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La especulación
CARLOS MOREDA DE LECEA
1. INTRODUCCION
Con toda seguridad podemos decir que
el hombre siempre ha buscado obtener
beneficios. Ha comprado para vender con
ánimo de ganar; si no lo ha hecho a través
del dinero, esta intención ha estado
presente, más o menos explícita, en los
intercambios, trueques y comercio. En
este sentido puede decirse que la
especulación es una realidad antigua.
Actualmente, la palabra especulación
está de moda por su presencia en los
medios de comunicación, literatura, etc.
Nuestros familiares y amigos la emplean
con frecuencia en las conversaciones.
Habitualmente no se sabe muy bien cual
es su significado preciso, pero se usa para
indicar que una persona ha obtenido no su
beneficio sino beneficios. Además se le
suele añadir un cierto matiz ético
peyorativo, como persona que obtiene
unas elevadas ganancias de modo dudoso,
con conexiones no muy claras, y sobre
todo se subraya, al menos tácitamente,
que el su-jeto de la especulación no aporta
ninguna riqueza a la sociedad, en el fondo
como si fuera, en cierta manera, un
parásito.
En muchos casos calificar a alguien
como especulador equivale a llamarle
ambicioso, en el sentido negativo de la
palabra. No quiere decir que no trabaje o
viva a cuenta de los demás, sino más bien
supone una capacidad de trabajo que,
aprovechándose
de
una
situación
concreta,
obtiene
unos
beneficios
desproporcionados más o menos rápidamente, en poco tiempo.
Por otra parte somos testigos del
enorme desarrollo y actualidad de las
actividades económicas en el conjunto
social. En este
contexto ha adquirido singular relieve el estudio de la ética económica y social: la bondad
o malicia de las operaciones económicas y de
la organización de la sociedad. A ello ha
contribuido
enormemente
los
recientes
documentos de Juan Pablo II, a través de las
encíclicas sociales y documentos de distintas
congregaciones y pontificios consejos. En ellos
se habla mucho de la legitimidad del comercio
y del beneficio. Sin embargo pocas veces se
hace referencia a la especulación, y siempre
desde la perspectiva negativa.
El objeto de estas líneas es realizar una
breve reflexión, analizando el significado
preciso de la especulación, sus consecuencias
positivas y negativas y tratar de hacer una
valoración ética en las situaciones que más
frecuentemente se presentan. Para ello
definiremos su naturaleza y la distinguiremos
de conceptos afines; estudiaremos sus ventajas
e inconvenientes desde el punto de vista
económico; analizaremos casos particulares,
entre ellos la información privilegiada. Se
concluye señalando la necesidad de honradez
en la actividad comercial.
II. NATURALEZA
Como se indicaba anteriormente no es fácil
encontrar una definición o descripción de la
especulación. Los mismos diccionarios tanto de
la lengua castellana, como los especializados en
economía tienden a hablar de ella con poca
precisión, y muchas veces se equiparan a
negocio o tráfico mercantil. Lo que sí parece
sobreentenderse siempre es la existencia de
beneficio o ganancia en el futuro.
13
Podríamos definir la especulación como la
compra de un bien (producto o servicio) para
venderlo posteriormente con la intención de
obtener un beneficio. Ya en la misma
definición aparece clara la distinción con otro
tipo de prácticas, como por ejemplo el
arbitraje; en este último, la compra y la venta
del bien económico son práctica-mente
simultáneas, y por lo tanto la cuantía del
beneficio puede conocerse con certeza,
aunque su materialización se retrase a una
fecha posterior. Como puede deducirse, el
beneficio en el arbitraje carece de riesgo.
También debe distinguirse de la cobertura
que es la compra y venta simultáneas de dos
bienes económicos con la expectativa de obtener un beneficio por la diferencia de movimientos posteriores de los precios de dichos
activos.
Por lo dicho hasta ahora, y a la luz de las
diferencias con el arbitraje y la cobertura, es
esencial a la especulación el tiempo que va de
la compra a la venta, o a la inversa, bien sea
que la compra y la venta se realicen en el
mismo o en distinto mercado. Por este motivo, la especulación viene a ser como un arbitraje en el tiempo.
Además del tiempo, otros elementos de la
especulación son: un bien económico, el
precio de compra y el precio de venta y un
beneficio (que puede ser nulo, positivo o
negativo). Como puede suponerse, cualquier
bien económico puede ser objeto de
especulación, pero sobre todo lo serán aquellos que tienen cualidades que facilitan esta
operación: facilidad de transporte, de almacenaje, de fluctuación de oferta, demanda y
precios, etc. Entre otros, pueden destacarse
las divisas, los valores mobiliarios, los bienes
inmuebles y materias primas o productos de
alimentación cuya oferta y demanda fluctúa
con el tiempo; cabe señalar que algunas circunstancias, una catástrofe, una guerra, puede hacer que determinados bienes sean objeto de especulación de modo circunstancial
cuando ordinariamente no lo son.
III. EFECTOS ECONOMICOS
Decíamos al comienzo que hay un sentir
generalizado en usar el término especulación
de modo peyorativo. Esto es debido, no
14
sin razón, a una cierta visión de que el especulador es un parásito de la sociedad. Pero
conviene tener en cuenta que eso no es tan
claro porque el hecho es que la especulación
reporta a la vida económica no sólo daños,
de los que luego hablaremos, sino también
una serie de beneficios de los que a
continuación detallamos los más relevantes.
1. Ventajas económicas
Una primera ventaja es la estabilización de
las fluctuaciones de los precios ya que el especulador tiende a reducir las diferencias de precios. Cuando los precios son bajos las compras de los especuladores incrementan la demanda y por lo tanto los precios suben o al
menos no descienden lo que bajarían con
una demanda inferior que no contuviese la
de los especuladores. Por el contrario, cuando los precios tienden a subir porque hay
poca oferta y mucha demanda, los precios
subirán menos porque a la oferta habitual se
suma la de los stocks especulativos. Con lo
cual se tiende a una cierta estabilización de
los precios a lo largo del año o periodo de
tiempo en el que se realizan las operaciones
de especulación. Esto se ve de un modo más
claro en el caso de los productos agrícolas
que en vez de un precio constante durante el
año, tiene una evolución ascendente suave
hasta alcanzar su punto máximo precisamente antes de que aparezca el nuevo producto agrícola. El precio irá subiendo progresivamente, mes a mes, para compensar
los costes de almacén y los intereses del capital inmobilizado en el almacén.
