Índice Portada Portadilla Créditos Dedicatoria Advertencia Introducción Neurocognición y lenguaje Lo natural versus lo artificial La enfermedad: ¿un existente natural, artificial o sobrenatural? Acerca de lo que existe Existencia Existencia natural Existencia derivada o secundaria De los hechos a un constructo designado: alteraciones de existentes vivos, ‘enfermedad’ y enfermedad (y afines) 2 E ¿ XISTENTES ENFERMOS O ENFERMEDADES EXISTENTES? 3 WALTER LIPS CASTRO E ¿ XISTENTES ENFERMOS O ENFERMEDADES EXISTENTES? 4 E ¿ XISTENTES ENFERMOS O ENFERMEDADES EXISTENTES? Primera edición: diciembre de 2016 © Walter Lips Castro, 2016 Registro de Propiedad Intelectual Nº 266.816 © RIL® editores, 2016 SEDE SANTIAGO: Los Leones 2258 CP 7511055 Providencia Santiago de Chile (56) 22 22 38 100 ril@rileditores.com • www.rileditores.com SEDE VALPARAÍSO: Cochrane 639, of. 92 CP 2361801 Valparaíso (56) 32 274 6203 valparaiso@rileditores.com Composición e impresión: RIL® editores Diseño de portada: Matías González Pereira Impreso en Chile • Printed in Chile ISBN 978-956-01-0407-6 Derechos reservados. 5 A mi madre, Viviana Castro Delgado: por el sigilo generoso que nos dedicó mientras infantes. Y a mi padre, Walter Lips Mendoza: por dar crédito a lo justo en cada razonamiento de sus amores. 6 ADVERTENCIA Para distinguir lo léxico de lo conceptual y de lo fáctico debe considerarse lo siguiente: 1) se usará comillas simples (‘ ’) para lo conceptual, 2) se usará comillas bajas o españolas (« ») para reproducir citas textuales, o para indicar el uso impropio o irónico de una palabra, 3) se usará cursiva para lo léxico, 4) no se hará uso de comillas ni cursiva cuando no se especifique ni lo léxico ni lo conceptual ni lo fáctico, es decir, en un uso coloquial. Como se verá durante el desarrollo de esta obra, generalmente el uso de símbolos alude a objetos cognitivos y raramente se simboliza un objeto material específico, salvo mediante nombres propios. 7 INTRODUCCIÓN EL DESARROLLO DE ESTA OBRA se fundamenta en que la formación (histórica) de las palabras, objeto de la etimología, se relaciona con nuestras incesantes interacciones neurocognitivas con el entorno, cuya base son ciclos de percepción-acción ante lo real-factual. Todo comportamiento adaptativo requiere de un procesamiento neurocognitivo sensoperceptivo acerca de cosas/hechos, que se organiza en una serie de acciones relacionadas con algún objetivo. En efecto, en el sistema nervioso central (SNC) la actividad neurocognitiva resulta de interacciones con el entorno. Tal actividad se establece a distintos niveles corticales: desde la corteza posterior (senso-perceptiva) hacia la anterior (motora-ejecutiva), con procesos de retroalimentación en todos los niveles. En consecuencia, a nivel cortical la información fluye circularmente a través de una serie de áreas jerárquicamente organizadas que constituyen el ciclo de percepción-acción. Sin embargo, los actos automáticos, fuertemente establecidos por múltiples repeticiones, responden a procesos de neurointegración en los niveles inferiores de dicho ciclo. Por el contrario, el comportamiento complejo se integra en niveles corticales superiores, es decir, en áreas corticales de asociación sensorial superior y en la corteza prefrontal (CPF)1. De aquí que la formación de constructos corresponde, grosso modo, a procesos de generalización neurocognitiva que se originan en la percepción de cosas / hechos y sus propiedades. Cabe notar que para distinguir la hetero de la autopercepción respecto de lo real-factual se debe considerar la interacción entre un sistema sensoperceptivo y los hechos a su alcance (temporal y espacialmente). Además, no debe desconsiderarse que lo real podría ser postulado como tal aunque no sea algo que está allí de hecho (existencia propiamente tal, como se verá más adelante). Por ello, se suele plantear o postular existencias, es decir, que algo está (es) sin especificar si lo está de hecho o por cognición. Con aquello que no está allí de hecho no se puede interactuar perceptivamente, en consecuencia, sin duda alguna, tampoco se puede copercibir con otros cognoscentes. Por esta razón, se suele convenir la posibilidad de su existencia o su estado real. Un ejemplo de esto son las entidades llamadas sobrenaturales. Estos planteamientos no son comprobables, sin embargo pueden o convenirse o imponerse arbitrariamente. Pero lo importante es que, en general, todo planteamiento cognitivo es una proposición, que puede o no fundamentarse fácticamente. Aquellas que no se fundan necesariamente en cosas/hechos son las ficciones y las creencias. Sin embargo, debe notarse que no elaboramos creencias o ficciones sin conexión alguna con lo percibido, es decir, con nuestra memoria. A pesar de esto, algunas creencias son afirmaciones o sistemas conceptuales que no se cuestionan, sino que se establecen o postulan acríticamente, sin posibilidad de ratificarse o someterse a una prueba fáctica, ya sea porque en su mayoría no tienen un referente fáctico o porque emocional y valorativamente se consideran incuestionables. En este contexto, podría plantearse que la diferencia entre las creencias y las ficciones radica en el nivel de certeza con que se 8 establecen. Las primeras son convicciones, que se asumen como verdaderas o reales, en cambio las segundas son ejercicios cognitivos tentativos, que se plantean más flexiblemente, razón por la que podrían someterse a corrección. Considerando lo dicho, es importante destacar que la etimología puede entenderse no solo como el estudio acerca del origen de las palabras, sino como una disciplina que estudia sus significados verdaderos, razón por la que está vinculada a la semántica, específicamente al llamado método semántico de la etimología2. En efecto, algunos autores han señalado que se puede distinguir la etimología tradicional, entendida como el estudio del origen (fonético) de las palabras, de la etimología moderna, cuyo objetivo se relaciona con el estudio de la historia de las palabras, de su significado3. Ya en la obra platónica Crátilo y en un escrito órfico descubierto en el papiro de Derveni (del siglo IV a.C.) se discutió acerca de si las palabras, y aquello a lo que se alude con ellas, corresponde o no a convenciones humanas 4. Sin embargo, en la actualidad sabemos que con las palabras, y con los símbolos en general, podemos formar sistemas simbólicos referidos a constructos que tienen un contenido o significado, algunos de los cuales pueden asociarse a cosas y hechos. En consecuencia, podría usarse la disciplina denominada etimología según lo señala la propia formación histórica de tal vocablo. Efectivamente, dicho término deriva del griego ἐτυμολογία que se compone de ἔτυμος (étimo, que significa ‘verdadero, auténtico, real’), y -λογία (-logía, cuyo significado es ‘tratado, estudio’). Posteriormente, la palabra etimología fue latinizada por Cicerón (107 a.C.-44 a.C.) como veriloquium, palabra compuesta a partir de los términos veri (verdadero) y loquium (palabra). Por lo tanto, en sus inicios, los estudios etimológicos estaban referidos a lo ‘verdadero, a lo real’5. Pero más allá de las palabras y de todo tipo de lenguaje, lo principal, para el desarrollo del tema en cuestión, es lo relativo a la comunicación humana. Al respecto, cabe señalar que todo lo comunicable alude a algo: real o irreal, natural o sobrenatural, observable o inobservable, etcétera. En definitiva, cuando se alude a algo se hace referencia a otro ser / estar, ya sea presente o ausente (pasado, es decir, memorizado; o posible, es decir, proyectado cognitivamente). Por lo tanto, gracias a nuestras capacidades mnésicas podemos referirnos a lo que estuvo (fue). Pero además, como se planteará en párrafos posteriores, por nuestra capacidad neurocognitiva de proyectar posibilidades y de ficcionar, también comunicamos lo posible, es decir, lo que podría estar (o podría ser). En consecuencia, es necesario, para el buen desarrollo del tema central de esta obra, comprender, en primer lugar, algunos aspectos relativos a la comunicación humana y su relación con lo léxico. Posteriormente se abordará el tema de la existencia en general, para establecer las bases sobre las que, finalmente, se discutirá y concluirá lo relativo a la existencia de aquello que se denomina con el término castellano enfermedad, y algunos otros vocablos afines propios de otras lenguas. 9 1 Fuster, J. (2004). «Upper processing stages of the perception–action cycle». Trends in Cognitive Sciences, Vol. 8, No. 4, April 2004. 2 Baxter, T. (1992). «Plato’s Ideal Theory: Contrasts and Comparisons», pp. 56-85. En Baxter, T. (1992). The Cratylus: Plato’s Critique of Naming. Brill, Leiden. 3 Baldinger, K. (1959). «L’étymologie, hier et aujourd›hui». En Cahiers de l’Association Internationale des Études Francaises, 1959, n. 11, pp. 233-264. 4 Ademollo, F. (2011). The Cratylus of Plato: a commentary. «Introduction», Cambridge University Press, pp. 1112. 5 http://www.veriloquium.com. Consultado el 7 de febrero del 2015; http://etimologias.dechile.net. Consultado el 7 de febrero del 2015; A Latin Dictionary. Founded on Andrews’ edition of Freund’s Latin Dictionary. Revised, enlarged, and in great part rewritten by Charlton T. Lewis, Ph.D. and. Charles Short, LL.D. Oxford. Clarendon Press. 1879. Consultado en http://www.perseus.tufts.edu; Beekes, R. (2010). Etymological Dictionary of Greek, pp. 474-475. Koninklijke Brill NV, Leiden, The Netherlands; Bugueño, F. (2004). «La etimología en el diccionario de la lengua». Revista Letras, Curitiba, n. 64, pp. 173-188. set./dez. 2004; Chantraine, P. (1999). Dictionnaire étymologique de la langue grecque. Histoire des mots, pp. 381 y 625; Corominas, J. (1984). Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, tomo CE-F, p. 819. Editorial Gredos, Madrid; Cruse, A. (2006). A Glossary of Semantics and Pragmatics Glossaries in Linguistics, p. 57. Edinburgh University Press, Edinburgh. 