Cartas de ánimo. Querid@ cómplice: Si estás leyendo esta carta, déjame decirte que soy toda una afortunada. No lo eres tú, que te han llegado las humildes palabras de aliento de una joven argentina que quiere dar fuerzas a alguien por no poder dárselo cercanamente a los suyos. Te contaré algo, ya que siento que poco a poco entramos en confianza… hace casi unos cuatro años, yo también me encontraba como tú, en el hospital, con una de esas horrorosas batas que se te ve el culo aunque intentes disimularlo, entre hostias y tal vez unas cuantas “puteadas” (como solemos decir los tan mal hablados argentinos, me sabrás disculpar la expresión), llena de incertidumbres, y de angustia. Pero sabes qué, esos momentos me han llenado de mucha, y cuando digo mucha, es MUUUUUUCHA sabiduría y gratitud. Aprendí tantas cosas. Es una frase muy trillada la que dice que “Tu segunda vida comienza cuando te das cuenta que solo tienes una” y así es. Con todo lo que me ha pasado descubrí el encanto de la vida simple. Aprendí a amar cada detalle que estaba ahí frente a mis narices cada mísero día de mi vida y que antes no lo veía. Aprendí a oler las flores con el alma. Aprendí a besar el cielo con las manos. A acariciar el suelo con mis ojos. Te parecerán tonterías. Aprendí tantas, tantas cosas. Hoy voy por la calle y sonrío, agradecida de estar viva, de pisar este mundo un día más. Pero lo más importante es que aprendí que cada día de nuestra existencia cuenta y es un regalo. Estamos aquí para saber que venimos a algo, y si hoy estas en esta situación es porque tú tienes que superarla y porque te aseguro, que después de esto, serás otro. No dejes que esta circunstancia no te enseñe cuan valiosa es nuestra vida y cuan valiente eres por estar dándole batalla. Estamos todos contigo campeon@, para mí, ya sos un héroe/heroína. Y déjame contarte algo más. AMARCOR. Un día un viejito italiano al cual aprecio mucho, me enseñó que esa palabra significa recordar con el corazón. Te invito a que en estos días tan pero tan difíciles, intentes volver a las bases, a recuperar aquellos momentos que en tu vida te han hecho muy muy feliz, a recordar con el corazón. Cierra los ojos y pasa en tu cabeza como si fuesen fotografías las imágenes de esos recuerdos que te han llenado de felicidad, crea ese pequeño ritual de placer. Eso estará mejorando tu bienestar. Eso será un abrazo para tu alma, guerrer@. Ese será tu pequeño ritual de amor. Es mi humilde consejo. Siempre puedes desestimarlo. Ánimos campe@n, que la vida decide darle batalla a sus mejores guerreros. Yo soy uno de ellos, tú también lo eres. Estamos juntos en esta y ¡ESTO TAMBIÉN PASARÁ! Saldrás de esta y de muchas más! Cariños desde Barcelona, Connie Simioni Hola: Soy Rosi, una mujer de 73 años y os deseo todo lo mejor. Os deseo desde mi corazón que tengáis muchas fuerzas de vivir. Las cosas están difíciles pero se pueden arreglar, hay que ser muy positivo y rogar que Dios se apiade del mundo entero, tener mucha fe y rezar, que siempre es bueno. Tened mucha esperanza, que seguro que se acabara pronto, que tengáis mucha fuerza y ya veréis como estaremos todos juntos y felices. Un abrazo muy fuerte, Rosi Agudo Estimados contagiados, que pronto seremos casi todos, y resto de convalecientes no virales que padecéis las consecuencias: Ayer coloqué en mi balcón una pancarta diciendo “¡Oh, gran Mercado, ven a salvarnos!”. Muchos de mis vecinos no entenderán la ironía, y por eso, como diría el alcalde de Bienvenido Mister Marshall, merece una explicación. Y esta es, obviamente, que como tengamos que esperar a que nos salve el señor Mercado todopoderoso, lo llevamos claro. Vais a salir sanos y salvos de esta situación, pero va a ser gracias a las personas que os atienden –unas veces con más simpatía y pericia, otras menos–, y que han llegado a su puesto en la sanidad no por responder a criterios de mercado, sino, mucho antes y muy por encima, por su decisión de dedicarse a curar a los enfermos. Un comportamiento que queda fuera del Mercado, a quien por cierto nos obligan a rescatar cada dos por tres, y nunca al contrario. Os vais a salvar, sí, pero gracias a las personas que os atienden y limpian y alimentan en hospitales y sanatorios. Gente de carne y hueso como vosotros, que lo hacen no por razones crematísticas, que no bastarían para correr el riesgo preferente de contagiarse a