Enrique Rajoy Brey Registrador de Cáceres número 1 Queridos compañeros: Adjunto os remito dos sentencias firmes dictadas por el Juzgado Central Contencioso/Administrativo número 4 de la Audiencia Nacional y la Sección 3ª de la Sala Contencioso/Administrativo del TSJM que se refieren a las sanciones que, en su día, la DG me impuso por, según su apreciación, extralimitarme en el ejercicio de mis funciones al calificar el juicio de suficiencia de los poderes efectuado por un notario. La Sentencia del JC de la Audiencia Nacional estima la demanda de responsabilidad civil que, en su día, interpuse contra la DG y la condena a indemnizarme con 6.000 euros al entender que su actuación fue gratuita, injustificada y arbitraria. Como podréis ver los que tengáis curiosidad y tiempo, su fallo viene parcialmente determinado por las siete sentencias dictadas previamente tanto por la Sección 3ª como 7ª de lo contencioso del TSJM, de las que, como muestra, acompaño una. Sin perjuicio de otras consideraciones sobre distintos aspectos de la calificación y la conducta de la DG a lo largo de la tramitación de los expedientes, en estas sentencias (firmadas por diez magistrados) se concluía que mi actuación no presentaba siquiera uno de los cuatro requisitos que la legislación exigía para que pudiera ser sancionada a saber, ni era típica, ni antijurídica, ni culpable ni, por tanto, punible. Quiero agradecer a los que, en aquellos momentos, esos sí verdaderamente difíciles, me ayudaron y animaron. Sé que es injusto nombrar a alguien pero, aún a riesgo de serlo, no puedo dejar de reconocer a José Manuel García García y a Celestino Pardo Núñez las horas y el trabajo que me dedicaron. Sin su consejo, el resultado obtenido no habría sido igual y, a día de hoy, ocuparía el último lugar en el escalafón del cuerpo de Registradores (sin perjuicio del cumplimiento del resto de las sanciones, entre las que, a mí, siempre me llamó la atención la de privarme durante 14 años de vacaciones). Siquiera sea porque sufrimos juntos muchos de los inconvenientes y padecimientos que se derivaron de la persecución que en esas fechas se desató, no puedo tampoco olvidarme de Rafael Arnáiz Eguren. Es a él a quien dejo que continúe con los agradecimientos. Para ello reproduzco parcialmente la carta que, en febrero de 2011, remitió a todos los registradores. Decía entonces: 'Pues bien, esta situación deprimente para los registradores sancionados por ejercer su función calificadora, dio lugar a una reacción de adhesión de bastantes miembros del cuerpo que se manifestó especialmente en la actividad del entonces Decano Autonómico de Asturias, Francisco Javier Vallejo, que llevó a la Asamblea General de Decanos la idea de la conveniencia de la concesión de la ayuda económica necesaria a los registradores sancionados para el pago inmediato de las multas impuestas. Tal idea se concretó en propuesta, con dicho contenido, formulada por el Decano Autonómico de Castilla León, hoy Decano del Colegio, Alfonso Candau'. Los agradecimientos de Arnáiz Euguren no acababan ahí. Más adelante añadía: 'A partir de la propuesta de Candau, y con inclusión del tema en el orden del día, se produjeron hasta cinco reuniones de la Junta de Gobierno, que llegó a buscar una justificación negativa en un informe específico de un supuesto asesor jurídico del Colegio, de profesión Abogado del Estado, que dictaminó la necesidad de una modificación reglamentaria al efecto. Mientras tanto y en las sucesivas decisiones de la Asamblea de Decanos, éstos, encabezados por algunos tan significados como Eduardo Entrala y Josefa Pérez Martín, a la sazón Decana Autonómica de Madrid, Comunidad a la que pertenecían los dos registradores sancionados, fue formándose la unánime opinión de que resultaba justa y necesaria la concesión de las ayudas'. Además de los agradecimientos formulados en su misiva, quiero destacar la afirmación que Rafael realizaba de que las sanciones nos habían sido impuestas por ejercer nuestra función calificadora y no lo reseño a beneficio de inventario sino porque, ante los comentarios que algunos vierten de vez en cuando asimilando su situación a la nuestra y los argumentos que, también de vez en cuando, otros utilizan para oponerse al fortalecimiento de nuestra función, me interesa resaltar los motivos que estaban en el origen de esos expedientes. En ningún momento peleamos por defender 'lo mío' ya