración no he cambiado mucho respecto a cuando entré. Desde
luego que estoy convencido de que todo lo que se ha podido decir
sobre los frutos del sacrificio eucarístico no era falso, pero será en la
prueba de la vida donde se manifestarán las transformaciones
esperadas. Mis relaciones con Jesús tienen que prolongarse de manera
personal, ya que «el cristiano, llamado a orar en común, debe, no
obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto;
más aún, debe orar sin tregua, según enseña el apóstol» (Concilio
Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», 12; Mateo 6,6; 1
Tesalonicenses 5,17). Y deben traducirse asimismo en los combates
de la vida, en las pruebas de la existencia, en el encuentro con los
demás vivido con espíritu de servicio, participando en la construcción
de una sociedad fundada sobre la dignidad del hombre, con la
preocupación de dar testimonio de mi esperanza en diálogo con todos
aquellos que el Señor ponga en mi camino... Así la Eucaristía se
convertirá en un «compromiso de caridad».
Lo que dicen algunos creyentes
Yo tenía siempre la sensación de que la vida litúrgica -por ejemplo, la
participación en la misa de un día de fiesta como la Pascua, la
Navidad, etc., me dejaba insatisfecha, decepcionada y triste. Siempre
me producía pesar, irme de la iglesia. Ahora comprendo el porqué.
No había descubierto el sentido de vivir: encontrar a Dios en los
demás, descubrir los acontecimientos de amor en las personas con las
que me encontraba; es decir, entender el valor de la vida profana y la
inserción de la Encarnación y la Redención en esa vida.
A mime ¿listaba la vida litúrgica, pero era como una especie de
coartada. Me sentía mal cuando me encontraba con personas cuyas
preocupaciones estaban, ten alejadas de lo que se decía o vivía en los
oficios. La vida litúrgica, en efecto, es como una anticipación de la
venida del Señor en el fin de los tiempos: nos encontrarnos juntos, nos
102
En la misa encontramos la estructura fundamental de la
Cena
Así pues, ¿qué ha permanecido como esencial en la práctica litúrgica
de los cristianos?
En primer lugar, desde luego, el pan y el vino, tan a menudo evocados
en el Antiguo Testamento para ilustrar algún aspecto de la Alianza de
Dios con su pueblo. Para nosotros, se convierten en el signo del
cuerpo y la sangre del Señor que hacen presente su muerte y
resurrección.
Y luego está la sucesión de los ritos expresada por la sucesión de los
cuatro verbos que constituyen la estructura fundamental de toda
liturgia eucarística:
1. Jesús tomó el pan... el vino. Es la «Preparación de las ofrendas»:
ponemos sobre la mesa las ofrendas que serán consagradas, es
decir, el pan y la copa o cáliz.
2. Jesús dio gracias o pronunció la bendición. Es la «Plegaria
eucarística»: escuchamos al presidente de la asamblea, como los
apóstoles escucharon a Jesús. El presidente de la asamblea se
dirige a Dios para evocar todas las maravillas que él ha realizado
y llevar a cabo la consagración que nos introduce en el dinamismo
de la acción de Cristo que se ofrece al Padre por su muerte y
resurrección.
3. Jesús partió el pan: es la «Fracción del pan»: el pan es partido, y
cada uno de nosotros recibirá una parte... Los primeros cristianos
se servían a menudo de esta expresión («fracción del pan») para
designar a la Eucaristía.
4. Jesús lo dio a sus discípulos. Es la «Comunión», que es la
culminación de nuestra participación en la acción eucarística.
Cada vez que vamos a la misa, se nos invita a recorrer este itinerario.
Pero la misa, sin embargo, comienza mucho antes de poner sobre la
mesa el pan y el vino. ¿De dónde viene todo lo que le precede?
19
Lo que dicen algunos creyentes
Como si me encontrase en la misma Cena...
«Para mí, en la misa es importante ver bien y oir bien, para
participar. A menudo me digo que si yo hubiera estado en la Cena,
con los apóstoles, eso es lo que habría hecho... Entrar así en el
corazón de Cristo que se prepara para dar su vida por nosotros...
Desde luego es algo difícil de percibir, pero es eso lo que nosotros
revivimos...» (Juan Francisco).
Conclusión
HACIA EL FUTURO
Impregnarse del Evangelio...
«Las lecturas, en la misa, nos impregnan del Evangelio, de la
Escritura, como una tradición que se perpetúa, un conocimiento que
se recibe sin darse cuenta... Pero es necesario conocer el contexto de
lo que leemos para relacionarlo con nuestra vida de hoy» (Julia).
NOS ALIMENTAMOS DE LA PALABRA DE DIOS
Los cuatro verbos (tomó, dio gracias, partió, dio) nos los encontramos
en varios sitios del Nuevo Testamento. Aparecen siempre que nos
quieren ofrecer alguna enseñanza sobre la Eucaristía. Así, dos
discípulos, al atardecer del día de la resurrección, reconocen al Señor
cuando toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da; pero
el evangelista, inmediatamente después, pone estas palabras en sus
labios: «¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino
explicándonos las Escrituras?» Porque eso es lo que había hecho Jesús
mientras caminaba con ellos, sin que ellos supieran que era él.
Los discípulos de Emaús
Aquel mismo día (el de la Resurrección), hubo dos discípulos que iban
camino de una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de
Jerusalén, y comentaban lo sucedido. Mientras conversaban y
discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.
Pero estaban cegados y no podían reconocerlo. Jesús les dijo: «¿ Qué
conversación es ésa que os traéis por el camino?» Se detuvieron
cariacontecidos, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
«¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo
20
«¡PODÉIS IR EN PAZ!»
Al acabar la celebración, el presidente confía al Señor a los que van a
dispersarse; este es el sentido de la bendición final. Y luego se
escucha una última invitación: «Podéis ir en paz». La misa ha
terminado y la iglesia empieza a vaciarse, mientras resuena todavía, a
veces, un último canto. Algunos se quedan un rato hablando en la
entrada de la iglesia: es normal que los que han compartido el pan
eucarístico no se vayan a sus casas sin más, sino que tengan ganas de
seguir compartiendo los pequeños o grandes acontecimientos de su
vida cotidiana. El domingo es también un día de descanso y de
reencuentro.
Luego cada uno vuelve a los lugares de su existencia cotidiana. La
asamblea se ha disuelto; su función no es durar... Todavía no estamos
en el Reino definitivo. Es el momento de reemprender el camino de
Buscadores de Dios, en el corazón del mundo. La gente que vamos a
encontrar en nuestros lugares habituales saben sin duda que nosotros
somos de los que «van a misa» y algunos, de forma más o menos
consciente, esperarán de nosotros y nos exigirán cosas que no
esperarían ni exigirían de otros.
Hay días en los que me siento reconfortado por lo que acabo de vivir:
se veía que los participantes estaban contentos de rezar juntos, había
ambiente de comunicación entre el pueblo y el sacerdote, entre los
niños, los jóvenes y los adultos... Todo era auténtico... Había vida...
Otras veces me siento incómodo: los ritos se habían preparado y
ejecutado adecuadamente, los cantos no eran desagradables y la
redituarla constantemente en el cuadro de una verdadera comprensión
del sacrificio eucarístico, sobrepasando el horizonte limitado de
nuestras preocupaciones para aprender ante todo a hacer nuestras las
intenciones del Señor y de la Iglesia.
Señalemos finalmente que esta aportación de dinero es distinta de la
colecta, que tiene otro origen y otra función. La reunión dominical ha
sido siempre una ocasión para compartir a favor de los más pobres y
de las necesidades de la comunidad. Y esta costumbre la encontramos
atestiguada desde el siglo II.
La ofrenda para los pobres en el siglo II
Los que son ricos y los que quieren hacerlo dan, cada uno según lo
que ha decidido. Lo que se recoge se lleva al que preside, y con ello él
asiste a los huérfanos y a las viudas, a los que por la enfermedad o
cualquier otra causa están sin recursos, a los presos, a los
inmigrados. En una palabra, socorre a todos los que están en la
necesidad. (San Justino, «Primera Apología», 67).
ocurrido estos días en la ciudad?»... Él les dijo: «¡Qué torpes sois y
qué lentos para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía el
Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria ?» Y
comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó todo
lo que se refería a él en toda la Escritura... Recostado en la mesa con
ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció. Se
les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Entonces
comentaron: «¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el
camino explicándonos las Escrituras ?» (Lucas 24,13-32).
En este texto encontramos, sin duda, la reflexión de una comunidad
inspirada por la manera como ella celebraba la Eucaristía: la
Eucaristía empezaba siempre con el anuncio, partiendo de los libros
sagrados, de la realización hoy de las promesas hechas al pueblo de
Israel. Al principio se hacía en forma de testimonio de viva voz, como
el de Jesús en el camino de Emaús (y como hicieron también los
apóstoles; se lee, por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles 20,711: «El domingo nos reunimos para partir el pan. Pablo les estuvo
hablando y, como iba a marcharse al día siguiente, prolongó el
discurso hasta medianoche... Luego partió el pan y comió»). Luego
las cosas irán evolucionando progresivamente, cuando los testigos
hayan escrito sus Memorias, que serán recibidas con la misma
consideración que los textos del Antiguo Testamento. Los apóstoles
pueden desaparecer. Y aunque la mayor parte de los cristianos no van
ya a los lugares de reunión de los judíos, llamados «sinagogas», van a
encontrar en sus propias asambleas la misma manera de leer la
Palabra de Dios.
Eso mismo se realiza y renueva cada vez que nosotros celebramos la
Eucaristía. Vemos a un lector que sube a un lugar elevado para que
todos le vean y oigan bien, y abre para nosotros el Libro de las
Escrituras. Puede que de vez en cuando nosotros mismos seamos
invitados a realizar este servicio. Luego un diácono o un sacerdote lee
de la misma manera un fragmento de los evangelios. Lo que ahí se
proclama no lo recibimos como un viejo texto que puede quizá
contener algunas lecciones útiles de moral, sino como la Palabra de un
Dios que se dirige a nosotros para asegurarnos una vez más su amor y
llamarnos a responderle con toda nuestra existencia. No se trata de
una simple preparación intelectual y espiritual para lo que va a seguir;
es Cristo resucitado -y por tanto vivo hoy- que viene a nuestro
encuentro y que se nos da a conocer, para que nosotros podamos
100
21
reconocerle en los gestos de la Eucaristía. Y se nos invita a dialogar
con esta Palabra pronunciado una respuesta que hace de eco a su
mensaje y recitando el Credo {«Creo en un solo Dios») que proclama
la fe de la Iglesia.
•
Cuando se aportaba el pan y el vino muchos fieles podían
ofrecer al mismo tiempo, en la misma celebración. Ahora,
como que para evitar los abusos derivados de la codicia de
algunos sacerdotes no se puede .recibir más que un estipendio
por misa, algunos pueden imaginar que compran la Eucaristía
y adquieren sobre ella derechos exclusivos.
•
Entre nosotros se ha añadido además, lamentablemente, otra
dificultad: los problemas derivados de la remuneración de los
sacerdotes han llevado a fijar, por lo menos a título indicativo,
la cantidad que conviene ofrecer. Y ello puede potenciar la
imagen de que se trata de un producto que uno puede adquirir
si paga el precio correspondiente.
La homilía
Después de las lecturas, el presidente de la asamblea toma la palabra
para decir cómo lo que acabamos de escuchar se realiza hoy, en la
celebración y en nuestra vida. Es lo que a veces llamamos «el
sermón», pero cuyo nombre preciso es «la homilía», que no se trata
de una predicación sobre cualquier tema, sino que parte de un pasaje
de la Biblia que se acaba de leer, para anunciar, como Jesús en la
sinagoga de Nazaret: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oir» (Lucas 4,21).
«Encargar misas»
Así pues, realmente, nuestra misa procede de la Cena de Jesús.
Pero, ¿qué ha ocurrido durante todo este tiempo que nos
separa de los orígenes?
¿Siempre se ha celebrado la misa como la celebramos hoy?
LA MISA DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN
Esta es una expresión conocida y utilizada, pero que resulta por lo
menos chocante. Como también la pregunta: «¿Cuánto le debo?». La
Eucaristía no es un servicio que el sacerdote tenga la obligación de
prestar a quien le formula adecuadamente el pedido. Por eso mi
primera reacción es una reacción de reserva.
¿Qué sentido positivo se puede dar a esta petición que habitualmente
hacen tanto creyentes de fe profunda como creyentes menos
comprometidos?
Una estructura básica, enriquecida a lo largo de los siglos
Cuando participamos de la misa, podemos reconocer en ella esos
elementos esenciales que nos han sido transmitidos por las primeras
comunidades cristianas, como podemos ver especialmente en Roma,
donde se encuentran ya bien organizadlas en el siglo II: la comunidad
se reúne, escucha las lecturas del Antiguo Testamento (Escritos de los
profetas) y del Nuevo (Memorias de los apóstoles), así como la
homilía del obispo (el que preside), luego tiene lugar la oración
universal, luego se presentan el pan y el vino mezclado con agua,
sobre los que se pronuncia la acción de gracias, y luego se comulga.
22
Pedir que una misa sea celebrada por un difunto o por una
determinada intención es simplemente un acto de fe en la «comunión
de los santos» o en la solidaridad que nos une en un mismo bautismo.
No se trata de obtener por medio de una misa lo que sin ella Dios se
negaría a darnos; se trata de ponernos o de ser puestos en situación
de acoger los dones de Dios... (Francois Favreau, obispo de Nanterre).
Habría por tanto que precisar bien el significado de esta práctica. Los
fieles de todas las religiones se sienten espontáneamente inclinados a
dar algo de lo que les pertenece para significar su participación en el
culto; y esta inclinación no sólo no tiene nada de reprensible, sino que
está inscrita en la naturaleza humana y se inspira en los sentimientos
más legítimos. Si se intentara hacerla desaparecer, resurgiría sin duda
bajo otras formas. Lo que tenemos que hacer es esforzarnos por
99
como si pretendiera acercar a Dios hasta nosotros sometiéndole de
alguna manera a nuestros deseos, nos lleva indefectiblemente hacia él
y nos adhiere a su voluntad.
Pero esto no es más que una imagen. Recordemos ahora lo que hemos
descubierto más arriba, en el capítulo 3, págs. 41-42: la Biblia nos
enseña ante todo a dar gracias al Señor por todas sus maravillas, y la
súplica deriva de algún modo de esta mirada contemplativa y se
articula con ella; de manera que no puede buscar otra cosa que la
continuación y renovación hoy en nosotros de esas maravillas del
Creador.
En esta misma atmósfera y con estas mismas exigencias se presenta el
sacrificio de Cristo hecho sacramentalmente presente en la vida de la
Iglesia, con su inagotable fecundidad.
Ruido de dinero en torno al altar
A lo largo de la historia, se han producido modificaciones importantes
en la manera de expresar su ofrenda los participantes de la Eucaristía.
Al principio, como ya hemos dicho, se expresaba trayendo cada uno
de su casa el pan y el vino. Pero a comienzos de la Edad Media se
reemplazó el pan ordinario por pan ácimo, es decir, sin levadura. Se
quería imitar así el mismo pan que Jesús utilizó en la Cena, según los
ritos judíos de la Pascua. Los cristianos ya no podían entonces aportar
para la Eucaristía el pan que tenían en sus casas. Y cogieron la
costumbre de presentar en su lugar un donativo de dinero, que se
convirtió en lo que conocemos con el nombre de estipendio de la
misa.
El significado del gesto, por lo menos al principio, no quedó afectado
por este cambio, porque en el fondo se trataba de expresar la misma
intención. Pero, en realidad, se derivaron de ahí varios inconvenientes:
•
98
La aportación de pan y vino se hacía en el curso de la
celebración; el dinero, en cambio, se puede dar al sacerdote en
cualquier momento. Algunos pueden tener de este modo la
impresión de contratar, mediante retribución, a alguien para
que ore en su lugar y creerse dispensados de participar de la
Eucaristía.
La misa en Roma a mediados del siglo II
El día llamado día del sol, tiene lugar la reunión en un mismo lugar
de todos los que viven en la ciudad o en el campo. Se leen las
memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, todo el
tiempo que resulta posible. Cuando el lector ha terminado, el que
preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de estos
bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos y hacemos
nuestras preces. Una vez acabadas, se presenta pan y vino y agua. Y
el que preside, según sus fuerzas, eleva al cielo plegarias y acciones
de gracias. Y todo el pueblo aclama diciendo: Amén. Luego tiene
lugar la distribución a cada uno de los alimentos «eucaristizados», y
también se envía a los ausentes por medio de los diáconos (San
Justino, «Primera Apología», 66,3).
Justino, un filósofo pagano convertido, expone en sus «Apologías» la
doctrina y las costumbres de los cristianos al emperador Antonino y al
Senado romano, con el objetivo de refutar las calumnias que circulan
sobre ellos. En este texto, cuando se habla de los «alimentos
eucaristizados» se refiere al pan y el vino sobre los que el obispo ha
pronunciado la acción de gracias, puesto que «acción de gracias» se
dice en griego Eucaristía.
Este esquema básico de celebración se ha ido enriqueciendo con el
tiempo; las plegarias y los ritos se han desarrollado y aumentado, con
el fin de subrayar y resaltar mejor lo que nos viene del tiempo de los
apóstoles.
Las comunidades cristianas extendidas en todo el entorno
mediterráneo pertenecían a pueblos distintos de sensibilidades
distintas, que han marcado la evolución de los ritos. Así se han
constituido áreas litúrgicas que se han perpetuado hasta los tiempos
actuales. Junto a nuestra tradición, que es la romana, está la de los
caldeos, de los sirios y de los maronitas, de los egipcios (o coptos) y
de los etíopes, de los griegos y de los eslavos. Si entramos en una
iglesia de cristianos orientales, nos sentimos algo desconcertados,
porque los gestos de Jesús se han desarrollado en una cultura que nos
resulta extraña y tenemos que hacer un esfuerzo para percibir ahí lo
que nos resulta familiar; pero sin embargo, en todas partes, el
desarrollo de la Eucaristía está marcado por una misma estructura.
23
Estas diversidades no aparecen sólo según las regiones; se encuentran
también según las épocas. Nuestra propia liturgia nos ha llegado
marcada por el discurrir de los siglos. Y aquí hay que señalar una
dificultad: lo que se ha ido añadiendo se ha desarrollado a veces con
tal amplitud que ha llegado a oscurecer aquello que tenía que iluminar
y hacer más visible y comprensible. El motivo es que la devoción
popular tiende siempre a multiplicar los detalles que hacen las cosas
más fáciles y a los que puede agarrarse cuando no es capaz de
sostenerse en el terreno de la fidelidad al Evangelio. Por ejemplo, una
determinada manera de comprender el «misterio» llevó a decir en voz
baja las plegarias más importantes, de manera que sólo tuviera acceso
a ellas el sacerdote; los demás seguían la acción desde muy lejos,
guiados por el sonido de una campanilla y por una multitud de gestos
que se habían ido introduciendo: signos de la cruz, inclinaciones de
cabeza, elevaciones... Su participación se expresaba sólo mediante
devociones y cantos cuyo contenido les mantenía distanciados de lo
que ocurría en el altar. Por ello, a lo largo de la historia, han sido
necesarias periódicamente reformas destinadas a devolver el primer
lugar a las grandes líneas de una liturgia heredada de los orígenes. Eso
es lo que ha hecho recientemente el Concilio Vaticano II, buscando
responder a las exigencias del tiempo presente.