10 NEUROCOGNICIÓN Y LENGUAJE EL LENGUAJE HA FACILITADO, y nos sigue facilitando, tanto comunicarnos como razonar. Por consiguiente, ha sido una herramienta fundamental para nuestro desarrollo. Respecto a su origen, hay debates entre quienes sostienen que es resultado de un proceso evolutivo gradual y aquellos que plantean que su surgimiento fue más repentino6. Lo indudable es que el inicio de nuestro lenguaje se fundó en interacciones mediante el uso de sonidos. Posteriormente, alrededor del 3000 a.C., gracias a la creación de la escritura (pictográfica) en la cultura sumeria7, se establecieron relaciones entre signos gráficos convenidos (símbolos) con cosas / hechos. Como veremos, esto se debe, dentro del contexto de los procesos neurocognitivos humanos, a que las propiedades de una cosa / hecho percibidas y valoradas como importantes para una situación determinada pueden conceptualizarse y comunicarse. Por consiguiente, con menor o mayor abstracción, tanto los perceptos como los conceptos resumen un conjunto de propiedades de cosas / hechos hetero y/o autopercibidos. Si consideramos que nuestros procesos comunicativos han sido un componente fundamental para el desarrollo de nuestra especie, podría plantearse que nuestra capacidad para comunicarnos haya progresado gradualmente antes de que surgiera un lenguaje tal como hoy lo ejecutamos. Dicho más claramente, nuestro lenguaje habría coevolucionado con los procesos de organización social y desarrollo cerebral. En consecuencia, para entender su formación se debe considerar tanto los procesos de comunicación social como los de adaptabilidad biológica ante algún entorno, entendiéndose por esta última la capacidad de adecuarse o ajustarse ante distintas condiciones ambientales8 . En síntesis, es posible plantear que tanto el desarrollo cultural como el léxico han cursado paralela e integradamente en nuestro cerebro9. Los símbolos, tales como las palabras, forman parte de nuestro lenguaje porque nos permiten establecer relaciones entre las cosas / hechos y nuestros procesos cognitivoemocionales. Al respecto, algunos autores distinguen la designación de la denotación. La primera resulta de una relación cognitiva establecida entre símbolos y constructos (perceptos, conceptos, proposiciones, teorías, valoraciones, ficciones, etcétera), mientras que la denotación resulta de las relaciones establecidas entre símbolos y cosas / hechos10. Sabemos que de la acción e interacción de las cosas u objetos materiales se genera hechos. Sin embargo, cabe notar que algunas de las interacciones de los objetos materiales son especiales, a saber: las que están mediadas por procesos neurocognitivos. Como se verá más adelante, estos procesos suelen iniciarse con la percepción y, para el caso de nuestra especie, pueden finalizar en abstracciones. De aquí que tanto nuestras relaciones fácticas como cognitivas con cosas / hechos, incluidos otros cognoscentes, deben percibirse, directa o indirectamente (mediante un artefacto). Por lo tanto, en rigor la mayoría de los símbolos solo designan (perceptos / conceptos) y no denotan (cosas / hechos). En efecto, no hay una relación unívoca entre un símbolo y una cosa / hecho, 11 como tampoco directa. Esto obedece a que lo fáctico debe primeramente percibirse / conocerse de alguna manera para ser simbolizado. Si entre lo fáctico y lo léxico no hubiera un proceso cognitivo que permita algún grado de generalización o categorización acerca de las cosas / hechos, entonces podría haber tantas palabras como cosas / hechos que denotar. Filogenéticamente hablando, el lenguaje ha resultado de una elaboración cognitiva gradual que nos ha permitido comunicarnos simbólicamente acerca de cosas / hechos, constructos, emociones, valoraciones, etcétera. Efectivamente, el lenguaje es el resultado de un proceso evolutivo complejo que involucra diversos procesos neurocognitivos que median nuestras interacciones con el entorno. Al respecto, cabe añadir que a nivel ontogenético se ha demostrado que el desarrollo de todo medio de comunicación se relaciona con nuestros sistemas neuronales sensorio-motores o perceptivo-ejecutivos11. En consecuencia, se puede plantear que mediante ciclos de percepción-acción hemos establecido una relación neurocognitiva con el entorno material12, a partir de la que hemos incorporado gradualmente lo léxico. Esto nos ha permitido una mejor planificación de nuestros actos comunicacionales y, por consiguiente, una mejor capacidad adaptativa tanto frente a nuestro entorno natural como social13. Se sabe que todo proceso comunicacional es indisoluble de toda interacción social, y que la adaptabilidad de cualquier grupo social ante su entorno radica en que sea capaz de comunicarse efectiva y adecuadamente. Pero toda conducta, comunicativa o no, dirigida hacia un propósito, requiere de una continua capacidad adaptativa frente a las consecuencias o resultados de cada acción, dentro del conjunto de circunstancias en que se ejecutan. De allí que algunos ciclos de percepción-acción humanos son evaluados según sus resultados, que, a su vez, son hechos percibidos con un componente emocional, es decir, hechos percibidos y valorados. Este proceso puede realizarse más o menos automáticamente, o sea, con mayor o menor conciencia acerca de las consecuencias. La capacidad neurocognitiva relacionada con la predicción de las consecuencias es la base de todo proceso de toma de decisiones adaptativas o congruentes con el entorno natural y/o social. Según lo expuesto , parece razonable considerar que las palabras se han creado convenidamente para aludir a perceptos / conceptos relacionados con cosas / hechos tanto naturales como sociales. Y que la formación de todo sistema simbólico, tal como las lenguas (idiomas), obedece a procesos neurocognitivos humanos cuya finalidad ha sido la comunicación, que es una interacción neurocognitiva que involucra lo emocional. En el entendido que los símbolos son signos usados convenidamente por nuestra especie, y que su formación deriva de procesos neurocognitivos que nos han permitido establecer las relaciones antedichas, se ha planteado que la mayoría de las palabras tienen contenido y nombran categorías o generalizaciones de cosas / hechos14. Pero decir que una palabra tiene contenido es una manera poco exacta de expresar que lo léxico (palabras y frases) se relaciona neurocognitivamente con algún constructo (percepto / concepto, proposición, etcétera). Como sea, podemos constatar que en lo fundamental sigue vigente el influyente planteamiento de Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) respecto al 12 significado de los conceptos —conocido actualmente como triángulo semiótico— cuya base es la relación triádica palabra-concepto-cosa 15. Como ya se señaló, la etimología puede abordarse en cuanto al estudio de la formación de las palabras. Por lo tanto, la integración del conocimiento neurocientífico actual con el etimológico podría permitirnos explicar cómo hemos establecido relaciones entre las cosas / hechos, los conceptos y los símbolos. Resumiendo, todo tipo de lenguaje es el resultado de procesos neurocognitivos creativos, razón por la que es un medio artificial para nuestra comunicación. Los procesos de comunicación son efectivos y adaptativos cuando se establecen en concordancia con lo real. Esto se debe a que el conocimiento conceptual se basa en generalizaciones neurocognitivas acerca de las propiedades de las cosas / hechos, que pueden designarse para su expresión léxica. Por ello es que, fundamentalmente, las relaciones entre el nivel conceptual y el nivel léxico están interconectadas con lo fáctico. Esta es la razón por la que en esta obra (como ya fue señalado en la Introducción) se aborda el análisis del origen y significado de las expresiones lingüísticas en el marco de los procesos neurocognitivos propios de la percepción /conceptualización y acción. Al plantear que nuestra adaptabilidad se establece en correspondencia con lo real, con lo fáctico, se está mencionando lo existente. Al respecto, tácitamente se ha asumido que el concepto ‘existente’ alude a todo lo que está (es), a la propiedad básica de todo. En consecuencia, en algunos textos se ha tendido a desvirtuar su uso. Por esta razón, para intentar alcanzar el propósito de esta obra se debe revisar primeramente lo relativo a lo existente en general. Una vez especificada la referencia de ‘existente’ se podrá iniciar algún intento por entender qué designamos con enfermedad y afines. Pero previamente se debe señalar que durante el siglo xx se inició una fuerte discusión conceptual acerca de ‘salud’ y ‘enfermedad’. Durante las últimas décadas del siglo pasado las discusiones y reflexiones en torno a la ‘enfermedad’ han sido resumidas en dos grandes posturas teóricas: la normativa y la naturalista. De estas ha surgido, últimamente, un tercer planteamiento, llamado híbrido16. Cada uno de estos planteamientos supone, evidentemente, la existencia de aquello que se ha relacionado con nombres tales como enfermedad, disease, illness, maladie, krankheit, etcétera. Al revisar las dos grandes posturas señaladas, se puede apreciar que una está emparentada con el subjetivismo (la normativa) y la otra con el objetivismo (la naturalista). Por ello es que la primera, a diferencia de la segunda, le otorga «existencia» a la enfermedad principalmente por convención. Además, del análisis de cada uno de los planteamientos acerca de la ‘enfermedad’ puede observarse que en su base son confusos. Esto obedece a lo ya señalado: que no se precisa el sentido que se le otorga a los conceptos ‘existente’ y ‘existencia’. Tal confusión se hace más evidente cuando no se distingue la relación entre los procesos cognitivos y lo que existe. En efecto, esto es manifiesto cuando se supone que lo inmaterial es un tipo de «existente» (mental, conceptual, sobrenatural, etcétera), es decir, que está (es) independientemente de algún proceso cognitivo. Por lo tanto, la cuestión principal radica en determinar si lo que designamos con algún vocablo propio de una lengua es un objeto que está (es) independientemente de un cognoscente, o no. 13 Para el caso de lo denominado con el término enfermedad y otros afines, se ha de discutir si la existencia de lo que tal vocablo denomina es artificial (convencional) o natural. Esto equivale a la disyuntiva acerca de si el término enfermedad designa a un «existente» inmaterial (constructo) o denota un existente natural (cosa / hecho). Pero cualquier intento por resolver esta disyuntiva debe comenzar por diferenciar lo natural de lo artificial. 6 Barnard, A. (2013). «Cognitive and social aspects of language origins». En Lefebvre C. New Perspectives on the Origins of Language. John Benjamins Publishing Company, Amsterdam / Philadelphia: 2013; pp. 53-71. 7 Harrub B., Thompson B., and Miller D. (2003). «The origin of language and communication». Journal of Creation, 2003: 17(3), pp. 93-101; Kuiper, K. (2011). «Sumerian Civilization». En Kuiper K., Mesopotamia: the World’s Earliest Civilization. Britannica Educational Publishing New York: 2011; pp. 40-65; Cunningham, L. and Reich, J. (2006). «The Beginnings of Civilization». En Cunningham, L. and Reich, J. Culture and Values: A Survey of the Humanities. Wadsworth, Cengage Learning: 2006, pp. 1-27; Leick, G. (2005). «Setting the Scene». En Leick, G. The Babylonians. An Introduction. Taylor and Francis e-Library, London and New York: 2005; pp. 5-22. 8 Lawrence, E. (2008). Henderson’s Dictionary of Biology, p. 11. Pearson Education Limited. 9 Canfield, J. (2007). «How the Human Got Its Words». En Canfield, J. Becoming Human: the development of language, self, and self-consciousness. Palgrave Macmillan, Basingstoke and New York: 2007; pp. 58-77; Blondin Massé, A.; Harnad, S.; Picard, O.; St-Louis, B. (2013). «Symbol grounding and the origin of language. From show to tell». 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Journal of Medicine and Philosophy. 2014; 39, pp. 329-345. 