el profanador de textos ‘Das unwahre Prinzip unserer Erziehung oder der Humanismus und Realismus’ Publicado dentro de la serie: Cuadernos Epistemológicos Nº 6 por Cuadernos Pau de Damasc Max Stirner El falso principio de nuestra educación o El Humanismo y el Realismo “Este es uno de los ensayos más importantes que jamás haya creado la pedagogía de todos los tiempos.” Rudolf Steiner Prólogo a la presente edición castellana Max Stirner publicó el siguiente ensayo en 1842 en la “Gaceta del Rhin” en Alemania. De una manera vigorosa, enérgica y directa plantea la pregunta fundamental de toda educación: “¿Educamos concienzudamente nuestra disposición para ser creadores, o se nos trata tan solo como criaturas cuya naturaleza se presta meramente a ser adiestrada?” Esta pregunta es hoy más actual que nunca en un mundo del neoliberalismo donde solamente se demandan fuerzas de trabajo y consumidores, y donde los centros de formación degeneran cada vez más en instrumentos de este sistema. Los curriculums estatales obligan a los maestros a transmitir conocimiento largamente envejecido y a que los alumnos se adapten a lo establecido mediante notas, exámenes y tests. ¿Dónde queda ahí el espacio libre para Autor la individualidad que sólo puede encontrarse a sí misma cuando se activa creativamente en el pensar, sentir y querer? Como docentes, en todo, momento nos hallamos ante este desafío, con cuanta rapidez nos entusiasmamos con contenidos que los alumnos han de acoger incondicionalmente, contenidos que nos parecen importantes para su desarrollo, perdiendo de vista en el proceso las personalidades de los alumnos. De repente nos hemos ocupado largas horas preparando los contenidos que y ya no nos queda tiempo para ocupamos de los alumnos, de sus preguntas y necesidades. O bien intentamos, por ejemplo, demostrar ante los padres el éxito de nuestro trabajo, mostrando lo bien que los preparamos para la vida o invocamos el resultado de los exámenes para justificarlo. En este texto Stirner nos sitúa frente a una decisión, y cada vez que lo leemos nos sorprende de nuevo con cuánta claridad y presencia de espíritu [gannn] 1 nos conduce hacia ese punto: ¿Tenemos el coraje de orientamos totalmente “hacia el punto invisible del yo” y hacer que toda la educación “confluya en ese centro que llamamos personalidad”? Dicho de otro modo: ¿estamos dispuestos a abandonar el saber transmitido y las formas polvorientas, y a dejar que nuestra actividad sea inspirada una y otra vez por el contacto con las individualidades de los alumnos? Eso exige que el educador se ponga en camino y descubra ese “punto invisible del yo” en sí mismo. En el siguiente escrito se hallan ya esbozadas las ideas principales de stirner, que dos años más tarde elaboró en su principal obra filosófica “El único y su propiedad”. Esa obra es llevada por la fuerza del yo creador, suficientemente fuerte para dejar lo antiguo detrás de sí, para ignorar el pragmatismo y situarse entera y exclusivamente sobre sí mismo: El libro es como un golpe de timbal que nos señala hacia la posibilidad de una nueva época. Título el de textos elprofanador profanador de textos confesiones de invierno (¡siempre charly garcía debe estar presente!) quiero a los libros —esos seres impresos en árboles muertos (o debería decir ‘asesinados’)— con ‘sagrado’ respeto, pero resulta que muchas veces son inhallables… o hallables a un precio inalcanzable. por eso me convierto en ‘profanador’: ‘deshonro,’ ‘prostituyo’ la belleza del papel y transfiero la sabiduría a este nuevo ser electrónico. profanador, ra. es verdad: dejo sin pan a (Del lat. profanãtor, -ōris). quien lo creó. pero comple1. adj. Que profana. U. t. c. s. to su más profundo deseo: difundir su conocimiento. profanar. (a mi tampoco me conven(Del lat. profanãre). cen estas ‘razones,’ son 1. tr. Tratar algo sagrado sin el debido respeto, o aplicarlo puro bla, bla, bla.) a usos profanos. el diseño apaisado es para 2. tr. Deslucir, desdorar, desque sea fácil leerlo en el honrar, prostituir, hacer uso monitor de la computadora indigno de cosas respetables. o impreso en hoja A4, simple o doble faz. a fin de Real Academia Española © Todos los derechos reservados cuentas, millones de libros han sido leidos ‘fotocopiados’ en ese formato. (en realidad, los más beneficiados son los que venden recargas de cartuchos.) elprofanadordetextos@ yahoo.com primera pedeeficación: -bre -, 2014 Autor En una carta dirigida a John Henry Mackay, personalidad que, a finales del siglo XIX, hizo que volviera a conocerse la labor’ de Max stirner, Rudolf steiner escribe sobre ello: “…En mi opinión, la primera parte de mi libro pone los cimientos de la concepción del mundo de stirner. Lo que en la segunda parte de la ‘Filosofía de la Libertad’ desarrollo como consecuencias éticas de mis presupuestos filosóficos, creo que se halla en plena coincidencia con las exposiciones del libro: ‘El único y su propiedad’”. Y de una carta de Rudolf Steiner a Rosa Mayreder podemos también extraer un pasaje: “Encuentro en stirner algo que me falta en Nietzsche: las fuerzas vitales que se desarrollan en todas direcciones y que siguen su tendencia natural sin limitación alguna. En stirner encuentro una energía propia de la vida, una plenitud y capacidad de transformación de la personalidad, una serenidad y libertad de artista que en mi opinión no parecen existir en Nietzsche. En el caso de stirner respiramos en un aire más puro que en el de Nietzsche. A los oídos de stirner se revelan secretos que realmente se hallan más allá de la muerte y del hielo. La óptica de la vida a la que aspira Nietzsche se ha hecho realidad en stirner…” Esperamos que el presente ensayo sobre “El falso principio de nuestra educación” logre una amplia extensión y sirva de estímulo para conversaciones intensas, debates y tertulias. La educación del futuro exige esta profundidad, pues con meras reformas no puede alcanzarse nada. Überlingen, 2000 Andreas Schubert [gannn] 2 pedeeficado el 6 de noviembre del 2012 El falso principio de nuestra educación El hecho de que nuestra época luche por encontrar la palabra con fa que definir su espíritu, hace que salgan muchos nombres que reclaman ser la denominación correcta. Nuestro presente muestra por todas partes la más abigarrada multitud de partidos, y en torno a la corrupta herencia del pasado revolotean las aves rapaces del momento. Pero por todas partes hay gran cantidad de cadáveres políticos, sociales, eclesiásticos; científicos, artísticos, morales y de otro tipo, y hasta que todos no se hayan, consumido, no estará limpio el aire, y la respiración de los seres vivos seguirá siendo sofocante. Sin nuestra participación, la época no acaba de’ crear la palabra adecuada, todos hemos de colaborar en su génesis. Pero si en el empeño tantas cosas dependen de nosotros, nos preguntaremos con razón qué es lo que se ha hecho y lo que se piensa hacer de nosotros. Nos preguntamos por la educación que intenta capacitarnos para que lleguemos a ser creadores de esa palabra. ¿Se educa con conciencia nuestra predisposición a ser creadores, o se nos trata como criaturas cuya naturaleza sólo permite que se nos someta a mero adiestramiento? Esa Título el profanador de textos pregunta es tan importante como cualquiera de los demás interrogantes sociales, y hasta diría que es la más importante, porque éstos, en último término, descansan sobre esa base. Sed aplicados y lograréis un resultado igualmente efectivo, que cada uno sea “completo en sí mismo”, y vuestra comunidad, vuestra vida social, será también completa. Por esto nos preocupamos por que se haga de nosotros en la época de nuestra formación, la cuestión escolar es una cuestión vital. Eso salta hoy sucifientemente a la vista y desde hace años se combate en ese campo con un calor y una franqueza que sobrepasan ampliamente la esfera de la política, porque no choca con los obstáculos de un poder despótico. Un respetable veterano, el profesor Theodor Heinsius que, igual que