La Tradición litúrgica
Esto nos lleva a reflexionar sobre lo que es realmente la Tradición de
la Iglesia. La Tradición no consiste en reproducir materialmente lo
que se ha recibido de generaciones precedentes. De lo que se trata es
de hacer de nuevo lo que hizo Cristo, y no otra cosa; es el sentido de
lo que Pablo recordaba a los Corintios: «... lo que he recibido del
Señor y os he transmitido»... Pero las asambleas cristianas de cada
época tienen que «vivir» eso que hacen, introduciendo ahí todo lo que
son, su cultura, su lenguaje... La misa, por ello, ha ido tomando
formas distintas, según los tiempos y los lugares, y esta evolución
sigue produciéndose. Por ejemplo, en el Zaire han sido recientemente
adoptadas costumbres particulares, que implican modos de expresión
(cantos, danzas, instrumentos de música, vestiduras, etc.) adaptados a
este pueblo africano.
24
reconocidas, de las que algunas se han perpetuado hasta épocas
recientes. Así, se rehusaba celebrar la Eucaristía en los funerales de
los niños bautizados, con el pretexto de que, puesto que estaban sin
pecado, no la necesitaban... como sí el sacramento del altar no fuera
también una acción de gracias y un sacrificio de alabanza. Los
cristianos de los primeros siglos lo celebraban sobre la tumba de los
mártires, que sin embargo ya habían alcanzado, por el testimonio
supremo de su sangre, el perdón de todas sus faltas.
Estas prácticas en sí mismo legítimas se habían convertido en
abusivas por su exclusividad. No podemos imaginar la misa corno un
medio de ejercer presión sobre Dios para someterle a nuestra voluntad
y a nuestros propios intereses, materiales o espirituales. Lo que senos
ha prometido es que la Eucaristía, celebrada con fe, sería siempre
fuente de gracias; y si es cierto que el Señor quiere que le expresemos
nuestros deseos con la simplicidad y la confianza de los niños que se
dirigen a su Padre, el primero de los beneficios que nos concede es el
de enseñarnos a decir: «Hágase tu voluntad».
Lo que dicen algunos creyentes
Algunos días siento dentro de mí una multitud de intenciones de
oración. Necesito rezar por mi mujer enferma, por ese amigo que se
encuentra sin trabajo con cuatro hijos a su cargo, por ese vecino que
acaba de encontrar la muerte en un accidente estúpido. Me siento
solo, superado por los acontecimientos. Necesito encontrarme con
otros para orar; necesito de su oración para que la mía sea más
fuerte y encontrar así un poco de esperanza, de consuelo. La misa es
para mí esa ocasión reconfortante, ese encuentro de
fraternidad. (Publicado en «Fétes et Saisons»).
Este es el significado de toda oración de petición. Para comprender
mejor el modo de actuar de aquél hacia quien se dirigen nuestras
súplicas, me permito recurrir a una imagen que me sugirió un amigo
que era marino. Fijémonos en lo que ocurre cuando un barco llega a
puerto. Los marineros echan una cuerda que se sujeta a un punto fijo
sobre la tierra firme; sus gestos, a partir de ese momento, son
exactamente los mismos que realizarían si quisieran atraer hacia sí el
muelle en el que quieren abordar y sin embargo son ellos los que, de
este modo, se ponen en movimiento con su barco para aproximarse al
embarcadero. De un modo semejante, la oración de petición, haciendo
97
LA MISA SE OFRECE POR LOS VIVOS Y POR LOS
DIFUNTOS
Como testifica todo cuanto llevamos dicho, la Iglesia ha considerado
siempre la misa como una fuente de gracias para todos los fieles y en
particular para los que participan en ella. Es legítimo, por tanto,
celebrarla presentando a Dios nuestras peticiones y orando por
nuestros allegados. Lamentablemente, la comprensión y vivencia de
esta dimensión de la Eucaristía ha conocido muchas vicisitudes, que
provocaron, en el siglo XVI, fuertes reacciones por parte de los
protestantes. El concilio de Trento tuvo, al mismo tiempo, que
denunciar los abusos y que recordar solemnemente que lo que
expresan las plegarias y los ritos es «conforme a la tradición de los
apóstoles» (concilio de Trento, sesión 22).
Una perspectiva exclusiva e interesada
Hubo la tendencia, a partir de la Edad Media, a insistir de tal manera
en este aspecto, que se corría el riesgo de dejar en la sombra otras
dimensiones esenciales de este sacramento. Aparecieron costumbres
que de por sí no tenían nada de reprensibles, pero que eran
interpretadas en el sentido de una cierta «aritmética» abusiva:
aumentar el número de misas para aumentar la abundancia de los
dones de Dios respondiendo a las distintas necesidades de los
cristianos. Se multiplicaban las misas privadas, sin la presencia del
pueblo; eran ordenados sacerdotes un gran número de monjes, cuando
antes eran todos laicos; crecía el número de misas «votivas», es decir,
orientadas hacia intenciones precisas o devociones particulares.
Además, la oración por los difuntos, que se consideraba más eficaz
cuando tomaba la forma de las intercesiones eucarísticas, ocupaba un
importante lugar para aquellas poblaciones a las que las epidemias, las
guerras y una higiene precaria hacían vivir en familiaridad con la
muerte. Así, los testamentos incluían a menudo ofrendas para celebrar
misas. ¿No era esta una magnífica forma de obtener garantías sobre la
propia suerte más allá de la vida en este mundo? A pesar de las
enseñanzas de los pastores y de los teólogos, en la conciencia popular
casi no se veía más que este aspecto de la Eucaristía. Estos
sentimientos llegaron incluso a traducirse en prácticas oficialmente
96
Se trata de distintas maneras de realizar la misma liturgia, cuyas líneas
esenciales se remontan a las más antiguas manifestaciones del
cristianismo. La Iglesia quiere asegurarse de que sea realmente así;
por ello, los libros que contienen los ritos y las fórmulas tienen que
ser aprobados por aquellos que han recibido la misión de velar por la
transmisión de la fe. Pero un misal es siempre un libro utilizado por
una comunidad concreta y viva. Si, un domingo, entramos en las
distintas iglesias de una ciudad, veremos el misal editado tras el
último Concilio prácticamente en todos los altares y, si viajamos por
distintos países, lo encontraremos traducido en multitud de lenguas: y
sin embargo, nos podremos sentir al mismo tiempo impresionados
ante la variedad de estilos de las celebraciones; los ritos de la misa son
los mismos en todas partes y sin embargo pueden adoptar en cada
sitio coloraciones múltiples. Este hecho resulta aun más sensible
cuando consideramos las misas de niños, las de grupos de jóvenes de
todo tipo, las de las jornadas de estudio y de formación o las de los
grandes encuentros de los distintos movimientos y las de los
momentos fuertes de la vida de la Iglesia. Este es sin duda el mejor
testimonio de la fecundidad de la renovación litúrgica. Precisamente,
esa renovación pretendía ante todo promover «la participación activa
de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género
de vida y grado de cultura religiosa» (Constitución sobre la Liturgia,
n° 19).
Lamentablemente, siempre ha habido, entre los cristianos, quienes
confunden la Tradición con el tradicionalismo. Los integristas
actuales, que se agarran al «misal de san Pío V», es decir, al que se
elaboró al fin de la Edad Media, no son ni los primeros ni los últimos
en quejarse de que «les cambian la religión».
Respuesta de san Agustín a un «integrista» de su tiempo
Cuando mi madre vino conmigo a Milán, al constatar que las
costumbres de esta Iglesia no eran las mismas que en Roma, empezó a
inquietarse y a dudar de lo que tenía que hacer. Como yo no entendía
entonces de estos temas, consulté sobre ellos a Ambrosio (el obispo)...
y él me dijo: «Cuando vayas a una Iglesia, observa sus modos de
actuar, si no quieres escandalizar a nadie ni escandalizarte tú».
Cuando le dije esto a mi madre, ella lo aceptó de buen grado. Por lo
que a mí respecta, reflexionando a menudo sobre esta cuestión, he
visto que había sido para mí como una respuesta del cielo. A menudo
25
me he dado cuenta con pena y dolor que muchas angustias entre las
personas débiles provienen de las obstinaciones tercas o de las dudas
escrupulosas de algunos hermanos respecto a cuestiones que no
pueden resolver ni la autoridad de la Sagrada Escritura, ni la
tradición de la Iglesia universal, ni una necesidad moral; se trata de
vanas discusiones de espíritus quisquillosos que, porque ellos tienen
determinada costumbre en su país, o porque en sus viajes ven otras
maneras de hacer, se creen tan sabios que se apartan de lo que hacen
los demás, y lo convierten todo en tema de debate, convencidos de que
lo único válido es lo que hacen ellos. (Carta 54. A Januario).
Agustín había abandonado en su juventud la fe cristiana en la que le
había educado su madre. Después de una larga búsqueda, gracias a
distintas lecturas y encuentros personales, redescubrió el Evangelio y
se hizo bautizar. Fue obispo en África del Norte, donde había nacido,
y ejerció una gran influencia en la Iglesia como teólogo y como
pastor.
La liturgia evoluciona como un organismo vivo. El anciano puede
decir «yo» refiriéndose al recién nacido o al adolescente que ha sido,
aunque su apariencia externa resulte tan distinta. Del mismo modo, la
Eucaristía que la Iglesia hoy celebra es realmente la misma que el
Señor instituyó el día antes de su pasión.
participantes puedan unirse a ellos. La petición contenida en la
epíclesis de comunión (ver capítulo 5, pág. 68 y capítulo 6, pág. 76) se
prolonga en intercesiones, en las que se unen las peticiones por los
vivos y los difuntos, puesto que en torno al altar, en la comunión de
los hijos de Dios, ninguna barrera los separa.
El «Memento»
Esta palabra latina significa «Acuérdate». Con ella empiezan
normalmente las intercesiones de la plegaria eucarística; por eso se
utiliza esta palabra para designarlas. Y así se habla del Memento de
vivos, el Memento de difuntos…
Esta plegaria por los bautizados es una expresión de los lazos que los
unen. En ella también se nombran aquellos cuya misión es significar
la unidad de la Iglesia: el papa, y el obispo del lugar. También se hace
mención de los miembros de esa Iglesia cuya presencia es invisible,
pero cuya oración se une a la nuestra en la celebración: la Virgen
María y los santos. Y, para recordar que el Reino de Dios se extiende
más allá de las comunidades cristianas, se añaden en algunas plegarias
eucarísticas frases como estas: «Señor, acuérdate... de aquellos que te
buscan con sincero corazón;... cuya fe sólo tú conociste...». Una de las
plegarias eucarísticas expresa todo esto dibujando como una serie de
círculos concéntricos en torno al altar.
... Como círculos concéntricos en torno al altar
Y ahora, Señor, acuérdate
de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio:
de tu servidor el papa (y se dice su nombre),
de nuestro obispo (y se dice su nombre),
del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos;
de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo
y de aquellos que te buscan con sincero corazón
(Plegaria eucarística IV)
Es curioso que se dé dinero para celebrar una misa.
¿Se pueden comprar los frutos de la Eucaristía?
26
95
la fábrica, creen en el progreso de las Cosas y buscarán hoy
apasionadamente la luz.
Esta multitud agitada, confusa o concreta, cuya inmensidad nos
asusta, este Océano humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones
provocan el desconcierto incluso en los corazones más creyentes,
quiero que en este momento llene mi ser con la resonancia de su
murmullo profundo...
Puesto que, a falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus
Santos, tú me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo
que se mueve en la oscura naturaleza, y puesto que,
irremediablemente, yo reconozco en mí, más que un hijo del Cielo, un
hijo de la Tierra, subiré esta mañana, en el pensamiento, a los lugares
más altos, cargado con las esperanzas y las miserias de mi madre; y
allí-con la fuerza de un sacerdocio que sólo tú, estoy convencido, me
has dado-, sobre todo lo que, en la Carne humana, se apresta a nacer
o a morir bajo el sol que se levanta, invocaré al Fuego... (Pierre
Teilhard de Chardin).
LAS INTERCESIONES DE LA PLEGARIA
EUCARÍSTICA
Consciente de su misión, el pueblo de los bautizados, después de
haber presentado ante Dios las necesidades de toda la humanidad, se
recomienda así mismo ante Dios presentándole sus propias
intenciones. Una nueva intercesión se eleva durante la plegaria
eucarística. La enumeración se limita entonces a los hermanos y
hermanas en la fe, y particularmente a aquellos que se confían
explícitamente a la oración de la comunidad.
En otro tiempo, cuando los fieles aportaban de sus casas el pan y el
vino que tenían que utilizarse en la Eucaristía, manifestaban así su
voluntad de tener parte activa en la celebración, como miembros de un
pueblo de sacerdotes. Pero al mismo tiempo querían también
presentar así las preocupaciones e inquietudes propias y de los suyos,
en la esperanza de que el sacrificio de Cristo les ayudaría a sobrellevar
y superar las pruebas con las que se encontraban. Era como una forma
de tender la mano para aprovechar las gracias sacramentales.
Todo esto lleva a que se proclamen en la asamblea los nombres de los
que han manifestado estos deseos de oración, para que todos los
94
Capítulo 2
UNA REUNIÓN QUE HACE
VISIBLE A LA IGLESIA
Lo primero que uno ve en la misa es un conjunto de
hombres y mujeres que se reúnen. Esto es algo que ya
sorprendía a un pagano del siglo II: «Los cristianos -decíase reúnen un día fijo, para cantar himnos a Cristo como a
un dios». Para celebrar, lo primero que hay que hacer es
encontrarse juntos... pero eso supone que los reunidos antes
estaban dispersos. ¿Esta alternancia de dispersión y reunión
nos dice algo sobre lo que es la Iglesia de Jesucristo, sobre
lo que la Iglesia hace en la misa? ¿Cómo se ha vivido esto
en el pasado? ¿Cómo lo vivimos hoy?
¿Sería correcto definir a los cristianos como
unas personas que van a misa?
Pues, la verdad, no parece que eso sea lo esencial...
UN PUEBLO DISPERSO
En la mentalidad religiosa de los primeros siglos, la reunión de los
cristianos cada domingo se veía como algo sorprendente, casi como
un escándalo. En efecto, cuando los judíos se establecían en una
ciudad como por ejemplo Roma, Corinto o Alejandría, se agrupaban
en un mismo barrio, en el que vivían relacionándose entre sí;
consideraban que comer con paganos o ir a sus casas les volvía
«impuros», como decían ellos, porque eso significaba exponerse a
renegar de las costumbres que habían recibido de sus padres. Su
jornada, por otra parte, estaba llena de gestos religiosos que había que
cumplir, o de fórmulas de oración que había que recitar, todo lo cual
no resultaba fácil de llevar a cabo si uno no vivía en un ambiente en el
que estas prácticas resultaran familiares.
Pero ocurrió que, en cuanto empezaron a entrar a formar parte de las
comunidades cristianas hombres y mujeres que no eran judíos, esos
hombres y mujeres se quedaron en su familia, en sus lugares de
trabajo, en la sociedad en la que vivían antes de su conversión, en
medio de familiares, amigos y compañeros que no compartían su fe.
Los judíos no podían comprender este comportamiento, y los paganos
mismos también se sorprendían.
Los reproches de un judío recogidos por un cristiano
Lo que nos resulta más difícil de aceptar es que vosotros os decís
piadosos y pretendéis ser distintos de los demás, pero sin separaros de
ellos; vosotros no vivís de manera distinta a los paganos, puesto que
no observáis ni las fiestas ni los sábados y además tampoco estáis
circuncidados... (San Justino, «Diálogo con Trifón», 10,3).
Y sin embargo -los cristianos de aquel tiempo lo sabían bien, como
los de hoy- la Iglesia tiene como vocación estar dispersa en medio del
mundo, en su existencia cotidiana.
Los cristianos viven en medio del mundo
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por la
nación, ni por la lengua, ni por el vestido. No viven en ciudades
propias, no utilizan ningún dialecto especial, su manera de vivir no
tienen nada de singular… Están en las ciudades griegas y en las
bárbaras según el azar ha querido para cada uno; y actúan según las
costumbres de su lugar en el vestir, en el comer y en el modo de vivir,
manifestando ahí las leyes extraordinarias y paradójicas de su
república espiritual… (Carta a Diogneto 5, 1.2.4).
Esta carta de un autor anónimo de finales del siglo II fue escrita con
toda probabilidad en Egipto.
28
Se trata, pues, de una oración sacerdotal, que hace compartir a los
fieles la preocupación del Señor por la salvación del mundo entero.
Los testimonios antiguos hablan de la alegría d e aquellos que
acababan de ser bautizados y que, hechos miembros de Cristo
sacerdote, participaban por primera vez de la oración universal.
Participando de esa oración empezaba su inserción en la asamblea de
los hermanos.
Y es también una oración cósmica, comunión con la del Hijo de Dios
«por quien todo fue hecho» (Juan 1,3) y que trabaja, por su Espíritu,
en el corazón de toda criatura, para edificar «un cielo nuevo y una
tierra nueva» (Apocalipsis 21,1) en el que todo estará reunido en él
(Efesios 1,10). Los muertos y los vivos se unen en una misma súplica,
como pertenecientes a este inmenso cortejo de los invitados al festín
del Reino.
«La misa sobre el mundo»
Puesto que, una vez más, Señor... no tengo pan, ni vino, ni altar, me
elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real,
y te ofreceré, yo tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el
trabajo y el dolor del Mundo.
El sol ilumina, allí abajo, la franja extrema del primer Oriente. Una
vez más, bajo el mantel inquieto de su resplandor, la superficie viva
de la Tierra se despierta, se estremece, y recomienza su impresionante
labor. Yo pondría sobre mi patena, Dios mío, la cosecha esperada de
este nuevo esfuerzo. Yo derramaría en mi cáliz la savia de todos los
frutos que hoy llegarán a su sazón.
Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma completamente
abierta a todas las fuerzas que, en un instante, se elevarán desde
todos los puntos del Globo y convergerán en el Espíritu. Que vengan
a mí, ahora, el recuerdo y la mística presencia de todos los que en
este momento la luz despierta para una nueva jornada.
Uno a uno, Señor, yo los veo y los amo, a todos los que tú me has
dado como sostén y como sentido natural de mi existencia... Yo los
evoco, a todos los que forman la tropa anónima de la masa
innumerable de los vivos: los que me rodean y me sostienen sin que yo
los conozca; los que vienen y los que se van; y sobre todo los que, en
la verdad o a través del error, en su despacho, en su laboratorio o en
93
enemigos, los miembros de la asamblea y sus preocupaciones. Nada
humano está excluido: es una «oración universal». Estas
intervenciones tienen como objetivo incitarnos a lomar sobre nuestras
espaldas con Jesús las cruces que en ellas se recuerdan, de manera que
lo esencial es la súplica que luego sale de nuestros corazones. Esta
súplica la expresamos generalmente mediante unas breves palabras de
imploración que repetimos cada vez: «¡Escúchanos, Señor!... Señor,
escucha y ten piedad», u otras fórmulas semejantes, que nos abren
siempre a vastos horizontes. Y también puede hacerse mediante un
tiempo de silencio lleno de la miseria del mundo y de la presencia de
Dios.
