La filosofía química paracelsista entre los novatores y Feijoo José Manuel Valles Garrido (Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII) En 1729, en el tomo III del Teatro crítico universal, publicó Feijoo un discurso titulado «Piedra filosofal» (TC, III, 8); y en 1733, tomo V, retomó el tema con «Nueva precaución contra los artificios de los alquimistas, y vindicación del autor contra una grosera calumnia» (TC, V, 17). El notorio contraste entre ambos títulos —tan escueto y sobrio el primero cuanto acalorado y dolorido el segundo— marca la evolución del tono del Padre Maestro a lo largo de esta interesante polémica. Cuando Feijoo toca este asunto en su Teatro, se está produciendo un debate similar en Francia que, desde la Academia de Ciencias de París, acabará estableciendo una clara demarcación entre la «alquimia» (desechada científicamente, y despreciada moralmente) y la «química» (sujeta a los presupuestos mecanicistas y empíricos de la física). Y todo ello coincidiendo con la traducción al español, en 1727, del tratado de alquimia más difundido entonces por Europa. Tal demarcación ha tenido importantes consecuencias. Los historiadores de la ciencia han tardado en darse cuenta de que, sin el paracelsismo del siglo xvii, es difícil entender el período crucial de la química europea que ejemplifican nombres como Boyle, Van Helmont o Lémery. Afortunadamente, hoy esto ha cambiado. Los estudios que, desde hace unos veinte años, tratan la alquimia con el rigor científico que requiere abren vías nuevas a la comprensión de una cuestión que, sin embargo, aún suele despacharse como si fuera una mera curiosidad ajena a la ciencia1. Aquí vamos a referirnos no tanto a manipulaciones químicas, como a las concepciones intelectuales a ellas vinculadas. Es decir, a la filosofía química. Y la llamamos «paracelsista» para indicar los desarrollos de las ideas de Paracelso, debidos a sus seguidores desde la segunda mitad del siglo xvi2. 1 La mejor puesta al día de las modernas investigaciones en torno de la alquimia es, seguramente, la síntesis de Lawrence M. Pincipe, The Secrets of Alchemy, Chicago and London, The University of Chicago Press, 2013. 2 Frente a la vieja medicina libresca trasmitida por las universidades, Paracelso (1493-1541) apostó por la experiencia, la observación de la naturaleza y la utilización de remedios químicos. Puso las bases de un nuevo marco teórico, que enfrentaba al cuaternión aristotélico de elementos y cualidades una tríada 120 José Manuel Valles Garrido En España: los novatores y el paracelsismo Cuando se habla de «atraso» científico en la España del xvii, una causa recurrente suele ser la censura y la Inquisición. Estudios recientes, sin embargo, matizan esta cuestión3. En la Península se difundieron los temas de la filosofía química que circulaban por Europa, aunque hubo pocos paracelsistas genuinos hasta el último cuarto del siglo xvii, en que esta entró de lleno en los debates filosóficos4. En ellos, el paracelsismo jugó en el campo de las novedades. A los defensores de las medicinas químicas (Zapata, Muñoz y Peralta, etc.) les aportaba un marco teórico, autoridades de apoyo y argumentos5. Y de ello harán uso personajes tan distintos como Juan de Cabriada6 o Luis de Aldrete7. Incluso algunos médicos galenistas, como Juan Guerrero8 o Andrés de Gámez, demuestran un conocimiento profundo de los autores químicos. Por otro lado, la Regia Sociedad de Sevilla les dio a los novatores una importante plataforma institucional. Igualmente, las reales Boticas y los recetarios y manuales fueron acogiendo las novedades químicas, incluidos sus fundamentos filosóficos. En este sentido, destaca la traducción en 1703 del famoso Curso de de «principios llamados mercurio [‘evaporación y licuefacción’], azufre [‘combustibilidad’] y sal [‘incombustibilidad’] que, sobre todo, tenían la ventaja de servir para reflejar el comportamiento operativo de las sustancias ante el fuego (principal instrumento del análisis químico). La correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos orientaba su concepción de la medicina, y la elaboración de las medicinas requería extraer del interior de las diversas materias su máxima virtud curativa. Por ello era importante la tradición alquímica. A partir de Paracelso se desarrolló la iatroquímica como doctrina médica que interpretaba los procesos fisiológicos en términos químicos (hablando de disoluciones, fermentaciones, calcinaciones, destilaciones…) y defendía el uso de remedios también químicos. 3 Miguel López Pérez ha dedicado recientemente algunos trabajos a esta cuestión. Por ejemplo: Miguel López Pérez, «Spanish Paracelsus Revisited and Decontaminated», Azogue, 7 (2010-2013), págs. 339-365. Y también, en lo referente al punto que tratamos aquí, es interesante: Miguel López Pérez, «¿Novatores o alquimistas? Un problema historiográfico español», en M. López Bueno, D. Khan y D. Rey Bueno (eds.), Chymia: Science and Nature in Medieval and Early Modern Europe, Cambridge, Cambridge Scholars Publishing, 2010, págs. 331-366. 4 López Pérez, «¿Novatores o alquimistas?…», passim. Del mismo autor, y con mayor amplitud: Miguel López Pérez, Asclepio renovado. Alquimia y Medicina en la España Moderna (1500-1700), Madrid, Corona Borealis, 2003. 5 Sin embargo, hay que señalar que la dicotomía antiguo-moderno no era exactamente equiparable a galénico-químico; por ejemplo, Miguel Marcelino Boix y Moliner (1636-1722), miembro de la Regia Sociedad de Sevilla, es un renovador pero se opondrá a la terapéutica química en su Hipócrates defendido (1711). Véase al respecto: Angustias Sánchez-Moscoso Hermida, «¿Química o alquimia en la medicina de los novatores? (1675-1725)», en VV. AA.,Actas delVIII Congreso de la S.E.H.C.Y.T., Logroño, Universidad de La Rioja, 2004, págs. 757-776. 