Subido por psicofersal

¿Existentes enfermos o enfermedades existentes

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Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Advertencia
Introducción
Neurocognición y lenguaje
Lo natural versus lo artificial
La enfermedad: ¿un existente natural, artificial o sobrenatural?
Acerca de lo que existe
Existencia
Existencia natural
Existencia derivada o secundaria
De los hechos a un constructo designado: alteraciones de existentes vivos,
‘enfermedad’ y enfermedad (y afines)
2
E
¿ XISTENTES ENFERMOS O
ENFERMEDADES EXISTENTES?
3
WALTER LIPS CASTRO
E
¿ XISTENTES ENFERMOS O
ENFERMEDADES EXISTENTES?
4
E
¿ XISTENTES ENFERMOS O
ENFERMEDADES EXISTENTES?
Primera edición: diciembre de 2016
© Walter Lips Castro, 2016
Registro de Propiedad Intelectual
Nº 266.816
© RIL® editores, 2016
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Composición e impresión: RIL® editores
Diseño de portada: Matías González Pereira
Impreso en Chile • Printed in Chile
ISBN 978-956-01-0407-6
Derechos reservados.
5
A mi madre, Viviana Castro Delgado:
por el sigilo generoso que nos dedicó mientras infantes.
Y a mi padre, Walter Lips Mendoza:
por dar crédito a lo justo en cada razonamiento de sus amores.
6
ADVERTENCIA
Para distinguir lo léxico de lo conceptual y de lo fáctico debe considerarse lo
siguiente:
1) se usará comillas simples (‘ ’) para lo conceptual,
2) se usará comillas bajas o españolas (« ») para reproducir citas textuales, o para
indicar el uso impropio o irónico de una palabra,
3) se usará cursiva para lo léxico,
4) no se hará uso de comillas ni cursiva cuando no se especifique ni lo léxico ni lo
conceptual ni lo fáctico, es decir, en un uso coloquial.
Como se verá durante el desarrollo de esta obra, generalmente el uso de símbolos
alude a objetos cognitivos y raramente se simboliza un objeto material específico, salvo
mediante nombres propios.
7
INTRODUCCIÓN
EL DESARROLLO DE ESTA OBRA se fundamenta en que la formación (histórica) de las palabras, objeto
de la etimología, se relaciona con nuestras incesantes interacciones neurocognitivas con
el entorno, cuya base son ciclos de percepción-acción ante lo real-factual. Todo
comportamiento adaptativo requiere de un procesamiento neurocognitivo sensoperceptivo acerca de cosas/hechos, que se organiza en una serie de acciones relacionadas
con algún objetivo. En efecto, en el sistema nervioso central (SNC) la actividad
neurocognitiva resulta de interacciones con el entorno. Tal actividad se establece a
distintos niveles corticales: desde la corteza posterior (senso-perceptiva) hacia la anterior
(motora-ejecutiva), con procesos de retroalimentación en todos los niveles. En
consecuencia, a nivel cortical la información fluye circularmente a través de una serie de
áreas jerárquicamente organizadas que constituyen el ciclo de percepción-acción. Sin
embargo, los actos automáticos, fuertemente establecidos por múltiples repeticiones,
responden a procesos de neurointegración en los niveles inferiores de dicho ciclo. Por el
contrario, el comportamiento complejo se integra en niveles corticales superiores, es
decir, en áreas corticales de asociación sensorial superior y en la corteza prefrontal
(CPF)1. De aquí que la formación de constructos corresponde, grosso modo, a procesos
de generalización neurocognitiva que se originan en la percepción de cosas / hechos y
sus propiedades. Cabe notar que para distinguir la hetero de la autopercepción respecto
de lo real-factual se debe considerar la interacción entre un sistema sensoperceptivo y los
hechos a su alcance (temporal y espacialmente). Además, no debe desconsiderarse que lo
real podría ser postulado como tal aunque no sea algo que está allí de hecho (existencia
propiamente tal, como se verá más adelante). Por ello, se suele plantear o postular
existencias, es decir, que algo está (es) sin especificar si lo está de hecho o por
cognición. Con aquello que no está allí de hecho no se puede interactuar
perceptivamente, en consecuencia, sin duda alguna, tampoco se puede copercibir con
otros cognoscentes. Por esta razón, se suele convenir la posibilidad de su existencia o su
estado real. Un ejemplo de esto son las entidades llamadas sobrenaturales. Estos
planteamientos no son comprobables, sin embargo pueden o convenirse o imponerse
arbitrariamente. Pero lo importante es que, en general, todo planteamiento cognitivo es
una proposición, que puede o no fundamentarse fácticamente. Aquellas que no se fundan
necesariamente en cosas/hechos son las ficciones y las creencias. Sin embargo, debe
notarse que no elaboramos creencias o ficciones sin conexión alguna con lo percibido, es
decir, con nuestra memoria. A pesar de esto, algunas creencias son afirmaciones o
sistemas conceptuales que no se cuestionan, sino que se establecen o postulan
acríticamente, sin posibilidad de ratificarse o someterse a una prueba fáctica, ya sea
porque en su mayoría no tienen un referente fáctico o porque emocional y
valorativamente se consideran incuestionables. En este contexto, podría plantearse que la
diferencia entre las creencias y las ficciones radica en el nivel de certeza con que se
8
establecen. Las primeras son convicciones, que se asumen como verdaderas o reales, en
cambio las segundas son ejercicios cognitivos tentativos, que se plantean más
flexiblemente, razón por la que podrían someterse a corrección.
Considerando lo dicho, es importante destacar que la etimología puede entenderse no
solo como el estudio acerca del origen de las palabras, sino como una disciplina que
estudia sus significados verdaderos, razón por la que está vinculada a la semántica,
específicamente al llamado método semántico de la etimología2. En efecto, algunos
autores han señalado que se puede distinguir la etimología tradicional, entendida como el
estudio del origen (fonético) de las palabras, de la etimología moderna, cuyo objetivo se
relaciona con el estudio de la historia de las palabras, de su significado3.
Ya en la obra platónica Crátilo y en un escrito órfico descubierto en el papiro de
Derveni (del siglo IV a.C.) se discutió acerca de si las palabras, y aquello a lo que se alude
con ellas, corresponde o no a convenciones humanas 4. Sin embargo, en la actualidad
sabemos que con las palabras, y con los símbolos en general, podemos formar sistemas
simbólicos referidos a constructos que tienen un contenido o significado, algunos de los
cuales pueden asociarse a cosas y hechos.
En consecuencia, podría usarse la disciplina denominada etimología según lo señala la
propia formación histórica de tal vocablo. Efectivamente, dicho término deriva del
griego ἐτυμολογία que se compone de ἔτυμος (étimo, que significa ‘verdadero,
auténtico, real’), y -λογία (-logía, cuyo significado es ‘tratado, estudio’). Posteriormente,
la palabra etimología fue latinizada por Cicerón (107 a.C.-44 a.C.) como veriloquium,
palabra compuesta a partir de los términos veri (verdadero) y loquium (palabra). Por lo
tanto, en sus inicios, los estudios etimológicos estaban referidos a lo ‘verdadero, a lo
real’5.
Pero más allá de las palabras y de todo tipo de lenguaje, lo principal, para el desarrollo
del tema en cuestión, es lo relativo a la comunicación humana. Al respecto, cabe señalar
que todo lo comunicable alude a algo: real o irreal, natural o sobrenatural, observable o
inobservable, etcétera. En definitiva, cuando se alude a algo se hace referencia a otro ser
/ estar, ya sea presente o ausente (pasado, es decir, memorizado; o posible, es decir,
proyectado cognitivamente). Por lo tanto, gracias a nuestras capacidades mnésicas
podemos referirnos a lo que estuvo (fue). Pero además, como se planteará en párrafos
posteriores, por nuestra capacidad neurocognitiva de proyectar posibilidades y de
ficcionar, también comunicamos lo posible, es decir, lo que podría estar (o podría ser).
En consecuencia, es necesario, para el buen desarrollo del tema central de esta obra,
comprender, en primer lugar, algunos aspectos relativos a la comunicación humana y su
relación con lo léxico. Posteriormente se abordará el tema de la existencia en general,
para establecer las bases sobre las que, finalmente, se discutirá y concluirá lo relativo a la
existencia de aquello que se denomina con el término castellano enfermedad, y algunos
otros vocablos afines propios de otras lenguas.
9
1
Fuster, J. (2004). «Upper processing stages of the perception–action cycle». Trends in Cognitive Sciences, Vol. 8,
No. 4, April 2004.
2
Baxter, T. (1992). «Plato’s Ideal Theory: Contrasts and Comparisons», pp. 56-85. En Baxter, T. (1992). The
Cratylus: Plato’s Critique of Naming. Brill, Leiden.
3
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Francaises, 1959, n. 11, pp. 233-264.
4
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5
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Edinburgh.
10
NEUROCOGNICIÓN Y LENGUAJE
EL LENGUAJE HA FACILITADO, y nos sigue facilitando, tanto comunicarnos como razonar. Por
consiguiente, ha sido una herramienta fundamental para nuestro desarrollo. Respecto a
su origen, hay debates entre quienes sostienen que es resultado de un proceso evolutivo
gradual y aquellos que plantean que su surgimiento fue más repentino6. Lo indudable es
que el inicio de nuestro lenguaje se fundó en interacciones mediante el uso de sonidos.
Posteriormente, alrededor del 3000 a.C., gracias a la creación de la escritura
(pictográfica) en la cultura sumeria7, se establecieron relaciones entre signos gráficos
convenidos (símbolos) con cosas / hechos. Como veremos, esto se debe, dentro del
contexto de los procesos neurocognitivos humanos, a que las propiedades de una cosa /
hecho percibidas y valoradas como importantes para una situación determinada pueden
conceptualizarse y comunicarse. Por consiguiente, con menor o mayor abstracción, tanto
los perceptos como los conceptos resumen un conjunto de propiedades de cosas / hechos
hetero y/o autopercibidos.
Si consideramos que nuestros procesos comunicativos han sido un componente
fundamental para el desarrollo de nuestra especie, podría plantearse que nuestra
capacidad para comunicarnos haya progresado gradualmente antes de que surgiera un
lenguaje tal como hoy lo ejecutamos. Dicho más claramente, nuestro lenguaje habría
coevolucionado con los procesos de organización social y desarrollo cerebral. En
consecuencia, para entender su formación se debe considerar tanto los procesos de
comunicación social como los de adaptabilidad biológica ante algún entorno,
entendiéndose por esta última la capacidad de adecuarse o ajustarse ante distintas
condiciones ambientales8 . En síntesis, es posible plantear que tanto el desarrollo cultural
como el léxico han cursado paralela e integradamente en nuestro cerebro9.