Las recomendaciones de san Pablo
Lo primero que recomiendo es que se tengan súplicas y oraciones,
peticiones y acciones de gracias por la humanidad entera, por los
reyes y todos los que ocupan altos cargos, para que llevemos una vida
tranquila y sosegada, con un máximo de piedad y honestidad. Esto es
cosa buena y agrada a Dios nuestro salvador, pues él quiere que
todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. (1 Timoteo
2,1-4)
No se trata, desde luego, de quedar satisfechos mediante una oración
que se quedará en simple acto de piedad. Esta intercesión, si es
auténtica, marcará con su huella nuestra existencia cotidiana, haciendo
de nosotros, según la expresión del P. de Foucault, un «hermano
universal».
La oración de un pueblo de sacerdotes
Esta intercesión que abraza a toda la humanidad es ya, podríamos
decir, una acción eucarística. Porque reúne todo el dinamismo de la
ofrenda de Jesús: «Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar
de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo» (Juan 13,1). Y, lavando los pies de
sus discípulos los introdujo en su misterio pascual, que celebra toda
misa.
92
UN PUEBLO QUE SE REÚNE
Pero, ¿de qué manera podían aquellos hombres y mujeres dispersos
entre los paganos mantener la conciencia de pertenecer a ese «nuevo
pueblo» en el que el bautismo les había introducido, y no dejarse
arrastrar o absorber por el ambiente en el que vivían? Gracias a la
asamblea de los domingos. Allí podían «ver» la Iglesia y reencontrar
la fuente de su fe en la escucha de la Palabra de Dios y la celebración
de los sacramentos.
Esta reunión es una de las más antiguas manifestaciones de la
existencia cristiana. Desde el octavo día después de la resurrección del
Señor, sus discípulos empezaron a reunirse y, desde entonces hasta
ahora, cada ocho días, la Iglesia no ha dejado de invitar a sus fieles a
reencontrarse para hacer visibles los lazos que les unen. Como para
nosotros hoy, en aquellos inicios esta reunión era importante, pero no
era fácil.
El domingo, nos reunimos para la fracción del pan... (Hechos de los
Apóstoles 20,7; en la comunidad de Tróade).
El día llamado día del sol, tiene lugar la reunión en un mismo lugar
de todos los que viven en la ciudad o en el campo... (San Justino,
«Primera Apología», 67; en la comunidad de Roma).
¿Podemos celebrar juntos, cuando en la vida
estamos tan lejos unos de otros...
y cuando los combates de la existencia nos llevan a
enfrentarnos?
EN EL CORAZÓN DE LAS TENSIONES,
DE LAS DESIGUALDADES
Las novelas y las películas que pretenden ser históricas presentan esa
reunión de los primeros cristianos como algo que se desarrolla en un
ambiente de intenso calor humano en el que se experimenta la
felicidad de estar codo a codo frente u un malvado mundo pagano, en
29
el universo cerrado y aislado de las catacumbas. Es verdad que,
periódicamente, esas comunidades sufrían crueles persecuciones...
Pero también es verdad que en este tema hay mucha leyenda y todo
lleva a creer que la realidad era muy distinta.
Si toda la misa es una oración, hay momentos en los que lo que
domina es la súplica y la petición. ¿Cómo y por quién somos
invitados a orar en la celebración eucarística?
¿Se celebraba la Eucaristía en las catacumbas?
Las catacumbas eran cementerios públicos... y por tanto un pésimo
lugar para esconderse. Nunca fueron lugar habitual de culto durante
las persecuciones. ¿De dónde viene entonces la leyenda? De que
algunos cristianos fueron detenidos allí mientras estaban reunidos en
asamblea... Pero esos cristianos no estaban allí para esconderse;
estaban allí celebrando el aniversario de la muerte de determinados
mártires, v lo hacían ofreciendo sobre su tumba el sacrificio del
Señor.
Para ir a la asamblea, los discípulos de Cristo se separaban y dejaban
a algunas de sus personas más queridas: familiares, compañeros de
cada día, hombres y mujeres con los que se sentían solidarios en los
combates de la vida... y que no se habían adherido a su misma fe. Su
lugar aún vacío, dolorosamente sentido, fue sin duda el fermento más
fecundo de su impulso misionero: esa ausencia hacía más hondo en
ellos el deseo de hacerles compartir su esperanza.
¿Y a quién encontraban junto al altar de la Eucaristía? A personas
que, por su fe, aprendían a reconocer como hermanos y hermanas en
Cristo... Pero que eran quizá esclavos, mientras ellos eran hombres
libres, u hombres libres mientras ellos eran esclavos... No era fácil dar
el paso de sentirse hermanos en esas condiciones. Pero ese paso
contenía dentro de sí la promesa de un mundo nuevo, era una especie
de contestación frente a la sociedad con sus divisiones y sus
desigualdades. Había entonces una gran sensibilidad respecto a esa
faceta de la reunión.
El pobre y el rico en la asamblea
Supongamos que en vuestra reunión entra un personaje con sortijas
de oro y traje flamante y entra también un pobretón con traje
mugriento. Si atendéis al del traje flamante y le decís: «Tú siéntate
aquí cómodo», y decís al pobretón: « Tú, quédate de pie o siéntate
aquí en el suelo junto a mi estrado», ¿no habéis hecho
30
LA ORACIÓN UNIVERSAL
Una intercesión
Interceder significa actuar como intermediario entre una persona que
presenta una petición y aquél a quien dicha petición se dirige. Si, por
ejemplo, después de haberme peleado con alguien, deseo recuperar la
buena relación con él pero temo no ser escuchado, puedo recurrir a
uno de sus amigos para que le hable en mi nombre, confiando que su
gestión será mejor aceptada. En este sentido nos dirigimos a los santos
cuando decimos: «Ruega por nosotros». Contamos con ellos para
presentar al Señor nuestra súplica.
Jesús, al dar su vida por los hombres, se ha revestido de la misión de
interceder por ellos, de hacer subir al cielo todas sus llamadas de
ayuda en las pruebas de la vida. Se ha convertido en el amigo cuya
voz puede ser escuchada por el Padre, que ha puesto en él todo su
amor. Y al unirnos a él por la gracia del bautismo, nos hace participar
también de esta misión de intercesión. Por eso, cuando estamos
reunidos en su nombre para celebrar la Eucaristía, nuestra oración
debe ensancharse hasta alcanzar las dimensiones de la suya y mirar a
todas las necesidades del mundo. Es en cierto sentido el reverso de
otra tarea que nos ha sido confiada, la de anunciar la Buena Noticia a
toda criatura. Hemos recibido el encargo de hablar de los hombres a
Dios en la oración, de la misma manera que hemos recibido el de
hablar de Dios a los hombres mediante la evangelización.
Y eso es lo que hacemos, cada domingo, antes de poner en el altar el
pan y el vino y después de habernos alimentado con la Palabra del
Señor. Un diácono o un laico enumera las grandes intenciones del
momento, es decir, todo lo que nos lleva a implorar la ayuda de Dios:
le recomendamos las comunidades cristianas, los responsables de la
sociedad, las aspiraciones de justicia y de paz, la humanidad que sufre
abrumada por toda clase de pruebas, nuestros amigos y nuestros
91
asamblea, con su Amén repetido, se adhiere a las alabanzas y las
súplicas del presidente; mediante los cantos ejecutados al unísono o
alternados con un solista o una coral, dice al Señor su esperanza y su
fe; mediante sus actitudes y sus gestos, sus desplazamientos para
presentar las ofrendas o para recibir la comunión, une su cuerpo a lo
que sienten y viven el alma y el corazón. En determinadas
circunstancias o en las misas de niños y jóvenes, se añaden otros
modos de expresión no previstos en los libros litúrgicos, pero que se
insertan bien en el ritmo de la celebración. Y también está el silencio
que, surgiendo en los momentos adecuados, favorece el recogimiento
e interioriza la participación.
Como si penetrase en un santuario, cada uno entra así, con su fe y sus
dificultades, su fervor y su sequedad interior, en la oración de Jesús. Y
si un día no es capaz de hacer nada más, podrá contentarse, como
decía una persona duramente probada por la vida, con «prestar su
cuerpo a la Iglesia». Y es que además, cada uno de nosotros tiene
necesidad de contar con sus hermanos y sus hermanas en Cristo para
compensar su propia debilidad.
La oración de la Iglesia y nuestra oración
Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones
de la Iglesia, que es «sacramento de la unidad», es decir, pueblo
santo congregado y organizado... Por eso pertenecen a todo el cuerpo
de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de los
miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad
de órdenes, funciones y participación actual...
Para promover la participación activa se fomentarán las
aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas,
los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales.
Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado. (Concilio
Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», 26 y 30).
discriminaciones entre vosotros? y ¿no os convertís en jueces de
raciocinios inicuos? Escuchad, queridos hermanos, ¿no fue Dios
quien escogió a los que son pobres a los ojos del mundo para que
fueran ricos de fe y herederos del Reino que él prometió a los que le
aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. (Carta de
Santiago 2.2-6).
A esta contestación frente a la sociedad se añade la acogida del
extranjero: un cristiano está siempre en casa, en cualquier lugar en el
que la Iglesia se manifieste. Lo cual no fue siempre fácil. De modo
que no resulta nada inadecuado hablar de tensiones.
Consejos a un obispo
Si, cuando tú presides, obispo, llega un hombre o una mujer de un
rango elevado según el mundo, sea del propio lugar o venga de fuera,
cuando tú proclamas la Palabra de Dios o la escuchas o la lees, no
abandones el ministerio de la Palabra, haciendo diferencias entre las
personas, para ofrecerle asiento. Quédate tranquilo y no interrumpas
la Palabra. Los hermanos ya le recibirán... Pero si llega un hombre o
una mujer pobre, sea del propio lugar o extranjero, sobre todo si es
de edad avanzada y no queda sitio, déjale tu sitio, obispo, de todo
corazón, incluso si entonces tú tienes que sentarte en el suelo, y así no
harás diferencias entre las personas y tu ministerio será agradable
ante Dios. (Didascalia de los Apóstoles, II, 58).
Esta obra es una especie de «Manual del obispo», y es originaria de
Siria, en el siglo III.
Para nosotros tampoco resulta fácil: aceptar estar junto a hombres y
mujeres con los que no estamos siempre de acuerdo, orar con quienes
no parecen vivir el Evangelio como nosotros quisiéramos vivirlo,
cuesta esfuerzo... sobre todo cuando tenemos la impresión de que así
nos alejamos de aquellos de quienes nos sentimos más cercanos y
solidarios en el mundo.
Porque hubo épocas en las que, cuando sonaba la campana, todo el
pueblo o todo el barrio se transportaba al interior de la iglesia, pero
con todas sus divisiones: los poderosos tenían asientos reservados y
los pobres se quedaban «junto a la pila del agua bendita», como dice
90
31
A. Daudet en Le Secret de Maitre Cornille. Las tensiones se dan por
inexistentes, y resulta muy difícil encontrar ahí algo de espíritu
misionero... Esta imagen de cristiandad está ya algo superada
actualmente, pero ¿no se sigue hablando de unidad o de fraternidad
olvidando o poniendo entre paréntesis los problemas y los conflictos
de la existencia... como si fuera posible despojarse de la vida al pasar
bajo el pórtico de la iglesia?
Capítulo 7
UNA ORACIÓN SIN LÍMITES
Lo que dicen algunos creyentes
En la iglesia de mi parroquia, yo no me siento a gusto... por la gente
que no es de mi ambiente proletario y por el cura que no quiere saber
nada de todo lo que tenga que ver con la clase obrera... (Francisco).
En el comité de huelga, el patrón ha rechazado ostensiblemente
estrecharme la mano al terminar una reunión, al tiempo que la
estrechaba a los demás representantes del personal. Era para darme
a entender que me consideraba el principal instigador. Él sabía que
eso me iba a afectar... En la misa, en la que quizá podríamos volver a
encontrarnos, he pensado en él a menudo, y eso me ha permitido
seguir amándolo, al mismo tiempo que proseguía la lucha para que se
establezcan entre él y nosotros relaciones de justicia. (Un militante
obrero).
En la asamblea, todos somos hijos de Dios. Entonces,
¿por qué se da una diferencia entre los sacerdotes y los demás?
Y si es el sacerdote el que «dice» la misa,
¿qué hacemos los demás?
UNA MELODÍA A MUCHAS VOCES
Los cristianos que se reúnen son conscientes de que responden a una
invitación; no es por su propia iniciativa por lo que dejan a sus
compañeros de cada día para encontrar a aquellos que comparten su
fe... Lo hacen porque han atendido una llamada del Señor.
32
Dar gracias a Dios, evocar las maravillas que él ha
realizado, incluye necesariamente pedirle que las continúe y
renueve hoy... Es presentarle nuestras peticiones y las de
toda la humanidad. Además, está la costumbre de celebrar
la misa por un enfermo, por un difunto... ¡Sin duda, ese tipo
de oración debe ser particularmente eficaz! ¿Cómo rezamos,
cuando celebramos la Eucaristía?
A menudo tenemos la impresión de no saber rezar.
¿Podemos a pesar de eso participar de la misa?
LA MISA ES TODA ELLA UNA ORACIÓN
Todo en la misa se desarrolla en un diálogo con el Padre. La
celebración, en su punto culminante, es acción de gracias, alabanza,
súplica para recibir el Espíritu Santo; y es a Dios a quien se dirige el
relato de la Cena mediante el cual se realiza la consagración. Y fuera
de la plegaria eucarística están también las «oraciones» que concluyen
los ritos de entrada, de preparación de las ofrendas y de comunión.
Estas palabras de oración las dicen el obispo o el sacerdote; pero basta
entrar en una iglesia en el momento en que los fieles están reunidos
para constatar la armonía de las distintas funciones al servicio de la
participación de todos. Los lectores, los cantores, los animadores, los
distintos ministros, clérigos y laicos, intervienen cada uno en su
momento para que el pueblo entero se una a la plegaria de Cristo. La
La Eucaristía tiene la dimensión del mundo
Los signos del pan y del vino que Jesús ha escogido para decirnos su
presencia de Resucitado y su amor, y que son fruto de la tierra y del
trabajo de los hombres, nos dicen también que toda realidad creada,
humana, debe ser transfigurada, transformada, divinizada por el
amor de Cristo.
Por la Eucaristía Jesús hace de nosotros los signos de su amor a
través de la cotidianidad de nuestras vidas y a través de todas las
dimensiones de la realidad humana.
No existe, pues, ningún lugar ni momento en el que nosotros no
debamos, como miembros del pueblo de Dios, cada uno por nuestra
parte, ser testigos del sentido nuevo y definitivo que el amor de Dios
derramado en nuestros corazones da a todas nuestras opciones
humanas
.
...La dimensión del mundo es la dimensión de toda Eucaristía. La
Eucaristía hace de cada uno de nosotros un miembro del cuerpo de
Cristo y en consecuencia un artesano de una humanidad más fraterna.
(MariusMaziers, arzobispo de Burdeos).
Una asamblea convocada: la función del presidente
Este hecho tiene que hacerse visible para que no lo olvidemos. Por eso
la asamblea tiene un presidente, que está allí en nombre de Cristo.
Normalmente es el obispo, que ha sido investido para esta misión por
la imposición de las manos de los que eran obispos antes que él. Así
se hace desde el tiempo de los apóstoles. Pero el obispo no puede
estar en todas partes; por ello, ordena sacerdotes imponiéndoles las
manos, y estos, a su vez, significan que cada misa es un acto de Jesús.
Así entendemos por qué se dice siempre el nombre del obispo, junto
con el del papa, durante la plegaria eucarística.
La principal manifestación de la Iglesia
La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación
plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas
celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en
una misma oración, junto al único altar donde preside el obispo,
rodeado de su presbiterio y sus ministros.(Concilio Vaticano II,
«Constitución sobre la Liturgia», n° 41).
El «presbiterio» es el colectivo formado por todos los sacerdotes de
una misma Iglesia o diócesis.
A veces, se habla del «celebrante». Esta costumbre data de la Edad
Media, en la que se tendió a dar al sacerdote una importancia casi
exclusiva. Hoy volvemos al vocabulario que se utilizaba en los
tiempos antiguos: el sacerdote no es el único que celebra, sino que él
celebra como presidente. Es un bautizado como los demás, pero ha
recibido la misión de manifestar la presencia de Cristo como cabeza
de su cuerpo. Esta función es importante, puesto que nos muestra
claramente que todo lo que vivimos en esta asamblea es un don de
Dios, algo que recibimos y que no podemos obtener por nosotros
mismos, especialmente por lo que respecta a la Eucaristía: es Jesús
quien se da y nos arrastra tras de sí.
88
33
Una asamblea activa y consciente
Pero este don que recibimos pide una respuesta, y antes de la
respuesta, un terreno favorable para acogerlo. Y del mismo modo que
la tierra que recibe la simiente no está pasiva durante la germinación
(la tierra aporta su contribución, contribuye con su riqueza a la
eclosión del fruto), también todos los miembros de la asamblea son
actores de la celebración; algunos pueden ejercer algunas tareas
peculiares (lectores, solistas, monitores, corales, servicio de acogida,
ministros del altar, etc.), pero lodos son verdaderos participantes y,
desde su lugar respectivo, celebrantes: cada uno viene marcado y
moldeado por toda su vida, con sus alegrías, sus penas y sus
compromisos, para ponerlo todo bajo la mirada de Dios y dejarse
transformar por su gracia
Lo que dicen algunos creyentes
Yo voy a misa llevando conmigo la vida de mis compañeros: sus
luchas, sufrimientos, esperanzas de una vida en mejor armonía
consigo mismo, con los demás, con el entorno. Funciona mejor
cuando uno puede reflexionar sobre todo esto antes de ir a la iglesia.
Y ahí recibe uno también la fuerza para seguir... (Juan).
Las distintas funciones que se dan en la asamblea ayudan también a
que ésta sea una imagen y una manifestación de la Iglesia. Esas
funciones no vienen determinadas por el éxito humano o las
conveniencias sociales, sino únicamente por la misión que confieren
los sacramentos recibidos para el servicio efectivo de un pueblo en
oración. Todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo
como miembros de su cuerpo, en la complementariedad de sus
distintas funciones; el presidente, por su ministerio, significa que este
organismo tiene una cabeza, al mismo tiempo que recibe, él también
junto con todos, las gracias que de ella fluyen.
El cuerpo de Cristo en nuestro cuerpo
¿En qué consiste esta medicina? Consiste precisamente en ese cuerpo
glorioso que se ha manifestado más fuerte que la muerte y que se ha
convertido para nosotros en la fuente de la vida. Como una poca
levadura, según la palabra del Apóstol, transforma toda la masa, así
el cuerpo de Cristo elevado por Dios a la inmortalidad, cuando se
introduce en nuestro propio cuerpo, lo cambia y lo transforma todo
entero en su propia sustancia. (San Gregorio de Nisa, «Discurso
catequético», 37, 3).
Gregorio era obispo de Capadocia (en la actual Turquía) hacia fines
del siglo IV.