6 Su Carta filosófica, médico-chymica (1687) se considera generalmente como el principal toque de atención sobre el retraso científico español, y un verdadero «manifiesto» de la nueva medicina. 7 Puede verse mi edición de sus escritos más representativos, junto con la extensa Aprobación del novator Antonio de Ron: Luis Aldrete y Soto, Papeles sobre el agua de la vida y el fin del mundo. Madrid, Editora Nacional, 1979. 8 Guerrero incluso dice haber traducido algún tratado alquimista al español. La filosofía química paracelsista entre los novatores y Feijoo 121 Nicolas Lémery9 por el boticario madrileño Palacios10, amigo del conversonovator Diego Mateo Zapata11. Las polémicas12 de esos años giraron en torno a la validez de la terapéutica química, a la discusión de algunas medicinas concretas como las derivadas del antimonio, así como la explicación química de funciones fisiológicas (digestión, formación de la sangre…) y de enfermedades. La nueva visión química de la función de la sangre, por ejemplo, dio nuevos argumentos a los modernos contra la sangría. Aunque tales polémicas surgen de médicos y boticarios, buscan siempre ganarse a un «público» culto más amplio. Y es en ese círculo amplio donde encontramos a Feijoo, empeñado en moldearlo (como en Francia los padres de Trévoux) dentro de los cauces de una modernidad razonablemente cristiana. Los discursos de Feijoo sobre la alquimia Los dos discursos de Feijoo, de 1729 y 1733, sobre la alquimia son piezas clave de una polémica más de las muchas que rodearon al Teatro crítico. Feijoo había hablado de medicina en el primer tomo, tratando de desengañar al vulgo del error de confiar en un arte muy imperfecto, tanto en las doctrinas como en los remedios. «En fin, no hay cosa segura en la medicina», escribía en el discurso 5 del tomo I13. Su escepticismo, como es sabido, desencadenó un aluvión de escritos en defensa del honor de la medicina, tan seriamente ofendida. Incluso el doctor Martínez, amigo de Feijoo y abanderado del escepticismo14, también conside9 Nicolas Lemery, Cvrso Chimico del Doctor Nicolas Lemery, en el qval se enseña el modo de hazer las operaciones mas usuales de la Medicina…, Madrid, 1703. Se volvió a publicar en 1707 y en 1710 en Zaragoza y, de nuevo en Madrid en 1721. He utilizado la edición de 1707 (en Zaragoza, por el impresor Diego de Larumbe). 10 Félix Palacios (1677-1737), aunque no desdeña la polémica si es el caso, aporta ante todo un valiosísimo trabajo de síntesis («químico galénica») al servicio de la práctica médica y farmacéutica; y, en lo teórico, se mueve como Lemery entre los tria prima de Paracelso —azufre, mercurio y sal— y el agua y el fermentum de Van Helmont, y la nueva exigencia mecanicista, un tanto forzada. 11 El estudio más completo de la figura de Zapata es: José Pardo Tomás, El médico en la palestra. Diego Mateo Zapata (1664-1745) y la ciencia moderna en España, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2004. 12 Una sistematización bastante completa de las polémicas médicas de los años de los novatores puede verse en Rafael Ángel Rodríguez Sánchez, Introducción de la medicina moderna en España. Una imagen de nuestra renovación científica (1686-1727) desde la Teoría de la Ciencia de Thomas S. Kuhn, Sevilla, Alfar, 2005. 13 En ese mismo discurso, repasa las diferentes escuelas médicas y, hablando de los modernos químicos herméticos, menciona a Paracelso y a Van Helmont con alguna reserva, aunque más adelante los incluye (junto con algún otro alquimista como Croll) en el grupo de los hombres insignes opuestos a la sangría. 14 En septiembre de 1725 había terminado Feijoo su Aprobación apologética del scepticismo médico del Dr. Martínez. Justo un año después aparecía el tomo I del Teatro crítico universal, que incluía el discurso 122 José Manuel Valles Garrido raba, en su Carta defensiva (1726), que el benedictino iba demasiado lejos en su des-creencia de los médicos, mencionando de paso a cierto astrólogo que había olvidado en su almanaque situar el día del Corpus. Semejante ofensa no la pudo tolerar el aludido, que no era otro que El Gran Piscator de Salamanca, Diego de Torres Villarroel. Este interviene entonces en la polémica con gran virulencia contra Martínez y contra Feijoo (que en el tomo I también había atacado a la astrología). Diego de Torres, recién asentado entonces en Salamanca como catedrático, defendía así el saneado negocio de sus almanaques. Y, ese mismo año 1726, publicaba un curioso escrito en el que relataba su encuentro con un ermitaño alquimista. En El Ermitaño y Torres tenemos una visión muy informada, a la vez que «desengañada», de la filosofía química paracelsista; desengañada, no de los logros medicinales de los espagíricos, sino de sus aspiraciones a fabricar oro o panaceas. Sin embargo, en una pirueta muy propia de su yo juguetón, añade a su auto-diálogo filosófico un escrito sorprendente titulado La suma medicina o piedra filosofal que, a modo de carta enviada por su ermitaño, es un verdadero tratado de alquimia15. Ambos escritos merecen un estudio detenido que no podemos hacer aquí; y son importantes por el atento lector de escritos médico-paracelsistas que muestran (le eran necesarios para sus almanaques), pero mucho más por la recreación literaria de la figura del alquimista, popular y cristiano, que realiza. Aún sacó Feijoo el segundo tomo de su Teatro crítico, en 1728, sin ocuparse expresamente de la crisopeya, ni de Torres y su Ermitaño. Fue un año más tarde, en el tomo III, cuando incluyó un discurso contra la piedra filosofal. Pero el interlocutor no era Torres. Se llamaba Francisco Antonio de Texeda, autor de una obra publicada en 1727, en la que ofrecía, entre otros textos propios, la traducción de un tratado de alquimia titulado Introitus apertus ad occlusum regis palatium, «La entrada abierta al cerrado palacio del rey»16. titulado «Medicina» (TC, I, 5). Martínez respondió con una Carta defensiva en que considera excesivo el escepticismo de Feijoo hacia la medicina, Carta que Feijoo publicó, con su propia respuesta, al final del tomo II. 15 Ambos escritos fueron publicados —junto con el «Tratado de la Analysis del Arte de la Alchimia», de Texeda— en mi edición de Diego de Torres Villarroel, Recitarios astrológico y alquímico, Madrid, Editora Nacional, 1977. En ella se recoge la versión ampliada de «El Ermitaño y Torres», no la original de 1726. 