Contenido PRESENTACIÓN .................................................................................................................................. 4 INTRODUCCIÓN GENERAL ................................................................................................................... 7 DERECHO DE FAMILIA, DERECHO MATRIMONIAL, DERECHO CONYUGAL ................................... 7 I. EN TORNO A UNA DENOMINACIÓN .......................................................................................... 7 II. EN TORNO A UN TEMA: POSICIÓN PRELIMINAR DEL AUTOR .................................................. 9 III. EN TORNO AL DERECHO DE FAMILIA................................................................................... 11 IV. EN TORNO AL PLAN DE LA OBRA: LA PAREJA AFECTIVAMENTE MOTIVADA COMO REFERENCIA BÁSICA EN LOS INSTITUTOS DEL DERECHO DE FAMILIA .................................... 12 PRIMERA PARTE LA RELACIÓN AFECTIVA DE PAREJA. PAREJA, COMUNIDAD, SOCIEDAD Y DERECHO .......................................................................................................................................... 15 TÍTULO I AFECTIVIDAD Y SEXUALIDAD ......................................................................................... 15 CAPÍTULO I AFECTIVIDAD, PERSONA Y PAREJA ...................................................................... 15 CAPÍTULO II LA SEXUALIDAD COMO ELEMENTO ESENCIAL DE LA UNIÓN DE PAREJA JURÍDICAMENTE REGULADA ..................................................................................................... 49 TÍTULO II EL RECONOCIMIENTO SOCIO-JURÍDICO DE LA UNIÓN AFECTIVA DE PAREJA ............. 70 CAPÍTULO I PAREJA, SOCIEDAD Y DERECHO .......................................................................... 70 CAPÍTULO II LAS UNIONES DE HECHO ..................................................................................... 73 CAPÍTULO III UNIONES CIVILES ................................................................................................ 81 CAPÍTULO IV EL MATRIMONIO. SIGNIFICADO SOCIAL Y RECEPCIÓN JURÍDICA ...................... 88 SEGUNDA PARTE EL RECONOCIMIENTO LEGAL DE LA UNIÓN AFECTIVA DE PAREJA .................. 127 TÍTULO I ANTECEDENTES Y FUENTES ........................................................................................ 127 CAPÍTULO I ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL DERECHO CONYUGAL CHILENO .................. 127 CAPÍTULO II FUENTES ............................................................................................................ 132 TÍTULO II PRINCIPIOS INFORMADORES DEL DERECHO CONYUGAL CHILENO ........................... 140 CAPÍTULO I PRINCIPIOS INFORMADORES DEL RÉGIMEN LEGAL DE LA RELACIÓN JURÍDICA CONYUGAL .............................................................................................................................. 140 CAPÍTULO II PRINCIPIOS INFORMADORES DEL RÉGIMEN LEGAL DEL MATRIMONIO ............. 145 CAPÍTULO III PRINCIPIOS INFORMADORES DEL RÉGIMEN LEGAL DEL ACUERDO DE UNIÓN CIVIL ........................................................................................................................................ 179 TERCERA PARTE LA RELACIÓN JURÍDICA CONYUGAL: DERECHO MATRIMONIAL CHILENO......... 189 TÍTULO I LA CONCEPCIÓN JURÍDICA DEL MATRIMONIO Y SU RECEPCIÓN POSITIVA ................ 189 CAPÍTULO I EL CONCEPTO DE MATRIMONIO .......................................................................... 189 CAPÍTULO II CARACTERÍSTICAS DEL MATRIMONIO LEGAL .................................................... 202 CAPÍTULO III FINALIDADES DEL MATRIMONIO........................................................................ 222 2 TÍTULO II EL MATRIMONIO COMO ACTO JURÍDICO. REQUISITOS LEGALES .............................. 234 CAPÍTULO I REQUISITOS DEL MATRIMONIO Y SU RECEPCIÓN JURÍDICA .............................. 234 CAPÍTULO II EXISTENCIA Y VALIDEZ DEL MATRIMONIO ......................................................... 241 CAPÍTULO III LA CAPACIDAD MATRIMONIAL ........................................................................... 258 CAPÍTULO IV EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL ................................................................ 298 TÍTULO III LA FORMA JURÍDICA DEL MATRIMONIO. CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO. SISTEMAS MATRIMONIALES. MATRIMONIO CIVIL Y MATRIMONIO RELIGIOSO EN EL RÉGIMEN LEGAL CHILENO ...................................................................................................................................... 318 CAPÍTULO I LA FORMA JURÍDICA DEL MATRIMONIO ............................................................... 318 CAPÍTULO II SISTEMAS MATRIMONIALES ............................................................................... 323 CAPÍTULO III FORMALIDADES LEGALES DEL MATRIMONIO ................................................... 330 CAPÍTULO IV RÉGIMEN APLICABLE A LOS MATRIMONIOS CELEBRADOS FUERA DE CHILE Y RECONOCIMIENTO DE LAS SENTENCIAS EXTRANJERAS........................................................ 365 TÍTULO IV EL ESTADO MATRIMONIAL. RÉGIMEN DE SUS EFECTOS DURANTE LA NORMALIDAD CONYUGAL. CRISIS DE LA CONVIVENCIA CONYUGAL Y SUS EFECTOS CIVILES ........................ 376 CAPÍTULO I EFECTOS DEL MATRIMONIO DURANTE EL ESTADO MATRIMONIAL .................... 376 CAPÍTULO II MOMENTO CRÍTICO DEL ESTADO MATRIMONIAL ............................................... 394 TÍTULO V LA EXTINCIÓN DEL MATRIMONIO ................................................................................ 423 CAPÍTULO I LA TERMINACIÓN DEL MATRIMONIO EN LA LMC ................................................ 423 CAPÍTULO II EL DIVORCIO ...................................................................................................... 439 CAPÍTULO III LA COMPENSACIÓN ECONÓMICA ...................................................................... 502 TÍTULO VI PACTO CIVIL DE CONVIVENCIA. EL ACUERDO DE UNIÓN CIVIL (AUC) .................. 530 CAPÍTULO I EL ACUERDO DE UNIÓN CIVIL Y SU RECEPCIÓN LEGAL .................................... 530 CAPÍTULO II REQUISITOS LEGALES ....................................................................................... 540 CAPÍTULO III EFECTOS DEL AUC .......................................................................................... 546 CAPÍTULO IV TERMINACIÓN DEL ACUERDO DE UNIÓN CIVIL ............................................... 553 CAPÍTULO V ACUERDO DE UNIÓN CIVIL Y MATRIMONIO: ANÁLISIS COMPARATIVO ............ 556 BIBLIOGRAFÍA.................................................................................................................................. 563 PUBLICACIONES PERIÓDICAS ..................................................................................................... 594 FUENTES DOCUMENTALES ......................................................................................................... 597 3 PRESENTACIÓN A partir de nuestra participación, por encargo de las autoridades del Ministerio de Justicia, en la tramitación de la Ley de Matrimonio Civil y de su reglamento, a la par de actividades académicas en otras instituciones, decidí concluir mi formación doctoral con una tesis cuyo tema estuvo fuertemente influido por el debate que acompañó las reformas que antecedieron a dicho cuerpo legal, y de modo principal, al que caracterizó la discusión sobre el régimen civil de la pareja, en general, y la concepción del matrimonio en particular, con ocasión de la introducción del divorcio como justificación social de dicha reforma. Con posterioridad, ya abocado completamente a la actividad académica de investigación y enseñanza del derecho en la Universidad de Talca, y sobre la base tanto de la tesis doctoral como de todo el proceso en el cual tuve el privilegio de participar, publiqué una obra monográfica sobre el derecho matrimonial chileno en 2010, reeditada con las actualizaciones de rigor y nuevas materias antes omitidas o insuficientemente tratadas, cinco años después. Asumiendo al derecho de familia como una de las disciplinas más dinámicas del derecho nacional, con el correr de los años y al completarse quince años desde la reforma del año 2004, me pareció necesario cerrar el ciclo dedicado a esta apasionante materia, con un trabajo que pudiera incorporar otros temas igualmente relevantes, a saber, el cambio operado en la concepción del régimen civil de la pareja luego de la aprobación del Acuerdo de Unión Civil en 2015, la avanzada discusión sobre el matrimonio igualitario, la revisión de la afectividad y la sexualidad como fuentes materiales del derecho civil referido a las relaciones de pareja y, las consecuencias previsibles de la próxima entrada en vigor de la ley de identidad personal y género. Esta nueva obra, si bien toma como base el último libro indicado —con las dificultades mayores que implica revisar completamente lo ya escrito— sigue un plan distinto de aquel que orientó la elaboración de tales trabajos precedentes, arribando en temas importantes a conclusiones diferentes, que se nutren no solo 4 del rico debate doctrinario suscitado estos últimos años sobre las materias aquí tratadas, sino también del contexto material que, como ya hemos declarado, determina el contenido prescriptivo de la norma, además de la oportunidad de su vigencia. La obra que presentamos ha sido elaborada durante el año que antecedió a su publicación, cubriendo la segunda mitad de 2018 y lo que va corrido de 2019 hasta el momento de su entrada en prensa, a principios de septiembre. La investigación que la ha precedido, la hemos podido realizar en universidades chilenas y españolas en el marco de un período sabático concedido por la Universidad de Talca, a cuyas autoridades manifiesto un primer y necesario agradecimiento. En dicho marco y con el propósito ya indicado, fui acogido en primer término por el Centro UC de la Familia, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, a cuya directora, la profesora Carmen Domínguez Hidalgo vaya dirigido un personal agradecimiento, extensivo a quienes trabajan en su Facultad de Derecho y en su Biblioteca. Posteriormente, ya radicado en España, pude realizar labores de investigación y redacción teniendo como sedes a la Universidad Complutense de Madrid y a la Universidad de Zaragoza, además de la Fundación Ciencia y Vida, en Valencia. Por ello, debo expresar un sentido agradecimiento a todos quienes me brindaron su hospitalidad como uno más de sus académicos, y en particular a los catedráticos Javier Martínez Torrón, Javier Ferrer Ortiz y José Pérez Adán, por la invitación que me cursaron para concretar las respectivas estadías de investigación. En el curso de ellas, pude investigar libremente, acceder a fondos bibliográficos y sostener enriquecedoras conversaciones sobre derecho comparado y sistema legal islámico con D. Javier Martínez Torrón y Dña. Zoila Combalía, respectivamente; sobre diversas materias propias del derecho civil con D. Gonzalo Yzquierdo Tolsada, D. Carlos Martínez de Aguirre, Dña. Silvia Gaspar Lera, Dña. Carmen Domínguez Hidalgo y antes con D. Isaac Tena Piazuelo; en derecho de familia y canónico con D. Javier Ferrer Ortiz; en materias históricas y sociológicas con D. Alberto de la Hera y D. José Pérez Adán. Finalmente, cabe agradecer la buena 5 recepción, parcialmente frustrada por el tiempo limitado del cual pudimos disponer, pero incorporada a través de sus obras, de D. Rafael Navarro Valls, D. Andrés Ollero y D. Carlos Villagrasa. Todas las materias respecto de las cuales pude conversar con los ilustres académicos que me honraron con su hospitalidad, el intercambio de opiniones producido, o las lecturas que me recomendaron, han enriquecido el trabajo que presento, sin perjuicio de lo cual las opiniones que aquí emito son de mi exclusiva responsabilidad, y no representan necesariamente sus opiniones, salvo que hayan sido debidamente citadas en alguna parte del libro. Extiendo también mi reconocimiento y agradecimiento a la editorial Thomson Reuters, a sus directivos y contrapartes personales, quienes han sido los editores de todos mis últimos libros en una compleja, eficiente y grata experiencia de trabajo. Finalmente, expreso mi profundo amor y agradecimiento a mi familia, a quienes he restado valiosos momentos de vida en común, y mi reconocimiento y afecto a amigas y amigos, individualmente consideradas y considerados, o en pareja, que junto con brindarme su apoyo y compañía, han inspirado no pocas reflexiones contenidas en este libro. 6 INTRODUCCIÓN GENERAL DERECHO DE FAMILIA, DERECHO MATRIMONIAL, DERECHO CONYUGAL "Pero apenas el alma infantil del hombre remoto se hubo enriquecido con los primeros jugos de la madurez de la especie, ya no le bastaba la compañía colectiva, la de todos los hombres; y hubo de buscar la compañía individual, la compañía exclusiva suya, capaz de encajarse como dos ruedas del mismo engranaje en los altos y bajos de su propia personalidad"1. I. EN TORNO A UNA DENOMINACIÓN Se ha entendido tradicionalmente por derecho matrimonial la disciplina jurídica que, ubicada dentro del derecho civil de familia, regula el matrimonio como el régimen civil privilegiado de la pareja. Su desarrollo histórico ha estado ligado a las fuentes que acompañaron su nacimiento sistemático, en particular el derecho canónico y luego la perspectiva civil que, enfrentada a las concepciones de base religiosa a fines del siglo XIX, dio lugar al sistema de matrimonio civil que nos ha regido hasta nuestros días. La corriente liberal contractualista primero y luego las perspectivas que han brindado un lugar de privilegio a la motivación afectiva de los vínculos de pareja, unido al debate sobre género y la autonomía de la sexualidad respecto de la función procreadora y formadora de la familia, han contribuido a configurar nuevas bases para el derecho de familia, que en el caso de nuestro derecho nacional —con la 1 Marañón, Gregorio, Vida e historia, Espasa-Calpe, 4ª ed., Buenos Aires, 1947, p. 22. 7 entrada en vigor de la ley que ha creado el Acuerdo de Unión Civil— determinan la insuficiencia de la actual denominación para comprender y expresar la pluralidad y complejidad del derecho de la pareja, no restringido al vínculo matrimonial como tradicionalmente se ha conocido y estudiado. En tal sentido, y previendo los cambios que habrán de sucederse en un futuro próximo, hemos estimado que la mejor manera de denominar una obra que pretende analizar integralmente el régimen civil chileno sobre la pareja, a la luz de los principios informadores y fuentes materiales que ahora lo caracterizan, es la denominación de derecho conyugal, atendiendo que refiere al sujeto en unión de pareja afectivo-sexual, sea de tipo matrimonial o more uxorio basado en la convivencia civilmente reconocida. A su vez, la denominación como tratado alude, en este caso, a la pretensión — limitada por cierto— de intentar considerar las distintas voces vertidas sobre la materia, asumiendo el lapso ya transcurrido desde el año 2004, sin perjuicio que la matriz y estructura de la obra es una monografía sistemática de nuestra autoría, que ha incorporado la visión crítica coincidente o disidente de sus autores en cada uno de sus apartados principales. Para tal efecto, hemos considerado como fuente documental a los libros, capítulos de libro y artículos publicados en revistas preferentemente jurídicas o especializadas en ciencias sociales, procurando seguir como eje sistemático las ponencias expuestas en las Jornadas Nacionales de Derecho Civil y las más recientes Jornadas Nacionales de Derecho de Familia. Respecto de las sentencias judiciales y la posibilidad de hablar de tendencias jurisprudenciales, se ha incorporado o citado aquellas que nos han parecido más relevantes, aun cuando sostenemos que todavía es temprano para confirmar tendencias jurisprudenciales reconocidas en materias en que reina bastante dispersión, de suyo comprensible por las materias abordadas. 8 II. EN TORNO A UN TEMA: POSICIÓN PRELIMINAR DEL AUTOR En las monografías que antecedieron a la presente, así como en los diversos artículos que he publicado, he procurado resaltar la importancia del derecho matrimonial dentro del derecho de familia, y de esta disciplina a su vez en el derecho civil, del cual forma parte, más allá de alguna discusión muy especializada. Su importancia, entre otras razones, se fundamenta en la afectación voluntaria o involuntaria de sus normas en todos nosotros, en la cotidianeidad de nuestras relaciones y de los vínculos y realidades que de allí surgen. Asimismo, he sostenido de manera reiterada, la importancia de considerar junto al estudio de las fuentes formales del derecho, todo el contexto material en que aquel surge. Es lo que conocemos como fuentes materiales, referidas a aquellos factores de diversa naturaleza, que inciden tanto en la oportunidad de la aprobación de una norma legal como en su específico contenido prescriptivo. No hacerlo, como a veces se puede apreciar en algunas obras, lleva directamente al encapsulamiento de la frialdad dogmática, que en el caso del derecho deriva en una insuficiente comprensión de la realidad concreta que afecta a las personas en las dimensiones afectivas de pareja y familia, y por tanto, en una solución jurídica posiblemente insuficiente, inexacta o derechamente inadecuada al problema respecto de cuya solución se requiere una opinión profesional y académica. Nuestra posición personal, a diferencia de lo ocurrido en las obras precedentes, requiere ciertos niveles mayores de explicitación y precisión. No significa, por cierto, que no se haya expresado anteriormente, pero su disposición distribuida en las distintas temáticas podría dar la errada impresión de una intencionalidad confusa, elusiva o incluso de ausencia de posición sobre materias altamente contingentes, lo que en esta oportunidad pretendemos evitar. En tal sentido, adelantamos una de nuestras opiniones desarrollada hacia el final de la obra, sobre la relevancia del respeto a la autonomía moral en cada una de estas materias. No se trata de pregonar un relativismo valórico o la ausencia de valores en todos estos temas, sino de asumir que en el necesario estadio de avance 9 hacia mayores cotas de libertad de las personas, en lo que respecta a la unión de pareja no es posible aplicar dogmatismo morales ni religiosos que intervengan en el campo de la intimidad personal bajo justificación jurídica, sino todo lo contrario. Es el tiempo de retirar al Estado de un ámbito que no le compete, pues la moralidad predominante debe ser incluida en el formato de normas jurídicas para la exigencia de su observancia social, pero con inmunidad de coacción en el plano moral que permanece unido a la personalidad2. Sin embargo, no ocurre lo mismo en el estado matrimonial o convivencial, o más claramente aun en el plano de la formación de una familia, en que prima la solidaridad bajo la forma de responsabilidad social frente a los efectos negativos de las rupturas conyugales o de la inadecuada formación material de la pareja, sin que ello pueda ser objeto de reproche desde la perspectiva de la pareja. En este sentido, podría sostenerse que el acuerdo de unión civil y el matrimonio son estatutos jurídicos diferenciables tanto por su justificación social como por las finalidades que persiguen, de modo tal que el acuerdo de unión civil puede ser reconocido como un estatuto civil de la pareja, de naturaleza contractual y con finalidades abiertas según lo que en aplicación de la autonomía privada se refleje. Pero el matrimonio, más allá de adecuaciones al sentir de los tiempos que corren, jurídicamente deberá seguir siendo el soporte institucional de la familia, normativamente indisponible, lo que justifica su privilegio jurídico como un estatuto base de las relaciones familiares, incluyendo excepcionalmente por vía de la adopción a quienes no puedan procrear naturalmente, dejando abierto el debate de los sujetos que pueden celebrarlo, en tanto se mantengan invariables los fines que aún se asigna al matrimonio. 2 "La conducta que el hombre acepta en su vida constituye una respuesta adecuada al proyecto que cada uno ha hecho de su propia existencia. Se vive con un estilo característico o de una forma determinada, porque así se consigue la meta propuesta. El camino que nos lleva a ese ideal exige un comportamiento concreto. La ética no es nada más que un itinerario en nuestra aventura humana para obtener lo que parece digno y deseable" (LÓPEZ AZPITARTE, Eduardo, Ética de la sexualidad y del matrimonio, Ediciones Paulinas, Madrid, 1992, p. 11). 10 III. EN TORNO AL DERECHO DE FAMILIA La obra si bien se ordena en función del reconocimiento jurídico de la unión de pareja, se incluye dentro de la disciplina del derecho de familia, a cuyo propósito finalista se orienta. El derecho de familia, desde nuestra perspectiva personal, está sometido a diferentes tensiones derivadas de las dos dimensiones que tradicionalmente dividen al derecho civil, entre derecho público y derecho privado, y particularmente por la ubicación intermedia que ocupa entre ambas disciplinas3. Un acercamiento que anticipe un concepto contemporáneo del derecho de familia, dentro de la cual se inscribe nuestra visión del derecho conyugal, considera diversos fenómenos tanto internos como externos al ámbito jurídico, que así lo caracterizan. Internamente subsisten las tensiones derivadas de la persistencia de la indeterminación de la naturaleza pública, privada o mixta del derecho de familia. Así, por una parte, se debe enfrentar la pretensión de constitucionalizar el derecho privado y consiguientemente el derecho de familia, vale decir, de buscar su renovación por medio de la "utilización de la constitución y de los medios técnicos que ella proporciona, generando que el derecho constitucional tienda a abarcar los [propios] fundamentos del derecho de familia"4. Esta tendencia responde no solo a la aspiración de quienes cultivan la disciplina de erigirla como una suerte de soporte de todas las disciplinas jurídicas, sino también a la permanente tensión sobre la mayor o menor relevancia de la autonomía privada en la interpretación de las materias que lo componen. En este último sentido, se resalta la atenuación de la autonomía de la voluntad y, el hecho que "el derecho de familia es la parte del 3 BARCIA LEHMAN, Rodrigo, Acuerdos Conyugales en el Marco de la Justicia Chilena, Colegio de Abogados de Chile, Santiago de Chile, 2009, pp. 3-5. 4 DOMÍNGUEZ ÁGUILA, R., "Aspectos de la constitucionalización del Derecho Civil chileno", en Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XCIII, Nº 3, Santiago, Editorial Jurídica, 1996, p. 109; TURNER SAELZER, Susan, "Tendencias constitucionales relativas a la protección de la familia", en Corral Talciani et alii (coord.), Estudios de Derecho Civil, t. V, Familia y Derecho sucesorio, Abeledo Perrot/Legal Publishing, Santiago de Chile, 2011 (Jornadas Nacionales de Derecho Civil 2005-2009), p. 44. Otra perspectiva en BARCIA LEHMAN, Rodrigo, "Análisis económico del Derecho de Familia: una breve mirada al Derecho de Familia como una forma de promover la estabilidad del matrimonio, en Revista del Magíster y Doctorado en Derecho, Universidad de Chile, 4 (2011), pp. 191-203. 11 derecho privado en donde la libertad individual, que es el fundamento de las relaciones privadas, soporta más limitaciones porque en él hay una importante incidencia de los intereses públicos y sociales"5. Externamente, para poder efectuar una correcta caracterización del derecho de familia contemporáneo, es necesario un acercamiento al contexto material, a la necesidad de apreciar la evolución de la sociedad en la cual se inserta y que pretende ordenar en un sentido de bien común, asumiendo que el derecho de familia se estructura sobre las consecuencias personales y patrimoniales del matrimonio y de la filiación, siendo ambas instituciones dependientes de manera directa de la organización social existente. IV. EN TORNO AL PLAN DE LA OBRA: LA PAREJA AFECTIVAMENTE MOTIVADA COMO REFERENCIA BÁSICA EN LOS INSTITUTOS DEL DERECHO DE FAMILIA En síntesis, el propósito de esta obra está constituido por la relación de pareja y su ordenación social realizada por parte del derecho. El enfoque brindado a esta compleja materia es multidisciplinario, toda vez que procura disponer en primer lugar de una visión integral del fenómeno afectivo en la pareja humana, objetivo que exige ineludiblemente abordarla como fenómeno social, recurriendo a categorías y conceptos cuya disciplina corresponden a las ciencias sociales y a la biología, más allá del campo propio del derecho. Obtenida la visión general de la pareja humana, con sus elementos de afectividad, sexualidad e identidad, el plan de trabajo aborda las distintas formas que asume la pareja humana en la perspectiva de su reconocimiento social, transitando desde la mera unión fáctica hasta su expresión más compleja y elaborada, el matrimonio. 5 DÍAZ-AMBRONA BARDAJI, María Dolores, Derecho Civil de la Unión Europea, segunda edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 2018, p. 710. 12 Los enfoques que aquí concurren son de tipo sociológico y religioso, como fuentes materiales e históricas de su actual recepción y tratamiento jurídico. Posteriormente, sobre la base de lo ya avanzado en los apartados precedentes, la obra inicia el análisis de la recepción positiva legal de la relación afectiva y sexual de la pareja, centrado en el derecho civil chileno, comprendiendo la revisión de los antecedentes históricos del derecho matrimonial nacional, para concluir en las fuentes y principios informadores del derecho conyugal vigente. Finalmente, la extensa y pormenorizada parte a la cual se aboca esta obra, analiza detalladamente el derecho conyugal como base del derecho de familia en el sistema civil chileno, centrada en la relación interpersonal de quienes concurren a su existencia y en el vínculo que se establece entre ambos integrantes de la pareja, específicamente los actos jurídicos que lo constituyen y que lo extinguen, junto con todos los factores y elementos de la compleja trama que lo antecede y lo sucede, así como las necesarias referencias al estado de vida que media entre ambos actos. En esta perspectiva, no trata en profundidad los efectos patrimoniales de los vínculos conyugales, matrimonio y acuerdo de unión civil, que conocemos como regímenes económicos matrimoniales, ni tampoco la filiación, no solo por su entidad diferenciada y porque a estas alturas no necesariamente se encuentran conceptualmente ligadas, sino también por la progresiva especificidad que ha desarrollado, la que se extiende más allá de las relaciones entre padres e hijos, incluyendo temas propios de estudios a la infancia y la adolescencia, aun cuando también estos tópicos han adquirido patente de autonomía en los últimos años. En definitiva, la obra procura ofrecer una visión general, desde una perspectiva jurídica en diálogo con otras disciplinas del saber humano, sobre el fenómeno social de la unión afectiva y sexual de la pareja, así como la justificación y modo que adopta la intervención del derecho en nuestra propia realidad. El enfoque aplicado informa todo el análisis de las materias tratadas, considerando al matrimonio como un modelo de unión afectiva y estado de convivencia institucionalmente privilegiado por nuestro sistema legal, a la vez que asume la pérdida progresiva de su monopolio 13 cultural, social y jurídico reflejada en las tensiones advertidas y los cambios que se anuncian, para esbozar sobre esta base los elementos configuradores de una nueva concepción del régimen civil de la pareja, resaltando sus caracteres y delineando legalmente el proceso de asentamiento de un nuevo modelo de la unión afectiva y sexual de la pareja en nuestra sociedad6. 6 Tal como ya se ha advertido, esta obra ha sido precedida por tres libros de nuestra autoría que abordan las materias tratadas en ella, reiterando los conceptos y las valoraciones que originalmente fueron contenidas en ellos, con una redacción similar salvo cuando se exprese en un sentido contrario. La monografía inmediatamente precedente es Derecho Matrimonial Chileno, editada por Thomson Reuters en 2015, correspondiendo a la segunda edición actualizada, corregida y aumentada del libro del mismo título, publicado por Abeledo Perrot y LegalPublishing en 2010. Los conceptos referidos a la noción de derecho de familia, principios informadores del derecho de familia chileno, relación de pareja, uniones de hecho, una primera aproximación al acuerdo de unión civil, la teoría general del matrimonio y el régimen de su terminación, fueron igualmente desarrollados de manera sintética en la obra colectiva Derecho de Familia, cuya dirección nos correspondió, publicada por Thomson Reuters en 2016. Asimismo, el tratamiento de la motivación afectiva y derecho tiene antecedentes en el artículo "La motivación afectiva y los fines como criterios distintivos de las formas de unión de pareja contempladas en los regímenes civiles del derecho de familia contemporáneo", publicado en la Revista de Derecho de Familia y de las Personas, 2 (2017), pp. 3-11, y en los siguientes capítulos de libro: "Afectividad y derecho: las dificultades que plantea la recepción de un sentimiento moral en el régimen civil de la pareja", en A. MONDACA y C. AEDO (editores), Estudios de Derecho de Familia IV, Thomson Reuters, Santiago de Chile, 2019, pp. 213-224; "La afectividad y su relevancia en la unión civil de pareja", en R. TAVARES DA SILVA y U. BASSET (coordinadoras), Familia e Pessoa: uma questao de principios, YK Editora, Sao Paulo, 2018, pp. 433-446. El tratamiento de la unión de pareja entre personas del mismo sexo fue contenido en el capítulo titulado "La pareja homosexual y su reconocimiento civil: tolerancia social, pactos jurídicos de convivencia y matrimonio entre personas del mismo sexo", en M. GÓMEZ DE LA TORRE y C. LEPIN (coordinadores), Parejas homosexuales: ¿Unión Civil o Matrimonial?, Thomson Reuters/Abeledo Perrot, Santiago de Chile, 2013, pp. 31-69. El análisis de las fuentes materiales del derecho de familia chileno en "Las transformaciones al derecho de familia. Perspectivas desde las fuentes materiales", en A. GUZMÁN BRITO (editor científico), Aportaciones adicionales a nuevos horizontes en el derecho privado, Universidad Católica del Norte, 2017, pp. 395-409. Respecto de la evaluación del sistema matrimonial chileno, el tema fue abordado en el capítulo titulado "La sustitución del sistema matrimonial como vía positiva para la recepción de los cambios en la valoración social del matrimonio", en S. TURNER y J. VARAS (coordinadores), Estudios de Derecho Civil IX, Thomson Reuters /Legal-Publishing, Santiago de Chile, 2014, pp. 31-39. Finalmente, el concepto de familia, en el artículo "Evolución y actualidad de la concepción de familia. Una apreciación de la incidencia positiva de las tendencias dominantes a partir de la reforma del derecho matrimonial chileno", en Ius et Praxis, 1 (2011), pp. 31-55. 14 PRIMERA PARTE LA RELACIÓN AFECTIVA DE PAREJA. PAREJA, COMUNIDAD, SOCIEDAD Y DERECHO TÍTULO I AFECTIVIDAD Y SEXUALIDAD CAPÍTULO I AFECTIVIDAD, PERSONA Y PAREJA 1. La persona en pareja: los vínculos afectivos en perspectiva jurídica § Noción introductoria. El objeto de esta obra es la relación de pareja y su regulación por parte del derecho, en tanto que su objetivo es brindar una perspectiva analítica tanto del régimen vigente y sus fundamentos como de los cambios en desarrollo que anuncian la modelación de un nuevo régimen civil de la pareja. El logro del propósito indicado requiere conocer previamente los elementos que a nuestro juicio determinan la comprensión social de la pareja humana, en particular el afecto y la sexualidad, junto con la revisión de los caracteres modeladores de la identidad personal que anteceden a la voluntad de interrelación personal con los elementos señalados. Tales conceptos deberán ser analizados necesariamente en una perspectiva multidisciplinar, que favorezca la comprensión de la integralidad del tema abordado. Se trata, en lo concreto, de analizar el fenómeno de la pareja, así como la justificación y modo que adopta la intervención del derecho a partir de los caracteres que informan el modelo actual asumido por nuestra legislación, asumiendo la transformación del esquema jurídico tradicional basado en el matrimonio 15 heterosexual, constituido formalmente y con un contenido institucional que lo ha convertido en el modelo de unión afectiva preferido por el legislador, pero que, tal como se ha anunciado en la introducción general de esta obra, ha perdido progresivamente el monopolio social y jurídico que hasta ahora ostentaba 7. § La afectividad como fuente material. La referencia a la noción de fuentes materiales de una ley y, en general, de cualquiera expresión de la norma jurídica, implica reconocer la importancia que poseen aquellos factores de distinta naturaleza que inciden en el específico contenido prescriptivo y en la oportunidad de su creación formal por parte de los órganos o por los hechos a los cuales se atribuya el poder de generar estas normas. En el caso del derecho matrimonial o conyugal, las fuentes materiales constituyen un antecedente imprescindible para obtener una visión de conjunto del fenómeno biológico, social y cultural que implica la pareja humana dentro del orden social. Entre estos factores, la afectividad y la sexualidad —además de la economía, la religión, las relaciones de poder y las perspectivas de género— marcan de un modo determinante el conocimiento del complejo fenómeno de la pareja que antecede y determina la regulación jurídica. La consideración de la afectividad como factor incidente en la relación de pareja, constituye un antecedente necesario para el análisis integral de las normas de derecho matrimonial, sin perjuicio del riesgo que genera la subjetividad derivada del relativismo de la propia experiencia personal e individual, tal como lo han planteado autores que han abordado la materia precedentemente 8. Sin perjuicio de la existencia de dicho riesgo, la referencia a la afectividad es imprescindible para entender el sentido social de una prescripción que, necesariamente, importa elementos de subjetividad, como la motivación que concurre en la actuación del sujeto. Asimismo, porque pese a que el estudio de la vida en pareja en su integridad excede el marco del derecho, las consecuencias jurídicas pueden ser muy diferentes según cual sea la posición que se adopte sobre la idea del amor humano y de las relaciones que, motivadas en él, se constituyan9. 16 § La autonomía privada como base para la consideración jurídica de la afectividad. El predominio del principio de autonomía de la voluntad individual constituye una de las características fundamentales del derecho privado, extendiendo su relevancia en general a todos los institutos del derecho civil, con la excepción destacada del derecho de familia, cuya disciplina del matrimonio aparece caracterizada por la adhesión de los contrayentes a un contrato tipo, con elementos y propiedades indisponibles, carácter que también comparte el régimen de la filiación. Sin embargo, en el derecho occidental se aprecia la asimilación progresiva del matrimonio a los contratos disponibles, tendencia en la cual destacan de manera ostensible no solo la opción legal de disolver el vínculo matrimonial sin expresión de causa, sino también la disponibilidad absoluta del matrimonio como un contrato abierto a la recepción del contenido que se estime conforme de mejor manera a la motivación afectiva del sujeto contrayente10. Este concepto de matrimonio lo vincula de modo directo con la existencia y duración del amor —una expresión de sentimiento moral— modificando la noción tradicionalmente aceptada sobre el matrimonio y marcando fuertemente la concepción moderna de la familia 11. En consonancia con esta tendencia, la posibilidad de poner término a una relación afectiva para iniciar una segunda o una tercera con idéntica validez jurídica, implica asumir que no es propio de la competencia del Estado condicionar o cuestionar la motivación de dicho cambio, que se entiende originado y justificado en razones que permanecen dentro de la esfera de intimidad del individuo, sino solamente establecer los requisitos para la validez formal del acto jurídico respectivo 12. Igual lectura procede realizar en el caso de las reformas introducidas a los sistemas matrimoniales vigentes, que incluyen la eliminación del requisito de diversidad de sexo, desligando definitivamente al matrimonio de su conexión con la procreación como justificación social del privilegio legal establecido en favor del matrimonio. Esta perspectiva, dominante a partir de la generalización de las legislaciones civiles consagratorias del derecho al divorcio vincular, constituye un efecto del cambio de costumbres y tradiciones sociales producido en los países occidentales 17 durante la segunda mitad del siglo XX junto con el predominio de la ideología liberal, de la cual el contractualismo de Rawls es una fiel expresión contemporánea, dando lugar a nuevas valoraciones sociales que terminaron por relegar a un segundo plano otras consideraciones antes dominantes, como los intereses particulares de los distintos tipos de familias y de las comunidades en las cuales se encontraban insertas, afectando el anterior predominio moral y jurídico de una realidad éticasocial no basada estrictamente en la voluntad individual, al extremo que en la actualidad el matrimonio —el instituto civil privilegiado del vínculo de pareja— depende absolutamente del amor-sentimiento, de modo tal que existe y subsiste en función estricta de la permanencia de la voluntad individual13. Esta posición, sin embargo, es relativizada por el propio Rawls, aduciendo que "el amor y la benevolencia son nociones de importancia secundaria, porque ellas buscan desarrollar el bien de individuos queridos, cuando este bien ha sido dado"14. En este contexto, la afectividad adquiere relevancia como un factor determinante de la construcción de la relación interpersonal de carácter no patrimonial, del sustento del vínculo ya construido y también como función causal en la finalización del vínculo, traduciéndose con mayor especificidad en la noción de afecto conyugal. En palabras de Martínez de Aguirre, "amor inicialmente referido al momento constitutivo del matrimonio (el matrimonio ha de serlo por amor) pero que propaga más tarde su eficacia a toda la vida del mismo, de forma que el fin —la desaparición— del amor vendría a justificar el fin —la desaparición— del matrimonio"15. El elemento afectivo, por tanto, es una de las fuentes materiales contemporáneas del matrimonio, y en tanto se reconoce esta naturaleza, participa también del carácter variable del contexto en que ellas se manifiestan. Históricamente, el elemento afectivo -cuando se ha reconocido como tal- se ha supeditado a las finalidades tradicionalmente reconocidas al matrimonio, dogmáticamente dispuestas en los ordenamientos civiles, determinando que el instituto matrimonial precisamente en razón del logro de dichos fines, haya gozado hasta ahora de un especial privilegio del derecho por sobre otras formas regulatorias de la vida en 18 pareja y en general de otros contratos. Sin embargo, en la actualidad dicha situación ha cambiado, toda vez que la concurrencia del elemento afectivo a la hora de normar civilmente la relación de pareja tiende a dominar la voluntad legisladora, determinando la justificación de su existencia, en el progresivo consenso social que pareciera imponerse, independientemente de las dificultades jurídicas. Por todo lo dicho, el concepto de afectividad y su concreto significado en el momento de la discusión de la ley que lo contiene puede ser identificado como una de las fuentes materiales reconocible en las bases del derecho referido a las relaciones de pareja en el Occidente, advirtiendose que su evolución contemporánea permite apreciar unas bases y un rumbo diferente a la concepción dirigista e indisponible que caracterizó hasta finales del siglo XX al régimen civil de la familia y, en particular, de la pareja, cuyo paradigma consideraba el predominio moral y jurídico de una concepción basada en criterios y principios erigidos sobre consideraciones éticas que favorecían su naturaleza institucional, con el declarado propósito de cautelar y proteger un tipo particular de familia —basada en la pareja unida por el vínculo matrimonial— afín a las valoraciones dominantes en Iberoamérica y dentro de las cuales se encontraban insertas. § Subjetividad de la afectividad y determinación social de su contenido. Los sujetos que fundamentan en la afectividad mutua su unión vincular en la esfera pública recurren a una calificación esencialmente subjetiva tanto de su contenido como de su procedencia y relevancia. El amor, denominación usual del específico contenido de la afectividad, es una relación subjetiva y difícil de explicar, en tanto que constituye una motivación a menudo inconsciente. El problema, por tanto, surge al momento de plantear la recepción jurídica de la pretensión de erigir un compromiso de vida en común socialmente reconocido sobre estas bases particularmente febles. Vale decir, siendo el amor expresión de un sentimiento moral, un acercamiento sensible a la apreciación del bien y del mal en la perspectiva individual de un sujeto determinado, subyace la dificultad de abordar los problemas de verificación intersubjetiva que la existencia y/o permanencia de este sentimiento requieren para su efectiva utilización en el campo normativo jurídico 16. 19 Partiendo de la base de que cada persona está llamada a ser la constructora de su propia vida, el logro de este objetivo requiere el concurso de otras personas, puesto que los seres humanos no somos autosuficientes. Para tal efecto, el sujeto establece relaciones interpersonales, siendo la más auténtica e intensa aquella "experiencia personal radical en que dos personas se hacen mutuamente presentes de modo significativo, dándose y acogiéndose mutuamente, y estableciéndose entre las dos una comunicación fecunda"17. Esta relación entre dos personas, que puede ser llamada encuentro o derechamente convivencia, puede ser más o menos personalizante, según cual sea la motivación que asiste al sujeto que se relaciona con otro, la que discurre desde una relación que cosifica al otro, que es utilitaria, hasta otra que tiene carácter personal, entendiendo esta última forma como aquella que considera a la persona del otro como un fin en sí mismo y por tanto califica como personalizante. Ahora bien, una pareja puede formar una comunidad de personas, es decir, una vida en común que se orienta hacia el logro de la plenitud de ambos sin aniquilar las respectivas individualidades, pero ello requiere concordar y dar los pasos conducentes a establecer un proyecto de pareja, entendido como un "conjunto de ideales, valores, intenciones, virtudes y criterios de comportamiento que son compartidos y que los dos miembros quieren llevar a cabo como tal pareja" 18. 2. Relacionalidad afectiva, moral y derecho § Relacionalidad afectiva. La relacionalidad, entendida como una tendencia positiva de toda criatura humana a ponerse en relación con otra, es una característica esencial y específica de la naturaleza humana que es fortalecida por la motivación afectiva19. La afectividad es parte de la experiencia humana y como tal, "impacta al sujeto, se impone a él, se hace consciente en él, generando una respuesta, una acción"20. El significado de interpretar la realidad implica situar la experiencia en un marco global que le otorgue sentido a la vida, y que a la vez sirva 20 de base para descubrir y establecer un principio de unidad que permita a su vez explicar la diversidad de las relaciones que concurren en un mismo sujeto. Este principio de unidad se puede establecer cuando se comprende la finalidad última, la plenitud a la que se refiere la experiencia, ya que a partir de ella es posible explicar la diversidad de factores que en ella se dan cita21. En cuanto a la naturaleza distintiva del tipo de prescripción que se ocupa del amor, ha tenido relevancia histórica la pretensión de regular la experiencia del amor mediante normas morales, lo que se ha conocido como moral puritana. En esta visión, al igual como ocurre en algunas sociedades contemporáneas regidas por el derecho islámico, las normas jurídicas se confunden con las normas morales y no pocas veces con las religiosas, de modo tal que su disociación, particularmente en el caso de sujetos con disparidad de creencias o derechamente sin religión, no es posible, afectando sustantivamente el derecho de libertad de conciencia. En ellas también es imposible discutir asuntos prácticos, pues se toman como asuntos accesorios de una cuestión principal que siempre es religiosa y por tanto no sujeta a discusión alguna que suponga poner en tela de juicio la veracidad del sustento religioso. La calificación del carácter moral de la afectividad trae consigo importantes consecuencias, especialmente derivadas de su diferenciación del derecho. En efecto, cabe recordar que la distinción entre moral y derecho remite a la esencialidad de la concepción entre uno y otro tipo de ordenamiento normativo, a partir de la cual no solo radica la especificidad de la religión, la moral y el derecho, sino la evolución del derecho occidental hasta nuestros días, toda vez que tanto el sistema continental como el common law rechazan la confusión entre derecho y religión de un modo muy marcado, al menos en los últimos dos siglos; Asi mismo, la distinción entre el orden moral y el derecho ha tenido lo propio en las últimas décadas de la mano del progresivo asentamiento de los principios de pluralismo y tolerancia, que han excluido consideraciones morales individuales del núcleo de la prescripción jurídica, tal como se ha expresado en el campo del derecho de familia con ocasión de los sucesivos debates sobre la procedencia del divorcio y la legitimidad filiativa 21 ligada al matrimonio civil, que reconocía base religiosa de matriz cristiano-católica antes de las reformas legislativas que han modificado dicha relación en en Iberoamérica. La especificidad moral frente al derecho involucra los caracteres de interioridad, autonomía, unilateralidad e incoercibilidad. Si nos detenemos en este último carácter, destaca la diferente sanción o consecuencia que tiene lugar en caso de transgresión del precepto, en la especie, de incumplimiento de la conducta debida, cuya ejecución queda radicada en el Estado en el caso del derecho, lo que no ocurre del mismo modo en el evento de la transgresión moral, cuyo juicio de reproche es siempre interior y no brinda a tercero el derecho de exigir el cumplimiento de la conducta de la cual se trata. Así, el incumplimiento de un supuesto deber afectivo, es decir, de profesar o sentir afecto por otra persona, no puede tener correlato posible en el campo del derecho, pero sí en el plano moral, el cual por lo ya dicho no brinda la facultad de exigir su cumplimiento a un tercero. Los casos aquí contenidos no son pocos y más bien constituyen la habitualidad de las causas presentes en las rupturas conyugales o de convivencia afectiva, y se explican en un contexto marcado por la relatividad de los juicios morales, es decir, la imposibilidad de imponer unos juicios de esta naturaleza sobre otros de igual entidad. En todo caso, no debe confundirse en un mismo plano el eventual incumplimiento de una supuesta falta moral por carencia o pérdida del afecto así declarado al inicio de una relación interpersonal, con el incumplimiento de deberes u obligaciones de naturaleza jurídica, como el de fidelidad, materia sujeta a amplio debate en la actualidad y con pronunciamientos jurisdiccionales no coincidentes en sus definiciones. Asimismo, surge un nuevo problema derivado de la consideración de la naturaleza moral del sentimiento, a partir de la cual se juzga como buena su existencia y como mala su inexistencia, dejando a buen recaudo que, en el primer caso, su subsistencia es objeto de un compromiso sujeto al mero honor de las partes, pero sin sanción estatal, consecuencia propia de la transgresión de norma jurídica. Cabe 22 igualmente recordar que en aquellas sociedades que se definen a sí mismas como plurales y tolerantes, las prescripciones de naturaleza moral no son políticamente exigibles por sí mismas, en cuanto prescripción moral, sino que solo pueden ser impuestas cuando forman parte de la norma jurídica al ser inscritas en su núcleo prescriptivo. Asumiendo la ligazón expresiva de la afectividad con la moral, el significado y extensión atribuidos al afecto —en la especie su dimensión amorosa o amor profesado por un ser humano o compartido por dos o más individuos— queda generalmente determinado por las concepciones morales predominantes en el momento histórico en que las leyes son aprobadas, toda vez que dichas concepciones son reconocidas como fuentes materiales del derecho de familia, incidentes en el momento de aprobación y en el específico contenido prescriptivo de la norma jurídica. Este problema se complejiza aún más si se establece la relación causal de los juicios morales con las creencias religiosas que fundamentan su calificación, siendo particularmente significativo en el caso del cristianismo, cuya noción de matrimonio ha integrado históricamente los elementos de sexualidad y consentimiento pero ha postergado la valoración de la afectividad como motivación de la unión conyugal y soporte del vínculo posterior de aquí derivado, conocido como estado matrimonial. Es acertada, por tanto, la afirmación de Fromm en el sentido que la unión civil debe entenderse integralmente como una unión basada en "la conformidad con el grupo, sus costumbres, prácticas y creencias"22. Asimismo, como indica Díez-Picazo, la función del ordenamiento jurídico en relación con los institutos familiares puede ser tan diversa como en otros sectores del ordenamiento, pero al hacerse aquí más agudamente presente, es posible hablar de "un pluralismo funcional y de una serie de funciones asignadas al ordenamiento jurídico en relación con la familia, que no guardan siempre la debida coordinación"23. O, como señala Macedo, "si los desacuerdos acerca de la naturaleza del matrimonio residen en (...) complicados debates filosóficos sobre los que las personas razonables han estado en desacuerdo por mucho tiempo, entonces estamos en un terreno inadecuado para la 23 formación de nuestros derechos y libertades fundamentales", concluyendo luego que, "el derecho y las políticas públicas deben ser neutrales ante los planteamientos contradictorios del matrimonio y de la moral sexual"24. 3. El concepto de afectividad y la definición de su contenido § Complejidades de una definición. El concepto de amor y la idea misma de un sentimiento más o menos difuso que responde convencionalmente a esta denominación constituye uno de los temas de recepción jurídica más compleja, pues o se ha tenido por un supuesto indefinido e indeterminado pero presente al momento de sellar socialmente un compromiso de unión conyugal por una pareja; o se le concibe como un elemento que se entiende radicado en la esfera de intimidad del individuo y cuya expresión no es posible de ser exigida o, derechamente, un fundamento de carácter moral de la voluntad de unión, cuya trascendencia al ámbito externo de la persona no es exigible. El amor de alguna forma está presente en la unión conyugal, toda vez que quienes contraen el vínculo conyugal dicen amarse, lo proclaman y hacen de este sentimiento "el motor de su decisión: el único causante de su decisión. Si no lo sienten, lo disimulan: afirman su existencia, protestan de sus sentimientos amatorios y ocultan su falta o su levedad. El matrimonio se convierte en el objeto de sus vidas, para lograr en él la sublimación de tal amor, a través de la unión total de sus vidas: la comunión física y espiritual —total— de sus existencias"25. Cabe precisar que un sentimiento es la "acción o efecto de sentir", de "experimentar sensaciones", una agitación repentina del ánimo —entendido como el principio de la actividad humana— producida por un suceso que nos impresiona por medio de los sentidos. Tal como ya hemos indicado, es un estado de experimentación de sensaciones producidas por causas internas o externas hacia otra persona, cuyos componentes precisamente personales que aquí tienen su 24 origen, dan lugar a comportamientos y respuestas no incluidos en el marco de la legalidad vigente y de la vida calificada como normal26. § Un acercamiento a la noción de amor como sentimiento consciente. En la materia, Scheler define el amor como "un sentimiento consciente", marcando una de las posiciones relevantes sobre su concepción filosófica, por cierto no exenta de críticas por parte de sus detractores, que cuestionan afirmaciones como la "primacía" del amor, incluso por sobre el conocimiento. Esta perspectiva nace de la reivindicación de los sentimientos en la vida moral, antes considerados estados anímicos ciegos determinados por la constitución psicofísica del sujeto que los experimenta, asumiendo la naturaleza intencional de los sentimientos superiores. A partir de esta naturaleza intencional o voluntaria, la vida emocional se estratifica en términos que, mientras más alto es un valor, más profundo es el sentimiento que a él se refiere, en tanto que su ubicación inferior determina la superficialidad del sentimiento correspondiente, dando cuenta de la correspondencia entre esta estratificación de la vida emocional y la escala de valores objetiva que posee un individuo27. Esta intencionalidad y los grados que registra la esfera de la vida emocional permiten distinguir cuatro tipos de vivencias, a saber, los estados afectivos, los sentimientos de valor, los actos de preferir o postergar, y los actos de amor u odio, concebidos estos como el último cimiento de la vida emocional que predomina sobre los demás28. En este contexto, el amor no es general, común o indiferenciado, sino que su modulación específica es privativa de cada individuo, constituyendo su identidad como ser espiritual de un modo que, frente a los otros, es determinantemente subjetivo. § Precisiones y sentidos del concepto de afectividad. En la recepción legislativa del concepto, el término "afectiva", empleado por el legislador para calificar la convivencia como conducta requerida para identificar el acuerdo de unión civil, reconoce su significado como aquello "perteneciente o relativo al afecto". 25 El término afecto presenta dificultades terminológicas y significativas no menores29, toda vez que si recurrimos al diccionario como documento de referencia objetiva en el uso del lenguaje, se podrá advertir que admite dos palabras homónimas al momento de indagar en su significado lingüístico. Así, el primer significado de la primera acepción, adjetiva aquello que es "inclinado a alguien o algo", en tanto que la segunda —y que debe ser asumida como la acepción pertinente— remite a "cada una de las pasiones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc., y especialmente el amor o el cariño". Por tanto, se incluye dentro de la esfera de la afectividad, entendida como aquel "conjunto de sentimientos, emociones y pasiones de una persona", derivándonos así a un terreno de alta complejidad toda vez que se pretende regular jurídicamente las conductas que obedecen a motivaciones de esta naturaleza, ubicadas en este campo de la afectividad30. En concreto, al amor, toda vez que el cariño es una inclinación de amor que se siente hacia alguien, tal como especifica el diccionario de la Real Academia Española, concepto que abordaremos a partir de dicha fuente como base primaria y objetiva. § Distinciones básicas. El amor "no denota cualquiera ni todas las relaciones entre los sexos, sino sólo una relación que implica considerable emoción y que es psicológica tanto como física"31. A diferencia del afecto, posee una sola entrada en el diccionario, pero admite igualmente varias acepciones. La primera de ellas, cercana a la antropología, refiere a un "sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser", marcando por tanto una delimitación de su esencia (sentimiento intenso), identificando el sujeto (ser humano que reconoce su insuficiencia vital) y declarando su efecto personal y propósito (encuentro y unión con otro ser, el cual no necesariamente es humano). La segunda acepción, lo define como "sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear", reiterando por 26 tanto su esencialidad sentimental, pero identificando a ambos sujetos participantes como personas y por tanto seres humanos, con anhelo de reciprocidad, estableciendo sus efectos (completitud, alegría y energía) e indicando sus finalidades (convivencia, comunicación, creación). La tercera acepción vuelve sobre los pasos de la primera, abriendo nuevamente la posibilidad de que el receptor del afecto amoroso no sea una persona, en tanto que las siguientes acepciones (un total de once), o son reiterativas de las precedentes de manera total o parcial (relaciones amorosas, persona amada, objeto de cariño), no vienen al caso en estudio (blandura, suavidad, esmero, nombre de una planta) o se encuentran en desuso (voluntad, consentimiento, convenio o ajuste). Mención aparte merece la cuarta acepción que alude a la "tendencia a la unión sexual", cuya especificidad está marcada por la búsqueda del placer corporal, específicamente genital, en la cual el sujeto receptor del afecto no exige género. Sin perjuicio de ello, en la perspectiva tradicional enfocada desde la heterosexualidad, la atracción física y psíquica entre el hombre y la mujer es sustantiva y tiene un específico carácter sexual que suele denominarse amor conyugal32. § Precisión de tipos diferentes. Si tomamos como marco conceptual general lo ya dicho, cabe destacar la apertura comprensiva de los términos a cosas y seres en general, no reducidos por tanto a las personas, si bien el legislador puede especificar un sentido y significado determinado, exigiendo u obviando el género del sujeto receptor del afecto. Asimismo, es posible avanzar en una mayor precisión sustantiva que permite identificar tipos diferentes de manifestación del amor, reconocidos en la tradición occidental y que remontan su origen al pensamiento griego. En tal sentido, además de la tendencia sexual ya referida, cabe distinguir el ágape o caridad (su expresión latina), entendido como el amor dirigido al bienestar del otro, y que tiene también una recepción liberal contemporánea33; philia, concebido como el amor fraternal o amistad, y, la que es más propia de la materia analizada, el eros o tendencia amorosa a crear o procrear. La interrelación de estos 27 conceptos es interesante, ya que, "así como el eros realizándose en el amante es causa de philia, ésta a su vez puede ser llamada eros cuando gana suficiente intensidad en el alma de quien la siente"34. En síntesis, el amor se puede definir como "un sentimiento intenso de una persona hacia otra persona, con pretensión de reciprocidad en el deseo de unión, que busca —a partir del encuentro interpersonal de carácter sexual— la energía necesaria para convivir, comunicarse y crear". § Dimensiones del amor y en particular el amor personal con pretensión de reciprocidad. En el sentido indicado es, primeramente un sentimiento, un estado de experimentación de sensaciones intensas producidas por causas internas o externas hacia otra persona, con las consecuencias y efectos previsibles de un estado eminentemente inestable por definición. Así concebido, el amor sería el resultado de una reacción espontánea y emocional35. En segundo lugar, motiva o sirve de base a una unión interpersonal, que conduce a una suerte de fusión con otra persona, pero condicionada a la preservación de la propia integridad individual de quien participa de ella, siendo por tanto contrario a una unión simbiótica en que una de las partes se anula en función de la otra. En tercer lugar, se trata de un sentimiento dirigido por una persona hacia otra persona, con pretensión de reciprocidad. Desarrollaremos con mayor profundidad este sentido atribuido al amor. En el campo particular del amor hacia otra persona con pretensión de reciprocidad, cabe distinguir entre amor por un objeto y amor por un sujeto, en cuyo primer caso, un individuo puede sentir el deseo por una relación estrictamente física hacia otra persona, supuesto en el cual el otro es un objeto para satisfacer una necesidad y no una persona. El amor que podría calificarse como personal, auténtico según algunos autores, es aquel que se dirige a la persona en calidad de persona, respetando totalmente la entidad del otro sin condición alguna referida a los cambios derivados de circunstancias o coyunturas que eventualmente se produjeren36. 28 La pretensión de reciprocidad, por su parte, aparece en principio cuestionable en su objetividad, toda vez que, para la mayoría de las personas, "el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar", por lo que para ellos el problema radica en cómo lograr que se los ame, "cómo ser dignos de amor"37. Finalmente, dejamos abierta una tercera cuestión emergente, y que roza la teoría tradicional del derecho matrimonial que considera como elemento del matrimonio a la unidad, es decir, que solo pueden celebrar válidamente el matrimonio un hombre y una mujer, principio que aparece cuestionado precisamente por la primacía contemporánea del afecto como elemento concurrente esencial para la válida celebración de la unión civil, el que puede estar dirigido a más de una persona sin que el Estado esté llamado a discriminar negativamente entre uniones monógamas o polígamas. Finalmente, la afectividad se refiere directa o indirectamente a un objeto sexual. Al respecto, cabe precisar que, a los efectos perseguidos por este trabajo, el estudio de la afectividad se encuentra centrado en la dimensión conyugal de la pareja humana, entendida como "aquella forma de relación humana basada en el amor de amistad heterosexual"38, factor y elemento que constituye la pareja y mantiene esta forma de vida en compañía de otra persona. Su consideración en la relación de pareja, como afecto conyugal, es un factor determinante de la construcción y sustento de la relación interpersonal no patrimonial, así como también la causa de su término, con todas las implicancias y efectos que es posible anticipar 39. En una lectura en forma inversa pero con igual conclusión, Freud afirmó que el deseo sexual es "una manifestación de la necesidad de amor y de unión"40. § Características del amor. Pueden identificarse su naturaleza sentimental, la existencia de un sujeto receptor del afecto y el deseo de unión. En cuanto sentimiento, es decir, un estado de experimentación de sensaciones producidas por causas externas o internas, en el caso en estudio la atracción hacia otra persona cuyos componentes personales que aquí tienen su origen, dan lugar a comportamientos y respuestas no determinados a priori, es decir, no incluidos en el marco de la legalidad vigente y de la vida calificada como normal 41. Reyna y 29 Martinell, sobre el punto, afirman que el sentimiento del amor es el contenido y el elemento espiritual de la familia, destacando además, que "el amor no ha sido nunca susceptible de un mandato legal, ni siquiera en la sociedad patriarcal. En esta materia lo único que la ley ha podido garantizar ha sido sólo un mínimo ético consistente en la lealdad de las relaciones familiares, en la fidelidad al grupo. Pero el sentimiento del amor, en sí irrelevante para el derecho, aparece como elemento esencial para la existencia de la familia nuclear o conyugal de la era tecnológica, incluso más de cuanto era necesario en la familia agnaticia de la era económica agrícola"42. En cuanto al sujeto receptor del afecto, si bien no exige la correspondencia en el sentimiento, el referente u objeto del sentimiento es otra persona, hombre o mujer. A su vez, la persona que profesa amor tiene la pretensión de reciprocidad por parte del sujeto receptor, es decir, de correspondencia mutua del afecto entre una persona y otra. Este punto lleva a la consideración de la validez social y jurídica de la pluralidad de sujetos, la diversidad de sexo de ellos y la emergente cuestión sobre la inteligencia artificial. Los dos primeros aspectos los desarrollaremos en los respectivos apartados sobre la poligamia y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Respecto del afecto sobre las cosas, la posibilidad futura del tema es ya motivo de estudios recientes, toda vez que se estima que podría ser el primer derecho en ser reconocido a máquinas con inteligencia artificial, por el interés humano presente en este tipo de relación. De ahí que el Parlamento Europeo ya haya recomendado "evitar todo vínculo emocional de humanos con robots, para eludir las graves consecuencias físicas y emocionales que ello podría causar a los seres humanos"43. Finalmente, el amor involucra un deseo de unión, es decir, de agregarse o juntarse una persona a otra. La unión se materializa, preferentemente, en un encuentro interpersonal de naturaleza sexual o referida a la actividad sexual. Sin perjuicio de ello, puede existir una unión no sexual, pero la perfección de la unión de dos personas no parientes considera implícita o explícitamente la complementariedad de la pareja en el plano de la sexualidad. La sexualidad es común a todos los seres vivos y el placer que prodiga tiene como finalidad la reproducción de la especie. Su trasfondo es la reproducción, comoquiera que se 30 diga o exprese, en sede antropológica, sociológica o jurídica, carece de requerimientos imaginativos y se mueve siempre en los mismos registros instintivos44. El erotismo, por su parte, se caracteriza porque el placer constituye un fin en sí mismo, siendo indiferente a la perpetuación de la vida y, por tanto, no teniendo la reproducción un interés especial, la cual queda en paréntesis 45. § Cultura e interpretación social de las realidades afectivas. Junto con la pretensión religiosa o de la moral dominante, la experiencia amorosa ha recibido siempre una mediación cultural, lo cual no implica que la cultura la determine pero sí que la influye de un modo más o menos decisivo según las personas, configurándose históricamente una diversidad de modos culturales que permiten también explicar el contenido de la norma jurídica que la recepciona46. Así, su interpretación funcionalista destaca que el amor erótico importa no por lo que es en sí mismo, sino por la función que desarrolla de cara a la vida personal, o a la vida de la sociedad o de la especie. En tal sentido, desde el punto de vista de la sociedad es relevante su consideración toda vez que constituye la motivación que antecede la decisión de formación de una pareja, con extensión desde el ámbito privado en que se origina hacia el ámbito público, en donde impacta notoriamente y genera la necesidad de regulación jurídica, tanto en la constitución de la relación de pareja, su estabilidad como estado y en su extinción, como de modo quizás aún más relevante en sus efectos en el campo de la filiación47. En la interpretación romántica, el sentimiento es la forma sintética de lo verdadera y auténticamente humano, constituyendo su principio unificador y no la razón, pues ante el sentimiento la libertad del ser humano se ve sorprendida como ante un hecho que se le impone. En palabras de Scheller, el amor sexual es una "especificación del amor vital, un mecanismo que persigue la reproducción de la especie, pero que, subordinado al amor sexual, sirve a fines vitales más elevados, es decir, la función emocional que en las especies orgánicas que presentan diferenciación de sexos guía el emparejamiento"48. Esta interpretación, como puede concluirse, está 31 radicada en el ámbito de la moral y solo puede extenderse al ámbito público, previo tránsito a la moral social, mediante su traducción en normas jurídicas49. La interpretación psicoanalítica es considerada otra respuesta del racionalismo, que a partir de la constatación del influjo decisivo del subconsciente en la conducta humana, afirma que no todo puede reducirse al deber y a las razones para actuar, sino que, en el caso del amor, es entendible como una sublimación de la pulsión cuyos componentes esenciales son el impulso y la energía —de modo tal que si no encuentra un cauce adecuado de realización gracias a la interpretación simbólica se reprime en el inconsciente creando dificultades a la persona en el futuro 50. De estas tres interpretaciones posibles, la idea de la sexualidad en la revolución sexual iniciada a fines de la década de 1960 se nutre principalmente de estas dos últimas, siendo la última probablemente la más incidente. 4. Motivación afectiva y derecho § Noción introductoria. La motivación afectiva, o afecto en términos más precisos, es un elemento material de la regulación jurídica de la unión conyugal. Su calificación como causa, vale decir, como justificación legítima y razonable de un acto jurídico, es altamente discutible y no solo por el debate que acompaña a la teoría de la causa, sino principalmente por la extrema subjetividad de juicio que encierra su consideración. Sin perjuicio de ello, en el plano legal la motivación afectiva fue introducida en nuestro derecho con ocasión de la dictación de la Ley Nº 20.830, que creó el acuerdo de unión civil, cuyo artículo primero explícitamente así lo declara al definir este instituto51. Abordar en sede jurídica una materia como la afectividad no es una empresa fácil ni tampoco pacífica. Al igual como ocurre en general con los demás temas y problemas que aborda el derecho de familia contemporáneo, su tratamiento en sede académica debe enfrentar al menos dos dificultades: su fuerte carga valórica, que 32 adquiere un cariz contingente en el debate de la política jurídica, y, la persistencia de un prejuicio en la comunidad jurídica que cuestiona el recurso a categorías ajenas a la visión dogmática del derecho, pese a que la diversidad que exhibe la realidad social y su creciente complejidad en el tema de las relaciones afectivas interpersonales exige que la función del ordenamiento jurídico referida a los institutos familiares debe ser igualmente diversa, tal como ya lo ha advertido parte de la doctrina civil52. La naturaleza sentimental de la afectividad deja al margen a la racionalidad y a la concurrencia de la voluntad humana en su inicio, impidiendo predeterminar el nacimiento voluntario de la afectividad hacia una persona, pero dejando abierta la posibilidad de cometer y condicionar a la voluntad del sujeto los efectos personales de dicho sentimiento, tal como ocurre con el enamoramiento, que no se puede generar voluntariamente pero sí encauzar mediante la voluntad una vez producido. Esto permite sustentar, por ejemplo, la distinción entre convivencia natural y convivencia civilmente formalizada, y particularmente la no exigencia del afecto recíproco como requisito del matrimonio en el derecho civil de familia. Lo propio, si se profundiza aún más en la idea en desarrollo, puede ser aplicado en el caso del divorcio civil, entendido como certificación posterior a la extinción del sentimiento y/o afecto que alguna vez originó el vínculo cuyos efectos civiles cesarán por medio de esta declaración formal, sea jurisdiccional, notarial o administrativa. Por tanto, debe destacarse que amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso, sino que también constituye a la vez una decisión, un juicio y una promesa. De aquí se desprende que un importante factor del amor erótico es la voluntad, ya que si el amor no fuera más que un sentimiento, no existiría la base para la promesa de amarse eternamente y que, de una u otra forma, recoge el derecho en los votos de compromiso perpetuo en el caso del matrimonio civil53. Por esta razón, aunque generalmente de manera implícita, en los convenios matrimoniales y pactos de unión civil se promueve y tutela el acto de voluntad que garantice la continuidad del amor, esta es la justificación de su formalización social y su materialización jurídica en la forma contractual. 33 § Relevancia de la afectividad en los distintos momentos de la relación de pareja civilmente regulada. De lo dicho, cabe destacar la relevancia de la afectividad al momento del acto constitutivo del matrimonio o de otra forma de unión civil, como factor o condición de su subsistencia y como factor determinante de su finalización. Veremos en particular estos tres aspectos ordenados en los siguientes dos sentidos, correspondientes al acto constitutivo del matrimonio y a su disolución, respectivamente. En el primero de ellos, el afecto es determinante para establecer el vínculo de pareja y, particularmente, para proseguir con su formalización civil, por lo que sólo si existe afecto, idealmente recíproco entre los partícipes de la relación interpersonal, se constituirá válidamente el vínculo cuyo público reconocimiento brinda el derecho. Los contrayentes califican subjetivamente su relevancia y suficiencia para fundar sobre él su compromiso de vida, idealmente permanente, que se exterioriza materialmente en la convivencia. Jurídicamente, la consideración del afecto como motivación del acto o contrato deriva directa o indirectamente al pedregoso terreno de la causa en materia civil, dentro del cual se puede relacionar principalmente con la noción de causa ocasional, vale decir, las razones subjetivas que motivan a celebrar un negocio jurídico, la "razón contingente subjetiva, y por lo mismo variable de individuo a individuo que determina a una persona a hacer un contrato"54, o con alguna dificultad mayor, con la causa impulsiva, entendida como la "justificación que la economía del contrato da a la creación de una obligación" 55. Se descarta, por tanto, la noción de causa final, la cual identifica al interés jurídicopatrimonial que persiguen los autores de un acto o contrato, más cercana a las perspectivas que promueven el análisis económico del derecho. En el segundo sentido, el predominio de la afectividad amorosa ha derivado también en su configuración como la condición esencial de la permanencia del compromiso vincular, de modo que su ausencia, decadencia o extinción determinan también la terminación de la voluntad asociativa de los sujetos participantes56. La corriente principal favorable a la aceptación social del divorcio afirma que cuando desaparece el amor, el matrimonio del cual es su elemento fundamental, también 34 debe desaparecer, pues de otra manera se incurriría en una hipocresía al pretender mantener la apariencia de algo inexistente57. O, en palabras de Engels, "si el matrimonio fundado en el amor es el único moral, sólo puede ser moral el matrimonio donde el amor persiste"58. En este punto, y siguiendo a Rawls, debe consignarse que en el caso de los individuos que ponen término al matrimonio en edad madura, tiende a ser recurrente un fundamento material como justificación de la ruptura conyugal, que alude al respeto de la dignidad personal perdida en una relación destructiva o anuladora en forma progresiva de la propia personalidad, el cual reviste la forma del amor propio59. § Crítica de la consideración jurídica de la afectividad en la doctrina. La perspectiva que favorece la consideración de la afectividad como factor relevante en los regímenes civiles de la unión de pareja admite diversos comentarios críticos. Así, en primer lugar, se sostiene que la afectividad, entendida como una manera de ser y un sentimiento fundamental e irreductible del ser humano 60, es sin duda alguna un factor determinante de la construcción de las relaciones interpersonales de carácter no patrimonial, pero el reconocimiento de esta relevancia no alcanza para constituir una justificación suficiente que permita explicar su trato legalmente distintivo, toda vez que, "muchas amistades o asociaciones son emocionales o afectivas, lo que no las hace ni necesariamente permanentes, ni tampoco exclusivas", lo que otorgaría fuerza a la afirmación de quienes critican su actual preponderancia, en el sentido que "una relación puede ser exclusiva o permanente, pero eso no basta para fundar un matrimonio" 61, o en la perspectiva utilitarista que remarca la imposibilidad de fundar las instituciones civiles en "un sentimiento pasional que cambia de forma irracional, tal como sucede con el entusiasmo"62, y que junto con mutar en intensidad exige una correspondencia simétrica que es ajena a la realidad, siendo fuente fecunda de desacuerdos más que de acuerdos que aspiran a la permanencia. La sobrevaloración del amor como fuerza única o determinante de la construcción de la pareja, o, más precisamente, el exceso en la valoración de las cualidades personales, conspira contra la existencia de matrimonios más duraderos, porque "las uniones son cada vez más frágiles, al partir 35 únicamente del amor, cuando hay muchos otros factores que también forman parte de la relación de pareja"63. Otros autores sostienen que, en el mejor de los supuestos, el amor es un "deber matrimonial", significando con ello que el estar casado sería más "el motivo u ocasión del amor" que la causa del matrimonio, el cual en todo caso debía sobrevivir a aquel64. La tendencia, en definitiva, es a la progresiva fragilidad, antes que a la permanencia en el tiempo de un sentimiento sustentable en sus características iniciales65. Asimismo, la afectividad como factor presente en el momento constitutivo del matrimonio y, especialmente, como factor determinante de su resolución o desaparición, se evidencia principalmente en su valoración individual, en el sentido que es el cambio de sujeto u objeto querido o deseado el que motiva el acto constitutivo (puede ser el segundo o el tercero), o la voluntad de concluir una relación para iniciar otra, confirmando la tesis que identifica especialmente la conclusión de la relación como un acto individual del sujeto actor que reivindica para sí el derecho a lograr discrecionalmente el libre desarrollo de la personalidad individual y procurar alcanzar la felicidad, bajo el concepto y términos que autónomamente la persona individualmente considerada establezca. En definitiva, esta es la fundamentación objetiva y real de la moderna concepción del matrimonio o de otra forma civil privilegiada de reconocimiento de las uniones de pareja en la actualidad, lo que no llama particularmente la atención, a no ser que una breve detención reflexiva permita concluir honestamente que tal es el paradigma liberal y no conservador, lo que obliga a sincerar muchas de las posiciones refractarias que en la actualidad justifican las posiciones antagónicas presentes en el debate público. Cabe consignar, sin embargo, que esta perspectiva es radicalmente contraria a la que predomina como fundamento del derecho positivo, en que la motivación carece de relevancia en el primer sentido indicado, toda vez que para la válida celebración del matrimonio solo se establecen fines objetivos para cuyo logro no es exigible el 36 afecto, sino la capacidad física y sicológica del sujeto para alcanzarlo, afirmando un compromiso que jurídicamente se canaliza dentro de los marcos provistos por el matrimonio u otra forma de unión civil vigente 66. Distinta es la situación en lo que respecta al segundo sentido, pues el fundamento del denominado divorcio remedio concebido como solución en las rupturas conyugales definitivas es precisamente la pérdida de la affectio maritalis. En otra perspectiva igualmente crítica, se sostiene el amor es una expresión de un sentimiento moral, un acercamiento sensible a la apreciación del bien y del mal, aplicado a las relaciones interpersonales de pareja. Así entendido, en concordancia con Ruiz Tagle, confirma la dificultad innegable de abordar los problemas de verificación intersubjetiva que la existencia y/o permanencia de este sentimiento requieren para su efectiva utilización en el campo normativo jurídico 67. Aparte de destacar la apertura del concepto a formas sociales no restringidas, cabe ligar el significado y extensión atribuido al amor profesado por un ser humano o compartido por dos o más individuos a las concepciones morales predominantes en un momento histórico determinado, eventualmente pero no obligatoriamente ligadas a creencias religiosas que fundamentan su calificación68. Sin perjuicio de lo anterior, en las sociedades plurales contemporáneas, las prescripciones morales solo pueden ser políticamente impuestas cuando se insertan en el núcleo prescriptivo de una norma jurídica. En último término, se destaca que no corresponde al Estado regular amistades ni noviazgos, debiendo reiterar que las características de la legislación sobre matrimonio u otras formas legales more uxorio son singulares y exigen una justificación, toda vez que los afectos no se muestran como una respuesta suficiente, que muchas amistades o asociaciones son emocionales o afectivas, lo que sin embargo no las hace ni necesariamente permanentes ni tampoco exclusivas a dos personas, afirmando que la relación que se basa en estos afectos puede ser exclusiva o permanente, "pero eso no basta para fundar un matrimonio, así como tampoco basta con educar niños para contraer una unión matrimonial y, ni siquiera, 37 una relación amorosa"69. En perspectiva utilitarista, tendría fundamento la afirmación que sostiene que es mejor o más conveniente basar la institución civil en la benevolencia y simpatía, antes que en un sentimiento esencialmente irracional y voluble70. Frente a estas visiones críticas, concordamos con la visión comunitarista de Michael Walzer, quien sostiene que "las relaciones de amor crean una esfera separada donde deben aplicarse criterios especiales de racionalidad y justicia" 71, y Duch y Melich, quienes afirman la ambigüedad como característica propia del ser humano, es decir "la imposibilidad de definir a priori, de una manera necesaria, el contenido y el sentido de las diversas etapas de su existencia", que conlleva la no fijación por adelantado y de forma legal de los caminos que van del ser humano al mundo y del mundo a él. En esta ambigüedad —que también denominan relacionalidad— cuando interviene el amor, emergen comportamientos y respuestas no determinados a priori y por tanto no incluidos en el marco de la legalidad vigente y de la denominada vida normal. El amor, por tanto, es el campo en que de modo más nítido se expresa la ambigüedad humana, pues donde hay amor, existe también un tipo de superación del ámbito instituido por las normativas jurídicas, lo que permite al ser humano colocarse en el punto de vista del otro sin disolverlo ni someterlo, manteniendo deferentemente las diferencias72. § Fases del proceso afectivo y relaciones jurídicas. En el proceso amoroso que motiva la relación conyugal están simultáneamente presentes elementos biológicos, afectivos, racionales y de relación, cuyo desarrollo armónico en las distintas fases del proceso que caracteriza su maduración, necesita conjugar e integrar adecuadamente todos aquellos elementos, algunos de impronta subjetiva —en línea con lo indicado en el párrafo precedente— y otros susceptibles de algún grado de objetivación que permite su recepción jurídica. Las distintas fases que lo caracterizan, como el enamoramiento, el noviazgo y el compromiso definitivo, tienen correlatos jurídicos solo en aquellas fases en que se 38 exterioriza una voluntad orientada a un propósito, tal como ocurre con el noviazgo y el compromiso matrimonial. En la fase de enamoramiento priman los afectos, emociones y sentimientos, propios de una estricta intimidad, lo que la aleja de la consideración jurídica y la radica exclusivamente en el plano de la moralidad compartida por los sujetos partícipes de la relación. A mayor abundamiento de razones, no cabe aquí ninguna intervención del Estado. La segunda fase del proceso amoroso, que a falta de un mejor término denominaremos noviazgo, se caracterizó antaño por un período de conocimiento mutuo de los miembros de la pareja y un proceso paralelo de socialización en el entorno familiar y amical de ambos, excluyendo al menos públicamente la consumación de la relación sexual y también la convivencia, que se estimaba en ambos casos prematura por la falta de estabilidad que implicaba el no haber asumido un compromiso público de frente a la aceptación de su entorno social y comunitario de referencia. En la actualidad, tales fundamentos tradicionales del noviazgo son anacrónicos, pues en los hechos el noviazgo se ha convertido en un período previo al matrimonio, caracterizado por una convivencia con relaciones sexuales —more uxorio— en el que se pone a prueba la viabilidad futura de la relación, procurando objetivar que el amor afectivo se convierta en amor comprometido por medio del matrimonio o del acuerdo de unión civil. Tradicionalmente, el noviazgo se tradujo jurídicamente en los esponsales, cuya efectividad legal es muy limitada o inexistente en el derecho de familia contemporáneo, derivando en un convenio sometido al honor de las partes, en que a lo más se reconoce el derecho a demandar la devolución de los obsequios que en razón de un futuro matrimonio se hubieren prodigado mutuamente los novios. La fase de compromiso se materializa en el momento de la promesa de matrimonio y se perfecciona con la expresión del consentimiento en la celebración del matrimonio o del acuerdo de unión civil. En esta unión permanente del uno con el otro, se entra en la fase de la conyugalidad, es decir una forma de amor donativa 39 que persigue el bien del otro y que integra de un modo permanente los elementos humanos de la inclinación erótica y la afectividad, siendo la primera una demanda de la sexualidad humana, y la segunda un modo de expresar las vivencias internas del sujeto73. Esta fase, como se verá, es la que más interesa al derecho de familia y por tal motivo ocupa también el interés de esta obra74. § Motivación afectiva y derecho nacional: justificación positiva del afecto. La afectividad es un concepto aplicable en el derecho de familia, a partir de su inclusión en la Ley Nº 20.83075, la cual establece en Chile el Acuerdo de Unión Civil (AUC), prescribiendo que el propósito de dicho pacto civil es "regular los efectos jurídicos derivados de su vida afectiva en común", aludiendo a la pareja de individuos que lo suscriben76. Reiteramos aquí lo ya advertido, en cuanto a la complejidad que trae consigo el tratamiento conceptual de la afectividad en sede jurídica, considerando su fuerte carga valórica contingente y el consiguiente recelo del intérprete ante la subjetividad del juicio justificando que su consideración conlleva, la subsistencia de una visión crítica en parte importante de la doctrina nacional, que cuestiona la pertinencia de su tratamiento en esta sede. Sin embargo, la realidad social y su complejidad obligan a estudiar el fundamento material que justifica las instituciones jurídicas del derecho de familia, tal como ocurre de manera muy significativa en el tema en estudio77. Jurídicamente, por tanto, la afectividad es un tema cuya complejidad contribuye a dificultar su recepción normativa, pudiendo en todo caso coincidir en la mayor facilidad que reviste su inclusión temática dentro de las fuentes materiales del derecho matrimonial chileno, sin perjuicio que la evolución contemporánea de esta parte del derecho de familia da cuenta de un rumbo diferente a aquel que caracterizó hasta finales del siglo XX al régimen civil de la pareja y la familia, dirigista e indisponible, cuyo paradigma era el predominio moral y jurídico de una concepción que reconocía origen y dependencia en el derecho canónico, tal como lo expresa Andrés Bello en el Mensaje del Código Civil. En la actualidad, un contexto social muy diferente determina los objetivos y fija los límites normativos, generando un marco principial caracterizado por la fuerte valorización de la voluntad individual y 40 su traducción jurídica en la exaltación del contrato como instituto receptor privilegiado del orden social del vínculo de pareja78. La remisión a la existencia de una convivencia "afectiva" como un requisito esencial para la válida celebración del AUC constituye una novedad en la regulación civil de las relaciones interpersonales de pareja en el derecho chileno79. Lo anterior, por cuanto la institución legal actualmente vigente que aborda dicho objeto —el matrimonio— no lo exige expresamente, en especial si se atiende a la definición contenida en el artículo 102 del Código Civil, siendo discutible en la doctrina su concurrencia implícita en el concepto que precede a su definición legal 80. Sin embargo, la realidad impuesta por los propios legisladores obliga a realizar esta tarea, toda vez que el término afectividad califica la convivencia que sirve de base para la regulación civil del Acuerdo de Unión Civil, siendo por ello determinante al momento de fijar los contornos de la nueva institución y marcar su especificidad diferenciadora respecto de los otros institutos que concurren al momento de ordenar la vida en pareja de los individuos en la sociedad, en particular el matrimonio 81. § Breve referencia a la valoración de la afectividad en el derecho matrimonial canónico. La incidencia del amor en el matrimonio, en la concepción cristiana católica, se vincula directamente con la definición conciliar del matrimonio como una "íntima comunidad de vida y de amor", produciendo también diferentes opiniones en la doctrina. Así, López Alarcón y Navarro Valls han sostenido respecto del matrimonio in fieri, que el amor es un elemento constitutivo del mismo acto con que se instaura el matrimonio, pudiendo incluso ser identificados como amor conyugal y consentimiento, ya que este último se ha de entender como un acto de amor y de voluntad en el cual los cónyuges se entregan y aceptan mutuamente, creando irrevocablemente una comunidad de vida y amor82. En el matrimonio in facto esse, por su parte, el amor conyugal inspira y acompaña el ejercicio de la sexualidad conyugal, adquiriendo el carácter de elemento esencial, cuando no un fin autónomo del matrimonio83. Sin perjuicio de lo anterior, predomina la tendencia de mantener separados, sin confusión, el amor y los otros elementos estructurales del matrimonio in fieri, vale decir el consentimiento, los fines y las propiedades, reconociéndose 41 que, aunque el amor no forma parte de la estructura jurídica del matrimonio, constituye, sin embargo, un elemento esencial del mismo e, incluso, fuente de una realidad de justicia que se traduce en conceptos jurídicos como la relación jurídica matrimonial, el vínculo jurídico, los sujetos y el objeto84. 5. Motivación afectiva y definición legal de matrimonio. Análisis de su incidencia § Estabilidad del matrimonio y permanencia de los afectos. El concepto de afectividad constituye una expresión de sentimiento moral y no una categoría conceptual de naturaleza estrictamente jurídica. En este sentido, asumiendo que un sentimiento es una agitación repentina del ánimo —entendido como el principio de la actividad humana— producida por un suceso que nos impresiona por medio de los sentidos, un estado de experimentación de sensaciones producidas por causas internas o externas hacia otra persona, sus componentes personales y subjetivos impiden prever comportamientos estrictamente voluntarios85. De este modo, la naturaleza sentimental de la afectividad excluye toda pretensión de prolongarla voluntariamente en el tiempo, o de establecer un rango de exigibilidad de su intensidad por parte del individuo o, derechamente, de contar con una evidencia objetiva de su permanencia que permita eventualmente solventar la afirmación de permanencia del vínculo civil erigido sobre ella. Las personas que fundamentan su unión vincular en la esfera pública sobre la base del afecto, declarado como amor compartido, recurren a una calificación esencialmente subjetiva tanto de su contenido como de su procedencia y relevancia, difícil de explicar, en tanto que constituye una motivación a menudo inconsciente. En consecuencia, solo quedaría hipotéticamente abierta la posibilidad de sujetar a la voluntad del individuo algunos efectos socialmente convencionales de la existencia del estado sentimental personal, como ocurre con el enamoramiento, que como tal no se puede generar mediante la voluntad pero sí encauzarlo mediante 42 ella una vez producido, generando algún grado menor de estabilidad, pero no la suficiente para basar toda una institución jurídica sobre bases tan precarias. La recepción jurídica de la pretensión de erigir un compromiso de vida en común socialmente reconocido sobre estas bases particularmente febles constituye un grave problema de difícil solución. Siendo el amor la expresión de un sentimiento moral, es decir, un acercamiento sensible a la apreciación del bien y del mal en la perspectiva individual de un sujeto, subyace la dificultad de abordar los problemas de verificación intersubjetiva que la existencia y/o permanencia de este sentimiento requieren para su efectiva utilización en el campo normativo jurídico 86. Entre los efectos que esta naturaleza sentimental de los afectos genera, destaca la inexigibilidad del afecto recíproco como requisito del matrimonio legal, también aplicable como oposición al divorcio civil, en cuanto tal acto civil formal es posterior a la extinción del sentimiento y/o afecto que alguna vez originó el vínculo cuyos efectos civiles cesan por medio de esta declaración formal, sea jurisdiccional, notarial o administrativa. Ahora bien, ¿cuáles son los efectos jurídicos de la pérdida progresiva del afecto? Usualmente la ausencia o extinción del afecto así expresada por uno o por los dos integrantes de la pareja aparece reiteradamente como el factor determinante de la resolución o desaparición del vínculo civil que los une, destacando particularmente la situación que tiene lugar en el caso de los individuos que ponen término al matrimonio en una edad madura, toda vez que algunos justifican la voluntad de ruptura conyugal en un fundamento material basado ahora en el amor propio, alegando en dicho marco el respeto a su propia dignidad personal, la que consideran disminuida, lesionada o derechamente perdida por causa de una relación destructiva o anuladora de la propia personalidad 87. A su vez, las relaciones de familia, concretamente las derivadas de la familia basada en el matrimonio, perderían su carácter institucional ante la carencia de estabilidad derivada de la precariedad o levedad del sustento temporal de los afectos que le dieron origen, quedando en los hechos la filiación como el único vínculo protegido, ya que el proyecto de pareja originalmente convencional tendrá un carácter eminentemente disponible y variable en el tiempo. 43 § Contrato y pacto de unión conyugal. El matrimonio, conforme a la definición que entrega el Código Civil, es un contrato. Por tanto, en la perspectiva que interesa al derecho matrimonial, amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso, sino que también es una decisión, un juicio y una promesa, vale decir, un acto de voluntad, ya que si el amor no fuera más que un sentimiento, no existiría base suficiente para asentar la promesa de amarse eternamente y que, de una u otra forma, recoge el derecho en los votos de compromiso perpetuo que contempla el matrimonio civil88. Por esta razón, aunque generalmente es recogido de manera implícita, en los convenios matrimoniales y pactos de unión civil se promueve y tutela el acto de voluntad que garantice la continuidad del amor, justificando de esta manera su formalización social y su materialización jurídica en la forma contractual. Dicho lo anterior, cabe ahora resaltar que, en concordancia con la presencia y preeminencia actual del paradigma de la afectividad, incluso sobre otras categorías de referencia jurídica tradicionalmente aceptadas, no es propio de la competencia del Estado condicionar o cuestionar la motivación que asiste a la voluntad del sujeto cuando elige a un sujeto por sobre otro como destinatario o, en su caso, origen de los afectos y sentimientos eventualmente compartidos y recíprocos. De este modo, no podría haber contrato dirigido o de adhesión no disponible cuando se trate de regular la convivencia afectiva, dejando en entredicho toda disposición contraria a este propósito, como las prohibiciones por concurrencia de indignidad o los impedimentos de parentesco y similitud de sexo, por citar los más relevantes. Por esto, el Estado solo podría establecer los requisitos para la validez formal del acto jurídico respectivo89, estando vedada su intervención a propósito del sujeto elegible para la celebración del contrato, salvo, claro está, el requisito sustantivo del consentimiento, el cual finalmente y tal como tradicionalmente se ha transmitido en la doctrina del derecho matrimonial hace al matrimonio. § Unidad y exclusividad. El Código Civil prescribe que el matrimonio es un contrato solemne por el cual "un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente...", dando cuenta con ello que este contrato solo puede ser celebrado por "un" hombre y "una" mujer90, justificando así el principio de unidad del matrimonio y el deber 44 conyugal de fidelidad, traducido en exclusividad y exclusión de sujetos más allá de quienes conforman la pareja, y que implícitamente alude a las relaciones sexuales entre cónyuges. Sobre esta base, se configuran consecuencialmente las prohibiciones legales respecto de la poligamia y de la infidelidad, conductas penalizadas por medio de los delitos de bigamia el primero y de adulterio (civil) el segundo. Ahora bien, desde la lógica paradigmática de la afectividad, el destinatario del impulso sentimental puede naturalmente ser uno o más sujetos de atención. El amor, por tanto, puede ser dirigido a varias personas, planteando el problema jurídico sobre la validez de la poligamia en la sociedad occidental, y en Chile en particular. La teoría matrimonial indica que este vínculo jurídico puede ser monógamo o polígamo, siendo propia de la cultura de base cristiana la preferencia moral por la monogamia y su traducción en normas jurídicas que así la consagran y protegen. Sin embargo, dicha concepción puede variar jurídicamente al son de un cambio en las preferencias sociales, las que pueden no solo provenir de una mayor liberalización de las costumbres y de las valoraciones anexas, sino que también pueden estar unidas a un postulado diferente, como ocurre con el principio de libertad religiosa, cuya observancia plena podría implicar el reconocimiento de la unión polígama atendiendo a la adscripción religiosa de un eventual contrayente perteneciente a la comunidad musulmana, creencia amparada igualmente en su ejercicio en una norma de rango legal. En este caso, la eventual concurrencia en un mismo estrato normativo legal podría implicar una colisión y dar pie a la consiguiente necesidad de conciliación de ambos preceptos. La misma situación puede presentarse, esta vez ligada directamente a la autonomía y preeminencia de los afectos, al momento de establecer las opciones posibles de reconocimiento de uniones civiles de pareja, en que no concurra como exigencia jurídica el deber de fidelidad, cuando esta exigencia quede circunscrita al 45 orden moral en una sociedad que declara su erección sobre las bases del pluralismo y la tolerancia91. En este plano, la cuestión de la fidelidad deriva al problema ético de la obtención de aquello que desea el individuo y los medios para satisfacer tales deseos, toda vez que los motivos finales de la acción humana no pueden ser estrictamente racionales, ni siquiera en parte, sino que son necesariamente proporcionados por factores subracionales, como los sentimientos y las emociones, a los cuales Hume llamó las "pasiones"92. Aquí, en definitiva, las razones morales estrictas no existirían, toda vez que incluso la opción adoptada por un sujeto en que asume la fidelidad, constituiría una "preferencia subjetiva motivada enteramente por emociones"93. En contrario, la tradición aristotélico-tomista y sus seguidores contemporáneos defienden que la razón práctica no es puramente instrumental, ya que "las personas no solo tienen deseos e identifican medios eficientes para su satisfacción, sino que también son capaces de comprender el sentido inteligible de las alternativas que se le presentan al intelecto práctico no como medios, sino como fines en sí mismas" 94. En definitiva, en esta perspectiva más conservadora, la manifestación afectiva exteriorizada en el amor de pareja solo puede ser exclusiva, ya que el estado de reciprocidad única y solamente podría existir entre dos seres95. § Diferencia de sexo y afectividad. El artículo 102 del Código Civil dispone que el matrimonio es un contrato solemne por el cual "un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente...". Esta prescripción es reiterada en la LMC, particularmente en el artículo 80 inciso primero, cuya parte final dispone que el matrimonio celebrado en país extranjero producirá efectos en Chile, "siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer", no dejando en consecuencia duda alguna sobre la esencialidad de la diferencia de sexo para la válida celebración del matrimonio y, consecuencialmente la prohibición o, si se prefiere, la imposibilidad legal de la celebración del matrimonio entre dos hombres o entre dos mujeres. 46 Las razones concurrentes detrás de este impedimento no fueron alegadas como sustento de la norma legal sobre el matrimonio contenida en el Código Civil, ya que el supuesto de matrimonio entre personas del mismo sexo ni siquiera era planteado como posibilidad hipotética, salvo como un ejemplo que permitía dar fuerza al planteamiento de la teoría de la inexistencia del acto jurídico por parte de aquellos autores que sustentaban esta postura. Posteriormente, durante la discusión parlamentaria de la Ley de Matrimonio Civil de 2004, no hubo variación respecto de la postura tradicional del legislador sobre la materia, y solo de manera muy tímida se pudo exponer la posibilidad de un estatuto para las uniones de hecho, sin afectar el estatuto matrimonial cuya reforma había concentrado los afanes de los legisladores por casi quince años. Finalmente, es con ocasión de la ley que da a luz al Acuerdo de Unión Civil que el tema se enfrenta de un modo directo, asumiendo a la comunidad LGBT como el destinatario principal de dicha normativa. Ahora bien, es precisamente este último estatuto legal el que nos ha servido de base para la consideración jurídica de la afectividad, toda vez que el legislador la consideró como requisito para la válida celebración del Acuerdo de Unión Civil (AUC), al prescribir la Ley Nº 20.83096 que el propósito de este pacto civil es "regular los efectos jurídicos derivados de su vida afectiva en común", aludiendo a la pareja de individuos que lo suscriben. Retomando el análisis del impacto de la revalorización de la afectividad en este requisito del matrimonio, es pertinente asentar lo que es obvio: que el afecto puede ser dirigido a una persona del mismo sexo, dejando así abierta la puerta a la discusión sobre la legitimidad del matrimonio entre personas del mismo sexo cuando el fundamento motivacional de la voluntad es, precisamente, el afecto. La afectividad, en su recepción en el derecho matrimonial, implica considerarla en el marco de un intercambio personal de carácter sexual, ya que toda la afectividad e, incluso, la vida psíquica en su conjunto, tendría naturaleza sexual97. Por tanto, asumiendo que el matrimonio está integrado por la convivencia de la pareja y la institución civil que la regula en cuanto estado social, la centralidad de la 47 atención en la vida de pareja, entendida como conyugalidad, pone en un lugar central la discusión sobre la esencialidad o del intercambio sexual o del afecto al momento de validar socialmente el vínculo de pareja y traducir esta valoración en un régimen ordenador privilegiado de la misma. Esta discusión y la opción que finalmente se adopte —que puede incluir ambas perspectivas— en los hechos y en el derecho está afectando la base tradicional de la institución matrimonial, basada en la procreación y educación de la prole, dando lugar a un cambio radical en la justificación del derecho matrimonial. 48 CAPÍTULO II LA SEXUALIDAD COMO ELEMENTO ESENCIAL DE LA UNIÓN DE PAREJA JURÍDICAMENTE REGULADA 1. Sexualidad: conceptos fundamentales § Noción introductoria. La sexualidad es inherente a la naturaleza humana, constituyendo junto con la afectividad el otro factor de relevancia incidente en la regulación de la relación de pareja, en la perspectiva de una concepción integral de este vínculo jurídico. § Concepto. En una perspectiva biológica, se entiende por sexualidad el "conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo", lo que remite al concepto de sexo, definido como la "condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas", con tres acepciones accesorias referidas al "conjunto de seres pertenecientes a un mismo sexo", a "órganos sexuales" y "actividad sexual"98. También se ha precisado doctrinariamente que el sexo "es el estatus biológico de una persona en cuanto varón, mujer o incierto99. De este modo, la sexualidad tiene que ver con las condiciones anatómicas y fisiológicas del ser humano, en tanto hombre o mujer, involucrando la conformación, estado y vínculos de las distintas partes del cuerpo, así como sus propiedades, mecanismos y funciones orgánicas. Por tanto, y en lo que interesa a la materia en estudio, se trata de manera principal —aunque no excluyente— de analizar el modo en que las condiciones fisiológicas, particularmente sus propiedades y funciones, inciden, condicionan y/o determinan la interrelación entre los seres humanos, abarcando los aspectos físicos, psicológicos y afectivos100. § Identidad sexual. Distinción binaria. Cabe señalar también que los seres humanos nacen con una identidad genética propia, heredada de sus padres, la cual no cambia durante toda su vida101. Dicha información genética es la responsable del desarrollo de características diferentes en el hombre y en la mujer, conocido como dimorfismo sexual, conformando en cada caso una identidad personal 49 marcada por la coincidencia entre el sexo cerebral y psicológico con el corporal en cada individuo, pero en la que también inciden factores sociales que contribuyen a definir a través del tiempo una identidad —que llamaremos de género— marcada por acciones y símbolos que la configuran y que se traduce en "un sentimiento de pertenecer a un determinado sexo, biológica o sicológicamente"102. Debe, asimismo, distinguirse de la noción de orientación sexual, que es la preferencia sexual del individuo establecida principalmente en la adolescencia, la que puede ser homosexual, heterosexual, bisexual y otras diversas expresiones contemporáneamente identificables principalmente en la dimensión de género 103. § Necesidades sexuales. Instinto sexual. Los seres humanos también poseen necesidades sexuales, explicadas a su vez por la existencia de un instinto sexual, cuya búsqueda de satisfacción se ha denominado libido. La idea sobre la naturaleza y caracteres del instinto sexual ha motivado múltiples debates, con afirmaciones no coincidentes entre los autores, pero que dan cuenta de su desarrollo hacia la madurez del individuo, luego de la pubertad, exteriorizándose en "fenómenos de irresistible atracción que un sexo ejerce sobre el otro, y que su fin está constituido por la cópula sexual o a lo menos por aquellos actos que a ella conducen"104. 2. Evolución de la significación social de la sexualidad § Significación en la sociedad premoderna. En la evolución de la significación social de la sexualidad, lo característico de la sociedad premoderna era la consideración de lo privado como el espacio de lo pasional, de lo no político y por tanto de la sinrazón y lo no legítimo, constituyendo en definitiva el espacio de lo vergonzoso y no decible. § La sexualidad en la sociedad moderna. Posteriormente, la sociedad moderna —fines del siglo XIX y primera parte del siglo XX— se caracterizó no por confinar al sexo a permanecer en la sombra, sino porque se ha "condenado a hablar constantemente de él, utilizándolo como el secreto105. De ahí que la esfera privada 50 se constituya en el elemento creador y reproductor de los tabús y, por consiguiente, en el espacio privilegiado en el que se articularán los mecanismos de control sobre la sexualidad y el cuerpo. De esa frontera entre lo público y lo privado emanarían todas las dicotomías y los binomios sobre los que se alzará la experiencia histórica de la modernidad: hombre/mujer, masculinidad/feminidad, heterosexualidad/homosexualidad, sensibilidad/insensibilidad, verdad/mentira, normalidad/anormalidad, viril/afeminado, secreto/revelación, social/asocial, correcto/incorrecto, bueno/malo. Por lo tanto, según Vélez-Pellegrini, constituye "la dicotomía a partir de la cual se construirán los mecanismos de inclusión y de exclusión de los individuos en la comunidad política y la sociedad civil" 106. § La sexualidad en la sociedad contemporánea. A partir de la última década del siglo XX, ya se pueden advertir e identificar procesos e hitos que marcan la manera como concebimos y valoramos la sexualidad hoy en día, prefigurando también la manera en que es considerada su recepción jurídica en el derecho matrimonial, al acompañar la evolución de su esencialidad y funcionalidad antes centrada en su reconocimiento como base de la familia, hasta la contemporánea valoración de su contenido afectivo. Como es sabido, la década de 1960 fue pródiga en movilizaciones estudiantiles en gran parte de Occidente, siendo singularmente significativas las manifestaciones ocurridas en Francia y Alemania en Europa, así como aquellas producidas en Estados Unidos y México, aunque por distintas razones y motivaciones. En efecto, especialmente notorio en el caso francés, y en menor medida en el caso estadounidense, fue la relevancia asignada a la sexualidad y a la evaluación negativa de las instituciones sociales que ordenaban prescriptivamente las relaciones afectivas interpersonales. Los factores presentes en la fuerte valoración de este tema serían, en primer lugar, la fuerte presencia del discurso neomarxista europeo, especialmente en la figura de Marcuse, que resaltaba el presupuesto ideológico ya presente en la obra 51 de Engels, referido a la necesidad de la desaparición de la concepción de las relaciones de pareja basadas en la definición matrimonial burguesa, monogámicas y defensora del statu quo, para avanzar así en la supresión del orden normativo de dominación sobre las mayorías por parte de minorías dominantes. En segundo lugar, surgió con gran vigor una idea de la sexualidad y la afectividad, incubada desde principios del siglo XX, que destacaba la presencia relevante de los sentimientos, cuyo honesto reconocimiento determinaba las consecuentes conductas basadas en la autenticidad y la sinceridad, por sobre marcos estructurales impuestos por generaciones históricamente dominantes y que reprimían la libertad esencial del ser humano para adoptar y seguir su propio derrotero. En tercer lugar, unido al factor precedente, el influjo de la teoría de Freud, que implicaba no reprimir el impulso o pulsión sexual, sino solo controlar sus consecuencias. Esta lectura compleja de al menos estos tres factores confluía en los elementos que impedían su liberación: la institución del matrimonio y la atadura de la sexualidad a la fecundidad no deseada, conjugándose ambos factores para impedir su expresión plena. La institución del matrimonio fue puesta en entredicho a través de la práctica del amor libre y la legitimación progresiva del divorcio, para concluir en la opción legitimada entre distintas formas de unión moralmente aceptadas. La atadura de la sexualidad con la fecundidad y el embarazo no deseado, por su parte, fue destrozada por el impacto de los métodos anticonceptivos efectivos, particularmente la píldora hacia fines de la década de los sesenta. A partir de ese momento, el sexo se transforma en un bien personal radicado íntegramente en la esfera de la intimidad individual, no sujeto al control social jurídico en Occidente y disponible para establecer relaciones interpersonales que permitan su vivencia plena y libre107. 52 3. Aproximación a una perspectiva sintética sobre la sexualidad § Noción introductoria. A la luz de la evolución indicada, es necesario sintetizar una perspectiva de la sexualidad que postule un mayor equilibrio en su comprensión, así como de los actos relacionales o trascendentes en materia sexual que forman parte del equilibrio interno de la personalidad, cumpliendo a la vez una finalidad fisiológica procreativa y unitiva-social, queriendo significar con esta última expresión que la sexualidad tiene "una finalidad comunicativa en dos direcciones: cercana o próxima en el sentido conyugal y extensa o diacrónica en el sentido social que testifica la sucesión de generaciones"108. § Dimensiones de la identidad sexual de la persona. La sexualidad afecta la corporeidad de una manera muy profunda y también la identidad misma del ser humano, vale decir, aquello con lo cual la persona se identifica a sí misma, de modo tal que a partir del dato basal de la naturaleza biológica de la sexualidad, su influjo en la identidad personal depende de la exclusiva y posterior elección de la propia persona"109. Por ello, es correcta la afirmación que sostiene que "el sexo, el género, la orientación sexual y el sexo sicológico designan las distintas dimensiones de una única identidad sexual de la persona"110. En este punto, cabe destacar una de las afirmaciones centrales de la teoría sexual de Freud, en el sentido que "los distintos individuos humanos realizan la imagen general del ser humano en variedades de casi infinita multiformidad". La conclusión, a partir de lo dicho, es la imposibilidad de la pretensión de normar jurídicamente las conductas sexuales en la relación de pareja en función de una ilusoria normalidad públicamente compartida, pues lo real es que la normalidad en términos de estándar moralmente compartido no es posible, lo que unido a igual multiformidad de los afectos impide establecerlo como requisito para la aceptación de su validez civil. De aquí que, en definitiva, solo puede erigirse el vínculo civil sobre la base determinada por alguna de las siguientes finalidades: la objetividad que brinda el compromiso de unión para el propósito inmediato de la procreación y mediato de la formación de una familia, o la voluntad de convivencia y ayuda mutua para la conformación social 53 de la pareja. En ambos casos, afecto y vida sexual deben permanecer resguardados en la intimidad de los sujetos y con inmunidad de coacción frente al Estado. 4. Tendencias contemporáneas relevantes respecto de la imbricación de sexualidad y afectividad § Teorías influyentes. Entre múltiples perspectivas sobre la relación entre afectividad y sexualidad en nuestros días, nos permitimos destacar tres teorías en razón de su directa incidencia como fuentes materiales del derecho matrimonial contemporáneo, a saber, la teoría [ideología] de género, la proyección en la intimidad de la vida social de la noción política de la democracia de los afectos y una perspectiva sobre la juridificación de la afectividad y la sexualidad. § Ideología de género. La noción de género tiene que ver con aspectos de origen social, que refieren a lo que se espera de una persona por tener una determinada forma corporal, y que involucra roles y pautas de comportamiento socialmente condicionados111. La ideología de género sostiene que el modo de relación entre las personas estaría basado no en el sexo biológico, sino en una "construcción" del sexo psicológico que todo sujeto realiza en una sociedad y cultura determinadas, identificada con las imágenes ideales formada de los demás. En esta perspectiva, el sexo biológico adquiere la connotación de algo "puramente neutro, plasmable en diferentes maneras, sin incidencia alguna en la identidad del género de la persona, el cual viene a ser susceptible de recibir distintas modalidades de inclinación. Ser hombre o mujer no depende en modo alguno del sexo, sino del modo como uno quiera situarse en una sociedad concreta en relación a la cultura y educación recibidas"112. Analizaremos en profundidad esta materia en el capítulo siguiente. § Democracia de los afectos. La idea de la democracia de los afectos, en la perspectiva de Anthony Giddens, apunta a resaltar la validez de afirmar que, en un sistema político plural, no corresponde al Estado establecer patrones de calidad o de aceptación pública de unas manifestaciones afectivas respecto de otras, como 54 por ejemplo respecto del afecto mutuamente profesado y declarado por dos hombres. La democracia de las emociones en la vida diaria, como afirmación del autor, da cuenta de las transformaciones que afectan la esfera personal y emocional y que tiene a la pareja ubicada en el centro de la vida familiar, en desmedro o reemplazo del precedente protagonismo de la familia tradicional, basada en la unidad económica y la reproducción sexual. La pareja, independientemente de la presencia o ausencia de formalidad jurídica de su unión interpersonal, pasa a estar en el centro de la nueva realidad familiar, basada a su vez en el amor y la atracción sexual, generando la valoración de la relación de pareja forjada sobre procesos de confianza activa, la cual da pie a la conformación de una nueva unidad basada en la comunicación emocional que constituye el vínculo y el motivo principal de su continuidad en el tiempo113. Sin perjuicio de la validez social de esta mirada política cultural, y su relevancia particularmente en las reformas legales realizadas en Chile durante el gobierno de Ricardo Lagos Escobar, debe indicarse un efecto colateral negativo de esta concepción, pues la sexualidad ha pasado a incorporarse a la sociedad de consumo como un elemento de variada oferta y presentación, en que de ser un "patrimonio de la colectividad que aceptaba solo determinados ritos y representaciones de la vida social y marginaba otros, a ser una exclusiva discrecionalidad individual", en que es posible igualmente advertir aspectos positivos como "la desaparición de los tabúes sexuales, y negativos como la transformación de la sexualidad en genitalidad y la exacerbación actual de la sexualidad como bien de consumo en el mercado...."114. § Juridificación de la vida afectiva y de la sexualidad. Habiendo ya revisado con mayor detenimiento los conceptos de afectividad y sexualidad, corresponde retomar la justificación inicial de su tratamiento en esta obra, esto es, la recepción de ambos conceptos en la esfera del derecho y su traducción dentro de las normas jurídicas que regulan la unión social de pareja y el posterior estado a que da origen dicha unión. 55 La materia, como antecedente o referencia material de las fuentes formales del derecho, ha sido irregularmente abordada, pese a la relevancia de la relación entre fuentes formales y materiales en el caso del derecho de la persona y la pareja. Sin perjuicio de ello, han existido algunas aproximaciones destacadas, que asumimos como referencia en este apartado, particularmente el trabajo ya publicado de Josep María Martinell, en el marco del Grupo de Investigación Pontius de Ilerda, recogido en una obra colectiva de 2009. A partir de la concepción integral del estudio del derecho matrimonial, vale decir, del análisis de las materias que lo integran y considerando la imbricación de las fuentes formales y materiales, en el caso de esta obra la incidencia de la afectividad y la sexualidad en los institutos del matrimonio, el acuerdo de unión civil y materias anexas, se ha sostenido la existencia de una evolución de la juridificación de la vida afectiva, centrada en el reconocimiento legal de las dos afirmaciones siguientes. En primer lugar, se ha sostenido el carácter reduccionista del tratamiento dual de la identidad sexual, vale decir la bipolaridad hombre y mujer, por su efecto excluyente de otras opciones igualmente legítimas en una sociedad plural en los aspectos morales115. A partir de aquí, la diversidad sexual en la pareja no es un ámbito abierto a la regulación jurídica, así como tampoco la restricción genérica, referida a la opción de género. Sí lo es, en cambio, la objetivación de privilegios jurídicos afincados en la protección de la familia, por coincidir en ella intereses colectivos en una moral social compartida. En segundo lugar, se ha sostenido que la orientación y el ejercicio de la sexualidad, así como la determinación de los fines personales son hechos privados, excluidos de la esfera estatal. Por tanto, solo puede plantearse la necesidad de la motivación finalista del matrimonio si se orienta a la constitución de la familia, cualquiera sea su forma, pero nunca la motivación en la conformación de la pareja. 56 5. Homosexualidad116 § Introducción conceptual. La homosexualidad, como tema de estudio, es el campo de las más diversas controversias, manifestadas en las distintas perspectivas disciplinarias divididas entre su consideración biológica, médica, sociológica o jurídica, siendo aun mayores si se atiende a la perspectiva religiosa, filosófica o moral. El término homosexual, en sí mismo, involucra una extensa tipología y una diversidad notable de formas de expresión117. Cabe señalar que la propia definición de la homosexualidad, o si se prefiere, del sentimiento homosexual es una tarea de suyo compleja y controvertida en sus resultados, especialmente si se tiene en cuenta la dificultad que se suma con la contemporánea distinción entre sexo y género, tal como se analizará en el apartado siguiente. Teniendo lo dicho precedentemente, en una primera aproximación, se puede identificar el sentimiento homosexual como una sensación de enamoramiento hacia personas del mismo sexo, que viene acompañado de un débil o nulo interés e impulso erótico por el sexo opuesto, derivando en la preferencia por la compañía sexual de una persona de la misma especie, un hombre de un hombre y una mujer de una mujer. La homosexualidad se relaciona con la orientación sexual de una persona y con el comportamiento sexual asumido, de modo tal que el varón homosexual asume que es varón pero, a la vez, dirige su comportamiento sexual u orientación sexual hacia otros que son como él, y la mujer asume que es mujer, pero orienta su preferencia sexual hacia las mujeres. Sintéticamente, por tanto, la homosexualidad se caracteriza por la atracción sexual preferencial por las personas del mismo sexo118. § Teorías sobre la homosexualidad. Asumiendo la existencia de un consenso sobre la descripción del fenómeno de la homosexualidad —que desaparece al momento de su valoración como patología o como manifestación normal de la sexualidad— es posible reconocer al menos tres teorías sobre la homosexualidad: la que considera que el comportamiento homosexual es equiparable al 57 heterosexual; la que considera a la homosexualidad como un tercer sexo y la que considera o mantiene que es una alteración socio-psicológica de la orientación sexual, con o sin base orgánica. • Equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad. Las consecuencias accesorias a la opción que se adopte son muy diferentes unas de otras, aun cuando el común denominador de las tres miradas es que la conducta se ubica en el campo de la ilicitud119. Así, si se considera que el comportamiento homosexual es equiparable al heterosexual, no habría fundamento legal para su represión o para discriminar a los homosexuales en el reconocimiento de derechos socialmente apreciados, como contraer matrimonio y adoptar hijos, y la opción sexual sería sólo una alternativa normal para vivir la sexualidad en una sociedad que debe consecuencialmente legalizar el ejercicio de una conducta legitimada. Todo acto estatal, norma o instrucción, que coarte, limite o prohíba esta opción de un modo discriminatorio, o las manifestaciones conductuales de dicha opción, no goza de fundamento jurídico. Sin embargo, como ocurre con ciertas conductas sexuales practicadas por individuos heterosexuales, que son reprimidas, limitadas o sometidas a control de la autoridad, también procedería lo propio en las conductas homosexuales, en casos como las relaciones con menores de edad, no consentidas, ejecutadas fuera de la esfera privada de la intimidad, con escándalo público o que constituyan objeto ilícito, como los contratos de prestación de servicios sexuales en ofertas públicas. La homosexualidad, en esta primera mirada, es un problema eminentemente jurídico, en el plano de los derechos fundamentales, que exige coherencia en el ordenamiento. • Consideración de la homosexualidad como un tercer sexo. La aceptación de la segunda teoría supone considerar a los homosexuales como parte de un tercer sexo, determinado por factores genéticos u orgánicos, y, por consiguiente, no sujetos a la voluntad del individuo. La primera consecuencia de esta opción ha de ser necesariamente social, pues implica asumir la homosexualidad como una condición personal, similar a la condición de zurdo o diestro o, incluso, a las diferencias caracterológicas, como por ejemplo la irascibilidad. La precisión anterior 58 obliga a negar la condición patológica, tanto a las características personales que ya han permitido definirla como condición como a las conductas o exteriorización de la voluntad del individuo al que identifica tal condición. En lo que respecta a las causas que originan la condición, pueden ser innatas o incluso corresponder al resultado de una interacción de factores biológicos, ambientales y psicológicos. Jurídicamente, asumiendo el carácter de condición personal de la homosexualidad y no de una patología, se suscita la cuestión del reconocimiento de los derechos anexos o accesorios a la personalidad ya asumida y reconocida. Si los derechos son reconocidos a la persona humana, cualquiera sea su edad, sexo, estirpe o condición, no procede que el legislador establezca diferencias que constituyan una discriminación negativa respecto de un segmento de la población que, o ha nacido con una condición personal calificada dentro de la normalidad o que ejercita conductas que naciendo de dicha condición son igualmente legítimas y legales. La homosexualidad, en este caso, pasa a ser un problema netamente político y, consiguientemente, jurídico. • Consideración de la homosexualidad como una alteración socio-psicológica de la orientación sexual. La tercera mirada conlleva la visión tradicional, hasta ahora presente en la calificación legislativa de la conducta en muchos países o dominante en los criterios de resolución judicial. Esta opción de apreciación considera que la homosexualidad es una alteración socio-psicológica de la orientación sexual, que puede o no tener una base orgánica, es decir, transcurre desde una desviación de la conducta social deseable, como la violencia intrafamiliar, hasta una patología similar, por ejemplo, al cáncer. En el primer caso es calificado como una inmoralidad, un problema social calificado por algunos como patología social. En el segundo, derechamente es calificado como una patología, diagnosticable científicamente y que requiere un tratamiento médico. En esta perspectiva, la calificación dentro de las patologías determina consecuencialmente la calificación del homosexual como un enfermo, afectado por una enfermedad, y que requiere de tratamiento para recuperar la salud perdida o, 59 si es incurable, la aplicación de tratamientos paliativos de sus manifestaciones agudamente perjudiciales. Dadas sus características, vinculadas a la sexualidad del individuo, probablemente constituirá un problema de salud pública, en que la propia intimidad del sujeto será objeto de intrusión pública, en favor de la prevención del impacto socialmente negativo que se asocia a las conductas homosexuales. Por tanto, la base misma de la calificación patológica se encuentra en dificultades para su aceptación, toda vez que el concepto de salud no reúne en torno de una definición el consenso necesario, pues si genéricamente se entiende por tal el completo estado de bienestar, físico, psíquico y social, y no solo la ausencia de enfermedad, nadie estaría científicamente sano. De igual manera, si la salud se define como un punto medio entre el óptimo y la pérdida, en relación con el bienestar físico, psíquico y social, la relatividad del concepto impide su consideración jurídica en términos de una definición de contenido absoluto120. § Prejuicios y otras causas de la consideración negativa de la homosexualidad. Un ejemplo de la consideración negativa de la condición homosexual se aprecia en la obra muy difundida de Richard Cohen, un psicoterapeuta de reorientación sexual estadounidense, que supera las diez ediciones desde el año de su publicación en español en 2004, antecedida por su versión original en idioma inglés en 2001 121. En la obra, cuyo título —"Comprender y sanar la homosexualidad"— ya es notoriamente significativo de su sentido autoral, se asume la homosexualidad como un estilo de vida frustrante, una condición no deseable y, en los hechos, como una patología que afecta esencialmente y de modo negativo al ser humano que la padece. Siendo el autor homosexual y terapeuta, propone un proceso curativo para "sanar" la homosexualidad que parte desde su propia experiencia de vida, proponiendo cuatro etapas que inician con una terapia de la conducta, prosigue con una terapia cognitiva y de curación del niño interior, luego deriva a una terapia psicodinámica que implica la curación de las heridas relativas al propio sexo y culmina con una terapia psicodinámica que considera la curación de las heridas relativas al sexo opuesto122. La concepción sobre la homosexualidad que acompaña sus radicales juicios se puede apreciar en las afirmaciones sintetizadas en el prefacio de su libro, entre las cuales se cuentan las siguientes: "Nadie nace con una 60 orientación homosexual: no existen datos científicos que indiquen una base genética para las atracciones hacia las personas del propio sexo"; "Nadie elige sentir atracción hacia los de su propio sexo: son el resultado de traumas sin resolver que conducen a una confusión de género"; "Las personas pueden decidir cambiar: nadie ha nacido así"; "La homosexualidad es un desorden de atracción hacia las personas del propio sexo: no hay nada gay (alegre) en el estilo de vida homosexual. Está lleno de tristezas y, muy a menudo, consiste en una búsqueda interminable de amor a través de relaciones de codependencia"123. Junto con lo anterior, y hasta poco tiempo atrás, las propias ciencias médicas contribuyeron a disfuncionalizar las minorías sexuales, constituyendo la base propicia para la acción estatal que transformó en normas jurídicas dicha disfuncionalidad socialmente construida. En tal sentido se ha sostenido que la criminalización de la homosexualidad ha tenido lugar porque el mismo proceso de externalización la ha dictaminado como una conducta mala para la sociedad, de modo tal que la persistencia de la homofobia en las sociedades modernas está relacionada directamente con el éxito del propio proceso de "internalización" por parte de los individuos, vale decir, "la capacidad de los ciudadanos de dar por válidos los relatos, los sistemas normativos y los universos simbólicos previamente transmitidos desde los mecanismos de externalización"124. § Fundamentación histórica y social del problema del reconocimiento público de la homosexualidad. A diferencia de lo acontecido con la mujer, en que su veto presencial en el espacio público no afectó el reconocimiento social de su papel en el espacio privado, en el caso de los homosexuales se caracterizó por la ausencia de un rol funcional y social reconocido. En palabras de Vélez-Pellegrini, "...los homosexuales no sólo entran a formar parte de los mitos sobre el desafío a la naturaleza, sino que además pasan al ámbito de lo 'inservible'", toda vez que "...la ausencia de virilidad les convierte en seres inútiles para un Estado que ha industrializado la guerra y articulado la afirmación nacional a partir de la propia proyección del enemigo exterior. Así también es en los hechos percibido por la propia sociedad, puesto que su incapacidad para procrear impide el reemplazo 61 generacional y la transmisión de la propiedad, de modo tal que si la mujer es invisible en el espacio público, pero central en el espacio privado, "las minorías sexuales se verán doblemente expulsadas de uno y otro ámbito" 125. Lo anterior deja en evidencia la paradoja social y política referida al hecho de que, "al mismo tiempo que la homosexualidad es despojada de cualquier interés público, tampoco acaba del todo de ser un asunto privado, lo que se aprecia en la existencia de leyes contra la sodomía y los denominados crímenes contra natura, en que se confirma la ausencia de un espacio propio para los gays y lesbianas que posibiliten el desarrollo de su vida personal"126. En dicho contexto, se explica que la homosexualidad ha sido inherente a la lógica del secreto, al estar vinculada a la vergüenza y la culpabilidad, generando y contribuyendo al incremento de la propia dinámica homófoba127. La construcción de la realidad social respecto de la homosexualidad pasa por dos procesos simultáneos: la transmisión de una serie de preceptos normativos y de representaciones simbólicas que sancionan como buenas ciertas formas de vida colectiva y maneras de entender los mecanismos de interacción entre los individuos. En tal sentido, "la prematura homofobia institucional que impregnó la modernidad se debió en gran parte al hecho mismo de que una de las funciones del proceso de externalización fue el de dar por buena para la vida colectiva la familia —basada en la diferenciación y naturalización de las relaciones de género así como en la obligatoriedad de la heterosexualidad— y la escuela, sobre la que recayó la perpetuación de los binarismos en base a los cuales se había alzado la propia modernidad. El papel de lo político y más concretamente del Estado, ha consistido en reconocerles validez moral a efectos de bien común, asegurando el alzamiento de un sólido edificio institucional amparado jurídicamente. Al proceder a la construcción social de la realidad, los mecanismos de externalización dieron por legítimas y deseables las relaciones entre hombre y mujer y las relaciones heterosexuales como las únicas válidas, reprobando en cambio los contactos entre personas del mismo sexo"128. 