15 LO NATURAL VERSUS LO ARTIFICIAL YA EN LA SEGUNDA MITAD del siglo V a.C. los griegos debatían acerca de lo natural (physis) y lo convenido (nomos), una de las primeras controversias filosóficas dentro de su lengua17. Desde entonces se ha distinguido lo natural de aquello que resulta, convenidamente, de la creación humana. Para lograr una mejor comprensión de esta diferenciación, y en concordancia con la inspiración del desarrollo de esta obra, se recurrirá a la revisión de la etimología de estas palabras. Como se revisará extensamente en el siguiente capítulo, el vocablo natural deriva del latín natura, que se relaciona con el verbo nasci (nacer)18. Por lo tanto, el concepto ‘natural’ significa ‘innato’, es decir, una realidad independiente de nuestros acuerdos humanos. Contrariamente, la palabra cultura deriva del latín cultura, que tiene relación con el verbo colere (cultivar). En consecuencia, el concepto ‘cultural’ significa ‘adquirido mediante esfuerzo o cultivo’19. Por consiguiente, aunque lo natural es lo contrario tanto de lo cultural como de lo artificial, los conceptos ‘cultural’ y ‘artificial’ no son semánticamente idénticos entre sí. De lo dicho se hace necesario distinguir con mayor precisión lo cultural de lo artificial. La diferencia entre tales conceptos radica en que el significado del concepto ‘artificial’ no se relaciona solo con aquello que es producto de la creación humana, sino que, además, debe resultar de una actividad humana que se realiza con planificación, con arte. Al revisar la formación del término artificial se constata que se relaciona con el vocablo técnica (technê), que en la Grecia antigua denotaba una habilidad basada en reglas susceptibles de enseñanza y aprendizaje conscientes. Por consiguiente, la technê es una serie de reglas por medio de las cuales se planifica conseguir algo20. La diferencia entre lo cultural y lo artificial radica, entonces, en la aplicación de reglas y decisiones según una planificación dirigida a un propósito específico. Obviamente, de lo dicho se puede concluir que lo artificial forma parte de la cultura humana. Retomando lo relativo al concepto ‘natural’, cabe destacar que aquello denominado natural es necesariamente real, pero, además, como veremos en párrafos posteriores, existe autónomamente desde su origen. Sin embargo, la inversa no es verdadera, puesto que lo real no siempre es natural: aunque un existente propiamente dicho (ver más adelante) está (es) independientemente de un cognoscente, es decir, es real, puede ser no natural en su origen, ya sea con o sin técnica. Con lo antedicho se podría intentar anticipar una respuesta a la pregunta acerca de si lo denominado enfermedad existe natural, artificial o sobrenaturalmente. 17 Robins, R.H. (1967). Greece, pp. 9-44. En Robins, R.H. (1967), A Short History of Linguistics. Longman, London; Mosterín, J. (2013). Convenciones y normas, pp. 61-78. En Mosterín, J. (2013). Ciencia, filosofía y racionalidad. Gedisa Editorial. 18 Blánquez Fraile, A. (1975). Diccionario Latino-Español, Tomo K-Z, pp. 1086-1089. Editorial Ramón Sopena, Barcelona. 19 Corominas, J. (1984). Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, pp. 288-289. Editorial Gredos, 16 Madrid; Klein (1971). A Comprehensive Etymological Dictionary of the English Language, p. 181. Elsevier, Amsterdam. 20 Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de filosofía. Tomo 2, L-Z, pp. 763-764. Editorial Sudamericana, Buenos Aires; Prior, W. (2004). Techné, p. 929. En Audi, R. (2004). Diccionario Akal de filosofía. Ediciones Akal, Madrid. 17 LA ENFERMEDAD: ¿UN EXISTENTE NATURAL, ARTIFICIAL O SOBRENATURAL? Con relación a la existencia sobrenatural de lo nombrado enfermedad (o sus símiles en otras lenguas), debe notarse que en este análisis lo sobrenatural es considerado una creencia (ver Introducción). Por lo tanto, la posibilidad de que enfermedad pudiera nombrar a un ente sobrenatural equivale a plantear que designa a un constructo, a un objeto cognitivo. Dicho esto, y como se verá en el próximo capítulo, cabe señalar que en este contexto se entenderá que un ente es un objeto, sea real o no. Consideraremos que un ente irreal es lo que algunos denominan mental, ficticio, conceptual, etcétera. Respecto a si lo que designa enfermedad es un existente cultural o no natural, debe aclararse, primeramente, que lo no natural puede ser o material o inmaterial. Estableceremos, por un lado, que el resultado de las creaciones humanas materiales ejecutadas con técnica son lo que denominamos artefacto, y, por otro, que las inmateriales resultan, con o sin técnica, en lo que designamos con el término constructo. Ambos objetos se originan de un cognoscente, es decir, que su estar / ser deriva de las capacidades cognitivas de un ente. Sin embargo, las creaciones humanas materiales pueden continuar como tales independientemente de su creador: son existentes en el sentido riguroso del concepto, pero no naturales. Por el contrario, los constructos «existen» con permanente dependencia de algún cognoscente. Ejemplos de estos últimos son los resultantes de nuestros procesos neurocognitivo-emocionales, que forman parte de nuestra cultura, a saber: los perceptos, los conceptos, las proposiciones, las teorías, las valoraciones. Según lo antedicho, ante toda interrogante relativa a algún existente, en primer lugar debe distinguirse si existe naturalmente, o no. Para el caso de lo denominado por enfermedad, si se postula que existe naturalmente, entonces cualquiera que sea su denominación alude a una cosa / hecho que autoexiste desde su origen. Si, por el contrario, se asume que lo designado por enfermedad «existe» como resultado de un proceso cognitivo, entonces se refiere a una conceptualización, es decir, al resultado de una generalización cognitiva relativa a algunos estados humanos distintivos: es un «existente» derivado o dependiente de un cognoscente, un objeto cultural. Resumiendo, lo que se debe distinguir es si aquello que se denomina enfermedad existe por sí mismo (desde su origen) o derivadamente (a partir de un existente con propiedades cognitivas creativas). Esto se asemeja a la interrogante acerca de la existencia objetiva o subjetiva de lo que designa enfermedad. Pero para responder estas interrogantes, se hace necesario hacer algunas disquisiciones acerca de lo que designa el término existencia. 18 ACERCA DE LO QUE EXISTE EN LA PRÁCTICA, ES ACEPTADO que todo nuestro conocimiento —ya sea filosófico, científico o común — se funda en algún existente. Pero ¿qué designa el término existencia? Algunos autores señalan que con existencia se designa diferentes modos de existir. Sin embargo, se ha señalado que cuando los filósofos usan el concepto designado por existencia (‘existencia’) generalmente se refieren a lo natural21. No obstante, como veremos a continuación, existir naturalmente es una manera de estar (ser) que se relaciona con su origen. Pero con relación al uso del término existente puede constatarse algunas distorsiones debidas a que con este vocablo se ha designado tanto objetos materiales (naturales o no) como inmateriales (mentales, ideales, sobrenaturales, etcétera)22. Por lo dicho, y considerando que al concepto ‘objeto’ se le ha dado varios significados 23, se debe reiterar que en esta obra se le usará para referir todo aquello que pueda estar (ser), ya sea tanto material como inmaterialmente24, así como cognitivamente o no. En concordancia con lo señalado, no debe extrañarnos que la vaguedad del significado de ‘existencia’ se relaciona con la inexactitud de los conceptos ‘objeto’ y ‘ente’, y viceversa. Por ejemplo, en el marco del platonismo o idealismo objetivo, se plantea que las ideas (consideradas actualmente objetos conceptuales) existen por ellas mismas, que son reales. Sin embargo, según el nominalismo, en su intento por evitar el idealismo, los objetos conceptuales no son más que signos25. Para mayor ambigüedad, en todo ámbito del conocimiento los términos existencia, ser, e incluso naturaleza, suelen designar conceptos con significados similares. Al respecto, es frecuente la sinonimia entre el significado de ‘existencia’ y conceptos tales como ‘realidad’, ‘actualidad’ y ‘ser’26. Por lo tanto, una revisión etimológica de existencia y aquellos términos afines podría orientarnos acerca de la dilucidación del significado de ‘existencia’. Pero previo a ello es necesario precisar algunos resultados de la investigación neurocientífica relativa a la conceptualización. A partir de diversas investigaciones neurocientíficas se ha constatado que nuestra plasticidad neurocognitiva nos ha permitido la formación de conceptos a partir de perceptos, y que estos últimos resultan de la interacción con cosas / hechos. En efecto, mediante procesos de generalización, es decir, de integración neurocognitiva, se abstrae aquello que se ha presenciado y conocido (cosas / hechos). En este contexto, con los términos cosas / hechos se denomina cualquier particular presente (actual) percibible para un cognoscente, es decir, aquello que no es resultante de la cognición. La percepción de lo concreto, de lo particular y actual, se establece realmente, es decir, en la interacción entre alguna cosa / hecho y algún cognoscente. La posterior generalización cognitiva consiste en la formación de clases, específicamente, de clases homogéneas o de equivalencia que se forman a partir de algunas propiedades comunes de lo percibido. De lo dicho se desprende que las clases de equivalencia se diferencian de la mera 19 colección arbitraria de propiedades relativas a cosas / hechos. De la interacción neurocognitiva con cosas/hechos surgen perceptos simples, cuyo sustrato material son sistemas neuronales que por complejos procesos neuroplásticos integrativos permiten la formación de poliperceptos que pueden derivar en conceptos27. Según la neurociencia contemporánea la formación de conceptos se correlacionan con zonas neuronalmente activas en el cerebro humano, en consecuencia, la capacidad de conocer es una propiedad de nuestro SNC28, entre cuyos correlatos neurales más importantes está la CPF29. En síntesis, la cognición es un tipo de interacción entre un cognoscente y otra entidad (cognoscente o no). Es una interacción mediada por capacidades cognitivas entre objetos materiales. Además, como estas interacciones son plásticas, quien conoce lo puede hacer creativamente, a saber: concibiendo (constructos). Con lo dicho , se abordará la etimología de la palabra existencia, siempre dentro del contexto de lo señalado en párrafos anteriores, es decir: que la creación de todo sistema de símbolos se debe a procesos neurocognitivos humanos, cuya base son ciclos interactivos (percepción / acción) ante cosas / hechos. 21 Rescher, N. (2003). «Cognitive Realism». En Rescher, N. Epistemology. An Introduction to the Theory of Knowledge. State University of New York Press, Albany: 2003; pp. 333-367. 22 Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de Filosofía. Tomo I, A-K. Editorial Sudamericana, Buenos Aires: 1964; pp. 528-531. 23 Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de filosofía. Tomo 2, L-Z. Editorial Sudamericana, Buenos Aires; pp. 310314; Abbagnano, N. (2007). Dicionário de Filosofia. Martins Fontes. Sao Paulo; pp. 723-725. 24 Bunge, M. (2002). Diccionario de filosofía. Siglo XXI Editores, México DF.; p. 154. 25 Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de filosofía. Tomo 2, L-Z. Editorial Sudamericana, Buenos Aires; pp. 295297; Bunge, M. (2001). «The Status of Concepts». En Mahner, M. Scientific Realism: selected essays of Mario Bunge. Prometheus Books. New York: 2001; pp. 84-93; Bunin, N.; Yu, J. (2004). The Blackwell Dictionary of Western Philosophy. Blackwell Publishing, Malden; pp. 474-475. 26 Gibson, Q. (1998). «The Concept of Existence». En Gibson, Q. The Existence Principle. Kluwer Academic Publishers, Dordrecht: 1998; pp. 1-15. 