Los símbolos, tales como las palabras, forman parte de nuestro lenguaje porque nos
permiten establecer relaciones entre las cosas / hechos y nuestros procesos cognitivoemocionales. Al respecto, algunos autores distinguen la designación de la denotación. La
primera resulta de una relación cognitiva establecida entre símbolos y constructos
(perceptos, conceptos, proposiciones, teorías, valoraciones, ficciones, etcétera), mientras
que la denotación resulta de las relaciones establecidas entre símbolos y cosas / hechos10.
Sabemos que de la acción e interacción de las cosas u objetos materiales se genera
hechos. Sin embargo, cabe notar que algunas de las interacciones de los objetos
materiales son especiales, a saber: las que están mediadas por procesos neurocognitivos.
Como se verá más adelante, estos procesos suelen iniciarse con la percepción y, para el
caso de nuestra especie, pueden finalizar en abstracciones. De aquí que tanto nuestras
relaciones fácticas como cognitivas con cosas / hechos, incluidos otros cognoscentes,
deben percibirse, directa o indirectamente (mediante un artefacto). Por lo tanto, en rigor
la mayoría de los símbolos solo designan (perceptos / conceptos) y no denotan (cosas /
hechos). En efecto, no hay una relación unívoca entre un símbolo y una cosa / hecho,
11
como tampoco directa. Esto obedece a que lo fáctico debe primeramente percibirse /
conocerse de alguna manera para ser simbolizado. Si entre lo fáctico y lo léxico no
hubiera un proceso cognitivo que permita algún grado de generalización o
categorización acerca de las cosas / hechos, entonces podría haber tantas palabras como
cosas / hechos que denotar.
Filogenéticamente hablando, el lenguaje ha resultado de una elaboración cognitiva
gradual que nos ha permitido comunicarnos simbólicamente acerca de cosas / hechos,
constructos, emociones, valoraciones, etcétera. Efectivamente, el lenguaje es el resultado
de un proceso evolutivo complejo que involucra diversos procesos neurocognitivos que
median nuestras interacciones con el entorno. Al respecto, cabe añadir que a nivel
ontogenético se ha demostrado que el desarrollo de todo medio de comunicación se
relaciona con nuestros sistemas neuronales sensorio-motores o perceptivo-ejecutivos11.
En consecuencia, se puede plantear que mediante ciclos de percepción-acción hemos
establecido una relación neurocognitiva con el entorno material12, a partir de la que
hemos incorporado gradualmente lo léxico. Esto nos ha permitido una mejor
planificación de nuestros actos comunicacionales y, por consiguiente, una mejor
capacidad adaptativa tanto frente a nuestro entorno natural como social13.
Se sabe que todo proceso comunicacional es indisoluble de toda interacción social, y
que la adaptabilidad de cualquier grupo social ante su entorno radica en que sea capaz de
comunicarse efectiva y adecuadamente. Pero toda conducta, comunicativa o no, dirigida
hacia un propósito, requiere de una continua capacidad adaptativa frente a las
consecuencias o resultados de cada acción, dentro del conjunto de circunstancias en que
se ejecutan. De allí que algunos ciclos de percepción-acción humanos son evaluados
según sus resultados, que, a su vez, son hechos percibidos con un componente
emocional, es decir, hechos percibidos y valorados. Este proceso puede realizarse más o
menos automáticamente, o sea, con mayor o menor conciencia acerca de las
consecuencias. La capacidad neurocognitiva relacionada con la predicción de las
consecuencias es la base de todo proceso de toma de decisiones adaptativas o
congruentes con el entorno natural y/o social. Según lo expuesto , parece razonable
considerar que las palabras se han creado convenidamente para aludir a perceptos /
conceptos relacionados con cosas / hechos tanto naturales como sociales. Y que la
formación de todo sistema simbólico, tal como las lenguas (idiomas), obedece a procesos
neurocognitivos humanos cuya finalidad ha sido la comunicación, que es una interacción
neurocognitiva que involucra lo emocional.
En el entendido que los símbolos son signos usados convenidamente por nuestra
especie, y que su formación deriva de procesos neurocognitivos que nos han permitido
establecer las relaciones antedichas, se ha planteado que la mayoría de las palabras
tienen contenido y nombran categorías o generalizaciones de cosas / hechos14. Pero decir
que una palabra tiene contenido es una manera poco exacta de expresar que lo léxico
(palabras y frases) se relaciona neurocognitivamente con algún constructo (percepto /
concepto, proposición, etcétera). Como sea, podemos constatar que en lo fundamental
sigue vigente el influyente planteamiento de Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) respecto al
12
significado de los conceptos —conocido actualmente como triángulo semiótico— cuya
base es la relación triádica palabra-concepto-cosa 15. Como ya se señaló, la etimología
puede abordarse en cuanto al estudio de la formación de las palabras. Por lo tanto, la
integración del conocimiento neurocientífico actual con el etimológico podría
permitirnos explicar cómo hemos establecido relaciones entre las cosas / hechos, los
conceptos y los símbolos.
Resumiendo, todo tipo de lenguaje es el resultado de procesos neurocognitivos
creativos, razón por la que es un medio artificial para nuestra comunicación. Los
procesos de comunicación son efectivos y adaptativos cuando se establecen en
concordancia con lo real. Esto se debe a que el conocimiento conceptual se basa en
generalizaciones neurocognitivas acerca de las propiedades de las cosas / hechos, que
pueden designarse para su expresión léxica. Por ello es que, fundamentalmente, las
relaciones entre el nivel conceptual y el nivel léxico están interconectadas con lo fáctico.
Esta es la razón por la que en esta obra (como ya fue señalado en la Introducción) se
aborda el análisis del origen y significado de las expresiones lingüísticas en el marco de
los procesos neurocognitivos propios de la percepción /conceptualización y acción.
Al plantear que nuestra adaptabilidad se establece en correspondencia con lo real, con
lo fáctico, se está mencionando lo existente. Al respecto, tácitamente se ha asumido que
el concepto ‘existente’ alude a todo lo que está (es), a la propiedad básica de todo. En
consecuencia, en algunos textos se ha tendido a desvirtuar su uso. Por esta razón, para
intentar alcanzar el propósito de esta obra se debe revisar primeramente lo relativo a lo
existente en general. Una vez especificada la referencia de ‘existente’ se podrá iniciar
algún intento por entender qué designamos con enfermedad y afines.
Pero previamente se debe señalar que durante el siglo xx se inició una fuerte discusión
conceptual acerca de ‘salud’ y ‘enfermedad’. Durante las últimas décadas del siglo
pasado las discusiones y reflexiones en torno a la ‘enfermedad’ han sido resumidas en
dos grandes posturas teóricas: la normativa y la naturalista. De estas ha surgido,
últimamente, un tercer planteamiento, llamado híbrido16. Cada uno de estos
planteamientos supone, evidentemente, la existencia de aquello que se ha relacionado
con nombres tales como enfermedad, disease, illness, maladie, krankheit, etcétera. Al
revisar las dos grandes posturas señaladas, se puede apreciar que una está emparentada
con el subjetivismo (la normativa) y la otra con el objetivismo (la naturalista). Por ello es
que la primera, a diferencia de la segunda, le otorga «existencia» a la enfermedad
principalmente por convención. Además, del análisis de cada uno de los planteamientos
acerca de la ‘enfermedad’ puede observarse que en su base son confusos. Esto obedece a
lo ya señalado: que no se precisa el sentido que se le otorga a los conceptos ‘existente’ y
‘existencia’. Tal confusión se hace más evidente cuando no se distingue la relación entre
los procesos cognitivos y lo que existe. En efecto, esto es manifiesto cuando se supone
que lo inmaterial es un tipo de «existente» (mental, conceptual, sobrenatural, etcétera),
es decir, que está (es) independientemente de algún proceso cognitivo. Por lo tanto, la
cuestión principal radica en determinar si lo que designamos con algún vocablo propio
de una lengua es un objeto que está (es) independientemente de un cognoscente, o no.
13
Para el caso de lo denominado con el término enfermedad y otros afines, se ha de
discutir si la existencia de lo que tal vocablo denomina es artificial (convencional) o
natural. Esto equivale a la disyuntiva acerca de si el término enfermedad designa a un
«existente» inmaterial (constructo) o denota un existente natural (cosa / hecho). Pero
cualquier intento por resolver esta disyuntiva debe comenzar por diferenciar lo natural de
lo artificial.
6
Barnard, A. (2013). «Cognitive and social aspects of language origins». En Lefebvre C. New Perspectives on the
Origins of Language. John Benjamins Publishing Company, Amsterdam / Philadelphia: 2013; pp. 53-71.
7
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8
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9
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10
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11
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12
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13
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14
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15
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16
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15
LO NATURAL VERSUS LO ARTIFICIAL
YA EN LA SEGUNDA MITAD del siglo V a.C. los griegos debatían acerca de lo natural (physis) y lo
convenido (nomos), una de las primeras controversias filosóficas dentro de su lengua17.
Desde entonces se ha distinguido lo natural de aquello que resulta, convenidamente, de
la creación humana. Para lograr una mejor comprensión de esta diferenciación, y en
concordancia con la inspiración del desarrollo de esta obra, se recurrirá a la revisión de
la etimología de estas palabras.
Como se revisará extensamente en el siguiente capítulo, el vocablo natural deriva del
latín natura, que se relaciona con el verbo nasci (nacer)18. Por lo tanto, el concepto
‘natural’ significa ‘innato’, es decir, una realidad independiente de nuestros acuerdos
humanos. Contrariamente, la palabra cultura deriva del latín cultura, que tiene relación
con el verbo colere (cultivar). En consecuencia, el concepto ‘cultural’ significa
‘adquirido mediante esfuerzo o cultivo’19. Por consiguiente, aunque lo natural es lo
contrario tanto de lo cultural como de lo artificial, los conceptos ‘cultural’ y ‘artificial’
no son semánticamente idénticos entre sí.
De lo dicho se hace necesario distinguir con mayor precisión lo cultural de lo
artificial. La diferencia entre tales conceptos radica en que el significado del concepto
‘artificial’ no se relaciona solo con aquello que es producto de la creación humana, sino
que, además, debe resultar de una actividad humana que se realiza con planificación, con
arte. Al revisar la formación del término artificial se constata que se relaciona con el
vocablo técnica (technê), que en la Grecia antigua denotaba una habilidad basada en
reglas susceptibles de enseñanza y aprendizaje conscientes. Por consiguiente, la technê
es una serie de reglas por medio de las cuales se planifica conseguir algo20. La diferencia
entre lo cultural y lo artificial radica, entonces, en la aplicación de reglas y decisiones
según una planificación dirigida a un propósito específico. Obviamente, de lo dicho se
puede concluir que lo artificial forma parte de la cultura humana.