16 ‘Theophilo’ [Francisco Antonio de Texeda], El Mayor Thesoro. Tratado del Arte de la Alchimia, ó Chrysopoeya, que ofrece la Entrada Abierta, al Cerrado Palacio del Rey. Compuesto por Æyrenaeo Philaletha, Cosmopolita Philosopho, y Adepto de la Piedra Philosophal. Traducido de latín en lengua castellana, por Theophilo, no Adepto, sino apto escrutador del Arte… Madrid, 1727. La traducción del Introitus ocupa las páginas 71-158. La filosofía química paracelsista entre los novatores y Feijoo 123 Texeda y la traducción de Philaletha El libro está dedicado al duque de Arcos, y lleva las aprobaciones de un médico paracelsista sevillano; de un catedrático de matemáticas del Colegio Imperial, y del Dr. Martínez, entonces presidente de la Regia Sociedad de Sevilla. De los tres textos que Texeda añadió a su traducción del Introitus, y en los que demuestra gran conocimiento de la filosofía química paracelsista, destaca el primero, donde defiende la posibilidad de la alquimia, entendida como crisopeya o fabricación de oro a partir de otro metal, apoyándose en la experiencia de transmutar hierro en cobre mediante el vitriolo azul, receta que ofrece en detalle. Sigue en general los planteamientos helmontianos del tratado alquímico que traduce, cuyo misterioso autor, «Æyrineo Philaletha» precisa alguna presentación. ÆyrineoPhilaletha y la «entrada abierta al cerrado palacio del rey» El Introitos apertus ad occlusum regis palatium, de Æyrenaeo Philaletha es, sin duda, la obra alquímica más difundida en Europa a finales del siglo xvii y durante buena parte del xviii: un texto muy oscuro, y un autor en principio enigmático. Recientes estudios, sin embargo —especialmente los de William R. Newman—, han desvelado el misterio. «Æyreneo Philaletha» era George Starkey17, nacido en las islas Bermudas en 1628 en una familia de inmigrantes escoceses. Estudió en el Harvard College de Nueva Inglaterra —la más antigua institución de enseñanza superior de la América inglesa— cuyo currículum incluía una filosofía natural corpuscularista muy acorde con el paracelsismo. Tras una etapa americana vinculado a ciertos alquimistas y a la pujante industria metalúrgica de New England, hacia 1650 Starkey se establece en Inglaterra, con fama de excelente químico (tanto farmacéutico como metalúrgico), y se integra en el círculo de Hartlib. Ejerció gran influencia, y el mismo Robert Boyle aprendió mucho de él. Muere en Londres durante la Gran Plaga de 1665. De Starkey se conoce hoy incluso cómo trabajaba en el laboratorio: era muy metódico y, además, se conservan sus notas de trabajo. El Introitus que traduce Texeda, aunque escrito a comienzos de los 1650, se publicó dos años después 17 El principal studio sobre Starkey es el de William R. Newman, Gehennical Fire: The Lives of George Starkey, an American Alchemist in the Scientific Revolution, Cambridge, Harvard University Press, 1994. Sobre su significación en un contexto más amplio: W. R. Newman y L. M. Principe, Alchemy Tried in the Fire: Starkey, Boyle, and the Fate of Helmontian Chymistry, Chicago, University of Chicago Press, 2002; y William R. Newman, Atoms and Alchemy,Chicago, University of Chicago Press, 2006. 124 José Manuel Valles Garrido de morir Starkey, en 1667. Y no es, desde luego, el mejor texto para conocer la química de su autor, debido a su lenguaje plagado de símbolos y alegorías18. Su filosofía química es, esencialmente, helmontiana: la raíz de todo es agua; y la materia próxima de los metales, el azufre y el mercurio entendidos según la tradición alquímica. Esta materia tiene una composición corpuscular, y lo más interesante de la misma, en Starkey, es su organización en tres capas de corpúsculos diferentemente compactados, cuyas mínimas partes internas son los semina o agentes de actividad y diferenciación19. Esta teoría corpuscular de capas trataba de dar una respuesta —aceptable en los términos mecánicos admitidos en la época— al problema entonces insoluble de la afinidad. Y esa respuesta, aunque se vistiera con ropaje corpuscular mecanicista, necesitaba algún principio activo y de acción a distancia que explicara el «comportamiento» diverso de las sustancias químicas. Newton estuvo muy atento a todos esos desarrollos teóricos (y a su contrapartida experimental) y transcribió, resumió y anotó muchos escritos de alquimistas antiguos y de filósofos químicos modernos (entre ellos, y muy especialmente, los de Starkey), intentando ahondar en la estructura interna de la materia y en las insospechadas líneas de «atracción» o «repulsión» en su interior20. Ahora, volvamos a Feijoo. Feijoo y la «Piedra filosofal» (1729) En su primer discurso sobre la «Piedra Filosofal» (1729) Feijoo dejaba clara, desde el segundo párrafo, su postura: «Yo, siguiendo el camino medio, asiento su posibilidad contra los filósofos, y niego su existencia contra los alquimistas». La posibilidad de la fabricación de oro, efectivamente, no está «en contradicción» con ninguno de los sistemas entonces corrientes. Repasa Feijoo los principios que manejan los alquimistas como constituyentes de la materia y 18 Por ejemplo, uno de los más enrevesados (e importantes) pasajes del libro de Philaletha (véase pág. 85 de la traducción de Texeda) describe una operación que se sabe que Starkey había enviado a Boyle descrita con una claridad meridiana (cfr. Principe, The Secrets of Alchemy, pág. 162). De Starkey se publicaron otros textos mucho más explícitos, algunos con su nombre verdadero, como Pyrotechny (Londres, 1658), y otros bajo la firma de «Æeyreneo Philaletha», como sus Tres Tractatus de Metallorum Transmutatione (Amsterdam, 1669). 