62 Finalmente, el acceso a espacios considerados legítimos y legitimados por el poder político, se logra progresivamente a partir de los años sesenta del siglo XX, de la mano de movimientos sociales que abren una brecha en el cuerpo político y social, posibilitando la deconstrucción de la realidad social y los criterios dominantes, entre ellos los roles impuestos como la identidad de género y la superación de representaciones culturales y simbólicas dominantes, abriendo las fronteras (destrucción de las) entre lo normal y lo anormal129. § La comunidad homosexual y su autopercepción de la realidad contemporánea130. La cuestión no pacífica es el hecho de la manera en que se asume la homosexualidad por parte del colectivo LGBTI, toda vez que cabe considerar tres aspectos de reivindicación sucesiva y su impacto en el derecho: su naturaleza de normalidad (exclusión de la patología biológica y social); legitimidad social (exclusión y penalización de la discriminación); igualdad social (acceso de las parejas a los beneficios de la legalidad) y forma que reviste la inserción social plena (se asume como minoría y que en tal condición debe ser considerada, respetada y tutelada legalmente o reclama para sí la igualación con la mayoría, como por ejemplo demandando del Estado la provisión de lo necesario para suplir lo que en naturaleza no posee, como la fecundidad o procreación y los caracteres sexuales que no se asimilan al género). La positiva realidad contemporánea de la comunidad homosexual ha sido posible gracias al predominio cultural de la los conceptos anexos a la modernidad política, que relajó o eliminó la dependencia de los sistemas de base integrista sustituyéndola por la idea de autonomía y libertad individual, que consideró privilegiadamente la noción de ciudadanía activa, basada en la construcción del sujeto de derecho erigido en ciudadano. Lo anterior, pese a que se considera que la modernidad política concebirá y categorizará la esfera privada como "aquel espacio privilegiado de las pasiones contrarias a los intereses de una comunidad política, cuya dinámica se apoya en decisiones racionales" 131. En definitiva, será la tradición liberal que emanó de las revoluciones políticas burguesas la que acabaría reconociendo el valor de la pluralidad. En palabras de Vélez-Pellegrini, "...la 63 constitución de una esfera privada exaltará en principio un marcado lado liberador, puesto que su función estribará en impedir que el grupo o la comunidad gocen de la posibilidad de interferir en los proyectos de vida de los individuos". § Breve referencia al lesbianismo. En forma más tardía que la homosexualidad masculina y constituyendo sintomáticamente una segunda forma de discriminación a la vez por sexo y género, la situación social y el condicionamiento jurídico de las personas lesbianas ocupa un importante espacio de preocupación en la vida contemporánea. Se empieza a hablar tardíamente de relaciones amorosas y sexuales entre mujeres, entre otras razones, por las tensiones con los varones homosexuales que inicialmente consideraban que la "salida del closet" era una visión estrictamente masculina de la representación en la esfera pública, y que las lesbianas consideran que la lucha contra la discriminación de género debía priorizarse por sobre la lucha contra la homofobia, cuando en los hechos una era producto de la otra. En términos de Vélez-Pelligrini, "...esa elegida invisibilidad política vendrá a verse reforzada por su invisibilidad identitaria respecto al conjunto de las minorías sexuales"132. 6. Identidad personal, sexo y género § La noción de género. La propia identidad psicosocial da base para la postulación prioritaria del criterio que tiene al género como concepto de referencia. Conceptualmente, la noción de género se traduce en un "sentimiento de pertenecer a un determinado sexo, biológica o sicológicamente", constituyendo una condición propia de la persona confundiéndose con la identidad personal133. Debe, asimismo, distinguirse de la noción de orientación sexual, que es la preferencia sexual del individuo, la cual se establece principalmente en la adolescencia, pudiendo ser homosexual, heterosexual, bisexual contemporáneamente identificadas134. 64 y otras diversas expresiones Tal como hemos adelantado, la noción de género se relaciona con aspectos de origen social y no meramente biológicos, que aluden a lo que se espera socialmente de una persona por tener una determinada forma corporal, constituyendo una expectativa que involucra roles y pautas de comportamiento socialmente condicionados135. La teoría de género sostiene que el modo de relación entre las personas estaría basado no en el sexo biológico, sino en una "construcción" del sexo psicológico que todo sujeto realiza en una sociedad y cultura determinadas, identificada con las imágenes ideales formada de los demás. Así, el sexo biológico adquiere la connotación de algo "puramente neutro, plasmable en diferentes maneras, sin incidencia alguna en la identidad del género de la persona, el cual viene a ser susceptible de recibir distintas modalidades de inclinación. Ser hombre o mujer no depende en modo alguno del sexo, sino del modo como uno quiera situarse en una sociedad concreta en relación a la cultura y educación recibidas"136. § Sexo y género. En cuanto a la diferencia entre sexo y género, Harry Benjamin popularizó la distinción entre ambos conceptos, señalando que sexo es lo que se ve y género es lo que se siente, afirmando que la armonía de ambos es esencial para la felicidad humana. De lo anterior, se ha concluido que el género "es un concepto sociológico y psicológico, no un concepto biológico objetivo", o en palabras de Benjamin, el género es "el lado no sexual del sexo" 137. § Transexualidad. Un tema de índole distinta es la situación legal de la transexualidad, la que debe ser diferenciada conceptualmente de la homosexualidad. La persona transexual pertenece físicamente a un sexo, pero tiene el sentimiento de pertenecer al otro, razón por la cual se somete a la realización de tratamientos médicos o procedimientos quirúrgicos para lograr la adaptación de sus caracteres físicos a su identidad psicológica. En los transexuales no existe una inversión del instinto sexual, sino de la identidad sexual, por lo que no busca un reconocimiento de una opción sexual diversa, sino ser admitido y considerado 65 socialmente con el sexo que biológicamente no ha tenido, buscando las relaciones entre un hombre y una mujer y no entre iguales138. La transexualidad o trastorno de la identidad de género, posee al menos dos aproximaciones definitorias usuales. La primera, define a la transexualidad como "el sentimiento de inadecuación con el sexo biológico y una identificación constante y persistente con el sexo opuesto". La segunda, exige junto con dicho sentimiento, que exista una transformación quirúrgica o, al menos, el inicio de un proceso de tratamiento de la persona sobre la base de hormonas, que dé cuenta de la voluntad decidida e irreversible de transformación de un individuo en un miembro de otro género, legalmente validada. Se ha entendido también, que la mera transformación basada en signos exteriores, simbólica o de vestuario, corresponde a lo que habitualmente se denomina como travestismo o transformismo, pudiendo obedecer no solo a una identificación real con otro género, sino meramente a una postura contestataria o incluso a una acción artística del individuo, sin reales intenciones transicionales que conduzcan a un cambio radical139. Para su análisis en las líneas posteriores, la transexualidad se puede definir como "el sentimiento de inadecuación con el sexo biológico y una identificación constante y persistente con el sexo opuesto"140. Como fenómeno social de interés jurídico, adquiere relevancia con el inicio de las intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo a mediados de la década de 1950. Ciertas distinciones son necesarias. En primer lugar, no es lo mismo transexualismo que travestismo, por cuanto el travesti —en muchos de los casos se produce identidad de sexo y género— no busca un cambio de sexo en forma permanente, sino que satisface su necesidad de identificación personal con vestidos, gestos y/o actitudes, más o menos permanentes. En el travesti, por tanto, no se produce un cambio de género, existe concordancia entre el sexo biológico y su identidad de género, considerándose por algunos estudios más bien como una parafilia —activación sexual por medio de objetos y situaciones que no forman parte de las pautas habituales— de personas heterosexuales141. En el transexual, a 66 diferencia del travesti, se considera la existencia de una disforia que le produce un rechazo de sus órganos sexuales primarios y secundarios, motivándole a considerar no solo la adopción de los caracteres del otro sexo de forma permanente, sino también la posibilidad de someterse a una intervención quirúrgica que refuerce su decisión de obtener una reasignación de género142. En este último caso, además, se refuerza la voluntad de optar por otro sexo, del cual luego se sentirá formar parte, por el hecho de que su orientación sexual será preferentemente heterosexual, de manera accesoria a la identidad de género que adopte y sienta propia 143. Finalmente, cabe precisar una distinción entre transexualidad y transgénero. Para ello, recordemos lo ya dicho, en el sentido que género —concepto social y no biológico objetivo— es lo que se espera de una persona por tener una determinada forma corporal, involucrando roles y pautas de comportamiento socialmente condicionados. La persona transgénero es la que rechaza esta categorización, sea en un sexo o en un género, deconstruyendo el concepto de identidad masculina y/o femenina y concibiendo al género en constante proceso de transformación, sin una meta concreta que alcanzar. Asumiendo lo anterior, la persona que se asume transgénero, se considera no siempre una disforia, y su orientación sexual podrá ser lo mismo heterosexual, homosexual, bisexual, no binario o cualquier otra que la persona libremente asuma para sí. § Recepción legal de la noción de género identitario. En Chile, tras una tramitación legislativa iniciada el año 2013, se promulgó en diciembre de 2018 la Ley Nº 21.120144, que reconoce y da protección a la identidad de género. Dicha normativa legal, aún pendiente de la dictación de sus reglamentos para su entrada en vigor al momento de entrar en prensa esta obra, regula el cambio de sexo y nombre registral de una persona. Cabe destacar que, entre 1998 y 2004, a lo menos diez personas solicitaron que su nombre y sexo registral fuera cambiado, todo ello motivado por sentencias que marcaron tendencia en el sentido que para solicitar el cambio registral bastaba la autopercepción de género de la persona solicitante, sin requerir obligadamente la 67 intervención quirúrgica. Posteriormente, un promedio de ocho personas anualmente solicitaron dicho cambio, aumentando progresivamente a contar de 2013 hasta alcanzar una cantidad extraordinaria el año 2018, con 193 casos145. La ley entiende la identidad de género como la convicción personal e interna de ser hombre o mujer, tal como la persona se percibe a sí misma, la cual puede corresponder o no con el sexo y nombres verificados en el acta de inscripción de nacimiento146. Complementa la norma precedente, la precisión legal que indica que la rectificación de sexo y nombre registral, "podrá o no involucrar la modificación de la apariencia o de la función corporal atreves de tratamientos médicos, quirúrgicos u otros análogos, siempre que sean libremente escogidos"147. La ley, en su artículo 5º, reconoce como sus principios informadores, el derecho de toda persona transexual a no ser tratada como enferma, la garantía estatal de que ninguna persona sea afectada por distinciones, exclusiones o restricciones que carezcan de justificación razonable148; que toda persona tiene derecho a que, en los procedimientos seguidos ante autoridad administrativa o jurisdiccional, se resguarde el carácter reservado de los antecedentes considerados como datos sensibles149; que los órganos del Estado deberán respetar la dignidad intrínseca de las personas, emanada de la naturaleza humana, como un eje esencial de los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución Política de la República y por los tratados internacionales sobre derechos humanos ratificados por Chile y que se encuentren vigentes, debiendo toda persona recibir por parte de los órganos del Estado un trato amable y respetuoso en todo momento y circunstancia; que los órganos del Estado garantizarán a todos los niños, niñas y adolescentes la máxima satisfacción en el ejercicio y goce pleno y efectivo de sus derechos y garantías 150, pudiendo ejercer sus derechos por sí mismo, en consonancia con la evolución de sus facultades, su edad y madurez y, finalmente, que el padre, madre, representante legal o quien tenga legalmente el cuidado personal del niño, niña o adolescente deberá prestarle orientación y dirección en el ejercicio de los derechos que contempla la ley. 68 Esta normativa debe ser concordada con la Ley Nº 20.609151, conocida como Ley Zamudio, que sanciona la discriminación basada en sexo, orientación sexual e identidad de género, instaurando un mecanismo judicial que permita restablecer el imperio del derecho toda vez que se cometa un acto de discriminación arbitraria, entendiendo por tal toda distinción, exclusión o restricción que carezca de justificación razonable, efectuada por agentes del Estado o particulares, y que cause privación, perturbación o amenaza en el ejercicio legítimo de los derechos fundamentales establecidos en la CPR o en los tratados internacionales, incluyendo entre otros, aquellos que se funden en motivos como el sexo, la orientación sexual y la identidad de género152. 69 TÍTULO II EL RECONOCIMIENTO SOCIO-JURÍDICO DE LA UNIÓN AFECTIVA DE PAREJA CAPÍTULO I PAREJA, SOCIEDAD Y DERECHO 1. La persona en pareja § Noción introductoria. El ser humano tiende naturalmente a unirse en pareja, hecho que se remonta al origen de la humanidad. Si en la actualidad dicha unión podría también entenderse como una opción abierta a la voluntad de un individuo, lo cierto es que antropológicamente la naturalidad de la unión no admite prueba en contrario, aun si su base es exclusivamente la atracción sexual y la propensión instintiva a la mantención de la especie. A través de la historia, se han sucedido diversas motivaciones públicamente predominantes como fundamento de la unión de pareja, las que discurren desde la primaria atracción sexual hasta las más sofisticadas teorías ancladas en la necesidad de alianza, la pasión, el sentimiento romántico, las creencias religiosas, la búsqueda de seguridad, el interés económico y otras tantas causas, muchas de ellas concurrentes unas con otras. La atracción sexual ha tenido una importancia fundamental en la formación primaria de la pareja, pues se la considera no solo como un simple factor biológico que insta a su satisfacción, sino un acontecimiento personalista esencial para la condición de ser humano, aun cuando la búsqueda de una adecuada armonización de la vida sexual de la pareja con la institución matrimonial ha deparado más desencuentros que coincidencias en el debate doctrinario. Jurídicamente, se ha avanzado en la inclusión de la sexualidad en el ámbito privado de la persona humana, determinando la primacía de la autonomía personal y la garantía constitucional de la libertad sexual como manifestación de la libertad humana 153. 70 En la actualidad, junto a la atracción sexual en su origen, se ha buscado el fundamento de su duración en el afecto entendido en su expresión difusa como amor y en la voluntad compartida que da origen al compromiso de mantener dicha unión a través del tiempo vital, incluso cuando la atracción física se atenúa o derechamente se extingue. 2. Formas de convivencia § Formas de convivencia según el predominio de distintas visiones y valoraciones sociales. La unión de pareja, a través del tiempo y en todas las culturas, ha tenido una reconocida importancia social y un significado diferente que varía según la perspectiva desde la cual se aprecia, especialmente si se atiende a su expresión socialmente más valorada: el matrimonio. Así, en una primera aproximación general, la unión de pareja sobre la cual se concentra el interés del derecho es una relación estable de cohabitación sexual y domiciliar o territorialmente establecida, entre un hombre y una mujer, la cual es reconocida por la sociedad como una institución domiciliar y educativa de la prole que eventualmente pueda surgir. En una mirada sociológicamente más analítica, la unión de pareja matrimonial es una estructura social fuertemente influida por las visiones de los grupos de poder predominantes, y cuya pretensión es la organización de la sexualidad de varones y mujeres en función de la crianza de los hijos e hijas que pudieran nacer de esa convivencia social154. La unión de pareja también admite otras lecturas. En perspectiva filosófica, puede ser apreciada por algunas personas como un accidente en el camino de sus vidas, mientras que para otras constituye una parte fundamental del plan de vida que voluntariamente se han trazado, y al cual responden sus decisiones más sentidas. En una mirada económica, se destaca su impacto positivo en la conformación armoniosa de la sociedad, especialmente si al matrimonio celebrado se asocia un 71 régimen patrimonial de comunidad o, al menos, de distribución de los gananciales originados en la empresa común. Todos los elementos anteriores han permitido confluir en una visión social contemporánea muy compartida y valorada de la unión de pareja, cuyo sistema ideal de consolidación es el matrimonio, con un núcleo constituido por una relación personal e íntima entre los cónyuges, a la cual tiende a denominarse de forma muy amplia como afecto o, específicamente, amor. Junto a esta modalidad idealizada y privilegiada jurídicamente de unión de la pareja, coexisten otras realidades más o menos formalizadas como las uniones civiles no matrimoniales y las meras uniones de hecho, configurando una diversidad de modelos identitarios de pareja y de familia que exigen un grado mayor de flexibilidad jurídica y el reconocimiento a los individuos de la capacidad y la posibilidad legal de elegir entre distintas formas jurídicas que tutelen la relación de pareja, que consideren también de un modo más natural las formas familiares emergentes155. Tanto el matrimonio como la unión de hecho, a diferencia de las uniones sexuales ocasionales o de la mera amistad carente de significación sexual, comparten ciertos elementos comunes como la convivencia o desarrollo de unas vidas juntas, la existencia habitual de relaciones sexuales entre ambos y, eventualmente, la disposición a enfrentar el efecto procreativo fructífero de las relaciones sexuales, generando sociológicamente una familia156. Sin embargo, se diferencian en el principio de legitimación que asiste a ambas instituciones, ya que el matrimonio goza de una legitimación social y jurídica que nace en el momento de su celebración, amparando la realidad conyugal y familiar que surge de dicho acto, en tanto que la unión de hecho surge en la marginalidad social y jurídica y se desarrolla en la desprotección jurídica157. Analizaremos estas distintas modalidades de unión de pareja en los capítulos siguientes, dedicando un título separado al tratamiento del matrimonio. 72 CAPÍTULO II LAS UNIONES DE HECHO 1. Aspectos generales § Concepto de unión de hecho. Las uniones de pareja no formalizadas jurídicamente desde su origen, se denominan habitualmente uniones concubinatarias, uniones libres o uniones de hecho. Las parejas de hecho se han denominado también convivencia more uxorio o vivir maritalmente con otra persona, o relación de afectividad análoga a la conyugal158. Se pueden definir como la unión duradera, exclusiva y estable de dos personas, del mismo o diferente sexo, que poseen capacidad suficiente, y que con ausencia de toda formalidad y desarrollando un modelo de vida en comunidad como cónyuges, cumplen espontánea y voluntariamente los deberes de responsabilidad y solidaridad recíprocos, compartiendo con el matrimonio similitudes en los fines de auxilio mutuo y convivencia, y, cuando se trata de convivientes de distinto sexo, también la finalidad de procreación159. Las uniones de hecho se diferencian de las uniones sexuales ocasionales o de la mera amistad carente de significación sexual, por el hecho de la convivencia y la voluntad implícita de cierta estabilidad de la relación. Asimismo, pueden compartir con el matrimonio ciertos elementos como la existencia habitual de relaciones sexuales entre ambos convivientes y, eventualmente, la disposición para formar una familia. Sin perjuicio de sus semejanzas, la diferencia esencial de las uniones de hecho con el matrimonio y el acuerdo de unión civil, radica en la calidad del compromiso civil, que en el matrimonio se orienta a consagrar social y jurídicamente una unión perpetua, de por vida, caracterizada por la indisolubilidad del vínculo, que al menos debe ser entendida como indisponibilidad de su término por parte de los cónyuges, en tanto que en la unión de hecho y otras formas similares, la unión de la pareja 73 tiene por base de sustentación un compromiso externamente precario o el mero hecho de la convivencia. Asimismo, el matrimonio goza de una legitimación social y jurídica que nace en el momento de su celebración, amparando la realidad conyugal y familiar que surge de dicho acto, en tanto que la unión de hecho surge en la marginalidad social y jurídica y se desarrolla en la desprotección jurídica 160. Por tanto, la característica diferenciadora principal de la unión de hecho respecto de las otras dos formas de unión civil radica en la ausencia de la formalidad matrimonial, que se ha entendido reservada por el Estado para una unión que tiene su origen en un acto jurídico con caracteres diferenciadores precisos, entre los cuales destacan la unidad, la indisolubilidad entendida como indisponibilidad, la heterosexualidad y la propensión a la procreación y la fundación de una familia por decisión voluntaria en el caso del matrimonio, y la convivencia afectiva, la unidad y la suscripción contractual sin exigencia de diversidad de sexo en la unión civil. § Causas de las uniones de hecho. Respecto de las causas que provocan o facilitan las uniones de hecho, existe un número apreciable de estudios que entregan variados fundamentos para las distintas motivaciones que concurren en quienes se unen fácticamente como pareja. Algunos son de carácter social, como el temor a disgustar al entorno familiar o social inmediato, al elegir pareja en otra clase social, raza o grupo religioso, en tanto que otros son de carácter legal, al existir matrimonio precedente no disuelto. A estas causas se suman razones económicas e ideológicas, sostenidas en este último caso por quienes sustentan la búsqueda del amor libre. Parte importante de las parejas que conviven lo hacen por la imposibilidad legal o económica de contraer matrimonio, siendo este factor cada vez menos incidente en la magnitud del fenómeno, especialmente en las parejas jóvenes. La imposibilidad de contraer matrimonio de acuerdo a la ley vigente, por existir matrimonio precedente, se ha relativizado progresivamente, a la par de la introducción del divorcio vincular y de la flexibilización o la eliminación de requisitos para su celebración, en consonancia con la evolución de las valoraciones sociales 74 sobre el peso y carácter imprescindible de los impedimentos que reconocen, directa o indirectamente, una raíz religiosa o moral, como ocurre con la impotencia perpetua e incurable, la capacidad legal afincada en la pubertad y la nueva apreciación de la discapacidad. Las motivaciones de carácter legal también se aprecian en el caso de personas que optan por postergar decisiones de tipo matrimonial, ante la expectativa de eventuales beneficios derivados de una nueva regulación legal, que mejore las condiciones actuales que se aprecian como perjudiciales, tales como las pérdidas económicas excesivas derivadas o asociadas a una ruptura conyugal, como ocurriría en la regulación de la compensación económica o de pensiones desequilibradas en sus efectos. Se puede incluir entre estas motivaciones la prohibición legal de las uniones entre personas del mismo sexo. Otros casos cada vez más frecuentes, tal como ocurre en Europa, dan cuenta de motivaciones de carácter económico, entre las que se cuenta el temor de perder alguna prestación social del Estado, como ocurre por ejemplo en el caso de los montepíos o asignaciones asistenciales, o la eventualidad de sufrir un perjuicio fiscal derivado de mayores impuestos, originado en el cambio de su estado civil. O, sencillamente, que la disposición de recursos financieros de la pareja es tan insuficiente y precaria, que les impide enfrentar el estado matrimonial y sus responsabilidades anexas. Las motivaciones sociales, por su parte, se relacionan con el temor a disgustar a su comunidad de referencia, al elegir pareja en otra clase social, raza o grupo religioso. Las diferencias determinadas a partir de consideraciones de pertenencia a una clase social, así como las de raza y religión, no exteriorizadas públicamente ni menos recogidas legalmente, se mantienen implícitamente, determinando primero el margen de libertad del cual dispone el individuo para realizar su elección y, si lo anterior no es evitado a satisfacción de la familia, probablemente se traducirá en prevenciones capitulares expresadas legalmente en opciones que evitan los regímenes patrimoniales de naturaleza comunitaria y optan por los patrimonios 75 separados. Una motivación social menos gravosa pero igualmente presente, la constituyen las diferencias de edad consideradas socialmente excesivas, especialmente cuando es la mujer la que tiene mayor edad. Se pueden sumar a las anteriores otras motivaciones más complejas y de menor entidad apreciable, que pueden ser definidas como ideológicas, entre las que se incluyen filosofías que enfatizan la validez y la necesidad de la búsqueda de una relación pura161, la cautela de la libertad individual o que promueven el amor libre o no sujeto a control estatal y social, pudiendo también considerarse actos de objeción de conciencia realizados por integrantes de grupos religiosos contrarios a la específica forma de regulación del matrimonio de un determinado ordenamiento legal, que incluye por ejemplo un divorcio excesivamente abierto, a la vista de estos grupos162. 2. El problema de la regulación jurídica de las uniones de hecho § Perspectiva general histórica y debate doctrinario. La posibilidad de regular jurídicamente las uniones de hecho es un terreno no pacífico y de larga data. Así, la codificación no consideró a los concubinos, y se afirma que en esto influyó la opinión del propio Napoleón, quien en la discusión del Código Civil francés sostuvo que si los concubinos ignoran el derecho, al mantenerse deliberadamente al margen del matrimonio, el derecho, por su parte, debe también ignorarlos" 163. Asimismo, en la tradicional sociedad de base cristiana, el concubinato era excepcional, sin perjuicio que contribuyó a su existencia y extensión la propia actitud de los católicos que se negaron a celebrar matrimonios civiles, como ocurrió por ejemplo en Chile luego de la entrada en vigor de la LMC de 1884. En la doctrina las posiciones han sido fuertemente críticas de su regulación jurídica. Así, se sostenido que "...hacer objeto del derecho a las situaciones generadas precisamente por la negativa de sus miembros a soportar cualquier clase de normativa jurídica, parece un contrasentido", destacando además que si bien la 76 mayoría de quienes conviven de hecho rechazan someterse al derecho cuando inician la vida en común, no ocurre lo mismo al momento de la ruptura, evidenciando que se repelen los deberes y menos los derechos. Asimismo, se ha resaltado que no debería existir normativa de la pareja de hecho, ya que, por definición, la verdadera unión libre debe carecer de toda norma, exigencia, restricción o consecuencia, a diferencia del matrimonio en que sí existe compromiso y valor jurídico, engendrando derechos y deberes recíprocos para ambos cónyuges164. Entre nosotros, Turner destaca la inexistencia de objeciones de orden constitucional a la asunción de una política legislativa activa en torno a las uniones de hecho, toda vez que "una interpretación sistemática y racional de la voz familia en la Constitución admite que las familias no fundadas en el matrimonio cuenten con un estatuto legal propio"165. Asimismo, se destaca la existencia de una brecha histórica entre la ausencia de reconocimiento legal de las uniones de hecho y su evidente realidad social, de la cual se ha hecho cargo la jurisprudencia e incipientemente algunos intentos de regulación legal en los últimos años166. § Breve referencia a la experiencia comparada. Las experiencias legislativas contemporáneas han resaltado la importancia social de las uniones de hecho, como una realidad relevante e indesmentible. Así, la amplia legislación y experiencia de regulación comparada ofrece múltiples denominaciones, que dan cuenta tanto de la importancia del fenómeno como de su diversidad, explicada por su presencia en prácticamente todas las sociedades contemporáneas. En Alemania admite la definición como comunidad de vida, matrimonio sin certificado, unión salvaje, relación asimilable al matrimonio y relación no registrada; en Inglaterra, uniones libres, matrimonio de hecho y uniones consensuales; en Italia convivencia more uxorio, familia de hecho y familia no fundada en el matrimonio; en Francia, matrimonio de segunda clase, unión ilegítima y familia natural; en España barraganía y unión de hecho y, finalmente, en Chile, convivencias, uniones de hecho, parejas informales y, más despectivamente, concubinato, pese a ser esta la denominación legal167. En España, se ha concluido, sobre la base de recientes estudios, que "la convivencia en pareja de hecho es la opción de proyecto de vida 77 más generalizada, siempre que uno de los miembros de la pareja haya pasado por una convivencia matrimonial previa que haya resultado insatisfactoria" 168. § Breve reseña del debate contemporáneo sobre uniones de hecho en Chile. La discusión sobre las uniones de hecho y su eventual regulación tuvo un antecedente importante en 1972, durante el gobierno del Presidente Salvador Allende, quien encomendó al Ministro de Justicia, Jorge Tapia Valdés, y al coordinador de materias de derecho de familia de ese Ministerio, que recabaran la opinión de la comunidad académica para avanzar en la elaboración de un Estatuto de la Familia, entre cuyas materias se consideraba una propuesta de legislación sobre las convivencias de hecho o uniones no legalizadas, especialmente por su fuerte incidencia en los estratos económicamente bajos, adecuando así el derecho a la realidad social 169. Contemporáneamente, en el momento crítico de la tramitación de la nueva Ley de Matrimonio Civil, algunos parlamentarios plantearon derechamente la propuesta de incorporar en la ley en estudio, la regulación de las uniones de hecho y los pactos de convivencia, definidos como relaciones afectivas heterosexuales, vinculados de manera estable por un lapso no inferior a un año, de forma libre, pública y notoria170. La propuesta gozaba de apoyo social sustentado en dos bases distintas, difícilmente conciliables en un momento definitorio de la ley, ya tensionada en su tramitación por la inclusión del divorcio vincular. La primera de estas bases reconocía fuerza en la evidente realidad, que daba cuenta de un número importante de parejas y familias constituidas al margen de toda legalidad, afectadas por la discriminación legal existente entre matrimonios y meras convivencias. La segunda base, no postulada explícitamente en la presentación de la indicación, estaba ligada indirectamente con la pretensión de reconocimiento legal de las uniones de personas del mismo sexo, promovida activamente por asociaciones de homosexuales y apoyada por un sector de parlamentarios171. El proyecto definía a las uniones de hecho como la relación de afectividad entre un hombre y una mujer que conviven en pareja, de forma libre, pública y notoria, vinculados de forma estable, al menos durante un período ininterrumpido de doce meses. 78 Finalmente se estimó improcedente incluir en la LMC una forma de unión que, contradictoriamente, sustituía o excluía al matrimonio. Se estimó que jurisprudencialmente constituía la institucionalidad propia del concubinato, concluyendo en la inconveniencia de regular ambas instituciones conjuntamente, por tratarse de instituciones de naturaleza jurídica diferente172. 3. Tipos de uniones de hecho según el momento de su regulación. Distinciones básicas § Noción introductoria. Los conceptos de unión de hecho y régimen jurídico aparecen como disonantes entre sí. Sin embargo, la realidad dice otra cosa y es usual que, muchas veces de modo independiente de la voluntad de los sujetos involucrados, la sociedad proceda a regular la relación de hecho, especialmente los efectos que sobrevienen con la ruptura de la relación o, incluso, la propia relación desde su origen. Por tanto, son dos las situaciones posibles que es necesario distinguir: la regulación de los efectos de la ruptura de una unión de hecho y el régimen legal de una unión diferente al matrimonio. § Regulación de los efectos de la ruptura de una unión de hecho. La primera situación exige normar los efectos de la ruptura de la vida en común de dos personas que viven bajo un mismo techo, cuando no ha mediado un compromiso formal reconocido por el derecho, atendiendo bajo la perspectiva del interés social un conjunto de problemas emergentes de diversa naturaleza, como por ejemplo, los que se suscitan a partir del dominio de los bienes adquiridos con base en el esfuerzo común de los convivientes, por citar un ejemplo. La ausencia de regulación puede generar efectos muy negativos para aquel de los convivientes que posee una situación económica precaria y depende facultativamente de los recursos que su pareja le proporciona. La desprotección del conviviente, social y económicamente 79 más débil, también se aprecia tras el fallecimiento de uno de ellos, en que las normas de la sucesión intestada no le favorecen en lo absoluto 173. § Regulación de la unión de hecho en carácter constitutivo. Es la opción más cuestionable jurídicamente, por la negación precisamente de su carácter fáctico o de la voluntad por la opción marginal del derecho de quienes conviven libremente. Esta segunda situación, radicalmente diferente de la anterior, implica considerar la regulación de las relaciones mutuas en una pareja y de esta con terceros, constituyéndose formalmente la pareja como tal desde el principio de la unión. Jurídicamente asume la forma de una unión civil no matrimonial, cuyas características analizaremos en el apartado siguiente. § Nuestra posición. Si bien las situaciones indicadas se diferencian en cuanto a la causa que les da origen, se asimilan en los efectos que genera su término, lo que justifica la dictación de normas que, abordando los distintos supuestos expuestos, solucione los problemas de índole patrimonial que se suscitan tras la ruptura de la convivencia, agotando previamente el examen de la legislación común vigente, para despejar la posibilidad de que el recurso a estas normas no torne innecesario una regulación especial. Nuestra opinión sobre la materia es favorable a legislar sobre los efectos de la ruptura de una convivencia establecida al margen del derecho, amparada en los principios de equidad y solidaridad social, evitando de paso el enriquecimiento sin causa. Sin embargo, mantenemos una duda razonable sobre la necesidad jurídica de crear un estado y estatuto paralelo al matrimonio, no solo porque no se justifica establecer una suerte de unión de segunda clase para heterosexuales, sino también y de modo principal, porque implica imponer un rótulo social a quienes han optado voluntariamente por una unión de pareja desregulada, en legítimo ejercicio de la autonomía que el derecho les reconoce en este ámbito. Sin embargo, y dejando a salvo la reserva referida a la desregulación de la situación de quienes desean permanecer al margen de un estatuto socialmente impuesto, asumimos que el legislador no puede ignorar que la realidad del fenómeno obliga a brindarle atención jurídica, tanto por su actual magnitud como por tratarse del signo más notorio de un cambio social y cultural en torno a la pareja174. 80 CAPÍTULO III UNIONES CIVILES 1. Pactos de unión civil de la pareja. Aspectos generales § Noción introductoria. En el capítulo precedente hemos diferenciado a las uniones de hecho de aquellas uniones jurídicamente constituidas, concretamente con matrimonio y los pactos de unión civil. El pacto de unión civil, que en nuestro derecho recibe el nombre de Acuerdo de Unión Civil (AUC), denominaciones que en adelante utilizaremos indistintamente, es genéricamente un convenio que regula la convivencia de dos adultos con capacidad para contraer obligaciones, con voluntad de permanencia, normando los distintos aspectos de la vida en común. También pueden ser definidos como "la vida en común por un tiempo determinado, razonablemente prolongado y cuyo mínimo suele fijarse por la ley, que un hombre y una mujer llevan a cabo sin haber contraído matrimonio, por la que forman una familia, con o sin descendencia y a la vista de la comunidad"175. En el caso del acuerdo de unión civil chileno, además, la convivencia debe estar afectivamente motivada. En este pacto legal, se regula la convivencia de un modo parecido al matrimonio, con la particularidad de que se trata de personas que no desean o no pueden legalmente celebrar esta unión con la formalidad exigida por el derecho para la institución matrimonial. En este sentido y en una perspectiva amplia, esta figura jurídica comprende desde parejas heterosexuales que, por razones justificadas en valores y principios particulares, no desean celebrar un matrimonio de acuerdo a las normas vigentes en un momento dado, pasando por las parejas heterosexuales impedidas de celebrar matrimonio debido a la existencia de un matrimonio precedente válido y no disuelto o anulado y, finalmente, las parejas conformadas por personas del mismo sexo. Analizaremos brevemente los tres casos indicados. 81 § Diferencias conceptuales con el matrimonio. Hemos ya indicado que, en la conceptualización de las uniones de hecho, concurren diversos requisitos que las asimilan a los matrimonios, especialmente si se considera algunos de carácter subjetivo, como la capacidad, la edad mínima y la ausencia de ligamen matrimonial. La verdad es que la exigencia de requisitos como los señalados determina que la diferencia del matrimonio deviene estrictamente en una opción ideológica del legislador, probablemente atendiendo consideraciones religiosas incompatibles con una sociedad que consagra la libertad religiosa como principio informante de su convivencia. Por ello debe considerarse, además, la existencia de una relación de afectividad análoga a la conyugal, requisitos que valoren la convivencia de carácter público, su estabilidad y su continuidad preferentemente ininterrumpida. § Pacto constitutivo de la convivencia. En el pacto de unión civil se trata de la ordenación de la convivencia mediante normas jurídicas, presentes desde el inicio de la convivencia o a partir de algún momento de la convivencia ya iniciada, en ambos casos por voluntad de ambos convivientes. Estos casos llevan a la posibilidad de consagrar pactos de unión de pareja civilmente reconocidos, con las características definitorias que ya se han conocido en la experiencia comparada, como la francesa, en donde se aprecia una fuerte asimilación a los contratos, con un eje patrimonial notorio y un correlativo alejamiento de la dimensión familiar que caracteriza al matrimonio e incluso a las uniones de hecho que originan a una familia176. Esta opción adquiere connotaciones diversas, fuertemente matizadas según las visiones morales o religiosas. Algunos de sus críticos destacan que su existencia afecta al matrimonio, al erigirse paralelamente una institución que, por su eventual facilidad para concluirlo o por contemplar normas que implican criterios más relajados sobre la seriedad de los compromisos asumidos, terminará perturbando el ejemplo pedagógico de la institución en los jóvenes, que verán progresivamente desprestigiadas todas aquellas formas de compromiso de carácter duradero y estables. § Breve referencia a experiencias comparadas. Los pactos civiles de convivencia fueron inicialmente establecidos en los países nórdicos de Europa, siendo el primero 82 en regularlos el Reino de Dinamarca en 1989. Su legislación consagró un modelo basado en el sistema de registro de las parejas, acto que produce los mismos efectos jurídicos del matrimonio, con la excepción de la adopción y la potestad parental. El modelo fue replicado por Noruega (1993), Suecia (1994), Islandia (1996), Holanda (1998) y Alemania (2001), que equiparó a las uniones heterosexuales con las uniones entre homosexuales. Cabe destacar, por su influjo posterior incluido el caso de Chile, la legislación francesa que dio origen al pacto de convivencia o solidaridad, en 1999, definido como "un contrato celebrado por dos personas físicas mayores de edad, de sexo diferente o del mismo sexo para organizar su vida común"177. En Latinoamérica cabe destacar tres experiencias legislativas pioneras en la materia. En México, la Ley de Sociedad de Convivencia vigente en el Distrito Federal a contar del 16 de marzo de 2007, que define a esta forma social como, "un acto jurídico bilateral que se constituye, cuando dos personas físicas de diferente o del mismo sexo, mayores de edad y con capacidad jurídica plena, establecen un hogar común, con voluntad de permanencia y ayuda mutua"178. Se suman a la experiencia anterior la Ley de Uniones Concubinatarias de Uruguay, de 10 de enero de 2008 y, finalmente, en Argentina, la Ley Nº 26.618 publicada en el Boletín Oficial el 21 de julio de 2010, que suprimió la diferencia de sexos exigida precedentemente por el Código Civil para la celebración de un matrimonio válido, reemplazando las palabras "hombre" y "mujer" por la palabra "contrayentes", consagrando así legalmente la posibilidad de celebración de un matrimonio válido entre homosexuales. Con el correr del tiempo, sin embargo, su utilidad se vio eclipsada por la apertura del matrimonio a las parejas formadas por personas del mismo sexo, tal como ocurrió en Holanda en 2000 y en España (2005). 83 2. Caracterización y distinciones básicas de los pactos de unión civil § Noción introductoria. Los pactos de unión civil procuran ordenar la convivencia mediante normas jurídicas, desde el inicio de la convivencia o a partir de algún momento de la convivencia ya iniciada, en ambos casos por voluntad de ambos convivientes. Sus características definitorias los asimilan a los contratos, con un eje patrimonial notorio y un correlativo alejamiento de la dimensión familiar que caracteriza al matrimonio e incluso a las uniones de hecho que originan a una familia179. Cabe a su vez distinguir las siguientes expresiones. § Pactos de convivencia more uxorio entre personas heterosexuales. Algunos de sus críticos destacan que su existencia afecta al matrimonio, al erigirse paralelamente una institución que, por su eventual facilidad para concluirlo o por contemplar normas que implican criterios más relajados sobre la seriedad de los compromisos asumidos, terminará perturbando el ejemplo pedagógico de la institución en los jóvenes, que verán progresivamente desprestigiadas todas aquellas formas de compromiso de carácter duradero y estables. § Pactos de convivencia more uxorio entre personas homosexuales. Convivencia entre personas del mismo sexo. Esta opción adquiere connotaciones diversas, fuertemente matizadas según las visiones morales o religiosas y que generalmente es la forma de reconocimiento alternativa al matrimonio, en sociedades que despenalizan la sodomía entre adultos y que no aceptan la igualación de esta unión al matrimonio. 3. Uniones civiles entre personas del mismo sexo § Introducción. Al momento de analizar la justificación de los pactos de unión civil, tanto en la experiencia legislativa comparada como en nuestro ordenamiento civil, la principal motivación u objetivo del legislador ha sido brindar un cauce legal para el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo, tradicionalmente 84 excluidas de la posibilidad de celebrar el vínculo matrimonial. En razón de ello, abordaremos específicamente este tipo de uniones en la perspectiva jurídica, remitiéndonos para mayor especificidad sobre la homosexualidad al título precedente de esta obra, referido a la sexualidad. § Homosexualidad y derecho. La condición homosexual y su tratamiento jurídico ha sido uno de los temas más debatidos en el derecho contemporáneo, evolucionando progresivamente en su tratamiento legal desde la proscripción y penalización tanto de la conducta como de la condición homosexual, hasta la aceptación de la condición como una diferencia legítima y, por consiguiente, a la despenalización absoluta de las conductas antes castigadas. En la actualidad, no solo se ha producido una aceptación plena de la condición, sino que, además, la conducta jurídicamente penalizada es aquella que es susceptible de ser calificada como discriminatoria de la homosexualidad. Asumiendo el carácter de condición personal de la homosexualidad, surge ante el derecho el tema del reconocimiento de los derechos anexos a la personalidad. Si los derechos son reconocidos a la persona humana, cualquiera sea su edad, sexo estirpe o condición, no existiría fundamento para que el legislador establezca diferencias que constituyan una discriminación negativa respecto de un segmento de la población que, o ha nacido con una condición personal calificada dentro de la normalidad o que ejercita conductas que naciendo de dicha condición son igualmente legítimas y legales. La homosexualidad, en este caso, pasa a ser un problema netamente político y, consiguientemente, jurídico. La tutela legal de las convivencias entre personas del mismo sexo se ha basado en un triple presupuesto: en primer lugar, la posibilidad real de la existencia de una comunidad de vida entre personas del mismo sexo, fundada en relaciones afectivas, de asistencia y de solidaridad similares a las que se aprecian entre personas de sexo contrario; en segundo lugar, y como su derivación lógica, se ha expuesto que la ausencia de garantías para este tipo de convivientes se traduce en una discriminación ilegítima fundada en la orientación sexual, incompatible con lo dispuesto en la Ley Zamudio180; en tercer lugar, la licitud de la orientación 85 homosexual del individuo conduce necesariamente a la licitud de las acciones personales en tanto sujeto. § Las uniones entre personas del mismo sexo y la homosexualidad en el derecho chileno. El tratamiento jurídico de las conductas homosexuales o derechamente de la homosexualidad en el derecho chileno ha tenido una notoria evolución en los últimos años, cuyos hitos son la derogación del delito de sodomía entre adultos en las postrimerías del siglo pasado y la reciente aprobación legal de las uniones afectivas y convivencias entre personas del mismo sexo, materializado en la ley que consagra el acuerdo de unión civil. Sin embargo, una de las diferencias principales entre el derecho de familia chileno y otros regímenes legales extranjeros que abordan las relaciones de pareja es el reconocimiento jurídico restringido de las relaciones afectivas y de la convivencia entre personas del mismo sexo, negando hasta el momento la posibilidad legal de celebración del matrimonio en ausencia del requisito de diversidad de sexo de los contrayentes. Esta imposibilidad legal se evidencia en la mantención intacta de la definición contenida en el artículo 102 del Código Civil, el cual prescribe que el matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida, impedimento reforzado por la norma contenida en el artículo 80 de la LMC que prescribe que los requisitos de forma y fondo del matrimonio serán los que establezca la ley del lugar de su celebración. Así, el matrimonio celebrado en país extranjero, en conformidad con las leyes del mismo país, producirá en Chile los mismos efectos que si se hubiere celebrado en territorio chileno, "siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer". Tal conclusión, además, es prácticamente unánime en la doctrina181. Como consecuencia de lo anterior, el reconocimiento civil de la convivencia entre personas del mismo sexo es la forma de solución por la cual ha optado el derecho chileno, mediante la dictación de la ley que creó el acuerdo de unión civil el 28 de enero de 2015, materia desarrollada con el título denominado "El Acuerdo de Unión Civil", incluido en la tercera parte de esta obra182. 86 87 CAPÍTULO IV EL MATRIMONIO. SIGNIFICADO SOCIAL Y RECEPCIÓN JURÍDICA 1. El matrimonio en perspectiva interdisciplinaria § Noción introductoria. El matrimonio es mucho más que una regulación de las relaciones entre un hombre y una mujer. Es un estatuto legal, basado en un contrato y regulado por el Derecho, justificado por el alto interés social comprometido, por el cual vela el Estado en función del bien común. Sin perjuicio de lo dicho, una perspectiva con mayor profundidad obliga a efectuar ciertas distinciones relevantes. Por lo pronto, cabe advertir que en el concepto de matrimonio se cobijan dos nociones que, siendo usualmente confundidas o sintetizadas por la doctrina, poseen una entidad diferenciada. Por una parte, el pacto o alianza matrimonial, entendida como un acto recíproco de voluntad de los contrayentes, es el punto de partida, producido en un instante, que da origen al vínculo o estado matrimonial, el cual por su propia naturaleza perdura en el tiempo183. Si asumimos la distinción entre el acto que da origen al matrimonio y el estado que se constituye a partir de dicha acción, tras la celebración matrimonial se origina un estado de vida marcado por la convivencia conyugal, el cual se convierte en estado civil cuando es regulado por el derecho. Constituye, por tanto, objeto de interés del derecho de familia, del derecho sucesorio, del derecho de los contratos, de la seguridad social y del derecho tributario, por citar perspectivas disciplinarias propiamente jurídicas. § Pluralidad de significados del matrimonio. Sin embargo, cabe destacar la importancia social y el diferente significado específico —dentro de su importancia relativa— que se atribuye al matrimonio en las distintas miradas personales y colectivas, destacando en particular las perspectivas disciplinarias originadas en las ciencias sociales, sin excluir aquellas que tienen su origen en las ciencias 88 biológicas. La diversidad de posiciones y visiones sobre el matrimonio ocasiona un desafío importante al derecho conyugal, pues exige conciliar el bien común con las visiones particulares que la sociedad liberal admite. Esta aproximación requiere que las normas de la ley posibiliten a los individuos la elección entre distintas alternativas legales de regulación de las relaciones personales en la sociedad, evidenciando así el respeto por las convicciones más íntimas de las personas, las cuales, al ser igualmente reguladas por el legislador, permiten la posibilidad de acercarse en mayor medida al ideal de conducta deseable, prescrita por las normas morales, sociales o religiosas que la persona asume como respetuosas de su opción de conciencia184. En la actualidad, la atribución del significado del matrimonio en una sociedad plural y la determinación de la naturaleza jurídica son los ejes del debate que, revestido de discusión valórica, impregna la convivencia política y motiva adecuaciones y cambios normativos, tales como la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo185. Nos detendremos brevemente en la revisión disciplinaria del concepto de matrimonio. § Significados multidisciplinarios del matrimonio. En perspectiva sociológica, el matrimonio es una estructura social fuertemente influida por las visiones de los grupos de poder predominantes, cuya pretensión es la organización de la sexualidad de varones y mujeres en la crianza de los hijos e hijas que pudieran nacer de esa convivencia social186. En perspectiva antropológica, las familias entendidas como asociaciones intersexuales configuran procesos en los que interactúan múltiples factores, delimitando los deseos y expectativas de la pareja y brindando finalmente un significado concreto a la realidad biopsicosocial que resulta de la unión denominada "matrimonio"187. En una visión filosófica, mientras para algunas personas el matrimonio se encuentra en su camino de vida, para otras es parte fundamental del plan de vida que se han trazado. Finalmente, en un enfoque socioeconómico, se destaca el impacto positivo en términos del beneficio económico que alcanzar este estado supone para los cónyuges, especialmente si se le asocia un régimen patrimonial matrimonial de comunidad o al menos de distribución de los gananciales originados 89 en la empresa común. Lo anterior, sin perjuicio del debate abierto por quienes niegan los beneficios de la fórmula jurídica de comunidad, a propósito del aumento de las formas de regulación diferentes al matrimonio o cohabitación extramatrimonial. Desde la psicología, se destaca que con el matrimonio se produce una sucesión de cambios en la vida y la identidad de los individuos, que parte con una transformación de la relación con sus padres, no manifestada explícitamente, pero sí constatable en los códigos de comportamiento y de relación que la rigen. A partir de este cambio, cada uno de los cónyuges ya no puede pensar fundamentalmente en términos de ser hijo o hija, de sujeto que espera tener cosas, psicológicamente protegido y que puede eludir responsabilidades comunitarias y sociales fundamentales. En la nueva identidad accesoria a su nuevo estado, recibe nuevos requerimientos y privilegios. Entre los primeros, ya no es el hijo de alguien ni un recibidor, sino que, por el contrario, ahora se requiere de él y ella que sean dadores. Entre los privilegios que ahora se reconocen, el derecho a tener relaciones sexuales es el más importante, pues modifica sustantivamente la naturaleza de la inconsciente relación psicológica con los padres, determinando socialmente, entre otros efectos, que una persona casada sea considerada más adulta que otra de la misma edad que no lo esté. § Breve referencia a la motivación del matrimonio. Abordaremos brevemente una reflexión final referida a la cuestión de la motivación del matrimonio. Tal como se ha sostenido, las relaciones de pareja evidencian contemporáneamente el reconocimiento de una gran importancia a la valoración del afecto, validando paralelamente el desarrollo autónomo de la sexualidad y la existencia del amor como su base de construcción188, pese a constar que su relevancia como factor determinante de la voluntad matrimonial es de reciente data, en particular en su ya señalada manifestación romántica189. El predominio actual del factor afectivo romántico, sin embargo, ha contribuido al olvido de las circunstancias comunitarias y sociales que rodearon la importancia del 90 matrimonio en distintos períodos históricos, en los cuales, más que un asunto privado, era una materia de gran trascendencia ligada más a las necesidades colectivas que al mero interés y deseo individual del núcleo familiar básico. El origen de la institución tiende a dar cuenta de otras necesidades, cuya satisfacción constituía igualmente su causa, como la extensión de los vínculos de cooperación más allá de la limitada red familiar primaria, incrementando la fuerza laboral, la riqueza y en definitiva el poder del clan. La importancia histórica de estas causas del matrimonio se vería reflejada en las consecuencias sociales, políticas y económicas de las uniones matrimoniales, cuya máxima expresión se concretaría en la unión de las elites, sobre la base de aumentar la acumulación de los bienes y fundar alianzas políticas sobre estos lazos que, en su origen, no tenían al afecto de los futuros cónyuges sino el affectio societatis de las cabezas visibles de los clanes190. Tal es, a la vez, la fuente de la crítica sociológica marxista sobre la constitución y funcionalidad de la familia, igualmente influyente hasta el día de hoy. Pero, como sostiene Castilla Barea, en cuanto motivación, "es cierto que pueden ser variados los intereses que muevan a dos personas a contraer matrimonio entre sí, sobre todo cuando ya han alcanzado una cierta edad: estabilidad y suficiencia económica, búsqueda de un concreto estatus social, mutua compañía, apoyo psicológico y afectivo, etc. Pero de entre todas las causas que puedan contemplarse, el enamoramiento continúa siendo el gran motor que impele a las personas a contraer matrimonio"191. § ¿Crisis del matrimonio? Se ha sostenido la eventual crisis que afectaría a la institución matrimonial en su dimensión material y en su recepción jurídica civil. Una perspectiva sobre la materia la hemos desarrollado en la relación con la afirmación de una crisis de la familia, que en nuestra opinión se devuelve a la consideración crítica del matrimonio. En tal sentido, se ha dicho que entre los factores causales se encuentra, entre otros, el progreso del laicismo social, asumiendo la consideración de la influencia que en el derecho de familia de los países occidentales tuvo la sacralización de las instituciones familiares y el conjunto de creencias y comportamientos religiosos de la sociedad, actualmente desplazados por la no 91 confesionalidad del Estado y el principio de libertad religiosa. Esto ha traído la pérdida de la relevancia de este elemento moral o religioso, provocando un mayor protagonismo de la autonomía de la voluntad del individuo 192. En este sentido, Espada destaca también la evolución de la imagen de la institución matrimonial, destacando el cambio de los valores tradicionales, el predominio de la autonomía de la voluntad y los avances en la supresión de la discriminación por razón de sexo (matrimonio igualitario), cambios que también han afectado de manera esencial a la imagen del matrimonio, "sustituyéndose su idea como vínculo legal y destino para toda la vida, por la concepción como proyecto de vida en común, cuyas consecuencias se producen mientras subsista la convivencia"193. 2. Naturaleza jurídica del matrimonio § Evolución de la concepción jurídica del matrimonio. El matrimonio, en lo que respecta a la precisión de su naturaleza jurídica en Occidente, ha evolucionado a la par de las condiciones previstas para su legitimación social en cada momento histórico determinado. Desarrollaremos brevemente esta afirmación, distinguiendo la evolución de su concepción sociológica y la evolución de su concepción jurídica194. El matrimonio puede ser analizado en una perspectiva sociológica, desde la cual se desprende su especificidad como relación heterosexual, que admite las relaciones sexuales, que se ordena a la generación de la prole como un efecto natural y que recibe la legitimación comunitaria o social a través del reconocimiento formal. Por tanto, la clave para la distinción sustantiva del matrimonio radica en su legitimación social, que permite diferenciar el tipo social de esta unión del mero concubinato. La legitimación social de esta relación, a la cual se ha brindado protección jurídica, se ha producido históricamente ligada a criterios dominantes de carácter económico, de alianza social, religiosos y morales, hasta llegar al criterio de mera 92 legalidad formal, sin respecto a un cierto contenido. Este último criterio, tributario de concepciones positivistas procedimentales, ha derivado en la regulación del pacto de unión, sin referencia a un contenido específico, que se entiende liberado para su regulación autónoma por cada individuo. Los criterios específicos de legitimación social evolucionaron desde su funcionalidad con la perpetuación del culto doméstico hasta la valoración de la convivencia con ánimo de perseverar en ella en Roma, siguiendo por los nuevos criterios que aludieron a la sacramentalidad religiosa propugnados por el Cristianismo y los consiguientes requisitos ligados a esta esfera normativa, hasta llegar al cumplimiento de exigencias derivadas de la concepción meramente civil, impulsadas por la Revolución francesa y el influjo del Código de Napoleón 195. La evolución desde el carácter esencialmente religioso hasta la actual perspectiva institucional-contractual dominante, reconoce dos hitos que inciden en la determinación posterior de la naturaleza jurídica del matrimonio. En primer lugar, la desacralización del matrimonio en la Roma imperial y su carácter eminentemente práctico, centrado en la concurrencia de la affectio maritalis y de un requisito factual, la convivencia196. El segundo hito es generado por el advenimiento del Cristianismo que, por medio del derecho canónico, introducirá dos elementos determinantes para la futura concepción del matrimonio y de su naturaleza jurídica: la indisolubilidad como elemento esencial derivado del carácter sacramental, y la noción de contrato, entendido como acto emergente de una decisión libre, y no en el sentido especial provisto por el derecho civil. Abordaremos en particular este último punto, derivando el análisis de la indisolubilidad a lo ya tratado precedentemente en este mismo capítulo. La noción de contrato —en el sentido de acto emergente de una unión libre— aplicada al matrimonio fue madurada durante la Edad Media y tiene dos repercusiones directas en la precisión de su naturaleza jurídica. En primer lugar, porque asume la igualdad entre el hombre y la mujer, a diferencia de la perspectiva jurídica romana que ubicaba a la mujer en una posición jurídicamente dependiente 93 del varón. En segundo lugar, al afirmar la tesis del consensualismo como origen del vínculo matrimonial, el gran aporte histórico del Derecho canónico a la concepción compleja del matrimonio197. La complejización del concepto de matrimonio a partir de los aportes señalados y la unidad religiosa europea determinaron un período de fuerte influjo canónico, que se proyectó sin mayor contrapeso hasta el inicio del período de secularización, abierto por la reforma religiosa impulsada por Lutero que, entre otros aspectos, niega la sacramentalidad del vínculo conyugal. La Reforma protestante, junto con afectar el concepto de sociedad eclesial doctrinalmente formada y postular la separación absoluta de los respectivos ámbitos de competencia eclesial y estatal, culminaría en la asimilación del matrimonio a los negocios patrimoniales y, en particular, al contrato, el cual debía ser regulado por el Estado, a diferencia de los aspectos sacramentales, que se ubicaban indubitadamente en el ámbito de competencia eclesial. La fórmula del matrimonio entendido como contrato era sencilla y se concebía como analógica a la del contrato social por la que se explicaba el Estado198. Con la pérdida de la unidad religiosa de Occidente, se suscita el problema de la determinación de los ámbitos de competencia de los Estados y de la Iglesia, que sentará las bases para la concreción de la noción de matrimonio civil. Desacralizado el matrimonio, vale decir, al dejar de ser estimado como una solemnidad religiosa, su naturaleza jurídica será progresivamente asimilada al contrato, acentuándose esta calidad durante el período que sucedió a la Revolución francesa. A partir de este momento, mientras la trayectoria eclesiástica resiente progresivamente la asimilación del matrimonio al contrato, el derecho civil identificará naturalmente el matrimonio civil con el contrato, ahora sí en el sentido propiamente civil, con sus características estructurales y funcionales ya conocidas. Esta incomodidad canónica con la noción contractual no será del todo justa, ya que la teoría del contrato fue el vehículo técnico-jurídico con el que se logró imponer el principio consensual199. 94 La bifurcación que en materia de matrimonio introducirá el secularismo, se materializará con ocasión de la Revolución francesa, asentándose progresivamente durante el siglo XIX. El argumento clave, en materia matrimonial, será la distinción entre contrato y sacramento, así como la reserva para la competencia estatal de los aspectos contractuales del matrimonio, dejando para la Iglesia los aspectos estrictamente religiosos200. § El matrimonio en perspectiva contractualista. El matrimonio, en su consideración jurídica, "es a la vez un acto (o negocio jurídico) y un status o vínculo conyugal, pues en el mismo concepto quedan expresadas dos realidades diferentes: el momento de su celebración y el conjunto de relaciones jurídicas que con carácter permanente y estable dimanan del mismo"201. En cuanto acto jurídico, se distinguen distintas posiciones doctrinarias sobre su naturaleza jurídica. La visión contractualista establece que, sin perjuicio de la relevancia social y del significado que se le pueda atribuir desde una perspectiva religiosa, el matrimonio es un contrato en la medida que exige el concurso de voluntad de los dos contrayentes y que participa de todos los elementos esenciales de los contratos, siendo por tanto aplicable a él la teoría de la nulidad, la teoría de los vicios del consentimiento y, en posiciones más radicales, las formas de terminación, incluyendo por cierto el mutuo acuerdo de los contrayentes. La contractualización del derecho de familia implica el hecho de otorgar relevancia cada vez mayor a los acuerdos de voluntad en la organización de las relaciones familiares. "La tendencia no se reduce, pues, a los convenios que contienen vínculos obligacionales cuyo objeto es susceptible de tener valoración económica y que responden a un interés, aunque no sea económico del acreedor. Comprende, también, otro tipo de acuerdos que no son susceptibles de tener valoración económica"202. Las críticas a esta concepción jurídica han centrado sus reparos en la profusa y ramificada regulación del mismo, que constriñe en exceso la autonomía de la voluntad, como principio de la contratación, en no tener un carácter estrictamente patrimonial y por implicar una cierta manera de justificar la intervención del Estado en el matrimonio. Se responde que no es el único contrato afectado por restricciones 95 en nombre del interés público, como algunas relaciones jurídicas respecto de cuya índole contractual no se duda, y si aún subsistiera algún reparo, este puede ser definido como un contrato de derecho de familia203. Esta visión del matrimonio se ha mantenido hasta época muy reciente, expresado en la actual noción de negocio jurídico bilateral, que entiende al contrato como productor de relaciones jurídicas entre acreedor y deudor. Sin embargo, la adopción cuando no recepción en el derecho canónico de la noción de contrato aplicado al matrimonio tuvo un efecto no deseado al favorecer una visión excesivamente objetivista del matrimonio, traducida muchas veces en la relatividad del contenido de la relación matrimonial, lo que a su vez ha permitido el predominio de la ideología dominante en el legislador o simplemente el reconocimiento tácito o expreso del derecho de los contrayentes para integrarlo a voluntad. Esta situación, en definitiva, determinaría el abandono de la terminología civil de contrato por el Código de derecho canónico, sustituyéndola por la de consorcio, más cercana a la perspectiva religiosa asumida luego de la realización del Concilio Vaticano II204. Finalmente, cabe destacar en nuestro debate doctrinario algunas posturas de interés. Así, se ha sostenido que es válido considerar al matrimonio como a un contrato, pero no en los términos del artículo 1438 del CC, sino que en el sentido de enfatizar con la voz contrato "la trascendencia que tiene el consentimiento matrimonial, en esta especial convención que busca generar derechos y obligaciones no solo entre los contrayentes sino que también en relación con sus descendientes, y con proyecciones, incluso, respecto de los consanguíneos del marido o mujer, mediante la afinidad"205. La contractualización del matrimonio, se ha dicho también, expresa una tendencia que favorece la relevancia de la autonomía negocial, en que se habla de contrato no en sentido estricto, sino amplio, como sinónimo de convención, pacto, acuerdo de voluntades susceptible de producir efectos jurídicos, generando críticas favorables que destacan el hecho de dar efectos a la voluntad como el complemento necesario para el mejor desarrollo de los derechos individuales de las personas y, en contra, el peligro que implicaría para la seguridad jurídica y los intereses superiores de la comunidad206. 96 § El matrimonio en perspectiva institucional. Ya entrado el siglo XX, un sector de la doctrina reacciona contra la preeminencia de la perspectiva contractualista, que juzga profundamente errada tanto por su concepción como por sus efectos, sosteniendo que el matrimonio no es un contrato, sino una institución, es decir, una situación jurídica, cuyas normas están fijadas anticipadamente por el legislador, independientemente de la voluntad de los interesados, a la cual adhieren los contrayentes, toda vez que la característica más sobresaliente es la idea de obra a realizar de un grupo social determinado207. En esta concepción, los interesados son libres para consentir en el matrimonio y otorgar su adhesión a dichas normas, pero una vez que este es celebrado, los efectos de la institución se producen automáticamente, con lo cual la relación matrimonial no podrá ser variada, interrumpida o concluida, ni aun en el supuesto de concurrencia de las voluntades de ambas partes208. El rol de la voluntad se restringe a la adhesión a un proceso institucional iniciado, luego de lo cual la voluntad es impotente para modificar los efectos de la institución, los que se producen automáticamente209. Sobre esta base, el vínculo matrimonial deja de ser una relación contractual en sentido estricto, para adquirir los caracteres de una extendida red de prerrogativas, facultades, potestades, cargas y deberes. Como se ha sostenido, el matrimonio "es un instituto de orden público, porque el interés que en él se tutela no es el particular o individual de quienes lo forman, sino un interés superior. El de la familia; siendo ésta la célula de la sociedad, el matrimonio es también de orden y trascendencia social y ya no meramente privado"210. El matrimonio, en esta perspectiva, puede considerarse un conjunto de reglas impuestas por el Estado, al que los individuos sólo adhieren, sin posibilidad de modificarlas, y en que los efectos no dependen de su voluntad sino del Estado. En este sentido, serían normas de derecho público y, por tanto, no disponibles211. La justificación de la postulación del carácter institucional del matrimonio radicaría en fundar con solidez la exigencia de indisolubilidad212. 97 Sin perjuicio de lo anterior, la alternativa entre contrato e institución desaparece cuando se realiza la distinción entre el acto de celebración del matrimonio y el estado familiar constituido por dicho acto, si aplicamos la distinción canonística tradicional213. El hecho de que los efectos del convenio sean establecidos por la ley, no es impedimento para que se les reconozca un carácter contractual, toda vez que el contrato no sólo existe cuando la autonomía de la voluntad es ilimitada o ampliamente admitida por un ordenamiento. Por ello, no habría objeción para calificar al acto de constitución del matrimonio como un contrato, o negocio jurídico bilateral si se prefiere, pues al igual que los contratos de naturaleza patrimonial incluso, los requisitos que establece la legislación civil para su validez son plenamente aplicables. Sin embargo, las complejidades que involucra la aplicación y su asimilación civil generan resistencia en la doctrina, derivada de la diferencia establecida entre el consentimiento generador del acuerdo y el acuerdo mismo, evidenciando así la dificultad para acercar este criterio a la creación del matrimonio y a su perdurar en el tiempo214. En cambio, respecto del estado de vida en pareja o familiar que se constituye a partir del matrimonio, concebido a su vez como acto jurídico, sí es posible y necesario referirse a él como una institución social, fundada en el consentimiento de las partes215, involucrando la regulación del soporte económico de la nueva comunidad y las relaciones entre sus miembros216. Esta teoría ha tenido aceptación en parte de la doctrina española, que considera al matrimonio como un contrato, convención o negocio que crea la institución. Asumiendo esta naturaleza del acto constitutivo, el estado matrimonial que nace del momento constitutivo, bien podría ser calificado como una institución, amparada por el derecho civil. Sin embargo, la relevancia del consentimiento en el matrimonio civil ha dado pie para reiterar la adhesión a la doctrina contractualista, afirmándose que se ha colocado la causa eficiente del matrimonio en el consentimiento, optando por la naturaleza consensual del mismo, en línea con la solución de la doctrina medieval217. 98 Pese a lo anterior, la doctrina mayoritaria considera que la naturaleza jurídica del matrimonio es la de ser un negocio jurídico bilateral, o más precisamente un negocio jurídico de derecho de familia, que califica el acto constitutivo del matrimonio y está formado por "la concorde voluntad de los contrayentes expresada en las declaraciones que emiten, dirigidas a unirse en matrimonio"218. Esto último, "por cuanto la doctrina como la jurisprudencia, con motivo de la reforma de 1981, se han acercado con menores reparos y cautelas al régimen del matrimonio entendido derechamente como negocio jurídico"219. El carácter particular de este contrato se aprecia, entre otros aspectos, en la insuficiencia de la mera voluntad de los contrayentes para deshacerlo, en la intervención de la autoridad pública para validarlo jurídicamente, la intervención del juez en la declaración de disolución, la restricción de los vicios de la voluntad al error y la fuerza y la posibilidad de celebrar válidamente el contrato por parte de menores de edad. La discusión sobre el carácter institucional del matrimonio, y la consiguiente crítica a la concepción contractual, ha ocupado un permanente espacio en la doctrina y en la jurisprudencia, comprendiendo diversos argumentos. En este sentido, según la doctrina expuesta por Savigny, el matrimonio no es un simple contrato, ya que en él tienen origen relaciones jurídicas permanentes que no interesan exclusivamente a los individuos que lo celebran, sino que afecta y por tanto interesa a la comunidad inmediata de los individuos involucrados y se proyecta a la sociedad entera, al igual que los efectos de su terminación. Otra perspectiva centra la atención en la particularidad de que la capacidad exigida para celebrar el matrimonio es distinta de la que se requiere para celebrar los demás contratos, las obligaciones a que da nacimiento no dependen, como las que crean los demás contratos, de la voluntad de las partes, ni depende de la voluntad de estas poner término a sus efectos 220. Finalmente, la naturaleza contractual no brinda explicación plausible a características propias del matrimonio, como la perpetuidad y la indisolubilidad. 99 § Otras perspectivas sobre la naturaleza jurídica del matrimonio. La naturaleza jurídica del matrimonio ha motivado también la explicitación de otras explicaciones y teorías. Desde un punto de vista estrictamente jurídico, la legalidad del matrimonio es "el estado de dos personas, de sexo diferente, cuya unión ha sido consagrada por la ley"221. Sin embargo, en la perspectiva privada de considerarlo un acto perfeccionado por los contrayentes, existe la postura que lo considera un contrato y aquella que lo considera como algún tipo de convención jurídica pero no un contrato222. Un sector le atribuye caracteres públicos, toda vez que lo considera un acto del Estado, quien constituye el matrimonio sobre el presupuesto de la voluntad concurrente favorable de los cónyuges, sin la cual no podría existir, pero reservando la calidad de acto jurídico unilateral del estado, quien lo constituye a través de la declaración del oficial de registro civil. Este consorcio entre el Estado y los contrayentes implica que, dado que aquí juegan los intereses de los contrayentes y del Estado, aunque prepondera el de los contrayentes, es el Estado a través del funcionario del Registro Civil, el que une a las partes en matrimonio, tesis que tendría cierto fundamento en el art. 18 inciso 2º de la LMC223. Sin embargo, dicho fundamento se desvanece, por cuanto el Registro Civil cumple una función registral y publicitaria del acto jurídico, y en caso alguno lo constituye. Con alguna variante, a estimar que lo constituyen los esposos y la voluntad del oficial civil (Ruggiero), ninguna de las dos concita mayor apoyo en la doctrina. También se ha asimilado a una sociedad, calificando a los cónyuges como copartícipes de una común suerte y unión solidaria, tesis que ha sido criticada por limitar el matrimonio a la consecución de un cierto fin que, una vez alcanzado, justifica su terminación, como por ejemplo la crianza de los hijos. Finalmente, otras opiniones han expuesto que es insatisfactorio asimilar el matrimonio a cualquier concepto jurídico, por lo que se ha postulado calificarlo como una realidad sui generis, única y, por tanto, incomparable224. 100 § Naturaleza jurídica del matrimonio en el derecho chileno. Nuestra posición. En el derecho civil chileno, el Código Civil emplea la expresión "contrato", en términos explícitos, con lo cual no se admite la posibilidad de duda respecto al sentido y alcance eminentemente civil del matrimonio. Sin embargo, profundizando en la significación del matrimonio en el contexto del Código, en cuanto contrato, es de orden público y de adhesión, ya que las partes no establecen libremente las condiciones y efectos del contrato, su celebración implica consentir en su ejecución y elegir los contrayentes, pero no se puede expresar opinión ni siquiera respecto de sus efectos fundamentales, con lo cual al menos la disponibilidad que derivaría de la autonomía privada estaría bastante relativizada 225. En razón de ello, es más preciso calificar al matrimonio como un contrato en sentido amplio, es decir, como acto nacido de la voluntad de dos personas y reglamentado por la ley civil 226. Lo dicho aplica al matrimonio entendido como acto jurídico en el cual se presta el consentimiento matrimonial. Sin embargo, el estado matrimonial que tiene lugar entre el acto jurídico que constituye jurídicamente el matrimonio y aquel que declara su extinción pierde las características contractuales expresadas en la disponibilidad abierta a los cónyuges, adquiriendo los caracteres propios de una institución, que apunta claramente a sustentar y reforzar la función familiar que justifica el favor iuris del que goza el matrimonio. El matrimonio, como estado, es una comunidad originada en el matrimonio como pacto de unión y acto jurídico, que integra a los cónyuges en una misma vivienda y que tiene vocación reproductiva, produciendo el resultado de la existencia de hijos comunes, naturales o adoptados, proyectándose sobre cuestiones de índole personal y económica. "Calificado el matrimonio por las notas de convivencia y solidaridad, abarca temas tan variados como la perdurabilidad de la unión, los deberes y derechos sobre los hijos, las cargas y obligaciones comunes que hay que levantar y la titularidad de los patrimonios respectivos o conjuntos" 227. 101 3. La concepción religiosa sobre el matrimonio § Noción introductoria. La importancia de las creencias religiosas en la concepción del matrimonio queda evidenciada en la evolución histórica del derecho matrimonial, que se ha caracterizado por el fuerte influjo que en el desarrollo de sus instituciones han tenido las principales religiones, reconociéndose en sus normas hasta el día de hoy diversos preceptos propios de la fe religiosa. Así queda de manifiesto desde la antigua ceremonia de los hebreos que exige un contrato matrimonial o ketubah, pasando por la confarreatio o forma sacra de conclusión del matrimonio en el derecho romano, hasta el derecho canónico que consideraba ya a contar del siglo X al matrimonio como un sacramento y no tan solo un mero contrato 228. § El matrimonio en el cristianismo. En Occidente, entre los siglos XI y XVI, la Iglesia católica ejercerá el monopolio sobre el matrimonio y desarrollará fuertemente el derecho matrimonial canónico, siendo luego afectado radicalmente por la Reforma protestante, que negará el carácter sacramental al matrimonio considerándolo un asunto terrenal, sujeto a la autoridad secular. Así, dependiendo del reconocimiento o rechazo de este carácter por parte de una iglesia determinada, dependería también la competencia estatal para su regulación, incluyendo aspectos relevantes como la disolución del vínculo229. La consecuencia de la progresiva aceptación de las tesis luteranas fue la distinción de las competencias estatales y eclesiásticas, proceso que culminaría por radicar en el ámbito de la Iglesia todo lo referente a su carácter o significación sacramental, en tanto que reservaría para la esfera del Estado, la regulación de su carácter contractual. El problema, resuelto políticamente en Alemania con la Paz de Westfalia230 y pese al intento del Concilio de Trento para retomar la perdida unidad, determinó la división del cristianismo en Occidente hasta nuestros días y la configuración de dos cuerpos doctrinales diferentes sobre el matrimonio231. En Inglaterra, Enrique VIII y los reformadores ingleses transforman a la Iglesia católica en la Iglesia anglicana, suceso que tuvo entre otras consecuencias, que las facultades de los tribunales eclesiásticos en materia de Derecho de familia, fueran 102 transferidas a los tribunales civiles ingleses y al Parlamento. En 1753, el Parlamento aprobó el Hardwick's act, la cual dispuso que todos los matrimonios fueran celebrados en conformidad con las normas de la Iglesia de Inglaterra, implicando en consecuencia que todo matrimonio debía ser anunciado previamente a su celebración, que los contrayentes deberían contar con una autorización o licencia matrimonial y que la ceremonia de celebración —en sentido estricto— debía ser presenciada por dos testigos. El derecho matrimonial inglés fue aplicado también en las colonias americanas y, posteriormente, por Estados Unidos. En Europa, la Revolución francesa trae consigo la noción secular del matrimonio, que se expresará en la idea del matrimonio como un contrato civil, cuyos requisitos y formas debían ser dispuestos competentemente por el Estado, en forma autónoma de cualquier religión. La suma de influencias de las iglesias reformadas, de la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y su valoración de la libertad religiosa, de la ilustración laicista y finalmente del liberalismo decimonónico, terminarían por configurar un cuadro adverso, para la concepción matrimonial en los Estados de predominio católico en Europa meridional y, especialmente, en Hispanoamérica 232. Como consecuencia de lo anterior, la Iglesia debió progresivamente asumir cambios derivados de la mayor hegemonía de las ideas liberales y de concepciones laicas, las que derivaron en la definitiva juridización secularizadora del matrimonio, cuyos efectos, positivos o negativos, se advierten hasta nuestros días. § El matrimonio en la Iglesia católica: aproximación introductoria. En el caso de la particular de la Iglesia católica, el matrimonio de dos personas que profesen la fe católica romana y que pretendan dicho reconocimiento, se rige por el Código de Derecho Canónico233. En esta perspectiva, el matrimonio cristiano, según la doctrina de la Iglesia católica, destaca por el reconocimiento de ciertos elementos y propiedades que le brindan su validez y resguardan su significación religiosa, al igual que la motivación de los contrayentes y los fines perseguidos. En los párrafos siguientes revisaremos algunos de los aspectos que los caracterizan, a la luz de las 103 interpretaciones y cambios introducidos a la concepción del matrimonio a partir del Concilio Vaticano II. • Relevancia esencial del consentimiento. El matrimonio cristiano brinda gran importancia al consentimiento, se destaca su importancia "no sólo el consentimiento como acto regularmente formado, sino la dimensión causal que presentan los sujetos que consienten al entregarse, en todas las dimensiones implicadas en su ser hombre y mujer"234. • La unidad en el matrimonio católico. El derecho canónico reconoce la unidad como propiedad esencial del matrimonio, considerando Bañares que a partir de la afirmación del canon 1056, las propiedades indicadas, de carácter esencial, son propias del matrimonio natural y no solo del matrimonio sacramental católico, destacando que pueden existir otras propiedades no esenciales del matrimonio, sin que el carácter no esencial le reste a priori importancia relativa235. • La indisolubilidad del matrimonio católico. La indisolubilidad ha sido, sin duda alguna, el fundamento de la oposición al divorcio que ha sostenido la Iglesia católica, en cada caso histórico en que se ha abierto el debate sobre su legalización. Mirado en términos positivos, la Iglesia ha vinculado activamente la defensa de la indisolubilidad del matrimonio con la defensa de la institución matrimonial en sí misma236. En la perspectiva eclesial, la indisolubilidad, junto con la unidad, constituye una de las propiedades esenciales del matrimonio, refrendado en tal sentido por el canon 1056. La indisolubilidad se concibe como la prolongación en el tiempo de la unidad, no pudiendo interrumpirse este vínculo ni por la voluntad de los contrayentes ni por la intervención de una autoridad humana, salvo por la muerte y otras circunstancias excepcionales que prescribe el Derecho canónico 237. La doctrina católica, en aval de la indisolubilidad, aduce la relación existente entre la referencia del Génesis a la unidad de la carne y la confirmación implícita brindada por Jesucristo al rechazar el repudio238, entendiendo que la indisolubilidad es una propiedad del matrimonio impuesta por el derecho natural y un requerimiento del carácter sagrado del matrimonio y de la familia. Esta última interpretación es la que 104 fundamenta, en la visión católica, la defensa de la indisolubilidad en una sociedad secularizada, posición cuyo fundamento es reafirmado por el Magisterio originado en el Concilio Vaticano II239. La indisolubilidad junto con la unidad son atributos esenciales y comunes a todo matrimonio, doctrina que se fundamenta no solo en la ley divina expresada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, sino también en la ley natural. • Motivación del matrimonio. En el derecho canónico preconciliar, destaca el ius in corpus como causa del matrimonio, superada por la concepción personalista del matrimonio asumida por el Código de Derecho Canónico actualmente vigente, que exige abarcar las personas de los cónyuges. En particular, se debe resaltar que lo que tipifica el consorcio totius vitae es la mutua entrega y aceptación de los cónyuges en sus cuerpos y almas, lo que determina que la causa es norma y es hecho conyugal, permitiendo establecer que el compromiso de la mutua entrega personal conforme a la ley es lo que determina cada matrimonio concreto, brindando así nueva justificación al consentimiento240. Sin embargo, pese a su relevancia histórica, en la actualidad los otros motivos indicados no adquieren la importancia cualitativa y cuantitativa que suele reconocerse al amor, en su dimensión sexuada interpersonal. La satisfacción de necesidades preferentemente materiales que se vinculan al deseo de ayuda que experimenta un individuo respecto de otro, tanto en forma activa o pasiva, concuerda naturalmente con otros vínculos, también de naturaleza contractual o expresada contractualmente, pero no con el matrimonio. Finalmente, cabe destacar que, a partir del Concilio Vaticano II, se reconoce extraordinaria importancia al amor conyugal en la densa fórmula "comunidad de amor", texto que intenta "ensalzar la fusión de los cónyuges en una íntima unión de amor que se verifica en el matrimonio"241. • Ordenación de los fines matrimoniales. El Código de Derecho canónico de 1983 no contiene la distinción tradicional entre fines primarios y secundarios, o más correctamente su ordenación jerárquica, contenido originalmente en el Código de 1917. Así, la ordenación de los fines matrimoniales en la concepción católica vigente prioriza la vida en común sobre la base de la consideración del iter lógico de la 105 evolución constitutiva de la vida en pareja, constituida por la convivencia, la procreación y la ayuda mutua. Marca así una clara diferencia con los postulados tomistas recogidos tempranamente por el derecho canónico, que establecían la jerarquización encabezada por la procreación como finalidad primaria. Siguiendo el marco de Gaudium et Spes, el canon 1008 dispone que la alianza entre el varón y la mujer, "por su índole natural, está ordenado al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de la prole", superando la preeminencia de la procreación y la consiguiente supeditación o, si se prefiere, postergación de la mirada personalista centrada en el bien de los cónyuges. Desde un punto de vista cristiano, el matrimonio adquiere así su verdadera significación en cuanto es amor a otro, y en la medida en que los cónyuges son una unidad, en el amor a los frutos 242. Por eso, "aunque pueda llegar a faltar la prole, tantas veces ansiosamente deseada, no por eso el matrimonio deja de existir como institución y comunión de vida y conserva su valor y su indisolubilidad"243. § El matrimonio religioso en el Judaísmo. La fuente del matrimonio es la Ley, referida al conjunto de normas por las que se regula la vida judía, siendo su fuente fundamental los cinco libros que contienen la ley escrita que Dios entregó a Moisés, conocida como Pentateuco. Junto con la ley escrita, se ha entendido progresivamente en el tiempo que también existe una ley oral, entregada a Moisés en Sinaí, en tanto que la discusión y administración de la ley judía por parte de sabios de diversas academias fue recogida en el Talmud. En cuanto a la fundamentación religiosa del matrimonio judío, se sostiene que la Biblia ordena la necesidad para la raza humana de reproducirse con el fin de asegurar su continuación, lo que explica que el primer mandamiento de la Escritura sea "procread y multiplicaos" (Gén 1,22), el que se satisface con el matrimonio. Existen dos etapas en la celebración del matrimonio. La primera corresponde a los esponsales o erusim, ceremonia en la que una mujer se promete como la mujer del que la desposa, la cual debe realizarse ante testigos, 106 pudiéndose pactar de tres maneras: por dinero, por documento escrito o por relación sexual. "Según la ley judía, los esponsales no suponen relaciones matrimoniales, cada una de las partes puede retractarse de la promesa de matrimonio. Sin embargo, una parte ofendida puede reclamar el reembolso de cualquier pérdida sufrida y pedir una compensación. Es costumbre redactar los términos de los esponsales en un documento llamado tanaim, que especifica las indemnizaciones a pagar por la parte que no cumpla"244. La segunda etapa, el matrimonio en sentido estricto o nissuim, "implica llevarse a la mujer a la casa con el fin de llevar una vida marital. Hasta el siglo X, en el que la monogamia llegó a ser legalmente obligatoria, los judíos practicaron la poligamia. En el judaísmo moderno el matrimonio continúa siendo un ideal social moral y religioso"245. En el judaísmo, históricamente los matrimonios religiosos mixtos han sido condenados por llevar a la idolatría y la apostasía, negándose hasta el día de hoy los rabinos ortodoxos a oficiarlo, en tanto que los rabinos más progresistas, particularmente en EE. UU., han oficiado matrimonios mixtos solo en las últimas décadas246. Respecto del adulterio, la ley judía considera como tal la acción de sostener relaciones sexuales entre una mujer prometida o casada y un hombre que no es su marido, excluyendo de esta figura la relación sexual entre un hombre casado y una mujer soltera, pues no se la considera técnicamente adúltera. El adulterio se encuentra prohibido en el decálogo, prescribiéndose como sanción en la antigüedad la muerte, aunque parece que en la práctica el adúltero tenía la posibilidad de pagar una compensación en su lugar247. Contemporáneamente, según la ley rabínica, a una mujer que comete adulterio se le prohíbe tener relaciones sexuales tanto con su marido como con el adúltero. Si se trata de la mujer de un sacerdote, se le prohíbe también, aunque el acto sexual se haya cometido contra su voluntad. La ley judía prescribe un elaborado procedimiento para determinar si una mujer sospechosa de cometer adulterio es culpable. Los hijos de relaciones adúlteras "son considerados mamzerim y como consecuencia sufren determinadas desventajas ante la ley judía"248. 107 Los matrimonios que sean celebrados conforme a la ley judía sólo pueden ser disueltos por la muerte de uno de los cónyuges o por el divorcio obtenido en conformidad con el derecho judío. De esta manera, si un hombre y una mujer han contraído matrimonio según la tradición judía y luego deciden disolver su matrimonio conforme a ella, deberán acudir al divorcio religioso o repudio, en cuyo caso el marido deberá entregar un documento a la mujer, denominado guet, y esta debe recibirlo. "Se trata de un acto estrictamente personal y privado —como lo es también la celebración del matrimonio judío— a diferencia del divorcio civil, en el que son el juez o la autoridad competente los que disuelven el matrimonio"249. Si el marido, por cualquier causa, rehúsa entregar el guet a su esposa, el derecho judío no contempla ningún medio para obligarle a hacerlo o para suplir su voluntad, por lo que la eficacia civil del guet en un Estado determinado depende del sistema matrimonial vigente"250. El otorgamiento del guet solo corresponde al marido, sin expresión de causa, ya que si bien en algunos periodos históricos se justificó en una causal, estas tenían naturaleza moral y su ausencia no afectaba la validez del acta de repudio. Sin perjuicio de lo anterior, sí concurren ciertas circunstancias que condicionan la procedencia del divorcio, a saber, que el hombre haya acusado falsamente a la mujer de tener relaciones sexuales antes de los esponsales o que haya sido obligado a casarse por causa de una violación precedente al momento del matrimonio. La mujer no puede repudiar a su cónyuge, sino que, solo en circunstancias muy excepcionales251, podría solicitar al tribunal rabínico que ordene al cónyuge a entregar el guet, aun cuando no tiene imperio para obligarle a cumplir con esta petición y el recurso a los tribunales civiles para obligar al marido se considera una compulsión inadmisible, salvo que la sentencia del tribunal civil ordene cumplir una decisión previa del tribunal rabínico que no lleve aparejada la amenaza de sancionarlo económicamente. Esta evidente desigualdad fue aminorada de manera 108 relevante al exigir en nuestros días la voluntad favorable de la mujer, ya que el matrimonio no se disolverá en tanto ella se niegue a recibir el guet252. § El matrimonio musulmán. A diferencia de las normativas legales civiles, mercantiles, penales e incluso constitucionales, la regulación de los asuntos referidos a la familia —la única agrupación basada en lazos de sangre o afinidad reconocidos por el Islam— en la mayor parte de los países árabes islámicos se basa en el derecho islámico, determinando para sus normas un notorio carácter religioso253. El derecho islámico obliga a todo musulmán a obedecer sus preceptos de modo bastante rígido, pero admitiendo ciertas adecuaciones circunstanciales. Sus fuentes principales, además del Corán, es la sunna o costumbre basada en diversas compilaciones piadosas, en las que se relata lo que dijo, hizo, o consintió Mahoma, sin hacer sobre ello comentario254. Las otras fuentes son el consentimiento de la comunidad musulmana (iyma), y la analogía (qiyas), razonamiento y deducción, cuando no haya aleya propia en el Corán, ni sunna ni consentimiento de la comunidad255. El derecho islámico, pese a tener una matriz común, admite múltiples diferencias derivadas no solo de las distintas escuelas islámicas, sino también de la sociedad en que impera, reflejadas igualmente en diferentes derechos nacionales, con caracteres propios, como ocurre con el código marroquí —Mudawana— que se mantiene fiel a la interpretación del derecho musulmán clásico de la escuela Malekita; o como el caso de Argelia cuyo código de familia es fiel a la tradición y más apegado a la sharía; o el caso de Túnez, que ha modernizado su legislación y el código del estatuto personal, estableciendo la igualdad entre los cónyuges, prohibiendo la poligamia y consagrando un divorcio obligatoriamente judicial a partir de la reinterpretación de la sharía. En todos los casos la adopción no está permitida por razones fundamentalmente religiosas256. Los denominados "Códigos de estatuto personal" son la parte del derecho musulmán nacional que aborda el conjunto del derecho de familia, conteniendo el régimen del matrimonio y el divorcio, la patria potestad y en general la filiación, 109 incluyendo en algunos casos, además, la regulación de la sucesión por causa de muerte, la obligación de alimentos entre parientes, la sucesión testamentaria o "ab intestato" y las donaciones "inter vivos"257. Respecto del matrimonio, en su fase de acto jurídico, la doctrina clásica lo ha definido como un "contrato de derecho privado por el que un hombre recibe el derecho exclusivo sobre una mujer mediante la entrega de una cantidad convenida"258, a lo cual se sumaba la obligación por parte del marido de la "nafaka", es decir "los gastos de manutención, vestido, etc., de la mujer, sin embargo dicha obligación no se incluye en el matrimonio como elemento esencial, de manera que un matrimonio contraído bajo condición de que la esposa habría de vivir a costa de sus propios bienes (liberando al marido de la nafaka) sería un matrimonio válido, y dicha condición, nula"259. Como estado, es decir, in facto esse, se ha definido el matrimonio musulmán como "la unión originada por el contrato de un hombre con una o más mujeres simultáneamente con carácter de permanencia normal" 260. Actualmente, se ha definido como un contrato por el que un hombre y una mujer se unen para una vida conyugal común y duradera. La naturaleza del matrimonio si bien tiene base religiosa al obedecer a un mandato coránico (Corán, Sura XXIV, 32 y Sura XXX, 30), su rasgo fundamental es "ser un contrato civil que regula la unión entre el hombre y la mujer abarcando las relaciones personales, filiales y económicas", y, como todo contrato, puede rescindirse por voluntad de las partes. No tiene, por tanto, naturaleza religiosa, y si, según los usos o las costumbres, con ocasión del matrimonio se recitan plegarias, éstas no constituyen elementos del contrato, que como tal, es puramente civil261. Un aspecto controversial sobre su naturaleza es la asimilación civil del contrato matrimonial a la compraventa, en que se trazan en paralelo criterios aplicables a su generación y extinción, en que se sostiene que el matrimonio sería un negocio jurídico con los parientes de la mujer, "siendo más que un convenio entre los futuros esposos, un contrato sinalagmático entre los designados por la ley o por costumbre para concertarlo en propia persona, siendo otros quienes resultan casados" 262. 110 El matrimonio islámico se caracteriza por su naturaleza contractual, por el elemento de pluralidad de contrayentes (poligamia) y la dote. El matrimonio islámico es un contrato concluido a perpetuidad aunque sea disoluble y debe ser perpetuo, aunque coránicamente sea posible romper el vínculo. El matrimonio temporal es nulo. A diferencia del matrimonio cristiano, el matrimonio islámico no incorpora el elemento de unidad, pues la poligamia es admitida en su expresión de poliginia, toda vez que constituye un privilegio del varón, basado en el Corán263 (Sura IV, 3), quien puede celebrar matrimonio en forma simultánea hasta con cuatro mujeres. El impedimento de ligamen solo existe respecto de la mujer, siendo relativo en el caso del varón, aunque se ha reformado progresivamente su carácter absoluto, introduciéndose en algunos ordenamientos civiles la exigencia de consentimiento de la primera esposa o la autorización de una autoridad religiosa, pudiendo incluso ser excluida la posibilidad de la poligamia por medio de un pacto prematrimonial, tal como ocurre en Marruecos264, o introduciendo derechamente su prohibición por medio de una ley, como ocurre en Túnez265. Desde una perspectiva estrictamente religiosa, el Corán limita la poligamia, pues impone como condición al hombre polígamo, brindar igualdad de trato a todas sus mujeres, lo que en un sentido objetivo le exige dar el mismo trato material a todas, por lo que si no puede comprometerse a mantener más que a una, ese será su límite266. En términos de la filiación, los hijos nacidos tanto de un matrimonio como de un concubinato, son igualmente legítimos, pero solo respecto de la madre. Se consideran ilegítimos todos los demás, como los surgidos de una relación esporádica o reiterada, que no implique convivencia. En cuanto a los fines del matrimonio, estos no son expresados directamente en el Corán, pero la doctrina posterior los ha configurado como ventajas del matrimonio, resaltando la perpetuación de la especie mediante la procreación, la legitimación de las relaciones sexuales entre los cónyuges evitando la promiscuidad del varón, a quien se le reconoce la posibilidad de comprar una esclava y convertirla en su 111 concubina, o contraer matrimonio con una mujer y hacerla su esposa. La doble cualidad de amo y marido, en todo caso, hace rescindible el matrimonio 267. El matrimonio islámico exige condiciones de validez, referidas a la capacidad, el consentimiento, la existencia de un tutor matrimonial y las formalidades, consistentes en la entrega de la dote y la presencia de dos testigos honrados. Si no han testificado en el momento del contrato, este no podrá consumarse hasta que lo hayan hecho268. La capacidad de los contrayentes implica la ausencia de impedimentos. En general, toda persona con plenas facultades mentales y que haya alcanzado la pubertad puede casarse, dificultándose en la actualidad el matrimonio entre menores. Algunas personas lo tienen prohibido, de manera absoluta como en los casos de consanguinidad, afinidad y lactancia (nodriza por 24 meses); o relativa, como en los casos de afinidad colateral, continencia legal de la mujer, impedimento de repudio irrevocable e impedimento religioso (la mujer musulmana solo puede contraer matrimonio con un musulmán, en tanto que el hombre con una cristiana o una judía, pues la religión de los hijos será la del padre)269. Respecto del consentimiento, el contrato matrimonial se concluye por la oferta y la aceptación de las partes ante la presencia de dos testigos270. En el matrimonio islámico concurre un doble consentimiento para su validez, a saber, el de los contrayentes y el de un tutor matrimonial denominado wali, exigido siempre para la mujer y excepcionalmente para el hombre271. El consentimiento no está sujeto a plazo ni a condición suspensiva. Los requisitos formales del matrimonio islámico implican que se debe manifestar el consentimiento cumpliendo los requisitos formales prescritos por la ley (presencia de dos testigos aptos: púberes, en uso de sus facultades mentales, musulmanes y varones, o bien un varón y dos mujeres)272. La negociación matrimonial concluye o se perfecciona con la entrega de una cantidad dotal, denominada mahr, la que puede consistir en un derecho de propiedad o usufructo, que la mujer sea cedida por sus parientes o que ella misma 112 ceda ciertos derechos sobre su persona, o que la dote sea una forma de garantizar el futuro de la mujer en caso de viudez o repudio. En la perspectiva de la asimilación al contrato de compraventa, la dote se identifica por tanto con el precio de compra. La doctrina no es pacífica en cuanto a esta asimilación a la compraventa, pues lo que se ha dicho sería excepcional, toda vez que el matrimonio voluntariamente concertado es la regla, basado en el mutuo consentimiento. En cuanto a la dote, no es precio sino una donación que compensaría el mayor gasto del marido, al depender de él la mujer. En forma crítica de esta asimilación también se ha sostenido que no respeta las concepciones culturales diferentes y trata de asimilar un instituto con significado religioso a un contrato patrimonial, siguiendo una lógica simplista que a la vez implica una minusvaloración del instituto cuando no coincide con el propio. La compraventa es totalmente libre y sin contenido moral, en tanto que el matrimonio es una obligación para todo varón que tenga los medios, debiendo dirigirse hacia la procreación.273 Respecto de la terminación del matrimonio musulmán, siendo disoluble, la distinción entre divorcio y nulidad carece de mayor relevancia, pese a que un matrimonio irregular, al que le falta un requisito, es un matrimonio rescindible 274. El derecho musulmán regula la disolución del matrimonio mediante el recurso legal al divorcio o al repudio, entendiendo que existe divorcio cuando la disolución se produce de común acuerdo. En cuanto al repudio, es la forma de disolución impuesta por uno de los contrayentes sin tener en cuenta la voluntad del otro, distinguiéndose entre el repudio simple cuando el efecto de la disolución queda en suspenso, siendo revocable mientras no se produzcan determinadas circunstancias, y el repudio irrevocable, que es la voluntad ratificada expresamente o interpretativamente en triple manifestación, es decir, declarada en tres oportunidades por el varón frente a testigos. Puede ser imperfecto cuando la repudiación no es triple y que el matrimonio no haya sido consumado. Es irrevocable pues la disolución coránica del matrimonio se produce ipso facto, y es imperfecto porque no impide que puedan volver a contraer matrimonio entre sí. El repudio irrevocable perfecto exige como sola condición que la repudiación sea triple, 113 sucesiva, o porque se interpreta mediante una fórmula a la que se atribuye el efecto de tres275. 4. Perspectivas contemporáneas sobre el matrimonio § Tendencias contemporáneas sobre el concepto y valoración del matrimonio. Corresponde en este apartado indagar brevemente en las tendencias vigentes principales sobre el matrimonio, centrando la selección en las perspectivas influyentes en el momento de la aprobación de la ley chilena, con preferencia sobre las miradas actuales. § Perspectivas críticas centradas en el efecto negativo de la privatización del matrimonio. Las visiones críticas a los cambios introducidos a su valoración tradicional han recalcado que el matrimonio enfrenta un proceso de desnaturalización, privatización y vaciamiento de su contenido específico e identitario276. La privatización es entendida como un proceso en virtud del cual las normas jurídicas del derecho de familia y su especificidad matrimonial dejan de responder a valores públicos objetivos y no disponibles por las partes, derivando hacia una inspiración que se nutre de los criterios y valores del estado fáctico de la afectividad y del sentimiento de felicidad subjetiva de cada cónyuge. El predominio del factor afectividad, amparada en la concepción de la democracia de las emociones termina en el extremo del reconocimiento como un derecho, de la pretensión de acceder al matrimonio entre personas del mismo sexo, al no haber ya sustancia objetiva matrimonial, en palabras de Navarro Valls277. La desnaturalización, a su vez, se concibe como "un proceso paulatino que sufre la concepción del matrimonio en la cultura y en la praxis del mundo occidental, en cuyo punto de partida el origen, la estructura y los fines esenciales que permiten reconocer una unión entre el hombre y la mujer como matrimonio, se entienden 114 fundamentados en la misma e inmutable naturaleza humana; mientras que en el punto de llegada, en cambio, esos mismos elementos de la institución matrimonial son considerados una estructura legal producida por un modelo socio-económico e ideológico, dominante en un determinado momento histórico, para servicio y perpetuación de un muy concreto modelo de sociedad y de unos valores en sí mismos relativos y caducos. El matrimonio, basado en la expresión institucional canónica, pasa de ser concebida como una institución natural, a ser calificada como una institución histórica. Deja de ser una institución de derecho natural y se la concibe como un producto ideológico-religioso y una mera construcción institucional de la legalidad vigente"278. El deterioro de la concepción tradicional de matrimonio se vincula en última instancia a la pérdida de influencia del iusnaturalismo como fundamento del sistema jurídico positivo, al ser reemplazado por un positivismo relativista, aparentemente más conciliable con un sistema democrático erigido sobre el valor social del pluralismo filosófico y religioso. Teniendo en cuenta que el iusnaturalismo apreciaba la estructura esencial del matrimonio como una derivación de la misma naturaleza humana, intocable por tanto si no se deseaba deshumanizar la institución, la conservación de dicha estructura pasaba a ser vista como una limitación de la libertad de pensamiento y de religión en definitiva, pues su construcción estaba ligada íntimamente a una determinada tradición religioso-cultural, la judeocristiana279. Viladrich sintetizó tempranamente la posición contraria a la preeminencia de un marco formal sobre el contenido, particularmente en la consideración de instituciones como el matrimonio. En este caso, la búsqueda de un mínimo común denominador de aceptación social termina por necesariamente conducir a la sustitución del matrimonio como realidad natural recepcionada por el derecho y tutelada por normas de orden público que resguardan su calidad privilegiada. A partir de este momento, parte de la doctrina considera que el sistema matrimonial acaba por ser un término tan amplio y ambiguo, que abarca relaciones de seguro muy diferentes, de modo tal que el único punto en común son las formalidades 115 legales de celebración, posibilitando así cualquier contenido. Esta apreciación llevó a este autor a enunciar una visión profundamente crítica de la evolución jurídica del matrimonio, expresada sintéticamente en el muy citado concepto de vaciamiento del matrimonio280. § Perspectivas críticas centradas en el efecto positivo de la pluralidad de concepciones sobre el matrimonio. Los sistemas democráticos contemporáneos, en general, se identifican más con una concepción eminentemente formal o democrática procedimental, alejada de la adscripción a una determinada corriente de pensamiento o cuyo contenido se identifique impositivamente con la religión o un cierto código moral. Las concepciones sustantivistas, de mayoritaria influencia en períodos ya superados, quedaron postergadas tras la caída de los socialismos reales, arrastrando consigo a las concepciones de diverso signo que pretendieron determinar un modo de convivencia político o social ya alejado del emergente patrón rector de la libertad individual. Por tanto, más que el abandono de los fundamentos iusnaturalistas, lo que ha influido de modo determinante en los nuevos modelos de convivencia política ha sido el rechazo del fundamento dogmático, excluyente y sancionador, que para muchos ha representado la religión o una cierta manera de presentar la religión ante una sociedad que resiste la exigencia de heteronomía moral o religiosa. En las visiones favorables a los cambios introducidos, las definiciones de los tratadistas sobre el matrimonio, no eluden que, junto con las funciones socialmente valoradas, tales como la transmisión de la vida y la crianza en óptimas condiciones, el matrimonio también se vincula con los medios utilizados para asegurar la continuidad de los grupos sociales y de los valores que les generan identidad. Esta transmisión valórica y, por sobre todo, la protección jurídica del soporte económico que posibilita la continuidad temporal de los grupos cuya influencia es socialmente dominante, es cuestionada recurrentemente, en especial cuando se percibe que, muchas veces, se tiende por esta vía a la conservación de privilegios individuales y grupales, como ocurre en el caso paradigmático de la transmisión de 116 la herencia a los hijos legítimos. A partir de esta base, se suceden críticas a las formas jurídicas del matrimonio, a su privilegio jurídico correlativo e, incluso, al propio reconocimiento de la institución matrimonial, la que requiere progresivamente ser justificada, frente a la creciente aceptación y valoración social de las uniones de hecho, revestidas de un hálito de compromiso libre que se liga en forma casi natural al estado afectivo que les dio origen. Asimismo, debe enfrentar por los flancos los intentos por privatizar el contenido del contrato, que lo asimilan sin restricciones a los negocios patrimoniales y dejando en la esfera del orden público, solo las formalidades que publicitan su existencia, sin guardar un particular respeto a un contenido determinado. Así, ante esta perspectiva liberal, susceptible de ser calificada como utilitarista, un sector de la doctrina postula que la sociedad, legítimamente puede fijar las relaciones entre sujetos de ambos sexos, con la finalidad de controlar la descendencia y la producción de bienes, mediante la organización del matrimonio, el que ha tenido en todas las épocas dos finalidades características: el de aseguramiento de la descendencia, a la vez que el control de las relaciones sexuales, y el asistencial, para todos los miembros que pertenecen a una misma familia281. La regulación del matrimonio, entonces, se ha hecho con el propósito o siguiendo el principio de ser la base para la constitución de la familia, a partir de lo cual, la regulación de los diferentes estados en las distintas épocas, se basan en sistemas diversos que son influidos por la religión dominante en la sociedad, como pudo ser apreciado en la recepción secular de los postulados canónicos en los códigos decimonónicos. Por tanto, nada impide su reemplazo con mayor o menor extensión, por regímenes normativos no confesionales, abiertos y plurales, que den cuenta de la caída del orden dogmático familiar, resultado del cambio operado en la conciencia social y de las nuevas aspiraciones y realidades que caracterizan a la sociedad contemporánea282. 117 Una consecuencia del cambio de paradigma dominante se aprecia con motivo de la apertura al divorcio, el cual daría cuenta de un proceso de humanización del matrimonio, derivado de una conjunción posmoderna entre sujeto concreto e institución, la que surge a su vez de la dicotomía existente entre las aspiraciones personales de los cónyuges y la finalidad de la institución matrimonial en sí misma283. El matrimonio, para estas concepciones, debe en definitiva ser considerado un estatuto legal de las relaciones integrales, exclusivas y excluyentes entre un hombre y una mujer, fundado sobre un contrato y regulado por el derecho, sin necesidad de establecer una vinculación con un orden metajurídico, sea que provenga de la moral o de la religión284. 5. Algunos problemas teóricos y prácticos en relación con el matrimonio en la realidad contemporánea § Breve referencia al matrimonio igualitario. La demanda por el denominado matrimonio igualitario no ha fructificado en su legalización en Chile, sin perjuicio de la presión en tal sentido realizada por la mayoría de la comunidad homosexual y el apoyo social que tendría la eventual reforma que lo consagrara. Revisaremos someramente a continuación las posiciones confrontadas sobre su legalización. • Perspectiva crítica a su introducción en el sistema legal. La eventual asimilación de la unión homosexual al matrimonio ha sido criticada por afectar la función atribuida por el interés social a la familia, toda vez que las uniones diferentes al matrimonio han tenido un carácter más privado y no han sido objeto de esa protección especial de la que goza el matrimonio en la legislación universal, afectando de paso y en forma negativa a una institución erigida con finalidades sociales ampliamente valoradas hasta nuestros días, como es la crianza y educación de los hijos, a cuyo propósito esencial también se orienta la concesión de los privilegios legales y el reconocimiento institucional que ostenta el matrimonio 118 frente a otras formas de unión de pareja. En un sentido contrario, se postula la ampliación del matrimonio con un fundamento reivindicativo de los derechos igualitarios285. • Perspectiva favorable a su introducción. Se ha sostenido que la tendencia en favor de una amplitud social de los límites de la tolerancia en materia de vínculos afectivos interpersonales ha ampliado significativamente el marco jurídico aplicable, dando cuenta de la consagración del pluralismo en un plano de moral social y su extensión al ámbito jurídico. En este sentido, por ejemplo, la sociedad española ha logrado en breve lapso consagrar jurídicamente este principio en materia matrimonial en relación con el derecho a contraer matrimonio, permitiendo su celebración entre personas del mismo o de distinto sexo. Más allá del fundamento constitucional, eficazmente esgrimido, en su fundamentación sociológica rola una nueva valoración del matrimonio, presentado conceptualmente como un contrato más, para cuya celebración no es dable exigir apriorísticamente la adhesión a ciertos valores de matriz religiosa, en cuya sede creían encontrar los promotores del cambio, el origen único de la valoración de la heterosexualidad, como un elemento esencial del matrimonio. Las razones que justifican, en la visión de Hernández Paulsen las uniones afectivo-sexuales y matrimonios entre personas del mismo sexo en un Estado democrático de derecho son, 1º el principio de respeto a la diversidad y el derecho a ser diferente; el principio de igualdad ante la ley; 2º el principio de no discriminación arbitraria; 3º el derecho a la intimidad y libre desarrollo de la personalidad286. Una opción diferente de regulación jurídica es la unión civil o pactos de unión civil287, cuyo desarrollo realizamos en el apartado respectivo. • Situación actual. La visión crítica a la aceptación de la equiparación de las uniones entre personas del mismo sexo con el matrimonio o a admitir que personas homosexuales o de tendencia homosexual puedan celebrar matrimonio ha perdido progresivamente el predominio en el debate público en Occidente, especialmente a contar de la entrada en vigor de la normativa permisiva en España y luego en Argentina, sin perjuicio de mantener su presencia incluso en aquellos países que han consagrado legalmente el cambio. En Europa y América, la doctrina dominante 119 y generalizada había considerado como requisito esencial de las uniones matrimoniales la diferencia de sexos de los contrayentes, pero la aplicación cada vez más recurrente del principio de no discriminación por sexo terminó por abrir una fisura en el sistema jurídico y posibilitar progresivamente la legalización del matrimonio entre personas homosexuales288. • Situación en nuestro derecho. El derecho matrimonial chileno, hasta la fecha, ha asumido un camino distinto que ha impedido la consagración legal del matrimonio entre personas del mismo sexo, en términos categóricos que no admiten interpretación en contrario, ya que no solo mantiene intacta la definición contenida en el artículo 102 del Código Civil —la cual prescribe que el matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida— sino que además reforzó el impedimento en el artículo 80 de la ley de matrimonio civil que al prescribir en lo pertinente que, "...el matrimonio celebrado en país extranjero, en conformidad con las leyes del mismo país, producirá en Chile los mismos efectos que si se hubiere celebrado en territorio chileno, siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer". Tal conclusión, además, es prácticamente unánime en la doctrina289. § Breve referencia a los matrimonios por conveniencia y el fenómeno inmigratorio. Según expone el profesor Mondaca, se trata de casos en que se celebra un matrimonio entre una persona de nacionalidad chilena y un extranjero, el cual tiene por finalidad "no el desarrollo de una convivencia conyugal, sino que facilitar la permanencia definitiva del cónyuge foráneo en el país" (41). Su propósito es facilitar una pronta obtención de la nacionalidad, de un permiso de residencia, obtener acceso al mercado laboral o la reagrupación familiar (43). Recordemos que según la ley, el extranjero que tiene vínculos de familia con un chileno puede obtener la residencia temporal, concediéndose visa de un año, prorrogable por uno más. Con posterioridad deberá solicitar residencia definitiva o abandonar el país (arts. 29, 30 y 31 del D.L. Nº 1.094 de 19 de julio de 1975/ley de Extranjería) Después, el Decreto Nº 597 del Ministerio del Interior de 24.11.84, art. 50, establece "Para los efectos del artículo anterior, se entenderá que existen vínculos de familia cuando concurra 120 alguna de las condiciones señaladas en los números 1º al 4º del artículo 102". La misma norma prescribe: "Los turistas podrán solicitar el cambio de su calidad por la de residente o residente oficial, según proceda, si se hallaren comprendidos en algunos de los siguientes casos: 1. El cónyuge de chileno y los padres e hijos de él". Por tanto, "nada impide que después de celebrado el matrimonio, una vez obtenido el fin perseguido y transcurrido el plazo legal respectivo, se solicite y obtenga la declaración de divorcio de común acuerdo o unilateral, según corresponda, produciéndose de esta manera, la burla a las normas de extranjería". El autor justifica la necesidad de luchar contra los matrimonios de conveniencia, fundado en el debido respeto al ius connubii, el respeto a los fines del matrimonio principalmente, además de la sintonía necesaria con la política pública que exige evitar el aumento de la inmigración ilegal. Finalmente, advierte que Chile carece de las herramientas jurídicas necesarias para afrontar el problema290. § Breve referencia al matrimonio notarial. La preeminencia progresiva de la autonomía privada y la desvinculación social del matrimonio con respecto a su función de fundamento jurídico principal de la familia, ha puesto en relieve la conveniencia de flexibilizar el divorcio, desjudicializándolo en aquellos casos en que, existiendo mutuo acuerdo en la terminación del matrimonio, no existan hijos comunes. La opción indicada, no aplicable cuando no existan hijos, es válida por cuanto no solo simplifica los trámites necesarios para culminar de manera rápida la formalidad jurídica que sucede a la crisis conyugal terminal, sino que es coherente con la valoración de la finalidad de apoyo a la formación de una familia, que justifica social y jurídicamente el privilegio jurídico del matrimonio legal. Por tanto, sería coherente legalmente y conveniente socialmente que una futura reforma de la LMC contemplara esta posibilidad, siempre que no existan cuestiones litigiosas pendientes de acuerdo entre los cónyuges, se acompañe debidamente concordado el convenio regulador y transcurra igualmente el plazo de un año contado desde el cese de la convivencia. Mondaca manifiesta su disconformidad con el matrimonio notarial, refutando que baste el mero acuerdo entre los cónyuges para poner fin al matrimonio y advirtiendo que en algunos ordenamientos se resta importancia al 121 incumplimiento de los deberes matrimoniales y se aumenta la importancia de la autonomía de la voluntad291. 