Retomando lo relativo al concepto ‘natural’, cabe destacar que aquello denominado
natural es necesariamente real, pero, además, como veremos en párrafos posteriores,
existe autónomamente desde su origen. Sin embargo, la inversa no es verdadera, puesto
que lo real no siempre es natural: aunque un existente propiamente dicho (ver más
adelante) está (es) independientemente de un cognoscente, es decir, es real, puede ser no
natural en su origen, ya sea con o sin técnica. Con lo antedicho se podría intentar
anticipar una respuesta a la pregunta acerca de si lo denominado enfermedad existe
natural, artificial o sobrenaturalmente.
17
Robins, R.H. (1967). Greece, pp. 9-44. En Robins, R.H. (1967), A Short History of Linguistics. Longman,
London; Mosterín, J. (2013). Convenciones y normas, pp. 61-78. En Mosterín, J. (2013). Ciencia, filosofía y
racionalidad. Gedisa Editorial.
18
Blánquez Fraile, A. (1975). Diccionario Latino-Español, Tomo K-Z, pp. 1086-1089. Editorial Ramón Sopena,
Barcelona.
19
Corominas, J. (1984). Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, pp. 288-289. Editorial Gredos,
16
Madrid; Klein (1971). A Comprehensive Etymological Dictionary of the English Language, p. 181. Elsevier,
Amsterdam.
20
Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de filosofía. Tomo 2, L-Z, pp. 763-764. Editorial Sudamericana, Buenos
Aires; Prior, W. (2004). Techné, p. 929. En Audi, R. (2004). Diccionario Akal de filosofía. Ediciones Akal,
Madrid.
17
LA ENFERMEDAD: ¿UN EXISTENTE NATURAL,
ARTIFICIAL O SOBRENATURAL?
Con relación a la existencia sobrenatural de lo nombrado enfermedad (o sus símiles en
otras lenguas), debe notarse que en este análisis lo sobrenatural es considerado una
creencia (ver Introducción). Por lo tanto, la posibilidad de que enfermedad pudiera
nombrar a un ente sobrenatural equivale a plantear que designa a un constructo, a un
objeto cognitivo. Dicho esto, y como se verá en el próximo capítulo, cabe señalar que en
este contexto se entenderá que un ente es un objeto, sea real o no. Consideraremos que
un ente irreal es lo que algunos denominan mental, ficticio, conceptual, etcétera.
Respecto a si lo que designa enfermedad es un existente cultural o no natural, debe
aclararse, primeramente, que lo no natural puede ser o material o inmaterial.
Estableceremos, por un lado, que el resultado de las creaciones humanas materiales
ejecutadas con técnica son lo que denominamos artefacto, y, por otro, que las
inmateriales resultan, con o sin técnica, en lo que designamos con el término constructo.
Ambos objetos se originan de un cognoscente, es decir, que su estar / ser deriva de las
capacidades cognitivas de un ente. Sin embargo, las creaciones humanas materiales
pueden continuar como tales independientemente de su creador: son existentes en el
sentido riguroso del concepto, pero no naturales. Por el contrario, los constructos
«existen» con permanente dependencia de algún cognoscente. Ejemplos de estos últimos
son los resultantes de nuestros procesos neurocognitivo-emocionales, que forman parte
de nuestra cultura, a saber: los perceptos, los conceptos, las proposiciones, las teorías, las
valoraciones.
Según lo antedicho, ante toda interrogante relativa a algún existente, en primer lugar
debe distinguirse si existe naturalmente, o no. Para el caso de lo denominado por
enfermedad, si se postula que existe naturalmente, entonces cualquiera que sea su
denominación alude a una cosa / hecho que autoexiste desde su origen. Si, por el
contrario, se asume que lo designado por enfermedad «existe» como resultado de un
proceso cognitivo, entonces se refiere a una conceptualización, es decir, al resultado de
una generalización cognitiva relativa a algunos estados humanos distintivos: es un
«existente» derivado o dependiente de un cognoscente, un objeto cultural.
Resumiendo, lo que se debe distinguir es si aquello que se denomina enfermedad
existe por sí mismo (desde su origen) o derivadamente (a partir de un existente con
propiedades cognitivas creativas). Esto se asemeja a la interrogante acerca de la
existencia objetiva o subjetiva de lo que designa enfermedad. Pero para responder estas
interrogantes, se hace necesario hacer algunas disquisiciones acerca de lo que designa el
término existencia.
18
ACERCA DE LO QUE EXISTE
EN LA PRÁCTICA, ES ACEPTADO que todo nuestro conocimiento —ya sea filosófico, científico o común
— se funda en algún existente. Pero ¿qué designa el término existencia? Algunos autores
señalan que con existencia se designa diferentes modos de existir. Sin embargo, se ha
señalado que cuando los filósofos usan el concepto designado por existencia
(‘existencia’) generalmente se refieren a lo natural21. No obstante, como veremos a
continuación, existir naturalmente es una manera de estar (ser) que se relaciona con su
origen.
Pero con relación al uso del término existente puede constatarse algunas distorsiones
debidas a que con este vocablo se ha designado tanto objetos materiales (naturales o no)
como inmateriales (mentales, ideales, sobrenaturales, etcétera)22. Por lo dicho, y
considerando que al concepto ‘objeto’ se le ha dado varios significados 23, se debe
reiterar que en esta obra se le usará para referir todo aquello que pueda estar (ser), ya sea
tanto material como inmaterialmente24, así como cognitivamente o no. En concordancia
con lo señalado, no debe extrañarnos que la vaguedad del significado de ‘existencia’ se
relaciona con la inexactitud de los conceptos ‘objeto’ y ‘ente’, y viceversa. Por ejemplo,
en el marco del platonismo o idealismo objetivo, se plantea que las ideas (consideradas
actualmente objetos conceptuales) existen por ellas mismas, que son reales. Sin
embargo, según el nominalismo, en su intento por evitar el idealismo, los objetos
conceptuales no son más que signos25. Para mayor ambigüedad, en todo ámbito del
conocimiento los términos existencia, ser, e incluso naturaleza, suelen designar
conceptos con significados similares. Al respecto, es frecuente la sinonimia entre el
significado de ‘existencia’ y conceptos tales como ‘realidad’, ‘actualidad’ y ‘ser’26. Por lo
tanto, una revisión etimológica de existencia y aquellos términos afines podría
orientarnos acerca de la dilucidación del significado de ‘existencia’. Pero previo a ello es
necesario precisar algunos resultados de la investigación neurocientífica relativa a la
conceptualización.
A partir de diversas investigaciones neurocientíficas se ha constatado que nuestra
plasticidad neurocognitiva nos ha permitido la formación de conceptos a partir de
perceptos, y que estos últimos resultan de la interacción con cosas / hechos. En efecto,
mediante procesos de generalización, es decir, de integración neurocognitiva, se abstrae
aquello que se ha presenciado y conocido (cosas / hechos). En este contexto, con los
términos cosas / hechos se denomina cualquier particular presente (actual) percibible
para un cognoscente, es decir, aquello que no es resultante de la cognición. La
percepción de lo concreto, de lo particular y actual, se establece realmente, es decir, en la
interacción entre alguna cosa / hecho y algún cognoscente. La posterior generalización
cognitiva consiste en la formación de clases, específicamente, de clases homogéneas o
de equivalencia que se forman a partir de algunas propiedades comunes de lo percibido.
De lo dicho se desprende que las clases de equivalencia se diferencian de la mera
19
colección arbitraria de propiedades relativas a cosas / hechos. De la interacción
neurocognitiva con cosas/hechos surgen perceptos simples, cuyo sustrato material son
sistemas neuronales que por complejos procesos neuroplásticos integrativos permiten la
formación de poliperceptos que pueden derivar en conceptos27. Según la neurociencia
contemporánea la formación de conceptos se correlacionan con zonas neuronalmente
activas en el cerebro humano, en consecuencia, la capacidad de conocer es una
propiedad de nuestro SNC28, entre cuyos correlatos neurales más importantes está la CPF29.
En síntesis, la cognición es un tipo de interacción entre un cognoscente y otra entidad
(cognoscente o no). Es una interacción mediada por capacidades cognitivas entre objetos
materiales. Además, como estas interacciones son plásticas, quien conoce lo puede hacer
creativamente, a saber: concibiendo (constructos).
Con lo dicho , se abordará la etimología de la palabra existencia, siempre dentro del
contexto de lo señalado en párrafos anteriores, es decir: que la creación de todo sistema
de símbolos se debe a procesos neurocognitivos humanos, cuya base son ciclos
interactivos (percepción / acción) ante cosas / hechos.
21
Rescher, N. (2003). «Cognitive Realism». En Rescher, N. Epistemology. An Introduction to the Theory of
Knowledge. State University of New York Press, Albany: 2003; pp. 333-367.
22
Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de Filosofía. Tomo I, A-K. Editorial Sudamericana, Buenos Aires: 1964;
pp. 528-531.
23
Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de filosofía. Tomo 2, L-Z. Editorial Sudamericana, Buenos Aires; pp. 310314; Abbagnano, N. (2007). Dicionário de Filosofia. Martins Fontes. Sao Paulo; pp. 723-725.
24
Bunge, M. (2002). Diccionario de filosofía. Siglo XXI Editores, México DF.; p. 154.
25
Ferrater Mora, J. (1964). Diccionario de filosofía. Tomo 2, L-Z. Editorial Sudamericana, Buenos Aires; pp. 295297; Bunge, M. (2001). «The Status of Concepts». En Mahner, M. Scientific Realism: selected essays of Mario
Bunge. Prometheus Books. New York: 2001; pp. 84-93; Bunin, N.; Yu, J. (2004). The Blackwell Dictionary of
Western Philosophy. Blackwell Publishing, Malden; pp. 474-475.
26
Gibson, Q. (1998). «The Concept of Existence». En Gibson, Q. The Existence Principle. Kluwer Academic
Publishers, Dordrecht: 1998; pp. 1-15.
27
Mesulam, M. (1990). «Large-Scale Neurocognitive Networks and Distributed Processing for Attention,
Language, and Memory». Ann Neurol 1990; 28: pp. 597-613; Clarke, A. (2015). «Dynamic information
processing states revealed through neurocognitive models of object semantics». Language, Cognition and
Neuroscience, 2015, Vol. 30, n. 4, pp. 409-419; Clarke, A.; Tyler, L. (2015). «Understanding What We See:
How We Derive Meaning From Vision». Trends in Cognitive Sciences, November 2015, Vol. 19, n. 11; Ghio,
M.; Tettamanti, M. «Semantic domain-specific functional integration for action-related vs. abstract concepts».