El mismo Cristo me hace entrar entonces en su dinamismo y me une a
él para hacer de toda mi existencia una «ofrenda espiritual», mediante
una semejanza cada vez más grande con él. Así me compromete a
permanecer bajo su mirada en mi comportamiento de cada día, y a
ponerme al servicio de los hermanos. La comunión, al estrechar mis
lazos con Jesús, no queda reducida a una relación privada entre él y
yo, puesto que me hace semejante a aquél que ha dado su vida por las
multitudes.
Las oraciones que el sacerdote dirige a Dios en nombre de la asamblea
después de la comunión enumeran todas las riquezas que se derivan
de nuestra asimilación al Señor: nuevas fuerzas para los combates de
la vida y la lucha contra el pecado, gracias de perdón, de paz., de
justicia y de libertad, valor para ser testigos del Evangelio anunciando
a los pobres la Buena Noticia, no sólo de palabra sino por la acción,
unidad de todos los miembros del cuerpo de Cristo y crecimiento de la
Iglesia, amor sincero a todos los hombres, capacidad de compartir
nuestros bienes materiales y recursos humanos, vigilancia para esperar
el retorno de Cristo y semilla de resurrección... y tenemos la audacia
de evocar como frutos de la Eucaristía hasta el don del pan de cada día
y de la salud tanto del cuerpo como del alma.
Una participación activa y consciente
La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los
fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las
34
87
Celebrar es vivir más que lo que más intensamente nos pueda hacer
vivir nuestra existencia de cada día. Celebrar el misterio pascual es, a
través de los gestos y las palabras de la liturgia, hacer la experiencia
de una aventura que nos sobrepasa por todas partes: la aventura de
Cristo, una aventura de muerte y de victoria sobre la muerte. Es eso lo
que el Señor nos hace compartir... y es eso lo que da su perfecta
significación a todo lo que nosotros compartimos con los demás.
celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma,
y que es, en virtud del bautismo, un derecho y un deber del pueblo
cristiano, «linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido» (1 Pe 2,9). (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la
Liturgia», n° 14).
La Iglesia se preocupa de que los fieles no asistan a este misterio de fe
(la misa) como extraños y mudos espectadores, sino que
comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen
consciente, piadosa y activamente. (Constitución sobre la Liturgia, n°
48).
LOS FRUTOS DE LA COMUNIÓN
La Eucaristía no puede tener resultados automáticos. Si yo dijera: «Yo
comulgo a menudo y no soy mejor, por tanto esto no sirve de nada»,
significaría que no he entendido en absoluto el sentido de la
Eucaristía.
Es cierto que la acción del Señor en los sacramentos no depende sólo
de las disposiciones personales de los que los reciben. En los
sacramentos actúa la Iglesia; a través de lo que hace en la celebración,
la iglesia dice lo que ella es y en quién cree; y esa fe hace existir para
nosotros los actos de Cristo. De esta manera se puede realizar en
nuestras vidas una novedad que supera todo lo que cada uno de
nosotros puede aportar o merecer.
Pero Dios quiere tener necesidad de los hombres; sabemos que su
deseo más profundo es no hacer nada sin nosotros y no forzar nuestra
libertad. Si bien el sacrificio pascual del Señor puede ser
sacramentalmente renovado sin mi participación, yo sólo puedo
recoger sus frutos si me adhiero a la fe de la Iglesia, según mis
capacidades. Esta última precisión es importante: basta que yo crea en
la medida de lo que permitan mis cualidades de inteligencia y de
corazón, mi edad, mis disposiciones del momento, para recibir mucho
más que lo que yo puedo dar. Eso supone sobre todo una
disponibilidad interior, un deseo sincero de dejarme transformar por
su gracia.
La Iglesia es el pueblo de Dios y se hace visible en la asamblea.
¿Para qué, entonces, reunirse en las iglesias?
UN LUGAR PARA CELEBRAR
Al principio, los fieles se reunían para la Eucaristía en casas
particulares; los más acomodados de entre ellos ponían a disposición
de la comunidad una habitación de su casa y, si era posible, la
reservaban para este único uso. No fue hasta fines del siglo III cuando
empezaron a construirse edificios con la finalidad expresa de albergar
la reunión litúrgica, multiplicándose tales construcciones gracias a la
paz establecida por Constantino entre el Imperio y la Iglesia. Los
arquitectos encargados de construirlas no podían inspirarse en los
templos que se elevaban en todas las ciudades; esos templos eran
pequeños santuarios en los que se guardaba la estatua o las insignias
de la divinidad, aunque a veces estuvieran rodeados de columnatas y
atrios. No se trataba de levantar «casas de Dios», sino «casas del
pueblo», puesto que éste era la verdadera morada del Señor, hecha de
piedras vivas. El modelo que se escogió para esta finalidad no
pertenecía al mundo religioso: fue la basílica, edificio público
destinado a acoger las reuniones y los negocios de la vida social.
Resultó fácil adaptarlas al uso de los cristianos y se las llamó
«iglesias», palabra que en griego significa asamblea.
Se puede, evidentemente, celebrar la misa en cualquier lugar, puesto
que el templo vivo de Dios es la reunión del pueblo. Pero el hecho de
escoger un espacio reservado para ella, que además pueda adornarse y
86
35
disponerse adecuadamente para este uso, constituye una manera de
subrayar la importancia y expresar el respeto por la acción que allí se
realiza. En ese edificio se puede edificar un altar, sobre el que se
renovará sacramentalmente el sacrificio de Cristo; una sede para el
presidente que se pueda ver bien; un ambón desde el que el lector
proclamará la Palabra de Dios; un lugar para la coral; y se dispone de
una vasta nave en laque se reunirá el pueblo. Así los distintos lugares
y espacios facilitan el funcionamiento de una celebración con actores
diversificados uniendo sus actitudes y sus voces en la armonía de una
misma acción. Más adelante se buscará también disponer de un rincón
más íntimo en el que sea posible recogerse después de la misa junto al
sagrario en el que se conserva el pan eucarístico sobre todo para la
comunión de los enfermos y los moribundos.
No resulta sorprendente, por tanto, que los cristianos, a lo largo de los
siglos, según las técnicas y los procedimientos arquitectónicos de cada
época, hayan querido construir iglesias, adornarlas con frescos y
esculturas, organizar la luz y las sombras, preocuparse por la acústica.
Y no es tampoco sorprendente que esos edificios, al ser construidos,
se inauguren con una fiesta solemne llamada «Dedicación», cuyo
aniversario muchas comunidades celebran cada año.
Oración en la Dedicación de una iglesia
En verdad es justo y necesario darte gracias, Padre santo... porque en
esta casa visible que hemos construido, donde reúnes y proteges sin
cesar a esta familia que hacia ti peregrina, manifiestas y realizas de
manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros. En este
lugar, Señor, tú vas edificando aquel templo que somos nosotros, y
asila Iglesia, extendida por toda la tierra, crece unida, como Cuerpo
de Cristo, hasta llegar a ser la nueva Jerusalén, verdadera visión de
paz. (Prefacio de la misa de la Dedicación de una iglesia).
De este modo, el lugar en el que nos reunimos está llamado por sí
mismo a ilustrar el simbolismo de la asamblea, imagen de la Iglesia.
Pero todo eso,
¿no puede vivirse también en otro tipo de encuentros?
¿Realmente es tan importante ir a misa?
36
quieren construir para sí y para los que les rodean. ¿Cómo podríamos
pensar que esto no tenga nada que ver con la comunión eucarística?
¿Podríamos sentirnos satisfechos de celebraciones que no incitasen a
ninguna transformación en el comportamiento de quienes las viven?
Lo que dicen algunos creyentes
Un domingo por la tarde teníamos una reunión. Discutimos mucho.
Cada uno intentaba ser sincero. Lo que se debatía era nuestra fe y la
forma de vivirla. No estábamos de acuerdo en todo, pero buscábamos
entre todos la verdad. Con nosotros había un sacerdote; al acabar la
tarde, nos propuso celebrar la Eucaristía. Algunos rechazaron la
propuesta diciendo: «¿Qué añadiría la Eucaristía a lo que hemos
estado haciendo? Desde que hemos empezado la reunión, buscamos el
camino de la verdad a la luz del Evangelio. ¿No es eso ya la
Eucaristía?»
Yo no estaba de acuerdo. Hemos compartido entre nosotros,
ciertamente, y el Señor no estaba desde luego ausente de nuestra
reunión... Pero la Eucaristía es una plegaria al Padre, con Cristo que
nos da a compartir su vida y nos lleva más allá de lo que nosotros
somos capaces de pensar. Y eso significa que ahí no sólo compartimos
nuestra fe, sino que es la celebración, hoy, del memorial del Señor.
(Publicado en «Fétes et Saisons»).
Para llevar adelante esas aspiraciones, Cristo, nuestro hermano mayor,
nos abre a su propia vida introduciéndonos en el universo simbólico
de los ritos que nos ha dejado con la invitación de repetirlos en
conmemoración suya. El pan partido es el pan que el Padre nos da
para hoy, como le hemos pedido, y es Jesús quien nos lo reparte
dando a cada uno su parte. La paz que nos transmitimos es la paz que
él nos ha alcanzado por medio de su Pascua y que es algo distinto de
esta paz que tanto le cuesta al mundo construir. La comunión en la
que participamos es el cuerpo del Hijo de Dios hecho hombre, que
transfigura nuestra humanidad por su resurrección y que es mucho
más que la gozosa toma de conciencia de lo que compartimos
humanamente. Lo que compartimos humanamente, en cuanto nos
hace profundizar el sentido de la existencia, nos dispone a acoger el
don del Señor; pero no es ese compartir humano lo que sacralizamos y
celebramos. Por eso este compartir no puede constituir una condición
necesaria e indispensable de la Eucaristía. Más bien debe ser su fruto.
85
El pan partido para que cada uno tenga su parte es una bella
expresión de lo que significa compartir.
¿Pero qué añade la comunión a todo lo que los hombres
pueden compartir en su vida?
ES JESÚS QUIEN NOS REPARTE EL PAN
No es necesario insistir en el aspecto comunitario de todo lo que
precede y rodea a la comunión. El plural del adjetivo posesivo en la
expresión Padre nuestro, la concordia que manifiesta el gesto de paz,
la fracción que permite recibir un trozo de pan compartido con otros,
los cantos que expresan una armonía común, todo concurre a subrayar
que lo que estamos haciendo es sentarnos juntos en una misma mesa.
Hay determinadas circunstancias que parecen favorecer este
acercamiento al sacramento. Es cuando llegamos a la misa después de
haber vivido momentos fuertes con los demás participantes: luchas o
acciones comunes, intercambios o discusiones, e incluso
enfrentamientos remontados por una voluntad de diálogo; o también
en el caso en que, viniendo de distintos lugares, hemos dedicado
tiempo a comunicar algo de lo que constituye nuestra existencia
cotidiana, en un encuentro de real consistencia humana. Todo esto
tiene, para algunos cristianos, tales resonancias que lo llegan a
convertir en una condición indispensable de toda celebración de la
misa. Según este planteamiento, sería imposible ir a la Eucaristía si no
se hubiera compartido nada antes.
Sería demasiado fácil rechazar sin más estas aspiraciones. Es verdad
que la asamblea eucarística -ya lo hemos dicho en el segundo
capítulo-, por ser una imagen auténtica de la Iglesia de Cristo,
sobrepasa y critica las divisiones de la sociedad, y recibe en su seno a
fieles de todas las edades, de todas las clases, razas, lenguas o
naciones, situados cada uno de ellos de manera distinta en la vida
social. Pero también es verdad que todo intercambio profundo entre
los hombres los eleva por encima de la banalidad de la vida y los
compromete a decirse lo que es más importante en su existencia, lo
que significan sus combates, sus éxitos o sus fracasos, y qué futuro
84
REUNIRSE REGULARMENTE
¿Puede haber un domingo sin Asamblea?
Impresiona ver con qué insistencia la Iglesia, a lo largo de los siglos,
ha acentuado la importancia de la reunión eucarística de los
domingos. «Sin ella, no podríamos vivir», decía un cristiano el 12 de
febrero del año 304 ante el procónsul de Cartago, que le sometía a
interrogatorio por haber acogido una asamblea en su casa
contraviniendo un decreto imperial. Aquellas palabras significaban
que la reunión dominical era para los fieles tan necesaria como la
respiración para cualquier ser vivo.
Eso no quiere decir que todos lo tuvieran tan claro. Aquella especie de
manual para obispos del que ya hemos hablado, les pide que
recuerden al pueblo la necesaria fidelidad a la asamblea; lo cual indica
que esa fidelidad fallaba.
Que nadie disminuya la Iglesia
Cuando enseñes, obispo, exhorta al pueblo, y persuádele de reunirse
en la iglesia. Que no falte, que sea fiel a reunirse y que nadie
disminuya la Iglesia no yendo y privando al cuerpo de Cristo de uno
de sus miembros... No os menospreciéis a vosotros mismos y no
privéis a nuestro Señor de sus miembros; no desgarréis ni disperséis a
su cuerpo; no pongáis vuestros asuntos temporales por encima de la
Palabra de Dios, sino por el contrario, en el día del Señor
abandonadlo todo y corred aprisa a vuestras iglesias. ¿Qué excusa
tendrá ante el Señor el que en ese día no participa de la asamblea
para escuchar la palabra de salvación y nutrirse del alimento divino
que permanece eternamente? (Didascalia de los Apóstoles, 11,59).
Fijémonos en qué términos se hace esta exhortación: no ir a la
asamblea es privar al cuerpo de Cristo de uno de sus miembros. Este
lenguaje quizá no nos resulta familiar, porque de este tema
acostumbra a hablarse en términos de obligación personal; demasiado
a menudo se ha creído que el deber de cada uno era ir a misa sin
importarle si allí iba o no a encontrarse con otros cristianos...
37
No se puede entender el alcance exacto de lo que los cristianos de los
primeros tiempos consideraban como algo vital para ellos si no se
descubre la intuición que había en el fondo: en cualquier lugar en que
haya fieles, esos tienen que realizar esta reunión, que hace visible a la
Iglesia para los que se reúnen y también para los que los ven
reunirse... y así se nutren permanentemente de la Sagrada Escritura y
de la Eucaristía. Por eso, cuando la falta de sacerdote hace imposible
la celebración de la misa, los discípulos de Cristo desean también
realizar en lo posible lo que ese encuentro semanal significa. En los
países evangelizados recientemente, donde los misioneros son poco
numerosos, e incluso entre nosotros, en las regiones rurales, se dan
verdaderas asambleas dominicales consagradas a la escucha de la
Palabra de Dios y a la oración.
El domingo
La Iglesia, por una tradición que trae su origen del mismo día de la
Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en
el día que es llamado con razón «día del Señor» o domingo. En este
día los fieles deben reunirse afín de que, escuchando la Palabra de
Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la
Resurrección y la gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios que los
«hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo
de entre los muertos» (1 Pe 1,3). Por esto el domingo es la fiesta
primordial, que debe inculcarse a la piedad de los fieles de modo que
sea también día de alegría y de liberación del trabajo. (Concilio
Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 106).
Se trata por tanto de una responsabilidad que incumbe ante todo a la
comunidad cristiana. Eso supone, desde luego, que todos sus
miembros se sienten concernidos y no quieren comprometer por su
negligencia esta manifestación esencial de la vida eclesial; si no,
empequeñecerían y deteriorarían el signo, dispersarían el cuerpo de
Cristo. En la época en la que aun no se habían multiplicado las misas
el mismo día en el mismo lugar, sino que sólo se celebraba una misa,
es probable que todos no pudieran estar siempre presentes, pero eso
no dispensaba a nadie de preocuparse de tomar parte en ella según sus
posibilidades, para que ese momento fuerte marcara con su ritmo
semanal toda su vida de fe.
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después de haber comulgado con el cuerpo de Cristo, acércate a su
sangre... (Cirilo de Jerusalén, «Catequesis mistagógicas», 5, 21).
Se trata de una enseñanza dada por el obispo a los que acababan de
bautizarse. Nos encontramos en Jerusalén, en el año 400.
Entre el que da y el que recibe tiene lugar un diálogo: «El cuerpo de
Cristo - Amén». En un contexto de fuertes resonancias comunitarias,
éste es un acto de fe eminentemente personal.
El cuerpo... la sangre de Cristo - Amén
No es sin motivo que tú dices «Amén», reconociendo en tu espíritu que
recibes el cuerpo de Cristo. Cuando tú te presentas, el sacerdote te
dice: «El cuerpo de Cristo», y tú dices: «Amén», es decir: es verdad.
Lo que tu lengua confiesa, que lo afirme también tu convicción. (San
Ambrosio, «Los sacramentos», 4, 25).
Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, y lo que se deposita
sobre la mesa del Señor es el sacramento de lo que vosotros sois; es el
sacramento de lo que vosotros sois, lo que vosotros recibís. Y a eso
que vosotros sois respondéis «Amén», y esta respuesta es vuestra
firma. Debéis ser un miembro del cuerpo de Cristo, para que este
Amén sea verdadero. (San Agustín, «Sermón 272»).
Ambrosio es obispo de Milán, Agustín obispo de Hipona, en África.
Los dos se dirigen a los nuevos bautizados, hacia finales del siglo IV.
A menudo comulgamos también de la sangre de Cristo, sea bebiendo
del cáliz, sea mojando el pan en él. Incluso cuando no lo hacemos,
participamos realmente de todas las gracias de la Eucaristía. Pero la
riqueza del sacramento se manifiesta mejor si comulgamos del cuerpo
y de la sangre. Según el simbolismo bíblico, el pan evoca sobre todo
la asimilación vital, el alimento para el camino y la convivencia en
torno a la misma mesa; la copa recuerda el sacrificio, hace pensar en
la fiesta, anuncia el banquete del Reino.
83
Cristo? Como hay un solo pan, aun siendo muchos formamos un
solo cuerpo, pues todos y cada uno participamos de ese único
pan» (1 Corintios 10,16-17). Es lástima que este rito pase
demasiado a menudo desapercibido o incluso que a veces se
suprima.
4. La Invitación a la Comunión. El sacerdote nos presenta el cuerpo
de Cristo: «Dichosos los invitados a la cena del Señor». Así nos
llama a acercarnos al altar. ¿Pero por qué no nos dice: «Dichosos
nosotros por haber sido invitados...»? Porque se hace eco de una
palabra de la Escritura: «Dichosos los invitados al banquete de
bodas del Cordero» (Apocalipsis 19,9). Se trata del festín del
Reino que el Señor prepara generosamente, más allá de la mesa
eucarística. Puede haber en la asamblea personas que no pueden
comulgar: pero esas personas no están excluidas de ese banquete
del Señor del que el sacramento es como una anticipación. Por
otra parte, para recibir este sacramento nadie está verdaderamente
preparado, y por eso confesamos humildemente, inspirándonos en
las palabras del centurión del evangelio (Mateo 8,8): «Señor, yo
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme».
5. Mientras se canta un canto que une las voces y los corazones en una
misma oración, cada uno recibe un trozo del pan consagrado en
sus manos puestas una encima de la otra, a menos que prefiera,
como también es posible, que el ministro se lo deposite en la
lengua.