6. Promesa de matrimonio y pactos prenupciales § Introducción. Revisaremos someramente en este apartado tres materias susceptibles de pactar por los esposos, en forma previa al matrimonio o durante el acto de celebración, pero que son totalmente distintas en cuanto a su validez legal, su contenido y propósito. § Promesa de matrimonio. La promesa de matrimonio puede ser definida como "un negocio jurídico propio del Derecho de Familia, por el que dos personas [de distinto sexo y] con capacidad matrimonial se obligan a celebrar matrimonio entre sí en el futuro; se trata, por tanto, de una doble declaración de voluntad, que constituye un recíproco y mutuo compromiso"292. La promesa de matrimonio no tiene validez en el derecho civil chileno, siendo reconocida como un "hecho privado, que las leyes someten enteramente al honor y conciencia del individuo, y que no produce obligación alguna ante la ley civil" 293. Su inclusión en un título especial del Código se explica, tal como destaca Barrientos, con el propósito del legislador de "fijar las reglas que determinaban la carencia de efectos jurídicos de los esponsales"294. Sin perjuicio de lo anterior, subsisten algunos limitados efectos a los cuales es pertinente referirse brevemente, para identificar el instituto y perfilar sus diferencias con otros en apariencia similares. Sobre la materia, el Código dispone perentoriamente que no se podrá alegar la existencia de la promesa para pedir que se lleve a efecto el matrimonio, tampoco para pedir el pago de una multa por el incumplimiento de la promesa ni para demandar indemnización de perjuicios. Sin embargo, es posible retener la multa ya pagada y negar su devolución, así como demandar a su vez la restitución de las cosas donadas y entregadas bajo la 122 condición del matrimonio no efectuado, teniendo eso sí clara la relación de causalidad entre los gastos y el matrimonio. En caso alguno se pueden imputar conceptos referidos a daño moral o cualquier concepto de naturaleza indemnizatoria295. § Capitulaciones matrimoniales. Una situación distinta es la referida a las capitulaciones matrimoniales, definidas como convenciones, formales y solemnes, celebradas por quienes han previsto celebrar matrimonio, con el propósito de determinar el régimen económico de su futuro estado matrimonial. Se celebran por los esposos antes de contraer matrimonio o en el acto de su celebración, y tiene por propósito estipular, modificar o sustituir el régimen económico o cualquier disposición relacionada con dicho régimen. En aquellas capitulaciones celebradas en el acto del matrimonio, la ley chilena sólo permite pactar separación total de bienes o asumir el régimen de participación en los gananciales para regir el futuro estado matrimonial, las que previamente otorgadas por escritura pública valdrán entre las partes y respecto de terceros desde el día de la celebración del matrimonio, siempre que se subinscriban al margen de la inscripción matrimonial en la forma y plazo que indica la ley296. Siendo una manifestación de la autonomía de la voluntad legalmente reconocida en el ámbito del derecho matrimonial, se encuentra igualmente limitada por la prohibición general de no contener estipulaciones contrarias a las buenas costumbres ni a las leyes, como por la prohibición especial que impide el detrimento de los derechos y obligaciones señaladas por las leyes a cada cónyuge respecto del otro o de los descendientes comunes297. § Pactos prenupciales. Una tercera materia susceptible de convenir por los esposos, corresponde a los pactos prenupciales, en los cuales la experiencia comparada y la doctrina brindan noticia de dos materias principales: los pactos referidos a la prevención de consecuencias de la ruptura conyugal respecto de los propios cónyuges o de los hijos, y los pactos sucesorios. Admitiendo la complejidad, pese a la posibilidad legal de celebrar pactos sucesorios en el derecho comparado 123 como ocurre en leyes forales españolas298, por causas principalmente de orden ético, y atendiendo al hecho que en Chile tales pactos no están legalmente permitidos, centraremos la atención en los que tienen como propósito regular las consecuencias patrimoniales o personales de un eventual quiebre conyugal. Los pactos prenupciales en prevención de una eventual ruptura futura, sin duda constituyen un tema de alta complejidad que encierra la necesidad de una toma de posición sobre cuestiones difíciles de consensuar, como la perspectiva ética de suponer la posibilidad de una ruptura en el marco de una institución orientada hacia la perpetuidad del compromiso, de anticipar a los contrayentes un escenario objetivamente negativo y que, salvo una clara autorización judicial en reserva de los principios informadores del derecho matrimonial, podría derivar ineludiblemente en una afectación de la igualdad de los cónyuges. Por otra parte, los nuevos modelos de familia y de la pareja que le sirve de base, dan cuenta de un potenciamiento de la valoración de la autonomía de la voluntad y de la progresiva privatización de los negocios, especialmente cuando se trata de una pareja de iguales y, finalmente, que rompería el principio de libertad contractual y chocaría con toda la concepción autonómica del derecho privado. Es sintomático, además, que toda la imposibilidad histórica de pactos de esta naturaleza ha tenido como supuesto invariable el hecho de la desigualdad jurídica de la mujer, situación prolongada latamente hasta las reformas recién producidas a finales del siglo XX, que le han reconocido o restituido la capacidad de obligarse por sí misma, sin depender del marido para cuestiones consideradas como básicas en el campo de la vida jurídica. Asumiendo hipotéticamente la libertad de pactar por parte de los cónyuges, con las prevenciones y limitaciones ya indicadas, cabe preguntar si existe ahora posibilidad legal de suscribir pactos referidos a la ruptura del matrimonio. Desde el punto de vista teórico de la contratación, no habría impedimento en pactar en el momento de la celebración, pero el legislador restringe dicha posibilidad meramente al régimen económico y no las consecuencias de una futura ruptura. Sin embargo, ya el legislador extendió la facultad de autorregulación de los cónyuges en el momento que incluyó la posibilidad de pactar el régimen futuro entre ellos y respecto 124 de los hijos con ocasión del convenio regulador establecido en el artículo 21 de la LMC y también de la compensación económica, aunque luego requiera la aprobación judicial. Se dirá que la diferencia radica en que aquí la crisis ya se produjo, pero por lo mismo, en contrario podría alegarse que es mejor enfrentar las consecuencias de la misma de una manera prevista más racional y calmada, y no frente a la situación aguda de la crisis y separación conyugal. En definitiva, superados estos escollos de admisibilidad general, cabe preguntarnos sobre cuáles pactos o sobre que materias sería posible plantearlos. Esto lleva a dilucidar cuáles materias exceden el campo de la disponibilidad privada y transitan hacia el ámbito de lo público, en que la misma noción de orden público impediría su existencia. En tal sentido, podríamos considerar los pactos sobre las causas legales de separación y divorcio, en que cabe no solo la posibilidad de reducción de plazos, que afecta en todo caso el orden público, sino particularmente el equivalente al covenant marriage, es decir el convenio en que se renuncia anticipadamente a la posibilidad del divorcio civil o que se limitan las causales a circunstancias especialmente graves como el adulterio flagrante, los abusos graves y el abandono, excluyendo por ejemplo la posibilidad de demandar unilateralmente el divorcio, lo que en Chile, al ser planteado en la discusión parlamentaria, fue rechazado por afectar la libertad futura de los cónyuges y su correspondiente imposibilidad práctica, Respecto de los pactos relativos a la vida futura de los cónyuges, su sola posibilidad colisiona con el ius connubii, como ocurre en una eventual pretensión de prohibir un matrimonio futuro con una determinada persona o en general, o con otra persona del mismo sexo en el caso del pacto de unión civil. En cuanto a los pactos relativos a los hijos, asumiendo el principio del interés superior del niño se podría plantear un eventual derecho de los padres para velar por su futuro, más allá de los alimentos y relación directa, además de temas como la educación básica y media (tanto religiosa como laica), la prohibición del trabajo juvenil, el uso a los medios electrónicos, la limitación de los traslados y residencia de los hijos, el tipo de convivencia o relación con los acompañantes del progenitor que vive con ellos, la 125 vida en una determinada ciudad o país, los pactos relativos al uso de la vivienda familiar y en general los pactos de orden económico —que son los que concitan una mayor aceptación en la doctrina y la jurisprudencia comparada— en que regiría la libertad contractual siempre que no afecte el orden público, como por ejemplo en la renuncia anticipada de la compensación económica, expresamente vedada 299. 126 SEGUNDA PARTE EL RECONOCIMIENTO LEGAL DE LA UNIÓN AFECTIVA DE PAREJA TÍTULO I ANTECEDENTES Y FUENTES CAPÍTULO I ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL DERECHO CONYUGAL CHILENO 1. El derecho matrimonial hasta la entrada en vigor de la LMC vigente. La LMC de 1884 § Orígenes del derecho matrimonial chileno. La evolución del derecho matrimonial, como parte del derecho de familia, desde la independencia hasta la entrada en vigor del Código Civil continuó la tradición española y determinó la vigencia sin solución de continuidad del matrimonio católico, regido por el derecho canónico300. El Código Civil, cuya entrada en vigencia se produjo el 1 de enero de 1857, reconoció dos clases de matrimonio. En primer lugar, el matrimonio celebrado entre personas de religión católica, respecto del cual el régimen de los impedimentos dirimentes y en consecuencia la validez del matrimonio, las solemnidades y el control de su cumplimiento quedó entregado a la autoridad eclesiástica católica 301. En segundo lugar, el matrimonio celebrado entre personas que profesaren una religión diferente de aquella, respecto de los cuales el Código mantuvo en esencia el contenido normativo de la Ley de 1844, que reconocía efectos civiles en tanto se comprometieran a respetar el ordenamiento jurídico chileno, sin pronunciarse respecto de las pruebas del estado civil ni del problema de los matrimonios mixtos302. Por tanto, el legislador evitó secularizar el derecho matrimonial, dejando 127 entregada la constitución de la familia y la comprobación del estado civil a la competencia de la Iglesia católica, tal como lo indica el Mensaje del Ejecutivo al Congreso proponiendo la aprobación del Código Civil303. Entre 1855 y 1884 y en concordancia con el régimen de unión entre la Iglesia católica y el Estado de Chile, operó de modo pleno el matrimonio canónico, con una excepcional y dificultosa aplicación del matrimonio religioso no católico, así como de una especie de matrimonio civil para los que no profesaban religión 304. En el contexto del conflicto entre la Iglesia y el Estado que caracterizó la aprobación de las leyes laicas, el 20 de julio de 1883 se dio inicio a la discusión del proyecto de Ley de Matrimonio Civil, proceso que culminaría con su aprobación el 10 de enero de 1884. Esta Ley de Matrimonio Civil queda ligada en sus efectos prácticos a la creación del Registro Civil305, lo cual ocurre el 1 de enero de 1885, en conformidad al artículo 33 de la LRC, fecha en la cual entra en pleno vigor la LMC. La ley aborda los puntos pendientes desde la aprobación del Código Civil, secularizando la institución del matrimonio al regularlo integralmente, incluyendo los requisitos para su celebración, la nulidad y el divorcio sin disolución de vínculo, dejando entregado el conocimiento de las cuestiones que surgieren a la judicatura civil306. El matrimonio religioso católico, válido en cuanto a sus efectos civiles hasta la fecha, dejaba de producirlos, quedando como un asunto radicado en la esfera privada de los individuos307, generando una fuerte resistencia de la Iglesia católica que no tendría éxito, pues en definitiva se asentó el sistema de matrimonio civil obligatorio hasta la aprobación de la actual ley. § La LMC de 1884 y su vigencia. La Ley de 1884 entendió el divorcio como la separación de cuerpos, sin producir la disolución del vínculo matrimonial válidamente contraído, lo que dio inicio a un primer período marcado por diversos intentos de reforma de la LMC de 1884 que pretendieron —sin éxito— abordar la regulación jurídica de los quiebres en las parejas y las eventuales rupturas matrimoniales. En siete oportunidades se trató de introducir el divorcio, fracasando todos los intentos308. 128 Avanzado el siglo XX, tiene importancia jurídica la práctica judicial que, por la vía de la declaración de la nulidad matrimonial, permitió la disolución de matrimonios válidamente celebrados, posibilitando la realización de segundas nupcias para aquellos individuos que dispusieran de los recursos suficientes para financiar el procedimiento. El método tenía su base de sustentación en la exigencia legal, en carácter de formalidad esencial, que determinaba que el matrimonio se realizara ante un Oficial de Registro Civil competente y ante dos testigos hábiles. Era competente el Oficial civil de la comuna que correspondiera al domicilio o residencia de al menos uno de los contrayentes. En todo momento esta práctica tuvo un carácter notoriamente fraudulento, que afectó la dignidad de la función jurisdiccional, pero por otra parte fue una solución práctica con anuencia de parte de la judicatura y apoyo en el mundo académico, que la entendió como una válvula de descompresión para una realidad que, como es tradicional, se adelanta a su respuesta normativa309. Su aplicación reiterada llevó a algunos autores a sostener la existencia en Chile de un divorcio vincular convencional, introducido por vía no legislativa, sino jurisprudencial, por lo que no correspondería hablar de nulidad matrimonial, sino directa o indirectamente de divorcio vincular310. Con posterioridad, se sucedió un segundo período de intentos de reforma de la LMC, el que se inauguraría con el proyecto de la diputada Inés Enríquez en 1964 311, proseguiría con el proyecto de los diputados Alberto Naudón y Carlos Morales (1969)312, y finalizaría con el proyecto del diputado Giannini, en 1971, quien postulaba elevar el derecho a solicitar el divorcio, al nivel constitucional. En los veinte años que antecedieron a la aprobación de la LMC hoy vigente, los fundamentos de las propuestas fueron contradictoria unas con otras, alineadas con la defensa de valores fundamentales que aparecían en abierta contradicción con los que sustentaban otros grupos. Tal es el caso de la defensa irrestricta de la familia fundada en el matrimonio —por un lado— y la valoración de la libertad individual como una garantía ciudadana básica, por el otro313. 129 2. Antecedentes contemporáneos de la LMC § Los proyectos de LMC a partir de la normalidad democrática. En el contexto indicado, y retomada la normalidad institucional, por iniciativa parlamentaria se presenta el primer proyecto en 1991314, por la diputada Laura Rodríguez, quien junto a otros parlamentarios incorporaba derechamente el divorcio con disolución del vínculo. Luego del temprano fallecimiento de la diputada Rodríguez, un nuevo proyecto fue presentado en 1993, contemplando el divorcio principalmente en casos de cese de la convivencia y, en forma paralela, un sector opuesto a la aprobación de una ley de divorcio promovió una iniciativa de regulación alternativa, que se tradujo en una propuesta para normar los efectos de las rupturas matrimoniales, por la vía de reconocer jurídicamente las segundas uniones de pareja, cuando estas fueran estables y existieran hijos comunes nacidos de dicha unión315. § Proyecto de ley de matrimonio civil de 1995. El 11 de noviembre de 1995 se presenta a tramitación parlamentaria un proyecto de ley que será finalmente aprobado por la Cámara en la sesión del 8 de septiembre de 1997, constituyendo la base de la futura Ley de Matrimonio Civil de 2004. El proyecto, ingresado vía moción parlamentaria, comenzó a ser estudiado por las Comisiones de Constitución y Familia unidas, de la Cámara de Diputados, las que en su primer informe y en resultado muy estrecho, recomendaron el rechazo del proyecto. Sin embargo, la Sala de la Cámara de Diputados acordó posteriormente, el 23 de enero de 1997, aprobarlo en general. Tras su estudio en particular, que incluyó la consideración y rechazo de una propuesta de renunciabilidad de la acción de divorcio, se aprobó su texto definitivo en la sesión del 8 de septiembre de 1997 316. Posteriormente, el proyecto ingresa para su segundo trámite constitucional en la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado, en donde se paralizaría su tramitación por un período prolongado. Ante la persistencia de la situación de parálisis del proyecto de ley, el gobierno del presidente Lagos (2000-2006), decide intervenir para destrabar la discusión de un tema prioritario de su programa de gobierno, convocando a diversos sectores 130 religiosos, sociales y políticos para que manifestaran en forma abierta sus puntos de vista sobre el proyecto aprobado por la Cámara. Sobre la base de las opiniones recibidas, en septiembre de 2001 presenta un conjunto de indicaciones, las que, manteniendo la estructura del proyecto aprobado originalmente en la Cámara, aumentan los requisitos para la procedencia judicial del divorcio, introduciendo medidas preventivas de las rupturas y vinculando la vigencia de la nueva ley de matrimonio civil con la existencia de tribunales especializados en asuntos de familia. Asimismo, la incorporación de la opción de celebrar el matrimonio en forma religiosa, brindó un principio de solución al problema expuesto como conflicto en conciencia por parte de la Iglesia católica, sin perjuicio de lo cual su efecto más relevante fue destrabar el curso del debate legislativo, dando vía libre al voto favorable a la introducción del divorcio en el ordenamiento civil por parte de muchos senadores católicos. Finalmente, tras su paso en la sala del Senado317, la Cámara aprueba de manera definitiva el texto del proyecto de ley, sin introducirle modificaciones, el 11 de marzo de 2004, con el propósito declarado de impedir que se dilatara nuevamente su aprobación. Contra todo pronóstico inicial, el Congreso Nacional terminaría aprobando una ley mucho más liberal de lo esperado, con divorcio incluido en las tres formas tradicionales de recepción en el derecho comparado, incluyendo el divorcio unilateral, además del reconocimiento de la validez civil del matrimonio religioso, aspecto no considerado originalmente en el proyecto presentado a la Cámara y que, junto a la introducción del divorcio, conformarían las reformas más importantes al derecho matrimonial chileno, desde 1884. 131 CAPÍTULO II FUENTES 1. Fuentes formales legales § Constitución Política de la República. La reforma que condujo a la nueva LMC fue tramitada en conformidad a la Constitución Política vigente. La Carta Fundamental, entre sus características distintivas, reconoce a la familia como una de las bases de la institucionalidad y asigna consecuencialmente al Estado el deber de protegerla y de propender a su fortalecimiento. Este precepto constitucional determinaría en gran medida que, desde un punto de vista positivo, los distintos proyectos que antecedieron a la ley de 2004, ya sea en favor de la introducción del divorcio o en contra, debían considerar su consagración en directa concordancia con los objetivos de protección de la familia y de propender a su fortalecimiento318. La norma del inciso segundo del artículo 5º de la CPR, que otorga validez en rango legal a los tratados internacionales suscritos y que hubieran sido ratificados por Chile, también fue interpretada en uno u otro sentido. Asumiendo su calidad limitadora de la soberanía nacional en función del respeto de los derechos esenciales de la persona humana, algunos legisladores y parte de la doctrina apreciaron la norma como un fundamento favorable a una mirada amplia sobre la familia. En tal perspectiva, se consideró como un marco favorable para las personas que hubieren formado una segunda familia, aplicando el principio de igualdad ante la ley, contemplado no solo en el ordenamiento nacional sino también en los tratados internacionales como el Pacto de San José de Costa Rica. Sin embargo, también se interpretó en un sentido radicalmente contrario, extendiendo el marco jurídico indicado al amparo de la libertad de contraer un vínculo matrimonial indisoluble, entendido como una proyección igualmente válida del respeto de los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana319. 132 § Código Civil. El Código Civil constituye la fuente principal del derecho conyugal o matrimonial, complementado por la Ley de Matrimonio Civil y la ley que crea el AUC. En términos generales, el Título Preliminar y el Libro Primero, al igual que en todas las materias civiles, brindan el marco normativo común, a lo cual se suma lo pertinente del Libro Cuarto referido a los actos y declaraciones de voluntad. En términos particulares, el Código contiene en el Título IV del Libro I la definición legal de matrimonio y diversas normas anexas que constituyen la base del régimen del matrimonio, a lo cual se suma la regulación de las segundas nupcias en el Título V, y, especialmente, el régimen de las obligaciones y derechos entre los cónyuges, en el Título VI. Se completa el tratamiento de la pareja matrimonial con la regulación de los regímenes económicos matrimoniales y los esponsales. En términos históricos, cabe destacar que ninguno de los proyectos que antecedió a la LMC consideró la modificación de la definición legal de matrimonio contenida en el artículo 102, así como tampoco se propuso la introducción del divorcio en el articulado permanente del Código, quizás evaluando acertadamente que la misma actividad que motivó la reforma, podría renovarse periódicamente tras su aprobación, dando lugar a una serie ininterrumpida de reformas que, al estar dirigidas en ese caso al derecho común, sería causa de permanentes problemas de adecuación y concordancia normativa. § Ley Nº 19.585. La "Ley de filiación", de 26 de octubre de 1998, modificó el Código Civil y otros cuerpos legales que contenían normas referidas a filiación, vale decir, la relación de descendencia entre dos personas, una de las cuales es el padre o madre de la otra. Su efecto fundamental fue derogar las normas civiles que establecían una distinción legal de los hijos en razón de haber nacido dentro o fuera de una unión matrimonial, eliminando la gravosa e impopular distinción entre hijos legítimos e ilegítimos (naturales y simplemente ilegítimos en la distinción legal) 320, conciliando la legislación nacional con las disposiciones del Pacto de San José de Costa Rica, que ya en 1969 estableció la obligación para los Estados signatarios de "reconocer igual derecho tanto a los hijos nacidos fuera del matrimonio como a los nacidos dentro del matrimonio"321. Asimismo, paradójicamente, restó fuerza al 133 argumento que, centrado en el aumento de hijos nacidos fuera del matrimonio justificaba la legalización del divorcio vincular. Sin embargo, el debate social que vinculó ambos temas y la necesidad de realizar reformas legales amplias en el derecho de familia determinó que ambos proyectos de ley, filiación y matrimonio civil, vieran la luz con pocos años de diferencia. § Ley Nº 19.638. La "Ley de Cultos" fue publicada en el Diario Oficial el 14 de octubre de 1999, estableciendo normas sobre la constitución jurídica de las iglesias y organizaciones religiosas, reconociéndoles personalidad jurídica de derecho público previa inscripción en un registro público constituido al efecto322. Este cuerpo normativo se constituyó a partir del año de su entrada en vigencia, en un referente ineludible al momento de legislar sobre todas aquellas materias que de alguna forma se pronunciaran o afectaran la libertad religiosa y de culto, motivo por el cual no fue extraño que poco tiempo después, a propósito de la posible inclusión del reconocimiento del matrimonio religioso con efectos civiles en la LMC, la opinión de los líderes de las principales entidades representativas de las minorías religiosas fuera considerada. Resalta también el hecho de que también la Iglesia Católica haría uso de las normas de esta ley para fundamentar la defensa del derecho de opción en conciencia entre sistemas matrimoniales diversos, amparados en una interpretación favorable de la norma del artículo 20 de esta ley, la que garantiza legalmente el respeto a la vigencia de los derechos de las iglesias preexistentes, así como de sus ordenamientos jurídicos propios o autónomos. A partir del alcance interpretativo señalado, algunos asesores de la Iglesia estimaron que la imposición de celebrar un matrimonio que contemplaba una cláusula de disolubilidad con efecto retroactivo, afectaba gravemente el ordenamiento interno y los derechos adquiridos de los católicos. § Ley Nº 19.947. La Ley de Matrimonio Civil, luego de una prolongada tramitación legislativa, fue publicada en el Diario Oficial el 17 de mayo de 2004. Su tratamiento en particular ocupa gran parte de esta obra. 134 La apreciación doctrinaria de la LMC ha contemplado diversos juicios, entre ellos lo que resaltan su carácter de estatuto de compromiso, de "solución transaccional en un debate impregnado de convicciones morales acerca de la naturaleza del matrimonio y de la realidad incuestionable de las rupturas matrimoniales" 323. Otras lecturas han mencionado sus finalidades, destacando entre ellas la corrección de aspectos de la legislación considerados atentatorios contra el principio de igualdad, principalmente respecto de la situación de la mujer en el matrimonio y la situación jurídica de los hijos; en garantizar el acceso al divorcio en condiciones de igualdad; la sanción de conductas que afectan la integridad física y psíquica de los cónyuges e hijos; la consagración del principio del interés superior de los niños y niñas en las relaciones familiares; la regulación de las consecuencias del cese del matrimonio; el criterio traducido en principio jurídico del mejor interés del cónyuge más débil y la norma que procura compensar al cónyuge que aparece eventualmente perjudicado por haberse dedicado al cuidado del hogar o de los hijos/as" 324. Sin embargo, también se ha destacado que persisten zonas deficitarias en materia de igualdad, como la del régimen de sociedad conyugal, la inexistencia de un reconocimiento a las uniones de hecho y el acceso al matrimonio igualitario 325. A ello se agregarían los estereotipos de género y el concepto de "culpa civil" (buen padre de familia). Los cambios en debate, según los autores, son el acceso sin discriminación a la institución del matrimonio, el debate sobre adopción por parte de parejas homosexuales y la revisión de las causales de divorcio 326. También se ha planteado una perspectiva crítica de la concordancia de la ley con los referentes empíricos de la familia, en que se analiza el fenómeno familiar en relación con la normatividad aplicable en Chile, concluyendo en la "existencia de una brecha entre las definiciones normativas y las prácticas familiares concretas, que se daría tanto en el caso de Chile como en América Latina"327. La aprobación de la ley a principios de 2004, y su publicación el 17 de mayo del mismo año, consideró un período de vacancia legal de seis meses, extendido desde la publicación hasta noviembre del mismo año. Este período estuvo caracterizado por el trabajo de reglamentación de la ley, la adecuación administrativa de los 135 servicios públicos involucrados en la reforma al sistema matrimonial, la clarificación del sentido de ciertas normas vinculadas fundamentalmente con la implementación del matrimonio religioso y la mediación, el impulso a la Ley de Tribunales de Familia328—comprometida como requisito para la aprobación parlamentaria de la LMC— y una febril actividad forense destinada a aprovechar el período de vacancia para aplicar por última vez las normas de la Ley de 1884 y eludir así las mayores exigencias del nuevo cuerpo legal, en relación con plazos y procedimientos más rigurosos que los aplicados habitualmente en el caso de las nulidades matrimoniales por incompetencia del Oficial de Registro Civil, derogadas definitivamente a contar del 17 de noviembre de 2004. El Reglamento de la LMC fue promulgado el 27 de agosto de 2004 y publicado en el Diario Oficial el 30 de octubre de 2004, normando reglamentariamente aspectos específicos de la ley, ordenándolos en dos títulos referidos al matrimonio el primero, y a la mediación el segundo. El título primero regula las diligencias previas a la celebración del matrimonio, la celebración ante el Oficial civil, la inscripción del matrimonio, el matrimonio celebrado ante entidades religiosas con personalidad jurídica de derecho público, la ratificación e inscripción en el Registro Civil del matrimonio celebrado ante entidades religiosas, los cursos de preparación al matrimonio, la celebración de matrimonios religiosos y el registro y calificación de los mediadores. El título segundo, regulador de la mediación, sería prontamente derogado por las normas que, sobre la materia, contempló la Ley de Tribunales de Familia, dictada con posterioridad. En relación con el matrimonio religioso 329, el Reglamento optó claramente por reconocer como sujeto relevante en la celebración del matrimonio a la entidad religiosa y no al ministro de culto, lo cual es jurídicamente correcto, pues está en concordancia con igual perspectiva considerada en el Capítulo II de la Ley Nº 19.638, que resalta el reconocimiento de la dimensión colectiva de la libertad religiosa y de culto, contemplada en el artículo 7º de la ley, diferenciándola del reconocimiento de la dimensión individual considerada en el artículo 6º. La apreciación precedente, ya vista a propósito de los fundamentos históricos de la Ley de cultos, atiende a la singularidad o especificidad de la Ley Nº 19.638, radicada en este tratamiento igualitario al soporte administrativo y 136 jurídico de una entidad religiosa respecto de otra. La consecuencia de la correcta opción del Ejecutivo, en plena concordancia con la voluntad del legislador, se traduce en el requisito de pertenencia del ministro de culto a la entidad religiosa requerida para celebrar matrimonios, y en la autorización que esta debe entregar al ministro de culto. Ello impide, por ejemplo, que un sacerdote o pastor disidente pueda celebrar válidamente la ceremonia religiosa de matrimonio y por lo tanto el Registro Civil no aceptará un acta emitida por un ministro de culto que no pertenezca o no cuente con la autorización respectiva y, en consecuencia, el matrimonio será inválido, aunque no inexistente, de acuerdo a la distinción realizada en esta obra. § Ley Nº 20.830. El 21 de abril de 2015 fue publicada esta ley, que crea el Acuerdo de Unión Civil, estableciendo una figura contractual que posibilita la formalización jurídica de parejas formadas por personas del mismo sexo, aunque también permite lo mismo a parejas heterosexuales. En el marco de esta obra, es la razón por la cual hemos estimado de rigor utilizar la denominación "derecho conyugal", en vez de la restrictiva "derecho matrimonial", para incluir precisamente las dos formas de unión de pareja civilmente reguladas. El Reglamento de la Ley fue aprobado mediante el Decreto Supremo Nº 510, de 2015, regulando en particular el registro especial de Acuerdos de Unión Civil, el procedimiento de inscripción en dicho registro, las certificaciones respectivas y la rectificación de las inscripciones efectuadas en el registro especial. 2. Breve referencia al contexto material del derecho conyugal chileno § Noción introductoria a los tipos de fuentes. Las fuentes del derecho positivo, en una perspectiva general, refieren a los hechos o formas mediante las cuales la sociedad establece o exterioriza sus normas jurídicas, comprendiendo así tanto la apreciación del elemento formal como material de la noción de fuentes. El elemento material, en particular, considera los factores que contribuyen a fijar el contenido de 137 la norma jurídica y aquellos que determinan la precisa oportunidad de su aprobación y entrada en vigor330. § Propósito de la referencia a las fuentes materiales. El análisis de las fuentes materiales del derecho conyugal permite una necesaria reflexión sobre las circunstancias históricas del período en que se produce su entrada en vigor, así como la calificación valórica de su contenido prescriptivo. En tal sentido, el legislador impregna la regulación de una realidad social, de las conductas que configuran, constriñen o liberan esa realidad —según la perspectiva desde la cual se mire— con sus propias concepciones morales. Así, toda norma jurídica asume determinadas valoraciones sociales predominantes, porque el derecho de familia no es neutro, sino que asume, es portador y constituye una determinada expresión o realidad deseada del orden social, en particular en la materia que nos ocupa, respecto de la comunidad familiar. En efecto, si se atiende a la irrupción de un nuevo ordenamiento social recogido por el derecho, no es indiferente o intrascendente el momento histórico en que su expresión o manifestación jurídica se aprueba. § Breve referencia al contexto material de la LMC. En el caso del derecho matrimonial chileno, se sucedieron numerosos intentos infructuosos para incorporar el divorcio en la legislación civil, desde el momento mismo de la aprobación de la ley de 1884, hasta arribar al debate definitivo, iniciado apenas se restableció la institucionalidad democrática y que tendría por resultado final al proyecto de 1995. La aprobación de la nueva ley en el año 2004, y no en la oportunidad histórica en que se inscriben las iniciativas frustradas, determinó también su contenido específico, permitiendo por ejemplo que la restricción del divorcio se extendiera a la inclusión del divorcio por voluntad unilateral, lo que apenas unos años no habría sido posible por la fuerte oposición que dicha alternativa generaba en sectores cercanos a la Iglesia católica. Cabe recordar que las normas jurídicas, en especial aquellas que configuran el derecho de la persona y la familia, llevan ínsitas en su núcleo preceptivo una adscripción a un código de normas morales socialmente 138 aceptadas, con no pocas reminiscencias religiosas, que predominan en un momento histórico determinado. En una mirada al específico contenido preceptivo, la segunda perspectiva en que ha de considerarse la fuente material, la expresión jurídica del acuerdo legislativo es una fórmula de transacción, muy propia de los debates con trasfondo valórico. Ninguna persona naturalmente cede en la visión propia de un orden social deseado, especialmente si este está marcado por la adscripción a una verdad revelada, propia en su naturaleza de la dimensión religiosa. La Ley de Matrimonio Civil, en definitiva, explica su existencia considerando las fuentes formales que brindan el marco de su producción jurídica, pero también en las fuentes materiales, que dan cuenta de su originalidad y de su contenido preceptivo, debiendo considerarse entre estas el impacto provocado por las rupturas matrimoniales en la sociedad chilena, sus efectos en la familia que se construyó sobre su base, la magnitud alcanzada por la filiación ilegítima y la creciente constitución no matrimonial de las nuevas familias o de aquellas reconstituidas a partir de la nueva unión de los integrantes de aquella. § Breve referencia al contexto material del AUC. Finalmente, en el caso del AUC, tanto su oportunidad histórica como su específico contenido se encuentran claramente determinados por el contexto que rodeó su discusión social y la tramitación legislativa. A diferencia de la LMC, el proceso que condujo a la aprobación de la ley que dio vida al AUC fue relativamente breve y rápido, lo que se explica en gran medida no solo por el apoyo social amplio a una forma de reconocimiento civil de las uniones entre personas del mismo sexo —su propósito principal— sino también en sentido contrario, por la oposición igualmente importante a la reforma del matrimonio que excluyera la diversidad de sexo como requisito esencial para celebrar válidamente el matrimonio entre personas homosexuales. 139 TÍTULO II PRINCIPIOS INFORMADORES DEL DERECHO CONYUGAL CHILENO CAPÍTULO I PRINCIPIOS INFORMADORES DEL RÉGIMEN LEGAL DE LA RELACIÓN JURÍDICA CONYUGAL 1. Los principios jurídicos § Noción introductoria a los principios jurídicos. Los principios jurídicos son ideas rectoras de una regulación existente o posible331, pudiendo materializarse en una clase o tipo de normas, que no exige necesariamente la denominación expresa de principios. Su utilidad jurídica dentro del ordenamiento, además del sentido programático que expresa el legislador, se encuentra en evidenciar públicamente el orden de valores en que descansa un determinado sistema jurídico nacional. Dicho orden, por cierto, lleva consigo ínsita una prioridad sustantiva útil al momento de enfrentar una colisión normativa332. Las fuentes materiales permiten una visión comprensiva de los principios informadores o criterios fundamentales valóricos de interpretación del sentido de las instituciones del derecho matrimonial. Los principios admiten una distinción entre principios explícitos y principios implícitos, llamados también principios generales del derecho333. Son principios explícitos, "aquellos que figuran expresamente contemplados en una disposición", respondiendo esencialmente a la naturaleza de normas, y a las que el legislador denomina por diversas razones como principios. Es discutible su fuerza jurídica, en concreto la potencialidad prescriptiva, pero no su naturaleza jurídica, la que aparece evidenciada al contribuir o constituir derechamente el significado de una disposición legislativa. Los principios implícitos, por su parte, "no aparecen expresamente reconocidos en ninguna disposición y plantean el problema que su propio nombre indica, esto es, si resulta posible hablar de normas implícitas" 334. Asimismo, si se acepta su asimilación a la noción de principios generales del derecho, concebidos 140 como "verdades jurídicas universales dictadas por la recta razón" 335, el problema de su aplicación se tornará aún más complejo. Puede también distinguirse entre principios expresos y principios generales del derecho. Siendo estos últimos una fuente formal del ordenamiento jurídico respectivo, su virtualidad práctica se traduce en su valoración como principios implícitos o deducibles del conjunto del ordenamiento, por lo cual, en presencia de una disposición normativa contrapuesta al principio, esta se presentará como excepción o se constituirá a sí misma como nuevo principio. Tratándose de un principio expreso, su fuerza jurídica emanará del texto dispositivo que lo consagra y del rango que ostente el receptáculo normativo, por lo que ante una contradicción expuesta por una disposición, se estará derechamente en presencia de una infracción del principio y no de una excepción. Coincidiendo con Prieto Sanchís: "los principios expresos constituyen un límite sustantivo a la producción de normas inferiores"336. § Función de los principios. Los principios cumplen una función como fuente y como elemento de interpretación de la ley. En el primer sentido son fuentes en tanto se recurre a ellos en la resolución de cuestiones que no tienen solución en las fuentes formales prioritarias, como la ley. Esta remisión, legalmente contemplada, solo proporciona una noticia remota para inspirar una decisión judicial o, al menos, limitada al ámbito judicial. Por ello, la utilidad práctica será apreciada en su consideración como elemento de interpretación, que permitirá o posibilitará resolver las posibles contradicciones suscitadas entre disposiciones positivas concretas, brindando una clave de apreciación y solución para los casos dudosos. La invocación de un principio, para su válida afirmación en sede judicial, deberá además de acreditar la inexistencia de texto legal expreso u otra fuente formal priorizada por el ordenamiento jurídico, expresar los argumentos que avalan la existencia del principio, ya sea citando los textos legales que los contemplan, indicando la conexión existente entre el principio y determinados textos o 141 derechamente invocando una sentencia que lo hubiere incluido en sus fundamentos de derecho. 2. Los principios jurídicos en el derecho conyugal chileno § Noción general de los principios en el derecho conyugal chileno. Algunos principios es posible establecerlos a partir del propio texto de la LMC o de la ley que consagra el AUC, en tanto que, respecto de otros, será preciso indagar en las fuentes materiales y en el marco histórico que define y determina el momento de su discusión y aprobación. Asimismo, deben también considerarse los principios que informan el conjunto del derecho de familia, actualmente determinados en su génesis y procedente aplicación por los tratados internacionales suscritos por Chile y por el marco constitucional vigente referido a los derechos humanos en su actual expresión contemporánea como derechos fundamentales. Entre ellos deben considerarse la libertad, la igualdad, la solidaridad social, la autonomía moral de los individuos y el pluralismo como presupuesto de la convivencia, y la concepción esencialmente comunitaria y no social de la familia que, como tal, es objeto de protección jurídica337. § Naturaleza jurídica de las normas del capítulo primero de la Ley de Matrimonio Civil. El capítulo I de la Ley de Matrimonio Civil, bajo el epígrafe "Disposiciones generales", junto con establecer el objeto de la ley y remitir los efectos del matrimonio y las relaciones entre los cónyuges y entre estos y sus hijos al Código Civil, procede a enunciar principios cuyo contenido y significado han sido interpretados de muy diversa manera. Atendiendo la naturaleza de los principios, según lo ya visto, los contenidos de los artículos 2º y 3º deben ser considerados principios explícitos, restando precisar las consecuencias jurídicas. En primer lugar, debe considerarse una explicitación del orden de valores del legislador referidos al matrimonio. En segundo lugar, siendo normas, sólo cabe precisar la fuerza jurídica, que puede comprender desde la 142 limitación de la declaración hasta la intensidad de la disposición imperativa. En tercer lugar, exige clarificar la prioridad asignada por el legislador al efecto de fijar su prioridad en la resolución de una colisión normativa. El artículo 1º, en su inciso primero, resalta la relevancia de la familia y del matrimonio, en concordancia con la Constitución Política de la República, en los siguientes términos: "La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El matrimonio es la base principal de la familia"338. El artículo 2º consagra en la ley civil el derecho al matrimonio o ius connubii, con el siguiente texto: "La facultad de contraer matrimonio es un derecho esencial inherente a la persona humana, si se tiene edad para ello. Las disposiciones de esta ley establecen los requisitos para asegurar el libre y pleno consentimiento de los contrayentes. El juez tomará, a petición de cualquier persona, todas las providencias que le parezcan convenientes para posibilitar el ejercicio legítimo de este derecho cuando, por acto de un particular o de una autoridad, sea negado o restringido arbitrariamente"339. El artículo 3º, junto con incorporar los principios del interés superior de los hijos y el cónyuge más débil, enuncia criterios de resolución judicial para las causas sobre materias de familia, en los siguientes términos: "Las materias de familia reguladas por esta ley deberán ser resueltas cuidando proteger siempre el interés superior de los hijos y del cónyuge más débil. Conociendo de estas materias, el juez procurará preservar y recomponer la vida en común en la unión matrimonial válidamente contraída, cuando ésta se vea amenazada, dificultada o quebrantada. Asimismo, el juez resolverá las cuestiones atinentes a la nulidad, la separación o el divorcio, conciliándolas con los derechos 143 y deberes provenientes de las relaciones de filiación y con la subsistencia de una vida familiar compatible con la ruptura o la vida separada de los cónyuges"340. En síntesis, si bien la afirmación de la importancia social y jurídica de la familia o el reconocimiento del derecho al matrimonio no han sido motivo de mayor debate, no ocurre lo mismo con los enunciados contemplados en el artículo 3º, los que han dado pie a disímiles interpretaciones sobre su aplicación, por cuanto algunos autores le han asignado un carácter declarativo establecido con un propósito meramente orientador para los jueces, a lo más programático y sin un correlato de sanción en caso de trasgresión, en tanto que otros han visto en estas normas un marco de referencia imperativo, ineludible para los jueces al momento de emitir su fallo341. Analizaremos las consecuencias jurídicas del carácter en que se asumen los principios indicados, al revisar cada una de las declaraciones contenidas en la Ley de Matrimonio Civil342. 144 CAPÍTULO II PRINCIPIOS INFORMADORES DEL RÉGIMEN LEGAL DEL MATRIMONIO 1. El interés superior de la familia en la LMC § Principio del interés superior de la familia. Este principio refiere a la primacía de la familia como sujeto de interés social compartido, lo que determina que, en caso de colisión con otros principios, enfocado desde el derecho de familia como disciplina orientada a su protección jurídica, prima sobre el interés de la pareja y restringe el principio de autonomía privada de los cónyuges. Se expresa legalmente en el nivel constitucional y en el legal propiamente tal. Particularmente, respecto de la importancia de la familia como objeto de atención reguladora, la inclusión en la Constitución deja en evidencia el "lugar especial en la organización social y, por lo tanto, que debiera ser objeto de una atención, también especial, por parte del Estado"343. Sobre su importancia jurídica, se ha destacado que el principio constituye una regla orientadora de la conducta de los miembros de la familia, para que se mantenga unida y en armonía, constituyendo un principio para el juez. Su escasa aplicación, sin embargo, se explicaría por la postergación de los intereses colectivos frente al privilegio de los intereses individuales de los miembros que la componen 344. Asimismo, la LMC ratificaría el fin de la vinculación irrestricta entre la familia y el matrimonio, al reconocer la existencia de otros tipos de familia que merecen protección constitucional, a partir de la afirmación que el matrimonio es la base principal de la familia, de lo que se desprende que no es la única345. § Justificación del privilegio legal del matrimonio en su funcionalidad familiar. En la perspectiva de la LMC, el matrimonio justifica su privilegio legal al fundamentar un tipo de familia priorizado por el legislador: la familia matrimonial. En efecto, la relevancia legal de la familia es consecuencia del interés público en su protección jurídica, originado en su apreciación como institución social, lo que se 145 manifiesta, entre otras facetas de tutela, en la indisponibilidad de las normas del derecho matrimonial como parte integrante del derecho de familia. Las características relevantes derivadas de su consideración como institución social radican en la interdependencia entre las personas que la integran y su común sujeción a una finalidad superior, que legitiman la indisponibilidad normativa señalada346. Su importancia como institución social no es cuestionada ni en la doctrina ni en el debate público, centrándose los eventuales puntos de controversia en el concepto de familia347 y en su naturaleza jurídica348. La regulación jurídica de la familia da cuenta del interés estatal de considerar los asuntos derivados de su existencia como una materia de interés público, cuya génesis regulatoria se desmarca de la autonomía de la voluntad. En tal sentido, si bien en el derecho de familia se encuentran negocios jurídicos que crean y regulan relaciones familiares, como la promesa de matrimonio y las capitulaciones matrimoniales, lo cierto es que su alcance está limitado a negocios de naturaleza estrictamente patrimonial, como las donaciones, aunque se enmarquen como un asunto propio de esta disciplina jurídica. Los negocios de derecho de familia, generados a partir de vínculos personales, son los de mayor relevancia y respecto de ellos, esta disciplina del derecho expresa su naturaleza híbrida, pública y privada a la vez, aun cuando por causa del interés público involucrado, finalmente la aproximación al derecho público es la que predomina. Sin perjuicio de lo anterior, en el matrimonio apreciado como estado, aumenta el margen para la actividad pacticia de los cónyuges, pues se considera la voluntad privada en un marco más amplio y que se extiende incluso a la fase crítica del matrimonio, como ocurre en los convenios reguladores349. La expresión de motivos de las indicaciones formuladas por el Ejecutivo al proyecto de Ley de Matrimonio Civil, aprobado por la Cámara 350, y otras intervenciones gubernamentales, dan pie para sostener que esta ley constituye una respuesta política en el orden legislativo a la expresión de la preocupación social por la situación de la familia en Chile, afectada por cambios culturales, sociales y 146 económicos de gran magnitud, que incluyen en muchas ocasiones la ruptura del matrimonio que une a quienes la han conformado desde su origen. El legislador ha privilegiado el matrimonio al considerarlo como base principal de la familia, declaración que justifica el establecimiento del régimen jurídico erigido por la ley de 2004. Gonzalo Figueroa asume que la nueva ley considera al matrimonio como "requisito de la familia", cuando señala en su art. 1º que "el matrimonio es la base de la familia", disposición que no rechaza las otras formas posibles de constituirla351. La indisponibilidad que en general caracteriza al derecho de familia, se expresa con fuerza en la regulación del matrimonio in fieri, aun cuando se matiza en la opción de formas de celebración matrimonial, y se profundiza y rigidiza en el matrimonio in facto esse, precisamente por entender el legislador que el estadio avanzado del matrimonio considerado como un estado social, supone ya la existencia de una familia constituida a su amparo352. Finalmente, cabe destacar que, casi en forma unánime, los autores consideran a la familia dentro de los bienes públicos que no están a discreción de la voluntad autónoma de las personas y que al Estado le interesa especialmente tutelar o proteger353. § Concepto de familia. La familia es un hecho natural que, en su esencia, es anterior al matrimonio, el cual se concibe a su vez como una construcción cultural que perfecciona la unidad o alianza convenida entre un hombre y una mujer. Por tanto, supera ampliamente la concepción tradicional del ordenamiento civil chileno, que ha entendido restrictivamente a la familia como el conjunto de individuos unidos por el vínculo del matrimonio o del parentesco 354, noción anacrónica en presencia de cambios jurídicos y culturales tan relevantes como la derogación de aquellas normas civiles que calificaban discriminatoriamente a los individuos según si estaba amparado el hecho de su nacimiento por el marco de legalidad brindado por el matrimonio de sus padres355. Una familia puede ser analizada bajo un modelo orgánico o bajo un modelo individualista. El modelo orgánico pone el acento en la preservación del bienestar de la unidad familiar por sobre el interés estrictamente individual de sus integrantes 147 y frecuentemente se asocia a formas tradicionales de familia, ordenadas jerárquicamente356. Por el contrario, un modelo de carácter individualista visualiza la familia como un compuesto de individualidades separadas que es preciso considerar en forma separada del grupo familiar. El legislador, en nuestro medio, asume a la familia como una comunidad, un núcleo, que obviamente supera su consideración como un conjunto de individualidades unidas por intereses comunes. La ausencia de una definición legal de familia ha llevado a los actores públicos a validar instrumentalmente definiciones elaboradas doctrinalmente o por comisiones formadas al efecto, como es el caso de la Comisión Nacional de la Familia357, cuyo informe final la define como "un grupo social, unido entre sí por vínculos de consanguinidad, filiación (biológica o adoptiva) y de alianza, incluyendo las uniones de hecho cuando son estables"358. Esta definición, de uso programático en las políticas públicas en el período previo a la entrada en vigor de la LMC, intentó superar la restrictiva concepción tradicional de la familia, que entregaba o reconocía a la ley la determinación de las personas que integraban una familia así como los derechos y obligaciones que emanaban de dicha vinculación. En esta perspectiva, se une como fuente de la familia, además de los hechos fisiológicos de la relación sexual y la vinculación de sangre, el afecto, expresado en los lazos de alianza apreciables particularmente en la conformación de la familia extendida. § Principales tipos de familia en la realidad nacional. La tipología de la familia es extensa y diversa, sin perjuicio de lo cual analizaremos brevemente aquellos tipos de familia que es posible distinguir en la sociedad chilena actual. • La familia matrimonial. Dentro de la noción amplia de familia, aquella basada en el matrimonio o familia matrimonial goza de un lugar de privilegio que remite a múltiples fundamentos y razones que lo justificarían, Así, se ha sostenido que el matrimonio es un bien humano básico, evidente por sí mismo, y que es también prescriptivo como fundamento de la familia, valorándose en esta perspectiva como "el bien correspondiente a la tendencia personal a elegirse y darse como marido y mujer", en que es considerado como "el acto y el estado de vida que mejor responde 148 al amor comprometido, exclusivo, perpetuo y abierto a la transmisión de la vida, que se dan el hombre y la mujer cuando se casan" 359. Desde esta misma perspectiva, se critica fuertemente la tesis de la pluralidad de las formas de familia, que Corral ha denominado como "multiformismo" familiar, la que considera no solo falsa (porque esconde subrepticiamente una forma o modelo de familia que se impone a todos los demás), sino que "conduce a la desaparición de un auténtico Derecho de la Familia y a banalizar, para efectos jurídicos, la importancia de reconocer y proteger su concepto focal o nuclear: la alianza incondicional de un hombre y una mujer que, por medio de un amor personal y complementario, se abren a la descendencia y a hijos que puedan vivir su filiación en su doble dimensión de paternidad y maternidad"360. • Familias ensambladas. Un fenómeno social, especialmente notorio a partir de la década de 1990, es la existencia de nuevas familias surgidas luego de una separación conyugal, conformadas por aquel de los cónyuges o convivientes que establecen una nueva relación afectiva de convivencia, su nueva pareja, los hijos de cada uno y aquellos comunes, sean naturales o adoptados. La doctrina ha utilizado la denominación de familia reconstituida o ensamblada, para dar cuenta de la reconstitución de una familia a partir de las partes provenientes de las relaciones precedentes, y residual para aquella familia que ha sufrido el alejamiento de uno de los padres361. Sus características denotan a la vez diversidad y complejidad, como resultado de las distintas "combinaciones aleatorias de los miembros de la pareja (divorciados, viudos, meramente separados, convivientes more uxorio y su situación precedente) y de los hijos menores de edad (de uno u otro de aquellos, o de ambos, hermanos y medio (sic) hermanos)"362. Asimismo, se aprecia en ellas una inestabilidad inicial en general más frecuente que en las familias ordinarias y/o tradicionales, en gran medida derivada de las tensiones generadas por la ruptura de los vínculos conyugales precedentes y las consiguientes interferencias externas que muchas veces dificultan su consolidación. En relación con su existencia, se suscitan múltiples problemas jurídicos, que comprenden desde la subsistencia de una relación centrada en los hijos comunes 149 con el excónyuge en el caso de las personas divorciadas, hasta los nuevos desafíos que importa la elección de una pareja atípica, como ocurre con quienes inician una relación con una persona del mismo sexo. En todos los casos de familias ensambladas la inestabilidad derivada de los factores precedentes, en particular la existencia de un vínculo conyugal precedente y la persistencia natural de lazos familiares, generan un cuadro de inestabilidad con repercusiones importantes en el desarrollo de la vida normal de la nueva pareja y, especialmente, en la vida cotidiana de los hijos comunes o aportados por cada uno de los miembros de la pareja 363. Familias homoparentales. Cabe un comentario aparte sobre la conformación de las familias homoparentales, denominación referida a aquellas familias formadas por dos personas del mismo sexo y uno o más hijos biológicos o adoptados de uno de ellos364. Aquí se debe distinguir dos situaciones diversas en cuanto a sus efectos jurídicos. La primera se refiere a la situación que enfrentan dos personas homosexuales que, siendo pareja, desean adoptar un niño o niña ante la imposibilidad biológica de gestar entre ambos. En este caso, o existe impedimento legal para proceder a la adopción o los deja en una prioridad muy alejada respecto de las parejas heterosexuales, planteando la pregunta sobre la legitimidad de lo que se juzga como un acto discriminatorio365. La segunda situación tiene lugar en el caso de una pareja, en que uno de ellos tiene un hijo o hija de una precedente relación, al cual lleva al seno de su presente relación, generando una relación natural de afecto de su pareja sobre aquel niño o niña, hijo de su pareja. Se producen aquí, entre otros, el problema del rol asignado y reconocido a este otro padre o madre, y, especialmente, la existencia o inexistencia de derechos de aquel respecto del niño o niña al cual se ha querido también como hijo no biológico en el eventual caso de ruptura de la relación entre los miembros de dicha pareja. Una tercera situación se desprende del caso de la pareja formada por dos personas homosexuales, que decide que uno de los o las integrantes participe de 150 la gestación de un hijo, ya sea por maternidad subrogada o, en el caso de dos mujeres, por inseminación artificial o relación sexual convenida a tales efectos con un hombre, o derechamente sin su consentimiento, para luego asumirlo como hijo común de ambos convivientes. Sin duda, este es el caso de mayor complejidad conceptual, pues exige determinar la naturaleza de la filiación en el caso de la madre sustituta, especialmente en aquellos casos en que se encuentre legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, toda vez que con base en la legislación civil chilena, una persona puede tener solamente un padre y una madre 366. § Tipo de familia tutelada por el derecho nacional. Al indicar que el matrimonio es la base principal de la familia, pero no la única, ha dejado la puerta abierta a la regulación jurídica de otras formas de convivencia afectiva, como las uniones de hecho, las que también podrían contar con un estatuto de protección legal367. Sin embargo, la opción del legislador contraría posiciones sostenidas tradicionalmente por algunos autores, los que niegan el valor igualitario de las formas familiares y que entroncan con la tradición legal americana y europea, en que ha primado una concepción común que considera al matrimonio y al grupo familiar tradicional como una institución social básica, que en su forma nuclear tradicional es recogida por la generalidad de los códigos civiles del siglo XIX. En ella, el matrimonio es el vínculo fundamental sobre el que se construye la familia, constituyendo simultáneamente un factor determinante del estatus social, económico y legal tanto de los cónyuges como de los hijos368. § Crisis de la familia? La crisis de la familia —si se admite la existencia de tal crisis— es expresivamente un cuestionamiento del matrimonio como el vínculo reconocido por la sociedad para fundar y desarrollar una familia, en el cual se producen con aceptación social las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer, con carácter de exclusivas y excluyentes, en cuyo seno nacen los hijos, se les educa, se les protege y se transmite una determinada visión de la vida, la persona y la sociedad. La familia constituye un preconcepto, asumiendo que el sistema jurídico recoge el que está presente en un determinado tipo de sociedad y 151 en una determinada época, por lo que, siendo histórico y relativo, excluye cualquier pretensión de absolutidad369. Por tanto, si cambian las bases sociológicas de constitución de la realidad familiar y los valores particulares que estimulan y promueven la valoración jurídica de una determinada forma, el derecho debe considerar estos cambios370. § Subsistencia de una vida familiar compatible con la ruptura o la vida separada de los cónyuges. La expresión "vida familiar" hace referencia a la convivencia, contactos cotidianos y comunicación entre los integrantes de la familia, y entendiendo a esta en un sentido extendido, es consecuente sostener que el legislador ha tenido interés en mantener los vínculos existentes entre nietos y abuelos, tíos y sobrinos, primos y demás familiares ligados afectivamente a los menores de edad, quienes pueden ver interrumpidos estos vínculos como consecuencia de los actos cometidos por sus padres. La compatibilidad con la vida separada se traduce, por ejemplo, en que los eventos de mayor significación familiar se deben realizar preferentemente en los momentos en que los hijos menores se encuentren con el padre o madre que sostiene los vínculos familiares de consanguinidad. Prudencialmente, el juez procurará explicar la importancia simbólica de ciertos acontecimientos ligados a fechas establecidas, como la Navidad y los aniversarios familiares, favoreciendo en dichos temas el entendimiento parental. Tal es, a nuestro juicio, la conducta que mejor concilia con el objetivo establecido por el legislador. Sobre la eficacia de esta norma, se han vertido también opiniones más bien críticas, resaltando su discutible efecto, al tratarse de declaraciones importantes pero incoherentes con el resto de la ley, que no contemplaría realmente cláusulas de dureza, tras haberse desechado todas aquellas que fueron, en su oportunidad, propuestas en algunas de las indicaciones371. § Preservación de la estabilidad familiar y rechazo de su perturbación y afectación destructiva. Las rupturas matrimoniales no son consideradas por el legislador como un acontecimiento normal ni deseable de la vida social, especialmente si se atiende a los negativos efectos producidos en el seno de la pareja y la familia y a su 152 proyección en la comunidad. Más bien, la asume como una de las opciones posibles enfrentadas las personas a situaciones críticas, probablemente menos mala que otras alternativas, si se considera la salud física y mental de quienes se ven directamente afectados, especialmente en aquellos casos en que el deterioro afectivo traducido en las conductas cotidianas torna intolerable la vida en común de los cónyuges y sus hijos, si los hubiera. Sin embargo, esta apreciación no implica en caso alguno promover la inactividad pública frente a una realidad de efectos perniciosos, sino que, por el contrario, se postula la promoción de criterios de expresión normativa que permitan enfrentar de un modo serio, prudente y con sentido de realidad un problema cuyos efectos tocan al conjunto de la comunidad. El legislador asume las rupturas matrimoniales como un suceso claramente negativo, por los efectos sociales adversos que acarrean para las personas, tanto en el plano de su estabilidad emocional como por el inevitable detrimento patrimonial, afectando integralmente sus condiciones habituales de vida. El fundamento normativo que justifica la intervención del Estado radica en el artículo 1º de la Constitución Política de la República, que primero reconoce a la familia como el núcleo fundamental de la sociedad y luego establece el deber para el Estado de, "[...] dar protección a la población y la familia, propender al fortalecimiento de ésta, promover la integración armónica de todos los sectores de la Nación y asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional", lo cual implica, en primer lugar, dar protección a la familia y, en segundo lugar, propender al fortalecimiento de la familia. La LMC admite y regula la intervención externa en la situación que se genera como consecuencia de la ruptura matrimonial, en favor de las personas que se ven más afectadas, con base en el principio del inciso 5º del artículo 1º de la Constitución Política, entendiendo que en particular debe focalizar una atención preferente en los hijos, y en el cónyuge que se encuentre en la situación correlativa más desmedrada. En esta dirección, la ley contiene una forma atenuada de la institución conocida en la doctrina y en el derecho comparado como "cláusula de dureza", consistente en la 153 posibilidad de negar el divorcio por voluntad unilateral cuando el cónyuge que solicita dicha declaración no ha cumplido con sus obligaciones legales básicas, como los alimentos debidos. De igual manera, contempla la posibilidad de compensar al cónyuge social y económicamente más débil por el deterioro que le afecta como consecuencia de la ruptura, considerando determinados requisitos. Finalmente, la conciliación apunta a agotar las instancias de reconciliación de la pareja y la mediación a enfrentar por vías no controversiales la discusión de la situación posterior a las rupturas372. § Responsabilidad comunitaria y social en la protección de la familia y en la preservación de la institución matrimonial. La preparación para el matrimonio, el asesoramiento y auxilio en sus carencias, dudas y conflictos, así como el auspicio a la constitución de nuevas familias y la defensa de la estabilidad de los hogares formados, son funciones que exceden al Estado, tanto por la magnitud de la tarea como por el necesario compromiso de la comunidad con la familia y su preservación. La unidad y fortaleza de las familias, por las razones ya citadas en forma extensa en los párrafos precedentes, constituye un objetivo que supera las visiones particulares de personas o las misiones estrictamente institucionales. En consonancia con dicho propósito, el legislador ha acogido la obligación de involucrar de un modo activo y responsable a las organizaciones de la sociedad civil, entidades religiosas e instituciones de relevancia moral de la República, en los esfuerzos conducentes a facilitar el éxito de los matrimonios, previniendo la ocurrencia de hechos críticos graves en la vida de la pareja, o preparándolos de la mejor manera posible para enfrentar constructivamente esas circunstancias en el momento en que ocurren. Para alcanzar este propósito, se reconoce la instancia de mediación contemplada en la ley como medio para intentar recomponer la relación conyugal por vías no controversiales y la realización de cursos de preparación para el matrimonio. Asimismo, reconoce un espacio de colaboración activa de estas entidades con el logro del objetivo de fortalecer la decisión informada y libre que deben adoptar los 154 contrayentes, mediante su participación en la dictación de los cursos de preparación al matrimonio, orientados a promover la libertad y seriedad del consentimiento matrimonial, a través del conocimiento previo de los derechos y deberes que importa el vínculo. § Breve referencia al impacto del fenómeno migratorio en la familia. El fenómeno migratorio, siempre presente en Chile pero con una agudización multicausal en los últimos años, tiene una incidencia en extremo relevante sobre el derecho de familia. Es, de acuerdo a los parámetros que ordenan esta obra, una fuente material de nuestro derecho, que determina de manera creciente nuevas leyes que la regulan en los distintos aspectos sociales en los cuales incide, entre ellos el de la formación de parejas y la situación de la familia, muchas veces dispersa en distintos países. En la materia específica, el segundo punto —la dispersión familiar y los estatutos aplicables a sus integrantes— es objeto preferente del derecho internacional privado, en tanto que el primero —la formación de la pareja o el reconocimiento civil de una formada en país extranjero— es propio del derecho de familia nacional. Sin embargo, la existencia de una ley de extranjería anacrónica e insuficiente y la ausencia de una política pública que aborde integralmente el fenómeno migratoria han determinado que no solo se ha soslayado la relevancia de la cuestión familiar dentro de la perspectiva pública sobre la materia, sino que, a ojos de la sociedad, el foco aparece puesto en el control improvisado de la contingencia generada por la agudización de los flujos migratorios, e incluso del origen de aquellos antes que en una lúcida comprensión de sus causas, así como de su ordenada recepción e integración social373. En cuanto a los problemas jurídicos en los cuales incide la inmigración, los problemas de filiación afectan al niño o niña en el caso de expulsión de su padre o madre, o de cualquier miembro de la familia que tenga a su cargo el menor, debiendo profundizarse en la perspectiva propia de la disciplina del derecho de la infancia y la adolescencia, a la luz principalmente de la Convención de los Derechos del Niño374. 155 En la perspectiva del derecho matrimonial, por su parte, los problemas tienen relación con situaciones referidas al matrimonio principalmente, y en menor medida de las uniones de hecho. En el primer caso, los temas recurrentes dicen relación con el reconocimiento de matrimonio celebrado en el extranjero, la simulación de un matrimonio para facilitar la obtención de la residencia en el país y las consecuencias del decreto de expulsión de uno de los cónyuges en el grupo familiar 375. 2. Principio de intervención pública por interés social § Rupturas matrimoniales, divorcio e interés social. El sistema legal asume como principio implícito la intervención pública derivada de la necesidad social de prevenir o atenuar los efectos más negativos derivados de una ruptura matrimonial definitiva e irreversible. De este modo, se realiza una clara opción por entender que, en el ámbito del derecho de familia, las rupturas matrimoniales constituyen circunstancias personales, íntimas y dolorosas, no deseadas y de consecuencias generalmente negativas para la comunidad. Por tanto, no se concibe la solución legal de una ruptura matrimonial a través del divorcio como una extensión de los derechos de libertad, o como un derecho al divorcio, como manifestaron entenderlo un sector de los grupos más liberales que apoyaban la introducción del divorcio376. La recepción legal del principio de intervención pública por necesidad social, en el caso del divorcio, por tanto, no debe entenderse como tributaria o como un efecto de una determinada tendencia social, que perciba como factible la tramitación legal de rupturas definitivas rápidas, sin expresión de causa grave y sin mediar un razonable período de reflexión. A favor de esta apreciación, los plazos legalmente establecidos para demandar el divorcio se presentan razonablemente prudentes, aun cuando en el caso del divorcio por voluntad unilateral, el principio señalado no aparece bien resguardado con la exigencia de un plazo de tres años, ya que hubiera sido más aconsejable atender la proposición presentada en la última etapa de 156 tramitación parlamentaria, que sugería distinguir la situación del matrimonio atendiendo a la existencia o no de hijos comunes. La opción de la sociedad —que el legislador asume representar— en favor de promover la permanencia del vínculo matrimonial o, en su defecto, de agotar los esfuerzos tendientes a alcanzar una convivencia armónica de los miembros del grupo familiar tras la ruptura, se aprecia en la aprobación de diversas normas orientadas por estos propósitos, como la de naturaleza declarativa que insta a los jueces a procurar entendimientos entre los cónyuges, la que establece la existencia de una audiencia de conciliación y la que dispone una instancia de mediación. Asimismo, este interés social de cautela también está presente en las medidas de reparación e indemnización a favor del cónyuge que se encuentra en una situación de mayor debilidad social y económica en el momento de producirse la ruptura. La permanencia del vínculo matrimonial es un ideal que el legislador estimula, pero no puede evitar que, finalmente, se produzca la ruptura definitiva como consecuencia de las decisiones que los propios individuos adoptan para enfrentar sus problemas conyugales y familiares. Los hechos que determinan que en algún momento consideren recurrir al divorcio son de ocurrencia anterior al momento en que se decida pedir esta declaración judicial y no son provocados necesariamente por la regulación legal, que persigue más bien atenuar el previsible efecto negativo en el grupo familiar y su entorno social. La Ley de Matrimonio Civil reconoce estas realidades y problemas y procura darles una salida, procurando brindar respeto a la intimidad y autonomía personal de los involucrados y con un renovado afianzamiento de la garantía constitucional de libertad de conciencia y de culto. 3. Principio de matrimonialidad § Noción introductoria. El principio de matrimonialidad alude a la especial relevancia que el sistema legal brinda al matrimonio, reconociéndolo como el vínculo 157 jurídico privilegiado de ordenación de la relación afectiva de pareja en nuestro ordenamiento377. El principio tiene dos implicancias: la primera referida al privilegio que la ley concede al matrimonio sobre otras formas de unión de pareja. La segunda, consecuencia de lo anterior, se relaciona con la necesidad de proteger el vínculo matrimonial. La fuente legal radica en el artículo 102 del Código Civil y en el artículo 3º inciso tercero de la LMC. § Privilegio del matrimonio sobre otras formas de unión jurídica o de hecho. En cuanto a lo primero, la Ley de Matrimonio Civil recoge una clara opción del legislador en orden a privilegiar el matrimonio por sobre otras formas civiles de reconocimiento de la unión de pareja, como el AUC, y por cierto respecto de uniones jurídicamente desformalizadas. Por la integralidad de los aspectos regulados y su vinculación finalista con la formación de una familia, el matrimonio goza de este favor iuris que, entre otras consecuencias, implica precisamente la obligación del juez, que conoce de una causa derivada de la ruptura de la pareja, de realizar las acciones que procuren preservar el vínculo matrimonial, comprometiendo así el interés social tanto en el privilegio institucional que persiste a favor del matrimonio como en la intervención en el evento de ocurrencia de una fase crítica378. La ley contempla dos menciones que configuran el privilegio del matrimonio. En primer lugar, el artículo 1º, en su primer inciso, resalta la función matrimonial como base principal de la familia, declaración que justifica el régimen específico que cobija al matrimonio frente a otras formas de convivencia afectivas. Posteriormente, el inciso segundo del artículo 3º establece la facultad judicial para promover acciones que procuren la preservación y recomposición de la vida en común que implica la unión matrimonial, en las eventualidades de amenaza, dificultad o quiebre que pudieren suscitarse379. En cuanto a las aplicaciones del principio, Corral destaca la justificación de los beneficios y responsabilidades propias de la familia basada en el matrimonio, sin que pueda hablarse de discriminación arbitraria, la valoración positiva de la 158 estabilidad matrimonial, y la preferencia valorativa a la perdurabilidad, si no es posible de la convivencia marital, al menos del vínculo matrimonial380. § Preservación y recomposición de la vida en común en la unión matrimonial. Consagrada en el inciso segundo del artículo 3º de la LMC, de manera explícita, este artículo incorporó uno de los preceptos más controvertidos del cuerpo legal, recibiendo tal rechazo en parte de los legisladores que incluso motivó el intento de eliminarla, por entender que su aprobación constituiría una puerta abierta para aquellos jueces que, considerando prioritariamente sus convicciones religiosas o morales, se resistieran a la aplicación de las normas legales que admiten el divorcio basados precisamente en esta disposición. En dicha línea, el senador Larraín sostuvo que "ella señala cual es el espíritu con el cual debe actuar el juez en cualquier procedimiento de conciliación y mediación y en todos los momentos en que se encuentre en entredicho la unidad familiar, es darle el justo sentido que pretenden quienes defienden el matrimonio que es decir: esta es una Ley de Matrimonio Civil y, por lo tanto, lo que el juez debe procurar siempre es la unidad [familiar]"381. Sin perjuicio del intenso debate, el precepto fue aprobado previa clarificación de su naturaleza como norma de contexto por parte del Ministro de Justicia de la época, Luis Bates, presente en la Sala durante la discusión del mencionado precepto. La norma se traduce en la intervención activa del juez, dirigida al propósito conectado con el interés social de preservación de la familia, la que tendrá lugar cuando conozca las materias de familia reguladas por la LMC, por lo que sólo le es posible pronunciarse en un sentido activo en dicha dirección, a través de una providencia cuando asuma un caso particular sometido a su conocimiento judicial. No puede intervenir en una situación, por muy cercana a su conocimiento que ella sea, cuando se encuentre fuera de la sede judicial o en competencia distinta. De igual modo, en un carácter restrictivo, el incentivo al abandono de una actitud pasiva en el juez se restringe a la unión matrimonial válidamente contraída, razón por la cual no puede 159 activar gestiones de reconciliación en una convivencia civil (AUC) o en una unión de hecho, enfatizando por tanto la defensa del matrimonio. La ley no especifica las amenazas y dificultades que afectan la vida en común, pero se entiende que el carácter eminentemente declarativo de la norma comentada obliga al juez a extremar la prudencia, evitando afectar la esfera de intimidad de las personas. En este correcto sentido, no podría efectuar una sugerencia que apunte a terminar una relación sentimental extramatrimonial sostenida por uno de los cónyuges. Este carácter declarativo de la norma expresa la voluntad del legislador de promover la actividad del juez orientándola a la consecución del objetivo, enmarcado en el interés social, de evitar una ruptura matrimonial cuando no esté debidamente fundada o se trate de un interés circunstancial motivado por un arrebato momentáneo, por citar un ejemplo. La norma entrega un marco de referencia, pero no posee un carácter imperativo para el juez como habría sido el caso si el tenor literal hubiera señalado "el juez preservará [...]". La norma ha sido valorada de modos muy diversos, ya que mientras una parte de la doctrina le asigna importancia en la prevención de las rupturas matrimoniales, otro sector le ha restado toda eficacia en la consecución de tal propósito. Así, Baraona ha señalado, en apoyo de la primera apreciación, que la ley no ha configurado un derecho al divorcio, que pudiera establecer una preeminencia de la pretensión de uno de los cónyuges de instar al divorcio respecto de la aspiración del otro de mantener la indisolubilidad de su vínculo, sino que, por el contrario, "la más importante valoración que puede extraerse de la ley en estudio es que ella insta por la estabilidad familiar", como queda probado precisamente en la redacción del artículo 3º de la LMC. Lo anterior, afirmando que, antes del supuesto interés de un cónyuge por el divorcio, están otros bienes que para la ley aparecen como superiores, tales como el interés superior de los hijos, la protección del cónyuge más débil y la preservación de la vida en común de un matrimonio válidamente contraído, cuando se vea amenazada, dificultada o quebrantada. En contrario, 160 Hübner la ha calificado como "una mera declaración de principios, de carácter programático, donde se advierte la lucha interna que existió en el trámite legislativo de la ley, toda vez que en las diversas instituciones que se consagran difícilmente el juez va a tener la posibilidad de recomponer el vínculo"382. Un efecto probable derivado de la aplicación de la norma, es advertido por Veloso383 en casos de inmigrantes expuestos a una medida administrativa de expulsión del país, que en el período previo al acto que le afecta hubiere contraído matrimonio y tenido un hijo con una ciudadana del país que dicta la resolución. El juez, conociendo una causa de familia que relaciona a los padres con el hijo común, podría considerar que la expulsión constituye una amenaza real para la manutención del hijo común y así lo declara, abortando la determinación administrativa. 4. Ius connubii § Noción introductoria. La ley reconoce el derecho esencial e inherente a la persona humana, de contraer matrimonio, si tiene edad suficiente para ello, o de no contraerlo, si tal es su voluntad384. El artículo 2º de la LMC dispone al efecto lo siguiente: "La facultad de contraer matrimonio es un derecho esencial inherente a la persona humana, si se tiene edad para ello. Las disposiciones de esta ley establecen los requisitos para asegurar el libre y pleno consentimiento de los contrayentes"385. § Concepto. El ius connubii o derecho a contraer matrimonio, también llamado principio de libertad nupcial, es un derecho esencial de la persona humana y no meramente una proyección de un derecho ciudadano, constituyéndose en un principio fundamental del derecho matrimonial occidental, asentado con fuerza a contar de la segunda mitad del siglo XX386. No es una concesión del legislador, sino 161 una exigencia de justicia que la misma naturaleza humana fundamenta, y que como tal ha sido elevado a la categoría de derecho humano fundamental luego de su incorporación en la Declaración Universal de Derechos humanos, siendo reconocido en este carácter de un modo global387. Sus atributos vinculados, de acuerdo a la doctrina, son el derecho a contraer matrimonio, el derecho a elegir libremente al cónyuge y el derecho a no contraer matrimonio. § Dimensiones del ius connubii. Así dicho, el ius connubii admite su análisis en diferentes dimensiones. Una dimensión o faceta positiva apunta en dirección de la promoción y tutela de la libre elección de una pareja así como la libertad de hacerlo en el momento que se elija. La dimensión negativa, por su parte, implica proscribir cualquier medida que imponga la obligación de celebrar matrimonio y/o determinar la persona con la cual debiera celebrarse388. Por tanto, de manera sintética, comprende el derecho a celebrar o no el matrimonio, el derecho al reconocimiento del vínculo, el derecho a la libre elección del propio cónyuge y el derecho a conocer la verdad sobre el propio estado jurídico389. Su extensión, aunque es causa de debate doctrinario, comprende el derecho a adquirir el estado matrimonial, consistente en un conjunto de derechos y deberes entre dos personas. Asimismo, tanto el carácter de derecho esencial como su íntima vinculación con la personalidad y el interés social involucrado en la cautela de su ejercicio, determinan su irrenunciabilidad390. § El derecho a celebrar el matrimonio y su protección jurídica. La protección jurídica de la libertad matrimonial ha consistido principalmente en anular las cláusulas de celibato frecuentemente insertadas en los contratos de trabajo y a veces en las liberalidades, en virtud de las cuales el matrimonio del contratante, asalariado o beneficiario de la liberalidad, produce rescisión del contrato o del acto. Aunque jurídicamente no impiden el matrimonio, tales condiciones atentan ilegalmente contra el derecho de casarse. Otros casos lo constituyen las disposiciones testamentarias que desheredan al heredero que contrae matrimonio, la rescisión de un contrato fundamentado únicamente en el matrimonio, las limitaciones para auxiliares de vuelo, las restricciones a integrantes de las Fuerzas 162 Armadas, y el impedimento de segundas nupcias tras un divorcio, impuesto a un profesor de un colegio religioso particular391. La ley agrega una importante disposición para afirmar la vigencia del derecho a contraer matrimonio, al establecer que cualquier persona puede exigir al juez que adopte medidas para viabilizar el ejercicio legítimo de este derecho, cuando sea negado o restringido arbitrariamente por la acción de un particular o de la autoridad. Dispone al efecto el art. 2º, inc. 2º de la LMC: "El juez tomará, a petición de cualquier persona, todas las providencias que le parezcan convenientes para posibilitar el ejercicio legítimo de este derecho cuando, por acto de un particular o de una autoridad, sea negado o restringido arbitrariamente". En los hechos, la disposición legal ha consagrado una verdadera acción popular, al establecer que cualquier persona puede interponer la petición de amparo ante la violación de este derecho. La norma, de amplia redacción, también asigna al juez la obligación de restablecer el derecho de una persona a contraer matrimonio, cuando por una actuación arbitraria —contraria a Derecho— de un particular o de una autoridad este sea negado o restringido. Las facultades entregadas al juez son muy amplias y van desde la presencia en terreno, disposición de la fuerza pública y la facultad de oficiar a la autoridad de un servicio público, por ejemplo, que haya cometido el acto arbitrario. Los casos en los cuales tendría aplicación comprenden la negativa familiar al enlace de un hijo o un nieto, por citar un ejemplo, o la negativa de un oficial civil a celebrar un matrimonio de una persona con discapacidad auditiva, por citar una situación de cierta ocurrencia en nuestro país. No compartimos lo expresado por Hübner, quien extendiendo laxamente la aplicación de la norma, estima que también se concreta para reconstruir la vida afectiva en caso de disolución del vínculo392. § Extensión del principio al derecho a no casarse. El ius connubii implica el derecho a casarse y también el derecho a no casarse, aun cuando la preferencia por la institución conyugal lleva a proteger de un modo más eficaz la primera 163 dimensión, es decir, el derecho a contraer matrimonio. El ius connubii, al consagrar la libertad de elegir el estado matrimonial, comprende por tanto la prohibición de presiones indirectas para celebrar el matrimonio, consagrando consecuencialmente la nulidad del matrimonio que se hubiere celebrado bajo la influencia de tales presiones393. La Ley de Matrimonio Civil no contempla expresamente este derecho, pero la doctrina de referencia ha sido clara en incluir las dos dimensiones antedichas. § Extensión del principio al reconocimiento del vínculo. El matrimonio celebrado en conformidad a las normas legales vigentes no puede ser desconocido por terceros. Este reconocimiento comprende tanto al matrimonio celebrado en la forma civil tradicional como al matrimonio celebrado en forma religiosa ante un ministro de culto debidamente autorizado, en conformidad a lo dispuesto en el artículo 20 de la LMC. Una situación de mayor complejidad podría presentarse en dos casos. Primero, cuando el consentimiento prestado en sede eclesiástica no se ratificare después ante un Oficial Civil dentro del plazo legal de ocho días contados desde la celebración del matrimonio394. Segundo, en el caso de una persona de religión musulmana, casada bajo las normas del derecho islámico en su país de origen con dos mujeres, y que pretenda el reconocimiento del vínculo posterior basado en la concordancia del artículo 20 de la LMC con el respectivo artículo 20 de la Ley Nº 19.638. § Extensión del principio a la estabilidad del vínculo. La recepción legal del ius connubii ha generado críticas, principalmente por estimar ineficaz, algunos autores, la consagración del derecho en lo que respecta a sus consecuencias, ya que no consideró su aplicación también a la decisión de mantener la estabilidad del vínculo, elemento del matrimonio considerado esencial por los contrayentes al momento de su celebración, permitiendo así entrar y salir libremente de la institución, facilitando que los que no creen en el matrimonio vuelvan a casarse libremente395. En contrario, pueden revisarse en esta obra los argumentos expuestos, al tratar el principio de matrimonialidad. 164 § Limitaciones al ius connubii. De conformidad a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a lo dispuesto en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos396 y en el Pacto de San José de Costa Rica, las limitaciones se refieren a la exigencia de una edad mínima y a la consagración legal de procedimientos que permitan asegurar el libre y pleno consentimiento de los cónyuges. La LMC, en forma concordante con este marco, establece como límites al ius connubii, caracterizados por su excepcionalidad en relación al principio de libertad nupcial, la acreditación de una edad suficiente y la diferencia de sexo 397. Fundamenta la regulación de los requisitos para celebrar matrimonio en el propósito de asegurar el consentimiento libre de los contrayentes, estableciendo para ello la edad mínima para contraer matrimonio en dieciséis años, variando de un requerimiento mínimo basado en la capacidad de sostener relaciones sexuales y en la potencialidad de engendrar hijos, a una exigencia de carácter más difuso, menos objetivo e incluso arbitrario, como es la adolescencia tardía. Sin embargo, si el objetivo era procurar mayor madurez de los eventuales contrayentes frente a las consecuencias sociales de los actos individuales, la opción lógica habría sido establecer en los dieciocho años de edad el umbral de la capacidad ciudadana, penal y civil. § Funcionalidad y efectividad de la recepción legal del ius connubii. En términos de la evaluación de la recepción legal del ius connubii, Turner sostiene que la consagración legal del derecho a contraer matrimonio en el art. 2º inciso 1º de la LMC carece de función normativa prescriptiva, siendo meramente declarativa, o, como sostiene la autora, "meramente poética". Ello, por cuanto no tiene correlato constitucional, en línea con su posición de relevar la importancia del derecho constitucional de familia. Afirma, concordantemente, que sería inconsistente con el uso de la expresión derecho esencial en la Constitución y, por tanto, es inútil como garantía de la respectiva facultad. La fuerza prescriptiva del derecho a contraer matrimonio, sin embargo, encontraría respaldo en la obligación derivada de los compromisos internacionales suscritos por Chile, que sí aplicarían 398. Asimismo, Turner también afirma que el derecho a contraer matrimonio es una derivación del 165 derecho fundamental a la libertad, lo que determinaría que el Estado y sus autoridades estarían impedidos de limitar el ejercicio del derecho a través de prohibiciones irracionales. Su desarrollo progresivo, en definitiva, ha avanzado desde la paulatina desaparición de requisitos de asentimiento que limitan su ejercicio, hasta su reivindicación activa por parte de los colectivos LGBTI 399. 5. Principio del interés superior de los hijos § Protección de grupos vulnerables como principio general del derecho matrimonial y conyugal. En directa coherencia con el principio de equidad social, derivado a su vez del principio de solidaridad constitucional, el artículo 3º inciso primero de la LMC incorpora como sujetos tutelados en forma prioritaria, a los que se encuentren en una posición de mayor debilidad comparativa, más vulnerable o debilitada, a raíz o como consecuencia de una ruptura conyugal. Dispone al efecto el art. 3º inciso primero de la LMC: "Las materias de familia reguladas por esta ley deberán ser resueltas cuidando proteger siempre el interés superior de los hijos y del cónyuge más débil". La prioridad legal expresada en esta norma determina que, en el supuesto de colisión normativa, el juez deberá preferir aquella solución al problema jurídico que privilegie el interés de los hijos y del cónyuge más débil, calificados como intereses superiores, en el conocimiento de todas las causas que tratan las materias de familia reguladas por la ley400. Ya se ha anticipado en líneas precedentes que el artículo 3º de la ley ha sido fuente de interpretaciones encontradas, motivadas por la necesidad de precisar el sentido atribuido por el legislador a dicha norma, así como por la calificación declarativa o imperativa de su naturaleza jurídica. El juez, conociendo de una causa de familia, deberá considerar estos principios y, por tanto, no podrá atender exclusivamente el bienestar futuro de los cónyuges cuando resuelva un régimen de 166 relación directa de los padres con sus hijos, sino que habrá prudentemente de considerar, por ejemplo, el derecho de los hijos a mantener contacto con sus abuelos. En el caso específico de los hijos, como se verá más adelante, la amplia recepción jurídica del principio del interés superior del niño se ha traducido en el reconocimiento de un nuevo paradigma en el derecho de familia, que se impone como base y medida de las relaciones familiares deseadas por la sociedad, morigerando o incluso desplazando la tendencia precedente que colocaba a los niños y adolescentes en una situación de absoluta subordinación respecto a quienes tenían derechos, obligaciones y responsabilidades frente a ellos. Tal predominio del nuevo paradigma ha determinado que el menor quede situado "en una posición de protagonismo y —en tanto su desarrollo y madurez lo permitan— como gestor de su propia vida e intereses"401. Todo lo anteriormente expuesto se tuvo en vista, de manera explícita o implícita, por parte del legislador al decidir su inclusión en la LMC, en un precepto expreso bajo la forma de una declaración principal que brinda contenido a las normas que se refieren a él, debiendo ser considerado, por tanto, como criterio de resolución judicial. Recordemos, al efecto, que la Convención sobre los Derechos del Niño establece que el interés superior del menor es el principio general que debe regir la adopción de cualquier medida en el ámbito judicial y administrativo con relación a las personas menores de edad 402. § Concepto de interés superior de los hijos. Trata de la consideración legal privilegiada de los hijos nacidos de una relación de pareja, matrimonial, more uxorio o incluso de hecho, en todas las situaciones críticas de la vida familiar y particularmente de la relación de pareja que sean derivadas al ámbito público, sea ya un litigio sometido a la jurisdicción o a métodos alternativos de solución de controversias. El contenido referido al interés calificado como superior, no se encuentra legalmente definido, debiendo extraerse de los ejemplos en los cuales el legislador alude a este principio. Sin embargo, en términos generales, debe ser referido y concordado con el principio del interés superior del niño y la niña, al cual se asimila en gran medida, salvo la situación articular de los hijos mayores de edad 167 que se encuentren en situación de dependencia obligada de sus padres, como en aquellos casos de personas con discapacidad psíquica o física severas. § Concepto de interés superior del niño y la niña. El interés superior del niño y la niña, o interés superior del menor como es también conocido en el derecho comparado, es un concepto jurídico indeterminado citado o incorporado en diversos textos normativos nacionales e internacionales, y que enmarca de modo general las políticas públicas y las leyes especiales que se ocupan de la infancia y la adolescencia. Jurídicamente, consiste en una lista de criterios o en una cláusula general — según el sistema jurídico en que rija— traducido en este último caso en un principio general del derecho, que deberá luego ser individualizado para su aplicación concreta en cada caso que se requiera. En ambos sistemas, lista de criterios y cláusula general, la indeterminación general y la diversidad de soluciones prácticas conspira en no menor medida contra el principio de seguridad jurídica403. Su finalidad se orienta, mediante el aseguramiento del ejercicio de sus derechos, a beneficiar al niño y la niña en la perspectiva del afianzamiento de su autonomía progresiva y del libre desarrollo de su personalidad404. Su contenido, según lo ya adelantado, es materia de interpretación judicial y se traduce en una concreción real ajustada al caso preciso que deben realizar obligadamente los tribunales. En la materia específica que ocupa nuestra atención principal, referida a los casos de disgregación familiar a partir de una ruptura conyugal, será el criterio —calificado por algunos como principio— de continuidad el que deberá primar al momento de la decisión judicial, o del convenio de los padres en su caso, determinando en consecuencia que se debe procurar no alterar o disminuir el impacto de dicha alteración, en las condiciones de vida del niño o niña, lo que se traduce en la mantención hasta donde sea posible de la forma de vida del menor, sus relaciones y medio físico en el cual se desarrolla, lo que implica restringir los traslados del niño y aumentar la exigencia de traslado de sus padres, limitar los cambios de residencia, restringiendo especialmente los cambios de ciudad, facilitar 168 la relación directa y regular de quien no vive cotidianamente con el menor, facilitar y no impedir la mantención de los vínculos con la familia extendida y no distribuir a los hermanos en las viviendas separadas de sus padres, entre otras medidas405. Sin perjuicio de lo ya dicho, ni la Convención aludida ni la Ley de Matrimonio Civil definen el contenido de lo que se deberá entender por interés superior del niño o del menor, manteniendo al concepto en la indefinición legal y supeditando en consecuencia su contenido a la determinación casuística que realice un juez, tratándose de causas de familia. En tal sentido, Rivero sostiene que la concreción del principio se suma a la dificultad que ya ostenta la definición del concepto de interés superior del menor o del niño, problema que el derecho anglosajón intenta solucionar por la vía de presentar un listado de criterios que, en principio, puedan manejar los tribunales, en tanto que en el ámbito del derecho eurocontinental tiende a predominar la técnica legislativa de la cláusula general, consistente en la limitada enunciación de este interés como principio superior del derecho y su posterior individualización para cada caso y menor afectado406. En la búsqueda de parámetros que permitan configurar un contenido que coincida con el marco y propósito de la Convención, y que a la vez permita interpretar correctamente la voluntad del legislador nacional en la materia que analizamos, estimamos que es necesario enfocar la correcta lectura del principio desde la perspectiva de la obligación del Estado, tal como hemos adelantado al iniciar este apartado. De este modo, se puede colegir que toda acción pública relacionada con la infancia deberá estar basada en la valoración integral del conjunto de los derechos del niño(a), proyectados hacia el futuro; en la determinación de que lo mejor para el niño(a) deberá referirse y estar basado siempre en los propios derechos del niño y, sintéticamente, en que todo lo anterior lleva a la conclusión de que el único parámetro para la determinación del interés superior del niño lo constituye el ejercicio integral de sus derechos407. En conclusión, el principio del interés superior del niño es una declaración principial del ordenamiento jurídico, en virtud de la cual los agentes de los poderes 169 públicos deben cautelar de un modo imperativo el respeto de los derechos fundamentales del niño y la niña, como persona que no ha alcanzado la adultez, debiendo entenderse que tales derechos están basados y determinados por el desarrollo equilibrado de su personalidad408. § Recepción legal del principio del interés superior de los hijos y ámbito de aplicación. El art. 3º inc. 1º de la LMC dispone en su primera parte lo siguiente: "Las materias de familia reguladas por esta ley deberán ser resueltas cuidando proteger siempre el interés superior de los hijos...". Al respecto, analizaremos en los párrafos siguientes los criterios de interpretación y efectos derivados de la recepción legal del principio409. § Referencia general a los hijos. En primer lugar, la norma legal se refiere genéricamente a los hijos y no solamente a los hijos menores de edad o que se encuentren dentro de la definición de niño o niña, lo que incluye, por tanto, a los hijos mayores de edad, es decir, a quienes hayan cumplido 18 años, sin fijar un techo superior en cuanto al requisito de la edad, incluyendo entre tales a los no emancipados por edad y a quienes deben permanecer en el hogar paterno o materno por una especial circunstancia de discapacidad o enfermedad invalidante. Respecto de niños y niñas que viven bajo el alero de su familia nuclear, el principio aplica previendo que, en la eventualidad de la ruptura conyugal de sus padres, no se produzca un menoscabo en el goce y ejercicio de sus derechos, o que al menos se aminore la probabilidad que aquel se produzca. La inclusión de los hijos mayores de edad, es decir, a quienes hayan cumplido 18 años, implica asumir que el límite superior debe establecerse en una condición y no en un plazo, como es la verificación del hecho del abandono de hogar por parte de los hijos, como supuesto de la convención social sobre la materia. La pregunta que procede, en todo caso, es determinar qué ocurre con los hijos que se han emancipado pero permanecen ligados afectivamente al hogar. Si se trata de menores de edad, se debe promover la prudente consideración de sus intereses, 170 oyendo su opinión y procurando asentar siempre el sentido de permanencia del vínculo paterno-filial, al margen de los criterios que impone la vida en común de los progenitores. Si los hijos han arribado a la mayoría de edad, ya no sería imprescindible considerar su opinión para evitar la ruptura del que fue el hogar común, pero del cual ya han hecho abandono. Esta asimilación no reduccionista ha tornado en los hechos aplicables toda la construcción conceptual del interés superior del niño, tal y como lo ha interpretado la generalidad de la doctrina nacional410 y, más importante aún, los jueces que conocen asuntos de familia y las autoridades públicas que poseen competencia en la materia. § Interés superior de los hijos y derechos de la personalidad. El concepto del interés superior de los hijos es un producto de la evolución ideológica y social de los derechos de la personalidad, constituyendo un avance que posibilita, en palabras de Rivero, "analizar los intereses existentes en las relaciones familiares y, en general, en todas las relaciones interpersonales en que participan los menores, enfrentando los conflictos de intereses desde la óptica de la primacía del interés del menor"411. Implica una mayor valoración social con expresión jurídica, basada en la apreciación del niño y la niña como personas vulnerables y en proceso de formación, que requieren por estas mismas razones una mayor atención familiar, social y estatal. §Convención Universal de los Derechos del Niño. El concepto de interés superior del niño ya se encontraba incorporado y vigente desde la ratificación por Chile de la Convención Universal de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, el 20 de noviembre de 1989412. A contar de dicho momento, se produce una rápida recepción del principio en la mayoría de los ordenamientos jurídicos contemporáneos, salvando, claro está, la improbable uniformidad de su interpretación, en especial de su alcance, por el ineludible condicionamiento cultural en cada país413. 171 § Efectos prácticos. En cuanto a sus efectos prácticos, es más una obligación reforzada del Estado frente a la infancia que un derecho estrictamente mirado desde la óptica del niño. Como expresa Griesbach siguiendo a Cillero, es posible concebirla como una herramienta hermenéutica para definir la obligación del Estado y la manera adecuada como se debe actuar frente a la infancia, constituyéndose como un eje rector que gobierna toda acción pública que afecta al niño y a la niña 414. Esta obligación reforzada del Estado frente a la infancia se debe entender dentro del concepto de efecto útil de los derechos del niño(a), referido a que estos tengan sentido en la vida y práctica del sujeto que los tutela a través de su aterrizaje en medios efectivos y prácticos que garanticen su protección y ejercicio, evitando que se conviertan en fórmulas vacías de contenido sin ningún efecto práctico 415. § Carácter abierto y legalmente indeterminado del principio. Cabe resaltar el carácter extremadamente abierto y carente de determinación legal del principio contenido en la norma, en que la explicación de la aparente falencia normativa es preciso buscarla en la ausencia de uniformidad tanto de los sujetos a los cuales debe aplicarse como de las circunstancias sociales que les condicionan o determinan. Considérese al efecto que no puede asimilarse la situación en que se encuentra un lactante de meses de vida con la de un infante o la de un adolescente. En tal sentido, siguiendo a Grossman, debe entenderse que, con su introducción, se produce una autolimitación del Poder Legislativo, en tanto deja en manos del juzgador tomar la decisión de acuerdo con la información que surge del caso concreto, vale decir, conforme a las circunstancias de hecho, de lugar y de tiempo. Por ello, cuando la interpretación judicial evalúa en un proceso el interés superior del niño, adquiere la fuerza de una gestación normativa416. § Deber de tutela judicial. La norma consagra un derecho que posee un correlato en el deber de tutela que corresponde en primer lugar al juez, quien debe tener presente al momento de dictar resoluciones relacionadas con los hijos de una pareja afectada por una ruptura o conflicto matrimonial, el interés superior de estos, así como velar por el ejercicio y goce pleno y efectivo de sus derechos y garantías, ante cualquiera que pudiere pretender la afectación o el menoscabo de los mismos 417. 172 La aplicación del principio por parte de los tribunales nacionales ha tomado como base su indeterminación, a partir de la cual se ha realizado una actividad judicial muy fecunda cuya recepción interpretativa no coincidente de las normas legales impide, por ahora, concordar en la existencia de una línea jurisprudencial en la materia418. En cuanto a las materias en las cuales se ha hecho referencia al principio, Barcia destaca su aplicación en causas de alimentos, en los derechos de quienes tienen vinculación con el menor, en materia de relación directa y regular, en materia de cambio de nombre y en materia de adopción419. § Políticas públicas sobre infancia. Lo dicho a propósito del papel relevante del juez es sin perjuicio de su extensión amplia a quienes por mandato legal en el marco de las políticas públicas de amparo a la infancia deben cumplir también con deberes específicos, como ocurre a modo ejemplar con quienes dirigen establecimientos en que se brinda educación a los menores o que son responsables de los recintos en que permanecen menores transgresores en régimen cerrado o abierto. Siguiendo a Griesbach, la pauta de la obligación del Estado está basada en la necesidad del niño(a) y no en la capacidad o facultad de un actor público, lo que tiene "implicaciones importantes en cuanto al grado de acción oficiosa que se hace exigible a todo servidor público, al grado de establecer obligaciones adicionales a las estipuladas en las facultades concedidas por ley para dar vista y accionar todo aquello necesario para el resguardo integral de los derechos de un niño o niña" 420. § Traducción del principio en acciones concretas. Sobre el particular, cabe consignar en primer término que el principio constituye un criterio calificador de la suficiencia del convenio regulador contemplado en el art. 27 de la LMC, a la vez que se erige también como un criterio regulador de las relaciones entre padres e hijos421, aplicable en todas las acciones que implican el respeto de sus derechos en tanto persona, tales como el de ser oído en el juicio en que se tramita el divorcio de sus padres, o el que define su propia tuición en caso de separación de ambos progenitores422. 173 En segundo término, se traduce en la debida cautela de los intereses patrimoniales, los que no pueden ser afectados arbitrariamente por el hecho de la separación parental, en que uno o ambos nieguen a los hijos, por ejemplo, el derecho de alimentos o el de habitación en el hogar de los padres, aunque se encuentren separados físicamente423. En tercer término, en aplicación del principio se debe asegurar a los hijos el derecho a mantener un trato directo y permanente, dentro de las limitaciones de la nueva realidad de convivencia, con su padre o madre con el cual no viven cotidianamente, tal como lo dispone el art. 9º de la Convención de los Derechos del Niño y recoge el inciso final del art. 3º de la LMC al disponer que las cuestiones atinentes a la terminación del matrimonio deben conciliarse "con los derechos y deberes provenientes de las relaciones de filiación y con la subsistencia de una vida familiar compatible con la ruptura o la vida separada de los cónyuges"424. En cuarto término, como expresión de la obligación reforzada del Estado frente a la infancia, pueden consignarse obligaciones particulares para los agentes públicos, como la actuación oficiosa para asegurar la protección de niños y adolescentes, la obligación de exhaustividad para atender la causa de pedir, la obligación de aplicar el principio pro niño en temas que afectan a la infancia y, en definitiva, el aseguramiento del ejercicio y protección de sus derechos fundamentales en vista de la satisfacción del objetivo del desarrollo de su personalidad 425. En quinto término, algunas de las aplicaciones del principio tienen lugar con ocasión del convenio regulador, en la promoción del cuidado personal compartido, alternado o sucesivo y al momento en que se requiera escuchar la opinión de los hijos con motivo del término de la vida familiar conjunta o del régimen futuro que les asistirá en su vida futura en forma separada de cada uno de sus padres, aunque "lo manifestado por el niño ante el juez no determina la decisión judicial, sino que solamente la informa, como cualquier elemento de juicio. De ahí que existan resoluciones judiciales diametralmente opuestas al deseo expresado por el hijo, con respecto a su cuidado personal"426. 174 Finalmente, cabe destacar que algunos autores han extendido la aplicación de este principio al eventual derecho de los hijos para exigir la continuidad del vínculo matrimonial entre sus padres, entendiendo que esta situación deseable e ideal es la única que se condice con el respeto pleno del interés superior del menor. No es posible compartir esta postura, en tanto se basa en la subjetiva apreciación de un niño, que confunde el afecto de sus padres hacia él con la subsistencia de la comunidad de vida entre ellos, más allá incluso de la realidad objetiva que, en muchos casos, constituye evidencia palpable del mejor cumplimiento de los deberes paterno filiales cuando los padres no están juntos permanentemente. Además, sería un contrasentido evidente, que sí se considerara en los casos de nulidad, y no en los de divorcio, aun cuando el efecto previsible en los hijos sea similar427. 6. Principio del interés superior del cónyuge más débil § Noción introductoria. El principio del interés superior del cónyuge más débil, establecido por la ley de 2004428, se erige a partir de la especial atención que el juez procurará brindar al cónyuge que, al momento de la ruptura, se encuentre en una condición de mayor vulnerabilidad por desequilibrio de sus posibilidades económicas, laborales, sociales y de salud, al momento de enfrentar las consecuencias de la separación en ciernes429. § Concepto. El principio de protección del cónyuge más débil es una norma declarativa que contextualiza el tratamiento público de las crisis conyugales, ya sean conocidas en sede jurisdiccional o en sistemas alternativos no controversiales, disponiendo la consideración prioritaria y favorable de los intereses del cónyuge o conviviente que se encuentre en situación económica desmedrada frente a su pareja, como consecuencia principal del estado matrimonial o de convivencia civilmente regulada. § Fuente legal. La LMC, en su art. 3º inc. 1º en su parte final, dispone lo siguiente: "Las materias de familia reguladas por esta ley deberán ser resueltas cuidando 175 proteger siempre el interés superior (...) del cónyuge más débil". La norma legal da cuenta del interés del legislador, fuertemente manifestado durante la tramitación parlamentaria de la LMC, en orden a atender prioritariamente a la situación del cónyuge que tras una ruptura matrimonial, queda en un estado de precariedad material que viene a agravar las naturales consecuencia negativas que trae consigo el quiebre familiar. § Determinación del cónyuge más débil. La ley no señala lo que deberá entenderse por "cónyuge más débil", abriendo el terreno a la interpretación doctrinal y jurisprudencial, especialmente en este último caso, si se entiende que la ley remite a la realidad concreta de cada caso, como propone Gómez de la Torre 430. Buscando mayor precisión, Rodríguez entiende por cónyuge más débil, "al que se encuentre en una posición económica, psíquica, emocional o fisiológica desmedrada" 431, en tanto que Barcia agrega que la debilidad debe ser evidente y obedecer a una causa objetiva, como una enfermedad432. Sin embargo, la interpretación de la ley y su historia permiten concluir que la protección al cónyuge más débil está determinada por la situación económica y la desigualdad que se pueda apreciar al momento de la terminación del vínculo civil. No es por tanto sinónimo de estado de necesidad, situación propia de las pensiones de alimentos, sino que se trata de evitar el menoscabo económico. La ley no precisa lo que deberá entenderse por debilidad relativa, por lo que corresponderá al criterio del juez determinarlo, quien deberá considerar los principios generales en la materia, las normas de contexto y otras referencias prescriptivas o declarativas aplicables. Asimismo, tampoco establece a cuál cónyuge se aplica la calificación, por lo que se entiende que puede ser cualquiera de los dos y no sólo la mujer. Cabe indicar que el principio general aplicable en la materia, en la situación de normalidad de la convivencia matrimonial, es el de igualdad de los cónyuges, plenamente vigente en el Código Civil. La LMC en su inciso tercero se encarga de brindar prioridad por especialidad al principio del cónyuge más débil, teniendo siempre en vista la restauración del 176 principio general de igualdad, afectado por el hecho emergente de la ruptura matrimonial433. Junto con el interés de los hijos, se otorga preferencia a la situación del cónyuge que se encuentra en una situación de mayor debilidad relativa en aspectos económicos y sociales, debiendo descartarse la interpretación extensiva originalmente aplicada por los promotores de la norma, que incluía también la debilidad emocional. La aceptación de este supuesto habría significado, en caso de ser aceptada por el legislador, la prolongación infinita del debate sobre lo que se debiera entender por afectación emocional, por su evidente dificultad para llegar a alcanzar criterios de calificación dotados de una objetividad mínima. El principio encuentra aplicación directa a propósito de la existencia de la compensación económica, concebida como medio de restablecimiento de una paridad justa entre los cónyuges tras el hecho de la ruptura matrimonial definitiva e irrevocable434. En definitiva, sin perjuicio de la complejidad que caracteriza a los efectos de las rupturas matrimoniales, el legislador procura objetivar el perjuicio emergente, interpretando la debilidad exigida como supuesto condicionante por la norma, como el desmedro económico que le ocasionará al cónyuge afectado la nueva realidad que deberá enfrentar y la situación particular en que se encontrará, constituida por factores como la condición de adulto mayor o la diferencia de edad con el otro cónyuge, cuando dicha diferencia sea determinante en la más pronta normalización de la vida personal; el estado de salud; las posibilidades de acceso al mercado laboral; la situación patrimonial objetiva; el no haber podido desarrollar una actividad remunerada o lucrativa o haberlo hecho en grado menor que el otro como consecuencia de haberse dedicado al cuidado de los hijos o labores propias del hogar435. § Aplicación del principio. El principio de protección al cónyuge débil importa un mandato dirigido al juez llamado a resolver el conflicto en situaciones de quiebre matrimonial. En consecuencia, de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 3º NLMC, su aplicación se restringiría a la ruptura, descartando su intervención durante la época 177 que dure el matrimonio. En concordancia con lo planteado, los mecanismos a través de los cuales se concreta este principio son el derecho a la compensación económica, la denominada cláusula de dureza y las facultades del juez para la aprobación del convenio regulador, en los casos de divorcio de común acuerdo"436. En cuanto al modo de restablecer el equilibrio perdido con el hecho de la separación, el análisis de las diversas disposiciones de la ley permite concluir que se realizará mediante formas de compensación económica437, por lo que preferentemente, como afirma Hübner, "su marco será patrimonial, sin perjuicio de que también se consideren otros factores como su edad, estado de salud y situación previsional"438. En todo caso, además de la compensación económica, el juez puede establecer otras formas de restauración del equilibrio con base en criterios de equidad, especialmente cuando al efectuar el control judicial de los criterios de calificación de la suficiencia del convenio regulador dispuesto por el art. 27 de la LMC, puede proponer también la inclusión de una versión atenuada de la denominada "cláusula de dureza" en favor del cónyuge que se encuentre en una grave situación de vulnerabilidad personal que pudiese ser agudizada por los avatares propios de la ruptura conyugal y familiar439. Otra aplicación ha sido establecida jurisprudencialmente, con motivo de la demanda de divorcio unilateral, la que puede ser rechazada bajo el solo expediente de incumplimiento de la obligación respecto de su cónyuge, sin necesidad de que ocurriera lo mismo respecto de los hijos, como pudiera entenderse en una primera lectura de la redacción del artículo 55 de la LMC, que en su letra b exige que el demandante acredite, si lo exige el otro cónyuge, haber dado cumplimiento a su obligación de alimentos respecto del demandado y sus hijos comunes. El fundamento, en este caso, es el principio de protección al cónyuge más débil, "que debe siempre ser respetado en estas materias"440. 178 CAPÍTULO III PRINCIPIOS INFORMADORES DEL RÉGIMEN LEGAL DEL ACUERDO DE UNIÓN CIVIL 1. Principio de igualdad jurídica § El principio de igualdad en el campo del derecho de familia. Principio de igualdad de los cónyuges y convivientes civiles. La igualdad constituye un principio informador de todo el sistema jurídico. En el campo del derecho de familia, su traducción específica comprende la igualdad de los cónyuges frente a los derechos y deberes que el ordenamiento legal prescribe, la igualdad específica de la mujer frente al régimen discriminatorio que precedió al actual y que subsistiría en algunos resabios normativos no reformados y la igualdad de los hijos, ya sancionada por la ley de filiación. Se podría, además, agregar la igualdad de todos los tipos de constitución familiar y de las organizaciones religiosas frente al Estado, el primero para descartar privilegios de la familia basada en el matrimonio y el segundo para descartar privilegios al momento de reglamentar la celebración del matrimonio en sede eclesiástica. Sobre la relevancia progresiva de este principio, Kemelmajer sostiene que, "a la luz del bloque de constitucionalidad, el derecho de familia ha debido enmarcarse en principios que no se pueden eludir, como el de igualdad, cuya noción es inseparable de la dignidad esencial de la persona, frente a la cual es incompatible toda situación que, por considerar superior a un determinado grupo, conduzca a tratarlo con privilegio; o que, a la inversa, por considerarlo inferior, lo trate con hostilidad o de cualquier forma lo discrimine del goce de derechos que sí se reconocen a quienes no se consideran incursos en tal situación de inferioridad". De lo dicho, por tanto, cabe concluir en la inadmisibilidad del tratamiento legal diferenciado de los seres humanos, "que no se correspondan con su única e idéntica naturaleza"441. § Igualdad de la mujer. En particular, sobre la igualdad de la mujer, se ha sostenido que su exclusión del espacio público "modificó sus propias fuentes de 179 justificación en comparación con las sociedades premodernas y la tradición medieval y el debate ya no fue si la mujer tenía alma, sino si la mujer (expresión de naturaleza y emotividad) poseía los elementos y los criterios racionales suficientes para hacer oír su voz en la Res Pública"442. De aquí entonces que las mujeres, "a pesar de haber sido vetada su presencia en el Espacio Público, desempeñan todavía un papel socialmente reconocido en ese marco privado, como es la procreación, crianza y educación de una progenitura destinada a convertirse en ciudadana y a servir al Estado y a la sociedad"443. La igualdad jurídica de los cónyuges es uno de los principios relevantes en el ordenamiento matrimonial, estableciendo una necesaria medida de coherencia con las normas constitucionales444 y civiles comunes que impregna toda la interpretación de la Ley de Matrimonio Civil, en especial luego de la promulgación de la Ley Nº 18.802, que puso fin a la incapacidad de la mujer casada en régimen de sociedad conyugal. La concreción del principio se traduce en la base de la relación jurídica familiar, que se erige como una relación entre sujetos iguales 445. Asumiendo el marco prevalente de igualdad jurídica, al remarcar el principio a propósito del derecho de familia en general y del derecho matrimonial o conyugal en particular, se alude específicamente a dos manifestaciones: el rechazo a las relaciones de subordinación y el derecho a la igualdad de trato, que exige igual respeto y consideración social para el varón y la mujer. El principio de igualdad, en su actual valorización, determina que el Estado adquiere el compromiso de no discriminar a las personas en el ejercicio de sus derechos, basado en cualidades accesorias de la naturaleza humana, como ocurre en el caso de una legislación que acarreara consecuencias desfavorables para los individuos en razón, por ejemplo, del género sexual al que pertenecen446. La atribución de poderes especiales a uno de ellos tiene jurídicamente el carácter de una potestad y no específicamente de un derecho. El reconocimiento legal de atribuciones dentro del matrimonio también debe dar cuenta del principio comentado, en tanto tradicionalmente el poder de la mujer era 180 inferior al del hombre, expresado especialmente en la interpretación del sentido y extensión de la fidelidad, pues, por ejemplo, cuando un marido comunica a su esposa que ha decidido establecer relaciones esporádicas con otras mujeres, y ella lo acepta, aunque se sienta lastimada y oprimida, existe una clara indicación de superioridad en beneficio del varón. El marido ocupa aquí la posición de poder, con mayor amplitud en su capacidad de movimiento, poseyendo por tanto la fuerza mayor para herir a su cónyuge, ya que puede utilizar este poder para limitar la conducta de esta, mientras él vive en el ejercicio de su plena libertad. El espacio creciente que ha ido logrando la mujer y la cultura de lo femenino, a pesar de la evidente tensión derivada de la colisión con la tradición patriarcal y "machista" que subsiste con fuerza en la cultura popular, contribuye cada vez más a la valorización y respeto de la mujer. Lo anterior ha contribuido a facilitar procesos de integración de los vértices masculinos y femeninos en muchas áreas, entre ellas, las que tienen que ver con la autoridad, la puesta de límites, la interdicción y el ejercicio del poder, pero también ha tenido efectos que han contribuido a tensionar la relación conyugal, como el declive de la autoridad paterna, que contrasta con un incremento de la autoridad materna447. § Igualdad de los hijos. La Ley Nº 19.585, conocida como Ley de Filiación, consagró la igualdad legal de todos los hijos, independientemente del hecho de haber nacido dentro o fuera del matrimonio de sus progenitores. La reforma legal se hizo eco de un mayoritario clamor social y dio curso al imprescindible cambio en el sistema legal, que consagraba a esas alturas una insostenible situación de injusticia, causante de un grave perjuicio social y jurídico a una parte importante de la población, la cual sin tener participación alguna en las circunstancias que determinarían su posterior situación personal ante la ley, debían enfrentar la discriminatoria marca de la ilegitimidad jurídica o de su mera condición natural de por vida, cargando con innumerables desventajas frente al común de la población. 181 Sin perjuicio de ello, el solo hecho de lo tardío del debate y de la aprobación de la reforma evidenciaban que la persistencia del statu quo tenía poderosos defensores y una justificación que remitía sus fundamentos a la relación tradicional del matrimonio con la conformación de un determinado tipo de familia, merecedor del favor iuris por su concordancia con los parámetros morales de base religiosa hasta entonces dominante. En efecto, la finalidad procreativa del matrimonio, además de la cohabitación y la ayuda mutua de los cónyuges, marcaba la diferencia con otras formas de ordenación de la relación de pareja, y teniendo sobre sí un alto interés social, debía ser debidamente protegida, para así garantizar la eficacia del orden social deseado. La sanción penal agravada de la infidelidad de la mujer y la distinción jurídica de las personas sobre la base del vínculo jurídico existente entre sus padres eran resguardos consecuentes de este orden social privilegiado. Su larga persistencia jurídica vio llegar su fin apenas un par de años antes del momento advertido por las proyecciones estadísticas, en que los hijos nacidos fuera del matrimonio superarían a los nacidos dentro del matrimonio de sus padres, precipitando también la posterior aprobación de la nueva Ley de Matrimonio Civil, que incluiría el divorcio vincular, sancionando así definitivamente el fin de esta histórica e ilegítima discriminación jurídica448. 2. Principio de autonomía moral, expresada en la adopción legal de un sistema conyugal y matrimonial con pluralidad de formas de celebración § Autonomía moral. La autonomía normativa es la capacidad de la persona para regirse por normas propias, sin sujeción al querer ajeno. La moral es el conjunto de las normas que regulan el fuero interno de la persona, en dirección de la realización del bien y de la abstención del mal, según la propia concepción de ambos contenidos. La autonomía moral, en síntesis, da cuenta de la capacidad y posibilidad de la persona para ordenar su conducta en función de normas propias orientadas por su noción personal del bien y del mal. En el derecho conyugal, se expresa en la posibilidad de ordenar su relación afectiva y sexual de pareja, de acuerdo a criterios 182 regidos por la propia moral, dentro del marco ético común de la sociedad con la cual convive. Traducido al plano jurídico político, el respeto de la autonomía moral es concordante con el carácter relativo de los juicios morales y religiosos que caracterizan a una sociedad pluralista, constituyéndose en parte del consenso fundacional del sistema democrático liberal adoptado en Chile luego del fin del régimen autoritario. Expresado en el plano legal regulador de la familia, el principio implica que el Estado debe respetar la autonomía moral de las personas, no estando permitida la adhesión del Estado ni la promoción con el auxilio de la fuerza en favor de ningún modelo de virtud personal, religioso o moral, por prestigioso y mayoritario que sea. § Libertad nupcial. Se trata de un principio fundamental de la constitución de la pareja, siendo común por tanto al matrimonio y al AUC. Implica el respeto a la decisión personal que adopten las personas sobre la forma de ordenar la relación de pareja, ya sea por medio del matrimonio, de un acuerdo de unión civil o incluso por la alternativa de la desformalización jurídica que implica la unión de hecho. Es el principio jurídico básico y a la vez superior del orden civil de la pareja, aplicable tanto al matrimonio como al AUC. § No injerencia del Estado en la vida privada e inmunidad de coacción en la vida privada. La persona tiene el derecho de constituir su vida afectiva de forma autónoma y sin intromisión del Estado. Sin embargo, el derecho a la juridificación de la vida afectiva debe estar basado en la persona, de manera independiente del sexo de la persona ("más allá de su inclinación, condición o identidad sexual", p. 146). Las identidades sexuales, legalmente hablando, son las que derivan del registro civil y no las que dependen de las convicciones personales de cada sujeto. § Sistema civil de unión matrimonial y convivencial con pluralidad de formas de celebración. Constituye un principio general del ordenamiento civil de la unión de pareja, materializado en el derecho de optar entre distintas formas civiles de 183 ordenación de la vida en pareja, o por la alternativa de la desformalización jurídica, en forma libre. El sistema chileno, a partir de la entrada en vigor del AUC, admite la posibilidad legal para la pareja heterosexual de optar libremente por el matrimonio o por el acuerdo de unión civil. A su vez, dentro del derecho matrimonial, el legislador optó por consagrar un solo régimen legal del matrimonio aplicable en todo el país: el matrimonio civil con dos formas de celebración. De este modo excluyó cualquier posibilidad de hacer valer jurídicamente un matrimonio celebrado en conformidad a los requisitos establecidos por otro ordenamiento jurídico, como la frustrada propuesta de opción entre dos sistemas matrimoniales con vigencia en el mismo territorio, en virtud del cual podría celebrarse un matrimonio sujeto a los requisitos establecidos en el derecho canónico, derivándose en consecuencia la sujeción de ese matrimonio a las normas establecidas en dicho ordenamiento y no al derecho nacional, por ejemplo, en materia de disolución del vínculo y sus efectos. El sistema matrimonial facultativo, finalmente adoptado, es el que mejor concilia con la tradición jurídica chilena y con el respeto a la autonomía moral, pilar del sistema de convivencia democrática. 