vuestro lado. La razón por la que os cuidan y tienen verdadero interés en sanaros la encontramos fácilmente en nuestras propias familias, genéticas o de elección, eso da igual: es ese ‘mecanismo’ que haría a cualquiera de nosotros hacer cualquier cosa, lo que hiciera falta, por la salud de nuestros seres queridos. Y eso queda también fuera del Mercado. Y es la garantía de que vais (y vamos) a ser atendidos, por encima de la ley de la oferta y la demanda. Garantía mientras dure la humanidad. Vemos por la tele, sin embargo, cómo aún hay líderes mundiales que se permiten dibujar estrategias para la protección del Sagrado Mercado por encima de las vidas humanas y ambientales que se precisen. Primero salvemos la economía, cueste lo que cueste (y esta pandemia nos deja claro que se trata de miles de vidas humanas. ¿Valor de Mercado? Poco). Por favor, decidles a estos, desde la cama del sanatorio, lo que nos importa ahora el libre Mercado. Un trozo de ese mecanismo humano que valora la vida y nos dispone a comportarnos dignamente (primer grado del amor), en agradecimiento a la vida, está en cada una de vuestras cuidadoras y limpiadoras, personas gracias a las cuales saldremos adelante. Así que portaros bien... y mostrarles también agradecimiento, no por acertar en un intercambio comercial, que no es lo que os va a salvar. Un abrazo del siguiente en lista de espera, Víctor Ruiz Hola: No nos conocemos pero me gustaría acompañarte con unas palabras. Me llamo Isabel. Soy profesora en una universidad en Londres, a donde emigré debido a la última crisis. Hace unos días regresé a Madrid, mi ciudad natal, y en donde ya quisiera quedarme. Quiero mandarte mis ánimos y mis mejores deseos para una pronta recuperación. Espero que de una manera u otra te esté llegando y estés sintiendo el cariño de los tuyos. Junto a ellos, desde la distancia y aún sin conocernos personalmente, somos muchos pensando en ti. Tengo un sobrino de tres años y una sobrina de dos. Todas las tardes se unen al aplauso por las personas que te están cuidando, por las que nos están cuidando a todas, y por supuesto también por ti, para mandarte toda nuestra energía positiva. Esperamos con esperanza que pase pronto esta difícil situación que nunca imaginamos. Tenemos puesto el corazón en un futuro de empatía y solidaridad radicales, en una sociedad más justa organizada entorno a la vida, a sostenerla y a expandirla. En una nueva forma de vivir el día a día donde haya más tiempo y espacio para la familia, los seres queridos, los amigos y las vecinas. Mucha fuerza. Con cariño, Isabel ¡Hola!!! Soy María, tengo 23 años y os escribo desde mi casa en Peñíscola. Estos días pienso mucho en todos y todas las que estáis en vuestras habitaciones en un hospital, cómo lo estaréis pasando y qué sensaciones tendréis en este momento tan desconcertante que estamos viviendo. De todo corazón, espero que estéis con fuerzas para resistir y con esperanza y muchas ganas de disfrutar de nuestras vidas y nuestras cotidianidades cuando todo esto acabe. A mí me están llenando de alegría y calor las muestras de afecto y solidaridad espontáneas que se están dando: cómo se organizan en cada barrio para llevar los cuidados hasta quién más lo necesita, la potencia que se está demostrando que hay en la vulnerabilidad y los mimos comunitarios desde el apoyo mutuo. Por eso, esta carta es para que veáis que no estáis solos, somos un montón las que pensamos en vosotros y estamos deseando que os recupereis y volvamos a salir a la calle codo a codo... O mejor codo ya no, ¡que vuelvan a ser todo abrazos!!!! ¡Os envío mis mejores deseos y muchísimo ánimo!!! Aquí os dejo mi poesía preferida de Benedetti que siempre me da fuerza cuando la necesito No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo. No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero. Porque existe el vino y el amor, es cierto, porque no hay heridas que no cure el tiempo, abrir las puertas quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron. Vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos, No te rindas por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estás sola, porque yo te quiero. ¡NOS VEMOS EN LOS BARES!!!! María García Querid@ desconocid@: Te supongo cansad@, hart@ y preocupad@ después del susto diagnóstico y del tiempo que llevas ingresad@. Te supongo preocupad@ por la situación