el difunto profesor Krug, ha mantenido su energía y aplicación hasta edad avanzada, intenta encender nuevamente, el interés por el tema con un pequeño escrito. Lo llama “concordato entre la escuela y la vida o Intermediación entre Humanismo y Realismo, considerados desde el punto de vista nacional”. Berlín 1842. Dos partidos pugnan por vencer y quieren recomendar su principio educativo como el mejor y más certero para nuestras necesidades: los Humanistas y los Realistas. Sin querer enemistarse con el uno o con el otro, Heinsius habla en dicho libro con una indulgencia y conciliación que pretende hacer justicia a ambos y no se da cuenta de que con ello comete la mayor injusticia, porque sólo se sirve a ese principio educativo ejerciendo la máxima resolución. Ese pecado contra el espíritu de la cosa permanece como la herencia inseparable de todos los intermediarios tímidos. Los “concordatos” únicamente ofrecen un medio de información pusilánime. Autor Sólo franco como un hombre: ¡A favor o en contra! Y la consigna: ¡esclavo o libre! Incluso los dioses descendieron del olimpo y lucharon en el pináculo de los partidos. Antes de llegar a sus propias propuestas, Heinsius hace un breve esbozo del curso de la historia a partir de la Reforma. Para él, el período entre la Reforma y la Revolución (francesa) es el de la relación entre mayores y menores de edad, entre los que dominan y los que sirven, entre poderosos e impotentes, en pocas palabras, el período de sometimiento. Al margen de toda otra razón que quisiera justificar la superioridad, la cultura, como si fuera un poder, elevó a quien la poseía por encima de los impotentes que carecían de ella, y la persona cultivada era considerada en su círculo, por grande o pequeño que éste fuera, como el poderoso, el fuerte, el que impone: pues era una autoridad. No todos podían ser llamados a esa dominación y autoridad; en consecuencia, la formación no era para todos, por lo que la cultura general contradecía ese principio. La formación crea superioridad y lo convierte a uno en señor: por consiguiente en esa época de señores era un instrumento de dominio. Sólo la Revolución (francesa) rompió con esa economía de señores y servidores, y nació la proposición fundamental: cada uno es su propio señor. La necesaria consecuencia de ello fue que la cultura, que efectivamente nos convierte en señores, debía hacerse desde entonces universal. El impulso en pos de una formación universal y asequible a todos tenía que llegar a luchar contra las exclusividades afirmadas tenazmente y la Revolución tenía que desenvainar la espada contra el señorío del período de la Reforma. La idea de la cultura general colisionaba con la excluyente, y a lo largo de una serie de [gannn] 3 fases y nombres ha habido guerra y contienda hasta nuestros días. Para los antagonismos que se hallan enfrentados en campos enemigos, Heinsius escoge el nombre de Humanismo y Realismo, y aunque sean muy poco adecuados, vamos a mantenerlos. Hasta que en el siglo XVIII la Ilustración empezara a expandir su luz, la llamada cultura superior se hallaba sin oposición en manos de los Humanistas y se basaba casi exclusivamente en la comprensión de los clásicos. Paralelamente, avanzaba otra cultura que buscaba su modelo también en la antigüedad y cuyo elemento más importante consistía en adquirir un conocimiento considerable de la Biblia. El hecho de que en ambos casos se considerara como su único material la mejor cultura del mundo antiguo es suficiente para demostrar cuán pocas cosas dignas ofrecía la propia vida y cuán alejados estábamos todavía de poder crear con originalidad propia las formas de belleza, y con raciocinio propio el contenido de la verdad. Teníamos que aprender primero la forma y el contenido, éramos todavía aprendices. E igual como el mundo clásico mandaba sobre nosotros como señor, haciendo uso de los clásicos y de la Biblia, la esencia de toda nuestra actividad —y eso puede demostrarse históricamente— consistía en ser señor y servidor, y sólo por esa naturaleza de la época se explica por qué uno se esforzaba por alcanzar una “cultura superior”, y por qué se empeñaba en hacer ostentación de ella ante el vulgo. Quien poseía la cultura se convertía en señor sobre los incultos. Una formación o cultura popular hubiera ido contra ellos, porque el pueblo tenía que seguir siendo profano frente al erudito señor y simplemente debía asombrarse ante la soberanía ajena y venerarla. De ese modo se prolongó el romanismo en el mundo de la cultura, siendo sus apoyos el latín y el griego. Por Título el profanador de textos otra parte, no podía evitarse que esa formación siguiera siendo formal, porque de la antigüedad muerta y desde largo tiempo enterrada solamente podían sostenerse las formas, por llamar de algún modo a los espectros de la literatura y del arte; y sobre todo porque la soberanía sobre los hombres se consigue y se mantiene precisamente por el predominio de lo formal: sólo hace falta un cierto grado de habilidad mental para mantener la supremacía sobre los inhábiles. En consecuencia, la denominada formación superior era una cultura elegante, un sensus omnis elegantiae, una formación del gusto y sentido por las formas que, en último término, amenazaba con hundirse en un asunto gramatical, que perfumaba la misma lengua alemana con los aromas del Lacio, hasta tal grado que aún hoy, en la recién publicada “Historia del Estado de Prusia-Brandeburgo”, un libro para todos, tenemos la oportunidad de asombramos con las más bellas oraciones gramaticales latinas de Zimmermann. Entretanto, de la Ilustración emergió paulatinamente un espíritu de oposición contra los formalismos y con el fin de reconocer los derechos humanos generales e indelebles se le asoció la exigencia de una formación que llegara a todos, de una cultura humana. La falta de una instrucción real que tenga influencia en la vida era esclarecedora para el modo de proceder de los Humanistas y generó la demanda de una formación práctica. A partir de entonces todo saber había de vivir, había de vivirse el conocimiento; pues sólo la realidad del saber representa su consumación. Si consigue introducir la sustancia de la vida en la escuela, y a través suyo ofrece algo útil para todos y, justo por eso, conquista a todos para esa preparación de la vida y los dirige a la escuela, ya no se envidiará a los señores eruditos a causa de Autor su conocimiento singular y el pueblo abandonará su estado profano. La aspiración del Realismo consiste en hacer que desaparezca el estado sacerdotal de los eruditos y el estado profano de los pueblos y por esa razón ha de aventajar al Humanismo. La adopción de las formas clásicas de la antigüedad comenzó a arrinconarse y con ello el dominio de la autoridad perdió su halo. La época se rebeló contra el respeto tradicional ante los eruditos, igual como se levanta contra cualquier tipo de respeto. Todos habían de compartir el privilegio esencial de los sabios: la cultura general. Pero ¿acaso la formación general, para expresarlo de una manera trivial, no es la capacidad de “poder hablar de todo”, o expresándolo de un modo más serio, la facultad de ser dueño de toda materia? Se veía que la escuela había permanecido rezagada, por detrás de la vida, no sólo porque se privaba de ella al pueblo, sino también porque, a causa de su tendencia a ser una formación exclusivista, los alumnos no recibían su aspecto universal y en el colegio se descuidaba la enseñanza de una serie de materias cuyo dominio nos exige la vida misma. Se pensaba que si la escuela había de esbozar las líneas básicas de nuestra reconciliación con todo lo que nos ofrece la vida había de preocuparse de que ninguno de los objetos con los que hemos de entrar en contacto siguiera siéndonos extraño o que permaneciera fuera del alcance de nuestro dominio. Por eso se buscó apasionadamente adquirir confianza en las cosas y relaciones del presente y se adoptó una pedagogía que fuera aplicable a todos, porque satisfacía