La suave evolución ascendente de los precios conlleva también una evolución suave
del consumo al que se corresponde también
una oferta al precio del mercado. Los especuladores comprarán la mercancía ahora para
la venta futura con lo que se producirá una
disminución de la oferta actual, un incremento de la mercancía en depósito, y un aumento de la oferta futura. Es decir, se favorece de este modo, una estabilización relativa del
consumo y de la oferta a lo largo del tiempo mediante la retención de los excedentes; esto es
especialmente importante en productos de
consuma inelástico, en los que la rebaja del
precio influye poco en el volumen de venta.
La estabilización de las fluctuaciones de
los precios origina que en el mercado haya
un solo precio, y en los mercados limítrofes
un precio muy parecido, con lo que hay
también una cierta tendencia a igualar los
precios de mercado en el espacio. Las variaciones
serán siempre inferiores a lo que supondría
el coste del transporte de la mercancía de
un lugar a otro.
Otra
consecuencia,
también
muy
ventajosa en el orden social, es la
distribución de los riesgos. Así, el propietario de
un bien corre el riesgo de que en el futuro
el precio de ese bien sea distinto de sus
previsiones. Ahí, con la predicción del
futuro aparece la incertidumbre, que será
mayor o menor según sea la posibilidad de
alterar los precios. Si yo mantengo la
propiedad del bien asumo el riesgo del
futuro, pero si lo vendo transfiero al
comprador ese riesgo. La persona que
compra, habitualmente es el especulador.
Mientras el vendedor piensa que no merece
la pena correr ese riesgo, el comprador espera que el precio futuro va a ser más favorable que el de ahora, es decir, piensa que
merece la pena correr ese riesgo. En esta
función de reparto de los riesgos, los especuladores prestan un gran servicio a la
sociedad haciendo un papel de regulador y
amortiguador del riesgo, sobre todo en productos agrícolas y perecederos.
Otra ventaja es que los especuladores
hacen más dinámicos los mercados y por tanto
le dan una mayor liquidez. Si los únicos que
comprasen y vendiesen fuesen los que
quieren invertir y desinvertir, los bienes no
se transformarían tan fácilmente en dinero.
La intervención de los especuladores da
liquidez al mercado y hace que esos bienes
sean más atractivos. Esta propiedad se ve
de un modo paradigmático en la bolsa de
valores, lo cual supone una importante
facilidad para encauzar el ahorro del país,
ya que en cualquier momento puede
transformarse en dinero. Si faltara el
especulador, el mercado estaría limitado
exclusivamente por los que quieren invertir
y desinvertir, es decir sufriría una
disminución de las transacciones. En esta
situación, una transacción de compra
puede llegar a originar un cambio
importan-te en el precio por la ausencia de
vendedores a los precios de mercado
establecidos; de modo inverso, una venta
puede despreciar
el precio en varios enteros por falta de compradores.
Pero no solo es en la bolsa de valores.
También en la industria y agricultura, el especulador hace muchas veces el papel de
mayorista, prestando el servicio de distribuir los
productos en un amplio mercado para el que el
productor se siente incapaz porque carece de
los
medios
necesarios
para
su
comercialización. De esta forma, acerca los
productos a los consumidores a través de
funciones de compra, selección, embalaje,
transporte, almacén, información y publicidad,
financiación y venta.
2. Desventajas económicas
Pero la especulación no sólo tiene ventajas,
sino que algunos de los efectos económicos
beneficiosos
pueden
transformarse
en
perjudiciales cuando hay una alteración en el
mercado. Tal es el caso, que hemos explicado,
cuando la especulación evita las fluctuaciones
grandes en los precios. Este efecto tiene lugar
cuando las transacciones de los especuladores
son una parte no muy elevada con respecto al
volumen total; en caso de que la actividad de
los especuladores sea mayoritaria en el
mercado, el efecto será el opuesto, con
importantes oscilaciones en los precios.
También lo que indicábamos como efecto
beneficioso —estabilización de las fluctuaciones de los precios—, puede ser perjudicial
en algunos tipos de mercancías. Tal es el caso
de los bienes en que los precios oscilan
siempre en una dirección, en sentido alcista,
como ocurre con el suelo urbano. En estos
casos la especulación puede incrementar
considerablemente la subida de los precios.
En momentos de inflación, la liquidez es
menos estimada y el dinero se procura invertir
en bienes muebles o inmuebles que en si
mismos no experimentan depreciación, sino
que se revalorizan con el transcurso del
tiempo. Pero aunque se obtenga beneficio, no
es beneficio real, sino más bien contable, pues
lo que se ha conseguido es no experimentar
pérdidas. Es cierto que esta inversión en
bienes cuyo valor intrínseco no se devalúa,
contribuye a la intensificación de la inflación,
pero ha de juzgarse más bien co-
15
mo una defensa ante un agresor injusto,
en este caso la inflación. Esta operación es
muy frecuente cuando se sabe que va a
haber una devaluación de la moneda. Pero
aunque en la venta de los bienes se
obtenga beneficio, no es beneficio real, sino
más bien contable, pues lo que se ha
conseguido es no experimentar pérdidas.
La especulación se comporta negativamente en situaciones de inflación, o de espectativas inflacionarias. Con la inflación
la liquidez es baja y por ello los
movimientos especulativos dan una mayor
velocidad de circulación al dinero. En
consecuencia, la especulación es de algún
modo causa de los efectos perjudiciales de
la inflación, pues incrementa las tensiones
del mercado.
IV. NOCION DE BENEFICIO
El beneficio es una cifra resultante de la
diferencia entre los ingresos y los gastos
que revierte a los propietarios del capital.