de tus personas queridas y por el riesgo de contagio, quizá por los dineros... Te supongo también aliviad@ de saber que estás en manos de gente competente y amorosa, que son profesionales como la copa de un pino detrás de sus escafandras. Si te da la impresión de que van a lo suyo, entiéndelo por favor, lo suyo es lo tuyo y están haciendo frente a unas exigencias enormes y trabajando en condiciones que, a veces, se acercan a lo precario. Todo el mundo les está más que agradecido y algun@s –cada día más– salimos puntualmente a aplaudir su trabajo y su generosidad todos los días a las 20:00. Esta es la hora en que salimos a aplaudir, por ejemplo, en Cataluña, ayer vi un video muy gracioso que me hizo pensar que en otros sitios salen a las 18:00. Para el caso, da igual. Ojalá esto sirva para que gente que se ha estado mirando el ombligo – convencid@s de que el suyo es más mono que el de los otr@s– caiga en la cuenta de que el planeta es uno como es una la humanidad. ¡Ojalá! Como no quiero marearte, me abstendré de explayarme sobre el temor –fundado, vistos los antecedentes– de que triunfe una vez más la idea ombliguista de que la salvación puede ser sectaria. Cuando salgas de tu encierro, te encontrarás que fuera del hospital las cosas han cambiado mucho. Estamos tod@s confinados: ni cine, ni teatro, ni bares, restaurantes o terrazas. Quien tiene la suerte de poder trabajar a distancia lo hace y tod@s aquell@s que conducen autobuses, atienden en el súper, en los colmados y carnicerías van protegidos con mascarillas y guantes, y supongo que la procesión irá por dentro. La epidemia ha podido hacer este camino, entre otras cosas, porque los gobiernos –me temo que todos, aunque solamente puedo afirmarlo de la Generalitat de Catalunya o de la Comunidad de Madrid– recortaron salvajemente las prestaciones sanitarias hace ahora doce años. De modo que los nuev@s diagnosticad@s se van a encontrar en una situación peor que la tuya. Espero que te restablezcas pronto y puedas abrazar a toda esa gente que echas ahora de menos. Y cuando salgas, por favor, no te olvides de que la humanidad es una, diversa por suerte, pero una. Muchos ánimos y un fuerte abrazo, Pilar Buenas tardes: No nos conocemos, pero te siento (os siento) muy cerca. Sé que lo estás pasando mal, no solo por el coronavirus sino por la otra enfermedad que estoy seguro que estáis padeciendo: la soledad y la incertidumbre. Estamos en un momento social muy complicado para todos y todas, pero sobre todo para vosotros que estáis con esa compañía indeseada. Y, en general, todo el mundo estamos sumidos en un mar de dudas sobre lo que devendrá el futuro: ¿podrá la vida?, ¿podrá la solidaridad y la cooperación entre todos?, ¿seremos capaces de tender lazos suficientemente fuertes entre nosotras como para salir de esta más fuertes y unidas? Pero voy a bajar a un plano más personal. Soy una persona mayor, de las que ahora llaman vulnerables. Ni siquiera sé si tengo coronavirus –creo que no–, porque en una situación como esta uno se vuelve hipocondriaco y los síntomas le acechan. También vivo solo y, aunque en la familia nos arropamos, en épocas de aislamiento como esta, la soledad obligada es dura. Por eso, leo mucho, estoy en las redes y hago muchas otras actividades. Incluso me estreso un poco de vez en cuando. Pero esta carta es para animarte (animaros). Te deseo que busques las fórmulas que mejor te vayan para ganar esta batalla que tienes que librar lo más pronto y de la mejor manera posible. El tiempo, que cuando queremos que pase se detiene y cuando queremos que se detenga vuela, pasará poco a poco y seguro que te recuperarás. He leído experiencias de personas que ya se han curado diciendo que es muy duro. Pero se les nota contentas. Seguro que esa dureza te sirve para que, una vez que pase, te sientas tú también más fuerte. Ya sé que te gustaría enriquecerte de otra manera, pero creo que es mejor afrontar las dificultades por positivo, y una vez que estás ahí... Mucho ánimo. Seguro que ganas esta batalla. Tú la tuya y, entre todos, la que tenemos que dar a nivel de la sociedad en su conjunto. Como decimos en Pamplona, ya falta menos. Un abrazo virtual muy grande, Javier Echeverría Querida persona desconocida: He estado pensando en qué decirte, porque no sé qué te gusta, en qué crees, cómo eres. Lo que sí sé es que te encuentras en un hospital