* - • • • y . LXJDW1G VON MISES * ^ LA ACCION HUMANA tratado de economía .1 , ( «i 1« l cuarta edición v , vicios que cua promoviendo y tiempo, aquelíc intelectual, cu los que se ap( en definitiva, 1 «El doctor M apela a la pura ! fría, helada, qu vez, guste. Difi rizar un pensa apela a emocior La demagogia, nificación, el 1BLOTCCA " I A UNIIVERS H A D r»<- r- LA ACCION HUMANA seguridad dé todos, goza r.segura- ¿ mente de mayor poder Suasorio.» «Y, sin embargo, si contemplamos la cosa con más detenimlen-, to, sé nos ocurre que, tal vez, a la larga, la filosofía misiana produzca dramáticos efectos. Mises, evidentemente, no ha escrito un panfleto. Nos brinda ún acervo de sugestivas ideas acerca del socialismo y de Já -actividad humana toda. El libro podría tener enorme impacto si efectivamente llegara allí en donde debiera estar: sobre la mesa de trabajo del pensador. La .lógica tal vez resulta lenta levadura; pero su^fecto es inexorable.» _ ,~ VERMONT ROYSTER Wall Street : Journal "Ludwig yon Mises, conocido internacionalmente como cabeza de la Escuela Austríaca, maestro de F, A. von Hayek y de muchos otros economistas, fue durante veinticinco años catedrático en la Universidad de .yiena y, de l934 a 1940, enseñó en el Gradúate lnstitute of International Studies de Ginebra. Ha dictado incontables Conferencias en universidades inglesas, francesas,- holandesas^ witalianas, alemanas. y mejicanas,; así como en la Gradúate School of Business Administration de Nueva York. U N I O N E D I T O R I A L , S. A. C o l o m b i a , 61, T e l . 457 07 60 - 28016 M A D R I D Título ISBN: 84-7209-116-3 Human Action, A Treatise original: Traducido © del inglés por JOAQUÍN REIG on Economics ALBIOL 1980 by Unión Editorial, S. A. Colombia, 61 - 2 8 0 1 6 Madrid Depósito Legal: M. 3 7 . 5 8 9 - 1980 Printed in Spain - Impreso en España Musigraf Arabí Cerro del Viso, 1 6 - T o r r e j ó n de Ardoz (Madrid) Edición, 1986 Nota del editor Esta es la tercera edición española de La Acción H u m a n a , la obra que, con tanto cariño y tanta dedicación, durante largas jornadas, preparara Ludwig von Mises, hasta su primera aparición (1949), para, con ella, arrumbar definitivamente los mitos marxistas (carencia de cálculo), keynesianos (paro con inflación) e intervencionistas en general (contradictorio efecto de las medidas preconizadas), poniendo de manifiesto las consecuencias antisociales que tales tendencias llevan implícitas, las cuales, según se demuestra, dan lugar, invariablemente, a pobreza y explotación entre las masas trabajadoras, entre esas queridas gentes a las que todo el mundo —dice— desea proteger y amparar. La primera traducción española, como señala el autor en el subsiguiente prefacio, apareció en 1960, con arreglo al primitivo texto citado. Mises corrigió y amplió la obra en 1963, quedando, sin embargo, extremadamente descontento de la correspondiente impresión tipográfica, razón por la cual efectuó una tercera y definitiva edición en 1966. De acuerdo con este último texto apareció la segunda edición española en 1968, la cual quedó agotada. Por eso y con motivo del trigésimo aniversario de la primitiva aparición de H u m a n Action, ha parecido oportuno efectuar una tercera edición española, para que no falte en la mesa de trabajo del estudioso hispanoparlante preocupado de los temas sociales este tan esencial instrumento intelectual. 2 La Acción Humana Se ha agregado un índice alfabético, para simplificar la labor indagadora, así como otro de las notas con que el traductor ha procurado facilitar la comprensión de algunos términos y vocablos místanos, deseando el mismo aprovechar esta oportunidad para agradecer al matrimonio Percy y Bettina Greaves su inapreciable auxilio. La traducción completa fue también objeto de cuidadosa revisión. Madrid, 1980 Prefacio a la tercera edición Viva satisfacción, en verdad, me produce la aparición, elegantemente presentada por un distinguido editor, de la tercera edición revisada del presente libro. Dos advertencias, de orden terminológico, deseo hacer: D e b o señalar, en primer término, que empleo siempre el vocablo «liberal» en el sentido al mismo atribuido a lo largo del siglo x i x y que aún la Europa continental le reconoce. Resulta imperativo proceder así por cuanto no disponemos de otra expresión para definir aquel gran movimiento político y económico que desterró los métodos precapitalistas de producción, implantando la economía de mercado y de libre empresa; que barrió el absolutismo real y oligárquico, instaurando el gobierno representativo; q u e liberó a las masas, suprimiendo la esclavitud, las servidumbres personales y demás sistemas opresivos. Creo, en segundo lugar, oportuno destacar que el término «psicología» aplícase, desde hace algunas décadas, con un sentido cada vez más restrictivo, a la psicología experimental, es decir, a aquella «psicología» que no sabe recurrir en sus análisis sino a los métodos típicos de las ciencias naturales. Estudiosos q u e antes se consideraban psicólogos son, hoy en día, tildados de meros «psicólogos literarios», negándoseles condición científica. En economía, sin embargo, cuando se habla de psicología, alúdese precisamente a esta tan denigrada psicología literaria; por ello tal vez fuera conveniente que recurriéramos a n u e v o vocablo para designar tal disciplina. A este respecto, en mi libro Theory and History (New H a v e n , 1957, pá- 4 La Acción Humana ginas 2 6 4 a 2 7 4 ) sugerí el t é r m i n o «timología», que he empleado también en mi reciente ensayo The XJltimate Foundation of Economic Science (Princeton, 1 9 5 2 ) . No considero, sin embargo, o p o r t u n o dar carácter retroactivo a tal uso ni variar la terminología manejada en anteriores publicaciones, razón por la cual, en esta nueva edición, sigo empleando la palabra psicología como en la primera. D o s traducciones de la primitiva Human Action han aparecido: una italiana, del profesor de la milanesa Universitá Bocconi, b a j o el título L'Azione Umana, Trattato di Economía, publicada en 1 9 5 9 por la Unione Tipografico-Editrice Torinese, y otra castellana, de Joaquín Reig Albiol, titulada La Acción Humana, Tratado de Economía, editada en dos volúmenes en 1 9 6 0 por la Fundación Ignacio Villalonga, de Valencia (España). Tengo que agradecer a numerosos y entrañables amigos su ayuda y consejos. Quiero, en primer lugar, recordar a dos ya fallecidos intelectuales, Paul M a n t o u x y William E. R a p p a r d , quienes, brind á n d o m e la o p o r t u n i d a d de profesar en el famoso Gradúate Institute of International Studies, de G i n e b r a (Suiza), me permitieron iniciar el presente t r a b a j o , proyecto largo tiempo acariciado y que no había tenido ocasión de abordar. Deseo igualmente expresar mi reconocimiento, por sus valiosas e interesantes sugerencias, a M r . A r t h u r G o d d a r d , M r . Percy Greaves, D r . H e n r y Hazlitt, P r o f . Israel M. Kirzner, M r . Leonard E. Read, D r . Joaquín Reig Albiol y D r . George Reisman. La mayor deuda de gratitud la tengo contraída, no obstante, con mi propia esposa por su constante aliento y ayuda, LUDWING VON M I S E S N u e v a Y o r k , marzo 1966. Indice general Páginas N O T A DEL EDITOR 1 P R E F A C I O A LA TERCERA EDICIÓN 3 INTRODUCCIÓN 17 1. Economía y Praxeología 2. Consideración epistemológica de una teoría general de la acción humana 3. La teoría económica y la práctica de la acción humana 4. Resumen 17 22 27 31 PRIMERA PARTE LA ACCION HUMANA I.—EL HOMBRE EN ACCION 1. Acción deliberada y reacción animal 2. Los requisitos previos de la acción humana En torno a la felicidad. Acerca de los instintos y los impulsos. 3. La acción humana como presupuesto irreductible 4. Racionalidad e irracionalidad; subjetivismo y objetividad en la investigación praxeológica 5. La causalidad como requisito de la acción 6. El alter ego Sobre la utilidad de los instintos. El fin absoluto. El hombre vegetativo. CAPÍTULO II.—PROBLEMAS EPISTEMOLOGICOS QUE SUSCITAN LAS CIENCIAS DE LA ACCION HUMANA 1. Praxeología e historia 2. El carácter formal y apriorístico de la praxeología La supuesta heterogeneidad lógica del hombre primitivo. 3. Lo apriorístico y la realidad 4. La base del individualismo metodológico El yo y el nosotros. 5. La base del singularismo metodológico 6. El aspecto individualizado y cambiante de la acción humana ... 7. En torno al objeto de la historia y su metodología específica 8. Concepción y comprensión Historia natural c historia humana. 35 35 38 43 45 50 52 CAPÍTULO 61 61 64 73 78 82 84 86 91 La Acción Humana 6 Páginas 9. 10. 11. Sobre los tipos ideales El método de la economía política Las limitaciones de los conceptos praxeológicos 102 110 118 CAPÍTULO III.—LA ECONOMIA Y LA REBELION CONTRA LA RAZON 1. La rebelión contra la razón 2. La lógica ante el polilogismo 3. La praxeología ante el polilogismo 4. El polilogismo racista 5. Polilogismo y comprensión 6. En defensa de la razón 123 123 127 130 141 144 148 CAPÍTULO IV.—UN PRIMER ANALISIS DE LA CATEGORIA DE ACCION : 1. Medios y fines 2. La escala valorativa 3. La escala de necesidades 4. La acción como cambio 153 153 157 159 160 CAPÍTULO V . — E L T I E M P O 1. 2. 3. 4. 163 El tiempo en cuanto factor praxeológico Pasado, presente y futuro La economización del tiempo La relación temporal existente entre las acciones 163 164 166 167 VI.—LA I N C E R T I D U M B R E 1. Incertidumbre y acción 2. El significado de la probabilidad 3. Probabilidad de clase 4. Probabilidad de caso 5. La valoración numérica de la probabilidad de caso 6. Apuestas, juegos de azar, deportes y pasatiempos 7. La predicción praxeológica 173 175 177 180 185 18/ 190 CAPÍTULO CAPÍTULO VII.—LA ACCION EN EL ENTORNO MUNDO 1. La ley de la utilidad marginal 2. La ley del rendimiento 3. El trabajo humano como medio Trabajo inmediatamente remunerado y trabajo mediatamente remunerado. El genio creador. 4. La producción 173 193 193 205 210 223 12 Indice general Páginas SEGUDA PARTE LA ACCION EN EL MARCO SOCIAL CAPÍTULO VIII.—LA SOCIEDAD HUMANA 1. La cooperación humana 2. Crítica del concepto comprehensivista y metafísico de la sociedad Praxeología y liberalismo. Liberalismo y religión. 3. La división del trabajo 4. La ley de la asociación de Ricardo Errores comunes en que se incide al tratar de la ley de asociación. 5. Los efectos de la división del trabajo 6. El individuo en el marco social El mito de la mística unión. 7. La gran sociedad 8. El instinto de agresión y destrucción Errores en los que se suele incurrir al interpretar las enseñanzas de la moderna ciencia natural, especialmente del darwinismo. CAPÍTULO IX.—LA TRASCENDENCIA DE LAS IDEAS 1. La razón humana 2. Doctrinas generales e ideologías ha lucha contra el error. 3. El poder El tradicionalismo contó ideología. 4. El «mejorismo» y la idea de progreso CAPÍTULO X.—EL INTERCAMBIO EN LA SOCIEDAD 1. Cambio intrapersonal y cambio interpersonal 2. Vínculos contractuales y vínculos hegemónicos 3. La acción y el cálculo 229 229 232 249 251 258 259 265 267 277 277 278 292 297 301 301 303 307 TERCERA PARTE EL CALCULO ECONOMICO CAPÍTULO X I . — E V A L U A C I O N S I N C A L C U L O 1. 2. 3. 4. La gradación de los medios El papel que desempeña, en la teoría elemental del valor y los precios, el imaginario trueque de mercancías La teoría del valor y el socialismo. El problema del cálculo económico El cálculo económico y el mercado 311 311 312 320 325 8 La Acción Humana Páginas XII.—EL AMBITO DEL CALCULO ECONOMICO 1. El significado de las expresiones monetarias 2. Los límites del cálculo económico 3. La variabilidad de los precios 4. La estabilización 5. El fundamento básico de la idea de estabilización 329 329 333 337 339 346 XIII.—EL CALCULO MONETARIO, AL SERVICIO DE LA ACCION 1. El cálculo monetario, instrumento del pensar 2. El cálculo económico v la ciencia de la acción humana 353 353 356 CAPÍTULO CAPÍTULO CUARTA PARTE LA CATALACTICA O LA TEORIA DEL MERCADO XIV.—AMBITO Y METODOLOGIA DE LA CATALACTICA 1. La delimitación de los problemas catalácticos ¿Existe, como ciencia, la economía? 2. El método de investigación basado en las construcciones imaginarlas 3. La economía pura de mercado La maximización de los beneficios. 4. La economía autística 5. El estado de reposo y la economía de giro uniforme 6. La economía estacionaria 7. La integración de las funciones catalácticas La función empresarial en la economía estacionaria. CAPÍTULO XV.—EL MERCADO 1. La economía de mercado 2. Capital y bienes de capital 3. El capitalismo 4. La soberanía del consumidor El metafórico empleo de la terminología política. 5. La competencia 6. La libertad 7. La desigualdad de rentas y patrimonios 8. La pérdida y la ganancia empresarial 9. Las pérdidas y las ganancias empresariales en una economía progresiva La condenación moral del beneficio. Consideraciones en torno a los mitos del subconsumo y de la insuficiente capacidad adquisitiva de las masas. CAPÍTULO 361 361 367 369 377 379 388 389 397 397 400 407 415 420 429 440 442 9 Indice general Páginas 10. Promotores, directores, técnicos y funcionarios 11. El proceso de selección 12. El individuo y el mercado 13. La propaganda comercial 14. La «Volkswirtschaft» XVI.—LOS PRECIOS La formación de los precios Valoración y justiprecio El precio de los bienes de orden superior Una excepción dentro del mecanismo determinante del precio de los factores de producción. La computación de costos La cataláctica lógica frente a la cataláctica matemática Los precios de monopolio El análisis matemático de la teoría de los precios de monopolio. El buen nombre mercantil La monopolización de la demanda Efectos de los precios de monopolio sobre el consumo La discriminación, mediante el precio, por parte del vendedor. La discriminación, mediante el precio, por parte del comprador ... La interconexión de los precios Precios y rentas Precios y productos La quimera de los precios no mercantiles CAPÍTULO 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. XVII. K!. CAMBIO INDIRECTO Los medios de intercambio y el dinero Consideraciones en torno a determinados errores harto difundidos. La demanda y la oferta de dinero La trascendencia epistemológica de la teoría de Cari Menger sobre el origen del dinero. La determinación del poder adquisitivo del dinero El problema de Hume y Mili y la fuerza impulsora del dinero ... Variaciones del poder adquisitivo del dinero provenientes del lado monetario y variaciones provenientes del lado de las mercancías. Inflación y deflación; inflacionismo y deflacionismo. El cálculo monetario y las variaciones del poder adquisitivo ... La previsión de las futuras variaciones del poder adquisitivo ... El valor específico del dinero La trascendencia de la relación monetaria Los sustitutos monetarios CAPÍTULO 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 462 473 478 484 488 495 495 501 504 512 526 537 567 573 575 580 584 585 587 589 590 595 595 596 600 610 623 627 634 636 640 643 645 10 La Acción Humana Páginas 12. Límites a la emisión de medios fiduciarias 13. 14. 15. 16. 1718. 19. 648 Observaciones en torno a la libertad bancaria. Cuantía y composición de los saldos de tesorería Las balanzas de pagos Las cotizaciones ¡nterlocales La tasa del interés y la relación monetaria Los medios secundarios de intercambio Interpretación inílacíonista de la historia El patrón oro La cooperación monetaria internacional. ,.. CAPÍTULO X V I I I . — L A A C C I O N Y EL TRANSCURSO DEL T I E M P O . !• 2. 3. 4. 5678. 9. La respectiva valoración de los diferentes períodos temporales ... La preferencia temporal, condición típica del actuar Observaciones en torno a la evolución de la teoría de la preferencia temporal. Los bienes de capital ... Período de producción, período de espera y periodo aprovisionado. Prolongación del período de provisión más allá de la presunta vida del actor. Algunas aplicaciones de la teoría de la preferencia temporal. La convertibilidad de los bienes de capital El influjo del ayer sobre la acción Acumulación, conservación y consumo de capital La movilidad del inversor Dinero y capital; ahorro e inversión CAPÍTULO XIX.—LA TASA D E L ÍNTERES 12. 3. 4. 5. XX.—EL INTERES, LA EXPANSION 711 711 717 726 731 744 747 758 763 767 771 El fenómeno del interés El interés originario La cuantía de la tasa del interés EL interés originario en IB economía cambiante El cómputo del interés CAPÍTULO 668 672 674 682 688 693 699 CREDITICIA 771 774 782 784 787 Y EL CICLO ECONOMICO 1. Los problemas 2. El componente empresarial del interés bruto de mercado 3. La compensación por variación de precios como componente del interés bruto de mercado ... 4. El mercado crediticio Los efectos que sobre el interés originario provocan las variaciones de la relación monetaria - 789 789 79C 794 799 803 Indice general 11 Páginas 6. 7. 8. 9. Efectos de la inflación y la expansión crediticia sobre el interés bruto de mercado La tan alabada ausencia de crisis económicas bajo la organización totalitaria. Efectos de la deflación y la contracción crediticia sobre la tasa del interés bruto de mercado La diferencia entre la expansión crediticia y la simple inflación. La explicación monetaria o de crédito circulatorio de los ciclos económicos ... Efectos que la reiteración del ciclo económico provoca en la economía de mercado La función que los desaprovechados tactores de producción desempeñan durante las primeras etapas del auge. Los errores que encierran las explicaciones no monetarias de los ciclos económicos. XXI.—TRABAJO Y SALARIOS 1. Trabajo introversivo y trabajo extroversivo 2. El trabajo como fuente de alegría o de fastidio 3. Los salarios 4. El paro cataláctico 5. Salarios brutos y salarios netos 6. Salario y pervivcnciu Comparación de la explicación histórica de los salarios con el teorema regresivo. 7. La oferta de trabajo y la desutilidad del mismo Consideraciones en torno a la más popular interpretación de la «revolución industrial». 8. Efectos que las mutaciones del mercado provocan en los salarios. 9. El mercado laboral La actividad laboral de esclavos y bestias. CAPÍTULO X X I I — L O S FACTORES ORIGINARÍOS DE PRODUCCION CONDICION NO HUMANA Consideraciones generales en torno a la teoría de la renta El factor temporal en la utilización de la tierra La tierra submarginal La tierra como lugar de ubicación El precio de la tierra El mito del suelo. 806 826 833 839 857 857 859 864 872 876 879 890 908 910 CAPÍTULO DE 1. 2. 3. 4. 5. XXIII.—EL MERCADO Y LAS REALIDADES CIRCUNDANTES 1. Teoría y realidad 925 925 929 932 934 936 CAPÍTULO 941 941 La Acción Humana 12 Páginas 2. 3. 4. 5. 6. La trascendencia del poderío La trascendencia histórica de la guerra y la conquista El hombre, entidad real El período de acomodación La limitación de los derechos dominicales y los problemas referentes a los costos y los beneficios externos Los beneficios externos en la creación intelectual. Privilegios y cuasi privilegios. XXIV.—ARMONIA Y CONFLICTO DE INTERESES El origen de las ganancias y las pérdidas empresariales La limitación de la descendencia La armonía de los «rectamente entendidos» intereses sociales ... La propiedad privada Los modernos conflictos CAPÍTULO 1. 2. 3. 4. 5. 943 946 948 950 953 967 967 971 979 991 993 QUINTA PARTE LA COOPERACION SOCIAL EN AUSENCIA DEL MERCADO XXV.—EL MODELO TEORICO SOCIALISTA 1. El origen histórico de la idea socialista 2. La doctrina socialista 3. Examen praxeológico del socialismo CAPÍTULO DE UNA SOCIEDAD XXVI.—LA IMPRACTICABILIDAD DEL CALCULO ECONOMICO BAJO EL REGIMEN SOCIALISTA 1. El problema 2. Pasados errores en el planteamiento del problema 3. Modernas tentativas de cálculo socialista 4. El método de la prueba y el error 5. El cuasi mercado 6. Las ecuaciones diferenciales de la economía matemática 1001 1001 1007 1010 CAPÍTULO 1013 1013 1017 1019 1021 1024 1030 SEXTA PARTE EL MERCADO INTERVENIDO XXVII.—EL ESTADO Y EL MERCADO En busca de un tercer sistema El intervencionismo Las funciones estatales La rectitud como norma suprema del individuo en su actuar CAPÍTULO 1. 2. 3. 4. 1039 1039 1041 1044 1049 Indice general 13 Páginas 5. 6. El laissez faire La directa intervención del consumo De la corrupción. 1057 1060 XXVIII.—EL INTERVENCIONISMO FISCAL El impuesto neutro El impuesto total Objetivos fiscales y no fiscales del impuesto Los tres tipos de intervencionismo fiscal 1067 1067 1069 1071 1073 XXIX.—LA RESTRICCION DE LA PRODUCCION Las medidas restrictivas de la producción El fruto de la restricción La restricción como privilegio El restriccionismo como sistema económico 1075 1075 1077 1083 1092 XXX.—LA INTERVENCION DE LOS PRECIOS El estado y la autonomía del mercado La reacción del mercado ante la intervención estatal Consideraciones en torno a la decadencia de la civilización clásica. Los salarios mínimos La cataláctica ante la actividad sindical. 1095 1095 1101 CAPÍTULO 1. 2. 3. 4. CAPÍTULO 1. 2. 3. 4. CAPÍTULO 1. 2. 3. XXXI.—EL INTERVENCIONISMO MONETARIO Y CREDITICIO 1. El estado y el dinero 2. Condición intervencionista del «curso forzoso» 3. El actual intervencionismo monetario 4. Los objetivos de la devaluación monetaria 5. La expansión crediticia El mito de las «medidas contraciclicas». 6. La intervención de los cambios y el comercio bilateral 1111 CAPÍTULO 1159 1159 1160 1161 Y CORPORATIVISMO El sindicalismo Los errores del sindicalismo Influjos sindicalistas en la actual política económica Socialismo gremial y corporativismo 1171 \\1\ 1173 1175 1177 CAPÍTULO X X X I I I . — S I N D I C A L I S M O 1. 2. 3. 4. 1154 XXXII.—CONFISCACION Y REDISTRIBUCION La filosofía confiscatoria La reforma agraria La fiscalidad expoliadora Tributación confiscatoria y riesgo empresarial. CAPÍTULO 1. 2. 3. 1127 1127 1131 1134 1138 1144 14 La Acción Humana Páginas CAPÍTULO X X X I V — LA E C O N O M I A DE GUERRA 1. La guerra total 2. La guerra y la economía de mercado 3. Guerra y autarquía 4. La inutilidad de la guerra ... ... CAPÍTULO XXXV.—LA T E O R I A D E L MERCADO 1. La requisitoria contra el mercado 2. La pobreza 3. La desigualdad 4. La inseguridad 5. La justicia social BIEN COMUN 1185 1185 1191 1195 1198 ANTE EL 1203 1203 1205 1212 1227 1229 CAPÍTULO XXXVI.—LA CRISIS D E L I N T E R V E N C I O N I S M O 1 . . Los frutos del intervencionismo 2. El agotamiento de tas disponibilidades 3. El ocaso del intervencionismo 1233 1233 1234 1238 SEPTIMA P A R T E EL LUGAR Q U E OCUPA LA C I E N C I A ECONOMICA E N E L MARCO S O C I A L CAPÍTULO X X X V I I . — L A PECULIAR CIRCUNSTANCIA DE LA CIEN- CIA ECONOMICA 1245 1. 2. 3. 1245 124<S 1246 La singularidad de la economía La ciencia económica y la opinión pública La ilusión de los viejos liberales CAPÍTULO X X X V I I I . — L A E C O N O M I A EN EL C A M P O DEL SABER. 1. Los estudios económicos 2. El economista profesional 3. 4. 5. 6. 7. La La La El La deseada profecía ciencia económica y la universidad economía y la educación popular ciudadano ante la economía economía y la libertad CAPÍTULO X X X I X . — L A E C O N O M I A Y LOS ESENCIALES BLEMAS H U M A N O S 1. La ciencia y la vida 2. La economía y los juicios de valoración 3. El conocimiento económico y la acción humana INDICE ANALÍTICO 1251 1251 1253 1256 1258 1263 1266 1267 PRO1269 1269 1271 1274 1277 / NOTAS DEL TRADUCTOR Cataláctica Causalidad Comporramentismo Comprehensivismo Continental Currency Crédito circulatorio Dinero; d. mercancía; d. crédito; y d. jiat. Ecuación de intercambio Epistemología Escuela austríaca Fullarton, principio de Fungibles y duraderos (bienes) Gresbam, ley de Greenbacks Heurística Historicismo Ideologías Identidad valorativa 21 57, 176 27 233 639 648 596 536,597-598 24 23 662 205 356 701 308 23 320 65 Neutralidad del dinero ...• Nivel de precios Panfisicismo Participación y Contradicción (Lévy-Bruhl) Polilogísmo Praxeología Realismo conceptual Schumpeteriana valoración de los factores de producción Subjetivismo Sustitutos monetarios Teleología Teorema regresivo Universalismo Valor, teoría del 598 597 27 71 24 21 233 Mandato Territoriaux 639 536 20 596 57,176 615 233 20 Introducción 1. ECONOMIA y PRAXEOLOGÍA La economía es la más moderna de todas las ciencias. Numerosas ramas del saber brotaron, a lo largo de los últimos doscientos años, de aquellas disciplinas que los griegos clásicos ya conocieran. Pero, en realidad, lo único que iba sucediendo era que algunas de ellas, encuadradas desde un principio en el antiguo complejo de conocimientos, se convertían en ciencias autónomas. El campo de investigación quedaba más nítidamente subdividido y podía ser examinado mejor; sectores que antes habían pasado inadvertidos cobraban corporeidad y los problemas se abordaban con mayor precisión. El mundo del saber, sin embargo, no por ello se ampliaba. La ciencia económica, en cambio, abrió a la investigación una zona virgen y ni siquiera imaginada anteriormente. El advertir la existencia de leyes inmutables que regulan la secuencia e interdependencia de los fenómenos sociales desbordaba el sistema tradicional del saber. Se alumbraban conocimientos que no eran ni lógica, ni matemática, ni tampoco psicología, física o biología. Los filósofos pretendieron, desde la más remota antigüedad, averiguar cuál fuera el designio que Dios o la Naturaleza se proponían plasmar a lo largo de la Historia. Querían descubrir la ley que rige el destino y evolución de la humanidad. Incluso pensadores desligados de toda inquietud teológica, al andar los mismos caminos, fallaron en su empeño, porque utilizaban igualmente métodos inadecuados. Manejaban siempre abstracciones, refiriéndose invariablemente a conceptos gene- 18 La Acción Humana rales, tales c o m o humanidad, nación, raza o religión. Establecían, de manera arbitraria, los fines a los q u e la p r o p i a naturaleza de tales entidades a p u n t a b a . P e r o jamás conseguían precisar cuáles fuerzas c o n c r e t a m e n t e impulsan a las gentes a comp o r t a r s e de f o r m a tal q u e permitieran a aquellas idealidades alcanzar sus supuestos objetivos. P o r ello tenían que recurrir a las m á s abstrusas explicaciones: a la intervención milagrosa de la divinidad, q u e se hacía p r e s e n t e p o r la revelación o la aparición de p r o f e t a s o ungidos caudillos; a la predestinación; a cierta preestablecida a r m o n í a ; y hasta a la mística intervención de fabulosa alma nacional o universal. H u b o quienes incluso alud i e r o n a la «astucia de la naturaleza», la cual provoca en el h o m b r e impulsos que, aun involuntariamente, le conducen por las sendas deseadas. O t r o s pensadores, más realistas, no se p r e o c u p a r o n de averiguar cuáles f u e r a n los designios de la divinidad o la naturaleza. C o n t e m p l a r o n los asuntos h u m a n o s desde un p u n t o de vista político. Catalogaron normas p a r a la actuación pública, creando u n a especie de técnica de gobierno. Los de m e n t e más audaz p r o p u g n a b a n ambiciosos planes para la r e f o r m a y completa reestructuración de la sociedad. O t r o s se c o n t e n t a b a n con coleccionar y sistematizar la experiencia histórica. T o d o s , sin embargo, pensaban que, en el orden social, no había aquella regularidad fenomenológica p o r doquier reconocida en lo atin e n t e a la lógica y a las ciencias naturales. Descuidaban enteram e n t e , por eso, el investigar las leyes de la vida social; el homb r e , en su opinión, podía organizar la sociedad como mejor estimara. C u a n d o la realidad no conformaba con el deseo del r e f o r m a d o r y las utopías resultaban irrealizables, el fracaso se atribuía a la imperfección moral de los h u m a n o s . Los problemas sociales se consideraban cuestiones p u r a m e n t e éticas. Para edificar la sociedad ideal sólo precisaba contar con rectos gobernantes y subditos virtuosos. Cualquier utopía podía, así, ser convertida en realidad. El descubrimiento de la interdependencia ineluctable de los fenómenos del mercado p u s o de manifiesto lo i n f u n d a d o de tal supuesto. El a la sazón pensador social h u b o de a f r o n t a r , Introducción 19 desorientado, un p l a n t e a m i e n t o o t r o r a inimaginado. Advirtió, con estupor, q u e cabía p o n d e r a r el actuar de las gentes desde nuevos ángulos, que no se limitaran simplemente a considerar lo bueno y lo malo, lo leal y lo desleal, lo_ justo y lo injusto. C o m p r e n d i ó , de p r o n t o , azorado, q u e los f e n ó m e n o s , en la actividad h u m a n a , se a j u s t a n a leyes regulares q u e precisa resp e t a r quienquiera desee alcanzar precisos objetivos; q u e carecía de s e n t i d o e n f r e n t a r s e con la realidad a m o d o del censor que aprueba o desaprueba, según su sentir personal y con arreglo a m ó d u l o s arbitrarios. H a b í a q u e estudiar las n o r m a s rectoras de la acción del h o m b r e y de la cooperación social a la manera c o m o el físico examina las q u e regulan la naturaleza. El q u e el análisis de la actividad h u m a n a y la vida comunitaria se convirtiera en ciencia de relaciones predeterminadas, dejando de ser considerado c o m o tema m e r a m e n t e normativo, dedicado a p o n d e r a r no lo q u e es, sino lo que «debiera ser», constituyó u n a revolución de trascendencia e n o r m e , no ya sólo en el á m b i t o de la investigación científica, sino en c u a n t o atañe a la supervivencia de la h u m a n i d a d . D u r a n t e m á s de cien años, sin embargo, los efectos de este radical c a m b i o en el m o d o de razonar f u e r o n limitados, por c u a n t o se pensaba q u e la n u e v a ciencia aludía tan sólo a un reducido aspecto de la actividad h u m a n a : el atinente a la vida mercantil. Los economistas clásicos dieron con un obstáculo —-la a p a r e n t e antinomia del v a l o r — q u e f u e r o n incapaces de salvar. Su i m p e r f e c t a teoría obligóles a reducir el á m b i t o de la propia ciencia que ellos m i s m o s estaban a l u m b r a n d o . La economía política, hasta finales del siglo pasado, ú n i c a m e n t e aspiró a estudiar el aspecto «económico» de la acción h u m a n a , sin ser otra cosa q u e la teoría de la riqueza y del egoísmo. T r a t a b a de la acción h u m a n a en c u a n t o aparecía impulsada por lo que, de m o d o m u y poco satisfactorio, se d e n o m i n a b a afán de lucro, sin o b j e t a r q u e el e s t u d i o de los demás aspectos de aquel actuar q u e d a r a r e s e r v a d o para otras disciplinas. La revolución q u e los economistas clásicos desataran f u e complementada p o r la m o d e r n a economía subjetiva, q u e iba a t r a n s f o r m a r el p u r o 20 La Acción Humana análisis de los precios en la teoría general de la elección h u m a n a *. No se advirtió, sin embargo, al principio, como decíamos, q u e la sustitución de la doctrina clásica del valor p o r la nueva teoría subjetiva representaba b a s t a n t e más que reemplazar imperfecta explicación del intercambio mercantil por otra mejor. * El problema del valor, como a nadie se lo oculta, es de trascendencia capital en el terreno de la economía y las ciencias sociales en general. Los clásicos ingleses, según es bien sabido, se perdieron, pese a su indudable perspicacia, al enfrentarse con el problema de por qué valía «el pan» menos que «los brillantes», por emplear una comparación ya generalizada, yéndose a buscar en los costos materiales de producción la causa del valor de las cosas, sin percatarse de que, en definitiva, el costo de una satisfacción no es sino aquella otra de la que nos vemos obligados a prescindir para poder alcanzar la primera. Marx, siguiendo a Ricardo, llegó incluso a afirmar, como tampoco nadie ignora, que es exclusivamente el trabajo lo que da valor a las mercancías. «Los bienes en que se ha incorporado trabajo humano contienen valor y carecen de él en caso contrario.» (Vid, El Capital, EDAF, Madrid, 1976, pág. XLIII.) Esta «solución» clásico-marxista no podía prevalecer, pues, por lo pronto, entre otras cosas, dejaba sin explicar el valor de los factores naturales de producción, que constituyen la mayor parte de los bienes económicos. ¿Por qué vale para el hombre un árbol, un bosque, que ha crecido solo, una extensión de terreno, una mina o una cantera, pongamos por caso, donde no hay trabajo humano alguno incorporado? Wilhelm Ropke (Introducción a la Economía Política, Unión Editorial, Madrid, 1974, pág. 31), con extraordinario grafismo, oponiéndose a la teoría laboral del valor, resalta: «Un traje no vale ocho veces más que un sombrero porque represente ocho veces más de trabajo (relación esta última que se mantiene con independencia del valor del sombrero y del traje), sino que la sociedad está dispuesta a invertir ocho veces más trabajo en el traje, porque luego, una vez terminado, valdrá ocho veces más que un sombrero.» La solución a todo este intrincado problema brindáronla coetáneamente (1871) el británico Jevons y el austríaco Menger, como también es conocido, con su teoría subjetiva y rnargínalista del valor, independientemente de que ya con anterioridad había sido intuida tal salida por el banquero inglés Samuel Batley (1791-1870) quien, en A Critical Dissertation on the ature, Measnres, and Causes of Valué (1825), critica duramente el objetivismo de David Ricardo, así como por el alemán Hermann Heinrich Gossen (1810-58) quien seriamente plantea ya el problema marginal en Entwicklung der Cesetze des menscblicben Verkehrs und der daraus fliessenden Regeln für menschlicbes Handeln (1854), cuya teoría nadie, a la sazón, advirtió, hasta que precisamente Jevons la sacó a la luz. Impertinente sería, en esta sencilla nota, pretender entrar en el estudio del subjetivismo, particularmente, por cuanto Mises, una y otra vez, a lo largo del presente tratado, va a abordar y explicar repetidamente el tema. (N. del T.) Introducción 21 Una teoría general de la elección y la preferencia rebasaba el c a m p o al q u e los economistas, desde Cantillon, H u m e y A d a m Smith hasta J o h n S t u a r t Mili, circunscribieran sus estudios. Implicaba q u e ya no bastaba el simple examen del «aspecto económico» del esfuerzo h u m a n o , t e n d e n t e exclusivamente a conseguir lo q u e el h o m b r e , para el m e j o r a m i e n t o de su bienestar material, precisare. La acción h u m a n a , en cualquiera de sus aspectos, era ya o b j e t o de la nueva ciencia. T o d a s las decisiones del h o m b r e p r e s u p o n e n efectiva elección. C u a n d o las gentes las llevan a efecto deciden no sólo e n t r e diversos bienes y servicios materiales; al contrario, cualquier valor h u m a n o , sea el q u e sea, entra en la opción. T o d o s los fines y todos los medios — l a s aspiraciones espirituales y las materiales, lo sublime y lo despreciable, lo noble y lo v i l — ofrécense al homb r e a idéntico nivel para q u e elija, p r e f i r i e n d o u n o s y repud i a n d o o t r o s . N a d a de c u a n t o los h o m b r e s ansian o r e p u g n a n q u e d a f u e r a de tal única elección. La teoría m o d e r n a del valor venía a ampliar el h o r i z o n t e científico y a ensanchar el c a m p o de los estudios económicos. De aquella economía política q u e la escuela clásica sistematizara emergía la teoría general de la acción h u m a n a , la praxeologta L o s p r o b l e m a s económicos o catalácticos 2 q u e d a b a n e n m a r c a d o s en u n a ciencia más general, integración imposible ya de alterar. T o d o estudio económico ha de p a r t i r de actos consistentes en o p t a r y p r e f e r i r ; la economía c o n s t i t u y e u n a p a r t e , si bien la mejor trabajada, hasta ahora, de u n a ciencia m á s universal, la praxeologia *. 1 El término praxeologta fue empleado por primera vez, en 1890, por Espinas. Vid. su artículo «Les Origines de la Technologie», Revue Philosophique, año XV, XXX, 114-115, y el libro, publicado en París en 1897, con el mismo título. ' El término Cataláctica o Ciencia de los Intercambios fue usado primeramente por Whately. Vid. su libro Introductory Lectures on Political Economy, pág. 7. Londres, 1831. * Para la escuela Mises-Hayek, la cataláctica, del griego katallattein (canjear, permutar), es la teoría general del intercambio en el mercado libre, mientras que la praxeología, del griego praxis (actuación, práctica) y logia (doctrina, ciencia), constituye disciplina que se ocupa de la consciente actividad humana toda —«las aspiraciones espirituales y las materiales, lo sublime y lo despreciable, lo noble y lo vil»—, por lo que engloba y, al tiempo, desborda el ámbito de la primera, la cual alude tan sólo al aspecto, digamos, mercantil del hacer del hombre. (N. del T.) Li •Lcnflpj fiw>ntrM 2. CONSEDEH ación msrtuob&iCA DE lili A TEORÍA GENERAL UE LA ACCtÓN HUMANA En Ja nueva ciencia todo aparecía probJeiuiiico. F.mpezaba píír surgir como cocrptt cvírqfici CP ni iiltCTPa tradicional del saber¡ los estudiosos, pcrTilcjos, na acertaban a tlasificatk ni a asignarle lugat adecuado. H;i liaban se, sin embargo,. convencidos de qcic í;; inclusión de la economía en el catalogo de! conocimiento no exigía roarganÉgj ni urnplür taí estado, Intimaban L¡ue Ea clitsificacian hallábase ya completa. Si ]a poÉmomía no acoplaba en el sistema era purgue los «CrfiümistH fti abordar SÍES problemas h utilizaban marojos imperfectos. Lo malo es que mennspreeiHir lafl lucub radones en torno a Eo que constituye k esencia, ámbito y carácter Eójcjico de la economía, en al s-J se traían de eSLoJistiCus biliiutinisulOS, propios tan sólo de pedantes dómines, no ei sino i^noiar por compJetíi la trascendencia Je taíes debares, H á l l a s e por *Ecsgríicjnh muy eitendido el error de suponer oue (a economía ouede prtisej^uir Sus estudios en un clima de serenidad, haciendo LISO miiiso de aquellas discusiones en torno ¡i cuál ^CH el mejor método de investigación. En líi Mdtfaxleniircli fd.Ls]>iic4i wbre el mttodtf) entle Tos economistas Austríaco! y la chuela histórica prusiana Ma Ikmada ftvardjfi ifíídccttidi fíe la Casa ílnhen/ju] lern ) o en ta polémica filtre John Bates CUrk y el instUiiCiotsalismo amen cano se trataba de dilucidar mucho m¡$S que la Simple cuestkbl de CUÍl fuera el mejor proccHímicnro de investigación a emplear. Ijfi que se quería, en verdad, era píeCÍsar el fundamento epistemológica de Ea d e u d a de Ta acción humana y su legitimidad lógica. Partiendo de nn sistema aE que era evtrano r] pensamiento p rajieoLógico y de una filosofía t|ue só!o Kconocffl como científicas —además de la lógica y las matemáticas las riendas naturales y Ja historia t machos tratadista* negaron valor y utilidad a [a teoría económica. El hisLoríctsmo preten dió sustituirla por la historia económica y el posiiivwmo por nna imposible ci^-nrfa social basada en ta estructuru y la túgiCfi de la mecánica twrfft&íiiana. Ambas ciC^elas coincidía i un me noorpttdaí las conquisLat del |>ensanüenLo económico No ern lntte¿1tCCÍán posibJe que 23 los economistas súporratíin iindiferenie& taies naques. Hí radien!ismo de ESb jundena en hinque de Ja ecnnoniía bien pronro, sin embiHJOh había de ser rebasado pt^r un nihilismo todavía más gencialiíadp l">tEde 1 ien>po inmenso i i u.1. lós liombiet —aí pensar, liabíar y actuar— i'íntün accjitfl^KÍTí^ ^\>ni(i liwlio indiscutible, Li uniformidad e inmutabilidad de la estructura lógica de la rnente hum¡L(i¡i. T<xk [a tnvesM.n&ctún se basaba precisumente en tal supuesto-, Pues bren, en di^cusiíines ricettJi de ia condiciíi'n episíemológica tte la ecíinomia, Jos tratadistas, por vez primera en Id historia, llegaron a rechizar laii inmemorial planteamiento. El mamismo aseveró que cualquier pentumiento no era sino ¿di^íraí ideológico* deí e ^ í s m o clasista del 511 jeto pensante. Misión, por tanto, de la níSjiciolofiiLi del saliet^ cotfcstitui'a el desetimascaras- los filosofks v 1;LS tcoríHis científicas haciendo evidenre su vaoiídtad i.teológica. L;l economía nr> era sino engendro «burgués^ v los economistas meros (ihkn-fantcstfr del capitalismo. L'nicaEneute !tl sodedod sin clases íle La utopía sucialistj ]eentp!aíariíi r por la verdad, las mentiras «jdeoló^ictíí». 1 •!>r-r pnlilogismr- m i s tarde v^Etió nuevos topares. Dumk: el útipilo del historie!Timo se awj^uró que la estIUCtlI» 10gi.CS dd pensatmiejito y los métodos de acnijit del hombre camhian eti el cnr.w dela-nroíücrón histórica. Rl pfililnjjismo raciid adscribió a cad^ raza una Lógica peculiar. Y el ituírractonalismo preEendió que h ruión no es imtruniento idóneo para investigar [os impulsos iriacionnEeE que camhian influyen en la conducta humana *. ' Li eicucid SHSt'ijcj (.Míimít. lñ40-1?21. Tíiciicr. JÍ1[-]?3É¡ BWmj-B^wtjl. ¡831-1911; .Miít., ]tiUL-]!17J: Havik, IWft— i, & U n í Juhiilo íictoibciá j d H ^ R N L D IH H I I >. I r I I I : I subirttiiim > m u t i m l —QIIT HNY y» NINPÜN prc^nitiláJ scriimpiie dlíCUlí— «ffl lo imc í f ^ l i ^ i ^ n ^ d ptniaraieniD MútdtÉitü, IJUI:-J:HI"KHI> nrmirtiodc^, RAMA uicsi ÍJI-CFIM:.: -en. ID que XIIRE kl i'-LÍFLRI» :'••" VALOR, ] u c l á j i r a (Smdhh. 1723 1730, K k j n b . L772 [Í23; MUI ¡SM-UT)}, usi cima M j t t <lf¡B-]flí5J Luv:' í b r t imrJwCi (l>u!:í ¡ni»'*. « en MDI tonrm e b i t d r i l t i ( M n f l f i l l ) lEt i^irJr p*irnn*íirc i i f i ^ ü í n o IJ biiioriáia/a aLímin ÍSdiniüller. JH38-JH7X ipjc 1» t ! r i'.vrsiJ.i.i j"i-ni,ii'.i ili:nni i LÍ r'j^i ndj T:I :d 4lst atfrSj p t w J o . i'ri'ifílii* wühimsntí 24 í.J Amttrt \fufmna l i s tas, d o c e ; i n ¡ i s , e v i d e n t e m e n t e , r e h u s a n l a e s f e r * J e l a c a - ríllicik-a. Ponen en teta de juidtj nu sólo k economía y le p r a x e o J o ^ k , s i n o , •L-lcmíis, t o d a s l a s r a m a s d e l s a b e r y h a s t a k p r o p : g r ^ E ú f t h u m a n a . A h i t a n a a q u e l l a s C t e n e i a i . ,il JLjual q u e a k m u t e m á r i c a o k flsiCti. P a r e c e . . p o r t a n t o , q u e refutación saber, Cubra sino a h asi miyor epistemología V Justificación aparente la m í a Las q u e ni a no f i n i e r a corresponder a prosiguen atención ni ta i la ka aludidas rama f i l o s o f í a en p e n c i a I. acttiud de aquello:- tr-LULquiJamcmEe s u s e s t u d i e n ) i pertinente ninguna particular cuestiones s.in econoprestir epistemológicas la g o b j e c i o n e s f o r m u l a d a s p o r el p d Ü O g i & m ú y ti a n t ¡ 7 r a - ¿ k n u i í i s j n u . ¿ 1 f í s i c o n o se: p i e í i c u p a d e s i S í L l l d a n SUS " e u n a s d e b u r g u e s a s , ü t v i i í c c j t a l e s o "Lidias; p o r lo m i s m o , el ecoi o m i t - ta h a b r í a de m e n o s p r e c i a r [a deELigcació^ y la c a l u m n i a . De&en'-a t t a j a r q u e l a d r a r a n |OÍ p e r r o s , s i n d a r E n a y y t 2ni]iurt:iLL^Ía a su.=, HUnidos. S1CUI 5ui et C a b a l e r e e n r j a r el £ T IU.k ipsam et p e n s a m i e n t o d e S|>LLÍLVA: tenebrag ma níres ra rh sic veritas «Sane norma f a H est» *. Ü J t e m a n n a f e c t a , s í l l e m b a í d o , ¡ i o r B^LZS] a l a c u m n m í s q u e i el !as nuiíemáfLiraH o a las c i e n c i a s n a t u r a l e s , í-intirrucíonatamu dirigen rcalmente El polí]jg.Lsin-:i y sus d a r d o s contra Ea raen es in: n ^ n l n i k d u r t l i m de los • ocin^ni.'ii i1- iiJscrLicos. ofirn.'itfliJri ¡ r .ir H^.J d esnidio hiscftaiT !:i rwotiilisriífi Je datia írpcrfmLnLüíi, p t r n i m i ÜILIN .:M .i? kyr^ tf&MIUFCNI Su PUJRURJ. IN EJ p t á n i f i , rr* InumliblflIlBilJt Jn1cmdciJDni:tE 7 NIR riMnrií. J'iÓT J'iu'it Clark (L34T rcoranrjiiLi ciradaiiriidcnse qi*: an | ' ir!- rntudijul •.-1 Tiu^ipn lL[f'Jclbcrql. ¡HÍJ.• !:¡cndii rcrif-jrídjrrjinti , 1 o:,i. ' i r IÍKS vicnwüi. F.T• 11 :IM e^ I' • ":i:¡ Oilfo, tktíí n (Te I* Uii'.m nklífc] tjjlumbia, cal penin rdmiD, en: remú I-JIM ÍTCI íE ;i"iV.'.'• " 1.1 :'.• r^r :• íVí&lcn, ISTJ Í Í l ^ ; (vviirYXJI'í., JB&21HJ; MILHTÍÍI. 1 B 7 + J!MS; Coalíy r DIKT, J E ^ - L Í U L , ^F^ÍIN rnirii ninuci^nnn tk l i tiv.nl.i hnbdtffiÉj , r.p, *pilfiHwl$ifi, IFFLFTFR (H|i:hií(i í t SifcitUf, M- Oí .i|n tíí In lldtud. úc Id T:KC • Itrifi^ ile li» .-níicklni -n ti irtii .ir-n|(ÍL;p, i-ic k e n e , a . i ' : p i t r í . huí "-i t i ím.iL-ilói: d e é i u . EÍL f--iJiJ: 1 r 1 :• n, pur tu l'arrc, m ^Hjmcn, •firma que jinv diícrfcicn W H U A . hxÚD n i ll d l H Hófirl, la I-H rrlinlím. In rtÉdmiolidad, t t í . i k l mifeta l^rwmiff fiV ¿ s í T.> • iAlf ':rr.vi .1 Eui, É1 iKinpri, 11: prrij1.!] c-iirr-ni l.i y lt (ir L i*ruT|iJjd poflf JE ir jrii: iís:r JLTUIRKT RAN 1 VENDOJ QUE • ^ETPC. CVI-JERÍCÍD RJ prspid pccv:. d i n d j t li disidid dd rtrv: - <N Jíf T.) 21 ! ?ilr/*i pcCiQH primeulu^ííi y k caiakciica. Aunque formule]! L-UÜ aset:OS m o d o genérico, c o m p r e n d i e n d o eo iiut-que todnis las ramas del sabir, ¿ c v e r d a d a p u n t a n a U s c i e o c i a t de la Í K C Í O T I h u i n a i i a . Dicen que resulta ilusorio suponer que k ¡nvestij{aei(jn tie£ltltíiza p u e í ! a s e n t a r condusioncÉ ^Lié sean vá]i-.ks los pueblos de ludas las épocas, tniat y clases sociales y s£ eoniplneen íiii adjetivuí de í?t¿rgptÜfi LL pccidefitxlti detccmÍEidas teorías íisieas o b i o l ó ^ j c a s . Aliora b i e n , cuaodu k s o l u e i o r , d e p r o b l e m a s ptácticos r c q n i c T O a p l i c a r J a i dytIJLñas vilipendiadtlí-. prn-JiUt o l v i d a n .iqiEcllas c r í t i c a s . Lus s o v i é t r e o í , por e j e m p l o , se sirven sin escrúpuJos de todos lüS Ma^CCS íte Ja íkicil, quírúLi 1 y L i i o l ú ^ k bitr&nesai, cíespMocupiiincktse de üi Ltiles i d e a ríos resultan v¿íido& para, todüs Eos clames. Los iufiericros y médicos naals no desde jia ron m deja roo ¿c utili^íit Jas teoríns, dest cubrimientos e inventes de las traías inferiores», ti efectivo proceder de pueblos h nsciones, relifíiones. ^ r t i p í J H lüigitístiflf» y clases sociíiles palpahlrm^me evídenciíi que nacíie toma en serio las doctrinan deE pulilufíistino y del ivrauuñalismo en N> concerniente a Ja Id^itu, ks matemáticas; o lits ciencias natiirales. En Jo que atañe, sin embíirgf>h a La praxeologia y a Ja cataJáctkíl, las cosas ya lio pinían ipuaJ. Un fireconecbido de.-ieO dt menospieciar k d i n d f l eeoniJinica —l>or atantr] no resultan gratan la£ directrices que la ttli&mrt señala en ordtn a niáE Sía la política que más convendría fl lite gentes seguir • constituye Jíl originaria Rúente y el impulso básico de ías doctrina* potilofiiRfas, hiütoiicistas V artirtaciojlütljsrjs. Socialistas, racistas. uaciorLLilíSfas V esratistas frncüsafon, tanto ct¡ SU cmpfrnu de refutar Jas reorias de los eco]ioi]iistas 1 como di el de demostrar la precedencia de sus fainos doctrinas. Fue precisamente eso lo que Ies incitó a nc^ar los principios Indico» y eptsrcrmv lógicos en que se asienta el raciocinio bumaníi, tanto pnr lo que fltflñe a ta vida en genera!, romo también en lo refeíente a la investigación científica. Pero no debemos desentendemos de tales objeciones, simplemente resallando 1as motivaciones políticas q u i tas inspirar: Al científico ¡amas ríbele bailar consuelo en la mera ¡dea de r{•- -P & ¿ • ri: 27 JJ Aczioi iitámam íjuc sus impu^nadorca se muevan al a m p l i o de impulsos pasionales o partidistas. Tiene la obligación de'examinar tudas ks objeciones que le sean c]pc]eítaFh prescindiendo de k motiuauón ÍJ sondo Subjetivu de las mismas, por eso, (."ettsurabíe el guardar sitcncíü ante aquella generalizada opinión se¡£Ún la cual los teoremas económicos sólo ¡ton válidos bajo bipotéticas condici<mes qnc nunca se dan, careciendo, pues, de interés CUJI [ido de la realidad se rratft. 5otprendente resulta, en verdad, que algunas escuelas económicas compartan, aparentemente, estp criterio, V, Sin embarga, con toda tranquilidad, continúen formulando sus ecuaciones. Cuando así proceden, están, en el fondo, despreocupándose del íntimo sentido He su propio razonar; de la trascendencia efectiva que pueda el mismo tener en el mundo real, eo el de la ncción hu[naj]a. 'I al actitud, desde: luego, no es de recibo, L,] turca primor- manirás, I n c u m b a p o r t a n t o , a k eiencia íiconárnica e x a m i n a r c o n detenimiento si es c i e ñ a la afirmación según la cual sus teorías sólo son válidas bajo un orden capitalista y una ya superad^ etapa liberal de la c i v i l i i a c i ó n uCcidenla!. A ninguna otra dis- ciplina más que a En economía corresponde ponderar las div e r j a s c r í t i c a s f o r m u l a d a s c o n t r a la u t i l i d a d y o p o r t u n i d a d del estudio de h acción humana. E! pensamiento económico d í t e e s t r u c t u r a r w d e t¿1 v i e r t e q u e r e s u l t e i n m u n e a l t c r í t i c a del anti n a c i o n a l i s m o , h i s t u r i c i s m u , ffiü y demás variedades del panfisüCÉínui, CüliLpOttajJientiS- poltldgLSmo. Serla abluido q\K la economistas futilidad aducen Huevos dt las permanecieran .iAlimentos rendentes a investigaciones económicas, ence-rados franqi Lilamente en Jos tus LOrteS de m a r f i l * . Y a n o b a s t a a b o r d a r los p r o b l e m a * e c o n ó m i c o s p o r las s e n das I radie ion.lies. P r e c i s o e^ e s t r u c t u r a r Ía íeoria cataíácíica s o b r e J a s ú l i J a b a s e d e uJLit t e o r í a g e n e r a l d e k a c c i ó n h u m a n a : 3a ^raseolújjía. T i l p l a n t e a m i e n t o no sólo la liará i n m u n e a muchas críticas carentes de consistencia, aclarará numerosos prohlcmas en k sino que. actualidad mal además, enfocado* y peor resueltos. C o n este criterio se suscita, de m o d o singular, !a CLiestió]! r e l a t i v a al c á l c u l o e c o n ó m i c o ' 3, LA TEORÍA e c o x 6 J U C A V LS. PRÁCTICA Dt LA A t J t r Ú h " 3-tllH^NA d o ! de t o d o investigador esrribí en íi II alisar e x h a u s t i v a m e n t e y definir ¡as üMidkiones y supuestos bajo los cuales cobran vdli Óc.7. a f i r m a c i o n e s . E¿, d e s d e luej-'o, erróneo Tomar U fískí comn mndefo y patrón pata k investigación cconómita; ahora liien, cuantos,. sin e m b a r g o . e a e i l b a j o el hechizu de tal f a l a c i a L Í e b i e r a n a l m e n o s p e rentarse de que n i n g ú n físico te a v i n o jam.ís a aceptar que había determinado*! teoremas Je tu especial i d a d oiyn e s c l a r e c i m i e n t o Quedaba f u e r a del ámbito de l a piO p í a investigación. El problema ptindpal d e la e c o n o m í a r e d ú cese a preeisai la adecuación existen re entre los asertos Ldtaláericos y La r e a l i d a d de esn acción h u m a n a que se pretende llegar a conocer. diario, se demostrar Suele acusarse a hi e c o n o m í a de í c r u n a ciencia p o c o desa r r o l l f l d m , N r o es^ d e s d e l u e g o , p e r f e c t a . I m p o s 5 j í e i e s i r L a atca]IÍAR l a p e T f c í ^ i ó n e n e . m u n d o c e ! CU]10CÍJIliento, n i e n ming u n a O l t a a c t i v i d a d liuinaj]Li Aun la £ 1 l i O D l b r e Cíireec d e ( í m n i s d e n c i a . teoría mejor elaborada y qve parece satisfacer plena- m e n t e n u e s t r a a n s i a J e s a b e r , taS ve?, m a ñ a n a h a y a d e s e r COTTCfiida O sustituida p o r O t u luta y La ciencia januís b r i n d a c e r t e r a absíi- definitiva. Da, meramente, ciertas seguridades, dentto " El fflií.'j":icrr.7ivn qaineri reducir r r i K * ffiiílii-dom ¡jsic^s idJíí íl jrlunr dr] h::ntr-:. m ^ i n i i j cintn d i í m n í l - tiWrNinlrtflirú e n trí; !tz dtrtíiftl rjiiÉrilrs y tu ¿lidplljini hiftirtir-rí H 1* arciifi hurrjcu.. El i niwf^f^Hffrrjjma fííAdtijrrrJj eti Lnpl^il « iun CKIPI» ««ioldgici lígün U Liiaí U :a3íira nr> influye CD «S jíLunr hrjminO JVifrkle, ríin:KU=nrcmcn1c, nbotI¡J: T± a j u i c i a n DRI Sombre por BX vid iiiiliiidnj CU D ctUitlui IFC IJL mcciOTic; de IHÉIUBT Í (K IW LIÍMIA inlintts, CNLW-NJR >LUF jinocc r ikilWf ^ cari prevJw nXkliílonflrci'iennM EKÍMIM; pür «ÍV J b u t Ji un siircrrj c d j c i l i w Utiklb, |Kt.nsfl c^je cnbrli crrhli^'kf ln l a n u que i l¿ hiaiiHnedai bvf atlmni. b Blál^ tiicD -viilo, ILIIMJÍI^ i^rturc CMirrüdLíidÉin ¿thi SU Idh^W NUD bis: <fc DHUld*. CN- Jr¡ T.) ** F- rr^ii ítiL cúíf.hfíf ^nmiinye, pudicriim^ d-^ií, d. m m i k di i í J * l< reíirü. n i m i n —|nCl>ruldrr>m[E en w rritiLTi d í í ií>tülJinH—, cuan ct IBCIDT craipr-Libui L Ir ÍIJTNRRANDOM en EL TRFTWIR LLANDA. [N. Jti T.> 28 La Acción Humana de los límites que n u e s t r a capacidad m e n t a l y los descubrimientos de la época le marcan. Cada sistema científico no representa más q u e un cierto estadio en el camino de la investigación. Refleja, por f u e r z a , la inherente insuficiencia del intelectual esfuerzo h u m a n o . El reconocer tal realidad, sin embargo, en m o d o alguno significa q u e la economía actual hállese atrasada. Simplemente atestigua que nuestra ciencia es algo vivo; pres u p o n i e n d o la vida la imperfección y el cambio. Los críticos q u e proclaman el supuesto atraso de la economía pertenecen a d o s campos distintos. A un lado se sitúan aquellos naturalistas y físicos q u e la censuran por no ser u n a ciencia n a t u r a l y por prescindir de las técnicas de laboratorio. C o n s t i t u y e u n o de los objetivos del, presente tratado evidenciar el e r r o r q u e tal p e n s a m i e n t o encierra. En estas notas preliminares bastará con aludir al f o n d o psicológico de dicho ideario. Las gentes de estrecha mentalidad suelen criticar las diferencias q u e en los demás observan. El camello de la fábula se vanagloriaba de su giba ante los restantes animales q u e carecían de joroba y el c i u d a d a n o de Ruritania vilipendia al de Laputania p o r no ser r u r i t a n o . El investigador de l a b o r a t o r i o considera su m é t o d o el más perfecto, e s t i m a n d o las ecuaciones diferenciales c o m o la única f o r m a adecuada de reflejar los resultados de la investigación. Incapaz es de apreciar la epistemológica procedencia del e s t u d i o de la acción h u m a n a . La economía, en su opinión, debiera ser una parte de la mecánica. De o t r o lado sitúanse quienes a f i r m a n q u e las ciencias sociales inciden i n d u d a b l e m e n t e en el error dada la insatisfactoriedad de la realidad social. Las ciencias naturales han logrado impresionantes realizaciones en las dos o tres últimas centurias, elevando el nivel de vida de forma impresionante. Las ciencias sociales, en cambio, han fracasado de m o d o lamentable en su pretensión de m e j o r a r las condiciones h u m a n a s . No h a n sido capaces de suprimir la miseria y el h a m b r e , las crisis económicas y el paro, la guerra y la tiranía. Son, pues, ciencias estériles, que en nada contribuyen a la felicidad y a la bienandanza de la h u m a n i d a d . Introducción 29 Tales detractores no advierten, sin e m b a r g o , q u e los grandes progresos técnicos de la p r o d u c c i ó n y el consiguiente inc r e m e n t o de la riqueza y el bienestar t o m a r o n c u e r p o únicam e n t e c u a n d o las ideas liberales, hijas de la investigación económica, lograron imponerse. Sólo entonces f u e posible desarticular aquellos valladares con q u e leyes, c o s t u m b r e s y prejuicios seculares entorpecían el progreso técnico; el ideario de los economistas clásicos liberó a p r o m o t o r e s e innovadores geniales de la camisa de f u e r z a con q u e la organización gremial, el paternalismo g u b e r n a m e n t a l y toda s u e r t e de presiones sociales les m a n i a t a b a n . Los economistas m i n a r o n el v e n e r a d o prestigio de militaristas y expoliadores, p o n i e n d o de manifiesto los beneficios q u e la pacífica actividad mercantil engendra. N i n g u n o de los grandes inventos m o d e r n o s habríase i m p l a n t a d o si la m e n t a l i d a d de la era precapitaíista no h u b i e r a sido c o m p l e t a m e n t e desvirtuada por tales estudiosos. La generalmente denominada «revolución industrial» f u e consecuencia de la «revolución ideológica» provocada por las doctrinas económicas. Los economistas demostraron la inconsistencia de los viejos dogmas: q u e no era lícito ni j u s t o vencer al competidor p r o d u c i e n d o géneros mejores y más baratos; q u e era reprochable desviarse de los m é t o d o s tradicionales de producción; que las m á q u i n a s resultaban perniciosas p o r q u e causaban p a r o ; que el deber del g o b e r n a n t e consistía en impedir el enriquecimiento del empresario, debiendo, en cambio, conceder protección a los menos aptos f r e n t e a la competencia de los más eficientes; q u e restringir la libertad empresarial m e d i a n t e la fuerza y la coacción del E s t a d o o de otros organismos y asociaciones promovía el bienestar social. La escuela de M a n c h e s t e r y los fisiócratas franceses f o r m a r o n la vanguardia del capitalismo m o d e r n o . Sólo gracias a ellos pudieron p r o g r e s a r esas ciencias naturales q u e h a n d e r r a m a d o beneficios sin c u e n t o sobre las masas. Y e r r a , en v e r d a d , n u e s t r o siglo al desconocer el e n o r m e i n f l u j o q u e la libertad económica tuvo en el progreso técnico de los ú l t i m o s doscientos años. Engáñase la gente c u a n d o sup o n e q u e f u e r a p u r a m e n t e casual la coinciden te aparición de los 30 La Acción Humana n u e v o s métodos de producción y la política del laissez faire. Cegados p o r el m i t o marxista, n u e s t r o s coetáneos creen q u e la m o d e r n a industrialización es consecuencia provocada p o r u n a s misteriosas «fuerzas p r o d u c t i v a s » , q u e f u n c i o n a n independient e m e n t e de los factores ideológicos. La economía clásica — e s t í m a s e — e n m o d o alguno f u e factor q u e impulsara e l a d v e n i m i e n t o del capitalismo, sino m á s b i e n su f r u t o , su « s u p e r e s t r u c t u r a ideológica», es decir, u n a doctrina m e r a m e n t e justificativa de las inicuas pretensiones de los explotadores. Resulta de tal p l a n t e a m i e n t o q u e la abolición de la economía de mercado y su sustitución p o r el totalitarismo socialista no h a b r í a de p e r t u r b a r g r a v e m e n t e el constante perfeccionamiento de la técnica. A n t e s al revés, el progreso social aún se acentuaría, al suprimirse los obstáculos con q u e el egoísmo de los capitalistas lo entorpece. La rebelión contra la ciencia económica constituye la característica de esta n u e s t r a época de guerras despiadadas y de desintegración social. T o m á s Carlyle tachó a la economía de «ciencia triste» (dismal science) y Carlos M a r x calificó a los economistas de «sicofantes de la b u r g u e s í a » . Los arbitristas, p a r a p o n d e r a r sus remedios y los fáciles atajos que, en su opinión, conducen al paraíso terrenal, denigran la economía, calificándola de « o r t o d o x a » y «reaccionaria». Los demagogos vanagloríanse de supuestas victorias por ellos conseguidas sobre la economía. El h o m b r e «práctico» se jacta de despreciar lo econ ó m i c o y de ignorar las enseñanzas predicadas p o r m e r o s «profesores». La política de las últimas décadas f u e f o r j a d a p o r una mentalidad que se mofa de todas las teorías económicas sensatas, ensalzando en cambio las t o r p e s doctrinas m a n t e n i d a s por los detractores de aquéllas. En la mayoría de los países la llam a d a «economía o r t o d o x a » hállase desterrada de las universidades y es v í r t u a l m e n t e desconocida p o r estadistas, políticos y escritores. No cabe, desde luego, culpar de la triste situación q u e la presente realidad social presenta a una ciencia desdeñada y desconocida p o r masas y dirigentes. Es preciso advertir q u e el p o r v e n i r de la civilización moderna, tal c o m o f u e estructurada por la raza blanca en los últi- Introducción 31 mos doscientos años, se halla i n s e p a r a b l e m e n t e ligado al f u t u r o de la economía. E s t a civilización p u d o surgir p o r q u e las gentes creían en aquellas f ó r m u l a s q u e aplicaban las enseñanzas de los economistas a los p r o b l e m a s de la vida diaria. Y f a t a l m e n t e perecerá si las naciones p r o s i g u e n p o r el c a m i n o iniciado b a j o el maleficio de las doctrinas q u e condenan el p e n s a m i e n t o económico. La economía, desde luego, es una ciencia teórica que, como tal, se abstiene de establecer n o r m a s de conducta. No p r e t e n d e señalar a los h o m b r e s cuáles metas d e b a n perseguir. Q u i e r e , exclusivamente, averiguar los m e d i o s m á s idóneos para alcanzar aquellos objetivos q u e otros, los consumidores, predeterm i n a n ; jamás p r e t e n d e indicar a los h o m b r e s los fines q u e d e b a n apetecer. Las decisiones últimas, la valoración y elección de las m e t a s a alcanzar, q u e d a n f u e r a del á m b i t o de la ciencia. N u n c a dirá a la h u m a n i d a d q u é deba desear, p e r o , en cambio, sí p r o c u r a r á ilustrarla acerca de cómo conviénele actuar si quiere c o n q u i s t a r los concretos objetivos q u e dice apetecer. H a y quienes consideran eso insuficiente, e n t e n d i e n d o q u e u n a ciencia limitada a la investigación de «lo que es», incapaz de expresar un juicio de valor acerca de los fines más elevados y últimos, carece de utilidad. T a l opinión implica incidir en el error. Evidenciarlo., sin embargo, no p u e d e ser o b j e t o de estas consideraciones preliminares. P u e s ello precisamente constituye u n a de las pretensiones del presente tratado. 4. RESUMEN E r a obligado consignar estos antecedentes para aclarar por q u é p r e t e n d e m o s situar los p r o b l e m a s económicos d e n t r o del amplio marco de u n a teoría general de la acción h u m a n a . En el e s t a d o actual del p e n s a m i e n t o económico y de los estudios políticos referentes a las cuestiones f u n d a m e n t a l e s de la organización social, ya no es posible considerar aisladamente el p r o b l e m a cataláctico p r o p i a m e n t e dicho, pues, en realidad, no constituye sino una rama de la ciencia general de la acción h u m a n a , y c o m o tal d e b e ser abordado. C A P I T U L O I El hombre en acción 1, A C C I Ó N D E L I B E R A D A Y REACCIÓN ANIMAL La acción humana es conducta consciente; movilizada voluntad transformada en actuación, que pretende alcanzar precisos fines y objetivos; es consciente reacción del ego ante los estímulos y las circunstancias del ambiente; es reflexiva acomodación a aquella disposición del universo q u e está influyendo en la vida del sujeto. Estas paráfrasis tal vez sirvan para aclarar la primera frase, evitando posibles interpretaciones erróneas; aquella definición, sin embargo, resulta correcta y no parece precisar de aclaraciones ni comentarios. El proceder consciente y deliberado contrasta con la conducta inconsciente, es decir, con los reflejos o involuntarias reacciones de nuestras células y nervios ante las realidades externas. Suele decirse q u e la f r o n t e r a e n t r e la actuación consciente y la inconsciente es imprecisa. Ello, sin embargo, tan sólo resulta cierto en cuanto a que a veces no es fácil decidir si d e t e r m i n a d o acto es de condición voluntaria o involuntaria. P e r o , no obstante, la demarcación entre conciencia e inconsciencia resulta clara, p u d i e n d o ser trazada la raya entre u n o y otro m u n d o de modo tajante. La conducta inconsciente de las células y los órganos fisiológicos es para el «yo» operante un dato más, como o t r o cualquiera, del m u n d o exterior q u e aquél debe tomar en cuenta. El h o m b r e , al actuar, ha de considerar lo q u e acontece en su p r o p i o organismo, al igual q u e se ve constreñido a ponderar otras realidades, tales como, por ejemplo, las condiciones climatológicas o la actitud de sus semejantes. No cabe, desde 36 La Acción Humana luego, negar q u e la v o l u n t a d h u m a n a , en ciertos casos, es capaz de d o m i n a r las reacciones corporales. Resulta hasta .cierto p u n t o posible controlar los impulsos fisiológicos. P u e d e el h o m b r e , a veces, m e d i a n t e el ejercicio de su voluntad, superar la e n f e r m e d a d , c o m p e n s a r la insuficiencia innata o adquirida de su constitución física y d o m e ñ a r sus m o v i m i e n t o s reflejos. En t a n t o ello es posible, cabe ampliar el campo de la actuación consciente. C u a n d o , teniendo capacidad para hacerlo, el s u j e t o se abstiene de c o n t r o l a r las reacciones involuntarias de sus células y centros nerviosos, tal c o n d u c t a , desde el p u n t o de vista q u e ahora nos interesa, ha de estimarse igualmente deliberada. N u e s t r a ciencia se ocupa de la acción h u m a n a , no de los fen ó m e n o s psicológicos capaces de ocasionar d e t e r m i n a d a s actuaciones. Es ello precisamente lo q u e distingue y separa la teoría general de la acción h u m a n a , o praxeología, de la psicología. E s t a última se interesa p o r aquellos f e n ó m e n o s i n t e r n o s q u e provocan o p u e d e n provocar d e t e r m i n a d a s actuaciones. El objeto de estudio de la praxeología, en cambio, es la acción c o m o tal. Q u e d a así t a m b i é n separada la praxeología del psicoanálisis de lo subconsciente. El psicoanálisis, en definitiva, es psicología y no investiga la acción sino las fuerzas y factores q u e impulsan al h o m b r e a actuar de una cierta manera. El subconsciente psicoanalítico constituye categoría psicológica, no praxeológica. Q u e una acción sea f r u t o de clara deliberación o de recuerdos olvidados y deseos reprimidos q u e desde regiones, p o r decirlo así, subyacentes influyen en la v o l u n t a d , p a r a nada afecta a la naturaleza del acto en cuestión. T a n t o el asesino impelido al crimen p o r subconsciente i m p u l s o (el Id), c o m o el neurótico cuya conducta a b e r r a n t e para el o b s e r v a d o r superficial carece de sentido, son individuos en acción, los cuales, al igual q u e el resto de los mortales, persiguen o b j e t i v o s específicos. El m é r i t o del psicoanálisis estriba en h a b e r d e m o s t r a d o q u e la conducta de neuróticos y psicópatas tiene su sentido; q u e tales individuos, al actuar, no m e n o s q u e los o t r o s , tamb i é n aspiran a conseguir d e t e r m i n a d o s fines, aun c u a n d o quienes nos consideramos cuerdos y n o r m a l e s tal vez r e p u t e m o s sin base el raciocinio d e t e r m i n a n t e de la decisión p o r aquéllos El hombre en acción 37 a d o p t a d a y califiquemos de inadecuados los m e d i o s escogidos p a r a alcanzar los objetivos en cuestión. El c o n c e p t o «inconsciente» e m p l e a d o por la praxeología y el c o n c e p t o «subconsciente» m a n e j a d o p o r el psicoanálisis p e r t e n e c e n a dos ó r d e n e s distintos de raciocinio, a dispares c a m p o s de investigación. La praxeología, al igual q u e otras r a m a s del saber, d e b e m u c h o al psicoanálisis. P o r ello es t a n t o más necesario trazar la raya q u e separa la u n a del o t r o . L a acción n o consiste s i m p l e m e n t e e n p r e f e r i r . E l h o m b r e p u e d e sentir preferencias a u n en situación en q u e las cosas y los acontecimientos resulten inevitables o, al menos, así lo crea el s u j e t o . C a b e p r e f e r i r la bonanza a la t o r m e n t a y desear q u e el sol disperse las n u b e s . A h o r a bien, quien sólo desea y espera no interviene activamente en el curso de los acontecimientos ni en la plasmación de su destino. El h o m b r e , en c a m b i o , al actuar, opta, d e t e r m i n a y p r o c u r a alcanzar un f i n . De dos cosas q u e no p u e d a d i s f r u t a r al t i e m p o , elige u n a y rechaza la otra. La acción, p o r t a n t o , implica, s i e m p r e y a la vez, p r e f e r i r y renunciar. La mera expresión de deseos y aspiraciones, así c o m o la simple enunciación de planes, p u e d e n c o n s t i t u i r f o r m a s de act u a r , en t a n t o en c u a n t o de tal m o d o se aspira a p r e p a r a r ciertos proyectos. A h o r a bien, no cabe c o n f u n d i r dichas ideas con las acciones a las q u e las m i s m a s se r e f i e r e n . No equivalen a las c o r r e s p o n d i e n t e s actuaciones q u e anuncian, preconizan o rechazan. La acción es u n a cosa real. Lo q u e c u e n t a es la auténtica c o n d u c t a del h o m b r e , no sus intenciones si éstas no llegan a realizarse. P o r lo d e m á s , conviene distinguir y separar con precisión la actividad consciente del simple t r a b a j o físico. La acción implica acudir a ciertos medios para alcanzar determinados fines. U n o d e los m e d i o s g e n e r a l m e n t e empleados para conseguir tales o b j e t i v o s es el t r a b a j o . P e r o no siempre es así. Basta en ciertos casos u n a sola palabra para provocar el efecto deseado. Q u i e n o r d e n a o p r o h i b e actúa sin recurrir al t r a b a j o físico. T a n t o el h a b l a r c o m o el callar, el sonreírse y el q u e d a r s e serio, p u e d e n c o n s t i t u i r actuaciones. Es acción el c o n s u m i r y el |V ACciáft HlíffídlK! recrearse,. tanto cumO el teriunciar aí c o n s u m o O al deleite q u e a nucstru a l c a n c e , 1.a Prflícolcgfo, por consiguiente, no distingue entre el linmlirf «activo» o «enérgicos y el ^¡jiIílvO» O indolente i». El hombre vigoroso q u e lucha cliíifientemente pOF m e j o r a r pía situación actúa nE j^ual que el aleta rgüdo qtic. llorín He indujlenda r ucepia l a s COSH& mE c o n v i e r e n . Pues e l no hacer fladji y eí OíTítí íK¡0^0 también cons-tituyen actuajdunes í|Ue influyen cr. la realidad. Dondequiera Luncu7ten aquellos requisitos preciso!. pura irue pueda l e n e r lugKf la inferícncncia h u m a r a , el hombre acrúq, f.info si interviene enmu £E se abstiene de intervenir. Quien r r a i g n n d a m c T i t e sopona eos.ls que podrí? vjirkr fictú^i t a n t u ™nia quien se IUOVÍÜ7Í1 purj provncar t i t u a C L Ó n distinta. Quien abstiene de influir t-n el funtiúdinmiento l1llos Perores instintivos y fisiológicos. que Düdrto interferir, actúa tamSicn. Actuar nct sunoue sólo hiJtcer» sino tíinihicri dejar de hacer i q u í l í o liuc (jodría ser realizado. tencmo* Cabría decir q u e la acción es ll evpresinn de la voluntad h u m a n a . A h o r a b i e n . n o Mfíip|Lamo& c o n En! m i i t l H e s m e t o n n u e s tro c o n o c i m i e n t o . L-Oíñ due h Cü p a r i d a d actuaciones, del p r e f i r i e n d o ja a c u e r d o c u n el rtbuir p u e s e ! v o c n b E u • ' v o l u n t a d 1 * * n a s i g n i f i c a IHLM hombre LINN para LI d e s e o de alcanzar lo la elefir e n t r e djílint-is otro üiei.1 y j n I i e n d o ambicionaría n de El " pffót a actuar 1 . 17] ser p l e n a m e n t e satisfecho c a r e c e ría d e m o t i v a p a r a Variar de « r a d a . Ya no t e n d r í a ni d e s e n $ ni a n h e l o s ; sería p e r fecíatlienie íelíz. Nada haría; s i m p l e m e n t e viviría. Ptro ni eE mides tar ui el íepresenianst un estado de tosas JJIÍS atractivo Klítnm p^>r SÍ s o f a s p^Tfl impcEcr al h o m b r e a actuar. Debe concurrir un tercer nnquisicn: advertir meilLaErnente Id aásfteoeía <lc cierta iJelibeFada Lutidurta c t p u de suprimir o, íil incnos h de redLicir Ea incomoditlfld sentida. Sin Ea concurrencia de «a clrcun5r3ncíflH ninguna actuación es ble, FIL i n t e r e s a d o ha L2C m n t o L m a r s e enn lo i n e v í t a b í e . Nu tiene más remedio que someterse J su destino Tales huí] E o s p r t n j p u e t O l generales d e l a -lición huni.uNL I1 ser que vive bajti Jicbas condictunes es- un ser bu]nano. Is'i^ es süEamcnte hamo saprf'rs, sitiu lambiera homo tiltil I^iS seres de ascendencia líumaníl que, de nacímlento n por defectu adquirido, mreten de capacidad para actuar ^en el selltiJo ani pEio del no sólo en el IcfíiJ), a efeítos juiíc[icosH no son seres humanos. Amnque las J la hiolo^iíi los considereii lnimbres. (le hecho carecen íle la característica espccífictimeJUe humana. J;] recién nacido no es ser actuante; no hü L"ecorrÍdn íiún todo el irayccto que ^n de U concepción ¡il pleno desarmEEo de KU5 ct]:il¡L]íiL-|fs luimaüiis- M í o :il fin ili/ar lal dcsarniilEo d e v e H r l t á üufetu de acción. • de la descada- tN T O R N Í Í A. LA F E L I C I D A D JÍUÍJL f ú t i s i L l c n r a Edüz n! b n m b r e q u e fiH c - a n s í g i a J o lu-, r»Ei ÍÍOS REQUISITOS DG LA ACCIÓN ¡ e i l v e t q u e s e h a h í a p r o p u e s t o . M i s e x - s a o serin d e c i r q u e i s a RUEVRRJS p e r s o n n « NI»™ HUMANA Í¡n ConsideTan^ns de c e m e n t o ser h u m a n o q u e mi y induce nt satisfacción puede aquel inducir a In e s t a d o del acción, El h o m b r e , al a c t u a r , aspira Í1 ¡instituir un e s t a d o m e n o s satisfact o r i o p o r o t r o m e j o r . T..a m e n t e p r e s é n t a l e a l . i c t o r s i t u a c i o n e s m á s gFQíQ&h q u e a q u e l í j u e , m e d i a n t e I¡l a c c í á n , p r e t e n d e n t e s n ZflT. E s s i e m p r e e l m a l e s t a r e l incentivo q u e induce al individuo Felii RK L^I n.niPü PTH Hn c * b e .ifxjíier. i!-- • ir --, i ib|i_'-ri nn n lu 11 i^liiiiihíL 1 ik: i l c í n i r <•] HLIII.IT fwirflanip FILAIU tu INLVIRUL-;];! DO Id ÍRÍKIDAJ. Conviene, HD EMBAT-ío, evirnr errara HÁ^ranLC e x u n d l i l ü t , Ln acciíin humana in^DTinHemcntt pretende, en definitiva, dat sa^ Vid. LOCEE, AT £SJOT Corfcerjrnz Hwrrat VfííifTif.itJitz T pipi >JI-J-L>L Fnitrr. O ^ ^ r d . I M ^ . [,r-ra«ri. N n w * * HIKÍJ I'/trirW/mv^j T.rv^ppr. níii 119. í d . Flrtminitior 40 La Acción Humana tisfacción al anhelo sentido por el actor. No cabe ponderar la mayor o menor satisfacción personal más que a través de individualizados juicios de valoración, distintos según íos diversos interesados y, aun para una misma persona, dispares según los momentos. Es la valoración subjetiva —con arreglo a la voluntad y al juicio propio— lo que hace a las gentes más o menos felices o desgraciadas. Nadie es capaz de dictaminar qué ha de proporcionar mayor bienestar al prójimo. Tales asertos en modo alguno afectan a la antítesis existente entre el egoísmo y el altruismo, el materialismo y el idealismo, el individualismo y el colectivismo, el ateísmo y la religión. Hay quienes sólo se interesan por su propio bienestar material. A otros, en cambio, las desgracias ajenas cáusanles tanto o más malestar que sus propias desventuras. Hay personas que no aspiran más que a satisfacer el deseo sexual, la apetencia de alimentos, bebidas y vivienda y demás placeres fisiológicos. No faltan, en cambio, seres humanos a quienes en grado preferente interesan aquellas otras satisfacciones usualmente calificadas de «superiores» o «espirituales». Existen seres dispuestos a acomodar su conducta a las exigencias de la cooperación social; y, sin embargo, también hay quienes propenden a quebrantar las correspondientes normas. Para unas gentes el tránsito terrenal es camino que conduce a la bienaventuranza eterna; pero también hay quienes no creen en las enseñanzas de religión alguna y para nada las toman en cuenta. La praxeología no se interesa por los objetivos últimos que la acción pueda perseguir. Sus enseñanzas resultan válidas para todo tipo de actuación, independientemente del fin a que se aspire. Constituye ciencia atinente, exclusivamente, a ios medios; en modo alguno a los fines. Manejamos el término felicidad en sentido meramente formal. Para la praxeología, el decir que «el único objetivo del hombre es alcanzar la felicidad» resulta pura tautología, porque, desde aquel plano, ningún juicio podemos formular acerca de lo que, concretamente, haya de hacer al hombre más feliz. El eudemonismo y el hedonismo afirman que el malestar es el incentivo de toda actuación humana, procurando ésta, invariablemente, suprimir la incomodidad en el mayor grado posible, es decir, hacer al hombre que actúa un poco más feliz. La ataraxia El hombre en acción 41 epicúrea es aquel estado de felicidad y contentamiento perfecto, al que tiende toda actividad humana, sin llegar nunca a plenamente alcanzarlo. Ante la perspicacia de tal cognición, pierde trascendencia el que la mayoría de los partidarios de dichas filosofías no advirtieran la condición meramente formal de los conceptos de dolor y placer, dándoles en cambio una significación sensual y materialista. Las escuelas teológicas, místicas y demás de ética heterónoma no acertaron a impugnar la esencia del epicureismo por cuanto limitábanse a criticar su supuesto desinterés por los placeres más «elevados» y «nobles». Es cierto que muchas obras de los primeros partidarios del eudemonismo, hedonismo y utilitarismo se prestan a interpretaciones equívocas. Pero el lenguaje de los filósofos modernos, y más todavía el de los economistas actuales, es tan preciso y correcto, que ya no cabe confusión interpretativa alguna. A C E R C A DE L O S INSTINTOS Y LOS IMPULSOS El método utilizado por la sociología de los instintos no es idóneo para llegar a comprender el problema fundamental de la acción humana. Dicha escuela, en efecto, clasifica los diferentes objetivos concretos a que la acción humana tiende, suponiendo a ésta impulsada hacia cada uno de ellos por específico instinto. El hombre aparece como exclusivamente movido por instintos e innatas disposiciones. Se presume que tal planteamiento viene a desarticular, de una vez para siempre, las «aborrecibles» enseñanzas de la economía y de la filosofía utilitaria. Feuerbach, sin embargo, acertadamente advirtió que el instinto aspira siempre a la felicidad 2. La metodología de la psicología y de la sociología de los instintos clasifica arbitrariamente los objetivos inmediatos de la acción y viene a ser una hipóstasis de cada uno de ellos. En tanto que la praxeología proclama que el fin de la acción es la remoción de cierto malestar, la psicología del instinto afirma que se actúa para satisfacer cierto instintivo impulso. ! 1907. Vid. FEUI RBACH, Sámintliche Werke, X, píg. 231, ed. Bolín y Jodl. Stuttgart, 42 La Acción Humana Muchos partidarios de tal escuela creen haber demostrado que la actividad no se halla regida por la razón, sino que viene originada por profundas fuerzas innatas, impulsos y disposiciones que el pensamiento racional no comprende. También creen haber logrado evidenciar la inconsistencia del racionalismo, criticando a la economía por constituir un «tejido de erróneas conclusiones deducidas de falsos supuestos psicológicos» J . Pero lo que pasa es que el racionalismo, la praxeología y la economía, en verdad, no se ocupan ni de los resortes que inducen a actuar, ni de los fines últimos de la acción, sino de Ins medios que el hombre haya de emplear para alcanzar los objetivos propuestos. Por insondables que sean los abismos de los que emergen los instintos y los impulsos, los medios a que el hombre apela para satisfacerlos son fruto de consideraciones racionales que ponderan el costo, por un lado, y el resultado alcanzado, por otro. Quien obra bajo presión emocional no por eso deja de actuar. Lo que distingue la acción impulsiva de las demás es que en estas últimas el sujeto contrasta más serenamente tanto el costo como el fruto obtenido. La emoción perturba las valoraciones del actor. Arrebatado por la pasión, el objetivo parece al interesado más deseable y su precio menos oneroso de lo que, ante un examen más frío, consideraría. Nadie ha puesto nunca en duda que incluso bajo un estado emocional los medios y los fines son objeto de ponderación, siendo posible influir en el resultado de tal análisis a base de incrementar el costo del ceder al impulso pasional. Castigar con menos rigor las infracciones penales cometidas bajo un estado de excitación emocional o de intoxicación equivale a fomentar tales excesos. La amenaza de una severa sanción disuade incluso a aquellas personas impulsadas por pasiones, al parecer, irresistibles. Interpretamos la conducta animal suponiendo que los seres irracionales siguen en cada momento el impulso de mayor vehemencia, Al comprobar que el animal come, cohabita y ataca a otros animales o al hombre, hablamos de sus instintos de alimentación. 1 Vid. W I L L I A M M C D O U G A L L , An Introduction to Social Psychology, pág. 11. 14* ed. Boston, 1921. El hombre en acción 43 de reproducción y de agresión y concluimos que tales instintos son innatos y exigen satisfacción inmediata. Pero con el hombre no ocurre lo mismo. El ser humano es capaz de domeñar incluso aquellos impulsos que de modo más perentorio exigen atención. Puede vencer sus instintos, emociones y apetencias, racionalizando su conducta. Deja de satisfacer deseos vehementes para atender otras aspiraciones; no le avasallan aquéllos. El hombre no rapta a toda hembra que despierta su libido; ni devora todos los alimentos que le atraen; ni ataca a cuantos quisiera aniquilar. Tras ordenar en escala valorativa sus deseos y anhelos, opta y prefiere; es decir, actúa, ho que distingue al homo sapiens de las bestias es, precisamente, eso, el que procede de manera consciente. El hombre es el ser capaz de inhibirse; que puede vencer sus impulsos y deseos; que tiene poder para refrenar sus instintos. Cabe a veces que los impulsos sean de tal violencia que ninguna de las desventajas que su satisfacción implica resulte bastante para detener al individuo. Aun en este supuesto hay elección. El agente, en tal caso, prefiere ceder al deseo en cuestión 4 . 3. LA ACCIÓN HUMANA COMO PRESUPUESTO IRREDUCTIBLE H u b o siempre gentes deseosas de llegar a d e s e n t r a ñ a r la causa p r i m a r i a , la f u e n t e y origen de c u a n t o existe, el impulso e n g e n d r a d o r de los c a m b i o s q u e acontecen; la sustancia q u e t o d o lo crea y q u e es causa de sí m i s m a . La ciencia, en c a m b i o , nunca a s p i r ó a t a n t o , consciente de la limitación de la m e n t e h u m a n a . P r e t e n d e , d e s d e luego, el estudioso r e t r o t r a e r los fen ó m e n o s a sus causas. P e r o advierte q u e tal aspiración fatalm e n t e tiene q u e acabar t r o p e z a n d o con m u r o s insalvables. H a y f e n ó m e n o s q u e no p u e d e n ser analizados ni referidos a o t r o s : son p r e s u p u e s t o s irreductibles. El progreso de la investigación ' En tales supuestos tiene gran trascendencia el que las dos satisfacciones —la derivada de ceder al impulso y la resultante de evitar las i n desead as consecuencias— sean coetáneas o no lo sean. (Vid. cap. XVIII, ], 2 y apart. siguiente.) 44 La Acción Humana científica* p e r m i t e ir p a u l a t i n a m e n t e reduciendo a sus componentes cada vez mayor n ú m e r o de hechos q u e p r e v i a m e n t e resultaban inexplicables. P e r o siempre habrá realidades irreductibles o inanalizables, es decir, presupuestos últimos o finales. £1 m o n i s m o asegura no haber más q u e una sustancia esencial; el dualismo afirma q u e hay dos; y el pluralismo que son muchas. De nada sirve discutir estas cuestiones, meras disputas metafísicas insolubles. N u e s t r o actual conocimiento no nos p e r m i t e dar a múltiples problemas soluciones u m v e r s a l m e n t e satisfactorias. El m o n i s m o materialista e n t i e n d e q u e los pensamientos y las h u m a n a s voliciones son f r u t o y p r o d u c t o de los órganos corporales, de las células y los nervios cerebrales. El pensamiento, la voluntad y la actuación del h o m b r e resultarían mer;i consecuencia de procesos materiales q u e algún día los método.s de la investigación física y química explicarán. T a l s u p u e s t o e n t r a ñ a también una hipótesis metafísica, aun c u a n d o sus partidarios la consideren verdad científica irrebatible e innegable. La relación e n t r e el c u e r p o y el alma, por ejemplo, muchas teorías han p r e t e n d i d o decirla; pero, a fin de cuentas, no eran sino conjeturas h u é r f a n a s de toda relación con experiencia alguna. Lo más q u e cabe afirmar es q u e hay ciertas conexiones e n t r e los procesos mentales y los fisiológicos. P e r o , en verdad, es muy poco lo q u e c o n c r e t a m e n t e sabemos acerca de la naturaleza y mecánica de tales relaciones. Ni los juicios de valor ni las efectivas acciones h u m a n a s préstanse a u l t e r i o r análisis. P o d e m o s admitir que dichos fen ó m e n o s tienen sus correspondientes causas. P e r o en t a n t o no sepamos de q u é m o d o los hechos externos —-físicos y fisiológicos— producen en la m e n t e h u m a n a pensamientos y voliciones que ocasionan actos concretos, t e n e m o s que c o n f o r m a r n o s con insuperable dualismo metodológico. En el estado actual del saber, las afirmaciones f u n d a m e n t a l e s del positivismo, del m o n i s m o y del panfísicismo son m e r o s postulados metafísicos, carentes de base científica y sin utilidad ni significado para la investigación. La razón y la experiencia nos m u e s t r a n dos reinos separados: el externo, el de los fenómenos físicos, quími- El hombre en acción 45 eos y fisiológicos; y el interno, el del p e n s a m i e n t o , del sentimiento, de la apreciación y de la actuación consciente. N i n g ú n p u e n t e conocemos boy q u e una ambas esferas. I d é n t i c o s fenómenos exteriores p r o v o c a n reflejos h u m a n o s diferentes y hechos dispares dan lugar a idénticas respuestas h u m a n a s . I g n o r a m o s el p o r q u é . A n t e tal realidad no cabe ni aceptar ni rechazar las declaraciones esenciales del m o n i s m o y del materialismo. C r e a m o s o no q u e las ciencias naturales logren algún día explicarnos la producción de las ideas, de los juicios de apreciación y de las acciones, del m i s m o m o d o q u e explican la aparición de una síntesis química c o m o f r u t o necesario e inevitable de d e t e r m i n a d a combinación de elementos, en el ínterin no tenemos más remedio q u e c o n f o r m a r n o s con el d u a l i s m o metodológico. La acción h u m a n a provoca cambios. Es un e l e m e n t o m á s de ia actividad universal y del devenir cósmico. Resulta, por tanto, legítimo objeto de investigación científica. Y p u e s t o q u e — a l menos por a h o r a — no p u e d e ser desmenuzada en sus causas integrantes, d e b e m o s estimarla p r e s u p u e s t o irreductible, y como tal estudiarla. Cierto q u e los cambios provocados por la acción h u m a n a carecen de trascendencia comparados con los efectos engendrados por las grandes fuerzas cósmicas. El h o m b r e constituye p o b r e g r a n o de arena c o n t e m p l a d o desde el ángulo de la eternidad y del u n i v e r s o infinito. P e r o , para el individuo, la acción h u m a n a y sus vicisitudes son t r e m e n d a m e n t e reales. La acción constituye la esencia del h o m b r e ; el medio de proteger su vida y de elevarse p o r encima del nivel de los animales y las plantas. P o r perecederos y vanos que puedan parecer, todos los esfuerzos h u m a n o s son, e m p e r o , de importancia trascendental para el h o m b r e y para la ciencia h u m a n a . 4. RACIONALIDAD E IRRACIONALIDAD; SUBJETIVISMO Y OBJETIVIDAD EN LA INVESTIGACIÓN PRAXEOLÓGICA La acción h u m a n a es siempre racional. El hablar de «acción racional» s u p o n e incurrir en evidente pleonasmo y, por 46 La Acción Humana tanto, d e b e rechazarse tal expresión. Aplicados a los fines últimos de la acción, los términos racional e irracional no son apropiados y carecen de sentido. El fin último de la acción siempre es la satisfacción de algún deseo del h o m b r e actuante. P u e s t o que nadie p u e d e reemplazar los juicios de valoración del sujeto en acción por los p r o p i o s , v a n o resulta enjuiciar los anhelos y las voliciones de los demás. N a d i e está calificado para decidir q u é hará a otro m á s o menos feliz. Q u i e n e s pretenden enjuiciar la vida ajena o bien e x p o n e n cuál sería su conducta de hallarse en la situación del p r ó j i m o , o bien, p a s a n d o por alto los deseos y aspiraciones de sus semejantes, limítanse a proclamar, con arrogancia dictatorial, la manera cómo el p r ó j i m o mejor serviría a los designios del propio crítico. Es corriente d e n o m i n a r irracionales aquellas acciones que, prescindiendo de ventajas materiales y tangibles, tienden a alcanzar satisfacciones «ideales» o más «elevadas». En este sentido, la gente asegura, por e j e m p l o — u n a s veces a p r o b a n d o , d e s a p r o b a n d o o t r a s — q u e quien sacrifica la vida, la ¿alud o la riqueza para alcanzar bienes más altos — c o m o la lealtad a sus convicciones religiosas, filosóficas y políticas o la l i b e r t a d y la grandeza nacional— viene impelido p o r consideraciones, de índole no racional. La prosecución de estos fines, sin embargo, no es ni más ni m e n o s racional o irracional q u e la de otros fines h u m a n o s . Es e r r ó n e o suponer q u e el deseo de cubrir las necesidades p e r e n t o r i a s de la vida o el de conservar la salud sea más racional, natural o justificado q u e el aspirar a otros bienes y satisfacciones. Cierto q u e la apetencia de alimentos y calor es común al h o m b r e y a otros m a m í f e r o s y q u e , p o r lo general, quien carezca de m a n u t e n c i ó n y abrigo concentrará sus esfuerzos en la satisfacción de esas urgentes necesidades sin, de m o m e n t o , preocuparse m u c h o por o t r a s cosas. El deseo de vivir, de salvaguardar la existencia y de sacar p a r t i d o de toda o p o r t u n i d a d para vigorizar las propias fuerzas vitales, constituye rasgo característico de cualquier f o r m a de ser viviente. No resulta, sin embargo, para el h o m b r e imperativo ineludible el doblegarse ante dichas apetencias. Mientras todos los demás animales hállanse inexorablemen- El hombre en acción 47 te impelidos a la conservación de su vida y a la proliferación de la especie, el h o m b r e es capaz de d o m i n a r tales impulsos. Controla t a n t o su a p e t i t o sexual c o m o su deseo de vivir. R e n u n c i a a la v i d a si considera intolerables aquellas condiciones únicas b a j o las cuales cabríale sobrevivir. Es capaz de m o r i r p o r un ideal y también de suicidarse. Incluso la v i d a constituye para el h o m b r e el resultado de u n a elección, o sea, de un juicio valora tivo. Lo m i s m o ocurre con el deseo de vivir a b u n d a n t e m e n t e proveído. La m e r a existencia de ascetas y de personas q u e renuncian a las ganancias materiales p o r a m o r a sus convicciones, o s i m p l e m e n t e p o r p r e s e r v a r su dignidad e individual respeto, evidencia q u e el correr en pos de los placeres materiales en m o d o alguno resulta inevitable, s i e n d o en cambio consecuencia de específica elección. La verdad, sin e m b a r g o , es q u e la inmensa mayoría de nosotros p r e f e r i m o s la vida a la m u e r t e y la riqueza a la pobreza. Es a r b i t r a r i o considerar « n a t u r a l » y «racional» ú n i c a m e n t e la satisfacción de las necesidades fisiológicas y todo lo demás «artificial» y, por t a n t o , «irracional». El rasgo típicamente h u m a n o estriba en q u e el h o m b r e no t a n sólo desea alimento, abrigo y a y u n t a m i e n t o carnal, como el r e s t o de los animales, sino q u e aspira además a o t r a s satisfacciones. E x p e r i m e n t a m o s necesidades y apetencias típicamente h u m a n a s , q u e p o d e m o s calificar de « m á s elevadas» comparadas con los deseos comunes al h o m b r e y a los d e m á s m a m í f e r o s 5 . Al aplicar los calificativos racional e irracional a los medios elegidos p a r a la consecución de fines determinados: lo q u e se trata de p o n d e r a r es la o p o r t u n i d a d e idoneidad del sistema a d o p t a d o . D e b e el m i s m o enjuiciarse para decidir a es o no el q u e m e j o r p e r m i t e alcanzar el objetivo ambicionado. La razón h u m a n a , desde luego, no es infalible y, con frecuencia, el h o m b r e se equivoca, t a n t o en la elección de medios como en su utilización. U n a acción inadecuada al fin p r o p u e s t o no pros Sobre Jos errores que implica la ley de hierro de los salarios, vid. capítulo X X I , 6; acerca de las erróneas interpretaciones de la teoría de Maíthus, vid. infra capítulo X X I V , 2. 48 La Acción Humana duce el f r u t o esperado. No c o n f o r m a la misma con la finalidad perseguida, p e r o no p o r ello dejará de ser racional, t r a t á n d o s e de m é t o d o q u e razonada ( a u n q u e defectuosa) deliberación eng e n d r a r a y de esfuerzo (si bien ineficaz) p o r conseguir cierto objetivo. Los médicos que, cien años atrás, para el t r a t a m i e n t o del cáncer e m p l e a b a n m é t o d o s q u e los profesionales contemp o r á n e o s rechazarían, carecían, d e s d e el p u n t o de vista de la patología actual, de conocimientos b a s t a n t e s y, p o r t a n t o , su actuación resultaba baldía. A h o r a bien, no procedían irracionalm e n t e ; hacían l o q u e creían m á s c o n v e n i e n t e . E s p r o b a b l e q u e d e n t r o de cien años los f u t u r o s galenos dispongan de mejores m é t o d o s p a r a tratar dicha e n f e r m e d a d ; en tal caso, serán más eficientes q u e n u e s t r o s médicos, p e r o n o m á s racionales. Lo o p u e s t o a la acción h u m a n a no es la conducta irracional, sino la refleja reacción de n u e s t r o s órganos corporales al estím u l o e x t e r n o , reacción q u e no p u e d e ser controlada a v o l u n t a d . Y cabe incluso q u e el h o m b r e , en d e t e r m i n a d o s casos, a n t e un m i s m o agente, r e s p o n d a coetáneamente p o r reacción refleja y p o r acción consciente. Al ingerir un veneno, el organismo apresta a u t o m á t i c a m e n t e defensas contra la infección; con independencia, p u e d e intervenir ía actuación h u m a n a administrando un antídoto. R e s p e c t o del p r o b l e m a p l a n t e a d o p o r la antítesis e n t r e lo racional y lo irracional, no hay diferencia e n t r e las ciencias naturales y las ciencias sociales. La ciencia siempre es y d e b e ser racional; p r e s u p o n e intentar a p r e h e n d e r los f e n ó m e n o s del universo m e d i a n t e sistemática ordenación de todo el saber disp o n i b l e . Sin embargo, c o m o a n t e r i o r m e n t e se hacía n o t a r , la descomposición analítica del f e n ó m e n o en sus elementos const i t u t i v o s antes o después llega a un p u n t o del q u e ya no p u e d e pasar. La m e n t e h u m a n a es incluso incapaz de concebir un saber q u e no limitaría ningún d a t o ú l t i m o imposible de analizar y disecar. El sistema científico q u e guía al investigador hasta alcanzar el límite en cuestión resulta e s t r i c t a m e n t e racional. Es el d a t o irreductible el q u e cabe calificar de h e c h o irracional. E s t á hoy en boga el menospreciar las ciencias sociales, por El hombre en acción 49 ser p u r a m e n t e racionales. La objeción m á s corriente o p u e s t a a lo económico es la de q u e olvida la irracionalidad de la vida y del universo e intenta encuadrar en secos esquemas racionales y en frías abstracciones la v a r i e d a d i n f i n i t a de los f e n ó m e nos. N a d a m á s a b s u r d o . La economía, al igual q u e las d e m á s ramas del saber, va tan lejos c o m o p u e d e , dirigida p o r m é t o dos racionales. Alcanzado el límite, se detiene y califica el hecho con q u e tropieza de d a t o irreductible, es decir, de fenóm e n o q u e no a d m i t e ulterior análisis, al menos en el e s t a d o actual de nuestros conocimientos 6 . Los asertos de la praxeología y de la economía resultan válidos para t o d o tipo de acción h u m a n a , i n d e p e n d i e n t e m e n t e de los m o t i v o s , causas y fines en que ésta última se f u n d a m e n te. Los juicios finales de valoración y los fines últimos de la acción h u m a n a son hechos dados para cualquier f o r m a de investigación científica y no se prestan a ningún análisis ulterior. La praxeología trata de los medios y sistemas a d o p t a d o s para la consecución de los fines últimos. Su o b j e t o de e s t u d i o son los medios, no los fines. En este sentido h a b l a m o s del subjetivismo de la ciencia general de la acción h u m a n a ; acepta c o m o realidades insoslayables los fines ú l t i m o s a los q u e el h o m b r e , al actuar, aspira; es e n t e r a m e n t e n e u t r a l respecto a ellos, absteniéndose de f o r mular juicio valorativo alguno. Lo único q u e le preocupa es d e t e r m i n a r si los medios empleados son idóneos para la consecución de los fines p r o p u e s t o s . C u a n d o el e u d e m o n i s m o habla de felicidad y el utilitarismo o la economía de utilidad, estamos ante t é r m i n o s q u e d e b e m o s i n t e r p r e t a r d e u n m o d o s u b j e t i v o , en el sentido de q u e m e d i a n t e ellos se p r e t e n d e expresar aquello q u e el h o m b r e , p o r resultarle atractivo, persigue al actuar. El progreso del m o d e r n o e u d e m o n i s m o , h e d o n i s m o y utilitarismo consiste precisamente en h a b e r alcanzado tal f o r m a l i s m o , contrario al antiguo s e n t i d o materialista de dichos modos de pensar; idéntico p r o g r e s o ha s u p u e s t o la m o d e r n a teoría subjetivísta del valor c o m p a r a t i v a m e n t e a la anterior teoría obie' Más adelante (cap. II, 7) veremos cómo las ciencias sociales empíricas enfocan el problema de ios datos irreductibles. La Acción Humana 50 tivista p r o p u g n a d a p o r la escuela clásica. Y precisamente en tal subjetivismo reside la objetividad de n u e s t r a ciencia. P o r ser subjetivista y p o r aceptar los juicios de apreciación del h o m b r e actuante c o m o datos últimos nu susceptibles de ningún e x a m e n crítico posterior, nuestra ciencia queda emplazada por encima de las luchas de partidos y facciones; no interviene en los conflictos q u e se plantean las diferentes escuelas dogmáticas y éticas; apártase de toda preconcebida idea, de t o d o juicio o valoración; sus enseñanzas resultan universalmente válidas y ella misma es h u m a n a absoluta y p u r a m e n t e . 5. LA CAUSALIDAD COMO R E Q U I S I T O DE LA ACCIÓN El h o m b r e actúa p o r q u e es capaz de descubrir relaciones causales q u e provocan cambios y mutaciones en el universo. El actuar implica y p r e s u p o n e la categoría de causalidad. Sólo quien c o n t e m p l e el m u n d o a la luz de la causalidad p u e d e act u a r . C a b e , en tal sentido, decir q u e la causalidad es una categoría de la acción. La categoría medios y fines p r e s u p o n e la categoría causa y efecto. Sin causalidad ni regularidad fenom e n o l o g í a no cabría ni el raciocinio ni la acción h u m a n a . Tal m u n d o sería un caos, en el cual v a n a m e n t e el individuo se esforzaría p o r hallar orientación y guía. El ser h u m a n o incluso es incapaz de representarse semejante desorden universal. No puede el h o m b r e actuar c u a n d o no percibe relaciones de causalidad. El aserto, sin embargo, no es reversible. En efecto, aun c u a n d o conozca la relación causal, si no p u e d e influir en la causa, t a m p o c o cábele al individuo actuar. El análisis de la causalidad siempre consistió en p r e g u n t a r s e el s u j e t o : ¿ d ó n d e y c ó m o d e b o i n t e r v e n i r para desviar el curso q u e los acontecimientos adoptarían sin esa mi interferencia capaz de impulsarlos hacia metas q u e m e j o r convienen a mis deseos? En este sentido, el h o m b r e se plantea el p r o b l e m a : ¿ q u i é n o q u é rige el f e n ó m e n o de que se trate? Busca la regularidad, la «ley», precisamente p o r q u e desea intervenir. Esta b ú s q u e d a f u e interpretada por la metafísica con excesiva amp l i t u d , c o m o investigación de la última causa del ser y de la El hombre en acción 51 existencia. Siglos Habían de transcurrir antes de q u e ideas t a n exageradas y d e s o r b i t a d a s f u e r a n reconducidas al m o d e s t o problema de d e t e r m i n a r d ó n d e hay o h a b r í a q u e i n t e r v e n i r p a r a alcanzar este o aquel o b j e t i v o . El e n f o q u e d a d o al p r o b l e m a de la causalidad en las últim a s décadas, d e b i d o a la c o n f u s i ó n q u e algunos e m i n e n t e s físicos h a n p r o v o c a d o , resulta p o c o satisfactorio. C o n f i e m o s en q u e este desagradable c a p í t u l o de la historia de la filosofía sirva de advertencia a f u t u r o s filósofos, I l a y m u t a c i o n e s cuyas causas nos resultan desconocidas, al m e n o s p o r ahora. N u e s t r o c o n o c i m i e n t o , en ciertos casos, es sólo parcial, p e r m i t i é n d o n o s ú n i c a m e n t e a f i r m a r q u e , en el 70 p o r 1 0 0 de los casos, A provoca B; en los restantes, C o incluso D, E } Fj etc. Para p o d e r ampliar tal f r a g m e n t a r i a información c o n o t r a más completa sería preciso f u é r a m o s capaces de d e s c o m p o n e r A en sus elementos. M i e n t r a s ello no esté a n u e s t r o alcance, h a b r e m o s de c o n f o r m a r n o s con una ley estadística; las realidades en cuestión, sin embargo, para nada afectan al significado praxeológico de la causalidad. El q u e n u e s t r a ignorancia en d e t e r m i n a d a s materias sea total, o inutil i z a r e s n u e s t r o s conocimientos a efectos prácticos, en m o d o alguno s u p o n e a n u l a r la categoría causal. Los p r o b l e m a s filosóficos, epistemológicos y metafísicos q u e la causalidad y la inducción imperfecta plantean caen f u e r a del á m b i t o de la praxeología. Interesa tan sólo a nuestra ciencia d e j a r s e n t a d o q u e , para actuar, el h o m b r e ha de conocer la relación causal existente e n t r e los distintos eventos, procesos o situaciones. La acción del s u j e t o provocará los efectos deseados sólo en aquella medida en q u e el interesado perciba tal relación. N o s estamos, d e s d e luego, m o v i e n d o en un círculo vicioso, p u e s sólo c o n s t a t a m o s q u e se ha apreciado con acierto d e t e r m i n a d a relación causal c u a n d o n u e s t r a actuación, guiada por la c o r r e s p o n d i e n t e percepción, !ia p r o v o c a d o el resultado e s p e r a d o . No cabe, sin embargo, evitar el aludido círculo vicioso precisamente en razón a q u e la causalidad es una categoría de la acción. P o r tratarse de categoría del actuar, la praxeo- 52 La Acción Humana logia no p u e d e dejar de aludir al f u n d a m e n t a l p r o b l e m a filosófico en cuestión, 6. EL alter ego Si t o m a m o s el t é r m i n o causalidad en su sentido más amplio, la teleología p u e d e considerarse c o m o u n a rama del análisis causal. Las causas finales son las primeras de todas las causas. La causa de un hecbo es siempre d e t e r m i n a d a acción o cuasi acción q u e a p u n t a a específico objetivo. T a n t o el h o m b r e p r i m i t i v o c o m o el niño, a d o p t a n d o una p o s t u r a i n g e n u a m e n t e a n t r o p o m ó r f i c a , creen q u e los cambios y acontecimientos son consecuencias provocadas p o r la acción de un e n t e q u e procede en f o r m a similar a c o m o ellos mismo actúan. C r e e n q u e los animales, las plantas, las m o n t a ñ a s , los ríos y las f u e n t e s , incluso las piedras y los cuerpos celestes, son seres con sentimientos y deseos q u e p r o c u r a n satisfacer. Sólo en una posterior fase de su desarrollo cultural renuncia el ind i v i d u o a las aludidas ideas animistas, reemplazándolas por una visión mecanicista del m u n d o . Resúltanle al h o m b r e guía tan certera los principios mecanicistas q u e hasta llegan las gentes a creer que, al a m p a r o de los mismos, se p u e d e n resolver cuantos problemas el p e n s a m i e n t o y la investigación científica plantean. P a r a el materialismo y el panfisicismo constituye el mecanicismo la esencia misma del saber y los m é t o d o s experimentales y matemáticos de las ciencias naturales el único m o d o científico de pensar. T o d o s los cambios h a n de analizarse c o m o movim i e n t o s regidos por las leyes de la mecánica. Los partidarios del mecanicismo despreocúpanse, desde luego, de los graves y aún no resueltos problemas relacionados con la base lógica y epistemológica de los principios de la causalidad y de la inducción imperfecta. A su m o d o de ver, la certeza de tales principios resulta i n d u d a b l e s i m p l e m e n t e p o r q u e los mismos se cumplen. El que los e x p e r i m e n t o s de l a b o r a t o r i o p r o v o q u e n los resultados predichos p o r la teoría y el q u e las máquinas en las fábricas f u n c i o n e n del m o d o previsto por la tecnología acredita, p l e n a m e n t e para ellos, la certeza y proce- El hombre en acción 53 dencia de los m é t o d o s y descubrimientos de las m o d e r n a s ciencias naturales. A u n a d m i t i e n d o , dicen, q u e , posiblemente, la ciencia sea incapaz de b r i n d a r n o s la v e r d a d —-y ¿ q u é es la verd a d ? — , no p o r eso deja de sernos de gran utilidad, al permitirnos alcanzar los objetivos q u e ambicionamos. A h o r a bien, precisamente cuando aceptamos ese pragmático p u n t o de vista, deviene manifiesta la vacuidad del dogma panfísico. La ciencia, c o m o más arriba se hacía notar, no ha logrado averiguar las relaciones existentes e n t r e el c u e r p o y la mente. N i n g ú n p a r t i d a r i o del ideario panfísico p u e d e llegar a p r e t e n d e r q u e su filosofía se haya p o d i d o jamás aplicar a las relaciones i n t e r h u m a n a s o a las ciencias sociales. Y, ello no o b s t a n t e , no hay d u d a que aquel principio, con arreglo al cual el ego trata a sus semejantes c o m o sí f u e r a n seres pensantes y actuantes al igual que él, ha evidenciado su utilidad y procedencia, t a n t o en la vida corriente c o m o en la investigación científica. N a d i e es capaz de negar que tal principio se cumple. Resulta indudable, de un lado, q u e el considerar al semejante c o m o ser q u e piensa y actúa como yo, el ego, ha provocado resultados satisfactorios; por otra parte, nadie cree cupiera dar similar verificación práctica a cualquier postulado que predicara tratar al ser h u m a n o c o m o con los objetos de las ciencias naturales se opera. Los p r o b l e m a s epistemológicos que la comprensión de la conducta ajena plantea no son menos arduos que los q u e suscitan la causalidad y la inducción incompleta. Cabe admitir no ser posible d e m o s t r a r de m o d o concluyente la proposición q u e asegura q u e mí lógica es la lógica de todos los d e m á s y la única lógica h u m a n a , c o m o tampoco la que proclamara que las categorías de mi actuar constituyen categorías de la actuación de todos los demás, así c o m o de la acción h u m a n a toda. Ello no o b s t a n t e , conviene a los pragmatistas tener p r e s e n t e q u e tales proposiciones h a n patentizado su procedencia, t a n t o en el t e r r e n o práctico como en el científico; de su parte, no debe el positivista pasar p o r alto el hecho de que, al dirigirse a sus semejantes, p r e s u p o n e — t á c i t a e implícitam e n t e — la validez intersubjetiva de la lógica y, por tanto, la 54 La Acción Humana existencia del m u n d o del p e n s a m i e n t o y de la acción del alter ego de condición i n d u d a b l e m e n t e h u m a n a 7 . P e n s a r y actuar son rasgos específicos del h o m b r e y privativos de los seres h u m a n o s . Caracterizan al ser h u m a n o aun i n d e p e n d i e n t e m e n t e de su adscripción a la especie zoológica homo sapiens. No constituye p r o p i a m e n t e el o b j e t o de la praxeología la investigación de las relaciones e n t r e el pensam i e n t o y la acción. Bástale a aquélla dejar sentado q u e no hay más q u e u n a lógica inteligible para la m e n t e y q u e sólo existe un m o d o de actuar que merezca la calificación de h u m a n o y resulte comprensible para nuestra inteligencia. El q u e existan o p u e d a n existir en algún lugar seres — s o b r e h u m a n o s o inf r a h u m a n o s — que piensen y actúen de m o d o d i s t i n t o al nuestro es un tema q u e desborda la capacidad de la m e n t e h u m a n a . N u e s t r o esfuerzo intelectual debe contraerse al estudio de la acción humana. Esta acción h u m a n a , q u e está inextricablemente ligada con el pensamiento, viene condicionada por un imperativo lógico. No le es posible a la m e n t e del h o m b r e concebir relaciones lógicas que no c o n f o r m e n con su propia estructura lógica. E igualm e n t e imposible le resulta concebir un m o d o de actuar cuyas categorías diferirían de las categorías d e t e r m i n a n t e s de nuestras propias acciones. El h o m b r e sólo p u e d e acudir a dos órdenes de principios para la aprehensión mental de la realidad; a saber: los de la teleología y los de la causalidad. Lo q u e no p u e d e encuadrarse d e n t r o de u n a de estas dos categorías resulta i m p e n e t r a b l e para la m e n t e . Un hecho q u e no se preste a ser i n t e r p r e t a d o por u n o de esos dos caminos resulta para el h o m b r e inconcebible y misterioso. El cambio sólo puede concebirse c o m o consecuencia, o bien de la operación de la causalidad mecánica, o bien de u n a conducta deliberada; para la m e n t e h u m a n a no cabe tercera solución 8 . 7 Vid. ALFRED SCHÜTZ, Der sinnhafte Aufbau der sozialen Welt, pág. 18. Viena, 1932. ' Vid. KAREL ENGUS, Begriindung der Teleologie ais Form des empiriscben Erkennes, págs. 15 y ss. Brünn, 1930. El hombre en acción 55 Cierto es q u e la teleología, según antes se hacía n o t a r , p u e d e ser enfocada como u n a v a r i a n t e de la causalidad. P e r o ello no anula las esenciales diferencias existentes entre a m b a s categorías. La visión panmecanicista del m u n d o está abocada a evidente m o n i s m o metodológico: reconoce sólo la causalidad mecánica p o r q u e sólo a ella a t r i b u y e valor cognoscitivo o al m e n o s un valor cognoscitivo más alto q u e a la teleología. Ello supone caer en metafísica superstición. A m b o s principios de conocim i e n t o — l a causalidad y la teleología—, d e b i d o a la limitación de la razón h u m a n a , son i m p e r f e c t o s y no nos a p o r t a n información plena. La causalidad s u p o n e un regressus in infinitum que la razón no p u e d e llegar a agotar. La teleología flaquea en c u a n t o se le p r e g u n t a q u é m u e v e al primer m o t o r . A m b o s m é t o d o s abocan a datos irreductibles q u e no cabe analizar ni i n t e r p r e t a r . La razón y la investigación científica n u n c a p u e d e n a p o r t a r sosiego pleno a la m e n t e , certeza apodíctica, ni p e r f e c t o conocimiento de todas las cosas. Q u i e n aspire a ello debe entregarse a la fe e i n t e n t a r tranquilizar la i n q u i e t u d de su consciencia abrazando un credo o u n a doctrina metafísica. Sólo a p a r t á n d o n o s del m u n d o de la razón y de la experiencia, p o d e m o s llegar a negar q u e n u e s t r o s semejantes actúan. No sería lícito p r e t e n d i é r a m o s escamotear tal realidad recur r i e n d o a prejuicios en boga o a arbitrarios asertos. La experiencia cotidiana no sólo patentiza que el único m é t o d o idóneo para e s t u d i a r las circunstancias de n u e s t r o alrededor no-humano, es aquel q u e se ampara en la categoría de causalidad, sino que, además, acredita, y de m o d o no menos convincente, q u e nuestros semejantes son seres q u e actúan como nosotros mismos. Para la c o m p r e n s i ó n de la acción, a un solo m é t o d o de interpretación y análisis cabe recurrir: a aquel q u e parte del conocimiento y el e x a m e n de nuestra p r o p i a conducta consciente. El e s t u d i o y análisis de la acción ajena nada tiene q u e ver con el p r o b l e m a de la existencia del espíritu, del alma inmortal. Las críticas esgrimidas p o r el empirismo, el c o m p o r t a m e n t i s m o y el positivismo contra las diversas teorías del alma para n a d a afectan al tema q u e nos ocupa. La cuestión debatida contráese 56 La Acción Humana a d e t e r m i n a r si se p u e d e a p r e h e n d e r inteiectualmente la acción h u m a n a , a no ser considerándola c o m o una conducta sensata e intencionada, q u e aspira a la consecución de específicos objetivos. El behaviorismo ( c o m p o r t a m e n t i s m o ) y el positivismo p r e t e n d e n aplicar tos métodos de las ciencias naturales empíricas a la acción h u m a n a . La interpretan c o m o respuesta a estímulos. Tales estímulos, sin embargo, no pueden ser explicados con arreglo a los métodos de las ciencias naturales. T o d o intento de describirlos ha de contraerse forzosamente al significado a t r i b u i d o a tos mismos por el h o m b r e q u e actúa. P o d e m o s calificar de «estímulo» la oferta de un p r o d u c t o en v e n t a . P e r o lo típico de tal oferta, lo q u e la distingue de todas las d e m á s , sólo puede c o m p r e n d e r s e p o n d e r a n d o la significación q u e al hecho atribuyen las partes interesarlas. N i n g ú n artificio dialéctico logra, c o m o p o r arte de magia, escamotear el q u e el deseo de alcanzar ciertos f i n e s es el m o t o r q u e induce al h o m b r e a actuar. Tal deliberada conducta — -la acción— constituye el objeto principal de nuestra ciencia. Ahora bien, al a b o r d a r el tema, forzosamente hemos de parar mientes en la trascendencia q u e el h o m b r e q u e actúa confiere t a n t o a la realidad — l a cual considera cosa d a d a — como a su propia capacidad para influir en ella. No interesa al físico investigar las causas finales, p o r cuanto no parece lógico q u e los hechos q u e constituyen el o b j e t o de e s t u d i o de la física puedan ser f r u t o de la actuación de un ser q u e persiga fines al m o d o de los h u m a n o s . P e t o tampoco d e b e el praxeólogo descuidar la mecánica de la volición y la intencionalidad del h o m b r e al actuar, s o b r e la base de q u e constituyen meras realidades dadas. Si así lo hiciera, dejaría de estudiar la acción h u m a n a , M u y a m e n u d o , a u n q u e no siempre, tales hechos p u e d e n ser analizados a un tiempo desde el c a m p o de la praxeología y desde el de las ciencias naturales. A h o r a bien, quien se interesa p o r el disparo de un arma de f u e g o c o m o f e n ó m e n o físico o químico, no es un praxeólogo: descuida precisamente aquellos problemas q u e la ciencia de la conducta h u m a n a deliberada p r e t e n d e esclarecer. El hombre en acción 57 S O B R E L A U T I L I D A D D E LOS INSTINTOS Buena prueba de que sólo hay dos vías — l a de la causalidad y la de la teleología— para la investigación humana la proporcionan los problemas que en torno a Ja utilidad de los ¡nsiintos se plantean. Hay conductas que ni pueden ser satisfactoriamente explicadas amparándose exclusivamente en los principios causales de las ciencias naturales ni tampoco cabe encuadrar entre las acciones humanas de índole consciente. Para comprender tales actuaciones nos vemos fornidos a dar un rodeo y, asignándolas la condición de cuasi acciones, hablamos de instintos útiles*. Observamos dos cosas; primero, la tendencia específica de todo organismo con vida a responder ante estímulos determinados de forma regular; segupdo, los buenos efectos que el proceder de esta suerte provoca por lo que a la vigorización y mantenimiento de las fuerzas vitales del organismo se refiere. Si pudiéramos considerar esta conducía como el fruto de una aspiración consciente a alcanzar específicos fines, !a consideraríamos acción y la estudiaríamos de acuerdo con el método teleológico de la praxeología, Pero, al no hallar en tal proceder vestigio alguno de mente consciente, concluimos que un factor desconocido —al que denominamos instinto— fue el agente instrumental. En tal sentido suponemos es el instinto lo que gobierna ¡a cuasi deliberada conducta animal, así como tas inconscientes, pero no por eso menos útiles, reacciones de nuestros músculos y nervios. Ahora bien, porque personalicemos, como específica fuerza, al desconocido agente de tal conducta, denominándole instinto, no pnr ello, ciertamente, ampliamos nuestro saber. Nunca debemos olvidar que con esa palabra instinto no hacemos más que marcar la frontera que nuestra capacidad de investigación científica es incapaz de trasponer, a! menos por ahora. La biología ha logrado descubrir una explicación «natural», es decir, mecantcista, para muchos procesos que en otros tiempos se * La teleología y J,t causalidad, como es sabido, se diferencian en que aquella se refiere a las actuaciones bumantu que. previsora y conscientemente, provocan específicos efectos, mientras In segunda alude a las consecuencias, puramente mecatlicistas, tjue las leyes físicos originan. (N. del T.) 58 La Acción Humana atribuían a la acción instintiva. Subsisten, sin embargo, múltiples realidades que no pueden ser consideradas meras reacciones a estímulos químicos o mecánicos. Los animales adoptan actitudes que sólo pueden ser explicadas suponiendo la intervención de un agente dirigente que dicte las mismas a aquéllos. Es vana la pretensión del behaviorismo de estudiar la acción humana desde fuera de la misma, con arreglo a los métodos de la psicología animal. La conducta animal, tan pronto como rebasa los procesos meramente fisiológicos, tales como la respiración y el metabolismo, puede tan sólo ser analizada recurriendo a los conceptos intencionales elaborados por la praxeología. El behaviorista aborda el tema partiendo del humano concepto de intención y logro. Recurre torpemente en su estudio a la idea humana de utilidad y dañosidad. Cuando rehuye toda expresa referencia a la actuación consciente, a Ja búsqueda de objetivos precisos, sólo logra engañarse a sí mismo; mentalmente trata de hallar fines por doquier, ponderando todas las actuaciones con arreglo a un imperfecto patrón utilitario. La ciencia de ía conducta humana, en tanto no sea mera fisiología, no puede dejar de referirse a la intencionalidad y al propósito. A este respecto, ninguna ilustración nos brinda la observación de la psicología de los brutos o el examen de las inconscientes reacciones del recién nacido. Antes al contrario, sólo recurriendo al auxilio de la ciencia de la acción humana resulta comprensible la psicología animal y la infantil. Sin acudir a las categorías praxeológicas, nos resulta imposible concebir y entender la actuación de animales y niños. La contemplación de la conducta instintiva de los animales llena al hombre de estupor, suscitándole interrogantes a las que nadie ha podido satisfactoriamente responder. Ahora bien, el que los animales y las plantas reaccionen en forma cuasi deliberada no debe parecemos de condición ni más ni menos milagrosa que la capacidad del hombre para pensar y actuar o la sumisión del universo inorgánico a las funciones que la física reseña o la realidad de los procesos biológicos que en el mundo orgánico se producen. Son hechos todos ellos milagrosos, en el sentido de que se trata de fenómenos irreductibles para nuestra capacidad investigadora. 59 El hombre en acción Semejante dato último es eso que denominamos instinto animal. El concepto de instinto, al igual que los de movimiento, fuerza, vida y consciencia, no es más que un nuevo vocablo con el cual designamos un fenómeno irreductible, Pero, por sí, ni nos «explica» nada ni nos orienta hacia causa alguna próxima o remota EL FIN ABSOLUTO Para evitar todo posible error en tomo a !as categorías praxeológícas parece conveniente resaltar una realidad en cierto modo perogrullesca. La praxeología, como las ciencias históricas, trata de la acción humana intencional. Si menciona los fines, entiende los fines que persigue el hombre al actuar; si alude a intencionalidad, se refiere al sentido que el hombre, al actuar, imprime a sus acciones. Praxeología e historia son obras de la mente humana y, como tales, hállanse condicionadas par la capacidad intelectual de los mortales. Ni la praxeología ni la historia pretenden averiguar cuáles sean las intenciones abrigadas por posible mentalidad absolutn y omnisciente; ni el sentido que encierren los acontecimientos y la evolución histórica; ni los planes que Dios, la Naturaleza, el Weltgeist o el Destino puedan pretender plasmar a través del universo y la humanidad. Aquellas disciplinas nada tienen en común con la denominada filosofía de la historia. No aspiran a ilustrarnos acerca del sentido objetivo, absoluto y cierto de la vida y la historia, contrariamente a lo que pretenden las obras de Hegel, Comte, Marx y legión de otros escritores. EL HOMBRE VEGETATIVO Hubo filósofos que recomendaron al hombre, como fin último, renunciar totalmente a la acción, Tales idearios consideran la vida ' «La vie est une cause premiére qui nous échappe cornme toutes les causes premiércs et donr la science experiméntale n'a pas a se préoccuper.» CLAUDE B E R NA RD, La science expírimentale, pág, 137. París, 1878. 60 La Acción Humana como un mal, que sólo pena, sufrimiento y angustia proporciona a los mortales: niegan apodícticamente que consciente esfuerzo humano alguno pueda hacer más grato el tránsito lerrenal. Sólo aniquilando la consciencia, la volición y la vida es posible alcanzar la felicidad. 7.C1 camino único que conduce a la salvación y a la bienaventuranza exige al hombre transformarse en un ser perfectamente pasivo, indiferente e inerte como las plantas. El bien supremo consiste en rehuir tanto el pensamiento como la acción. Tales son en esencia las enseñanzas de diversas sectas filosóficas índicas, especialmente del budismo, así como del pensamien to de Schopenhauer. La praxeología no se interesa por tales doctrinas. La posición de nuestra ciencia es totalmente neutral antetodo género de juicio valorativo; ante cuanto se refiere ¡i los fines últimos que pueda el hombre perseguir. La misión de la praxeología no es la de aprobar ni la de condenar, sino la de atestiguar realidades. La praxeología pretende analizar la acción humana. Se ocupa del hombre que efectivamente actúa; nunca de un supuesto ser humano que, a modo de planta, llevaría unn existencia meramente vegetativa. C A P I T U L O II Problemas epistemológicos que suscitan las ciencias de la acción humana I. PRAXEOLOGÍA E HISTORIA Las ciencias de Ja acción humana divídense en dos ramas principales: la de la praxeología y la de la historia. La historia recoge y ordena sistemáticamente todas las realidades engendradas por la acción humana. Se ocupa del contenido concreto de la actuación del hombre. Examina las empresas humanas en toda su multiplicidad y variedad, así como las actuaciones individuales en cualquiera de sus aspectos accidentales, especiales y particulares. Analiza las motivaciones que impulsaron a los hombres a actuar y las consecuencias provocadas por tal proceder. Abarca cualquier manifestación de la actividad humana. Existe, por eso, la historia general, pero, también, la historia de sucesos particulares; historia de la actuación política y militar, historia de las ideas y de la filosofía, historia económica, historia de las diversas técnicas, de la literatura, del arte y de la ciencia, de la religión, de las costumbres y de los usos tradicionales, así como de múltiples otros aspectos de la vida humana. Materia histórica igualmente constituyen la etnología y la antropología, mientras no invadan el terreno de la biología, Lo mismo acontece con la psicología, siempre que no se meta en la fisiología, epistemología o filosofía. De no menos condición histórica goza la lingüística, en tanto no se adentre en el campo de la lógica o de la fisiología de dicción \ 1 La hisiorin económica, la economía descriptiva y la estadística no son, desde luego, otra cosa que historia. El término sociología, sin embargo, empléase con 61 La Acción Humana Para todas las ciencias históricas, el pasado constituye el objeto f u n d a m e n t a l de su estudio. No nos ilustran, por eso, con enseñanzas q u e p u e d a n aplicarse a la totalidad de la h u m a n a actividad, es decir, a la acción f u t u r a también. El conocimiento histórico hace al h o m b r e sabio y p r u d e n t e . P e r o no proporciona, por sí solo, saber ni pericia alguna q u e resulte útil para abordar n i n g ú n supuesto individualizado. Las ciencias naturales, igualmente, se ocupan de h e c h o s ya pasados. T o d o conocimiento experimental alude a realidades anteriormente observadas; imposible resulta experimentar acontecimientos f u t u r o s . La verdad, sin embargo, es q u e esos enormes conocimientos, a los que las ciencias naturales deben todos sus triunfos, son f r u t o de la experimentación, merced a la cual cabe examinar aisladamente cada u n a de las circunstancias capaces de provocar el f e n ó m e n o q u e interese. Los datos de esta suerte reunidos p u e d e n luego ser utilizados para el razonamiento inductivo, una de las f o r m a s de raciocinio, que, en la práctica, desde luego, ha d e m o s t r a d o indudable eficacia, si bien su procedencia epistemológica todavía, hoy por hoy, no está clara del todo. Los conocimientos q u e las ciencias de la acción h u m a n a , en cambio, manejan aluden siempre a fenómenos complejos. En el campo de la acción h u m a n a no es posible recurrir a ningún e x p e r i m e n t o de laboratorio. N u n c a cabe p o n d e r a r aisladamente la mutación de u n o solo de los elementos concurrentes, presup o n i e n d o incambiadas todas las demás circunstancias del caso. De ahí q u e la investigación histórica, por cuanto se refiere doble significado. La sociología descriptiva ocúpase de aquellos acaecimientos humanos do índole histórica cuyo examen no aborda la economía descriptiva; hasta cierta punto, viene a invadir el campo de la etnología y la antropología. La sociología general examina la experiencia histórica con un criterio más universal que el adoptado por las demás ramas de la historia. Así, la historia propiamente dicha se interesará por una ciudad, o por las diversas ciudades correspondientes a una cierta época, o por una nación individualizada, o por determinada área geográfica. Sin embargo, Max Weber, en su tratado fundamental (Wirtschaft und Gesellschaft, págs, 513-660; Tubinga, 1922), aborda el estudio de !a ciudad en general, es decir, examina toda la experiencia histórica atinente a la ciudad, sin limitarse a ningún específico período histórico, zona geográfica, pueblo, nación, raza o civilización. Problemas epistemológicos 63 siempre a f e n ó m e n o s complejos, jamás p u e d a b r i n d a r n o s conocimientosen el sentido que a tal t é r m i n o las ciencias naturales dan, al aludir a realidades individualizadas, c o m p r o b a d a s de m o d o experimental. La ilustración proporcionada por la historia no sirve para e s t r u c t u r a r teorías ni p a r a predecir el f u t u r o . T o d a realidad histórica p u e d e ser objeto de interpretaciones varias y, de hecho, ha sido siempre i n t e r p r e t a d a de los m o d o s más diversos. Los postulados del positivismo y afines escuelas metafísicas resultan, p o r t a n t o , falsos. No es posible c o n f o r m a r las ciencias de la acción h u m a n a con la metodología de la física y de las demás ciencias naturales. Las teorías referentes a la cond u c t a del h o m b r e y a las realidades sociales no cabe sean deducidas a posteriori. La historia no p u e d e ni p r o b a r ni r e f u t a r n i n g u n a afirmación de valor general c o m o lo hacen las ciencias naturales, las cuales aceptan o rechazan las hipótesis según coincidan o no con la experimentación. No es posible, en aquel terreno, c o m p r o b a r e x p e r i m e n t a l m e n t e la veracidad o la falsedad de ningún aserto de índole general. Los f e n ó m e n o s complejos, e n g e n d r a d o s p o r la concurrencia de diversas relaciones causales, no p e r m i t e n evidenciar la certeza o el e r r o r de teoría alguna. A n t e s al contrario, esos fenómenos sólo devienen inteligibles interpretándolos a la luz de teorías previa e i n d e p e n d i e n t e m e n t e deducidas. En el á m b i t o de los f e n ó m e n o s naturales la interpretación de los acontecim i e n t o s ha de c o n f o r m a r s e , forzosamente, a aquellas teorías cuya procedencia atestiguara la experimentación. En el t e r r e n o de los hechos históricos no existen restricciones de la aludida índole. C a b e f o r m u l a r las más arbitrarias explicaciones. N u n c a ha arredrado a la mente h u m a n a el recurrir a imaginarias teorías ad hoc, carentes de toda justificación lógica, para explicar cualquier realidad cuya causalidad el s u j e t o era incapaz de advertir. P e r o , en la esfera de la historia, la praxeología viene a imp o n e r a la interpretación de los hechos restricciones semejantes a las q u e las teorías e x p e r i m e n t a l m e n t e contrastadas i m p o n e n c u a n d o se trata de i n t e r p r e t a r y aclarar específicas realidades de orden físico, q u í m i c o o fisiológico. La praxeología La Acción Humana 64 no es una ciencia de índole histórica, sino de carácter teórico y sistemático. C o n s t i t u y e su o b j e t o la acción h u m a n a , c o m o tal, con independencia de las circunstancias ambientales, accidentales o específicas q u e puedan a d o r n a r individualizadas actuaciones. Sus enseñanzas son de o r d e n p u r a m e n t e f o r m a l y general, ajenas al c o n t e n i d o material y a las condiciones peculiares del caso de q u e se trate. Aspira a e s t r u c t u r a r teorías q u e resulten válidas en cualquier caso en el q u e e f e c t i v a m e n t e concurran aquellas circunstancias implícitas en sus supuestos y construcciones. Los asertos y proposiciones de la misma no derivan del conocimiento experimental. C o m o los de la lógica y la matemática, son de índole apriorística. La correspondiente veracidad o falsedad no p u e d e ser c o n t r a s t a d a m e d i a n t e el recurso a acontecimientos ni experiencias. Se trata de antecedentes, t a n t o lógica como cronológicamente considerados, de toda comprensión de la realidad histórica. Constituyen obligado presup u e s t o para la aprehensión intelectual de los sucesos históricos. Sin su concurso, los acontecimientos se presentan ante el hombre en caleidoscópica diversidad e ininteligible d e s o r d e n . 