19 Estos semina son entendidos como centellas de luz, aplicando a su teoría corpuscular las ideas del alquimista polaco Michael Sendivogius, que es otra de las grandes referencias de la alquimia europea del siglo xvii. Véase al respecto: William R. Newman, «The corpuscular transmutational theory of Eirenaeus Philalethes», en Pivo Rattansi y A. Clericuzio(eds.), Alchemy and Chemistry in the 16th and 17th Centuries, Dordrecht / Boston / London, Kluwer Academic Publishers, 1994; págs. 161-182. 20 Puede comprobarse, por ejemplo, en la famosa «Query 31»de la Óptica (1704). Es ya clásico el estudio de Betty Jo Teeter Dobbs, The Foundations of Newton’s Alchemy; or, Hunting of the Greene Lyon, Cambridge, Cambridge University Press, 1975. Pero la bibliografía es muy amplia. Por ejemplo: Richard Westfall, «Newton and the Hermetic Tradition», en A. G. Debus (ed.), Science, Medicine and Society in the Renaissance, New York, Science History Publications, 1972, vol. II, págs. 183-198. La filosofía química paracelsista entre los novatores y Feijoo 125 concluye que no está nada claro si son homogéneos o específicos para cada metal, apuntando así vagamente hacia el problema de los elementos y su combinatoria. Sobre todo, niega que los metales se engendren y perfeccionen en el interior de la tierra. Y, por tanto, que sean susceptibles de la «perfección» que pretenden los alquimistas. Pasando del plano filosófico al de las experiencias (que en su caso eran experiencias leídas), examina la que aporta el traductor, la conversión del hierro en cobre21, y le opone dos argumentos: que el cobre resultante podría ser solo «hierro depurado» de algunas partes más groseras, lo que le daría apariencia de cobre; y que la transmutación de un metal en otro no implica la de los demás en oro. En cuanto a las «experiencias» históricas de transmutación, Feijoo las rechaza, considerando o bien falsos los relatos, o bien truculentas las operaciones. El benedictino, por tanto, condena la piedra filosofal, aunque elogia el buen estilo y argumentos de Texeda. Y este, buscando aún respetuosamente la aprobación del Padre Maestro, responde con una humilde Apelación sobre la piedra philosophal (1729)22, que salió a la luz solo cuatro meses después del tomo III del Teatro crítico, en septiembre. Defendía su traducción de Philaletha y suplicaba a Feijoo que reconsiderara su dura condena de la alquimia. Pero también introducía un elemento nuevo: Salvagnac. El conde de Salvagnac, según las Memorias de Trévoux (agosto, 1729), había realizado en París, ante el cardenal de Fleury y varios miembros de la Academia de Ciencias, tres transmutaciones públicas de hierro en cobre, obteniendo un privilegio real para producir cobre alquímico a escala industrial. Texeda, naturalmente, presenta a Feijoo este caso en su Apelación. En el tomo IV del Teatro crítico, que apareció el año siguiente (1730, discurso 12, «Resurrección de las artes, y apología de los antiguos»), ahondó un poco más el benedictino en su escepticismo químico: para él, los logros modernos de químicos como Homberg y Lémery (ambos prestigiosos académicos de la de París) no son tales, pues ya se encuentran ¡nada menos que en tres alquimistas de los siglos xiv al xvi: Geber, Roger Bacon y Basilio Valentin! En cuanto a la transmutación, Feijoo la despacha ya sin ninguna consideración: «ni es de invención antigua ni moderna; porque ni ha existido, ni existe sino en la idea de algunos» (TC, IV, 12, § XV, 39). 21 Véanse págs. 43-46 del Tratado de la Possibilidad de la Alchimia. Se sabe que Newton también estuvo interesado en conocer si, en Hungría, se llevaban a efecto transmutaciones de hierro en cobre, disolviéndolo en un agua vitriolada (I. Newton, Óptica, Carlos Solís (ed.), Madrid, Alfaguara, 1977, pág. 436). 22 Francisco Antonio de Texeda, Apelación sobre la Piedra Philosophal, que ante el Rmo. P. Fr. Benito Geronimo Feijoo… En nombre de su ausente, y especial amigo Theophilo, interpone D. Fco. A. de Texeda sobre la sentencia definitiva, que en Discurso 8º de el III tomo del Theatro Crítico… Madrid, Imprenta de J. González, 1729, 31 págs. He manejado el ejemplar existente en la Universidad de Coimbra, vol. XXIX, n.º 691, de su Colecçâo de Miscelâneas. 126 José Manuel Valles Garrido Ese mismo año, apareció en las Memorias de Trévoux una nota anónima datada en Zaragoza, que ponía en entredicho la originalidad de Feijoo y elogiaba el libro de Texeda. Esa nota irritaría muchísimo al benedictino23. Feijoo y la condena de los alquimistas (1733) La respuesta de Feijoo —nada contenida esta vez— llegó en 1733, con el discurso titulado «Nueva precaución contra los artificios de los alquimistas y vindicación del autor contra una grosera calumnia» (TC, V, 17). En él arremete contra Texeda, a quien considera autor de la nota aparecida en las Memorias de Trévoux24 en la que se decía de Feijoo que había sacado de las mismas «lo mejor que ha empleado para el fondo de su obra»25. Dicha nota, sospecha Feijoo, no se escribió en Zaragoza, sino en Madrid, y «se fabricó en aquel conciliábulo de tertulios de ínfima clase que hicieron gabilla para inventar patrañas contra el Teatro crítico». Más adelante añade que vio al traductor de Philaletha en Madrid en casa del doctor Martínez (recuérdese que Martínez había avalado el libro de Texeda). ¿Quiénes eran los otros «tertulios» del conciliábulo? Sin duda, uno de ellos era Mañer, el gran opositor al Teatro. ¿Torres también26? 