OBRA COMPLETA Edición y prólogo, Lázaro Santana TOMO 4. PROSA PREHISTORIA DE LAS CRÓNICAS CRÓNICAS DE LACIUDAD Y DE LA NOCHE (A P É N D I C E) MEMORANDA NUEVAS CRÓNICAS 1 ;Y b g d zE i ;0 ALONSO QUESADA OBRA COMPLETA 4 @ De los textos de Alonso Quesada: Amalia Romero @ Del prólogo y las notas: Lázaro Santana @ De la presente edición: Gobierno de Canarias Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria Diseflo: Javier Cabrera, Gregorio González Depbsito I.S.B.N.: I.S.B.N.: Imprime: Legal: M. 34.129-1986 84-85628-67-5 Obra completa, 84-85628-63-2 MAE En este volumen se recopila la totalidad de las crdnicas que Quesada publico en la prensa de Las Palmas: totalidad que: debe, no obstante, tenerse como relativa, por cuanto las colecciones de periodicos que hemos consultado (en la hemeroteca de El Museo Canario) se hallan algunas incompletas y otras mutiladas; no es imposible, por tanto, que en esas lagunas cronolbgicas se encuentren otras crdnicas quesadianas. No serían muchas, en todo caso: nuestra búsqueda ha,sido bastame minuciosa. Para su publicacibn, primera y presuntamente definitiva, se han dkpuesto en cinco apnrtadns: en primer tGmino f?gura lo que hemos considerado como prehistoria de las crónicas -catorce textos muy espaciados temporalmente (1907-1915) cuyo tono ensaya el de las crbnicas venideras. Seguidamente aparece Crónicas & la cidad y de la noche, libro en el que Alonso Quesada recogió una selección de los trabajos publicados entre 1916 y 1919. Es el único conjunto organizado por su autor. Como apéndice al mismo se ha reunida el resto de las crdnicas que también escribió Quesada durante ese período, pero que no incluyó en el libro. Sin duda el autor tendría sus razones para mostrar preferencia por unas u otras. Peru unu tectura atenta de las incluidas y de Ias excluidas revela escasas diferencias entre ellas. Posiblemente Quesada se vio obligado por la precisa extensibn del libro (cuyos gastos de edición fueron de su cuenta) a buscar cierta variedad dentro de la unidad temática de los textos, atendiendo lbgicamente a sus preferencias personales y no tanto a la calidad del trabajo -que es bastante parejo en todos los escritos. En este ap&dice las crónicas de la dudad aparecen tituladas, y las de la noche sin sítulo, ya que tampoco lo tienen en la publicación periodística.Menwmnda incluye las crónicas aparecidas entre 19191 1920. Le sigue, finalmente, Nuevas crónicas, el más extenso apartado del libro; comprende el trabajo realizado por Quesada en- Alomo 9 tre 1921 y 1924. El autor distingue ahí dos series: Crónicas leves y Crónicas al minuto: ambos rótulos aluden implícitamente a la agibdad y espontaneidad de los escritos, y no a-sus posibles diferencias. Aquí las hemos agrupado bajo el titulo citado, común y poco comprometido, de Nuevas crbnícas. Realmente, una vez alcanzado el tono de sus crdnicas -cosa que ocurrid muy tempranamenteQuesada no vari6 apenas su f¿Srmula literaria: acendró el estilo o agudizó la ironía; pero todos los textos tienen la misma intención creadora, con mayor o menor riqueza de matices. Por ello este volumen no es más que la edicidn, considerablemente aumentada, de un único libro: Crónicas de la ciudad y de la noche. Al pie de cada crónica (salvo las excepciones de Crónica de la ciu&d y de. la noche y Memomnda) se anota el seuddnimo con que la firmó el autor, de acuerdo con las siguientes claves de iniciales: [G.] Gil; [G.A.] Gil Arribato; [C.f Cardeitio; [M.M.] Mdxtmo Manso; [F.C.] Felipe Centeno; [H.M.]Hilario Montes; [R.R.] Raf.ael Romero. Pese a la incansable productividad de que Quesada dio muestra a lo largo de su corta vida, en varias ocasiones utilizo el procedimiento de refundir viejos textos puru cubrir IU urgen& de su culubvruci&n periodística. En esos casos no se limitb a copiar literalmente la crbnica antigua, sino que introdujo en ella sustanciales variantes. Para que el lector tenga idea precisa de ese canibalismo quesadíano se incluyen -oportunamente seiialados- varios ejemplos de una misma crdnica en sus dos versiones. No siendo ésta una edición crítica de las obras de Alonso Quesada, no nos há parecido procedente reproducir aquí todas las crónicas que presentan variantes -con importancia mayor 0 ‘menor. En el índice se indica la fecha y el periódico en que se publicó cada texto. PREHISTORIA DE L (1907/1915) YO NO BAILO, Todas las mujeres BELLAS me ven pasear por el sa16n, distrafdo, triste; todas me preguntan: Romero: iusted no baila? -No, alma mía, -las contesto yo; -no bailo. El baile me produce vértigos. -Yo quisiera, mascara encantadora, un vals... &e gusta a usgraciosa la máscara. -Deliro por el de ted el vals? -interrumpe las olas. -La máscara sonrfe tristemente, Yo traduzco esa triste sonrisa por unos grandes deseos de bailar el vals conmigo. Sí, esta máscara y yo seríamos muy felices bailando el vals de las olas; ese vals pálido y mustio. $i no. fuera el vértigo! -pienso yo, mientras me alejo. iQué lástima no poder bailar con él! -piensa la máscara. Y la máscara siente pena y yo siento tedio; y a ambos se nos encoge el corazón porque no podemos bailar juntos. Esa máscara me ama. Yo amo a esa máscara. ¿Quién será...? -Buenas noches, Romero, -dice una voz detris de mí - Buenas noches. -contesto yo volviéndome-. iAh! iEs usted Lo-, la? -La misma. ¿No baila usted? -No, Lolita encantadora; no bailo. Me mareo -$ero no sabe usted? -,$aber? IYa lo CEO! Bailo el vals como nadie. -iEl vals! iQué hermoso! -Excelente. Mi favorito es el de las olas. -iHola! Tenemos igual gusto. Yo pierdo la cabeza por ese vals -Yo, Lolita, los estribos. Hasta luego. -Adiós, Romero. -Romero qué triste estás. ~NO bailas? Baila, hombre, baila. -Esto me dice una mascara azul. -Rafael, nosotras te queremos mucho -una blanca. -Somos muy amigas de Lais -una negra. Y las tres se agrupan en torno mfo. Me golpean con los abanicos; bromean; rfen. Yo, al oír el hombre de Lais, me estremezco. Me parece que estoy bailando. Lais es una bella rubia que está perdidamente enamorada de mí. 13 -Mirala allf; está en aquel palco. iTe está lanzando unas miradas...! iY es muy guapa! iY muy elegante! iY muy rica! -Se atrevi6 a decir la mhscara negra. -Máscara -dfjela ofendidolas riquezas aparte. No me ofendas con el dinero. Las máscaras.me abandonan y otra vez vuélvome a quedar solo. Prosigo el paseo. Solicito una rosa de’ Gloria. Gloria que es muy amable y muy buena regalame la flor que coloco en el ojal de mi americana. -Gloria, Gloria, es usted más bella que esa rosa que es la más bella del salón. -Gloria se sonroja y, variando la conversación, dice: -¿No baila usted? -No, vida mía -iQué lástima! -LVerdad? -Podrfamos los dos bailar este par à quatre.,Sí. -Gloria: pero iqué quiere usted...? iNo bailo! Hasta ahora -Adiós. Yo me aburro y saco el reloj. Son las doce. .iLas doce? iA restaurant! -iCamarero, algo alimenticio!... Un buen señor de traje negro con motas grises me sirve chocolate. iQué ocurrente ha sido! Se pasa un rato agradable en este sitio. En todos los restaurantes se pasan buenos ratos. Cuando vuelvo al sal6n encuéntrome con una gran batalla de serpentinas. La juventud goza; la juventud rie. Yo, en el centro del salón, paseo mis miradas por palcos y plateas. Siento un suave golpecito en la cabeza. iEs una serpentina que me lanza Lais! DC pronto sientome atacado de un inmenso misticismo religio-. so. Necesito rezar, yo he pecado. $í, he pecado! Salgo del salón; tomo a mi amigo el gabkt, y al bajar las escaleras del foyer, supongo la causa de este repentino misticismo. iE chocolate que me sirvieron en el restaurant era de los R.R.P.P. Benedictinos.. . ! [R.R.] COMO SE HABLA EN CANARIAS Perdone el maestro don Jo& Franchy que le robe el título. En la Alameda; segundo paseo de la temporada. Mucha gente y mucho calor. Un grupo de muchachas que rfen y un joven que estrena un sombrero de paja: 14 -Ya le he visto a usted hoy en coche, Fulanito. iFue al campo? -Sí. Y por cierto que nos divertimos la mar. Hacfa un dfa espléndido. Un poco de calor.. . -iAy, sí es verdad! ¿Ha visto usted qué terrible?... Si seguimos así... -No vamos a resistir el verano. -A mi me hace mucho daño el calor.. . Se me quitan las ganas de comer... Me entra jaqueca... -A mi hermana le pasa igual. -iYa está mejor?... Que he visto en el diario que estaba un poco mala. -Un ligero catarro. Cosas de los periódicos que no tienen otra cosa que poner. A mi me fastidiaría que me pusieran si estuviese enferma. -jYa ‘lo creo! Una pausa. La joven que habla -porque los demas no han abierto la boca sino para decir: «Fijate en Fulanita. La pluma del sombrero le costó cuatro duros. Estaba yo delante cuando lo comp+; -se abanica y el joven saca un cigarro y lo enciende después de toser ligeramente. -¿Oué tocan? -exclama luego de dar una chupada al cigarro, que dicho sea de paso, es de a diez céntimos la cajilla. -No SC. -Parece de ulucciau.. _ -Qué bonita ópera, jno es verdad? -A mí de óperas, «Bohemia». -Pues a mí me gustan todas. -iUsted ha visto «Tosca»? -Si. iEs preciosfsima! --iYa lo creo! Los «lamentos»... -Y no lo cantó mal el tenor aquel. . . iC6mo se llamaba?... -Gori. -@tu? se parece a Fulano! -iJe! Si, es verdad. Otra pausa. El joven mira la hora en un reloj de acero. -iFue usted anoche al Toril? Una de las jóvenes que no ha hablado;contesta rápidamente: -Yo sf fui. -Habfa mucha gente. -Mucho barullo. -No se podfa estar. Tercera pausa. El joven mete una mano en el bolsillo de la americana. -Tenfa ganas de que- empezaran los paseos. 15 -Es la única distracción. -Sí, la única, pero nadie viene. -A quien no he visto esta noche es a Fulanita. -Como al novio no le gustan los paseos... -¿Dicen que se va a casar? -Eso dicen. Cuarta pausa. El joven se abrocha la americana y enciende otro cigarro. -Tampoco he visto a Fulanita. -Esa se hace la interesante -iChiquilla más boba...! Quinta pausa. Y en tanto las mamás repiten lo del año pasado. -Señora, esto está tan mal de criadas. -No me diga nada. Ultimamente he tenido una.. . LOiga?,.. Fíjese en Fulanito y la mujer... ¿Y ése es el traje que le vino de Paris . ..? Pues no le veo la elegancia... El cuadro,. lector amado, estará muy mal pintado porque yo pinto ‘muy mal.. . Pero el «fondo» está tomado... iTomado del natural! [G. A.] II Son dos señoras “de edad“ las que hablan; es la «Plazuela» el lugar de la acción. -No -No, está mal este sitio. señora. -No hay duda que Ambrosio Hurtado es el mejor Alcalde que hemos tenido. Por lo menos ha hecho algo ique los otros! -iVaya! ¿Usted no ha visto el Cementerio?... -Sí, señora; está muy bien con sus excusados y su sala para los cadáveres. -Ahora dicen que va a embaldosar la Alameda. -Debían poner un “tanque“ como aquí, con cisnes. Son muy bonitos los cisnes. iDicen que van a traer dos cisnes negros? -Nada, señora. Cosas de los periódicos que siempre estãn inventando. 16 -Buenas noches. ¿Cómo está su mamá? (Es un saludo a un joven que pasa.) Dele recuerdos. (Pausa.) -¿Y qu6 me dice usted de los alemanes? -Nada; que Fulanilla, mi chica, está arreglada con uno. -Eso oí decir. -Estoy disgustada -¿Por con esas rclacioncs. qué, señora? -Supóngase usted que se casen. Se irán a vivir a Berlín o a Hamburgo, lo menos. -Mejor. Se va usted con ellos. -iYo, a aquel país con aquellas casas tan grandes y aquellos tranvías!. . . Yo no, señora. -Pues no deja de ser una boberfa. -iSi no le digo que no! Además la cuestión de las religiones me asusta. -Se convierte él. -iY si no se convierte7 -Profesa cada uno la suya. -iNo, por Dios! Luego los niños, esas pobres criaturas que vengan ¿que serán? Habrán muchos disgustos. Uno querrá que sean protestantes, otro que católicos. -Pues mire, señora, no sea usted boba y no se oponga, que si no se casa con el alemán no se casa con nadie. Aqut los matrimonios están verdes. Los jóvenes son unos pelmas, y el que más, gana quince duros y con quince duros no se mantiene una casa de familia. -Eso es lo que más me hace dudar. Yo pienso que aquí nunca saldrá del “beabá”. mientras que con el alemán... --iPues está claro! Que se casen, señora, y usted se va a vivir con ellos a Berlín... iDicen que en Berlín hay una casa de fieras muy bonita?. .. i m t 5 5 s i d E z ! d ; E 50 -No lo sé. (Otra pausa.) -iOiga y el alemán es de buena familia? -Es ; E 6 d i marinero. -iJesús, hija! Un “rocote:. -No, señora. Es un muchacho muy ilustrado, sabe cuatro idiomas, inglés, alemán, español y francés. ¿No sabe usted que el rey de Alemania obliga a servir a todo el mundo? Sí señora. En Alemania lo mismo sirve el pobre que el rico. Aparte de que este muchacho novio de Fulanilla, “dicen“ que es hijo de un general. -No sabía nada de que obligaran a servir a todos. Como aquí los marineros son “rocotes“. -Eso es aquí. ¿Pero usted se cree que Berlín es lo mismo que esto? El alemán le contaba a mi hija que en esa tierra salen los hombres y las mujeres solos por la calle. 17 -Eso en Inglaterra. -iEn Inglaterra? Y en Alemania. iPues no salía Fulanito el de doña Fulana con la hija del Ministro, y tomaban cerveza juntos en aquellos cafés llenos de gente! -No me gusta esa vida a mí. -Ni a mí tampoco’. Yo prefiero mi tierra, aunque nos muramos de tristeza, como dice Gil Arribato. -iY yo que no conozco a ese muchacho! -iJesús, señora, lo más que usted ha visto! -Ah, espere. Debe ser uno alto que andaba mucho con Federico Cuyas. -El mismo. -Valiente par de fichas estaban los dos. -iUsted no lleg6 a leer un artículo que publicó en LA CIUDAD, hablando de los paseos de la Alameda? Estaba igual. Porque aque110 mismito es lo que se dice. -Milagro que no ha dicho nada de la escuadra. -Estaría con la modorra. -iPadece de modorra? -iUf! Una barbaridad. -iQué cosa más rara! Pues parece alegre. ¿A qué será debido eso? («A la falta de cuartos, señora.») -1Vaya usted a saber! (Otra pausa. Este es el país de las pausas. Aquí vivimos en una pausa eterna.) El reloj del casino da las diez. -Vamonos. -Me quedarfa un rato más. -No puedo. Tengo a mi marido con catarro. -Ahora andan los catarros. -iJesús. cuanta pulga! La población está llena de pulgas. Me traen asada. Y luego, dirigiendose a otro banco en donde unas pobres niñas uesfumadas» están medias dormidas después de haber dicho diez veces que en la «Plazuela» hace mucho fresco y que esta el «tiempo Sur*, añade: -Niñas, que nos vamos. . . [G. A.] NOTA: Este cuadro tam&én estfi tomado del natural, como el anterior. III Una declaración amorosa Cuando declara su amor un joven a una joven en mi tierra pueden ocurrir dos cosas: las que ocurren en todas partes: que la joven acepte 0 no acepte. Si acepta, entonces ocurre que se hacen novios como comprenderá seguramente el lector menos listo. Pero lo que el lector ignorará quizás por muy talentoso que fuere es que la mamá de la niña, la noche de la declaración, mientras la joven habla con el preten-’ diente, hace el siguiente al par que ligero cálculo: -«Fulanita tiene hoy dieciséis aiios. Dentro de tres o cuatro. años más puede casarse. El pollo tiene veintiún años y gana veinte duros; un duro menos que años lleva. Por Pascuas le aumentan el sueldo (hay algunos a quienes no se les aumentan, pero en fin; no es esto lo más probable). Cinco duros cada año. Al cabo de los cuatro, cuarenta duros. Un sueldo regular. Se vienen a vivir con nosotros. Nosotros les vestimos los niños que nazcan...» Sí, sí... «creo» que no debo oponerme. Y la señora después del cálculo sonrfe satisfecha y se pone a leer el peri6dico. Y cuando la niña regresa de la ventana lo primero que le pregunta, arrojando al suelo el periódico, es: -¿Qd te dijo? -Se declaró. -¿Qué le dijiste? -Que sí. Y nada mas. La señora calla y coge nuevamenteel periódico; y respeta el amor (ie su hija. iY hasta saluda al novio, ,con sonrisa y todo, en la calle! Y al mes le pregunta por la familia y a los tres meses se sientan juntos en la’ Alameda, y a los seis, él las obsequia con dulces de «La PerlaN que la mamá agradece más que la niña, y a los ocho la mamá tutea al novio y al año.. . iay! Al año los novios tiñen. Y esta es la declaración llena de amor y de pausas que se hace bajo una ventana, que dista de la calle cuatro metros, una noche a las ocho. Esta es la declaración amorosa isleña, que hicieron nuestros abuelos y que harán nuestros nietos, mientras haya cisnes en la Plazuela y paseos en la Alameda y conciertos vocales e instrumentales y verbena por San Pedro.y playa de las Canteras y trantia de vapor al Puerto y moros que vendan saldos de telas de seda e iluminación en la Basilica el dla de Sta. Ana: -Buenas noches. (Unas buenas noches apagadas y temblorosas.) -Buenas noches. (Otras buenas noches más temblorosas y más 19 apagadas. Y una pausa larga, muy larga, interminable.) Pasa una muier. El ríe. *-Te... Me estoy acordando de una «bolada...» Ella sonríe. El dice: -Esto, esto... iUsted sabrá a lo que he venido yo? -No, no, señor. No SC. -iQué raro! -Pues no, no sé. -iUsted recibid mi tarjeta? -sí. -iUsted habrá observado mis paseos por su calle?. . . -sí. -¿Y esos paseos no le han dicho nada?.. . Ella sonríe. -¿No contesta usted? -Como decirme, no. ” -i.Pero uste.d supondrá a lo que he venido?... -sí. --¿Y qué? -iPero yo no lo comprendo! iExplíquese mejor! Pausa. «Quien fuera peninsular para tener “labia”» -piensa el novio. -iUsted estuvo malo el domingo?, porque no fue a la Alameda. -No. Estuvimos en el Monte y nos quedamos a dormir allí. -Ahora estará bonito el campo. -sí. Y el novio torna a pensar. Y piensa que con esto del campo podría decir muchas cosas bonitas, pero no se le ocurre nada. No se le ocurre más que: -¿Su mamá está en casa? -Sí, señor. -¿Ella sabe que está usted hablando conmigo? -Debe saberlo; -iY no la peleará? -Creo que no. Y vuelve una nueva pausa. -Su hermana es novia de Fulanito de Tal... -Dice ella al fin. -Me parece que sí.1 -Hace tiempo.:. -Un año creo... -Se casarán. -iNo sé! Silencio. No hay cantos de palaros por los alrededores. iQue, lástima! Los gorgeos caerían muy bien en una de estas!\ pausas. 20 -Bueno. Yo pienso decirle a lo que he venido ya que usted no lo sabe. -Yo sí me supongo. -Bueno, pues si se supone usted, dígame. -Yb.. . -Sin compromiso. Yo no pienso obligarla. -Obligarme no. No me hubiera asomado... Cuando me asomé. -¿Entonces usted no tiene inconveniente? Breve pausa. -Mañana a la noche le digo en la Alameda. -Yo desearfa esta noche. -iPara qué tanta prisa? -Las cosas claras y pronto. -Pero.. . -iSí 0 no? -Por mi parte sí. Ahora, que ustedes se olvidan de una enseguida. -No hay razón para decirlo de mí. -Sí, es verdad. Usted ha sido constante. -Sí. Pero... (y aquí con muy bajita voz), pero no se lo diga a nadie. Una pausa larga. Dos corazones laten, laten.. . El piensa ya en el, «día de ella». «Hay que ahorrar un par de duros al mes». -Muchas gracias. -No hay de qué... Pero me «voy a ir». -¿Tan pronto? -Sí, tengo que salir con mamá. Mañana, en la Alameda. -iA que misa va usted? -No sé. Unos domingos vamos’ al Seminario y otros a San Francisco. Pero mañana quizás vayamos al Seminario. A mamá le gusta mucho variar. -Bueno, adiós. -Adihs. -Y muchas gracias. -No hay por que darlas. --iYa están «fundidos» dos corazones! iLas noches próximas! iQué arroyos de cariños! iQué torrentes de pasión! iQué cataratas de amor! iQué cascada de sonrisas dulces!... iOh, el amor! Ya lo dijo el insigne Don Benito: «iAmor! La verdad eterna...» (Hasta cierto punto.) [G. A.] 21 IV Lugar de la acción: el Gabinete. Primer cuadro: Una de las terrazas. -iNo, señor! -jSí, seiior! -iYo le digo a usted que no! -iYo le digo á usted que sí! -Usted podrá decir lo que le da la gana. -Lo que me da la gana, no; sino lo que es. A ese gallo lo he visto yo «peliar» diez veces lo menos y todas ha vencido. -No diga disparates. iMe lo viene usted a decir a mí que mel he pasado la vida entre gallos! Ese gallo no ha podido ganar nunca una pelea. -Lo que usted quiera. -iPero, hombre!... iUsted no lo ha visto hoy? iSi huyó desde el principio! iUsted no estuvo en los gallos, don Fulano? (Esta pregunta a don Fulano. Don Fulano es un señor que se mece sonriendo, en una butaca y que, ahora, al ser interrogado, sonríe mas.) iUsted no estuvo? -Yo no, hijo mío. A mí no me gustan los gallos. -Pero usted habrá oido decir. -No. -Este hombre que se empeña... -Yo no me empeño... -Usted -No. si se empeña. .. -No señor. El empeñado es usted. -Pero hombre. iSe necesita!... -i Usted habla con apasionamiento!. . . -El que habla con apasionamiento es usted. -No señor, que es usted. -Bueno. Lo que usted quiera. Más vale terminar porque no nos hemos de entender. (Pausa. Los dos polemistas se mecen sudo- rosos en sus butacas respectivas.) -iUm...! -¿Qué? -Estos niños se conoce que tienen cuartos. Todos los domingos tiran de coche y comida en el «Victoria.» -No me explico cómo con diez duros al mes se pueden hacer tantos gastos, porque esos niños no ganan.más de diez duros cada uno. No hay noche que no salgan de juerga ni domingo que dejen de ir al campo. Llega a la terraza, un nuevo personaje. -iHola! ~NO saben ustedes la noticia...? 22 -No, no sabemos nada. -Doña Fulana.. . (Aquí, una historia, la.de dona Fulana o dotia Zutana, coreada con risas y chistes de mal gusto. Por la acera de enfrente pasan dos señoras.) -iQué bonitos sombreros llevan aquellas! -Toby. -Una treinta. Una peseta la forma y tres perras de cinta. -iQué lengua! -No hombre, si es verdad. -¿QuiCn es aquel niño? -Zutanito. -iUf! iE literato ? iQué chiquito más cargante! Mire usted qué figura; parece un sabio. iJesús! Aqui no se va a poder vivir con estos prodigios. Milagro que no le ha dado por irse a escribir al cafe como los grandes periodistas. -Allá va Menganito tirando de puro. No lo pagó, de seguro. .-IVaya! Anoche perdió hasta el último cuarto en la ruleta. -Mira a las de Tal. $ursilonas mayores! La verdad es que se necesita ser cursi para ponerse unos zapatos negros con un traje negro. -iY el otro día que me las veo vestidas de blanco por la calle de Triana con un sol que rajaba las piedras! -¿Y eso te extraña... 7. ¿Sabes como fueron al último baile? iDescotadas! Y raro es el domingo que no van de velo, a misa. -iQué importancia se da esta niña! -c<¿Cuala?» -Esa que va ahí. -De la aristocracia iiBoba!! -iCandidito! icandidito! (La transparente figura de Candidito aparece en la terraza.) Ve al café y que te den un refresco...! ¿Ustedes quieren.. .? -Bueno. Aceptaremos. -. .Que te den tres refrescos y’ que me los apunten... (Vase Candidito para volver al poco rito, diciendo; No me los quieren dar sino con los cuartos.) Cuadro Segundo: En la biblioteca. JAy lector! En la biblioteca no se ‘habla. Ni se lee... Se duerme... [G. A.l/ V El interior de ung diligencia, de un ucoche de horas», como 23 decimos, nosotros. Quince pasajeros: ocho mujeres y siete hombres. Cuatro ò cinco cestas de huevos y dos o tres gallinas, bajo los asientos. En la «caja» del cochero, dns cabritos. La diligencia viene de’ Tafira; son las cuatro y media de la tarde de un domingo. Llueve. -iVaya un tiempo más repugnante! iMire usted, tan bien como empezó el día! -¿Está lloviendo allá *arría» en la Vega? -Cuando nosotros salimos no estaba lloviendo. (Esto lo han dicho dos «rústicas». Ahora dice una señora:) -iQue incómodos son los coches de horas! Un caballero responde: -No me diga nada, yo que tengo que subir y bajar todos los días. -iEstá usted de temporada? -Sí, señora. -Nosotros pensamos venir este año a Tafira pero no encontramos casa. -Sí. No hay casas. Yo conozco a dos familias que se han tenido que ir a las Canteras porque aquí no encontraban casa. -No me gustan las Canteras. Están muy relajadas. -Es más bonito el campo. -iYa lo creo! --iY eso que hoy está lloviendo! El aire del mar será muy saludable. Pero a mí me gusta más el cainpo. ‘-Y por fin, iustedes se quedaron sin veraneo este afro? -No nos quedó otro remedio. Y ahora es tarde. Las niñas tienen colegio pasado el día del Pino... ¿Y usted no va a la fiesta del Pino?. . . iEste afro sí que hay fiestas! -No, señora, no pienso ir. -Pues nosotros quizas vayamos la víspera. iUsted no ha ido nunca a Teror? Ahora es cura de Teror don Juan González, el que fu& cura de San Francisco. CUsted no lo sabía? -Sí, eso leí en un periódico. Estaba en Barcelona hacía quince años Lno? -Creo que sí. (Pausa.) -iPues nosotros pensamos ir! (Otra pausa. Llegamos a Pico de Viento.) -i Jesús, «quería», qué tiempo tan «endino!» -Sí es verdad, /quería. (Hablan las dos mujeres de antes. La senora SOnHe y ei caballero también. Los demás «incólumes».) Nueva pausa. Una de las gallinas cacarea. La dueña de las aves exclama: «iMal rayo te 24 ; E 50 «ajunda jinojo» si llegas a cantar en el fielato! iTe «desnunco»! El tiempo comienza a clarear). Il$rece que se despeja el tiempo. . -Me fastidia esa lluvia menuda. Es mala para la garganta. (Pausa.) Y su niña icu5ndo toca en un concierto? -Todavía, señora, sabe muy poco. -Pues a mí me han dicho que es una gran pianista. -Eso es una exageración. -La mayor de las mías también aprende el piano. -iCon quién? -Con Agustín Hernández. LUsted no lo conoce? Enseña muy bien. Sobre todo me gusta porque se toma mucho interés. Todo lo que sabe mi hija se lo ha enseñado él. Toca el piano bastante bien. -Eso es bueno. -Es muy joven... (Pausa.) -¿Y ustedes viven aún donde vivían antes? -No, ahora nos hemos mudado a la Calle de García TellO. Me gusta más Vegueta que Triana. -Pues a mí no. -Pues a mí sí. Más tranquilo aquel .‘barrio. -Pero muy triste. -No, mire usted el todo es acostumbrarse. -Yo creo que no podría acostumbrarme. -Los caracteres hacen mucho también. Mi hermana Juana, la pobre, en paz descanse, era muy especial en eso. Buenísima. «¿Juana, vamos a misa de madrugada?». «Vamos».-«Juana préstame el traje de seda bueno.-Teníamos el mismo cuerpo.«Bueno». A nada decía que no. Pero en cambio mi otra hermana, Lucía, la que está de pupila... iay! esa ni por casualidad ,decia que sí. iY es buena en el fondo! «Lucia vamos a tal parte».-No tengo ganas». -Je... je... (El señor rle amablemente. Pnusa. Hemos llegado al Fielato. : . El fielateio saluda:) -Buenas tardes. iEstá lloviendo por all8’arrfba? -Un poco más arriba llueve. -¿Qué? &Va algo? -No, no va nada-dice el cochero. Y el ama de las gallinas añade: Aquf no va nada «queríou. -Bueno, pues siga. (El cochero se dispone a partir. Una de las gallinas vuelve a cacarear. La propietaria palidece y tose con fuerza para apagar el cacareo. Los demás viajeros contienen la risa. El del Fielato no se ha apercibido de nada.,. El coche parte por fin... Y una niña de 25 ; E 6 d i i m t 5 5 ; s i d E z ! d : 5 50 veinte que hasta ahora no ha abierto la boca, dice, toda llena de muecas la cara:) -iAve María que graciosa la gallina!... iSi la llegan acoger...! Ja... ja... Y esa noche en la Alameda la niña cuenta a la amiga lo ocurrido. -iAy bien me reí esta tarde! Veníamos en el coche de Tafira Y. . . [G. A.] VI ; La verbena del Rosario.;Antoñita, Mariquita, Juanita, Victoria y Pilarito; Pepe y Pedro. Todos comen turrón al compás de un pasodoble. Pausa. Hay que decir que está rico el turrón. Victorita es la primera en celebrarlo: -iAy, qué turrón más rico!. ti Antoñita añade: -Muy rico. Juanita: -Muy bueno. Pilarito, Pedro: -iDonde lo compró? -No está malo -dice Pepe, y Pedro dice tambibn que no está malo y Pilarito se tíe y Juanita se ríe y Mariquita se rfe y se ríe Antoñita y ninguna sabe por qué es la risa... Y entonces hace su presentación la aterradora «pausa» de mi tierra. Y en esta pausa, Mariquita, Pilarito, Victorita, etc., se limpian las bocas que el turrón ha ensuciado y tosen varias veces; y Pepe y Pedro miran la hora en sus respectivos relojes, y una rueda de fuegos artificiales empieza a arder delante de la iglesia de Sto. Domingo. 1Bendita rueda! La pausa ha terminado. -iQué bonito fuego! -Yo, hija, estoy tan cansada de ver rueGas, siempre son las mismas. -Es que aqui no saben hacer fuegos. -Sí; aquí no saben hacer fuegos. -Siempre, ruedas. -Sí; siempre ruedas.. La «pausa» aparece en lontananza. -En Galdar vi yo este año unos fuegos muy bonitos.. . Representaban un castillo y una escuadra. -Yo vi otro.en Santa Erigida el ano pasado. Era otra escuadra. -iUstedes no han ido nunca a revienta Judas?’ 26 -Yo sí he ido. -Antes quemaban en la Plaza de Santa Ana un muñeco... ---Sí; pero ahora se contentan los canónigos con dar una ova cibn en la Catedral.. . La pausa llega, pero pasa de largo para estacionarse en otro grupo. -Oyes, no he visto esta noche a Gil. -iJesús, el hombre!Tengo unas ganas de no verlo m8s por mis alrededores. -Sí, hija es un criticón. Ahora le ha dado por criticar como hablamos.. . -¿Y cómo habla él? -El hablará *peninsulá». -iNiña! Ni «peninsuM» ni canarin. ;Si he oído yo decir que es de lo más pavo que hay en una reunión! s -Eso sí es verdad. iTú sabes lo que me preguntó a mí una noche en un baile? iQue si mi primo estaba mejor! Le dije que sí y ya no habló más en toda la noche. -Y hoy no ha venido porque le ‘resultará cursi esto de las verbenas como los paseos de la Alameda que tanto odia y a los cuales nunca falta. -Sí, y luego se pone a dar vueltas quedándose dormido. -¿Qued&ndose? iHaciendose, y con el rabo del ojo, observando los sombreros! -iPues mira que el que él lleva! Mejor se comprara un livianito nuevo y dejara tranquilos los sombreros de los demás. Pedro, que es un joven que sabe tenedurfa de libros y unas cuantas palabras de inglés, dice: -Creo que ese señor de quién hablan ustedes es un poco engrefdo, e inculto. -iSí, Periquito! Y un poco bajo. Dicen que no le hace el amor sino a las críadas de casa. -Me consta. El jueves lo vi hablando con una en la calle de Triana. -iY era guapa, era guapa? -iPsch! -Y ahora por la calle de Triana. iYa quitaron la panza!, -Ya la he visto, anoche fuimos al muelle y pasamos por allf. -iHabrá mucha gente con el muelle? -Sí, había alguna. -Ahora es la moda el muelle. -Pues mujer. hace fresco. -Yo, por cuánto iba allf. -ES una moda que han impuesto unas cuantas. iMire usted. que ir a tomar fresco al muelle! La pausa vuelve. Pedro y Pepe, secas las gargantas de tanto hablar aprovechan la pausa para despedirse. -Bueno, -Se -Sí. :-Pues nosotros nos vamos. van ustedes ya. adiós. Buenas noches. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..*................*,.,.,,,,,. -iJesús, qué niños tan repugnantes! No han dejadode hablar. -Si los pesca Gil por su cuenta. -Pues mira, a mí Gil me gusta. -Pues a mí nadita. -Pues y . . . -iAy, qué fuego tan bonito! -Este sí que es bonito. -Se parece al de Guía. -iAy, que precioso! -Mamá, mamá, mire qué bonito i fuego... [G. A.] 1 VII Una sala. Puertas al foro y a la derecha Muebles «prehistóricos» cubiertos por fundas de dril. Un piano. En las paredes, muchos cuadros: «La conversión de San Francisco de Borja», «Los amantes de Teruel», «Mazzeppa», «Las ruinas de Palmira», etc... Un espejo de marco dorado. Un portarretrato con las fotograffas de los abuelos, de un hermano que está en la Habana, de un niño, muy listo por cierto, que murió de tos ferina, de un amigo del marido, agregado a la embajada de París, de la seiiora de la casa, en su juventud... En las ventanas, unos tapices de encaje. En el centro de la sala, sobre una mesa redonda, un velón. Por la puerta de la derecha, entornada, se divisa parte de la alcoba: una cama de hierro, con colcha de crochet; una mesa de noche, un cuadro de la virgen de los Dolores, otro de San José y otro de San Francisco. Debajo de la cama, unos zapatos cubiertos de polvo y un pequeño recipiente de ‘hierro barnizado. Es domingo. La una de la tarde. Personajes: doña Julia y doña Juana, amigas; doña Antonia, dueña de la casa. Todos de pie, junto a la puerta de entrada dándose besos que suenan en el silencio de la sala como una rueda de fuegos artificiales. -iOh, niña! ¿Cómo te va? 28 -Bien, y Lustedes?... Siéntense, siéntense... -Pues.. . salimos de misa de doce y dije vamos a darnos una. vuelta por casa de Antoñita. -i,Y tu marido? -Ha ido al campo en automóvil. -No me digan nada de- los automóviles. Me dan miedo. -Y a mí, hija. -Pero siéntense, niiias. $e van a quedar de pie...? -LAnoche tuviste fuego por tu calle? -iNo me digan nada que nos llevamos un susto! -Nosotras nos enteramos esta mañana. -Pues en casa fue la criada la primera que se despertó. -¿Oyes, dicen que estaba asegurada.. .? -Eso decían anoche unos muchachos que pasaron por aquí. -Yo, hija, con esto de los fuegos estoy Intranquila porque debajo de nosotros hay un almacén con cosas inflamables... -iYa lo creo! Y es para estar. -¿Sabes quién compró el sitio de la casa que se quemó el otro día en el Puerto? Fulanito. -Y luego, dicen que aquí no hay dinero y el que menos se figura uno tiene sus cuartitos ahorrados. -iVaya que sí!... ¿Y ustedes ya no van por la noche a la plazuela? -Ahora no., con esto de las manifestaciones. -iPero ustedes han visto la muerte de Perojo? -Nifua nu me digas nada. ¿Tú has visto. ..? -Mi marido se tuvo un disgusto el dfa que lo supo. Como él es tan partidario de la división y dicen que don Fernando se opone y Perojo no. -No, nitía. Don Fernando trabaja bajo cuerda. -Pues yo he oído decir que no. -Pues sí. Lo que es, es que a don Fernando no le conviene dar la cara y por eso encargó a Perojo. -Nn sé. iCualquiera los entiende! -Lo que pasa es que unos lo quieren arreglar todo con gritos y eso no es bueno porque se enteran los de Tenerife. -No se. pero me parece que don Fernando se opone: --iNiña! Ya ves como nos dio el puerto y tantas cosas más. -Bueno, allá que se las entienda.. -Pues a mí me gustaría que viniera la división. -Y a mí también. -Y a mí. -Anoche pasamos por el Gabinete y iAve maría! fuerte discusión tenían armada allí... iUna de gritos! -Qué me revienta el dichoso ,casinito. Mi hijo está empeñado 29 en hacerse socio pero mi marido no quiere... -¿Ya lo tienes colocado? -Ya, hija. -Sí, me lo habían dicho. LEn la casa de X? Buena casa. iCuánto le dan? -Todavla, mujer, diez duros. -Pues, mujer, no es poco para empezar. -¿No sabe inglés? -Casi nada. Lo está aprendiendo. -Pues para que estudie abogado o médico y se pase el dia en la terraza del casino, más vale un empleita. -El querfa. estudiar piloto pero su padre no quiso. -Pues está claro. A bordo se expone mucho. Luego el mar acostumbra a la bebida. -Nosotros estamos muy contentos con el empleo. -iY qué es lo que hace? -Pues mujer, todavía, poco. Cobrar letras y sacar patentes. -Bien. Por poco se empieza. Con los diez duros tiene ya para vestirse. -$o que son los muchachos! Todavía no habla cobrado el primer mes y ya se estaba encargando un traje. -iJe! -Está bien Lsabes?, porque lo paga a cinco duros mensuales. -Yo le he dicho que con los otros cinco duros se vaya surtiendo de camisillas y calzoncillos, porque, hija, está desnudo. Los calzoncillos rotos por el trasero y las camisillas llenas de agujeros. -iYa peleó con la novia? -Tcdavfa.. . -Todas las noches lo ,veía pasar por aquí pero hace una sernana que no lo veo. -Es que esta semana ha tenido muchos vapores. Y ha estado’ sacando las patentes. Tú sabes que a lo mejor viene un vapor por la noche, y échese usted a buscar al cónsul por ahí. -YO no lo conocía. Estaba viendo desde la’ ventana hablar a uno con Carmita la de Pino y me entró la curiosidad. *iNiña, si es Pepito el de Julia!» Está hecho un hombre. -La hierba ruin crece pronto. -La muchacha es muy mona. -No es fea. -iVaya! (Pausa) ¿Y a qué hora va a la oficina? yA las. ocho. -iY sale? -A las cinco. Dos horas para almorzar y comer. -El, que no se meta en esto de las manifestaciones.. -Yo se lo he dicho ya. 30 -Sí. A, lo mejor pierde el empleo por cualquier tontería y siempre es büeno estar bien con todo el mundo. Aquí hay mucha gente dispuesta siempre a ir con el cuento. -A quien creo que no le ha salido bueno el hijo es a Magdalenita Lentiscal. -Un perdido. -La madre está temblando con la venida de la compañía. -¿Le gustan las cómicas? -lUf! Y iparece mentira! Un chico tan listo... -Siempre ocurre eso. Los serios son generalmente tontos. -Hay excepciones. Ya tú ves Pepito es muy serio y en la casa están muy contentos con él. -El jefe dice que saca las patentes sin equivocarse. -Nunca le han metido una peseta ruin cuando cobra. (Otra pausa) .. ..... ... .... .... ..... ....... .... ..... ....... ........ .... -,$e van ustedes? -Sí, nos vamos. Tenemos que hacer otras visitas. -Déjense ver. Doña Antonia las acompaña hasta la escalera. Allí tornan los besos. -Adiós, y que sea enhorabuena., PGrncios. -Adiós. -Doña Juana y doña Julia bajan lentamente. En la calle ya, hacen este ligero comentario: -Parece que estaba hoy menos pintada. -Como las ferreterfas no se abren los domingos apa>pvender bermellón.. . La calle está llena de sol. Las dos y media suenan en el reloj de la Basflica, como un quejido. Una bicicleta pasa... (Nada de esto viene a cuento; pero de alguna manera habíamos de terminar este cuadro séptimo que como sus hermanos mayores está copiado tambi& del natural.) [G. A.] VIII Una criada fea, pringosa y otra cosa que no se puede decir y una señora de alguna edad son los personajes de este octavo cuadro, el cual se desarrolla en los dos últimos peldaños de la escalera principal de una easa en Las Palmas. La criada. hurgándose las narices con el índice de la mano y 31 rascándose la’cabeza con los cinco dedos de la otra, dice esto en un chillido: -¿Me dijeron que aquí necesitaban una criada...? La señora, el *ama», después de un silencio: -Sí, nosotros tenemos falta de una criada. iUsted dónde ha estado acomodada? -Pues yo, señorita, p’allá, p’allá. -P’allá, p’allá... iDónde? . -P’allá, pa fuera la Portada. En casa de don Fulano... iUsted no lo conoce? Sí, señorita; el yerno de Fulanito que es hermana de uno que está empleado en el puerto. -No, no sé... -Sí, señora. El estuvo este año en Tafira, se le murió una hija allá por los Carnavales. iUsted no lo oy decir? El va mucho por la botica que está aquí al lado... Sí, señora, uno que se le quemó un almacén. iUsted no se acuerda de aquel fuego que hubo en el Puerto hay más allá? Mire: kl va todos los años a Lanzarote. La mujer es una señora, hija de don Zutano aquel que se desriscó el día del Pino... iUsted no se acuerda de uno que se desriscó, que tenía una empresa de coches y que luego la compró un indiano? -Pues hija mía, no lo conozco. -iJesús, señorita! Es un caballero. En aquella casa puede US-. ted preguntar por mí. -iY usted por qué se fue de allí? -Pues mie pa decirle la verdad porque la señora tenía un genio muy malo y los niños eran muy ruines. .Había uno, el mayor, un gollete de dieciocho años que se permitir5 una frescura y me fui. Porque yo señorita, seré puerca pero a honrada no me gana naide. -Sí, hay algunos niños muy malcriados. Aquí no hay niños. Aquí no somos mas que mi marido, mi hermana, mi suegra, dos cuñados y cinco nitias. ¿Y usted que sabe hacer? -Pue mire, señora, yo estuve acomodada p’adentro pero estuve acomodada en otra casa iusted conoce a Magdalenita la dëisacristan?, pues allí estuve acomodada de ama de cría. . . Y en otra casa peninsulá de un teniente estuve de cocinera y pa dormir los niños. Yo he estado en una porción de casas. En la del Teniente me fui. .., -Quizas por el asistente... -Pero no por el asistente del Teniente sino por el asistente de un Capitán que vivía al lado. Le dije a mi amo: Yo me voy y me fui, pero ahora estoy buscando una casa de mujeres solas. -¿Y usted no tiene madre? -No señora, yo soy hospiciana. Á mí me Sacó Magdalenita la del Sacristán pero como ellos se fueron para el campo y a mí el campo no me gusta y me quedé. 32 -¿Y sabe planchar? -Pues mire señorita, eso es lo que no sé. -Pues hija, aquí hay que planchar mucha ropa y la criada CS la ‘que plancha. Nosotros teníamos una criada muy buena y se marchó porque se puso mala... -Pero se hacer flores de papel y con escamas de pescado. -Bueno eso aquí no se hace. iUsted sabe componer ropa vieja? -¿Zurcir dice? -No, carne guisada con tomates, eso que le dicen ropa vieja... -iAh, sí señora! Y puchero. -Aquí Lsabe? no es ninguna fonda; excepto mi marido que come por las mañanas una «lasquita» de carne empanada, lo demás es comida corriente: judías, caldo de papas, tollos... -iTollos, sí sé! Emperejilados. -Bastante que nos gusta. -Pues ya ve usted ve. -Pero a nosotros nos gusta mucho la limpieza. -Pues mire señora yó seré puerca pero lo que es a limpia no me gana naide. -No, hija; hay que tener mucho cuidado con los calderos, que estén siempre limpios porque mi marido es muy escrupuloso y como padece del estómago... -Señora pa el estómago no hay nada como unas gotitas de láudano. Yo he padecido mucho del estómago. Una vecina me recetó el láudano y me sentó. -iAh! Aquí hay que lavar los pisos dos veces a la semana. -Y las lámparas de petróleo todos los días. -¿Y aquí dejan ir a uno a los paseos de la Alameda? -Ya se acabaran, hija. -Cuando haigan otra vez. Yo estoy acostumbrada a ir a los paseos. Lo mismo que los domingos por la tarde al puerto a casa de una prima casada. -Los domingo tendrá usted una hora de paseo. Lo que es lastima es que no sepa usted planchar. -Eso se aprende.. . ¿Entonces puedo traer la caja?... -Mire. Hoy ha estado tambien otra muchacha que nos recomendaron unas amigas a acomodarse y ha quedado en darnos la contestación mañana. Si no se queda, se queda usted. -Bueno; ientonces vengo mañana por la contesta? -Mañana.. . -Porque no quiero perder tiempo por si me sale otra proporción. -Bueno, mañana. -Entonces, señorita, hasta mañana. 33 -Hasta mañana. La criada desciende lentamente... al pie de la escalera como húmedo Desaparece al fin, dejando recuerdo de su corta estancia en aquel hogar risueño (1) una suela de sus averiadas botas. La señora penetra en el cuatro de costura. -Le hemos oído hablar. No nos gusta la voz. -Jesús, hija, .ni que fuéramos a poner a cantar Gioconda. -No, pero es voz de mujer perdida. -Pues hija mía... 1Yo no sé a quién entrar entonces! Si todas son iguales.. . -Hacemos la comida, y lo demás nosotras hasta que aparezca otra. Porque hija, con niñas en la casa, una mujer de esas... -Sí, perdida parece.. . -Y sucia, la hemos visto por entre las flores de ia galería... Silencio. La señora se sienta en una silla pequeña. Saca de una cesta unos calcetines, que ha de zurcir... Es un mediodía caluroso y pesado... La suegra cabecea.. . Y allá, en la sala, la niña mayor preludia al piano la sinfonía de «Poeta y Aldeano» o el vals «Sobre las olas» o «La hija del Regimiento» o «Las golondrinas de Bécquer». . . o «El amigo de Zerolo». En tanto, la criada habla en la esauina con un cabo, «que bebe».. . [G. A.] (1) Se ha convenido ESCENAS en llamar risueño APLASTANTES a los hogares. DEL VERANO 1 El parque de San Telmo. Al fondo el mar. Un grupo de niñas burguesas, adineradas; otro grupo frondoso. Un gorililla vestido de americano, dando saltos y diciendo gracias. Risas, ojos entornados y exclamaciones íntimas. -1Qué hombre mas delicioso! Las niñas ricas cercadas por diez pesca-dotes. Los papás hablando del agua. del muro y del avance alemán sobre Lemberg. Curas. Mamás sentimentales diciendo lo mismo del año pasado. Una niría: -1Ay Fulanito, qué cuento más gracioso! Yo no sé de donde saca usted tanto cuento. 