2. E L CARÁCTER FORMAL Y APRIORÍSTICO DE LA PRAXEOLOGÍA Se ha p u e s t o de moda una tendencia filosófica q u e p r e t e n d e negar la posibilidad de todo conocimiento a priori. El saber h u m a n o , asegúrase, deriva íntegra y exclusivamente de la experiencia. Tal postura se c o m p r e n d e en t a n t o reacción, exagerada desde luego, contra algunas aberraciones teológicas y cierta equivocada filosofía de la historia y de la naturaleza. P o r q u e , como es sabido, la metafísica pretendía averiguar, de m o d o intuitivo, las n o r m a s morales, el sentido de la evolución histórica, las cualidades del alma y de la materia y las leyes rectoras del m u n d o físico, químico y fisiológico. En alambicadas especulaciones, alegremente volvíase la espalda a la realidad evidente. Convencidos estaban tales pensadores de q u e , sin recurrir a la experiencia, sólo m e d i a n t e el raciocinio cabía explicarlo t o d o y descifrar hasta los más abstrusos enigmas. y r o b l a n as eplstem alógicos 65 Las m o d e r n a s ciencias naturales d e b e n sus éxitos a la observación y a la e x p e r i m e n t a c i ó n . No cabe d u d a r de la procedencia del e m p i r i s m o y el p r a g m a t i s m o c u a n d o de las ciencias naturales se trata. A h o r a bien, no es m e n o s cierto q u e tales idearios y e r r a n g r a v e m e n t e al p r e t e n d e r recusar t o d o conocimiento a priori y s u p o n e r q u e la lógica, la matemática y la praxeología d e b e n ser consideradas t a m b i é n c o m o disciplinas empíricas y experimentales. P o r lo q u e a la praxeología atañe, los e r r o r e s en q u e los filósofos inciden vienen e n g e n d r a d o s p o r su total desconocim i e n t o de la ciencia económica 1 e incluso, a veces, por su inaudita ignorancia de la historia. Para el filósofo, el estudio de los p r o b l e m a s filosóficos c o n s t i t u y e noble y sublime vocación, situada m u y p o r encima de aquellas otras ocupaciones m e d i a n t e las q u e el h o m b r e persigue el lucro y el p r o v e c h o propio. Contraría al eximio p r o f e s o r el a d v e r t i r q u e sus filosofías le sirven de m e d i o de vida, le r e p u g n a la idea de q u e se gana el s u s t e n t o análogamente a c o m o lo hace el a r t e s a n o o el labriego. Las cuestiones dinerarias constituyen temas groseros y no d e b e el filósofo, d e d i c a d o a investigar trascendentes cuestiones atinentes a la v e r d a d absoluta y a los e t e r n o s valores, envilecer su m e n t e con tales preocupaciones. E s c r i t o alguno de ningún filós o f o c o n t e m p o r á n e o p e r m i t e s u p o n e r tenga su autor el m e n o r c o n o c i m i e n t o de las más elementales verdades económicas *. 1 Pocos filósofos habrán gozado de un dominio más universal de las distintas ramas del saber moderno que Bergson. Y, sin embargo, una observación casual, en su último y gran libro, evidencia que Bergson ignoraba por completo el teorema fundamental en que se basa la moderna teoría del valor y del intercambio. Hablando de este último, dice «l'on ne pcut le pratiquer sons s'étre demandé si les deux objets échangés sont bien de méme valeur, c'est-.Vdire échangeables contre un méme troisiéme.» Les Deux Sources de la Morale et de la Religión, pág. 68. París, 1932. * Mises, al aludir a Bergson, critica, de pasada aquí, aquella identidad valorativa que, a lo largo de siglos, desde Aristóteles (384-322 a. de C.), quien, en su Etica a Hicómaco, ya proclamara que «no puede haber cambio sin igualdad, ni igualdad sin conmensurabilidad», hasta Marx (1818-1883), pasando por toda la escuela clásica inglesa, supúsose había de existir entre las partes antes de efectuar cualquier intercambio, «pues nadie canjearla un bien más valioso por otro menos apreciable». Nótese que Bergson, en el pasaje citado, bien con plena consciencia, 66 La Acción Humana No debe c o n f u n d i r s e el problema referente a si existen o no presupuestos apriorísticos del pensar — e s decir, obligadas e ineludibles condiciones intelectuales del p e n s a m i e n t o , previas a toda idea o p e r c e p c i ó n — con el problema de la evolución del h o m b r e hasta adquirir su actual capacidad mental típicamente h u m a n a . El h o m b r e desciende de antepasados de condición no-huinana, tos cuales carecían de esa aludida capacidad intelectiva. Tales antecesores, sin embargo, gozaban ya de una cierta chispa, de una potencialidad q u e , previa milenaria evolución, permitióles acceder a la condición de seres racionales. P r o d ú j o s e dicha transformación mediante influjos ambientales q u e afectaron a generación tras generación. D e d u c e n de lo anterior los partidarios del e m p i r i s m o filosófico q u e el raciocinio se basa en la experimentación y es consecuencia de la adaptación del h o m b r e a las condiciones de su medio ambiente. Este p e n s a m i e n t o , lógicamente, implica a f i r m a r q u e el homb r e f u e p a s a n d o por etapas sucesivas, desde la condición de nuestros p r e h u m a n o s antecesores hasta llegar a la de homo sapiens. H u b o seres que, si bien no gozaban aún de la facultad h u m a n a de raciocinar, d i s f r u t a b a n ya de aquellos rudimentarios elementos en q u e se basa el razonar. Su mentalidad no era todavía lógica, sino prelógica (o, más bien, i m p e r f e c t a m e n t e lógica). Esos endebles mecanismos lógicos progresaron poco a poco, p a s a n d o de la etapa prelógica a la de la verdadera lógica. La razón, la inteligencia y la lógica constituyen, por tanto, f e n ó m e n o s históricos. Cabría escribir la historia de la lógica c o m o se p u e d e escribir la de las diferentes técnicas. No hay razón alguna para suponer q u e nuestra lógica sea la fase última bien por involuntaria cercbración (te lejanas lecturas, no hace sino parafrasear In conocida ecuación de intercambio en que Marx hasa toda su obra (El Capital. Madrid, F.DAF, 1976, pigs. 41 y sigs. del primer tomo). Aquella quimera valorativa serian los vieneses —Menger, Bohm Bawerk— quienes la destruyeran, a través de sus teorías subjetiviitas, demostrativas de que los bienes y servicios se intercambian precisamente porque las partes de modo dispar valoran las cosas De ahí que todo negocio libre suponga invariablemente beneficio para ambos intervinientes, yn que cada uno valora en mi» lo que redi*; que lo que da; en otro caso no habría cambio Mises, mis adelante (cap. XI, 2), profundiza en el tema. (N del T) y r o b l a n as eplstem alógicos 67 y definitiva de la evolución intelectual. La lógica h u m a n a no es m á s q u e una etapa en el camino q u e c o n d u c e desde el prehum a n o estado ilógico a la lógica s o b r e h u m a n a . La razón y la m e n t e , las armas más eficaces con q u e el h o m b r e cuenta en su lucha p o r la existencia, hállanse inmersas en el c o n t i n u o devenir de los f e n ó m e n o s zoológicos. No son ni eternas, ni i n m u t a b l e s ; son p u r a m e n t e transitorias. Es más, resulta manifiesto q u e todo i n d i v i d u o , a lo largo de su personal desarrollo evolutivo, no sólo rehace aquel proceso fisiológico q u e desde la simple célula desemboca en el s u m a m e n t e c o m p l e j o organismo m a m í f e r o , sino también el proceso espiritual, q u e de la existencia p u r a m e n t e vegetativa y animal c o n d u c e a la mentalidad racional. Tal transformación no queda perfeccionada d u r a n t e la vida i n t r a u t e r i n a , sino q u e se completa más tarde, a m e d i d a q u e , paso a paso, el h o m b r e va d e s p e r t á n d o s e a la vida consciente. De esta suerte, resulta que el ser h u m a n o , d u r a n t e sus p r i m e r o s años, p a r t i e n d o de oscuros f o n d o s , rehace los diversos estadios recorridos p o r la evolución lógica de la m e n t e h u m a n a . P o r otra p a r t e , está el caso de los animales. A d v e r t i m o s p l e n a m e n t e el insalvable a b i s m o q u e separa los procesos racionales de la m e n t e h u m a n a de las reacciones cerebrales y nerviosas de los b r u t o s . Sin e m b a r g o , al tiempo, creemos percibir en las bestias la existencia de fuerzas q u e d e s e s p e r a d a m e n t e p u g n a n p o r alcanzar la luz intelectiva. El m u n d o animal se nos antoja oscura cárcel, cuyos prisioneros anhelaran fervientemente liberarse de su fatal condena a la n o c h e eterna y al automatismo inexorable. N o s dan pena p o r q u e también nosotros nos hallamos en análoga situación, l u c h a n d o siempre con la inexorable limitación de n u e s t r o aparato intelectivo, en vano esfuerzo p o r alcanzar el inasequible c o n o c i m i e n t o perfecto. P e r o el problema apriorístico, antes aludido, es de d i s t i n t o carácter. No se trata ahora de d e t e r m i n a r cómo apareció el raciocinio y la conciencia. El tema q u e n o s ocupa alude al carácter c o n s t i t u t i v o y obligado de la e s t r u c t u r a de la m e n t e h u m a n a . Las ilaciones lógicas f u n d a m e n t a m e n t e no pueden ser objeto de d e m o s t r a c i ó n ni de r e f u t a c i ó n . El p r e t e n d e r d e m o s t r a r 68 La Acción Humana su certeza obliga a p r e s u p o n e r su validez. Imposible resulta evidenciarlas a q u i e n , por sí solo, no las advierta. Hs vano todo i n t e n t o de precisarlas recurriendo a las conocidas reglas de definir. E s t a m o s ante proposiciones de carácter primario, obligado a n t e c e d e n t e de toda definición, nominal o real. Se trata de categorías primordiales, q u e no p u e d e n ser o b j e t o de análisis. Incapaz es la m e n t e h u m a n a de concebir o t r a s categorías lógicas d i f e r e n t e s . Para el h o m b r e resultan imprescindibles e insoslayables, aun c u a n d o a una m e n t e s o b r e h u m a n a p u d i e r a n merecer o t r a conceptuación. Integran los ineludibles presupuestos del conocimiento, de la comprensión y de la percepción. Las aludidas categorías e ilaciones constituyen, asimismo, presupuestos obligados de la m e m o r i a . Las ciencias naturales tienden a explicar la memoria como u n a manifestación específica de o t r o f e n ó m e n o más general. El organismo vivo queda indeleblemente estigmatizado por todo estímulo recibido y la propia materia inorgánica actual no es más q u e el resultado de todos los influjos q u e sobre ella actuaron. N u e s t r o universo es f r u t o del pasado. Por tanto, cabe decir, en un cierto sentido metafórico, q u e la e s t r u c t u r a geológica del globo guarda memoria de todas las anteriores influencias cósmicas, así como que el c u e r p o h u m a n o es la resultante de la ejecutoria y vicisitudes del p r o p i o interesado y sus antepasados. A h o r a bien, la memoria nada tiene q u e ver con esa unidad estructural y esa continuidad de la evolución cósmica. Se trata de un f e n ó m e n o de conciencia, condicionado, c o n s e c u e n t e m e n t e , por el a prior i lógico. Sorpréndense los psicólogos ante el hecho de q u e el h o m b r e nada recuerde de su vida embrionaria o de lactante. F r e u d intentó explicar esa ausencia recordatoria, aludiendo a la subconsciente supresión de indeseadas m e m o r i a s . La verdad es q u e en los estados de inconsciencia nada hay q u e pueda recordarse. Ni los reflejos inconscientes ni las simples reacciones fisiológicas p u e d e n ser o b j e t o de recuerdo, ya se trate de adultos o niños. Sólo los estados conscientes pueden ser recordados. La m e n t e h u m a n a no es una tabula rasa sobre la q u e los hechos externos graban su propia historia, Antes al contrario, y r o b l a n as eplstem alógicos 69 goza de medios p r o p i o s para aprehender la realidad. El h o m b r e f r a g u ó esas armas, es decir, plasmó la e s t r u c t u r a lógica de su propia m e n t e a lo largo de un dilatado desarrollo evolutivo q u e , p a r t i e n d o de las amebas, llega hasta la presente condición h u m a n a . Ahora bien, esos i n s t r u m e n t o s mentales son lógicam e n t e anteriores a t o d o conocimiento. El h o m b r e no es sólo un animal í n t e g r a m e n t e e s t r u c t u r a d o por aquellos estímulos q u e f a t a l m e n t e d e t e r m i n a n las circunstancias de su vida; también es un ser q u e actúa. Y la categoría de acción es antecedente lógico de cualquier acto d e t e r m i n a d o . El q u e el h o m b r e carezca de capacidad creadora bastante para concebir categorías disconformes con sus ilaciones lógicas f u n d a m e n t a l e s y con los principios de la causalidad y la teleología i m p o n e lo q u e cabe d e n o m i n a r apriorismo metodológico. A diario, con nuestra conducta, atestiguamos la inmutabilidad v universalidad de las categorías del p e n s a m i e n t o y de la acción. Q u i e n se dirige a sus semejantes para informarles o convencerles, para inquirir o contestar interrogantes, se ampara, al p r o c e d e r de tal suerte, en algo común a todos los hombres: In estructura lógica de la razón h u m a n a . La idea de q u e A pudiera ser, al mismo tiempo, no -A, o el q u e preferir A a B equivaliera ,1 p r e f e r i r B a A, es para la mente humana inconcebible y absurdo. Resúltanos incomprensible todo razon a m i e n t o prclógico o metalógico. Somos incapaces de concebir un m u n d o sin causalidad ni teleología. No interesa al h o m b r e d e t e r m i n a r si, fuera de aquella esfera accesible a su inteligencia, existen o no o t r a s en las cuales se o p e r e de un modo categóricamente distinto a como funcionan el p e n s a m i e n t o y la acción h u m a n a . N i n g ú n conocimiento procedente de tales m u n d o s tiene acceso a nuestra mente. V a n o es inquirir si las cosas, en sí. son distintas de c o m o a nosotros nos parecen; si existen universos inaccesibles e ideas imposibles de c o m p r e n d e r . Esos p r o b l e m a s desbordan nuestra capacidad cognoscitiva. El conocimiento h u m a n o viene condicionado por la estructura <le nuestra mente. Si, como o b j e t o principal de investigación, se elige la acción h u m a n a , ello equivale a contraer, por fuerza, el estudio a las categorías de acción 70 La Acción Humana c o n f o r m e s con la m e n t e h u m a n a , aquellas q u e implican la proyección de ésta sobre el m u n d o e x t e r n o de la evolución y el cambio. T o d o s los teoremas q u e la praxeología formula aluden exclusivamente a las indicadas categorías de acción y sólo tienen validez d e n t r o de la órbita en la q u e aquellas categorías operan. Dichos p r o n u n c i a m i e n t o s en m o d o alguno pretenden ilustrarnos acerca de m u n d o s y situaciones impensables e inimaginables. De ahí q u e la praxeología merezca el calificativo de humana en un doble sentido. Lo es, en efecto, por c u a n t o sus teoremas, en el á m b i t o de los correspondientes presupuestos, aspiran a tener validez universal, en relación con toda actuación h u m a n a . Y también así se nos aparecen, en razón a q u e sólo por la acción h u m a n a se interesa, desentendiéndose de las acciones q u e carezcan de tal condición, ya sean s u b h u m a n a s o sobrehumanas. LA SUPUESTA H E T E R O G E N E I D A D LOGICA DEL HOMBRE P R I M I T I V O Constituye error bastante generalizado el suponer que los escritos de Luden Lévy-Bruhl abogan en favor de aquella doctrina según la cual la estructura lógica de la mente de tos hombres primitivos fue y sigue siendo categóricamente diferente a la del hombre civilizado. Antes al contrario, tas conclusiones a que LévyBruhl llega, después de analizar cuidadosamente todo el material etnológico disponible, proclaman de modo indubitado que ¡as ilaciones lógicas fundamentales y las categorías de pensamiento y de acción operan Jo mismo en la actividad intelectual del salvaje que en la nuestra. E! contenido de tos pensamientos del hombre primitivo difiere del de los nuestros, pero ta estructura formal y lógica es común a ambos. Cierto es que Lévy-Bruhl afirma que ta mentalidad de los pueblos primitivos es de carácter esencialmente «mítico y prelógico»; las representaciones mentales colectivas Jet hombre primitivo vienen reguladas por la «ley de la participación», independizándose, por consiguiente, de la «ley de la contradicción». Ahora y r o b l a n as eplstem alógicos 71 bien, la distinción de Lévy-Bruhl entre pensamiento lógico y pensamiento prelógico alude al contenido, no a la forma ni a la estructura categórica del pensar, El propio escritor, en efecto, asevera que, entre las gentes civilizadas, también se dan ideas y relaciones ideológicas reguladas por la ley de la participación, las cuales, con mayor o menor independencia, con más o menos fuerza, coexisten inseparablemente con aquellas otras regidas por la ley de la razón. «Lo prelógico y lo mítico conviven con lo lógico» \ Lévy-Bruhl sitúa las doctrinas fundamentales del cristianismo en la esfera del pensamiento prelógico \ Gtbe formular, y efectivamente han sido formuladas, numerosas críticas contra tal ideario y contra la interpretación del mismo por parte de los teólogos. Pero, a pesar de todo, nadie, sin embargo, osó jamás aseverar que la mente de los Padres y filósofos cristianos —entre ellos San Agustín y Santo Tomás— fuera de estructura lógica diferente a la nuestra La disparidad existente entre quien cree en milagros y quien no tiene fe en ellos atañe al contenido del pensamiento, no a su forma lógica. Tal vez incida en error quien pretenda demostrar la posibilidad y la realidad milagrosa. Ahora bien, evidenciar su equivocación —según bien dicen los brillantes ensayos de Hume y Mili— constituye tarea lógica no menos ardua que la de demostrar el error en que cualquier falacia filosófica o económica incurre *. Exploradores y misioneros nos aseguran que en Africa y en ' L É V Y - B R U H L , How Natives Think. pág 386, truel por L . A. Clare, Nueva York, 1932. 4 Ibíd., pág 377. * La ley de la participación, par i el filósofo francés Lucien Lévy-Bruhl (18571939), se concreta en ese sentimiento general que unta y une a los miembros de las tribus primitivas —como aún modernamente en recónditas aldeas acontece— haciendo a las gentes traspirar un espíritu de comunidad entre las personas y las cosas locales; un poco como la querencia de lo» rebaños, de las colectividades animales amenazadas por inconcretos peligros exteriores. T*I sentimiento va perdiéndose al progresar la civilización, a medida que el individuo considérase más dueño de st mismo, mis independiente del conjunto, lo que da paso a lo que el autor denomina ley de la contradicción, bajo la cual cada uno procura fundamentalmente defender y mantener sus personales derechos, «in preocuparse demasiado de lo que, en definitiva, el clan piense. (N del T.) La Acción Humana 72 la Polinesia el hombre primitivo rehuye superar mentalmente la primera impresión que le producen las cosas, no queriendo preocuparse de si puede mudar aquel planteamiento i . Los educadores europeos y americanos también, a veces, nos dicen lo mismo de sus alumnos. Lévy-Bruhl transcribe las palabras de un misionero acerca de los componentes de la tribu Mossi del Níger; «La conversación con ellos gira exclusivamente en torno a mujeres, comida y, durante la estación de las lluvias, la cosecha» Pero, ¿es que acaso preferían otros temas numerosos contemporáneos y conocidcts de Newton, Kant y Lévy-Brulil? La conclusión a que llevan los estudios de este último se •expresa mejor con las propias palabras del autor. «La mente primitiva, como la nuestra, desea descubrir las causas de los acontecimientos, si bien aquélla no las busca en la misma dirección que nosotros» 7 . El campesino deseoso de incrementar su cosecha cabe recurra a soluciones dispares, según la filosofía que le anime. Puede ser que se dé a ritos mágicos; cabe practique piadosa peregrinación; tal vez ofrezca un cirio a su santo patrón; o también es posible proceda a utilizar más y mejor fertilizante. Ahora bien, cualquiera que sea la solución preferida, siempre nos hallaremos ante una actuación racional, consistente en emplear ciertos medios para alcanzar precisos fines. La magia, en determinado aspecto, no es más que una variedad de la técnica. El exorcismo también es acción deliberada y con sentido, basada en un ideario que, cierto es, la mayoría de nuestros contemporáneos considera meramente supersticioso, rechazándolo, por tanto, como inidóneo a los fines deseados. Pero es de notar que el concepto de acción no implica que ésta se base en una teoría correcta y una técnica apropiada, ni tampoco que la misma pueda alcanzar el fin propuesto. Lo único que, a estos efectos, importa es que quien actúe crea que los medios utilizados van a provocar el efecto apetecido. ' L É V Y - B R U H L , Prmilive Mentalily, págs. 27-29, trad. por York, 1923. 4 Ibíd, pAg. 27. 7 Ibíd., pág. 437. L. A. Clare. Nueva 73 y r o b l a n as eplstem alógicos Ninguno de los descubrimientos aportados por la etnología y la historia contradicen aquella afirmación según la cual la estructura lógica de la mente es común a los componentes de todas las razas, edades y países 8. 3. LO A P R I O R Í S T I C O Y L.A R E A L I D A D El razonamiento apriorístico es estrictamente conceptual y deductivo. No cabe del mismo, por eso, derivar sino tautologías y juicios analíticos. P o r q u e cuantas conclusiones, mediante dicho razonamiento, lógicamente pueden ser alcanzadas, dedúcense de las propias establecidas premisas, en las cuales aquéllas resultaban ya implícitas. De ahí q u e una objeción com ú n m e n t e esgrimida contra dicho m o d o de razonar llegue a decir q u e éste para nada amplía n u e s t r o conocimiento. D é m o n o s , sin e m b a r g o , c u e n t a , en este terreno, q u e toda la geometría, por ejemplo, hállase ya también implícita en los correspondientes axiomas. El teorema de Pitágoras p r e s u p o n e el triángulo rectángulo. Es igualmente, en tal sentido, una tau- tología y al deducirlo practicamos p u r o juicio analítico. Pese a ello, nadie duda que la geometría, en general, y el teorema de Pitágoras, en particular, dejen de ensanchar nuestra particular sapiencia. La cognición derivada del p u r o r a z o n a m i e n t o deductivo es, desde luego, dígase lo que se quiera, fecunda, dándonos acceso a esferas q u e , en o t r o caso, desconoceríamos. La trascendente misión del r a z o n a m i e n t o apriorístico estriba, de un lado, en p e r m i t i r n o s advertir c u a n t o en las categorías, los conceptos y las premisas hállase implícito y, de otro, en ilustrarnos acerca de c u a n t o en tales conceptos no está comprendido. Su función, por t a n t o , consiste en hacer claro y evidente lo q u e antes resultaba oscuro y arcano 9 . ' Vid. los brillanies estudios de E. C A S S I U E R , Pbilosopbic der symbohscbcn Formen, II, pág. 78. Berlín, 1925. ' La ciencia, dice Meycrson, es «l'acte par le quel nous ramcnons a l'idcntique ce qui nous a, tout d'abord, paru n'étre pas tel». De l'Explication dans les sciences, pág. 1 5 4 , París, 1 9 2 7 . Vid. también M O R R I S R . COHÉN, A Preface to Logic, págs. 1 1 - 1 4 . Nueva York, 1 9 4 4 . 74 La Acción Humana En el p r o p i o concepto del d i n e r o hállanse presupuestos t o d o s los teoremas de la teoría m o n e t a r i a . La teoría cuantitativa del dinero no amplía n u e s t r o conocimiento con enseñanza alguna q u e no esté ya virtualmente contenida en el concepto del propio medio de intercambio. Dicha doctrina no hace más q u e t r a n s f o r m a r , desarrollar y desplegar conocimientos; sólo analiza, y por t a n t o resulta tautológica, en el mismo sentido q u e lo es el teorema de Pitágoras en relación con el concepto de triángulo rectángulo. Nadie, sin embargo, negará la trascendencia cognoscitiva de la teoría cuantitativa del dinero. Q u i e n no se haya familiarizado con dicho pensamiento ha de ignorar forzosamente i m p o r t a n t e s realidades. Una larga lista de fracasos al intentar resolver los problemas q u e por tal vía cabe abordar atestigua no f u e tarea fácil alcanzar el actual nivel de conocimiento en la materia. El q u e la ciencia apriorística no proporcione un conocim i e n t o pleno de la realidad no s u p o n e deficiencia de la misma. L o s conceptos y teoremas q u e maneja constituyen herramientas mentales, gracias a las cuales v a m o s forzando el c a m i n o q u e conduce a mejor percepción de la realidad; ahora b i e n , dichos instrumentos, en sí, no encierran la totalidad de los conocimientos posibles sobre el c o n j u n t o de las cosas. No hay desacuerdo contradictorio entre la teoría de la vida y de la c a m b i a n t e realidad y el conocimiento práctico de tales eventos. Sin contar con la teoría, es decir, con la ciencia general apriorística atinente a la acción h u m a n a , imposible resulta aprehender la efectiva realidad de lo q u e el h o m b r e , con su actuar, va a producir. La correspondencia entre el conocimiento racional y el experimental ha constituido, desde antiguo, u n o de los f u n d a mentales problemas de la filosofía. E s t e asunto, al igual q u e todas las demás cuestiones referentes a la crítica del conocim i e n t o , ha sido a b o r d a d o por los filósofos sólo desde el punto de vista de las ciencias naturales. No se han interesado por las ciencias de la acción h u m a n a . Sus trabajos, consecuentemente, carecen de valor por lo q u e a la praxeología se refiere. Se sOele recurrir, al abordar los problemas epistemológicos y r o b l a n as eplstem alógicos 75 q u e suscita la economía, a alguna de las soluciones q u e b r i n d a n las ciencias naturales. H a y autores q u e recomiendan el convencionalismo de P o i n c a r é l0 . H a y quienes e n t i e n d e n q u e las premisas del r a z o n a m i e n t o económico constituyen a s u n t o de convención de e x p r e s i ó n o postulación 11. O t r o s p r e f i e r e n acogerse a las ideas einstenianas. En efecto, i n q u i e r e Einstein: ¿ C ó m o p u e d e la matemática, p r o d u c t o racional, i n d e p e n d i e n t e de toda experiencia, ajustarse a los o b j e t o s reales con tan extraordinaria e x a c t i t u d ? ¿Es posible q u e la razón h u m a n a , sin ayuda de la experiencia, hállese capacitada para descubrir, m e d i a n t e el p u r o raciocinio, la esencia de las cosas reales? E i n s t e i n resuelve la interrogante diciendo: « E n t a n t o en cuanto los teoremas m a t e m á t i c o s hacen referencia a la realidad, no, son exactos, siéndolo sólo mientras no a b o r d a n la efectiva realidad» 12. A h o r a bien, las ciencias de la acción h u m a n a difieren radicalmente de las ciencias naturales. En grave error inciden quienes p r e t e n d e n a b o r d a r las ciencias de la acción h u m a n a mediante sistemática epistemológica del tipo q u e se utiliza en las ciencias naturales. El o b j e t o específico de la praxeología, es decir, la acción h u m a n a , brota de la misma f u e n t e d o n d e nace el razonamiento. Actuación y raciocinio constituyen realidades cogenéricas y similares; cabría, incluso, considerarlas c o m o dos manifestaciones distintas de una misma cosa. P o r c u a n t o la acción es f r u t o del raciocinio, resulta q u e éste p u e d e descubrir la íntima condición de aquélla. Los teoremas que e! recto razonamiento praxeológico llega a f o r m u l a r no sólo son a b s o l u t a m e n t e ciertos e i r r e f u t a b l e s , al m o d o de los teoremas matemáticos, sino q u e t a m b i é n reflejan la í n t i m a realidad de la acción, con el rig o r de su apodíctica certeza e i r r e f u t a b i l í d a d , tal c o m o ésta, e f e c t i v a m e n t e , se p r o d u c e en el m u n d o y en la historia. La " HENRI 11 FÉLIX POINCARÉ, KAUFMANN, La Science et l'hypothfoe, pjíg 69. París, 1918. Methodology of the Social Sciences, págs 4647. Londres, 1944. 11 ALBKBT EINSTEIN, Geometrie und Erfahrung, p¿g. J Berlín, 192} 76 La Acción Humana praxeología proporciona conocimiento preciso y v e r d a d e r o de la realidad. El p u n t o de partida de la praxeología no consiste en seleccionar unos ciertos axiomas ni en p r e f e r i r un cierto m é t o d o de investigación, sino en reflexionar s o b r e la esencia de la acción. No existe actuación alguna en la q u e no c o n c u r r a n , plena y p e r f e c t a m e n t e , las categorías praxeológicas. Es impensable un actuar en el cual no sea posible distinguir y separar n e t a m e n t e m e d i o s y fines o costos y r e n d i m i e n t o s . No hay cosa alguna q u e coincida, p o r ejemplo, con la categoría económica del intercamb i o de un m o d o i m p e r f e c t o o sólo aproximado. U n i c a m e n t e cabe que haya cambio o ausencia del m i s m o ; ahora bien, en el p r i m e r caso, al s u p u e s t o de q u e se trate, resultarán rigurosam e n t e aplicables t o d o s los teoremas generales relativos al cambio, con todas sus consecuencias. No existen f o r m a s transicionales e n t r e el i n t e r c a m b i o y su inexistencia o e n t r e el cambio directo y el c a m b i o indirecto. J a m á s podrá aducirse realidad alguna q u e contradiga los a n t e r i o r e s asertos. Y ello es imposible, por c u a n t o , a n t e todo, es de n o t a r q u e cualquier percepción r e f e r e n t e a la acción h u m a n a viene condicionada por las categorías praxeológicas, siendo posible apreciarla ú n i c a m e n t e sirviéndose de esas mismas categorías. Si nuestra m e n t e no dispusiera de los esquemas lógicos q u e el raz o n a m i e n t o praxeológico f o r m u l a , jamás p o d r í a m o s distinguir ni apreciar la acción. A d v e r t i r í a m o s gestos diversos, pero no percibiríamos c o m p r a s ni ventas, precios, salarios, tipos de in teres, etc. Sólo m e d i a n t e los aludidos esquemas praxeológicos resúltanos posible percatarnos de una c o m p r a v e n t a , independ i e n t e m e n t e de q u e nuestros sentidos adviertan o no determin a d o s m o v i m i e n t o s de h o m b r e s y cosas. Sin el auxilio de la percepción praxeológica nada sabríamos acerca de los m e d i o s de intercambio. SÍ, carentes de dicha ilustración, c o n t e m p l a m o s un c o n j u n t o de monedas, sólo v e r e m o s u n o s c u a n t o s discos metálicos. Para c o m p r e n d e r q u é es el dinero, es preciso tener conocimiento de la categoría praxeológica de medio de intercambio, La percepción de la acción h u m a n a , a diferencia de la co- y r o b l a n as eplstem alógicos 77 r r e s p o n d i e n t e a los f e n ó m e n o s naturales, exige y p r e s u p o n e el conocimiento praxeológico. D e a h í . q u e e l m é t o d o e m p l e a d o p o r las ciencias naturales resulte i n i d ó n e o para el e s t u d i o de la praxeología, la economía y la historia. Al proclamar la condición apriorística de la praxeología, no es que p r e t e n d a m o s e s t r u c t u r a r u n a ciencia nueva, distinta, de las tradicionales disciplinas de la acción h u m a n a . En m o d o alguno p r e t é n d e s e predicar q u e la teoría de la acción h u m a n a deba ser apriorística, sino q u e lo q u e decimos es que dicha ciencia lo es y siempre lo ha sido. El e x a m e n de cualquiera de los p r o b l e m a s suscitados p o r la acción h u m a n a aboca, indefectiblemente, al r a z o n a m i e n t o apriorístico. I n d i f e r e n t e resulta que nos e n f r e n t e m o s a teóricos p u r o s , en busca del saber p o r su solo m é r i t o , o de estadistas, políticos o simples c i u d a d a n o s deseosos de c o m p r e n d e r el fluir de los acontecimientos y decidir q u é política o conducta ha de servir m e j o r a sus personales intereses. A u n c u a n d o p u e d a comenzar la discusión económica en t o r n o a un hecho concreto, inevitablemente apártase el debate de las circunstancias específicas del caso, pasándose, de m o d o insensible, al examen de los principios f u n d a m e n t a l e s , con olvido de los sucesos reales q u e p r o v o c a r o n el tema. La historia de las ciencias naturales es un v a s t o archivo de repudiadas teorías e hipótesis en pugna con los datos e x p e r i m e n t a les. Recuérdese, en este sentido, las erróneas doctrinas de la mecánica antigua, desautorizadas por Galileo, o el d e s a s t r a d o final de la teoría del flogisto. La historia de la economía no registra casos similares. Los partidarios de teorías m u t u a m e n t e incompatibles p r e t e n d e n apoyarse en u n o s m i s m o s hechos p a r a d e m o s t r a r q u e la certeza de sus doctrinas ha sido experimentalm e n t e c o m p r o b a d a . Lo cierto es q u e la percepción de f e n ó m e n o s c o m p l e j o s —y no hay o t r o t i p o de percepción en el terreno de la acción h u m a n a — p u e d e ser esgrimida en favor de las m á s contradictorias teorías. El q u e dicha interpretación de la realidad se estime o no correcta d e p e n d e de la opinión p e r sonal q u e nos merezcan las aludidas teorías f o r m u l a d a s c o n anterioridad m e d i a n t e el r a z o n a m i e n t o apriorístico 11 1927. Vid. S. P. CHEYNEY, Law in History and Other Essays, pág. 27. Nueva York, 78 La Acción Humana La historia no p u e d e i n s t r u i r n o s acerca de n o r m a s , principios o leyes generales. Imposible resulta deducir, a posteriori, de u n a experiencia histórica, teoría ni teorema alguno refer e n t e a la actuación o conducta h u m a n a . La historia no sería más q u e un c o n j u n t o de acaecimientos sin ilación, un m u n d o de c o n f u s i ó n , si no f u e r a posible aclarar, ordenar e i n t e r p r e t a r los datos disponibles m e d i a n t e el sistematizado conocimiento praxeológico. 4. LA BASE DEL INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO La praxeología, en principio, se interesa por la actuación del h o m b r e individualizado. Sólo más tarde, al progresar la investigación, e n f r é n t a s e con la cooperación h u m a n a , siendo analizada la actuación social como un caso especial de la más universal categoría de la acción h u m a n a c o m o tal. E s t e individualismo metodológico ha sido atacado duram e n t e por diversas escuelas metafísicas, suponiéndose implica recaer en los errores de la filosofía nominalista. El p r o p i o conc e p t o de individuo, asegúrase, constituye vacía abstracción. El h o m b r e aparece siempre c o m o m i e m b r o d e u n c o n j u n t o social. I m p o s i b l e resulta incluso imaginar la existencia de un individ u o aislado del resto de la h u m a n i d a d y desconectado de todo lazo social. El h o m b r e aparece invariablemente m i e m b r o de una colectividad. P o r tanto, siendo así que el c o n j u n t o , lógica y cronológicamente, es anterior a sus m i e m b r o s o p a r t e s integrantes, el e x a m e n de la sociedad ha de preceder al del individ u o . El único m e d i o f e c u n d o para a b o r d a r científicamente los problemas h u m a n o s es el r e c o m e n d a d o p o r el universalismo o colectivismo. A h o r a bien, vana es toda controversia en t o r n o a la prioridad lógica del t o d o o de las partes. Son lógicamente correlativas la noción de t o d o y la noción de p a r t e . A m b a s , c o m o conceptos lógicos, q u e d a n f u e r a del tiempo. T a m b i é n resulta i m p e r t i n e n t e aludir, en esta m a t e r i a , a la oposición entre el realismo y el nominalismo, según el significado que a tales vocablos dio la escolástica medieval. N a d i e y r o b l a n as eplstem alógicos 79 p o n e en d u d a q u e las entidades y agrupaciones sociales q u e aparecen en el m u n d o de la acción h u m a n a tengan existencia real. N a d i e niega q u e las naciones, los estados, los municipios, los p a r t i d o s y las c o m u n i d a d e s religiosas constituyan realidades de i n d u d a b l e i n f l u j o en la evolución h u m a n a . El individualismo metodológico, lejos de cuestionar la trascendencia de tales entes colectivos, entiende q u e le compete describir y analizar la formación y disolución de los mismos, las mutaciones q u e e x p e r i m e n t a n y su mecánica, en fin. P o r ello, p o r q u e aspira a resolver tales cuestiones de un m o d o satisfactorio, recurre al ú n i c o m é t o d o , en verdad, idóneo. A n t e todo, conviene advertir q u e la acción es obra siempre de seres individuales. Los entes colectivos operan, ineludiblem e n t e , p o r mediación de u n o o varios individuos, cuyas actuaciones atribúyense a la colectividad de m o d o mediato. Es el significado cjue a la acción a t r i b u y a n su autor y los por ella afectados lo q u e d e t e r m i n a la condición de la misma. D i c h o significado de la acción da lugar a que específica actuación se considere de índole particular m i e n t r a s otra sea tenida p o r estatal o municipal. Es el verdugo, no el. e s t a d o , quien materialmente ejecuta al criminal. Sólo el significado atribuido al acto transf o r m a la actuación del v e r d u g o en acción estatal. Un g r u p o de h o m b r e s armados ocupa u n a plaza; d e p e n d e de la intención el q u e tal ocupación se atribuya a la nación y no a los oficiales y soldados allí presentes. Si llegamos a conocer la esencia de las múltiples acciones individuales, p o r fuerza habremos aprehendido t o d o lo relativo a la actuación de las colectividades. Porque u n a colectividad carece de existencia y realidad propia, i n d e p e n d i e n t e de las acciones de sus m i e m b r o s . La vida colectiva plásmase en las actuaciones de q u i e n e s la integran. No es ni siquiera concebible un e n t e social q u e pudiera operar sin mediación individual. La realidad de toda asociación estriba en su capacidad p a r a i m p u l s a r y orientar acciones individuales concretas. P o r t a n t o , el único camino q u e conduce al conocimiento de los entes colectivos p a r t e del análisis de la actuación del individuo. 80 La Acción Humana El h o m b r e , en cuanto ser q u e piensa y actúa, emerge ya c o m o ser social de su existencia p r e b u m a n a . El progreso de la razón, del lenguaje y de la cooperación es f r u t o del mismo proceso; se trata de f e n ó m e n o s ligados entre sí, desde un principio, de m o d o inseparable y necesario. Ahora bien, dicho proceso operaba en el m u n d o individual. Suponía cambios en la conducta de los individuos. No se p r o d u j o en materia ajena a la específicamente h u m a n a . La sociedad no tiene más base que la propia actuación individual. Sólo gracias a las acciones de ciertos individuos resulta posible apreciar la existencia de naciones, estados, iglesias y aun de la cooperación social bajo el signo de la división del trabajo. No cabe percibir la existencia de una nación sin a d v e r t i r la de los subditos. En este sentido, p u e d e decirse q u e la actuación individual e n g e n d r a la colectividad. No s u p o n e ello afirmar q u e el individuo anteceda t e m p o r a l m e n t e a la sociedad. Simplemente s u p o n e proclamar q u e la colectividad se integra de concretas actuaciones individuales, A nada conduce lucubrar en t o r n o a si la sociedad es sólo la suma de sus elementos integrantes o si representa algo más que esa simple adición; si es un ser sui generis o si cabe o no hablar de la voluntad, de los planes, de las aspiraciones y actos de la colectividad, atribuyéndolos a la existencia de una específica «alma» social. V a n o es t a n t o bizanlinismo. T o d o e n t e colectivo no s u p o n e m á s que un aspecto particular de ciertas actuaciones individuales y sólo como tal realidad cobra trascendencia en orden a la marcha de los acontecimientos. Ilusorio resulta suponer q u e p a contemplar los entes colectivos, No son éstos nunca visibles; su percepción es el result a d o de saber i n t e r p r e t a r el sentido q u e los h o m b r e s en acción atribuyen a los actos de que se trate. P o d e m o s percibir una m u c h e d u m b r e , es decir, una m u l t i t u d de personas. A h o r a bien, el q u e esa m u l t i t u d sea mera agrupación o masa (en el sentido q u e la m o d e r n a psicología concede al término) o bien un cuerpo organizado o cualquier otro t i p o de ente social constituye cuestión que sólo cabe resolver p o n d e r a n d o la significación que dichas personas atribuyen a su presencia. Y esa significación y r o b l a n as eplstem alógicos 81 s u p o n e siempre apreciaciones individuales. No son n u e s t r o s sentidos, sino la percepción, es decir, un proceso mental, el q u e nos p e r m i t e advertir la existencia de e n t i d a d e s sociales. Q u i e n e s p r e t e n d e n iniciar el e s t u d i o de la acción h u m a n a p a r t i e n d o de los entes colectivos tropiezan con un obstáculo insalvable, cual es el de q u e el individuo p u e d e pertenecer sim u l t á n e a m e n t e , y (con la sola excepción de las tribus más salvajes) de h e c h o pertenece, a varias agrupaciones de aquel tipo. Los p r o b l e m a s que suscita esa multiplicidad de e n t i d a d e s sociales coexistentes y su m u t u o a n t a g o n i s m o sólo pueden ser resueltos m e d i a n t e el individualismo metodológico ,4 . EL YO Y EL NOSOTROS El Ego es la unidad del ser actuante. Constituye dato irreductible, cuya realidad no cabe desvirtuar mediante argumentos ni sofismas. El Nosotros es siempre fruto de una agrupación, que une a dos o más Egos. Si alguien dice Yo, 110 es precisa mayor ilustración para percibir ti significado de la expresión. Lo mismo sucede con el Tú y, siempre que se halle específicamente precisada la persona de que se trate, también acontece lo mismo con el El. Ahora bien, al decir Nosotros, ineludible resulta más información para identificar qué Egos hállanse comprendidos en ese Nosotros. Siempre es un solo individuo quien dice Nosotros; aun cuando se trate de varios que se expresen al tiempo, siempre serán diversas manifestaciones individuales. El Nosotros actúa, indefectiblemente, según actúan los Egos que lo integran. Pueden éstos proceder mancomunadamcnte o bien uno de ellos en nombre de todos los demás. En este segundo supuesto la cooperación de los otros consiste en disponer de tal modo las cosas que la acción de uno pueda valer por todos. Sólo, en tal sentido, el representante de una agrupación social actúa por la comunidad; los miembros individuales o bien dan lugar a " Vid. infra la crítica de !a teoría colectivista de la sociedad, cap, Vil, 1 y 2. La Acción Humana 82 que la acción de uno solo les afecte a todos o bien consienten el resultado. Pretende vanamente la psicología negar la existencia del Ego, presentándonoslo como una simple apariencia, La realidad del Ego praxeológico está fuera de toda duda. No importa lo que un hombre haya sido, ni tampoco lo que mañana será; en el acto mismo de hacer su elección constituye indudable Ego. Conviene distinguir del pluralis logicus (y del pluralis majestaticus, meramente ceremonial) el pluralis gloriosas. Si un canadiense sin la más vaga noción del patinaje asegura que «somos los primeros jugadores del mundo de hockey sobre hielo», o si, pese a su posible personal rusticidad, un italiano se jacta de que «somos los más eminentes pintores del mundo», nadie se llama a engaño. Ahora bien, tratándose de problemas políticos y econó- micos, el pluralis gloriosus se transforma en el pluralis imperialis y, como tal, desempeña un importante papel en la propagación de doctrinas que influyen en la adopción de medidas de grave trascendencia en la política económica internacional. 5. L A D A S E D E L SINGULARISMO METODOLÓGICO La praxeología p a r t e en sus investigaciones, no sólo de la actuación del individuo, sino también de la acción individualizada. No se ocupa vagamente de la acción h u m a n a en general, sino de la actuación practicada por un h o m b r e específico, en cierta fecha y en d e t e r m i n a d o lugar. A h o r a bien, prescinde, desde luego, la praxeología de los particulares accidentales q u e p u e d a n acompañar a tal acción, haciéndola, en esa medida, distinta a las restantes acciones similares. I n t e r é s a s e nuestra ciencia tan sólo p o r lo que cada acción tiene en sí de obligado y universal. D e s d e t i e m p o inmemorial, la filosofía del universalismo ha p r e t e n d i d o p e r t u r b a r el recto p l a n t e a m i e n t o de los problemas praxeológicos, viéndose, p o r lo m i s m o , el universalismo cont e m p o r á n e o incapaz de abordar las aludidas cuestiones. T a n t o el universalismo c o m o el colectivismo y el realismo conceptual sólo saben m a n e j a r c o n j u n t o s y conceptos generales. El o b j e t o y roblan as eplstem alógicos 83 de su e s t u d i o es siempre la h u m a n i d a d , las naciones, los estados, las clases; pronúncianse s o b r e la v i r t u d y el vicio; s o b r e la v e r d a d y la m e n t i r a ; s o b r e tipos generales de necesidades y de bienes. L o s partidarios de estas doctrinas son de los q u e se p r e g u n t a n , p o r ejemplo, p o r q u é vale m á s «el o r o » q u e «el h i e r r o » . T a l p l a n t e a m i e n t o les impide llegar a ninguna solución satisfactoria, viéndose siempre cercados por a n t i n o m i a s y paradojas. En este sentido recuérdese el caso del problema del valor, q u e t a n t o p e r t u r b ó incluso el t r a b a j o de los economistas clásicos. La praxeología inquiere: ¿ Q u é sucede al actuar? ¿ Q u é significación tiene el que un individuo actúe, ya sea aquí o allá, ayer u h o y , en cualquier m o m e n t o o en cualquier lugar? ¿ Q u é trascendencia tiene el q u e elija una cosa y rechace o t r a ? La elección supone s i e m p r e decidir e n t r e varias alternativas q u e se le ofrecen al individuo. El h o m b r e n u n c a opta p o r la virtud o p o r el vicio, sino q u e elige e n t r e dos m o d o s de actuar, u n o de los cuales nosotros, con arreglo a criterios preestablecidos, calificamos de virtuoso, mientras el o t r o lo tachamos de vicioso. El h o m b r e jamás escoge e n t r e «el oro» y «el h i e r r o » , en a b s t r a c t o , sino entre una d e t e r m i n a d a cantidad de oro y otra t a m b i é n específica de h i e r r o . T o d a acción contráese, est r i c t a m e n t e , a sus consecuencias inmediatas. Si se desea ¡legar a conclusiones correctas, preciso es p o n d e r a r , a n t e todo, estas limitaciones del actuar. La vida h u m a n a es una i n i n t e r r u m p i d a secuencia de acciones individualizadas. Ahora bien, tales individualizadas acciones no s u r g e n nunca de m o d o aislado e independiente. Cada acción es un eslabón más en u n a cadena de actuaciones, las cuales, e n s a m b l a d a s , integran una acción de orden superior, tend e n t e a un fin más r e m o t o . T o d a acción presenta, pues, dos caras. P o r u n a p a r t e , supone u n a actuación parcial, enmarcada en otra acción de mayor alcance; es decir, tiéndese mediante aquélla a alcanzar el objetivo q u e una actuación de más amplio vuelo tiene previsto. P e r o , de o t r o lado, cada acción constituye en sí un t o d o con respecto a aquella acción que se plasmará gracias a la consecución de u n a serie de objetivos parciales. La Acción Humana 84 D e p e n d e r á de] v o l u m e n del proyecto que, en cada momento, el h o m b r e quiera realizar el q u e cobre mayor relieve o bien la acción de amplio vuelo o bien la q u e sólo p r e t e n d e alcanzar un fin más i n m e d i a t o . La praxeología no tiene por q u é plantearse los p r o b l e m a s q u e suscita la Gestaltpsychologie. El cam i n o q u e conduce a las grandes realizaciones hállase f o r m a d o siempre por tareas parciales. Una catedral es algo más que un m o n t ó n de piedras unidas e n t r e sí. A h o r a bien, el único procedimiento de c o n s t r u i r u n a catedral es el de ir colocando sillar sobre sillar. Al a r q u i t e c t o interésale la obra en su c o n j u n t o ; el albañil, en cambio, preocúpase sólo p o r cierto m u r o ; y el cantero por aislada piedra. P e r o lo trascendente, a efectos praxeológicos, es s i m p l e m e n t e dejar constancia de q u e el único método adecuado para realizar las grandes obras consiste en empezar p o r los cimientos y proseguir paso a paso hasta su terminación. 6. E L A S P E C T O INDIVIDUALIZADO Y C A M B I A N T E DE LA ACCIÓN HUMANA El c o n t e n i d o de la acción h u m a n a , es decir los fines a q u e se aspira y los medios elegidos y utilizados para alcanzarlos, depende de las particulares condiciones de cada u n o . El homb r e es f r u t o de larga evolución zoológica que ha ido m o d e l a n d o su estructura fisiológica. Es descendiente y h e r e d e r o de lejanos antepasados; el sedimento, el precipitado, de todas las vicisitudes e x p e r i m e n t a d a s por sus mayores constituye el acervo biológico del individuo. AI nacer, no es q u e i r r u m p a , sin más, en el m u n d o , sino q u e surge en una d e t e r m i n a d a circunstancia ambiental. Sus innatas y heredadas condiciones biológicas y el c o n t i n u o influjo de los acontecimientos vividos d e t e r m i n a n lo que sea en cada m o m e n t o de su peregrinar t e r r e n o . T a l es su sino, su destino. El h o m b r e no es «libre» en el sentido metafísico del término. C o n s t r í ñ e n l e el a m b i e n t e y todos aquellos influjos q u e t a n t o él como sus a n t e p a s a d o s e x p e r i m e n t a r o n . La herencia y el e n t o r n o moldean la actuación del ser h u m a n o . Sugiérenle t a n t o los fines c o m o los medios. No vive y r o b l a n as eplstem alógicos 85 el individuo c o m o simple h o m b r e in abstracto; es, p o r el contrario, siempre h i j o de una familia, de u n a raza, de un p u e b l o , de una época; m i e m b r o de cierta p r o f e s i ó n ; seguidor de determinadas ideas religiosas, metafísicas, filosóficas y políticas; beligerante en luchas y controversias. Ni sus ideas, ni sus módulos valorativos constituyen propia obra personal; a d o p t a , por el c o n t r a r i o , ajenos idearios y el a m b i e n t e le hace pensar de u n o u o t r o m o d o . Pocos gozan, en verdad, del d o n de concebir ideas nuevas y originales, q u e d e s b o r d e n los credos y doctrinas tradicionales. El h o m b r e c o m ú n , p e r s o n a l m e n t e , descuida los grandes problemas. P r e f i e r e ampararse en la opinión general y procede como «la g e n t e c o r r i e n t e » ; constituye tan sólo una oveja más del r e b a ñ o . Esa intelectual inercia es precisamente lo q u e le concede investidura de hombre común. P e r o no por ello deja ese hombre común de elegir y preferir. Acógese a los usos tradicionales o a los de terceros ú n i c a m e n t e por e n t e n d e r q u e dicho proceder le beneficia y modifica su ideología y, consec u e n t e m e n t e , su actuar en c u a n t o cree q u e un cambio determ i n a d o va a permitirle a t e n d e r a sus intereses personales de m o d o más c u m p l i d o . La m a y o r parte de la vida del h o m b r e es pura rutina. Practica d e t e r m i n a d o s actos sin prestarles atención especial. M u c h a s cosas las realiza p o r q u e así f u e educado, p o r q u e del mismo m o d o o t r o s proceden o p o r q u e tales actuaciones resultan normales en su ambiente. A d q u i e r e hábitos y reflejos automáticos. Ahora bien, c u a n d o sigue tales conductas es porq u e las c o r r e s p o n d i e n t e s consecuencias resúltanle gratas, pues tan p r o n t o c o m o sospecha que el insistir en las prácticas habituales le i m p i d e alcanzar ciertos sobrevalorados fines, rápidam e n t e cambia de proceder. Q u i e n se crió d o n d e el agua generalmente es p o t a b l e se acostumbra a utilizarla para la bebida o la limpieza, sin preocuparse de más. P e r o si ese mismo indiv i d u o se traslada a un lugar d o n d e lo normal sea la insalubrid a d del l í q u i d o elemento, p r o n t o comenzará a preocuparse de detalles q u e antes en absoluto le interesaban. Cuidará de no perjudicar su salud insistiendo d e s p r e o c u p a d a m e n t e en la an- La Acción Humana 86 terior conducta irreflexiva y rutinaria. El hecho de q u e determ i n a d a s actuaciones practíquense n o r m a l m e n t e d e u n modo q u e p u d i é r a m o s d e n o m i n a r automático no significa que dicho proceder deje de venir dictado por u n a volición consciente y de una elección deliberada. Et entregarse a cualquier r u t i n a , q u e quepa abandonar, implica, desde luego, actuar. La praxeología no trata del m u d a b l e contenido de la acción, sino de sus f o r m a s puras y de su categórica condición. El examen del aspecto accidental o ambiental q u e pueda adoptar la acción h u m a n a corresponde a la historia. 7. EN TORNO AL OBJETO DE LA HISTORIA Y DF. SU M E T O D O L O G Í A E S P E C Í F I C A El análisis de los múltiples acontecimientos referentes a la acción h u m a n a constituye el o b j e t o de la historia. El historiador recoge y analiza críticamente t o d a s las f u e n t e s disponibles. P a r t i e n d o de tal base, aborda su específico cometido. H a y quienes afirman q u e la historia debería reflejar cómo sucedieron efectivamente los hechos, sin valorar ni prejuzgar (wertfrei, es decir, sin f o r m u l a r ningún juicio valorativo). La obra del historiador tiene q u e ser fiel t r a s u n t o del pasado; una, como si dijéramos, fotografía intelectual, que refleje las circunstancias de m o d o completo c imparcial, lo que equivale a reproducir, ante nuestra visión actual, el pasado, con todas sus notas y características, Pero lo q u e sucede es q u e una auténtica y plena reproducción del ayer exigiría recrear el pasado entero, lo cual, por desgracia, resulta imposible. La historia no equivale a una copia mental; es más bien sintetizada imagen de otros tiempos, formulada en términos ideales. El historiador jamás p u e d e hacer « q u e los hechos hablen por sí m i s m o s » . Ha de ordenarlos según el ideario que i n f o r m e su exposición. N u n c a p o d r á reflejar todos los acontecimientos concurrentes; limítase, p o r eso, simplemente a destacar aquellos hechos que estima pertinentes. Jamás, desde luego, aborda las f u e n t e s históricas sin suposiciones previas. Bien pertrechado con el arsenal de conocí- y r o b l a n as eplstem alógicos 87 mientos científicos de su t i e m p o , o sea, con el c o n j u n t o de ilustración q u e le proporcionan la lógica, las matemáticas, la praxeología y las ciencias naturales, sólo entonces hállase capacitado para transcribir e i n t e r p r e t a r el h e c h o de q u e se trate. El historiador, desde luego, no debe dejarse influir p o r prejuicios ni dogmas partidistas. Q u i e n e s m a n e j a n los sucesos históricos c o m o armas dialécticas en sus controversias no son historiadores, sino propagandistas y apologistas. Tales expositores no buscan la verdad; sólo aspiran a propagar el ideario de su partido. Son c o m b a t i e n t e s q u e militan en favor de determinadas doctrinas metafísicas, religiosas, nacionalistas, políticas o sociales. Reclaman para los correspondientes escritos investidura histórica con miras a c o n f u n d i r a las almas Cándidas. El historiador aspira, ante todo, al conocimiento. Rechaza el partidismo. No debe, por eso, incidir en juicio valorativo alguno.. El aludido p o s t u l a d o de la Wertfreibeit p u e d e fácilmente ser respetado en el c a m p o de la ciencia apriorística — e s decir, en el t e r r e n o de la lógica, la matemática o la praxeología—, así c o m o en el de las ciencias naturales experimentales. Fácil resulta distinguir, en ese á m b i t o , un t r a b a j o científico e imparcial de o t r o d e f o r m a d o por la superstición, las ideas preconcebidas o la pasión. P e r o en el m u n d o de la historia es m u c h c más difícil atenerse a esa exigencia de neutralidad valorativa. Ello es obvio, por c u a n t o la materia q u e maneja el estudio histórico, es decir, la concreta, accidental y circunstancial ciencia de la acción h u m a n a consiste en juicios de valor y en los cambiantes efectos q u e éstos provocaron. A cada paso tropieza el historiador con juicios valorativos. Sus investigaciones giran en torno a las valoraciones f o r m u l a d a s por aquellas gentes cuyas acciones narra. Se ha dicho que el historiador no p u e d e evitar el juicio valorativo. N i n g ú n historiador -—ni siquiera el m á s ingenuo rep o r t e r o o c r o n i s t a — refleja todos los sucesos c o m o de verdad acontecieron. Ha de discriminar, ha de destacar ciertas realidades, q u e estima de m a y o r trascendencia, silenciando otras circunstancias. Tal selección, se dice, implica ya un juicio valorativo. D e p e n d e de cuál sea la filosofía del n a r r a d o r , por lo cual 88 La Acción Humana n u n c a p o d r á ser imparcial, sino f r u t o de cierto ideario. La historia tiene, por fuerza, que tergiversar los hechos: nunca podrá llegar a ser, en realidad, científica, es decir, imparcial con respecto a las evaluaciones, sin otro o b j e t o que el de descubrir la verdad. No hay d u d a , desde luego, que p u e d e hacerse t o r p e uso de esa forzada selección de circunstancias que la historia implica. P u e d e suceder, y de hecho sucede, que dicha selección del historiador sea dictada por prejuicios partidistas. A h o r a bien, los problemas implícitos son m u c h o más complejos de lo q u e la gente suele creer. Sólo cabe abordarlos previo un minucioso análisis del m é t o d o histórico. Al enfrentarse con cualquier asunto, el historiador maneja todos aquellos conocimientos q u e le b r i n d a n la lógica, las matemáticas, las ciencias naturales y, sobre todo, la praxeología. A h o r a bien, no le b a s t a n , en su labor, las h e r r a m i e n t a s mentales que tales disciplinas no históricas le proporcionan. Constituyen éstas armas auxiliares, indispensables al historiador; sin embargo, no p u e d e el estudioso, amparado sólo en ellas, resolver las graves incógnitas que se le plantean. El curso de la historia d e p e n d e de las acciones de los individuos y de los efectos provocados por dichas actuaciones. A su vez, la acción viene predeterminada por los juicios de valor de los interesados, es decir, por los fines q u e ellos m i s m o s desean alcanzar y los medios que, a tal o b j e t o , aplican. El q u e unos u otros medios sean preferidos t a m b i é n depende del c o n j u n t o de.conocimientos técnicos de q u e se disponga. A veces, gracias a los conocimientos que la praxeología o las ciencias naturales proporcionan, cabe percatarse de los efectos a q u e dieron lugar los medios aplicados. Ahora bien, suscítanse muchos o t r o s pro-, blemas que no pueden ser resueltos recurriendo al auxilio de estas disciplinas. El objeto típico de la historia, para cuya consecución recúrrese a m é t o d o también específico, consiste en e s t u d i a r estos juicios de valor y los efectos provocados por las correspondientes acciones, en tanto en cuanto no es posible su ponderación a la luz de las enseñanzas q u e las demás ramas del saber brin- y r o b l a n as eplstem alógicos 89 dan. La genuina tarea del h i s t o r i a d o r estriba siempre en interpretar las cosas tal y c o m o sucedieron. Sin embargo, únicamente al a m p a r o de los teoremas que las restantes ciencias formulan, puede el historiador dar c u m p l i m i e n t o fiel a tal misión. Al final, siempre tropieza con situaciones para cuyo análisis de nada le sirven las repetidas enseñanzas de ajenas ciencias. Esas notas individuales y peculiares que, en t o d o caso, cada evento histórico presenta sólo pueden ser abordadas mediante la comprensión. Tal unicidad o individualidad típica de cualquier hecho, que resiste cuanta interpretación brinda la lógica, la matemática, la praxeología y las ciencias naturales, constituye un dato irreductible. Mientras las ciencias naturales, al tropezar en su esfera propia con datos o f e n ó m e n o s irreductibles, nada pueden predicar de los mismos más que, en t o d o caso, la realidad de su existencia, la historia, en cambio, aspira a comprenderlos. Sí bien no cabe analizarlos recurriendo a sus causas — n o se trataría de datos irreductibles si ello f u e r a p o s i b l e — , el historiador p u e d e llegar a comprenderlos, por cuanto él mismo es un ser h u m a n o . En la filosofía de Bergson esta clase de conocimientos se denomina intuición, o sea, «la sympathie par laquelle on se t r a n s p o r t e a l'interieur d ' u n objet pour coincider avec ce qu'il a d ' u n i q u e , et par conséquent d'inexprimable» 15. La métodología alemana nos habla de das spezifische Verstehen der Geistesivissenschaften o simplemente de Verstehen. A dicho proceso recurren los historiadores y aun todo el m u n d o , siempre que se trate de examinar pasadas actuaciones h u m a n a s o de pronosticar f u t u r o s eventos. El h a b e r advertido la existencia y la función de esta comprensión constituye u n o de los triunfos más destacados de la metodología m o d e r n a . Sin embargo, con ello, en m o d o alguno quiere decirse nos hallemos ante u n a ciencia nueva, que acabe de aparecer, o ante un n u e v o m é t o d o de investigación al que, en adelante, puedan recurrir las disciplinas existentes. La comprensión a que venimos aludiendo no debe c o n f u n 15 H E N R I BERGSON, La pensée et le tnouvant, pág. 205, 4.' ed. Paiís, 1934. 89 La Acción Humana dirse con u n a aprobación a u n q u e sólo fuera condicional o transitoria. El historiador, el etnólogo y el psicólogo se e n f r e n tan a veces con actuaciones que provocan en ellos repulsión y asco; sin embargo, las comprenden en lo q u e tienen de acción, percatándose de los fines q u e perseguían y los medios técnicos y praxeológicos aplicados a su consecución. El q u e se comprenda d e t e r m i n a d o supuesto individualizado no implica su justificación ni condenación. T a m p o c o d e b e c o n f u n d i r s e la comprensión con el goce estético de un f e n ó m e n o . La « e m p a t h e i a » o compenetración (Einfiihlung) y la comprensión son dos actitudes mentales radicalmente diferentes, Una cosa es comprender históricamente una obra de arte, p o n d e r a n d o su trascendencia, significación e i n f l u j o en el fluir de los acontecimientos, y otra m u y distinta es el apreciarla como tal obra artística, compenetrándose con ella emocionalmente. Se p u e d e c o n t e m p l a r una catedral c o m o historiador; pero también cabe observarla, bien con arrobada admiración, bien con la indiferente superficialidad del simple turista. Una misma persona puede, incluso, ante específica realidad, compenetrarse estéticamente con la misma y, al tiempo, comprenderla por vía científica. La comprensión nos dice q u e un individuo o un g r u p o ha practicado determinada actuación, impelido por personales valoraciones y preferencias, en el deseo de alcanzar ciertos fines, aplicando al efecto específicas enseñanzas técnicas, terapéuticas o praxeológicas. P r o c u r a , además, la comprensión p o n d e r a r los efectos de mayor o m e n o r trascendencia, provocados p o r determinada actuación; es decir, aspira a constatar la importancia de cada acción, o sea, su peculiar influjo en el curso de los acontecimientos. Mediante la comprensión aspírase a analizar m e n t a l m e n t e aquellos f e n ó m e n o s q u e ni la lógica, las matemáticas, la praxeología, ni las ciencias naturales p e r m i t e n aclarar p l e n a m e n t e , prosiguiendo la investigación c u a n d o ya dichas disciplinas no pueden prestar auxilio alguno. Sin e m b a r g o , nunca d e b e permitirse que aquélla contradiga las enseñanzas de estas otras 91 y r o b l a n as eplstem alógicos ramas del saber 16. La existencia real y corpórea del d e m o n i o es proclamada en i n n u m e r a b l e s d o c u m e n t o s históricos q u e , f o r m a l m e n t e , parecen b a s t a n t e fidedignos. N u m e r o s o s tribunales, en juicios celebrados con plenas garantías procesales, a la vista de las declaraciones de testigos e inculpados, proclamaron la existencia de tratos carnales e n t r e el diablo y las b r u j a s . A h o r a bien, pese a ello, no sería hoy admisible q u e ningún historiador pretendiera m a n t e n e r , sobre la base de la comprensión, la existencia física del d e m o n i o y su intervención en los negocios h u m a n o s , f u e r a del m u n d o visionario de alguna mentalidad sobreexcitada. En lo anterior, generalmente, se conviene, p o r lo q u e atañe a las ciencias naturales; sin e m b a r g o , hay historiadores q u e no quieren proceder del m i s m o m o d o c u a n d o de la teoría económica se trata. P r e t e n d e n o p o n e r a los teoremas económicos el c o n t e n i d o de d o c u m e n t o s q u e , se supone, atestiguan realidades contradictorias con verdades praxeológicas. Ignoran que los f e n ó m e n o s complejos no p u e d e n ni d e m o s t r a r ni r e f u t a r la certeza de teorema económico alguno, por lo cual no cabe sean esgrimidos f r e n t e a ningún aserto de índole teórica. La historia económica es posible sólo en razón a q u e existe u n a teoría económica, la cual explica las consecuencias económicas de las actuaciones h u m a n a s . Sin doctrina económica, toda historia r e f e r e n t e a hechos económicos no sería más q u e mera acumulación de d a t o s inconexos, abierta a las más arbitrarias interpretaciones. 8. CONCEPCIÓN Y COMPRENSIÓN La misión de las ciencias de la acción h u m a n a consiste en descubrir el sentido y trascendencia de las distintas actuaciones. Recurren dichas disciplinas, al efecto, a dos diferentes proced i m i e n t o s metodológicos: la concepción y la comprensión. " Vid. Cu. V. LANGLOIS y CK. S E I G N O B O S , hitroduction to History, págs. 205-208, trad. por G. G. Berry, Londres, 1925. tbe Study of 92 La Acción Humana Aquélla es la h e r r a m i e n t a mental de la praxeología; ésta la de la historia. El conocimiento praxeológico es siempre conceptual. Se refiere a c u a n t o es obligado en toda acción h u m a n a . Implica invariablemente manejar categorías y conceptos universales. La cognición histórica, en cambio, se refiere a lo que es específico y típico de cada e v e n t o o c o n j u n t o de eventos. Analiza cada u n o de sus objetos de estudio, ante todo, m e d i a n t e los i n s t r u m e n t o s mentales que las restantes ciencias le proporcionan. Practicada esta labor previa, e n f r é n t a s e con su tarea típica y genuina, la de descubrir m e d i a n t e la comprensión las condiciones privativas e individualizantes del supuesto de q u e se trate. C o m o ya antes se hacía n o t a r , hay quienes suponen q u e la historia nunca p u e d e ser, en verdad, científica, ya que la comprensión histórica hállase condicionada por los propios juicios subjetivos de valor del historiador. La c o m p r e n s i ó n , afírmase, no es más que un e u f e m i s m o tras el cual se esconde la pura arbitrariedad. Los trabajos históricos son siempre parciales y unilaterales, por c u a n t o no se limitan a narrar hechos; más bien sólo sirven para deformarlos. E x i s t e n , desde luego, libros de historia escritos desde dispares p u n t o s de vista. La R e f o r m a ha sido reflejada p o r católicos y también por protestantes. H a y historias «proletarias» e historias «burguesas»; historiadores « t o r y » e historiadores « w h i g » ; cada nación, partido o g r u p o lingüístico tiene sus propios narradores y sus particulares ideas históricas. Pero tales disparidades de criterio nada tienen q u e ver con la intencionada deformación de los hechos por propagandistas y apologistas disfrazados de historiadores. Aquellas circunstancias cuya certeza, a la vista de las f u e n t e s disponibles, resulta indubitable deben ser fielmente reflejadas por el historiador ante todo. En esta materia no cabe la interpretación personal. Se trata de tarea que ha de ser perfeccionada r e c u r r i e n d o a los servicios q u e b r i n d a n las ciencias de índole no histórica. El historiador advierte los f e n ó m e n o s , q u e después reflejará mediante el p o n d e r a d o análisis crítico de las c o r r e s p o n d i e n t e s y r o b l a n as eplstem alógicos 93 fuentes. Siempre q u e sean racionales y ciertas las teorías de las ciencias no históricas q u e el historiador m a n e j e al estudiar sus f u e n t e s , no cabe grave desacuerdo en t o r n o a las circunstancias de hecho c o r r e s p o n d i e n t e s . Los asertos del historiador o c o n f o r m a n con la realidad o la c o n t r a r í a n , lo cual resulta fácil c o m p r o b a r a la vista de los o p o r t u n o s d o c u m e n t o s ; tales afirmaciones, c u a n d o las f u e n t e s no b r i n d e n información bastante, p u e d e ser adolezcan de vaguedad. En tal caso, ios respectivos p u n t o s de vista de los autores lal vez discrepen, p e r o siempre h a b r á n de basar sus opiniones en una racional interpretación de las p r u e b a s disponibles'. D e l d e b a t e q u e d a n , por f u e r z a , excluidas las afirmaciones p u r a m e n t e arbitrarias. A h o r a bien, los historiadores discrepan, con frecuencia, en lo a t i n e n t e a las propias enseñanzas de las ciencias no históricas. R e s u l t a n , así, discordancias p o r lo q u e se refiere al examen crítico de las f u e n t e s y a las conclusiones de las mismas derivadas. Suscítanse insalvables disparidades de criterio. P e r o es de n o t a r q u e no son éstas e n g e n d r a d a s por contradictorias opiniones en torno al f e n ó m e n o histórico en sí, sino por disc o n f o r m i d a d acerca de p r o b l e m a s i m p e r f e c t a m e n t e resueltos por las ciencias de índole no histórica. Un a n t i g u o historiador chino posiblemente afirmaría q u e los pecados del e m p e r a d o r p r o v o c a r o n una catastrófica sequía q u e sólo cesó c u a n d o el p r o p i o g o b e r n a n t e expió sus faltas. N i n g ú n historiador m o d e r n o aceptaría s e m e j a n t e relato. La consignada teoría meteorológica pugna con indiscutidas enseñanzas de la ciencia natural c o n t e m p o r á n e a . No existe, sin e m b a r g o , entre los a u t o r e s similar u n i d a d de criterio por lo q u e atañe a numerosas cuestiones teológicas, biológicas o económicas. De ahí q u e los h i s t o r i a d o r e s disientan e n t r e sí. Q u i e n crea en las d o c t r i n a s racistas, que pregonan la superioridad de los arios nórdicos, estimará inexacto e inadmisible t o d o i n f o r m e q u e aluda a cualquier gran obra de índole intelectual o moral practicada por alguna de las «razas inferiores». No dará a las c o r r e s p o n d i e n t e s f u e n t e s mayor crédito que el que a los historiadores m o d e r n o s merece el antes aludido relato chino. C o n respecto a los f e n ó m e n o s q u e aborda la historia del 94 La Acción Humana cristianismo no hay posibilidad de acuerdo e n t r e quienes consideran los evangelios c o m o sagrada escritura y quienes estím a n l o s d o c u m e n t o s m e r a m e n t e h u m a n o s . Los historiadores católicos y p r o t e s t a n t e s difieren en muchas cuestiones de hecho, al p a r t i r , en sus investigaciones, de ideas teológicas discrepantes. Un mercantilista o un neomercantilista nunca coincidirá con un economista. Cualquier historia monetaria alemana de los años 1 9 1 4 a 1 9 2 3 f o r z o s a m e n t e ha de hallarse condicionada p o r las ideas monetarias de su autor. Q u i e n e s crean en los derechos carismáticos del monarca ungido p r e s e n t a r á n los hechos de la Revolución francesa de m o d o muy distinto a como lo h a r á n quienes comulguen con otros idearios. Los historiadores disienten en las anteriores cuestiones, no c o m o tales historiadores, sino al i n t e r p r e t a r el hecho de que se trate a la luz de las ciencias no históricas, Discrepan e n t r e sí p o r las mismas razones que, con respecto a los milagros de Lourdes, impiden todo acuerdo e n t r e los médicos agnósticos y aquellos o t r o s creyentes que integran el comité dedicado a recoger las p r u e b a s acreditativas de la certeza de tales acaecimientos. U n i c a m e n t e creyendo q u e los hechos, p o r sí solos, escriben su propia historia en la tabula rasa de la m e n t e es posible responsabilizar a los historiadores p o r las aludidas diferencias de criterio; ahora bien, tal actitud implica d e j a r de advertir que jamás la historia p o d r á a b o r d a r s e más q u e partiendo de ciertos presupuestos, de tal suerte q u e todo desacuerdo en t o r n o a dichos presupuestos, es decir, en t o r n o al c o n t e n i d o de las ramas no históricas d e l saber, ha de predeterm i n a r por fuerza la exposición de los hechos históricos. Tales presupuestos modelan igualmente la elección del historiador en lo referente a q u é circunstancias e n t i e n d e d e b a n ser mencionadas y cuáles, por irrelevantes, p r o c e d e omitir, A n t e el problema de p o r q u é cierta vaca no p r o d u c e leche, un veterinario m o d e r n o para nada se preocupará de si el animal ha sido maldecido p o r u n a b r u j a ; ahora bien, hace trescientos años, su despreocupación al respecto no hubiera sido tan absoluta. Del m i s m o m o d o , el h i s t o r i a d o r elige, de e n t r e la infinidad de acaecimientos anteriores al h e c h o examinado, aquéllos y r o b l a n as eplstem alógicos 95 capaces d e p r o v o c a r l o — o d e retrasar s u a p a r i c i ó n — , descart a n d o aquellas otras circunstancias carentes, según su personal concepción de las ciencias no históricas, de i n f l u j o alguno. T o d a m u t a c i ó n en las enseñanzas de las ciencias no históricas exige, p o r consiguiente, u n a nueva exposición de la historia. Cada generación se ve en el caso de a b o r d a r , u n a vez más, los m i s m o s p r o b l e m a s históricos, p o r c u a n t o se le p r e s e n t a n b a j o n u e v a luz. La antigua visión teológica del m u n d o p r o v o c ó un e n f o q u e histórico d i s t i n t o al q u e las m o d e r n a s enseñanzas de las ciencias naturales p r e s e n t a n . La economía política de índole subjetiva da lugar a q u e se escriban obras históricas t o t a l m e n t e d i f e r e n t e s a las f o r m u l a d a s al a m p a r o de las doctrinas mercantilistas. Las divergencias que, p o r razón de las anteriores d i s p a r i d a d e s de criterio, p u e d a n registrar los iibros de los historiadores, e v i d e n t e m e n t e , no son consecuencia de u n a supuesta i m p e r f e c c i ó n o inconcreción de los estudios históricos. A n t e s al c o n t r a r i o , vienen a ser f r u t o de las distintas opiniones que coexisten en el á m b i t o de aquellas o t r a s ciencias q u e suelen considerarse rigurosas y exactas. C o n m i r a s a evitar t o d o posible e r r o r i n t e r p r e t a t i v o , conviene destacar algunos o t r o s e x t r e m o s . Las divergencias de criterio q u e n o s vienen o c u p a n d o nada tienen en c o m ú n con los supuestos siguientes: 1) La voluntaria distorsión de los hechos con fines engañosos. 2) El p r e t e n d e r ensalzar o c o n d e n a r d e t e r m i n a d a s acciones desde p u n t o s de vista legales o morales. 3) El consignar, de m o d o incidental, observaciones que i m p l i q u e n juicios valorativos, en el seno de una exposición de la realidad rigurosa y objetiva. No se p e r j u d i c a la exactitud y certeza de un t r a t a d o de bacteriología p o r q u e su autor, desde un p u n t o de vista h u m a n o , considere fin último la conservación de la vida y, aplicando dicho criterio, califique de b u e n o s los acertados m é t o d o s p a r a destruir microbios y de malos los sistemas en ese s e n t i d o ineficaces. I n d u d a b l e m e n t e , si un germ e n escribiera el m i s m o t r a t a d o , trastocaría los aludidos juicios de valor; sin e m b a r g o , el c o n t e n i d o material del libro sería el 96 La Acción Humana m i s m o en ambos casos. De igual m o d o , un historiador europeo, al tratar de las invasiones mongólicas del siglo» x i n , p u e d e hablar de hechos « f a v o r a b l e s » o «desfavorables» al p o n e r s e en el lugar de los d e f e n s o r e s de la civilización occidental. Ese adoptar los m ó d u l o s valorativos de u n a de las partes en m o d o alguno hace desmerecer el c o n t e n i d o material del estudio, el cual p u e d e ser — h a b i d a cuenta de los conocimientos científicos del m o m e n t o — a b s o l u t a m e n t e o b j e t i v o . U n historiador mongol aceptaría el t r a b a j o í n t e g r a m e n t e , salvo por lo q u e se refiere a aquellas observaciones incidentales. 4) El examinar los conflictos militares o diplomáticos p o r lo q u e atañe sólo a u n o de los bandos. Las pugnas e n t r e g r u p o s antagónicos p u e d e n ser analizadas p a r t i e n d o de las ideas, las motivaciones y los fines q u e impulsaron a u n o solo de los contendientes. Cierto es q u e , para llegar a la c o m p r e n sión plena del suceso, resulta obligado percatarse de la actuación de ambas partes interesadas. La realidad se f r a g u ó al calor del recíproco proceder. A h o r a bien, para c o m p r e n d e r cumplidam e n t e el e v e n t o de q u e se trate, el historiador ha de examinar las cosas tal y como éstas se p r e s e n t a b a n , en su día, a los interesados, evitando q u e d e c o n s t r e ñ i d o el análisis a los hechos b a j o el aspecto en q u e ahora aparecen ante el e s t u d i o s o q u e dispone de todas las enseñanzas de la cultüra c o n t e m p o r á n e a . Una historia q u e se limite a e x p o n e r las actuaciones de Lincoln d u r a n t e las semanas y los meses q u e precedieron a la guerra de secesión americana, desde luego, ha de resultar incompleta. Ahora bien, i n c o m p l e t o es t o d o e s t u d i o de índole histórica. C o n independencia de q u e el historiador p u e d a ser p a r t i d a r i o de los unionistas o de los c o n f e d e r a d o s o que, por el contrario, pueda ser a b s o l u t a m e n t e imparcial en su análisis, cabe p o n d e r e con plena objetividad la política de Lincoln d u r a n t e la primavera de 1 8 6 1 . Su e s t u d i o constituirá obligado a n t e c e d e n t e para p o d e r abordar el más amplio p r o b l e m a a t i n e n t e a p o r q u é estalló la guerra civil americana. Aclarados los anteriores asuntos, cabe, por fin, e n f r e n t a r s e con la cuestión decisiva: ¿ E s q u e acaso la c o m p r e n s i ó n histó- y r o b l a n as eplstem alógicos 97 rica hállase condicionada p o r un e l e m e n t o subjetivo, y, en tal supuesto, c ó m o influye éste en la obra del h i s t o r i a d o r ? En aquella esfera en q u e la c o m p r e n s i ó n limítase a atestiguar q u e los interesados a c t u a r o n impelidos por d e t e r m i n a d o s juicios valorativos, r e c u r r i e n d o al e m p l e o de ciertos m e d i o s específicos, no cabe el d e s a c u e r d o e n t r e auténticos historiadores, es decir, e n t r e estudiosos deseosos de conocer, efectivam e n t e , la v e r d a d del pasado. T a l vez haya i n c e r t i d u m b r e en t o r n o a algún hecho, provocada p o r la insuficiente i n f o r m a c i ó n q u e las f u e n t e s disponibles b r i n d e n . Ello, sin e m b a r g o , n a d a tiene q u e ver con la c o m p r e n s i ó n histórica. El p r o b l e m a a t a ñ e tan sólo a la labor previa q u e con anterioridad a la tarea comprensiva el historiador ha de realizar. P e r o , con independencia de lo a n t e r i o r , m e d i a n t e la comp r e n s i ó n es preciso p o n d e r a r los efectos p r o v o c a d o s p o r la acción y la intensidad de los mismos; ha de analizarse la trascendencia de los móviles y de las acciones. T r o p e z a m o s ahora con una de las más notables diferencias existentes e n t r e la física o la química, de un lado, y las ciencias de la acción h u m a n a , de otro. En el m u n d o de los f e n ó m e n o s físicos y químicos existen (o, al m e n o s , g e n e r a l m e n t e , se s u p o n e existen) relaciones constantes e n t r e las distintas m a g n i t u d e s , siendo capaz el h o m b r e de percibir, con b a s t a n t e precisión, dichas c o n s t a n t e s m e d i a n t e los o p o r t u n o s e x p e r i m e n t o s de laboratorio, P e r o , en el c a m p o de la acción h u m a n a , no se regist r a n tales c o n s t a n t e s relaciones, salvo p o r lo q u e atañe a la terapéutica y a la tecnología física y química. Creyeron los economistas, d u r a n t e u n a época, h a b e r d e s c u b i e r t o u n a relación c o n s t a n t e e n t r e las variaciones cuantitativas de la cantidad de m o n e d a existente y los precios de las mercancías. Suponíase q u e un alza o un descenso en la cantidad de m o n e d a circulante había de p r o v o c a r siempre una variación proporcional en los precios. La economía m o d e r n a ha d e m o s t r a d o , de m o d o defin i t i v o e i r r e f u t a b l e , lo e q u i v o c a d o del s u p u e s t o I n c i d e n en grave e r r o r aquellos economistas q u e p r e t e n d e n sustituir 17 Ver mis adelante cap. XVII, 4. La Acción Humana 98 por u n a «economía c u a n t i t a t i v a » la q u e ellos d e n o m i n a n «econ o m í a cualitativa». En el m u n d o de lo económico no hay relaciones constantes, p o r lo cual toda medición resulta imposible. C u a n d o u n a estadística nos informa de q u e en cierta época un a u m e n t o del 10 por 100 en la producción patatera de Atlantis provocó una b a j a del 8 por 100 en el precio de d i c h o tubérculo, tal ilustración en m o d o alguno prejuzga lo q u e sucedió o pueda suceder en cualquier o t r o lugar o m o m e n t o al registrar una variación la c o r r e s p o n d i e n t e producción de patatas. Los aludidos datos estadísticos no han « m e d i d o » la «elasticid a d de la d e m a n d a » de las papas, ú n i c a m e n t e reflejan un específico e individualizado e v e n t o histórico. N a d i e de mediana inteligencia p u e d e dejar de advertir q u e es variable el aprecio de las gentes p o r lo q u e se refiere a patatas o cualquier otra mercancía. No estimamos todos las mismas cosas de m o d o idéntico y aun las valoraciones de un d e t e r m i n a d o s u j e t o m ú d a n s e al variar las circunstancias c o n c u r r e n t e s l s . F u e r a del c a m p o de la historia económica, nadie supuso jamás q u e las relaciones h u m a n a s registraran relaciones constantes. En las pasadas pugnas e n t r e los europeos y los pueblos atrasados de otras razas, un soldado blanco, desde luego, equivalía a varios indígenas. A h o r a bien, a necio alguno ocurriósele, ante tal realidad, « m e d i r » la m a g n i t u d de la superioridad europea. La imposibilidad, en este terreno, de toda medición no ha de ser atribuida a una supuesta imperfección de los métodos técnicos al efecto empleados. P r o v i e n e , en c a m b i o , de la ausencia de relaciones constantes en la materia analizada. Si se debiera a u n a insuficiencia técnica, cabría, al m e n o s en ciertos casos, llegar a cifras aproximadas. P e r o no; el p r o b l e m a estriba, c o m o se decía, en q u e no hay relaciones constantes. Contrariam e n t e a lo q u e ignorantes positivistas se complacen en repetir, la economía en m o d o alguno es u n a disciplina atrasada por no ser «cuantitativa». Carece de esta condición y no se embarca en mediciones p o r c u a n t o no maneja constantes. Los d a t o s estadísticos referentes a realidades económicas son d a t o s pura" Vid. infra cap. XI, 4. y r o b l a n as eplstem alógicos 99 m e n t e históricos. I l ú s t r a n n o s acerca de lo q u e sucedió en un caso específico q u e no volverá a repetirse. Los f e n ó m e n o s físicos p u e d e n i n t e r p r e t a r s e sobre la base de las relaciones constantes descubiertas m e d i a n t e la experimentación. Los hechos históricos no a d m i t e n tal t r a t a m i e n t o . Cabe q u e el historiador registre cuantos factores contribuyeron a p r o v o c a r un cierto e v e n t o , así c o m o aquellas o t r a s circunstancias que se oponían a su aparición, las cuales pudier o n retrasar o paliar el efecto, en definitiva, conseguido. A h o r a bien, tan sólo m e d i a n t e la c o m p r e n s i ó n p u e d e el investigador o r d e n a r los distintos factores causales con criterio c u a n t i t a t i v o , en relación a los efectos provocados. Ha de recurrir forzosam e n t e a la comprensión si quiere asignar a cada u n o de los n factores concurrentes su respectiva trascendencia en o r d e n a la aparición del efecto p. En el t e r r e n o de la historia, la comprensión equivale, p o r así decirlo, al análisis cuantitativo y a la medición. La c o r r e s p o n d i e n t e técnica p o d r á ilustrarnos acerca de cuál deba ser el grosor de una plancha de acero para q u e no la p e r f o r e la bala de un fusil « W i n c h e s t e r » disparada a una distancia de 3 0 0 yardas. Tal información nos p e r m i t i r á saber por q u é f u e o no f u e alcanzado p o r d e t e r m i n a d o proyectil un individuo s i t u a d o detrás de u n a chapa de acero de cierto espesor, La historia, en cambio, es incapaz de explicar, con semej a n t e simplicidad, p o r qué se h a n i n c r e m e n t a d o en un 10 por 100 ios precios de la leche; p o r q u é el p r e s i d e n t e Roosevelt venció al g o b e r n a d o r D c w e y en las elecciones de 1 9 4 4 ; o por qué Francia, de 1 8 7 0 a 1 9 4 0 , se g o b e r n ó por una constitución republicana. E s t o s p r o b l e m a s sólo m e d i a n t e la comprensión p u e d e n ser a b o r d a d o s . La c o m p r e n s i ó n aspira a p o n d e r a r la trascendencia específica de cada circunstancia histórica. No es lícito, desde luego, al m a n e j a r la c o m p r e n s i ó n , recurrir a la arbitrariedad o al capricho. La libertad del historiador hállase limitada por la obligación de explicar racionalmente la realidad. Su única aspiración d e b e ser la de alcanzar la verdad, A h o r a bien, en la compresión aparece por fuerza un e l e m e n t o de subjetividad. Hállase 100 La Acción Humana la misma siempre matizada por la propia personalidad del s u j e t o y viene, p o r t a n t o , a reflejar la mentalidad del expositor. Las ciencias apriorísticas — l a lógica, la m a t e m á t i c a y la p r a x e o l o g í a — aspiran a f o r m u l a r conclusiones u m v e r s a l m e n t e válidas para t o d o ser q u e goce de la estructura lógica típica de la m e n t e h u m a n a . Las ciencias naturales buscan conocimientos válidos para todos aquellos seres q u e no sólo disponen de la facultad h u m a n a de raciocinar, sino q u e se sirven además de los m i s m o s sentidos que el h o m b r e . La u n i f o r m i d a d h u m a n a p o r lo q u e atañe a la lógica y a la sensación confiere a tales ramas del saber su universal validez. Sobre esta idea se ha o r i e n t a d o hasta ahora la labor de los físicos. Sólo ú l t i m a m e n t e han c o m e n z a d o dichos investigadores a advertir las limitaciones con q u e en sus tareas tropiezan y, r e p u d i a n d o la excesiva ambición anterior, h a n d e s c u b i e r t o el «principio de la i n c e r t i d u m b r e » . A d m i t e n ya la existencia de cosas q u e escapan a la observación, lo cual suscítales p r o b l e m a s epistemológicos La c o m p r e n s i ó n histórica nunca p u e d e llegar a conclusiones que, lógicamente, hayan de ser aceptadas p o r todos. D o s historiadores, pese a que coincidan en la interpretación de las ciencias no históricas y convengan en los hechos c o n c u r r e n t e s en c u a n t o q u e p a dejar éstos sentados sin recurrir a la comprensión de la respectiva trascendencia de los m i s m o s , pueden hallarse, sin e m b a r g o , en total desacuerdo c u a n d o se trate de aclarar este ú l t i m o extremo. Tal vez hállense concordes en q u e los factores a, b y c c o n t r i b u y e r o n a provocar el efecto p y, sin embargo, pueden disentir g r a v e m e n t e al p o n d e r a r la trascendencia de cada u n o de dichos factores en el r e s u l t a d o finalm e n t e producido. P o r cuanto la comprensión aspira a percatarse de la respectiva trascendencia de cada u n a de las circunstancias concurrentes, resulta t e r r e n o a b o n a d o para los juicios subjetivos. Estos, desde luego, no implican juicios valorativos " Vid. A. York, 1939. EDDINGTON, The Philosopby o¡ Physical Science, págs, 28-48. Nueva y r o b l a n as eplstem alógicos 101 ni reflejan las preferencias del historiador. E s t a m o s a n t e juicios de trascendencia 20. Por diversas razones cabe disientan e n t r e sí los historiadores. Tal vez sustenten dispares criterios p o r lo q u e a t a ñ e a las enseñanzas de las ciencias no históricas; tal vez sus diferencias surjan de sus respectivos conocimientos, más o m e n o s perfectos, de las correspondientes f u e n t e s , y tal vez difieran por sus ideas acerca de los motivos y aspiraciones de los interesados o acerca de los medios q u e , al efecto, aplicaron. Ahora bien, en rodas estas cuestiones cabe llegar a fórmulas de avenencia, previo un examen racional, « o b j e t i v o » , de los hechos; no es imposible alcanzar un acuerdo, en términos generales, acerca de tales problemas. A las discrepancias entre historiadores, con m o t i v o de sus respectivos juicios de trascendencia, sin embargo, no se p u e d e e n c o n t r a r soluciones q u e todos forzosam e n t e hayan de aceptar. Los m é t o d o s intelectivos de la ciencia no difieren específicamente de los q u e el h o m b r e corriente aplica en su c o t i d i a n o razonar. El científico utiliza las mismas h e r r a m i e n t a s mentales q u e el lego; ahora bien, las emplea con mayor precisión y pericia. La comprensión en m o d o alguno constituye exclusivo privilegio de historiadores. T o d o el m u n d o se sirve de ella. Cualquiera, al observar las condiciones de su m e d i o a m b i e n t e , adopta u n a actitud de historiador. Al e n f r e n t a r s e con la incert i d u m b r e de f u t u r a s circunstancias, todos y cada u n o recurren a la comprensión. M e d i a n t e ella aspira el especulador a comprender la respectiva trascendencia de los diversos factores intervinientes que plasmarán la realidad f u t u r a . P o r q u e la acción — h a g á m o s l o n o t a r desde ahora al inciar nuestras investigaciones— se e n f r e n t a siempre y p o r fuerza con el f u t u r o , es decir, con circunstancias inciertas, por lo cual, al actuar invariablemente tiene carácter especulativo. El h o m b r e contempla el f u t u r o , por decirlo así, con ojos de historiador. " Como no tratamos de estudiar la metodología en general, sino sólo los fundamentos indispensables para un tratado de economía, no es preciso insistir sobre las analogías existentes entre la comprensión de ia trascendencia histórica y la labor del médico al diagnosticar. Examinar ahora la metodología de la biología desbordaría los límites de nuestro estudio. 102 La Acción Humana HISTORIA NATURAL E HISTORIA HUMANA La cosmogonía, la geología y las ciencias que se ocupan de las acaecidas mutaciones biológicas son, todas ellas, disciplinas históricas, por cuanto el objeto de su estudio consiste en hechos singulares que sucedieron en el pasado. Ahora bien, tales ramas del saber se atienen exclusivamente al sistema epistemológico de las ciencias naturales, por lo cual no precisan recurrir a la comprensión. A veces, vense obligadas a ponderar magnitudes de un modo sólo aproximado. Dichos cálculos estimativos no implican, sin embargo, juicios de trascendencia. Se trata simplemente de determinar relaciones cuantitativas de un modo menos perfecto que el que supone la medición «exacta». Nada tiene ello que ver con aquella situación que se plantea en el campo de la acción humana, donde nunca hay relaciones constantes. Por eso, al decir historia, pensamos exclusivamente en historia de las actuaciones humanas, terreno en el que la comprensión constituye la típica herramienta mental. Contra aquel aserto según el cual Ja moderna ciencia natural debe al método experimental todos sus triunfos, suele aducirse el caso de la astronomía. Ahora bien, la astronomía contemporánea no supone, en definitiva, sino la aplicación a los cuerpos celestes de leyes físicas descubiertas en nuestro planeta de modo experimental. Antiguamente, los estudios astronómicos venían a suponer que los cuerpos celestes se movían con arreglo a órbitas inmutables. Copérnico y Kepler intentaban adivinar, simplemente, qué tipo de curvas describía la Tierra alrededor del Sol. Por estimarse la circunferencia como la curva «más perfecta», Copérnico la adoptó en su hipótesis. Por una conjetura similar, Kepler, más tarde, recurrió a la elipse. Sólo a partir de los descubrimientos de Newton llegó a ser la astronomía una ciencia natural, en sentido estricto. 9. S O B R E LOS TIPOS IDEALES La historia se interesa p o r hechos singulares, q u e nunca se repetirán, es decir, por ese irreversible fluir de los acaecimientos h u m a n o s . No cabe aludir a ningún acontecimiento histórico y r o b l a n as eplstem alógicos 103 sin referirse a los interesados en el m i s m o , así c o m o al lugar y la fecha en q u e se p r o d u j o . Si un suceso p u e d e ser n a r r a d o sin aludir a dichas circunstancias es p o r q u e carece de condición histórica, c o n s t i t u y e n d o un f e n ó m e n o de aquellos por los que las ciencias naturales se interesan. El relatar q u e el profesor X el día 20 de f e b r e r o de 1 9 4 5 practicó en su laboratorio d e t e r m i n a d o e x p e r i m e n t o es una narración de índole histórica. Considera, sin embargo, o p o r t u n o el físico prescindir de la personalidad del actor, así c o m o de la fecha y del lugar del caso. Alude tan sólo a aquellas circunstancias que considera trascendentes en orden a provocar el efecto en cuestión, las cuales, siempre q u e sean reproducidas, darán otra vez lugar al mismo resultado. De esta suerte t r a n s f ó r m a s e aquel suceso histórico en un hecho de los m a n e j a d o s por las ciencias naturales empíricas. Prescíndese de la intervención del e x p e r i m e n t a d o r , quien se desea aparezca más bien c o m o simple o b s e r v a d o r o imparcial n a r r a d o r de la realidad. No c o m p e t e a la praxeología ocuparse de los problemas epistemológicos q u e tal actitud implica. Los p r o p i o s cultivadores de la física m o d e r n a comienzan a advertir los peligros q u e aquella autodeificación puede encerrar. Si b i e n , en cnalciuier caso, los hechos históricos son singulares e ¡rreproducibles, todos ellos tienen de común e n t r e sí el constituir siempre acción h u m a n a . La historia los aborda por c u a n t o suponen actuaciones h u m a n a s ; percátase de su significación m e d i a n t e la cognición praxeolópica y c o m p r e n d e aquélla c o n t e m p l a n d o las circunstancias singulares e individuales del caso en cuestión. Lo q u e interesa a la historia es ú n i c a m e n t e la significación atribuida a la realidad de q u e se trate p o r los individuos intervinientes. es decir, la q u e les merezca el e s t a d o de cosas q u e p r e t e n d e n alterar, la q u e atribuyan a sus propias actuaciones y la concedida a los resultados provocados por su intervención. La historia ordena y clasifica los i n n ú m e r o s acaecimientos con arreglo a su respectiva significación. Sistematiza los objetos de su e s t u d i o — h o m b r e s , ideas, instituciones, entes sociales, m e c a n i s m o s — con arreglo a la similitud de significación q u e v 104 La Acción Humana e n t r e sí p u e d a n éstos tener. P l a s m a , según dicha similitud, con los aludidos elementos, los tipos ideales. Son tipos ideales los conceptos manejados en la investigación histórica, así como los utilizados para reflejar los resultados de dichos estudios. Los tipos ideales constituyen, por t a n t o , conceptos de comprensión. N a d a tienen q u e ver con las categorías y los conceptos praxeológicos o con los conceptos de las ciencias naturales. Los aludidos tipos ideales en m o d o alguno constituyen conceptos de clase, p o r c u a n t o no implican aquellas notas características cuya presencia en un o b j e t o determ i n a d o p e r m i t e clasificar a éste sin h a b e r lugar a la d u d a en la clase de q u e se trate. Los tipos ideales no pueden ser o b j e t o de definición; para su descripción es preciso e n u m e r a r aquellos rasgos q u e , g e n e r a l m e n t e , c u a n d o concurren en un caso concreto, permiten decidir si el s u p u e s t o p u e d e o no incluirse en el t i p o ideal c o r r e s p o n d i e n t e . C o n s t i t u y e nota característica de t o d o tipo ideal el q u e no sea imperativa la presencia de todos sus rasgos específicos en aquellos supuestos concretos q u e merezcan la calificación en cuestión. El q u e la ausencia de algunas de dichas características vede o no q u e un caso d e t e r m i n a d o sea considerado c o m o c o r r e s p o n d i e n t e al tipo ideal de q u e se trate d e p e n d e de un juicio de trascendencia, p l a s m a d o mediante la comprensión. E n g e n d r a el tipo ideal, en definitiva, la comprensión intuitiva de los motivos, las ideas y los pronósitos de los individuos que actúan, así c o m o la de los medios q u e aplican. El tipo ideal nada tiene q u e ver con p r o m e d i o s estadísticos. La m a y o r parte de los rasgos q u e le caracterizan no a d m i t e n la ponderación numérica, p o r lo cual es imposible pensar en deducir medias aritméticas en esta materia. P e r o no es ése el m o t i v o f u n d a m e n t a l q u e obliga a consignar el a n t e r i o r aserto. Los p r o m e d i o s estadísticos nos ilustran acerca de c ó m o proceden los sujetos integrantes de u n a cierta clase o g r u p o , f o r m a d o , de a n t e m a n o , en virtud de u n a definición o tipificación, q u e maneja ciertas notas c o m u n e s , en s u p u e s t o s ajenos a los aludidos por la indicada definición o tipificación. Ha de constar la pertenencia a la clase o g r u p o en cuestión antes de q u e el y r o b l a n as eplstem alógicos 105 estadístico p u e d a comenzar a averiguar c ó m o proceden los sujetos estudiados en casos especiales, sirviéndose de los resultados de esta investigación para deducir medias aritméticas. Cabe d e t e r m i n a r la media de la edad de los senadores americanos y también cabe averiguar, p r o m e d i a n d o , c ó m o reacciona, ante cierta circunstancia, una d e t e r m i n a d a clase de personas formada p o r individuos de la misma e d a d . A h o r a bien, lo q u e , lógicamente, resulta imposible es f o r m a r una clase sobre la base de que sus m i e m b r o s registren las mismas cifras promedias. Sin la ayuda de los tipos ideales no cabe a b o r d a r problema histórico alguno. Ni a u n c u a n d o el historiador se ocupa de un solo individuo o de un hecho singular, puede evitar referirse a tipos ideales. Al tratar de N a p o l e ó n , el estudioso habrá de aludir a tipos ideales tales c o m o los de c a p i t á n , dictador o jefe revolucionario; si se e n f r e n t a con la Revolución francesa, tendrá q u e m a n e j a r los tipos ideales de revolución, desintegración de un régimen, anarquía, etc. Tal vez la alusión a cierto tipo ideal consista sólo en negar la aplicabilidad del mismo al caso de q u e se trata. De u n a f o r m a u otra, cualquier acontecimiento histórico ha de ser descrito e i n t e r p r e t a d o sobre la base de tipos ideales. El p r o f a n o , por su parte, igualmente ha de manejar, cuando p r e t e n d e a b o r d a r hechos pasados o f u t u r o s , tipos ideales, y a éstos recurre de m o d o inconsciente. Sólo m e d i a n t e la comprensión cabe decidir si procede o no aludir a d e t e r m i n a d o tipo ideal para la m e j o r a p r e h e n s i ó n mental del f e n ó m e n o de q u e se trate. El tipo ideal no viene a condicionar la c o m p r e n s i ó n ; antes al contrario, es el deseo de u n a más perfecta comprensión lo que exige e s t r u c t u r a r y emplear los correspondientes tipos ideales. Plásmanse los tipos ideales m e d i a n t e las ideas y conceptos f o r m u l a d o s por las ciencias de índole no histórica. T o d a cognición histórica hállase, desde luego, condicionada, c o m o decíamos, p o r las enseñanzas del c o n t e m p o r á n e o saber; en éste apóyase y jamás p u e d e contradecirlo, Ahora bien, lo cierto es q u e el conocimiento histórico interésase por asuntos y emplea m é t o d o s t o t a l m e n t e diferentes a los de las aludidas ciencias. La Acción Humana 106 las cuales, p o r su parte, no p u e d e n recurrir a la comprensión. P o r ello, los tipos ideales nada tienen en común con los conceptos que manejan las ciencias no históricas. Lo m i s m o les sucede con respecto a las categorías y conceptos praxeológicos. Los repetidos tipos ideales, desde luego, brindan las ineludibles herramientas mentales q u e el e s t u d i o de la historia exige. No se ampara, sin embargo, en ellos el historiador para desarrollar aquella su labor de c o m p r e n d e r hechos individuales y singulares. P o r tanto, jamás podrá constituir un tipo ideal la simple adopción de cierto concepto praxeológico. Sucede con frecuencia q u e vocablos empleados por la praxeología para designar determinados conceptos praxeológicos utilízanlos también los historiadores para aludir a ciertos tipos ideales. En tal caso, el historiador está sirviéndose de una misma palabra para expresar dos ideas distintas. En ocasiones empleará el t é r m i n o para designar el correspondiente concepto praxeológico. Con m a y o r frecuencia, sin embargo, recurrirá al mismo para aludir al tipo ideal. En este último supuesto, el historiador atribuye a dicha palabra un significado d i s t i n t o de aquel que, en el t e r r e n o praxeológico, le corresponde; cambia su trascendencia al servirse de la misma en distinto á m b i t o científico. I d é n t i c o vocablo viene a representar ideas diferentes; estamos ante un caso de h o m o n i m i a . El concepto económico de «empresario» no coincide con el t i p o ideal «empresario» que la historia económica y la economía descriptiva m a n e j a n . (Una tercera significación corresponde al concepto legal de «empresario».) El t é r m i n o «empresario», en el terreno económico, encarna una idea precisa y específica, idea q u e , en el marco de la teoría del mercado, sirve para designar una función claram e n t e individualizada 2 1 . El ideal tipo histórico de «empresario» no abarca los mismos sujetos q u e el concepto económico. N a d i e piensa, al hablar de « e m p r e s a r i o » , en el limpiabotas, ni en el taxista q u e trabaja con su p r o p i o automóvil, en el v e n d e d o r ambulante, ni en el h u m i l d e labriego. T o d o lo q u e la economía predica de los empresarios es rigurosamente 31 Ver más adelante cap. XIV, 7. y r o b l a n as eplstem alógicos 107 aplicable a cuantos integran la aludida clase con total independencia de las particulares circunstancias de t i e m p o , espa ció U ocupación que a cada particular p u e d a n c o r r e s p o n d e r . P o r el contrario, lo q u e la historia económica establece en relación con sus tipos ideales p u e d e variar según las circunstancias particulares de las distintas edades, países, tipos de negocio y demás situaciones. Por eso, los historiadores apenas manejan el tipo ideal general de « e m p r e s a r i o » . I n t e r é s a n s e más p o r ciertos tipos empresariales específicos, tales c o m o el americano de los tiempos de J e í f e r s o n , el de la industria pesada alemana en la época de G u i l l e r m o I I , el c o r r e s p o n d i e n t e a la industria textil de N u e v a Inglaterra en las décadas q u e precedieron a la primera guerra mundial, el de la haute finance protestante de París, el de e m p r e s a r i o autodidacta, etc. La circunstancia de q u e resulte o no o p o r t u n o plasmar determinados tipos ideales d e p e n d e exclusivamente del m o d o de comprensión q u e se persiga. H o y en día es f r e c u e n t e recurrir a dos conocidos tipos ideales: el integrado por los partidos de izquierda (progresistas) y el de los partidos de derecha (fascistas). E n t r e los p r i m e r o s inclúyense las democracias occidentales, algunas de las dictaduras iberoamericanas y el bolchevismo ruso; el segundo g r u p o lo f o r m a n el fascismo italiano y el nazismo alemán. Tal clasificación es f r u t o de un cierto modo tic comprensión. O t r a f o r m a de ver las cosas prefiere contrastar la democracia y la dictadura. En tal caso, el bolchevismo ruso, el fascismo italiano y el nazismo alemán pertenecen al tipo ideal de régimen dictatorial, m i e n t r a s los sistemas occidentales de gobierno c o r r e s p o n d e n al t i p o ideal democrático. F u e un e r r o r f u n d a m e n t a l de la escuela histórica de las. Wirtschaftliche Staatswissenschaften, en Alemania, y del Institucionalismo, en N o r t e a m é r i c a , el considerar q u e la ciencia económica lo q u e estudia es la c o n d u c t a de un cierto tipo ideal, el homo oeconomicus. La economía clásica u ortodoxa — a s e gura dicho i d e a r i o — no se o c u p ó del h o m b r e ta! y como en verdad es y actúa, limitándose a analizar la conducta de un imaginario ser guiado exclusivamente p o r motivos económicos, impelido sólo p o r el deseo de cosechar el m á x i m o beneficio 108 La Acción Humana material y m o n e t a r i o . Ese s u p u e s t o personaje jamás gozó de existencia real; es tan sólo un f a n t a s m a creado por arbitrarios filósofos de café. A nadie impele, de m o d o exclusivo, el deseo de enriquecerse al m á x i m o ; muchas gentes ni siquiera experim e n t a n esas materialistas apetencias. I m p e r t i n e n t e resulta, al estudiar la vida y la historia, perder el tiempo ocupándose de tan fantasmal engendro, Pero, con independencia de la posible significación que los economistas clásicos concedieran a la figura del homo oeconomicus, es preciso advertir q u e ésta, en ningún caso, podía implicar un tipo ideal. En efecto, la abstracción de una faceta o aspecto de las múltiples aspiraciones y apetencias del h o m b r e no implica la plasmación de un tipo ideal. A n t e s al contrario, el tipo ideal viene a representar «siempre f e n ó m e n o s complejos realmente existentes, ya sean de índole h u m a n a , institucional o ideológica. La economía clásica p r e t e n d i ó explicar el f e n ó m e n o de la formación de los precios. P l e n a m e n t e advertían aquellos pensadores que los precios en modo alguno son f r u t o exclusivamente engendrado por la actuación de un específico g r u p o de personas, sino la resultante provocada por la recíproca acción de cuantos en el mercado operan. P o r ello proclamaron q u e los precios vienen condicionados p o r la oferta y la demanda, P e r o aquellos economistas fracasaron l a m e n t a b l e m e n t e al pretender estructurar una admisible teoría del valor, No supieron resolver la aparente antinomia del valor. Les desconcertaba la paradoja de que «el oro» valiera más que «el h i e r r o » , pese a ser éste más «útil» q u e aquel. Tal deficiencia les impidió advertir que las apetencias de los consumidores constituían la única causa y razón de la producción y el i n t e r c a m b i o mercantil. P o r ello tuvieron q u e a b a n d o n a r su ambicioso plan de llegar a estructurar una teoría general de la acción h u m a n a . Contentáronse con f o r m u l a r una teorfa dedicada exclusivamente a ( explicar las actividades del h o m b r e de empresa, d e s c u i d a n d o el hecho de q u e ias preferencias de todos y cada u n o de los h u m a n o s es el decisivo factor económico. I n t e r e s á r o n s e sólo por el proceder del h o m b r e de negocios, q u e aspira siempre a y r o b l a n as eplstem alógicos 109 comprar en el mercado más b a r a t o y a v e n d e r en el más caro. El c o n s u m i d o r q u e d a b a excluido de su c a m p o de observación. P r e t e n d i e r o n más tarde los c o n t i n u a d o r e s de los economistas clásicos explicar y justificar dicha actitud investigadora sobre la base de q u e era un m é t o d o intencionalmente a d o p t a d o y, por razones epistemológicas, procedente. M a n t e n í a n q u e los aludidos estudiosos, de m o d o deliberado, quisieron ceñir sus investigaciones a una d e t e r m i n a d a faceta de la acción h u m a n a : al aspecto «económico». D e s e a b a n ocuparse tan sólo de la imaginaria figura del h o m b r e impelido, de manera exclusiva, por motivaciones «económicas», d e j a n d o de lado cualesquiera otras, pese a constarles q u e las gentes, en realidad, actúan movidas por n u m e r o s o s impulsos de índole « n o económica». Algunos de estos exegetas aseguraron q u e el análisis de esas motivaciones ú l t i m a m e n t e aludidas no correspondía a la ciencia económica, sino a otras ramas del saber. T a m b i é n h u b o quienes, si bien convenían en q u e el e x a m e n de las repetidas apetencias «no económicas», así c o m o su influjo en la formación de los precios, competía a la economía, o p i n a b a n q u e dicha tarea debería ser abordada más tarde por ulteriores generaciones. Comp r o b a r e m o s después q u e la consignada distinción entre motivos «económicos» y « n o económicos» es imposible de mantener 21. De m o m e n t o basta con resaltar que esas doctrinas que pretenden limitar la investigación al aspecto «económico» de la acción h u m a n a vienen a falsear y tergiversar por completo las enseñanzas de los economistas clásicos. J a m á s pretendieron éstos lo q u e sus comentaristas s u p o n e n . Interesábanse por aclarar la formación de los precios efectivos y verdaderos, d e s e n t e n d i é n d o s e de aquellos imaginarios precios que surgirían si las gentes operaran b a j o unas hipotéticas condiciones distintas de las q u e e f e c t i v a m e n t e concurren. Los precios q u e p r e t e n d i e r o n y llegaron a explicar — s i bien olvidándose de las apetencias y elecciones de los c o n s u m i d o r e s — son los precios auténticos de mercado. La oferta y la d e m a n d a de que nos hablan constituyen realidades efectivas, engendradas por aquellas múltiples motivaciones q u e inducen a los h o m b r e s a com" Ver más adelante cap. XIV, 1, 3 y A. La Acción Humana 110 p r a r o a v e n d e r . Su teoría resultaba incompleta por c u a n t o a b a n d o n a b a n el análisis de la verdadera f u e n t e y origen de la d e m a n d a , d e s c u i d a n d o el remontarse a las preferencias de los consumidores. No lograron, por eso, estructurar una teoría de la demanda p l e n a m e n t e satisfactoria. Jamás, sin e m b a r g o , supusieron que la d e m a n d a — e m p l e a n d o el vocablo tal y como ellos en sus escritos lo u t i l i z a n — f u e r a e s t r u c t u r a d a , exclusiva m e n t e , por m o t i v o s «económicos», negando trascendencia a los « n o económicos». D e j a r o n , efectivamente, de lado, p o r desgracia, el estudio de las apetencias de los consumidores, limitando su e x a m e n a la actuación del h o m b r e de empresa. Su teoría de los precios, no obstante, pretendía abordar los precios reales, si bien, como decíamos, prescindiendo de los motivos y voliciones q u e impulsan a los consumidores a actuar de u n o u otro m o d o . Nace la m o d e r n a economía subjetiva c u a n d o se logra resolver la aparente antinomia del valor. Sus teoremas en m o d o alguno contráense ya a las actuaciones del h o m b r e de empresa y para nada se interesan p o r el imaginario homo oeconomicus. P r e t e n d e n aprehender las inmodificables categorías q u e inform a n la acción h u m a n a en general. A b o r d a n el e x a m e n de los precios, de los salarios o del interés, sin interesarse por las motivaciones personales que inducen a las gentes a c o m p r a r y vender o a abstenerse de c o m p r a r y vender. H o r a es ya de repudiar aquellas estériles construcciones que p r e t e n d í a n justificar las deficiencias de los clásicos a base de recurrir al fantasmagórico homo oeconomicus. 10. E L MÉTODO D E L A ECONOMÍA POLÍTICA La praxeología, en definitiva, tiene por o b j e t o investigar las categorías de la acción h u m a n a . Para a p r e h e n d e r mentalm e n t e cuantos teoremas praxeológicos existen, el p e n s a d o r no necesita sino percatarse de la esencia misma de la acción del h o m b r e . P o r c u a n t o somos personas, tal c o n o c i m i e n t o hállase ínsito en nosotros; ningún ser h u m a n o carece de dicha ilustración, salvo q u e influencias patológicas le hayan reducido a y r o b l a n as eplstem alógicos 111 una existencia m e r a m e n t e vegetativa. Para c o m p r e n d e r cabalm e n t e los aludidos teoremas no se requiere acudir a experimentación alguna. Es más; n i n g ú n conocimiento experimental, p o r amplio q u e f u e r a , haría comprensibles los correspondientes datos a quien de a n t e m a n o no supiera en q u é consiste la actividad h u m a n a , Sólo m e d i a n t e el análisis lógico de aquellos conocimientos q u e llevamos d e n t r o , referentes a la categoría de acción, es posible la asimilación mental de los teoremas en cuestión. D e b e m o s concentrarnos y reflexionar sobre la estructura misma de la actividad h u m a n a . El conocimiento praxeológico, c o m o el lógico y el matemático, lo llevamos en nuestro interior; no n o s viene de f u e r a . T o d o s los conceptos y teoremas de la praxeología hállanse implícitos en la propia categoría de acción h u m a n a . En o r d e n a alcanzar el conocimiento praxeológico, lo f u n d a m e n t a l es analizar y d e d u c i r los aludidos conceptos y teoremas, extraer las correspondientes conclusiones y d e t e r m i n a r las características universales del actuar c o m o tal. Una vez conocidos los requisitos típicos de toda actuación, conviene dar un paso más en el sentido d e d e t e r m i n a r — d e s d e luego, d e u n m o d o p u r a m e n t e categórico y f o r m a l — los requisitos, ya más específicos, co rrespondientes a f o r m a s especiales de actuar. Cabría a b o r d a r esta segunda tarea f o r m u l a n d o imaginariamente cuantas situaciones resulten pensables, para deducir, seguidamente, las correspondientes conclusiones lógicas. Tal sistemática omnicomprensiva nos ilustraría no sólo acerca de la acción h u m a n a tal y c o m o se p r o d u c e en este m u n d o real, d o n d e vive y actúa el h o m b r e , sino también acerca de unas hipotéticas acciones q u e se registrarían en el caso de concurrir las irrealizables condiciones de imaginarios m u n d o s . P e r o lo q u e la ciencia p r e t e n d e es percatarse de la realidad. La investigación científica no es ni mera gimnasia mental ni p a s a t i e m p o lógico. De ahí q u e la praxeología restrinja su estudio al análisis de la acción tal y como aparece b a j o las condiciones y p r e s u p u e s t o s del m u n d o de la realidad. U n i c a m e n t e en dos s u p u e s t o s abórdase la acción tal como aparecería b a j o condiciones q u e ni nunca se h a n p r e s e n t a d o ni en el m o m e n t o 112 La Acción Humana actual p u e d e n aparecer. La praxeología, p o r eso, pertinentem e n t e ocúpase del análisis de posibles realidades q u e aún no se han p r o d u c i d o y no m e n o s se interesa por planteamientos imaginarios e impracticables, siempre y c u a n d o tal análisis permita una m e j o r percepción de los efectivos f e n ó m e n o s q u e se trate de examinar *. Sin embargo, esta alusión a la realidad experimental en m o d o alguno afecta al carácter apriorístico de la praxeología y de la economía. N u e s t r o s conocimientos experimentales vienen s i m p l e m e n t e a indicarnos cuáles son los problemas q u e conviene examinar y cuáles procede d e s a t e n d e r . I n f ó r m a n n o s acerca de q u é d e b a m o s analizar, p e r o nada nos dicen de cómo debamos proceder en nuestra investigación. A m a y o r a b u n d a m i e n t o , no es la experiencia, sino el p r o p i o pensar, el que nos ilustra acerca de q u é imaginarios p l a n t e a m i e n t o s conviene analizar para m e j o r a p r e n h e n d e r lo q u e en el m u n d o leal sucede. El q u e el t r a b a j o fatigue no es una realidad de índole categórica y apriorística. C a b e imaginar, sin incidir en contradicción lógica, un m u n d o en el que el t r a b a j o no fuera p e n o s o y deducir las correspondientes conclusiones 23. Ahora bien, en la vida real c o n t i n u a m e n t e tropezamos con la « d e s u t i l i d a d » del trabajo. Sólo si toma en cuenta dicha realidad, p u e d e un teorema económico servirnos para c o m p r e n d e r m e j o r c u a n t o sucede a n u e s t r o alrededor. A d v e r t i m o s , desde luego, la penosidad del trabajo. Tal. ilustración, sin embargo, no nos la proporciona la experiencia directamente. No existe, en efecto, f e n ó m e n o alguno q u e , por sí solo, p r e d i q u e la «desutilidad» del trabajo. La realidad n o s ofrece ciertos datos de índole e x p e r i m e n t a l , los cuales, interpretados a la luz del conocimiento apriorístico, hacen concluyamos que el h o m b r e estima en más el ocio — e s decir, la ausencia de t r a b a j o — q u e la labor, invariadas, e v i d e n t e m e n t e , las demás circunstancias concurrentes. V e m o s gentes q u e re* Mises alude aquí a tas imaginarias construcciones o modelos económicos del estado final de reposo y de la economía de giro uniforme, temas que estudia a fondo en el subsiguiente cap. XIV, 5. (N. del T ) " Vid. infra, cap. VII, 3. y r o b l a n as eplstem alógicos 113 nuncian a placeres q u e p o d r í a n d i s f r u t a r si trabajaran más, lo cual nos hace racionalmente concluir q u e hay personas dispuestas a sacrificar ciertos goces en aras del descanso. Tal realidad nos dice q u e el h o m b r e aprecia este último, m i e n t r a s considera al t r a b a j o una carga. P e r o si llegamos a semejante conclusión, ello es sólo p o r q u e h e m o s apelado p r e v i a m e n t e al discernimiento praxeológico. La teoría del cambio indirecto, así c o m o cuantas de ella derivan — l a del crédito circulante, por e j e m p l o — , únicamente p u e d e interesar, al o b j e t o de m e j o r c o m p r e n d e r la realidad, en un m u n d o d o n d e el cambio indirecto se practique. Bajo un o r d e n en el q u e sólo el t r u e q u e existiera, tales construcciones constituirían m e r o p a s a t i e m p o intelectual. N o e s probable q u e los economistas de esa imaginaria sociedad h u b i é r a n s e jamás o c u p a d o del cambio indirecto, del d i n e r o y demás conceptos conexos, aun s u p o n i e n d o q u e , en tal a m b i e n t e , pudiera llegar a surgir la ciencia económica. En nuestro m u n d o real, sin embargo, dichos estudios son una imprescindible faceta del saber económico. El que la praxeología, al p r e t e n d e r captar la realidad, limite su investigación a aquellas cuestiones q u e , en ese sentido, tienen interés, en m o d o alguno modifica la condición apriorística de su razonar. Q u e d a , no o b s t a n t e , de este m o d o , prefijado el c a m p o de acción de la economía, la única p a r t e ele la praxeología hasta ahora e s t r u c t u r a d a , La economía no utiliza el m é t o d o de la lógica ni el de las matemáticas. No se limita a f o r m u l a r puros razonamientos apriorísticos, desligados por completo de la realidad. Plantéasesupuestos concretos siempre y c u a n d o su análisis permita una mejor comprensión de los f e n ó m e n o s reales. No existe en los tratados y m o n o g r a f í a s económicas u n a separación tajante entre la pura ciencia y la aplicación práctica de sus teoremas a específicas situaciones históricas o políticas. La economía formula sus enseñanzas entrelazando el conocimiento apriorístico con el examen e interpretación de la realidad. Este m é t o d o , e v i d e n t e m e n t e , resulta ineludible, habida cuenta de la naturaleza y condición del tema que la economía 114 La Acción Humana aborda. D e s d e luego, la procedencia y b o n d a d del m i s m o hállase bien atestiguadas. Pero, ello no obstante, conviene advertir q u e el empleo de esa singular e, incluso, algo extraña sistemática, desde el p u n t o de vista de la lógica, exige especial cautela y pericia p o r p a r t e del estudioso, hasta el p u n t o de q u e personas de escasa preparación han caído en graves errores al manejar i m p r u d e n t e m e n t e ese b i f r o n t e sistema, integrado por dos métodos epistemológicamente dispares. T a n erróneo es el suponer que la vía histórica p e r m i t e , p o r sí sola, abordar el estudio económico, como el creer quepa la existencia de una economía pura y exclusivamente teórica. Una cosa, desde luego, es la economía y otra la historia económica. N u n c a ambas disciplinas deben confundirse. T o d o teorema económico resulta válido y exacto en cualquier supuesto en el q u e concurran las circunstancias previstas por el m i s m o . Desde luego, n i n g u n o de los aludidos teoremas tiene interés práctico c u a n d o en el caso no se dan los correspondientes presupuestos. Las doctrinas referentes al cambio indirecto carecen de t o d o valor si aquél no existe. Ahora bien, ello nada tiene que ver con la exactitud y certeza de las mismas ? l . El deseo de muchos políticos y de importantes g r u p o s de presión de vilipendiar la economía política y d i f a m a r a los economistas ha provocado confusión en el debate. El p o d e r embriaga lo mismo al príncipe que a la democrática mayoría. A u n q u e sea a regañadientes, todo el m u n d o ha de someterse a las inexorables leyes de la naturaleza. Sin embargo, los gobernantes no piensan lo mismo de las leyes económicas. P o r q u e , ¿acaso no legislan como les place? ¿ N o disponen de poderío bastante para aplastar a cualquier oponente? El belicoso autócrata se humilla sólo ante una fuerza militar superior a la suya. Siempre hay, además, plumas serviles dispuestas a justificar la acción estatal f o r m u l a n d o doctrinas ad usum Delphini. De «economía histórica» suelen calificarse esos arbitrarios escritos. La verdad es q u e la historia económica constituye, sin emVid. F. H . KNIGHT, The Ethics of Competition and Other Essays, pág. 139. Nueva York, 1935. (Trad. esp,: Etica de la sociedad competitiva, Unión Editorial, S. A., Madrid, 1975.) y r o b l a n as eplstem alógicos 115 bargo, rico m u e s t r a r i o de actuaciones políticas q u e fracasaron en sus pretensiones precisamente por haber despreciado las leyes de la economía. Resulta imposible c o m p r e n d e r las vicisitudes y obstáculos con que el p e n s a m i e n t o económico siempre ha tropezado si no se advierte q u e la economía, como tal ciencia, implica abierto desafío a la vanidad personal del g o b e r n a n t e . El v e r d a d e r o economista jamás será b i e n q u i s t o p o r autócratas y demagogos. Para ellos resultará siempre p e r s o n a j e díscolo y poco g r a t o y t a n t o más le odiarán c u a n t o mejor adviertan la certeza y exactitud de sus críticas. A n t e tan frenética oposición, b u e n o será resaltar que la base de t o d o el raciocinio praxeológico y económico, es decir, la categoría de acción h u m a n a , no a d m i t e crítica ni objeción alguna. N i n g u n a referencia a cuestiones históricas o empíricas p u e d e invalidar aquel a s e r t o según el cual las gentes laboran c o n s c i e n t e m e n t e por alcanzar ciertos objetivos que les atraen. Disertación alguna, en t o r n o a la irracionalidad, los insondables abismos del alma h u m a n a , la e s p o n t a n e i d a d de los f e n ó m e n o s vitales, a u t o m a t i s m o s , reflejos y tropismos, p u e d e afectar al hecho de q u e el h o m b r e se sirve de la razón en orden a satisfacer sus deseos y apetencias. Partiendo de este f u n d a m e n t o inconmovible q u e es la categoría de acción h u m a n a , la praxeología y la economía progresan, paso ti paso, en sus estudios mediante el r a z o n a m i e n t o reflexivo. Dichas disciplinas, tras precisar con el m á x i m o rigor los correspondientes presupuestos y condiciones, proceden a e s t r u c t u r a r un o r d e n a d o sistema ideológico, d e d u c i e n d o del mismo, m e d i a n t e raciocinio lógic a m e n t e inatacable, cuantas conclusiones proceden. A n t e estas aludidas conclusiones, sólo dos actitudes caben: o la de evidenciar los vicios lógicos en que p u e d a n incidir las formuladas cadenas deductivas o la de proclamar la certeza y exactitud de los asertos en cuestión, V a n o es, a estos efectos, alegar q u e ni la vida ni la realidad son lógicas. La vida y la realidad no son ni lógicas ni ilógicas; estamos, s i m p l e m e n t e , e n f r e n t a d o s con hechos inmodificables. La lógica es el ú n i c o i n s t r u m e n t o con el que cuenta el h o m b r e 116 La Acción Humana para llegar a c o m p r e n d e r dichas circunstancias que se encuentra dadas. A nada conduce suponer q u e la vida y la historia resulten inescrutables e incomprensibles, de tal suerte q u e la razón jamás p o d r á a p r e h e n d e r su esencia íntima. Q u i e n e s así piensan vienen a contradecir sus propias manifestaciones c u a n d o , desp u é s de a f i r m a r q u e t o d o lo trascendente resulta inasequible para la m e n t e h u m a n a , pasan a f o r m u l a r sus personales teorías — d e s d e luego, e r r ó n e a s — sobre aquellas mismas ignotas materias. M u c h a s cosas hay q u e exceden los límites de nuestra mente. A h o r a bien, t o d o conocimiento, por m í n i m o q u e sea, ha de adquirirlo el h o m b r e f a t a l m e n t e por vía de la razón. No m e n o s inadmisible es el o p o n e r la c o m p r e n s i ó n a la teoría económica. La comprensión histórica tiene p o r misión el dilucidar aquellas cuestiones q u e las ciencias de índole no histórica son incapaces de resolver satisfactoriamente. La comp r e n s i ó n jamás p u e d e contradecir las doctrinas f o r m u l a d a s por estas otras disciplinas. H a , de un lado, de limitarse a proclamar ante d e t e r m i n a d a actuación las ideas que impulsaron a los actores, los fines perseguidos y los medios aplicados a su consecución, y de o t r o , discriminar la respectiva trascendencia de los factores intervinientes en la aparición de cierto hecho, siempre y c u a n d o las disciplinas no históricas sean incapaces de resolver la d u d a . La comprensión no autoriza a n i n g ú n historiador m o d e r n o a a f i r m a r , por e j e m p l o , q u e m e d i a n t e mágicos conjuros ha sido posible alguna vez devolver la salud a las vacas enfermas. P o r lo mismo, t a m p o c o le cabe a m p a r a r s e en la comprensión para aseverar q u e en la antigua R o m a o b a j o el i m p e r i o de los incas d e t e r m i n a d a s leyes económicas no operaban. El h o m b r e , desde luego, no es infalible. Busca siempre la verdad, es decir, aspira a a p r e h e n d e r la realidad lo m á s perf e c t a m e n t e que las limitaciones de su m e n t e y razón le permiten. El h o m b r e nunca será omnisciente, j a m á s p o d r á llegar a un convencimiento p l e n o de que su investigación hállase acertadam e n t e orientada y de que son e f e c t i v a m e n t e ciertas las verdades q u e considera inconcusas. Lo más que al h o m b r e le cabe y r o b l a n as eplstem alógicos 117 es revisar, con el m á x i m o rigor, u n a y otra vez, el c o n j u n t o de sus tesis. Para el economista esto implica r e t r o t r a e r todos los teoremas a su origen cierto e indiscutible, la categoría de la acción h u m a n a , c o m p r o b a n d o , mediante el análisis más cuidadoso, cuantas sucesivas inferencias y conclusiones f i n a l m e n t e abocan al teorema de q u e se trate. En m o d o alguno supónese que tal sistemática excluya d e f i n i t i v a m e n t e el error. A h o r a bien, lo q u e no cabe d u d a r es q u e d i c h o m é t o d o es el más eficaz para evitarlo. La praxeología — y , por tanto, también la e c o n o m í a — es una disciplina de índole deductiva. Su procedencia lógica deriva de aquella base de la que parte en sus deducciones: Ja categoría de la acción. N i n g ú n teorema económico que no esté sólidam e n t e asido a dicha base a través de una inatacable cadena racional resulta científicamente admisible. T o d o aserto carente de la repetida ilación ha de estimarse arbitrario, hasta el p u n t o de q u e d a r f l o t a n d o en el aire sin sustentación alguna. No es posible a b o r d a r ningún específico á m b i t o económico más que si el mismo ensambla p e r f e c t a m e n t e en la teoría general de la acción. Las ciencias empíricas parten de hechos singulares y en sus estudios progresan de lo individualizado a lo general. La materia manejada permíteles la especialización. Cabe que el investigador concentre su atención en sectores determinados, despreocupándose del c o n j u n t o . J a m á s puede, en cambio, el economista hacerse especialista, que sólo cultiva una cierta rama de la ciencia económica. Al a b o r d a r cualquier tema ha de tener presente, al tiempo, el sistemático c o n j u n t o del saber económico. Los historiadores, en este sentido, suelen incurrir en el error. P r o p e n d e n a inventar los teoremas q u e mejor les convienen. Llegan incluso a olvidar que no cabe deducir relación causal alguna de la contemplación de fenómenos complejos. Vana es su pretensión de analizar la realidad sin apoyarse en lo q u e ellos califican de ideas preconcebidas. En realidad, las teorías a que, sin darse ellos mismos cuenta, recurren no son 118 La Acción Humana m á s q u e populares doctrinas, cuyos errores e íntimas contradicciones t i e m p o ha la ciencia económica evidenciara. 