3. Principio de autonomía de la voluntad La autonomía de la voluntad constituye uno de los principios fundamentales del derecho privado, cuya expresión positiva más usual es la autonomía privada y su traducción práctica la autonomía contractual449. Se trata de un principio esencialmente aplicable en el derecho privado, al cual caracteriza, toda vez que en el derecho público —siguiendo la clasificación tradicional— es el principio de legalidad el que adquiere la relevancia caracterizadora de la disciplina. En este sentido, el derecho privado se funda en la libertad de los particulares cuyo núcleo 184 es la teoría del acto jurídico, basada en la conjunción de libertad y voluntad, siendo así su relevancia manifiesta en todo el derecho civil450. Su contenido da cuenta del poder o facultad de un individuo de gobernarse a sí mismo, ordenando las relaciones jurídicas "en las que es o ha de ser parte"451. § Autonomía de la voluntad en el derecho de familia. Teniendo clara la relevancia de la autonomía de la voluntad en el derecho privado, no existe igual consenso doctrinario respecto de su importancia dentro del derecho de familia, en gran parte determinado por la discusión sobre la propia naturaleza de esta disciplina y su ubicación dentro de la clasificación tradicional del derecho, la que sin perjuicio del anacronismo que importa, es sin embargo significativa de tales dificultades 452. Al margen de la clasificación, sí importa el carácter que le es reconocido, pues tradicionalmente sus normas son fuertemente dirigistas en el sentido moral predominante en la sociedad en la cual rigen, influyendo claramente en su contenido prescriptivo y constituyendo un ámbito de indisponibilidad que lo aleja de los parámetros tradicionales del derecho privado, entre ellos el principio de autonomía privada. Si analizamos en particular los elementos caracterizadores del principio, tales contradicciones aparecen de manera notoria. Así, el reconocimiento de la facultad al individuo de crear, modificar o extinguir relaciones jurídicas según su voluntad libremente lo requiera, admite los siguientes comentarios. En primer lugar, en cuanto a la creación de relaciones jurídicas, los institutos del matrimonio e incluso del acuerdo de unión civil limitan ostensiblemente las posibilidades de celebración por parte de los sujetos, pues el ius connubii en el caso del matrimonio no solo exige la capacidad mínima que asegure la libertad compromisaria del individuo, sino también una determinada compostura moral, tal como se aprecia en la prohibición subsistente de su celebración en el caso de la persona que ha participado en la muerte de su anterior cónyuge, en el parentesco y especialmente en la prohibición de la poligamia o poliamor, según se prefiera. Incluso en el caso del matrimonio entre personas del mismo sexo, la derogación del 185 impedimento de impotencia perpetua e incurable y la consiguiente desvinculación legal progresiva de la finalidad de procreación pone igualmente en entredicho el fundamento de la imposibilidad legal indicada respecto de los homosexuales. Finalmente, el sistema matrimonial chileno solo permite la opción entre formas de celebración y no entre sistemas matrimoniales, tornando aún insuficiente los espacios de autonomía reconocidos a las personas. En segundo lugar, ya celebrado, el contrato matrimonial encuentra severamente limitada la facultad de modificación, especialmente notorio en el cambio de regímenes matrimoniales o en la libre ordenación de la economía del estado matrimonial, sujeto a un marco bastante rígido y de inequidades no resueltas que aún afectan a la mujer. En tercer lugar, la extinción de las relaciones jurídicas a partir de la libre voluntad aparece como la dimensión del derecho matrimonial o conyugal con mayor modificación legal en los últimos años, particularmente por la legalización del divorcio vincular. Sin embargo, el divorcio causal está restringido por su basamento causal y los plazos exigidos para su demanda, así como por la imposibilidad del divorcio notarial en caso de no existir hijos. En un sentido contrario, se puede sostener que la autonomía privada tiene un lugar cada vez más relevante, modificando la concepción tradicional del matrimonio y su propia naturaleza institucional. En este sentido se distingue la actual posibilidad de optar entre dos estatutos civiles diversos —matrimonio y AUC—, la ausencia de sanción social y jurídica en caso de desformalización de la relación de pareja, la negociación que conduce a la compensación económica, la discusión doctrinaria sobre pactos prenupciales y el debate sobre los elementos del matrimonio. Específicamente en la normativa vigente, la LMC reconoce un papel fundamental a las decisiones de los cónyuges en el régimen que sucederá a la ruptura, concretamente en el convenio regulador, involucrándoles personalmente y a sus hijos. Asimismo, se entiende que la solicitud conjunta de divorcio que presentan 186 ambos cónyuges importa un concurso de sus voluntades que antecede al ejercicio de dicha acción453. § Límites de la autonomía privada. La autonomía de la voluntad no constituye un principio absoluto, pues no se trata de promover el imperio del arbitrio individual sino la armonía posible entre los ámbitos personal y colectivo. En tal sentido, los límites de la autonomía privada en el sistema jurídico corresponden al marco impuesto por la ley, la que puede limitar el poder de constitución de estas relaciones jurídicas así como la determinación de su contenido, además de prohibirlas o de imponerlas 454. Ejemplo de estas limitaciones son la lucha contra el abuso para evitar los desequilibrios, como ocurre en la compensación económica, contra el fraude, la simulación y los matrimonios forzosos455. § Breve caracterización de la autonomía de la voluntad en el ámbito del derecho de familia en la actualidad. El paradigma dominante en nuestros días, que remonta orígenes al cambio de las costumbres tradicionales ocurrido en las sociedades occidentales durante la segunda mitad del siglo XX, se caracteriza por la revalorización de la voluntad individual al momento de reglar las relaciones conyugales o aquellas que la anteceden para alcanzar dicho propósito, dando cuenta del predominio contemporáneo del contractualismo, fuertemente ligado al predominio de la ideología liberal, aunque algunos suman como fuentes ideológicas a las corrientes filosóficas románticas y al materialismo marxista456. Algunos de sus hitos distintivos son la opción legal de disolución del vínculo matrimonial sin expresión de causa y la disponibilidad absoluta del matrimonio como un contrato abierto a la libre disposición de sus cláusulas, y cuya validez radica en su conformidad con la motivación afectiva del sujeto contrayente 457. Aquí puede también constatarse un progresivo rechazo de formas heterónomas de normatividad de la vida en pareja, particularmente cuando la fuente material reconocible en su origen y contenido se vincula con una autoridad moralmente cuestionada, tal como ocurre con el rechazo de un régimen que se inscribiría dentro de la noción de patriarcado en la perspectiva feminista, o igualmente el rechazo de 187 la incidencia de patrones de naturaleza clerical en el caso de las posturas de signo laicista, por citar dos ejemplos de cuestionamientos dirigidos al contenido preceptivo de las normas del derecho de familia actualmente vigente en nuestro medio. 188 TERCERA PARTE LA RELACIÓN JURÍDICA CONYUGAL: DERECHO MATRIMONIAL CHILENO TÍTULO I LA CONCEPCIÓN JURÍDICA DEL MATRIMONIO Y SU RECEPCIÓN POSITIVA CAPÍTULO I EL CONCEPTO DE MATRIMONIO 1. Concepto de matrimonio § El concepto de matrimonio. El matrimonio, entendido civilmente como el acuerdo público de un hombre y una mujer para brindar legitimidad social a sus relaciones conyugales, estableciendo derechos y deberes correlativos, ha existido desde la antigüedad, aun cuando la forma particular de su regulación en cada realidad social y política histórica evidencia una notoria evolución458. Considerando históricamente como un punto en común la heterosexualidad y la exogamia o prohibición del incesto, la atribución de significado, el contenido de sus prescripciones, el acto constitutivo y las vías aceptadas para su terminación, constituyen un campo en el cual reina la mayor variedad conceptual que es posible apreciar sobre una institución jurídica. Esta dispersión de perspectivas, significados y efectos se traduce en un arduo debate sobre su naturaleza jurídica, el carácter público o privado de la institución y el reconocimiento de significados extrajurídicos, como ocurre con la concepción religiosa del matrimonio en un sistema declaradamente secular459. § Evolución de la noción de matrimonio y construcción del concepto contemporáneo. La significación atribuida, en vista de sus fines, ha permitido consignar la notoria evolución del matrimonio, desde una unión que, en un principio, 189 tenía primordialmente un carácter de alianza entre familias con un propósito y contenido marcadamente económico y de seguridad, pasando por su vinculación con una necesidad ritual de perpetuación del culto doméstico en la Roma primitiva, hasta llegar en el período romano clásico, a la existencia de un matrimonio que se basaba en el concurso de la afectividad y de la cohabitación, expresado en el elemento fundamental de su constitución y terminación: la affectio maritalis460. El cambio cualitativo en la concepción de la institución tiene por antecedente el advenimiento del cristianismo, que aporta como elementos fundamentales la exigencia de la libertad absoluta de las personas que desean contraerlo y el carácter indisoluble de la unión, ligado al significado sacramental que se le atribuye entre bautizados461. El primero de ellos es el origen de la relevancia jurídica del consentimiento en los actos jurídicos y de la noción contractual del matrimonio, en tanto que el segundo proporciona el fundamento para la teoría de la indisolubilidad y del consiguiente rechazo del divorcio. Los cuatro elementos con los cuales históricamente se ha construido la noción socialmente aceptada y jurídicamente recepcionada del matrimonio, han sido la cohabitación o convivencia estable, la voluntad motivada por el interés económico, religioso o romántico-afectivo, la exigencia de capacidad ligada a la cautela de la libertad y, asumiendo como fundamento al elemento precedente, el consensualismo como base ineludible del vínculo matrimonial. Asentada sobre el hecho jurídico de la cohabitación, la tendencia en el derecho matrimonial contemporáneo ha respetado como una parte del ámbito interno de los individuos, la motivación que induce a contraer matrimonio, tenga esta un carácter económico, religioso, afectivo sensorial o de genérica alianza. La relevancia social de la unión se traduce en el privilegio jurídico que le brinda la calificación de contrato sui generis o de institución, lo que exige para su materialización el cumplimiento de requisitos que apuntan a cautelar la libertad del consentimiento, que debe ser informado y además publicitado, precisamente por el interés social involucrado. Las finalidades de ejercicio de la sexualidad en un marco socialmente aceptable, de la 190 procreación, de la crianza y de la protección y ayuda mutua, han sido históricamente parte del implícito allegado a esta unión natural, que el derecho fue complejizando a la par de su sofisticación social histórica. Finalmente, en la evolución de la noción de matrimonio cabe resaltar como factor incidente el progresivo laicismo social, consecuencia en muchos países de la anterior sacralización de las instituciones familiares derivada de las creencias religiosas dominantes en períodos determinados de la historia contemporánea, como en España o en la propia realidad latinoamericana en el siglo XX. Espada destaca la evolución de la imagen de la institución matrimonial, destacando en la actualidad el cambio de los valores tradicionales, el predominio de la autonomía de la voluntad y los avances en la supresión de la discriminación por razón de sexo (matrimonio igualitario), cambios que habrían afectado "de manera esencial a la imagen del matrimonio, sustituyéndose su idea como vínculo legal y destino para toda la vida, por la concepción como proyecto de vida en común, cuyas consecuencias se producen mientras subsista la convivencia" 462. § Matrimonio y familia. La relación entre familia y matrimonio debe ser establecida a partir de la aceptación de la precedencia de la comunidad familiar sobre la institucionalidad matrimonial. Avala esta afirmación una visión histórica y sociológica de la formación ideal de la familia a partir de la pareja heterosexual. La visión contraria tiene base en el discurso esencialista, que califica la familia como una definición a priori de lo social y que considera que el matrimonio equivale a la constitución de la familia y su disolución a la disgregación familiar, es decir, todo lo contrario de considerar, correctamente, que la razón de legitimidad del matrimonio es el hecho familiar463. La aceptación radical de esta perspectiva, lamentablemente, solo contribuye a fortalecer la percepción errónea sobre la existencia crítica de la institución familiar, afirmación que tiene base en su concepción social que la vincula a la persistencia de la voluntad de la pareja que le dio su origen, y no de la comunidad de afectos y lazos compromisarios que conforman la pareja, su descendencia, ascendencia y entorno parental, afectivo o de alianza que la enriquece, fortalece y le brinda sustento en el tiempo. 191 § La institución matrimonial hoy en día. La relevancia asignada por el Estado al matrimonio en nuestros días es un asunto central del debate sobre la vigencia de la institución matrimonial —al menos en los términos en que ha sido conocida hasta ahora—, toda vez que la mayoría de los ordenamientos jurídicos aún distinguen al matrimonio respecto de otras formas de unión interpersonal afectiva, sobre la base de la complementariedad sexual y su vinculación con la fundación de una familia. En este sentido, su regulación constituye una limitación al principio de autonomía de la voluntad individual, pese a la reiterativa consideración de su concepción contractual, cada vez más imperante. En la perspectiva estatal, el matrimonio constituye la base principal de la familia, relevancia que se aprecia en su privilegio jurídico por medio de normas de orden público. No existe ordenamiento positivo que niegue relevancia jurídica a la institución matrimonial464, pese a la consideración progresiva de las uniones more uxorio, a las cuales también se ha brindado aceptación pública, expresada en el reconocimiento de efectos jurídicos 465. Incluso, la demanda por legalizar el matrimonio igualitario constituye una evidencia clara de su apreciación, no de su desvalorización social. Los problemas surgen, sin embargo, cuando se analiza el contenido del instituto matrimonial, los requisitos para celebrarlo y las formas de su extinción. En esta materia, ha ganado terreno la tendencia que promueve la consideración del matrimonio como un derecho universal, de todas las personas independientemente de su condición sexual, asumiendo que las limitaciones históricas que lo han caracterizado han tenido un sentido religioso, que ya no podría ser impetrado válidamente en Estados que se definen como no confesionales. La virtualidad de su predominio cultural, en todo caso, debe ser relativizada y discutida en sus fundamentos466. 192 2. Naturaleza jurídica del matrimonio en la concepción de la LMC. § Tendencias presentes en la concepción de la naturaleza jurídica del matrimonio consagrada en la LMC. La reforma al derecho matrimonial expresó un esfuerzo de los actores públicos, orientado al propósito de compatibilizar el carácter civil del matrimonio, en especial su naturaleza contractual y/o institucional, con el significado particular asignado por los ciudadanos dentro del contexto de una sociedad plural, como ocurre, por ejemplo, con la significación religiosa que le atribuyen los creyentes dentro del marco que brinda la definición de matrimonio contenida en el Código Civil. Sobre esta base, la discusión legislativa permitió consolidar la doctrina tradicional que, hasta entonces, había considerado el matrimonio como uno de los actos regidos por la ley civil, con características contractuales innegables, sin perjuicio de la valoración institucional del "estado" emergente luego del perfeccionamiento del acto que le dio origen. Al respecto, es sintomática la calificación de contratoinstitución que le aplicó el Tribunal Constitucional, al pronunciar que "el matrimonio es un contrato solemne (contrato-institución se señala) que termina, entre otras causales, por sentencia firme de divorcio"467. El progresivo predominio de la tendencia contractualista respecto del matrimonio llegó de la mano de las visiones liberales sobre la familia y las relaciones accesorias a su constitución. Las teorías expuestas durante el debate doctrinario tuvieron acogida en círculos académicos receptivos a las concepciones liberales, los que, tanto en las reformas previas del Derecho de familia como en la discusión de la nueva Ley de Matrimonio Civil, habían recurrido exitosamente a la importancia jurídica de la voluntad personal en una sociedad que se anunciaba pluralista y libertaria. El resultado fue expresado en una fuerte revalorización del principio de autonomía de la voluntad, lo que ya se había hecho notar en las disposiciones de la Ley de Filiación, la que había admitido la posibilidad de acuerdos entre los padres separados para atribuir la patria potestad468, así como también en las normas de la 193 LMC, con ocasión de la regulación de los efectos de la ruptura conyugal, tanto entre los propios cónyuges como respecto de los hijos comunes, si los hubiere 469. El derecho matrimonial vigente, en definitiva, aplica una concepción del matrimonio que, a la vez que reconoce en él la presencia de la naturaleza contractual, especialmente en el acto de celebración y específicamente en el momento constitutivo, valida también la visión institucional referida al matrimonio como un estado de vida que reconoce su origen en el acuerdo de voluntades de los cónyuges. Tal es, a nuestro juicio, el sentido correcto, el que se concibe mejor si se le reconoce una especificidad de contrato de derecho de familia, con las características que este le impone470. Esta valoración institucional del matrimonio también ha servido de fundamento para que los partidarios del concepto de matrimonio indisoluble nieguen la asimilación absoluta al contrato, pero la disparidad de ámbitos normativos y éticos en los cuales se radicó dicha defensa disgregó dichos fundamentos y desvaneció la fuerza argumentativa de las propuestas. La confusión de argumentos de base teológica conservadora y otros de carácter consensualista liberal no auguraba buen destino. La persistencia del influjo contractualista en la mayoría de la doctrina chilena determinó que la discusión de la ley exigiera de los opositores a la legalización de divorcio un mayor esfuerzo de depuración de los elementos metajurídicos en los argumentos esgrimidos hacia el final de la tramitación parlamentaria, recurriendo en el esquema indicado a fundamentar en la perspectiva voluntarista la presentación de un proyecto que incluyera una cláusula de estabilidad convenida, nueva remisión al covenant marriage de la primera etapa, esta vez sobre la base del legítimo derecho de opción entre ordenamientos diferentes del matrimonio, como una proyección de la libertad para contratar y obligarse. Asumiendo el carácter contractual del acto constituyente del matrimonio, sobre la base de la explícita denominación brindada por Bello, la convención matrimonial admite varias diferencias mayores con los principios que rigen la teoría del contrato, 194 ya enunciados en el párrafo precedente en el cual se alude a las críticas doctrinarias a la asimilación contractual del matrimonio. Sin perjuicio de las otras críticas, nos detendremos en las consecuencias del carácter actual dispuesto por la definición del artículo 102 del Código chileno, pero con extensión interpretativa a otras recepciones positivas del matrimonio471. El artículo 102 del Código Civil señala que el matrimonio es un contrato "actual", queriendo expresar con ello que el matrimonio no admite modalidades, las que de acuerdo al derecho civil pueden ser plazo, condición o modo472. Respecto del plazo, no se puede establecer en el acto de celebración un plazo a partir del cual se producirían los efectos y consecuencialmente se tornarían exigibles los derechos y deberes del matrimonio, no sólo por la naturaleza del instituto matrimonial, sino por contrariar las bases de estabilidad y seguridad del sistema jurídico. En cuanto a las cláusulas modales aplicadas al matrimonio, estas son de difícil ocurrencia, pues el supuesto debiera asumir que ninguno de los contrayentes puede sostener la pretensión de que se realicen unas ciertas prestaciones por el consentimiento que presta y, en otros casos, como en el matrimonio religioso, el modo no puede ser asimilado al rito. Veremos con más detalle la referencia a la condición. El consentimiento matrimonial es condicionado cuando uno o ambos contrayentes tienen la intención, actual o virtual, que es la que se incorpora al consentimiento en su proceso de formación, de subordinar el nacimiento del vínculo matrimonial al cumplimiento o verificación de una circunstancia o hecho determinado. En la condición el sujeto subordina su consentimiento a la verificación o cumplimiento del hecho condicionante, confundiéndose a veces con la simulación, en tanto el contrayente niega el concurso de su voluntad al matrimonio, al no aceptar la actualidad del mismo. Un caso general en cuestión es el contrato de esponsales, el que claramente limita entre el campo de la plena autonomía de los sujetos para establecer las condiciones y la indisponibilidad que caracteriza al Derecho de familia. 195 En el caso de la condición suspensiva, implica que el matrimonio quedará en suspenso o no consumado hasta que se cumpliere la condición, como si se expresara que una mujer se casa con un hombre solo si se titula de abogado. En todas estas situaciones, el estado subjetivo de la persona que impone la condición es el de una persona que duda y, por tanto, no está sólida la libertad del consentimiento. Frente a la ocurrencia de la condición, el juez podrá declarar inválido el consentimiento, tener la condición por no puesta o aceptar el efecto suspensivo de la condición de futuro lícita y que, una vez cumplida esta, el consentimiento devenga jurídicamente en eficaz. La condición resolutoria tampoco aplica, pues el solo evento de su aceptación conspiraría radicalmente contra el principio de indisolubilidad del vínculo matrimonial, como ocurre en el caso de un individuo que pretendiera casarse hasta el momento en que dejara de agradarle su cónyuge. En ambos casos, en definitiva, se deberá declarar la nulidad del matrimonio, supuesto cuya ocurrencia hipotéticamente podría suscitarse solamente en la celebración del matrimonio religioso, pues la sola lectura del artículo en el rito civil supone la imposibilidad del condicionamiento, velando por ello el propio Oficial Civil. Incluso, en el caso del matrimonio celebrado en forma religiosa, la necesaria inscripción efectuada por el funcionario impide la concreción del vicio473. 3. Definición legal de matrimonio § Permanencia de la definición del Código Civil. La reforma de 2004 no modificó la definición contenida en el artículo 102 del Código Civil, originalmente redactada por Andrés Bello, cuyo tenor literal es el siguiente: "El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida con el fin de vivir juntos, de procrear, y de auxiliarse mutuamente". 196 Esta definición es valorada por su integralidad, pertinencia y vigencia, debiendo destacarse su notoria cercanía con la concepción canónica del matrimonio, comprensible en el contexto en que se aprobó el Código Civil, ya que la regulación del matrimonio estaba entregada a la tuición de la Iglesia, situación que sólo vendría a cambiar tras la aprobación de las "leyes laicas"474. Durante el período de tramitación legislativa de la LMC, la familia y su resguardo social y jurídico constituyó una materia de ardua discusión, por cuanto todas las posiciones expuestas en el debate parlamentario postulaban lograr una mejor protección de la familia, siendo el divorcio el punto en discordia que impedía lograr un consenso básico. Entre la aprobación del proyecto inicial en la Cámara y previo a su paso al Senado, el Ejecutivo acompañó las indicaciones al proyecto con un mensaje que, entre otros contenidos, se refería a la familia y al matrimonio, definiendo el matrimonio como "la unión entre un hombre y una mujer, con el propósito de compartir una vida en común y ayudarse mutuamente, con estabilidad en el tiempo y con la finalidad de fundar una familia". A la postre, el texto definitivo de la ley mantuvo incólume la definición del Código Civil, no prosperando algunos tímidos y minoritarios intentos por obtener su modificación475. § Inmutabilidad de la definición legal de matrimonio: justificación y efectos. La presencia inalterada de la definición legal tiene consecuencias de interés jurídico ineludible. En efecto, la inmutabilidad del precepto implica —además de caracteres no discutidos mayormente como la solemnidad del acto, la unidad, su naturaleza contractual, los fines de convivencia y ayuda mutua— otros en que la unanimidad doctrinal está lejana, precisamente por los cambios legales introducidos. Tal es el caso de la naturaleza civil del vínculo, la indisolubilidad como carácter definitorio y la finalidad de procreación. El carácter solemne del matrimonio no fue afectado por la introducción de la forma religiosa como opción válida de celebración, pues sigue siendo uno de los actos regidos por la ley civil, independientemente de la facultad indicada. Respecto de la 197 procreación, lo veremos con mayor detalle más adelante, para centrarnos en el carácter más debatido como consecuencia de la inmutabilidad del artículo 102. En efecto, ¿cuál ha sido la voluntad del legislador, al mantener vigente la definición de Bello con la mención a la indisolubilidad, en circunstancias que el matrimonio puede ser disuelto a través de una sentencia judicial que concede el divorcio? La respuesta no es fácil ni tampoco unánime en la doctrina, debiendo necesariamente remontarnos a la etapa de discusión parlamentaria para encontrar el fundamento que permita obtener una explicación aceptable. En efecto, si bien se intentó suprimir la referencia a la indisolubilidad del matrimonio, por ser estimada contradictoria con la introducción del divorcio, consta en la historia fidedigna de la ley que los legisladores optaron expresamente por mantener este carácter, tras haberse expuesto la aparente contradicción —cuando no antinomia— en la que incurría la ley, por así entender la mayoría de los legisladores que la señal interpretativa que debería manifestarse era la aceptación de una concepción del matrimonio, entendido y definido como un vínculo voluntario de dos personas para toda su vida, siendo el divorcio una excepción por causa sobreviniente al momento constitutivo del matrimonio476. El fundamento jurídico para la mantención del término indisoluble está ligado a la vigencia del principio de indisolubilidad, tributario de la codificación francesa, que impide a los cónyuges disolver su propio matrimonio, en tanto esta declaración exige el pronunciamiento de un tercero —los tribunales de justicia— sobre la base de concurrencia de las causales legalmente establecidas477. Se trata, por tanto, de una disolución extrínseca, ajena a la voluntad directa de los cónyuges, respecto de quienes se mantiene vedada la facultad de autodisolución, esto es, la disolución intrínseca. La permanencia de la definición de matrimonio con el atributo explícito de la indisolubilidad, ha motivado cuestionamientos en una parte de la doctrina y la jurisprudencia478, pues advierten que no es aceptable aplicar un carácter imperativo 198 a una norma de naturaleza meramente declarativa, es decir, una mera declaración de principios del legislador, una suerte de aspiración a un ideal deseable de ordenamiento social, pues si se hubiese querido un acatamiento a una prescripción y no una observancia opcional, se habría optado derechamente por excluir el divorcio. Aprobada la opción de disolución del matrimonio, lo coherente, de acuerdo a esta posición, habría sido sustituir la actual redacción del artículo 102 del Código Civil por una nueva, que se acercara más a la realidad que naturalmente recoge el texto, quizás buscando sintonizar con el concepto deslizado por el Ejecutivo en el Mensaje de la indicación sustitutiva del proyecto aprobado inicialmente por la Cámara, vale decir, la formalización de una unión heterosexual, con voluntad de permanencia, ante un representante del poder público479. En razón de lo anterior, se puede presumir que la voluntad del legislador ha sido mantener vigentes los contenidos esenciales que determinan la concepción del matrimonio contemplada en la norma de Bello, actualizando la regulación de las formas de terminación del matrimonio y del requisito de validez referido a la capacidad de sostener relaciones sexuales. Por tanto, puede concluirse que la calificación de los fines, esencia y características tradicionalmente atribuidas por el ordenamiento jurídico civil al matrimonio mantiene su vigencia. 4. La motivación del matrimonio y su recepción jurídica § Causa en el matrimonio. La importancia atribuida a los fines del matrimonio, obliga a volver al problema de la eventual existencia de una motivación para contraer matrimonio, que exceda la voluntad exteriorizada de celebrar un contrato, aunque sea en la especificidad característica del matrimonio. En tal sentido, ¿es relevante para el derecho civil la motivación que induce a una persona a unirse en matrimonio? ¿Es la misma la motivación que induce a establecer una relación de pareja informal, a la convivencia y al matrimonio? ¿Es 199 posible hablar de causa? ¿Existe un motivo que induce a celebrar el acto o contrato, en este caso, el matrimonial? Para abordar una respuesta a los interrogantes expuestos, es necesario despejar previamente la asimilación de causa y motivación, particularmente en los términos que la doctrina civil ha enfocado la cuestión de la causa. En la perspectiva civil, la discusión doctrinaria sobre la procedencia de la consideración de causa en los negocios del derecho de familia no ha sido tranquila, partiendo desde la propia cuestión de su existencia hasta su calificación como negocio jurídico, en cuya perspectiva tiene una función objetiva muy precisa y un esquema predeterminado por la norma, que no puede ser modificado por la mera voluntad del sujeto480. En este sentido, la causa integraría la estructura del negocio matrimonial como función jurídica del mismo, establecida por la síntesis de sus efectos jurídicos esenciales481. Sin perjuicio de lo anterior, la tendencia dominante en la doctrina niega valor jurídico a la exigencia de expresión de una causa o motivación para celebrar el matrimonio, habida consideración de las incertidumbres y desacuerdos que la teoría de la causa genera en el derecho civil, y que se transfieren acrecentados al derecho matrimonial. Tales desacuerdos discurren desde la negación de la presencia de la causa en el negocio jurídico, hasta la disparidad más absoluta de su contenido, identificado a veces con los fines, otras veces con su esencia o sus características. Una perspectiva doctrinaria, además, ha negado la necesidad de causa en los negocios que no impliquen atribución patrimonial, en tanto que otra admite su procedencia, si se piensa que "la función de la causa es valorar el resultado que se han propuesto el declarante o las partes, y para el que se solicita amparo jurídico" 482. En el derecho de familia, el carácter semipúblico o de orden público que se le ha atribuido especialmente en las doctrinas institucionalistas sobre el matrimonio, que exige claridad y firmeza en las situaciones creadas con el aval del Derecho, se ha establecido como lugar recurrente el rechazo a la causa 483. Sin perjuicio de ello, existen casos que brindan base suficiente para su consideración, como por ejemplo 200 en el caso de la simulación, en que, si bien en los negocios nominados la causa ya va inserta en el esquema formal del negocio, tal inserción puede ser aparente o ficticia, en cuyo evento, aunque se haya respetado tal esquema, faltaría la causa, lo que puede ocurrir con el matrimonio484. De aquí que la tendencia dominante haya terminado asentándose en la valoración y exigencia como elemento esencial, tenido en vista para su especificidad, en el consentimiento. Sólo se exige el consentimiento matrimonial —el término matrimonial adjetiva el tipo de consentimiento— y la concurrencia del cumplimiento de formalidades, por lo cual son irrelevantes los motivos por los que se llega a su prestación485. 201 CAPÍTULO II CARACTERÍSTICAS DEL MATRIMONIO LEGAL 1. El matrimonio es un contrato que expresa un pacto de unión conyugal § Unión civil y contrato. La definición de matrimonio contenida en el artículo 102 del Código Civil da cuenta de la naturaleza contractual solemne del matrimonio civil, constituido por la unión de un hombre y una mujer, actual e indisoluble, para cumplir ciertos fines socialmente valorados. Es decir, se genera una unión o vínculo social, reconocido jurídicamente con los caracteres que la propia ley establece, a partir de un pacto celebrado por sujetos capaces, lo que determina que sólo son válidas las uniones pactadas por quienes la ley declara capaces y que presten el consentimiento en la forma debida. Esto permite distinguir al matrimonio del concubinato y, en general, de otras formas de uniones conyugales establecidas al margen del derecho, constituidas sobre un fundamento natural y no jurídico. La cuestión de la legitimidad, que subyace en la definición legal de la unión matrimonial, se deberá entender como una cuestión de moral social, la que puede variar según los cambios que experimenten las valoraciones dentro del seno de la misma sociedad. § El pacto conyugal. El contrato matrimonial posee características definitorias que determinan su entidad especial y diferenciada de los demás contratos nominados por la ley civil. Se comprende integralmente y de mejor manera en la noción de pacto, cuya especificidad es el consentimiento, el que a su vez tiene por objeto constituir una unión de carácter marital o conyugal, diferente de otro tipo de asociaciones o uniones interpersonales reconocidas socialmente y sancionadas por el derecho, tales como aquellas de carácter patrimonial, religioso o político. El pacto conyugal es un acto recíproco de voluntad de los contrayentes, que da origen al vínculo o unión matrimonial. Por tanto, no cabe confundirlo con el vínculo, unión o estado al cual da origen486. El pacto, además, solo puede ser válidamente 202 celebrado por personas capaces y en un marco de formalidades legalmente previstas, que constituyen la solemnidad exigida. A partir del mutuo afecto de los integrantes de la pareja y por medio del pacto conyugal, se da lugar a una realidad de justicia, traducible inmediatamente en términos jurídicos tales como la relación jurídica matrimonial, el vínculo jurídico, los sujetos, el objeto y la especificidad de los derechos y deberes conyugales 487. § La unión conyugal. El pacto o alianza matrimonial da origen a un vínculo interpersonal, privilegiado socialmente y protegido por el Estado. El vínculo, recogido como unión en la definición del Código Civil ("...se unen...") es un efecto del pacto que, como ya se ha dicho, es su causa. El término unión asume una significación más clara con la entrada en vigor de la LMC de 2004, que incorpora el concepto de comunidad de vida a propósito del impedimento contemplado en el artículo 5º Nº 4º, derivado a su vez de la doctrina canonística, remite a la "vinculación social y de justicia entre dos "yo" personales y a la unidad en los aspectos conyugales de su naturaleza"488. De aquí se desprende que, lo esencial de la unión pactada, vale decir, del vínculo que se genera, es que su constitución atienda al propósito rector de formar la comunidad de vida que implica el estado matrimonial, legalmente privilegiado por su funcionalidad eficiente en la constitución y desarrollo de la familia, definiéndolo como actual, indisoluble y perpetuo, lo que distingue al instituto matrimonial de otras uniones asimilables, como la convivencia de facto. Asimismo, la unión tiene un carácter matrimonial, desechando, por tanto, otras uniones, como las que persiguen un interés patrimonial. 2. La diferencia de sexo como elemento del matrimonio legal § La heterosexualidad de los contrayentes como fundamento de la unión conyugal. La definición matrimonial exige que la unión que expresa el contrato se 203 produzca entre un hombre y una mujer, subrayando con ello la exclusión de las uniones entre personas del mismo sexo como base del matrimonio legal. Las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer de modo humano son, por tanto, la base de la consideración jurídica de la institución matrimonial civil, en coherencia con las razones que justifican la valoración social del matrimonio, fundamento a su vez de la comunidad familiar, en tanto que, con las características y finalidades previstas en la norma, se generan las condiciones óptimas para facilitar la procreación, unida indisolublemente al propósito de asegurar la reproducción de la especie humana489. La diferenciación sexual explica la atracción física y psíquica entre un hombre y una mujer, de modo tal que se considera natural que ambos, como resultado de esa atracción mutua, decidan vivir juntos y fundar una familia 490. Este objetivo, junto con la complementariedad de los sexos como finalidad en sí misma, es el motivo principal del carácter exclusivamente heterosexual de la institución matrimonial civil491. La vinculación afectiva de hombre y mujer es de carácter sexual y constituye la base del matrimonio. Por ello, es posible sostener que, en tanto factor biológico, tiene que ser ordenada hacia el fomento del afecto recíproco entre un hombre y una mujer, en un proceso que requiere ser cultivado y que se vincula naturalmente a la generación de la vida492. La heterosexualidad constituye un fundamento de base antropológica del matrimonio, en que se deben considerar como principios la diversidad de la modalización sexual de la persona humana, la complementariedad de tal diferenciación y la inclinación natural de los sexos entre sí en orden a la generación493. § La unión conyugal homosexual. Sin perjuicio de lo antes expuesto, el derecho de familia es esencialmente dinámico y se ve influido por los cambios culturales que modelan la sociedad, entre los cuales destaca la irrupción de la demanda de reconocimiento jurídico de la comunidad homosexual494. De constituir un grupo social marginal, ha derivado en un colectivo ciudadano con capacidad de influir políticamente, con una marcada tendencia a promover acciones sociales que 204 reivindican el derecho a su identidad, entre las cuales adquiere prioridad el reconocimiento social y estatal de su condición de grupo unido en torno a un interés legítimo, socialmente respetable y con capacidad para exponer derechos exigibles. Esta tendencia ha repercutido en dos reacciones sociales, a saber, el planteamiento público de la reivindicación de la igualdad jurídica plena, y la aceptación de una discusión pública abierta, que acepta asumir o al menos discutir como un dato arrojado por la realidad, la existencia de una situación de exclusión y discriminación social de quienes constituyen esta minoría. Sobre estas bases y asumiendo la realidad que les precede, se ha planteado el reconocimiento jurídico de la unión de parejas del mismo sexo, primero en el marco del reconocimiento de un pacto civil específicamente dirigido a la comunidad homosexual, y actualmente en la demanda que exige eliminar el requisito de heterosexualidad de los contrayentes, paso necesario para posibilitar el denominado matrimonio igualitario, es decir, entre personas del mismo sexo 495. La situación de las personas transexuales, en cambio, es diferente, ya que su posición jurídica puede variar según si sólo ha realizado psicológicamente el tránsito desde su género basado en su sexo al nacer a aquel con el cual se identifica, o ha completado la transformación mediante una intervención quirúrgica que haya modificado sus propios órganos genitales, es decir, los caracteres externos de su propia sexualidad. Lo anterior, por cuanto estos determinan el sexo registral, hasta antes de la aprobación de la Ley de Identidad de Género, en 2018 496. Pese a que en principio ha existido una tendencia favorable a la regulación de los efectos civiles de la ruptura de una convivencia estable, especialmente en las consecuencias gravosas para la parte más vulnerable, esta misma voluntad favorable no se repite al momento de postular o aprobar la aplicabilidad de la noción de matrimonio, a la unión homosexual, pues la institución matrimonial se sigue concibiendo sólo sobre la base de un vínculo entre un hombre y una mujer. El derecho chileno no deja espacio a las dudas sobre la materia, al analizar históricamente el debate parlamentario y el Mensaje del Ejecutivo, que en su 205 carácter de fuentes, coinciden en la consideración heterosexual del matrimonio. La doctrina reciente también ha coincidido unánimemente 497, incluso desechando una posible interpretación laxa del ius connubii consagrado en el artículo 2º inciso 1º de la LMC. El matrimonio se define como un vínculo entre un hombre y una mujer en el Código Civil y, por tanto, queda descartada —al menos con la actual redacción de la Ley de Matrimonio Civil— la posibilidad de que dos personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio. El análisis de los fines del matrimonio enfatiza tal incompatibilidad, toda vez que la procreación —uno de sus fines esenciales— es imposible por naturaleza en el caso de dos personas del mismo sexo. Aún más, el artículo 80 inciso primero de la nueva Ley de Matrimonio Civil establece que es válido el matrimonio celebrado en el extranjero, es decir, produce efectos civiles, siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer. En este punto coincidimos en que el carácter y requisito de heterosexualidad prima sobre la norma de principio del artículo 2º inciso 1º de la LMC, principio que se debe entender aplicable a los heterosexuales, caso en que efectivamente solo se puede exigir la edad suficiente. Sin perjuicio de lo anterior, la reforma legal ya ha sido planteada por medio de diversos proyectos de ley, los cuales pretenden reconocer de manera directa o indirecta, la unión civil entre personas del mismo sexo, cuyo primer paso lo constituyó la aprobación de la ley que crea el Acuerdo de Unión Civil, del 28 de enero de 2015498, la cual validó un marco jurídico flexible que reconoce a las parejas consecuencias prácticas específicas. Este pacto de unión civil puede ser definido como un contrato celebrado por dos personas naturales de sexo diferente o del mismo sexo, para organizar su vida en común. Con esta fórmula jurídica se intentó poner fin a una lógica de exclusión social y discriminación jurídica perjudicial para las parejas de hecho, tanto de carácter homosexual como heterosexual, brindándoles a ambas reconocimiento jurídico. Sin perjuicio del avance obtenido, especialmente si se lo concibe como un estatuto civil de la pareja, el debate ha continuado, centrándose derechamente en la propuesta de reforma de la LMC, para 206 incluir el derecho al matrimonio igualitario, entendiendo por tal aquel vínculo civil que no distingue el sexo de los contrayentes. 3. La unidad como elemento del matrimonio legal § La unidad matrimonial. En el derecho matrimonial chileno la unidad es un requisito o propiedad esencial del vínculo matrimonial y tiene como principal consecuencia el impedimento de vínculo matrimonial no disuelto para contraer nuevas nupcias civilmente válidas. Consiste, siguiendo a Castán Tobeñas, en que la unión matrimonial sea de un solo hombre con una sola mujer, consecuencia que se deduce de la naturaleza y fines del matrimonio, ya que, sólo respetando dicha ley, puede el matrimonio cumplir su función de integración de los sexos y sus fines de mutuo auxilio y de procreación y educación de la prole 499. Conceptualmente, excluye la simultaneidad de vínculos o poligamia, se trate ya de otro matrimonio o simplemente de un concubinato. Jurídicamente, alude a la simultaneidad de dos o más matrimonios, todos con pretensión de validez civil500. El fundamento legal sigue siendo el artículo 102 del Código Civil, toda vez que, al no ser reformado por la LMC de 2004, mantiene vigente esta interpretación, al prescribir lo siguiente: "El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen...". De igual manera, esta interpretación es reafirmada si se considera la disposición del artículo 80 inciso primero de la LMC, que a su vez prescribe lo siguiente: "Los requisitos de forma y fondo del matrimonio serán lo que establezca la ley del lugar de su celebración. Así, el matrimonio celebrado en país extranjero, en conformidad con las leyes del mismo país, producirá en Chile los mismos efectos 207 que si se hubiere celebrado en territorio chileno, siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer". Por tanto, el sentido de la ley es claro cuando exige para la producción de efectos en Chile de un matrimonio celebrado en el extranjero, que este se lleve a efecto entre un hombre y una mujer. La consecuencia jurídica es la prohibición de la poligamia y, en prevención de su ocurrencia, el establecimiento del impedimento de vínculo matrimonial no disuelto, contemplado en el artículo 5º Nº 1º de la LMC. El elemento de unidad se encuentra incorporado en la definición legal de matrimonio en Chile, al igual que en los ordenamientos matrimoniales que son tributarios en Occidente de la tradición romana y cristiana, formando parte de la noción social predominante sobre el matrimonio. Se fundamenta su carácter de propiedad esencial del matrimonio en que sólo a través de la unidad se puede proceder de una manera adecuada a la procreación y educación de la prole, coincidiendo también la doctrina en que no puede haber plenitud en la entrega corporal si se comparte el vínculo matrimonial entre más personas501. § Poligamia y formalización de relaciones conyugales paralelas. La tolerancia social —más o menos extendida— respecto de uniones paralelas al margen del matrimonio, no ha repercutido en una demanda de legalización de formas polígamas, constante histórica que se mantiene hasta nuestros días. En este punto, el ordenamiento matrimonial civil sigue el principio procedente de la tradición cristiana que rechaza la poligamia por contradecir el principio de igualdad personal, vale decir, la igual dignidad personal tanto del hombre como la mujer, la que es afectada en el evento de ser contraído el vínculo matrimonial por un hombre con varias mujeres o, viceversa, una mujer con varios hombres 502. Sin embargo, este fundamento se torna precario o derechamente improcedente en presencia no solo del talante laico del orden jurídico, sino que, además, la propia vigencia de la Ley Nº 19.638, sobre reconocimiento jurídico de cultos religiosos, imposibilita recurrir a un fundamento de naturaleza religiosa por parte de un grupo determinado. En caso contrario, la comunidad islámica podría alegar, con fundamento plausible, que sus 208 creencias son discriminadas ilegalmente al favorecer al matrimonio monógamo y excluir en todas sus formas al matrimonio polígamo. En teoría, el matrimonio puede ser monógamo o polígamo, aun cuando en Occidente predomina absolutamente la monogamia, unido a la particularidad de que los cónyuges provienen generalmente de grupos diferentes503. Algunos autores han explicado la poligamia en sociedades primitivas, como consecuencia de la búsqueda del incremento de la población, pero, en la actualidad, y sin perjuicio de su defensa por parte de creyentes islámicos, en la sociedad occidental aún es ampliamente rechazada por la afectación del principio de igualdad entre el hombre y la mujer. En este sentido se ha fundamentado que, antes que una forma posible de concebir el matrimonio, constituiría derechamente un error de la concepción misma del matrimonio, ya que exige suponer que uno de los sujetos que contrae el vínculo no goza de una dignidad suficiente que permita justificar una entrega completa, única y excluyente del otro. En otro sentido, Bardón postula que "la pareja de un hombre y una mujer ha ido sustituyendo modalidades más complejas, como la poligamia, seguramente porque conduce a una forma más práctica y económica de solución reproductiva, al nivel de grandes poblaciones" 504. § Consecuencias civiles del elemento de unidad del matrimonio. Las consecuencias civiles del requisito de unidad del matrimonio pueden ser apreciadas en dos casos. En primer lugar, como propiedad del matrimonio incorporada en la noción de comunidad de vida, debiendo el eventual contrayente estar capacitado psíquicamente para entenderla como tal y asumirla en consecuencia, pues, en caso contrario, constituiría el supuesto de la causal de nulidad establecida en el artículo 5º número 3 de la LMC. En segundo lugar, la ley no admite la celebración de matrimonios múltiples ni forma alguna de poligamia, voluntad que se expresa en la consagración del impedimento de vínculo, constituido por la existencia de vínculo matrimonial no disuelto. Asimismo, si alguna entidad religiosa pretendiere celebrar en forma religiosa un matrimonio polígamo, aduciendo el respeto a un precepto religioso erigido en conformidad al principio de autonomía reconocido por la Ley de 209 Cultos505, este sería inválido de cara al ordenamiento civil, por afectación del orden público, la moral y las buenas costumbres. § Conciliación normativa de leyes concurrentes en aparente colisión. Con motivo de la entrada en vigor de la LMC, en fecha posterior a la Ley Nº 19.638 —conocida como Ley de cultos— se ha expuesto el problema jurídico que se suscitaría con ocasión de la aparente antinomia entre el derecho a la práctica del culto religioso con sus respectivos usos sociales, y los requerimientos del orden jurídico en relación con el estado civil. Los casos que han sido mencionados para justificar la existencia del problema indicado, corresponden a tres entidades religiosas, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la Iglesia de Unificación y las entidades religiosas vinculadas a la Comunidad islámica. Al respecto, cabe realizar distinciones mayores, pues en el primer caso se trata de una entidad religiosa que goza de personalidad jurídica de derecho público, de histórica presencia en el país y que, en lo que al punto se refiere, no practica la poligamia desde el siglo XIX. El segundo caso corresponde a una entidad con personalidad jurídica de derecho privado, fuertemente cuestionada por su dudoso carácter religioso, que se caracteriza por propiciar ceremonias matrimoniales múltiples, en las cuales lo cuestionable serían las condiciones en que se prestaría el consentimiento, el que probablemente estará viciado por la concurrencia de la fuerza, pero en ella tampoco se cuestiona la unidad, en tanto lo contraen una sola mujer y un solo varón. Por tanto, la cuestión sólo tendría cierta probabilidad de ocurrencia en el caso de matrimonios celebrados en el seno de la comunidad islámica, en cuyo caso no sería civilmente válido el matrimonio celebrado por un hombre y varias mujeres, pues ningún oficial civil celebraría matrimonio contra norma expresa y, en el caso del matrimonio en forma religiosa, se verá más adelante que exige para su validez la ratificación del consentimiento ante el oficial civil, quien en presencia de la situación descrita, se negará a registrarlo, impidiendo la validez civil del matrimonio objetado506. 210 4. Exclusividad de la vida conyugal § La exclusividad como bien jurídico protegido por el deber de fidelidad. La fidelidad, entendida restrictivamente como el requerimiento y deber de exclusividad entre los cónyuges respecto de las relaciones sexuales y de las manifestaciones afectivas propias de la relación heterosexual, ha sido protegida jurídicamente mediante la sanción penal y civil del adulterio, esto es, el acto de sostener relaciones sexuales con varón o mujer que no sea su cónyuge. Asimismo, hay quien amplía su faceta negativa a "la necesidad de evitar todo comportamiento contrario a la confianza que debe imperar entre los cónyuges", como por ejemplo con comunicar la interrupción del embarazo507. Históricamente, el deber fue considerado en una doble dimensión. La primera, de carácter positivo, representa la recíproca disponibilidad sexual de los cónyuges que, expresado en el primer momento, contempla el derecho de consumar el matrimonio. La segunda, conlleva la exclusividad de las relaciones sexuales entre los cónyuges, debiendo abstenerse ambos de sostener tales relaciones con terceros 508. En el derecho civil chileno, la derogación del delito de adulterio —anacrónico según el sentir social mayoritario e ineficaz como norma jurídica— había ya restado fuerza a la exigibilidad del deber de fidelidad. En la actualidad, su carácter de ilícito civil es el único remanente de un deber, otrora complejo a la luz de los cambios observados, que ha mutado por su ineficacia jurídica en norma moral, sometido al escrutinio autónomo de la propia conciencia. Sin embargo, subsiste la vigencia de la regla que impone el deber infringido, pues solo han variado los efectos derivados de la infracción509. Su régimen positivo se encuentra en los artículos 131 y 132 del Código Civil, que disponen lo siguiente, respectivamente510: "Los cónyuges están obligados a guardarse fe, a socorrerse y ayudarse mutuamente en todas las circunstancias de la vida. El marido y la mujer se deben respeto y protección recíprocos" (art. 131 CC). 211 "El adulterio constituye una grave infracción al deber de fidelidad que impone el matrimonio y da origen a las sanciones que la ley prevé. Cometen adulterio la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el varón casado que yace con mujer que no sea su cónyuge" (art. 132 CC). La unidad, vista precedentemente, conlleva la noción de totalidad de la donación personal conyugal, comprendiendo esta entrega, desde el punto de vista del contenido, cada una de las facetas de la virilidad o de la feminidad, sin excluir ninguna en el más mínimo de los aspectos. Siguiendo a Viladrich, "amor conyugal es amar a la persona del otro en toda su dimensión de varón o de mujer, en todo lo que es sexualmente distinta y en consecuencia, complementaria". La exclusividad, carácter esencial del matrimonio protegido por la fidelidad, se identifica con el amor conyugal total, afirmado como una exigencia elemental de la naturaleza biológica y personal del hombre, según postulan algunos autores, aun cuando los detractores de dicha posición suman mayoría, amparados en el análisis del comportamiento histórico del hombre511. Un aspecto necesario de dilucidar es la distinción respecto del atentado específico ejecutado en contra de la unidad y cuál sería propiamente el atentado respecto de la fidelidad. Se ha entendido la fidelidad como una característica incluida en la unidad o al menos equiparable con ella, asumiendo que se afecta la unidad cuando uno o los dos cónyuges quieren mantener varios vínculos conyugales simultáneos, propósito negado por el legislador en el área civil y sancionado como delito en el ámbito penal. Se afecta la fidelidad —en cambio— cuando se constituye, afirma y manifiesta una voluntad contraria al compromiso matrimonial, en el sentido de no querer sostener relaciones sexuales exclusivas y excluyentes con su cónyuge. Es decir, persiste una voluntad de convivir y sostener relaciones sexuales con su cónyuge, pero a la vez se exhibe una conducta sexual incoherente con dicha voluntad. Esta propensión, que puede ser meramente conductual o patológica, no tiene en la actualidad sanción jurídica512. 212 Una derivación lógica de las finalidades de procreación y vida en común, la constituye el propósito de ambos cónyuges de sostener relaciones sexuales con carácter de habitualidad, exclusividad y respeto mutuo. La habitualidad implica que las relaciones sexuales deben sucederse en el tiempo, deben producirse exclusivamente entre los dos cónyuges y exigen el consentimiento del otro. Las relaciones sexuales sostenidas en forma ocasional o permanente por uno de los cónyuges con otra persona implican una violación del deber de fidelidad que caracteriza al matrimonio513. § Efectos civiles del deber de exclusividad positivamente regulado. Considerando la exclusividad de la vida conyugal como un deber positivamente regulado, cabe expresar los siguientes comentarios críticos sobre su procedencia desde una perspectiva civil. En primer lugar, que respecto de los deberes matrimoniales subsiste una lectura moral de su naturaleza normativa, que incluso niega su carácter obligacional. Esto ha conducido a que la infidelidad como en general las causales de divorcio se deroguen progresivamente como normas prescriptivas en la mayoría de los ordenamientos jurídicos occidentales514. En segundo lugar, que esta naturaleza no estrictamente obligacional del deber de fidelidad restaría fundamento para exigir su cumplimiento forzado, implicando a su vez que la indemnización no tendría lugar en el plano jurídico, pues se trataría de un cumplimiento por equivalencia que sustituye la conducta requerida del sujeto imperado. Además, el principio de especialidad, según indican Barcia y Rivera, impide que la transgresión a un deber matrimonial produzca consecuencias jurídicas distintas de las previstas expresamente por el ordenamiento jurídico 515. En sentido contrario, a favor de su procedencia, se ha sostenido que conllevaría un incentivo a la estabilidad de matrimonio y consecuencialmente de la familia, política que sería coherente con el marco privilegiado que tendría la familia en los ordenamientos constitucional y legal. Asimismo, y respondiendo a la crítica 213 respectiva, sostienen que no existiría un principio particular o normativa general que impida la aplicación de la responsabilidad civil en este campo516. En definitiva, compartimos la opinión de quienes sostienen la improcedencia de la responsabilidad civil por incumplimiento de deberes extrapatrimoniales, particularmente en el caso de la infidelidad entendida como infracción de un deber matrimonial, tanto por las razones ya allegadas como por la confusión de los planos jurídico, moral y religioso que su eventual aceptación implica, penetrando impropiamente en la esfera de intimidad del individuo, constitucionalmente protegida. 5. La estabilidad del estado matrimonial y la indisolubilidad como su propiedad esencial § Estabilidad e indisolubilidad. Al contraer el vínculo matrimonial, se presume que las personas lo hacen con el convencimiento de haber suscrito un compromiso cuya duración se extiende por toda la vida, generando la necesaria estabilidad mutua que exigen los fines perseguidos por el matrimonio. En tal sentido, la consideración de la indisolubilidad como criterio de ordenación y elemento o propiedad del matrimonio es jurídicamente válida y adquiere mayor fuerza en la perspectiva de valoración social de la familia que se constituye a partir de la vinculación matrimonial de la pareja517. La cuestión se manifiesta con aristas y un grado mayor de profundidad, si se intenta afirmar la exigencia perentoria del elemento de indisolubilidad del vínculo válidamente contraído. Asimismo, se perturba notablemente si en la discusión de su procedencia y valor jurídicos, se incorporan criterios de valoración éticos o religiosos, con lo cual la discusión tiende a emigrar del campo civil y se torna en extremo inestable y finalmente jurídicamente ineficaz. 214 La indisolubilidad consiste en la perpetuidad del vínculo conyugal una vez constituido válidamente, en tanto propiedad del matrimonio, admitiendo su consideración en tres dimensiones518. La primera de ellas se refiere al compromiso de estabilidad de la relación, establecida por los cónyuges. En tal sentido, conspira contra el principio la aplicación de cualquier modalidad, especialmente las de tipo condicional, pero también la celebración de un matrimonio a plazo. Así, constituye un rechazo del propósito de estabilidad, por ejemplo, el denominado matrimonio a prueba, que también es una forma de matrimonio sujeto a condición. La segunda dimensión se refiere al compromiso matrimonial asumido a perpetuidad, es decir, el matrimonio es celebrado con la intención de procurar su proyección por toda la vida de los contrayentes, como una consecuencia de la donación total que comprende el pacto conyugal, y que en este caso se proyecta a la totalidad existencial519. Conspira contra esta dimensión de la indisolubilidad el matrimonio temporal, es decir, aquel celebrado por un lapso determinado, como el que se aprecia en los matrimonios previamente concertados, simulados o de complacencia, que persiguen principal o únicamente otorgar la nacionalidad de uno de los cónyuges al otro. La tercera dimensión alude al compromiso libremente asumido por los contrayentes, en orden a no recurrir al divorcio, cuando este se encontrare entre las opciones legales de resolución de las crisis conyugales, es decir, a terminar el vínculo válidamente contraído por una causa o motivo sobreviniente. § Interpretación del término legal de indisolubilidad. Hasta la aprobación de la nueva LMC, la claridad de la definición legal del artículo 102 del Código Civil no dejaba espacio abierto para una interpretación contraria al carácter indisoluble del matrimonio520, al referirse expresamente a una unión indisoluble y por toda la vida. Sin embargo, tras la entrada en vigor de la ley y atendiendo especialmente a la introducción del divorcio, las opiniones se encuentran divididas, existiendo autores que estiman que la indisolubilidad es un principio informador del instituto matrimonial 215 sobre la base de la permanencia del artículo 102 sin variar su redacción original, en tanto que asumen la improcedencia de su exigibilidad por la expresa introducción del divorcio vincular. La previsión de las dificultades que podrían surgir en la interpretación de este carácter del matrimonio ya había alentado a algunos parlamentarios, durante el período de discusión del proyecto de ley en el Senado, para presentar una indicación que consagrara la posibilidad de optar por la inclusión de una cláusula de indisolubilidad pactada en el contrato matrimonial, inspirados en la experiencia legislativa de algunos estados norteamericanos como Lousiana, que aprobaron iniciativas tendientes a promover la estabilidad conyugal y fortalecer la familia, bajo la genérica denominación de covenant marriage, construido sobre un fortalecido valor jurídico asignado a la voluntad en el plano matrimonial521. La vía escogida para promover el proyecto fue desafortunada, pues se vinculó a la renunciabilidad de la acción del divorcio en el momento de la celebración del matrimonio, además de poder hacerlo con posterioridad. La propuesta no fue acogida, pero se acordó, en cambio, dar luz verde a una iniciativa paralela que proponía legalizar la celebración de matrimonios religiosos, en forma previa a la ceremonia civil, con eficacia reconocida desde el momento de la ratificación del consentimiento ante la autoridad civil, derogando de paso y sin mayor ruido la controvertida norma incorporada por el art. 43 de la Ley de Registro Civil, que sancionaba la celebración precedente del matrimonio religioso522. En la actualidad, el problema aparece formalmente zanjado desde el momento en que el propio legislador mantuvo el carácter indisoluble del matrimonio contenido en la definición del artículo 102 del Código Civil, pese a los intentos de algunos sectores parlamentarios por sincerar el concepto tras la introducción del divorcio como opción legal para terminar un matrimonio válidamente celebrado. Sin embargo, es innegable que puede entenderse que existe una contradicción entre la mantención del texto íntegro del 102 y la introducción del divorcio, razón por lo cual cabe profundizar en el problema suscitado. 216 Si se procura aclarar el sentido de la norma legal recurriendo al marco constitucional, ya se encuentra terreno propicio para interpretaciones en sentidos tanto favorables a la disolubilidad como a la indisolubilidad. Según esta última interpretación, la Constitución establece de modo implícito la indisolubilidad, desprendiendo esta garantía de la aceptación de la familia natural y cristiana, de acuerdo a la visión tradicional imperante en Chile, que la fundaba en el matrimonio monogámico e indisoluble como núcleo fundamental de la sociedad, que el Estado tiene el deber de proteger y propender a su fortalecimiento. Esta base constitucional, fundamentada en el derecho natural, la tradición y los principios cristianos, es la que estaría a disposición de las personas y órganos encargados de hacer prevalecer la Constitución —como corresponde en todo Estado de derecho (artículos 6º y 7º de la Constitución)— frente a toda legislación o proyecto de ley divorcista, asumiendo que se trata de una tarea que exige no solo claridad de ideas, sino también fortaleza en las actuaciones de quienes tienen el cometido de aplicar las normas y principios constitucionales, según sus impulsores. En perspectiva contraria, también se pueden allegar fundamentos para sostener la postura derogatoria, toda vez que la Carta Fundamental no establece de modo expreso la indisolubilidad del matrimonio, por lo que no cabe colegir extensivamente una interpretación que conduzca obligatoriamente a un principio radicado en el terreno de la norma religiosa, lo que por cierto se asume como ajeno al orden jurídico estatal. En su propio mérito, parte de la doctrina considera que el legislador al consagrar el divorcio, incluso en la modalidad unilateral, derogó en forma tácita el carácter indisoluble del matrimonio523. En sentido contrario, la permanencia de la indisolubilidad como elemento del matrimonio ha sido defendida sobre la base formal de la plena vigencia de la norma del art. 102 del Código Civil, a lo cual se ha sumado la permanencia de su estructura esencial como negocio jurídico, que impide que los cónyuges puedan poner término al contrato, requiriendo para concretar tal propósito necesariamente el pronunciamiento de un tercero, esto es el juez de familia, quien verificará el cumplimiento de la causal legal requerida524. 217 Profundizando en la materia, si bien en apariencia se percibe como un contrasentido la permanencia de la mención a la indisolubilidad, existen argumentos a favor de la opción asumida por el legislador. De partida, los contrayentes explicitan una voluntad de unión vitalicia, carácter propio de la especificidad del matrimonio y no de otra forma de convivencia socialmente regulada, como ocurre con la unión de hecho. En caso contrario, nada impediría que el matrimonio pudiese ser acordado con un plazo que incluyera fecha de expiración. La seriedad del compromiso orientado hacia la celebración del matrimonio se manifiesta en la aceptación de esta característica específica del contrato por parte de ambos contrayentes. Asimismo, el matrimonio en la legislación chilena no puede ser disuelto por la mera voluntad de uno o de los dos cónyuges, ya que se exige la concurrencia de una causal prevista en la ley y la posterior dictación de la sentencia por parte de un juez, quien es el que dispone la procedencia del divorcio en representación del Estado. El carácter indisoluble, en definitiva, debe ser asumido en su acepción de indisponibilidad por parte de los cónyuges, en lo que se refiere a los modos de terminación legalmente aceptados. ¿Cabe la posibilidad de una antinomia a propósito del matrimonio civil, si se contrasta el artículo 102 del Código Civil con el artículo 53 de la Ley de Matrimonio Civil?525 Estimamos que no, toda vez que el matrimonio admite la necesaria distinción entre disolubilidad interna y disolubilidad externa, debiendo, por tanto, colegirse que el legislador acepta la disolubilidad extrínseca, prohíbe la disolubilidad intrínseca y no se pronuncia respecto de la indisolubilidad natural, por corresponder a un orden normativo no jurídico. La disolubilidad interna, referida a la posibilidad de que los cónyuges por su mera voluntad puedan disolver el vínculo matrimonial válidamente contraído, no es posible, en tanto el matrimonio es de acuerdo a su esencia un vínculo con proyección social y comunitaria, objetivo que orienta la función normativa como una necesidad determinada por la consecución del bien común en la concepción institucional del matrimonio. La comunidad asume la importancia de este vínculo y le asigna a la unión consentida la propiedad de soportar la institución 218 familiar. Si se asume como fuente del derecho matrimonial la necesidad social de regulación de las uniones de personas —libres por tanto— orientada a la procreación y la educación de la prole y el perfeccionamiento y ayuda mutua, la respuesta normativa puede excluir la posibilidad de ruptura por el simple consentimiento de ambos, y con mayor razón en el supuesto de que solo uno de los cónyuges lo solicite. La situación varía si se atiende a la disolubilidad extrínseca del matrimonio, es decir, a la posibilidad reconocida legalmente para que una persona constituida en autoridad —un juez en este caso— pueda declarar disuelto el matrimonio. Es decir, no basta la mera voluntad de los cónyuges, sino que se exige la concurrencia de un tercero que, aplicando los criterios recogidos en la ley, procede a disolver el vínculo en su apreciación externa, es decir, el matrimonio. En síntesis, considerando la inmutabilidad de la definición legal de matrimonio, se debe interpretar la permanencia del artículo 102, asumiendo la imposibilidad de disolución intrínseca del matrimonio, debiendo concurrir la acreditación del cumplimiento de una causal precisa de terminación del vínculo, como es el cese de la convivencia, y su imprescindible declaración por un tercero, investido jurídicamente de la autoridad para ello, como ocurre con la sentencia firme de divorcio526. § Concordancia de las normas contenidas en los artículos 102 del Código Civil y 53 de la Ley de Matrimonio Civil. En los hechos, la aplicación coherente de ambas normas en el sistema matrimonial chileno determina que dos personas pueden celebrar matrimonio, vínculo que se contrae con el carácter de indisoluble. No pueden, por consiguiente, fijar una fecha de término o finalización del compromiso, así como tampoco estipular en capitulaciones un matrimonio a plazo o a prueba. Toda estipulación condicional, y el mismo matrimonio celebrado en forma condicional, será estimado como nulo. Celebrado válidamente el matrimonio, podrá con posterioridad uno de los cónyuges o ambos demandar el divorcio por las causales legales que, incluso en el caso del divorcio por mutuo consentimiento, exige la concurrencia de un período durante el cual ha cesado acreditadamente la convivencia marital. Este enfoque del tema permite adelantar la solución que 219 debiera aplicarse al conocer los tribunales del caso suscitado por la demanda de divorcio, ejercida por un individuo de religión católica respecto de su cónyuge, también católica, y con la cual contrajo válidamente un matrimonio religioso con efectos civiles. El juez, al sentenciar favorablemente la procedencia del divorcio, deberá pronunciarse sobre la existencia y continuidad de los efectos civiles del matrimonio, sin manifestar opinión sobre la subsistencia del vínculo religioso. Una opinión distinta ha sostenido otro sector de la doctrina, que postula la necesidad de considerar el requerimiento de un consentimiento continuado y no meramente inicial, ligado al acto de celebración, remontándose como fuente última al matrimonio romano. En tal sentido, resaltan la necesidad de reconocer la voluntad de permanencia como un factor determinante del matrimonio, vale decir, que el compromiso conyugal debe ser renovado permanentemente en directa relación con la subsistencia de la causa que le dio origen, justificando la realización de actos de voluntad sucesiva. Mizrahi, en esta línea, recurre al contexto de cambios que han afectado la decisión de selección del cónyuge, regida antaño por la participación comunitaria familiar y reducida contemporáneamente a una decisión estrictamente personal, lo que ha generado que el consentimiento conyugal no sea ya sólo el resultado de una voluntad inicial, sino continuada en el tiempo, lo que determina una elección permanente de un cónyuge respecto de otro, renovada a diario. A partir de esta constatación, concluye que "ha perdido consistencia, por estimarse arcaico y obsoleto, el criterio de considerar indisponible la relación jurídica matrimonial" 527. En el caso de las personas que celebran matrimonio religioso católico, la voluntad de guardar fidelidad al compromiso jurídico revestido de significado religioso y libremente aceptado o consentido es, primero que todo, una responsabilidad asumida en forma individual, que se proyecta en sus efectos a la pareja. Velar por el respeto al compromiso públicamente suscrito, es una tarea que deben realizar principalmente los cónyuges y secundariamente su comunidad de referencia, máxime si el contexto jurídico institucional se encuentra erigido sobre la consideración de la existencia de instancias formales de relación entre diversos 220 ordenamientos eclesiásticos particulares, que no están obligados a reconocerse mutuamente los actos y relaciones jurídicas nacidas en virtud de normas ajenas. 221 CAPÍTULO III FINALIDADES DEL MATRIMONIO 1. Fines del matrimonio § Noción general. El derecho matrimonial ha vinculado históricamente ciertas finalidades al matrimonio, entendiendo por tales los fines objetivos y no los fines subjetivos trazados por una pareja en particular. En este sentido, el matrimonio se orienta a la realización de unos fines concretos que, recogidos en su estructura esencial, son resaltados en la regulación civil528. Cabe destacar que la relevancia de los fines en los tratamientos doctrinarios del derecho nacional es reciente, toda vez que históricamente los autores solo se remitían a consignarlos al momento de analizar la definición legal de matrimonio. En la actualidad, su estudio particular y la importancia que ha adquirido en el análisis dogmático, se asienta en dos bases. La primera, derivada de la inclusión de la ausencia de consentimiento libre y espontáneo entre las causales de nulidad de la LMC, cuando ha "...habido error acerca de alguna sus cualidades personales que, atendida la naturaleza o los fines del matrimonio, ha de ser estimada como determinante para otorgar el consentimiento..."529. La segunda dice relación con la justificación de la diferencia cualitativa entre los institutos del matrimonio y del acuerdo de unión civil, en que la finalidad procreativa del matrimonio le imprime la distinción diferenciadora530. § Fines del matrimonio legal. En esta perspectiva, se han considerado como finalidades principales a las relaciones sexuales y la procreación, y secundariamente el auxilio y la ayuda mutua, diferenciándose los distintos sistemas legales en la prioridad asignada a un fin respecto de otro, así como en las finalidades secundarias que cada cultura ha constituido en torno de estas dos finalidades esenciales531. Las fórmulas propuestas para señalar la finalidad del matrimonio, siguiendo a Castán Tobeñas, son diversas, respondiendo unas a la concepción biológica o social del matrimonio, como en el caso de la procreación, y otras a la 222 concepción individualista del mismo, como ocurre con las finalidades de mutuo auxilio y vida en común532. La fórmula más generalizada, recogida en el Código Civil chileno, es trilateral, distinguiendo la generación o reproducción, la educación de la prole y el mutuo auxilio. El contexto histórico también ha sido determinante en el asentamiento de diferencias conceptuales y valorativas, toda vez que las finalidades han sufrido el impacto del cambio que han traído las actuales concepciones sociales dominantes, tanto sobre la familia como sobre la relación de pareja. Tradicionalmente, la entidad familiar se ha justificado socialmente en la continuidad generacional, expresada en la existencia de unos intereses familiares y económicos que debían ser atendidos 533, determinando consecuencialmente que el matrimonio —como institución privilegiada del orden social— deba facilitar y preservar la reproducción, dentro de un cierto marco razonable dado por la exclusividad de las relaciones sexuales, el conocimiento público de las relaciones de filiación y la legitimidad consiguiente que, como paraguas protector, garantizaba el matrimonio. Por tanto, coinciden en la visión tradicional de las finalidades del matrimonio, la provisión de un marco jurídico aceptable socialmente para las relaciones sexuales, la procreación y subsiguiente educación de la prole, y el mutuo auxilio de los cónyuges. Proveer un marco social aceptable para la realización de las relaciones sexuales entre varón y mujer, tradicionalmente ha sido considerado una finalidad natural del matrimonio, entroncando en esta apreciación con la opinión sostenida por Kant, para quien la finalidad es derechamente la satisfacción del instinto sexual, elevando así el "apetito amoroso" a la categoría de fundamento principal de la unión conyugal534. La procreación y la educación de la prole han sido históricamente consideradas una finalidad natural del matrimonio, al igual que la protección y ayuda mutua, toda vez que la estabilidad y permanencia en el tiempo de la unión interpersonal garantizan las mejores condiciones sociales posibles para el cumplimiento de tales fines. Asimismo, la formalización civil del matrimonio establece la diferencia con el 223 concubinato, a la vez que expresa un interés social prioritario en la institución traducida en la tutela jurídica necesaria para asegurar tales condiciones. En síntesis, siguiendo fielmente la definición tradicional del artículo 102 del CC, la doctrina había asumido naturalmente las tres finalidades positivamente normadas, probablemente por la coincidencia con cierta noción de derecho natural imperante, o derechamente por aceptar la derivación desde el derecho canónico, según se ha visto en la primera parte de este trabajo. En tal sentido, el derecho civil chileno reconoce como fines del matrimonio la vivencia en común o convivencia, entendiendo enmarcada en ella la ordenada realización de la sexualidad conyugal; la procreación, incluyendo aquí la educación de la prole, y el auxilio mutuo, apreciados consistentemente los tres como elementos básicos y esenciales del matrimonio, sin una jerarquización preestablecida. Por ello, las motivaciones personales para contraer matrimonio, doctrinalmente traducidos como fines subjetivos535, no han sido consideradas jurídicamente relevantes, toda vez que, al igual que respecto del contrato de sociedad, para celebrar el contrato matrimonial solo era requerida la voluntad de celebrar un contrato con la especificidad matrimonial, según la definición legal del Código Civil. § La vivencia afectiva como finalidad del matrimonio. En la perspectiva precedente, no había un lugar prioritario para la apreciación en lectura jurídica, de la valoración de la afectividad mutua o de una solidaridad sentimental de los cónyuges, más allá de la proyección natural derivada de la concurrencia de ambos en la procreación, que genera lazos con la descendencia común. Por cierto, lo probable también era que la tutela jurídica del talante sentimental de la relación estuviera excluida de la esfera de la norma jurídica, asumiéndose implícitamente su radicación en el ámbito moral o religioso. En la actualidad, uno de los cambios más relevantes en torno a los fines del matrimonio es la apreciación valorizada de la existencia del vínculo afectivo, tanto para constituirlo, si se acepta la aplicación de la noción de causa, como para asegurar su permanencia, derivándose a partir de ello, según parte de la doctrina, 224 la finalidad de satisfacción en mayor o menor grado de las expectativas ligadas a la afectividad536. Sobre esta base, tanto la inexistencia de afecto como su insatisfacción plena, se han considerado causales suficientes para demandar la disolución del vínculo537. Así como la existencia de una cierta afectividad es requisito de constitución del matrimonio, la solidaridad sentimental de la pareja es requisito de su permanencia538, deviniendo en su apreciación como finalidad del matrimonio, pues el individuo contrae matrimonio para querer y ser querido, es decir, alcanzar un estado psicológico de satisfacción que identifica con su propia noción individual de la felicidad. La ausencia de este supuesto metajurídico es percibida como una carencia no aceptable, demandando consecuencialmente el individuo al Estado su valorización jurídica como causal de término del vínculo alguna vez deseado. En la significativa expresión de un autor, no es la desvalorización de la vida en pareja, sino su supervaloración, lo que provoca el aumento de las rupturas conyugales, signo característico de la sociedad occidental539. § Relevancia de los fines en la LMC de 2004. A la luz de lo dicho y los antecedentes considerados, la LMC no solo mantuvo la importancia asignada a los fines del matrimonio, sino que dicha relevancia se incrementó, siendo determinante en varias disposiciones de la ley, particularmente en la fundamentación de las causales de separación y divorcio, que ligan la procedencia de la causal a la transgresión de las normas que permiten asegurar el cumplimiento de los fines del matrimonio540. Junto con lo anterior, nos detendremos en dos aspectos que ameritan mayor análisis. El primero, se relaciona con la finalidad de convivencia y de auxilio mutuo, la que es afectada directamente por la eventualidad de la disolución legalizada del matrimonio, vía divorcio. En su consideración básica, el mutuo perfeccionamiento de los cónyuges exige la entrega plena de ambos integrantes de la pareja, el deber de una vida sexual exclusiva y excluyente, el deber de apoyo y socorro en 225 circunstancias difíciles y la natural compañía en los acontecimientos que enriquecen la vida en pareja y familia. En tal entendimiento, la convivencia y la ayuda mutua se encuentran involuntariamente limitadas en su proyección en el tiempo por la vigencia del divorcio. Asimismo, en sus fundamentos, la finalidad de convivencia se ve afectada también por la voluntariedad absoluta de las relaciones sexuales, en tanto se mantenga el afecto que dio origen a la voluntad de vinculación. El segundo se relaciona con la procreación, finalidad que había sido asegurada con la consideración legal de la impotencia perpetua e incurable, como una causal válida para impetrar la nulidad del matrimonio. El legislador optó por derogar la causal respectiva, atendiendo primordialmente a la evidencia aportada por los avances experimentados por la ciencia y la tecnología en materia de sexualidad humana y fecundación y, principalmente, a la desvalorización pública del ligamen entre matrimonio y procreación, en claro beneficio de la prioridad asignada a la afectividad como fundamento del vínculo conyugal, independientemente de la posibilidad efectiva de consumar relaciones sexuales. En su aplicación práctica, la finalidad de procrear implica la disposición voluntaria y comprometida de fundar una familia, con hijos naturales o adoptivos, aceptándolos, criándolos y educándolos. La exigencia se traduce en la voluntad compartida de procrear, aun cuando ello no sea posible por causas ajenas a la voluntad de los cónyuges, asumiendo como hecho previsible que, si ambos pudieran procrear naturalmente, así lo harían. Es, por tanto, una voluntad de disposición a la procreación, con vistas a la constitución de una familia. Los fines del matrimonio, en la perspectiva asumida por el legislador en 2004, no debían ser restringidos a la procreación, dando prueba de ello la importancia asignada en el debate parlamentario al ius connubii, a la convivencia tranquila y, en definitiva, a la felicidad de la pareja, sobre otras consideraciones, salvo, por cierto, la protección de la familia cuando ya existiere. Un factor relevante para la supresión del impedimento fue la consideración del matrimonio entre personas de avanzada edad, casos en los cuales se estima que 226 las posibilidades de procreación natural se encuentran limitadas o son derechamente imposibles. Por ello es útil considerar la distinción entre diferentes acepciones de los fines, para dilucidar el problema expuesto por el matrimonio de los adultos mayores y, en general, de personas que no puedan procrear. Si se asume el término "fin" como sinónimo de meta, término o resultado efectivo, es claro que está fuera de la esencia del matrimonio, siendo correcta, por tanto, la asimilación de los fines como una ordenación interna o disposición dinámica hacia el logro de algo, en este caso, tener hijos. Por tanto, para que exista matrimonio, es esencial que la unión conyugal esté internamente ordenada o abierta hacia finesmeta, pero no es necesario para la subsistencia del matrimonio, la obtención efectiva de los fines-meta541. Sin perjuicio de lo anterior, la LMC brinda gran importancia a los fines del matrimonio. 2. La finalidad de procreación y su vinculación esencial y natural con el matrimonio. El problema de la impotencia § Relevancia de la procreación como finalidad del matrimonio. El matrimonio tiene entre sus fines esenciales la procreación y, por ello, la sociedad le asigna gran importancia al vínculo jurídico conyugal, en tanto se le reconoce como base de la constitución familiar priorizada por el Estado. El hombre y la mujer que contraen el vínculo matrimonial comparten la intención de procrear, es decir, de tener descendencia natural o adoptiva, si ello es natural o jurídicamente posible en cada caso. La procreación, como históricamente lo ha concebido la doctrina chilena, es uno de los fines para cuya consecución el hombre y la mujer se unen en matrimonio, además de la convivencia y el auxilio mutuo542. La procreación, como finalidad, se proyecta necesariamente en la crianza y educación de los hijos, que supone a su 227 vez asegurar por parte de ambos padres, la realización de todas las acciones que les sean posibles para brindar bienestar a su descendencia543. La mayoría de la doctrina tradicional atribuye mayor importancia a la procreación, pero advirtiendo además la valoración de ambas dimensiones finalistas. Así, Claro Solar señala que "la procreación es el fin principal del matrimonio", lo que justifica la consideración legal de la impotencia como impedimento dirimente, pero sin constituir el único objeto de la unión544. Por su parte, Somarriva destaca que la finalidad más importante es la procreación, pero sin que ello signifique que sea la única, toda vez que el matrimonio en artículo de muerte y el matrimonio de personas en edad avanzada dan cuenta de la valoración de las otras dos finalidades 545. La doctrina contemporánea, en cambio, tiende a sostener la igualación de las finalidades del matrimonio, sin jerarquización o exigencia copulativa de las tres 546. Al igual que la indisolubilidad, la voluntad en el sentido positivo indicado se manifiesta en el momento en que se expresa el consentimiento, considerando las condiciones personales de cada uno de los contrayentes, como su edad, factor que puede incidir en la postergación temporal de la decisión de tener hijos. La procreación, como se ha indicado, posibilita la continuidad de la especie humana. Durante la discusión parlamentaria de la ley, se sostuvo que esta finalidad aparece fuertemente cuestionada y relegada a un segundo plano, por la valoración del afecto mutuo entre dos sujetos, como razón y fin del matrimonio. Se argumenta profusamente en tal dirección, mencionando los ejemplos de matrimonios celebrados en situación de muerte inminente y, en general, los matrimonios celebrados por adultos mayores, posición que en todo caso ya había relativizado en la visión de la doctrina tradicional, que, sin perjuicio de la relevancia asignada a esta finalidad del matrimonio, exigía para su aplicación como impedimento dirimente, la concurrencia de condiciones especiales que no excluyen el matrimonio de personas que, por su edad muy avanzada, no pueden esperar hijos ordinariamente 547. § La finalidad de procreación y el problema de la impotencia perpetua e incurable. Los argumentos indicados precedentemente se devuelven en contra de la 228 impotencia perpetua e incurable, es decir, la incapacidad de realizar el acto conyugal con todos sus elementos esenciales y que es incurable por medios ordinarios lícitos que no hagan peligrar la vida o sean perjudiciales para la salud de un modo grave, circunstancia que figuraba en la antigua ley como impedimento para celebrar el matrimonio. El impedimento, con carácter de absoluto, era establecido en el Nº 3 del artículo 4º de la derogada Ley de Matrimonio Civil de 1884, y durante la vigencia de la norma por más de un siglo, la principal cuestión jurídica que suscitó fue determinar si sólo era impedimento dirimente la impotencia del hombre para realizar el acto sexual o, por el contrario, también debía entenderse comprendida la esterilidad de la mujer y la impotencia del hombre para engendrar —impotencia generandi— aunque pudieran ambos realizar el coito. La solución judicial, apoyada por parte importante de la doctrina548, se inclinó por asumir la ausencia de distinción legal, resaltando que dicha solución, defendida sorprendentemente por destacados juristas, se apartaba de la matriz seguida por el legislador de 1884 que, basado en el Derecho canónico como fuente, debió asumir que la impotencia generandi, denominada esterilidad, estaba excluida de los impedimentos549. En la historia de la ley se encuentra la exposición de motivos que fundamentan su eliminación, centrados en la primacía del ius connubii y en la evolución científica y tecnológica, amén de valorar su apreciación en el plano de la estricta intimidad de la pareja550. Previamente, la posición definida por el Gobierno al decidir destrabar el proyecto aprobado en la Cámara, consideró la eliminación de la causal de impotencia perpetua o incurable, y así fue planteado en el seno de la Comisión Iglesia-Gobierno, la cual sin embargo se pronunció por mantenerla, complementando la redacción con el acápite "para consumar el acto conyugal". Finalmente, la indicación sustitutiva del Ejecutivo la eliminó del proyecto, no siendo repuesta durante su tramitación en el Senado. § La impotencia como causal de nulidad. Sin perjuicio de su eliminación, la existencia de impotencia podría, sin embargo, ser alegada como causal de nulidad 229 del matrimonio, con dos fundamentos distintos. El primero deriva de su consideración como factor inductor a error por parte del otro contrayente, concretamente en el supuesto legalmente aceptado de error en alguna cualidad personal del otro contrayente, según lo dispuesto en el art. 8º Nº 2 de la LMC. Esta posibilidad fue discutida en tal sentido, tanto en la Comisión Gobierno-Iglesia, como en las sesiones de la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado. El segundo fundamento, que podría constituir a la impotencia en supuesto constitutivo de la causal de nulidad por incapacidad derivada de trastorno o anomalía psíquica, es más discutible por cuanto supone necesariamente establecer la relación de causalidad entre el trastorno o anomalía psíquica y la impotencia. Asimismo, el trastorno debería ser acreditado como concurrente en el momento constitutivo del matrimonio y, en el hecho, la determinación de la impotencia será generalmente posterior, lo que dificultará la prueba del hecho 551. Otra perspectiva doctrinaria muy discutible propone la necesidad de vincular la procreación con el matrimonio, asumiendo la relación natural que es posible constatar, sobre cuya base se deriva la consecuencia respecto de las parejas homosexuales, en el caso que al ser estas estériles por sí mismas, habría que negarles la posibilidad del matrimonio552. Asimismo, si se atiende a la historia de la ley, la impotencia coeundi sí podría ser considerada causa para solicitar la declaración de nulidad matrimonial, basado en la norma del artículo 8º Nº 2, referida al error en alguna cualidad personal del otro contrayente que, atendida la naturaleza o los fines del matrimonio, ha de ser estimada como determinante para otorgar el consentimiento553. 3. Las finalidades de convivencia y ayuda mutua entre los cónyuges y la consagración civil de la noción de comunidad de vida § Significado de los términos "vivir juntos" en la definición legal de matrimonio. La ley civil chilena señala como finalidad del matrimonio la convivencia o vida en 230 común, bajo la expresión "vivir juntos", utilizada por la definición contenida en el artículo 102 del Código Civil. La síntesis que es necesario realizar a partir de la vigencia de la LMC determina que la unión conyugal —junto con la procreación— asume las finalidades de convivencia y ayuda mutua entre los cónyuges, unidas las tres en la noción de comunidad de vida matrimonial554. Ya se ha señalado precedentemente el amplio debate sobre la jerarquización de las finalidades, el que en todo caso y para efectos del tratamiento de la materia, es ya historia. Sin embargo, subsiste la necesidad de establecer el contenido de la finalidad de convivencia y ayuda mutua entre los cónyuges, a la luz de la nueva noción de comunidad de vida, introducida por la exigencia legal del artículo 5º Nº 3º de la LMC, la que, con motivo de establecer los impedimentos matrimoniales, alude a los que carecieren de suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales al matrimonio. La unión conyugal regulada por la Ley de Matrimonio Civil tiene por finalidad la constitución de una comunidad de vida que, orientada a la procreación y el bienestar de los cónyuges, implica la ayuda mutua de sus integrantes, generando las mejores condiciones para la crianza de los hijos y para proveer el auxilio mutuo en las circunstancias adversas de la vida555. En la doctrina el punto admite mayores precisiones, y algunas diferencias. Así, en la perspectiva de Viladrich, la mutua ayuda no sería propiamente un fin del matrimonio, sino una dimensión propia de toda la vida matrimonial, "que se expresa en el servicio recíproco, en el amor mutuo, en todo el conjunto de relaciones interpersonales de los cónyuges, en la realización existencial de la comunidad de vida conyugal y que está presente en la generación y educación de los hijos, en la formación y desarrollo del hogar y en la ordenada realización de la inclinación sexual"556. En la doctrina nacional, Barrientos considera que la convivencia reflejada en la frase "vivir juntos" no constituye un fin, sino un efecto, una obligación y/o un deber derivado del matrimonio557. 231 La comunidad de vida realiza obras en el interés de ambos cónyuges y de la prole, finalidad que es jurídicamente cautelada. Supone la voluntad de los cónyuges de vivir juntos en una comunidad ligada por el mutuo afecto, aun cuando el Derecho no exija ni defina el afecto a propósito del consorcio matrimonial. § Recepción de la noción de "comunidad de vida". El concepto de comunidad de vida incorpora diferentes elementos que, desde un punto de vista moral en su dimensión social, son indudablemente aspiraciones en una comunidad que se reconoce como tal y que procura, por tanto, la realización de actos funcionales a los propósitos de permanencia y fortalecimiento. Sin embargo, la dificultad de su concreción es evidente, por superar la barrera que define la norma jurídica como regulación exterior de la conducta. En el hecho, las nociones de convivencia plena y de unión espiritual suponen la necesidad de recurrir a otras disciplinas sociales cuando no a la religión para asignar un contenido que torne comprensible dichas ideas. Al margen de la discusión jurídica, religiosa o ética que el concepto ha generado, la ley civil chilena lo incluye indiscutiblemente, tornando necesario precisar su significado y alcance558. Señala al efecto el artículo 5º número 3º, a propósito de la regulación de los requisitos de validez del matrimonio: "No podrán contraer matrimonio: [...] 3º Los que se hallaren privados del uso de razón; y los que por un trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente diagnosticada, sean incapaces de modo absoluto para formar la comunidad de vida que implica el matrimonio". La ubicación de la norma dentro de la ley brinda las señales necesarias para comprender su carácter y sentido. En efecto, la norma debe su existencia al consenso extralegislativo alcanzado en la comisión ad hoc formada por el gobierno del presidente Lagos, para escuchar los planteamientos sobre la materia de la Iglesia católica, en orden a realizar una lectura actualizada de las causales de 232 nulidad del matrimonio, o si se prefiere, de los impedimentos para contraerlo, para lo cual se acordó incluir una redacción que reconocía fuente en el derecho canónico559. Por tanto, el sentido del concepto utilizado por el legislador corresponde en esencia al concepto canónico, lo que obliga a revisar someramente el concepto en dicha sede. El derecho canónico ha profundizado en el significado que tiene la noción de vida en común como elemento del matrimonio, observado como estado, el cual se comprometen a cumplir los contrayentes al momento de la celebración. De la mera convivencia, también presente como elemento constitutivo y definitorio en la unión de hecho o natural, se ha propuesto un tránsito a una noción más compleja que concluye en el concepto de plena comunidad de vida. En el concepto de matrimonio construido desde esta perspectiva, se otorga relevancia a la voluntad de los sujetos de constituir una relación estable de convivencia plena, es decir, ordenada en función del logro del objetivo de constituir una plena comunidad de vida, tanto en un sentido físico como espiritual560. Retomando el sentido civil del concepto para precisar algunos efectos, la vida en común implica vivir juntos, cuando ello es posible de un modo racional y con una prudente consideración de las dificultades cotidianas de la convivencia. La vida en viviendas separadas por mera voluntad de uno o ambos cónyuges viola este principio. La ayuda mutua es una consecuencia directa de la vida en común y del afecto mutuo. Los regímenes económicos matrimoniales, en particular la comunidad de bienes y la sociedad de gananciales, brindan el necesario soporte económico al compromiso de vida asumido por la pareja, lo que explica la reticencia de parte importante de la doctrina nacional para eliminar la sociedad conyugal, privilegiando la perspectiva individual de los intereses involucrados, pues se ha entendido que constituye un menoscabo evidente al concepto de comunidad de vida que el legislador intentó promover en la Ley de Matrimonio Civil. 233 TÍTULO II EL MATRIMONIO COMO ACTO JURÍDICO. REQUISITOS LEGALES CAPÍTULO I REQUISITOS DEL MATRIMONIO Y SU RECEPCIÓN JURÍDICA 1. Validez civil del matrimonio § Aspectos introductorios. Armonización de los requisitos legales de celebración del matrimonio con el derecho a contraer matrimonio. El matrimonio, en tanto acto o negocio jurídico de familia regulado por el derecho civil, exige el cumplimiento por parte de quienes desean celebrarlo, de un conjunto de requisitos legalmente establecidos, para que la producción de efectos civiles sea jurídicamente reconocida, es decir, para que tenga carácter vinculante. Genéricamente, los requisitos exigidos son la existencia acreditada de una determinada capacidad de las personas para realizar el acto, capacidad que se encuentra muy relacionada con la función y los fines que la institución trata de cumplir; la voluntad de los contrayentes, que debe concretarse en el consentimiento matrimonial, y las formas o solemnidades que, externamente, deben revestir al acto561. El reconocimiento constitucional y legal brindado al ius connubii no es afectado por la exigencia de dar cumplimiento a ciertos requisitos para validar jurídicamente la celebración matrimonial. En ello, el legislador cumple con su obligación de cautelar el ejercicio del mismo derecho también respecto de los demás, garantizando su ordenado ejercicio práctico. Mediante la exigencia de estos requisitos, que demandan la ausencia de impedimentos matrimoniales, se asegura que los contrayentes tengan la capacidad necesaria para contraer válidamente un matrimonio562. 234 Los requisitos para contraer matrimonio, en la concepción tradicional del derecho matrimonial chileno, se formulaban de modo negativo, por cuanto eran concebidos como circunstancias que venían a constituir obstáculos para la validez del matrimonio, afectando a los contrayentes, a su consentimiento y a la forma de celebración. La lectura contemporánea también valida la forma negativa de su expresión, asumiendo que constituyen excepciones al ius connubii basadas en razones de interés social, que apuntan a cautelar la relevancia de la institución matrimonial, basada en el acto libre de la voluntad de una persona. 2. Régimen de la validez del matrimonio a partir de la reforma de 2004 § Modificaciones introducidas por la reforma legal de 2004. La LMC introdujo cambios relevantes en el régimen del matrimonio civil, modificando sustantivamente la manera en que abordaba la regulación de la capacidad en materia matrimonial, la formación del consentimiento y el modo de manifestarlo. En tal sentido, destacan en materia de capacidad legal las reformas referidas al aumento de la edad mínima exigida para contraer matrimonio, la reformulación e introducción de nuevos impedimentos para contraerlo, y la posibilidad de manifestar la voluntad de contraer matrimonio por medio de lenguaje de señas. En materia de consentimiento, se refuerza la libertad de los contrayentes mediante la actualización de las normas que precaven vicios derivados del error o la fuerza y principalmente en la compleja e integral consideración de las causales de incapacidad. Finalmente, en cuanto a las formalidades de la celebración, a la vez que se elimina la posibilidad de recurrir a causales formales forzadas en su interpretación, se introduce uno de los cambios más significativos de la reforma, materializado en la aceptación legal de dos formas de celebración del matrimonio con igual eficacia jurídica. § Requisitos legales de validez del matrimonio. Los requisitos de validez prescritos por la LMC se encuentran establecidos genéricamente en el artículo 4º, dentro del 235 Capítulo II referido a la regulación de la celebración del matrimonio, en los siguientes términos: "La celebración del matrimonio exige que ambos contrayentes sean legalmente capaces, que hayan consentido libre y espontáneamente en contraerlo y que se hayan cumplido las formalidades que establece la ley"563. Por tanto, los requisitos legales de validez son la capacidad legal de los contrayentes, la manifestación del consentimiento en forma libre y espontánea y el cumplimiento de las formalidades prescritas por la ley564. § Noción general del requisito legal de capacidad. Los requisitos legales de capacidad se encuentran establecidos en los artículos 5º, 6º y 7º del párrafo 1º del capítulo II. El régimen de la incapacidad para contraer matrimonio, siguiendo la matriz desarrollada por el derecho canónico, mantiene la expresión negativa de las causales. En este sentido, las circunstancias o requisitos negativos se han conocido tradicionalmente con la denominación de impedimentos, definidos como "la ausencia o falta de cualquiera de las condiciones que la ley requiere para contraer matrimonio"565, distinguiendo los que provocan la invalidez del acto, denominados dirimentes o impedimentos propiamente tales, que coinciden con aquellos regulados en la Ley de Matrimonio Civil, y los que generan ilicitud, llamados tradicionalmente impedientes o prohibiciones, reguladas en el Código Civil, y que a diferencia de los anteriores no vician el consentimiento ni acarrean la nulidad del acto, pues traen aparejadas otras sanciones previstas por la ley. Son absolutos cuando afectan a toda persona, y relativos cuando afectan a personas concretas entre sí566. Las incapacidades absolutas —impedimentos dirimentes absolutos en los términos tradicionales— son aquellas que inhabilitan a una persona para contraer matrimonio con cualquiera otra. Se encuentran establecidas en el art. 5º de la LMC, en los siguientes términos: 236 "No podrán contraer matrimonio:1º Los que se hallaren ligados por vínculo matrimonial no disuelto; 2º Los que se hallaren ligados por un Acuerdo de Unión Civil vigente, a menos que el matrimonio lo celebre con su conviviente civil567; 3º Los menores de dieciséis años; 4º Los que se hallaren privados del uso de razón; y los que por un trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente diagnosticada, sean incapaces de modo absoluto para formar la comunidad de vida que implica el matrimonio; 5º Los que carecieren de suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio, y 6º Los que no pudieren expresar claramente su voluntad por cualquier medio, ya sea en forma oral, escrita o por medio de lenguaje de señas". En materia de incapacidades relativas o impedimentos dirimentes relativos en la denominación tradicional, referidas a aquellas causales que inhabilitan a una persona para contraer matrimonio con ciertas y determinadas personas, la ley no innovó respecto de las disposiciones derogadas, regulando la materia en los artículos 6º y 7º, referidas al parentesco el primero, y a razones de indignidad de uno o ambos contrayentes en el segundo. El artículo 6º, referido al parentesco, dispone lo siguiente 568: "No podrán contraer matrimonio entre sí los ascendientes y descendientes por consanguinidad o por afinidad, ni los colaterales por consanguinidad en el segundo grado. Los impedimentos para contraerlo derivados de la adopción se establecen por las leyes especiales que la regulan". Por su parte, el artículo 7º, que regula los casos de indignidad, dispone: "El cónyuge sobreviviente no podrá contraer matrimonio con el imputado contra quien se hubiere formalizado investigación por el homicidio de su marido o mujer, o con quien hubiere sido condenado como autor, cómplice o encubridor de ese delito". 237 § Noción general del requisito legal referido al consentimiento. Los requisitos en materia de consentimiento se contemplan en el artículo 8º del párrafo 1º del capítulo II, los que deben ser complementados con aquellos contenidos en las disposiciones del título IV del Libro primero del Código Civil. Analizaremos en profundidad esta materia en el apartado específico. § Noción general del requisito legal referido a las formalidades del matrimonio. Los requisitos referidos a la forma que debe revestir al matrimonio se encuentran establecidos en los artículos 9º, 10, 11, 12, 13, 14, 15 y 16 del párrafo 2º del capítulo II; en los artículos 17, 18 y 19 del párrafo 3º del capítulo II y, en el artículo 20 del párrafo 4º del capítulo II, todos de la Ley Nº 19.947. Sobre el carácter específico de las formalidades exigidas, cabe recordar la definición contenida en el artículo 102 del Código Civil, que dispone que el matrimonio es un contrato solemne, vale decir, que deben cumplirse determinadas formalidades y requisitos para que produzca efectos civiles. No basta, por tanto, el mero consentimiento, sino que este debe prestarse ante una determinada autoridad, siguiendo formas prefijadas o establecidas en la ley, consintiendo de un modo libre y espontáneo y con el propósito de celebrar este contrato y no otro. Además, se exige que los contrayentes tengan un mayor conocimiento que respecto de otros contratos, cuáles son los derechos y deberes a que se comprometen, por la especial relevancia que tiene este compromiso civil en la vida de las personas. El capítulo II, en sus párrafos 1º y 2º dispone los requisitos comunes para proceder a la celebración en las dos formas legales previstas. El párrafo primero fija los requisitos de validez del matrimonio, estableciendo las normas relativas a capacidad y consentimiento. El párrafo segundo, por su parte, prescribe las diligencias comunes preparatorias para la celebración del matrimonio. El carácter común de ambos párrafos determina que, por ejemplo, las normas de manifestación e información deben cumplirlas tanto las personas que deseen contraer matrimonio en la forma civil general, como también quienes opten por la forma religiosa especial. De igual modo, aplican todas las normas referidas a la exigencia de cursos 238 de preparación para el matrimonio, el asenso, las normas especiales de celebración del matrimonio de sordomudos que no puedan darse a entender por escrito, de extranjeros y minorías étnicas, así como el plazo para celebrar el matrimonio tras rendir la información y las exigencias de testigos hábiles. El párrafo 3º establece los requisitos propios del matrimonio civil, de carácter común y genérico. En este caso, el matrimonio se celebrará ante el Oficial del Registro Civil que intervino en la realización de las diligencias de manifestación e información. El párrafo 4º, finalmente, regula especialmente a los matrimonios celebrados ante entidades religiosas de Derecho público. Esta modalidad exige que los contrayentes presenten el acta que otorga la entidad religiosa en que se acredite la celebración del matrimonio y el cumplimiento de las exigencias legales ante cualquier Oficial del Registro Civil. Aquí los comparecientes deberán ratificar el consentimiento prestado ante el ministro de culto respectivo, para que el matrimonio celebrado en sede eclesiástica tenga eficacia civil. § Régimen de las prohibiciones legales para la válida celebración del matrimonio. Finalmente, una mención aparte merecen las prohibiciones —impedimentos impedientes en la doctrina tradicional— cuya regulación no se encuentra establecida en la Ley de Matrimonio Civil sino en diversos artículos del Código Civil, y que se caracterizan porque, a diferencia de las incapacidades, su trasgresión o incumplimiento de los requisitos adicionales que implican, no acarrean la nulidad del matrimonio, sino determinadas sanciones para el trasgresor. Las prohibiciones en el ordenamiento civil chileno se traducen en la exigencia del asenso de ciertas personas cuyo consentimiento es necesario para que los menores de edad puedan contraer matrimonio569, en la prohibición para el guardador y sus descendientes para contraer matrimonio con el pupilo o pupila menor de 18 años de edad, en tanto la administración de la guarda no haya sido aprobada judicialmente570, la exigencia que rige para quien desee casarse y tenga hijos de precedente matrimonio bajo su patria potestad o bajo su tutela o curaduría, en orden a proceder al inventario solemne de los bienes que esté administrando y que 239 pertenezcan a dichos hijos como herederos del cónyuge difunto o con cualquier otro título571 y, vinculada con la anterior, la prohibición que rige para la mujer que esté embarazada y cuyo matrimonio haya sido disuelto o declarado nulo, en orden a no pasar a otras nupcias antes del parto o no habiendo señales de preñez, antes de cumplirse los doscientos setenta días subsiguientes a la disolución o declaración de nulidad572. § Plan de la exposición y análisis de los requisitos del matrimonio legal. En esta parte esencial del derecho matrimonial chileno, hemos innovado respecto del tratamiento que le hemos brindado en nuestras obras precedentes a esta materia, toda vez que los requisitos legales para la válida celebración del matrimonio se distribuyen en los siguientes dos capítulos de este trabajo, referidos a la capacidad y el consentimiento como requisitos personales de carácter sustantivo el primero, y a las formas válidas de celebración en el sistema matrimonial vigente, en el segundo. Hemos decidido el ordenamiento indicado, al efecto de incorporar la celebración del matrimonio religioso como una de las opciones civiles dispuestas por la ley, lo que si bien ya se había realizado y con gran detalle en las obras precedentes, corría el riesgo de confundir al lector al ser tratada dicha materia en forma separada, a la vez que es coherente esta inserción con el énfasis de la tercera parte de esta obra al derecho civil del matrimonio. 240 CAPÍTULO II EXISTENCIA Y VALIDEZ DEL MATRIMONIO 1. Planteamiento del problema jurídico sobre la inexistencia del matrimonio § Debate doctrinario tradicional sobre la teoría de inexistencia del matrimonio como acto jurídico. Tradicionalmente el derecho civil chileno, en especial en el campo del derecho matrimonial, ha recepcionado y aplicado la teoría de la inexistencia, siguiendo en la materia la teoría atribuida originalmente a Zacharie sobre los actos nulos y los actos inexistentes573, a partir de la cual se ha concluido reiteradamente en la distinción entre requisitos de existencia y de validez, y en el rechazo de la nulidad sin texto expreso. La aceptación de la teoría de la inexistencia del negocio no ha suscitado acuerdo en la doctrina, sino un permanente desacuerdo. En la doctrina española es extraña, entendiéndose su aplicación histórica con base en razones eminentemente prácticas, tendiendo al rechazo por considerar insuficientes los fundamentos que permitirían distinguirla de la nulidad, calificándola de noción sociológica, extraña al derecho positivo y que complica la inteligencia del problema antes que aclararlo. En la doctrina italiana, Ruggiero afirma que solo la nulidad y la anulabilidad tienen una significación "bien determinada por corresponder a ellos dos especies de ineficacia o invalidez del negocio jurídico". Respecto de la inexistencia de acto jurídico, es categórico en su rechazo, toda vez que —a su juicio— "no puede negarse que el negocio exista como hecho, aunque imperfectamente formado y carente de algún elemento esencial, ya que el acto llamado inexistente es una entidad jurídica que el ordenamiento toma en cuenta, y, por tanto, que produce efectos jurídicos, si bien no sean estos los propios del acto válidamente realizado"574. En la doctrina mexicana, por citar otro ejemplo, la discusión amplia sobre la inexistencia por falta de consentimiento o de solemnidades en relación con el matrimonio ha sido calificada como improductiva, entre otras razones porque refiere ineludiblemente a la discusión —también improductiva— sobre la falta de objeto, como ocurre con 241 ocasión de la ausencia de procreación en un estado matrimonial, en que también por extensión se aplicaría la noción de inexistencia575. A propósito de la distinción entre inexistencia y nulidad, De Castro explica que respecto de quienes sustentan la primera, esta tiene lugar cuando la falta de requisitos positivos impide hasta la apariencia del negocio, en tanto que la nulidad resultaría de una prohibición o requisito negativo, contrario a la validez. En este sentido, ejemplifica, "el negocio inexistente se compara a un fantasma y el nulo a lo nacido ya muerto". Pese a recordar algunos argumentos que avalarían la teoría de la inexistencia, como la circunstancia de que la falta de un requisito sea de tal alcance que impida la identificación del negocio, y que el negocio nulo puede ser convalidado, convertido en otro válido y tener eficacia como putativo, lo que no ocurre con el negocio inexistente, concluye en coincidir con la validez e insistencia de las críticas que dominan la doctrina. Esta ha censurado la contraposición de la inexistencia a la nulidad, con la observación de que lo nulo no es más que lo inexistente para el Derecho. En definitiva, la distinción que aquí prima, en materia de ineficacia, es entre nulidad del negocio y anulabilidad, que requiere el ejercicio de una previa impugnación576. Elaborada inicialmente con motivo del planteamiento hipotético del matrimonio entre personas del mismo sexo —sin impedimento explícito en el Derecho civil clásico— se ha aplicado regularmente a propósito de la carencia de consentimiento o de la celebración del matrimonio sin la presencia de una autoridad, trátese ya de un funcionario estatal o del ministro de un culto religioso reconocido, cuando procediere esta modalidad, o para calificar un matrimonio celebrado en país extranjero, tras haber sido celebrado válidamente un matrimonio en el propio. Con base en esta doctrina, los requisitos para que el matrimonio exista —o requisitos de existencia— son la diferencia de sexo de los contrayentes, el consentimiento de las partes contrayentes y la solemnidad que debe revestir al acto. § El debate sobre la inexistencia jurídica del matrimonio en la doctrina chilena. La doctrina chilena asumió tempranamente la distinción entre validez y existencia, en 242 especial a partir de la obra de Claro Solar, quien ya en 1898 afirmó que las condiciones o requisitos que se exigen para la existencia del matrimonio no eran los mismos que se necesitan para su validez, puesto que un matrimonio en ciertos casos podía ser nulo y producir, sin embargo, efectos civiles 577. A diferencia de la situación del Código Civil francés, en que el autor no vislumbra ejemplos, sí los encuentra en la legislación chilena, como ocurre con el artículo 122 del Código Civil578 y el artículo 1º de la derogada LMC de 1884. En estos casos, a los que suma el primitivo artículo 104 del Código Civil, el vicio requiere ser declarado. Por el contrario, un matrimonio que no tiene existencia a los ojos de la ley no puede ser objeto de una declaración judicial que lo declare nulo, no pudiendo producir jamás efectos civiles. En tal sentido, cita como ejemplo el mismo caso del artículo 1º de la LMC de 1884, que prescribía: "El matrimonio que no se celebre con arreglo a las disposiciones de esta ley, no produce efectos civiles. [...] los requisitos o formalidades prescritas por la religión a que pertenezcan los contrayentes no se tomarán en cuenta para decidir sobre la validez del matrimonio ni para reglar sus efectos civiles". Dicha norma puede ser interpretada, según Claro Solar, estableciendo que los matrimonios religiosos, léase matrimonio católico, no eran matrimonios ante la ley civil y, por tanto, no podían haber sido declarados nulos. Estimamos que el ejemplo no es feliz, pues contradice precisamente la buena base que proporciona Zachariae para declarar inexistentes los matrimonios celebrados por personas del mismo sexo, toda vez que en los matrimonios religiosos, celebrados antes y después de 1884, es decir, tanto los matrimonios celebrados por protestantes primero, y luego los celebrados por católicos, eran sin duda matrimonios naturales, sin respeto a la formalidad jurídica positiva nacional, que por la misma razón requerían en caso de celebración —suponemos secreta— su posterior declaración de nulidad. Se puede explicar la radical afirmación de Claro Solar por la necesidad urgente de afirmar la naciente institucionalidad civil del matrimonio, fuertemente rechazada 243 por sectores de la Iglesia Católica que, incluso, instaban a rechazar la forma civil, insistiendo en la celebración religiosa, hecho que en definitiva arrojaba a sus propios fieles a la inestabilidad del concubinato. Finalmente, podría estimarse que la misma situación se repetiría en la actualidad, luego de la entrada en vigor de la nueva LMC, precisamente en el caso de un matrimonio religioso. Sin embargo, el caso es distinto, pues explícitamente el art. 1º de la Ley de 1884 aludía a la ineficacia civil, al prescribir que el matrimonio celebrado religiosamente no produce efectos civiles. En cambio, la vigente Ley de Matrimonio Civil, en el contexto establecido por la Ley Nº 19.638 —sobre constitución jurídica de entidades religiosas de derecho público— implícitamente reconoce el matrimonio religioso como parte de los actos de significación religiosa de una entidad legalmente amparada para este propósito, reservando la producción de efectos civiles para los matrimonios celebrados en fiel cumplimiento de todas las normas de la Ley Nº 19.947. La doctrina y la jurisprudencia en Chile han avalado la consideración jurídica y la consiguiente exigencia de los requisitos de existencia del matrimonio, salvando así la ocurrencia de las tres situaciones históricas, en que la exigencia de ciertos requisitos básicos y esenciales se asumieron implícitamente como obvios — consentimiento, solemnidades y especialmente la diferencia de sexo—, pero que la evolución de las costumbres y, consiguientemente, del Derecho obligaron a mencionar explícitamente. Además de la posición de Claro Solar, ya indicada, la Corte Suprema de Justicia de Chile ha reconocido la distinción entre matrimonio nulo e inexistente, consagrando que el matrimonio nulo existe, aunque de un modo imperfecto, pues adolece de vicios en su constitución que pueden traer consigo la declaración de nulidad; el inexistente, en cambio, es sólo la apariencia de un matrimonio, que nunca ha existido, porque carece de los elementos sin los cuales no puede concebirse el acto579. Una parte de la doctrina, por su parte, a propósito de la vigencia de la distinción en la nueva ley, ha destacado la preocupación explícita de esta, respecto de los requisitos de validez, cuya inobservancia castiga con la nulidad, sin perjuicio de lo cual sigue manteniéndose la exigencia de requisitos constitutivos esenciales, cuya ausencia produce inexistencia, lo que le permite concluir en la permanencia de la distinción tradicional580. 244 § Matrimonio inexistente y matrimonio nulo. La diferencia entre matrimonio nulo y matrimonio inexistente tiene importancia y trascendencia. La calificación de validez refiere a la existencia defectuosa, viciada, de un acto jurídico, en que este existe pero sin valor para el derecho. El matrimonio aquí es nulo, por vicios de constitución, pudiendo eventualmente ser declarado putativo en presencia de buena fe. En la tradición jurídica chilena, el matrimonio que adolece de nulidad puede gozar del privilegio de producir efectos civiles a favor de los hijos o, cuando es putativo, a favor del cónyuge de buena fe. Asimismo, mientras su vicio no se declara judicialmente, produce todos sus efectos581. En caso de ocurrir alguna de las situaciones tradicionalmente citadas como matrimonio inexistente, y partiendo de la base de que en este supuesto el matrimonio no nace a la vida del Derecho, no es necesario que un tribunal así lo resuelva mediante su declaración, pues opera ipso iure. En presencia de las situaciones respecto de las cuales aplica la inexistencia, a saber, la ausencia de consentimiento, la ausencia de una autoridad civil o eclesiástica y la similitud de sexo de los contrayentes, el matrimonio será jurídicamente inexistente y, por tanto, no producirá efecto alguno, no se puede sanear por el transcurso del tiempo ni podrá ratificarse por la voluntad de las partes a modo de consentimiento sobrevenido. Finalmente, en el caso que se requiera una declaración judicial para precaver incertidumbres indeseables a los fines del Derecho, esta se limitará a constatar específicamente que no existió matrimonio, razón por la cual la acción que origina la resolución puede intentarla cualquier interesado sin límite de tiempo 582. La situación descrita no ha variado con la entrada en vigor de la nueva LMC en 2004, toda vez que este cuerpo legal no regula otros requisitos que los establecidos en ella, pero en que aparece evidente que el incumplimiento de otros requisitos determina que no existe matrimonio civil, según la doctrina predominante en Chile. Además de los casos tradicionales —diferencia de sexo, consentimiento de las partes contrayentes y solemnidad entendida como la presencia del oficial civil— cabe su aplicación en el supuesto de celebración del matrimonio, en ausencia de 245 un ministro de culto religioso. No aplicaría en el supuesto de no inscripción, para los casos de matrimonio civil celebrados en forma religiosa, por cuanto existiría el matrimonio, aunque privado de sus efectos civiles583. 2. Diferencia de sexo de los contrayentes § Noción introductoria. La diferencia de sexos como requisito explícito en el contrato matrimonial es un tema de debate reciente, aun cuando en teoría el tema se ha planteado en obras clásicas del derecho civil, justificando las bases de la teoría de la inexistencia584, que aplicaría en el matrimonio en tanto acto jurídico por falta de consentimiento, de solemnidad y diversidad de sexo de los contrayentes, causal esta última que algunos autores consideran inmersa en la falta de objeto. El problema jurídico de la ausencia de consentimiento y de solemnidad, puede ser solucionada en forma no tranquila ni menos unánime recurriendo a la teoría general de las nulidades, pero es difícil que ello se replique con la consideración jurídica de la ausencia de objeto, partiendo por el problema en sí mismo que implica la determinación del objeto del matrimonio, cuando se opta por entender que este es la procreación, por citar un ejemplo585. § Justificación tradicional de la exigencia de diferencia de sexo. Al margen de esta discusión teórica contemporánea, el tema de la diversidad de sexo de los contrayentes no era considerado un problema jurídico en el Derecho matrimonial tradicional, pues el supuesto de hecho era estimado absolutamente fuera de la esfera de lo natural, de lo aceptable, de la normalidad tolerada 586. El matrimonio, en la concepción judeo-cristiano, se ha vinculado naturalmente al bien de los cónyuges y la procreación, siendo calificada esta como su finalidad principal, cuando no la determinante y esencial. En esta perspectiva tradicional, para que el acto sexual sea fecundo, se requiere necesariamente la participación de un varón y de una mujer, único modo natural de generar la prole. El antecedente canónico, matriz del derecho civil del matrimonio en Occidente, exige, junto con la 246 condición común de persona, la diversidad de sexo como rasgo diferenciador587. La misma concepción tradicional ha validado el matrimonio como el origen de la familia legalmente reconocida y a esta como el espacio natural de educación de la prole, bajo los modelos de un padre y una madre, cuyas características y funciones se reproducen generacionalmente. § Debate en torno al reconocimiento jurídico de la unión civil de parejas homosexuales. El cambio en la valoración social de la afectividad como factor causal del vínculo y la progresiva aceptación social de las distintas posibilidades de conformación de la pareja, incluida aquella integrada por personas del mismo sexo, ha determinado una apertura hacia la consideración de los derechos reclamados por minorías sociales. Este grado de mayor tolerancia social ha facilitado que la homosexualidad sea apreciada por una parte mayoritaria de la ciudadanía como una diferencia social y cultural legítima, ya sea por adscripción a los postulados más liberales presentes en el debate público o por un retroceso correlativo del predominio anterior de los sectores reacios a conceder legitimidad social a una conducta que calificaban como anormal o inconveniente desde una perspectiva de sus particulares creencias religiosas o visiones morales588. En este sentido, las organizaciones de la comunidad LGBTI (sigla representativa de la comunidad formada por lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales) han sostenido que el derecho debe establecer requisitos valóricamente neutros, para la celebración de contratos por parte de los individuos, asumiendo, en consecuencia, que las ideas, creencias, comportamiento sexual y el tipo de afecto no deben ser exigibles para celebrar un determinado tipo de negocio, como ocurre, por ejemplo, en el caso de una compraventa, en que el vendedor no pregunta el sexo del comprador de su automóvil, en tanto ciertamente pague el precio estipulado. Lo mismo se debe aplicar al matrimonio, si se entiende este como la unión permanente, con vocación de estabilidad entre dos personas que se profesan mutuo afecto, con el propósito de ayudarse mutuamente, convivir y tener relaciones sexuales exclusivas y excluyentes. En esta perspectiva, no procedería que las normas jurídicas tengan un componente activo o remanente, de criterios de 247 significación religiosa, puesto que ello corresponde al ámbito privado de las personas. Por ello, constituiría una pretensión impropia e inaceptable que las comunidades religiosas cristianas, influyentes en Occidente, trasladen el repudio religioso de la homosexualidad al terreno jurídico civil. En contrario, se argumenta que, atendida la naturaleza y características del contrato, sí es posible exigir el cumplimiento de unos requisitos específicos, lo que alcanza aún mayor justificación y legitimidad social en el caso del matrimonio, pues tiene este además un carácter institucional así reconocido por la mayoría, en los países de base cultural, social y religiosa cristiana. En estos casos, la mayoría social, legítimamente, puede establecer un contrato, el que ya se ha dicho que jurídicamente también es concebido como institución, con normas esenciales de adhesión, que sólo puede ser suscrito por un hombre y una mujer, en consideración a una necesidad social orientada por el bien de la comunidad, que exige mantener la esencial vinculación del matrimonio con la procreación y la fundación de una familia, para que pueda configurarse exitosamente como el núcleo fundamental de la sociedad589. Los derechos alegados por representantes de minorías sociales, en este caso de la comunidad LGBTI, no podrían entenderse afectados negativamente por la definición de un interés legítimo de la mayoría, que, además, ha seguido respetuosamente las reglas del juego democrático para afianzar este reconocimiento. La minoría no es afectada en su vida cotidiana, pues los aspectos patrimoniales correspondientes a formas de unión distintas del matrimonio pueden ser regulados en leyes específicas, que no reconocen problemas mayores para lograr su aprobación. Ciertamente, ya se ha asumido que las conductas o comportamientos sexuales de los adultos y entre adultos, en su vida privada, no deben ser reprimidas penalmente, ya que constituirían una forma de discriminación sin sustento jurídico, sino eventualmente moral. Esta misma perspectiva de apreciación jurídica es la que se aplica a las relaciones sostenidas por personas heterosexuales en su vida privada. 