Un debate de actualidad
Se podría objetar que si, en los primeros siglos, la asamblea
eucarística era la única manera que tenía la Iglesia para hacerse visible
a los ojos de los hombres, hoy existen muchas otras formas de hacerse
visible: nuestro mundo oye hablar de la Iglesia en los medios de
comunicación, se ven los campanarios, se pueden visitar los
monumentos religiosos, entrar en contacto con sus distintas
instituciones, y los propios cristianos pueden reunirse para reflexionar
sobre su fe, leer la Biblia, confrontar a la luz del Evangelio su vida en
los movimientos y grupos de distintas clases.
Es cierto. Pero eso no quita que la reunión eucarística siga siendo un
punto de referencia esencial. Y eso se ve por ejemplo en el hecho de
que hay cosas que se perdonan más difícilmente cuando se sabe que el
que las ha hecho es un practicante habitual. Muchas veces hemos oído
reflexiones como ésta: «Desde luego no vale la pena ir a misa, si
después el que ha ido se pasa el rato diciendo mal de los demás, o
mantiene en su profesión situaciones de injusticia, o es culpable de
malversaciones de todo tipo...» Este hecho muestra muy claramente
que el signo sigue siendo muy vivo.
Es verdad que demasiadas asambleas, pese a considerarse abiertas,
son en realidad mundos bastante cerrados, profundamente marcados
por la mentalidad, la cultura, la edad, la manera de expresarse de los
que constituyen la mayoría de sus participantes. Y los que en esas
asambleas son minoría, por ejemplo los jóvenes o los que proceden de
otras clases sociales, pueden no sentirse acogidos en su propia manera
de ser.
En el hueco de tu mano, recibe el cuerpo de Cristo
Cuando te acerques, no vengas con las palmas de tus manos
extendidas, sino haz de tu mano izquierda un trono para la mano
derecha, puesto que esta debe recibir al Rey, y en el hueco de tu mano
recibe el cuerpo de Cristo diciendo: «Amén»... Tómalo y procura que
no se pierda nada. Porque lo que perderías, sería como si perdieses
uno de tus propios miembros. Porque, dime: si te dieran unas pepitas
de oro, ¿no las conservarías con el mayor cuidado, procurando no
perderlas y evitando que sufrieran ningún daño? ¿No procurarás con
mucho mayor cuidado por algo que es mucho más precioso que el oro
y las piedras preciosas, para que no se pierda ni una migaja? Y luego,
82
En esta situación, algunos se desaniman y no vuelven. Y cada vez son
más numerosos los que así actúan.
Otros siguen yendo, pero les resulta difícil perseverar con regularidad.
Sufren pensando que dejan a los suyos para meterse en un mundo
extraño. A menudo bastaría que este sufrimiento fuera tenido en
cuenta para suscitar en otros corazones sufrimientos semejantes y
hacer aflorar esta tensión que se corresponde con la verdad de la
Eucaristía.
39
Otros, finalmente, movidos por su fe, se sienten pese a todo
profundamente implicados en la celebración; piensan que es importan
te participar en estas asambleas, para dar a la Iglesia un rostro más
atractivo. Se sienten responsables del signo que ahí se da, y no pueden
renunciar a hacer lo posible para que el cuerpo de Cristo no sea
dislocado.
Lo que dicen algunos creyentes
En la celebración, la fe se hace visible. Para ello, no escondo la vida.
Pero, por el sacramento, siento la proximidad de Cristo. Muchos no
se reconocen ya en la misa de la parroquia: «Soy incapaz de estar en
misa al lado de un patrón». Pero a mí no me corresponde sospechar
de la fe de los demás. La cuestión no es saber si yo tengo razón o
estoy equivocado, sino preguntarme «¿qué sufrimientos asumo para
que los alienados puedan liberarse? ¿dónde está mi lucha?». Eso es
lo que yo aporto a la misa. Puede que en esa misa me encuentre al
lado de un patrón. Si está allí, será sin duda porque tiene algo que
aportar. Yo no tengo la misión de juzgar a los demás. (De «Eugene ou
la rage de vivre», Editions Ouvieres. 1980, pág. 115).
De todos modos, es muy difícil que una reunión de pecadores -y eso
es nuestra misa- no tenga siempre aspectos decepcionantes. Pero la
Cena que presidía el propio Jesús no fue precisamente un gran éxito,
desde este punto de vista: las discusiones sobre quién era el más
grande (Lucas 22,24), los juramentos que al cabo de pocas horas se
olvidarán (Marcos 14,29-31), el afán de dinero que provoca la traición
de un amigo (Juan 13,21-30)... aquel día hubo todo lo necesario para
recordarnos que la Eucaristía empezó rodeada de la cobardía, el
miedo, la debilidad de los discípulos. La situación es siempre la
misma. La Iglesia pura y sin mancha es aquella hacia la que
caminamos y que no se realizará hasta el Reino definitivo. Y
entretanto, se trata de construirla y purificarla constantemente.
Y además, ¿le resulta posible a un cristiano vivir sin Eucaristía?
Aunque intente vivir según el Evangelio, aunque se preocupe de
profundizar su fe, ¿no corre el riesgo de no ver en Jesús más que al
hombre excepcional cuyas huellas tiene que seguir y cuyas
enseñanzas tiene que practicar? ¿Cómo se encontrará con el
Resucitado, ése que le ama hoy, a él y a todos los que con él caminan,
40
Lo que dicen algunos creyentes
Estaba trabajando en un centro de vacaciones. Era Navidad. Le pedí
al director que me dejara ir a la misa de medianoche con los niños
que quisieran. El me contestó: «¿Para qué queréis ir? La podéis
mirar por la tele». Yo le contesté: «Mire, cuando le inviten a un
banquete, yo también le diré que lo mire por la tele». Y nos dejó ir.
(María Teresa).
Se puede también recibir la comunión fuera de la misa, pero para ello
hace falta un motivo razonable, dada la estrecha relación que hay
entre los distintos aspectos de la participación en el sacramento. El
concilio Vaticano II insistió en que «los fieles, después de la
comunión del sacerdote, reciban el cuerpo de Cristo, con el pan
consagrado en ese mismo sacrificio» (Constitución sobre la Liturgia,
n° 55).
LOS RITOS DE LA COMUNIÓN
Así pues, cuando hemos contestado Amén a la plegaria eucarística, la
misa aun no ha terminado. Entonces empieza la preparación de la
comunión:
1. El Padre nuestro. En primer lugar decimos o cantamos juntos la
oración que Jesús mismo dejó a sus discípulos. Cuando decimos:
«Danos hoy nuestro pan de cada día», pedimos para todas las
criaturas de Dios el alimento necesario para la vida, y pensando
en el día de hoy, sin querer acumular provisiones para mañana. Y
con esa misma hambre nos acercamos a la mesa eucarística.
2. La Paz. El hombre no vive sólo de pan, y el amor fraterno no es
desde luego una riqueza desdeñable. Por eso se nos invita ahora a
intercambiar un apretón de manos o un beso, un signo de buena
relación mutua, de afecto, de perdón y de reconciliación.
3. La Fracción. Como hizo Jesús en la Cena, según la costumbre de
los judíos, el sacerdote parte el pan, para que cada uno reciba una
parte. El apóstol Pablo nos ha dejado su meditación sobre este
aspecto: «El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de
81
significativa: el sacrificio que celebramos es comparado a un
movimiento ascendente que conduce nuestra ofrenda desde el altar de
la tierra, en torno al cual estamos reunidos, hasta el «altar del cielo»
que evoca el sacerdocio5' siempre activo de Jesús y la alabanza eterna
que rodea constantemente a Dios. Pero al mismo tiempo se indica que
de ahí nace un movimiento descendente que derrama las gracias y las
bendiciones celestiales sobre los que toman parte, aquí abajo, en la
mesa eucarística.
El altar de la tierra y el altar del cielo
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea
llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel,
para que cuantos recibimos el cuerpo y la sangre de tu Hijo, al
participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición.
(Plegaria eucarística I).
Esas imágenes, evidentemente, no son más que una expresión
simbólica de lo que la celebración nos hace vivir, pero nos hacen
entender bien el dinamismo que hemos subrayado y que tiene su
punto de llegada cuando compartimos esos dones que hemos
presentado y que recibimos ahora llenos de las energías de la
resurrección de Cristo. La acción de gracias, el memorial y la ofrenda
llegan a su cumplimiento en la comunión. No es porque sí, que
Jesucristo escogió para este sacramento los productos del trigo y de la
vid, que son un alimento.
ése que le transforma interiormente por los combates de su Pasión
para conducirle al Padre, ése que será su esperanza hasta la hora de la
muerte, para que su existencia se abra entonces infinitamente en el
cara a cara con Dios?
¿Sólo hay misa los domingos?
Hasta ahora, sólo hemos hablado de la asamblea dominical. Pero hay
también la Eucaristía de los demás días de la semana, porque hay
laicos que participan de ella más a menudo, muchas veces incluso
cada día. También están las de los funerales, de las bodas o de otras
circunstancias; para mucha gente, estas son las únicas que conocen. Y
esa gente luego llama «misa» a cualquier reunión en la iglesia, sea la
que sea.
Es verdad que las liturgias cristianas pueden tomar formas variadas y
no se limitan sólo a la Eucaristía. Y ésta, por otra parte, es siempre la
misma, sea cual sea el día que se celebre, y las gracias que de ella se
derivan son también siempre las mismas. Pero la Iglesia siempre ha
dado un significado particular a la Eucaristía del día del Señor, y sólo
a ella convoca a todos sus fieles. Y esa Eucaristía del día del Señor es
como el modelo de todas las demás: en las demás, se realiza siempre
un poco de lo que expresa la reunión dominical.
En la Eucaristía es necesario que por lo menos el sacerdote comulgue,
y que lo haga comiendo el pan y bebiendo de la copa. Pero eso es lo
mínimo imprescindible para que la Eucaristía se celebre
integralmente: lo que la Iglesia urge a los cristianos es que todos
tomen parte en esta comida que es una anticipación del banquete del
Reino al que todos están invitados.
5
Para los cristianos, Cristo es el único sacerdote de la Nueva Alianza. Pero
Cristo hace participar de su sacerdocio a todos los fieles por la gracia del
bautismo y, de una manera distinta, al servicio de ese sacerdocio común, a
los obispos, sacerdotes y diáconos.
80
41
Capítulo 6
COMPARTIR EN COMUNIÓN
Decimos a menudo, y nos gusta decirlo, que en la misa
lo que hacemos es compartir... y que esa acción de
compartir es el modelo de todas las demás, porque todo
compartir conduce y apunta a una «comunión». Si
hablamos de modelo, quiere decir que eso se realiza en
la Eucaristía de una forma única. ¿En qué consiste?
¿Quién participa en ese compartir? ¿Qué es lo que se
comparte? ¿Cuál es el significado de ese momento en
el que compartimos en comunión el cuerpo y la sangre
de Jesús?
¿No es la comunión un encuentro personal con Dios?
¿Para qué, entonces, todos esos ritos que la acompañan?
¿No bastaría la consagración para hacerla posible?
LA EUCARISTÍA LLEGA A SU CUMPLIMIENTO
EN LA COMUNIÓN
En la plegaria eucarística hemos oído que el sacerdote pedía que la
misa diera sus frutos en la vida de los que iban a recibir el cuerpo y la
sangre de Cristo. Para ello ha invocado al Espíritu Santo, después de
la consagración.
Si el celebrante ha escogido la primera plegaria eucarística, la vieja
fórmula romana, habrá utilizado en ese momento una imagen
Esas realidades nos hacen vivir, cada una a su manera, algún aspecto
del Misterio pascual, al cual en la misa nos unimos con mayor
intensidad que en ningún otro lugar. Se puede decir que la Eucaristía
es la fuente y la cima de todas las demás manifestaciones de Jesús,
porque en ella no sólo se hacen presentes para nosotros sus actos y sus
dones, sino que ella realiza la presencia de su misma persona, la
presencia del Señor muerto y resucitado para que el mundo tenga
vida.
Capítulo 3
UNA ACCIÓN DE GRACIAS
Nos reunimos. ¿Pero para qué? Fijémonos en lo que
constituye el centro de la acción que se desarrolla en la
misa. Ese centro es una gran oración que se llama
«Plegaria Eucarística». Pero ese centro no es lo que
percibimos más fácilmente. Sin duda espontáneamente nos
vienen al pensamiento otras partes de la celebración que nos
resultan accesibles deforma más inmediata. Vale la pena
hacer un esfuerzo para ir más allá de esas primeras
impresiones. El sacerdote nos invita a entrar en esta
plegaria diciendo: «Demos gracias al Señor, nuestro Dios».
Y todos respondemos: «Es justo y necesario». ¿Qué significa
ese «dar gracias»? ¿Por qué es justo y necesario?
¿Por qué las narraciones de la Cena nos dicen que Jesús
«pronunció la bendición» y «dio gracias»?
LA ORACIÓN BÍBLICA
De la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su muerte, lo
que todo el mundo recuerda son las palabras «Esto es mi cuerpo...
Este es el cáliz de mi sanare», pronunciadas sobre el pan y el vino.
Pero resumir así la última cena es engañoso, porque se presta a pensar
en una especie de rito mágico. Las narraciones evalécas precisan que
esas palabras se dijeron en un contexto de oración, y más arriba, en el
primer capítulo, ya hemos hablado de las fórmulas de alabanza y de
78
petición que hacían de las comidas festivas de los judíos verdaderas
celebraciones.
La Biblia contiene numerosas y extensas plegarias dirigidas a Dios en
determinadas ocasiones, como por ejemplo la de Salomón en la
inauguración del templo de Jerusalén (1 Reyes 8,15-53), o la
pronunciada en nombre de todo el pueblo en una celebración de la
Alianza, cuando los judíos deportados a Babilonia pudieron volver a
su patria (Nehemías 9,5-37). Estas plegarias empiezan muy a menudo
con las palabras «Bendito seas, Señor, por...», y enumeran, a veces
extensamente, lo que se denomina «las maravillas del Dios», es decir,
lo que él es en sí mismo, su grandeza, su gloria, y lo que él ha hecho
por los hombres a lo largo de la historia de Israel.
Luego, en una segunda parte, a menudo introducida por la expresión
«Y ahora...» (ver 1 Reyes 8,28 y Nehemías 9,32), se pide al Padre que
renueve hoy sus «maravillas» para el pueblo que le suplica.
Esta manera de orar no es sólo una forma exterior, una exigencia
literaria; además, las expresiones que hemos citado («Bendito seas...
Y ahora...») pueden ser reemplazadas por otras de significado
semejante. Esta manera de orar expresa la idea que se tiene de las
relaciones que hay que mantener con el Señor, y lo hace a través de la
forma de dirigirse a él. Así, la petición se articula a partir de la
evocación de lo que él es y de lo que él ha hecho ya; y hace desear
que su proyecto de amor para con los hombres se prolongue y se
actualice hoy.
Jesús oró así, en la Cena. En su época, los judíos acostumbraban a
hablar de «Bendiciones» (en hebreo, «Berakah») para designar este
tipo de fórmulas, debido a las palabras con que empezaban. Junto a
esas grandes plegarias, como la que concluía la comida, había otras
más breves que sólo tenían la primera parte (sin la petición). Pero hay
que señalar que, en todos los casos, a quien se bendice es a Dios, por
sus «maravillas». Por eso las narraciones de la Eucaristía dicen que el
Señor «pronunció la bendición».
de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está
presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada
Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la
Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: «Donde están
dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»
(Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 7).
Más allá del momento de la reunión, cuando los cristianos están
dispersos en el mundo, Jesús se les muestra también en la persona de
los pobres, de los enfermos, de los presos... todos aquellos a quienes
él ha sido el primero en servir: «Cada vez que lo hicisteis con un
hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo» (Mateo
25,31-46).
Todas esas formas de manifestarse la presencia del Señor están
vinculadas a la Iglesia: es ella la que celebra los sacramentos, la que
proclama las Escrituras, la que convoca a la oración y la que envía en
misión. Porque ella toda entera es el sacramento de Jesucristo; ella es
el signo de su presencia en medio de los hombres, para invitarlos a
compartir su experiencia del Evangelio.
Ese templo no tiene más valor que el otro
¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando está
desnudo. No lo honrarás aquí en la iglesia con tejidos de seda
mientras lo dejas ahí fuera sufriendo por el frío y la falta de vestido.
Porque aquél que ha dicho: «Esto es mi cuerpo», y lo ha realizado al
decirlo, es el mismo que ha dicho: «Tuve hambre y no me disteis de
comer» y también «Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de esos
más humildes, dejasteis de hacerlo conmigo». Aquí el cuerpo de
Cristo no necesita vestidos, sino almas puras; allí, necesita mucha
solicitud... ¿Qué ganaríamos con que la mesa de Cristo estuviera
llena de vasos de oro, mientras él muere de hambre? Empieza por
atender al hambriento, y con lo que sobre ya adornarás el altar... (San
Juan Crisóstomo, «Homilía sobre el evangelio de Mateo»).
Pero todas esas realidades no se sitúan en el mismo nivel, puesto que
están más o menos marcadas por las imperfecciones que introduce en
ellas la debilidad humana.
44
77
LOS DISTINTOS MODOS DE PRESENCIA DE CRISTO
La «Berakah» del final de la comida
La iglesia constituye un gran espacio para acoger a los cristianos que
se reúnen; recordamos que Jesús ha prometido estar en medio de
aquellos que se reúnen en su nombre (Mateo 18,20). El está presente
en la asamblea de los fieles.
Bendito seas, Señor Dios nuestro, Rey del universo, que alimentas al
mundo entere con bondad, benevolencia y misericordia. Bendito seas,
Señor, que alimentas a todo ser. Te manifestamos nuestro
reconocimiento, Señor Dios nuestro, porque nos has dado en herencia
un país agradable, bueno y espacioso, y nos has dado también la
Alianza, la Ley, la vida y el alimento. Por todo esto, te manifestamos
nuestro reconocimiento y bendecimos tu nombre para siempre.
Bendito seas, Señor, por el país y por el alimento.
La pila bautismal nos recuerda que él actúa en todos los sacramentos,
mediante los cuales viene realmente a nuestro encuentro para
hacernos participar de su vida y de su misión.
Ten piedad, Señor Dios nuestro, de Israel tu pueblo, de Jerusalén tu
ciudad, de Sión, el lugar donde habita tu gloria, de tu altar y de tu
santuario. Bendito seas, Señor, que reconstruyes Jerusalén. (Birkat
ha-mazon).
En el centro, vemos la mesa sobre la que se deposita el pan y el vino,
el altar del sacrificio sacramental. Jesús está presente por la Eucaristía,
en la acción de gracias y la oración de la Iglesia.
En tiempos de Jesús, esta oración no estaba escrita; se transmitía por
tradición oral. Nosotros la conocemos por testimonios más recientes.
No lejos de allí, en un lugar elevado para que se vea bien, se levanta el
ambón desde el que se proclama la Palabra de Dios. Cuando se lee la
sagrada Escritura, Jesús está ahí y nos habla hoy por la voz del lector;
nos invita a la conversión, nos incita a seguirle y renueva nuestra
esperanza.