Brain & Language 2010; 112, pp. 223-232; Beauchamp, M.; Martin, A. (2007). «Grounding Object Concepts
in Perception and Action: Evidence from fMRI Studies of Tools». Cortex, 43, pp. 461-468.
28
Gallese, V. (2005). «The Brain’s concepts». Cognitive Neuropsychology, 22 (3/4), pp. 455-479.
29
Passingham, R. (2012). «Ventral prefrontal cortex: generating goals based on visual and auditory contexts». En
Passingham, R. (2012). The Neurobiology of the Prefrontal Cortex. Oxford University Press. Oxford; pp. 195219; Passingham, R. (2012). «Conclusions». En Passingham, R. (2012). The Neurobiology of the Prefrontal
Cortex. Oxford University Press. Oxford; pp. 309-349.
20
EXISTENCIA
Entre los habitantes de las antiguas civilizaciones se crearon diferentes términos para
designar lo relativo a la ‘existencia’. En las lenguas indoeuropeas (IE) el uso de vocablos
relacionados con tal concepto suelen aludir a lo real, a lo verdadero, a lo que es. Por esta
razón, en diversas lenguas de origen IE los conceptos ‘ser’, ‘existencia’, ‘realidad’ y
‘verdad’, han sido designados mediante palabras cuyo origen es común. Por ejemplo,
todos los términos que se expone a continuación están relacionados con las raíces IE *h,sont- (‘ser (estar)’) y es- (‘ser (estar)’): el término sánscrito satya designa ‘verdadero’,
‘existente’, el proto-germánico sanÞa es designante de ‘verdadero’, el latino esse de ‘
ser’, y, los términos griegos ἐτυμός (etymos) y όντως (ontos) designan ‘verdadero’, ‘real,
‘actual’. Además, el verbo griego εἰμί, que designa ‘ser’, ‘estar’, está relacionado con los
términos ἐόντ- y ὄντ-, de allí que la frase τὰ ὄντα (ta onta) designa ‘los entes, las cosas
presentes o actuales, que existen, que son verdad, que se tienen’. Más aún, tal vocablo se
relaciona con el término ουσία, cuyo concepto significa ‘propiedad, haber, ser,
existencia, realidad, sustancia’30. Nótese que Aristóteles reconoce que el concepto
‘sustancia’ (‘ousía’) tiene varias acepciones, sin embargo, señala que se debe considerar
que corresponde a aquellos seres determinados, individuales, e independientes del sujeto.
Además, plantea que los universales, lo general o común a muchos seres, no serían
sustancias en sentido estricto31. Como veremos, esto coincide con los planteamientos
neurocientíficos acerca de los procesos de conceptualización, vinculados a los ciclos
neurocognitivos de percepción-acción. En correspondencia con lo dicho, el significado
del concepto designado por existir suele homologarse con el de ‘ser’. Sin embargo, debe
precisarse que el origen latino de existencia deriva de existentia, que designa ‘lo que está
ahí, lo que está afuera’ (ex-sistit). En efecto, existere / exsistere designa ‘estar delante,
estar presente, aparecer, dejarse ver, emerger, ser visible’. Como puede observarse, este
término es compuesto: resulta de la combinación de las palabras ex- (‘delante, fuera de’)
y sistere (‘encontrarse, estar situado, estar ubicado’). Las designaciones de estos
vocablos concuerdan con los orígenes IE de ex- y de sistere (sisto), que son,
respectivamente: *eghs (‘afuera’) y stā- (‘estar situado, estar, poner, encontrarse’)32.
De lo antedicho se colige que ‘lo que está’ no equivale a ‘lo que (o quien) constata su
estar’. Aquello que constata o conoce lo que está, es un cognoscente, a saber: un ente
que tiene la capacidad de conocer más allá de si mismo. Sin embargo, se debe destacar
que algunos cognoscentes pueden tanto conocer como conocerse, es decir, que
distinguen lo propio de lo externo: el homo sapiens sapiens. Es por ello que la
‘existencia’, al menos inicialmente, se concibió a partir de los procesos cognitivos de un
ente y aquello que está fuera de él (fuera de su «mente», de su persona, etcétera).
Cabe añadir que lo relativo a la ‘existencia’ puede considerarse, por un lado,
epistemológicamente, y por otro, ontológicamente. En el primer contexto, ‘existencia’ se
refiere a la presencia de entidades, o más precisamente, a alguna interacción actual en la
que participa al menos un cognoscente. Tal interacción cognitiva se funda en procesos
perceptivos frente a algo. Por lo tanto, toda interacción entre algo y (al menos) un
21
cognoscente involucra que ese algo esté ante el cognoscente, que esté actualmente, que
exista. Pero en un contexto ontológico ‘existir’ dice relación con la autonomía o
independencia de lo que está (es), con o sin la presencia de un cognoscente. De lo dicho,
se advierte la dificultad que implica todo intento por separar lo epistemológico de lo
ontológico33. En efecto, tal distinción es tan compleja como para haber generado algunas
confusiones en la historia de nuestro conocimiento, en particular en lo que concierne a lo
real. Si epistemológicamente se asume que ‘real’ y ‘actual’ son conceptos que aluden a
lo mismo, entonces aquello que está ‘realmente’ o ‘actualmente’ también está
‘presentemente’ para el sujeto que conoce, por interacción directa o indirecta. De aquí
que lo pasado, y lo por venir, no existen ni autónoma ni independientemente. Por
consiguiente, el futuro y el pasado solo podrían existir derivadamente, como proyección
cognitiva (posibilidad) o como recuerdo, respectivamente. Esto no significa que no
existió ni existirá independientemente algo, como posibilidad real basada en hechos
(actuales). De lo dicho se concluye que todo proceso cognitivo acerca de un existente
(material) tiene como base su interacción actual (presente) o pasada (recordada) respecto
a un cognoscente. Brevemente dicho, lo que es actual o real, es decir, lo que existe o está
ahí, puede indicarnos lo que fue o será ahí (fuera de un cognoscente).
Al revisar la etimología de presente se comprende mejor lo antedicho. Esta palabra
proviene del latín tardío inpraesent, término designativo de ‘frente a frente’, y se
relaciona con la frase latina in re praesenti, que designa ‘ante la cosa o hecho presente’.
Además, el término presente se relaciona con praesens, ‘estar allí’, y con præesse ‘estar
delante de (algo o alguien), estar a la mano’. La palabra presente se forma, por un lado, a
partir de prae- ‘delante’, que deriva del IE *peri- y *per- ‘más allá, fuera de’. Y por otro,
de esse (‘ser, estar’), que deriva del griego ousia (‘ser, esencia’), y del IE *es- (‘ser,
estar’)34. En consecuencia, dentro de un contexto cognitivo, el término presente nos
permite comunicar que algo está en interacción con alguien (algún cognoscente).
En resumen, con la palabra existente se suele designar a un objeto que está
(inespecíficamente) ahí. Por lo tanto, con tal designación no se distingue explícitamente
si el objeto aludido es material o no, sino solo que es actual, real. Pero no se podría
afirmar el estar ahí de un objeto sin que haya habido alguna acción, recíproca o no,
actual, aunque no necesariamente inmediata. Además, como los actos son hechos, son
indisolubles con el cambio de algo material (alguna cosa). Por consiguiente, lo
denominado temporalidad necesariamente es un atributo de un objeto material, que
radica en su mutabilidad. Dado que interaccionamos neurocognitivamente con lo realfactual, los seres humanos podemos registrar y mantener algunos aspectos o
características de tales interacciones, es decir, los perceptos relativos a una cosa / hecho
(memoria perceptual). Esto nos permite distinguir algunos cambios, algunos hechos. En
efecto, constatamos los cambios de las cosas por comparación entre lo actual percibido y
lo registrado o memorizado. A partir de allí podemos comunicarnos acerca de lo pasado,
de cosas / hechos que fueron o estuvieron, pero que ya no existen. Igualmente, debido a
que conocemos (memorizamos) cosas / hechos cambiantes, podemos suponer que
ocurrirán otros cambios (posibilidad / futuro)35. Por lo tanto, lo ya sucedido (pasado) y lo
22
que posiblemente suceda (futuro) solo existen derivada o dependientemente porque
nuestro SNC tiene propiedades mnésico / predictivas.
Como todos los términos analizados también están relacionados con naturaleza
(physis), a continuación se revisará lo relativo a los existentes naturales.
30
Liddell, H.A.; Scott, R. (1996). A Greek-English Lexicon. Clarendon Press, Oxford; pp. 487-489, 1234, 1274,
1275; Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European
Language Revival Association; pp. 940-943; Torretti, R. (1998). «Notas sobre algunas expresiones griegas». En
Torretti, R. Filosofía de la naturaleza. Santiago de Chile: Editorial Universitaria; 1998; pp. 159-162; Beekes,
R. (2010). Etymological Dictionary of Greek. Koninklijke Brill NV, Leiden; pp. 389 y 1131.
31
Aristóteles, Metafísica. Libro VII (Z).
32
Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European
Language Revival Association; pp. 805, 806, 2906-2914; Klein, E. (1971). Comprehensive Etymological
Dictionary of the English Language. Elsevier, Amsterdam; p. 266; Online Etimology Dictionary. Etymonline,
2001-2016. [Internet]. [Consultado el 2016, 3 de marzo]. Disponible en URL: ttp://www.etymonline.com; de
Vaan, M. (2008). Etymological Dictionary of Latin and the other Italic Languages. Koninklijke Brill,
Leiden/Boston; pp. 195-196.
33
Brock, S. and Mares, E. (2007). «Introduction». En Brock, S. and Mares, E. Realism and Anti-Realism. Acumen
Publishing, Durham; pp. 1-10.
34
Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European
Language Revival Association; pp. 940-943; Klein, E. (1971). Comprehensive Etymological Dictionary of the
English Language. Elsevier, Amsterdam; p. 586; de Vaan, M. (2008). Etymological Dictionary of Latin and the
other Italic Languages. Koninklijke Brill, Leiden / Boston; pp. 485-486; Ernout, A. (2001). Dictionnaire
Etymologique de la Langue Latine. Histoire des Mots. Librairie C. Klincksieck et Cie, Paris; pp. 529, 530, 532;
Partridge, E. (2006). Origins. A Short Etymological Dictionary of Modern English. Taylor & Francis e-Library,
London/New York; pp. 994-995.
35
Mullally, S.; Maguire, E. (2014). «Memory, Imagination, and Predicting the Future: A Common Brain
Mechanism?». The Neuroscientist, 2014: Vol. 20(3), pp. 220-234.