34 mi me gustan más los peninsulares. -Pues yo, si me caso, me caso con un muchacho de mi tierra. -Fijate jno te gusta ése? Ha venido ahora. Dicen que es de muy buena familia. -Tiene novia. -Dicen que se van a casar. Otras niñas que tienen los novios pa fuera. -Qué me gusta ‘ese hombre. Que asiado se conoce que es; -Y mira. -Si parece que está mirando. -iOyes y.. .? -iNiña! Ya eso se acabd. -iPero qué guapo es! El gorililla dando nuevos saltos: iVaya cardo! i Ayayay! ¿Oué me dice usted, niña primorosa? -Ja...ja’...ja...ja. iQué hombre más delicioso! iPero de dónde saca usted tanto cuento? El mar ni se mueve. iQuién ha dicho que el Parque es un sitio delicioso por la frescura? -A iEs aplastante, convéncete, oh,’ Fabio! II Una acera. Otra acera, enfrente desde luego. El balcón de una heredera. Un letrado, otro letrado; un médico, otro médico; hasta veinte farmacéuticos, por la acerca frente a la niña, que no está asomada. Son pretendientes a la corona... En el desfile, se hablan unos a otros. -iHola! -iHola! -iHola! -iHola! Cada uno para sí. --iEl que más pueda se lleva el gato al agua! El papá de la niña apareciendo en la esquina. -iYa están ahí esos cafres! Los susodichos para su capote. -iAhí viene ese animal! Van desapareciendo. La calle queda sola. Surge otro enamorado,; tropieza con el padre. -Adiós, don Elías. -Vaya con Dios, pollo... La niña se asoma. iE general Jofre ha tomado una trinchera...! III Un matrimonio calle arriba. La señora de chal, el marido de 35 pantalón de dril y americana de alpaca: un relevante vientre el del marido. Van lentamente. Seis tieses de boda. Dicen. -iOyes? -iQué? -iTienes sueño? -No. Pausas. Otro empujito. -¿Quieres ir pu casa? -No. ¿Y tú? -No... Otra pausa. -iQuién es Csa? -No la conozco. -Ah, niño, me parece que es la de Pérez. Tercera pausa. -¿Tienes sueño? -No. ¿Y tú? -¿Quieres ir pu casa? -No. ¿Y tú? Cuarta pausa. -¿De quién es esta casa que están haciendo? -De Pérez. -No está fea. Quinta pausa. -¿Tienes sueño? -No. ¿Y tú? Sexta pausa; y el caminar más ligero. -Vamos pu casa. Tengo sueño. -iOh! cpues no decía que no tenías sueño ninguno? -Sí, pero me ha entrado. -Pues vamos -¿Tienes vapor mañana? -sí. Se alejan. En la puerta del piso: -iMe estoy cayendo de sueño! -iY yo también! Una voz en el infinito: -iAmor,. eterno amor, alma del mundo! PI IV La Alameda de Colón, llena de polvo, llena de sillas incómodas, llenas de merailicos ruidos, llena de rrapejos burgueses, CSUS trapejos que las niñas compran ca Pérez y ca López. Trapejos violetas, azules, verdes manzanas... Niñas de la clase media, esa clase 36 presuntuosa, lamentable, vanidosilla y estúpida que se las dan de elegantes, elegancia provinciana, más bien isleña... Mamás encapotadas o enmantadas, papás que se rascan la planta del pie con los zapatos puestos, papas elegantes y germanófilos de tono andaluz o catalán... Un vaivén monótono, absurdo... Niñas que van o vienen rodeadas de pisaverdes o estudiantillos de matrículas de honor.. . La noche bochornosa, aplastante. Los diálogos lentos, tardíos, dificultosos.. . --iQué animado está el paseo! -Me tomaría un helado ahora. -Trábame la enagua que se me ha desprendido. -Niña? la tienes bien. -¿Tengo el sombrero bien colocado? -Empújatelo un poco pu el lado de allá. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . -Buenas noches, Fulanito, sea enhorabuena. Ya he visto en el Diario que es médico.. . -Muchas gracias. -Ahora, a casarse; a buscar una novia. -Quién piensa en eso,. Antoñita. -Pues hijo ¿qut! hace un hombre soltero? (AI autor, aquí, se le podria ocurrir relatar lo que hace un hombre soltero, pero no se le ocurre.) -*Y dónde se va a establecer? -k stoy pensando que en el Risco. Allí no hay médico ninguno. --Me parece muy bien, Allí puede usted tener mucha clientela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . -¿Has visto qué buena idea, niña? Pues mira, yo no sé cómo se le ha ocurrido establecerse en el Risco... -Y es de los que ganan dinero. -¿Te fijaste en el anillo? -Antiguo; te advierto que es un gran partido. -Pero dicen que bebe. -iNiña por Dios! Este es el país de las malas lenguas. ¿Ei muchacho bebe? Alguna copilla que se toma antes de comer. -Pues a mí me han dicho que bebe y que vive con una mujer que le dicen la catedral. .,........ .,...,...,..............,......,................. -Buenas tardes, Perencejo. -iTengo que ajustar unas cuentas con usted! iYa se sabe todo! -iAh pillo! (Aparte.) Oyes niña, me parece que se me ha destrabado la blusa. 37 -iNiña tos! no me vuelvas loca, que~destrubaeru ni qué ocho kar- En este momento lírico, ideal, azul, la banda toca una cosa que le dicen los lamentos de Tosca y que es el quejido de un tenor que van a fusilar en el castillo de Sant Angelo de Roma, por bruto y por tenor. P-1 ESCENAS ISLEÑAS Un entierro: Numerosa concurrencia. Lo más selecto de la soEl féretro llevado en artístico trono. Varias coronas de flores artificiales. Las cintas llevadas por los sobrinos del finado. Seis cabeceras. Faroles. Muchos curas, a cinco pesetas por cabeza. Pa- ciedad. so lento. Se fuma a discreción. De rato en rato una parada: canto. El alma del difunto vaga por los espacios siderales y los presbíteros la arrullan. J?% UIW cabecera; -LHa leído usted el periódico esta noche? iSerá verdad eso que cuentan del cabildo? -Hombre; creo que hay discrepancias. (Pausa. Aquí todo se resuelve con pausas.) Esro va muy despacio; y casi no cojo el entierro. iEstá afectada la familia? -iHombre, regular! iY qué va a hacer! Les deja el difunto la comida. -Este hombre no venía bien. Tenía un cáncer, jno? -Creo que cáncer no era. Eso dicen los médicos pero a mí me parece que lo que padecía el muerto era del corazón. Los médicos no saben una palabra. -Tenía unos siete hijos con eI que está en Buenos Aires ino? -Deje ver, Antonio uno, Pepe do:, Mariquita tres, Juanita cuatro, Luisito cinco y Periquito seis. Seis tenía. -El Luis creo que le salió. medio loco. -Sí, le da por coger trancas. -Y las chicas jse han casado? -¿Y quién se casa con ellas? La mayor tiene los ojos torcidos corno brecas, y la más pequeña está tísica perdida. (Otra pausa.) -Me escaldados revientan los entierros por el paso que llevan, tengo ya los callos. -Y luego voy nervioso con la levita. Me queda estrecha y me trae marea0 el olor a naftalina. 38 -Pues mi levita tiene diez años de uso. Esta un poquillo antigua, pero aquí ¿quC falta hace? El Jueves Santo, y algún entierro de vez en cuando. -Yo la uso más. Siempre me invitan de cabecera... (Otra pausa.) ¿Y quién lleva las cintas?... ¿Y el hijo viene?... iEstá muy disgustado? -No sé; deje ver... no... no viene... viene el tío... Renegando debe de estar... ellos no se llevaban. -Va mucha gente. . . -Espere... Fíjese por donde va la caja, por la Catedral y mire pa’trus, la última cabecera por casa de Verdú. Es un entierro lucido. -Al que fue poca gente, fue al de don Eduardo. -Claro, a las once de la mañana. Y no sé cómo se les ocurre hacer entierros de día que no viene nadie... -Yo no voy de día a los entierros. El levita no está para sacar10 ¿t bd bLL. (Nueva pausa.) -¿Está oyendo ese piano?.. . . debía callarse, que pasa un entierro.. . i Jesús! Voy reventado. -i.Usted va hasta el cementerio? -Hombre, sí, porque va ese tío y no me ha visto. Después se’ fincha porque cree que no ha venido uno... En el cementerio. Ante una tumba de mármol. una madona de Carrara casi llora por los difuntos que cobija. -Pues no está feo. -Pues no. -¿De quién es? Debe haberle costado sus cuartos... (Pausa milésima.) Mire, vamos a ver si nos ve el tío pu irnos. -Le acompaño en su sentimiento.. . -Muchas gracias. Camino de sus respectivos domicilios. --Ya ha cuniylidw unu. -iUsted va a verlos? -Sí, mañana. -Pase por casa, para ir juntos. Me revientan las visitas de luto. No tiene uno nada que decir. Otro que llega por el lado opuesto, de prisa. -iHola seiiores! ¿Ya fue el entierro? -Ya debe tener la cal encima. -Caramba, si yo llego a saber esto no me visto. iY yo que casi no comí por temor de que se me escapara el entierro.! . . . Me ha, jeringao... Ya no tengó tiempo, porque de aquí que llegué al cementerio.. . 39 -De aquí a que llegue ya está el muerto sentado a la diestra de Dios Padre. -¿Y usted cree que está a la diestra de Dios Padre? iBastante judío que era! Ese está ahora por lo menos en el Purgatorio. -iQué mala lengua tiene usted! -Mire que es un muerto. -iBah! Ahora el hijo le aireará los cuartos... Vamos pa’tras. El muerto, navegando por el éter, contempla su sepelio y se siente satisfecho por la numerosa concurrencia que le ha acompañado hasta la morada última. La esposa en la alcoba de su casa, de.pañuelo hasta las cejas y sobretodo, le han entrado ganas de orinar y está deseando que se marchen de una vez las señoras que la acompañan. . . To he or not to he, that is the pesfion. [R.R.] 40 CRÓNICAS DE Y DE LA [1916/1919) CRONICA DEL LIBRO 0 PROLOGO DE LAS CRONICAS Este libro no se regala a ningún amigo. Los amigos están obligados a comprar los libros de uno. Aparte de que el capital que se desembolsa es muy pequetío, sería cosa descortés no comprarle al estimado amigo su libro, que encima puede tener gracia y lo que dirá será cierto y pintoresco como cosa de la tierra que es. Advierre, pues, el autor de este libro a todos sus amigos, que ha de enviárselo a su casa para que lo compre de grado o de compromiso, ya que es costumbre hacerlo así en la ínsula de nuestros mayores. Poco lector hay, mas ninguno que se tome el trabajo de pasar por las librerías. Y así el libro ha de entrarse en las casas como la mujer de las fregaduras. El autor agradece de antemano esta compra, pero no se enojará con los que no 10 compraren. El sabe que algún pequeño desengaño se llevará, y desde luego sabe también las respuestas que darán algunos clientes, sorprendidos de que por su casa entre un libro y no un pequeño saco de antracita. El autor no regala este libro porque el producto se dedica a un 43 fin benéfico. El fin benéfico de sí mismo. Pues él vive de la escritura pública, como otros de sus secretarías y otros de sus ultramarinos y otros de sus padres. Al comprar el libro, los amigos del autor, hacen una cosa justa, pero si ellos desean tener el autógrafo del literato que compuso estas páginas, el literato no tendrá inconveniente en firmarles una dedicatoria afectuosa siempre que acredite el lector el gasto de sus dos pesetas. Es un poco triste verse uno obligado a hacer estas advertencias al amigo. El amigo cree que nosotros somos personas de valer y hasta suele decirnos: «Yo no SCcómo usted está aquí y no se ha ido donde tenga Vd. más campo.» Pero aunque nos estima mucho no nos lee y no nos compra el libro. Nuestra fama llega a él por referencia o por un apodo o nombrete que hayamos puesto en el Casino con más o menos gracia. Sin embargo, creemos que el empefio de nuestro amigo en que busquemos más campo es un empeño noble, aunque pudiera ser también un modo de tenernos lejos para evitarse la compra de nuestro libro. De todos modos, ha de saber el amigo que este libro será el único libro que nos compre. No publicaremos ninguno más. Palabra. Dos pesetas, por otro lado, se gastan sin saberlo uno y el libro no está tan mal que no merezca el regocijo y las dos pesetas de un honesto tenedor de libros o de un honesto comisionista o de un mercader no tan honesto. Acabaremos. Nos queda el consuelo de saber que las damas que vivan con nuestro amigo se quedarán encantadas con el libro. Ellas seguramente han de decir: «íJesús hija, igualito, igualito a como habla uno! Idéntico. Yo no sé cómo este hombre nos ha copiado tan bien, ese hombre que no va a ningún sitio, ni al Casino, ni al Club, ni a las verbenas, ni al parque, ni a nada; ini a bailes! y que siempre parece que va enfadado. iFíate, niña, fíate! Dónde menos se piensa salta la liebre...» Sí, señoras, la liebre salta donde menos se piensa. Ahora que esta vez salta desde donde se piensa regular. Y no cuesta más que dos pesetas. Y el antnr, ~rata&to no tiene tan mal humor como parece a primera vista, que por cierto la tiene muy mala. GIL ARRIBATO o FELIPE CENTENO DEDICATORIA A TODO LECTOR QUE COMPRE EL IJRRO, FUERA DAMA 0 CABALLERO NATURAL DE CANARIAS, A TODOS LOS DIRECTORES DE LOS DIARIOS LOCALES, A TODOS LOS CRITICOS DE PERIODICOS 0 DE CASINO, A TODAS LAS PERSONAS CUYA COSTUMBRE SEA HABLAR MAL DEL INTELECTO AJENO NO VULGAR, ESTAS REFLEXIONES LIGERAS Y SENTIMENTALES DE LA VIDA CANARIA CONSAGRO 0 DEDICO 45 CRONICAS DE LA CIUDAD (Glosas humorísticas del modo social de los insulares canarios) LA ALAMEDA ESTA VACIA Una noche, un domingo a la noche, vamos a la Alameda. Es el primer día en que las tocatas comienzan. No hay nadie en la Alameda. ¿Cómo es posible -nos preguntamos- que esta Alameda de grandes destinos esté‘solitaria, y estos músicos toquen solamente para los árboles.3 ¿No estará herido el sentimiento artístico de estos músicos que han preparado un programa selecto, para que se les aplauda? ¿Qué razón misteriosa hay para esta ausencia femenina? ~NO hemos oído que Pilar y Dolores y Ana y María se despidieron esta mañana en misa, para verse después en el paseo?. . . Alguna cosa terrible ha surgido. Dolores, Ana, Maria y Pilar se han quedado en sus casas esta noche. El paseo está, pues, sin color; es un paseo desabrido, absurdo.. . Los mozos del Casino se encuentran apesadumbrados. Nadie acierta la razón de esta ausencia. Pero el conflicto existe. En casa de Pilar, de Ana, de Dolores y de Marfa, ha nacido una duda. Ellas han dicho: -«iHabrá mucha gente en el paseo ? -No sé, niña. Como es la primera noche quizás haya poca. -iVamos, entonces? -Sí, pero vamos más tarde, cuando ya haya gente. A mí me fastidia entrar la primera...» Y Pilar, Ana, Dolores y María, con sus lindos sombreritos puestos, aguardan en la ventana de sus casas... Viven cerca unas de otras. Desde sus ventanas, ellas ven salir a la amiga. Y Ana dice: «Vamos a ver si Pilar va. Por aquí tiene que pasar». Y Pilar exclama: -«Deja ver si Ana sale... No ha salido aún...» Y asf transcurre una hora, dos horas. Los sentimentales músicos han tocado Aída, han tocado Tosca, han tocado Bohemia... Pero Pilar, Ana, Matía’.y Dolores, aún con sus bellos sombreritos puestos, continúan en la ventana espe~andu; Pilar a que salga Ma- ría, y aguardando Ana a que Dolores salga. Y transcurren tres horas. Y entonces ellas miran el reloj y di- 49 cen, desencantadas: -«Son las once. Ya eso se acabó. Después de todo no debió haber nadie...» Y no había nadie, es verdad:Estas buenas muchachitas querían que hubiese habido mucha gente... Todas ellas estaban deseando concurrir al paseo. Ellas hubieran dado una chuchería de su tocador por estar esta noche en la Alameda. iPero qué iban a hacer las pobres, si no había gente?. . . Y esperaron todas a que hubiera gente... Y como la gente eran ellas mismas, el romántico paseo se ha quedado solitario esta espléndida noche de verano y los músicos no han tenido oidores gentiles para los prodigios de sus instrumentos... TENGO UN ESCRITORIO Y BASTA El ciudadano isleilo que tiene un escritorio es un hombre terrible. Aunque no trabaje, basta tener un escritorio, para vivir bien. Nosotros pasamos por delante de una serie de escritorios, y vemos a un señor sentado en una mesa, muy serio, y un jovencito que copia cartas, arrimado a la puerta. En este escritorio, al parecer, no se trabaja nada, y oblígase uno a decir. -«iDe qué come este señor?» Pues come de su escritorio. Un escritorio bien arreglado, con una prensa y un almanaque de Piperazina es un potaje oustancioso. Basta que un señor sepa tener su escritorio para que el problema alimenticio esté resuelto. Porque hay que tener condiciones para estos escritorios que pudiéramos llamar honorarios. Un señor nace para poeta, otro para médico, otro para ladrón, otro para comisionista. Y es en balde que se pretenda torcer el destino de estos señores. Aunque el medico se meta a comisionista y el comisionista a ladrón o viceversa. Siempre surgirá la vocación primera. Y el señor que ha nacido para tener escritorio, lo tendrá pese a todos los destinos. El señor de escritorio que no se utiliza, se levanta mas temprano que el que tiene un escritorio para trabajar. Y lo abre más temprano y más tarde lo cierra. Y el natural esfuerzo que hay que hacer para estar dentro de un escritorio es más intenso en el hombre del escritorio honorario, que en el otro del escritorio efectivo. El hombre posee la conciencia de su escritorio+. Lo tiene como una condecoración, como un titulo de nobleza; piensa siempre en escritorio; cuanta cosa hogn de sentimiento o de materia, la hará con tono de su escritorio, como si el fuera el escritorio mismo que razonara y parlara. 50 En la ciudad hay muchos escritorios silenciosos. Todo el mundo tiene su escritorio. Empieza por tenerlo. Antes de pensar cómo va a enderezar el camino de su vida. el señor abre su escritorio. Algunos de estos escritorios, a fuerza de constancia en estar abiertos, logran unas pequeñas cartas extranjeras, algunas muestras de ferretería. Pero hay otros escritorios, los escritorios íntegros, que consecuentes con su idea antisocial y anticaciquil, envejecen de polvo y del mismo almanaque al que se le ponen tacos nuevos todos los años. Falta por escribir la elegía de estos escritorios, que son como los eternos solterones de las plazuelas, siempre con la misma edad, el mismo bigote teñido y el mismo sombrero hongo. DON ANTONIO VA A UN ENTIERRO Acaba de morirse un señor. Nuestro amigo don Antonio, cuando regresa de su oficina se encuentra en el zaguán, al. pie de la escalera, la esquela mortuoria. La lee y se queda contrariado: el entierro es a las siete, y a las siete es la hora en que come don Antonio. Por un momento piensa este amigo no asistir al entierro, pero en la papeleta o esquela está escrita una palabra terrible, una palabra a cuyo influjo no puede sustraerse don Antonio ni ningún amigo. La esquela dice: «Cabecera». Cuando a un insular lo invitan de cabecera, siente un recóndito placer, pero finge contrariedad y desagrado y dice: -«iCaramba, no tengo más remedio que ir al entierro ! ¿Para qué me habrán invitado de cabecera?» No se explican estos amigos por qué los invitan con tanta deferencia, pero íntimamente se sienten felices, satisfechos. Asistir de cabecera a un entierro es ostentar un título importante. El insular que no ha podido ser abogado, aspira siempre a la cabecera de un entieLa vanidad en la ínsula es bien fkil de cumplir. Por eso don Antonio, que come a las siete, irá al entierro a las siete, aunque tuviera que dejar de comer. Mañana dirá en el Casino: «No tuve más remedio que asistir. Me invitaron de cabecera.» Don Antonio llama a su señora y le comunica la extraordinaria noticia. La señora contesta: «Habrá que arreglar la comida en se- rro. guida. ¿Te pones ‘el’ levita? Si no va mucha gente lo mejor es que te pongas el chaquet ». Don Antonio duda cuál de las dos prendas debe ponerse, por fin se decide por la levita. El ha pensado que el señor Luengo irá de cabecera también y llevará levita. Don Antonio come de prisa, nervioso, inquieto. Y no por temor a perder el entierro, sino porque está emocionado con su nue51 VOtítulo. Es como si fuera a pronunciar un discurso, como si fuera a cantar en un concierto de gente distinguida el Raconto de «Lohengrin» u otra pieza de «do» difícil o de«re» inconmensurable. Don Antonio deja la mitad de la sopa de fideos sin comérsela; cuando llega el cocido, lo mira con hostilidad, y sólo se come una «piña»; y moja rápidamente una miga de pan en la salsa de la ropa vieja. . . Después parte medio plátano, y por miedo a que esta comida pueda hacerle daíío, le pide a su señora un poco de bicarbonato. La señora dice: «Antonio, te va a dar una fatiga, no has comido nada...» Pero don Antonio no hace más que temblar de emoción pensando en qUe lo han invitado de cabecera. Don Antonio se viste de levita; la señora para ajustarle bien la prenda tira enérgicamente por los faldones; y don Antonio vestido y con bastón se dirige a la casa mortuoria. En el hogar de don Antonio, silencioso y solitario, queda flotando el escalofrío de las grandes sensaciones.. . La señora se asoma a’ la ventana y su ima@nación va en pos de su esposo, de cabecera en el entierro. - LlkiGn a la puerta; la esposa abre; es un amigo del marido: -«iEstá don Antonio?» -« No, salió a tin entierro.» -«Caramba, tenía prisa en verlo.» -«El fue porque no tuvo más remedio. Lo invitaron de cabecera. Si quiere pasar y esperarlo»... La esposa ha dicho lo de «cabecera», con el mismo tono qué hubiera exclamado: «El general lo mandó a buscar». 0 «tuvo que hacer una operación». 0 «ha ido a defender un pleito». Estos señores que van de cabecera a los entierros insulares son después en el Casino uná especie de Victor Hugo de la localidad. ¿QUIEN HA SALUDADO, NIÑAS? Camina un grupo de señoras por una calle que le falta luz y de pronto se cruza con el grupo un señor que lo saluda. «Buenas nochesu. Y una señora del grupo añade: -¿Quién es el que ha salu- dado, niñas?» Mas ninguna sabe quién saludó. Y he aquí un enorme conflicto planteado. Una señora le pregunta a otra: «iPero tú no sabes quién fue? -iYo no SC, hija! iJesús, mujer, no te fijaste! -Pues no me fijé. iCaramba!» Y en el grupo se hace un .ambiente de tristeza, de melancolía. iTan importante como es saber quién saluda! iSería Pepito? Pepito no pudo ser porque a esta hora está él hablando con su novia. Pero pudiera ocurrir que fuera Pepito. ¿No podía Pepito estar malo esta noche y haberse marchado a acostar más temprano? 52 Pero es que Pepito suele ir por otra calle, y además la dirección que llevaba el que saludó era contraria a la que debiera llevar Pepito que vive en otro sitio. Pepito no puede ser. iEntonces será Juanito? iJuanito? iPero Juanito no estaba en el campo? Una del grupo oy decir que hacia tres días Juanito había llegado del campo. Se parecía a Juanito, pero no es posible asegurarlo, porque aunque Juanito haya estado en la ciudad pudo muy bien haberse ido hoy mismo al campo de nuevo. iQuién es, pues? Las seríoras están disgustadas. Ellas venían contentas, alegres, y aquel señor que las saludó y que no pueden conocer, les ha estropeado el paseo. ¿Cómo es posible que pase un señor y salude y no se sepa quién es? Las señoras se van despidiendo en las puertas de sus casas respectivas. Han llegado silenciosas, preocupadas. Cuando se despide la última, pasa otro señor que la saluda y que es Pepito, Entonces comprenden que el primero que saludó no era Pepito. ¿Quién sería, niña? Pepito no pudo ser. Pepito viene ahora de hablar con su novia. $o ves? Se marchan las últimas. Entristecidas, malhumoradas, llegan a su casa. En la casa las esperan otras de la familia que no han salido al paseo. -iCómo les fue, niñas? -Bien. -iJesús! Parecen que están aburridas. -No nos digas nada, que nos salud6 uno esta noche, hija, y no pudimos saber quién fue. ROBAINA ESTA MOLIDO Cuando un ciudadano isleño está molido, hasta las estrellas desaparecen de emoción. ~NO habéis oído quejarse al ciudadano un sábado a la tarde? El ciudadano llega cansado de su paseo y se echa en un sillbn y dice: -Estoy molido. -La familia, entonces, se estremece. Este molimiento del ciudadano es de una gran trascendencia. Representa que tiene por lo menos dos callos y que viene del Puerto. Siempre que se viene del Puerto hay molimiento. A veces el ciudadano, llega del casino donde ha estado sentado toda la tarde, y aunque haya reposado bien, se encuentra molido. Lo dice así, oídlo: -iQue molido estoy! Otro dfa, el ciudadano se muele de verdad y entonces el quejido es enorme. De molimiento pasa a muerte: 53 -iEstoy muerto! Pero generalmente no está el ciudadano más que molido. Si es Cónsul y tiene que asistir a una función religiosa. a una de esas funciones largas y nutridas, el ciudadano no almuerza cuando vuelve. -iPero hombre, por qué no almuerzas? -le pregunta su eeposa. -Es que estoy molido -responde el ciudadano. Se me han quitado las ganas. El olor del incienso me ha dejado molido. La esposa no comprende bien cómo un olor tan amable y tan sagrado, puede moler nada. La esposa sabe que ~610 muele el molino, pero como el esposo asegura que muele también el incienso, ella se calla y no medita, ni pregunta más. Si el ciudadano es comisionista y se pasa el día sentado sobre un saco de garbanzos en la tienda de un cliente, cuando a la noche vuelve a la casa, llega triste, rendido, fatigado... -iQué molido estoy, hija! -Habrás trabajado mucho. -No, no he hecho nada. Me he pasado el día sobre un saco de garbanzos, pero estoy rendido, estoy como si me hubieran dado una paliza enorme... Si el ciudadano no es nada, y se levanta a las doce y se acuesta temprano y se pasa el día ora en la puerta del Casino, ora en la Plazuela, ora en el muelle, y es además hombre sano y rico y dichoso, también regresà’ a su casa molido. También lo muelen unos poderes misteriosos, mágicos. Este ciudadano si recibe una cantidad de aire mayor que otro día cualquiera, dirá luego que está mulido; si habla con cuatro personas en vez de tres como hab16 el día anterior, se encontrará molido al final del coloquio y tendrá que acudir a la cama o al sofá en seguida. Si el periódico trae una noche más telegramas que de costumbre, el ciudadano se molerá. Todo él estar& lleno de dolores, al acabar la lectura. Y así el ciudadano se encontrará molido hasta en el ataúd. ¿Por qué estarán molidos siempre estos buenos hombres? ¿Por quk si no hacen nada, si no caminan, si no corren, si no trabajan, están molidos?. . . LES que ellos han nacido ya molidos del vientre de sus madres?... No, no. Es sc510el espíritu lo que está molido. Lo ha molido un molino negro y silencioso que mueve el diablo... ; : 6 d i i m t 5 5 s i d E z ! d ; E 05 ¿YA VINO? i.Quién vino? Fabelo. Ha venido de Madrid, ha venido de Londres, ha venido de La Habana... Fabelo se encuentra un amigo por la calle y este amigo le dice: -iHola, Fabelo! ¿Ya vmo? Fabelo se encuentra otro amigo que le dice lo mismo que el primero: -iYa vino? Fabelo a todos les contesta igual, sonriendo: -iYa vlne! A Fabelo no le extraiía que a él, habiendo venido, le pregunte un amigo que le ve con sus propios ojos:-¿Ya vino? Fabelo no ha ‘parado su atención en esta preguntita, porque él hace también otra igual a Robaina, cuando Robaina es el que llega de Madrid, de La Habana o de LOndres: -¿Ya vino, Robaina? Y Robaina, entonces responde como Fabelo: -iYa vine! Todos los insulares que retornan a la ínsula están en el mismo caso que Fabelo. Es preciso preguntarles & ellos mismos si vinieron: Es en balde que las listas de los vapores consignen que Fabelo ha viajado, es inútil que un amigo de un periódico anuncie la llegada de Fabelo; cuando Fabelo tropieza con un paisano tendrá, indefectiblemente, que decirle que ha venido . . . ¿Por qué preguntarAn estas cosas vanas, nuestros amigos los insulares? ¿No ven a Fabelo ante sus ojos? ~NO han comprendido que aquella barba negra y larga, aquella nariz violenta y roja, aquellos hombros ciclópeos y aquellas manos amplias, S610 son de Fabelo? ¿No recuerdan todos que Fabelo era asi cuando se march6 de viaje? ¿Cómo es, pues, posible que Fabelo haya cambiado tanto en dos meses que sea necesario preguntarle si ya vino, para oír su voz y la confirmación de su retorno, por sus propias palabras? iEs que piensan que Fabelo no puede volver más? iEs que creen que Faheln nn es el mismo Fahelo, sino un facsimile de Fabelo, por ejemplo: Fabelo se queda, y manda su barba, sus ojos, su nariz, sus hombros y sus manos convenientemente distribuidos, a que salude a la gente? Nadie sabe lo que piensan los amigos de Fabelo: lo cierto es que cuando se hallan frente a Fabelo, le preguntan: ¿Ya vino? -Sí, sí, es indudable que Fabelo ha venido, está delante de todos, pero no ha abierto la boca aún. $erá Fabelo? Se parece a Fabelo -dicen los que están viéndole-. Fabelo ha llegado; lo anuncia un periódico; además Fabelo puso un telegrama diciendo que se embarcaba. No hay duda para los ojos, de que Fabelo ha venido. Pero.. . Entonces todos le tienden la mano y le preguntan: -¿Ya vino? 55 Mas como Fabelo no es irónico, ni ha nutrido su espíritu con libros humoristas, ni siquiera conoce a Voltaire, sino que es un hombre sencillo, modesto, que viaja porque se lo dijeron, no podrá contestar nunca de este modo: -No, no he venido aqui, vendré quizá la próxima semana. Vds. me perdonarán que no venga hasta entonces. Serán ~610 unos cuantos días más de espera. ESTA EN ESTADO Cuando una señora de la ínsula está en estado interesante, todo el mundo lo sabe en seguida. Y asi podemos oír continuamente, en visita: -«Fulana está en estado». -iTan pronto? -Responden. Y aunque se puede estar en estado dekde un mes de vida conyugal, y todas las señoras que hablan lo han sabido por experiencia, hallan extraño que esta otra señora esté en estado con dos meses de matrimonio, nada más. -Fulana esti en estado. -«iJesús, niña! No ha tenido tiempo de respirar y ya estb en estad0.m Y las solteras añadirán: nA mí, hija, no me gustaría estar en estado tan pronto.» Cuando una de estas sefioras se nota su estado, se pone un chal 0 un saco que llaman de disimulo: y que es precisamente lo que más llama la atención de este estado. El vientre de esta señora apenas se nota crecido, pero la señora para que se note esto que no se nota, se pone el chal. Y así, don Fulano que la ve en la calle le dice. a su mujer: --uMe parece que Fulana está en estado.» Y esta esposa lo repite a una amiga. Y el estado del estado de la señora pasa de amiga en amiga, hasta que ya la señora tiene un vientre bíblico y no cabe ocultación discreta. Entonces, la frase cambia y en lugar de decir: «Está en estednu, se dice: «Está para dar a luz-u Cada vez que un isleño estg en gestación, la ciudad entera se conmueve. No parece si no que el niño en ciernes se va a llevar algún empleo, o la novia rica de otro isleño. La señora en estado ua a pasear al Parque. Algunas gustan de exhibir este bulto y lo pasean orgullosamente, como diciendo: «Nadie tiene esto que yo tengo.» «Esto que va a salir de mí es lo primero que sale de vientre femenino.» Y la señora va a la tienda y a la Alameda y a la Plazuela y a misa, siempre con su bulto, en ehyobiciórl . La señora pretende que hagamos una reverencia ante ella, como los griegos hacían a sus mujeres embarazadas. Pero nosotros no hacemos esta reverencia porque el isleño que se desarro56 t 5 Ila dentro de la matriz de aquella señora, será un futuro enemigo nuestro. Algún día hemos de decir de él: «Me relaja este niño.» Por eso, cuando una scííora está en estado en la ínsula, la ínsula entera se estremece. Y si un isleño dice: -«Fulana está en estado», se sobreentiende que, va a haber un hombre más, mañana, que se disputara la Regiduría de Abastos, por ejemplo, 0 la Secretaría del Cabildo. Pero si es la señora la que dice que Fulana está en estado, debe entenderse que la embarazada engordará y se pondrá fea, y acabará de hacerle la competencia. Nosotros aconsejaríamos a todas las señoras propicias a estar en estado, que no lo estén. El número de insulares disminuiría con esto y hasta sobraría el Raisuli, pero iríamos sin duda ganando en orientación. YO NO LEO PERIODICOS Así como hay señores que tienen a honor leer periódicos y libros, hay otros que se honran con no leerlos. «Yo no leo los periódicos», dice un poco despreciativamente el señor que no los lee. Y alza la cabeza, como si en vez de no leer los periódicos fuera él el mejor que los escribe en el mundo. En la Insula es una cosa honorable no leer periódicos. Los pe- riódicos no dicen más que boberías. Las boberías de estos periódicos generalmente consisten en hablar de estos señores que dicen que no los leen por esas bobedas mismas. Así don Fulano no lee nunca los periódicos, mientras el periódico está diciendo que Cl está mejor de su enfermedad o que ha pronunciado un excelente discurso. Claro que en el fondo el señor está contento con el elogio o la cortesfa de este periódico, pero tiene también razón en decir que son boberías lo que traen estos periódicos. En lo que no tiene razón es en no leerlos. El periódico para que lo lea este señor tiene que decir boberías. Si el periódico en lugar de estas cosas triviales hablara de budismo o de la situación psicológica de Rusia, el señor no podría leerlo de verdad. Pero ahora, con sus boberías cotidianas, es cuando debe leerlo porque es cuando lo entiende. Dice boberías el periódico, claro está, y el señor lo sabe, luego lo digiere. Si no dijera boberías ipodría saber el señor lo que dice? El secreto de la boberfa no está en el escaso caletre del periodista, sino en la discreción y el tacto que la costumbre de su oficio le ha dado. El señor, en vez de decir que no lee periódicos, debía 57 leerlos y darse pisto de que los entendfa, ipues cómo va a saber de estas bobetías sin enterarse? Otro bobo más discreto que él podía superarle en conocimientos y decir con m6s razón que los pcrió- dices no traen sino boberías. Cada señor isleño tiene dentro de su cuerpo un periódico mejor que cl que le llevan a su casa y que por wmpromiso paga. Tiene su periódico y lo escribe todos los días. No lee los de papel y tinta, y es seguro que no los leerá nunca. Posiblemente estos periódicos que no dicen más que boberfas, serán esos que ellos llevan dentro de sí mismos. DON FRANCISCO PURGANTE ; E 6 2 ESTA DE Don Francisco se ha tomado hoy un purgante. Por eso él ha estado toda la mañana metido en su casa de zapatillas, sin lavarse y tomando agua de pan quemado. Nosotros nos lo encontramos al anochecer y nos ha dicho: «Me voy, lo dejo mi amigo: no quiero que me coja el sereno porque hoy estoy de purgante.» Cuando un hombre en la ínsula se toma un purgante es como si se tomara una trágica decisión; como si fuera ‘a presentar una renuncia política con carácter irrevocable. Primeramente, el insular está diciendo varios días que necesita tomarse un purgante. Un día no come y su mujer, al observarlo así le dice: «Quizás te haga falta un purgante. ¿Obras bien?» -«No, no he obrado hace doi días. No sé si tomarme el purgante.» -«Tómate una pildorita de esas que se toman por la noche»: -«No sé. Mejor será una limonada. Pero me fastidia porque tengo que quedarme sin oficina.» -«iTómatelo el domingo, hombre!» -«No, no, el domingo no porque me quedo sin misa.u Este diálogo no se repite hasta ocho dlas desputs, que adquiere más amplitud. El marido dice: «No voy a tener otro remedio que purgarme.» -«iNo te lo dije? -contesta la esposa-. No te purgues y que te dé una peritonitis. Son majaderías. Total: cinco minutos de mal gusto. Yo te encargo uno. iQuieres una limonada?» -«No, sé..., una limonada...» -«Pues toma aceite de castor». -«iNiña, estoy después repitiendo todo el día.. . ! -Mejor es una limonada.. .» Vencida la resistencia del marido, la esposa manda a buscar una limonada. que coloca. convenientemente. en la pila con el gollete hacia abajo. El esposo, cuando se va a acostar y bebe agua en la pila, se estremece ante la visión de la botella aterradora. Allí, junto al bernegal, está el frasco con el veneno. 58 El marido, que es don Francisco, no duerme y se levanta con el alba lleno de inquietud y zozobra. Se dirige a la pila dispuesto a beberse la pbcima. Coge un vaso, agita la botella y cuandn se dis- pone a vaciarla se detiene súbitamente. No se atreve. Tomarse un purgante es una cosa más Seria de lo que parece. La vfspera, don Francisco destapa la botella y aplica las narices; husmea.. ., no da olor. Seguramente el purgante no sabrá a nada. Pero iy si sabe? Estas cosas de la botica engañan. Don Francisco no se decide y se vuelve a la cama. En la cama duerme hasta las ocho que lo despierta su señora. -¿Te has tomado el purgante, Pancho? Don Francisco, aunque oye, no responde. Hace que duerme. La mujer le sacude vivamente, y don Francisco no puede fingir más. Es preciso cargar con el purgante. La esposa va en busca de la limonada, que trae en un vaso especial, para purgante, donde se han tomado todos los purgantes los antecesores de don Francisco. En un plato diminuto trae la señora unos terrones de azúcar. Y entonces comienza el asalto. Don Francisco acerca los labios para’retirarlos rápidamente; la esposa se impacienta: -jPero hombre, pareces un niño! -Es que me repugnan los purgantes. -Pero si no sabe a nada. Mira: yo te trinco las narices, te lo tomas sin respirar y después te tragas estas dos piedras de azúcar. De este modo es como don Francisco se toma al fin el purgante. Pero después, durante el día, esta insoportable. A las dos, después que haya obrado, se tomará un caldito con un huevo dentro y un poco de arroz y un trozo de conserva de membrillo; dos horas más tarde, un poco de leche y una copita de vino de Jerez, y al atardecer irá a dar un paseíto al parque para recogerse tempranito. Mas al día siguiente se enterará todo el mundo de que don Francisco se ha tomado un purgante. El lo dirá en el casino palpándose el vientre y sin venir a cuento. Cuando su vecino de butaca sospecha que él piensa en algo metafísico al verlo mirando el cielo, don Fr aucko diI á; -Garay, estoy muy bien. Ayer me tomt un purgante y es como si me hubiera quitado un peso de encima.» TENGO VIAJANTE Todo ciudadano que se mete a comisionista ha de pasar por el viajante. El viajante es un señor catalán, generalmente de la Liga, a quien se invita a almorzar en el «Café de Madrid» y se lleva un día a San Mateo, para ver eso. El comisionista, cuando tiene al 59 viajante, no es más que del viajante. La señora del comisionista no puede ir al cine, porque esa noche, le toca al viajante. Tampoco puede ir la señora a casa de su familia, y dice a su criada: -Dile a Pinito que esta noche no vamos, porque Pancho tiene al viajante. Y que no sé cuándo iremos. Dile que iremos cuando el viajante se vaya.- El viajante, a su vez, es del comisionista y lo invita, si cs catalán a tomar un refresco económico mientras le dice, con tono de la Barceloneta: «Ahora estamos haciendo las medias con un hilo mejor. La pana es de mejor calidad. Norbillat la fabrica también, pero la pana de Norbillat no puede competir con la nuestra». En el tranvía se entabla una pequeña lucha urbana, entre el comisionista y su viajante. El viajante quiere pagar, pero el comisionista no lo permite. Y es que una de las cosas que primero debe aprender el comisionista isleño es portar bien al viajante. El viajante tiene otro amigo además del comisionista. Y un día almuerzan juntos, para que al final del almuerzo aparezca el comisionista y pueda decirle el viajante: «Ha llegado usted a tiempo. Set tomará un café.» El viajante no tiene ese amigo nada mas que para pronunciar esta frase del diccionario de los viajantes. Cuando el viajante se va a Tenerife, se queda el comisionista arreglando el muestrario y dice a todos los clientes: «El viajante está en Tenerife, vendrá dentro de una semana y sera conveniente que usted tuviera arreglado para entonces el pedido.» Y es que ell viajante se va, para que el comisionista pueda decir eso, pueda hablar alguna cosa. Si el viajante no se fuera esos siete días a Tenerife , iqué podía pensar o decir el comisionista? Nosotros quisiéramos tener, a falta de una finca, un pequeño viajante. El viajante es una cosa.importante y honorable. Tener un. viajante en plaza es casi tan importante como tener una buena voz de tenor. Ahora es la Cpoca de los viajantes. La ciudad se llena de ellos. Empiezan a cruzar las calles hombres pequeñitos con zapatos blanCOSy carteras de cuero bajo cl brazo. Y detrás dc cllos, como perritos leales, los comisionistas, alegres y satisfechos de tener su viajante ya. A un muchacho le gusta tener un reloj y estudiar para que el papá le compre uno cuando se examina. Un comisionista, lo primero que ha de hacer, es procurar que empezado su ministerio mercantil le llegue un viajante y trabaja para tenerlo. El viajante los cruza caballeros del ramo de tejidos y les da espaldarazo con un cepillo de dientes de calidad extra. 60 ; g EL SEÑOR. CHINCHOSO Ha cruzado a nuestro lado un distinguido señor, bien vestido, bien afeitado, con aire de persona educada. Este señor se ha quitado el sombrero cortésmente y nos ha saludado, con una amable sonrisa. Un amigo que estaba junto a nosotros ha dicho cntonccs: «iQue hombre más chinchoso!» iUn hombre chinchoso! Chinchoso es en la isla sinónimo de cargante, de antipático. El señor que nos ha saludado es un hombre fino , Lpor qué es, pues, chinchoso? Por eso mismo. Nuestro amigo se molesta cuando un hombre le saluda con educación. Es indudable que nuestro amigo le gusta la gente ordinaria. Para él el hombre que eructa, que se mete los dedos en las narices y que dice iajo! cada dos palabras y escupe por el colmillo, es el perfecto hombre de sociedad. Nuestro amigo encuentra chinchosos a todos los hombres que han recibido un poco de educación. Y este criterio de nuestro amigo se encuentra muy generalizado en la ínsula. Por eso hay tan poca gente chinchosa. Un isleño no puede sufrir que le digan chinchoso. Y si han de. decírselo, porque se quita el sombrero, no se lo quita y santas pascuas. -Es de lo más chinchoso que hay, ese hombre. Buenas tardes, cómo está usted. iJesús! Qué chinchoso -repiten remedando los que no lo son. Y el desdichado señor que ha sido chinchoso unos minutos, deja de serlo desde aquel día, para siempre. Así, pues, cuando veáis tanta gente ordinaria y plebeya a vuestro lado, no sintáis dolor, ni asco. En el fondo toda ella es finísima, culta, espiritual, pero molesta. Y se hace así por educación misma, por cortesía misma, porque serían unos hombres chinchosos en medio de una sociedad de hombres no chinchosos, notas discordantes en una orquesta NO ME HAN tan afinada y completa. INVITADO En la ínsula hay siempre un señor que no es invitado, y que él cree que deben invitarle porque dice: «A mí no me han invitado.» Cuando un señor dice: «A mf no me han invitadow, ya sabemos que ha habido una fiesta donde no se ha invitado a todo el mundo, sino a unas cuantas personas, entre las que no se encuentra, claro está, este señor que se queja. -¿Ha ido usted a la fiesta, señor? -le preguntamos-. Y él dice: -¿Pues ha habido fiesta? No sabía nada. No he recibido invitación. Y se aleja pensativo, el señor no 61 invitado, .hecho un, mar de confusiones por no saber qué causas han obligado a no invitarle. «No.