PRIMERA HUELGA EN BARRACAS AL SUR POR MARIANO FAIN En 1902 se produce la primera huelga general del país, y uno de los focos principales de protesta es el de los empleados del Mercado Central de Frutos de Avellaneda. Estructura monumental ubicada a pocos metros del Riachuelo sobre una superficie de 135.000 m2. Entonces se reclamaban derechos, como una jornada de trabajo de 8 horas, agua en condiciones de ser ingerida, elementos y herramientas de trabajo, y se cuestionaba el empleo de niños y mujeres. No fueron días fáciles, represión y despidos, la huelga duró varios días, con duros enfrentamientos por parte de trabajadores, autoridades y empleadores para evitar que estos últimos trajeran “carneros” para reemplazarlos en sus trabajos. Pese a todo, el acatamiento a la medida fue muy amplio y los puertos y numerosos establecimientos fabriles quedaron paralizados. El gobierno respondió decretando el estado de sitio, desatando una violenta represión y lanzando una gigantesca redada sobre las barriadas obreras. A los detenidos argentinos se los encarceló y a los extranjeros se les aplicó la flamante Ley de Residencia. No había sido esta la primer huelga en Barracas al Sud, ya que se registra en 1887 la huelga de los obreros de la fábrica de sombreros Acquila. Reclamaban mejores salarios y fue apoyada por la Sociedad General de Oficiales Sombrereros con la consigna: ”hasta que salgan victoriosos.” A fines de enero de 1888 sucede lo mismo con los obreros panaderos. Además de aumento salarial, reclamaban un kilogramo de pan diario para sus familias y el derecho a comer afuera de su trabajo. Mercado de Frutos a fines del siglo XIX Inmediatamente después de producirse esta huelga nacional en noviembre de 1902, exactamente 24 hs. después, se sanciona la Ley 4144 o ley de Residencia, autorizando la expulsión de extranjeros de nuestro país. Establecía la ley: (1) Artículo 1º: El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida del territorio de la Nación a todo extranjero que haya sido condenado o sea perseguido por los tribunales extranjeros por crímenes o delitos comunes. Artículo 2º: El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público. Artículo 3º: El Poder Ejecutivo podrá impedir la entrada al territorio de la república a todo extranjero cuyos antecedentes autoricen a incluirlo entre aquellos a que se refieren los artículos anteriores. Artículo 4º: El extranjero contra quien se haya decretado la expulsión, tendrá tres días para salir del país, pudiendo el Poder Ejecutivo, como medida de seguridad pública, ordenar su detención hasta el momento del embarque. En un cambio, en una metamorfosis que provocaría la envidia del propio Kafka, el Estado argentino pasó de entender al inmigrante como proveedor y sinónimo de civilización a “extranjero indeseable”. Muy gráficas resultan las palabras de un intelectual de la época: “Cualquier craneota inmediato es más inteligente que el inmigrante recién desembarcado en nuestra playa. Es algo amorfo, yo diría celular, en el sentido de su completo alejamiento de todo lo que es mediano progreso en la organización mental. Es un cerebro lento, como el del buey a cuyo lado ha vivido; miope en la agudeza psíquica, de torpe y obtuso oído en todo lo que se refiere a la espontánea y fácil adquisición de imágenes por la vía del gran sentido cerebral. ¡Qué oscuridad de percepción, qué torpeza para transmitir la más elemental sensación a través de esa piel que recuerda la del paquidermo en sus dificultades de conductor fisiológico”. (2) No menos elocuentes resultan las palabras del mismísimo propulsor de la mencionada ley, el brillante escritor y mucho menos destacado político el Dr. Miguel Cané, quien no solo sentía innegable aversión por lo foráneo, sino evidentemente algo que podríamos definir como celos y temor a que las mujeres argentinas sean seducidas “por tanto extranjero” tal cual se desprende de sus palabras: “No tienes idea de la irritación sorda que me invade cuando veo a una criatura delicada, fina, de casta, cuya madre fue amiga mía, atacada por un grosero ingénito, (…), cuando observo sus ojos clavarse bestialmente en el cuerpo virginal que se entrega en su inocencia... Mira, nuestro deber sagrado, primero, arriba de todos, es defender nuestras mujeres contra la invasión tosca del mundo heterogéneo, cosmopolita, híbrido, cómodo y peligroso que hoy es la base de nuestro país, cada día los argentinos disminuimos. Salvemos nuestro predominio legítimo no sólo desenvolviendo y nutriendo nuestro espíritu cuanto es posible sino colocando a nuestras mujeres a una altura a que no llegan las bajas aspiraciones de la turba... Entre ellas encontraremos nuestras compañeras, entre ellas las encontrarán nuestros hijos. Cerremos el círculo y velemos por él. (3) Evidentemente las condiciones que auguraban que nuestro país se proponía “asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino” (4) habían cambiado o al menos intentaron hacerlo. Referencias bibliográficas: 1. Caraballo Liliana. Documentos de historia argentina. 1870-1955. Ed Eudeba. Bs. As. 2011. Pág 20 2. Ramos Mejía José María. Las multitudes argentinas. Ed Biblioteca. Bs As 1974 Pag 214. 3. Cané Miguel. Prosa ligera. Ed La Cultura Argentina. Bs AS 1919. Pág 123. 4. Preámbulo de la Constitución Nacional