248 Cabe sin embargo analizar una situación derivada del planteamiento precedente, en especial porque está basado en la aplicación de una concepción procedimental de democracia. Esta dice relación con la aceptación del supuesto democrático procedimental por todos los actores comprometidos en el juego político, vale decir, los acuerdos adoptados parlamentariamente son vinculantes, en la medida que constituyen el orden público democrático, erigido sobre la base del mínimo común denominador que representa la Constitución política y, dentro de ella de un modo privilegiado, los derechos fundamentales. El sustento valórico particular de las visiones políticas que persiguen sanción legal, siendo respetables, no deben constituir el eje de legitimidad de las propuestas, pero, una vez alcanzada dicha sanción, no pueden ser criticadas por esa misma razón. Las normas generales del derecho civil chileno no establecen que la identidad de sexo sea causa de nulidad, pero tanto la permanencia de la definición del artículo 102 del Código Civil como asimismo todo el sentido de las normas que regulan el matrimonio está concebido y orientado por la consideración de la unión estable entre personas de distinto sexo como requisito ineludible. § La diversidad de sexo en la LMC de 2004. La Ley de Matrimonio Civil en la materia ha sido clara y reiterativa en la exigencia de la heterosexualidad, pues, además de remitirse a la definición del Código Civil, la cual se refiere inequívocamente a "un hombre y una mujer", dispone en el artículo 80 que el reconocimiento del matrimonio contraído en país extranjero tendrá vigencia en el país, siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer. Señala en particular el inciso primero del art. 80 de la LMC: "Los requisitos de forma y fondo del matrimonio serán los que establezca la ley del lugar de su celebración. Así, el matrimonio celebrado en país extranjero, en conformidad con las leyes del mismo país, producirá en Chile los mismos efectos que si se hubiere celebrado en territorio chileno, siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer". 249 Finalmente, además del acuerdo mayoritario de la doctrina590, aleja toda posibilidad de duda sobre el particular, el análisis del debate sostenido en la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado, sobre una indicación dirigida a precisar en el texto legal, el requisito de que los contrayentes sean hombre y mujer, la cual fue rechazada unánimemente por estimar los comisionados innecesaria la precisión, toda vez que ya se encontraba consignada en la definición de matrimonio. La diversidad de sexos, en definitiva, es una condición esencial del matrimonio, por lo que ante el evento de concurrir dos individuos de un mismo sexo reclamando derechos en esta calidad, la autoridad —el juez en este caso— deberá pronunciarse por la inexistencia del vínculo. En tal sentido, coincidimos con la opinión expresada por Barrientos y Novales, quienes, frente a la esencialidad de la heterosexualidad de los contrayentes en el matrimonio, sostienen que la misma nota es la que precisa el campo operativo del ius connubii según quedara dicho, de modo que, ante el evento de la celebración de un pretendido matrimonio entre personas del mismo sexo, para la ley no existe matrimonio, pues tal acto no produce efecto alguno y, además, ha degenerado en algo diverso al matrimonio, probablemente un hecho de connotación afectiva que opera como causa de una convivencia entre personas del mismo sexo591. 3. Existencia de consentimiento § Especificidad del consentimiento legal. La ley chilena exige la existencia de consentimiento para que exista matrimonio, el cual además debe ser libre y espontáneo, como en todo acto o declaración de voluntad con pretensión de validez jurídica. Al tratarse de un acto de naturaleza contractual, el consentimiento adquiere un carácter esencial, ya que este tipo de actos se constituyen por la concurrencia de dos o más declaraciones de voluntad, de otros tantos sujetos, que asienten sobre el objeto del contrato592. 250 El consentimiento requerido por el derecho matrimonial, en particular por la LMC, debe ser específicamente dirigido a la celebración del matrimonio y a constituir consecuencialmente el estado matrimonial, según se desprende de lo dispuesto en el inciso segundo del artículo 18 de la ley, en concordancia con los fines previstos en el artículo 102 del Código Civil. La esencialidad de la existencia del consentimiento de los contrayentes en el matrimonio impide toda posibilidad de sustitución de la falta de voluntad, no teniendo cabida legal ninguna consideración que pueda alterar su radical esencialidad. No cabe, por tanto, ninguna forma de suplencia tutelar, aun remitiendo a consideraciones de interés público, como el bien de la sociedad o la solidez del instituto matrimonial593. El supuesto que la ley considera como requisito de existencia es la existencia de consentimiento, por lo que, en contrario, cabe preguntar cuál o cuáles serían los supuestos de incumplimiento de dicho requisito legal. En este caso, el supuesto negativo es la carencia o ausencia de consentimiento, de esta aceptación que es producto de la deliberación racional, la que puede producirse —hipotéticamente— cuando un contrayente guarda silencio al ser requerida su conformidad con la celebración del matrimonio. Asimismo, si uno de los contrayentes entiende que celebra otro contrato, diferente del matrimonio, aun cuando este caso se debe incluir más bien en los supuestos de la causal de error y no de la inexistencia. Similar confusión, aunque aparente, podría darse ligada a la simulación, tema que abordaremos con mayor detalle al final de este apartado594. Otra cuestión tiene lugar cuando existe consentimiento, pero nace viciado, en cuyo caso no tiene la virtud de producir el vínculo matrimonial595. Esta materia será abordada al tratar específicamente al consentimiento como requisito de validez del matrimonio, de carácter material. Volviendo sobre la materia analizada, cabe destacar que la carencia de consentimiento elimina la posibilidad de cualquier contrato, no solamente del contrato matrimonial. El matrimonio, en particular, sólo puede nacer del mutuo 251 consentimiento, el que no puede ser suplido por ninguna otra persona. El consentimiento debe ser prestado por los propios contrayentes, exceptuados aquellos casos en que es posible hacerlo por medio de un representante especialmente autorizado por los propios contrayentes, en aquellos casos, por medio de las personas y cumpliendo las formalidades que la propia ley establece. El consentimiento de los padres sin conocimiento ni autorización de sus hijos — como es posible en determinadas sociedades— configura sin duda alguna un caso de inexistencia. La LMC resalta notoriamente la ubicación central y esencial del consentimiento en la celebración del matrimonio, lo que es posible de apreciar tanto en el énfasis puesto en asegurar su prestación en forma enteramente libre e informada, como en la propia redacción del art. 18 de la ley, que en su inciso segundo da cuenta significativa de este carácter central que se le atribuye, al disponer la sucesión de la declaración pública del matrimonio por parte del oficial civil, inmediatamente después de la expresión del consentimiento596. Asimismo, esta significación no varía en el caso de la celebración del matrimonio en forma religiosa, toda vez que el acto exigido como complemento de la ceremonia religiosa para brindar la validez civil, es la ratificación del consentimiento, ya manifestado en sede eclesial. 4. Presencia de la autoridad civil o religiosa § Noción introductoria. La tercera condición o requisito de existencia del matrimonio es la presencia de una autoridad civil o religiosa, cuando así se establezca en un sistema matrimonial determinado, como ocurre con el derecho matrimonial chileno. La ritualidad civil o religiosa, sumada a la presencia de la autoridad indicada, constituye fundamentalmente la solemnidad del acto de celebración del matrimonio, y en tanto incluye ambos requisitos, es condición de existencia del matrimonio. En la específica recepción legal, la celebración del matrimonio debe realizarse con 252 plena observancia de las formas prescritas por la ley, entre las cuales es indispensable que se lleve a cabo ante un Oficial del Registro Civil, o ante un ministro de culto, en los casos en que proceda. La forma de celebración es un requisito formal, siendo el matrimonio un negocio jurídico solemne: si no se observa, da lugar a la nulidad. En general, es nulo el matrimonio que se contraiga sin la intervención del funcionario ante quien debe celebrarse, así como la presencia de unos testigos. La ley chilena establece que para la validez del matrimonio es imprescindible la presencia de una persona revestida de autoridad para celebrar matrimonios, correspondiendo tal cometido al Oficial del Registro Civil, un funcionario del Servicio del Registro Civil e Identificación (SRCEI) que tenga esta calidad. No puede cumplir estas funciones otro funcionario del mismo servicio público, aun cuando sea su propio director, sin perjuicio de lo cual es posible nombrar en esta calidad —Oficial del Registro Civil— a una persona que no pertenezca a dicho servicio público, mediando un acto administrativo que lo invista de esta calidad. § Autoridad competente durante la vigencia de la LMC de 1884. Durante la vigencia de la Ley de 1884, la doctrina y la jurisprudencia chilena asumieron que la presencia de este funcionario constituía un requisito de existencia del matrimonio, especialmente tras la reiterada ocurrencia de matrimonios ante otros funcionarios597. Cabe destacar que, durante la vigencia de esta ley, la celebración del matrimonio ante un Oficial del Registro Civil incompetente, acarreaba la nulidad del matrimonio, fórmula que fue profusamente utilizada como sustituto del divorcio en casos de rupturas matrimoniales. § Autoridad cuya presencia es exigida para la existencia del matrimonio legal a contar de 2004. Con la entrada en vigencia de la Ley Nº 19.947, es igualmente válido el matrimonio celebrado ante un ministro de culto de una entidad religiosa de derecho público, con lo cual, además del Oficial del Registro Civil, también se reconoce la calidad de autoridad facultada para celebrar matrimonios con efectos civiles al sacerdote, pastor o ministro de culto que, sabiendo leer y escribir, cuente 253 con la autorización para celebrar matrimonios, extendida por la respectiva entidad religiosa a través de sus conductos formales internos598. Sin embargo, la LMC no incluye entre sus normas una mención explícita como causal de nulidad del matrimonio, a la ausencia de un funcionario o autoridad, como sí lo hace respecto de los testigos599, dando fuerza a su consideración como requisito de existencia. Atendidas las normas citadas, existe matrimonio inválido cuando este se celebra ante un funcionario estatal que no tenga la calidad de Oficial del Registro Civil o ante un ministro de culto no designado en conformidad a lo establecido por los procedimientos internos de la entidad, o pertenecientes a una entidad religiosa con personalidad jurídica de derecho público. Un matrimonio celebrado por los propios contrayentes, sin presencia de un tercero revestido de alguna autoridad o que sea un simple testigo del hecho, es inexistente. Nadie podrá afirmar que hubo un acto, aunque sea inválido, en que dos personas manifestaron mutuamente su voluntad de casarse. Podrá ser un acto de gran significación religiosa, moral o social para quienes intervienen en él, pero no producirá efecto alguno en el campo civil, ni siquiera en caso de existir ignorancia y buena fe de parte de uno de ellos. Sólo será un suceso romántico, como otros en el seno de la intimidad de una pareja. En la actualidad no procedería la causal de incompetencia como antecedente de la nulidad, pues en el caso que aparentemente se le asimila —la celebración ante un Oficial del Registro Civil que no participó en las diligencias de manifestación e información según exige el artículo 17 de la LMC600— no es causal de nulidad, sino constitutivo de falta penalizada en el caso del Oficial del Registro Civil 601. 5. Breve referencia a la simulación § Concepto de simulación. Un matrimonio es simulado cuando las partes excluyen deliberadamente la producción de los efectos que el ordenamiento jurídico le atribuye, por lo que no puede exigirse el cumplimiento de los deberes anexos al estatus de cónyuge602. Tanto la simulación como la reserva mental, supuestos de 254 apariencia similar pero de entidad diferente, consisten en una divergencia consciente entre declaración y voluntad interna, de acuerdo con la otra parte en la simulación, o sin conocimiento de esta en la reserva mental. Remite, por tanto, a la necesidad de congruencia entre el consentimiento interno y la manifestación externa de voluntad, en el mismo individuo, debiendo descartarse la situación derivada de la incapacidad de manifestar claramente la voluntad. § La simulación en la LMC de 2004. La simulación no fue incluida entre los vicios del consentimiento matrimonial, pese a ser propuesta su inclusión en la ley en la fase de discusión legislativa del proyecto respectivo. La conveniencia de su inclusión estuvo fundada en razones de coherencia lógica de las nuevas normas referidas a vicios del consentimiento, con la fuente canónica tenida en consideración por el propio legislador603. Se adujo que la simulación procedería de manera coherente con el marco civil común, pudiendo entenderse que habría lugar a la aplicación de las reglas generales de la simulación de los contratos y, por tanto, correspondería ejercer la acción el tercero afectado por la convención impugnada. Sin embargo, el Senado no acogió la idea por estimar que la institución de la simulación era ajena al ordenamiento civil chileno, ponderando también el riesgo de su errónea percepción como una nueva concesión a la mayoría religiosa católica. El acuerdo simulatorio, en sede civil, "deja desprovisto de todo sentido al consentimiento prestado que en rigor no puede llamarse 'consentimiento matrimonial': es una mera apariencia. Cuestión distinta es la del consentimiento matrimonial prestado para alcanzar una finalidad empírica (por ejemplo adquirir una determinada posición social o económica; obtener facilidades para adquirir una nacionalidad), pero sin la exclusión de los efectos del matrimonio. Las razones que han llevado a darlo entran en la zona de los móviles irrelevantes para el derecho" 604. El papel fundamental que desempeña el consentimiento de los contrayentes determina que el funcionario no es parte ni menos constituye el negocio matrimonial, careciendo de sentido el reconocimiento de validez a un matrimonio, cuando existe la certeza de que es solamente una apariencia de matrimonio605. 255 Los defensores de la inadmisibilidad de la simulación esgrimen como argumento fuerte el acto de intervención de los funcionarios públicos en la celebración del matrimonio, pues su presencia se justifica como acto de tutela del interés supraindividual que el matrimonio encarna y que se traduce en la primacía del interés de la comunidad por sobre los intereses individuales, tornando irrelevante el acuerdo simulatorio. Asimismo, la seguridad del estado civil creado por el matrimonio y la trascendencia jurídica y social frente a terceros de tal negocio jurídico no pueden permitir que el consentimiento externo, libre, voluntario y consciente pueda quedar eliminado porque el sujeto diga o incluso pruebe que conscientemente no estaba de acuerdo con su voluntad interna 606. Corral, por su parte, sostiene que la simulación matrimonial no es la misma que la de un contrato patrimonial, toda vez que hay simulación matrimonial "no sólo cuando ambos cónyuges fingen el consentimiento, sino también cuando quien declara un consentimiento matrimonial que no es real es uno de los cónyuges. En tal caso, la acción no corresponderá a un tercero, sino al cónyuge afectado por la simulación"607. El rechazo parlamentario a la incorporación de la causal de simulación se explicó fundamentalmente por tres razones: primero, por provenir de un derecho religioso particular y que se explica cabalmente por el sentido que otorgan al matrimonio quienes profesan la fe religiosa católica, contrariando el principio de igualdad respecto de las entidades religiosas consagrado por la Ley Nº 19.638 (Ley de Cultos); segundo, porque exige un examen complejo de las motivaciones sinceras y reales del contrayente que, nuevamente, sólo son posibles de ser indagadas exitosamente en el contexto de la aceptación por todas las partes del fundamento religioso de la exploración de intenciones, posibles solo cuando asumen su pertenencia a una misma comunidad de fe; tercero, porque surgiría la complicación adicional de determinar cuándo, en qué momento o tiempo realmente la persona ha simulado: al momento de contraer el matrimonio o al momento en que solicita se declare la nulidad por simulación. 256 La legislación chilena sanciona penalmente el engaño de una persona por otra, cuando esta le hace creer a aquella que ha contraído matrimonio, generalmente mediante la celebración de ritos nupciales o la afirmación de una promesa, con o sin la presencia de testigos, aprovechándose de una inocencia extrema que, suponemos, es cada día más escasa en nuestra sociedad608. También incurre en el engaño precedente, el que, tras celebrar un matrimonio religioso, hace creer a una persona que este tendrá valor civil. Los casos anteriores, empero, se asimilan más bien al error doloso que a los supuestos considerados en el concepto canónico de simulación. Finalmente, podría alegarse la simulación en determinadas situaciones del error en una cualidad personal, como se ha visto precedentemente. 257 CAPÍTULO III LA CAPACIDAD MATRIMONIAL 1. Capacidad jurídica para contraer matrimonio § Capacidad legal. La capacidad de goce en nuestro derecho civil es parte de la personalidad, o más precisamente un atributo o dignidad de ella, y en tanto es así, no es una concesión graciosa del poder público. La capacidad de ejercicio o de obrar, en cambio, se encuentra relativizada o determinada por la naturaleza del acto jurídico para el cual la capacidad es requerida, la que no es arbitraria, porque está en función de la capacidad natural, que debe ser medida objetivamente, utilizando por tanto un criterio igual para todo609. La capacidad jurídica es la aptitud legalmente declarada de una persona para ser sujeto de relaciones jurídicas y, consecuencialmente, ser titular de derechos y destinatario de deberes jurídicos. Cabe, como es usual en la doctrina, la distinción entre capacidad de goce y de obrar o ejercicio, dejando por cierto establecido que "la persona que ha alcanzado el pleno desarrollo de su naturaleza tiene tanto capacidad jurídica [goce] como capacidad de obrar y responsabilidad por sus acciones"610. Lo normal y ordinario es que todas las personas, concluido su desarrollo físico y sicológico, sean consideradas capaces por el ordenamiento jurídico. La capacidad implica la conjunción de la capacidad de comprender y la libertad de obrar según su propia comprensión y parecer, dentro del marco contextual que fija la ley en función de la armónica convivencia social. La incapacidad, por tanto, aplica de modo general a quienes no han superado de umbral etáreo que, convencionalmente, define precisamente la capacidad de comprensión del medio y la libertad para obrar conscientemente. A partir de esta frontera, fijada contemporáneamente en nuestro sistema en los dieciocho años de edad, las causales que implican incapacidad dejan de ser generales y pasan a tener un cariz esencialmente individual o de grupos de determinados individuos que comparten caracteres personales que importan 258 discapacidad cognitiva, total o parcial, y/o afectación de la libertad de obrar. En este sentido, "hay personas cuya capacidad de abarcar conscientemente las consecuencias de sus actos, de conocer su responsabilidad y de organizar según ello su conducta, no está aún desarrollada o no lo está suficientemente —así, niños de poca edad, adolescentes— o está limitada o anulada a consecuencia de un trastorno patológico de sus facultades mentales" 611. De aquí deriva, para poder validar su justificación jurídica, el instituto de la representación, en que un tercero sustituye al incapaz al momento de ejercitar un derecho en aquellos casos en que legalmente se declare el insuficiente desarrollo de la naturaleza de la persona, como ocurre en la minoridad, o cuando concurre otro factor antecedente que determina la concurrencia del representante, como en casos de ausencia física temporal u otra causa así establecida en un ordenamiento determinado. Para celebrar válidamente un matrimonio, la ley exige que ambos contrayentes sean legalmente capaces, vale decir, que gocen de capacidad jurídica para contraer matrimonio. Esta capacidad jurídica especial, identificada con la noción de ius connubii, es supuesta por el ordenamiento, que la expresa en una regla general que asume que todas las personas son capaces, excepto aquellas que la misma ley declara incapaces. Las incapacidades, tradicionalmente denominadas impedimentos en el derecho matrimonial canónico, así como por la doctrina chilena tributaria de la Ley de Matrimonio Civil de 1884, son absolutas o relativas, dependiendo si impiden contraer matrimonio con cualquier persona o solamente entre sí, concibiéndose como circunstancias o situaciones que, por disposición del legislador, inhabilitan para ejercer el ius connubii. Los impedimentos absolutos se detallan en el artículo 5º y los impedimentos relativos en los artículos 6º y 7º. La capacidad exigida por la ley es la capacidad para consentir, por lo que un matrimonio puede ser nulo no solo porque no ha habido consentimiento, sino también porque se estima que el sujeto ni siquiera es capaz de consentir, caracterizándolo como un asunto previo a la prestación del consentimiento, en donde la capacidad evaluada en su existencia es la capacidad de entender y querer. 259 Los criterios legales no son nuevos, pues la mayoría ya estaba contemplada en la anterior Ley de Matrimonio Civil. El estudio de las causas de incapacidad matrimonial y el análisis que es posible realizar a partir de la aplicación a casos concretos, se puede abordar consistentemente con base en la doctrina constituida por el Derecho canónico612, tanto por su condición de fuente material evidenciada en la historia legislativa como por su aporte a la teoría de los impedimentos matrimoniales y, especialmente, por el notable desarrollo científico de la doctrina construida sobre el consentimiento613. § Causales legales de incapacidad matrimonial. Siguiendo el tenor del texto legal, el artículo 5º dispone quienes son incapaces para contraer matrimonio, prescribiendo lo siguiente: "No podrán contraer matrimonio: 1º Los que se hallaren ligados por vínculo matrimonial no disuelto; 2º Los menores de dieciséis años; 3º Los que se hallaren privados del uso de razón; y los que por un trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente diagnosticada, sean incapaces de modo absoluto para formar la comunidad de vida que implica el matrimonio; 4º Los que carecieren de suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio, y 5º Los que no pudieren expresar claramente su voluntad por cualquier medio, ya sea en forma oral, escrita o por medio de lenguaje de señas". En consecuencia, no pueden contraer matrimonio los que ya estén casados válidamente; los menores de dieciséis años; los que se hallaren privados de razón o que sean absolutamente incapaces para formar la comunidad de vida que implica el matrimonio por padecer un trastorno o anomalía psíquica; los que carezcan de juicio suficiente o discernimiento para comprender y comprometerse con los 260 derechos y deberes esenciales del matrimonio, y los que no pudieren expresar claramente su voluntad. Salta a la vista, en todo caso, que se ha omitido la causal de impotencia perpetua e incurable, materia sobre la cual ahondaremos más adelante, al analizar el error como vicio del consentimiento. Los requisitos legales pueden ser ordenados sobre la base de su distinción en elementos personales de carácter físico de la validez matrimonial o capacidad física necesaria para la validez del matrimonio legal, y elementos personales de carácter moral de la validez matrimonial o derechamente capacidad moral. Sobre los requisitos de orden físico, Troncoso recuerda que el legislador civil, en general, no es proclive a esta concepción, toda vez que valora especialmente la voluntad y secundariamente el aspecto fisiológico, expresado en condiciones mínimas relacionadas con el sexo y la edad, sin llegar a extremos en la experiencia comparada, que dan cuenta de la exigencia de un certificado prenupcial de salud de los posibles contrayentes614. Finalmente, sobre los requisitos legales de carácter moral de la validez matrimonial, cabe destacar que la justificación de las causales tiene un fundamento moral, vale decir, se basa en la valoración de una situación personal derivada de una conducta del sujeto que se estima negativa dentro del marco de la moral social imperante en un lugar y tiempo determinados, valoración que conceptualmente es susceptible de variación en concordancia con los cambios sociales que determinan el rechazo o la aceptación de dicha conducta, lo que se extiende a la aceptación o rechazo del impedimento legal. En el orden indicado, son requisitos de naturaleza física la edad, la capacidad para expresar claramente la voluntad, la aptitud mental y la capacidad psicológica de discernimiento crítico; por su parte, son requisitos de carácter moral la libertad legal para contraer matrimonio, el impedimento de parentesco y el impedimento de crimen. Procederemos a su análisis en cada caso en el apartado siguiente. 261 2. Edad suficiente para celebrar el matrimonio § Noción introductoria. Se trata de un requisito de validez que considera la capacidad física del contrayente, reflejada en un umbral etáreo mínimo. La edad se ha considerado tradicionalmente, tanto en la doctrina como en la experiencia legal comparada, como la base para fijar el umbral a partir del cual se adquiere la capacidad de ejercicio o de obrar. El criterio objetivo al cual recurre el derecho civil para evitar que la relatividad que caracteriza a la capacidad de ejercicio, a diferencia de la capacidad de goce que es parte o atributo de la personalidad, derive en arbitrariedad legal es precisamente la edad, estableciendo una suficiencia específica en función del acto jurídico concreto. § Criterios de calificación del umbral de la capacidad. Los sistemas normativos en lo referido a capacidad admiten diferencias atendiendo a los enfoques o perspectivas considerados. Una manera de arribar a bases objetivas de calificación de la capacidad de niños y adolescentes consideran las nociones o concepciones de "evolución", entendida como desarrollo y gradualidad, "participación", que exige la transferencia de derechos en la medida que los niños y/o adolescentes alcancen la madurez, y "protección", referido a la disminución progresiva de la protección de la familia y el estado al individuo en la medida que logra mayor autonomía. A partir de la consideración de los elementos precedentes se pueden distinguir cuatro variantes de sistemas normativos en materia de capacidad civil de niños y adolescentes, a saber, aquellas que se fundan en estipulaciones fijas correspondientes a edades determinadas; aquel que establece normas flexibles que eliminen los límites de edad, reemplazándolos por una evaluación individual y previa que se aplica caso a caso; aquel que fija límites de edad flexibles y abiertos a la demostración del discernimiento o madurez y, finalmente, aquel en que la ley diferencia según los derechos involucrados, en que la edad "es un elemento limitativo en aquellos derechos que presentan peligro de ser desentendidos o violados por los adultos e introduciendo la presunción de madurez aludida por los demás derechos"615. 262 § Umbral de la capacidad en el derecho positivo. En materia civil, al igual que en la mayoría de los países, se ha adoptado el sistema de las edades fijas, siendo la edad un elemento determinante que indica a priori y en abstracto quien está habilitado y quien impedido de ejecutar un acto de manera válida. En el derecho matrimonial, el requisito de contar con edad suficiente se relaciona con el impedimento expresado en la minoridad616, es decir, la exigencia legal de un umbral mínimo basado en la apreciación de una complejidad de factores, para celebrar el matrimonio, sustituyendo la visión tradicional del derecho chileno que basaba el impedimento en la falta de pubertad, entendiéndolo así como el desarrollo suficiente para engendrar hijos en una primera interpretación, y la aptitud para sostener relaciones sexuales orientadas a la procreación en una segunda. § Justificación del criterio de edad mínima. La exigencia de edad mínima es sustentada en la insuficiente madurez física o psíquica o carencia de la mínima capacidad psicofísica para acometer en forma natural el compromiso matrimonial, aun cuando casos de desarrollo precoz, especialmente en la capacidad sexual de un niño, rompen con el criterio de un umbral cuya justificación obedece a las razones antedichas617. Sin embargo, habría base para concordar que el umbral establecido se funda y expresa en un acuerdo social que relaciona la capacidad para celebrar el matrimonio con un cierto desarrollo de la persona, que es variable, al estar unido a una visión de la naturaleza humana que es esencialmente histórica 618. En este sentido, la edad legal es el mecanismo jurídico central que aglutina positivamente la mínima y suficiente capacidad para contraer matrimonio619. La edad mínima para contraer matrimonio, recogida como requisito de orden personal en una redacción de forma negativa, en conformidad a lo dispuesto por el artículo 5º Nº 2 de la Ley Nº 19.638 es de dieciséis años, elevando la edad exigida por la ley precedente, que era de doce años para las mujeres y catorce años para los hombres, siguiendo la tradición legada por el derecho romano. Sin perjuicio de ello, por aplicación de las normas contenidas en los arts. 105 y siguientes del Código 263 Civil, los menores de dieciocho años seguirán requiriendo el asentimiento de los padres. No existe, además, una edad máxima para contraer matrimonio. La fijación de una edad mínima para celebrar el matrimonio, máxime si la edad se fija convencionalmente sobre el umbral previsible y general de la pubertad, constituye una limitación al ejercicio del ius connubii, reconocido en el inciso primero del artículo 2º de la LMC, aun cuando la misma norma autoriza esta limitación al prescribir que "la facultad de contraer matrimonio es un derecho esencial inherente a la persona humana, si se tiene edad para ello"620. La ley precedente vinculaba de un modo absoluto el matrimonio con la procreación, razón por la cual era comprensible que el umbral se fijara en la pubertad, asumiendo, de acuerdo a la información disponible, que esta llegaba antes en la mujer que en el varón, y regulando, en consecuencia, de modo diferente, el umbral etáreo de suficiencia en uno y otro caso. Obviamente, los criterios ligados a la madurez necesaria para tomar una decisión de la magnitud del matrimonio eran dejados cómodamente a un lado, ante la necesidad de posibilitar la legitimidad de la prole. Esta situación, en todo caso, no era considerada enteramente lógica, pues subsistía como interrogante no resuelto, el hecho de que el acto jurídico probablemente más importante de la vida pudiera ser contraído por menores 621. Teniendo clara la justificación de la edad como frontera entre la capacidad y la incapacidad para celebrar matrimonio, convencionalmente establecida, su consideración legal tiene aspectos favorables y otros desfavorables, en función de los derechos de la persona. Desde una perspectiva de protección, el umbral de la edad es una medida que tutela el desarrollo progresivo de la persona, distinguiendo entre la incapacidad absoluta para celebrar matrimonio —infantes e impúberes— y los adolescentes hasta la mayoría de edad civil, generalmente fijada en 18 o 21 años. La distinción entre ambos campos etáreos no solo se basa en la capacidad física para sostener relaciones sexuales y engendrar, presente tras la pubertad, sino también en la capacidad de discernimiento del joven, vale decir, de distinguir lo 264 bueno de lo malo, lo justo de lo injusto y lo conveniente de lo inconveniente, apreciación por cierto muy subjetiva622. En este punto, se ha planteado la pregunta sobre la validez de la exigencia de la plena capacidad civil para que los adolescentes ejerzan por sí sus derechos sexuales y reproductivos, sin intervención parental, cuando gocen de madurez suficiente. La respuesta da cuenta de que la mayoría de la doctrina admitiría que en este campo se debilitaría el concepto de capacidad y se fortalecería la noción de competencia o mayoría anticipada, armónica con el principio actualmente predominante de la autonomía progresiva de niños y adolescentes623. § Umbral legal de capacidad etáreo. La edad de dieciséis años para celebrar matrimonio procura establecer un justo equilibrio entre la capacidad sexual y la madurez mínima para discernir, alcanzada por un joven 624. Estimamos que, habiendo el legislador unido a la procreación otros propósitos que se desea alcanzar con el matrimonio tales como la ayuda mutua, la vida en común y las relaciones sexuales asociadas al afecto de pareja, se debió haber igualado el umbral de adultez en los 18 años625. Sin perjuicio de esta opinión, la doctrina chilena estuvo de acuerdo en elevar la edad requerida o, al menos, en no rechazarlo abiertamente, por entender que las razones para mantener un umbral tan cercano a la infancia no se concilia con las exigencias que reflejan la voluntad del legislador en orden a promover la celebración del matrimonio entre personas con criterio mayormente formado, responsables de sus actos y plenamente conscientes de los efectos que trae consigo la decisión que se adopta626. Sin embargo, cabe una reflexión sobre la actual pertinencia de establecer en ese rango etáreo la presunción de una madurez mínima suficiente, para el consentimiento matrimonial, asumiendo no el criterio de vigor legal sino el de racionalidad psicológica, científica y social. En efecto, en lo que respecta particularmente a las condiciones psíquicas de la adolescencia, la ciencia psiquiátrica moderna coincide en señalar los factores negativos y deficitarios que concurren en dicha edad, llegando a la conclusión de que el adolescente, por las 265 condiciones precarias y las deficiencias propias de su edad, no dispone de una madurez de juicio o afectiva proporcionada al matrimonio, porque el principal defecto, constituido por la inestabilidad del espíritu, excluye la posibilidad de asumir obligaciones estables y de futuro permanentes627. A partir de lo anterior, se puede concluir que la edad puede servir de base para fundar una presunción de madurez, pero nunca será en sí misma una demostración concluyente de madurez, por cuanto no es la edad, sino la condición psicológica, lo que determina la capacidad 628. § Discordancia entre umbral etáreo mínimo de la ley civil y normativa religiosa. Un problema emergente derivado de la edad establecida por la LMC es la discordancia que se produce entre la edad mínima de dieciséis años exigida por la ley civil y la admisión de la validez de la celebración del matrimonio religioso católico por una joven de catorce años629. Esta situación genera un conflicto jurídico si un párroco admite dirigir la celebración de un matrimonio religioso de una contrayente que tenga, por ejemplo, quince años, edad suficiente de acuerdo al Código de Derecho canónico, pero insuficiente de conformidad a las normas de la LMC. En este caso, el problema se suscitará si los contrayentes pretenden otorgar validez civil al vínculo, solicitando la inscripción del matrimonio, pretensión que deberá no sólo ser rechazada por el oficial civil, sino que además importará una sanción penal para el ministro de culto que celebró contra ley el matrimonio. Igual complicación, por discrepancia real de las dos regulaciones, anticipa Salinas, pero en un sentido contrario, toda vez que considerando la facultad canónica concedida a las conferencias episcopales para establecer una edad superior para la celebración lícita del matrimonio, la que fue ejercida por la Conferencia Episcopal de Chile630, estableciéndola en dieciocho años, podría llevar a la necesidad de aceptar con criterio de generalidad la adecuación a un umbral menor de edad, para evitar que, ante la dificultad expuesta, las parejas de jóvenes opten sólo por el matrimonio civil631. La solución a estos problemas exige adoptar dos medidas. La primera, que la Iglesia católica iguale los requisitos de edad mínima exigidos, en los dieciséis años, 266 asimilándolo a la ley civil. La segunda, requiere extremar la advertencia a los contrayentes y sus padres, particularmente en el caso de menores de 16 años, en el sentido de que su enlace matrimonial así concretado no tendrá efectos civiles, con el agravante de que, al ser menor de edad la contrayente, probablemente sea cuestionada la madurez alcanzada para entender suficientemente las consecuencias de esta acción. § Eventual contradicción entre los requisitos de suficiencia etárea y madurez para celebrar el matrimonio. Otro problema se advierte en la contradicción existente entre la exigencia legal de madurez objetiva para celebrar matrimonio, expresada en el requisito de edad mínima fijada en dieciséis años, y el requisito de madurez subjetiva, fijada en el artículo 5º número 4º, al exigir "suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio". Esta ausencia de concordancia se explica por la introducción de las causales de nulidad sin mayor oposición durante el período previo a su tramitación en el Senado, motivado por la incertidumbre de la incorporación posterior del divorcio. § Momento del cumplimiento de la exigencia legal de suficiencia etárea. El requisito de la edad mínima debe estar cumplido en el momento de la celebración del matrimonio, no en el del inicio del trámite ante el Oficial del Registro Civil, en aquellos casos en que los interesados estén próximos a alcanzar la edad exigida o se infiera que la alcanzarán en el tiempo que tardará en realizarse el trámite. El incumplimiento en materia de impedimento de edad conlleva la sanción de nulidad del matrimonio, la que puede ser alegada por cualquiera de los cónyuges o por alguno de sus ascendientes, con exclusión de cualquiera otra persona. Si ambos cónyuges han cruzado el umbral de los dieciséis años, la acción de nulidad sólo puede ser ejercida por el o los que hubieran contraído matrimonio sin haber tenido dicha edad, prescribiendo además la acción de nulidad en un año contado desde la fecha en que el cónyuge inhábil para contraer matrimonio hubiere adquirido la mayoría de edad632. 267 § Edad máxima para celebrar el matrimonio legal. Finalmente, la ley no establece una edad máxima para contraer matrimonio. Esta situación genera algunas cuestiones jurídicas, relacionadas necesariamente con la precariedad del consentimiento prestado por un anciano, como también por el umbral mínimo de 16 años, pues es discutible en su consideración como criterio general que el sujeto en su etapa de adolescencia tenga la madurez suficiente para adoptar una decisión de la trascendencia que, en cuanto a sus efectos, implica el matrimonio, lo que se comprueba con la posibilidad de declarar nulo el matrimonio, por carencia de suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio633. 3. Capacidad para expresar claramente la voluntad § Noción introductoria. La aptitud para querer celebrar el matrimonio debe constar de manera evidente. La voluntad debe ser expresada en forma clara, de modo que no exista duda sobre el consentimiento prestado por los contrayentes. El requisito entronca directamente con la relevancia asignada al consentimiento, como un acuerdo de voluntades que a través de su manifestación se encuentran y unen para la formación del negocio jurídico contractual634. § Imposibilidad física para la expresión del consentimiento. El problema que intenta enfrentar la ley se relaciona con la imposibilidad, total o parcial, para que el consentimiento pueda expresarse, de un modo que permita establecer no solo la materialidad de su expresión, sino además la debida concordancia entre la voluntad y su manifestación. Con mayor precisión, el vicio que se procura evitar coincide más bien con el llamado error obstativo, el que, a diferencia del error que vicia el consentimiento, corresponde a una manifestación de voluntad absolutamente discordante respecto de la voluntad interna, justamente por deficiencia del medio de expresión635. Finalmente, no debe confundirse con el caso de simulación, visto con ocasión de los requisitos de existencia. 268 Siguiendo a López Alarcón y Navarro-Valls, la voluntad es la causa generadora del negocio jurídico, a tal punto que algunos autores la exaltan en forma extrema, para concluir que la investigación del contenido del negocio jurídico se resuelve en la indagación de la intención real, vale decir, de la voluntad interna del sujeto, la cual sería comprensiva de todos los momentos del proceso volitivo 636. En un sentido contrario, se opone la prioridad asignada al contenido de la declaración de voluntad, recepcionada instrumentalmente, debiendo prevalecer en caso de discordancia con la voluntad interna del sujeto. Atendiendo a estas doctrinas, se diluye la importancia jurídica asignada al error, el dolo y la fuerza. Frente a estas dos tendencias, parece prudente adoptar una posición ecléctica que, partiendo de la validez de la formación del acto de voluntad, su declaración discordante obliga al emisor a lo que constituye el contenido de su voluntad exteriorizada, sobre la base de entenderse referida la declaración a toda conducta de las personas en cuanto es expresión de una voluntad negocial. Exige para su realización, la concurrencia de dos principios tutelados por el Derecho, como son la voluntad y la buena fe. La cuestión adquiere particular relevancia con ocasión de la imposibilidad del sujeto de recurrir a los medios físicos usuales, para manifestar o expresar su voluntad, lo que genera como efecto que no se puede apreciar jurídicamente la formación del consentimiento. El supuesto de los ordenamientos positivos que lo consideran es la concurrencia de la imposibilidad física para expresar claramente la voluntad requerida para la celebración válida del matrimonio, sin especificar la causa u origen de ella, aunque debe entenderse que el supuesto excluye los casos de intervención dolosa de terceros, abordados en el tratamiento de los vicios del consentimiento. § Determinación de la imposibilidad física para prestar el consentimiento matrimonial. La determinación de la imposibilidad física obliga a considerar previamente algunos conceptos técnicos especializados, que permiten precisar adecuadamente la exigencia legal637. 269 El supuesto legal se configura en los casos de personas con una deficiencia, definida como una anormalidad de la estructura corporal y/o de la función de un órgano o sistema, independientemente de cuál sea su causa. Una característica definitoria de la categoría es su consideración como un fenómeno de umbral, es decir, que tiende a ser objetivable y común a los sujetos que la tienen, por lo que el juicio especializado determinará si existe o no, sin graduar su ocurrencia. La deficiencia ya determinada tiene consecuencias apreciables desde el punto de vista del rendimiento funcional y de la actividad del individuo, provocando una discapacidad, cuyo concepto alude a trastornos en la vida cotidiana de una persona, precisamente derivada de la deficiencia ya establecida. A diferencia de la deficiencia, admite una graduación, partiendo de un umbral común. Este es el concepto fundamental de la Ley Nº 19.904. El concepto de minusvalía, que tiende a confundirse con las categorías precedentes, admite mayor complejidad, pues incorpora un factor de apreciación de carácter social, sobre las desventajas que experimenta el individuo como consecuencia de las deficiencias y discapacidades, reflejando una interacción y adaptación del individuo al entorno, o en sentido inverso, su marginación o discriminación negativa. § Régimen legal aplicable. La LMC dispone que no puedan contraer matrimonio: "Los que no pudieren expresar claramente su voluntad por cualquier medio, ya sea en forma oral, escrita o por medio de lenguaje de señas"638. La situación comprendida en el supuesto legal, por tanto, corresponde genéricamente a una discapacidad de la comunicación, la cual comprende en particular la discapacidad para escribir, la discapacidad para la expresión verbal y la discapacidad para la comunicación simbólica. En estos tipos de discapacidad se incluye la pérdida o reducción de la capacidad para codificar el lenguaje en palabras escritas y para efectuar mensajes escritos o hacer signos gráficos, la pérdida o restricción de la capacidad para entender signos y símbolos asociados a códigos 270 convencionales y para leer representaciones esquemáticas de objetos y la pérdida o restricción de la capacidad para transmitir información mediante gestos, expresiones y procedimientos similares. Se presumen incluidas las discapacidades para escuchar el habla, entendida como la pérdida o reducción de la capacidad para recibir mensajes verbales, y la discapacidad para hablar, que incluye la pérdida o restricción de la capacidad para producir mensajes verbales audibles y para transmitir un significado a través del habla639. La discapacidad genérica de la comunicación tiene su origen en deficiencias de las funciones del lenguaje, en deficiencias del habla y en deficiencias de la sensibilidad auditiva. En estos casos, se debe recurrir al concurso de un tercer sujeto, el que tendrá sobre sí la responsabilidad de servir de vehículo de transmisión de la voluntad interna del discapacitado. Se genera, por tanto, la necesidad de confiar de buena fe en el contenido de la declaración del intérprete, para entender que la voluntad manifestada es la del sujeto interpretado y no una voluntad distinta. Cabe recordar que la causal ya existía en la ley derogada, calificando el artículo 4º de dicho cuerpo legal como incapaces a "los que de palabra o por escrito no pudieren expresar su voluntad". Posteriormente, un año antes de la entrada en vigor de la Ley Nº 19.947, el texto se modificó luego de las observaciones formuladas por el Fondo Nacional de la Discapacidad (Fonadis), referidas al carácter anacrónico y abiertamente discriminatorio, que implicaban los criterios aplicados por el Servicio de Registro Civil e Identificación (SRCeI), opiniones que en definitiva fueron consideradas640. § Validación del lenguaje de señas en el caso de personas con discapacidad auditiva. En este marco, dispone el artículo 13 en sus incisos segundo y tercero, que en el caso en el que uno o ambos contrayentes fueren sordomudos que no pudieren expresarse por escrito, la manifestación, información y celebración del matrimonio se harán por medio de una persona habilitada que conozca el lenguaje de señas, es decir, un intérprete, de cuyo nombre, apellido y domicilio se dejará 271 constancia en el acta. Toda vez que la norma no lo exige, el intérprete puede ser tanto un especialista profesional o técnico, como cualquier persona que conozca el lenguaje de señas, no exigiéndose como en el derogado artículo 12 de la LMC el cumplimiento de los requisitos exigidos para ser testigos. A partir de la lectura de esta norma, no se requiere que se manifieste verbalmente o por escrito, sino que se admite además el lenguaje de señas. La LMC en este punto sintoniza con el marco que brinda la Ley Nº 19.284, de 1994, sobre Integración Social de las Personas con Discapacidad, que somete al legislador al cumplimiento de la obligación de integrar socialmente a las personas con discapacidad auditiva, anteriormente impedidos de celebrar matrimonio hasta la aprobación en 2003 de la Ley Nº 19.904, que otorgó capacidad general de ejercicio a los sordomudos que no puedan darse a entender claramente. 4. Aptitud mental § Noción introductoria. La capacidad física exigida para celebrar el matrimonio comprende la aptitud mental del sujeto. Por tanto, se encuentra impedido para contraer un matrimonio civilmente válido, quien se encuentre privado de razón, así como también el que es afectado por un trastorno o anomalía psíquica, en los términos indicados por la ley641. Corresponde a una privación del uso de razón o patología psiquiátrica, fehacientemente diagnosticada, que impide formar la comunidad de vida matrimonial642, comprendiendo, por tanto, un concepto médico y un supuesto de hecho, que deberán ser sintetizados jurídicamente. La aptitud mental no la exige la Ley de Matrimonio Civil de un modo expreso, pero se puede colegir de la naturaleza del negocio jurídico del matrimonio, cuyo elemento esencial es la concurrencia unánime de declaraciones de voluntad — consentimiento— y así lo expresa la ley643, al prescribir que, "la celebración del matrimonio exige que ambos contrayentes hayan consentido libre y espontáneamente en contraerlo...", al igual que el artículo 45 del Código Civil 272 español, que prescribe que "no hay matrimonio sin consentimiento matrimonial", consentimiento que faltará si uno de los sujetos carece de aptitud mental para otorgarlo644. § Fuente legal y situaciones normadas. La causal del Nº 3 del artículo 5º —salvo su primera parte presente en la redacción de la ley de 1884 que aludía genéricamente a la demencia— tiene conexión con el canon 1095 del Código de Derecho canónico, texto considerado en el momento de la elaboración del proyecto de ley, siendo finalmente redactada del modo en que aparece en la nueva LMC fruto del trabajo de la comisión constituida para su análisis por el Ministerio de Justicia, tras la aprobación del proyecto original en la Cámara de Diputados. La ley establece dos situaciones patológicas diversas en una misma norma, caracterizadas ambas por la incapacidad psíquica para contraer matrimonio. Indica al efecto el artículo 5º número 3 de la ley: "No podrán contraer matrimonio: 3º Los que se hallaren privados del uso de razón; y los que por un trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente diagnosticada, sean incapaces de modo absoluto para formar la comunidad de vida que implica el matrimonio". Cabe destacar, por tanto, que la norma contempla dos situaciones absolutamente distintas, unidas por el carácter mental de la patología, las que desarrollaremos a continuación645. § Privación del uso de razón. El primer caso de incapacidad contemplado en la ley corresponde a la privación del uso de razón, supuesto que procede cuando se acredita la concurrencia de patologías que constituyen enajenación mental absoluta, en el momento de contraer matrimonio. Toda vez que el legislador recurre al término "privación", se debe entender que alude tanto al supuesto expresado en la amencia, o privación total del uso de razón, como a la demencia, que incluye casos de afectación parcial, con igual efecto, vale decir, la privación del uso de razón. 273 Esto significa que la persona a la cual se le aplica la causal de incapacidad carece absolutamente del uso de razón, correspondiendo en general con una personalidad de tipo sicótico, caracterizada por la pérdida de contacto con la realidad o el padecimiento de cuadros orgánicos con demencia. Se comprenden aquí, en definitiva, las deficiencias intelectuales mayores o agravadas, en particular las deficiencias de la inteligencia, que incluyen perturbaciones del ritmo y grado de desarrollo de las funciones cognitivas —la percepción, la memoria y el pensamiento— y su deterioro como consecuencia de procesos patológicos. Bajo esta categoría, se incluye el retraso mental profundo y el retraso mental grave 646. Asimismo, cabe incluir tanto la demencia global, vale decir, aquella que afecta a todas las funciones y habilidades cognitivas, incluyendo el deterioro de los mecanismos cognitivos como consecuencia de lesión o trauma cerebral, como la demencia lacunar o desigual, que es aquella en que se conservan parcialmente algunas funciones y habilidades cognitivas. Ambos grados de demencia caben, a nuestro juicio, en la noción de privación de razón que emplea la ley sin incurrir en distinción alguna647. A diferencia del supuesto de hecho considerado en el impedimento indicado en el art. 5º número 4º, en que se cuestiona fundamentalmente la capacidad de discernimiento suficiente para el acto humano allí indicado, aquí el supuesto es, derechamente, la falta auténtica del acto humano648. La concurrencia de las causas que originan el estado que constituye el impedimento, así como su precisa determinación, corresponden al ámbito médico, lo que determina que su evidencia debe constar en un informe de un facultativo, basado en exámenes y otros criterios de fundamentación habituales en el ejercicio de la profesión médica. No es relevante jurídicamente la causa que genera la privación del uso de razón, sino los efectos producidos. El supuesto de privación parcial de razón, que haría coincidir el impedimento con determinados grados de deficiencia mental, no aplica, pues la norma exige la privación del uso de razón, sin especificar el grado, motivo por el cual no procede 274 establecer categoría de afectación jurídica. Además, el supuesto de deficiencia se debe incorporar en el de insuficiencia de discernimiento, comprendido en el impedimento descrito en el art. 5º número 4º, análoga calificación que debe brindarse a los casos de personas con debilidad mental, retraso mental o que padezcan síndrome de Down, interpretación que, además, aparece en mejor sintonía con los principios informadores de la Ley de integración social de las personas con discapacidad649. Aun cuando la ley exige expresamente el diagnóstico fehaciente a propósito del segundo caso contemplado, es obvio que su exigencia es obligatoria también en esta primera situación, para que se pueda acreditar el impedimento, pues la determinación precisa de su concurrencia es de carácter médico y, por tanto, es la constatación efectuada por profesionales de esta disciplina y de su especialidad psiquiátrica, la que sustenta la declaración jurídica del impedimento 650. Las causas que provocan o generan la privación del uso de razón, cuya determinación es de competencia médica, pueden tener su origen en diversas patologías, funcionales u orgánicas, vale decir, originadas en malformaciones congénitas que generan la privación absoluta y permanente del uso de razón, en enfermedades o como consecuencia de conductas de riesgo, tales como el consumo de estupefacientes y sustancias psicotrópicas, o la embriaguez plena. Estas dos últimas causas aplican en este impedimento cuando el efecto es absoluto, y en la insuficiencia de discernimiento cuando es parcial. Por ello, la causa no es relevante, sino el efecto producido, vale decir, la privación del uso de razón 651. El caso expuesto, referido al consumo habitual de drogas no recetadas médicamente, permite ejemplificar con claridad las distintas normas que son aplicables y la pertinencia de su aplicación, al generarse, como se verá, efectos también diversos. Así, en primer lugar, el consumo habitual de drogas no prescritas médicamente constituye una conducta que aplica como causal de divorcio, por constituir "un impedimento grave para la convivencia armoniosa entre los cónyuges o entre éstos y los hijos", según prescribe el art. 54 número 5º de la ley, es decir, un 275 vicio del comportamiento exigido para lograr una convivencia conyugal normal. Esta misma conducta, acreditada como existente en el momento de celebración del matrimonio, puede generar una minusvalía que se exprese en un insuficiente juicio o discernimiento del individuo, derivado de su estado de drogodependencia, haciendo aplicable la causal de nulidad basada en el impedimento del art. 5º número 4º, que exige "suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio". En este sentido, Salinas plantea el problema en torno a "si el uso de estupefacientes puede llegar a configurar estados psíquicos que, incidiendo en la capacidad de entender y en la voluntad del contrayente y, por lo mismo, en el consentimiento matrimonial, puede llegar a configurar causales de nulidad del matrimonio contraído bajo estas circunstancias"652. La conducta de habitualidad por dependencia puede llevar al sujeto a niveles de consumo extremos o sobredosis, lo que a su vez puede derivar en un estado de privación absoluta del uso de razón, o de inconsciencia, hechos que determinan la aplicación de la causal de nulidad, basada en la existencia del impedimento contemplada en el art. 5º número 3º, respecto de ambos supuestos, vale decir, por hallarse privado del uso de razón, o por padecer un trastorno o anomalía psíquica —derivada de la sobredosis— fehacientemente diagnosticada. Esta redacción de la incapacidad, como se ha dicho, reemplaza la anacrónica referencia a la demencia653por la terminología "privación de la razón", la cual es coherente con otros usos similares en los ordenamientos jurídicos contemporáneos, entre los que se debe incluir el ordenamiento jurídico nacional. Su inclusión aparece obviamente justificada, por cuanto quien está privado de las facultades mínimas para ser sujeto responsable de actos humanos, de ningún modo podría realizar un acto humano calificado, como es el de contraer matrimonio 654. 276 § Trastorno o anomalía psíquica. El segundo supuesto legal, contemplado en el artículo 5º número 3 de la LMC, es el trastorno o anomalía psíquica, cuya norma dispone que no podrán contraer matrimonio: "...los que por un trastorno o anomalía psíquica, fehacientemente diagnosticada, sean incapaces de modo absoluto para formar la comunidad de vida que implica el matrimonio". Por tanto, el legislador ha previsto la incapacidad de uno o de ambos contrayentes para concurrir a la formación de la comunidad de vida que exige el matrimonio, originada en la existencia de un trastorno o anomalía psíquica. Al igual como acontece respecto del primer supuesto de hecho previsto por la norma, la concurrencia de las causas que originan el trastorno o anomalía psíquica que constituyen la incapacidad, así como su precisa determinación, corresponden necesariamente al ámbito médico, lo que determina que su existencia debe constar en un informe de un facultativo autorizado, basado en los exámenes y demás antecedentes que habitualmente se requieran para la fundamentación del diagnóstico respectivo, en el ejercicio de la profesión médica. Asimismo, tampoco es jurídicamente relevante en este supuesto, la causa que genera el trastorno o anomalía psíquica, pero el efecto considerado es de mayor complejidad, pues requiere que las personas a quienes afecta el impedimento no puedan formar la comunidad de vida que implica el matrimonio, de un modo absoluto, total, sin excepciones. El trastorno o anomalía psíquica, exigido por la causal de incapacidad legal, permite asumir que en estos casos se trata de un sujeto que goza del uso de razón, pero que por diversas causas, también originadas en una patología, sufre o es afectado por un trastorno, una anomalía, la ocurrencia de una circunstancia excepcional, que rompe la normalidad que caracteriza su vida personal. Este trastorno puede ser temporal o permanente, supuesto que remite al impedimento anterior, vale decir, el de privación del uso de razón. 277 § Deficiencias constitutivas del trastorno o anomalía psíquica. Dentro de la noción de trastorno o anomalía psíquica se comprende un amplio espectro, que incluye las siguientes deficiencias655: • Deficiencias de la inteligencia, como el retraso mental moderado, que cubre el rango de coeficiente intelectual entre 35 y 49; • Deficiencias de la memoria, que incluyen la pérdida parcial o completa de la memoria para lo concerniente a acontecimientos pasados, la incapacidad para registrar, retener o recuperar nueva información y las distorsiones del contenido de la memoria, como las que incorporan recuerdos falsos. Procede consignar que la pérdida particular de la memoria para las formas, palabras y figuras impide absolutamente la manifestación del consentimiento. • Deficiencias del pensamiento, que incluye las perturbaciones que afectan a la velocidad y organización de los procesos de pensamiento, así como también la capacidad de formar secuencias lógicas de ideas. § Noción de comunidad de vida. Cabe abordar la incapacidad que califica el impedimento, a partir del trastorno o anomalía acontecido. Esta incapacidad impide de modo absoluto formar la comunidad de vida que implica el matrimonio, lo que lleva a considerar los supuestos en los cuales se afecta de un modo absoluto la formación de una comunidad de vida y, no menor, qué se debe entender por comunidad de vida. Por lo pronto, la expresión conceptual "comunidad de vida" no aparece definida en la ley, y, si bien puede colegirse o construirse a partir del análisis de las normas del Código Civil, su fuente más inmediata se encuentra en el Derecho canónico, en el canon 1095, que en su número tercero indica que son incapaces de contraer matrimonio "quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica". 278 La idea de comunidad, en el contexto del matrimonio, alude a una vida en común, a la circunstancia de que el marido y la mujer deben poder vivir juntos, uno al lado del otro, normalmente en un hogar común, en que comparten lecho y las vivencias cotidianas, en el seno de una familia. La comunidad de vida, a cuya formación antecede el matrimonio, implica concordar intereses comunes en función de un proyecto de vida, que tiene un sentido y un propósito compartidos, en que ambos contrayentes aportan los medios materiales para conseguirlo y en que se exterioriza o manifiesta la voluntad de ambos interesados de estar dispuestos a vivir juntos las experiencias positivas y negativas que este proyecto involucra. La causal, en función de este objetivo, advierte que, por estar afectado uno de los contrayentes por la patología, no les es posible, de un modo absoluto, vivir junto a la otra persona en un ambiente de normalidad. Si la enfermedad admite que la persona que la padece adolezca sólo de algunas manifestaciones, no se cumpliría la exigencia del carácter absoluto. § Patologías que imposibilitan la formación de la comunidad de vida. Las patologías que imposibilitan de modo absoluto formar la comunidad de vida que implica el matrimonio son los trastornos o anomalías psíquicas, las que deben entenderse referidas a alteraciones o anormalidades psiquiátricas 656. La determinación de la calificación de absoluto aplicada al trastorno o anomalía, así como la naturaleza de la patología que lo genera, exige contar con un diagnóstico fehaciente, entendiendo por tal aquel que es emitido por uno o idealmente por varios profesionales especializados, que afianzan el diagnóstico. Entendemos que se debe exigir un informe médico suscrito por a lo menos dos médicos siquiatras. En el segundo caso, por tratarse de patologías, no es válido un informe emitido por profesionales ajenos a la medicina, como por ejemplo los sicólogos. Algunos autores han planteado una duda sobre la incidencia de estas causales en la formación del consentimiento, radicándolas más bien en circunstancias personales de los contrayentes que les vuelven ineptos para aportar los elementos esenciales del matrimonio. No coincidimos con esta visión, toda vez que el legislador la consideró como causal de nulidad por incapacidad consensual, 279 siguiendo su correcta interpretación que refiere a anomalías síquicas, "que afectan a la estructura personal del sujeto, quizás sin privarle del suficiente uso de razón, ni impedirle directa y claramente su discreción de juicio o discernimiento acerca del objeto del consentimiento, aunque sí produciendo en él una imposibilidad psicopatológica de asumir, haciéndose cargo en forma realmente comprometida y responsable, las obligaciones esenciales del matrimonio"657. 5. Capacidad de juicio o discernimiento comprensivo de los derechos y deberes que importa el matrimonio § La capacidad psicológica como requisito para celebrar el matrimonio. La ley exige la aptitud mental, entendida como capacidad psicológica, referida a la disposición de juicio o discernimiento suficiente para comprender y comprometerse con los derechos y los deberes esenciales del matrimonio. Señala al efecto el artículo 5º, número 4º de la LMC: "No podrán contraer matrimonio: 4º Los que carecieren de suficiente juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio". A diferencia de la causal de incapacidad contemplada en el Nº 3º del artículo 5º de la LMC, que comprende un concepto propio de la disciplina médica y un supuesto de hecho, este impedimento, aun con las adecuaciones realizadas por el legislador civil para independizarlo de su origen canónico, responde plenamente a los criterios informadores de dicha matriz, razón por la cual la referencia al "suficiente juicio o discernimiento" corresponde en esencia a la "discreción de juicio" a la cual alude el canon 1095, el cual es un concepto jurídico658. Por tanto, además del uso de la razón o de la plenitud de las facultades mentales, es necesario que los contrayentes posean la suficiente discreción de juicio, 280 entendida como madurez de juicio y capacidad crítica, para consentir matrimonialmente. Vale decir, la celebración del matrimonio, a ojos del legislador, requiere tener un grado de madurez superior al que se exige normalmente para muchos negocios habituales en la vida de las personas y, en términos de comprensión y calificación de la voluntad necesaria, el requerimiento es claramente mayor que el usualmente exigido en los actos patrimoniales659. Esta mayor exigencia se justifica por cuanto el matrimonio es una opción básica de la existencia humana, que da lugar a una situación especialmente comprometedora de toda la persona, a la cual se debe acceder conscientemente, en forma libre y responsable, y con unas aptitudes psico-físicas necesariamente proporcionadas a su valor y trascendencia660. § Concepto de madurez de juicio y capacidad crítica. La madurez, en términos generales, puede considerarse como "un fenómeno de evolución vital, por el que una persona se capacita para responder adecuadamente a las demandas que ese medio le presenta, con unos niveles de acierto que sean coincidentes con la media estadística de los seres de su misma especie y de su mismo ambiente" 661. La madurez viene a ser la misma persona humana, desplegando en forma paulatina, sin tregua ni pausa, pero con orden, sus potencias y aptitudes, con lo cual y en el fondo es un tema de personalidad662. El término madurez, pese a su amplio uso en el lenguaje y la comunicación cotidianos, es de difícil precisión profesional, pues tiende a derivar en ambigüedad o pluralidad de significados, dificultando su utilización. Según el Diccionario de la Lengua Española, una de sus acepciones referidas a madurar es "crecer en edad, juicio y prudencia" y madurez el "buen juicio o prudencia con que el hombre se gobierna", conduciendo semánticamente a los conceptos de "madurez de la personalidad" o de "persona madura" como sinónimo de "autonomía", "conductas apropiadas a las circunstancias", "ponderación y equilibrio", "estabilidad", "responsabilidad", "claridad en objetivos y propósitos" y "dominio de sí" 663. 281 Siguiendo a Cervera, el desarrollo y manifestación de la madurez personal representaría un proceso continuo o un producto final en el ciclo vital, el cual desde un punto de vista práctico permite distinguir una vertiente estática, en que la madurez personal se concibe como la posesión de determinadas características psicológicas y constituye la máxima expresión de la personalidad664, y una vertiente dinámica referida a un proceso de maduración psicológica continuamente en movimiento en una dirección determinada. En esta segunda vertiente o perspectiva, la madurez constituye un proceso dinámico integrado interna y externamente en la persona, que dura toda la vida y que permite hablar de grados de madurez de la personalidad, los que podrían estar cada vez más cerca del ideal erigido, pero sin llegar nunca a alcanzarlo665. § Dimensiones de la madurez personal. Se puede distinguir entre madurez biológica, madurez psicológica y madurez relacional. La madurez biológica puede entenderse como "la culminación de los procesos biológicos, desencadenados endógenamente y dirigidos por la especial constitución genética del individuo, y la influencia que sobre él y sobre estos procesos ejercen las circunstancias externas concretas"666. La personalidad madura supone la madurez biológica, pero se materializa como un "proceso interior de perfeccionamiento personal, en el que las acciones, sentimientos y pensamientos intervienen directamente en la configuración de nuestra propia persona". Finalmente, la madurez relacional destaca al hombre como un ser social, pudiendo afirmarse que es adulto cuando está en condiciones de responder convenientemente a las exigencias que le plantea una determinada cultura, expresadas en metas de socialización que capacitan al individuo para su adaptación efectiva en las relaciones interpersonales, como la autonomía o adecuación personal, entendida como la capacidad para funcionar competentemente como individuo; la responsabilidad social o adecuación social, concebida como la capacidad para funcionar competentemente como miembro de la sociedad, y la 282 adecuación interpersonal, entendida como el dominio de habilidades básicas de comunicación, sumada a una confianza fundamentada racionalmente con la capacidad de apoyarse en otros cuando sea necesario y al conocimiento de las normas sociales relativas a la ejecución de roles, sabiendo lo que puede y no puede esperar de cada rol667. La capacidad crítica, en lo referente a la materia que nos ocupa, trata de la aptitud de un sujeto de poder realizar personalmente el análisis del compromiso matrimonial y de sus efectos, y de valorarlo según los criterios finalistas del instituto, ponderando la oportunidad e idoneidad de las decisiones que le son requeridas. § Sentido interpretativo legal de la noción de madurez. Abordando ahora el sentido expuesto por el legislador, que califica el incumplimiento del requisito, cabría señalar que la inmadurez puede ser entendida como inmadurez afectiva, entendida como expresión de "una falta, retraso o disminución de la evolución y del desarrollo de las personas en el campo de los afectos". La afectividad, ya considerada como motivación para el matrimonio en el capítulo precedente, adquiere nueva presencia con motivo de la causal de incapacidad en análisis. Su fundamento radica en corrientes contemporáneas que admiten la posibilidad de "perturbaciones que inciden más directa e inmediatamente sobre la voluntad que sobre el entendimiento, o que alteran la voluntad sin que por eso se vea alterado cualificadamente el entendimiento". La palabra afectividad, genéricamente, designa aquella función del psiquismo humano en la que radican los fenómenos afectivos, cuyo despliegue en el ser humano determina el campo de los afectos, a la vez que se relaciona con la idea de aptitud personal para vivirlos y sentirlos. En la noción de afectos se incluyen las pasiones, los sentimientos, las emociones, las vivencias, los estados de ánimo, alegrías, tristeza o angustia. Si se atribuye a la afectividad ser la base a partir de la cual se forman las relaciones interhumanas y todos los lazos que unen al sujeto con su medio, entonces es lógico, según Panizo en relación con lo sostenido por Sillamy, deducir la importancia que adquiere la afectividad de las personas en la línea de constitución y desarrollo del matrimonio, en cuanto relación interpersonal de máxima implicación afectiva, y, consecuencialmente por tanto, la influencia de la inmadurez 283 afectiva668. Esta tendencia sobre la inmadurez, es independiente, por consiguiente, del requisito de madurez cognitiva, que estimamos es el alcance correcto de la frase suficiente juicio o discernimiento, en el sentido legalmente prescrito, puesto que es la carencia de este juicio o discernimiento, en un grado de suficiencia que se identifica con la madurez, lo que constituye la incapacidad. Esta norma novedosa, pese a inspirarse abiertamente en el canon 1095 número 2º del Código de Derecho canónico669, es una redacción original no identificable con la norma canónica tenida en vista, toda vez que se ha mutado el defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes exigido por el Código, por la expresión radical de carencia de juicio o discernimiento para comprender y comprometerse con los derechos y deberes. Por tanto, se sustituye la exigencia de un mero conocimiento de los derechos y deberes que implica el matrimonio, por la exigencia mayor de la comprensión o conocimiento integral de los derechos y deberes, sumados a un compromiso, es decir, una voluntad de cumplimiento así expresada de esos mismos derechos y deberes. Ambos requisitos, comprender y comprometerse, son copulativos. § Elementos constitutivos del impedimento contenido en el art. 5º número 4º de la LMC. Siguiendo el precepto legal, sería considerada incapaz aquella persona a quien no fuera posible comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio, por carecer de juicio o discernimiento en el grado de suficiencia670, determinado por la entidad de los fines perseguidos con el matrimonio. Analizaremos brevemente los elementos que constituyen el impedimento. § Suficiencia de juicio o discernimiento y deficiencias causales. La carencia de suficiente juicio o discernimiento implica el requerimiento de un juicio o discernimiento, mayor que el habitualmente exigido para validar los negocios jurídicos, en particular si se compara con aquellos de naturaleza patrimonial. La carencia alude a que el supuesto considerado es absoluto, pues se tiene o no se tiene el suficiente juicio, sin admitir la satisfacción parcial del requerimiento. 284 La noción de "suficiente juicio" alude a la disponibilidad de la capacidad de enjuiciar, estimar y ponderar la realidad existente y, prudencialmente, aquella que está por venir, advirtiendo los aspectos positivos y negativos que esta involucra para su propia persona. El discernimiento, si no se considera como sinónimo de juicio, agrega la posesión de una capacidad crítica que se expresa, además, en una atribución de valor a una u otra opción disponible671. La suficiencia de juicio se ve afectada o limitada por deficiencias intelectuales leves, como el retraso mental ligero, y en mayor medida por deficiencias del pensamiento. En esta categoría se incluyen la deficiencia del curso y forma de los procesos de pensamiento y la deficiencia de contenido del pensamiento. § Deficiencia del curso y forma de los procesos de pensamiento. La deficiencia del curso y forma de los procesos de pensamiento incluye las perturbaciones que afectan la velocidad y organización de los procesos de pensamiento y la capacidad de formar secuencias lógicas de ideas. Quedan comprendidos aquí, como factores de la carencia de suficiente juicio, la deficiencia de conceptualización o abstracción, la deficiencia de pensamiento lógico, la lentitud o aceleración excesivas del pensamiento y la recurrencia a ideas obsesivas. § Deficiencia de contenido del pensamiento. La deficiencia de contenido del pensamiento considera la restricción de contenido del pensamiento, el énfasis y preocupación excesiva o irreal por un determinado conjunto de ideas con exclusión del examen crítico de las mismas y las creencias falsas no susceptibles de corrección mediante un argumento lógico y una adecuada comprobación de la realidad. Cabe incluir aquí los delirios paranoicos, los delirios depresivos como la culpa, los delirios de celos, los delirios hipocondríacos y los delirios nihilistas, entre otros. § Otras deficiencias y en particular la deficiencia de las funciones emotiva y volitiva. A las anteriores deficiencias, deben sumarse otras de carácter eminentemente psicológico, como algunas deficiencias de percepción tales como la 285 pérdida de la capacidad para distinguir entre fantasía y realidad, y especialmente las deficiencias de las funciones emotiva y volitiva. Las deficiencias de las funciones emotiva y volitiva refieren a las funciones que contribuyen a predisponer a la acción y a la conducta intencional. En tal sentido, se incluyen las deficiencias de los impulsos, como los que manifiestan falta de interés por la relación o contacto sexual, la incapacidad para perseguir objetivos y la deficiencia de motivación. Asimismo, se incluyen las deficiencias de emoción, afecto y humor, como la gran excitación propia de los maníacos, la irritabilidad extrema, la inestabilidad extrema de humor, la incongruencia de afecto (manifestación emotiva incongruente con el motivo y afecto ambivalente), la inmadurez emocional. Finalmente, cabe también incluir algunas deficiencias de volición, como la deficiencia del control de impulsos y, principalmente, la deficiencia de adaptabilidad y otras deficiencias de cooperación, como, por ejemplo, respuestas engañosas tales como respuestas consistentemente negativas y frecuentes autocontradicciones o apariencia de engañar conscientemente. Las deficiencias de pautas de conducta que pueden interferir con el ajuste y funcionamiento social son más discutibles, pues corresponden más bien a rasgos acusados de la personalidad, como la hipocondría, la timidez excesiva, el histrionismo e incluso la tendencia a autolesionarse672. El suficiente juicio o discernimiento, además, se relaciona socialmente con el juicio maduro o madurez intelectiva, propio de la adultez psicológica 673, con lo cual se agrega un fuerte cuestionamiento a la presunción de madurez en la adolescencia, expresado por el establecimiento del umbral de edad mínima para contraer matrimonio en los 16 años de edad674. § Capacidad de comprensión. La exigencia de comprensión no se satisface con el mero conocimiento de los derechos y deberes que involucra el matrimonio, sino que requiere maduración del entendimiento y la voluntad. Al decir que los contrayentes requieren "comprender", el legislador se sitúa en una perspectiva que considera necesario que estos conozcan y entiendan, ojalá integralmente, las 286 acciones cuya realización se espera normalmente de ellos, atendiendo el objeto de su unión675. Para ello, por tanto, requiere una previa comprensión del matrimonio. § Capacidad de compromiso. Junto con la comprensión, y en forma complementaria, se exige una capacidad para comprometerse, es decir, sobre la base de lo que ya está comprendido, deberá además tener presente, en grado al menos suficiente, que adquiere un compromiso, una obligación que se proyecta sobre su futuro en cuanto a responder de por vida de los deberes que comporta, y cuyo cumplimiento puede serle exigido regularmente y en un proceso normal de mutua entrega y aceptación entre los cónyuges. El matrimonio, por tanto, es una opción que compromete las personas mismas de los contrayentes. Finalmente, ¿qué es lo que requiere ser comprendido y luego aceptado como un compromiso? Por cierto, no se trata de un juicio sobre algo general o abstracto, sino que derechamente la ley dispone que son referidos a los derechos y deberes esenciales del matrimonio, debiendo entenderse por tales, al menos, el deber de propender a la procreación, la convivencia marital, la fidelidad que incluye sostener relaciones sexuales exclusivas y excluyentes, la crianza y educación de los hijos comunes cuando los hubiere, la protección mutua, el auxilio mutuo y el respeto a su respectiva dignidad personal. Se destaca, aun cuando se incluye en el deber de convivencia y de auxilio mutuo, la contribución de ambos para enfrentar las necesidades de la familia común, atendiendo a sus facultades económicas. En la perspectiva legal, por tanto, se traduce en la comprensión y aceptación de las obligaciones y derechos que se desprenden de los arts. 102 y 131 y siguientes del CC.676. § Cuestiones en debate y aspectos críticos referidos a la inclusión de impedimentos provenientes del derecho canónico en el ordenamiento civil. La inclusión de las causales de nulidad matrimonial, derivadas de impedimentos que reconocen origen en el derecho canónico, ha dado origen a diferencias doctrinales sobre su conveniencia, especialmente si se atiende a los fundamentos diversos que sustentan el ordenamiento civil y el ordenamiento canónico. 287 Las críticas se han centrado, principalmente, en las diferencias entre la jurisdicción civil y la jurisdicción eclesiástica católica, pues el conocimiento de las causas que tengan por base una causal de nulidad como la contemplada en el artículo 5º número 3º deberá ser vista por tribunales civiles o, a lo más, especializados en asuntos de familia, en que la apreciación de los fundamentos de hecho de la pretensión será necesariamente calificada por los jueces a la luz de los datos científicos disponibles y de la consideración de los hechos, y por tanto descontextualizada absolutamente de los valores religiosos que determinaron en su momento la decisión de contraer el vínculo en la forma religiosa677. Se suma a lo anterior la dificultad, cuando no la imposibilidad, de exigir la formación de una convicción de los jueces, sobre la procedencia de las causales o su configuración en torno a los supuestos legalmente establecidos, construida sobre la base de criterios que exceden el ámbito de su comprensible formación judicial laica. En esta última perspectiva crítica, y centrado en las causales de los números 3º y 4º del artículo 5º, en que aprecia negativamente la creación de una ineptitud especial de carácter mental que configura una figura jurídica integrada por elementos relativos, vagos e imprecisos, que admiten múltiples lecturas, Rodríguez advierte que la incorporación de disposiciones de derecho canónico constituye uno de los errores fundamentales de la LMC678. Otras críticas apuntan a una forzada inclusión de impedimentos que no serían tales, sino meramente causales de divorcio. En este aspecto, se ha tendido a considerar que la aplicación práctica las asimila, por desconocimiento o por sentido de oportunidad, como vicios del comportamiento conyugal expresados en el incumplimiento de los deberes matrimoniales, antes que en causales de nulidad en sentido estricto. Asimismo, se indica que no es posible asegurar que se considerará con fuerza la defensa del estado matrimonial, si este interés colisiona con el del otro cónyuge, que puede pretender precisamente la disolución del vínculo o la declaración de su nulidad. Esto último, atendiendo la realidad apreciable en los juicios civiles de familia, en que son dos partes las que intervienen exponiendo sus legítimas pretensiones, sin participación de un tercero en defensa del vínculo, como 288 ocurre en los juicios canónicos. Court formula explícitos reparos a la inclusión de normas trasplantadas del derecho canónico a la legislación civil, sin pensar en las consecuencias del traspaso, como ocurre precisamente en las causales de nulidad agregadas, las que por tener esta calidad, deben concurrir al momento de la celebración del matrimonio, siendo aquí imposible determinar su existencia al tiempo de celebrarse el matrimonio, ya que "normalmente se sabrá del trastorno o de la anomalía psíquica, o se determinará si el contrayente tenía o no el juicio y discernimiento suficientes, después de varios años de matrimonio, cuando el cónyuge 'enfermo' o 'inmaduro' demuestre su incapacidad absoluta para formar la comunidad de vida o para comprender y comprometerse con los derechos y deberes esenciales del matrimonio. Al hacer una analogía con el Derecho civil patrimonial, podríamos decir que la ley establece una suerte de "resolución del contrato de matrimonio por incumplimiento contractual", es decir, una verdadera condición resolutoria tácita establecida para el matrimonio679. Sin perjuicio de la pertinencia de los criterios anteriores, es posible justificar la inclusión de las nuevas causales, que reconocen su origen canónico pero con raigambre también en el derecho civil chileno, aun cuando no tengan la complejidad que le aporta este fundamento. De igual modo, es evidente que no se considerará el carácter sacramental del vínculo, por las razones dadas, pero si se considera que la cuestión debatida finalmente radica en la defensa de la indisolubilidad, la precedencia del matrimonio religioso sobre el civil —cuando así se hubiere celebrado— determinará que el conocimiento judicial estará centrado exclusivamente en los aspectos civiles, por lo que si este concluye en la procedencia de la causal, deberá declarar el cese de los efectos civiles del matrimonio, sin pronunciarse respecto de la subsistencia del vínculo religioso válidamente celebrado680. 289 6. Elemento personal de carácter moral de la validez matrimonial § La capacidad moral. Vinculando la concepción prescriptiva de la moral con la visión sociológica, que estudia las normas bajo sus diferentes aspectos en el espacio y en el tiempo y la expresa como forma de la cultura, la sociedad promueve comportamientos regidos por visiones filosóficas y religiosas dominantes, que establecen la mayor o menor bondad con que se aprecian dichos comportamientos individuales. Lo anterior, en cuanto se entiende que es en la convivencia de las personas donde se descubren los valores humanos fundamentales. La ordenación jurídica del matrimonio atiende también, y de forma clara, estas prescripciones que, proviniendo del plano moral, trascienden o se manifiestan en el plano jurídico como vehículo normativo, promoviendo la realización de conductas privilegiadas en la valorización social. Sin embargo, la usual unidad de propósitos entre el Estado y una determinada visión religiosa o filosófica, que caracterizó en distintos estadios a la historia moral de la humanidad, ha dado paso a un predominio de concepciones que relativizan el valor de los juicios morales. En ella, la expresión moral se concilia más bien con la moral de la acción, antes que con la concepción ética expuesta por Kant, que promueve una connotación de moral de intención, incompatible con la concepción pluralista que inspira el sistema democrático en su apreciación contemporánea. § Moral social y sistema normativo jurídico. El contenido concreto de los valores morales y las exigencias que impone la dignidad humana no se descubren más que en el curso progresivo de la historia, para la cual cumplen la función de faros orientadores. La búsqueda de estos valores morales, efectuada en común, informa o constituye los distintos sistemas normativos, que ordenan las relaciones humanas en una determinada comunidad y en un tiempo determinado 681. El sistema normativo, que es parte constituyente de una cultura, ordena en forma regulada la sexualidad, el matrimonio y la familia, constituyendo la moral objetiva, vigente y corriente en el aquí y ahora. En esta moral objetiva, por tanto, es posible 290 ubicar el fundamento de ciertos impedimentos matrimoniales, que traducen concepciones morales, que sin perjuicio de tener muchas veces una firme validez actual, no son por ello necesariamente inmutables. Es en este punto, en concreto, en donde ha adquirido fuerza, como una característica de nuestra evolución social contemporánea, la necesidad de contar con una sólida base de sustentación social en mayorías ciudadanas, que estiman estos valores como un bien social altamente valorado y que exige por tanto ser jurídicamente tutelado682. En esta dimensión, adquieren sentido o justificación, según cual sea la base de la mirada crítica, la prohibición de la poligamia, del incesto y del crimen pasional vindicativo del propio cónyuge. Sin embargo, el supuesto inmoral o antitético que fundamenta la prohibición legal adquiere necesariamente una connotación personal y en caso alguno general, que muchas veces determina el predominio impuesto de un código moral social sobre el código individual o de una comunidad determinada al interior de un Estado. Lo que en lectura general aparece como una grave trasgresión jurídica y religiosa, en clave comunitaria puede ser simplemente la expresión de una costumbre o de una necesidad cuya legitimidad es, en todos casos, fronteriza. Lo definitivo, en todo caso, es que la moral social objetiva, para lograr asegurar eficacia y sostener una pretensión de imperio, deberá necesariamente traducirse en normas jurídicas, ya que solo la naturaleza jurídica podrá brindar la fuerza obligatoria a la norma social, la que en todo caso admite por esa misma naturaleza la eventual reforma o denegación de las prescripciones en ellas contenidas en correlato con las mutaciones de las valoraciones sociales en un tiempo y lugar determinados. Por tanto, mediando cambio en la sustentación de la moral objetiva imperante, no sería extraño que la propia entidad constitutiva incontrarrestable de las prohibiciones matrimoniales, termine por decaer y ser eliminada o sustituida por otras que, por provenir de sistemas morales amparados en creencias religiosas excéntricas, terminen por desplazar toda la concepción tradicional del matrimonio vigente en Occidente. § Libertad para celebrar el matrimonio. El sujeto que desee contraer matrimonio, además de la capacidad física y psicológica, debe gozar de la necesaria libertad 291 para comprometerse matrimonialmente, entendiendo que la tiene cuando no existe vínculo matrimonial previo que le afecte, es decir, cuando la persona es civilmente soltera, viuda o divorciada. La incapacidad descrita es una consecuencia de la primacía del matrimonio monógamo que, fundado en el principio de unidad, ha determinado la prohibición de la poligamia en el derecho matrimonial occidental 683. En el régimen legal vigente, la actual causal de incapacidad corresponde al impedimento de vínculo matrimonial no disuelto, ya incorporado en la Ley de 1884 y que la LMC ha mantenido en forma literal684. La existencia de un matrimonio, celebrado precedentemente en forma válida, estando vivos los cónyuges, impide el matrimonio posterior, mientras este no sea disuelto o anulado, lo que constituye, además, una consecuencia de la permanencia incólume del artículo 102 del Código Civil, por las razones ya vistas en su oportunidad685. Dispone al efecto el art. 5º número 1º de la LMC: "No podrán contraer matrimonio: 1º Los que se hallaren ligados por vínculo matrimonial no disuelto". Por tanto, pueden volver a contraer matrimonio aquellas personas cuyo cónyuge ha fallecido, respecto del cual se ha declarado judicialmente su muerte presunta, o en que haya sido dictada sentencia declarando la nulidad del matrimonio 686, o su disolución por divorcio. La verificación de las condiciones que determinan la libertad para contraer matrimonio implica acreditar, para el caso de un vínculo nulo o disuelto, la correspondiente sentencia que declara la nulidad o el divorcio, respectivamente. Si la sentencia se ha pronunciado declarando la separación judicial, el impedimento subsiste y el sujeto interesado no podrá celebrar matrimonio. Finalmente, si el matrimonio ha terminado por alguna de las causales legales contempladas en el artículo 42, muerte natural, declaración de muerte presunta o sentencia de divorcio, ya ha dejado de existir el vínculo que unía legalmente a los cónyuges y, por tanto, han recuperado su libertad. 292 § Bigamia y justificación de la monogamia. El que contrae matrimonio estando casado válidamente, además de producir la nulidad del matrimonio, hace incurrir al individuo que celebra el nuevo vínculo sin disolver o anular el anterior, violando el bien tutelado de la unidad matrimonial, en el delito de bigamia, sancionado penalmente687. Se trata aquí de un impedimento consagrado en el derecho occidental, originalmente sustentado en el concepto unitario del matrimonio promovido por el cristianismo y reforzado luego por el vigor del contenido declarativo igualitario proclamado por las modernas declaraciones de Derechos Humanos y, en especial, del movimiento cultural que promueve la igualdad de los cónyuges, de fuerte impronta contemporánea, predominando en los ordenamientos positivos con excepción habida de los Estados de mayoría musulmana. El debate sobre la preferencia jurídica de la monogamia o la poligamia, que ha tenido por resultado una inclinación mayoritaria en favor de la primera forma, no es reciente. Su actual aplicación en Occidente tiene su origen y fuerza en dos fuentes principales: el derecho propio de la Iglesia católica y la Ilustración racionalista del siglo XVIII, recogida en las Declaraciones de independencia de los Estados Unidos de América y la Revolución francesa. El Cristianismo ha resaltado el carácter unitario del matrimonio entre un solo hombre y una sola mujer, basado en la igualdad esencial de la persona, en tanto que la Ilustración enfatiza la igualdad intrínseca entre el hombre y la mujer, otorgando sustento pleno al contrato matrimonial, tal como lo entendemos hasta hoy. Subsiste, sin embargo, la aceptación de la poligamia en los países islámicos, la cual no es obligatoria en el Islam, sino que se considera una alternativa sometida a la consideración prudente de un hombre, ante el examen de su particular realidad personal y social inmediata, siendo habitual que un hombre contraiga matrimonio con una sola mujer, pero si no se percibe en condiciones de mantener la fidelidad a su mujer, al encontrarse insatisfecho, deberá casarse y no tener una amante. La situación de mayor ocurrencia, junto con la señalada, es la del hombre casado con una mujer enferma, que desposa a otra sin romper la unidad familiar precedente. El 293 Corán permite al musulmán tener hasta cuatro mujeres, sin limitar las concubinas, pero cuando esté casado con más de una mujer, tiene la obligación religiosa de ser totalmente justo e igual con cada una de ellas. La mujer, en el Islam, puede negarse a aceptar una nueva mujer a su marido, pidiéndole el divorcio. Igualmente, en el contrato matrimonial, puede prevenir la situación, mediante la inclusión de una cláusula de monogamia y, finalmente, si se casa, puede pedir el divorcio en caso de no estar satisfecha con la situación sobreviniente688. § Incapacidad derivada del parentesco689. La prohibición legal para contraer matrimonio basada en vínculos de parentesco impide el matrimonio entre sí de los ascendientes y descendientes por consanguinidad o por afinidad, así como de los colaterales por consanguinidad en el segundo grado, configurando una exigencia de exogamia en torno a la familia nuclear690. Dispone al efecto el art. 6º de la Ley Nº 19.947: "No podrán contraer matrimonio entre sí los ascendientes y descendientes por consanguinidad o por afinidad, ni los colaterales por consanguinidad en el segundo grado". Así, obsta para contraer matrimonio válido, el parentesco en el caso de los ascendientes y descendientes, tanto por consanguinidad como por afinidad, afectando tanto la filiación matrimonial como la extramatrimonial, al no distinguir la ley691. Respecto de los impedimentos derivados de la adopción, rigen respecto del adoptante con el adoptado y del adoptado con el viudo o viuda del adoptante, además de persistir los impedimentos derivados del parentesco biológico 692. § Moralidad o juridicidad como fundamento social de la prohibición del incesto. El fundamento de esta prohibición tiene razones de gran peso social, reconocidas históricamente por las sociedades civilizadas, que reconocen su fuente en la moral y la religión, siendo en definitiva recogidas por el derecho como pilar estructurante de las relaciones familiares693. 294 Como incapacidad relativa para contraer matrimonio, ha sido aceptada universalmente, variando sólo el grado que lo constituye. Así, el matrimonio entre consanguíneos en línea recta pugna con el orden de la naturaleza, siendo severamente prohibido en todos los pueblos y en todas las épocas 694. En lo que respecta al matrimonio entre hermanos, salvo excepciones pretéritas, no ha sido aceptado mayoritariamente en las sociedades civilizadas, tanto por el hecho de comprometer la moralidad de las familias, como por desnaturalizar las relaciones familiares. Las razones que remiten a un fundamento de tipo eugenésico, otrora citadas como reiterativo argumento695, son actualmente discutidas en su radicalidad y también en su consideración como criterio susceptible de aplicación válida. En forma notoria, además de la tutela familiar que envuelve la prohibición de la confusión de roles en su seno, especialmente en los grados más próximos, se ha puesto énfasis en el interés de la comunidad por encontrar en la unión de miembros de clanes distintos, no sólo la oportunidad de una alianza que la fortalece, sino también una saludable aceptación de la diversidad como criterio de crecimiento cualitativo de la humanidad696. En una perspectiva liberal, la apertura de un debate sin límites morales da pie para que la derogación del incesto referido a la unión civil entre hermanos constituya una realidad plausible en un lapso no tan lejano. El debate que ha conducido a relativizar o eliminar progresivamente las propiedades esenciales del matrimonio, como ocurre en el caso de la unidad, la heterosexualidad y la desvinculación de la procreación, por la vía de reducir su significación social a los preceptos religiosos, y por tanto susceptible de ser calificado como innecesario o improcedente en una sociedad pluralista, en que la religión sólo tendría un carácter privado, ha constituido las bases para instalar el tema en la agenda de discusión pública 697. El incesto, tradicionalmente prohibido en las leyes civiles y religiosas, aparece hoy también con un fundamento precario, a la luz de las concepciones dominantes o influyentes en algunos ordenamientos jurídicos occidentales 698. Las 295 argumentaciones esgrimidas por la comunidad gay, bien pueden ser aplicadas en las relaciones sexuales o en la comunidad de vida que puede surgir entre parientes. ¿Es un argumento válido hoy la alta probabilidad de engendrar hijos con deformidad, si ya no se vincula el matrimonio con la procreación? ¿Qué sucede si dos hermanos impotentes deciden contraer matrimonio entre sí? ¿Qué ocurre si el argumento del afecto mutuo, esgrimido como causa del matrimonio, es utilizado por parientes para validar su propia relación? ¿Por qué prohibirlo? ¿Qué mal causa a la sociedad la convivencia de dos hermanos ancianos? ¿Es válida la mantención de una tradición como criterio de proscripción? Finalmente, y como interrogante que sintetiza la cuestión observada, ¿es jurídicamente sostenible la prohibición del incesto, basado meramente en su rechazo religioso en una sociedad definida y ordenada sobre la base del principio de laicidad y, por tanto, que exige la prescindencia religiosa del Estado? En el mejor de los escenarios posibles, el avance en la eliminación de la religión como un valor socialmente sostenible y su rechazo como norma jurídicamente exigible sólo podría mantener vigente la no imposición a los fieles religiosos de una eventual acción de promoción del incesto, pues la primacía valórica de los afectos y del respeto a la vida privada perfectamente pueden servir de base propicia para su próxima legalización, dejando a un lado los evidentes cuestionamientos que derivan de la no consideración de abusos a menores, pederastia y degeneración familiar. § Incapacidad por crimen. La materia es regulada en el artículo 7º de la Ley de Matrimonio Civil, el cual prescribe: "El cónyuge sobreviviente no podrá contraer matrimonio con el imputado contra quien se hubiere formalizado investigación por el homicidio de su marido o mujer, o con quien hubiere sido condenado como autor, cómplice o encubridor de ese delito". La incapacidad en comento se fundamenta en el rechazo social del crimen pasional, ilícito que requiere un fuerte control estatal para desestimular su 296 ocurrencia y el consiguiente y severo daño a la convivencia social generado por sujetos que pretenden resolver por medio del homicidio los problemas derivados de una unión de pareja legal imposibilitada. Si bien el tema es discutible por la intersección de normas morales y jurídicas, nos parece que por sus implicancias éticas, su tratamiento legal está plenamente justificado por el carácter institucional del matrimonio699. La norma legal, que sustituye a la contenida en el art. 6º de la Ley de 1884, impide al cónyuge sobreviviente contraer matrimonio con el imputado contra quien se hubiere formalizado la investigación respectiva por uxoricidio, aplicando la denominación impuesta por la reciente reforma procesal penal, o con quien hubiere sido condenado por ese delito, en calidad de autor, cómplice o encubridor. La LMC incorpora diversos cambios en la regulación precedente de la causal de incapacidad relativa, la cual adquiere las siguientes características. En primer lugar, además de la figura del condenado, alude al "imputado", el cual en aplicación de las normas del Código Procesal Penal debe entenderse referido a la persona a quien se atribuye participación en un hecho punible, incorporando por tanto también a quienes hayan participado como cómplices o encubridores; en segundo lugar, como ya se ha adelantado, comprende explícitamente la participación como autor, cómplice y, como novedad, al encubridor, tanto en el supuesto que afecta al imputado como el que alude al condenado; en tercer lugar, si se tratara de una misma persona, no exige respecto de ella que se hubiere dictado sentencia condenatoria, sino meramente que se hubiere formalizado la investigación en la calidad de imputado, ampliando el espectro de las personas incapacitadas; en cuarto lugar, para el caso del imputado, si se pronuncia sentencia absolutoria, cesa el impedimento y, en quinto, extiende la prohibición a todos los casos de homicidio y no sólo al homicidio calificado, como ocurría en la ley derogada 700. 297 CAPÍTULO IV EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL 1. Disciplina del consentimiento como requisito de validez de carácter material del matrimonio § Breve referencia a la teoría del consentimiento matrimonial. El requisito material del matrimonio se concreta en el consentimiento, es decir, en la concordancia de las dos declaraciones de voluntad, de ambos contrayentes, de querer contraer matrimonio, como acto jurídico. El consentimiento, por tanto, debe ser específicamente matrimonial, con lo cual los contrayentes asumen que deben cumplimentar entre sí los fines del matrimonio y acatar sus particulares efectos, para así constituir el estado matrimonial701. El consentimiento en el matrimonio es la unión con la que se asiente, la aceptación de la deliberación racional que constituye el fundamento del acto humano, a diferencia del amor pasional que simplemente sucede. El consentimiento constituye a la vez un acto personal e interpersonal, que viabiliza la tendencia natural que existe en cada hombre y mujer hacia la unidad conyugal, transformando una alianza concreta entre un determinado hombre y una determinada mujer, en un compromiso de naturaleza jurídica, pudiendo concluirse que, sin consentimiento, no se puede hablar con propiedad de acto humano702. En palabras de Salinas, "...es un acto de la voluntad, para el que es necesario el elemento intelectivo, esto es, conocer lo que es el matrimonio, para lo que se requiere suficiente uso de razón, conocimiento que, con ser necesario, es, sin embargo, insuficiente, pues es preciso, además, que lo que acerca del matrimonio se conoce en abstracto, en general, se proyecte a la vida personal y concreta de quien tiene que dar el consentimiento matrimonial" 703. El derecho canónico, fuente nutriente del derecho matrimonial civil 704, ha elaborado una relevante doctrina aplicable a la materia en estudio, en la cual el consentimiento constituye el elemento causal fundamental en la concepción cristiana del matrimonio, consistente en la entrega mutuamente consentida del 298 varón y la mujer, acto en el que el sacerdote solo recibe la promesa en nombre de la Iglesia, porque al igual que en el enlace conyugal romano, el asentimiento mutuo es el elemento fundamental705. Esta concepción, asentada a través de la historia, pasa a ocupar un lugar central en la tradición católica, especialmente a partir de la defensa efectuada por Pedro Lombardo y Hugo de San Víctor de la tesis patrocinada por los teólogos de su época, que consideraban al consentimiento como el elemento exclusivo generador del vínculo, el que a juicio de Lombardo hacía el matrimonio completamente indisoluble. Posteriormente, el Papa Inocencio III establecerá el principio fundamental de que el consentimiento hace el matrimonio, por lo que, a partir del siglo XIII la Iglesia aceptará en forma definitiva la tesis consensual respecto del matrimonio706. En la actualidad, está asentada la tesis de que, si no hay consentimiento, no hay matrimonio como un todo, vale decir, incluyendo tanto el momento fundacional como el pacto duradero que a partir de dicha prestación se origina707. En sede civil, asumiendo la naturaleza contractual del matrimonio, se desprende consecuentemente la necesidad de brindar a los contrayentes un marco normativo que asegure la libertad de la voluntad requerida para su validez, evitando la concurrencia de vicios que afecten dicha libertad y espontaneidad al momento de elegir al otro cónyuge708. Sin perjuicio del carácter de acto jurídico que reviste al matrimonio, actualmente generalizado en su aceptación709, la calificación específicamente contractual o de negocio jurídico del matrimonio no es asumida en términos unánimes. Por el contrario, se resiente su consideración como negocio jurídico precisamente por tratarse de normas de derecho de familia y, por ello, indisponibles como principio general ordenador. Clarificado el punto anterior, en tanto acto jurídico, el consentimiento no puede ser limitado ni condicionado, es decir, es un acto puro y simple, que no está sujeto a modalidad alguna. Asimismo, el consentimiento presupone la aptitud mental, ya exigida en el artículo 5º, números 3º y 4º, de la Ley de Matrimonio Civil. 299 § Régimen del consentimiento en la LMC: exigencia legal de libertad y espontaneidad del consentimiento para la válida celebración del matrimonio. La ley exige que la manifestación del consentimiento matrimonial se realice en forma libre y plena710, propósito que la ley asegura mediante una redacción actualizada de los requisitos de validez referidos a la manifestación del consentimiento, además de promover medidas administrativas tendientes a asegurar la información suficiente que exige la libertad de una persona para comprometerse civilmente. La relevancia que el legislador ha brindado al consentimiento para la validez del compromiso matrimonial, permite afirmar que, en múltiples aspectos, ha asumido el principio consensus facit matrimonium711, permitiendo a jueces y juristas indagar en la doctrina del consentimiento matrimonial elaborado por el derecho canónico, para ilustrar e interpretar el derecho matrimonial chileno. En efecto, la doctrina canónica considera al consentimiento de las partes, legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, como la causa eficiente del matrimonio, a partir de la distinción entre el matrimonio in fieri o consentimiento, y el matrimonio in facto esse, o vínculo conyugal712. En esta perspectiva, ha asentado la teoría que establece que el vínculo conyugal existe desde el momento de la manifestación válida del consentimiento entre los contrayentes713, sirviendo de antecedente imprescindible para fundar la diferencia entre nulidad y disolución del vínculo matrimonial, entre otras materias. En el derecho nacional, el estudio y análisis del consentimiento en el matrimonio involucra una revisión de las condiciones de carácter general, unido a la teoría de los actos y declaraciones de voluntad, y una valoración de las condiciones particulares o específicas del consentimiento matrimonial. Entre los requisitos o condiciones generales, se debe considerar que los contrayentes sean capaces de consentir, de manifestar su consentimiento y que este sea real y serio. Los contrayentes, además, deben manifestar efectivamente su consentimiento, validándolo en la medida que cuenten con suficiente juicio o discernimiento y consientan específicamente en contraer matrimonio. 300 § Vicios del consentimiento. El consentimiento requerido por el matrimonio debe ser prestado en forma libre y espontánea, es decir, debe estar exento de vicios que pudieran concluir en una acción de nulidad del matrimonio. El legislador, teniendo en vista dicho propósito, prescribe lo siguiente: "Falta el consentimiento libre y espontáneo en los siguientes casos: 1º Si ha habido error acerca de la identidad de la persona del otro contrayente; 2º Si ha habido error acerca de alguna de sus cualidades personales que, atendida la naturaleza o los fines del matrimonio, ha de ser estimada como determinante para otorgar el consentimiento, y 3º Si ha habido fuerza, en los términos de los artículos 1456 y 1457 del Código Civil, ocasionada por una persona o por una circunstancia externa, que hubiere sido determinante para contraer el vínculo". Complementa la norma precedente la prescripción contenida en el artículo 44 letra b, de la misma ley, en cuanto a la sanción de nulidad para aquellos casos en que el consentimiento no hubiere sido libre y espontáneo en los términos expresados en los números precedentes, contenidos en el artículo 8º. La reforma introducida por la Ley de Matrimonio Civil de 2004, referida al consentimiento matrimonial, modificó las causales consideradas por la ley precedente referidas a la ausencia de libre y espontáneo consentimiento matrimonial, suprimiendo la inclusión legal del rapto, manteniendo el poder dirimente de la fuerza junto con especificar su origen, amplió la procedencia, del error en las cualidades personales del otro contrayente y no alteró el tratamiento legal en esta sede del dolo y la simulación714. La LMC no considera el rapto como vicio del consentimiento, supresión a todas luces adecuada, no sólo por la obsolescencia de la figura, sino porque además puede considerársela incluida en el vicio de fuerza 715. La simulación y la reserva 301 mental tampoco fueron acogidas durante la discusión parlamentaria de la ley, según ya se ha visto. El dolo —que no fue incluido expresamente en la LMC— de acuerdo con lo prescrito por el art. 1458 del Código Civil vicia el consentimiento: "...cuando es obra de una de las partes, y cuando además aparece claramente que sin él no hubieran contratado". Al respecto, corresponde preliminarmente establecer la diferencia del matrimonio en tanto contrato, respecto de aquellos que tienen por objeto las obligaciones relacionadas con cosas, debiéndose recurrir necesariamente al marco legal especial que se erige considerando esta diferencia, que da pie para su consideración institucional, y en caso alguno al derecho común. A partir de esta precisión, en el matrimonio no procede su consideración en norma especial expresa, atendiendo el amplio margen que se abre a la posibilidad de fraude por una vía difícil de precisar con la objetividad que su aplicación requiere, coincidiendo en este punto con la opinión que entregan Claro Solar y otros autores, quienes siguen en la materia la tradición que proviene de los inspiradores del Código Napoleón, para quienes es evidente y normal que, en las relaciones que preceden a las nupcias, los futuros contrayentes adopten actitudes o realicen acciones que están destinadas a causar una impresión favorable en la pareja, las que pueden ser incluso calificadas de fraudulentas716. Una opinión en contrario es expresada por Mondaca, quien entiende no solo que dentro de la regulación del error en las cualidades, que efectúa el Nº 2 del artículo 8º de la nueva Ley de Matrimonio Civil, debe entenderse comprendido el error determinante para obtener el consentimiento matrimonial, con independencia de tratarse de un error doloso o no, sino que, además, considera que la LMC "ha incorporado el dolo como causal de falta del libre y espontáneo consentimiento en sede matrimonial", opinión en la cual incluye a otros autores con pronunciamientos recientes sobre la materia717. 302 La acción de nulidad fundada en la ocurrencia de los vicios descritos, corresponde exclusivamente al cónyuge que ha sufrido el error o la fuerza y prescribe en el término de tres años, contados desde que desaparece el hecho que origina el vicio de error o fuerza718. Analizaremos con mayor profundidad cada uno de estos supuestos en los siguientes apartados. 2. El error como vicio del consentimiento matrimonial § Tipos de error que obstan al consentimiento matrimonial. La norma considera como vicios del consentimiento en materia de error dos situaciones de diversa entidad y naturaleza, pues comprende en ella el error de identidad y el error en una cualidad personal. Veremos con mayor detenimiento ambos supuestos, incluidos en la noción de error de hecho, por cuanto su objeto es la persona misma del otro contrayente o sus cualidades, advirtiendo que una parte de la doctrina sostiene que se trataría de un error de vicio, el cual implica que se hace entrar en el juicio errado un cierto conocimiento —si bien equivocado— y una cierta voluntad que sigue a tal carácter, motivo por el cual están presentes los componentes esenciales del consentimiento, aun cuando sus presupuestos son anómalos. Se distingue, en la misma perspectiva doctrinaria, del denominado error obstativo, que corresponde sólo a una manifestación de voluntad del todo discordante de la voluntad interna, por deficiencia del medio de expresión719. § Error de identidad. Respecto del error de identidad, prescribe la ley que falta el consentimiento libre y espontáneo, según dispone el artículo 8º número 1º de la LMC, "Si ha habido error acerca de la identidad de la persona del otro contrayente". Esta norma debe concordarse con la prescripción establecida en el artículo 1455 del Código Civil, que señala lo siguiente: 303 "El error acerca de la persona con quien se tiene intención de contratar no vicia el consentimiento, salvo que la consideración de esta persona sea la causa principal del contrato". Por tanto, y superando cualquier debate histórico, el error en la identidad de la persona se refiere al error en la identidad física720. El error, entendido como defecto del entendimiento, es una falsa construcción de un suceso hecha por el sujeto, en virtud de la cual este tiene o se forma un juicio falso o equivocado de la realidad, es decir, de una persona, una cosa o un acontecimiento. Se aplica especialmente en el caso del matrimonio, en tanto se caracteriza como un contrato intuitu personae. El matrimonio se celebra entre dos personas determinadas y, por ello, el error acerca de la persona con la que se pretende contraer lo hace inválido. La regla general establece que el error acerca de la persona con quien se tiene intención de contratar no vicia el consentimiento, como ocurre en una venta al contado de una mercadería, en que al vendedor no importa quien compró, en tanto pague el precio convenido. Sin embargo, esta no es la situación que acontece en los actos jurídicos que se celebran en consideración a la persona con la cual se pacta un contrato, pues el hecho de tratarse de un sujeto con sus características personales distintivas es el factor determinante, tenido a la vista para establecer la vinculación o relación jurídica. Este es el caso del matrimonio, que claramente es un contrato personalísimo, intuitu personae, en que las personas que celebran el matrimonio lo hacen basadas en el supuesto esencial de la identidad propia y diferenciada, que lo distingue y le otorga la individualidad percibida por el otro. Excepcionalmente, puede presentarse una situación de error en la identidad de la persona del otro contrayente, lo que puede ocurrir en los matrimonios por medio de poder, en que un mandatario concurre en nombre y representación de otra, pudiendo eventualmente producirse una suplantación de personas. En todo caso se trata de la aceptación 304 del error de hecho, como es el caso de un contrayente que no conoce personalmente al otro721. Pese a la dificultad práctica de su ocurrencia, el error de identidad o sobre la identidad física del otro contrayente constituía la única clase de error que consagraba la Ley de 1884, descartando plenamente el error de derecho, aun cuando, según parte de la doctrina, habrían existido opiniones que postularon una comprensión más amplia que incluyera también la referencia a las cualidades personales722. Un problema contemporáneo que amerita detención es el referido al error de género, el que tiene lugar cuando no existe concordancia entre el género asumido para sí por una persona y el sexo que se le ha reconocido al nacer con base en sus caracteres sexuales externos, graficado además en su nombre723. Sobre el punto, se ha planteado el problema de la validez de un matrimonio, cuando uno de los cónyuges procede a dar curso a un cambio en su identidad de género, lo que podría derivar en una causal de nulidad matrimonial. Al respecto, se responde que es posible y perfectamente legítimo que el consorte del solicitante quiera seguir unido por ese vínculo pese a la modificación de la identidad de género del otro, aunque conforme a las reglas generales podría ser alegada la nulidad del matrimonio por falta del consentimiento libre y espontáneo al haber error acerca de la identidad de la persona del otro contrayente724. Asimismo, podría sostenerse que el matrimonio existente o el que en el futuro quisiera celebrarse, sería de carácter homosexual, ante lo cual cabe afirmar que cuando el solicitante casado o casada cambia de sexo, la partida de su matrimonio reflejaría que este ha sido contraído por personas del mismo sexo. Concebido el matrimonio homosexual como el celebrado por contrayentes del mismo sexo biológico registral, existiría un matrimonio homosexual sobreviniente, independientemente de la orientación sexual que ellos tengan, pudiendo dejarse sin efecto vía nulidad. El matrimonio que celebre en el futuro la persona que ha cambiado su identidad de género (ha cambiado su sexo) no debe ser considerado como matrimonio homosexual automáticamente, 305 toda vez que ello sólo se produciría si el sujeto tiene orientación homosexual. Siguiendo a Lathrop, tendrá lugar si habiendo cambiado de sexo masculino a femenino, quisiera casarse con alguien de sexo femenino o, si siendo de sexo femenino, ha pasado a tenerlo masculino y quisiera contraer matrimonio con otro individuo de sexo masculino. En ambos casos, de acuerdo a la legislación actual, no podría contraer matrimonio"725. § Error en cualidad personal. El segundo supuesto considerado en la ley corresponde al error in qualitate, en que las cualidades deben ser personales, de entidad objetiva y de entidad subjetiva determinantes del propio consentimiento. Falta el consentimiento libre y espontáneo, según el artículo 8º número 2º de la LMC: "Si ha habido error acerca de alguna de sus cualidades personales 726 que, atendida la naturaleza o los fines del matrimonio, ha de ser estimada como determinante para otorgar el consentimiento". Esta norma ha sido fuente de abundante polémica, primero, por la novedad que implica su introducción en el ordenamiento chileno, pues, tal como se ha advertido en el número precedente, el error acerca de la identidad de la persona del otro contrayente era la única clase de error aceptado por la ley hasta entonces vigente. En el supuesto regulado por la ley vigente, se exige que se trate de una cualidad personal, que pueda ser juzgada objetivamente para poder atender si esa cualidad ha sido determinante para conceder el consentimiento, dados la naturaleza o los fines del matrimonio727. Asimismo, han sido temas de debate doctrinario tanto la fuente de la norma legal como los criterios aplicables para la apreciación de las cualidades sobre las que recae el error. Según Mondaca, la cualidad debe ser personal, común, positiva o negativa, de diversa naturaleza, estable, desconocida por el que alega el error y presente al 306 momento de la celebración del matrimonio728. Así entendido, la cualidad debe ser personal, no pudiendo tratarse de una cualidad de un tercero que afecte indirectamente a la persona, como la mala reputación de un familiar; común, en el sentido que la cualidad no necesariamente es exclusiva del otro cónyuge, sino que la puede también tener otra persona; positiva o negativa, en el sentido que la prestación del consentimiento podría estar ligada a una cualidad o a la ausencia de ella, como ocurre en la impotencia generandi; puede ser una cualidad física, pero también de naturaleza moral, social o jurídica; estable, así entendida porque no desaparece en un corto tiempo; y, además de concurrir al momento de la celebración del matrimonio, debe ser desconocida por aquel que alega el error 729. § Antecedentes y supuestos de la recepción legal del error en cualidad personal. En cuanto al origen, cabe señalar que la norma había sido incluida en el proyecto de 1997, como parte del artículo que regulaba el error de identidad del contrayente, siendo luego ubicada en capítulo separado, haciendo una lectura libre del canon 1097 del Código de derecho canónico730. Sin embargo, además del antecedente canónico, rolaban ya otros precedentes en el derecho comparado, concretamente en el Código Civil alemán y, con evidente cercanía, tanto por redacción como por contenido, con el número 4 del artículo 73 del Código Civil español, que dispone: "Es nulo, cualquiera que sea la forma de su celebración: 4º El celebrado por error en la identidad de la persona del otro contrayente o en aquellas cualidades personales que, por su entidad, hubieren sido determinantes de la prestación del consentimiento"731. Sin embargo, el legislador amplió la procedencia del error, sumando el error en las cualidades personales del otro contrayente, norma proveniente, como ya se indicó, del canon 1097 del Código de Derecho Canónico y no del artículo 73 Nº 4 del Código Civil español, como algunos autores han sustentado. 307 El supuesto de ocurrencia tiene base en la consideración tradicional del consentimiento como "intercambio interpersonal realizado por las personas y sin otro contenido que ellos mismos", a partir de lo cual es necesario asumir que dicho acuerdo se realiza a través de la imagen intencional que cada persona transmite de sí misma, con el ánimo de provocar en la otra una aceptación de su persona íntegra por medio de aquella imagen, que el otro debe aceptar. Si la imagen está viciada, sin culpa en el caso del error y deliberadamente en el caso de existir dolo, la relación es irreal en su mismo origen732. Doctrinalmente, prima la apreciación en torno a la necesidad de excluir del concepto la consideración indiscriminada de cualquier cualidad del otro contrayente, ya que, al igual que en cualquier elección que realiza un individuo a lo largo de su vida, lleva ínsita la posibilidad de equivocación por discordancia entre la realidad y las expectativas que la persona se ha formado con base en la información disponible. Por ello, la aplicación de la causal de nulidad exige estar en presencia de antecedentes objetivos que se relacionen directa e inevitablemente con los fines del matrimonio como institución social, o de un caso concreto de matrimonio, para el efecto de calificar en este último caso la impotencia coeundi como esencial y determinante en la decisión de consentir en el matrimonio por parte de una persona. § Características del error en cualidad personal. Sobre los caracteres que configuran esta forma de error, las opiniones coinciden en ciertos aspectos determinantes733: 1º. Es central en la consideración de la causal que vicia el consentimiento, la existencia de un error, que es lo que origina el vicio del consentimiento, y no la cualidad, que para constituir el supuesto es accesoria; 2º. El error debe recaer en alguna cualidad inherente a la persona del otro contrayente, vale decir, radicada en la persona del otro contrayente y no fuera de ella; 308 3º. La cualidad personal ha de ser permanente para que determine objetivamente al contrayente para prestar el consentimiento matrimonial; 4º. La cualidad deberá ser suficientemente grave, para que genere el mismo efecto de determinar objetivamente al contrayente para prestar el consentimiento matrimonial; 5º. Los criterios para calificar lo determinante de la cualidad personal, deben estar referidos a la naturaleza o los fines del matrimonio. Por tanto, además de la existencia del error, que es la causal que vicia el consentimiento, es preciso que sea inherente a la personalidad, que sea permanente y que sea tan serio y grave que determine el consentimiento. § Criterios determinantes para calificar el error en cualidad personal. En relación con los criterios determinantes para calificar la cualidad personal, indicados precedentemente, su entidad ha sido motivo de debate en la doctrina. Mondaca distingue al efecto dos posibilidades que existen en la apreciación de la entidad de las cualidades, a saber, la aplicación de un criterio subjetivo en primer lugar, en virtud del cual se ha de considerar la gravedad que representa el error para el cónyuge que lo ha padecido y, en segundo lugar, un criterio objetivo en virtud del cual debe tenerse presente si la cualidad es determinante para otorgar el consentimiento, atendiendo a su propio peso y gravedad. La relevancia del tema, según este autor, radica en el efecto no deseado de una alegación con mayor facilidad del error en cualidad734. Nuestra opinión comparte con quienes así lo han sostenido 735, que el criterio aplicado por el legislador es de carácter objetivo, toda vez que exige que el error cualidad personal ha de ser permanente y grave para que determine objetivamente la prestación del consentimiento por parte del contrayente que da lugar a la cuestión debatida. 