&.., no sé... -dicepor qué no me han invitado.. .» Y es el caso que el señor no tiene importancia para esta invitación y él mismo sabe que no la tiene, y no debe extrañarle, pero le drVocupa, sin embargo: Caramba! ¿Por qué no me habrán invita\ Luego, hay otros señores que saben de esta fiesta por el señor no invitado. En la ínsula para dar popularidad a una fiesta lo mejor es no invitar: «¿Ha habido fiesta? iNo han invitado, pues! iCaray!» Los señores no invitados que saben de esta fiesta, dicen: «A don Fulano no lo han invitado tampoco.» ¿No han invitado a don Fulano? -Eso he visto en el periódico. -iPues es raro! Y se encuentran a don Fulano y le preguntan: «iDon Fulano, a usted no le invitaron?» -A mí, no. -Hombre, icómo ha sido eso? -Pues no sé, no me lo explico. -Pues don Zutano fue invitado. -¿Ah sí? ¿Lo invitaron? Y se arma un pequeño conflicto socia1 con esta invitación, y la señora de la casa se incomoda y exclama: -Pues si no te han invitado ahora no debes aceptar la invitación cuando te inviten otro día. Y el señor no invitado recordará toda su vida este desaire, y lo repetirá en la rebotica, cuantas veces haya fiestas y aparezca un nuevo señor no invitado. -Pues a mí, allá el ~$0 14, no mt: iniharon a la fiesta tal. Nunca 10 comprendí. Aunque luego me dieron excusas, diciendo que fue un olvido involuntario, pero yo, no volví jamás a ninguna fiesta que dieron esos señores. . . Fue una cosa que me molestó mucho y todavía al recordarlo me arde un poco. A COGER LA PUERTA Un señor que tenga en la ciudad mucho negocio, lo primero que necesita es una puerta para que el isleño la coja. En un bufete, en un despacho de médico, siempre hay un señor cogido a la puerta. Un señor que llega al amanecer y se va de noche. El señor que dice: *Le he aguardado a usted muchos días y al fin, en vista de que no podía verlo, he tenido que cogerle la puerta.» Generalmente, cuando nos enteramos de que la puerta está en poder del señor, es en el momento de más trabajo, cuando vamos 62 a salir de prisa, cuando vamos a almorzar y no podemos atender al señor que nos ha cogido la puerta. La puerta en la isla, pucdc o estar barnizada o abierta o cerrada o cogida. Cuando el isleño coge la puerta, es lo mismo que cuando coge el dinero ajeno. Acostumbrado a coger algo, cuando no coge monedas coge puertas. Y mientras cierra la suya se agarra a la de los demás. Una mañana se levanta el insular y dice: «Tengo que ver a don Fulano. iA qué horas está don Fulano en su casa?» A las tres, le dicen. «iEs seguro que a las tres?» Pero a esa hora no podrá verlo nadie porque tendrá mucha gente. Lo mejor es ir a las nueve. -iPero si a las nueve no esta!, le dicen. «Ya lo se. Estará a las tres, per.0 irC a las nueve.» Y a las nueve va. Y coge la puerta. Y dan las diez y las once y las doce y la una. Y a las tres llega don Fulano, sudando y de prisa y se mete por la puerta trasera de su casa que el insular no ha visto, ni ha presentido. Pero al día siguiente se entera y se pone en aquella puerta de atrás y cuando don Fulano entra le dice sonriente: -Hoy no se me escapa usted. Ayer estuve cogiéndole la puerta de delante cinco horas y usted se me metió por ésta, pero hoy le cogí ésta y no se me escapa. Y don Fulano, que se va poniendo rojo de cólera, no se atreve a contestarle al señor que ha cogido esta su nueva puerta que él creyó no podía coger nadie. Pero allá en su fondo le dan unas ganas terribles de decirle al señor que coge la puerta: -¿Y usted, pollo, no coge otra cosa, no coge más que puertas?. . . TENGO QUE TERMINAR T.iJN TRABAJILLO Si uno ha nacido para tenedor de libros de una casa de comercio, llegará un dla en que nos oiga decir un amigo: «Tengo que terminar un trabajillo». Y esto ocurre cuando una noche va uno deprisa por la calle de Triana y nos tropezamos con el amigo que nos detine y nos pregunta cuál es nuestra ruta. Y entnnces hemos de decir la frase sacramental: «Tengo que terminar un trabajil1o.w ‘En la ínsula no hay un solo tenedor de libros que no tenga que terminar un trabajillo. Este trabajillo es buscar un dulce céntimo 63 que se ha extraviado, de chico que es, entre las columnas rojas de un Diario. El tenedor: de libros se mete de noche a buscar este cbntimo, pero el céntimo se burla de él escondido detrás de una peseta que brilla como la plata de la luna y que todo lo ciega con su resplandor. Pero el tenedor, como ha dicho la frase terrible, estará toda la noche buscando este centimo. El tenedor es esclavo de la palabra; que ha pronunciado. Aunque él quiera no podrá dejar de trabajar porque ya ha dicho que tenía que hacer el trabajillo, y cuantas veces quiera hacerlo, recordará su frase y se verá dominado por ella. Un tenedor de libros que tiene que hacer un trabajillo, ha de hacerlo, porque! entonces, si no lo hace, no tiene que hacerlo. ¿Y cómo puede ser palabra fiadora ésta del tenedor de libros, que dice que tiene que hacer un trabajillo y luego no lo hace? Si mañana dice que está bien una suma, nadie podrá creérselo; una suma no está bien nunca. Es necesario volver a la noche para revisarla. Este trabajillo que se hace es revisar la suma. El tenedor de libros que no tenga que hacer un trabajillo, no podrá ser nunca un tenedor de libros completo. El necesita salir muy tarde y dejar siempre un trabajillo pendiente para hacerlo después a la noche. El trabajo no podrá acabarse nunca, y será un eterno error mercantil si no se deja un trabajillo para terminarlo. El trabajo necesita este auxiliar de su trabajillo. El trabajillo es, después de todo, el verdadero, el profundo, el intenso trabajo del tenedor de libros. EL RELLENADOR Un señor rellena el Parque DEL PARQUE todos los días. Este relleno ideal, está hecho hace meses. El señor todas las mañanas echó un poquito y el hueco enorme del ensanche del paseo se ha llenado de deseos del señor. Este señor es el amigo isleño. En la isla hay señores que son amigos, no porque tengan muchos amigos, sino porque lo son de ellos mismos. Decimos: el amigo Fulano, y ya se supone que es aquél. Este señor es amigo, como puede ser farmacéutico o sobrestante. El calificativo aquí, es como el título de su arte u oficio. El amigo isleño rellenó el Parque, poco a poco, y aunque su melancolía patriótica demuestre que el ensanche no está relleno, el amigo se lo supone así. Acaso no se atreva a caminar sobre su relleno ideal; 64 posiblemente, si alguien se atreviera a caminar a su vez, él le gritaría: «No, amigo. No crea usted que eso es sólido. Está relleno de voluntad mía. que aunque es férrea. no tiene resistencia real para las plantas de sus pies.» Pero es lo mismo que esté el parque relleno de escombros o de voluntad particular. El señor tiene unos dulces pies ideales para darse un paseíto sobre él. Y ve el mar más cerca que nadie, y su espíritu manso de hombre de rebotica, se conforma y se enorgullece. ¿Qué importa que sea de tierra o de pensamiento este relleno? -Dice él. El cielo, ni es cielo ni es azul. iY mañana!... El amigo rellenador es un honesto filósofo urbano. Y un arquitecto del mundo invisible. El ha hecho tambiCn su puente y si no anda por él es para no estropearlo. Lo que no ha podido conseguir, ni en las más recónditas regiones de su imaginación, es agua para el evacuatorio del Puerto. Su mayor cariño es, sin embargo, el relleno, iAsí pudiera rellenar su cabeza como rellenó el hueco del ensanche! Pasan los días, las mañanas claras y las tardes dulces, y el señor no las ve pasar, absorto en contemplar su relleno. Acaso, un día -lejanocuando de verdad esté relleno el Parque, el señor amigo se incomode y no vuelva a prestar su patriótico servicio. Seguramente exclamará indignado: «En este país no se puede hacer nada sin que le estropeen a uno cuatro envidiosos el trabajo. Lo mejor es meterse uno en casa y que la política se las entienda sola.» ; zB ESE ES UN SINVERGÜENZA Generalmente, en la ínsula, el sinvergüenza no es el individuo que no ‘tiene vergüenza, como sería lógico y gramatical suponer: sino el que hace una cosa que al verdadero sinvergüenza perjudica. Un sinvergüenza abre una timba y hay otra persona que no está conforme con esta timba y la va a denunciar, y el sinvergüenza, que además es listo, lo supone así y advierte a un cofrade suyo asimismo sinvergüenza: «Mucho ojo con Fulano, que ése es un sinvergüenza y nos denuncia.» Otro señor va a cometer una sinvergüencería y ante el temor de ser descubierto se previene pensandoi «Esto tengo que hacerlo bien escondido porque si se entera Zutano, que es un sinvergüenza... me fastidia.» Para dejar, pues, de ser sirvergüenza en la ínsula, es preciso ser sinvergüenza. Mientras más sinvergüenza se es menos sinvergüenza resulta uno. Una sinvergüencería mata a la otra. Otro seiior no está conforme con el saludo que le propina un amigo y lo deja de saludar. Desde este momento pasa a ser sinvergüenza. Un saludo de mas o de menos adquiere en la sociedad pretenciosa de la ínsula caracteres de canallada. Y así vemos que no saludando a los sinvergüenzas somos sinvergüenzas sin saberlo. Pero esto no obsta para ser amigo del verdadero sinvergiienza. Aunque uno no lo sea y lo es, con relación a otro que siéndolo no quiere serlo. El sinvergüenza dice: «Perencejo de Tal es amigo mío, pero no dejo de reconocer que es un sinvergüenza.» No empece, pues, no ser sinvergüenza para que el sinvergüenza sea amigo nuestro, suponiéndonos sinvergüenza. Si nosotros decimos que el sinvergüenza es él, se enfadará, sin embargo, pero tampoco dejará de ser nuestro amigo. Sinvergüenza para el sinvergüenza es aquél que, aún haciendo cosas de sinvergüenza, no son corno las de él. Y cualquier cosa es una sinvergüencería. Si el sinvergüenza robó una cosa, dejará de ser sinvergüenza. en el mismo momentq en que el no sinvergüenza se olvide de saludarle en la calle. Pues su categoría de sirvergüenza la traspasa ipso facto al no sinvergüenza. -¿Quién...? LEse...? iEse es un sinvergüenza! Pasa por al lado de uno y ni saluda siquiera. LLAMEME POR TELEFONO En .toda casa que haya un telkfono debe contarse, de antemano, con el señor que ha de pedir en seguida el favor de hablar por teléfono. Este señor necesita más que ninguno el teléfono. Casi todos sus negocios los hace por teléfono. Pero no pone ninguno porque cerca de su casa hay otro y es una bobería gastarse el dinern teniCndnln tan a mano y tan económico. Nosotros tenemos un teléfono de mesa, en nuestra alcoba. Este mes lo hemos utilizado una vez solamente, pero nuestro amigo, el de la esquina, lo utiliza todos los días. «Voy a hablar un momento por teléfono», nos dice. Y nosotros le respondemos: «Puede usted hablar, pero todavía está sin hacer la cama y no se han llevado la bacinilla.» «No importa -nos responde-. Yo no necesito ni la bacinilla ni la cama. Es un momento nada más.» Otra vez, a media noche, nos despierta el timbre del tekfono. Es un señor que llama del Puerto y dice: «iPodía hacer el favor de mandar un recadito a don Fulano para que se acerque al teléfono?» 66 Y nosotros nos levantamos, nos vestimos, nos desayunamos a media noche, hacemos la cama y escondemos la bacinilla para que venga don Fulano y hable por el teléfono. El señor que pide el favor de hablar por el teléfono se encuentra en la calle a un amigo y le dice: «Si me necesita, llámeme por teléfono.» «iPero es que ya tiene usted teléfono?n -«No, no señor, lo tiene Zutano. Usted me llama allí y en seguida me mandan un recado.» -«¿Quién es? -gritamos otro día porque el teléfono suena y estamos esperando una noticia interesante. iQuien es? iPero quién es, demonio?» Y un hilo de voz suena, como del otro mundo: -«¿Quiere usted hacer el favor de mandarle un recado a don Perencejo, para que se acerque al teléfono de parte de don Zutano?» Este señor que pide el favor de hablar por el teléfono es el mismo que manda recado a la barbería para que le presten el diario, y es el mismo que si nn le prestan el diario o se olvida uno de llamarlo para que hable por teléfono, dice: -Ese es un tío. No le pida usted un favor porque no se lo hace. Es un canalla. EL NEGOCIO s i o! DE LA TARTANA Una persona particular, un sencillo empleado que no ha hecho negocios nunca, quiere un día hacer uno. Pero tiene que ser un negocio discreto, honesto, poco atrevido. Y se dispone a comprar una tartana. Una tartana es un pequeño negocio. Se busca un caballo bueno, se limpia la tartana, se le da luxo1 a los metales, se le ponen forros nuevos y SC busca un muchacho que haya sido tartawxo y que sea honrado. La tartana se recomienda a los amigos. -«Hombre, si necesitas una tartana, yo tengo una. La parada la tiene frente al Casino.» Y el amigo, un día tiene que ir al Puerto, y si está en el Parque, por servir al-amigo de la tartana, se va caminando hasta el Casino. 0 toma otra tartana que lo lleve hasta el Casino. Pero puede ocurrir, y ocurre fácilmente, que después del viaje el amigo recomendado le dice al tartanero, sin pagarle: «Dile a don Fulano que yo me entenderé con él.» Y así todos los amigos. Un señor particular que compre una tartana para hacer un pequeño negocio, lo hace, sí, pero un nego67 cio hacia atrás, uno de esos negocios de los cuales se dice con una sonrisita: iBonito negocio! Nosotros compramos un día una tartana. Y todos nuestros amigos montaron en esta tartana. Verdaderamente nos hacían el favor de utilizarla. Pero todos se entendían después con nosotros. Y nunca llegamos a entendernos. Esas dulces tartanas tan compuestas y tan brillantes que vemos cruzar la ciudad, tienen una amarga historia entre sus cojines. Son como esas muchachitas que se gastan todo el dineroen trajes y se echan a la calle con una cebolla por todo alimento. No os alegréis nunca al ver estas tartanas. No hagáis nunca elogios de ellas. Son las tartanas desgraciadas de nuestro particular amigo, que nadie paga nunca, y que un día el amigo vende por mitad de su valor a otro tartanero de oficio, con quien no se puede uno «entender». UNA GRAN PERSONA Cuando se es en la ínsula una gran persona ya sabemos todos que nuestra vida es inmortal. Para ser gran persona es preciso ser antes un gran hotentote, y fumar un buen cigarro puro y caminar abriendo las piernas constantemente. El transeúnte al pasar dirá de nosotros: -«Qué tío más animal», pero siempre habrá otro señor que responda: -«Pero es una gran ‘persona». Puede uno ser sinvergüenza y hasta ladrón en la ínsula sin dejar de ser gran persona. La gran persona está siempre en el fondo, como los tesoros. Un señor ladra. En el fondo es una gran persona. Otro señor comete una infamia. No importa. Mientras comete esta infamia, comobeneficia a un tercero, será la gran persona que todos deseamos. -¿Usted lo ve tan grosero, tan sinvergüenza, capaz de quedarse con la isla entera.. .?, pues es un infelíz, incapaz de nada, una gran persona.» Así decimos nosotros de estas grandes personas nuestras. Un día este señor se muere y su entierro es una gran manifestación de duelo. Al enterramiento de este señor acuden todos los aspirantes a grandes personas. Y de las cenizas de esta gran persona, sale el Fénix de otra gran persona nueva y popular. La gran persona se sienta en un Círculo todas las tardes a decir burradas, rodeado de un coro de amigos. La gran persona alquila un palco en el teatro y se va en automóvil al campo. Es también el 68 t 5 «que sabe gastarse el dinero». Por esto mismo de saber gastarlo es acaso «la gran persona». Nosotros quisiéramos ser unas personas pequefias nada más. Pero no es posible. En la ínsula si no se es gran persona, no se puede ser nada, como no sea un fulanillo a la vela. LA RAJITA DEL ZAPATO Una de las personas más impertinentes de la ínsula es el señor al que se le hace una rajita en el zapato y le molesta tenerla. Este señor se sentará en el casino a decir que tiene su zapato roto y acudirá a un amigo en la calle para decirle: «Hombre, ahora mismo se me acaba de rajar el zapato. Yo no sé de dónde diablo vienen ahora los materiales. Y fíese usted del zapatero. El zapatero le dice a usted que es becerro y no hay tal becerro. El becerro es uno por encargárselo.» El señor que .se le raja el zapato sufl-e mukho. Va por la calle levantando los dedos para que no se le note lo rajado. Aguanta la respiración y mira de un modo agresivo a la gente como si quisiera detenerle la mirada para que no se dIrija al zapato y lo vea roto. Este señor del zapato rajado nò lo mandará a coser porque él cree siempre que se nota más cosido. Y él puede soportarlo todo en la vida menos que la gente sepa que él tiene una cuchillada en el zapato. «A mí se me rompen siempre los zapatos por el mismo sitio -dice-. No puedo resistirlo. Yo soy capaz de salir con un siete en el pantalón, pero nunca con esta pequeña raja en el zapato.» El zapatero quiere convencer al señor de que el zapato se le raja porque el pie le suda, pero el señor insiste en que ya el becerro está sudado de antemano cuando lo utilizan para zapato. Y se enfada con el zapatero y le guardará rencor toda su kda, como Byron al curandero que le prometi6 enderezarle la pierna, y no se la enderezó. Sin embargo, hay señores que les gusta tener el zapato rajado. Y apenas lo estrenan se lo rajan exprofeso. Y le dan una, dos, tres cuchilladas sobre la parte del dedo meñique y se queda el zapato con una pequefia reja andaluza, por donde asoma con el mantón de un calcetín blanco, el diminuto y regordete dedo. Este señor que se raja el zapato por su gusto suele ser de Tafira. Y nunca hemos sabido por qué se lo raja. Acaso previniendo la futura raja. Cuando la raja vaya, pues, a llegar al zapato, se encuentra que ya estaba allí. Y nadie la podrá ver entonces. 69 El señor que se incomoda porque se le raja el zapato debe utilizar este práctico y sagaz modo del señor de Tafira, rajándoselo el día del estreno. De esta manera, la voluntaria raja será respetada y cuando la otra fatal llegue, nada podrá hacer que avergiience o mortifique al señor que se enfada porque se le raja su zapato. LO VOY A JERINGAR La palabra no es jeringar, sino otra más gorda, pero, vamos, el lector entiende. Lo voy a jeringar. El isleño siempre está jeringando a otro isleño, mientras éste no se somete a su idea. Llamémosla idea. Y así vemos que a un escritorio va un señor después de la hora de oficina y como no le despachen dice: -«¿No me despacha? Ahora voy a hablar con el jefe para que se jeringue este señor» (que es generalmente el cajero). «Verá si me despacha. iPues no faltaba más! ¿Qué Se habrá creído este señor cajero? Se lo voy a decir a su jefe para que lo jeringue.» Otra vez, el señor llega al Ayuntamiento a solicitar alguna cosa ilegal, y el encargado del departamento le dice que no puede hatérsela. El señor entonces monta en cólera y se va a ver al alcalde 0 a un amigo concejal, no para que le arreglen la cosa, sino para jeringar al que no ha querido la cosa hacerle. «iDónde va usted tan tarde?» -le preguntamos a otro señor-. Y el señor nos responde: «Voy a arreglar un asunto.» -«Me parece que es tarde ya. Seguramente no hallará usted a nadie que le atienda» -añadimos-. «iCómo! -exclama el señor-. ¿No hay nadie? Si no hay nadie ya veremos quién es el que se jeringa». A veces un señor se pone malo no para jeringarse él sino para jeringar a otro. -«¿,Yo hago falta en ese sitio para que Fulano diga o haga tal cosa? Pues me pongo malo y se jeringa conmigo.* -¿Pero, hombre, por qué está usted caminando con la cabeza y no con los pies? Se va usted a hacer daño. Es absurda esa manera de caminar. Le perjudicará, a usted mucho -decimos a un isleño que vemos por la calle. Y el isleño nos responde, sin inmutarse: -«Esto lo hago para que se jeringue Mengano, que le jeringa verme así.» En la ínsula todo se hace para-jeringar al prójimo.l Si se nos muere un pariente es casi siempre en vísperas de fiesta, para poder decir: «Ya me jeringó ésteti. La vida insular no tiene otro objeto que jeringarse los ciudadanos mutuamente. Cuando nos dicen: -«Me jeringa este asunto», ya sabemos que 70 el señor lo está haciendo exprofeso. Para jeringar al que... lo dice y éste a su vez jeringa al otro diciendole que lo ha jeringado. ¿DE QUIEN ES ESE ENTIERRO? La calle está silenciosa. En las galerías de las casas de esta calle, las mujeres zurcen y cosen. De pronto se oye un canto fúnebre en la calle y las mujeres de la galería sueltan su costura y se levantan precipitadamente. Dirígense a la ventana; la entornan, aplican un ojo y dicen: -iUn entierro! -¿De quién será este entierro? -¿Tú sabes, niña? -Yo no. -¿El periódico no dice nada? -NO, no dice. -iJesús, y de quién será este entierro! En el entierro van muchas personas de esas que dicen conocidas. Y las señoras exclaman: ««Persona conocida es. Va mucha gente conocida. ¿Aquél que va allí es el conde? Persona conocida debe ser el muerto.» Las señoras no saben y sienten una pequeña angustia por no saber. Y cuando ya el féretro ha pasado asoman la cabeza para ver mejor. -Fíjate, niña, si va algún amigo. -No veo a nadie. LAqué no es Fabelo? -Sí, es Fabelo. ~NO mira? -No mira, hija. -Mira a ver si mira y pregúntale. Pero Fabelo se ha tomado en serio el entierro y marcha con los ojos bajos. El entierro pasa y las señoras se vuelven a su galería sin haber podido saber quién era la persona muerta. En esto entra la criada y todas las señoras a una voz le preguntan: -«Oye, jtú has oído decir de quién era ese entierro?» La criada no sabe tampoco, y una de las señoras menos resignada vuelue a asomarse a la ventana. Por la calle pasa Robaina y la señora le dice: -Oiga, Robaina , iUsted sabe quién se ha muerto? -No, señora -contesta Robaina. -Porque ahora mismito pasó un entierro. -Pues no, señora. Don Fulano estaba muy malo, pero no tengo noticias de que se haya muerto. Es terrible para estas señoras no saber de quién ha sido este entierro. Ellas no pueden seguir zurciendo. Se levantan nerviosas, se vuelven a levantar. Ultimamente una de ellas da un gran suspiro, extiende los brazos y exclama: -¿Ha llegado el periódico? -Niña , Ltan temprano? -Jesús, tengo ganas de que llegue para saber de quién ha sido cl entierro. 71 NO TENGO GANAS DE MOVERME Don Salustiano está de zapatillas tumbado en un sillón de su casa. El nitío mayor de don Salustiano llega y le dice: «Papá, llévame al Circo*. Don Salustiano responde: -«Esta noche no tengo ganas de moverme». Poco después llega la esposa y pregunta: «iTú vas a salir, Salustiano? Lo decía porque podíamos ir a casa de las niñas de González, que sabes que se les ha muerto un niño». Pero don Salustiano’ da una chupada al cigarro y exclama: -«Esta noche no tengo ganas de moverme». Nosotros vamos a un casino para invitar a nuestros amigos a dar un paseo. Uno por uno nos dicen que no tienen ganas de moverse. Buscamos entonces a nuestro compañero de tresillo que está leyendo el Diario, el único periódico que se lee aquí. Pero nuestro compañero nos responde lo que los amigos del paseo: «No me muevo de esta silla ni a tiros». Aquella noche nadie quiere moverse. Y esperamos al siguiente día. Nos ocurrirá igual. Nuestros compañeros, nuestros amigos, no tienen ganas de moverse. En un teatro debuta una celebridad. -«Vamos a ver esa celebridad » -decimos. -«No tengo ganas de moverme» -responden. Nuestro más intimo amigo se ha muerto y lo van a llevar al cementerio, mas como nadie tiene ganas de moverse, el cadáver dentro de su caja irá solo al cementerio. Hemos pensado muchas veces que estos amigos no han aceptado la invitación de la Muerte por no moverse de su sitio. Y he aquí el secreto de esta salud insultante. Sigilosamente nos han visitado epidemias. Una vez, no hace muchos años, llegó la peste bubónica y dirigiéndose a un socio del Casino le dijo: *Amigo, aflójese el’cuello, para adherirme, suba los brazos...» Y el socio le contestó a la Peste: -«Ahora no tengo ganas de movermeo. Y la peste se fue en busca de otro... Y al fin se ausentó al ver que la ínsula no daba hombres propicios. Si oís de&; -«Es un milagro que con tan poca higiene no se desarrollen aquí epidemias», contestad vosotros que las epidemias sí vienen, pero nada pueden conseguir, si todo el mundo está quieto en una butaca o en una silla. El tifus se metió una vez en el vaso de un amigo nuestro, y nuestro amigo se salvó, por no mover la mano para cogerlo, la mano que tenía apretada dentro del bolsillo, echado en un diván mientras estaba.. . ¿Por qué don Salustiano tiene un padre de noventa años? LCÓmo este padre no se ha muerto a pesar de haberse arruinado? Es que el padre de don Salustiano, aunque oficialmente posee noventa 72 afíos, en realidad no tiene sino cincuenta. El padre de don Salustiano estuvo a punto de morirse a los cincuenta años, pero como no tenla ganas de mo~c~sc ha llegado a los noventa, echado sobre sí mismo, y sabe Dios isi se moverá todavia! El cielo insular tampoco se mueve. Las nubes, quizá por no moverse, están sobre la ínsula todo el año. Aquí no se mueven ni las cupletistas. ME VOY A ACOSTAR Cuando, por la tarde, dice un TEMPRANO indígena de la ínsula: «Esta no- che me voy a acostar temprano», adquiere un aire de grande hombre. Lo mismo que si hubiese dicho: -«Fragilidad, tienes nombre de mujer» o «La música cs el menos molesto de los rui- dos.. .» Me voy a acostar temprano; temprano es para un insular las ocho, después que come. El insular que no bebe y va a dar vueltas por el Partido, suele acostarse a las diez. Si es troglodita del todo va a la plazuela, y si es un noventa y nueve por ciento de troglodita irá al Casino. En ambos lados dirá cosas-vulgares, monótonas, plúmbeas. Así, de esta guisa: -«iNo se han enterado ustedes?» ,«¿Han visto ustedes?» «iFuerte relajo!» «Me duele la barriga esta noche. No sé si será un turrón de Alicante que me comí». Pero cuando exclama: -«Esta noche me voy a acostar temprano», es cosa de aplaudirle frenéticamente. El insular cree que sus amigos se estremecerán cuando le oigan decir’esta frase terrible. Y es que el insular, de puro presumido, piensa que si él no sale Por la noche, la noche no tendrá estrellas. Don Antonio está en la terraza del Casino hablando con don José. Don José le dice: -«Don Antonio, jvamos esta noche a hacer la visita a don Bartolomé?» Yero don Antonro da ufla chupada al cigarro, empina el vientre, estira las piernas y poniéndose un dedo de su mano izquierda en la manga del chaleco responde, pausado, lento, en tono sacerdotal: -«Esta noche no. Esta noche me voy a acostar temprano.» ’ ¿Creéis que don Antonio está enfermo? ¿Habéis pensado que mañana él ha de levantarse más temprano que nunca y necesita recogerse en seguida? No. Don Antonio hace lo mismo de siempre y tiene su salud perfecta. Es que a don Antonio le es preciso decir una cosa distinta; es que don Antonio se ha dado cuenta de que es un pobre hombre y que no tiene otro remedio de hacerse más inteligente. El sólo ha dicho en su vida: «iCaray!» «iFuerte bola73 da!» «iQué me jeringa ese hombre!» «iPor supuesto, a mí no me la hacía!», y quiere decir algo nuevo. Puesto en ejercicio su numen, sblo se le ha ocurrido decir: «Esta noche me acostare m& remprano». Esta frase es algo trascendental y profunda. Cuandö don Antonio se acuesta, la población entera se la tra-. gará el mar y don Antonio quedará flotando dentro de su casa, como en una nueva arca bíblica. Las ideas se agotan en el meollo de esta clase de insulares, y cuando ellos, a fuerza de repetirlas, piensan que hacen falta otras nuevas, se acuestan más temprano... para despistar dormidos. NO HE SACADO CIGARROS Esta mañana nos hemos encontradu con don Onofle y nos’ ha dicho de golpe: -«iHombre, usted tiene cigarros? Caray, no he sacado; estaba escribiendo y con la prisa de salir los he dejado encima de la mesa. Y por aquí no hay tabaquerías abiertas, y estoy con unas ganas furiosas de fumar». Le hemos dado, sonriendo, Un cigarro a don Onofre y él nos 10’ ha agradecido, como si hubiéramos empleado en el Ayuntamiento a su primogénito. Nosotros sentimos una profunda admiraciirn por estos hombres que siempre se dejan los cigarros en la mesa de su casa. En realidad, no los dejan, suelen no comprarlos, pero nosotros les daríamos una, dos, tres cajas nada más que por oírles la disculpa encantadora. Don Onofre se fuma nuestro cigarro y cuando tropieza con otro amigo le pedir8 un nuevo cigarro con el preámbulo con que a nosotros nos 10 pidió. Y todo el día estará pidiendo cigarros. Cada uno de los amigos le dará uno. Don Onofre tiene una cajilla de amigos; dieciséis amigos. El contará sus amistades por cigarros. Cuando don Onofre, por casualidad compra una cajilla, se olvida de que la lleva en el bolsillo y sigue pidiendo mSiscigarros. La otra noche nos decía: -«Hombre, usted querrá creer: soy un fumador tremendo. Pero cuando no tengo cigarros es una cosa delirante..., usted querrá creer; el otro día, me,quedé en casa y tenía: una cajilla; pues apenas fumé un cigarro; y es que’no tenía ganas...’ Pero por la noche salí y me olvidé de la cajilla y ‘desde que llegut a la esquina me entraron unas ganas horribles, como si tuviera sed. Por no volver para atrás me di un salto a la tienda de don Juan para pedirle un cigarro. ..» Y ved de lo que es capaz don Onofre. Su casa está casi en la esquina donde él se acordó de sus cigarrillos y la tienda de don Juan está al final de la otra calle paralela. Cuarenta veces más lejos de SU casa. Don Onofrc, dominado por su fatal yicio, caminó y Caminó como un peregrino por buscar un cigarro, teniendo cerca de ,su mano una cajilla entera. Y no es que sea un usurero don Onofre. El compra muchas cosas y es un obsequioso amigo, pero esta manía de los cigarros le llevará a la tumba. -«Me he dejado los cigarros sobre la mesa. Hombre, no compro cigarros porque en casa tengo una cajilla entera. Déme un fósforo . ¿Usted querrá creer que no puedo comprar fósforos?» Don Onofre tampoco puede comprar fósforos. Esto es una enfermedad de don Onofre. El dice: -«Se me resiste comprar fósforos.» Y es capaz de andar sesenta metros en busca de un fósforo antes que comprar una cajilla. Y ve en el camino a un mendigo y le dará el valor de dos cajillas. Don Onofre se pasa el día diciendo dos frases: -Déme candela. -Déme un cigarro. A veces cuando ha repetido mucho el «Déme un cigarro...» añade para suavizar el sablazo: -«Déme un cigarrillo. . . de esos suyos. » EL ISLEÑO DEL CALLO Nuestro amo don Manuel acaba de salir de una farmacia. Nosotros pasamos por esta farmacia en el mismo instante en que don Manuel sale, guardándose en un bolsillo del chaleco una diminuta caja de cartón como uño de esos relojes de sefiora, tan lindos. Dow Manuel, sin que le preguntemos nada, nos dice que él ha venido a la botica para comprar un disco pura callos. Don Manuel tiene entre dos dedos de su pie derecho, un callo tremendo, como el apocalipsis. Don Manuel camina cojeando un poco y preguntando a todos sus amigos, qué diablo de cosa habrá para quitar los callos. Un amigo le ha dicho: «Nada, don Manuel; se los corta usted y le vuelven a salir; se pone usted callicidas y no hace más que ensuciarse el pie. Lo mejor es un disco. Compre usted un disco». Y don Manuel ha comprado el disco, y cuando tropieza con nosotros nos manifiesta: -Voy a ver si me sirve el disco. Estoy terrible de los callos. Los de la planta del pie menos mal, pero los del dedo... $a- ray! No hay un zapato que me venga. Si doy dos pasos veo las estrellas. No tengo humor para nada. Usted querrá creer que todavía no he ido a ver la película esa de La mano que aprieta. iCual- quiera tiene humor de ver películas con este callo que aprieta más!» Un callo en el pie de un insular es de una trascendencia socialista. Un insular con un callo no es capaz de tomar una decisión por nada. Si la esposa quiere ir a ver la película, el insular dirá: -«Ay, hija, si no puedo andar con este cal1o.n Si lc mandan a buscar de una Junta responderá: -«Diga usted al presidente que esta noche estoy perdido de los callos». Suyuugamus que estalla una revolución. El hombre del callo es un orador, quizás un cabecilla, una persona capaz de arrebatar a la turba. El estará esperando el instante en que un motín estalle. El es uno de los mas fervientes demócratas. Pero cuando llegue el momento, y le digan: «Don Fulano, esta noche estamos de acuerdo para implantar eso... » Don Fulano responderá -«Caray. hombre, no jeringue ahora. iPero ustedes se creen que yo estoy de humor para andar esta noche en esos trotes con este callo que tengo?» Todo se renunciará por un callo. El hombre del callo se vuelve irascible. Antes era modesto, sencillo, generoso. Después del callo hablará mal de sus amigos y de las personas notables de la locali- dad. Un día, en el Casino, hará un socio el comentario de un discurso que ha pronunciado en cl teatro uno de los oradoIt;s locales; -«Estuvo soberbio» -dirá el socio. Y el hombre del callo contestará: -iSale! Ese es una bestia, es una acémila. Y en realidad lo es, pero al hombre del callo, antes de su callo, le parecía el orador un Cicerón amplificado... EL HOMBRE FRESCAS DE LAS CUATRO Es muy frecuente aquí el hombre mal educado, el hombre ordinario, el hombre plebeyo, que lleva un traje bien cortado y una camisa bien almidonada y limpia. Este hombre es aquel hombre que se cree aludido en todo y que siempre está diciendo: -«Por supuesto, desde que me topc a Fulanillo Ic suelto cuatro frcscaw. Y el soltar esas cuatro frescas viene a ser uno de los más honrosos títulos para transitar por las aceras con cierta nombradía o personalidad. Un día usted, lector, que es periodista, censura las tonterías de la colectividad. Lo llevan a usted a un Casino o a un Círculo, donde 76 t5 acaban de arreglar un ambigú; pero usted lector, que es un hombre listo y de gran sutileza, sonrfe ante el arreglo. El arreglo es cursi, de un gusto detestable, parece hecho por un peluquero presumido. Y cuando le preguntan su opinión, usted sinceramente, ingenuamente, dice: -«Hombre, a mí me parece esto un torno de Semana Santa.» Estas palabras terribles Ir: costarán a usted un disgusto. El autor del arreglo se enterará más tarde en la terraza del Casino y prorrumpirá en gritos desaforados: -«iQué se ha creído ese mentecato! En cuanto lo vea le suelto cuatro frescas». A la noche os encontráis con este hombre irascible que se os acerca sonriente para deciros: -«iCon que obra de peluqueros! Sí, señor, pero de un peluquero moderno. Los ‘peluqueros viejos’ no tenían tanto gusto y bebían ron». Estas son las cuatro frescas. El hombre irascible ha hecho una alusión familiar; vuestro abuelo fue barbero y según contaban sus contemporáneos, le placía el ron más de lo debido. El hombre del ambigú en cuanto oyó que le habíais llamado peluquero recibió una recóndita alegría, porque vuestro abuelo lo fue y las cuatro frescas iban a salir mejor de lo que podía esperarse. Estos hombres que se ofenden como Foma Fomith, porque son unos blandos adoquines humanos, están deseando siempre las ocasiones para las cuatro frescas. El isleño de las cuatro frescas es, después de don Agustín, el hombre más importante de la ciudad. Los admiradores del hombre de las cuatro frescas no hacen sino loar la expedita lengua del ídolo, de esa lengua que no «tiene pelos». El hombre no quedará callado nunca. Dirá siempre sus cuatro frescas, en cuanto mortifiquéis su estúpida vanidad. Y aunque no diga nada de su honor aparente o de su moralidad dudosa, también utilizará contra vosotros sus frescas. Por ejemplo, él va todas las noches a la rebotica a decir necedades. Vosotros escribís un artículo suave, irónico, en el que comparáis las conversaciones de las reboticas con una de las pomadas m6s populares. El hombre dc las cuatro frescas lee cl artículo y como en la ín&la no hay vallas, ni planos diferentes, y lo mismo el barbero que el peón o el arribista o el «croupier» están autorizados para hablaros de igual a igual, el hombre, cuando tropiece con nosotros, exclamará subrayando sus palabras: -<Hombre, leí su artículo y está muy bien. Aquello de que las conversaciones son una pomada o un jarabe tiene mucha gracia, so-, bre todo lo de pomada. Pero usted no dice qué ‘pomada’ es. Yo a ser usted pongo el nombre de la ‘pomada’». Y ya están dichas las cuatro frescas. Y vosotros me preguntaréis: -«¿Dónde están las cuatro frescas que no las vemos?» -Pues están en la ‘pomada’. He aquí que vosotros tuvísteis una 77 abuela que la llamaban en la ciudad ‘Doña Pomada’, porque su marido tuvo antaño una droguería popular. El hombre de las cuatro frescas es una alegoría de la ínwla. El dirá siempre sus palabras sangrientas, vengan o no a tiempo, pues es su oficio o afición y sobre todo lo único que sostiene su personalidad entre tanto guacamayo. No respetará jamás a persona algu- na. Y si él, por un prodigioso milagro, pudiera examinar despacio la masa gris de su propio caletre, no cabría duda de que le diría también cuatro frescas al Supremo Hacedor. EL SEÑOR QUE NO EXISTE Hace algunos años, cuandn éramos unos niños, solíamos ver en el parque a un señor pequeñito, regordete y colorado, que se sentaba en un banco todas las tardes. Este señor ni tenía amigos ni parecía hablar con otro que no fuera su propio yo. Ahora volvemos a encontrarlo en el mismo sitio, con la misma edad y el mismo silencio. El señor no ha cambiado nada. Y es que no existe. El se ha pasado muchos años probandose su existencia y no ha podido conseguir gran cosa. No existe, aunque él se lo crea y quiera existir a la fuerza. No es más que un deseo de hombre, un esfuerzo constante por existir. Pero no es una realidad aunque nuestros ojos lo vean sentado en su banco... El señor, a fuerza de voluntad, ha logrado una pequeña y ficticia existencia. Y piensa que existe. Y como se palpa y hasta habla en alta voz para oírse, cree realmente que es un ser vivo. Y he aquí todo lo que él cree que es. Primero: tenedor de libros. El sefior se cree lleva los libros de un comercio porque sc sienta todos los días en una mesa y escribe a diario. Después, cree que es casado, porque ha cngcndrado diez hijos, más tarde cree que va al parque porque está en el parque. Y nada de esto es cierto sino en la cabeza del señor. Si el señor no tuviera esta pequeña imaginaci6n que le hace soñar estas cosas, no pensaría que existe. Y ya sabemos que puesto que «pienso, luego existo», no existe quien no tiene un pensamiento acondicionado. El señor camina y se sienta en su parque. Si el lector le pregunta dónde nació, le dirá que en Canarias. El lo cree así. Su familia también lo cree. Si él lee esta crónica en la que se trata de su noexistencia, creerá que nosotros estamos locos negando una realidad tan clara como es su vida. Y esta última creencia será otra prueba más de que no existe. 78 No existiendo y asegurar, sin embargo, que sí existe, es la prueba más segura de que el seriar es una pura abstracción. Cuando se levante mañana sonreirá repitiendo: Existo7 Pero cuando se muera, no se dará cuenta de su muerte y se le disipará del meollo la absurda creencia de que existía. Cuando cl Icctor pase por este parque y vea al señor sentado en su banco, podrá comprender, claramente, cuán cierta es la verdad que sostenemos. El señor sonreirá y el lector pensara que la sonrisa es por seguro que está de su vida, pero hay otra sonrisa más recóndita, que no se ve, y que frente a esta sonrisa del señor, le hace un gesto desdeñoso de burla y de melancolía.:. YA SABE QUE LO APRECIO Cuando un insular nos aprecia es cosa de echarse uno a temblar. Nos dicen: «Ya sabe usted que le aprecio», y nos dan un pequeño golpe en el hombro. Luego, el insular, sin dejar de apreciarnos, va a otro sitio y nos desprestigia con un amigo: «Aunque es un .hombre que yo aprecio mucho no dejo de reconocer que es un grajiùja». Si nos reñimos con el hombre que nos aprecia dirá en seguida: «Es un hombre sinvergüenza y orgulloso, y esto lo digo yo que lo aprecio.» Un día se nos ocurre decir en la prensa: «El señor,Fulano, que es concejal, lo ha hecho de un modo desastroso.» Y el señor Fulano se incomodará y exclamará en seguida: “«iQué mal le habré hecho yo a este joven ? Al contrario. Le aprecio mucho. No me explico por qué no me aprecia Cl.» Apreciar a uno es dejarle hacer cosas desapreciables. Otro día vemos al señor Zutano vestido de levita, caminando de prisa y muy sonriente y le preguntamos: -«iDónde va usted, señor Zutano?» Y el señwr Zutano nos responde: -«iHombre, al entierro de Perencejo! Es una persona a quien yo apreciaba mucho.» Y se sigue sonriendo. En el entierro vemos a muchas personas más. Todas ellas han ido por aprecio. Y el periódico dirá al siguiente día: «Acudió numerosa concurrencia, prueba del aprecio en que..., etc.» Vemos la luz en la ínsula apreciándonos de antemano con tanta acumulaci6n de aprecio, que no podemos después dejarnos de apreciar. Y aunque nuestros odios y nuestras venganzas se desaten, el aprecio permanece incólume en medio de tanta tormenta: Y si un día hacemos una contracaridad al prójimo, quitándole 79 su empleo, su novia, su mujer o su dinero, tendremos siempre la defensa de decir compungidos: «Me he visto obligado por las cir-’ cunstancias a hacer esto a un hombre que yo apreciaba mucho.» LAS CRIADAS DE VEGUETA Estas redondas y fofas criadas de Vegueta que sirven en las casas de abolengo, desde que dan las tres de la tarde y las amas -unas señoras vestidas de raso negro muy misteriosas- se marchan a la Salve o la Letanía, asoman a las ventanas sus torneados bustos y, como estatuas de madera policromadas, permanecen allí hasta que en !a catedral dan el toque de ánimas. ¿Qué soñarán estas mujeres todos los domingos? iQué atisbarán en una calle por donde no pasa nadie nunca, sino el coche melancólico de algún galeno? En cada ventana hay siempre d& criadas gordas, saludables, limpias, con esa limpieza que parece de jab6n de Castilla; cubren sus bustos con unas blusas de satín azules o encarnadas muy ligeras, adornadas con lazos de terciopelo negro... Cruzan iosbrazos que son dos jamones enfundados sobre el alfeizar, y se inmovilizan hasta el anochecer.. . Pasan las horas. Sólo ha cruzado ia calle un coche y una mujer vestida de negro que viene de San Agustín..Las miradas de las dos domésticas siguen fijamente la silueta de la mujer que se pierde por una calle transversal; después hablan unas palabras entrecortadas y tornan a esparcir las miradas .por toda la calle en busca de otra silueta. Son unas mujeres antipáticas, sin relieve alguno. De esta secta salió la muy famosa «Pepita la Redonda», que en «Compañerito» nos muestran los Millares; todas estas criadas son hijas de los me-’ Cliancros del prócer. Y vienen n lo CW.ZIsolariega a cspcrar cl csposo del lunar de pelo, cochero o lacayo del mismo prócer. En la casa engordan más, y allí, entre los pliegues de las cortinas de damasco, o bajo las alfombras mullidas de las salas, dejan el aire sano y la aldeana gentileza que traen de los prados. En unas cómodas de pino, guardan entre manzanas y blusas los duros del salario, que serán la dote mañana. No son ni feas; todas iguales, como de una casta peculiar; de una honradez casi histórica; estúpidas, a fuerza de honradas. No inspiran amor, no incitan al beso. Parecen atacuñadas de algodón hidrófilo. Van a todas las novenas, y tienen establecido un turno riguroso para salir de paseo los días festivos. Las criadas de la aristocracia isleña vienen a ser las abue- las de todos esos titulados anónimos, necios y presumidos, que enseñan su precoz vientre en la puerta de los casinos. Mañana estas mujeres se codearán con la distinguida clase media, y aunque están acostumbradas a decir: «Señor don Fulano, señor don Mengano», nos llamarán a nosotros «Galindo, Robaina, CarnejoB: UOiga, usted, Camejo, oiga usted, ChLino...