[…] La bella guía se sentó sobre varios cojines de seda que habían estado regados por el piso. Al hacerlo, lanzó su amplio velo níveo en varias direcciones, unas veces descubriendo formas cada vez más bellas, otras ocultándolas ligeramente, alternando delicadamente. Florio la observada con ojos inflamados. De repente llegó desde el jardín un hermoso canto. Era una vieja, piadosa canción que a menudo solía escuchar en los días de su niñez y que desde entonces casi había olvidado por las cambiantes imágenes de sus viajes. Estaba totalmente distraído, cuando de pronto se le vino a la mente que podía ser la voz de Fortunato. “¿Conocéis al cantor?”, preguntó precipitadamente a la dama. Ella pareció asustarse muchísimo y aturdida, respondió negativamente. Sugerencia: […] La bella guía se sentó sobre varios cojines de seda que habían estado regados por el piso. Al hacerlo, lanzó su amplio velo níveo en varias direcciones, algunas veces descubriendo formas cada vez más bellas, otras ocultándolas ligeramente, alternando delicadamente. Florio la observaba con ojos inflamados. De repente llegó desde el jardín un hermoso canto. Era una canción vieja y piadosa que a menudo solía escuchar en los días de su niñez y que desde entonces casi había olvidado por las cambiantes imágenes de sus viajes. Estaba totalmente distraído, cuando de pronto se le vino a la mente que podía ser la voz de Fortunato. “¿Conocéis al cantor?”, preguntó precipitadamente a la dama. Ella pareció asustarse muchísimo, y aturdida, respondió negativamente.