11. DE LOS LAS LIMITACIONES CONCEPTOS PRAXEOLÓGICOS Las categorías y conceptos praxeológicos han sitio f o r m u lados para una m e j o r comprensión tic la acción h u m a n a . Devienen contradictorios y carecen de s e n t i d o c u a n d o se p r e t e n d e hacer aplicación de los mismos en condiciones q u e no sean las típicas de la vida en este m u n d o . El elemental antropomorfismo de las religiones primitivas repugna a la m e n t e filosófica. No menos torpe, sin e m b a r g o , es la pretensión de ciertos filósofos de describir con rigor, a c u d i e n d o a conceptos praxeológicos, las personales v i r t u d e s de un ser absoluto, sin ninguna de las incapacidades y flaquezas típicas de la h u m a n a condición. Los filósofos y los doctores de la escolástica, al igual q u e los teístas y deístas de la E d a d de la Razón, concebían un ser absoluto, p e r f e c t o , inmutable, o m n i p o t e n t e y omnisciente, el cual, sin embargo, planeaba y actuaba, señalándose fines a alcanzar y recurriendo a medios específicos en orden a su consecución. A c t ú a , sin embargo, ú n i c a m e n t e , quien se halla en situación que conceptúa insatisfactoria; y reitera la acción sólo quien es incapaz de suprimir el p r o p i o malestar de una vez para siempre. T o d o ser que actúa hállase descontento; luego no es o m n i p o t e n t e . Si estuviera p l e n a m e n t e satisfecho, no actuaría, y si fuera o m n i p o t e n t e , habría e n t e r a m e n t e s u p r i m i d o , de golpe, la causa de su insatisfacción. El e n t e t o d o p o d e r o s o no tiene p o r q u é elegir e n t r e diferentes malestares. No se ve constreñido a contentarse, en cualquier caso, con el mal m e n o r . La omnipotencia supone gozar de capacidad para hacerlo t o d o y gozar, p o r tanto, de plena felicidad, sin t e n e r q u e atenerse a limitaciones de clase alguna. Tal planteamiento, sin e m b a r g o , es incompatible con el concepto mismo de acción. Para un ser todopoderoso no existiría la categoría de fines ni la de medios. Su o p e r a r sería a j e n o a las h u m a n a s percepciones, conceptos y comprensiones. Cualquier « m e d i o » rendiríale servicios ilimita- y r o b l a n as eplstem alógicos 119 dos; cabríale recurrir a cualquier « m e d i o » para la consecución del fin deseado y aun alcanzar los objetivos p r o p u e s t o s sin servirse de m e d i o alguno. D e s b o r d a nuestra limitada capacidad intelectual el lucubrar, hasta las últimas consecuencias lógicas, en t o r n o al concepto de omnipotencia. Suscítansele en este terreno a la m e n t e paradojas insolubles. ¿Tendría ese ser omnipotente capacidad bastante para practicar una obra inmodificable? Si no p u d i e r a hacerlo, dejaría de ser o m n i p o t e n t e y, si no fuera capaz de variar dicha inmodificable obra, ya no sería todopoderoso. ¿ E s acaso compatible la omnipotencia con la omnisciencia? La omnisciencia implica q u e todos los f u t u r o s acaecimientos h a n de producirse de m o d o inexorablemente preestablecido. No es lógicamente concebible q u e un ser omnisciente sea, al. tiempo, o m n i p o t e n t e . Su incapacidad para variar ese predeterm i n a d o curso de los acontecimientos argüiría en contra de la aludida o m n i p o t e n c i a . La acción implica disponer de limitada potencia y capacid a d . Manifiéstase, a través de ella, el h o m b r e , cuyo p o d e r hállase restringido por las limitaciones de su m e n t e , por las exigencias fisiológicas de su cuerpo, por las realidades del m e d i o en qtie opera y por la escasez de aquellos bienes de los q u e su bienestar depende. V a n a es toda alusión a las imperfecciones y flaquezas del ser h u m a n o , en orden a describir la excelsitud de un ente a b s o l u t a m e n t e perfecto. Sucede que el propio concepto de perfección absoluta resulta, en sí mismo, contradictorio. P o r q u e implica un estado definitivo e inmodificable. El más mínimo c a m b i o vendría a desvirtuar la presupuesta perfección, p r o v o c a n d o una situación, e v i d e n t e m e n t e , más imperfecta; la mera posibilidad de mutación contradice la idea de absoluta perfección. La ausencia de t o d o cambio, sin e m b a r g o , — e s decir, la absoluta inmutabilidad, rigidez e i n m o v i l i d a d — implica la ausencia de vida. V i d a y perfección constituyen conceptos incompatibles e n t r e sí; pero igualmente lo son los de perfección y m u e r t e . El ser vivo no es perfecto por c u a n t o cambia; pero el muerto tampoco es perfecto p o r q u e le falta la vida. 120 La Acción Humana El lenguaje m a n e j a d o por h o m b r e s que viven y actúan utiliza expresiones comparativas y superlativas al p o n d e r a r e n t r e sí situaciones más o menos satisfactorias. Lo absoluto, en cambio, no alude a estados mejores o peores; es más bien una noción límite; es indeterminable, impensable e inexpresable; una quimera. No hay felicidad plena, ni gentes perfectas, ni eterno bienestar. El p r e t e n d e r describir la vida de J a u j a o las condiciones de la existencia angélica implica incidir en insolubles contradicciones. Cualquier situación s u p o n e limitación e imperfección, esfuerzo por superar problemas; arguye, en definitiva, la existencia de descontento y malestar. C u a n d o la filosofía dejó de interesarse por lo a b s o l u t o aparecieron los autores de utopías insistiendo en el sofisma. Lucubraban dichos escritores en t o r n o a sociedades pobladas por h o m b r e s perfectos, regidas por gobernantes no menos angélicos, sin advertir q u e el Estado, es decir, el a p a r a t o social de compulsión y coerción, es una institución m o n t a d a precisamente para hacer f r e n t e a la imperfección h u m a n a , d o m e ñ a n d o , con penas aflictivas, a las minorías, al obicto de proteger a la mayoría contra las acciones a u e pudieran perjudicarla. P e r o tratándose de h o m b r e s « p e r f e c t o s » , resultarían innecesarias t a n t o la fuerza c o m o la intimidación. Los utópicos, sin embarño, prefirieron siempre desentenderse de la verdadera naturaleza h u m a n a v de las inmodifícables circunstancias a u e informan la vida en este planeta, G o d w i n aseguraba que, abolida la propiedad privada, el h o m b r e llegaría a ser inmortal 1 . Charles Fourier entreveía los océanos rebosantes de rica limonada en vez de agua salada 26. Marx pasa e n t e r a m e n t e por alto la escasez de los factores materiales de la producción, T r o t s k y llegó al extremo de proclamar que, en el paraíso proletario, «el h o m b r e medio alcanzará el nivel intelectual de un Aristóteles, * W I L L I A M G O D W I N , An Enquiry Coticerning Political Justice and In Influente on General Virtue and Happiness, I I , págs, 393-403. Dublín, 1793. 1 4 CHARLES F O U R I E R , Théorie des qualre mouvements, I , pág. 4 3 , Obras completas, 3.* cd. París, 1846. y roblan as eplstem alógicos 121 un G o e t h e o un M a r x . Y, por sobre estas c u m b r e s , mayores alturas todavía a f l o r a r á n » 27 . La estabilización y la seguridad constituyen las populares quimeras del m o m e n t o . De los errores q u e tales p e n s a m i e n t o s implican nos o c u p a r e m o s más adelante. " LEÓN TROTSKY, Londres, 1925. Literature and Revolulion, piíg. 256, trad. por R. Strunski. CAPITULO III La economía y la rebelión contra la razón 1. LA R E B E L L Ó N CONTRA LA RAZÓN H u b o , desde luego, a lo largo de la historia, sistemas filosóficos que indudablemente exageraban la capacidad de la razón, ideólogos que suponían cabíale al hombre descubrir, mediante el raciocinio, las causas originarias de los eventos cósmicos y hasta los objetivos que aquella prístina fuerza, creadora del universo y determinante de su evolución perseguía. Abordaban «lo Absoluto» con la misma tranquilidad con que contemplarían el funcionamiento de su reloj de bolsillo. Descubrían valores inconmovibles y eternos; proclamaban normas morales que todos los hombres habrían de respetar incondicionalmente. Recordemos, en este sentido, a tantos creadores de utopías, lucubrando siempre en torno a imaginarios paraísos terrenales donde sólo la raxón pura prevalecería. No advertían, desde luego, que aquellos imperativos absolutos y aquellas verdades manifiestas, tan pomposamente proclamadas, constituían sólo fantasías de sus propias mentes. Considerábanse infalibles, abogando, con el máximo desenfado, por la intolerancia y la violenta supresión de heterodoxos y disidentes. Aspiraban a la dictadura, bien para sí, bien para gentes que fielmente ejecutarían sus planes. La doliente humanidad no podía salvarse más que si, sumisa, aceptaba las fórmulas por ellos recomendadas. Acordémonos de Hegel. Fue ciertamente un pensador prof u n d o ; sus escritos son un rico acervo de atractivas ideas. Actuó, sin embargo, siempre bajo el error de suponer que el Geist, 124 La Acción Humana «lo A b s o l u t o » , manifestábase por su intermedio. Nada había demasiado arcano ni recóndito en el universo para la sagacidad de Hegel. Claro q u e se cuidaba siempre de emplear expresiones tan ambiguas que luego han p o d i d o ser interpretadas del m o d o más diverso. Los hegelianos de derechas e n t i e n d e n q u e sus teorías apoyan a la autocracia prusiana y a la iglesia teutona. Para los hegelianos de izquierdas, en cambio, el mismo ideario aboga por el ateísmo, el radicalismo revolucionario más intransigente y las doctrinas anarquistas. No descuidemos, en el mismo sentido, a A u g u s t o C o m t e . Convencido estaba de hallarse en posesión de la verdad; considerábase p e r f e c t a m e n t e i n f o r m a d o del f u t u r o q u e la humanidad tenía reservado. Erigióse, pues, en s u p r e m o legislador. P r e t e n d i ó prohibir los estudios astronómicos por considerarlos inútiles. Q u i s o reemplazar el cristianismo por u n a nueva religión e incluso a r b i t r ó una m u j e r que había de ocupar el puesto de la Virgen. A C o m t e cabe disculparle sus locuras, ya q u e era un verdadero d e m e n t e , en el más estricto s e n t i d o patológico del vocablo. Pero, ¿cómo e x o n e r a r a sus seguidores? Ejemplos innúmeros de este m i s m o tipo cabría, c o m o es sabido, aducir. Tales desvarios, sin embargo, en m o d o alguno pueden ser esgrimidos para a r g u m e n t a r contra la razón, el racionalismo o la racionalidad. P o r q u e los aludidos errores no guardan ninguna relación con el problema específico q u e a este respecto interesa y que consiste en determinar si es o no la razón i n s t r u m e n t o idóneo, y además el único, para alcanzar el máximo conocimiento que al h o m b r e resulte posible conseguir. Nadie q u e celosa y abnegadamente haya b u s c a d o la verdad osó jamás a f i r m a r q u e la razón y la investigación científica permitían despejar todas las incógnitas. Advirtió s i e m p r e el h o n r a d o estudioso la limitación de la mente h u m a n a . I n j u s t o en verdad sería responsabilizar a tales pensadores de la tosca filosofía de un Haeckel o de la intelectual frivolidad de las diversas escuelas materialistas. Preocupáronse siempre los racionalistas de resaltar las insalvables barreras con que, al final, tanto el m é t o d o apriorístico como la investigación empírica forzosamente han de trope- La economía y la rebelión contra la razón 125 zar Ni un D a v i d H u m e , f u n d a d o r de la economía política inglesa, ni los utilitaristas y pragmatistas americanos p u e d e n , en justicia, ser acusados de haber p r e t e n d i d o exagerar la capacidad del h o m b r e para alcanzar la verdad, A la filosofía de las dos últimas centurias p u d i e r a , más bien, echársele en cara su proclividad al agnosticismo y escepticismo; nunca, en cambio, desmedida confianza de ningún género en el p o d e r intelectivo de los mortales. La rebelión contra la razón, típica actitud mental de nuestra era, no cabe achacarla a supuesta falta de modestia, cautela o autocrítica por p a r t e de los estudiosos. T a m p o c o cabría atribuirla a u n o s imaginarios fracasos de las m o d e r n a s ciencias naturales, disciplinas éstas en c o n t i n u o progreso. N a d i e sería capaz de negar las asombrosas conquistas técnicas y terapéuticas logradas p o r el h o m b r e . La ciencia m o d e r n a no p u e d e ser denigrada p o r incurrir en intuicionismo, misticismo o similares vicios. La rebelión contra la razón a p u n t a , en verdad, a un objetivo distinto. Va contra la economía política; despreocúpase p o r e n t e r o , en el f o n d o , de las ciencias naturales. Fue indeseada, p e r o lógica, consecuencia de la crítica contra la economía el q u e deviniera preciso incluir en el ataque a tales disciplinas. P o r q u e , claro, no cabía i m p u g n a r la procedencia de la razón en cierto c a m p o científico sin tener, al tiempo, q u e negar su o p o r t u n i d a d en las restantes ramas del saber. Esa tan insólita reacción fue provocada por los acontecimientos de mediados del siglo pasado. Los economistas habían evidenciado la inanidad e ilusoria condición de las utopías socialistas. Las deficiencias de la ciencia económica clásica, no obstante, impedían p l e n a m e n t e d e m o s t r a r la impracticabilidad del socialismo; si bien la ilustración de aquellos investigadores ya a m p l i a m e n t e bastaba para p o n e r de manifiesto la vanidad de todos los p r o g r a m a s socialistas. El c o m u n i s m o hallábase f u e r a de c o m b a t e . No sabían sus partidarios cómo replicar a la implacable crítica q u e se les hacía, ni aducir a r g u m e n t o alguno ' Vid., en este sentida, Louis rís, 1920. ROUCIKR, Les Paralogismes du rationalisme, Pa- 126 La Acción Humana en defensa propia. Parecía haber sonado la hora última de la doctrina. Un solo camino de salvación quedaba franco. E r a preciso d i f a m a r la lógica y la razón, s u p l a n t a n d o el raciocinio p o r la intuición mística. T a l f u e la empresa reservada a M a r x . Amparándose en el misticismo dialéctico de Hegel, arrogóse tranquilamente la facultad de predecir el f u t u r o . Hegel pretendía saber que el Geist, al crear el Universo, deseaba instaurar la m o n a r q u í a prusiana d e Federico G u i l l e r m o I I I . P e r o M a r x estaba aún m e j o r i n f o r m a d o acerca de los planes del Geist. H a b í a descubierto q u e la meta final de la evolución histórica era alcanzar el milenio socialista. El socialismo llegaría fatalm e n t e , «con la inexorabilidad de u n a ley de la naturaleza». 'Puesto que, según Hegel, toda fase posterior de la historia es, comparativamente a las anteriores, u n a etapa superior y m e j o r , no cabía d u d a q u e el socialismo, fase final y última de la evolución h u m a n a , habría de suponer, desde cualquier p u n t o de vista, el colmo de las perfecciones. I m p e r t i n e n t e resultaba, por t a n t o , analizar detalladamente su f u t u r o funcionamiento. La historia, a su d e b i d o tiempo, lo dispondría todo del m o d o mejor; no se precisa, desde luego, del concurso de los mortales para que, c u a n t o haya de ser, sea. P e r o quedaba p o r superar el obstáculo principal, a saber, la inquebrantable dialéctica de los economistas. M a r x , sin embargo, encontró la solución. La razón h u m a n a — a r g ü y ó — es, por naturaleza, incapaz de hallar la verdad. La e s t r u c t u r a lógica de la m e n t e varía según las diferentes clases sociales. No existe una lógica universalmente válida. La m e n t e normalmente sólo produce «ideologías»; es decir, con arreglo a la terminología marxista, c o n j u n t o s de ideas destinados a disimular y enmascarar los ruines intereses de la propia clase social del pensador. De ahí q u e la mentalidad «burguesa» no interese al proletariado, esa nueva clase social q u e abolirá las clases y convertirá la tierra en auténtico edén. La lógica proletaria, en cambio, jamás puede ser tachada de lógica de clase. «Las ideas q u e la lógica proletaria engendra no son ideas partidistas, sino emanaciones de la más pura y La economía y la rebelión contra la razón 127 estricta lógica» 2 . Es más; en virtud de específico privilegio, la m e n t e de ciertos escogidos burgueses no está m a n c h a d a p o r el pecado original de su condición burguesa. Ni M a r x , h i j o de un p u d i e n t e abogado, casado con la hija de un junker p r u s i a n o , ni tampoco su colaborador Engels, rico f a b r i c a n t e textil, jamás pensaron p u d i e r a también afectarles a ellos la aludida condenación, atribuyéndose, por el c o n t r a r i o , pese a su i n d u d a b l e origen b u r g u é s , plena capacidad para descubrir la verdad absoluta. C o m p e t e al historiador explicar cómo p u d o ser que tan torpes ideas se d i f u n d i e r a n . La labor del economista, sin embargo, es o t r a : analizar a f o n d o el aludido polilogismo marxista, así c o m o todos ios demás tipos de polilogismo f o r m a d o s a semejanza de aquel, y p o n e r de m a n i f i e s t o los errores y contradicciones q u e tales idearios encierran. 2 . L A LÓGICA ANTE E L P O L I L O G I S M O El polilogismo marxista asegura q u e la e s t r u c t u r a lógica de la m e n t e varía según las distintas clases sociales. El polilogismo racista difiere del a n t e r i o r tan sólo en q u e esa dispar estructura mental la atribuye a las distintas razas, p r o c l a m a n d o q u e los m i e m b r o s de cada una de ellas, i n d e p e n d i e n t e m e n t e de su filiación clasista, tiene e s t r u c t u r a lógica dispar. No es necesario e n t r a r ahora en una crítica detallada de los conceptos de clase social y raza en el sentido con q u e dichas doctrinas los m a n e j a n . T a m p o c o es preciso p r e g u n t a r al marxista c u á n d o y c ó m o el proletario q u e logra elevarse a la condición de b u r g u é s pierde su originaria mentalidad proletaria para a d q u i r i r la burguesa. Huelga igualmente interrogar al racista acerca del tipo de e s t r u c t u r a lógica q u e pueda tener una persona cuya estirpe racial no sea pura. H a y objeciones m u c h o m á s graves q u e o p o n e r al polilogismo. Lo más a q u e llegaron, t a n t o los marxistas c o m o los racistas ' Vid. E U G E N D I E T Z U K N , Briefe über Logik, Logik, pág. 112, segunda ed., Stuttgart, 1903, spezicil demokrathch-proletarische 128 La Acción Humana y los defensores de cualquier t i p o de polilogismo, f u e simplem e n t e a asegurar q u e la estructura lógica de la m e n t e difiere según sea la clase, la raza o la nación del sujeto. N u n c a , sin embargo, interesóles precisar concretamente en q u é difiere la lógica proletaria de la burguesa; la de las razas arias de las q u e no lo son: la alemana de la francesa o inglesa. Para el marxista, la teoría ricardiana de los costos comparativos es incierta p o r q u e su a u t o r era burgués. Los racistas arios, en cambio, la condenan sobre la base de q u e Ricardo era judío. Los nacionalistas alemanes, en fin, la critican p o r la británica condición del autor. H u b o profesores teutones q u e recurrieron a los tres a r g u m e n t o s a la vez en su deseo de invalidar las enseñanzas ricardianas. A h o r a bien, u n a doctrina no p u e d e en bloque ser rechazada m e r a m e n t e en razón al origen de su expositor. Q u i e n tal p r e t e n d e debe, i n d u d a b l e m e n t e , comenzar p o r e x p o n e r una teoría lógica distinta a la del a u t o r criticado, al objeto de que, una vez ambas contrastadas, q u e d e d e m o s t r a d o que la impugnada llega a conclusiones que, si bien resultan correctas para la lógica de su p a t r o c i n a d o r , no lo son, en cambio, para la lógica proletaria, aria o alemana, detallando seguidam e n t e las. consecuencias que llevaría aparejadas el sustituir aquellas torpes inferencias p o r esas segundas más correctas. N i n g ú n polilogista, sin embargo, según a todos consta, ha querido ni ha p o d i d o a r g u m e n t a r p o r tales vías. Y no es sólo esto; constituye, en efecto, realidad innegable la frecuente existencia de serias disparidades de criterio, en t o r n o a cuestiones de la mayor trascendencia, e n t r e gentes q u e pertenecen a una misma clase, raza o nación. H a y alemanes — d e c í a n los nazis— que, por desgracia, no piensan de m o d o v e r d a d e r a m e n t e germano. Pues bien, admitida la posibilidad de q u e haya alemanes q u e no razonen según por su sangre debieran, es decir, personas que raciocinan con arreglo a lógica de índole no germana, plantéase el p r o b l e m a de d e t e r m i n a r quién será c o m p e t e n t e para resolver cuáles ideas d e b e n estimarse auténticamente germanas y cuáles n o . Aseguraba el ya fallecido profesor Franz O p p e n h e i m e r q u e «yerra a m e n u d o el individ u o por perseguir sus propios intereses; la clase, en cambio, a La economía y la rebelión contra la razón 129 la larga, no se equivoca n u n c a » 3 . Cabría deducir de tal aserto la infalibilidad del voto mayoritario. Los nazis, sin e m b a r g o , eran los p r i m e r o s en rechazar el veredicto democrático por considerar se trataba de sistema m a n i f i e s t a m e n t e antigermano. Los marxistas aparentan someterse ai v o t o de la mayoría A la hora de la v e r d a d , sin embargo, invariablemente se inclinan p o r el g o b i e r n o minoritario, siempre y c u a n d o sea el p a r t i d o quien vaya a detentar el poder. Recuérdese, en este sentido, cuán violentamente disolvió Lenin la Asamblea C o n s t i t u y e n t e rusa — e l e g i d a b a j o los auspicios de su p r o p i o g o b i e r n o m e d i a n t e sufragio universal de h o m b r e s y m u j e r e s — p o r q u e tan sólo un 20 p o r 100 de sus m i e m b r o s era bolchevique. Los defensores del polilogismo, para ser consecuentes, deberían m a n t e n e r que, si el s u j e t o es m i e m b r o de la correcta clase, nación o raza, las ideas q u e emita han de resultar, invariablemente, rectas y procedentes. La consecuencia lógica, sin embargo, no es virtud q u e suela brillar entre ellos. Los marxistas, p o r ejemplo, califican de « p e n s a d o r proletario» a quienquiera defienda sus doctrinas. Q u i e n se oponga a las mismas, en cambio, es i n m e d i a t a m e n t e tachado de enemigo de la clase o de traidor social. H i t l e r , al menos, era más f r a n c o c u a n d o simplemente recomendaba enunciar al p u e b l o un programa genuinamente germánico y, con tal contraste, d e t e r m i n a r quiénes eran auténticos arios y quiénes vil canalla según coincidiesen o no con el plan t r a z a d o 5 . Es decir, un individuo cetrino, cuyos rasgos corporales en m o d o alguno coincidían con los rubios p r o t o t i p o s de la «raza de los señores», presentábase como el ú n i c o ser capaz de descubrir q u é doctrinas e r a n adecuadas a la m e n t e germana, exigiendo el ostracismo de la patria alemana p a r a cuantos no aceptaran tales idearios, cualquiera que f u e r a su morfología fisiológica. Parece basta lo e x p u e s t o para evidenciar la inanidad del ideario analizado. 1 FRANZ OPPENHEIMER, System der Sozíologie, I I , pág, 559. Jena, 1926. Conviene destacar que la justificación de ia democracia no se basa en suponer que la mayoría goce de infalibilidad; que, invariablemente, lleve la razón. Vid. infra, cap. V I I I , 2. 5 Vid. su discurso a la Convención del partido, en Nuremberg, de 3 de septiembre de 1933. Frankfurter Zeitung, pág. 2, 4 septiembre 1933. H La Acción Humana 130 3. L A PRAXEOLOGÍA ANTE E L POLILOGISMO P o r ideología, c o m o decíamos y es sabido, el marxista entiende una doctrina que, si bien resulta incorrecta analizada a la luz de la auténtica lógica proletaria, beneficia y p r o h i j a los t o r p e s intereses de la clase q u e la f o r m u l a . O b j e t i v a m e n t e considerada, la correspondiente doctrina es, desde luego, improc e d e n t e ; su propia viciosa condición, sin embargo, viene a favorecer los intereses clasistas del expositor. Son n u m e r o s o s los marxistas q u e creen haber d e m o s t r a d o la justeza del e x p u e s t o p e n s a m i e n t o simplemente destacando que el h o m b r e no busca el saber per se. Al investigador — d i c e n — lo q u e de v e r d a d le interesa es el éxito y la f o r t u n a . Las teorías se f o r m u l a n invariablemente p e n s a n d o en la aplicación práctica de las mismas. Es falso c u a n t o se predica de u n a ciencia s u p u e s t a m e n t e p u r a , así c o m o c u a n t o se habla de la desinteresada aspiración a la verdad. A d m i t a m o s , a u n q u e sólo sea a efectos dialécticos, q u e la búsqueda de la verdad viene inexorablemente guiada por consideraciones de o r d e n material, p o r el deseo de c o n q u i s t a r concretos y específicos objetivos. Pues bien, ni aun entonces resulta comprensible c ó m o p u e d e una teoría «ideológica» — e s decir, f a l s a — provocar mejores efectos q u e otra teoría «más correcta». C u a n d o un ideario, aplicado en la práctica, provoca los efectos previstos, las gentes invariablemente han p r o c l a m a d o la procedencia del mismo. C o n s t i t u y e evidente c o n t r a s e n t i d o el afirmar q u e una tesis correcta, pese a tal condición, pueda ser menos fecunda q u e otra errónea. El h o m b r e emplea armas de f u e g o . Precisamente para mejor servirse de ellas investigó y f o r m u l ó la balística. A h o r a bien, los estudiosos de referencia, por c u a n t o aspiraban a incrementar la capacidad cinegética y homicida del h o m b r e , procuraron estructurar u n a balística correcta. De nada hubiérales servido u n a balística m e r a m e n t e ideológica. P a r a los marxistas constituye «orgullosa y vana p r e t e n s i ó n » la postura de aquellos investigadores q u e proclaman su desinteresado amor a la ciencia. Si M a x w e l l c o n c i e n z u d a m e n t e inda- La economía y la rebelión contra la razón 131 gó en Ja teoría de las ondas electromagnéticas, ello f u e sólo — d i c e n — a causa del interés que los h o m b r e s de negocios tenían p o r explotar la telegrafía sin hilos 6 . A h o r a bien, aun concediendo f u e r a cierta la anterior motivación, en nada queda aclarado el problema de las ideologías q u e venimos examinando. La cuestión q u e en verdad interesa estriba en d e t e r m i n a r si aquel s u p u e s t o afán de la industria del siglo x i x p o r Ja telegrafía sin hilos, q u e f u e ensalzada c o m o la «piedra filosofal y el elixir de j u v e n t u d » 7 , i n d u j o a Maxwell a f o r m u l a r una teoría exacta acerca del tema o si le hizo, p o r el contrario, a r b i t r a r una s u p e r e s t r u c t u r a ideológica acomodada a los egoístas intereses de la burguesía. C o m o es bien sabido, no f u e tan sólo el deseo de c o m b a t i r las e n f e r m e d a d e s contagiosas, sino también el interés de los fabricantes de vinos y quesos p o r perfeccionar sus m é t o d o s de producción, lo q u e impulsó a los biólogos hacia la investigación bacteriológica. Los resultados q u e lograron no p u e d e n , sin embargo, ser calificados de ideológicos, en el sentido marxista del término. Lo q u e M a r x pretendió m e d i a n t e la doctrina de las ideologías f u e socavar el e n o r m e prestigio de la economía. Con toda claridad advertía su incapacidad para r e f u t a r las graves objeciones opuestas por los economistas a la admisibilidad de los p r o g r a m a s socialistas. La verdad es q u e la sistemática teoría de la economía clásica inglesa le tenía de tal m o d o fascinado q u e la consideraba lógicamente inatacable. O no tuvo ni noticia de las graves dudas que la teoría clásica del valor suscitaba a las mentes m á s preparadas o, si llegaron a sus oídos, f u e incapaz de apreciar la trascendencia de los correspondientes problemas. El p e n s a m i e n t o económico de M a r x no es más q u e p o b r e y mutilada versión de la economía ricardiana. C u a n d o J e v o n s y M e n g e r abrían una nueva era del pensamiento económico, la actividad de M a r x c o m o escritor había ya concluido; el p r i m e r volumen de Das Kapital había visto la luz varios años antes. A n t e la aparición de la teoría del valor marginal, M a r x limitóse 6 Vid. LANCF.LOT H O G B E N , Science for the Citizen, pílgs. 726-728. Nueva York, 1938. 7 Ibidem, págs. 726-728. 132 La Acción Humana a d e m o r a r la publicación de los subsiguientes volúmenes q u e sólo f u e r o n editados después de su m u e r t e *. La doctrina de las ideologías a p u n t a , única y exclusivamente, contra la economía y la filosofía del utilitarismo. M a r x no quería sino demoler la autoridad de esa ciencia económica cuyas enseñanzas no podía r e f u t a r de m o d o lógico y razonado. Si dio a la doctrina investidura de n o r m a universal, válida en cualq u i e r fase histórica de las clases sociales, ello f u e exclusivam e n t e p o r q u e un principio, o p e r a n t e tan sólo en el á m b i t o deespecífico evento histórico, jamás podría considerarse auténtica ley científica. De ahí q u e no quisiera M a r x tampoco restringirla validez de su ideario al terreno económico, p r e f i r i e n d o por el contrario proclamar q u e el m i s m o resultaba aplicable a cualquier rama del saber. D o b l e era el servicio que la economía, en opinión de M a r x , * Mises alude aquí, con su sobriedad de siempre, al absoluto y sospechoso silencio en que Marx se encierra tras la publicación del primer libro de El Capital, circunstancia ésta que verdaderamente llama la atención del estudioso, teniendo, sobre todo, en cuenta que, hasta el momento, había sido prolífico escritor. A los veintiocho años, en efecto, publicaba su primera obra, Economía política y Filosofía (1844), siguiendo con La Santa Familia (1845), La Ideología Alemana (1846), Miseria de la Filosofía (1847), El Manifiesto Comunista (1848) y Contribución a la Crítica de la Economía Política (1857). Cuando, en 1867, aparece Lil Capital, Marx tiene cuarenta y nueve años; hállase en su plenitud física e intelectual. ¿Por qué deja, sin embargo, desde ese momento, de escribir, siendo así, particularmente, que tenía ya redactados los libros segundo y tercero desde antes de estructurar el primero, según asegura Engels al prologar el citado segundo volumen? ¿Fueron, acaso, los casi coetáneos descubrimientos subjetivistas de Jevom y Mengcr los que le condenaron a perpetuo silencio? Cabe, desde luego, que advirtiera, entonces, nada más entregado a la imprenta el manuscrito original, la inanidad de su propia doctrina objetivista-laboral c indudablemente hay quienes entienden que Marx, al ver que se venía abajo la teoría clásica, ricardiana, del valor, lo que llevaba aparejada la invalidez de la célebre plusvalía; que era ya insostenible lo del salario vitalmente necesario, así como, entre otros pronunciamientos marxistas, el dogma fundamental de la progresiva pauperización de las masas bajo un régimen de mercado, que decidiera abandonar toda su anterior actividad científico-literaria, dejando, voluntariamente, de ofrecer al público los dos libros siguientes de El Capital, los cuales sólo verían la luz pública (editados, como es bien sabido, por Engels), en 1894, fallecido ya Marx, casi treinta años después de la aparición del primero. Este es tema, sin embargo, que sólo por vía de la comprensión histórica, como diría Mises, cabe abordar. (N. del T.) La economía y la rebelión contra la razón 133 había r e n d i d o a la burguesía. H a b í a s e ésta a m p a r a d o , desde un principio, en la ciencia económica para t r i u n f a r s o b r e el feudalismo y el d e s p o t i s m o real; y, conseguido esto, en tal pensam i e n t o pretendían los burgueses seguir apoyándose para sojuzgar a la nueva clase proletaria q u e surgía. La economía era un m a n t o que servía para e n c u b r i r la explotación capitalista con una a p a r e n t e justificación de o r d e n racional y moral. Permitió, en definitiva — e m p l e a n d o un concepto p o s t e r i o r a M a r x — racionalizar las p r e t e n s i o n e s de los capitalistas 8 . Subconscientemente avergonzados éstos de su vil codicia, en el deseo de evitar pública condenación, obligaron a sus sicofantes, los economistas, a arbitrar teorías q u e Ies rehabilitaran ante las gentes h o n r a d a s . El deseo de racionalizar las propias pretensiones cabe sea aducido c o m o psicológica motivación q u e puede inducir a u n a d e t e r m i n a d a persona o a un cierto g r u p o de gentes a f o r m u l a r teoremas o teorías. Tal explicación, sin e m b a r g o , nada nos aclara acerca de la procedencia o improcedencia de la tesis formulada. Constatada la inadmisibilidad del c o r r e s p o n d i e n t e ideario, la intencionalidad de referencia s i m p l e m e n t e se nos aparecerá c o m o la causa psicológica q u e i n d u j o al error a sus autores. A nada conduce, en cambio, el esgrimir esc repetido afán racionalizador si la doctrina de que se trata es justa y procedente. A u n q u e a d m i t i é r a m o s , a efectos dialécticos, q u e los economistas, en sus investigaciones, s u b c o n s c i e n t e m e n t e 110 pretendían más q u e justificar las inicuas pretensiones de los capitalistas, no nos sería lícito concluir q u e con ello había q u e d a d o demostrada la forzosa e invariable falsedad de las c o r r e s p o n d i e n t e s teorías. El p a t e n t i z a r el error de una doctrina exige f a t a l m e n t e r e f u t a r la misma m e d i a n t e r a z o n a m i e n t o discursivo; a r b i t r a r otra m e j o r q u e la sustituya. AI e n f r e n t a r n o s con el teorema del c u a d r a d o de la hipotenusa o con la teoría de los costos comparativos, para nada nos interesan los motivos psicológicos q u e ' Si bien la expresión racionalizar es nueva, la idea fue manejado desde antiguo. En tal sentido, vid. las palabras de Benjamín Franklin: «Gana el hombre con ser ente racional, por manto tal condición permítele hallar o inventar justificaciones para cuanto pretende hacer.» Autobiograpby, pág. 41, ed. Nueva York, 1944. 134 La Acción Humana posiblemente impulsaran a Pitágoras o a Ricardo a f o r m u l a r tales ideas; se trata de detalle q u e , en t o d o caso, podrá interesar a historiadores y a biógrafos. A la ciencia lo q u e le preocupa es d e t e r m i n a r si los supuestos en cuestión s o p o r t a n o no la p r u e b a del análisis lógico. Los antecedentes sociales o raciales de los c o r r e s p o n d i e n t e s expositores para nada le interesan. Cierto es que las gentes, c u a n d o quieren justificar sus egoístas apetencias, buscan para las mismas a m p a r o en aquellas doctrinas más o m e n o s generalmente aceptadas por la opinión pública. T i e n d e n , además, los h o m b r e s a ingeniar y p r o p a g a r doctrinas que consideran p u e d e n servir a sus propios intereses. A h o r a bien, lo q u e con ello no se aclara es por q u é tales doctrinas, favorecedoras de d e t e r m i n a d a minoría, p e r o contrarias al interés de la gran mayoría, son, sin embargo, suscritas por la opinión pública. A u n conviniendo q u e esas ideológicas doctrinas sean engendradas por aquella «falsa conciencia» que obliga al h o m b r e , sin él mismo darse cuenta, a razonar del m o d o en que mejor sean servidos los intereses de su clase o, incluso, aun c u a n d o a d m i t a m o s q u e tales ideológicas doctrinas constituyan deliberada distorsión de la v e r d a d , lo cierto es q u e invariablemente habrán de tropezar, al p r e t e n d e r implantarlas, con las ideologías de las demás clases sociales. Plantéase entonces abierta pugna e n t r e antagónicos pensamientos. Los marxistas atribuyen la victoria o la d e r r o t a en tales luchas a la intervención de la providencia histórica. El Geist, es decir, aquel prístino y mítico m o t o r q u e t o d o lo impulsa, sigue un plan definido y p r e d e t e r m i n a d o . E t a p a tras etapa va paulatinam e n t e guiando a la h u m a n i d a d para, p o r último, conducirla a la bienaventuranza final del socialismo. Cada u n a de esas intermedias etapas viene determinada por los conocimientos técnicos del m o m e n t o ; las demás circunstancias de la época constituyen simplemente la obligada superestructura ideológica del correspondiente nivel tecnológico. El Geist va induciendo al h o m b r e a concebir y plasmar los progresos técnicos a p r o p i a d o s al estadio que esté atravesando. Las d e m á s realidades son meras consecuencias del alcanzado progreso técnico. El taller manual engendró la sociedad f e u d a l ; la máquina de v a p o r , en La economía y la rebelión contra la razón 135 cambio, dio lugar al capitalismo 9 . La v o l u n t a d y la razón desempeñan un papel p u r a m e n t e ^ í x i l i a r en los aludidos cambios. La inexorable ley de la evolución histórica — s i n preocuparse para nada de lo q u e el h o m b r e l u c u b r e — constriñe a los mortales a pensar y c o m p o r t a r s e de aquella f o r m a q u e mejor corresponda a la base material de la época. E n g á ñ a n s e las gentes c u a n d o creen ser libres y capaces de o p t a r e n t r e u n a s y o t r a s ideas, entre la verdad y el error. El h o m b r e , por sí, no piensa; es la providencia histórica la q u e utiliza los idearios h u m a n o s para manifestarse ella. D o c t r i n a de tipo p u r a m e n t e místico, apoyada tan sólo en la conocida dialéctica hegeliana: la propiedad capitalista es la p r i m e r a negación de la p r o p i e d a d individual; habrá aquélla, p o r tanto, de e n g e n d r a r , con la inexorabilidad de una ley de la naturaleza, su propia negación, d a n d o entonces paso a la propiedad pública de los medios de producción l0 . P e r o una teoría mística, basada tan sólo en la intuición, no p u e d e liberarse de esa condición por el hecho de apoyarse en otra doctrina de misticismo no m e n o r . No nos aclara por q u é el individuo tiene inexorablemente q u e f o r m u l a r ideologías concordes con los intereses de su clase social. A d m i t a m o s , en gracia al argumento, q u e cuantas doctrinas el s u j e t o ingenia tienden invariablem e n t e a favorecer sus intereses personales. P e r o , ¿es q u e el interés individual coincide siempre con el de la clase? El m i s m o M a r x reconoce a b i e r t a m e n t e q u e el encuadrar en clase social y en p a r t i d o político al proletariado exige p r e v i a m e n t e vencer la competencia q u e e n t r e sí se hacen los propios t r a b a j a d o r e s ". Evidente resulta q u e se plantea un insoluble conflicto de intereses e n t r e los trabajadores q u e cobran los altos salarios impuestos p o r la presión sindical y aquellos otros hermanos suyos condenados al paro forzoso en razón a q u e esos elevados salarios coactivamente m a n t e n i d o s impiden q u e la d e m a n d a coin* «Le moulin á bras vous donnera la société avec le souzerain; le moulin % vapeur, la socictc avec le capitaliste industricl.» M A R X , Misére de la philosophie, pág. 100, París y Bruselas, 1847. 10 M A R X , Das Kapital, págs. 728-729, séptima ed., Hamburgo, 1 9 1 4 . u El Manifiesto Comunista, I. 136 La Acción Humana cida con la oferta de trabajo. Antagónicos en el m i s m o s e n t i d o resultan los intereses de los trabajadores de los países relativam e n t e superpoblados y los de los países poco poblados en lo a t i n e n t e a las b a r r e r a s migratorias. A q u e l aserto según el cual a t o d o el p r o l e t a r i a d o conviene la sustitución del capitalismo por el socialismo no es más que un arbitrario p o s t u l a d o q u e M a r x y los restantes autores socialistas proclaman intuitivam e n t e , pero jamás p r u e b a n . No p u e d e en m o d o alguno considerarse d e m o s t r a d a la certeza del m i s m o simplemente alegando que la idea socialista ha sido arbitrada por la mente proletaria y, en su consecuencia, q u e tal filosofía fatalmente ha de beneficiar los intereses de todo el proletariado como tal clase en general. Las gentes, siguiendo dócilmente las pautas ideológicas q u e Sismondi, Federico List, M a r x y la escuela histórica alemana trazaran, interpretan los dispares sistemas que han regulado el comercio exterior británico c o m o sigue. D u r a n t e la segunda m i t a d del siglo x v r n y la mayor parte del siglo x i x convenía a los intereses clasistas de la burguesía inglesa la política librecambista. Los economistas ingleses consiguientemente formularon sus conocidas teorías en defensa del comercio libre. Apoyáronse en ellas los empresarios para organizar movimientos populares q u e , finalmente, consiguieron la abolición de las tarifas proteccionistas. Las circunstancias, sin embargo, más tarde cambiaron; la burguesía inglesa no podía ya resistir la competencia e x t r a n j e r a ; sn supervivencia exigía la inmediata implantación de barreras protectoras. Los economistas entonces reemplazaron la ya anticuada ideología librecambista por la teoría contraria y la G r a n Bretaña r e t o r n ó al proteccionismo. El primer error en q u e incide la anterior exposición es el de suponer q u e la «burguesía» es u n a clase h o m o g é n e a compuesta por gentes de coíncídentes intereses personales. No tienen más r e m e d i o los empresarios q u e acomodarse a las realidades institucionales b a j o las cuales o p e r a n . Ni la existencia ni la ausencia de tarifas puede, a la larga, favorecer ni perjudicar al empresario y al capitalista. Cualesquiera q u e sean las circunstancias del mercado, el empresario tenderá siempre a pro- La economía y la rebelión contra la razón 137 ducir aquellos bienes de los q u e piensa derivar la máxima ganancia. Son sólo los cambios en las instituciones del país los que, a corto plazo, le favorecen o p e r j u d i c a n . A h o r a bien, tales mutaciones jamás p u e d e n afectar igualmente a todos los diversos sectores y empresas. U n a misma disposición cabe favorezca a unos y p e r j u d i q u e a otros. C a d a empresario tan sólo se interesa por unas pocas partidas del arancel. Y aun ni siquiera con respecto a esos limitados epígrafes resultan coincidentes los intereses de los diversos g r u p o s y e n t i d a d e s . P u e d e n , desde luego, los privilegios q u e el E s t a d o otorga favorecer los intereses de específicas empresas y establecimientos. Ahora bien, si tales privilegios se conceden igualmente a todas las demás instalaciones, entonces cada empresario pierde, por un lado — n o sólo c o m o c o n s u m i d o r , sino también c o m o adquirente de materias primas, productos semiacabados, máquinas y e q u i p o en g e n e r a l — , lo m i s m o q u e , por el otro, p u e d e ganar. El m e z q u i n o interés personal tai vez induzca a determinados sujetos a reclamar protección para sus propias industrias. P e r o lo q u e i n d u d a b l e m e n t e tales personas nunca harán es pedir privilegios para todas las empresas, a no ser q u e esperen verse favorecidos en m a y o r grado q u e los demás. Los industriales británicos, desde el p u n t o de vista de sus apetencias clasistas, no tenían mayor interés que el resto de los 1 ciudadanos ingleses en la abolición de las célebres leyes ¿el trigo. Los terratenientes, desde luego, oponíanse a la derogación de tales n o r m a s proteccionistas, ya q u e la baja del precio de los p r o d u c t o s agrícolas reducía la renta de sus tierras. El que los intereses de toda la clase empresarial puedan resultar coincidentes sólo es concebible a d m i t i e n d o la, tiempo ha descartada, ley de bronce de los salarios o de aquella otra doctrina, no menos periclitada, según la cual el beneficio empresarial deriva de la explotación del o b r e r o . Tan p r o n t o como se i m p l a n t a la división del trabajo, cualquier mutación, de un m o d o u o t r o , forzosamente ha de influir sobre los inmediatos intereses de n u m e r o s o s sectores. De ahí que resulte fácil vilipendiar t o d a reforma tachándola de «ideológica máscara», encubridora del vil interés de d e t e r m i n a d o 138 La Acción Humana g r u p o . Son muchos los escritores c o n t e m p o r á n e o s exclusivam e n t e entregados a tal e n t r e t e n i m i e n t o . No f u e , desde luego, M a r x el inventor del juego. Era de antiguo conocido. En este sentido recordemos el afán de algunos escritores del siglo X V I I I p o r presentar los credos religiosos c o m o f r a u d u l e n t o s engaños que arbitraban los sacerdotes ansiosos de p o d e r y riqueza para sí y para los explotadores, sus aliados. Los marxistas, más tarde, insistieron en el tema, asegurando que la religión es el « o p i o del p u e b l o » u . A quienes tales explicaciones agradan jamás se les o c u r r e pensar q u e si hay personas que egoísticam e n t e se interesan p o r cierta cosa, siempre habrá otras q u e no m e n o s egoísticamente propugnen lo contrario. El proclamar q u e d e t e r m i n a d o acontecimiento sucedió p o r q u e el m i s m o favorecía a un cierto g r u p o en m o d o alguno basta para explicar su aparición. Forzoso resulta aclarar, además, p o r q u é el resto de la población perjudicada en sus intereses f u e incapaz de f r u s t r a r las apetencias de aquellos a quienes tal e v e n t o favorecía. T o d a empresa o sector mercantil de m o m e n t o a u m e n t a su beneficio al incrementar las ventas. Bajo el mercado, sin embargo, a la larga, tienden a igualarse las ganancias en todas las ramas de la producción. Ello es fácilmente comprensible, pues si la demanda de determinados p r o d u c t o s a u m e n t a , provocando c o n g r u o i n c r e m e n t o del beneficio, el capital afluye al sector en cuestión, viniendo la competencia mercantil a cercenar aquellas elevadas rentabilidades. La venta de artículos nocivos no es más lucrativa que la de p r o d u c t o s saludables. Lo que sucede es que, cuando la producción de determinadas mercancías se declara ilegal y quienes con ellas comercian quedan expuestos a persecuciones, multas y pérdidas de libertad, los beneficios b r u t o s deben incrementarse en cuantía suficiente c o m o para u El marxismo contemporáneo interpreta la transcrita expresión en el sentido de que la droga religiosa ha sido deliberadamente administrada al pueblo. Tal vez eso precisamente es lo que Marx quiso expresar. Ahora bien, dicho sentido no resulta directamente del pasaje en que —año 1843— Marx acuñó la frase. Vid. R. P, CASEY, Religión in Russia, págs. 67-69, Nueva York, 1946. La economía y la rebelión contra la razón 139 compensar esos aludidos riesgos supletorios. Tal realidad, sin embargo, para nada influye en el beneficio n e t o percibido. Los económicamente poderosos, los propietarios de las existentes instalaciones fabriles, no tienen específico interés en el m a n t e n i m i e n t o de la libre competencia. D e s e a n , desde luego, evitar les sean confiscadas o expropiadas sus f o r t u n a s ; ahora bien, p o r lo q u e atañe a los derechos q u e ya tienen adquiridos, más bien les conviene la implantación de m e d i d a s que les protejan de la competencia de otros potenciales empresarios. Quienes p r o p u g n a n la libre competencia y la libertad de empresa en m o d o alguno están d e f e n d i e n d o a los hoy ricos y o p u l e n t o s ; lo que, en v e r d a d , p r e t e n d e n es f r a n q u e a r la entrada a individuos a c t u a l m e n t e desconocidos y h u m i l d e s — l o s empresarios del m a ñ a n a — gracias a cuya habilidad e ingenio será elevado el nivel de vida de las masas; no desean sino provocar la m a y o r p r o s p e r i d a d y el m á x i m o desarrollo económico; f o r m a n , sin lugar a d u d a s , la vanguardia del progreso. Las doctrinas librecambistas se impusieron en el siglo x i x por c u a n t o las respaldaba la filosofía de los economistas clásicos. La dialéctica de éstos era tan i m p r e s i o n a n t e q u e nadie, ni siquiera aquellos cuyos intereses clasistas más se p e r j u d i c a b a n , pudieron impedir f u e r a n prohijadas por la opinión pública y q u e d a r a n plasmadas en las c o r r e s p o n d i e n t e s disposiciones legales, Son las ideas las q u e hacen la'historia, no la historia la que engendra las ideas. Vana, desde luego, es siempre la discusión con místicos y videntes. Basan éstos sus afirmaciones en la intuición y jamás están dispuestos a someter sus posiciones a la d u r a prueba del análisis racional. Aseguran los marxistas q u e una voz interior les i n f o r m a de los planes de la historia; hay, en cambio, quienes no logran esa comunión con el alma histórica; ello lo ú n i c o q u e q u i e r e decir es q u e tales gentes no pertenecen al grupo de los elegidos. Siendo ello así, constituye insolencia máxima el q u e esas personas, e s p i r i t u a l m e n t e ciegas y sordas, pretendan contradecir lo que a los inspirados bien consta; más Ies valía retirarse a t i e m p o y silenciar sus bocas. La ciencia, sin e m b a r g a , no tiene más remedio que razonar, 140 La Acción Humana a u n c u a n d o , cierto es, nunca logrará convencer a quienes no a d m i t e n la p r e e m i n e n t e f u n c i ó n del raciocinio. Pese a todo, nunca debe el científico dejar de resaltar q u e no cabe recurrir a la intuición para decidir, e n t r e varias doctrinas antagónicas, cuáles sean ciertas y cuáles erróneas. Prevalecen a c t u a l m e n t e en el m u n d o además del m a r x i s m o otras muchas teorías. No es, desde luego, aquélla la única «ideología» operante. La implantación de esas otras doctrinas, según los marxistas, perjudicaría gravemente los intereses de la mayoría. P e r o lo cierto es q u e los partidarios de tales idearios proclaman exactamente lo mismo del marxismo. Consideran e r r ó n e o los marxistas todo p e n s a m i e n t o cuyo a u t o r no sea de origen proletario. Ahora bien, ¿quién merece el calificativo de proletario? No era ciertamente proletaria la sangre del doctor M a r x , ni la de Engels, industrial y «explotad o r » , ni la de Lenín, vastago de noble ascendencia rusa. H i t l e r y Mussolini, en cambio, sí eran auténticos proletarios; ambos conocieron bien la pobreza en su j u v e n t u d . Las luchas e n t r e bolcheviques y mencheviques, o e n t r e Stalin y T r o t s k v , no pueden, ciertamente, ser presentadas c o m o conflictos de clase. Antes al contrario, eran pugnas e n t r e fanáticas facciones q u e m u t u a m e n t e se insultaban, tachándose de abominables traidores a la clase v al partido, La filosofía de los marxistas consiste esencialmente en proclamar: tenemos razón, por ser los portavoces de la naciente clase proletaria; la argumentación lógica jamás p o d r á invalidar nuestros asertos, pues a través de ellos se manifiesta aquella fuerza suprema que d e t e r m i n a el destino de la h u m a n i d a d : nuestros adversarios, en cambio, yerran gravemente al carecer de esa intuición q u e a nosotros nos ilumina y la v e r d a d es q u e , en el f o n d o , no tienen culpa: carecen, pura y s i m p l e m e n t e , de la genuina lógica proletaria, r e s u l t a n d o fáciles víctimas de las ideologías; los insondables m a n d a t o s de la historia nos darán la victoria, mientras h u n d i r á n en el desastre a n u e s t r o s oponentes; no t a r d a r á , desde luego, en producirse el t r i u n f o definitivo del marxismo. La economía y la rebelión contra la razón 4. 141 E L POLILOGISMO R A C I S T A El polilogismo marxista no es más q u e un mero a r b i t r i o u r d i d o a la desesperada para a p u n t a l a r las insostenibles doctrinas socialistas. Al pedir q u e la intuición reemplace a la razón, el marxismo s i m p l e m e n t e apela al alma supersticiosa de la masa. El polilogismo marxista y esa d e n o m i n a d a «sociología del conocimiento», hija ésta de aquél, vienen así a situarse en posición de a n t a g o n i s m o irreconciliable f r e n t e a la ciencia y al raciocinio. No sucede lo m i s m o con el polilogismo de los racistas. E s t e tipo de polilogismo es consecuencia de ciertas tendencias del m o d e r n o e m p i r i s m o , tendencias que, si bien son a todas luces erróneas, hállanse hoy en día m u y de m o d a . N a d i e p r e t e n d e negar la división de la h u m a n i d a d en razas; distínguense, en efecto, las unas de las o t r a s por la disparidad de los rasgos corporales de sus c o m p o n e n t e s . Para los partidarios del materialismo filosófico, los p e n s a m i e n t o s no son m á s q u e u n a secreción del cerebro, c o m o la bilis lo es de la vesícula. Siendo ello así, la consistencia lógica vedaría a tales pensadores rechazar de a n t e m a n o la hipótesis de q u e los p e n s a m i e n t o s segregados por las diversas m e n t e s p u d i e r a n diferir esencialmente según f u e r a la raza del p e n s a d o r . P o r q u e el q u e la ciencia no haya hallado todavía diferencias anatómicas e n t r e las células cerebrales de las distintas gentes no debiera bastarnos para rechazar, sin más, su posible disparidad lógica. Tal vez los investigadores lleguen, un día, a descubrir peculiaridades anatómicas, hoy por hoy jamás apreciadas, q u e diferenciarían la m e n t e del blanco de la d e l negro. E x i s t e n etnólogos en cuya o p i n i ó n no se d e b e hablar de civilizaciones superiores e inferiores, ni considerar atrasadas a d e t e r m i n a d a s razas. Ciertas culturas, desde luego, son disimilares a esta occidental q u e las naciones de estirpe caucásica han e s t r u c t u r a d o ; tal disparidad, sin embargo, en m o d o alguno d e b e i n d u c i r n o s a considerar a aquéllas inferiores. Cada raza tiene su mentalidad típica. Es ilusorio p r e t e n d e r p o n d e r a r una civilización utilizando m ó d u l o s propios de otras gentes. Para 142 La Acción Humana O c c i d e n t e , la china es una civilización anquilosada y de bárbaro p r i m i t i v i s m o la de N u e v a G u i n e a . Los chinos y los indígenas de esta ú l t i m a , no o b s t a n t e , desdeñan nuestra civilización t a n t o c o m o nosotros p o d e m o s despreciar la suya. E s t a m o s a n t e p u r o s juicios de valor, arbitrarios p o r fuerza siempre. La e s t r u c t u r a de aquellos pueblos es dispar a la nuestra. H a n creado civilizaciones q u e convienen a su mentalidad, lo m i s m o que la civilización occidental concuerda con la nuestra. C u a n t o nosotros consideramos progreso, p u e d e ser para ellos t o d o lo contrario. C o n t e m p l a d o a través de su lógica, el sistema que han e s t r u c t u r a d o p e r m i t e m e j o r q u e el n u e s t r o , s u p u e s t a m e n t e progresivo, el q u e prosperen ciertas instituciones típicamente suyas. Tienen razón tales etnólogos c u a n d o aseguran no ser de la incumbencia del historiador —y el etnólogo, a fin de cuentas, es un h i s t o r i a d o r — el f o r m u l a r juicios de valor. Sin e m b a r g o , g r a v e m e n t e yerran al suponer q u e las razas en cuestión han perseguido objetivos distintos a los q u e el h o m b r e blanco, por su lado, p r e t e n d i ó siempre alcanzar. Los asiáticos y los africanos, al igual q u e los europeos, h a n luchado por sobrevivir, sirviéndose, al efecto, de la razón c o m o arma f u n d a m e n t a l . H a n querido acabar con los animales feroces y con las sutiles e n f e r m e d a d e s ; h a n hecho f r e n t e al h a m b r e y han deseado inc r e m e n t a r la productividad del trabajo. En la consecución de tales metas, sus logros son, sin e m b a r g o , m u y inferiores a los de los blancos. Buena prueba de ello es el afán con q u e reclam a n todos los adelantos occidentales. Sólo si los mongoles o los africanos, al ser víctimas de penosa dolencia, renunciaran a los servicios del médico e u r o p e o , sobre la base de q u e sus opiniones y su mentalidad les hacían preferir el s u f r i m i e n t o al alivio, tendrían razón los investigadores a q u e nos venimos refiriendo. El mahattma G a n d h i echó p o r la b o r d a todos sus principios filosóficos c u a n d o ingresó en u n a m o d e r n a clínica para ser o p e r a d o de apendicitis. Los pieles rojas americanos desconocían la rueda. Los habitantes de los Alpes jamás pensaron en calzarse u n o s esquís q u e hubieran hecho n o t a b l e m e n t e más grata su d u r a existencia. La economía y la rebelión contra la razón 143 A h o r a bien, no s o p o r t a b a n los aludidos inconvenientes p o r q u e su m e n t a l i d a d f u e r a distinta a la de aquellas otras gentes q u e m u c h o antes conocieron la rueda y el esquí; p o r el contrario, tales realidades constituían evidentes fallos, aun c o n t e m p l a d o s desde el personal p u n t o de vista de los propios indios y m o n tañeros. Las expuestas reflexiones se refieren exclusivamente a la motivación de concretas y específicas acciones, no al problema en v e r d a d de trascendencia r e f e r e n t e a si es o no dispar la est r u c t u r a mental de las diferentes razas. P e r o eso es lo q u e los racistas p r e g o n a n C a b e dar ahora por r e p r o d u c i d o c u a n t o en anteriores capítulos se d i j o acerca de la e s t r u c t u r a lógica de la m e n t e y de los principios categóricos en q u e se basan el p e n s a m i e n t o y la acción. Unas pocas observaciones m á s bastarán para evidenciar d e f i n i t i v a m e n t e la i n a n i d a d del polilogismo racista y de todos los demás tipos de polilogismo. Las categorías del p e n s a m i e n t o y de la acción h u m a n a no son ni arbitrarios p r o d u c t o s de la m e n t e ni meros convencionalismos. No llevan una vida propia externa al universo y ajena al curso de los eventos cósmicos. Son, pol" el contrario, realidades biológicas que d e s e m p e ñ a n específica función t a n t o en la vida c o m o en la realidad. Son h e r r a m i e n t a s q u e el h o m b r e emplea en su lucha p o r la existencia, en su a f á n p o r acomodarse lo m e j o r posible a las realidades del universo y de evitar el s u f r i m i e n t o h a s t a d o n d e se pueda, C o n c u e r d a n dichas categorías con las condiciones del m u n d o e x t e r n o y r e t r a t a n las circunstancias q u e presenta la realidad. D e s e m p e ñ a n específica función y, en tal sentido, resultan efectivas y válidas. De ahí q u e sea a todas luces inexacto a f i r m a r cjue el conoc i m i e n t o apriorístico y el r a z o n a m i e n t o p u r o no p u e d e n proporcionarnos ilustración alguna acerca de la efectiva realidad V e s t r u c t u r a del universo. Las reacciones lógicas f u n d a m e n t a l e s y las categorías del p e n s a m i e n t o y de la acción constituyen las f u e n t e s p r i m a r i a s d e t o d o conocimiento h u m a n o . C o n c u e r d a n con la e s t r u c t u r a de la realidad; advierten a la m e n t e h u m a n a " Vid. L . G . TÍRALA, Ras se, Geist ttnd Seele, pág, 190 y stgs,, Munich, 1935. La Acción Humana 144 de tal estructura y, en dicho sentido, consrituyen para el homb r e hechos ontológicos básicos u . N a d a sabemos acerca de cómo una inteligencia s o b r e h u m a n a pensaría y comprendería. En el h o m b r e toda cognición hállase condicionada por la estructura lógica de su m e n t e , q u e d a n d o aquélla implícita en ésta. Precisamente d e m u e s t r a n la certeza de lo anterior los éxitos alcanzados p o r las ciencias empíricas, o sea, el q u e quepa hacer aplicación práctica de tales disciplinas. D e n t r o de aquellos límites en q u e la acción h u m a n a es capaz de lograr los fines que se propone, obligado es rechazar t o d o agnosticismo. De haber existido razas de estructura lógica d i f e r e n t e a la nuestra, no habrían p o d i d o sus c o m p o n e n t e s recurrir a la razón c o m o herramienta en la lucha p o r la existencia. Para sobrevivir h u b i e r a n tenido q u e confiar exclusivamente en sus reacciones instintivas, La selección natural habría s u p r i m i d o a c u a n t o s individuos pretendieran recurrir al raciocinio, p r o s p e r a n d o únicamente aquellos q u e no fiaran más q u e en el instinto. Ello implica que habrían sobrevivido sólo los ejemplares de las razas en cuestión cuyo nivel mental no f u e r a superior al de los animales. Los investigadores occidentales han reunido información de lo más cuantiosa, tanto de las refinadas civilizaciones de la China y la India como de las primitivas civilizaciones aborígenes de Asia, América, Australia y Africa. Cabe asegurar q u e sab e m o s de tales razas c u a n t o merece ser conocido. N i n g ú n polilogista ha pretendido, sin embargo, jamás, utilizar dichos datos para demostrar la supuesta disparidad lógica de los aludidos pueblos y civilizaciones. 5. POLILOGISMO y COMPRENSIÓN H a y , no obstante, marxistas y racistas dispuestos a interpretar de otro m o d o las bases epistemológicas de sus p r o p i o s idearios. En tal sentido, proclaman q u e la estructura lógica de " Vid. M O R R I S R . COHÉN, Reason and Nature, págs. 202-205. Nueva York. 1931. A Preface to Logic, pígs. 42-44 , 54-56, 92, 180-187, Nueva York, 1944. La economía y la rebelión contra la razón 145 la m e n t e es u n i f o r m e en todas las razas, naciones y clases. El m a r x i s m o o el racismo jamás p r e t e n d i e r o n — d i c e n — negar tan indiscutible realidad. Lo q u e la doctrina asevera es q u e t a n t o la comprensión histórica c o m o los juicios de valor y la apreciación estética d e p e n d e n de los antecedentes personales de cada u n o . E s t a nueva presentación, d e s d e luego, no conforma con c u a n t o sobre el tema escribieron los d e f e n s o r e s del polilogismo. Ello no u b s t a n t e , conviene e x a m i n a r el p u n t o de vista en cuestión a título de doctrina propia e i n d e p e n d i e n t e . Es innecesario proclamar una vez más q u e ios juicios de valor, así como los objetivos q u e pueda el h o m b r e perseguir, d e p e n d e n de las peculiares circunstancias físicas y la personal disposición de cada u n o A h o r a bien, ello en m o d o alguno implica q u e la herencia racial o la filiación clasista predeterminen f a t a l m e n t e los juicios de valor o los fines apetecidos. Las discrepancias de opinión q u e e n t r e ios h o m b r e s se dan en c u a n t o a su respectivo m o d o de apreciar la realidad y de valorar las normas de c o n d u c t a individual en m o d o alguno coinciden con las diferentes razas, naciones o clases. Difícil sería hallar una mayor disparidad valorativa q u e la q u e se aprecia e n t r e el asceta y la persona ansiosa de gozar aleg r e m e n t e de la vida. Un abismo separa al h o m b r e o a la m u j e r de condición v e r d a d e r a m e n t e religiosa de t o d o el resto de los mortales. A h o r a bien, personas pertenecientes a las razas, naciones, clases y castas más diversas han abrazado el ideal religioso. M i e n t r a s algunas descendían de reyes y ricos nobles, o t r a s h a b í a n nacido en la más h u m i l d e pobreza. San Francisco y Santa Clara y sus primeros fervorosos seguidores nacieron todos en Italia, pese a q u e sus paisanos, t a n t o e n t o n c e s c o m o ahora, jamás se distinguieron por rehuir los placeres sensuales. Anglosajón f u e el p u r i t a n i s m o , al igual q u e la d e s e n f r e n a d a lascivia de los reinados de los T u d o r , Stuart y H a n n o v e r . El principal d e f e n s o r del ascetismo en el siglo x i x f u e el c o n d e León T o l s t o i , acaudalado m i e m b r o de la libertina aristocracia rusa. Y Tolstoi consideró s i e m p r e la Sonata a Kreutzer, de B e e t h o v e n , o b r a maestra del h i j o de u n o s padres extremadau ID Vid. supra cap. I I , 5 y 6. 146 La Acción Humana m e n t e pobres, c o m o la más fidedigna representación de ese m u n d o q u e él con t a n t o a r d o r c o n d e n a b a . Lo m i s m o o c u r r e con las valoraciones estéticas. T o d a s las razas y naciones h a n h e c h o arte clásico y también arte romántico. Los marxistas, pese a c u a n t o proclama interesada propaganda, no han creado ni un arte ni una literatura de condición específicamente proletaria. Los escritores, pintores y músicos «proletarios» ni h a n creado nuevos estilos ni han d e s c u b i e r t o n u e v o s valores estéticos; tan sólo se diferencian de los « n o proletarios» p o r su tendencia a considerar « b u r g u é s » c u a n t o d e t e s t a n , reservando en cambio el calificativo de « p r o l e t a r i o » p a r a c u a n t o les agrada. La c o m p r e n s i ó n histórica, t a n t o en el caso del historiador profesional c o m o en el del h o m b r e q u e actúa, refleja invariab l e m e n t e la personalidad del interesado 1A. Ahora bien, el historiador al igual q u e el político, si son gentes c o m p e t e n t e s y avisadas, cuidarán de q u e no les ciegue el p a r t i d i s m o c u a n d o deseen a p r e h e n d e r la v e r d a d . El q u e califique cierta circunstancia de beneficiosa o de perjudicial carece de trascendencia. N i n g u n a v e n t a j a personal p u e d e derivar de exagerar o minimizar la respectiva trascendencia de los diversos factores intervinientes. Sólo la torpeza de algunos pseudohistoriadores p u e d e hacerles creer q u e sirven mejor a su causa falseando los hechos. Las biografías de Napoleón I y Napoleón T i l , de Bismarek, Marx, G l a d s t o n e y Disraeli, las personalidades más discutidas del pasado siglo, difieren a m p l i a m e n t e e n t r e sí por lo q u e a juicios de valor atañe; coinciden i m p r e s i o n a n t e m e n t e , sin embargo, por lo q u e respecta al papel histórico q u e dichos personajes d e s e m p e ñ a r o n . O t r o t a n t o ocurre al político. ¿ Q u é gana el p a r t i d a r i o del p r o t e s t a n t i s m o con ignorar el vigor y el prestigio del catolicismo o el liberal al menospreciar la fuerza del socialismo? Para t r i u n f a r , el h o m b r e público ha de contemplar las cosas tal c o m o realmente son; quien vive de fantasías fracasa sin remedio. L o s juicios de trascendencia difieren de los valorativos en q u e aquéllos aspiran a ponderar circunstancias q u e no d e p e n d e n del " Vid. supra cap. II, 8. La economía y la rebelión contra la razón 147 criterio s u b j e t i v o del actor. A h o r a bien, c o m o i g u a l m e n t e los matiza la personalidad del sujeto, no p u e d e h a b e r acuerdo unánime en torno a ellos. P e r o de n u e v o suscítase la interrogante: ¿ q u é ventaja p u e d e raza o clase alguna derivar de una alteración «ideológica» de la v e r d a d ? C o m o ya a n t e r i o r m e n t e se bacía n o t a r , las p r o f u n d a s discrepancias q u e los . estudios históricos registran no tienen su causa en q u e sea dispar la lógica de los respectivos expositores, sino en d i s c o n f o r m i d a d e s surgidas en el seno de las ciencias no históricas. M u c h o s escritores e historiadores m o d e r n o s comulgan con aquel dogma marxista según el cual el a d v e n i m i e n t o del socialismo es tan inevitable como deseable, h a b i e n d o sido encomendada al p r o l e t a r i a d o la histórica misión de implantar el n u e v o régimen previa la violenta destrucción del sistema capitalista. P a r t i e n d o de tal premisa, consideran muy n a t u r a l q u e las «izquierdas», es decir, los'elegidos, recurran a la violencia y al homicidio. No se p u e d e hacer la revolución por métodos pacíficos. I m p e r t i n e n t e es p e r d e r el t i e m p o con nimiedades tales como el asesinato de las hijas del zar, de León T r o t s k y , de decenas de millares de burgueses rusos, etc. Si «sin r o m p e r los huevos no p u e d e hacerse la tortilla», ¿a q u é viene ese afán por resaltar tan inevitable r o t u r a ? El p l a n t e a m i e n t o , no obstante, cambia p o r c o m p l e t o c u a n d o alguna de esas víctimas osa defenderse y repeler la agresión. Pocos se atreven ni siquiera a mencionar los d a ñ o s , las destrucciones y las violencias de los obreros en huelga. En cambio, c u a n d o una compañía ferroviaria, por ejemplo, a d o p t a m e d i d a s para proteger, contra tales desmanes, sus bienes y la vida de sus f u n c i o n a r i o s y usuarios, los gritos se oyen por d o q u i e r . Ese dispar t r a t a m i e n t o no proviene de encontrados juicios de valor, ni de disimular un m o d o de razonar. Es consecuencia de las contradictorias teorías m a n t e n i d a s en torno a la evolución histórica y económica, Si es inevitable el a d v e n i m i e n t o del socialismo y sólo p u e d e el m i s m o ser i m p l a n t a d o por métodos revolucionarios, esos asesinatos cometidos por el estam e n t o «progresista» carecen, e v i d e n t e m e n t e , de* importancia. La Acción Humana 148 En cambio, la acción defensiva u ofensiva de los «reaccionarios», q u e puede d e m o r a r la victoria socialista, cobra gravedad máxima. Acerca de eso último conviene llamar enérgicamente la atención de las gentes; en t a n t o q u e m e j o r es pasar por alto las inocentes travesuras laboralistas. 6. E N D E F E N S A D E L A RAZÓN Los racionalistas nunca pensaron q u e el ejercicio de la inteligencia pudiera llegar a hacer omnisciente al h o m b r e . Advirtieron que, p o r más q u e se incrementara el saber, el estudioso, al final, había de verse e n f r e n t a d o con datos últimos no susceptibles de ulterior análisis. Allí hasta d o n d e el h o m b r e p u e d e razonar, e n t e n d i e r o n , sin embargo, conveníales a los mortales aprovechar su capacidad intelectiva. Los datos últimos resultan, desde luego, inabordables para la razón; p e r o lo, en definitiva, cognoscible para la h u m a n i d a d pasa siempre por el filtro de la razón. Ni cabe un conocimiento q u e no sea racionalista ni una ciencia de lo irracional. En lo atinente a problemas todavía no resueltos, es lícito f o r m u l a r dispares hipótesis, siempre y c u a n d o éstas no pugnen ni con la lógica ni con los hechos e x p e r i m e n t a l m e n t e atestiguados. Tales soluciones, sin embargo, de m o m e n t o no serán más q u e eso: hipótesis. I g n o r a m o s cuáles sean las causas q u e provocan la disimilitud intelectual q u e se aprecia e n t r e los h o m b r e s . No p u e d e la ciencia explicar por q u é un N e w t o n o un Mozart f u e r o n geniales, mientras la mayoría de los h u m a n o s no lo somos. Lo q u e , sin embargo, no cabe aceptar es q u e la genialidad d e p e n d a de la raza o la estirpe del sujeto. El problema consiste en saber por q u é un cierto i n d i v i d u o sobresale de e n t r e sus h e r m a n o s de sangre y por q u é se distingue del resto de los m i e m b r o s de su propia raza. El suponer q u e las hazañas de la raza blanca derivan de específica superioridad racial constituye error ligeramente m á s justificable. El aserto, sin embargo, no pasa de ser vaga hipótesis, en pugna, además, con el h e c h o i n d u b i t a b l e de q u e f u e r o n La economía y la rebelión contra la razón 149 pueblos de o t r a s estirpes quienes echaron los cimientos de nuestra civilización. Cabe incluso q u e o t r a s razas, en el f u t u r o , sustituyan a los blancos, desplazándoles de su hoy p r e e m i n e n t e posición. La hipótesis en cuestión d e b e ser p o n d e r a d a por sus propios méritos. No cabe descartarla de a n t e m a n o sobre la base de que los racistas la esgrimen para justificar aquel aserto suyo según el cual existe irreconciliable conflicto de intereses entre los diversos grupos raciales y que, en definitiva, prevalecerán las razas superiores sobre las inferiores. La ley de asociación de Ricardo, p a t e n t i z ó hace mucho tiempo el error en q u e incide tal m o d o de i n t e r p r e t a r la desigualdad h u m a n a l7 . P e r o lo q u e , para combatir el racismo, no p u e d e hacerse es negar hechos evidentes. C o n s t i t u y e realidad inconcusa q u e , hasta el m o m e n to, d e t e r m i n a d a s razas no han c o n t r i b u i d o en nada, o sólo en m u y poco, al p r o g r e s o de la civilización, p u d i e n d o las mismas ser, en tal sentido, calificadas de inferiores. Si nos e m p e ñ á r a m o s en destilar, a toda costa, de las enseñanzas marxistas, un adarme de verdad, podíamos llegar a convenir en q u e los sentimientos emocionales ejercen gran influencia sobre el raciocinio. Tal realidad, sin embargo, nadie ha p r e t e n d i d o jamás negarla y, desde luego, no f u e r o n los marxistas quienes tan manifiesta verdad descubrieran. Es más, la circunstancias carece de todo interés por lo q u e a ta epistemología atañe. Múltiples son los factores q u e impulsan al h o m b r e t a n t o c u a n d o descubre la realidad c o m o c u a n d o incide en el error. P e r o c o r r e s p o n d e a la psicología el e n u m e r a r y ordenar tales circunstancias. La envidia es flaqueza, d e s d e luego, h a r t o extendida. N u merosos son los intelectuales a quienes desasosiegan esos mayores ingresos devengados por el h o m b r e de negocios que triunfa. Tal r e s e n t i m i e n t o les arroja f r e c u e n t e m e n t e en brazos del socialismo, pues creen q u e b a j o esc régimen cobrarían ellos sumas superiores a las q u e el capitalismo les paga. La ciencia, sin e m b a r g o , en m o d o alguno p u e d e c o n f o r m a r s e con evidenciar m e r a m e n t e la concurrencia de ese factor envidioso, de" Vid. infra cap. VIII, 4. 150 La Acción Humana biendo por el contrario analizar, con el m á x i m o rigor, el ideario socialista. No tiene más remedio el investigador q u e estudiar todas las tesis, tal c o m o si a sus respectivos p r o p u g n a d o r e s , única y exclusivamente, impulsara el afán de alcanzar la verdad. Las escuelas polilogístas jamás están dispuestas a examinar b a j o el prisma p u r a m e n t e teórico las doctrinas de sus contraopinantes; prefieren limitarse a subrayar los antecedentes personales y los motivos que, en su opinión, indujeron a los correspondientes a u t o r e s a f o r m u l a r las teorías del caso. Tal proceder pugna con los más elementales f u n d a m e n t o s del razonar. P o b r e arbitrio es, en verdad, c u a n d o se pretende combatir cierta doctrina teórica, limitarse a aludir a los precedentes históricos de la misma, al «espíritu» de la época en cuestión, a las circunstancias materiales del país en q u e la idea surgió o a las personales condiciones de su expositor. Las teorías sólo a la luz de la razón pueden ser ponderadas. El módulo aplicado ha de ser siempre de índole racional. Un aserto científico o es cierto o es erróneo; tal vez n u e s t r o s conocimientos resulten hoy insuficientes para aceptar la total certeza del m i s m o ; pero ninguna teoría p u e d e resultar lógicamente válida p a r a un burgués o un americano si no reviste igual condición para un proletario o un chino. Resulta incomprensible — e n el caso de admitirse las afirmaciones de marxístas y r a c i s t a s — ese obsesivo afán con q u e quienes detentan el poder p r e t e n d e n silenciar a sus m e r a m e n t e teóricos opositores, persiguiendo a cuantos p r o p u g n a n otras posiciones. La sola existencia de gobiernos intolerantes y de partidos políticos dispuestos a exterminar al disidente es prueba manifiesta del poder de la razón. El apelar a la policía, al v e r d u g o o a la masa violenta no basta para acreditar la certeza del ideario defendido. Lo q u e tal p r o c e d i m i e n t o sí evidencia, bien a las claras, es q u e quien a él recurre como único recurso dialéctico hállase, en su interior, plenamente convencido de la improcedencia de las tesis que desea defender. No cabe demostrar la validez de los f u n d a m e n t o s apriorísticos de la lógica y la praxeología sin a ellos mismos acudir. La La economía y la rebelión contra la razón 151 razón constituye d a t o ú l t i m o q u e , p o r t a n t o , no p u e d e someterse a mayor estudio o análisis. La p r o p i a existencia es un hecho de carácter no racional. De la razón sólo cabe predicar que es el sello q u e distingue al h o m b r e de los animales y q u e sólo gracias a ella ha podido aquél realizar todas las o b r a s q u e consideramos específicamente h u m a n a s . Q u i e n e s aseguran serían más felices los mortales si prescindieran del raciocinio, dejándose guiar por la intuición y los instintos, deberían, ante todo, recordar el origen y las bases de la cooperación h u m a n a . La economía política, c u a n d o estudia la aparición y el f u n d a m e n t o de la vida social, proporciona amplia información para q u e cualquiera, con pleno conocimiento de causa, pueda o p t a r e n t r e c o n t i n u a r sirviéndose del raciocinio o prescindir de él. Cabe que el h o m b r e llegue a repudiar la razón; antes de a d o p t a r medida tan radical, sin embargo, b u e n o será p o n d e r e t o d o aquello a q u e , en tal caso, habrá de renunciar. C A P I T U L O IV Un primer análisis de la categoría de acción 1. MEDIOS Y FINES El resultado que la acción persigue llámase su fin, meta u objetivo. Utilízanse también normalmente estos términos para aludir a fines, nielas u objetivos intermedios; es decir, escalones que el hombre, al actuar, desea remontar por constarle que, sólo sucesivamente superándolos, podrá alcanzar aquella meta, objetivo o fin, en definitiva, apetecido. Aliviar cierto malestar es lo que, mediante la consecución del fin, objetivo o meta, pretende invariablemente el actor. Denominamos medio cuanto sirve para lograr cualquier fin, objetivo o meta. Los medios no aparecen como tales en el universo; en nuestro mundo, tan sólo existen cosas; cosas que, sin embargo, se convierten en medios cuando, mediante la razón, advierte el hombre la idoneidad de las mismas para atender humanas apetencias, utilizándolas al objeto. El individuo advierte mentalmente la utilidad de los bienes, es decir, su idoneidad para conseguir apetecidos resultados; y al actuar, los convierte en medios. Esto conviene subrayarlo; que las cosas integrantes del m u n d o externo sólo gracias a la operación de la mente humana y a la acción por ella engendrada llegan a ser medios. Los objetos externos, en sí, son puros fenómenos físicos del universo y como tales los examinan las ciencias naturales. Mediante el discernimiento y la actuación humana, transfórmanse, sin embargo, en medios. La praxeología, por eso, no se ocupa propiamente del m u n d o exterior, sino de la conducta del h o m b r e al enfrentarse con aquél; el universo fí- 154 La Acción Humana sico, per se, no interesa a nuestra ciencia; lo q u e ésta p r e t e n d e es analizar la consciente reacción de! h o m b r e ante las realidades objetivas. La teoría económica, por eso, jamás alude a las cosas; interésase por los h o m b r e s , por sus apreciaciones y, consecuentemente, por las h u m a n a s acciones que de aquéllas derivan. No da la naturaleza ni bienes, ni mercancías, ni riquezas, ni n i n g u n o de los demás conceptos q u e la economía maneja; tales realidades engéndralas, por el contrario, el discurrir y el quehacer del h o m b r e . Q u i e n desee entrar en este segundo universo d e b e olvidar el primero, c e n t r a n d o su atención en los fines perseguidos por los mortales al actuar. La praxeología y la economía no se ocupan de cómo deberían ser las apreciaciones y actuaciones humanas, ni m e n o s aún de cuáles las mismas serían de tener los h o m b r e s una común filosofía, de absoluta vigencia, gozando todos de iguales conocimientos. En el marco de una ciencia cuyo o b j e t o es el hombre, víctima con frecuencia de la equivocación y el e r r o r , no hay lugar para hablar de nada con «vigencia absoluta» y menos aún de omnisciencia. Fin es cuanto el h o m b r e apetece; medio, cuanto al actor tal parece. C o m p e t e a las diferentes técnicas y a la terapéutica, en sus respectivas esferas, refutar los h u m a n o s errores. A la economía incumbe idéntica misión, pero en el c a m p o , ahora, de la actuación social, Las gentes rechazan muchas veces las enseñanzas de la ciencia, prefiriendo aferrarse a falaces prejuicios; tal disposición de ánimo, a u n q u e errada, no deja de ser evidente realidad y, como tal, debe tenerse en cuenta. Los economistas, por ejemplo, estiman que el control de los cambios extranjeros no sirve para alcanzar los fines apetecidos por quienes a tal recurso apelan. P e r o p u e d e bien ser q u e la opinión pública se resista a a b a n d o n a r el error e induzca a las autoridades a imponer el correspondiente control de cambios. Tal p o s t u r a , pese a su equivocado origen, es un hecho de indudable influjo en el curso de los acontecimientos. La medicina moderna no reconoce, por ejemplo, virtudes terapéuticas a la célebre mandragora; pero, mientras las gentes creían en ellas, la mandragora era valioso bien económico, por el cual se pagaban elevados pre- Un primer análisis Je la categoría de acción 155 cios. La economía, al tratar de la teoría de los precios, no se interesa por io q u e una cosa deba valer; lo q u e le importa es c u á n t o realmente vale para quien la adquiere; nuestra disciplina analiza precios objetivos, ésos que, en efecto, las gentes respectivamente pagan y reciben en transacciones ciertas; despreocúpase, en cambio, por e n t e r o , de aquellos fantasmagóricos precios q u e sólo aparecerían si los h o m b r e s no fueran como son, sino distintos. Los medios resultan siempre escasos, es decir, insuficientes para alcanzar todos los objetivos a los q u e el h o m b r e aspira. De no ser así, la acción h u m a n a desentendería se de ellos, El actuar, si el h o m b r e no se viera inexorablemente cercado por la escasez, carecería de objeto. Es c o s t u m b r e llamar objetivo al fin último perseguido y simplemente bienes a los medios para alcanzarlo. Al aplicar tal terminología, los economistas razonaban sustancialmcnte como tecnócratas, no como praxeóiogos. Distinguían entre bienes libres y bienes económicos. Libres eran los disponibles en tan superflua abundancia q u e no era preciso administrarlos; los mismos, sin embargo, no p u e d e n constituir o b j e t o de actuación h u m a n a alguna. Son presupuestos dados, por lo q u e respecta al bienestar del h o m b r e ; f o r m a n parte del medio ambiente natural en q u e el sujeto vive y actúa. Sólo los bienes económicos constituyen f u n d a m e n t o de la acción; ú n i c a m e n t e de ellos, por tanto, ocúpase la economía. Los bienes q u e , directamente, por sí solos, sirven para satisfacer necesidades h u m a n a s — d e tal suerte que su utilización no precisa del concurso de o t r o s factores— denomínanse bienes de consumo o bienes de primer orden, Aquellos medios q u e sólo indirectamente p e r m i t e n satisfacer las necesidades, c o m p l e m e n t a n d o su acción con el concurso de otros, califícanse, en cambio, de bienes de producción, factores de producción o bienes de orden más remoto o elevado. El servicio q u e presta un factor de producción consiste en permitir la obtención de un p r o d u c t o m e d i a n t e la concurrencia de otros ciertos complementarios bienes de producción. Tal p r o d u c t o podrá, a su vez, ser o un bien de consumo o un factor de producción que, combi- 156 La Acción Humana n a d o a su vez con otros, proporcionará un bien de c o n s u m o . Cabe imaginar una ordenación de los bienes de producción seg ú n su proximidad al artículo de c o n s u m o para cuya obtención se utilicen. A t e n o r de esta sistemática, los bienes de producción más p r ó x i m o s al artículo de c o n s u m o en cuestión se consideran de segundo orden; los empleados para la producción de estos últimos se estimarán de tercer orden, y así sucesivamente. Esta clasificación de los bienes en órdenes distintos nos sirve para abordar la teoría del valor y del precio de los factores de producción. V e r e m o s más adelante cómo el valor y el precio de los bienes de órdenes más elevados dependen del valor y el precio de los bienes del orden primero producidos gracias a la inversión de aquéllos. El acto valorativo original y f u n d a m e n t a l atañe exclusivamente a los bienes de c o n s u m o ; todas las demás cosas son valoradas según contribuyan a la producción de éstos. E x p u e s t o lo anterior, en la práctica no resulta preciso clasificar los bienes de producción según órdenes diversos, com e n z a n d o por el segundo para terminar con el enésimo. Igualmente carecen de interés bizantinas discusiones en t o r n o a si un cierto bien debe quedar catalogado entre los de orden ínfimo o en algún estrato superior. A nada conduce el cavilar acerca de si debe aplicarse el apelativo de bien de c o n s u m o a las semillas de café crudo, o a estas mismas u n a vez tostadas, o al café molido, o al café c o n d i m e n t a d o para ingerir, o solamente, en fin, al café p r e p a r a d o ya, con leche y azúcar. La terminología adoptada resulta indiferente a estos efectos; pues, en lo atinente al valor, t o d o lo q u e digamos acerca de un bien de consumo puede igualmente ser predicado de cualquier o t r o bien del orden q u e sea (con la única excepción de los bienes de ú l t i m o orden) si lo consideramos como p r o d u c t o de a n t e r i o r elaboración. Un bien económico, por otra parte, no tiene por q u é plasmarse en cosa tangible. Los bienes económicos inmateriales, en este sentido, denomínanse servicios. Un primer análisis Je la categoría de acción 2. LA ESCALA 157 VALORATIVA £1 h o m b r e , al actuar, decide entre las diversas posibilidades ofrecidas a su elección. En la alternativa prefiere una determinada cosa a las demás. Suele decirse q u e el h o m b r e , c u a n d o actúa, se representa m e n t a l m e n t e una escala de necesidades o valoraciones, con arreglo a la cual ordena su proceder. T e n i e n d o en cuenta esa escala valorativa, el individuo atiende las apetencias de más valor, es decir, p r o c u r a cubrir las necesidades más urgentes y deja insatisfechas las de m e n o r utilidad, es decir, las m e n o s urgentes. N a d a cabe objetar a tal presentación de las cosas. Conviene, sin embargo, no olvidar q u e tal escala de valores o necesidades toma corporeidad sólo c u a n d o la propia actuación h u m a n a se p r o d u c e . P o r q u e dichas escalas valorativas carecen de existencia a u t ó n o m a ; las e s t r u c t u r a m o s sólo una vez conocida la efectiva conducta del i n d i v i d u o . N u e s t r a única información acerca de las mismas resulta de la p r o p i a contemplación de la h u m a n a actuación. De ahí q u e el actuar siempre haya de concordar p e r f e c t a m e n t e con la escala de valores o necesidades, pues ésta no es más q u e mero símil empleado para interpretar el proceder del h o m b r e . Las doctrinas de carácter ético p r e t e n d e n establecer unas escalas valorativas a cuyo tenor el h o m b r e , a u n q u e no siempre lo haga, debería pronunciarse. Aspiran a definir el bien y el mal y quieren aconsejarnos acerca de lo que, como bien suprem o , debiéramos perseguir. Se trata de disciplinas normativas, interesadas por averiguar cómo debería ser la realidad. Rehuyen adoptar una postura neutral ante hechos ciertos e indubitables; prefieren enjuiciarlos a la luz de subjetivas normas de conducta, Repugna, en cambio, ta! p o s t u r a a la praxeología y a la economía. Estas disciplinas advierten q u e los fines perseguidos por el h o m b r e no p u e d e n ser p o n d e r a d o s con arreglo a norma alguna de carácter absoluto. Los fines, como decíamos, constituyen datos irreductibles, son p u r a m e n t e subjetivos, difieren de persona a persona y, aun en un m i s m o individuo, varían según el m o m e n t o . La praxeología y la economía se interesan por los medios idóneos para alcanzar las metas q u e los morta- 158 La Acción Humana les, en cada circunstancia, elijan. J a m á s pronúncianse acerca de problemas morales; no participan en el debate entre el sibaritismo y el ascetismo. Sólo les preocupa determinar si los medios adoptados resultan o no apropiados para conquistar los objetivos que el h o m b r e efectivamente, dice, desea alcanzar. Los conceptos de anormalidad o perversidad, por consiguiente, carecen de vigencia en el t e r r e n o económico. La economía no puede estimar perverso a quien prefiera lo desagradable, lo dañino o lo doloroso a lo agradable, lo benéfico o lo placentero. La economía, acerca de tal sujeto, sólo predica q u e es distinto a los demás; q u e le gusta lo q u e oíros detestan; q u e persigue lo q u e o t r o s rehuyen; que goza en soportar el dolor mientras los demás prefieren evitarlo. Los términos normal y anormal, como conceptos definidos, p u e d e n ser utilizados p o r la antropología para distinguir e n t r e quienes se c o m p o r t a n como la mayoría y quienes constituyen seres aiípicos o extravagantes; también cabe servirse de ellos en sentido biológico para separar a aquellos cuya conducta a p u n t a hacia la conservación de la vida, de quienes siguen vías perniciosas para su propia salud; igualmente, en sentido ético, cabe, con arreglo a los mismos conceptos, distinguir entre quienes proceden c o r r e c t a m e n t e y quienes actúan de m o d o distinto. La ciencia teórica de la acción h u m a n a , en cambio, no p u e d e admitir semejantes distingos. La ponderación de los fines últimos resulta, invariablemente, subjetiva y, por t a n t o , arbitraria, El valor es la trascendencia que el h o m b r e , al actuar, atrib u y e a los fines últimos q u e él m i s m o se haya p r o p u e s t o alcanzar. Sólo con respecto a los fines últimos aparece el concepto de valor en sentido p r o p i o y genuino. Los medios, c o m o veíamos, resultan valorados de m o d o derivativo, según la utilidad o idoneidad de los mismos para alcanzar fines; su estimación depende del valor asignado al o b j e t o en definitiva apetecido; para el h o m b r e sólo tienen interés en t a n t o en c u a n t o le permiten alcanzar predeterminada meta. El valor no es de condición objetiva; no se halla ínsito en las cosas. Somos nosotros, en cambio, quienes lo llevamos den- Un primer análisis Je la categoría de acción 159 t r o ; d e p e n d e , en cada caso, de cómo reaccione el sujeto a n t e específicas circunstancias externas. El valor nada tiene q u e ver con palabras o doctrinas. La propia conducta h u m a n a , exclusivamente, engendra el valor. N a d a i m p o r t a lo q u e este h o m b r e o aquel g r u p o digan del valor; lo i m p o r t a n t e es lo q u e e f e c t i v a m e n t e tales actores hagan. La ampulosa oratoria moralista y la pomposa vanagloria de los políticos tienen a veces trascendencia; influyen tales realidades, sin embargo, el curso de la historia únicamente en la medida en que, de hecho, ejerzan influjo sobre la efectiva conducta humana. 3. L A ESCAI.A D E N E C E S I D A D E S Pese a q u e , una y otra vez, m u c h o s lo han negado, la inmensa mayoría de los h o m b r e s aspira, a n t e todo, a mejorar las propias condiciones materiales de vida. La gente quiere comida m á s a b u n d a n t e y sabrosa; m e j o r vestido y habitación y otras mil comodidades. El h o m b r e aspira a la salud y a la abundancia. A d m i t i m o s estos hechos, generalmente, c o m o ciertos; y la fisiología aplicada se preocupa por descubrir cuáles sean los m e d i o s mejores para satisfacer, en la mayor medida posible, tales deseos. Suelen los fisiólogos, cierto es, distinguir e n t r e las necesidades «reales» del h o m b r e y sus imaginarias o artificiales apetencias, y p o r eso enseñan a las gentes cómo deben proceder y a q u é medios d e b e n recurrir para la satisfacción de sus deseos. Resulta indudable la trascendencia de tales estudios. El fisiólogo, desde su p u n t o de vista, desde luego, tiene razón al distinguir e n t r e acción sensata y acción c o n t r a p r o d u c e n t e . Está en lo c i e r t o c u a n d o contrasta los m é t o d o s juiciosos de alimentación con los desarreglados. Es libre de c o n d e n a r ciertas conductas por resultar absurdas y contrarias a las necesidades «reales» del h o m b r e . Tales juicios, sin e m b a r g o , d e s b o r d a n el c a m p o de u n a ciencia como la nuestra, q u e se e n f r e n t a con la acción h u m a n a tal c o m o efectivamente se p r o d u c e en el mund o . Lo q u e cuenta para la praxeología y la economía no es lo La Acción Humana 160 q u e el h o m b r e debería hacer, sino lo q u e , en definitiva, hace. La liigiene p u e d e estar en lo cierto al calificar de v e n e n o s al alcohol y a la nicotina. Ello no o b s t a n t e , la economía ha de explicar y e n f r e n t a r s e con los precios reales del tabaco y los licores tales como son, y no como serían si otras f u e r a n las condiciones concurrentes. En el c a m p o de la economía no hay lugar para escalas de necesidades distintas de la escala valorativa plasmada por la real conducta del h o m b r e . La economía aborda el e s t u d i o del h o m b r e efectivo, frágil y s u j e t o a e r r o r , tal cual es; no p u e d e ocuparse de seres ideales, perfectos y omniscientes, cual semi dioses. 4. L A ACCIÓN COMO CAMBIO La acción consiste en p r e t e n d e r sustituir un estado de cosas poco satisfactorio por o t r o más satisfactorio. D e n o m i n a mos cambio precisamente a esa mutación v o l u n t a r i a m e n t e provocada. Se trueca una condición menos deseable p o r o t r a más apetecible. Se abandona lo q u e satisface menos, a fin de lograr algo q u e apetece más, A q u e l l o a lo q u e es preciso renunciar para alcanzar el o b j e t o deseado constituye el precio pagado por éste. El valor de ese precio p a g a d o se llama costo. El costo es igual al valor q u e se atribuye a la satisfacción de la q u e es preciso privarse para conseguir el fin p r o p u e s t o . La diferencia de valor entre el precio pagado (los costos incurridos) y el de la meta alcanzada se llama lucro, ganancia o rendimiento neto. El beneficio, en este p r i m e r s e n t i d o , resulta de carácter p u r a m e n t e subjetivo; no es más q u e aquel increm e n t o de satisfacción q u e el h o m b r e , tras el actuar, experimenta; se trata de f e n ó m e n o psíquico, q u e no cabe ni pesar ni medir, La remoción del malestar p u e d e lograrse en una medida m a y o r o m e n o r . La cuantía en q u e u n a satisfacción s u p e r a a otra sólo cabe sentirla; la c o r r e s p o n d i e n t e diferencia no p u e d e ser ponderada ni precisada con arreglo a m ó d u l o o b j e t i v o alguno. El juicio de valor no m i d e ; limítase a o r d e n a r en escala gradual; a n t e p o n e u n a s cosas a otras. El valor no se expresa me- Un primer análisis de la categoría de acción 161 diante peso ni medida, sino q u e se f o r m u l a a través de un orden de preferencias y secuencias. En el m u n d o del valor sólo son aplicables los n ú m e r o s ordinales; nunca los cardinales. V a n o es p r e t e n d e r calcular t r a t á n d o s e de valores. El cálculo sólo es posible m e d i a n t e el manejo de n ú m e r o s cardinales. La diferencia valorativa entre dos situaciones d e t e r m i n a d a s es p u r a m e n t e psíquica y personal. No cabe trasladarla al exterior. Sólo el propio interesado p u e d e apreciarla y ni siquiera él sabe concretamente describirla a un tercero. E s t a m o s ante magnitudes intensivas, nunca cuantitativas. La fisiología y la psicología, c i e r t a m e n t e , han desarrollado métodos con los q u e e r r ó n e a m e n t e s u p o n e n cabe resolver ese insoluble p r o b l e m a q u e implica la medición de las magnitudes intensivas; la economía, p o r su parte, no tiene por qué e n t r a r en el análisis de u n o s arbitrarios mecanismos que, al efecto, pocas garantías ofrecen, siendo así q u e sus mismos Utiliza dores advierten q u e no resultan aplicables a juicios valorativos. P e r o es más; aun c u a n d o lo f u e r a n , para nada afectarían a los problemas económicos. P o r q u e la economía estudia la acción como tal, no siendo de su incumbencia los hecbos psíquicos q u e provocan esta o aquella actuación. Sucede con frecuencia q u e la acción no logra alcanzar el fin p r o p u e s t o . A veces, el resultado obtenido, si bien resulta inferior al apetecido, constituye mejoría en comparación a la realidad anterior a la acción; en este caso sigue h a b i e n d o ganancia, aun c u a n d o m e n o r de la esperada. P e r o también p u e d e suceder q u e la acción produzca una situación peor que la q u e se pretendía remediar; en tal supuesto, esa diferencia, entre el valor del costo y el del resultado o b t e n i d o , la d e n o m i n a m o s pérdida. 11 I CAPITULO V El tiempo 1. E L T I E M P O E N CUANTO F A C T O R PRAXEOLÓGICO La idea de cambio implica la idea de sucesión temporal. Un universo rígido, eternamente inmutable, halla ríase fuera del tiempo, pero sería cosa muerta. Los conceptos de cambio y de tiempo hállaflse inseparablemente ligados. La acción aspira a determinada mutación y, por ello, tiene q u e pertenecer al orden temporal. La razón h u m a n a 110 es capaz de concebir ni una existencia intemporal ni un actuar fuera del tiempo. Quien actúa distingue el tiempo anterior a la acción, de un lado, el tiempo consumido por la misma, de otro, y el posterior a ella, en tercer lugar. No puede el ser humano desentenderse del tracto temporal. La lógica y la matemática manejan sistemas de razonamiento ideal. Sus ideales construcciones, como sus deducciones, son coexistentes e independientes; coetáneas e intemporales. Una inteligencia perfecta podría aprehenderlas todas de golpe. La incapacidad de la m e n t e humana para realizar esa síntesis convierte el pensar también en acción que progresa, paso a paso, desde un estado menos satisfactorio, de cognición insuficiente, a otro más satisfactorio, de mayor conocimiento. Conviene, sin embargo, dicho lo anterior, no confundir el orden temporal en q u e el conocimiento va adquiriéndose con la simultaneidad lógica de todas las partes q u e integran el sistema deductivo apriorístico. Los conceptos de anterioridad y consecuencia, en este terreno, sólo cabe de modo metafórico emplearlos, pues no se refieren al sistema, sino a nuestros propios actos intelectivos. La Acción Humana 164 El o r d e n lógico, en sí, no a d m i t e las categorías de t i e m p o ni de causalidad. Existe, desde luego, correspondencia funcional e n t r e sus elementos, p e r o no hay ni causa ni efecto. Lo q u e distingue desde el p u n t o de vista epistemológico el sistema praxeológico del lógico es precisamente q u e aquél p r e s u p o n e las categorías tiempo y causalidad. El o r d e n praxeológico, e v i d e n t e m e n t e , c o m o el lógico, t a m b i é n es apriorístico y deductivo. En c u a n t o sistema, se halla igualmente f u e r a del tiempo. La diferencia entre el u n o y el otro estriba en q u e la praxeología se interesa precisamente p o r el cambio, p o r el demasiado tarde y el demasiado t e m p r a n o , por la causa y el efecto. Anterioridad y consecuencia constituyen conceptos esenciales al r a z o n a m i e n t o praxeológico y lo m i s m o sucede con la irreversibilídad de los hechos. En el marco del sistema praxeológico, cualquier referencia a correspondencias funcionales resulta tan metafórica y errónea c o m o ei aludir a anterioridad y consecuencia d e n t r o del sistema lógico l . 2. PASADO, P R E S E N T E Y FUTURO Es el actuar lo q u e confiere al h o m b r e la noción de t i e m p o , haciéndole advertir el transcurso del mismo. La idea de tiempo es u n a categoría praxeológica. La acción a p u n t a siempre al f u t u r o ; por su esencia, forzosamente, ha de consistir en planear y actuar con miras a alcanzar un mañana mejor. El objetivo de la acción estriba en hacer las condiciones venideras más satisfactorias de lo q u e serían sin la interferencia de la propia actuación. El malestar q u e impulsa al h o m b r e a actuar lo provoca, invariablemente, la desazón q u e al interesado producen las previstas circunstancias f u t u r a s , tal c o m o él entiende se presentarían, si nada hiciera por alterarlas. 1 En un tratado de economía no procede aludir a las discusiones acerca de la posibilidad de formular una mecánica siguiendo vías axiomáticas, de tal forma que el concepto de función sustituiría al de causa y efecto. Más adelante procuraremos evidenciar por qué ningún mecanicismo axiomático puede servir para el estudio del orden económico. Vid. infra cap. X V I , 5, El tiempo 165 La acción influye exclusivamente sobre el f u t u r o ; n u n c a s o b r e un p r e s e n t e q u e , con el transcurso de cada infinitesimal fracción de segundo, va i n e x o r a b l e m e n t e h u n d i é n d o s e en el pasad o . El h o m b r e adquiere conciencia del t i e m p o al proyectar la mutación de u n a situación actual insatisfactoria p o r otra f u t u r a más atrayente. La meditación contemplativa considera el tiempo meram e n t e c o m o duración, «la d u r é e p u r é , d o n t l'écoulement est continu, et oú Ton passe, p a r gradations insensibles, d ' u n étaL á l ' a u t r e : c o n t i n u i t é réellement vécue» 2 . El « a h o r a » del presente ingresa c o n t i n u a m e n t e en el pasado, q u e d a n d o r e t e n i d o sólo por la m e m o r i a . R e f l e x i o n a n d o sobre el pasado, dicen los filósofos, el h o m b r e se percata del t i e m p o 3 . No es, sin embargo, el recordar lo q u e hace q u e el h o m b r e advierta las categorías de cambio y de t i e m p o ; la propia v o l u n t a d de mejorar las personales condiciones de vida obliga a los mortales a percatarse de tales circunstancias. Ese t i e m p o q u e medimos, gracias a los distintos procedimientos mecánicos, pertenece siempre al pasado. El tiempo, en la acepción filosófica del concepto, no p u e d e ser más que pasado o f u t u r o . El presente, en este sentido, es pura línea ideal, virtual f r o n t e r a q u e separa el ayer del m a ñ a n a . Para la praxeología, sin e m b a r g o , e n t r e el p a s a d o y el f u t u r o extiéndese un presente amplio y real. La acción, c o m o tal, se halla en el presente p o r q u e utiliza ese instante d o n d e encarna su realidad 4 . P o s t e r i o r y reflexiva ponderación indican al sujeto cuál f u e , en el instante ya pasado, la acción y cuáles las circunstancias que aquél b r i n d a b a para actuar, advirtiéndole de lo q u e ya no p u e d e hacerse o consumirse por h a b e r pasado la oportunidad. C o n t r a s t a el actor, en definitiva, el ayer con el hoy, c o m o decíamos, lo q u e todavía no p u e d e hacerse o consumirse, d a d o q u e las condiciones necesarias para su iniciación, o tiemMatiére et Mémoire, pág. 205, séptima ed., París, 1911. «Vorlesungen zur Phánomenologie des inneren Zeitbewusslseins», Jabrbuch für Philosophie und phanomenologhche Forschung, IX, págs. 391 y sigs., 1928. A. Schütz, loe. cit., págs. 45 y sigs. ' «Ce que j'appelle mon présent, c'est mon attitude vis-á-vis de l'avenir inmédiat, c'est mon action imminente.» BERGSON, op. cit., pág. 152. ' HKNRI 1 BERGSON, EDMUND H U S S E R L , La Acción Humana 166 p o d e m a d u r a c i ó n , todavía n o s e han p r e s e n t a d o , c o m p a r a n d o así el f u t u r o con el pasado. El p r e s e n t e ofrece a quien actúa o p o r t u n i d a d e s y tareas para las q u e , hasta ahora, aún demasiado t e m p r a n o , p e r o q u e , de d e m o r a r s e la acción, p r o n t o resultará d e m a s i a d o t a r d e . El p r e s e n t e , en t a n t o en c u a n t o duración temporal, equivale a la permanencia de u n a s precisas circunstancias. Cada tipo de actuación s u p o n e la concurrencia de condiciones específicas, a las q u e hay q u e amoldarse para la consecución de los objetivos perseguidos. El presente praxeológico, p o r lo t a n t o , varía según los diversos campos de acción; nada tiene q u e ver con el p a s o del t i e m p o astronómico. El presente, para la praxeología, c o m p r e n d e todo aquel pasado que todavía conserva actualidad, es decir idoneidad para la acción; lo m i s m o incluye, según sea la acción c o n t e m p l a d a , la E d a d M e d i a , q u e el siglo x i x , el pasado año, el mes, el día, la h o r a , el m i n u t o o el segundo q u e acab a n de transcurrir. AI decir, por ejemplo, que, en la actualidad, ya no se adora a Z e u s , ese presente es d i s t i n t o del m a n e j a d o p o r el automovilista c u a n d o piensa q u e todavía es p r o n t o para cambiar de dirección. C o m o quiera q u e el f u t u r o es siempre incierto, vago e ind e f i n i d o , resulta necesario concretar q u é parte del m i s m o cabe considerar c o m o ahora, es decir, presente. Si alguien hubiera dicho, hacia 1 9 1 3 , « a c t u a l m e n t e — a h o r a — en E u r o p a la libertad de p e n s a m i e n t o prevalece», i n d u d a b l e m e n t e no estaba previendo q u e aquel presente muy p r o n t o iba a ser pretérito. 3. LA ECONOMIZACIÓN D E L T I E M P O El h o m b r e no p u e d e desentenderse del paso del tiempo. Nace, crece, envejece y muere. Es escaso el lapso temporal que e su disposición tiene. D e b e por eso administrarlo, al igual que hace con todos los demás bienes escasos. La economización del t i e m p o ofrece aspectos peculiares en razón a la singularidad e irreversibilidad del orden temporal. La trascendencia de tal realidad se manifiesta a lo largo de toda la teoría de la acción. El tiempo 167 H a y una circunstancia que, en esta materia, conviene destacar; la de q u e la administración del t i e m p o es distinta a la administración de q u e son o b j e t o los demás bienes económicos y servicios. P o r q u e incluso en J a u j a veríase constreñido el hombre a economizar el t i e m p o , a no ser q u e f u e r a inmortal y gozara de juventud e t e r n a , inmarcesible salud y vigor físico. A u n a d m i t i e n d o q u e el i n d i v i d u o p u d i e r a satisfacer, de m o d o inmediato, todos sus apetitos, sin invertir t r a b a j o alguno, habría, no obstante, de o r d e n a r el tiempo, al haber satisfacciones m u t u a mente incompatibles e n t r e sí, q u e no cabe d i s f r u t a r simultáneamente. LI t i e m p o , incluso en tal planteamiento, resultaría escaso para el h o m b r e , quien veríase s o m e t i d o a la s e r v i d u m b r e tlel demasiado pronto y del demasiado tarde. 4. L A RELACIÓN T E M P O R A L E X I S T E N T E E N T R E LAS ACCIONES D o s acciones de un m i s m o individuo no pueden nunca ser coetáneas; bállanse, entre sí, en relación t e m p o r a l del más p r o n t o y del más tarde. Incluso las acciones de diversos individuos sólo a la vista de los mecanismos físicos de medir el tiempo cabe considerarlas coetáneas. "El sincronismo c o n s i i m y e noción praxeológica aplicable a los esfuerzos concertados de varios sujetos en acción s . L a s actuaciones sucédense invariablemente unas a otras. Nunca pueden ser realizadas en el mismo instante: pueden sueederse con mayor o m e n o r rapidez, pero eso es todo. H a y acciones, d e s d e luego, que, al tiempo, p u e d e n servir varios fines; p e r o sería e r r ó n e o deducir de ello la coincidencia temporal de acciones distintas. La conocida expresión «escala de valores» ha sido, con frecuencia, t o r p e m e n t e interpretada, habiéndose desatendido los obstáculos que impiden presumir coetaneidad entre las dí* Con objeto de evitar cualquier posible interpretación errónea, conviene notar que lo anterior no tiene nada que ver con el teorema de Einstein sobre In relación (rmporal de dos beíhos distantes en el «pació. 168 La Acción Humana versas acciones de un m i s m o individuo. Se ha supuesto q u e las distintas actuaciones h u m a n a s serían f r u t o de la existencia de u n a escala valorativa, independiente y anterior a los propios actos del interesado, quien pretendería realizar con su actividad un plan p r e v i a m e n t e trazado. A aquella escala valorativa y a ese plan de acción — c o n s i d e r a d o s ambos conceptos como p e r m a n e n t e s e inmutables a lo largo de un cierto período de t i e m p o — atribuyóseles sustantividad propia e independiente, considerándolos la causa y el m o t i v o impulsor de las distintas actuaciones h u m a n a s . Tal artificio hizo s u p o n e r había en la escala de valoración y en el plan de acción un sincronismo q u e no cabía e n c o n t r a r en los múltiples actos individuales. Olvidábase, sin embargo, q u e la escala de valoración constituye pura h e r r a m i e n t a lógica, q u e sólo en la acción real encarna, hasta el p u n t o de q u e únicamente o b s e r v a n d o efectivo actuar cabe concebirla. No es lícito, por lo tanto, contrastarla con la acción real c o m o cosa independiente, p r e t e n d i e n d o servirse de ella para ponderar y enjuiciar las efectivas actuaciones del h o m b r e . T a m p o c o es permisible p r e t e n d e r diferenciar la acción racional de la acción denominada «irracional» sobre la base de asociar aquélla a la previa f o r m u l a c i ó n de proyectos y planes q u e estructurarían la actuación f u t u r a . Es muy posible q u e los objetivos fijados ayer para la acción de hoy no coincidan con los q u e v e r d a d e r a m e n t e ahora nos interesan; aquellos planes de ayer, para enjuiciar la acción real de hoy, no nos b r i n d a n módulos más objetivos y firmes q u e los ofrecidos por cualquier otro sistema de normas e ideas. Se ha p r e t e n d i d o también fijar el concepto de actuación no-racional m e d i a n t e el siguiente razonamiento: Si se prefiere a a b y b a c, lógicamente a habrá de ser preferida a c. Ahora bien, si, de hecho, c luego resulta más atractiva q u e a, supónese nos hallaríamos ante un m o d o de actuar q u e habría de ser tenido por inconsciente e irracional 6 . P e r o tal razonamiento olvida que dos actos individuales nunca p u e d e n ser sincró' Vid. F É L I X KAOTMANN, «On thc Subjcct-Matter of Economic Science», Eco/tónica, X I I I , pág. 390. El tiempo 169 nicos. Si en cierto m o m e n t o p r e f e r i m o s a a b y, en otro, b a c, por corto q u e sea el intervalo e n t r e ambas valoraciones, no es lícito construir u n a escala u n i f o r m e de apreciación en la que, forzosamente, a haya de preceder a b y b a c. D e l mismo modo, tampoco es admisible considerar la acción tercera y posterior como coincidente con las dos primeras. El e j e m p l o sólo sirve para p r o b a r , una vez más, q u e los juicios de valor no son inmutables. Una escala valorativa deducida de distintas acciones asincrónicas, consiguientemente, p r o n t o p u e d e resultar, en sí misma, contradictoria 7 . No hay q u e c o n f u n d i r el concepto lógico de consistencia (es decir, ausencia de contradicción) con el concepto praxeológico de consistencia (es decir, la constancia o adhesión a unos mismos principios). La consistencia lógica aparece sólo en el m u n d o del p e n s a m i e n t o ; la constancia surge en el t e r r e n o de la acción. Constancia y racionalidad son nociones completamente diferentes, C u a n d o se h a n modificado las propias valoraciones, permanecer adheridos a u n a s ciertas normas de acción, anteriormente adoptadas, en gracia sólo a la constancia, no constituiría actuación racional, sino pura terquedad. La acción sólo p u e d e ser constante en un sentido: en preferir lo de mayor a lo de m e n o r valor. Si nuestra valoración cambia, también habrá de variar nuestra actuación. Modificadas las circunstancias, carecería de sentido permanece? fiel a un anterior plan de acción. Un sistema lógico ha de ser consistente y ha de hallarse exento de contradicciones por c u a n t o s u p o n e la coetánea existencia de todas sus diversas partes y teoremas. En la acción, que f o r z o s a m e n t e se produce d e n t r o de un orden temporal, semejante consistencia es impensable. La acción ha de acomodarse al fin perseguido y el proceder deliberado exige q u e el interesado se a d a p t e c o n t i n u a m e n t e a las siempre cambiantes condiciones. La presencia de ánimo se estima v i r t u d en el h o m b r e q u e 7 Vid. P, H. W I C K S T E E D , The Coturnon Sénse oj Political Economy, I, págs. 32 siguientes, ed. Robblns, Londres, 1933, L. R O B B I N S , An Essay ott the Naitire and Signifkance of Economk Science, págs 91 y sigs., segunda ed., Londres, 1935. Y 170 La Acción Humana actúa. T i e n e presencia de á n i m o quien es capaz de ajustarse p e r s o n a l m e n t e con tal rapidez q u e logra reducir al m í n i m o el intervalo temporal e n t r e la aparición de las nuevas condiciones y la adaptación de su actuar a las mismas. Si la constancia implica la adhesión a un plan p r e v i a m e n t e trazado, haciendo caso o m i s o de los registrados cambios de condiciones, obligado es concluir q u e la presencia de ánimo y la reacción rápida constituyen el reverso de aquélla. C u a n d o el especulador va a la Bolsa, p u e d e haberse trazado un plan d e f i n i d o para sus operaciones. T a n t o si lo sigue como si no, sus acciones no dejarán de ser racionales, aun en el sent i d o a t r i b u i d o al t é r m i n o «racional» por quienes p r e t e n d e n de esta suerte distinguir la acción racional de la irracional. A lo largo del día, el especulador tal vez realice operaciones q u e un observador incapaz de advertir las mutaciones experimentadas p o r las condiciones del mercado consideraría desacordes con u n a constante línea de conducta. El especulador, sin embargo, sigue adherido al principio de buscar la ganancia y rehuir la pérdida. P o r ello ha de a d a p t a r su conducta a las mudables condiciones del m e r c a d o y a sus propios juicios acerca del fut u r o desarrollo de los precios B . P o r muchas vueltas que se dé a las cosas, nunca se logrará d e f i n i r q u é sea una acción «no racional», más q u e apoyando la supuesta « n o racionalidad» en un arbitrario juicio de valor. I m a g i n é m o n o s q u e cierto individuo se decide a proceder inconsecuentemente sin o t r o o b j e t o q u e el de r e f u t a r el aserto praxeológico según el cual no hay acciones a n t i n a c i o n a l e s . P u e s ' Los planes, desde IUCRO, también pueden ser contradictorios en sí mismos; posiblemente, por juicios equivocados; otras veces, en cambio, dichas contradicciones tal vez sean intencionadas, al servicio de un designio preconcebido. Si, por ejemplo, uo gobierno o partido promete altos precios a los productores, al tiempo que asegura bajará el coste de la vida, e! objetivo perseguido es puramente demagógico. El programa, el plan en cuestión, es contradictorio en sí mismo; la idea, sin embargo, que guía al expositor, deseoso de alcanzar objetivos bien definidos, propugnando en públicas peroraciones ideas íntimamente incompatibles, hállase exenta de toda contradicción El tiempo 171 bien, en ese caso, el interesado se p r o p o n e también alcanzar un fin d e t e r m i n a d o : la refutación de cierto teorema praxeológico y, con esta mira, actúa de m o d o distinto a como lo haría en otro s u p u e s t o . No ha hecho con ello, en definitiva, otra cosa que elegir un medio inadecuado para r e f u t a r las enseñanzas praxeológicas; eso es t o d o . CAPITULO VI La incertidumbre 1. I N C E R T I D U M B R E Y ACCIÓN En la propia noción de acción va implícita la incertidumbre del f u t u r o . El q u e el hombre actúe y el que el f u t u r o resulte incierto en modo alguno constituyen realidades desligadas. Antes al contrario, tales asertos no son más que sendas formas de predicar una misma cosa. Cabe suponer que el resultado de todo acontecimiento o mutación hállase predeterminado por las eternas e inmutables leyes que regulan la evolución y desarrollo del universo; cabe considerar q u e la interconexión e interdependencia de los fenómenos, es decir, su concatenación causal, constituye realidad fundamental y suprema; cabe negar, de plano, la intervención del azar. Ahora bien, admitido todo ello, y aun reconocido que, tal vez, para una mente dotada de la máxima perfección, las cosas se plantearan de o t r o modo, queda en pie el hecho indudable de que, para el hombre, al actuar, el f u t u r o resulta incierto. Si pudieran los mortales conocer el f u t u r o , no se verían constreñidos a elegir y, por tanto, no tendrían por qué actuar. Vendrían a ser autómatas que reaccionarían ante meros estímulos, sin recurrir a voliciones personales. H u b o filósofos que rechazaron la idea de la autonomía de la voluntad, considerándola engañoso espejismo, en razón a que el h o m b r e fatalmente ha de atenerse a las ineludibles leyes de la causalidad. Desde el p u n t o de vista del primer Hacedor, causa de sí mismo, pudieran tener razón. Pero, por lo que se refiere al h o m b r e , la acción constituye un hecho dado. No es 174 La Acción Humana q u e a f i r m e m o s q u e el h o m b r e sea «libre» al escoger y actuar. Decimos tan sólo q u e el individuo e f e c t i v a m e n t e prefiere y procede consecuentemente, r e s u l t a n d o inaplicables las enseñanzas de las ciencias naturales c u a n d o se p r e t e n d e explicar p o r q u é el sujeto acciona de cierto m o d o , d e j a n d o de hacerlo en f o r m a distinta. La ciencia n a t u r a l no p e r m i t e predecir el f u t u r o . Sólo hace posible pronosticar los resultados de específicas actuaciones. Siguen, sin e m b a r g o , siendo imprevisibles dos esferas de acción; aquella q u e c o m p r e n d e las actuaciones amparadas por un conocimiento i m p e r f e c t o de la mecánica de d e t e r m i n a d o s fen ó m e n o s naturales y la q u e atañe a los actos h u m a n o s de elección, N u e s t r a ignorancia, p o r lo q u e respecta a estos dos terrenos, viene a teñir de i n c e r t i d u m b r e toda actividad, La certeza apodíctica sólo se da en la órbita del sistema d e d u c t i v o p r o p i o de las ciencias apriorísticas. En el c a m p o de la realidad, el cálculo de probabilidades constituye la m á x i m a aproximación a la c e r t i d u m b r e . No incumbe a la praxeología investigar si deben ser tenidos p o r ciertos todos los teoremas q u e las ciencias naturales empíricas manejan. Es é s t e problema q u e carece de trascendencia para la investigación praxeológica. Los asertos de la física y la química poseen un grado tan alto de probabilidad q u e cabe considerarlos ciertos, a efectos prácticos, Así, p o d e m o s p r e v e r con exactitud el f u n c i o n a m i e n t o de una m á q u i n a construida de acuerdo con las normas de la técnica m o d e r n a . La construcción de específico ingenio mecánico constituye, sin e m b a r g o , tan sólo una p a r t e de aquel amplio p r o g r a m a gracias al cual cabrá abastecer a los consumidores con los correspondientes productos. El q u e dicho p r o g r a m a , en definitiva, resulte o no el m á s a p r o p i a d o depende de la aparición de realidades f u t u r a s , imprevisibles e inciertas al ponerse en marcha el plan. P o r tanto, cualquiera q u e sea el grado de certeza q u e tengamos respecto al resultado técnico de la m á q u i n a , no por ello p o d e m o s escam o t e a r la i n c e r t i d u m b r e i n h e r e n t e al c o m p l e j o c o n j u n t o de datos q u e la acción humana tiene q u e p r e v e r . Las necesidades y gustos del mañana, la reacción de los h o m b r e s ante m u d a d a s La incertidumbre 175 circunstancias, los f u t u r o s descubrimientos científicos y técnicos, las ideologías y programas políticos del p o r v e n i r , nada, en estos campos, cabe pronosticar más q u e a base de meros m á r genes, mayores o menores, de probabilidad. La acción a p u n t a invariablemente hacia un f u t u r o desconocido. La acción s u p o n e siempre arriesgada especulación. C o r r e s p o n d e a la teoría general del saber h u m a n o investigar el c a m p o de la verdad y la certeza. El m u n d o de la probabilidad, p o r su parte, concierne específicamente a la praxeología. 2. E L SIGNIFICADO D E L A PROBABILIDAD Los matemáticos haji provocado confusión en t o m o ni estudio de la probabilidad. D e s d e un principio se pecó de ambig ü e d a d al abordar el tema. C u a n d o el Chevalier de M é r é consultó a Pascal acerca de la operación de los juegos de dados, lo m e j o r h u b i e r a sido q u e el gran sabio hubiera dicho a su amigo la verdad con t o d a desnudez, haciéndole ver q u e las matemáticas de nada sirven al t a h ú r en los lances de azar. Pascal, lejos de eso, f o r m u l ó la respuesta en el lenguaje simbólico de la m a t e m á t i c a ; lo q u e podía h a b e r sido expresado, con toda sencillez, en parla cotidiana, f u e enunciado medíante una terminología q u e la inmensa mayoría desconoce y q u e , precisam e n t e por ello, viene a ser generalmente contemplada con reverencial temor. La persona imperita cree q u e aquellas enigmáticas fórmulas encierran trascendentes mensajes, q u e sólo los iniciados p u e d e n interpretar, Se saca la impresión de q u e existe una f o r m a científica de jugar, b r i n d a n d o las esotéricas enseñanzas de la matemática una clave para ganar siempre. Pascal, el inefable místico, se convirtió, sin pretenderlo, en el santo pat r ó n de los garitos. Los tratados teóricos q u e se ocupan del cálculo de probabilidades hacen propaganda gratuita para las casas de juego, precisamente p o r c u a n t o resultan ininteligibles a los legos. No f u e r o n menores los estragos provocados por el equívoco del cálculo de probabilidades en el campo de la investigación científica. La historia de rodas las ramas del saber re- 176 La Acción Humana gistra los errores en q u e se incurrió a causa de una imperfecta aplicación del cálculo de probabilidades, el cual, c o m o ya advirtiera J o h n Stuart Mili, constituía causa de « v e r d a d e r o oprobio para las m a t e m á t i c a s » M o d e r n a m e n t e , se ha incurrido en algunos de los más graves fallos al p r e t e n d e r aplicar tal sistemática al t e r r e n o de la física. Los problemas atinentes a la ilación probable son de complejidad m u c h o mayor que los q u e plantea el cálculo de probabilidades. Sólo la obsesión por el e n f o q u e matemático podía provocar un error tal como el de suponer que probabilidad equivale siempre a frecuencia. O t r o yerro f u e el de c o n f u n d i r el p r o b l e m a de la probabilidad con el del r a z o n a m i e n t o inductivo q u e las ciencias naturales emplean. Incluso un fracasado sistema filosófico, q u e no hace m u c h o e s t u v o de moda, p r e t e n d i ó sustituir la categoría de causalidad por una teoría universal de probabilidades. Un aserto se estima probable tari sólo c u a n d o n u e s t r o conocimiento sobre su contenido es i m p e r f e c t o , c u a n d o no sabemos b a s t a n t e c o m o para d e b i d a m e n t e precisar y separar lo verd a d e r o de lo falso. P e r o , en tal caso, pese a nuestra incertid u m b r e , u n a cierta dosis de conocimiento poseemos, por lo cual, hasta cierto p u n t o , podemos pronunciarnos, e v i t a n d o un simple non liquet o ignoramus. H a y dos especies de probabilidad t o t a l m e n t e distintas: la q u e p o d r í a m o s d e n o m i n a r probabilidad de clase (o probabilidad de frecuencia) y la probabilidad de caso {es decir, la q u e se da en la comprensión, típica de las ciencias de la acción h u m a n a ) . El campo c en q u e rige la primera es el de las ciencias .naturales, d o m i n a d o e n t e r a m e n t e por la causalidad; la segunda aparece en el t e r r e n o de la acción h u m a n a , p l e n a m e n t e regulado por la teleología *. 1 JOHN STUART M I L L , A System of Logic Ra tiocin ulive and Inductive, pág, 3 5 3 , nueva impresión, Londres, 1936. * Aun cuantió el término teleología ya ha aparecido anteriormente, ral vez fuera aquí oportuno señalar que el vocablo, contrapuesto a la causalidad o mecanicismo 'típico de las ciencias naturales, alude al origen mental y voluntarista de las causas que, efectivamente, provocan cambios en la esfera propia dei actuar humano. (N. del T.) 177 La incertidumbre 3. PROBABILIDAD DE C L A S E La probabilidad de clase significa q u e , en relación con cierto evento, conocemos o creemos conocer c ó m o opera u n a clase d e t e r m i n a d a de hechos o f e n ó m e n o s ; de los c o r r e s p o n d i e n t e s hechos o f e n ó m e n o s singulares, sin e m b a r g o , sabemos tan sólo q u e integran la clase en cuestión. Supongamos, en este sentido, por ejemplo, q u e cierta lotería está compuesta p o r noventa n ú m e r o s , de los cuales cinco salen premiados, Sabemos, por tanto, c ó m o opera el c o n j u n t o total de n ú m e r o s . P e r o , con respecto a cada n ú m e r o singular, lo único q u e en verdad nos consta es q u e integra ei c o n j u n t o de referencia. T o m e m o s una estadística de la mortalidad registrada en un área y en un período d e t e r m i n a d o s , SÍ p a r t i m o s del s u p u e s t o de que las circunstancias no van a variar, p o d e m o s afirmar q u e conocemos p e r f e c t a m e n t e Lt mortalidad del c o n j u n t o en cuestión. A h o r a bien, acerca de la probabilidad de vida de específico individuo, nada p o d e m o s afirmar, salvo que, efectivamente, f o r m a p a r t e de la correspondiente agrupación h u m a n a . El cálculo de probabilidades, m e d í a n t e símbolos matemáticos, refleja esa aludida imperfección del conocimiento h u m a n o . Tal representación, sin embargo, ni amplía, ni completa, ni p r o f u n d i z a n u e s t r o saber. Tradúcelo, s i m p l e m e n t e , al lenguaje matemático, D i c h o s cálculos, en realidad, no hacen m á s q u e reiterar, m e d i a n t e f ó r m u l a s algebraicas, lo q u e ya n o s constaba de a n t e m a n o . J a m á s nos ilustran acerca de lo q u e acontecerá en casos singulares. T a m p o c o , e v i d e n t e m e n t e , incrementan nuest r o conocimiento en orden a c ó m o opera el c o n j u n t o , toda vez q u e dicha i n f o r m a c i ó n , desde un principio, era o suponíamos plena. G r a v e e r r o r constituye el pensar q u e el cálculo de probabilidades b r i n d a ayuda al jugador, permitiéndole suprimir o reducir sus riesgos. El cálculo de probabilidades, c o n t r a r i a m e n t e a una e x t e n d i d a creencia, de nada le sirve al t a h ú r , como tampoco le p r o c u r a n , en este sentido, auxilio alguno las demás f o r m a s de raciocinio lógico o matemático. Lo característico del 178 La Acción Humana juego es que en él impera el azar p u r o , lo desconocido. Las esperanzas del jugador no se basan en f u n d a d a s consideraciones. Si no es supersticioso, en definitiva, pensará: existe una ligera posibilidad {o, en otras palabras, « n o es imposible») de q u e gane; estoy dispuesto a efectuar el envite requerido; de sobra sé que, al jugar, procedo insensatamente. P e r o c o m o la s u e r t e acompaña a los i n s e n s a t o s . . . ¡ Q u e sea lo q u e Dios quiera! El f r í o razonamiento indica al jugador q u e no mejoran sus probabilidades al adquirir dos en vez de un solo billete de lotería si, como suele suceder, el i m p o r t e de los premios es menor q u e el valor de los billetes q u e la integran, pues quien comprara todos los n ú m e r o s , indudablemente babría de perder. Los aficionados a la lotería, sin embargo, hállanse convencidos de que, cuantos más billetes adquieren, mejor. Los clientes de casinos y máquinas tragaperras nunca cejan. Rehusan advertir que, si las reglas del juego favorecen al b a n q u e r o , lo p r o b a b l e es q u e cuanto más jueguen m á s pierdan. P e r o la atracción del juego estriba precisamente en eso, en q u e no cabe la predicción; q u e todo, sobre el tapete verde, es posible. Imaginemos q u e una caja contiene diez tarjetas, cada una con el n o m b r e de una persona distinta y que, al e x t r a e r una de ellas, el elegido habrá de pagar cien dólares. A n t e tal planteamiento, un asegurador q u e pudiera contratar con cada u n o de los intervinientes una prima de diez dólares, hallaríase en situación de garantizar al p e r d e d o r plena indemnización. Recaudaría cien dólares y pagaría esa misma suma a u n o de los diez intervinientes. Ahora bien, si no lograra asegurar más q u e a u n o de los diez al tipo señalado, no estaría c o n v i n i e n d o un seguro; hallaríase, p o r el contrario, e m b a r c a d o en p u r o juego de azar; habríase colocado en el lugar del asegurado. Cobraría diez dólares, pero, aparte la posibilidad de ganarlos, correría el riesgo de perderlos junto con o t r o s noventa más. Q u i e n , por ejemplo, prometiera pagar, a la m u e r t e de un tercero, cierta cantidad, c o b r a n d o p o r tal garantía una prima anual simplemente acorde con la previsibilidad de vida q u e , de acuerdo con el cálculo de probabilidades, para el i n t e r e s a d o re- La incertidumbre 179 sultara, no estaría a c t u a n d o c o m o asegurador, sino a t í t u l o de jugador. El seguro, ya sea de carácter comercial o mutualista, exige asegurar a toda una clase o a un n ú m e r o de p e r s o n a s q u e razonablemente p u e d a r e p u t a r s e c o m o tal. La idea q u e i n f o r m a el seguro es la de asociación y distribución de riesgo; no se ampara en el cálculo de probabilidades. Las únicas operaciones matemáticas q u e requiere son las cuatro reglas elementales de la aritmética. El cálculo de probabilidades constituye, en esta materia, simple pasatiempo. Lo anterior q u e d a claramente evidenciado al advertir q u e la eliminación del riesgo m e d i a n t e la asociación también p u e d e efectuarse sin recurrir a ningún sistema actuarial. T o d o el m u n d o , en la vida cotidiana, lo practica. Los comerciantes incluyen, e n t r e sus costos, específica compensación p o r las pérdidas q u e regularmente ocurren en la gestión mercantil. Al decir «regul a r m e n t e » significamos q u e tales q u e b r a n t o s resultan conocidos en c u a n t o al c o n j u n t o de la clase de artículos de q u e se trate. El f r u t e r o sabe, por e j e m p l o , q u e de cada cincuenta manzanas una se p u d r i r á , sin p o d e r precisar cuál será la específica q u e haya de perjudicarse; p e r o la c o r r e s p o n d i e n t e pérdida la c o m p u t a c o m o un costo más. La consignada definición de lo q u e sustancialmente sea la probabilidad de clase es la única q u e , desde un p u n t o de vista lógico, resulta satisfactoria. Evita el círculo vicioso q u e implican cuantas aluden a la idéntica p r o b a b i l i d a d de acaecimientos posibles. Al proclamar nuestra ignorancia acerca de los eventos singulares, de los cuales sólo sabemos q u e son elementos integrantes de una clase, cuyo c o m p o r t a m i e n t o , sin embargo, c o m o tal, resulta conocido, logramos salvar el aludido círculo vicioso. Y ya no tenemos, entonces, q u e referirnos a la ausencia de regularidad en la secuencia de los casos singulares. La n o t a característica del seguro estriba en q u e tan sólo se ocupa de clases íntegras. S u p u e s t o que sabemos t o d o lo concerniente al f u n c i o n a m i e n t o de la clase, p o d e m o s eliminar los riesgos específicos del individualizado negocio de q u e se trate. P o r lo m i s m o , t a m p o c o s o p o r t a riesgos especiales el propietario de un casino de juego o el de una empresa de lotería. La Acción Humana 180 Si el lotero coloca t o d o s los billetes, el resultado de la operación es p e r f e c t a m e n t e previsible. Por el contrario, si algunos restan invendidos, hállase, con respecto a estos billetes q u e q u e d a n en su p o d e r , en la misma situación q u e cualquier o t r o jugador en lo a t i n e n t e a los n ú m e r o s p o r él adquiridos. 