¿Pero por qué se encuentra también, en las narraciones de la Cena, la
expresión «dio gracias»? Porque el Nuevo Testamento se escribió en
griego y se buscó un término que pudiera traducir en esa lengua la
expresión hebrea. Se dudó entre distintas maneras de expresar una
bendición, pero finalmente se adoptó la palabra «eukharistía», que
significa acción de gracias.
Si la Eucaristía es el lugar privilegiado de la presencia de Cristo, no es
el único. Basta con que entremos en una iglesia para darnos cuenta:
Está también la sede del obispo o del sacerdote, que es signo de la
presencia de Cristo en cuanto que preside en su nombre la
celebración.
Y luego está el sagrario, que aunque no juega ningún papel durante la
misa, conserva el pan consagrado en un lugar del edificio que invita al
recogimiento y la adoración.
la presencia de Cristo en la liturgia
Cristo está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del
ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el
mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las
especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos,
76
LA EUCARISTÍA O LA ACCIÓN DE GRACIAS
«Eucaristía». Era una palabra de la vida cotidiana, la palabra que se
utilizaba para dar las gracias. Aún hoy, en Grecia, cuando le damos
una propina al camarero nos dice: «Evkharisto». Pero para los
cristianos, esta palabra se enriqueció con todo el contenido de la
bendición judía y su significado se hizo mucho más hondo que el
simple agradecimiento. Se trata de una mirada hacia Dios que no se
queda tan sólo en la consideración de sus dones, sino que llega hasta
decir, como hacemos en el «Gloria» de la misa: «Por tu inmensa
gloria te damos gracias»... y que engloba todo lo que él ha hecho por
el hombre alo largo de toda la historia de la salvación. Es una
45
contemplación que expresa la admiración de la criatura ante la
grandeza y las hazañas de su creador. Esta contemplación hunde sus
raíces en una visión optimista del mundo, puesto que si nos conduce a
sentirnos pequeños ante el Altísimo, no por eso nos sentimos
humillados, porque sabemos qué hemos sido «creados a imagen de
Dios»; si nos empuja a sentirnos pecadores, por nuestra ingratitud ante
todo lo que hemos recibido, nos introduce al mismo tiempo en el
proyecto de amor de aquél que está siempre dispuesto a perdonar y a
renovar sin cesar la alianza que estableció con su pueblo. Y la súplica
que de ahí se deriva supone por parte del cristiano un compromiso
para hacer realidad lo que pide, al tiempo que le recuerda que sus
energías más profundamente humanas son también un don del Señor.
Las primeras comunidades procedentes del judaísmo se limitaron a
«cristianizar» las bendiciones que se decían en los distintos momentos
de la liturgia de la mesa. Tenemos un buen testimonio de ello en un
pequeño manual muy antiguo que se conoce con el nombre de
Doctrina de los Apóstoles o Didakhé.
La plegaria eucarística de la «Didakhé»
Para la eucaristía, dad gracias así:
Primero sobre la copa:
Te damos gracias, Padre nuestro,
por la santa viña de David, tu servidor.
Gloria a ti por los siglos.
Luego por el pan partido:
Te damos gracias, Padre nuestro,
por la vida y el conocimiento
que nos has revelado en Jesús, tu siervo.
Gloria a ti por los siglos.
Como este pan partido estaba antes diseminado por los montes
y ha sido recogido para formar una unidad,
que así sea también reunida tu Iglesia
desde los confines de la tierra en tu Reino.
Porque tuya es la gloria y el poder
por Jesucristo, por los siglos de los siglos.
Que nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía si no está bautizado en
el nombre del Señor, porque también se refería a ella el Señor cuando
dijo: «No deis a los perros las cosas santas».
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que el sacerdote dice después de la comunión hablan a menudo de un
gustar ya ahora la vida futura en la que veremos a Dios cara a cara, y
comparan el don que hemos recibido a una prenda o unas arras que
anuncian y hacen experimentar ya por adelantado lo que será el festín
del Reino eterno. Es lo que muestra de un modo especial el signo del
cáliz, del vino de la fiesta, como Cristo mismo expresaba en la Cena:
«No beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino
de Dios» (Lucas 22,18). San Pablo, cuando dice que en la Eucaristía
celebramos la muerte del Señor, precisa a continuación: «Hasta que
vuelva» (1 Corintios 11,26), y —como hemos notado ya— en las
plegarias de anámnesis se recuerda también lo que aun no se ha
realizado: «mientras esperamos su venida gloriosa...» (plegarias
eucarísticas III y IV). Es un alimento de caminantes, como el pan
cocido sobre piedras y el jarro de agua que reconfortaron al profeta
Elías en el desierto: «¡Levántate, come! Que el camino es superior a
tus fuerzas» (1 Reyes 19,4-8).
Así afirmamos también que el momento de la reunión de los cristianos
en la misa implica y compromete el tiempo de su dispersión en el
mundo y de su vida cotidiana, porque ahí es donde se construye día
tras día el Reino de Dios, hasta su último instante. Y no es porque sí
que la Eucaristía es también el sacramento de los moribundos con el
nombre de Viático, palabra que evoca las provisiones de ruta, el
alimento para el viaje. Es la última etapa de una larga marcha en la
que el Señor ha estado presente en todo momento caminando junto a
nosotros.
Cómo desearía que fuera mi muerte
Cuando me encuentre cerca de la muerte, pido a los que estén junto a
mí que hagan lo posible para que pueda recibir la Eucaristía por
última vez. Si no puedo tragar el pan, que me den a beber la sangre de
Cristo. Creo con toda mi fe que será una semilla de resurrección para
mi cuerpo, antes de que desaparezca en la tierra. Lo que ha sido mi
alimento para el camino que se abría después de cada misa, quisiera
tenerlo también como provisión para la última etapa de la ruta. ¡Y
cómo desearía no comulgar solo! Muchos me han acompañado, con
muchos he compartido mi vida, a muchos tengo que darles las
gracias... No puedo sentirme solo en el camino que conduce hacia
aquellos que ya han partido y viven en la gloria del Resucitado... Es
un sueño... Quizá no podrá realizarse. Señor, perdóname por haber
dicho lo que yo quiero, y que se haga tu voluntad. (Las «penúltimas
voluntades» de un cristiano anónimo).
75
ha servido de este término, no para explicar lo que sigue siendo «el
misterio de la fe», ni para excluir cualquier otra forma de expresarse,
sino para afirmar que Cristo está realmente presente y se da como
alimento. Sin embargo, otros prefieren —como hacen las Iglesias de
Oriente— utilizar simplemente las expresiones de las plegarias
litúrgicas.
La presencia real de Cristo a través de la Eucaristía,
¿no es demasiado abrumadora?
¿No resulta demasiado fuerte y avasalladora, de manera que
reduce nuestro espacio de libertad para ir hacia él?
¿Y qué lugar deja a otras formas que él tiene de manifestarse?
UNA PRESENCIA EN LA AUSENCIA Y EN LA ESPERA
Jesús instituyó la Eucaristía porque su presencia entre los suyos no iba
ser ya como la que era durante su estancia en la tierra. Su presencia
sacramental no es la misma que tenía durante su vida en Palestina.
Ahora es la del Señor que ha pasado por la muerte y ha resucitado.
Esa presencia se realiza por tanto, en un cierto sentido, en el seno de
una ausencia, porque si bien Jesucristo permanece vivo en la gloria
del Padre, resulta en cambio invisible a nuestros ojos. Siempre habrá
una distancia entre el pan y el vino que nosotros podemos manipular y
el Cristo sobre el que no podemos poner la mano, que no podemos de
ninguna manera poseer o someter a nuestros deseos. Algunos
cristianos querrían que el Santísimo Sacramento estuviera siempre a
su alcance en una cercanía que les diera una total seguridad, o que la
comunión colmase todas sus aspiraciones como un alimento que se
toma con glotonería..., cuando el deseo de Jesucristo es precisamente
ensanchar nuestra espera y abrir a la esperanza. Jesús comparte
nuestro camino dejando todo su espacio a la fe con sus claridades y
sus noches y permitiendo la lenta maduración del Evangelio en
nuestras vidas.
Es una presencia para los que estamos en el camino hacia la plena
participación en la resurrección de Jesús y en su gloria. Las oraciones
sustancia de la sangre de Cristo. Este cambio, la Iglesia católica lo ha
llamado, justa y exactamente, transustanciación».
74
Cuando hayáis comido, dad gracias así:
Te damos gracias, Padre santo,
por tu santo nombre que haces habitar en nuestros corazones
y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad
que nos has revelado por Jesús, tu siervo.
Gloría a ti por los siglos.
Tú, Señor todopoderoso,
has creado el universo por el poder de tu nombre,
y has dado a los hombres gozar de la comida y la bebida
para que te den gracias.
Pero a nosotros, nos has concedido
un alimento y una bebida espirituales,
y la vida eterna, por Jesús tu servidor.
Por encima de todo, te damos gracias
porque tú eres poderoso.
Gloria a ti por los siglos.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia,
para librarla de todo mal y conducirla a la plenitud en tu amor.
Reúne desde los cuatro vientos
a esa Iglesia que tú has santificado,
en el Reino que le has preparado.
Porque tuya es la gloria y el poder
por los siglos de los siglos.
¡Pero hoy es todo muy distinto! Lo que hacemos nosotros no es
lo mismo que hacían Jesús y los primeros cristianos...
¡DEMOS GRACIAS AL SEÑOR, NUESTRO DIOS!
Muy pronto, según hemos visto ya, la misa dejó de celebrarse durante
una comida, para no imponer costumbres judías a quienes nunca las
habían practicado. Las distintas bendiciones que acompañaban el
desarrollo de la comida, se unieron formando la «plegaria
eucarística». De ahí proviene lo que nosotros hacemos en nuestras
misas. Veamos lo que ocurre en este momento de la celebración.
El pan y el vino están ya sobre la mesa. Todo el pueblo se levanta; es
ésta la actitud más significativa de la oración cristiana, porque Cristo,
con su resurrección, nos ha levantado a todos, nos ha puesto en pie. El
sacerdote está en el altar y se dirige a la asamblea: «El Señor esté con
47
vosotros». Y todo el mundo responde: «Y con tu espíritu». Notemos
que no decimos simplemente «Y contigo también», sino que
evocamos el espíritu que él ha recibido por la imposición de manos
del obispo, para una misión que alcanza su momento culminante en la
presidencia de la Eucaristía. Y prosigue: «Levantemos el corazón».
No nos pide que dejemos de lado todo lo que constituye nuestra vida.
Sino que por el contrario se nos invita a verter en el gran tesoro de las
maravillas de Dios todo lo que hoy nos habla de él. Se trata de que
movilicemos nuestra atención para este acto en el que vamos a
participar. El presidente de la asamblea no puede continuar hasta que
nosotros respondemos que realmente hemos movilizado nuestra
atención: «Lo tenemos levantado hacia el Señor». Demasiado a
menudo, sin embargo, estas palabras sólo las decimos con los labios,
no salen de dentro; y en cambio, su significado es claro: es afirmar
que estamos ahí, muy dispuestos. El presidente puede entonces
invitarnos a dar gracias: nosotros respondemos diciendo que «Es justo
y necesario», y escuchamos, como hicieron los apóstoles cuando
Jesús, en nombre de todos, pronunciaba la bendición.
1. Dios quiere tener necesidad de nosotros; la consagración se
realiza por las manos de un hombre, el sacerdote, en una
Iglesia compuesta de criaturas humanas. Esa comunidad de
carne y sangre es quien suplica al Señor que haga de ella,
según su promesa, el instrumento de su acción divina.
2. Una tan gran maravilla de Dios debe tener lugar en la oración.
También otros sacramentos, especialmente la ordenación de
obispos, sacerdotes y diáconos, se celebran así, invocando la
venida del Espíritu. Hemos constatado ya más arriba, en el
capítulo cuarto, que la narración de la institución de la
Eucaristía, que contiene las palabras mismas del Señor en la
Cena, no interrumpe la plegaria, y la epíclesis se sitúa en esta
misma atmósfera. Nos encontramos en las antípodas de
cualquier acto mágico o cosa semejante. Todo se realiza en
este ambiente de diálogo con el Padre.
Hay varias plegarias eucarísticas para escoger. Algunas empiezan
mencionando específicamente alguna de las maravillas de Dios,
variando según el tiempo o la fiesta, en un texto que se llama
«prefacio»1. Otras empiezan con una presentación resumida de toda la
historia de la salvación.
La epíclesis de una anáfora oriental
Que venga, por tu bondad, tu Espíritu sobre nosotros y sobre estos
dones que aquí ofrecemos, que los bendiga, los santifique y manifieste
este pan como el venerable y auténtico cuerpo de nuestro Señor, Dios
y Salvador, Jesucristo, repartido para la vida del mundo. Y haz que
todos los que participamos del mismo pan y el mismo cáliz
permanezcamos unidos en la comunión del único Espíritu. Haz que
ninguno de nosotros participe del cuerpo sagrado o de la sangre de tu
Cristo para su juicio o su condenación, sino para encontrar gracia y
misericordia con todos los santos en quienes te has complacido desde
el principio de los siglos. (Anáfora griega de san Basilio).
Prefacio de Navidad
En verdad es justo y necesario darte gracias... Porque, gracias al
misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante
nuestros ojos con nuevo resplandor, para que, conociendo a Dios
visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible. Por eso, con los
ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin
cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo...
Durante esta gran plegaria, el sacerdote tiene las manos levantadas, en
un gesto que quizá nos podría recordar el de quien es agredido al grito
Los teólogos de la Edad Media se preguntaron a menudo cómo
explicar esta acción del Espíritu. Su reflexión les condujo, a partir de
nociones tomadas de la filosofía de su tiempo, a crear una palabra
nueva, transustanciación. El concilio de Trento, en el siglo XVI,4' se
4
1
El nombre de «prefacio» induce a confusión: el prefacio de la misa, en efecto, no es
un prólogo, sino el principio de la eucaristía. El nombre proviene de que en los
misales estas partes variables están antes de la parte invariable que empieza a
continuación.
48
Concilio de Trento, sesión 13, año 1551: «Puesto que Cristo... dijo que lo
que é1 ofrecía bajo la especie del pan era su cuerpo, en la Iglesia de Dios ha
habido siempre esta convicción que declara de nuevo el santo concilio: por la
consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del
pan en la sustancia del cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en la
73
¿Por qué el sacerdote pide, en la misa,
que se realice la presencia de Cristo?
¿No está seguro de que se vaya a realizar?
UNA LLAMADA AL ESPÍRITU SANTO
Hemos dicho, en el capítulo tercero, que las bendiciones judías,
después de la evocación de las maravillas de Dios, se transformaban
en súplicas. Las plegarias eucarísticas, que tienen su origen en esas
mismas bendiciones, se desarrollan bajo el mismo modelo. La
expresión de la acción de gracias, que toma en la narración de la Cena
y la anámnesis una dimensión sacramental, desemboca en una
petición que tiene el mismo carácter. Se trata ante todo de pedir las
gracias del Señor para aquellos que van a comulgar, una petición que
invoca la intervención del Espíritu Santo. Según la Escritura, ese
Espíritu «cubrió con su sombra» a María de Nazaret, para que fuera la
madre del Salvador; ¿no será entonces ese mismo Espíritu quien
cambiará el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo? Así, los
formularios litúrgicos imploran su intervención para la transformación
de las ofrendas. Los cristianos de Oriente son particularmente
sensibles a este aspecto, de modo que conceden a este momento de la
celebración una gran importancia para la consagración.
La epíclesis
Se trata de una palabra griega que significa «llamada sobre...» (invocación). Se llama al Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que
sean el cuerpo y la sangre de Cristo y para que los que comulguen
reciban los frutos de la Eucaristía. En nuestra liturgia, se distingue
una epíclesis de consagración, inmediatamente antes de la narración
de la Cena, y una epíclesis de comunión, después de la plegaria de
anámnesis. Los cristianos de Oriente unen en una única oración, en
este segundo momento, los dos aspectos de la epíclesis.
Si el Espíritu Santo actúa, nosotros no podemos dudar de su eficacia;
pero a pesar de eso nosotros oramos para que se realice la presencia
de Cristo, para subrayar dos aspectos esenciales del sacramento:
72
de «¡Manos arriba!». Nosotros desde luego no estamos en peligro
delante de Dios, pero es como si le dijéramos: «Mira, Señor, no tengo
ni armas ni herramientas de trabajo, no puedo confiar ni en mis manos
ni en mis puños para tener la verdadera vida, sino sólo en tu amor.
Estoy totalmente en tus manos. Puedes hacer de mí lo que quieras. No
tengo nada, pero sé que tú colmas de bienes a los hambrientos y a los
ricos los despides vacíos». (Cf. el cántico de María: Lucas 1,53).
Las distintas plegarias eucarísticas
Se puede expresar de muchas maneras lo que debe contener la gran
Plegaria que está en el corazón de la misa. Los cristianos de Oriente
disponen de numerosos formularios. En nuestros países, hasta el
concilio Vaticano II había un solo formulario, con algunas variantes
según los días del año, sobre todo en los prefacios: es lo que ahora
conocemos como la plegaria eucarística primera. Actualmente
nuestro misal ofrece tres más, que han sido compuestas inspirándose
más o menos en modelos antiguos. Pero también se pueden utilizar
otras: para las misas de niños, o cuando se quiere destacar el tema de
la reconciliación, o en algunas otras ocasiones especiales... En total
hay diez plegarias para escoger, y alguna ofrece además distintas
variaciones dentro de la misma plegaria.
NUESTRA PARTICIPACIÓN
Si a veces nos cuesta descubrir la importancia de este gran momento
de la celebración, quizá sea debido a que nuestra participación
exterior nos parece demasiado limitada. Este es un momento en el que
de lo que se trata sobre todo es de escuchar. Las bendiciones judías de
la liturgia de la mesa las dice el padre de familia y, en la Cena, los
apóstoles se unieron a la acción de gracias que pronunciaba Jesús
solo, como hace hoy el presidente de la asamblea. El pueblo sólo
interviene con algunas aclamaciones como el Santo («¡Santo, Santo,
Santo es el Señor, Dios del universo!»). Este es un himno que el
profeta Isaías pone en labios de los habitantes del cielo (Isaías 6,3), al
que se une un versículo de un salmo que en los evangelios aparece en
labios de la multitud el domingo de Ramos: «Bendito el que viene en
nombre del Señor. Hosanna en el cielo» (Mateo 21,7; cf. salmo
117,26). Los discípulos de hoy y los de épocas pasadas se unen y
tienen una sola voz para aclamar con los ángeles al Dios del universo.
49
La muerte no nos separa, cuando entramos en la acción de gracias de
Jesús.
Y tiene sobre todo un especial sentido el Amén con el que concluimos
la plegaria eucarística, justo antes de decir el padrenuestro. En su
brevedad, tiene un gran significado, puesto que es una de las
expresiones privilegiadas de la dignidad de los cristianos: por el
bautismo, pertenecemos a un «pueblo de sacerdotes».
Había contestado Amén...