309 En general, el consentimiento se dirige a una persona determinada y no a sus cualidades, incluso aunque sea causa del contrato, por lo que constituye una excepción si la cualidad se pretende directa y principalmente, en cuyo caso la cualidad integra el objeto del consentimiento, incluso con preferencia sobre la persona del contrayente. Aquí el error se convierte en sustancial, ya que la cualidad se ha convertido en objeto directo del consentimiento, por lo que desapareciendo la cualidad naturalmente no existe el consentimiento" 736. En tal sentido, se ha de asumir la presencia de una relación de mayor complejidad, que supera el mero conocimiento superficial de una pareja y que exige considerar la "intención, la atención efectiva y afectiva hacia una determinada cualidad, en cuanto percibida, querida, ofrecida y aceptada por ambos consencientes, integrada por tanto en la relación interpersonal"737. Visto lo anterior, comentaremos con mayor detención la referencia a la naturaleza y fines del matrimonio738. Respecto de la referencia a la naturaleza del matrimonio, dificulta apreciar el sentido de aplicación del error en cualidad, a menos que se refieran fundamentalmente al consentimiento, en cuyo caso es preferible reconducir la cualidad a una de las nuevas incapacidades definidas en la ley. El sentido correcto, por tanto, debe vincular la naturaleza del matrimonio no en su especificidad contractual o negocial, sino en el concepto de comunidad de vida que implica el matrimonio739. Por su parte, la referencia a los fines del matrimonio es clara en su sentido, toda vez que se aplica a los fines del matrimonio indicados en la definición de matrimonio contenida en el art. 102 del CC, que son vivir juntos, procrear y auxiliarse mutuamente. A la luz de la naturaleza y los fines del matrimonio, procede examinar algunos casos ilustrativos del sentido de la norma, toda vez que el legislador no ha enumerado las cualidades personales que pueden originar el error. Respecto de los casos de error comprendidos, se rechazan de plano algunos, como el error sobre el 310 patrimonio o posición social del otro contrayente, lo que parece a todas luces acertado, toda vez que los bienes que tenga una persona no constituyen una cualidad personal radicada en su persona740. Por el contrario, se deben considerar a lo menos como contenido de los fines matrimoniales susceptibles del tipo de error en análisis, la impotencia en relación con el fin de procreación, el auxilio mutuo y la comunidad de vida, ya vista con ocasión de la naturaleza del matrimonio. § El error en cualidad personal en el caso de la impotencia coeundi. La consideración del error en cualidad en la impotencia coeundi, sin perjuicio de los casos enunciados, concita en general el acuerdo de la doctrina, tal como también lo entendieron los legisladores luego de su discusión en la Comisión del Senado. Sobre el punto, al derogarse el impedimento de impotencia perpetua e incurable, por las razones ya vistas en su oportunidad, los legisladores manifestaron que la impotencia podía constituir un error en las cualidades personales, si al momento de celebrar el vínculo, uno de los contrayentes se formó una errónea impresión, sobre la normal condición de su futuro cónyuge para sostener relaciones sexuales. Durante la vigencia de la ley precedente, no había acuerdo sobre el carácter de la impotencia cubierta como impedimento por la ley, pues existía jurisprudencia que la aplicaba tanto en casos en los que concurría la imposibilidad para efectuar el acto sexual, como también en casos de esterilidad, todo ello basado en la ausencia de distinción legal741. Sin embargo, en la actualidad, además de la interpretación históricamente más aplicada y que la restringía a la impotencia coeundi, no se puede soslayar la propia discusión parlamentaria que así lo consideró al eliminar la disposición que en tal sentido había incorporado la indicación sustitutiva del Ejecutivo. En contra se pronuncia Troncoso, quien sostiene que el problema observado durante la vigencia de la Ley de 1884 puede volver a plantearse, ahora "en relación con la impotencia o la esterilidad como fundamento de un error en las cualidades personales que, atendida la naturaleza o fines del matrimonio, ha de ser estimada como determinante para otorgar el consentimiento" 742. § El error en cualidad personal en el caso de la homosexualidad. Se ha discutido, sin existir acuerdo entre los autores que se han ocupado del tema, si la 311 homosexualidad no declarada podría incluirse dentro de esta causa743. Al respecto, habría que señalar que la condición homosexual no es constitutiva de falta por violación grave de los deberes y obligaciones que importa el matrimonio, sino que la conducta homosexual, lo que efectivamente por esta causa permite demandar el divorcio. Sin perjuicio de lo dicho, puede ser incluida como un error en las cualidades propias de la masculinidad, en el caso de una mujer que reconocía en su pareja a un varón en el período previo a contraer matrimonio, pues este simulaba ser lo que no era en realidad. Lo propio aplica en el caso de un varón respecto de una mujer, pero dejando a buen recaudo que la dificultad del caso estriba en establecer las cualidades esenciales del varón y de la mujer, sin caer en estereotipos no aceptables en la actualidad. Cabe, sin embargo, precisar a qué acepción de la homosexualidad sería aplicable la causal, descartándose de plano la ambigüedad de la identidad sexual, propia de la adolescencia y que suele ser pasajera al completar su proceso de maduración. En tal sentido, aplicaría la causal en la ocurrencia del supuesto de orientación homosexual, definido como "la atracción que tiene como objeto de enamoramiento/sexualidad, predominante o exclusiva, a una persona del mismo sexo, y que suele conocerse también con el nombre de homoerotismo"744. En este supuesto, el contrayente es inducido a un error sobre la orientación sexual del otro contrayente, lo que atendidos los fines y la naturaleza del matrimonio determina el consentimiento, pues una mujer naturalmente desea formar una comunidad de vida con su pareja, recíprocamente asumidos de su complementariedad en lo femenino y masculino, en un propósito finalista que es frustrado por la orientación permanente del varón que es su pareja, a buscar y procurar dicha complementariedad en otro varón. El supuesto, recalcamos, no cubre el incidente más o menos prolongado de la adolescencia ni tampoco la conducta posterior, también de carácter permanente o incidental, que puede sin embargo tener su origen en la orientación homosexual, 312 manifestada luego en un comportamiento. Este último caso es constitutivo de la causal de divorcio contemplada en el artículo 54 Nº 4º de la LMC. Finalmente, si uno de los contrayentes ha asumido la "identidad homosexual", es decir, si ha aceptado personalmente y anunciado socialmente su orientación sexual y se siente incluido en la comunidad gay o lésbica, asumiéndose a sí mismo como parte de dicha cultura, siendo público dicho estado, se supone advertido y considerado por la pareja que desea contraer matrimonio y, por consiguiente, no invalidaría el matrimonio. § El error en cualidad personal en el caso de disparidad de creencias religiosas y culto. Otro caso en que aplicaría el supuesto de error cubierto por la norma corresponde a la disparidad de cultos, no advertida oportunamente por el otro contrayente. Tiene lugar en aquellos casos en que la religión del cónyuge contenga en su relato de fe o en el corpus definitorio de su organización jurídica, una cierta y determinada concepción del matrimonio, de su naturaleza y de sus fines, absoluta o parcialmente contradictoria con los postulados a los cuales adhiere quien advierte el problema745. Así, por ejemplo, el matrimonio meramente civil entre una mujer cristiana y un varón musulmán, pertenecientes a una misma comunidad nacional, como podría ocurrir con la comunidad de origen palestino en Chile, probablemente redundará en diferencias inconciliables cuando se manifieste la propensión a la aceptación de la poligamia por parte del marido, aunque sea en el plano de las normas de trato social y no en el marco jurídico legal vigente. En forma similar debería interpretarse el error en que ha incurrido un cristiano católico romano, que desposa a una cristiana protestante que no concibe al matrimonio ni como sacramento ni como indisoluble, lo cual es advertido luego de celebrado el matrimonio en su forma civil. Sin perjuicio de la precisión precedente, la inclusión de este tipo de error ha generado también rechazo en quienes han entendido en ella una imprudente amplitud de las causales de nulidad que pueden ser invocadas, excesivamente subjetivas, afectando la estabilidad del matrimonio746. 313 § Extensión impropia del error con la ignorancia del derecho. Finalmente, debe rechazarse toda extensión de la consideración del error, al supuesto de hecho de la ignorancia del instituto matrimonial, descartado civilmente por la presunción de derecho referida al conocimiento de la ley, contemplada en el art. 8º del Código Civil y excéntrico respecto de los supuestos contenidos en el art. 5º número 4º de la LMC. Sin perjuicio de lo anterior, admite interés académico la discusión sobre la ignorancia de la sustancia del matrimonio, contemplada en el c. 1096 y definida por la doctrina como la carencia de un conocimiento que se puede y debe tener. Esta definición ha dado pie para que, considerando que la incapacidad implica el presupuesto de poder algo y el imperativo de contar con ese algo, sea aplicable plenamente al matrimonio como un vicio del consentimiento. Sin embargo, los propios canonistas han resuelto su naturaleza jurídica y consiguiente ubicación en el Código de Derecho canónico como una incapacidad, toda vez que asume el entendimiento como un "presupuesto cognoscitivo necesario para la existencia del consentimiento", por lo que, "faltando un conocimiento mínimo del matrimonio, más que vicio o anomalía del consentimiento, lo que hay es imposibilidad de existencia del consentimiento, por falta de su presupuesto intelectivo previo"747. 3. La fuerza como vicio del consentimiento matrimonial § Consideración de la fuerza como vicio del consentimiento en la LMC. En cuanto a la fuerza, el legislador mantuvo el poder dirimente del consentimiento matrimonial en el evento de fuerza, aunque el legislador especificó su origen, determinando que puede provenir tanto de una persona como de una circunstancia externa" 748. Falta el consentimiento libre y espontáneo, según el artículo 8º número 3º de la LMC, "Si ha habido fuerza en los términos de los artículos 1456 y 1457 del Código Civil, ocasionada por una persona o por una circunstancia externa, que hubiere sido determinante para contraer el vínculo". A su vez, el artículo 1456 del Código Civil dispone lo siguiente: 314 "La fuerza no vicia el consentimiento, sino cuando es capaz de producir una impresión fuerte en una persona de sano juicio, tomando en cuenta su edad, sexo y condición. Se mira como una fuerza de este género todo acto que infunde a una persona un justo temor de verse expuesta ella, su consorte o alguno de sus ascendientes o descendientes a un mal irreparable y grave. El temor reverencial, esto es, el solo temor de desagradar a las personas a quienes se debe sumisión y respeto, no basta para viciar el consentimiento". Por su parte, el artículo 1457 prescribe: "Para que la fuerza vicie el consentimiento no es necesario que la ejerza aquel que es beneficiado por ella; basta que se haya empleado la fuerza por cualquiera persona con el objeto de obtener el consentimiento". Para que vicie la voluntad del sujeto, por tanto, la fuerza debe ser actual, grave, determinante y obra de cualquier persona o de una circunstancia externa. La actualidad o inminencia de la fuerza implica que debe ser concurrente en el momento de la celebración del matrimonio. La fuerza no impide el consentimiento, ya que en última instancia, frente a la violencia que se le aplica, el sujeto opta por consentir antes que por sufrir la acción violenta en su contra, ante lo cual, como el consentimiento no se da en condiciones de libertad, puede ser declarada la nulidad del acto consentido en esta anómala forma. Asimismo, la fuerza que vicia el consentimiento debe ser injusta, en el sentido de constituir una coacción marginal o contraria a la ley749. La norma considera dos figuras de distinta entidad y frecuencia, a saber, la coacción o violencia física y, en segundo lugar, el miedo grave o violencia moral. En los dos casos, la fuerza debe ser ejercida sobre el sujeto de modo tal que se contraiga o se obligue contra su voluntad a contraer el matrimonio. § Violencia física. En lo que respecta a la primera situación o supuesto, la violencia física, es decir, la coacción física y material ejercida sobre los órganos de expresión 315 del sujeto, para obtener su consentimiento, esta tiene un carácter marcadamente físico, generándose un comportamiento que excluye total y materialmente la libre voluntad del sujeto y lógicamente invalida el matrimonio. La coacción priva físicamente de la voluntad. § Temor o violencia moral. En lo que respecta a la segunda situación o supuesto, el miedo o violencia moral, existe una intervención de fuente externa sobre el sujeto, de modo tal que se fuerza su voluntad. Supone la concurrencia de una amenaza de un mal que provoca una anulación o limitación de la voluntad, es la base del consentimiento. El miedo no priva toda la libertad de decisión personal de un individuo, aunque la limita considerablemente. En los casos cubiertos por el supuesto normativo, el sujeto acepta contraer matrimonio, pero por causa del miedo que provoca en él la amenaza de un mal determinado750. § Característica de la fuerza como vicio del consentimiento matrimonial. Por tanto, la fuerza que vicia el consentimiento matrimonial consiste en apremios físicos o morales que se ejercen sobre una persona para que consienta en celebrar el vínculo motivado por el miedo o temor. La fuerza aplicada sobre el contrayente o sobre ambos, debe ser grave, siendo suficiente que sea relativamente grave, esto es, que el mal que intimida a la persona afectada considera para su calificación su edad, carácter, sexo, y teniendo en cuenta también a la persona que lo infiere y el modo en que el sujeto paciente lo percibe. La fuerza deberá ser actual, concreta y no sujeta a un plazo, tampoco hipotética. La fuerza deberá ser injusta, es decir, no corresponde alegar como vicio la aplicación de fuerza legítima de la autoridad legalmente constituida. La fuerza puede provenir del otro contrayente en forma directa o de un tercero 751 —un familiar, por ejemplo— siempre que no se trate de un temor meramente reverencial, es decir, el temor de desagradar a una persona a la cual se debe 316 sumisión y respeto o en que se dan especiales vínculos de afecto y subordinación, como entre padres e hijos y se amenaza con la ruptura de tales vínculos. El supuesto de ocurrencia de fuerza física, sin embargo, es discutido, pues algunos autores consideran que la norma solo se aplica a la fuerza moral o temor y no a la fuerza física, ya que en presencia de este supuesto se estaría ante un caso de inexistencia752. La LMC ha ampliado el ámbito de procedencia de la fuerza, al declarar que ella puede ser ocasionada no solo por un acto de una persona determinada, sino también por una circunstancia externa, en relación con la cual el legislador tuvo presente la presión social que implica un embarazo no deseado. En esta línea, Corral afirma que "si el consentimiento matrimonial es prestado por el miedo o temor que surgen como resultado no de un acto personal, sino de una situación de peligro o riesgo que impele a contraer matrimonio, podrá declararse la nulidad. Pero sea que la fuerza provenga de una persona o de las circunstancias externas, es necesario que la fuerza haya sido determinante para contraer el vínculo matrimonial"753. 317 TÍTULO III LA FORMA JURÍDICA DEL MATRIMONIO. CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO. SISTEMAS MATRIMONIALES. MATRIMONIO CIVIL Y MATRIMONIO RELIGIOSO EN EL RÉGIMEN LEGAL CHILENO CAPÍTULO I LA FORMA JURÍDICA DEL MATRIMONIO 1. Concepto e importancia § Concepto. La forma de celebración del matrimonio es la exteriorización, en modo solemne, del consentimiento matrimonial. Su importancia se justifica en la realización del sentido auténtico del matrimonio, de modo tal que, como un elemento específico del negocio jurídico distinto del consentimiento, puede ser definido como "un instrumento receptivo del consentimiento declarado de las partes, encaminado a dar una noticia objetiva del acto realizado para su relevancia en el orden jurídico" 754. Por tanto, junto con el consentimiento matrimonial, es necesaria la observancia de la forma jurídica legalmente prevista. En los contratos y, con mayor especificidad, en los negocios jurídicos, el intercambio de consentimiento recíproco que caracteriza a estos actos jurídicos consta en instrumentos públicos o privados. En la especificidad matrimonial, este consentimiento recíproco debe materializarse en la forma legalmente prescrita, la cual involucra la participación de una autoridad, pública o eclesiástica, según las características del sistema matrimonial que lo regula. El matrimonio, por tanto, es un negocio jurídico solemne, es decir, de aquella clase de negocios que debe celebrarse en una forma determinada, llamada forma ad solemnitatem o ad substantiam, constituyéndose como un elemento esencial del 318 mismo, en que la ausencia o el incumplimiento de esta modalidad determina que el negocio será inexistente en el primer caso y nulo en el segundo. § Evolución de la importancia atribuida a la forma. La exigencia de la formalidad en el matrimonio se remonta en el tiempo hasta el Concilio de Trento, pues, hasta dicho momento histórico, la doctrina medieval había aceptado la celebración de matrimonios que carecían de todo tipo de formalidades, como el matrimonio clandestino y en general los llamados "informes". Los matrimonios formales o públicos, que eran los celebrados ante la Iglesia y con ciertas formalidades, en la práctica tampoco tenían exigencias mayores en este plano, toda vez que generalmente coincidían en una ceremonia litúrgica que la Iglesia añadía a la unión de un hombre con una mujer, celebrada según las normas establecidas por el Derecho romano o por el derecho germánico755. La relevancia histórica de la forma jurídica de celebración del matrimonio se consolidó primero de la mano de la doctrina tridentina y luego con la preeminencia progresiva del matrimonio civil, a contar del siglo XIX. Ambos impulsos obedecieron a propósitos radicalmente distintos, toda vez que en el caso del matrimonio canónico tuvo por objetivo inicial revestir a la unión conyugal de una forma litúrgica que brindara o reforzara el significado religioso atribuido por el cristianismo, alejándolo de la mera reducción profana y de la desacralización promovida por la Reforma luterana. El matrimonio civil, por su parte, afirmó la forma civil con un claro propósito de establecer la competencia estatal sobre la celebración del matrimonio, evitando la subsistencia de matrimonios meramente religiosos celebrados en este carácter como rebeldía a la sucesión de reformas laicas suscitadas a fines del siglo XIX en Occidente. Sin embargo, tanto el matrimonio civil como el religioso coincidieron en la necesidad de la publicidad de la celebración, como un medio idóneo para controlar y luego evitar la poligamia y el engaño de los contrayentes, a la vez que respondió 319 a la progresiva preponderancia del principio de seguridad jurídica, afín a ambos sistemas jurídicos756. § Forma del acto y forma de la declaración. Se puede diferenciar la forma del acto o forma de recepción, de la forma de la declaración del consentimiento o forma de emisión, permitiendo definir la forma del acto como un instrumento receptivo del consentimiento manifestado, en tanto que la forma de la declaración es el medio de emisión del consentimiento. Por tanto, la forma, como elemento específico del negocio jurídico diferenciado del consentimiento, "es un instrumento receptivo del consentimiento declarado de las partes, encaminado a dar una noticia objetiva del acto realizado para su relevancia en el orden jurídico"757. En esta perspectiva, la forma constituye principalmente un medio de publicidad del acto que, además de brindar seguridad jurídica, tanto entre las partes como respecto de terceros, "sustrae la suerte jurídica ulterior del acto y sus efectos, del arbitrio de una de las partes frente a la otra y de ambos frente a terceros". 2. Funciones de la forma § Noción introductoria. La forma en el matrimonio cumple al menos cinco funciones, a saber, de exteriorización de la voluntad individual conducente al matrimonio, de publicidad de la celebración del acto, de prueba del acto jurídico realizado, de pedagogía social y una función conservadora de las ideas que identifican a una comunidad determinada respecto de ciertas instituciones privilegiadas, como el matrimonio. Sus efectos concretos son la seguridad y la certeza. § Función de publicidad. La publicidad de la celebración del acto permite dar a conocer públicamente la existencia del matrimonio, favoreciendo la necesaria 320 protección de los intereses del otro cónyuge, de la familia formada y de los terceros, acto que sin esta exigencia quedaría enteramente entregado al honor de las partes, tras lo cual muchas veces se incuba una injusticia de trato respecto del cónyuge más vulnerable758. Si bien los sistemas legales no son del todo eficientes en cuanto a cumplir este objetivo, cabe aquí también destacar la función preventiva y disuasiva de la comisión de la bigamia. La función receptiva de la forma se materializa, por tanto, y de modo principal, en la publicidad del acto, lograda por la existencia de fedatarios o personas que dan cuenta fidedigna de su realización, los que pueden ser de carácter privado, como los testigos, o de carácter público, como en el caso del funcionario gubernamental o público. En ambos casos, se refuerza la publicidad y la seguridad jurídicas mediante la inscripción registral, acto usual en la forma civil y en la religiosa, como veremos oportunamente. § Prueba de la realización del matrimonio. La segunda función distinguible y constitutiva de un relevante efecto práctico es permitir la prueba de la realización del acto jurídico, pues al Estado le interesa que quede constancia fehaciente de los matrimonios celebrados en cualquiera de sus formas, arbitrando para ello un sistema de prueba constituido por el servicio público del Registro civil. Junto con la publicidad, constituyen una función eminentemente de seguridad jurídica. § Exteriorización de la intención de los contrayentes. La tercera función de la forma matrimonial es que permite exteriorizar la intención de los contrayentes en orden a contraer matrimonio, de modo tal que la manifestación de la voluntad significa el compromiso que, hasta ese momento, sólo era un propósito del individuo radicado en su fuero interno. La forma, en relación con esta función, acompaña el tránsito desde una norma moral a una norma jurídica, y presupone la existencia del consentimiento y su seriedad y libertad en la emisión759. § Función pedagógica. En cuarto lugar, cumple una función pedagógica, en el sentido de que, al considerar que la solidez de todo progreso descansa sobre una cierta continuidad histórica, la forma de los actos infunde en las generaciones que 321 se suceden en una comunidad el sentido de la lejanía histórica y de continuidad en la práctica de la vida760. § Función conservadora de la institución matrimonial. Finalmente, cumple una función conservadora de la institución matrimonial, en tanto le proporciona el necesario soporte de una forma exterior, que impide que se desvanezca el sentido de su valor moral en la eventualidad de un contorno social que los olvidó. Esto es posible, en tanto la suerte de aquellas ideas ligadas a formas fijas e imperecederas, históricamente se demuestran con mayor vitalidad761. 322 CAPÍTULO II SISTEMAS MATRIMONIALES 1. Concepto e importancia § Concepto. La introducción del reconocimiento del matrimonio religioso, con efectos civiles en la LMC, determina la necesidad de considerar la noción de sistemas matrimoniales y revisar someramente la experiencia comparada sobre la materia. El concepto de sistema matrimonial hace referencia a la ordenación jurídica del matrimonio realizada por el Estado. Con mayor especificidad, Ferrer define como sistema matrimonial a "la fórmula jurídica empleada por el legislador para delimitar los términos de la obligatoriedad y eficacia de los diversos regímenes matrimoniales —civiles, religiosos, o civiles y religiosos al mismo tiempo— que concurren en el seno de un ordenamiento"762. Sin perjuicio de lo anterior, la doctrina acostumbra a clasificar los sistemas matrimoniales en función de las relaciones entre el matrimonio religioso y el matrimonio civil, siendo la clasificación que goza de mayor respaldo aquella centrada en el momento constitutivo del matrimonio. Otra perspectiva atiende a la forma del matrimonio, distinguiendo según la manera en que las normas que definen la decisión del Estado, regulan la forma o formas en que puede celebrarse el matrimonio con eficacia jurídica y las normas jurídicas sustantivas reguladoras del matrimonio contraído en una determinada forma. En tal mirada, se distingue entre sistemas que no exigen una forma determinada, aquellos que reconocen sólo una forma determinada y los sistemas de reconocimiento plural763. Al respecto, cabe comentar que, generalmente, la forma del matrimonio determina su régimen jurídico, aunque excepcionalmente también existen sistemas legales que no consideran independiente la forma de celebración, ya que al menos en parte sus efectos se rigen exclusivamente por la legislación del Estado y no por 323 los efectos que se siguen de su forma de celebración. Finalmente, en doctrina se distingue también el sistema meramente consensual, caracterizado por la ausencia de formalidades, pues se valora como suficiente el consentimiento de los cónyuges para que el matrimonio se considere celebrado764. 2. Clasificación de los sistemas matrimoniales § Criterios de clasificación. La clasificación basada en el momento constitutivo del matrimonio, la cual seguiremos, distingue entre el sistema facultativo, el sistema de matrimonio civil con forma optativa civil o religiosa, el sistema de matrimonio civil obligatorio y el sistema de matrimonio de carácter religioso. § Sistema facultativo. El sistema facultativo, en términos generales, es aquel que admite optar entre el matrimonio civil y uno o más matrimonios religiosos válidos, reconociendo el derecho de los ciudadanos para celebrar un matrimonio civil o religioso, ambos con los mismos efectos jurídicos. En estos casos se trata de un sistema estatal de matrimonio que considera como válidas las formas religiosas, que admite la celebración religiosa del matrimonio y le reconoce eficacia 765. § Sistema facultativo de tipo latino o católico. Este sistema es una variante del anterior, y consiste en que junto al matrimonio civil sometido en todo a su jurisdicción, el Estado reconoce el derecho sustantivo matrimonial de la Iglesia católica, lo que incluye las normas canónicas sobre capacidad, impedimentos y requisitos de validez, así como los efectos civiles de las decisiones eclesiásticas de separación, nulidad y disolución de dicho matrimonio. No es, por tanto, una mera opción de formas de celebración. Los sistemas facultativos tienen lugar en países que han separado formalmente la Iglesia del Estado, generalmente en el marco de procesos de secularización producidos durante la segunda mitad del siglo XX, pero con gran arraigo social de sus religiones principales: España (católica), Portugal (católica), Grecia (ortodoxa), Italia (católica). En América es el caso de Brasil, Colombia y República Dominicana. En forma dual se aplica en Portugal y República 324 Dominicana, entre el matrimonio civil y el matrimonio canónico católico. En Argentina, se ha dado ya inicio a un incipiente debate sobre la adopción del sistema facultativo, centrándose en la posibilidad de reconocimiento de efectos civiles al acto de celebración del matrimonio. § Sistema pluralista mixto. Este sistema tiene lugar en Italia, donde los ciudadanos pueden optar por la celebración del matrimonio bajo las normas propias de la Iglesia católica complementadas con algunos requisitos civiles, el matrimonio religioso de otras confesiones a las cuales se les reconoce las formas o ritualidades de celebración y el matrimonio civil. En algunos países se otorga relevancia a las decisiones de tribunales eclesiásticos766 y, en general, el reconocimiento de las normas de derecho eclesiástico particular se encuentra regulado en un concordato. § Sistema de matrimonio civil con forma optativa civil o religiosa. Llamado también sistema facultativo de tipo anglosajón o protestante, corresponde al establecido principalmente en países de Europa del norte como Suecia (luterana), Gran Bretaña (anglicana), Irlanda (católica), Dinamarca (luterana), en Grecia desde 1982 y, en nuestra opinión, al que rige actualmente en Chile. El sistema permite a los ciudadanos optar por una de las formas religiosas de celebración del matrimonio previstas en la ley, o por la forma civil, asumiendo en todo caso que la regulación de las condiciones necesarias y los efectos civiles del matrimonio en ambos casos (civil y religioso) es competencia de la legislación estatal767. No existe reconocimiento del derecho matrimonial sustantivo de las iglesias o confesiones religiosas. En los países de mayoría religiosa protestante, el sistema permite la opción del ciudadano entre la alternativa religiosa —que aparece en los hechos favorecida— y la meramente civil, que reviste un carácter supletorio. En algunos casos, se exige una licencia o autorización civil previa para contraer un matrimonio religioso. Esta situación se puede entender, explicando que comprende los casos de países en que la Iglesia principal y el Estado han tenido y tienen una vinculación fuerte. Sin embargo, en los hechos, existe un único matrimonio, de carácter civil, que comprende una dualidad de formas de celebración, quedando reducida la libertad de los contrayentes a la elección entre una y otra forma de celebración 768. 325 La denominación de "protestante", obedece a la influencia luterana, que negó carácter sacramental al matrimonio, remitiendo su regulación a la autoridad del Estado. Respecto del origen de la aplicación de la distinción en el sistema matrimonial, que los clasifica en latino y anglosajón, interesa considerar que su general desconocimiento en la doctrina, también caracterizó el proceso español de recepción del principio de libertad religiosa, en su aplicación al ámbito matrimonial, según destaca De Fuenmayor, para quien la terminología "tuvo una amplia acogida apenas estrenada, por ser de gran utilidad para facilitar la caracterización de los diversos criterios y posturas que entran en noble liza en la gestación del cambio de sistema y en la interpretación de la nueva normativa, que tiene como marco la Constitución de 1978 y el Acuerdo sobre asuntos jurídicos entre el Estado español y la Santa Sede de 3 de enero de 1979"769. § Sistema de matrimonio civil obligatorio. Este régimen tiene su origen en el período de la Revolución francesa, siendo recogido posteriormente en el Código de 1803 y replicado en numerosos Estados, estando vigente con gran fuerza en la actualidad en países como Alemania, Austria, Luxemburgo, Holanda y Francia en Europa, y Cuba, Uruguay y México en América. Este sistema, unido regularmente a la concepción de separación de la Iglesia y el Estado, se caracteriza porque el Estado brinda reconocimiento al matrimonio como un contrato civil, sin que ello impida por lo general la celebración del matrimonio religioso, siempre que este se realice con posterioridad a la ceremonia civil. El matrimonio confesional no tiene eficacia civil y se exige generalmente la precedencia obligatoria del matrimonio civil, llegando a sancionarse a quienes intervienen, facilitan u ofician la celebración de un matrimonio religioso previo al acto civil. Su implantación ha estado ligada a situaciones históricas conflictivas, que han derivado en la reducción progresiva del hecho religioso al ámbito privado, desconociendo en términos absolutos efectos civiles a la celebración religiosa. En Chile rigió entre los años 1884 y 2004 770. § Sistema de matrimonio de carácter religioso. Este sistema admite una distinción entre Estados que consagran el matrimonio religioso de una determinada religión, con exclusión absoluta de cualquier otra, y aquellos otros Estados que reconocen 326 el derecho de asumir opciones vinculadas a un estatuto personal. El primer subsistema sólo admite el matrimonio regulado por una confesión religiosa, como ocurre en el Vaticano, donde sólo es posible contraer matrimonio canónico. El segundo subsistema contempla la regulación del matrimonio por un estatuto personal religioso de los contrayentes, como ocurre en países musulmanes, como Jordania y Líbano, en que por una parte rigen normas particulares para los fieles y, por la otra, se reconocen las normas particulares de otras religiones reconocidas, respecto de sus adherentes. En Egipto, por ejemplo, no existe matrimonio civil, ya que las personas deben contraer matrimonio de acuerdo a las normas del Islam, pero se admite que cristianos y judíos puedan celebrar matrimonio de acuerdo a las prescripciones exigidas por sus respectivas religiones. Las personas de creencias budistas, por el contrario, no podrían celebrar matrimonio. Igual régimen se aplica en el Estado de Israel, en que la forma general es la exigida por cada religión, pues, aunque la hebraica es la principal, se admite que los cristianos contraigan matrimonio por las normas católicas, ortodoxas o caldeas, por citar ejemplos. La dificultad la tendrían los protestantes luteranos, en particular, pues no existe matrimonio civil. 3. Caracterización del sistema matrimonial chileno § Evolución del sistema matrimonial chileno. El sistema matrimonial chileno reconoce una notable evolución histórica sobre la materia, partiendo de un sistema que —hoy se podría calificar como facultativo latino— que privilegió el matrimonio católico durante la mayor parte del siglo XIX, para luego imponer en 1884 el sistema civil obligatorio que mantuvo su vigencia por más de un siglo, hasta la entrada en vigor de la LMC de 2004 que consagró el sistema actual, que podemos calificar como facultativo de tipo anglosajón. § Especificidad del sistema matrimonial chileno. El legislador optó por consagrar un solo sistema normativo de regulación sustantiva del matrimonio con validez en 327 el país, el derecho civil matrimonial chileno, excluyendo cualquier posibilidad de validar jurídicamente un matrimonio celebrado en conformidad a los requisitos establecidos por otro ordenamiento jurídico, cerrando el debate abierto durante la tramitación de la Ley de Matrimonio Civil. En dicha oportunidad, algunos grupos de opinión vinculados a la Iglesia católica, promovieron la adopción del sistema matrimonial de tipo latino, es decir, el reconocimiento del derecho de opción personal entre dos sistemas, en virtud del cual sería factible la celebración de un matrimonio sujeto a los requisitos establecidos en el derecho canónico y derivando en consecuencia la sujeción de ese matrimonio a las normas establecidas en tal ordenamiento y no al derecho nacional, como podría ser en el caso de la disolución del vínculo y los efectos derivados. El fundamento de dicha postura, en forma sorprendente para sus contradictores, se radicó en las normas de la Ley de cultos, aprobada algunos años antes, tanto en el reconocimiento del principio supremo de respeto a la libertad religiosa, como en una interpretación rigurosa del artículo 20 de la misma ley. A partir del examen de estas normas, se postuló que un ciudadano que profesase la religión católica no podría ser impelido a celebrar un matrimonio en esencia "divorciable", al incluir normas que admiten la disolubilidad del vínculo, configurando una característica que atentaría irremediablemente para la validez de su enlace religioso. El Senado optó finalmente por la fórmula de un sistema de matrimonio civil con dos formas de celebración válida, la estrictamente civil, general y común para todos los ciudadanos y la forma religiosa, abierta a la consideración voluntaria de cualquier individuo que estime necesaria esta vía para la observancia fiel de los requerimientos de sus creencias religiosas. Es del caso señalar que, parte de la doctrina, estima que el sistema matrimonial chileno sería facultativo de tipo latino, lo que a nuestro juicio es erróneo, en tanto implica implícitamente la noción de opción entre sistemas, lo que no ocurre en Chile771. § Evaluación de la pertinencia del sistema matrimonial chileno. El sistema matrimonial facultativo de tipo protestante, finalmente adoptado, es el que mejor 328 concilia tanto con la tradición jurídica chilena como con el respeto a la autonomía moral de las personas, pilar del sistema de convivencia democrática. Traducido al plano jurídico político, el respeto de la autonomía moral es concordante con el carácter relativo de los juicios morales y religiosos que sustentan la convivencia en una sociedad que se define pluralista, constituyéndose en parte del consenso fundacional del sistema democrático liberal vigente. Expresado en el plano legal regulador de la familia, el principio implica que el Estado debe respetar la autonomía moral de las personas, impidiendo la promoción con el auxilio de la fuerza pública a favor de ningún modelo de virtud personal, religioso o moral. Asimismo, la inmunidad de coacción reconocida como facultad en la norma contenida en el artículo 6º letra b, de la Ley Nº 19.638, en cuanto alude a la facultad de celebrar los ritos religiosos, comprende también al derecho de celebrar el matrimonio con la significación religiosa que el creyente le asigne. Por tanto, atendida la tradición laica chilena y la valoración social del hecho religioso, el sistema matrimonial finalmente adoptado es el más adecuado a la realidad que pretende regular, puesto que "se trata de una ley civil que obliga a todos por igual, sin pretensiones de satisfacer las distintas posiciones ideológicas, filosóficas o religiosas que existen sobre el matrimonio"772. 329 CAPÍTULO III FORMALIDADES LEGALES DEL MATRIMONIO 1. Aspectos generales § Noción introductoria. Las solemnidades exigidas legalmente para la validez de los matrimonios que se celebran en Chile se sintetizan en la exigencia de su celebración ante el Oficial del Registro Civil o de la autoridad facultada por una entidad religiosa de derecho público, ambos en calidad de fedatarios en el sistema chileno773, y en el cumplimiento de ciertas formas rituales, contenidas en tres etapas, en las cuales progresivamente se va preparando, realizando y registrando el matrimonio. Dichas etapas corresponden a los momentos preparatorio, constitutivo y registral del matrimonio. § Modificaciones introducidas por la LMC. La ley de 2004 ha innovado respecto de la que la precedió, particularmente al eliminar la competencia territorial del Oficial de Registro Civil y reconocer consecuencialmente competencia a todos ellos para celebrar matrimonios, suprimiendo la causal de nulidad que se desprendía de la norma derogada. Asimismo, incorporó normas que exigen realizar cursos de preparación para el matrimonio, otras que admiten la celebración del matrimonio en lengua propia de una etnia indígena o por medio de lenguaje de señas en el caso de las personas con discapacidad auditiva. Sin embargo, resalta en esta materia el reconocimiento del legislador al matrimonio celebrado ante una entidad religiosa con personalidad jurídica de derecho público, cumplidos que sean los requisitos de procedencia que la misma ley dispone y que detallaremos posteriormente. § Formas válidas de celebración del matrimonio. El régimen legal chileno sobre el matrimonio contempla la posibilidad de celebrar el matrimonio en forma civil, con las formalidades legales y en presencia de un Oficial del Registro Civil, quien, actuando como autoridad, conduce las ritualidades que entornan la manifestación del consentimiento matrimonial. Además, en lo que constituye una de las dos grandes innovaciones jurídicas de la ley, junto con la introducción del divorcio vincular, 330 admite la posibilidad de celebrar el matrimonio en la forma prescrita por una religión reconocida por el Estado y oficiada por un ministro de culto de esa misma entidad, siempre que el consentimiento sea ratificado posteriormente ante el Oficial del Registro Civil que recibió la manifestación774. § Régimen legal de las formalidades. La Ley de Matrimonio Civil regula la celebración del matrimonio en su capítulo II, estructurado en cuatro párrafos. Los dos primeros establecen los requisitos de validez y las diligencias para la celebración del matrimonio, respectivamente, siendo comunes a ambas formas de celebración contempladas en la ley. Los dos párrafos siguientes regulan en particular el matrimonio estrictamente civil el primero, y el matrimonio en sede religiosa el segundo. Si se considera y aplica la visión tradicional respecto de la celebración del matrimonio, unánimemente aceptada por la doctrina chilena, esta comprende la realización obligatoria de tres trámites sucesivos, idealmente consecutivos en un mismo lapso, correspondientes a la manifestación, la información y la celebración. El sistema de matrimonio civil chileno, aplicando las normas vigentes, dispone que los trámites de manifestación e información son comunes y obligatorios para toda persona que desee celebrar matrimonio civil válido en Chile. Respecto de la etapa o trámite de celebración en sentido estricto, es decir, aquel momento en el cual, ante un funcionario autorizado y testigos habilitados, dos individuos capaces, hombre y mujer respectivamente, manifiestan libremente su consentimiento para contraer matrimonio, la ley acepta la posibilidad de que los ritos específicos que acompañan dicho acto y la autoridad ante la cual lo efectúan puedan ser los propios de una determinada religión, reconocida en el país con el carácter de entidad religiosa de derecho público. En definitiva, los requisitos de validez y las diligencias preparatorias son reguladas en los primeros dos párrafos, siendo comunes para todas las formas de celebración legalmente aceptadas. El momento constitutivo del matrimonio, sin embargo, tiene lugar en sedes distintas, según se trate de un matrimonio estrictamente civil o un 331 matrimonio religioso. Ambas formas de celebración, una vez realizado el acto cuyo núcleo es la mutua expresión de consentimiento, confluyen nuevamente en el momento registral, con las limitaciones y características especiales que se detallarán luego. Ambas formas de celebración, civil y religiosa, son igualmente válidas para el derecho matrimonial chileno. La primera debe cumplir con los requisitos básicos y tradicionales aplicadas por el Servicio de Registro Civil. La segunda, para producir efectos civiles, deberá complementarse con el cumplimiento satisfactorio de requisitos adicionales establecidos por la ley. Si los contrayentes de la ceremonia en forma religiosa no cumplen con los requisitos complementarios, el matrimonio será válido en el plano religioso o moral, pero jurídicamente ineficaz en la perspectiva del derecho civil. Empero, podrá tener consecuencias penales para el contrayente que engañare al otro, haciéndole creer que celebra un matrimonio civil válido. 2. Formalidades de la etapa preparatoria del matrimonio § Formalidades preliminares del matrimonio y su justificación. Esta etapa comprende el efectivo cumplimiento de las formalidades preliminares de la celebración, reguladas por normas comunes para ambas formas de celebración, correspondiendo a la manifestación, la información y la preparación para el matrimonio, cuando procediere. Las normas aquí analizadas son comunes a la celebración del matrimonio tanto en forma civil como religiosa. La ley dispone la realización y cumplimiento de ciertas diligencias o trámites preparatorios comunes para ambas formas de celebración del matrimonio. Estos trámites corresponden fundamentalmente a la verificación, por parte de la autoridad pública, del cumplimiento de los requisitos de validez del matrimonio, referidos a la capacidad de los individuos interesados, la realización de las acciones tendientes a asegurar el libre y espontáneo consentimiento de los contrayentes y la adopción de las 332 medidas que aseguren el respeto de las normas que garantizan la integración social, como las disposiciones que favorecen el trato igualitario a integrantes de grupos étnicos originarios y a personas con discapacidad, contemplados en los párrafos 1º y 2º del capítulo II de la LMC. Todas estas exigencias se enmarcan dentro de la concepción del matrimonio como un acto solemne, traducido en formalidades cuyo incumplimiento determina que el matrimonio carezca de valor legal y, por tanto, sea ineficaz. Todas estas acciones se incluyen en las etapas de manifestación e información, previas a la celebración del matrimonio. § Manifestación de la voluntad de celebrar matrimonio. La manifestación es el acto en que dos personas capaces dan a conocer al Oficial del Registro Civil su voluntad de contraer matrimonio en conformidad a la ley. También ha sido definida como una noticia que los interesados en contraer matrimonio deben dar al oficial del Registro Civil acerca de su propósito. La manifestación deben efectuarla los sujetos interesados en celebrar el matrimonio, constituyendo por tanto un acto personalísimo. La manifestación prestada ante el oficial es válida para efectuar posteriormente la ceremonia tanto en el propio Registro Civil como en una entidad religiosa. La manifestación se encuentra incorporada dentro de las diligencias para la celebración del matrimonio, en el artículo 9º, que prescribe lo siguiente: "Los que quisieren contraer matrimonio, lo comunicarán por escrito, oralmente o por medio de lenguaje de señas, ante cualquier Oficial del Registro Civil, indicando sus nombres y apellidos; el lugar y la fecha de su nacimiento; su estado de solteros, viudos o divorciados y, en estos dos últimos casos, el nombre del cónyuge fallecido o de aquel con quien contrajo matrimonio anterior, y el lugar y la fecha de la muerte o sentencia de divorcio, respectivamente; su profesión u oficio; los nombres y apellidos de los padres, si fueren conocidos; los de las personas cuyo consentimiento fuere necesario, y el hecho de no tener incapacidad o prohibición legal para contraer matrimonio". 333 La autoridad competente para recibir, tanto la manifestación como la información, es cualquier Oficial del Servicio de Registro Civil, pues la LMC no exige como requisito la celebración ante un Oficial competente, es decir, que el matrimonio fuera celebrado ante el funcionario que correspondiera al domicilio o residencia de los contrayentes, como acontecía durante la vigencia de la ley derogada775. La manifestación puede realizarse en forma escrita, oral o por medio de lenguaje de señas, y tiene por objeto proporcionarle al Oficial Civil todos los antecedentes que se requieran para que la celebración del matrimonio se efectúe correctamente, en conformidad a la ley. La manifestación, generalmente, se traduce en la concurrencia personal de los interesados a la oficina del Registro Civil, comunicando su voluntad de contraer matrimonio al funcionario responsable, al tiempo que solicitarán hora de atención para la celebración civil del matrimonio. Es usual que se solicite por parte del Servicio, en el mismo acto, la información aportada por dos testigos, los que avalarán la capacidad de los interesados para contraer matrimonio. Es competente también el ministro de culto designado por la entidad religiosa habilitada legalmente para celebrar matrimonios y que cuente con autorización de las autoridades eclesiásticas respectivas, para celebrar el matrimonio por esa fe religiosa y en el específico lugar que se establezca para su realización. Las normas que regulan la competencia de los ministros de culto y los demás procedimientos y ritos son una atribución que tiene por fundamento el reconocimiento legal de la autonomía de la entidad, en conformidad a lo dispuesto por el artículo 7º, letras a) y b) de la Ley Nº 19.638. Tras comunicar los interesados su intención de celebrar matrimonio, procede que el Oficial del Registro Civil realice diversos actos conducentes a la celebración del matrimonio, tanto en la forma civil como religiosa. Dichas actuaciones exigen, en primer lugar, y tras recibir la comunicación de la voluntad de los interesados de contraer matrimonio, el cumplimiento del deber de proporcionarles información suficiente acerca de las finalidades del matrimonio, de los derechos y deberes recíprocos que produce y de los distintos regímenes patrimoniales del mismo, 334 previniéndoles respecto de la necesidad de que el consentimiento sea libre y espontáneo; en segundo lugar, debe comunicar a los interesados la existencia de cursos de preparación para el matrimonio, si estos no acreditaren que los han realizado, indicando la posibilidad de efectuarlos en una entidad que posea afinidad con su religión; en tercer lugar, el Oficial fija, de acuerdo a las posibilidades del Servicio y la pretensión de los contrayentes, la fecha de la celebración del matrimonio; en cuarto lugar, en aquellos casos en que los manifestantes le señalaren su intención de efectuar la celebración del matrimonio en forma religiosa, verificará si la entidad religiosa está incluida en la nómina de entidades religiosas de derecho público incorporada en su base de datos y, por tanto, que se encuentra habilitada para celebrar matrimonios religiosos con efectos civiles, tras lo cual entregará un documento —habitualmente será una copia del acta de manifestación— que acredite el cumplimiento de los requisitos referidos a manifestación e información, para ser exhibidos al ministro de culto de la entidad religiosa a la cual adhiere el solicitante. § Información matrimonial. Cumplido el acto precedente, los interesados deberán proveer, mediante el testimonio de dos testigos, la información necesaria para establecer la ausencia de los impedimentos legales. La diligencia de la información es el acto en que dos testigos dan fe del hecho de no afectar impedimentos a dos personas que desean contraer matrimonio. Al efecto, prescribe el artículo 14 de la LMC: "En el momento de presentarse o hacerse la manifestación, los interesados rendirán información de dos testigos por lo menos, sobre el hecho de no tener impedimentos ni prohibiciones para contraer matrimonio". La información se rinde en forma sumaria ante el Oficial del Registro Civil, en presencia de —al menos— dos testigos, los cuales deberán ser mayores de 18 años, no hallarse interdictos por causa de demencia, no encontrarse privados de razón, no haber sido condenados por delito que merezca pena aflictiva ni encontrarse inhabilitados para ser testigos por sentencia ejecutoriada. Asimismo, 335 no pueden ser testigos los que no entendieren el idioma castellano ni los que estuvieren incapacitados para darse a entender claramente 776. § Preparación para el matrimonio. Una de las medidas concordadas durante la fase de discusión extraparlamentaria de la LMC es la realización de cursos de preparación al matrimonio, regidos por las normas del párrafo 2º del capítulo dedicado a la celebración del matrimonio, bajo el rótulo de "diligencias para la celebración del matrimonio". Esta ubicación, en la fase preparatoria y previa a la regulación efectuada por los párrafos 3º y 4º de las dos formas de celebración previstas en la ley, determinan su aplicación obligatoria en ambas formas matrimoniales, con sus particularidades respectivas. Su propósito es favorecer la prestación de un consentimiento libre y suficientemente informado, según dispone el artículo 11 de la ley777. En tal sentido, luego de la manifestación y de la entrega de información por parte del Oficial sobre las finalidades del matrimonio, los derechos y deberes recíprocos que este produce como efectos y los regímenes patrimoniales que acceden al estado matrimonial, el funcionario procederá a prevenir a los interesados sobre la necesidad de que el consentimiento sea libre y espontáneo. Cumplido lo anterior, deberá informarles sobre la existencia de cursos de preparación para el matrimonio, salvo que hubieren acreditado que ya los han realizado previamente. Los futuros contrayentes podrán eximirse de realizar estos cursos de común acuerdo, declarando que conocen suficientemente los deberes y derechos del estado matrimonial778, pero si uno de ellos desea realizarlos, estos pasan a ser obligatorios para ambos contrayentes. Los cursos de preparación al matrimonio son dictados por el Servicio de Registro Civil (SRCeI), entidad pública que también acreditará aquellos cursos que deseen impartir otras instituciones, como las entidades religiosas que gocen de personalidad jurídica de derecho público y organizaciones no gubernamentales en general, las que deberán inscribirlos en un registro que al efecto llevará este servicio público779. 336 La exigencia de estos cursos no se aplica, como es de suponer, en los casos de celebración de un matrimonio en artículo de muerte, y la eventual infracción en su observancia por parte de los contrayentes no acarrea la nulidad del matrimonio ni del régimen patrimonial, sino solamente una sanción al funcionario que incurrió en dicha inobservancia780. Las particularidades de esta institución, sin precedente jurídico nacional, han generado reacciones que han discurrido desde su virtual desprecio hasta su menosprecio jurídico, aludiendo a una "peregrina ingenuidad" del legislador al incluir una norma "ajena del campo operativo del derecho" 781. En definitiva, desde esta perspectiva, lo que trasciende es un llamado de alerta sobre la incoherencia de esta institución, desde su concepción, con un sistema que pretende avanzar en el reconocimiento de las expresiones de libertad por parte de los ciudadanos, no solo en el ámbito político, sino también en el civil. La exigencia legal de cursos, que se transforman en obligatorios cuando uno de los contrayentes manifiesta su voluntad de realizarlos, supone una forma de control subrepticio por parte de sujetos revestidos de autoridad en un ámbito normativo no jurídico, sino moral y/o religioso que se atribuyen el derecho de apreciar la suficiencia alcanzada por otros sujetos, para celebrar un contrato eminentemente civil, que por principio del sistema de derecho civil es concebido como un sujeto plenamente hábil para enfrentar sus obligaciones sociales. En sentido contrario, se justifica la institución como una respuesta a un problema que surge de la propia realidad, referido a los efectos socialmente negativos que provoca la insuficiente información disponible que permita al ciudadano medio adoptar responsablemente una decisión que, siendo eminentemente personal, implica contraer una obligación de por vida, con efectos jurídicos que irradian a la periferia familiar y comunitaria. No se trata de negar la igualdad de los sujetos que desean contraer matrimonio, toda vez que ya se ha dejado asentado su naturaleza de principio informador del matrimonio, sino que de asegurar un pie de igualdad efectiva de los sujetos, establecida sobre la base de la disponibilidad acreditada de una misma información mínima sobre la naturaleza y efectos del matrimonio, de 337 modo tal que se fortalezca la decisión o, eventualmente, se reconsidere oportunamente, evitando un traspié posterior de consecuencias inexcusables. Sin embargo, sobre la marcha de la argumentación, si bien todo contrato involucra un riesgo razonable de fracaso del negocio mirado en la perspectiva del interés del contratante, lo cierto es que el matrimonio excede el marco tradicional de los contratos de carácter patrimonial, sin perder por ello dicha naturaleza jurídica especialmente en el momento constitutivo. Su consideración institucional viene dada precisamente, además de la distinción del momento constitutivo y del estado matrimonial, por las circunstancias concurrentes en el acto de celebración, motivación incluida, y por la magnitud de sus efectos. La promoción de acciones, que se orienten a proporcionar un conocimiento mínimo de las obligaciones conyugales, aparece como una medida prudente y responsable que ayuda a la libertad del consentimiento antes que una indebida intromisión en la intimidad personal, pues muchas relaciones de convivencia heridas en sus fundamentos pueden ser evitadas, al igual que su accesoria cadena de infortunios que, implacablemente, concluye las más de las veces en una ruptura matrimonial anunciada y susceptible de ser prevista oportunamente. Explorado el debate sobre su implantación legal, analizaremos brevemente su contenido prescriptivo. Los cursos tienen por objetivo promover la libertad y seriedad del consentimiento matrimonial, es decir, deben enfatizar que se trata del acto de una persona libre y que, por lo tanto, no debe existir fuerza alguna que la tergiverse en un sentido opuesto al interés de los contrayentes. El contenido específico de los cursos incluirá una prevención sobre la seriedad y la libertad exigida al consentimiento matrimonial, en especial ligada a los derechos y deberes que este trae consigo. Sobre esta base, las instituciones que los dicten, determinarán libremente otros contenidos y el formato pedagógico que juzguen más adecuado, cuidando que se ajusten a los principios y normas constitucionales y legales782. 338 Los cursos podrán ser dictados por el Servicio de Registro Civil e Identificación, por entidades religiosas que gocen de personalidad jurídica de derecho público 783, por instituciones de educación públicas o privadas con reconocimiento del Estado o por personas jurídicas sin fines de lucro cuyos estatutos comprendan la realización de actividades de promoción y apoyo familiar784. Estas instituciones deben registrar el contenido y formato pedagógicos de los cursos ofrecidos, en el SRCeI, para facilitar la entrega de la información necesaria respectiva en aquellos casos en que los novios manifiesten su interés en realizarlos. Aun cuando los cursos son voluntarios, adquieren el carácter de obligatorios para ambos contrayentes si uno de ellos manifiesta al Oficial Civil su interés en realizarlos. Es decir, la oposición del otro contrayente a la realización de los cursos impide proseguir los trámites previos a la celebración del matrimonio, tanto en la forma civil como religiosa785. Este artículo de la ley ha brindado algún fundamento al comentario crítico sobre la ineficacia de la norma, habida consideración de la voluntariedad para los futuros contrayentes de someterse a estos cursos. Sin embargo, ello no es efectivo, al menos por dos razones. Primero, porque, como ya se ha dicho, basta que uno de ellos lo requiera para que la voluntariedad mute a obligatoriedad. Segundo, porque ambos contrayentes deben ponerse de acuerdo previamente para señalar a la autoridad civil que conocen suficientemente los deberes y derechos del estado matrimonial, requiriendo de ellos al menos la consideración de estas implicancias, con lo cual se cumplirá el objetivo de promover la libertad y seriedad del consentimiento, por la vía de evidenciar que ambos conocen la existencia de unos ciertos deberes y consecuencialmente unos ciertos derechos, que les obligan a ser responsables con su futura vida en común. Finalmente, a propósito de la exigencia de prepararse en el conocimiento de los derechos y deberes que implica el matrimonio, la ley realiza una expresa y significativa relación entre el matrimonio y la familia, pues justifica el conocimiento previo de estos derechos y deberes que implica el matrimonio con los 339 requerimientos que implica la decisión matrimonial para "las personas que deseen formar una familia"786. § Participación de intérprete en las diligencias preliminares. Una de las reformas relevantes introducidas por el legislador ha sido la incorporación de distintas formas de manifestación del consentimiento, asumiendo el Estado como criterio de política pública la consideración de la diferencia social como un aspecto relevante que debe ser observado plenamente en las ceremonias civiles, mediante el respeto del principio de integración y no discriminación. Lo anterior ha traído consigo el reconocimiento de los derechos de los integrantes de minorías étnicas originarias, de personas con discapacidad auditiva y de quienes no conozcan el idioma castellano, tal y como ocurre en el caso de algunos inmigrantes, para contraer el matrimonio y solicitar la realización de las diligencias preliminares de la celebración del matrimonio en su propio idioma o lenguaje. En todos estos casos, estas personas podrán solicitar que, tanto las diligencias preliminares como la celebración misma, se realicen en el idioma o sistema de comunicación legalmente aceptado en cada caso, por medio de un intérprete, el que deberá ser un perito juramentado. Distinguiremos las particularidades de cada situación. § Manifestación de la voluntad de celebrar matrimonio y rendición de la información de rigor por parte de personas pertenecientes a una etnia indígena 787. Se incluyen en esta definición legal todas aquellas personas que se declaran indígenas en conformidad al artículo 2º de la Ley Nº 19.253, la cual considera como comunidades indígenas a los pueblos originarios mapuche, aymará, atacameño, colla, rapanui, quechua, yámana y kawashkar. Todas ellas, en conformidad al artículo 13 de la LMC, podrán solicitar que la manifestación, la información para el matrimonio y la celebración de este se lleven a cabo en su lengua materna. El intérprete, es decir, la persona habilitada para interpretar el lenguaje utilizado por los contrayentes (idioma o dialecto), deberá ser propuesto por estos o por el propio Oficial del Registro Civil. La habilitación estará acreditada por la posesión de un título profesional o técnico, o por la calidad de experto que, en este caso, puede ser certificado por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi). Los gastos 340 que irrogue la participación del intérprete, si no pudieren ser asumidos por los contrayentes, deben ser aportados por el SRCeI, por tratarse de una política pública de integración social y un derecho amparado por la ley. § Manifestación de la voluntad de celebrar matrimonio y rendición de la información de rigor por parte de personas pertenecientes con discapacidad. La norma contenida en el artículo 13 inciso segundo de la LMC, se aplica fundamentalmente, aunque no exclusivamente, a las personas con discapacidad auditiva, es decir, personas sordas, mudas o sordomudas, en el supuesto que no pudieren expresarse por escrito, forma de manifestación del consentimiento que tiene prioridad. Si ello no es posible, procede la manifestación de la voluntad por medio de un intérprete que conozca el sistema de comunicación aceptado por los organismos técnicos para ser utilizado en la comunicación de estas personas con discapacidad. De acuerdo a lo establecido por el Fondo Nacional de la Discapacidad (Fonadis), el intérprete debe conocer el lenguaje de señas, universalmente aceptado. Al igual que en el caso de las minorías étnicas, en caso que los contrayentes no puedan costear el intérprete —honorarios y/o traslado al lugar de celebración— procederá que dicho costo lo asuma el Estado, por tratarse de un grupo prioritario de la política social del Estado. § Manifestación de la voluntad de celebrar matrimonio y rendir la información de rigor por parte de personas que no entiendan el idioma castellano. El caso está regulado igualmente por el artículo 13 inciso segundo de la LMC, el que dispone que se pueda solicitar la participación de intérprete, pero la búsqueda y selección de la persona que servirá esta tarea y los gastos que irrogue deberán ser cubiertas por el o los interesados. Considérese en este punto que no es un idioma oficial en el cual se solicita celebrar el matrimonio, y tampoco se trata de integrantes de grupos prioritarios o sujetos favorecidos por una política social de integración. Además, no es difícil advertir las dificultades que implicaría ubicar y trasladar luego a un intérprete debidamente calificado, por ejemplo, que conozca el idioma armenio. En el acta de matrimonio, consigna el inciso final del artículo 13, se dejará debida constancia del nombre, apellido y domicilio del intérprete, o de quien 341 conozca el lenguaje de señas. Aunque aparezca obvio, sin estar indicado en la ley, debe indicarse el idioma o lenguaje utilizado. 3. Momento constitutivo del matrimonio § Noción introductoria. Corresponde a la fase en la cual se realiza la celebración en sentido estricto, constituyéndose el matrimonio a partir de la prestación del consentimiento, bifurcándose en las dos formas legalmente previstas para su celebración: civil y religiosa. § Solemnidad del momento constitutivo en ambas formas de celebración. El matrimonio es un contrato solemne, lo cual implica que el consentimiento, aun siendo indispensable para la existencia del matrimonio, no es suficiente, por cuanto debe ser expresado en la forma determinada por la ley. Una vez cumplidas satisfactoriamente las diligencias preliminares, es decir, producida la manifestación y rendida la información, los interesados están en condiciones de celebrar el matrimonio, concebido como la realización del acto en el cual manifestarán su consentimiento. La celebración del matrimonio exige la presencia de dos testigos mayores de 18 años, no interdictos por causa de demencia, en uso pleno de la razón, sin haber sido condenados a delito que mereciera pena aflictiva, que no hayan sido inhabilitados para ser testigos por sentencia ejecutoriada y que entiendan el idioma castellano o que al menos sean capaces para darse a entender claramente. Si no se celebra ante los dos testigos hábiles, el matrimonio podrá ser declarado nulo. Sin perjuicio del cumplimiento necesario de la fase preliminar, en forma general y para todos los interesados en contraer matrimonio, la segunda fase de la celebración o momento constitutivo del matrimonio, puede ser efectuada en dos formas rituales alternativas que enmarcan el acto en que se manifiesta el 342 consentimiento: la forma tradicional civil en sentido estricto, que es la forma supletoria cuando nada se ha dicho en contrario en la manifestación, y la forma religiosa, en los términos legales que se indicarán. Los contrayentes pueden optar entre estas dos formas de celebración, aun cuando el matrimonio religioso debe cumplir algunos requisitos adicionales, por lo que la forma común aplicable a todas las personas que cumpliendo los requisitos legales deseen contraer matrimonio es la prevista en el párrafo 3º del Capítulo 2º de la Ley de Matrimonio Civil. La evidencia indica que la mayoría de los matrimonios que se han producido tras la vigencia de la nueva ley siguen siendo los de carácter estrictamente civil. En aplicación de las normas actualmente vigentes, las personas pueden casarse por su entidad religiosa antes o después de la ceremonia civil. La celebración corresponde al momento constitutivo del matrimonio, por cuanto durante ella se manifiesta el consentimiento de los consortes. Toda la preparación conducente al matrimonio tiene su culminación en el momento en que se produce el consentimiento matrimonial, razón por la cual debe ser reconocido como el acto jurídico principal, dentro de la cadena de actos que anteceden o suceden a este momento y que, por la misma razón, aun cuando son importantes en sí mismos y contribuyen a la validez civil del acto, son sin embargo de naturaleza accesoria. El art. 15 de la Ley Nº 19.947 prescribe: "Inmediatamente después de rendida la información y dentro de los noventa días siguientes, deberá procederse a la celebración del matrimonio. Transcurrido dicho plazo sin que el matrimonio se haya efectuado, habrá que repetir las formalidades prescritas en los artículos precedentes". Por tanto, el procedimiento legal establece que, inmediatamente después de rendida la información y dentro de los noventa días siguientes, deberá procederse a la celebración del matrimonio, lo que implica que puede realizarse apenas se rinda la información, siendo esta satisfactoria a juicio del Oficial del Registro Civil, es decir, luego que conste que los testigos han dado cuenta de la ausencia de impedimentos 343 y prohibiciones. Sin embargo, es usual que los contrayentes rinden la información junto con la manifestación en un solo acto en el momento en que concurren a comunicar su interés en celebrar el matrimonio al Registro Civil, confundiéndose habitualmente con el trámite administrativo de solicitud de hora para celebrar civilmente la ceremonia matrimonial. Realizada esta gestión, que en los hechos comprende la manifestación más la información, se fija el día de la celebración dentro del plazo legal de noventa días, plazo establecido históricamente como una forma de prevenir la celebración de varios matrimonios por un mismo individuo, anomalía que, en la actualidad, con los sistemas registrales informatizados y vinculados entre sí por Internet, es virtualmente imposible, subsistiendo el plazo principalmente por razones de certeza jurídica788. Transcurrido dicho plazo sin que el matrimonio se haya efectuado, habrá que repetir las formalidades prescritas en los párrafos 2º y 3º del Capítulo II, es decir, se deberán realizar nuevamente las diligencias o trámites de manifestación e información. Respecto de los cursos de preparación al matrimonio, solo se deberá proceder a una nueva acreditación de su efectiva realización. Se entiende, asimismo, que la posibilidad de celebrar el matrimonio en lengua indígena, lenguaje de señas o idioma no castellano, se limita fundamentalmente a la expresión de la voluntad conforme de los contrayentes. Los ritos que comprenden la ceremonia civil se manifiestan en las frases significativas tradicionales extraídas de los textos legales, cuyo pronunciamiento deberán ser realizados en el idioma castellano —la lengua oficial de la República de Chile— para ser traducidos posteriormente a la lengua particular de los contrayentes por medio del intérprete traductor o perito. Cumplidas las condiciones anteriores, el matrimonio podrá celebrarse de acuerdo a la ceremonia civil tradicional o en conformidad a las ritualidades particulares que establezcan para dicho evento las diversas religiones cuya organización cuente con la calidad de persona jurídica de derecho público. Los actos rituales de carácter 344 religioso no tienen más limitaciones que el respeto al orden público, la moral y las buenas costumbres. § Celebración del matrimonio en forma estrictamente civil. El matrimonio civil obligatorio rige a contar de 1884. Desde dicho año y hasta la entrada en vigencia de la Ley Nº 19.947, en 2004, el matrimonio civil era el único reconocido en el país, y a su regulación legal debían someterse todas las personas que desearan casarse, sin perjuicio que, con posterioridad a su celebración, contrajeran todos los compromisos y celebraren todos los ritos a los cuales se asignara una significación religiosa. Durante su vigencia no era posible celebrar un matrimonio religioso antes de haberse producido la ceremonia civil, bajo el apercibimiento de sanciones penales para el ministro de culto que así procediere. La ley prescribe que la ceremonia civil se llevará a efecto ante el Oficial del Registro Civil que intervino en la realización de las diligencias de manifestación e información, por lo que los contrayentes, si eligieron una determinada sede para concurrir a manifestar su voluntad de contraer matrimonio, por ejemplo la ciudad de Valparaíso, en la misma sede y ciudad deberá realizarse la ceremonia de celebración, situación que difiere de lo que acontece en el caso de la ceremonia religiosa, como se verá más adelante. La ceremonia puede realizarse en el recinto que ocupe el Registro Civil en la ciudad o localidad en que tengan su residencia los contrayentes u otra, si así lo desean, salvo que la manifestación e información hayan sido realizadas ante otro oficial, en cuyo caso deberá celebrarse ante el oficial del Registro Civil que intervino en la realización de las diligencias de manifestación e información. La celebración tendrá lugar ante dos testigos, parientes o extraños. También podrá efectuarse en el lugar que señalaren los futuros contrayentes, como la vivienda de uno de ellos, siempre que se hallare ubicado dentro de su territorio jurisdiccional. El matrimonio en artículo de muerte podrá celebrarse ante el Oficial del Registro Civil, sin los trámites previos de la manifestación e información. Toda la ceremonia ha de celebrarse en una unidad de acto, sin que sea posible realizarla en momentos sucesivos. Es importante resaltar que la ausencia del 345 funcionario determina la inexistencia del matrimonio, y la celebración por un funcionario no competente, como por ejemplo un juez, determina la nulidad del acto. En ningún caso valdrá como consentimiento el silencio de un contrayente. Otros actos, como por ejemplo la lectura de los artículos del Código Civil referidos al matrimonio por un funcionario distinto al Oficial, o cuando este ministro de fe olvida declararlos unidos en matrimonio, serán considerados meras formalidades. En el día de la celebración y delante de los contrayentes y testigos, el Oficial del Registro Civil dará lectura a la información mencionada en el artículo 14 de la Ley de Matrimonio Civil y reiterará la prevención indicada en el artículo 10, inciso segundo, es decir, la necesidad de que el consentimiento sea libre y espontáneo. A continuación, leerá los artículos 131, 133 y 134 del mismo Código, referidos a las obligaciones y derechos entre los cónyuges. Finalmente, preguntará a los contrayentes si consienten en recibirse el uno al otro como marido o mujer y, con la respuesta afirmativa, los declarará casados en nombre de la ley789. Una vez concluida la ceremonia y por tanto celebrado el matrimonio, el Oficial del Registro Civil en el caso del matrimonio celebrado bajo formas civiles, deberá levantar un acta de todo lo obrado, con la firma suya, de los testigos y de los contrayentes, si supieren y pudieren hacerlo. Si se trata de matrimonio en artículo de muerte, se especificará en el acta el cónyuge afectado y el peligro que le amenazaba. En caso de tratarse de un matrimonio celebrado en la forma religiosa, es el ministro de culto religioso el que deberá levantar el acta de todo lo obrado, con la firma suya, de los testigos y de los contrayentes. Al acta deberá adjuntarse el documento que acredite la personería del ministro de culto respectivo, autorizado o expedido por la autoridad eclesiástica de la entidad a la cual pertenece 790. Las formas difieren levemente, a partir de la base común de los requisitos señalados, pues tras levantar el acta —en el caso del oficial civil que ha celebrado un matrimonio en la forma estrictamente civil— o tras examinar y aprobar el acta llevada a su presencia por las personas que han celebrado matrimonio religioso, el 346 funcionario civil procederá a inscribir el matrimonio en los libros del Registro Civil en la forma prescrita en el reglamento. § Celebración del matrimonio en forma religiosa. La ley reconoce eficacia civil a los matrimonios celebrados ante entidades religiosas en el artículo 20 de la LMC 791, admitiendo la celebración precedente del matrimonio religioso y derogando las normas prohibitivas vigentes desde 1930 sobre la materia792. Los ritos mediante los cuales se canalice y valide el matrimonio en su significación religiosa, son determinados y regulados en forma libre por cada entidad religiosa, en directa aplicación de las normas que cautelan el principio de autonomía eclesiástica reconocido por la Ley de Cultos793. Estos ritos, formas y procedimientos con significación religiosa son regulados por normas de derecho eclesiástico particular, sin intromisión del Estado, salvo en cuanto tales actos configuren un atentado al orden público, la moral y las buenas costumbres. Además del cumplimiento de los requisitos legales para contraer matrimonio con efectos civiles, la entidad religiosa podrá agregar el cumplimiento de otras exigencias correspondientes a la fe religiosa respectiva, como por ejemplo exhibir copia de la partida de bautismo en el caso de los católicos. El matrimonio religioso debe celebrarse dentro de los noventa días siguientes a la rendición de la información. Si el matrimonio no se efectúa dentro de este plazo, deberán repetirse las formalidades de manifestación e información. Una vez efectuada la manifestación y rendida la información ante cualquier Oficial del Registro Civil, los interesados solicitarán copia del acta de manifestación e información, para concurrir con ella a la entidad religiosa ante la cual desean celebrar matrimonio. El ministro de culto, mediando previamente el cumplimiento de los requisitos legales comunes a las dos formas de celebración, procederá de común acuerdo a fijar la fecha de la celebración. La precedencia de los trámites o diligencias de manifestación y, particularmente, de información, es de alta conveniencia para los ministros de culto, pues les permite contar con antecedentes fidedignos sobre la ausencia de impedimentos para celebrar matrimonio, como, por ejemplo, nupcias precedentes válidamente celebradas, y así precaver la ocurrencia 347 de fraudes que pudieran implicar responsabilidad penal para el oficiante, en conformidad al art. 388 inciso 1º del Código Penal. La celebración del matrimonio religioso propiamente tal, vale decir, la ceremonia o acto formal solemne en que se producirá el momento constitutivo del matrimonio, se debe realizar en presencia de un ministro de culto, perteneciente a la entidad religiosa y autorizada por ella, y de dos testigos a lo menos, que cumplan con los mismos requisitos exigidos por la ley para el matrimonio civil. Para la validez civil de la ceremonia religiosa del matrimonio, es imprescindible que la ceremonia incluya el momento constitutivo del matrimonio, es decir, la libre manifestación del mutuo consentimiento en presencia de la autoridad y los testigos. § Requisitos de validez del matrimonio religioso en sede civil. Los requisitos exigidos para la validez civil del matrimonio religioso son los siguientes 794: • Celebración ante entidades religiosas que gocen de personalidad jurídica de derecho público, vale decir, aquellas entidades religiosas constituidas en conformidad al procedimiento establecido en el artículo 10 de la Ley Nº 19.638, y también aquellas a las cuales se les ha reconocido esta calidad preexistente, en conformidad a lo dispuesto por el artículo 20 de este mismo cuerpo legal. La ley no exige a las entidades religiosas habilitadas para celebrar matrimonios que cuenten con un ordenamiento jurídico matrimonial completo, aunque es previsible que la validez del acto se asegure con la regulación particular de la entidad —normas propias de derecho eclesiástico particular de la entidad— del rito matrimonial, en consonancia con las normas civiles795. Quedan excluidas todas aquellas organizaciones religiosas, que hayan obtenido personalidad jurídica de derecho privado, como era habitual antes de la vigencia de la Ley Nº 19.638. • Cumplimiento de los requisitos de orden civil, en especial lo prescrito en el Capítulo II de la LMC, referido a los requisitos de validez del matrimonio 796, el cumplimiento de las diligencias para la celebración del matrimonio y, en la especie de los matrimonios celebrados ante entidades religiosas de derecho público, la norma del artículo 20. En síntesis, aplican a la celebración de matrimonios religiosos 348 con efectos civiles los párrafos 1º, 2º y 4º del Capítulo II, excluyendo las normas contenidas en el párrafo 3º, que se aplican exclusivamente a la celebración de los matrimonios exclusivamente civiles. • Celebración ante un ministro de culto habilitado para celebrar el matrimonio, quien deberá ser acreditado por la autoridad de la respectiva entidad religiosa y en conformidad a los procedimientos autónomamente establecidos por dicha entidad. En el acta que deberá ser levantada tras concluir la celebración, deberá constar el nombre y apellido del ministro de culto y su número de cédula de identidad, debiendo adjuntarse a ella el documento que acredite la personería del ministro de culto, otorgada por la autoridad de la entidad religiosa de acuerdo a sus normas internas. • Levantamiento de un acta matrimonial por parte de la autoridad competente de la entidad religiosa, una vez concluida la ceremonia religiosa, en que se acredite la celebración del matrimonio y el cumplimiento de las exigencias que la ley establece para su validez, como el nombre y la edad de los contrayentes y de los testigos, y la fecha de su celebración797. • Presentación personal del acta ante un Oficial Civil para su inscripción, por los propios contrayentes ante cualquier oficial del Registro Civil, dentro de ocho días, para su inscripción. Si no se inscribiere en el plazo fijado, tal matrimonio no producirá efecto civil alguno, es decir, jurídicamente no habrá existido matrimonio, aun cuando la comunidad religiosa a la que pertenecen los contrayentes le reconozca efectos de naturaleza religiosa o moral798. El acta debe ser presentada en forma personal por los interesados, ya que no procede en este caso el mandato por expreso impedimento del art. 4º de la LMC, la cual entre las modificaciones introducidas en la Ley Nº 4.808 sobre Registro Civil, en su número 2, agrega un segundo inciso nuevo al artículo 15 de dicha ley, a propósito precisamente del matrimonio por mandato o poder que, en su tenor literal, expresa: "No tendrá aplicación lo previsto en el inciso precedente, tratándose de las inscripciones a que se refiere el artículo 20 de la Ley de Matrimonio Civil". 349 Asimismo, a diferencia de lo que ocurre en la ceremonia de matrimonio estrictamente civil, en que la competencia queda radicada en el oficial ante quien se rindió la información y se efectuó la manifestación, aquí los interesados pueden concurrir portando el acta ante cualquier oficial del Registro Civil del territorio nacional. Los contrayentes serán considerados como marido y mujer o novios aún solteros, según cual sea el carácter que se le asigne al estado civil de quienes han brindado ya su consentimiento matrimonial ante una entidad religiosa. • Verificación del cumplimiento de los requisitos legales e información referida a los efectos civiles del matrimonio por parte del oficial civil en el acto en que se le presenta el acta del matrimonio celebrado en sede eclesiástica799, dando a conocer a los requirentes los derechos y deberes que el matrimonio civil implica para los cónyuges800, informándoles sobre los regímenes patrimoniales matrimoniales 801y, en forma privada, manifestándoles que pueden reconocer a los hijos comunes nacidos antes del matrimonio802. En síntesis, cumplirá las actuaciones referidas a informar los efectos civiles del matrimonio. • Ratificación del consentimiento prestado por los contrayentes en sede eclesiástica. En el mismo acto en el que se le presenta el acta del matrimonio celebrado en sede eclesiástica al Oficial Civil, los cónyuges ratificarán el consentimiento prestado ante el ministro de culto de la entidad religiosa en la cual celebraron el matrimonio. En perspectiva de los efectos civiles que se pretenden, quienes ratifican el consentimiento serían contrayentes803. La exigencia de este acto de ratificación, como requisito ineludible para validar civilmente el matrimonio religioso, ha ocasionado comentarios críticos y diversas interpretaciones, las que se explican por el momento prácticamente marginal en que se aprobó la inclusión de la norma804. La ley es clara al exigir que se debe ratificar un consentimiento ya prestado con anterioridad, por lo que no se trata de consentir en dos oportunidades ni tampoco de dos ceremonias de celebración distintas, puesto que las personas que contraen matrimonio religioso ya han prestado su consentimiento, con plena validez para el derecho805. 350 • Inscripción del matrimonio por el Oficial Civil. Tras sucederse consecutivamente las actuaciones precedentes, el Oficial del Registro Civil debe proceder a realizar la inscripción dejando constancia de lo obrado, con lo cual el matrimonio producirá efectos civiles desde dicho momento. Sin embargo, debe entenderse perfeccionado desde la prestación del consentimiento, sin perjuicio de la sede civil o eclesiástica, en la cual se exprese. § Celebración del matrimonio in artículo mortis. En conformidad a lo dispuesto por el artículo 41 de la Ley Nº 4.808 sobre Registro Civil, los matrimonios en artículo de muerte "pueden celebrarse ante cualquier Oficial del Registro Civil y en cualquier lugar". El Oficial del Registro Civil anotará en la respectiva inscripción las circunstancias en que se ha efectuado el matrimonio y, especialmente, la de haberse celebrado en artículo de muerte. Por tanto, la celebración sólo puede realizarse ante un Oficial Civil —nunca ante un ministro de culto— y no aplican las exigencias de las formalidades preliminares de manifestación e información, como tampoco, como es evidente, la de haber realizado los cursos de preparación para el matrimonio. 4. Etapa o momento registral del matrimonio § Introducción. Esta etapa comprende las formalidades que permiten el registro o inscripción del matrimonio, acción que evidencia materialmente la competencia estatal sobre la materia, vigente desde 1884. § Inscripción del matrimonio. Norma general. Tanto el matrimonio celebrado en sede civil como el matrimonio efectuado en sede eclesiástica, deberán ser debidamente inscritos, en la forma que establece el Reglamento, en el libro de los matrimonios del Registro Civil806. 351 La inscripción constituye un medio privilegiado de prueba de la celebración de los actos jurídicos relevantes para las personas, especialmente si tienen repercusión en terceros. Provee a los contrayentes de un título de legitimación, el cual servirá para actuar en el tráfico jurídico de un modo normal y habitual, previniendo la bigamia y cumpliendo una función genérica de publicidad en beneficio de terceros, por el interés social involucrado en disponer de una constancia fehaciente de los matrimonios celebrados en cualquiera de sus formas, disponiendo un sistema de prueba a cargo del Servicio de Registro Civil e Identificación (SRCeI). La inscripción es un trámite común a las dos formas de celebración del matrimonio, a partir del cual los matrimonios, hayan sido celebrados ante un ministro de culto religioso o ante un Oficial del Registro Civil, producirán igualmente efectos civiles. Por tanto, la inscripción no es constitutiva del acto jurídico matrimonial, sino que constituye un trámite necesario para el reconocimiento de los efectos civiles, especialmente de aquellos que dependan en su efectividad de la publicidad del matrimonio807. § Inscripción del matrimonio estrictamente civil. En el caso del matrimonio estrictamente civil, la inscripción será realizada por el mismo oficial del Registro Civil que intervino en la manifestación, información y celebración del matrimonio, inmediatamente después de haber levantado el acta que da cuenta de la celebración del matrimonio808. Las inscripciones deberán contener las menciones indicadas en el artículo 39 de la Ley sobre Registro Civil, siendo esenciales las que se refieren al lugar y fecha de la inscripción, la identificación de los contrayentes, la identificación de los testigos, su testimonio sobre la ausencia de impedimentos y la firma de los contrayentes, testigos y del oficial del SRCeI809. § Inscripción del matrimonio celebrado en forma religiosa. La inscripción del matrimonio celebrado en forma religiosa exige el cumplimiento de algunos requisitos adicionales dispuestos por la ley, deberá ser requerida personalmente por los cónyuges dentro del plazo de ocho días, contado desde la fecha de celebración del 352 matrimonio religioso, ante cualquier oficial del SRCeI. Si no se realiza la gestión en el plazo legal, el matrimonio religioso válido no producirá efectos civiles 810. Las inscripciones deberán contener o expresar las menciones indicadas en el artículo 40 de la Ley sobre Registro Civil, siendo esenciales la mención del acta de celebración valida del matrimonio en forma religiosa, el documento que acredite la personería del ministro de culto que celebró el matrimonio, el hecho de haberse otorgado por los requirentes la ratificación ante el oficial del SRCeI del consentimiento prestado precedentemente ante el ministro de culto respectivo y la firma de los requirentes de la inscripción y del mencionado oficial811. El oficial verificará el efectivo cumplimiento de los requisitos legales para establecer la validez del matrimonio en el campo civil, en especial la ratificación del consentimiento prestado ante el ministro de culto de su confesión. En dicho acto, además, el oficial informará a los cónyuges sobre los derechos y deberes que les corresponden de acuerdo a la ley, sobre los regímenes económicos del matrimonio y, en forma privada, sobre la posibilidad que tienen de reconocer a los hijos comunes nacidos antes del matrimonio812. El cumplimiento de las diligencias adicionales prescritas para la validez civil del matrimonio religioso deberá constar en la inscripción respectiva, la que también será suscrita por ambos contrayentes. Sólo podrá denegarse la inscripción si resulta evidente que el matrimonio no cumple con los requisitos legales, en cuyo caso los requirentes de la inscripción podrán reclamar ante la respectiva Corte de Apelaciones813. Si un tercero intenta impedir la inscripción, incurre en un delito sancionado penalmente. Cabe enfatizar que la diligencia ante el oficial Civil no se reduce a la mera recepción del acta emitida por la entidad religiosa y suscrita por el ministro de culto, sino que conlleva actos de gran importancia para el reconocimiento del vínculo. En efecto, primero que todo, el oficial verificará el cumplimiento de los requisitos legales, en particular la capacidad de los contrayentes al momento de celebrar el vínculo y que el consentimiento prestado haya sido libre y espontáneo, por lo que si 353 detecta y establece, por ejemplo, que uno de los contrayentes era menor de 16 años al momento de celebrar el matrimonio, puede negar el registro. Acto seguido, les dará a conocer los derechos y deberes que corresponden a los cónyuges de acuerdo a la ley, suponiendo el legislador en esta parte que pudiera haberse omitido esta información en algún momento de las diligencias previas a la celebración o que en la ceremonia religiosa se hubiera dicho algo en contrario, afectando el interés de la sociedad de promover vínculos serios y estables y contraídos libremente 814. § Naturaleza y efectos del acto registral. Los efectos del matrimonio así inscrito se regirán, en todo, por lo prescrito en esta ley y en los demás cuerpos legales que se refieren a la materia. Ahora bien, siendo relevante el momento registral dentro del proceso de formalización jurídica y publicidad del matrimonio, y por tanto el cumplimiento de todos los actos requeridos por la ley y los reglamentos, el matrimonio existe desde el momento constitutivo, es decir, a partir del intercambio de consentimiento sobre el matrimonio. La inscripción, en tanto trámite administrativo, no otorga efectos civiles en sentido estricto, sino que sienta las bases para el pleno reconocimiento. Los efectos civiles admiten una diferencia respecto del momento en que se producen, ya que, en el caso del matrimonio celebrado en sede civil, estos son producidos inmediatamente al sucederse los actos de celebración e inscripción dentro de una misma ceremonia, en tanto que en el caso del matrimonio religioso tales efectos pueden quedar suspendidos, toda vez que la celebración se realiza en un acto y la inscripción en otro, pudiendo entre ambos actos mediar un lapso hasta de ocho días. Por cierto, el problema no se suscita en el caso de producirse la sucesión inmediata de los actos de celebración e inscripción, según la posibilidad contemplada legalmente. § Relevancia jurídica del acto registral. En síntesis, de lo señalado precedentemente, se desprende que la inscripción es un acto solemne relevante, y no un mero trámite administrativo, pues a partir de este momento nacen los efectos civiles atribuidos por el derecho al matrimonio. Por ello, por una parte, no puede ser calificado como una mera gestión residual de la celebración del matrimonio en sede religiosa, que pudiera sencillamente ser realizada con un mandato verbal o, incluso, 354 derechamente obviado por su irrelevancia jurídica. En el acto de inscripción se da cumplimiento a las normas civiles que permiten el reconocimiento de los efectos previstos en la ley, y traslada su importancia, hasta entonces reducida al ámbito personal o comunitario religioso, al terreno jurídico. Por otra parte, tampoco puede ser juzgado como un acto constitutivo del matrimonio, pues la significación personal y religiosa que el vínculo tiene, es reconocida por el Estado desde el momento en que valida la celebración de matrimonios religiosos con efectos civiles, debiendo entenderse que la esencialidad del acto, radicada en la prestación mutua del consentimiento para el matrimonio, se ha expresado en la ceremonia religiosa, cuando ha antecedido a la ceremonia civil y ha dado cabal cumplimiento a los requisitos legales815. Finalmente, es pertinente resaltar que las actuaciones fraudulentas de los ministros de culto se encuentran sancionadas en el Código Penal, que en su artículo 388 establece las penas de relegación, multas e incluso presidio al oficial civil que autorice o inscriba un matrimonio prohibido por la ley o en que no se hayan cumplido las formalidades que ella exige para su celebración o inscripción, al ministro de culto que autorice un matrimonio prohibido por la ley o al que, con perjuicio de tercero, cometiere falsedad en el acta o en el certificado de matrimonio religioso destinados a producir efectos civiles816. § Inscripción del matrimonio religioso por mandato ante el Oficial del Servicio de Registro Civil. A diferencia de lo que ocurre en la legislación común 817, en el caso del matrimonio religioso con efectos civiles no procede el mandato, ya sea que se pretenda para requerir la inscripción por poder del matrimonio celebrado en la forma religiosa legalmente aceptada o para ratificar de igual manera el consentimiento prestado precedentemente en sede eclesiástica. Lo anterior tiene lugar, porque expresamente la LMC lo ha impedido en su artículo 4º, la cual entre las modificaciones introducidas en la Ley Nº 4.808, sobre Registro Civil, en su número 2, agrega un segundo inciso nuevo al artículo 15 de dicha ley, a propósito precisamente del matrimonio por mandato o poder, que en su tenor literal expresa: "No tendrá aplicación lo previsto en el inciso precedente, tratándose de las inscripciones a que se refiere el artículo 20 de la Ley de Matrimonio Civil". 355 Por tanto, el acta extendida por el ministro de culto debe ser presentada en forma personal por los interesados. La norma, aplicada literalmente por el SRCeI, en un primer momento tras la entrada en vigencia, fue erróneamente interpretada por parte de la Iglesia católica818, pues se entendió como una interpretación administrativa impropia y no como la aplicación correcta de una norma expresa. La limitación, tardíamente descubierta en sus efectos civiles, generó dudas fundadas respecto de la real voluntad del legislador y del Estado, en definitiva, de otorgar validez a los matrimonios religiosos, en especial si se evidencia que su celebración, en la práctica, es objeto de obstáculos innecesarios a la luz de la fe pública, que es la base del argumento debiera ser derogada, pues no resiste justificación jurídica alguna, sino que, por el contrario, afecta la coherencia del sistema jurídico y la eficacia de la institución del matrimonio religioso819. § Matrimonios celebrados en forma religiosa y no presentados para su inscripción dentro de ocho días. El artículo 20, inciso 2º de la LMC, prescribe que el acta que otorgue la entidad religiosa en que se acredite la celebración del matrimonio y el cumplimiento de las exigencias que la ley establece para su validez deberá ser presentada por aquellos ante cualquier Oficial del Registro Civil, dentro de ocho días, para su inscripción. Si ello no ocurriere, es decir, si no se inscribiere en el plazo fijado de ocho días, "tal matrimonio no producirá efecto civil alguno". En este sentido se justifica la pregunta respecto a la situación jurídica en que se encuentran los cónyuges, casados para los efectos eclesiásticos, pero sin vínculo jurídico reconocido por el derecho civil. Por cierto, estimamos que ello constituye claramente una situación en extremo inconveniente para los contrayentes y una fuente pródiga de conflictos e injustificada en su origen, hecho al cual ya se ha aludido, en vinculación con los reparos de su impulsor, el senador Silva Cimma. Los supuestos de ocurrencia son variados, y discurren desde la imposibilidad física de concurrir personalmente como lo exige la ley, ya sea por enfermedad o fuerza mayor, hasta el simple olvido, pasando por el consabido viaje tras la 356 celebración del matrimonio. Las causas califican desde la imposibilidad por razones ajenas a la voluntad, hasta la eventual frivolidad y ligereza de uno de los contrayentes frente a la significación que el acto conyugal tiene para su pareja. El caso más extremo que es posible imaginar es el de muerte de uno de los recién casados durante la ceremonia religiosa. Cualquiera que sea la causa, los efectos son los mismos: el matrimonio civil es inexistente. Jurídicamente, no pasa de ser una mera expectativa, que por tanto no puede ser invalidada. La constatación de la buena fe concurrente en un cónyuge puede abrir otros caminos civiles, pero, definitivamente, matrimonio civil no existe. El origen de la situación anómala en estudio, la cual claramente violenta el sentido de la institución del matrimonio religioso, es consecuencia de una prevención política en la fase legislativa, toda vez que para precaver eventuales fraudes y mantener nominativamente la competencia estatal sobre el matrimonio, se introdujo esta cuña impropia, con los graves efectos advertidos. Correctamente concebida la institución en su conjunto, es lógico y de toda coherencia jurídica que los efectos civiles deben producirse —y así reconocerse— desde el momento en que se consiente en el matrimonio, independientemente del hecho de si este se manifiesta en la forma y sede religiosa o en la forma y sede estrictamente civil. Disponer e interpretar en un sentido inverso deja a las dos personas que no ratifican el consentimiento, privados del estado civil de casados, con las graves consecuencias que esta anómala situación trae consigo en materia de presunción de paternidad, de donaciones e incapacidad por vínculo matrimonial no disuelto. La solución definitiva al problema pasa sin duda por la reforma legal, en la cual se debe remediar también la ineficacia del mandato para ratificar el consentimiento, ya visto. Ahora bien, sin perjuicio de la necesidad de presionar por su modificación a la brevedad mediante una reforma legal, en lo que respecta a medidas posibles para prevenir los problemas que presenta el interregno de los ocho días que pueden mediar entre la ceremonia religiosa y la ratificación del consentimiento e inscripción 357 en el Registro Civil del matrimonio, es posible solucionarlo por la vía de la celebración de actos sucesivos, en que aquellos contrayentes, que por motivos religiosos deseen celebrar la ceremonia religiosa en forma previa a la civil, podrán hacerlo en ceremonias sucesivas, en un mismo lugar, requiriendo la inscripción y ratificando el consentimiento, toda vez que no existe disposición legal en contrario820. § Matrimonio celebrado por entidades religiosas que cuenten solo con personalidad jurídica de derecho privado. Respecto del matrimonio celebrado por entidades religiosas que cuenten sólo con personalidad jurídica de Derecho privado, nada obsta para que estas entidades puedan celebrar matrimonios con validez meramente eclesiástica, es decir, regidos por normas religiosas y no por normas jurídicas, y por tanto sin efectos civiles legalmente exigibles. En este caso, corresponde que el ministro de culto oficiante aclare que el matrimonio tendrá esta naturaleza normativa y, en caso alguno, podrá pretender efectos civiles, pues incurrirá en la comisión de un delito sancionado por el artículo 388 del Código Penal, toda vez que se trata de un matrimonio prohibido por la ley. Si el matrimonio religioso se lleva a cabo tras haberse celebrado el matrimonio civil, el ministro de culto y los contrayentes solo estarán realizando una ceremonia religiosa libremente, amparados por el principio constitucional de libertad religiosa y de culto. ¿Podría alegarse un trato discriminatorio por parte de estas entidades impedidas de celebrar matrimonios religiosos con efectos civiles? Estimamos que no tendría fundamento plausible, toda vez que la permanencia en el goce de esta calidad en el reconocimiento de la personalidad jurídica más restringida que implica la personalidad jurídica de derecho privado es un acto voluntario de los miembros de la organización religiosa. En los hechos, los grupos religiosos tienen el derecho de optar entre el reconocimiento de la calidad de persona jurídica de Derecho público y la concesión graciosa de la personalidad jurídica de Derecho privado. Esta última opción solo se 358 ha justificado por la dificultad de acordar internamente el traspaso de los bienes desde una entidad a otra, pues generalmente los bienes de las entidades han permanecido confundidos en el patrimonio individual de un miembro relevante de la entidad religiosa. Por tanto, siendo voluntaria esta permanencia, no hay trato discriminatorio alguno. § Oficial del Servicio de Registro Civil competente para realizar la inscripción del matrimonio religioso. El problema se suscita por entender el Servicio de Registro Civil e Identificación que la norma, contenida en el artículo 16 inciso 1º del Reglamento de la LMC, debía ser observada en el caso del matrimonio religioso. La norma en cuestión dispone lo siguiente: "El matrimonio se celebrará ante el Oficial civil que intervino en la realización de las diligencias de manifestación e información, dentro del plazo contemplado en el artículo anterior [90 días siguientes a la rendición de la información]". Sin embargo, confundió el Servicio dos instituciones diferentes, pues la norma del artículo 16 fija la competencia del Oficial del Registro Civil, en aquellos casos probablemente mayoritarios, en los cuales los contrayentes opten por celebrar el matrimonio en la tradicional forma civil, disponiendo que tal celebración debe efectuarse necesariamente en presencia del Oficial civil que intervino en la realización de las diligencias preliminares de manifestación e información. Distinta, en cambio, es la situación de los contrayentes que opten por celebrar el matrimonio en la forma religiosa, pues en estos casos tendrá aplicación la norma del artículo 20 inciso segundo de la ley, que señala en lo pertinente: "El acta que otorgue la entidad religiosa en que se acredite la celebración del matrimonio y el cumplimiento de las exigencias que la ley establece para su validez, como el nombre y la edad de los contrayentes y los testigos, y la fecha de su celebración, deberá ser presentada por aquellos ante cualquier Oficial del Registro Civil, dentro de ocho días, para su inscripción". 359 Lo propio ratifica el artículo 26 del Reglamento de la LMC, que prescribe: "Para la inscripción del matrimonio celebrado ante entidades religiosas, los contrayentes deberán presentar ante cualquier Oficial Civil, dentro de ocho días contados desde la fecha de celebración del mismo, el acta que otorgue la entidad religiosa de acuerdo con el artículo 20 de la Ley Nº 19.947. Si el matrimonio no se inscribiere en el plazo fijado, no producirá efecto civil alguno". En síntesis, la diferencia radica en que en el matrimonio religioso la celebración se encuentra fijada no por la competencia del oficial civil, sino que por la sede del ministro de culto respectivo, ante cuya entidad religiosa se realiza el acto. Tras haber cumplido con las diligencias de manifestación e información en el Registro Civil, los contrayentes concurren ante la entidad religiosa que define y autoriza a un ministro de culto para celebrar el matrimonio. Efectuada la ceremonia nupcial religiosa, es decir, celebrado el matrimonio, el acta que da cuenta de dicho acto se entrega ante cualquier Oficial civil, para que este proceda a su inscripción, previo requerimiento efectuado a los cónyuges para que ratifiquen el consentimiento ya prestado ante el ministro de culto y la lectura de los derechos y deberes que emanan del reconocimiento civil del matrimonio ya efectuado en sede eclesiástica. Cumplido lo anterior, el matrimonio celebrado en forma religiosa producirá sus efectos civiles desde la fecha de la ratificación del consentimiento matrimonial ante el Oficial del Registro Civil, sin perjuicio de la validez religiosa del matrimonio, que surtirá efectos desde el momento de la prestación del consentimiento, es decir, desde la celebración del matrimonio religioso. § Obligación de realizar las diligencias de manifestación e información en el caso de matrimonios religiosos. El problema fue motivado por dudas existentes respecto de la aplicación de las normas referidas al cumplimiento de los trámites de manifestación e información, contemplados en el párrafo 2º del Capítulo II de la LMC, tras su entrada en vigor. Lo cierto es que el problema pudo suscitarse observado en la perspectiva de la Iglesia católica y referido a dos situaciones. 360 La primera atiende a la prevención efectuada por el legislador, respecto de los problemas legales en que eventualmente podría incurrir un ministro de culto, cuando le fuere requerida la celebración de un matrimonio por dos personas que, afirmando compartir la fe religiosa, ignoren los eventuales impedimentos que pudieren afectarles, como por ejemplo el de ligamen válido no disuelto. El caso conlleva una eventual responsabilidad penal del ministro de culto al sancionar la celebración de matrimonios prohibidos por la ley, según prescribe el artículo 388 del Código Penal. Por ello, se ha entendido acertadamente que el ministro de culto deberá exigir una constancia de la realización de las diligencias de manifestación e información, en forma previa a la celebración del matrimonio en forma religiosa. En la práctica, tal exigencia se cumple mediante la entrega de una copia de la manifestación e información, expedida por el respectivo funcionario habilitado del Registro Civil, al ministro de culto o al representante autorizado por la entidad religiosa de que se trate. La segunda situación alude a la compatibilidad de la exigencia legal de haber realizado las diligencias preliminares de manifestación e información, en cuya copia extendida a los consortes debe constar la ausencia de impedimento legal, con casos excepcionales en que el Derecho canónico permite la celebración de matrimonios en que alguno de los contrayentes es incapaz de acuerdo a la ley civil, o cuyo enlace es derechamente prohibido, como ocurre en el matrimonio de una mujer menor de 16 años —permitido por el canon 1083— y en el supuesto de matrimonio de dos personas solteras de acuerdo al derecho de la Iglesia católica, pero casada al menos una de ellas en conformidad a la ley civil. En esta situación, obviamente no podrán inscribirse civilmente estos matrimonios, aun cuando tendrán validez eclesiástica. El problema se presentará en la perspectiva civil cuando, superado el impedimento concurrente —mayoría de edad o terminación del matrimonio civilmente válido— se pretenda requerir la inscripción, ya que habiéndose cumplido probablemente con creces el plazo de ocho días exigido por la ley para este trámite, el matrimonio eclesiástico deberá celebrarse nuevamente si se desea que este sea el antecedente del matrimonio civil, o en caso contrario, celebrar el matrimonio sólo en la forma civil, pues la ley no admite la revalidación. 361 § Nómina de ministros de culto autorizados para celebrar matrimonios. Dispone el artículo 24 del Reglamento de la LMC821: "El Servicio de Registro Civil e Identificación contará en su base de datos con una nómina de las entidades religiosas con personalidad jurídica de Derecho público a que se refiere el artículo precedente [...aquellas que gozan de personalidad jurídica de derecho público de acuerdo a la Ley Nº 19.638]. Esta nómina se formará y mantendrá actualizada mediante la información que periódicamente entregará el Ministerio de Justicia al Servicio de Registro Civil e Identificación". La nómina a la cual se refiere la norma es integrada con los datos de las entidades religiosas que han culminado su proceso de reconocimiento en conformidad a la Ley Nº 19.638 y que elabora periódicamente la Unidad de Registro de entidades religiosas de derecho público, dependiente del Departamento de Personas Jurídicas del Ministerio de Justicia, para ser remitidas al Servicio de Registro Civil e Identificación. No procede el envío de una copia del registro de entidades religiosas de derecho público, ya que en él se incluyen entidades que aún no han cumplido plenamente con las exigencias legales conducentes al reconocimiento de la personalidad jurídica de derecho público. La exigencia reglamentaria de una nómina de las entidades religiosas con personalidad jurídica de derecho público sustituye a la eventual exigencia de una nómina de ministros de culto habilitados para celebrar matrimonios, como se tuvo en consideración en algún momento del proceso de elaboración del reglamento. Una nómina de ministros de culto, sin duda alguna, generaba diversos problemas, tanto en la perspectiva del Estado que debía velar por su actualización y vigencia, como para las entidades religiosas, que se verían compelidas a ajustar permanentemente sus procesos de designación de ministros para cumplir con las exigencias legales. En el caso de la Iglesia católica, si bien el Código de Derecho canónico establece claramente quiénes pueden asistir válidamente al matrimonio822, también contempla la posibilidad de delegar a laicos esta función, complicando la posibilidad de contar 362 con un listado permanentemente actualizado de todos los ministros de culto que pueden asistir a los matrimonios. La solución finalmente adoptada, que cautela la buena fe pública involucrada en la celebración del matrimonio y brinda certeza jurídica, entrega a cada entidad religiosa la facultad y la obligación de acreditar y autorizar a un miembro de la entidad para que cumpla funciones de ministro habilitado para celebrar matrimonios, asumiendo el estado la obligación correlativa de mantener actualizada la nómina de entidades religiosas, lo que es factible realizar con objetividad y con una periodicidad mensual, como en los hechos ocurre. § Efectos civiles del matrimonio religioso. La determinación del momento en que el matrimonio religioso produce plenos efectos civiles ha sido confundida con el momento en que se entiende perfeccionado el matrimonio, vale decir, con el momento constitutivo. Ya se ha señalado en el párrafo precedente que en el acto de inscripción se da debido cumplimiento a las normas civiles que permiten el reconocimiento de los efectos previstos en la ley, y traslada su importancia, hasta entonces reducida al ámbito personal o comunitario religioso, al terreno jurídico. Por tanto, no debe inducirse a la confusión que implica entender que el matrimonio se perfecciona en el acto de inscripción, pues este acto, revestido del carácter de ceremonia civil, es relevante jurídicamente porque da origen a los efectos civiles reconocidos por el Estado a la celebración de un matrimonio hasta entonces válido en la esfera comunitaria religiosa y regida por normas propias de derecho eclesiástico particular. La necesaria apreciación de la diversa naturaleza jurídica de los actos de celebración e inscripción del matrimonio, sin embargo, no puede evitar el comentario sobre el error cometido por los legisladores, al momento de establecer los efectos civiles a partir del momento de la ratificación del consentimiento, pues no cabe duda de que la correcta interpretación de las normas de la LMC referidas al matrimonio religioso implica atribuir efectos civiles al matrimonio desde el momento en que se 363 hubiere celebrado el contrato matrimonial, entendiendo por momento constitutivo del mismo, aquel en que se prestare el consentimiento823. Si bien se estimó necesario un trámite de ratificación del consentimiento824, concebido quizás como una verificación del hecho de que el consentimiento se hubiere manifestado en forma libre y por individuos capaces, no afectados por impedimentos ni prohibición legal, la exigencia del trámite no elimina la realidad de que el consentimiento se prestó en forma y fondo en el momento de la celebración en sede religiosa. Es, como se dijo en el seno de la Comisión del Senado que discutió la naturaleza de la ratificación, condición de su reconocimiento, pero no constituye un nuevo matrimonio. Si se atiende a la mirada civil de la ratificación, siguiendo la regulación del Código Civil y su aplicación, los ejemplos abundan para considerar que sus efectos se retrotraen al momento inicial del acto ratificado825. No es el caso de la ratificación exigida en el matrimonio religioso, razón por la cual la coherencia exigida por algunos parlamentarios con el ordenamiento civil de protección patrimonial no se cumpliría, dando lugar a una evidente contradicción en la que incurre la ley, al establecer que los efectos civiles sólo se producirán a contar del momento de la inscripción, con lo cual las personas que hubieren contraído matrimonio en sede eclesiástica, y, dentro de los ocho días siguientes se vieren afectadas por la muerte de uno de ellos, se encontrarán en un limbo jurídico inexcusable en su injusticia. Lo concluyente es que la modificación de la norma aprobada por la Comisión generó mayores problemas que los que se tuvo en vista para su eliminación: se dejó en indefensión jurídica a los cónyuges en el período que media entre la celebración del matrimonio y su inscripción, genera incerteza jurídica en los terceros y restó eficacia a una institución ya aprobada, mediante un recurso que apela a la desconfianza antes que al respeto de los derechos ciudadanos de los sujetos que desearán ejercer un derecho constitucional que en los hechos aparece menoscabado. 364 CAPÍTULO IV RÉGIMEN APLICABLE A LOS MATRIMONIOS CELEBRADOS FUERA DE CHILE Y RECONOCIMIENTO DE LAS SENTENCIAS EXTRANJERAS 1. Régimen legal § Noción introductoria. La materia es regulada por el capítulo VIII de la Ley Nº 19.947826, en especial por el artículo 80, el cual dispone que los requisitos de forma y de fondo del matrimonio serán los que establezca la ley del lugar de su celebración, con las limitaciones que se indican más adelante, produciendo los mismos efectos que si se hubiere celebrado en territorio chileno. Las limitaciones o excepciones a la regla precedente, son las siguientes. En primer lugar, la ley considera matrimonio sólo al que es celebrado entre un hombre y una mujer, razón por la cual, aunque en un país extranjero se reconozca como matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo, en Chile carecerá de valor jurídico827. En segundo lugar, la celebración del matrimonio en país extranjero debe haber respetado las incapacidades para contraerlo, prescritas por los artículos 5º, 6º y 7º de la LMC, entre las que se incluyen los impedimentos y las prohibiciones, en la terminología tradicional. La contravención acarrea consigo la posibilidad de ser declarado nulo el matrimonio, de conformidad a la ley chilena828. En tercer lugar, la celebración del matrimonio en país extranjero debe haber cautelado que el consentimiento de los contrayentes se haya prestado en forma libre y espontánea829. Por tanto, las solemnidades se rigen por la ley del país en el cual se celebra el matrimonio. En cuanto a los requisitos de fondo, deberán respetarse los que establecen las incapacidades y la emisión del consentimiento en forma libre y espontánea. En razón de lo anterior, tendrán validez en Chile los requisitos establecidos por la ley extranjera, en tanto cautelen como mínimo las normas 365 sustantivas indicadas. Asimismo, tendrá valor en Chile el matrimonio celebrado en forma religiosa en país extranjero, cuando así lo establezca la ley respectiva. Finalmente, se le reconocerán los mismos efectos que si se hubiere contraído en Chile, con la significativa limitación de haber sido celebrado entre un hombre y una mujer, rechazando por tanto los matrimonios homosexuales830. § Régimen legal. Dispone el artículo 80 de la LMC: "Los requisitos de forma y fondo del matrimonio serán los que establezca la ley del lugar de su celebración. Así, el matrimonio celebrado en país extranjero, en conformidad con las leyes del mismo país, producirá en Chile los mismos efectos que si se hubiere celebrado en territorio chileno, siempre que se trate de la unión entre un hombre y una mujer. Sin embargo, podrá ser declarado nulo de conformidad a la ley chilena, el matrimonio celebrado en país extranjero que se haya contraído en contravención a lo dispuesto en los artículos 5º, 6º y 7º de esta ley. Tampoco valdrá en Chile el matrimonio que se haya contraído en el extranjero sin el consentimiento libre y espontáneo de los contrayentes". La norma, ubicada dentro de las llamadas normas de conflicto multilaterales, según califica el derecho internacional privado831, determina el derecho aplicable a la celebración del acto matrimonial, debiendo distinguirse entre los requisitos legales que regulan la forma de celebración y los requisitos legales que abordan aspectos sustantivos del sistema matrimonial aplicable o requisitos de fondo del matrimonio. § Régimen aplicable a la forma de celebración. La ley mantiene el principio de preeminencia de la ley local en dicha materia, presente en la ley derogada, determinando que las formalidades aplicables son aquellas prescritas en la normativa vigente del territorio en el cual se celebre el matrimonio. La nueva redacción mejora, en todo caso, la regulación precedente contenida en el inciso 1º 366 del art. 15 de la LMC de 1884, que no distinguía explícitamente entre los requisitos de forma y fondo. La norma vigente, por tanto, no deja lugar a dudas en lo principal, esto es, que la ley chilena es aplicable tanto a la celebración del matrimonio por parte de chilenos como de extranjeros, si la celebración tiene lugar en el territorio nacional. En el caso del matrimonio celebrado en el extranjero, las formalidades que lo rigen son las dispuestas en la ley del país respectivo, de lo cual se deriva que un matrimonio celebrado en el extranjero, que no cumpla con los requisitos formales de la ley aplicable en dicho país, no tendrá validez en Chile, aunque aquí el defecto de forma no sea considerado como causal de nulidad del acto. Dos situaciones, sin embargo, merecen ser comentadas. En primer lugar, en el caso de un matrimonio meramente consensual celebrado en el extranjero, en conformidad a las normas locales vigentes, siendo definido en nuestro derecho el matrimonio como un contrato solemne, no tendrá validez civil en Chile en esta modalidad832. En segundo lugar, los matrimonios celebrados en el marco de sistemas matrimoniales que reconocen validez a la celebración del matrimonio religioso, aun cuando se trate de sistemas facultativos latinos e, incluso, de carácter exclusivamente religioso, tendrán validez en Chile siempre que las legislaciones estatales respectivas le reconozcan este carácter y consiguiente efecto 833. En lo que respecta a la normativa aplicable a los aspectos sustantivos del matrimonio, en general rige también la ley del lugar en que este es celebrado, por lo que se exigirá para la validez civil el pleno cumplimiento de las prescripciones legales respectivas. § Excepciones al principio general. Sin perjuicio de lo anterior, la LMC introduce innovaciones en materia de excepciones al principio general, privilegiando la ley chilena en relación con la definición sustantiva del matrimonio, con los requisitos en materia de capacidad matrimonial y respecto de la calificación del consentimiento. En todos estos casos, el fundamento jurídico es la contravención del orden público del Estado de Chile. 367 La primera excepción, contenida al final del inciso primero del art. 80 de la LMC, cautela la vigencia de la diferencia de sexo de los contrayentes, presente como elemento esencial del matrimonio en la definición legal contenida en el artículo 102 del CC. El carácter explícito de la disposición no deja lugar a dudas sobre la invalidez del vínculo matrimonial celebrado entre dos personas del mismo sexo, en la perspectiva de nuestro ordenamiento civil, aun cuando el ordenamiento de origen sí lo reconozca. La segunda excepción, que constituye un caso de aplicación extraterritorial de la ley chilena, se encuentra establecida en el inciso segundo del art. 80 de la LMC, prescribiendo la anulabilidad de los matrimonios celebrados en país extranjero, en contravención de las disposiciones contenidas en los artículos 5º, 6º y 7º, de la misma ley. Los citados artículos regulan las causales de incapacidad matrimonial, proscribiendo en consecuencia los matrimonios celebrados por menores de 16 años y las uniones polígamas, por citar dos ejemplos. A ello se une la vasta y actualizada regulación en materia de incapacidad que incorpora la Ley Nº 19.947. La tercera excepción, incorporada en el inciso final de artículo 80, niega validez a los matrimonios que se hayan contraído en el extranjero, sin el consentimiento libre y espontáneo de los contrayentes, en plena concordancia con la relevancia determinante en la validez del matrimonio que el derecho matrimonial chileno ha brindado a este requisito. En tal sentido, deberá tenerse en vista lo dispuesto por el art. 8º de la misma ley, en relación con los casos en que falta el consentimiento, para fijar los requisitos que deberán ser cumplidos por los contrayentes. Entre estos, aplicará por cierto la inclusión del error en cualidad personal, en los términos ampliamente debatidos utilizados por la Ley Nº 19.947. 2. Régimen aplicable a los matrimonios celebrados entre extranjeros en Chile § Derecho aplicable. La materia es regulada en el artículo 81 de la LMC, que dispone lo siguiente: 368 "Los efectos de los matrimonios celebrados en Chile se regirán por la ley chilena, aunque los contrayentes sean extranjeros y no residan en Chile". En forma concordante con la norma anterior, dispone el artículo 82 de la LMC: "El cónyuge domiciliado en Chile podrá exigir alimentos del otro cónyuge ante los tribunales chilenos y de conformidad con la ley chilena. Del mismo modo, el cónyuge residente en el extranjero podrá reclamar alimentos del cónyuge domiciliado en Chile". Las normas transcritas constituyen normas resolutorias de conflicto en materia de efectos del matrimonio, las cuales regulan aspectos susceptibles de colisión referidos tanto a los derechos y deberes de los cónyuges como al régimen matrimonial834. Tratándose de matrimonios celebrados en Chile, tanto los efectos personales como los patrimoniales —la ley no realiza distinción— se regirán por la ley chilena, cubriendo en la prescripción a los matrimonios en que ambos contrayentes son extranjeros, cuando un contrayente es chileno y el otro extranjero e, incluso, a extranjeros no residentes que celebran el matrimonio en Chile. La aplicación práctica de la ley se apreciará en aquellos casos de matrimonios entre personas de diversa nacionalidad, quienes en caso de conflicto alegarán la preeminencia del estatuto que más les favorezca, pudiendo presentarse a conocimiento judicial la colisión entre estatutos basados en la nacionalidad o en el domicilio. El matrimonio entre chilenos no admite dudas respecto de la obligatoriedad de la ley chilena, por aplicación de la norma del art. 15 del Código Civil835. En lo que respecta a los matrimonios celebrados en el extranjero, la ley no acogió las propuestas de actualización sobre la materia836, optando por mantener vigente el criterio precedente, es decir, que, respecto de sus efectos en Chile, los matrimonios celebrados en el extranjero se han de regir por la ley chilena, sin considerar la nacionalidad de los cónyuges. Las disposiciones referidas a alimentos, 369 incluidas en el artículo 82 de la LMC, que pretendieron facilitar en forma innovadora la exigencia del cumplimiento de la obligación en caso de encontrarse uno de los cónyuges residiendo en el extranjero y el otro en Chile, se frustraron junto con la propuesta de actualización ya indicada, toda vez que la vertiente realmente novedosa y eficaz para enfrentar exitosamente estas demandas y otras de similar naturaleza se habría efectivamente abierto con el reconocimiento legal de un sistema de determinación de la norma aplicable, que considerara el ordenamiento más cercano a la valoración de la complejidad alcanzada en el tiempo por la relación conyugal y familiar, centrada realistamente en el matrimonio como estado y no en el matrimonio como acto jurídico precedente a dicho estado. Sin duda más complejo, pues habría involucrado el reconocimiento de la ley extranjera en ciertos casos, pero también más cercana a la realidad de las familias y en consonancia con las tendencias actuales de la disciplina. Para quienes pudimos apreciar la discusión en sala de la iniciativa comentada, lo más lamentable fue que ella se frustró no tanto por la oposición doctrinaria o política, sino más bien por las dificultades para entenderla837. 3. Divorcio y/o nulidad declarada en el extranjero § Derecho aplicable. La materia es tratada por los artículos 83 y 84 de la LMC, en concordancia con lo dispuesto en los arts. 80 y 81, según se verá. Dispone el artículo 83 de la LMC: "El divorcio estará sujeto a la ley aplicable a la relación matrimonial al momento de interponerse la acción. Las sentencias de divorcio y nulidad de matrimonio dictadas por tribunales extranjeros serán reconocidas en Chile conforme a las reglas generales que establece el CPC. 370 En ningún caso tendrá valor en Chile el divorcio que no haya sido declarado por resolución judicial o que de otra manera se oponga al orden público chileno. Tampoco se reconocerá valor a las sentencias obtenidas en fraude a la ley. Se entenderá que se ha actuado en fraude a la ley cuando el divorcio ha sido declarado bajo una jurisdicción distinta a la chilena, a pesar de que los cónyuges hubieren tenido domicilio en Chile durante cualquiera de los tres años anteriores a la sentencia que se pretende ejecutar, si ambos cónyuges aceptan que su convivencia ha cesado a lo menos ese lapso, o durante cualquiera de los cinco años anteriores a la sentencia, si discrepan acerca del plazo de cese de la convivencia. El acuerdo o la discrepancia entre los cónyuges podrá constar en la propia sentencia o ser alegada durante la tramitación del exequátur". Por su parte, el artículo 84 prescribe: "La ley que rija el divorcio y la nulidad del matrimonio se aplicará también a sus efectos". Los artículos señalados contemplan las normas resolutorias de los conflictos suscitados con ocasión de la terminación del matrimonio, cuya materia sustantiva es regulada en el Capítulo IV de la misma ley. En particular, el artículo 42 de dicho capítulo señala que el matrimonio termina por la muerte real de uno de los cónyuges, por la muerte presunta, por sentencia firme de nulidad y por sentencia firme de divorcio. § Supuesto de muerte. Respecto del supuesto de muerte, en caso que uno de los cónyuges fuera chileno, aplica el criterio general que remite a las leyes patrias, en concordancia con lo dispuesto por el art. 15 del Código Civil. En el caso de dos extranjeros, la ley chilena será aplicable sólo en aquellos casos en que la disolución del matrimonio sea sometida a la consideración de un juez nacional, ya que, en un sentido opuesto, la ley competente será la extranjera, debiendo los tribunales reconocer valor a la terminación que se declare en conformidad a ella, por un juez extranjero838. 371 § Nulidad. En materia de nulidad, la ley aplicable es la del lugar en que se celebra el matrimonio, sin perjuicio de la debida consideración de la extraterritorialidad de la ley chilena en relación con la nulidad por concurrencia de alguna de las causales contenidas en los arts. 5º, 6º o 7º, referidas a la incapacidad matrimonial, o aquellas contempladas en el art. 8º, referidas al resguardo del consentimiento libre y espontáneo, todas ellas incluidas en la Ley Nº 19.947. Asimismo, en relación con los efectos de la nulidad, el art. 84 es claro en su remisión a la ley que regula la nulidad. § Divorcio. En relación con el divorcio, la materia es regulada con mayor detenimiento, habida consideración de su novedad en el derecho matrimonial chileno839. Se ocupa de la materia el art. 83 de la LMC, que dispone lo siguiente: "El divorcio estará sujeto a la ley aplicable a la relación matrimonial al momento de interponerse la acción. Las sentencias de divorcio y nulidad de matrimonio dictadas por tribunales extranjeros serán reconocidas en Chile, conforme a las reglas generales que establece el Código de Procedimiento Civil. En ningún caso tendrá valor en Chile el divorcio que no haya sido declarado por resolución judicial o que de otra manera se oponga al orden público chileno". Esta norma debe ser complementada por el art. 2º transitorio en su inciso primero y en su inciso final, que disponen respectivamente lo siguiente: "Los matrimonios celebrados con anterioridad a la entrada en vigencia de esta ley se regirán por ella en lo relativo a la separación judicial, la nulidad y el divorcio"; "de conformidad al inciso primero, habiéndose previamente cumplido el procedimiento sobre ejecución de las resoluciones pronunciadas por tribunales extranjeros, regulados por los artículos 242 y siguientes del Código de Procedimiento Civil, las sentencias relativas a divorcios pronunciadas por tribunales extranjeros tendrán fuerza en Chile, sin perjuicio de haber sido dictadas con anterioridad a la fecha de entrada en vigencia de la ley". 372 La primera regla aplicable se contiene en el ya citado art. 83, en su inciso 1º, el cual dispone que el divorcio esté sujeto a la ley aplicable a la relación matrimonial al momento de interponerse la acción. En consecuencia, tratándose tanto de chilenos como de extranjeros, si han contraído matrimonio en Chile, su relación matrimonial en lo que respecta al divorcio se rige por la ley chilena, siempre que se encuentren en el territorio nacional al momento de deducirse la acción. La redacción de la norma no es del todo afortunada, ya que solo se entendería cabalmente en el supuesto que hubiera permanecido la propuesta original evacuada por la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado, puesto que la frase "la ley aplicable a la relación matrimonial" alude a la determinación compleja allí prevista. En su actual ubicación, deberá entenderse como una referencia a la ley chilena, que es la ley aplicable a los efectos del matrimonio según el art. 81840. En la situación contraria, si el matrimonio se hubiere contraído en el extranjero y los cónyuges se encontraren fuera de Chile al momento de deducir la acción, el divorcio estará sujeto a la ley extranjera. La regla general determina que las sentencias de divorcio, dictadas por tribunales extranjeros, deben ser reconocidas en Chile. Para lograr tal efecto, el divorcio deberá haber sido declarado por sentencia judicial, no deberá haber sido obtenida en fraude de la ley y no podrá oponerse al orden público chileno 841. Una sentencia de la Corte Suprema pronunciada en mayo de 2006 determinó la imposibilidad de dar curso al exequátur para cumplir en Chile una sentencia de divorcio emitida en Australia antes que entrara en vigor la nueva LMC, toda vez que en dicha oportunidad el divorcio vincular era contrario a las leyes chilenas. Cuatro meses después, otra sentencia vino a ratificar la interpretación exegética sobre la materia, al rechazar la pretensión de reconocimiento de una sentencia de divorcio dictada en Venezuela antes de la entrada en vigor de la LMC, respecto de un matrimonio celebrado por una chilena en dicho país y luego inscrito en Chile. El fundamento de la sentencia dictada en Chile, asumiendo la vigencia del art. 15 del Código Civil y de la LMC de 1884 al momento de pronunciarse la sentencia 373 venezolana, considera que no puede admitirse que surta efectos en Chile, "porque ella contraviene las leyes de la República, en la medida que significa la disolución del matrimonio de chilenos mediante una vía no prevista por el ordenamiento patrio a la fecha en que se pronunció ese fallo, atendido que la solicitante, por tener la nacionalidad chilena, permanecía sujeta a esta legislación"842. El mismo fallo, en otro de sus considerandos, aborda la aparente antinomia entre lo prescrito en el art. 83 y en el art. 2º transitorio, ambos de la LMC, interpretando que si bien la última norma dispone que los matrimonios celebrados con anterioridad a la vigencia de esta ley se regirán por ella en lo relativo a la separación judicial, la nulidad y el divorcio, asignando efectos inmediatos a sus disposiciones para invocarlas al impetrar dichos pronunciamientos judiciales respecto de uniones matrimoniales anteriores, lo definitivo a juicio del Tribunal es que, "sus preceptos, en rigor, carecen de aplicación retroactiva, según el principio general que enuncia el inciso primero del artículo 9º del Código Civil", siendo la finalidad de dicho precepto transitorio, "franquear la posibilidad de que los matrimonios celebrados antes de la vigencia de la Ley Nº 19.947 se sujetaran a sus disposiciones en lo relativo a separación judicial, nulidad y divorcio, ya que de no mediar esta regla, ellos habrían quedado sometidos en tales materias a la normativa que regía con anterioridad, en virtud de lo prescrito en el art. 22 de la Ley sobre Efecto Retroactivo de las Leyes, en orden a que en todo contrato se entenderán incorporadas las leyes vigentes al tiempo de su celebración"843. La exigencia de resolución judicial niega valor civil a toda otra decisión de carácter no jurisdiccional, como ocurriría en el supuesto de una decisión contenida o fundada en un acto administrativo, en una resolución de Derecho eclesiástico particular o en un acuerdo extrajudicial y en toda forma convencional. Se entenderá que se ha actuado en fraude a la ley, "cuando el divorcio ha sido declarado bajo una jurisdicción distinta a la chilena, a pesar de que los cónyuges hubieren tenido domicilio en Chile durante cualquiera de los tres años anteriores a la sentencia que se pretende ejecutar, si ambos cónyuges aceptan que su convivencia ha cesado a lo menos ese lapso, o durante cualquiera de los cinco años anteriores a la sentencia, 374 si discrepan acerca del plazo de cese de la convivencia", pudiendo constar el acuerdo o la discrepancia observada entre los cónyuges, en la propia sentencia o ser alegado durante la tramitación del exequátur844. Finalmente, la referencia al orden público considera el respeto a las normas jurídicas esenciales para la organización y funcionamiento armónico de la sociedad democrática, que se concreta en la especificidad analizada, en la protección del derecho de los ciudadanos al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, entre los cuales se cuentan la seguridad y la moralidad públicas845. § Efectos del divorcio. Los efectos del divorcio estarán sometidos a la misma ley que rija el divorcio. Finalmente, el reconocimiento de las sentencias que declaren el divorcio, dictadas por los tribunales extranjeros, se producirá en conformidad a las reglas generales que establece el Código de Procedimiento Civil846, normas que, en general, disponen el pronunciamiento favorable de la Corte Suprema de Justicia mediante el procedimiento de exequátur, condicionado en su aprobación a lo estipulado en los tratados suscritos por Chile, al principio de reciprocidad o al cumplimiento de ciertos requisitos mínimos destinados a asegurar la regularidad internacional de la sentencia847. 