4. P R O B A B I L I D A D D E CASO La probabilidad de caso s u p o n e q u e conocemos unas específicas circunstancias cuya presencia o ausencia d a n lugar a q u e cierto evento se produzca o no, c o n s t á n d o n o s existe otra serie de factores capaces de provocar el citado resultado, pero de los cuales, sin embargo, nada sabemos. La probabilidad de caso sólo tiene en común con la probabilidad de clase esa aludida imperfección de nuestro conocimiento. En lo demás son e n t e r a m e n t e distintas ambas formas de probabilidad. Con frecuencia p r e t e n d e el h o m b r e predecir cierto f u t u r o evento, o b s e r v a n d o el conocido c o m p o r t a m i e n t o de la clase de q u e se trate en su c o n j u n t o . Un médico puede, por ejemplo, vislumbrar las probabilidades de curación de cierto paciente sabiendo q u e se h a n repuesto del mal el 70 por 100 de los q u e lo han sufrido. Si el galeno expresa correctamente tal conocim i e n t o , se limitará a decir q u e la probabilidad q u e tiene el paciente de curar es de un 0 , 7 ; o sea, q u e , de cada diez pacientes, sólo tres m u e r e n . Cualquier semejante predicción, a t i n e n t e al m u n d o de los hechos externos, es decir, referente al campo de las ciencias naturales, tiene siempre ese mismo carácter. No se trata de predicciones sobre el desenlace de casos específicos, sino de simples afirmaciones acerca de la frecuencia con q u e los distintos resultados suelen producirse. Están basados los correspondientes asertos en pura información estadística o simplemente en empírica y aproximada estimación de la frecuencia con q u e un h e c h o se produce. Sin embargo, con lo anterior, no h e m o s p l a n t e a d o todavía el problema específico de la probabilidad de caso. Lo importante es q u e carecemos de información acerca del individual La incertidumbre 181 supuesto de q u e se trata; sólo sabemos q u e resulta encuadrable en una clase de hechos, cuyo c o m p o r t a m i e n t o conocemos o creemos conocer. I m a g i n e m o s q u e un c i r u j a n o dice a su paciente que, en la operación, treinta de cada cien pacientes fallecen. Q u i e n , tras tal afirmación, p r e g u n t a r a si estaba ya c u b i e r t o el correspondiente c u p o , e v i d e n t e m e n t e , no habría c o m p r e n d i d o el s e n t i d o del aserto. Sería víctima del error q u e se d e n o m i n a « e n g a ñ o del jugador», al c o n f u n d i r la probabilidad de caso con la probabilidad de cíase, como sucede con el jugador de ruleta q u e , después de una serie de diez rojos sucesivos, s u p o n e hay una mayor p r o b a b i l i d a d de q u e a la p r ó x i m a jugada salga un negro. T o d o p r o n ó s t i c o en medicina, b a s a d o ú n i c a m e n t e en el con o c i m i e n t o fisiológico, es de probabilidad de clase. El médico q u e oye q u e un individuo, desconocido para él, ha sido atacado por cierta e n f e r m e d a d , apoyándose en la profesional experiencia podrá decir q u e las probabilidades de curación son de siete contra tres. Su opinión, sin embargo, tras examinar al e n f e r m o , puede p e r f e c t a m e n t e c a m b i a r ; si c o m p r u e b a q u e se trata de un h o m b r e joven y vigoroso, q u e gozó siempre de buena salud, cabe bien piense el d o c t o r q u e , entonces, las cifras de mortalidad son m e n o r e s . La probabilidad ya no será de siete a tres, sino, digamos, de nueve a uno. P e r o el e n f o q u e lógico es el m i s m o ; el médico no se sirve de precisos datos estadísticos; apela tan sólo a una más o menos exacta rememoración de su propia experiencia, m a n e j a n d o exclusivamente el comportam i e n t o de específica clase; la clase, en e s t e caso, compuesta por h o m b r e s jóvenes y vigorosos al ser atacados por la e n f e r m e d a d de referencia. La probabilidad de caso es un supuesto especial en el ter r e n o de la acción h u m a n a , d o n d e jamás cabe aludir a la frecuencia con q u e d e t e r m i n a d o f e n ó m e n o se produce, pues en tal esfera manéjanse invariablemente eventos únicos que, en calidad de tales, no f o r m a n p a r t e de clase alguna. Cabe, por ejemplo, configurar una clase f o r m a d a por «las elecciones presidenciales americanas». T a l agrupación p u e d e ser útil o incluso necesaria p a r a diversos estudios; el constitucional, por citar un 182 t.a Acción Humana caso. P e r o si analizamos concretamente, supongamos, los comicios estadounidenses de 1 9 4 4 — y a fuera antes de la elección, para d e t e r m i n a r el f u t u r o resultado, o después de la misma, p o n d e r a n d o los factores q u e d e t e r m i n a r o n su efectivo desenlace—, estaríamos invariablemente e n f r e n t á n d o n o s con un caso individual, único, q u e nunca m á s se repetirá. El s u p u e s t o viene d a d o por sus propias circunstancias; él solo constituye la clase. Aquellas características que permitirían su e n c u a d r a m i e n t o en p r e d e t e r m i n a d o g r u p o , a estos efectos, carecen de t o d o interés. I m a g i n e m o s q u e mañana han de e n f r e n t a r s e d o s equipos de f ú t b o l , los azules a los amarillos. Los azules, hasta ahora, han vencido siempre a los amarillos. Tal conocimiento no es, sin embargo, de los q u e nos i n f o r m a n acerca del comportam i e n t o de una determinada clase de eventos. Si así se estimara, obligado sería concluir que los azules siempre habrían de ganar, mientras q u e los amarillos invariablemente resultarían derrotados. No existiría i n c e r t i d u m b r e acerca del resultado del e n c u e n t r o . Sabríamos positivamente q u e los azules, Lina vez más, ganarían. El q u e n u e s t r o pronóstico lo consideremos sólo probable evidencia q u e no discurrimos por tales vías, Consideramos, no o b s t a n t e , q u e tiene su trascendencia, en orden a la previsión del f u t u r o resultado, el q u e los azules hayan siempre ganado. Tal circunstancia parece favorecer a los azules. Si, en cambio, razonáramos correctamente, de acuerdo con la probabilidad de clase, no daríamos ninguna trascendencia a tal hecho. Más bien, p o r el c o n t r a r i o , incidiendo en el «engaño del jugador», pensaríamos q u e el p a r t i d o debía terminar con la victoria de los amarillos. C u a n d o , en tal caso, con o t r o , n o s jugamos el d i n e r o , estamos practicando simple apuesta. Si se tratara, por el contrario, de un supuesto de probabilidad de clase, nuestra acción equivaldría al envite de un lance de azar. Fuera del c a m p o de la probabilidad de clase, todo lo q u e c o m ú n m e n t e se c o m p r e n d e b a j o el t é r m i n o probabilidad atañe a ese m o d o especial de razonar e m p l e a d o al examinar hechos singulares e individualizados, materia ésta específica de las ciencias históricas. 183 La comprensión, en este terreno, parte siempre de incompleto conocimiento. Podemos llegar a saber los motivos que imx-len al hombre a actuar, los objetivos que puede perseguir y os medios que piensa emplear para alcanzar dichos fines. Tenemos clara idea de los efectos que tales factores han de provocar. Nuestro conocimiento, sin embargo, no es completo; t i b e que nos hayamos equivocado al ponderar la respectiva influencia de los aludidos factores concurrentes o no hayamos tenido en cuenta, al menos con la debida exactitud, la existencia de otras circunstancias también trascendentes. El intervenir en juegos de azar, el dedicarse n la construcción de máquinas y herramientas y el efectuar especulaciones mercantiles constituyen tres modos diferentes de enfrentarse con el futuro. El tahúr ignora qué evento provoca el resultado del juego. Sólo sabe que, con una determinada frecuencia, dentro de una serie de eventos, se producen unos que le favorecen. Tal conocimiento, por lo demás, de nada le sirve para ordenar su posible actuación; tan sólo le cabe confiar en la suerte; he ahí su tínico plan posible. La vida misma está expuesta a numerosos riesgos; nocivas situaciones, que no sabemos controlar, o al menos no logramos hacerlo en la medida necesaria, pueden poner de continuo en peligro la supervivencia. Todos, a este respecto, confiamos en la suerte; esperamos no ser alcanzados por el rayo o no ser mordidos por la víbora. Existe un elemento de azar en la vida humana. El hambre puede nulificar los efectos patrimoniales de posibles daños y accidentes suscribiendo los correspondientes seguros. Especula entonces con las probabilidades contrarias. En m a n t o al asegurado, el seguro equivale a un juego de azar. Si el temido siniestro no se produce, habrá gastado en vano su dinero 2 . Frente a los fenómenos naturales imposibles de controlar, el hombre hállase siempre en la postura del jugador. ! En el seguro de vida, la perdida del interesado equivale a la diferencia entre la suma percibida del asegurador y la que aquél habría podido acumular mediante el ahorro. 184 La Acción Humana El ingeniero, en cambio, sabe t o d o lo necesario para llegar a una solución técnicamente correcta del problema de q u e se trate; al construir una m á q u i n a , por ejemplo, si tropieza con alguna incertidumbre, procura eliminarla mediante los márgenes de seguridad. Tales técnicos sólo saben de p r o b l e m a s solubles, por un lado, y, por o t r o , de p r o b l e m a s insolubles dados los conocimientos técnicos del m o m e n t o . A veces, alguna desgraciada experiencia háceles advertir q u e sus conocimientos no eran tan completos c o m o suponían, h a b i e n d o p a s a d o p o r alto la indeterminación de algunas cuestiones q u e consideraban ya resueltas. En tal caso procurarán completar su ilustración. Naturalmente, nunca podrán llegar a eliminar el e l e m e n t o de azar ínsito en la vida h u m a n a . La tarea, sin e m b a r g o , se desenvuelve, en principio, d e n t r o de la órbita de lo cierto. A s p i r a n , por ello, a controlar p l e n a m e n t e todos los elementos q u e m a n e j a n . Suele hablarse, hoy en día, de «ingeniería social». Ese concepto, al igual q u e el de dirigismo, es sinónimo de d i c t a d u r a , de totalitaria tiranía. P r e t e n d e tal ideario operar con los seres h u m a n o s c o m o el ingeniero manipula la materia p r i m a con q u e tiende puentes, traza carreteras o construye m á q u i n a s . La vol u n t a d del ingeniero social habría de suplantar la libre volición de aquellas múltiples personas q u e piensa utilizar para edificar su utopía. La h u m a n i d a d se dividiría en dos clases: el dictador o m n i p o t e n t e , de un lado, y, de o t r o , los tutelados, reducidos a ja condición de simples e n g r a n a j e s . El ingeniero social, implantado su p r o g r a m a , no tendría, e v i d e n t e m e n t e , q u e molestarse i n t e n t a n d o c o m p r e n d e r la actuación ajena. G o z a r í a de plena libertad para manejar a las gentes c o m o el técnico c u a n d o manipula el hierro o la madera, P e r o , en el m u n d o real, el h o m b r e , al actuar, se e n f r e n t a con el hecho de q u e hay semejantes, los cuales, al igual q u e él, operan por sí y para sí. La necesidad de acomodar la propia actuación a la de terceros concede al s u j e t o investidura de especulador. Su é x i t o o fracaso d e p e n d e r á de la m a y o r o m e n o r habilidad q u e tenga para prever el f u t u r o . T o d a inversión viene a ser una especulación. En el marco del h u m a n o actuar n u n c a hay estabilidad ni, por consiguiente, seguridad. 185 La incertidumbre 5. L A VALORACIÓN NUMÉRICA DE LA PROBABILIDAD DE CASO La probabilidad de caso no p e r m i t e forma alguna de cálculo n u m é r i c o . Lo q u e g e n e r a l m e n t e pasa p o r tal, al ser examinado m á s de cerca, resulta ser de índole diferente. En vísperas de la elección presidencial americana de 1 9 4 4 , por ejemplo, podría haberse dicho: a) Estoy dispuesto a apostar tres dólares contra u n o a q u e Roosevelt saldrá elegido. b) P r o n o s t i c o que, del total censo electoral, cuarenta y cinco millones de electores v o t a r á n ; veinticinco de los cuales se ponunctarán por Roosevelt. c) C r e o q u e las probabilidades en favor de Roosevelt son de nueve a uno. d) Estoy seguro de q u e Roosevelt será elegido. El aserto d) es, a todas luces, arbitrario. Q u i e n tal afirmara, de ser interrogado, b a j o j u r a m e n t o decisorio, en procedimiento judicial, acerca de s¡ estaba tan cierto de la f u t u r a victoria de Roosevelt como de que un bloque de hielo al ser expuesto a u n a t e m p e r a t u r a de cincuenta grados había de derretirse respondería, i n d u d a b l e m e n t e , q u e n o . Más bien rectificaría su primitivo p r o n u n c i a m i e n t o en el sentido de asegurar que, p e r s o n a l m e n t e , hallábase convencido de q u e Roosevelt ganaría. Estaríamos ante mera opinión individual, careciendo el sujeto de plena certeza; lo q u e el m i s m o más bien deseaba era expresar la propia valoración q u e a las condiciones concurrentes d a b a . El caso a) es similar. El actor estima q u e arriesga muy poco a p o s t a n d o . La relación tres a u n o nada dice acerca de las respectivas probabilidades de los candidatos; resulta de la concurrencia de dos factores: la creencia de q u e Roosevelt será elegido, de un lado, y la propensión del interesado a jugar, de otro. La afirmación b) es una estimación del desenlace del acontecimiento inminente. Las correspondientes cifras no se refieren a un m a y o r o m e n o r grado de probabilidad, sino al espera- 186 La Acción Humana do resultado de la efectiva votación. Dicha afirmación p u e d e descansar sobre una investigación sistemática, como, por ejemplo, la de las encuestas Gallup, o. simplemente, sobre puras estimaciones personales. El aserto c) es diferente. Se afirma el resultado esperado, pero envuélvese en términos aritméticos. No significa ciertamente q u e de diez casos del mismo tipo, nueve habrían de ser favorables a Roosevelt y u n o adverso. N i n g u n a relación p u e d e tener la expresión de referencia con la probabilidad de clase. ¿ Q u é significa, pues? Se trata, en realidad, de una expresión metafórica. Las metáforas sirven, generalmente, para asimilar un objeto abstracto con o t r o q u e puede ser percibido por los sentidos, Si bien lo anterior no constituye formulación obligada de loda m e t á f o r a , suele la gente recurrir a esa forma de expresión, en razón a q u e , n o r m a l m e n t e , lo concreto resulta más conocido q u e lo abstracto. P o r c u a n t o la metáfora p r e t e n d e aclarar algo menos corriente, r e c u r r i e n d o a o t r a realidad más c o m ú n , tiende aquélla a identificar una cosa abstracta con otra concreta, m e j o r conocida. M e d i a n t e la fórmula matemática citada preténdese hacer más comprensible cierta compleja realidad apelando a una analogía tomada de una de las ramas de la matemática, del cálculo de probabilidades. Tal cálculo, a 110 d u d a r , es más popular q u e la comprensión epistemológica, A nada conduce recurrir a la lógica para una crítica del lenguaje metafórico. Las analogías y m e t á f o r a s son siempre imperfectas y de escasa procedencia. Búscase, en esta materia, el ter• tium comparationis. P e r o ni aun tal a r b i t r i o es admisible en el caso de referencia, por cuanto la comparación se basa en una suposición defectuosa, aun en el p r o p i o marco del cálculo de probabilidades, pues supone incurrir en el «engaño del jugad o r » . AI aseverar q u e las probabilidades en favor de Roosevelt son de nueve contra una, se quiere dar a entender q u e , a n t e la próxima elección, Roosevelt se halla en la postura del h o m b r e que ha adquirido el noventa por ciento de los billetes de una lotería. Presúmese q u e la razón nueve a u n o nos revela algo sustancial acerca de lo q u e pasará con el hecho único y espe- 187 La incertidumbre cífjco q u e nos interesa. Resultaría fatigoso evidenciar de n u e v o el error q u e tal idea encierra. Inadmisible igualmente es el recurrir al cálculo de probabilidades al analizar las hipótesis propias de las ciencias naturales. Las hipótesis constituyen intentos de explicar fenómenos apoyándose en a r g u m e n t o s q u e resultan lógicamente insuficientes. T o d o lo q u e p u e d e afirmarse respecto de una hipótesis es q u e o contradice o conviene con los principios lógicos y con los hechos experimental mente atestiguados y, consecuentemente, tenidos por ciertos. En el primer caso, la hipótesis ha de ser rechazada; en el segundo — h a b i d a cuenta de nuestros conocim i e n t o s — no resulta más q u e m e r a m e n t e posible. (La intensidad de la convicción personal de q u e sea cierta es p u r a m e n t e subjetiva.) Ya no estamos ante la probabilidad de clase ni ante la comprensión histórica. El t é r m i n o hipótesis no resulta aplicable c u a n d o de la interpretación de los hechos históricos se trata. Si un historiador asegura q u e en la caída de la dinastía de los Romanoff jugó un i m p o r t a n t e papel el hecho de q u e la familia imperial era de origen alemán, no está a v e n t u r a n d o una hipótesis. Los hechos en q u e se basa su apreciación son indiscutibles. H a b í a u n a animosidad m u y extendida contra los alemanes en Rusia y la rama g o b e r n a n t e de los R o m a n o f f , q u e d u r a n t e doscientos años se venía u n i e n d o m a t r i m o n i a l m e n t e con familias alemanas, era considerada por muchos rusos como una estirpe germanizada, incluso por aquellos q u e suponían q u e el zar Pablo no era hijo de P e d r o I I I . Q u e d a , sin e m b a r g o , siempre en pie la duda acerca de la trascendencia q u e e f e c t i v a m e n t e luvo tal circunstancia en la cadena de acontecimientos q u e al final provocó la caída del e m p e r a d o r . Sólo la comprensión histórica abre vía para a b o r d a r tal incógnita. 6. A P U E S T A S , JUEGOS DEPORTES V DE AZAR, PASATIEMPOS Una apuesta es el convenio en cuya virtud el interesado arriesga con o t r o individuo d i n e r o o distintos bienes, en torno 188 t.a Acción Humana a un acontecimiento de cuya realidad o posible aparición toda información q u e poseemos viene dada por actos de comprensión intelectual. La gente puede apostar con m o t i v o de una próxima elección o de un p a r t i d o de tenis. También cabe apostar en torno a cuál de dos asertos atinentes a una realidad sea el correcto. El juego de azar, en cambio, es negocio jurídico p o r cuya virtud el interesado arriesga contra o t r o determinada cosa acerca de la posible aparición de cierto acontecimiento del q u e no tenemos más información que la suministrada por el comport a m i e n t o de específica clase. El azar y la apuesta, a veces, también cabe se c o m b i n e n . El resultado de una carrera de caballos, por ejemplo, depende de la h u m a n a acción — p r a c t i c a d a por el propietario, el preparador y el jockey—, pero igualmente — l a s condiciones del cabal l o — de factores no h u m a n o s . Q u i e n e s arriesgan dinero en las carreras no son, por lo general, más q u e simples jugadores de azar. Los expertos, sin embargo, creen derivar información de personal sapiencia acerca de los aludidos factores personales; en tanto en c u a n t o este factor influye su decisión, apuestaif. Pero, además, suponen entender de équidos; pronostican tras contemplar el pedigree y constitución de los animales; en esto, son jugadores de azar. A lo largo de subsiguientes capítulos serán analizadas las fórmulas mediante las cuales el m u n d o de los negocios se enf r e n t a con el problema de la incertidumbre del f u t u r o . Conviene, sin embargo, para completar el tema, hacer alguna otra consideración. El dedicarse a deportes y pasatiempos puede constituir tanto un fin como un medio. Para quienes buscan el excitante estímulo provocado por las lides deportivas o para aquellos cuya vanidad se siente halagada al exhibir la propia destreza, tal actuación constituye un fin. Se trata, en cambio, de un medio para los profesionales que, m e d i a n t e la misma, se ganan la vida, La práctica de un d e p o r t e o juego puede, por tanto, estimarse acción. Lo que no cabe es invertir la afirmación y deno- La incertidumbre 189 minar juego a cualquier actuación, e n f o c a n d o todas Jas acciones como si de meras distracciones se tratara. La m e t a inmediata de toda competición deportiva consiste en d e r r o t a r al adversario r e s p e t a n d o preestablecidas normas. E s t a m o s ante un caso peculiar y especial de acción. La mayor p a r t e de las actuaciones h u m a n a s no p r e t e n d e n d e r r o t a r o p e r j u d i c a r a nadie. Aspírase, m e d i a n t e ellas, sólo a mejorar las propias condiciones de vida. P u e d e acaecer q u e tal mejora se logre a costa de o t r o s . P e r o no es ése el p l a n t e a m i e n t o normal y, desde luego, dicho sea sin á n i m o de herir suspicacias, jamás ocurre en un sistema social de división del trabajo c u a n d o éste desenvuélvese libre de injerencias externas. En una sociedad de mercado no existe analogía alguna e n t r e los juegos y los negocios. Con los naipes gana quien m e j o r se sirva de habilidades y astucias; el empresario, p o r el contrario, prospera p r o p o r c i o n a n d o a sus clientes las mercancías q u e éstos con m a y o r vehemencia anhelan. Tal vez haya cierta analogía entre la postura del jugador de cartas y la del timador, pero no vale la pena e n t r a r en el asunto. Incide, sin embargo, en el error quien s u p o n e q u e la vida mercantil constituye pura trampería. Los juegos se caracterizan por el antagonismo existente entre dos o más c o n t e n d i e n t e s \ Los negocios, por el contrario, d e n t r o de una sociedad, es decir, d e n t r o de un orden basado en la división del trabajo, se caracterizan por el concorde actuar de los s u j e t o s ; en c u a n t o comienzan éstos a e n f r e n t a r s e los unos con los o t r o s , caminan hacia la desintegración social. La competencia, en el mercado, no implica antagonismo, en el sentido de confrontación de incompatibles intereses. Cierto que la competencia, a veces, o aun con frecuencia, puede suscitar en quienes c o m p i t e n aquellos sentimientos de odio y malicia q u e suelen i n f o r m a r el deseo de perjudicar a otros. De ahí q u e los psicólogos p r o p e n d a n a c o n f u n d i r la pugna hostil con ' El juego fie «solitario!» no ei ludirá competición, sino mera distracción. Por eso resulta erróneo considerarlo gráfico representación de lo que acontece en una sociedad comunista, como suponen J. VON NEUMANN y OSCAR M O R G E N S T E R N , Thcory of Games and Eeonomie Behavior, pág 86, Princeton, 194-1. t.a Acción Humana 190 la competencia económica. La praxeología, sin embargo, debe guardarse de imprecisiones que p u e d e n inducir al error. Existe diferencia esencial e n t r e el conflictivo c o m b a t e y la competencia cataláctica. Los competidores aspiran a la excelencia y perfección de sus respectivas realizaciones, d e n t r o de un orden de cooperación m u t u a . La función de la competencia consiste en asignar a los m i e m b r o s de un sistema social aquella misión en cuyo desempeño m e j o r pueden servir a la sociedad. Es el mecanismo q u e permite seleccionar, para cada tarea, el h o m b r e más idóneo. D o n d e haya cooperación social, es preciso siempre seleccionar, de u n a forma u otra. Tal competencia desaparece tan sólo cuando la atribución de las distintas tareas d e p e n d e exclusivamente de personal decisión, sin q u e los tutelados actuantes puedan hacer valer los propios méritos. Más adelante habremos de o c u p a r n o s de la f u n c i ó n de la c o m p e t e n c i a 4 . Conviene, no obstante, de m o m e n t o , resaltar q u e es erróneo aplicar ideas de m u t u o exterminio a la recíproca cooperación que prevalece bajo el libre marco social. Las expresiones bélicas no convienen a las operaciones mercantiles. P o b r e m e t á f o r a , en v e r d a d , resulta el hablar de la conquista de uri mercado; pues no hay conquista alguna c u a n d o una empresa ofrece productos mejores o más b a r a t o s que sus competidores; y el hablar de estrategias, en este terreno, es una imagen igualm e n t e deleznable. 7. LA P R E D I C C I Ó N PRAXEOLÓGICA El conocimiento praxeológico p e r m i t e predecir, con certeza apodíctica, las consecuencias que las diversas f o r m a s posibles de actuar van a provocar. Tales predicciones, sin e m b a r g o , jamás nos ilustran acerca de aspectos cuantitativos. En el c a m p o de la acción h u m a n a , los problemas cuantitativos sólo m e d i a n t e la comprensión pueden ser abordados. Cabe predecir, según veremos después, que — e n igualdad ' Vid. infra cap. XV, 5. La incertidumbre 191 de c i r c u n s t a n c i a s — u n a reducción en la d e m a n d a de a provocará una baja en su precio. Lo q u e no p o d e m o s , sin e m b a r g o , es adelantar la cuantía de tal baja, Es éste un i n t e r r o g a n t e q u e sólo la c o m p r e n s i ó n p u e d e resolver. E l e r r o r f u n d a m e n t a l e n q u e incide todo e n f o q u e cuantitat i v o de los p r o b l e m a s económicos estriba en olvidar q u e no existen relaciones c o n s t a n t e s en las llamadas dimensiones económicas. No hay constancia ni p e r m a n e n c i a en las valoraciones ni en las relaciones de intercambio e n t r e los diversos bienes. T o d a s y cada u n a de las continuas mutaciones provocan n u e v a reestructuración del c o n j u n t o . La c o m p r e n s i ó n , a p r e h e n d i e n d o el m o d o de discurrir de los h u m a n o s , intenta pronosticar las f u t u r a s situaciones. L o s positivistas, desde luego, vilipendiarán tal vía de investigación; su p o s t u r a , sin e m b a r g o , no d e b e hacernos olvidar q u e la c o m p r e n s i ó n c o n s t i t u y e el ú n i c o procedim i e n t o a d e c u a d o para, en el t e r r e n o de la acción h u m a n a , abordar el tema r e f e r e n t e al m a ñ a n a . C A P I T U L O VII La acción en el entorno mundo 1, LA L E Y DE LA UTILIDAD MARGINAL La acción ordena y prefiere; comienza por manejar sólo números ordinales, dejando a un lado los cardinales. Sucede, sin embargo, que el m u n d o externo, al cual el hombre que actúa ha de acomodar su conducta, es un m u n d o de soluciones cuantitativas, donde entre causa y efecto existe relación mensurable. Si las cosas no fueran así, es decir, si los bienes pudieran prestar servicios ilimitados, nunca resultarían escasos y, por tanto, no merecerían el apelativo de medios. El hombre, al actuar, aprecia las cosas según su mayor o menor idoneidad para, a título de medios, suprimir malestares. Los bienes que, por su condición de medios, permiten atender las necesidades humanas, vistos en su conjunto, desde el ángulo de las ciencias naturales, constituyen multiplicidad de cosas diferentes. El actor, sin embargo, asimílalos todos como ejemplares que encajan, unos más y otros menos, en una misma especie. Al evaluar estados de satisfacción muy distintos entre sí y apreciar los medios convenientes para lograrlos, el h o m b r e ordena en una escala todas las cosas, contemplándolas sólo en orden a su idoneidad para incrementar la satisfacción propia. El placer derivado de la alimentación y el originado por la contemplación de una obra artística constituyen, simplemente, para el h o m b r e actuante, dos necesidades a atender, una más y otra menos urgente. Pero, por el hecho de valorar y actuar, 13 i 194 t.a Acción Humana ambas quedan situadas en una escala de apetencias q u e comp r e n d e desde las de máxima a las de mínima intensidad. Q u i e n actúa no ve más q u e cosas, cosas de diversa utilidad para su personal bienestar, cosas que, por tanto, apetece con ansia dispar. Cantidad y calidad son categorías del m u n d o e x t e r n o . Sólo indirectamente cobran trascendencia y sentido para la acción. En razón a q u e cada cosa sólo p u e d e p r o d u c i r un e f e c t o ¡imitado, algunas de ellas se consideran escasas, c o n c e p t u á n d o s e como medios. P o r cuanto son distintos los efectos q u e las diversas cosas pueden producir, el h o m b r e , al actuar, distingue diferentes clases de bienes. Y en razón a tjtie la misma cantidad y calidad de un cierto medio produce siempre idéntico efecto, t a n t o cualitativa c o m o c u a n t i t a t i v a m e n t e considerado, la acción no diferencia e n t r e distintas p e r o idénticas cantidades de un medio homogéneo. No quiere ello, sin e m b a r g o , en m o d o alguno, decir q u e el h o m b r e atribuya el mismo valor a las distintas porciones del medio en cuestión. Cada porción es objeto de valoración separada. A cada u n a de ellas se le asigna un rango específico en la escala de valores. P e r o las diversas porciones, de igual m a g n i t u d , de un m i s m o medio p u e d e n , evidentemente, intercambiarse entre sí ad libtium. C u a n d o el h o m b r e ha de o p t a r entre dos o m á s medios distintos, ordena en escala gradual las disponibles porciones individuales de cada u n o de ellos. A cada una de dichas porciones asigna un rango especifico. Las distintas porciones aludidas de un cierto medio no tienen, sin embargo, por q u é o c u p a r puestos inmediatamente sucesivos. El establecimiento, m e d i a n t e la valoración, de ese diverso rango practícase al actuar y es la propia actuación la q u e efectúa tal ordenación. El tamaño de cada una de esas porciones estimadas de un m i s m o rango dependerá de la situación personal y única b a j o la cual, en cada caso, actúa el interesado. La acción nunca se interesa por unidades, ni físicas ni metafísicas, ni las valora con arreglo a módulos teóricos o abstractos; la acción hállase siempre e n f r e n t a d a con alternativas diversas, entre las cuales escoge. Tal elección se efectúa e n t r e magnitudes determinadas de medios diversos. Cabe d e n o m i n a r unidad La acción en el entorno inundo 195 a la cantidad m í n i m a q u e p u e d e ser o b j e t o de la correspondiente opción. H a y q u e guardarse, sin e m b a r g o , del error de suponer q u e el valor de la suma de múltiples unidades pueda deducirse del valor de cada una de ellas; el valor de la suma no coincide con la adición del valor a t r i b u i d o a cada una de las distintas unidades. Un h o m b r e posee cinco unidades del bien a y tres u n i d a d e s del bien b, A t r i b u y e a las unidades de a los rangos 1, 2, 4, 7 y 8; mientras las unidades de b q u e d a n graduadas en los lugares 3, 5 y 6. Lo anterior significa q u e , si el interesado ha de o p t a r e n t r e dos unidades de a y dos unidades de b, preferirá desprenderse de dos u n i d a d e s de a antes q u e de dos unidades de b. A h o r a bien, si ha de escoger e n t r e tres unidades de a y dos unidades de b, preferirá perder dos unidades de b antes q u e tres de a. Al valorar un c o n j u n t o de varias unidades, lo único q u e , en t o d o caso, importa es la utilidad del c o n j u n t o , es decir, el i n c r e m e n t o de bienestar dep e n d i e n t e del mismo, o, lo q u e es igual, el descenso del bienestar q u e su pérdida implicaría. Con ello para nada se alude a procesos aritméticos, a sumas ni a multiplicaciones; sólo se trata de estimar la utilidad resultante de poseer cierta porción del c o n j u n t o o existencias de q u e se t r a t e . En este sentido, utilidad equivale a idoneidad causal para la supresión de un cierto malestar. El h o m b r e , al actuar, supone q u e d e t e r m i n a d a cosa va a i n c r e m e n t a r su bienestar; a tal potencialidad d e n o m i n a la utilidad del bien en cuestión. Para la praxeología, el t é r m i n o utilidad equivale a la importancia atribuida a cierta cosa en razón a su supuesta capacidad para suprimir d e t e r m i n a d a incomodidad h u m a n a . El concepto praxeológico de utilidad (valor en uso subjetivo, según la terminología de los p r i m i t i v o s economistas de la escuela austríaca) d e b e diferenciarse claramente del concepto técnico de utilidad (valor en uso objetivo, c o m o decían los indicados investigadores). El valor en uso en sentido objetivo es la relación existente e n t r e una cosa y el efecto que la misma puede producir. Es al valor objetivo en uso al que se refieren las gentes c u a n d o hablan del «valor calórico» o de la «potencia térmica» 196 t.a Acción Humana del c a r b ó n . El valor en uso de carácter subjetivo no tiene por q u é coincidir con el valor en u s o objetivo. Hay cosas a las cuales se atribuye valor en uso s u b j e t i v o simplemente p o r q u e las gentes s u p o n e n e r r ó n e a m e n t e q u e gozan de capacidad para producir ciertos efectos deseados. P o r o t r o lado, existen cosas q u e pueden provocar apetecidas consecuencias, a las cuales, sin embargo, no se atribuye valor alguno en uso, por c u a n t o la gente ignora dicha potencialidad. Repasemos el p e n s a m i e n t o económico q u e prevalecía cuando la m o d e r n a teoría del valor f u e elaborada por Cari Menger, William Stanley J e v o n s y Léon Walras. Q u i e n pretenda formular la más elemental teoría del valor y los precios, comenzará, e v i d e n t e m e n t e , por intentar basarse en el concepto de utilidad. N a d a es, en efecto, más plausible que suponer que las gentes valoran las cosas con arreglo a su utilidad, Pero, llegados a este p u n t o , surge un problema en cuya solución los economistas clásicos fracasaron. Creyeron observar que había cosas cuya « u t i l i d a d » era mayor y q u e , sin embargo, se valoraban en menos q u e otras de «utilidad» menor. El hierro, a no d u d a r , en el mercado, es menos apreciado q u e el oro. Tal realidad parecía echar por tierra toda teoría del valor y de los pre- * cios que partiera de los conceptos de utilidad y valor en uso. , A b a n d o n a r o n , por eso, los clásicos tal terreno, p r e t e n d i e n d o i n f r u c t u o s a m e n t e explicar los f e n ó m e n o s del valor y del cambio por otras vías. A d v i r t i e r o n , sin embargo, después, los economistas que era el imperfecto planteamiento del problema lo que e n g e n d r a b a la aparente paradoja. Las valoraciones y decisiones q u e plasman los tipos de cambio del mercado no suponen elegir entre el oro y el hierro. El h o m b r e , al actuar, nunca se ve en el caso de escoger entre todo el oro y todo el hierro. En un d e t e r m i n a d o lugar y tiempo, b a j o condiciones definidas, hace su elección entre una cierta cantidad de oro y una cierta cantidad de hierro. Al decidirse entre cien onzas de oro y cien toneladas de hierro, su elección no guarda relación alguna con la decisión que adoptaría si se hallara en la muy improbable situación de tener que o p t a r entre todo el o r o y todo el h i e r r o existente. La acción en el entorno inundo 197 En la práctica, lo único q u e cuenta para tal s u j e t o es si, b a j o las específicas condiciones concurrentes, estima la satisfacción directa o indirecta q u e p u e d a n r e p o r t a r l e las cien onzas de o r o mayor o m e n o r q u e la satisfacción q u e derivaría de las cien toneladas de hierro. Al decidirse, no está f o r m u l a n d o ningún juicio filosófico o académico en t o r n o al valor « a b s o l u t o » del oro o del hierro; en m o d o alguno hállase d i c t a m i n a d o si, para la h u m a n i d a d , importa m á s el o r o o el hierro; no está perorando p o r aquellas vías tan gratas a los tratadistas de ética o de filosofía de la historia. Se limita a elegir e n t r e dos satisfacciones que no p u e d e , al tiempo, d i s f r u t a r . Ni el p r e f e r i r , ni el rechazar, ni tampoco las correspondientes decisiones y elecciones s u p o n e n actos de medición. La acción no mide la utilidad o el valor; limítase a elegir entre alternativas. No se trata del abstracto problema de d e t e r m i n a r la utilidad total o el valor t o t a l ' . N i n g u n a operación racional permite d e d u c i r del valor asignado a específica cantidad o a definido n ú m e r o de ciertas cosas el valor correspondiente a u n a cantidad o n ú m e r o mayor o m e n o r de esos mismos bienes. No hay f o r m a de calcular el valor de t o d o un género de cosas si son sólo conocidos los valores correspondientes a sus partes. T a m p o c o hay m e d i o de calcular el valor de una parte si únicamente se conoce el valor del total del género. En la esfera del valor y las valoraciones no hay operaciones aritméticas; en el terreno de los valores no existe el cálculo ni nada que se le asemeje. El aprecio de las existencias totales de dos cosas puede diferir de la valoración correspondiente a algunas de sus porciones. Un h o m b r e aislado q u e posea siete vacas y siete caballos p u e d e valorar en más un caballo q u e una vaca; es decir, q u e , p u e s t o a o p t a r , preferirá entregar u n a vaca antes q u e un caballo. Sin embargo, ese m i s m o individuo, ante la alternativa de elegir e n t r e todos sus caballos y todas sus vacas, puede preferir quedarse con las vacas y prescindir de los caballos. Los conceptos de utilidad total y de valor total carecen de ' Es importante hacer notar que este capítulo no aborda los precios o valores de mercado, sino el valor en uso subjetivo. Lo» precios son consecuencias que el valor en uso subjetivo engendra. Vid. cap. X V I , 198 t.a Acción Humana sentido, salvo que se trate de situaciones en las q u e el interesado específicamente haya de escoger entre la totalidad de diversas existencias. Sólo es o p o r t u n o plantear el problema de q u é es, en sí, m á s útil, si el hierro o el oro, tratándose de supuesto en el que la h u m a n i d a d , o una parte aislada de la misma, hubiera de escoger entre iodo el oro y lodo el h i e r r o disponible. El juicio de valor se contrae exclusivamente a aquella cantidad objeto concreto de cada acto de optar. Cualquier conj u n t o de d e t e r m i n a d o bien se baila siempre compuesto, ex definiiione, por homogéneas porciones, cada una de las cuales es idónea para rendir ciertos e idénticos sen'icios, lo q u e hace q u e cualquiera de dichas porciones pueda sustituirse por otra. En el acto de valorar y preferir resulta, por tanto, i n d i f e r e n t e cuál sea la porción efectiva que en ese m o m e n t o se contemple. C u a n d o se presenta el problema de entregar una, todas las porciones — u n i d a d e s — del stock disponible c o n s i d é r a m e idénticamente útiles y valiosas. C u a n d o las existencias d i s m i n u y e n por pérdida de una unidad, el sujeto ha de resolver de nuevo cómo emplear las unidades del stock remanente. Es obvio otie el stock disminuido no podrá rendir el m i s m o n ú m e r o de servicios que el íntegra atendía. Aquel objeto que, b a j o este n u e v o planteamiento, deja de cubrirse es, i n d u d a b l e m e n t e , para el interesado, el menos urgente de todos los q u e previamente cabía alcanzar con el stock íntegro. La satisfacción q u e derivaba del uso de aquella unidad destinada a tal empleo era la m e n o r de las satisfacciones q u e cualquiera de las unidades del stock completo podía proporcionarle. P o r tanto, sólo el valor de esa satisfacción marginal es el q u e el sujeto ponderara c u á n d o bava de renunciar a una unidad del stock completo. Al e n f r e n t a r s e con el problema de q u é valor deba ser atribuido a una porción de cierto c o n j u n t o homogéneo, el h o m b r e resuelve de acuerdo con el valor correspondiente al c o m e t i d o de m e n o r interés q u e atendería con una u n i d a d si tuviera a su disposición las unidades todas del c o n j u n t o ; es decir, decide t o m a n d o en cuenta la utilidad marginal. Supongamos a una persona en la alternativa de entregar una La acción en el entorno inundo 199 unidad de sus provisiones de a o u n a u n i d a d de las de b; en tal disyuntiva, evidentemente, no comparará el valor de todo su haber de a con el valor total de su stock de b; contrastará únicamente los valores marginales de a y de b. A u n q u e tal vez valore en m á s la cantidad total de a q u e la de b, el valor marginal de b puede ser más alto q u e el valor marginal de a. El m i s m o razonamiento sirve para ilustrar el supuesto en q u e a u m e n t a la cantidad disponible de un bien m e d í a n t e la adquisición de una o más unidades supletorias. La economía, para íá descripción de tales realidades, no precisa recurrir a la terminología de la psicología, p o r q u e no se ampara en razonamientos y argumentaciones de tal condición. Cuando a f i r m a m o s q u e los actos de elección no dependen del valor a t r i b u i d o a clase entera alguna de necesidades, sino del valor que, en cada caso, corresponda a la necesidad concreta de q u e se trate, prescindiendo de la clase en que pueda ésta hallarse catalogada, en nada ampliamos n u e s t r o conocimiento ni deviene éste más general o f u n d a d o . Sólo recordando la trascendencia q u e la supuesta antinomia del valor t u v o en la historia del pensamiento económico, c o m p r e n d e r e m o s por q u é suele hablarse de clases de necesidades al abordar el tema. Cari Menger y Bohm-Bawerk usaron el t é r m i n o «clases de necesidades» en orden a r e f u t a r las objeciones opuestas a sus ideas por quienes consideraban el pan, como tal, más valioso que la seda, sobre la base de que la clase «necesidad de alimentos» tenía mayor importancia vital que la clase «necesidad de vestidos lujosos» , Resulta innecesario, en la actualidad, recurrir al viejo concepto de «clases» de necesidades. T a l idea nada significa para la acción ni, por t a n t o , para la teoría del valor; puede, además, inducir al e r r o r y a la confusión. L o s conceptos y las clasificaciones no son más q u e herramientas mentales; cobran sentido y significación sólo en el contexto de las teorías correspondienJ Vid. C A R L M E N G E R , Crundsatze der Volkswirtschaftslehre, pág. 88 y sigs,, Viena, 1 8 7 1 ; B Í Í H M - B A W E R K , Kapiial und Kapitdzitis, I I , pág. 2 3 7 y sigs. >.* ed., ínnsbruck, 1909. 200 t.a Acción Humana t e s 3 . A nada conduce el agrupar las diversas necesidades en «clases» para, después, concluir q u e tal ordenación hállase desprovista de interés en el terreno de la teoría del valor. La ley de la utilidad marginal y del decreciente valor marginal nada tiene q u e ver con la ley de Gossen de la saturación de las necesidades (primera ley de Gossen). AI hablar de la utilidad marginal no nos interesamos por el goce sensual ni por la saturación o la saciedad. En m o d o alguno d e s b o r d a m o s el campo del razonamiento praxeológico cuando decimos: el destino q u e el individuo da a cierta porción de d e t e r m i n a d o conjunto c o m p u e s t o por n unidades, d e s t i n o q u e no sería atendido, inmodificadas las restantes circunstancias, si el interesado dispusiera de sólo rt - 1 unidades, constituye el empleo menos urgente del aludido bien, o sea, su utilización marginal. Consideramos, por eso, marginal la utilidad derivada del empleo del bien en cuestión. Para llegar a la antes a p u n t a d a conclusión no precisamos acudir a ninguna experimentación, conocimiento o argumentación de orden psicológico. Dedúcese forzosamente de las premisas establecidas, es decir, de q u e los h o m b r e s actúan (valoran y prefieren) y de q u e el interesado posee ti unidades de un c o n j u n t o homogéneo, en el primer caso, y « I unidades en el segundo. Bajo estos supuestos, ninguna o t r a dcci- „ sión cabe imaginar. El aserto es de orden formal y apriorístico; no se ampara en experiencia alguna. El problema consiste en determinar si existen o no sucesivas etapas intermedias entre aquella situación de malestar q u e impulsa al h o m b r e a actuar y aquella otra situación q u e , una vez alcanzada, vedaría toda nueva actuación (ya sea p o r haberse logrado un estado de perfecta satisfacción, ya sea p o r q u e el h o m b r e se considerase incapaz para p r o d u c i r ninguna ulterior mejoría en su situación). Si dicha alternativa se resuelve en sentido negativo, sólo una única acción cabría: tan p r o n t o c o m o tal actuación quedara consumada, habríase alcanzado la 1 En el mundo externo no hay clases. Es la mente la que cataloga los fenómenos para, así, ordenar mejor nuestros conocimientos, E! problema acerca de si cierta forma de clasificar fenómenos prohija o no esc apetecido fin es un asunto independíente de si determinada clasificación es o na lógicamente permisible. La acción en el entorno inundo 201 aludida situación q u e prohibiría toda ulterior actuación. A h o r a bien, con ello contradícese a b i e r t a m e n t e el s u p u e s t o de q u e existe el a c t u a r ; pugna el p l a n t e a m i e n t o con las condiciones generales presupuestas en la categoría de acción. Es forzoso, por tanto, resolver la alternativa antes planteada en s e n t i d o afirmativo. E x i s t e n , sin género de d u d a , etapas diversas en nuestra asintótica aproximación hacia aquel e s t a d o después del cual ya no hay nueva acción, Resulta, de esta suerte, q u e la ley de la utilidad marginal se halla ya implícita en la categoría de acción. No es más q u e el reverso del aserto según el cual preferimos lo q u e satisface en mayor g r a d o a lo q u e satisface en m e n o r grado. Si las existencias a nuestra disposición a u m e n t a n de « - 1 unidades a « u n i d a d e s , esa i n c r e m e n t a d a unidad será utilizada para a t e n d e r a una situación q u e será menos u r g e n t e o gravosa q u e la menos u r g e n t e o gravosa de todas las q u e con los recursos n - / habían sido remediadas. La ley de la utilidad marginal no se refiere al valor erf uso objetivo, sino al valor en uso subjetivo. No alude a las propiedades químicas o físicas de las cosas en orden a provocar ciertos efectos en general; se interesa tan sólo por su idoneidad para p r o m o v e r el bienestar del h o m b r e , según él, en cada mom e n t o y ocasión, lo entiende. No se ocupa de un supuesto valor intrínseco de las cosas, sino del valor q u e el h o m b r e atribuye a los servicios q u e de las mismas espera derivar. Si admitiéramos q u e la utilidad marginal a l u d e a las cosas y a su valor en uso objetivo, h a b r í a m o s de concluir que lo mismo podría a u m e n t a r q u e disminuir, al incrementarse la cantidad de u n i d a d e s disponibles. P u e d e suceder q u e la utilización de una cierta cantidad irreducible —n u n i d a d e s — del bien a proporcione una satisfacción mayor q u e la q u e cabe derivar de los servicios de u n a unidad del bien b. Ahora bien, si las existencias de a son inferiores a n, a sólo p u e d e emplearse en o t r o c o m e t i d o , m e n o s apreciado q u e el q u e gracias a b p u e d e ser a t e n d i d o . En tal situación, el q u e la cuantía de a pase de n - 1 unidades a « unidades parece a u m e n t a r el valor atribuido a la u n i d a d . El poseedor de cien maderos p u e d e construir con ellos una cabana, q u e le protegerá de la lluvia mejor q u e un 202 t.a Acción Humana impermeable. Sin embargo, si sus disponibilidades son inferiores a los treinta maderos, únicamente podrá construirse un lecho que le resguarde de la h u m e d a d del suelo. De ahí que, si el interesado dispusiera de noventa y cinco maderos, por o t r o s cinco, prescindiría del impermeable. P e r o si contara sólo con diez, no cambiaría el impermeable ni por o t r o s diez maderos, El h o m b r e cuya f o r t u n a ascendiera a 100 dólares, tal vez, por o t r o s 100 dólares, se negara a prestar cierto servicio. Sin embargo, si ya dispusiera de 2 , 0 0 0 dólares y deseara ardient e m e n t e adquirir un cierto bien indivisible q u e costara 2 . 1 0 0 dólares, seguramente realizaría aquel t r a b a j o por sólo 100 dólares. Lo expuesto concuerda p e r f e c t a m e n t e con la ley de la utilidad marginal correctamente f o r m u l a d a , a cuyo tenor el valor de las cosas d e p e n d e ele la utilidad del servicio q u e las mismas puedan proporcionar. Es impensable una ley de utilidad marginal creciente. La ley de la utilidad marginal no debe c o n f u d i r s e con la doctrina de Bernoulli de mensura sortts, ni con la ley de W e b e r Fechner. En e! f o n d o de la teoría de Bernoulli palpitan aquellas ¡deas q u e jamás nadie puso en d u d a , según las cuales las gentes se afanan por satisfacer las necesidades más urgentes antes q u e las menos urgentes, resultándole más fácil al h o m b r e rico atender sus necesidades q u e al p o b r e . Pero las conclusiones q u e Bernoulli derivaba de tales indubitados asertos eran,, a todas luces, inexactas. F o r m u l ó , en efecto, una teoría matemática a cuyo tenor el incremento de la satisfacción d i s m i n u y e a medida q u e aumenta la riqueza del individuo. Su aserto, según el cual es altamente p r o b a b l e q u e , como regla general, un ducado, para quien goce de una renta de 5 . 0 0 0 ducados, valga como medio d u c a d o para quien sólo d i s f r u t e de 2 . 5 0 0 ducados de ingresos, no es más q u e pura fantasía. D e j e m o s aparte el hecho de q u e no hay m o d o alguno de efectuar comparaciones, q u e no sean m e r a m e n t e arbitrarias, e n t r e las m u t u a s valoraciones de personas distintas; la sistemática de Bernoulli resulta igualmente inadecuada en o r d e n a las valuaciones de un mismo individuo con diferentes ingresos. No advirtió q u e lo ú n i c o que cabe predicar del caso en cuestión es q u e , al ere- La acción en el entorno inundo 203 cer los ingresos, cada i n c r e m e n t o dinerario se dedicará a satisfacer u n a necesidad menos u r g e n t e m e n t e sentida q u e la necesidad menos acuciante q u e f u e , s » n embargo, satisfecha antes de registrarse el aludido i n c r e m e n t o de riqueza. No supo ver que, Irí al valorar, o p t a r y actuar, no *ta de m e d i r , ni de hallar e equivalencias, sino de c o m p a r a r , s decir, de preferir y de rechazar 4 . Así, ni Bernoulli, ni l ° s matemáticos y economistas que siguieron tal sistema, p o d í a n resolver la antinomia del valor *. Los errores q u e implica el c o n f u n d i r la ley de W e b e r Fechner, perteneciente a la psicofísica, con la teoría subjetiva del valor f u e r o n ya señalados p o r Max W e b e r . Verdad es q u e no estaba este último s u f i c i e n t e m e n t e versado en economía, hallándose, en cambio, demasiado influido por el historicismo, para a p r e h e n d e r d e b i d a m e n t e l o s principios básicos q u e informan al p e n s a m i e n t o económico- E l l o no o b s t a n t e , su intuición genial le s i t u ó en el camino q t i e conducía a las soluciones correctas. La teoría de la utilidad marginal, afirma W e b e r , « n o se formula en sentido psicológico» sino — u t i l i z a n d o un término epistemológico— de m o d o pragmático, m a n e j a n d o las categorías de fines y medios» \ lin Si se desea p o n e r remedio cierto estado patológico mediante la ingestión, en p r e d e t e r m i n a d a cantidad, del corresp o n d i e n t e específico, no se o b t e n d r á ttn resultado mejor mul' Vid. DANIEL BEHNOULM, Veriuch e<ncr '"'"c" Theoríe zar Iicsftmmmt. van Gliicksfalten, trad. por Pringsheim, págs. 27 V siKs- Leipzig 18%, mhfo lm;l * DANIEL BERNOULLI (I7<X)-1782), m i f f»nios« familia I!< investiga dores, de origen holandés, que luego, huyendo de lax permisiones contra los hugonotes, se instaló eti Suiza, nació en Gronigen (Holanda) y falleció en Bnsilea (Suiza). Se interesó en múltiples disciplinas aparte del cálculo diferencial —su primordial campo de investigación— tale* como la botánica, la hidráulica, la anatomía y la fisiología; fue profesor f 1726-1^33) de la famosa Academia de Ciencias de San Pctershurgo. ocupando más tarde diversas cátedras en la Universidad de Basiíca. (N. del T.) ' Vid. M A X W N B E K , Gesammcitc Anls'f'e z " r ^Vhsenscbaftslehre, pág. 372, y también página 149. Tubinga, 1922 El t ^ " 1 ' " " *P™fimático» empleado por Weber. naturalmente se presta a confusión. No cs oportuno emplearlo más que en orden a la filosofía del pragmatismo. Si Weber hubiera conocido el término «praxeología». seguramente lo hubiera preferido. 204 t.a Acción Humana tipiicando la dosis. Ese excedente o no produce mayor efecto q u e la dosis apropiada, por cuanto ésta, de por sí, ya provoca el resultado ó p t i m o , o bien da lugar a consecuencias nocivas. Lo m i s m o sucede con toda clase de satisfacciones, si bien, frecuentemente, el estado ó p t i m o se alcanza mediante la administración de elevadas dosis, lardándose en llegar a aquel límite que, sobrepasado, cualquier ulterior incremento engendra consecuencias perniciosas. Sucede ello por cuanto nuestro mundo hállase regido por la causalidad, existiendo relación cuantitativa entre causa y efecto, Q u i e n desee suprimir el malestar q u e provoca el vivir en una casa a un grado de temperatura, procurará caldearla para alcanzar los dieciocho o veinte grados. Nada tiene que ver con la ley de W e b e r - F e c h n e r el que el interesado no b u s q u e temperaturas de setenta o noventa grados. El hecho tampoco afecta a la psicología; ésta para explicar tal realidad ha de limitarse a consignar, como hecho d a d o , q u e los mortales, normalmente, prefieren la vida y la salud a la m u e r t e y la enf e r m e d a d . Para la praxeología sólo cuenta la circunstancia de q u e el h o m b r e , al actuar, opta y escoge entre alternativas; hallándose siempre cercado por disyuntivas, no tiene más remedio q u e elegir y, efectivamente, elige, prefiriendo una entre varias posibilidades, por cuanto — a p a r t e de otras razones— el sujeto opera en un m u n d o cuantitativo, no en un orden carente del concepto de cantidad, planteamiento q u e resulta, incluso. -* inconcebible para la mente humana *. C o n f u n d e n la utilidad marginal y la ley de Weber-Eechnei quienes sólo ponderan los medios idóneos para alcanzar cierta satisfacción, p a s a n d o por alto 1a propia satisfacción en sí. De haberse parado mientes en ello, no se habría incurrido en el a b s u r d o de pretender explicar el deseo de abrigo aludiendo a la decreciente intensidad de la sensación provocada por un * Ernst H, Weber (1795-1878) —a quien no hay, naturalmente, que confunlir con el anteriormente citado Max Weber (1864-1920)— a través de su conocida ley psicofísica afirmó que el incremento de toda sensación humana exigía mis que proporciona! aumento del correspondí ente estímulo. Gustav T. R'chnet (1801-1887), por su parte, siguiendo los pasos de Weber, aseguró que pata acrecer, en proporción aritmética, una sensación era preciso reforzar el estímulo en relación geométrica. (N. del T.) La acción en el entorno inundo 205 sucesivo incremento del correspondiente estímulo. El que, normalmente, un individuo no desee elevar la t e m p e r a t u r a de su dormitorio a cuarenta grados nada tiene q u e ver con la intensidad de la sensación de calor. P o r lo mismo, t a m p o c o cabe explicar, recurriendo a las ciencias naturales, el q u e una cierta persona no caliente su habitación a la t e m p e r a t u r a q u e suelen hacerlo los d e m á s , temperatura que, p r o b a b l e m e n t e , también a aquélla apetecería, si no fuera p o r q u e prefiere comprarse un traje n u e v o o asistir a la audición de una sinfonía de Beethoven. Sólo los problemas en t o r n o al valor en uso objetivo pueden ser efectivamente analizados mediante los métodos típicos de las ciencias naturales; cosa, sin embargo, bien distinta es el aprecio q u e a ese valor en uso objetivo pueda el h o m b r e , al actuar, en cada circunstancia efectivamente conceder. 2. L A L E Y DEL RENDIMIENTO El q u e los efectos q u e cada bien económico puede provocar hállense c u a n t i t a t i v a m e n t e tasados implica, en la esfera de los bienes de p r i m e r orden (bienes de consumo), q u e una cantidad a de causa provoca — b i e n a lo largo de un período de tiempo cierto o bien en única y específica o c a s i ó n — una cantidad alfa de efecto *, En lo atinente a los bienes de órdenes más elevados (bienes de producción) tal cuantitativa relación s u p o n e q u e una cantidad b de causa produce una cantidad beta de efecto, siempre y c u a n d o concurra un factor complementario c, con su efecto gamma; sólo mediante los efectos concertados de beta y gamma cabe producir la cantidad p de cierto bien D de primer o r d e n . Manéjanse, en este caso, tres cantidades: b y c de los dos bienes complementarios B y C, y p del p r o d u c t o D. * El autor alude en esta Lase a la disiinción entre los bienes de consumo de carácter duradero y los bienes fungiblcs («durable and non durable con su me rs' goods»). Los primeros procuran servicios al hombre durante un cierto, más o menos dilatado, período temporal. En cambio, los segundos —por ejemplo, un pan, una tableta de aspirina— se desgastan y desaparecen al rendir único y especifico servicio. (N. del T.) 206 t.a Acción Humana I n m o d i f i c a d a la cantidad b, consideramos ó p t i m a aquella cantidad de c q u e provoca el máximo valor de la expresión p/c. Si a este m á x i m o valor de p/c se llega i n d i s t i n t a m e n t e mediante la utilización de cantidades diversas de c, consideramos óptima aquella q u e produce la m a y o r cantidad de p. Cuando los dos bienes complementarios se utilizan en dicha cuantía ó p t i m a , ambos están d a n d o el m á x i m o rendimiento posible; su poder de producción, su valor en uso objetivo, está siendo p l e n a m e n t e utilizado; parte alguna se desperdicia. Si nos desviamos de esta combinación óptima a u m e n t a n d o la cantidad de C sin variar la c a n t i d a d de fí, n o r m a l m e n t e el r e n d i m i e n t o será mayor, si bien no en grado proporcional al a u m e n t o de la cantidad de C empleada. En el caso de q u e quepa i n c r e m e n t a r la producción de p a pl i n c r e m e n t a n d o la cantidad de « « o solo de los factores c o m p l e m e n t a r i o s , es decir, sustituyendo c por ex, siendo x mayor q u e la unidad, tendríamos siempre q u e pl sería mayor q u e p, y pie m e n o r q u e pcx. P u e s , si fuera posible compensar cualquier disminución de b con un increm e n t o de c, de tal forma q u e p quedara sin variación, ello supondría que la capacidad de producción de B era ilimitada; en tal supuesto, B no sería un bien escaso; es decir, no constituiría un bien económico. Carecería de trascendencia para la actividad humana el q u e las existencias de B f u e r a n mayores o menores. Incluso una cantidad infinitesimal de B sería suft-^ cíente para producir cualquier cantidad de D, siempre y c u a n d o se contara con una suficiente cantidad de C, En cambio, si no cupiera incrementar las disponibilidades de C, por más q u e a u m e n t a r a B, no cabría ampliar la producción de D. T o d o el rendimiento del proceso achacaríase a C; ¡i no merecería la consideración de bien económico. Un factor capaz de proporcionar tales ilimitados servicios es, por ejemplo, el conocimiento de cualquier relación de causalidad. La f ó r m u l a , la receta, q u e nos enseña a c o n d i m e n t a r el café, una vez conocida, r i n d e servicios ¡limitados. P o r m u c h o q u e se emplee, nada pierde de su capacidad de p r o d u c i r ; estamos ante una inagotable capacidad productiva, la cual, consecuentemente, deja de ser bien económico. P o r eso nunca se halla el individuo actuante ante La acción en el entorno inundo 207 el dilema de tener q u e o p t a r e n t r e el valor en uso de una fórmula c o m ú n m e n t e conocida y el de cualquiera otra cosa útil. La ley del r e n d i m i e n t o proclama q u e existen combinaciones ó p t i m a s de los bienes económicos de o r d e n más elevado (factores de producciónJ. El desviarse de tal ó p t i m a c o m b i n a c i ó n , i n c r e m e n t a n d o el c o n s u m o de u n o de los factores intervinientes, da lugar, o bien a que no a u m e n t e el efecto deseado, o bien a q u e , en caso de a u m e n t a r , no lo baga p r o p o r c i o n a l m e n t e a aquella m a y o r inversión. Esta ley, c o m o antes se hacía n o t a r , es consecuencia obligada del h e c h o de q u e sólo si sus efectos resultan c u a n t i t a t i v a m e n t e l i m i t a d o s p u e d e darse la consideración de económico al bien de q u e se trate. Q u e existen esas ó p t i m a s combinaciones es todo lo q u e esta ley, c o m ú n m e n t e d e n o m i n a d a ley del rendimiento decreciente, predica. H a y m u c h o s p r o b l e m a s , a los que la misma para nada alude, p r o b l e m a s q u e sólo a posleriort pueden ser resueltos m e d i a n t e la observación experimental. Si el e f e c t o causado por cierto facror resulta indivisible, será la ó p t i m a aquella única c o m b i n a c i ó n q u e p r o d u c e el apetecido resultado. Para teñir de un cierto color una pieza de lana, se precisa específica cantidad de colorante. Una cantidad mayor o menor de tinte frustraría el deseado objetivo. Q u i e n tuviera más colorante del preciso veríase obligado a no utilizar el excedente, P o r el contrario, q u i e n dispusiera de cantidad insuficiente, sólo podría teñir p a r t e de la pieza. La condición decreciente del r e n d i m i e n t o , en el e j e m p l o c o n t e m p l a d o , ocasiona q u e carezca de utilidad la aludida excedente cantidad de colorante, la cual, en n i n g ú n caso, podría ser empleada, por c u a n t o p e r t u r b a r í a la consecución del propósito apetecido. En otros supuestos, para producir el m e n o r electo aprovechable, precísase u n a cierta c a n t i d a d mínima de factor productivo. E n t r e ese efecto m e n o r y el ó p t i m o existe un margen d e n t r o del cual el i n c r e m e n t o de las cantidades invertidas provoca un a u m e n t o de la p r o d u c c i ó n o proporcional o más q u e proporcional a la indicada elevación del gasto. Una m á q u i n a , para f u n c i o n a r , exige un m í n i m o de lubricante. Ahora bien, sólo la experiencia técnica p o d r á indicarnos si, por encima de 208 t.a Acción Humana dicho m í n i m o , una mayor cantidad de lubricante aumenta el rendimiento de la máquina de un m o d o proporcional o supe rior a tal supletoria inversión. La ley del r e n d i m i e n t o no resuelve los problemas siguicu tes; 1) Si la dosis óptima es o no la única idónea para provocar el efecto apetecido. 2) Si existe o no un definido límite, tras puesto el cual, carece de utilidad todo incremento en la cantl dad del factor variable empleada. 3) SÍ la baja de producción, q u e el apartarse de la combinación óptica provoca —o ti a u m e n t o de la misma q u e engendra el aproximarse a e l l a — es o no proporcional al n ú m e r o de unidades del factor variable en cada caso m a n e j a d o . Las anteriores cuestiones sólo experí mentalmente pueden ser resueltas. Ello no o b s t a n t e , la ley del rendimiento en sí, es decir, la afirmación de q u e tales óptimas combinaciones han de existir, resulta válida a priori. La ley maltusiana de la población y los conceptos de superpoblación o subpoblación absoluta, así como el de población más perfecta, todos ellos derivados de aquélla, suponen hacer aplicación de la ley de rendimientos a un caso especial. Dicho ideario pondera los efectos que forzosamente han de aparecer al variar el n ú m e r o de «brazos» disponibles, s u p o n i e n d o inmodificadas las demás circunstancias concurrentes. Por cuanto intereses políticos aconsejaban desvirtuar la ley de M a l t h u s , las gentes atacaron apasionadamente, si bien con a r g u m e n t o s ineficaces, la ley del rendimiento, la cual, incidentalmente, conocían sólo como la ley del r e n d i m i e n t o decreciente de la in* versión de capital y trabajo en el factor tierra. H o y en día no vale la pena volver sobre tan bizantinas cuestiones. La ley del rendimiento no se contrae tan sólo al problema a t i n e n t e a la inversión, en el factor tierra, de los restantes factores complementarios de producción. Los esfuerzos, t a n t o para r e f u t a r como para demostrar su validez, mediante investigaciones históricas y experimentales de la producción agraria, a nada conducen. Q u i e n p r e t e n d a impugnar la ley habrá de explicar por q u é los h o m b r e s pagan precios por la tierra, Si no fuese exacta, el agricultor nunca pretendería ampliar la extensión de su fund o . Tendería, más bien, a incrementar i n d e f i n i d a m e n t e el ren- La acción en el entorno mundo 209 dimiento de cualquier parcela, multiplicando la inversión de capital y t r a b a j o en la m i s m a . T a m b i é n se ha s u p u e s t o q u e mientras en la producción agraria regiría la ley del r e n d i m i e n t o decreciente, prevalecería, por el contrario, en la industria la ley del r e n d i m i e n t o creciente. M u c h o tardaron las gentes en advertir que la ley del rendim i e n t o cúmplese invariablemente, cualquiera que sea la clase de producción contemplada. G r a v e error constituye a este respecto distinguir e n t r e agricultura e industria. La imperfectam e n t e — p o r no decir e r r ó n e a m e n t e — d e n o m i n a d a ley del rend i m i e n t o creciente no es más q u e el reverso de la ley del rendimiento decreciente; es decir, en definitiva, una torpe formulación de esta última. Al aproximarse el proceso a la ó p t i m a combinación, a base de incrementar la inversión de un factor, mientras q u e d a n invariados los demás, la producción a u m e n t a en grado proporcional o, incluso, más q u e proporcional al número de invertidas unidades de dicho variable factor. Una m á q u i n a , manejada por dos obreros, p u e d e producir p; manejada por 3 obreros, )p¡ por 4 obreros, 6p; por 5 obreros, 7p; y p o r 6 obreros, también 7p. En tal supuesto, el utilizar 4 obreros s u p o n e o b t e n e r el r e n d i m i e n t o ó p t i m o por obrero, es decir 6 / 4 p, mientras q u e , en los restantes supuestos, los rendimientos son, respectivamente, 1 / 2 p, p, 7/5 p y 7 / 6 p. Al pasar de 2 a 3 obreros, los rendimientos a u m e n t a n más q u e proporcionalmente al n ú m e r o de operarios utilizados; la producción no aumenta en la proporción 2 : 3 : 4 , sino en la de 1 : 3 : 6. N o s hallamos ante un caso de r e n d i m i e n t o creciente por obrero. A h o r a bien, lo anterior no es más q u e el reverso de la ley del r e n d i m i e n t o decreciente. Si una explotación o empresa se aparta de aquella óptima combinación de los factores empleados, opera de m o d o más ineficiente q u e aquella otra explotación o empresa cuya desviación de la combinación ó p t i m a resulte m e n o r . Empléanse, tanto en la agricultura como en la industria, factores de producción q u e no p u e d e n ser ad libitum subdivididos. De ahí q u e , sobre t o d o en la industria, se alcance la combinación óptima más fácilmente ampliando q u e reduciendo las instalaciones. Si 14 t.a Acción Humana 210 la unidad mínima de u n o o varios factores resulta excesivamente grande para p o d e r ser explorada del modo m á s económico en una empresa pequeña o mediana, la única solución p a r a lograr el aprovechamiento ó p t i m o de los aludidas factores estriba en ampliar las instalaciones. V e m o s ahora claramente en q u é se f u n d a la superioridad de la producción en gran escala. M á s adelante, al analizar el problema de los costos, advertiremos la trascendencia de esta cuestión. 3. E L TRABAJO HUMANO COMO MLDIO Se entiende por trabajar el aprovechar, a título de medio, las funciones y manifestaciones fisiológicas de la vida h u m a n a . No trabaja el individuo c u a n d o deja de aprovechar aquella potencialidad q u e la energía y los procesos vitales h u m a n o s encierran, para conseguir fines externos, ajenos, desde luego, a esos aludidos procesos fisiológicos y al papel q u e los mismos, con respecto a la propia vida, d e s e m p e ñ a n ; el sujeto, en tal supuesto, está simplemente viviendo. El h o m b r e trabaja cuando, como medio, se sirve de la h u m a n a capacidad v fuerza para suprimir, en cierta medida, el malestar, explotando de m o d o deliberado su energía vital, en vez de dejar, espontánea y libremente, manifestarse las facultades físicas y nerviosas de q u e dispone. El trabajo constituye un medio, no un fin, en sí. G o z a m o s de limitada cantidad de energía disponible y, ade-„ más, cada u n i d a d de tal capacidad laboral produce efectos igualmente limitados. Si no f u e r a así, el trabajo h u m a n o abundaría sin tasa; jamás resultaría escaso y, consecuentemente, no podría considerarse como medio para la supresión del malestar, ni como tal habría de ser administrado. D o n d e el t r a b a j o se administrara sólo por su escasez, es decir, por resultar insuficiente para, m e d i a n t e el mismo, alcanzar todos los objetivos en cuya consecución cabe, como medio, aprovecharlo, las existencias laborales equivaldrán a la total energía productiva q u e la correspondiente sociedad poseyera. En ese imaginario m u n d o , todos trabajarían hasta agotar, por entero, su personal capacidad. L a b o r a r í a n las gentes cuanto La acción en el entorno inundo 211 tiempo no resultara obligado dedicar al descanso y recuperación de las fuerzas consumidas. Se reputaría p é r d i d a pura el desperdiciar en cualquier c o m e t i d o p a r t e de la personal capacidad. Tal dedicación incrementaría el bienestar personal de todos y cada u n o ; p o r eso, si una fracción cualquiera de la personal capacidad de t r a b a j o quedara desaprovechada, el interesado consideraríase perjudicado, no h a b i e n d o satisfacción alguna q u e p u d i e r a compensarle tal pérdida. La pereza resultaría inconcebible. N a d i e pensaría: podría yo hacer esto o aquello, pero no vale la pena; no compensa, p r e f i e r o el ocio; pues reputarían las gentes recurso p r o d u c t i v o su total capacidad de trabajo, capacidad q u e afanaríanse por aprovechar plenamente. Cualquier posibilidad, por pequeña q u e f u e r a , de incrementar el bienestar personal e s ü m a r í a s e estímulo suficiente para seguir trabajando en lo que f u e r a , siempre q u e no cupiera aprovechar mejor la correspondiente capacidad laboral en o t r o cometido. Las cosas, sin embargo, en este nuestro m u n d o , son bien distintas. El i n v e r t i r t r a b a j o resulta penoso. Estímase más agradable el descanso q u e la tarea. Invariadas las restantes circunstancias, prefiérese el ocio al esfuerzo laboral. Los h o m b r e s trabajan solamente c u a n d o valoran en más el r e n d i m i e n t o q u e la correspondiente actividad va a procurarles q u e el bienestar de la holganza. El t r a b a j a r molesta. La psicología y la fisiología intentarán explicarnos por q u é ello es así. P e r o el que en definitiva lo consigan o no resulta indiferente para la praxeología. N u e s t r a ciencia parte de que a los h o m b r e s lo q u e más les agrada es el d i v e r t i m i e n t o y el descanso; por eso c o n t e m p l a n su propia capacidad laboral de m o d o muy d i s t i n t o a como p o n d e r a n la potencialidad de los factores materiales de producción. C u a n d o se trata de consumir el p r o p i o t r a b a j o , el interesado analiza, p o r un lado, si no habrá algún o t r o objetivo, aparte del c o n t e m p l a d o , más atractivo en el cual invertir la correspondiente capacidad laboral; pero, p o r o t r o , además pondera sí no le sería mejor abstenerse del c o r r e s p o n d i e n t e esfuerzo. Cabe expresar el mismo pensam i e n t o considerando el ocio como u n a meta a la q u e tiende la actividad deliberada o c o m o un bien económico del orden pri- 212 t.a Acción Humana mero. Esta vía, tal ve2 un poco rebuscada, nos abre, sin embargo, los ojos al hecho de q u e la holganza, a la luz de la teoría de la utilidad marginal, debe considerarse c o m o o t r o bien económico cualquiera, lo q u e permite concluir q u e la primera unidad de ocio satisface un deseo más u r g e n t e m e n t e sentido q u e el atendido por la segunda unidad; a su vez, esta segunda provee a una necesidad más acuciante q u e la correspondiente a la tercera, y así sucesivamente. El lógico corolario que de lo anterior resulta es q u e la incomodidad personal provocada por el trabajo aumenta a medida q u e se va t r a b a j a n d o más, agravándose con la supletoria inversión laboral. La praxeología, sin embargo, no tiene por q u é e n t r a r en la discusión de si la molestia laboral a u m e n t a p r o p o r c i o n a l m e n t e o en grado mayor al i n c r e m e n t o de la inversión laboral. (El a s u n t o p u e d e tener interés para la fisiología o la psicología y es incluso posible que tales disciplinas logren un día desentrañarlo; todo ello, sin embargo, no nos concierne.) La realidad es q u e el interesado s u s p e n d e su actividad en c u a n t o estima q u e la utilidad de proseguir la labor no compensa suficientemente e! bienestar escamoteado por el supletorio trabajo. D e j a n d o a p a r t e la disminución en el r e n d i m i e n t o que la creciente fatiga provoca, quien labora, al f o r m u l a r el anterior juicio, compara cada porción de tiempo trabajado con la cantidad de bien q u e las sucesivas aportaciones laborales van a reportarle, P e r o la utilidad de lo conseguido decrece a medida q u e más se va trabajando y mayor es la cantidad de p r o d u c t o obtenido. Mediante las primeras unidades de trabajo se ha proveído a la satisfacción de necesidades s u p e r i o r m e n t e valoradas q u e aquellas otras atendidas merced al trabajo ulterior. De ahí q u e esas necesidades cada vez m e n o r m e n t e valoradas p r o n t o p u e d a n estimarse compensación insuficiente para prolongar la labor, aun admitiendo no descendiera, al paso del tiempo, la productividad, en razón a la fatiga. No interesa, como decíamos, al análisis praxeológico investigar si la incomodidad del trabajo es proporcional a la inversión laboral o si aumenta en escala mayor, a m e d i d a q u e más t i e m p o se dedica a la actividad. Lo indudable es q u e la tendencia a in- La acción en el entorno inundo 213 vertir las porciones aún no empleadas del potencial laboral — i n m o d i f i c a d a s las demás c o n d i c i o n e s — disminuye a medida q u e se va i n c r e m e n t a n d o la aportación de trabajo. El que dicha disminución de la voluntad laboral progrese con una aceleración mayor o m e n o r d e p e n d e de las circunstancias económicas concurrentes; en ningún caso atañe a los principios categóricos. Esa molestia típica del esfuerzo laboral explica por qué, a lo largo de la historia h u m a n a , al incrementarse la productividad del trabajo, gracias al progreso técnico y a los mayores recursos de capital disponibles, apareciera generalizada tendencia a acortar horarios. E n t r e los placeres que, en mayor abundancia que sus antepasados, p u e d e el h o m b r e m o d e r n o d i s f r u t a r , hállase el de dedicar más tiempo al descanso y al ocio. En este sentido cabe dar cumplida respuesta a la interrogante, tantas veces formulada por filósofos y filántropos, de si el progreso económico habría o no hecho más felices a los hombres. De ser la productividad del trabajo m e n o r de lo q u e es, en el actual m u n d o capitalista, la gente, o habría de trabajar más, o habría de renunciar a numerosas comodidades de las q u e hoy d i s f r u t a . Conviene, no obstante, destacar q u e los economistas, al dejar constancia de lo anterior, en m o d o alguno están suponiendo que el único medio de alcanzar la felicidad consista en gozar de la máxima confortación material, vivir lujosamente o disponer de más tiempo libre. Atestiguan simplemente una realidad, cual es que el incremento de la productividad del trabajo permite ahora a las gentes proveerse en forma más cumplida de cosas q u e i n d u d a b l e m e n t e les complacen. La f u n d a m e n t a l idea praxeológica, según la cual los hombres prefieren lo que Ies satisface más a lo q u e Ies satisface menos, apreciando las cosas s o b r e la base de su utilidad, no precisa por eso de ser completada, ni enmendada, con alusión alguna a la incomodidad del trabajo, pues hállase implícito en lo anterior q u e el h o m b r e preferirá el trabajo al ocio sólo cuando desee más á v i d a m e n t e el p r o d u c t o que ha de reportarle la correspondiente labor q u e el d i s f r u t a r de ese descanso al q u e renuncia. La singular posición que el factor trabajo ocupa en nuestro 214 t.a Acción Humana m u n d o deriva de su carácter no específico. Los factores primarios de producción q u e la naturaleza b r i n d a — e s decir, todas aquellas cosas y fuerzas naturales q u e el h o m b r e p u e d e emplear para m e j o r a r su s i t u a c i ó n — poseen especificas virtudes y potencialidades. Para alcanzar ciertos objetivos hay factores q u e son los más idóneos; para conseguir otros, esos mismos elem e n t o s resultan ya m e n o s o p o r t u n o s ; existiendo, p o r último, fines para cuya consecución resultan totalmente inadecuados. P e r o el trabajo es factor apropiado, a la par q u e indispensable, para la plasmación de cualesquiera procesos o sistemas de producción imaginables. No cabe, sin embargo, generalizar al hablar de trabajo h u m a n o . Constituiría grave e r r o r dejar de advertir q u e los h o m b r e s , y consecuentemente su respectiva capacidad laboral, resultan dispares. El t r a b a j o q u e un cierto individuo es capaz de realizar convendrá más a d e t e r m i n a d o s objetivos, m i e n t r a s para otros será menos apropiado, resultando, en fin, inadecuado para la ejecución de terceros cometidos. Una de las deficiencias de los economistas clásicos f u e el no prestar debida atención a la expuesta realidad; despreocupáronse de ella al e s t r u c t u r a r sus teorías en torno al valor, los precios y los tipos de salarios. Pues lo que los h o m b r e s suministran no es trabajo en general, sino clases determinadas de trabajo. No se pagan salarios por el p u r o trabajo invertido, sino por la c o r r e s p o n d i e n t e obra realizada, mediante labores a m p l i a m e n t e diferenciadas e n t r e sí, t a n t o cuantitativa c o m o cualitativamente consideradas. Cada particular producción exige utilizar aquellos agentes laborales que, precisamente, sean capaces de ejecutar el típico t r a b a j o requerido. Es a b s u r d o p r e t e n d e r despreciar estas realidades sobre la base de q u e la mayor parte de la demanda y o f e r t a de t r a b a j o se contrae a peonaje no especializado, labor q u e cualquier h o m b r e sano p u e d e realizar, constituyendo excepción la labor específica, la realizada por personas con facultades peculiares o adquiridas gracias a particular preparación. No interesa averiguar si en un pasado r e m o t o tales eran las circunstancias de hecho concurrentes, ni aclarar tampoco si para las tribus primitivas la desigual capacidad de t r a b a j o innata o adquirida La acción en el entorno inundo 215 f u e r a la principal consideración que les impeliera a administrarlo. No es permisible, c u a n d o se trata de abordar las circunstancias de los pueblos civilizados, despreciar las diferencias cualitativas de dispares trabajos. D i f e r e n t e resulta la o b r a q u e Jas distintas personas pueden realizar por c u a n t o los h o m b r e s no son iguales e n t r e sí y, sobre todo, la destreza y experiencia adquirida en el d e c u r s o de la vida viene a diferenciar aún m á s la respectiva capacidad de los distintos sujetos. C u a n d o antes a f i r m á b a m o s el carácter no específico del trab a j o en m o d o alguno queríamos suponer que la capacidad laboral h u m a n a fuera toda de la misma calidad. Q u e r í a m o s , simp l e m e n t e , destacar que las diferencias existentes e n t r e las distintas clases de t r a b a j o r e q u e r i d o por la producción de los diversos bienes son mayores q u e las disparidades existentes e n t r e las cualidades innatas de los h o m b r e s . (Al subrayar este p u n t o , prescindimos de la labor creadora del genio; el trabajo del g e n i o cae f u e r a de la órbita de la acción h u m a n a ordinaria; viene a ser c o m o un gracioso regalo del destino q u e la humanidad, d e vez e n c u a n d o , r e c i b e c igualmente prescindimos de las barreras institucionales q u e impiden a algunas gentes ingresar en ciertas ocupaciones y tener acceso a las enseñanzas q u e ellas requieren.) La innata desigualdad no quiebra la unif o r m i d a d y homogeneidad zoológica de la especie h u m a n a hasta el p u n t o de dividir en c o m p a r t i m e n t o s estancos la oferta de t r a b a j o . P o r eso, la oferta potencial de t r a b a j o para la ejecución de cualquier obra d e t e r m i n a d a siempre excede a la efectiva d e m a n d a del t i p o de trabajo de que se trate. Las disponibilidades de cualquier clase de t r a b a j o especializado podrán siempre ser incrementadas mediante detraer gentes de o t r o sector, preparándolas c o n v e n i e n t e m e n t e . La posibilidad de a t e n d e r necesidades jamás hállase p e r m a n e n t e m e n t e coartada, en esfera p r o d u c t i v a alguna, por la escasez de t r a b a j o especializado. Dicha escasez sólo a corto plazo p u e d e registrarse. A la larga, siempre es posible suprimirla m e d i a n t e el adiestramiento de personas q u e gocen de las requeridas innatas condiciones. El t r a b a j o es el más escaso de todos los factores primarios * Vid. p¿g. 221. 216 t.a Acción Humana de producción; de un lado, p o r q u e carece, en el expuesto sentido, de carácter específico y, de o t r o , por cuanto toda clase de producción requiere la inversión del mismo. De ahí q u e la escasez de los demás medios primarios de producción — e s decir, los factores de producción de carácter no h u m a n o , que proporciona la n a t u r a l e z a — surja en razón a q u e no pueden p l e n a m e n t e utilizarse, en tanto en cuanto exijan consumir trabajo, a u n q u e tal concurso laboral sea m í n i m o 7 . Las disponibilidades de trabajo determinan, por eso, la proporción en q u e cabe aprovechar, para la satisfacción de las h u m a n a s necesidades, el factor naturaleza, cualquiera q u e sea su f o r m a o presentación. Si la oferta de trabajo a u m e n t a , la producción a u m e n t a también. El esfuerzo laboral siempre es valioso; nunca sobra, p u e s en ningún caso deja de ser útil para adicional mejoramiento de las condiciones de vida. El h o m b r e aislado y autárquico siempre p u e d e p r o s p e r a r trabajando más. En la bolsa del trab a j o de una sociedad de mercado invariablemente hay compradores para toda capacidad laboral q u e se ofrezca. La supcrflua abundancia de t r a b a j o sólo p u e d e registrarse, de m o d o transitorio, en algún sector, induciéndose a ese trabajo sobrante a acudir a otras partes, con lo q u e se amplía la producción en lugares a n t e r i o r m e n t e menos atendidos. Frente a lo expuesto, un incremento de la cantidad de tierra disponible — i n m o d i f i cadas las restantes circunstancias— sólo permitiría ampliar la producción agrícola si tales tierras adicionales f u e r a n de mayor feracidad que las ya disponibles \ Lo mismo acontece con respecto al equipo material destinado a f u t u r a s producciones. P o r q u e la utilidad o capacidad de servicio de los bienes de capital depende, igualmente, de q u e puedan contratarse los correspondientes operarios. Antieconómico sería explotar existentes dispositivos de producción si el trabajo a invertir en su ' Algunos recursos naturales, ciertamente, son tan escasos que por entero se explotan. ' Supuesta libre la movilidad del trabajo, resultaría anticconómico poner en explotación terrenos anteriormente incultos salvo que la feracidad de los mismos fuera tal que compensara los supletorios costos incurridos. La acción en el entorno inundo 217 aprovechamiento pudiera ser empleado mejor por otros cauces q u e permitieran a t e n d e r necesidades más urgentes. Los factores complementarios de producción sólo p u e d e n emplearse en la cuantía q u e las disponibles existencias del más escaso de ellos autorizan, Supongamos q u e la producción de una unidad de p requiere el gasto o c o n s u m o de 7 unidades de a y de 3 unidades de b, no p u d i e n d o emplearse ni a ni b en producción alguna distinta de p. Si disponemos de 49 a y de 2 . 0 0 0 b, sólo 7 p cabrá producir. Las existencias de a predeterminan la cantidad de b q u e p u e d e ser aprovechada. En el supuesto ejemplo, únicamente a merecería la consideración de bien económico; sólo por a hallaríanse las gentes dispuestas a pagar precios; el precio íntegro de p será función de lo q u e cuesten 7 unidades de a. Por su parte, b no sería un bien económico; no cotizaría precio alguno, ya q u e una parte de las disponibilidades no se aprovecharía. Cabe imaginar un m u n d o en el q u e todos los factores materiales de producción halláranse tan p l e n a m e n t e explotados q u e no fuera materialmente posible d a r trabajo a todo el m u n d o , o al menos, en la total cuantía en que algunos individuos hallaríanse dispuestos a trabajar. En dicho m u n d o , el factor trabajo abundaría; ningún incremento en la capacidad laboral disponible permitiría ampliar la producción. Si en tal ejemplo suponemos que lodos tienen la misma capacidad y aplicación para el t r a b a j o y pasamos por alto el malestar típico del mismo, el trab a j o dejaría de ser un bien económico, Sí dicha república fuera una c o m u n i d a d socialista, todo incremento en las cifras de población conceptuaríase simple incremento del n ú m e r o de ociosos consumidores. T r a t á n d o s e de una economía de mercado, los salarios resultarían insuficientes para vivir. Q u i e n e s buscasen ocupación hallaríanse dispuestos a trabajar por cualquier salario, por reducido q u e fuera, a u n q u e resultara insuficiente para a t e n d e r las necesidades vitales, Trabajaría la gente aun c u a n d o el p r o d u c t o de la labor sólo sirviese para d e m o r a r la insoslayable m u e r t e p o r inanición. I m p e r t i n e n t e sería entretener la atención en tales paradojas y el discutir aquí los p r o b l e m a s q u e tal imaginario estado 218 t.a Acción Humana plantearía. El m u n d o en q u e vivimos es totalmente distinto. El trabajo resulta más escaso que los factores materiales de producción disponibles. No estamos ahora c o n t e m p l a n d o el problema de la población ó p t i m a . De m o m e n t o , sólo interesa destacar q u e hay factores materiales de producción, los cuales no pueden ser explotados, p o r c u a n t o el trabajo r e q u e r i d o precísase para atender necesidades m á s urgentes. En n u e s t r o m u n d o no hay abundancia, sino insuficiencia, de potencia laboral, existiendo por este m o t i v o tierras, yacimientos e incluso fábricas e instalaciones sin explotar, es decir, factores materiales de producción inaprovechados. Esta situación m u t a r f a s e merced a un incremento tal de la población, que permitiera frieran p l e n a m e n t e explotados cuantos factores materiales pudiera requerir aquella producción alimenticia imprescindible — e n el sentido estricto de la palabra-— para la conservación de la vida. A h o r a bien, no siendo ése el caso, eí presente estado de cosas no puede variarse mediante progresos técnicos en los métodos de producción. La sustitución de unos sistemas por otros más eficientes no hace q u e el trabajo sea más a b u n d a n t e m i e n t r a s queden factores materiales inaprovechados, cuya utilización incrementaría el bienestar h u m a n o . Antes al contrario, dichos progresos vienen a ampliar la producción y, p o r ende, la cantidad de bienes de c o n s u m o disponible. Las técnicas «economizadoras de trabajo» militan contra la indigencia. P e r o nunca pueden ocasionar paro «tecnológico». T o d o p r o d u c t o es el resultado de invertir, c o n j u n t a m e n t e , t r a b a j o y factores materiales de producción. El h o m b r e administra ambos, tanto aquél como éstos. TRABAJO INMEDIATAMENTE REMUNERADO Y TRABAJO MEDIATAMENTE REMUNERADO Normalmente, el trabajo recompensa a quien trabaja de modo mediato, es decir, permítele librarse de aquel malestar cuya supresión constituía la meta de su actuación. Quien labora prescinde La acción en el entorno inundo 219 del descanso y sométese a la incomodidad del trabajo para disfrutar de la obra realizada o de lo que otros estarían dispuestos a darle por ella. La inversión de trabajo constituye, para quien trabaja, un medio que le permite alcanzar ciertos fines; es un premio que recibe por su aportación laboral. Ahora bien, hay casos en los que el trabajo recompensa al actor inmediatamente. El interesado obtiene de la propia labor una satisfacción íntima. El rendimiento, pues, resulta doble. De un laclo, disfruta del producto y, de otro, del placer que la propia operación le proporciona. Tal circunstancia ha inducido a las gentes a incurrir en muchos absurdos errores, sobre los cuales se ha pretendido basar fantásticos planes cíe reforma social. Uno de los dogmas fundamentales del socialismo consiste en suponer que el trabajo resulta penoso y desagradable sólo en el sistema capitalista de producción, mientras que bajo el socialismo constituirá pura delicia. Cabe desentenderse de las divagaciones de aquel pobre loco que se llamó Charles Fourier. Ahora bien, conviene advertir que el socialismo «científico» de Marx, en este punto, no difiere en nada de las ideas de los autores utópicos. Frederick Engels y Karl Kautsky, textualmente, llegan a decir que la gran obra del régimen proletario consistirá en transformar en placer la peños id ad del trabajo 9 . Con frecuencia preténdese ignorar aquella realidad según la cual las actividades que proporcionan complacencia inmediata y constituyen, por tanto, fuentes directas de placer y deleite no coinciden con el trabajo y la actuación laboriosa. Muy superficial tiene que ser el examen para no advertir de inmediato la diferencia entre unas y otras actividades. Salir un domingo a remar por diversión en el lago se asemeja al bogar de remeros y galeotes sólo cuando la operación se contempla desde el punto de vista de la hidromecánica. Ambas actividades, ponderadas como medios para alcanzar fines determinados, son tan dispares como el aria tarareada por un paseante lo es de esa misma composición recitada por un cantante de ópera. El despreocupado bogador y el deam' K A R L K A U T S K Y , Dte soztale Revolution, II, págs. 16 y sigs., 3." ed. Berlín. 1911. Con respecto a Engels, vid. infra cap. XXI. 2. 220 t.a Acción Humana bulante cantor derivan de sus actividades no una recompensa mediata, sino inmediata. Hn su consecuencia, lo que practican no es trabajo, di no tratarse de aplicar sus funciones fisiológicas al logro de fines ajenos al mero ejercicio de esas mismas funciones. Su actuación es, simplemente, un placer. Constituye fin en sí misma; se practica por sus propios atractivos, sin derivar de ella ningún servicio ulterior. No tratándose, pues, de una actividad laboral, nerado no cabe denominarla trabajo inmediatamente remu- ,0 . A veces, personas poco observadoras suponen que el trabajo ajeno constituye fuente de inmediata satisfacción para los interesados, porque a ellas les gustaría, a título de juego, realizar el trabajo citado. Del mismo modo que los niños juegan a maestros, a soldados y a trenes, hay adultos a quienes les gustaría jugar a esto o a lo otro. Creen que el maquinista disfruta manejando la locomotora como ellos gozarían si se les permitiera conducir el convoy. Cuando, apresuradamente, se dirige a la oficina, el administrativo envidia al guardia que, en su opinión, cobra por pasear ociosamente las calles. Sin embargo, tal vez éste envidie a aquel que, cómodamente sentado en un caldeado edificio, gana dinero emborronando papeles, labor que no puede considerarse trabajo serio. No vale la pena perder el tiempo analizando las opiniones de quienes, interpretando erróneamente la labor ajena, la consideran mero pasatiempo. Ahora bien, hay casos de auténtico trabajo inmediatamente remunerado. Ciertas clases de trabajo, en pequeñas dosis y bajo condiciones especiales, proporcionan satisfacción inmediata, Sin embargo, las aludidas dosis han de ser tan reducidas que carecen de trascendencia en un mundo integrado por la producción orientada a la satisfacción de necesidades. En la tierra, el trabajo se caracteriza por su penosidad. La gente intercambia el trabajo, generador de malestar, por el producto del mismo; el trabajo constituye una fuente de recompensa mediata. En aquella medida en que cierta clase de trabajo, en vez de malestar, produce placer y, en vez de incomodidad, gratificación 15 El remo practicarlo deliberadamente como deporte y el canto cultivado seriamente por un aficionado constituyen trabajo introversivo. Ver cap. XXI, 1. La acción en el entorno inundo 221 inmediata, su ejecución no devenga salario alguno. Antes al contrario, quien lo realiza, el «trabajador», habrá de comprar el placer y pagarlo. La caza fue y es aún para muchas personas un trabajo normal, generador de incomodidades. Ahora bien, hay personas para quienes constituye puro placer. En Europa, los aficionados al arte venatorio pagan importantes sumas al propietario del coto por concederles el derecho a perseguir un cierto número de venados de un tipo determinado. El precio de tal derecho es independiente del que hayan de abonar por las piezas cobradas. Cuando ambos precios vnn ligados, el montante excede notablemente io que cuesta la caza en el mercado. Resulta, de esta suerte, que un venado, entre peñascos y precipicios, tiene mayor valor di ñera río que después de haber sido muerto y transportado al valle, donde es posible aprovechar su carne, su piel y sus defensas, pese a que, para cobrar la pieza, se gasta equipo y munición, tras penosas escaladas. Cabría, por tanto, decir que uno de los servicios que un venado vivo puede prestar es el de proporcionar al cazador el gusto de matarlo. E L G E N I O CREADOR Muy por encima de los millones de personas que nacen y mueren, se elevan los genios, aquellos hombres cuyas actuaciones e ideas abren caminos nuevos :i la humanidad. Crear constituye, para el genio descubridor, la esencia de la vida Para él, vivir significa crear. Las actividades de estos hombres prodigiosos no pueden ser cabalmente encuadradas en el concepto praxeológico de trabajo. No constituyen trabajo, por cuanto, para el genio, no son medios, sino fines en sí mismas; pues él sólo vive creando e inventando. Para él no hay descanso; sólo sabe de intermitencias en la labor en momentos de frustración y esterilidad. Lo que le impulsa no " Los caudillos (¡ührers) no son descubridores; conducen al pueblo por las sendas que otros trazaron. El genio abre caminos a iravís de terrenos antes inaccesibles, sin preocuparse de si alguien le sigue o no. Los caudillos, en cambio, conducen a sus pueblos hada objetivos ya conocidos que los subditos desean alcanzar, t.a Acción Humana 222 es el deseo de obtener un resultado, sino la operación misma de provocarlo. La obra no le recompensa, mediata ni inmediatamente. No le gratifica mediatamente, por cuanto sus semejantes, en el mejor de los casos, no se interesan por ella y, lo que es peor, frecuentemente la reciben con mofa, vilipendio y persecLición. Muchos genios podrían haber empleado sus personales dotes en procurarse una vida agradable y placentera; pero ni siquiera planteáronse tal al Lerna ti va, optando sin vacilación por un camino lleno de espinas. El genio quiere realizar lo que considera su misión, aun cuando comprenda que ral conducta puede bien llevarle al desastre. Tampoco deriva el genio satisfacción inmediata de sus activi dades creadoras. Crear es para él agonía y tormento, una ince sante y agotadora lucha contra obstáculos internos y externos, que le consume y destroza. El poeta austríaco Grillparzer supo reflejar tal situación en un emocionante poema: «Adiós a Gastein» Cabe suponer que, al escribirlo, más que en sus propias penas y tribulaciones, pensaba en los mayores sufrimientos de un hombre mucho más grande que él, Beethoven, cuyo destino se asemejaba al suyo propio y a quien, gracias a un afecto entrañable y a una cordial admiración, comprendió mejor que ninguno de sus contemporáneos. Nietzschc comparábase a la llama que, insaciable, a sí misma consume y d e s t r u y e N o existe similitud alguna entre tales tormentos y las ideas generalmente relacionadas con los conceptos de trabajo y labor, producción y éxito, ganarse el pan y gozar de la vida. Las obras del genio creador, sus pensamientos y teorías, sus poemas, pinturas y composiciones, praxeológicamente, no pueden considerarse frutos del trabajo. No son la resultante de haber invertido una capacidad laboral, la cual pudiera haberse dedicado a original otros bienes en vez de a «producir» la correspondiente obra maestra de filosofía, arte o literatura. Los pensadores, poetas u Parece que hoy no existe ninguna traducción inglesa de este poema. En el libro de Dougias Yates (Franz Grillparzer, a Critical Biograpky, f, p¡íg. 57. Oxford, 1946) se hace un resumen de su contenido en inglés. " U n a traducción del poema de Nietzschc puede hallarse en M. A, MÜCGÉ, Friedricb Nienscbe, pág. 275. Nueva York, 1911. La acción en el entorno inundo 223 y artistas a menudo carecen de condiciones para realizar otras labores. Sin embargo, el tiempo y la fatiga que dedican a sus actividades creadoras no lo detraen de trabajos merced a los cuales cabría atender otros objetivos. A veces, las circunstancias pueden condenar a la esterilidad a un hombre capaz de llevar adelante cosas inauditas; tal vez le sitúen en la disyuntiva de morir de hambre o de dedicar la totalidad de sus fuerzas a luchar exclusivamente por la vida. Ahora bien, cuando el genio logra alcanzar sus metas, sólo él ha pagado lus «custos» necesarios, A Goethe, tal vez, le estorbaran, en ciertos aspectos, sus ocupaciones en la corte de Weimar. Sin embargo, seguramente no habría cumplido mejor con sus deberes oficiales de ministro de Estado, director de teatro y administrador de minas si no hubiera escritu sus dramas, poemas y novelas. Hay más: no es posible sustituir por el trabajo de terceras personas la labor de los creadores. Si Dante y Iícethoven no hubieran existido, imposible hubiera sido producir la Divina Comedia o la Novena Sinfonía, encargando la tarea a otros hombres. Ni la sociedad ni los individuos particulares pueden sustattcialmente impulsar al genio, ni fomentar su labor. Ni la «demanda» más intensa ni la más perentoria de las órdenes gubernativas resultan en tal sentido eficaces. El genio jamás trabaja por encargo. Los hombres no pueden producir a voluntad unas condiciones naturales y sociales que provoquen la aparición del genio creador y su obra. Es imposible criar genios a base de eugenesia, ni formarlos en escuelas, ni reglamentar sus actividades. Resulta muy fácil, en cambio, organizar la sociedad de tal manera que no haya sitio para los innovadores n¡ para sus tareas descubridoras. La obra creadora del genio es, para la praxeología, un hecho dado. La creación genial aparece como generoso regalo del destino, No es en modo alguno un resultado de la producción, en el sentido que la economía da a este último vocablo. 4, L A PRODUCCIÓN La acción, si tiene b u e n éxito, alcanza la meta perseguida. Da lugar al p r o d u c t o deseado. 224 t.a Acción Humana La producción, sin embargo, en m o d o alguno es un acto de creación; no engendra nada que ya antes no existiera. Implica sólo la transformación de ciertos elementos mediante tratamientos y combinaciones. Q u i e n p r o d u c e no crea. El individuo crea tan sólo c u a n d o piensa o imagina. El h o m b r e , en el mundo de los f e n ó m e n o s externos, ú n i c a m e n t e t r a n s f o r m a . Su actuación consiste en combinar los medios disponibles con miras a que, de c o n f o r m i d a d con las leyes de la naturaleza, prodúzcase el resultado apetecido, Antes solía distinguirse e n t r e la producción de bienes tangibles y la prestación de servicios personales. Se consideraba q u e el carpintero, c u a n d o hacía mesas y sillas, producía algo; sin embargo, no se decía lo mismo del médico cuyo consejo ayudaba al c a r p i n t e r o e n f e r m o a recobrar su capacidad para producir mesas y sillas. Se diferenciaba entre el vínculo médico-carpintero y el vínculo carpintero-sastre. Asegurábase q u e el médico no producía nada por sí mismo; ganábase la vida con lo que otros fabricaban, siendo, en definitiva, m a n t e n i d o por los carpinteros y los sastres. En fecha todavía más lejana, los fisiócratas franceses proclamaron la esterilidad de todo trabajo q u e no implicara extraer algo del suelo. Merecía ú n i c a m e n t e el calificativo de productivo, en su opinión, el trabajo agrícola, la pesca, la caza y la explotación de minas y canteras. La industria, suponían, agrega al valor del material empleado tari sólo el valor de las cosas consumidas por los operarios. Los economistas modernos sonríen ante los pronunciamientos de aquellos antecesores suyos q u e recurrían a tan inadmisibles distingos. M e j o r , sin embargo, procederían n u e s t r o s contemporáneos si pararan mientes en los errores q u e ellos mismos cometen. Son muchos los autores m o d e r n o s que a b o r d a n diversos problemas económicos — p o r ejemplo, la publicidad o el marketing— recayendo en crasos errores que, parece, t i e m p o ha debieron haber q u e d a d o d e f i n i t i v a m e n t e aclarados. O t r a idea t a m b i é n m u y extendida pretende diferenciar entre el empleo del trabajo y el de los factores materiales de producción. La naturaleza, dicen, dispensa sus dones gratuitamente; en cambio, la inversión de trabajo implica q u e quien La acción en el entorno inundo 225 lo practica padezca la incomodidad del m i s m o . AI esforzarse y superar la incomodidad del trabajo, el h o m b r e aporta algo q u e no existía antes en el universo. En este sentido, el t r a b a j o crea. P e r o tal aserto también es erróneo. La capacidad laboral del h o m b r e es una cosa dada en el universo, al igual que son dadas las potencialidades diversas, típicas y características, de la tierra y de las sustancias animales. El hecho de q u e una parte de la capacidad de trabajo pueda q u e d a r inaprovechada tampoco viene a diferenciarlo de los factores no h u m a n o s de producción, pues éstos también p u e d e n permanecer inexplotados. El individuo se ve impelido a superar la incomodidad del t r a b a j o por cuanto, personalmente, prefiere el p r o d u c t o del mismo a la satisfacción q u e derivaría del descanso. Sólo es creadora la m e n t e h u m a n a c u a n d o dirige la acción y la producción. La m e n t e es una realidad también comprendida en el universo y la naturaleza; constituye una parte del m u n d o existente y dado. Llamar creadora a la m e n t e no implica el entregarse a especulaciones metafísicas. La calificamos de creadora p o r q u e no sabemos c ó m o explicar los cambios provocados por la acción más allá de aquel p u n t o en q u e tropezamos con la intervención de la razón, dirigiendo las actividades h u m a n a s . La producción no es un hecho físico, n a t u r a l y externo; antes al contrarío, constituye f e n ó m e n o intelectual y espiritual. La condición esencial para q u e aparezca no estriba en el t r a b a j o h u m a n o , en las fuerzas naturales o en las cosas externas, sino en la decisión de la m e n t e de emplear dichos factores c o m o medios para alcanzar específicos objetivos. No engendra el producto el trabajo de p o r sí, sino el q u e la correspondiente labor hállese dirigida por la razón, Sólo la mente humana goza de poder para suprimir los malestares sentidos por el h o m b r e . La metafísica materialista del marxismo yerra al interpretar esta realidad. Las célebres «fuerzas productivas» no son de índole material. La producción es un f e n ó m e n o ideológico, intelectual y espiritual. Es aquel m é t o d o q u e el h o m b r e , guiado por la razón, emplea para suprimir la incomodidad en el mayor 226 t.a Acción Humana rencia de índole material, sino algo espiritual. Los cambios objetivos registrados son f r u t o de operaciones anímicas. La producción consiste en manipular las cosas q u e el hombre encuentra dadas, siguiendo los planes que la razón traza. Tales planes — r e c e t a s , fórmulas, ideologías— constituyen lo f u n d a m e n t a l ; vienen a t r a n s m u t a r los factores originales —-humanos y no h u m a n o s — en medios. El h o m b r e produce gracias a su inteligencia; determina los fines y emplea los medios idóneos para alcanzarlos. Por eso resulta totalmente errónea aquella suposición popular según la cual la economía tiene por o b j e t o el ocuparse de los presupuestos materiales de la vida. La acción humana constituye manifestación de la mente. En este sentido, la praxeología puede ser denominada ciencia moral (Geisteswissenscbaft). N a t u r a l m e n t e , no sabemos q u é es la m e n t e , por lo mismo que ignoramos lo que, en verdad, el movimiento, la vida o la electricidad sean. M e n t e es simplemente la palabra utilizada para designar aquel ignoto factor q u e ha permitido a los hombres llevar a c a b o todas sus realizaciones: las teorías y los poemas, las catedrales y las sinfonías, los automóviles y los aviones. SEGUNDA PARTE La acción en el marco social C A P I T U L O V I I I La sociedad humana 1. LA COOPERACIÓN HUMANA La sociedad supone acción concertada, cooperación. Fue, desde luego, consciente y deliberadamente formada. Ello, sin embargo, no quiere decir que las gentes se pusieran un día de acuerdo para fundarla, celebrando mítico contrato al efecto. P o r q u e los hombres, mediante las actuaciones q u e originan la institución social y a diario la renuevan, efectivamente cooperan y colaboran entre sí, pero sólo en el deseo de alcanzar específicos fines personales. Ese complejo de recíprocas relaciones, plasmado por dichas concertadas actuaciones, es lo que se denomina sociedad. Reemplaza una — a l menos, imaginable— individual vida aislada por una vida de colaboración. La sociedad es división de trabajo y combinación de esfuerzo. Por ser el hombre animal q u e actúa, conviértese en animal social. El ser humano nace siempre en un ambiente que halla ya socialmente organizado. Sólo en tal sentido cabe predicar que —lógica o históricamente— la sociedad es anterior al individuo. Con cualquier o t r o significado, el aserto resulta vano y carente de sentido. El individuo, desde luego, vive y actúa en el marco social, pero la sociedad no es más que ese combinarse de actuaciones múltiples para producir un esfuerzo cooperativo. La sociedad, per se, en parte alguna existe; plásmanla las acciones individuales, constituyendo grave espejismo el imaginarla fuera del ámbito en que los individuos operan. El hablar de una autónoma e independiente existencia de la sociedad, de 230 su vida propia, de su alma, de sus acciones, es una metáfora que fácilmente conduce a perniciosos errores. Vano resulta el preocuparse de si el fin último lo es la sociedad o lo es el individuo, así como de si los intereses de aquélla deban prevalecer sobre los de éste o a la inversa. La acción supone siempre actuación de seres individuales. Lo social o el aspecto social es sólo una orientación determinada que las acciones individuales adoptan. La categoría de fin cobra sentido únicamente aplicada a la acción. La teología y la metafísica de la historia cavilan en torno a cuáles puedan ser los fines de la sociedad y los planes divinos que, mediante ella, hubieran de estructurarse, pretendiendo incluso averiguar los fines a que apuntan las restantes partes del universo creado. La ciencia, que no puede sino apoyarse en el raciocinio, instrum e n t o éste evidentemente inadecuado para abordar los anteriores asuntos, tiene en cambio vedado el especular acerca de dichas materias. En el marco de la cooperación social brotan, a veces, éntrelos distintos miembros actuantes, sentimientos de simpatía y amistad y una como sensación de común pertenencia. Tal disposición espiritual viene a ser manantial de placenteras y hasta sublimes experiencias humanas, constituyendo dichos sentimientos precioso aderezo de la vida, que elevan la especie animal hombre a la auténtica condición humana. No fueron, sin embargo, contrariamente a lo que algunos suponen, tales anímicas sensaciones las que produjeron las relaciones sociales. Antes al contrario, son f r u t o de la propia cooperación social y sólo a! amparo de ésta medran; ni resultan anteriores a las relaciones sociales, ni, menos aún. constituyen semilla de las mismas. Las dos realidades fundamentales que engendran la cooperación, la sociedad y la civilización, transformando al animal hombre en ser humano, son, de un lado, el que la labor realizada bajo el signo de la división del trabajo resulta más fecunda que la practicada bajo un régimen de aislamiento y, de otro, el que la inteligencia humana es capaz de advertir tal realidad. A no ser por esas dos circunstancias, los hombres habrían con- Lii sociedad humana 231 tinuado siendo siempre enemigos mortales e n t r e sí, los unos f r e n t e a los otros, rivales irreconciliables en sus esfuerzos por apropiarse porciones siempre insuficientes del escaso sustento q u e la naturaleza e s p o n t á n e a m e n t e proporciona, Cada u n o vería en su semejante un enemigo; el indomefiable deseo de satisfacer las propias apetencias habría p r o v o c a d o implacables conflictos. Sentimiento alguno de amistad y simpatía hubiera podido florecer b a j o tales condiciones. Algunos sociólogos han s u p u e s t o que el hecho subjetivo, original y elementa!, q u e engendra la sociedad es una «conciencia de especie» . O t r o s mantienen q u e no habría sistemas sociales a no ser por cierto « s e n t i m i e n t o de comunidad o de mutua pertenencia» 2 . Cabe asentir a tales suposiciones, siempre y cuantío dichos vagos y ambiguos términos sean rectamente interpretados. Esos conceptos de conciencia de especie, de sentido de c o m u n i d a d o de m u t u a pertenencia p u e d e n ser utilizados en t a n t o impliquen reconocer el hecho de q u e , en sociedad, todos los demás seres h u m a n o s son colaboradores potenciales en la lucha del s u j e t o p o r su propia supervivencia; simplemente p o r q u e el c o n j u n t o advierte los beneficios m u t u o s q u e la cooperación depara, a diferencia de los demás animales, incapaces de c o m p r e n d e r tal realidad. Son sólo las dos circunstancias antes mencionadas las q u e , en definitiva, e n g e n d r a n aquella conciencia o aquel sentimiento. En un m u n d o hipotético, en el cual la división del t r a b a j o no incrementara la productividad, los lazos sociales serían impensables. Desaparecería todo sentimiento de benevolencia o amistad. El principio de la división del t r a b a j o es u n o de los grandes m o t o r e s q u e impulsan el desarrollo del m u n d o , imponiendo fecunda evolución. Hicieron bien los biólogos en t o m a r de la filosofía social el concepto de la división del trabajo, utilizándolo en sus investigaciones. H a y división de trabajo entre los distintos órganos de un ser vivo; existen en el reino animal colonias integradas por seres que colaboran e n t r e sí; en sentido metafórico, tales entidades, f o r m a d a s por hormigas o abe1 1 F. H. GIDÜIMGS, The Principies of Sociotogy, pág. 7. Nueva York, 1926. M . M A C I V E R , S o c i e t y , págs. 6-7. Nueva York, 1 9 3 7 . R t.a Acción Humana 232 jas, suelen d e n o m i n a r s e «sociedades animales». Ahora bien, nunca cabe olvidar q u e lo q u e caracteriza a la sociedad humana es la cooperación deliberada; la sociedad es f r u t o de la acción, o sea, del propósito consciente de alcanzar un fin. Semejante circunstancia, según nuestras noticias, no concurre en los procesos q u e provocan el desarrollo de las plantas y de los animales o i n f o r m a n el f u n c i o n a m i e n t o de los e n j a m b r e s de hormigas, abejas o avispas. La sociedad, en definitiva, es un f e n ó m e n o intelectual y espiritual: el resultado de acogerse deliberadamente a u n a ley universal d e t e r m i n a n t e de la evolución cósmica, a saber, aquella q u e predica la mayor productividad de la labor b a j o el signo de la división del trabajo. C o m o sucede en cualquier o t r o s u p u e s t o de acción, este percatarse de la operación de una ley natural viene a ponerse al servicio de los esfuerzos del h o m b r e deseoso de mejorar sus propias condiciones de vida. 2. C R Í T I C A DEL CONCEPTO COMPRE H E N S I V I S T A Y M E T A F Í S I C O DE LA S O C I E D A D Según las tesis del universalismo, del realismo conceptual, del comprehensivismo (holism), del colectivismo y de algunos representantes de la esencia de la Gestaltpsychologie, la sociedad es una entidad que lleva a u t ó n o m a existencia, independiente y separada de las vidas de los diversos individuos q u e la integran, a c t u a n d o por cuenta propia hacia la consecución de precisos fines, distintos a los q u e los individuos, sus componentes, persiguen. P u e d e , entonces, e v i d e n t e m e n t e , surgir grave antagonismo e n t r e los objetivos sociales y los individuales, lo q u e lleva a ta consecuencia de q u e resulta imperativo d o m e ñ a r el egoísmo de los particulares para proteger la existencia y desenvolvimiento de la sociedad, obligando a aquéllos a que, en beneficio de ésta, renuncien a sus p u r a m e n t e personales designios. Una vez llegadas a tal conclusión, todas esas aludidas doctrinas vense forzadas a dejar de utilizar el análiss científico y el razonamiento lógico, desviándose hacia puras profesiones de fe, de índole teológica o metafísica. H a n de Lii sociedad humana 233 suponer q u e la providencia, por medio de profetas, apóstoles y carismáticos jerarcas, constriñe a los h o m b r e s , de por sí perversos, a perseguir fines q u e éstos no apetecen, haciéndoles caminar por las b u e n a s sendas q u e Dios, el Weltgeist o la Historia desean que sigan *. Tal es la filosofía que, desde t i e m p o inmemorial, estructuró las creencias de las tribus primitivas. A. ella apelaron invariablemente las religiones en sus enseñanzas. El h o m b r e debía atenerse a la ley q u e s o b r e h u m a n o poder dictara y obedecer a las autoridades a quienes dicho poder encargara de velar por el cumplimiento de la correspondiente n o r m a . El orden social, consecuentemente estructurado, no es obra h u m a n a , sino divina. Si la deidad hubiera d e j a d o de intervenir, iluminando convenientemente a los torpes mortales, la sociedad no habría surgido. Cierto es que la cooperación social constituye u n a bendición para el h o m b r e e indudable q u e desprovistos del auxilio que la sociedad les presta, jamás h u b i e r a n los mortales logrado emanciparse de la barbarie y de la miseria material y moral característica del estado primitivo. Pero, sólo por sí mismo, nunca hubiera el individuo hallado el c a m i n o de salvación, pues las n o r m a s de la cooperación social y los preceptos de la lev moral impónenle duras exigencias. La limitada inteligencia humana hubiera hecho creer a las gentes que la renuncia a determinados placeres inmediatos implicaba inaceptable privación; habrían sido las masas incapaces de comprender las ventajas, incomparablemente mavores. si bien posteriores, q u e * Universalismo, realismo concepttiiil y comprcheitsivlsmo (bolista, en inglés^ son. en realidad, términos prácticamente sinónimo*, adoptados por similares escuelas que coinciden en afirmar que lo» conjuntos —sociedades, clases, naciones, etcétera— constituyen entes autónomos, independientes de los concretos individuos componentes de los mismos, con voluntad, designios v fines propios predeterminados, desde el origen de las cosas, por sobrehumano* poderes cuvos mandatos sólo ungidos jerarcas sabrían descifrar y trasladar .1 sus subditos. Al colectivismo. en este sentido, preocúpale tan sólo la Sociedad, olvidando las voliciones personales de quienes la integran L.i alemana Gest/tltpsycholofie, por su parre, parejamente razona, proclamando que el hombre no ve sino universalidades, jamás individualizaciones. citando siempre el bien conocido ejemplo de que un triángulo es algo más que las tres líneas dispares que lo forman. (N. del T.) 233 t.a Acción Humana el abstenerse de ciertas satisfacciones presentes Ies reporta. El h o m b r e , a no ser p o r revelación sobrenatural, no hubiera advertido lo q u e el d e s t i n o exigía q u e hiciera, tanto para su bien personal como para el de su descendencia. Ni las teorías científicas q u e la filosofía social del racionalismo del siglo XVIII desarrollara ni tampoco la moderna ciencia económica apóyanse en milagrosas intervenciones de poderes sobrenaturales. Cada vez q u e el individuo recurre a la acción, m a n c o m u n a d a , a b a n d o n a n d o la actuación aislada, de sus condiciones materiales mejoradas de m o d o palpable. Las ventajas derivadas de la cooperación pacífica y de la división del trabajo resultan ser de carácter universal. Esos beneficios los perciben de inmediato los propios sujetos actuantes, no qued a n d o aplazado su d i s f r u t e hasta el advenimiento de f u t u r a s y lejanas generaciones. Lo que recibe, compensa ampliamente al individuo de sus sacrificios en aras de la sociedad. Tales sacrificios, pues, sólo son aparentes y temporales; renuncia a una ganancia pequeña p a r a después d i s f r u t a r de otra mayor. Ninguna persona razonable puede dejar de advertir realidad tan evidente. El incentivo q u e impulsa a intensificar la cooperación social, ampliando la esfera de la división del trabajo, a robustecer la seguridad y la paz, es el c o m ú n deseo de m e j o r a r las propias condiciones materiales de cada u n o . L a b o r a n d o por sus propios — r e c t a m e n t e e n t e n d i d o s — intereses, el individuo contribuye a intensificar la cooperación social y la convivencia pacífica. La sociedad es f r u t o de la h u m a n a actividad, es decir, de la apetencia h u m a n a por suprimir el malestar, en la mayor medida posible. Para explicar su aparición y posterior progreso, no es preciso recurrir a aquella idea q u e , en verdad, d e b e de repugnar a toda mentalidad religiosa, según la cual la prístina creación f u e tan defectuosa q u e exige incesante concurso sobrenatural para mantenerla marchando. La función histórica desempeñada por la teoría de la división del trabajo, tal como f u e elaborada por la economía política inglesa, desde H u m e a Ricardo, consistió en demoler todas las doctrinas metafísicas concernientes al nacimiento y desenvolvimiento de la cooperación social. C o n s u m ó aquella emanci- Lii sociedad humana 235 pación espiritual, moral e intelectual de la h u m a n i d a d q u e la filosofía del epicureismo iniciara. Sustituyó la antigua ética h e t e r ó n o m a e intuitiva por una a u t ó n o m a moralidad racional. La ley y la legalidad, las normas morales y las instituciones sociales dejaron de ser veneradas como si f u e r a n f r u t o de insondables decretos del cielo. T o d a s estas instituciones son de origen h u m a n o y sólo pueden ser enjuiciadas e x a m i n a n d o su idoneidad para provocar el bienestar del h o m b r e . El economista utilitario no dice fíat justitia, percal mundus, sino, al contrario, fíat justitia, ríe percal mundus. No pide al h o m b r e q u e renuncie a su bienestar en aras de la sociedad. Le aconseja advierta cuáles son sus intereses verdaderos. La sublime grandeza del C r e a d o r no se manifiesta en puntillosa y atareada preocupación por la diaria actuación de príncipes y políticos, sino en haber d o t a d o a sus criaturas de la razón e instalado en ellas inmarcesible anhelo de felicidad 1 . El problema f u n d a m e n t a l con q u e todas estas filosofías sociales de tipo universalista, o m n í c o m p r e n s i v o v colectivista tropiezan consiste en d e t e r m i n a r cómo cabe reconocer cuál sea la lev auténtica, el profeta verdadero y el g o b e r n a n t e legítimo. P u e s muchos son los q u e aseguran ser enviados del Señor, predicando, cada u n o de ellos, d i f e r e n t e evangelio. Para e! fiel creyente no cabe la d u d a ; hállase p l e n a m e n t e convencido de haber a b r a z a d o la única doctrina v e r d a d e r a . Precisamente la firmeza ele tales respectivas creencias es lo q u e hace irreconci1 Muchos «runutHÍaUs, Adam Smith y Hastial cutre ellos, eran creyentes y los descubrimientos que iban efectuando hacíanles admirar, cada ve? mis, In benévola atención «del gran Director de la na tu ra leva». Sus críticos de condición alen re ¡jóchanles tal actitud, sin advertir que el burlarse de la referencia ti supuesta urna no invisible» en modo alguno invalida las enseñamos esenciales de la filosofía social racionalista y utilitaria. Halló monos frente a precisa alternativa: o In asociación de los individuos se debe a un proceso humano puesto en marcha por cuanto, a su amparo, sírvense mejor los deseos personales de los interesados, adviniendo éstos las ventajas que derivan de adaptar la vida ,1 la cooperación social, o cierto Ser superior importe a unos reactos mortales la subordinación a ta ley y a las autoridades sociales, El que a tal Ser supremo se le denomine Dios, Weltgeitt, Deslino, Historia, Wotan o Fuerzas Productivas carece de importancia, como tampoco 1» tiene el titulo que se les d¿ a lob representantes terrenales del mismo (los dictadores). 236 t.a Acción Humana Hables los antagonismos. Cada grupo está dispuesto a imponer, de cualquier m o d o , las propias ideas; lo malo es q u e c o m o en este terreno no cabe apelar a la disquisición lógica, resulta inevitable apelar a la pugna armada. Las doctrinas sociales que no sean de carácter racional, utilitario y liberal forzosamente han de engendrar guerras y luchas civiles hasta que u n o de los contendientes sea aniquilado o sojuzgado. La historia de las grandes religiones constituye rico muestrario de combates y guerras; muestrario muy similar al de las falsas religiones modernas, el socialismo, la estatolatría y el nacionalismo. La intolerancia, el hacer conversos mediante la espada del verdugo o del soldado, es inherente a cualquier sistema de ética heterónoma. Las leyes atribuidas a Dios o al destino reclaman validez universal; y a las autoridades que los correspondientes decálogos declaran legítimas débenles todos los hombres, en justicia, obediencia plena. Mientras se m a n t u v o intacto el prestigio de los códigos heterónomos de moralidad y su corolario filosófico, el realismo conceptual, la cuestión de la tolerancia y la paz duradera no podía ni siquiera plantearse. Cesaban los combatientes, en sus m u t u o s asaltos, sólo para recobrar las fuerzas necesarias q u e les permitieran reinstar la batalla. La idea de tolerar al disidente comenzó a prosperar sólo c u a n d o las doctrinas liberales q u e b r a r o n el hechizo del universalismo. P o r q u e , a la luz de la filosofía utilitarista, ni la sociedad ni el estado f u e r o n ya considerados como instituciones destinadas a estructurar aquel orden mundial que, por razones inasequibles a la mente h u m a n a , agradaba a la deidad, aun c u a n d o pudiera perjudicar los intereses materiales de muchos y aun de la inmensa mayoría. La cataláctica, abiertamente c o n t r a r i a n d o el expuesto ideario, considera la sociedad y el estado los principales medios con q u e las gentes cuentan para, de común acuerdo, alcanzar los fines q u e se proponen. E s t a m o s ante instrumentos creados por humana intención: y el mantenerlos y perfeccionarlos constituye tarea que no difiere, esencialmente, de las demás actividades racionales, Jamás los defensores de una moralidad h e t e r ó n o m a o de una doctrina colectivista, cualquiera q u e sea, pueden demostrar racionalmente la certeza de su Lii sociedad humana 237 específica variedad de principios éticos, ni la superioridad y exclusiva legitimidad del particular ideario social p r o p u g n a d o . Vense obligados a exigir a las gentes q u e acepten crédulamente el correspondiente sistema ideológico, sometiéndose a la autoridad; o, en todo caso, a amordazar al disidente, imponiéndole acatamiento absoluto. Siempre habrá, n a t u r a l m e n t e , individuos o grupos de individuos de tan estrecha inteligencia que no adviertan los beneficios q u e les depara la cooperación social. T a m p o c o han de faltar gentes de voluntad y fuerza moral tan débil q u e no puedan resistir la tentación de perseguir efímeras ventajas, perjudicando con su d e s a t e n t a d o proceder el regular f u n c i o n a m i e n t o del sistema social. El adaptarse a las exigencias de la cooperación social requiere, desde luego, sacrificios por parte del individuo. Son estos sacrificios, en verdad, sólo aparentes, por cuanto se hallan a m p l i a m e n t e compensados por las ventajas mucho mayores q u e proporciona la vida en sociedad. Duele, sin embargo, al p r o n t o , la renuncia del goce deseado, no siendo capaz t o d o el m u n d o , desde luego, de advertir los beneficios posteriores, procediendo en consecuencia. El anarquismo cree que, m e d i a n t e la educación, podrá hacerse comprender a las gentes cuáles líneas de conducta conviéneles más, en su p r o p i o interés, a d o p t a r ; s u p o n e q u e los h o m b r e s , una vez instruidos, se a t e n d r á n e s p o n t á n e a m e n t e a aquellas normas que la conservación de la sociedad exige respetar, asegurando q u e un orden social b a j o el cual nadie d i s f r u t a r a de privilegios a costa de sus semejantes podría pervivir sin necesidad de apelar a género alguno de compulsión ni coerción. Tal sociedad podría prescindir del estado y del gobierno, es decir, de la policía, del aparato social de compulsión y coerción. Los anarquistas pasan por alto alegremente el hecho innegable de q u e hay quienes son o demasiado cortos de entendim i e n t o o débiles en exceso para adaptarse e s p o n t á n e a m e n t e a las exigencias de la vida social. A u n a d m i t i e n d o que toda persona adulta, en su sano juicio, goce de capacidad bastante para advertir la conveniencia de la cooperación social y proceda en consecuencia, siempre quedará en pie el problema de los niños, 238 t.a Acción Humana de los viejos y de los dementes, Concedamos q u e quien actúa de m o d o antisocial 110 es mas q u e un pobre e n f e r m o mental, que reclama atención y cuidado. Pero mientras todos esos débiles mentales no se hallen curados y mientras haya viejos y niños, habrán de ser a d o p t a d a s o p o r t u n a s medidas para q u e la sociedad no sea puesta c o n t i n u a m e n t e en peligro. U n a sociedad anarquista estaría a merced de cualquier asaltante. No puede sobrevivir la sociedad si la mayoría no está dispuesta a recurrir a la acción violenta o, al menos, a la correspondiente amenaza, para impedir q u e las minorías destruyan el orden social, Ese poder se encarna en el estado o gobierno. El estado o gobierno es el a p a r a t o social de compulsión y coerción. D e b e monopolizar la acción violenta. N i n g ú n individ u o p u e d e recurrir a la violencia o a la amenaza de emplearla si no ha sido al efecto autorizado por el gobierno. El estado es una institución cuya esencial f u n c i ó n estriba en proteger las relaciones pacíficas entre los h o m b r e s . Ahora bien, si ha de guardar la paz, ha de hallarse siempre en condiciones de aplastar las acometidas de los q u e b r a n t a d o r e s del orden. La doctrina social liberal, basada en la ética utiliraria y en las enseñanzas económicas, contempla el problema de las relaciones entre el gobierno y los súbdilos de un m o d o distinto a como lo hacen el universalismo y el colectivismo. A d v i e r t e el liberalismo q u e los gobernantes — s i e m p r e m i n o r í a — no pueden permanecer m u c h o tiempo en el poder si no cuentan con el apoyo de la mayoría de los gobernados. Básase el gobierno -—cualquiera q u e sea el sistema a d o p t a d o — en q u e la mayoría de los gobernados piensa q u e , desde el p u n t o de vista de sus personales intereses, conviéncles más la obediencia y sumisión a la autoridad q u e la rebelión y sustitución del régimén por otro. Goza de p o d e r la mayoría para derrocar cualquier gohierno y, efectivamente, recurre a esa solución en c u a n t o s u p o n e q u e su propio bienestar lo requiere. A la larga, ni hay ni p u e d e haber gobiernos impopulares. G u e r r a civil y revolución constituyen las medidas utilizadas por la mayoría descontenta para derribar a los gobernantes y reemplazar los sistemas de gobierno q u e considera no le convienen. El liberalismo aspira al go- Lii sociedad humana 239 bierno democrático sólo en aras de la paz social. La democracia no es, por tanto, una institución revolucionaria. Antes al contrario, constituye el mejor sistema para evitar revoluciones y guerras civiles, p o r q u e hace posible adaptar pacíficamente el gobierno a los deseos de la mayoría. Si quienes d e t e n t a n el poder, con su política, dejan de agradar a la mayoría, la institución democrática — e n la primera elección— los eliminará, reemplazan dolos con quienes apoyen otras ideas. El concepto de g o b i e r n o mayoritnrio o gobierno p o r el pueblo, recomendado por el liberalismo, no aspira a q u e prevalezca la masa, el h o m b r e de la calle. C i e r t a m e n t e no aboga, c o m o algunos críticos suponen, por el gobierno de los más indignos, zafios e incapaces. No d u d a n los liberales q u e sobre todo conviene a la nación ser regida por los mejores. Ahora bien, opinan q u e la capacidad política debe ser evidenciada antes convenciendo a los conciudadanos que echando los tanques a la calle. Desde luego no hay m o d o alguno de garantizar que los electores confieran el poder a los candidatos más competentes. Ningún sistema, sin e m b a r g o , p u e d e ofrecer tal garantía. Si la mayoría de la nación comulga con ideas equivocadas y prefiere candidatos indignos, no hay más solución q u e la de hacer lo posible p o r cambiar su mentalidad, exponiendo principios más razonables y recomendando h o m b r e s mejores. N i n g u n a minoría cosechará éxitos d u r a d e r o s recurriendo a otros procedimientos. El universalismo y el colectivismo no pueden aceptar esa solución democrática del problema político. En su opinión, el individuo, al atenerse al código ético, no persigue sus intereses particulares; antes al contrario, renuncia a propios fines parn que puedan cumplirse los planes de la deidad o de la colectividad. A f i r m a n , además, que la razón, por sí sola, es incapaz de percibir la supremacía de los valores absolutos, la inexorable procedencia de la sagrada ley, i n t e r p r e t a n d o acertadamente los correspondientes cánones y normas. P o r ello es totalmente inútil p r e t e n d e r convencer a la mayoría mediante la persuasión, induciéndola suavemente al bien. Q u i e n e s recibieron la sublime inspiración, iluminados por tal carhma, tienen el deber de pro- 240 t.a Acción Humana pagar el evangelio a los dóciles, recurriendo a la violencia contra los díscolos. El jefe es el lugarteniente de Dios en la tierra, el r e p r e s e n t a n t e de la colectividad, el « b r a z o » de la historia. Siempre tiene razón; goza de infalibilidad. La norma suprema encarna c u a n d o m a n d a y o r d e n a . El universalismo y el colectivismo constituyen, p o r fuerza, sistemas teocráticos de gobierno. N o t a común a todas sus diferentes variedades es la de predicar la existencia de una entidad s o b r e h u m a n a , a la cual los individuos deben someterse. Lo único q u e distingue e n t r e sí a dichas doctrinas es la denominación dada a aquella entidad y el c o n t e n i d o de las leyes que, en su nombre, proclaman. El g o b i e r n o dictatorial de la minoría no p u e d e justificarse más q u e a p e l a n d o al supuesto m a n d a t o recibido de una a u t o r i d a d suprema y s o b r e h u m a n a . P o c o imp o r t a q u e el g o b e r n a n t e absoluto p r e t e n d a basar su poderío en el derecho divino de los reyes o en la misión histórica de la vanguardia del proletariado; igualmente, carece de trascendencia el que aquel s u p r e m o ser d e n o m í n e s e Geist (Hegel) o Humanité (Comte). Los términos sociedad y estado, tal c o m o de ellos se sirven los m o d e r n o s defensores del socialismo, de la planificación y del control público de todas las actividades individuales, también tienen significado sobrenatural. Los sacerdotes de estos nuevos cultos atribuyen a sus respectivos ídolos todas aquellas perfecciones q u e los teólogos reservan para la divinidad: omnipotencia, omnisciencia, b o n d a d infinita, etc. En cuanto se a d m i t e la existencia de una entidad q u e opera por encima y con independencia de la actuación individual, persiguiendo fines propios distintos de aquellos a los q u e los mortales aspiran, se ha e s t r u c t u r a d o ya el concepto de una personalidad sobrenatural. Ahora bien, planteadas así las cosas, preciso es e n f r e n t a r s e resueltamente con el problema de q u é fines u objetivos, en caso de conflicto, d e b a n prevalecer, si los del estado y la sociedad o los del individuo. La respuesta, desde luego, va implícita en el propio concepto de estado o sociedad, tal y como lo conciben el colectivismo y el universalismo. Admitida la existencia de una entidad q u e ex defimtione es superior, más noble y m e j o r que el individuo, no cabe duda alguna La sociedad humana 241 que las aspiraciones de lan e m i n e n t e personalidad habrán de prevalecer sobre las de los míseros mortales. Verdad es q u e algunos amantes de las paradojas — p o r ejemplo, Max Stirn e r 4 — se divirtieron volviendo las cosas al revés y, por lo mismo, entienden corresponde la precedencia al individuo. Pero, si la sociedad o el estado son e n t i d a d e s dotadas de voluntad, intención y todas las demás cualidades q u e les atribuye la doctrina colectivista, resulta impensable p r e t e n d e r e n f r e n t a r a sus elevados designios las triviales aspiraciones del flaco individuo. El carácter cuasi teológico de todas las doctrinas colectivistas resalta al e n t r a r en colisión dispares variedades de esa misma filosofía. P o r q u e el colectivismo no proclama la superioridad de un ente colectivo in abstracto; ensalza siempre las excelencias de un ídolo d e t e r m i n a d o y, o bien niega de plano la existencia de otras deidades semejantes, o las relega a una posición subordinada y auxiliar con respecto al propio dios. Los adoradores del estado proclaman la b o n d a d de una cierta organización estatal: los nacionalistas, la excelencia de su propia nación. C u a n d o u n o de estos idearios es o b j e t o de a t a q u e por parte de quienes predican la superioridad de o t r o determinado ídolo colectivista, sus defensores no saben replicar más que r e p i t i e n d o una y mil veces: « E s t a m o s en lo cierto, mientras vosotros erráis, p o r q u e una poderosa voz interior eso nos dice.» Los conflictos entre sectas y credos colectivistas antagónicos no pueden dirimirse recurriendo al raciocinio; han de resolverse mediante las armas. La disyuntiva se plantea entre los principios liberales y democráticos del gobierno mayoritario, de un lado, y el principio militarista del conflicto a r m a d o y la opresión dictatorial, de o t r o , T o d a s las distintas variedades de credos colectivistas coinciden en implacable hostilidad ante las instituciones políticas f u n d a m e n t a l e s del sistema liberal: gobierno por la mayoría, tolerancia para con el disidente, libertad de pensamiento, palabra y prensa e igualdad de todos a n t e la ley. Esa comunidad ' Vid. M A X S T I R N I R (Johann Kaspar Schmidt), The ducido por S. T. Byington. Nueva York. 1907. 