Esta cantidad se reparte en dividendos, reservas y amortización. Algunos autores
"consideran que para poder hablar de verdadero beneficio es preciso que entre los
costes totales a deducir del producto de las
ventas se incluyan los costes de oportunidad, es decir, el rendimiento alternativo a
obtener por los factores de producción,
concretamente la dirección y el capital de
riesgo, si se hubiera empleado en otra actividad. Dicho de otra manera, de la misma
forma que no puede hablarse de beneficio
para el capital sin haber antes cubierto las
remuneraciones laborales y los intereses
de los préstamos, tampoco —opinan—,
puede hablarse de verdadero beneficio sin
antes deducir la remuneración que el
patrono obtendría prestando sus servicios
en otra empresa y sin antes deducir las
rentas que el capital de riesgo podría
obtener invirtiendo como préstamos en
otro lugar".1 Es decir, el beneficio tiene un
carácter residual: el resultado final que
queda después de haber satisfecho los
gastos de cualquier tipo en el proceso de
producción o en los costes. El beneficio
está justificado, siempre que se haya alcanzado con un precio de un mercado con
suficientes compradores y vendedores,
adecuadamente informados y sin prácticas
mo-
16
nopolísticas. El beneficio se justifica por sí
mismo independientemente de su cantidad. Su
moralidad intrínseca dependerá no tanto del
quantum como de la forma en que se
consiguió.2 Si es fruto de un precio abusivo, el
beneficio sería injusto siempre aunque fuera
muy pequeña su cantidad, pero si se ha
obtenido en un mercado libre puede
considerarse justo. La inmoralidad puede estar
en la materia del negocio que nunca debe
tener como objeto algo intrínsecamente malo:
"la opción de invertir en un lugar y no en otro,
en un sector productivo en vez de otro, es
siempre una opción moral3; esto conviene
tenerlo en cuenta sobre todo en aquellas
inversiones en que se ejerce algún tipo de
control: la finalidad de la actividad a la que se
dedican los fondos financieros ha de ser
buena. La inmoralidad también puede venir
por la intencionalidad del negociante. En
cuanto a la compra–venta en sí es indiferente,
dependiendo en todo caso, del objeto del
intercambio.
Hace casi ochocientos años, Santo Tomás de
Aquino escribía sobre este particular: "El
lucro, que es el fin del tráfico mercantil,
aunque en su esencia no entrañe algún elemento honesto o necesario, tampoco implica
nada vicioso o contrario a la virtud. Por
consiguiente, no hay obstáculo alguno a que
ese lucro sea ordenado a un fin necesario o
aun honesto, y entonces la negociación resultará lícita".4
No obstante, en épocas pasadas lograr un
beneficio cuantioso no era bien visto, y se
consideraba usura o próximo a la usura. Esto
era debido al poco desarrollo de los mercados,
de modo que el beneficio de uno suponía de
hecho una pérdida para el otro, porque la
estructura económica era juego de suma cero:
en este ambiente de escasa información y poco
crecimiento económico es comprensible que
fácilmente se dieran prácticas abusivas. Hoy
en día sin embargo los beneficios tienen una
consideración distinta; son "índice de la buena
marcha de la empresa", aunque "no son el
único índice".5 Esto es debido a que estamos
en una economía de desarrollo, de creación de
riqueza porque la estructura es de juego suma
positiva.
J. A. Schumpeter6 considera que el beneficio
puede considerarse como la retribución
lograda por una innovación. Esta innovación permite acudir al mercado con una
ventaja competitiva; tal puede ser, p. e. la
apertura de nuevos mercados o la sustitución de unos bienes por otros. F. H. Knight7
relaciona el beneficio con la incertidumbre.
Considera que en la actividad económica
existe riesgo cuando los acontecimientos futuros no se conocen con certeza pero se
puede calcular su probabilidad y por tanto
cabría un cálculo actuarial. Cuando no puede calcularse la probabilidad de que sucedan los acontecimientos futuros, tenemos la
incertidumbre. El beneficio sería consecuencia del éxito ante la incertidumbre, es
decir, ante un riesgo no asegurable.
V. EL BENEFICIO DE LA ESPECULACION
La especulación es una operación de comercio que se realiza con la finalidad de obtener un beneficio. El beneficio es siempre
algo residual, que se calcula hallando la
diferencia entre los ingresos y los gastos. En
es-tos gastos, habrá que tener en cuenta los
gastos de transporte hasta el consumidor y
los gastos de almacén que permiten acercar
el producto en el tiempo oportuno al comprador. Sobre todo para este capital inmobilizado, que se emplea en la compra y transacción mientras no se liquida el bien, habrá
que señalar un tipo de interés. En determinadas operaciones se asume un riesgo mayor del normal. Lógicamente, habrá de tenerse en cuenta a favor del dueño del capital, y por tanto parece justo que el
porcentaje del interés sea más alto
conforme sea mayor el riesgo.
También en la partida de gasto habrá que
tener en cuenta la devaluación de la moneda, si la hay o la ha habido; igualmente habrá que deducir los impuestos y demás
facto-res de gasto. La diferencia que queda
después de restar estos gastos es el
beneficio real, que como ya se ha indicado
tiene siempre un carácter residual o
diferencia.
Muchas veces se identifica la especulación, y al sujeto de esta operación, el especulador, con operaciones y personas que
obtienen pingües beneficios. En sí mismo,
especulador es el que compra para vender
con ánimo de ganar. Pero frecuentemente,
se re
serva el término especulador para aquel que
obtiene abundantes beneficios, mientras que
comerciante suele emplearse para el que
obtiene un beneficio, vamos a llamarlo así,
normal o razonable.
Conviene no olvidar que muchas veces el
especulador presta un servicio a la sociedad
por acercar un bien al consumidor ya sea en el
espacio o en el tiempo, o las dos cosas a la vez;
además, como hemos indicado, dinamiza el
mercado dándole muchas veces liquidez.
Junto a lo anterior, el especulador muchas
veces sabe extraer de los bienes todas sus
potencialidades, dándoles una mayor finalidad, o aplica el ingenio para discurrir
nuevas posibilidades del bien, o sabe con habilidad, poniéndose en lugar del otro, —bien
sea comprador o vendedor— captar la
atención, despertar el interés, estimular el
deseo por descubrir nuevas ventajas, etc. En
conclusión, como escribe Juan Pablo II: "la
capacidad de conocer oportunamente las
necesidades de los demás y en conjunto de los
factores productivos más apropiados para
satisfacerlas es otra fuente importante de la
riqueza en una sociedad moderna".8 No cabe
duda que hay importantes adelantos en la
economía de las naciones como consecuencia
del ejercicio de "importantes virtudes, como
son la diligencia, la laboriosidad, la prudencia
en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad
y la lealtad en las relaciones interpersonales,
la resolución del ánimo en la ejecución de
decisiones difíciles y dolorosas (...) y para
hacer frente a los eventuales reveses de
fortuna".9
Estas palabras de Juan Pablo II están dirigidas hacia los empresarios pero pueden ser
aplicables a algunos especuladores; por ello
podemos decir que aunque no todos los empresarios son especuladores, sí muchos especuladores pueden ser considerados como
empresarios, aunque también hay especuladores que más que empresarios pueden ser
considerados, como jugadores que arriesgan
el dinero personal en una gran ganancia.