375 TÍTULO IV EL ESTADO MATRIMONIAL. RÉGIMEN DE SUS EFECTOS DURANTE LA NORMALIDAD CONYUGAL. CRISIS DE LA CONVIVENCIA CONYUGAL Y SUS EFECTOS CIVILES CAPÍTULO I EFECTOS DEL MATRIMONIO DURANTE EL ESTADO MATRIMONIAL 1. Estado matrimonial y efectos civiles § El estado matrimonial. Al momento de abordar el concepto de matrimonio, hemos indicado que para los efectos de su estudio cabe realizar una distinción básica entre el matrimonio entendido como un acto jurídico y el matrimonio apreciado como un estado. Con las particularidades que configuran su especialidad como acto del derecho de familia y que oportunamente hemos destacado, aplican al matrimonio la teoría propia de los actos jurídicos, lo que se ha visto reflejado especialmente en las dos partes precedentes de esta obra. En el presente capítulo, por su parte, abordaremos el matrimonio en cuanto estado, entendido como el interregno que media entre su válida celebración legal y el momento que la LMC define como su terminación. El inicio del estado matrimonial requiere algunas precisiones conceptuales. En efecto, considerando que el sistema matrimonial chileno admite dos formas diferentes de celebración igualmente válidas, se debe advertir que el momento en que se inicia lo que hemos denominado estado matrimonial difiere en el caso del matrimonio estrictamente civil y el matrimonio religioso, toda vez que en el caso del matrimonio religioso puede existir un lapso en que exista matrimonio pero no genere efectos civiles, derivado de la exigencia legal de ratificación del consentimiento prestado por los contrayentes en sede eclesiástica ante el oficial del Registro Civil, para lo cual le ley otorga el plazo de ocho días. El matrimonio civil, celebrado en la forma general y tradicional ante el oficial del Registro Civil, genera efectos civiles desde el mismo momento en que se presta el consentimiento ante esta autoridad, 376 por cuanto la inscripción registral se efectuará en forma sucesiva en una misma ceremonia civil, dando inicio al estado matrimonial de los contrayentes, en adelante cónyuges. El estado matrimonial en el matrimonio religioso legalmente celebrado, en cambio, inicia en el preciso momento en que el consentimiento es prestado y que por tal hemos denominado momento constitutivo del matrimonio, pero requiere necesariamente la inscripción del matrimonio en el Registro Civil para que se generen los efectos civiles previstos en la ley, de modo tal que en estos casos el estado matrimonial civilmente entendido inicia con la inscripción civil del matrimonio. La distinción efectuada entre la constitución del matrimonio y el inicio de los efectos civiles es relevante, y extiende su importancia al momento crítico del estado matrimonial, cuando es resuelto por vía del divorcio, ya que la sentencia que lo declara pone fin a los efectos civiles de un vínculo cuya subsistencia en el plano religioso excede la competencia de la jurisdicción civil. § Efectos civiles del matrimonio. El matrimonio, válidamente celebrado en conformidad a la ley, genera diversos efectos para las personas que lo han contraído, tanto estrictamente personales como patrimoniales. En una primera aproximación, dichos efectos son de tres tipos: Primero, crea entre las personas unidas por el vínculo matrimonial un conjunto de derechos y obligaciones recíprocas, de índole personal, que determina la realización de ciertas conductas y la abstención de otras. En palabras de Troncoso, "crea entre los cónyuges un conjunto de derechos y obligaciones, cuyo objeto no es una prestación de índole pecuniaria, sino la observancia de ciertas normas de conducta necesarias para la realización práctica de los fines del matrimonio"848. Segundo, genera un régimen patrimonial del estado matrimonial, accesorio a los fines perseguidos por el matrimonio, que implica consecuencias para los bienes de los cónyuges e incide en sus relaciones pecuniarias con terceros. Tercero, es el fundamento para la calificación matrimonial de la filiación, que aplica cuando existe matrimonio entre los padres al tiempo de la concepción o del 377 nacimiento del hijo, y en el caso del hijo cuyos padres contraen matrimonio con posterioridad a su nacimiento, siempre que la paternidad y la maternidad hayan estado previamente determinadas por los medios que establece el Código Civil, o bien se determinen por reconocimiento realizado por ambos padres en el acto del matrimonio o durante su vigencia849. El régimen de los efectos civiles del matrimonio se encuentra establecido en los artículos 131, 132, 133 y 134 del Código Civil, en el Título VI, que trata precisamente de las obligaciones y derechos entre los cónyuges850. 2. Derechos y deberes conyugales § Noción introductoria. Antes de la reforma introducida al Código Civil por la Ley Nº 18.802, se distinguían deberes recíprocos e individuales entre los cónyuges. En la actualidad se consagran deberes recíprocos, que importan derechos y deberes mutuos851, regulados en el Título VI del Libro Primero del Código Civil. El artículo 131, con el cual inicia el Título respectivo, dispone lo siguiente: "Los cónyuges están obligados a guardarse fe, a socorrerse y ayudarse mutuamente en todas las circunstancias de la vida. El marido y la mujer se deben respeto y protección recíprocos". Esta redacción es fruto de la reforma realizada por medio de la Ley Nº18.802, de 1989, la cual modernizó el régimen de los deberes matrimoniales, transformando lo que antes se entendía como obligaciones individuales, en derechos-deberes recíprocos, en sintonía con la voluntad del legislador dirigida a establecer un régimen equitativo para ambos cónyuges derivado del matrimonio 852. § Deber de fidelidad. Este deber está consagrado en el artículo 131 del Código Civil, el cual prescribe que "los cónyuges están obligados a guardarse fe". Su transgresión, entendida como adulterio, se regula en el artículo 132, estableciendo 378 que los actos que la constituyen son similares para cualquiera de los cónyuges, con este tenor a partir de las reformas legales de 1989 y 1995. La palabra "fe" no está definida expresamente por el legislador, por lo que es necesario recurrir al diccionario de la Real Academia que entiende por tal "la palabra que se da o promesa que se hace a alguien con cierta solemnidad o publicidad". En la acepción de promesa, es por tanto el compromiso que realizan quienes desean celebrar el matrimonio, en el sentido de procurar cumplir los fines del mismo, lo que vinculado especialmente a la finalidad de procreación remite su contenido a la fidelidad sexual, la única objetivable de las dimensiones que es posible reconocer a este término, toda vez que las otras dimensiones —como se verá— remiten la precisión del sentido y alcance del contenido de la fidelidad al ámbito de la esfera moral, dentro de la cual se pondera la mayor o menor bondad que la valoración social dominante le atribuye a una determinada conducta. En el período previo a la reforma, la inequidad de trato a la infidelidad del varón y la mujer, en extremo gravosa para ella, era considerada una consecuencia no cuestionable de la concepción tradicional privilegiada de la familia matrimonial, que el Código asumía de manera natural. Esta estaba fundada en la necesidad de protección del patrimonio familiar ante el eventual peligro de disgregación de sus bienes por el ingreso de un heredero ajeno a la familia matrimonialmente constituida, según los principios del mejor orden social vigentes al momento de la aprobación del Código Civil, a mediados del siglo XIX. Indagando en los orígenes de esta normativa, Novales remite los antecedentes históricos de la regulación diferenciada, con penalidad claramente inequitativa entre el marido y la mujer en caso de adulterio, a Escriche — cuya obra la autora reconoce como fuente tanto de García Goyena como de Andrés Bello, y por tanto influyente a través de Bello en el Código Civil—. El texto de Escriche, muy significativo de la valoración diferenciada de la fidelidad, expresa lo siguiente: "Sin embargo, la infidelidad del marido no se castiga como la de la mujer; porque no lleva consigo, 379 como la de ésta, el peligro de introducir hijos extraños en la familia; y así es que el marido no puede ser acusado de adulterio por la mujer"853. Contenido del deber de fidelidad. El deber de fidelidad conlleva la obligación de sostener vida marital de carácter sexual exclusivamente con su cónyuge, excluyendo las relaciones sexuales con terceros. La vida marital sexual, que algunos autores restrictivamente la asimilan a la cohabitación 854, da cuenta de la obligación y correlativamente el derecho que mutuamente asumen los cónyuges de relacionarse sexualmente —con la apertura conceptual que actualmente involucra este término y que no se restringe a la procreación— solamente con su pareja a la cual se encuentra unida por el vínculo matrimonial. Si bien se ha podido sostener su extensión a las formas de afectividad de una relación de pareja, la interpretación ajustada a la voluntad del legislador se restringe al acto sexual y no a manifestaciones susceptibles de ser ubicadas en la esfera de las demostraciones de afecto, como caricias o comunicaciones que expresen sentimientos afectivos recíprocos, o, como señalan Barrientos y Novales, "...se extiende a todos los ámbitos en los cuales se proyecta la comunidad de vida entre marido y mujer"855. Esta posición, aparte de la subjetividad extrema que implica su aceptación en la interpretación judicial, rompe la frontera de la intimidad personal, confunde los planos de la normatividad jurídica y moral, y es prácticamente imposible probarla. Ahora bien, siguiendo lo dispuesto por el inciso segundo del citado artículo, en el sentido que cometen adulterio "la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el varón casado que yace con mujer que no sea su cónyuge", es en principio claro que el deber de fidelidad debe entenderse restringido al ámbito sexual, interpretación que evitaría la confusión con los otros derechos y deberes personales derivados del matrimonio, permitiendo brindar extensivamente un sentido aceptable a la causal de divorcio de realizar una conducta homosexual, restringiéndola a actos de connotación sexual —igual que el adulterio— pero realizados con personas del mismo sexo que el cónyuge856. 380 Una perspectiva diferente es sostenida por Mondaca, quien recuerda que el deber de fidelidad —que Ramos Pazos consideraba la obligación principal del matrimonio— con la dictación de la nueva LMC habría afirmado un sentido contrario, apreciable en la nueva prescripción del divorcio sanción y de la nulidad, que permitiría "la fundamentación de la alegación de dichas causales de disolución matrimonial (sic) en conductas que lesionen el deber de fidelidad, entendido éste en un sentido amplio, no limitado al adulterio ni exclusivamente vinculado a un contenido de índole sexual"857. Para ello, diferencia las nociones de infidelidad y adulterio, entendiendo entre ellos una relación de género a especie —siendo el género el primero y la especie el segundo— en que la infidelidad es más amplia que el adulterio al quedar este circunscrito a la cópula, mientras que la infidelidad es un concepto comprensivo de distintas conductas, "sean sexuales (en este caso sin llegar necesariamente a la penetración) o no, pero que son igualmente reveladoras de la falta de la debida fe que deben guardarse los cónyuges en atención al vínculo contraído"858. El deber de fidelidad no se reduce, concluye, "sólo a las relaciones físicas que finalizan en la unión carnal, sino que alcanza también a prohibir cualesquiera actos que la conciencia social repute con infidelidad conyugal, lo mismo sean con personas de distinto sexo, que actos de homosexualidad, bestialidad, etc., e igual supongan que no, realización completa de cópula o ayuntamiento sexual"859. Adulterio. El incumplimiento del deber de fidelidad configura el adulterio, consagrado en el artículo 132 del CC, el que dispone lo siguiente: "El adulterio constituye una grave infracción al deber de fidelidad que impone el matrimonio y da origen a las sanciones que la ley prevé. Cometen adulterio la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el varón casado que yace con mujer que no sea su cónyuge". La redacción de la norma vigente sobre el adulterio introduce igualdad en el caso de la apreciación de la transgresión del deber por parte de cualquiera de los dos cónyuges, eliminando la inequitativa figura que consagraba la legislación derogada, 381 que cargaba en la mujer los supuestos de ocurrencia de la infracción. Asimismo, procede destacar que la calificación de la gravedad correspondiente a esta falta a la fidelidad es realizada por el propio legislador ("grave infracción") y que el cónyuge inocente puede revocar las donaciones que hubiere hecho al culpable del divorcio por adulterio860 (art. 172 CC). Suspensión del deber de fidelidad. Cabe finalmente un comentario con ocasión de la suspensión del deber de fidelidad en el caso de separación de los cónyuges, atendiendo a la redacción del artículo 131, que no distingue término en la proyección temporal de ninguno de los tres deberes contemplados en dicha norma. Al respecto, cabe indicar que debe entenderse suspendido el deber no solo por las circunstancias objetivas o materiales que determinan la separación conyugal, sino porque el propio legislador así lo ha establecido en el artículo 33 de la LMC. § Deber de socorro. El deber de socorro deriva de la finalidad de auxilio mutuo establecido en el artículo 102 del CC, y luego reiterado en el artículo 131 ("Los cónyuges están obligados a...socorrerse..."), en el artículo 134 e, indirectamente y discutible en cuanto a su naturaleza de socorro y no alimenticia861, en el artículo 321 Nº 1 del mismo código. Se justifica en la reciprocidad que implica el pacto de convivencia y en la aceptación de la mutua voluntad de procrear traducido en el matrimonio, debiendo concurrir ambos cónyuges a la provisión de los medios económicos que aseguren el logro de los fines matrimoniales, atendiendo a sus respectivas capacidades individuales y al régimen económico que hubieren concordado. En atención a los regímenes patrimoniales matrimoniales adoptados por los cónyuges, y toda vez que el régimen de sociedad conyugal constituye el régimen general y supletorio, el marido administrará dicha sociedad, asumiendo los gastos de manutención familiar, incluyendo a su mujer862. En el caso de la separación de bienes cada uno de ellos asumirá la administración separada, debiendo ambos proveer proporcionalmente las necesidades familiares, lo que reglará el juez863. 382 Si uno de los cónyuges no es el causante de la separación judicial, tendrá derecho a la provisión por parte del otro cónyuge de lo necesario para su congrua sustentación, de acuerdo a las reglas generales864. La transgresión a este deber puede ser estimado como el más relevante de los deberes que contempla la segunda causal del art. 54 de la LMC, toda vez que configura un supuesto en el que se niega los bienes básicos para la vida conyugal normal, consistente en alimentación, vestuario y vivienda. La calificación de la gravedad se debe basar tanto en la ocurrencia del incumplimiento, que no medie justificada causa como la cesantía prolongada del demandado y, de manera especial, las carencias y necesidades vitales del demandante derivadas del incumplimiento del deber865. § Deber de ayuda mutua. Deriva del art. 131 del Código Civil, que dispone que además de fe y socorro, los cónyuges estén obligados a "ayudarse mutuamente". Esta disposición está en consonancia con la comunidad de vida a la cual alude la LMC, refiriéndose a todas las ayudas mutuas que las personas que viven juntas unidas por un vínculo afectivo deben prodigarse, en todas las circunstancias de la vida, que comprenden las dificultades, desencuentros y vicisitudes, no necesariamente de naturaleza patrimonial, como el cuidado personal mutuo en caso de enfermedades, la asistencia en la enfermedad o pérdida de un ser querido, el apoyo moral en la desventura y el fracaso o el consejo en decisiones difíciles. Podría también comprenderse como ayuda mutua el auxilio para las acciones y defensa judicial consagrada en el art. 136 del CC, salvo que se tratare de un litigio dirigido en su contra por el otro cónyuge, en cuyo caso aplica la segunda parte del artículo, referido al caso del marido casado en régimen de sociedad conyugal, cuando no tenga bienes suficientes o en las situaciones regidas por los artículos 150, 166 y 167, en cuyo caso deberá proveer a la mujer para cubrir las expensas de la litis que esta siga en su contra. § Deber de respeto y protección recíprocos. Es contemplado en el inciso segundo del artículo 131 del CC, que dispone: "El marido y la mujer se deben respeto y 383 protección recíprocos". Del tenor del artículo, se desprende que la norma involucra dos acciones mutuas entre los cónyuges. La primera, el respeto, se traduce en un trato recíproco que cautele la debida consideración personal y de pareja debido por la vida en una sociedad civilizada, de acuerdo a las prácticas y costumbres de dicha comunidad. Su objetivo y propósito es realizar y visualizar externamente una convivencia armoniosa en el seno de la pareja, la familia y la sociedad. Se diferencia de una mera norma de trato social, en que su trasgresión puede ser demandada judicialmente y constituye una causal legal para reclamar la separación judicial de bienes (155, inc. 2º CC). La segunda, la protección, involucra actuar en favor de la seguridad personal del otro cónyuge ante los peligros actuales o eventuales que pudieren afectarlo, dentro de las limitaciones que determinan las capacidades físicas de cada uno y dentro de los marcos morales y prudenciales aceptados por la sociedad o comunidad de la cual participan. § Deber de cohabitación. Este deber deriva directamente de la obligación ligada a la finalidad de convivencia, contenida en la definición legal de matrimonio y conocida doctrinalmente como cohabitación. Se traduce materialmente en la vida conjunta en una misma vivienda, aun cuando no necesariamente en la misma habitación o en el mismo lecho, pues la debida inteligencia de la finalidad normativa remite a posibilitar y facilitar la mutua disposición y satisfacción de las necesidades afectivas y sexuales de la pareja, y la crianza de los hijos, si los hubiere866. La excepción a esta obligación la constituye la existencia de una causa grave, que deberá ser justificada. En caso contrario, lo que ocurrirá será un abandono del hogar común y se configurará una separación de cuerpos o separación de hecho, habilitando a los cónyuges para demandar la separación judicial o el divorcio, en atención a lo dispuesto por la LMC, artículo 54 número 2 867. Se ha sostenido que, a partir de la entrada en vigor de la LMC en 2004, el derechodeber de vivir en el hogar común se habría debilitado enormemente, quedando 384 desprovisto de una "protección mínima" e, incluso reducido a un deber teórico cuya infracción no tendría consecuencias jurídicas, siendo que constituiría solo una evidencia más de lo que Corral ha denominado como "desjuridificación" de los deberes personales del matrimonio"868. En torno a dicha afirmación cabe efectuar dos comentarios. El primero, que tiene razón Corral al sostener que en la actualidad se ha producido progresivamente una desjuridificación del deber, lo que se traduce en un relajamiento de la exigibilidad social de la conducta, quedando en los hechos ubicada en el espacio de la moral compartida de los cónyuges y de su comunidad de referencia, que asume el abandono como la acción natural en caso de conflicto en el seno de la pareja, visto además con buenos ojos si ello evita su profundización o la eventual ocurrencia de actos que afecten la dignidad física y psíquica de los cónyuges. El segundo, que la actual apreciación más neutra de lo que históricamente se incluyó dentro de la figura del abandono de hogar está ligada directamente al aumento de las crisis conyugales y su resolución mediante los canales de la separación o el divorcio, en donde se ha aceptado socialmente la separación de cuerpos y el fin de la cohabitación como la consecuencia normal de la crisis de convivencia conyugal, reservando la noción de abandono para aquellos casos en que el alejamiento del cónyuge actor implique también un incumplimiento de sus obligaciones de contribución económica para con su cónyuge e hijos. Los efectos del incumplimiento del deber se aprecian directamente a partir de las crisis conyugales. Así entendido, el deber de cohabitación no es exigible en el caso de la separación, incluso unilateral, toda vez que no es posible conciliar armónicamente las disposiciones legales que validan y regulan el cese de la convivencia con el deber de cohabitar, precisamente suspendido por el hecho de la separación jurídicamente regulada869. Asimismo, la gravedad de las razones que admite el legislador para justificar el incumplimiento del deber brinda también fundamento al reconocimiento jurídico del cese de la convivencia, aun cuando la justificación última de la decisión personal permanece en al ámbito de la moral. Finalmente, el deber de convivencia se traduce en la obligación de los cónyuges de 385 vivir en el hogar común, por lo que se ha sostenido que uno de los efectos de la transgresión de este deber sería la denegación de la compensación económica, particularmente cuando además se infringen otros deberes, como la fidelidad 870. El incumplimiento del deber por parte de uno de los cónyuges abre un interrogante sobre la subsistencia del derecho de alimentos para aquel que realiza el abandono. Sobre el punto, y dejando a salvo que exista razón justificada para ello, como en el caso de malos tratos o violencia física o psíquica o la negación del derecho de socorro o ayuda mutua (es dudoso el de fidelidad) respecto del cónyuge o sus hijos, sostenemos la opinión de que el cónyuge no mantiene el derecho a alimentos, al abandonar voluntariamente el hogar común e incumplir el deber legal, no mediando causa justificada. 3. Transgresión de deberes conyugales § Noción introductoria. Los deberes conyugales corresponden a la conducta prescrita en una norma jurídica de naturaleza civil, cuyo incumplimiento acarrea consigo una consecuencia, cuya especificidad como sanción es materia de arduo debate, ordenándose las posiciones según la adhesión de cada autor a una visión predominantemente contractual, institucional o negocial especial del matrimonio. Sin perjuicio de lo anterior, tanto en las perspectivas institucionalistas como en las contractuales, existen argumentos en favor y en contra de la procedencia de la reparación del eventual daño derivado de obligaciones derivadas del matrimonio en su dimensión como acto jurídico, dejando a buen recaudo en todo caso la propia procedencia de la consideración del daño en asuntos enmarcados en el derecho de familia. El fundamento para el planteamiento del tema, en definitiva, radica en que procede hablar de responsabilidad cada vez que resulta incumplido un deber de carácter jurídico871. 386 Remitiéndonos a una perspectiva histórica sobre la materia, cabe recordar que la acción represiva de la transgresión a la norma jurídica ha pasado de manos privadas al Estado, implicando que todo delito dé lugar a una acción pública que persigue el castigo a los atentados al orden social. Las diferencias entre los ámbitos contractual y extracontractual se basa en el hecho de que, "en toda sociedad civilizada hay conductas ilícitas que son merecedoras de la aplicación de una pena, mientras que otras solo dan lugar a la obligación de indemnizar a la víctima por el daño que se la causado", siendo la delimitación de las esferas entre "el ilícito penal y el civil la consideración de que los bienes amparados por el derecho penal son predominantemente públicos"872. Siguiendo la opinión de Lacruz Berdejo, "...el daño causado directamente a la persona, es siempre indemnizable, incluso cuando no representa una pérdida económica, pues aun sin ella se causa un perjuicio injusto, que muchas veces no tienen otra vía de satisfacción que una compensación pecuniaria. Y son indemnizables tanto los daños físicos o corporales como los morales"873. En este sentido, la procedencia de resarcir los daños morales derivados del sufrimiento o perturbación psicofísica junto con los patrimoniales, apreciables en dinero, constituye la opinión predominante sobre la materia, debiendo valorarse el daño por el juez con base en antecedentes objetivos y la equidad aplicada al caso concreto de que se trata. § Responsabilidad civil, daños e infracción de deberes conyugales. Entrando derechamente en la materia, se trata de determinar si existe responsabilidad y, en caso de respuesta positiva, de qué tipo de responsabilidad se trata aquella que deriva del incumplimiento de un deber jurídico derivado del matrimonio, así como también cuál es la naturaleza de los deberes conyugales. Sobre ambos problemas existen argumentos en favor y en contra de la procedencia, por ejemplo, de la reparación del eventual daño derivado de la infracción de obligaciones derivadas del matrimonio. § Posiciones doctrinarias sobre la procedencia de la responsabilidad civil derivada de la infracción de deberes conyugales. Pese a que algunos autores, como Bravo, consideran que la doctrina nacional tendería a inclinarse por admitir la 387 responsabilidad civil en las relaciones de familia, la evidencia arroja una conclusión diferente874. Así, en un sentido crítico de su procedencia, se ha sostenido que la indemnización de perjuicios por incumplimiento o transgresión de deberes conyugales no es sustentable ni legal ni materialmente, por cuanto presenta, de partida, la seria objeción a la pretensión de vincular el ejercicio de la acción de divorcio, subjetivamente calificado como una ilicitud del actor y no como un derecho legalmente establecido como remedio social a los efectos del quiebre definitivo de una unión conyugal, como el fundamento para demandar perjuicios. Lo anterior, y por las razones ya adelantadas, no procede ni siquiera cuando se basen en transgresión al deber mayor de la fidelidad o su concreción específica en el adulterio, entendido como actos de connotación sexual con una persona que no es su cónyuge. En esta tendencia, es correcto afirmar la procedencia de la acción indemnizatoria por la afectación de derechos como la integridad física y psíquica, sin exigir el recurso a una especialidad propia de atentados en el ámbito específico del derecho de familia, sino que basta con la aplicación de las normas generales de la responsabilidad civil extracontractual. A lo anterior se suman problemas no menores, como la calificación de la responsabilidad civil, la determinación del daño reparable y la determinación del vínculo causal, además de la compleja cuestión referida a la existencia y posterior determinación de la culpa entre cónyuges 875. Los daños civiles causados o derivados de las relaciones de familia, particularmente conyugales, no tienen una regulación legal específica. En la posición sustentada por Tapia, la aplicación de las condiciones o requisitos de la responsabilidad civil conlleva dificultades teóricas y prácticas que lo hacen irrealizable. Se refuerza lo anterior toda vez que aquellos casos en que podría ser procedente la responsabilidad civil, como ocurre en los atentados a la integridad física o psíquica, se trata de aplicaciones de las reglas generales de la responsabilidad civil extracontractual y no de situaciones excepcionales, no 388 teniendo incidencia la infracción de deberes conyugales en su verificación. En la conclusión de Tapia, que compartimos, "...como tempranamente lo afirmaran Marcel Planiol y Georges Ripert, la infidelidad no deja otra solución que el perdón o la ruptura"876. En una perspectiva intermedia, para Corral la cuestión de los daños en la familia reside en aquellas conductas que serían permitidas o lícitas si no existiera el vínculo conyugal o familiar, como el adulterio, en que "mantener relaciones sexuales con alguien sólo pasa a ser jurídicamente reprochable si los involucrados estaban obligados a abstenerse de ellas por estar casados con otro u otra", tal como sucede con el deber de reconocer a un hijo, el cual "no existe sin que preceda el hecho de la procreación". Concluye afirmando que "...parece razonable exigir que se trate de dolo o culpa lata y propiciar que, en cambio, deban tolerarse los daños derivados de culpa leve o levísima o aquellos que no tengan mayor envergadura y que pueden comprenderse en lo que podríamos denominar el "riesgo general de la vida en familia"877. A diferencia de quienes sostienen que los deberes personales de los cónyuges no constituyen obligaciones jurídicas, sino éticas o dentro del ámbito de la moral, Otárola considera que esta es una posición antigua y que ha sido replanteada con ocasión del proceso de contractualización del matrimonio, toda vez que se configura "un modelo de matrimonio basado en la asociación de personas libres, iguales y responsables, cuestión que ha llevado a que los aspectos institucionales de la figura cedan ante la decisión contractual"878. La autora responde al interrogante sobre la eventual ilicitud civil de la transgresión de los deberes personales entre cónyuges, afirmando positivamente su ocurrencia y calificación, sosteniendo que "la formulación que niega el carácter de ilícito civil desatiende la idea de que el hecho generador de la responsabilidad civil es siempre un acto ilícito y que en su determinación siempre estará presente la antijuridicidad". En ese empeño, prosigue la autora, "se calificará la causa del daño, el obrar con ius y también el resultado del acto, porque el daño lesiona intereses dignos de protección de la víctima o bienes jurídicos que al ordenamiento le interesa amparar. La determinación de los actos u 389 omisiones realizados por los cónyuges al incumplir los deberes matrimoniales no escapa del análisis". Concluye afirmando que se "calificará el acto del culpable ante un obrar antijurídico (a partir de la transgresión de los deberes matrimoniales o de incurrir en conductas tipificadas) y también a la luz del daño sufrido injustamente, puesto que, por regla general, es ilícito todo daño que provenga de contravenir el ordenamiento jurídico, como también el daño que ha sido provocado por una conducta prohibida o sancionada de cualquier modo en la ley"879. Finalmente, una variable en esta posición es planteada por Severin, quien considera inadmisible una indemnización de perjuicios entre los cónyuges por los hechos constitutivos de causales de divorcio sanción, salvo que se trate de ofensas o atentados a la vida o a la integridad física y psíquica, dejando abierta la posibilidad de obtener una reparación en los casos de violencia intrafamiliar, pero cerrándola en el adulterio, el alcoholismo y la conducta homosexual, por citar ejemplos880. 4. Efectos patrimoniales § Efectos de naturaleza patrimonial. Las consecuencias económicas derivadas del matrimonio comprenden genéricamente dos ámbitos distinguibles, a saber, el de los derechos y deberes generales de los cónyuges que tienen implicancias económicas directas, y el régimen económico matrimonial, que ordena la futura vida en común de la pareja y la familia que en torno a ella se constituya. § Régimen primario. El primer ámbito de consecuencias económicas, también llamado régimen económico matrimonial primario o disposiciones generales sobre el ordenamiento económico del matrimonio, deriva directamente de la celebración del matrimonio, generando derechos y deberes no disponibles por los cónyuges. Se incluyen aquí, entre otras obligaciones, la ayuda mutua entre los cónyuges, la contribución que deben realizar para solventar las necesidades de la pareja y de la comunidad familiar que se conforme a futuro, el régimen de los bienes familiares. Rams las identifica como una "serie de normas, aplicables a cualquier régimen 390 económico matrimonial, y de obligado cumplimiento para los cónyuges", cuyo fundamento está constituido por los principios de protección del interés superior de la familia y de igualdad jurídica de los cónyuges, a los cuales suma como criterios o principios particulares la funcionalidad de los poderes conyugales caracterizados por el equilibrio recíproco de los poderes del marido y la mujer en el orden patrimonial, el sometimiento de todos los regímenes económicos al régimen primario, la solidaridad de contribución en las cargas y obligaciones por ambos cónyuges para el sostenimiento de la familia como mínimo esencial de los deberes conyugales y la potestad jurisdiccional para regular, controlar y determinar el alcance, orientación y estabilidad de las relaciones conyugales patrimoniales 881. § Régimen secundario. El segundo ámbito de consecuencias económicas, también llamado régimen económico matrimonial secundario, dice relación con el ordenamiento de las relaciones jurídicas de los cónyuges tendientes a la administración de los bienes, comunes e individuales, que servirán al propósito indicado en el primer ámbito, aportando, conservando e incrementando los bienes que conforman el patrimonio familiar y asegurando el bienestar conyugal y familiar, sobre la base de una eficiente administración. Es definido como "el conjunto de reglas que se dan los cónyuges o, en su defecto, las normas que provienen de la ley para ordenar la economía de cada uno de los matrimonios que conforman nuestro tejido social, sin excepción alguna"882. Cabe señalar que sólo los matrimonios formales tienen régimen matrimonial, toda vez que aquellas "situaciones más o menos próximas al matrimonio, pueden haber establecido pactos o reglas, algunos incluso mejores que algunos regímenes poco o mal desarrollados, pero no son un modelo más de régimen matrimonial". Más concretamente, se puede afirmar que en las situaciones more uxorio es posible hablar de la noción de economía familiar pero no de régimen económico, el que solo se derivaría del matrimonio y del acuerdo de unión civil883. El régimen secundario admite una distinción fundamental atendiendo a su naturaleza esencialmente convencional o restrictivamente legal. 391 En el primer caso, en los sistemas legales que así lo contemplan, permite a los cónyuges, en el pleno ejercicio de su autonomía privada, proceder a ordenar pactadamente sus bienes y a establecer las relaciones jurídicas que mejor les parezcan para alcanzar los objetivos de administración e incremento de los bienes libremente trazados. Los pactos indicados pueden celebrarse antes de la celebración del matrimonio, durante la celebración o con posterioridad a ella. Su limitación es el orden público. El régimen secundario legal consiste en una ordenación de la propiedad de los bienes, su administración y disposición, atendiendo la consecución de finalidades y criterios sociales legalmente establecidos, esencialmente no disponibles, que se ofrecen en un catálogo de opciones que la pareja debe considerar al momento de la celebración y que generalmente considera uno de carácter supletorio de la voluntad, cuando nada han dicho sobre aquel de su preferencia, entendiéndose por parte del legislador que se acepta el régimen privilegiado y supletorio. Los regímenes económicos matrimoniales de origen legal pueden ser comunitarios, de participación en los gananciales o de separación. El régimen comunitario, esencialmente solidario, se caracteriza por la formación de una comunidad de bienes a partir del momento de la celebración del matrimonio, destinada a su división por partes iguales una vez terminado el vínculo civil que lo sostiene884. El régimen de participación distingue la administración del patrimonio, que es individual durante la vigencia del matrimonio, de la distribución de los bienes que es igualitaria y solidaria. El régimen de separación no es propiamente un régimen conyugal, puesto que mantiene la administración individual que precede a la celebración del matrimonio, sin perjuicio de los aportes obligatorios que derivan de la sujeción al régimen primario885. 392 5. Efectos en materia de filiación. Derecho matrimonial y derecho de filiación concurrentes en la constitución de la familia § Efectos en materia de filiación. La vinculación del matrimonio con la filiación tiene en la actualidad un carácter más simbólico que jurídicamente efectivo, a diferencia de la situación existente antes de la dictación de la Ley Nº 19.585, en que los efectos del matrimonio respecto de la descendencia eran considerables. A partir de la entrada en vigor de esta ley, no existe una diferenciación de las personas en función de haber nacido dentro o fuera del matrimonio de sus padres, subsistiendo dos diferencias, una puramente nominal referida a que la denominación de la filiación sea matrimonial, y otra en el ámbito de la determinación de la filiación, en que se presume —presunción puramente legal— que el padre de la criatura que nace es el marido de la madre886. 393 CAPÍTULO II MOMENTO CRÍTICO DEL ESTADO MATRIMONIAL 1. Momento crítico del estado matrimonial: la separación de los cónyuges § Crisis de la convivencia conyugal. Durante el estado matrimonial la convivencia conyugal puede ser afectada por momentos críticos, derivados de diversos factores, tan variados como son las circunstancias personales de quienes son aquejadas por ellas. La reiteración de estos episodios o su progresiva gravedad, puede dar lugar a una etapa de la vida conyugal que algunos autores han denominado la "fase crítica del matrimonio", en que se quiebra la unidad de vida y convivencia que este supone887. Entre las principales causas que afectan la convivencia tranquila y normal, propia de la vida conyugal, se mencionan las dificultades económicas, las diferencias de carácter, la existencia de intereses divergentes, las percepciones discordantes respecto de la reciprocidad afectiva, la relación con los hijos, la infidelidad de uno de ellos e incluso la rutina y la desconsideración en el trato cotidiano, circunstancias que pueden terminar destruyendo las expectativas trazadas en el momento constitutivo del matrimonio. Asimismo, la complejidad de origen de las situaciones críticas es aún mayor si se atiende a la incidencia de las distintas etapas del ciclo vital de la familia, impactadas en forma positiva o negativa por acontecimientos tan relevantes, como el matrimonio, el inicio de la vida en común, el nacimiento del primer hijo, el nacimiento del último hijo, la salida del hogar del primer hijo, la salida del hogar del último hijo, la muerte de uno de los cónyuges y el fallecimiento del otro cónyuge, acontecimiento este último que impacta en la descendencia888. Las situaciones que dificultan la convivencia, más o menos críticas, son habituales y normales en la relación de pareja, pese a lo cual algunas personas no poseen la capacidad o, simplemente, no tienen la voluntad de perseverar en la búsqueda de 394 soluciones adecuadas a dichos problemas, generando episodios de aguda conflictividad que, muchas veces, no tienen otra vía de solución que no sea la separación, es decir, el fin temporal o definitivo de la convivencia entre los cónyuges. § Crisis del estado conyugal e ineficacia del vínculo jurídico matrimonial. En el matrimonio, considerado como negocio jurídico, las categorías de ineficacia son la separación, la nulidad y el divorcio, independientemente de la naturaleza jurídica de la causa que impide la producción de efectos civiles. La distinción es válida toda vez que la separación produce la suspensión de la eficacia del matrimonio y no necesariamente su término definitivo e irrevocable, ya que los cónyuges siguen vinculados o relacionados entre sí por este vínculo. La relación entre estas instituciones, conceptualmente diferentes, se explica por la cercanía funcional en que han sido asumidas por el derecho positivo, al ser consideradas como mecanismos jurídicos de salida de las crisis matrimoniales y porque se erigen sobre el supuesto del cese de la convivencia, sin perjuicio de las causas y las características que las diferencian889. Todo este período es acertadamente denominado como momento crítico del matrimonio, debiendo distinguir dentro del significado del término a la fase crítica de la subsistencia jurídica del matrimonio, en que cabe el tratamiento del divorcio y la separación judicial, además de la nulidad con las prevenciones de rigor, del momento estrictamente crítico dentro del estado matrimonial y que se expresa en la separación de hecho más o menos prolongada de la pareja conyugal890. § La separación como materialización del momento crítico del estado matrimonial. En un sentido amplio, la separación es "toda situación jurídica caracterizada por la ruptura o cese efectivo de la convivencia conyugal"891. La separación considera el supuesto que, permaneciendo el vínculo matrimonial, se rompe la comunidad de vida, frente a lo cual el legislador ha contemplado que los cónyuges puedan acreditar la separación de hecho o solicitar la declaración judicial de separación. El origen de este momento crítico de la convivencia conyugal puede encontrarse en el 395 acuerdo de voluntades o en un acto unilateral, y puede ser motivado tanto por una falta atribuida a uno de ellos o simplemente al cese de la voluntad de permanecer unidos. Desde un punto de vista jurídico, implica una suspensión de la vida en común, permaneciendo ambos cónyuges casados892. Aunque el término alude semánticamente a un alejamiento de los cónyuges entre sí, que comprende desde la separación física total por la ruptura de la vida en el hogar hasta el distanciamiento personal en el mismo espacio en el que ambos viven, el significado comprende como criterio calificador la separación de cuerpos en el sentido de modo de vida conyugal caracterizado por la suspensión de las relaciones sexuales. Jurídicamente, lo distintivo de la separación respecto de otras situaciones críticas del matrimonio es que la ineficacia que produce no es definitiva, por lo que los cónyuges no pueden contraer nuevo matrimonio como sí ocurre en los casos de nulidad y divorcio. Asimismo, la separación puede ser una situación meramente fáctica, en cuyo caso corresponde hablar de una separación de hecho, o una situación que tiene su origen inmediato en una resolución judicial, en cuyo caso corresponde hablar de una separación judicial. En este último caso, y sin perjuicio de la intervención estatal en resguardo del interés social respecto de los sujetos más vulnerables ante la ruptura, el legislador ha reconocido un importante ámbito de ejercicio de la autonomía de la voluntad, en consonancia con la tendencia advertida en la experiencia comparada893. La idea general que ronda al concepto de separación, al igual que en los precedentes legales tenidos en vista por el legislador, es brindar a los cónyuges que se encuentran en un momento crítico de su convivencia conyugal, un abanico de opciones posibles. En las acertadas palabras de Castilla Barea, los cónyuges pueden "mantener la convivencia en el seno de su matrimonio, asumiendo la dosis de insatisfacción y frustración que esto puede producirles, o poner fin a su unión conyugal, adoptando algún tipo de medida que evidencie la ruptura. Si optan por esta segunda opción, las consecuencias de la crisis que los esposos están 396 atravesando pueden ser en cierta medida graduadas por ellos mismos", por medio de la elección de la forma o medio legal disponible que estimen más adecuado para su situación emocional, personal y de pareja pudiendo solo separarse de hecho, dar un paso más firme y decidido hacia la ruptura recurriendo a la separación judicial que mantiene vivo el vínculo o, finalmente, acudir al divorcio, que pondrá el punto final definitivo a su unión matrimonial894. Abordaremos ambas clases de separación y su regulación en la LMC en los párrafos siguientes895. 2. La separación de hecho § Supuestos fácticos y régimen legal. En términos generales, la separación de hecho constituye una situación puramente fáctica, caracterizada por la simple separación de cuerpos entre los cónyuges, unido habitualmente a un distanciamiento físico de uno de ellos respecto de la residencia antes común, es decir, una cesación de la vida en común, subsistiendo el vínculo conyugal. Expresado en otras palabras, en la separación de hecho, los cónyuges "disponen privadamente, por sí y ante sí, casi siempre con justas causas, pero también sin ellas, el quebrantamiento permanente de la vida en común, dejando de lado de manera voluntaria, no accidental o transitoria, el vivir bajo un mismo techo, que pesa sobre ellos como un deber"896. Sin perjuicio de ello, debe destacarse que el alejamiento físico no siempre refleja la existencia de una separación de hecho, ya que por razones económicas, de conveniencia de los hijos, imposibilidad física o cualquier otra razón que permanece en el fuero interno de quien adopta la decisión de separación o por causas que los cónyuges mantienen en su intimidad, puede producirse la separación de cuerpos o, derechamente, el cese material de la vida marital sexual y afectiva, sin producirse el abandono del hogar común. En síntesis, "mantener el domicilio común no excluye la separación de hecho"897. 397 En términos generales, cuando una situación se califica en el ámbito jurídico-civil como "de hecho", se enfatiza la circunstancia de que el cese efectivo de la convivencia entre los cónyuges se produce y desarrolla al margen de todo proceso jurídico formalmente establecido, vale decir, sin haber obtenido "un concreto refrendo legal o judicial a través del cual esa misma situación puede alcanzar un reconocimiento jurídico pleno"898. Ahora bien, ¿qué razones explicarían la permanencia de los cónyuges en una situación de hecho sin avanzar en la formalización de su estado actual? Existen diversas causas que permiten explicar esta situación, entre ellas el intento de los cónyuges por tratar de alcanzar los acuerdos necesarios para proceder a una separación judicial o a un divorcio de mutuo acuerdo, retardado por largas y complicadas negociaciones sin que ningunos de ellos se decida a interponer la demanda contenciosa o sin arribar a un acuerdo extrajudicial que les satisfaga. Concurren además motivaciones íntimas de índole social, religiosa, económicas o de otro tipo que les determina a mantener el vínculo matrimonial, sin subsistir ya ni la convivencia ni el ánimo de reconciliación899. El legislador aborda la separación de hecho con el propósito de regular la situación patrimonial de los cónyuges, sus relaciones mutuas y la situación en que quedarán los hijos comunes —si los hubiere— como consecuencia de la separación. Adicionalmente, adquiere interés el establecimiento de la fecha del cese de la convivencia en razón de la contabilización del plazo requerido para solicitar el divorcio900. § Formas en que se materializa la separación de hecho. En la doctrina, se distinguen tres maneras de llegar a la separación de hecho. • La primera de ellas es el abandono de hecho, que tiene su origen en la voluntad de uno de los cónyuges y que se caracteriza, en la mayoría de los casos, por una conducta ofensiva de los deberes matrimoniales, siendo objeto tradicionalmente de un mayor reproche moral, pero que en la actual valoración positiva del afecto — 398 como factor determinante de la subsistencia de la vida en pareja y de la consiguiente comunidad de vida— ha perdido o relativizado su peso histórico. • La segunda situación es la separación convencional, en que concurre la voluntad favorable de ambos cónyuges para cesar la cohabitación Como efecto principal, además de la suspensión de la vida marital, se atenúan las obligaciones recíprocas y se configura un nuevo estado de convivencia, habitualmente reglado por los propios cónyuges. Su carácter provisorio determina que sus efectos cesen por las mismas causales que lo originaron. • En tercer lugar, cabe distinguir el abandono de hecho recíproco, situación en la cual, sin mediar pacto previo o declaración conjunta de voluntad, ambos cónyuges dejan de cumplir sus obligaciones recíprocas, aunque dicho incumplimiento no sea similar o proporcional en ambos casos901. § Cese de la convivencia. La tendencia predominante asimila la noción de "cese de la convivencia" y "separación de hecho", pese a lo cual es más preciso asimilar la noción de cese de convivencia con la de separación personal, pudiendo esta ser distinguida como puramente fáctica o de hecho o judicial, si se encuentra sancionado jurídicamente este estado902. La determinación fáctica del cese de la convivencia obliga a profundizar la noción de convivencia y sus límites. Así, cabe destacar que la convivencia no supone para la pareja estar siempre juntos, sino que conservar la voluntad de reunirse cuando estén ausentes, razón por la cual, "conviven simplemente los cónyuges, aun cuando se encuentren alejados circunstancialmente, pero con intención final de reunirse, considerando su alejamiento como algo transitorio y no querido" 903. Al contrario, no hay convivencia cuando se rompe la unidad, a pesar de que marido y mujer sigan pernoctando bajo el mismo techo, tal como ocurre en parejas cuya precariedad o insuficiencia económica les impide separar vivienda luego de la ruptura, lo que no debiera obstar para la positiva declaración del cese de la convivencia904. 399 La determinación del momento en que se produce el cese de la convivencia reviste importancia, pues a contar de la fecha que se establezca fidedignamente su ocurrencia, deberá contabilizarse el plazo exigido por la ley para proceder a la separación judicial y al divorcio, ya sea por mutuo consentimiento, en que se exige un año, o por voluntad unilateral, en cuyo caso el plazo se extiende a tres años. En todos estos supuestos, la expresión cese de la convivencia se utiliza para establecer los requisitos necesarios para dar inicio tanto a las causas de separación como de divorcio905. Se distingue la manera de establecer la fecha del cese de la convivencia en razón de la existencia o no de acuerdo entre los cónyuges sobre el punto. Si convienen en fijar la fecha del cese de la convivencia, el acuerdo respectivo deberá constar por escrito en escritura pública, o acta extendida y protocolizada ante un notario; en un acta extendida ante un Oficial del Registro Civil, o mediante transacción aprobada judicialmente. No obstante lo anterior, si el cumplimiento del acuerdo requiriese una inscripción, subinscripción o anotación en un registro público, se tendrá por fecha del cese de la convivencia aquella en que se cumpla tal formalidad. La declaración de nulidad de una o más de las cláusulas de un acuerdo, que conste por medio de alguno de los instrumentos ya señalados, no afectará el mérito de aquel para otorgar una fecha cierta al cese de la convivencia906. En cuanto a la prueba del cese de la convivencia, no es indispensable la existencia de un antecedente escrito para acreditarlo, sin perjuicio de su acompañamiento si las partes disponen de él907. Si no existe acuerdo entre los cónyuges en razón de una separación unilateral, extremadamente conflictiva, el cese de la convivencia tendrá fecha cierta a partir de la notificación de la demanda. Asimismo, habrá fecha cierta, si no mediare acuerdo ni demanda entre los cónyuges, cuando, habiendo uno de ellos expresado su voluntad de poner fin a la convivencia a través de escritura pública, o acta extendida y protocolizada ante notario o acta extendida ante un Oficial del Registro Civil o dejado constancia de dicha intención ante el juzgado correspondiente, se notifique 400 al otro cónyuge. En tales casos, se tratará de una gestión voluntaria y se podrá comparecer personalmente. La notificación se practicará según las reglas generales. Un aspecto que requiere un mayor análisis dice relación con la posibilidad de efectuar una distinción entre cese de la convivencia y cohabitación, con miras al interés práctico de los cónyuges en conflicto. En efecto, si bien la ley chilena no se pronuncia al respecto, cabe recurrir a la distinción en el derecho comparado, toda vez que, derivado del estado de necesidad económica o de la valoración del interés superior de los hijos, podrá suscitarse la necesidad de distinguir ambas nociones, asumiendo que el distanciamiento físico no constituye un elemento esencial para apreciar dicha situación. Esta distinción, útil en sus efectos, sin embargo, no tiene cabida en el régimen legal chileno908. § Acuerdos y convenios reguladores. La ley regula distintas situaciones jurídicamente posibles en función de la existencia de acuerdos que regulen las materias indicadas. Si los cónyuges se separan de hecho, dispone el artículo 21 de la LMC: "...podrán, de común acuerdo, regular sus relaciones mutuas, especialmente los alimentos que se deban y las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio"909. En caso de haber hijos, prosigue la norma, "...dicho acuerdo deberá regular también, a lo menos, el régimen aplicable a los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que mantendrá con los hijos aquél de los padres que no los tuviere bajo su cuidado". La Ley Nº 20.680, de 21 de junio de 2013, reformó esta norma, introduciendo la opción para los padres, de convenir un régimen de cuidado personal compartido, luego de un amplio debate que derivó en una sustantiva modificación de la 401 concepción precedente del régimen de filiación. Analizaremos con mayor detención esta materia al final del presente capítulo. Los acuerdos que logren los cónyuges, sanciona finalmente el citado artículo 21 en su último inciso, "...deberán respetar los derechos conferidos por las leyes que tengan el carácter de irrenunciables". En aquellos casos en que los cónyuges han roto de modo radical la relación mutua y no intenten lograr acuerdo, o habiéndolo intentado, el resultado sea infructuoso, cualquiera de ellos podrá solicitar que el procedimiento judicial, que se sustancie para reglar las relaciones mutuas, como los alimentos que se deban, los bienes familiares o las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio; o las relaciones con los hijos, como los alimentos, el cuidado personal o la relación directa y regular que mantendrá con ellos el padre o madre que no los tuviere bajo su cuidado, se extienda a otras materias concernientes a sus relaciones mutuas o a sus relaciones con los hijos. Abordaremos con mayor profundidad los convenios reguladores en un apartado al final del presente capítulo. § Efectos de la separación de hecho. En cuanto a los efectos de la separación de hecho, entendida como cese de la convivencia, se ha destacado la ineficacia de la alegación de adulterio para impetrar la separación judicial, la exclusión de la figura jurídica del abandono de hogar y la constitución de causa para demandar el divorcio y la separación judicial. Sin embargo, a diferencia de otros ordenamientos jurídicos, no excluye la presunción de paternidad ni implica el cese de otros deberes y derechos910. La regulación de las consecuencias económicas de la ruptura conyugal, en el caso de la separación, admite ciertos caracteres notables. En primer lugar, reconoce espacio para el ejercicio de la autonomía privada de los cónyuges, expresado en el 402 convenio regulador, el que cubre las consecuencias de la ruptura definitiva — específicamente en el caso de la separación judicial— tanto respecto de la pareja como de los hijos. El otro instituto legalmente establecido, la compensación económica, no aplica a la separación judicial —pese al error cometido por el legislador al incluirlo en el título del capítulo VII de la LMC— toda vez que se mantienen vigentes los derechos derivados de la subsistencia del vínculo matrimonial, como los de carácter sucesorio911. En relación con la separación de hecho, cabe preguntar sobre la pertinencia de una intervención social en una situación personal claramente situada en el ámbito de la intimidad privada. Al respecto, es indudable que, en tanto los cónyuges mantengan el conflicto en la esfera personal o comunitaria, la intervención pública sólo se justificará cuando se afecten bienes jurídicos tutelados como la vida y la integridad física y síquica de los cónyuges y su familia, el interés superior del niño y de la niña o el deber de alimentos y protección. Por cierto, es una delgada línea roja, la que separa el límite de esta intervención en uno y otro caso, siendo la misma frontera que es cuestionada como límite, entre el matrimonio concebido como negocio jurídico, en que prima el principio de autonomía de la voluntad, y el carácter de normas de orden público, no disponibles, refrendado por parte de la doctrina y de la jurisprudencia, que también se le atribuye912. 3. La separación judicial § Judicialización de las crisis conyugales. La separación judicial o separación legal en sentido estricto, a diferencia del carácter fundamentalmente fáctico de la separación de hecho, supone una situación fundada en la concurrencia de los presupuestos prescritos por la ley y acordada en virtud de una decisión judicial. No se origina, por tanto, en un acuerdo bilateral, el que de haberse producido previamente, solo puede constituir un antecedente complementario, no principal ni 403 único, del fundamento de la decisión judicial que declara el cese de la convivencia. Se puede definir como el "proceso alternativo al de divorcio, de modo que los cónyuges pueden libremente decidir acudir a uno u otro en función de sus preferencias, intereses y objetivos"913. La separación judicial determina la suspensión de ciertos efectos del matrimonio, en virtud de una sentencia judicial, sin afectar la permanencia del vínculo conyugal, en tanto deja subsistentes todos los derechos y obligaciones personales que existen entre los cónyuges, salvo aquellos cuyo ejercicio aparece como incompatible con la vida separada de ambos, tales como los deberes de cohabitación y de fidelidad, que se suspenden. Esta figura jurídica corresponde a la antigua regulación del divorcio no vincular, contemplada en la Ley de Matrimonio Civil de 1884. En tanto institución jurídica, puede operar como sistema autónomo de solución de las crisis matrimoniales, como etapa previa y necesaria para solicitar o demandar el divorcio y, finalmente, como período de reflexión legalmente impuesto para después dar curso libre a la tramitación del divorcio914, permitiendo configurar a la separación como figura independiente del divorcio915, como figura transicional entre la convivencia o separación de hecho y la ruptura definitiva 916, y como figura alternativa al divorcio917. Este era también el supuesto contemplado en el anteproyecto de ley de divorcio vincular de Fueyo (1971), quien mantenía esta institución como etapa, "sea para llegar al divorcio con disolución de vínculo, sea para estabilizar y consolidar la relación matrimonial"918. Cualquiera que sea la consideración precedente, la sentencia que declara la separación judicial tiene un carácter constitutivo, al crear una situación jurídica que no existía, como es el estado civil de separados judicialmente, sin perjuicio del debate que este nuevo estado ha generado en doctrina. § Carácter subsidiario de la intervención judicial en las crisis conyugales. La tendencia predominante en materia de tratamiento público de las crisis familiares, particularmente en relación con las rupturas conyugales y sus consecuencias, exige 404 postergar la recurrencia a la vía judicial, sustentando dicha postura en las siguientes bases. • Primero, la necesidad de respetar y proteger la intimidad de las personas, evitando la temprana afectación de la vida privada de las mismas y dejando a salvo la intervención en el supuesto de violencia intrafamiliar. En no pocas ocasiones, la imprudente intervención de un juez puede contribuir a aumentar las diferencias entre los cónyuges, cuando estas son aún incipientes y racionalmente manejables por la pareja, especialmente si se tiene presente que la extensión de los problemas conyugales puede ser evidenciada y establecida objetivamente, pero no su profundidad. La solución en esta etapa tiende a considerar la participación de un mediador familiar, recurso teóricamente muy pertinente para enfrentar conflictos de esta naturaleza, pero cuya aplicación no ha satisfecho las grandes expectativas puestas en ella. • Segundo, la insuficiencia del sistema judicial para enfrentar la complejidad que involucra la crisis conyugal, en que concurren intereses personales, comunitarios y sociales. Esta complejidad exige un abordaje interdisciplinario que garantice un tratamiento serio del problema y considere todas sus causas, ramificaciones y efectos. En tal sentido, no es un factor menor a considerar, la notable carestía de los procedimientos judiciales en el ámbito del derecho de familia, pues involucra disponer de profesionales, peritos y de funcionarios administrativos debidamente capacitados para enfrentar los casos. La solución, expresada en política pública, ha sido recurrir a la constitución de tribunales especializados, cuya concreción han sido los Juzgados de Familia, experiencia que en Chile ha sido de larga consolidación y resultados aún insatisfactorios, de acuerdo a la magnitud del problema que motivó su creación. • Tercero, las causas en materia de familia exigen ventilar públicamente aspectos vinculados a la dimensión afectiva de la persona, campo en el cual no es posible, en la mayoría de los casos, establecer un patrón de conducta exigible por sujetos externos a la relación interpersonal constituida. Las crisis de convivencia conyugal 405 que conocen los tribunales tienden a ser solo la manifestación externa de desencantos y frustraciones acumuladas en las expectativas de las personas, que, para ser medidas en toda su integralidad, exigen acceder a un estándar afectivo por naturaleza no objetivable y menos aún mensurable en instancias judiciales 919. § Régimen legal de la separación judicial. La separación judicial, denominada como tal para distinguirla de la separación de hecho, se podrá solicitar al Tribunal, cuando concurra y sea acreditada una falta imputable al otro cónyuge o, cuando hubiere cesado la convivencia, razón por la cual se puede hablar de separación causal en el primer caso y de separación convencional en el segundo920. • En la primera situación, cuando exista falta imputable a un cónyuge, la separación judicial podrá ser demandada por el otro, siempre que la falta "constituya una violación grave de los deberes y obligaciones que les impone el matrimonio, o de los deberes y obligaciones para con los hijos, que torne intolerable la vida en común". En estos casos, la acción para pedir la separación corresponde únicamente al cónyuge que no haya dado lugar a la causal, tiene un carácter irrenunciable y no podrá invocarse el adulterio, cuando exista previa separación de hecho consentida por ambos cónyuges921. • En la segunda situación, cuando se ha producido el cese de la convivencia, cualquiera de los cónyuges podrá solicitar al tribunal que declare la separación. En este caso, se produce una distinción, que tiende a favorecer la materialización concordada de un acuerdo regulador de la separación conyugal. En efecto, si la solicitud fuere conjunta, los cónyuges deberán acompañar un acuerdo que regule en forma completa y suficiente sus relaciones mutuas y con respecto a sus hijos. El acuerdo será completo si los cónyuges disponen sus relaciones mutuas, especialmente los alimentos que se deban y las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio. En el caso que hubiere hijos, el acuerdo será completo cuando considera a lo menos el régimen aplicable a los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que mantendrá con los hijos aquel de los padres que no los tuviere bajo su cuidado 922. Se entenderá 406 que es suficiente si resguarda el interés superior de los hijos, procura aminorar el menoscabo económico que pudo causar la ruptura y establece relaciones equitativas, hacia el futuro, entre los cónyuges cuya separación se solicita. El acuerdo regulador será evaluado por el juez al declarar la separación, procediendo en la sentencia a subsanar sus deficiencias o a modificarlo, si a su juicio fuere incompleto o insuficiente923. En los casos en que no fuere posible solicitar conjuntamente la declaración de la separación por cese de la convivencia, en particular ante la falta de acuerdo regulador, podrá ejercitarse también este derecho en el procedimiento judicial a que se dé lugar para reglar las relaciones mutuas de los cónyuges separados o las relaciones con los hijos, o en aquel que se origine por una denuncia por violencia familiar producida entre los cónyuges o entre alguno de estos y los hijos924. Si los cónyuges que solicitan la declaración de separación judicial se encontraren casados bajo el régimen de sociedad conyugal, cualquiera de ellos podrá solicitar al tribunal la adopción de las medidas provisorias necesarias para la protección del patrimonio familiar, así como para asegurar el bienestar de cada uno de los miembros que la integran, sin que ello implique afectar el derecho de solicitar alimentos o de pedir la declaración de bienes familiares, cuando así proceda en conformidad a la ley925. Se ha suscitado una diferencia interpretativa sobre el carácter excluyente entre la obtención de común acuerdo de la separación y la eventual y posterior demanda de divorcio unilateral, basada en el cese de la convivencia. Tal es la postura de Hernán Corral926, que basa su opinión en la doctrina de los actos propios 927, en virtud de la cual el cónyuge que ha optado por la alternativa que implica la separación, que mantiene la vigencia del vínculo, no podría ir en contra de su propio decir y solicitar el divorcio unilateral imponiendo este estado a su cónyuge. No compartimos esta afirmación, al menos por dos razones. La primera, que la conducta previa fundada en la confianza —bien protegido según esta doctrina— siendo aplicable en los contratos patrimoniales, es altamente discutible en su traslado al instituto 407 matrimonial, que progresivamente ha devenido en asignar relevancia determinante a los afectos como sustento ineludible del estado que nace del matrimonio como acto jurídico constitutivo, lo que, al menos jurídicamente, no puede ser asegurado. La segunda, y tal como lo sostiene Ramos Pazos, se trata de instituciones diferentes, en que lo que se resuelve respecto de la separación no puede inhabilitar a los cónyuges para interponer una demanda de divorcio. Se suma a lo anterior que el legislador desechó en su momento su concepción como figura transicional o antecedente del divorcio, tal como lo contemplaba la propuesta del Ejecutivo contenida en la Indicación sustitutiva de 2003. Finalmente, la propia opinión de Corral desestima la consideración de la separación judicial como un estado civil, al entender que en este caso subsiste el estado civil de casado, aunque modalizado 928. Al declarar la separación, el juez deberá pronunciarse y resolver el régimen de relaciones mutuas futuras de los cónyuges separados, con especial atención en los alimentos que se deban y las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio. A petición de parte y previa rendición de la prueba necesaria para tal efecto, podrá además liquidar el régimen matrimonial que hubiere existido entre los cónyuges. Si además hubiere hijos, deberá establecer el régimen aplicable a los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que mantendrá con los hijos aquel de los padres que no los tuviere bajo su cuidado. En todos estos pronunciamientos, deberá considerar los criterios de integralidad y suficiencia, vistos con motivo del acuerdo regulador929. § Efectos de la separación judicial. Los efectos de la separación judicial se producen desde la fecha en que queda ejecutoriada la sentencia que la decreta. Sin perjuicio de ello, la sentencia ejecutoriada en que se declare la separación judicial deberá subinscribirse al margen de la respectiva inscripción matrimonial. Efectuada la subinscripción, la sentencia será oponible a terceros y los cónyuges adquirirán la calidad de separados, que no los habilita para volver a contraer matrimonio. Consecuencialmente, la separación judicial deja subsistentes todos los derechos y obligaciones personales que existen entre los cónyuges, derivadas de la 408 prevalencia del contrato matrimonial, con excepción de aquellos cuyo ejercicio sea incompatible con la vida separada de ambos, tales como los deberes de cohabitación y de fidelidad, los que se suspenden. Por la separación judicial termina la sociedad conyugal o el régimen de participación en los gananciales que hubiere existido entre los cónyuges, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 1470 del Código Civil. El derecho de los cónyuges a sucederse entre sí no se altera por la separación judicial. Se exceptúa el caso de aquel que hubiere dado lugar a la separación por su culpa, en relación con el cual el juez efectuará en la sentencia la declaración correspondiente, de la que se dejará constancia en la subinscripción930. No se alterará la filiación ya determinada ni los deberes y responsabilidades de los padres separados en relación con sus hijos. El juez adoptará todas las medidas que contribuyan a reducir los efectos negativos que pudiera representar para los hijos la separación de sus padres. El hijo concebido una vez declarada la separación judicial de los cónyuges no goza de la presunción de paternidad, pero podrá ser inscrito como hijo de los cónyuges, si concurre el consentimiento de ambos931. La separación de los cónyuges, es decir, el período en que cesa la convivencia conyugal pero se mantiene vigente el vínculo, tiene la característica de ser un estado generalmente transitorio. En algunos casos, las diferencias en la pareja se tornarán permanentes y no habrá posibilidad efectiva de reconciliación, especialmente cuando uno de ellos inicia otra relación afectiva, con voluntad de permanencia en el tiempo. Sin embargo, también puede ocurrir la situación inversa, en la cual tras un período de alejamiento mutuo, los problemas se enfrentan de un modo más tranquilo, valorando de mejor manera la relación construida y el bienestar alcanzado por la acción conjunta. En especial, si existen hijos nacidos en el matrimonio y que brindan por tanto una perspectiva más compleja de los efectos del eventual quiebre. Esta situación es lo normal y habitual, lo que no ocurre cuando, tras una crisis, se produzca una separación radical, absoluta y que lleve inexorablemente al término de la relación. 409 § Reconciliación de los cónyuges. Si la vida en común entre los cónyuges se reanuda y con ánimo de permanencia, es decir, no corresponde a un simple reencuentro ocasional, la reconciliación pone fin al procedimiento destinado a declarar la separación judicial o a la ya decretada y, en este último caso, restablece el estado civil de casados. La reconciliación, como reacción contraria a la crisis jurídica del matrimonio, consiste en la remoción por propia voluntad de los cónyuges, de las causas legales que permitieron solicitar la separación, mediante la recuperación de la armonía o normalidad conyugal, que encuentra su cauce habitual en la convivencia matrimonial932. La restauración del estado civil de casados se vincula con otras normas de la ley que han configurado la existencia del estado civil de separados, interpretación muy resistida por diversos civilistas y cuyos efectos y consecuencias analizaremos en el número siguiente. Decretada la separación judicial en virtud de haberse alegado la existencia de una falta imputable al otro cónyuge que constituya una violación grave de los deberes y obligaciones que impone el matrimonio o de los deberes y obligaciones para con los hijos que torne intolerable la vida en pareja, la reanudación de la vida en común sólo será oponible a terceros cuando se revoque judicialmente dicha sentencia, a petición de ambos cónyuges, y se practique la subinscripción correspondiente en el Registro Civil. Decretada judicialmente la separación de mutuo acuerdo, para que la reanudación de la vida en común sea oponible a terceros, bastará que ambos cónyuges dejen constancia del hecho de la reconciliación en un acta extendida ante el Oficial del Registro Civil, subinscrita al margen de la inscripción matrimonial. El Oficial del Registro Civil comunicará estas circunstancias al tribunal competente, el que ordenará agregar el documento respectivo a los antecedentes del juicio de separación. La reanudación de la vida en común, luego de la separación judicial, no revive la sociedad conyugal ni la participación en los gananciales, pero los cónyuges podrán pactar este último régimen en conformidad con el artículo 1723 del Código Civil. 410 Finalmente, la reanudación de la vida en común no impide que los cónyuges puedan volver a solicitar la separación, si esta se funda en hechos posteriores a la reconciliación de los cónyuges933. 4. El convenio regulador § El acuerdo o convenio regulador. El acuerdo regulador de la separación conyugal, introducido por la ley de 2004, entronca directamente con la institución del convenio regulador, vigente en el derecho comparado y en especial en España934, tras la reforma de 1981, y cuyo modelo se tuvo en vista por el legislador935. El convenio regulador tiene aplicación genérica en los casos de crisis conyugal, particularmente en la separación, pero es también la base principal del régimen aplicable a los casos de ruptura definitiva del vínculo conyugal, cuando la espiral de conflicto de la pareja escala hasta determinar el fin de la relación matrimonial. Entre los aspectos notables de la institución, destaca la importancia asignada por el legislador a la voluntad conjunta de los cónyuges que viven un momento crítico en su matrimonio, para configurar el marco jurídico que regirá diversos aspectos relevantes de la cotidianeidad futura de la pareja y de su familia. La falta de acuerdo, en definitiva, otorga a cualquiera de los cónyuges el derecho de solicitar que el procedimiento judicial, que se sustancie para reglar las relaciones mutuas, se extienda a otras materias concernientes a dichas relaciones o con sus hijos 936. § Concepto. Se puede definir como un negocio jurídico de derecho de familia en el que los cónyuges regulan las consecuencias de la separación. Su naturaleza jurídica no ha sido pacíficamente compartida en la doctrina, aun cuando tiene las características de un convenio privado, destinado a la regulación de los efectos entre los cónyuges y respecto de los hijos como consecuencia de la separación. En los términos utilizados por De Castro, es un negocio jurídico, que viene a crear una situación de cierta trascendencia general, como es esta suerte de estatuto de 411 regulación de las crisis matrimoniales937. En la doctrina nacional, Acuña entiende por convenio regulador de los efectos del divorcio, el acuerdo de voluntades que deben presentar los cónyuges, que de común acuerdo solicitan el divorcio por cese de la convivencia y que, con la debida aprobación judicial, proporciona el marco jurídico, completo y suficiente, de la nueva situación, en aspectos personales y patrimoniales, entre ellos y respecto de sus hijos"938. La relevancia otorgada por el legislador a la autonomía de la voluntad en la concepción del convenio regulador ha dado pie a un cuestionamiento del sentido público de la institución, el que se ha percibido menoscabado en favor de un nuevo avance de la privatización del derecho de familia. La crítica es enfrentada por Díez Picazo, quien rechaza el supuesto abandono del interés regulador o incluso una suerte de desinterés del legislador, por cuanto el sentido no ha sido otro que reconocer que los que están más cerca de los problemas se encuentran en mejores condiciones para resolverlos prácticamente y sin detenerse en juicios excesivamente abstractos. En definitiva, es preferir la reglamentación consentida de las partes antes que la reglamentación imperativa del Juez, en una materia de suyo compleja939. § Régimen legal del convenio regulador. Volviendo al campo positivo, la LMC considera la existencia del acuerdo en el párrafo 1º del capítulo III, en los arts. 21 a 24, dentro de la regulación de la separación de hecho940. En lo que respecta al contenido prescriptivo, la ley señala genéricamente que el objeto del acuerdo es regular las relaciones mutuas de los cónyuges, en su nuevo estado de separados. Se entiende que, en general, deberá comprender todas las relaciones económicas que subsistirán entre los propios cónyuges, como la contribución al servicio de las deudas comunes, por citar un ejemplo. En especial, la ley incluye a los alimentos que se deban y las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio, sin que esta indicación tenga un carácter taxativo, sino más bien persigue relevarlos como ejemplos priorizados en la consideración del legislador y, a nuestro juicio, obviamente insoslayables para los cónyuges941. 412 Al contenido prescriptivo anterior se suman otros aspectos, cuando hubiere hijos comunes. En este caso, el acuerdo deberá considerar materias como la determinación de quién asumirá el cuidado directo y personal de el o los hijos, el régimen de relaciones futuras entre el o los hijos y el progenitor que no tenga a su cargo este cuidado directo, la distribución de las cargas económicas vinculadas con la crianza y educación de los hijos, la relación con los abuelos y otros familiares cercanos, la relación con los hijos mayores de edad que vivan en el hogar familiar y la atribución del uso de la vivienda familiar y de los bienes muebles incluidos en ella942. § Régimen de cuidado personal de los hijos y sus relaciones futuras en el estado de separación de los padres943. Sin perjuicio de considerar esta materia dentro del apartado de la separación, la materia será igualmente tratada al analizar los efectos jurídicos del divorcio respecto de los hijos, en el capítulo respectivo sobre la terminación del matrimonio por divorcio. En lo que corresponde a la relación paterno-filial, el acuerdo debe pronunciarse sobre el régimen de cuidado personal de los hijos, teniendo como referencia principal el interés superior de los hijos944, en concordancia con el marco dispuesto por el art. 3º inc. 1º de la LMC y la reforma introducida recientemente al Código Civil y a otras leyes por la Ley Nº 20.680 de 21 de junio de 2013, en el sentido de proteger la integridad del menor en caso de que sus padres vivan separados945. Los cónyuges primero y el juez subsidiariamente deben construir las reglas de la futura relación con sus hijos sobre la base de los principios del interés superior del niño y su derecho a ser oído". En cuanto a la consideración de la opinión del niño, lo manifestado ante el juez "no determina la decisión judicial, sino que solamente la informa, como cualquier elemento de juicio", lo que explica la existencia de "resoluciones judiciales diametralmente opuestas al deseo expresado por el hijo, con respecto a su cuidado personal"946. Los padres pueden atribuir el cuidado de los hijos a cualquiera de los progenitores o, en sintonía con las tendencias recientes en la materia y que han sido recogidas 413 en la Ley Nº 20.680, fijar la custodia personal en forma compartida, modelo que, basado en la igual importancia del padre y la madre en la vida física y psicológica de niño, determina que ambos también comparten la autoridad en la toma de las decisiones que conciernen o afectan a los hijos, cooperando en compartir dicha autoridad, asumiendo en forma conjunta la crianza, y aceptando que la vida del niño transcurra en tiempos prolongados con uno y otro progenitor. Este sistema, definido por el legislador como "un régimen de vida que procura estimular la corresponsabilidad de ambos padres que viven separados, en la crianza y educación de los hijos comunes, mediante un sistema de residencia que asegure su adecuada estabilidad y continuidad"947, permite que se promueva la cercana relación con los padres y no se manifieste una percepción de pérdida por parte del niño, derivado de la separación o el divorcio 948. El acuerdo anterior, junto con el régimen de frecuencia y libertad con que el padre o madre que no tiene el cuidado personal mantendrá una relación directa y regular con los hijos, deberá constar en escritura pública o acta extendida ante cualquier oficial del RC y ser subinscrito al margen de la inscripción de nacimiento dentro de los treinta días siguientes a su otorgamiento949. La falta de acuerdo de los padres, en torno a la custodia personal compartida, determinará que los hijos continúen bajo el cuidado personal del padre o madre con quien estén conviviendo. En todo caso, cuando las circunstancias así lo requieran y el interés del hijo lo haga conveniente, "el juez podrá atribuir el cuidado personal del hijo a otro de los padres, o radicarlo en uno solo de ellos, si por acuerdo existiere alguna forma de ejercicio compartido, todo lo anterior sin perjuicio de la concurrencia del supuesto de inhabilidad física o moral de ambos padres, en cuyo caso el juez podrá confiar el cuidado personal de los hijos a otra persona o personas competentes, prefiriendo para ello a los consanguíneos más próximos y, en especial, a los ascendientes950. Cabe recordar que la doctrina tradicional asigna a la madre el derecho prioritario, asumiendo que en los años de infancia el niño requiere más a su madre que a su padre, por su mayor capacidad de cuidado, salvo 414 que esta sea declarada incapaz para acometer dicho papel. Tal ha sido la doctrina y práctica tradicional en Chile951. La atribución, por parte del juez, del cuidado personal a uno solo de los padres, deberá considerar la opinión manifestada por los hijos952 y ponderar la capacidad de la madre y/o el padre para cubrir las necesidades de cuidado y atención, sin perjuicio del hecho de que en ningún caso podrá fundar exclusivamente su decisión en la capacidad económica de los padres. En tal sentido, deberá considerar y ponderar conjuntamente los criterios y circunstancias indicados por el art. 225-2 del Código Civil, los que incluyen la vinculación afectiva entre el hijo y sus padres, el nexo afectivo con las demás personas de su entorno familiar, la aptitud de los padres para garantizar el bienestar de los hijos, la posibilidad de procurarle un entorno adecuado de acuerdo a la edad del hijo, la contribución a la mantención del hijo mientras estuvo bajo el cuidado personal del otro padre pudiendo hacerlo, la actitud de cada uno de los padres para cooperar con el otro en el aseguramiento de la máxima estabilidad de los hijos, la actitud de los padres en orden a garantizar la relación directa y regular sin obstaculizarla, la dedicación efectiva que cada uno de los padres procuraba a los hijos antes de la separación y la que puede seguir desarrollando en el futuro de acuerdo con sus posibilidades, el resultado de los informes periciales que se haya ordenado practicar, los acuerdos de los padres antes y durante el respectivo juicio, el domicilio de los padres y cualquier otro antecedente que sea considerado relevante atendido el principio del interés superior del hijo953. § Suscripción del convenio regulador y aprobación judicial. Todos los acuerdos, a que arriben los cónyuges, deberán respetar los derechos conferidos por las leyes que tengan el carácter de irrenunciables. La suscripción del convenio, en el caso de la separación de hecho, podrá constar en un instrumento privado, en una escritura pública, en un acta extendida y protocolizada ante notario, en un acta extendida ante un Oficial del Registro Civil o en una transacción aprobada judicialmente. Estableciendo la salvedad del 415 instrumento privado, en todos los demás casos el convenio tendrá la virtud de otorgar fecha cierta al cese de la convivencia. Tratándose de la separación judicial, procede también el acuerdo regulatorio cuando la causal para solicitar la declaración de la separación sea el cese de la convivencia, en cuyo caso las formas constitutivas son similares a las indicadas para la separación de hecho. No procede el convenio regulador en las causas en que se sustancie una separación basada en la concurrencia de una causal de falta imputable a un cónyuge. Respecto de la necesidad de aprobación judicial del convenio, el juez que sustancie la separación judicial o que tome conocimiento de un acuerdo regulatorio privado en el caso de una separación de hecho, con motivo de un procedimiento para reglar relaciones mutuas entre los cónyuges, o las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio o las relaciones con los hijos, deberá pronunciarse en torno a los siguientes aspectos: • Si el contenido prescriptivo del acuerdo o convenio ha respetado efectivamente los derechos conferidos por las leyes que tengan el carácter de irrenunciables 954; • Si el cumplimiento del acuerdo requiere inscripción, subinscripción o anotación en un registro público para su eficacia955; • Si el acuerdo regulador comprende efectivamente la regulación de las relaciones mutuas entre los cónyuges, incluyendo especialmente los alimentos que se deban y las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio956; • Si, existiendo hijos, el acuerdo regulador resguarda el principio del interés superior de los hijos e incluye efectivamente a lo menos el régimen aplicable a los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que mantendrá con los hijos aquel de los padres que no los tuviere bajo su cuidado 957; • Si el acuerdo resguarda el principio de protección del cónyuge más débil, dando cuenta que efectivamente se ha procurado aminorar el menoscabo económico que 416 pudo causar la ruptura y establece relaciones equitativas, hacia el futuro, entre los cónyuges cuya separación se solicita958. En conclusión, el convenio regulador ha venido a llenar el vacío derivado de la ausencia de legislación específica que disponga de un modo sistemático e integral el orden normativo que regirá las actuaciones de los excónyuges, tanto entre sí como respecto de sus hijos, permitiendo concentrar todo lo atingente al régimen integral de los excónyuges y su familia, a la vez que corresponde destacar su expresión como una manifestación del predominio progresivo de la autonomía de la voluntad en materias de familia, con todo el significado que ello encierra, a la luz del debate sobre el derecho de familia, que tiene en el derecho matrimonial su expresión más aguda959. 5. El estado civil de separado judicialmente § La separación judicial como un estado civil. La separación constituye un estado en la vida de la pareja de carácter transitorio, toda vez que termina cuando se produce la reconciliación de los cónyuges o cuando se constituye en una vía o etapa de tránsito hacia la ruptura definitiva, refrendada por el acto judicial que decreta el divorcio. Sin perjuicio de lo anterior, la norma del artículo 305 del Código Civil distingue la separación judicial como un nuevo estado civil, al incluirlo expresamente en su inciso primero. Expresa el mencionado artículo: "El estado civil de casado, separado judicialmente, divorciado o viudo, y de padre, madre o hijo, se acreditará frente a terceros y se probará por las respectivas partidas de matrimonio, de muerte, y de nacimiento o bautismo. 417 El estado civil de padre, madre o hijo se acreditará o probará también por la correspondiente inscripción o subinscripción del acto de reconocimiento o del fallo judicial que determina la filiación. La edad y la muerte podrán acreditarse o probarse por las respectivas partidas de nacimiento o bautismo, y de muerte"960. Los antecedentes de la discusión parlamentaria de la ley, al menos, dan cuenta de la voluntad de establecer una institución legal diferenciada del estado de divorciado o soltero961. La consideración de la separación judicial como un nuevo estado civil suscita múltiples inquietudes y no concita acuerdo en la doctrina. Si se acepta su existencia, cabría preguntarse en qué ámbitos habilita al separado esta calidad, para ejercer derechos o contraer obligaciones civiles, aplicando la definición del artículo 304 del Código Civil. Por otra parte, si se rechaza, cabe preguntarse por el sentido de su inserción en la ley962. § Breve noción del estado civil. La noción de estado civil no ha gozado históricamente de la coincidencia doctrinaria, tendencia aún imperante. En efecto, la palabra estado alude a la situación o posicionamiento de una persona, variando su calificación según cual sea el punto de referencia con el cual se compare. Jurídicamente, la noción de estado remite a la de estatus, que en Roma comprendía o se aplicaba a tres situaciones diversas del individuo: el status libertatis o calidad de la cual goza el hombre libre, el status civitatis o calidad de ciudadano (romano) y el status familiae o posición de la persona dentro de la familia. La adjudicación de la personalidad requería en Roma de la conjunción de los tres estatus. El Código Civil define el estado civil en el artículo 304, el cual dispone lo siguiente: "El estado civil es la calidad de un individuo, en cuanto le habilita para ejercer ciertos derechos o contraer ciertas obligaciones civiles". 418 En la actualidad, en una perspectiva amplia, se puede considerar el posicionamiento de la persona con relación a tres grupos de calidades que influyen en la capacidad del sujeto de derecho963: • Un estado en relación a sí mismo, que enfoca las cualidades personales del sujeto y en la cual se consideran básicamente la edad, la salud y el sexo. Corresponde a la noción de estado individual contemplado por Alessandri. • Un estado en relación con la sociedad en general, en la cual se consideran básicamente la nacionalidad y la profesión u ocupación. • Un estado en relación con la comunidad familiar, correspondiente en general a la denominación presente en algunos ordenamientos civiles como estado de familia, y que consideran preferentemente los vínculos surgidos con ocasión del vínculo conyugal, de la convivencia y de la filiación. En nuestro derecho mantiene vigencia el estatus familiar, tal como lo sustenta Alessandri, quien completa la insuficiente definición legal del Código Civil, señalando que el estado civil es "la posición permanente que un individuo ocupa en la sociedad, en orden a sus relaciones de familia, en cuanto le confiere o impone determinados derechos y obligaciones civiles"964. Con mayor precisión y actualidad, asumiremos la acepción de estado civil de familia, que Rivera define como "la posición que ocupa el sujeto con relación a la familia, que actúa como causa de relaciones jurídicas familiares cuyo contenido son deberes y derechos generalmente recíprocos"965. El estado genérico de familia comprende las relaciones conyugales y parentales, pudiendo desprenderse de las primeras los estados de soltero, casado, viudo, divorciado, separado judicialmente e, incluso, el de separado de hecho, como lo consigna también la doctrina seguida en la materia. Asimismo, los tipos de estados indicados corresponden también a los reconocidos por el ordenamiento civil chileno, hecha la salvedad del separado de hecho. 419 § Problemas jurídicos derivados del estado civil de separado judicialmente. Todo individuo tiene un estado civil, el que además es indivisible y que solo se quiebra en el caso del domicilio por razones eminentemente prácticas. Sobre esta base... ¿podría aplicarse el criterio de practicidad o necesidad al matrimonio, admitiendo el estado de separado? La respuesta es negativa, y por tanto no podría tener lugar el supuesto indicado, por cuanto emanan de un mismo hecho, asumiendo una base que no permite que dos estados civiles puedan coexistir, en tanto un individuo no puede estar casado para unos y soltero para otros. El estado civil es permanente y no se pierde mientras no se adquiere otro, como en el caso de una persona que es soltera y pasa a tener el estado civil de casada luego de contraer matrimonio. Para tal efecto, si se atiende a las disposiciones que describen las características de este estado civil, se advierte la particularidad que uno de los partícipes del acto que da origen al estado civil tendría un estado civil, por ejemplo, separado judicialmente y el otro el de divorciado o incluso el de casado. ¿Podría existir la situación en que el marido, que abandonó a su mujer e hijos, tenga el estado civil de divorciado y la mujer abandonada el de separada? La ley indica que ello es posible. Ahora bien, ¿qué ganaría en su favor el cónyuge que tendría el estado civil de separado? Para entender esta posibilidad abierta por el legislador, consideremos el siguiente caso. Una mujer, católica observante, contrae matrimonio canónico —indisoluble— con efectos civiles reconocidos por la ley, y es abandonada por su marido al iniciar este una nueva relación afectiva que concluye en un nuevo matrimonio, de carácter exclusivamente civil, posibilitado como opción legítima por la LMC. En este caso, es probable que ella mantenga firme la voluntad de cumplir, fielmente, el mandato religioso, y renunciar por tanto al derecho de volver a casarse, pese a que puede hacerlo según la ley civil. En este caso, la separación judicial como estado civil, en que se puede hacer valer jurídica y socialmente una calidad social jurídicamente reconocida que es coherente con sus valores más profundos y sentidos, es una opción útil que contribuye a ampliar el espectro de alternativas posibles para regular la situación que sucede a un quiebre matrimonial, con respeto a las distintas opciones religiosas y morales, emitiendo 420 una señal de observancia del principio de libertad religiosa y de respeto a la pluralidad social vigente en el nuevo ordenamiento jurídico matrimonial. Asimismo, en consonancia con la definición legal, es, además, un derecho. La declaración de separación podría, además, incluir la finalización expresa de todos los efectos del matrimonio en un procedimiento especial, en el cual deberían discutirse la terminación de todos los efectos patrimoniales, tales como la separación de bienes, la procedencia y monto de la compensación al cónyuge en situación de mayor debilidad comparativa y la acreditación de las eventuales causales, como el adulterio, que determinen la pérdida de los derechos sucesorios y alimentarios en uno de ellos. § Elementos caracterizadores del estado civil de separado judicialmente. Respecto de los elementos que caracterizarían a este estado civil, algunos artículos reformados del Código Civil nos ayudan a configurarlo, como veremos a continuación. En primer lugar, los cónyuges separados judicialmente administran sus bienes con plena independencia uno del otro, siguiendo los términos prescritos por el artículo 159 del Código Civil. Esto implica que la administración separada comprende los bienes obtenidos como producto de la liquidación de la sociedad conyugal o del régimen de participación en los gananciales que hubiere existido entre los cónyuges. Lo anterior se entiende sin perjuicio de lo dispuesto en el Párrafo 2 del Título VI del Libro Primero del Código Civil, referido a los inmuebles y muebles que hayan sido declarados bienes familiares. En segundo lugar, el cónyuge que haya dado causa a la separación judicial por su culpa, tendrá derecho para exigir que el otro cónyuge lo provea de lo que necesite para su modesta sustentación, en cuyo caso el juez reglará la contribución teniendo en especial consideración la conducta que haya observado el alimentario antes del juicio respectivo, durante su desarrollo o con posterioridad a él. Esta norma es una consecuencia de la vigencia de los deberes de socorro y ayuda mutua, persistencia que puede generar la ocurrencia de situaciones de injusticia aparente, como ocurre 421 en el caso del cónyuge que ha guardado fidelidad en el matrimonio y que, sin embargo, debe sostener económicamente al cónyuge que ha incurrido en adulterio. En tercer lugar, el cónyuge separado judicialmente, que hubiere dado motivo a la separación por su culpa, no tendrá parte alguna en la herencia abintestato de su mujer o marido966. Finalmente, en cuarto lugar, el contrato de compraventa celebrado entre cónyuges separados judicialmente es válido, como lo da a entender el artículo 1796 del Código Civil967. 422 TÍTULO V LA EXTINCIÓN DEL MATRIMONIO CAPÍTULO I LA TERMINACIÓN DEL MATRIMONIO EN LA LMC 1. La ruptura del vínculo conyugal y su regulación jurídica § Introducción. La convivencia conyugal, amparada jurídicamente por el contrato matrimonial, es el estado de normalidad de la unión afectiva de pareja previsto en la norma legal. Los cónyuges, al momento de celebrar el matrimonio, han asumido libremente el compromiso de vivir juntos, gozar en plenitud la complementación sexual, apoyarse en las contingencias de la vida y, eventualmente, asumir las responsabilidades inherentes al proceso de crianza de los hijos. En la definición matrimonial, dicho estado concluye con la muerte de uno de los cónyuges. Sin embargo, la voluntad inicial de los cónyuges puede ser afectada por diversas circunstancias ocurridas durante el estado conyugal, que incluyen desde la pérdida de la voluntad de construir un proyecto común, pasando por la ocurrencia de graves transgresiones a los deberes y obligaciones que implica la vida en común de la pareja, cometidas por uno o por ambos cónyuges, hasta la progresiva pérdida de la atracción mutua o del afecto que, como causa del vínculo, ha convertido propiamente al matrimonio en una mera formalidad sin contenido. En todas las situaciones señaladas, la consecuencia fáctica es similar, afectando la voluntad de convivir o determinando su imposibilidad, cuando existe en su origen una causa grave. El cese de la convivencia no conduce necesariamente a la ruptura del vínculo matrimonial, toda vez que el ordenamiento jurídico considera la posibilidad para los cónyuges de optar por el estado de separación, que pone fin a los derechos y deberes conyugales, particularmente el de convivencia, aun cuando subsiste el 423 matrimonio y consecuencialmente no pueden los cónyuges volver a contraer otro civilmente válido. La separación de cuerpos no es una forma legalmente prevista para terminar un matrimonio, sino la regulación de la situación que sucede a una ruptura de la convivencia conyugal normal. La separación de cuerpos, suceso habitual tras una crisis de convivencia, no deviene necesariamente en un quiebre total e irrevocable del vínculo conyugal, ya que puede tener lugar una reconciliación personal o, incluso, que las personas no deseen dar por terminado su matrimonio, pese a la realidad que evidencia el cese de la convivencia conyugal, en razón de sus convicciones morales o religiosas personales. La ley considera que la separación es una forma válida para enfrentar una ruptura temporal, puesto que permite, especialmente si no se desea contraer nuevo vínculo o admite algún impedimento de orden moral o religioso para disolverlo, permanecer nominalmente unido a la persona con la cual ya no existe posibilidad de vida marital, pese a las previsibles dificultades que la permanencia de una situación crítica no solucionada integralmente puede provocar en la pareja, su entorno familiar y la comunidad de pertenencia. Sin perjuicio de ello, ya sea por la necesidad de iniciar formalmente otra vinculación conyugal, por parte de uno o ambos cónyuges o, simplemente, porque se desea poner término definitivo al matrimonio por desafecto o cualquier otra razón, la opción de concluir el matrimonio mediante su disolución legal se ha convertido en el modo usual de finalizar la relación. En este caso, la vía jurídicamente válida para disolver el matrimonio, es el divorcio, consagrado en el derecho matrimonial chileno a contar del año 2004. Un caso adicional de terminación del matrimonio, previsto en la normativa, es la nulidad del matrimonio. Sin embargo, en sentido estricto, no es una manera de poner término al matrimonio, sino una declaración de su invalidez jurídica, toda vez que, pese a la apariencia de matrimonio, legalmente nunca ha existido. § Efectos sociales y extensión al espacio público de las crisis conyugales terminales. Las rupturas conyugales constituyen un problema de gran magnitud 424 social, con fuerte impacto en las condiciones habituales de vida de las personas, afectada de manera directa o indirecta por sus consecuencias personales y económicas. La sociedad, enfrentada al impacto negativo que se advierte habitualmente asociado al divorcio, interviene a través de la regulación legal, disponiendo que el conocimiento y resolución del problema jurídico de familia que involucra, debe ser conocido y resuelto por un tercero ajeno o no involucrado directamente en la situación cuyo conocimiento y solución se le encomienda, teniendo en vista el bien de la comunidad y, especialmente, el de los propios cónyuges y los hijos, si los hubiere. Siendo un problema surgido en el seno familiar, en un espacio de intimidad resguardado por el derecho, la intervención se justifica —además del efecto irradiador de la crisis en el conjunto de la sociedad— porque los cónyuges no pueden enfrentar por sí mismos los efectos de la crisis, ni menos aminorarlos, atendido al estado emocional de alteración que les ocasiona el conflicto en que se encuentran inmersos. La respuesta normativa brindada por la ley, por tanto, se orienta a favorecer la disminución de situaciones conflictivas mayores, a regular el estado posterior de las relaciones derivadas de la filiación, a regular la posesión y propiedad de los bienes comunes, y a facilitar una pronta normalización de las relaciones sociales, tanto del grupo familiar como de su entorno social inmediato, afectado inevitablemente por la inestabilidad de los cónyuges en crisis. En síntesis, y siguiendo el esquema de análisis propuesto por Martínez de Aguirre, la extensión a la esfera pública del problema inicialmente privado de las rupturas conyugales se ha caracterizado principalmente por "una regulación excesivamente rígida del divorcio (causas y procedimientos), que de acuerdo con este planteamiento [aquel efectuado por los responsables de las políticas públicas] agudizaría los enfrentamientos entre los cónyuges y prolongaría el conflicto; a la falta en los cónyuges de las habilidades necesarias para gestionar la ruptura, y, a cuestiones colaterales pero muy importantes cuya consecuencia sería la cronificación del conflicto (pensión por divorcio, relación con los hijos comunes y adjudicación de la vivienda familiar, principalmente"968. 425 § Régimen legal de la terminación del vínculo conyugal. Los sistemas que consagran los ordenamientos jurídicos vigentes en Occidente contemplan diversas formas de regulación de las rupturas matrimoniales, reflejadas básicamente en las instituciones de la nulidad matrimonial, la separación conyugal y el divorcio, con las características particulares y condiciones que admiten la procedencia de cada una de ellas. La legislación chilena, a partir de la entrada en vigencia de la Ley Nº 19.947, contempla estas tres formas de regulación, aun cuando la nulidad en sentido estricto no es un modo específico para regular los quiebres matrimoniales, sino una declaración de invalidez del matrimonio. La LMC regula la materia en el capítulo IV, disponiendo que el matrimonio termine969: 1º Por la muerte de uno de los cónyuges; 2º Por la muerte presunta, cumplidos que sean los plazos señalados en el artículo siguiente; 3º Por sentencia firme de nulidad, y 4º Por sentencia firme de divorcio. El legislador denominó al capítulo con la palabra "terminación"970, con el propósito de permitir la concurrencia de distintas visiones sobre el modo como se produce o reconoce el fin del matrimonio, evitando derechamente la inclusión de un título que pudiera haberse denominado "de la disolución del matrimonio", por cuanto habría explicitado, de un modo muy significativo, que la solución pública a las rupturas matrimoniales definitivas e irrevocables transcurría única y exclusivamente por el cauce brindado por el divorcio, identificado normativamente con el término disolución. Además, desde un punto de vista de la estrategia legislativa impulsada por los sectores favorables a la inclusión del divorcio legal, la discusión en torno a la disolución del matrimonio habría dilatado la aprobación del proyecto de ley. 426 La denominación puede estimarse apropiada al vincularse con la noción de final de un proceso, en este caso, de la relación de pareja formalizada por el matrimonio, sin cargar innecesariamente la identificación de este final, con la significación que adquiere el divorcio para una parte importante de la sociedad. Sin embargo, pese a su conveniencia, la denominación no está exenta de críticas, pues la inclusión de la nulidad como una forma de terminación del matrimonio es abiertamente incorrecta, toda vez que en este supuesto no habría existido matrimonio al cual poner término. 2. Muerte de los cónyuges § Introducción. La Ley de Matrimonio Civil, al enumerar las causales de terminación del matrimonio, comprende en primer y segundo lugar, respectivamente, la muerte natural y la muerte presunta, manteniendo la situación precedente a la reforma del año 2004971. El concepto de muerte, al igual que el de vida, es una noción metajurídica. Siendo de uso común, su desarrollo conceptual es abarcado principalmente por la biología y la medicina, disciplina esta última que establece con criterios propios el momento en que se estima producida la muerte de una persona, actualmente vinculada de forma preponderante al cese de la actividad cerebral972. § Muerte natural. El artículo 42 Nº 1 de la LMC dispone que el matrimonio termina: "Por la muerte de uno de los cónyuges". La norma considera el supuesto de la muerte natural de uno de los cónyuges, debiendo entenderse por tal el cese absoluto e irreversible de los fenómenos de la vida, que el derecho chileno vincula con la abolición total e irreversible de todas las funciones encefálicas, acreditada con la certeza diagnóstica de la causa del mal, según parámetros clínicos corroborados por pruebas o exámenes calificados973. El fallecimiento de cualquiera de los cónyuges hace imposible la unión de vida que lo caracteriza de manera esencial, realidad que no es alterada cuando algunas legislaciones asignan efectos 427 post mortem al matrimonio, toda vez que corresponden a cuestiones sucesorias que son competencia de dicho régimen civil. Mabel Rivero, sobre el tema de la muerte natural, recuerda la complejidad de ajustar concordantemente la muerte natural médicamente declarada con la muerte de la persona natural jurídicamente establecida, y el tránsito entre la admisión de la detención del corazón y de la respiración como antecedente tradicional de la declaración de muerte, y la muerte cerebral como criterio contemporáneo, derivado de la evolución de las técnicas de reanimación y prolongamiento del funcionamiento del corazón y las vías respiratorias. En tal sentido, remite a la obra de los profesores Savatier y Hamburger, para una lúcida reflexión sobre el momento y circunstancias en que ella tiene lugar desde el punto de vista jurídico, y sus efectos. En tal sentido, la muerte no aparece como un elemento único, instantáneo, que interese a todas las funciones vitales a la vez, ya que "bajo la influencia de los medios terapéuticos nuevos, la muerte se instala en el tiempo, se desmiembra, golpea separada y sucesivamente las diferentes partes del cuerpo, y se pregunta finalmente si es necesario esperar a que la última porción de tejido esté irremediablemente extinguida para decir que el organismo ha cesado de vivir". Hamburger, prosigue la autora, "señala como criterio que es la muerte del cerebro la que indica la muerte del individuo", en tanto que Savatier, mantiene que "es al médico a quien corresponde la responsabilidad de precisar cuándo ha operado la muerte" 974 . § Muerte presunta. Respecto de la muerte presunta, procede distinguir los casos de presunción de muerte cuando se trata de ausencia, de aquellos en los cuales existe certidumbre de la defunción de una persona, pero no es posible localizar su cadáver. "El elemento diferenciador de tales situaciones es que, en el caso de la ausencia, el ausente no está vivo ni está muerto a los ojos de la ley, mientras que en el otro caso, hay certidumbre de la muerte"975. El artículo 42 Nº 2 de la LMC dispone que el matrimonio termina: "Por la muerte presunta, cumplidos que sean los plazos señalados en el artículo siguiente". Esta norma considera como causal de terminación del matrimonio aquella que es 428 declarada por el juez, en conformidad a las reglas legales, respecto de un individuo que ha desaparecido y de quien se ignora si vive o no. La ley agrega como exigencia que la muerte presunta sea declarada por sentencia judicial, y cumpliendo los demás requisitos que establece el Código Civil976. Los casos legalmente previstos son los siguientes: • El primer supuesto, contemplado en el art. 43 inciso 1º, exige el transcurso de un lapso de diez años, contados desde la fecha de las últimas noticias en torno al desaparecido, fijada en la sentencia que declara la presunción de muerte. • El segundo supuesto, contemplado en el art. 43 inciso 2º, exige que se hayan cumplido cinco años desde la fecha de las últimas noticias, si se prueba que han transcurrido setenta años desde el nacimiento del desaparecido. El mismo plazo de cinco años, desde la fecha de las últimas noticias, se aplicará cuando la presunción de muerte se haya declarado en virtud del número 7 del artículo 81 del CC, que dispone: "Con todo, si después que una persona recibió una herida grave en la guerra, o le sobrevino otro peligro semejante, no se ha sabido más de ella, y han transcurrido desde entonces cinco años y practicándose la justificación y citaciones prevenidas en los números precedentes, fijará el juez como día presuntivo de la muerte el de la acción de guerra o peligro, o, no siendo enteramente determinado ese día, adoptará un término medio entre el principio y el fin de la época en que pudo ocurrir el suceso, y concederá inmediatamente la posesión definitiva de los bienes del desaparecido". Otros supuestos son considerados en los números 8 y 9 del artículo 81 del Código Civil, refiriéndose a muertes masivas y simultáneas, ocurridas con ocasión de accidentes como, por ejemplo, en catástrofes aéreas977. 429 El posterior matrimonio que haya contraído el cónyuge del desaparecido con un tercero conservará su validez, aun cuando llegare a probarse que el desaparecido murió realmente después de la fecha en que dicho matrimonio se contrajo 978. 3. Régimen de la nulidad matrimonial § Introducción. La Ley de Matrimonio Civil contempla dos vías para poner fin al matrimonio, estando vivos ambos cónyuges: la nulidad y el divorcio. En este apartado trataremos en particular la nulidad, debiendo ser concordado con lo ya expuesto en la parte de esta obra, referida a los requisitos del matrimonio legal. El matrimonio que es declarado nulo por resolución judicial se reputa que jamás existió, debido a la existencia de una causal legal o impedimento no observado en el momento de la celebración del matrimonio, ya sea por los propios contrayentes o por la autoridad habilitada para celebrar matrimonios. La nulidad matrimonial es el supuesto de máxima ineficacia de la relación matrimonial, toda vez que su declaración implica la identificación de una causa coetánea a la celebración del matrimonio que invalida el vínculo entre los cónyuges, a partir del momento mismo de su celebración. La nulidad es causa extintiva, no perturbadora del matrimonio 979, y, en palabras de Ruggiero, es la más grave imperfección que no permite que el acto produzca alguno de sus efectos propios; el negocio jurídico es tratado por el ordenamiento como si no hubiese sido realizado, y si se dan algunos de los efectos, estos no son efectos del negocio como tal, sino consecuencia de los hechos verificados al realizar el acto nulo"980. Por el contrario, en la situación del matrimonio respecto del cual se ha pronunciado una sentencia de divorcio, se entiende que ha existido matrimonio válidamente contraído, pero que, en razón de ser alegada ante los tribunales una de las causas legales que habilitan a los cónyuges para solicitar el divorcio, este es disuelto por disposición de la ley. En este caso el efecto es común a la nulidad, puesto que los cónyuges son libres para contraer un nuevo matrimonio. El divorcio, 430 al cual se alude precedentemente, conlleva la existencia de un vicio del comportamiento conyugal, por lo que la situación personal de los cónyuges aparentes, o tenidos por tales, no se retrotrae al período que antecede al matrimonio como estado, sino que queda reconocida y se actúa coherentemente, sobre la consideración de la validez del acto de celebración del matrimonio, sin perjuicio de la íntima convicción que puedan haberse formado los que han estado casados sobre la solidez de su decisión de contraer matrimonio, con la persona respecto de la cual han solicitado a la Justicia su disolución. En caso de existir una sentencia de nulidad, el estado civil de los cónyuges putativos será el de solteros, pues no habrán contraído nunca un matrimonio. En el caso de los cónyuges, respecto de cuyo matrimonio se pronuncia una sentencia de divorcio, el estado civil de los excónyuges será el de divorciados. Como es sabido, la nulidad no constituye una respuesta específica a la necesidad de regular las rupturas matrimoniales, aun cuando la utilización de esta vía ha sido habitual, tanto en el ordenamiento chileno como en la experiencia comparada. § Naturaleza jurídica de la nulidad matrimonial. Recordemos que, para celebrar válidamente un matrimonio, es necesario que se cumplan determinados requisitos legales, pues su incumplimiento trae consigo que el matrimonio celebrado puede ser declarado nulo. Por tanto, las causas de una futura declaración de nulidad deben ser indagadas en el tiempo presente pero referidas al tiempo de la celebración, a diferencia de lo que ocurre en la separación y el divorcio, cuyas causas deben buscarse durante el estado matrimonial. La declaración de nulidad de un matrimonio implica el reconocimiento judicial sobre la invalidez de dicho matrimonio, el cual nunca ha existido, aun cuando legalmente es posible que se le reconozcan algunos efectos, particularmente referidos al amparo del cónyuge de buena fe. Teniendo presente que la declaración judicial del matrimonio determina que nunca hubo matrimonio, las personas que fueron consideradas cónyuges en forma errónea podrán contraer un nuevo matrimonio cuando lo estimen conveniente, pues legalmente se reputarán solteros 431 y, por tanto, recuperarán su capacidad nupcial, al igual como ocurre con la sentencia que declara el divorcio respecto de los divorciados. La institución de la nulidad matrimonial adquiere un sentido particular en la tradición civil, originada en el concepto canónico que concibe al matrimonio como un acto jurídico fundacional de la familia, constituido a su vez sobre el consentimiento de un hombre y una mujer igualmente capaces. La inobservancia de los requisitos que garantizan la manifestación del consentimiento, en forma libre y espontánea, es la causa que origina la nulidad como sanción del acto viciado, del matrimonio celebrado aparentemente por un hombre y una mujer incapaces. A ellas se agregan las causales de nulidad por vicios de forma, lo que tiene lugar cuando el consentimiento no se presta ante una autoridad habilitada —inicialmente un ministro de culto religioso cristiano— y en presencia de un número determinado de testigos, que dieran fe de la realización del acto. § Nulidad civil y divorcio jurisprudencial en el derecho matrimonial precedente al año 2004. El uso de la institución de la nulidad civil, como vía legal para terminar con un matrimonio, no es ajeno al ordenamiento jurídico chileno. Hasta la aprobación de la Ley Nº 19.947, la manera usual para terminar un matrimonio y celebrar válidamente otro era recurrir a un juicio simulado, previamente concordado entre los cónyuges, con el propósito de recuperar su libertad nupcial, demostrando mediante prueba testimonial que el Oficial del Registro Civil no era el competente para oficiar la celebración del matrimonio981. Tal era la fórmula de terminación del matrimonio válidamente celebrado, caracterizada como divorcio jurisprudencial. La Corte Suprema de Justicia, como lo recuerda Corral, a contar de 1925 brindaría apoyo a la teoría según la cual la prueba testimonial rendida en el juicio de nulidad podía prevalecer como prueba sobre las declaraciones de los mismos contrayentes y de los testigos de la información contenidos en el acta e inscripción del matrimonio. Curiosamente, comenta el autor citado, "en este caso la nulidad no fue simulada sino que hubo un proceso contradictorio. La nota aprobatoria de la sentencia por parte de Alessandri, haciendo ver que el derecho debía a veces saltarse los 432 principios, para atender a los hechos sociales sin duda influirá en la aceptación posterior de esta doctrina, incluso en casos en los que la simulación era manifiesta"982. Esto, sin embargo, no implica que las denominadas causales sustantivas de nulidad, vale decir, aquellas referidas a las características personales de los cónyuges y no a defectos formales del acto administrativo de celebración del matrimonio, como la incompetencia del oficial civil o un número insuficiente de testigos, no fueran también aplicadas, aunque en forma menos recurrente. § Régimen de la nulidad matrimonial en la normativa vigente. La LMC ha regulado la nulidad del matrimonio, en forma ampliada y corregida en relación con la antigua normativa, vigente desde el siglo XIX983, manteniendo la exigencia de su fundación en las causales señaladas expresamente en la ley. La ampliación consideró en parte la redacción del c. 1095, con el propósito de posibilitar la inclusión de dos nuevos supuestos acordes con la realidad contemporánea, traducidos en la incapacidad para formar la comunidad de vida que implica el matrimonio (de carácter absoluto y generada por un trastorno o anomalía psíquica) y la falta de discernimiento suficiente para comprender y comprometerse con los derechos esenciales del matrimonio. Con su inclusión, además de actualizar la normativa, se facilita su aplicación en aquellos casos de personas que adhieren a la religión católica, quienes, en conformidad a lo dispuesto por el Código de Derecho canónico, no pueden disolver civilmente su matrimonio válidamente celebrado 984. Asimismo, derogó la incompetencia del Oficial del Registro Civil, la inhabilidad de testigos como causales de nulidad matrimonial, la impotencia como incapacidad nupcial y la eliminación del impedimento que afectaba a las personas sordomudas que no podían expresarse por escrito. El principal efecto de la declaración de nulidad de un matrimonio es que las partes se retrotraen al estado en que se encontraban al momento de contraer el vínculo matrimonial. A contar del momento en que queda ejecutoriada la sentencia que declara la nulidad, los erróneamente considerados cónyuges volverán a su estado 433 civil original de solteros, viudos o separados judicialmente, pudiendo celebrar matrimonio civil en los dos primeros casos, el cual se reputará para todos los efectos legales como el primero contraído por esa persona985. La nulidad produce sus efectos desde la fecha en que queda ejecutoriada la sentencia que la declara, debiendo subinscribirse al margen de la respectiva inscripción matrimonial y no será oponible a terceros sino desde que esta subinscripción se verifique. § Matrimonio putativo. La LMC establece el régimen del matrimonio putativo en el art. 51, el cual prescribe lo siguiente: "El matrimonio nulo que ha sido celebrado o ratificado ante el Oficial del Registro Civil, produce los mismos efectos civiles que el válido respecto del cónyuge que, de buena fe y con justa causa de error, lo contrajo, pero dejará de producir efectos civiles desde que falte la buena fe por parte de ambos cónyuges". La relevancia de esta institución se basa en los efectos que genera, ya que a diferencia de la regla general que dispone que los efectos del matrimonio declarado nulo se retrotraigan a la época anterior a la celebración del matrimonio, aquí los efectos son inmediatos. Esto permite sostener que "la nulidad declarada por sentencia judicial opera hacia el futuro"986. En el caso que sólo uno de los cónyuges hubiera contraído matrimonio de buena fe, la ley dispone que, "...éste podrá optar entre reclamar la disolución y liquidación del régimen de bienes que hubieren tenido hasta ese momento, o someterse a las reglas generales de la comunidad"987. En cuanto a las donaciones o promesas que por causa de matrimonio se hayan hecho por el otro cónyuge al que casó de buena fe, estas subsistirán no obstante la declaración de la nulidad del matrimonio988. Finalmente, la nulidad no afectará la filiación ya determinada de los hijos, ni siquiera en aquellos casos en que no existiere buena fe ni justa causa de error por parte de ninguno de los cónyuges 989. 434 El artículo 52 de la ley, que completa la redefinición legal del matrimonio putativo, pone fin a la duda existente durante la vigencia de la Ley de 1884, respecto de la necesidad de su declaración por parte del juez, al prescribir lo siguiente: "Se presume que los cónyuges han contraído matrimonio de buena fe y con justa causa de error, salvo que en el juicio de nulidad se probare lo contrario y así se declare en la sentencia"990. § Titularidad de la acción de nulidad. La titularidad de la acción de nulidad corresponde a cualquiera de los presuntos cónyuges, con las siguientes excepciones: • Primera, la nulidad fundada en el impedimento de minoridad, cuando se constatare el matrimonio de menores de dieciséis años, podrá ser demandada por cualquiera de los cónyuges o por alguno de sus ascendientes, salvo que aquellos hubieren alcanzado la edad habilitante, es decir, los dieciséis años, en cuyo caso la acción se radicará únicamente en la o las personas que contrajeron matrimonio sin tener aún esa edad991. • Segunda, la acción de nulidad fundada en la falta de consentimiento por error de identidad o en cualidad personal, o en la existencia de fuerza, corresponde exclusivamente al cónyuge que ha sufrido el error o la fuerza 992. • Tercera, la acción de nulidad en los casos en que se hubiere celebrado un matrimonio en artículo de muerte, también corresponderá a los demás herederos del cónyuge difunto993. • Cuarta, la acción de nulidad cuyo fundamento sea la existencia de vínculo matrimonial no disuelto, corresponde también al cónyuge anterior o a sus herederos994. • Quinta, incluye una acción de carácter universal, que permite a cualquier persona solicitar la nulidad de un matrimonio que contravenga las prohibiciones contenidas en los artículos 6º y 7º de la LMC, fundado para ello en el interés de la 435 moral y la ley. Los casos se refieren al parentesco y a la indignidad que afecta al cónyuge sobreviviente para contraer matrimonio con el imputado contra quien se hubiere formalizado investigación por el homicidio de su marido o mujer995. La acción de nulidad solo podrá intentarse mientras vivan ambos cónyuges, con dos excepciones correspondientes a los casos de celebración del matrimonio en artículo de muerte —en que se reconoce el derecho de accionar a los demás herederos del cónyuge difunto— y cuando se alegare la existencia de un vínculo matrimonial no disuelto, en cuyo caso podrán accionar el cónyuge anterior o sus herederos996. Respecto de la acción de nulidad de matrimonio, es necesario resaltar que ella es propia del Derecho de Familia, escapando por tanto a la pretensión particular de los involucrados, en beneficio del interés social comprometido en la materia997. Finalmente, en cuanto a la concurrencia de las acciones de nulidad, separación y divorcio, la LMC regula el supuesto aplicable en los casos de nulidad y divorcio, en el art. 91, el cual dispone: "Cuando se haya interpuesto solicitud de divorcio, en cualquier momento en que el juez advierta antecedentes que revelen que el matrimonio podría estar afectado en su origen por un defecto de validez, se los hará saber a los cónyuges, sin emitir opinión. Si en la audiencia, o dentro de los treinta días siguientes, alguno de los cónyuges solicita la declaración de nulidad, el procedimiento comprenderá ambas acciones y el juez, en la sentencia definitiva, se pronunciará primero sobre la de nulidad". En cuanto a otras situaciones puntuales, no cubiertas por norma expresa, su aplicación es discutida en doctrina, en especial cuando concurren las acciones de nulidad y separación o las de divorcio con las de separación998. § Resarcimiento de daños derivados de la declaración de nulidad matrimonial. Reviste interés tratar la posibilidad de demandar resarcimiento del eventual daño 436 que pudiera producirse como consecuencia de la declaración judicial de la nulidad matrimonial. El problema se presenta en el supuesto que uno de los cónyuges putativos pudiera haber concurrido de buena fe presumiendo la validez del acto matrimonial, y ante la declaración de nulidad sea agraviado en su esfera personal y patrimonial. ¿Tiene derecho a recibir compensación por los daños en el orden moral? La cuestión está abierta en esta dimensión, pero en el caso de menoscabo patrimonial concurrente en el matrimonio fallido, bien podría tenerse en consideración al momento de tratar la compensación económica, que, como ya veremos, se aplica también a la nulidad999. § Terminación del matrimonio por nulidad y efectos sucesorios 1000. Si el matrimonio es declarado nulo con anterioridad a la muerte de uno de los cónyuges, estos quedan solteros y no tienen derechos sucesorios recíprocos por causa del matrimonio. Pero si fallece cuando aún no se dicta la sentencia de nulidad, el matrimonio sigue siendo válido y el sobreviviente tendría derechos de sucesión 1001. Asimismo, la acción de nulidad solo puede intentarse mientras vivan los cónyuges, salvo las excepciones del matrimonio celebrado en artículo de muerte (acción corresponde al cónyuge y herederos) y cuando la nulidad se declarare por vínculo matrimonial no disuelto (pueden ejercer la acción el cónyuge anterior o sus herederos). En ambos casos prescribe en un año contado desde el fallecimiento del cónyuge, tras lo cual se consolidan los derechos del presunto cónyuge sobreviviente (opera un espacio para la decisión privada de la familia)1002. § Nulidad y efectos económicos. Cabe distinguir la lectura de las consecuencias de la ruptura matrimonial según si su causa es la nulidad, la separación judicial o el divorcio. En el caso de la nulidad, siguiendo a Domínguez, se debe tener presente su efecto retroactivo, que procura dejar a las partes en la situación en la cual se encontraban antes de celebrar el matrimonio declarado nulo, produciéndose "todas las prestaciones recíprocas entre los presuntos contrayentes: disolución o liquidación del régimen de bienes, devolución o no de las donaciones que se hayan efectuado por causa del matrimonio". La gran novedad respecto de las consecuencias indicadas, y que la LMC reconoce, es la institución de la 437 compensación económica, aplicable también al cónyuge cuyo matrimonio ha sido anulado, cuando por causa de ello —del aparente matrimonio— no pudo desarrollar una actividad lucrativa o lo hizo en menor medida1003. 