16 £'Go and His Own, tra- 242 t.a Acción Humana ideológica entre los distintos credos colectivistas, en su afán por destruir la libertad, ha hecho q u e muchos, equivocadamente, supongan q u e la pugna política hállase planteada entre individualismo y colectivismo. La lucha, de verdad, existe entre el individualismo, de un lado, y u n a m u l t i t u d de sectas colectivistas, de otro, cuyo m u t u o odio y hostilidad no es menos feroz q u e el q u e cada una profesa al sistema liberal. No es un marxismo u n i f o r m e el q u e ataca al capitalismo, sino toda una hueste de dispares g r u p o s marxistas. Tales credos — p o r ejemplo, los stalinistas, los trotskistas, los mencheviques, los seguidores de la segunda internacional, e t c . — se combaten e n t r e sí inhuman a m e n t e y con la máxima brutalidad. Existen, además, numerosas otras sectas de carácter no marxista que, en sus m u t u a s pugnas, recurren también a esos mismos atroces m é t o d o s . La sustitución del liberalismo por el colectivismo provocaría inacabables y sangrientas contiendas. La terminología corrientemente empleada, al tratar estos asuntos, induce a graves confusiones. La filosofía q u e las gentes d e n o m i n a n individualismo constituye un ideario que propugna la cooperación social y la progresiva intensificación de los lazos sociales. P o r el contrario, el t r i u n f o de los dogmas colectivistas apunta hacia la desintegración de la sociedad y la perpetuación del conflicto a r m a d o . Cierto es q u e todas las variedades de colectivismo p r o m e t e n una paz eterna a partir del día ele su victoria final, una vez hayan sido derrotadas todas las demás ideologías y exterminados sus seguidores. Ahora bien, la realización de estos planes hállase subordinada a una previa radical transformación de la h u m a n i d a d . Los h o m b r e s se dividirán en dos castas: de un lado, el autócrata o m n i p o t e n t e , cuasi divino, y de otro, las masas, sin voluntad ni raciocinio propio, convertidas en meros peones a las órdenes del dictador. Las gentes habrán de deshumanizarse para q u e uno pueda erigirse en su divinizado dueño. El pensar y c! actuar, atributos típicos del h o m b r e , pasarán a ser privilegio exclusivo de uno sólo. Innecesario parece resaltar que tales proyectos son irrealizables. Los «milenios» de los dictadores acaban siempre en el fracaso; nunca han p e r d u r a d o más allá de algunos años. H e m o s presen- Lii sociedad humana 243 ciado la desaparición de varios de estos «milenios». No será más brillante el fin de los q u e perviven. Los dogmas colectivistas m o d e r n a m e n t e reaparecidos — c a u sa principal de los desastres y dolores q u e nos a f l i g e n — han triunfado de tal m o d o que h a n logrado relegar al olvido las ideas básicas en q u e se f u n d a la filosofía social liberal. H o y en día desconocen este p e n s a m i e n t o incluso muchos de los partidarios de las instituciones democráticas. Los a r g u m e n t o s que esgrimen para justificar la libertad y la democracia están plagados de errores colectivistas; sus doctrinas más bien constituyen una tergiversación q u e una defensa del liberalismo auténtico. Las mayorías, en su opinión, tienen siempre razón simplemente por cuanto gozan de poder b a s t a n t e para aplastar al disidente; el gobierno mayoritario equivale a la dictadura del p a r t i d o m á s numeroso, no teniendo por q u é refrenarse a sí misma la mayoría en el ejercicio del poder, ni en la gestión de los negocios públicos. T a n p r o n t o como una facción cualquiera ha c o n q u i s t a d o el apoyo de la masa y, por e n d e , controla todos los resortes del gobierno, considérase facultada para denegar a la minoría aquellos- mismos derechos democráticos que le sirvieron para p r e d o m i n a r . Este pseudoliberalismo, e v i d e n t e m e n t e , es la antítesis de la filosofía liberal. Los liberales ni divinizan a la mayoría ni la consideran infalible; rio suponen q u e constituya, de por sí, prueba de la b o n d a d de una política, en orden al bien c o m ú n , el q u e los más la apoyen. Los liberales jamás recomendaron la dictadura mayoritaria ni la opresión violenta de la minoría disidente. El liberalismo aspira a e s t r u c t u r a r un sistema político q u e p e r m i t a la pacífica cooperación social y f o m e n t e la progresiva ampliación e intensificación de las relaciones entre los h o m b r e s . El principal objetivo q u e persigue el ideario liberal es la evitación del violento conflicto, de guerras y revoluciones, q u e pueden desintegrar la h u m a n a colaboración social, h u n diendo a todos de n u e v o en la primigenia barbarie, con sus inacabables luchas intestinas e n t r e innúmeras tribus y g r u p o s políticos. P o r c u a n t o la división del t r a b a j o exige la paz, el liberalismo aspira a m o n t a r el sistema de gobierno q u e mejor la salvaguarda: el democrático. 244 t.a Acción Humana PRAXEOLOGIA Y LIBERALISMO El liberalismo es una doctrina política. No es una teoría científica, sino la aplicación práctica de aquellos descubrimientos que la praxeología y, especialmente, la economía efectuaran, para resolver así los problemas que suscita la acción humana en el marco social. El liberalismo, como doctrina política, no se desentiende de las valoraciones y fines últimos perseguidos por la acción. Presu pone que todos, o al menos la mayoría, desean alcanzar específicas nietas, dedicándose consecuentemente n propagar los medios más idóneos para la conquista de tales objetivos. Advierten los defen sores del liberalismo que su ideario sólo puede interesar a quienes coincidan con los mismos principios valora l¡ vos. Mientras la praxeología y, por tanto, la economía emplean los términos felicidad o supresión del molestar en sentido puramente formal, el liberalismo confiere a dichos conceptos concreto sig nificado Presupone, en efecto, que las gentes prefieren la vida a la muerte, la salud ti la enfermedad, el alimento al hambre, la riqueza a la pobreza. Sentado lo anterior, enseña al hombre cómo ha de proceder para que su actuación conforme con tules módulos valorativos Es corriente tildar de materialistas a esc tipo de preocupaciones, acusándose al liberalismo de incidir en burdo materialismo, olvidando aquellos otros afanes de la humanidad «elevados y nobles». No sólo de pan vive el hombre, dice el crítico, mientras vilipendia la ruin y despreciable bajeza de la filosofía utilitaria. Tan apasionadas diatribas carecen, sin embargo, de base, pues falsean torpemente los auténticos principios liberales. Primero; Los liberales no predican que los hombren deban perseguir ¡as metas ames mencionadas, Lo único que constatan es que la inmensa mayoría prefiere una vida con salud y riqueza a la miseria, el hambre y la decrepitud. La certeza de lo anterior no puede ser puesta en duda. Corrobora su procedencia el que todas las doctrinas antiliberales —los dogmas teocráticos de los diversos partidos religiosos, estatistas, nacionalistas y socialistas— adopten, ante estas cuestiones, coincidente e idéntica actitud. 245 Lii sociedad humana Nunca se atrevieron a decir a las gentes que el pregonado programa habría Je perjudicar el bienestar material de sus adictos. Muy al contrario, todas estas facciones insisten, una y otra vez, en que, mientras los planes rivales [raerían consigo la indigencia para la mayoría, los propios, en cambio, llevarían al pueblo el bienestar y la abundancia. Los partidos cristianos, cuando se trata de prometer a las masas un nivel de vida más alto, no son menos ardientes en sus palabras que los nacionalistas o los socialistas. Las diferentes iglesias modernas frecuentemente prefieren hablar de la elevación de jómales en la industria y en el campo anies que de la dogmática. Segundo: Los liberales no desdeñan las aspiraciones intelectuales y espirituales del hombre. Al contrario, can apasionado ardor atráeles la perfección intelectual y moral, In sabiduría y la preeminencia estítica. Tienen, incluso, un concepto de estas nobles y elevadas cosas muy distinto de la grasera idea que de ¡as mismas se forman sus adversarios. No comparten aquella ingenua opinión según la cual cualquier sistema de organización social es bueno para alentar el pensamiento filosófico o científico, para producir obras maestras de arte y literatura y para ilustrar mejor a las masas. Advierten que, en estas materias, la sociedad lia de contentarse con crear un clima social que no ponga obstáculos insuperables en el camino del genio, liberando al hombre común lo suficiente de los problemas materiales para que pueda interesarse en algo más que en el simple ganarse la vida. Creen que el medio mejor para que el hombre se humanice y cultive consiste en librarle de la miseria. La sabiduría, las ciencias y las artes medran mejor en el mundo de la abundancia que en el de la pobreza. Estigmatizar de un supuesto materialismo a la edad del liberalismo constituye deliberada tergiversación de los hechos. El siglo xix no fue solamente un siglo de progreso sin precedentes en los métodos técnicos de producción y en el bienestar material de las masas. Su ejecutoria no consistió sólo en alargar la duración media de k vida. Son, además, imperecederas sus realizaciones científicas y artísticas. Fue una edad de músicos, escritores, poetas, pintores y escultores inmortales; revolucionóse la filosofía, la eco- I. .,!! » il i 1 11 n lili. It Mi,. 246 t.a Acción Humana no mía, las matemáticas, la física, la química y la biología. Y es más, por primera vez en la historia, tuvo el hombre de la calle a su alcance las grandes obras y los grandes idearios. LIBERALISMO Y RELIGION El liberalismo se asienta sobre una teoría de la cooperación social puramente racional y científica. Las medidas que recomienda constituyen la aplicación de un conjunto de conocimientos que nada tienen que ver con sentimientos, con credos intuitivos sin respaldo lógico, con experiencias místicas ni con personales percepciones de fenómenos sobrenaturales. Cabe calificar, en este sentido, ai liberalismo de indiferente o agnóstico, epítetos éstos que pocos utilizan e interpretan correctamente. Porque constituiría grave error inferir de lo anterior que ¡as ciencias de la acción humana y la técnica política derivada de sus enseñanzas, el libera Iismo, fueran alcas u hostiles a ¡a religión. Rechazan, resueltamente, los liberales todo sistema teocrático, pero nada tienen que oponer a las creencias religiosas, en tanto en cuanto éstas no interfieran en tos asuntos sociales, políticos y económicos, Teocrático es cualquier sistema social que pretenda fundamentar su legitimidad en títulos sobrenaturales. La norma suprema tic todo régimen teocrático háilase integrada por unos conocimientos que no pueden ser sometidos al examen racional, ni ser evidenciados por métodos lógicos. Se fundamenta en un conocimiento de carácter intuitivo, que proporciona subjetiva certeza mental acerca de cosas que ni la razón ni el raciocinio pueden concebir. Cuando dicho conocimiento intuitivo encarna en una de las tradicionales doctrinas que predican ¡a existencia de un divino creador, rector del universo, constituye lo que se denomina una creencia religiosa. Cuando plasma en otro tipo de doctrina, Íntegra una creencia metafísica. Por tanto, un sistema teocrático de gobierno no tiene forzosamente que ampararse en alguna de las grandes religiones, Puede igualmente ser fruto de una creencia metafísica, opuesta 3 todas las tradicionales confesiones e iglesias, que orytinosamente pregone su condición atea y antimetafísica. En la actualidad, los más poderosos partidos teocráticos atacan al cristianismo 247 Lii sociedad humana y a las demás religiones derivadas der! monoteísmo hebraico. Lo que a dichos grupos concede investidura teocrática es su afán de organizar los asuntos terrenales con arreglo a un conjunto de ideas cuya procedencia no puede demostrarse mediante el raciocinio. Aseguran que sus respectivos jefes gozan de conocimientos inaccesibles al resto de los mortales, diametralmente opuestos a las ideas sustentadas por quienes no recibieron la oportuna revelación. Un supremo poder místico encomendó a dichos carismáticos jefes la misión de dirigir y tutelar a la engañada humanidad. Sólo ellos gozan de luces; todos los demás o sor^ ciegos y sordos o son malvados. Cierto es que diversas sectas de las grandes religiones históricas comulgaron con ideas teocráticas. Sus representantes sentían el ansia de poder, propugnando la opresión y el aniquilamiento de los disidentes, Pero ello no debe hacernos asimilar cosas tan dispares entre sí como son la religión y la teocracia. William James considera religiosos aquellos sentimientos, actos y experiencias del individuo aislado que se producen en torno a lo que el interesado considera divino 5 . F.stima típicas de toda vida religiosa las siguientes creencias: que el mundo material constituye sólo una parte de otro universo más espiritual, que, a su vez, informa a aquél; que nuestro verdadero fin consisto en arribar a uno armoniosa unión o relación con aquel universo más elevado; que la oración o comunión íntima con el espíritu de ese mundo superior —llámese «Dios» o « l e y » — constituye un proceso real y efectivo, del cual fluye energía espiritual, que produce efectos tanto psicológicos como materiales La religión —prosigue James— provoca, además, los siguientes sentimientos: un nuevo deleite espiritual que, como un don, se agreda a la vida, plasmando en transportes líricos o en una tendencia al sacrificio y al heroísmo, junto con una inefable sensación de seguridad y paz que llena el ánimo de caridad y afecto hacía los demás La anterior descripción de las experiencias y sentimientos de índole religiosa no comprende alusión alguna al ordenamiento de 1 W. JAMES, The Varielies of Religious Expericnce, pág. 31, 35 impresión, Nueva York, 1925. * lhldem, pígs. 485 486. 248 t.a Acción Humana la cooperación social. La religión, para James, es un contacto específicamente personal e individual entre el hombre y una divina realidad, sagrada y misteriosa, que inspira temor. El sentimiento religioso impone al hombre determinada conducta persona!. Nunca, en cambio, hace referencia a los problemas atinentes a la organización social, San Francisco de Asís, la más grande personalidad religiosa de Occidente, jamás se interesó por la política ni por lu economía. Aconsejaba a sus discípulos vivir piadosamente; pero nunca se le ocurrió planificar la producción, ni menos aún incitó a sus seguidores a recurrir a la violencia contra el disidente. No cabe responsabilizarle, desde luego, por la interpretación que a sus enseñanzas, más tarde, diera la orden que en su día fundara El liberalismo ningún obstáculo opone a que el hombre voluntariamente adapte su conducta personal y ordene sus asuntos privados a tenor de las enseñanzas de! evangelio, según ól mismo, su iglesia o su credo las interpreten. Rechaza terminantemente, en cambio, todo intento de impedir el estudio racional de los problemas que el bienestar social suscita, mediante apelación a la intuición religiosa o a la revelación. El liberalismo a nadie impone el divorcio o el control de la natalidad. Pero ardientemente combate a quienes quieren impedir a los demás que analicen libremente los pros y los contras de estos asuntos. La opinión liberal entiende que el fin perseguido por !a ley moral estriba en inducir a los hombres a que ajusten su conducía a las exigencias de la vida en sociedad, a que se abstengan de incurrir en actos perjudiciales para la pacífica cooperación social y en procurar el máximo mejoramiento de las relaciones interhumanas. Gustoso acoge el liberal las enseñanzas religiosas coinctdentes con su ideario, pero tiene que mostrar su oposición a aquellas normas —quien sea las formule— que por fuerza han de provocar la desintegración social. Asegurar que el liberalismo se opone a ¡a religión, como muchos defensores de la teocracia religiosa pretenden, constituye manifiesta tergiversación de la verdad. Dondequiera que la iglesia interfiere en los asuntos profanos, surge la pugna entre las diversas creencias, sectas y confesiones. El liberalismo, al separar iglesia y estado, instaura la paz entre los distintos credos, permitiendo que cada uno predique pacíficamente su propio evangelio. 249 Lii sociedad humana El liberalismo es racionalista. Cree en la posibilidad de llevar a la inmensa mayoría al convencimiento de que sus propios deseos e intereses, correctamente entendidos, han de verse favorecidos, en mayor grado, por la pacifica cooperación humana dentro de la sociedad, que recurriendo a la lucha intestina y a la desintegración social. Confía en la razón Tal vez su optimismo sea infundado y, posiblemente, los liberales se equivoquen al pensar así. Lo malo es que. en (al caso, vi futuro tic la humanidad es verdaderamente desesperan/ador. 3. L A DIVISIÓN D E L TRAIÍAJO La división del trabajo, con su corolario, la cooperación h u m a n a , constituye el f e n ó m e n o social por excelencia. La experiencia enseña al h o m b r e q u e la acción mancomunada tiene una eficacia y es de una productividad mayor q u e la actuación individual aislada. Las realidades naturales q u e estructuran la vida y el esfuerzo h u m a n o dan lugar a q u e la división del trabajo incremente la productividad por unidad de esfuerzo invertido. Las circunstancias naturales q u e provocan la aparición del aludido f e n ó m e n o son las siguientes: P r i m e r a : La innata desigualdad de la capacidad de los hombres para realizar específicos trabajos. Segunda: La desigual distribución, sobre la superficie de la tierra, de los recursos naturales. Cabría, en verdad, considerar estas dos circunstancias c o m o una sola; a saber, la diversidad de la naturaleza, q u e hace q u e el universo sea un complejo de variedad infinita. Si en la tierra las circunstancias f u e r a n tales q u e las condiciones físicas de producción resultaran idénticas en todas partes y si los h o m b r e s fueran entre sí tan iguales como en la geometría euclidiana lo son dos círculos del mismo diámetro, la división del t r a b a j o no ofrecería ventaja alguna al h o m b r e que actúa. En favor de la división del trabajo milita una tercera realid a d , consistente en que existen empresas cuya ejecución excede a las fuerzas de un solo individuo, exigiendo la conjunción de esfuerzos. La realización de determinadas obras, ciertamente, impone la acumulación de una cantidad tal de trabajo q u e nin- 250 t.a Acción Humana gún h o m b r e , individualmente, p u e d e aportarlo, por ser limitada la capacidad laboral h u m a n a . H a y o t r a s q u e p o d r í a n ser realizadas por el individuo aislado; pero su duración sería tan dilatada q u e retrasaríase excesivamente el d i s f r u t e de las mismas y no compensaría, entonces, la labor realizada. En ambos casos, sólo el esfuerzo h u m a n o m a n c o m u n a d o permite alcanzar el objetivo deseado. Aun cuando únicamente esta última circunstancia concurriera, por sí sola habría engendrado entre los h o m b r e s la cooperación temporal. Tales transitorias asociaciones, de cara a tareas específicas superiores á la capacidad individual, no h a b r í a n , sin embargo, bastado para provocar una p e r d u r a b l e cooperación social. D u r a n t e las primeras etapas de la civilización, pocas eran las empresas que sólo de este m o d o p u d i e r a n coronarse. Aun en tales casos, es muy posible q u e no todos los interesados coincidieran en q u e la utilidad y urgencia de dicha obra fuera superior a la de otras tareas q u e p u d i e r a n realizar individualmente. La gran sociedad h u m a n a , integradora de todos los hombres y de todas sus actividades, no fue engendrada por esas alianzas ocasionales. La sociedad es m u c h o más que una asociación pasajera, que se concierta para alcanzar un objetivo d e f i n i d o y q u e se disuelve tan p r o n t o c o m o el mismo ha sido logrado, aun c u a n d o los asociados estuvieran dispuest o s a renovarla siempre q u e se terciara la ocasión. El incremento tle la productividad, típico de la división del trabajo, regístrase siempre que la desigualdad sea tal q u e cada individuo o cada parcela de tierra en cuestión resulte s u p e r i o r , por lo menos en algún aspecto, a los demás individuos o parcelas de que se trate. Si A puede producir, por u n i d a d de tiempo, 6 p o 4 q, m i e n t r a s B produce sólo 2 q, si bien 8 q, trabajando por separado A y ¡i o b t e n d r á n una producción de 4 p + 6 q; sin embargo, bajo el signo de la división del trabajo, dedicándose t a n t o A como B, únicamente, a aquella l a b o r en q u e mayor sea su respectiva eficiencia, en total producirán 6 p + 8 q. Ahora bien, ¿ q u é sucede si A no sólo sobrepasa a B en la producción de p, sino también en la de q? Tal es el problema q u e se planteó Ricardo, para, seguidamente, dar con la solución correcta. Lii sociedad humana 4. 251 LA L E Y DF. LA ASOCIACIÓN DE RICARDO Ricardo f o r m u l ó la ley de la asociación para evidenciar los efectos provocados p o r la división del trabajo c u a n d o un individuo o un g r u p o colabora con o t r o individuo o grupo, siendo los primeros de mayor eficiencia, en cualquier aspecto, q u e los segundos. Q u i s o Ricardo investigar los efectos que produciría el comercio entre dos regiones, desigualmente dotadas por la naturaleza, s u p o n i e n d o q u e las respectivas producciones podían libremente ser transportadas de una a otra, pero no así los trabajadores ni los acumulados factores de producción (bienes de capital). La división del trabajo e n t r e ambas regiones, según evidencia la ley de Ricardo, ha de incrementar la productividad del esfuerzo laboral y, por tanto, resulta ventajosa para todos los intervinientes. pese a que las condiciones materiales de producción puedan ser más favorables en una de dichas zonas q u e en la otra. C o n v i e n e que la zona mejor dotada concentre sus esfuerzos en la producción de aquellos bienes en los cuales sea mayor su superioridad d e j a n d o a la región peor dotada q u e se d e d i q u e a las producciones en las q u e la superioridad de la primera sea m e n o r . Esa paradoja de no explotar unas condiciones domésticas de producción más favorables, yendo n buscar esos bienes, q u e podrían producirse d e n t r o del país, en áreas cuyas condiciones de producción son más desfavorables, viene originada por la inmovilidad de los factores trabajo y capital, q u e no pueden acudir a los lugares de producción más favorables. Ricardo advirtió p l e n a m e n t e q u e su ley de los costos comparados — l a cual f o r m u l ó f u n d a m e n t a l m e n t e para poder abordar un problema específico q u e suscita el comercio internac i o n a l — venía a ser un caso particular de otra lev más general, la lev de asociación. Si A goza de mayor eficiencia que fí. de tal suerte que, para producir una unidad del bien p necesita tres horas, mientras B ha de emplear cinco horas, y, para producir una unidad de q, el p r i m e r o invierte dos horas, contra cuatro horas el segundo, resulta q u e ganarán ambos si A se limita a producir q y 252 t.a Acción Humana deja a B q u e ' p r o d u z c a p. En efecto, si cada u n o dedica sesenta horas a producir p y sesenta horas a producir q, el resultado de la obra de A será 20 p + 30 q; el de B, 12 p + 15 q; o sea, en c o n j u n t o , 32 p + 45 q. A h o r a bien, si A limítase a q solamente, producirá 60 q en 120 horas; B, en el mismo supuesto dedicándose sólo a p, producirá 24 p. La suma de sus actividades equivaldrá, en tal caso, a 24 p + 60 q; comoquiera que p tiene para A un cociente de sustitución de 3q/2, y para B de 5q/4, dicha suma representa una producción mayor q u e la de 32 p -f 45 q. Por lo tanto, es evidente q u e la división del tra b a j o beneficia a todos los q u e participan en la misma. La colaboración de los de más talento, habilidad y destreza con los peor dotados resulta ventajosa para ambos grupos. Las ganancias derivadas de la división del trabajo son siempre recíprocas. La ley de asociación evidencia por qué. desde un principio, h u b o una tendencia a ir gradualmente intensificando la cooperación humana. Percatámonos de cuál f u e el incentivo q u e ind u j o a las gentes a dejar de considerarse rivales en inacabable lucha p o r apropiarse los escasos medios de subsistencia que la naturaleza, de por sí, brinda. Advertirnos el móvil q u e impelió y c o n t i n u a m e n t e impele a los h o m b r e s a unirse, en busca de m u t u a cooperación, T o d o progreso hacia una más avanzada división del trabajo favorece los intereses de cuantos en la misma participan. Para comprender por q u é e! h o m b r e no permaneció aislado, buscando, c o m o los animales, alimento y abrigo sólo para sí o, a lo más, para su c o m p a ñ e r a y desvalida prole, no es preciso recurrir a ninguna milagrosa intervención divina, ni a vana personalización de un s u p u e s t o innato impulso de asociación, ni s u p o n e r que los individuos o las hordas primitivas comprometiéranse, un buen día, mediante o p o r t u n a convención, a establecer relaciones sociales. F u e la acción h u m a n a , estimulada por la percepción de la mayor productividad del trabajo b a j o la división del mismo, la que e n g e n d r ó la primitiva sociedad y la hizo progresivamente desarrollarse. Ni la historia, ni la etnología, ni ninguna otra rama del saber pueden explicar aquella evolución q u e hizo, de las manad a s y rebaños de antecesores no h u m a n o s del h o m b r e , los pri- Lii sociedad humana 253 mitivos, si bien ya a l t a m e n t e diferenciados, grupos sociales de los que nos i n f o r m a n las excavaciones, las más antiguas f u e n t e s documentales históricas y las noticias de exploradores y viajeroa q u e han topado con t r i b u s salvajes. C o n referencia a los orígenes de la sociedad, la tarea de la ciencia sólo puede consistir en evidenciar cuáles sean los factores q u e p u e d e n y, p o r fuerza, han de provocar la asociación y su progresivo desarrollo. La praxeología resuelve esta incógnita. Mientras el t r a b a j o resulte más fecundo b a j o el signo de la división del mismo y en t a n t o el h o m b r e sea capaz de advertir tal realidad, la acción h u m a n a tenderá espontáneamente a la cooperación y a la asociación. No se convierte el individuo en ser social sacrificando sus personales intereses ante el altar de un mítico Moloch, la sociedad, sino simplemente p o r q u e aspira a mejorar su p r o p i o bienestar. La experiencia enseña q u e la aludida c o n d i c i ó n — la mayor productividad de la división del t r a b a j o — aparece por c u a n t o trae su causa de tina realidad: la innata desigualdad de los h o m b r e s y la desigual distribución geográfica de los factores naturales de producción. A d v e r t i d o lo anterior, c o m p r e n d e m o s el curso seguido por la evolución social. ERRORES COMUNES EN Q U E SE INCIDE AL TRATAR DE LA LEY DE ASOCIACION Se 1c lian dado muchas vueltas a la ley de asociación de Ricardo, más conocida por el nombre de ley de los costos comparados. El porqué es evidente. La ley en cuestión constituye gravísima amenaza para los planes de todos aquellos que pretenden justificar el proteccionismo y el aislamiento económico, desde cualquier punto de vista que no sea el de privilegiar los egoístas intereses de algunos fabricantes o el de prepararse para la guerra. El objetivo principal que Ricardo perseguía, al formular su ley, consistía en refutar una determinada objeción, a la sazón frecuentemente esgrimida contra la libertad del comercio internacional. En efecto, inquiría el proteccionista: bajo un régimen librecambista, ¿cuál sería cí destino de un país cuyas condiciones, para cualquier producción, resultaran todas más desfavorables que las 254 t.a Acción Humana de cualquier otro lugar? Pues bien, cierto es que en un mundo donde no sólo los productos, sino también el trabajo y el capital, gozaran de plena libertad de movimiento, aquel país, tan poco idóneo para la producción, dejaría de utilizarse como ubicación de actividad humana alguna. En tal caso, si las gentes satisficieran mejor sus necesidades no explotando las condiciones, compai divamente más imperfectas, que ofrecía la zona en cuestión, no se establecerían en ella, dejándola deshabitada como las regiones polares, las tundras o los desiertos. Pero Ricardo quiso enfrentarse con los problemas reales que suscita nuestro mundo, en el cual las circunstancias específicas de cada caso vienen predeterminadas por los asentamientos humanos efectuados en épocas anteriores y donde el trabajo y los bienes de capital hállanse ligados al suelo por diversas razones de orden institucional. En tales circunstancias, el librecambismo, es decir, una libertad de movimientos restringida a las mercancías, no puede provocar la distribución del capital y el trabajo, sobre la faz de la tierra, según las posibilidades, mejores o peores, que cada lugar ofrezca en orden a la productividad del esfuerzo humano. Sólo entonces entra en juego la ley del costo comparado. Cada país se dedica a aquellas ramas de producción para las cuales sus específicas condiciones le ofrecen relativa, aunque no absolutamente, las mejores oportunidades. Para los habitantes de cualquier zona es más ventajoso abstenerse de explotar algunas de sus capacidades, pese a ser éstas superiores a las del extranjero, importando en su lugar los corres pondientes géneros, producidos allende sus fronteras en condicio nes más desfavorables. Se trata de un caso análogo al del cirujano, que, para la limpieza del quirófano y del instrumental, contrata los servicios de un tercero, no obstante superarle también en esc específico cometido, para dedicarse exclusivamente a la cirugía, en la que su preeminencia es todavía más notable. Este teorema del costo comparado nada tiene que ver con la teoría del valor de la doctrina económica clásica. No alude ni al valor ni a los precios. Se trata de un juicio puramente analítico: la conclusión a que se llega hállase implícita en aquellas dos premisas según las átales resulta, de un lado, que la productividad de los factores de producción, técnicamente posibles de trasladar, es Lii sociedad humana 254 diferente según los lugares donde se ubiquen y, de otro, que dichos factores, por razones institucionales, tienen restringida su movilidad. Sin que se afecte la validez de sus conclusiones, el teorema en cuestión puede desentenderse del problema del valor, toda vez que sólo maneja unos simples presupuestos. Estos son: que únicamente se trata de producir dos mercancías, pudiendo ambas ser libremente transportadas; y que para lü producción de cada una de ellas precísase la concurrencia de dos factores; que en las dos mercancías aparece uno de estos factores (igual puede ser el trabajo que el capital), mientras el otro factor (una propiedad específica de la tierra de que se trate) sólo es aprovechado en uno de ambos procesos; que la mayor escasez del (actor común en ambas producciones predetermina ei grado en que es posible explotar el factor diferente. Sobre la base de estas premisas, que permiten establecer cocientes de sustitución entre la inversión efectuada del factor común y la producción, el teorema resuelve la incógnita planteada. La ley del costo comparado es tan ajena a la teoría clásica del valor como lo es la ley de los beneficios, basada en un razonamiento semejante a la primera. En ambos supuestos, cabe limitarse a comparar sólo la inversión material con el producto material obtenido. Fn la ley de los beneficios comparamos la producción de un mismo bien. En la del costo comparado contrastamos la producción de dos bienes distintos. Si tal comparación resulta factible es porque suponemos que para la producción de cada uno de ellos, npane de un factor específico, sólo se requieren factores no específicos de la misma clase. Hay quienes critican la ley del costo comparado por tales simplificaciones. Aseguran que la moderna teoría del valor impone una nueva formulación de la ley en cuestión, con arreglo a los principios subjetivos. Sólo mediante esa reestructuración cabría demostrar su validez de modo satisfactorio y concluyeme. Ahora bien, tales opositores se niegan a calcular en términos monetarios. Prefieren recurrir a los métodos del análisis de la utilidad, por creer que tal sistemática es idónea para cifrar el valor sobre la base de la utilidad. Más adelante se verá el engañoso espejismo que suponen tales intentos de llegar al cálculo económico, dejando t.a Acción Humana 256 de lado las expresiones monetarias. Carecen de consistencia y son contradictorios, resultando inviables cuantos sistemas infórmanse en dichas ideas. No es posible el cálculo económico, en ningún sentido, si no se basa en precios monetarios según el mercado los estructura Aquellas sencillas premisas que sustenian la iey de los costos comparados no tienen el mismo significado para los economistas modernos que para los clásicos. Hubo discípulos de la escuela clásica que veían en ella el punto de partida para una teoría del valor en el comercio internacional. Hoy en día nos consta que esa creencia era equivocada. Advertimos que no hay diferencia entre el comercio interior y exterior, por lo que se refiere a la determinación del valor y de ¡os precios. Sólo dispares circunstancias, es decir, condiciones institucionales, que restringen la movilidad de las mercancías y de los factores tle producción, hacen a las gentes distinguir el mercado nacional del extranjero Si no se quiere estudiar la ley del costo comparado bajo los simplificados supuestos de Ricardo, obligado es ir derecha y abiertamente al cálculo monetario. No se debe incidir en el error de suponer que, sin ayuda del cálculo monetario, cabe comparar los diversos factores de producción invertidos y las mercancías producidas. Volviendo sobre el ejemplo del cirujano y su ayudante habrá que decir: Sí el cirujano puede emplear su limitada capacidad de trabajo en efectuar operaciones las cuales le proporcionan unos ingresos horarios de 50 dólares, indudablemente, 1c convendrá contratar los servicios de un ayudante que le limpie el instrumental, pagándole a dos dólares la hora, aun cuando ese tercero emplee tres horas para realizar lo que el cirujano podría hacer en una hora. Al comparar las condiciones de dos países distintos habrá que decir: Si las circunstancias son tales que, en Inglaterra, la producción de una unidad de cada mercancía a y b requiere el consumo de una ¡ornada de la misma clase de Lrabajo, mientras en la India, con la misma inversión de capital, se necesitan dos jornadas para a y tres para h, resultando los bienes de capital y tanto a como b libremente transferibles de Inglaterra a la India y viceversa, pero no siéndolo así la mano de obra, los sala1 Ver. más adelante, págs. 312-325. La sociedad humana 257 ríos, en la India, por lo que a la producción de a se refiere, tenderán a ser el cincuenta por ciento de los salarios ingleses y, por lo que a la producción de h se refiere, la tercera parte. Si el jornal inglés es de seis chelines, en la India será de tres en la producción de a y de dos chelines el de b. Semejante disparidad en la remuneración de trabajo del mismo tipo no puede perdurar si en el mercado interior de la India la mano de obra goza de movilidad. Los obreros abandonarán la producción de h, enrolándose en la de a; este movimiento haría que tendiera a rebajarse la remuneración en a, elevándose en h Los salarios indios, finalmente, se igualarían en ambas industrias. Aparecería entonces una tendencia a ampliar la producción de a y a desplazar la competencia inglesa. Por otra parte, la producción de h, en la India, dejaría de ser rentable, lo que obligaría a abandonarla, mientras en Inglaterra se incrementaría. A la misma conclusión se llega, suponiendo que la diferencia en las condiciones de producción estriba, parcial o exclusivamente, en la distinta cuantía de capital que, en cada caso, fuera preciso invertir, También se ha dicho que la ley de Ricardo resultaba válida en su época, pero no lo es ya en la nuestra, por haber variado las circunstancias concurrentes. Ricardo distinguía el comercio interior del exterior por la diferente movilidad que, en uno y otro, tenía el capital y el trabajo. Si se supone que el capital, el trabajo y las mercancías gozan de plena movilidad, entonces, entre el comercio regional y el interregional, no hay más diferencia que la derivada del costo del transporte. En tal caso, impertinente sería formular una teoría específica del comercio internacional distinta de la atinente al interno. El capital y el trabajo distribuiríanse sobre la superficie de la tierra según las mejores o peores condiciones que para la producción cada región ofreciera. Habría zonas de población más densa y mejor surtidas de capital, mientras otras comarcas gozarían de menor densidad humana y de más reducido capital. Pero en todo el mundo prevalecería una tendencia a retribuir de igual modo un mismo trabajo. Ricardo, como decíamos, suponía que sólo dentro del país tenía plena movilidad el trabajo y el capital, careciendo de ella allende las fronteras. En tales circunstancias, quiere investigar 17 258 t.a Acción Humana cuáles seriar las consecuencias de la libre movilidad de las mercancías. (Si tampoco la transferencia de mercancías fuera posible, entonces cada país devendría autárquico, sumido en un total aislamiento económico; habría desaparecido e! comercio internacional.) La teoría del costo comparado resuelve la incógnita ricardiana. Cierto es que, más o menos, los presupuestos de Ricarda se daban en su época. Posteriormente, a lo largo de! siglo XIX, las circunstancias cambiaron. Disminuyó aquella inmovilidad del capital y del trabajo; cada vez resultaban más fáciles las transferencias internacionales de dichos factores productivos. Pero vino la reacción. Hoy en día, el capital y e! trabajo de nuevo ven restringida su movilidad. La realidad actual vuelve a coincidir con las premisas ricardianas. Las enseñanzas estructuradas por la teoría clásica en torno al comercio internacional son ajenas a cualquier cambio en las específicas condiciones institucionales concurrentes. Permítesenos, así, abordar el estudio de los problemas que cualquier imaginable supuesto suscita. 5 . L o s E F E C T O S D E L A DIVISIÓN D E L T R A B A J O La división del trabajo es la consecuencia provocada por consciente reacción del h o m b r e ante la desigualdad de las circunstancias naturales del m u n d o . P o r otro lado, la propia división del t r a b a j o va i n c r e m e n t a n d o esa disparidad de las circunstancias de hecho. A causa de ella, las diversas zonas geográficas asumen funciones específicas en el complejo del proceso de producción. D e b i d o a esa repetida diversidad, determinadas áreas se convierten en urbanas, otras en rurales; ubicanse en diferentes lugares las distintas ramas de la industria, de la minería y de la agricultura. Mayor trascendencia aún tiene la división del trabajo en orden a a u m e n t a r la innata desigualdad h u m a n a . La práctica y la dedicación a tareas específicas adapta, cada vez en mayor grado, a los interesados a las correspondientes exigencias; las gentes desarrollan m á s algunas de sus facultades innatas, descuidando otras. Surgen los tipos vocacionales, los h o m b r e s devienen especialistas. Lii sociedad humana 259 La división del trabajo d e s c o m p o n e los diversos procesos de producción en mínimas tareas, m u c h a s de las cuales p u e d e n ser realizadas mediante dispositivos mecánicos. Tal circunstancia p e r m i t i ó recurrir a la m á q u i n a , lo cual provocó impresionante progreso en los métodos técnicos de producción. La mecanización es consecuencia de la división del trabajo y su f r u t o más sazonado; ahora bien, en m o d o alguno f u e aquélla la causa u origen de ésta. La maquinaria especializada a m o t o r sólo en un a m b i e n t e social d o n d e impera la división del t r a b a j o podía instalarse. T o d o n u e v o progreso en la utilización de maquinaria más precisa, refinada y productiva exige una mayor especialización de cometidos. 6. E L INDIVIDUO E N E L MARCO SOCIAL La praxeología estudia al individuo aislado — q u e actúa por su cuenta, con total independencia de sus semejantes — s ó l o para alcanzar una mejor comprensión de los problemas que suscita la cooperación social. No asegura el economista hayan alguna vez existido tales seres h u m a n o s solitarios y autúrquicos, ni q u e la fase social de la historia humana fuera precedida de o t r a , d u r a n t e la cual los individuos vivieran independientes, vagando, como animales, en busca de alimento. La biológica humanización de los antecesores no h u m a n o s del h o m b r e y la aparición de los primitivos lazos sociales constituyen un proceso único. El h o m b r e aparece en el escenario del m u n d o c o m o un ser social. El h o m b r e aislado, insociable, no constituye m á s q u e a r b i t r a r i o esquema. La sociedad brinda al individuo medios excepcionales para alcanzar todos sus fines. El m a n t e n i m i e n t o de la sociedad constituye, pues, para el h o m b r e , el p r e s u p u e s t o esencial de toda actuación q u e pretenda llevar a b u e n fin. El delincuente contumaz, q u e no quiere a d a p t a r su conducta a las exigencias de la vida b a j o un sistema social de cooperación, no está dispuesto, sin embargo, a renunciar a ninguna de las ventajas que la división del trabajo procura. No pretende, deliberadamente, destruir la sociedad. Lo q u e quiere es apropiarse de una porción 260 t.a Acción Humana mayor de la riqueza m a n c o m u n a d a m e n i e producida q u e la que el o r d e n social le asigna. Se sentiría desgraciadísimo si se generalizara su antisocial conducta, provocándose el inevitable resultado de r e t o r n a r a la indigencia primitiva. Es erróneo m a n t e n e r q u e el h o m b r e , al renunciar a las supuestas ventajas inherentes a un fabuloso estado de naturaleza y pasar a integrar la sociedad, háyase privadu de ciertas ganancias y tenga justo título para exigir indemnización por aquello que perdió. Resulta manifiestamente inadmisible aquella idea según la cual todo el m u n d o estaría mejor viviendo en un estado asocial; la existencia misma de la sociedad — d í c e s e — perjudica a las gentes. Sin embargo, sólo gracias a la mayor productividad de la cooperación social ha sido posible q u e la especie humana se multiplique en n ú m e r o infinitamente mayor de lo que permitirían las subsistencias producidas en épocas de una más rudimentaria división del trabajo. T o d o el m u n d o goza de un nivel de vida mucho más elevado que el d i s f r u t a d o p o r sus salvajes antepasados. Máxima inseguridad y pobreza extrema caracterizan el estado de naturaleza del h o m b r e . Constituye romántico disparate el llorar por aquellos felices (.lías de la barbarie primigenia. Bajo el salvajismo, esos mismos q u e se quejan no habrían seguramente alcanzado la edad viril y, aun en tal caso, no hubieran p o d i d o d i s f r u t a r de las v e n t a j a s y comodidades que la civilización les proporciona. Si J e a n J a c q u e s Rousseau y Frederick Engels hubiesen vivido en aquel estado de naturaleza que describen con tan nostálgicos suspiros, no habrían dispuesto del ocio necesario para dedicarse a sus especiosos escritos. Una de las grandes ventajas q u e el individuo d i s f r u t a , gracias a la sociedad, es la de poder vivir a pesar de hallarse enfermo o incapacitado físicamente. El animal doliente está conden a d o a muerte; su debilidad enerva el esfuerzo necesario para buscar alimentos y para repeler las agresiones. Los salvajes sordos, miopes o lisiados pe recen. Tales flaquezas y defectos, en cambio, no impiden al h o m b r e adaptarse a la vida en socied a d . La mayoría de nuestros c o n t e m p o r á n e o s s u f r e deficiencias corporales que la biología considera patológicas. M u c h o s de esos Lii sociedad humana 261 lisiados, sin embargo, han contribuido decisivamente a hacer la civilización. La fuerza eliminadora de la selección natural se debilita bajo las condiciones sociales de vida. De ahí que haya quienes afirmen que la civilización tiende a menoscabar las virtudes raciales. Tales asertos tienen sentido tan sólo contemplando la humanidad como lo haría un ganadero que quisiera criar una raza de hombres dotados de específicas cualidades. La sociedad, sin embargo, no es ningún criadero de sementales para producir determinado tipo de individuos. No existe ninguna norma «natural» que permita ponderar qué sea lo deseable y cuál lo indeseable en la evolución biológica del hombre. Cualquier módulo que, en este sentido, se adopte por fuerza ha de ser arbitrario, puramente subjetivo; exponen te tan sólo de personal juicio de valor. Los términos mejoramiento o degeneración racial carecen de sentido si no es relacionándolos con específico plan trazado para estructurar la humanidad toda. Cierto, desde luego, es que la fisiología del hombre civilizado hállase puramente adaptada para vivir en sociedad; no para ser cazador en las selvas vírgenes, desde luego. Kb M I T O DE LA MISTICA UNION Medíante el mi lo de la mística unión preténdese impugnar la teoría prnxeológica de la sociedad. La sociedad - dicen los defensores de aquella doctrina— no es el resultado de deliberada actuación humana; no supone ni cooperación ni distribución de cometidos. Brota la sociedad de profundidades insondables, siendo el fruto engendrado por un impulso innato en !a propia esencia del hombre. Hay quienes opinan que la sociedad viene a ser un embeberse en aquel espíritu que es la realidad divina y una participación en el poder y en el amor de Dios por virtud de tina unió mystica. Para otros, la sociedad es un fenómeno biológico: es el resultado que produce la voz de la sangre; es el lazo que une los descendientes de comunes antepasados entre sí y con su común progenie, es esa misteriosa armonía que surge entre el campesina y la gleba que trabaja. 11 1IÍI ' mm MI IMII! l!||iii Mf"14 MilIpiMlllpl1 262 t.a Acción Humana Cierto es que hay quienes realmente experimentan estos fenómenos psíquicos. Existen gentes que sienten la aludida unión mística, anteponiéndola a todo; también hay personas que creen escuchar la voz de la sangre y que, con toda el alma, aspiran esa fragancia única que despide la bendita tierra natal. La experiencia mística y el rapto estático, indudablemente, son hechos que la psicología ha de estimar reales, al igual que cualquier otro fenómeno psíquico debidamente constatado. Et error de las doctrinas que nos ocupan no estriba en el hecho de aseverar la realidad de tales fenómenos, sino en suponer que se trata de circunstancias originarías, que surgen con independencia de toda consideración racional. La voz de la sangre, que liga al padre con el hijo, no era ciertamente escuchada por aquellos salvajes que desconocían la relación causal existente entre la cohabitación y ta preñez. Hoy en día, cuando dicha realidad es bien conocida, puede sentir la voz de la sangre el hombre que tiene plena confianza en la fidelidad de su esposa. Ahora bien, si acerca de este último extremo existe alguna duda, de nada sirve la voz de la sangre. Nadie se ha aventurado a afirmar que los problemas en torno a ta investigación de la paternidad cabía resolverlos recurriendo a la voz de la sangre. La madre que, desde el parto, veló sobre su hijo también podrá escucharla. Ahora bien, si pierde el contacto con el vastago en fecha temprana, más tarde sólo será capaz de identificarle por señales corporales, como aquellas cicatrices y lunares a los que tanto gustaban recurrir los novelistas. Pero la voz de ta sangre, por desgracia, callará si tal observación y las conclusiones de ellas derivadas no le hacen hablar. Según los racistas alemanes, la voz de la sangre aúna misteriosamente a todos los miembros deí pueblo alemán. La antropología, sin embargo, nos dice que la nación alemana es una mezcla de varias razas, suhrazas y grupos; en modo alguno constituye lio mogo tica familia, descendiente de común estirpe. El eslavo recientemente germanizado, que no ha mucho cambió sus apellidos por otros de sonido más germánico, cree que está ligado por lazos comunes a todos los demás alemanes. No oye ninguna voz interior que le impulse a la unión con sus hermanos o primos que siguen siendo checos o polacos. Lii sociedad humana 263 La voz de la sangre no es un fenómeno primario e independiente: encarna al conjuro de consideraciones racionales. Precisamente porque el individuo se cree emparentado, a través de una común especie, con otras gentes determinadas, experimenta hacia ellas esa atracción y sentimiento que, poéticamente, se denomina voz de la sangre. Lo mismo puede decirse del éxtasis religioso y del místico amor a la tierra vernácula. La unió mystica del devoto creyente está condicionada por el conocimiento de las enseñanzas básicas de su religión. Sólo quien sepa de la grandeza y gloría de Dios puede experimentar comunión directa con El. La venerable atracción al patrio terruño depende de la previa articulación de una serie de ideas geopolíticas. Por eso, ocurre a veces que los habitantes del llano o de la costa incluyan en la imagen de aquella patria, a la que aseguran estar fervientemente unidos y apegados, regiones montañosas para ellos desconocidas y a cuyas condiciones no podrían adaptarse, sólo porque esas zonas pertenecen al mismo cuerpo político del que son miembros o desearían ser. Análogamente, dejan a menudo de incluir en esa imagen patria, cuya voz pretenden oír, regiones vecinas a tas propias, de similar estructura geográfica, cuando forman parte de una nación extranjera. Los miembros pertenecientes a una nación o rama lingüística, o los grupos que dentro de ella se forman, no están siempre unidos por sentimientos de amistad y buena voluntad. La historia de cualquier nación constituye rico muestrario de antipatías y aun de odios mutuos entre los distintos sectores que la integran. En tal sentido basta recordar a ingleses y escoceses, a yanquis y sudislas, a prusianos y bávaros. Fue ideológico el impulso que permitió superar dichos antagonismos, inspirando a todos los miembros de la nación o grupo lingüístico aquellos sentimientos de comunidad y de pertenencia que los actuales nacionalistas consideran fenómeno natural y originario. La mutua atracción sexual del macho y la hembra es inherente a la naturaleza animal del hombre y para nada depende de teorías ni razonamientos. Cabe calificarla de originaría, vegetativa, instintiva o misteriosa; no hay inconveniente en afirmar metafóricamente que de dos seres hace uno, Podemos considerarla como una 264 t.a Acción Humana comunidad, como una mística unión de dos cuerpos. Sin embargo, ni !a cohabitación ni cuanto la precede o la subsigue genera ni cooperación social, ni ningún sistema de vida social. También los anímales se unen al aparearse y, sin embargo, no han desarrollado relaciones sociales. La vida familiar no es meramente un producto de la convivencia sexual. No es, en modo alguno, ni natural ni necesario que los padres y tos hijos convivan como lo hacen en el marco familiar. La relación sexual no desemboca, necesariamente, en un orden familiar. La familia humana es fruto del pensar, de! planear y del actuar. Es esto, precisamente, lo que la distingue de aquellas asociaciones zoológicas que, per analogiam. denominamos familias animales. FJ místico sentimiento de unión o comunidad no es el origen de la relación social, sino su consecuencia. El reverso de la fábula de la unión mística viene a serlo el mito de la natural y originaría repulsión en tic razas y naciones. Se lia dicho que el instinto enseña al hombre a distinguir entre congéneres y extraños y a aborrecer a estos últimos. Los descendientes de las razas nobles —dícese— repugnan todo contacto con los miembros de razas inferiores, peto la realidad de la mezcla interracial basta para refutar tales supuestos. Siendo un hecho indudable que en la Europa actual no hay ninguna raza pura, forzoso es concluir que, entre los miembros de las diversas estirpes originarias que poblaron el continente, no hubo repulsión, sino atracción sexual. Millones de tnulntus y mestizos constituyen réplica viviente a aquel primer aserto. El odio racial, al igual que el sentimiento místico de comunidad, no son fenómenos naturales innatos en el hombre. Ambos son fruto de precisas ideologías. Pero c* que, aun cuando tal supuesto se diera, aunque fuera cierto ese natural e innato odio interracial, no por ello dejaría de ser útil la cooperación social, ni tampoco con eso invalidaríase la teoría de la asociación de Ricardo. La cooperación social no tiene nada que ver con el afecto personal, ni con aquel mandamiento que ordena amarnos los unos a los otros. Las gentes no cooperan bajo la división del trabajo porque deban amarse. Cooperan porque, de esta suerte, atienden mejor los propios intereses. Lo que originariamente impulsó al 265 Lii sociedad humana hombre a acomodar su conducta a las exigencias de la vida en sociedad, a respetar los derechos y las libertades de sus semejantes y a reemplazar la cnemisiad y el conflicto por pacífica colaboración no fue el amor ni la caridad, ni ningún oiro afectuoso sentimiento, sino el propio egoísmo bien entendido 7. LA GRAN SOCIEDAD No todas las relaciones i n t e r h u m a n a s implican lazos sociales. C u a n d o los hombres se acometen m u t u a m e n t e en guerras de e x t e r m i n i o total, c u a n d o luchan entre sí tan d e s p i a d a m e n t e como si de destruir animales feroces o plantas dañinas se tratara, entre las partes combatientes existe efecto recíproco y relación m u t u a , pero no hay sociedad. La sociedad implica acción m a n c o m u n a d a y cooperativa, en la q u e cada u n o considera el provecho a j e n o como m e d i o para alcanzar el propio. G u e r r a s de exterminio sin piedad f u e r o n las luchas que entre sí mantenían las hordas y tribus primitivas por los aguaderos, los lugares de pesca, los terrenos de caza, los pastos y el botín. Se trataba de conflictos totales. Del mismo tipo f u e r o n , en el siglo x i x , los primeros encuentros tic los europeos con los aborígenes de territorios recién descubiertos, Pero ya en prístinas edades, muy anteriores a los tiempos de los q u e poseemos información histórica, comenzó a germinar o t r o m o d o de proceder. Las gentes ni siquiera al combatir llegaban a olvidar del todo las relaciones sociales, previamente establecidas; incluso en las pugnas contra pueblos con quienes antes no habían existido contactos, los combatientes comenzaban a pítrar mientes en la idea de que, pese u la transitoria oposición del m o m e n t o , cabía e n t r e seres h u m a n o s llegar posteriormente a fórmulas de avenencia y cooperación. Se pretendía perjudicar al enemigo; pero, sin embargo, los actos de hostilidad ya no eran plenamente crueles y despiadados. Al combatir con hombres —a diferencia de c u a n d o luchaban contra las b e s t i a s — los beligerantes pensaban q u e había en la pugna ciertos límites que convenía no sobrepasar. P o r sobre el odio implacable, el frenesí destructivo y el afán de aniquilamiento, alboreaba un t.a Acción Humana 266 sentimiento societario. Nacía la idea de q u e el h u m a n o adversario debía ser considerado c o m o potencial asociado en una cooperación f u t u r a , circunstancia ésta q u e no convenía olvidar en la gestión bélica. La guerra d e j ó de considerarse c o m o la relación interhumana normal. Las gentes comenzaban a advertir q u e la cooperación pacífica constituía el medio mejor para t r i u n f a r en la lucha p o r la supervivencia. Cabe a f i r m a r , incluso, q u e las gentes se percataron de que era más ventajoso esclavizar al vencido q u e matarlo, por cuanto, aun d u r a n t e la lucha, pensaban ya en el mañana, en la paz. P u e d e decirse q u e la institución servil f u e un primer paso hacia la cooperación. La formulación de aquellas ideas, según las cuales, ni aun en guerra, todos los actos deben estimarse permisibles, habiendo actuaciones bélicas lícitas y otras ilícitas, así como leyes, es decir, relaciones sociales, que deben prevalecer por encima de las naciones, incluso de aquellas q u e , de m o m e n t o , se enf r e n t a n , tales ideas, repetimos, vinieron a estructurar la gran sociedad, q u e incluye a todos los h o m b r e s y a todas las naciones. Las diversas asociaciones de carácter regional f u e r o n fundiéndose, de esta suerte, en una sola sociedad ecuménica. El combatiente q u e no hace la guerra salvajemente, al m o d o de las bestias, sino a tenor de ciertas normas bélicas « h u m a n a s » y sociales, renuncia a utilizar ciertos medios destructivos, con miras a alcanzar concesiones análogas del adversario. En t a n t o en c u a n t o dichas normas son respetadas, existen, e n t r e los contendientes, relaciones sociales. P e r o los actos hostiles sí constituyen actuaciones no sólo asocíales, sino antisociales. Es un e r r o r definir el concepto de «relaciones sociales» de tal suerte q u e se incluya e n t r e las mismas actos tendentes al aniquilam i e n t o del o p o n e n t e y a la frustración de sus aspiraciones M i e n t r a s las únicas relaciones existentes entre los individuos persigan el perjudicacarse m u t u a m e n t e , ni hay sociedad ni relaciones sociales. La sociedad no es mera acción y reacción m u t u a . H a y interacción -—influencia recíproca— entre todas las partes del uni' Tal pretende L E O P O L D y sigs. Munich, 1924. VON WIESE, Allgemeine Soziologte, cap. I, pág. 10 Lii sociedad humana 267 verso: entre el lobo y la oveja devorada; e n t r e el microbio y el h o m b r e a quien m a t a ; entre la piedra q u e cae y el o b j e t o sobre el q u e choca. La sociedad, al contrario, implica siempre la actuación cooperativa con miras a q u e los diferentes partícipes puedan, cada uno, alcanzar sus propios fines. 8. E l , INSTINTO DE AGRESIÓN Y DESTRUCCIÓN Se ha dicho q u e el h o m b r e es una bestia agresiva, cuyos innatos instintos le impulsan a la lucha, a la matanza y a la destrucción. La civilización, con su antinatural blandenguería humanitaria, a p a r t a n d o al h o m b r e de sus antecedentes zoológicos, p r e t e n d e acallar aquellos impulsos y apetencias. Ha t r a n s f o r m a d o al h o m b r e en un ser escuálido y decadente, q u e se avergüenza de su prístina animalidad, p r e t e n d i e n d o vanam e n t e tildar de h u m a n i s m o v e r d a d e r o a su evidente degradación. En orden a impedir una mayor degeneración de la especie, es imperativo liberarla de los perniciosos efectos de la civilización. P u e s la civilización no es más q u e hábil estratagema inventada por seres inferiores. Son éstos débiles en exceso para vencer a los héroes f u e r t e s ; demasiado cobardes para soportar su propia aniquilación, castigo q u e tienen bien merecido; impidiéndoles su perezosa insolencia servir c o m o esclavos a los superiores. Recurrieron, por eso, a una argucia; trastocaron las eternas n o r m a s valoratívas preestablecidas con carácter absoluto por inmutables leyes universales; arbitraron unos preceptos morales, según los cuales resultaba virtud su propia inferioridad y vicio la superioridad de los nobles héroes. Preciso es desarticular esta espiritual revuelta de los siervos, t r a s m u t a n d o tales módulos valorativos. H a y q u e repudiar, por e n t e r o , la aludida ética lacayil, f r u t o vergonzante del resentimiento de los más cobardes; en su lugar habrá de implantarse la ética de los f u e r t e s o, mejor aún, deberá ser suprimida toda cortapisa ética. El h o m b r e tiene que resultar digno heredero de sus mayores, los nobles b r u t o s de épocas pasadas. Las anteriores doctrinas suelen denominarse d a r w i n i s m o social o sociológico. I m p e r t i n e n t e sería ahora cavilar en torno 268 t.a Acción Humana a si dicho apelativo es o no apropiado. P o r q u e , con independencia de lo anterior, indudablemente, constituye grave error el calificar de evolutivas y biológicas a unas filosofías q u e , alegremente, atrévense afirmar q u e la historia entera de la humanidad, desde que el h o m b r e comenzó a alzarse por encima de la existencia p u r a m e n t e animal de sus antecesores de índole no h u m a n a , es tan sólo un vasto proceso de progresiva degeneración y decadencia. La biología no proporciona m ó d u l o alguno para p o n d e r a r las mutaciones experimentadas por los seres vivos más que el enjuiciarlas en orden a si permiten al s u j e t o adaptarse mejor al medio ambiente, proveyéndose de mayores armas en la lucha p o r la vida. D e s d e este p u n t o de vista, es indudable que la civilización ha de considerarse c o m o un beneficio, no como una calamidad. Ha impedido, por lo p r o n t o , la derrota del h o m b r e en su lucha contra los demás seres vivos, ya sean los grandes animales feroces o los perniciosos microbios; ha multiplicado los medios de subsistencia; ha incrementado la talla h u m a n a , la agilidad y habilidad del h o m b r e y ha prolongado la duración media de la vida; le ha permitido dominar incontestado la tierra; ha sido posible multiplicar las cif r a s de población y elevar el nivel de vida a un grado totalmente impensable para los toscos moradores de las cavernas. Cierto es que tal evolución hizo perder al h o m b r e ciertas mañas y habilidades que, si bien en determinadas épocas resultaban oportunas para luchar por la vida, más tarde, cambiadas las circunstancias, perdieron toda utilidad. F o m e n t á r o n s e , en cambio, otras capacidades y destrezas, imprescindibles para la vida en sociedad. N i n g ú n criterio biológico y evolutivo tiene por q u é ocuparse de dichas mutaciones. Para el h o m b r e primitivo, la dureza física y la combatividad procurábanle igual utilidad q u e la aritmética y la gramática proporcionan al h o m b r e moderno. Es totalmente arbitrario y manifiestamente contradictorio con cualquier norma biológica de valoración considerar naturales y c o n f o r m e s con la h u m a n a condición ú n i c a m e n t e aquellas cualidades q u e convenían al h o m b r e primitivo, vilipendiando, c o m o signos de degeneración y decadencia biológica, las destrezas y habilidades imperiosamente precisadas por 269 Lii sociedad humana el h o m b r e civilizado. Recomendar al h o m b r e q u e recupere las condiciones físicas e intelectuales de sus antepasados prehistóricos es tan descabellado como el conminarle a q u e vuelva a andar a cuatro manos o a que de n u e v o se deje crecer el rabo. Es digno de notar q u e q u i e n e s más se exaltaron en ensalzar los salvajes impulsos de n u e s t r o s bárbaros antepasados f u e r o n gentes tan enclenques q u e nunca habrían p o d i d o adaptarse a las exigencias de aquella «vida arriesgada». Nietzsche, aun antes de su colapso mental, era tan enfermizo q u e sólo resistía el clima de Engadin y el de algunos valles italianos. No hubiese p o d i d o escribir si la sociedad civilizada no hubiera protegido sus delicados nervios de la rudeza natural de la vida. Los defensores de la violencia e d i t a r o n sus libros precisamente al a m p a r o de aquella «seguridad burguesa» q u e t a n t o vilipendiaban y despreciaban. G o z a r o n de libertad para publicar sus incendiarias prédicas p o r q u e el propio liberalismo q u e ridiculizaban salvaguardaba la libertad de prensa, Negra desesperación hubiera invadido su ánimo al verse privados de las facilidades que aquella civilización tan escarnecida les deparaba. ¡ Q u é espectáculo el del tímido G e o r g e s Sorel cuando, en su elogio de la brutalidad, llega a acusar al m o d e r n o sistema pedagógico de debilitar las innatas tendencias violentas! \ Cabe admitir q u e al h o m b r e primitivo fuera connatural la propensión a matar y a destruir, así como el a m o r a la crueldad. T a m b i é n , a efectos dialécticos, se puede aceptar que, d u r a n t e las p r i m e r a s edades, las tendencias agresivas y homicidas abogaran en favor de la conservación de la vida. H u b o un tiempo en q u e el h o m b r e f u e una bestia brutal. ( N o hace al caso averiguar si el h o m b r e prehistórico era carnívoro o herbívoro.) Ahora bien, no d e b e olvidarse q u e físicamente el h o m b r e era un animal débil, de tal suerte q u e no habría p o d i d o vencer a las fieras carniceras, de no haber contado con un arma peculiar, con la razón. El q u e el h o m b r e sea un ser racional, que no cede f a t a l m e n t e a toda apetencia, q u e ordena su conducta con racional deliberación, desde un p u n t o de vista zoológico, no p u e d e estimarse a n t i n a t u r a l . Conducta racional significa que el hom• G E O R G E S SOHEI., Ré/Uxions W/r la viotence. PIFE 269, i ' cd París. 1912 270 t.a Acción Humana bre, ante la imposibilidad de satisfacer todos sus impulsos, deseos y apetencias, renuncia a los q u e considera menos urgentes. Para no p e r t u r b a r el mecanismo de la cooperación social, el individuo ha de abstenerse de dar satisfacción a aquellas apetencias que impedirían la aparición de las instituciones sociales. Esa renuncia, indudablemente, duele. P e r o es q u e el h o m b r e está eligiendo. Prefiere dejar insatisfechos ciertos deseos incompatibles con la vida social, para satisfacer otros que únicamente, o al menos sólo de modo m á s perfecto, pueden ser atendidos b a j o el signo de la división del trabajo. Así e m p r e n d i ó la raza h u m a n a el camino q u e conduce a la civilización, a la cooperación social y a la riqueza. A h o r a bien, dicha elección, ni es irrevocable ni definitiva. La decisión a d o p t a d a por los padres no prejuzga cuál será la de los hijos. Estos, libremente, pueden estimar otra en más. A diario cabe trastocar las escalas valorativas y preferir la barbarie a la civilización o, como dicen algunos, a n t e p o n e r el alma a la inteligencia, los mitos a la razón y la violencia a la paz. P e r o preciso es optar. No cabe d i s f r u t a r , a un tiempo, de cosas incompatibles entre sí. La ciencia, desde su neutralidad valorativa, no condena a los apóstoles del evangelio de la violencia por elogiar el f r e n e s í del asesinato y los deleites del sadismo. Los juicios de valor son siempre subjetivos y la sociedad liberal concede a cualquiera d e r e c h o a expresar libremente sus sentimientos. La civilización, en verdad, no ha enervado la originaria tendencia a la agresión, a la ferocidad y a la c r u e l d a d características del h o m b r e primitivo. En muchos individuos civilizados aquellos impulsos sólo están adormecidos y resurgen violentamente tan p r o n t o como fallan los f r e n o s con q u e la civilización los domeña. Basta, a este respecto, recordar los indecibles h o r r o r e s de los campos de concentración nazis. Los periódicos continuam e n t e nos i n f o r m a n de crímenes abominables q u e atestiguan de la dormida tendencia a la bestialidad ínsita en el h o m b r e . Las novelas y películas más populares son aquellas q u e se ocupan de violencias y episodios sangrientos. Las corridas de toros y las peleas de gallos siguen atrayendo multitudes. Lii sociedad humana 211 S¡ un escritor afirma que la chusma ansia la sangre e incluso que él m i s m o también, tal vez esté en lo cierto, igual q u e si asegura q u e el h o m b r e primitivo se complacía en matar. Ahora bien, incide en grave error si cree q u e la satisfacción de tan sádicos impulsos no ha de p o n e r en peligro la propia existencia de la sociedad; si afirma q u e l;i civilización « v e r d a d e r a » y la sociedad « c o n v e n i e n t e » consisten en dar rienda suelta a las tendencias violentas, homicidas y crueles de las gentes; o si proclama q u e la represión de dichos impulsos brutales perjudica el progreso tic la humanidad, de tal suerte que el suplantar el h u m a n i t a r i s m o por la b a r b a r i e impediría la degeneración de la raza h u m a n a . La social división del t r a b a j o y la cooperación se f u n d a n en la posibilidad de solucionar pacíficamente los conflictos, No es la guerra, c o m o Heráclito decía, sino la paz el origen de todas las relaciones sociales. El h o m b r e , además de los instintos sanguinarios, abriga o t r a s apetencias igualmente innatas. Si quiere satisfacer éstas, habrá de nulificar sus tendencias homicidas. Q u i e n desee conservar la propia vida y salud, en condiciones ó p t i m a s y d u r a n t e el t i e m p o más dilatado posible, ha de advertir que, respetando la vida y salud de los demás, atiende mejor sus propias aspiraciones q u e m e d i a n t e la conducta opuesta, P o d r á l a m e n t a r el que n u e s t r o m u n d o sea así. P e r o , por más lágrimas q u e d e r r a m e , no alterará la severa realidad. De nada sirve criticar lo anterior, aludiendo a la irracionalidad. N i n g ú n impulso instintivo p u e d e ser analizado de modo racional, por cuanto la razón se ocupa sólo de los medios idóneos para alcanzar los deseados fines, pero no de los fines últimos -en sí. Distingüese el h o m b r e de los restantes animales en c u a n t o q u e no cede a los impulsos instintivos, si no es con un cierto grado de voluntariedad. Se sirve tic la razón para, entre deseos incompatibles, optar entre linos u otros. No p u e d e decirse a las masas: dad rienda suelta a vuestros afanes homicidas, p o r q u e así vuestra actuación será genuínam e n t e h u m a n a y, mediante ella, incrementaréis vuestro bienestar personal. Conviene, antes si contrario, advertirles: Si dais 272 t.a Acción Humana satisfacción a vuestros deseos sanguinarios, habréis de renunciar a )a satisfacción de otras muchas apetencias. Deseáis com e r , beber, vivir en buenas casas, cubrir vuestra desnudez y mil cosas más, las cuales sólo a través de la sociedad podéis alcanzar. T o d o , desde luego, no p u e d e tenerse; es preciso elegir. Podrá resultar atractiva la vida arriesgada; también habrá quienes gusten de las locuras sádicas; pero lo cierto es que tales placeres resultan incompatibles con aquella seguridad y abundancia material de la que nadie en modo alguno quiere prescindir. La praxeología, como ciencia, no debe discutir el derecho del individuo a elegir y a proceder en consecuencia. Es el homb r e que actúa, no el teórico, quien, en definitiva, decide. Ln función de la ciencia, por lo q u e a la vida y a la acción atañe, no estriba en f o r m u l a r preferencias valorativas, sino en exponer las circunstancias reales a las cuales forzosamente el homb r e ha de atemperar sus actos, limitándose simplemente a resaltar los efectos que las diversas actuaciones posibles han de provocar. La teoría ofrece al individuo cuanta información pueda precisar para decidir con pleno conocimiento de causa. Vie ne a formular, c o m o si dijéramos, un presupuesto, una cuenti) de beneficios y costos. No conformaría la ciencia con su cometido si, en esa cuenta, omitiera alguna de las rúbricas que pueden influir en la elección y decisión finales. ERRORES EN LOS QUE SE SUELE INCURRIR AL INTERPRETAR LAS ENSEÑANZAS DE LA MODERNA CIENCIA NATURAL, ESPECIALMENTE DEL DARWJNISMO Algunos modernos antiliberales, tanto de derechas como de izquierdas, pretenden amparar sus tesis en interpretaciones erróneas de los últimos descubrimientos efectuados por la ciencia biológica. I. Los hombres no son iguales—El liberalismo del siglo xvui partía en sus lucubraciones, como el moderno igualitarismo, de aquella «verdad autoevidente», según la cual «todos Lii sociedad humana 273 los hombres fueron creados ¡guales, gozando de ciertos derechos inalienables». Anie tal aserto, los delensores de la filosofía biológica social aseguran que la ciencia natural ha demostrado ya, de modo irrefutable, que los hombres no son iguales entre sí. Ln contemplación de la realidad, tal cual es, prohibe especular en torno a unos imaginarios dereclios naturales del hombre. Porque la naturaleza es insensible y no se preocupa ni de la vida ni de la felicidad de los mortales; constituye, al contrario, regular y férreo Imperativo. Implica metnfísico dislate pretender aunar la resbaladiza y vaga noción de la libertad con las absolutas e inexorables leyes del orden cósmico, Cae así por su base, concluyese, la ¡dea fundamental del liberalismo. Cierto es, en efecto, que el movimiento liberal y democrático de los siglos xviti y xix amparóse grandemente en la idea de la ley natural y en los imprescriptibles derechos del hombre. Tales pensamientos, elaborados originariamente por los pensadores clásicos y por la teología hebraica, fueron absorbidos por ta filosofía cristiana, Algunas sectas anticatólicas fundamentaron en dicho ideario sus respectivos programas políticos. Una larga teoría de eminentes filósofos también abrazó el pensamiento en cuestión. Popularizáronse, llegando ít constituir el más firme sostén del movimiento democrático, Aun hoy en día hay muchos que los defienden, pasando por alto el hecho indudable de que Dios o la Naturaleza crea desiguales a tos hombres; mientras unos nacen sanos y fuertes, otros son víctimas de deformidades y lacras. Los defensores del repetido ideario, ante tan evidentes realidades, limítansc a replicar que las disparidades entre los hombres no son sino fruto de la educación, de las oportunidades personales y de las instituciones sociales. Las enseñanzas de la filosofía Utilitaria y de la economía política clásica nada tienen que ver con la leorta de los derechos naturales. Lo único que a aquellas doctrinas interesa es la utilidad social. Recomiendan l:i democracia, la propiedad privada, la tolerancia y la libertad no porque constituyan instituciones naturales y justas, sino por resultar beneficiosas. La idea básica de la filosofía ricardiana es aquella según la cual la cooperación social y la división del trabajo que se perfecciona entre gentes superiores y t.a Acción Humana 274 más eficientes en cualquier sentido, de un lado, y de otro, gentes inferiores y de menor eficiencia, igualmente, en cualquier aspecto, beneficia a todos los intervinientes. F.1 radical Benlham gritaba: «Derechos naturales, puro dislate; imprescriptibles derechos, vacua retórica» 10. En su opinión, «el único fin del gobierno debería estribar en proporcionar la mayor felicidad al mayor número posible de ciudadanos» 11 . De acuerdo con lo anterior, Bentham, al investigar qué debería estimarse bueno y procedente, se desentiende de toda preconcebida idea acerca de los planes y proyectos de Dios o de la Naturaleza, incognoscibles siempre; prefiere limitarse a estudiar qué cosas fomentan en mayor grado el bienestar y la felicidad del hombre, Maltbus demostró cómo la naturaleza, que restringe los medios de subsistencia precisados por la humanidad, no reconoce derecho natural alguno a la existencia; evidenció que, de haberse dejado llevar por el natural impulso a la procreación, el hombre nunca hubiera logrado liberarse del espectro del hambre. Proclamó, igualmente, que la civilización y el bienestar sólo podían prosperar en tanto en cuanto el individuo lograra dominar, mediante un freno moral, sus instintos genésicos. El utilitarismo no se opone al gobierno arbitrario y a la concesión de privilegios personales porque resulten contrarios a la ley natural, sino porque restringen la prosperidad de las gentes. Preconiza la igualdad de todos ante la ley, no porque los hombres sean entre sí iguales, sino por entender que tal política beneficia a la comunidad. La biología moderna, al demostrar la inconsistencia de conceptos tan ilusorios como el de la igualdad entre todos los hombres, no viene más que a repetir lo que el utilitarismo, liberal y democrático, ha mucho proclamara y ciertamente con mayor fuerza argumenta!. Es indudable que ninguna doctrina de índole biológica podrá jamás desvirtuar lo que la filosofía utilitaria predica acerca de la conveniencia social que en sí encierran la democracia, la propiedad privada, la libertad y la igualdad ante la ley. La actual preponderancia de doctrinas que abogan por la desin10 BENTHAM, «Anarchical Fallacies; being an Examination of the Dedaration of Riglus issued during the French Revolution», en Works (ed. por Bowrmg), II, 501. " BENTHAM, «Principies of the Civil Code», en Works, I , 301, Lii sociedad humana 275 tegración social y el conflicto armado no debe atribuirse a una supuesta adaptación de la filosofía social a los últimos descubrimientos de la ciencia biológica, sino al hecho de haber sido, casi umversalmente, repudiada la filosofía utilitaria y la teoría económica. Las gentes han suplantado, mediante una filosofía que predica la lucha irreconciliable de clases y el conflicto internacional armado, la ideología «ortodoxa» que pregonaba la armonía existente entre los intereses rectamente entendidos, es decir, los intereses, a la larga, de todos, ya se tratara de individuos, de grupos sociales o de naciones. Los hombres se combaten ferozmente por cuanto están convencidos de que sólo mediante el exterminio y la liquidación de sus adversarios pueden personalmente prosperar. 2. Implicaciones sociales del dartuinismú.—Asegura el dar- winismo social que la teoría de la evolución, según Darwin la formulara, vino a evidenciar que la naturaleza en modo alguno brinda paz o asegura respeto para la vida y el bienestar de nadie. La naturaleza presupone la pugna y el despiadado aniquilamiento de los más débiles que fracasan en la lucha por la vida. Los planes liberales, que pretenden estructurar una eterna paz, tanto en el interior como en el exterior, son fruto de ilusorio racionalismo, en contradicción evidente con el orden natural. El concepto de lucha por la existencia, que Darwin tomó de Malthus, sirviéndose de él en la formulación de su teoría, ha de entenderse en un sentido metafórico. Mediante tal expresión afírmase, simplemente, que el ser vivo opone resistencia esforzada a cuanto pueda perjudicar su existencia. Esa activa resistencia opuesta, sin embargo, para ser útil, ha de convenir con las circunstancias ambientaos bajo las cuales opera el interesado. La lucha por la vida no implica recurrir siempre a una guerra de exterminio, como la que el hombre mantiene contra los microbios nocivos. Sirviéndose de la razón, el individuo advierte que como mejor cuida de su bienestar personal es recurriendo a la cooperación social y a la división del trabajo. Estas son las armas principales con que cuenta en la lucha por la existencia. Pero sólo en un ambiente de paz cabe a las mismas recurrir. Por eso, porque desarticulan la mecánica de !a cooperación social, perjudican al hombre, en su lucha por la vida, las pugnas bélicas, los conflictos civiles y las revoluciones. 276 t.a Acción Humana 3. El raciocinio y la conducta racional resultan antinaturales.—La teología cristiana condenó las funciones animales del cuerpo humano, considerando que el «alma» operaba en una esfera ajena a la de los fenómenos biológicos. En una reacción excesiva contra dicha filosofía, algunos modernos han vilipendiado todas aquellas manifestaciones gracias a las cuales el hombre se diferen cía de los demás animales. Estas nuevas ideas consideran que la razón humana es inferior a los instintos c impulsos animales; el raciocinar no es natural y, por lo tanto, debe ser rechazado. Los términos racionalismo y conducta racional han cobrado, de esta suerte, un sentido peyorativo. El hombre perfecto, el hombreverdadero, es un ser que prefiere atenerse a sus instintos primarios más que a su razón. Lo cierto, sin embargo, es que la razón, el rasgo humano más genuino, es un fenómeno igualmente biológico. No es ni más ni menos natural que cualquier otra circunstancia típica de la especie homo sapiens, como, por ejemplo, el caminar erecto o el carecer de pelaje. C A P I T U L O I X La trascendencia de las ideas 1. LA RAZÓN HUMANA La razón constituye rasgo peculiar y característico del hombre. No tiene la praxeología por qué dilucidar si es o no instrumento idóneo para llegar a aprehender las verdades últimas y absolutas; interesa, sin embargo, a nuestra ciencia, por ser la herramienta que permite al hombre actuar. Todas esas realidades objetivas que constituyen la base de la sensación, del conocimiento y de la reflexión igualmente acontecen ante los sentidos de los animales. Pero sólo el hombre es capaz de transformar tales estímulos sensorios en observaciones y conocimientos. Y sólo él sabe ordenar sus múltiples cogniciones y experiencias para con ellas formar coherentes sistemas científicos. El pensamiento precede siempre a la acción. Pensar es, de antemano, ponderar cierta f u t u r a actuación o, a posteriori, reflexionar acerca de una ya anteriormente ejecutada. El pensar y el actuar constituyen fenómenos inseparables. No hay acción que no se ampare en específica idea que el interesado anteriormente se haya hecho acerca de determinada relación causal. Al percibir una relación causal, el sujeto formula un teorema. Acción sin pensamiento y práctica sin teoría resultan inconcebibles. Tal vez el razonamiento sea defectuoso o la teoría incorrecta; la acción, sin embargo, presupone previo lucubrar y teorizar. Es más; pensar implica invariablemente idear una posible acción. Incluso quien razona en torno a una tgoría pura, hácelo por cuanto supone que la misma es correcta, es decir, que si la acción se ajustara a ella, provocaría los resultados t.a Acción Humana 278 previstos por ei pensamiento. Para la lógica carece de importancia el que tal acción sea, de m o m e n t o , factible o n o . Siempre es un individuo quien piensa. La sociedad no puede pensar, c o m o tampoco puede comer o beber. D e n t r o del marco social, ciertamente, es d o n d e el raciocinio h u m a n o ha progresado hasta llegar, partiendo del p e n s a m i e n t o simplista del h o m b r e primitivo, al sutil ideario de la ciencia m o d e r n a . P e r o el razonar, en sí, invariablemente es obra individual. Es posible la acción c o n j u n t a ; en cambio, el p e n s a m i e n t o conjunto resulta inconcebible. La tradición conserva y transmite las ideas, incitando a las generaciones posteriores a continuar la labor intelectual. Ello no obstante, el h o m b r e q u e desea aprehender el pensamiento de sus antepasados no tiene más remedio que repensar p e r s o n a l m e n t e el correspondiente raciocinio. Sólo entonces p u e d e el sujeto proseguir y ampliar aquel ideario recibido. La palabra constituye el vehículo principal de q u e se sirve la tradición. El pensamiento hállase ligado a la palabra, y viceversa. Los conceptos encarnan en los vocablos. El lenguaje constituye i n s t r u m e n t o tic la razón y medio de actuación social. La historia del pensamiento y de las ideas es un coloquio m a n t e n i d o de generación en generación. El p e n s a m i e n t o brota de idearios elaborados en épocas anteriores. Sin ese c o n c u r s o del ayer, todo progreso intelectual habría resultado imposible. La continuidad del quehacer h u m a n o , el sembrar para n u e s t r o s hijos, mientras cosechamos lo q u e nuestros mayores cultivaron, refléjase también en la historia de la ciencia y de las ideas. H e r e d a m o s de nuestros antepasados no sólo bienes y productos diversos, de los q u e derivamos riquezas materiales, sino también ideas y pensamientos, teorías y técnicas, a Jas que nuestra inteligencia debe su f e c u n d i d a d . P e r o el pensar es siempre actuación individual. 2. D O C T R I N A S G E N E R A L E S E IDEOLOGÍAS Las teorías q u e orientan la acción resultan, a m e n u d o , imperfectas e insatisfactorias. Incluso llegan a ser contradictorias, La trascendencia de las ideas 279 resultando difícil tarea el ordenarlas en sistemática amplia y coherente. Sin embargo, si, en la medida de lo posible, o r d e n a m o s los diversos c o n j u n t o s de teoremas y teorías q u e guían la conducta de las distintas gentes y grupos, f o r m a n d o un sistema, es decir, un cuerpo de omnicomprensivo conocimiento, podemos calificar al mismo de doctrina general. Una doctrina general, en cuanto teoría, ofrece una explicación de todos los fenómenos a quienes en ella creen; en c u a n t o n o r m a rectora de la acción, brinda una serie de fórmulas para remover la incomodidad en la mayor medida posihlc. Una doctrina general, por tanto, es, de un lado, raciona! explicación de c u a n t o existe y, de otro, una técnica, t o m a n d o a m b o s conceptos en su sentido más amplio. La religión, la metafísica y la filosofía aspiran a alumbrar doctrinas generales. I n t e r p r e t a n el universo, indicando a los mortales c ó m o deben proceder. El t é r m i n o ideología es un concepto más estrecho. Las ideologías surgen en el c a m p o de la acción h u m a n a y de la cooperación social, desentendiéndose de los problemas q u e pretenden resolver la metafísica, la religión, las ciencias naturales o las técnicas de éstas derivadas. Una ideología es el c o n j u n t o que f o r m a n todas las teorías p o r u n a persona o un grupo mantenidas acerca de la conducta individual y la relación social. Ni las doctrinas generales ni las ideologías limítnnse a e x a m i n a r objetiva y desapasionadamente las cosas tal como son en realid a d . Constituyen no sólo teorías científicas; predican además normas de conducta acerca de cómo conviene e s t r u c t u r a r el ente social; es decir, indican al h o m b r e cuáles son los fines últimos a q u e en su peregrinar por ta tierra debe aspirar. E) ascetismo enseña que, para superar las penas y alcanzar la paz, la alegría y la felicidad plena, no tienen más remedio los mortales q u e renunciar a los bienes terrenales, desprendiéndose de los m u n d a n o s afanes. Preciso es apartarse de los placeres materiales, soportar con m a n s e d u m b r e las contrariedades de este valle de lágrimas y d e v o t a m e n t e prepararse para la vida ttlrraterrena. Es, sin embargo, tan escaso el n ú m e r o de quienes, a lo largo de la historia, f i r m e y lealmente han seguido las doc- 280 t.a Acción Humana trinas ascéticas q u e sólo cabe, hoy, recordar un p u ñ a d o de nombres. Parece c o m o si esa total pasividad fuera contraria a la propia naturaleza h u m a n a . El e m p u j e vital prepondera en el h o m b r e . De ahí que el ascetismo, en la práctica, muy raramente se haya atenido a su teórica dureza. Hasta los más beatos ermitaños hicieron concesiones a la vida y a los placeres terrenos, en pugna con la rigidez de sus principios. Pero, en cuanto el asceta rinde pleitesía a cualquier interés material y agrega cuidados mundanales al prístino ideal p u r a m e n t e vegetativo, p o r más que i n t e n t e justificar su a p a r t a m i e n t o de la profesada creencia, viene a tender un puente sobre el abismo q u e le separa de quienes se ven atraídos por la vida sensual. En ese m o m e n t o hay algo común entre él y el resto de los mortales. El pensamiento h u m a n o puede ser, en torno a problemas q u e ni el razonamiento ni la experimentación son capaces de dilucidar, tan dispar que todo acuerdo e n t r e unas y otras creencias devenga imposible. En las aludidas esferas d o n d e ni la lógica ni la experiencia pueden coartar los ensueños mentales, el h o m b r e da rienda suelta a su individualismo y subjetividad. N a d a hay más personal que las ideas e imágenes sobre lo trascendente. F,1 lenguaje no puede expresar lo inefable; nunca cabe determinar si el oyente da a las palabras el mismo significado que el orador. En lo tocante al más allá, la transacción no es posible. Las guerras religiosas son las más terribles porq u e la reconciliación entre los litigantes resulta impensable. P o r el contrario, en los asuntos p u r a m e n t e terrenales, ejerce decisivo influjo la natural afinidad de todos los h o m b r e s y la identidad de sus necesidades biológicas en lo q u e a la conservación de la vida atañe, La mayor productividad de la cooperación h u m a n a , b a j o el signo de la división del trabajo, hace que, para todos, la sociedad constituya el i n s t r u m e n t o f u n d a mental en orden a la consecución de los fines propios de cada u n o , cualesquiera que éstos sean. El m a n t e n i m i e n t o de la cooperación social y su progresiva intensificación a todos interesa. De ahí q u e la doctrina general o la ideología q u e no predique la estricta e incondicional observancia de la vida ascética y anacorética haya forzosamente de proclamar q u e la sociedad La trascendencia de las ideas 281 constituye el i n s t r u m e n t o más idóneo para conseguir aquellos objetivos que en lo terrenal el h o m b r e persigue. Admitida tal premisa, a u t o m á t i c a m e n t e surge una base común de la q u e cabe partir para resolver los problemas secundarios y los detalles de la organización social. Por m u c h o que las distintas ideologías puedan resultar contradictorias e n t r e sí, siempre coincidirán en una cuestión, a saber, en la conveniencia de mantener la cooperación social. La anterior circunstancia pasa írecuen temen te inadvertida, por c u a n t o las gentes, al analizar filosofías e ideologías, se fijan más en lo que dichas doctrinas predican acerca de los problemas trascendentes e incognoscibles q u e en lo por ellas postulado con respecto a las actividades terrenales, Las distintas partes de un mismo sistema ideológico hállanse f r e c u e n t e m e n t e separadas por abismos insalvables. Para el h o m b r e , al actuar, sin embargo, lo único q u e importa es lo referente a c ó m o deba proceder d e n t r o del marco de la cooperación social; las doctrinas p u r a m e n t e especulativas, q u e no afecten a dicho tema, carecen para él de trascendencia. P o d e m o s dejar de lado la filosofía dura e inquebrantable del ascetismo, ya q u e por su propia rigidez resulta en la práctica inaplicable. T o d a s las demás ideologías, al admitir la procedencia de las preocupaciones terrenas, vense obligadas a reconocer, de una f o r m a u otra, q u e la división del t r a b a j o resulta de mayor fecundidad q u e la actuación aislada. Hállanse, consecuentemente, constreñidas a proclamar la conveniencia de la cooperación social. Ni la praxeología ni la economía política pueden abordar los aspectos trascendentes y metafísicos de ninguna doctrina. A la inversa, tampoco sirve de nada el recurrir a dogmas o credos metafísicos o religiosos para invalidar los teoremas y doctrinas q u e el razonamiento praxeológico formula acerca de la cooperación social. Cualquier filosofía, al reconocer la conveniencia de q u e existan lazos sociales entre los hombres, queda situada en un terreno, por lo q u e se refiere a los problemas atinentes a la actuación social, en el cual no cabe ya recurrir a convicciones personales o a profesiones de fe que no r-uedan ser sometidas a pleno y riguroso examen científico. 282 t.a Acción Humana Esta f u n d a m e n t a l realidad se olvida a menudo. Las gentes creen que las diferencias existentes entre las diversas doctrinas generales engendran disparidades de criterio imposibles de conciliar; suponen q u e los antagonismos básicos entre tales doctrinas vedan toda solución dialogada. Estamos ante diferencias — a s e g ú r a s e — q u e surgen de los más p r o f u n d o s entresijos del alma humana, q u e reflejan la personal comunión del h o m b r e con fuerzas sobrenaturales y eternas, Nunca, por tanto, puede haber cooperación entre gentes a quienes separan opuestas doctrinas generales. El error en que al así razonar se incide queda patentizado en cuanto examinamos los programas respectivos de esas irreconciliables facciones, sus proyectos pública y f o r m a l m e n t e proclamados y los q u e en la práctica plasman al llegar al p o d e r . Es indudable q u e todos los partidos políticos aspiran, en la actualidad, al bienestar y a la prosperidad material de sus asociados. Todos prometen mejorar la situación económica de los seguidores. Sobre este p u n t o no hay diferencia entre la iglesia católica y las confesiones protestantes; entre el cristianismo y las religiones no cristianas; entre los defensores de la libertad económica y los partidarios de las distintas sectas del materialismo marxista; entre nacionalistas e intemacionalistas; entre quienes se apoyan en el racismo y quienes prefieren la convivencia interracial. Cierlo es que muchos de estos grupos creen que sólo acabando con los demás podrán ellos m e d r a r , recom e n d a n d o en su consecuencia el previo aniquilamiento o esclavización del disidente. Ahora bien, esa violenta opresión del o p o n e n t e no constituye, para quienes la aconsejan, fin ú l t i m o , sino tan sólo medio, en su opinión idóneo, para alcanzar el objetivo deseado: la prosperidad de tos propios seguidores. Si dichos partidos advirtieran que tal política jamás p u e d e provocar los resultados apetecidos, indudablemente, modificarían sus teorías. Las ampulosas declaraciones q u e los hombres han formulado en torno a lo incognoscible e inasequible para la mente h u m a n a , en torno a cosmologías, doctrinas generales, religiones, misticismos, metafísicas y fantasías conceptuales, amplia- La trascendencia de las ideas 283 mente difieren entre sí. Tales ideologías muestran, en cambio, rara uniformidad en lo referente a los fines terrenales y a los medios mejores para alcanzar los correspondientes objetivos. Existen, desde luego, diferencias y antagonismos por lo q u e se refiere a los fines y los medios. Pero, en lo atinente a los fines, esas disparidades de criterio no son, desde luego, inconciliables ni impiden la cooperación ni el compromiso en la esfera de la acción social; y en lo tocante a medios y sistemas, tales diferencias son sólo de carácter técnico, por lo cual cabe someterlas a examen racional. Cuando, en el calor de la disputa, u n o de los b a n d o s dice «resulta imposible proseguir la discusión, pues han sido suscitadas cuestiones q u e afectan a nuestros principios básicos y, en tal materia, no cabe la transacción, es imperativo que cada u n o sea fiel a sus ideales, cueste lo que cueste», basta con mirar las cosas un poco más d e t e n i d a m e n t e para de inmediato advertir q u e las diferencias suscitadas no son tan serias como aquella grandilocuente dicción aparenta. En efecto, para los partidos q u e propugnan el bienestar material de los suyos y q u e , por consiguiente, convienen en la procedencia de la cooperación social, las disparidades que pueden suscitarse en t o r n o a la mejor organización social y la más conveniente actuación humana no atañen a principios ideológicos ni a doctrinas generales; se trata, por el contrario, de cuestiones simplemente tecnológicas. E s t a m o s ante problemas p u r a m e n t e técnicos, en los que el acuerdo no es difícil. Ningún partido, a sabiendas, prefiere la desintegración social, la anarquía y la vuelta a la barbarie primitiva antes q u e una solución armónica, aun c u a n d o ésta p u e d a implicar el sacrificio de ciertos detalles ideológicos. En los programas políticos, tales cuestiones técnicas tienen, indudablemente, gran importancia. El partido puede haberse c o m p r o m e t i d o a utilizar ciertos medios, a aplicar específicos métodos de acción, rechazando por inoportuna toda otra política. Al hablar de p a r t i d o entendemos aquella unidad que agrupa a cuantos creen en la conveniencia de emplear unos mismos sistemas de acción común, Lo q u e distingue a unos ciudadanos de los otros y plasma los partidos políticos es la elección de 284 t.a Acción Humana los medios. Para la supervivencia del p a r t i d o como tal, el problema de los medios consecuentemente es de suma trascendencia. £1 partido tiene sus días contados en cuanto q u e d e demostrada la esterilidad de los medios que el mismo preconiza. Los jefes, cuyo prestigio y porvenir político hállase íntimamente ligado al programa en cuestión, advierten los peligros de permitir una discusión amplia y sin trabas de sus sistemas, prefiriendo atribuir a éstos el carácter de fines últimos indiscutibles, por hallarse basados en inmodificable doctrina general. Pero, para las masas, en cuya representación pretenden aquéllos actuar, para los votantes, a quienes los mismos desean atraer y cuyos sufragios mendigan, el planteamiento es radicalmente distinto. Estas personas no pueden ver inconveniente alguno en q u e sea sometido a detallado análisis el programa de que se trate, pues, a fin de cuentas, tal programa no es más q u e un c o n j u n t o de asertos acerca de cuáles sean los medios más apropiados para alcanzar el fin que a todos interesa: el bienestar personal. Aparentes sólo, a no d u d a r , resultan, en lo tocante a los fines últimos, las disparidades entre esos partidos que aseguran tener idearios filosóficos propios y aspiran a objetivos finales distintos de aquellos q u e los demás grupos persiguen. Los antagonismos surgen al suscitarse cuestiones atinentes a los credos religiosos, al planteamiento de las relaciones internacionales, a la propiedad de los medios de producción, o al sistema político más o p o r t u n o . Pero fácil resulta demostrar q u e tales antagonismos atañen exclusivamente a los medios a emplear, nunca a los fines últimos. En efecto, comencemos por examinar lo referente al sistema de gobierno. H a y gentes partidarias de la democracia, otras de la monarquía hereditaria, no faltan quienes prefieren el gobierno de «los mejores», ni quienes recomiendan la dictadura cesarista Cierto es que, f r e c u e n t e m e n t e , estos programas buscan justificación amparándose en divinas instituciones, en eternas leyes universales, en el orden natural, en la inevitable evolución histórica y en otros conceptos de tipo trascendente. Talil ccsarismo encanta hoy en ¡as dictaduras bolchevique, fascista y nazi. La trascendencia de las ideas 285 les arbitrismos son de índole adjetiva y p u r a m e n t e formal. C u a n d o aquellos políticos se dirigen al electorado, recurren a otros argumentos. Afánanse por d e m o s t r a r q u e su sistema es el más eficaz para lograr los objetivos a q u e todos sus oyentes aspiran. Resaltan los efectos q u e su ideario p r o d u j o en épocas pasadas o en otros países; atacan a los programas ajenos por haber fracasado en la consecución de estos objetivos ambicionados. Recurren al razonamiento p u r o y a la experiencia histórica para evidenciar la superioridad de la propia sistemática y la futilidad de la de sus adversarios. P e r o siempre el a r g u m e n t o principal reza: el sistema político q u e d e f e n d e m o s os hará más prósperos y felices. En lo atinente a la organización económica de la sociedad, existen los liberales, q u e defienden la propiedad privada de los medios de producción; los socialistas, q u e abogan por la propiedad pública de los mismos; y los intervencionistas, partidarios de un tercer sistema, equidistante, en su opinión, tanto del socialismo como del capitalismo. Mucha palabrería malgastan todos ellos al invocar principios filosóficos, H a b l a n lo m i s m o unos q u e otros de la verdadera libertad, de la igualdad y de la justicia social, de los derechos del individuo, de la comunidad, de la solidaridad y de la hermandad entre todos los hombres. A h o r a bien, cada una de dichas facciones pretende evidenciar, mediante el raciocinio y la experiencia histórica, q u e sólo el sistema por cada una de ellas p r o p u g n a d o logrará hacer prósperos y felices a los mortales. Aseguran a las masas que la realización de su programa elevará el nivel general de vida en mayor grado q u e la ejecución de ios proyectos q u e los demás partidos a m p a r a n . Insisten en la procedencia e idoneidad de sus propios planes. T a n dispares sistemas no difieren en cuanto a los fines, sino sólo en lo atinente a los medios. T a n t o los unos como los otros aspiran al m á x i m o bienestar material posible para todos. Los nacionalistas aseguran que existen conflictos irreconciliables entre las diversas naciones, armonizando, por el contrario, los intereses rectamente entendidos de todos los ciudadanos d e n t r o del propio estado. Un país sólo puede prosperar 286 t.a Acción Humana a costa de los demás; y el particular únicamente progresa cuando su nación p r e d o m i n a . Los liberales no opinan lo mismo. Aseguran que los intereses de los diversos estados armonizan e n t r e sí, al igual q u e acontece con los de los distintos grupos, estamentos y clases de cada nación. Creen q u e Ja pacífica cooperación internacional constituye medio más idóneo que el conflicto armado para alcanzar aquella meta a la cual todos aspiran: la riqueza y bienestar naciotil, No propugnan la paz y la libertad comercial p o r q u e deseen traicionar a su país y favorecer al extranjero, como los nacionalistas suponen. Muy al contrario, precisamente p o r q u e quieren enriquecer a la patria, aconsejan recurrir a la paz y a] libre cambio. Lo q u e separa a los librecambistas de los nacionalistas no es, pues, el o b j e t o perseguido, sino los medios propuestos para alcanzarlo. Las discrepancias religiosas no pueden solucionarse recurriendo al razonamiento. Los conflictos religiosos, por esencia, son implacables e insolubles. Ahora bien, en cuanto la secta religiosa de q u e se trate aborda el c a m p o de la acción política y pretende estructurar la organización social, ha de ocuparse de intereses mundanales, pese ¿t que ello exige a veces adulterar los correspondientes dogmas y artículos de fe. Al e x p o n e r sus principios esotéricos, religión alguna se aventuró jamás a decir f r a n c a m e n t e a sus feligreses: la implantación de nuestros idearios os empobrecerá, rebajando v u e s t r o nivel de vida. Q u i e n e s de verdad querían abrazar una vida de austeridad y pobreza se refugiaron en retiros monásticos, rehuyendo la escena política. P e r o aquellas sectas q u e aspiran al proselitismo y desean influir en la conducta política y social de sus fieles no condenan lo q u e en el m u n d o resulta atraciivo. C u a n d o dichas comunidades se e n f r e n t a n con los problemas materiales q u e la peregrinación terrena suscita, en poco difieren de ios demás partidos políticos. Insisten más en las ventajas tangibles q u e los creyentes tienen reservadas q u e en las bienaventuranzas del más allá. Sólo una doctrina general cuyos seguidores renunciaran a toda actividad terrenal podría pasar por alto el q u e la cooperación social es el gran medio para la consecución de todos los fines humanos. Por cuanto el h o m b r e es un animal social, q u e La trascendencia de las ideas 287 sólo d e n t r o de la sociedad prospera, las ideologías todas vense constreñidas a reconocer la trascendencia de la cooperación h u m a n a . De ahí que los partidos invariablemente quieran hallar la organización social más perfecta y q u e mejor sirva al deseo del h o m b r e de alcanzar el máximo bienestar material posible. T o d o s esos diversos modos de pensar vienen así a coincidir en un t e r r e n o c o m ú n . No son, pues, doctrinas generales ni cuestiones trascendentes inabordables por el análisis racional lo que a tales grupos separa; la disparidad de criterio, c o m o tantas veces se ha dicho, surge en torno a la oportunidad de los medios y ¡os sistemas. Esas discrepancias ideológicas pueden ser analizadas y d e b i d a m e n t e p o n d e r a d a s a la luz de los descubrimientos científicos de la praxcologia y de la economía. KA L U C H A C O N T R A EL ERROR E! e x a m e n crítico de los sistemas filosóficos formulados p o r los grandes pensadores de la humanidad lia revelado, a menudo, lallos y gricias en la impresionante estructura de estos, al parecer, consecuentes y coherentes cuerpos de comprehensivo conocimiento. Incluso el genio, al esbozar doctrinas generales, falla a veces, no pudiendo evitar contradicciones y paralogismos. l.as ideologías comúnmente aceptadas por la opinión pública adolecen, aún en mayor grado, de esas imperfecciones de la mente humana. Tales idearios no son, en general, más que ecléctica yuxtaposición de pensamientos totalmente incompatibles entre sí. No resisten el más somero análisis. Su inconsistencia resulta insalvable, hallándose de antemano condenado al fracaso todo intento de combinar las diversas partes que los forman para ordenar coherente sistema lógico. No faltan autores que pretenden justificar las íntimas contradicciones de las ideologías en boga, resaltando la utilidad de las fórmulas trans acción a les, por deficientes que, desde un punto de vista lógico, pudieran parecer, al permitir el pacífico desenvolvimiento de las relaciones humanas, apoyándose en la extendida pero errónea creencia según la cual ni la vida ni la realidad serían 288 t.a Acción Humana en sí «lógicas». Un sistema lógicamente contradictorio, afirman, puede demostrar su procedencia y utilidad al acreditar que fun ciona de modo satisfactorio, en tanto que un sistema lógicamente perfecto podría provocar resultados desastrosos. No hace falta refutar, una vez más, tan patentes errores. El pensamiento lógico y la vida real en modo alguno constituyen órbitas separadas. La lógica es el único medio del que el hombre dispone para resolver los problemas que la realidad le plantea. Lo que es contradictorio en teoría no lo es menos en la práctica. Ninguna ideología inconsecuente puede proporcionar solución satisfactoria, o sea. operante, a las cuestiones que la vida plantea. Los razonamientos contradictorios sólo sirven para enmascarar los auténticos problemas, impidiendo que la gente pueda adoptar, a tiempo, apropiadas con ductas que permitan resolverlos. Cabe, a veces, retrasar la aparición del insoslayable conflicto, pero, al disimular y encubrir tos males, agrávanse los mismos, haciendo más difícil su solución final. Multiplícase el malestar, intensifícanse los odios e imposibi lítanse las soluciones pacíficas. Constituye grave error el considerar inofensivas e incluso beneficiosas las contradicciones ideológicas. El objeto principal de la praxeología y de la economía estriba en reemplazar por pensamientos correctos y consecuentes las contradictorias creencias del eclecticismo popular. Sólo recurriendo a los medios que la razón brinda, cabe impedir la desintegración social y garantizar et constante mejoramiento de las condiciones de vida. El hombre debe examinar con el máximo rigor cuantos problemas se le suscitan hasta alcanzar finalmente aquellas impasables fronteras que la mente humana, en cada caso, no pueda yt salvar. No debemos jamás conformarnos con las soluciones sugeridas por pasadas generaciones, ni ceder en la lucha por la más perfecta cognición que permita eliminar el error en el mayor grado posible. Hay que divulgar la verdad, desenmascarando sin descanso las doctrinas falaces. Los problemas en cuestión son de orden puramente intelectual y como tales deben ser abordados. Es inadmisible pretender escamotearlos, transfiriéndolos al terreno de ta moral o limitándose a vilipendiar, como seres indeseables, a los defensores de ideologías contrarias a la propia. De nada sirve insistir, una y otra vez, en la bondad de cuanto personalmente defendemos y en la La trascendencia de las ideas 289 nocividad de cuanto propugnan nuestros opositores. El problema consiste precisamente en eso, en determinar qué cosas deben estimarse buenas y cuáles nocivas. El rígido dogmatismo, característico de las sectas religiosas y del marxismo, provoca conflictos insolubles. Tal dogmatismo condena de antemano al disidente, tachándole de malhechor; niega la buena fe del contrincante, exigiendo de él sumisión incondicional. Allí donde tal actitud prevalezca resulta imposible la cooperación social. No es, ciertamente, más constructiva Li tendencia, actualmente tan en boga, de motejar de pobre orate a quienquiera defienda una teoría distinta a la propia. Los psiquiatras son incapaces de precisar la frontera entre la locura y la cordura. Sería ridículo para el profano pretender intervenir en tan trascendente cuestión médica. Además, si el mero hecho de sustentar puntos de vista equivocados y el proceder en consecuencia ha de estimarse signo de incapacidad mental, difícil en verdad resulta hallar individuo alguno al que pueda considerársele cuerdo y normal. A ese tenor habría que considerar locas a las generaciones pasadas porque sus ideas acerca de las ciencias naturales, y consiguientemente sus técnicas, diferían de las nuestras. Por la misma razón tendrían que considerarnos a nosotros dementes las generaciones venideras. El hombre es víctima, frecuentemente, del error. Si el equivocarse constituyera el rasgo distintivo de la incapacidad mental, entonces todos debiéramos considerarnos lunáticos. El que un hombre no coincida con la opinión mayoritaria de sus contemporáneos tampoco autoriza a calificarlo de insano. ¿Enajenados acaso eran Copérnico, Galilco o Lavoisier? Es propio del curso normal de la historia el que sean concebidas nuevas ideas, disconformes con las a la sazón prevaientes. Algunas de estas ideas serán luego incorporadas al conjunto de conocimientos aceptados como verdaderos por la opinión pública. ¿Es admisible considerar «cuerdos» solamente a aquellos hombres-masa que nunca tuvieron una idea propia, negando dicha consideración a todo innovador? La actitud adoptada por algunos psiquiatras contemporáneos es, en verdad, imperdonable. Ignoran por completo las doctrinas praxeológicas y económicas. Sus conocimientos acerca de las modernas ideologías son sólo superficiales e incontrastados. Pero 19 t.a Acción 290 Humana ello, sin embargo, no les impide calificar, con U mayor despreocupación, de paranoicos a los defensores de esas nuevas ideologías. Hay personas a las que se califica comúnmente de arbitristas monetarios; ofrecen fórmulas para hacer felices a todos mediante manipulaciones dineradas; se trata, desde luego, de puras fantasías. Pero la verdad es que tales fórmulas vienen a ser consecuente aplicación de las ideologías monetarias que la opinión pública contemporánea suscribe y que aceptan en sus programas prácticamente todos los gobiernos. Las objeciones opuestas por los economistas a esos errores ideológicos ni las administraciones públicas ni los partidos políticos ni los grandes rotativos las toman en cuenta. Los profanos en materia económica consideran la expansión del crédito y el aumento de la cantidad de dinero circulante medios eficaces para reducir, de modo permanente, el tipo de interés por debajo del nivel que alcanzaría en un no interferido mercado crediticio y de capitales. La idea es totalmente errónea 1. Y, sin embargo, tal suposición informa la política monetaria y crediticia de casi todos los gobiernos contemporáneos. Ahora bien, una vez dada por buena tan perniciosa ideología, nada cabe objetar a los planes que Pierre Joseph Proudhon, Ernest Solvay, Clifford Hugh Douglas y huestes de otros falsos reformadores han venido proponiendo. Tales arbitristas simplemente son más consecuentes con las aludidas premisas que el resto de sus contemporáneos. Aspiran a reducir el tipo de interés a cero y a suprimir así, de una vez para siempre, la «escasez de capital». Quien pretenda refutar tales supuestos, forzosamente, habrá primero de demostrar la inconsecuencia de las teorías en que se basa toda la política monetaria y crediticia de los grandes estados modernos. Los psiquiatras tal vez objeten que lo que caracteriza al loco es, precisamente, la carencia de moderación, el ir siempre a los extremos. Mientras el individuo normal es suficientemente juicioso como para refrenarse, el vesánico no se detiene ante ningún límite. El argumento, sin embargo, de nada vale a los efectos examinados. Los conceptos esgrimidos en favor de la tesis según la cual el tipo de interés, mediante la expansión crediticia, puede ser 1 Vid. cap. XX. La trascendencia de las ideas 291 reducido del cinco o el cuatro por ciento al tres o al dos por ciento, igualmente militan en favor de su reducción a cero. Los arbitristas monetarios tienen ciertamente razón cuando sus teorías se enjuician a la luz de las falacias monetarias hoy en día más extendidas. Hay psiquiatras que aseguran que eran dementes aquellos alemanes que se adhirieron al nazismo y quisieran curarles mediante procedimientos terapéuticos. De nuevo nos hallamos ante el mismo problema. Las doctrinas del nazismo son erróneas, pero en lo esencial coinciden con las ideologías socialistas y nacionalistas que la opinión pública de los demás pueblos suscribe. Lo que caracterizó a los nazis fue el aplicar, de modo consecuente, tales principios a las condiciones particulares de Alemania. Como sucede en todas las demás naciones modernas, los nazis preferían la regulación estatal de la vida mercantil y la autosuficiencia económica, es decir, la autarquía nacional. Lo típico de su política consistió en no querer consentir los perjuicios que había de acarrearIes la adopción del mismo sistema por otras naciones. No estaban dispuestos —decían— a quedar «encarcelados» para siempre en un territorio relativamente superpoblado cuyas condiciones naturales daban lugar ¡t que allí la productividad del trabajo resultara inferior a la que en otros países se lograba. Creyeron que sus grandes cifras de población, una favorable situación estratégica y la proverbial fuerza y valor de sus instituciones armadas les deparaban buena ocasión para remediar medíante la agresión aquellos males que deploraban. Ahora bien, quienquiera que acepte como verdadera la ideología del nacionalismo y del socialismo reputándola adecuada para su propia nación, nada podrá oponer a las conclusiones que de esos mismos idearios derivaron los nazis. El único camino que, para refutar el nazismo, Ies queda a las naciones extranjeras admiradoras de aquellos dos principios es el de recurrir a la guerra para, por medios bélicos, aplastar a cualquier Hítler y sus seguidores. Mientras las ideologías del socialismo y del nacionalismo dominen la opinión pública mundial, los alemanes u otros pueblos, en cuanto se les presente la ocasión, intentarán de nuevo recurrir a la agresión y a la conquista. La mentalidad agresiva sólo quedará desarraigada cuando sean públicamente refutados los errores ideo- t.a Acción Humana 292 lógicos que la engendran. No es ésta tarea de psiquiatras, sino de e c o n o m i s t a s * El hombre sólo dispone de un instrumento para combatir el error: la razón, 3. E L PODER La sociedad es producto de la acción h u m a n a . La acción h u m a n a se guía por ideologías. La sociedad, por tanto, a! igual que cualquier institución social, es f r u t o de específicas ideologías; y las ideologías, contrariamente a lo q u e el m a r x i s m o supone, no son las distintas situaciones sociales las q u e las engendran, sino al revés. Cierto es q u e los pensamientos y las ideas h u m a n a s no son obra de individuos aislados. Los idearios sólo trascienden merced a la cooperación de quienes piensan. La labor mental no podría progresar si el interesado tuviera q u e iniciar todo razonamiento desde el origen. El p e n s a m i e n t o h u m a n o avanza por c u a n t o cada pensador se ve apoyado en sus esfuerzos por la labor q u e realizaron anteriores generaciones, las cuales f o r j a r o n los i n s t r u m e n t o s del pensar, es decir, los conceptos y las terminologías, y plantearon los problemas, T o d o orden social f u e p e n s a d o y proyectado antes de ser puesto en práctica. E s t a precedencia temporal y lógica del factor ideológico no supone afirmar q u e los hombres f o r m u l e n , de a n t e m a n o , completos sistemas sociales como hacen los a u t o r e s de utopías. Lo q u e se piensa y d e b e pensarse antes no es el acoplamiento de las acciones individuales en un o r d e n a d o sistema social, sino las acciones de los individuos con respecto a sus semejantes y la de los diversos grupos ya f o r m a d o s con respecto a los demás. A n t e s de q u e un h o m b r e ayude a o t r o a cortar un árbol, dicha operación ha de ser pensada. A n t e s de q u e tenga lugar un acto de t r u e q u e , ha de concebirse la idea de la recíproca ventaja derivada del intercambio de bienes y servicios. No es preciso q u e los interesados adviertan q u e ese 1 Vid. MISRS, Ommpotm Government, pítgs. 221-228, 129-131, 135-150. New Haven, 1944. La trascendencia de las ideas 293 mutualismo está e s t r u c t u r a n d o lazos c o m u n e s y e n g e n d r a n d o un sistema social. El individuo ni planea ni actúa p e n s a n d o en la creación de una sociedad. P e r o su conducta y la correspondiente conducta de los d e m á s e n g e n d r a n los cuerpos sociales. Toda institución social es f r u t o de ideologías anteriormente pensadas. D e n t r o de una cierta organización social, nuevas ideologías pueden surgir, sobreponerse a las a n t e r i o r m e n t e mantenidas, t r a n s f o r m a n d o así el sistema. La sociedad es siempre f r u t o de ideologías anteriores p r e v i a m e n t e e s t r u c t u r a d a s , tanto en sentido temporal c o m o lógico. Las ideas invariablemente dirigen la acción, que luego plasma lo q u e el anterior pensar proyectara. Si subjetivizamos o personificamos el concepto de ideología, cabe decir q u e ejercen poder sobre los hombres. P o d e r es facultad o capacidad de o r i e n t a r la acción. El p o d e r , por lo general, sólo se atribuye a un h o m b r e o a un g r u p o de h o m b r e s . En este sentido, poder equivale a capacidad para o r d e n a r la actuación ajena. Q u i e n d i s f r u t a de p o d e r d e b e su fuerza a una ideología. U n i c a m e n t e las ideologías pueden conferir a un individuo poder para influir en la conducta y decisiones de terceros. El hombre, para erigirse en jefe, ha de apoyarse en una ideología q u e obligue a los demás a serle dóciles y sumisos. El poder, por tanto, no es cosa material y tangible, sino f e n ó m e n o moral y espiritual. El poder de la realeza se basaba en la aceptación de la ideología monárquica por parte de los súbditos. Q u i e n se sirve de su p o d e r para manejar el estado, es decir, el aparato social de coerción y compulsión, gobierna. G o b e r n a r es ejercer poder sobre el c u e r p o político. El g o b i e r n o se basa siempre en el poder, en la capacidad de ordenar ajenas actuaciones. Cabe, ciertamente, gobernar m e d i a n t e la opresión violenta del pueblo disconforme. Lo típico del estado V del gobierno es, desde luego, gozar de a t r i b u t o s bastantes para aplicar coacción violenta o amenazar con la misma a quienes no quieran de b u e n grado someterse. Pero incluso esa violenta opresión t a m b i é n se f u n d a en algo de orden ideológico. Q u i e n p r e t e n d a servirse de la violencia habrá de estar respaldado por la voluntaria 294 La Acción Humana cooperación de algunos. Un individuo q u e sólo contara consigo m i s m o nunca podría gobernar m e d i a n t e la fuerza física \ Precisa el tirano del apoyo ideológico de d e t e r m i n a d o g r u p o para someter a los restantes; ha de disponer de un círculo de partidarios q u e v o l u n t a r i a m e n t e le obedezcan. Esa espontánea sumisión le proporciona el arma necesaria para someter a los demás. La duración de su imperio d e p e n d e de la relación numérica de los dos g r u p o s , el q u e le apoya voluntariamente y el q u e es sometido por la fuerza. A u n q u e el déspota logre gobern a r t e m p o r a l m e n t e gracias a una minoría, si ésta hállase armada y la mayoría no, a la larga la minoría no puede m a n t e n e r sometida a la mayoría. Los o p r i m i d o s alzaránse en rebelión, rechazando el yugo. Un sistema d u r a d e r o de gobierno ha de basarse siempre en u n a ideología q u e la mayoría acepte. Son esencialmente de orden ideológico, m o r a l y espiritual aquellos factores «reales» y aquellas «fuerzas efectivas» en q u e se apoya el gobierno y que éste, en definitiva, utiliza para someter, por la violencia, a la minoría disidente. Los gobernantes q u e olvidaron tan básico principio político y, confiando en la supuesta invencibilidad de sus fuerzas, menospreciaron el espíritu y las ideas f u e r o n , finalmente, derrocados por el e m p u j e de sus adversarios. Constituye error en el q u e incurren muchas o b r a s de política y de historia el concebir el p o d e r c o m o u n a «realidad» ajena a las ideologías. El t é r m i n o Realpolitik sólo tiene sentido c u a n d o se emplea para calificar la política q u e se atiene a las ideologías c o m ú n m e n t e aceptadas, en contraste con aquellas otras q u e p r e t e n d e n basarse en ideologías escasamente compartidas, las cuales, por tanto, no sirven para f u n d a m e n t a r un sistema d u r a d e r o de gobierno. La mentalidad de quien concibe el poder c o m o una fuerza física y «real» q u e p e r m i t e i m p o n e r s e v considera la acción violenta como el v e r d a d e r o f u n d a m e n t o del gobernar es similar a la de los m a n d o s subalternos colocados al f r e n t e de las secciones del ejército o de la policía. A tales s u b o r d i n a d o s no se 4 Un gángster podrá dominar a un individuo desarmado o más d¿bil, pero ello nada tiene que ver con la vida en sociedad. Constituye acontecimiento antisocial aislado. La trascendencia de las ideas 295 les encomiendan más q u e concretas tareas d e n t r o del marco de la ideología i m p e r a n t e . Los jefes ponen a sus ó r d e n e s tropas q u e no sólo están equipadas, armadas y organizadas para el combate, sino q u e hállanse además imbuidas de un espíritu q u e las impulsa a obedecer las órdenes recibidas. L o s aludidos subalternos consideran esa disposición moral de la tropa c o m o algo natural, por c u a n t o a ellos m i s m o s les anima idéntico espíritu y no p u e d e n ni imaginar una ideología diferente. El poder de una ideología estriba precisamente en eso, en inducir a las gentes a someterse a sus dictados sin vacilaciones ni escrúpulos. El p l a n t e a m i e n t o , sin embargo, es totalmente d i s t i n t o para el jefe del g o b i e r n o . Ha de cuidarse de m a n t e n e r la moral de las f u e r z a s armadas y la lealtad del resto de la población, pues tales factores morales constituyen los únicos elementos «reales» con que en definitiva cuenta para mantenerse. E s f u m a r í a s e su poder tan p r o n t o c o m o desapareciera la ideología q u e lo sustenta. U n a minoría cabe, a veces, conquiste el p o d e r m e d i a n t e superior capacidad militar, instaurando así un gobierno antimayoritario. P e r o s e m e j a n t e situación sólo p u e d e ser transitoria. Si los victoriosos c o n q u i s t a d o r e s no aciertan p r o n t o a sustituir el m a n d o q u e a m p a r ó la violencia por un gobierno q u e se apoye en el asenso ideológico de los gobernados, habrán de sucumbir en ulteriores pugnas. T r i u n f a r o n , invariablemente, cuantas minorías lograron i m p o n e r d u r a d e r o sistema de gobierno legitimando su supremacía, o bien ateniéndose a las ideologías de los vencidos, o bien t r a n s f o r m a n d o éstas. D o n d e ni una ni otra mutación ideológica t u v o lugar, la mayoría oprimida acabó avasallando a la minoría d o m i n a n t e , recurriendo a la lucha abierta o apoyándose en la callada p e r o inexorable presión de las fuerzas ideológicas s . La m a y o r parte de las grandes conquistas históricas perduraron por c u a n t o los invasores aliáronse con aquellas clases de la nación d e r r o t a d a q u e estaban respaldadas por la ideología d o m i n a n t e , alcanzando así la consideración de g o b e r n a n t e s Ie* Vid. págs- 946-948. 