fuera nuestro local, nuestro distrito, nuestros libros o nuestro dinero. No. Peleamos por defender 'lo nuestro', el acervo de todos los registradores: nuestras competencias, nuestra función, el sistema de seguridad jurídica preventiva que la ley establece y, por ende, el interés público que, en última instancia, es el beneficiario del correcto funcionamiento de los Registros. Por este motivo, jamás entendí el silencio de los que entonces ocupaban puestos de responsabilidad en nuestra corporación, su silencio y, menos aún, su colaboración, a veces pasiva, a veces no tanto, para que el engranaje administrativo continuara su labor de derribo del Estado de Derecho. Y no exagero. Eso es lo que la sentencia condenatoria dice, que la DG actuó gratuita, injustificada y arbitrariamente. Sólo por esta razón, hubiera sido deseable otro comportamiento. Seguramente estos recuerdos son los que motivan que los sucesivos fallos judiciales que se han ido produciendo sólo me hayan alegrado parcialmente. Hay demasiadas nubes ensombreciendo el hecho, para mí tan grato, más seguramente que ninguno, de que el Estado de Derecho haya prevalecido. Quizá debiera silenciarlos. Pero no creo que sea conveniente. Recuerdo que, en una película de Woody Allen, una cámara recogía las declaraciones de una antigua profesora de un hombre que, con el tiempo, había llegado a ser un gangster de cierta importancia. Un día, decía la voz en off, alguien hurtó una pluma de escribir en el colegio. Todos sabíamos que había sido él. Pensé en pedirle que la devolviera pero, ya sabe, las modernas teorías sobre educación entonces en boga aconsejaban que no se criminalizara a los chavales por las faltas que cometieran, que se les concediera una segunda oportunidad, que se evitara estigmatizarles. De acuerdo con ellas, propuse que todos cerráramos los ojos y el ladrón aprovechara la oportunidad para dejarla encima de mi mesa. Cuando los abrimos, la pluma no estaba y otras dos habían desaparecido. Creo, por tanto, que es bueno que todos conozcáis la actitud que la Junta observó entonces, cuando se nos abrieron los expedientes e impusieron las sanciones felizmente ya anuladas. Si el actual Decano, el Director del Centro de Estudios y el Tesorero no hubieran formado parte de ella, si una y otra vez, ellos y los coristas que los rodean no se llenaran la boca con afirmaciones como la de que su norte es la defensa de los intereses de los colegiados en particular y de la función registral en general con la intención evidente que, en ocasiones, se ha convertido en acusación hacia los registradores que no comparten su visión y en particular hacia al anterior Decano de que eran otros los intereses que movían su actuación, quizá no sería necesario. Pero, dado que sí la integraban, es importante recordar su conducta para, de acuerdo con la escena descrita por Woody Allen, prevenir que se perpetúe en el futuro. Nadie mejor que Rafael Arnáiz Eguren ha glosado este proceder. En relación al comportamiento de la Junta antes de la imposición de las sanciones, decía en la carta antes mencionada: 'Por tanto, hasta la fecha de las primeras resoluciones, que fueron seguido con idéntico texto por las demás, ni la Junta de Gobierno del Colegio, ni sus vocales, ni mucho menos el Decano, formularon la menor protesta, queja o disconformidad con las sanciones impuestas ni, en ningún momento se pronunciaron a favor de los registradores, pese a que la actitud de estos últimos defendía la calificación en materia de poderes, aspectos nuclear del artículo 18 de la Ley Hipotecaria y cuestión fundamental en la definición de la función registral'. En cuanto a su reacción ante la solicitud de ayuda económica, precisaba nuestro compañero: 'Ante esta propuesta (de la Asamblea de Decanos para que el Colegio adelantase el dinero de las multas, unos 500.000 euros), la Junta de Gobierno se mostró inmediatamente renuente y en sucesivos momentos adujo que no existía un cauce reglamentario adecuado para la concesión de tales ayudas, que no existían precedentes y, en definitiva, que la cuestión debía ser sometida a voto imperativo de la totalidad del cuerpo'. Y más adelante reiteraba: 'De acuerdo con el último criterio (adoptado por la Asamblea a favor de que se concediesen las ayudas), la Junta de Gobierno resolvió en el sentido de que era necesaria una modificación reglamentaria, con voto imperativo y la petición específica