y que, aunque tal vez lo que más te apetezca sea distraerte, no podrás evitar, imagino, hacerte preguntas. Preguntas importantes sobre la vida, sobre lo que es para nosotros, sobre lo que debería ser. Ha sido pensando en estas cosas cuando se me ha ocurrido algo de lo que me gustaría hablarte. Es el libro Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro. No sé si lo has leído, si no es así espero que lo hagas tras leer mi carta. Y si es así, espero que mi interpretación te haga sentir mejor. Cuando tengo miedo, cuando me frustra mi propia condición de ser humano y siento que nuestra forma física nunca podrá estar a la altura de nuestros sentimientos, ambiciones, esperanzas, este es el libro al que recurro -aunque solo sea pensado en él. Cuenta la historia de tres amigos: Kathy, Ruth y Tommy. La novela sitúa a los tres jóvenes en una realidad distópica de una posible Inglaterra. Allí, los tres protagonistas son clones de personas que desconocen y han sido creados para permitir el funcionamiento del sistema en el que viven. Este sistema, quizás no tan lejos del nuestro, cuenta con utilizar a las personas, como los tres protagonistas, como donantes de órganos. De esa manera, la parte de la población que se beneficia de este sistema está libre de enfermedades, como por ejemplo el cáncer, que antes eran incurables. A costa de que las vidas de otros sean una especie de sacrificio perpetuo. Cuando los clones llegan a la veintena, se les empiezan a quitar órganos. Kathy, Ruth y Tommy siempre han tenido, como tenemos nosotros, presente la muerte, presente la perspectiva de que su vida iba a ser esto, de que apenas al empezar a vivirla iban a desmoronarse progresivamente. Los tres han aceptado su porvenir, pero eso no les salva de la frustración y el deseo desesperado de que una fórmula mágica les ahorre lo inevitable. Poco a poco van perdiendo órganos, adaptándose a vivir sin ellos tras cada operación. Su amistad, a través de todo este proceso, les mantiene agarrados a un cierto sentido de dignidad. Se desmoronan poco a poco pero lo hacen unidos, con poca esperanza pero con el sueño de que su amor pueda salvarles. Parte de lo que guía al sistema en el que viven Kathy, Ruth y Tommy es que este no les ve como seres con alma. Esa falta de algo sagrado, a lo que se está atacando cuando se vulneran, de manera evidente, sus derechos humanos, es lo que permite que este sistema se perpetúe. Esta mirada es, creo yo, incluso más desalmada que el hecho en sí de la progresiva decadencia física. Lo físico puede ser vivido como un desafío común, algo trágico e inevitable, una realidad sin alternativa. Pero cuando se pone en duda el alma de los protagonistas, esto implica que su amistad, sus deseos, sus momentos, su existencia no valen nada, más que ser el mero acompañante de unos órganos que pertenecen a cuerpos ajenos. Al contrario de los guardianes del sistema en el que viven estos protagonistas, yo sí creo que tanto ellos como nosotros tenemos alma. También puede llamarse de otra manera, pero lo que quiero decir es que yo creo que importamos, más allá de lo que nuestros cuerpos nos dicten. Si nos paramos a pensarlo, todos somos un poco estos clones condenados a ir perdiendo partes poco a poco. Todos iremos decayendo, todos sabemos que, sin importar lo que nos ocurra tras perderlo o en lo que creamos, nuestro cuerpo es escalofriantemente temporal. Kathy, Ruth y Tommy simplemente lo viven de manera más inminente. ¿Y por qué recurro, cuando odio ser consciente de mi propia condición humana, a un libro tan distópico? Para empezar, porque ver escrito y exaltado lo que nos ocurre a todos me recuerda que soy parte de algo mucho más grande que yo. Segundo, porque la característica trágica de nuestra naturaleza humana merece ser reconocida. Tercero, porque al reconocer esto nos damos cuenta de lo qué es realmente importante, y de que el sistema en el que vivimos no debería explotarnos sino tener compasión y permitirnos vivir la versión más profunda, realizada y verdadera de nosotros mismos. Y, lo más importante, porque el libro me recuerda que, a pesar de la naturaleza trágica de nuestra existencia física, lo que realmente importa es lo que somos: y lo que somos no es nuestros cuerpos, sino lo que los mueve, lo que los hace vivos, lo que no se puede ver ni marchitar. Y lo que hacemos con ello, que es formar