Surge entonces una pregunta ¿Es lícito
obtener un gran beneficio, un golpe de fortuna, siempre que sea en un mercado no
distorsionado, sin deslealtades competitivas y
a un precio justo? esta es, parece, la nota
decisiva.
Al hablar a un mercado no distorsionado,
17
nos referimos a un mercado que cumpla las
condiciones del habitualmente denominado
de libre concurrencia o economía de mercado; nunca se dan en su plenitud todas las
condiciones para que un mercado sea de
competencia perfecta, pero sí de manera suficiente como para garantizar un mínimo de
las características que constituyen el mercado: libre, fluido, normal, etc. Para ello es necesario que el mercado "sea controlado
oportunamente por las fuerzas sociales y por
el estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales
de toda la sociedad".'°
Con el término mercados distorsionados
entendemos aquellos mercados en los que la
fijación de los precios no tiene lugar en las
condiciones normales de equilibrio, sino que
presentan características desordenadas en el
intercambio: mercado forzado en que se
influye de modo sustancial en la formación
del precio. Consideramos como merca-dos
distorsionados los monopolios, oligopolios,
competencia monopolística, monopolios y
oligopolios bilaterales y monopsonio, sin
olvidar otro tipo de barreras que impiden la
entrada libre de las empresas en el mercado
o las distintas discriminaciones de precios.
Para ello es necesario la tutela del Estado al
cual "le corresponde determinar el marco
jurídico dentro del cual se desarrollan las
relaciones económicas y salvaguardar así las
condiciones fundamentales de una economía
libre".11
VI. PRECIO JUSTO Y LA ESPECULACION
1. El justo precio social
El intercambio nace de la división del trabajo, y crece a medida que aumenta esta división. Una simplificación del intercambio
será el cambio por dinero. Este cambio dará
origen al precio o valor de cambio que es uno
de los elementos básicos de la actividad
económica. Toda mercancía tiene un valor
económico determinado, valor de cambio o,
simplemente, valor. Todo objeto tiene un
determinado valor antes de que sea objeto de
un contrato.
Siendo el precio la traducción en moneda
de este valor de cambio, se sigue como exi18
gencia de la justicia comunitativa en la compra–venta, la equivalencia del precio con el
valor objetivo de la cosa vendida. Por tanto, el
precio será justo cuando el valor de la moneda cedida corresponde al valor de la mercancía recibida. Esta equivalencia entre el
precio y el valor supone la existencia de un
precio objetivo y una igualdad objetiva; pero
esta igualdad objetiva no debe considerarse
sólo en la persona individual sino en la totalidad de la vida económica, de forma que el
juego de precios haga posible el desarrollo
normal de la vida económica de la comunidad. En consecuencia, una primera característica que ha de tener el precio justo es que
con él funcione correctamente una economía
libre.
Efectivamente, si hubiera sólo dos individuos al margen del conjunto social, se valoraría conforme a la ética individual. Pero en
la vida social las relaciones de cambio deben
juzgarse con arreglo a la justicia social: conforme a ella se hará el cálculo de precios con
arreglo al interés del conjunto. A continuación "entra la justicia conmutativa para
exigir que los precios justos que ya existen
con anterioridad se cumplan por imposición
suya".12 En esta misma línea afirmaba Nell–
Breuning: "La justicia conmutativa no exige
que los precios sean justos, sino que los
precios justos sean observados".13
Entendemos que no se trata de ordenar los
precios desde el punto de vista del interés de
la sociedad en su conjunto sino en señalar
que no hay precios que no sean el reflejo del
conjunto de la actividad económica. Por esta
razón es necesario que la actividad
económica cumpla una serie de requisitos de
racionalidad solo bajo ciertos requisitos de
libertad, transparencia, etc. se puede
establecer la necesaria relación entre bien
común y precio justo. Por tanto, podemos
concluir diciendo que: "1" El valor de cambio
o precio de las mercancías puestas en el
mercado depende, salvo raras excepciones,
del conjunto de las relaciones económicas de
un pueblo, y 29 la incapacidad de un sistema de precios de permitir el desarrollo armónico de la economía es un criterio seguro
para juzgar de la injusticia de los mismos".14
Siguiendo a este autor se puede decir que el
justo precio es el justo precio social, aquel
que facilita a los ciudadanos su desarrollo
conforme a las posibilidades económicas
de la sociedad.
Y por el contrario, un precio que
impidiera llegar al bien común, por
ejemplo provocando cuantiosas diferencias
entre las clases sociales o dificultando una
distribución de la renta, sería injusto
porque es opuesto a la justicia social. Tal
podría ser el caso de monopolios de
riquezas naturales con precios que
proporcionan ganancias desproporcionadas y que impiden a una buena parte
de la población el disfrute de esas
riquezas.
Lo anterior no es óbice para que se establezca diferencias de precios para, con
arreglo a la justicia distributiva, hacer una
distribución de las cargas sociales con
arreglo al bien común. Así, pequeñas
diferencias en el coste de producción
pueden manifestarse en diferentes precios
aunque no estén en proporción a las
diferencias del objeto; p.e. un precio
superior en determinada clase de un
servicio público, un vuelo aéreo, etc. Estas
diferencias se basan en el diferente valor
subjetivo que tiene el dinero para los ricos
y los pobres.
Desde hace siglos, los economistas y
mora-listas mantienen puntos de vista
distintos sobre la formación de los precios.
Teniendo
presente
las
importantes
consecuencias sociales de los precios,
sobre todo en bienes de primera
necesidad, cabe preguntarse, ¿el valor de
los bienes debe ser el dado por las leyes
de mercado?