la necesidad que todos tenemos de encontramos en nuestro mundo y época. De ese modo, las proposiciones fundamentales de los derechos humanos cobraron vida y realidad: la igualdad, porque esa formación abarcaba a todos, y la libertad, ya que el [gannn] 4 hecho de estar al corriente de todo lo que nos hace falta los hacía independientes y autónomos. Sin embargo, captar el pasado, como proclama el Humanismo, o adueñarse del presente, como proponen los Realistas, conduce únicamente al poder sobre lo temporal. Sólo es eterno el espíritu que se capta a sí mismo. Y por eso la igualdad y la libertad adquirieron también una existencia subordinada. Uno podía ser igual a los otros y sentirse emancipado de su autoridad. Pero en aquel principio apenas se presentía ninguna noción de la igualdad consigo mismo, del ajuste y la reconciliación entre nuestro ser humano eterno y el temporal, de la transfiguración de nuestro elemento natural en elemento espiritual, en otras palabras, de la unidad y la omnipotencia de nuestro yo autosuficiente, porque no permite que, aparte de él mismo, nada ajeno se sostenga. En dicho principio apenas se dejaba sentir un presentimiento de todo ello. Y aunque la libertad aparecía como independencia de cualquier autoridad, todavía carecía de autodeterminación y no proporcionaba aún hechos propios de un ser humano libre en sí mismo, ni autorrevelaciones de un espíritu libre de consideraciones, es decir, liberado de los flujos de la reflexión. La persona cultivada formalmente ya no debía destacar por encima de la superficie de la cultura general, y de ser alguien “de cultura elevada” pasó a ser persona “de cultura unilateral” (aunque, naturalmente, mantiene su valor incontestable, porque toda la formación general está destinada a irradiar en las diversas unilateralidades de la formación especializada). Quien estaba educado en el sentido del Realismo tampoco había trascendido la igualdad y la ‘libertad de los otros, al “hombre práctico”. La vacía elegancia del Humanista, del dandy, no podía escapar a la derrota, sólo el vencedor brillaba con el Título el profanador de textos verde cardenillo de la materialidad y a lo máximo que llegaba era a ser un industrial anodino. El dandismo y el industrialismo pelean por el botín de niños y niñas encantandores, y con frecuencia intercambian tentadoramente sus armaduras, de modo que el dandy se presenta con grosero cinismo y el industrial lo hace vestido de punto en blanco. Sin embargo, la madera viva del mazo de guerra industrial acaba rompiendo los secos bastones de caña del dandismo. Pero viva o muerta, la madera sigue siendo madera, y si queremos que brille la llama del espíritu, la madera ha de acabar pereciendo en el fuego. Mas, ¿por qué ha de perecer también el Realismo, si adopta lo bueno del Humanismo, cosa que no podemos negarle? Está claro que acoger lo inalienable y verdadero del Humanismo, la educación formal, se facilita cada vez más con la actitud científica creciente y con el tratamiento racional de todos los objetos de enseñanza (me acuerdo por ejemplo de los logros de Becker en el campo de la gramática alemana), y con ese ennoblecimiento expulsa a su antagonista de la posición sólida que ocupaba. El Realismo y el Humanismo parten del hecho de que el destino de toda educación es proporcionarle habilidad al hombre, y ambos coinciden, por ejemplo, en que hay que acostumbrarse a todos los giros de la expresión lingüística, y que en las matemáticas hay que hacer más precisas las maneras de exponer las demostraciones, etc., es decir, que hay que esforzarse en aprender el manejo de la materia y dominarla. Por ello será ineludible que también el Realismo acabe reconociendo la formación del gusto como su fin último, y sitúe en la cúspide la actividad formadora, como ya en parte sucede actualmente. Pues en la educación, toda la materia tiene su valor dada en el hecho de que los niños aprenden a hacer algo con ella, a Autor utilizarla. Está bien que sólo haya de inculcarse lo útil y lo utilizable, como pretenden los Realistas; pero habrá que buscar lo útil en la formación, en la generalización, en la exposición, por lo que no se podrá rehusar esa exigencia de los Humanistas. Los Humanistas tienen razón en que se trata de educar sobre todo de una manera formal, pero se equivocan al no considerar esa educación como el dominio de cada una de las materias. Los Realistas aciertan al pretender que cada materia se empiece en la escuela, pero se equivocan al no querer considerar la educación formal como objetivo principal. Si el Realismo ejerce la correcta renuncia de sí mismo y cae en las tentaciones materialistas, puede llegar a vencer a su opositor e incluso, reconciliarse con él. ¿Por qué seguimos entonces hostigándonos? Entonces, ¿expulsa de sí el Realismo la cáscara del antiguo principio y se yergue a la altura de la época? Lo averiguaremos si postula la idea más querida de la época, o si permanece rezagada por detrás de ella. Hay que fijarse en el miedo, inextinguible con el que los realistas se apartan de la abstracción y la especulación, y yo quisiera introducir un par de pasajes de Heinsius que en este punto no cede ante los Realistas rígidos, lo que me ahorrará extraer citas de éstos. En la página 9 dice: “En las instituciones de formación superior se oía hablar de los sistemas filosóficos de los griegos, de Aristóteles y Platón, y también de los modernos: de Kant, para quien las ideas de Dios, libertad e inmortalidad eran indemostrables; de Fichte, que situaba la ordenación moral del cosmos en el lugar del Dios personal; de Schelling, de Hegel, Herbart y Krause que, como todos, podrían llamarse descubridores y anunciadores de la sabiduría supraterrenal. Y se decía: ¿que hemos de hacer nosotros? ¿Ha de empezar la nación alema[gannn] 5 na, con fantasías idealistas que no pertenecen ni a las ciencias empíricas positivas, ni a la vida práctica, y que no son útiles al Estado? ¿Ha de empezar con un conocimiento oscuro que, simplemente confunde al espíritu de la época, conduce a la incredulidad y al ateísmo, divide los ánimos, ahuyenta a los estudiosos mismos de las cátedras de sus apóstoles y hasta oscurece nuestra lengua nacional, porque transforma los conceptos más diáfanos del intelecto humano en místicos enigmas? ¿Es esa la sabiduría que ha de formar a nuestros jóvenes, convirtiéndolos en personas moralmente buenas, en seres que piensan racionalmente, en ciudadanos fieles, en trabajadores útiles y eficientes en su profesión, esposos amantes y en padres diligentes en la creación del bienestar del hogar?”. Y en la página 45: “Si antes consideramos la filosofía y la teología como ciencias del pensar y del creer establecidas para el bienestar del mundo, ¿en qué se han convertida, por sus mutuas fricciones, desde que Lutero y Leibniz’ abrieran la vía para ella? El dualismo, materialismo, espiritualismo, naturalismo, panteismo, realismo, idealismo, supernaturalismo, racionalismo, misticismo, y como quieran llamarse todos los “ismos” abstrusos, de especulaciones y sentimientos extremados, ¿qué bendiciones han aportada al Estado, a la Iglesia, a las artes y a la cultura del pueblo? La religión, como dogma, es más pura, pero la fe subjetiva es más confusa, está debilitada, quebrada en sus cimientos, conmocionada por la crítica y la hermenéutica, o transformada en fantasía ilusoria y aparente santidad farisaica. ¿Y la Iglesia? Pues bien, su vida es escisión o muerte. ¿No es así? ¿Por qué los Realistas se muestran tan cautos frente a la filosofía? Porque desconocen su propia vocación y con todas sus fuerzas quieren mantenerse dentro de unos límites, ¡en lugar de hacerse ellos Título el profanador de textos mismos ilimitados! ¿Por qué odian la abstracción? Porque ellos mismos son abstractos, ¡porque se abstraen de la completación de sí mismos, del vuelo hacia la verdad salvadora! Es que queremos entregar la pedagogía a los filósofos? ¡Nada más lejos de eso! Se comportarían con la suficiente