lazos significativos entre nosotros, imaginar, crear. La vida en los tiempos de la COVID-19 me recuerda un poco más todavía a Nunca me abandones. Nos puede tocar a cualquiera en cualquier momento. Es algo que escapa a nuestro control. Nos acerca a la muerte y a la fragilidad. Pero creo que, si el que haya irrumpido en nuestras vidas cataliza algo positivo, esto sería hacernos ver que lo que realmente importa lo llevamos dentro, y que ver eso nos une. Y, también, que la fragilidad debería generar unión, y no lo contrario. No sé cómo te encuentras, pero sea el que sea tu estado físico, espero que por dentro mantengas la consciencia de que nunca te abandonaremos, de que en ese no abandonarse mutuo esta la prueba de que nosotros, como Kathy, Ruth y Tommy, tenemos alma, aunque esta se nos niegue a menudo. Creo que saber esto es una de las cosas más importantes que podemos tener presentes, en cualquier momento de la vida. Aunque el cuerpo nos abandone --a todos, poco a poco--, hay personas que no lo hacen, hay sentimientos que no lo hacen. Pase lo que pase, nunca olvidemos eso. Espero que te recuperes pronto y leas --o releas-- el libro, seguro que con otros ojos (no por mí, sino porque vivimos en un momento que nos los está abriendo, o abriendo más, a todos). Estoy aquí para ti, un abrazo muy fuerte, Tiare Gatti Mora Querid@ desconocid@, Estás sol@ en una habitación, tienes una visita de media hora al día y el personal que te atiende va tan protegido que debe resultar distante por más que sea muy próximo y puedas contar con su absoluta y mejor dedicación. ¿Qué podría decirte para acompañarte? La vida afuera, la que hacemos aquellos que tenemos la suerte de mantener la salud, se ha vuelto una vida muy rara. Muchísima gente está confinada en casa, hay una prohibición de salir a la calle salvo para trabajar, ir a la farmacia, pasear al perro, ir a comprar alimentos y poca cosa más. No hay colegios, ni universidades, teatros, cines, gimnasios, salas de conciertos...todo está cerrado. Quien puede trabaja a distancia y quien no puede hacerlo así no trabaja. Cada día a las 20:00 sale más gente a balcones, terrazas y ventanas y aplaude a todas las personas que trabajan en la sanidad, personas que se encuentran protegiendo la vida de tod@s. Muchas cosas cambiarán cuando todo esto pase, o eso espero. El virus pone de manifiesto que el mundo es uno, como es una la humanidad. Espero que no te abandone la esperanza o, mejor dicho, que tú no te abandones. Por más que sea una situación dura de soportar, creo que, aunque puede que difícil, eso está en tu mano y te hará bien. Espero que te restablezcas pronto y que puedas salir del hospital y retomar tu vida cotidiana con las personas que quieres y que ahora mismo deben estar pensando en ti poniéndote una cara y un nombre. Un fuerte abrazo, Pilar Gómez Hola: Te escribo porque estás allí, sin los tuyos, sin las tuyas. No te conozco, pero escribiendo puedo apretar tu mano. Tengo un maestro que me ha dicho que, cuando estamos en un momento de peligro, tenemos que buscar compañía y si estar acompañados es imposible, tenemos que recordar lo que amamos. Me saltaría las reglas y te daría un abrazo en esa soledad tan repentina que te ha tocado. No olvides que dentro y fuera de ese espacio que ahora compartes con otros desconocidos está todo lo que has vivido, que nada te lo podrá quitar. No pienses en el futuro. Has subido a un barco en plena tormenta, solo resiste y recuerda que te estamos esperando. Un beso Iván Hernández Te presento mis respetos. Tan sólo hace unas horas empecé a pensar en escribirte. Sólo tú sabes cómo te sientes y cuánto necesitas escuchar el arrullo de una voz hermana, el batir de las olas en la playa, o la hojarasca arrastrándose hacia el sol de la primavera, pongamos por caso. Hasta hoy no nos habíamos dicho nada y ahora te hablo desde un lugar ignoto, misterioso, porque no está completamente dentro de mí, ni dentro de ti. Está en un nosotros recién estrenado, improbable, pero incontrovertible, propiciado por el azar de la anomalía biológica y los benévolos mensajeros. Debes saber que uno de mis poetas favoritos, el cantante Leonard Cohen, basaba su definición del amor en la capacidad de disculpar los defectos y poder ver más allá de las apariencias. A veces un poeta dice cosas bellas solo para seducir. En este caso, sin embargo, no daba puntada