27 Mesulam, M. (1990). «Large-Scale Neurocognitive Networks and Distributed Processing for Attention, Language, and Memory». Ann Neurol 1990; 28: pp. 597-613; Clarke, A. (2015). «Dynamic information processing states revealed through neurocognitive models of object semantics». Language, Cognition and Neuroscience, 2015, Vol. 30, n. 4, pp. 409-419; Clarke, A.; Tyler, L. (2015). «Understanding What We See: How We Derive Meaning From Vision». Trends in Cognitive Sciences, November 2015, Vol. 19, n. 11; Ghio, M.; Tettamanti, M. «Semantic domain-specific functional integration for action-related vs. abstract concepts». Brain & Language 2010; 112, pp. 223-232; Beauchamp, M.; Martin, A. (2007). «Grounding Object Concepts in Perception and Action: Evidence from fMRI Studies of Tools». Cortex, 43, pp. 461-468. 28 Gallese, V. (2005). «The Brain’s concepts». Cognitive Neuropsychology, 22 (3/4), pp. 455-479. 29 Passingham, R. (2012). «Ventral prefrontal cortex: generating goals based on visual and auditory contexts». En Passingham, R. (2012). The Neurobiology of the Prefrontal Cortex. Oxford University Press. Oxford; pp. 195219; Passingham, R. (2012). «Conclusions». En Passingham, R. (2012). The Neurobiology of the Prefrontal Cortex. Oxford University Press. Oxford; pp. 309-349. 20 EXISTENCIA Entre los habitantes de las antiguas civilizaciones se crearon diferentes términos para designar lo relativo a la ‘existencia’. En las lenguas indoeuropeas (IE) el uso de vocablos relacionados con tal concepto suelen aludir a lo real, a lo verdadero, a lo que es. Por esta razón, en diversas lenguas de origen IE los conceptos ‘ser’, ‘existencia’, ‘realidad’ y ‘verdad’, han sido designados mediante palabras cuyo origen es común. Por ejemplo, todos los términos que se expone a continuación están relacionados con las raíces IE *h,sont- (‘ser (estar)’) y es- (‘ser (estar)’): el término sánscrito satya designa ‘verdadero’, ‘existente’, el proto-germánico sanÞa es designante de ‘verdadero’, el latino esse de ‘ ser’, y, los términos griegos ἐτυμός (etymos) y όντως (ontos) designan ‘verdadero’, ‘real, ‘actual’. Además, el verbo griego εἰμί, que designa ‘ser’, ‘estar’, está relacionado con los términos ἐόντ- y ὄντ-, de allí que la frase τὰ ὄντα (ta onta) designa ‘los entes, las cosas presentes o actuales, que existen, que son verdad, que se tienen’. Más aún, tal vocablo se relaciona con el término ουσία, cuyo concepto significa ‘propiedad, haber, ser, existencia, realidad, sustancia’30. Nótese que Aristóteles reconoce que el concepto ‘sustancia’ (‘ousía’) tiene varias acepciones, sin embargo, señala que se debe considerar que corresponde a aquellos seres determinados, individuales, e independientes del sujeto. Además, plantea que los universales, lo general o común a muchos seres, no serían sustancias en sentido estricto31. Como veremos, esto coincide con los planteamientos neurocientíficos acerca de los procesos de conceptualización, vinculados a los ciclos neurocognitivos de percepción-acción. En correspondencia con lo dicho, el significado del concepto designado por existir suele homologarse con el de ‘ser’. Sin embargo, debe precisarse que el origen latino de existencia deriva de existentia, que designa ‘lo que está ahí, lo que está afuera’ (ex-sistit). En efecto, existere / exsistere designa ‘estar delante, estar presente, aparecer, dejarse ver, emerger, ser visible’. Como puede observarse, este término es compuesto: resulta de la combinación de las palabras ex- (‘delante, fuera de’) y sistere (‘encontrarse, estar situado, estar ubicado’). Las designaciones de estos vocablos concuerdan con los orígenes IE de ex- y de sistere (sisto), que son, respectivamente: *eghs (‘afuera’) y stā- (‘estar situado, estar, poner, encontrarse’)32. De lo antedicho se colige que ‘lo que está’ no equivale a ‘lo que (o quien) constata su estar’. Aquello que constata o conoce lo que está, es un cognoscente, a saber: un ente que tiene la capacidad de conocer más allá de si mismo. Sin embargo, se debe destacar que algunos cognoscentes pueden tanto conocer como conocerse, es decir, que distinguen lo propio de lo externo: el homo sapiens sapiens. Es por ello que la ‘existencia’, al menos inicialmente, se concibió a partir de los procesos cognitivos de un ente y aquello que está fuera de él (fuera de su «mente», de su persona, etcétera). Cabe añadir que lo relativo a la ‘existencia’ puede considerarse, por un lado, epistemológicamente, y por otro, ontológicamente. En el primer contexto, ‘existencia’ se refiere a la presencia de entidades, o más precisamente, a alguna interacción actual en la que participa al menos un cognoscente. Tal interacción cognitiva se funda en procesos perceptivos frente a algo. Por lo tanto, toda interacción entre algo y (al menos) un 21 cognoscente involucra que ese algo esté ante el cognoscente, que esté actualmente, que exista. Pero en un contexto ontológico ‘existir’ dice relación con la autonomía o independencia de lo que está (es), con o sin la presencia de un cognoscente. De lo dicho, se advierte la dificultad que implica todo intento por separar lo epistemológico de lo ontológico33. En efecto, tal distinción es tan compleja como para haber generado algunas confusiones en la historia de nuestro conocimiento, en particular en lo que concierne a lo real. Si epistemológicamente se asume que ‘real’ y ‘actual’ son conceptos que aluden a lo mismo, entonces aquello que está ‘realmente’ o ‘actualmente’ también está ‘presentemente’ para el sujeto que conoce, por interacción directa o indirecta. De aquí que lo pasado, y lo por venir, no existen ni autónoma ni independientemente. Por consiguiente, el futuro y el pasado solo podrían existir derivadamente, como proyección cognitiva (posibilidad) o como recuerdo, respectivamente. Esto no significa que no existió ni existirá independientemente algo, como posibilidad real basada en hechos (actuales). De lo dicho se concluye que todo proceso cognitivo acerca de un existente (material) tiene como base su interacción actual (presente) o pasada (recordada) respecto a un cognoscente. Brevemente dicho, lo que es actual o real, es decir, lo que existe o está ahí, puede indicarnos lo que fue o será ahí (fuera de un cognoscente). Al revisar la etimología de presente se comprende mejor lo antedicho. Esta palabra proviene del latín tardío inpraesent, término designativo de ‘frente a frente’, y se relaciona con la frase latina in re praesenti, que designa ‘ante la cosa o hecho presente’. Además, el término presente se relaciona con praesens, ‘estar allí’, y con præesse ‘estar delante de (algo o alguien), estar a la mano’. La palabra presente se forma, por un lado, a partir de prae- ‘delante’, que deriva del IE *peri- y *per- ‘más allá, fuera de’. Y por otro, de esse (‘ser, estar’), que deriva del griego ousia (‘ser, esencia’), y del IE *es- (‘ser, estar’)34. En consecuencia, dentro de un contexto cognitivo, el término presente nos permite comunicar que algo está en interacción con alguien (algún cognoscente). En resumen, con la palabra existente se suele designar a un objeto que está (inespecíficamente) ahí. Por lo tanto, con tal designación no se distingue explícitamente si el objeto aludido es material o no, sino solo que es actual, real. Pero no se podría afirmar el estar ahí de un objeto sin que haya habido alguna acción, recíproca o no, actual, aunque no necesariamente inmediata. Además, como los actos son hechos, son indisolubles con el cambio de algo material (alguna cosa). Por consiguiente, lo denominado temporalidad necesariamente es un atributo de un objeto material, que radica en su mutabilidad. Dado que interaccionamos neurocognitivamente con lo realfactual, los seres humanos podemos registrar y mantener algunos aspectos o características de tales interacciones, es decir, los perceptos relativos a una cosa / hecho (memoria perceptual). Esto nos permite distinguir algunos cambios, algunos hechos. En efecto, constatamos los cambios de las cosas por comparación entre lo actual percibido y lo registrado o memorizado. A partir de allí podemos comunicarnos acerca de lo pasado, de cosas / hechos que fueron o estuvieron, pero que ya no existen. Igualmente, debido a que conocemos (memorizamos) cosas / hechos cambiantes, podemos suponer que ocurrirán otros cambios (posibilidad / futuro)35. Por lo tanto, lo ya sucedido (pasado) y lo 22 que posiblemente suceda (futuro) solo existen derivada o dependientemente porque nuestro SNC tiene propiedades mnésico / predictivas. Como todos los términos analizados también están relacionados con naturaleza (physis), a continuación se revisará lo relativo a los existentes naturales. 30 Liddell, H.A.; Scott, R. (1996). A Greek-English Lexicon. Clarendon Press, Oxford; pp. 487-489, 1234, 1274, 1275; Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European Language Revival Association; pp. 940-943; Torretti, R. (1998). «Notas sobre algunas expresiones griegas». En Torretti, R. Filosofía de la naturaleza. Santiago de Chile: Editorial Universitaria; 1998; pp. 159-162; Beekes, R. (2010). Etymological Dictionary of Greek. Koninklijke Brill NV, Leiden; pp. 389 y 1131. 31 Aristóteles, Metafísica. Libro VII (Z). 32 Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European Language Revival Association; pp. 805, 806, 2906-2914; Klein, E. (1971). Comprehensive Etymological Dictionary of the English Language. Elsevier, Amsterdam; p. 266; Online Etimology Dictionary. Etymonline, 2001-2016. [Internet]. [Consultado el 2016, 3 de marzo]. Disponible en URL: ttp://www.etymonline.com; de Vaan, M. (2008). Etymological Dictionary of Latin and the other Italic Languages. Koninklijke Brill, Leiden/Boston; pp. 195-196. 33 Brock, S. and Mares, E. (2007). «Introduction». En Brock, S. and Mares, E. Realism and Anti-Realism. Acumen Publishing, Durham; pp. 1-10. 34 Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European Language Revival Association; pp. 940-943; Klein, E. (1971). Comprehensive Etymological Dictionary of the English Language. Elsevier, Amsterdam; p. 586; de Vaan, M. (2008). Etymological Dictionary of Latin and the other Italic Languages. Koninklijke Brill, Leiden / Boston; pp. 485-486; Ernout, A. (2001). Dictionnaire Etymologique de la Langue Latine. Histoire des Mots. Librairie C. Klincksieck et Cie, Paris; pp. 529, 530, 532; Partridge, E. (2006). Origins. A Short Etymological Dictionary of Modern English. Taylor & Francis e-Library, London/New York; pp. 994-995. 35 Mullally, S.; Maguire, E. (2014). «Memory, Imagination, and Predicting the Future: A Common Brain Mechanism?». The Neuroscientist, 2014: Vol. 20(3), pp. 220-234. 