Subido por marlenebeatriza

ANÁLISIS DEL EPISODIO I ANTÍGONA (1)

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ANÁLISIS DEL EPISODIO I- ESTUDIO DE PERSONAJES- LA
LEY ANTIGUA Y LA LEY DEL ESTADO. ANTÍGONA Y CREÓN.
El episodio I se puede estructurar en tres momentos: discurso de
Creón a los ancianos, diálogo de Creón con el corifeo y diálogo con el
guardia, este le informa de los ritos fúnebres realizados al cadáver de
Polinices.
El discurso inicial se centra en el edicto referente a la prohibición de dar
sepultura al muerto antes nombrado. El soberano se presenta por primera
vez ante los ancianos de la polis en su carácter de rey, luego de un período
fuertemente convulsionado, buscará dar una determinada impresión, a la
vez que exponer las bases de su gestión. Sus palabras son precedidas de un
vocativo: “ciudadanos”, breve, sencillo, su función es destacar la jerarquía
de aquellos a quienes se dirige. Atribuye a los dioses la “paz” que se ha
logrado: “… han enderezado los asuntos de la patria después de haberla
agitado en revuelta confusión…”, todos los hechos buenos o malos eran,
según los griegos, dispuestos por los dioses. El llamado es a los personajes
más destacados de la ciudad, no es a todo el pueblo, su mensaje deja ver la
arrogancia y la exaltación de sí, elementos que lo llevarán a la perdición.
Les recuerda la fidelidad que han mantenido a las sucesivas generaciones
de los Labdácidas (casa a la que pertenecen Edipo y sus ancestros), elogia
esa actitud y a su vez la reclama, como heredero del trono. Busca
congraciarse, halagándoles, pero indirectamente está exigiendo el mismo
respeto y lealtad: “… queda ya en mi mano el poder y el trono de Tebas por
mi estrecho parentesco con los muertos”. No está seguro de obtener la
confianza de los ciudadanos, quizá por la forma en la que actuó, negándole
a Polinices una sepultura, por eso emplea un lenguaje impersonal que invita
a la reflexión: “es imposible conocer el corazón y las ideas hasta no verle
en puestos altos y entre leyes”, necesita que lo vean actuar, demostrar que
es digno de suceder a Edipo como tirano de Tebas. Su opinión sobre el uso
del poder deja ver un hombre orgulloso, que considera que quien no
escucha los consejos de los sabios, como lo hará él más adelante, que quien
pone intereses personales ante que los patrióticos, debe ser considerado un
enemigo. Su radicalidad es semejante a la de Antígona, por eso el choque
de caracteres es tan fuerte, no aceptará discusiones a su ley, lo afirma
poniendo de testigo a Zeus. Luego de exponer su pensamiento sobre el
valor que le atribuye a la patria, entramos en lo nuclear del parlamento, el
edicto que concede sepultura a Etéocles y se la niega a Polinices.
Se establece aquí la esencia de la obra: el enfrentamiento del derecho
divino con el humano, derecho natural y derecho positivo. Creón profesa la
religión de la patria, el decreto no se debe a odio personal o a una actitud de
mero revanchismo o venganza, sino a la firme convicción de que se está
defendiendo la justicia de la polis, ya que el hermano insepulto atentó
contra la integridad y los derechos de los ciudadanos. Habla con la
seguridad de aquel que cree que está haciendo lo correcto, de la ley de la
ciudad y de la justicia de la ciudad, la vanidad personal se observa al
considerar que la ley de la ciudad se ajusta a la voluntad única de su
gobernante. Al referirse a sus sobrinos muertos, elogia la actitud heroica de
Etéocles “que sucumbió peleando por causa de la patria”, pero no es
entorno a esta figura que se desencadenará la tragedia, si no al tratamiento
que según Antígona se le quiere dar al “desgraciado cadáver” de Polinices.
Surgen así las discrepancias, para Creón, este ha sido un enemigo de la
ciudad, un traidor “que volvió del destierro, resuelto a arrasar y consumir
por el fuego la ciudad de sus padres y los dioses de su patria, a saciarse en
sangre fratricida y llevarse los vivos en cautiverio…”. La imagen
representada es la de un ser vil, irrespetuoso, que buscaba sus intereses
personales sin mirar el costo que ello implicaba, la tragedia no lo
menciona, pero si nos atenemos al mito, veremos que Polinices había
venido a reclamar a su hermano Etéocles, el trono que éste le había
usurpado. Según se expresa en el mito, los hermanos deberían gobernar
Tebas, un año cada uno, terminado ese plazo el trono se le entregaría al que
correspondiera, Etéocles no cumplió con lo estipulado, por eso es que
Polinices aliándose con otros pueblos atacó la ciudad.
Creón polariza: “… en cuanto a mí, jamás los malvados recibirán
más honras que los justos”, su decisión se debe al accionar de los
hermanos, pero suavizando sus palabras culmina reafirmando su amor
incondicional a la polis, elogiando a aquel que la honre de la misma forma
que lo hace él: “Solo quien se muestre amante de mi patria será honrado
por mí, muerto lo mismo que vivo”.