2. El precio de mercado y Centesimus
annus
El denominado sistema de mercado
también se designa con el término
"sistema de precios", puesto que el
mercado es el mecanismo a través del cual
se fijan los precios. Y serán los precios
fijados en el mercado los que digan cuáles
bienes se deben producir, qué métodos
emplear y cómo remunerar a los distintos
factores productivos. De manera que la
modificación del precio induce, mediante
el incentivo del beneficio, a modificar las
otras variables relevantes.
Habitualmente, la fijación del precio
tiene lugar en el mercado por el juego de
la oferta y la demanda "pues es el
instrumento más eficaz para colocar los
recursos y responder eficazmente a las
necesidades";15 y así, para
un precio determinado, hay una cantidad que
satisface los deseos de los compradores y
vendedores. El precio de mercado viene a ser el
máximo precio por el que el vendedor puede
vender un bien y el menor por el que el
comprador puede comprarlo. Esto no autoriza a
llamar sin más justo a este precio; lo correcto
será denominarlo precio de equilibrio, porque es
el parámetro en que las tendencias opuestas de
intereses diversos se neutralizan. Sin embargo,
en mercado de competencia perfecta el precio
en él formado se presumirá justo mientras no
se demuestre lo contrario.
El equilibrio del mercado no es estático,
definitivo. Es un equilibrio dinámico que busca
continuamente nuevas situaciones óptimas a
partir
de
nuevos
datos
continuamente
modificados.16 De aquí que la economía de
mercado en su dinamicidad exige una cierta
flexibilidad en los precios para que es-tos
cumplan con su misión de servir de guías a la
adaptación de la producción a las nuevas
situaciones originadas por los cambios de los
gustos o de las demandas (...) Unos beneficios
altos que tal vez no puedan legitimarse con un
criterio puramente individual de precio justo o
beneficio justo, pueden desempeñar un papel
en la readaptación de la producción siempre
que sirvan de estímulo para un aumento de la
producción en el sector donde se originan —los
beneficios altos son indicios de una producción
escasa relativamente a la demanda— y tiendan a
desaparecer a través del proceso de reajuste.
Pero conviene tener en cuenta estas orientaciones de Centesimus annus sobre el mercado:
"sin embargo, esto vale sólo para aquellos
recursos que son vendibles, esto es, capaces de
alcanzar un precio conveniente. Pero existen
numerosas cualidades humanas que no tienen
salida en el mercado. Es un estricto deber de
justicia y de verdad impedir que queden sin
satisfacer
las
necesidades
humanas
fundamentales". Por esta razón no todos los
precios deben ser fijados por el mercado, pues
podrían llegar a ser precios no convenientes es
decir no oportunos ni proporcionados, y podría
haber
también
necesidades
humanas
fundamentales sin satisfacer. El Estado como
garantía del bien común, puede fijar precios
controlados por el Gobierno que sirven de
sostenimiento de determina-
19
dos productos o para artículos de primera
necesidad. Estos precios, llamados políticos
o legales, porque están establecidos por la
autoridad pública, si han sido establecidos
por justa causa y para buscar el bien común,
serán precios convenientes.
Por tanto, puede haber ocasiones en que
determinados productos no son vendibles, tal
es el caso de gran carestía de productos de
primera calidad por guerra, catástrofes, etc.,
en que el acaparador, por su exclusividad en
la oferta puede forzar la ley del mercado con
precios abusivos (no convienientes o inconvenientes). Tampoco es lícito un precio, en
que una de las partes no puede acudir libremente a la negociación sino que sufre presiones o es forzado para adquirir el bien a
determinado ofertante que intercambia el
producto a un precio también abusivo. Sería
el caso del abuso de una situación de necesidad, que puede ser del vendedor o del comprador explotadas en beneficio del otro.
3. El justo precio en Centesimus annus
En el primer párrafo —antes citado— señala también Juan Pablo II que "quien produce una cosa lo hace generalmente —a
parte del uso personal que de ella pueda hacer— para que otros puedan disfrutar de la
misma después de haber pagado el justo
precio, establecido del común acuerdo después de una libre negociación".17 Indica en
primer lugar la intencionalidad de la producción: un servicio a los demás para que
perciban a las ventajas de lo hecho. A cambio, tiene derecho a percibir un justo precio.
Este justo precio era considerado hasta
ahora como el que correspondía al valor real del objeto y que estaba en estrecha relación con la estimación común de compradores y vendedores. En este caso concreto, el
Papa quiere subrayar la necesidad de libertad de las partes en el intercambio, de forma
que ninguno se vea forzado por la necesidad
para aceptarlo: la transacción no es libre por
parte del necesitado, o como recogía
Shakespeare "Mi pobreza, no mi voluntad,
consiente" (My poverty, but not my will
consents).18
También puede afectar a una verdadera
actividad comercial libre la excesiva desi20
gualdad entre las partes: "una economía libre
(que) presupone una cierta igualdad entre las
partes, no sea que una de ellas supere
totalmente en poder a la otra, que la pueda
reducir prácticamente a esclavitud". Efectivamente, si las partes están en situaciones
demasiado desiguales, no es suficiente el
consentimiento de las partes para la licitud
del contrato.
Tampoco sería libre negociación, si una de
las partes manipulase el mercado mediante
la inducción de un clima artificial de
expectativas que puede ocasionar que el
precio suba o baje según su interés. Eso sería provocar ilícitamente un precio artificial y
beneficiarse con perjuicio de la otra parte
(utilizar a un tercero que vaya comprando
poco a poco un bien y cuando el precio está
alto se vende toda la cantidad adquirida en
épocas anteriores a bajo precio o bien difundir rumores que afectan al precio del activo).
El justo precio es una noción ética, mientras que el precio de mercado es una noción
económica. Según Santo Tomás de Aquino el
precio justo se basará en la estimación común, y en esta estimación tendrá una parte
fundamental el coste de trabajo, otros costes y
la ganancia. Con mucha frecuencia, el precio
de mercado —siempre que el mercado reúna
un mínimo de características que señalábamos—, será un buen indicador de la
justicia del precio en cuanto que es reflejo de
la estimación común. Pero no pueden
equipararse siempre estas dos nociones, porque hay casos en que el precio de mercado es
un precio abusivo.
