Avatares del petróleo Isabel Turrent 6 Ene. 08 De todas las profecías para el 2008, la previsión de que el precio del barril de petróleo alcanzaría los 100 dólares se cumplió en menos de 48 horas. A la medianoche del 2 de enero, el barril de petróleo empezó a cotizarse a 99.62 dólares en el mercado a futuros de Nueva York. El alza del precio del petróleo culmina una tendencia de largo plazo, resultado del notable incremento del consumo de energéticos en China y otros países del sudeste de Asia en los últimos 10 años. A corto plazo, es producto de acontecimientos menos previsibles, como la inestabilidad política en Iraq, Paquistán y en Nigeria, el mayor productor de petróleo en África. Es imposible minimizar la importancia de los avatares del petróleo. Como establece Daniel Yergin en su detallada y brillante historia de los energéticos -"The Prize"-, a partir de 1859, cuando el petróleo empezó a explotarse industrialmente, los hidrocarburos se convirtieron en el cimiento de nuestra sociedad industrial. Desde entonces, la carrera por el control del petróleo ha desencadenado invasiones, decidido el perfil de la diplomacia de países grandes y pequeños, los contornos de la geopolítica mundial, determinado el destino de conflictos como la Segunda Guerra Mundial (que hubiera seguido un curso diferente sin la carencia de hidrocarburos de Alemania y Japón), y creado una estrecha e involuntaria interdependencia entre todas las naciones del planeta. Pretender construir sobre el petróleo un proyecto autárquico de nación o, como proponen algunos, erigir una política petrolera al margen del mercado mundial, son sueños de opio. Ni siquiera el mayor consumidor de petróleo, que es además una potencia mundial sin competidores, como Estados Unidos, tiene la capacidad de determinar el precio del petróleo o de ser autosuficiente. Norteamérica consume una cuarta parte de la producción mundial de petróleo, pero posee menos del 3 por ciento de las reservas probadas. Sólo unos cuantos países, que concentran las reservas de un recurso que está especialmente mal distribuido geográficamente poseen en teoría la capacidad para determinar la producción, distribución y el precio de los energéticos. Entre ellos, Saudi Arabia, las naciones de la OPEP o Rusia. Una capacidad teórica, porque en la dura realidad, ninguno de estos países puede dar la espalda al resto del mundo: sus principales ingresos provienen de sus exportaciones de energéticos, y dependen de sus importaciones para mantener un nivel de vida aceptable para sus habitantes y apuntalar la eficiencia de sus industrias petroleras. Rusia es un ejemplo inmejorable de esta inevitable interdependencia. El afán autárquico de los soviéticos dejó en ruinas a la industria energética rusa. Su modernización hubiera sido imposible sin la participación de las grandes compañías petroleras, como Shell o BP -las grandes villanas de la historia del petróleo. Aunque Moscú ha recuperado el monopolio de la distribución del gas -a través de Gazprom, que cubre más del 25 por ciento de la demanda europea de gas natural- y cancelado recientemente contratos con Shell y otros gigantes energéticos, ha reconocido que necesita su cooperación para explotar yacimientos de difícil acceso. En octubre, el Kremlin anunció la firma de un acuerdo con la empresa noruega StatoilHydro para la explotación de Shtokman, un inmenso yacimiento de gas en el Ártico. Pesimistas y optimistas difieren en sus cálculos sobre la extinción futura de los hidrocarburos. Algunos anuncian un fin próximo -para mediados del siglo 21. Otros consideran que habrá energéticos suficientes para toda la centuria. Entre otras cosas, los optimistas (véase The Economist, 30 de abril de 2005), señalan que la tasa de recuperación, que hace unos decenios era de tan sólo 20 por ciento, es ahora de 35 por ciento, y puede elevarse considerablemente. La tecnología moderna permite, por lo demás, explotar yacimientos situados a grandes profundidades bajo el mar o en zonas de difícil acceso, como Alaska. Lo cierto es que dado que el desarrollo de fuentes alternativas de energía está en pañales, la marcha del mundo moderno dependerá del petróleo y el gas, mientras haya yacimientos explotables. ¿Qué puede hacer una potencia petrolera media, como México, en el actual panorama energético mundial? En primer lugar, dejar de asumirse como un país irremediablemente pobre y débil. México tiene una envidiable posición geoestratégica, muchos más recursos que las potencias petroleras del Medio Oriente montadas en dunas de arena, y la posibilidad de que Pemex deje de ser una cita al pie de página en libros como el de Yergin y siga el ejemplo de la empresa brasileña Petrobras. El poder energético ha pasado de las manos de las grandes empresas privadas a gigantes estatales como Gazprom, Aramco -la empresa saudí-, StatoilHydro y Petrobras. Entre ellas controlan el 80 por ciento de las reservas mundiales de petróleo y el 50 por ciento de las gaseras. Industrias eficientes y modernas, que establecen acuerdos con otras empresas en cualquier rincón del planeta y contratan, con ventajas y condiciones, los servicios de cualquier transnacional para la explotación de sus recursos energéticos. Industrias que han echado por la borda ideologías anacrónicas, disfuncionales y despegadas de la realidad, y principios que pretenden salvaguardar cimientos de "soberanías nacionales" de pacotilla, a espaldas de los verdaderos intereses nacionales y de la oportunidad de ocupar un lugar central en la geopolítica del siglo 21. Como Petrobras y Gazprom, Pemex debe establecer acuerdos con empresas transnacionales o estatales para explotar racionalmente sus recursos energéticos, absorber las tecnologías de las que carece, y aprovechar el alza de los precios del petróleo. No hay otro camino.