23 EXISTENCIA NATURAL En base a lo dicho acerca de la ‘existencia’, corresponde distinguir la natural de la derivada (secundaria) de otro ente. Para tal efecto recordemos lo señalado en el capítulo previo acerca de la etimología del término natural, a saber: que este vocablo deriva del latín natura, que se relaciona con el verbo nasci (nacer). De allí que con natural podemos referirnos al concepto ‘innato’, en consecuencia, a ‘una realidad independiente de nuestros acuerdos humanos’36. Pero el origen de natural es griego. En efecto, deriva de φύσις (physis), un sustantivo derivado del verbo phyo, que suele designar ‘producir, generar, engendrar’37. Quien por primera vez usó el término physis fue Homero (siglo VIII a.C.), en La Odisea. El contexto en que usó dicha palabra fue para designar al crecimiento intrínseco de una especie particular de planta, llamada moly38. Homero habría usado este vocablo para denominar lo que se entiende hoy por ‘naturaleza’, es decir, ‘el modo de ser propio y constitutivo de una cosa’. Sin embargo, el significado del concepto designado por physis (‘physis’), desde su primer uso en la obra homérica hasta el de Eurípides (480-406 a.C.) en su obra Las Bacantes, no ha sido el mismo. Por ejemplo, para los pensadores jónicos ‘physis’ se refiere a todas las cosas. Tal afirmación se desprende del significado de la expresión historia peri physeos: ‘investigación sobre la naturaleza de las cosas’. Pero lo que prevalece es el planteamiento de que el término physis designaría el origen y el crecimiento de las cosas (universo), desde su principio hasta su final. En la filosofía, el significado de ‘physis’ ha sido ‘un principio, un poder originario, una sustancia elemental, creación, proceso (de crecimiento)’. En consecuencia, puede plantearse que tal concepto está referido a lo autoexistente, es decir, que lo natural es todo aquello que autoexiste39. Se debe notar que lo antedicho relaciona el significado de ‘natural’ con ‘causa’ y ‘origen’, además de ‘independencia existencial’. Efectivamente, un existente natural no es solo un ente independiente de un cognoscente, en consecuencia, real, sino que, además, su origen o causa le pertenece. Por lo tanto, un existente natural es algo que está por sí mismo (fuera del cognoscente), desde su inicio hasta su término. Sin embargo, tal como se señaló en la Introducción, debe advertirse que si bien se puede postular lo autoexistente, o lo real desde su origen hasta su final, tal como lo haría quien postula existentes sobrenaturales, dicho planteamiento es arbitrario. Ciertamente, al basarnos en una etimología fundada en procesos neurocognitivos creativos, lo léxico consiste en convenir palabras designantes de perceptos / conceptos a partir de ciclos de percepción-acción con cosas / hechos. Por lo tanto, lo que designamos con existente natural (autoexistente) está referido a la conceptualización de objetos materiales que cambian. Por ello es que, en rigor, solo se puede plantear que un ente natural lo es desde su origen hasta su término, es decir, que es un ente mutable, en proceso. Refuerza lo antedicho la etimología del término physis. En efecto, el vocablo en cuestión se relaciona con la raíz IE *bhu-, que designa ‘ser, crecer, producir, desarrollar’. Además, nótese que varios términos griegos estarían relacionados con physis: φύω (‘engendrar, causar, generar’), φύομαι (‘crecer, llegar a ser’), φυτόν (‘crecimiento, 24 planta’), y φυή (‘crecimiento, naturaleza’)40. Por lo tanto, durante la Antigüedad tanto physis como phyo conservaron su designación inicial: ‘crecimiento’. En consecuencia, a pesar de su evolución, el significado de ‘physis’ se mantuvo relacionado con el cambio, específicamente con el crecimiento (independiente) de una cosa, desde su nacimiento hasta su madurez41. Por esta razón, en la Grecia clásica se oponía el significado de ‘physis’ tanto al de ‘cultura’ como al de ‘nómos’ (convención). En efecto, para los griegos de aquella época los dos últimos conceptos no se referían a algo autoexistente. En base a lo señalado en párrafos anteriores, es decir, a que todo aquello que es generado por los seres humanos compone lo que existe derivada o secundariamente, se concluye que lo cultural, incluidos tanto los conceptos como los valores (normados o no), es un existente secundario compartido mediante algún sistema de comunicación. A continuación se profundizará lo relativo al constructo ‘existencia derivada o secundaria’. 36 Robins, R.H. (1967). «Greece». En Robins, R.H. A Short History of Linguistics. Longman, London; pp. 9-44. Torretti, R. (1998). «Notas sobre algunas expresiones griegas», pp. 159-162. En Torretti, R. Filosofía de la naturaleza. Santiago de Chile: Editorial Universitaria. 38 Homero. Odisea, «Canto X», pp. 302-303. 39 Liddell, H.A.; Scott, R. (1996). A Greek-English Lexicon. Clarendon Press, Oxford; pp. 1959, 1964 y 1965; Beekes, R. (2010). Etymological Dictionary of Greek, pp. 1597-1598, Koninklijke Brill NV, Leiden, The Netherlands; Pellegrin, P. (2000). «Física». En Brunschwig, J. (2000). Diccionario Akal del saber griego. Ediciones Akal, Madrid; pp. 246-258; Naddaf, G. (2005). «Introduction». En Naddaf, G. (2005) The Greek Concept of Nature. State University of New York Press, New York; pp. 1-9; Garani, M. (2007). «Introduction». En Garani, M. (2007). Empedocles REDIVIVUS: Poetry and Analogy in Lucretius. , New York / London; pp. 1-28; Chantraine, P. (1999). Dictionnaire Étimologique de la langue Grecque. Histoire des mots. Klincksieck, Paris; pp. 1233-1235; Sunshine, E. (1964). The Meaning of Physis in Aeschylus, Sophocles, and Euripides [thesis Master’s Degree in Classical Languages]. Loyola University. 40 Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European Language Revival Association; pp. 435-442; Chantraine, P. (1999). Dictionnaire Étimologique de la langue Grecque. Histoire des mots. Klincksieck, Paris; pp. 1233-1235. 41 Naddaf, G. (2005). «The Meaning of Peri Physeos». En Naddaf, G. (2005). The Greek Concept of Nature. State University of New York Press, New York; pp. 11-35. 37 25 EXISTENCIA DERIVADA O SECUNDARIA Es interesante notar que fuera del ámbito natural se ha planteado que algunos existentes podrían denominarse mediante el término subsistir. Vale decir, que aquello que «existe» en un contexto de suposiciones, ficciones, o hipótesis, más bien subsiste42. Como los llamados subsistentes dependen de otro existente, entonces surgen en un cognoscente creativo, un agente: están (son) en y por un ente que conoce creativamente. Por lo tanto, «existen» derivada o secundariamente respecto a otra entidad, o, en estricta etimología, insisten. Efectivamente, el término insistencia designa mejor a tales entes. Al respecto, la etimología de insistente nos permitirá entender lo señalado43. De la palabra sistere deriva insistere, que designa ‘estar en, estar situado en, encontrarse en, proceder con’. Este término está compuesto por el prefijo castellano in, proveniente del latín in-, que en este caso designa ‘dentro, en’, y sistere. El prefijo in se relaciona con los términos griegos ἐντός ‘dentro, en el interior’, y ἐν ‘en, bajo el poder de’44. Todos derivan del IE en, *hi(e)n, y son términos que designan ‘en’45. Por lo tanto, insistente señala todo aquello que está dentro de algún ente, como por ejemplo, un cognoscente. En consecuencia, podría plantearse que la referencia de ‘insistente’ se contrapone a la de ‘existente’: la primera es inmaterial mientras que la segunda es material. En resumen, podemos concluir lo siguiente: con el término estar designamos la propiedad fundamental de algo; y en las lenguas de origen IE, con el vocablo existir se pretendió establecer una relación tácita entre algo y un ente que conoce. En efecto, algo está (es) afuera de (existencia) o dentro de (insistencia) una entidad que conoce. Esto equivale a distinguir una existencia propiamente tal, independiente, sea natural o no, de una secundaria o derivada de otro ente. Según su origen, se existe natural o artificialmente. Lo natural autoexiste desde su origen, en cambio lo que no es natural resulta de la acción de un cognoscente. De este último puede resultar un objeto material o uno inmaterial (constructo). Pero como los constructos no están fuera de un cognoscente sino dentro, entonces insisten, son entes u objetos cognitivos. De lo dicho se puede concluir que el estudio de la existencia le corresponde a la ontología y que el de la insistencia a la epistemología. Pero además del aporte de la etimología, en el ámbito de las neurociencias se ha desarrollado múltiples investigaciones relativas a los conceptos, que nos han permitido entender cada vez mejor la generación de constructos, incluidos los valores humanos, la capacidad predictiva y las ficciones. Con relación a la conceptualización, tal como se señaló en párrafos anteriores, sabemos que se debe a procesos cerebrales neuroplásticos, específicamente sinápticos46. En este contexto, y dado que suele señalarse que los constructos son objetos atemporales, debe destacarse que si los constructos cambian es porque cambian los sistemas neurales de los que surgen. Por esta razón la plasticidad sináptica es la base de un conocimiento creativo y abstracto. Al respecto, los sistemas neuronales corticales, cuya actividad se relaciona, en mayor o en menor medida, con la experiencia, son unidades de memoria perceptual o conceptual (cógnitos). Los cógnitos conceptuales, que 26 son más abstractos que los perceptuales, estarían representados en la CPF. Esto equivale a decir que de la integración flexible de los cógnitos surgiría una cognición creativa47. Respecto a lo valórico, se sabe que la mayoría de nuestros procesos neurocognitivos comprenden valoraciones. Tanto frente a cosas / hechos en proceso de percepción como ante su recuerdo (memoria episódica), o frente a un contexto de conocimiento más general o abstracto (memoria semántica), pueden desencadenarse procesos cognitivoemocionales complejos. Aunque frente a un contexto de conocimiento más abstracto no suelen asociarse emociones. Como las emociones ejercen influencia sobre nuestros procesos ejecutivos, lo hacen también sobre nuestras decisiones48. En consecuencia, toda valoración tiene un componente emocional, y toda decisión involucra una valoración, incluso respecto a los efectos posibles de las decisiones ejecutadas mediante alguna conducta49. De lo antedicho, se puede concluir que nuestras decisiones se ejecutan con algún grado de conocimiento acerca del marco valórico, tanto personal como cultural, en el que nos situamos. En consecuencia, las consideraciones valóricas de las decisiones que podrían concretarse en una conducta determinada no son absolutas sino más bien contextuales. Sin embargo, a pesar de que cada individuo humano posee un orden valórico personal, se ha logrado establecer, mediante investigaciones transculturales, que algunos contenidos valóricos humanos son comunes50. Finalmente, en diversos estudios se ha planteado que tanto las ficciones como la predicción están determinadas, parcialmente, por nuestras experiencias previas. Se ha logrado establecer una estrecha relación entre la memoria y la capacidad de predicción. Como esta última se vincula con la aptitud cognitiva para proyectar posibilidades, se asemeja a los procesos de imaginación y ficción. En efecto, podría considerarse que ficcionar es proyectar cognitivamente una posibilidad. En este contexto, a pesar de que las ficciones pueden concebirse tanto con atributos naturales como sobrenaturales (poderes divinos, mágicos, etcétera), los resultados de investigaciones recientes sugieren que para imaginar lo posible nos basamos en nuestra memoria. Pero no solo se ha demostrado que la memoria participa en la generación cognitiva de lo posible, sino que algunos procesos neurocognitivos que