VII. SITUACIONES SINGULARES
A continuación indicamos algunos casos
especiales que no están contemplados en los
supuestos anteriores y que sobre ellos se hacen distintos juicios de valor.
Uno de ellos es lo que podíamos llamar el
juego o la apuesta en la especulación. Es decir,
cuando la compra y la venta se realizan entre
las mismas personas, de forma que la
operación se liquida pagando sólo la diferencia de precios. En este tipo de operaciones, incluso no es preciso que ninguna de las
partes sea propietaria del bien, pues en
el fondo, no hay intención ni de comprar ni
de vender. Esto es un contrato aleatorio que
tiene mucha mayor semejanza con una
apuesta que con una compraventa. Su moralidad depende sobre todo del "juego limpio"
de cada una de las partes durante toda la
operación, y deben aplicarse los criterios sobre la moralidad del juego. Junto a lo anterior, conviene añadir el afán inmoderado de
lucro y la "fiebre" del juego que, cuando menos, se puede considerar como peligrosas
para la moralidad de la acción. Pero este
afán de lucro no es sólo característica de este tipo de especulación sino que también
puede afectar, de modo desordenado, a
otras prácticas especulativas. Todo este tipo
de prácticas tienen lugar fundamentalmente
en la bolsa de valores.
Otra situación se presenta cuando el comprador y el vendedor no se encuentran en la
misma situación respecto a las expectativas
futuras del bien. Por ejemplo, el comprador
sabe con certeza moral que el precio del bien
va a subir, pero con una ciencia que está al
alcance de cualquier persona con un
mínimo de cultura; sin embargo, el vendedor carece de formación y no alcanza a poseer ese conocimiento. En este caso, no se
da igualdad entre las dos partes (una de las
características de la justicia), pues tienen
distinto conocimiento de las expectativas futuras del bien; sin embargo, las dos partes
tienen parecidas posibilidades de acceso a la
información aunque este acceso supone un
coste de tiempo, medios, dedicación, etc.
Siempre que haya probabilidad de ofertar a
otros compradores, "libertad de negociación", una propuesta de compra llevará al
vendedor prudente a tantear otras ofertas,
pues de lo contrario sería un imprudente.
En este caso, estamos con Santo Tomás de
Aquino cuando estudia el caso del vendedor
de trigo que lleva el grano a un lugar donde
hay mucha carestía y sabe que en su seguimiento van otros con más mercancía, lo
cual, si fuera conocido por los compradores,
darían al vendedor un precio más bajo. El
Aquinate concluye diciendo que "no parece
quebrantar la justicia el vendedor que vende
una cosa en el precio corriente sin manifestar lo que va a suceder después".19
Por ejemplo, esa situación se plantea en la
actualidad con la afluencia turística en algu
nos lugares de nuestro país. Es evidente, que
los terrenos de esos lugares van a experimentar una fuerte revalorización en el futuro
y para llegar a ese conocimiento no hacen
falta conocimientos especiales. ¿Se puede
decir que el contrato de compra—venta no es
justo debido a la ignorancia de una de las
partes? ¿Es lícito aprovecharse de la falta de
visión del propietario? Para algunos autores,
un beneficio moderado se legitimaría por la
libertad del contrato, incluso un cierto
incremento de ese beneficio aún tendría
justificación por la formación y cultura del
comprador2° y por la preferencia del vendedor
del dinero presente sobre el beneficio futuro;
pero a un gran beneficio no le encuentra
legitimación por la falta de capacidad de una
de las partes parece justo, pues así pueden
resarcir los gastos ocasionales para alcanzar
la pericia.
Una compra en la que el vendedor conozca
la visión de futuro sobre sus bienes, o que
está incapacitado para sacarles todo el partido en el futuro, no tiene por que ser una
compra engañosa o con abuso de situación.
La prudencia llevará al vendedor a no hacer
una venta inmediata, pedir consejo hacer
otras ofertas a posibles compradores, solicitar un peritaje, etc. para conocer el verdadero
valor de lo que vende y salir así del error o
ignorancia. Nos parece que dados los
avances técnicos que permiten cerrar compras sin conocer la identidad y situación del
vendedor, no es lícito legitimar sin mas estas
trasacciones. Otra cosa es que el elevado beneficio de la plusvalía sufra una elevada presión fiscal que redistribuya en el conjunto
social la elevada ganancia.
Lo mismo podemos decir en el caso de que
para conocer el verdadero valor de un bien
hace falta una preparación especial. ¿Puede
lícitamente un entendido pagar un precio
muy inferior por algo que sabe, por su
ciencia, con certeza que vale muchísimo más,
aprovechándose de la ignorancia del
vendedor? Tal sería el caso, por ejemplo, de
la compra de una obra de arte a un propietario que desconoce que sea tal obra de arte,
pero también podía plantearse un caso similar cuando un técnico especialista hace un
arreglo de fontanería, de un televisor, de un
coche, etc., en un breve plazo de tiempo. En
todos esos casos, suele decirse que hay "un
21
aprovechamiento" de una ignorancia, y la
transacción es inmoral porque hay en ella
error sustancial y desigualdad entre prestación y contraprestación.21
De otra parte, parece que es imposible
que, de modo habitual, se dé la equiparación o igualdad de información entre los
que concurren al mercado. El mercado es
un lugar donde hay un procesamiento de la
información, y la existencia del mismo mercado es en buena parte debida a la disparidad de información entre compradores y
vendedores. No se puede decir que en el caso de las obras de arte, u otros mercados especiales como éste, uno tenga obligación de
explicar todos los datos; lo cual no quiere
decir que se justifique la mentira. La virtud
de la veracidad obliga a decir toda la verdad
cuando debe decirse y entonces callarla será
inmoral. Por ejemplo, no es lo mismo un
simple comprador que un cliente, es decir,
un comprador habitual. En este último caso
por la confianza depositada, aunque sea
implícita, por el cliente hacia uno, hay el
deber de decir toda la verdad.
En los dos casos de los párrafos anteriores, la razón fundamental de la elevada ganancia no es la creatividad, iniciativa, etc.
del comprador, sino la ignorancia del
vendedor. Tan es así, que hay situaciones en
que la ignorancia de una de las partes al
firmar un contrato, es similar a que ese
contrato se hiciera con un menor (que no es
sujeto capaz, requisito indispensable para
un contrato) que no sabe el valor de lo que
tiene, o sufre una equivocación en la
mercancía
que
vende:
entonces
el
comprador estaría obligado a sacar del
error al vendedor.22 Por eso si el beneficio
elevado es producido principalmente por la
ignorancia ajena de la que no se puede
salir, por el princpio de que no quieras para
otro lo que no quieras para tí, no parece
lícita esa ganancia excesiva.