torpeza. Solamente habría que confiársela a los que son más que filósofos, y por tanto muchísimo más que Humanistas y Realistas. Estos últimos tienen buen olfato para captar que los filósofos fracasarían, pero no tienen ni idea que a su declive le seguiría una resurrección: se abstraen de la filosofía para alcanzar el cielo de sus objetivos, saltan por encima de ella y caen en el abismo de la propia vacuidad, son como el judío errante, inmortales, no eternos. Sólo los filósofos pueden morir y encontrar su propio ser en la muerte; con ellos muere el período de la Reforma, la época del saber. En efecto, así es, el saber mismo ha de morir, para volver a florecer en la muerte convertido en voluntad; la libertad de pensamiento, de creencia y de conciencia, esas magníficas flores de tres siglos, volverán a sumergirse en el seno materno de la tierra, para que una nueva libertad, la libertad de la voluntad, se nutra de sus savias más preciadas. El saber y su libertad era el ideal de la época que acabó culminando en la cumbre de la filosofía: ahí el héroe construirá su propia hoguera y salvará su parte eterna en el Olimpo. Con la filosofía concluye nuestro pasado y los filósofos son los Rafaeles del período del pensar donde se consuma el antiguo principio en un brillante resplandor cromático y, con el rejuvenecimiento de algo temporal, surge algo eterno. Quien a partir de entonces quiera conservar el saber lo perderá; pero quien lo abandone lo recuperará. Sólo los filósofos están llamados para Autor ese abandono y esa conquista: se hallan ante el fuego llameante y, como el héroe que muere, han de consumir su envoltura terrenal, si es que quiere liberarse el espíritu imperecedero. Hay que hablar de la manera que mejor pueda entenderse. De hecho, el error de nuestros días está siempre en que el conocimiento no se transmite completo ni de manera transparente, sigue siendo algo material y formal, meramente positivo, sin intensificarse hacia lo absoluto, y se nos carga con él como si fuera un fardo. Igual como hacía el antiguo, hemos de desear el olvido, hemos de beber del Leteo gratificante: de lo contrario uno no llega a sí mismo. Todo lo grande ha de saber morir y transfigurarse con ese paso; sólo lo miserable, como la rígida Cámara Imperial, colecciona actas sobre actas y juega durante milenios en delicadas figuras de porcelana, como hace la imperecedera puerilidad de los chinos. El verdadero saber se consuma cuando deja de ser saber y se convierte de nuevo en sencillo impulso humano: en voluntad. Así por ejemplo, el que ha reflexionado durante años sobre su “vocación como ser humano”, en el mismo instante en que la encuentre sumergirá todas las inquietudes y peregrinajes de su búsqueda en el Leteo de un sencillo sentimiento, de un impulso que, desde entonces, le irá conduciendo paulatinamente. En el momento en que se reconoce la “vocación del ser humano”, cuyos pasos han seguido rastreando los innumerables senderos y veredas de la investigación, se precipita en la llama de la voluntad ética, y vuelve incandescente el pecho del que ha dejado de estar disgregado en la búsqueda, y ha vuelto a convertirse en un hombre ingenuo y fresco. Levántate discípulo, y baña infatigable tu pecho terrenal en la rojiza aurora. [gannn] 6 Ese es el final, y al tiempo la perpetuidad, la eternidad del saber: el saber que, convertido en sencillo e inmediato, con una forma nueva vuelve a establecerse y manifestarse a si mismo como voluntad en cada acto. Lo correcto no es la voluntad en primer término, como pretenden los prácticos, no se puede pasar por alto el querer saber para sostenerse directamente en la voluntad, sino que el saber se completa a sí mismo convirtiéndose en voluntad cuando se despoja de lo sensorial y se crea a sí mismo como espíritu “que se construye el cuerpo”. Por eso, los defectos de la temporalidad, la formalidad y el materialismo, el dandismo y el industrialismo se aferran a aquella educación que no parte de esa muerte y esa ascensión del conocimiento. Un saber que no se purifica ni se concentra para avanzar hacia el querer, o dicho de otro modo, un conocimiento que sólo me sobrecarga como haber o posesión, en lugar de fundirse totalmente conmigo, de tal manera que el yo libre en sus movimientos no se vea obstaculizado por un patrimonio que ha de remolcar, atravesando el mundo con sentido vivaz. En resumidas cuentas, un saber que no se ha convertido en personal proporciona una pobre preparación para la vida. No queremos que se convierta en abstracción, pero ello es precisamente lo que en realidad consagra todo el saber concreto: porque con la abstracción se da muerte a la materia y se la convierte en espíritu, mas dándole al hombre su verdadera y última liberación. Únicamente en la abstracción está la libertad: el hombre libre es sólo aquel que ha vencido lo que le venía dado y que por sí mismo ha reunido, en la unidad de su yo, lo que le fue dudosamente arrancado. Ahora bien, después de haber alcanzado la libertad del pensamiento, si el impulso de nuestra época es avanzar en su consumación hasta transformarse Título el profanador de textos en libertad de la voluntad, a fin de que esta última se haga realidad como el principio de una nueva época, en ese caso el objetivo último de la educación ya no’ será el saber, sino el querer nacido del conocimiento, y la expresión elocuente de aquello a lo que ha de aspirar es el ser humano personal o libre. La verdad misma no consiste en otra cosa que en la revelación de sí misma, y a ello pertenece el encontrarse a uno mismo, la liberación de todo lo ajeno, la abstracción extrema o la liberación de toda autoridad: la ingenuidad reconquistada. Esos hombres totalmente verdaderos no los proporciona la escuela; si existen existen a pesar de la escuela. Esta puede hacemos dueños sobre las cosas, e incluso dueños de nuestra propia naturaleza, pero no es ella quien nos convierte en naturalezas libres. Ningún saber profundo y vasto, ninguna agudeza o sagacidad, ninguna sutileza dialéctica nos preserva de la bajeza del pensar y del querer. Si salimos de la escuela sin ser egoístas, el mérito no estará en la escuela. Todo tipo de presunción y de avaricia, ambición por un puesto burocrático, diligencia mecánica o servil, hipocresía, etc., se vincula tanto con el amplio saber como con la cultura elegante y clásica, y como toda esa instrucción no tiene influencia alguna sobre nuestra acción ética, con frecuencia su destino es que la olvidemos en la misma medida en que no la usamos: simplemente uno se sacude el polvo de la escuela. Y todo ello porque sólo se ha buscado educarse en lo formal o lo material, o a lo sumo en los dos, pero no en la verdad, en la educación del hombre verdadero. Los Realistas dan un paso adelante haciendo que el alumno mismo encuentre y comprenda lo que aprende (Diesterweg, por ejemplo, habla mucho del “principio de lo vivenciado”); pero el objeto tampoco es la verdad, sino que se conduce al alumno a Autor relacionar y hacer coincidir cierto positivismo (en el que se incluye también la religión) con la suma del conocimiento positivo restante, sin elevarse por encima de la tosquedad de la mera vivencia y opinión, y sin estímulo alguno para seguir trabajando con el espíritu que ha conquistado con su visión del mundo, ni para ser productivo a partir de él, es decir, ser especulativo, lo que en la práctica no quiere decir otra cosa que ser y actuar éticamente. Por el contrario, les basta educar a personas sensatas. En realidad no se pretende educar a personas racionales. Hay que conformarse con entender los objetos y las cosas que nos vienen dadas, no parece ser cosa de todos el actuar con raciocinio. Por eso se promueve el sentido por lo positivo, ya sea según su aspecto formal, incluyendo incluso su aspecto material, y se enseña a acomodarse en el positivismo. Como sucede en algunas otras esferas, no se permite que en las pedagógicas se abra paso la libertad, no se permite la expresión de la fuerza de la oposición: se busca la sumisión. Sólo se pretende llegar a un adiestramiento formal y material. De los corrales de los Humanistas salen únicamente eruditos, y de los de los Realistas “ ciudadanos útiles”, pero’ en ambos casos se trata de personas sumisas. Nuestro buen capital de indisciplina se ve sofocado violentamente y con ello también el desarrollo del saber hacia la libre voluntad. El resultado de la vida escolar es entonces el de la cortedad mental presuntuosa. Igual como en la infancia estábamos acostumbrados a encontramos a nosotros mismos en todo lo que se nos ordenaba, más tarde nos acomodamos y nos entregamos a la vida positiva, a la época; nos convertimos en sus esclavos y en lo que viene en llamarse buenos ciudadanos. ¿Dónde se fortalece el espíritu de oposición en lugar del sometimiento que hemos ido alimentando hasta [gannn] 7 entonces? ¿Dónde se ha educado al hombre creador en lugar del mero aprendiz? ¿Dónde se transforma el profesor en colaborador? ¿Dónde se reconoce el momento en que el conocimiento se convierte en voluntad? ¿Dónde se da valor como objetivo al hombre libre y no al mero erudito? Por desgracia en muy pocos sitios. Pero se ha de comprender, a nivel, general, que la suprema tarea del ser humano no es la formación, la civilización, sino la autoconfirmación. ¿Se ha de desatender entonces la cultura? No pretendemos sacrificar la libertad del pensamiento en la medida en que dejamos que se convierta en libertad de la voluntad y así se transfigure. Cuando el hombre considere que le honra el sentirse, conocerse y ponerse en acción a sí mismo, es decir, que son dignos su autosentimiento, su autoconciencia y su libertad, se esforzará por sí mismo en expulsar la ignorancia que le convierte el objeto ajeno e inescrutable en una limitación y un impedimento de su propio autoconocimiento. Si se despierta en el hombre la idea de la libertad, los libres no cesarán jamás de liberarse; en cambio si se los convierte en meros hombres cultos se adaptarán en todo momento a las circunstancias de una manera más cultivada y refinada, y terminarán siendo almas de siervos sumisos. ¿Qué es lo que son en su mayoría nuestros ingeniosos y cultivados sujetos? Sarcásticos esclavistas, y ellos mismos, en definitiva, también esclavos. Los Realistas pueden vanagloriarse de la ventaja de que no están educando a meros eruditos, sino a ciudadanos racionales y útiles. Su consigna fundamental de que “hay que enseñarlo todo en relación a la vida práctica” podría incluso ser válida como lema de nuestra época si no consideraran la verdadera práctica en su sentido vulgar. Pero la verdadeTítulo el profanador de textos ra práctica no es abrirse paso por la vida, y el saber es mucho más que lo que uno usaría para realizar los propósitos prácticos. La práctica suprema es más bien que el hombre libre se manifieste, y que el saber que sabe morir es la libertad que da vida. ¡La “vida práctica”! ¡Parece decir tanto ese término! Y no obstante los animales llevan a cabo una vida enormemente práctica tan pronto como la madre teóricamente los ha destetado y, o bien buscan a criterio propio su sustento en el campo y en el bosque, o bien se ven sometidos al yugo de algún negocio. Scheitlin, el psicólogo del mundo animal, llevaría la comparación aún más lejos, hasta la religión, como puede verse en su libro “Psicología animal”, un libro muy instructivo porque acerca el animal al hombre civilizado y al hombre civilizado al animal. El propósito de “educar para la vida práctica” sólo produce personas de premisas básicas, que actúan y piensan siguiendo máximas, no genera personas con principios propios, sino meros legalistas, no hombres libres. Una cosa son los hombres en los que ondea en constante movimiento y rejuvenecimiento la totalidad de su pensar y actuar, y otra cosa son las personas que son fieles a sus convicciones: las convicciones mismas permanecen inconmovibles, no palpitan por el corazón como sangre arterial constantemente renovada, sino que parecen estancarse como cuerpos sólidos, y aunque hayan sido conquistadas pero no asimiladas, no dejan de ser algo positivo y además se las considera como algo sagrado. La educación Realista puede formar caracteres trabajadores y saludables, personas inalterables, corazones fieles, y en nuestro género, que va vestido de frac, eso es un logro inestimable. Pero de ese tipo de educación no surgen los caracteres eternos en los que la solidez se halla únicamente Autor en el incesante flujo de su reiterada autocreación, y que son eternos, porque en cada instante se hacen a sí mismos, porque establecen la temporalidad de cada una de sus manifestaciones a partir del frescor y actividad creadora de su espíritu eterno, y que nunca envejecen ni se marchitan. El llamado carácter saludable, en el mejor de los casos, es también carácter rígido. Si ha de ser completo, también ha de convertirse en un carácter que sufre, estremeciéndose y conmoviéndose en la pasión dichosa de un incesante rejuvenecer y renacer. De ese modo, los radios de todas las educaciones confluyen en un centro que llamamos personalidad. El conocimiento, aunque sea erudito y profundo, amplio y claro, sigue siendo una mera posesión y patrimonio mientras no se disuelva en el invisible punto del yo, para brotar poderosamente desde ahí como voluntad, como espíritu suprasensible e inconcebible. El saber experimenta esa transformación cuando deja de aferrarse a los objetos, cuando se ha convertido en un conocimiento de sí mismo, o para ser más claros, un saber de la idea, una autoconciencia del espíritu. Entonces, por decirlo de algún modo, se vuelve impulso, instinto del espíritu, se convierte en un saber inconsciente, que podríamos imaginarnos comparándolo con lo que nos pasa cuando sublimamos las múltiples y amplias experiencias en nosotros mismos, concentrándolas en el sencillo sentimiento que llamamos tacto: ese vasto conocimiento extraído de aquellas experiencias se halla concentrado en ese saber instantáneo, gracias al cual determinamos en un momento cómo hemos de actuar. Pero el saber ha de penetrar hasta esa inmaterialidad, ofrendando sus aspectos inmortales y convirtiéndose en algo inmortal, en voluntad. [gannn] 8 Gran parte de la penuria en que se encuentran los sistemas educativos que hemos tenido hasta ahora se debe a que el saber no se ha sublimado en voluntad, en actividad de sí mismo, en práctica pura. Los Realistas sentían la carencia, pero la remediaron de una manera calamitosa educando a personas “prácticas” sin ideas ni libertad. La mayoría de seminaristas son un vivo testimonio de ese triste viraje. Podados hasta la exageración, ellos podan a su vez a los demás; amaestrados ellos también amaestran. Pero toda educación ha de volverse personal, y partiendo del saber ha de retener sin embargo la esencia del mismo, es decir, que no es nunca una posesión, sino el yo mismo. O en otras palabras, no hay que cultivar el saber, sino que la persona ha de llegar al pleno desarrollo de sí misma. La pedagogía no ha de seguir avanzando intentando civilizar, sino que ha de partir de la formación de personas libres, de caracteres soberanos. Y por ello hay que evitar que se debilite la voluntad, hasta entonces tan violentamente oprimida. Si no se reprime el impulso hacia el saber, ¿por qué habría que reprimir el impulso de la voluntad? Si se cultiva el uno también hay que cultivar el otro, La obstinación y la impertinencia infantil tienen los mismos derechos que las ganas de saber que poseen los niños. Si se estimula premeditadamente ese impulso por conocer, pues que se invoque también la fuerza natural de la voluntad, la oposición. Si el niño no aprende a sentirse, no está aprendiendo lo importante; no hay que reprimir su orgullo ni su franqueza. Contra su altanería siempre me queda mi propia libertad. Pues si el orgullo degenera en desafío, el niño querrá dominarme; mas no tengo por qué condescender, ya que, igual que el niño, soy también un ser libre. Ahora bien ¿he de defenderme