296 t.a Acción Humana g ü i m o s . T a l f u e el sistema seguido p o r los tártaros en Rusia, por los turcos en los principados del D a n u b i o y en la mayor parte de H u n g r í a y Transilvania y por británicos y holandeses en las I n d i a s Orientales. Un p u ñ a d o de ingleses podía gobernar a varios cientos de millones de hindúes, en razón a q u e los príncipes y los grandes terratenientes indígenas vieron en el d o m i n i o imperial un medio de preservar sus privileegios, por lo cual prestaron a la corona victoriana el apoyo q u e la ideología generalmente aceptada en la India a ellos mismos íes ofrecía. El i m p e r i o británico pervivió allí mientras la opinión pública p r e s t ó aquiescencia al orden social tradicional. La Pax Britannica salvaguardaba los privilegios de príncipes y terratenientes y protegía a las masas de las penalidades q u e las guerras e n t r e los principados y las internas pugnas sucesorias hubiérales impuesto. En la actualidad, ideas subversivas, provenientes del exterior, han acabado con el p r e d o m i n i o británico, amenazando el m a n t e n i m i e n t o en el país de su ancestral orden social. H a y minorías t r i u n f a n t e s que, a veces, deben el éxito a su superioridad técnica. P e r o ello no altera el problema. No es posible, a la larga, impedir q u e los miembros de la mayoría d i s f r u t e n también de las mejores armas. Lo q u e a m p a r ó a los ingleses en la India no f u e el a r m a m e n t o de sus tropas, sino puros factores ideológicos t , La opinión pública de un país p u e d e hallarse ideológicam e n t e tan dividida q u e ningún g r u p o resulte ser suficientemente amplio para asegurar un g o b i e r n o d u r a d e r o . En tal caso, surge la a n a r q u í a ; las revoluciones y las luchas civiles devienen permanentes. 4 Alúdese ahora al man le ni miento del gobierno de las minorías eu topeas en países no europeos. Sobre las posibilidades de una agresión asiática a Occidente, vid. págs. 973-976. La trascendencia de las ideas 297 EL TRADICIONALISMO COMO IDEOLOGIA El tradicionalismo es aquel pensamiento que considera opor tuno y conveniente el mantenerse fiel a las valoraciones, costumbres y procedimientos que, efectiva o supuestamente, los antepasados adoptaran. No es preciso que dichos antepasados, en sentido biológico, lo sean o puedan así estimarse; a veces, merecen tal consideración los anteriores habitantes del país, los previos seguidores de un mismo credo religioso o, incluso, quienes de siempre ejercieran cierta función Las distintas variedades de tradicionalis- mo determinan, en cada caso, quiénes merezcan la consideración de antepasados, asi como el contenido del cuerpo de enseñanzas legado. La ideología en cuestión destaca a ciertos antecesores, mientras que a otros los relega al olvido; incluso califica de antepasados, en ciertas ocasiones, a gentes sin relación alguna con sus supuestos descendientes. Y más de una vez estima «tradicional» una doctrina de origen reciente, disconforme con las ideologías efectivamente mantenidas por los originarios. Para justificar las ideas tradicionales aléganse los excelentes resultados que anteriormente dieran. El que el aserto sea exacto constituye cuestión aparte. Posterior investigación ha demostrado, a veces, ¡os errores que encerraban las afirmaciones tradicíonalistas. Tal circunstancia no fue, sin embargo, generalmente bastante para echar por tierra la correspondiente doctrina, Pues el tradicionalismo no se fundamenta en hechos históricos reales, sino en la opinión acerca de ellos mantenida —aunque sea errónea-— y en la voluntad de creer en cosas a las que se atribuye antigüedad. 4. EL « M E J O R I S M O » y LA IDEA DF, PROGRESO Las ideas de avance y retroceso sólo cobran sentido en el marco de un sistema teleológico de pensar. En tal s u p u e s t o tiene sentida decir q u e se progresa al aproximarse a la meta deseada, considerando retroceso al m o v i m i e n t o contrario. Tales conceptos, si no hacen referencia a una acción determinada y a un objetivo d e f i n i d o , resultan vacuos y desprovistos de sentido. 298 t.a Acción Humana U n o de los defectos de la filosofía decimonónica consistió en su errónea interpretación del s e n t i d o del cambio cósmico y en haber injertado en la teoría de la evolución biológica la idea de progreso. C o n t e m p l a n d o situaciones pasadas, cabe emplear acertadamente los conceptos de desarrollo y evolución, de modo objetivo, si por evolución e n t e n d e m o s el proceso seguido por las situaciones pretéritas hasta llegar a las presentes. Ahora bien, preciso es guardarse del e r r o r de c o n f u n d i r el cambio con el mejoramiento y la evolución con la marcha hacia más elevadas formas de vida. T a m p o c o resulta permisible sustituir el a n t r o p o c e n t r i s m o religioso y el característico de las antiguas doctrinas metafísicas por un a n t r o p o c e n t r i s m o pseudofilosófico. P e r o la praxeología no tiene por q u é analizar de m o d o crítico tales filosofías. Su c o m e t i d o consiste en refutar los errores q u e las vigentes ideologías plantean. La filosofía social del siglo X V I I I suponía q u e la h u m a n i d a d había, al fin, alcanzado la edad de la razón. Mientras anteriormente p r e d o m i n a b a n los errores teológicos y metafísicos, en adelante prevalecería la razón. Los pueblos irían librándose, cada vez en mayor grado, de las cadcnas de la superstición y la tradición, fijando su atención en el continuo m e j o r a m i e n t o de las instituciones sociales. Cada nueva generación aportaría lo suyo a la gran tarea. La sociedad, con el tiempo, hallaríase integrada, cada vez en mayor proporción, por h o m b r e s libres deseosos de proporcionar la máxima felicidad al mayor n ú m e r o posible. Algún retroceso temporal era, desde luego, pensable, Pero, finalmente, habría de t r i u n f a r la buena causa respaldada por la razón. Considerábanse las gentes dichosas por haber nacido en el Siglo de ¡a Ilustración que, mediante et descubrimiento de las leyes q u e rigen la conducta racional, abría posibilidades insospechadas a un constante progreso h u m a n o . Sólo sentían el haber de morir antes de q u e en la práctica plasmaran todos los beneficiosos efectos de la nueva filosofía. «Desearía — d i j o Bentham a Pbilarete C h a s l e s — se me otorgara el privilegio de vivir los años q u e me restan, al final de cada u n o de los La trascendencia de las ideas 299 siglos subsiguientes a mi m u e r t e ; así podría ver los efectos provocados p o r mis escritos» 1 . T o d a s estas esperanzas se f u n d a b a n en la f i r m e convicción, característica de la época, de que las masas son n o r m a l m e n t e buenas y razonables. Los estamentos superiores, los privilegiados aristócratas, q u e todo lo tenían, eran en cambio de condición perversa. El b o m b r e c o m ú n , especialmente el campesino y el o b r e r o , era ensalzado románticamente, considerándosele como un ser de noble carácter, incapaz de incidir en el e r r o r . Los filósofos, p o r tanto, confiaban en q u e la democracia, el gobierno por el pueblo, implicaría social perfección. Tales pensamientos suponían incidir en fatal error. En él cayeron h u m a n i t a r i o s pensadores, filósofos y liberales. La masa no es infalible; yerra, al contrario, con frecuencia. No es cierto q u e los más tengan siempre razón, ni que invariablemente conozcan los medios idóneos para alcanzar los fines deseados. «La fe en el h o m b r e c o m ú n » no tiene mejor f u n d a m e n t o q u e la antigua creencia en «los sobrenaturales d o n e s » de reyes, eclesiásticos y nobles. La democracia garantiza un gobierno acorde con los deseos e ideas de la mayoría; lo que, en cambio, no p u e d e impedir es q u e la p r o p i a mayoría sea víctima del e r r o r y q u e , consecuentemente, acuda a equivocadas sistemáticas, las cuales no sólo resultarán inapropiadas para alcanzar los fines deseados, sino que, además, habrán de provocar desastres por nadie deseados ni previstos. Las mayorías p u e d e n , desde luego, fácilmente equivocarse y destruir la civilización. No basta, para garantizar el t r i u n f o de un c i e r t o ideario, el q u e el mismo sea de condición o p o r t u n a y conveniente. Sólo si los h o m b r e s , finalmente, adoptan normas de conducta razonables e idóneas para la consecución de los fines por ellos mismos ambicionados, podrá nuestra civilización progresar; y únicamente entonces q u e d a r á n atendidos por la sociedad y el estado los deseos de los h o m b r e s , en la medida de lo posible, bien e n t e n d i d o q u e éstos jamás podrán llegar a ser e n t e r a m e n t e felices en sentido metafísico, El f u t u r o , siempre incierto para los mortales, revelará si esas condiciones acabarán por darse. ' PWLARETE CHASLES, Éludes sur les bommes et les moeurs dti XlXe siecle, página 89, París, 1849. 300 t.a Acción Humana Al sistema praxeológico repugna todo tipo de « m e j o r i s m o » o de inconsecuente optimismo. El h o m b r e es libre en el sentido de que, cada día, ha de optar y preferir entre acogerse a aquellas normas de conducta q u e llevan al éxito o a aquellas otras que abocan al desastre, a la descomposición social y a la barbarie. El vocablo progreso carece de sentido aplicado a eventos cósmicos o a teorías generales, pues desconocemos cuáles sean los planes de aquel prístino impulso que todo lo mueve. P e r o no cabe predicar lo mismo del repetido vocablo cuando se emplea en el marco de una doctrina ideológica. La inmensa mayoría de la humanidad quisiera disponer de más a b u n d a n t e s y mejores alimentos, vestidos, habitaciones y mil otros bienes materiales. No es p o r q u e los economistas sean unos burdos materialistas por lo que consideran q u e la elevación del nivel de vida de las masas s u p o n e progreso y mejoría social. Al hablar así limítanse a proclamar q u e las gentes sienten ardientes deseos de ver mejoradas sus condiciones de vida, Por ello juzgan y p o n d e r a n las distintas fórmulas sociales posibles, según la idoneidad de las mismas para conseguir aquellos objetivos q u e los hombres ambicionan. Q u i e n considere cosa baladí el descenso de la mortalidad infantil, la progresiva supresión del h a m b r e y de las enfermedades, que arroje la primera piedra contra ese tan cacareado materialismo de los economistas. El único criterio para enjuiciar la acción humana estriba en p o n d e r a r si la misma resulta o no o p o r t u n a para alcanzar esos fines q u e los h o m b r e s desean conseguir, actuando en consecuencia. C A P I T U L O X El intercambio en la Sociedad 1. CAMIIIO I N T R A P E R S O N A L V CAMBIO INTE R P E R SONA L La acción consiste fundamentalmente en sustituir una situación por otra. Cuando la acción se practica sin contar con la cooperación de terceros, podemos calificarla de camhio «autístico» (intrapersonal). Un ejemplo: el cazador aislado, que mata un animal para su propio consumo, cambia su ocio y cartucho por alimentos. En la sociedad, la cooperación sustituye el cambio intrapersonal por el cambio interpersonal o social. El hombre da a otros para, a su vez, recibir de ellos. Surge la mutualidad. El sujeto sirve a los demás con miras a ser, en cambio, servido por terceros. La relación de intercambio es la relación social por excelencia. El cambio interpersonal de bienes y de servicios crea el lazo que une a los hombres en sociedad. La ley social reza: do ut des. C u a n d o no hay intencional reciprocidad, cuando el hombre, al actuar, no pretende beneficiarse con otra correspondiente actuación ajena, no existe cambio interpersonal, sino cambio intrapersonal. Indiferente resulta, por lo que a tal calificación atañe, el que la correspondiente acción intrapersonal resulte beneficiosa o perjudicial a los demás o que para nada a éstos afecte. El genio puede realizar su tarea para sí mismo y no para la masa; sin embargo, es un bienhechor prominente de la humanidad. El ladrón mata a la víctima buscando provecho propio; el asesinado no es un partícipe en el crimen, sino 302 t.a Acción Humana m e r o o b j e t o ; el homicidio, evidentemente, se ha p e r p e t r a d o contra su v o l u n t a d . La agresión hostil constituía la práctica habitual e n t r e los antepasados del h o m b r e . La cooperación consciente y deliberada f u e f r u t o e n g e n d r a d o p o r dilatado proceso. La etnología y la historia nos proporcionan interesante información acerca de la aparición del cambio interpersonal y de sus originarias manifestaciones. H a y quienes s u p o n e n surgiría de la antiquísima c o s t u m b r e de m u t u a m e n t e darse y devolverse regalos, conviniendo, incluso, por adelantado, la entrega de posterior obsequio O t r o s consideran el t r u e q u e m u d o como la más primitiva f o r m a del comercio. El ofrecer un presente, bien en la confianza de obtener otro del o b s e q u i a d o , bien para conseguir favorable acogida por parte de persona cuya animosidad pudiera resultar perjudicial al sujeto, lleva ya implícita la idea del cambio interpersonal. O t r o t a n t o cabe decir del t r u e q u e m u d o q u e sólo por la ausencia del diálogo se diferencia de los demás m o d o s de trocar y comerciar. Es característico y esencial en las categorías de la acción humana el resultar de condición apodíctica y absoluta, no adm i t i e n d o gradaciones. Sólo hay acción o no acción, cambio o no cambio; t o d o lo referente a la acción y al cambio, c o m o tales, surge o no surge, en cada caso concreto, según haya acción y cambio o no los haya. La f r o n t e r a e n t r e el cambio intrapersonal y el interpersonal resulta, p o r ello, nítida. C o n s t i t u y e cambio intra personal hacer obsequios un ¡lateralmente, sin á n i m o de ser c o r r e s p o n d i d o por p a r t e del donatario o de tercero. El d o n a n t e goza de la satisfacción q u e le produce el c o n t e m p l a r la mejor situación personal del o b s e q u i a d o , a u n q u e éste ni agradecimiento sienta. T a n pronto, sin embargo, como la donación pretende influir la conducta ajena, deja de ser unilateral, convirtiéndose en una variedad del cambio interpersonal e n t r e el d o n a n t e y la persona cuya conducta se p r e t e n d e influir. A u n c u a n d o la aparición del cambio interpersonal fue f r u t o de larga evolución, no cabe suponer ni imaginar gradual transición del 1 G U S T A V C A S E L , The Theory oj Social Economy, irnd, por gina 371, nueva cd, Londres, 1932, S. L. Banon, pá- El intercambio en la sociedad 303 cambio intrapersonal al intrepersonal, por la inexistencia de intermedias f o r m a s de cambio. La mutación q u e , p a r t i e n d o del cambio intrapersonal, engendrara el interpersonal constituyó salto hacia algo e n t e r a m e n t e n u e v o y esencialmente distinto, c o m o lo f u e el paso aquel q u e , de la reacción automática de las células y de los nervios, desembocó en la conducta consciente y deliberada, es decir, en la acción. 2. VÍNCULOS CONTRACTUALES y VÍNCULOS HEGEMÓNICOS Existen dos diferentes f o r m a s de cooperación social: la cooperación en v i r t u d de c o n t r a t o y voluntaria coordinación, y la cooperación en virtud de m a n d o y subordinación, es decir, hegemónica. La cooperación basada en relaciones contractuales s u p o n e simétrica p o s t u r a de las partes ¡ntervinientes. Los c o n t r a t a n t e s , en t o d o negocio libre de cambio interpersonal, son m u t u a m e n t e iguales. J u a n está con respecto a T o m á s en la misma posición q u e T o m á s lo está con respecto a J u a n . P o r el contrario, c u a n d o la cooperación se basa en el m a n d o y la subordinación, aparece u n o q u e ordena, m i e n t r a s o t r o obedece. La relación es, entonces, asimétrica. Existe un dirigente y o t r o u otros a quienes aquél tutela. Sólo el director o p t a y dirige; los demás — c u a l menores de e d a d — devienen meros i n s t r u m e n t o s de acción en manos del jerarca, El impulso q u e engendra y m u e v e a un c u e r p o social es siempre de condición ideológica. La propia conducta integra a cada u n o en el c u e r p o social de q u e se trate. Ello acontece con todo tipo de vínculo social, incluso en el caso del vínculo hegemónico. No p u e d e negarse q u e los h o m b r e s , por lo general, al nacer, e n c u é n t r a n s e ya encuadrados en las f u n d a m e n t a l e s organizaciones, es decir, en la familia y en el estado. Lo mismo sucedía en las hegemónicas instituciones de la antigüedad, tales c o m o la esclavitud y la s e r v i d u m b r e , q u e desaparecieron al implantarse la civilización occidental. Ahora bien, ni la violencia ni la coacción p u e d e n , p o r sí solas, forzar a u n o a q u e , con- 304 t.a Acción Humana tra su voluntad, permanezca en la condición servil de un orden hegemónico. La violencia o la amenaza de violencia dan lugar a q u e el s o m e t i m i e n t o , por regla general, se considere más atractivo que la rebelión. E n f r e n t a d o con el dilema de soportar las consecuencias de la desobediencia o las de la sumisión, el siervo o p t a por estas últimas, q u e d a n d o así integrado en la sociedad hegemónica. Cada nueva orden que recibe vuelve a plantearle el mismo dilema y, a) consentir una y otra vez, él mismo contribuye al m a n t e n i m i e n t o del vínculo coercitivo. Ni aun sojuzgado por semejante sistema, pierde el esclavo su condición h u m a n a , es decir, la de constituir ser que no cede a impulsos ciegos, apelando, en cambio, a la razón para decidir e n t r e alternativas. El vínculo hegemónico se diferencia del contractual en el grado en que la voluntad del individuo p u e d e influenciar el curso de los acontecimientos. Desde el m o m e n t o en q u e el interesado o p t a por integrarse en d e t e r m i n a d o orden hegemónico, se convierte en i n s t r u m e n t o del jerarca, d e n t r o del á m b i t o del sistema y por el tiempo de su sometimiento. En tal c u e r p o social sólo el superior, en t a n t o dirige la conducta de sus subordinados, actúa. La iniciativa de los tutelados coni ráese a o p t a r entre la rebelión o la sumisión, sumisión ésta que Ies convierte, como decíamos, en simples menores q u e nada resuelven ya por su cuenta. En el marco de una sociedad contractual, los individuos intercambian e n t r e sí cantidades específicas de bienes y servicios de definida calidad. Al o p t a r por la sumisión b a j o una organización hegemónica, el h o m b r e ni recibe ni da nada conc r e t o y d e f i n i d o . Se integra d e n t r o de un sistema en el q u e ha de rendir servicios indeterminados, recibiendo a cambio aquello q u e el director tenga a bien asignarle. Hállase a merced del jefe. Sólo éste escoge libremente. Carece de trascendencia, por lo q u e a la estructura del sistema se refiere, q u e el jerarca sea un ind i v i d u o o un g r u p o , un directorio; q u e se trate de tirano demencial y egoísta o de benévolo y paternal monarca. Esas dos formas de cooperación reaparecen en todas las teorías sociales. Ferguson las percibía al contrastar las naciones El intercambio en la sociedad 305 belicosas con las de espíritu c o m e r c i a l 2 ; Saint-Simon, al distinguir e n t r e los pueblos guerreros y los industriales o pacíficos; H e r b e r t Spencer, al hablar de sociedades de libertad individual y sociedades de estructura militarista 3 ; S o m b a r t tampoco ignoraba el tema, al diferenciar los héroes de los mercaderes 4 . Los marxistas distinguen la «organización gentil» de la fabulosa sociedad primitiva y el paraíso socialista, por u n a parte, de la indecible degradación capitalista, de otra \ L o s filósofos nazis diferenciaban la despreciable seguridad burguesa del heroico o r d e n del caudillaje a u t o r i t a r i o (Fübrertum). La valoración q u e u n o u o t r o sistema merezca difiere según el sociólogo de q u e se trate. P e r o todos a d m i t e n sin reservas el contraste señalado y todos proclaman q u e no es imaginable ni practicable una tercera solución. La civilización occidental, al igual q u e la de los pueblos orientales más avanzados, constituye f r u t o e n g e n d r a d o p o r gentes q u e cooperaron b a j o el signo de los vínculos contractuales. C i e r t a m e n t e , en algunas esferas, estas civilizaciones a d o p t a r o n también sistemas de e s t r u c t u r a hegemónica. El estado c o m o aparato de compulsión y coerción constituye por definición un orden hegemónico, Lo m i s m o sucede con la familia y la sociedad heril. Ahora bien, caracteriza a las citadas civilizaciones el q u e la cooperación entre las diversas familias q u e integran la nación se realice siempre sobre la base de vínculos contractuales. En épocas pasadas prevaleció una casi plena autarquía y aislamiento económico e n t r e los distintos grupos familiares. P e r o c u a n d o esa autosuficiencia económica f u e sustituida por el cambio interfamiliar de bienes y servicios, la cooperación se basó en lazos contractuales en todas las naciones q u e com ú n m e n t e se consideran civilizadas. La civilización h u m a n a , s Vid. ADAM F E R G U S O N , An Estay on tbt ihstory o¡ Civil Society, pág. 208, nueva ed., Basilea, 1789. ' Vid. H E R B E R T S P E N C E R . The Principies ol Sociology, cap III, págs. 575-611, Nueva York, 1914. ' Vid, W E R N E R S O M B A R T . Haendler und Helden, Munich, 1915. ' Vid. F R E D E R I C K F N G E L S , The Origin of the Family, Prívale Property and tbe State, pág, 144, Nueva York, 1942. 30 306 t.a Acción Humana tal c o m o hasta ahora la experiencia histórica la conoce, es obra f o r j a d a al a m p a r o de relaciones contractuales. T o d a cooperación humana y social mutualidad presupone orden público y pacífica solución de las discrepancias. En las relaciones internas de cualquier e n t e social, ya sea contractual, ya sea hegemónico, invariablemente ha de prosperar la paz. D o n d e haya conflictos violentos y, en t a n t o los mismos d u r e n , no p u e d e haber cooperación ni vínculos sociales. Los partidos políticos q u e , en su afán de ver sustituido el sistema contractual por el hegemónico, denigran la decadente paz y la seguridad burguesa, e x a l t a n d o el sentido heroico de la violencia y la sangrienta pugna, p r o p u g n a n d o la guerra y la reveIlición c o m o métodos e m i n e n t e m e n t e naturales de la relación h u m a n a , se contradicen a sí mismos. Sus utopías, en efecto, se nos ofrecen como e m p o r i o s de paz. El Rcicb de los nazis y la Sociedad marxista son comunidades d o n d e reina paz inalterable. Estructúranse sobre la base de «la pacificación», es decir, partiendo del s o m e t i m i e n t o violento de cuantos no estén dispuestos a ceder sin resistencia. En un m u n d o contractual es posible la coexistencia de varios países. En un m u n d o hegemónico sólo es imaginable un Reich, un imperio, un dictador. El socialismo ha de o p t a r entre i m p l a n t a r un orden hegemónico universal o renunciar a las ventajas q u e s u p o n e la división del trabajo en el á m b i t o mundial. Por eso es hoy tan « d i n á m i c o » , o sea, tan agresivo, el bolchevismo ruso; c o m o ayer lo f u e r o n el nazismo alemán y el fascismo italiano. Bajo vínculos contractuales. los imperios se t r a n s f o r m a n en asociaciones libres de naciones autónomas. El sistema hegemónico fatalmente ha de t e n d e r a absorber cualquier estado q u e pretenda ser independiente. La organización contractual de la sociedad p r e s u p o n e un orden legal y de derecho. Implica gobernar b a j o el imperio de la ley (Recbísstaat), a diferencia del estado social (Wohlfahrstaat) o estado paternal. El derecho, la legalidad, es aquel c o n j u n t o de normas q u e p r e d e t e r m i n a n la esfera d e n t r o de la cual el individuo p u e d e actuar libremente. Bajo u n a sociedad hegemónica, por el contrario, en á m b i t o alguno cábele al par- El intercambio en la sociedad 306 ticular proceder de m o d o independiente. El estado hegemónico no conoce la ley ni el derecho; sólo existen órdenes, reglamentaciones, q u e el jerarca inexorable aplica a los s u b d i t o s según considera mejor y q u e p u e d e modificar en cualquier momento. Las gentes sólo gozan de una libertad: la de someterse al capricho del gobernante sin hacer preguntas. 3. L A ACCIÓN Y E L CÁLCULO T o d a s las categorías praxeológicas son eternas e inmutables, p u e s t o q u e se hallan exclusivamente determinadas por la constitución lógica de la m e n t e h u m a n a y por las condiciones naturales tic la existencia del h o m b r e . T a n t o al actuar c o m o al teorizar sobre la acción, el h o m b r e no p u e d e ni librarse de las a p u n t a d a s categorías ni rebasarlas. No le es posible ni practicar ni siquiera concebir acción dispar a aquella que las repetidas categorías d e t e r m i n a n . El h o m b r e jamás podrá representarse una situación en la q u e no hubiera ni acción ni ausencia de acción. La acción no tiene antecedentes históricos; ninguna evolución conduce de la no acción a la acción; no hay etapas transitorias entre la acción y la no acción. Sólo existe el actuar y el no actuar. Y c u a n t o p r e d i q u e m o s categóricamente de la acción en general será rigurosamente válido para cada acción concreta. La acción puede siempre emplear los n ú m e r o s ordinales. En cambio, para que la misma pueda servirse de los cardinales y, consecuentemente, hacer uso del c ó m p u t o aritmético, es preciso concurran específicas circunstancias. Tales específicas circunstancias e s t r u c t u r á r o n s e a lo largo de la evolución histórica de la sociedad contractual. Devino así posible el c ó m p u t o y el cálculo no sólo para planear la acción f u t u r a , sino también para p o n d e r a r el resultado de pasadas actuaciones. Los n ú m e r o s cardinales y las operaciones aritméticas son también categorías eternas e inmutables de la mente h u m a n a . Pero su aplicabilidad, t a n t o a la acción f u t u r a como a la evaluación de los actos o t r o r a practicados, sólo es posible si concurren particulares circunstancias, coyunturas q u e no se daban en las organizacio- 308 t.a Acción Humana nes primitivas, q u e sólo más tarde aparecieron y q u e tal vez un día desaparezcan. El h o m b r e , o b s e r v a n d o cómo operaba un m u n d o en el cual era posible el c ó m p u t o y cálculo de la acción, p u d o f o r m u l a r la praxeología y la economía. La economía, en esencia, es la teoría científica q u e estudia aquel d o m i n i o de la acción en el cual, siempre y c u a n d o ciertas condiciones concurran, cabe aplicar el cálculo. Un a b i s m o de la máxima trascendencia, t a n t o para la vida como para el e s t u d i o de la acción h u m a n a , separa la acción calculable de la q u e no lo es. Constituye nota típica de la civilización moderna el haber arbitrado un sistema q u e p e r m i t e aplicar los m é t o d o s aritméticos a un amplio sector de actividades. A tal circunstancia aluden las gentes c u a n d o califican de racional — a d j e t i v o éste de dudosa procedencia-— nuestra civilización. El deseo de a p r e h e n d e r m e n t a l m e n t e y despejar los problemas q u e se suscitan en un mercado donde cabe el cálculo constituyó la base de partida del p e n s a m i e n t o económico, del cual, después, surgiría la praxeología general. No es, sin embargo, tal pasada circunstancia lo q u e obliga a iniciar el e s t u d i o analizando la mecánica de la economía de mercado, q u e , a su vez, exige p r e v i a m e n t e abordar los p r o b l e m a s atinentes al cálculo económico, pues no son razones de tipo histórico ni heurístico * las que aconsejan un p r o c e d i m i e n t o q u e resulta inevitable adoptar si deseamos que ía exposición sea r i g u r o s a m e n t e lógica y sistemática. Lo q u e sucede es q u e los problemas que nos interesan sólo toman cuerpo y cobran sentido d e n t r o del marco de una economía de mercado capaz, por t a n t o , de calcular. Unicam e n t e en hipotética y figurativa trasposición cabe aludir a ellos cuando se quiere analizar o t r o s dispares sistemas de organización económica b a j o los cuales el cálculo no resulta posible. El percatarse de los problemas q u e el cálculo económico suscita constituye presupuesto insoslayable para p o d e r a b o r d a r todas esas cuestiones que c o m ú n m e n t e calificamos de económicas. * Por heurístico se entiende aquel método de investigación que dn, a priori. provisional solución al problema planteado, para, asi, mejor atacarlo, sin perjuicio de ir, después, desentrañando el tema hasta el fondo y sólo entonces decidir si lj aludida provisional solución era correcta O no. (N. del T.) TERCERA PARTE El cálculo económico C A P I T U L O X I Evaluación sin cálculo ]. LA GRADACIÓN DE LOS MEDIOS El hombre, al actuar, transfiere a los medios idóneos para su consecución el valor que asigna a los fines perseguidos. En igualdad de circunstancias, concede al conjunto de medios precisos idéntico valor al que corresponde al fin que aquéllos permiten alcanzar. No nos ocuparemos, por el momento, del problema q u e suscita el lapso temporal q u e sea necesario invertir para, con unos ciertos medios, alcanzar el objetivo ambicionado, ni tampoco de la cuestión atinente a cómo tal factor temporal influye en la mutua valoración de los fines y los medios. La gradación de los medios, al igual que la de los fines, es un proceso en cuya virtud se prefiere a a b. Implica optar, prefiriendo una cosa y rechazando otra. Es el resultado de un juicio que nos hace desear a con mayor intensidad que b. En dicha gradación cabe servirse de los números ordinales; sin embargo, no es posible recurrir ni a los números cardinales ni a las operaciones aritméticas en éstos basadas. Cuando se me ofrecen tres entradas que, respectivamente, permiten asistir a las óperas Aída, Falstaff y Traviata, si, pudiendo tomar sólo una, opto por Aída y, si se me autoriza a tomar otra, elijo la de Falstaff, es porque he formulado una elección. Lo anterior, en definitiva, significa que, en unas específicas circunstancias, prefiero Aída y Falstaff a Traviata; que, si hubiera de quedarme con u n a sola de las entradas, optaría por Aída y renunciaría a Falstaff. Denominando a a la entrada de Aída, b a la de Falstaff y c a la de Traviata, lo consignado puede igualmente ser expresado diciendo que prefiero a a b y b a c, 312 t.a Acción Humana Mediante la acción, f r e c u e n t e m e n t e aspiramos a o b t e n e r c o n j u n t o s de cosas tangibles q u e p u e d e n ser objeto de ponderación y medida. En tales supuestos, el h o m b r e que actúa se ve en el caso de o p t a r entre sumas numéricas; prefiere, por ejemplo, 15 r a 7 p; ahora bien, si se hallara ante el dilema de escoger entre 15 r y 8 p, tal vez optara por 8 p, En ese caso cabría reflejar la situación diciendo que, para el actor, 15 r vale menos q u e 8 p, pero más que 7 p. Este aserto es equivalente a aquel o t r o merced al cual p r e d i c á b a m o s que a se prefería a b y b a c. El sustituir 8 p en ven de a, 15 r en vez de b y 7 p en lugar de c en modo alguno varía el p r o n u n c i a m i e n t o ni la realid a d así descrita. Ello no supone que e s t e m o s e m p l e a n d o números cardinales. C o n t i n u a m o s sin poder servirnos del cálculo económico ni de aquellas operaciones mentales f u n d a d a s en el mismo. 2. E L P A P E L QUE D E S E M P E Ñ A E N L A TEORÍA E L E M E N T A L D E L VALOR Y LOS P R E C I O S EL IMAGINARIO T R U E Q U E DE MERCANCÍAS La formulación de la ciencia económica por razones heurísticas dependió hasta tal p u n t o de la posibilidad del cálculo q u e los antiguos economistas no llegaron a advertir los decisivos problemas que el propio cálculo económico implicaba. Propendían a considerar el cálculo c o m o una cosa natural; no advertían q u e en m o d o alguno se trata de realidad dada, siendo por el contrario resultancia de una serie de más elementales fenómenos que conviene distinguir. No lograron, desde luego, desentrañar la esencia del mismo. Creyeron constituía categoría que, invariablemente, concurría en la acción h u m a n a , sin advertir que es categoría sólo inherente a la acción practicada b a j o específicas condiciones. Sabían, e v i d e n t e m e n t e , q u e el cambio interpersonal y, por tanto, el intercambio de mercado, b a s a d o en el uso de la m o n e d a , medio común de intercambio, y en los precios, eran f e n ó m e n o s típicos y exclusivos de cierta organización económica de la sociedad, q u e no se dio e n t r e las civilizaciones primitivas y q u e a ú n es posible desaparezca en la Evaluación sin cálculo 313 f u t u r a evolución histórica No llegaron, sin embargo, a percatarse de q u e sólo a través de los precios monetarios es posible el cálculo económico. De ahí q u e la mayor parte de sus trabajos resulten hoy en día poco aprovechables. A u n los escritos de los más eminentes economistas adolecen, en cierto grado, de esas imperfecciones engendradas por su errónea visión del cálculo económico. La moderna teoría del valor y de los precios nos permite advertir cómo la personal elección de cada uno, es decir, el que se prefieran ciertas cosas y se rechacen otras, estructura los precios de mercado en el m u n d o del cambio interpersonal Estas impresionantes teorías modernas, en ciertos aspectos de detalle, no son del todo satisfactorias y, además, un léxico imperfecto viene a veces a desfigurar su contenido. Ahora bien, en esencia, resultan irrefutables. La labor de completarlas y mejorarlas, en aquellos aspectos que precisan de enmienda, debe consistir en lógica reestructuración del pensamiento básico de sus autores, nunca en la simple recusación de tan fecundos hallazgos. Para llegar a reducir los complejos fenómenos de mercado a la universal y simple categoría de preferir a a b, la teoría elemental del valor y de los precios se ve obligada a recurrir a ciertas imaginarias construcciones. Las construcciones imaginarias, sin correspondencia alguna en el m u n d o de la realidad, constituyen indispensables herramientas del pensar. Ninguna otra sistemática permítenos comprender tan perfectamente la realidad. Ahora bien, una de las cuestiones de mayor trascendencia científica estriba en saber eludir los errores en q u e se p u e d e incidir c u a n d o dichos modelos manéjanse de modo imprudente. La teoría primera del valor y de los precios, además de a o t r o s modelos q u e más adelante serán examinados \ recurre a 1 La escuela histórica alemana reconocía tal realidad al proclamar que la pro piedad privada de los medios de producción, el intercambio de mercado y el dinero eran «categorías históricas». 1 Vid. especialmente E U G E N V O N B Ó H M - B Á W E R K , Kapilat und Kapitahms. par te II, lib. I I I . 1 Vid ¡nfra págs. 367-396. 314 t.a Acción Humana aquel q u e s u p o n e la existencia de un mercado en ei q u e sólo habría cambio directo. En tal planteamiento, el dinero no existe; unos bienes y servicios son trocados por otros bienes y servicios. Tal modelo, sin embargo, resulta inevitable, pues para advertir que en definitiva son siempre cosas del orden p r i m e r o las que se intercambian por otras de igual índole, conviene excluir del análisis el dinero — m e r o i n s t r u m e n t o del cambio i n t e r p e r s o n a l — con su pura función intermediaria. Sin embargo, como decíamos, es preciso guardarse de los errores en q u e cabe fácilmente incidir al manejar el modelo de referencia. G r a v e equivocación — q u e aún hoy en día s u b s i s t e — , provocada por errónea interpretación de esa imaginaria construcción, f u e , en este sentido, suponer q u e el medio de intercambio constituye factor de índole neutral. C o n arreglo a tal tesis, lo único q u e diferencia el cambio directo del indirecto estribaría en la utilización del dinero. La interpolación de la valuta en la transacción para nada parecía había de afectar a las bases fundamentales de la operación. No es, desde luego, q u e se ignorara q u e la historia ha registrado p r o f u n d a s mutaciones en el poder adquisitivo del dinero, ni tampoco q u e tales fluctuaciones provocaran f r e c u e n t e m e n t e graves convulsiones en todo el sistema de intercambios. Se pensaba, sin embargo, q u e dichos fenómenos constituían supuestos excepcionales, provocados p o r medidas inoportunas; sólo ta moneda «mala» podía dar lugar a similares desarreglos. Ello, desgraciadamente, suponía incidir en el error, t a n t o al abordar las causas como los efectos de dichas fluctuaciones. Creíase, tácitamente, q u e los cambios del poder adquisitivo de la moneda afectaban, por igual y al mismo tiempo, a los precios de todos los bienes y servicios; el m i t o de la neutralidad económica del dinero aboca, i n d u d a b l e m e n t e , a tal conclusión. Llegóse, en este sentido, a suponer q u e cabía estructurar la ciencia cataláctica entera sobre el cambio directo. Una vez logrado esto, bastaría, para completar el sistema, con •«simplemente insertar» los conceptos dinerarios en los correspondientes teoremas. A tal dineraria complementación d á b a s e escasa trascendencia, pues parecía que no habría de variar sustancialmente n i n g u n o de los conceptos f u n d a m e n t a l e s y la Evaluación sin cálculo 15 misión esencial de la economía consistía en analizar el cambio directo. A p a r t e de tal examen, lo más q u e podía interesar era el e s t u d i o de los problemas suscitados por la moneda «mala». Los economistas, a tenor de semejantes tesis, desentendíanse tranquilamente del cambio indirecto, a b o r d a n d o de m o d o demasiado superficial los problemas monetarios, q u e consideraban mero apéndice escasamente relacionado con sus estudios básicos. AI filo de los siglos x i x y XX, las cuestiones del cambio indirecto quedaron relegadas a segundo plano. Había tratados de economía que sólo de pasada abordaban la valuta; y h u b o textos sobre moneda y banca q u e ni siquiera pretendían integrar los temas examinados en el c o n j u n t o de un preciso sistema cataláctico. En las universidades anglosajonas existían separadas cátedras de economía, de un lado, y de moneda y banca, de otro; y en la mayor parte de las universidades alemanas los p r o b l e m a s monetarios ni siquiera se examinaban . Con el paso del t i e m p o los economistas advirtieron, sin embargo, que algunos de los más trascendentales y abstrusos problemas cata lácticos surgían precisamente en la esfera del cambio indirecto, resultando por fuerza incompleta toda teoría económica q u e descuidara dicha materia. El q u e los investigadores comenzaran a preocuparse por temas tales como el de la proporcionalidad entre el « t i p o n a t u r a l » y el «lípo m o n e t a r i o » de interés; el q u e se concediera cada vez mayor importancia a la teoría dineraria del ciclo económico y el que se rechazaran va por doquier las doctrinas q u e suponían la simultaneidad y la uniformidad de las mutaciones registradas por la capacidad ' Es indudable uue influencias tic Indole política contribuyeron a une se descuidara el examen de los problemas atinentes al cambio indirecto. Nn querían las Rentes abandonar aquellas tesis segün la* niales las crisis constituyen mal típico del sistema capitalista de producción; resistíanse a admitir t|iie tales percances eran fruto exclusivo de los manejos de esos bien conocidos arbitristas que pretenden rebajar la tasa del interés mediante la expasión crediticia. Ixis carcdrí ticos de economía más de moda consideraban "poco científico» explicar ta depresión cerno fenómeno provocado «exclusivamente» por acaecimientos ocurridos en la esfera del dinero y del crédito. Hubo incluso quienes estudiaron lii h i Moría de los ciclos sin aludir siquiera a las cuestiones monetarias. Véase, por ejemplo, Í1RNEST VON BEKGMAVN, Grschrckte der nalionalokor^miscben Krisentheoríen. Sutttgart, 1895. 316 t.a Acción Humana adquisitiva del dinero, todo ello evidenciaba bien a las claras q u e había aparecido una nueva tendencia en el p e n s a m i e n t o económico. Esas nuevas ideas no suponían otra cosa, desde luego, q u e el c o n t i n u a r la obra gloriosamente iniciada por D a v i d H u m e , la escuela monetaria inglesa, J o h n Stuart Mili y Cairnes. A ú n más pernicioso f u e un segundo e r r o r , igualmente provocado p o r el poco riguroso manejo de aquella imaginaria construcción q u e limítase a c o n t e m p l a r un mercado que sólo conoce el cambio directo. En efecto, inveterada y grave equivocación era el suponer q u e los bienes o servicios objeto de intercambio habían de tener entre sí el m i s m o valor. Considerábase el valor c o m o u n a cualidad objetiva, intrínseca, i n h e r e n t e a las cosas, sin advertir q u e el valor no es más que el mero reflejo del ansia con q u e el s u j e t o aspira al bien q u e le apetece. Suponíase q u e , m e d i a n t e un acto de medición, las gentes establecían el valor de los bienes y servicios, procediendo luego a intercambiarlos por o t r o s bienes y servicios de igual valor. Esta falsa base de partida hizo estéril el pensamiento económico de Aristóteles, así c o m o el de todos aquellos que, d u r a n t e casi dos mil años, tenían por definitivas las ideas aristotélicas. P e r t u r b ó gravemente la gran obra de los economistas clásicos y vino a privar de todo interés científico los trabajos de sus sucesores, en especial los de M a r x y las escuelas marxistas. La economía m o d e r n a , por el contrario, se basa en la cognición de q u e surge el trueque precisam e n t e a causa del dispar valor a t r i b u i d o por las partes a los objetos intercambiados. Las gentes c o m p r a n y venden, única y exclusivamente, p o r c u a n t o valoran en menos lo que dan que lo q u e reciben. De ahí q u e sea vano todo i n t e n t o de medir el valor. Ni precede ni acompaña al intercambio procesa alguno q u e implique tasar ni ponderar. Si un individuo atribuye el m i s m o valor a dos cosas, no tiene por q u é intercambiar la una por la otra. Ahora bien, si son d i v e r s a m e n t e valoradas, lo más q u e cabe afirmar es q u e una de ellas, a, se valora en más, es decir, se prefiere a b. El valor y las valuaciones constituyen expresiones intensivas, no extensivas. De ahí que no puedan Evaluación sin cálculo 317 ser o b j e t o de comprensión mental m e d i a n t e los n ú m e r o s cardinales , Hallábase, sin embargo, tan arraigada aquella errónea idea según la cual no sólo resultaban mensurables los valores, sino que eran, además, efectivamente medidos, al concertarse toda económica transacción, que incluso eminentes economistas incidieron en la aludida falacia. Friedrich von W i e s e r e Irving Fisher, por ejemplo, admitían la posibilidad de medir el valor, correspondiendo, en su opinión, a la economía explicar c ó m o se practica la aludida medición \ Los economistas de segunda fila, por lo general, sin dar mayor trascendencia al asunto, tranq u i l a m e n t e suponían q u e el d i n e r o servía para « m e d i r el valor». Conviene ahora recordar q u e el valorar no significa más q u e p r e f e r i r a a b y q u e sólo existe — l ó g i c a , epistemológica, psicológica y praxeológicamente h a b l a n d o — una forma de preferir, En este orden de ideas, la misma significación tienen el e n a m o r a d o q u e prefiere una m u j e r a las d e m á s , la persona q u e prefiere un cierto amigo a los restantes, el coleccionista q u e prefiere d e t e r m i n a d o c u a d r o y el c o n s u m i d o r q u e prefiere el pan a las golosinas. En definitiva, preferir equivale siempre a q u e r e r o desear a más q u e b. Por lo mismo q u e no cabe ponderar ni medir la atracción sexual, la amistad, la simpatía o el placer estético, tampoco resulta posible calcular n u m é r i c a m e n t e el valor de los bienes. C u a n d o alguien intercambia dos libras de mantequilla por una camisa, lo más q u e de dicho acto cabe predicar es q u e el actor — e n el m o m e n t o de convenir la transacción y en las específicas circunstancias de aquel i n s t a n t e — prefiere una camisa a dos libras de mantequilla. En cada acto de preferir, desde luego, es dispar la intensidad psíquica del subjetivo s e n t i m i e n t o en q u e el m i s m o se basa. El ansia p o r alcanzar un cierto fin p u e d e ser mayor o m e n o r ; la vehemencia del deseo p r e d e t e r m i n a la cuantía de ese beneficio o provecho, 1 Un análisis critico y una refinación del argumento de í'ishet hállase en M I S E S . Tbc Tbeory o/ Money And Credit, trad. inglesa por H. E. Batson, págs. 42-44. Londres, 1934. En el mismo sentido, por lo que respecta al argumento de Wieser, vid. M I S E S , Naftonalokonomie. págs. 1 9 2 - 1 9 4 , Ginebra, 1 9 4 0 . 318 t.a Acción Humana de orden psíquico, q u e la acción, c u a n d o es idónea para provocar el efecto apetecido, proporciona al individuo q u e actúa. Las cuantías psíquicas, sin embargo, sólo cabe sentirlas, Son de índole estrictamente personal y no es posible, por medios semánticos, expresar su intensidad ni i n f o r m a r a nadie acerca de su íntima condición. No cabe a r b i t r a r u n i d a d alguna de valor. Conviene, a este respecto, recordar q u e nunca tienen el mismo valor dos idénticas porciones de un cierto c o n j u n t o de bienes. El q u e el hombre a t r i b u y e a la porción n es s i e m p r e inferior al de la porción n-1. En el mercado aparecen los precios monetarios. El cálculo económico se efectúa a base de los mismos. Las diversas cantidades de bienes y servicios pueden ser tomadas en consideración, al calcular, teniendo en cuenta las sumas dincrarias por las cuales han sido compradas y vendidas en el mercado o pod r í a n serlo. Es erróneo suponer p u e d a calcular ni el individuo autárquíco y aislado, ni el director de la república socialista, d o n d e no existe un mercado para los factores de producción. N i n g u n a fórmula permite, p a r t i e n d o del cálculo monetario, típico de la economía de mercado, llegar a calcular en un sistema económico d o n d e el mercado no exista. LA TEORIA D E L VALOR Y EL SOCIALISMO Los socialistas, así como los institucionaliitas y también los partidarios de la escuda histórica, echan en cara a los economistas la tendencia de éstos a recurrir en sus análisis a la imaginaria construcción del individuo que, aislado, piensa y actúa. Ese imaginario Robinson —afirman— de nada sirve cuando se trata de analizar los problemas que en una economía de mercado se suscitan. Tal censura, en cierto grado, resulta justificada. El imaginario planteamiento del individuo aislado, así como el de una economía ración ulmén te ordenada, carente, no obstante, de mercado, sólo cobra interés científico si se admite aquella idea —que pugna con la realidad y resulta lógicamente contradictoria— según la cual cabe el cálculo económico en un orden desprovisto 319 Evaluación sin cálculo de un mercado donde efectivamente se contraten los medios de producción. Constituyó, desde luego, torpeza de graves consecuencias ei que los economistas no advirtieran la sustancial diferencia existente entre la economía de mercado y cualquier otra economía que carezca del mismo. Los socialistas son, empero, los últimos que pueden quejarse del error en cuestión, pues precisamente por incidir en él, admitían los economistas, sin bien darse cuenta, la posibilidad de! cálculo económico bajo un orden socialista, proclamando de esta suerte la admisibilidad de una plasmación práctica de los planes marxistas. Los economistas clásicos y sus inmediatos continuadores, evidentemente, no podían percatarse de los problemas que plantea el cálculo económico. Si se admite como cierto que el valor de las cosas depende de la cantidad de trabajo requerido para la producción o reproducción de las mismas, ninguna cuestión suscita el cálculo económico, A quienes creían en la teoría laboral del valor, difícil es responsabilizar de no haberse percatado de los problemas inherentes al socialismo. Sus equivocadas doctrinas sobre el valor les impedían ver el problema. Ninguna de las ideas básicas en que dichos pensadores fundamenta han la ciencia económica era preciso contradecir para concluir —según algunos de dichos teóricos supusieron—- que la imaginaria construcción de una economía socialista constituía modelo que podía ser llevado a la práctica y que había de revolucionar la existente organización social. Para la catalán ica subjetiva, sin embargo, la cosa presentaba un cariz totalmente contrario; y, tras los descubrimientos de dicha escuela, resulta hoy en día incomprensible e imperdonable que la mayoría de los economistas modernos no lleguen a captar la esencia del problema. Razón tenía Wieser cuando, en cierta ocasión, decía que muchos economistas se habían dedicado al estudio de la teoría comunista del valor olvidándose de formular la teoría del valor correspondiente a nuestra propia organización social 6 . Lo incomprensible es que Wieser, por su parte, incidiera en el mismo error. * Vid. F R I E D R I C Í J Víena, 1889. von WIESER, Der natürliche Werl, piíg. 60, núm. 3. t.a Acción Humana 320 Aquella falacia según la cual cabe una racional gestión económica dentro de un orden social basado en la propiedad pública de los medios de producción, sólo al amparo de la defectuosa teoría del valor de los economistas clásicos pudo tomar cuerpo, y, si hoy en día aún perdura, ello es puramente en razón a la incapacidad de muchos estudiosos paro aprehender el teorema fundamental de la teoría subjetiva y advertir las consecuencias que del mismo derivan. Conviene, por tanto, dejar bien sentado que las utopías socialistas nacieron y prosperaron precisamente al amparo de las deficiencias de aquellas escuelas de (wnsamiento que los marxistas más vilipendian por suponer constituyen «ideológico disfraz de los egoístas intereses de la explotadora clase burguesa». La verdad es que sólo gracias a los errores en que lales denigrados pensadores incidieran pudieron medrar las ideas socialistas. Evidencia lo anterior la vacuidad tanto del pensamiento marxista atinente a las «ideologías» como de la moderna descendencia de aquel ideario, la llamada «sociología del conocimiento» *. 3. EL PROBLEMA DEL CÁLCULO ECONÓMICO Los h o m b r e s , a m p a r á n d o s e en los conocimientos q u e las ciencias naturales les b r i n d a n , elaboran la tecnología, es decir, la ciencia aplicada que les ilustra acerca de las diversas actuaciones posibles en el m u n d o externo. La tecnología nos dice qué cosas, si las deseamos, pueden ser conseguidas; y también nos i n f o r m a acerca de c ó m o h a b r e m o s de proceder al efecto. G r a * El término «ideología» tiene diversas acepciones. (Mises generalmente ¡J utiliza como conjunto de conocimientos en torno a específico problema.) Pero, en el sentido peyorativo que los marxistas lo emplean, equivale a torpe razonamiento cuya propia falsedad auspicia los intereses clasistas de quienes propalan la ideología correspondiente. Sólo en el futuro estado socialista sin clases cabrá llegar al pleno conocimiento, inmune a ideológicos desviaciones. En este sentido la germánica escuela de la «sociología del conocimiento» (Karl Mannheim, 1893-1947, y Max Schclcr, 1874-1928), intentando salvar la lógica marxista, aseguró, a lo largo de los años veinte, que sólo cabla escuchar a los intelectuales no inficionados por *influencias ideológicas». Pero, ¿cómo, no obstante, sin apelar a la razón, distinguir los estudiosos sanos de los contaminados? fN, del T) Evaluación sin cálculo 321 d a s al progreso de las ciencias naturales, perfeccionóse la tecnología; y no importa que, a los efectos examinados, invirtamos el aserto, c o m o a algunos agrada, y digamos q u e el deseo de mejorar los diversos m é t o d o s tecnológicos impulsó el progreso de las ciencias naturales. La índole cuantitativa de las ciencias naturales dio lugar a q u e t a m b i é n la tecnología fuera cuantitativa. Las modernas técnicas, en definitiva, consisten en conocimientos prácticos, al a m p a r o de los cuales preténdese predecir de m o d o c u a n t i t a t i v o el r e s u l t a d o de la acción. La gente calcula, con b a s t a n t e precisión, según las diversas técnicas, el efecto q u e la c o n t e m p l a d a actuación ha de provocar, así como la posibilidad de orientar la acción de tal suerte q u e pueda e n g e n d r a r el f r u t o apetecido. La ilustración técnica, sin embargo, has ta ríale al h o m b r e para calcular, ú n i c a m e n t e si todos los medios de producción — t a n t o materiales c o m o h u m a n o s — f u e r a n p l e n a m e n t e sustituibles e n t r e ellos mismos, con arreglo a d e t e r m i n a d a proporcionalidad, o si cada factor de producción fuera a b s o l u t a m e n t e específico. En el primer caso, los medios de producción, todos y cada u n o , con arreglo, e v i d e n t e m e n t e , a una cierta proporcionalidad cuantitativa, resultarían idóneos para alcanzar cualquiera de los fines q u e pudiera el h o m b r e apetecer; tal planteamiento equivaldría a la existencia de una sola clase de medios, es decir, un solo tipo de bienes del orden superior. En el s e g u n d o supuesto, cada u n o de los existentes medios serviría únicamente para la consecución de un d e t e r m i n a d o f i n ; en tal caso, las gentes atribuirían al c o n j u n t o de factores complementarios, necesarios para la producción de un bien del o r d e n primero, idéntico valor al asignado a este último, (Pasamos por alto, de m o m e n t o , la influencia del factor t i e m p o ) . Lo cierto, sin embargo, es q u e n i n g u n o de los dos contemplados planteamientos dase en este m u n d o real, en el q u e el h o m b r e actúa. Los medios económicos que m a n e j a m o s p u e d e n ser sustituidos unos p o r otros, p e r o sólo en cierto grado; es decir, para la consecución de los diversos fines apetecidos, los medios son más bien específicos. No resultan, sin embargo, en su mayoría, absol u t a m e n t e específicos, ya q u e muchos son idóneos para pro21 322 t.a Acción Humana vocar efectos diversos. El que existan distintas clases de medios, o sea, q u e algunos, para la consecución de ciertos fines, resulten los más o p o r t u n o s , no siendo tan convenientes c u a n d o se trata de otros objetivos y hasta de q u e nada sirvan cuando se p r e t e n d e provocar terceros efectos, hace imperativo ordenar y administrar el uso de cada u n o de ellos. Es decir, el q u e los distintos medios tengan dispares utilizaciones obliga al h o m b r e a dedicar cada u n o a aquel cometido para el cual resulte más idóneo. En este terreno, de nada sirve el cálculo en especie que la tecnología maneja; p o r q u e la tecnología opera con cosas y fenómenos materiales que pueden ser o b j e t o de ponderación o medida y conoce la relación de causa a efecto existente entre dichas realidades. En cambio, información ninguna b r í n d a n n o s las diversas técnicas acerca de la específica trascendencia que para el h o m b r e tenga cada u n o de estos diversos medios. La tecnología no nos habla más que del valor en uso objetivo. Aborda los problemas como pudiera hacerlo un imparcial observador q u e contemplara simplemente fenómenos físicos, químicos o biológicos. N u n c a se e n f r e n t a con las cuestiones atinentes al valor en uso subjetivo, es decir, con el problema h u m a n o por excelencia; no se plantea, por eso, los dilemas q u e el h o m b r e , al actuar, forzosamente ha de resolver. Olvida la f u n d a m e n t a l cuestión económica, la de decidir en q u é cometidos conviene emplear mejor los medios existentes, al o b j e t o de que no q u e d e insatisfecha ninguna necesidad más urgentem e n t e sentida por haber sido aquéllos invertidos — e s decir, malgastados— en atender otra de m e n o r interés. Para resolver tales incógnitas, de nada sirve la técnica, con sus conocidos sistemas de cálculo y medida. P o r q u e la tecnología nos ilustra acerca de cómo deben ser empleados u n o s d e t e r m i n a d o s bienes, q u e pueden combinarse con arreglo a distintas fórmulas para provocar cierto efecto, así como de los diversos medios a que cabe recurrir para alcanzar un fin apetecido, pero jamás indica cuál sea el procedimiento específico al q u e el h o m b r e , entre los múltiples que permiten la consecución del deseado objetivo, deba recurrir. Al individuo que actúa lo q u e le interesa saber es cómo ha de emplear los disponibles medios en o r d e n a cu- Evaluación sin cálculo 323 brir del m o d o m á s c u m p l i d o — e s decir, de la m a n e r a m á s econ ó m i c a — sus múltiples necesidades. P e r o lo malo es q u e la tecnología no nos ilustra más q u e de las relaciones de causalidad existentes e n t r e los diversos factores del m u n d o externo. En este sentido p u e d e decirnos, por ejemplo, q u e 7 a + 3 b + + 5 c -f- ... + xn p r o d u c i r á n 8 p. Ahora bien, aun d a n d o por conocido el valor q u e el h o m b r e , al actuar, pueda a t r i b u i r a los diversos bienes del orden primero, los métodos tecnológicos no b r i n d a n información alguna acerca de cuál sea, entre la variedad infinita de fórmulas posibles, el p r o c e d i m i e n t o q u e m e j o r p e r m i t a conseguirlos, es decir, q u e inás c u m p l i d a m e n t e permita conquistar los objetivos q u e las gentes ambicionan. Los tratados de ingeniería nos dirán, por ejemplo, cómo haya de construirse un puente, de d e t e r m i n a d a capacidad de carga, entre dos p u n t o s preestablecidos; p e r o lo q u e aquélla jamás podrá resolver es si la construcción del aludido p u e n t e no apartará m a n o de obra y factores materiales de producción de otras aplicaciones de más urgente necesidad. N u n c a nos aclarará si, en definitiva, conviene o no construir el p u e n t e ; d ó n d e deba, concretamente, tenderse; q u é capacidad de carga haya de darse al m i s m o y cuál sea, e n t r e los múltiples sistemas tic construcción, el q u e más convenga a d o p t a r . El c ó m p u t o tecnológico p e r m i t e c o m p a r a r entre sí m e d i o s diversos sólo en t a n t o en cuanto, para la consecución de un d e t e r m i n a d o fin, pueden sustituirse los unos por los otros, P e r o la acción h u m a n a se ve constreñida a c o m p a r a r entre sí t o d o s los medios, por dispares q u e sean, y, además, con independencia de si pueden ser intercambiados entre sí en relación con la prestación de específico servicio. De poco le servirían al h o m b r e , c u a n d o actúa, la tecnología y sus enseñanzas, si no pudiera complementar los planes y proyectos técnicos i n j e r t a n d o en ellos los precios monetarios de los distintos bienes y servicios. Los d o c u m e n t a d o s estudios ingeníenles no tendrían más q u e interés p u r a m e n t e teórico si no existiera común unidad q u e permitiera c o m p a r a r costos y r e n d i m i e n t o s . El altivo investigador, encerrado en la t o r r e de marfil de su laboratorio, desdeña esta clase de minucias; él se t.a Acción Humana 326 gados a r e p u d i a r la suposición de q u e hay cosas invariables — q u e p u e d a n servir de unidades de m e d i d a — en el universo cósmico. P e r o aun de suceder así, no por ello dejará de valer la medición de los f e n ó m e n o s en el c a m p o de la física macroscópica o molar. P o r lo q u e a la física microscópica atañe, para m e d i r se recurre igualmente a escalas graduadas, micrómetros, espectrógrafos y, en definitiva, a los poco precisos sentidos h u m a n o s del p r o p i o observador o e x p e r i m e n t a d o r , el cual es invariablemente de condición m o l a r 7 . No p u e d e nunca la medición salirse de la geometría euclidiana ni servirse de invariables p a t r o n e s o módulos. Existen unidades monetarias y también existen unidades q u e físicamente jiermiten medir los diversos bienes económicos y la mayor parte — a u n q u e no t o d o s — los servicios q u e pueden ser o b j e t o de c o m p r a v e n t a . Las relaciones de intercambio — e n t r e el d i n e r o y las restantes mercancías q u e nos interes a n — hállanse, sin embargo, en p e r m a n e n t e mutación. Nada hay en ellas q u e sea constante. Resístense a mediación alguna por no constiruir « d a t o s » en el sentido en q u e la física emplea el vocablo c u a n d o proclama, por ejemplo, el peso de una cierta cantidad de cobre. Son en realidad hechos históricos, q u e simp l e m e n t e reflejan lo q u e , en cierta ocasión y m o m e n t o , b a j o específicas circunstancias, aconteció. Un d e t e r m i n a d o tipo de intercambio p u e d e volver a registrarse, pero no hay certidumb r e alguna de q u e así suceda, A u n c u a n d o efectivamente reaparezca, no es posible asegurar si f u e ello f r u t o de las circunstancias q u e ayer lo provocaron, por haber las mismas reaparecido, o si viene a ser la resultante de una nueva y t o t a l m e n t e distinta constelación de fuerzas. Las cifras q u e el h o m b r e , al actuar, maneja en el cálculo económico, no se refieren a medición alg u n a ; aluden, por el contrario, a los tipos de i n t e r c a m b i o q u e el interesado — b a s á n d o s e en la comprensión h i s t ó r i c a — sup o n e registrará o no el f u t u r o mercado, Esos precios de mañana, los únicos q u e interesan al h o m b r e c u a n d o actúa, constituyen el f u n d a m e n t o en q u e se ampara toda acción h u m a n a . No se pretende examinar ahora el problema r e f e r e n t e a la 1 Vid, A EDDINGTON, The Phitosophy O/ Pkysical Science, págs. 7 0 - 7 9 , 168-169. Evaluación sin cálculo 327 posibilidad de e s t r u c t u r a r una «ciencia económica de índole c u a n t i t a t i v a » ; de m o m e n t o , tan sólo interesa c o n t e m p l a r los procesos mentales del h o m b r e c u a n d o , para o r d e n a r su conducta, toma en cuenta consideraciones ele o r d e n cuantitativo. P o r c u a n t o la acción p r e t e n d e invariablemente e s t r u c t u r a r situaciones f u t u r a s , el cálculo económico también mira s i e m p r e hacia el f u t u r o . Si, a veces, se interesa p o r las circunstancias y los precios de ayer, es sólo para o r i e n t a r mejor la acción q u e apunta al mañana. Mediante el cálculo económico, lo q u e el h o m b r e p r e t e n d e es p o n d e r a r los efectos provocados por la acción, c o n t r a s t a n d o costos y rendimientos. A través del cálculo económico, o bien se efectúa una estimación de cuál será el resultado de la futura actuación, o bien se cifran las consecuencias de la acción ya practicada. No es sólo didáctico interés el q u e tiene este ú l t i m o cálculo. M e d i a n t e el mismo cabe, en efecto, d e t e r m i n a r q u é p r o p o r c i ó n de los bienes p r o d u c i d o s p u e d e ser c o n s u m i d a sin perjudicar la f u t u r a capacidad de producción. Con esas miras precisamente f u e r o n e s t r u c t u r a d o s los conceptos f u n d a m e n tales del cálculo económico; es decir, los conceptos de capital y renta, de pérdida y ganancia, de c o n s u m o y ahorro, de costos y rendimientos, La utilización práctica de esos repetidos conceptos y de las ideas de los mismos derivadas sólo, sin e m b a r g o , es posible en el marco del mercado, d o n d e , contra un medio de intercambio generalmente aceptado, es decir, contra dinero, cabe contratar bienes y servicios económicos de t o d a condición. Resultarían p u r a m e n t e académicas y carentes de interés práctico aquellas expresiones en una sociedad de estructura económica diferente. C A P I T U LO X I I El ámbito del cálculo económico 1. EL SIGNIFICADO DE L A S E X P R E S I O N E S MONETARIAS El cálculo económico abarca cuanto por dinero cabe adquirir. Los precios de bienes y servicios, o bien son datos históricos q u e reflejan pasados acontecimientos, o bien suponen previsión de posibles eventos futuros. En el primer caso, los precios nos informan de que, en cierto momento, uno o más actos de trueque interpersonal fueron practicados al tipo de cambio en cuestión. En cambio, ninguna ilustración nos brindan, de modo inmediato, acerca de los precios futuros. Cabe, desde luego, en la práctica, frecuentemente, presumir que aquellas circunstancias mercantiles que ayer provocaron la aparición de determinados precios subsistirán durante un cierto período, siendo por tanto improbable registren brusca oscilación las aludidas tasas de intercambio monetario. Tales suposiciones resultan procedentes cuando los precios son consecuencia de la recíproca actuación de múltiples personas dispuestas, respectivamente, a comprar y a vender tan pronto como aquéllos les parecen interesantes, siendo improbable la aparición de circunstancias de tipo accidental o extraordinario. Por medio del cálculo económico, sin embargo, lo que fundamentalmente se pretende no es ponderar situaciones y precios de mercado de escasa o ninguna variabilidad, sino abordar el cambio y la mutación. El hombre, al actuar, desea, o bien acomodarse a mutaciones que prevé van a producirse sin intervención suya, o bien 330 t.a Acción Humana provocar cambios por sí mismo. Los precios del pasado, para el sujeto, son m e r o s datos, de los cuales parte, en efecto, pero sólo para mejor anticipar los f u t u r o s . Q u i e n e s cultivan la historia o la estadística fíjanse únicamente en los precios del ayer. El h o m b r e , al actuar, sin embargo, centra su interés en los precios del f u t u r o , p u d i e n d o tal f u t u r o exclusivamente contraerse a la hora, al día o al mes que, de inmediato, va a seguir. Los precios del pasado son sólo signos indicadores q u e el sujeto contempla para mejor prever los del mañana. Interésanle los precios q u e luego han de registrarse para prever el resultado de sus proyectadas actuaciones, así como para cifrar la pérdida o la ganancia derivada de pasadas transacciones. Los balances y las cuentas de pérdidas y ganancias reflejan el resultado de actuaciones otrora practicadas a través de la diferencia dineraria q u e exista entre el activo neto (activo total menos pasivo total) del p r i m e r o y del último día de! ejercicio, es decir, el saldo resultante, una vez deducidos los costos de los rendimientos por Lodos conceptos. Pero forzoso es traducir. en dichos estados, las partidas del activo y del pasivo, salvo la de caja, a su equivalente m o n e t a r i o . Las rúbricas en cuestión d e b e r í a n ser cifradas con arreglo a los precios q u e se suponga hayan de registrar en el p r ó x i m o f u t u r o los bienes de referencia o, sobre todo, tratándose de i n s t r u m e n t o s de producción, a tenor de los precios a q u e previstblcmente será posible vender las mercancías producidas por su medio. Los usos mercantiles, las disposiciones legales y las normas fiscales, sin embargo, han h e c h o q u e los métodos actuariales no conformen plenamente con esos correctos principios tendentes a lograr la máxima correspondencia posible e n t r e las cifras contabilizadas y la realidad. Son otros los objetivos q u e se p r e t e n d e alcanzar, razón por la q u e la exactitud de los correspondientes balances y cuentas de resultados, hasta cierto p u n t o , se desprecia. La legislación mercantil, en efecto, aspira a q u e la contabilidad sirva de protección a los acreedores; tiende, consecuentemente, a valorar los activos por d e b a j o de su verdadero importe, para reducir tanto los beneficios líquidos c o m o el El ámbito del cálculo económico 331 m o n t a n t e del activo neto, creando unos márgenes de seguridad q u e impidan al comerciante retirar de la empresa, a título de beneficio, sumas excesivas, vedando a aquellas firmas q u e puedan hallarse en difícil situación proseguir operaciones posiblemente malbaratadoras de fondos ya c o m p r o m e t i d o s con terceros. Las leyes fiscales, a la inversa, p r o p e n d e n a calificar de beneficios sumas que, en buena técnica, tal consideración no merecerían; procuran, con ello, incrementar las cargas tributarias sin elevar oficialmente los tipos contributivos. Conviene, por tanto, no c o n f u n d i r el cálculo económico q u e el empresario practica, al planear f u t u r a s operaciones, con ese escriturario reflejo de las transacciones mercantiles m e d i a n t e el cual lo q u e se busca, en realidad, son objetivos habilidosamente solapados. Una cosa es el cálculo económico y otra distinta la determinación de las cargas fiscales. Si la ley, al gravar, por ejemplo. la s e r v i d u m b r e doméstica del c o n t r i b u y e n t e , establece q u e un criado ha de c o m p u t a r s e como dos doncellas, nadie pretenderá dar a tal asimilación o t r o significado q u e no sea el p u r a m e n t e fiscal. En este mismo s e n t i d o las disposiciones q u e gravan las transmisiones mortis causa establecen q u e los títulos mobiliarios habrán de valorarse según la cotización bursátil de los mismos en la fecha de la defunción del causante. Tales normas no hacen más q u e f o r m u l a r específico sistema para liquidar el i m p u e s t o correspondiente, En una contabilidad bien llevada es plena la exactitud aritmética de las cifras manejadas. I m p r e s i o n a el detalle de los correspondientes estados, lo cual, unido a la comprobada ausencia de todo error material, hace presumir a las gentes la absoluta veracidad de los datos consignados. Lo cierto, sin embargo, es q u e las f u n d a m e n t a l e s partidas de los balances no son más q u e especulativas previsiones de realidades q u e se supone registrará mañana el mercado. G r a v e error implica el equiparar los asientos de una rúbrica contable a las cifras de un estudio técnico, como, por ejemplo, las consignadas en el proyecto de una máquina. El ingeniero — p o r lo q u e se refiere al aspecto puram e n t e técnico de su f u n c i ó n — utiliza expresiones numéricas, deducidas siguiendo los métodos de las ciencias experimentales; 332 t.a Acción Humana el h o m b r e de negocios, al contrario, no tiene más r e m e d i o q u e m a n e j a r sumas cuya cuantía d e p e n d e r á de la f u t u r a conducta de las gentes, cifras q u e sólo m e d i a n t e la comprensión puede llegar a establecer. El problema capital de balances y cuentas de pérdidas y ganancias es el referente al m o d o de valorar aquellas rúbricas del activo y del pasivo q u e no son típicas de numerario. De ahí q u e dichos estados hayan siempre de considerarse hasta cierto p u n t o provisionales. Reflejan, con la exactitud posible, cierta realidad económica en d e t e r m i n a d o instante, a r b i t r a r i a m e n t e elegido, mientras el devenir de la acción y la vida prosigue. Cabe inmovilizar, en un balance, la situación de específico negocio; ahora bien, no es posible hacer lo mismo con el total sistema de producción social, en p e r m a n e n t e cambio y evolución. Es más: ni siquiera las cuentas de n u m e r a r i o , ya sean de activo o pasivo, batíanse exentas de esa indeterminación típica de toda rúbrica contable, pues el valor de las mismas depende, igual q u e el de todas las demás cuentas, de las f u t u r a s circunstancias del mercado. Aquella engañosa exactitud aritmética de las cifras y los asientos contables rio d e b e hacernos olvidar la índole incierta y especulativa de los correspondientes datos y de cuantos cálculos con ellos se practican. La certeza de lo anterior en m o d o alguno s u p o n e negar la procedencia y utilidad del cálculo económico, El actual cálculo económico, en su típica esfera, es idóneo. Reforma ni modificación alguna podrían, en la práctica, mejorarlo. O f r e c e al hombre q u e actúa cuantos servicios de la computación numérica cabe derivar. No nos permite, desde luego, conocer el f u t u r o ; ni cabe a su a m p a r o soslayar la índole siempre especulativa de la acción, Tal realidad sólo sorprenderá a quienes no desean advertir q u e la vida nunca será rígida ni estática, a quienes quisieran olvidar que nuestro m u n d o hállase inmerso en permanente devenir y que el h o m b r e jamás llegará a conocer lo que mañana le aguarda. No sirve, evidentemente, el cálculo económico p a r a informarnos acerca de desconocidas circunstancias. P e r o , en cambio, amparándose en él, logra el h o m b r e orientarse p a r a actuar del m o d o q u e mejor le permitirá a t e n d e r aquellas necesidades El ámbito del cálculo económico 333 q u e el interesado s u p o n e aparecerán en el f u t u r o . P o r q u e , para ello, preciso es disponer de un m é t o d o de cálculo y el cálculo p r e s u p o n e la posibilidad de manejar c o m ú n d e n o m i n a d o r aplicable a la totalidad de las m a g n i t u d e s c o m p u t a d a s . Y es el dinero ese común d e n o m i n a d o r del cálculo económico. 2. L o s L I M I T E S D E L C A L C U L O ECONÓMICO Q u e d a excluido del cálculo económico t o d o aquello q u e 110 cabe, por dinero, ni c o m p r a r ni v e n d e r . H a y cosas que no resultan intercambiables por d i n e r o ; el disfrutarlas exige incurrir en dispares costos. Las grandes hazañas, p o r ejemplo, supusieron siempre la utilización de medios muy diversos, sólo algunos de los cuales podían ser adquiridos por dinero. Los principales factores, ineludibles para la realización de tales empresas, no cabía, desde luego, comprarlos en el mercado. El h o n o r , la v i r t u d , la gloria, así como el vigor físico, la salud y la vida misma, constituyen, en la esfera de la acción, a la vez, medios y fines; no es posible ponderar tales realidades m e d i a n t e el cálculo económico. May cosas, c o m o decíamos, q u e no cabe valorar en d i n e r o ; existen otras q u e sólo una parte de las mismas puede ser cifrada en términos monetarios. Al justipreciar un edificio antiguo, alg u n o s prescinden de sus condiciones artísticas o de su interés histórico si tales circunstancias no constituyen f u e n t e de ingresos dinerarios o materiales. T o d a s aquellas circunstancias q u e sólo a un d e t e r m i n a d o individuo c o n m u e v e n , sin inducir a los demás a incurrir en sacrificios económicos para conseguirlas, q u e d a n por fuerza excluidas del á m b i t o del cálculo. Lo dicho, sin e m b a r g o , en m o d o alguno empece la utilidad del cálculo económico. C u a n t a s cosas caen fuera de él o son fines en sí mismos, o son bienes del orden p r i m e r o . Innecesario deviene, entonces, el cálculo para apreciar su valor e interés. Bástale al h o m b r e q u e actúa el comparar dichos bienes con los costos q u e su consecución requiera para decidir si, en definitiva, interésanle o no. Un A y u n t a m i e n t o , por ejemplo, se ve en el caso de o p t a r e n t r e dos proyectos de traída de aguas; supon- 334 t.a Acción Humana gamos q u e el p r i m e r o exige derribar cierto edificio histórico, mienrras q u e el segundo, de mayor costo, permite evitar dicha destrucción, Pues bien, aun c u a n d o no es posible valorar en cifras monetarias aquellos sentimientos q u e abogan por la conservación del m o n u m e n t o , los ediles, a 110 d u d a r , sabrán fácilmente resolver el dilema. Tales valores que no p u e d e n ser o b j e t o de ponderación dineraria, pur esa misma circunstancia, asumen una peculiar presentación q u e incluso facilita las decisiones a tomar. Carece de todo f u n d a m e n t o el lamentar queden f u e r a del á m b i t o del cálculo económico los bienes q u e no pueden ser comprados ni vendidos, pues no por ello se p e r t u r b a la valoración de circunstancias morales o estéticas. En la actualidad, la más ruda crítica vilipendia el dinero, los precios monetarios, las transacciones mercantiles, así como el cálculo económico basado en tales conceptos. Locuaces sermoneadores acusan al m u n d o occidental de ser una civilización de traficantes y mercaderes. Alíase al fariseísmo con la vanidad y el resentimiento para atacar esa denostada «filosofía del dólar» que se supone típica de nuestra época. Insanos reformadores, neuróticos escritores y ambiciosos demagogos despotrican contra la «racionalidad», complaciéndose en predicar el evangelio de lo «irracional». Para tan indiscretos charlatanes, el dinero y el cálculo constituyen f u e n t e de los más graves males. P e r o conviene, a este respecto, ante todo, destacar q u e el haberse e s t r u c t u r a d o un m é t o d o q u e le p e r m i t e al h o m b r e ordenar sus actuaciones y conseguir, de esta suerte, los fines mayorm e n t e por él apetecidos, s u p r i m i e n d o el malestar de la humanidad del m o d o mejor y más económico, a nadie impide personalmente acomodar sus actos a aquellos idearios q u e más le atraigan. Ese «materialismo de a d m i n i s t r a d o r e s y bolsistas» en m o d o alguno prohibe, a quien así lo desee, vivir a lo T o m á s Kempis o sacrificarse en holocausto de las causas q u e más elevadas estime. El q u e las masas prefieran las novelas policíacas a la poesía — l o cual hace sean aquéllas e c o n ó m i c a m e n t e más rentables que é s t a — nada tiene q u e ver ni con el dinero ni con la contabilidad monetaria. No es p o r q u e exista el dinero por lo q u e hay forajidos, ladrones, asesinos, prostitutas y jueces y El ámbito del cálculo económico 335 funcionarios venales. Inexacto resulta decir q u e la honradez « n o paga». La honradez « p a g a » a quien subjetivamente valora en más el atenerse a ciertos principios q u e las ventajas q u e tal vez pudiera derivar de no seguir dichas normas. H a y un segundo g r u p o de críticos cuyos c o m p o n e n t e s no advierten que el cálculo económico es un m é t o d o q u e únicamente pueden emplear quienes viven b a j o un orden social basado en la división del trabajo y en la propiedad privada de los medios de producción. Sólo a esos privilegiados mortales cábeles beneficiarse del sistema. P e r m i t e éste, desde luego, calcular el beneficio o provecho del particular, pero nunca cabe, a su a m p a r o , ponderar el «bienestar social». Ello implica que, para el cálculo, los precios del mercado constituyen hechos dados irreductibles. De nada tampoco sirve el cálculo económico cuando los planes contemplados no p r e t e n d e n c o n f o r m a r con la d e m a n d a libremente expresada por los consumidores, sino con las arbitrarias valoraciones de un ente dictatoria!, rector único de la economía nacional o mundial- M e n o s aún p u e d e ampararse en el cálculo q u i e n pretenda enjuiciar las diversas actuaciones con arreglo al — t o t a l m e n t e imaginario— «valor social» de las mismas, es decir, desde el p u n t o de vista de la «sociedad en su c o n j u n t o » , vilipendiando el libre proceder de las gentes a base de contrastarlo con el q u e prevalecería bajo un imaginario sistema socialista, en el q u e la voluntad del propio crítico constituiría suprema ley. El cálculo económico practicado con arreglo a precios monetarios constituye sistemática útil sólo cuando, en u n a sociedad de mercado, hay empresarios p r o d u c i e n d o para la mejor satisfacción de los deseos de los consumidores. No cabe recurrir al mismo si otros son los objetivos perseguidos. Q u i e n desee servirse del cálculo económico ha de saber dominarse para nunca contemplar la realidad con ánimo de déspota. P o r eso pueden utilizar los precios para el cálculo los empresarios, los inversores, los propietarios y los asalariados c u a n d o operan b a j o el sistema capitalista. De nada sirven ni los precios ni el cálculo c u a n d o se trata de abordar cuestiones ajenas a las categorías de tal orden capitalista. Es ridículo pre- 336 t.a Acción Humana t e n d e r valorar, en términos monetarios, mercaderías q u e no son o b j e t o de contratación, así como el creer cabe calcular a base de cifras p u r a m e n t e arbitrarias, sin relación alguna con la realidad mercantil. Las normas legales pueden fijar cuánto, a título de indemnización, ba de pagar quien causó una muerte. P e r o ello, i n d u d a b l e m e n t e , no significa q u e ése sea el precio de la vida h u m a n a . D o n d e existe la esclavitud hay precios de mercado, a los q u e cabe comprar y v e n d e r esclavos. Sin embargo, abolida la institución servil, t a n t o el hombre, c o m o la vida y la salud, constituyen res extra commercium. En una sociedad de h o m b r e s libres, la vida y la salud no son medios, sino fines. Tales bienes, c u a n d o se trata de calcular medios, e v i d e n t e m e n t e no pueden e n t r a r en el c ó m p u t o . Cabe reflejar en cifras monetarias los ingresos o la f o r t u n a de un cierto n ú m e r o de personas. A h o r a bien, carece de sent i d o p r e t e n d e r calcular la renta nacional o la riqueza de un país. En cuanto nuestras lucubraciones se apartan de las categorías mentales q u e maneja el individuo, al actuar d e n t r o de una economía de mercado, hemos de renunciar al cálculo dinerario. El pretender cifrar, en f o r m a monetaria, la riqueza de una nación o la de toda la h u m a n i d a d resulta tan pueril como el querer resolver los enigmas del universo lucubrando en t o r n o a las dimensiones de la pirámide de Cheops. C u a n d o el cálculo mercantil valora, por ejemplo, u n a partida de patatas en cien dólares, ello significa que, por dicha suma, es posible comprarlas o venderlas. En el mismo sentido, si justipreciamos una empresa en un millón de dólares, es p o r q u e suponemos que lib r e m e n t e cabría hallar c o m p r a d o r , para el aludido c o n j u n t o de bienes, por el precio en cuestión. P e r o , ¿ q u é significación podrían tener las diferentes rúbricas de un imaginario balance q u e comprendiera a toda una nación? ¿ Q u é trascendencia tendría el saldo final resultante? ¿ Q u é realidades deberían ser incluidas y cuáles omitidas en dicho balance? ¿Procedería valorar el clima del país o las habilidades y conocimientos de los indígenas? El empresario puede t r a n s f o r m a r sus propiedades en dinero, p e r o la nación, no. Las equivalencias monetarias q u e la acción y el cálculo eco- El ámbito del cálculo económico 337 nórnico manejan son, en definitiva, precios tlinerarios, es decir, relaciones de intercambio e n t r e el d i n e r o , de un lado, y determinados bienes y servicios, de o t r o . No es q u e los precios sean medidos en unidades monetarias, sino q u e consisten precisamente en una cierta cantidad de dinero. Los precios son siempre o precios q u e ayer se registraron o precios q u e se supone aparecerán efectivamente mañana. P o r eso el precio invariablem e n t e es un hecho histórico pasado o f u t u r o . Nada hay en los precios q u e permita asimilarlos a las mediciones q u e de los fenómenos físicos y químicos efectúa el h o m b r e . 3. L A VARIABILIDAD D E t . O S P R E C I O S Los tipos de intercambio fluctúan de coniinuo, por c u a n t o las circunstancias q u e los e n g e n d r a n hállanse también en perpetua m u t a c i ó n , El valor q u e el individuo atribuye al d i n e r o y a los diversos bienes y servicios, respectivamente, es f r u t o de m o m e n t á n e a elección. Cada l u t u r o instante p u e d e originar nuevas circunstancias y provocar distintas consíderacionees y valoraciones. No es la movilidad de los precios lo que debería llamarnos la atención; más bien debiera sorprendernos el q u e no oscilaran en g r a d o m u c h o mayor. La experiencia cotidiana ilustra a todos acerca de la variabilidad de los tipos de intercambio del mercado y, stn embargo, las gentes, c u a n d o se e n f r e n t a n con los precios, p r e t e n d a n olvidar tan manifiesta realidad. AI l u c u b r a r en t o r n o a la producción y el c o n s u m o , las operaciones mercantiles y los precios, el h o m b r e c o m ú n , vaga y c o n t r a d i c t o r i a m e n t e , p r e s u p o n e la rigidez de éstos. Eslima q u e lo normal y procedente es el m a n t e n i m i e n t o de aquellos precios ayer registrados y p r o p e n d e a condenar toda variación en los tipos de intercambio c o m o si se tratara de abierta violación de f u n d a m e n t a l e s normas de derecho divino y humano. Es erróneo creer q u e tan populares opiniones puedan fundarse en conceptos q u e pasadas épocas, en las cuales los precios h u b i e r a n sido más estables, e n g e n d r a r a n . Discutible resulta el q u e los precios a n t i g u a m e n t e variaran menos que ahora. Pare22 338 t.a Acción Humana ce, p o r el contrario, más lógico a f i r m a r q u e la integración de múltiples mercados locales en otros de á m b i t o nacional, la extensión al área mundial de las transacciones mercantiles y el haberse m o n t a d o el comercio para proporcionar un c o n t i n u o s u m i n i s t r o de artículos de consumo, más bien habrá t e n d i d o a minimizar la frecuencia e importancia de las oscilaciones de los precios. En los tiempos precapitalistas, los m é t o d o s técnicos de producción resultaban más rígidos e invariables; pero era, en cambio, m u c h o más irregular el abastecimiento de los diversos mercados locales y grandes las dificultades para a d a p t a r rápid a m e n t e la oferta a las variaciones de la d e m a n d a . P e r o , aun c u a n d o fuera cierta aquella supuesta estabilidad de los precios en pasadas épocas, ello para nada podría enmascarar la comprensión de la realidad actual. Esos populares conceptos en t o r n o al dinero y los precios no derivan de antiguos idearios; no son atávicas reminiscencias. P o r q u e , en la actualidad, t o d o el m u n d o se e n f r e n t a , a diario, c o n los i n n ú m e r o s p r o b l e m a s q u e las continuas c o m p r a v e n t a s suscitan, de tal s u e r t e q u e sería equivocado s u p o n e r q u e las ideas de las gentes en la materia constituyen simple reflejo de tradicionales conceptos. Fácil, sin embargo, resulta c o m p r e n d e r por q u é quienes ven sus inmediatos intereses perjudicados por cualquier mutación de los precios f o r m u l a n airadas quejas, p r o c l a m a n d o q u e el precio anterior era más justo y más normal, no d u d a n d o en asegurar q u e la estabilidad de los precios c o n f o r m a con las supremas leyes de la naturaleza y la moral. Pero conviene tener presente q u e toda variación de los precios, al t i e m p o q u e perjudica a unos, favorece a otros. N a t u r a l m e n t e , no o p i n a r á n éstos lo mismo q u e aquéllos acerca de la supuesta condición equitativa y natural de la inmodificabilidad de los precios. Ni la existencia de atávicas reminiscencias ni la concurrencia de los egoístas intereses de ciertos g r u p o s sirven para explicar la popularidad de la idea de la estabilidad de los precios. El f e n ó m e n o sólo deviene comprensible al advertir q u e se ha pretendido abordar las relaciones sociales con arreglo a la sistemática de las ciencias naturales. Los economistas y sociólogos q u e p r e t e n d e n e s t r u c t u r a r las ciencias sociales como si de ramas de El ámbito del cálculo económico 339 la física o de la fisiología se tratara inciden en los mismos erróneos cauces mentales q u e e n g e n d r a r o n aquellas aludidas equivocaciones tan populares y e x t e n d i d a s . Incluso a los economistas clásicos faltóles perspicacia para vencer p l e n a m e n t e las aludidas falacias, Creían q u e el valor era un hecho objetivo; en su opinión constituía un f e n ó m e n o más del m u n d o e x t e r n o , una condición i n h e r e n t e a las cosas, q u e , p o r lo tanto, podía ser p o n d e r a d o y medido. No f u e r o n capaces de advertir el carácter p u r a m e n t e h u m a n o y personal de los juicios de valor. Según nuestras noticias, f u e Samuel Bailey el p r i m e r o q u e se percató de la íntima esencia de todo acto q u e suponga p r e f e r i r una cosa a otra Sin e m b a r g o , su ensayo, al igual que los escritos de otros precursores de la teoría subjetiva del valor, no f u e t o m a d o p o r nadie en consideración. P e r o no sólo a la ciencia económica importa r e f u t a r aquellas erróneas ideas según las cuales cabe alguna forma de medición en el m u n d o de la acción. La cosa no menos interesa a la política. Las desastradas medidas estábilizadoras q u e hoy prevalecen f u e r o n , hasta cierto p u n t o , e n g e n d r a d a s por aquella suposición según la cual existe, en las relaciones i n t e r h u m a n a s , fija correlación q u e p u e d e ser cifrada y m e d i d a . 4. LA ESTABILIZACIÓN F r u t o de tales errores es esa extendida idea q u e nos habla de «estabilizar». Los d a ñ o s provocados p o r la intervención estatal en los asuntos m o n e t a r i o s y los desastrados efectos causados por aquellas actuaciones q u e p r e t e n d e n reducir el t i p o de interés e incrementar la actividad mercantil m e d i a n t e la expansión crediticia hicieron á las gentes ansiar la «estabilización». C a b e c o m p r e n d e r t a n t o la aparición de este e r r ó n e o ideario como el ' Vid. S A M U E L B A I L E Y , A Critica! Disscrfatio» on the Nature, Measures and Causes of Valúes. landres, 1825, reimpreso en el niíni, 7 de Series of Reprints of Scarce Traets in F.conomics and Politkal Science, London School of Eeonomics. Londres, 1931. 340 t.a Acción Humana atractivo que para las masas el mismo encierra, si paramos mientes en la serie de arbitrismos padecidos por la moneda y el crédito d u r a n t e los últimos ciento cincuenta años. Es posible, entonces, incluso disculpar las equivocaciones que el aludido p e n s a m i e n t o supone; pero, por benévolos q u e q u e r a m o s ser, no cabe disimular el grave error científico en q u e los partidarios de tales doctrinas inciden. Esa estabilidad, a la q u e aspiran los programas hoy más en boga, es un concepto v a n o y contradictorio. El deseo de actuar, es decir, el afán por mejorar nuestras condiciones de vida, resulta consustancial con la naturaleza h u m a n a . El p r o p i o individ u o c o n t i n u a m e n t e cambia y varía, m u d a n d o al tiempo sus valoraciones, deseos y actuaciones. En el m u n d o de la acción nada es p e r m a n e n t e , a no ser, precisamente, el cambio. En ese c o n t i n u o fluctuar, sólo las eternas categorías apriorísticas de la acción permanecen inconmovibles. V a n o es pretender desgajar, de aquella inestabilidad típica del h o m b r e y de su conducta, el preferir v el actuar, como si en el universo existieran valores eternos, independientes de los h u m a n o s juicios de estimación, con respecto a los cuales cupiera enjuiciar la efectiva actuación de las gentes 2 . C u a n t a s fórmulas han sido propuestas con miras a lograr una efectiva medición del poder adquisitivo de la unidad monetaria descansan, más o menos, en el arbitrario supuesto de imaginar existe alguien en el mercado de condición p e r m a n e n t e o inmutable q u e pueda determinar, sirviéndose de cierto patrón fijo, la cantidad de satisfacción proporcionada por específica suma d i n e r a d a . Flaco apoyo recibe tan inadmisible idea c u a n d o se argumenta que lo q u e se p r e t e n d e es p o n d e r a r sólo la variación del p o d e r adquisitivo de la m o n e d a , pues, precisamente en ese concepto de la determinabilidad del poder adquisitivo se f u n d a todo el ideario de la estabilización. El p r o f a n o , c o n f u n d i d o por la sistemática con q u e la física resuelve sus problemas, en un principio suponía q u e el dinero servía para 1 Por lo que se refiere a la propensión del hombre a considerar la rigidez e invariabilidad como lo esencial y a eslimar el cambio y el movimiento como lo accidental, vid. BF.RGSON, La Pensée et le Mouvant, pág 8 5 y sigs. El ámbito del cálculo económico 341 medir los precios. Creía q u e las variaciones en los tipos de intercambios registrábanse sólo en la diferente valuación de los diversos bienes y servicios entre sí, permaneciendo fijo el tipo existente entre el dinero, de un lado, y la « t o t a l i d a d » de los bienes y servicios, de otro. Después, las gentes volvieron la idea del revés. Negóse la constancia del valor de la m o n e d a , proclamándose en cambio la inmutabilidad valoratíva de la «totalidad» de las cosas q u e podían ser o b j e t o de compraventa, ingeniáronse diferentes c o n j u n t o s de p r o d u c t o s , los cuales se contrastaban con la unidad monetaria. H a b í a tal deseo de encontrar índices, a cuyo a m p a r o cupiera medir el p o d e r adquisitivo, que toda oposición resultó a r r u m b a d a . No se quiso parar mientes en la escasa precisión de las manejadas estadísticas de precios, ni en la imposibilidad — p o r su h e t e r o g e n e i d a d — de comparar muchos de éstos entre sí, ni en el carácter arbitrario de los sistemas seguidos para la determinación de cifras medias, Irving Fisher, el eminente economista, m á x i m o impulsor en América del m o v i m i e n t o en pro de la estabilización, contrasta el dólar con aquel cesto d o n d e el ama de casa reúne los diversos p r o d u c t o s ' q u e compra en el mercado para m a n t e n e r a la familia. El poder adquisitivo del dólar variaría en proporción inversa a la suma dineraria precisa para c o m p r a r el contenido en cuestión. De acuerdo con estas ideas, la política de estabilización aspira a q u e no varíe el aludido dispendio monetario Seria admisible tal planteamiento sólo si t a n t o el ama de casa como su imaginario cesto constituyeran constantes; si este último hubiera siempre de contener los mismos productos e idéntica cantidad de cada uno de ellos; y si fuera inmutable la utilidad q u e dicho c o n j u n t o de bienes tuviera para la familia en cuestión. Lo malo es que, en nuestro m u n d o real, ninguna de las aludidas condiciones se cumple. Conviene, a n t e todo, en este sentido, advertir que las calidades de los bienes producidos y consumidos varían continuamente. G r a v e e r r o r , en efecto, constituye el suponer que todo el trigo producido es de idéntica condición; y nada digamos de las diversas clases de zapatos, s o m b r e r o s y demás objetos J Vid. IRVING FISHER, The Money ¡Ilusión, págs. 19-20, Nueva York, 1928, 342 t.a Acción Humana m a n u f a c t u r a d o s . Las grandes diferencias de precios que, en cierto m o m e n t o , registran entre sí las distintas variedades de un m i s m o p r o d u c t o , variedades q u e ni el lenguaje o r d i n a r i o ni las estadísticas reflejan, evidencian la certeza de lo consignado. Suele decirse q u e un guisante es idéntico a otro guisante; y, sin embargo, t a n t o compradores c o m o vendedores distinguen múltiples calidades y especies de guisantes. Resulta totalmente vano el comparar precios pagados en plazas distintas o en fechas diferentes por productos q u e , desde el p u n t o de vista de la técnica o la estadística, agrúpanse b a j o una misma denominación, si no consta taxativamente q u e la calidad de los mismos — c o n la única excepción de su diferente u b i c a c i ó n — es, en verdad, idéntica. Por calidad e n t e n d e m o s todas aquellas propiedades del bien de referencia que los efectivos o potenciales compradores toman en consideración al actuar. El solo hecho de q u e hay calidades diversas en todos los bienes y servicios del orden primero echa por tierra u n o de los f u n d a m e n t a l e s presupuestos del m é t o d o estadístico basado en números-índices. No empaña la verdad de lo expuesto el q u e un limitado n ú m e r o de mercancías de los órdenes más elevados — m e t a l e s y p r o d u c t o s químicos q u e cabe describir m e d i a n t e f ó r m u l a s — pueden ser objeto de precisa especificación por lo q u e a sus cualidades típicas se refiere. P o r q u e toda medición del poder adquisitivo forzosamente habrá de tomar en consideración los precios de los bienes y servicios del orden p r i m e r o ; y no sólo el precio de unos cuantos, sino de lodos ellos. P r e t e n d e r evitar el escollo acudiendo a los precios de los bienes de producción resulta igualmente estéril, ya que, por fuerza, falsearíase el cálculo al c o m p u t a r varias veces las diversas fases de producción de un mismo artículo de consumo. El limitar el estudio a un cierto g r u p o de predeterminados bienes resulta, a todas luces, arbitrario y vicioso. Pero, aun d e j a n d o de lado todos estos insalvables obstáculos, resulta inalcanzable el o b j e t i v o ambicionado. P o r q u e no es q u e únicamente cambie la calidad técnica de los diversos productos, ni que de c o n t i n u o aparezcan nuevas cosas, al t i e m p o q u e otras dejan de producirse; lo i m p o r t a n t e es q u e también El ámbito del cálculo económico 343 varían las valoraciones personales, lo cual provoca mutaciones en la d e m a n d a y en la producción. Los p r e s u p u e s t o s en q u e se ampara la examinada doctrina de la medición sólo se darían en un m u n d o poblado por h o m b r e s cuyas necesidades y estimaciones fueran inmutables. U n i c a m e n t e si las gentes valoraran las cosas siempre del mismo m o d o , sería admisible suponer q u e las oscilaciones de los precios reflejan efectivos cambios en el poder adquisitivo del dinero. P o r c u a n t o no es posible conocer la cantidad total de dinero invertido, d u r a n t e un cierto lapso de tiempo, en bienes de consumo, los cómputos estadísticos han de apoyarse en los precios pagadas por los distintos bienes. Ahora bien, esta realidad suscita o t r o s dos problemas imposibles de solucionar de un m o d o apodíctico. En primer lugar, resulta obligado asignar a cada cosa d i s t i n t o coeficiente de trascendencia; p o r q u e , evidentemente, sería inadmisible operar con precios de bienes diversos sin p o n d e r a r su respectiva importancia en la economía familiar. Tal ordenación, sin embargo, siempre ha de ser arbitraria. En s e g u n d o término, es imperativo promediar los datos una vez recogidos y clasificados. P e r o hay muchas f o r m a s de p r o m e d i a r ; existe la media aritmética y también la geométrica y la armónica e, igualmente, el cuasi p r o m e d i o d e n o m i n a d o mediana. Cada u n o de estos sistemas brinda diferentes soluciones. No existe razón alguna jyira preferir u n o , considerándolo c o m o el único p r o c e d e n t e en b u e n a lógica. La elección q u e sea, una vez más, resulta siempre caprichosa. Lo cierto es q u e , si las circunstancias h u m a n a s f u e r a n inmutables; si las gentes no hicieran más q u e repetir iguales actuaciones, p o r ser su malestar siempre el m i s m o e idénticas las f o r m a s de remediarlo; o si f u e r a posible admitir q u e todo cambio acaecido en ciertos individuos o grupos, por lo q u e a las anteriores cuestiones atañe, viniera a ser compensado por contrapuesta mutación en otros individuos o grupos, de tal suerte q u e la total d e m a n d a y oferta no resultara afectada, ello sup o n d r í a q u e nuestro m u n d o gozaba de estabilidad plena. A h o r a bien, no cabe, en tal supuesto, pensar en posible variabilidad de la capacidad adquisitiva del dinero, C o m o más adelante se 344 t.a Acción Humana d e m o s t r a r á , los cambios en el p o d e r adquisitivo del d i n e r o han de afectar, por fuerza, en d i f e r e n t e grado y m o m e n t o , a los precios todos de los diversos bienes y servicios; siendo ello así, dichos cambios han de provocar mutaciones en la d e m a n d a y en la oferta, en la producción y en el c o n s u m o \ Por tanto, resulta inadmisible aquella idea, implícita al hablar del nivel de precios, según la cual — i n m o d i f i c a d a s las restantes circunstancias— pueden estos últimos subir o bajar de m o d o u n i f o r m e . P o r q u e las demás circunstancias, si varía la capacidad adquisitiva del dinero, jamás quedan incambiadas. En el terreno praxeológico y económico, como tantas veces se ha dicho, carece de sentido toda idea de medición. En hipotética situación, plenamente rígida, no existen cambios q u e puedan ser o b j e t o de medida. En n u e s t r o siempre c a m b i a n t e mundo, por el contrario, no hay ningún p u n t o fijo, ninguna dimensión o relación en que pueda basarse la medición. El poder adquisitivo de la unidad monetaria nunca varía de m o d o uniforme con respecto a todas aquellas cosas q u e pueden ser o b j e t o de c o m p r a v e n t a . Las ideas de estabilidad y estabilización carecen de sentido si no es relacionándolas con una situación estática. P e r o ni siquiera m e n t a l m e n t e es posible llegar a contemplar las últimas consecuencias lógicas de tal ininovilísmo, que, menos aún, puede ser llevado a la práctica s . D o n d e hay acción hay mutación. La acción es p e r e n n e causa de cambio. Vano, por completo, resulta el ampuloso aparato con que los funcionarios de las oficinas de estadística p r e t e n d e n cifrar los correspondientes índices expresivos del p o d e r adquisitivo del dinero y la variación del costo de la vida. En el m e j o r de los casos, esos numerosos índices no constituyen más q u e t o r p e e impreciso reflejo de cambios q u e ya acontecieron. C u a n d o las variaciones de la relación entre la oferta y la d e m a n d a de d i n e r o son pequeñas, nada nos dicen. Por el contrario, c u a n d o hay inflación, c u a n d o registran p r o f u n d o s cambios los precios, esos repetidos índices no nos proporcionan más q u e tosca caricatura de realidades bien conocidas y constatadas a diario p o r todo 4 Vid. infru págs. 617-619. ' Vid. mira págs. 383-387. El ámbito del cálculo económico 345 el m u n d o . Cualquier ama de casa sabe m á s de las variaciones experimentadas por aquellos precios q u e le afectan que cuantos promedios estadísticos cabe arbitrar. De poco le sirven a ella unos cálculos q u e nada le dicen ni de la calidad del bien ni de la cantidad del mismo que, al precio de la estadística, es posible adquirir. C u a n d o , para su personal información, proceda n « m e d i r » los cambios del mercado, fiándose sólo del precio de dos o tres mercancías, no está siendo ni menos «científica» ni más arbitraria que los engreídos matemáticos que, e n t r e varios sistemas, se acogen a u n o d e t e r m i n a d o para c o m p u t a r las realidades del mercado. En la práctica nadie se deja engañar por los números-índices. Nadie se atiene a la ficción de s u p o n e r impliquen auténticas mediciones. C u a n d o se trata de cantidades q u e efectivamente pueden ser o b j e t o de medida, no hay d u d a s ni desacuerdos en t o r n o a las cifras resultantes. Realizadas las o p o r t u n a s operaciones, tales asuntos q u e d a n d e f i n i t i v a m e n t e zanjados. N a d i e discute los datos referentes a la temperatura, la humedad, la presión atmosférica y demás cálculos meteorológicos. Sólo, en c a m b i o , d a m o s por b u e n o un número-índice c u a n d o s u p o n e m o s q u e el que las gentes crean en su certeza ha de beneficiar n u e s t r o s intereses. Mediante números-índices no es posible resolver dilema alguno; tales datos estadísticos sólo sirven para hacer d e f i n i t i v a m e n t e irreconciliables los respectivos intereses y opiniones. La acción h u m a n a provoca cambios. En cuanto ta misma aparece, la estabilidad q u i e b r a , produciéndose continuas mutaciones. La historia no es más q u e una secuencia de variaciones. No p u e d e el h o m b r e d e t e n e r el curso histórico creando un mundo t o t a l m e n t e estable, d o n d e la propia historia resultaría inadmisible. Es consustancial a la naturaleza h u m a n a el pretender mejorar las propias condiciones de vida, el concebir al efecto ideas n u e v a s y el ordenar la acción a tenor de las mismas. Los precios del mercado son hechos históricos, resultado de u n a constelación de circunstancias registradas, en un cierto m o m e n t o , del irreversible proceso histórico. En la esfera praxeológica, el concepto de medición carece totalmente de 346 t.a Acción Humana sentido. P e r o en u n a imaginaria — y , desde luego, irrealizab l e — situación plenamente rígida y estable no hay cambio alg u n o q u e pueda ser o b j e t o de medida; en el m u n d o real, de incesante cambio, no hay p u n t o s , objetos, cualidades o relaciones fijas q u e permitan medir las variaciones acontecidas. 5. EL FUNDAMENTO BÁSICO DE LA IDEA DE E S T A B I L I Z A C I Ó N El cálculo económico no exige aquella estabilidad monetaria que los defensores de la misma reclaman; no lo p e r t u r b a el q u e no sea ni imaginable ni posible d o t a r al signo m o n e t a r i o de rígido e invariable poder adquisitivo. El f u n c i o n a m i e n t o del cálculo económico sólo precisa de un sistema monetario i n m u n e a la interferencia estatal. C u a n d o las autoridades incrementan la cantidad de d i n e r o circulante, ya sea con miras a ampliar la capacidad adquisitiva del gobierno, ya sea buscando una (temporal) rebaja de la tasa del interés, desarticulan todas las relaciones monetarias y perturban g r a v e m e n t e el cálculo económico. El primer objetivo q u e una sana política monetaria debe perseguir es el de impedir al g o b e r n a n t e tanto el hacer p o r sí mismo inflación c o m o el inducir la expansión crediticia de la banca privada. Tales medidas de auténtico saneamiento monetario ninguna relación guardan con aquellos o t r o s planes, siempre confusos e í n t i m a m e n t e contradictorios, t e n d e n t e s a estabilizar y congelar el poder adquisitivo del dinero. La buena marcha del cálculo económico sólo exige evitar se produzcan graves y bruscas variaciones en la cantidad de d i n e r o manejada por el mercado. El patrón o r o —y hasta la m i t a d del siglo x i x , también el patrón p l a t a — c u m p l i ó satisfactoriamente las condiciones precisas para la correcta operación del cálculo económico. Variaba, en efecto, tan escasamente la relación entre las existencias y la demanda de dichos metales y era, consiguientemente, tan lenta la modificación de su p o d e r adquisitivo que los empresarios podían despreciar en sus cálculos tales mutaciones sin temor a equivocarse gravemente. En el terreno del cálculo económico no es posible una precisión abso- El ámbito del cálculo económico 347 luta, aun excluyendo aquellos errores e m a n a d o s de no tomar d e b i d a m e n t e en consideración la mutación de las circunstancias monetarias 6 . El empresario vese obligado siempre a manejar en sus planes datos referentes al incierto f u t u r o ; lucubra en t o r n o a precios y a costos del m a ñ a n a . La contabilidad y teneduría de libros, c u a n d o pretenden reflejar los resultados de pasadas actuaciones, tropiezan con los mismos problemas, al valorar instalaciones, existencias y créditos contra terceros. Pese a tales incertitudes, el cálculo económico alcanza su preciso objetivo, ya que aquella i n c e r t i d u m b r e no es f r u t o de imperfección del sistema, sino secuela obligada del actuar, que ha de abordar siempre un mañana incognoscible. La idea de estabilizar el poder adquisitivo del dinero no b r o t ó , desde luego, del deseo de proporcionar mayor exactitud al cálculo económico. Engendróla el anhelo de crear una esfera i n m u n e al incesante fluir de las cosas humanas, un m u n d o a j e n o al c o n t i n u o devenir histórico. Las rentas destinadas a atender p e r p e t u a m e n t e las necesidades de fundaciones religiosas, instituciones de caridad o grupos familiares, d u r a n t e mucho tiempo, se reflejaron en terrenos o productos agrícolas. Estableciéronse, más tarde, anualidades monetarias. T a n t o donantes como beneficiarios suponían q u e las rentas representadas por una cierta cantidad de m e t a l precioso no podrían ser afectadas por las mutaciones económicas. Tales esperanzas, sin embargo, resultaron fallidas. Las sucesivas generaciones pudieron c o m p r o b a r cómo fracasaban los planes más cuidadosamente trazados por los d i f u n t o s patronos. Acicateadas por dicha experiencia, las gentes comenzaron a lucubrar en torno a si habría alguna fórmula q u e permitiera alcanzar tan deseados objetivos. Los estudiosos, por eso, lanzáronse a especular en ' Incidcntalmcntc, o de hacer notar que, en la práctica, ningún cálculo económico puede jamás resultar veraz de un modo absoluto. El método seguido puede ser correcto; pero, como en el cálculo se manejan siempre cantidades aproximadas, nunca cabe sea el resultado rigurosamente preciso. Según antes (págs. 74 y 73) se decía, la economía constituye, desde luego, ciencia exacta, que se ocupa de cosas reales; sin embargo, en cuanto empieza a manejar precios efectivos la exactitud esfúmase, viniendo la historia económica a ocupar el puesto de In economía pura. 348 La Acción Humana torno a las variaciones del poder adquisitivo del dinero, pretendiendo hallar fórmulas que permitieran suprimirlas. El asunto cobró particular trascendencia cuando los gobiernos comenzaron a emitir deuda pública perpetua, cuyo principal nunca habría de ser reembolsado. El estado, esa nueva deidad de la naciente estatolatria, esa eterna y sobrehumana institución, inmune a toda terrenal flaqueza, brindaba oportunidad al ciudadano para que pusiera su riqueza a salvo de cualquier vicisitud, ofreciéndole ingresos seguros y estables. Ingeniábanse, de esta suerte, sistemas que evitaban al individuo el tener, a diarto, que arriesgar y reconquistar, en el mercado, rentas y fortunas. Quien invirtiera sus fondos en eí papel emitido por el gobierno o . p o r las entidades paraestatales quedaría para siempre liberado de las insoslayables leyes del mercado y del yugo de la soberanía de los consumidores. Ya no habría de preocuparse por invertir su dinero precisamente en aquellos cometidos que mejor sirvieran los deseos y las necesidades de las masas. El poseedor de papel del estado hallábase plenamente asegurado, a cubierto de los peligros de la competencia mercantil, sancionadora de la ineficacia con pérdidas patrimoniales graves; la imperecedera deidad estatal habíale acogido en su regazo, permitiéndole disfrutar tranquilamente de cuanto otrora acumulara. Las rentas de tales favorecidos no dependían ya de haber sabido atender, del mejor modo posible, las necesidades de los consumidores; estaban, por el contrarío, plenamente garantizadas mediante impuestos recaudados gracias al aparato gubernamental de compulsión y coerción. Se trataba de gentes que, en adelante, no tenían ya por qué servir a sus conciudadanos, sometiéndose a su soberanía; eran más bien asociados del estado, que gobernaba y exigía tributo a las masas. El interés ofrecido por el gobierno, desde luego, resultaba inferior al que el mercado pagaba; tal perjuicio resultaba, sin embargo, ampliamente compensado por la indiscutible solvencia del deudor, cuyos ingresos, desde luego, no dependían de haber sabido servir dócilmente al público; provenían de coactivas exacciones fiscales. Pese a los desagradables recuerdos que los primeros em- El ámbito del cálculo económico 349 préstitos públicos habían dejado, las gentes depositaron amplia confianza en las modernas administraciones públicas surgidas hace cien años. No se ponía en duda que las mismas darían fiel cumplimiento a ¡as obligaciones que voluntariamente contrajeran. Capitalistas y empresarios advertían perfectamente que dentro de una sociedad de mercado no hay forma de conservar la acumulada riqueza más que reconquistándola a diario en ruda competencia con todos, con las empresas ya existentes y con aquellos recién llegados «que surgen de la nada». El empresario viejo y cansado, que no quería seguir arriesgando, en cometidos ingeniados para mejor servir al consumidor, las riquezas que un día, a pulso, ganara y, también, los herederos de ajenas fortunas, indolentes y plenamente conscientes de su incapacidad, preferían invertir sus fondos en papel del estado, buscando protección contra la implacable ley del mercado. La deuda pública, perpetua e irredimible, sin embargo, supone plena estabilidad del poder adquisitivo de la moneda. Podrá ser eterno el estado y su poderío, pero el interés pagado sólo gozará de esa misma condición si es computado con arreglo a un patrón de valor inmutable. El inversor que, por tales caminos, buscando la seguridad, rehuye el mercado y la actuación empresarial; quien teme suscribir títulos privados y prefiere los bonos del tesoro, vuelve a encontrarse enfrentado con la misma realidad que tanto le amedrentaba: con el problema de la permanente mutabilidad de todas las cosas humanas. Una vez más, constata que en el mercado la riqueza sólo puede conquistarse a través de la propia mecánica clel mismo, de suerte que vana ilusión es, en tal entorno, pretender hallar inmarcesible fuente de riqueza. En nuestro mundo no existe nada de cuanto suele denominarse estabilidad y seguridad, circunstancias éstas que el esfuerzo humano nunca logrará imponer en el planeta. Dentro de la sociedad de mercado sólo cabe adquirir y conservar la riqueza sirviendo acertadamente a los consumidores. Eí estado puede, desde luego, imponer cargas tributarias a sus subditos, así como tomar a préstamo el dinero de éstos. Ahora bien, ni el más despiadado gobernante logra, a la larga, violentar las leyes m 350 t.a Acción Humana q u e rigen la vida y la acción h u m a n a . Si el gobierno dedica las sumas tomadas a p r é s t a m o a aquellas inversiones a través de las cuales q u e d a n mejor atendidas las necesidades de los consumidores y, en libre y abierta competencia con los empresarios particulares, triunfa en tales cometidos, hallaráse en la misma posición que cualquier o t r o industrial, es decir, podrá pagar rentas e intereses p o r q u e habrá cosechado una diferencia e n t r e costos y rendimientos. Por el contrario, si el estado invierte desacertadamente dichos fondos, de tal suerte q u e no se produce el aludido superávit, el capital correspondiente disminuirá e incluso desaparecerá, cegándose aquella única f u e n t e q u e había de producir las cantidades necesarias para el pago de principal e intereses. En tal s u p u e s t o sólo cabe q u e el g o b i e r n o recurra a la exacción fiscal, si es q u e desea dar c u m p l i m i e n t o fiel a lo q u e libremente pactara con quienes le prestaron su dinero. M e d i a n t e tales cargas tributarias penaliza a las gentes por las sumas que él ayer dilapidó. El aparato g u b e r n a m e n t a l , c o m o contrapartida de tal imposición, ningún servicio presta a los ciudadanos. El g o b i e r n o abona intereses por un capital q u e se ha consumido, q u e ya no existe. Sobre el erario recae la pesada carga de torpes actuaciones anteriores. Cabe, desde luego, justificar los préstamos al estado si son a corto plazo. Resultan, en cambio, inconsistentes los argumentos c o m ú n m e n t e esgrimidos en favor de los e m p r é s t i t o s de guerra. C u a n t o el suministro del ejército exija, f o r z o s a m e n t e habrá de ser o b t e n i d o restringiendo el c o n s u m o civil, trabajando más e, incluso, consumiendo una parte del capital existente. La carga bélica recae íntegramente sobre la generación en lucha. A las subsiguientes aféctales el conflicto tan sólo por c u a n t o heredaron menos de lo que, en o t r o caso, les hubiera correspondido. El financiar la guerra mediante la emisión de deuda pública jamás supone transferir parte de la carga a los hijos o a los nietos de los combatientes 7 . Tal f ó r m u l a finan' Al hablar de empréstitos nos referimos a los préstamos concertados por el gobierno con quienes tienen fondos líquidos que pueden destinar a tal cometido. No se alude al problema de la expansión crediticia que, modernamente, en América, el gobierno arbitra a base de tomar dinero a préstamo de la banca privada. El ámbito del cálculo económico 351 ciera constituye sistema q u e p e r m i t e repartir la carga del conflicto entre los ciudadanos. P o r q u e si el gasto bélico hubiera de ser a t e n d i d o sólo con i m p u e s t o s , contribuirían al m i s m o únicamente quienes dispusieran de fondos líquidos. Los demás no harían las adecuadas aportaciones. Sirviéndose de los empréstitos a c o r t o plazo cabe minimizar dicha desigualdad, ya q u e hacen posible una o p o r t u n a d e r r a m a entre los propietarios de capital fijo. El crédito a largo plazo p ú b l i c o o semipúblico supone anómala institución en el marco de la economía de mercado, q u e p e r t u r b a su f u n c i o n a m i e n t o . Tales fórmulas financieras f u e r o n ingeniadas en v a n o i n t e n t o p o r olvidar la n a t u r a l limitación de la acción h u m a n a y crear una zona de eterna seguridad, q u e no sería afectada por la típica t r a n s i t o r i e d a d c inestabilidad de las cosas terrenas. P r e s u n t u o s a y engreída, en verdad, resulta la idea de convenir p r é s t a m o s p e r p e t u o s , concertar contratos e t e r n o s y estipular clausulas q u e el f u t u r o más r e m o t o haya de respetar. P o c o importa q u e l o s e m p r é s t i t o s públicos sean o no emitidos f o r m a l m e n t e con carácter p e r p e t u o ; tácitamente y en la práctica, de tal condición se les considera. En la época de mayor esplendor del liberalismo h u b o gobiernos q u e efectivam e n t e r e d i m i e r o n parte de la d e u d a pública mediante h o n r a d o reembolso de su principal. Lo corriente, sin embargo, siempre f u e el ir acumulando, sobre los antiguos, nuevos débitos. La historia financiera de los ú l t i m o s cien años refleja un continuo y general incremento de la d e u d a pública. Nadie supone ya q u e las administraciones e t e r n a m e n t e soportarán la gravosa carga de los correspondientes intereses. T a r d e o t e m p r a n o , todas esas d e u d a s , de una u otra f o r m a , q u e d a r á n impagadas. Una legión de desleales escritores afánase ya por arbitrar justificaciones morales a tal actuar, p e n s a n d o en la próxima abierta repudiación de los d é b i t o s en cuestión \ ' El argumento, en este sentido, de mayor popularidad es aquel según el cual la deuda pública no implica, en verdad, carga alguna, por cuanto a nosotros mismo; nos la debemos. De ser ello verdad, ciertamente, carecería de trascendencia el cancelar todos los empréstitos público» mediante simples compensaciones contables. Más cierto, sin embargo, es que, en la deuda pública, encarnan acciones jurídicas que corresponden a quienes, en su día, confiaron sus fondos al gobierno contra 352 t.a Acción Humana No puede considerarse imperfección del cálculo económico el q u e resulte inutilizable c u a n d o se trata de abordar quiméricos planes tendentes a implantar impracticable régimen de absoluta quietud y eterna seguridad, i n m u n e a las insoslayables limitaciones de la acción h u m a n a . En n u e s t r o m u n d o ningún valor es eterno, absoluto e inmutable. V a n o , por eso, es pretender hallar específicas medidas para tales valores. No debe estimarse imperfecto el cálculo económico simplemente p o r c u a n t o no conforma con las arbitrarias ideas de quienes quisieran hallar perennes f u e n t e s de renta, independientes de los h u m a n o s procesos productivos. quienes, a diario, incrementan la riqueza del país. Supone, dicho de diferente modo, carga impuesta a las clases más productivas en beneficio de otros grupos. Pero exonerar a aquellos sectores de la aludida carga exigiría recaudar los correspondientes impuestos exclusivamente de los tenedores de papel del estado y ello equivaldría a una mal encubierta repudiación de la deuda pública. C A P I T U L O X I I I El cálculo monetario al servicio de la acción 1. E L CÁLCULO MONETARIO, INSTRUMENTO D E L PENSAR El cálculo monetario e;; el norte con referencia al cual oriéntase la acción dentro de un sistema social montado bajo el signo de la división del trabajo. Viene a ser la brújula que guía al hombre cuando éste se lanza a producir. Las gentes consiguen, mediante el cálculo, distinguir, entre las múltiples producciones posibles, las remunera doras de las que no lo son; las que seguramente serán apreciadas por el consumidor soberano, de las que lo más probable es que éste rechace. Cada etapa y cada paso de la actuación productiva ha de ponderarse a la luz del cálculo monetario. Sólo cuando la acción ha sido precedida por el correspondiente c ó m p u t o de costos y beneficios, cabe decir f u e la misma, en verdad, planificada. Y el establecimiento, a posterior i, del resultado que anteriores actuaciones provocaran ¡10 menos exige, por su parte, la contabilización de pérdidas y ganancias. La posibilidad del cálculo económico en términos monetarios viene, sin embargo, condicionada por la existencia de determinadas instituciones sociales. Sólo es practicable en el marco institucional de la división del trabajo y de la propiedad privada de los medios de producción, es decir, dentro de un orden bajo el cual los bienes y servicios se compran y se venden contra un medio de intercambio comúnmente aceptado, 0 sea, contra dinero. El cálculo monetario es un método de ponderar del que pueden servirse sólo quienes se mueven bajo la égida de una ¿i 354 t.a Acción Humana sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción. Constituye i n s t r u m e n t o destinado a gentes q u e actúan; sistema de computación q u e p e r m i t e conocer la riqueza y los ingresos de los particulares, los beneficios o pérdidas de quienes operan p o r c u e n t a propia en una sociedad de libre empresa El resultado del cálculo económico invariablemente alude a actuaciones individuales. C u a n d o en una estadística resúmese el c o n j u n t o de tales resultados, la cifra reflejada nos habla de la suma de una serie de acciones a u t ó n o m a s practicadas por una pluralidad de individuos independientes, de un c o n j u n t o , de una totalidad. En c u a n t o las cosas no se contemplan desde el p u n t o de vista típicamente individual, ya no cabe recurrir al cálculo económico. El cálculo quiere ponderar beneficios individualizados; jamás c o m p u t a r quimérico valor o bienestar «social». El cálculo m o n e t a r i o constituye instrumento básico para planear y actuar en una sociedad de libre empresa, gobernada e impulsada p o r el mercado y los precios. En tal marco engendróse y f u e d e p u r a d o , a medida q u e se perfeccionaba la mecánica del mercado y se ampliaba el n ú m e r o de bienes que, en éste, a cambio de d i n e r o , cabía contratar. El medir, el cifrar y el c o m p u t a r deben la e m i n e n t e posición q u e ocupan, en esta nuestra civilización, esencialmente cuantitativa y estimativa, .1 la posibilidad del cálculo económico. Sólo a su a m p a r o , es más, cobran interés práctico los datos mensurables con q u e la física o la química nos ilustran. Gracias al cálculo monetario devino la aritmética un arma efectiva al servicio del h o m b r e en su lucha p o r conquistar más elevados niveles de vida. U n i c a m e n t e recurriendo a él, p u e d e el h o m b r e ponderar la trascendencia social de los experimentos de laboratorio y, consecuentemente, servirse de tales enseñanzas para mejor combatir t a n t o dolor c o m o aflige a la h u m a n i d a d . El cálculo monetario alcanza su máxima perfección en la contabilidad de capital; indícase al empresario cuál sea el imp o r t e monetario de los medios de producción de que dispone, ' En las asociaciones y compañías son siempre personas individuales —si bien no una sola— quienes actúan. El cálculo monetario al servicio de Id acción 355 permitiéndole c o n f r o n t a r dicha cifra con los resultados q u e tanto la acción h u m a n a c o m o o t r o s factores pueden haber provocado. Tal confrontación proporciona cumplida información acerca de las mutaciones q u e hayan registrado los negocios, así como la m a g n i t u d de tales cambios; deviene entonces posible apreciar los éxitos y los fracasos, las pérdidas y las ganancias. Con el único fin de vilipendiar y desprestigiar el sistema de libre empresa, se le califica de régimen capitalista, de capitalismo. Tal apelativo, pese a la motivación que lo engendró, cuad r a perfectamente al sistema. Alude, en efecto, al más típico rasgo del orden en cuestión, a su primordial excelencia, al papel p r e p o n d e r a n t e q u e en su mecánica desempeña el concepto de capital. H a y gentes a las q u e el cálculo m o n e t a r i o repugna. No quieren q u e el aldabonazo crítico de la razón les impida seguir s o ñ a n d o despiertos. La v e r d a d les desasosiega; prefieren fantasear en t o r n o a m u n d o s de ilimitada abundancia; incomódales la existencia de un o r d e n social tan ruin q u e t o d o lo c o m p u t a en dólares y centavos. Califican tic noble afán su descontento; p o r q u e ellos prefieren lo espiritual, lo bello y lo virtuoso a la grosera bajeza y malicia de los Babbitt *. P e r o más cierto es q u e la facultad razonadora de la mente, q u e cifra y c o m p u t a , en m o d o alguno impide rendir c u l t o a la estética y a la virtud, a la sabiduría y a la verdad. El análisis serio y riguroso, desde luego, resulta imposible en la esfera de las vanas ensoñaciones. Lo q u e más atemoriza al extático visionario es una m e n t e q u e fríamente calcule y pondere. Hállase inseparablemente ligada nuestra civilización al cálculo económico y se h u n d i r á tan p r o n t o c o m o renunciemos a tan inapreciable h e r r a m i e n t a intelectual. Razón tenía G o e t h e c u a n d o aseguraba q u e la contabilidad p o r partida doble era « u n o de los descubrimientos más grandes y más sutiles de la mente h u m a n a » \ * Bahbilt constituye, en EE. UU , término denigrntivo de ta «mentalidad burguesa», en general, y del empresario capitalista, en particular, tomado de la novela (1922) del mismo título, del célebre novelista americano Sinclair Lewii (1885-1951). (N. del T.) 1 Vid. GOETHR. Años de aprendizaje de Wilhelni Meisler. libro I, cap. X t.a Acción Humana 356 2. E L CÁLCULO ECONÓMICO y LA CIENCIA DE LA ACCIÓN HUMANA La aparición del cálculo económico de índole capitalista constituye insoslayable p r e s u p u e s t o para q u e pueda ser estructurada una ciencia de la acción h u m a n a sistemática y lógicamente coherente. La praxeología y la economía aparecen en determinada etapa de la historia de la h u m a n i d a d y del progreso de la investigación científica. No podían tomar c u e r p o mientras el h o m b r e no elaborara u n o s métodos de pensar q u e permitieran cifrar y calcular el resultado de sus propias actuaciones. La ciencia de la acción h u m a n a es una disciplina q u e comenzó ocupándose tan sólo de aquello q u e cabía contemplar a la luz de! cálculo monetario. Interesábase exclusivamente por lo que, en sentido restrictivo, corresponde a la economía, es decir, abordaba únicamente las actuaciones que, en la sociedad de mercado, se practican con la intervención del dinero. Los primeros balbuceos de nuestra ciencia consistieron en inconexas investigaciones acerca de la moneda, el crédito y el precio de d e t e r m i n a d o s bienes. Los h o m b r e s comenzaron a percatarse de la inexorable regularidad de los fenómenos q u e en el m u n d o de la acción se p r o d u c e n , a través de la ley de G r e s h a m , de la de Gregory King y de otras toscas y primitivas exposiciones, c o m o aquellas q u e Bodino y Davanzati formularan para explicar la teoría cuantitativa del d i n e r o *. La primera * La ley de Gresham, como es sabido, en resumen, reaa que «la moneda mala expulsa a la buena del mercado». La frase, al parecer dicha por Sir Thomas Gresham (1519-1579), distinguido comerciante de la ¿poca, a la reina Isabel de Innl»terru (1533-1603), indudablemente resulta válida siempre y cuando se matice con la consideración de que es la coetánea intervención estatal, al pretender coactivamente equiparar la mala a la buena, lo que desplaza a ésta de la circulación. En ausencia de tal intervención, ambas se emplearían indistintamente, sí bien con dispar poder adquisitivo. Gregory King (1684-1712), como otros precursores —Juan Bodino (1530-1569), Bernardo Davanzati (1529-1606)—, enttevió la teoría cuantitativa del valor de la moneda, afirmando que todo aumento de la cantidad de dinero tenia que hacer subir proporcíonaJmente los precios del mercado, peto quedaba reservado a Mises el descubrir la íntima realidad del proceso, apelando, tambiiín aquí, a la doctrina marginal y subjetívista del valor, principio que anteriormente nadie habla creído El cálculo monetario al servicio de la acción 357 sistemática general de la teoría económica, q u e tan brillantem e n t e supieran e s t r u c t u r a r los economistas clásicos, limitábase a analizar aquel aspecto de la acción h u m a n a q u e cabe contemplar a la luz del cálculo m o n e t a r i o . Aparecía así implícitamente trazada la f r o n t e r a e n t r e lo q u e debía estimarse económico y lo extraeconómico, q u e d a n d o separadas las actuaciones q u e podían ser c o m p u t a d a s en términos dinerarios de aquellas otras que no admitían'' tal tratamiento. P a r t i e n d o de esa base, sin embargo, los economistas, poco a poco, f u e r o n ampliando el campo de sus estudios, hasta llegar, finalmente, a una sistemática capaz de analizar todas las h u m a n a s elecciones y preferencias, a u n a la teoría general de la acción. aplicable a los temas monetarios. Llega el autor a la conclusión, como luego veremos, de que el valor del dinero, como el de cualquier otro bien, depende de la demanda del mismo: cuando, invariadas las restantes circunstancias, las gentes quieren aumentar sus tesorerías, provocan, indefectiblemente, una tendencia a la baja de los precios, y al revés acontece en el caso contrario, razón por la cual, al aumentar las existencias de medios de pago, suben aquéllos, subida que, sin embargo, jamás es proporcional ni coetánea, por lo que fácilmente induce a la confusión el hablar de «nivel de precios», como si se tratara de uniforme marea en alza o descenso; más bien, en tales casos, lo que, como dice Mises, se produce es una «revolución» de precios. (Vid. infra cap. XVII, particularmente 6 y 9.) (N. del T.) CUARTA PARTE La cataláctica o la teoría del mercado C A P I T U L O X I V Ambito y metodología de la cataláctica 1. L A D E L I M I T A C I Ó N D E LOS P K O B L E M A S C A T A L Á C T I C O S Nunca h u b o duda o incertidumbre alguna en torno al ámbito propio de la ciencia económica. Desde que los hombres comenzaron a interesarse por el examen sistemático de la misma (Economía Política), lodo el m u n d o convino en q u e cons tituía el objeto de esta rama del saber el investigar los fenómenos del mercado, es decir, inquirir la naturaleza de los tipos de intercambio que entre los diversos bienes y servicios registrábanse; su relación de dependencia con la acción humana; y la trascendencia que encerraban con respecto a las futuras actuaciones del hombre. Las dificultades con que se tropieza al tratar de precisar el ámbito de la ciencia económica no provienen de que haya incertidumbre en lo atinente a cuáles sean los fenómenos que deban examinarse. Los problemas surgen en razón a que el análisis oblígale ni investigador a salirse de la órbita propiamente dicha del mercado y de las transacciones mercantiles. Porque, para comprender cabalmente lo que el mercado sea, preciso resulta contemplar, de un lado, el imaginario proceder de unos hipotéticos individuos que se supone aislados y que actuarían solitarios, y de otro, un en realidad impracticable régimen socialista universal, Para investigar el intercambio interpersonal, obligado es, primero, examinar el cambio autístico (intrapersonal) y deviene, entonces, ciertamente harto difícil trazar neta frontera entre qué acciones deban quedar comprendidas dentro del ámbito de la ciencia económica, en sentido estricto, y cuáles deban ser excluidas, 362 t.a Acción Humana pues la economía fue, poco a poco, ampliando sus primitivos horizontes hasta convertirse en una teoría general que abarca ya cualesquiera actuaciones de índole humana. Se ha transformado en praxeología. Por eso resulta difícil precisar, dentro del amplio campo de tal general teoría, ios límites concrcto> de aquella más estrecha disciplina, que se ocupa sólo de las cuestiones estrictamente económicas. Vanos resultaron los esfuerzos por resolver esc problema, atinente a la precisa delimitación del ámbito tic la catatáctica. acudiendo a las motivaciones que al hombre impelen a actuar o a la índole de los objetivos que la acción pueda, en cada caso, perseguir. Pues el reconocer que los motivos determinantes de la acción cabe sean múltiples y variados carece de interés cuando lo que se pretende es formular una teoría general de la acción. Toda actuación viene invariablemente impuesta por el deseo de suprimir determinado malestar; por eso resulta intrascendente, para nuestra ciencia, cuál calificativo el correspondiente malestar pueda merecer desde un punto de vista fisiológico, psicológico o ético. El objeto de la ciencia económica consiste en analizar los precios de los bienes tal y como, efectivamente, en el mercado se demandan y abonan. Sería falsear el análisis el restringir nuestro estudio a tinos precios que posiblemente engendrarían determinadas actuaciones, merecedo ras de específico apelativo, al ser contempladas desde el punto de vista de la psicología, de la ética o desde cualquier otra fni ma de enjuiciar la conducta humana. El distinguir las diversas actuaciones, con arreglo a los múltiples impulsos que las moti van, puede ser de trascendencia para la psicología o para su ponderación moral; ahora bien, para la economía, tales circunstancias carecen de interés. Lo mismo, sustancial mente, cabe decir de las pretensiones de quienes quisieran limitar el campo de la economía a aquellas actuaciones humanas cuyo objetivo es proporcionar a las gentes mercancías materiales y tangibles del externo universo. El hombre no busca los bienes materiales per se, sino por el servicio que tales bienes piensa le pueden proporcionar. Quiere incrementar su bienestar mediante la utilidad que considera que los correspondientes bienes pueden Ambito y •metodología de la cataláctica 363 reportarle. Siendo ello así, no cabe excluir, de e n t r e las actuaciones «económicas», aquellas q u e d i r e c t a m e n t e , sin la mediación de ninguna cosa tangible o visible, p e r m i t e n s u p r i m i r determinados malestares h u m a n o s . Un consejo medico, la ilustración q u e un maestro nos proporciona, el recital de un artista y otros muchos servicios personales caen, e v i d e n t e m e n t e , dentro de la órbita de los estudios económicos, por lo mismo q u e en ella también q u e d a n incluidos los planos del arquitecto q u e permiten construir la casa, la f ó r m u l a científica a cuyo a m p a r o se o b t e n d r á el deseado p r o d u c t o químico o la labor del escritor que engendra el libro cuya lectura tan grata resulta. I n t e r e s a n a la cataláctica todos los f e n ó m e n o s de m e r c a d o ; su origen, su desarrollo, así c o m o las consecuencias, f i n a l m e n t e , por los mismos provocadas. Las gentes, en el propio mercado, no sólo buscan alimento, cobijo y satisfacción sexual, sino también o t r o s muchos deleites «espirituales». El h o m b r e , al actuar, interésase, al tiempo, por cosas «materiales» y cosas «inmateriales». O p t a entre diversas alternativas, sin preocuparse de si el o b j e t o de su preferencia pueda ser considerado, por otros, « m a t e r i a l » o «espiritual». En las h u m a n a s escalas valorativas todo se entremezcla. A u n a d m i t i e n d o fuera posible trazar rigurosa f r o n t e r a entre u n a s y o t r a s apetencias, no cabe olvidar q u e la acción unas veces aspira a alcanzar, al tiempo, objetivos ma tcriales y espirituales y, otras, opta por bienes de un tipo o del o t r o . Carece de interés el lucubrar en torno a si es posible distinguir con precisión e n t r e aquellas actuaciones tendentes a satisfacer necesidades de índole exclusivamente fisiológica de aquellas otras de condición «más elevada». Conviene, sin embargo, a este respecto, advertir q u e no hay ningún alimento q u e el h o m b r e valore tan sólo por su poder nutritivo, ni casa ni vestido alguno que únicamente aprecie por la protección q u e contra el f r í o o la lluvia pueda proporcionarle. Es preciso percatarse de que, en la d e m a n d a de los diversos bienes, influyen p o d e r o s a m e n t e consideraciones metafísicas, religiosas y éticas, juicios de valor estético, c o s t u m b r e s , hábitos, prejuicios, tradiciones, modas y otras mil circunstancias. Un economista, que 364 t.a Acción Humana quisiera restringir sus investigaciones tan sólo a cuestiones de índole p u r a m e n t e material, p r o n t o advertiría q u e el objeto de su análisis se le e s f u m a b a en cuanto pretendía aprehenderlo. Lo único q u e cabe proclamar es q u e los estudios económicos aspiran a analizar los precios monetarios de los bienes y servicios que en el mercado se intercambian; y que para ello, ante todo, preciso resulta e s t r u c t u r a r u n a teoría general de la acción h u m a n a . Pero, por eso mismo, la investigación no p u e d e q u e d a r restringida a los fenómenos puros de mercado, sino q u e tiene también que a b o r d a r tanto la conducta de un hipotético ser aislado como la mecánica de una comunidad socialista, no siendo, además, posible limitar el análisis a las actuaciones calificadas por lo c o m ú n de «económicas», pues resulta igualmente obligado ponderar aquellas otras generalmente consideradas de índole «no económica». El á m b i t o de la praxeología, teoría general de la acción h u m a n a , puede ser delimitado v definido con la máxima precisión. Los problemas típicamente económicos, los temas referentes a la acción económica, en su sentido más estricto, por el contrario, sólo de un m o d o a p r o x i m a d o pueden ser desgn jacios del cuerpo de la teoría praxeológica general. Realidades accidentales que registra la historia de nuestra ciencia y circunstancias p u r a m e n t e convencionales influyen c u a n d o se trata de definir el «genuino» ámbito de la ciencia económica. No son razones de índole rigurosamente lógica o epistemológica, sino usos tradicionales y el deseo de simplificar las cosas, lo que nos hacc proclamar que el á m b i t o catal,íctico, es decir, el de la economía en sentido restringido, es aquel q u e atañe al análisis de los fenómenos del mercado. Ello equivale a afirmar que la cataláctica se ocupa de aquellas actuaciones practicadas sobre la base del cálculo monetario. El intercambio mercantil y el cálculo monetario hállanse inseparablemente ligados e n t r e sí. Un mercado con cambio directo tan sólo no es sino imaginaria construcción. Es más; la aparición del dinero y del cálculo monetario viene condicionada por la preexistencia del mercado. Cierto es q u e la economía debe analizar la mecánica de un imaginario sistema socialista de producción. El análisis del mis- Ambito y •metodología de la cataláctica 365 ino, sin embargo, p r e s u p o n e previa estructuración de una ciencia cataláctica, es decir, de un sistema lógico basado en los precios monetarios y el cálculo económico. ¿ E X I S T E , COMO CIENCIA, LA ECONOMIA? Hay quienes niegan, pura y simplemente, la existencia de la ciencia económica. Cierto es que cuanto, bajo ese apelativo, se enseña, en la mayor parte de las universidades modernas, implica su abierta negación. Los idearios en cuestión, suponen, tácitamente, que no hay en el mundo escasez alguna de medios materiales que perturhe la satisfacción de las necesidades humanas. Sentada tal premisa, se proclama que, suprimidos los perniciosos efectos que ciertas artificiosas instituciones de humana creación provocan, todo el mundo vería satisfechas cuantas apetencias cabe sentir. La naturaleza en sí es generosa y derrama riquezas sin cuento sobre la humanidad. La existencia en la tierra, cualquiera que fuera el número de los humanos, podría ser paradisíaca. La escasez es sólo fruto de arbitrarios usos y prácticas; la superación de tales artificios abrirá las puertas a la abundancia plena. Para K. Marx y sus seguidores, la escasez constituye pura categoría histórica. Se trata de una realidad típica de ios primeros estadios históricos, que desaparecerá atando sea abolida la propiedad privada de los medios de producción. Tan pronto como la humanidad haya superado el mundo de la necesidad para ingresar en el de la l i b e r t a d a l c a n z a n d o , de esta suerte, «la fase superior de la sociedad comunista», habrá abundancia de todo y será posible «dar a cada uno según sus necesidades» 2 . No es posible hallar, en todo el mare magnum de publicaciones marxistas, ni la más leve alusión a la posibilidad de que la sociedad comunista en su «fase superior» pueda hallarse enfrentada con el problema de 1 Vid. E N G E L S , Herr» En ge n "Dührings Vmwalznng, der Wissenscbtiff. p¡íf> 106, 7." ed„ Stuttgart, 1910. : Vid. K . M A R X , Zar Kritik des sozialdemokratiscben Partetprogramms ton Gotba, pág. 17, ed. Kreibich. Reichenberg, 1920. 