23 La aprovecha Salvador José Mañer (1676-1751), en su Anti-Theatro crítico, sobre el tomo III del Theatro crítico… (tomo II, Madrid, 1731), añadiendo aún otras críticas, entre ellas, la de ignorar «lo que es bronce», refiriéndose con ello a la afirmación que hace Feijoo en el discurso «Escepticismo filosófico» de que «de jugo, o vapor fluidísimo se forman los bronces» (TC, III, 13, § XXI, 84), ignorando —según se apresura Mañer a añadir— que «el bronce no es metal producido de la matriz universal de la tierra, sino un compuesto de cobre y estaño» (Mañer, Anti-Theatro crítico, pág. 200). A la vez, el P. Sarmiento reforzaba los argumentos feijonianos en su Demonstración crítico-apologética del Theatro crítico universal, Madrid, Herederos de Francisco del Hierro, 1739 [1.ª impresión: 1732], t. II, págs. 412-416, con toda la erudición que le permitía su bien surtida biblioteca. 24 Mémoires pour l’Histoire des Sciences & des Beaux Arts…, Septembre, 1730, Trévoux, 1730, págs. 1693-1696. 25 «De toutes les contrées d’Espagne, les Ecrits fondent sur ceux de ce Religieux qui avoit tiré de vos Mémoires ce qu’il a employé de meilleur pour le fond de son Ouvrage», Memoires pour l’Histoire des Sciences & des Beaux Arts, pág. 1693). Ya un año antes de la publicación del tomo V, en Sarmiento, Demonstración crítico-apologética, págs. 412-416, t. II, se hablaba de la carta impertinente a las Memorias de Trévoux en la que Texeda atacaba a Feijoo y se postulaba como el inventor de la transmutación del hierro en cobre. Sarmiento le contesta que tal novedad ya se podía encontrar «en 300 libros, muchos años anteriores al de 1727» y cita de pasada un buen puñado de autores, resaltando especialmente el Arte de metales de Álvaro Alonso Barba (1639), perfectamente conocido en Francia al menos desde 1676 y reeditado en Madrid en 1729. Y en lo que se refiere a Salvagnac, Sarmiento aceptaba los hechos sobre los que había leído testimonios en las Memorias de Trévoux, pero mantenía las dudas de Feijoo sobre si se trataba de verdadero cobre, o solo una «tinctura»; y, en cualquier caso, ello no probaría más que la «posibilidad» de la fabricación del oro, no su existencia, llamando a los perseguidores de tal objetivo «embusteros y charlatanes». 26 El tomo II del Anti-Theatro crítico (1730) de Salvador José Mañer (contra el tomo III del Theatro crítico) se abre con un soneto y una décima de Diego de Torres Villarroel, declarándose «íntimo amigo» del autor; y ambas composiciones siguen a una extensa Censura firmada por D. Francisco Arias Carrillo, La filosofía química paracelsista entre los novatores y Feijoo 127 Con un tono ácido que no tenía el primer discurso, se refiere Feijoo a la transmutación del hierro en cobre: tanto la que defendía Texeda, como las experiencias francesas al respecto. Y dice: «no hay transmutación alguna, sí solo una precipitación del cobre contenido en el vitriolo, y una disolución del hierro, por medio de la cual se hace dicha precipitación» (TC, V, 17, § VI, 19). Nada de esto decía en el discurso de 1728. Ahora sí; y no es que haya realizado experimento alguno, sino que ha leído los que se han hecho en Francia. En concreto, los que realizó el químico Claude-Joseph Geoffroy27, y publicó la Académie Royale des Sciences en 1730. En cuanto a Salvagnac, que, a diferencia de Texeda, utilizaba unos «polvos de proyección» de composición desconocida, Feijoo deja la cuestión en suspenso y cargada de suspicacias28. A continuación se dilata en su propia defensa en lo relativo a las Memorias de Trévoux. Y cierra su condena tajante de la transmutación, traduciendo la mitad del famoso discurso de Etienne-François Geoffroy de 1722 sobre las Supercherías relativas a la piedra filosofal29. En 174030 aún volvió Feijoo al asunto de Salvagnac. Cuenta el fracaso del supuesto transmutador, su huida de Francia y algunos intentos de embustes en España31. Claro que, para comprender lo estrepitoso de la caída de Salvagnac, «Maestro en Martes, Doctor en Teología, y Socio de la Academia Real de Ciencias de Sevilla», en la que habla largo y tendido sobre el resentimiento del benedictino hacia sus críticos. 27 Claude-Joseph Geoffroy [Geoffroy le Cadet, 1685-1752]: «Examen des differents vitriols; avec quelques Essais sur la formation artificielle du Vitriol blanc & de l’Alun», Histoire de l’Académie Royale des Sciences. Année M.DCCXXVIII, París, 1730, págs. 301-310. 28 Maneja y cita también Feijoo un discurso anónimo (que le parece «doctísimo y versadísimo en la química») publicado en los meses de abril y mayo de 1730 en las Memorias de Trévoux que refuta también la pretendida transmutación del hierro en cobre de Salvagnac. Se trata de la «Dissertation sur les Principes Métalliques, où on découvre le Méchanisme de la Nature, pour la procréation des Fossiles: & les matiéres sensibles qu’elle employe à la génération des Métaux & des Minéraux, dans laquelle on remarque la fausseté du secret de la prétendue Transmutation du Fer en Cuivre du Sieur Valtrigny», Memoires pour l’Histoire des Sciences & des Beaux Arts, Avril 1730, Trévoux, 1730, págs. 711-730; yMay 1730, Trévoux, 1730, págs. 796-815. Valtrigny era socio del conde de Salvagnac. Esta disertación, que identifica la supuesta transmutación como «precipitación», sin embargo, se mueve en un marco teórico muy cargado de resonancias paracelsistas: por ejemplo, habla de un «acide sulphureux» extendido por toda la naturaleza que sería «le premier agent, ou le premier moteur de tous les mixtes, parce qu’il prend diferentes modulations, selon les matieres ausquelles il se joint», pág. 729. 