de ello utilizando el cómodo baluarte de la autoridad? Título el profanador de textos ¡De ningún modo! Pues si enfrento a ello la solidez de mi propia libertad, la provocación del pequeño se deshará por sí misma. Quien sea un ser humano completo no necesita ser ninguna autoridad. Y si la franqueza se convierte en insolencia, ésta pierde su fuerza ante el suave poder de una mujer auténtica, ante su actitud maternal, o ante la solidez del hombre. Si uno ha de recurrir a la autoridad, es que es demasiado débil e incurre en el pecado de creer que se mejora al insolente convirtiéndolo en persona temerosa. Promover el temor y el respeto son cosas que pertenecen al extinto período del Rococó. ¿De qué nos quejamos entonces cuando consideramos las carencias de nuestra actual formación escolar? Del hecho de que nuestras escuelas todavía se basan en el antiguo principio, en el del saber carente de voluntad. El principio moderno es el de la voluntad como transfiguración del conocimiento. Por eso no se trata de establecer un “concordato entre la escuela y la vida”, sino de que la escuela sea vida, y, tanto en ella como fuera de ella, que la tarea sea la autorrevelación de la persona. La formación universal de la escuela ha de ser formación para la libertad, no para la sumisión: el verdadero vivir es ser libre. Comprender la falta de vida del Humanismo tendría que haber conducido al Realismo a ese conocimiento. En lugar de ello sólo se vio en el Humanismo la falta de cualquier capacidad para la llamada vida práctica (burguesa, no personal), y se contrapuso a esa formación meramente formal otra material, suponiendo que, al facilitar la materia que se utiliza en ese intercambio, no sólo se superaría el formalismo, sino que también se satisfaría la necesidad suprema. Pero la formación práctica también está muy por detrás de la personal y libre, y si aquella otorga la habilidad para abrirse paso en la vida, ésta genera la fuerza para encender la chispa que hace Autor prender el fuego de la vida; si aquella nos prepara para encontrarnos en el mundo como si estuviéramos en nuestra propia casa, ésta nos enseña a encontrarnos en casa, estando con nosotros mismos. Todavía no lo somos todo cuando nos movemos como miembros útiles de la sociedad; más bien lo conseguimos plenamente cuando somos seres humanos libres, personas autocreadoras (que nos creamos a nosotros mismos). Y si la idea y el impulso de la nueva época es la libertad de la voluntad, la pedagogía habrá de tener presente como principio y finalidad la formación de la personalidad libre. Los Humanistas y los Realistas siguen limitándose sólo al saber, y como máximo se preocupan por el pensar libre, convirtiéndonos, con la liberación teórica, en pensadores libres. Con el conocimiento únicamente nos hacemos libres interiormente (una libertad que por otra parte nunca hay que volver a abandonar), mientras que exteriormente, aún siendo libres en nuestra conciencia y nuestro pensar, podemos seguir siendo esclavos y sometidos. Y sin embargo justamente esa libertad exterior para el saber es para la voluntad la verdadera libertad interior, la libertad ética. En esa formación, que es universal porque en ella lo más inferior se encuentra con lo más sublime, nos encontramos por primera vez con la verdadera igualdad de todos, la igualdad de las personas libres: sólo la libertad es igualdad. Si queremos buscar un nombre, podemos situar sobre los Humanistas y los Realistas a los moralistas, puesto que su propósito es la formación moral. Pero fácilmente puede objetarse que éstos nuevamente quieren educamos para las leyes morales positivistas y, que en el fondo, eso es lo que siempre ha ocurrido. Mas por el hecho de que siempre ha sido así, tampoco quiero decir que sea eso; el simple hecho [gannn] 9 de que yo quiera despertar la fuerza de la oposición, que no quiera quebrar la obstinación, debiera ser suficiente para mostrar la diferencia. Y para distinguir aún más la exigencia aquí expuesta de las mejores aspiraciones de los Realistas, como la expresada en la página 36 del programa de Diesterweg cuando dice: “La debilidad de nuestras escuelas y de la educación misma se halla en la falta de formación del carácter. No estamos formando ninguna convicción”, prefiero decir que, en adelante, nos hará falta una educación personal (no la inculcación de una intención). Si a los que siguen ese principio queremos colgarle un “ismo”, yo les llamaría Personalistas. Es por eso que, para volver a recordar a Heinsius sólo se cumplirá el deseo más vívido de la nación, de que “la escuela quiere acercarse más a la vida” cuando se encuentre la vida en la personalidad plena, la independencia y la libertad; puesto que quien se mueva hacia ese objetivo no rechaza nada de lo bueno que tienen el Realismo y el Humanismo, sino más bien los eleva y ennoblece infinitamente. Tampoco se puede valorar como correcta la posición nacional que adopta Heinsius, porque sólo lo es la personal. Sólo el hombre libre y personal es un buen ciudadano (Realistas) y un juez exquisito, aun cuando le falte la cultura especializada (erudita, artística, etc). Si, para concluir, hubiéramos de expresar cuáles so los objetivos por los que ha de orientarse nuestra época, podríamos resumirlos como “la necesaria decadencia de la ciencia sin voluntad y el amanecer de la voluntad autoconsciente que culmina en el brillo solar de la personalidad libre”; por lo que más o menos diríamos: el saber ha de morir para resucitar de nuevo como voluntad, y para crearse cada día a sí mismo como personalidad libre. Berlín, 1842 Max Stirner Título el profanador de textos Apéndice: Introducción a “El único y su propiedad” A principios de los años cuarenta del siglo XIX todas las noches se reunía en una taberna de la norteña calle Friedrich en Berlín —frente al actual Hotel central y cuyo tabernero se llamaba Hippel— un círculo de hombres que se hacía llamar “los libres”, o al menos así eran llamados a nivel público. Los libres, porque sus miembros pertenecían a la extrema izquierda en el movimiento cultural y político de aquellos días. Por mucho que se fabulara sobre él, el círculo nunca se decidió a convertirse en una asociación. Era y siguió siendo una sociedad sin obligaciones a la que tenían acceso todos los que estuvieran más o menos descontentos con el estado de cosas y que aspirara a mejorarlas, transformarlas o incluso a hundirlas; y que no se retraían ante ninguna crítica que se les hiciera, por aguda que fuese. Los invitados iban y venían, volvían y se quedaban. Pero el núcleo de esa curiosa sociedad permaneció prácticamente invariable durante un decenio, más allá de 1848, hasta que en la época turbia desencadenó una creciente’ reacción y acabó deshaciéndose en sí misma porque la presión se hacía insoportable. Autor Los que formaban ese núcleo, en sus principales representantes eran llamados personalidades cuya crítica intrépida e inexorable de su época atrajo una y otra vez la atención del amplio público. Entre ellos cabe destacar su reconocido líder, Bruno Bauer, que dejó su puesto como docente privado. Tremendo crítico de la Biblia, publicista incansable, antagonista y “desenmascarador” de Hegel, editor de la “Revista General de Literatura”, campamento de batalla del reciente movimiento de la “crítica” contra “la masa”, masa bajo cuya consigna se iban agrupando poco a poco todas las tentativas hostiles al “espíritu” . Junto a él, pero totalmente influenciado por él, se hallaba su hermano Edgar, que sin embargo le fue arrebatado al circulo al ser condenado a varios años de cárcel por su escrito excesivamente cáustico contra la Iglesia y el Estado. Intimo amigo de ambos hermanos estaba Ludwig Buhl, el traductor de Blau y Casanova, cuya crítica incisiva superaba a los lugareños. Si de la serie de nombres actualmente desaparecidos todavía mencionamos al profesor de instituto Köppen, al literato Friedrich Saß y al periodista Dr. Eduard Meyen, tal vez también al renombrado Dr. Adolf