Con fría actitud, el corifeo se limita a puntualizar lacónicamente lo
que es la decisión del soberano que, teniendo el poder, puede hacer su
voluntad: “… en tu mano está dar las leyes que gustes, así sobre los
muertos como sobre los que vivimos todavía”. No manifiestan alegría ante
quien ocupa el trono, acatan porque deben hacerlo, pero sutilmente le hacen
ver los límites, que Creón cegado por la ambición de poder no logra ver y
que le hará cometer hybris. De lo que si se ha dado cuenta es que el corifeo
no ha aplaudido efusivamente sus palabras, por eso quiere comprometerlo
pidiéndole que vigile el cumplimiento de las normas que ha impuesto, sin
embargo la respuesta demuestra que se le ha exigido demasiado: “Tan
pesada carga échasela a hombros más jóvenes”, que no están dispuestos a
apoyarlo incondicionalmente como antes lo hicieron con sus antiguos
reyes. Evidentemente Creón parece temer que se le desobedezca, porque
encomienda a los guardias el cuidado del cadáver, para que nadie se atreva
a incumplir lo dispuesto, ante la irónica afirmación del corifeo: “Nadie hay
tan loco que se enamore de la muerte”, él responde que ese será el pago
para quien se atreva a quebrantar su edicto y no reconoce otros motivos que
no sean los impulsados por el dinero, quien viole su decreto lo hará
fascinado “con las ilusiones del lucro”. Él dice actuar movido por ideales,
sin embargo no cree que los demás actúen de acuerdo a ellos, y menos
puede pensar que sean antagónicos a los suyos, como lo son los de
Antígona.
Contrastando con los momentos de tensión vividos, hace su aparición
el guardia que habla en forma irreverente, con un lenguaje ambiguo que
sirve para distender los graves momentos pasados y para anunciar un
acontecimiento inesperado, que llevarán a Creón a exceder los límites y
actuar en forma despiadada. Con un tono semi- cómico, el guardia deja ver
su concepto del monarca, que puede ser extensivo al pueblo, que evidencia
un rasgo etopéyico: “… ¿por qué vas donde te castigarán al llegar?; ya que
espera un castigo por la mala noticia de que es portador. Se enreda con las
palabras, se detiene en detalles insignificantes, pero revela sabiduría, nada
podrá pasarle “de lo que tiene reservado el destino”. Se justifica, se quita
culpa ante lo acontecido, sin haber dicho lo que realmente ha ocurrido, se
evidencia el miedo ante la actitud que puede llegar a tomar Creón, a quien
indirectamente ha descrito como violento. Crea expectativa, anuncia que
tiene algo importante que trasmitir, pero retarda el momento de decirlo, en
un intento de demorar un castigo que sabe seguro. Cuando la impaciencia
del rey es manifiesta, comunicará lo que vino a declarar en pocas palabras,
precipitando lo que tanto dilató: “… alguien ha sepultado no hace mucho al
muerto y se ha escapado, le ha echado sediento polvo sobre la piel, le ha
hecho los ritos de costumbre”. Las palabras expresadas por un simple
guardia resultan de trascendental importancia, anuncian la desobediencia al
mandato de Creón y veladamente afirma la legitimidad y la obediencia a un
orden superior, quien lo hizo se guió por motivaciones religiosas. Cegado
por la impotencia y la furia aquel realiza una pregunta parcial: “… ¿Quién
es el hombre que se ha atrevido a tal cosa?”. No cabe otra posibilidad, no
va a considerar que alguien de su familia, que está doblemente obligada a
obedecerle haya obrado irresponsablemente. El relato del guardián sugiere
misterio en torno al acto ritual realizado: “… no había ni hoyo, ni señales
de golpes de azada,… la tierra seca y dura estaba sin romper,… el que lo
hizo es alguien que no deja huellas… alguien como huyendo de una
maldición, le echó leve capa de polvo…”.
El corifeo que ha permanecido en silencio, con gran respeto se dirige al
rey: “hace rato que reflexiono si este hecho no será enviado por los dioses”,
ante lo expresado, Creón se enfurece aún más, e irónicamente niega esa
posibilidad, creyendo que su juicio es el único valedero. Su actitud soberbia
muestra la arrogancia de quien da por supuesto saber absolutamente cuál es
la voluntad de los dioses y, además, que esta coincide con la suya.
Argumenta recurriendo a un concepto arraigado entre los griegos, el de que
la tierra es de los dioses y, por lo tanto, la ley de ésta es la de los dioses:
“… ¿Querrían sepultarle para premiarle como fiel servidor? A él que vino
para incendiar los templos y sus sagrados tesoros y aniquilar su culto ¿Has
visto tú jamás a los dioses ocupados en enaltecer a los malvados?”. El
personaje cree ser poseedor de la verdad y no atiende el consejo de los
ancianos, referentes invalorables y custodios de la sabiduría, se va
encaminando a su perdición. Juzga a los demás desde una visión mezquina
que mide todo por la óptica del dinero, acusa a los guardias de ser
cómplices de ciudadanos descontentos que no aceptan su dominio. Es la
inseguridad en si mismo lo que lo hace actuar de manera desconsiderada
hacia los ancianos y acusando sin razón a los guardias encargados del
cuidado del cadáver. No escucha, se encierra en lo que él considera su
verdad, y a pesar de la vulgaridad, el guardia es quien resulta más
mesurado al demostrar cuánto se equivoca el hombre al tener por verdades
solo las que uno considera que lo son: “Que difícil es convencer a otro que
ha formado una opinión que ésta es falsa”
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