sin hilo. De ti lo ignoro casi todo. Pero tampoco necesito de las apariencias para suponer que no estás pasando por una buena racha, que ese cuerpo tuyo que todo lo resistió responde a la infección con números de equilibrista, que el dolor es una contingencia de mal gusto. Puesto que se dan las condiciones, permíteme desvelar el propósito último de esta carta: es una carta de amor, de amor ciego e incondicional. ¿Quién te iba a decir que recibirías una carta de amor en el hospital? ¿Quién me lo iba a decir a mí? Quizá nunca más volvamos a encontrarnos. Pero, ¿quién puede saberlo? Te deseo toda la suerte y una pronta recuperación. Hasta ahora no nos habíamos dicho nada, pero hoy nos encontramos en un lugar ignoto, misterioso, que no está completamente dentro de mí, ni dentro de ti. Cuenta a quien quiera escucharte que en ese lugar existe un nosotros efímero, improbable, pero incontrovertible, propiciado por el azar de la anomalía biológica y los benévolos mensajeros. Recibe el más afectuoso de los abrazos Ferrán Muiños Hola, querido o querida: Me llamo Virginia, tengo 31 años y vivo en Granada, donde trabajo. El resto de mi familia se encuentra en Almería: mis padres confinados en su casa. Mi hermano también, solo en su piso. Mi pareja es médico preventivista y, como te imaginarás, pasa prácticamente todo el día en el hospital. Yo tengo la suerte de poder teletrabajar desde casa, aunque a veces no sé si es suerte, ya que me paso todo el día sola y sin ver a nadie. El piso en donde vivimos de alquiler, como casi todos los vecinos, forma parte de una antigua corrala reformada. Las corralas son unas casas típicas andaluzas, muy bonitas, que se configuran en torno a un patio interior muy grande, que normalmente está lleno de macetas y por el que entra mucha luz. De esta forma, se evita el calor excesivo en verano y se obtiene mayor intimidad y silencio. En estos días, sin embargo, echo de menos no tener una visión de la “calle de verdad”. Nuestros tres o cuatro vecinos, además, creemos que se marcharon antes de que se decretara el aislamiento, probablemente a sus ciudades de origen con su familia. Paso el día rodeada de ese silencio, pero a las 20:00 salgo al balcón y me llega el rumor de aplausos y vítores desde la “calle de verdad”. Quiero decirte que me imagino perfectamente por lo que estás pasando, y que empatizo contigo. Yo, ya ves, no tengo razones para quejarme, porque ahora me encuentro bien de salud y por las noches puedo dormir con mi chico. No obstante, aún así a veces me pesa la soledad, tengo nula concentración y estoy algo preocupada por mis padres. Así que puedo imaginar cómo estás tú. Y nos digo, a ti y a mi: no pasa nada, esto acabará pasando. Te pondrás bien pronto, y volveremos a salir a la calle, y será primavera. Disfrutaremos aún más de las cosas más sencillas: un café en una terraza, un abrazo de alguien que nos quiere, un paseo por el barrio. Y seremos más fuertes, porque esto nos habrá servido para darnos cuenta de lo que somos capaces. Así que ahora cuídate mucho, y deja que te cuiden. Qué grandes profesionales sanitarios tenemos, ¿verdad? Incluso en todo este caos, aparte de hacer su trabajo, han encontrado tiempo para pedirnos que os escribamos. Yo me alegro mucho de poder hacerlo, y espero que encuentres algún consuelo en esta cartita, aunque sólo sea escapar del aburrimiento durante un rato. Te envío un abrazo muy grande. ¡Ánimo! Virginia Martínez Ruiz Hola: ¿Cómo estás? Me voy a presentar para que sea más fácil. Me llamo Vanesa, nací y crecí en Jaén y en enero cumplí 31 años. Sé que es extraño recibir una carta de alguien que no conoces, pero también sé que las horas en el hospital se pasan muy lentas. Imagino que te estarás preguntando qué está pasando por aquí afuera. Qué hacemos, dónde estamos todos. Bueno, pues ahora estamos todos encerrados en casa, parados de repente, para ayudar a que los profesionales puedan hacer su trabajo. Aquí las horas también pasan lentas, no te creas, pero nos estamos adaptando bastante bien. Una cosa que no te he dicho es que yo estoy en Francia. Vivo aquí desde hace tres años y la cuarentena me ha pillado muy lejos de vosotros y de mi familia. Aquí se están tomando las mismas medidas que en España y se están cometiendo los mismos errores, claro, porque al fin y al cabo no somos tan distintos y nadie sabía qué era esto. Pero