Ruttenberg, y a Arthur Muller, editor de “La lámpara eterna”, vemos cómo aparece bastante circunscrito el círculo interior de los libres. Al segmento más periférico de su círculo pertenecían, como ya se dijo, casi todos lo que en aquellos días preñados de esperanza se sentían arrastrados o se dejaban arrastrar; tantos y tantos nombres que aquí apenas podemos mencionarlos. Pensemos, sin embargo, en tres invitados que honraron dicha sociedad con una fugaz visita, porque sus nombres nos suenan: Georg Herwegh, Arnold Ruge y Hoffmann van Fallersleben. El tono del círculo era libre y, a pesar de la ocasional presencia de mujeres, a menudo cínicas, [gannn] 10 cada uno expresaba lo que pensaba. Las cuestiones del día, como el movimiento del socialismo que caminaba todavía con zapatos de niño, la censura, al movimiento estudiantil y al religioso, la cuestión de los judíos y la de las mujeres ofrecían un material inagotable de largas conversaciones y acalorados debates, y siempre se encontraba uno radicalmente opuesto a las autoridades dominantes. También ahí proyectaba de antemano sus sombras el año 1848. Se fumaba mucho y se bebía con moderación. Hippel, el tabernero, procuraba bajar las tensiones. Si en alguna ocasión no lo hacía, podía suceder que se acabara bajo los tilos para un desafio de esgrima. Si se estaba en casa de alguno, pobladas con su largas pipas, las noches a menudo se resolvían en una inofensiva partida de cartas. Era un círculo siempre estimulante y de indudable importancia para la historia de la revolución de marzo (de 1848), atractivo y a la vez repulsivo, según el tipo de visitantes y la postura que éstos adoptaban, y también inolvidable gracias a uno que tal vez formaba parte de él desde el principio y que siguió perteneciendo al círculo hasta el final. Era un hombre delgado, vestido siempre con sumo cuidado, de estatura mediana. Las cortas patillas rubias dejaban libre la mandíbula, detrás de unas gafas de acero sus ojos azules miraban a los hombres y las cosas tranquila y amistosamente, y la delicada boca estaba rodeada de una sonrisa que tendía hacia la fina ironía. Sencillos y poco llamativos como su apariencia externa lo eran también su comportamiento y su modo de vida. Casi sin necesidades, ni siquiera la de una amistad íntima, con recóndita nobleza, se mantenía reservado cuando la compañía hacía mucho ruido, y en las reuniones en que había mucha gente solía permanecer inadvertido. Título el profanador de textos A causa de su llamativa frente alta era llamado por todos Max Stirner (Stirn=frente) y se decía que estaba trabajando en una obra muy amplia en la que se proponía entregar su “yo”. En realidad se llamaba Johann Caspar Schmidt, había nacido el 25 de octubre de 1806 en Bayreuth, como hijo del “constructor de instrumentos de viento” Albert Christian Heinrich Schmidt y su esposa Sophia Eleonora, nacida Reinlein. Había perdido pronto a su padre y después del segundo matrimonio de su madre con el farmacéutico Ballerstedt se habían trasladado a Kulm, en Prusia occidental, y desde allí habían regresado finalmente a Bayreuth, donde creció en la casa de su padrino Peter Sticht, asistiendo al famoso instituto de su ciudad natal como “un buen alumno aplicado”. Después del bachillerato, con la interrupción de un año que pasó en Kulm, asistió a las universidades de Erlangen, Königsberg y Berlín, aprobó el examen de magisterio que le permitió alcanzar la aceptada facultas docendi. De todos modos ello no bastó para conseguir un puesto fijo en una escuela estatal, y desde inicios a mediados de los años cuarenta, tras un breve período de prueba en una escuela de formación profesional, ejerció como maestro en una institución docente para hijas de la alta sociedad. Casado y pronto enviudado, volvió a casarse con María Dähnhart, una joven acaudalada de Mecklenburgo que se había trasladado a Berlín “para gozar a fondo de la vida” y que frecuentaba el grupo de “los libres”. Ocupado también en diversas actividades literarias, la principal colaboración de Stirner iba dirigida a la revista radical recientemente fundada “La gaceta del Rhin”, para la que, entre otros artículos, escribió sobre “el falso principio de nuestra educación” y sobre “arte y religión”, mientras iba creciendo silenciosamente la obra de su vida. Autor Obra que apareció a finales de 1844 en la editorial de Otto Wigand en Leipzig con el título: “El único y su propiedad”. Sin duda alguna, su obra surgió como oposición a las opiniones con las que se encontraba en aquella época y en los debates diarios entre “los libres”, y muchos de sus pasajes trataban de rebatirlas. En este sentido se le llamó también el “último vástago de la filosofía hegeliana”. Pero injustificadamente, porque si bien se aleja de las concepciones radicales de sus contemporáneos, al mismo tiempo crea el terreno para una concepción del mundo totalmente nueva, contrapuesta a todas las existentes hasta entonces: la del egoísmo consciente (como el único móvil y línea de conducta de todos los actos humanos). Con ello se postula ni más ni menos la soberanidad del individuo frente a todos los intentos de debilitarlo y someterlo: frente a las sombras y caprichos que pueda haber en el cerebro humano y frente los poderes exteriores que quieren someter al individuo, tapándolo con el manto del “derecho”. Tras un breve análisis de la vida de una persona: del niño realista, del joven idealista y del adulto que se ha vuelto egoísta; y tras una retrospección cultural histórica realizada sobre los antiguos que se esforzaban por superar el mundo, y otra sobre los modernos, su posesión y su jerarquía (su dominio espiritual), salda cuentas con su tiempo, con los libres, y desenmascara su liberalismo político, considerándolos como el Estado basado en la esclavitud del trabajo, con el que se ha perdido su libertad. Describe su idealismo social como la sociedad de una nueva esclavitud (la “sociedad de harapientos del comunismo”) y su liberalismo humano con su concepto del ser humano, mostrando que uno no [gannn] 11 puede ser menos que un ser humano (mientras crea que no se puede ser más). A esta primera parte negativa, la crítica al ser humano, le sigue la segunda, más positiva, donde le contrapone su “yo”, desembarazándose del mal entendido concepto de libertad, que no puede ser dado, sino que hay que tomarlo. Luego pasa a describir al “propio”: su poder frente al Estado y la sociedad, y que se burla del capricho que constituye el derecho; habla de su intercambio con el mundo que consiste en “usarlo”; y del gozar de uno mismo que conduce a la singularidad, hacia la que evoluciona el yo como yo. Pero “el único” ya no reconoce ninguna ley por encima de él, ni divina ni humana, establece su propiedad basándose únicamente en sí mismo y ante cualquier poder enfrenta su propia singularidad. De ese modo, en un lenguaje lleno de claridad y supremacía, lleno de burla y menosprecio, Max Stirner flagela los actos de los hombres, despoja las ideas de su sacralidad y las muestra como “ideas fijas” en el gran manicomio del mundo. Hace lo mismo con las ideas de humanidad y de patria, de Dios y de Estado, de virtud y de moralidad, de libertad y de verdad, de derecho y de obligación. A partir de ese momento el individuo uno se yergue solo, sin derechos ni obligaciones frente a los demás, y lo único que los vincula entre sí es el contacto mutuo libremente decidido (“la confianza que yo he creado libremente no voy a mal utilizarla”). No ha de extrañamos el hecho de que esa obra no pudiera ser entendida en toda su magnitud por sus contemporáneos. Al leerla se sentían desconcertados y no sabían como acogerla. Unos la consideraban una sátira, otros veían en ella un engendro del diablo, hasta que sus hojas se dispersaron en las tormentas de los años siguientes. Título el profanador de textos Esas tormentas, sin embargo, no deshicieron del todo el núcleo, el tronco de “los libres”, pero apenas quedaron algunas ramas de él. Hippel se había trasladado