ocurren en el hipocampo y en otras regiones cerebrales son importantes para la formación de constructos vinculados a lo posible (proyección cognitiva)51. En particular, la CPF humana reúne las capacidades cognitivas necesarias para predecir eventos y prepararse ante ellos. Estructuralmente, la CPF, junto con la corteza de asociación posterior, está en el nivel más alto de la organización cortical, que comprende redes neuronales que representan acciones dirigidas a objetivos complejos. En consecuencia, funcionalmente la CPF se sitúa en el nivel más alto de los ciclos de percepción-acción, lo que permite la conexión de nuestro organismo con el medio ambiente en lo que a la búsqueda de objetivos se refiere. Por ello es que las funciones predictivas de la CPF permiten la planificación secuenciada de las decisiones que apuntan a un propósito52. Considerando todo lo descrito tanto en cuanto a la existencia natural como a la derivada, cabe intentar responder la siguiente interrogante: ¿qué es aquello denominado enfermedad? En el presente contexto, puede concluirse que la cuestión fundamental 27 acerca de lo denominado enfermedad no dice relación con si existe o no, sino que con la cuestión acerca de si existe o naturalmente o secundariamente (conceptual y convencionalmente). En nuestro intento por responder tal interrogante, debemos recordar que los existentes naturales / materiales se diferencian de los inmateriales porque estos últimos no cambian. Al respecto, Platón (427-347 a.C.) distinguió lo existente inteligible, eterno e imperturbable (las formas), de lo mutable y perecedero (lo material)53. Sin embargo, sabemos actualmente que los constructos no son eternos. Y que aunque las ideas suelen homologarse a los conceptos, por el contexto, es decir, el sistema teórico-conceptual en que se origina cada referente de estos términos, no son necesariamente lo mismo puesto que los conceptos son un tipo de objeto cognitivo dependiente de un cognoscente. Además, no debemos olvidar que el análisis planteado en esta obra se funda en que los procesos neurocognitivos, tanto designativos como perceptivos, y de conceptualización, se relacionan con objetos materiales (cosas / hechos). Por lo tanto, la presente discusión acerca del tipo de existencia de aquello que se denomina enfermedad se basa en la tríada cosas / hechos (percibibles)-perceptos / conceptos-símbolos. Haciendo hincapié en lo dicho anteriormente, las cosas / hechos deben interaccionar o haber interaccionado con un cognoscente, es decir, deben ejercer un cambio de alguna manera percibible (directa o indirectamente) para establecer las relaciones señaladas. En efecto, la relación entre las palabras y las cosas / hechos está mediada por procesos neurocognitivos que derivan en perceptos / conceptos. Por lo tanto, se puede señalar tres tipos de objetos, dos inmateriales y uno material, a saber, respectivamente: el léxico (palabras, frases, etcétera), los constructos, y las cosas / hechos. En consecuencia, es indudable que el lenguaje nos permite relacionar los perceptos / conceptos con el mundo material / real54. Como se señaló anteriormente, la percepción resulta de procesos neurocognitivos de integración que posibilitan la formación de perceptos. Dependiendo del grado de tal integración podemos conformar tanto perceptos simples como poliperceptos. Cuando estos últimos alcanzan un alto grado de generalidad devienen en abstracciones. Aunque nuestro SNC presenta sistemas neuronales con patrones conectivos innatos, determinados en parte por lo genético, la experiencia es fundamental para la expresión de dicha conectividad innata. Por lo tanto, por muy abstracto que sea un objeto cognitivo su contenido deriva, en gran parte, de la experiencia o la interacción con cosas / hechos55. En efecto, gracias a la relación entre los procesos neurocognitivos humanos con los existentes (o cosas / hechos) podemos adaptarnos y sobrevivir en correspondencia con ellos56. En resumen, la relación entre las cosas / hechos, los símbolos (que denominarían a algunos de ellos), y los perceptos / conceptos, equivale a plantear el problema de aquello que designamos como enfermedad en tres niveles: el fáctico (conocido y conocible), el conceptual y el léxico. Nótese que aunque no todos los predicados (entendidos como la conceptualización de una propiedad) se refieren a cosas / hechos (referencia fáctica), los perceptos (predicación perceptual) siempre están referidos a cosas / hechos. A partir de todo proceso cognitivo, que se inicia con la formación de perceptos, se 28 puede generalizar algunas de las propiedades presentes en una cosa / hecho, las principales para un contexto determinado (valoración). Como de tal generalización se forma nuestro conocimiento acerca de las cosas / hechos percibidos es que nuestros comportamientos pueden ser adaptativos ante un contexto real específico57. Sin embargo, so pena de incurrir en un empirismo radical58, se debe hacer hincapié en que gracias a la flexibilidad de los procesos neurocognitivos es posible la abstracción. Además, aunque se ha planteado que las cosas / hechos estarían representados en los mismos sistemas neuronales que se activan cuando los percibimos y los utilizamos59, es importante señalar que nuestros procesos perceptivos no tienen una correspondencia fiel con la realidad: un percepto solo es similar a la cosa / hecho percibido. En base a lo señalado, se puede plantear que la generalización de las propiedades comunes de algunos estados humanos que han sido valoradas como inadecuadas en un contexto determinado nos ha permitido formar el percepto / concepto ‘enfermedad’. Esto equivale a señalar que no solo se producen cambios en las propiedades de los diversos existentes biológicos, sino que pueden ser o adaptativos o desadaptativos, según su valoración ante un entorno determinado. En síntesis, ‘enfermedad’ dice relación con las propiedades comunes que resultan de una alteración biológica desadaptativa que se presenta por el dinamismo interactivo con un ambiente determinado. Durante el desarrollo de nuestra especie y de nuestro lenguaje, dichas propiedades debieron percibirse para luego conceptualizarse y valorarse. Posteriormente fueron denominadas con términos más o menos descriptivos60. En consecuencia con lo mencionado, puede señalarse lo siguiente: 1) Si en el nivel fáctico se entiende por natural lo descrito anteriormente (un autoexistente), lo que denominamos con el término enfermedad (y otros afines) no existe naturalmente, es decir, no es un ente natural. Tampoco es una entidad real no natural. En consecuencia, rigurosamente hablando no existe. Sin embargo, lo que existe es un conjunto de propiedades de una entidad biológica cualquiera, con independencia de un cognoscente. En este caso, con enfermedad podría denominarse lo que percibimos y valoramos respecto al estado de un sistema biológico, que es real. 2) En lo que respecta a la relación entre lo léxico y lo conceptual, lo que designamos con el vocablo enfermedad es un existente secundario, inmaterial, es decir, un insistente. Dicho más claramente: predicamos la percepción y conceptualización de una o varias propiedades acerca de entidades biológicas. En efecto, de la interacción de un cognoscente con cosas / hechos biológicos, cuyas propiedades comunes se perciben y conceptualizan surge un constructo: ‘enfermedad’. Las designaciones de este percepto / concepto han sido múltiples: enfermedad, disease, maladie, nosos, y otros términos afines. La mayoría de los términos usados para designar el concepto ‘enfermedad’ han sido descriptivos y valorativos. Este concepto, con la designación convenida que sea, hace referencia a los seres vivos. Sin embargo, cabe agregar que en el contexto de una semántica realista se distingue la referencia de la extensión 61. La extensión de un concepto son aquellos referentes que presentan de hecho lo predicado, es decir: es el nivel fáctico de lo que se predica. Por consiguiente, en el caso que nos convoca, la 29 extensión de ‘enfermedad’ no corresponde a los seres vivos solamente, sino que a aquellos que presentan un estado o conjunto de propiedades especiales. Cuando atribuímos un estado denominado enfermedad lo hacemos respecto a la conceptualización de un conjunto especial de propiedades de un ser vivo (humano o no). Pero, ¿cuáles son las propiedades que hemos distinguido para caracterizar tal estado? Para responder esto debe recordarse que como todo ser factual, material, los vivientes cambian. Pero, obviamente, no todo cambio o alteración deriva en un estado enfermo. En consecuencia, se puede plantear que cuando un sistema biológico presenta una modificación tal que lo desadapta en el hábitat que le es propio, es decir, en el que se ha desarrollado (interactivamente), se encuentra en una condición que ha devenido en lo que llamamos con el vocablo castellano enfermedad, o con otros términos afines. Con relación al hábitat de un sistema biológico humano, es importante recordar que por su alta complejidad interactiva, el hábitat humano comprende tanto lo social como lo natural. Además, nuestras capacidades neurocognitivas nos permiten, para bien o para mal, intervenir activamente en nuestro ambiente. Al respecto, el comportamiento humano no solo puede alterar las propiedades de los componentes de nuestro ambiente natural, sino que también puede afectar a otros seres humanos, con la posibilidad de alterar sus estados tanto en la esfera de lo neurocognitivo-emocional como en lo concerniente a otros subsistemas de nuestro organismo. 30 42 Rescher, N. «Cognitive Realism». En Rescher N. Epistemology. An Introduction to the Theory of Knowledge. State University of New York Press, Albany, 2003; pp. 333-367. 43 Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European Language Revival Association; pp. 435-442, 940-943, 2906-2914; Online Etimology Dictionary. Etymonline, 2001-2016. [Internet]. [Consultado el 2016, 3 de marzo]. Disponible en URL: ttp://www.etymonline.com; de Vaan, M. (2008). 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Trends Cogn Sci. 2011 March; 15(3); pp. 97-103. 56 Mahon, B., Caramazza, A. «Concepts and categories: a cognitive neuropsychological perspective». Annu. Rev. Psychol. 2009; 60; pp. 27-51; Seger, C.; Peterson, E. «Categorization = decision making + generalization». Neuroscience and Biobehavioral Reviews 37; 2013; pp. 1187-1200. 57 Seger, C.; Miller, E. «Category Learning in the Brain», Annu. Rev. Neurosci. 2010; 33; pp. 203-219; Weber, A.; Vosgerau, G. «Is Cognition Grounded in Action? Conceptual Considerations and Empirical Evidence». En 31 Kokinov, B., Karmiloff-Smith, A., Nersessian, N.J. (eds.). European Perspectives on Cognitive Science. New Bulgarian University Press, 2011. 58 Ferrater Mora, J. Diccionario de filosofía. Tomo 1: A-K. Editorial Sudamericana, Buenos Aires: 1964; pp. 513516. 59 Beauchamp, M.; Martin, A. «Grounding Object Concepts in Perception and Action: Evidence from fMRI Studies of Tools». Cortex, 2007: 43; pp. 461-468; Martin, A. «The Representation of Object Concepts in the Brain». Annu. Rev. Psychol. 2007; 58; pp. 25-45. 60 Lips ,W. «La conceptualización de la enfermedad y algunas de sus designaciones: el aporte de un estudio etimológico comparado». Gaceta Médica de México (en prensa). 