366 t.a Acción Humana la escasez de los factores naturales de producción. Esfúmase, misteriosamente, la indudable penosidad del trabajo con sólo afirmar que el laborar —si es bajo el régimen comunista— no constituirá carga, sino placer, deviniendo entonces «la fundamental exigencia de Ja vida» \ Las terribles realidades del «experimento» ruso justifícanse aludiendo a la hostilidad de los países capitalistas, a que el socialismo en un solo país todavía no es pcrefecto, de tal suerte que aún no ha sido posible plasmar la «fase superior» del comunismo y, últimamente, mediante ampararse en los estragos causados por la bélica conflagración. También existen los inflacionistas radicales, defensores tic las ideas que estructuraran, por ejemplo, Proudhon, Ernest Solvay y, en la América actual, aquellas escuelas que nos hablan de «financiación funcional». Para estas gentes, la escasez es (ruto de las artificiosas restricciones impuestas a la expansión crediticia y a otras sistemáticas qtte permiten incrementar la cantidad de dinero circulante, medidas restrictivas que los egoístas intereses de clase de los banqueros y demás explotadores han logrado imponer, sin que la ignorancia de las gentes permitiera montar una oposición seria a tales maquinaciones. Panacea para todos los males es el incrementar ilimitadamente el gasto público, Estamos ante el mito de la abundancia y de la saciedad. Dejando el tema en manos de tos historiadores y los psicólogos, bele a la economía desentenderse del problema de determinar poiqué es tan popular este arbitrario modo de pensar v esa tendencia de las gentes a soñar despiertas. Frente a tanta vana palabrería, la economía afirma tan sólo que sti misión es enfrentarse con aquellos problemas que se le suscitan al hombre precisamente porque el mantenimiento de la vida humana exígele disponer de múltiples factores materiales. La economía se ocupa de la acción, es decir, del esfuerzo consciente del hombre por paliar, en lo posible, sus diversos malestares. Para nada le interesa determinar qué sucedería en un mundo, no sólo inexistente, sino incluso inconcebible para la mente humana, donde ningún deseo jamás quedaría insatisfecho. Cabe admitir que en tal imaginario supuesto ni regí ría la ley del valor, ni habría escasez, ni problema económico ' Vid lb\d Ambito y •metodología de la cataláctica 367 alguno. Ninguna de estas realidades podría, en efecto, darse, por cuanto no habría lugar a la elección y, al actuar, no existiría dilema que. mediante el raciocinio, hubiera de ser resuelto. Los habitantes de esc hipotético mundo, desde luego, nunca hubieran desarrollado su razón ni su inteligencia y si, en la tierra, alguna vez llegaran a darse tales circunstancias, aquellos hombres perfectamente felices verían cómo iba esfumándose su capacidad de pensar, para acabar dejando de ser humanos. Porque el cometido esencial de la razón estriba en abordar los problemas que la naturaleza plantea; la capacidad intelectual permite a los mortales luchar contra la escasez, El hombre capaz de pensar y actuar sólo puede aparecer dentro de un universo en el que haya escasez, en el que todo género de bienestar ha de conquistarse mediante trabajos y fatigas, aplicando, precisamente, aquella conducta que suele denominarse económica. 2. E L MÉTODO D E INVESTIGACIÓN BASADO EN I.AS CONSTRUCCIONES IMAGINARIAS El sistema de investigación típico de la economía es aquel q u e se basa en construcciones imaginarias. Tal procedimiento constituye el g e n u i n o m é t o d o praxeológico. Fia sido especialmente elaborado y perfeccionado en el marco de los estudios económicos, debiéndose ello a que la economía es la parte de la praxeología hasta ahora más adelantada. Q u i e n q u i e r a pretenda e x p o n e r una opinión sobre los problemas c o m ú n m e n t e considerados de índole económica queda obligado a utilizar el procedimiento de referencia. P o r q u e el recurrir a las aludidas construcciones imaginarias no constituye prerrogativa exclusiva del profesional dedicado a la investigación científica. C u a n d o se trata de abordar cuestiones económicas, igual q u e el teórico, a tal m é t o d o ha de acogerse el p r o f a n o . Sin embargo, mientras las construcciones de éste resultan vagas e imprecisas, el economista procura q u e las suyas sean f o r m u l a d a s con la máxima diligencia, atención y justeza, analizando críticamente todos los supuestos y circunstancias de las mismas. 368 t.a Acción Humana La construcción imaginaria constituye, en definitiva, conceptual imagen de una serie de hechos, resultantes, como lógica consecuencia, tic las previas actuaciones contempladas al f o r m u l a r las mismas. Es f r u t o por t a n t o de la deducción, deriv a n d o por eso de la categoría f u n d a m e n t a l del actuar, es decir, del preferir y rechazar. El economista, al configurar su imaginaria construcción, no se preocupa de si refleja o no exacta y precisamente la realidad q u e se p r o p o n e examinar. No le interesa averiguar si el orden imaginado, en el m u n d o de la realidad, podría efectivamente existir y funcionar. P o r q u e incluso construcciones imaginarias inadmisibles, í n t i m a m e n t e contradictorias y de imposible plasmación práctica, pueden ser útiles y hasta indispensables para c o m p r e n d e r mejor la realidad, siempre y c u a n d o se sepa manejarlas con el d e b i d o tino. Los f r u t o s q u e reporta constituyen la mejor vindicación del m é t o d o . La praxeología no p u e d e , a diferencia de las ciencias naturales, amparar sus enseñanzas en experimentos de laboratorio, ni en el conocimiento sensorial de la realidad externa. P o r ello, la praxeología había forzosamente de e s t r u c t u r a r unos métodos c o m p l e t a m e n t e distintos de los q u e la física o la biología emplean, Incidiría en p u r o dislate quien pretendiera buscar, d e n t r o del c a m p o de las ciencias naturales, algo similar a las construcciones imaginarias, pues, desde luego, las q u e la praxeología maneja nunca pueden ser contrastadas con realidad experimental alguna. Su función estriba en auxiliar al h o m b r e precisamente c u a n d o quiere abordar investigaciones d o n d e no cabe recurrir a la ilustración sensorial, Al contrastar con la realidad las construcciones imaginarias, resulta i m p e r t i n e n t e indagar si éstas conforman con los conocimientos experimentales o si reflejan convenientemente ios datos empíricos. Lo único q u e precisa c o n f i r m a r es si los presupuestos de la construcción coinciden con las circunstancias propias de aquellas actuaciones q u e se quiere enjuiciar. El sistema consiste, f u n d a m e n t a l m e n t e , en excluir de concreta actuación alguna o algunas de las circunstancias q u e en, la misma concurren. Cábenos, de esta suerte, m e n t a l m e n t e ponderar las consecuencias que la ausencia de dichas circunstancias provocaría y advertir la trascendencia de las mismas en caso de 369 Ambito y metodología de la cataláclica existir. P o d e m o s , en este sentido, c o m p r e n d e r la categoría de acción, c o n s t r u y e n d o imaginaria situación en la cual el actuar resultaría inconcebible, o bien p o r q u e las gentes estuvieran ya plenamente satisfechas, sin sentir ningún malestar, o bien p o r q u e desconocieran f o r m a alguna q u e p e r m i t i e r a incrementar su bienestar fsu grado de satisfacción). Del m i s m o modo, aprehendemos el concepto del interés originario f o r m u l a n d o una imaginaria construcción en la cual el individuo no distinguiría entre satisfacciones que, si bien p e r d u r a r í a n un m i s m o lapso de tiempo, serían d i s f r u t a d a s u n a s m á s p r o n t o y otras m á s tarde con referencia al m o m e n t o de la acción. Las construcciones imaginarias resultan imprescindibles en praxeología y constituyen la única sistemática que p e r m i t e la investigación económica. Se trata, desde luego, de un m é t o d o difícil en e x t r e m o de m a n e j a r p o r cuanto fácilmente induce al paralogismo. Q u i e n de él pretende hacer uso se halla indefectiblemente, d i s c u r r i e n d o p o r resbaladiza arista, a ambos de cuyos lados ábrense los abismos de lo absurdo y lo disparatado. Sólo despiadada autocrítica p u e d e evitar caer en tales piélagos. 3. L A E C O N O M Í A PURA DE MERCADO En la imaginaria construcción de una economía pura o de mercado no interferido suponemos se practica la división del trabajo y que rige la propiedad privada (el control) de los medios de producción; q u e existe, p o r tanto, intercambio mercantil de bienes y servicios. Se supone, igualmente, q u e ninguna fuerza de índole institucional p e r t u r b a nada. Se da, finalmente, por a d m i t i d o q u e el gobierno, es decir, el aparato social de compulsión,y coerción, estará p r e s t o a a m p a r a r la b u e n a marcha del sistema, absteniéndose, p o r un lado, de actuaciones que p u e d a n desarticularlo y protegiéndolo, por otro, contra posibles ataques de terceros. El mercado goza, así, de plena libertad; ningún agente a j e n o al mismo interfiere los precios, los salarios, ni los tipos de interés. P a r t i e n d o de tales presupuestos, !a economía trata de averiguar q u é efectos tal organización provocaría. Sólo más tarde, c u a n d o ya ha quedado debi24 370 La Acción Hiiinanti daraente e x p u e s t o c u a n t o cabe inferir del análisis de esa imaginaria construcción, pasa el economista a examinar las cuestiones q u e suscita la interferencia del g o b i e r n o o de otras organizaciones capaces de recurrir a la fuerza y a la intimidación en la mecánica del mercado. Sorprendente, desde luego, resulta que una sistemática como la de referencia, lógicamente impecable, pueda haber sido objetivo de ataques tan apasionados, sobre t o d o c u a n d o constituye el único m é t o d o q u e p e r m i t e abordar los problemas q u e a todos interesan. Las gentes han vilipendiado el sistema considerando se trataba de arbitrario mecanismo m o n t a d o en sectaria defensa de una política económica liberal, q u e tildan de reaccionaria, imperialista, manchesteriana, negativa, etc. Aseguróse q u e del análisis de imaginarias construcciones no cabía derivar ilustración alguna q u e permitiera c o m p r e n d e r mejor la realidad. T a n ardorosos críticos inciden, sin embargo, en abierta contradicción cuando, para e x p o n e r sus propios idearios, recurren a idéntica sistemática. Al abogar por salarios mínimos, preséntannos, teóricamente, las s u p u e s t a m e n t e insatisfactorias situaciones que registraría un libre mercado laboral y, cuando buscan protecciones tarifarias, descríbcnnos, también en prin cipio, las desastradas consecuencias que, en su opinión, el librecambismo habría de provocar. Lo cierto es q u e para pond e r a r cualquier medida tendente a limitar el libre juego de los elementos q u e integran un mercado no interferido, forzoso es examinar, ante todo, aquellas situaciones q u e la libertad económica engendraría. Los economistas, a través de sus investigaciones, han llegado a concluir q u e aquellos objetivos q u e la mayoría, es más, prácticamente todos, se afanan por conquistar m e d i a n t e la inversión de trabajo y esfuerzo, al a m p a r o de diversas políticas, c o m o mejor pueden ser alcanzados es i m p l a n t a n d o un mercado libre cuya operación no se vea p e r t u r b a d a por la interferencia estatal. No hay razón alguna para considerar aserto g r a t u i t o tal conclusión, ni f r u t o de imperfecto análisis. Muy al contrario, hallámonos ante la consecuencia que ofrece riguroso e imparcial estudio del intervencionismo en todas sus facetas. Ambito y •metodología de la cataláctica 371 Cierto es q u e ios economistas clásicos y sus continuadores solían calificar de « n a t u r a l » el sistema basado en una libre economía de mercado, mientras m o t e j a b a n de «artificial» y «pert u r b a d o r » al régimen m o n t a d o sobre la intromisión oficial en los f e n ó m e n o s mercantiles. Tal terminología era también f r u t o del cuidadoso análisis que de los problemas del intervencionismo habían p r e v i a m e n t e practicado. Al expresarse así, nc hacían m á s q u e a t e m p e r a r su dicción a los usos semánticos de una época q u e propendía a calificar de contraria a natura toda institución social tenida por indeseable. El teísmo y el deísmo del siglo de la Ilustración veían reflejados en la regularidad de los f e n ó m e n o s naturales los mandatos de la Providencia. Por eso, c u a n d o aquellos filósofos advirtieron análoga regularidad en el m u n d o de la acción h u m a n a y de la evolución social, tendieron a i n t e r p r e t a r dicha realidad como una manifestación más del paternal t u t e l a j e ejercido por el Creador del universo. En tal sentido, h u b o economistas q u e adoptaron la doctrina de la a r m o n í a predeterminada 4 . La filosofía social en q u e se basaba el despotismo paternalista insistía en el origen divino de la a u t o r i d a d de aquellos reyes y autócratas destinados a gobernar los pueblos. Los liberales, por su parte, replicaban q u e la libre operación del mercado, en el cual el c o n s u m i d o r — t o d o c i u d a d a n o — es soberano, provoca resultados mejores q u e los q u e órdenes emanadas de ungidos gobernantes podían engendrar. C o n t e m p l a d el f u n c i o n a m i e n t o de! mercado — d e c í a n — y veréis en él la m a n o del Señor. Al t i e m p o q u e f o r m u l a b a n la imaginaria construcción de una economía de mercado pura, los economistas clásicos elaboraron su contrafigura lógica, la imaginaria construcción de una comunidad socialista. En el proceso heurístico que, finalmente, permitió descubrir la mecánica de la economía de mercado, este imaginario orden socialista gozó incluso de prioridad lógica. Preocupaba a los economistas el problema referente a si el sas' La aludida predeicrminuda armonía del mercado libre no debe, sin embargo, confundirse con la teoría de la armonía de los intereses sociales rectamente entendidos, que se produce bajo un sistema de mercado, si bien hay cierta analogía entre ambos pensamientos. Vid. píigs. 979.5191 372 t.a Acción Humana tre d i s f r u t a r í a de pan y zapatos en el supuesto de q u e no hubiera m a n d a t o g u b e r n a t i v o alguno q u e obligara al p a n a d e r o y al zapatero a t e n d e r sus respectivos cometidos. Parecía, al pronto, precisa una intervención autoritaria para constreñir a cada profesional a q u e sirviera a sus conciudadanos. P o r eso, los economistas q u e d á b a n s e pasmados al advertir que tales medidas coactivas en m o d o alguno eran necesarias. C u a n d o contrastaban la producción con el lucro, el interés p r i v a d o con el público, el egoísmo con el altruismo, aquellos pensadores tácitamente estaban utilizando la imaginaria construcción de un sistema socialista. Precisamente su sorpresa ante la, digamos, « a u t o m á t i c a » regulación del mercado surgía por c u a n t o advertían q u e m e d i a n t e un « a n á r q u i c o » sistema de producción cabía atender las necesidades de las gentes de m o d o más cumplido q u e recurriendo a cualquier ordenación q u e un o m n i p o t e n t e g o b i e r n o centralizado pudiera e s t r u c t u r a r . El socialismo, como sistema basado en la división del trabajo q u e una autoridad planificadora por e n t e r o gobierna y dirige, no f u e idea q u e los reformadores utópicos e n g e n d r a r a n . Estos últimos tendían más bien a predicar la autárquica coexistencia de reducidas entidades económicas; en tal sentido, recuérdese la ph alan ge de Fourier. Si el radicalismo reformista p u d o recurrir al socialismo, f u e p o r q u e se acogió a aquella idea, de una economía dirigida por un gobierno de á m b i t o nacional o m u n d i a l , implícita ;n las teorías expuestas por los economistas clásicos. LA MAXIMIZACION DE LOS BENEFICIOS Suele decirse que los economistas, a! abordar los problemas que la economía de mercado suscita, parten de irreal supuesto, al imaginar que las gentes se afanan exclusivamente por procurarse la máxima satisfacción personal. Dichos teóricos —asegúrase— basan sus lucubraciones en un imaginario ser, totalmente egoísta y racional, que sólo por su ganancia personal se interesaría. Ese homo oeconomicus tal vez sirva para retratar a los traficantes, a los especuladores de la Bolsa; las gentes, sin embargo, en su inmensa mayoría, son bien diferentes. El lucubrar en torno a la Ambito y •metodología de la cataláctica 373 conducta de ese imaginario ser de nada sirve cuando lo que se pretende es aprehender la realidad tal cual es. Innecesario resulta refutar, una vez más, el confusionismo, error e inexactitud que dicho aserto implica, pues las falacias que contiene fueron ya examinadas en las partes primera y segunda de este libro. Conviene ahora, sin embargo, centrar nuestra atención en el problema relativo a la maximización de los beneficios. La praxeología en general, y concretamente la economía, al enfrentarse con los móviles que engendran la acción humana, limítase a aseverar que el hombre, mediante la acción, pretende suprimir su malestar, Sus acciones, en la órbita del mercado, plasman compras y ventas. Cuanto la economía predica de la oferta y la demanda es aplicable a cualquier tipo de oferta y de demanda, sin que la certeza de dichos asertos quede limitada a determinadas ofertas y demandas, engendradas por circunstancias especiales que requieran examen o definición particular. No es preciso establecer presupuesto especial alguno para afirmar que el individuo, en la disyuntiva de percibir más o percibir menos por cierta mercancía que pretenda vender, preferirá siempre, ceteris paribus, cobrar el precio mayor. Para el vendedor, el recaudar esa cantidad superior supone una mejor satisfacción de sus necesidades. Lo mismo, mutatis nntlandis, sucede con el comprador. La cantidad que éste se ahorra al comprar más barato permítele invertir mayores sumas en apetencias que, en otro caso, habrían quedf.do insatisfechas. El comprar en el mercado más barato y vender en el más caro —inmodificadas las restantes circunstancias— es una conducta cuya explicación en modo alguno exige ponderar particulares motivaciones o impulsos morales en el actor. Dicho proceder es el único natural y obligado en todo intercambio. lil hombre, en cuanto comerciante, deviene servidor de los consumidores, quedando obligado a atender los deseos de éstos. No puede entregarse a sus propios caprichos y antojos. Los gustos y fantasías del cliente constituyen norma suprema para él, siempre y cuando el adquirente esté dispuesto a pagar el precio correspondiente. El hombre de negocios ha de acomodar fatalmente su conducta a la demanda de los consumidores. Si la clientela es incapaz de apreciar la belleza y prefiere el producto tosco y vulgar, aun contrariando sus propios gustos, aquél habrá de t.a Acción Humana 374 producir, precisamente, lo que los compradores prefieran '. Si los consumidores no están dispuestos a pagar más por los productos nacionales que por los extranjeros, el comerciante vese constrc nido a surtirse de estos últimos si son más baratos que los autóctonos. El patrono no puede hacer caridad a costa de la clientela. No puede pagar salarios superiores a los del mercado si los com pradores, por su parte, no están dispuestos a abonar precios pro porcionalmcnte mayores por aquellas mercancías que han sido producidas pagando esos incrementados salarios. El planteamiento es totalmente distinto cuando se trata de gastar los propios ingresos. En tal caso, el interesado puede pro ceder como mejor le parezca. Si le place, cábele hacer donativos v limosnas. Nada le impide que, dejándose llevar por teorías y prejuicios diversos, discrimine contra bienes de determinado origen o procedencia y prefiera adquirir productos que técnicamente son peores o más caros. Lo normal, sin embargo, es que el comprador no favorezca caritativamente al vendedor. Pero alguna vez ocurre. La frontera que separa la compraventa mercantil de bienes y servicios de la donación limosnera, a veces, es difícil de trazar. Quien hace una adquisición en una tómbola de caridad, generalmente combina una compra comercial con un acto de caridad. Quien enttega unos céntimos, en la calle, al músico ciego, ciertamente, no está pegando la dudosa labor musical; se limita a hacer caridad. El hombre, al actuar, procede como ser unitario. El comerciante, exclusivo propietario de cierta empresa, puede, en ocasiones, difuminar la frontera entre lo que es negocio y lo que es liberalidad. Si desea socorrer a un amigo en situación apurada, tal vez, por delicadeza, arbitre alguna fórmula que evite a este último la vergüenza de vivir de la bondad ajena. En este sentido, puede ofrecerle tin cargo en sus oficinas, aun cuando no precise de tal auxilio o quépale contratarlo a menor pierio en el mercado. En tal supuesto, el correspondiente salario, formalmente, es * Un pintor, por ejemplo, es puro come re tan tí ruando se preocupo tic producir los cuadros que le proporcionarán mayores ingresos. Cuando, en cambio, no se subordina al gusto leí público comprador y, haciendo caso omiso de todas las desagradables consecuencias que su proceder pueda irrogarle, guímc exclusivamente por propios ideales, en'onces es un artista, un genio creador. Vid. supra p¡!ginns 221-223. Ambito y metudulogia Je la cataláctica 375 un costo más del proceso industrial. Pero, en verdad, constituye inversión efectuada por e! propietario de parte de sus ingresos. En puridad estamos ante un gasto de consumo, no un costo de producción6. La tendencia a tomar en consideración sólo lo tangible, ponderablc y visible, descuidando todo lo demás, induce a torpes errores. El consumidor no compra alimentos o calorías exclusivamente. No pretende devorar como mero animal; quiere comer como ser racional. Hay muchas personas a quienes la comida satisface tanto más cuanto mejor presentada y más gustosa sea, cuanto mejor dispuesta esté la mesa y cuanto más agradable sea el ambiente. A estas cosas no les dan importancia aquellos que exclusivamente se ocupan de los aspectos químicos del proceso digestivo 7 . Ahora bien, el que dichas circunstancias tengan notoria trascendencia en la determinación de los precios de la alimentación resulta perfectamente compatible con nuestro anterior aserto según el cual los hombres prefieren, ceteris paribus, comprar en el mer cado más barato. Cuando el comprador, al elegir entre dos cosas que la química y la técnica reputan iguales, opta por la más cara, indudablemente tiene sus motivos para proceder así. Salvo que esté incidiendo en error, al actuar de tal suerte, lo que hace es pagar unos servicios que la química y la tecnología, con sus métodos específicos de invest¡pación, son incapaces de ponderar. Tal vez, personalmente, consideremos ridicula la vanidad de quien paga mayores precios acudiendo a un bar de lujo, simplemente por tomarse el mismo cóctel al lado de un duque y codeándose con la mejor sociedad. Lo que no resulta permisible es afirmar que tal persona no está mejorando su propia satisfacción al proceder asf, 4 IJIS instituciones legales, frecuentemente, fomentan ese confusionismo entre gastos productivos y gastos <ic consumo. Todo pisto que pueda lucir en la correspondiente cuenta de resultados disminuye el beneficio neto, reduritfnduse, congiuamente, la carga fiscal. Si el tipo de gravamen, por ejemplo, es del 50 por 100 sobre el beneficio neto, cuando el empresario invierte parte del mismo en obras caritativas, siendo éstas deducibies, de su propio bolsillo contribuye sólo con la mitad del importe. La otra mitad págala el fisco. ' La fisiología nutritiva tampoco, desde luego, desprecia teles detalles. 376 t.a Acción Humana El hombre actúa siempre para acrecentar la personal satisfacción. En este sentido —y en ningún o t r o — cabe emplear el término egoísmo y decir que la acción siempre, por fuerza, es egoísta. Incluso las actuaciones que directamente tienden a mejorar ajena condición resultan, en definitiva, de índole egoísta, pues el actor, personalmente, deriva mayor satisfacción de ver comer a los demás que de comer él mismo. El contemplar gentes hambrientas le produce malestar, Cierto es que muchos piensan de otro modo y prefieren llenar el propio estómago antes que el ajeno. Esto, sin embargo, nada tiene que ver con la economía; constituye simple dato de expe rienda histórica. La economía interésase por toda acción, independientemente de que ésta sea engendrada por el hambre del actor o por su deseo de aplacar la de los demás. Si, por maximización de los beneficios, predicamos que el hombre, en las transacciones de mercado, aspira a incrementar todo lo posible la propia ventaja, incurrimos, desde luego, en pico ñas tico y perifrástico circunloquio, pues simplemente repelimos lo que ya se baila implícito en la propia categoría de acción. Pero si, en cambio, cualquier otro significado pretendemos dar a tal expresión, de inmediato incidimos en el error. Hay economistas que creen que compete a la economía el determinar cómo puede todo el mundo, o al menos la mayoría, alcanzar la máxima satisfacción posible. Olvidan que no existe mecanismo alguno que permita medir el respectivo estado de satisfacción alcanzado por cada uno de los componentes de la sociedad. Erróneamente interpretan el carácter de los juicios formulados acerca de la comparativa felicidad de personas diversas. Creen estar sentando hechos, cuando no hacen más que expresar arbitrarios juicios de valor. Cabe, desde luego, decir que es justo robar al rico para dar al pobre; pero, el calificar algo de justo o injusto implica previo juicio subjetivo de valor que, como tal, resulta, en todo caso, puramente personal y cuya certeza no cabe ni refutar ni atestiguar. La economía jamás pretende emitir juicios de valor. La ciencia aspira tan sólo a averiguar los efectos que determinados modos de actuar, forzosamente, han de provocar. Las necesidades fisiológicas —se ha dicho— en todos los hombres son idénticas; tal identidad, por tanto, brinda una pauta que Ambito y •metodología de la cataláctica 377 permite ponderar en qué grado hállanse las mismas objetivamente satisfechas. Quienes emiten tales opiniones y recomiendan seguir esos criterios en la acción de gobierno pretenden tratar a los hombres como el ganadero maneja a sus teses. Inciden, sin embargo, tales reformadores en error al no advertir que no existe principio universal alguno que pueda servir de guía para decidir una alimentación que para todos fuera conveniente. El que, al respecto, se sigan unos u otros principios dependerá íntegramente de los objetivos que se persigan. El ganadero no alimenta las vacas para hacerlas más o menos felices, sino en el deseo de conseguir específicos objetivos. Puede ser que quiera incrementar la producción de leche o de carne, o tal vez busque otras cosas. ¿Qué tipo de personas querrán producir esos criadores de hombres? ¿Atletas o matemáticos? ¿Guerreros o jornaleros? Quien pretenda criar y alimentar hombres con arreglo a patrón preestablecido en verdad desea arrogarse poderes despóticos y servirse, como medios, de sus conciudadanos para alcanzar propios fines que indudablemente diferirán de los personalmente preferidos por aquéllos. Mediante sus subjetivos juicios de valor, el individuo distingue entre aquello que le produce más satisfacción y lo que menormente le satisface, Pero, en cambio, el juicio de valor emitido por una persona con respecto a la satisfacción de tercero nada, efectivamente, dice acerca de la real satisfacción personal de este último. Tales juicios no hacen más que proclamar cuál es el estado en que quien los formula quisiera ver al tercero. Esos reformadores que aseguran perseguir la máxima satisfacción general no hacen más que expresar cuál sea la ajena situación que mejor conviene a sus propios intereses. 4. L A ECONOMÍA A U T Í S T I C A N i n g u n a imaginaria construcción ha sido más acerbamente criticada q u e aquella que s u p o n e la existencia de un aislado sujeto económico que por sí solo ha de bastarse. La economía, sin embargo, no puede prescindir de dicho modelo. Para estudiar d e b i d a m e n t e el cambio interpersonal, vése el economista obligado a contrastarla con aquellos supuestos en los q u e no 378 Í.tí Acción Humana podría darse. En este sentido recurre a dos ejemplos de economía autística: el referente a la economía del individuo aislado y el referente a la economía de una sociedad socialista. Los economistas, al servirse de estas imaginarias construcciones, desentiéndense del problema atinente a si la economía autística puede efectivamente funcionar o no*. El estudioso perfectamente advierte q u e el modelo es ficticio. Ni a Robinson Crttsoc — q u e , pese a todo, tal vez efectivamente haya v i v i d o — m al jerarca s u p r e m o de una aislada comunidad socialista — l a cual históricamente hasta ahora nunca ha existido— resulta ríales posible planear y actuar como, en cambio, lo hacen quienes pueden recurrir al cálculo económico. En el marco de nuestra imaginaria construcción, ello no obstante, podemos perfectamente suponer q u e cabe efectuar dichos cálculos, si tal suposición permite abordar mejor los problemas examinados. En la imaginaria construcción de una economía autística se basa esa popular distinción entre la actuación productiva y la actuación p u r a m e n t e rentable, con miras al beneficio, distinción en la cual tantos i n f u n d a d o s juicios de valor se a m p a r a n . Q u i e n e s recurren a tal diferencia estiman q u e la economía autística, especialmente !a de tipo socialista, constituye el más deseable y perfecto sistema de gestión. Enjuician los diferentes fenómenos de la economía de mercado p o n d e r a n d o cada u n o de ellos según el mismo resulte o no justificado desde el p u n t o de vista de la organización socialista. Sólo atribuyen valor positivo, calificándolas de «productivas», a aquellas actuaciones q u e el jerarca económico de tal sistema practicaría. Las restantes actividades perfeccionadas en una economía de mercado tíldanse de improductivas, i n d e p e n d i e n t e m e n t e de q u e puedan ser provechosas para quienes las ejercitan. Así, por ejemplo, el arte de vender, la publicidad y la banca considéranse actividades rentables, pero improductivas. ' Hitamos abordando ahora problemas puta m a n e leérteos, en modo alguno históricos. Podemos, consecuentemente, eludir las objeciones opuestas al concepto Jel individuo aislado, contemplando en nuestros ani(]¡Ms lu economía familiar autística, que ESA SÍ indudablemente ha existido. Ambito y •metodología de la cataláctica 379 Para la economía, desde luego, ningún interés encierran tan arbitrarios juicios de valor. 5. E L ESTADO D E REPOSO Y LA E C O N O M Í A DE GIRO U N I F O R M E Para abordar d e b i d a m e n t e el estudio de la acción conviene advertir q u e aquélla apunta siempre hacia un estado que, conseguido, vedaría ulterior actuación, bien por haber sido suprimido todo malestar, bien por no resultar posible paliar en mayor grado el prevalente. La acción, por tanto, de por sí, tiende al estado de reposo, a la supresión de la actividad. La teoría de los precios ha de estudiar el cambio interpersonal, teniendo siempre bien presente lo anterior. Las gentes seguirán intercambiando mercancías en el mercado hasta llegar al m o m e n t o en q u e se i n t e r r u m p a y detenga el intercambio al no haber nadie ya q u e crea pueda mejorar su bienestar mediante ulterior actuación. En tales circunstancias, a los potenciales c o m p r a d o r e s dejarían de interesarles los precios solicitados por los potenciales vendedores, y lo mismo sucedería a la inversa. Transacción alguna podría ser efectuada. Surgiría, así, el estado de reposo. Tal estado de reposo, q u e podemos d e n o m i n a r esleído natural de reposo, no es mera construcción imaginaria. Aparece repetidamente. C u a n d o cierra la Bolsa, los agentes han c u m p l i m e n t a d o cuantas órdenes, al vigente precio de mercado, cabía casar. H a n d e j a d o de vender y de comprar tan sólo aquellos potenciales vendedores y compradores que, respectivamente, estiman demasiado b a j o o demasiado alto el precio del mercado 9 . E s t o m i s m o es predicable de todo tipo de transacción. La economía de mercado, en su c o n j u n t o , es, por decirlo»así, una gran lonja o casa de contratación. En cada instante cásanse todas aquellas transacciones q u e los intervinientes, a los precios a la sazón vigentes, están dispuestos a aceptar. Nuevas ' En gracia a la sencillez hacemos taso omiso tic l.i fluctuación tk* los cambios durante el transcurso del día. 380 Í.tí Acción Humana operaciones sólo podrán ser plasmadas c u a n d o varíen las respectivas valoraciones personales de las partes. Se ha dicho que este concepto del estado de reposo es insatisfactorio, por c u a n t o se refiere tan sólo a la determinación del precio de u n o s bienes disponibles en limitada cantidad, sin pronunciarse acerca de los efectos que tales precios han «.le provocar en la actividad productiva. La objeción carece de base. Los teoremas implícitos en el estado natural de reposo resultan válidos y aplicables a todo t i p o de transacción, sin excepción alguna. Cierto es que los c o m p r a d o r e s de factores de producción, a la vista de aquellas ventas, lanzaránse i n m e n d i a t a m e n t c a producir, e n t r a n d o , a poco, de n u e v o en el mercado con sus productos, impelidos p o r el deseo de, a su vez, c o m p r a r lo q u e necesitan para su propio consumo, así c o m o para continuar los procesos de producción. Ello, desde luego, no invalida n u e s t r o supuesto, el cual en modo alguno presupone q u e el estado de reposo haya de perdurar. La calma se desvanecerá tan p r o n t o c o m o varíen las momentáneas circunstancias q u e la p r o d u j e r o n El estado natural de reposo, según antes hacíamos n o t a r , no es una construcción imaginaria, sino exacta descripción de lo que, con frecuencia, en todo mercado acontece. A este respecto, radicalmente difiere de la otra imaginaria construcción q u e alude al estado final de reposo. Al tratar del estado natural de reposo fijamos la atención exclusivamente en lo que ahora mismo está o c u r r i e n d o . Res tringimos nuestro horizonte a lo q u e m o m e n t á n e a m e n t e acaba de suceder, d e s e n t e n d i é n d o n o s de lo q u e después, en el próximo instante, mañana o ulteriormente, acaecerá. I n t e r é s a n n o s tan sólo aquellos precios q u e efectivamente, en las correspon dientes compraventas, fueron pagados, es decir, nos ocupamos con exactitud de los precios vigentes en un inmediato pretérito. No importa saber si los f u t u r o s precios serán iguales o distintos a estos que contemplamos. Pero ahora vamos a dar un paso más. Vamos a interesarnos por aquellos factores capaces de desatar una tendencia a la variación de los precios. Q u e r e m o s averiguar a d o n d e dicha tendencia conducirá, en tanto se vaya agotando su f u e r z a impul- Ambito y •metodología de la cataláctica 381 siva, d a n d o lugar a nuevo estado de reposo. Los economistas de a n t a ñ o llamaron precio natural al precio correspondiente a este f u t u r o estado de reposo; hoy en día se emplea más a men u d o el t é r m i n o precio estático En orden a evitar confusionis mo es más conveniente hablar de precio final, aludiendo, consiguientemente, a un estado final de reposo. Este estado final de reposo es una construcción imaginaria, en m o d o alguno descripción de la realidad. P o r q u e ese estado final de reposo nunca podrá ser alcanzado. Antes de q u e llegue a ser una realidad, factores p e r t u r b a d o r e s f o r z o s a m e n t e h a b r á n de surgir. P e r o 110 hay más r e m e d i o q u e recurrir a esa imaginaria construcción, por c u a n t o el mercado, en todo m o m e n t o , tiende hacia determinado estado final de reposo. En cada instante subsiguiente pueden aparecer circunstancias que d e n lugar a q u e varíe El mercado, o r i e n t a d o en cada m o m e n t o hacia d e t e r m i n a d o estado final de reposo, jamás se aquieta. El precio de mercado es un f e n ó m e n o real; es aquel tipo de cambio al q u e e f e c t i v a m e n t e realizáronse operaciones. El precio final, en cambio, es un precio hipotético. Los precios de mercado constiutyen realidades históricas, resultando, por tan to, posible cifrarlos con exactitud numérica en dólares y centavos. El precio final, en cambio, sólo p u e d e ser concebido partiendo de las circunstancias necesarias para que el m i s m o aparezca. No p u e d e ser c i f r a d o ni en valor numérico expresado en términos m o n e t a r i o s ni en cantidades ciertas de otros bienes. Nunca aparece en el mercado. I^os precios libres jamás coinciden con el precio final correspondiente a la estructura de mercado a la sazón prevalente. Ahora bien, la cataláctica lamentablemente fracasaría en sus intentos por resolver los problemas que la determinación de los precios suscita, si descuidase el análisis del precio final. Pues, en aquella misma e s t r u c t u r a mercantil q u e engendra el precio de mercado, están va operando las fuerzas q u e , a través de sucesivos cambios, a l u m b r a r í a n , de no aparecer nuevas circunstancias, el precio final v el estado final de reposo. Q u e d a r í a i n d e b i d a m e n t e restringido nuestro análisis de la determinación de los precios si nos limitáramos a c o n t e m p l a r tan sólo los m o m e n t á n e o s precios de mercado y e! 382 Í.tí Acción Humana estado natural de reposo, sin parar mientes en que, en el mercad o , están ya o p e r a n d o factores q u e lian de provocar sucesivos cambios de los precios, o r i e n t a n d o el c o n j u n t o mercantil hacia distinto estado de reposo. El f e n ó m e n o con q u e nos e n f r e n t a m o s estriba en q u e las variaciones de las circunstancias d e t e r m i n a d o r a s de los precios no producen de golpe todos sus efectos. Ha de transcurrir un cierto lapso de t i e m p o para q u e d e f i n i t i v a m e n t e su capacidad q u e d e agotada. Desde q u e aparece un dato n u e v o hasta q u e el mercado queda p l e n a m e n t e adaptado al mismo, transcurre cierto lapso temporal. ( Y , n a t u r a l m e n t e , d u r a n t e ese tiempo, comienzan a actuar nuevos factores.) Al abordar los efectos propios de cualquier variación de aquellas circunstancias q u e influyen en el mercado, jamás d e b e m o s olvidar q u e contemplamos eventos sucesivamente encadenados, hechos que, eslab ó n tras eslabón, van apareciendo, efectos escalonados. C u á n t o tiempo transcurrirá de una a otra situación, nadie p u e d e predecirlo. I n d u d a b l e , sin embargo, es q u e , e n t r e una y otra, ha de existir un cicrto lapso temporal; p e r í o d o que, a veces, cabe sea tan corto que, en la práctica, pueda despreciarse. Incidieron, f r e c u e n t e m e n t e , en e r r o r los economistas al no advertir la trascendencia del factor tiempo. En este sentido, c o m o ejemplo, cabe citar la controversia referente a ios efectos provocados por las variaciones de la cantidad de d i n e r o existente. H u b o estudiosos q u e se fijaron sólo en los efectos a largo plazo, es decir, en los precios finales y en el estado final de reposo. O t r o s , por el contrario, limitáronse a c o n t e m p l a r los efectos inmediatos, es decir, los precios subsiguientes al instante m i s m o de la variación de las aludidas circunstancias mercantiles. A m b o s g r u p o s t o r p e m e n t e planteaban el problema, resultando, por eso, viciadas sus conclusiones. Múltiples ejemplos similares cabría citar. La imaginaria construcción del estado final de reposo sirve para percatarnos de esa temporal evolución de las circunstancias del mercado. En esto se diferencia de aquella o t r a imaginaria construcción q u e alude a la economía de giro uniforme, pues ésta se caracteriza p o r h a b e r sido de la misma eliminado el factor tiempo, suponiéndose invariables las circunstancias de Ambito y metodología de la cateláctiea 381 hedhu concurrentes. (Es equivocado c induce a c o n f u s i ó n denominar economía estática o economía en equilibrio estático a la construcción q u e nos ocupa, constituyendo grave error el confundirla con la imaginaria construcción de la economía estacionaria) La economía de giro u n i f o r m e es un esquema ficticio en el cual los precios de mercado de todos los bienes y servicios coinciden con los correspondientes precios finales. Los precios ya no varían; existe perfecta estabilidad. El mercado repite, una y otra vez, idénticas transacciones. Iguales cantidades de bienes de orden superior, siendo objeto de las mismas manipulaciones, llegan f i n a l m e n t e , en forma de bienes de consumo, a los consumidores q u e con ellos acaban, Las circunstancias de tal mercado jamás varían. H o y es lo mismo q u e ayer y mañana será igual a boy. El sistema está en movimiento constante, pero nunca cambia de aspecto. Evoluciona invariablemente en t o r n o a un c e n t r o fijo; gira u n i f o r m e m e n t e . El estado natural de reposo de tal economía se p e r t u r b a continuam e n t e ; sin e m b a r g o , reaparece de inmediato tal y como primer a m e n t e se presentó. Son c o n s t a n t e s todas las circunstancias o p e r a n t e s , incluso aquellas q u e ocasionan esos periódicos desarreglos del estado natural de reposo. P o r t a n t o , los precios — l l a m a d o s g e n e r a l m e n t e precios estáticos o de e q u i l i b r i o — permanecen también constantes. La nota típica de esta imaginaria construcción es el haberse eliminado el transcurso del t i e m p o y la alteración incesante de los f e n ó m e n o s de mercado. Ni la oferta ni la demanda p u e d e n , en tal m a r c o , variar. Sólo aquellos cambios q u e no influyen sobre los precios son admisihles. No es preciso suponer q u e ese imaginario m u n d o haya de estar p o b l a d o por h o m b r e s inmortales, q u e ni envejecen ni se r e p r o d u c e n . Cabe admitir, por el contrario, q u e tales gentes nacen, crecen y, finalmente, mueren, s i e m p r e y c u a n d o no se m o d i f i q u e ni la cifra de población total ni el n ú m e r o de individuos q u e integra cada g r u p o de la misma e d a d . En ese s u p u e s t o no variará la demanda de aquellos bienes cuyo c o n s u m o efectúase sólo en determinadas épocas 11 Vid. subsiguiente Apartado. 384 Í.tí Acción Humana vitales, pese a q u e no serán las mismas personas las q u e provoquen la correspondiente d e m a n d a . J a m á s existió en el m u n d o esa supuesta economía de giro u n i f o r m e . Para m e j o r , sin embargo, p o n d e r a r los problemas q u e suscita la mutabilidad ut_ ,as circunstancias económicas y el cambio irrecular e inconstante del mercado, preciso es contrastar esas variaciones con un estado imaginario, del cual, hipotéticamente, las mismas han sido eliminadas. E r r ó n e o , por tanto, es suponer q u e la imaginaria construcción de una economía de giro u n i f o r m e de nada sirva para abordar este nuestro cambiante m u n d o . P o r !o mismo, impertinente resulta recom e n d a r a los economistas a r r u m b e n su s u p u e s t a m e n t e exclusivo interés p o r lo «estático», c o n c e n t r a n d o la atención en lo «dinámico». Ese d e n o m i n a d o m é t o d o estático precisamente constituye el i n s t r u m e n t o mental más adecuado para p o n d e r a r el cambio. Si q u e r e m o s analizar los complejos f e n ó m e n o s que la acción suscita, forzoso es comencemos p o n d e r a n d o la ausencia de todo cambio, para, después, introducir en el estudio d e t e r m i n a d o factor capaz de provocar específica mutación, cuya trascendencia p o d r e m o s entonces c u m p l i d a m e n t e examinar, suponiendo invariadas las restantes circunstancias. A b s u r d o igualm e n t e sería el s u p o n e r que la imaginada economía de giro unif o r m e m á s útil para la investigación resultaría c u a n t o la realidad — a fin d e cuentas, e l verdadero o b j e t o d e n u e s t r o e x a m e n — m e j o r coincidiera con la tantas veces aludida imaginaria construcción en lo referente a la ausencia de cambio. El m é t o d o estático, es decir, el que recurre al modelo de la economía de giro u n i f o r m e , es el único q u e p e r m i t e abordar los cambios q u e nos interesan, careciendo, a estos efectos, de trascendencia el q u e tales mutaciones sean grandes o pequeñas, súbitas o lentas. Las objeciones hasta ahora opuestas al uso de la imaginaria construcción aludida nunca han advertido cuáles eran los problemas q u e en verdad interesan. L o s críticos jamás se percataron de las facetas equívocas q u e los mismos p r e s e n t a n , ni de cómo p u e d e el t o r p e m a n e j o del modelo fácilmente inducir a errores y confusiones. La acción es cambio; y el c a m b i o implica secuencia tem- Ambito y metodología de la cataláctica 385 poral. En la economía de rotación u n i f o r m e , sin embargo, se elimina tanto el cambio como la sucesión de los acontecimientos. El actuar equivale a o p t a r , h a b i e n d o el interesado siempre de e n f r e n t a r s e con la i n c e r t i d u m b r e del f u t u r o . En la economía de giro u n i f o r m e , sin e m b a r g o , no cabe la opción, d e j a n d o de ser incierto el f u t u r o , pues el mañana será igual al hoy conocido. En tal invariable sistema no pueden aparecer individuos q u e escojan y prefieran y. tal vez, sean víctimas del e r r o r ; estamos, por el contrario, ante un m u n d o de a u t ó m a t a s sin alma ni capacidad de pensar; no se trata de u n a sociedad h u m a n a , sino de una asociación de termitas. T a n insolubles contradicciones, no obstante, en m o d o alguno minimizan los excelentes servicios q u e el modelo presta c u a n d o se trata de a b o r d a r aquellos únicos problemas para cuya solución el mismo resulta no sólo a p r o p i a d o , sino además indispensable; es decir, los referentes a la relación e n t r e los precios de los bienes y los de los factores necesarios para su producción y los q u e la actuación empresarial y las ganancias y las pérdidas suscitan. Para poder c o m p r e n d e r la función del empresario, así como lo q u e significan las pérdidas y las ganancias, imaginamos un orden en el cual ninguna de dichas realidades pueden darse. La correspondiente construcción, desde luego, no constituye más q u e mero i n s t r u m e n t o mental. En tnodo alguno se trata de s u p u e s t o posible ni estructurable. Es más; no p u e d e ni siquiera ser llevado a sus últimas consecuencias lógicas. P o r q u e es imposible eliminar de una economía de mercado la figura del empresario. Los diferentes factores de producción no pueden e s p o n t á n e a m e n t e asociarse para engendrar el bien de q u e se trate. Es imprescindible, a estos efectos, la intervención racional de personas q u e aspiran a alcanzar específicos fines en el deseo de mejorar el p r o p i o estado de satisfacción. E l i m i n a d o el empresario, desaparece la fuerza que m u e v e el mercado. El modelo de referencia adolece además de otra deficiencia, la de q u e en él tácitamente se supone la existencia de la valuta y del cambio indirecto. Ahora bien, ¿ q u é clase de dinero podría existir en ese imaginario m u n d o ? Bajo un régimen en el cual no hay cambio, la incertidumbre con respecto al 25 386 Í.tí Acción Humana f u t u r o desaparece y consecuentemente nadie necesita disponer de efectivo. T o d o el m u n d o sabe, con plena exactitud, la cantidad de d i n e r o que, en cualquier fecha f u t u r a , precisará. Las gentes, p o r tanto, pueden prestar la totalidad de sus f o n d o s , siempre y c u a n d o los correspondientes créditos venzan para la fecha en q u e los interesados precisarán del n u m e r a r i o correspondiente. Supongamos que sólo hay moneda de o r o y q u e existe un único banco central. Al ir progresando la economía hacia el giro u n i f o r m e , todo el m u n d o , t a n t o las personas individuales como las jurídicas, iría reduciendo poco a poco sus saldos de n u m e r a r i o ; las cantidades de o r o así liberadas aflui rían hacia inversiones no monetarias (industriales). C u a n d o , f i n a l m e n t e , fuera alcanzado el e s t a d o de equilibrio típico dula economía de giro u n i f o r m e , ya nadie conservaría dinero en caja; el o r o dejaría de empicarse a efectos m o n e t a r i o s . Las gentes simplemente ostentarían créditos contra el aludido banco central, créditos cuyos vencimientos vendrían sucesivamente a coincidir, en cuantía y época, con los de las obligaciones q u e los interesados tuvieran q u e a f r o n t a r . 111 banco, p o r su parte, tampoco necesitaría conservar reservas d i n e r a d a s , ya q u e las sumas totales q u e a diario habría q u e pagar coincidirían exact a m e n t e con las cantidades en él ingresadas. T o d a s las transac ciones p o d r í a n practicarse m e d i a n t e meras transferencias, sin necesidad de utilizar metálico alguno. El « d i n e r o » , en tal caso, dejaría de utilizarse c o m o medio de intercambio; ya no sería dinero; constituiría simple numéraire, etérea e i n d e t e r m i n a d a u n i d a d contable de carácter vago e indefinible, carácter que, sin embargo, la fantasía de algunos economistas y la ignorancia de muchos p r o f a n o s atribuye e r r ó n e a m e n t e al dinero. La intercalación, entre c o m p r a d o r y v e n d e d o r , de ese t i p o de expresiones numéricas, para nada influiría en la esencia de la operación; el dinero en cuestión sería n e u t r o con respecto a las actividades económicas de las gentes. Un d i n e r o n e u t r o , sin embargo, carece de sentido y hasta resulta inconcebible u . De recurrir, en esta materia, a la torpe terminología q u e actualm e n t e suele emplearse en muchos m o d e r n o s escritos económi" Vid. ¡nfrfl p.ígs. 623-627. Ambito y •metodología de la cataláctica 387 eos, diríamos q u e el d i n e r o es, por fuerza, un «factor dinámico»; en un sistema «estático», el d i n e r o se e s f u m a . U n a economía de m e r c a d o sin d i n e r o constituye, por fuerza, idea í n t i m a m e n t e contradictoria. La imaginaria construcción de una economía de giro unif o r m e es un concepto límite. La acción, b a j o tal sistema, de hecho, también desaparece. £1 lugar q u e ocupa el consciente actuar del individuo racional deseoso de s u p r i m i r su p r o p i o malestar viene a ser o c u p a d o p o r reacciones automáticas. T a n arbitrario modelo sólo p u e d e emplearse sobre la base de no olvidar nunca lo q u e m e d i a n t e el mismo p r e t e n d e m o s conseguir. D e b e m o s tener siempre p r e s e n t e q u e q u e r e m o s , ante todo, percatarnos de aquella tendencia, ínsita en toda acción, a instaurar una economía de giro u n i f o r m e , tendencia q u e jamás p o d r á alcanzar tal o b j e t i v o mientras o p e r e m o s en un universo q u e no sea totalmente rígido e inmutable, es decir, en un universo que, lejos de estar m u e r t o , viva, P r e t e n d e m o s también advertir las diferencias q u e hay e n t r e un m u n d o viviente, en el q u e hay acción, y un m u n d o yerto, y ello sólo p o d e m o s a p r e h e n d e r l o m e d i a n t e el argumentum a contrario, q u e nos b r i n d a la imagen de u n a economía invariable. Tal contrastación nos enseña q u e el e n f r e n t a r s e con las condiciones inciertas d e u n f u t u r o siempre desconocido — o sea, e l especular-— es característico de todo tipo de actuar; q u e la pérdida o la ganancia son elementos característicos de la acción, imposibles de suprimir m e d i a n t e arbitrismos de género alguno. Cabe calificar de escuela lógica la de aquellos economistas que han asimilado estas f u n d a m e n t a l e s ideas, en contraste con aquella otra q u e p u d i é r a m o s llamar matemática. Los economistas de este segundo g r u p o no quieren ocuparse de esas actuaciones q u e , en el imaginario e impracticable s u p u e s t o de q u e ya no aparecieran nuevos datos, instaurarían u n a economía de giro u n i f o r m e . P r e t e n d e n hacer caso o m i s o del especulador individual q u e no desea implantar una economía de rotación u n i f o r m e , sino q u e aspira a lucrarse actuando c o m o m e j o r le convenga para conquistar el objetivo siempre perseguido por la acción, s u p r i m i r el malestar en el mayor g r a d o posible. Fijan exclusivamente su atención en aquel ima- Í.tí Acción Humana 388 ginario estado de equilibrio q u e el c o n j u n t o de todas esas actuaciones individuales engendraría si no se p r o d u j e r a ningún ulterior cambio en las circunstancias concurrentes. Tal imaginario equilibrio lo describen mediante series simultáneas de ecuaciones diferenciales. No advierten que, en tal situación, ya no hay acción, sino simple sucesión de acontecimientos provocados p o r una fuerza mítica. Dedican todos sus esfuerzos a reflejar, mediante símbolos matemáticos, diversos «equilibrios», es decir, situaciones en reposo, ausencia de acción. L u c u b r a n en torno al equilibrio c o m o si se tratara de una realidad efectiva, olvidando que es un concepto límite, simple herramienta mental. Su labor, en definitiva, no es más que vana manipulación de símbolos matemáticos, pobre pasatiempo q u e no proporciona ilustración alguna IJ . 6. LA ECONOMÍA ESTACIONARIA La imaginaria construcción de una economía estacionaria, a veces, ha sido c o n f u n d i d a con la de la economía de giro uniforme. Se trata, sin embargo, de conceptos diferentes. La economía estacionaria es una economía en la que jamás varían ni la riqueza ni los ingresos de las gentes. F.n tal m u n d o cabe se produzcan cambios q u e , b a j o una economía de giro uniforme, serían impensables. Las cifras de población pueden a u m e n t a r o disminuir, siempre y c u a n d o c o n g r u a m e n t e se incrementen o restrijan el c o n j u n t o de ingresos y riquezas. Puede variar la demanda de ciertos p r o d u c t o s ; tal variación, sin embargo. habría de verificarse con máxima parsimonia, para permitir q u e el capital pudiera transferirse de los sectores que deban restringirse a aquellos o t r o s q u e proceda ampliar mediante no renovar el utillaje de los primeros e instalar las correspondientes herramientas en los segundos. La imaginaria construcción de una economía estacionaria lleva de la m a n o a otras dos imaginarias construcciones: la de IJ Mis adelante, con mayor detenimiento, volveremos a abordar el tema de la sconomín matemática. (Vid. págs. 526-536). Ambito y •metodología de la cataláctica 389 una economía progresiva (en expansión) y la de una economía regresiva (en contracción). En la p r i m e r a , t a n t o la cuota per capila de riquezas e ingresos c o m o la población tienden hacia cifras cada vez mayores; en la segunda, por el c o n t r a r i o , dichas magnitudes van siendo cada vez menores. En la economía estacionaria, la suma de todas las ganancias y todas las pérdidas es cero. En la economía progresiva, el c o n j u n t o f o r m a d o por t o d o s los beneficios es superior al conjunto total de pérdidas. En la economía regresiva, la s u m a total de beneficios es inferior al c o n j u n t o total de pérdidas. La imperfección de estas tres imaginarias construcciones es evidente, toda vez que p r e s u p o n e n cabe p o n d e r a r riqueza y renta social P o r c u a n t o tal ponderación es impracticable e, incluso, inconcebible, no cabe recurrir a la misma al abordar la realidad. C u a n d o el historiador económico califica de estacionaria, progresiva o regresiva la economía de determinada época, ello en m o d o alguno significa que haya « m e n s u r a d o » las correspondientes circunstancias económicas; el expositor [imítase a apelar a la comprensión histórica para llegar a la consignada conclusión. 7. LA INTEGRACIÓN DE LAS FUNCIONES CATAL/ÍCTICAS C u a n d o los h o m b r e s , al a b o r d a r los problemas q u e sus propias actuaciones suscitan, lo m i s m o q u e c u a n d o la historia económica, la economía descriptiva y la estadística económica, al p r e t e n d e r reflejar las acciones humanas, hablan de empresarios, capitalistas, terratenientes, t r a b a j a d o r e s o consumidores, manejan tipos ideales. El economista, en cambio, cuando esos mismos términos emplea, alude a categorías catalácticas. Los empresarios, capitalistas, terratenientes, trabajadores o consumidores de la teoría económica no son seres reales y vivientes c o m o los q u e pueblan el m u n d o y aparecen en la historia. Constituven, por el contrario, m e r a s personificaciones de las distintas funciones q u e en el mercado se aprecian. El q u e tanto las gentes, al actuar, como las diferentes ciencias históricas, manejen conceptos económicos, f o r j a n d o tipos ideales, basados en cate- Í.tí Acción Humana 390 gorías praxeológicas, en m o d o alguno empaña la radical distinción lógica e n t r e los tipos ideales y los conceptos económicos. Aluden éstos a funciones precisas; los tipos ideales, en cambio, a hechos históricos. El h o m b r e , al vivir y actuar, por fuerza combina, en sí funciones diversas. Nunca es exclusivam e n t e c o n s u m i d o r , sino, además, empresario, terrateniente, capitalista o trabajador o persona mantenida por alguno de los anteriores. No sólo esto; las funciones de empresario, terrateniente, capitalista o t r a b a j a d o r pueden, y así ocurre frecuentemente coincidir en un mismo individuo. La historia clasifica a las gentes según los fines q u e cada u n o persigue y los medios manejados en la consecución de tales objetivos. La economía, p o r el contrario, al analizar la acción en la sociedad de mercado, prescinde de la meta perseguida por los interesados y aspira t a n sólo a precisar sus diferentes categorías y funciones. Estamos, pues, ante dos distintas pretensiones. Su diferencia claram e n t e se percibe al examinar el concepto cataláctico de empresario. En la imaginaria construcción de una economía de giro u n i f o r m e no hay lugar para la actividad empresarial, precisam e n t e por cuanto, en tal modelo, no existe cambio alguno que a los precios pueda afectar. Al prescindir de esa presupuesta invariabilidad, adviértese q u e cualquier mutación de las circunstancias forzosamente ha de influir en el actuar. P o r cuanto la acción siempre aspira a e s t r u c t u r a r f u t u r a situación — f u t u ro, que, a veces, se contrae al inmediato e inminente moment o — vese la misma afectada por t o d o cambio, equivocadam e n t e previsto, en las circunstancias correspondientes al período c o m p r e n d i d o e n t r e el comienzo de la acción y el último m o m e n t o del plazo q u e se pretendía atender (plazo de provisión) n . De ahí q u e el efecto de la acción haya siempre p o r fuerza de ser incierto. El actuar implica especular. Ello sucede no sólo en la economía de mercado, sino también en el supuesto del Robinson Crusoe — e l imaginario actor a i s l a d o — como, asimismo, b a j o una economía socialista. En la imaginaria construcción de un sistema de giro u n i f o r m e nadie es 11 Vid. págs. 713-715. Ambito y •metodología de la cataláctica 391 ni empresario ni especulador; por el contrario, en la economía verdadera y f u n c i o n a n t e , cualquiera sea, quien actúa es siempre empresario y especulador; aquellas personas por las cuales quienes actúan velan — l o s menores en una sociedad de mercado y las masas en una sociedad socialista—, aun c u a n d o ni actúan ni especulan, vense afectadas por los resultados de las especulaciones de los actores. La economía, al hablar de empresario, no se refiere a gentes determinadas, sino que alude a específica función. Tal función en m o d o alguno constituye p a t r i m o n i o exclusivo de específica clase o g r u p o ; integra, por el contrario, circunstancia típica c i n h e r e n t e al propio actuar y es ejercida por todo aquel q u e actúa. El plasmar esa repetida f u n c i ó n en una figura imaginaria s u p o n e emplear un recurso metodológico. El t e r m i n o empresario, tal como la teoría cataláctica lo emplea, significa: individuo actuante c o n t e m p l a d o exclusivamente a la luz de la i n c e r t i d u m b r e inherente a t o d a actividad. Al usar de tal térm i n o , nunca debe olvidarse q u e cualquier acción hállase siempre situada en el devenir temporal, por lo cual implica evidente especulación. Los capitalistas, los t e r r a t e n i e n t e s y los trabajadores, todos ellos, p o r fuerza, son especuladores. El consumidor también especula, al prever anticipadamente sus f u t u r a s necesidades. M u c h o s errores cabe cometer en esa previsión del futuro. Llevemos la imaginaria construcción del empresario p u r o basta sus últimas consecuencias lógicas. D i c h o empresario no posee capital alguno; el capital que, para sus actividades empresariales, maneja, se lo han prestado los capitalistas. A n t e la ley, desde luego, dicho empresario posee, a título dominical, los diversos m e d i o s de producción que ha a d q u i r i d o con el aludido préstamo. No es, sin embargo, en verdad, propietario de nada, ya q u e f r e n t e a su activo existe un pasivo por el mismo i m p o r t e . Si tiene éxito en sus operaciones, suyo será el correspondiente beneficio n e t o ; si, en cambio, fracasa, la pérdida habrá de ser soportada por los capitalistas prestamistas. Tal empresario, en realidad, viene a ser como un empleado de los capitalistas, q u e por cuenta de éstos especula, apropiándose del ciento por ciento de los beneficios netos, sin responder 392 Í.tí Acción Humana para nada de las pérdidas, El p l a n t e a m i e n t o sustancialmente no se varía, ni aun admitiendo q u e una parte del capital fuera del empresario, q u e se limitaba a t o m a r prestado el resto. Cualesquiera q u e sean los términos concertados con sus acreedores, éstos han de s o p o r t a r las pérdidas habidas, al m e n o s en aquella proporción en q u e no puedan ser cubiertas con los fondos personales del empresario. El capitalista, por tanto, v i r t u a l m e n t e , es siempre también empresario y especulador; corre el riesgo de perder sus f o n d o s ; no hay inversión alguna q u e pueda estimarse totalmente segura. El campesino autárquico q u e cultiva la tierra, para cubrir las necesidades de su familia, vese afectado por c u a n t o s cambios registre la feracidad agraria o el c o n j u n t o de las propias necesidades. En una economía de mercado, ese m i s m o campesino se ve afectado p o r cuantos cambios hagan variar la trascendencia de su explotación agrícola p o r lo q u e al abastecim i e n t o del mercado se refiere. E s , por eso, empresario, aun en el más vulgar sentido del t e r m i n o . El propietario de medios de producción, ya sean éstos de índole material o dincraria, jamás p u e d e independizarse de la i n c e r t i d u m b r e del f u t u r o . La inversión de d i n e r o o bienes materiales en la producción, es decir, el hacer provisión para el día de mañana, invariablem e n t e , constituye actividad empresarial. Para el t r a b a j a d o r , las cosas se plantean de m o d o análogo. Nace siendo d u e ñ o de d e t e r m i n a d a s habilidades; sus condiciones innatas constituyen medios de producción muy idóneos para ciertas labores, de m e n o r idoneidad cuando de otras tareas se trata y totalmente inservibles en u n o s terceros cometidos l4 . En el caso de q u e no haya nacido con la destreza necesaria para ejecutar determinadas tareas, habiéndola a d q u i r i d o , en cambio, más tarde, dicho trabajador, por lo q u e se refiere al t i e m p o y gastos q u e ha tenido que invertir en tal adiestramiento, hállase en la misma posición q u e cualquier o t r o a h o r r a d o r . Ha efectuado una inversión con miras a sacar de la misma el p r o d u c t o correspondiente. F.1 trabajador, en t a n t o en c u a n t o " Vid. supri p¡igs 212-216, el Remido en iiue debe estimarse el trabajo como factor de producción de índole no específica. Ambito y metodología de la cal a tac tica M su salario depende del precio q u e el mercado está dispuesto a pagar p o r la correspondiente labor, deviene también empresario. El precio de la actividad laboral varía c u a n d o se modifican las circunstancias concurrentes, del misino m o d o que lam bien varía el precio de los demás factores de producción. T o d o ello, para la ciencia económica, significa lo siguiente: empresario es el individuo q u e actúa con la mira puesta en las mutaciones q u e las circunstancias del mercado registran. Capitalistas y terratenientes son, en cambio, quienes proceden c o n t e m p l a n d o aquellos cambios de valor y precio que, aun permaneciendo invariadas todas las demás circunstancias del mercado, acontecen por el simple transcurso del tiempo, a causa de la distinta valoración q u e tienen los bienes presentes con respecto a los bienes f u t u r o s . T r a b a j a d o r es el h o m b r e que, como factor de producción, utiliza su propia capacidad laboral. De esta suerte q u e d a n p e r f e c t a m e n t e integradas las diversas f u n c i o n e s : el e m p r e s a r i o o b t i e n e beneficio o sufre pérdidas; los propietarios de los factores de producción (tierras o bienes de capital) devengan interés originario; los trabajadores ganan salarios. E s t r u c t u r a m o s así la imaginaria construcción de la distribución funcional, distinta de la efectiva distribución histórica l \ La ciencia económica, sin embargo, también empleó, ahora " Conviene hacer notar que lodo el inundo, el profana incluso, ti enfrentarse con los problemas referentes n la determinación de las respectivas remas, apela siempre a la aludida imaginaria construcción. No la Inventaron, desde luego, los economistas: limitáronse éstos a purgarla de las imprecisiones de que adolecía el concepto vulgar de la misma. Para un análisis epistemológico de la distribución funcional, vid. J O H N B A T E S C L A R K , The D¡stributinn nj Wuttb, p;íf¡. 5, Nueva York, 1908; y E U G E N VON BítHM-BAWFRK, Ce¡ammcíte Schrijten, ed. por F, X Welss, pág. 299. Vtena. 1924. El término «distribución» no debe inducir a engaño; compréndese la utilización de tal concepto en esta materia, al advertir la trascendencia que en la historia del pensamiento económico tuvo !a imaginaria construcción de un estado socialista (vid. supra piígs, 371-372), Cn la economía t l c mercado no hay fenómeno alguno que pueda considerarse distribución. Los bienes no son, primero, producidos y. luego, distribuidos, cuma fucedrtia bajo un orden socialista La palabra «distribución», en la locución «distribución funcional», empléase cn el sentido que dicho vocablo tenfa hace cíenlo cincuenta años. Fin el lenguaje moderno esa «distribución» pretende describir la dispersión de mercancías que, entre los consumidores, realiza el comercio. Í.tí Acción Humana 394 y siempre, el t é r m i n o «empresario» en o t r o sentido d i s t i n t o al q u e se le a t r i b u y e en la imaginaria construcción de la distribución funcional. D e n o m í n a n s e , en efecto, empresarios aquellos individuos especialmente deseosos de sacar provecho del acomodar la producción a las mutaciones de! mercado sólo p o r ellos previstas; es decir, aplícase el apelativo a gentes de mayores iniciativas, superior espíritu de aventura y vista más p e n e t r a n t e q u e la mayoría; a esos individuos atrevidos e ingeniosos que, siempre en vanguardia, engendran el progreso económico. E s t e concepto de e m p r e s a r i o es menos amplio que el manejado en la hipótesis de la distribución funcional; no c o m p r e n d e supuestos abarcados por esta última. El emplear un m i s m o vocablo para designar dos conceptos distintos puede engendrar c o n f u s i ó n . Mejor hubiera sido, desde luego, arbitrar otra palabra, para aludir a ese segundo concepto de empresario; tal vez, cabía en este s u p u e s t o haber recurrido al t é r m i n o «promotor». Cierto es q u e el concepto de e m p r e s a r i o - p r o m o t o r no puede ser d e f i n i d o con rigor praxeológico. (En esto se asemeja al concepto de dinero, el cual —a diferencia del de medio de i n t e r c a m b i o — tampoco admite definición de pleno rigor praxeológico) Ln ciencia económica no puede, sin embargo, prescindir del p r o m o t o r , pues en él encarna una circunstancia genérica y característica de la h u m a n a naturaleza, q u e en toda transacción mercantil aparece, condicionándola. Ello es así por c u a n t o las gentes, ante el cambio de coyuntura, no reaccionan todas con la misma rapidez, ni del mismo modo. La desigualdad entre los diversos individuos, desigualdad engendrada por innatas particularidades y por las vicisitudes de la vida, reaparece también en esta materia. En el mercado hay quienes abren la marcha y también quienes se limitan a copiar lo q u e sus más perspicaces conciudadanos hacen. La capacidad de m a n d o produce sus efectos t a n t o en el m e r c a d o c o m o en cualquier otro aspecto de la h u m a n a actividad. La fuerza motora del mercado, el impulso q u e engendra la innovación y el progreso. 11 Vid. infra píg. 595. Ambito y •metodología de la cataláctica 395 procede del inquieto p r o m o t o r , deseoso siempre de incrementar t o d o lo posible su beneficio personal. N o d e b e , sin e m b a r g o , p e r m i t i r s e q u e e l e q u í v o c o signif i c a d o del t é r m i n o d é f u g a r a c o n f u s i ó n d e n i n g ú n g é n e r o e n el estudio de la cataláctica. Siempre que pueda haber d u d a , cabe fácilmente desvanecerla e m p l e a n d o el término promotor en vez del de e m p r e s a r i o . I.A FUNCION EMPRESARIAL EN LA ECONOMIA ESTACIONARIA Mediante aquellas operaciones que en las bolsas de comercio se denominan a plazo cábele a! especulador evitar parte de sus responsabilidades empresariales. En la medida, sin embargo, en que, a través de las aludidas operaciones, se cubre de posibles pérdidas futuras, abdica de su condición empresarial en favor del tercero que con él contrata. El empresario textil, por ejemplo, que, cuando compra algodón, simultáneamente lo vende a plazo, parcialmente renuncia a su función empresarial. Las posibles variaciones de precio que el algodón, durante el período en cuestión, pueda experimentar, no le afectarán ya en forma de pérdidas o ganancias. El interesado, sin embargo, no renuncia por completo a la función empresarial; pese a su venta convenida a plazo, le afectará todo cambio, que no se deba a variación del precio del algodón, registrado, en cambio, por el precio de los tejidos en general o de las específicas telas que él fabrique. Aun trabajando a maquila y que, por suma cierta, tenga el sujeto de antemano vendida la correspondiente producción, seguirá actuando como empresario por lo que a los fondos invertidos en sus instalaciones fabriles se refiere. Imaginemos una economía en la que todos los bienes y servicios pudieran contratarse mediante operaciones a plazo. En dicha imaginaria construcción, la función empresarial quedaría netamente distinguida y separada de todas las demás funciones. Aparecería una clase formada por empresarios puros. Los precios plasmados en los correspondientes mercados a plazo regularían todas las actividades productivas Sólo quienes en tales operaciones 396 Í.tí Acción Humana intervinieran cosecharían ganancias o sufrirían perdidas. El resto de la población hallaríase, como si dijéramos, asegurada contra la ¡«certidumbre del futuro; gozarían, en tal sentido, de plena tranquilidad. Los elementos rectores de las diversas empresas, en definitiva, pasarían a ser meros asalariados, con ingresos de antemano prefijados. Si suponemos, además, que dicha economía es de índole estacionaria y que hay unn sola empresa, la cual realiza todas las aludidas transacciones a plazo, deviene indudable que la suma total de las pérdidas se igualaría con la suma total de las ganancias. Bastaría con nacionalizar dicha única empresa para implantar un estado socialista sin pérdidas y sin ganancias, un sistema de inalterable seguridad y estabilidad. Ahora bien, llegamos a esta conclusión en razón a que, por definición, en la economía estacionaria, el total de pérdidas y el total de beneficios se igualan. Por eí contrario, bajo una economía en la que haya cambio, por fuerza ha de existir superávit de perdidas o de ganancias. Impertinente sería dedicar más tiempo a estos hizantinisinos que para nada amplían nuestro conocimiento. Convenía, sin embargo, prestar cierta atención a la materia, pues hemos abordado conceptos a veces esgrimidos contra el sistema capitalista y que sirven de base a algunas de las ilusorias propuestas presentadas para instaurar el socialismo. Pues es lo cierto que el ideario socialista cobra lógica procedencia en el ámbito de aquellos irrealizables modelos en los que plasma la economía de giro uniforme o estacionaria. La grandilocuencia con que los economistas matemáticos abordan esas imaginarias hipótesis y los correspondientes estados de «equilibrio» hace que las gentes con frecuencia olviden que tales construcciones no son más que entes irreales, íntimamente contradictorios, puras herramientas del pensar, carentes, por sí mismos, de interés práctico y que, desde luego, jamás podrían servir de modelo para estructurar un mundo real, poblado por hombres capaces de actuar. CAPITULO XV El mercado I. L A ECONOMÍA DE MERCADO La economía de mercado es un sistema social de división del trabajo basado en la propiedad privada de los medios de producción. Cada uno, dentro de tal orden, actúa según su propio interés le aconseja; todos, sin embargo, satisfacen las necesidades de los demás al atender las propias. El actor se pone, invariablemente, a! servicio de sus conciudadanos. Estos, a su vez, igualmente sirven a aquél. El hombre es, al tiempo, medio y fin; fin último para sí mismo y medio en cuanto coadyuva con los demás para que puedan alcanzar sus personales objetivos. El sistema hállase gobernado por el mercado. El mercado impulsa las diversas actividades de las gentes por aquellos cauces que mejor permiten satisfacer las necesidades de los demás. La mecánica del mercado funciona sin necesidad de compulsión ní coerción. El estado, es decir, el aparato social de fuerza y coacción, no interfiere en su mecánica, ni interviene en aquellas actividades de los ciudadanos que el propio mercado encauza. El imperio estatal se ejerce sobre las gentes únicamente para prevenir actuaciones q u e perjudiquen o puedan perturbar el funcionamiento del mercado. Se protege y ampara la vida, la salud y la propiedad de los particulares contra las agresiones que, por violencia o fraude, enemigos internos o externos puedan ingeniar. El estado crea y mantiene así un ambiente social que permite a la economía de mercado operar pacíficamente. Aquel slogan marxista que nos 398 Í.tí Acción Humana habla de la «anarquía de la producción capitalista» retrata muy certeramente esta organización social, por tratarse de sistema que ningún dictador gobierna, d o n d e no hay jerarca económico q u e a cada u n o señale su tarea, constriñéndole a cumplirla. T o d o el m u n d o es libre; nadie está sometido a désp o t a alguno; las gentes intégranse, por voluntad propia, en tal sistema de cooperación. El mercado las guía, mostrándoles cómo p o d r á n alcanzar mejor su p r o p i o bienestar y el de los demás. T o d o lo dirige el mercado, única institución que ordena el sistema en su c o n j u n t o , dotándolo de razón y sentido. El mercado no es ni un lugar, ni una cosa, ni una asociación. El mercado es un proceso p u e s t o en marcha por las actuaciones diversas de los múltiples individuos q u e bajo el correspondiente régimen de división del t r a b a j o cooperan. Los juicios de valor de estas personas, así c o m o las actuaciones engendradas por las aludidas apreciaciones, son las fuerzas q u e determinan la disposición — c o n t i n u a m e n t e c a m b i a n t e — del mercado. La situación queda, cada m o m e n t o , reflejada en la estructura de los precios, es decir, en el c o n j u n t o de tipos de cambio q u e genera la m u t u a actuación de todos aquellos q u e desean c o m p r a r o vender. N a d a hay en el mercado de índole no humana, mítica o misteriosa. El proceso mercantil es la resultante de específicas actuaciones h u m a n a s . T o d o f e n ó m e n o de mercado puede ser r e t r o t r a í d o a precisos actos electivos de quienes en el m i s m o actúan. El proceso del mercado hace q u e sean m u t u a m e n t e cooperativas las acciones de los diversos m i e m b r o s de la sociedad. Los precios ilustran a los p r o d u c t o r e s acerca de q u é , cómo y c u á n t o debe ser producido. El mercado es el p u n t o d o n d e convergen las actuaciones de las gentes y, al t i e m p o , el centro donde se originan. Conviene distinguir n e t a m e n t e la economía de m e r c a d o de aquel o t r o sistema — i m a g i n a b l e , a u n q u e no realizable— de cooperación social, b a j o un régimen de división del trabajo, en el cual la propiedad de los medios de producción correspondería a la sociedad o al estado. E s t e segundo sistema suele denominarse socialismo, c o m u n i s m o , economía planificada o capitalismo de estado, La economía de mercado o capitalismo El mercado 399 puro, c o m o también se suele decir, y la economía socialista son términos antitéticos. No es posible, ni siquiera cabe suponer, una combinación de ambos órdenes. No existe una economía mixta, un sistema en p a r t e capitalista y en parte socialista. La producción o la dirige el mercado o es o r d e n a d a p o r los mandatos del correspondiente órgano dictatorial, ya sea unipersonal, ya colegiado. En m o d o alguno constituye sistema intermedio, combinatorio del socialismo y el capitalismo, el q u e , en una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción, algunos de éstos sean administrados o poseídos por entes públicos. es decir, por el gobierno o alguno de sus órganos. El q u e el estado o los municipios posean y administren determinadas explotaciones no e m p a ñ a los rasgos típicos de la economía de mercado. Dichas empresas, poseídas y dirigidas por el poder público, hállanse sometidas, igual q u e las privadas, a la soberanía del mercado. H a n de acomodarse, t a n t o al c o m p r a r primeras materias, maquinaría o t r a b a j o , c o m o al vender sus productos o servicios, a la mecánica del mercado. E s t á n sometidas a su ley y, p o r tanto, a la v o l u n t a d de los consumidores, que pueden libremente acudir a las mismas o rechazarlas, habiendo de esforzarse por conseguir beneficios o, al menos, evitar pérdidas. La administración p o d r á compensar sus quebrantos con fondos estatales; ello, sin e m b a r g o , ni s u p r i m e ni palia la supremacía del mercado; las correspondientes consecuencias, simplemente, desvíanse hacia o t r o s sectores. P o r q u e los fondos q u e cubran esas pérdidas habrán de ser recaudados m e d i a n t e impuestos y las consecuencias que dicha imposición fiscal provocará en la sociedad y en la estructura económica son siempre las previstas por la ley del mercado. Es la operación del mercado —y no el estado al recaudar g a b e l a s — la que decide en quién incidirá, al final, la carga fiscal y cuáles hayan de ser los efectos de ésta sobre la producción. De ahí q u e sea el mercado — n o oficina estatal a l g u n a — el e n t e q u e determina el resultado y las consecuencias de las empresas públicas. D e s d e el p u n t o de vista praxcológico o económico, no Í.tí Acción Humana 400 cabe d e n o m i n a r socialista institución cualquiera sea q u e , de u n o u otro modo, se relacione con el mercado. El socialismo, tal c o m o sus teóricos lo conciben y definen, p r e s u p o n e la ausencia de mercado para los factores de producción y el dejar de cotizarse precios por estos últimos. El «socializar» las industrias, tiendas y explotaciones agrícolas privadas — e s decir, el transferir la propiedad de las mismas de los particulares a! estado—- es indudablemente un m o d o de implantar poco a poco el socialismo. E s t a m o s ante etapas sucesivas en el camino q u e conduce a! socialismo. Sin embargo, el socialismo todavía no ha sido alcanzado. (Conviene, a este respecto, recordar que Marx y lo marxistas ortodoxos niegan t a j a n t e m e n t e la posibilidad de ese gradual a l u m b r a m i e n t o del socialismo. De acuerdo con sus tesis, la propia evolución del orden capitalista dará lugar a q u e un día, de golpe, se transforme en socialismo.) Los entes públicos, al igual q u e los soviets, por el mero hecho de comprar y vender en mercados, hállanse relacionados con el sistema capitalista. Testimonia la realidad de esa vinculación el q u e efectúe sus cálculos en términos monetarios. Vienen así a recurrir a los instrumentos intelectuales típicos de esc orden capitalista q u e con tanto fanatismo vilipendian. P o r q u e el cálculo monetario constituye, en verdad, la base intelectual de la economía de mercado. Aquellos objetivos que la acción persigue, b a j o cualquier régimen de división de trab a j o , devienen inalcanzables en c u a n t o se prescinde del cálculo económico. La economía de mercado calcula mediante los precios monetarios. El que resultara posible calcular p r e d e t e r m i n ó su aparición y, aún hoy, condiciona su f u n c i o n a m i e n t o . La economía de mercado existe, única y exclusivamente, p o r q u e puede recurrir al cálculo. 2. Abrigan aquello q u e singularidad se esfuerza C A P I T A L Y BIENES DE CAPITAL todos los seres vivos innato impulso a procurarse sostiene, refuerza y renueva su energía vital. La h u m a n a estriba simplemente en q u e el h o m b r e por m a n t e n e r y vigorizar la propia vitalidad de El mercado 401 m o d o consciente y deliberado. N u e s t r o s prehistóricos antepasados preocupáronse, ante todo, por producir aquellas herramientas merced a las cuales podían a t e n d e r sus más perentorias necesidades; recurrieron, después, a m é t o d o s y sistemas q u e les permitieron, primero, ampliar la producción alimenticia, para ir luego satisfaciendo sucesivamente necesidades cada vez más elevadas hasta atender aquellas ya típicamente humanas no sentidas por las bestias. Bohm-Bawerk alude l este proceso al decir q u e el h o m b r e , a medida q u e prospera, va apelando a métodos de producción m á s complejos, que exigen superior inversión de t i e m p o , d e m o r a ésta más que compensada por las mayores producciones o las mejores calidades q u e gracias a tales nuevos m é t o d o s cabe conseguir. Cada paso q u e el h o m b r e da hacia un mejor nivel de vida hállase invariablemente a m p a r a d o en previo ahorro, es decir, en la anterior acumulación de las necesarias provisiones merced a las cuales resulta posible ampliar el lapso temporal q u e media entre el inicio del correspondiente proceso productivo y la obtención de la mercancía de q u e se trate, lista ya para ser empleada o consumida. Los bienes así acumulados representan, o bien etapas intermedias del proceso productivo, es decir, herramientas y p r o d u c t o s semiterminados, o bien artículos de c o n s u m o q u e permiten al h o m b r e a b a n d o n a r sistemas de producción de m e n o r lapso temporal, p e r o de inferior productividad, por o t r o s q u e , si bien exigen mayor inversión de tiempo, son de superior f e c u n d i d a d , sin que la ampliación del plazo productivo obligue a quienes en el m i s m o participan a desatender sus necesidades. D e n o m i n a m o s bienes de capital a esos bienes al efecto acumulados. Es por ello por lo que cabe afirmar q u e el a h o r r o y la consiguiente acumulación de bienes de capital constituyen la base de todo progreso material y el fund a m e n t o , en definitiva, de la civilización h u m a n a . Sin a h o r r o y sin acumulación de capital imposible resulta a p u n t a r hacia objetivos d e tipo e s p i r i t u a l l . ' Los bienes de capital han sido también definidos como factores de producción por el hombre producidos, con lo que se pretendía distinguirlos de los factores de producción naturales, es decir, los recursos de la naturaleza (la tierra) y el trabajo humano. Tal terminología, sin embargo, debe ser empleada con cautela, pues fiícil26 402 Í.tí Acción Humana Consignado lo anterior, es preciso distinguir radicalmente el capital de los bienes de capital2. El concepto de capital constituye ia idea f u n d a m e n t a l y la base del cálculo económico, que, a su vez, es la primordial h e r r a m i e n t a mental a manejar en una economía de mercado. En efecto, el concepto de renta o beneficio sólo p u e d e deducirse p a r t i e n d o del concepto de capital. C u a n d o en el lenguaje vulgar y en la contabilidad —ciencia ésta que no ha h e c h o m á s q u e d e p u r a r y precisar aquellos juicios que a diario todo c! m u n d o m a n e j a — aludimos a los conceptos de capital y r e n t a , estamos simplemente distinguiendo entre medios y fines. La mente del actor, al calcular, traza una divisoria entre aquellos bienes de c o n s u m o q u e piensa destinar a la inmediata satisfacción de sus necesidades y todos aquellos o t r o s bienes de diversos ó r d e n e s — e n t r e los q u e p u e d e haber bienes del o r d e n p r i m e r o — \ ios cuales, previa la o p o r t u n a manipulación, le servirán para a t e n d e r f u t u r a s necesidades. Así, el distinguir e n t r e medios y fines nos lleva a diferenciar entre invertir y consumir, e n t r e el negocio y la casa, entre los f o n d o s mercantiles y el gasto familiar. La suma resultante de valorar, en términos monetarios, el c o n j u n t o de bienes destinados a inversiones — e l c a p i t a l — constituye el p u n t o de d o n d e arranca lodo el cálculo económico. El fin inmediato de la actividad inversora consiste en incrementar, o al menos en no disminuir, el capital poseído. Se d e n o m i n a renta aquella s u m a q u e , sin m e r m a de capital originario, p u e d e ser consumida en un cierto período de tiempo. Si lo consumido supera a la renta, la correspondiente diferencia constituye lo que se denomina c o n s u m o de capital, P o r el contrario, mente puede inducir ul error, haciéndonos creer en existencia de un cierto capital rea!, concepto « l e que irruid uniente anal izare mus. 1 N« encierra, sin e m b a r g o , a este respecto, peligro el c m p k a i c c a s i o n « l m c n : e , b u s c a n d o u n a m a y o r simplicidad, los t é r m i n o s tOBtagradoi. d e «acumulación Je capital», «disponibilidad de capital», •ICICÍSL-? de capital», etc.. CU va de, en cada caso, hablar de «acumulación de b i e n e s de capital», «disponibilidades de bienes de capital»*, etcétera. ' Para tal individuo, éstos bienes de consumo no son ya det orden primera, lino de ordi'ti uuperior, es decir, factores de producción El mercado 403 si la renta es superior al consumo, la diferencia es ahorro. El cifrar con precisión a c u á n t o en cada caso asciende la renta, el a h o r r o o el c o n s u m o de capí ral constituye u n o de los cometidos de mayor trascendencia de los atribuidos al cálculo económico. El p e n s a m i e n t o q u e hizo al h o m b r e distinguir entre capital y renta hállase implícito en el simplemente premeditar y planear la acción. Los más primitivos agricultores ya intuían las consecuencias q u e provocarían si recurrían a aquellas medidas que la técnica contable moderna calificaría de consumo de capital. La aversión del cazador a matar la cierva preñada y la prevención q u e hasta los más crueles conquistadores sentían contra la tala de árboles frutales constituyen mentales consideraciones q u e sólo quienes razonan en el sentido q u e nos viene o c u p a n d o pueden formular. La misma idea palpita en la clásica institución del u s u f r u c t o y en o t r o s muchos usos y prácticas de índole análoga. P e r o sólo aquellas gentes que p u e d e n aplicar el cálculo monetario búllanse capacitadas para percibir, con totla nitidez, la diferencia existente e n t r e un bien económico y los f r u t o s del mismo derivados, resultándoles posible aplicar dicha distinción a cualesquiera cosas y servicios de la clase, especie y orden que f u e r e n . Sólo a esas personas cábeles f o r m u l a r los correspondientes distingos al e n f r e n t a r s e con las siempre cambiantes situaciones del m o d e r n o industrialismo a l t a m e n t e desarrollado y con la complicada e s t r u c t u r a de la cooperación social montada sobre cientos de miles de especializadas actuaciones y cometidos. Si, a la luz de los m o d e r n o s sistemas contables, contempláramos las economías de nuestros prehistóricos a n t e p a s a d o s , podríamos decir, en un sentido metafórico, q u e t a m b i é n ellos utilizaban «capital». Cualquier c o n t e m p o r á n e o p r o f e s o r mercantil podría c o n t a b l e m e n t e p o n d e r a r aquellos enseres de los q u e se servía el h o m b r e primitivo para la caza y la pesca, así c o m o para las actividades agrícolas y ganaderas, s i e m p r e que conociera los precios correspondientes. No faltaron economistas que de lo anterior dedujeran q u e el «capital» c o n s t i t u y e categoría propia de toda humana producción; que aparece b a j o 404 Í.tí Acción Humana cualquier imaginable sistema de producción —o sea, tanto en el involuntario aislamiento del R o b i n s o n , como en la república socialista— no teniendo tal concepto nada q u e ver con la existencia o inexistencia del cálculo monetario Tal m o d o de razonar, sin embargo, encierra envídente error. No cabe desgajar e independizar el concepto de capital del cálculo monetario; es decir, de aquella estructura social que la economía de mercado implica, único régimen bajo el cual resulta posible el mismo. El concepto de capital carece de sentido fuera de la economía de mercado. Sólo cobra trascendencia c u a n d o gentes que actúan libremente, d e n t r o de un sistema social basado en la propiedad privada de los medios de producción, pretenden enjuiciar y ponderar sus planes y actuaciones; el concepto se fue, poco a poco, precisando a medida q u e el cálculo económico progresaba en unidades monetarias \ La m o d e r n a contabilidad es f r u t o de dilatada evolución histórica. Empresarios y contables coinciden por completo, actualmente, en lo q u e el término capital significa. Se denomina capital a aquella cifra d i n e r a d a dedicada en un m o m e n t o determinado a específico negocio, resultante de deducir del total valor monetario del activo el total valor monetario de los débitos. N i n g u n a trascendencia, en este orden de ideas, tiene el que los correspondientes bienes así valorados sean de una u otra condición; da lo mismo que se trate de terrenos, edificios, maquinaria, herramientas, mercaderías de todo orden, créditos, efectos comerciales, metálico u otra cosa cualquiera. Cierto es q u e al principio los comerciantes, q u e f u e r o n , a fin de cuentas, quienes sentaron las bases del cálculo económico, solían en sus primitivas contabilidades excluir del concepto de capital el valor de los terrenos y edificios explotados. Los agricultores, por su parte, también tardaron b a s t a n t e en conceptuar a sus predios como capital. A ú n hoy en día, incluso en los países más adelantados, pocos son los cultivadores del agro q u e aplican a sus explotaciones rigurosas normas de con4 Vid., en el expuesto sentido, R . V. S T H I G L , Kapilal una Pioditktion, pág. 3 , Viena, 1934. s Vid. FUANK A, F E T T E R en la Encydopaedia o¡ tbe Social Setenas. I I I . 190. El mercado 405 tabilidad. La mayoría de ellos no toma en consideración el factor tierra ni la contribución del mismo a la correspondiente producción. Los asientos de sus libros no hacen ninguna alusión al valor dinerario del t e r r e n o poseído, q u e d a n d o , por tanto, sin reflejar las mutaciones q u e dicho valor pueda sufrir. Es e v i d e n t e m e n t e defectuosa tal sistemática, por cuanto no nos brinda aquella información que, en definitiva, mediante la contabilidad de capitales, buscamos. En efecto, ninguna ilustración nos proporciona acerca de si, d u r a n t e el proceso agrícola, ha sido perjudicada ta capacidad productiva de la tierra, es decir, si se ha m i n o r a d o su valor en u s o objetivo; noticia alguna nos oirece en orden a si la tierra, a causa de intemperante utilización, ha s u f r i d o desgaste. I g n o r a n d o tal realidad, los datos contables arrojarán un beneficio ( u n rendimiento) superior a aquel que una sistemática más precisa reflejaría. Convenía aludir a estas circunstancias de tipo histórico, por c u a n t o tuvieron e n o r m e trascendencia c u a n d o los economistas quisieron d e t e r m i n a r cuáles bienes eran capital real. P r e t e n d í a n combatir aquella supersticiosa creencia, aún hoy prevalente, según la cual cabe eliminar totalmente, o, al menos, en parte, la escasez de los existentes factores de producción i n c r e m e n t a n d o el d i n e r o circulante o ampliando el crédito. Al objeto de abordar mejor este básico problema, los economistas creyeron o p o r t u n o elaborar un concepto de capital real c o n f r o n t a n d o el mismo con el concepto de capital que maneja el comerciante cuando mediante el cálculo pondera el c o n j u n t o de sus actividades crematísticas. Graves d u d a s existían, cuando las gentes comenzaron a interesarse por estas cuestiones, acerca de si el valor monetario del terreno debía ser c o m p r e n d i d o en el concepto de capital. Tal estado d u b i t a t i v o i n d u j o a aquellos pensadores a excluir la tierra de su concepto de capital real, definiéndolo como el conjunto f o r m a d o por los existentes factores de producción que el actor tuviera a su disposición. Suscitáronse de inmediato discusiones de lo más bizantinas acerca de si los bienes de consumo q u e el interesado poseía eran o no capital real. P o r lo q u e al n u m e r a r i o se refiere, prácticamente todo el m u n d o convenía en que no debía ser así estimado. 406 Í.tí Acción Humana El definir el capital como el c o n j u n t o disponible de medios de producción constituye, sin embargo, vacua expresión. En efecto, cabe determinar y totalizar el importe dinerario de los múltiples factores de producción q u e determinada empresa utiliza; pero, si eliminamos las expresiones monetarias, ese conj u n t o de existentes factores de producción deviene m e r o catálogo de miles de bienes diferentes. Interés alguno encierra para el actuar un inventario de tal condición. Dicha relación no será más q u e pura descripción de un f r a g m e n t o del universo, desde un p u n t o de vista técnico o topográfico, carente de toda utilidad c u a n d o de incrementar el h u m a n o bienestar se trata. P o d e m o s , a tenor de e x t e n d i d o uso semántico, denominar bienes de capital a los disponibles medios de producción. P e r o con ello ni se aclara ni sr precisa el concepto de capital real. El efecto más grave q u e provocaría esa mítica idea tic un capital real fue el de inducir a los economistas a cavilar en t o r n o al artificioso problema referente a la denominada productividad del capital (real). P o r definición, factor de producción es toda cosa con cuyo intermedio cabe llevar a feliz término cierto proceso productivo. El valor q u e las p a r t e s atribuyen a esa potencialidad del factor en cuestión queda íntegramente reflejado en el precio que el mercado asigna al mismo. En las transacciones mercantiles se paga por el servicio q u e de la utilización de cierto factor de producción cabe derivar (es decir, por la contribución que el mismo es capaz de proveer a la empresa contemplada) el valor íntegro q u e la gente a tal contribución atribuye. Tienen valor los factores de producción única y exclusivamente por esos servicios q u e pueden r e p o r t a r ; sólo por ese servicio cotízanse los factores en cuestión. Una vez abonada la suma correspondiente, nada queda ya por pagar; todos los servicios productivos del bien en cuestión hállanse comprendidos en el precio de referencia. Constituyó, en v e r d a d , grave error el explicar el interés como renta derivada de la productividad del c a p i t a l 6 . U n a segunda confusión, de trascendencia no m e n o r , pro0 Vid. ptfgs. 774-782. El mercado 407 vocó esa idea del capital real. Comenzóse, en efecto, por tal vía, a lucubrar en torno a un capital social d i s t i n t o del capital privado. P a r t i e n d o de la imaginaria construcción de una economía socialista, se pretendía elaborar un concepto del capital que pudiera ser m a n e j a d o por el director colectivista en sus actividades económicas. Suponían, con razón, los economistas que tendría éste interés p o r saber si su gestión era acertada (ponderada desde luego sobre la base de sus personales juicios de valor y de los fines que, a la luz tle tales valoraciones, persiguiera) y por conocer c u á n t o podrían c o n s u m i r sus administrados sin provocar merma en los existentes factores de producción, con la consiguiente minoración de la f u t u r a capacidad productiva. Convendríale, indudablemente, al jerarca, para mejor ordenar su actuación, ampararse en los conceptos de capital y renta. Lo q u e sucede, sin embargo, es que, b a j o u n a organización económica en la cual no existe la propiedad privada de los medios de producción y, por tanto, no hay ni mercado ni prccios para los correspondientes factores, los conceptos de capital y renta constituyen meros conceptos teóricos, sin aplicabílidad práctica alguna. En u n a economía socialista existen bienes de capital, pero no hay capital. La idea de capital sólo en la economía de mercado cobra sentido, Bajo el signo del mercado sirve para que los individuos, a c t u a n d o libremente, separados o en agrupación, puedan decidir y calcular. Constituye i n s t r u m e n t o f e c u n d o sólo en manos de capitalistas, empresarios y agricultores deseosos de cosechar ganancias y evítur pérdidas. No estamos ante categoría propia de cualquier género de actuar. Cobra corporeidad sólo en el marco de la economía de mercado. 3. EL CAPITALISMO T o d a s las civlizaciones, hasta el presente, se han basado en la p r o p i e d a d privada de los medios de producción, Civilización y propiedad privada f u e r o n siempre de la mano. Quienes suponen q u e la economía es una ciencia experimental y, no obstante, propugnan el control estatal de los medios de 408 Í.tí Acción Humana producción incurren en manifiesta contradicción. La única con clusión que de la experiencia histórica cabría deducir, admitiendo q u e ésta, al respecto, algo pudiera decirnos, es q u e la civilización, indefectiblemente, va unida a la propiedad privada. N i n g u n a demostración histórica cabe aducir en el sentido de q u e el socialismo proporcione un nivel de vida superior al q u e el capitalismo engendra Cierto es que, hasta ahora y de forma plena y pura, nunca se ha aplicado la economía de mercado. Ello no o b s t a n t e , resulta i n d u d a b l e que, a partir de la Edad Media, prevaleció en Occidente una tendencia a ir p a u l a t i n a m e n t e aboliendo todas aquellas instituciones q u e p e r t u r b a b a n el libre f u n c i o n a m i e n t o de la economía de mercado. A medida q u e dicha tendencia progresaba, multiplicábase la población y el nivel de vida de las masas alcanzaba cimas nunca conocidas ni soñadas. Creso, Craso, los Médicis y Luis X I V hubieran envidiado las comodidades de q u e hoy d i s f r u t a el o b r e r o americano medio. Los problemas q u e suscita el a t a q u e lanzado por socialistas e intervencionistas contra la economía de mercado son todos de índole p u r a m e n t e económica, de tal suerte q u e los mismos sólo pueden ser abordados con arreglo a la técnica q u e en el presente libro pretendemos a d o p t a r , es decir, analizando a fondo la actividad h u m a n a y todos los imaginables sistemas de cooperación social. El problema psicológico relativo a por qué las gentes vilipendian y rechazan el capitalismo, hasta el p u n t o de motejar de «capitalista» cuanto les repugna, considerando, en cambio, «social» o «socialista» t o d o aquello q u e les agrada, es una interrogante cuya solución d e b e dejarse en m a n o s de los historiadores. H a y otros temas q u e sí nos c o r r e s p o n d e a nosotros abordar. Los defensores del totalitarismo consideran el «capitalism o » lamentable adversidad, tremenda desventura, q u e un día cayera sobre la h u m a n i d a d . M a r x afirmaba q u e constituía inevitable etapa p o r la q u e la evolución h u m a n a había de pasar, si bien no dejaba, por ello de ser la peor de las calamidades; ' Por lo que al «experimento» ruso se refiere, véase Mises, Plonnrd Chaos, páginas 80-87. Irvington-on-Mudson, 1947. El mercado 409 Ja redención a f o r t u n a d a m e n t e Hallábase a las p u e r t a s y p r o n t o iba a ser liberado el h o m b r e de tanta aflicción. O t r o s a f i r m a r o n q u e el capitalismo h u b i e r a p o d i d o evitarse a la h u m a n i d a d , de h a b e r sido las gentes moral m e n t e más perfectas, lo q u e les hubiera inducido a a d o p t a r mejores sistemas económicos. Todos los aludidos idearios tienen un rasgo c o m ú n : c o n t e m p l a n el capitalismo como si se tratara de un f e n ó m e n o accidental q u e cupiera s u p r i m i r sin acabar al t i e m p o con realidades imprescindibles para el desarrollo del p e n s a m i e n t o y la acción del h o m b r e civilizado. Tales ideologías eluden cuidadosamente eí p r o b l e m a del cálculo económico, lo cual les impide advertir las consecuencias q u e la ausencia del mismo, por fuerza, habría de provocar. No se percatan de q u e el socialista, a quien, p a r a planear la acción, de nada serviríale la aritmética, tendría una mentalidad y un m o d o de pensar radicalmente distintos al n u e s t r o . No cabe silenciar, al tratar del socialismo, esta mental trasmutación, aun d e j a n d o de lado los perniciosos efectos q u e la implantación del m i s m o provocaría por lo q u e al bienestar material del h o m b r e se refiere. La economía de mercado es un m o d o de actuar, b a j o el «igno de la división del t r a b a j o , q u e el h o m b r e ha ingeniado. De tal aserto, sin embargo, no sería lícito inferir q u e estamos ante un sistema p u r a m e n t e accidental y artificial, sustituible sin más por o t r o cualquiera. La economía de mercado es f r u t o de dilatada evolución. H1 h o m b r e , en su incansable afán por acomodar la propia actuación, del m o d o más perfecto posible, a las inalterables circunstancias del medio a m b i e n t e , logró al fin descubrir la a p u n t a d a salida. La economía de mercado es la táctica q u e ha p e r m i t i d o al h o m b r e prosperar t r i u n f a l m e n t e desde el p r i m i t i v o salvajismo hasta alcanzar la actual condición civilizada. M u c h o s son los m o d e r n o s escritores a quienes agrada a r g u m e n t a r c o m o sigue: el capitalismo es aquel orden económico q u e provocó esos magníficos resultados q u e la historia de los últimos doscientos años registra; siendo ello así, no hay d u d a es hora ya de superar tal sistema, puesto que si ayer f u e beneficioso no p u e d e seguir siéndolo en la actualidad y, menos aún, mañana. El aserto, e v i d e n t e m e n t e , pugna con los más 410 Í.tí Acción Humana elementales principios de la ciencia experimental. I m p e r t i n e n t e sería volver sobre la cuestión de si cabe o no aplicar, en las disciplinas referentes a la actividad h u m a n a , los métodos propios de las ciencias naturales experimentales, p o r q u e a u n c u a n d o resolviéramos a f i r m a t i v a m e n t e la interrogante, ello no nos autorizaría a argüir á rebours, c o m o estos experimentalistas pretenden hacer. Las ciencias naturales razonan diciendo q u e si a f u e ayer valedero, mañana lo será también. En este t e r r e n o no cabe a r g u m e n t a r a la inversa y proclamar q u e por c u a n t o a f u e antes procedente, no lo será ya en el f u t u r o . Se suele criticar a los economistas una supuesta despreocupación por la historia; asegúrase, en tal sentido, q u e glorifican la economía de mercado, considerándola como el patrón ideal y eterno de la cooperación social, siendo censurados por circunscribir el e s t u d i o al de los p r o b l e m a s de la economía de mercado, despreciando t o d o lo demás. No inquieta a los economistas, conclúyese, el pensar q u e el capitalismo sólo surgiera hace doscientos años, y que, aún hoy, tan sólo opera en un área relativamente pequeña, e n t r e g r u p o s minoritarios de la población terrestre. H u b o ayer y existen actualmente civilizaciones de mentalidad d i f e r e n t e q u e ordenan sus asuntos económicos de m o d o dispar al nuestro. El capitalismo, contemplado sub specic mternitath, 110 es más q u e pasajero f e n ó m e n o , efímera etapa de la evolución histórica, mera época de transición entre un pasado precapitalista y un f u t u r o postcapitalista. Tales asertos no resisten el análisis lógico. La economía, d e s d e luego, no constituye rama de historia alguna. Es, simplemente, la disciplina que estudia la actividad h u m a n a ; o sea, la teoría general de las inmutables categorías de la acción y de la mecánica de la misma b a j o cualquier supuesto en q u e el h o m b r e actúe. De ahí q u e constituya herramienta mental imprescindible c u a n d o se trata de investigar problemas históricos o etnográficos. P o b r e , ciertamente, habrá de ser la obra del historiador o etnógrafo que, en sus trabajos, no aplique los conocimientos q u e la economía le b r i n d a , pues tal teórico, pese a lo q u e posiblemente crea, en m o d o alguno estará abord a n d o el objeto de su estudio i n m u n e a aquellos p e n s a m i e n t o s q u e desprecia considerándolos como meras hipótesis. Retazos El mercado 411 confusos e inexactos de superficiales teorías económicas, tiempo ha descartadas, que desorientadas mentes elaboraran antes de la aparición de la ciencia económica, presidirán una labor, q u e el investigador seguramente conceptuará imparcial, desde el m o m e n t o m i s m o en q u e comience a r e u n i r hechos, supuestamente auténticos, hasta que, o r d e n a d o s dichos datos, deduzca las correspondientes conclusiones. El d e s e n t r a ñ a r los problemas q u e plantea la economía de mercado, es decir, aquella única organización de la acción humana q u e p e r m i t e aplicar el cálculo económico al planeado proceder, nos faculta para a b o r d a r el examen de todos los posibles m o d o s de actuar, así como cuantas cuestiones de índole económica suscítanse a historiadores y etnólogos. Los sistemas no capitalistas de dirección económica sólo pueden ser estudiados b a j o el hipotético s u p u e s t o de q u e también cábeles a ellos recurrir a los n ú m e r o s cardinales al evaluar la acción pretérita y al proyectar la f u t u r a . He ahí p o r q u é los economistas concentran su atención en el e s t u d i o de la economía de mercado pura. No son los economistas, sino sus contrincantes, quienes carecen de « s e n t i d o histórico» c ignoran la evolución y el progreso. Los economistas siempre advirtieron q u e la economía de mercado es f r u t o e n g e n d r a d o p o r un largo proceso histórico q u e se inicia c u a n d o la raza h u m a n a emerge de entre las filas de o t r o s primates. Los partidarios de aquella corriente erróneam e n t e denominada «historiéista» e m p é ñ a n s e en desandar el camino q u e tan fatigosamente recorriera la evolución h u m a n a . De ahí q u e consideren artificiosas e incluso decadentes cuantas instituciones no puedan ser retrotraídas al más r e m o t o pasado o, incluso, resulten desconocidas para alguna primitiva tribu de la Polinesia. Toda institución q u e los salvajes no hayan desc u b i e r t o táchanla de inútil o degenerada. Marx, Engels y los germánicos profesores de la Escuela Histórica entusiasmábanse p e n s a n d o q u e la p r o p i e d a d privada era «sólo un f e n ó m e n o histórico». Tal indudable realidad constituía, para ellos, prueba evidente de q u e resultaban practicables sus planes socialistas 8 . 1 El libro del catedrático prusiano BKKNHAKD LAUM (Die Cescblossene Wirlscbfal, Tübingcn, 1933) constituye una de las muestras más conspicuas de 41¿ La Acción Humana El genio creador no coincide con sus c o n t e m p o r á n e o s . En t a n t o en cuanto es adelantado de cosas nuevas y nunca oídas, por fuerza ha de repugnarle la sumisa aceptación con q u e sus coetáneos se atienen a las ideas y valores tradicionales. Constituye para él pura estupidez el rutinario proceder del ciudad a n o corriente, del h o m b r e medio y c o m ú n , Considera por eso «lo b u r g u é s » s i n ó n i m o de imbecilidad' 1 . Los artistas de segunda fila q u e d i s f r u t a n copiando los gestos del genio, descosos de olvidar y disimular su propia incapacidad, adoptan también idénticas expresiones. Tales bohemios califican de «aburguesado» cuanto les molesta y, comoquiera q u e Marx asimilara el significado de «capitalista» al de « b u r g u é s » , utilizan indist i n t a m e n t e ambos vocablos, término q u e , en todos los idiomas del m u n d o , actualmente, aplícanse a c u a n t o parece vergonzoso, despreciable e infame l0 . Reservan, en cambio, el apelativo este modo de pensar Laum, en efecto, se dedica a reunir impresionante colección de fuentes etnológicas, de las cuates tesiilta que numerosas tribus primitivas ton sideraban la autarquía cosa natural, necesaria y moralmcntc recomendable. De ello concluye que tal ordenamiento constituye el sistema económico normal y procedente, hasta el punto que el retorna! al mismo debe considerarse «proceso biológico necesario» (pág, 491). * C U Y DE MAUPASSANT analizó, en su ¡ilude sur G t a i m e Flaubert (reimpreso en Oeuvres Completes de Casta ve Flaubert, vol. V i l , Paria, 1885), el supuesto odio de este último hacia lodo lo burgués Flaubert, dice MíUpdííatit, úimtrít le inunde [página 67); es decir, le gustaba codearse con la buena sociedad de París, compuesta por aristócratas, ricos burgueses y una élite de artistas, escritores, filósofos, científicos, políticos y empresarios. Flaubert usaba el termino burgués como sinónimo de imbecilidad, definiéndolo así: «Califico de burgués u lodo aquel que piensa mezquinamente (pense bassementU. Es evidente, por tanto, que Flaubert, cuando decía burgués, no aludía a la hurguesla como tal estamento social, sino que se refería a un tipo de idiotez con la que frecuentemente tropezaba al tratar con miembros de dicha clase. Al hombre corriente (le bo» pcuple) no lo despreciaba menos. Sin embargo, comoquiera que trataba más con gens du monde q u e con obreros, incomodábale en mayor grado la estupidez de aquéllas que la de éstos (página 59). Las anteriores observaciones de Maupasant retratan fielmente no sólo e! caso de Flaubert, sino también el de todos aquellos artistas con sentimientos •antiburgueses». Conviene resaltar, aunque sólo sea de modo incidental, que. para el marxismo, Flaubert es un escritor «burgués», constituyendo sus novelas «superestructura ideológica» del «sistema capitalista o burgués de producción». 19 Los nazis aplicaban el adjetivo «judío» como sinónimo de «capitalista» y «bu rgués». El mercado 413 «socialista» para t o d o aquello q u e las masas consideran b u e n o y digno de alabanza. Las gentes hoy en día suelen, con frecuencia, comenzar p o r calificar a r b i t r a r i a m e n t e de «capitalista» aquello q u e les desagrada, sea lo q u e f u e r e , y, a renglón seguido, de tal apelativo d e d u c e n la r u i n d a d del o b j e t o en cuestión. Esa semántica confusión llega a más. Sismondi, los románticos d e f e n s o r e s de las instituciones medievales, los a u t o r e s socialistas, la escuela histórica alemana y el instítucionalismo americano adoctrinaron a las gentes en el sentido de q u e el capitalismo constituye inicuo sistema de explotación a cuyo amparo sacrifícanse los vitales intereses de la mayoría para favorecer a unos pocos traficantes. N i n g u n a persona h o n r a d a p u e d e apoyar régimen tan «insensato». Aquellos economistas q u e aseguran no ser cierto q u e el capitalismo beneficia sólo a una minoría, sino q u e enriquece a todos, no son más que «sicofantes de la b u r g u e s í a » ; una de dos, o son o b t u s o s en demasía para advertir la v e r d a d , o son vendidos apologistas de los egoístas intereses de clase de los explotadores. El capitalismo, p a r a esos enemigos de la libertad, de la democracia y de la economía de mercado, es la política económica que favorece a las grandes empresas y a los millonarios. A n t e el hecho de q u e — a u n c u a n d o no t o d o s — haya capitalistas y enriquecidos empresarios que, en la actualidad, abogan p o r aquellas medidas restrictivas de la competencia y del libre cambio q u e engendran los monopolios, los aludidos críticos argum e n t a n como sigue. El capitalismo c o n t e m p o r á n e o patrocina el proteccionismo, los cariéis y la supresión de la competencia. C i e r t o es, agregan, que, en cierto m o m e n t o histórico, el capitalismo b r i t á n i c o p r o p u g n a b a el comercio libre, t a n t o en la esfera interna c o m o en la internacional; predicaba dicha política, sin e m b a r g o , por c u a n t o , a la sazón, el librecambismo convenía a los intereses de clase de la burguesía inglesa. Comoquiera q u e , m o d e r n a m e n t e , las cosas han variado, las pretensiones de los explotadores al respecto también han cambiado. Ya a n t e r i o r m e n t e se hacía n o t a r c ó m o el e x p u e s t o ideario pugna t a n t o con la teoría científica c o m o con la realidad hisró- 414 Í.tí Acción Humana rica ". H u b o y siempre habrá gentes egoístas cuya ambición indúceles a pedir protección para sus conquistadas posiciones, en la esperanza de lucrarse mediante la limitación de la competencia. Al empresario que se nota envejecido y decadente y al débil h e r e d e r o de quien otrora triunfara asústales el ágil parvenú que sale de la nada para disputarles su riqueza y emin e n t e posición. Pero el que llegue a triunfar aquella pretensión de anquilosar el mercado y dificultar el progreso d e p e n d e del a m b i e n t e social q u e a la sazón prevalezca. La e s t r u c t u r a ideológica del siglo x i x , moldeada por las enseñanzas de los economistas liberales, impedía prosperaran exigencias de tal tipo. C u a n d o los progresos técnicos de la época liberal revolucionar o n la producción, el transporte y el comercio tradicionales, jamás se les ocurrió a aquéllos a quienes las correspondientes mutaciones perjudicaban reclamar proteccionismo, pues la opin i ó n pública les hubiera avasallado. Sin embargo, hoy en día, c u a n d o se considera deber del estado impedir q u e el h o m b r e eficiente compita con el apático, la opinión pública se p o n e de p a r t e de los poderosos grupos de presión q u e desean detener el desarrollo y el progreso económico. Los fabricantes de mantequilla con éxito notable dificultan la venta de la margarina y los instrumentistas la de las grabaciones musicales. Los sindicatos luchan contra la instalación de toda maquinaria nueva. No es de extrañar que en tal a m b i e n t e los empresarios de m e n o r capacidad reclamen protección contra la competencia de sus más eficientes rivales. La realidad actual podría describirse así. Hoy en día, muchos o al menos algunos sectores empresariales han d e j a d o de ser liberales; no abogan por la auténtica economía de mercado y la libre empresa; reclaman, al contrario, todo g é n e r o de intervenciones estatales en la vida de los negocios. Tales realidades, sin embargo, no autorizan a a f i r m a r haya variado el capitalismo c o m o concepto científico, ni q u e «el capitalismo en sazón» ( m a t u r e capitalism) — c o m o dicen los a m e r i c a n o s — o «el capitalismo tardío» (late capitalism) — s e g ú n la terminología marx i s t a — se caracterice por p r o p u g n a r medidas restrinctivas ten" Vid. supra págs. 135-140 El mercado 415 dentes a proteger los derechos un día adquiridos por los asalariados, los campesinos, los comerciantes, los artesanos, llegándose incluso a veces a a m p a r a r los intereses creados de capitalistas y empresarios. El concepto de capitalismo, como concepto económico, es inmutable; si con dicho t é r m i n o algo se quiere significar, no p u e d e ser otra cosa q u e la economía de mercado, Al trastocar la nomenclatura, d e s c o m p ó n e n s e los inst r u m e n t o s semánticos que nos permiten a b o r d a r el e s t u d i o de los problemas que la historia c o n t e m p o r á n e a y las modernas políticas económicas suscitan. Hicn a las claras resalta lo q u e se busca con ese c o n f u s i o n i s m o terminológico. Los economistas y políticos q u e a él recurren tan sólo p r e t e n d e n impedir q u e las gentes adviertan q u é es, en verdad, la economía de mercad o . Q u i e r e n convencer a las masas de q u e «el capitalismo» es lo q u e provoca esas desagradables medidas restrictivas q u e el gobierno adopta, 4. LA SOBERANÍA D E L CONSUMIDOR C o r r e s p o n d e a los empresarios, en la sociedad de mercado, el g o b i e r n o de todos los asuntos económicos. O r d e n a n personalmente la producción, Son los pilotos q u e dirigen el navio. A primera vista, podría p a r e c e m o s q u e son ellos los supremos arbitros. P e r o no es así. 1 íállanse sometidos incondicionalmente a las órdenes del capitán, el consumidor. No deciden, por sí, ni los empresarios, ni los térratenienaes, ni los capitalistas q u é bienes deban ser producidos. C o r r e s p o n d e eso, de m o d o exclusivo, a los consumidores. C u a n d o el h o m b r e de negocios no sigue, dócil y sumiso, las directrices q u e , m e d i a n t e los precios del mercado, el publico le marca, s u f r e pérdidas patrimoniales; se a r r u i n a , siendo f i n a l m e n t e relevado de aquella e m i n e n t e posición q u e , al timón de la nave, ocupaba. O t r a s personas, más respetuosas con los m a n d a t o s de los consumidores, serán puestas en su lugar. Los consumidores acuden adonde, a mejor precio, les ofrecen las cosas q u e más desean; m e d i a n t e c o m p r a r y abstenerse de hacerlo, d e t e r m i n a n quiénes han de poseer y administrar las 416 Í.tí Acción Humana plantas fabriles y las explotaciones agrícolas. E n r i q u e c e n a los pobres y e m p o b r e c e n a los ricos. Precisan, con el m á x i m o rigor, lo que deba producirse, así c o m o la cantidad y calidad de las correspondientes mercancías. Son como jerarcas egoístas e implacables, caprichosos y volubles, difíciles de c o n t e n t a r . Sólo su personal satisfacción les preocupa. No se interesan ni por pasados méritos, ni por derechos un día adquiridos. A b a n d o n a n a sus tradicionales proveedores en c u a n t o alguien les ofrece cosas mejores o más baratas. En su condición de compradores y consumidores, son d u r o s de corazón, desconsiderados por lo q u e a los demás se refiere. Sólo los vendedores de bienes del o r d e n p r i m e r o hállanse en contacto directo con los consumidores, sometidos a sus instrucciones de m o d o inmediato. Trasladan, no o b s t a n t e , a los productores de los demás bienes y servicios los m a n d a t o s de los consumidores. Los productores de bienes de c o n s u m o , los comerciantes, las empresas de servicios públicos y los profesionales adquieren, en efecto, los bienes q u e necesitan para atender sus respectivos cometidos sólo de aquellos proveedores q u e los ofrecen en mejores condiciones. P o r q u e si dejaran de c o m p r a r en el mercado más barato y no ordenaran convenientemente sus actividades t r a n s f o r m a d o r a s para dejar atendidas, del m o d o m e j o r y m á s barato posible, las exigencias de los consumidores, veríanse suplantados, c o m o decíamos, en sus funciones por terceros. G e n t e s de mayor eficiencia, capaces de comprar y de elaborar los factores de producción con más d e p u r a d a técnica, les remplazarían. P u e d e el c o n s u m i d o r dejarse llevar por caprichos y fantasías. Los empresarios, los capitalistas y los explotadores del agro, en cambio, están c o m o maniatados; en todas sus actividades vense constreñidos a acatar los mandatos del público c o m p r a d o r , En c u a n t o se apartan de las directrices trazadas por la d e m a n d a de los c o n s u m i d o r e s , perjudican sus intereses patrimoniales, El más ligero desviacionismo, ya sea voluntario, ya sea d e b i d o a error, torpeza o incapacidad, merma el beneficio o lo anula por c o m p l e t o . C u a n d o dicho apartamiento es de mayor alcance, aparecen las pérdidas, que volatilizan el capital. Sólo ateniéndose rigurosamente a los deseosos de los consumidores cábeles a los capitalistas, a los El mercado 417 empresarios y a los terratenientes conservar e incrementar su riqueza. No p u e d e n incurrir en gasto alguno q u e los consumidores no estén dispuestos a reembolsarles pagando un precio mayor por la mercancía de q u e se trate. Al administrar sus negocios han de insensibilizarse y endurecerse, precisamente por c u a n t o los consumidores, sus superiores, son, a su vez, insensibles y duros, En efecto, los consumidores d e t e r m i n a n no sólo los precios de los bienes de consumo, sino también los precios de todos los factores de producción, f i j a n d o los ingresos de cuantos operan en el á m b i t o de la economía de mercado. Son ellos, no los empresarios, quienes, en definitiva, pagan a cada t r a b a j a d o r su salario, lo m i s m o a la famosa estrella cinematográfica q u e a la mísera f r e g o n a . C o n cada centavo q u e gastan ordenan el proceso p r o d u c t i v o y, hasta en los más mínimos detalles, la organización de lus entes mercantiles, Por eso se ha podido decir q u e el mercado c o n s t i t u y e una democracia, en la cual cada centavo da derecho a un v o t o i3 . Más exacto sería decir que, m e d i a n t e las constituciones democráticas, se aspira a conceder a los ciudadanos, en la esfera política, aquella misma supremacía q u e , c o m o consumidores, el mercado les confiere. Aun así, el símil no es del t o d o exacto. En las democracias, sólo los votos depositados en favor del c a n d i d a t o t r i u n f a n t e gozan de efectiva trascendencia política. Los votos minoritarios carecen de i n f l u j o . En el mercado, por el contrario, ningún voto resulta v a n o . Cada c é n t i m o gastado tiene capacidad específica para influir en el proceso productivo. Las editoriales atienden los deseos de la mayoría publicando novelas policiacas; pero también imprimen t r a t a d o s filosóficos y poesía lírica, de acuerdo con minoritarias apetencias. Las panaderías producen no sólo los tipos de pan q u e prefieren las personas sanas, sino también aquellos o t r o s q u e consumen quienes siguen especiales regímenes dietéticos. La elección del c o n s u m i d o r cobra virtualidad tan p r o n t o como el interesado se decide a gastar el dinero preciso en la consecución de su objetivo. ° Vid. t'RANK A. Nueva York, 1913. 