de la calle Friedrich a la calle Dorothee, y durante la revolución su local era una especie de cuartel general de toda suerte de partidos de izquierda. Tras la victoria de la reacción, su local fue acallándose progresivamente y sólo los viejos amigos siguieron reuniéndose de vez en cuando. Entre ellos estaba Max Stirner. Antes de que apareciera su libro, había dejado su puesto en la escuela de hijas de la alta sociedad y pronto se disolvió de mutuo acuerdo su relación con Marie Dahnhardt, después de que se hubiera agotado el patrimonio de la joven dama y de que fracasaran diversas tentativas literarias y de otro tipo, entre las cuales había un negocio de distribución de leche. Ella marchó hacia Australia, pasó grandes privaciones y acabó en Londres, donde, en 1902, en edad avanzada, amargada y carente de claridad espiritual, murió totalmente en los brazos de la “Santa Iglesia Católica”. El marido siguió viviendo en su acostumbrada falta de necesidades —su único lujo era de vez en cuando fumarse un buen puro. Pero las cosas también le fueron mal. Cambió de casa una y otra vez, a veces estaba en situaciones muy dramáticas, que le llevaron dos veces a conocer la prisión por deudas, al final, protegido de las situaciones más extremas por una serie de arreglos sobre la venta de la casa de su padrastro en Kulm, acabó encontrando dos amistosas habitaciones y buen cuidado en casa de la señora Weiß en la calle Philipp. La muerte le sobrevino rápida e inesperada. Max Stirner falleció el 25 de junio de 1856, a la edad de 50 años, por una fiebre nerviosa provocada por un ántrax en el cuello (como consecuencia de un erróneo tratamiento médico). Autor Muy pocos viejos amigos siguieron su féretro, cuando fue enterrado el 28 de junio en el cementerio de Sofía. Su anciana madre aquejada de una “idea fija” y que había sido acogida en la institución de caridad de Berlín, se convirtió en heredera de sus escasas pertenencias. Hasta su última hoja, el legado literario de Max Stirner se perdió por completo. Su libro y él mismo ya se habían olvidado por entonces. El renacimiento de ambos comenzó después de que yo lo hubiera leído y reconocido en su verdadero significado, y después de que en 1889 empezara minuciosas investigaciones sobre su ignorada vida, investigaciones plagadas de inesperadas peripecias, y aún así enormemente interesantes y que ocho años más tarde, sin esperanza ya de encontrar nuevos elementos expuse por escrito en mi biografía sobre él1. Hoy en día, el nombre de Max Stirner ya no es desconocido entre las personas cultivadas. Las casas en las que nació y murió tienen indicaciones que lo recuerdan, y su obra, traducida en todas las lenguas cultas, está presente, “tras una larga noche del pensar y de la fe”, al inicio de una nueva época que ojalá sea mejor, iluminado por la gloria de lo imperecedero a cuya extensión esperamos que no haya contribuido en poco esta edición (de “El único y su propiedad”2). Nota biográfica 1806 1826-28 1828-29 1832-34 1834-35 1835-36 Berlín-Charlottenburg, 1927 John Henry Mackay 1 2 John Henry Mackay. “Max Stirner, su vida y su obra”. (No traducido) “El único y su propiedad”. Max Stirner. Ediciones Orbis, 1985. “L’únic i la seva propietat”. Max Stirner. [gannn] 12 1839-44 1840 El 25 de octubre nace Johann Caspar Schmidt (con el pseudónimo de Max Stirner) como hijo de un artesano fabricante de flautas en Bayreuth. Estudia Filosofía, Teología y Filología clásica en Berlín, junto con Hegel, Schleiermacher, Marheineke. Estudia en Erlangen. Se matricula en Berlín, y en 1833 estudia con Michelet, entre otros. Tesis: Sobre las leyes escolares, enseña en una facultad docente para institutos de enseñanza media. Período de prueba como maestro en la Realschule en Berlín, y posteriormente ya ningún puesto en una escuela estatal. Maestro en la institución privada para la “docencia y la educación de las hijas de alto rango” en Berlín. Friedrich Wilhlem IV es coronado rey de Prusia. Eichhorn es nombrado ministro de culto. Comienzo del movimiento burgués-liberal en prusia. Título el profanador de textos 1841 Se publican: de Feuerbech, La esencia del cristianismo; de Heß, La triarquía europea; de Proudhon, ¿Qué es la propiedad? 1841-43 Del 24 de diciembre de 1841 al 3 de enero de 1843 relajamiento temporal de la censura en Prusia. 1842 “Stirner” frecuenta “los Libres” en Berlín; bajo ese pseudónimo publica un ensayo Sobre la trompeta del juicio final de B. Bauer y de forma anónima un ensayo, inmediatamente prohibido, con el título: Respuesta de un miembro de la comunidad de Berlín contra el escrito de los cincuenta y siete religiosos berlineses: La festividad dominical cristiana. Una investigación de la policía secreta averigua “sólo cosas buenas” sobre stirner (según G. Mayer). Del 7 de marzo al 13 de octubre Stirner escribe ensayos para la Gaceta del Rhin editada por Marx, entre los cuales se halla “El falso principio de nuestra educación o el Humanismo y el Realismo”; del 6 de mayo al 31 de diciembre escribe ensayos para la Gaceta General de Leipzig, entre los que se halla el dedicado a “los Libres”. Se publican: de B. Bauer, Lo bueno de la libertad y mi propio quehacer; de Weitling, Garantías de la Armonía y la Libertad. 1843 Se editan: de Feuerbach, La esencia del cristianismo (2ª ed. ampliada), Proposiciones básicas de la filosofía del futuro, tesis provisionales para la reforma de la filosofía; de B. Bauer, La cuestión Autor 1843-44 1844 judía; de E. Bauer, Las tentativas liberales en Alemania; de Proudhon, Sobre la creación del orden en la humanidad; de Ruge, las Anécdotas para la más moderna filosofía y publicística alemana; de Herwegh, Los veintiún arcos de Suiza. Stirner contrae matrimonio con Wilhelmine Dähnhart del círculo de “los Libres”; aporta unos diez mil táleros al matrimonio. B. Bauer edita La Gaceta General de Literatura. Stirner escribe Elementos provisionales de la ciudad del amor y Los misterios de París de Eugène Sue para la Revista Mensual de Berlín de Buhl. En los Anuarios Franco-germanos aparecen los escritos de Marx: En torno a la critica de la filosofía del derecho de Hegel; sobre la cuestión judía. En junio, alzamiento de los tejedores en Silesia. Comienzo del movimiento proletario en Alemania. El 1º de octubre Stirner abandona la “Escuela de las hijas…” A finales de octubre se publica en Leipzig El único y su propiedad con indicación del año 1845. El 28 de octubre secuestro y prohibición de distribución de la edición por parte de la Dirección del Círculo de Sajonia; levantamiento de la prohibición por parte del Ministro del Interior el 2 de noviembre. (“No puede esperarse de este libro ningún efecto pernicioso sobre los lectores, más bien muestra los lamentables resultados de la filosofía que el mismo autor utiliza, y no hará más que provocar rechazo. Apenas [gannn] 13 1845 1845-46 1847 1853-54 1856 puede promoverse mejor la ‘visión religioso-moral de la vida’ que con la publicación de este punto de vista tan inferior y limitado”, escribe Cornu). Stirner responde en la Revista trimestral de Wigand a los Críticos de Stirner. Infructuosamente intenta organizar una empresa de distribución lechera en Berlín. Stirner traduce Los economistas nacionales de los franceses y los ingleses. Vol. 1-4. Se editan: de Say, Tratado sistemático de la economía política práctica. Leipzig, 1846-47. Vol. 5-8; Smith: Investigaciones sobre la esencia y las causas de la riqueza nacional, Leipzig 1846-47. En marzo, Revolución en Berlín (“No hace falta decir con mayor claridad que Stirner no ha tomado la más mínima parte en los acontecimientos de Marzo de 1848 ni siquiera en el movimiento en su conjunto”, Mackay). Stirner será el editor de artículos anónimos en el Periódico de la Lloyd austríaca. Dos veces arrestado por no poder pagar sus deudas; en esa época vive como comisionista. El 25 de junio muere Max Stirner en Berlín; en el entierro en el cementerio de la iglesia de la comunidad de Sofía están presentes Buhl y B. Bauer. Título