IX. ESPECULACION CON
INFORMACION PRIVILEGIADA
Son casos totalmente distintos cuando
tiene
lugar
una
transacción
con
información privilegiada. En este caso hay
un robo porque se usa de un bien de otro
—la información es patrimonio de la
empresa— para be22
neficio personal. Uno pasa de servir a la empresa a servirse de la empresa. Así, por ejemplo no se puede justificar la adquisición de
unos terrenos que se sabe por información
privilegiada (está disponible a unas personas
pero no a todo el mercado) que van a ser recalificados, o que van a ser adquiridos por
una empresa, etc., con un importante incremento de su precio en el mercado. En estos
casos la transacción sería injusta, porque uno
de los sujetos es desleal con sus superiores
faltando a la confianza recibida y por tanto al
secreto o confidencialidad; por otra parte,
además efectuaría una apropiación indebida.
A consecuencia de lo anterior acudiría al
mercado con una ventaja indebida que le
vendría a dar una situación de poder o
privilegio.
Lo anterior no es obstáculo para que haya
determinadas compraventas lícitas en que
parece que se use información privilegiada
que en realidad no lo es. Por ejemplo es el
caso de unos altos cargos de Texas GULF
SULPHUR que compraron acciones de la
misma sociedad antes de que se produjese
una huelga en el sector del cobre que conllevaría un alza en los valores de las acciones
de Texas GULF SULPHUR; en el caso anterior,
vemos que un directivo no tiene prohibido
invertir en su empresa debido a que tienen un
mejor conocimiento de sus operaciones. Toda
la praxis de la información confidencial ha
dado lugar a una doctrina sobre el deber de
guardar el secreto aunque no se sea directivo
o empleado de la empresa. En este mismo
orden, es conocido el caso CHIARELLA,
trabajador de una imprenta entre cuyos
encargos estaba preparar a imprenta la
información sobre fusiones de empresas; su
situación podría asimilarse al que recibe en
depósito un bien —en este caso la noticia de
la fusión— que le obliga a su custodia sin
merma sustancial de su valor.
Sin embargo, la consideración de la información como patrimonio de la empresa
muestra una cierta insuficiencia para algunos
casos. Por ejemplo, el caso de un reportero de
Wall Street Journal, que gozaba de gran
prestigio entre los inversionistas. Antes de
publicar sus artículos hacía saber el contenido de ellos a los empleados de una casa de
bolsa; estos compraban y vendían valores
de acuerdo con esta información. Si se
considera
la
información
como
patrimonio de la empresa la información
del reportero pertenecía al periódico, aún
cuando en este caso no fuese
privilegiada, pero hay un deber de lealtad
con el periódico. Sin embargo, si el Wall
Street Journal decidiera tratar con dicha
información, no existiría apropiación
indebida ni tampoco la violación de un
deber fiduciario, por lo que, según esta
concepción no existiría delito, aunque sí
se da-ría una manipulación del mercado.
Necesidad de honradez y coherencia
en la actividad comercial
No es raro que en literatura sobre la
moralidad de los negocios se considere
con frecuencia la especulación de un
modo negativo casi en su totalidad.23
Hay sin embargo autores que se dan
cuenta del verdadero sentido de la
especulación.24 "La especulación es
también beneficiosa: contribuye a la
igualación de los precios en el tiempo y
en el espacio, reparte los riesgos,
estabiliza las fluctuaciones de los
precios, etc. Debe rechazarse, pues, la
concepción del especulador como un
manipulador deshonesto de los precios,
siempre que no disfrute de un poder de
monopolio".25
El
término
especulación
puede
emplearse en buen sentido, como
sinónimo de cálculos inteligentes y
previsiones afortunadas. Sin embargo,
como decíamos al principio, muchas
veces incluso frecuentemente, la especulación encierra un matiz peyorativo o
sea como sinónimo de intrigas, fraudes y
procedimientos injustos realizados por
personas de conducta inmoral. Este
significado se encuentra no solo en el
lenguaje habitual, sino también en
algunos textos pontificios. Tal es el caso
de Juan Pablo II, cuando escribe señalando su aspecto negativo en un
contexto
concreto:
"obtener
unas
ganancias que no son fruto de la
expansión global del trabajo y de la
riqueza social, sino más bien de su
comprensión, de la explotación ilícita, de
la especulación y de la ruptura de la
solidaridad en el mundo laboral".26 O
más adelante, al tratar la función del
Estado en la economía se opone a la
obtención de cómodas ganancias de
modo contrario a las normas éti
cas, diciendo que "los beneficios fáciles, basados
en actividades ilegales o puramente especulativas, es uno de los obstáculos principales
para el desarrollo y para el orden económico."Y7
En todos los casos, en el fondo, se está hablando de la avaricia; es decir, de un apetito
desordenado, de bienes materiales. Nótese, que
al igual que al tratar del mercado, también aquí
se introduce el desorden, pero en este caso
referido a la acción humana. La avaricia viene a
ser una acción humana desordenada en el uso
de los bienes materiales. Esta actuación es
motivada por el egoísmo, el interés exclusivo por
el propio yo y la despreocupación de las
necesidades de los demás. Esta actuación
desordenada entraña una "absolutización de
actividades humanas" si están generalizadas se
convierten en estructuras de pecado que "se
fundan en el pecado personal y, por
consiguiente, están unidas siempre a actos
concretos de las personas"28 entre las cuales "dos
parecen ser las más características": el afán de
ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed
de poder".29
Por lo tanto, no es la actividad en sí misma la
que es mala, sino la actitud humana. No es un
problema económico, sino una cuestión de
cambio profundo en el hombre. De cambio de
actitud espiritual ante lo material. El sujeto está
en cierta forma esclavizado o arrastrado por lo
que es inferior a él, por lo material. Se produce
una subordinación de lo espiritual a lo material,
cayendo así en el fenómeno actual, tan negativo,
del consumismo: la pasión por gastar. Por esta
razón escribirá el Papa: "No es malo el deseo de
vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida
que se presume como mejor, cuando está
orientado a tener y no a ser, y que quiere tener
más no para ser más, sino para con-sumir la
existencia de un goce que se propone como fin
en sí mismo".30
Cuando el hombre está atrapado por la actitud
profunda de tener más, al estar en sí mismo
desordenado es muy fácil que desordene la
relación con los demás, convierta los medios en
fines los fines en medios. Así nacen los abusos de
las personas y de los con-tratos, la usura, el
quebrantamiento de la justicia conmutativa en
forma de precio excesivo (abusivo) de venta, de
honorarios des-
23
proporcionados, de salarios insuficientes, y,
en general, todo atentado al principio de
equivalencia en las prestaciones.