23
EXISTENCIA NATURAL
En base a lo dicho acerca de la ‘existencia’, corresponde distinguir la natural de la
derivada (secundaria) de otro ente. Para tal efecto recordemos lo señalado en el capítulo
previo acerca de la etimología del término natural, a saber: que este vocablo deriva del
latín natura, que se relaciona con el verbo nasci (nacer). De allí que con natural
podemos referirnos al concepto ‘innato’, en consecuencia, a ‘una realidad independiente
de nuestros acuerdos humanos’36. Pero el origen de natural es griego. En efecto, deriva
de φύσις (physis), un sustantivo derivado del verbo phyo, que suele designar ‘producir,
generar, engendrar’37. Quien por primera vez usó el término physis fue Homero (siglo VIII
a.C.), en La Odisea. El contexto en que usó dicha palabra fue para designar al
crecimiento intrínseco de una especie particular de planta, llamada moly38. Homero
habría usado este vocablo para denominar lo que se entiende hoy por ‘naturaleza’, es
decir, ‘el modo de ser propio y constitutivo de una cosa’. Sin embargo, el significado del
concepto designado por physis (‘physis’), desde su primer uso en la obra homérica hasta
el de Eurípides (480-406 a.C.) en su obra Las Bacantes, no ha sido el mismo. Por
ejemplo, para los pensadores jónicos ‘physis’ se refiere a todas las cosas. Tal afirmación
se desprende del significado de la expresión historia peri physeos: ‘investigación sobre
la naturaleza de las cosas’. Pero lo que prevalece es el planteamiento de que el término
physis designaría el origen y el crecimiento de las cosas (universo), desde su principio
hasta su final. En la filosofía, el significado de ‘physis’ ha sido ‘un principio, un poder
originario, una sustancia elemental, creación, proceso (de crecimiento)’. En
consecuencia, puede plantearse que tal concepto está referido a lo autoexistente, es decir,
que lo natural es todo aquello que autoexiste39. Se debe notar que lo antedicho relaciona
el significado de ‘natural’ con ‘causa’ y ‘origen’, además de ‘independencia existencial’.
Efectivamente, un existente natural no es solo un ente independiente de un cognoscente,
en consecuencia, real, sino que, además, su origen o causa le pertenece. Por lo tanto, un
existente natural es algo que está por sí mismo (fuera del cognoscente), desde su inicio
hasta su término. Sin embargo, tal como se señaló en la Introducción, debe advertirse
que si bien se puede postular lo autoexistente, o lo real desde su origen hasta su final, tal
como lo haría quien postula existentes sobrenaturales, dicho planteamiento es arbitrario.
Ciertamente, al basarnos en una etimología fundada en procesos neurocognitivos
creativos, lo léxico consiste en convenir palabras designantes de perceptos / conceptos a
partir de ciclos de percepción-acción con cosas / hechos. Por lo tanto, lo que designamos
con existente natural (autoexistente) está referido a la conceptualización de objetos
materiales que cambian. Por ello es que, en rigor, solo se puede plantear que un ente
natural lo es desde su origen hasta su término, es decir, que es un ente mutable, en
proceso.
Refuerza lo antedicho la etimología del término physis. En efecto, el vocablo en
cuestión se relaciona con la raíz IE *bhu-, que designa ‘ser, crecer, producir, desarrollar’.
Además, nótese que varios términos griegos estarían relacionados con physis: φύω
(‘engendrar, causar, generar’), φύομαι (‘crecer, llegar a ser’), φυτόν (‘crecimiento,
24
planta’), y φυή (‘crecimiento, naturaleza’)40. Por lo tanto, durante la Antigüedad tanto
physis como phyo conservaron su designación inicial: ‘crecimiento’. En consecuencia, a
pesar de su evolución, el significado de ‘physis’ se mantuvo relacionado con el cambio,
específicamente con el crecimiento (independiente) de una cosa, desde su nacimiento
hasta su madurez41. Por esta razón, en la Grecia clásica se oponía el significado de
‘physis’ tanto al de ‘cultura’ como al de ‘nómos’ (convención). En efecto, para los
griegos de aquella época los dos últimos conceptos no se referían a algo autoexistente.
En base a lo señalado en párrafos anteriores, es decir, a que todo aquello que es generado
por los seres humanos compone lo que existe derivada o secundariamente, se concluye
que lo cultural, incluidos tanto los conceptos como los valores (normados o no), es un
existente secundario compartido mediante algún sistema de comunicación. A
continuación se profundizará lo relativo al constructo ‘existencia derivada o secundaria’.
36
Robins, R.H. (1967). «Greece». En Robins, R.H. A Short History of Linguistics. Longman, London; pp. 9-44.
Torretti, R. (1998). «Notas sobre algunas expresiones griegas», pp. 159-162. En Torretti, R. Filosofía de la
naturaleza. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
38
Homero. Odisea, «Canto X», pp. 302-303.
39
Liddell, H.A.; Scott, R. (1996). A Greek-English Lexicon. Clarendon Press, Oxford; pp. 1959, 1964 y 1965;
Beekes, R. (2010). Etymological Dictionary of Greek, pp. 1597-1598, Koninklijke Brill NV, Leiden, The
Netherlands; Pellegrin, P. (2000). «Física». En Brunschwig, J. (2000). Diccionario Akal del saber griego.
Ediciones Akal, Madrid; pp. 246-258; Naddaf, G. (2005). «Introduction». En Naddaf, G. (2005) The Greek
Concept of Nature. State University of New York Press, New York; pp. 1-9; Garani, M. (2007). «Introduction».
En Garani, M. (2007). Empedocles REDIVIVUS: Poetry and Analogy in Lucretius.
, New York /
London; pp. 1-28; Chantraine, P. (1999). Dictionnaire Étimologique de la langue Grecque. Histoire des mots.
Klincksieck, Paris; pp. 1233-1235; Sunshine, E. (1964). The Meaning of Physis in Aeschylus, Sophocles, and
Euripides [thesis Master’s Degree in Classical Languages]. Loyola University.
40
Pokorny, J. (2007). An Etymological Dictionary of the Proto-Indo-European Language. Indo-European
Language Revival Association; pp. 435-442; Chantraine, P. (1999). Dictionnaire Étimologique de la langue
Grecque. Histoire des mots. Klincksieck, Paris; pp. 1233-1235.
41
Naddaf, G. (2005). «The Meaning of Peri Physeos». En Naddaf, G. (2005). The Greek Concept of Nature. State
University of New York Press, New York; pp. 11-35.
37
25
EXISTENCIA DERIVADA O SECUNDARIA
Es interesante notar que fuera del ámbito natural se ha planteado que algunos
existentes podrían denominarse mediante el término subsistir. Vale decir, que aquello
que «existe» en un contexto de suposiciones, ficciones, o hipótesis, más bien subsiste42.
Como los llamados subsistentes dependen de otro existente, entonces surgen en un
cognoscente creativo, un agente: están (son) en y por un ente que conoce creativamente.
Por lo tanto, «existen» derivada o secundariamente respecto a otra entidad, o, en estricta
etimología, insisten. Efectivamente, el término insistencia designa mejor a tales entes. Al
respecto, la etimología de insistente nos permitirá entender lo señalado43. De la palabra
sistere deriva insistere, que designa ‘estar en, estar situado en, encontrarse en, proceder
con’. Este término está compuesto por el prefijo castellano in, proveniente del latín in-,
que en este caso designa ‘dentro, en’, y sistere. El prefijo in se relaciona con los
términos griegos ἐντός ‘dentro, en el interior’, y ἐν ‘en, bajo el poder de’44. Todos
derivan del IE en, *hi(e)n, y son términos que designan ‘en’45. Por lo tanto, insistente
señala todo aquello que está dentro de algún ente, como por ejemplo, un cognoscente. En
consecuencia, podría plantearse que la referencia de ‘insistente’ se contrapone a la de
‘existente’: la primera es inmaterial mientras que la segunda es material.
En resumen, podemos concluir lo siguiente: con el término estar designamos la
propiedad fundamental de algo; y en las lenguas de origen IE, con el vocablo existir se
pretendió establecer una relación tácita entre algo y un ente que conoce. En efecto, algo
está (es) afuera de (existencia) o dentro de (insistencia) una entidad que conoce. Esto
equivale a distinguir una existencia propiamente tal, independiente, sea natural o no, de
una secundaria o derivada de otro ente. Según su origen, se existe natural o
artificialmente. Lo natural autoexiste desde su origen, en cambio lo que no es natural
resulta de la acción de un cognoscente. De este último puede resultar un objeto material
o uno inmaterial (constructo). Pero como los constructos no están fuera de un
cognoscente sino dentro, entonces insisten, son entes u objetos cognitivos. De lo dicho se
puede concluir que el estudio de la existencia le corresponde a la ontología y que el de la
insistencia a la epistemología.
Pero además del aporte de la etimología, en el ámbito de las neurociencias se ha
desarrollado múltiples investigaciones relativas a los conceptos, que nos han permitido
entender cada vez mejor la generación de constructos, incluidos los valores humanos, la
capacidad predictiva y las ficciones.
Con relación a la conceptualización, tal como se señaló en párrafos anteriores,
sabemos que se debe a procesos cerebrales neuroplásticos, específicamente sinápticos46.
En este contexto, y dado que suele señalarse que los constructos son objetos
atemporales, debe destacarse que si los constructos cambian es porque cambian los
sistemas neurales de los que surgen. Por esta razón la plasticidad sináptica es la base de
un conocimiento creativo y abstracto. Al respecto, los sistemas neuronales corticales,
cuya actividad se relaciona, en mayor o en menor medida, con la experiencia, son
unidades de memoria perceptual o conceptual (cógnitos). Los cógnitos conceptuales, que
26
son más abstractos que los perceptuales, estarían representados en la CPF. Esto equivale a
decir que de la integración flexible de los cógnitos surgiría una cognición creativa47.
Respecto a lo valórico, se sabe que la mayoría de nuestros procesos neurocognitivos
comprenden valoraciones. Tanto frente a cosas / hechos en proceso de percepción como
ante su recuerdo (memoria episódica), o frente a un contexto de conocimiento más
general o abstracto (memoria semántica), pueden desencadenarse procesos cognitivoemocionales complejos. Aunque frente a un contexto de conocimiento más abstracto no
suelen asociarse emociones. Como las emociones ejercen influencia sobre nuestros
procesos ejecutivos, lo hacen también sobre nuestras decisiones48. En consecuencia, toda
valoración tiene un componente emocional, y toda decisión involucra una valoración,
incluso respecto a los efectos posibles de las decisiones ejecutadas mediante alguna
conducta49. De lo antedicho, se puede concluir que nuestras decisiones se ejecutan con
algún grado de conocimiento acerca del marco valórico, tanto personal como cultural, en
el que nos situamos. En consecuencia, las consideraciones valóricas de las decisiones
que podrían concretarse en una conducta determinada no son absolutas sino más bien
contextuales. Sin embargo, a pesar de que cada individuo humano posee un orden
valórico personal, se ha logrado establecer, mediante investigaciones transculturales, que
algunos contenidos valóricos humanos son comunes50.