>> Esta ab- negación de los domingos en la ventana solariega tendrá que ser recompensada algún día. Nosotros tuvimos muchas criadas en nuestra vieja casa; desde nuestra niñez todas las criadas que han desfilado por la cocina nuestra han dejado un recuerdo sentimental. Eran criadas de tres duros; muchachas ligeras, primorosas, formales. Tenían algún espíritu. Nosotros recordamos que algunas nos besaban cuando ya éramos creciditos. Al través de los años se nos aparecen más bellas, más ardorosas de lo que en realidad fueron. Nuestras prime.ras visiones sentimentales estuvieron en aquellas caritas económicas, que tan bien supieron besar los soldados... Al contemplar a estas otras criadas asexuales y circunspectas, el recuerdo de «las nuestras» se aviva, con más ardor. Y volvemos a verlas con los zapatos viejos de nuestro padre, fregando el piso sagrado de la sala. Hace unos días, una de estas muchachitas, que hoy es una mujer espléndida, nos detuvo en la calle: -Mi nitio -nos dijo-. iQué grande estás! iCuánto tiempo sin verte! -iY tú? -le preguntamos-. Yo, mi niño, me casé, tengo seis hijos. -¿Y tu marido en qué trabaja? -Mi marido está en La Habana... iOh, que simpática! No la hemos creído. Pero estas mujercitas, que han sido nuestras criadas, y que al correr los años tornamos a ver con seis hijos y un marido hipotético en La Habana, son más humanas, más «mujeres», más puras, que estas otras criadas repugnantes de la aristocracia, que están pidiendo, a toda prisa, que las rocíen .con agua bendita. EL SEÑOR QUE SE VA AL CAMPO Este señor vecino nuestro está en la puerta pequeño envoltorio en la mano y el cubrepolvo de su casa con un sobre el brazo. Es mediodía. El señor vecino está nervioso, porque de minuto en minuto saca un reloj y mira la hora. Nosotros desde nuestra ventana observamos todos los movimientos del vecino. El señor va al campo. El espera sin duda a un amigo, que tarda. Quizá vayan a perder el coche o el automóvil. Sí, lo van a 81 ; g 6 d perder, pues pasa una hora y el amigo no llega. Pero el vecino podía marcharse solo, y, sin embargq, no se va. Es posible que solo no se puedá ir, qnizAs el amign pague el autnmr5vil y nuestro veci- no para aprovechar esta ocasión espera dos, tres, hasta ocho horas.. . No obstante, debía estar tranquilo, y no lo está. El vecino haró el viaje, no hay duda, en un coche de horas, y aunque se ha puesto a esperar desde una hora antes, ya debe faltar poco para la salida, pues empieza a dar nerviosamente cortos paseos ante la puerta de su casa. El zapatero ha dejado’de remendar unas botas para contemplar al señor; los plateros, como estúpidos, se han asomado a la puerta para ver lo que ocurre al señor. Un transeúnte que marcha de prisa se detiene en la esquina, curioso. El señor pasea, pasea, pasea y saca el reloj a cada vuelta. ¿No irá al campo este hombre ? -preguntamos-. El coche debe haber salido ya; nuestro vecino espera una hora y media. iPero este cubrepolvo, no es el más firme síntoma de que el señor va al campo? Unos, cascabeles suenan. Por la esquina aparece una diligencia, que se detiene frente a la casa de nuestro vecino. El vecino exclama: -iHace dos horas que espero! El cochero le responde: -Todavía falta media hora. El señor sube y dirige sus miradas al balcón donde se asoma una dama despeinada. La saluda y antes dc partir la diligencia nuestro vecino dice a la dama: -No te olvides de mandar esa carta, en cuanto venga el chico. La diligencia parte, el zapatero coge de nuevo su bota abandonada, los plateros tornan a pulir sus anillos y nosotros nos preguntamos: ¿Por qué este señor ha bajado a la puerta de su casa a esperar este coche que había de venir por él dos horas y media antes de la conveniente? Es que el señor siente una profunda, una intensa emoción cuando sale al campo y no puede contener su inquietud y le parece que si no espera en la puerta, el coche se escapará. Este señor si ha de venir para la ciudad mañana n la madrugada, se despertará desde media noche y aguardará también en la puerta de la fonda del pueblo, fumando cigarrillo tras cigarrillo hasta que el coche llegue. El cree que todo se le escapa. Es un hombre temeroso y pueril. 82 LA INQUIETUD Cuando mQs DE LOS AMANUENSES tranquila está la calle donde trabajamos ahora, cuando el sol calienta la cálle y los rumores lejanos de Triana son eco vago en este barrio de Vegueta silencioso, aparece, de pronto, como si hubiera surgido del fondo dt: la tierra, un hombre descu- bierto que se detiene en la esquina y mira con ansiedad a todos sitios.. . Este hombre aguarda en la esquina un largo rato. ¿Qué busca? ¿Qué se le habrá perdido? Demuestra honda inquietud, hasta que por un extremo de la calle aparece una silueta humana. Al hombre se le ilumina el rostro entonces y se frota las manos como indicando placer o gusto. Pero esta satisfacción sólo dura unos segundos, hasta que la silueta se acerca y puede verse que es un muchacho de quince años. El hombre de la esquina hace un gesto de contrariedad, y continúa aguardando. Pasan unos minutos; suenan unos pasos detrás del hombre; cl corazón de este hombre le da un vuelco y el hombre se vuelve a mirar, pero tampoco es lo que él quería. Los pasos son de una mujer joven y enérgica que taconea gentil y orgullosa como Fortunata. El hombre termina por resignarse y se apoya, sereno, en la casa de la esquina. Transcurren otros minutos y súbitamente, sin que el hombre lo espere, da la vuelta a la esquina donde está apoyado y casi chocando con é!, un atlético ciudadano que representa tener cuarenta años de wda espléndida. El hombre de la esquina detiene al atleta y con expresión suplicante le dice unas palabras misteriosas. El atleta se convence y se marcha con el hombre de la esquina. Ambos entran por un zaguán amable desde donde se ve un patio limpio y brillante lleno de flores. ¿De quién es esta casa? ¿Quién cs cl hombre descubierto? ¿Qué va a hacer con el atleta? La casa es una notaría, el hombre descubierto es un amanuense y el atleta es un testigo. Hacía falta un testigo para firmar una escritura, y el amanuense se echó a la calle en busca de un testigo, y lo halló al fin, después de media hora de inquietud. Todos los días le ocurre lo mismo a este amanuense. El es un pescador de testigos. Es como si estuviera en la punta del muelle con una caña larga esperando a que picara un pez. El amanuense no es todos los días el mismo. Como en la notaría hay cinco, seis amanuenses, estos amables y pacientes ciudadanos alternan en la esquina. Pero en el alma de tndns existe esa tremenda inquietud del testigo. Ellos no sienten correr las horas; con una pluma modesta van haciendo sobre el papel las historias de los poderes y los testamentos. No hay desequilibrio en 83 sus vidas; son como las escrituras mismas: iguales, monótonas, frías.., Pero cuando falta el testigo, entonces, el alma del amanuense se revnlucinna, y aquella serenidad del lago se torna en encrespado mar de inquietudes.. . La única amargura del amanuense es no hallar un testigo propicio. Una tarde sale el amanuense, contento, porque hay juicio en la Audiencia y encontrará en seguida el testigo. La calle está llena de gente. El amanuense se dirige a un hombre, pero este hombre no sabe firmar. Y de todos los hombres que van al juicio ninguno sabe firmar. Y el amanuense en la esquina los ve alejarse, su alma se rompe en un desengaño cruel, maldito. Hoy le hemos visto desolado en la esquina; nuestro espíritu ha sentido una pequeña angustia, porque la cara del amanuense tenía todos los síntomas de la.ictericia. En un impulso de generosidad nos hemos acercado; él ha visto cómo se abría el cielo en su presencia. Nos ha llevado a la notaría y hemos atestiguado una venta. Al despedirnos, el amanuense, tímidamente, nos ha ofrecido un cigarrillo y nos ha dado las gracias. La vida para estos amanuenses es un testigo largo, infinito, eterno.. . que no sabe firmar. DON LEOPOLDO FLEITAS TIENE UN DIVIESO Don Leopoldo es un hombre tranquilo que se sienta en el Casino y tiene unas niñas que van al parque. Don Leopoldo es tenedor de libros o jefe de tienda, y es además hombre sano y de morigeradas costumbres. Labora, pasa, sueña y descansará como tantos otros bajo la tierra. Pero un día... Don Leopoldo dice a su esposa, señalando su cogote: -Oye, niña, mira a ver qué tengo aquí.. . Y la esposa exclama: -Pues.. . parece un barrillo. -No, un barrillo no es; es algo más duro. -Te irá a salir un divieso. Y desde aquel día toda la familia estará en expectación esperando el divieso de don Leopoldo. El primer día dirá la esposa: -¿Y esto te sigue? Y en el Casino, cuando hablen de enfermedades, don Leopoldo exclamará: -A mí me parece que me está saliendo un divieso. Todos los amigos de don Leopoldo se preocuparán de su divieso y cuando lo vean sin cuello ya y con un pañuelito de seda le preguntarán: -¿Cómo anda ese divieso, don Leopoldo?. 84 El divieso será un divieso duro, lento de reventar. Algunos amigos aconsejarán a don Leopoldo que se dé un pinchazo; otros le rccomcndarán levadura de cerveza. Don Leopoldo toma levadura y zarzaparrilla y se tocará constantemente el divieso para cerciorarse de su retroceso o avance. Pasará una semana, dos semanas, veinte días... Y el divieso de don Leopoldo permanecerá en una neutralidad suicida. Don Leopoldo pronunciará entonces esta palabra terrible: -Me trae preocupado el divieso. Y consultará a un doctor y el doctor dirá que no es más que un diviesillo.. . Pero don Leopoldo no podrá enderezar su pescuezo que parece la famosa torre inclinada de Pisa, pues el puescuezo es largo como torre o chimenea... -Don Leopoldo, iy el divieso ? -Me lo voy a tener que abrir -responde don Leopoldo. Una noche se acuesta nuestra amigo con el susto de la intervención, al neutral divieso lo van a intervenir. Y sueña que viene el doctor con un hacha enorme y le cercena de un tajo la cabeza. El sueño es horiible. Don Leopoldo da tantas vueltas en su cama y hace tales movimientos gimnásticos, que a la mañana siguiente aparece e,l divieso reventado. La familia respira. Don Leopoldo cuando salga a la calle buscará a un amigo para decirle que el divieso se le reventó. A un hombre insular cuando le sale un divieso es como si estuvieran haciéndole presión política. Don Leopoldo despu& de su divieso está tan satisfecho cnmo un bachiller del Instituto. EL SEÑOR DEL TRANVIA Este señor va y viene al Puerto en el mismo sitio siempre. ¿Cómo halla ese sitio libre cada vez que él monta? Pero ¿no observais cómo es un asiduo viajero? Este señor debe tener mucho que hacer en el Puerto y en Las Palmas al mismo tiempo. Pues a la una ha ido y ha vuelto a las dos; a las tres ha tornado y a las cuatro regresa.. . Este señor debe ser un negociante de gran importancia: además un hombre muy escrupuloso que no fía a ningún empleado o criado, que es lo mismo, la misión de su negocio. Y él va en persona y retorna y está en todos los sitios. Debe gastar mucho dinero en tranvía este señor. El es alto, elegante, lleva un bello bastón. Este negociante, este mercader, es un hombre que no olvida el bastón. El bastón es una ; B z ! d ; E 5 0 cosa necesaria a un caballero completo. iCómo van a creer que es un caballero si no lleva bastón?. . . Nosotros vemos a este señor montado en el tranvía y supne- mos que embarca frutos. Sí; él va al Puerto a inspeccionar el embarque. Y además de este embarque debe celebrar alguna entrevista con algún naviero. Cuando retorna suponemos que va a la oficina a confeccionar un telegrama, y cuando vuelve de nuevo al Puerto, creemos que ha olvidado una cosa de mucho interés. Este señor laborioso, celoso de sus dineros, y tan correcto con su bastón, merece nuestras admiraciones fervorosas. Sí. Nosotros, vagabundos, errantes hombres, quisiéramos ser como este señor tan pulcro, que trabaja sin cesar yendo al Puerto y retornando al Puerto; a pesar del polvo de la carretera, ‘y de la roña de ese tranvía plebeyo, destartalado y funesto. iOh, nosotros no podemos, trabajar nunca como este señor! decimos lamentándonos-. No. Jamás tendremos los caudales que este señor dehe poseer... Este señor es un coloso de lahnriosi- dad... Y así decimos un día, otro día, viendo al señor en el tranvía del Puerto a Las Palmas, y de Las. Palmas al Puerto. Pero otro día sorprendemos el secreto de este señor. El tranvía tiene nuevos cobradores. Estos cobradores no conocen al señor laborioso y le piden el billete. El señor saca entonces una tarjeta blauca, grande, Jo~xle están impresas uuas palabras mágicas. El cobrador hace una cortesía y se aleja. El señor tiene un billete de libre circulación, y él se monta después que almuerza en el tranvía y no se baja hasta la hora de comer. No es que vaya a un negocio y después vuelva a ir por una cosa que ha olvidado, no. El señor no se mueve de su asiento... en todo el día... EL «GÜIRO» ¿Qué cosa misteriosa ocurrirá en la población esta noche? Es que un respetable señor ha salido del Casino, tosiendo falsamente con el pañuelo en las narices, un enorme pañuelo que le coge casi toda la cara, menos los ojillos escrutadores que atisban en la sombra. Este respetable señor, a poco de salir del Casino, se detiene en una esquina y mira en todas direcciones. La calle está a oscuras; allá le’os, en el final de la calle, sólo alumbra una debil lámpara incan d escente. El respetable señor tiene toda su alma puesta en la luz. Aquella luz ha de revelarle un secreto... No se ve nada, que no sea el trocito de calle que la luz alumbra. 86 Suenan unos serios pasos, pero no aparece nadie. El respetable señor ha sonreído: esa figura de hombre es la que él esperaba. Es WI amigu que se ha marchado esta noche del Casino m6s temprano; y el respetable señor se ha sentido intrigado por aquella marcha extraordinaria, extemporánea; y ha querido ver a dónde va el amigo. Y cuando este amigo se march6, el sefior respetable le ha seguido y ha esperado verle bajo la lámpara, para decidir camino. El amigo se aleja; el respetable señor lo sigue a discreta distancia... Y cruzan calles y calles... Y el respetable señor, sonriendo piensa: -iNo lo decía yo! Este tiene algo escondido... Efectivamente, el amigo tiene algo escondido dentro de una casa, pequeña, oculta a las miradas de la gente. En esta casa penetra, mientras el señor respetable aguarda frente a la puerta, siempre sonriendo. El señor respetable es un hombre feliz. El es un profundo, un sutil psicólogo. Tenía una vaga sospecha de las picardías de su amigo y ahora la ha visto confirmada. El señor respetable, además de feliz, es list0. Esta noche dormirá tranquilo. iHa pescado un güit-O....I iSabéis lo que es pescar un güiro? Pescar un güiro es como conseguir la división. El señor que sabe pescar güiros es lo que llaman una fiera. Una fiera de los güiros. El güiro no existiría si este señor no lo pescara. Hay señores que viven del güiro y tienen la condecoración del güiro. Este señor que hoy ha pescado el güiro es el más ilustre de la secta. El señor es un Colón de los güiros. Un hombre que descubre un güiro. es el más importante hombre ge la localidad. Nosotros somos bastante torpes para descubrir giiiros y, sin embargo, icuánto diéramos por ser un perfecto, un culto descubridor de güiros!.. . LA CARETA DESDEÑADA En todas las tiendas humildes, en las tiendas donde nos venden los garbànzos, han aparecido estos días las caretas,.pendientes de un hilo que cruza de lado a lado el almacén. Son las caretas de tres perras para los chicos que se han de vestir de Pierrot el próximo domingo de Carnaval. Estos muchachos comprarán su careta el sábado y el domingo entrarán en su casa con ella puesta. La sostendrán con la mano y se la quitarán a cada momento. 87 Estos muchachos tienen todos un hermano pequeño que es a quien va dirigido el disfraz y la máscara. Las caretas son iguales. Unas tienen bigotes de mosquetero y otras de dandy. Los chicos que apenas levantan media vara del suelo se colocarán estas caretas embigotadas, y con una trompeta de aluminio pasear& la acera donde están sus casas. Estas caretas no tienen más interés. El comerciante no las vende todas; siempre quedan algunas para el próximo año. Nosotros conocemos una, que no se ha vendido nunca; que todos los años se asoma sobre el hilo, con su faz imperturbable. Esta careta llegó de Alemania cuando nosotros estudiábamos bachiller. A nadie le ha gustado todavía. El dueño de la tienda, cada año, la exhibe y la torna a guardar pasada la Piñata, en una enorme caja de galletas vacías. Esta careta es como el tiempo. Al pasar el domingo de Carnaval por la tienda del ultramarino, nos advierte con sus ojos fríos y su sonrisa petrificada que ha pasado un año más y que todo ha sido 10 mismo, y que los días que van a venir después que ella se esconda serán como ella misma... Acartonados e indiferentes. Este año ha mostrado su faz más pronto; en el montón de las otras caretas, ella, que es la más expresiva, la menos «careta» de todas, sobresale como suplicando al comprador que se la lleve. Pero ninguno la ama. Otras caretas más modernas y más graciosas van saliendo. Ella se quedará solitaria, abandonada, otra vez... Y el próximo año reanudará sus súplicas, inútilmente. Esta careta es una careta misteriosa, inquietante. Quizá tenga un destino fatal: acaso cubra la cara de un muchacho que sea nuestro hijo o nuestro nieto. Y entonces, ¿qué será de nuestro espíritu y su recuerdo, cuando veamos entrar por la puerta de nuestra alcoba al muchacho, con la careta famosa cubriendo su cara? ¿Qué significará, entonces, aquella aparición de la careta, que nos ha perseguido con sus ojos vacíos desde el oscuro rincón de la tienda? EL DOMINGO EN VEGUETA Todas las ventanas de las casas próceres estan cerradas. En las amplias galerías, los próceres y sus familias esperan que la tarde desaparezca por la azotea. Ellos creen que la tarde no tiene otra extensión que la del ancho hueco que está sobre el patio señorial. El día se asoma por allí y cuando ya no hay luz es porque la tarde se ha quitado de la azotea. Fuera, esta languidez aristocrática del interior se refleja en la calle. Cuando un carro plebeyo la atraviesa, las casas se erizan, parece como que hacen la bola, recogiéndose más adentro. ¿Por qué este carro brutal, ordinario, viene a perturbar el gesto digno de estas casas ilustres? Una tartana con los hombres que van a San Cristóbal todosvlos domingos, también mortifica a las casas. Las casas de Vegueta son como esas señoras viudas, deliradas, finas, relamidas, que siempre se están tapando los oídos, al menor estrépito. -No puedo oír esos toques de corneta. Me hieren el tímpano -nos decía una vez una señora dc Mas. El domingo lento, parece que se desmaya sobre este barrio silencioso. Estas calles debían tener alfombras mullidas. Unos leves pasos producen un clamor inusitado. No CS posiblc andar con zapatos nuevos y chillones; las casas se estremecen, los cristales de las ventanas tiemblan, y ocurre todo esto como si desde el fondo de la tierra agitaran el barrio entero. Vegueta es un invernadero colosal; todas las casas solariegas parece que están conservadas dentro de una estufa. El domingo en Vegueta es como un recuerdo milenario. Nosotros, quizás, hayamos vivido otra vez, dentro de un silencio tan significado. Sohre este barrio tan’callado, tan dormido, ha pasado como una furiosa tormenta de espíritus, que lo ha dejado estupefacto. Todo el barrio está recogido en un terror inmenso; no se atreve a vivir la vida, y se refugia en las iglesias lleno de superstición y de miedo. Cuando un burgués plebeyo del moderno Triana osa atravesar estas calles, las gárgolas de piedra cierran sus fauces, y las ventanas st; cierr-an tan seguramente como los ojos dc los muertos. El burgués pasa, y entonces las cosas vuelven a su tranquila postura, y se dicen: -iYa pasó? ¿Qué hizo? iQuién era? ¿Tendrá que volver por aquí, cuando regrese? No, no podremos pasar nunca por estas calles sin que el barrio se inquiete. Hosco, sombrío, nos mirará pasar con desconfianza. Sólo te perdonará de noche porque no te ve. Y una única vez acogerá tu paso sin temor, y casi con ternura: cuando vayas haciendo el muerto dentro de la caja negra, y te cante el cura las peteneras macabras que cuestan tres duros. El cura será entonces como el salvoconducto para cruzar el barrio.. . iQUIERE UN APERITIVO? Han dado las doce de la mañana, y por las puertas de las oficinas aparecen algunos señores sacudiendose con las manos la americana y los pantalones. Se detienen un momento, como atisbando 89 algo, y al fin se dirigen precipitadamente a las tiendas de comestibles. En esas tiendas se encuentran a otros señores y unos y otros se miran amoscados. Penetran, sin embargo, en una trastienda pequeñita y sucia, donde hay un mostrador de mármol. -iLo he pescado, mi amigo! -dice uno-. iY yo también lo de apetito he pescado! -añade otro. -Estoy jeringadillo responde un tercero. -Me vengo a tomar una copeja de ron por ver si puedo comer algo. -Pues yo tengo un catarro horrible, y por eso vengo a copear- me un poco. Y uno y otro antes de tomarse la copa se disculpan largamente dc hallarse en aquel rincón funesto, maldito.,, Disculpados, piden el ron, el aperitivo... -Amigo, échese una copita. El amigo es el hombre del mostrador, que sirve dos copas. Entonces los dos aperitivos alzan las copas y brindan. iPor quién brindan estos hombres? Brindan por la salud. Siempre que beben brindan por la salud. Y jcómo es posible que haya salud, bebiendo tanto? Ellos saben que la salud se pierde con el ron, por eso brindan por la salud, con esa cuquería isleña que tiene la gente aquí para todos los casos. Los bebedores dicen: -iSalud!, y chocan las copas, Y de un golpe se beben el ron. Y piden una aceituna. Entnnces hablan de un negocio, de un negocio pueril. Todos, cuando beben, tienen un negocio en proyecto. Pero antes de terminar el coloquio, uno dice: -iEchamos la otra? Y el interpelado responde: --Vamos a echarla. Y se la echan. Y tornan a hablar del proyecto, mientras comen otra aceitunita. El proyecto es de embarques. Uno de ellos quiere embarcar una partida de cueros. Es UU negocio, dice. El otro no está conforme con este negocio. No le parece bien. Y discuten. Mientras, el ron se ha acabado y como el negocio continúa en pie, piden una tercera copa para que caiga. Y así hasta la sexta copa. Salen de la trastienda al fin, dando traspiés. Han ido a tomar un aperitivo y han salido con cinco aperitivos más. Una tartana está en la esquina. Ellos ven cinco tartanas. El jefe de la oficina cruza por el lado de ellos. Y ellos ven cinco jefes. ¿Por qué tomarán seis aperitivos estos hombres? Ellos no tienen ganas de almorzar, pero cuando llegan a su casa itendrán seis veces ganas? iCómo se la van a componer si no les sirven en sus casas más que un almuerxn? El aperitivo isleño es lo más típico de la ciudad. El aperitivo tiene una hermana más gentil, que es la mafianitu. Todos estos hombres que toman aperitivo, toman también su maiianita. Nosotros los hemos visto tomar la mañunifu, dos murbnitus. Algunos llevaban en el buche hasta una semana de mutlunitus. 90 ; s 0 d $ f t 5 Y ; s g d B cc ! d ; 5 50 EL SEfiOR QUE COME FUERA En la pequeña y deleznable sociedad de la ínsula uno de los hombres más característicos es el sefior casado que come fuera de su casa. Estos señores tienen a su mujer y a sus hijos comiéndose un potaje diminuto, mientras él se va a comer una lasca empanada al Retiro. Al señor no le gusta el potaje de su casa, sino la lasca, y aparenta enfadarse con su familia para salirse de su domicilio enfurruñado y comer la lasca que no puede olvidar, después que la comió un día memorable. Aquí son días memorables los que se comen con los amigos en los cafés. Este señor gordo, robusto y feliz, que finge penas, es el hombre que a sí mismo se llama fracasado. Es el que no gana dinero suficiente en su empleo y se enfada porque no puede ganarlo. Y la mejor manera de expresar su protesta es darle potaje verde a su familia e irse él a comerse una lasca empanada al Retiro, con una skwia, que le levanta la lasca aunque sea lo que se llama «para olvidar penas». La mejor guisa del insular para olvidar penas es dejárselas a su familia y hacer después como que se las está quitando con la socia y la lasca. La ciudad está llena de señores casados que comen fuera de su casa. «Aquí me tiene usted, amigo. Mi casa es un desastre. Ni para comer tengo» -dice mjentras engulle la lasca y le hace una caricia a la socia en el ebúrneo cuello. «Aquí me tiene usted quitando penas». Y pone cara de hombre lleno de penas. Como si estuviera en los horrores de una indigestión de penas. El señor que come fuera de su casa es el hombre que más penas tiene en el mundo. El se las quita con lascas empanadas, mientras otros se las quitan llorando y otros no se las pueden quitar nunca. Nosotros hacemos esta pequeña anotación para los pesimistas, para los atormentados, para los hombres de la preocupación del más allá. Acaso el remedio de la pena sea una lasca empanada. Quizá todas las amarguras se disipen con ese lindo trozo de carne de vaca frito. EL SOL EN VEGUETA ¿No habéis gozado el sol de Vegueta, los días claros, después que la gente sale de misa de doce y las calles se quedan silenciosas? Parece que la gente duerme en sus casas; la calle sólo es del sol, del sol espléndido que inunda todos los rincones sonoramente. La gente se esconde del sol; cierran las cortinas de las ventanas, huyen 91 de los corredores y de los patios. En las sombrfas salas de estas casas solariegas se ponen las dueñas a rezar eri los libros de misa, hasta que el sol se marche. Todo el inundo en la ínsula tiene miedo al sol, pero estos amigos del barrio viejo tienen más miedo. Vedlos cuando a las doce y media salen de misa; recorren todas las, calles donde hay un poco de sombra; caminan arrimados a las paredes de las casas, parece que huyen de un enemigo terrible que los va a castigar. Y. sin embargo, el sol es todo el barrio pintoresco y amado. El sol se tiende sobre las casas y las casas se yerguen más hidalgas y más gentiles. El sol es el escudo de la nobleza del barrio. Este barrio sin el sol.. se desmoronaría, se hundiría de tedio y de fatiga sobre las aceras. Sin el sol parecería un sótano húmedo y abandonado. En la ciudad hay siempre sol. Los días de invierno tambi& tienen sol.Los balcones verdes, las rejas de hierro reciben al sol como si tuvieran un alma. El sol acaricia los balcones y los balcones, que fueron pinos o fueron robles, sienten la caricia corno una remota evocación. La torre de la Audiencia saluda al sol; el campanario de la iglesia está contento,;. Las calles risuefias, alegres. porque no pasa nadie, duermen una siesta bajo el sol. Todos aman al sol; las ventanas, los balcones viejos, las rejas. las campanas de las torres, todos, menos los vecinos que oyen su misa a las doce y después se meten en un rincón oscuro de la casa entornando las puertas que dan a las galerías. YA SE DECLARO La familia isleña de la viuda de Robaina está emocionada. Es porque se ha declarado a su niña mayor un joven modosito. Cuando un pollo islerio se declara, lo hace siempre de un modo diferente a los restantes pollos del planeta. Lo primero que necesita la niña es no comprender el silencio del pollo isleño. Y así él le dice: «Ya hãbrá usted comprendido». . . Y la niña le responde: «Pues no, no he comprendido.. .» Pero después, a los diez minutos. ya comprende y lo dice: «Pues sí, si es eso ya lo comprendí.» Entonces la niña se va para dentro y la mamá y las hermanas le caen encima, pregunthndole: «$e declaró? ¿Qué te dijo? LCuándo viene a hablar?» El novio le compra a la niña un reloj de pulsera y le prohibe el 92 baile: «No quiero que bailes con nadie.» Y la nida no baila y cuando está en una reunión de confianza y ven las demás que ella no baila, le preguntan: <<i,Nobailas?» Y ella dice: «Hija, no tengo ganas.» Pero todo el mundo sospecha que es que no la deja bailar el novio y añaden por lo hajo: «iFuerte bobería! NO sé qué tendrá de particular.» Lo cual no obsta para que este particular se tenga más tarde cuando les toque a ellas. A la mamá de la novia lo único que le preocupa es lo que. llaman el relajo. Y así, al ir de paseo, si la niña se echa muy delante, la mamá grita: «Gloria, no te adelantes.» La señora está dispuesta, por todos los medios, a que su riiña no sca una escachada. «Todo menos el relajo.» Y cuando está en visita hablará con otra señora que también tiene otra niña con su novio modosito y se diran mutuamente: «Señora, es un relajo, esto de los novios.» «Yo tengo mucho cuidado con mis hijas. Yo no sé a quién salen estas nifias de hoy. Antes cuando íbamos a casa de Pablo Camejo a aprender los lanceros, iban los novios también, pero nada, señora. Este cuchicheo de rincones. Antes se reservaba uno para la boda, pero ahora...» «No me diga nada..., ahora todas las niñas son unas zafadas, señora.» -Lunas zafadas? Escaldadas es lo que son. DIALOGO FEMENINO EN UN BAILE -Ay, hija, esta muy bien, muy bien el baile. Está muy bonito el salón. -Y las muchachas iqué elegantes! Su hija está muy bien vestida. -Pues todo se lo hizo ella, señora. Es de lo más comechosa que hay. iUsted ve la blusa? Pues fue de cuando era yo soltera. La desbarato, le hizo unas alforcitas, y ya usted la ve. -Pues la tela es muy de moda. -Es esa de capricho que extA de moda. -Pues las muchachas están muy bien todas, todas... ¿Y cómo anda de criadas ahora? -No me diga nada, señora. Ahora tenemos una de la Vega que, lo único que sabe hacer es lavar los pisos. -¿Y le lava los pisos? Porque en casa todas se resisten. Y nada digo de darle agua a la bomba. Mujcrcs más puercas. -Y tiestos, niria. Nosotras tenemos una que nos pedía permiso los domingos para ir a la Alameda y después fue y resulto que nos 93 decía que se quedaba en casa de una hermana y no se quedaba niña. Se iba al Risco a los bailes de taifa. -iQuite, señora! El servicio esta muy mal. Pepita Robaina tuvo que dejar a la ama de cría del niño pa dentro. Y luego pedilonas que son. Desde que saben hacer unas albóndigas, ya piden seis pesos. -Pues hija, yo y las niñas estamos siempre metidas en la cocina. Como a Juan tenemos que hacerle para por la noche unas lasquitas.. . tenemos que estar encima para que no las dejen achicharrar. -Y qué dura está la carne ahora. -La que llevaron hoy a casa era suela. -La mía, señora, sebo para la plancha. -iSeñora, aburrida es lo que está una! iTodo tan caro...! -Las carretillas han subido. -iLas carretillas nada más?... Yo ya ni sé lo qué hacer. El estómago me trae enferma. Ayer me tomé un purgante y como si ’ nada. Y es del ajetreo que me traigo. -¿Usted no toma agua de pan quemado? -Yo hija, no puedo pasar el agua esa. -Pues es una ayudita muy buena. -Yo no tomo casi nunca purgante. iEn la botica está todo tan caro! Por una perra de cualquier cosa no le dan a usted nada. ‘* -Yo me acuerdo antes que con una peseta comía una. iPero ahora, señora . ..! Los huevos un dineral, las papas un dineral. Y luego malo todo. -Hoy los huevos que llevaron a casa estaban todos viejos. Parecían huevos de Mogador. Gracias a que los pasamos y nos los comimos con sal. Si no, yo no sé... -iY que me revientan a mí los huevos viejos! -Señora.. . , ia cualquiera le revientan!. . . EL SEÑOR ROBAINA EXPLICACIONES’ PIDE La gente de la ínsula, por pedir algo, pide también explicaciones. Vosotros, lectores, tenéis un periódico, un periódico que no leen más que dos o tres personas, las suficientes para contar al resto lo leído. Un día os parece mal la estatua que don Miguel o don Joaquín han modelado. Esta estatua quiere representar a un erudito del país, pero no lo representa. Más bien representa a un canónigo viejo que es amigo vuestro. Pero como la estatua quiere 94 representar al erudito, tenéis que alejar en lo posible de vuestra retina la imagen de vuestro amigo el canónigo. La estatua es del erudito, así consta. Pero vosotros tenkis un sentido que llaman propio, y vuestro numen es un numen más acordadoque el de cualquiera y un día cogéis la pluma y escribís unas suaves palabras sobre la labor del artista. Decís de este modo: -Hemos visto con gran alegría, que los indiscutibles méritos de nuestro admirado y querido amigo, el señor Canónigo Tal, han sido al fin reconocidos. Nuestro amigo el señor Canónigo tiene una estatua en vida. La estatua es obra del escultor don Miguel Robaina, que una vez más ha demostrado su gran pericia en esta clase de asuntos. Felicitamos al señor Robaina. Y cuando habéis publicado esto, tan sencillo, tan correcto, tan manso, y os disponéis a escribir otra cosa semejante, suenan unos golpecitos en la puerta de vuestro despacho. Es Robaina que llega a pedirnos una explicación. Robaina trae una pistola por si sois hombres de musculatura y él no puede parangonar sus fuerzas con yosotros. Robaina trae la pistola de manera que la veáis al entrar él en el despacho. Robaina acaba de salir del Casino después de decir que os va a matar si no rectificáis. Robaina ha soñado con pegaros un tiro, quizá dos tiros... Robaina se sienta y os dice: -LES usted el autor de este suekito? No somos los autores, pero decimos a Robaina que sí, seca- mente. Robaina se desconcierta. El hubiera querido no encontrar al autor para desahogar bien. Robaina a pesar de su pistola se ha estremecido. -Pues yo venía. a pedir una explicación sobre estas palabras. El señor modelado en mármol no es el canónigo, sino el erudito. Y esto de decir que es el canónigo envuelve una ironía y un desdén que no es posible tolerar. En vano intentamos convencer a Robaina de la inocencia de nuestro suelto. Robaina, con su pistola bien guardada, nos suplica al fin una rectificación. No es el canónigo, es el erudito. Nosotros le decimos a Rohainn: -¿Erudito o canónigo, qué más da, señor Ro- baina? Usted cree que es el erudito, nosotros creemos que es el canónigo. Quédese usted con su teoría, que respetamos, y déjenos con la nuestra. Pero Robaina no ceja. Quiere una explicación. Quiere saber por qué nosotros aseguramos que su estatua se parece al canónigo y no al erudito. Nosotros no podemos convencer a Robaina, sólo nos atrevernos a insinuarle que si se nos parece al canónigo su estatua, es porque la cara de la estatua tiene una abultada nariz idéntica a la que posee con harto dolor suyo nuestro amigo el canónigo. Adem¿ís, todo el aspecto de la estatua es cano- nical. El erudito no aparece por parte alguna, y acaso sólo se vislumbra en unos libros que están sobre una columna. 95 m s Robaina no acepta nuestra teoría y se marcha dolorido, con su pistola a cuestas, pero ha pedido una explicaci6n, y luego dirá en el Casino que nos ha puesto el cañón del arma sobre nuestro humildísimo pecho. ¿Por qué estos ciudadanos públicos protestan siempre de todas las cosas suaves, irónicas, y piden a cada rato explicaciones porque no estamos conformes con la medida de los caletres de algunos de ellos? Estos hombres terribles reflexionarán un día en sus casas y cuando hayan meditado cuerdamente por primera vez en su vida, no les va a quedar o’tro remedio que pedir también explicaciones al Supremo Hacedor.. . EL HIJO ISLEÑO Robaina, Camejo o Galindo, el que más os plazca, va en una tartana. Nos quedaremos con Galindo que es menos vulgar. Pues Galindo lleva hasta diez paquetes dentro de la tartana. En la cara de Galindo se refleja una inquietud extraña. ¿Qué le ocurre a Galindo, que va en una tartana, aprisa, llena dc paquetes? ¿Se mar- cha Galindo a La Habana? iTiene Galindo alguna persona de su familia muy grave y aquellos paquetes son medicinas? Sí, esta última suposición nos acerca a la verdad de Galindo. Galindo va a ser padre. La mujer de Galindo está dando los correspondientes gritos. Galindo lleva algodón hidrófilo, vendas, polvos desinfectantes, ,*muchas cosas! Galindo está emocionado. El no ha sentido, claro está, los dolores que su esposa siente, pero Galindo tiene también dolores. El se ha quedado desconcertado... illegará a tiempo ? $e morirá su esposa? ¿El niño será niña? -se pregunta Galindo ingenuo-. $erán dos hijos? iQuizá sean dos! Hay precedentes en la familia. Galindo mismo es gemelo. Nervioso, agitado llega Galindo a su casa. En la puerta del piso le aguarda su suegra, que toma lps paquetes que le va dando Galindo. Este pregunta: -iTardará mucho? -Nada -le responden. Y entonces Galindo se va a su despacho y allí aguarda sobre un canapé el momento glorioso. El momento llega; la esposa da a luz un niño. Galindo quería una niña, y se da un golpe con la mano en la frente. --iMe equivoqué! -exclama. ¿Cómo demonios no se me ocurrió que podía ser valúIl? Al fin Galindo se resigna. No va a tirar al chico. Además un chico 96 puede traer el pan consabido. Y Galindo se levanta y se asoma a la ventana. En este instante pasamos nosotros. Galindo nos mira con ironía. Seguramente ha pensado: -Ese joven no tiene un hijo. La familia de Galindo llama a la criada, mientras Galindo está asomado y le dice: -Mira, vas a casa de doña Fulanita, de doña Menganita y de doña Perensegita, y les dices de parte de nosotros, que muchas memorias y que cómo están y que ya tienen un servidor más. -4 la hora de este recado llegan las señoras aludidas y se meten desaforadamente en la alcoba. -Niña,@mo estas? LHa sido con felicidad? .