El remedio a esta desarmonía está en la
templanza cristiana que lleva a buscar primero el reino de Dios, pues sabe que los bienes
temporales se darán por añadidura. Sólo en
base a ella se podrá vivir la honradez cristiana
que exige la veracidad en las informaciones y
comunicaciones, lealtad en los compromisos,
etc. Una honradez coherente es incompatible
con el afán de lucro o la ambición de poder
como fin absoluto de su actividad, sino que
buscará la promoción humana global y el
perfeccionamiento de aquellos que trabajan a
su lado y colaboran con él.31
El Estado, al cual está confiado velar por el
bien común, deberá "determinar el marco
jurídico dentro del cual se desarrollen las
relaciones económicas y salvaguardar así las
condiciones fundamentales de una economía
libre, que presupone una cierta igual-dad
entre las partes, no sea que una de ellas
supere totalmente en poder a la otra que la
pueda reducir prácticamente a la esclavitud".32 Efectivamente, no es suficiente el
consentimiento de las partes para la licitud
de un contrato, por ejemplo de compraventa.
Si las partes están en situaciones demasiado
desiguales la condición de libre consentimiento en los contratos está subordinada al
derecho natural.
En moral social y económica no es fácil
decir la última palabra. La evolución de las
estructuras —sobre todo en este siglo—, y el
progreso de las ciencias, especialmente la
economía, conllevan replantear las soluciones tomadas en circunstancias distintas y
con un menor desarrollo científico.
Con los mismos principios morales, si
cambia la realidad en la que se aplican se
pueden tener otras conclusiones. De ahí que
la moral práctica que orienta la vida concreta
debe evolucionar. Estas líneas no son más
que un grano de arena en este proceso de
profundización y puesta al día de la moral
económica y social.
Referencias
1 Termes, R. Desde la Banca, Pag. 1883, Madrid 1991. (Cfr. A.
Argandoña, voz Beneficio, en GER, tomo IV).
24
2 No esta en contradicción con lo escrito por Santo Tomás,
pues éste condena al comerciante "que hace del lucro su último fin"
(II—II, q. 77, a. 4 ad 1). El Cardenal Tomás de Vio Cayetano,
comentando este mismo artículo opina que el Angélico Doctor
considera el comercio lucrativo como un acto humano indifenrete
según su "especie", que necesita, por consiguiente de una ulterior
determinación en el comerciante, el cual con "finis operantis" hace que su actitud comercial sea buena os mala moralmente (comentario de la Summa Theologiae, Ed. Leon. Tomo IX. Roma, 1987,
p. 154).
3 Centesimus Annus, 36.
4 Santo Tomás de Aquino, II—II, q. 77, a. 4.
5 Centesimus annus, 35.
6 J. A. Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento económico, 3 4 edición, México 1963, cap. 4.
7 F. H. Knight, Riesgo, incertidumbre y beneficio, Madrid, 1947,
cap. 5. Recientemente algunos autores prefieren denominar riesgo a
las situaciones en que las probabilidades se pueden objetivar,
mientras que la incertidumbre se asociaría con las probabilidades
sujetivas bayesianas.
8 Centesimus Annus, 32.
9 Ibídem
10 Ibídem, 3 5 .
11 Centesimus annus, 15.
12 M. Zalba, S.I., El precio y sus condiciones principalmente a través
de L. de Molina, en Estudios de Historia Social de España, vol. 1,
Madrid 1949, pág. 635.
13 Nell—Breuning, Grundzúge der Bórsenmoral, Friburgo, 1928, p.
41, cfr. Periodica 18 (1929), 7.
14 J. M. Setien, Las leyes económicas de formación de los precios,
Scriptorium Victoriense 3 (1956), 73.
15 Centesimus annus, 34.
16 J. Ma. Solozabal, Los precios ante la moral, Revista Fomento Social 20 (1965).
17 Centesimus annus, 32.
18 Shakespeare, Romeo y Julieta, acto V, 16.
19 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II—II. Q. 77, a. 3,
ad. 4.
20 T. de Mercado, Tratos y contratos con mercaderes, edit., p. 29:
"También el comprador está obligado a manifestar al vendedor que
le ofrece una mercancía en un precio inferior al justo, el precio
correspondiente de la misma; a no ser que dicho conocimiento sea
extraordinario".
21 J. M. Solozabal, Aspectos morales de la especulación y del crédito a
la especulación. Anales de Moral Social y Económica, 15 (1967), 129—
155. Es un trabajos muy interesante sobre esta materia.
22 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, q. 77, a. 2 ad c: "A
veces ocurre que el vendedor creen que la especie de su cosa es
menos valiosa de lo que realmente es; como si, por ejemplo alguien
vende oro por oropel: el comprador en este caso, si se da cuenta,
compra injustamente y está obligado a la restitución".
23 Cfr. J. Aspiazu, La moral del hombre de negocios, 2 ' edic., Madrid 1952, pág. 197—199, 347—350. También A. Peinador, Moral
profesional, 2 2 edic_, pág. 549—555.
24 A. Lanza—P. Palazzini, Principios de Teología Moral II, Rialp,
Madrid 1956, pág. 366.
25 A. Argandoña, V o z mercado en GER, tomo XI.
26 Centesimus annus, 43.
2 7 Ibidem, 48.
28 Sollicitud rei socialis, 36.
29 Ibídem, 3 7 .
30 Centesimus Annus, 36.
31 Cfr. Juan Pablo II, Discurso en Barcelona, 7—XI—1982.
32 Centesimus annus, 15.
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