Finalmente, en diversos estudios se ha planteado que tanto las ficciones como la
predicción están determinadas, parcialmente, por nuestras experiencias previas. Se ha
logrado establecer una estrecha relación entre la memoria y la capacidad de predicción.
Como esta última se vincula con la aptitud cognitiva para proyectar posibilidades, se
asemeja a los procesos de imaginación y ficción. En efecto, podría considerarse que
ficcionar es proyectar cognitivamente una posibilidad. En este contexto, a pesar de que
las ficciones pueden concebirse tanto con atributos naturales como sobrenaturales
(poderes divinos, mágicos, etcétera), los resultados de investigaciones recientes sugieren
que para imaginar lo posible nos basamos en nuestra memoria. Pero no solo se ha
demostrado que la memoria participa en la generación cognitiva de lo posible, sino que
algunos procesos neurocognitivos que ocurren en el hipocampo y en otras regiones
cerebrales son importantes para la formación de constructos vinculados a lo posible
(proyección cognitiva)51. En particular, la CPF humana reúne las capacidades cognitivas
necesarias para predecir eventos y prepararse ante ellos. Estructuralmente, la CPF, junto
con la corteza de asociación posterior, está en el nivel más alto de la organización
cortical, que comprende redes neuronales que representan acciones dirigidas a objetivos
complejos. En consecuencia, funcionalmente la CPF se sitúa en el nivel más alto de los
ciclos de percepción-acción, lo que permite la conexión de nuestro organismo con el
medio ambiente en lo que a la búsqueda de objetivos se refiere. Por ello es que las
funciones predictivas de la CPF permiten la planificación secuenciada de las decisiones que
apuntan a un propósito52.
Considerando todo lo descrito tanto en cuanto a la existencia natural como a la
derivada, cabe intentar responder la siguiente interrogante: ¿qué es aquello denominado
enfermedad? En el presente contexto, puede concluirse que la cuestión fundamental
27
acerca de lo denominado enfermedad no dice relación con si existe o no, sino que con la
cuestión acerca de si existe o naturalmente o secundariamente (conceptual y
convencionalmente). En nuestro intento por responder tal interrogante, debemos recordar
que los existentes naturales / materiales se diferencian de los inmateriales porque estos
últimos no cambian. Al respecto, Platón (427-347 a.C.) distinguió lo existente
inteligible, eterno e imperturbable (las formas), de lo mutable y perecedero (lo
material)53. Sin embargo, sabemos actualmente que los constructos no son eternos. Y que
aunque las ideas suelen homologarse a los conceptos, por el contexto, es decir, el sistema
teórico-conceptual en que se origina cada referente de estos términos, no son
necesariamente lo mismo puesto que los conceptos son un tipo de objeto cognitivo
dependiente de un cognoscente. Además, no debemos olvidar que el análisis planteado
en esta obra se funda en que los procesos neurocognitivos, tanto designativos como
perceptivos, y de conceptualización, se relacionan con objetos materiales (cosas /
hechos). Por lo tanto, la presente discusión acerca del tipo de existencia de aquello que
se denomina enfermedad se basa en la tríada cosas / hechos (percibibles)-perceptos /
conceptos-símbolos. Haciendo hincapié en lo dicho anteriormente, las cosas / hechos
deben interaccionar o haber interaccionado con un cognoscente, es decir, deben ejercer
un cambio de alguna manera percibible (directa o indirectamente) para establecer las
relaciones señaladas. En efecto, la relación entre las palabras y las cosas / hechos está
mediada por procesos neurocognitivos que derivan en perceptos / conceptos. Por lo
tanto, se puede señalar tres tipos de objetos, dos inmateriales y uno material, a saber,
respectivamente: el léxico (palabras, frases, etcétera), los constructos, y las cosas /
hechos. En consecuencia, es indudable que el lenguaje nos permite relacionar los
perceptos / conceptos con el mundo material / real54.
Como se señaló anteriormente, la percepción resulta de procesos neurocognitivos de
integración que posibilitan la formación de perceptos. Dependiendo del grado de tal
integración podemos conformar tanto perceptos simples como poliperceptos. Cuando
estos últimos alcanzan un alto grado de generalidad devienen en abstracciones. Aunque
nuestro SNC presenta sistemas neuronales con patrones conectivos innatos, determinados
en parte por lo genético, la experiencia es fundamental para la expresión de dicha
conectividad innata. Por lo tanto, por muy abstracto que sea un objeto cognitivo su
contenido deriva, en gran parte, de la experiencia o la interacción con cosas / hechos55.
En efecto, gracias a la relación entre los procesos neurocognitivos humanos con los
existentes (o cosas / hechos) podemos adaptarnos y sobrevivir en correspondencia con
ellos56.
En resumen, la relación entre las cosas / hechos, los símbolos (que denominarían a
algunos de ellos), y los perceptos / conceptos, equivale a plantear el problema de aquello
que designamos como enfermedad en tres niveles: el fáctico (conocido y conocible), el
conceptual y el léxico. Nótese que aunque no todos los predicados (entendidos como la
conceptualización de una propiedad) se refieren a cosas / hechos (referencia fáctica), los
perceptos (predicación perceptual) siempre están referidos a cosas / hechos.
A partir de todo proceso cognitivo, que se inicia con la formación de perceptos, se
28
puede generalizar algunas de las propiedades presentes en una cosa / hecho, las
principales para un contexto determinado (valoración). Como de tal generalización se
forma nuestro conocimiento acerca de las cosas / hechos percibidos es que nuestros
comportamientos pueden ser adaptativos ante un contexto real específico57. Sin embargo,
so pena de incurrir en un empirismo radical58, se debe hacer hincapié en que gracias a la
flexibilidad de los procesos neurocognitivos es posible la abstracción. Además, aunque
se ha planteado que las cosas / hechos estarían representados en los mismos sistemas
neuronales que se activan cuando los percibimos y los utilizamos59, es importante señalar
que nuestros procesos perceptivos no tienen una correspondencia fiel con la realidad: un
percepto solo es similar a la cosa / hecho percibido.
En base a lo señalado, se puede plantear que la generalización de las propiedades
comunes de algunos estados humanos que han sido valoradas como inadecuadas en un
contexto determinado nos ha permitido formar el percepto / concepto ‘enfermedad’. Esto
equivale a señalar que no solo se producen cambios en las propiedades de los diversos
existentes biológicos, sino que pueden ser o adaptativos o desadaptativos, según su
valoración ante un entorno determinado. En síntesis, ‘enfermedad’ dice relación con las
propiedades comunes que resultan de una alteración biológica desadaptativa que se
presenta por el dinamismo interactivo con un ambiente determinado. Durante el
desarrollo de nuestra especie y de nuestro lenguaje, dichas propiedades debieron
percibirse para luego conceptualizarse y valorarse. Posteriormente fueron denominadas
con términos más o menos descriptivos60.
En consecuencia con lo mencionado, puede señalarse lo siguiente:
1) Si en el nivel fáctico se entiende por natural lo descrito anteriormente (un
autoexistente), lo que denominamos con el término enfermedad (y otros afines) no existe
naturalmente, es decir, no es un ente natural. Tampoco es una entidad real no natural. En
consecuencia, rigurosamente hablando no existe. Sin embargo, lo que existe es un
conjunto de propiedades de una entidad biológica cualquiera, con independencia de un
cognoscente. En este caso, con enfermedad podría denominarse lo que percibimos y
valoramos respecto al estado de un sistema biológico, que es real.
2) En lo que respecta a la relación entre lo léxico y lo conceptual, lo que designamos
con el vocablo enfermedad es un existente secundario, inmaterial, es decir, un insistente.
Dicho más claramente: predicamos la percepción y conceptualización de una o varias
propiedades acerca de entidades biológicas. En efecto, de la interacción de un
cognoscente con cosas / hechos biológicos, cuyas propiedades comunes se perciben y
conceptualizan surge un constructo: ‘enfermedad’. Las designaciones de este percepto /
concepto han sido múltiples: enfermedad, disease, maladie, nosos, y otros términos
afines. La mayoría de los términos usados para designar el concepto ‘enfermedad’ han
sido descriptivos y valorativos. Este concepto, con la designación convenida que sea,
hace referencia a los seres vivos. Sin embargo, cabe agregar que en el contexto de una
semántica realista se distingue la referencia de la extensión 61. La extensión de un
concepto son aquellos referentes que presentan de hecho lo predicado, es decir: es el
nivel fáctico de lo que se predica. Por consiguiente, en el caso que nos convoca, la
29
extensión de ‘enfermedad’ no corresponde a los seres vivos solamente, sino que a
aquellos que presentan un estado o conjunto de propiedades especiales. Cuando
atribuímos un estado denominado enfermedad lo hacemos respecto a la
conceptualización de un conjunto especial de propiedades de un ser vivo (humano o no).
Pero, ¿cuáles son las propiedades que hemos distinguido para caracterizar tal estado?
Para responder esto debe recordarse que como todo ser factual, material, los vivientes
cambian. Pero, obviamente, no todo cambio o alteración deriva en un estado enfermo.
En consecuencia, se puede plantear que cuando un sistema biológico presenta una
modificación tal que lo desadapta en el hábitat que le es propio, es decir, en el que se ha
desarrollado (interactivamente), se encuentra en una condición que ha devenido en lo
que llamamos con el vocablo castellano enfermedad, o con otros términos afines. Con
relación al hábitat de un sistema biológico humano, es importante recordar que por su
alta complejidad interactiva, el hábitat humano comprende tanto lo social como lo
natural. Además, nuestras capacidades neurocognitivas nos permiten, para bien o para
mal, intervenir activamente en nuestro ambiente. Al respecto, el comportamiento
humano no solo puede alterar las propiedades de los componentes de nuestro ambiente
natural, sino que también puede afectar a otros seres humanos, con la posibilidad de
alterar sus estados tanto en la esfera de lo neurocognitivo-emocional como en lo
concerniente a otros subsistemas de nuestro organismo.
30
42
Rescher, N. «Cognitive Realism». En Rescher N. Epistemology. An Introduction to the Theory of Knowledge.
State University of New York Press, Albany, 2003; pp. 333-367.
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45
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46
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47
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49
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51
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52
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53
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54
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55
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56
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31
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58
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59
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Studies of Tools». Cortex, 2007: 43; pp. 461-468; Martin, A. «The Representation of Object Concepts in the
Brain». Annu. Rev. Psychol. 2007; 58; pp. 25-45.
60
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etimológico comparado». Gaceta Médica de México (en prensa).