estamos reaccionando, todos estamos ayudando para que esto pase lo más rápido posible. Quería escribirte esta carta para animarte, para que pudieras ver que somos muchos los que estamos dispuestos a ayudar y a unirnos para que podamos salir adelante. Quería que supieras que esto también pasará aunque ahora parezca muy difícil. Quería contarte que estamos juntos en esto, que hay esperanza, que aguantes un poco más porque va a merecer la pena. Un abrazo muy fuerte, Vanessa Lara Hola: Me llamo Alberto y tengo 73 años. Soy escritor en activo y periodista jubilado. Hace un año sufrí un aparatoso accidente doméstico que me dejó postrado y doliente, sin movimiento en el tronco superior derecho del cuerpo. Suspendió todas mis actividades, montañismo, viajes, colaboraciones y la redacción de mi primera novela tras veinte años de silencio literario. Aunque mi vida no corría peligro alguno, salvo complicaciones, entendía que la vida activa, tal como la había diseñado gracias a mi buena forma física y sólida salud, había acabado. Por tanto comencé un período existencial de negrura, apabullado por el omnipresente dolor y una imaginación catastrófica nada controlada que agudizaba la sensación de desamparo y parecía convocar a todas las Furias que se aprovechan de las debilidades humanas. Un día, a poco de comenzar ese calvario, llegué a una especie de “límite de densidad” de mi afección, es decir cuando el número de temores, rechazos y carencias que producía mi estado podría llegar a inducir un estado depresivo profundo y un hundimiento personal en el dolor y la frustración. Estaba a punto de “tirar la toalla” y dejarme caer a mí mismo, renunciando a todo intento de superación o, al menos, de aceptación. Aquella noche, leía incómodamente, medio atontado por los efectos de los calmantes y con el dolor como una neblina oscura instalada en mi cerebro. Una punzada lacerante en el hombro me irritó y lancé el libro contra el suelo con una maldición susurrada. Era un volumen de Conan Doyle sobre Sherlock Holmes, un personaje al que adoraba (había decidido recurrir a la narrativa y la filosofía clásicas como terapia. En ese momento, en la mesita de noche se amontonaban, Stevenson y su Isla del Tesoro, Séneca y Epicuro, Don Quijote, Woody Allen y Groucho Marx). Les di la espalda con un desdeñoso gruñido, apagué la luz y cerré los ojos. Tuve tiempo de ver la mirada preocupada y triste de mi esposa. Y sin embargo, todo estaba a punto de cambiar. Tengo un recuerdo nítido, pero vago en los detalles, de lo que empezó a acontecer un tiempo indeterminado después, en el proceso interminable y pegajoso que era, desde el accidente, el periodo de duermevela. Hasta que veía cómo la claridad del día que llegaba disolvía las tinieblas que me rodeaban, entre relámpagos mentales de dolor. Pero esa noche, ante mi sorpresa, caí en una especie de pozo profundo. Mientras me hundía de una forma suave que más parecía un vuelo, rememoraba a la Alicia de Carroll y me preguntaba en qué clase de mundo aparecería, si habría Reina Roja, conejo apresurado y sombrerero loco. En otro nivel de mi mente asistía sin poderlo creer a un inesperado silencio del Tirano al que llaman Dolor, aunque percibía su presencia. Pero ya estaba caminando por un paraje que conocía –y amaba– en los Puertos de Beceite, en la comarca donde vivo. Sentado a la sombra de una vieja encina, había un tipo fumando su pipa. Pensé “a que me encuentro con Holmes y Watson”. Pero no, parece que era Dickens. Me miró sonriente y me dijo algo que a uno de mis niveles de conciencia debió parecerle muy divertido, puesto que me reí. Di un paso y el escenario cambió: estaba en la cumbre de la Peña Galera, hacía mucho viento y escuché la frase que me había hecho reír: “Déjate llevar. Todos vamos al mismo sitio. Lo que importa es cómo lo hacemos”. Una parte de mí dijo que no le veía la gracia. Al siguiente paso estaba en otra cumbre de la comarca, la Picosa. Allí, en la antigua caseta del guarda forestal, ahora abandonada, un huesudo don Quijote mantenía una animada charla con el orondo Falstaff. El primero decía campanudamente, “no te encumbres, muchacho, que toda afectación es mala” y el segundo reía con los agitados mofletes de Orson Welles. “Todo pasa y todo llega, pero lo nuestro es pasar…”, contestaba. Yo los miraba entre el estupor y la maravilla y apunté con suavidad: eso es