26 FETER, The Principies, oj Economía, págs. 394-410, 3,' cd., 418 Í.tí Acción Humana Cierto es que, en el mercado, los consumidores no disponen todos del m i s m o n ú m e r o de votos. Los ricos pueden depositar más sufragios q u e los pobres. A h o r a bien, dicha desigualdad no es más q u e f r u t o de previa votación. D e n t r o de una economía pura de mercado sólo se e n r i q u e c e quien sabe a t e n d e r los deseos de los consumidores. Y, para conservar su f o r t u n a , el rico no tiene m á s remedio que perseverar a b n e g a d a m e n t e en el servicio de estos últimos. De ahí q u e los empresarios y quienes poseen los medios materiales de producción puedan ser considerados c o m o u n o s meros m a n d a t a r i o s o representantes de los consumidores, cuyos poderes a diario son o b j e t o de revocación o reconfirmación. Sólo hay en la economía de mercado una excepción a esa total sumisión de quienes poseen con respecto de los consumidores. Los precios de monopolio e f e c t i v a m e n t e implican violentar y desconocer las apetencias del c o n s u m i d o r . EL METAFORICO EMPLEO DE LA T E R M I N O L O G I A POLITICA Las instrucciones dadas por los empresarios, en la conducta de sus negocios, son audibles y visibles. Cualquiera las advierte. Hasta el botones sabe quién manda y dirige la empresa. En cambio, es precisa una mayor perspicacia para percatarse de aquella relación de dependencia en que, con respecto al mercado, hállase el empresario. Las órdenes de los consumidores no son tangibles, no las registran los sentidos corporales. De ahí que muchos sean incapaces de advertir su existencia, incurriendo en el grave error de suponer que empresarios y capitalistas vienen a ser autócratas irresponsables que a nadie dan cuenta de sus actos u . La mentalidad en cuestión fue engendrada por la costumbre de emplear, al tratar del mundo mercantil, términos y expresiones de índole política y militar. Se suele denominar reyes o magnates u El caso de Beatricc Webb (Lady Passfield), ella misma hija de un acaudalado hombre de empresa, constituye ejemplo típico de este modo de pensar. Vid. My Apprenliceship, pág. 42, Nueva York, 1926 El mercado 419 a los empresarios más destacados y sus empresas califícense de imperios y reinos. Nada habría que oponer a tales expresiones, si no constituyeran más que intrascendentes metáforas. Pero lo grave es que provocan graves falacias que perturban torpemente el pensamiento actual. El gobierno no es más que un aparato de compulsión y de coerción. Su poderío le permite hacerse obedecer por la fuerza El gobernante, ya sea un autócrata, ya sea un representante del pueblo, mientras goce de fuerza política, puede aplastar al rebelde. Totalmente distinta a la del gobernante es la postura de empresarios y capitalistas en la economía de mercado, El «rey del chocolate» no goza de poder alguno sobre los consumidores, sus clientes. Se limita a proporcionarles chocolate de la mejor calidad al precio más barato posible. Desde luego, no gobierna a los adquirentes; antes al contrario, se pone a su servicio. No depende de él una clientela que libremente puede ir a comprar a otros comercios. Su hipotético «reino» se esfuma en cuanto los consumidores prefieren gastarse los cuartos con distinto proveedor. Menos aún «reina» sobre sus operarios. No hace más que con tratar los servicios de estos, pagándoles exactamente lo que los consumidores están dispuestos a reembolsarle al comprar el producto cn cuestión. El poderío político, ciertamente, no lo conocen capitalistas y empresarios. Hubo una época durante la cual, en las naciones civilizadas de Europa y América, los gobernantes no intervenían seriamente la operación de! mercado. Esos mismos países, en cambio, hállanse hoy dirigidos por partidos hostiles al capitalismo, por gentes convencidas de que cuanto más perjudiquen los intereses de capitalistas v empresarios, tanto más prosperarán los humildes. En un sistema de libre economía de mercado, ninguna ventaja pueden los capitalistas y empresarios derivar del cohecho de funcionarios y políticos, no siéndoles tampoco posible a estos últimos coaccionar a aquéllos ni exigirles nada. En los países dirigistas, por el contrario, existen poderosos grupos de presión que bregan buscando privilegios para sus componentes, a costa siempre de otros grupos o personas más débiles. En tal ambiente, no es de extrañar que los hombres de empresa intenten protegerse contra los abusos administrativos comprando a los correspondientes funciona- Í.tí Acción Humana 420 rios. Es más; una vez habituados a dicha mecánica, raro será que, por su parte, no busquen también privilegios personales, al amparo de la misma. Pero ni siquiera esa solución de origen dirigista entre los funcionarios públicos y los empresarios arguye en el sentido de que estos últimos sean omnipotentes y gobiernen el país. Porque son los consumidores, es decir, los supuestamente gobernados, no los en apariencia gobernantes, quienes aprontan las sumas que luego se dedicarán a la corrupción y al cohecho. Ya sea por razones morales, ya sea por miedo, en la práctica, la mayoría de los empresarios rehuye tan torpes maquinaciones. Por medios limpios y democráticos pretenden defender el sistema de empresa libre y protegerse contra las medidas discriminatorias. Forman asociaciones patronales e intentan influir en la opinión pública. Pero la verdad es que no son muy brillantes los resultados que de esta suerte han conseguido, según evidencia el triunfo, por doquier, de la política amicapitalista. Lo más que lograron fue retrasar, de momento sólo, la implantación de algunas medidas intervencionistas especialmente nocivas. Gustan los demagogos de tergiversar las cosas de modo imperdonable. Pregonan a los vientos que las aludidas asociaciones de banqueros e industriales son, en todas partes, los verdaderos go bernantes, que incontestados imperan en la llamada «plutodemocracia». Basta un simple repaso de la serie de leyes anticapitalistas dictadas durante las últimas décadas, en todo el mundo, para evidenciar la inadmisibilidad lógica de tales mitos. 5. LA COMPETENCIA P r e d o m i n a n en la naturaleza irreconciliables conflictos de intereses. Los medios de subsistencia resultan escasos. El inc r e m e n t o de las poblaciones animales tiende a s u p e r a r las existencias alimenticias. Sólo los de mayor fortaleza sobreviven. Es implacable el a n t a g o n i s m o que surge e n t r e la fiera que va a m o r i r de h a m b r e y aquella otra que le arrebata el alimento salvador. La cooperación social b a j o el signo de la división del tra- El mercado 421 b a j o desvanace tales rivalidades. Desaparece la hostilidad y, en su lugar, surge la colaboración y la m u t u a asistencia q u e une a quienes integran la sociedad en una c o m u n i d a d de empresa. C u a n d o hablamos de competencia en el m u n d o zoológico nos referimos a esa rivalidad q u e surge entre los b r u t o s en búsqueda del imprescindible a l i m e n t o . Competencia biológica p o d e m o s d e n o m i n a r dicho f e n ó m e n o , que n o d e b e c o n f u n d i r s e con la competencia social, es decir, la q u e se entabla entre quienes desean alcanzar los puestos mejores d e n t r o de un orden basado en la cooperación. P o r c u a n t o las gentes siempre han de estimar en más u n o s p u e s t o s q u e o t r o s , los h o m b r e s invariablemente c o m p e t i r á n e n t r e sí t r a t a n d o cada u n o de superar a sus rivales. De ahí q u e no q u e p a imaginar t i p o alguno de organización social d e n t r o del cual no haya competencia. Para representarnos un sistema sin competencia, h a b r e m o s de imaginar una república socialista en la cual la personal ambición de los s ú b d i t o s no facilitara indicación alguna al jefe acerca de sus respectivas aspiraciones, c u a n d o de asignar posiciones y cometidos se tratara. En esa imaginaria construcción, las gentes serían t o t a l m e n t e apáticas e indiferentes y nadie perseguiría p u e s t o específico alguno, v i n i e n d o a c o m p o r t a r s e c o m o aquellos sementales q u e no compiten e n t r e sí c u a n d o el propietario va elegir a u n o para cubrir a su m e j o r yegua. Tales personas, sin embargo, habrían dejado de ser h o m b r e s actuantes. La competencia cataláctica se plantea e n t r e gentes q u e desean m u t u a m e n t e sobrepasarse. No estamos, pese a ello, ante una pugna, aun c u a n d o es f r e c u e n t e , en sentido metafórico, al aludir a la competencia de mercado, hablar de «guerras», «conflictos», « a t a q u e s » y «defensas», «estrategias» y «tácticas». Conviene destacar q u e quienes pierden en esa cataláctica emulación, no p o r ello resultan o b j e t o de aniquilación; q u e d a n simplemente relegados a otros puestos, más c o n f o r m e s con su ejecutoria e inferiores, desde luego, a aquellos q u e habían pretendido ocupar. Bajo un orden social de índole totalitaria surge también la competencia; las gentes pugnan e n t r e sí por conseguir los favores de quienes detentan el p o d e r . En la economía de mer- 422 Í.tí Acción Humana cado, por el contrario, brota la competencia c u a n d o los diversos vendedores rivalizan los u n o s con los o t r o s por procurar a las gentes los mejores y más b a r a t o s bienes y servicios, mientras los compradores porfían entre sí ofreciendo los precios m á s atractivos. Al tratar de esta competencia social, q u e podemos d e n o m i n a r competencia cataláctico, conviene guardarse de ciertos errores, por desgracia, hoy en día, harto exrendidos. Los economistas clásicos p r o p u g n a b a n la abolición de todas aquellas barreras mercantiles que impedían a los h o m b r e s competir en el mercado. Tales medidas restrictivas — a s e g u r a b a n dichos p r e c u r s o r e s — sólo servían para divertir la producción de los lugares m á s idóneos a o t r o s de peor condición y para a m p a r a r al h o m b r e ineficiente f r e n t e al de mayor capacidad, provocándose así una tendencia a la pervivencia de anticuados y torpes métodos de producción. Por tales vías lo único q u e se hacía era restringir la producción, con la consiguiente rebaja del nivel de vida. Para enriquecer a t o d o el m u n d o — c o n c l u í a n los e c o n o m i s t a s — la competencia debiera ser libre. En tal sentido emplearon el término Ubre competencia. N i n g ú n juicio de índole metafísica suponía para ellos el recurrir al adjetivo libre. Abogaban por la supresión de cuantos privilegios vedaban el acceso a determinadas profesiones y a ciertos mercados, V a n o es, por t a n t o , todo ese alambicado ponderar en torno a las implicaciones metafísicas del calificativo libre, cuando se aplica dicho término a la competencia; tales cuestiones no guardan relación alguna con el problema cataláctico que nos ocupa. T a n p r o n t o c o m o entra en juego la pura naturaleza, la competencia ú n i c a m e n t e es «libre» tratándose de factores de producción no escasos, los cuales, por t a n t o , nunca cabe constituyan objeto de la actividad h u m a n a . En el m u n d o cataláctico, la competencia hállase siempre tasada a causa de la insoslayable escasez de todos los bienes y servicios de condición económica. Incluso en ausencia de aquellas barreras institucionales, erigidas con miras a restringir el n ú m e r o de posibles competidores, jamás las circunstancias permiten q u e todos puedan competir en cualquier sector del mercado El mercado 423 sea el q u e f u e r e . Sólo específicos grupos, relativamente restringidos, pueden e n t r a r en competencia. La competencia cataláctica — n o t a característica de la economía de mercado-— es un f e n ó m e n o social. No implica derecho alguno q u e el estado o las leyes garantizarían, a cuyo amparo cada u n o podría elegir ad libitum el p u e s t o q u e más le agradara cn la e s t r u c t u r a de la división del trabajo. Corresponde exclusivamente a tos consumidores el d e t e r m i n a r cuál misión cada persona haya de d e s e m p e ñ a r en la sociedad. Comp r a n d o o d e j a n d o de c o m p r a r , los consumidores señalan la respectiva posición social de las gentes. Tal supremacía no resulta menoscabada p o r privilegio alguno concedido a nadie qua p r o d u c t o r . El acceso a cualquier específica rama industrial virtualmente es libre, pero sólo se accede a la misma si los consumidores desean sea ampliada la producción de q u e se trate o si los nuevos industriales van a ser capaces de desahuciar a los antiguos mediante subvenir de un m o d o m e j o r o más económico los deseos de los consumidores. U n a mayor inversión de capital y t r a b a j o , cn efecto, únicamente resultaría o p o r t u n a si permitiera atender las m á s urgentes de las todavía insatisfechas necesidades de los c o n s u m i d o r e s . Si las explotaciones existentes bastan de m o m e n t o , constituiría evidente despilfarro el invertir mayores sumas cn la misma rama industrial, d e j a n d o desatendidas otras más urgentes posibilidades. La e s t r u c t u r a de los precios es precisamente lo q u e induce a los nuevos inversores a a t e n d e r inéditos cometidos. Conviene llamar la atención sobre lo anterior, pues en el no advertir tales realidades se basan muchas de las más frecuentes quejas q u e hoy se f o r m u l a n acerca de la imposibilidad de c o m p e t i r . H a c e unos cincuenta años solía decirse q u e no cabía c o m p e t i r con las compañías ferroviarias; es imposible asaltar sus conquistadas posiciones creando nuevas lincas competitivas; en el terreno del transporte terrestre, la libre competencia ha desaparecido. P e r o la verdad era que, a la sazón, las líneas existentes, en términos generales, bastaban. Resultaba, por tanto, más rentable el invertir los nuevos capitales en la mejora de los servicios ferroviarios ya existentes o en otros negocios antes q u e en la construcción de supletorios ferrocarri- 424 Í.tí Acción Humana les. Ello, e v i d e n t e m e n t e , en m o d o alguno impidió el progreso técnico del t r a n s p o r t e . Aquella m a g n i t u d y « p o d e r í o económico» de las compañías ferroviarias no p e r t u r b ó la aparición del automóvil ni del avión. Las gentes, actualmente, predican lo mismo de diversas ramas mercantiles atendidas por grandes empresas. Competencia, sin e m b a r g o , en m o d o alguno quiere decir q u e cualquiera pueda enriquecerse simplemente a base de imitar lo q u e los demás hacen. Significa, en cambio, o p o r t u n i d a d para servir a los consumidores de un m o d o m e j o r o m á s b a r a t o , o p o r t u n i d a d q u e no han de poder enervar quienes vean sus intereses perjudicados p o r la aparición del innovador. Lo q u e en m a y o r g r a d o precisa ese n u e v o empresario q u e quiere asaltar posiciones ocupadas p o r f i r m a s de antiguo establecidas es inteligencia e imaginación. En el caso de q u e sus ideas permitan a t e n d e r las necesidades m á s urgentes y todavía insatisfechas de los consumidores, o quepa, a su a m p a r o , b r i n d a r a éstos precios más económicos q u e los exigidos por los antiguos proveedores, el n u e v o empresario triunfará inexorablemente pese a la importancia y fuerza tan n o m b r a d a de las empresas existentes. No cabe c o n f u n d i r la competencia cataláctica con los combates de b o x e o o los concursos de belleza. M e d i a n t e tales luchas y certámenes lo q u e se p r e t e n d e es determinar quién sea el m e j o r b o x e a d o r o la muchacha más guapa. La f u n c i ó n social de la competencia cataláctica, en cambio, no estriba en decidir quién sea el más listo, recompensándole con títulos y medallas. Lo único que se desea es garantizar la m e j o r satisfacción posible de los consumidores, dadas las específicas circunstancias económicas concurrentes. La igualdad de o p o r t u n i d a d e s carece de trascendencia en los combates pugilísticos y en los certámenes de belleza, como en cualquier otra esfera en que se plantee competencia, ya sea de índole biológica o social. La inmensa mayoría, en razón a nuestra estructura fisiológica, tenemos v e d a d o el acceso a los honores reservados a los grandes púgiles y a las reinas de la beldad. Son muy pocos quienes en el mercado laboral p u e d e n competir como cantantes de ópera o estrellas de la pantalla. Para la investigación teórica, las mejores o p o r t u n i d a d e s las tie- El mercado 425 nen los profesores universitarios. Miles de ellos, sin embargo, pasan sin dejar rastro alguno en el m u n d o de las ideas y de los avances científicos, mientras muchos outsiders suplen con celo y capacidad su desventaja inicial y, m e d i a n t e magníficos trabajos, logran conquistar f a m a . Suele criticarse el q u e en la competencia cataláctica no sean iguales las o p o r t u n i d a d e s de todos los q u e en la misma intervienen. Los comienzos, posiblemente, sean m á s difíciles para el muchacho p o b r e q u e para el hijo del rico. Lo q u e pasa es q u e a los consumidores no les importa un bledo las respectivas bases de partidas de sus suministradores. Preocúpales tan sólo el conseguir la más perfecta posible satisfacción de las propias necesidades. Si la transmisión hereditaria f u n c i o n a eficazm e n t e , la prefieren a o t r o s sistemas menos eficientes. C o n t é m planlo todo desde el p u n t o de vista de la utilidad y el bienestar social; d e s e n t e n d i é n d o s e de u n o s supuestos, imaginarios e impracticables derechos «naturales» q u e facultarían a los hombres para c o m p e t i r entre sí con las mismas o p o r t u n i d a d e s respectivas. La pl asm ación práctica de tales ideas implicaría, precisamente, dificultar la actuación de quienes nacieron d o t a d o s de superior inteligencia y voluntad, lo cual sería a todas luces absurdo. Suele hablarse de competencia c o m o antítesis del monopolio. En tales casos, sin embargo, el t é r m i n o monopolio empléase con dispares significados q u e conviene precisar. La p r i m e r a acepción de monopolio, en la q u e frecuentemente plasma el concepto popular del mismo, s u p o n e q u e el monopolista, ya sea un individuo o un grupo, goza de control absoluto y exclusiva sobre alguno de los factores imprescindibles para la supervivencia h u m a n a . T a l monopolista podría condenar a la m u e r t e por inanición a quienesquiera le desobedecieran. Dictaría sus órdenes y los demás no tendrían otra alternativa más q u e la de someterse o morir. Bajo tal monopolio ni habría mercado, ni competencia cataláctica de género alguno. De un lado, estaría el monopolista, d u e ñ o y señor, y, de otro, el resto de los mortales, simples esclavos e n t e r a m e n t e dependientes de los favores del primero. I m p e r t i n e n t e sería insistir en este tipo de monopolio, totalmente ajeno a la econo- 426 Í.tí Acción Humana mía de mercado. En la práctica, un estado socialista universal disfrutaría de ese m o n o p o l i o total y absoluto; podría aplastar a cualquier o p o n e n t e , condenándole a morir de h a m b r e 1 4 * . P e r o hay una segunda acepción del término monopolio; alúdese en este caso a situación q u e p u e d e darse b a j o el signo del mercado. El monopolista, en tal supuesto, es u n a persona, o un g r u p o de individuos, a c t u a n d o de consuno, q u e controlan la oferta de determinada mercancía, con exclusividad. Definido así el monopolio, el á m b i t o del mismo aparece en verdad extenso. Los productos industriales, aun perteneciendo a la misma clase, difieren e n t r e sí. L o s artículos de una factoría jamás son idénticos a los o b t e n i d o s en otra planta similar, Cada hotel goza, en su específico emplazamiento, de evidente monopolio. La asistencia que un médico o abogado procura no es jamás idéntica a la de otro c o m p a ñ e r o profesional. Salvo en el t e r r e n o de determinadas materias primas, artículos alimenticios y algunos o t r o s bienes de u s o muy extendido, el monopolio, en el s e n t i d o e x p u e s t o , aparece por d o q u i e r . Ahora bien, el monopolio, c o m o tal, carece de significación y trascendencia por lo q u e al f u n c i o n a m i e n t o del mercado y a la determinación de los precios atañe. P o r sí solo no otorga al monopolista ventaja alguna en relación con la colocación de su producto. La propiedad intelectual concede a t o d o versificador un monopolio sobre la venta de sus p o e m a s . Ello, sin e m b a r g o , no influye en el mercado, Pese a tal monopolio, f r e c u e n t e m e n t e ocurre q u e el b a r d o no halle, a ningún precio, c o m p r a d o r para su producción, viéndose f i n a l m e n t e obligado a vender sus libros al peso. El monopolio, sin embargo, en esta segunda acepción q u e " Vid., EN este sentido las palabras de Trotsky que HAYEK transcribe en The Road to Serjdom, p¿g. 89, Londres, 1944. * El creador del Eje'rcito Rojo y ministro de Asuntos Exteriores de Lcnin, León Trotsky (1879 1940), cerca ya de su final, escribía (I9J7) —¿desengañada, tal vez?— el pasaje aludido, que reza usí: «En un país donde el tínico patrono es el Estado, la oposición significa la muerte por confunción lenta. El viejo principin. el que no trabaje no comerá', ha sido reemplazado por uno nuevo; 'el que no obedezca no comerá'». Vid F. A IIAYKK, Cenihto de servidumbre. Madrid. Alianz:I Editorial, 1978, págs. 155. (N, del T.) El mercado AZI estamos examinando, sí influye en la e s t r u c t u r a de los precios c u a n d o la curva de la demanda de la mercancía monopolizada adopta específica configuración. Si las circunstancias concurrentes son tales q u e le p e r m i t e n al monopolista cosechar un beneficio n e t o superior v e n d i e n d o menos a mayor precio q u e v e n d i e n d o más a precio inferior, surge el llamado precio de monopolio, m á s elevado q u e sería el precio potencial del mercado en el caso de no existir tal situación monopolística. Los precios de m o n o p o l i o constituyen factor de graves repercusiones en el mercado; por el contrario, el m o n o p o l i o c o m o tal no tiene trascendencia, cobrándola ú n i c a m e n t e cuando a su a m p a r o cabe aparezcan los repetidos precios de monopolio. Los precios q u e no son de m o n o p o l i o suelen denominarse de competencia. Si bien es discutible la procedencia de dicha calificación, como quiera ha sido aceptada de m o d o amplio y general, difícil sería intentar ahora cambiarla. D e b e m o s , sin e m b a r g o , p r o c u r a r g u a r d a r n o s contra posible t o r p e interpretación de tal expresión. C o n s t i t u i r í a , en efecto, grave error el deducir de la confrontación de los términos precios de monopolio y precios de competencia q u e surgen aquéllos c u a n d o no hay competencia. P o r q u e competencia cataláctica siempre existe en el mercado. Ejerce la misma influencia decisiva t a n t o en la determinación de los precios de monopolio c o m o en la de los de competencia. Es precisamente la competencia q u e se entabla e n t r e todas las demás mercancías p o r atraerse los dineros de los c o m p r a d o r e s la q u e da aquella configuración especial a la curva de la d e m a n d a q u e p e r m i t e la aparición del precio de monopolio, i m p e l i e n d o al monopolista a proceder como lo hace. C u a n t o m á s eleve el monopolista su precio de venta, mayor será el n ú m e r o de potenciales c o m p r a d o r e s q u e canalizarán sus fondos hacia la adquisición de o t r o s bienes. Las mercancías todas c o m p i t e n e n t r e sí, en el mercado. H a y quienes a f i r m a n q u e la teoría cataláctica de los precios de nada sirve c u a n d o se trata de analizar el m u n d o real, por c u a n t o la competencia n u n c a f u e en verdad «libre» o, al menos, no lo es ya en nuestra época. Yerran gravemente quienes 428 Í.tí Acción Humana así piensan IS. I n t e r p r e t a n t o r c i d a m e n t e dichos teóricos la realidad y, a fin de cuentas, lo q u e sucede es q u e desconocen q u é sea, en verdad, la competencia. La historia de las últimas décadas constituye rico muestrario de todo género de disposiciones t e n d e n t e s a restringirla. M e d i a n t e tales disposiciones se ha q u e r i d o privilegiar a ciertos sectores fabricantes, protegiéndoles contra la competencia de sus más eficientes rivales. Dicha política, en muchos casos, ha p e r m i t i d o la aparición de aquellos presupuestos ineludibles para q u e surjan los precios de monopolio. En otros no f u e r o n esos los efectos provocados, vedándose simplemente a numerosos capitalistas, empresarios, campesinos y o b r e r o s el acceso a aquellos sectores desde los cuales hubieran servido mejor a sus conciudadanos. La competencia cataláctica, desde luego, ha sido gravemente restringida; operamos, ello no o b s t a n t e , todavía b a j o una economía de mercado, si bien siempre saboteada por la injerencia estatal y sindical. Pervive la competencia cataláctica, con independencia de la continua rebaja de la, en o t r o caso, posible productividad del trabajo, por las razones a p u n t a d a s . M e d i a n t e tales medidas anticompetitivas lo q u e de verdad se quiere es reemplazar el capitalismo por un sistema de planificación socialista en el q u e no haya de haber competencia cataláctica alguna. Los dirigistas, m i e n t r a s vierten lágrimas de cocodrilo por la desaparición de la competencia, hacen c u a n t o pueden por abolir este nuestro «loco» sistema competitivo. En algunos países han alcanzado ya sus objetivos. En el resto del m u n d o , de m o m e n t o , sólo han logrado restringir la competencia en d e t e r m i n a d o s sectores, incrementándola, congruentemente, en otras ramas mercantiles. G r a n d e es hoy el poder y la trascendencia de aquellas fuerzas que pretenden coartar la competencia. La historia de nuestra época analizará en su día tal realitlad. La teoría económica, sin embargo, no tiene por q u é dedicar al tema atención particular. El q u e florezcan por doquier las barreras tarifarias, los 11 Cumplida refutación de las doctrinos hoy en hopa atería de la competencia imperfecta y monopolfstica hállase en F A, HAYKK, IndivMualism and Economic Order, págs. 92-118. Chicago, 1948. El mercado 429 privilegios, los cariéis, los monopolios estatales y los sindicatos es una realidad q u e la f u t u r a historia económica recogerá. La ponderación de la cosa, desde un p u n t o de vista científico, la verdad es, sin embargo, q u e no presenta p r o b l e m a s especiales. 6. LA LIBERTAD Filósofos y legistas, u n a y o t r a vez, a lo largo de la historia del p e n s a m i e n t o h u m a n o , han p r e t e n d i d o d e f i n i r y precisar el concepto de la libertad, cosechando, sin embargo, bien pocos éxitos en estos sus esfuerzos, La idea de libertad sólo cobra s e n t i d o en la esfera de las relaciones ¡ n t e r h u m a n a s . No han faltado, ciertamente, escritores q u e encomiaran una supuesta libertad originaria o natural, de la cual h a b r í a d i s f r u t a d o el h o m b r e mientras viviera en aquel q u i m é r i c o «estado de n a t u r a l e z a » anterior al establecimiento de las relaciones sociales. Lo cierto, sin embargo, es q u e tales fabulosos individuos o clanes familiares, a u t á r q u i c o s e independientes, gozarían de libertad sólo mientras, en su deambular por la faz t e r r á q u e a , no vinieran a tropezarse con los c o n t r a p u e s t o s intereses de o t r o s entes tic mayores bríos. En la desalmada competencia del m u n d o biológico el más f u e r t e lleva s i e m p r e la razón y el débil no p u e d e m á s q u e entregarse incondicionaluiente. N u e s t r o s primitivos antepasados, desde luego, no nacieron libres. De ahí q u e , como decíamos, sólo en el marco de una organización social q u e p a h a b l a r con f u n d a m e n t o de libertad. Consideramos libre, desde un p u n t o de vista praxeológico, al hombre c u a n d o p u e d e o p t a r e n t r e actuar de un m o d o o de o t r o , es decir, c u a n d o p u e d e p e r s o n a l m e n t e d e t e r m i n a r sus objetivos y elegir los medios q u e , al efecto, estime m e j o r e s . La libertad h u m a n a , sin embargo,hállase i n e x o r a b l e m e n t e tasada t a n t o por las leyes físicas c o m o por las leyes praxeológicas. V a n o es para los h u m a n o s p r e t e n d e r alcanzar metas e n t r e sí incompatibles. H a y placeres q u e provocan perniciosos efectos en los órganos físicos y mentales del h o m b r e : si el s u j e t o se procura tales gratificaciones inexcusablemente s u f r e las correspondientes con- 430 Í.tí Acción Humana secuencias. Carecería, .sin e m b a r g o , de sentido el decir que no era libre una persona simplemente p o r q u e no podía, digamos, drogarse, sin sufrir los inconvenientes del caso. Las gentes reconocen y a d m i t e n las limitaciones q u e las leyes físicas imp o n e n ; resístense, en cambio, p o r lu general, a acatar la no m e n o r inflexibilidad de las leyes praxeológicas, E l h o m b r e n o p u e d e p r e t e n d e r , por u n lado, d i s f r u t a r d e las ventajas q u e implica la pacífica colaboración en sociedad b a j o lu égida de la división del t r a b a j o y permitirse, por o t r o , actuaciones q u e f o r z o s a m e n t e han de desintegrar tal cooperación. Ha de o p t a r e n t r e atenerse a aquellas normas q u e permiten el m a n t e n i m i e n t o del régimen social o s o p o r t a r la inseguridad y la pobreza típicas de la «vida arriesgada» en p e r p e t u o conflicto de todos contra todos. Esta ley del convivir h u m a n o es no menos inquebrantable q u e cualquier oirá ley de la naturaleza, Y, sin e m b a r g o , existe notable diferencia e n t r e los efectos provocados por la infracción de las leyes praxeológicas y la de las leyes físicas. A m b o s tipos de n o r m a s , desde luego, resultan autoimpositivas, en el s e n t i d o de q u e no precisan, a diferencia de las leyes promulgadas por el h o m b r e , de poder alguno que c u i d e de su c u m p l i m i e n t o . P e r o dispares son los efectos q u e el individuo desata al incumplir unas y otras. Q u i e n ingiere letal ponzoña, sólo a sí mismo p e r j u d i c a . En cambio, quien, p o r ejemplo, recurre al robo, desordena y perjudica a la sociedad en su c o n j u n t o . Mientras disfruta él, ú n i c a m e n t e , de las ventajas inmediatas y a corto plazo de su acción, las perniciosas consecuencias sociales de la misma dañan a la c o m u n i d a d toda. Precisamente consideramos delictivo tal actuar por resultar nocivo para la colectividad. El d e s a t e n t a d o proceder, si la sociedad no le opusiera enérgico coto, se generalizaría, haciendo imposible la convivencia, con lo q u e tas gentes veríanse privadas de todas las ventajas q u e para ellas supone la cooperación social. Para que la sociedad y la civilización puedan establecerse y pervivir, preciso es adoptar medidas q u e impidan a los seres antisociales destruir todo eso que el género h u m a n o consiguió, a lo largo del dilatado proceso q u e va desde la época Neander- El mercado 431 /bal hasta n u e s t r o s días. C o n miras a m a n t e n e r esa organización social, gracias n la cual el h o m b r e evita ser tiranizado por sus semejantes de mayor fortaleza o habilidad, preciso es instaurar los c o r r e s p o n d i e n t e s sistemas represivos de la actividad antisocial. La paz pública — e s decir, la evitación de una p e r p e t u a lucha de todos contra t o d o s — sólo es asequible si se m o n t a un o r d e n d o n d e haya un e n t e q u e monopolice la violencia y q u e disponga de una organización de m a n d o y coerción, la cual, sin embargo, sólo ha de p o d e r o p e r a r c u a n d o lo autoricen las c o r r e s p o n d i e n t e s n o r m a s reglamentarias, es decir, las leyes por el h o m b r e promulgadas, q u e , n a t u r a l m e n t e , no deben conf u n d i r s e ni con las físicas ni con tas praxeológicas. Lo q u e caracteriza a todo orden social es precisamente la existencia de esa institución autoritaria o impositiva q u e d e n o m i n a m o s gobierno. Las palabras libertad y sumisión cobran s e n t i d o sólo cuantío se enjuicia el m o d o de a c t u a r del g o b e r n a n t e con respecto a sus subditos. V a n o es decir q u e el h o m b r e no es libre p o r c u a n t o no p u e d e i m p u n e m e n t e preferir, c o m o bebida, el cianuro potásico al agua. No m e n o s e r r a d o f u e r a negar la condición de libre al i n d i v i d u o a quien la acción estatal impide asesinar a sus s e m e j a n t e s . M i e n t r a s el gobierno» es decir, el a p a r a t o social de a u t o r i d a d y m a n d o , limita sus facultades de coerción v violencia ;¡ impedir la actividad antisocial, prevalece eso q u e a c e r t a d a m e n t e d e n o m i n a m o s libertad. Lo único que, en tal supuesto, queda v e d a d o al h o m b r e es aquello q u e forzosamente ha de desintegrar la cooperación social y d e s t r u i r la civilización r e t r o t r a y e n d o al género h u m a n o al estado q u e p o r d o q u i e r prevalecía c u a n d o el homo sapiens hizo su aparición en el reino animal. T a l coerción no p u e d e decirse venga a limitar la libertad del h o m b r e , pues, a u n en ausencia de un estado q u e obligue a respetar la ley, no podría el individuo p r e t e n d e r d i s f r u t a r de las ventajas del o r d e n social y al tiempo dar rienda suelta a sus instintos animales de agresión y rapacidad. Bajo u n a economía de m e r c a d o , es decir, b a j o una organización social del tipo taissez faire, existe u n a esfera d e n t r o de la cual el h o m b r e p u e d e o p t a r p o r actuar de un m o d o o de o t r o , sin t e m o r a sanción alguna. C u a n d o , en cambio, el go- 412 Í.tí Acción Humana b i e n i o extiende su c a m p o de acción m á s allá de lo q u e exige el proteger a las gentes contra el f r a u d e y la violencia de los seres antisociales, restringe de inmediato la libertad del individuo en grado superior a aquel en que, por sí solas, las leyes praxeológicas la limitarían. Es por eso por lo que p o d e m o s calificar de libre el estado b a j o el cual la discrecionalidad del particular para actuar según estime mejor no se halla interferida p o r la acción estatal en mayor medida de la q u e , en todo caso, lo estaría por las n o r m a s praxeológicas. Consideramos, consecuentemente, libre ai h o m b r e en el marco de la economía de mercado. Lo es, en efecto, toda vez q u e la intervención estatal no cercena su a u t o n o m í a e independencia más allá de lo q u e ya lo estarían en v i r t u d de insoslayables leyes praxeológicas. A lo único que, b a j o tal organización, el ser h u m a n o renuncia es a vivir como un irracional, sin preocuparse de la coexistencia de otros seres de su misma especie, A través del estado, es decir, del mecanismo social de autoridad y fuerza, se consigue paralizar a quienes por malicia, torpeza o inferioridad m e n t a l no logran advertir q u e determinadas actuaciones destructivas del o r d e n social no sirven sino para, en definitiva, p e r j u d i c a r tanto a sus autores como a todos los m i e m b r o s de la c o m u n i d a d . Llegados a este p u n t o , parece obligado examinar la cuestión, más de una vez suscitada, de si el servicio militar y la imposición fiscal suponen o no limitación de la libertad del h o m b r e . Cierto es que, si por d o q u i e r f u e r a n reconocidos los principios de la economía de mercado, no habría jamás necesidad de recurrir a la guerra y los pueblos vivirían en p e r p e t u a paz t a n t o interna c o m o externa lu . La realidad de n u e s t r o mundo, sin embargo, consiste en q u e todo pueblo libre vive hoy b a j o p e r m a n e n t e amenaza de agresión por parte de diversas autocracias totalitarias. Si tal nación no q u i e r e s u c u m b i r , ha de hallarse en todo m o m e n t o d e b i d a m e n t e p r e p a r a d a para def e n d e r su independencia con las armas. Así las cosas, no p u e d e decirse q u e aquel gobierno q u e obliga a todos a c o n t r i b u i r al esfuerzo común de repeler al agresor y, al efecto, i m p o n e el " Vii!. i cifra páK. 994 El mercado 433 servicio militar a cuantos gozan de las necesarias íuerzas físicas está exigiendo más de lo que la ley praxeológica de p o r sí sola requeriría. El pacifismo absoluto e incondicionado, en n u e s t r o actual m u n d o , pleno de m a t o n e s y tiranos sin escrúpulos, implica entregarse en brazos de los m á s despiadados opresores. Q u i e n ame la libertad ba de hallarse siempre d i s p u e s t o a luchar hasta la m u e r t e contra aquellos q u e sólo desean suprimirla. C o m o quiera q u e , en la esfera bélica, los esfuerzos del h o m b r e aislado resultan vanos, forzoso es e n c o m e n d a r al estado la organización de las o p o r t u n a s fuerzas defensivas. P o r q u e la misión f u n d a m e n t a l del g o b i e r n o consiste en proteger el orden social no sólo contra los f o r a j i d o s del interior, sino t a m b i é n contra los asaltantes de f u e r a . Q u i e n e s hoy se o p o n e n al armam e n t o y al servicio militar son cómplices, p o s i b l e m e n t e sin ellos m i s m o s advertirlo, de gentes q u e sólo aspiran a esclavizar al m u n d o e n t e r o . La financiación de la actividad g u b e r n a m e n t a l , el manten i m i e n t o de los tribunales, de la policía, del sistema penitenciario, de las fuerzas a r m a d a s exige la inversión de e n o r m e s sumas. El i m p o n e r , a tal o b j e t o , contribuciones fiscales en m o d o alguno s u p o n e menoscabar la libertad q u e el h o m b r e d i s f r u t a b a j o una economía de mercado. Casi innecesario parece advertir q u e lo e x p u e s t o en ningún caso p u e d e argüirse c o m o justificación de esa tributación expoliatoria y discriminatoria a la q u e hoy recurren todos los sedicentes gobiernos progresivos. Convenía resaltar lo anterior, ya que, en esta nuestra época intervencionista, caracterizada p o r c o n t i n u o «avance» hacia el totalitarismo, lo normal es q u e los gobiernos empleen su p o d e r í o t r i b u t a r i o para desarticular la economía de mercado. T o d a u l t e r i o r actuación del e s t a d o , u n a vez ha a d o p t a d o las m e d i d a s necesarias para p r o t e g e r d e b i d a m e n t e el m e r c a d o contra la agresión, t a n t o interna c o m o e x t e r n a , no s u p o n e sino sucesivos pasos por el c a m i n o q u e indefectiblemente aboca al totalitarismo, d o n d e la libertad desaparece por e n t e r o . De libertad sólo d i s f r u t a quien vive en una sociedad contractual. La cooperación social, b a j o el signo de la propiedad privada de los medios de producción, implica q u e el individuo, d e n t r o del á m b i t o del m e r c a d o , no se vea constreñido a obe26 434 Í.tí Acción Humana decer ni a servir a ningún jerarca. C u a n d o suministra y atiende a los demás, procede voluntariamente, con miras a q u e sus beneficiados conciudadanos también le sirvan a él. Se limita a intercambiar bienes y servicios, no realiza trabajos coactivam e n t e impuestos, ni soporta cargas y gabelas. No es q u e ese h o m b r e sea independiente. D e p e n d e de los demás m i e m b r o s de la sociedad. Tal dependencia, sin embargo, es recíproca. El c o m p r a d o r d e p e n d e del v e n d e d o r , y éste de aquél. N u m e r o s o s escritores de los siglos x t x y x x , obsesivam e n t e , p r e t e n d i e r o n desnaturalizar y e n s o m b r e c e r el anterior planteamiento, tan claro y evidente. El o b r e r o — a s e g u r a r o n — hállase a merced de su patrono. C i e r t o es q u e , en una sociedad contractual, el p a t r o n o p u e d e despedir al asalariado. Lo q u e pasa es q u e , en c u a n t o de m o d o extravagante y arbitrario haga u s o de ese derecho, lesionará sus propios intereses patrimoniales. Se perjudicará a sí mismo al despedir a un buen operario, t o m a n d o en su lugar otro de m e n o r capacidad. La operación del mercado, de un m o d o directo, no i m p i d e el lesionar caprichosamente al semejante; indirectamente, sin embargo, i m p o n e p e r e n t o r i o castigo a tal g é n e r o de c o n d u c t a . El tendero, si quiere, p u e d e tratar con malos modos a su clientela, bien e n t e n d i d o q u e habrá de atenerse a las consecuencias Los consumidores, p o r simple manía, p u e d e n rehuir y arruinar a un b u e n suministrador, pero h a b r á n de soportar el corresp o n d i e n t e costo. No es la compulsión y coerción ejercidas p o r gendarmes, verdugos y jueces lo q u e , en el á m b i t o de mercado, constriñe a todos a servir dócilmente a los d e m á s , d o m e ñ a n d o el innato impulso hacia la despótica perversidad; es el propio egoísmo lo q u e induce a las gentes a proceder de aquella manera. El individuo q u e forma parte de una sociedad contractual es libre por c u a n t o sólo sirviendo a los demás se sirve a sí mismo. La escasez, f e n ó m e n o n a t u r a l , es el único dogal q u e le d o m e ñ a . P o r lo demás, en el á m b i t o de mercado es libre. No hay más libertad q u e la engendrada por la economía de mercado. En una sociedad hegemónica y totalitaria, el individuo goza de u n a sola libertad q u e no le p u e d e ser cercenada: la del suicidio. El estado, es decir, el aparato social de coerción y com- El mercado 435 pulsión, por fuerza ha de constituir vínculo hcgcmónico. Si los g o b e r n a n t e s halláronse facultados para ampliar ad libitum su esfera de poder, podrían aniquilar el mercado, reemplazándolo p o r o m n i c o m p r e n s i v o socialismo totalitario. Para evitar tal posibilidad, preciso es tasar el p o d e r í o estatal. He ahí el objetivo perseguido por todas las constituciones, leyes y declaraciones de derechos. Conseguirlo fue la aspiración del h o m b r e en todas las luchas que ha m a n t e n i d o por la libertad. Razón tienen, en este sentido, los enemigos de la libertad al calificarla de invento « b u r g u é s » y al denigrar, sobre 1a base de ser p u r a m e n t e negativas, aquellas medidas ingeniadas para m e j o r protegerla. En la esfera del e s t a d o y del gobierno, cada libertad s u p o n e específica restricción impuesta al ejercicio del poderío político. No hubiera sido en verdad necesario ocuparnos de las anteriores realidades evidentes si no fuera p o r q u e los partidarios de la abolición de la libertad provocaron d e l i b e r a d a m e n t e en esta materia u n a c o n f u s i ó n de índole semántica. A d v e r t í a n q u e sus e s f u e r z o s habían de resultar vanos si abogaban lisa y l l a n a m e n t e por un régimen de sujeción y s e r v i d u m b r e . El ideal de libertad gozaba de tal prestigio q u e ninguna propaganda podía menguar su p o p u l a r i d a d . D e s d e tiempos inmemoriales, O c c i d e n t e ha valorado la libertad como el bien más precioso. La preeminencia occidental se basó precisamente en esa su obsesiva pasión por la l i b e r t a d , ideario social éste totalmente desconocido por los pueblos orientales. La filosofía social de Occidente es. en esencia, la filosofía de la libertad. La historia de E u r o p a , así como la de aquellos pueblos q u e emigrantes europeos y sus descendientes en o t r a s partes del m u n d o form a r o n , casi no es más q u e u n a c o n t i n u a lucha por la libertad, Un individualismo «a u l t r a n z a » caracteriza a nuestra civilización. N i n g ú n a t a q u e lanzado directamente contra la libertad individual podía prosperar. De ahí q u e los defensores del totalitarismo prefirieran adoptar otra táctica, dedicándose a tergiversar el sentido de las palabras. C o m e n z a r o n a calificar de libertad auténtica y genuina la de quienes viven b a j o un régimen q u e no concede a sus súbditos más d e r e c h o q u e el de obedecer, considerándose muy 436 Í.tí Acción Humana liberales c u a n d o recomiendan la implantación de semejante o r d e n social. Califican de democráticos los dictatoriales métod o s rusos de gobierno; aseguran constituye «democracia ind u s t r i a l » el régimen de violencia y coacción p r o p u g n a d o por los sindicatos; afirman q u e es libre la persona c u a n d o sólo al g o b i e r n o c o m p e t e decidir q u é libros o revistas p o d r á n publicarse; definen la libertad como el derecho a proceder «rectam e n t e » , reservándose, en exclusiva, la facultad de d e t e r m i n a r q u é sea «lo recto». Sólo la o m n i p o t e n c i a g u b e r n a m e n t a l asegura, en su opinión, la libertad. L u c h a r por la libertad, para ellos, consiste en conceder a la policía poderes o m n í m o d o s . La economía de mercado, proclaman aquellos sedicentes liberales, otorga libertad tan sólo a una clase: a la burguesía, integrada por parásitos y explotadores. E s t o s bergantes gozan de libertad plena para esclavizar a las masas. El t r a b a j a d o r no es libre; labora sólo para enriquecer al amo, al p a t r o n o . Los capitalistas se apropian de aquello q u e , con arreglo a inalienables e imprescriptibles derechos del h o m b r e , c o r r e s p o n d e al o b r e r o . El socialismo proporcionará al trabajador libertad y dignidad v e r d a d e r a m e n t e h u m a n a s al impedir q u e el capital siga esclavizando a los humildes. Socialismo significa emancipar al h o m b r e c o m ú n ; quiere decir libertad para todos, Y representa, además, riqueza para todos. P r o p a g á r o n s e los anteriores idearios por c u a n t o no se Ies o p u s o eficaz crítica racional. H u b o , desde luego, economistas q u e supieron evidenciar b r i l l a n t e m e n t e los crasos errores e íntimas contradicciones q u e encerraban. P e r o las gentes prefieren ignorar las enseñanzas de los economistas y, a d e m á s , los a r g u m e n t o s n o r m a l m e n t e esgrimidos f r e n t e al socialismo por el político o el escritor medio son inconsistentes e, incluso, contradictorios. Vano es el aducir un s u p u e s t o « d e r e c h o natural» del individuo a la propiedad c u a n d o el c o n t r i n c a n t e lo q u e predica es que la igualdad de rentas constituye el f u n d a mental «derecho n a t u r a l » de las gentes. I m p o s i b l e resulta resolver, por esas vías, tales controversias. A nada c o n d u c e atacar al socialismo criticando simples circunstancias y detalles sin trascendencia del programa marxista. No es posible vencerle dialécticamente a base sólo de r e p r o b a r lo q u e los socialistas El mercado 437 dicen de la religión, del m a t r i m o n i o , del control de la natalidad, del arte, ere. A p a r t e de que, en estas materias, f r e c u e n t e m e n t e los propios críticos del socialismo también se equivocan. P e s e a esos graves errores en q u e incidieron muchos defensores de la libertad económica, no era posible, a la larga, escamotear a todos la realidad íntima del socialismo. Incluso los más fanáticos planificadores viéronsc obligados a admitir q u e su programa implicaba abolir muchas de las libertades que, bajo el capitalismo y la «plutodemocracia», d i s f r u t a n las gentes. Al verse dialécticamente vencidos, inventaron un n u e v o s u b t e r f u g i o . La única libertad q u e es preciso abolir, dijeron, es esa falsa libertad «económica» de los capitalistas q u e t a n t o perjudica a las masas. T o d a libertad ajena a la esfera p u r a m e n t e «económica» no sólo se m a n t e n d r á , sino q u e prosperará. «Planificar en aras de la libertad» ( « P l a n n i n g for F r e c d o m » ) es el Último slogan ingeniado p o r los partidarios del totalitarismo y de la rusificación de todos los pueblos. El error en q u e este p e n s a m i e n t o incide emana de vana e ilusoria distinción entre el m u n d o «económico» y el m u n d o « n o económico». N a d a , a este respecto, precisa agregar a lo ya a n t e r i o r m e n t e consignado sobre el particular. E x i s t e , sin embargo, todavía un a s u n t o en el q u e sí conviene insistir. Aquella libertad q u e las gentes d i s f r u t a r o n en tos países democráticos de O c c i d e n t e d u r a n t e la época del viejo liberalismo no f u e p r o d u c t o e n g e n d r a d o p o r las constituciones, las declaraciones de los derechos del h o m b r e , las leyes o los reglamentos. M e d i a n t e tales previsiones legales se aspiraba simplemente a proteger contra los atropellos de los funcionarios públicos aquella libertad q u e a m p l i a m e n t e había florecido al amparo de la mecánica del mercado. No hay gobierno ni constitución alguna q u e p u e d a p o r sí engendrar ni garantizar la liber tad si no ampara y d e f i e n d e las instituciones f u n d a m e n t a l e s cn q u e se basa la economía de mercado. El gobernar implica s i e m p r e recurrir a la coacción y a la fuerza, p o r lo cual, inevitablemente, la acción estatal viene a ser la antítesis de la libertad. El g o b i e r n o aparece como defensor de la libertad y deviene c o m p a t i b l e su actuar con el m a n t e n i m i e n t o de ésta sólo c u a n d o se delimita y restringe c o n v e n i e n t e m e n t e la órbita 438 Í.tí Acción Humana estatal en provecho de la libertad económica. Las leyes y constituciones más generosas, c u a n d o desaparece la economía de mercado, no son más q u e letra m u e r t a . La libertad q u e b a j o el capitalismo conoce el h o m b r e es f r u t o de la competencia. El obrero, para trabajar, no ha de ampararse en la magnanimidad de su p a t r o n o . Si éste no le admite, encontrará a muchos deseosos de contratar sus servicios I7 . El consumidor tampoco se halla a merced del suminist r a d o r . Puede p e r f e c t a m e n t e acudir al q u e más le plazca. N a d i e tiene por q u é besar las manos ni temer la iracundia de los demás. Las relaciones interpersonales son de índole mercantil. El intercambio de bienes y servicios es siempre m u t u o ; ni al vender ni al comprar se p r e t e n d e hacer favores; el egoísmo personal de ambos contratantes engendra la transacción y el recíproco beneficio. Cierto es que el individuo, en c u a n t o se lanza a producir, pasa a depender de la d e m a n d a de los consumidores, ya sea de m o d o directo, como es el caso del empresario, ya sea indirectamente, c o m o sucede con el obrero. Tal sumisión a la voluntad de los consumidores en m o d o alguno, sin embargo, es absoluta. N a d a le impide a u n o rebelarse contra tal soberanía si, por razones subjetivas, prefiere hacerlo. En el á m b i t o del mercado, todo el m u n d o tiene derecho, sustancial y efectivo, a oponerse a la opresión. N a d i e se ve constreñido a producir armas o bebidas alcohólicas, si ello disgusta a su conciencia. Quizás el atenerse a esas convicciones pueda costar caro; ahora bien, no hay objetivo alguno en este m u n d o cuya consecución no sea costosa. Q u e d a en manos del interesado el o p t a r e n t r e el bienestar material, de un lado, y lo q u e él considera su deber, de otro. D e n t r o de la economía de mercado, cada u n o es árbitro s u p r e m o en lo atinente a su personal satisfacción l8 . " Vid. piígs. 872-876. " En la esfera política, el rebelarse contra la opresión de las autoridades constituye la ultima ratio de los subyugados. Por ilegal e insoportable ijuc la opresión resulte; por dignos y elevados que sean los motivos que a los rebeldes animen; y por beneficiosos que pudieran ser los resultados alcanzados merced al alzamiento armado, una revolución invariablemente constituye acto ilegal que desintegra el establecido orden constitucional. Es atributo típico de todo gobierno ei El mercado 439 La sociedad capitalista no cuenta con o t r o medio para obligar a las gentes a cambiar de ocupación o de lugar de t r a b a j o q u e el de recompensar con mayores ingresos a quienes dócilmente acatan los deseos de los consumidores. Es precisam e n t e esta inducción la q u e muchos estiman insoportable, conf i a n d o q u e desaparecerá b a j o el socialismo. Q u i e n e s así piensan son o b t u s o s en exceso para advertir q u e la única alternativa posible estriba en otorgar a las autoridades plenos poderes para que, sin apelación, decidan en q u é cometidos y en q u é lugar haya de trabajar cada uno. No es menos lihre el individuo en t a n t o consumidor. Resuelve él, de m o d o exclusivo, qué cosas le agradan más y cuáles menos. Es él personalmente quien decide cómo ha de gastar su dinero. El reemplazar la economía de mercado por la planificación económica implica anular toda libertad; las gentes, en tal supuesto, ya sólo gozan de un derecho: el de obedecer. Las autoridades, q u e gobiernan los asuntos económicos, vienen a controlar efectivamente la vida y las actividades todas del hombre. Erígense en único p a t r o n o . El trabajo, en su totalidad, equivale a t r a b a j o forzado, por cuanto el asalariado ha de c o n f o r m a r s e con lo q u e el superior se digne concederle. La jerarquía económica dispone q u é cosas pueden las masas consumir y en q u é cuantía. Los personales juicios de valoración de las gentes no p r e p o n d e r a n en aspecto alguno de la vida. Las a u t o r i d a d e s asignan específica tarea a cada u n o ; adiéstranle que, dentro de su territorio, sea la única institución que pueda recurrir u la violencia y la única que otorga legitimidad a las medidas de furr/.u adoptadas por otros organismos. Una revolución, que implica siempre actitudes belicosas entre conciudadanos, destruye el propio fundamento de la legalidad, pudiendo ser sólo, más o menos, legalizada al amparo de aquellos tan imprecisos usos internacionales referentes a la beligerancia. Si la revolución triunfa, cabe que restablezca nuevo orden y gobierno. Ahora bien, lo que nunca cabe hacer es promulgar un legal «derecho a rebelarse contra lu opresión». Tal facultad, que permitiría a las gentes oponerse por la fuerza a las instituciones armadas del estado, abriría las puertas a la anarquía, haciendo imposible toda forma de gobierno, 1.a insensatez de la Asamblea Constituyente de la Revolución Francesa fue lo suficientemente grande como para llegar a legalizar el derecho en cuestión; no tanto, sin embargo, como para tomar en serio sil propia disposición, 440 Í.tí Acción Humana para la misma, sirviéndose de las gentes dónde y cómo creen mejor. T a n p r o n t o c o m o se anula esa libertad económica que el mercado confiere a quienes b a j o su signo o p e r a n , todas las libertades políticas, todos los derechos del h o m b r e , conviértense en p u r a farsa. El babeas corpus y la institución del jurado devienen simple superchería c u a n d o , b a j o el p r e t e x t o de q u e así se sirve mejor los supremos intereses económicos, las autoridades p u e d e n , sin apelación, d e p o r t a r al polo o al desierto o condenar a trabajos forzados de por vida a quien Ies desagrade. La libertad de prensa no es m á s q u e vana entelequia c u a n d o el p o d e r público e f e c t i v a m e n t e controla las imprentas y fábricas de papel, y lo mismo sucede con todos los demás derechos del hombre. La gente es libre en aquella medida en que cada u n o p u e d e e s t r u c t u r a r su vida c o m o considere mejor. Las personas cuyo f u t u r o d e p e n d e del criterio de unas inapelables autoridades, q u e monopolizan toda posibilidad de planear, no son, desde luego, libres en el sentido que al vocablo todo el m u n d o atrib u y ó hasta q u e la revolución semántica de nuestros días ha desencadenado la m o d e r n a c o n f u s i ó n de lenguas. 7. LA DESIGUALDAD DE R E N T A S Y PATRIMONIOS La disparidad de rentas y p a t r i m o n i o s constituye nota típica de la economía de mercado. N u m e r o s o s son los autores q u e han hecho n o t a r la incompatibilidad de la libertad y la igualación de las f o r t u n a s . Innecesario es e x a m i n a r aquí los sentimentales a r g u m e n t o s esgrimidos en tales escritos. T a m p o c o vale la pena e n t r a r a dilucidar si el renunciar a la libertad permitiría u n i f o r m a r rentas y patrimonios, ni inquirir si, implantada dicha igualdad, p o d r í a la sociedad pervivir. I n t e r é s a n o s , de m o m e n t o , tan sólo e x a m i n a r la f u n c i ó n que, en el marco de la sociedad de mercado, desempeña esa repetida desigualdad de ingresos y f o r t u n a s . Recúrrese, en la sociedad de mercado, a la coacción y compulsión directa sólo para atajar aquellas actuaciones perjudicia- El mercado 441 les para la cooperación social. P o r lo d e m á s , la policía no interfiere en la vida de los c i u d a d a n o s . Q u i e n respeta la ley no teme a guardias y verdugos. La presión necesaria para inducir a las gentes a contribuir al esfuerzo p r o d u c t i v o común ejércese a través de los precios del mercado. Dicha inducción es de tipo indirecto; consiste en premiar la contribución de cada u n o a la producción p r o p o r c i o n a l m c n t e al valor q u e los consumidores atribuyen a la misma. Sobre la base de recompensar las diversas actuaciones individuales con arreglo a su respectivo valor, déjase q u e cada u n o libremente decida en q u é medida va a emplear sus facultades y conocimientos para servir a su p r ó j i m o . Tal sistemática, desde luego, no compensa la posible incapacidad personal del s u j e t o . Induce, sin embargo, a t o d o el m u n d o a aplicar sus conocimientos y aptitudes, cualesquiera q u e sean, con el m á x i m o celo. De no acudir a ese crematístico apremio, no hay más alternativa q u e la de aplicar la directa coacción y compulsión de la fuerza policial. Las autoridades, en tal supuesto, han de decidir por sí solas q u é cantidad y tipo de t r a b a j o deba cada u n o realizar. Ello implica, siendo dispares las condiciones personales de las gentes, q u e el m a n d o p r e v i a m e n t e p o n d e r e la capacidad individual de todos los ciudadanos. El h o m b r e queda así asimilado al recluso a quien se asigna específica tarca y, c u a n d o el sujeto no c u m p l i m e n t a , a gusto de la autoridad, su preestablecida n o r m a de trabajo, recibe el o p o r t u n o castigo. Es de trascendencia advertir la diferencia existente entre recurrir a la violencia para evitar la acción criminosa y la coacción e m p l e a d a para obligar a una persona a cumplir determinada tarea. En el primer caso, lo único q u e se exige al individ u o es q u e no realice un cierto acto, taxativamente precisado por la ley. Fácil es, generalmente, c o m p r o b a r si el m a n d a t o legal ha sido o no respetado. En el segundo supuesto, por el contrario, se constriñe al s u j e t o a realizar determinada o b r a ; la ley le exige, de un m o d o indefinido, aportar su capacidad laboral, c o r r e s p o n d i e n d o al jerarca el decidir c u á n d o ha sido d e b i d a m e n t e cumplimentada la o r d e n . El interesado ha de atenerse a c u a n t o a la superioridad complazca, resultando extrem a d a m e n t e a r d u o el decidir si la empresa q u e el poder ejecutivo 442 Í.tí Acción Humana encomendara al actor convenía con las facultades de éste y si la obra había sido realizada p o n i e n d o el sujeto de su parte cuanto pudiera. La conducta y la personalidad del ciudadano q u e d a n sometidas a la voluntad de las autoridades. C u a n d o , en la economía de mercado, se trata de enjuiciar u n a acción criminal, el acusador ha de p r o b a r la responsabilidad del encartado; tratándose, en cambio, de la realización de un t r a b a j o forzado, es el p r o p i o acusado quien d e b e mostrar q u e la labor era superior a sus fuerzas, h a b i e n d o puesto de su parte c u a n d o podía, En la persona del jerarca económico c o n f ú n d e n s e las funciones de legislador y de ejecutor de la n o r m a legal; las de fiscal y de juez. El «acusado» hállase a la merced del funcionario. E s o es lo q u e la falta de libertad significa. No hay sistema alguno, basado en la división social del trabajo, q u e pueda f u n c i o n a r sin un mecanismo q u e apremie a las gentes a laborar y a contribuir al c o m ú n esfuerzo productivo. Si no se quiere que dicha inducción sea practicada por la propia e s t r u c t u r a de los precios del mercado y la corresp o n d i e n t e disparidad de rentas y f o r t u n a s , es preciso recurrir a ta violencia, es decir, a los métodos de opresión típicamente policiales. 8. LÍV PÉRDIDA Y LA GANANCIA E M P R E S A R I A L Et beneficio, en sentido amplio, es la ganancia q u e de la acción deriva; es aquel i n c r e m e n t o de la satisfacción (reducción de malestar) alcanzado; es la diferencia entre el mayor valor a t r i b u i d o al resultado logrado y el m e n o r asignado a lo sacrificado por conseguirlo. En otras palabras, beneficio es igual a rendimiento menos costo. La acción invariablemente tiene por objetivo obtener beneficio. C u a n d o , m e d i a n t e n u e s t r a actividad, no logramos alcanzar la m e t a propuesta, el rendimiento, o bien no es superior al costo invertido, o bien resulta inferior al mismo; supuesto éste en q u e aparece la p é r d i d a , o sea, la disminución de nuestro estado de satisfacción. Pérdidas y ganancias, en este p r i m e r sentido, constituyen fenómenos p u r a m e n t e psíquicos y ; c o m o tales, no pueden ser El mercado 443 objeto de medida, ni hay forma semántica alguna q u e p e r m i t a al sujeto describir a terceros su intensidad. P u e d e u n a persona decir q u e a le gusta m á s q u e b; imposible, sin embargo, resúltale, salvo de manera m u y vaga e imprecisa, indicar en cuánto supera la satisfacción derivada de a a la provocada por b. En la economía de mercado, todas aquellas cosas que, por d i n e r o , son o b j e t o de c o m p r a v e n t a tienen sus respectivos precios monetarios, A la luz del cálculo monetario, el beneficio aparece c o m o superávit e n t r e el m o n t a n t e cobrado y las sumas invertidas, mientras q u e las pérdidas equivalen a un excedente del dinero gastado con respecto a lo percibido. Cabe así cifrar t a n t o la pérdida como ia ganancia en concretas sumas dinerad a s . P u e d e decirse, en términos monetarios, c u á n t o ba g a n a d o o p e r d i d o cada actor. Tal aserto, no obstante, para nada alude a la pérdida o la ganancia psíquica del interesado; se refiere, exclusivamente, a un f e n ó m e n o social, al valor q u e a la contribución del actor al esfuerzo c o m ú n conceden los demás miembros de la sociedad. N a d a cabc, en este sentido, predicar acerca del incremento o disminución de la personal satisfacción del sujeto ni acerca de su felicidad. L i m i t á m o n o s a consignar en cuánto valoran los demás la repetida contribución a la cooperación social. La c o r r e s p o n d i e n t e evaluación, en definitiva, es f u n c i ó n del deseo de todos y cada u n o de los miembros de la sociedad por alcanzar el m á x i m o beneficio psíquico posible. Es la resultante engendrada por el c o m b i n a d o efecto de todos los juicios subjetivos y las personales valoraciones de las gentes tal como, a través de la conducta de cada u n o . q u e d a n en el mercado reflejadas. La evaluación de referencia, sin embargo, nunca d e b e ser confundida con los juicios de valor propiamente dichos. No p o d e m o s ni siquiera imaginar un m u n d o en el cual las gentes actuaran sin perseguir beneficio psíquico alguno y d o n d e la acción no provocara la correspondiente ganancia o pérdida 19. En la imaginaria construcción de una economía de " Una sedán que ni mejorare ni empeorara nuestro estado de satisfacción implicaría evidente perjuicio subjetivo, en razón a la inutilidad del esfuerzo realizado. Mejor hubiera sido no haber actuado, limitándose el sujeto a disfruta! quietamente de la vida. 444 Í.tí Acción Humana giro u n i f o r m e no existen, ciertamente, ni beneficios ni pérdidas dinerarias totales. No por ello, sin embargo, deja el actor de derivar provecho p r o p i o de su actuar, pues en o t r o caso no habría actuado, El ganadero alimenta y ordeña a sus vacas y v e n d e la leche, por c u a n t o valora en m á s aquellas cosas q u e con el correspondiente dinero p u e d e c o m p r a r q u e los costos en que, al efecto, ha de incurrir. La ausencia t a n t o de ganancias c o m o de pérdidas monetarias que, en el sistema de giro unif o r m e , se registra es debida a que, d e j a n d o de lado el mayor valor de los bienes presentes con respecto a los bienes f u t u r o s , el precio íntegro de todos los factores complementarios requeridos para la producción de q u e se trate es exactamente igual al precio del p r o d u c t o t e r m i n a d o . En el cambiante m u n d o de la realidad, c o n t i n u a m e n t e reaparecen disparidades entre esc total f o r m a d o por los precios de los factores complementarios de producción y el precio del p r o d u c t o t e r m i n a d o . Son tales disparidades las q u e provocan la aparición de beneficios y pérdidas dinerarias, Más adelante nos ocuparemos de cómo dichas diferencias afectan a quienes venden trabajo o factores originales (naturales) de producción y a los capitalistas q u e prestan su dinero. De m o m e n t o , limitamos nuestra atención a las pérdidas y a las ganancias empresariales. Es a ellas a las que las gentes aluden cuando, en lenguaje vulgar, se habla de pérdidas y ganancias. El empresario, c o m o todo h o m b r e q u e actúa, es s i e m p r e un especulador. P o n d e r a circunstancias f u t u r a s , y p o r ello invariablemente inciertas. El éxito o fracaso de sus operaciones d e p e n d e de la justeza con q u e haya discernido rales inciertos eventos. E s t á perdido si no logra e n t r e v e r lo q u e mañana sucederá. La única f u e n t e de la q u e brota el beneficio del empresario es aquella su capacidad para prever, con m a y o r justeza q u e los demás, la f u t u r a d e m a n d a de los consumidores. Si todo el m u n d o fuera capaz de anticipar c o r r e c t a m e n t e el f u t u r o estado del mercado, por lo que a cierta mercancía se refiere, el precio de la misma coincidiría, desde ahora, con el precio de los necesarios factores de producción. Ni pérdidas ni beneficios tendrían quienes se lanzasen a dicha fabricación. La función empresarial típica consiste en d e t e r m i n a r El mercado 445 el empleo q u e deba darse a los factores de producción. El empresario es aquella persona q u e da a cada u n o de ellos específico destino. Su egoísta deseo de cosechar beneficios y acumular riquezas impélele a proceder de tal suerte. N u n c a , sin embargo, cábele eludir la ley del mercado. Para cosechar éxitos, no tiene más remedio q u e a t e n d e r los deseos de los consumidores del m o d o más perfecto posible. Las ganancias dependen de q u e éstos aprueben su c o n d u c t a . Conviene distinguir n e t a m e n t e las pérdidas y las ganancias empresariales de otras circunstancias q u e p u e d e n influir en los ingresos del empresario. Su capacidad técnica o sus conocimientos científicos no tienen ningún i n f l u j o en la aparición de la pérdida o la ganancia típicamente empresarial. Aquel i n c r e m e n t o de los ingresos y beneficios del empresario d e b i d o a su propia competencia tecnológica, desde un p u n t o de vista cataláctico, no p u e d e considerarse más q u e pura retribución a d e t e r m i n a d o servicio. E s t a m o s , a fin de cuentas, a n t e un salario pagado al empresario por específica contribución laboral. De ahí q u e igualmente carezca de trascendencia, p o r lo q u e a t a ñ e a las ganancias y pérdidas p r o p i a m e n t e empresariales, el q u e , en razón a circunstancias técnicas, a veces los procesos de producción no engendren el resultado apetecido. Tales fracasos p u e d e n ser evitables o inevitables. En el p r i m e r caso, aparecen por haberse aplicado imperfecta técnica. Las pérdidas resultantes han de achacarse a la personal incapacidad del e m p r e s a r i o , es decir, a su ignorancia técnica o a su inhabilidad para procurarse los o p o r t u n o s asesores. En el s e g u n d o supuesto, el fracaso se d e b e a que, de m o m e n t o , los conocimientos h u m a n o s no permiten controlar aquellas circunstancias de las q u e el éxito d e p e n d e . Y esto p u e d e acontecer, ya sea p o r q u e ignoremos, en g r a d o mayor o m e n o r , q u é factores provocan el efecto apetecido, ya sea p o r q u e no p o d a m o s c o n t r o l a r algunas de dichas circunstancias pese a sernos conocidas. En el precio de los correspondientes factores de producción descuéntase tal imperfección de nuestros conocimientos y habilidades técnicas. El precio de la tierra de labor, i n d u d a b l e m e n t e refleja, de a n t e m a n o , el h e c h o de q u e la cosecha pueda a veces perderse; el terreno de 446 Í.tí Acción Humana cultivo valórase, en su consecuencia, con arreglo al previsto f u t u r o r e n d i m i e n t o medio de la parcela. P o r lo mismo, t a m p o c o influye en las ganancias y pérdidas empresariales el q u e el r e v e n t a m i e n t o de algunas botellas restrinja el volumen de vino de c h a m p a ñ a p r o d u c i d o . Tal h e c h o d a d o es un factor más de los que d e t e r m i n a n los costos de producción y los precios del champaña 20. Aquellos siniestros q u e pueden afectar al proceso de producción, a los c o r r e s p o n d i e n t e s medios o a los productos terminados mientras sigan éstos en poder del empresario, no son más q u e conceptos q u e pasan a engrosar los costos de producción. La experiencia, q u e proporcionan al interesado los conocimientos técnicos, i n f ó r m a l e también acerca de la disminución media de la producción industrial q u e dichos accidentes pueden provocar. Medíante las o p o r t u n a s previsiones contables, t r a s m u t a tales azares en costos regulares de producción. C u a n d o se trata de siniestros raros y en exceso impredecibies p a r a q u e u n a empresa corriente pueda preverlos, asócianse los comerciantes f o r m a n d o un g r u p o suficientemente amplio q u e permita abordar el p r o b l e m a . Agrúpanse, en efecto, p a r a a f r o n t a r el peligro de incendio, de inundación y otros siniestros análogos. Las primas de los correspondientes seguros reemplazan, en tales casos, los f o n d o s de previsión antes aludidos, Conviene n o t a r q u e la posibilidad de riesgos y accidentes en ning ú n caso suscita i n c e r t i d u m b r e en la mecánica de los progresos tecnológicos 21 . Sí el empresario deja de tomar d e b i d a m e n t e en cuenta dichas posibilidades, no hace más q u e subrayar su ignorancia técnica. Las pérdidas que, en su consecuencia, s o p o r t e habrán de achacarse exclusivamente a semejante impericia, nunca a su actuación c o m o tal empresario. La eliminación de la palestra mercantil de los empresarios incapaces de organizar correctamente, desde un p u n t o de vista técnico, cierta operación y la separación de quienes, p o r su 14 Vid, MANCOLDT, Dic Lebre von Unlerncbmergewinn, pág. 82. Leipzig, 1855, El que cien litros de vino no produzcan cien litros de champaña, sino tina cantidad menor, tiene la misma trascendencia que el que de cien kilos de remolacha no lleguen a obtenerse d e n kilos de azúcar, sino un peso inferior. " Vid. KNIGHT, Risk, Uncertairtty and Profit, pigs. 2 1 1 - 2 1 } , Boaton, 1 9 2 1 , El mercado 447 escasa p r e p a r a c i ó n , inciden en error al calcular los costos, efectúase, cn el mercado, por aquellos mismos cauces seguidos para apartar del m u n d o de los negocios a q u i e n e s fracasan en las actuaciones típicamente empresariales. P u e d e suceder q u e d e t e r m i n a d o empresario acierte de tal m o d o en su función empresarial q u e logre compensar las pérdidas provocadas por sus errores técnicos. A la inversa, igualmente, se dan casos de empresarios q u e logran balancear sus equivocaciones de índole empresarial gracias a una extraordinaria pericia técnica o a manifiesta superioridad de la renta diferencial de los factores de producción m a n e j a d o s . C o n v i e n e , sin e m b a r g o , separar y distinguir las diversas f u n c i o n e s q u e han de ser atendidas en la gestión de una empresa. El e m p r e s a r i o de s u p e r i o r capacidad técnica gana más q u e o t r o de ciencia inferior, por lo m i s m o q u e el o b r e r o mejor d o t a d o percibe más salario q u e su compañero de m e n o r eficacia. La máquina más perfecta o la parcela más fértil rinden más p o r unidad de costo; es decir, compar a t i v a m e n t e a la máquina menos eficiente o a la tierra de m e n o r feracidad, las primeras producen una renta diferencial. E s e mayor salario y esa mayor renta es, ceteris paribus, la consecuencia de una producción material superior. Las ganancias y pérdidas específicamente empresariales no son, en cambio, función de la cantidad material producida. Dependen exclusivamente de h a b e r sabido a d a p t a r la producción a las más urgentes necesidades de los c o n s u m i d o r e s . Su cuantía no es sino consecuencia de la medida en q u e el e m p r e s a r i o acierta o se equivoca al prever el f u t u r o estado — p o r fuerza incierto— del mercado. El e m p r e s a r i o está e x p u e s t o también a riesgos políticos. Las actuaciones g u b e r n a m e n t a l e s , las revoluciones y las guerras pueden p e r j u d i c a r o a r r u i n a r sus negocios. Tales acontecimientos, sin e m b a r g o , no le atañen a él solo; afectan a todo el m e r c a d o y al c o n j u n t o de las gentes, si bien a unos más y a o t r o s menos. Constituyen para el empresario simples realidades q u e no está en su m a n o alterar. Si es hábil, sabrá anticiparse o p o r t u n a m e n t e a ellas. No le será, desde luego, siempre posible o r d e n a r su proceder al o b j e t o de evitar pérdidas. Cuando los v i s l u m b r a d o s peligros hayan de afectar a una parte sólo 448 Í.tí Acción Humana de la zona geográfica en que opere, podrá replegarse a territorios menos amenazados. Ahora bien, si, p o r cualquier razón, no p u e d e huir, nada podrá hacer. A u n c u a n d o todos los empresarios halláranse convencidos de la inminencia de la victoria bolchevique, no por ello abandonaríanse las actividades empresariales. El prever la inmediata acción confiscatoria induciría a los capitalistas a consumir sus haberes. Los empresarios habrían de acomodar sus actuaciones a esa específica disposición del mercado provocada por el aludido c o n s u m o de capital y la próxima nacionalización de industrias y comercios ya descontada por las gentes. Pero no por ello dejarían los empresarios de seguir operando. A u n en el caso de q u e algunos a b a n d o n a r a n la palestra, otros — g e n t e s nuevas o empresarios antiguos q u e ampliarían su esfera de acción— ocuparían esos renunciados puestos. En una economía de mercado siempre habrá empresarios. Las medidas anticapitalistas, i n d u d a b l e m e n t e , privarán a los consumidores de inmensos beneficios q u e sobre ellos hubiera d e r r a m a d o una actividad empresarial libre de trabas. El empresario, mientras no sea totalmente suprimida la economía de mercado, invariablemente pervive. La incertidumbre acerca de la f u t u r a estructura de la oferta y la demanda es el venero de d o n d e brota, en definitiva, la ganancia y la pérdida empresarial. Si todos los empresarios f u e r a n capaces de prever exactam e n t e el f u t u r o estado del mercado, no cabría la pérdida ni la ganancia. Los precios de todos los factores de producción reflejarían ya hoy íntegramente el precio f u t u r o tic los correspondientes productos terminados. El empresario, al adquirir los correspondientes factores de producción, habría de pagar (descontada la diferencia de valor q u e siempre ha de existir entre bienes presente y bienes f u t u r o s ) lo mismo q u e los compradores, más tarde, le abonarían por la mercancía. El empresario gana cuando logra prever, con mayor justeza q u e los demás, las futuras circunstancias del mercado. Al a m p a r o de tal premonición procede a c o m p r a r los o p o r t u n o s factores complementarios de producción, pagando p o r ellos precio inferior — u n a vez descontado el correspondiente lapso t e m p o r a l — al que después obtendrá p o r el producto. El mercado 449 Si p r e t e n d e m o s imaginar una economía c a m b i a n t e en la cual no haya ni pérdida ni ganancia, preciso es ingeniar un modelo q u e jamás podrá darse en la práctica. Resulta obligado, en efecto, asumir perfecta previsión del f u t u r o por parte de todos. No conocería, en este sentido, el m u n d o la pérdida ni la ganancia si, por ejemplo, aquellos primitivos cazadores y pescadores, a quienes se suele atribuir la primigenia acumulación de elementos de producción fabricados por el h o m b r e , hubieran podido ya prever la f u t u r a evolución de l o s ' a s u n t o s humanos' y si, t a n t o ellos c o m o sus descendientes, hasta el día del juicio, d i s f r u t a n d o todos de aquella misma omnisciencia, h u b i e r a n valorado, en tal sentido, idénticamente, los diferentes factores de producción. Surgen las pérdidas y las ganancias empresariales de la discrepancia existente e n t r e los precios previstos y los efectivamente pagados, más tarde, por el mercado. Cabe, desde luego, confiscar los beneficios cosechados por u n o y transferirlos a o t r o . Ahora bien, en un m u n d o cambiante, que no se halle p o b l a d o por seres omnicentes, jamás pueden desaparecer las pérdidas ni las ganancias. 9. L A S PERDIUAS V LAS GANANCIAS E M P R E S A R I A L E S EN UNA ECONOMÍA PROGRESIVA En la imaginaria construcción de una economía estacionaria, las ganancias totales de los empresarios iguálanse a las pérdidas totales sufridas por la clase empresarial, En definitiva, lo que un empresario gana se compensa con lo q u e o t r o pierde. C u a n t o en c o n j u n t o gastan los consumidores en la adquisición de cierta mercancía, queda balanceado por la reducción de lo gastado en la adquisición de otros bienes n . N a d a de esto sucede en u n a economía progresiva. Consideramos progresivas aquellas economías en las cuales se a u m e n t a la cuota de capital por h a b i t a n t e . El e m p l e a r tal 31 " Si quisiéramos recurrir a aquel erróneo concepto de «renta nacional», hoy tan ampliamente manejado, habríamos de decir que ninguna fracción de dicha temo nacional pasa, en el supuesto contemplado, a constituir beneficio, 450 Í.tí Acción Humana dicción en m o d o alguno supone expresar un juicio de valor. Ni en un s e n t i d o «materialista», p r e t e n d e m o s decir sea b u e n a esa progresiva evolución, ni tampoco, en s e n t i d o «idealista», aseguramos sea nociva o, en t o d o caso, intrascendente, contemp l a d a desde « u n p u n t o de vista más elevado». Los h o m b r e s en su inmensa mayoría, desde luego, consideran que el desarrollo, en este sentido, es lo mejor, aspirando v e h e m e n t e m e n t e a unas condiciones de vida q u e sólo en una economía progresiva p u e d e n darse. Los empresarios, en una economía estacionaria, al practicar sus típicas actuaciones, ú n i c a m e n t e pueden d e t r a e r factores de producción — s i e m p r e y c u a n d o todavía sean convertibles y q u e p a destinarlos a nuevos usos 23-— de un sector industrial para utilizarlos en o t r o d i f e r e n t e o d e s t i n a r las sumas con q u e cabría compensar el desgaste padecido por los bienes de capital d u r a n t e el curso del proceso de producción a la ampliación de ciertas ramas mercantiles, c o n t r a y e n d o c o n g r u a m e n t e la actividad en otras. En cambio, c u a n d o se trata de una economía progresiva, la actividad empresarial ha de ocuparse, además de d e t e r m i n a r q u é empleo deba darse a los adicionales bienes de capital engendrados por el a h o r r o . La inyección en la econ o m í a de estos adicionales bienes de capital implica incrementar las rentas disponibles, o sea, posibilitar la ampliación de la cuantía de los bienes de c o n s u m o q u e p u e d e n ser efectivamente consumidos, sin q u e ello implique reducción del capital existente, lo cual i m p o n d r í a una restricción de la producción f u t u r a . D i c h o incremento de renta se e n g e n d r a , o bien a m p l i a n d o la producción, sin modificar los c o r r e s p o n d i e n t e s m é t o d o s , o bien perfeccionando los aludidos sistemas técnicos m e d i a n t e adelantos q u e no hubiera sido posible aplicar de no existir esos supletorios bienes de capital. De esa adicional riqueza procede aquella porción de los totales beneficios empresariales en q u e éstos superan las totales pérdidas empresariales. Y fácil resulta d e m o s t r a r q u e la cuantía de esos mayores beneficios percibidos por los e m p r e s a r i o s jau El problema de la convertibilidad de los bienes de capital será examinado más adelante págs. 744-747. El mercado 451 m á s p u e d e a b s o r b e r la totalidad de la adicional riqueza obtenida gracias a los aludidos progresos económicos. La ley del mercado distribuye dicha adicional riqueza e n t r e los empresarios, los t r a b a j a d o r e s y los propietarios de d e t e r m i n a d o s factores materiales de producción en forma tal q u e la p a r t e del león se la llevan siempre los no empresarios. Conviene advertir ante t o d o q u e el beneficio empresarial en m o d o alguno es f e n ó m e n o p e r d u r a b l e , sino transitorio. Prevalece en el m e r c a d o insoslayable tendencia a la supresión t a n t o de las ganancias c o m o de las pérdidas. La operación del m e r c a d o apunta siempre hacia d e t e r m i n a d o s precios últimos y cierto estado final de reposo. Si no f u e r a p o r q u e c o n t i n u a m e n t e la mutación de las circunstancias perturba la repetida tendencia, obligando a reajustar la producción a dichas variadas circunstancias, el precio de los factores de producción — d e s c o n tado el e l e m e n t o t i e m p o — acabaría igualándose al de las correspondientes mercancías producidas, con lo cual desaparecería aquel margen en q u e se encarna la ganancia o la pérdida. El i n c r e m e n t o de la p r o d u c t i v i d a d , a la larga, beneficia exclusivamente a los trabajadores y a ciertos terratenientes y propietarios de bienes de capital. E n t r e estos últimos se benefician: 1, Aquellas personas cuyo ahorro incrementó la cantidad de bienes de capital disponibles. Esa riqueza adicional, q u e permitieron e n g e n d r a r restringiendo el propio consumo, Ies pertenece, siendo en tal proporción más ricos. 2. Los propietarios de los a n t e r i o r m e n t e existentes bienes de capital, bienes q u e gracias al perfeccionamiento de los m é t o d o s de producción p u e d e n ser aprovechados ahora mejor. Tales ganancias, d e s d e luego, sólo son transitorias. Irán esfumándose, pues desatan una tendencia a ampliar ta producción de los correspondientes bienes de capital. P e r o , p o r o t r o lado, el i n c r e m e n t o cuantitativo de los bienes de capital disponibles reduce la utilidad marginal de los propios bienes de capital; tienden a la baja los precios de los mismos, r e s u l t a n d o perjudicados, en su consecuencia, los intereses de aquellos capitalistas q u e no participaron, o al menos 452 Í.tí Acción Humana no suficientemente, en la actividad a h o r r a d o r a y en la de creación de esos repetidos nuevos bienes de capital. E n t r e los terratenientes se benefician quienes, gracias a las nuevas disponibilidades de capital, ven incrementada la productividad de sus campos, bosques, pesquerías, minas, etc. Salen, en cambio, p e r d i e n d o aquellos cuyos fondos posiblemente devendrán submarginales, en razón al aludido incremento de la productividad de otros bienes raíces. T o d o s los trabajadores, en cambio, derivan ganancias perdurables, al incrementarse la utilidad marginal del trabajo. Cierto es que, de m o m e n t o , algunos p u e d e n sufrir perjuicio. Cabe, en efecto, haya gentes especializadas en determinadas labores que, a causa del progreso técnico, tal vez dejen de interesar económicamente si las condiciones personales de tales individuos no les p e r m i t e n laborar en otros cometidos mejor retribuidos; posiblemente habrán d e contentarse - p e s e a l alza general de los s a l a r i o s - con puestos peor pagados que aquellos que a n t e r i o r m e n t e ocupaban. Las aludidas mutaciones de los precios de los factores de producción se registran desde el mismo m o m e n t o en que los empresarios inician las correspondientes actuaciones para acom o d a r la producción a la nueva situación. Al igual que sucede cuando se analizan otros diversos problemas relativos a la variación de las circunstancias del mercado, conviene, en esta materia, guardarse de un error harto común, consistente en suponer cabe trazar t a j a n t e divisoria entre los efectos a corto y a largo plazo. Esos efectos que de inmediato aparecen no son más que los primeros eslabones de una cadena de sucesivas transformaciones que, finalmente, plasmarán los efectos que consideramos a largo plazo. En n u e s t r a caso, la consecuencia última sería la desaparición de la ganancia y la pérdida empresarial. Los efectos inmediatos son las fases preliminares del aludido proceso que, al final, si no fuera i n t e r r u m p i d o por posteriores cambios de circunstancias, abocaría a u n a economía de giro uniforme. Conviene advertir que, si las ganancias sobrepasan a las pérdidas, ello es p o r cuanto el repetido proceso eliminador d pérdidas y ganancias se pone en marcha tan p r o n t o como lo El mercado 453 empresarios comienzan a ajustar la producción a las m u d a d a s circunstancias. No hay instante alguno, a lo largo de ese repetido proceso, en el cual sean los empresarios quienes exclusivam e n t e se lucren del incremento del capital disponible o de los adelantos técnicos de que se trate. P o r q u e si la riqueza y los ingresos de las restantes clases sociales no variaran, éstas sólo restringiendo en otros sectores sus compras podrían adquirir las supletorias mercancías fabricadas. La clase empresarial, en su' conjunto, no ganaría; los beneficios de unos empresarios se compensarían con las pérdidas de otros. He aquí lo que sucede. En cuanto los empresarios quieren emplear los supletorios bienes de capital o aplicar técnicas perfeccionadas, advierten d e inmediato que precisan adquirir complementarios factores de producción. Esa adicional demanda provoca el alza de los factores en cuestión. Y tal subida de precios y salarios es lo que confiere a los consumidores los supletorios ingresos precisos para comprar los nuevos productos sin tener que restringir la adquisición de otras mercancías. Sólo así cabe superen las ganancias a las pérdidas empresariales. El progreso económico ú n i c a m e n t e es posible a base de ampliar, m e d i a n t e el ahorro, la cuantía de los existentes bienes de capital y de perfeccionar los métodos de producción, perfeccionamiento éste que, en la inmensa mayoría de los casos, exige la previa acumulación de nuevos capitales. Son agentes de dicho progreso los audaces p r o m o t o r e s que quieren cosechar ganancias, ganancias que derivan de acomodar el aparato productivo a las prevalentes circunstancias, dejando satisfechos, en el mayor grado posible, los deseos de los consumidores. Pero esos promotores, p a r a p o d e r plasmar tales planes de progreso económico, no tienen más remedio que dar participación en los correspondientes beneficios a los obreros y a determinados capitalistas y terratenientes, incrementándose, paso a paso, la participación de estos grupos, hasta esfumarse la cuota empresarial. Lo expuesto evidencia cuán absurdo es hablar de «porcentajes» de beneficios, de ganancias «normales», de utilidad «media». La ganancia no es función ni depende de la cantidad de capital empleado por el empresario. El capital no «engendra» 454 Í.tí Acción Humana beneficio. Las pérdidas y las ganancias dependen exclusivam e n t e de la capacidad o incapacidad del empresario para adapt a r l a producción a la d e m a n d a de los consumidores. Los beneficios nunca p u e d e n ser «normales» ni «equilibrados». M u y al contrario, tanto las ganancias como las pérdidas constituyen fenómenos que aparecen por haber sido p e r t u r b a d a la «normalidad»; p o r haberse registrado mutaciones que la mayor parte die l a s g e n t e s no había previsto; por haber aparecido un «desequilibrio». En un imaginario m u n d o p l e n a m e n t e normal y equilibrado, jamás ni las unas ni las otras podrían surgir. Dentro de una economía cambiante, cualquier ganancia o pérdida tiende, p o r sí, a desvanacerse. En una economía estacionaria la media de beneficios y pérdidas es cero. Un superávit de beneficios con respecto a q u e b r a n t o s evidencia se está registrando real y efectivo progreso económico, elevándose congruam e n t e el n i v e l d e vida de todas las clases sociales. C u a n t o mayor sea tal superávit mayor será la prosperidad de todos. Pocos son capaces de enfrentarse con el beneficio empresarial libres de envidioso resentimiento. Suele decirse que el empresario se lucra a base de expoliar a obreros y consumidores; si gana es p o r q u e inicuamente cercena los salarios de sus trabajadores y abusivamente incrementa el precio de las cosas; lo j u s t o sería que no se lucrara. La ciencia económica pasa por alto tan arbitrarios juicios de valor. No le interesa saber si, a la luz de supuesta ley natural o de inmutable y eterna moral, cuyo contenido sólo sería cognoscible a través de hipotética revelación o personal intuición, procede condenar o ensalzar el beneficio empresarial. Limítase la economía a proclamar que tales pérdidas y ganancias constituyen fenómenos consustanciales con el mercado. En su ausencia, el mismo desaparece. Puede, desde luego, el aparato policial y administrativo confiscar al empresario todo su benefició. Tal medida, sin embargo, desarticularía la economía de mercado t r a n s f o r m á n d o l a en p u r o caos. Cábele al hombre, a no dudar, destruir muchas cosas; a 10 largo de la historia ha hecho uso generoso de tal potencialidad. Está en su mano, efectivamente, el desmantelar el mercado. Si no fuera p o r q u e la envidia los ciega, esos sedicentes El mercado 455 moralizadores, al aludir al beneficio, ocuparíanse t a m b i é n de las pérdidas. Advertirían que el progreso económico se basa, p o r un lado, en la actuación de quienes, m e d i a n t e el ahorro, engendran los supletorios bienes de capital precisos y, de otro, en los descubrimientos de los inventores, v i n i e n d o los empresarios a aprovechar los aludidos medios puestos a su disposición para, en definitiva, plasmar la prosperidad. El resto de las gentes en nada contribuyen al progreso, viéndose, no obstante, favorecidas con ese cuerno de abundancia que el ajeno actuar sobre ellas derrama. T o d o lo dicho acerca de la economía progresiva, mutatis muntandis, p u e d e predicarse de la economía regresiva, es decir, aquella en la que la cuota per capita de capital invertido va disminuyendo. En una economía de este tipo, el total de las pérdidas empresariales excede al c o n j u n t o de las ganancias. Quienes inciden en el error de operar con agrupaciones y entes colectivos tal vez inquieran cómo sería posible la actividad empresarial b a j o un sistema de tal índole. ¿ C ó m o podría nadie lanzarse a empresa alguna si de a n t e m a n o sabía que la probabilidad matemática de sufrir en la misma pérdidas era mayor que la de alcanzar beneficios? El p l a n t e a m i e n t o es, sin embargo, inexacto. Los empresarios, al igual que el resto de las gentes, no actúan como m i e m b r o s pertenecientes a determinada clase, sino como puros individuos. N a d a le i m p o r t a al empresario 10 que pueda suceder al resto del estamento empresariaL N i n g u n a preocupación suscita en su á n i m o la suerte de aquellas otras personas que el teórico, por razón de determinadascaracterísticas, cataloga como m i e m b r o de la misma clase en la que a él se le incluyó. En la vivie.nte y p e r p e t u a m e n t e cambiante sociedad de mercado, para el empresario perspicaz siempre hay posibilidades de cosechar beneficios. El que, den,, tro de u n a economía regresiva, el c o n j u n t o de las pérdidas supere el total de los beneficios 110 a m e d r a n t a a quien tiene confianza en su superior capacidad. El empresario, al planear la f u t u r a actuación, no recurre al cálculo de probabilidades, que, p o r otra parte, de nada le serviría para aprehender la realidad. El empresario fía tan sólo de su capacidad para comprender, m e j o r que sus conciudadanos de m e n o r perspicacia, el 456 Í.tí Acción Humana f u t u r o estado del mercado. La función empresarial, el obsesivo afán del empresario p o r cosechar ganancia, es la fuerza que impulsa la economía de mercado. Las pérdidas y las ganancias constituyen los resortes gracias a los cuales el imperio de los consumidores gobierna el mercado. La conducta de los consumidores engendra las pérdidas y las ganancias, detrayéndose, a su amparo, la propiedad de los medios de producción de las personas de m e n o r capacidad p a r a transmitirla a las gentes de mayor eficiciencia. Cuanto mejor ha servido a los consumidores, tanto más influyente en el m u n d o mercantil deviene una persona. Si no hubiera ni pérdidas ni ganancias, los empresarios ignorarían cuáles eran l a s . más urgentes necesidades de los consumidores. Y aun en el supuesto de que algunos de ellos lograran adivinar tales necesidades, nada podrían hacer, ya que les faltarían los necesarios medios para ajustar convenientemente la producción a los correspondientes objetivos. La empresa con fin lucrativo hállase inexorablemente sometida a la soberanía de los consumidores; las instituciones que no persiguen la ganancia crematística, en cambio, ni rinden cuentas ante las masas consumidoras, ni tienen por qué preocuparse del público. P r o d u c i r para el lucro implica p r o d u c i r para el consumo, ya que el beneficio sólo 10 cosechan quienes ofrecen a las gentes aquello que éstas con mayor urgencia precisan. Las críticas que moralistas y sermoneadores f o r m u l a n contra las ganancias fallan el blanco. No tienen la culpa los empresarios de que a los consumidores - a las masas, a los hombres c o m u n e s - les gusten más las bebidas alcohólicas que la Biblia, prefiriendo las novelas policiacas a la literatura seria, ni tampoco cabe responsabilizarles de que los gobernantes antepongan los cañones a la mantequilla. El empresario no gana más vendiendo cosas «malas» que v e n d i e n d o cosas «buenas». Sus beneficios son tanto mayores cuanto mejor abastezca a los consumidores de aquellas mercancías que éstos con mayor intensidad, en cada caso, reclaman. Las gentes no ingieren bebidas tóxicas para hacer felices a los «capitalistas del alcohol»; ni van a la guerra para enriquecer a los «traficantes de la muerte». La industria de armamentos existe p o r q u e hay mucha belicosidad; no es a q u é l l a l a causa de ésta, sino su efecto. 457 El mercado No compete, desde luego, al empresario m u d a r , por otras mejores, las erróneas ideologías imperantes; corresponde, p o r el contrario, a intelectuales y filósofos el o r i e n t a r el pensamiento popular. Aquél no hace más que servir dócilmente a los consumidores tal como - p o s i b l e m e n t e malvados e ignorant e s - e n cada m o m e n t o son. Cabe admirar a quienes rehuyen el lucro que, p r o d u c i e n d o armas o bebidas alcohólicas, p o d r í a n cosechar. C o n d u c t a tan laudable, sin embargo, no pasa de ser mero gesto carente de trascendencia, pues, aun cuando todos los empresarios y capitalistas a d o p t a r a n idéntica actitud, no p o r ello desaparecería la guerra ni la dipsomanía. Como acontecía en el m u n d o precapitalista, los gobernantes fabricarían armas en arsenales propios, mientras los bebedores destilarían p r i v a d a m e n t e sus brebajes. LA CONDENACION MORAL DEL BENEFICIO Procede el beneficio, como se viene diciendo, de haber sido previamente variado, con acierto, el empleo dado a ciertos factores de producción, tanto materiales como humanos, acomodando su utilización a las mudadas circunstancias del mercado. Son precisamente las gentes a quienes tal reajuste de la producción favorece' las que, compitiendo entre sí por hacer suyas las correspondientes mercancías, engendran el beneficio empresarial, al pagar precios superiores a los costos en que el productor ha incurrido. Dicho beneficio no es un «premio» abonado por los consumidores al empresario que más cumplidamente está atendiendo las apetencias de las masas; brota, al contrario, del actuar de esos afanosos compradores que, pagando mejores precios, deshancan a otros potenciales adquirentes que también hubieran querido hacer suyos unos bienes siempre en limitada cantidad producidos. Las gentes suelen calificar de beneficios los dividendos que las empresas mercantiles reparten. Pero, en realidad, 10 que el accionista percibe está compuesto, por un lado, del interés correspondiente al capital aportado y, por otro, en su caso, de beneficio empresarial propiamente dicho. Cuando no es próspera la marcha de la empresa, el dividendo llega hasta a desaparecer y, aun cuando 458 Í.tí Acción Humana algo con este nombre se pague, es posible que tal suma únicamente contenga interés, pudiendo la misma a veces ser tan corta que parte del capital quede sin tan siquiera tal retribución. Socialistas e intervencionistas califican de rentas no ganadas tanto al interés como al beneficio empresarial; entienden que empresarios y capitalistas obtienen tal provecho a costa del trabajador, quien deja así de percibir una parte de lo que en justicia le corresponde. Para tales ideólogos es el trabajo la exclusiva causa de valor del producto, de suerte que cuanto las gentes paguen por la correspondiente mercancía debe ir íntegramente a retribuir a quienes la elaboraron. Lo cierto, sin embargo, es que el trabajo, per se. produce bien poco; sólo cuando va acompañado de previo ahorro y previa acumulación de capital deviene fecundo. Las mercancías que el público se disputa son producidas gracias a una acertada dirección empresarial que convenientemente ha sabido combinar el trabajo con los instrumentos de producción y demás factores de capital necesarios, Los capitalistas, cuyo ahorro crea y mantiene los instrumentos productivos, y los empresarios, que orientan tal capital hacia aquellos cometidos que mejor permiten atender las más acuciantes necesidades de las masas consumidoras, constituyen figuras no menos imprescindibles que los trabajadores en toda fabricación. Carece de sentido atribuir la totalidad del valor producido a quienes sólo aportan su actividad laboral, olvidando por completo a aquellos que igualmente contribuyen al resultado con su capital y con su pensamiento empresarial, No es la mera fuerza física lo que produce los bienes que el mercado solicita; preciso es sea acertadamente dirigida hacia específicos objetivos. Tiene, en verdad, cada vez menos sentido el ensalzar la pura labor manual, siendo así que hoy en día, al ir aumentando la riqueza general, crece de continuo la fecundidad del capital y mayor es el papei que desempeñan, en los procesos productivos, las máquinas y herramientas. Los maravillosos progresos económicos de los últimos doscientos años fueron conseguidos gracias a los bienes de capital que los ahorradores engendraran y a la intelectual aportación de una élite de investigadores y empresarios. Las masas de trabajadores manuales, en cambio, se beneficiaron de una El mercado 459 serie de mutaciones, las cuales ellos no sólo no provocaron, sino que, frecuentemente, procuraron por todos los medios impedir. CONSIDERACIONES EN TORNO A LOS MITOS DEL SUBCONSUMO Y DE LA INSUFICIENTE CAPACIDAD ADQUISITIVA DE LAS MASAS Al hablar de subconsumo, represéntase una situación económica en la cual una parte de los bienes producidos queda incolocada por cuanto aquellas persunas que los habían de adquirir son tan pobres que no pueden pagar los correspondientes precios. Tales mercancías quedan invendidas. y si, en todo caso, sus fabricantes se empeñaran en colocarlas, habrían de reducir los precios hasta el punto de no cubrir los costos de producción. Los consiguientes trastornos y desórdenes constituyen la temida depresión económica. Los empresarios, desde luego, una y otra vez, inciden en el error al pretender adivinar la futura disposición del mercado, En vez de producir aquellos bienes que los consumidores con mayor intensidad demandan, ofrécenles mercancías menormente deseadas o aun cosas carentes de interés, Tan torpes empresarios sufren pérdidas, mientras se enriquecen sus competidores más perspicaces, que lograron columbrar los deseos de los consumidores. Las pérdidas del primer grupo de empresarios no las provoca un retraimiento general del público o comprar; aparecen, simplemente, por cuanto las gentes prefieren comprar otras mercancías. No se varía el planteamiento ni aun admitiendo, como supone el iniio del subconsumo, que, si los trabajadores son tan pobres que no pueden adquirir los bienes producidos, ello es porque empresarios y capitalistas aprópianse de riquezas que, en justicia, deberían corresponder a los asalariados. Los «explotadores», sin embargo, evidentemente, no explotan por mero capricho. Lo que buscan, según afirman los expositores de las ideas en cuestión, es incrementar, a costa de los «explotados», su propia capacidad consumidora o inversora. El «botín» así conseguido, sin embargo, no desaparece del mundo. Los «explotadores», o se lo gastan comprando objetos suntuarios que consumen, o lo invierten en 460 Í.tí Acción Humana factores de producción, con miras a ampliar sus personales beneficios, La demanda así desatada por éstos se refiere, desde luego, a bienes distintos de aquellos que los asalariados habrían adquirido si las aludidas ganancias empresariales hubieran sido confiscadas y su importe entregado a los trabajadores. Los errores del empresariado, al pretender adivinar la futura disposición del mercado que aquella «expoliación» estructurara, provocan los mismos efectos que cualesquiera otros yertos empresariales. Tales equivocaciones las pagan los empresarios ineptos con perdidas, mientras incrementan sus beneficios los empresarios de superior perspicacia. Unas firmas se arruinan, mientras otras prosperan. Ello, sin embargo, en modo alguno supone provocar la temida depresión o crisis general. El mito del subconsumo no es más que un disparate, carente de base e íntimamente contradictorio. Se desmorona tan pronto como seriamente pretendemos abordarlo. Resulta a todas luces improcedente, aun admitiendo la inadmisible tesis de la «explotación» del obrero. El argumento referente a la insuficiente capacidad adquisitiva de las masas es algo distinto. Reza que el alza de salarios constituye requisito previo a toda expansión de la producción, Si no se incrementan los salarios, ocioso es que la industria amplíe la producción o mejore la calidad, pues, o bien no habrá compradores para esa nueva producción, o bien la misma habrá de ser colocada a base de que los consumidores restrinjan sus adquisiciones de otras mercancías. El desarrollo económico exige un alza continua de los salarios. La coacción y compulsión estatal o sindical que fuerza la subida de los sueldos constituye decisiva palanca de progreso. Según antes quedara evidenciado, la aparición de un superávit entre las totales ganancias y las totales pérdidas empresariales, en favor de las primeras, fatalmente presupone que parte de los beneficios derivados del incremento del capital disponible o del perfeccionamiento de los procedimientos técnicos haya ya, de antemano, enriquecido a los estamentos no empresariales. El alza de los factores complementarios de producción, el de los salarios en primer lugar, no es merced que los empresarios, a regañadientes, hagan a los demás, ni estratagema que hábilmente ingenien para El mercado 461 incrementar las propias ganancias. Estamos, por el contrario, ante un fenómeno necesario e inevitable que esa misma cadena de sucesivos eventos, puesta en marcha por el empeño empresarial de obtener lucro, provoca inevitablemente ajusfando la producción a la nueva situación. El propio proceso que engendra un excedente de beneficios sobre pérdidas empresariales da lugar, primero — e s decir, antes de que tal excedente aparezca—, a que surja una tendencia alcista en los salarios, así como en los precios de muchos factores materiales de producción. Es más; ese mismo proceso, paulatinamente, iría haciendo desaparecer el repetido excedente de beneficios sobre pérdidas si no surgieran nuevos eventos que vinieran a incrementar la cuantía de los disponibles bienes de capital. El excedente en cuestión no es engendrado por el aumento de los precios de los factores de producción; ambos fenómenos —el alza del precio de los factores de producción y la aparición del tan repetido excedente de beneficios sobre pérdidas-— constituyen distintas fases de un único proceso puesto en marcha por el empresario para acomodar la producción a la ampliación de las disponibilidades de bienes de capital y a los progresos técnicos. Sólo en tanto en cuanto tal acomodación previamente enriquezca a los restantes sectores de la población, puede surgir ese meramente temporal excedente empresarial. El error básico de! argumento del poder adquisitivo estriba en cjue desconoce la apuntada relación de causalidad. Trastoca por completo el planteamiento al afirmar que es el alza de los salarios e! impulso que provoca el desarrollo económico. Examinaremos más adelante los efectos que provocan la acción estatal, así como la violencia sindical, al implantar salarios superiores a los que prevalecerían en un mercado libre de injerencias 34 . De momento, sólo interesa llamar la atención del lector sobre lo siguiente. AI hablar de pérdidas y de ganancias, de precios y de salarios, referímonos siempre a beneficios y pérdidas reales, a precios y salarios efectivos. El no advertir la diferencia entre términos puramente monetarios y términos reales ha inducido a muchos al " Vid. pógs, 1111-1126. Í.tí Acción Humana 462 error, i s r e asunto será igualmente estudiado a fondo en subsiguientes capítulos. Conviene, desde ahora, sin embargo, dejar sentado que un alza real de los salarios puede producirse pese a una rebaja nominal de los mismos. 10. PROMOTORES, DIRECTORES, TÉCNICOS Y FUNCIONARIOS El empresario contrata los servicios de los técnicos, es decir, de aquellas personas q u e tienen la capacidad y la destreza necesarias para ejecutar clases y cuantías de trabajo determinadas. E n t r e el personal técnico incluimos los grandes inventores, los destacados investigadores de las ciencias aplicadas, los constructores y proyectistas, así c o m o los ejecutores de las más simples tareas manuales. T a m b i é n cae d e n t r o de ese g r u p o el empresario, en la medida en q u e p e r s o n a l m e n t e contribuye a la ejecución técnica de sus planes empresariales. El técnico aporta su p r o p i o trabajo y esfuerzo; sin embargo, es el empresario, como tal empresario, quien dirige tal aportación laboral hacia la consecución de metas definidas. En esta última función, el empresario actúa a m o d o de m a n d a t a r i o de los consumidores. El empresario no p u e d e estar en todas partes. Resúltale imposible personalmente atender los múltiples asuntos q u e es preciso vigilar. P o r q u e el acomodar la producción al m e j o r servicio posible de los consumidores, proporcionándoles aquellos bienes q u e más u r g e n t e m e n t e precisan, no consiste, exclusivamente, en trazar planes generales para el aprovechamiento de los recursos disponibles. Tal tarea es, desde luego, la f u n ción principal de empresarios, p r o m o t o r e s y especuladores. Pero, con independencia de esos proyectos generales, preciso es igualmente practicar otras muchas actuaciones secundarias. Cualquiera de estas complementarias tareas, contrastada con el resultado final, tal vez parezca de escasa m o n t a . Sin embargo, el efecto acumulativo de sucesivos errores en la resolución de esos p e q u e ñ o s asuntos p u e d e f r u s t r a r el é x i t o de planes perfectamente trazados en sus líneas maestras. Y es más; tales errores implican malbaratar factores de producción, siempre El mercado 463 escasos, p e r j u d i c a n d o con ello la m e j o r satisfacción de las necesidades de los consumidores. Conviene advertir la diferencia esencial e n t r e estos cometidos y aquellas f u n c i o n e s tecnológicas en p r i m e r t é r m i n o aludidas. La ejecución de cualquier proyecto empresarial, mediante el cual se p r e t e n d e plasmar específico plan general de acción, exige a d o p t a r múltiples disposiciones de m e n o r rango. Cada una de estas actuaciones secundarías ha de practicarse sobre la base de preferir siempre aquella f ó r m u l a que, sin p e r t u r b a r el plan general de la operación, resulte la más económica. Conviene, en estos aspectos, evitar c u i d a d o s a m e n t e cualesquiera costos superfluos, por lo m i s m o q u e d e b e n ser rehuidos en el plan general. El profesional, desde su p u n t o de vista puram e n t e tecnológico, quizá no vea diferencia alguna e n t r e las diversas f ó r m u l a s q u e permiten resolver d e t e r m i n a d o problema; quizás incluso prefiera u n o de dichos m é t o d o s sobre la base de la mayor productividad material del m i s m o . El empresario, en cambio, actúa i m p u l s a d o p o r el afán de lucro. De ahí q u e se vea obligado a preferir la solución más económica, es decir, aquella q u e p e r m i t a prescindir del c o n s u m o del mayor n ú m e r o posible de factores de producción, cuya utilización impediría llegar a satisfacer otras necesidades de superior trascendencia para los consumidores. O p t a r á , pues, entre los diversos m é t o d o s considerados iguales p o r los técnicos, prefir i e n d o aquel q u e requiera un gasto m e n o r . Tal vez rechace el m é t o d o de superior productividad material, si bien más costoso, en razón a q u e su previsión le indica q u e ese incremento de la producción no será b a s t a n t e para compensar el mayor gasto q u e implica. El empresario ba de cumplir fielmente su función, consistente en acomodar la producción a la demanda de los c o n s u m i d o r e s — s e g ú n q u e d a reflejada en los precios del m e r c a d o — no sólo c u a n d o se trata de los grandes acuerdos y planes, sino también a diario, resolviendo todos esos pequeños p r o b l e m a s q u e suscita la gestión n o r m a l de los negocios. El cálculo económico, q u e el m e r c a d o practica, y, particularmente, la contabilidad p o r partida doble, permiten que el empresario no tenga q u e ocuparse personalmente de muchos de los aludidos detalles. P u e d e así concentrarse en los 464 Í.tí Acción Humana problemas decisivos, despreocupándose de un mare magnum de minucias que, en su totalidad, resultarían imposibles de abarcar por cualquier m e n t e h u m a n a . Cábele en este sentido, buscar colaboradores que se cuiden de determinadas tareas empresariales de o r d e n secundario. Tales colaboradores, por su parte, también pueden buscar la ayuda de auxiliares, dedicados a a t e n d e r cometidos aún más simples. Es así como se estructura la jerarquía empresarial. El director viene a ser, como si dijéramos, un h e r m a n o m e n o r del empresario, sin que a estos efectos interesen las concretas condiciones contractuales y crematísticas de su trabajo. Lo trascendente es que el p r o p i o interés económico indúcele al director a atender, con la m a y o r diligencia, aquellas f u n c i o n e s empresariales q u e , en una esfera de acción limitada y precisamente acotada, le son confiadas. Gracias a la contabilidad por partida doble p u e d e f u n c i o n a r el sistema directoría! o gerencial. P e r m i t e al empresario comp u t a r separadamente la operación de los diversos sectores q u e integran su empresa y la utilidad de cada u n o de ellos. Resúltale así posible contemplar dichos sectores c o m o si de entidades independientes se tratara y valorarlos con arreglo a su respectiva contribución al éxito del negocio. En el marco del aludido sistema de cálculo mercantil, cada sección equivale a integral e n t i d a d ; es, por decirlo así, una operación independiente. Se supone q u e cada una «posee» d e t e r m i n a d a proporción del capital social; q u e compra y vende a otras secciones; q u e tiene gastos e ingresos propios; que provoca beneficio u origina q u e b r a n t o , q u e se imputa a la misma, i n d e p e n d i e n t e m e n t e de los resultados o b t e n i d o s por las demás divisiones. El e m p r e sario p u e d e , por tanto, conceder al director de cada una de ellas e n o r m e independencia. La norma única q u e da a la persona a quien confía la dirección de un específico asunto es la de q u e , con su gestión, produzca el mayor beneficio posible. El simple examen de las correspondientes cuentas evidenciará, después, en q u é proporción t r i u n f ó o fracasó en la consecución de tal objetivo. El director o subdirector responde de la marcha de su sección o subsección. Si la contabilidad indica q u e la misma ha sido provechosa, él se apunta el t a n t o ; por el contrario, El mercado 465 cuando haya pérdidas, éstas irán en su descrédito, Es el p r o p i o interés lo q u e le induce a a t e n d e r , con el m á x i m o celo y dedicación, la marcha de lo a él e n c o m e n d a d o . Si s u f r e pérdidas, el empresario o le reemplazará por otra persona o liquidará el asunto. El director, en todo caso, pierde, al q u e d a r despedí do. Por el contrario, si triunfa y produce beneficios, incrementa sus ingresos o, al menos, no corre el riesgo de verse privado de ellos. El q u e tenga o no participación en los beneficios carece de importancia por lo que atañe a ese personal interés q u e se ve constreñido a p o n e r en los resultados de las operaciones a él confiadas. Su propio bienestar, cn cualquier caso, d e p e n d e d i r e c t a m e n t e de la buena marcha del c o m e t i d o que dirige. La función del director no estriba, como la del técnico, en realizar una determinada obra, con arreglo al sistema que le haya sido p r e f i j a d o . Consiste, por el contrario, en a j u s t a r — s i e m p r e d e n t r o de los preestablecidos límites en que discrecionalmente puede a c t u a r — la marcha de la empresa a la situación del mercado. Ahora bien, al igual q u e el empresario p u e d e reunir en su persona funciones empresariales y técnicas, también cabe q u e el director d e s e m p e ñ e , al tiempo, cometidos de diverso o r d e n . La f u n c i ó n directorial o gerencia! hállase siempre en relación de subordinación con respecto a la empresarial. M e d i a n t e aquélla, p u e d e el empresario descargarse de algunas de sus obligaciones menores; nunca cabe, sin embargo, q u e el director sustituya al empresario. Tal error brota de no saber diferenciar la categoría empresarial, según aparece en la imaginaria construcción de la distribución de funciones, de la que surge en una economía de mercado viva y activa. La función del empresario no p u e d e ser desligada del decidir q u é empleo debe darse a los factores de producción en o r d e n a la plasmación de tareas específicas. El empresario controla los factores de producción; dicho control es el q u e le coloca en posición de obtener beneficios o s u f r i r pérdidas de tipo empresarial, Cabe, en algunos casos, retribuir al director proporcionalm e n r e a la medida en q u e su sección haya c o n t r i b u i d o a los beneficios obtenidos por el empresario. P e r o ello carece de trascendencia. Según antes se decía, el director tiene siempre so 466 Í.tí Acción Humana interés personal en que p r o s p e r e aquel sector c o n f i a d o a su tutela. Ello no o b s t a n t e , nunca llega a ser p a t r i m o n i a l m e n t e responsable de las pérdidas. Tales q u e b r a n t o s recaen exclusivam e n t e sobre los propietarios del capital invertido. No es posible transferirlos al director. La sociedad p u e d e , sin temor, dejar en manos de los propietarios de los factores de producción el decidir q u é empleo convenga más dar a los mismos. Al lanzarse a operaciones específicas, dichos propietarios se juegan su posición social, sus propiedades y riquezas personales. M a y o r interés incluso q u e la sociedad tienen ellos en el b u e n fin de la propia actividad. P a r a el c o n j u n t o de la sociedad, la p é r d i d a del capital invertido en d e t e r m i n a d o negocio implica sólo la desaparición de una p e q u e ñ a p a r t e de sus f o n d o s totales; para el propietario, en cambio, supone m u c h o más; f r e c u e n t e m e n t e , la ruina total. La cosa, en cambio, por completo varía cuando se trata de dar carta blanca al director, pues, en tal caso, éste lo q u e hace es especular con d i n e r o ajeno. No contempla el riesgo al igual q u e quienes, en cambio, van a responder p e r s o n a l m e n t e de posibles pérdidas. R e t r i b u i r l e a base de participación en beneficios incrementa, muchas veces, su temeridad, por c u a n t o está a las ganancias, p e r o n u n c a a los q u e b r a n t o s . El suponer que la f u n c i ó n gerencia I c o m p r e n d e toda la actividad empresarial y el imaginar q u e p u e d e el director reemplazar sin m e r m a al empresario constituyen espejismos provocados p o r una e r r ó n e a apreciación de q u é sean las sociedades anónimas, las entidades mercantiles típicas del m o d e r n o m u n d o de los negocios. Asegúrase q u e los gerentes y directores a sueldo son quienes en verdad llevan las compañías anónimas, qued a n d o relegados los socios capitalistas a la f u n c i ó n de meros espectadores pasivos. Unos c u a n t o s funcionarios asalariados concentran en sus manos todo el poder decisorio. Los accionistas resultan ociosos y vanos; no hacen más que lucrarse con el t r a b a j o ajeno. Quienes así piensan desconocen por completo el papel q u e el mercado del d i n e r o y del capital, de acciones y valores mobiliarios en general, es decir, eso q u e , con toda justeza, suele denominarse simplemente «el mercado», juega en la vida de El mercado 467 las empresas. Los populares prejuicios anticapitalistas vilipendian las operaciones que en dicho mercado se practican, calificándolas de m e r a s especulaciones y lances de azar. P e r o la verdad es que las variaciones registradas por los cambios de las acciones y demás valores mobiliarios son los medios a cuyo a m p a r o los capitalistas gobiernan el m o v i m i e n t o del capital. Aquella estructura de precios e n g e n d r a d a p o r las especulaciones realizadas en los mercados del d i n e r o y del capital, así c o m o en las g r a n d e s bolsas de mercancías, no sólo d e t e r m i n a n c u á n t o capital hay disponible para llevar adelante las operaciones de cada compañía, sino q u e crea, además, un estado de cosas al q u e deben en sus actuaciones ajustarse minuciosamente los directores. Son los accionistas y los m a n d a t a r i o s de su elección, los consejeros, quienes trazan las líneas a q u e ha de ajustarse la actuación de las sociedades. Los consejeros n o m b r a n y despiden a los directores. En las compañías pequeñas y, a veces, también hasta en algunas de mayores proporciones, los propios consejeros reúnen en su persona las funciones en o t r o s casos asignadas a los directores. En ú l t i m a instancia, jamás una empresa próspera hállase controlada por gentes a sueldo. La aparición de una t o d o p o d e r o s a clase directorial no constituye f e n ó m e n o que la economía de m e r c a d o provocara. Antes al contrario, dicho f e n ó m e n o es f r u t o de una política intervencionista, q u e conscientemente p r e t e n d e aniquilar el poder de los accionistas sometiéndoles a disimulada confiscación. En Alemania, Italia y A u s t r i a constituyó esta política paso previo para, en definitiva, reemplazar la libre empresa por el control estatal del m u n d o de los negocios; lo m i s m o sucedió en la G r a n Bretaña, p o r lo q u e al Banco de Inglaterra y a los ferrocarriles se refiere. Tendencias similares prevalecen en los E s t a d o s Unidos en lo a t i n e n t e a las empresas de servicios públicos. Las maravillosas realizaciones plasmadas p o r las sociedades mercantiles no pueden ser atribuidas a la actuación de ninguna oligarquía directorial contratada a sueldo; antes al contrario, f u e r o n engendradas p o r gentes identificadas con unas empresas, en razón a q u e e r a n propietarias de i m p o r t a n t e s paquetes o de la mayoría 468 Í.tí Acción Humana de sus acciones, individuos a quienes muchos vilipendian tild á n d o l e s de especuladores y logreros. El empresario resuelve, por sí solo, sin intervención de director alguno, en q u é negocios va a emplear el capital, así c o m o la cuantía del mismo q u e le conviene invertir. Amplía o reduce su empresa y las secciones que la integran y traza los correspondientes planes financieros. Estos son los problemas f u n d a m e n t a l e s a resolver en el m u n d o de los negocios. T a n t o en las sociedades anónimas como en las demás entidades mercantiles la resolución de dichos e x t r e m o s recae exclusivamente sobre el empresario. Cualesquiera asesoramientos que en tales materias aquél pueda buscar son meras ayudas; tal vez p o n d e r e , desde un p u n t o de vista legal, estadístico o técnico, las circunstancias concurrentes; ahora bien, la decisión final, que implica s i e m p r e enjuiciar y pronunciarse sobre el f u t u r o estado del mercado, sólo el empresario p u e d e adoptarla. La ejecución del correspondiente plan, una vez decidido, es lo único q u e éste confía a sus directores. La actuación de la élite directorial, para el b u e n funcionam i e n t o de la economía de mercado, resulta de tanta trascendencia c o m o la actuación de la élite de los inventores, los técnicos, los ingenieros, proyectistas, científicos y h o m b r e s de laboratorio. Son muchas las personas de excepcional valía que laboran por la causa del progreso económico. Los b u e n o s directores perciben elevadas retribuciones y, f r e c u e n t e m e n t e , tien e n participación en los beneficios de la empresa. Muchos son los q u e acaban siendo, ellos mismos, capitalistas y empresarios. La función de director, sin embargo, es esencialmente distinta de la de empresario. Constituye error grave el asimilar empresarios y directores c o m o se hace al c o n t r a p o n e r , en el lenguaje vulgar, el « e l e m e n t o patronal» y el «elemento o b r e r o » . Se trata, en este caso, desde luego, de una asimilación intencionadamente buscada. Mediante ella, se pretende enmascarar la radical diferencia existente entre las funciones del empresario y las de los directores entregados a la mera gestión del negocio. La estructura de las entidades mercantiles, la distribución del capital e n t r e las diversas ramas de la producción y las distintas empresas, el volu- El mercado 469 men y clase de las plantas fabriles, de los comercios y explotaciones, creen las gentes, son hechos dados, p r e s u p o n i e n d o q u e no habría cambio ni modificación alguna de producirse en el f u t u r o , como si la producción h u b i e r a de proseguir siempre por los mismos trillados caminos. En un m u n d o estacionario, desde luego, no hay lugar para innovadores ni p r o m o t o r e s ; la cifra total de beneficios es igual a la cifra total de pérdidas. P e r o basta, simplemente, con c o m p a r a r la e s t r u c t u r a de los negocios americanos en el a ñ o 1945 con la de los mismos en 1 9 1 5 , para evidenciar el e r r o r en q u e incide d i c h o pensamiento. A h o r a bien, aun en un m u n d o estacionario, carecería de sentido el conceder al « e l e m e n t o o b r e r o » intervención en la dirección de los negocios, como un slogan h a r t o p o p u l a r reclama. La plasmación de tal postulado implicaría implantar el sindicalismo 25. Se p r o p e n d e hoy también a c o n f u n d i r a los directores con los funcionarios burocráticos. La administración burocrática, c o n t r a p u e s t a a la administración que persigue el lucro, es aquella q u e se aplica en los d e p a r t a m e n t o s públicos encargados de provocar efectos cuyo valor no p u e d e ser m o n e t a r i a m e n t e c i f r a d o . El servicio de policía es de trascendencia s u m a para salvaguardar la cooperación social; beneficia a todos los m i e m b r o s de la sociedad. Tal p r o v e c h o , sin e m b a r g o , carece de precio en el mercado; no p u e d e ser o b j e t o de compra ni de v e n t a ; resulta, por tanto, imposible contrastar el resultado o b t e n i d o con los gastos efectuados. H a y , desde luego, ganancia; p e r o se trata de un beneficio q u e no cabe reflejar en términos monetarios. Ni el cálculo económico ni la contabilidad por partida doble p u e d e n , en este supuesto, aplicarse. No es posible atestiguar el éxito o el fracaso de un d e p a r t a m e n t o de policía m e d i a n t e los procedimientos aritméticos que en el comercio con fin lucrativo se emplean. No hay contable alguno q u e p u e d a p o n d e r a r si la policía o d e t e r m i n a d a sección de la misma ha p r o d u c i d o ganancia o pérdida, " Vid. págs. 1171-1183. 470 Í.tí Acción Humana La cuantía ele las inversiones q u e proceda efectuar en cada rama industrial la d e t e r m i n a n , con sus actuaciones, los consumidores. Si la industria del automóvil triplicara su capital, los servicios q u e p r e s t a al público, i n d u d a b l e m e n t e , resultarían mejorados. H a b r í a más coches. A h o r a bien, esa expansión de la industria automovilística detraería capital de otros sectores de la producción q u e atienden necesidades más u r g e n t e m e n t e sentidas por los consumidores. Tal circunstancia daría lugar a q u e la aludida expansión, de Ja industria automovilística originara pérdidas, mientras se i n c r e m e n t a b a n los beneficios de aquellas otras ramas industriales. En su afán por lograr el mayor beneficio posible, los empresarios vense obligados a destinar a cada rama industrial sólo el capital que p u e d e ser invertido sin p e r j u d i c a r la satisfacción de o t r a s m á s perentorias necesidades de los consumidores. De esta suerte, la actividad empresarial hállase g o b e r n a d a , digamos, a u t o m á t i c a m e n t e , p o r la v o l u n t a d de los consumidores, según q u e d a ésta reflejada en la e s t r u c t u r a de los precios de los bienes de c o n s u m o . En la asignación de los f o n d o s destinados a financiar los gastos estatales 110 existe, en cambio, análoga mecánica limitativa. Es indudable q u e los servicios q u e el d e p a r t a m e n t o de policía de la ciudad de Nueva Y o r k p r e s t a se m e j o r a r í a n notab l e m e n t e si fuera triplicada la c o r r e s p o n d i e n t e consignación presupuestaria. P e r o el problema consiste precisamente en det e r m i n a r si dicha mejora justifica o bien el reducir los servicios prestados por otros d e p a r t a m e n t o s municipales — l o s de sanid a d , por e j e m p l o — o b i e n el restringir la capacidad adquisitiva de los contribuyentes. Cuestión es ésta q u e no p u e d e ser resuelta acudiendo a la contabilidad del d e p a r t a m e n t o de