61
Bunge, M. «Designación». En Bunge, M. Tratado de filosofía. Semántica 1: Sentido y referencia. Gedisa,
Barcelona: 2008; pp. 31-57; Bunge, M. «Referencia». En Bunge, M. Tratado de filosofía. Semántica 1: Sentido
y referencia. Gedisa, Barcelona: 2008; pp. 59-115.
32
DE LOS HECHOS A UN
CONSTRUCTO DESIGNADO:
ALTERACIONES DE EXISTENTES VIVOS,
‘ENFERMEDAD’ Y ENFERMEDAD
(Y AFINES)
SEGÚN LO EXPUESTO, EL CONCEPTO ‘existencia’, la generalización de la propiedad de estar, la más
básica y, por lo tanto, común de todas, resulta de ciclos neurocognitivos de percepciónacción desencadenados por la presencia de cosas / hechos. Los perceptos relativos a lo
que ha sido presenciado surgen de procesos neuronales que pueden permanecer en
nuestro SNC, como memoria episódica. Pero el procesamiento neurocognitivo de lo
percibido no solo permite la generalización de otras propiedades comunes de una
cosa/hecho, además de la de estar, sino que incluye un componente emocional / valórico.
De allí que lo que se presencia (cosas / hechos) puede valorarse como relevante o no en
un contexto determinado62. Con relación a lo ya dicho, no debe dejar de advertirse que
esto también incluye lo que se ha memorizado a largo plazo. En efecto, nuestros
recuerdos acerca de lo que experimentamos o presenciamos —e incluso lo que
experimentamos a través de otros— se establecen en asociación con un componente
emocional / valorativo63.
En base a la integración de los aportes derivados de los estudios etimológicos y del
conocimiento neurocientífico, se puede entender que, al menos en una etapa inicial, la
creación de algunos símbolos se ha asociado a cosas / hechos percibidos, ya sea directa o
indirectamente. En consecuencia, los procesos neurocognitivos relacionados con la
comunicación se inician con la presencia de hechos. Pero gracias a nuestra capacidad de
registro y mantención de lo percibido, es decir, a nuestras capacidades mnésicas,
también se puede simbolizar tanto lo sucedido como lo que predictiva o hipotéticamente
sucederá.
Con relación a lo que se ha denominado con el término existente, hemos podido
observar que su etimología nos enseña, por un lado, que es un símbolo compuesto. Pero,
por otro, que la designación de este vocablo alude no solo a la descripción de un ente, a
‘lo que está (es)’, sino que, imprecisamente, a ‘aquello que está afuera de, ahí’. En
consecuencia, el uso léxico de la conceptualización original de ‘existente’ ha sido
bastante laxo. Por lo tanto, con existente y existencia se ha acostumbrado a designar un
concepto que se refiere a ‘lo que está (es)’ sin precisar su temporalidad ni su
espacialidad. Como ya se ha señalado, estrictamente hablando, con existente se designa
un ente situado, actual, pero que está (es) fuera de. Sin embargo, ante toda cuestión
acerca de lo que está (es) se requiere no solo precisar su temporalidad sino distinguir si
‘existente’ es un objeto que está fuera de quien lo conoce y/o en un espacio conocible, o
en uno hipotético. Según lo que se ha revisado, pareciera que en su origen se quiso
designar con dicho término cualquier objeto que está (es) fuera de o más allá de quien lo
presencia, en algún lugar no precisado. Por lo tanto, en rigor, y como ya fue señalado,
33
‘existente’ es la conceptualización de la propiedad más básica y común de los objetos
materiales, es decir, de las cosas. Por consiguiente, cuando se predica que algo existe se
hace referencia a la propiedad general de que algo está (es) con independencia de un
cognoscente o de un agente. Por otro lado, hemos distinguido que si un objeto está (es)
desde su origen y por sí mismo, entonces no solo existe, sino que autoexiste: es un
existente natural. Por el contrario, si un objeto es el resultado creativo de otro (un
cognoscente), entonces su estar (ser) es derivado, no natural: un ente derivado, creado
artificialmente o no. Sin embargo, una vez creados, algunos objetos pueden estar (ser)
independientemente, es decir, que además de derivados son reales y materiales: existen
(rigurosamente hablando). Pero también hay objetos cuyo estar (ser) derivado es
inmaterial: los constructos. En estricto apego a la etimología del término en cuestión,
podemos plantear que estos últimos no existen, sino que más bien insisten, puesto que
dependen, tanto en su origen como en su permanencia, de un cognoscente. Además,
dado que lo que insiste puede comunicarse mediante símbolos, entonces surge su
coinsistencia en un contexto léxico-conceptual.
En consecuencia con lo planteado, dado que todo lo que se comunica y predica en
algún lenguaje está referido a algo, el tema principal de cualquier enfoque relativo a lo
denominado enfermedad debe dirigirse a determinar su manera de estar (ser). Es decir, se
debe esclarecer si lo denominado enfermedad existe o está ahí (fuera de un cognoscente),
naturalmente o no. O, por el contrario, si más bien su estar (ser) deriva y depende de un
cognoscente, es decir, si es un constructo. Al respecto, podemos concluir que lo
denominado enfermedad corresponde a la generalización cognitiva que durante nuestra
historia hemos percibido y valorado acerca de la presencia de algunas propiedades
humanas. Como ya se ha señalado, en términos generales las propiedades de un objeto
material, vivo o no, pueden cambiar o alterarse debido a acciones, recíprocas o no, con el
entorno. Si se produce un cambio de algunas propiedades relacionales de un ser vivo
respecto a su entorno, podría generarse un desempeño inadecuado de tal organismo
frente a su ambiente, sea este natural y/o social. Sin embargo, también puede ocurrir que
solo cambie el hábitat de un organismo, de manera tal que este no pueda adaptarse a
dicho cambio. Como sea, lo que ocurre en el caso humano en particular es que al valorar,
ya sea tanto a partir de un proceso perceptivo actual como de un recuerdo, los atributos
principales de algunos estados que involucran a entidades biológicas, se realiza un
proceso de generalización que deriva en el constructo ‘enfermedad’. De aquí que lo
referido por este constructo son seres vivos. Si se especifica el tipo de organismo al que
se le asignan las propiedades generalizadas bajo el concepto ‘enfermedad’, podría
especificarse que el referente son seres vivos animales o vegetales. Lo dicho vale tanto
para los organismos pluricelulares como los unicelulares. Es más, dentro del reino
Animalia se puede especificar si el referente acerca del que se predica ‘enfermedad’ es
humano o no humano. Pero no basta con establecer el referente de ‘enfermedad’. En una
semántica realista, es decir, aquella en la que lo predicado puede corresponder con cosas
/ hechos, se debe determinar también su extensión. Para ello debe establecerse el
contenido o connotación de la ‘enfermedad’. Por lo tanto, cuando se predica que un ser
34
vivo está enfermo o presenta propiedades que en conjunto son designadas por
enfermedad debe especificarse cuáles son esas propiedades, es decir, el contenido o
connotación de ‘enfermedad’. Al respecto, dentro de algunas de las propiedades de los
sistemas vivientes cabe destacar la capacidad que tienen para ajustarse ante algunos
cambios del ambiente64. Por lo tanto, lo que denominamos salud de un viviente depende
de su adaptabilidad. En efecto, su disminución o pérdida conlleva un estado denominado
enfermedad, pero también podría devenir en la pérdida de sus biopropiedades: su muerte.
En consecuencia, una posible connotación de ‘enfermedad’ sería: un cambio de algunas
propiedades del viviente tal que lo inadecuan para desempeñarse en su entorno habitual,
o un cambio de su hábitat que no le permite su desempeño adecuadamente. Por
consiguiente, la extensión del tema en cuestión sería la siguiente: aquellos seres
vivientes que presentan condiciones tales que no les permiten desempeñarse
adaptativamente dentro de su entorno, tanto como un hecho constatable (componente
objetivable) por quien lo percibe como según la valoración de quien lo presenta
(componente no objetivable, emocional). Como el estado enfermo está asociado a los
cambios de seres vivos en interacción con su entorno (por cambios del entorno o
extrasistema y/o de los componentes y estructura del sistema o intrasistema, o de un
subsistema dentro de un organismo), no solo puede haber diversas variantes de estados
enfermos (manifestaciones individuales de un proceso) sino que pueden aparecer nuevos
estados enfermos, «más enfermedades».
Nótese que aunque esta afirmación puede aplicarse para seres vivos tanto humanos
como no humanos, la capacidad cognitiva necesaria para tener conciencia tanto de lo
hetero como autopercibido sería solo humana65.
Resumiendo lo dicho a lo largo del desarrollo de esta obra podemos afirmar que los
cambios o alteraciones solo ocurren en entes reales, y que su conceptualización es un
proceso neurocognitivo que deriva en un objeto no natural. Respecto a esto último, se
puede precisar que en algunos casos la conceptualización es un proceso regulado para un
propósito. Es decir, que se concibe con arte o técnica, en el sentido de un proceso
cognitivo humano que deviene en constructos que se designan convenidamente
(símbolos) con la finalidad de comunicar. En base a esto podemos plantear que aquello
denominado enfermedad se refiere a la generalización de algunas propiedades de
diversos existentes propiamente tales (independientes), dicho de otro modo, a un objeto
cognitivo o a un insistente. Por consiguiente, se debe precisar que enfermedad no
designa a un existente propiamente tal puesto que lo que existe es particular. En efecto,
con tal vocablo, u otros, denominamos la conceptualización de algunas propiedades
comunes de algunos sistemas vivientes. Estas propiedades surgen a partir de cambios o
alteraciones en un ser vivo durante sus interacciones con el entorno. Sin embargo, la
conceptualización de tales propiedades se denomina enfermedad solo cuando resultan de
alteraciones que generan desadaptabilidad entre un sistema biológico y su medio
ambiente. Por lo tanto, aunque lo cierto es que con enfermedad se denomina un
insistente, un constructo, este objeto cognitivo no es meramente convenido, puesto que
lo que se consensúa se basa en hechos. De allí que la determinación de los criterios
35
necesarios para establecer un diagnóstico clínico requiere de la percepción y valoración
de aquellas características del estado de un sistema viviente que pudieran ser
desadaptativas respecto a su entorno. Dicho de otra forma, tal caracterización es un
proceso neurocognitivo humano que necesariamente se elabora a partir de las
valoraciones de las propiedades de un objeto material, considerando sus conexiones o
relaciones fácticas con su entorno natural y/o social (según corresponda). Además,
cuando la caracterización y valoración de las propiedades consideradas desadaptativas se
obtienen por medio de la percepción directa, podemos establecer aquellos síntomas y
signos que suelen percibirse conjuntamente, es decir, los síndromes. Sin embargo, a
medida que la ciencia y la tecnología han progresado, el conocimiento clínico se ha
vuelto más detallado y preciso. Por esta razón, en las últimas décadas se ha señalado que
todo proceso diagnóstico se funda tanto en la apreciación y caracterización clínica de un
síndrome como en la presencia de marcadores biológicos relevantes y válidos
(entendidos como signos biológicos en general, que pueden cuantificarse)66. En el caso
específico de los procesos diagnósticos en la psiquiatría, se ha intentado integrar
endofenotipos (fenotipos intermedios) además de las manifestaciones psicopatológicas y
conductuales requeridas para el diagnóstico psiquiátrico67. Con lo dicho, debe notarse
que actualmente se ha distinguido aquello que se designa con los vocablos síndrome y
enfermedad. Según su etimología, síndrome deriva del griego συνδρομή, que puede
entenderse como ‘la presencia conjunta de propiedades’68. Por consiguiente, para
determinar un estado de enfermedad no basta un síndrome (biológico) puesto que se
requiere que tal condición o conjunto de propiedades biológicas generen
desadaptabilidad al organismo vivo.