438 CAPÍTULO II EL DIVORCIO 1. Régimen legal del divorcio § Introducción, concepto y relevancia como fenómeno social con efectos jurídicos. El divorcio constituye una causa de término del vínculo matrimonial, que tiene su origen en una declaración judicial, y que permite a los que un día fueron cónyuges volver a contraer libremente un nuevo matrimonio, igualmente válido ante el derecho que el anteriormente celebrado. Se puede definir como un modo para disolver el matrimonio que tiene su origen en una decisión judicial, dictada en un juicio iniciado por la demanda de uno de ellos, o de ambos, por las causas establecidas por la ley. El divorcio sólo puede existir cuando ha sido declarado judicialmente, pues no tiene validez el divorcio de hecho, es decir, la mera separación de cuerpos a la cual los cónyuges atribuyen el efecto de disolver el vínculo matrimonial que los une1004. Las causas del divorcio tienen su origen en un hecho ocurrido durante la vida matrimonial, que significa, evidencia o da cuenta, de graves desavenencias no solucionadas entre los cónyuges. El origen del término remite a la divergencia u oposición de voluntades del marido y de la mujer, lo que determina que cada uno de ellos tome su propio camino en la vida, construyéndola en forma separada de quien, hasta ese momento, era su cónyuge1005. Sobre el incremento del divorcio en la sociedad occidental, abundan las razones diferentes, según la perspectiva desde la cual se aprecie el fenómeno. Una de ellas, acertada a nuestro juicio, vincula este aumento significativo al predominio del amor romántico como causa del matrimonio, es decir, el predominio de la afectividad sobre el compromiso. Si el matrimonio está únicamente basado en el amor romántico, es evidente que el divorcio es una consecuencia lógica, al concluir el amor que le dio origen1006. 439 Relacionado con lo antes dicho, otra perspectiva sobre el divorcio resalta su consideración como experiencia personal del sujeto. En efecto, en no pocos casos la opción del divorcio se plantea por la persona en la etapa de madurez adulta, caracterizada por una reflexión sobre la propia existencia, "valorando lo ya realizado y lo que aún falta por realizar", implicando una decisión que en general tiende a ser más racional, aunque no por ello exenta del inevitable trastorno y eventual sufrimiento que todo proceso de ruptura conyugal trae consigo1007. En muchas oportunidades el divorcio aparece confundido con la separación de cuerpos. En los hechos, se ha denominado divorcio también a la separación de cuerpos, distinguiendo con la calificación de absoluto y relativo, según sea que se ponga fin al vínculo conyugal, o que este subsista, pese al cese de la convivencia entre ambos cónyuges. En Chile también se utilizó para ambos casos, bajo la denominación de perpetuo y temporal, atendido el hecho de que la ley expresamente señalaba: "el divorcio no disuelve el matrimonio, sino que suspende la vida en común de los cónyuges"1008. Sin embargo, entre la separación y el divorcio en sentido estricto existe una gran diferencia, pues mientras en la separación los casados no pueden establecer una nueva relación de pareja con el mismo nivel de formalidad jurídica anterior, y con el consiguiente reconocimiento y aceptación social, en el divorcio, cada uno de los excónyuges está facultado jurídicamente para contraer un nuevo matrimonio con una persona distinta, constituyendo esta nueva relación una realidad jurídica y social similar al precedente vínculo. Larraín agrega, en la distinción entre divorcio y separación amigable -de hecho, no judicial en la actual LMC- que el divorcio requiere de un juicio y la separación de una convención; el divorcio es una disputa entre cónyuges y la separación un convenio; el divorcio produce la ruptura de la unión conyugal por toda la vida o un cierto número de años y la separación por un lapso indeterminado1009. Esta destrucción del vínculo conyugal existente y válido es la causa que genera la controversia que históricamente ha acompañado a la introducción del divorcio, a 440 diferencia de la separación de cuerpos o suspensión de la vida conyugal, institución que se encuentra presente en la generalidad de los sistemas civiles occidentales. En una perspectiva filosófica del problema, expuesta por algunos autores, el derecho de "descasamiento" (sic) realmente no pone en tela de juicio a la institución del matrimonio, sino que viene a reflejar en definitiva lo que esta no debe ser, a saber, "una unión forzada en que el sentimiento está muerto de parte y parte, una unión ficticia que ya no está animada por la vida en común, una unión inmoral en que todo se permite"1010. Finalmente, cabe destacar que el matrimonio, conceptualmente, implica la suscripción de un compromiso de estabilidad para fundar la vida de la pareja y la familia, propósito que se habría visto seriamente afectado por la facilidad para acceder a la separación legal y el divorcio. Este compromiso, que integra el nexo concordatario y progresivo del matrimonio, configura la razón de ser de la negativa que lleva a muchos a sustituir el matrimonio por una unión desformalizada, en concreto, la unión de hecho. Sobre el particular, no corresponde confundir permanencia con perpetuidad, toda vez que lo que caracteriza a la unión conyugal es su vocación de continuidad o el carácter indefinido en el tiempo, lo que determina que generalmente se prohíba el matrimonio a plazo o con condición resolutoria. De este modo, el matrimonio "puede disolverse por mero deseo y así resulta de la admisión del divorcio, pero han de ser causas sobrevenidas o inesperadas las que frustran el inicial proyecto y hacen imposible de alcanzar su función y su finalidad", dando cuenta que el consentimiento requerido para la válida celebración del matrimonio se presta de forma vitalicia o a perpetuidad, en los términos de la definición legal de matrimonio, en consonancia con igual carácter del proyecto de vida compartida, aunque en el futuro dicho proyecto se frustre1011. § Clasificación del divorcio. Si distinguimos entre sistemas con expresión de causa y sistemas sin expresión de causa, entendiendo por los primeros aquellos en que se exige una causa para acceder al divorcio, la que normalmente señala la ley, el 441 sistema chileno entraría en esta categoría1012. En los sistemas sin expresión de causa, es suficiente la mera voluntad de divorciarse, traducida en la petición de uno o ambos cónyuges, para que se decrete el divorcio, sin que sea necesario acreditar ni invocar motivación alguna. Una clasificación usual en la doctrina distingue, además, el divorcio por culpa, el divorcio consensual y el divorcio remedial. • Divorcio sanción. El divorcio sanción, también denominado divorcio por culpa, corresponde al tipo de divorcio que considera como causal la realización, por parte de uno de los cónyuges, de un acto que implica una violación de los deberes conyugales al cual la ley atribuye el efecto de posibilitar el divorcio legal. Conlleva la apreciación de un acto culpable, que amerita la sanción correspondiente, para restablecer las relaciones de justicia en la pareja. No se admiten como causas determinadas, sino las faltas cometidas por un cónyuge en contra del otro. • Divorcio consensual. El divorcio consensual, a su vez, se basa en el reconocimiento del derecho de los cónyuges de poner término al matrimonio, entendido como contrato, del mismo modo como se le dio origen, vale decir, por la voluntad concurrente y coincidente de ambos cónyuges. • Divorcio remedio. El tipo de divorcio considerado como un remedio por parte de la doctrina se sustenta en la necesidad de terminar una situación de convivencia conyugal intolerable, en la cual no se imputan culpas, sino que se recurre a la constatación de un hecho objetivo, como es el cese de la convivencia, de un modo verificable1013. Considerando las características que informan y explican los sistemas de divorcio, la ley chilena comprende tanto el divorcio por culpa o sanción, como el divorcio remedio, incluyendo en este último la modalidad consensual, traducidos en el divorcio por falta regulado en el artículo 54 y el divorcio por cese efectivo de la convivencia, regulado en el artículo 55, distinguiendo en este último caso las 442 modalidades de demanda unilateral y de divorcio demandado por ambos cónyuges, de común acuerdo1014. En Chile el sistema adoptado es de carácter mixto, no porque expresamente se haya postulado así desde el principio de la discusión parlamentaria, sino porque responde al compromiso que fue necesario concordar para posibilitar la introducción del divorcio, toda vez que algunos parlamentarios habían excluido el divorcio por voluntad unilateral, en tanto que otros habían rechazado en distintos tonos la posibilidad de celebrar matrimonios religiosos con reconocimiento civil. § Evolución del debate doctrinario sobre la inclusión legal del divorcio como causal de extinción del matrimonio. La discusión sobre la conveniencia de legalizar el divorcio es de larga data, siendo motivo de gran polémica al mezclarse en la discusión pública consideraciones políticas, religiosas y jurídicas en la ponderación de la necesidad de su inclusión y en la apreciación de los efectos sociales que su legalización generaría1015. El debate jurídico, en particular, ha sido constante desde el momento mismo de la entrada en vigor de la Ley de 1884. Considerando los antecedentes más recientes, a partir de la participación de algunos destacados autores aún vigentes, cabe hacer mención al Anteproyecto de Ley de Divorcio vincular, elaborado por el profesor Fernando Fueyo Laneri, con base en la convocatoria efectuada por el Instituto de Docencia e Investigación Jurídica —por encargo de las autoridades del Ministerio de Justicia durante el gobierno del Presidente Allende— para analizar la conveniencia y contenido de una futura ley de divorcio vincular. En dicha oportunidad los académicos convocados abordaron las distintas materias que debía incluir una eventual legislación sobre la materia, entre las cuales se incluía la definición preliminar sobre la necesidad de dictar una ley específica que introdujera el divorcio o de reformar la normativa existente, y si la primera debía tener un carácter extendido o restringir sus objetivos a la mera incorporación de la opción del divorcio vincular. En definitiva, la mayoría concordó en la necesidad de dictar una 443 ley nueva, pero desechando la opción de una normativa integral y compleja, para evitar una dilación excesiva en la aprobación del divorcio. Luego de lo anterior, el quiebre institucional de 1973 postergó el debate sobre la materia, pero no cambió la centralidad asignada a la aprobación del divorcio en materia de derecho matrimonial, aun cuando esta discusión se reanudaría dentro del contexto de la búsqueda de una solución concreta al problema social ocasionado por las rupturas y la consiguiente regulación de sus efectos. Además de lo señalado precedentemente, los profesores Patricio Bofill, Ramón Domínguez, Hernán Larraín y Daniel Peñailillo dejaron estampada su opinión favorable a una normativa que, con las complejidades involucradas, abordara el divorcio en el marco de la situación producida por el deterioro familiar, y teniendo en perspectiva la necesidad de elaborar un estatuto completo que pudiera solucionar todos los problemas que los especialistas ya habían determinado en el ámbito del Derecho de Familia 1016. Recuperada la normalidad institucional en 1989, la discusión académica sobre el divorcio adquirió nuevos bríos, de la mano de la prioridad social y política asignada al problema de las rupturas conyugales y sus efectos en la familia, reflejada significativamente en los estudios de opinión pública realizados en aquella época1017. Durante el período que antecedió a la aprobación de la LMC, se expusieron argumentos tanto en favor como en contra de la incorporación del divorcio vincular1018. § Fundamento de las posiciones contrarias a la legalización del divorcio. Entre las razones emitidas para rechazar su introducción, se remarcó que su mera existencia, como posibilidad abierta a las parejas en conflicto, significaba un atentado a la constitución de la familia protegida en la Constitución1019, que afectaba el interés de los hijos, que constituía un incentivo a las rupturas, que abría una puerta a la desnaturalización de la monogamia al incentivar la infidelidad, que, pese a los argumentos descalificatorios de los impulsores del divorcio, la indisolubilidad no solo es un valor religioso y reducido al ámbito de los creyentes, sino una necesidad natural que explica la naturaleza misma del matrimonio y un atentado o violación a 444 la Constitución Política de la República, que proclama la protección de la familia, a partir de la tutela de la estabilidad matrimonial como base de la familia 1020. En definitiva, se afirmaba que la desprotección jurídica de la indisolubilidad del vínculo atentaba contra la estabilidad de la familia y determina la pérdida de su consideración como institución de orden público y la consiguiente primacía del ámbito de los derechos individuales absolutos fundados en la autonomía personal y cuyo ejercicio no reconocería límites ni restricciones1021. Recientemente, en el mismo sentido, se ha sostenido que la erosión del modelo matrimonial comienza precisamente con el divorcio, el cual multiplica las familias monoparentales y las familias ensambladas y su multiplicación engendra temor al compromiso 1022. § Fundamento de las posiciones favorables a la legalización del divorcio. En favor de la introducción del divorcio, en cambio, se ha dicho que no es el divorcio el que destruye el matrimonio, sino las desavenencias conyugales y las crisis no resueltas positivamente; que el divorcio es una suerte de certificado de defunción de una realidad ingrata producida antes; que la función del divorcio se limita a testificar una desunión de hecho, en que la tarea del jurista es reglamentar la desunión ya producida y no corregir las condiciones que favorecen la desunión; que es un remedio necesario para regularizar la vida de las parejas; que comparado con la nulidad que la precedió como solución protege de mejor manera al cónyuge más débil y a los hijos y, por último, que no se puede obligar a las personas a mantenerse en un estado civil que rechazan, máxime si el fundamento esgrimido para defender su permanencia es de carácter religioso, colisionando por tanto, con el régimen de convivencia plural que garantiza la Constitución, toda vez que el ordenamiento reconoce el derecho a no tener una creencia religiosa1023. Sin perjuicio de las posiciones antedichas, luego de quince años de vigencia de la Ley de Matrimonio Civil, las expectativas sobre su eficacia se han cumplido, al menos como solución recurrida para enfrentar las crisis matrimoniales terminales, permitiendo la formación de nuevas familias sobre la base del matrimonio. Por su parte, desde la perspectiva de sus críticos, se ha distinguido, tal como lo resalta 445 Corral, lo que es de lege data y lo que es de lege ferenda1024, y reiterando las críticas —justificadas por cierto— a la deficitaria e incompleta regulación de sus efectos civiles1025. § Régimen legal del divorcio y la adopción del sistema causalista 1026. La ley chilena no define al divorcio, pero señala su principal efecto: poner término a un matrimonio. Prescribe sobre la materia el artículo 53 de la LMC: "El divorcio pone término al matrimonio, pero no afectará en modo alguno la filiación ya determinada ni los derechos y obligaciones que emanan de ella"1027. El legislador ha estimado necesario introducir esta vía legal de solución para aquellos casos en que se constate que se ha producido un quiebre irremediable y absoluto de la relación conyugal, por invocación de causas basadas en la aceptación de los denominados vicios del comportamiento conyugal, entendidos como aquellos que importan un grave incumplimiento de los deberes del matrimonio válidamente contraído, los que sólo se manifiestan a través de la relación conyugal y son demostrables como fallas de conducta en función de aquella. Asimismo, se ha considerado el mutuo consentimiento como causal de divorcio, expresado en la concurrencia de la voluntad de ambos cónyuges y el transcurso de un período de un año, contado desde el cese de la convivencia. Finalmente, se ha aprobado también la incorporación —no exenta de fuertes polémicas— del divorcio por voluntad unilateral, de uno de los cónyuges aun en contra del querer del otro, cuando ha transcurrido un plazo no inferior a tres años desde que cesó la convivencia, bajo el expediente de invocarse el cese irremediable de la vida en común, sin expresión de otra razón o causa1028. El sistema adoptado es de tipo causalista, destacando con ello que el divorcio solo se puede demandar cuando concurren ciertas causas, que la ley señala expresamente1029. 446 En primer lugar, el divorcio puede ser demandado acreditando la existencia de una falta imputable a uno de los cónyuges. Esta primera forma de divorcio corresponde básicamente al tipo de divorcio que la doctrina ha denominado "divorcio sanción", caracterizado por la consideración eficaz de una falta imputable al otro cónyuge, de carácter subjetivo y genérico. Partiendo de la base de la existencia de una falta imputable a uno de los cónyuges o incluso a ambos, la ley especifica diversos casos en que concurren faltas a los deberes matrimoniales, constitutivos a su vez de la causal respectiva de divorcio, tales como la existencia de violencia al interior de las familias, la infidelidad, la infracción grave o reiterada de los deberes de auxilio y protección, la adopción de conductas que contradigan gravemente los fines del matrimonio, el abandono injustificado del hogar común de modo permanente y, en caso de haberlos, los deberes y obligaciones para con los hijos, como, por ejemplo, la obligación de brindar o proveer alimentos. En términos de las exigencias legales, la falta debe constituir una violación grave de los deberes y obligaciones que impone el matrimonio legal o de la filiación y debe tornar intolerable la vida en común, es decir, generar un estado de interrelación que no admite la convivencia, pues no es soportable en términos razonables por los demás integrantes de la familia nuclear, al menos. En segundo lugar, el divorcio puede ser decretado por el juez, cuando ha sido solicitado acreditando el cese de la convivencia conyugal, en la forma legalmente prevista, variando el período requerido según si la declaración es requerida de mutuo acuerdo o es unilateral. Esta norma recoge la modalidad conocida doctrinalmente como "divorcio remedio", que permite enfrentar los problemas advertidos en el derecho comparado y que presenta la primera modalidad regulada, básicamente de ocurrencia de fraude en la acreditación de los supuestos de hecho que constituyen las causales, perfeccionando los procedimientos y estableciendo una causal distinta y única, que contempla como fundamento la ruptura de la vida en común durante un período no inferior a tres años, salvo que exista consentimiento, en cuyo caso se reduce a un año. Ello permite, además, evitar la imputación de culpas recíprocas, en un conflicto en el cual no siempre es posible establecer la radicación exclusivamente individual de estas. 447 Una confusión puede suscitarse respecto de uno de los efectos de la adopción del sistema causalista, como lo es la aplicación estricta de las causales legales. En efecto, cabe distinguir la taxatividad de las causas, que determina que solo pueden considerarse como tales y por tanto válidas, aquellas que el legislador expresamente ha señalado en los arts. 54 y 55 inciso primero de la LMC, y la no taxatividad de los hechos que pueden constituir la falta exigida por la causal legal. Es decir, no se debe confundir la exigencia de los incisos descriptores de la causa para demandar el divorcio —arts. 54 y 55 inciso primero— con los hechos constitutivos de falta, enunciados, a modo ejemplar, por el art. 54 números 1º al 6º. La forma que reviste la regulación del divorcio vincular en la LMC exige asumir una distinción entre la licitud jurídica y la exigencia ética en el caso del divorcio, pues se considera que los sujetos que contraen el vínculo matrimonial lo hacen siempre pensando que —además de permanente— es indisoluble. El sistema normado en la ley, considerando la permanencia de la definición legal del matrimonio contenida en el artículo 102 de Código Civil como vínculo indisoluble1030, no impone como vía única y obligatoria para ordenar la realidad que surge de una ruptura, el divorcio o disolución del vínculo conyugal, sino que posibilita la subsistencia de la validez del vínculo indisoluble, respecto del cónyuge que decide mantenerse en el estado de separación, contemplado en la ley. Por la misma razón que indica con fuerza la imposibilidad de descartar la incidencia de los valores éticos, en el ordenamiento normativo de la comunidad, tampoco es factible desconocer la realidad social, que reclama una solución urgente a problemas que son percibidos socialmente como apremiantes en extremo. En efecto, existen situaciones en las cuales la prudencia indica como solución mejor, o menos mala, permitir el divorcio civil, solución fundamentalmente avalada por dos razones principales: evitar males mayores en la sociedad y en el matrimonio, y para salvaguardar la libertad de conciencia en aquellas parejas para las cuales el divorcio no constituye en todos los casos un mal. Estas situaciones, en las cuales cabe considerar como la mejor salida el divorcio civil, ordenado jurídicamente, deben ser 448 valoradas desde un discernimiento prudencial enmarcado en la disposición contenida en el art. 3º de la LMC, es decir, mirando primordialmente la realización posible del bien de los cónyuges y de su familia. 2. El divorcio por falta imputable a uno de los cónyuges § El divorcio sanción y su recepción legal. La primera modalidad regulada del divorcio, en prácticamente todos los ordenamientos jurídicos civiles, ha sido la recepción del divorcio sanción, también llamado divorcio culposo o por culpa, traducido en la LMC como divorcio por falta imputable al otro cónyuge. En la concepción del divorcio sanción sólo se justifica la disolución del vínculo cuando ha ocurrido un acto constitutivo de un incumplimiento de los deberes matrimoniales, el cual es imputable subjetivamente a uno o ambos cónyuges, considerándose al divorcio como una sanción contra el cónyuge que no ha cumplido sus obligaciones materiales. Por tanto, la demanda de divorcio debe estar fundada en la violación de los deberes conyugales, de acuerdo a patrones generalmente observados de comportamiento civilizado, según la base moral generalmente aceptada de la sociedad en la que se aplica. La concepción del divorcio sanción es concordante con la doctrina que concibe al matrimonio como una institución, indisponible en cuanto tal, y cuya ruptura no puede ser librada a la voluntad autónoma de los cónyuges. Por ello, el divorcio debe ser demandado al menos por uno de los cónyuges, pero sólo en aquellos casos taxativamente considerados por el legislador y que se fundan en la culpa de uno o de ambos cónyuges1031. Esta primera forma de aceptación jurídica del divorcio, históricamente ha estado basada en la existencia de una causa, que considera a su vez la necesidad de determinar la culpa o responsabilidad de uno de los cónyuges en la ruptura conyugal 449 que motiva la solicitud de divorcio, por lo que es considerado una forma de divorcio subjetivo por falta. El legislador, teniendo presente la experiencia precedente en el derecho comparado, y quizá siguiendo el mismo derrotero fallido, consideró la menor dificultad para obtener la aprobación parlamentaria e incorporó esta modalidad de divorcio, pese a la crítica de distintos sectores de la doctrina1032. § Argumentos en favor de la recepción legal del divorcio sanción. A favor de la consideración legal del divorcio por culpa, se ha destacado la fuerza de su fundamento moral, que alude a preservar el principio de justicia en la relación interpersonal y que lleva a velar, en consonancia con el principio clásico: que el derecho no puede amparar a quien pretende obtener beneficios de su propia culpa. Por ello, se postula determinar quién fue el cónyuge que violó el compromiso matrimonial, para aplicarle una sanción que restablezca el estado de justicia inicial, tal como contribuiría a hacerlo la aplicación del art. 62 inciso final de la LMC, en virtud del cual, "el juez podrá denegar la compensación económica que habría correspondido al cónyuge que dio lugar a la causal, o disminuir prudencialmente su monto"1033. § Argumentos en contra de la recepción legal del divorcio sanción. En contra de la recepción legal del divorcio por culpa o de su mantención, se ha sostenido que, en el quiebre de una relación de pareja matrimonial, es dificultoso en extremo establecer criterios aceptables de asignación de culpas o responsabilidades en uno solo de los cónyuges. Asimismo, construir una causal de divorcio sobre el supuesto de culpabilidad de uno de los cónyuges ha sido fuente fecunda de diferencias jurídicas y morales en torno a una doctrina que, frente al tema, no ha sido particularmente pacífica. Generalmente, si se considera la experiencia apreciable en la atención de tales casos, se podrá coincidir en que, en la mayoría de estos, no es posible indicar con precisión cuál fue la causa última de una determinada conducta que, aplicando una lógica de reacciones sucesivas a un acto del otro 450 cónyuge que es estimada ofensiva o violatoria de la vida conyugal, conduce finalmente a una ruptura. Asimismo, a juicio de diversos autores, la apertura al conocimiento público de diversas situaciones delicadas de la intimidad conyugal y familiar, al cual necesariamente deberá arribarse durante el juicio respectivo, afecta la dignidad de las personas y erosiona definitivamente cualquier posibilidad, aunque sea remota, de reconciliación conyugal, objetivo que debe ser considerado a la luz del artículo 3º de la LMC, que promueve la estabilidad familiar y matrimonial. Por ello, coincidiendo con esta postura, sostenemos que resulta especialmente importante que las actuaciones judiciales se realicen con la mayor reserva posible, conjugando la publicidad jurídica con el respeto de la intimidad de las personas, evitando, por tanto, la difusión impropia de los pormenores del juicio, por citar un ejemplo1034. Finalmente, entre las consideraciones críticas de la modalidad culposa del divorcio, se debe analizar la cuestión de la atribución unilateral de culpa 1035, en virtud de la cual cabe como posibilidad que el juez adjudique los efectos de la culpa a uno solo de los cónyuges, permitiendo así que el otro se beneficie de la calificación de inocencia, todo ello basado en un acuerdo previo a la demanda y que se traduce en el allanamiento posterior del otro cónyuge, con el fin de eludir el requisito de acreditar al menos un año de cese de la convivencia, exigido para dar curso procesal al divorcio por mutuo consentimiento contemplado en el art. 55. Sin embargo, también se ha sostenido que es poco realista la idea de la no existencia de culpa, ya que el supuesto de arreglo civilizado de la ruptura solo tendría lugar en sectores sociales de mayor educación, pero no en la generalidad de los casos, en que lo usual es que haya sido uno de los cónyuges el que ha cometido una falta grave que afecta la confianza y afecto del otro1036. § Régimen legal del divorcio por falta imputable a un cónyuge. La causal de divorcio por falta imputable a uno de los cónyuges se contempló desde un principio en todos los proyectos que antecedieron a la ley actualmente vigente. 451 La LMC regula esta forma de divorcio en el artículo 54, estableciendo que, aparte de existir la falta en que incurre un cónyuge respecto del otro 1037, basada en la ocurrencia de ciertos hechos repudiables para cuya comprensión y concreción la ley señala ejemplos orientadores, esta falta deberá además constituir una violación grave de los deberes y obligaciones que les impone el matrimonio o de los deberes y obligaciones para con los hijos, que termine tornando intolerable la vida en común. Expresa el artículo 54 de la LMC: "El divorcio podrá ser demandado por uno de los cónyuges, por falta imputable al otro, siempre que constituya una violación grave de los deberes y obligaciones que les impone el matrimonio, o de los deberes y obligaciones para con los hijos, que torne intolerable la vida en común". Esta constituye una causal subjetiva genérica, cuya procedencia exige el cumplimiento de los siguientes requisitos: • En primer lugar, debe ser demandado por uno de los dos cónyuges, no procediendo la interposición de una acción conjunta. • En segundo lugar, debe existir y acreditarse judicialmente, por los medios de prueba legales, una falta imputable al otro cónyuge, referida al quebrantamiento de las obligaciones conyugales. Esta falta implica que existe incumplimiento de los deberes que surgen de la conyugalidad o de la filiación, derivados del hecho que uno de los cónyuges no ajustó su conducta a los parámetros habituales de culpa leve, la cual constituye la base que rige las relaciones generales del Derecho privado. Los hechos que justifican la falta no se encuentran, sin embargo, taxativamente enunciados. • En tercer lugar, la falta que se imputa debe constituir una violación grave de los deberes y obligaciones para con los hijos o aquellos que se derivan del estado matrimonial. La gravedad de la falta, en este caso, implica que su ocurrencia produce un trastorno apreciable y evidente al interior de la vida conyugal, que impide 452 o dificulta en extremo la posibilidad de una reconciliación efectiva. Las faltas calificadas de leves, que no trascienden más allá de la apreciación del cónyuge, no serían suficientes para calificar como violación grave de los deberes y obligaciones indicados, como en el caso de alegar la infidelidad, percibida como tal a partir de la consideración de ciertos tratos que denotan preferencia respecto de una compañera o compañero de trabajo por parte de uno de los cónyuges, que sin embargo no se extienden a la consumación de relaciones sexuales. • En cuarto lugar, la falta debe tornar intolerable la vida en común, constituyendo un requisito subjetivo, en que para su cumplimiento es suficiente que el afectado así lo señale, ya que el grado de tolerancia admisible no es posible de ser medido y catalogado en su gravedad1038. Respecto del plazo que debe transcurrir para la interposición de la demanda de divorcio, la ley no lo exige, por lo que, ocurrido el hecho que justifica la aplicación de la causal legal, puede interponerse la demanda de divorcio, aun cuando haya transcurrido sólo un par de días desde la celebración del matrimonio. Así, por ejemplo, si uno de los cónyuges incurre en conductas homosexuales o agrede violentamente al otro causándole graves lesiones corporales, el afectado podría solicitar el divorcio a partir del momento en que acaezca el hecho, aunque haya tenido lugar en la misma noche de bodas. Aunque en derecho comparado esta es la regla habitual, en el derecho chileno algunos autores han propuesto la procedencia de exigir un plazo mínimo desde la celebración del matrimonio 1039. El inciso 2º del art. 54 señala, de un modo enunciativo, causales específicas, no enumeradas de un modo taxativo, sino en carácter ejemplarizador, lo que queda de manifiesto con la redacción de la norma, la que dispone: "Se incurre en dicha causal, entre otros casos, cuando ocurre cualquiera de los siguientes hechos". Por tanto, asumiendo la validez de las interpretaciones extensivas, pueden existir otras acciones que justifican la aplicación de la causal legal, ejemplos, siempre y 453 cuando constituya una violación grave de los deberes y obligaciones que impone el matrimonio, o de los deberes y obligaciones para con los hijos, que torne intolerable la vida en común1040. Pese al carácter no taxativo, la relevancia de los ejemplos de la ley, y que amerita el análisis de su contenido y extensión, radica en que respecto de ellos se presume que, una vez probada su ocurrencia1041, queda también determinado el supuesto de violación grave de los deberes y obligaciones, según la exigencia de la ley. En todos los otros casos que pudieran ser alegados, deberá establecerse esta conexión entre el hecho que fundamenta la falta y acreditar la violación grave de los deberes y obligaciones que impone el matrimonio o de los deberes y obligaciones que tienen los padres para con los hijos. Analizaremos los ejemplos considerados en la ley a continuación. § Violencia intrafamiliar. El atentado considerado en el artículo 54 Nº 1º de la LMC comprende tres hipótesis calificadas por su distinta gravedad: las que son constitutivas de delito como en el caso de atentado contra la vida del cónyuge (390, 391 CP), las que no constituyen delitos pero revisten relevancia jurídico-penal como en el caso de los malos tratos a la integridad física, que son constitutivas de lesiones leves (494 Nº 5 C. Penal), y los malos tratos contra la integridad psíquica (viola 131 inciso 1º CC. Ver también la violencia intrafamiliar y su tratamiento en la Ley Nº 20.066, de 2005, sobre violencia intrafamiliar1042. El legislador dispone, en primer lugar que dará lugar a la demanda de divorcio, el "atentado contra la vida o malos tratamientos graves contra la integridad física o psíquica del cónyuge o de alguno de los hijos"1043. Comprende los actos de violencia ocurridos al interior de la comunidad familiar, debiendo distinguirse el atentado contra la vida del cónyuge o sus hijos y la comisión de reiterados maltratos, que comprenden desde el intento de homicidio hasta proferir insultos, amenazas o cualquier forma de relación de convivencia desnaturalizada, que produzca un grave daño en la integridad síquica del otro cónyuge o de los hijos1044. 454 Los malos tratamientos, como expresa la redacción, suponen una conducta agresiva por parte de uno de los cónyuges al otro, práctica que, en general, debe ser reiterada en el tiempo, aun cuando los malos tratamientos, vías de hecho o tratos crueles inferidos en un determinado momento, de carácter grave, son por sí solos constitutivos de la causal legal, por lo que no se debe exigir la reiteración de dichos actos. La gravedad de los malos tratos es una materia cuya apreciación corresponde al tribunal. En el supuesto legal se comprenden en general las conductas constitutivas de violencia intrafamiliar y, en particular, los actos recíprocos de violencia o atentados contra la integridad física o psíquica de ambos en contra de sus hijos. La extensión de los malos tratos a la integridad psíquica del cónyuge o de los hijos, tiene por propósito asimilar los términos a los utilizados en la Ley sobre Violencia Intrafamiliar1045. Un comentario particular requiere la violencia contra la mujer, en la cual queda comprendido "todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como la amenaza de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la vida privada"1046. En la especie, y sin perjuicio de ser aplicable al caso el inciso tercero del artículo, queda incluido en este apartado la violación del cónyuge, toda vez que la doctrina es cada vez más categórica y conteste en que no tiene cada cónyuge obligación estricta de trato sexual con el otro, pretensión vejatoria y atentatoria contra el derecho a la intimidad personal1047. § Transgresión de los deberes conyugales. El legislador considera como causal para demandar el divorcio a la "transgresión grave y reiterada de los deberes de convivencia, socorro y fidelidad propios del matrimonio" 1048. Los actos que constituyen una trasgresión grave de los deberes que involucra el matrimonio, a los cuales alude este número, comprenden, entre otros, el abandono, la infidelidad y la negativa a acompañar al cónyuge en la eventualidad de enfermedad o accidente. 455 • Abandono de hogar. El abandono continuo o reiterado del hogar común es una forma de trasgresión grave de los deberes del matrimonio, pues conlleva la ruptura de los deberes de cohabitación y socorro. Existe abandono, en el sentido jurídico de la palabra, "cuando los hechos que le hayan precedido o que le sigan demuestren la firme intención de romper la vida común. Si tal intención no existe, si se demostrare que el cónyuge que se separó del domicilio conyugal no tuvo el ánimo de separarse definitivamente, sino temporalmente, no podrá decirse que haya abandono"1049, como ocurre en aquellas situaciones en que un cónyuge debe trabajar en una localidad distinta de aquella en que se ubica la residencia familiar. • Infidelidad. La infidelidad es también una trasgresión grave a los deberes matrimoniales que exigen la fidelidad recíproca entre los cónyuges, constituyendo una causa de divorcio. La infidelidad se evidencia en la ruptura del compromiso de lealdad sexual, asumido por ambos cónyuges al contraer el matrimonio, el que exige mantener relaciones sexuales exclusivas con el otro cónyuge, es decir, excluyendo las relaciones sexuales extramatrimoniales. Su concreción como falta normativa se traduce en el adulterio, que puede ser definido como el acto por el que una persona viola la fidelidad conyugal, en el cual concurre un elemento material constituido por el enlace o acto sexual con otra persona de diferente o del mismo sexo, que no es su cónyuge, y otro espiritual, que exige que el coito sea realizado voluntariamente1050. En cuanto a la calificación de la infidelidad, corresponde al cónyuge inocente brindar el necesario contenido a la acción, siendo posible que este juzgue como graves ciertas conductas que, no coincidiendo exactamente con el supuesto material del adulterio, es decir, la infidelidad basada en la relación sexual extramatrimonial, podrían ser calificadas como infidelidades, al tornar intolerable la vida en común. Los actos aludidos corresponden a lo que se ha denominado infidelidad moral, que es aquella que ocurre por "comportamientos y relaciones diversas con personas del otro sexo, por un trato con ellas de intimidad o afectuosidad excesivas incompatible con la condición de persona casada del cónyuge que los protagoniza"1051. Esta perspectiva permitiría sostener, como lo ha 456 aceptado la jurisprudencia argentina, que el deber de mutua fidelidad de los cónyuges no se viola únicamente con el adulterio, sino también con cualquier otra relación de intimidad o afectuosidad excesiva con personas de otro sexo, susceptible de lesionar la reputación o los sentimientos del otro cónyuge 1052. La jurisprudencia chilena, por su parte, ha ido aún más lejos, al incluir, como muestra de la deslealtad constitutiva de la infidelidad en que ha incurrido un cónyuge, a los actos que impliquen la revelación de datos sensibles de la vida privada de su pareja a los que se ha tenido acceso en la intimidad y por la confianza mutua que supone el matrimonio1053. En estos casos, la ausencia de precisión respecto del acto que constituye la infidelidad determina que el elemento material es el determinante por sí solo, no requiriendo además que se produzca la apreciación subjetiva de menoscabo moral del otro cónyuge, toda vez que dicho efecto rola en el plano moral o religioso y no en el jurídico. Ciertas conductas o prácticas, de connotación sexual para quien las realiza, podrían también aplicar en la causal analizada, tales como el "voyeurismo" o la pornografía. Sin embargo, parece discutible que la fidelidad exigida por el vínculo conyugal se extienda a prácticas de alcance indeterminado, que pueden ser calificadas como actos personales de connotación sexual, hasta prácticas que manifiestan patologías o que son constitutivas de ilícitos1054. • Reiteración de la conducta reprochable. La ley exige la reiteración de los actos reprochables, vale decir, constitutivos de una conducta que se repite con una cierta proximidad cronológica. Otros ordenamientos jurídicos exigen la concurrencia de un solo acto de adulterio para configurar la causal, aunque las relaciones íntimas sean meramente circunstanciales y constituyan un demostrado hecho aislado. Precisamente, en relación con el adulterio y la exigencia de reiteración de la conducta reprochable para configurar la causal, la norma ha sido criticada por su clara oposición a la prescripción del art. 132 del CC, que establece: "El adulterio constituye una grave infracción al deber de fidelidad que impone el matrimonio y da origen a las sanciones que la ley prevé". 457 Visto esto, un autor ha concluido que parece no ser el adulterio una infracción tan grave como lo manifiesta el Código Civil1055. • Consentimiento del adulterio. Ahora bien ¿tiene alguna incidencia que el otro cónyuge hubiere consentido o facilitado la comisión del adulterio? La respuesta la brinda la parte final del inciso que encabeza el artículo 54, toda vez que exige además de la existencia de la falta —expresado en la ocurrencia de los hechos ya indicados a modo ejemplar— el factor concurrente de haber tornado intolerable la vida en común, vale decir, el hecho que fundamenta la falta ha debido generar un efecto vejatorio en el cónyuge inocente, que se traduce en una injuria. Por tanto, si ha consentido o facilitado el adulterio, no existe fundamento válido para alegar la falta. • Adulterio y separación de hecho. Otro aspecto de interés dice relación con lo dispuesto en el art. 26 inciso segundo de la LMC sobre la separación judicial, en que se podría plantear la posibilidad de invocar la causal en aquellos casos en que al divorcio lo haya precedido una separación de hecho, no judicial. Aquí, tal como indica Illanes, cabe concluir que el deber de fidelidad cesa con la separación de hecho consentida y, más claramente, con el cese de la convivencia, principio que permite hacer extensiva esta regla al divorcio1056. • Otras eventuales manifestaciones de infidelidad. ¿Es procedente calificar de infidelidad el fetichismo? La respuesta es negativa, pues se trata de una elección de objeto y no de sustitución del sujeto1057. § Negligencia del cónyuge durante el estado de necesidad de su pareja. La negligencia o falta de interés en el estado de salud del otro cónyuge o la negativa a brindar cuidados en caso de ocurrir una enfermedad o accidente constituyen también actos característicos de una conducta transgresora del deber de socorro y pueden, claramente, constituir un motivo para solicitar el divorcio. Finalmente, la negativa a suministrar alimentos es también una grave violación de los deberes matrimoniales fundamentales, pues condena al cónyuge a padecer hambre, frío o dolor. 458 § Condena por crimen. Se incluye como causal que da base para demandar el divorcio, al crimen o simple delito cometido por uno de los cónyuges. En forma más detallada, la norma dispone que se pueda demandar el divorcio cuando conste la "condena ejecutoriada por la comisión de alguno de los crímenes o simples delitos contra el orden de las familias y contra la moralidad pública, o contra las personas, que involucre una grave ruptura de la armonía conyugal"1058. Comprende la participación como autor, cómplice o encubridor en los delitos de aborto, abandono de niños y personas desvalidas, inducción al abandono de hogar, suposición de parto, violación, estupro, incesto, homicidio y lesiones. La norma actual difiere del criterio precedente dispuesto por la derogada LMC, limitando su aplicación a un número acotado de delitos graves que afectan al orden de las familias, como es el caso de los delitos contra la vida y aquellos de carácter sexual, siempre que además involucren una grave ruptura de la armonía conyugal. Respecto de la exigencia de constituir además una grave ruptura de la armonía conyugal, cabe precisar que aun cuando se encuentran comprendidos en la enumeración del Título VIII, la injuria, la calumnia y el ultraje público a las buenas costumbres exigirían que se pruebe la grave ruptura de la armonía conyugal, en tanto que en los demás casos, la mera participación del cónyuge en delitos de la gravedad involucrada eximen de la necesidad de probar la ruptura de la armonía conyugal. § Conducta homosexual. El cuarto supuesto que da origen a una causal de divorcio, la conducta homosexual1059, es probablemente la más discutible y discutida de ellas. La orientación sexual del individuo, es decir, la atracción, que tiene como objeto de enamoramiento, predominante o exclusivo, a una persona del mismo sexo, no es constitutiva de la causal de divorcio, pues la norma exige acreditar la conducta del individuo, vale decir, la comisión de actos calificados como homosexuales, sin respeto a la orientación sexual precedente del sujeto1060. La noción de conducta da cuenta de un conjunto de actos que constituye habitualidad, por lo que la conducta 459 homosexual puede ser definida como la participación regular de una persona en actividad sexual predominante o exclusivamente con miembros de su propio sexo. Parte importante de la doctrina ha cuestionado la redacción o derechamente la causal basada en la condición homosexual de la persona, por constituir una flagrante discriminación que, para calificar la conducta transgresora, exige que se trate de un acto constitutivo de una conducta, atribuida a las personas de condición homosexual1061. Lo anterior determina que la asimilación de la conducta homosexual a la infidelidad es correcta, en tanto no se derogue esta inequitativa y discriminadora norma, razón por la cual en caso alguno podrá ser más grave que la aplicada al adulterio1062. La causal es original de la LMC de 2004, exigiéndose un comportamiento externo objetivo y no la sola condición homosexual, vale decir, se requieren actos de carácter homosexual1063. La conducta es una sucesión de actos, cuya habitualidad se presume en la forma de relacionamiento sexual interpersonal de las personas homosexuales. Si quedara alguna duda, la Ley Nº 20.609, conocida como Ley Zamudio, permite calificar su naturaleza y efectos discriminatorios. Es desigual por afectar a un grupo o categoría de personas solamente, y además porque también genera efectos inequitativos respecto de aquel a quien se aplica la causa. La causal queda, sin duda, comprendida en el deber de fidelidad, no requiriendo norma adicional y menos discriminatoria1064. La inclusión de esta causal se encuentra en franca retirada en el derecho comparado, como consecuencia de la progresiva aceptación social de la homosexualidad como una orientación legítima de la personalidad. Su inclusión como causal legal de divorcio presenta no pocas dificultades, pues, a diferencia de la infidelidad o incumplimiento del deber matrimonial de fidelidad que se consuma en el acto sexual, la exigencia de una conducta genérica que pueda ser interpretada como de significación homosexual podría extenderse a formas afectivas de contacto físico generalmente carentes de significación sexual-genital. La conducta debe ser sobreviniente, grave e intolerable para el cónyuge afectado y es aplicable por igual 460 a hombres y mujeres. A nuestro juicio, la causal, en los términos descritos y con todas sus posibles interpretaciones, es innecesaria y discriminatoria, pues la conducta reprochable se encuentra comprendida en el Nº 2 del artículo 54, al constituir toda relación sexual extramatrimonial una forma de infidelidad. Si el legislador deseaba señalar ejemplos de conductas de significación sexual, reprochables por su impacto público, debió haberlo señalado expresamente de este modo, incluyendo adicciones denigrantes de la relación interpersonal como el consumo habitual de pornografía o patologías como la zoofilia o la necrofilia, actos que convencionalmente tornan intolerable la convivencia a cualquier persona normal, según los criterios mayoritariamente aceptados en las sociedades modernas. § Alcoholismo y drogodependencia. Es causal de divorcio el "alcoholismo o drogadicción que constituya un impedimento grave para la convivencia armoniosa entre los cónyuges o entre éstos y los hijos"1065. Esta causal es discutible en lo que respecta a la relación vinculante culpable o dolosa del cónyuge con las sustancias indicadas, toda vez que la adicción a las drogas o el alcoholismo son consideradas como patologías, enfermedades que no harían procedente la sanción 1066. En tal sentido, el cónyuge que abandona al otro por estar afectado por una patología, bien podría a su vez ser requerido como infractor del deber de ayuda y socorro en estado de necesidad, razón por la cual se debe entender que aplica no como causal basada en una culpa o responsabilidad del cónyuge demandado, sino como un sacrificio personal que la ley estima excesivo. Se encuentran comprendidas las sustancia psicotrópicas en general, incluyendo la dependencia de fármacos no prescritos médicamente1067. • Adicción alcohólica. La norma alude a la adicción alcohólica por parte de uno de los cónyuges, es decir, la constatación de la patología derivada de la ingesta habitual y adictiva de bebidas alcohólicas y no meramente la embriaguez habitual de uno de los cónyuges o un episodio aislado de consumo agudo de alcohol. El comportamiento de adicción, al cual alude la norma, puede concebirse como una pérdida de dominio de sí mismo, que puede definirse como un "conjunto de actos 461 gobernados por el ansia o impulso vehemente de consumar una acción de la que el sujeto espera obtener refuerzo positivo o recompensa inmediata" 1068. • Drogadicción. En lo que respecta a la drogadicción, para determinar la conducta en estudio, debemos remitirnos a la expresión droga causante de dependencia, en la definición de la OMS y usualmente aceptada, que incluye a cualquier tipo de alcohol, anfetaminas, barbitúricos, cannabis (marihuana y hachís, entre otras), cocaína, alucinógenos, khat, opiáceos y solventes volátiles (tolueno o neopreno en Chile, cloroformo, éter, etc.)1069. Sin perjuicio de la validez descriptiva de la definición de la OMS, algunos autores como Kramer y Cameron, han sugerido el término más comprensivo de farmacodependencia para dar cuenta del estado psíquico y a veces físico que genera la acción recíproca entre un organismo vivo y un fármaco1070. • Calificación de la incidencia de la ingesta de alcohol y drogas en el deterioro de la convivencia conyugal. ¿En qué sentido la ingesta de drogas o fármacos deteriora la vida conyugal y constituye un impedimento grave para su continuidad? Dos perspectivas facilitan su análisis. Por una parte, las dificultades y el deterioro de la relación matrimonial por causa de la drogodependencia se relacionan con las características de las drogas (efectos, capacidad de provocar dependencia, tolerancia social, etc.) y los antecedentes personales (nivel de madurez, trastornos de la personalidad, sicopatología familiar) y nivel de soporte social. El solo padecimiento de alcoholismo o drogodependencia no basta por sí solo para constituir la causal que da lugar a la presentación de la demanda de divorcio, pues se requiere que constituya un impedimento grave para la convivencia armoniosa entre los cónyuges o entre estos y los hijos. • Alteración de la convivencia. ¿Qué debe entenderse por convivencia armoniosa? La referencia alude a una vida de los cónyuges en común relativamente tranquila, no alterada habitualmente por discusiones o conductas exaltadas, que sean una consecuencia o efecto de la ingesta de alcohol o drogas por parte de su pareja. En el caso del consumidor habitual de las denominadas drogas 462 blandas, particularmente la marihuana, en tanto el otro cónyuge no considere que afecte la convivencia armónica, existen argumentos tanto a favor como en contra de su consideración como causa de la solicitud de divorcio. Al respecto, la evidencia médica disponible, específicamente en lo que se refiere a constituir el primer peldaño del tránsito a drogas de mayor peligrosidad, es motivo suficiente para asimilarlas sin necesidad de distinción a las demás drogas y fármacos, pues el efecto en la comunidad familiar y, por cierto, en la pareja, son igualmente nocivos. § Corrupción familiar. La ley considera, como causal para demandar el divorcio, la "tentativa para prostituir al otro cónyuge o a los hijos" 1071. Comprende los casos en que se ha comprobado el intento o tentativa de corromper al cónyuge o sus hijos, sean naturales, adoptados o descendientes de cualquiera de los cónyuges, induciéndoles a la práctica del comercio sexual, concepto que incluye la exposición, entrega y abandono de una mujer o un hombre a la pública deshonra, vale decir, no solamente cuando media pago sino también todo acto conducente a exponer o entregar a la persona para la pública comisión de actos deshonestos. Un problema de mayor complejidad lo presentan aquellos casos en que se pueda probar la voluntad de la mujer de ejercer la prostitución como una actividad económica, al margen de la acción del marido, aun cuando subsistiría la posibilidad de rebatir el carácter libre de esa voluntad cuando las condiciones socioeconómicas y/o de sujeción forzada al marido la lleven a tal situación. Una autora, en la perspectiva feminista española, ha resaltado que es válido considerar la prostitución como un trabajo y no como un problema social, abandonando una actividad antes ubicada en la sociología de la marginalidad1072. • Realización de acciones corruptoras. La tentativa o inicio de la ejecución del hecho sancionado debe manifestarse por actos externos, ya que, siguiendo a Illanes, "el sólo propósito forma parte de la conciencia del individuo, aspecto que el derecho, al menos en esta parte, no está autorizado para sancionar" 1073. Esta causal asume que la inducción a la prostitución constituye una violación del deber que tienen los progenitores de velar por el interés superior de los hijos, a la vez que 463 también constituye una violación del deber de respeto y protección recíprocos entre ambos cónyuges. • Tentativa de prostitución o corrupción de los hijos. Este primer caso contemplado en la ley constituye una gravísima injuria de los padres hacia los hijos y revela una depravación moral extrema, traducida jurídicamente como una infracción grave, que no solo hace imposible la vida y el afecto que debe existir entre marido y mujer, sino que además inhabilita moralmente al sujeto para ejercer la tuición, caso en que el juez deberá confiar el cuidado personal de los hijos a otra persona o personas competentes1074. • Tentativa de prostitución o corrupción de la mujer. En el segundo caso, "al intentar prostituir al otro cónyuge se incurre en infracción del deber de respeto, que implica que los cónyuges se den un trato que asegure la dignidad a que tienen derecho, y al de protección recíproca, que consiste en la protección que un cónyuge debe al otro frente a una eventual agresión de terceros"1075. Esta causal, que parece un resabio de épocas pasadas, se encuentra incluida en gran parte de las legislaciones de Latinoamérica1076. La gravedad de la falta aparece claramente manifestada en la fundamentación que brinda Couto, para quien "el marido debe a su mujer protección y amparo y de ningún modo falta más al cumplimiento de sus deberes que incitando a aquella a la prostitución; la degeneración del esposo llega a su más alto grado cuando él mismo se hace autor de su propia deshonra, y sería inicuo querer obligar a la mujer a hacer vida común con el hombre que la empuja al lodazal del vicio"1077. § Efectos del divorcio declarado por falta imputable a un cónyuge y un alcance sobre la posibilidad de demandar reparación por incumplimiento de los deberes matrimoniales. La apreciación de los efectos del divorcio, en todos los casos vistos precedentemente, hace referencia a una conducta del ofensor, es decir, a traducción de la voluntad en una acción que es posible atribuir al demandado. Asimismo, si se decreta finalmente el divorcio con base en alguna de las causas señaladas precedentemente, como ocurre en caso de infidelidad conyugal, el juez 464 podrá denegar la compensación económica que habría correspondido al cónyuge que dio lugar a la causal, o disminuir prudencialmente su monto. La titularidad corresponde sólo al cónyuge no culpable, es decir, el que no ha generado el motivo de divorcio. Ello es obvio pues no podría beneficiarse un individuo de su conducta impropia, como sería el proxeneta que solicita el divorcio por haber prostituido a su mujer o hijos. Además, "teniendo por fundamento una ofensa, lógico es que sólo la parte ofendida, con exclusión de cualquier otra persona, puede estimar el grado de ella, para decidirse a exigir o no su reparación por la vía del divorcio"1078. El artículo 62 inciso segundo de la LMC, en consonancia con lo expuesto, dispone que el juez pueda denegar la compensación económica que habría correspondido al cónyuge que dio lugar a la causal, o disminuir prudencialmente su monto, cuando el divorcio se decretare en virtud del artículo 54. Observada positivamente, esta norma introduce un criterio de justicia, pues impide el abuso del cónyuge que ha provocado el daño objetivo o subjetivo a su pareja, como ocurre en el caso de la trasgresión de los deberes matrimoniales. Es posible pensar en el caso del cónyuge que no concurre a socorrer al cónyuge enfermo, pero que posteriormente acude prestamente a exigir compensación económica. Un caso recurrente también será el de la infidelidad, pero aquí es muy probable que exista el riesgo de incurrir en injusticia al entregar el conocimiento y decisión al juez de una materia que sólo es posible de conocer en su integridad si se conocen los aspectos íntimos de la relación de pareja. Asimismo, la inclusión de estas causales subjetivas genera la posibilidad de incentivar la simulación de causales con el propósito de ahorrar el transcurso del plazo legal exigido por el divorcio con causa objetiva basada en el transcurso de un período desde el cese de la convivencia conyugal. Entre los efectos de la declaración del divorcio por esta causal se encuentra la exclusión del cónyuge culpable en la herencia abintestato de su marido o mujer 1079, en la calidad de legitimario1080, y da lugar a la revocación de todas las donaciones que por causa del mismo matrimonio se le hayan realizado 1081. 465 La similitud que guarda la redacción del art. 54 con el art. 26, referido a la separación, obedece al criterio del legislador, en cuanto a ofrecer no solo la salida única e irreversible del divorcio a las parejas afectadas por una crisis matrimonial, sino también la opción de la separación matrimonial1082. Finalmente, cabe consignar que en los casos susceptibles de ser comprendidos en la norma del artículo 54 de la LMC, es factible plantear la posibilidad de demandar reparación por incumplimiento de los deberes matrimoniales, vale decir, reclamar judicialmente por los perjuicios que la terminación del matrimonio por divorcio culposo ha ocasionado al cónyuge que de buena fe ha cumplido cabalmente con los deberes matrimoniales y que se ve injustamente afectado por la actuación reprochable de su pareja. El problema no fue normado expresamente por los legisladores, pero ha dado pie a un interesante debate doctrinario nacional 1083, tributario del que le ha precedido en el derecho comparado. Así, Sambrizzi destaca la división existente entre los autores, cuyas opiniones discurren entre las que niegan la indemnización, pasando por quienes la admiten únicamente en el supuesto de que los hechos ocurridos hayan sido muy graves, hasta llegar a la tesis amplia que afirma que se deben indemnizar todos los perjuicios causados, sean graves o no. En contrario, prosigue Sambrizzi, "están aquellos que aceptan el reclamo resarcitorio solo por los daños que resulten de los hechos ilícitos que se constituyeran en causas de separación o de divorcio, o la tesis más amplia que afirma que no solo estos últimos daños deben ser resarcidos sino también aquellos que se han producido como consecuencia de la separación o del divorcio considerados en sí mismos"1084. 3. El divorcio remedio y su recepción legal § Introducción. La segunda categoría de divorcio reconocida por la LMC, en el art. 55, corresponde al concepto que en doctrina se denomina como divorcio remedio, el cual no se basa en la consideración de un supuesto de culpabilidad 466 conyugal, sino que en la concurrencia de una causa objetiva y acreditable: el cese de la convivencia de la pareja durante un determinado período. Este lapso varía según si la solicitud de divorcio es presentada en forma conjunta y de mutuo acuerdo, o responde a la mera voluntad unilateral de uno de ellos. La concepción del divorcio como un remedio jurídico ha sido sostenida por una parte importante de la doctrina durante la discusión de la introducción del divorcio en la mayoría de los países occidentales en las últimas décadas del pasado siglo, teniendo éxito en desplazar en la legislación comparada a la concepción del divorcio entendido como una sanción. Asume, en general, que el divorcio procede cuando existe una perturbación grave de las relaciones matrimoniales, derivada o no de la culpa de los cónyuges, que torne difícil o sin objeto la comunidad matrimonial. Su finalidad, por tanto, "es remediar esa imposibilidad o dificultad de la vida en común, prescindiendo de la imputabilidad de tal situación a la culpa de uno o ambos cónyuges"1085. El fundamento de la inclusión de esta modalidad en la LMC radica en la voluntad del legislador —coincidente con el concepto remedial ya abordado— de abordar la solución del problema social derivado del conflicto grave e irreversible de una pareja, admitiendo, por una parte y como un hecho público, que se ha producido la ruptura definitiva del vínculo conyugal y, por la otra, que las causas que originaron o motivaron, de parte de uno de los cónyuges o de ambos, la decisión de suspender y/o terminar irreversiblemente la vida en común corresponde a la esfera de la intimidad de ambos integrantes de la pareja, no siendo procedente que el Estado las determine e impute a ninguno de los cónyuges. A diferencia del supuesto considerado en el art. 54, aquí no se ha tenido en cuenta la eventual existencia de un cónyuge infractor de los deberes matrimoniales y a quien se atribuye la responsabilidad del fracaso matrimonial, sino que se asume la aplicación de otra perspectiva de apreciación del problema, centrado ya no en la determinación de una causa y de un sujeto responsable, sino derechamente en la constatación del hecho mismo de la inexistencia material del vínculo matrimonial 467 como una realidad que la sociedad debe enfrentar para intentar aminorar sus efectos objetivamente negativos. En razón de lo anterior, no se puede hablar estrictamente de un matrimonio a la carta, en el sentido francés, en tanto para que sea eficaz la pretensión, se debe probar el cese de la convivencia1086. Las características esenciales de esta forma de divorcio comprenden la ausencia del requerimiento de expresar las causas o motivaciones reales que determinan la decisión de solicitar el divorcio, sustituyéndola por la necesidad de acreditar el cumplimiento de un requisito objetivo que no presupone culpa alguna de los cónyuges ni incide en los efectos. En la perspectiva del juez, se caracteriza porque sus deberes principales son verificar que la voluntad de los cónyuges es real y libre, que se ha acreditado la concurrencia de la causal objetiva de cese de la convivencia por el período indicado en la ley y que se ha cautelado debidamente la situación futura de los hijos y del cónyuge, cuando así procediere en los términos dispuestos por la norma legal. La normativa legal dispone que la causal de cese de convivencia pueda ser alegada de común acuerdo por los cónyuges, en cuyo caso se exige el transcurso de un lapso mayor de un año. Si sólo uno de los cónyuges está de acuerdo en solicitar el divorcio, basándose en el cese de la convivencia, se deberá esperar que transcurran a lo menos tres años contados desde el momento en que conste formalmente dicha cesación1087. En los dos casos señalados debe probarse el cese de la convivencia, pues, como se ha dicho, no basta la voluntad de los cónyuges. Respecto de la prueba del cese de la convivencia, más exactamente del momento en que se produce la interrupción de la vida en común, procede expresar dos comentarios. El primero, que es discutible si debe proceder a presentar una demanda a la cual se allana el otro cónyuge, o se deben presentar dos demandas coincidentes en la causal de cese de la convivencia. Lo adecuado es presentar un escrito conjunto en que, además de acompañarse el acuerdo regulatorio obligatorio a que alude el artículo 21 de la Ley de Matrimonio Civil, se acompañen también los elementos 468 probatorios suficientes que eviten la apertura de un término probatorio que dilate innecesariamente la dictación de la sentencia. El segundo remite a la simplificación de la prueba del cese de la convivencia respecto de los matrimonios celebrados con anterioridad a la entrada en vigencia de la Ley Nº 19.947, por cuanto podrá recurrirse a cualquier medio de prueba salvo la confesión. § El divorcio por mutuo consentimiento regulado en el artículo 55 inciso 1º de la LMC. El denominado divorcio por mutuo consentimiento, contemplado en el artículo 55 de la ley, exige el acuerdo de ambos cónyuges para solicitarlo, basado en una causa objetiva, acreditable, que es el cese de la convivencia conyugal por un lapso mayor de un año. • Características del divorcio por mutuo consentimiento. Las características esenciales de esta forma de divorcio consideran su fundamento en el acuerdo mutuo de los cónyuges, la ausencia del requerimiento de expresar las causas que motivan la solicitud de divorcio, la necesidad de acreditar el cumplimiento de un requisito objetivo constituido por el cese de la convivencia, y, que no presupone culpa alguna de los cónyuges. En la perspectiva del juez, su obligación es verificar que la voluntad de los cónyuges es real y libre, que se ha acreditado el cese de la convivencia por el período indicado en la ley y que se ha cautelado debidamente la situación futura de los hijos y del cónyuge, cuando así procediere en los términos dispuestos por la norma legal. Esta modalidad aplica el principio contractual al matrimonio, entendiendo que si dos personas deciden unirse mediante un contrato matrimonial, bien pueden también decidir cesar los efectos de dicho vínculo contractual del mismo modo en que se le dio origen: por el consentimiento de ambos cónyuges. En la materia sigue el principio de aplicación del modo de disolución normal de todos los contratos, en el cual sus defensores incluyen también al matrimonio, discutible desde la perspectiva institucional de apreciación de su naturaleza, que lo torna indisponible. En la doctrina contractualista del matrimonio se ha sostenido que "la voluntad 469 coincidente de los cónyuges de divorciarse expresada en forma auténtica y libre es el único fundamento de la sentencia de separación o divorcio, que solo se limita a homologar, o sea, otorgar eficacia jurídica, al acuerdo de los cónyuges". De este modo, considerando que "con el acuerdo de voluntades se forma la unión matrimonial, también de la misma manera se la puede disolver"1088. La aplicación de la causal exige la constatación del cese de la convivencia, el que deberá ser acreditado, unido al ánimo de ambos cónyuges de no perseverar en la unión matrimonial. La distinción es necesaria porque no basta solamente el cese de la convivencia, ya que se requiere la voluntad de ambos cónyuges de permanecer separados atendiendo al término de las condiciones afectivas que motivaron la unión de pareja y no por motivos ajenos a su voluntad, como podría ser el caso del traslado forzoso de uno de ellos por razones laborales de una ciudad a otra o por motivos de salud. Debatido en su momento, fueron citados como argumentos en contra que por esta vía se eliminaba el carácter institucional al matrimonio, al dejar entregada a la voluntad de las personas el término de la institución, sin considerar al interés público comprometido en el derecho de familia, que justifica la apreciación institucional del matrimonio. La causal exige que ambos cónyuges estén de acuerdo en solicitar el divorcio y que hayan acreditado el cese de su convivencia durante un lapso mayor de un año. Por tanto, se requiere que los cónyuges hayan adoptado previamente un acuerdo de solicitar conjuntamente el divorcio o allanarse a la pretensión del otro, cuando este ha declarado que cuenta con el consentimiento respectivo. Ocurrirá con mayor probabilidad la situación anterior cuando los cónyuges logren mantener una buena relación mutua pese al hecho de la separación y hayan alcanzado al menos una base de entendimiento para regular sus relaciones mutuas a futuro, especialmente si existen hijos comunes1089. Los cónyuges deberán acreditar que ha cesado su convivencia, es decir, el conjunto de actos que configuran la vida marital más que el solo hecho de vivir separados físicamente. Los matrimonios celebrados con anterioridad a la entrada 470 en vigencia de la LMC no tendrán limitaciones en cuanto a los medios de prueba para acreditar el cese de convivencia, pudiendo recurrir a los medios tradicionales, siempre que ellos permitan al juez formarse plena convicción sobre el hecho. En todo caso, se entenderá que el cese de la convivencia no se ha producido con anterioridad a las fechas del cese de convivencia establecida de común acuerdo y documentada en escritura pública, en acta extendida ante Oficial Civil, en transacción aprobada judicialmente o en el caso del cese unilateral de la convivencia, en la notificación de la demanda en una causa por alimentos que se deban, bienes familiares, cuidado personal o en cualquier procedimiento destinado a reglar las relaciones mutuas entre cónyuges o entre estos y sus hijos. La reanudación de la vida en común de los cónyuges, con ánimo de permanencia, interrumpe el cómputo del plazo de un año. Por tanto, encuentros fugaces, furtivos o secretos entre los cónyuges durante el período de separación no son suficientes para interrumpir el cómputo del plazo. Existiendo coincidencia entre los cónyuges para solicitar en conjunto el divorcio y, habiendo acreditado el transcurso del plazo en que ha cesado la convivencia, deberán acompañar junto a lo anterior un acuerdo ajustado a la ley, que regule en forma completa y suficiente sus relaciones mutuas y de ambos con respecto a sus hijos, si los hubiere. El acuerdo será completo —cuando no existan hijos— si regula todas y cada una de las materias atinentes a sus relaciones mutuas, en especial los alimentos que se deban y las materias vinculadas al régimen de bienes del matrimonio. Existiendo hijos, el acuerdo deberá regular también, a lo menos, el régimen aplicable a los alimentos, al cuidado personal y a la relación directa y regular que mantendrá con los hijos aquel de los padres que no los tuviere bajo su cuidado. El acuerdo se entenderá que es suficiente, si resguarda el interés superior de los hijos, procura aminorar el menoscabo económico que pudo causar la ruptura y establece relaciones equitativas, hacia el futuro, entre los cónyuges cuyo divorcio se solicita. Por tanto, queda claro que debe existir un acuerdo de los cónyuges sobre 471 la situación futura de sus bienes y compromisos, y, en particular, sobre el modo de dar cumplimiento a sus responsabilidades paterno-filiales. El propósito de favorecer el mutuo acuerdo conyugal por sobre el divorcio unilateral, sin embargo, se vio afectado por dos efectos indeseados, a saber, la necesidad judicial de la demanda, a la cual se allana un cónyuge, y una suerte de impuesto al divorcio por mutuo acuerdo, cuya derogación solo fue posible a fines de 2007. Este último problema consiste en la afectación tributaria de las parejas que hubieren optado por la modalidad de divorcio por mutuo consentimiento, que hubieren acordado en la escritura de acuerdo o pacto regulador una forma voluntaria de repartición de bienes. El problema se generó por la interpretación del Servicio de Impuestos Internos (SII), que, privilegiando la aplicación de la Ley de la Renta, entendió que la persona receptora de los bienes —bienes raíces y ajuar del hogar específicamente— debería tributar. Lo contradictorio del problema suscitado se materializó en que el gravamen no afectaba a quienes esperaban la regulación de los efectos del divorcio en la sentencia ejecutoriada, beneficiando, por tanto, a quienes accionaban para obtener el divorcio por voluntad unilateral. § Divorcio unilateral. Asimilado al repudio del cónyuge más débil —históricamente la mujer— por sus críticos, el divorcio por voluntad unilateral contemplado en el art. 55 inciso tercero fue la modalidad de divorcio más resistida por los detractores del divorcio durante la discusión parlamentaria de la nueva LMC, especialmente al evaluar los legisladores los efectos sociales indeseados de una ruptura no consentida por uno de los cónyuges, como ocurre con el empobrecimiento correlativo del cónyuge afectado e, incluso, una eventual situación de enriquecimiento sin causa lícita por parte del marido. Implica que cualquiera de los cónyuges puede concluir la relación matrimonial, sin consultar la opinión al otro. Una primera aproximación crítica al divorcio unilateral se basa en el carácter contractual del matrimonio y, por tanto, determinado por los principios que regulan su teoría. En tal sentido, los contratos sólo pueden anularse por acuerdo de las partes, por lo que la idea de divorcio unilateral crea un grave precedente en la 472 materia1090. En un sentido contrario, se proyecta la validez jurídica de esta modalidad de divorcio en el principio de autonomía de la voluntad, en este caso del cónyuge que no desea continuar casado, voluntad que no puede quedar condicionada a un lapso, que en el fondo no hace más que poner en duda la capacidad del ciudadano para decidir por sí mismo lo que le conviene1091. Si bien el divorcio por voluntad unilateral justificaría su rechazo por violar el sentido bilateral del contrato y por las eventuales consecuencias sociales negativas, lo cierto es que también la causal permite disminuir el efecto familiar dañino que involucra la exposición pública de la desavenencia conyugal y sus causas, particularmente cuando es conocida en un procedimiento judicial. Por ello, constituye una vía útil para aquel cónyuge que, teniendo claro la procedencia de una causal subjetiva de divorcio, desea evitar la exposición pública de los pormenores de la situación que le afecta, impidiendo un daño mayor a sus hijos o a su propia dignidad personal. En este caso, podrá optar por esperar el transcurso del plazo exigido y demandar el divorcio por cese de la convivencia por un período superior a tres años, ahorrándose la negativa experiencia de señalar y ventilar públicamente sus razones, las que guardará en la intimidad de su conciencia. Finalmente, también constituye una puerta de salida para aquel cónyuge, al cual el otro, por un cálculo de ventajas económicas, resentimiento acumulado, afán reivindicativo o un mero voluntarismo obsesivo, ha negado el divorcio durante un período largo y sin otra justificación plausible, como pudieran ser razones religiosas, voluntad de reconciliación prudentemente extendida en el tiempo o el incumplimiento de obligaciones alimenticias. Todas estas ventajas se manifiestan en la preferencia mayoritaria de esta vía para obtener el divorcio. Al igual que en el caso del divorcio por mutuo consentimiento, existe aquí una causa objetiva sobre la cual se sustenta la demanda de divorcio, expresado en el cese de la convivencia. Sin embargo, sólo uno de los cónyuges desea poner término al matrimonio usando esta causal. La negativa o rechazo del otro cónyuge al 473 divorcio no impide que se declare, salvo, claro está, la excepción contenida en el artículo 55 inciso tercero de la LMC. • Requisitos de procedencia del divorcio unilateral. En cuanto a los requisitos de procedencia, la ley exige la concurrencia del transcurso de un plazo de tres años, contado desde el cese de la convivencia. Dispone al efecto el inciso tercero del artículo 55 de la LMC: "Habrá lugar también al divorcio cuando se verifique un cese efectivo de la convivencia conyugal durante el transcurso de, a lo menos, tres años, salvo que, a solicitud de la parte demandada, el juez verifique que el demandante, durante el cese de la convivencia, no ha dado cumplimiento, reiterado, a su obligación de alimentos respecto del cónyuge demandado y de los hijos comunes, pudiendo hacerlo". • Diferencias entre el divorcio unilateral y el divorcio por mutuo consentimiento. Por tanto, las diferencias con la figura anterior son la extensión del período de separación o cese efectivo de la convivencia por más de tres años, que no se exige el acuerdo de los dos cónyuges y que se reconoce al juez la facultad para negar el divorcio si el requirente, durante el cese de la convivencia, ha incumplido su obligación de alimentos respecto del cónyuge demandado y de los hijos comunes, pudiendo hacerlo. El plazo exigido por la ley fue reducido durante la tramitación legislativa en el Senado —el Ejecutivo sugería cinco años— redundando en que sea menos exigente de lo que hubiera sido deseable, especialmente porque no se consideró como criterio válido la existencia de hijos comunes, toda vez que un matrimonio con descendencia debe requerir un grado mayor de protección jurídica. En cuanto al cese de la convivencia, rigen los mismos requisitos indicados para el divorcio por mutuo consentimiento, es decir, el cónyuge que adopta la decisión de iniciar los trámites de divorcio deberá acreditar que ha cesado su convivencia 474 por los medios descritos en los artículos 22 y 25 de la LMC. Los matrimonios celebrados con anterioridad a la entrada en vigencia de la ley no tendrán limitaciones en los medios de prueba necesarios para acreditar el cese de convivencia, pudiendo recurrir a los medios tradicionales, como la prueba testimonial y documental, siempre que ellos permitan al juez formarse plena convicción sobre el hecho. Se entenderá que el cese de la convivencia no se ha producido con anterioridad a las fechas de la notificación de la demanda en una causa por alimentos que se deban, bienes familiares, cuidado personal o en cualquier procedimiento destinado a reglar las relaciones mutuas entre cónyuges o entre estos y sus hijos. La reanudación de la vida en común de los cónyuges, con ánimo de permanencia, interrumpe el cómputo de los plazos a que se refiere este artículo1092. § ¿Cláusula de rigor en la LMC? Un importante aporte de la LMC a la equidad en las relaciones familiares, aunque frustrado respecto de la pretensión original de los legisladores que lo promovían, es la inclusión de un criterio restrictivo aplicado al derecho de demandar el divorcio en la modalidad unilateral, por aplicación de una norma inspirada en la experiencia comparada, conocida como cláusula de rigor o, entre nosotros, como cláusula de dureza. La cláusula de rigor o cláusula de dureza en sentido estricto se caracteriza por reconocer al juez la facultad para negar el divorcio cuando este aprecie que existe una alta probabilidad de generar un daño mayor en algunos casos particulares en que este sea otorgado, como, por ejemplo, cuando constate la precariedad de los medios disponibles para la subsistencia económica de los hijos o del cónyuge, o que, teniendo una relación de causalidad con el hecho del divorcio, exista el fundado temor que se agrave la enfermedad que padece la persona de quien el demandante pretende divorciarse. Esta cláusula o norma de rigor constituye una limitación al régimen de divorcio en las leyes civiles contemporáneas, y se puede apreciar en el código civil alemán, en el código francés y en el derecho inglés1093. 475 La cláusula de dureza, en el sentido que aplica la experiencia legal comparada, fue contemplada en el art. 56 del proyecto original sobre una nueva ley de matrimonio civil, estableciendo que el juez podría no dar lugar al divorcio en consideración a la avanzada edad de los cónyuges u otras situaciones o circunstancias similares, si concluía de manera fundada que el daño que con el divorcio se procuraba evitar era menor que aquel que lo causa. Esta propuesta fue desechada, alegando la discrecionalidad y subjetividad que importaba su inclusión legal y la dificultad en materia probatoria que era posible prever. En definitiva, la introducción del precepto ha sido motivado principalmente por razones de equidad social y con el fin de aminorar los efectos en las personas más vulnerables de la familia afectada por un quiebre o ruptura matrimonial. • Críticas a la introducción legal de la cláusula de dureza. Pese a ello, su instrumentación admite críticas. En primer lugar, se destaca el hecho de que ofrece una puerta abierta al subjetivismo judicial, o, más concretamente, a la discrecionalidad de los jueces, tradicionalmente resistida en el medio jurídico chileno. En segundo lugar, que la cláusula parte de una premisa falsa, pues considera que el divorcio provoca la ruptura de la comunidad de vida, en circunstancias que lo que efectivamente ocurre, es que el divorcio prueba y levanta acta, de una situación de ruptura preexistente. En tercer lugar, si se alude al interés de los hijos, no se visualiza de qué manera el mantenimiento de un matrimonio malogrado, de conflictiva convivencia forzada, pueda ser más beneficioso para los hijos que el divorcio que deniega. En la suma de los argumentos contrarios a su introducción, se ha dicho que "la sentencia que rechaza la disolución del vínculo no estará en condiciones de evitar aquellas consecuencias perjudiciales, habida cuenta que no constituye un instrumento apto para imponer la reanudación de la comunidad de vida ni el cumplimiento de los deberes conyugales, ya quebrados de hecho" 1094. • Argumentos en favor de la introducción de la cláusula de dureza. En un sentido de valoración positiva, la recepción de la institución de la cláusula de dureza es 476 claramente insuficiente, sin perjuicio de valorar la introducción al menos parcial, de alguna forma de prevención del abuso del ejercicio del derecho, especialmente en el caso que la ley recoge a propósito del incumplimiento de una obligación esencial, el que de todos modos está ligado a los efectos de la filiación más que a un reasentamiento del equilibrio económico perdido entre los cónyuges. Es insuficiente, en una perspectiva que tiene en vista no solo el ejercicio de buena fe de los derechos, sino también porque la legitimidad misma del matrimonio en una mirada institucional se ve seriamente lesionada cuando, con ocasión de su ejercicio, el derecho genera un daño que es evitable o que es posible de ser aminorado. No se trata en lo absoluto de impedir que por la vía civil se pueda obtener la declaración de divorcio, sino que, asumiendo que la ley ha derivado dicha declaración a la vía jurisdiccional porque hay un interés social y comunitario comprometido, que no se reduce a la mera constatación del cese de la convivencia, se justifica plenamente que, al conocer la demanda, cautele también el interés común, postergando —no denegando— el divorcio hasta el momento prudencialmente determinado en que su dictación no agrave innecesariamente el sufrimiento de un cónyuge que, por ejemplo, estuviere postrado por una enfermedad de carácter terminal. Es, por tanto, un tema de compasión o solidaridad mínima, cuya no observancia, sin duda, resta legitimidad al sistema1095. § La cláusula de dureza moderada contenida en el artículo 55 inciso tercero, parte final. En el caso contemplado en el artículo 55 inciso tercero de la Ley de Matrimonio Civil chilena, se reconoce al juez la posibilidad de negar la solicitud de divorcio, por estimar que el demandante no ha cumplido fielmente con sus obligaciones familiares legales, pudiendo hacerlo. Indica al respecto el artículo 55 inciso tercero: "... salvo que, a solicitud de la parte demandada, el juez verifique que el demandante, durante el cese de la convivencia, no ha dado cumplimiento, reiterado, a su obligación de alimentos respecto del cónyuge demandado y de los hijos comunes, pudiendo hacerlo". 477 • Requisitos legales de procedencia. Por tanto, se alude al incumplimiento de la obligación de alimentos por parte del titular de la acción de divorcio, exigiéndose la concurrencia de los siguientes requisitos: Primero, se trata de una versión atenuada o restringida de la cláusula de dureza conocida con esta denominación en el derecho comparado, por cuanto nuestro sistema legal no admite como causal que impida dar curso al divorcio otra que no sea el incumplimiento de la obligación alimenticia por parte del demandante, a diferencia del modelo original que incluye situaciones objetivas de vulnerabilidad del cónyuge demandado susceptibles de agravamiento en caso de prosperar la demanda de divorcio unilateral, tal como ocurre cuando este cónyuge padece una enfermedad grave, invalidante o especialmente de carácter terminal. Segundo, debe tratarse de una demanda de divorcio por cese de la convivencia unilateralmente solicitada, por lo que no procede el rechazo judicial cuando se trate de una demanda de divorcio por mutuo consentimiento o por falta imputable al otro cónyuge. Tercero, debe preceder solicitud de parte, ya que el juez no puede actuar de oficio en esta materia. Cuarto, no puede ser accionada directamente por el cónyuge afectado, sino que "solo sirve de excepción para enervar la acción de divorcio unilateral", la que deberá ser alegada. Quinto, se requiere que el demandante no haya dado cumplimiento a la obligación de alimentos respecto del cónyuge demandado o de los hijos comunes. Si bien la redacción de la norma induce a error, al emplear la conjunción copulativa "y", dando a entender que debe haber incumplimiento respecto de ambos alimentarios, la finalidad de la disposición, orientada a sancionar la infracción a la obligación de socorro y el principio de protección al cónyuge más débil, determina que corresponde igualmente desestimar la demanda, tanto en caso de incumplimiento con el cónyuge como con los hijos comunes1096. El fundamento de la excepción 478 radica en la transgresión de la obligación de brindar alimentos al cónyuge demandado y a los hijos comunes, dando lugar a una causal única de procedencia de cláusula de dureza. Sexto, exige que el demandante no haya cumplido su obligación, pudiendo hacerlo. Si el demandante no percibe ingresos económicos por haber perdido su empleo, por ejemplo, no le es exigible el cumplimiento de la obligación en los términos previamente contraídos con su cónyuge. Séptimo, se exige que el incumplimiento de la obligación haya sido reiterado, pues el incumplimiento excepcional no es motivo suficiente. El incumplimiento de la obligación debe ser reiterado, lo que entrega al juez la tarea de establecer el significado de la reiteración y determinar si su infracción debe ser periódica o consecutiva, parcial o total. La ausencia de un pago íntegro de la obligación o la tardanza injustificada de dicho pago implica incumplimiento, aunque es posible que los jueces den igualmente curso al divorcio cuando estimen que tales incumplimientos son secundarios o irrelevantes, debiendo en todo caso observar el principio del interés superior de los hijos y del cónyuge más débil. Octavo, el incumplimiento debe producirse durante el cese de la convivencia, ya que si el incumplimiento de la obligación se produjo durante el período de convivencia conyugal, no procede alegarlo con posterioridad, vale decir, en el momento en que ha interpuesto una demanda de divorcio. • Finalmente, el juez debe verificar el incumplimiento, con las características señaladas, procediendo a abrir un término probatorio que posibilite acreditar la ocurrencia efectiva de los hechos alegados en el juicio. En conclusión, la inclusión legal de una excepción procedimental que permite condicionar la procedencia de la declaración judicial del divorcio ante el incumplimiento de la obligación alimentaria del demandante, constituye un paso necesario y útil en la correcta concepción social del divorcio, que debería distinguir en una futura reforma que perfeccione sus normas, entre parejas con hijos y 479 aquellas que no los tengan, toda vez que la familia sigue siendo la justificación primordial de la intervención del Estado en un ámbito que, de no existir aquella, sería discutible en su procedencia. 4. Efectos del divorcio § Antecedentes. Habiendo introducido el divorcio como una de las formas o vías legales para la terminación del matrimonio, actualizado el régimen de la nulidad y realizado un esfuerzo significativo para establecer una modalidad no definitoria del matrimonio por la vía de la separación judicial, el legislador no consideró un régimen específicamente aplicable a los efectos de la terminación del matrimonio, en especial del divorcio. En concreto, la ley prescribe los efectos específicos de la separación en los artículos 32 a 37, de la nulidad en los artículos 50 a 52 y del divorcio en los artículos 59, 60 y 53, disponiendo en esta última norma de un modo explícito el efecto principal del divorcio, cual es poner término al matrimonio1097. Asimismo, en el capítulo VII dispone normas comunes a ciertos casos de nulidad y divorcio, además de regular la separación, entre las cuales la más destacable es la institución de la compensación económica, pero los demás e importantes efectos solo encuentran su tratamiento en la matriz del Código Civil o en las diversas leyes que componen el disperso tratamiento del derecho de familia en nuestro sistema jurídico nacional. Sin perjuicio de lo anterior, ha dejado esparcidas en diversas fuentes legales la regulación de los efectos, a la vez que ha postergado la respuesta a la urgente necesidad de resolver los problemas emergentes ligados al nuevo estado de los excónyuges y de sus hijos. En tal perspectiva, el legislador ha dejado incompleta la tarea que en su momento se le encomendó, en orden a abordar una nueva legislación matrimonial desde la perspectiva no solo de la pareja sino también de la comunidad familiar en la cual impacta la ruptura conyugal, tanto en su expresión nuclear como en la familia extendida, dejando abierta con esta omisión la puerta a 480 problemas interpretativos de importancia y endosando el problema, en los hechos, a la vía jurisdiccional, debiendo los jueces en más casos que los que la prudencia aconseja, recurrir a normas declarativas de principios para resolver la cuestión sometida a su conocimiento. Una explicación plausible de esta situación, además de los avatares propios que caracterizan a una ley de compromiso como la LMC, es posible si consideramos que durante el período en el cual se desarrolló su tramitación, el debate estuvo centrado en el problema social generado por las rupturas matrimoniales y, marginalmente, en la modalidad legislativa que se adoptaría para traducir la solución concordada, respecto de la cual prácticamente no hubo dudas sobre la vía a utilizar, vale decir, la dictación de una nueva Ley de Matrimonio Civil y no la dictación de una normativa integral de familia o, al menos, la reforma del Código Civil. El divorcio, tal como ya se ha indicado, no es una expresión directa de la autonomía de la voluntad de los cónyuges en el derecho chileno, sino la consecuencia de la sentencia judicial que declara el divorcio respecto de una determinada pareja unida por el vínculo jurídico matrimonial. Los efectos, vale decir, las consecuencias que producirá el divorcio así declarado, se generarán a partir de la existencia de la sentencia judicial, la que dispondrá la disolución del específico matrimonio de que se trate, abriendo la posibilidad para ambos excónyuges de contraer un nuevo matrimonio igualmente válido que el anterior. En el eventual interregno entre ambos matrimonios, el cónyuge tendrá el estado civil de divorciado o divorciada —según sea el caso— y no el de soltero o soltera, como habría sido en caso de la declaración de nulidad. Los efectos entre los cónyuges se producirán inmediatamente quede ejecutoriada la sentencia que lo declare, debiendo ocurrir un segundo acto —la subinscripción al margen de la respectiva inscripción matrimonial— para que sea oponible frente a terceros. Sin perjuicio de la interpretación anterior, es efectiva la aparente contradicción que genera la lectura del inciso tercero del artículo 59 de la LMC, en el sentido que el estado civil de divorciado se adquiere luego de la subinscripción, lo que no es 481 coherente con la disposición contenida en el inciso primero de igual artículo, en el sentido, correcto por cierto, que los efectos entre cónyuges se producirán desde que quede ejecutoriada la sentencia que así lo declare. La situación guarda similitud con la que acontece en el lapso que se produce entre la prestación del consentimiento en el acto de celebración matrimonial y la posterior inscripción en el Registro Civil del matrimonio válidamente celebrado en sede civil o eclesiástica. En ambos casos, la adquisición del estado civil en el primero y la extinción en el segundo, ocurren en el primer momento, siendo oponibles luego de la publicitación de ambos actos como consecuencia de su inscripción. Como se ha adelantado con ocasión del capítulo de la celebración matrimonial, es el consentimiento el que hace al matrimonio. Por su parte, en su extinción disolutoria, la cesación de los efectos civiles se produce inmediatamente de ejecutoriada la sentencia1098. § Régimen legal aplicable a los efectos del divorcio. Ya hemos adelantado, al analizar el régimen de la acción de divorcio, que el efecto más importante es que pone término al vínculo jurídico que ha unido a los cónyuges desde la celebración del matrimonio, tal como dispone el art. 53 de la LMC. A este efecto se agregan otros cuyo detalle abordaremos a continuación. El régimen de los efectos a su vez está contenido básicamente en los artículos 59 y 60 de la LMC, en concordancia con lo prescrito en el artículo 53. Asimismo, es preciso considerar las normas pertinentes del Código Civil y de la LMC, además de las disposiciones legales que conforman el derecho de familia1099. En forma previa al análisis de los efectos del divorcio, es necesario establecer la debida concordancia de los preceptos expresos, como los ya indicados, con los dispuestos en otros apartados de la LMC y con las normas del Código Civil, aplicando el criterio que concibe al divorcio como un remedio a una situación terminal de la vida en común de la pareja, y que por tanto debe asumirse desde un punto de vista material, en forma unida o concordada con las normas que incorporan paliativos jurídicos al régimen de la terminación del matrimonio, tanto por nulidad como por divorcio1100. 482 En cuanto al tratamiento legislativo de los efectos del divorcio, Acuña considera que este admite un carácter muy general, lo que "complementado con las amplias facultades que al respecto se entregan al juez, puede tener repercusiones en la práctica judicial e incidir en la producción de una de las secuelas no deseadas por el legislador: el incremento de los efectos negativos de las rupturas". Asimismo, destaca que se caracteriza por el reconocimiento de principios generales en materia de familia aplicables en el momento de resolver las cuestiones emergentes, el recurso a cláusulas generales comprensivas de efectos patrimoniales y por la renuncia que el legislador efectúa de la regulación de los efectos específicos del divorcio mediante un estatuto propio1101. Dispone el artículo 59: "El divorcio producirá efectos entre los cónyuges desde que quede ejecutoriada la sentencia que lo declare". De este modo, los efectos jurídicos tendrán lugar a contar del momento en que quede firme la sentencia, salvo la situación excepcional contemplada en el inciso segundo del citado artículo, el que analizaremos más adelante. Producida la disolución del matrimonio —efecto primario del divorcio— pueden distinguirse las diversas consecuencias que se suceden según si afectan meramente a los cónyuges o se proyectan a la familia nuclear o extendida, pudiendo subdistinguirse a su vez los efectos meramente personales o económicopatrimoniales. En forma anexa cabe también referir a los efectos sociales de la ruptura conyugal, devenida ahora en una nueva realidad jurídica con efectos propios. La LMC ordena las consecuencias económicas que genera la terminación del matrimonio, en particular en el caso del divorcio, a través de los institutos de la compensación económica y el convenio regulador, abocado el primero exclusivamente a los cónyuges —extendida posteriormente a los convivientes civiles— y el segundo a los cónyuges y los hijos. Siendo instituciones esenciales 483 para la disciplina de las medidas que suceden al divorcio, carecen de una vinculación sistemática deseable, probablemente en un capítulo de la ley dedicado a los efectos integrales de la terminación del vínculo matrimonial respecto de la pareja, los hijos y su entorno familiar inmediato1102. La ausencia de una regulación sistemática de los efectos generados por la declaración judicial del divorcio deposita en los tribunales de justicia la inteligencia de las normas dispersas y su correcta interpretación. La doctrina ha resaltado, para enmarcar dicha tarea, la concurrencia de principios específicos, cuya exposición deriva de los principios generales del derecho de familia contemporáneo, ya tratados en la primera parte de esta obra. Entre estos principios específicos se han indicado el principio de protección de intereses superiores 1103, subdistinguiendo aquí los principios del interés superior de los hijos, de protección del interés superior del cónyuge más débil y de protección del interés superior de la familia 1104; el principio del mantenimiento de los deberes parentales, derivado de la expresa disposición del artículo 53 de la LMC1105; el principio de igualdad conyugal1106; el principio de interdependencia de la autonomía de la voluntad y la actuación judicial1107; el principio de influencia de la culpabilidad conyugal 1108; el principio de variabilidad de los efectos del divorcio1109; y el principio de autorresponsabilidad1110. § Especificación de los efectos del divorcio. Una síntesis de los efectos jurídicos que genera la sentencia de divorcio son los siguientes: • Terminación del matrimonio. Con el divorcio termina el matrimonio válidamente celebrado, según dispone el artículo 42 Nº 4 de la LMC, cesando las obligaciones y derechos que les eran aplicables según lo dispuesto en el Título VI del Código Civil, en especial los artículos 131 a 140. Subsiste algún debate sobre la situación de los bienes familiares, cuya desafectación podrá solicitar el excónyuge propietario en conformidad a lo dispuesto en el artículo 145 inciso tercero del Código Civil1111. Por tanto, a contar del momento en que quede ejecutoriada la sentencia que declara el divorcio, terminará el matrimonio civil y, consecuencialmente, se extinguirán los deberes recíprocos entre los cónyuges y, ya roto el vínculo conyugal, cada uno de 484 los excónyuges podrá volver a casarse, incluso nuevamente entre sí. Llama la atención la disposición contenida en el artículo 53 de la LMC, que dispone, "el divorcio pone término al matrimonio", toda vez que aparece como una afirmación innecesaria, ya que en doctrina y en la experiencia comparada, el divorcio implica el fin del matrimonio. Sin embargo, atendida la experiencia en Chile antes de la vigencia de la Ley Nº 19.947, la aparente reiteración se justifica, toda vez que, en la ley precedente, el divorcio perpetuo no disolvía el matrimonio. Ha sido necesaria, por tanto, la afirmación del efecto principal del divorcio: poner término al matrimonio válidamente contraído. • Fin de las obligaciones y derechos de carácter patrimonial. El legislador dispone que, "el divorcio pone fin a las obligaciones y derechos de carácter patrimonial cuya titularidad y ejercicio se funda en la existencia del matrimonio"1112. En consecuencia, en materia de régimen económico del matrimonio, este concluye definitivamente si se mantenía vigente, terminando el régimen de sociedad conyugal1113 o de participación en los gananciales1114. Cabe indicar, siguiendo a Turner, que el ámbito del efecto extintivo de derechos y obligaciones de carácter patrimonial entre los cónyuges es más restrictivo que lo dispuesto por el artículo 60, toda vez que excluye los efectos propios del régimen patrimonial del matrimonio y no incluye aquellos derivados antes o durante el matrimonio de los cónyuges si aquellos en que la calidad de cónyuges haya sido esencial para la celebración del contrato, salvo que las partes lo hayan previsto de modo expreso. Lo anterior determina la primacía del principio de subsistencia de los derechos accesorios de contenido patrimonial entre los cónyuges, cualquiera sea su origen, pudiendo exigirse en forma paralela a la compensación económica, salvo que se acuerde en contrario por las partes 1115. Por tanto, el divorcio pone fin a las obligaciones y derechos de carácter patrimonial cuya titularidad y ejercicio se funda en la existencia del matrimonio, como los derechos sucesorios recíprocos y el derecho de alimentos, sin perjuicio de las normas sobre procedencia de la compensación económica. Así, afirmado el divorcio tras la sentencia definitiva, se produce la extinción de los deberes recíprocos entre los cónyuges y la pérdida total de los derechos sucesorios. En materia sucesoria, termina el derecho que tienen los cónyuges a sucederse en forma recíproca1116. En 485 materia alimenticia, termina dicha obligación, efecto explícitamente indicado en el artículo 60 de la LMC1117. • Donaciones. En materia de donaciones, el artículo 1790, en su inciso segundo, dispone que se autoriza la revocación de "todas las donaciones que por causa del mismo matrimonio se hayan hecho al cónyuge que dio motivo a la separación judicial o al divorcio por su culpa verificada la condición señalada en el inciso precedente, esto es, que de la donación y de su causa haya constancia en escritura pública"1118. • Filiación. En materia de filiación, según lo dispuesto en el artículo 53 de la LMC, "el divorcio no afectará en modo alguno la filiación ya determinada ni los derechos y obligaciones que emanan de ella". En consecuencia, mantienen plenamente su vigencia las leyes referidas a la materia como las referidas a los derechos y obligaciones entre los padres y los hijos contenidas en el Título IX del Libro I del Código Civil y demás normas complementarias1119. • Oponibilidad. La norma del artículo 59 inciso segundo dispone que "la sentencia ejecutoriada en que se declare el divorcio deberá subinscribirse al margen de la respectiva inscripción matrimonial", luego de lo cual será oponible a terceros. En especial, debe destacarse que a partir del momento en que se practique la subinscripción y así conste, los cónyuges adquieren el estado civil de "divorciados", pudiendo volver a contraer matrimonio si así lo desean. Vale decir, sin perjuicio de que el divorcio producirá efectos entre los cónyuges desde que quede ejecutoriada la sentencia que lo declare, dicha resolución deberá subinscribirse al margen de la respectiva inscripción matrimonial. Una vez efectuada la subinscripción, la sentencia será oponible a terceros y los cónyuges adquirirán el estado civil de divorciados, pudiendo volver a contraer matrimonio. • Cambio de estado civil. La ley crea el nuevo estado civil de divorciado o divorciada, según establece la reforma que el art. tercero, Nº 22 de la Ley Nº 19.947 introduce en el art. 305 del Código Civil. 486 • Irretroactividad. Cabe indicar que los preceptos de la LMC carecen de aplicación retroactiva, atendiendo lo dispuesto en el principio general del art. 9º del Código Civil, por lo que en el caso de que se trate de obtener el cumplimiento de un fallo de divorcio emitido en el extranjero antes de que entre en vigor la LMC, y siendo contrario a las leyes chilenas, no es posible autorizar su ejecución 1120. § Efectos del divorcio en el matrimonio religioso. La ley civil no se pronuncia respecto de la eventual disolución del vínculo de carácter religioso que se hubiera constituido válidamente, de acuerdo a las normas de derecho eclesiástico particular de una determinada entidad religiosa, cuando se hubiere además cumplido con lo dispuesto en las normas contenidas en el art. 20 de la Ley Nº 19.947 y su reglamento. En particular, el vínculo canónico se mantiene incólume, pues el pronunciamiento judicial es referido al matrimonio civil y sólo a los efectos civiles del matrimonio religioso, en aplicación de lo dispuesto en el inciso final del art. 20, que dispone: "Los efectos del matrimonio así inscrito se regirán, en todo, por lo prescrito en esta ley y en los demás cuerpos legales que se refieren a la materia". Los efectos del matrimonio religioso inscrito, tras la ratificación del consentimiento ante el Oficial del Registro Civil, se rigen por las normas de la LMC, pero, teniendo presente que la ley reconoce la validez del matrimonio religioso, celebrado de acuerdo a las normas de derecho eclesiástico particular, ello implica que tales normas deben ser también respetadas en aplicación de la parte final de la norma del art. 20, que prescribe que los efectos del matrimonio se regirán además por lo dispuesto "...en los demás cuerpos legales que se refieren a la materia", vale decir, incluyendo las disposiciones de la Ley Nº 19.638, en lo pertinente. Otra interpretación entra en colisión con la validación eficaz del matrimonio religioso y contradice lo dispuesto por los arts. 6º letra b, y 7º letra c, de la Ley Nº 19.638, sobre constitución jurídica de entidades religiosas, que establecen el respeto estatal a la declaración y ejercicio de las facultades inherentes a la libertad religiosa, con la correspondiente inmunidad de coacción. Asimismo, este acto de la 487 autoridad sería una intromisión indebida en la esfera de competencia de lo religioso1121. En cuanto al reconocimiento de eficacia civil de las resoluciones matrimoniales canónicas, es decir, el reconocimiento total o parcial de las sentencias pronunciadas por los tribunales eclesiásticos sobre aspectos que incidan en la validez del matrimonio, ello no fructificó por diversas razones. En primer lugar, la adopción del sistema matrimonial anglosajón o protestante impidió que las causas tramitadas en sede eclesiástica tuvieren efecto civil, en aquellos casos en que previsiblemente se pretendiere que las resoluciones recaídas en estos procesos canónicos tuvieren validez civil. Sin perjuicio de ello, este es uno de los aspectos en que el nuevo derecho matrimonial chileno mantiene zonas grises que es preciso esclarecer, puesto que no se ha determinado judicialmente la improcedencia jurídica de los antecedentes sustantivos, no formales, disponibles en un proceso canónico. En segundo lugar, el fundamento esgrimido, finalmente, es el mismo en uno y otro caso, puesto que queda reservada a la esfera de la competencia civil, la regulación de la convivencia social, y a la esfera de competencia canónica, el establecimiento de los patrones que regirán la conciencia individual o colectiva. El reconocimiento estatal a las entidades religiosas, de la calidad jurídica de personas jurídicas de derecho público, no constituye en caso alguno una autonomía para dictar normas de aplicación general, aunque sea solo el reconocimiento de efectos a las sentencias de los tribunales eclesiásticos. Las normas eclesiásticas, en definitiva, tienen validez exterior solo respecto de la organización jurídica corporativa de las entidades religiosas, que dan el necesario soporte institucional a los grupos que adhieren a las creencias religiosas. A la esfera de estas últimas, finalmente, debe remitirse el juicio o ponderación respecto de la subsistencia del vínculo sacramental. En los hechos, cuando se eleve una solicitud a un juez para que declare disuelto un matrimonio civil, originado en una celebración en forma religiosa, persiguiendo además 488 efectos religiosos, será absolutamente improcedente. Lo que corresponderá, en estos casos, es que el juez declare el cese de los efectos civiles del matrimonio, rechazando pronunciarse sobre la permanencia o no del vínculo conyugal de naturaleza religiosa que pudiere haberse constituido. Esta interpretación es ratificada por Peña, uno de los autores más reconocidos entre quienes sustentan posiciones en favor del reconocimiento del divorcio, quien asume la viabilidad jurídica de recabar el cese de efectos civiles del matrimonio, en justa interpretación del artículo 20 de la Ley Nº 19.947, en concordancia con el mismo artículo de la Ley Nº 19.6381122. Sin embargo, esta perspectiva no es compartida por Barrientos y Novales, quienes sostienen que la caracterización del nuevo sistema matrimonial chileno, desde la perspectiva de la disolubilidad del matrimonio, no presenta mayores dificultades, supuesto que, por sus caracteres constitutivos y de potestad y jurisdicción estatal exclusiva y excluyente, ha asumido como principio suyo el de la disolubilidad absoluta, porque en él la regla general y sin excepciones está constituida por la disolubilidad de todos los matrimonios reconocidos por la ley civil mediante el divorcio reglado por la legislación estatal, derivando que la caracterización del sistema como uno de simple reconocimiento de un matrimonio civil único, susceptible de celebrarse bajo forma exclusivamente civil o religiosa y civil, se reafirma porque, sin perjuicio de cuál haya sido la forma de celebración del matrimonio, él siempre será disoluble de acuerdo con la ley civil1123. Finalmente, otra arista de interés, ligada a los efectos en estudio, dice relación con el supuesto en que la sentencia puede encontrarse ejecutoriada y, no obstante, puede no subinscribirse en la respectiva inscripción matrimonial. En este caso, no será oponible a terceros y los interesados no adquirirán el estado civil de divorciados, por lo que, a su vez, no podrían contraer un nuevo matrimonio. Es, en los hechos, un limbo jurídico, en el que ya nada une jurídicamente a un cónyuge con el otro, pero no pueden volver a casarse. § Efectos sociales del divorcio. Apreciado desde una perspectiva sociológica, los efectos sociales del divorcio son relevantes y complejos. Según Paulina Veloso, 489 Subdirectora del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam) en parte del período de discusión de la LMC, existen diversos estudios —entre ellos cita a The Economist del año 1993 y al Instituto Nacional de Estadísticas (INE-Chile) del año 2000— y numerosos otros antecedentes que muestran que, producida la ruptura conyugal, en particular por causa del divorcio, la mujer disminuye drásticamente sus ingresos económicos, empobreciéndose, y consecuencialmente a los hijos que de ella dependen, además de aumentar la brecha de desigualdad con los hombres, fenómeno explicado —a su juicio— por una mayor o menor discriminación de género, según el país de que se trate. Producido el divorcio, la desigualdad patrimonial se evidencia crudamente, siendo frecuente que la mujer sea proveedora única o principal, siendo a la vez su ingreso monetario menor. Lo anterior explica de manera principal el fundamento de la institución de la compensación económica como medida paliativa de los efectos negativos del divorcio en la mujer, identificada como la parte más vulnerable luego de la ruptura conyugal al momento de la discusión de la LMC, con atención preferente puesta en la mujer con hijos y a cargo del hogar tras la previsible ausencia del marido y padre de los hijos comunes 1124. 5. Efectos del divorcio respecto de los hijos § Efectos jurídicos sobre los hijos1125. Hemos dedicado un apartado especial a los efectos jurídicos del divorcio sobre los hijos, entendiendo la validez de la descripción y análisis de las materias aquí tratadas a todos los casos de ruptura del grupo familiar como consecuencia de la separación de los padres y no solo el divorcio. En concreto, aplica también cuando la causa sea la separación judicial, de hecho o la nulidad. La prioridad social de la regulación civil de las rupturas conyugales, además de la pareja cuyo conflicto terminal pone fin al estado matrimonial, está puesta en los hijos comunes, respecto de los cuales rige el principio de su interés superior, a su vez traducido perentoriamente en el deber de protección del niño y la niña, dirigida tanto 490 a sus progenitores como al entorno comunitario inmediato y social mediato. De modo principal, el legislador rechaza la alteración de la filiación y los derechos y obligaciones que de ella emanan por medio del divorcio, toda vez que su fuente es el hecho de la filiación y no el acto jurídico del matrimonio 1126. En esta materia, la Ley Nº 20.680, de 21 de junio de 2013, se hizo cargo del amplio debate que cuestionó radicalmente el agotado sistema del modelo unilateral del cuidado personal de los hijos1127, particularmente agravado luego de la ruptura conyugal, introduciendo un sistema completamente renovado y a la vez complementario de la reforma de la Ley de Matrimonio Civil, que la antecedió en 2004. A partir de aquí, abordaremos brevemente el influjo progresivo del principio de corresponsabilidad parental y del principio del interés superior de los hijos, a propósito de la revisión de las dimensiones de cuidado personal y relación directa y regular, siguiendo la igualmente renovada denominación establecida por esta ley. § Cuidado personal y corresponsabilidad parental. La tuición compartida, efecto jurídico del principio de corresponsabilidad parental, ha devenido progresivamente de ser una aspiración social de aplicación legal excepcional, a ser considerado en el día de hoy como el modo mayoritariamente deseable para abordar las consecuencias del divorcio en lo que a cuidado posterior de los hijos se refiere. En este sentido, la mayoría de la doctrina, de lo cual se ha hecho eco la jurisprudencia, se inclina por favorecer su existencia, atendiendo, por una parte, al principio del derecho matrimonial de igualdad de los cónyuges, que en esta materia se expresa como igualdad de los progenitores respecto de los hijos de filiación matrimonial, y, por otra, al interés superior de los hijos, propio del derecho de la infancia y adolescencia, y que primaría sobre el principio precedente al atender al interés del sujeto directamente afectado por el hecho de la ruptura y su posterior sanción jurídica mediante el divorcio. En esta perspectiva se afirma que no puede existir un prejuicio que afecte el igual derecho de uno de los progenitores para asumir la crianza de un hijo respecto del otro, pues, descartada toda calificación prejuiciosa de la calidad de los afectos involucrados en el interés de asumir la crianza, se debe atender al principio de que 491 ambos progenitores tienen los mismos derechos y obligaciones respecto de los hijos comunes, como condicionante de la necesaria concordancia con el interés superior del niño y la niña, principio que como ya se ha adelantado prima en caso de abierta colisión1128. Asimismo, la doctrina da cuenta de la necesidad de superación de prejuicios arraigados, referidos a la discriminación de ciertos progenitores que sufren de patologías físicas y psicológicas, o de padres homosexuales, por citar dos ejemplos recurrentes, destacando la notable apertura tanto en beneficio del niño o niña y de sus padres, en tanto tales afecciones o circunstancias no afecten al menor1129. La concreción positiva de este principio se ha traducido en el artículo 224 del Código Civil, modificado por la Ley Nº 20.680, de 2013, que dispone al efecto: "Toca de consuno a los padres, o al padre o madre sobreviviente, el cuidado personal de sus hijos. Éste se basará en el principio de corresponsabilidad, en virtud del cual ambos padres, vivan juntos o separados, participarán en forma activa, equitativa y permanente en la crianza y educación de sus hijos"1130. La norma legal también dispone que, en caso de desacuerdo, el ejercicio de la patria potestad se haga en conjunto por el padre y la madre, pudiendo además actuar indistintamente solo en los actos de mera conservación, ya que en el resto la actuación deberá ser conjunta1131. § Derecho de relación directa y regular. Una de las situaciones más complejas derivadas de la separación conyugal es la referida al derecho que tiene el padre o la madre que no vive con el o los hijos, para mantener la relación paterna filial más allá de la ruptura personal con el otro padre o madre del niño o la niña. Se trata, en definitiva, de dar curso a la preocupación social de mantener hasta donde sea objetivamente posible, la relación de cercanía, comunicación y afecto entre padres e hijos, además de otros parientes y personas de su entorno cotidiano, separados por el quiebre conyugal de sus padres, de modo tal de no aumentar los efectos negativos de dicha ruptura en los hijos. Asimismo, de evitar que los hijos se vean directamente afectados por la persistencia del conflicto entre sus padres, al ser 492 utilizados como medio de cambio en la negociación que sucede al quiebre, o derechamente como vía para dañar afectivamente al cónyuge que no posee la custodia personal1132. En términos de su concreción positiva, este antiguo derecho de visitas ha dado paso en la actualidad al concepto de relación directa y regular, definida legalmente como "aquella que propende a que el vínculo familiar entre el padre o madre que no ejerce el cuidado personal y su hijo se mantenga a través de un contacto periódico y estable"1133. Asimismo, la misma ley dispone que "el padre o madre que no tenga el cuidado personal del hijo tendrá el derecho y el deber de mantener con él una relación directa y regular, la que se ejercerá con la frecuencia y libertad acordada directamente con quien lo tiene a su cuidado según las convenciones a que se refiere el inciso primero del artículo 225 o, en su defecto, con las que el juez estimare conveniente para el hijo"1134. El régimen de la relación directa y regular podrá ser convenida por los padres o determinada por el juez, y tendrá por objetivo el fomento de una relación sana y cercana entre el padre o madre que no ejerce el cuidado personal y su hijo, "velando por el interés superior de este último, su derecho a ser oído y la evolución de sus facultades", debiendo considerar de manera especial la edad del hijo, los vínculos de afecto existentes con sus padres, la relación con parientes cercanos, el régimen de cuidado personal vigente y cualquier otro elemento de relevancia que atienda al principio del interés superior del hijo1135. Respecto de los padres, el juez deberá asegurar la mayor participación y corresponsabilidad de estos en la vida del hijo, estableciendo las condiciones que fomenten una relación sana y cercana. El legislador —seguramente considerando la situación precedente a la dictación de la ley— prescribió que aquel de los padres que ejerza el cuidado personal del hijo no obstaculizará el régimen de relación directa y regular que se establezca a favor del otro, disponiendo además la suspensión o restricción del ejercicio del derecho cuando de manera manifiesta se perjudique el bienestar del hijo1136. 493 § Extensión del derecho de relación directa y regular a otros integrantes del entorno familiar de los hijos. La historia de la actual consagración de este derecho da cuenta de la "progresiva afirmación y extensión a un número de titulares cada día mayor (padres, hermanos, otros parientes y allegados del menor), y también la de su ampliación objetiva, en variedad y profundidad de las relaciones y en riqueza de contenido"1137. La ruptura de los cónyuges produce un efecto que sobrepasa a la familia nuclear, ampliándose a lo que conocemos como familia extendida, partiendo por la afectación de la vinculación material entre los nietos menores de edad y sus abuelos, además del resto de los integrantes de la familia, como tíos y primos1138. En este contexto, junto con los padres, el legislador extiende el reconocimiento del derecho a mantener una relación directa y regular a los abuelos, disponiendo que el hijo tiene derecho a mantener una relación directa y regular con sus abuelos", fijando el juez la modalidad que revestirá esta relación en caso de no existir acuerdo de los padres, atendiendo el interés del hijo conforme a lo dispuesto en el artículo 229 del Código Civil1139. 6. Institutos procesales contenidos en la LMC, el régimen de la acción de divorcio y otras cuestiones litigiosas emergentes § Institutos procesales contenidos en la LMC. Corresponde a los institutos procesales de la conciliación y la mediación en su aplicación en las causas originadas en las disposiciones de la LMC, también contenidos en el capítulo VII de la LMC, entre los arts. 61 y 79, bajo el título de "reglas comunes a ciertos casos de separación, nulidad y divorcio", los que mencionaremos sucintamente dejando debida constancia que dichos institutos tienen un común denominador en la perspectiva del legislador, cual es proporcionar instrumentos jurídicos que atenúen los efectos negativos de la ruptura matrimonial, orientado por criterios paliativos y de equidad1140. 494 La LMC incorpora algunos procedimientos o mecanismos judiciales no controversiales1141, además de una institución nueva y relevante, como es la compensación económica, valorados como medidas tendientes a paliar los efectos negativos de la terminación del matrimonio al momento del conocimiento judicial del caso particular. Con tal propósito, fija un marco o criterios de resolución judicial en el artículo 3º, cuya recepción y procedencia no ha sido pacífica en el medio jurídico, consistente en normas que posibilitan al juez intervenir en favor de la preservación del vínculo. A ello se une la obligación de instar a las partes a una conciliación, 1142 y aun procedimiento de mediación previo a la interposición de la demanda, en las causas relativas al cuidado personal y al derecho de los padres e hijos e hijas que vivan separados a mantener una relación directa y regular1143. Ambas instituciones tienen como propósito facilitar el acuerdo de las partes en lo que respecta al orden de sus relaciones personales futuras, particularmente cuando existieren hijos comunes1144. § Conciliación. La conciliación está regulada en el artículo 67, procediendo en los casos de separación y divorcio y consiste en el llamado del juez a las partes, durante la audiencia preparatoria, examinando las condiciones que contribuirían a superar el conflicto de la convivencia conyugal y verificar la disposición de las partes para hacer posible la conservación del vínculo matrimonial1145. Complementariamente, la ley señala como otro objetivo, cuando proceda, acordar las medidas que regularán lo concerniente a los alimentos entre los cónyuges y para los hijos, su cuidado personal, la relación directa y regular que mantendrá con ellos el padre o la madre que no los tenga bajo su cuidado, y el ejercicio de la patria potestad. Su utilidad ha sido relativa, apreciación común a otros campos según parte de la doctrina 1146. § Mediación. La mediación es un mecanismo de solución de conflictos caracterizado por la participación de un mediador, esto es, un tercero ajeno al litigio, seleccionado por las partes y debidamente calificado, que "no decide la controversia, pero valiéndose de diversas técnicas y participando en las negociaciones con indicaciones y consejos procura buscar que se genere el 495 acuerdo ayudando a las partes a encontrarlo"1147. Al momento de diseñar el sistema judicial que permitiría ejecutar las reformas introducidas al derecho matrimonial en 2004, partió impulsada por grandes expectativas puestas en él como un sistema innovador e idóneo para evitar la exacerbación del conflicto conyugal, la indeseada judicialización obligatoria y la publicidad excesiva. Sin embargo, debido a su escasa promoción efectiva como política pública privilegiada y no menor conocimiento de sus virtudes como herramienta jurídica útil, ha tenido una insuficiente aplicación, siendo tempranamente derogadas las normas legales y reglamentarias que originalmente la regían, siendo reemplazadas por el régimen previsto en la Ley Nº 19.968, que creó los Tribunales de Familia. Ambos mecanismos alternativos de resolución de conflictos han sido en no pocas ocasiones considerados como trabas u obstáculos para una pronta y expedita resolución de los procedimientos de separación y divorcio, antes que una forma útil para preservar el matrimonio y evitar daños innecesarios o excesivos a la familia afectada por el quiebre conyugal. La Ley de Tribunales de Familia, define la mediación como el "sistema de resolución de conflictos en el que un tercero imparcial, sin poder decisorio, llamado mediador, ayuda a las partes a buscar por si mismas una solución al conflicto y sus efectos, mediante acuerdos".1148 La ley considera obligatoria la mediación en las causas relativas "al derecho de alimentos, cuidado personal y al derecho de los padres e hijos e hijas que vivan separados a mantener una relación directa y regular, aun cuando se deban tratar en el marco de una acción de divorcio o separación judicial", la que debería tener lugar en forma previa a la interposición de la demanda respectiva, a menos que se acredite que antes del inicio de la causa, sometieron el mismo conflicto a mediación ante mediadores inscritos en el Registro de Mediadores del Ministerio de Justicia, o si se hubiera logrado un acuerdo privado sobre tales materias. No aplica la obligación de mediación en el caso de una demanda de divorcio por falta imputable al otro conyugue ni en las causas sobre maltrato de niños, niñas y adolescentes, ni 496 en los procedimientos regulados en el Ley Nº 19.620, sobre adopción, entre otras materias excluidas expresamente.1149 § Régimen de la acción de divorcio1150. Los aspectos característicos de esta acción son los siguientes. • Titularidad de la acción. La titularidad de la acción de divorcio es personalísima, no admite la representación1151 y su ejercicio pertenece exclusivamente a los cónyuges, pudiendo cualquiera de ellos demandarlo, salvo cuando se invoque para requerir la declaración de divorcio alguna de las causales contempladas en el artículo 54 de la LMC, en cuyo caso la acción corresponde sólo al cónyuge inocente, es decir, al que no hubiere incurrido en la falta cuya existencia se alega. En el caso de los menores de edad y de los interdictos por disipación, el art. 58 de la LMC dispone que sean hábiles para ejercer por sí mismos la acción de divorcio, sin perjuicio de su derecho a actuar por medio de representantes. • Irrenunciabilidad de la acción. La acción de divorcio es irrenunciable, aspecto muy discutido durante la tramitación de la LMC, al estimarse que algunos contrayentes, por razones morales o religiosas, podrían en el momento de la celebración del matrimonio renunciar a la acción de divorcio para obtener de este modo una necesaria concordancia con el carácter indisoluble asignado al vínculo matrimonial. La definición final del legislador hace primar la idea de un solo matrimonio civil, o, si se prefiere, un sistema de matrimonio civil con dos formas de celebración, interpretación acertada si se atiende a la inconsistencia que implica someter a dos contrayentes ilusionados con la significación del vínculo que están celebrando, a la perspectiva anticipada de su posible fracaso1152. • Imprescriptibilidad de la acción. La acción de divorcio es imprescriptible, no se extingue por el mero transcurso del tiempo, razón por la cual, en el caso del divorcio por causales específicas, en particular la demanda de divorcio, podría fundarse en hechos acontecidos en cualquier momento del período que media entre la celebración del matrimonio y la demanda respectiva1153. 497 • Retroactividad de la LMC. En conformidad a lo dispuesto en el art. 2º transitorio de la LMC1154, esta ley aplica no solo a todos los matrimonios celebrados luego de la entrada en vigor de la ley, sino también a los que fueron celebrados bajo el imperio de la ley derogada, implicando que en esta materia la ley opera con efecto retroactivo. La disposición, ampliamente debatida, se distancia de la interpretación tradicional sobre el efecto retroactivo de las leyes, distinguiendo entre el estado civil y los derechos y obligaciones anexos a él que dependerán de la nueva ley 1155. La justificación de la norma aprobada en definitiva se fundamentó más en el contexto material de la ley, con una sociedad muy proclive a buscar una solución concreta y rápida al problema de las parejas que no habían podido formalizar una nueva relación, largamente arrastrado y una de las razones principales de la mayoría parlamentaria favorable al divorcio1156. Sin perjuicio de la retroactividad de la ley en lo que a divorcio, nulidad y separación judicial se refiere, las formalidades y requisitos externos del matrimonio y las causales de nulidad que su omisión originan, se regirán por la ley vigente al momento de contraerlo, a excepción de la causal de nulidad por incompetencia del oficial del Registro Civil, en la cual se fundaba el denominado divorcio jurisprudencial, tal como ya hemos indicado en el apartado respectivo. Los medios de prueba no tendrán las limitaciones establecidas en los artículos 22 y 25 de la LMC, pudiendo acreditarse el cese de convivencia por los medios probatorios generales, siempre que permitan al juez formarse plena convicción sobre el hecho discutido1157. Finalmente, en esta materia, cabe resaltar el reconocimiento en Chile que tendrán las sentencias relativas a divorcios pronunciadas por tribunales extranjeros durante el período previo a la entrada en vigor de la LMC, siempre que se haya cumplido el procedimiento sobre ejecución de las resoluciones pronunciadas por tribunales extranjeros1158. § Muerte de un cónyuge pendiente el divorcio. Un tema complejo se presenta con ocasión de la muerte y consiguiente sucesión de un cónyuge pendiente el divorcio. 498 La LMC no dispone norma expresa sobre la extinción de la acción por muerte de uno de los cónyuges, lo que abre puertas a la interpretación respecto del modo correcto de aplicar la ley en los diferentes casos que pudieren suscitarse. En la partida, Acuña sostiene que si la "muerte de un cónyuge se produce una vez interpuesta la acción, durante el curso del proceso y antes de la sentencia firme, es claro que el matrimonio termina por muerte y no por divorcio, pues las causales d