29 Claude-Joseph Geoffroy, «Des supercheries concernant la Pierre Philosophale», Histoire de l’Académie Royale des Sciences. Année M. DCCXXII, París, 1724, págs. 61-70. Este químico es también el autor de la primera tabla de afinidad (1718), en la que se comienzan a tipificar los comportamientos relativos de las diferentes sustancias conocidas, en una suerte de tabla baconiana vinculada a los puros resultados experimentales. Este primer paso hacia la constitución del sistema de elementos y sus relaciones mutuas, base necesaria para la unificación del lenguaje químico, junto con su condenación de los alquimistas falsarios le ha asegurado un lugar sólido en el proceso hacia la «revolución química» del siglo xviii. Sin embargo, más adelante matizamos un tanto dicha lectura. 30 Benito Jerónimo Feijoo, Suplemento del Teatro crítico o adiciones y correcciones a los tomos del dicho Teatro, Madrid, Herederos de Francisco de el Hierro, 1740, págs. 229-232. 31 Como contrapunto, menciona el caso del aragonés José Sancho de Rodezno, que estableció en 1737 en Calatayud la fabricación de acero. No lo pone, evidentemente, como ejemplo de buena transmutación, sino de útil innovación. 128 José Manuel Valles Garrido hay que conocer las enormes expectativas que había levantado. En las Memorias de Trévoux de agosto de 1729, se alcanzaba a decir que con este tipo de fábricas se podría llegar a producir el equivalente al cobre que se le compraba a Suecia, con gran ahorro para el Estado; aumentaría así el trabajo de las forjas de hierro y el número de trabajadores de estas manufacturas, asegurando así la subsistencia de muchos pobres, cuyo consumo aumentaría el comercio, y, por tanto, los impuestos del rey32. El privilegio real que consiguió Salvagnac para fabricar su cobre alquímico durante veinte años se firmó en 1727 y, a continuación, instaló cerca de París una fábrica, en la que dos años después (3 de octubre de 1729) ofrecía una gran fiesta, con asistencia de los reyes y el Delfín, para la que se adornó la puerta de la fábrica con festones, banderolas, y una inscripción latina que decía: «Ars ferrumquae mutat in aes, modo saeclafugabit Ferrea, mox Gallis aurea saecladabit»33. No pasó un año de esta regia apoteosis transmutatoria cuando el 5 de septiembre de 1730 se le revocó el privilegio, por estar haciendo de él un uso contrario al interés del público. Aparte de los aspectos económicos de la explotación, los dictámenes negativos de los académicos fueron determinantes. El «Triunfo de la transmutación metálica» (1734) y el gran magisterio de la experiencia El discurso de Feijoo no quedó sin respuesta. Al año siguiente, añadido al Crisol crítico de Mañer, pero como obra independiente, publicó Texeda su Triunfo de la transmutación metálica, en que se evidencia la del hierro en cobre fino (1734)34, que en 50 páginas cierra ya la polémica35. Este texto, verdaderamente interesante, está dedicado al conde de Onsembray, miembro honorario de la Académie Royale des Sciences de París, y dueño 32 M. de Chandé, «Lettre écrite de Paris, ce 20. Nov. 1728. à Marseille, par M. de Chandé, à M. Postel. Expérience de la transmutation totale du fer en cuivre rouge», Mémoires pour l’Histoire des Sciences & des Beaux Arts, Août 1729, Trévoux, 1729, págs. 1502-1518. 33 «El arte que cambia el hierro en cobre, echará al siglo de hierro, y muy pronto dará a los franceses un siglo de oro», Suite de la Clef, ou Journal Historique sur les matières du Tems. Contenant aussi quelques Nouvelles de Littérature & autres Remarques curieuses, Décembre 1729, tome XXVI, Paris, 1729, págs. 448-449. 34 Francisco Antonio de Texeda, Triunfo de la Transmutación Metálica, en que se evidencia la del Hierro en Cobre Fino vindicada en tres assertos, con experimentos infalibles. Contra los autores de quienes el del Theatro Crítico Universal, en su Tomo V, Discurso último, se patrocina, para impugnarla. Dedícalo su autor al Sr. D. Luis Leon Pajot, Conde de Onsembray, Madrid, Imprenta de Bernardo Peralta, 1734. 35 Feijoo, en el Suplemento al Teatro crítico que publicó en 1740, ya no polemiza con Texeda; se limita a informar del fracaso de Salvagnac y a añadir unos párrafos sobre un nuevo tipo de «transmutación»: la del hierro en acero —«o hablando con más propiedad, en dar al hierro aquella perfección que le constituye acero»—, citando con entusiasmo una experiencia en tal sentido, que recibió la protección real en 1737, y que le permitió a un tal D. José Sancho de Rodezno fabricar acero en Calatayud; si bien no llegó a prosperar. La filosofía química paracelsista entre los novatores y Feijoo 129 de importantes colecciones científicas. Según relata Texeda, lo conoció en París en 1729, y habló con él y con otros académicos franceses acerca de la transmutación del hierro en cobre, asunto entonces de plena actualidad, visitando la fábrica de Salvagnac. Onsembray le ofreció a Texeda presentarlo como académico, pero este declinó la invitación, prometiéndole no obstante el envío de una disertación sobre la transmutación, que redactó ya en España, si bien finalmente no envió al académico francés36. Todo esto plantea la necesidad de conocer datos básicos de su biografía: ¿cuáles eran su origen, formación y empleo?, ¿viajó más veces por Europa? En este Triumpho de la transmutación metálica (1734), los adversarios de Texeda eran, fundamentalmente, los tres que mencionaba Feijoo en su discurso del tomo V: Geoffroy l’Ainè y su texto de 1722 sobre las supercherías de los alquimistas; Geoffroy le Cadet y los experimentos de 1728 en que trata de demostrar que no hay transmutación sino precipitación; y el texto de autor anónimo aparecido en