de Machado, no de Shakespeare. Se hizo el silencio y todo se oscureció hasta que distinguí ante la tímida luz de la mañana, el perfil de mi habitación y el acompasado respirar de mi esposa. Cuando me desperté del todo y recuperé mi estrecha relación con el dolor y la incomodidad, en mi mente se habían producido dos certezas. Una: bueno y malo son dos categorías mentales. Las cosas, los eventos, no son buenos o malos en sí mismos. Depende de ti, de cómo los catalogues o juzgues. Y si lo condenas de entrada te estás condenando a ti mismo. Y la segunda: el dolor es la respuesta de un cuerpo que sufre, que reclama atención, no un enemigo al que hay que maldecir y odiar. Puedes intentar comprenderlo, de alguna manera hacerte su amigo, su cómplice, en su inevitable y lacerante actividad. Te sorprenderá comprobar cómo la intensidad de sus ataques y su frecuencia se va suavizando y se acompasa poco a poco a tu existencia cotidiana. Esta doble fórmula tan sencilla cambió mi larga convalecencia y recuperación. Y, una vez elaborada reflexivamente, mi manera de percibir la vida y los avatares de la Fortuna. Aprendí a no temer a las circunstancias por sí mismas, por difíciles que sean o parezcan (incluido el Covid-19), sino a amoldarme lo mejor y lo más sencilla y eficazmente posible a la situación. En la absoluta convicción de que no hay mal que dure para siempre (un adverbio poco humano). Entonces, ¿por qué preocuparse? La salida está asegurada… ¡Esta es la mejor vacuna contra cualquier virus! Alberto Díaz Rueda ¡Hola! Tras un par de días de lluvia y nubes, por fin veo el sol desde mi ventana. Se asoma tímidamente, allá en una esquina. Todavía débil, cierto, pero siempre inspirador. Porque, después de cada tormenta, indefectiblemente, el cielo se ve más limpio, más azul, más brillante, más tierno incluso. Y lo que necesitamos ahora es, justamente, mucha ternura. Te cuento todo esto porque, aunque estés entre las cuatro paredes del hospital y sientas que el mundo se derrumba a tu alrededor, somos much@s quienes te pensamos y te deseamos que te recuperes pronto. Porque el COVID-19 nos podrá robar –solo provisionalmente, ¿eh?– los abrazos y los besos, pero no la solidaridad. Sé que estás en muy buenas manos, ¡en las mejores posibles! ¡Qué suerte contar con profesionales de la sanidad tan excelentes! Y con un sinfín de personas –limpiador@s, transportistas, cociner@s, agricultor@es...– que nos alimentan, nos cuidan y nos acompañan, a ti, a mí y a tod@s quienes permanecemos confinad@s en casa para que esta pesadilla se acabe cuanto antes. No estás sol@, nunca lo estarás. Lluvia de besos de colores, Helena Sanz Buenos días: Me imagino que estás pasando unos días difíciles, así que, si me lo permites, te voy a contar una historia. Durante la Guerra Civil, doña María respondió a una convocatoria de la compañía aeronáutica donde trabajaba para enviar cartas de ánimo –o mejor dicho, paquetes de ánimo (incluían jabones y camisas dobladas)– a trabajadores de la empresa que estaban encerrados en campos de concentración en el sur de Francia. Ella escribió varios paquetes a la misma persona que, me imagino, los recibía con emoción. Unos meses más tarde, un ingeniero llegó a la oficina donde ella trabajaba preguntando por doña María. Era la persona que había recibido esos paquetes de ánimo y necesitaba agradecer, personalmente, el envío repetido y cuidadoso que le había permitido superar el encierro. Se conocieron, meses después se casaron y, con el tiempo, se convirtieron en mis abuelos. No sé si todo en esta historia es verdad, pero es más o menos lo que he logrado sonsacar a mis primos, a mi tía y a mi padre. No te asustes, no espero que con esta carta me vengas a buscar, te cases conmigo, y que, dentro de 80 años, una nieta escriba cartas de ánimo a desconocidos para mantener así la tradición familiar. Sólo espero que esta carta te aporte la energía y el ánimo suficiente para soportar estos días tan duros y solitarios. ¡Un abrazo! María Núñez Querida/querido: Os mando estas líneas para expresar mi apoyo en dura prueba, y para que sepáis que no estáis solos. Fuera del hospital donde estáis, todos los ciudadanos os apoyan de corazón, y os desean una rápida recuperación, para que podáis estar con vuestros seres queridos. Confiad en que saldremos de esta etapa muy pronto y con más fuerzas. Saludos desde Barcelona.