-Mira, mira el niño. -Pues no es feo, mujer. -Jesús, señora. Es negrito como su madre. -No, mujer. La frente es muy bonita. Y Galindo que llega exclama: -Es el vivo retrato de mi padre, cuando era chico. Galindo es un hombre inteligente. Ya el lector lo habrá observado por esta frase final que Galindo’pronuncia. Nosotros añadiremos que Galindo es farmaceutico... El hijo de Galindo es una píldora más en la ínsula. Todos los días nacen iay! cuatro o cinco Galindos, por lo menos. LA CARICATURA En un escaparate de droguetía se exhibe una caricatura. La caricatura es original de un amigo nuestro, que se ha pasado la vida pintando caricaturas. Cuando ocurre algún suceso en la ciu- dad, el amigo lo comenta con el lápiz. El dibujo siempre tiene una gracia puramente local, una gracia local que solo nosotros penetramos. Ahora han matado a un hombre. Este suceso extraordinario ha conmovido a la población y nuestro amigo diligente ha pintado su caricatura. Es graciosa; la gente se regocija y desfila por el escaparate. La caricatura permanece muchos días allí, hasta que no se detenga nadie a contemplarla. Cuando ocurre esto, nuestro amigo envía el dibujo al interesado. Si son muchos los que nuestro amigo pinta, no sabemos qué hará con el cartón, el humorista. No pasa nada, no sucede nada, sin que el amigo nuestro deje de pintarlo. El vive en un barrio lejano, pero se entera de todo. Solemos ver al amigo alguna noche, a medianoche, algún día de 97 fiesta. No vive nuestra vida: quizás él no conoce a los clásicos, pero debe sospechar a Fray Luis. El amigo está siempre lejos del mmvkmal rikln. iCómo pinta las caricaturas este amigo?... Un día publicáis un libro, pronunciáis un discurso.. . El público os recibe con aplauso. Entonces recibís una carta del amigo que os pide un retrato. Le enviáis vuestra efigie y a los pocos días, cuando marcháis con dirección a vuestra oficina, oís a un golfo que os grita mirándoos atentamente: -iEh! Ese es el que está en la caricatura. Volvéis los ojos. En el escaparate la gente se aglomera. Todos tienen caras sonrientes; al veros llegar, todos disimulan la sonrisa. Vuestro amigo el caricaturista os ha pintado con una pluma de ganso en la oreja, con unas piernas largas y os ha puesto al pie del cartón una leyenda: El hombre del día. El gran escritor canario. A los pocos días recibís la,caricatura que os manda de regalo el amigo. Tanto ha dibujo nuestro amigo que ya no debe encontrar persona para caricaturizarla. Hay algunos hombres insignificantes que no merecen las caricaturas de nuestro amigo, pero ellos se disgustan y las piden, y entonces nuestro amigo que es un suave y discreto filósofo les dibuja. Y si vende cigarros ese hombre insignificante, lo pinta sobre una caja de puros y dice: El hombre del día. Si vende máquinas, lo pone sobre una máquina y pone también: El hombre del día. Si es cocinero lo pinta dentro de un plato y comenta: El plato del día. Todos, todos los hombres de la localidad, han sido dibujados por nuestro amigo el caricaturista. Y ésta es la honda, la profunda, la sutil ironía de nuestro artista. El los pinta a todos, todos son hombres del día para él. Y cuando nos muestra a estos hombres en caricaturas los coloca siempre en los escaparates de las droguerías y de las farmacias. Nuestro amigo no es un extraordinario dibujante, acaso la entraña de sus dibujos esté libre de hondo humorismo, quizá el di- bujo, a veces, sea ligero, inocente, pero no negaréis que el artista es un discreto filósofo, cuando dibuja a todos estos hombres insignificantes, y les pone debajo: El hombre NIÑA, NO ME RELAJES del día. iPor qué estará relajada esta mocita? Ella acaba de decir a una amiga: -Niña, no me relajes. El relajo es una expresión genuinamente isleña. Está relajada una cosa cuando tiene mucho almíbar y la persona que le gusta se harta de ella. Pero la expresión tiene aún 98 más amplitud; cuando nos abruma algo, nos relaja. Las mujeres son las que generalmente están relajadas. Una mocita llega de casa de una amiga y le cuenta a su madre lo que ha visto: -Mira, mamá; estaban las de Pérez; una de ellas tenía una blusa crema, y luego estaba diciendo qué se yo qué y qué sé yo cuánto... Estaba tan relamida... La mamá responde entonces: -Niña, ino me relajes! Y hace un gesto como si tuviera náuseas. La mocita continúa refiriendo la visita. Habla ademas de las de Pérez, de las de López. Las de Mpez son mujeres de un carácter alegre, bullicioso. Cuando la mocita dice que las de Mpez estaban también, la mamá hace unos movimientos nerviosos con la cabeza y grita: -iNiñas m6s relajonas...! Y la conversación de la mocita y su madre termina en la frase definitiva, piramidal: -iFuerte relajo! Si dos novios están hablando en una ventana baja, y a oscuras, dirán en el Casino que andaban de relajo los enamorados. Porque relajo es también el amor cuando se expansiona... En los bailes de máscaras hay siempre un relajo tremendo. Nos tuvimos que marchar de allí -dicen algunas familias- porque aquello iba a terminar en relajo. Y así transcurren los dias y los años y la gente no se acaba de relajar nunca. Las relaja un paseo con demasiados paseantes; las relaja el fango de la carretera del Puerto, las relaja una persona bien educada. Sí, una persona bien educada es un relajo. Un día vais por vuestro camino con un amigo y os tropezáis con otro. Este es un hombre que huele a un perfume suave, agradable, es un hombre limpio, elegante. Al veros se quita el sombrero, tiende su mano y os dice: -Buenas tardes, señores. ¿Cbmo están ustedes? ¿Y las familias cómo están? Y luego se despide y añade: -Que usted lo pase bien. Recuerdos. Ponedme a los pies de vuestras esposas... Y torna a quitarse el sombrero y hace una cortesía delicada, primorosa. Vosotros os quedáis encantados de tanta fineza, y cuando váis a hacer un elogio de aquel señor tan educado, vuestro amigo os malogra la intención con unas palabras arrolladoras: --iVaya un hombre relajón!... Todo es relajo. Relajo el amor, relajo la educación, relajo la gente reunida. Siempre oiréis las fatales frases. A todas las esposas que van de noche al Parque dc chal, las oirLis decir a sus maridos, si pasáis al lado de ellos: -Aquello es un relajo. Siempre hay un relajo a que referirse. No hay una esposa de esas del Parque que no diga las mismas palabras a sus esposos, todas las noches. 99 HABRA IIemos MAS CALOR salido a la calle. La callc estaba sucia dt: ludu y dr: char- cos. Llueve. Don Juan y flan Pedro han salido también como nosotros. Don Juan se encuentra con don Pedro y le dice: -«Hombre, ¿ha visto usted cdmo llueve?». Y don Pebre responde: -«iBah! Para más calor.» Don Juan nos saluda y nos grita alzando su para.guas: -«¿Cómo llueve, eh?» Y don Pedro añade sonriendo: --«Mañana nos asamos.» Y don Juan se aleja contento de la lluvia y don Pedro lo contempla alejarse, con un suave aire de ironía. Nosotros seguimos nues‘tro camino. Don Antonio aparece y nos detiene saludándonos: -«iHa visto usted qué manera de llover? Por supuesto, esta lluvia es para más calor.» Don Anselmo que viene por la otra acera se acerca entonces, también con su paraguas, y tercia en el coloquio: -«Señores, llueve que es un gusto, pero no se fíen ustedes; esta lluvia es para más calor. Mañana habrá un sol que rajará las piedras.» La lluvia no cesa. Formamos un grupo con don Pedro y con don Anselmo, pero como la lluvia aprieta demasiado nos metemos todos en un zaguán. En este zaguán están aguarecidos don Atanasio y don Romualdo. Estos dos señores son amigos nuestros y después del saludo de ritual hablamos también de la lluvia. Y don Atanasio dice: -«Aquí le estaba diciendo a don Romualdo que esta lluvia es para asarnos mañana». Y don Romualdo contesta: «Ya no, amigo. Estamos en noviembre.» -«Mañana vamos a estar como el día de San Lorenzo» -añade don Pedro y nosotros sonreímos. Por lo pronto hoy llueve, mañana habrá calor. Don Antonio, don Pedro,. don Atanasio y don Anselmo están empeñados en que habrá calor mañana. ¿Por qué creerán estos señores que mañana habrá calor? ¿Qué secreto astronómico tienen estos cuatro amigos guardados en lo profundo de sus almas respectivas? Ellos tienen un secreto, no hay duda: sonríen enigmáticamente cuando afirman que a pesar de esta furios¿i lluvia habrã manana un calor terrible. A nosotros nos parece que es demasiada lluvia para un calor tan cercano, pero estamos equivocados. Don Antonio, don Anselmo, don Pedro y don Atanasio lo aseguran. ¿Don Anselmo, don Pedro y don Atanasio, nada más?... Y don Bernardino. Don Bernardino llega, entra en el zaguán después de cerrar y sacudir su paraguas. Don Bernardino dice: -«iCaracho! No se puede caminar. iVaya una manera de llover! iPero ustedes creen que a pesar de este fresquito que corre y de tanta lluvia, ha empezado el invierno? iNo se hagan ilusiones! Mañana habrá más calor.» Como la lluvia cesa al fin, abandonamos todos el zaguán. Y nos separamos. Las calles están inundadas. El cielo enseña un trozo de 100’ azul; las nubes de la lluvia parecen alejarse definitivamente, sobre los montes. -«iIrá a empezar ya el calor?» -nos preguntamos aterrados y casi temblando dc frío... Caminamos. El dfa se despeja al fin, pero al retornar a nuestra casa la lluvia empieza de nuevo. Y en casa ya, la lluvia arrecia; el cielo se oscurece.. . ¿Tronará? iRelampagueará? Llega un amigo y dice: -«iChico me he metido en tu casa huyendo de la lluvia ! iVaya una agüita!» -«Sí, sí llueve mucho» -respondemos. Y el amigo añade: -«Y total, nada. Mañana habrá más calor...» DON ANSELMO ESTA APURADO Don Anselmo, que tiene cuarenta y nueve años, se ha detènido en la puerta de su oficina. Acaba de terminar su trabajo; un trabajo monótono, lento, pesado: Abrir durante el dfa veinte, treinta, cuarenta veces unos libros enormes que dicen Mayor y Diario. Don Anselmo ha sumado hoy con menos inquietud que ayer. Y es que hoy estaba bueno del estómago; ayer tenía acedía. El pasó todo el dfa repitiendo la frase:. -Hoy tengo una acedfa horrible.» Don Anselmo, al hallarse en la puerta de SUoficina tan temprano, se queda desconcertado. ¿Cómo ha terminado hoy tan pronto? Si todos los dfas termina a 1~sseis y en este momento son las cuatro.. . ¿Qué va a hacer don Anselmo con dos horas de regalo?’ iDónde dirigirá sus pasos? Y el alma de D. Anselmo se llena de angustia. Le pareda el dfa de un color extraño, nuevo para él. iCuántos anos sin ver el sol de las cuatro, los dias laborables! El sol estos dfas es más alegre, más activo que el sol del domingo. Y don Anselmo maldice la hora en que terminó su trabajo. Se encuentra distinto a esta hora en la calle. Y el caso es que no puede volver a su pupitre porque no tiene nada que hacer. iQué enorme tormento el de don Anselmo! ¿Qué hacer, Dios mío, qué hacer ahora?... -dice don Anselmo. Y está a punto de soltar una pequeña lágrima. Pero al fin se decide a partir. No le queda otro remedio que resignarse, con el obsequio. Y camina y va hacia el Puerto. Despacito avanza don Anselmo a ver si el paseo disipa su melancolfa de haber dejado de trabajar tan pronto. Si don Anselmo tuviera que salir todos los días a la& cuatro en lugar de las seis como sale siem- pre, 61 no podrfa vivir muchos dfas más. Es una cosa trágica, terrible para este hombre, la salida temprano de la oficina. Don Anselmo sube a los Arenales, y regresa a la noche; pero 101 regresa enfermo. Tiene que acostarse y se pone unos paños calientes sobre su barriga, y unas vendas de vinagre en la cabeza. Y las manos de don Anselmo tiemblan y todo él tiembla. Y van sus familiares a la botica por sellos y aspirina, y otras cosas raras, y por, fin don Anselmo se duerme... Y cuando al día siguiente torna a su oficina, si ve que el trabajo va a ser pequeño, se entretiene en prolongarlo para no salir a las cuatro. -«Anoche’casi me muero. No sé qué me pasó. Di un paseíllo que yo creí que me había sentado... No sé a qué atribuir aquel arrechucho». .. Don Anselmo no sabe que su mal fue un ‘mal de enamorado. El ama sus libros con más intensidad que a una amante. El necesita estar hasta última hora con sus libros del alma, como en un amancebamiento... LA FACTURILLA Un día estáis sentados en la tienda de un amigo vuestro departiendo entusiasmados sobre la nota de un tenor o la faz de una holandesa que hab& visto desembarcar en el muelle, cuando observáis que penetra un señor sonriente, con aire seguro, desenfadado, y dice: -«Buenas, amigo. LTiene esa facturilla ahí?» Facturilla ha dicho. Y nosotros pensamos que este amigo debe una cantidad pequeña: dos o tres pesetas. Pero no es así; el amigo debe doscientas pesetas. ¿Por qué ha llamado facturilla a esta nota que pide? El debía, según nos enteramos más tarde, esa cantidad hacía mucho tiempo; nunca pasaba ‘por la calle donde estaba la tienda, pero hoy, como venía a pagar, ha penetrado con la seguri- dad de sus pesetas y la realidad de su liberación. Y ha querido melificar la factura, con el suave diminutivo: -«Déme usted esa facturilla.~> Aquí se llaman todas las cosas así. Un comerciante paga una letra y cuando la va a pagar dice; «Déme usted esa letrilla.» Un enfermo de divieso se dirige a la botica y exclama: «¿Tiene usted ahí una unturilla para este diviesillo que me está saliendo?» Un tenorio se despide de nosotros para ver a su amiguilla; un padre compra para su hijo pequeño un juguetillo... Al referirnos a un amigo canceroso solemos exclamar: «Está jeringadillo.» iOh, el dulce,. plácido y donoso diminutivo!, . . ¿Por qué llamarán la gente a las cosas tan cariñosamente? Anoche oímos a un amigo maldecir. Referíase a otro amigo y su familia. Esta familia y este amigo habían hecho al nuestro una 102 cosa terrible. Y el amigo los llamaba genlucillu. Esos son todos una gentucilla. Nosotros sentimos un temeroso respeto por las facturas de las tiendas, nunca podemos dormir si nuestro nombre está destinado a una factura, a una de esas facturas que insisten, y jamás podríamos llamar fucturillu a esa especie de dragón maldito que tiene un Debe grande, enorme, como unas fauces hambrientas en un rinc6n del papelillo. EL ISLEÑO SALUDA Y NO SALUDA Un isleño parece un hombre tímido y no es un hombre tímido. Algunas personas sensatas creen que es salvaje. Tatipoco es salvaje. El islefio por lo general es hombre huratio, de una hurañez rara. Es, desde luego, un caso interesante de vulgaridad. Nosotros conocemos a don Fulano, porque un dia hablando con otro señor, don Fulano tercib en nuestra conversación. Nosotros decíamos: «iCuándo hay correíllo para Lanzarote?» Y nuestro interlocutor no sé . . . . no respondió: «No sé. ¿Cuántos somos hoy?» «Pues, SC... Ahora hasta el 18 no hay . . . . creo yo . .. . no sé.» Y don Fulano, que estaba con el señor que hablaba con nosotros, sin conocernos, dijo amablemente: «Esta noche, señor, esta noche hay correo.» -Muchas gracias -respondimos. Y don Fulano después de decir: «De nada», se quitó el sombrero y ya no le vimos más. Pero un día... tropezamos con don Fulano y don Fulano nos dice: «Adiós, señor. Que usted lo pase bien.» Y así transcurren más días, y siempre, cada semana, cada mes, nos encontramos a don Fulano, solo, que nos saluda amablemente. Pero otro día vemos venir con dirección a nosotros a don Fulano. Este día, don Fulano está acompañado por un señor peninsular. Es un sábado. Nosotros no nos hemos mudado la camisa del trabajo todavía; estamos un poco despeinados, nuestro pantalón tiene rodilleras. Don Fulano nos ve de lejos; y hay en su mirada un pequeño, diminuto relámpago de contrariedad. Nosotros pensamos en seguida: «Don Fulano, no nos saluda hoy.» Y procuramos hacernos los desentendidos. Don Fulano, efectivamente, pasa, por nuestro lado sin conocernos. A don Fulano le molesta saludarnos cstc día. $‘or qué? LQuién es el señor peninsular que acompa- ña a don Fulano? ¿Será un Gobernador Civil, un Delegado de Hacienda, un profesor de Instituto? Es indudable que, por la misteriosa importancia de este penin103 sular, no nos ha saludado don Fulano. El peninsular debe ser .un hombre superior, más superior que nosotros, quizá más también que don Fulano. La noche de ese día vemos a don Fulano sin el peninsular. Entonces nos dice: «Adiós, muy buenas.» Pero antes hace un ruidito con los labios. Este ruidito; Sid, como diciendo: «Caramba. Tengo que saludar a este señor siempre porque un día le dije que el correíllo salía para Lanzarote. iCómo podré evitarme yo este saludo?» Y don Fulano se va a su casa razonando. El no ha razonado muchas cosas en su vida, pero de esta vez se devanará los sesos para buscar un modo de no saludarnos más. Y de pronto da con uno, sin saberlo él. Este: Nosotros nos lo volvemos a hallar en la calle. Don Fulano es- quiva su mirada, pero cuando está cerca de nosotros, se ve obligado a saludarnos. Nosotros entonces le miramos fijamente, como si don Fulano fuera un poste, y no le contestamos. Don Fulano, que deseaba este momento de no saludarnos más, se enfurece, sin embargo, porque le ponemos en ocasión de suprimirnos el saludo. Y dirá, extranado en el Casino: «Este señor que me saludaba antes, ya no me saluda. Es un señor repugnante. $e creerá él que me hace un favor!» Y es que al isleno le molesta mucho la mala crianza ajena, porque en su afán de ser‘primero en todo no puede permitir que nadie sea más maleducado que él. NO HAY QUE CREERLO Si le oímos decir a una señora isleña que nos cuenta un chisme: «A mí no me lo crean», ya sabemos que hay que creerlo, desde luego, pero no a ella, sino a otra persona que no está presente y que no nos ha dicho nada de su propia voz, sino por mediación de esta señora. Todas las mayores atrocidades pueden creerse sin temor. Ahora que no se han de creer a la persona que nos lo dice. Es un grato sistema de irresponsabilidad y sobre todo más seguro. Cuando una señora oye decir que en la casa de otra señora entra un hombre a medianoche, no lo cree y si lo dice es para que nosotros tampoco se lo creamos a ella. Ella no ha visto a ese hombre. Si se ha enterado y lo repite, no es para hacer que cunda la noticia, sino para demostrarnos que las lenguas de la ínsula son muy malas, y aunque haya que creer lo que dice, ella no tiene la culpa de que se crean. A las demas, que son las malas lenguas, hay que creérse104 lo; a ella, que es la lengua buena, no. Ella no es persona malévola, por lo tanto, si dice alguna cosa makola hay que ponerla en duda. Las otras personas son las malkvolas, y si diren malévolas co- sas, no habrá más remedio que. creerlas, para justificar su lado divino de malevolidad. ¿Pues cómo, si no creemos, puede asegurarse que son malévolas? En cambio, a la sciiora no malévola, habrá que decirle: «Señora, es una atrocidad lo que usted dice, pero como usted al decírnosla añade: “A mí no me lo crean”, hemos de conformarnos con no creérselo a usted y que quede sentada su reputación de buena persona.» «Eso dicen, las malas lenguas. Créanlo ustedes, porque para eso están actuando estas lenguas. A mí no me lo crean. Mi oficio no es hablar mal, es solamente repetir el mal que hablan las otras, no para que me lo crean a mí que lo digo ahora, sino para que lo hayan creído antes, o para que se dispongan a creerlo, sin necesidad de oírlo directamente.» Y de este modo no debemos creer nada, creykndolo. Todas las señoras están empeñadas en que no se lo creamos a ellas. Siempre hay una última señora a quien nos remiten las demás señoras para que creamos. Y esta misma y última señora, también nos dirá: «A mí no me lo crean». LA quién volvernos, entonces? Lo mgs seguro es preguntar al hombre que entra a medianoche, diciéndole: «Señor, yo sé que usted entra en casa de ésta, de aquélla o de cualquiera otra señora. A mí no me lo crea usted, pero desearíamos saber por usted mismo si es cierto que usted entra 0 no». Y como señor será también isleño, nos responderá de semejante manera: «Sí, señor, sí entro a medianoche. Pero a mí no me lo crean.» ei Y puede que LA CARTA sea verdad. MAGICA Un isleño tiene siempre una carta que no ha recibido el último correo. El dice carta, a secas: «iHombre, no he recibido carta!» Se supone uno que todo isleño ha escrito. El también, por otra parte, lo confirma: «Hombre, ya escribí». Y después de este dia el isleño continuará diciendo: «No he recibido carta.» La carta puede tratar de varios asuntos. Una vez es ai Diputado, recomendando a un amigo. Siempre se escribe esta carta, para decir inmediatamente: «Ya escribí». Otra vez es una reclamación 105 de un comerciante, y el isleño, que es comisionista, dirá: «iHombre, pague usted esa letra, que ya escribí, pero no he recibido carta todavía!» Y el comerciante paga, pero estará condenado a oír diez, doce veces: «No he recibido carta de la casa.» Esta carta es la misma carta de todos. Está detenida lejos, dirigida a todos los isleños que nn han escrito carta ninguna, para que no pueda ser recibida. Un isleño no tiene importancia social si no deja de recibir esta carta. El isleño que por rara casualidad la reciba, perderá en el acto todo su prestigio de hombre de cartas. Porque la verdadera importancia es no recibirla para poder decir: «No he recibido carta», y darse el tono de que está en lo posible recibirla. El que no dice: «No he recibido carta», es quizá porque no la ha escrito, y el insular que no escribe una carta lejos, es un hombre deshonorable. Y si la recibe, nadie se lo creerá, porque la verdadera existencia de esta carta es su no existencia: no recibirla nunca. Un isleño puede ser abogado y tener cierta personalidad, o médico o sobrestante, pero si a estos títulos no añade el de no recibir carta, no será lo suficiente estimado en la rebotica o en la Plazuela. Cuando el isleño no escribe esta carta y la echa al correo, y la respuesta llega, será hombre perdido. Pero si no la escribe y no la echa al correo y no se recibe a donde no la ha dirigido y la respuesta no llega y el isleño puede decir, con toda la explosión de su petulancia: «iHombre, no he recibido carta!n, cntonccs puede aspirar a un busto o al nombre de una calle en el Puerto. El isleño, además de darse importancia, sentirá una suave meiancoiía, por esperar esta carta que no llega nunca, que no puede llegar, y que él, sin embargo, por darle tanta realidad a su fantasmal epístola, espera siempre... contento. TEVANTE Ayer empezó el levante. Los ciudadanos dijeron: -«Hoy hay levante». Del monte llegaron algunos diciendo: «Es tanto el calor que hace allá arriba que no se puede salir*. Las señoras en sus casas, de bata blanca y abanico, repiten:. -uHay un levante enorme.» Los maridos llegan de la calle, sudando y repitiendo también: «Vaya un levantito!» Robaina, Camejo, Umpiérrez y Galindo salen, entran, vuelven a salir de las tiendas. Se miran, sonrfen y repiten: «El tiempo es de levante». Chirino nos encuentra en la calle y le preguntamos: «iQué 106 hay?» Y Chirino nos responde: «Levante. Yo lo dije desde ayer, en cuanto noté que estaba húmeda la noche.* Fabelo, pasa por nuestro lado echando los bofes y meneando la cabeza, como diciendo: «Es levante. Usted como yo y como todos, estamos en el secreto. Levante y de los más legítimos.» Por la tarde refresca un poco y Robaina dice: uHa refrescado-u Y la señora de Robaina añade: *Vamos esta noche al muelle, nino.» Pero Robaina asegura: «Aunque ha refrescado, al anochecer vuelve a calentarse el tiempo.» Un señor en la botica exclama: -+Cómo se estarán asando en el Sur! Ese Agüimes debe ser un horno.» Y otro señor añade: «Yo vine esta tarde de Agaete y ni las hojas se movían.» Pinito, en su ventana, se atufa por culpa del levante y dice: -«iFuerte relajo de tiempo!» La mamá de Pinito confirma: -«Sí es verdad, hija.» Un señor anciano no recuerda otro levante igual, y un peninsular demuestra que el levante no es nada en comparación al calor de Sevilla. Pero el insular cree que su levante es tan famoso y tan importante como aquellas costas de ídem que se aluden en la Murina. -Vaya un calorcito, amigo Robaina. -No me diga nada señor Galindo. ;Si esto dura! -No dura más que tres días. -Yo me los he gozado de seis. Camejo. -Pero eso, Fabelo, es muy raro. Y Robaina, Galindo, Camejo y Fabelo siguen diciendo: -iVaya un levante! -iVaya un levantito! -iRayo de levantejo! Y después se van a dormir confiados en que, como querfa el griego, no ha pasado un día sin haber aprendido una cosa más. LAS CONVERSACIONES DE AYER Decimos: «Eso son conversacitines», y ya se entiende que ha sido puesto a curtir el pellejo del pobre semejante. Pero estas conversaciones de ayer son más inocentes, han versado solamente sobre el calor. En Za botica: Hay varios señores. Llega otro señor y dice: «iVaya un calor!» Los demás contestan: «Un horno», y menean las cabezas y se miran con miradas fatigosas, moribundas. En IU casa: Las señoras están echadas en sus sillas; Llega una 107 m t 5 de la calle: «No me digas nada, hija. La calle es un horno. Se oye volar las moscas. iJesús!» Y aunque todas saben que el calor durará tres días dirán para darle majestad al momento; «Si este calor sigue yo no sé dónde vamos a parar.» En la barbería: Llega don Juan. «Hola, don Juan», dice el barbero. Don Juan contesta: «Ni ganas de moverme tengo.» El barbero añade: «Hace un calor de primera.» «No me diga nada, maestro. iSi este tiempo sigue yo no sé dónde vamos a parar!» En el tranvía: «Ni aquí hace fresco», dice un señor. «Siempre cuando el tranvía corre mueve un poco de aire y de fresco, pero hoy, ni eso. Fíjese cómo está el mar. Parece una balsa. Vaya un calor. iSi este tiempo sigue yo no sé dónde vamos a parar!» En la punta del muelle: Dos señores se duermen con los sombreros en las manos. «Ni aquí hace fresco. iCuando aquí no hace fresco! En la ciudad no hay más que tres sitios dónde haga fresco: por allí, por el cuartelillo, por la parte de la calle de los Remedios, cerca de Lisón, y aquí en la punta del muelit. Cuando en ninguno de esos tres lados hay fresco, diga usted que no lo hay en ninguno.» -Pero mire, cristiano, sacuda la mano, parece que la está metiendo uno en miel. Vaya un tiempo. iSi este tiempo sigue así yo no sé dónde vamos a parar! En la calle un ciudadano pasa, sombrero en las manos, encorvado bajo el peso de su sudor, reflexiona, medita. Va a expresar una idea, va a pronunciar. la palabra aforística. Escuchemos: -iSi este tiempo YA CORRE sigue así yo no sé dónde vamos a parar! FRESQUITO Robaina va por la sombra y le grita a Mujica que va por el sol: «Mujica, véngase para acá que aquí corre fresquito.» Mujica va! y se convence de que el levante ha desaparecido y que hay brisa después de las cuatro de la tarde. Fabelo también sabe que hay fresco y así lo ha manifestado en el Casino: «Ya corre un poco de fresco. iMire usted que si el levante sigue!...» Umpiérrez, por otro lado, exclama ante un grupo de amigos: «No hace mucho fresco, pero iqué diferencia de hace tres días!». Camejo, también está contento con el fresquito que corre y como él es comisionista, tendrá que decir al entrar en la tienda de Chirino, para mostrarse amable: «Hoy sí, amigo Chirino, que corre airito. Su tienda es de los lugares más frescos de la población.» 108 Más tarde, Camejo lo confirma en la plazuela: «Sitio fresco, la tienda de Chirino.» Los ciudadanos todos han sido librados del levante: Galindo, tipo representativo de la ínsula, lo va pregonando en todos los sitios. Si llega al Parque exclama: «Hoy, es otra cosa», si va a la Catedral dirá luego: «Hny, sí había fresco. Usted sabe que debajo de San Cristóbal corre siempre un fresquito agradable. Hoy volvía a haberlo, pero en los días de levante, ni allí se podía estar.» Cuando a Galindo le digan hoy: «¿Qué hay, Galindo?», Galindo contestará: «Hombre, parece que el tiempo va refrescando. Por las tardes siempre refresca>. Galindo siente lo que aquí llaman gustito, después del levante. El levante es el peor enemigo de Galindo. Para Galindo el levante es una especie de menstruación. Cuando lo siente venir, Galindo se va hinchando, hasta que tiene que acostarse. Pasado el levante, Galindo sale a la calle triunfador, pío y felice, diciendo: «Ahora, sí se puede estar en la calle. No puedo con estos calores, El calor es una cosa que me revienta.» Felicitamos a nuestros amigos, los insulares, por el viaje del levante. LA INSEGURIDAD DEL ISLEÑO El isleño es el hombre más seguro del mundo. Cuando un isleño sabe una cosa, la sabe de verdad, con convicción, con certeza. Así, dice el isleño: «Yo, que se lo digo a usted...» Estamos en una botica Robaina, Chirino, Fabelo, Galindo, Camejo y el infrascrito. De pronto dice Fabelo: «Ha ocurrido esto y lo otro y lo de más alk Y ha ocurrido porque fulano es un hombre de ésta o de aquella manera.» Y Chirino añade: «iBah! Eso no puede ser así.» Pero Fabelo, arrugando el entrecejo y soltando una voz cavernosa contesta: «Yo que se lo digo a usted...» El isleño que nos lo dice todo, es un hombre terrible. Ocurre un suceso misterioso. Nadie sabe nada. Pero de repente surge el isleño y nos lo dice. Este isleño es por lo general soltero, se pasa la vida en la puerta del Casino, o sentado en la Plazuela. Nosotros vamos una noche, distraídos, por esta Plazuela y oímos súbitamente una voz que surge de las sombras diciendo: «Yo, que se lo digo a usted. » Otra noche le oímos en la terraza del Casino un sordo rumor de palabras. Es un grupo de señores que hablan quedamente. No se oye sino este suave murmullo. S610 a mitad de este coloquio, como un clarinazo o un cuchillo, la frase terrible 109 surge: «Yo, que se lo digo a usted.» E inmediatamente se hace un silencio prolongado. Otro día se casa don Alberto. aLPor qué se ha casado don Alberto -decimos -si es viejo ya y enemigo del matrimonio?» El hombre terrible nos dice: «Don Alberto se ha casado porque ya estaba casado.» «¿Cómo puede ser este disparate?», exclamamos. «¿Cómo un hombre que está casado se va a casar?» El hombre terrible responde misteriosamente: «Yo, que se lo digo a usted...» El periódico traeuna noticia vulgar. Esta noticia: «Ha regresado de Tenerife don Homobonio.» Pero cuando nos encontramos al hombre terrible nos dice: «Don Homobonio no ha venido de Tenerife porque él no ha ido a Tenerife, además no se llama don Homobonio, sino don Cristóbal, y. encima hace diez años que se ha muerto.» s¿Cómo son posibles estas cuses tan extrañas, querido amigo?», nos aventuramos a decir al hombre terrible. «iCómo un hombre que se llama Homobonio no se llama Homobonio sino Cristóbal y si vino de Tenerife no vino porque hace ya diez años que se ha muerto? Nosotros no podemos creer estas cosas. No es posible creerlas.» Pero el hombre terrible está seguro. Su mirada lo dice, su gesto lo dice, su seriedad lo dice, sus palabras también lo dicen: -Yo, que se lo digo a usted... EL ISLEÑO SE’ ABURRE EMANCIPADO Todo el mundo, los ciudadanos del mundo. respiran a plenos pulmones en cuanto se emancipan. El isleño, en cambio, se aburre soberanamente. En cuanto un isleño se ve libre de la opresión de un jefe mandinga. parece que añora, doloroso, los días de la esclavitud. Un día, un insular que es hortera, logra poner una tienda con sus ahorros. Hace sus andamios, su mostrador, coloca las piezas de tela como los libros de una biblioteca, empuña su vara de medir propia, como una espada heroica que ganó en cien combates, y se pone en la puerta de su tienda erguido y magnífico como un florentino. Pasan dos horas, pasan, tres horas, y el isleño va corvando la figura, quedando al fin pegado a la puerta, con un aire de desolaciún y fracaso que da pena. Todo isleño joven que tenga una tienda es un hombre triste. Esta tienda generalmente está en la esquina de una calle trans110 versal, donde antes estuvo otra tienda. Es quizá la misma tienda, remonrudu, como unos zapatos. La gente de la vecindad se acerca a esta tienda con timidez, con miedo. Y así, todos los vecinos dicen: «No sé, pero me da a mí que esta tienda vmra poco:» Y esta frase es como un mal de ojo, que le hacen los vecinos a la tienda. La tienda, desde el día que esta frase se pronunció, empezará a ponerse melancólica, triste. Aunque los vecinos compren y los clientes aumenten, la tienda irá enflaqueciendo y morirá un día por consunción. Los ojos del dueño emancipado son los ojos de la tienda. Vosotros pasáis y recibís una mirada lánguida, prolongada de melancolía.. . Es la tienda que os mira. Es el dueño que no .puede hallarse con su emancipación. La tienda y el dueño, que son una cosa misma, no pueden resistir el aire saludable de la ciudad. Son ‘como los enfermos del pecho, a quienes la misma salud que viene de fuera, en el sol y en el aire, mara. El hombre de la tienda se quitará un día la americana, despachará su queso en mangas de camisa, de una camisa sucia, pesará las judías con parsimonia, llenará la tienda de suspiros. La emancipación Ie! hace daño. Y el isleño de la tienda dirá: «¿Por qué estoy así, tan triste, con esta tienda que yo quería tener? ¿Por qué ahora que estoy libre de la brutalidad y la estupidez de mi patrón, no puedo ser feliz ? ¿Qué cosa misteriosa he traído yo a esta tienda que le ha hecho criar maleza y la hará morir muy pronto?» Y el isleño se volverá a su puerta. Y los domingos abriri su tienda para ponerse en la puerta y siempre a toda hora estará en la puerta mirándonos suplicante, como ofreciendo su libertad. Di- ciéndonos: «Sufro mucho, señor transeúnte, sin mis cadenas. Es una esclavitud espantosa no tener cadenas. De tanta libertad como gozo, no puedo moverme de mi tienda.» Un isleño no puede ser un emancipado. El puede ser médico, sobrestante, leguleyo, militar, ministro, hasta aviador. Pero emancipado no podrá sex nunca. Al valle de Andorra de su espíritu no llegan, nn pueden llegar estas corrientes fortificadoras. 111 CRONICAS DE LA NOCHE (Comentarios en las noches sentimen tales de cosas entrevistas isleñas) CIVILIZACION La ciudad se ha ido civilizando. Cada dfa, cada hora que pasa, nos trae una novedad. Y vuestros ojos que no han dejado aún la visión de los primeros años, se abren y se abren asombrados, ligeramente tristes, sin comprender las innovaciones. El arco voltaico ha roto nuestras últimas ilusiones. Nosotros creiamos en la animación de las calles, las personas pacíficas cruzando las aceras. Y vino el arco voltaico a sacarnos de nuestro error. La luz potente y blanca descubrió las calles vacías, intensamente solitarias, recibiendo la luz como una lluvia... Nosotros no queremos saber de cosas nuevas. No queremos civilizarnos. No hemos mirado nunca el barómetro de la plaza, solo y helado y oliendo a flores. Esta noche, como todas, salimos muy tarde de nuestra casa. Casi la media noche. A esta hora la ciudad se recoge, se esconde de miedo dentro de sus calles, dentro de si misma, en un postrero gesto silencioso. Los arcos voltaicos se han apagado y ya podemos formarnos todas las ilusiones metidos dentro de la oscuridad... ¿Qué luz brilla al fondo de la calle que no vimos anoche? Un presentimiento de civilización nos hace estremecer. LJn cuadro de luz se pinta en la calle desbordándose por la acera. Los adoquines, estos municipales adoquines tan groseros, se engalanan de oro bajo la brillante caricia.. . Un poco impacientes subimos la calle. La claridad en la noche inspira curiosidad. JAcaso un motivo para encontrar mayor la oscuridad! Ya hemos llegado. La claridad nos envuelve. A traves de unos cristales miramos un interior. Un interior de cosas fúnebres, cajas para muertos de todos los tamaños. Decididamente, hay muertos de diferente estatura. Con una inconsciencia que nos extraña mucho, empezamos con los dedos a medirnos el cuerpo. Concluimos y volvemos a empezar... Uno, dos, tres.. . Somos un poco más grande de lo que creíamos. Aquella caja tan negra, que esta en la segunda fila, serviría seguramente para nuestro paseo... Aquella 115 otra gris nos parece un poco estrecha. No podrfamos llevar las manos en los bolsillos. Está aquello tan arregladito, tan limpio y tan silencioso, que da unas ganas de morirse enormes, tantas como de preguntar el precio de las cajas. EN EL TINGLADO AMANECE El tinglado, al amanecer, visto desde el puente, da la impresión de un hogar caliente y amoroso. Unos hombres envueltos en mantas parece que están cerca de una chimenea invisible que les templa el cuerpo. No creemos que aquellas mantas abriguen, más bien suponemos que estãn sobre las espaldas por capricho o moda peculiar... El tinglado debe estar lleno de una temperatura amable y acariciante... El sueño allí debe tener una conformidad discreta. Una noche en .el tinglado pudiera ser una noche de las mejores de nuestra vida. i Pero no; en el tinglado hay frío, tanto frío o más que fuera. Aquellos hombres tienen unas mantas justificantes. Lo que nosotros presentimos fuera es de mucha ligereza y atrevimiento. Las miradas que corren hacia el tinglado no sienten el frio; ven las sombras de los sacos, las siluetas de los mostradores, la tenue luz de los farolillos, y presumen que todo aquello está hábilmente pintado, que es confortable y de un gran refugio en la noche. Mas el tinglado, aunque nuestras miradas nos engatíaron y haga frío en Cl, es un lugar de cosas sentimentales. Los hombres duermen; parece al menos que duermen; algunas mujeres descalzas, con los zapatos claveteados en las manos, buscan silenciosas acomodo en un rincón; un municipal adosado a una columna de hierro fuma con los ojos fijos en el reloj del mercado; unos burros, unos resignados burros, cabecean atados a otra columna... Y poco a poco. a medida que el día avanza, van llegando otros hombres, otras mujeres y otros burros. Y el silencio no se rompe; el silencio entre tanta gente que se ha de acurrucar en sus mantas, al fin, no es interrumpido por nadie. Aquel lugar de bulla y escándalo mañanero, a esta hora parece un santuario, una mezquita... Los pasos silenciosos, las palabras silenciosas, los gestos silenciosos... Parecen sombras animadas; hasta los discretos asnos diríase que se quitan las herraduras, para que todos los pasos sean como ligeros soplos de aire... Y istc quizás es el secreto que nusst~as miradas, que no sienten el frío, han pretendido descubrir en la alta noche. El silencio, el amado silencio de las voces y de los pasos, es todo el secreto de 116 esta visión. El silencio de los hombres que caminan quedos, es la temperatura amable del tinglado en la madrugada. Junto a este silencio, donde se mueven tantos hombres y tantas mujeres, el municipal debe sentirse perfectamente, espiritualmente abrigado. EL FAROL DE LOS ESCOMBROS Sobre los escombros de una casa que construyen hay un farolito de luz tenue, anCmica. Este farolito es un alerta al transeúnte. Quiere decir: «Señor: usted que viene distraído, no observa que a vuestros pies se eleva una montaña de pedruscos, un montón de guijarros. Si notestuviera yo aquí, erguido como un alabardero, advirtiendo el peligro, usted señor transeúnte se rompería las narices.» Y nosotros agradecemos la advertencia al farolito, que tiene más espíritu y más bondad que su amo, el propietario, que allí lo mandó a poner antes de que anocheciera. El amo, al poner el farolito, quiso defender las obras de su casa; una cañería abierta, un desagüe... ¿Qué sería de estas cañerias y de estos desagües si tropieza un hombre, cae y wn él muchas piedras, y entre todos cubren el hueco.. .? El amo del farolito no ha pensado en cuidar de la vida del transeúnte; al amo le es lo mismo que el transeúnte viva o muera, goce o sea condenado... El ~610 ha ‘puesto el farohto para que el ciudadano, al no tropezar, libre a su fábrica de un pequeño retraso de dos horas. Pero, en cambio, el farolito, que es generalmente un farolito viejo que estaba sin encender hacia muchos años, tirado en un rincón de la cocina, es más puro, más condescendiente que el amo. El farolito alumbra sólo por la vida del ciudadano, Cl no tiene intereses como el amo. Al sacarlo ahora del rincón, después de tantos años de abando- no, el farolito, contento, alegre, feliz, sólo ha pensado en alumbrar a su amigo el trasnochador. Y así le vemos, desde que damos vuelta a una esquina, llamándonos con su temblorosa luz y diciéndonos: «Este egoísta del propietario me ha puesto aquí para que no le estropeéis un hueco que ha recubierto hoy de cemento. Si os caéis, además de perder la vida, le amargáis el hueco al señor. Pero yo, amigo noctámbulo, yo, alumbro por mi propia voluntad; yo sólo alumbro para que no perdáis la vida si caéis en este rincón. Aunque el hacendado crea que yo soy ciego instrumento de su codicia, no es cierto; yo soy un sentimental, yo soy un pobre farolito que cuida tu pierna o tu mano, amigo, en las noches sin luna. 117 «Soy, en las ciudades solitarias, el único amigo de los trasnochadores. iQué sería de vuestras almas sin el farolito de los escombros?...» NIEVE EN LA CUMBRE Las cumbres áridas, las cumbres desoladas de la isla, han aparecido esta noche cubiertas de nieve. Cuando las nubes se han marchado al horizonte, y la buena luna ha surgido sobre el mar, la nieve ha brillado tan graciosamente en las cimas como si estuviera contenta de haber venido a un lugar que no conocía... Desde el puente hemos visto la nieve. Es el caso inaudito, extraordinaria, de tadas Iss provincias ingemlss. El momento suave de las reboticas en que los ciudadanos más antiguos dicen: «Desde el año cincuenta no ha caído nieve. Yo no me acuerdo de haber visto nieve sino cuando era chiquillo. Me acuerdo de que mi padre me Ilev al puente. iQué frio hacía aquella noche!» Y como en la ínsula nunca hay frío, todos nos acordamos siempre del día en que lo hubo. Todos los ciudadanos de la rebotica marchan al puente a contemplar la nieve de la cumbre. La noche es azul, líricamente azul... Estas cumbres secas, ardorosas, tostadas de sol de enero a enero, han recibido esta noche un espléndido manto de nieve. Parece que respiran estos montes, más serenos, más pausados.. . Como si hubieran apagado una insaciable sed. Los ciudadanos sencillos ven cómo la nieve brilla, y dicen unas palabras vulgares, pero amables. Esta limpidez, esta suavidad lejana, esta armonía blanca y Purísima ha penetrado también en las almas de los ciudadanos. Tan sencillos, sin abrigos, con sus cotidianas ropas, tiemblan de frío en el puente contemplando el panorama de la nieve en las cumbres. Esta nieve tan pura y tan alba, es como una anhelada alegoría insular: Una visión serena, lejana e inaccesible de las cosas. LA CERILLA DE DON GREGORIO Don Gregorio va a salir. Quiere dar un paseo al parque, y se está poniendo los guantes grises, escondido detrás de la puerta de su casa. No tiene frío en las manos, pero se pone guantes. Los ha 118 comprado esta tarde para ponérselos, y no es cosa de dejarlos sobre la mesa de noche. Don Gregorio está encantado con sus guantes. Don Gregorio es suscriptor de «Nuevo Mundo» y ha vasto muchas veces retratado a «El Caballero Audaz». «El Caballero Audaz» se retrata con guantes. Don Gregorio siente no poderse enguantar la inteligencia. Sería muy bonita una idea enfundada en gris. Don Gregorio sale a la calle y camina despacio, moviendo los brazos acompasados, mirando de reojo las extremidades, los guantes nuevos y limpios bajo la luz eléctrica. Don Gregorio saluda con la mano a cada amigo que pasa. Don Gregorio es feliz. Don Gregorio detiene su vida en los cinco dedos de un guante. Don Gregorio distingue el parque a lo lejos y se dispone a encender un cigarrillo. El humo hace bien y además explica el que la mano, los guantes, suban visiblemente cada dos o tres segundos. Don Gregorio ha sacado una caja de cerillas. iAh, don Gregorio, más le valiera no ser fumador! Lo diffcil no está en fumar, sino en sacar las cerillas con guantes. Don Gregorio lo intenta desesperadamente. El parque está cerca, muy cerca, casi al lado, y don Gregorio no ha conseguido sacar la cerilla. Don Gregorio se nubla en una angustia infinita. Ha vuelto a guardar la caja con un suspiro lánguido, resignado. Don Gregorio vuelve para su casa sin entrar en el parque, sin fumar, sin enseñar los guantes... La vida de don Gregorio se quebró en una cerilla. LOS NOVIOS DE NOCHE Hemos visto salir de esta iglesia cercana unos recién casados. Son las diez de la noche. El acompañamiento es pequeño y silencioso. Estos jóvenes se han casado modestamente. Es posible que ellos se quieran con mucho amor. Una boda de noche, como a escondidas, sin la aparatosidad de esos velos blancos y de esos azahares, tiene un encanto peculiar y adorable. La muchacha es preciosa. Va con una seguridad de su vida, tan digna, tan recia y tan amorosa, que nos hemos sentido atraídos por ella. Robar a esta muchacha y que ella continuara así, sin saber que la hemos robado, jtoda la vida!, pensamos. El mozo que la acompaña es un hombre vulgar y aburrido que va a su lado sin emoci6n alguna. Quizá no haya hecho esta boda de noche por adopción de su espíritu, sino por ahorrarse las pesetas de una ceremonia mas oficial y bullanguera. iPero la muchacha es graciosa, es bonita!... Va envuelta en su mantilla blanca, y a todos los que marchan con ella, responde dis119 cretamente. Son los hermanos, l& primos. Ella, seguramente se llamará María. Y todos le irán diciendo: «iQue seas muy feliz, Maria! iAhora vas a tener una casa tuya, Mafia! iCuando tengas un chiquillo o una chiquilla como tú!» Y ella no siente rubor, su mirada es segura, serena, luminosa. Parece que les ha dicho: «Mis hijos serán como yo. Yo no mc he casado sino para tener ese hijo. He salido de esta iglesia para buscarlo, voy andando ya el camino, donde le encontraré.» Y el cortejo avanza. Las voces suenan suaves; cariñosas. María debe ser la gloria de esta raza. Todas la escoltan. Es como si ella hubiese tenido una suerte enorme con esta boda. Pasan por nuestro lado. Ella nos ha mirado claramente, sin orgullo y sin dolor. $erá feliz? Nosotros pensamos, y algo nos dice el corazón de esta cosa, tan remota aún: los hijos, los hijos sí que serán muy felices.. . UN NIÑO HA MUERTO Ahora, pasa un entierro blanco. El entierro de un niño. Una cruz vestida de blanco, un cura vestido de blanco. Este cura canta unos cantos como para muerto grande, de esos que llevan la caja negra y negra la cruz. La procesión es trágica. Este pobre nifio es llevado con una prosopopeya, con una autoridad de viejo pecador muerto. Los cantos tenebrosos sobre la caja blanca parecen una profanación. Los ojos de este niño tan suavemente cerrados, deben abrirse con terror al oír estos sonidos profundos, casi subterráneos que salen de la boca del sochantre. ¿Por qué han sido este cura y este sacristán tan crueles con el niño muerto? Un entierro de noche, el entierro de un niño, donde se cantan estos cantos terribles es lo más .amargó de la muerte. La muerte misma, este desaparecer de un lado para entrar en otro desconoci- do, no es, no puede ser tan dramático, tan horrible, como el entierro del muerto. Un niño se ha muerto, y los hombres lo meten en una caja. blanca, y en lugar de llevarlo por unas calles llenas de sol, un día claro, lo sacan de noche, como ladrones, y ostentosamente, académicamente, lo conducen entre cantos funerarios que acongojan y detrás de una kuz vestida de blanco, una cruz solamente hecha para los muertos más graves de la religión y de la vida católica. Esra cruz de los entierros al ponerse la vesfa blanca aparecerá siempre como una anciana grave, reposada’ y temblorosa que se pusiera be pronto un ridículo traje de colorines. 