las Memorias de Trévoux de abril y mayo de 1730 sobre los principios metálicos, y también contra Salvagnac. En cuanto a Feijoo, Texeda le sabe muy dolido por lo de las Memorias de Trévoux y se lamenta de que el sabio benedictino dedique hasta once números de su discurso a defender su honor en este punto, cosa que, por otra parte, comprende que no haría de no tener «el ánimo lastimado». En realidad, la controversia estaba, por esa parte, totalmente agotada: Feijoo se había cerrado en el tópico del alquimista-charlatán para fulminar su condena, y Texeda se adentraba en los vericuetos de las experiencias prácticas, en las que era experto y que, además, eran el único tipo de argumento que podía oponerse a las pruebas de los académicos37. Según Texeda, el procedimiento de Salvagnac era el mismo que el suyo; en ningún caso, rentable industrialmente38. En esto estaba de acuerdo con la Academia, pero no en que se tratara de una precipitación (como afirmaba Geoffroy le Cadet). Y en este punto dirige sus argumentos Texeda nada menos que contra el Curso Químico de N. Lémery39. Y es que, leyendo los imposibles esfuerzos Texeda, Triunfo de la Transmutación Metálica, pág. 8. Es sorprendente cómo habla Texeda de Geoffroy le Cadet y del anónimo autor del trabajo sobre los principios metálicos: «no son buenos Chímicos Metálicos experimentales; sino unos Empíricos Pirotécnicos de primera tonsura, y opinadores superficiales de las experiencias», Texeda, Triunfo de la Transmutación Metálica, pág. 4. 38 «Pues se pueden comprar 6 libras de cobre natural, con lo que cuesta una libra de cobre artificial, que resulta de la transmutación del hierro», Texeda, Triunfo de la Transmutación Metálica, pág. 13. 39 Toma para ello el capítulo II, sobre la plata, donde se dice que cuando se separa la plata del oro por el aguafuerte, si se pone cobre en la disolución de plata, el aguafuerte deja la plata según va disolviendo el cobre, precipitándose la plata al fondo del recipiente en forma de polvos sutiles. Texeda se esfuerza en aportar experiencias y razonamientos a este proceso, que el mismo Lémery tampoco lograba entender con claridad, elaborando una complicada explicación mecanicista que le asignaba la capacidad de disolver del agua fuerte a sus «puntas ácidas» de los corpúsculos que lo constituyen; de otro modo, el suponer que el agua fuerte pasa por las buenas de disolver la plata a disolver el cobre abandonando la plata, implicaba suponer «primero que el agua fuerte estaba dotada de razón» (Lémery, Curso químico, pág. 59). 36 37 130 José Manuel Valles Garrido explicativos mecanicistas de Lémery en ciertos pasajes, no extraña nada que Texeda se mantuviera firme en negar la precipitación y se aferrara a la transmutación con razones y experiencias. La polémica con Lémery —a quienTexeda respeta como autoridad «en las operaciones espagíricas» de tipo farmacéutico, pero no en las metálicas— es quizá la parte más sólida del escrito del alquimista español. Y, en general, todo él constituye un esfuerzo de Texeda para sostener sus tesis en la palestra de los experimentos prácticos, porque, si bien teoriza en términos de filosofía química paracelsista (azufre y mercurio como principios metálicos; vegetación en el mundo mineral; transmutación…)40, se acoge fundamentalmente al «Gran magisterio de la experiencia»41. Conclusión El estudio de esta controversia sobre la piedra filosofal plantea cuestiones científicas que no se comprenden bien si no se sitúan en el contexto europeo. Queda patente (tanto en el crítico Feijoo como en el alquimista Texeda) su apelación —en la razón y en las experiencias— a la ciencia francesa y a sus instituciones. Justamente cuando allí se estaba produciendo una decantación fundamental entre la alquimia (mero reducto de locuras y embustes) y la química científica (que recoge pacientemente hechos y los explica en términos mecanicistas). Sin embargo, se trataba de una compleja etapa de transición. Feijoo, en principio, admite la posibilidad de la transmutación, que le parece concordante con el marco filosófico imperante. No admite su probabilidad efectiva; y, en el caso del hierro, la descarta a base de acumular dudas. Pero son dudas de la razón, no de la experiencia: él no realiza experimentos químicos, y solo cuando aprende en los escritos franceses que la supuesta transmutación sería, en realidad, una precipitación, utiliza sin más el argumento. Pero, sobre todo, el principal cambio en Feijoo es el que se produce desde la postura abierta de 1729, de discusión filosófica de la cuestión, a otra de condena moral inapelable, en su discurso de 1733, donde ya no importan tanto los argumentos científicos como los de 40 Sin embargo, no encontramos la habitual abundancia de citas de autores químicos: encontramos, por ejemplo, la noticia de fuentes vitriólicas; pero, como autoridades en lo operativo, solo Álvaro Alonso Barba, Arte de Metales (1640) y, como autor propiamente de tradición alquimista, Pierre-Jean Fabre y su Palladium Spagyricum, Toulouse, Bosc, 1624. 