Entre los hermanos reunidos, había un hombre que todo el mundo
consideraba como miembro de la comunidad desde hacía mucho
tiempo... Se había situado cerca de los que iban a ser bautizados, y
escuchaba las preguntas y las respuestas. Se me acercó llorando...,
declarando y jurando que el bautismo que él había recibido en un
grupo de herejes no era aquél, que no tenía nada que ver...; me pedía
recibir él también aquella purificación, aquella acogida, aquella
gracia verdaderamente pura. Yo no me atreví a hacerlo, y le dije que
la comunión que él había mantenido (con la Iglesia) durante tan largo
tiempo ya bastaba. Porque en efecto, llevaba ya mucho tiempo
escuchando la Eucaristía, durante mucho tiempo había contestado
Amén... (Dionisio, obispo de Alejandría en el siglo III, en «Carta a
Sixto», recogida por Eusebio de Cesárea en «Historia Eclesiástica»,
VIII, 9).
El pueblo no permanece pasivo durante la plegaria eucarística.
Uniéndose a la acción de gracias, aprende a maravillarse de todo lo
que, en su vida y en el corazón de los hombres, constituye un motivo
para alabar al Señor, para darle gracias, para alegrarse con él. Porque,
según las palabras de la cuarta plegaria eucarística, él «santifica todas
las cosas» y «lleva a plenitud su obra en el mundo». ¿Por qué no
podría ser ésta una buena ocasión para compartir los motivos que
tenemos hoy para dar gracias, preparándonos así para este gran
momento de la celebración?
El verdadero momento de la acción de gracias
A veces se utiliza la expresión «acción de gracias» para designar la
oración privada que sigue a la misa, en la que se agradecen a Dios
50
ofrecer la posibilidad de comulgar a los que no pueden participar en la
misa. Desde la Edad Media, aparece también la costumbre de ir a
rezar a cualquier hora del día ante el sagrario. Si la oración litúrgica se
dirige al Padre, los fieles desean también hablar a Jesús, en una
intimidad más profunda con él. Esta legítima aspiración, que en
Oriente se ha traducido desde muy antiguo en la veneración del icono
o imagen del Salvador, ha dado lugar, entre nosotros, a esta adoración
del Santísimo Sacramento. Esta adoración, en determinados días,
puede hacerse incluso de manera pública, al «exponerse» el pan
consagrado para la adoración de los fieles. Hay que procurar, de todos
modos, situar estas devociones en prolongación de lo que se ha vivido
en la misa.
El culto del Santísimo Sacramento
El fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies (*)
fuera de la misa es la administración del viático; los fines secundarios
son la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor
Jesucristo presente en el sacramento. Pues la reserva de las especies
sagradas para los enfermos ha introducido la laudable costumbre de
adorar este manjar del cielo conservado en las iglesias.
Hay que procurar que en las exposiciones el culto del santísimo
sacramento manifieste, aun en los signos externos, su relación con la
misa. En el ornato y en el modo de la exposición evítese
cuidadosamente todo lo que pueda oscurecer el deseo de Cristo, que
instituyó la Eucaristía ante todo para que fuera nuestro alimento,
nuestro consuelo y nuestro remedio. (Ritual de la sagrada comunión y
del culto eucarístico, nn. 5 y 82).
(*) La expresión «sagradas especies» designa el pan y el vino como
signos visibles de la presencia de Cristo.
No sería imaginable conservar la Eucaristía en una iglesia cerrada en
la que nunca entrara nadie, sólo para poder decir que el Señor estaba
presente en una ciudad o en un barrio. Eso podría tener sentido si se
refiriera a los templos paganos que guardaban la estatua o los
símbolos de un dios. El sacramento es algo muy distinto; el
sacramento está para el encuentro con los hombres que lo reciben
como alimento y lo adoran.
71
culminación del culto eucarístico en la contemplación de una hostia
puesta ante nuestros ojos. Por legítima que sea esta práctica, no debe
oscurecer el dinamismo que nos enrola en la ofrenda de Cristo.
La hostia
«Hostia» es una palabra latina que significa «victima». Esta palabra
se utiliza, desde la Edad Media, para designar el pan eucarístico, con
el fin de subrayar el carácter sacrificial de la misa. Antes se decía
más bien pan, ofrenda, oblación (los orientales le llaman a menudo
«cordero»).
En una época en la que se comulgaba poco, se buscaba sobre todo ver
la hostia para adorarla, y se pensaba que cumplía mejor su función
cuanto menos se pareciera a un trozo de pan normal: era blanca,
redonda, sin espesor, como algo inmaterial destinado sobre todo a la
contemplación de una presencia sin comparación posible con las
realidades banales de la vida cotidiana.
Resulta deseable y posible recuperar hoy el aspecto del pan, incluso
tratándose de un pan sin levadura.
La presencia de Jesús se realiza por tanto mediante una acción,
en el dinamismo de la celebración.
¿Qué ocurre entonces cuando termina la misa?
¿Se puede decir que el Señor sigue ahí, bajo el signo del pan
que queda después de la comunión?
UNA PRESENCIA QUE PERMANECE
DESPUÉS DE LA MISA
«Tomad y comed..., tomad y bebed», dijo el Señor. Es importante por
tanto recordar que la Eucaristía es ante todo un alimento, que debe ser
consumido por los cristianos. Pero no obstante, la presencia de Cristo
no se reduce al momento preciso en el que su cuerpo y su sangre son
dados a comer y a beber. Esa presencia viene de la oración
consecratoria y permanece después de la celebración. Desde siempre,
en efecto, se ha conservado el pan eucarístico, sobre todo para poder
llevarlo a los moribundos (es lo que se llama el «viático») o para
70
las gracias recibidas en la comunión. Pero éste es un uso
relativamente reciente y no muy afortunado, porque nos puede hacer
olvidar el verdadero significado de la palabra Eucaristía.
La Eucaristía, por tanto, es una plegaria, una acción de gracias.
¿Por qué se dice entonces que es un alimento?
EL PAN Y EL VINO
Nuestra acción de gracias se hace, como Jesús, sobre el pan y el vino.
Esto no es sólo porque estas materias caracterizan la alimentación de
los países mediterráneos; es también porque, en todo el Antiguo
Testamento, habían servido para expresar aspectos y momentos de la
Alianza de Dios con los hombres. Recordemos a Melquisedec, en
tiempos de Abrahán, que ofreció como sacrificio al Altísimo pan y
vino (Génesis 14,8). Recordemos también el pan cocido sobre piedras
que un ángel presentó al profeta Elías, cuando éste estaba tentado de
abandonar su misión, diciéndole: «¡Levántate, come! Que el camino
es superior a tus fuerzas» (1 Reyes 19,5-8). No olvidemos tampoco
los panes de la ofrenda que se depositaban sobre el altar del templo de
Jerusalén (Éxodo 25,30; cf. Lucas 6,4), ni el maná en el desierto,
considerado como un pan venido del cielo (Éxodo 16,1-5; cf. Juan
6,30-35). En cuanto al vino, que «alegra el corazón del hombre»
(salmo 103,15), es el signo de la fiesta y anuncia la alegría del Reino
que ya ha empezado y que nunca terminará (Proverbios 9,2.5; Lucas
22,17). Es también la copa dolorosa (el «mal trago») que anuncia la
pasión del Salvador (Marcos 10,38-39) y el día del juicio, evocado por
aquel pasaje de Isaías sobre el que pisa en el lagar, en el que, como en
un sueño, el fruto de la viña se confunde con la sangre (Isaías 63,1-6).
Notemos también que el vino se bebe mezclado con agua, porque los
antiguos lo hacían así; resultaba demasiado fuerte para ser bebido
solo, a no ser que uno tuviera la intención de emborracharse.
Por todo eso empleamos en la misa pan de trigo y vino de uva. Esto
puede sin duda crear problemas en los lugares que tienen otras
costumbres alimentarias. ¿Podríamos imaginarnos que algún día, por
ejemplo, se utilice en África una torta de mandioca y una calabaza de
vino de palma? Una decisión de este tipo correspondería a las Iglesias
afectadas, realizada en comunión con toda la catolicidad, pero ello
51
debería implicar antes que, a través de una larga familiaridad con la
Biblia, pudieran traspasar a estos elementos toda la riqueza evocadora
que han adquirido el pan y el vino en la historia del pueblo de Dios.
Sólo el Espíritu del Señor, que asiste a las comunidades cristianas en
su gestión de los sacramentos, les puede ayudar a realizar los
discernimientos necesarios. Hoy, se utiliza en todas partes el alimento
que Jesús escogió y sobre el que pronunció la bendición.
Algunas reflexiones de un obispo africano
En la humanidad de las sabanas y de los saheles, el misionero,
anunciando el Evangelio por primera vez, lo había previsto todo para
la misa... Pero como en otro tiempo los hijos de Israel, a nosotros nos
surgía la pregunta: «¿Man hu... Qué es esto?» (Éxodo 16,15). ¿Qué
estaba haciendo aquel hombre? ¿Qué es esta pasta blanca?... Los
elementos materiales de la comunión, vistos al margen de lo que hizo
el Maestro, están ligados a un contexto cultural muy concreto...
¿Todos los demás panes, todas las demás comidas del mundo, son
indignas del pan eucarístico?... Hasta ahora se ha dado la comunión
a las Iglesias jóvenes, pero esto no es todavía la comida eucarística...
(Anselmo Sanon, obispo de Bobo Dioulasso, en el Simposio
internacional del Congreso Eucarístico, Toulouse 1981).
Cuando se ha dispuesto ya sobre el altar el pan y el vino, el sacerdote
dice (en voz alta o en voz baja) unas fórmulas inspiradas en las
antiguas bendiciones: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por
este pan (este vino), fruto de la tierra (de la vid) y del trabajo del
hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos. El
será para nosotros pan de vida (bebida de salvación)». Es como una
pequeña anticipación de la plegaria eucarística.
LA PALABRA EUCARISTÍA,
¿TIENE DISTINTOS SIGNIFICADOS?
La Eucaristía es ante todo una proclamación de acción de gracias. La
gran plegaria que constituye el corazón de la misa manifiesta esta
acción de gracias sobre todo en sus primeras palabras, pero esta
actitud interior la impregna de principio a fin.
52
Es una realidad de un orden aparte, una presencia real sacramental.
Así pues, debemos evitar, en el lenguaje y sobre todo en la
imaginación, todo lo que podría hacer olvidar este carácter tan
particular, este «misterio». No hay que decir, por tanto, como se decía
antes en algunas fórmulas de piedad, que Jesús está «prisionero en el
sagrario», por el hecho de que se cierre con llave el pequeño armario
en el que se guarda la Eucaristía. Y cuando partimos el pan, tampoco
hay que imaginar que Cristo quede dividido. Cuando el Señor habla
de comer su carne, de beber su sangre, no hay ahí nada que se pueda
comparar a una especie de antropofagia. Las mismas profanaciones o
las faltas de respeto al sacramento —que, desde luego, hay que evitar
con todo cuidado— no afectan a Cristo directamente y sólo le ofenden
por las malas intenciones de sus autores.
UNA PRESENCIA DINÁMICA
Lo que se hace presente es Cristo llevando a cabo su sacrificio,
dándonos su vida y enrolándonos en su aventura pascual. Por eso toda
plegaria eucarística se dirige al Padre; Jesús está, por así decirlo, junto
a nosotros, y es «por él, con él y en él» que nosotros presentamos a
Dios nuestra acción de gracias y nuestra ofrenda. No se trata de una
presencia estática, como si se tratara de una cosa, por venerable que
fuese.
Desde la Edad Media, en Occidente, este movimiento, en cierto
sentido, se interrumpe un momento por esos gestos de adoración que
son las genuflexiones del sacerdote o las miradas de los fieles hacia el
pan y el cáliz cuando se muestran en la elevación. Así se pone de
relieve la narración de la institución de la Eucaristía. Se repiten ahí las
palabras mismas de Jesús designando su cuerpo y su sangre; es el
momento decisivo de la consagración. Puesto que Cristo está presente,
el Hijo del Dios vivo, justo es que lo adoremos. Pero el dinamismo de
la acción y de la oración dirigida al Padre retoma inmediatamente su
impulso, enlazando la narración de la Cena con la oración de
anámnesis apoyada también por una aclamación del pueblo.
Es por tanto un abuso de lenguaje querer expresar lo esencial de lo
que ocurre en la misa diciendo que «Jesús desciende sobre el altar»
para estar en medio de nosotros. Y sería también criticable ver la
69
La fe de los cristianos del siglo II
Este alimento no lo tomamos como un pan o una bebida ordinarios.
De la misma manera que Jesucristo, nuestro salvador, se ha
encarnado por la acción de la palabra de Dios y ha tomado carne y
sangre por nuestra salvación, así el alimento eucaristizado por la
oración y por las palabras que vienen de él, que alimenta por
asimilación nuestra carne y nuestra sangre, es carne y sangre de
Jesús encarnado. Esa es nuestra doctrina. (San Justino, "Primera
Apología", 66).
La fe de la Iglesia nos lleva a afirmar que Cristo se hace
verdaderamente presente por la plegaria consecratoria. Los
formularios litúrgicos lo expresan en términos de cambio: «Que (esta
ofrenda) sea para nosotros cuerpo y sangre de tu Hijo amado»
(plegaria eucarística I, en la oración que precede inmediatamente a la
narración de la Cena); que el Espíritu Santo, «por su venida, haga de
este pan el cuerpo de Cristo... y de esta copa la sangre de Cristo»
(anáfora siríaca de Santiago, en la oración que sigue a la plegaria de
anámnesis); «que él consagre este pan al precioso cuerpo... y este cáliz
a la preciosa sangre de nuestro Señor» (anáfora griega de san Basilio,
en el mismo lugar).
Por eso podemos hablar de una presencia real.
Y sin embargo no se trata de una presencia físicamente perceptible,
puesto que no tenemos ante nuestros ojos el rostro de Jesús, y su voz
no es audible para nuestros oídos. Nuestros sentidos se encuentran
ante el gusto, el color, la textura del pan y del vino que permanecen
como signos de Cristo que está ahí.
No se trata tampoco de una presencia en el interior de estos alimentos
como en un recipiente, ni detrás de ellos, corno si estuvieran
escondidos por un velo.
No se trata de un milagro, porque el milagro hace ver determinadas
cosas para ayudarnos a creer, mientras que lo que aquí ocurre no se ve
y sólo puede ser alcanzado por la fe.
68
La Eucaristía es también una acción. Ahí ocurre algo, puesto que,
según las palabras mismas de Jesús, aquello que no era más que pan y
vino se convierte, en la fe de la Iglesia, en el cuerpo y la sangre de
Cristo. La invitación que el sacerdote dirige a la asamblea al empezar,
en su primera formulación original, en griego, comenzaba así:
«Eukharistidsomen...». Lo cual puede traducirse como decimos
nosotros: «Demos gracias...». Pero también puede traducirse así:
«Hagamos la Eucaristía...», lo cual indica que esta plegaria es también
una acción. Y, como éste es el punto culminante de toda la
celebración, la palabra Eucaristía se utiliza, por extensión, para
designar el conjunto de la misa.
El «canon» o «anáfora»
Un viejo libro litúrgico que se utilizaba en Roma indica, al empezar la
plegaria eucarística: «Aquí comienza el Canon de la acción». Canon
es una palabra que en griego significa regla, ordenación. El
formulario así introducido podríamos decir que era lo que regulaba,
lo que ordenaba la acción. Aun se utiliza a veces la expresión 'el
Canon romano' para referirse a la primera plegaria eucarística. Los
cristianos orientales utilizan otra palabra, la Anáfora, que significa la
ofrenda.
La Eucaristía es, en último término, el pan y el vino mismos. Cuando
se ha pronunciado sobre ellos la acción de gracias, podemos decir que
han quedado «eucaristizados», según una expresión que hemos visto
utilizada por Justino (ver página 22), el cual dice también, más
sencillamente: «a este alimento, nosotros le llamamos Eucaristía». Es
lo que había sugerido ya la Didakhé: «Que nadie coma ni beba de
vuestra Eucaristía si no está bautizado en el nombre del Señor» (ver
página 44). Desde aquellos primeros tiempos, este lenguaje ha sido
utilizado siempre en la Iglesia. Y sólo lo podemos entender si
recordamos y tenemos en cuenta que la plegaria es también una
acción.
Aun nos quedan muchas cosas para descubrir en la actuación de este
pueblo que celebra. Los capítulos siguientes nos van a ayudar a ello.
53
Capítulo 5
UNA PRESENCIA
El pan y el vino, una vez consagrados, siguen teniendo
la misma composición física y química. Pero para
nosotros, desde la fe, son ahora la presencia de Cristo.
¡No resulta fácil creer esto! Lo único que podemos
hacer es confiar en la palabra de Jesús y apoyarnos en
los creyentes que nos han transmitido lo que ellos
habían recibido de otros creyentes... ¿Qué nos dicen
esos creyentes?
¿Jesús está presente en el pan y el vino de la Eucaristía?
¿Podemos tocarlo, o incluso dañarlo con nuestras manos en la
hostia o en el cáliz?
¿Cómo podemos comerlo o beberlo?
UNA PRESENCIA MISTERIOSA
«Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre». Estas palabras de Jesús los
cristianos se las han tomado siempre muy en serio y, por así decirlo, al
pie de la letra. Detrás de ellas está el recuerdo de las palabras
sorprendentes que recoge el evangelio de Juan y que provocaron
murmullos de desaprobación e incluso abandonos entre los discípulos:
El pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva... Mi carne
es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi
carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él» (Juan 6,51-56).
Capítulo 4
UN SACRIFICIO
Jesús murió en una cruz y resucitó la mañana de Pascua. El
Nuevo Testamento habla de esta muerte y resurrección
como de un sacrificio destinado a sustituir los de los
corderos y los toros que los sacerdotes judíos ofrecían en el
Templo. Eso supone que este sacrificio se convierte en un
elemento del culto cristiano. Pero un acontecimiento que ha
tenido lugar en la historia no se puede reproducir. ¿En qué
sentido podemos decir que la misa nos lo hace revivir?
¿Qué relación puede haber entre la muerte de Cristo en la cruz
y lo que nosotros hacemos en la misa?
UN RELATO
Después de cantar el Santo, escuchamos cómo el sacerdote narra lo
que Jesús hizo en la Cena: tomo el pan, dio gracias, lo partió y lo dio:
«Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros»... tomó el cáliz,
dio gracias y lo pasó diciendo: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre
de la alianza nueva y eterna...». Según los tiempos, los lugares y los
formularios empleados, estas palabras no son siempre las mismas; a
veces es una narración bastante larga y detallada, otras una narración
breve, concisa y reducida a lo esencial. Es como cuando se narra un
acontecimiento: lo importante no son las palabras que se utilizan, sino
la fidelidad de la narración.
¿Pero por qué no repetimos simplemente los pasajes del Nuevo
Testamento que relatan la última cena de Jesús? El motivo es simple.
Y es que la Eucaristía la celebraban ya los cristianos antes de que
Pablo escribiera su carta a los Corintios y antes de que se pusieran por
escrito los evangelios; se había ido constituyendo, desarrollando y
perpetuando una tradición. Los propios autores bíblicos se han
inspirado en esa tradición, con sus divergencias en función de la
práctica de las distintas comunidades y, más adelante, sus redacciones
han podido influenciar los usos litúrgicos, sin que de todos modos
nunca estas corrientes procedentes de los orígenes se hayan
confundido totalmente.
he pensado mejor y no he ido. Señor, también podría ofrecerte todos
los líos en que está metida la gente de mi colé... Pero muchos de esos
líos no los conozco; ¿cómo podría hacer para traértelos todos?