120 Un niño que se muere, es algo infinitamente dulce para estos aspavientos ue se suelen tributar al cadáver anodino de don Fulano, aboga iI o, o don Zutano, catedrático; El niño que se murió anoche, debe estar a estas horas llorando de miedo en el otro mundo. Senor sochantre: no debe meterle miedo a los ninos... UN NIÑO LLORA En la casa vecina, una casa roja y pequeña, que tiene siempre las ventanas medio abiertas, ha llorado un niño. Es un llanto man- sísimo, que se diluye en la madrugada, como el ritmo lejano de las estrellas. Nosotros conocemos a este niño que llora. Está todas las tardes jugando en el balcón de la casa pequeña, con una pelota de cinco colores, que es mis grande que él. Este niño es un niño luminoso, como uno de esos niños ingleses, hechos para anunciar las harinas lacteadas. A este niño antes de verlo en el balcón lo hemos visto en un anuncio de chocolate inglés. Es un niño bello, dorado, blanco, saludable... Los ajillos azules, transparentes, nos miran y sonrlen. Es alegre, el sol lo hace más de oro; parece que se embriaga bajo el sol. Cuando hay mucho sol sus manitas dejan la enorme pelota y se cruzan sobre el pecho. ¿Qué misterio habrá entre el sol y este niño?... El papa es un hombre absurdo, negro, lleno de pelos largos. ¿Cómo ha nacido este chiquillo dorado con un padre de Cbano?. . . Este papá cree que el hijo es de él, pero el hijo no es de él. El hijo es hijo de unos abuelos lejanos. Este papá no sabe cómo le salió este hijo rubio. Y Cl mismo se lo dice a los amigos: «No sé a quién sale este chiquillo.» Este chiquillo es hijo de aquel admirable señor que estA retrata- do en la sala de la casa. Un señor abuelo del papá de este niño. Un señor que estuvo en Paris, que conoció y habló con la Emperatriz Eugenia.. . Un gran señur. EI papá habla mucho de este seiror, pero no se le ha ocurrido pensar que este señor es el padre de su hijo. Y cuando el, hombre seco y negro, oye llorar a su nino en la madrugada, protesta y dice: «No sé a quién sale este niño. Yo le oí decir a mi padre que de chico nunca lloré.» Y he aquí, cómo este hombre que no lloró de chico, está inquieto porque su hijo, aquel dorado niño, llora, con un llanto melancólico, triste, de enamorado adolescente. 121 ¿De dbnde vendrán las lágrimas de este chiquillo, que el padre no comprende? El llanto del niño en la noche, es una evocación misteriosa y delicada.. . NOS MUDAMOS Esta noche, una familia que vive en los Arenales se muda a una casa en San José. Un carro enorme y estridente traslada los bártulos de la casa vieja a la nueva casa. Sabemos que la mudanza es de Arenales a San José porque el carretero, hombre imprudente e iracundo, lo ha dicho, a gritos, a una vecina: -iEche usted de aquí, a allá, a los demonios de la Portadilla! Todo el mobiliario de esta casa humilde cabe en el carro, y aún podrfa llevar otro hogar semejante dentro de él. Las casas de los barrios, pequeñas, modestas, caben en un carro grande. Algunas en una carreta. Estas casas ambulantes llevan una melancolía Yulgar, cuando avanzan en la noche, y dejan un rastro de soledad, de’vacfo en el camino. Parece que se van llevando de paso todos los muebles humildes de las casas pequeñas. Al ver los carros con la casa entera dentro, pensamos en si será aquella casa, que vimos el domingo, que tenía la ventana abierta y por donde se divisaba una salita primorosamente limpia, con una mesa y dos butacas, y una señora gruesa en un rincón que meneaba la cabeza como el péndulo de un reloj antiguo... iSerá aquella casa? En el carro va una mesa igual. Pero no es aquella casa. Todas estas casas son idénticas. Cuando se muda una, quedan diez, veinte, treinta... Parecen unas casas uniformadas. Siempre que pasamos por los Arenales encontramos una casa semejante con su mesa redonda y su velón policromado. El carro avanza lentamente. En San José estarán esperándolo dos personas de la familia que se muda. En los Arenales se han quedado los otros. Y éstos dirán: «iYa habrá llegado el carro?» «No es posible, quizá vaya por la Alameda.» Y se sentardn a seguir mentalmente la ruta del carro. Los de San Jo& estarán inquietos: «iHabrá salido el carro?» Y tambien harán su cálculo. Y así se pasarán la noche hasta que el carro llegue. Después, no se hallarán en el nuevo barrio y suspirarán un mes, dos meses, tres meses, por su antiguo rincón. Pero el paso de este carro con la mudanza apunte, una diminuta anotación. 122 merece un pequeño LA NOCHE DE DON ANTONIO Don Antonio esta sentado en una silla de la rebotica, con el bastón entre las piernas y las manos sobre el puño del bastón. En la rebotica hay unos cuantos señores más, pero el interesante es don Antonio. El todas las noches no dice más que una sola palabra. Esta: «iVaya!* Y frota el puño del bastón suavemente. Un señor habla de la guerra o de la ruleta y ‘dice, por ejemplo: «No hay duda de que Verdún no lo toman ya.» Don Antonio responde, frotando el puño: «iVaya!» «Por supuesto -continúa otro señor-, esa ruleta es un escándalo.» «iVaya!», contesta don An- tonio. Y así se pasa la noche, sonriendo, frotando e! puño y diciendo: «iVaya!». A la diez se levanta don Antonio de su silla, se estira los pantalones por el procedimiento isleño, y se pone en la puerta de la botica, sin decir nada. Apenas dice adiós. Don Antonio tiene una noche modesta; para Don Antonio la noche es un pequeño entreacto. Lo importante de don Antonio es el lecho donde ronca bien y donde no sueña. Don Antonio es dueño de una tienda de paños. A las ocho come, y cuando termina de comer, se marcha a la botica, fumando un pequeño puro palmero. Todas las noticias de la localidad las sabe en la rebotica don Antonio. Cuando llega a su casa traspasa las novedades a su señora, que sueña con ellas. Si es sábado, don Antonio, al salir de la botica y una vez efectuada la digestión, se dirige a la barbería para que lo afeiten. Allí dice Cambien: «íVaya!» EI barbero, en tono afectuoso, le dice: «iEl pelillo se cae, don Antonio!» Y don Antonio, sin alterarse, murmura: «iVaya!» Esta noche, es una noche brillante; el cielo tiembla de estrellas; la luna surge prodigiosamente del fondo del Mar. Don Antonio sale de la rebotica sin darse cuenta de estos espléndidos materiales de la noche. Para él la noche es solamente una cosa en la que hay que encender una luz porque no se ve nada.. . EL TRANVIA Esta noche a un SE ESCAPA honibrc que vive cn cl Puerto, y que ha tenido que estar en Las Palmas haciendo visitas, se le ha escapado el tranvfa. El hombre oy decir que el último tranvfa salía a las diez, pero despues, otra persona mas enterada le informó mejor: Hasta la una podfa esperar tranquilo. Ahora, con la ópera, el último tranvfa sale a la una. QY si no hay sitio? -preguntaba el hombre del 123 0 d Puerto-. ¿Si ha venido mucha gente de mi barrio a la ópera?» «iQuiá!», ha respondido su amigo, que es uno de esos hombres optimistas a quienes no les preocupa nada. *La mayoría de las noches va el tranvía vacío.» Y con esta afirmación, el hombre del Puerto se ha quedado conforme. Pero el amigo estaba soñando. El tranvia salid antes y salió lleno de gente. Cuando el hombre del Puerto lleg6 a la calle de Torres el tranvía estaba en el Parque, y he aquí cómo el hombre del Puerto está parado bajo el reloj aleman, sin saber que camino es el suyo. Está como asustado, Está como si una gran desgracia le cercara. Como si un profundo abismo se abriera ante sus pies. iQué va a hacer este hombre ? iPor qué no alquila una tartana? Junto a tl está una tartana desalquilada, pero el hombre no se decide. Y piensa: «iCaramba! Se me ha escapado el tranvía, se me ha escapado el tranvía... por fiarme de Fulano., .» Y mira al cie; LO... ¿Por qué mira al cielo y no se monta en la tartana? El hombre sigue pensando: *iQué desdicha! 1% me ha escapado el tr-anvía!... iEl tranvía se me ha escapado ! iY ya no hay más tranvías! Este debe ser el último tranvía. iFíese usted de los amigos!» Y torna a mirar al cielo. . . Es un hombre apocado. No hay hombres más apocados que estos hombres pacíficos que viven en el Puerto. Este hombre no alquila la tartana y, sin embargo, es un hombre que tiene algún dinero. No es que él no quiera gastarse el dinero en una tartana, no. Es que él había ya pensado ir en tranvía y le cuesta un profundo, un enorme disgusto montar en tartana. En el alma de este hombre se desencadena una furiosa tempestad de sensaciones extrañas. El hombre casi contiene un sollozo. ¿Cómo es posible que Fulano me haya dicho que el tranvía último salía a la una, si salió a la una menos cuarto? Yo debía haberme marchado a las diez... ¿Y ahora qué hago? ¿Qué puedo yo hacer? El tartanero invita a montar al hombre del Puerto, pero el hombre saca un reloj y aunque sabe seguramente que no hay mas tranvías dice para su capote: «Ya no hay más tranvías. iCaray! iCómo he perdido el tranvía esta noche! Y ahora, claro, no hay más tranvías hasta las cuatro.» Y entonces, una vez exclamado esto, el hombre avanza lentamente perseguido de cerca por la tartana. LEste hombre cree que puede surgir un nuevo tranvía para él? iAquel don Fulano no se podía equivocar! iLo aseguró de tal manera!.. . Llega el hombre del Puerto al Parque $ allf da unos melancólicos paseos meditando: -iNo voy a tener otro remedio que tomar una tartana!. . . Sí.. . , ya no hay tranvía... Y se acerca, al fin, a la tartana y le pregunta al tartanero: «Ya 124 no hay más tranvías, ¿verdad?» «No, no hay más tianvías...» «Pues lléveme usted al Puerto...» Y ya dentro de la tartana y carretera adelante, el hombre del Puerto mira como dislocado a todos los sitios. Parece que esta buscando el camino misterioso pcir donde se le escapó este diablo de tranvía que salió a la una menos cuarto y no a la una como le aseguró don Fulano.. . LA TARTANA Entre DE LA ESQUINA las cosas de la noche isleña. la más sentimental es la tartana de la esquina. La tartana de la ésquina, que tiene un caballo escuálido, descendiente de aquel otro llamado Rocinante, está siempre parada. Es una tartana que no alquila nadie. Aparece a las once, cuando las luces se apagan. El caballo bosteza y el tartanero hace andar la tartana medio dormido. Lentamente avanza hacia la esquina; allí se detiene; el caballo comienza a dar cabezadas y el automedonte recoge los cojines y los pone doblados sobre el asiente a manera de almohada. Luego se tiende y empieza a roncar. Pasan las horas; la tartana no es solicitada por ningún transeúnte. La tartana ~610 está para que el tartanero duerma y el caballo reflexione. Y nosotros nos preguntamos: ¿Cómo es posible que esta tartana exista si no la alquila nadie? iCómo es posible que la esperanza de este tartanero sea tan larga, tan larga, que no se acabe nunca? El hace tres, cuatro aiios, que está parándose en la esquina; él tiene que alimentar el vientre de su caballo; 61 tiene que alimentar su propio vientre; y si nadie lo contrata, si han pasado cuatro años dc esta manera, Lc6mo no ha vendido su tartana? Esta tartana tiene un secreto, un secreto profundo, un secreto milenario. Esta tartana lleva muchos viajeros; nadie los ve llevar, pero los lleva. SI; el negocio de esta rarrana debe ser redondo... Pero el noctámbulo la ve siempre en la esquina. A las once, a las dos de la madrugada, la tartana está siempre allí, como un remordimiento.. . ¿Cuál es, pues, el secreto de la tartana? iAh! El secreto... Todos los clientes de la tartana son los que ya no llevan dinero para su casa.. . Los que han gastado la última peseta en la ruleta o en el chocolatet Ellos viven lejnr, y cuando ven la tartana suplicante en la esqui- na, se dirigen a ella resueltos, decididos: *iTiene viaje?» Es una ironía preguntar por este viaje imaginario. La tartana nunca tiene viaje. Y. así lo dice el tartanero, desperezándose: «No, señor. iA 125 dónde vamos?». . . «A casa». El viajero monta, y cuando después de un andar tortuoso el vehículo para en la casa del señor, éste dice al tartanero: «No tengn camhin. Mañana le pago.» Y no le paga mañana, ni pasado mañana. Quizá no le pagará nunca. La tartana torna a la esquina a esperar otro viajero sin cambio. El tartanero es un sentimental, el tartanero es un amable y resignado poeta. El tiene una fortuna de deudas; en cuatro años él ha soñado; toda su vida ha sido un cálculo poético: «Si don Fulano me paga mañana, compraré unas bridas nuevas.» Mas don Fulano sigue sin cambiar el billete de diez duros. Porque siempre es un billete de diez duros lo que tiene don Fulano al dejar la tartana.. . Y el tartanero no abandona el ideal de sus bridas. El estará siempre en la esquina aguardando a que don Fulano tenga cambio. Y mañana, el caballo se morirá de hambre y el tartanero irá solo a la esquina, dispuesto a echarse a don Fulano al hombro y llevarlo a su casa. _. La tartana de la esquina es el motivo más sentimental de la noche isleña.. . Si alquiláis esta tartana no le paguéis tampoco al tartanero. Podrá creer que le dais moneda falsa... El esperara, esperará siempre feliz.. . iQUE NOCHE, CARAY! «iPero, hombre! LUsted ha visto cómo están las noches? -nos acaba de decir don Francisco, entrando hecho una sopa en nuestra casa-. iVengo ensopado!, ¿usted ha visto estas calles? Por supuesto, esto es un relajo. No hay un sitio a dónde ir. Ahora vengo de un entierro que este demonio de lluvia ha deslucido. He pasado un rato tremendo. La gente dejó el muerto solo, y yo no tuve otro remedio que seguir porque mc estaba viendo cl cuñado que iba de cabecera. iVoy a coger una pulmonía! Con permiso de ustedes me voy a quitar la americana.» Y don Francisco se quita la americana y el chaleco y después de abrir el paraguas para que se seque, lo deja en un rincón de la sala. Don Francisco va a todos los entierros. Es el hombre que hace todas las visitas de luto, y siente un gran dolor cuando un entierro se desluce. -Me pongo tan nervioso en un entierro sin gente, como cuando voy al teatro y está vacío. iA ustedes no les revienta el teatro sin nadie? iCaray, no me digan! Pues lo mismo me pasa en los entierros. Y en el de esta noche había mucha gente. La caja estaba muy 126 bien.. . No había coronas.. . La cruz se mojó.. . Y el cura también se mojó... Don Francisco continúa lamentándose. El no puede sufrir esta desconsideración de la naturaleza. Un entierro es un entierro, y cuando hay un entierro lucido no debe llover. Luego, don Francisco, se queja del &lo~~ que hay en la Placcti- lla y de que una luz que habla allí la han quitado. Y mientras don Francisco habla, nosotros vamos trasladando sus quejas a estas cuartillas. Un entierro de noche en la ciudad es un encanto. Las familias aman estas horas para enterrar a sus muertos’, Los concurrentes van desapareciendo por las esquinas, cada vez que el entierro da una vuelta. Otros lo esperan a las puertas de sus casas si pasa por allí. Otros buscan a sus amigos para hablar de sus asuntos. «¿Ha hablado usted a Fulano de eso?» «No. Pero esta noche le veré en el entierro.» -iFue mucha gente anoche al entierro? «Mucha: la caja iba por el Puente y las cabeceras por el Casino.» «iLlevó cor¿mas?» «Una.» «iDe quién era?* «Creo que de los hijos. No lo pude leer porque la cinta del letrero estaba metida en medio.» Y a los pocos días, don Francisco, o el acompañante en los duelos, empieza a toser en el Casino y a tupírsele la nariz. «iVen ustedes? Este es el catarlito yue: pesyuk la otra noche en el entierro. Aquel viento de la Placetilla es un relajo...» LOS EMIGI‘ANTES EN LA NOCHE Un vapor se aleja. Ha sonado la sirena en la madrugada, como un desesperado lamento de agonía, según el admirable decir de Tomas Morales. Un lamento largo, desesperado, triste... Es un barco transatlántico que marcha a Cuba. Por la tarde todos esos humildes soñadores viajeros que lleva el barco en la noche, vagaban por las vias de la ciudad. El lamento de la sirena es el lamento del alma de los viajeros... Ellos SC alejan llenos de dolor. Un sue- ño los guía, pero aunque es espléndido, está lejano aún... ¿Volverán?. . . Si; volverán con unos sombreros de palma y unas enormes ca- denas de oro y unos trajes azules, de marinero y unos zapatos amarillentos, chillones, como el pico del mirlo. Volverán, y tornarán a marcharse otra noche en que la sirena vuelva a gemir. . . Y entonces se llevarán a los hijos, a los hermanos pequeños... Y los veremos por las calles vagando desorientados, absortos del tranvía, 127 de los carros, ellos que vienen de la montaña, de los barrancos hondos, de los valles ocultos... Sobre la cubierta del barco contemplar&n íos horizontes amigos.. . iCómo verán sus almas la tierra prometida? iCómo guardarán sus memorias las veredas de la tierra natal . ..? Ellos son humildes, sencillos, no quieren sino labrar la tierra.. . El mar hace más amplios los sueños. Pero el sueño de estos viajeros es una llanura inmensa, solitaria, como el mar, que ha de brotar al término del viaje, ante sus ojos, para que sus brazos la acaricien. El gemido se diluirá en las sombras.. . Habrá estrellas todas las noches. Pero cuando retornen a la patria serán solamente unos hombres pintorescos.. . UN ENTIERRO EN LAMADRUGADA Ahora pasa un carro fúnebre solitario, silencioso, con una tartana detrás que lleva dos hombres... Es la hora del alba. Dentro del carro fúnebre va una mujer. Hemos preguntado y nos han dicho: «Una muchacha es la muerta». «¿Y cómo la lleváis -preguntamos nosotros- así, de noche, en el m8s profundo silencio de la noche?.¿C6mo no habéis hechn un lucido entierro con presbíteros y amigos y cantos2 ¿No sois también vanidosos? ¿No hay unos papelitos de orla negra que sirven para invitar a los entierros? ¿No tienen los periódicos unos huequecitos para unas pequeñas esquelas anunciando el entierro cuando no se invita particularmente? ¿No,queréis recibir a los amigos enlevitados y despedir el duelo ? ¿Por qué tan silenciosos partís con esta muchacha muerta, recatándoos en la sombra...? ¿La habéis martirizado en vida, y no queréis que nadie sepa que se ha muerto? ~NO la amáis tanto, que no merezca una discreta proce? sión fúnebre como la de los amigos, como la de vuestros familiares?» Los viajeros han detenido su tartana. Nos han dicho: «Llevamos a esta mujer ahora porque ella lo ha querido así. Ha muerto de tristeza.. .» Esta muchacha ha pedido que la entierren silenciosamente; ha querido que su muerte sea tan silenciosa como la luz clara de esta luna que envuelve su ataúd. Ella ha querido entrar calladamente a la madrugada, cuando hasta los muertos duermen. Es una muchacha buena. Nosotros hemos subido a la tartana con aquellos dos hombres 128 y la hemus acompañado hasta cl fin... BENDITO Esta noche PERRO no hay sino un perro, un formidable perro, con unos ojos centelleantes que pasea en el muro de la azotea de una casa, y ladra, con un ladrido prolongado y tembloroso a la manera del calderón de un barítono.;. La noche es una noche de luna; el perro ladra a la luna. Ya el lector lo habrá supuesto así. Es fatal. El perro no dormirá esta noche y se pasará las horas de un lado a otro de la azotea. Mafiana dirá el dueño: «iQué tendría el perro anoche que no cesó de ladrar y no me dejo dormir? Estaría viendo algo.» Y el vecino irascible añadirá: «Ese perrito de al lado me tuvo en berlina toda la noche. Mañana subo y le doy un tiro.» La noche de mañana no ladrará el perro, pero nunca sabrá por qué es el perro, perro, y no dueño, que ha habido dos seres en esta noche que han juzgado su destino. El amo, la inquietud de su alma de perro, el vecino irascible, su tránsito. ipobrecito animal! Pensando en las vueltas que ha de dar el vecino en su lecho, sería cosa de estar azuzándole toda la noche. UN BISTEC En esta fonda yequeñita que está’junto al muelle, en esta fonda a donde van las mujeres tristes de la madrugada, en este colmado tenebroso, nos han servido un bistec. Un bistec al amanecer, un bistec de carne dura, es todo el horizonte de esta noche. ¿Qué podemos aspirar, que no sea este bistec?... Empezamos a comernos el plato funesto. Pedimos vino, y así ayudamos lentamente a estos trocitos de carne que desaparecen en nuestra boca con una suavidad inusitada. LCómo este bistec duro, se desliza fácilmente. por nuestra garganta? ¿No hemos dicho antes de comer que la carne dura nos repugnaba? ¿Cómo ha sido esta inconsecuencia?..,. ¿Por qué nuestras ideas cambian esta noche con tanta facilidad? $i antes de cenar sentíamos el pequeño terror de comernos un bistec duro, cómo ahora lo estamos deglutiendo, cual si-fuese un manjar de nuestro amigo Trimalción? ¿Qué va a ser de nuestro estómago mañana?... Y no, no es posible pensar en otra cosa que no sea un bistec. Ved: todos estos hombres que están a nuestro lado comen también su bistec; se han pasado la noche esperando esta hora prodigiosa, la hora de la cena. Todos han pensado constantemente en el bistec duro, que habrían de comerse a la madrugada... 129 Vagar.. . , vagar por las calles. Buscar en el mar un camino, huir entre estrellas por los mágicos prados de la luna. Todo, todo es inútil. Hay un bistec nigromántico. sibilino que nos atrae. Es de carne dura, de carne de can-acaso. Pero tenemos que ir hacia el. En la noche nos llama. Cuanta cosa hagáis, cuanta voluntad acumuléis, serán vanas. Si estáis a las cuatro de la madrugada en la calle tendréis indefectiblemente, fatalmente, que comeros este bistec tan terco... EL SEÑOR TAL NOS FELICITA Acabamos de obtener un gran éxito. Hemos pronunciado un discurso o hemos recitado unos versos de esos llamados heroicos que arrastran públicos y repercuten en los casinos. Nosotros estamos sentados en una silla detrás de una decoración, en el escenario de un teatro. Allí han acudido varios señores a darnos su enhorabuena. Todos están entusiasmados; Tenemos para ellos unas grandes condiciones. Y como estamos metidos en una insignificante provincia nos animan a que salgamos de ella: «usted debe marcharse a Madrid; allí encontrará más campo.» Estos señores creen aún en los anchos campos del porvenir; ellos todavía entienden el porvenir como una cosa bullanguera, escandalosa. El porvenir es el bienestar economice o el triunfo lírico de las multitudes: la celebridad. Nosotros agradecemos estos deseos de los amigos, nos placen sus apretones de manos. ¿Qué vamos a hacer? Las aceras de las calles son para que los carruajes se concreten al arroyo; las sillas para sentarnos. Quizás estos hombres sean para dar enhorabuenas y para desearnos porvenires gloriosos. Para nosotros no han tenido en la vida otra razón que ésta. Ellos han vivido lejos de nosotros siempre, pero esta noche han comprado su butaca en el teatro y han esperado a que terminara nuestro discurso para darnos la en- horabuena. Pero el señor Tal no ha venido: el señor Tal que nosotros esperábamos, permanece alejado de nuestro triunfo. Esto-nos exalta, nos entristece.. . El señor Tal es aquel hombre que mientras hemos dicho nuestras palabras, nos ha mirado desde el público fijamente, con un entusiasmo consciente y extraño. Es el señor para quien ~610 hemos dicho nuestro discurso. ¿No habéis hablado nunca en un teatro? ¿No habéis visto, mientras drrigrs la palabra al público, que un senor que no conocéis, ~610 un señor os escucha con verdadero interés, y para quien lanzáis vuestras palabras, que van saliendo más hermosas, más vi130 brantes a medida que el señor Tal se emociona?. . . Todas las felicitaciones son vanas. Vosotros fatalmente, no pensáis sino en el señor Tal. Es inútil que un amigo inteligente os salude y os abrace; no creéis en otra sinceridad que en la del señor aquel que muchas veces no es vuestro amigo.. . Y en medio de vuestro triunfo, de vuestra alegrfa. sentís una melancolía infinita. al ver que entre todas las caras que se os acercan no aparece la del señor de la butaca, aquella cara amable que nos alentaba con su mirada generosa. Si vivís en provincias, si tenéis aficiones literaria5 y pronunciGs discursos; aunque no os importen los aplasusos de vuestros paisanos, hablad desde los escenarios, recitad versos desde las tribunas. Siempre estará el señor Ta1 en su butaca, que os dará la mayor satisfacción de vuestra vida, LA CASA DEL RISCO Allá, en la falda del Risco, hay esta noche .una casa ‘blanca, iluminada. Es una casa que se destaca de todas las demás casas porque es más grande y más nueva; y de una arquitectura exótica en el Risco. Una casa alta, muy blanqueada y crin un verde espiCndido en sus ventanas y balcones. Las demás casitas, pequeñas, viejas, insignificantes, parecen que tienen miedo de ver aquella casa tan erguida y tan orgullosa.. . La casa orgullosa parece una persona de esas que llaman infladas. . . Esta noche la casa tiene abierta de par en par las puertas del piso bajo; la habitación está iluminada y llena de genle. Es media noche y el viento nos trae el rumor de las voces, En la habitación cantan, bailan... Desde nuestra ventana podemos contemplar la casa, podemos oír las voces de los cantores... Hay juerga. Allí debe estar instalada una sociedad o una cantina, Las parejas se mueven en el fondo blanco de la pared como sombras.. . Hay un hombre sentado junto a la puerta ue toca una guitarra... Y la casa se siente más orgullosa cada vez. 2 sta casa anacrónica en medio de tanta casa ruinosa, es una provocación. ¿De quien será está casa? Es de un hombre de bienestar, es seguramente de un vecino que se ha hecho rico. Debajo de aquella casa, hundida en la tierra, hay otra casita vieja, la casita terrera que estaba antes donde hoy est4 esta casa presumida. Y aquellos hombres y aquellas mujeres bailan y cantan, y un hombre toca la guitarra sobre los escombros de la casa perdida. Nadie se acuerda de la casa vieja. Algunos vecinos más ancianos recordarán: «Aquí mismo estaba antes el grano». Aqd m¿smo es el salón donde se celebra el baile. «Juntito a esa puerta estaba la casa de Fulanito; ahl mismo». Los demAs no se acordarán de la casa vieja; los ojos se han acostumbrado ya a ver esta casa nueva, que es el palacio del Risco, el Alcázar del Risco, el edifico notable del Risco.. . Pero el hombre de la guitarra se ha quedado solo de pronto. Ahora se destaca su figurilla risueña rasgueando la guitarra... ¿Dónde se han ido los bailarines? Ellos bailan dentro porque el tocador no cesa de tocar. . . Todos se embriagaron, menos este hombre porque iay!, él representa un sagrado misterio. ¿Y la casa? ¿Cómo siente la casa el baile? La casa fría, indiferente.. . La casita vieja era más propicia a este baile popular... Era más pequeña, más fea, más húmeda, pero tenía un patio oscuro y misterioso.. . LA LUZ ENCARECE La luz dicen que costará más dinero dentro de unos días. La gente abonada está furiosa. No quiere acostarse a las ocho; no quiere apagar la luz temprano. $Ik apagará también la luz de la calle? iOh, entonces el ciudadano insular perderá del todo la raz6n! El ciudadano necesita la luz; aunque no trabaje de noche, aunque no salga de noche, necesita que las calles estén brillando como ascuas. ¿Para qué desea el insular estas cosas? Pues para ver lo que hacen los demás, a dónde van los demás, y si tienen algún güiro entre manos los demás. Si las calles llegan a apagarse más temprano, nuestro amigo el insular perderá todo su interés psíquico. ¿Oué va a hacer este hombre amable y soriente, por las noches, si no sabe dónde va su vecino? Nosotros estamos pensando que don Francisco va a dar un bajón tremendo, en cuanto se apague la luz. Dnn Francisco, ha sorprendido a don Roberto yendo al Trompo. Y aunque no tiene nada de particular que don Roberto vaya al Trompo si le emociona la aventura pedestre y le tira el «foxtrot» venido a menos, don Francisco se regocija sabiendo que don Roberto baila y se acuesta al amanecer, después de comerse unos churritos. «iAh, don Roberto, todo se sabe, todo se sabe!» No sabéis vosotros el enorme placer que es decir esto de todo se sabe. El insular pone unos labios de conejo al reírse y se palpa los muslos cariñosamente. -iTodo se sabe, todo se sabe! La frase es concreta. Don Francisco o el insular perfecto, adquiere con estas palabras título de cultura y de sapiencia. Todo se sa132 be, don Francisco lo sabe todo. El doctor Fausto cuando lo supo, se convenció de que no sabía nada. Pero don Francisco lo sabe todo. Y el todo; es el Trompo, y que en el Trompo baila don Roberto. Esto es el todo de don Francisco. Cuando las calles estén a oscuras desde las primeras horas, don Francisco empezará a consumirse. Y si don Roberto va al Trompo y él no puede verlo a escondidas, a don Francisco le brotará un cáncer en el vientre. Pero don Roberto estará encantado de que don Francisco no lo sorprenda, y sentirá con el alma entera no poder, a su vez, enterarse de lo que don Francisco hace si no lo espía a él. UN ALDABONAZO EN LA NOCHE En esta calle vive un médico. El médico debe estar durmiendo profundamente; las ventanas de su casa están cerradas, la casa tiene ese aspecto de reposo que adquieren las casas en la madrugada. Parece que por los frontis vaga el sueño de los habitantes; hay en los huecos de las puertas y de las ventanas como una respiraci6n tranquila de durmientes. Un íiombre ha llegado’a esta calle; es un hombre joven, apues- to... La noche es húmeda; caen algunas gotas de lluvia... El hombre se detiene en la esquina, y contempla la casa del galeno. La casa del galeno, indiferente, dormida, no ha reparado en el hombre de la esquina, y este hombre, en vista de que la casa no se ocupa de su persona, se dirige a la casa. Y da un aldabonazo en la puerta; la puerta de la casa del médico tiene un aldabón antiguo, formidable. El hombre da un aldabonazo y como nadie le responde da un segundo aldabonazo.. . Y en la noche se pierde el sonido del aldabón, como un presagio, como un anatema... ¿Qué busca este hombre? Este hombre busca al galeno. iTiene este hombre algún enfermo grave en su familia? La cara del hombre, aunque acusa inquietud, no tiene aspecto trágico. Este hombre busca al medico, pero no hay gravedad en su familia. ¿Y qué puede buscar tan precipitadamente? La ventana de la casa se abre; el galeno asoma su cabeza científica. La voz del galeno suena con un deje de melancolía. El galeno deja el sueño y siente itan pronto! la nostalgia de la cama. El hombre que dio el aldabonazo pronuncia unas palabras temblorosas; el galeno las escucha y contesta: «Voy en seguida». El hombre espera, paseando nervioso, en la acera. Y fuma un cigarrillo que apenas enciende, tira al arroyo, y enciende otro cigarrillo. Y así enciende hasta cinco, mientras el galeno baja. 133 El galeno baja al fin y hombre y galeno hablan: «iHace mucho tiempo?» «Sí; los dolores los empezó a sentir a las ocho...» «Pues vamos. » Y el galeno y el hombre echan a andar de prisa. ,. iQué le pasa a la familia del hombbre? ¿Qué dolores empezó a sentir a las ocho esa persona de la familia del hombre que dio el aldabonazo?. .. El lector estará desconcertado con este dolor, pero este dolor es un dolor lógico, es el dolor que ha precedido a todos nuestros advenimientos. El hombre del aldabonazo es un recién casado; la mujer de este hombre ha sentido los sagrados dolores del alumbramiento. Esta mujer va a dar a luz esta noche. ¿QuC dará a luz esta mujer ? ¿Una niña? ¿Un niño? Si es niño, Lqué será mañana de este niño? iQuién sabe si este nifio será mañana concejal, periodista o arqueólogo!. . . EL ISLENO FURIOSQ A media noche, un ciudadano insular andaba furioso por esta calle. El momento estelar era benigno, suave. No había truenos ni relámpagos que impulsaran el cordaje nervioso del ciudadano. Junto a la ventana de nuestra casa el ciudadano se detuvo porque tropezó con uri amigo. Hemos oído el diálogo iracundo. iPor qué creéis que este ciudadano estaba furioso? iAlgún salteador en la noche ie había acometido? ¿Algún dinero que perdió en la ruleta del Casino? Nada. El ciudadano estaba hidrófobo por otra causa más débil, más insignificante. Porque había comprado un paraguas, porque al salir de su casa observó el cielo sin estrellas y sacó su artefacto para resguardarse el hongo. Y llevaba una, dos, tres, hasta siete horas con el paraguas en la mano sin que hubiese caído ni una sola gota. Es terrible, profundamente terrible, sacar un paraguas y que no llueva, cargar con un paraguas toda una noche, sin que pueda utili- zarse el paraguas. El ciudadano ha condensado en este momento toda la energía de su vida. El nunca más volverá a vibrar tan intensamente como esta noche. Es una furia tan tremenda que parece la de un dios encadenado. Este hombre rompería ahora las más gruesas cadenas que le ataran, destrozaría los más seguros cepos. No hay una iracundia más elevada que la de un ciudadano insular que se enfurece por un fútil pretexto. El cuerpo de este del paraguas, se derrumbará en el lecho, esta noche, como si lo hubicscu apaleado las brujas.. . El amigo tratará en vano de dulcificar la ira, en vano intentará 134 calmar los nervios descompuestos... El ciudadano del paraguas dirá, al fin, por todo comentario: «iEn este pafs no se puede vivir!» ¿Verdad que es algo extraordinariamente pintoresco esta furia? JEl ciudadano no puede vivir en un país donde se saca un paraguas.. . y no llueve! UN ISLEÑO EN LA CARRETERA Un hombre ha perdido esta noche el tranvia. Está en medio de la carretera, con las manos en los bolsillos, y con un aspecto tan misterioso que parece que acaba de ver o representar una pehcula policiaca. El hombre mira hacia el Puerto y hacia Las Palmas y mira un reloj gordo, abultado, de esos que aquí llaman cebollas. Son las dos de la mañana y el hombre piensa: «¿Cómo es posible que yo haya creído que eran las doce?» El hombre estaba hablando con unos amigos. No bebieron, pero las palabras a veces son como el vino y embriagan más que una viña entera. El hombre no puede volver a la casa de sus compañeros; éstos estardn dormidos ya. Y no se decide tampoco a hacer el viaje a pie. «Y las tartanas -se pregunta el hombre-, las tartanas rezagadas que siempre nos cxuxmtIamus cn el camino.¿d6nde están esta noche?» No hay tartanas. El hombre se refugia en el quicio de una puerta. Tiene miedo. El ha visto, seguramente, una película terrible, y como es un insular, seccibn de ingenuos, ha pensado que la película puede ser una cosa real, efectiva. ‘El hombre se empieza a angustiar. En el silencio nocturno, suena su voz temblorosa, miedosa: «iCaray, no va a haber tartanas! Darfa la vida por una tartana.» Pero la tartana no aparece. Y dan las dos y media. Y las tres dan. Y entonces allá, del fondo de la carretera del Puerto surgen dos luces. Las luces de la tartana salvadora. El hombre calcuia que la tartana estará junto a él dentro de tres minutos, pero este cálculo es erróneo. La tartana avanza lentamente; apenas se la ve adelantar un poco. Y es que es una tartana industrial. Una de esas tartanas que traen verduras y frutas hasta el techo y que salen de sus lugares a las dos para llegar a las ocho al destino. La tartana pasa junto a nuestro hombre, y nuestro hombre comprende que no es posible montar en ella. La noche de este hombre es fatal, kármica. Se acurruca en el quicio de la puerta y solloza. El miedo le domina totalmente. Pero media hora después aparecen otras luces. Y estas luces sí que son las de una tartana desalquilada. El hombre grita: «iTartanero’ ., Llleva viaje?» Nuestro hombre ha visto que no lleva viaje el 135 tartanero. Pero como tiembla, apenas acierta a coordinar su idea. Este hombre entraría ahora en una tienda de alpargatas y preguntarfa: «¿Tiene alpargatas?» Lo mismo le ocurre con la tartana. El tartanero está dispuesto a llevarlo y cuando se halla junto a la tartana recupera su serenidad: u¿Cuánto me lleva?u uTres pesetas.u uMucho dinero. Una le doy.>) «Una es poco.» «Pues no le doy más.» «Deme medio duro y estamos en paz.» «No, no le doy más que una pesetA...» Como el tartancro no se aviene, el hombre se separa de la tartana. Y entonces se entabla una lucha tremenda en el alma de .nuestro hombre. Pero como nuestro hombre a pesar de su sueño y su miedo no puede gasrarse’los cuartos, y es lo que en la insula llaman un gilmero, se vuelve al quicio a esperar otra tartana, y otra, y otra.. . , hasta que el tranvía salga de nuevo, por la mañana. BEETHOVEN EN LA NOCHE Son las cuatro de la mañana. El silencio es amable. No cruza la calle ni un alma. Lejos, allá en una esquina, se distingue una figura. de mujer vestida dc blanco que acecha y que desaparece al fin. Nos detenemos. ¿QuC hacer en una ciudad provinciana a las cuatro de la noche, cuando no hay un café abierto y la luna se marchb a las doce? Vagar. Esperar una hura más para volwr a esperar de nuevo. Un hombre que viene del Casino nos saluda. Va exhausto. Una mujer desconocida y miserable nos pide dinero. En la ciudad ~610 vagan en este momento el hombre del Casino, la mujer triste, la tartana del Parque y nosotros. La panadería de nuestro amigo, donde todas las noches compramos pan, tiene las puertas cerradas. Nos acercamos y el silencio es también hondo allí. iHabrá traspasado nuestro amigo su panadería? ~0 se habrá arruinado y ya no hará más pan? Esta noche nos privamos del placer del pan caliente. El pan caliente que tantn inquieta a unn de nuestros compañeros que no lo come nunca por temor a la apendicitis. «¿De dónde habrá sacado él .estas supersticiones pintorescas?» No hay pan. Las otras panaderías están lejos y nosotros ne- cesitamos merodear cerca del telégrafo. Caminamos lentamente. Y de pronto, un rumor sordo, apagado, suave... El sonido de un piano. Pero es un piano espEndido que tocan unas suaves manos. La emoción sutil de las manos artistas nos invade el espíritu. En el piano tocan la Sonata de Beethoven número cinco. ¿Quién es esta 136 t 5 mujer romántica y divina que toca a Beethoven en el silencio augusto de esta madrugada?... . Las ventanas están cerradas, herméticamente cerradas. Es preciso acercamos. La casa es de un solo piso; está apartada de las demás casas... El sonido del piano es suave. Tenemos que aguzar el oído. La mujer continúa tocando... ¿Tocará todas las noches? iSerá efectivamente una mujer?... UN ABRIGO EN VERANO El señor que se acatarra en verano y pasea por la población envuelto en su abrigo hasta la madrugada, es el hombre más original de la tierra. A este señor le empieza el catarro en pleno agosto. Y le conti-‘ núa mientras no se hastíe de llevar el abrigo. El es un hombre, robusto, con unos pulmones de elefante y una salud espléndida, solar.. . Pero ha visto una tela para abrigos que le ha enseñado el sastre, y como era elegante y distinguida, se ha encargado un abrigo. El abrigo lo entrega el sastre el dla-más caluroso, y el senor, como no puede salir a todo sol con un abrigo, lo cuelga, melancólico, en una percha. iPor que se ha encargado el abrigo en el verano’! Es que el sastre lo entusiasmó. La tela era para él y podían Ilevársela; se hacía el abrigo y lo guardarfa hasta el invierno. Pero como el señor es un espfritu inquieto y novelero, todas las noches al salir de su casa dirige al abrigo una mirada amorosa, abrasadora... Hasta que un día el hombre se decide a sacar su abrigo, mal que le pese al bochorno . ¿Y cómo justificará esta cosa tan extraordinaria? El hombre, por la tarde, se ha recorrido todos los sitios públicos, donde él suele concurrir: la botica, el Casino, el parque, la Plazuela, la esquina... Ha hecho algunas visitas y en todos estos sitios se ha pasado’ tosiendo desaforadamente. «¿Qué’ le pasa a usted? », le preguntan. El hombre dice: «Tengo un catarro infernal.» «Acuéstese usted», le aconseja un galeno. Pero el hombre interrumpe súbitamente: «iCómo? iCree usted que yo puedo prescindir dc mis paseos nocturnos? Esta nochc saldré como todas las noches. iNo faltaba más!...» Y para desorientar la picardía de sus amigos, añade contrariado: «Me fastidia tener que ponerme el abrigo con este calor.. . Pero no tendré otro remedio. Siempre, a media noche, corre un poco de relente.» 137 Y aquí está todo el secreto de este hombre que vemos estas noches, calurosas, paseando envuelto en su abrigo. El silencio es profundo. Ha cesado ya todo rumor. De pronto, como una cazuela que se rompe; suena en la calle próxima una tos extrafia. Nos asomamos a la ventana porque hemos adivinado que el señor del abrigo pasa.. . Efectivamente: es el señor del abrigo, que ‘camina lentamente con el cuello del gabán subido y las manos metidas en los bolsillos del gabán. Tiene, este hombre una silueta elegante, el gabán esta bellamente cortado. Si París bien valía una misa, jcómo no va a valer este distinguido, este correcto gabán, una tos simulada? El señor suspende por un momento su tos y se detiene bajo una lámpara. Ha sacado un pañuelo, se lo ha pasado repetidas veces por la faz. Es posible que este hombre esté sudando la gota gorda. EL CRONISTA VIENE DE LA OPERA Cuando la gente sale de la ópera,va convencida de que ha ofdo una cosa extraordinaria. La gente cree de buena fe que esa música de jarabe y. de sopor con los equilibrios fonéticos de los tenores, es algo bello y trascendental.’ Y por eso todos marchan con un aire solemne y religioso por la calle. Han salido ungidos del templo del arte. Nosotros también fuimos a ungirnos esta noche, pero como nuestro natural es algo selvático, en lugar de ocupar uno de esos escarlatas silloncitos del patio, escalamos el parafso de los zapateros y los inteligentes.. . Pero hasta allf llegan los óleos sagrados... Están en el tercer acto de «Rigoletto»... -Un hombre terrible y jorobado y con antiparras medioevales, increpa a una mujer. de bata; unos hombres calvos y catarrosos guardan una puerta cantando un motete; otro hombre fúnebre, vestido de negro, pasa incomodado entre unos alabarderos... ¿Que le pasa a este hombre? ¿Por que sale así, sin esperarlo nadie? LES un hombre triste, melancólico? No, no. Porque él va cantando. El jorobado está furioso con este hombre y lo increpa, pero él canta: iA mí Prim.. . ! y se aleja por el foro. El jorobado se queda algo molesto con este desaire del hombre vestido de negro, pero ¿qué va a hacer si no lo puede alcanzar? Y no lo podrá alcanzar porque otro hombre que está metido en una concha colorada, no lo deja salir. iQué fatalidad la del jorobado! Este jorobado sufre un karma; él quiere seguir al hombre fúne138 bre; y el otro hombre de la concha, que debe tener un poder misterioso, le retiene en la sala... Entonces la orquesta se a&a nerviosa de acordes, y el viejo de las antiparras corre a la puerta central, amenazador y apocalftico. La mujer de bata se interpone cubriendo la puerta con su esplendido cuerpo; porque es una mujer bella y esplkndida, hay que reco- nocerlo asf. ¿Y qué ocurre después de estas cosas extrañas? Pues ocurre que unos señores de- «smoking» se ponen a aplaudir frenéticos en las butaquitas coloradas. Y los que estaban haciendo aquellas cosas raras salen encantados a hacer unas cortesías. Todos salen. El hombre aquel que se llevaron preso, también sale. ¿Y cómo un hombre que lo llevan preso de aquella manera, se puede escapar tan fácilmente? Este hombre debe ser un brujo. Ya lo habíamos sospechado.. . LAS CORISTAS i m DE MEDIANOCHE Cuando da la una, después que la gente del Circo está ya en sus casas, suenan en el silencio de la calle unas voces femeninas. Son las mujeres de la zarzuela que van arrebujadas en mantones... Ellas están contentas; el pueblo las ha acogido buenamente. Me- nen de pueblos desconocidos, de villas intrincadas en el corazón de la tierra española. El escenario humilde y enjalbegado de este Circo les ha parecido un estrado real. Han visto más luces, más gentes que en otros lugares. Están lejos, muy lejos, de los escenarios donde diariamente han ganado un pan amargo y eterno. Ligeramente, como pájaros, andan estas mujercitas tristes que representan unas obras desconocidas, extrañas. Han llegado a la gloria. Este pueblo es la gloria para ellas. Han visto con una emoción divina, como las escuchan unas señoritas distinguidas, encapotadas, como unas autoridades severas para palcos de grandes coliseos, están atentas a las romanzas que ellas cantan... Han visto a los señoritos de la localidad con una flor en la americana y unos gemelos en los ojos; han visto como les sonríen desde los palcos, desde las sillas... Estas mujeres que antes debieron ser tristes, están ahora contentas. Y por el día cuando ven el cielo azul y el mar, y no saben que tenemos un Cabildo y un Jefe palltico, y un Aacr-4 Coeurti, piensan que ésta es la tierra del fin, la tierra de los pescadores de perlas, la tierra de los diamantes. iSerá el Oriente maravilloso y quimerico? iOh, cómo han debido soñar estas mujercitas en la venta139 na de la hostería, con el alma en el mar y el corazón sobre los montes pensativos! Todo esto, pnrque las señoritas estaban bien vestidas en los palcos y las autoridades han escuchado sus canciones.. . Ellas caminan, caminan en la noche. ¿De dónde vienen estas mujeres, que pasan junto a las puertas de las fondas y no se detienen?... Nosotros tenemos un amigo que es tenorio y escritor. iCómo este amigo no ha sentido incendiado su corazón por alguna de estas mujeres? ¿Por que él, que es uno de los más perfectos tontos que han venido al mundo, las ha dejado marchar así, a un rincón de la’ ciudad, sin escribirlas una carta siquiera?... Nosotros sentimos el rumor de las voces femeninas y nos acordamos de nuestro amigo.. . Mas nuestro amigo estará ahora haciendo proezas en un cafetín de la ciudad rodeado de unas mujeres de cartón piedra y zapatos de terciopelo... ENSUEÑO Como suenan unos pasos cercanos, unos pasos significativos, nos asomamos a la ventana. No hay nadie. Aquellos pasos no tienen dueño. Pero siguen sonando en la noche, muy cerca de nosotros, como si fuera en la propia calle donde vivimos. Son los pasos de dos guardias que pasean en otra calle. En el silencio nocturno los pasos repercuten en todos los sitios. Y así parece que van a entrar por la puerta de nuestra casa y están bastante lejos de ella. Nosotros sabemos este secreto de los pasos, y sin embargo, siempre que suenan nos asomamos n ver el hombre que los lleva.. . Estos pasos son los mismos, pero tienen un misterio terrible. Cuando estamos en el lecho y oímos estos pasos, ique pensamos? Pensamos que SOJJ h dUS gU¿irdiaS que pasean, pero pensa- mos también que es un hombre que va a buscar al médico o al cura, o uno que va a una cita amorosa. Nada hay que más nos inquiete como estos pasos. Siempre parecen sonar bajo nuestro balcón, pero siempre van por la calle vecina. Muchas noches hemos preguntado de quiénes eran, muchas noches nos han agitado el espíritu. Otra noche, casualmente, sorprendemos a los guardias. Eran ellos los de los pasos trágicos, los de los pasos inquietantes. Y he aquí como cuatro pies envueltos en cuatro plebeyos zapatos de reglamento pueden elevar los espíritus y llevar nuestra alma por el amado camino de los sueños. Todo es sueño forzado en la noche provinciana. El anhelo de 140 tener un sueño, donde no se puede soñar, hace misterios tenebrosos, inquietantes, dos zapatos vulgares y reglamentarios... LA ULTIMA NOCHE lAdi&!... Se acabaron los entierros nocturnos; una disposición municipal los ha matado; la noche no tiene ya el interés sentimental de otros días. Hemos salido a la calle: El mismo señor de ayer, la misma mujer de las noches pasadas. El mismo cielo; las mismas estrellas. ,Qcaso una estrella nueva que no hemos visto, que no veremos jamás. Y en las esquinas oscuras, las tartanas de siempre, con el tartanero durmiendo sobre los bancos. . . Un señor que pasa y dice: «Buenas noches», y otros hombres que salen a la diez desperezándose de las reboticas. Las boticas también se cierran temprano. iOh, qué silencio sin silencio! Lejos, la iluminación de un casino; cerca, el carro de López, el de- los cacahuetes y los garbanzos. Y una sorda voz desde un cafk, una voz de banco, de muro, de pared. En la puerta de los cafés, el dueño, ese dueño de café, insolente y desagradable, que parece siempre la corporación de todos los dueños anteriores de café; cada vez más dueños. Todos los dueños muertos reproducidos, condenados en este nuevo dueño... iAh, la noche sentimental de otros días se pierde, se pierde, lejos! Es un recuerdo de sombra; es esa sombra misma que sobre las aceras proyectan los mortecinos arcos voltaicos.. . Decididamente, la noc& no, existe ya.. Ahora’ es cuando es verdadera noche. Nada podemos ver en ella. fiemos derenunciar a esté paseo vago del espíritu.. . Hasta las antiguas trágicas mujeres del prostíbulo, han adquirido una rara emoción de peleles... iEl mar! Verdad. Pero el mar esta como nosotros. Ha de cnntemplar lo mismo desde el otro lado. La ciudad entera, en estas nuevas noches está entre nosotros y el mar. Pasaron las horas románticas... iPero en realidad fueron las horas o nosotros mismos?. . . iQué más da! Nos sentamos en un banco y nos quedarnos dormidos. El frío nos despierta. Mejor es la cama. La noche insular es la cama. Todo lo demás eran sueños impropios, fuera de su marco. Sueños fuera de la cama. Digamos, pues, un adiós definitivo a la noche de la calle y acostf5mosnos. Saludemos a la cama, con un pequeno y suave elogio burgués isleño: «iOh, cama! A las ocho debe uno meterse en la camita. Er 141 ningún sitio se está mejor que en la camita. Un colchón metálico, un colchón de lana, unas blandfsimas almohadas. iA mi que no me digan! iDespués tiene uno que levantarse temprano! iloor a la cama!» iLevantarse temprano? Es verdad. Levantarse temprano parar abrir la tienda, para abrir el escritorio... ellos. ;Y nosotros?.. iOh, si pudiéramos tener una tienda de ultramarinos!.. . Buenas noches, lector. Suena el alba.. . 142 . CRÓNICAS DE DE LA Y APENDIC& (í916/1919) DAD HE LOS PIANOS La música de los pianos femeninos es algo terrible. iDiremos que el menos molesto de los ruidos? No. Esta música es una puñalada a traición, de noche, en lugar solitario, donde es inútil e imposible toda defensa. Comprendemos que ta música generalmente se pega como las erupciones infantiles. Por eso es inevitable y casi pasadero el canto de los horteras los domingos: las escalas del barbero el lunes y las serenatas de los j6venes del barrio.. . cuando hay conciertos u óperas en la localidad. Pero la música de las señoritas, de esas señoritas que sin afi-. ción y sin condiciones, tocan hasta seis horas diarias, es el mas cruel ensañamiento, algo fatal que se cierne sobre la cabeza del transeúnte o del padfico vecino... Sobre todo de este último. * Es un morbo el piano entre las señoritas aquí. Aprender a manejar el ingratfsimo aparato es lo que llaman los papás clase de adorno. Y la ilusión espiritual de estos hombres es que la muchacha que él tuvo la casualidad de hacer, toque el piano. La señorita sale de La escuela a los catorce años, cuando debiera salir a los veinte; y en el acto, se busca un profesor o profesora para el teclado. La señorita se sienta entonces ante el piano diez horas, y sin amor a la música, sin condiciones, permanece aporreando teclas las diez horas marcadas. iLa han dicho que si quiere aprender necesita hacerlo de ese modo tan sanguinario) Claro; ya lo dice el refrán: A fuerza de machacar saca chispas el pedernal. El piano se desafina; la señorita no lo advierte porque no tiene oído; el profesor suele darse cuenta, alguna vez, de la desafinación, pero no manifiesta nada pues para aprender está bueno como está. iY para que se desafine de nuevo!. .. iComo aquél que no se abetuna los zapatos porque va a salir a la calle y se les ensucian enseguida! 145 La señorita hace escalas hasta que los dedos se acostumbran. iCuando están ya a punto de acostumbrarse el profesor o profesora la regala un vals! El terrible vals, el furioso vals, el vals traidor y maldito lleno de insidias musicales... Este vals, sin embargo, no llega a sonar nunca como quiso el austríaco autor, sino como Dios da a entender a la niña, y Dios no suele ser pródigo en dar enten- dederas.. . El vals suena, y la señorita se equivoca a la mitad; y empieza de nuevo para tornar a equivocarse en el mismo sitio, que es el famoso sitio de Zas dificultades. Allí la niña naufraga y la tragedia surge; el morbo se acrecienta... y el vecino se desmaya. La señorita aprende el piano; el papá se refocila entre sus muestrarios de géneros, mientras oye a su niña y la mamá dirá después en la visita que el vals es una preciosidad: --iAnda, niña, tócalo! ¿Cómo podríamos convencer a estos respetabilísimos padres de familia, que el mejor adorno que pueden tener sus niñas es el sentido común?. .. [C-l EL CONQUISTADOR Este hombre es hortera pero es conquistador, además. Han sonado las dos de la mañana. La puerta de una casa solitaria y misteriosa se ha abierto. Ha salido un hombre; tose, se limpia el sudor de la cara con un pañuelo policromado. Dice: «Hasta mañana». La puerta se cierra suavemente; el hombre se aleja. Cuando vuelve la esquina, otro hombre que aguardaba frente a la casa misteriosa, entra cn ella. Ha dicho una palabra cabalística antes de entrar: «$ésamo ábrete?» El primer hombre llega al Parque, allí le espera una tartana; sube y la tartana lo conduce a su casa. El hombre se acuesta satisfecho. La amada es ideal. El hubiera querido ‘estar toda la noche con ella, pero la familia, el qué dirhn, itantas cosas! no se lo permiten. Y cuando se duerme, sueña. Ella, que es hermosa, le ama, ella, que aunque es una mujercilla desviada tiene un fondo purísimo, no le traicionará nunca. El hortera, que solo tiene imaginación en el sueño, cuando duerme, se aleja por un sendero florido, enlazado con la amada. El hortera es un hombre feliz.. . La amada, cuando es de día, va a la tienda donde el hortera es amado de las muselinas. Pregunta por Cl, compra unas fruslerías. Se marcha despues, sin pagarlas. El hortera avisa en la Contabili146 dad de La tienda que 61 paga. Al finalizar el mes, el hortera ve que su sueldo se ha desmembrado. En la casa del hortera, el padre y la madre le piden dinero; el hortera evade los dialogos paternales. Habla de. compromisos, & una fiesta en el Circulo Mercantil, de una suscripción, de los cigarros. Los padres se resignan y el hortera va a pagar el alquiler de aquella casa misteriosa y solitaria de donde 61 sale todas las noches, y donde entra otro hortera cuando él se aleja.. . Pero este hortera es un conquistador. iOh, las mujeres! Es cosa de hombres, dice el hortera. Y la mujer es fiel; no puede ser *menos: El hortera se miró al espejo, un Jueves Santo, y era un bello tipo. Esa mujer ha perdido por su ángel, todo su impudor. Le ama. iSer amado por una mujer incapaz! Ha llegado al fondo del coraz6n dc la mujer. El hortera cs feliz... Un dfa el hortera va con otros amigos al campo en automóvil. Pero no se divierte. iQué le pasa al hortera? Nadie lo sabe. Otro día, el hortera llega a una librerla, él que no ha leído un libro nunca. Pide un libro de versos de Bécquer. -iNo hay versos de Bécquer? -dice-. Y el librero no tiene versos de Bécquer, pero sí los Gritos del Combare de Núñez de Arce. Y el hortera compra este libro y se encierra en su casa melancblico, sentimental... Un domingo vaga el hortera por las afueras del pueblo. ¿Cómo este hortera está de filósofo o de poeta vagando señero, por las afueras ‘del pueblo?.. ¿Y la amada del hortera? iAh! El hortera, una noche, al salir de la casa misteriosa, observb que había dejado el reloj. iE reloj, que es el amigo de los horteras! Y volvió a buscarlo. Pero la amada no quiso abrirle. Estaba el otro dentro. El hortera no lo supo, pero se lo dijeron al otro dfa... Y el pobre sufre, y lee los Gritos del Combate de Núñez de Arce. Ya está deseando ardientemente que lleguen los bailes de Fomento y Turismo para olvidar, para olvidar... IA. Q.] LA VENTANA ILUMINADA Han dado las dos de la madrugada. Esta ventana continúa abierta; la habitación a que pertenece la ventana está Illena de luz... Todas las noches permanece esta ventana abierta, iluminada. Pero no hay nadie en la habitación o es un muerto el que la ocupa. La ventana iluminada en ‘la noche, es un refugio espiritual. 147 Hemos llegado a esta calle, temerosos; un hombre de traza canallesca nos ha seguido. El cree que tenemos una bolsa con dinero, por eso es nuestro espfa. Nos ha invadido un pnco de miedo. $i este hombre nos acomete, en la noche, como nos vamos a defender? Tenemos una pistola en el bolsillo, pero está descargada. En la playa del puerto, sobre el mar silencioso, hemos disparado el último proyectil. El fascineroso nos acometerá de seguro; Cl no piensa que somos humildes, pobres, que no llevamos ni reloj de oro, ni anillo de oro, ni trabas de oro. Piensa que algo sacará si 110s ataca. Unos zapatos nuevos, estridentes, que estrenamos esta noche, son los delatores. Nuestro paso, a causa de la novedad del calzado, suena elegante, dispuesto. El zapato nuevo siempre ennoblece la postura y da’al pie sencillo y modesto una arrogancia de señorito. El hombre de la traza canallesca, ha sentido resonar en el fondo de su corazbn, el gentil coloquio del zapato y la acera. Y aguarda un instante propicio para detenernos. Sonará pronto en la noche, la palabra fatal: ;La bolsa o la vida? Caminamos lentamente; el hombre acorta el paso. Nosotros nos paramos y miramos soslayadamente. El hombre también se para. No hay duda; estamos destinados a morir a manos de este hombre. Pero he aquí que damos vuelta a una esquina. En una casa de la nueva calle aparece abierta de par uu par, la ventana iluminada. Corremos hacia la casa; el hombre corre también. Nos detenemos frente a la ventana. EI hombre tuerce, entonces, su ruta y se aleja... Ha tenido mas miedo que nosotros. Ha pensado que podfamos gritar y que podrían auxiliarnos de aquella ventana misteriosa que no deja de iluminar toda la noche. . . Pero la habitación está solitaria; hemos llamado, hemos gritado.. Nadie ha respondido. La casa está vacía. Pero la ventana abierta, luminosa, sola, en medio de las sombras, es el refugio espiritual de los que vagamos en la noche.. . Amad discretamente estas ventanas amigas; amadlas más discretamente que a una esposa fiel.. . Las ventanas iluminadas tienen un encanto más sutil y más íntimo que una muchacha casadera.. . PI E¿ OFICINISTA El alma del oficinista es un alma mísera. El oficinista tiene un aspecto oleoso, el oficinista y el seminarista son dos almas gemelas. 148 5t d : 5 05 Ambos marchan, como si el discernimiento se les hubiera petrificado en los ojos, de mirar estúpido, encanallados en un Mayor o en un Sagrado Texto, teológico y absurdo. El oficinista tiene alma de Seminario; el seminarista guarda el espíritu plebeyo, intrigante del oficinista. El oficinista es, además, presumido. Son las siete de la mañana. El oficinista que tiene un desperta- dor económico, se levanta y se lava en un,cuarto de baño pequeño. La palangana donde el oficinista limpia su cara esta en una ancha tabla que descansa sobre los bordes de la tina de azulejos. Allí, el oficinista frota sus mejillas con un jabón azul, que sirve para el menester de la cocina. Y después se seca con una toalla rosada, azul, roja, una toalla económica como el despertador, que tiene un amplio letrero en el borde, junto a los flecos, que dice: Good morning. Una vez lavado, el oficinista se viste, tose convenientemente, se desayuna y sale a la calle. No es la hora de entrar en el trabajo, pero el oficinista dirige sus pasos a la oficina. Al llegar a su pupitre siente un poco de miedo, de temor. ¿Y si mariana perdiera este empleo, si mañana por una intriga de otro oficinista tuviera él que abandonar este empleo? Todas las almas de las oficinistas son idénticas; por eso el alma de nuestro amigo tiembla; y su cabeza medita. Los puños de su seso no se cierran en un instante de indignación, por la posibilidad de que su pensamiento sea cierto, no. El cavila como otro oficinista cualquiera y se pone ‘a trabajar de un modo estridente, rastrero. Saca de un arca fkrrea, muchos libros, los siembra en las mesas del departamento. Coge dos, los más abultados, los abre, sus dedos tienen un lápiz muy afilado que señala en el aire las columnas de números. El oficinista suma la suma de ayer y que ha sido revi-. sada. Pero él necesita hacer alguna cosa... Entonces van entrando los demás oficinistas; todos lucen la misma cara de paradez. Son chatos por dentro. Y comienza la lucha sorda, subterrãnea. Son campaneros, pero se miran de soslayo. Todos se ponen a sumar las columnas revisadas... Y transcurren las horas. Van los oficinistas a almorzar, vuelven deprisa porque no pase la hora. Tornan a sentarse y a sumar las mismas sumas de la mañana. Cuando salen, por la noche, han cumplido todos con su deber. El deber del oficinista es un deber amable, como puede verse. Pero en el interior de todos aquellos hombres sólo se agita un anhelo: subir -ioh, la divina ascensión!llaman ellos a coger otro libro más grande y a revisar la multiplicación del otro que llega después. Esta subida, como también puede verse, no es tan fatigosa como la del cielo. Cuando un oficinista sube, no se con149 ; E 6 d i i m t 5 5 ; s i d E z ! d ; 5 50 mueve nada, apenas se le ve subir, pero sube; lo dice su vientre, lo dice la uña del meñique, lo dice la nueva soldada miserable. Cuando el oficinista tiene la confianza del jefe, trabaja de no- che. iOh, la oficina iluminada y el oficinista acabando el trabajo que no pudo terminar por la tarde! ¿Por qué no pudo acabar el trabajo cn las horas reglamentarias, cl oficinista? Porque le llama- ron en el patio: era un señor que deseaba hablar con el jefe, y el jefe estaba fuera. El señor habló entonces con el oficinista; y al ver cómo tenía el oficinista un aire viejo de oficina, le contó una historia. Y estuvieron hablando una, dos, casi tres horas. El oficinista fingió contrariedad, cuando el señor se marchó: -iCaramba, me ha hecho perder el tiempo este señor! Tendré que venir esta noche a dejar al corriente el libro. Y el oficinista con su dulce contrariedad vuelve a la noche. A la mañana siguiente, se queja del estómago ante los demás oficinistas que también están deseando ser llamados desde el patio; se queja del estómago y no sabe, de pronto, a qué atribuirlo; pero al fin sospecha que es debido el mal, al trabajo de la noche anterior. Pasan los años. La cabeza del oficinista se llena de canas. ¿Ha sido este hombre feliz? ¿Tantas madrugadas, y tantos trabajos nocturnos se han visto compensados? iTiene hijos el oficinista? Sí, tiene un hijo. Una mañana el oficinista enseña un telegrama al jefe. Es del hijo que ha ingresado en Infantería. El jefe se alegra. El hombre de su confianza se alegra de ver la alegrfa del jefe. Y entonces piensa que sus años de trabajo, de afanes, de esfuerzos, de piruetas oficinescas, han tenido su premio. Y por primera vez en su vida hace un error tremendo, fantástico, infernal, en los libros. El oficinista se asusta como im niño pero el jefe sonrfe perdonador y dice: -iPobre Rodriguez, está loco con lo del chico! Lector: si eres oficinista y algo inteligente, verás que se pueden decir más cosas del oficinista... w.1 EL HOMBRE DE LA CASETA Un mediodía furioso de sol, llegáis al muelle a recoger una ¿Quién nos dará la cajita? -Nos preguntamos tenemos una vaga idea de que es un hombre tostado de sol, misterioso, caballstico,xon unos zapatos descosidos y empolvados y un traje de hilo muy tieso, el que nos ha de dar esa cajita. Y nos detenemos junto a un desembarcadero, a mirar el cajita o un paquete. aterrados; porque 150 mar, cautivos del miedo, indecisos... iCuál será la caseta que guarda nuestro ‘paquete ? iSerá aquélla, donde está aquel hombre fumando en pipa? ~0 será la otra, la que oculta un etiorme carro lleno de huacales? iNos atrevkremos a penetrar en la caseta? iC6mo entraremos? ¿De qué modo colocaremos nuestra sonrisa en los labios? ¿Qué entonación halagará al hombre que guarda la cajita, como el dragón del Mito?. . . ¿Nos hallará antipaticos el hombre de la caseta? Nosotros no tenemos un resguardo, un papel que nos manifieste poseedores del paquete. $510 tenemos una carta donde nos dicen que en la caseta nos’ entregarán una cajita dirigida a nosotros. ¿Y nos .conocerá el hombre? ¿Y si nos conoce y nos odia, con ese odio vulgar de muelle, y dice que no nos conoce, que él no entrega nada, sin papel? He aquí un tremendo conflicto. No entrega nada el hombre sin un papel. El papel es un papel impreso que debe rezar: Entr&uese a Don Fulano de Tal. . . iPero si en la carta nos.comunican que en la caseta nos entregarán la cajita, y no nos hablan de papel ninguno, qué hacemos, eStupefactos, mikido el mar, el cielo, sin dirigirnos a la caseta fatal y probar nuestra suerte?... Caminemos. Y caminamos hacia el lugar donde se guarda el paquete, -Decimos nuestro nomblc y 61 nus responde; -iTiene i m t 5 5 silen- ciosos. No sabemos qué’nos mandan en el paquete. Vamos a sufrir una derrota por un paquete desconocido. Es seguro. Llegamos a la caseta. Nuekro corazón sc hace pequeñito y se pone a temblar en un rinc68. Nuestros qjos se abren suplicantes, sinceros.. . nuestro cuerpo se inclina, con una sumisión cortesana, con humillación de mendigo. La caseta está ‘rodeada de peones; dentro de ella, echado sobre un sofá viejo de, mimbre, está 51 hombre del traje de hilo y de los zapatos empolvados. Nuestra voz sale al principio.temblorosa, queda: -Buenas tardes, seiior. iCómo est8 usted? iParece que se descansa? No hay duda de que ha trabajado usted mucho.. Este trabajo de ustedes es el más rudo, pero noble al mismo tiempo. Esto decimos, matizando suavemente, dulcemente, con.nue&a voz que adquiere clara sonoridad artfstica. Pero el hombre sólo abre un ojo y apenas responde. Nosotros continuatios: iTiene usted por casualidad (decimos por ca.&lid¿zd pues nos parece menos molesta para el hombre esta frase. Estos hombres se encolerizan de nada) un paquetito para nosotros. -Un paquete -dice él, siempre con un ojo cerrado. -Ahí hay uno. ¿Cbmo se llama ustcd ; E 8 d i el papel?... iOh, perdemos irremediablemente el paquete! El papel es necesario iEl hombre ha nombrado el papel!. icómo nuestro amigo nos 151 s i d E z ! d g E 50 manda un paquete sin su correspondiente papel? -No, no tenemos nada -respondemos. -Pues no se lo puedo dar -contesta y cierra el ojo el hombre de la caseta... Un momento de silencio. Cae la tarde. Nosotros regresamos a nuestro hogar, melancólicamente. No nos dan el paquete y pensamos que la vida seria trágica, complicada, en manos del hombre de la caseta. Pasan los años. Seis años. Otro dia, el destino nos conduce de nuevo a la caseta. Nuestro paquete está alli todavia. ¿Qué habrá sido en tanto del papel de nuestro paquete?.. . El hombre no nos conoce. El ve todos los días muchas caras. El conoce más a un cajón que a un semejante. El hombre tiene la cabeza llena de fantasias. No nos conoce y al revolvkr en la mesa donde SC halla cl paquete exclama; -«@ué jeringado me trae este paquete. Todavía no han venido por 61. Hace más de seis años que lo estoy viendo ahí, Cualquier día lo tiro al mar!. ..» Es un hombre irascible este hombre. ¿Por qué lo traerá jeringado nuestro paquete? Lo va a tirar al mar... Temblamos. No nos atrevernos a pedirlo, sin’embargo, $arecemos del papel! Pero lanzamos una mirada furtiva, triste, sentimental al paquete. IJna mirada comn esas que dirigimos a la novia de nuestros años mozos, cuando pasa, recién casada a nuestro lado del brazo de su capitán o de su médico... ; B z ! d ; E EL ENFADO El lector es amigo de Pedro. Pedro es un ciudadano como .el lector: labora, pasa y mañana muere. Todos nos acordamos de él. En las poblaciones pequeñas todo el mundo es inmortal. Así, pues, no os afanéis nunca por descollar sobre los otros; por dejar un nombre glorioso entre vuestros paisanos. Aunque no hagáis libros, ni pintéis cuadros, ni compongáis música, seréis famosos. Mañana dirán vuestros amigos: «iMe acuerdo yo...! En este sitio pasé yo una tarde con Fulano... Ya se murió el pobre... Tenía mucha gracia. Era hombre de grandes caídas.» Y cuando vuestros contemporáneos desaparezcan quedarán los hijos diciendo: «Yo le oí con& un día a Ai abuclo.;.n Pero volvamos a Pedro. Pedro es hombre corriente. Trabaja en un empleo, va al Casino, lee los diarios, fuma... Transcurre su vida, como la de una casa, o la de un banco de la plaza. Pedro es 152 un modesto y no aspira sino a ser vocal, o Presidente de Recreo de algún drculo. Y uno de esos días extraordinarios de las provincias, cuando un señnt tiene iniciativa, o se le ocurre un proyecto, para salir del marasmo, Pedro recibe una sorpresa. Han pensado en él para formar una sociedad. Pedro acepta y se echa a la calle en busca de socios. Y la socic- dad se forma y Pedro es Tesorero, Secretario o Contador. El lleva la voz cantante del coro de la Junta. Pedro es uno de esos hombres con condiciones a los cuales se les puede fiar todo. Los compañeros le dicen: «Oiga usted Pedro, iesto le parece a usted? ¿Le parece a usted bien lo otro, Pedro?» Pedro da su opinión y todo el mundo acepta la opinión de Pedro. Cuando surgen dudas, siempre hay alguno que dice: -«Esto se lo encargaremos a Pedro.» Y Pedro es el hombre. Una noche, una noche fatídica, Pedro propone una cosa rara para los demás. Se discute acaloradamente; la mayoría no opina como Pedro. Y se desecha la proposición. Y entonces Pedro se enfada. ¿Sabéis lo que significa este terrible enfado de Pedro? Pedro se enfada, y renuncia su cargo... Los compañeros suplican, ruegan, pero Pedro es inflexible. Y se marcha enfadado.. . iCreéis que Pedro se mete en su casa a vivir su vida sin mortificaciones, sin inquietudes? No, no. Pedro esta nervioso por el tremendo desaire que le han hecho; está enfadado, está furioso. Y cita a varios amigos y les propone formar otra sociedad en la cual pueda tener cabida su rara proposición. La sociedad se forma porque resulta al fin que los amigos de Pedro también están enfadados . ¿Y por qué están enfadados los amigos de Pedro? Nadie lo sabe. Quizás porque se ha sentado otro en la silla en que ellos acostumbraban sentarse, acaso porque al pedir un Vaso de agua, en plena junta, el conscrjc llevó el vaso a otro que lo pidió después. iQuién puede penetrar en la razón misteriosa del enfado de un ciudadano de estos?... Pedro y sus amigos furrnan la nueva sociedad. Y mientras la están formando no ocultan el enfado. Y dicen: -Hemos formado esta sociedad porque no había Dios que pudiera con aquellos señores. ¿Qué se habían creído ? iAhora verán lo que es bueno...! Lector: guárdate bien del ciudadano que se enfada. Aquí la gente se está enfadando siempre. Verás: Pedro se enfadó porque la silla del Casino estaba coja; y se retiró para siempre del Casino. Antonio se enfadó porque fue a comprar el N.” 2452 a un lotero y éste lo tenía reservado a otro señor: Cayetano se enfad6 pnrque al subir al tranvía, un amigo le quitó el puesto distraídamente. Y este amigo se preguntó después: -¿Qué tendrá Cayetano conmigo que no me saluda?... 153 Y finalmente, Rómulo, Evaristo y Bernardo se han enfadado porque al salir de su casa estaba lloviendo. Rómulo era partidario de la lluvia; Evaristo no lo era. Rernardo se mostró neutral en esta trascendental discusión. Evaristo y Rómulo discutieron ardorosamente mientras Bernardo callaba. La disputa estaba ya en el límite de la violencia, cuando Rómulo y Evaristo se percataron de la neutralidad de Bernardo. Y se unieron, prescindiendo de sus respectivas opiniones, para enfadarse con Bernardo, a quien llamaron sin piedad pastelero. . . Y continúan enfadados. . . ic.1 LOS FORROS DE LOS MUEBLES La familia de González acaba de tapizar los muebles de la sala. Los muebles son de caoba con mucho modelado; Gutiérrez, un amigo de la casa, dice que son estilo Luis XV. Nosotros sabemos que en estos muebles no ha intervenido más Luis que el carpintero, Maestro Luis. Pero respetamos la opinión de GutiCrrez, no sea que nos suprima el saludo y nos llame «chinchosos». Quedamos, pues, en que los muebles de la casa Je González. son estilo Luis XV. El tapiz antiguo de estos muebles era azul con dibujos dorados; as‘í, al menos, lo aseguraron sus dueños. Nadie lo vio jamás. Cuando llevaron a la sala los muebles, inmediatamente se les puso un luengo forro de hilo. Después, el tapiz se rompió debajo del forro sin. que nadie, ni aun la propia doméstica lo viera. Hoy los han vuelto a tapizar. El tapiz según nos dijo González es rojo con dibujos plateados. El inevitable forro cubre este tapiz, que se romperá también como el anterior azul, sin que las visitas puedan celebrar el gusto de los dueños. iPor qué González y Rodríguez, y Pérez, forran los muebles de sus salas? Estos amigos quieren sin duda preservar cl tapiz, pero el tapiz se rompe igualmcntc con cl forro puesto. ¿No sería mejor, no poner tapiz, si ha de pasar, el tapiz, toda su vida bajo el forro? El tapiz es como un genio malogrado en una provincia; como uno de esos médicos o abogados, que pudieran ser grandes e ilustres en la corte, y que nadie conoce, a pesar de su,dorado y de su azul, porque el forro maldito de la provincia los cubre y bajo él transcurren sus vidas hasta la muerte. Cuando se mueren dicen la gente y los amigos: -iQué lástima! $o que hubiera lucido ese hombre, si no llega a tener el forro puesto encima! Nosotros no hemos comprendido nunca la razón de estos forros. Los dueños de estos muebles elegantes no han adivinado to154 davfa, a pesar,de los años transcurridos desde la civilización a aca, que los forros son para preservar del polvo a los muebles cuando la casa está deshabitada. Es tan terrible ese afán del forro, que Gon- zález cuida más de él que del tapiz: -«El forro de los muebles está sucio. El forro de los muebles está descosido». No hemos podido convencer a González de la inutilidad del forro. González se sonrfe ante nuestras razones. Se sonríe y suelta el humo de su cigarro de un modo desdeñoso. El es un hombre de convicciones. Ha puesto el forro y sabe por qué lo ha puesto. Las teorías ajenas sobre este punto no le interesan. González, con esta teorfa tan peculiar, comprará un día unas zapatillas de baile y entrará en el baile en calcetines, con las zapatillas en el bolsillo del frac, muy bien envueltas. [G. A.] CRONICA i DE LA NOCHE En la puerta de nuestra casa aparece, apenas la luz de la calle se apaga, un gato negro, escuálido, agonizante... Nos mira toda la noche; sus ojos luminosos, no se alejan de nuestra mesa. Es un gato despechado y orgulloso que ha venido de lejos, como un peregrino.. . Viene a acompañarnos. Pero no acepta nada; le hemos arrojado pan, que no se ha dignado recogerlo del suelo. iQué busca, pues?. . . ¿De qué tierras ha venido este gato? $erá un gato cronista? ¿El nos miraba suplicando algo que no sea comida? El orgullo del gato, es un orgullo imperial. Es en vano que le azotéis; no maya; se alejará de la puerta y volverá a clavar sus ojos en nosotros... ¿Fue un gato principesco, bello y mimado, o siempre ha tenido esta figura desolada y trágica? Acaso las finas manos que le acariciaron un dfa han muerto ya; quizás al perder el blando regazo de una duena perfumada echó a andar por la tierra como un amante loco... Este gato ha vivido una vida divina y sufre ahora el dolor, con un silencio y una altivez de caballero honorable.. . El no buscará otros gatos; él tampoco comerá ratones. Un día aparecerá muerto de hambre y de frío en una esquina. Mientras, vagará en la noche, errante, esquivo... Paul Verlaine andaba asi como este gato, por las calles de París... El gato, nuestro amigo, tiene una historia incomprensible. No lo conmueven ni nuestras caricias, ni nuestros azotes. Todas las noches volverá a la puerta. ¿De dónde ha venido? iTrae algún secreto?.. . iQuizás!. . . En el cerebro de Carlos Baudelaire habitó un dia un gato bello, 155 E 50 del hortera y del señor. Son amigos el señor y el dueño, y se hacen la correspondiente zalema. --iQué hay, don Cristóbal? -Pues ya usted ve; comprando esta chucheria, un gasto de cuatro perras... -iCómo -pregunta el dueñocuatro perras? Esto vale una peseta. El muchacho se ha equivocado. Cuesta una peseta y no ganamos nada. El señor frunce el ceño y dando un pequeño puñetazo en el mostrador dice: -No, esto es caro por una peseta. Es extraño -añade con tono irónice que se equivoque el chico. -Pues no puede ser menos, don Cristóbal -replica el dueño. Y entonces, a don Cristóbal le llamean los ojos, por sus labios sale espuma y sus manos se crispan furiosas. Y lanza un grito tremebundo. jiNo-lo-le-ro,, que se me tome el pelo!! No puedo tolerar, que nadie se chunguee de mí. -Pero, don Cristóbal... -Naba, nada, que no to-le-ro. . . Y don Cristóbal intolerante, se sale de la tienda dando bastonazos, con furia, en el suelo... ¿Por qud se habrá enfurecido don Cristóbal? Don Cristóbal desde hoy no saludará más a su amigo el de la tienda y cuando le pregunte algún amigo extranjero por un establecimiento, le dirá: -Todas las tiendas son buenas menos la de &e. Ese es un bandido, un granuja, un canalla, un ladrón. Y aquí don Cristóbal volverá a enfurecerse . Y pasarán los años y el rencor de don Cristóbal será tan profundo que cuando su ex amigo el de la tienda este enfermo de gravedad y se comente en la botica el estado de su pulmón o de su hígado. Don Cristóbal dará un bastonazo en el suelo y exclamará despectivamente, a gritos -iiQue se muera!! CRONICA DE LA NOCHE Ha muerto un amigo nuestro. Y esta noche sus deudus y amigos no han querido dejar solo el cadáver y han hecho velada en la casa mortuoria. Varias mujeres, llorosas y suspirantes, están sentadas en la habitación en que manos cariñosas han levantado la capilla. Hay una vieja que refiere quedamente historias de difuntos. En otros cuartos de la casa los amigos acompañamos a los hijos del muerto. Han pasado va las horas de las visitas y se han quedado ~610los que permanecer6n allí hasta el amanecer. Un reloj ha dado la una, las dos, las tres.. . Cada vez que ha sonado una hora, algunos señores de la velada han mirado sus relojes de bolsillo. ¿Por que harán, esto? Seguramente les han parecido tardías las altas horas. 158 Las conversaciones han ido languideciendo, hsin casi cesado. Algunos señores están medio dormidos. Cuando el silencio se ha hecho más profundo, el aullido largo, insistente, dolorido, de un perro ha estremecido a todos. Un vago terror ha puesto los rostros lividos y se han cruzado miradas de pánico. Han llamado a la puerta. Es un hombre que ha pasado. El sabía de la gravedad del enfermo, tiene un presentimiento y ha entrado a preguntar: -¿Cómo sigue don Fulano? El perro, sin preguntar nada, seguía aullando a la muerte. F.1 CRONICA DE LA NOCHE Apáganse las luces.. . El café de la esquina se cierra; el hombre de la panaderfa sale, aprovechando la oscuridad, en camisilla sucia, y se sienta en la acera a silbar. La calle se queda silenciosa; 610 se oye el sonido de las pesetas de una ruleta o un monte cercanos.. . ‘La tartana de siempre, corre por la calle de Triana; el municipal pasea de una acera a otra; y desaparece para siempre esta noche... Y cuando viene, en medio $e;e silencio, la inevitable pausa, aparece la mujer vestida de Esta noche, es una noche, lluviosa, un poco fría; pero la mujer no hace caso. Ella sale de su casa con traje y zapatos blancos y descubierta la cabeza. Llega a la esquina, acecha, se esconde, tor-, na a asomarse... El hombre de la panadería la inquieta: no va a poder-atravesar la calle. Y espera un minuto, dos minutos, tres minutos. Si la lluvia no acaba la mujer pasea de prisa para no mojarse; ella supone que caminando así se moja menos. iEs posible! Cuando calme la lluvia volverá a la esquina. Unos señoritos que pasan al lado de la mujer le dicen alguna cosa terrible. Ella contesta con un gesto rural, ordinario: dice una palabra dura, nada femenina. Esta mujer es una mujer cualquiera; pero así, a media noche, vestida de blanco, descubierta la cabeza, acechando en una esquina, tiene un aspecto misterioso, sutil... ~Qué busca? LES una enamorada?. . . El hombre de la panaderfa, espía. Este hombre es también algo afkinnadn a lns giiiros y nada importará que el pan se tueste demasiado en el horno; el hombre no se levantará de la acera hasta no averiguàr la ruta de esta blanca mujer. El hombre se hace el dormido pero tiene un ojo abierto oculto entre los brazos donde repo159 o sa su cabeza. Y la mujer no se atreve; el hombre de la panadería es un obstáculo. Y pasan los minutos y la lluvia menuda vuelve a correr. La mujer tiene el traje completamente mojado. iPobres zapatos blancos! Ella contempla los zapatos mucho tiempo, con una angustia infinita.. . Pero más, puede el amor. Porque esto es amor; esta mujer llena de paciencia debe estar enamorada y loca. No es posible que sacrifique unos zapatos blancos tan desinteresadamente. Nosotros la contemplamos desde nuestro balcón a oscuras, donde ella no nos ve. Y no se mueve de la esquina y el hombre maldito de la panadería, a pesar de la lluvia -ioh el poder del güiro!