41 Así lo expresa al final con irónica referencia a Feijoo y al discurso 11 del tomo V del Teatro, acabando su disertación apartando despectivamente al benedictino para despedirse dirigiéndose a sus auténticos interlocutores: «el público» y los sabios franceses: «La presente respuesta es para desengaño del Publico, no para que el Critico (por serle muy agena) se haga cargo de ella. Esto sería frustráneo, quando nunca ha opuesto à mi libro, en el Discurso octavo de su 3. Tom ni à mi Apelación, en su 4. Tom ni ahora en el 5. Tom me opone en su Discurso cosa alguna experimental de proprio marte, sí solo generalidades contra el abuso, de que están llenos los libros», Texeda, Triunfo de la Transmutación Metálica, pág. 52). La filosofía química paracelsista entre los novatores y Feijoo 131 tipo moral. La carta insidiosa a las Memorias de Trévoux produjo en Feijoo una «transmutación» en su tono polémico que le llevó de la dorada ecuanimidad y contención del primer discurso a la férrea virulencia del segundo, acabando por empujar a Texeda al infierno de los «tunantes» alquimistas, aprovechando el estereotipo tan eficazmente puesto en circulación por el académico Geoffroy l’Aîné42. Feijoo acertó, en líneas generales, al subirse al carro de los químicos académicos franceses, empeñados en echar tierra sobre su propia tradición científica (la alquimia y el paracelsismo), condenándola como falsaria: en efecto, esa fue la línea marcada para el futuro. Pero no comprendió (porque filosofó sobre la química, pero no hizo química) que ese «olvido» o negación de la tradición paracelsista exigía, previamente, exprimirla y apurarla a fondo en el plano experimental y conceptual, traduciéndola a los términos mecanicistas admitidos. En cuanto a su oponente, Francisco Antonio de Texeda, es un ejemplo cabal de filósofo químico paracelsista, con un innegable dominio de las manipulaciones prácticas, que conectaba con el helmontiano George Starkey, la figura más importante como aportación del paracelsismo a la naciente química moderna. El problema es que Texeda plantea el debate en la arena pública, ante el mismo «público», culto en un sentido general, al que se dirigía Feijoo. Y un debate como aquel, sobre la posibilidad de la transmutación del hierro en cobre, no tenía más cauce que el experimental. Tanto en ese plano como en el filosófico, es indudable que Texeda se manejaba con solvencia; pero la transmutación metálica (cuya defensa aún era posible en los años veinte en el marco químico vigente en ese momento) ya estaba incluida sin apelación en la condena moral del alquimista. En cualquier caso, durante el primer tercio del siglo xviii, aún se mantuvo el interés por la alquimia. Se seguían reeditando textos43, y en la filosofía natural 42 La última referencia de Feijoo a Texeda que conozco aparece en la Justa repulsa de inicuas acusaciones, donde el benedictino ya no trata ni física ni filosóficamente la cuestión, sino que se limita a quejarse de los ataques a su honor, y a llamar a Texeda «Tunante embustero, que […] vivía estafando a todos los que podía, con la droga de que sabía el arcano de la piedra filosofal; lo que no le quitó vivir pobre, y morir como un Adán, como sucede a casi todos los profesores de este embuste. Tratéle yo algo en la casa del Dr. Martínez el año 1728. Tradujo dicho tunante un libro de Æyreneo Philaleta» (Benito Jerónimo Feijoo, Justa Repulsa de inicuas acusaciones, Madrid, imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1749 [2.ª reimpresión], págs. 85-89). 43 Uno de los autores más buscados fue Michael Sendivogius (1566-1636), cuya obra Novum lumen chymicum —que había ejercido una importante influencia, por ejemplo, en Starkey; y, en España, en Luis de Aldrete— fue traducida al francés en 1723, y se sabe que aún la manejó Lavoisier a finales de ese siglo; y la edición definitiva de Opera Omnia de Van Helmont (1599-1644) se hizo en 1707. Pero pueden citarse muchos ejemplos de cultivadores de la alquimia en las primeras décadas del siglo xviii: Charles Le Breton, médico de la Facultad de París, François Pompée Colonne (c. 1649-1726), paracelsista o más bien helmontiano, como J. Mongin o Joseph Chambon (1656-1732), este último con sucesivas ediciones de sus libros hasta 1750. En el ámbito de la Académie Royale des Sciences, de la que era asociado, habría que citar al italiano Martino Poli (1662-1714), paracelsista acérrimo y refutador del mecanicismo (cuyas insuficiencias para tratar los fenómenos de la vida le llevaban a preferir el modelo químico: destilación, fermentación, disolución, sublimación…). N. Lenglet du Fresnoy (1674-1755) publicó su Histoire de la philosophie hermétique (que incluía el texto principal de Æiraeneus Philaletha) en 1742 (reeditada en 132 José Manuel Valles Garrido que apoyaba las prácticas químicas aún alentaba la idea de un universo vitalista, en el que los minerales y metales eran engendrados en la tierra y crecían y se transformaban; y hasta era posible hacerlos «vegetar» en el laboratorio44. Por tanto, en la España de Feijoo, como en la Francia de la Académie Royale des Sciences, la filosofía química paracelsista —caso de que hubiera muerto— no estaba enterrada: la nueva química experimental aún tenía muchas joyas que arrancar a ese cadáver. 1744). Lenglet, además, editó en 1751 el Cours de Chymie (1660) de Nicholas Lefèvre y la Metallurgie (1640) de Álvaro Alonso Barba; ambas obras muy aumentadas con diversos textos alquímicos. Pero es que la mayor colección de textos alquímicos en lengua francesa, la Bibliothèque des philosophes chimiques, en 4 volúmenes compilados por Jean Maugin de Richebourg, se publicó entre 1740 y 1754. Y, ya en la segunda mitad del siglo, habría que citar a Antoine-Joseph Pernety (1716-1800), bibliotecario de Federico II, que publicó en 1758 dos grandes obras que ahondaban en el lenguaje de los alquimistas, y que se reeditaron varias veces. 44 Una experiencia de laboratorio muy conocida —las arborescencias que presentaba una disolución de plata en ácido nítrico— era considerada una excelente analogía con la vegetación de las plantas: era el llamado «árbol de Diana», que Lémery, por ejemplo, describía en su Cours de Chymie (1677), apuntando a la idea del crecimiento metálico. El académico Guillaume Homberg (1652-1715) se interesó por estas vegetaciones metálicas, y, traduciendo la explicación vitalista a los términos mecanicistas que defendía la Académie, las consideró como un ejemplo de «cristalización».