de los registradores afectados. Dicho de otra forma, introdujo el trámite más complejo posible para la adopción de la medida y sometió a los registradores a una petición expresa con un texto bastante humillante Pero no acaban ahí las tropelías con que la Junta, nuestra Junta, la Junta de todos los registradores, nos obsequió. El acta de la Junta de Gobierno de 1 de abril de 2008 dice textualmente: 'A propuesta del Sr. Tesorero, en nombre del Sr. Secretario (ausente): 1. No considerar de interés colegial la impugnación judicial de la resolución dictada por la DGRN, de fecha 13 de febrero de 2008 (BOE de 5 de marzo), en el recurso interpuesto por el notario de Madrid, don xxx, contra la negativa del registrador de la propiedad de Alcalá de Henares número 4, don Enrique Rajoy Brey, a inscribir una escritura de préstamo con garantía hipotecaria. Asunto: juicio de suficiencia notarial, alcance de la calificación registral'. Recuerdo que, cuando conocí esta decisión, leí mil y una veces la resolución de la DG, hasta el punto de que casi llegue a memorizarla. Inútilmente busqué algo que justificara el acuerdo adoptado. Nunca lo he encontrado. Tampoco ahora. Después de citar como fundamento de los efectos que atribuía al juicio de suficiencia 'la presunción de legalidad de que goza el documento público notarial' y de insistir en el carácter vinculante de las resoluciones particulares dictadas por la DG para los registradores (sin que, se afirmaba, dicha vinculación resulte menoscabada por la existencia de algunas sentencias que sostengan un criterio diferente), se afirmaba: 'la calificación ahora impugnada no hace sino poner de manifiesto la actitud injustificada y deliberadamente rebelde del registrador al cumplimiento no sólo de la ley sino de la doctrina contenida en las mencionadas resoluciones; actitud, añadía, que queda patente por las manifestaciones incluidas en la calificación con las cuales pretende apoyar su actitud basada en una opinión que es a todas luces infundada'. Finalmente, después de afirmar que los medios de que el registrador podía valerse para calificar estaban limitados al propio documento y a los asientos del registro (entendiéndose por tal, el que estaba a su cargo y, de éstos, no todos, sino sólo los que se habían practicado en el folio abierto a la finca en cuestión), acababa concluyendo que 'pueden existir causas que justifiquen la apertura de un expediente disciplinario'. Es obvio que yo estaba obligado a recurrir. Como registrador, lo habría hecho en cualquier circunstancia y, más aún, en las que entonces me rodeaban. En esa fecha, tenía abiertos 10 expedientes (tres de ellos por negarme a inscribir otras tantas resoluciones de la DG cuando existía presentado en el Registro un mandamiento judicial de prohibición de disponer dictado en una causa penal). No podía dar por buenos los argumentos que la DG defendía. Supondría tanto como reconocer que sus afirmaciones (sobre la rebeldía y mi actuación contraria a la ley) eran ciertas; supondría mi allanamiento a las sanciones resultantes de los expedientes que estaba tramitando. ¿Por qué lo hizo la Junta? ¿Por qué le brindó ese apoyo a la DG? ¿Por qué permitió que su conclusión de que nuestras calificaciones carecían de interés para la corporación fuera utilizada por la DG como una prueba más de ese comportamiento 'injustificado y deliberadamente rebelde al cumplimiento no sólo de la ley sino de su doctrina' que ella nos imputaba? Jamás ninguno de sus miembros me llamó. Ni siquiera para darme una explicación o preguntarme cómo estaba. Silencio. Sólo, silencio. Un silencio cómplice aunque pretendidamente equidistante, como si se hablara de cuestiones personales, semejante al que, con la honrosa excepción de ARBO, guardaron las demás asociaciones y plataformas de las que algunos registradores forman parte y que tanto cacarean cuando se trata de pronunciarse sobre otras cuestiones. El recurso que, en contra pues del criterio de la Junta y con el impagable apoyo de Vicente Guilarte Gutiérrez, interpuse, fue estimado por la Sección 10ª de la Audiencia Provincial de Madrid. Su sentencia de fecha 13 de mayo de 2009 confirmó la interpretación de los artículos 98 de la Ley 24/2001 y 327.10 de la Hipotecaria que yo había sostenido y, una vez que, tras una larga resistencia de la DG, favorecida por la pasividad de nuestra Junta, se publicó en el BOE (el 10 de agosto de 