Jesús sí lo sabe todo sobre nuestras vidas, lo que le alegra y lo que le
entristece... O sea que si te ofrezco lo que hay dentro del espíritu y del
corazón de Jesús, entonces sí que te lo ofrezco todo... y mucho más.
Recuerdo ahora una frase que escuché en la misa: «Jesucristo se
ofrece con su cuerpo y con su sangre y así nos abre el camino hacia
ti». Ir por ese camino hacia ti, con Sandra, Valeria, Fátima, José,
Natalia y todos los demás, sí, eso es lo que yo querría... ¡Sí, es
formidable! (Ana, estudiante de segundo de BUP)
El relato de la Cena en una anáfora oriental
En el momento en el que él iba a su muerte voluntaria y vivificante, en
la noche en que se entregó para la vida del mundo, tomó el pan en sus
manos santas e inmaculadas, te lo ofreció a ti, Padre, te dio gracias,
lo bendijo, lo santificó, lo parió, y lo dio a sus santos discípulos y
apóstoles diciendo: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo partido por
vosotros para el perdón de los pecados» (el pueblo canta: Amén).
Tomó asimismo la copa del fruto de la vid, lo mezcló, dio gracias, la
bendijo, la santificó, y la dio a sus santos discípulos y apóstoles
diciendo: «Bebed todos; esto es mi sangre derramada por vosotros y
por la multitud para el perdón de los pecados (el pueblo canta:
Amén). Haced esto en conmemoración mía. Cada vez que comáis de
este pan y bebáis de esta copa, anunciáis mi muerte, confesáis mi
resurrección». (Anáfora bizantina de san Basilio)
EL SACRIFICIO DE CRISTO
Estos gestos y estas palabras de Jesucristo evocan la pasión que él está
a punto de sufrir: cuerpo partido, sangre derramada, la noche en que
fue entregado, etc. El mismo hecho de que el cuerpo y la sangre se
presenten separadamente es un signo de muerte. Además, el Señor
mismo habla de esta cena como de una renovación de la Pascua: «He
deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes
de padecer» (Lucas 22,15)2. La fiesta de la Pascua conmemora la
liberación de la esclavitud de Egipto; comienza con un sacrificio: cada
familia degüella un cordero; y termina con una comida (Éxodo 12,12
Está en discusión si la Cena fue o no la celebración de la Pascua judía por Jesús y
sus discípulos. Sea como sea, lo que sí es cierto es que los evangelios le dan un
carácter pascual, y eso nos basta.
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«el justo» (Génesis 4,2-5; Mateo 23,35; Hebreos 11,4; I Juan 3,12),
Abrahán, «nuestro padre en la fe» (Génesis 22,1-19; Hebreos 11,1719), Melquisedec, «tu sumo sacerdote» (Génesis 14,17-20; Salmo
109,4; Hebreos 5,5-10; 7,1-10.20-28).
Todo sacrificio evoca una inmolación. Nosotros no podemos unirnos
a la ofrenda de Cristo sin encontrarnos de frente con la cruz. La
Eucaristía nos compromete en las renuncias que exige el amor de
Dios, el apoyo mutuo, la paciencia en las pruebas, la perseverancia en
la lucha contra el mal y sus esclavitudes. Y nos conduce también a
mirar las miserias de la humanidad a la luz de un Dios que se nos
presenta en el cuerpo de un crucificado.
Pero sin embargo, a pesar de esto, el memorial de la pasión de Cristo
no es un rilo impregnado de tristeza, sino que por el contrario es una
celebración gozosa, una fiesta, porque ahí encontramos a aquél que,
después de haber padecido bajo el poder de Poncio Pilato, ha
resucitado y vive hoy, y nos hace compartir su victoria sobre la
muerte, a fin de que la vida, que triunfó en el alba de Pascua, anime
nuestras existencias y alimente nuestra esperanza. Lo que nosotros
revivimos con nuestro Señor, es el coraje de poder referirnos sin
temor a su «pasión salvadora» y a su «admirable resurrección».
Oración de una estudiante
Señor, mañana es domingo. Iré a misa. Y me pregunto qué voy a
ofrecerte… Repaso cómo ha ido la semana:
Mira, el miércoles, en el instituto, Sandra nos ha dicho que estaba
harta: la elegimos delegada y luego la hemos dejado sola; no le
decimos nunca nada que pueda aportar al consejo y luego tampoco le
preguntamos siquiera cómo ha ido. Estaba muy desanimada.
Entonces, con Valeria, Fátima, José y Natalia hemos decidido
reunimos con todos los compañeros que quisieran para preparar con
Sandra el próximo consejo. Era magnífico, ver la cantidad de ideas
que salían... y la alegría de Sandra. Puedo ofrecerte esto, Señor. Y
estoy segura que te gustará.
14: leemos este texto en la misa del Jueves Santo). Por su parte, el
Nuevo Testamento aplica a Jesucristo que entra en el mundo las
palabras de un salmo: «Tú no quieres ofrendas ni sacrificios...
Entonces yo he dicho: Aquí estoy» (Salmo 39,7-8). Y su muerte
realiza la profecía de Isaías sobre el Siervo doliente, cordero de Dios
que quita el pecado del mundo (Isaías 53,7-8; Hechos de los
Apóstoles 8,31-35). El apóstol Pablo puede decir: «Cristo, nuestra
Pascua, ha sido inmolado» (1 Corintios 5,7).
Ofreciéndose a sí mismo y haciéndose uno de nosotros, el Hijo de
Dios ha llegado hasta dar la vida en la cruz. Se habla de su «pasión»,
y quizá no sea casual que esta palabra nos evoque el sufrimiento, el
amor, e incluso un poco de locura... El sacrificio que él realizó por su
muerte y su resurrección abolió todos los de la Ley antigua; el suyo es
único, ofrecido una vez por todas; no puede haber otro, y suponer que
se pueda renovar significaría dudar de su perfección y de su eficacia.
El sacrificio de la nueva alianza
Jesucristo primero dice:
Sacrificios y ofrendas,
holocaustos y víctimas expiatorias,
que son los que manda ofrecer la Ley,
ni los quieres ni te agradan.
Y después añade:
Aquí estoy yo para realizar tu voluntad.
Deroga lo primero para establecer lo segundo.
Por esa voluntad hemos quedado consagrados,
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo,
única y definitiva.
(Carta a los Hebreos 10,8-10)
Y el lunes, un chico que no conocía me ha propuesto ir a fumar un
canuto con otra gente y me ha citado nombres de chicos y chicas que
me caen bien. Y yo me he preguntado que porqué no. Pero lo he
hablado con Tony y me ha dicho que si había perdido la cabeza. Y lo
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Por tanto, se puede hablar del sacrificio de Cristo
y de su evocación en la Cena y en la misa. Pero,
¿se puede hablar de «sacrificio de la misa»?
EL MEMORIAL
El sacerdote, ya lo hemos indicado, narra lo que Jesús hizo en la
Cena. Se dice a veces que ahí la plegaria se interrumpe para dejar paso
al relato, a la narración. Esto no es exacto. El presidente de la
asamblea sigue dirigiéndose al Padre: elevando los ojos al cielo, hacia
ti... dando gracias te bendijo... Y si bien éste es un momento
particularmente importante, el momento esencial de la consagración,
nos equivocaríamos si lo separáramos de su contexto y no viéramos su
estrecha relación con el conjunto del que forma parte. Este momento
termina con el recuerdo del mandato del Señor: «Haced esto en
conmemoración mía», e introduce un desarrollo de la plegaria que
expresa cómo este pasado se convierte para nosotros en un «hoy»: «Al
celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo...»
La «Anámnesis»
Esta oración del sacerdote que sigue al relato de la institución de la
Eucaristía se llana «plegaria de anámnesis», porque Memorial o
Memoria, en griego, se dice Anámnesis. No hay que confundirla con
la «aclamación de la anámnesis», que el pueblo dirige a Cristo en
este momento: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!»
«Memorial», como «conmemoración», es un derivado de «memoria»,
y esa es una palabra que podríamos entender inadecuadamente. La
memoria, para nosotros, significa un pasado que revivirnos tan sólo en
el pensamiento o en los sentimientos. En el lenguaje de la Biblia, tiene
un significado mucho más rico, porque el primero, que recuerda las
cosas es Dios, a quien podemos decir: «Para ti mil años son un ayer
que pasó, una vela nocturna» (Salmo 89,4). Para él, todo está
presente. Y los ritos nos hacen entrar en su memoria, borrando, por así
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exigen una fabricación, eso nos manifiesta que su misterio pascual
tiene sus raíces en el corazón de la humanidad laboriosa; y nos
muestra también que Dios quiere tener necesidad de los hombres y
solicita su colaboración para realizar sus maravillas. Pero la actitud
del que se acerca al altar tiene que evitar parecerse a la del fariseo que
hace el recuento de sus méritos (Lucas 18,9-14) y se presenta con las
manos llenas... sino que al contrario lo que hay que tener es un
corazón preparado para recibir y acoger, y así llegar a ser capaz de dar
y de darse. En una plegaria eucarística decimos, a propósito del pan y
el vino, que forman parte «de los mismos bienes que nos has dado» y
en otra, de la liturgia bizantina, se dice que ofrecemos «las cosas que
son para ti, tomadas de entre las cosas que provienen de ti».
La vida de los hombres se une a la ofrenda de Cristo
Los laicos... reciben la vocación admirable y los medios que
permitirán al Espíritu producir en ellos frutos cada vez más
abundantes. En efecto, todas sus actividades, sus oraciones y sus
empresas apostólicas, su vida conyugal y familiar, su trabajo
cotidiano, sus momentos de descanso espiritual y corporal, si son
vividos en el Espíritu de Dios, y lo mismo las pruebas de la vida, si
son pacientemente soportadas, se convierten en «ofrendas espirituales
agradables a Dios por Jesucristo» (1 Pe 2,5) y, en la celebración
eucarística, se unen a la oblación del cuerpo del Señor para ser
ofrecido piadosamente al Padre.» (Concilio Vaticano II,
«Constitución sobre la Iglesia», n° 34).
«NUESTRA PASCUA»
Desde el momento en que nuestra ofrenda está unida a la del Señor,
ahí está toda nuestra vida: la ofrenda del Señor asume todas nuestras
luchas con sus victorias y sus fracasos, todas nuestras actividades y
también todas nuestras debilidades. Ahí hacemos nuestro el sacrificio
de Jesús; y el Padre quiere recibirlo de nuestras manos con todo lo que
viene de nosotros. Esto es tan verdadero que, aunque sabemos
perfectamente que la entrega de su Hijo no puede menos que llenarle
de alegría, tenemos la audacia de pedirle que lo quiera aceptar. Hasta
este punto ha llegado a ser nuestra esa entrega. Y en la plegaria
eucarística primera acompañamos esta petición con el recuerdo de las
ofrendas de aquellos que, según la Biblia, le han sido agradables: Abel
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EL «OFEETORIO» Y EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO
Cuando, hacia los años 20, y especialmente a raíz de la aparición de
los movimientos de Acción Católica, se quiso insistir en la relación
entre la misa y la vida, apareció la tendencia a resaltar el valor del
momento de la preparación que precede a la plegaria eucarística. En
este momento de preparación, lo que se hace es disponer la mesa de la
comida sacramental y poner en ella la materia del sacrificio. En los
tiempos antiguos, los fieles traían cada uno de su casa, de lo que
tenían para comer, un panecillo y un pequeño frasco de vino. Era una
forma de manifestar concretamente su participación en la acción
litúrgica; era su ofrenda, y de ahí el nombre de Ofertorio que se daba a
esta parte de la celebración. Pero este vocabulario resulta ambiguo. La
legítima preocupación para lograr una participación verdadera se
tradujo en una manera equivocada de entender las cosas: a veces se
actuaba como si en este momento tuviera lugar un sacrificio de los
hombres que se hace antes del sacrificio de Cristo, o como una
ofrenda de nuestra vida considerada como una condición
indispensable para poder realizar la del cuerpo y la sangre del Señor.
Y se llevaban al altar toda clase de símbolos de la existencia
cotidiana: herramientas de trabajo, objetos manufacturados, papeles
en los que se habían escrito los esfuerzos y los sacrificios realizados,
sobre todo cuando se trataba de niños o adolescentes. Estas
costumbres han desaparecido ya, pero no resulta inútil recordarlas,
porque todavía permanecen secuelas en nuestra mentalidad.3
En realidad, ya lo hemos dicho, en la misa se realiza verdaderamente
la ofrenda de nuestra vida, pero no como algo que se añade a la de
Cristo; no es una condición de esa ofrenda, sino que, por el contrario,
deriva de ella. Para evitar toda confusión, los misales actuales utilizan
el término Preparación de las ofrendas, y no el de Ofertorio, para
designar estos ritos preliminares. Todo lo que ocurre en este momento
se orienta hacia lo que sucederá a continuación. Sin duda, resulta
agradable subrayar que el pan y el vino son «fruto del trabajo de los
hombres», como se dice en las «bendiciones» que el sacerdote
pronuncia al depositarlos sobre la mesa; si Jesús escogió como signos
de su sacrificio cosas que no se dan tal cual en la naturaleza sino que
3
Esta práctica, que el autor considera desaparecida, sigue vigente entre nosotros. (N.
del T.).
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decirlo, el tiempo, de manera que sus maravillas de otras épocas se
hacen actuales, se convierten en un hoy. Cuando los judíos celebran la
Pascua, no se contentan con recordar lo que el Señor hizo por ellos
cuando los liberó de la esclavitud de Egipto, sino que tienen
conciencia de revivir cada año esta liberación. Eso quiere decir Jesús
cuando pronuncia las palabras «en conmemoración mía». Él
permanece siempre vivo hoy en su humanidad de Resucitado y
podemos encontrarlo en verdad, a través de los gestos y las palabras
que nos ha dejado para perpetuar su misterio pascual.
Así pues, ¿de qué hacemos memoria? ¿qué es ese «memorial», esa
«conmemoración»? Escuchemos lo que dice el sacerdote. En las
plegarias eucarísticas más breves, va derecho a lo esencial: «... de la
muerte y resurrección de tu Hijo». En los formularios más
desarrollados, evoca también otros acontecimientos concernientes a
Jesucristo: su ascensión, su glorificación a la derecha del Padre..., y
también su retorno al fin de los tiempos. De modo que no hacemos
memoria sólo del pasado, sino también del futuro. Lo cual nos
muestra claramente que se trata de algo más que un simple recuerdo.
Se trata de que mediante un rito, mediante un sacramento,
actualizamos la ofrenda de Jesús. No hay que imaginarse el sacrificio
de la misa como un nuevo sacrificio que Cristo ofrecería hoy en el
cielo o sobre la tierra y que sería distinto de aquél del que nos hablan
los evangelios. Celebramos el mismo sacrificio de la cruz; no lo
renovamos materialmente, sino como «memorial», es decir, a través
de los signos fecundos del sacramento. Se puede decir que la
Eucaristía es un sacrificio sacramental.
TE OFRECEMOS...
La oración del sacerdote prosigue: «Al celebrar ahora el memorial...te
ofrecemos...». Jesús, hace ya siglos, dio su vida por amor a los
hombres: «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos»
(Juan 15,13). Y nosotros, al hacer de nuevo los gestos de la Cena,
podemos ofrecer también su sacrificio. A través del acto simbólico de
la celebración, participamos realmente de su ofrenda y la presentamos
al Padre (el verbo está en presente). Pero, ¿qué hacemos exactamente?
¿Quién es el que ofrece? ¿Qué es lo que se ofrece?
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Una plegaria de Anamnesis
en el signo que ahí se realiza falta una dimensión importante y se da
una anomalía, puesto que una función presidencial presupone la
existencia de una asamblea que es presidida.
... «Haced esto en conmemoración mía».
Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo, al
celebrar este memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo, tu Hijo,
nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de
su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y
majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro,
inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación.
Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los
dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe,
y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec. (Plegaria
eucarística I).
¿Quién es el que ofrece? «Nosotros», como miembros de la Iglesia,
porque ella es el cuerpo de Cristo unido a su cabeza. Y la primera
plegaria eucarística precisa: «Nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo
santo». Con la palabra «siervos» se designa a aquellos que han
recibido la misión de presidir la asamblea litúrgica, es decir, el obispo
y los sacerdotes. No puede haber Eucaristía sin sacerdote, porque se
trata del más importante de los actos de Cristo, que nos es dado, y es
función de aquellos que han recibido el sacramento de la ordenación
significar la iniciativa del Señor y la gratuidad de los beneficios que él
otorga a sus discípulos. Jesús confió este encargo a los apóstoles y
ellos lo transmitieron por la imposición de las manos a sus sucesores,
y así se ha perpetuado de generación en generación hasta nuestros
días. Pero, como recuerda el concilio Vaticano II, «todos los
sacerdotes, en unión con los obispos, participan del único sacerdocio
y el único ministerio de Cristo» (Decreto sobre la vida y el ministerio
de los presbíteros, n° 7). También, cuando presiden en común una
Eucaristía, actúan como una unidad, puesto que representan
conjuntamente la persona misma de Jesús. Es lo que se llama la
concelebración.
Si ahí se añade «y todo tu pueblo santo», significa que los fieles
toman parte en este sacrificio sacramental y esta parte es activa.
Pueden darse situaciones, casos límite, en las que la misa se celebre
sin presencia del pueblo; desde luego que en esas misas la Iglesia que
actúa unida a su Señor se halla presente a través de sus ministros, pero
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La participación de los fieles
La Iglesia procura que los cristianos (...) aprendan a ofrecerse a sí
mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del
sacerdote, sino juntamente con él, y se perfeccionen día a día por
Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente,
Dios sea todo en todos». (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la
Liturgia», n° 48).
¿Qué es lo que se ofrece? Decimos: el cuerpo y la sangre de Jesús.
Pero si nosotros tomamos parte activa en este sacrificio, no es sólo
para ofrecerlo, sino también para vivirlo. Se puede decir en verdad
que nos ofrecemos a nosotros mismos con Jesucristo, que ofrecemos
nuestra vida. Ese será especialmente el fruto de la comunión, que debe
realizar nuestra participación en el misterio pascual. Más adelante
volveremos a hablar de este tema.
Todo esto nos permite entender mejor en qué sentido se puede decir
que la misa es un sacrificio. Sería inútil intentar ver cómo se aplica en
ella una definición teórica de sacrificio. El único sacrificio es la
muerte de Jesús en la cruz. Pero el Señor mismo, en la Cena, la
representó por anticipación bajo la forma de un rito que nosotros
podemos renovar. Así la misa es el «Memorial», el sacramento de la
Cruz; es un sacrificio sacramental. Esto se pone en evidencia en el
relato que ocupa el corazón de la celebración, inseparable de la
plegaria de anámnesis que explícita su significación como acto actual
de una Iglesia que al mismo tiempo ofrece y es ofrecida en Jesucristo.
Pero incluso si el sacrificio de Cristo se hace presente en la
celebración, todo en conjunto parece aun muy alejado de
nuestra vida con sus alegrías y sus penas, sus problemas y sus
luchas, sus éxitos y sus fracasos...
¿Cómo puede superarse esta dificultad?
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