De todo lo señalado puede constatarse que con el término enfermedad y otros no se
denomina a un existente propiamente tal, concreto, particular, sino que se designa a un
objeto conceptual. Pero al igual que todo constructo humano, ‘enfermedad’ resulta de
ciclos interactivos cognitivos de percepción-acción que nos han permitido distinguir las
características comunes de algunos sistemas vivientes. Estos procesos interactivos se
desarrollan con un componente emocional, que puede desencadenarse ante lo percibido
(cosas / hechos). Más aún, el componente emocional también queda registrado (memoria
emocional)69, razón por la que al recordar lo percibido se asocia una emoción. Por lo
tanto, cuando un cognoscente humano presencia o recuerda lo presenciado, propio o
ajeno, necesariamente, y dependiendo del contexto cultural en que se encuentre, realizará
valoraciones. Por esto los perceptos / conceptos de todo cambio (cosa / hecho) están
asociados a una valoración (con sus graduaciones): bueno-malo, adaptabilidaddesadaptabilidad, etcétera.
Dicho brevemente, con enfermedad designamos la generalización de un conjunto de
propiedades relacionadas de algo (o parte de algo) real (biológico) que le hacen
insuficientemente adaptativo con respecto al entorno en que interactúa. Efectivamente,
con enfermedad designamos el constructo ‘enfermedad’, cuya referencia son los seres
vivos o sistemas biológicos, y cuya extensión son aquellos que realmente están
desadaptados en su entorno debido a una alteración en alguno de sus componentes con
36
relación a su hábitat, o viceversa.
En consecuencia, para determinar si el desempeño de una entidad biológica es
adaptativo o no, se debe considerar la siguiente propiedad de los seres vivos: su
adaptabilidad al medio. Como la adaptabilidad es una propiedad relacional, la
determinación del grado de adaptabilidad de un sistema biológico se establece,
necesariamente, respecto a los sistemas con los que interacciona un biosistema. De allí
que un estado sano (salud) es el estado de adaptabilidad suficiente de un individuo en el
ambiente en que se desarrolló (interactuó y adaptó). La falta de adaptabilidad suficiente
de un biosistema respecto a su hábitat, ya sea por cambios en éste o en los componentes
y estructura del biosistema, puede generar un estado desdaptativo que hemos
denominado con el término enfermedad (y otros). Dicho esto, debe recordarse que la
desadaptabilidad de un sistema biológico podría ser de tal magnitud que le lleve a la
pérdida de su vitalidad (muerte). Esto no solo concuerda con los planteamientos
ecogenéticos de la ‘enfermedad’70, sino que con los aspectos dinámicos de los sistemas
biológicos, es decir, con la plasticidad biológica. Al respecto, es destacable la
constatación de que los procesos de envejecimiento se relacionan con una menor
plasticidad biológica y, en consecuencia, con una mayor tendencia a presentar estados
desadaptativos (‘enfermedad’) crónicos. Nótese que el significado del concepto
‘alteración’ aplicado a sistemas biológicos está estrechamente relacionado con lo que
designa la frase plasticidad biológica fenotípica. En efecto, con esta frase se denota a un
organismo capaz de expresar diferentes fenotipos dependiendo del entorno en que se
encuentre71. También debe notarse que se suele distinguir ‘adaptabilidad’ de
‘plasticidad’, señalándose que este último consiste en la capacidad de cambio biológico
por influencia de estímulos, razón por la que la plasticidad fenotípica es el rango de
variabilidad de un fenotipo en respuesta a las fluctuaciones ambientales72. Respecto a la
‘adaptabilidad’ se refiere a la capacidad de adaptación fisiológica, sin cambios genéticos,
de un ser vivo73. Establecida tal distinción, lo importante para los efectos de esta
discusión es que tanto la plasticidad como la adaptabilidad de los sistemas vivos están
relacionadas. Como en un ambiente cambiante se requiere de flexibilidad adaptativa,
aquellos organismos cuyo desempeño es de menor plasticidad biológica tendrán menor
capacidad de adaptación fisiológica, ya sea a lo largo del desarrollo general de un
individuo en su hábitat como de la evolución de una especie. En el primer caso, un
individuo podría encontrarse en un estado denominado enfermo o fallecer. En el
segundo, una especie desaparecerá del proceso evolutivo. De todas formas, se evidencia
que con el concepto ‘adaptación’ se alude a interrelaciones que involucran cambios. Por
esta razón su referencia es fáctica, nunca conceptual. Al respecto, la etimología del
término adaptación nos señala que deriva del latín adaptare, que significa ‘ajustar’. Este
vocablo deriva, a su vez, de ad- ‘hacia’ + aptare ‘unirse, ligarse’. Aptare se relaciona
con aptus, que se refiere a ‘ligado’, pero que tomó un sentido laudatorio: ‘bien ligado’,
es decir, ‘adecuado, conveniente’. Estos términos se relacionan con el vocablo griego
αρμοστος (‘encajar, ajustar, corresponder con, conectar’). Nótese que este último
vocablo se vincula con αρμονία (armonía). Finalmente, el origen común de estos
37
vocablos es del proto-indoeuropeo (PIE) *h2er- ‘unido, ajustado’74. Por lo tanto, el
constructo ‘adaptación’ se establece respecto a un hecho en el que se interconectan por
lo menos dos cosas. Es decir que alude a relaciones de hecho entre partes, pero con la
noción de ajuste, que puede entenderse como un estado de equilibrio interactivo. Dado
que lo dicho implica conexiones de algún tipo, necesariamente tendrán un alcance
espacial y temporal. En efecto, en el caso específico de los procesos de un sistema
biológico que son discordantes con su entorno pueden generar acciones y reacciones con
otros sistemas o subsistemas. Por ejemplo, la alteración del funcionamiento o propiedad
contráctil automática del corazón (arritmia) podría generar alteraciones en otros sistemas
(SNC, riñones, etcétera) siempre y cuando la alteración cardíaca en cuestión sea de tal
importancia como para afectar su volumen de eyección sanguíneo. Además, si otros
sistemas u órganos se encuentran en estados cuyas propiedades disposicionales los hacen
vulnerables o menos adaptables ante los cambios del entorno, entonces es más posible
que sus propiedades se alteren y se actualicen desadaptativamente. En este contexto,
cabe señalar que si la conexión entre un sistema y otro está mediada cognitivamente, se
agrega el componente emocional-valorativo (afectivo) ante el cambio de las propiedades
de algún sistema.
En definitiva, toda alteración de un sistema biológico ocurre por su interrelación
fáctica con su entorno. Sin embargo, dentro del desarrollo neurocognitivo y cultural de
nuestra especie, lo que se ha denominado con el término enfermedad y afines ha sido
tanto la hetero / autopercepción como la valoración de aquellas alteraciones globales de
un viviente que le desajustan respecto a su hábitat. Cabe precisar que las alteraciones
biológicas no solo pueden presentarse naturalmente sino que también artificialmente, e
incluso mixtamente. En efecto, muchas de las alteraciones que afectan a nuestro
organismo son provocadas por nosotros mismos, resultan de nuestras interacciones
sociales. Un ejemplo de esto son aquellos eventos sociales que resultan en estados de
estrés crónico, que, por un lado, tienden a generar una serie de alteraciones biológicas
tanto generales como específicamente neurocognitivo-emocionales, y que, por otro,
pueden resultar en interacciones desadaptativas respecto al hábitat correspondiente.
Concluyendo, frente a la interrogante acerca de la existencia de lo denominado
enfermedad (y afines), la respuesta se obtiene remitiéndonos a Aristóteles, a saber: que
lo que existe (realmente) no son las generalidades sino los individuos. La «existencia»
conceptual, o insistencia, dice relación con la generalización cognitiva de una suma de
propiedades de entes reales.
En consecuencia, ante la cuestión abordada en esta obra la propuesta más plausible
podría ser la siguiente: que lo designado con el término enfermedad no existe sino que
insiste, y que solo existen sistemas materiales vivos que según su grado de adaptabilidad
ante su entorno habitual pueden designarse como sanos o enfermos. Como la
designación enfermedad se establece cuando un ser vivo se encuentra en un estado de
desadaptación frente a su hábitat, el concepto ‘enfermedad’ se funda en el grado de
presencia (suficiente o insuficiente) de una propiedad biológica relacional común: la
adaptabilidad ante el medio ambiente habitual correspondiente para cada sistema vivo.
38
62
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Frith, C.; Frith, U. (2012). «Mechanisms of Social Cognition». Annu. Rev. Psychol, 2012, 63; pp. 287–313.
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73
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Santiago de Chile, diciembre de 2016
Se utilizó tecnología de última generación que reduce el impacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el papel necesario para su producción, y se aplicaron altos estándares para la
gestión y reciclaje de desechos en toda la cadena de producción.
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Table of Contents
Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Advertencia
Introducción
Neurocognición y lenguaje
Lo natural versus lo artificial
La enfermedad: ¿un existente natural, artificial o sobrenatural?
Acerca de lo que existe
Existencia
Existencia natural
Existencia derivada o secundaria
De los hechos a un constructo designado: alteraciones de existentes vivos, ‘enfermedad’
y enfermedad (y afines)
40
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Advertencia
Introducción
Neurocognición y lenguaje
Lo natural versus lo artificial
3
4
5
6
7
8
11
16
La enfermedad: ¿un existente natural, artificial o sobrenatural?
Acerca de lo que existe
18
19
Existencia
Existencia natural
Existencia derivada o secundaria
21
24
26
De los hechos a un constructo designado: alteraciones de existentes
vivos, ‘enfermedad’ y enfermedad (y afines)
41
33
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