2010) su doctrina sobre ambos preceptos dejó de vincularnos según su misma interpretación. En un escrito posterior puse de manifiesto este hecho a esa DG concluyendo que, en consecuencia, debía allanarse a mi pretensión de levantar las sanciones que me había impuesto. Como había imaginado, ni siquiera me contestó. Suele suceder cuando alguien no sabe qué alegar. Pero, en todo caso, este proceder fue uno de los hechos que han servido para fundamentar la decisión judicial que os acompaño. El recuerdo del comportamiento de aquella DG, hace que me resulte especialmente deleznable el intento de algunos registradores de equipararla con la actual. Supongo que su actuación obedece al intento de aumentar su supuesto mérito al enfrentarse a ella (ellos que tan callados permanecieron entonces, cuando, como dicen en mi pueblo, tiraban a dar). Aunque quizá me equivoque y no sea más que una cuestión de ignorancia: estaban tan agazapados, tan escondidos, tan calladitos debajo de las mesas de sus despachos, que no llegaron a conocer cómo se las gastaba. Para empezar, no sólo no hay miedo de calificar, sino que incluso podemos y hasta debemos hacerlo consultando otros Registros, pudiendo apartarnos razonadamente del criterio fijado en una resolución concreta y todo ello, sin ser amenazados con ser relegados al último puesto de la fila. Da gusto volver a ser persona, poder volver a razonar, a discurrir como lo que somos, juristas. Da tanto gusto que ya casi nos hemos olvidado de que el riesgo que entonces estuvo a punto de acabar con nuestro status todavía permanece y no sólo permanece sino que se agranda cada día que pasa y, en lugar de aprovechar el tiempo para mejorar nuestro sistema de seguridad jurídica, para modernizarnos, para aumentar nuestra eficiencia y acrecentar así nuestro valor añadido, lo utilizamos para cazar musarañas, proponer cambios tan urgentes y candentes como la pre-horizontalidad y difundir insidiosos e interesados rumores sobre la ruina a que las reformas propuestas por el Ministerio nos abocarían o la 'contaminación' que implicarían para nuestra función. Este proceder resulta tanto más aberrante cuanto que, tal y como se ha acreditado con papeles cuya autoría nadie ha desmentido, muchas de esas reformas fueron en su día propuestas por los mismos que ahora lanzan esta clase de bulos. Sé que los que los echan a rodar esperan que, gracias al miedo que generan, sirvan tanto para granjearles nuevas y mayores adhesiones dentro del colectivo como para conseguir que éste identifique a la DG como su enemigo y se oponga así, sin entrar en mayores profundidades, a los proyectos que ésta baraja o propone. Es su manera de hacer lo que ellos mismos llaman 'política'. Es la actitud que les llevó a adoptar el acuerdo de 1 de abril de 2008 y a distanciarse, cual si fuéramos dos apestados, de Rafael y de mí una vez que la DG nos señaló. Es la actitud que, como acabo de apuntar, les ha llevado igualmente a abjurar de sus anteriores teorías y creencias, una vez que percibieron que sería más fructífero para sus fines de conquistar el poder, centrarse en la defensa del 'yo, me, mi, conmigo' y olvidarse de 'lo nuestro'. Termino. Centrarse en la defensa de lo particular es una actitud muy humana, tan humana que genera el peligro de olvidar que su existencia sólo es posible merced a la función que el colectivo desarrolla y que, por tanto y sin descuidar aquél, nuestra atención debe centrarse principalmente en la defensa y el porvenir del uno y de la otra. La Junta de entonces omitió esta prioridad al darme la espalda cuando se me impusieron las sanciones que primero fueron anuladas y después, calificadas por la única autoridad competente para hacerlo, la judicial, como arbitrarias, injustificadas y gratuitas o sea, como constitutivas de una violación del Estado de Derecho. Muchos de sus miembros forman parte de la presente. Muchos de sus antiguos colaboradores han vuelto a ocupar los sillones en que se sentaban. Espero que un día no sea la mía la voz en off que la cámara de Woody Allen reproduzca. Un fuerte abrazo a todos, El Colegio de Registradores no se hace responsable ni se identifica con los comentarios u opiniones vertidas por parte de ningún usuario de la RNET. Si no desea recibir más correos de la RNET, puede solicitarlo en: https://intranet.registradores.org/intranet/rnet/opcionesRnet Mensaje enviado a 1142 usuarios el 11-12-2013 14:26.