61 Bunge, M. «Designación». En Bunge, M. Tratado de filosofía. Semántica 1: Sentido y referencia. Gedisa, Barcelona: 2008; pp. 31-57; Bunge, M. «Referencia». En Bunge, M. Tratado de filosofía. Semántica 1: Sentido y referencia. Gedisa, Barcelona: 2008; pp. 59-115. 32 DE LOS HECHOS A UN CONSTRUCTO DESIGNADO: ALTERACIONES DE EXISTENTES VIVOS, ‘ENFERMEDAD’ Y ENFERMEDAD (Y AFINES) SEGÚN LO EXPUESTO, EL CONCEPTO ‘existencia’, la generalización de la propiedad de estar, la más básica y, por lo tanto, común de todas, resulta de ciclos neurocognitivos de percepciónacción desencadenados por la presencia de cosas / hechos. Los perceptos relativos a lo que ha sido presenciado surgen de procesos neuronales que pueden permanecer en nuestro SNC, como memoria episódica. Pero el procesamiento neurocognitivo de lo percibido no solo permite la generalización de otras propiedades comunes de una cosa/hecho, además de la de estar, sino que incluye un componente emocional / valórico. De allí que lo que se presencia (cosas / hechos) puede valorarse como relevante o no en un contexto determinado62. Con relación a lo ya dicho, no debe dejar de advertirse que esto también incluye lo que se ha memorizado a largo plazo. En efecto, nuestros recuerdos acerca de lo que experimentamos o presenciamos —e incluso lo que experimentamos a través de otros— se establecen en asociación con un componente emocional / valorativo63. En base a la integración de los aportes derivados de los estudios etimológicos y del conocimiento neurocientífico, se puede entender que, al menos en una etapa inicial, la creación de algunos símbolos se ha asociado a cosas / hechos percibidos, ya sea directa o indirectamente. En consecuencia, los procesos neurocognitivos relacionados con la comunicación se inician con la presencia de hechos. Pero gracias a nuestra capacidad de registro y mantención de lo percibido, es decir, a nuestras capacidades mnésicas, también se puede simbolizar tanto lo sucedido como lo que predictiva o hipotéticamente sucederá. Con relación a lo que se ha denominado con el término existente, hemos podido observar que su etimología nos enseña, por un lado, que es un símbolo compuesto. Pero, por otro, que la designación de este vocablo alude no solo a la descripción de un ente, a ‘lo que está (es)’, sino que, imprecisamente, a ‘aquello que está afuera de, ahí’. En consecuencia, el uso léxico de la conceptualización original de ‘existente’ ha sido bastante laxo. Por lo tanto, con existente y existencia se ha acostumbrado a designar un concepto que se refiere a ‘lo que está (es)’ sin precisar su temporalidad ni su espacialidad. Como ya se ha señalado, estrictamente hablando, con existente se designa un ente situado, actual, pero que está (es) fuera de. Sin embargo, ante toda cuestión acerca de lo que está (es) se requiere no solo precisar su temporalidad sino distinguir si ‘existente’ es un objeto que está fuera de quien lo conoce y/o en un espacio conocible, o en uno hipotético. Según lo que se ha revisado, pareciera que en su origen se quiso designar con dicho término cualquier objeto que está (es) fuera de o más allá de quien lo presencia, en algún lugar no precisado. Por lo tanto, en rigor, y como ya fue señalado, 33 ‘existente’ es la conceptualización de la propiedad más básica y común de los objetos materiales, es decir, de las cosas. Por consiguiente, cuando se predica que algo existe se hace referencia a la propiedad general de que algo está (es) con independencia de un cognoscente o de un agente. Por otro lado, hemos distinguido que si un objeto está (es) desde su origen y por sí mismo, entonces no solo existe, sino que autoexiste: es un existente natural. Por el contrario, si un objeto es el resultado creativo de otro (un cognoscente), entonces su estar (ser) es derivado, no natural: un ente derivado, creado artificialmente o no. Sin embargo, una vez creados, algunos objetos pueden estar (ser) independientemente, es decir, que además de derivados son reales y materiales: existen (rigurosamente hablando). Pero también hay objetos cuyo estar (ser) derivado es inmaterial: los constructos. En estricto apego a la etimología del término en cuestión, podemos plantear que estos últimos no existen, sino que más bien insisten, puesto que dependen, tanto en su origen como en su permanencia, de un cognoscente. Además, dado que lo que insiste puede comunicarse mediante símbolos, entonces surge su coinsistencia en un contexto léxico-conceptual. En consecuencia con lo planteado, dado que todo lo que se comunica y predica en algún lenguaje está referido a algo, el tema principal de cualquier enfoque relativo a lo denominado enfermedad debe dirigirse a determinar su manera de estar (ser). Es decir, se debe esclarecer si lo denominado enfermedad existe o está ahí (fuera de un cognoscente), naturalmente o no. O, por el contrario, si más bien su estar (ser) deriva y depende de un cognoscente, es decir, si es un constructo. Al respecto, podemos concluir que lo denominado enfermedad corresponde a la generalización cognitiva que durante nuestra historia hemos percibido y valorado acerca de la presencia de algunas propiedades humanas. Como ya se ha señalado, en términos generales las propiedades de un objeto material, vivo o no, pueden cambiar o alterarse debido a acciones, recíprocas o no, con el entorno. Si se produce un cambio de algunas propiedades relacionales de un ser vivo respecto a su entorno, podría generarse un desempeño inadecuado de tal organismo frente a su ambiente, sea este natural y/o social. Sin embargo, también puede ocurrir que solo cambie el hábitat de un organismo, de manera tal que este no pueda adaptarse a dicho cambio. Como sea, lo que ocurre en el caso humano en particular es que al valorar, ya sea tanto a partir de un proceso perceptivo actual como de un recuerdo, los atributos principales de algunos estados que involucran a entidades biológicas, se realiza un proceso de generalización que deriva en el constructo ‘enfermedad’. De aquí que lo referido por este constructo son seres vivos. Si se especifica el tipo de organismo al que se le asignan las propiedades generalizadas bajo el concepto ‘enfermedad’, podría especificarse que el referente son seres vivos animales o vegetales. Lo dicho vale tanto para los organismos pluricelulares como los unicelulares. Es más, dentro del reino Animalia se puede especificar si el referente acerca del que se predica ‘enfermedad’ es humano o no humano. Pero no basta con establecer el referente de ‘enfermedad’. En una semántica realista, es decir, aquella en la que lo predicado puede corresponder con cosas / hechos, se debe determinar también su extensión. Para ello debe establecerse el contenido o connotación de la ‘enfermedad’. Por lo tanto, cuando se predica que un ser 34 vivo está enfermo o presenta propiedades que en conjunto son designadas por enfermedad debe especificarse cuáles son esas propiedades, es decir, el contenido o connotación de ‘enfermedad’. Al respecto, dentro de algunas de las propiedades de los sistemas vivientes cabe destacar la capacidad que tienen para ajustarse ante algunos cambios del ambiente64. Por lo tanto, lo que denominamos salud de un viviente depende de su adaptabilidad. En efecto, su disminución o pérdida conlleva un estado denominado enfermedad, pero también podría devenir en la pérdida de sus biopropiedades: su muerte. En consecuencia, una posible connotación de ‘enfermedad’ sería: un cambio de algunas propiedades del viviente tal que lo inadecuan para desempeñarse en su entorno habitual, o un cambio de su hábitat que no le permite su desempeño adecuadamente. Por consiguiente, la extensión del tema en cuestión sería la siguiente: aquellos seres vivientes que presentan condiciones tales que no les permiten desempeñarse adaptativamente dentro de su entorno, tanto como un hecho constatable (componente objetivable) por quien lo percibe como según la valoración de quien lo presenta (componente no objetivable, emocional). Como el estado enfermo está asociado a los cambios de seres vivos en interacción con su entorno (por cambios del entorno o extrasistema y/o de los componentes y estructura del sistema o intrasistema, o de un subsistema dentro de un organismo), no solo puede haber diversas variantes de estados enfermos (manifestaciones individuales de un proceso) sino que pueden aparecer nuevos estados enfermos, «más enfermedades». Nótese que aunque esta afirmación puede aplicarse para seres vivos tanto humanos como no humanos, la capacidad cognitiva necesaria para tener conciencia tanto de lo hetero como autopercibido sería solo humana65. Resumiendo lo dicho a lo largo del desarrollo de esta obra podemos afirmar que los cambios o alteraciones solo ocurren en entes reales, y que su conceptualización es un proceso neurocognitivo que deriva en un objeto no natural. Respecto a esto último, se puede precisar que en algunos casos la conceptualización es un proceso regulado para un propósito. Es decir, que se concibe con arte o técnica, en el sentido de un proceso cognitivo humano que deviene en constructos que se designan convenidamente (símbolos) con la finalidad de comunicar. En base a esto podemos plantear que aquello denominado enfermedad se refiere a la generalización de algunas propiedades de diversos existentes propiamente tales (independientes), dicho de otro modo, a un objeto cognitivo o a un insistente. Por consiguiente, se debe precisar que enfermedad no designa a un existente propiamente tal puesto que lo que existe es particular. En efecto, con tal vocablo, u otros, denominamos la conceptualización de algunas propiedades comunes de algunos sistemas vivientes. Estas propiedades surgen a partir de cambios o alteraciones en un ser vivo durante sus interacciones con el entorno. Sin embargo, la conceptualización de tales propiedades se denomina enfermedad solo cuando resultan de alteraciones que generan desadaptabilidad entre un sistema biológico y su medio ambiente. Por lo tanto, aunque lo cierto es que con enfermedad se denomina un insistente, un constructo, este objeto cognitivo no es meramente convenido, puesto que lo que se consensúa se basa en hechos. De allí que la determinación de los criterios 35 necesarios para establecer un diagnóstico clínico requiere de la percepción y valoración de aquellas características del estado de un sistema viviente que pudieran ser desadaptativas respecto a su entorno. Dicho de otra forma, tal caracterización es un proceso neurocognitivo humano que necesariamente se elabora a partir de las valoraciones de las propiedades de un objeto material, considerando sus conexiones o relaciones fácticas con su entorno natural y/o social (según corresponda). Además, cuando la caracterización y valoración de las propiedades consideradas desadaptativas se obtienen por medio de la percepción directa, podemos establecer aquellos síntomas y signos que suelen percibirse conjuntamente, es decir, los síndromes. Sin embargo, a medida que la ciencia y la tecnología han progresado, el conocimiento clínico se ha vuelto más detallado y preciso. Por esta razón, en las últimas décadas se ha señalado que todo proceso diagnóstico se funda tanto en la apreciación y caracterización clínica de un síndrome como en la presencia de marcadores biológicos relevantes y válidos (entendidos como signos biológicos en general, que pueden cuantificarse)66. En el caso específico de los procesos diagnósticos en la psiquiatría, se ha intentado integrar endofenotipos (fenotipos intermedios) además de las manifestaciones psicopatológicas y conductuales requeridas para el diagnóstico psiquiátrico67. Con lo dicho, debe notarse que actualmente se ha distinguido aquello que se designa con los vocablos síndrome y enfermedad. Según su etimología, síndrome deriva del griego συνδρομή, que puede entenderse como ‘la presencia conjunta de propiedades’68. Por consiguiente, para determinar un estado de enfermedad no basta un síndrome (biológico) puesto que se requiere que tal condición o conjunto de propiedades biológicas generen desadaptabilidad al organismo vivo. De todo lo señalado puede constatarse que con el término enfermedad y otros no se denomina a un existente propiamente tal, concreto, particular, sino que se designa a un objeto conceptual. Pero al igual que todo constructo humano, ‘enfermedad’ resulta de ciclos interactivos cognitivos de percepción-acción que nos han permitido distinguir las características comunes de algunos sistemas vivientes. Estos procesos interactivos se desarrollan con un componente emocional, que puede desencadenarse ante lo percibido (cosas / hechos). Más aún, el componente emocional también queda registrado (memoria emocional)69, razón por la que al recordar lo percibido se asocia una emoción. Por lo tanto, cuando un cognoscente humano presencia o recuerda lo presenciado, propio o ajeno, necesariamente, y dependiendo del contexto cultural en que se encuentre, realizará valoraciones. Por esto los perceptos / conceptos de todo cambio (cosa / hecho) están asociados a una valoración (con sus graduaciones): bueno-malo, adaptabilidaddesadaptabilidad, etcétera. Dicho brevemente, con enfermedad designamos la generalización de un conjunto de propiedades relacionadas de algo (o parte de algo) real (biológico) que le hacen insuficientemente adaptativo con respecto al entorno en que interactúa. Efectivamente, con enfermedad designamos el constructo ‘enfermedad’, cuya referencia son los seres vivos o sistemas biológicos, y cuya extensión son aquellos que realmente están desadaptados en su entorno debido a una alteración en alguno de sus componentes con 36 relación a su hábitat, o viceversa. En consecuencia, para determinar si el desempeño de una entidad biológica es adaptativo o no, se debe considerar la siguiente propiedad de los seres vivos: su adaptabilidad al medio. Como la adaptabilidad es una propiedad relacional, la determinación del grado de adaptabilidad de un sistema biológico se establece, necesariamente, respecto a los sistemas con los que interacciona un biosistema. De allí que un estado sano (salud) es el estado de adaptabilidad suficiente de un individuo en el ambiente en que se desarrolló (interactuó y adaptó). La falta de adaptabilidad suficiente de un biosistema respecto a su hábitat, ya sea por cambios en éste o en los componentes y estructura del biosistema, puede generar un estado desdaptativo que hemos denominado con el término enfermedad (y otros). Dicho esto, debe recordarse que la desadaptabilidad de un sistema biológico podría ser de tal magnitud que le lleve a la pérdida de su vitalidad (muerte). Esto no solo concuerda con los planteamientos ecogenéticos de la ‘enfermedad’70, sino que con los aspectos dinámicos de los sistemas biológicos, es decir, con la plasticidad biológica. Al respecto, es destacable la constatación de que los procesos de envejecimiento se relacionan con una menor plasticidad biológica y, en consecuencia, con una mayor tendencia a presentar estados desadaptativos (‘enfermedad’) crónicos. Nótese que el significado del concepto ‘alteración’ aplicado a sistemas biológicos está estrechamente relacionado con lo que designa la frase plasticidad biológica fenotípica. En efecto, con esta frase se denota a un organismo capaz de expresar diferentes fenotipos dependiendo del entorno en que se encuentre71. También debe notarse que se suele distinguir ‘adaptabilidad’ de ‘plasticidad’, señalándose que este último consiste en la capacidad de cambio biológico por influencia de estímulos, razón por la que la plasticidad fenotípica es el rango de variabilidad de un fenotipo en respuesta a las fluctuaciones ambientales72. Respecto a la ‘adaptabilidad’ se refiere a la capacidad de adaptación fisiológica, sin cambios genéticos, de un ser vivo73. Establecida tal distinción, lo importante para los efectos de esta discusión es que tanto la plasticidad como la adaptabilidad de los sistemas vivos están relacionadas. Como en un ambiente cambiante se requiere de flexibilidad adaptativa, aquellos organismos cuyo desempeño es de menor plasticidad biológica tendrán menor capacidad de adaptación fisiológica, ya sea a lo largo del desarrollo general de un individuo en su hábitat como de la evolución de una especie. En el primer caso, un individuo podría encontrarse en un estado denominado enfermo o fallecer. En el segundo, una especie desaparecerá del proceso evolutivo. De todas formas, se evidencia que con el concepto ‘adaptación’ se alude a interrelaciones que involucran cambios. Por esta razón su referencia es fáctica, nunca conceptual. Al respecto, la etimología del término adaptación nos señala que deriva del latín adaptare, que significa ‘ajustar’. Este vocablo deriva, a su vez, de ad- ‘hacia’ + aptare ‘unirse, ligarse’. Aptare se relaciona con aptus, que se refiere a ‘ligado’, pero que tomó un sentido laudatorio: ‘bien ligado’, es decir, ‘adecuado, conveniente’. Estos términos se relacionan con el vocablo griego αρμοστος (‘encajar, ajustar, corresponder con, conectar’). Nótese que este último vocablo se vincula con αρμονία (armonía). Finalmente, el origen común de estos 37 vocablos es del proto-indoeuropeo (PIE) *h2er- ‘unido, ajustado’74. Por lo tanto, el constructo ‘adaptación’ se establece respecto a un hecho en el que se interconectan por lo menos dos cosas. Es decir que alude a relaciones de hecho entre partes, pero con la noción de ajuste, que puede entenderse como un estado de equilibrio interactivo. Dado que lo dicho implica conexiones de algún tipo, necesariamente tendrán un alcance espacial y temporal. En efecto, en el caso específico de los procesos de un sistema biológico que son discordantes con su entorno pueden generar acciones y reacciones con otros sistemas o subsistemas. Por ejemplo, la alteración del funcionamiento o propiedad contráctil automática del corazón (arritmia) podría generar alteraciones en otros sistemas (SNC, riñones, etcétera) siempre y cuando la alteración cardíaca en cuestión sea de tal importancia como para afectar su volumen de eyección sanguíneo. Además, si otros sistemas u órganos se encuentran en estados cuyas propiedades disposicionales los hacen vulnerables o menos adaptables ante los cambios del entorno, entonces es más posible que sus propiedades se alteren y se actualicen desadaptativamente. En este contexto, cabe señalar que si la conexión entre un sistema y otro está mediada cognitivamente, se agrega el componente emocional-valorativo (afectivo) ante el cambio de las propiedades de algún sistema. En definitiva, toda alteración de un sistema biológico ocurre por su interrelación fáctica con su entorno. Sin embargo, dentro del desarrollo neurocognitivo y cultural de nuestra especie, lo que se ha denominado con el término enfermedad y afines ha sido tanto la hetero / autopercepción como la valoración de aquellas alteraciones globales de un viviente que le desajustan respecto a su hábitat. Cabe precisar que las alteraciones biológicas no solo pueden presentarse naturalmente sino que también artificialmente, e incluso mixtamente. En efecto, muchas de las alteraciones que afectan a nuestro organismo son provocadas por nosotros mismos, resultan de nuestras interacciones sociales. Un ejemplo de esto son aquellos eventos sociales que resultan en estados de estrés crónico, que, por un lado, tienden a generar una serie de alteraciones biológicas tanto generales como específicamente neurocognitivo-emocionales, y que, por otro, pueden resultar en interacciones desadaptativas respecto al hábitat correspondiente. Concluyendo, frente a la interrogante acerca de la existencia de lo denominado enfermedad (y afines), la respuesta se obtiene remitiéndonos a Aristóteles, a saber: que lo que existe (realmente) no son las generalidades sino los individuos. La «existencia» conceptual, o insistencia, dice relación con la generalización cognitiva de una suma de propiedades de entes reales. En consecuencia, ante la cuestión abordada en esta obra la propuesta más plausible podría ser la siguiente: que lo designado con el término enfermedad no existe sino que insiste, y que solo existen sistemas materiales vivos que según su grado de adaptabilidad ante su entorno habitual pueden designarse como sanos o enfermos. Como la designación enfermedad se establece cuando un ser vivo se encuentra en un estado de desadaptación frente a su hábitat, el concepto ‘enfermedad’ se funda en el grado de presencia (suficiente o insuficiente) de una propiedad biológica relacional común: la adaptabilidad ante el medio ambiente habitual correspondiente para cada sistema vivo. 38 62 Fuster, J. «Overview of Prefrontal Functions: E Pluribus Unum – Coordinating New Sequences of Purposeful Action». En Fuster, J. The Prefrontal Cortex. Elsevier, Amsterdam: 2015; pp. 375-425. 63 Phelps, E. (2006). «Emotion and Cognition: Insights from Studies of the Human Amygdala». Annu. Rev. Psychol, 2006, 57; pp. 27-53. 64 Mahner, M. y Bunge, M. (2000). Fundamentos de Biofilosofía, pp. 167 y 168. Siglo Veintiuno Editores. 65 Frith, C.; Frith, U. (2012). «Mechanisms of Social Cognition». Annu. Rev. Psychol, 2012, 63; pp. 287–313. 66 «Biomarkers Definition Working Group. 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Este libro se terminó de imprimir en los talleres digitales de RIL® editores • Donnebaum Teléfono: 22 22 38 100 / ril@rileditores.com Santiago de Chile, diciembre de 2016 Se utilizó tecnología de última generación que reduce el impacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el papel necesario para su producción, y se aplicaron altos estándares para la gestión y reciclaje de desechos en toda la cadena de producción. 39 Table of Contents Portada Portadilla Créditos Dedicatoria Advertencia Introducción Neurocognición y lenguaje Lo natural versus lo artificial La enfermedad: ¿un existente natural, artificial o sobrenatural? Acerca de lo que existe Existencia Existencia natural Existencia derivada o secundaria De los hechos a un constructo designado: alteraciones de existentes vivos, ‘enfermedad’ y enfermedad (y afines) 40 Índice Portada Portadilla Créditos Dedicatoria Advertencia Introducción Neurocognición y lenguaje Lo natural versus lo artificial 3 4 5 6 7 8 11 16 La enfermedad: ¿un existente natural, artificial o sobrenatural? Acerca de lo que existe 18 19 Existencia Existencia natural Existencia derivada o secundaria 21 24 26 De los hechos a un constructo designado: alteraciones de existentes vivos, ‘enfermedad’ y enfermedad (y afines) 41 33