- sigue durmiendo su falso sueño. La mujer se llena de ira: sus ojos despiden un fulgor de furia y de odio; si pudiera destilar el más terrible veneno estos ojos, el hombre de la panadería sería cadáver antes del amanecer. iPor qué este hombre, que amasa el pan nuestro de cada día, el blanco pan de nuestra casa, es tan cruel con ese ojo abierto? ¿Por qué no deja pasar a esta mujercita? La moza no podrá acudir a la cita esta noche; ella quiere guardar el secreto de su amante y no pasará mientras el hombre no se aparte. ¿Quién será el amante de esta mujer? LQuién es el hombre desconocido y respetable que la espera? iDónde vive este hombre?... iAh! Esto es lo que quiere saber el ojo abierto del hombre de la panadería; el hombre que esperará hasta el límite de la espera, el hombre que dejará esta noche tostar el pan hasta el límite del tueste.. . LA MURALLA’ DEL PARQUE Esta muralla es el nuevo horizonte de la ciudad, la última inquietud metafísica del ciudadano kleño. El ciudadano sale de su trabajo y se marcha al Parque a contemplar la muralla. El ciudadano calcula con sus amigos, todas las tardes, la cantidad de relleno que ha de llevar el ensanche. Todos los días vacian dos, tres pequeños carros con tierra; pero el hueco es tan grande, que el ciudadano dice: -«A este paso, esto estará relleno dentro de mil dos años,» El ciudadano ha hecho una operación matemática: «Tantos carros al día, rellenan’tanto; para rellenar cuanto, hacen falta tal número de carros; como ~610vienen tres diariamente, serán tantos millares de días, que divididos por años suman tales años... Y ved: 160 son mil dos años... Esto no se rellena nunca». El ciudadano está convencido de que lo que él dice es verdad. Y todas las tardes, aparece en el Parque con un amigo nuevo y a este amigo le explica la operación. ¿Y será cierto lo que el ciudadano piensa? iTardará esta muralla mil dos aiios en terminarse? Este ciudadano, es un ciudadano hiperbólico. No, no es posible que una sencilla muralla estC mil dos años construyéndose. ¿Cómo iban a verla construida entonces los contratistas? ~0 es que estos contratistas son hombres capaces de vivir mil dos años? Es mucha vida para un contratista. Sin embargo, en la Biblia, hallamos algunos precedentes extraordinarios de longevidad.. . Pero no; hoy día no se dan estos casos... La muralla se terminará pronto. El ciudadano calculador es un materialista. Un día vendrán más carros, se inundarán de carros los alrededores y se rellenará en pocos meses aquel enorme espacio: y el ciudadano podrá verlo sin que necesite vivir mil dos años. Pero él, a pesar de todo, todas las tardes insistirá porque tiene a su lado una importante mayoría. Todos van a calcular; todos calculan diariamente. El alma ciudadana está puesta en el horizonte de esta muralla. Esta muralla es toda la inquietud metafísica, hoy Por hoy, del ciudadano isleño. LC.1 LA MULA DEL CARRO Junto a la acera de la calle mayor, está un carro enorme, uno de esos carros donde envían sus inquietudes metafísicas al extranjero los exportadores de Arucas. Este carro tiene seis mulas, todas iguales, del mismo color; no sería posible distinguirlas;acaso el propio carretero sufrirla un error si las hallara solas en el cammo. Estas mulas están aburridas de ir de Arucas al Puerto todos los días, aunque aparenten resignación cristiana. Ya sabemos que la mula tiene también su pasado glorioso. Las mulas del carro no tienen ideas pojfticas; qui@ no hayan oido hablar nunca del Sr. Romanones ni del Sr. Bergamin, ni aún de Delgado Barreto que es más accesible al odio de una mula, pero estas mulas, excepto una que es liberal, son conservadores. ;Cuál es la mula liberal’? La mula liberal es la que está sobre la acera, Esta mula ocupa todo el lugar de la acera, impávida, y es en vano que protestéis: ella os dará una coz, o el carretero os dir8 una palabra dura y violenta. Será preciso siempre, marchar por el 161 arroyo; la mula ha tomado posesión de su acera y aunque la azotéis el lomo con los versos de la hoja germana, o con el artículo episcopal de Batllori. -iOh, las duras, las amargas disciplinas!- no cambiará de sitio. El ciudadano protesta, el ciudadano está har- to del abuso de la mula, pero nosotros amamos a la pobre bruta con esa scntimcntalidad humilde del santo de Asís. La mula ocupa un lugar logico. Ella ha leído, acaso un día intrincado y misterioso, un programa. Este programa ha orientado el sentido polftico .de la mula; la mula reclama sus derechos. El mínimo y dulce santo de Asís, como le llamaba Darío, la defiende tenazmente en la eternidad. Ella oye la voz del Santito -Hermana mula, hermana mula.. . Y ella ocupa la acera con igual derecho que el exportador insensato que la envía al Puerto diariamente... iPobre amiga! El Santo te llamaba hermana, cruzaste el desierto resignada, heroica, llevando en tu lomo al niño sagrado, y ahora un ciudadano que tiene cédula quiere arrojarte al arroyo. Sigue en la acera; eres la hermana mula.. . ¿No decimos también, hermano cronista, hermano comerciante, hermano sportsman?. . . [C.] CRONICA DE LA NOCHE Ha sonado un largo pitazo, luego ha sonado otro y otro al momento. Estos tres pitazos de una sirena municipal caen con algarabía y rompen el silencio. Los trasnochadores se dirigen al lugar en donde se supone sonado el instrumento de alarma. Otros serenos corren en socorro del compañero. Las guías del alumbrado están rodeadas de un halo de luz que las melancoliza. ¿QuC habrá pasado en el augusto silencio de la noche? Se oye el rumor del mar atrás como un hada protectora que canta para que la ciudad no cobre miedo al hondo silencio cn estas largas noches y más largas privadas que hablan de presura. Luego, nada... Todo ha vuelto a quedar en reposo, menos el mar, que sigue adurmiéndonos con su secular cantinela. A la puerta hemos esperado el paso de algún amigo con noticia del sucedido. La calle ha permanecido quieta, callada, y cuando ya íbamos a sosegar en la calma nuestra inquietud, acertó a pasar un guardia. Solicitamos su información: iNada, un raterillo que quiso penetrar en una casa! iSe escapó! Ya le digo que no fue nada. No fue nada.... pero el raterillo se escapó. PI 162 i i j 5 CRONICA DE LA NOCHE . Esta noche, el vecino,que es un hombre furioso, ha olvidado la llave de la puerta de su casa. Llega tranquilamente; mete la mano en el bolsillo, sin sospechar que el destino le reserva una sorpresa tremenda. La llave no esta en aquel bolsillo; busca en otro bolsillo y tampoco está allí. Y busca en todos los bolsillos. Nada. Entonces hace un gesto de ópera seria, y lanza un gruñido, que es una maldición. iA quién maldice este hombre? ¿A las estrellas? iA la luna? Los puños de este hombre se cierran como los de un ser trágico. Este hombre parece que está en un drama que se titula «La sangre del inocente», o «El puñal de la venganza». El hombre pasea agitadamente delante de su casa. El momento es inefable, es uno de .csos momentos que vemos en las óperas, anks JE:los concertantes. El hombre no se decide a marcharse. El quiere entrar a la fuerza en SUcasa. Por su cabeza cruzan las más incendiarias ideas, los’ más furibundos anatemas. ¿Cómo es posible que se olvidara de la llave? iEl; él que no se ha olvidado nunca! Y se hunde en el chaleco, 1~s dedos de las manos, como si quisiera rasgarse el corazón. La frase definitiva no surge, sin embargo. Hace falta una frase, que viene apocalíptica en la noche, para coronar este gesto del homhre que ha olvidado su llave. Se detiene otra vez en la puerta. Mira por el ojo de la cerradura. iQué quiere ver este hombre por este ojo? ¿QuC raz6n hay para que mire si no verá nada? Estos detalles absurdos, injustificados, son características de los hombres furiosos. Un hombre furioso que olvide su llave, es capaz de meter por la cerradura un pañuelo para abrir la puerta. El hombre torna a pasearse, y escupe, y murmura unas palabras ordinarias de mozo de cordel. Y patea en la acera y empuja la puerta; y vuelve a mirar por el ojo de la cerradura. Y por fin saca el reloj y ve que son las cuatro de la madrugada. La mujer duerme, los niños duermen... El hombre, por un instante, duda si dar un aldabonazo o no. Si golpea la puerta se despertarán los niños, ipero qué culpa tiene él de que se le olvide la llave? iPuede disponer de su memoria como si fuera de su maleta? No, no. Si los niños se despiertan... ique se despierten! El toca. Y con todo el brío de un guerrero la emprende a puñetazos y puntapiés con la puerta. Pero todos en la casa siguen durmiendo tranquilamente.. . Y entonces se pone a dar gritos y cuando ya está ronco y fatigado dice: -iIdiotas! iIdiotas! La señora SC:asuma. Y el hombre la emprende agresivamente con la señora. -iOyes tú, pedazo de babieca, «que.estás durmiendo» . . .? iSiempre estás durmiendo!. . . K.1 163 ES UNA GRAN PERSONA ¿Quien es una gran persona ? Todos son grandes personas. Nosotros estamos sentados delante de un mostrador, o delante de una mesa de café y llega un amigo. Este amigo está contrariado porque otro amigo no le ha hecho un favor y nos dice: -iCaray! Este hombre es un punto.. .- Y nosotros respondemos: -Sí, sí es un punto. Y el amigo atíade: -Es una gran persona... pero es un punto. Y nosotros seguimos creyendo lo mismo que nuestro amigo: -Sí, es un punto pero una gran persona. ¿Cómo es posible que este hombre pueda ser una gran persona y un gran punto? Todos los ciudadanos aquí, son de esta metafísica manera. De pronto oís: -jEste don Juan, este don Juan,. . las cosas de este don Juan! iEs una gran persona, pero es una ficha! Y entonces os quedais estupefactos, como ante un abismo, como ante un arcano... El misterio psíquico de aquel hombre os desconcierta. Le veis la cara: está compungido. Pero compungido por fuera. Ese hombre finge. Mas está compungido también por dentro. Primero es una ficha, después es una gran persona. . . Le volvéis a mirar la cara. El gesto es de ladino, mas no creáis que este hombre es ladino. Es una gran persona. Por dentro es una gran persona, aunque su faz revele maldad. Sin embargo, puede no fingir el gesto, puede ese gesto ser sincero, y entonces el hombre, a juzgar por su gesto es ladino. Pero, como es una gran perso.na, no es ladino, no lo es. Don Juan, es este hombre complicado. Hoy ha hecho un negocio, un negocio de esos que llaman bonitos. Don Juan ha llegado a ver al señor que le ha proporcionado ‘ese negocio. Llega y le-tiqe. -iHombre, hay una pequeña diferencia! -Y el señor le responde: -No lo creo. Y don Juan insiste. Por fin, no muy convencido el socio, acepta la diferencia de don Juan. Y cuando don Juan se marcha el señor se queda con su socio sonriendo: -Este don Juan es un punto. El socio contesta: -Un filipino.. . Pero es una gran persona. . . punto F-1 166 CRONICA DE LA NOCHE Vamos camino cn una taltana del puerto. Es algo tarde. Vamos a despedir a’un amigo y tememos no llegar a tiempo. Durante el trayecto nos acompaña, nos adormece un confuso diálogo del tartanero con el caballo. ¿De que hablarán’? Por el tono de la conversación parecen que están enfadados. Por lo menos el del pescante. Oímos. -iCaballo! iNo tropieces, no seas animal! Esto último lo encontramos injusto. iCómo quiere que sea un caballo y no sea un animal? Seguimos oyendo. -iCaballo! iV&e derecho, no mires las personas que pasan! icaballo! El diálogo continúa en estos términos. Nosotros miramos disimuladamente la cara del tartanero. La expresión es plácida, amical. No comprende que el caballo mire a los transeúntes, ni siquiera a los conocidos. El saluda, en cambio, a todos los serenos de la carretera. -iCaballo! iQue te voy a dar un latigazo! Y se lo da, iHombre, no! Se lo da usted cuando le avisa. El caballo así lo com rende y golpea la madera con el rabo. Las casas de la carretera se Ean cerrado ya. De vez en cuando, alguna tienda abierta envuelve en luz un charco, un trozo de acera. -iCaballo! iNo te pares! iQuieres ron? El caballo no quiere ron. Quiere pararse solamente, pues está cansado. -iCaballo! iQue te pego! Y le vuelve a pegar. iYa es demasiado! Le ha engañado usted por segunda vez. -Tartanero, pare usted. Dt usted la vuelta y no vuelva a dirigirse al caballo. No despedir4 a mi amigo. . . iC6mo vuela el caballo camino de la cuadra! PI EL NEGOCIO DE CEBOLLAS Este hombre nervioso, agitado, que atraviesa a grandes pasos la calle de Triana, es un hombre terrible. El os llamará y os’.lanzará unas palabras llenas de emoción y de esperanza. Este hombre lleva en la mano un diminuto lápiz, y el sombrero echado hacia atrás, como indicando que suda su cabeza por prcocupacioncs y cblculos. Este hombre muestra la planicie de su frente con gentil arrogancia; de cuando en vez se da una palmada en la expresada frente, como si volviera un recuerdo interesante o hallara la clave de un negocio 167 õ das y pacientes guías. Esta sencilla reducción de los gastos municipales ha obligado a alterar el metódico plan de vida de estos graves caballeros de la orden del percal. El misterio sonoroso de la noche los ha replegado a sus posesiones una hora antes de la acostumbrada -hora que ganamos los que, de cuando en vez, paseamos nuestras inquietudes, como una custodia espiritual, bajo el terso palio de estas noches de la tierra canaria. ‘Cl CRONICA DE LA NOCHE Esra es la calle del grillo. Existe la calle del pilar, la del sereno, la del novio, la de la taberna. Esta, nuestra calle, es la del grillo. Y nuestro grillo no es un grillo vulgar. Vive en una alcantarilla, debajo de los barrotes de hierro húmedos y mohosos. Por debajo corre el agua, los desperdicios, mucho papel y mucho trapo, pero sobre todo, agua y más agua. Nuestro grillo debe padecer de reúma. En las noches de verano, el lirismo de ese grillo entretiene a las cucarachas insnmnes. Nuestro grillo es un sentimental. No tiene novia y las cucarachas, la verdad, son un poco plebeyas. Caminan arrastrándose, sin flexibilidad y para eolmo de desgracia, no cantan nada, no gritan bajo la luna. El grillo con la cucaracha no podría formar dueto. Serla un matrimonio sin armonía musical.’ El grillo lo sabe. Ej grillo está triste. Busca su grilla y no la encuentra. Esta noche de invierno hemos sorprendido un canto, sin lirismo, despreciativo. ¿Que sucedió a nuestro amigo? Lo de siempre. Encontró la grilla y ioh, decepción! la grilla carecía de oído musical. Bajo la luna, bajo los hierros húmedos y mohosos, el agua sigue corriendo. EC. 170 LA BODA Hoy hemos visto desfilar una boda. La novia estaba emocionada; el novio tenfa un aire de presunción ridiculo. Parecía que era el primer hombre que se casaba en el mundo. El nos miraba sonriendo con suficiencia, como diciéndonos: -«Ved, yo acabo de hacer una cosa única, nadie ha sido capaz de hacer esta cosa». La novia marchaba convencida de que aquel hombre que iba a su lado era su ideal. El hombre creía que la mujer estaba enamorada de sus ojos, de su figura. «Esta mujer no ha podido enamorarse de otro hombre. Yo he sido el sueño de esta mujer. Soy un hombre feliz. » La madre de la novia, que ha sido la madrina, está también satisfecha. Este hombre es un gran partido. Su hija no ha podido hallar un hombre más a propósito. Todas estas mujeres, todos estos hombres, todas estas madres, creen siempre, el mismo dia de la boda, que sus anhelos están cumplidos, que no hay nadie en el mundo que haya acertado como ellos. Los amigos, los invitados a la boda, creen asimismo que es una suerte la. boda: la mujer es una buena muchacha, el novio es un excelente muchacho -harán una gran pareja-, y la madre y el padre merecen que su hija sea feliz, porque generalmente, es una buena familia. Por eso, los amigos dan enhorabuenas. Cuando la pareja esta bendecida por el presbítero, todo el mundo estrecha las manos de la novia y golpea suavemente el omóplato del contrayente. -«Sea enhorabuena, sea enhorabuena.» iPor qué estos hombres dan la enhorabuena a una pareja que se une si no saben qué grado de felicidad o de desdicha va a caberles? Nosotros tenemos una amiga bella, resignada y piadosa; esta amiga está casada hace diez años; tiene unos gentiles hijos. Nosotros, cuando esta amiga contrajo nupcias, le hemos estrechado su mano y le hemos dich?: *Maria, María sea enhorabuena, le felici- tamos a usted.» Y esta amiga ha sido golpeada durante los diez años por su esposo. El esposo es un cocodrilo miserable. Cuando se ca& sonrela satisfecho, también crey que él ~610 hada aquella cosa de casarse, pero después maltrató a la amable muchacha que no habrá olvidado nuestra irónica felicitación. -Estas enhorabuenas son inoportunas. Las enhorabuenas deben darse cuando los esposos hayan pasado su vida tranquilamente, felizmente, cuando tengan las cabezas blancas, plateadas. Esta muchacha ue hoy se casa, lia casado en un automóvil por nuestra calle. Nos x a amenazado con su felicidàd; ha clavado su dicha sobre nosotros, mientras ha cogido fuertemente, apasionada; 171 La noche es cada vez más silenciosa. El burrito duerme en pie. $oñará como Platero? ~NO conocéis los sueños y las andanzas del burrillo andaluz que 11~6 itantas veces! a Juan Ramdn sobre el lomo?. . . Cuanta gente transita por la acera se enfurece porque el burro no se aparta de la puerta. La gente dirá que es un abuso què uti burrillo ocupe, impávido, el lugar que a ellas les corresponde. Pero él no hará caso y mañana, cuando amanezca, les devolver6 el odio con un pan caliente y blanco, el pan nuestro de cada día, que no han merecido comer nunca. [F. C.] EL SEÑOR QUE LLEGA Estáis una tarde en la terraza del Casino. Hay junto a vosotros varios’amigos, silenciosos. De pronto uno de ellos rompe el silencio. Y dice: -«Hombre , ¿cuándo viene Gregorio?» -Gregorio es un señor insignificante, anodino, pero es amigo de aquellos señores que están en la terraza. Todos lo conocen mucho. El se sienta, con ellos, algunas veces en la terraza. Gregorio está en Madrid. Gregorio ha dado un viaje. Y dar un viaje es para los amigus de la terrea suprema, la única idealidad. En la insula, el hombre que da un viaje es un hombre interesante, aunque sea anodino. El retorno es glorioso siempre. Los periódicos dicen que ha llegado nuestro querido y particular amigo; en los paseos se comenta la llegada de este hombre que no trae más que hongos y alguna pitillera moderna... El viajero apenas salta, se hace el distrafdo. Cuando él se vio enmedio de gente distinguida, allá, en Madrid, pensó que era demasiado demócrata y condescendiente, cn saludar a tanto señor insignificante... El hombre llega y espera en &ú casa uno, dos, tres dias las visitas y después va al Casino. -Hola Gregorio. ¿Ya vino? ¿Cómo le va? ¿Cómo dejó usted a esos Madriles? -le preguntan, encantados, sus compañeros de butaca. Gregorio sonrle y se sienta. -iQué vio Gregorio? -continúan preguntando los amigos-. Y Gregorio dice que vio a un tenor celebre y el Museo de Artillería. Añade que en Madrid cuesta cinco céntimos el tranvía y que en los almacenes de «El Aguila» cuestan dos pesetas los sombreros de paja. Los compañeros se quedan estupefactos con esta declaracibn de los sombreros de paja. iQué bien se vive, lejos de aquí! Gregorio, saca entonces su pitillera y todos a un tiempo quieren verla. ,¿D6nde la compró, Gregorio? Y Gregorio dice que en Madrid, 174 junto a la Puerta del Sol, en una tienda que está en la esquina de la calle Mayor. Los amigos se asombran de que Gregorio haya podido comprar una pitillera cerca de la Puerta del Sol, pero el asombro aumentará más tarde, cuando le oigan decir a Gregorio que aquellos calcetines violeta, que 61 luce, los compró en la Carrera de San Jerónimo, en una tienda que está más acá del Congreso de los .,Diputados. Gregorio es.un hombre dichoso, piensan los amigos. El se ha comprado unos calcetines en la Carrera, y un sombrero en la calle del Arenal. ¿Cómo podrían hacer ellos una cosa por el estilo?... El hombre que llega, en este caso Gregorio, es un hombre estúpido, pero él se cree un hombre inteligente. No vuelve a hacer un viaje en su vida pero este viaje le servirá para contar siempre la compra de su pitillera. Y cuando se hable de un tenor posterior a su viaje, él dirá que le oyó en Madrid cuando empezaba. Anoche hemos visto a Gregorio. Gregorio hace veinte años que’ estuvo en Madrid: él cada vez que a su viaje se refiere, rebaja un año. Ayer cuando hemos hablado con él nos habló de su viaje último, el que hizo hace dos anos. Nos enseñó nuevos calcetines, y una nueva pitillera y nos contó cómo cantaba un tenorcete celebre, que estuvo para venir a la ínsula. En el Casino admiran al hombre que llega. El hombre que llega es un héroe y un tonto. En k ímula admiran profundamente al hombre que viaja aunque sea exportador y el viaje lo haga entre las islas.. . [F. C.] LA ALPARGATA Nosotros tenemos un COLGANTE amigo alpargatero. Este amigo hznc. su establecimiento nutrido de alpargatas. Las alpargatas en la estancia, alineadas, puestas, parecen, vistas desde la acera de la calle, libros de pergamino. Nuestro amigo, el alpargatero, tiene todo el aire de un ciudadano del cuerpo de archiveros. Esta tienda está junto a la casa donde nosotros vivimos. Abrese al público a las siete de la mañana, casi siempre cuando nosotros atravesamos el umbral de nuestra puerta para dirigirnos al trabajo. Nuestro amigo lo primero que hace despu& de abrir la tienda y sacudir un poquito el polvo de la estantería y el mostrador, es colocar, en una percha que está sobre la puerta, una enorme alpargata rellena de paja. Esta alpargata, que está todo el día meneán175 dose, como un péndulo, por el aire, quiere decir a los transeúntes, que allí en aquel sitio hay una tienda de alpargatas. Si no fuera esta alpargata máxima, el transeúnte no podria saber qué artículos se venderfan en la tienda. Ya’hemos dicho que las alpargatas en los estantes se asemejan a una colección de infolios. La alpargata es un calzado sentimental. Hay unas lindas mu- chachitas, amigas nuestras, que llevan alpargatas blancas: Las medias negras y las alpargatas limpias, cuidadas, dan a la pierna de estas muchachitas una suavidad sensual encantadora. Los pies de estas amigas perderían, todo su encanto, con unos zapatos de terciopelo negro o con unas botas de charol ,burguCs... Estas amigas, cultivan su alpargata como exig~~üb~n que cultivemos nuestro artista. Ellas se deslizan por las calles como si llevaran unas chinelas de seda y de plata. Han puesto todo su espíritu en acariciar el andar de sus piececitos, y la blandura de sus pisadas parece que está sobre nuestras manos. Las manos sienten una furiosa nostalgia de dormir sobre los pies limpios, humildes, sanos... Nuestro amigo el alpargatero, sólo por el hecho de vender alpargatas para estas muchachitas, merece una cruz, un diploma áureo. La enorme alpargata anunciadora es un elogio hiperbólico de estos calzos sencillos que llevan las obreras amigas. Es el horizonte de la calle. ¿Lc placería al lector que hicicramos una loa poética de esta alpargata colosal, antes de concluir estas líneas? Sí, el lector estará conforme. Vamos a hacer esta loa: -jOh, desmesurada alpargata rellena de paja o de trapos, que aún no hemos podido penetrar en el fondo! Nosotros te amamos, porque tú eres la solución de 10s pobrecitos pies descalzos; tú... eres la resignación, el blando pudor de las muchachitas humildes. Tú nos anuncias que dentro de la tienda hay más alpargatas para todos los pies y lo gustos. Eres el comentario ingenioso del alpargatero.. . PCndulo pintoresco. . . Hay quien sueña, de lejos, que eres un jamón enfundado. F- C.1 176 CRONICA DE LA NOCHE Hay un lugar dc esparcimiento nocturno y económico; cl muelle de San Telmo. Sus bancos son de día de un tipo ordinario y municipal. Nos llenarían, sin embargo, de más comodidad unas butacas en estas noches y en este lugar. Es en estos bancos donde nuestra horterfa desenvuelve torpemente la página de sus ritos. Muchas noches se ven desfilar unos torpes bultos bajo una mezquina luz; son los báquicos consumidores del castizo ron. Ahora se pone al ron «bitter», que es amargo, en alemán, para mayor claridad. Las jumeras no han amenguado, como pudiera creerse. Son las, mismas de que nos hablara en lentos compases el maestro Tejera. Hay un adelanto, aunque literario, en la manera de verificar estas zarabandas. Se cantan cuplés alusivos a la luna; se elevan los horteras las manos a sus pechos y dicen: E-ra un cla-ro de lu-na. .. Ven luna acá y otras menudencias. Claro que la buena señora queda impávida, sefialándonos con sus cuernecillos, mientra azota nuestras carnes un viento que muge como un toro. [R. R.] CRONICA DE LA NOCHE s Hay cerca de nuestra calle una ventana sentimental. Nosotros la llamamos así, porque está iluminada, y una ventana iluminada siempre será una cosa poetica a pesar del álgebra y mientras existan esos espíritus delicados y horteriles que llaman vates. Nosotros, a fuerza de silencio y de soledad, nos hemos tornado también un poco alados y contemplamos esta ventana iluminada y solitaria con arrobamiento casi místico. La ventana está iluminada toda la noche. Eu la ln.&itaG5n debe trabajar alguien en trabajos intelectuales. A veces sentimos un rumor ligero, como de pluma sobre cuartillas. La ventana es la interrogación de nuestra alma después que se corrigen las pruebas. ¿Quién velará en este cuarto? ¿Quién es el artista que labora todas las noches en silencio en esta habitación iluminada? Nosotros hemos visto salir de la casa a un hombre pequeñito que parece un taburete. iSerá este hombre, el artista? LMúsico? ¿Poeta? Es un hombre de cuarenta anos: apenas en su rostro se adivina esa mentalidad, que la luz de la habitación hace sospechar. $erá éste el que labora ? ~0 será acaso el padre? No sabemos nada. Mas la ventana iluminada aumenta cada instante nuestra fantasía. ¿Por 177 50 qué estará abierta la ventana toda la noche, y la habitacibn con luz siempre, y con una luz estridente, abundante, cien bujías, lo menos? Todas estas pequeñas reflexiones nos hacíamos días pasados, La ventana, la luz, y ese posible artista habían constituido nuestra nhsesi6n. Y anoche .hemos descubierto la verdad, que aparecía en- vuelta entre tanto misterio. Hemos subido a la azotea, hemos saltado varias azoteas vecinas, y por fin hemos llegado frente a la ventana. Desde nuestro mirador se divisaba toda la habitación. Era un dormitorio. Allí no trabajaba nadie; ningún artista laboraba en dramas o poemas. Sólo un señor gordo, en su lecho. ventrudo, dormía reposadamente, beatíficamente ¿Por qué dormía este señor tan tranquilo con la luz encendida? Es un señor pobre, el mobiliario de su dormitorio nos dice que es pobre. ¿Y cómo él no piensa que es demasiada luz la de su cuarto y que esta luz le va a costar mucho dinero? iAh! Este señor ha hecho una trampa en el contador. Este señor, aunque tenga encendida la luz toda la noche, no pagará más que muy poco dinero:El duerme tan sereno, sin acordarse de apagar la luz porque el contador no camina. Nosotros hemos soñado con un artista, y la cosa de la ventana iluminada era una cosa de prosa. Vosotros, jóvenes sentimentales que veis en la noche las ventanas iluminadas, sabed esta verdad terrible. Todas las ventanas que enseñen la luz de las habitaciones hasta las altas horas, son una pura mentira. No hay mujeres románticas que èsperan, no hay artistas que laboran. Es que, como hay trampa en la luz, los dueños isleños, frescos como no hay otros, se quedan dormidos sin cuidarse de disimular la trampa cerrando las hojas o apagando la luz a tiempo. [G. A.] CRONTCA DE LA NOCHE Cuando ya no quedaba luz en la ciudad, hemos visto una proce- sión diminuta, con unos santos pequeñitos. Una procesión inusita- da, pues hoy no marcaba el calendario ningún santo de relieve, para estas procesiones. La ciudad estaba a oscuras. Las luces que alumbraban la proce- sión iban en la misma procesión. Poco después se encendieron las lamparillas eléctricas de las esquinas. 178 Nosotros, maquinalmente, echamos a andar detrás de estos tronos rameados y dimos al fin con una iglesia tan pequeña como los santos. Era una ernita celebre. Allf or6 Cristóbal Colón un día. cuando fue en busca del Nuevo Mundo. En aquella ermita se celebraba una novena a un santo: San Rafael. San Rafael que fue un amable pescador. Vosotros podkis verlo con un pescadito de plata en la mano. Este pescadito se lo ha puesto el escultor para que los fieles no olviden el humilde oficio del Arcángel. En la ermita peroraba un cura. Este cura hablara seguramente -pensamos nosotros en la calle- del Santo. Todos los nueve curas hablarán del Santo. ¿Y qué van a decir de este pobre pescador nueve hombres, todas las noches? Si el primero cuenta la historia de aquel pescado de plata ¿qué dejará para los otros? -No, no -dice a nuestro lado un amigo- estos curas no hablan del Santo. Ellos hablan de otras cosas. Por ejemplo, uno hablará de la virtud, otro hablará del vicio, otro dirá que los revolucionarios son unos hombres terribles. Citarán a Lutero, mas no dirán que fue alemán, sino frances. Sí, dirán esto, pues los fieles no estarán muy católicos, a pesar de su catolicismo, en historia. Y otro cura dirá que la educación de la mujer es un problema. El problema de la educación. ¿Habéis oído vosotros nada más tremendo que esto del problema de la educación? El novenario al Santo del pescadito es un pretexto. En el público no se contará la suave, la sentimental historia del pescador sagrado. Los curas hablarán de los vicios de los hombres y del abismo de la incredulidad; y del pobrecito santo, que iluminado profusamente en su trono ofrece aquel pez de plata más grande que su figura, nadie se acordará... Nosotros, desde la calle, vemos brillar el modesto pescadito de plata, y oímos la terrible, la atronadora, la apocalíptica voz del clérigo que dice: -Hermanos, en la conciencia de los hombres se ha metido el diablo.. . [M. M.] CRONICA DE LA NOCHE El campanero de una iglesia se ha despertado súbitamente. iEs asi? Hemos oído que una campana da un sonido de repente y se calla. Son las dos de la madrugada. Nosotros sospechamos que este campanero duerme, quizas, con la mano en la cuerda de la campana, y que este sonido súbito ha obedecido a un movimiento de la mano dormida. 179 Pero... ¿No será una seña? Anoche sonó tambiCn la campana, anteanoche sonó. Acáso suena todas las noches. ¿Tendrá el campanero una cita amorosa, y llamará, de este modo al amor, o será una bruja la que ha hecho sonar la campana? En todas estas iglesias modestas de provincia, a media noche, suena una campana, que parece no tocar nadie. Es el sonido mis emocional de la noche. Nosotros andamos silenciosamente; hay luna en el cielo, el viento está dormido. De pronto nos paramos. Una sombra atraviesa enfrente nuestro. Y en la iglesia cercana la campana suena débilmente, como un suspiro.. . iQuién ha hecho sonar esta campana? El campanero no duerme con la mano en la cuerda, el campanero no tiene citas de amor. LEsta campana la ha hecho sonar esta sombra que ha pasado cerca de nosotros? Un murciélago cruza entonces y se pierde por los ojos del campanario. Al poco rato la campana vuelve a sonar. . . [M. M.] ; CkONICA m DE LA NOCHE La ooblación se va a auedar a oscuras dentro de unos días, porque’no hay carbón -diCe un amigo del Parque.- iCalcule usted cómo va a quedar esto! Y otro amigo lc responde: -Estoy deseando que no haya luz para salir desde las ocho de la noche y pasearme tranquilamente. No sabe usted el mal efecto que me hace encontrarme por ahí acabado de cenar con un significado aliadófilo. Y esto le extrañará a usted, siendo yo aliadófilo también, pero es que yo no creo más que en mi aliadofilia. Todos los que se titulan así son germanófilos sin saberlo. Como Mr. Jourdain hablaba su prosa. Crea usted amigo mío. No hay mal que por bien no venga. La población a oscuras ser8 una delicia. La gente tiene terror a la oscuridad pero es que necesitan las luces de fuera para alumbrarse por dentro. Debe ser para ellos espantoso encontrarse sin luz en mitad de la calle de Triana. La sensación debe ser la misma del ,que se muere, que ve que se le apagan a un tiempo mismo todas las luces: las de los ojos y las del alma. Cuando no haya luz, irá usted serenamente, pacíficamente; le parecerá a usted todas las horas, madrugada. Una madrugada interminable. Esa hora infinita y pura, de hondo silencio, cuando puede usted acordar cl ritmo de su corazón con el de las estrellas. ¿No ha oído el rumor sideral en la alta noche? Un amigo mío, gran aficionado a la imagen, me contaba una vez que él oía a las estre180 llas, y que el sonido era igual al de los relojes de una relojería a media noche. ¿No ha pasado usted por una relojería a estas horas? Usted acerca el oído a la puerta y oirá dentro un rumor sordo, misterioso, el rumor de los relojes que andan matemáticamente, porque una mano los acordó antes de cerrar. Yo no he oído jamás sonar así a las estrellas; pero sí sé que suenan, y a veces parece que suenan dentro de mi propio pecho. . . Pero no digamos palabras literarias. Volvamos al carbón. ¿De veras cree usted que es una desdicha la falta de luz? Este amigo hotentote que usted no puede evitar, por la ausencia de trenes y la separación del continente, no pasará a su lado, y si pasa, será de un modo completamente anónimo, menos que si pasara por sus mientes. Y es inevitable el paisanaje. La población es reducida, el patio de vecindad demasiado estrecho. Aunque usted viva en la buhardilla, como un sabio o un mixtificador no podrá evitar la ordinariez gramatical de las porteras del patio. Créame usted. La reorganización del partido liberal, los secretos y las sorpresas que don Juan Melián traiga para estos hombres, los cuplets de Ursula López, no valen nada, absolutamente nada, en comparación al infinito bienestar, o la deliciosa ventura que nos traerá pronto la falta de carbón. Si yo fuera un hombre literario, un pequeño hombre culto, le dirfa a usted: «Amigo mío: iRecuerda, lo que dijo Juan Wnlfgang Goethe, cuando moría? El dijo: -iLuz, más luz! Noso- tros, si fuéramos todavía discretos, torceríamos esta noble exclamación del gentil poeta y diríamos: -iQue apaguen todas las luces pronto! 1Que apaguen m6s luces todavía! 1Un momento.. .! Queremos pasear tranquilamente.. . !» [M. M.] CRONICA DE LA NOCHE Nosotros hemos ido al Trompo. El Trompo es un haiie. Mejor dicho un conjunto de bailes. Es un almacén enorme y abierto como un templo pagano, donde se baila exquisitamente. La gente le llama Trompo, y en verdad que es acertado el mote, Trompo, que da vueltas de una vertiginosa manera. Es un lugar apacible y modesto: un local para que las costureritas sentimentales bailen con los jóvenes estudiantes. Con un poco de imaginación, nos ponemos en la brasserie del Palace. El Trompo es el único refugio de la ciudad en el Invierno. Veamos, cómo es el sal6n del Trompo. Dijimos que era un almau%. Un almac& de placanos. Enorme, amplio, dividido en dos partes. En un lugar se ponen las mesas para las bebidas y en otro se baila. Una murga de tziganes toca desde el 181 cuplet de Ursula hasta el foxtrot. Predomina el metal. Claro, es una murga. Cuando nosotros hemos llegado. las lindas obreritas daban vueltas silenciosas. Don Felipe, el hombre de la cantina, sonríe amablemente. Don Felipe es un hombre agradable que contempla el espectáculo con cierta elegante filosofla del Segundo Imperio. El despacha SUS copas sin conmoverse, con una precisión algebraica. No pierde la cuenta, jamás. En el Trompo hay un letrero, suplicando al bailarín que deje el bastón en el guardarropa. El bastón y el abrigo. El bailarín deja todo eso, que lo recoge una señora morena y sevillana; que también sonríe como nuestro amigo don Felipe. La murga toca y un joven dependiente invita a una dama a bailar. Apenas este joven da una vuelta todos los demás jóvenes dependientes surgen con su pareja, Las parejas dkzestos distinguidos pollos ostentan unos peinados prerrafaélicos. Unas peinetas goyescas sujetan estos peinados. ¿Qui& ha peinado a estas muchachas sencillas, de tan aparatosa manera? ¿Por qué estas jóvenes obreras han acordado sus cabellos tan pintorescamente? Don Felipe nos dice que hay un concurso de peinados, con tres premios estupendos. Y nos enseña los premios: una caja de sándalo, seis pares de medias de seda y un jamón. No es broma. Y un jamón. Nosotros vamos a ser los jurados. Nosotros, los compañeros de La Crdnica. Y nos sentamos, Y extendemos un acta. Y cometemos el más inaudito de los atropellos. Los premios son adjudicados a tres lindas muchachas que querían sacárselos. Y nosotros saltamos por encima de la Ley y de los peinados que son bastante altos, para premiar parcialmente a las peinadas. La joven del jamón lo parte y nos invita. Hay,.un pequeño revuelo republicano en las demás bailarinas, pero nos imponemos como Sánchez Guerra. El movimiento es sofocado enseguida: -iPuede el baile continuar! Todos los miércoles, todos los sábados y los domingos ha Trompo. El barrio latino de la Portada (Quartier latin) se descueYga en peso en el salón del Trompo. A las dos de la mañana el salón es m8s Trompo, a las cuatro más Trompo todavía, un trompo de colores -las faldas y las blusas- que a las seis de la mañana se extiende hasta la churrería de la Plaza del Mercado. Todo el mundo se divierte menos don Felipe que sonríe. Don Felipe es como el destino inexorable en medio de aquel turbulento danzar. Y la señora morena y sevillana del guardarropa, sobre el mostrador de un departamento con los brdrus cxuzados CWIO si estuviera en un balcón asomada, contempla con desconsuelo infinito a un ciudadano que no se ha quitado el abrigo, y bebe en una 182 ; E 6 d i i m t 5 5 s i d E z ; ; E 50 mesa, silencioso, una copa de Kumel, al mismo tiempo con su bastoncillo de junco una columna del salón. queazota [M. M.] LAS BARBERIAS En esta pobre ínsula, tan falta de centros artísticos, y tan nutrida de tabernas y timbas mas o menos aristocráticas, los únicos lugares donde se rinde culto a las bellas manifestaciones del Arte y * se discuten apasionadamente los altos problemas de la patria, son las barberfas. Las barberfas, en la insula, son una especie de Ateneos populares, donde se discute de política y estetica a la par que se os pela y afeita como en cualquier peluquería de la Corte. Al entrar en uno de estos centros, lo primero que acaricia vuestra mirada son los retratos de los caudillos democráticos o monárquicos pegados de la pared, como estampas devotas, entre algunos lindos cromos de las bailarinas más afamadas. Y en un rincón, descansando tristemente de un fuerte ataque de rasgueos y punteados, la guitarra, la imprescindible compañera del maestro que ameniza sus ocios con los sentimentales acordes que de ella arranca. Para muchos el afeitarse y cortarse el pelo es una molestia inaguantable, insoportable; para mí, el entrar en una barbería a cumplir tan altos menesteres es un encanto, un puro deleite. En ellas siento pasar las horas ligeramente, lamentando lo efímero de sus giros, porque en ningún lado como en ellas, encuentro tantos atractivos, tantas pintorescas distracciones. Cuántas veces he tenido que aguardar ei turno tres o cuatro horas para ser restaurado, y jamás he proferido la más insignificante frase de protesta y enfado. Soy un ferviente y entusiasta devoto dc estos atcncos, aunque crea lo contrario algún malicioso lector.. Y no digo nada de los arenekas, los Fígaros ilustres. El maestro es de una sapiencia suma, y los mancebos... algo menos, aunque con más cabellera rizada. Desde que os descuidéis, mantienen en alto la navaja, escupen ruidosamente en el tablado, y os lanzan una perorata que las de Castelar, en sus tiempos, y las de Mella, en la actualidad, son vagos susurros líricos comparadas con ella. Os nombran todos los varones célebres del mundo, acontecimientos más ruidosos. las grandes solemnidades artísticas de la localidad, cuando el teatro viejo y la Filarmónica; os hablan de Víctor Hugo y Robespierre, de Danton y Melquíades Alvarez, de la Caligari y María Barrientos; y no tiene nada de particular, que antes 183 de terminar nuestro afeitado, suelten la navaja y empuñen la vihuela para recordar cierto pasaje de Puccini o Donizetti. Yo quisiera que cualquier europeo desapasionado, un ciudada- no que no estuviera influido por la aletargante maleficencia del ambiente, se percatase de ello; él me daría la razón y veria que en esta tierra, a pesar de don Agustín y de don Juan y dc todas las calamidades que en ella nacen y medran, hay algo digno de elogio, algo que no es del todo vulgar y prosaico. Y este algo, son las barberías, los ateneos insulares, donde se os dan lecciones de ciudadanía y de arte, y se os afeita y toma el pelo por media peseta. [M. M.] DIALOGOS Tienda VULGARES de ultramarinos en una de las principales calles de nues- tra ciudad. Don Bernabé, el dueño, sentado detrás del mostrador deletrea pacientemente los telegramas de una hojilla germanófila que se publica en la localidad, comentando sus informes con don Policarpo que le escucha atentamente. Dos o tres críos de don Bernabé se arrastran por el suelo y se encaraman sobre los sacos de cereales amontonados en el centro de la tienda. Al empezar el diálogo la radiación. solar intenta inundar la tienda de don Bernabé, el cual, discretamente, ha entornado un poco las puertas para evitar que el calor le merme los embutidos que cuelgan del techo. Don Bernabd, profético. -Le digo a usted, mi amigo, que cuando Gindemburgo se propone en una cosa, es tremendo. iUsted cree que haya alguien capaz de resistir una embestida preparada por este hombre? Acuérdese, que cuando acabe con todos los sol- dados de los frentes ha de empezar con nosotros, los españoliilos desgraciados, que no nos hemos querido convencer de que Alemania es la primera nación del mundo, y. el Kaiser el hombre de m6s bemoles, y el Kronsprinz el de más estrategia.. . Y crea usted que me alegraría, para que se fastidiaran esos aliadillos bobos que se fían de los Lerrouces y demás zurriburris que andan por ahí. . . Don Policarpo, asintiendo. -Tiene usted razón, don Bernabé. La culpa de nuestras desgracias futuras la vamos a tener nosotros mismos. Don Bernabé. -iPues ya lo creo, hombre!.. . En la tienda entra un rapaz sucio y descalzo que grita, mientras golpea el mostrador: iA despachar! Don Bernabé, sin moverse. iVoy! (A don Policarpo). Si yo fuera Gobierno haría con los que escriben 184 y peroran en contra de los alemanes tan fuerte escarmien- to, que se hablan de acordar de mi hasta más al16 del Juicio Final.. . Y luego dicen y critican de Sánchez Guerra, jel mejor gobernante que tenemos!, porque quiso meter en collera a los revnltonon que pretendían descoronar al rey para irse a favor de Inglaterra y Francia.. . El rapaz, golpeando de nuevo sobre el mostrador: -iA despachar! Don Bernabé, colérico -iVoy, reconcio!... ¿Que tienes prisa? El rapaz. -Me dijo mi madre que me despachara pronto y que fuera enseguida. Don BernabC. -Pues a tu madre que se aguarde. iPues no faltaba más!. . . Y dígame, don Policarpo, icree usted que los ingleses y franceses podrían resistir esta nueva embestida que se les prepara?. . . Don Policarpo, moviendo la testa filosóficamente. -No sé, don Bernabé.. . Aquello de Verdún es cosa para hacer dudar del éxito de esta nueva empresa. Don Bernabé. -Pues yo apostaría una corrida y la cena para cuatro amigos, a que desde que los alemanes hagan tantito así pu lame, los anglo-franceses se salen escafiriendo. Don Policarpo. -Puede ser. .. El rapaz, impaciente. -Cristiano, ¿que no me despacha?... Don Bernabé, por fin, se levanta, se hurga una oreja con el dedo meñique y despacha al muchacho que sale corriendo. Después vuelve ceremoniosamente a ocupar su silla gestatoria. Cuando va a proseguir el dialogo entra en la tienda un nuevo personaje, un señor enjuto y amarillo, cuya vida es casi un misterio en la población para las personas que se acuestan temprano y no frecuentan los casinos y demás sitios de recreo. Dicho personaje entra precipitadamente y con el rostro henchido de una singular alegría. El señor amarillo -iNo sahen ustedes 10 que pasa?... Don Bernabé y don Policarpo, simultáneamente: -iQué? El señor amarillo. -Que los rusos piden la paz.. . que los italianos dicen que ya no seguirán luchando porque se les acabó el carbón, y que en España se está preparando la gorda para echar a los ingleses de Gibraltar!. . . Don Bernabé. -¿Pero es cierto?. . . El señor amarillo. -iPues ya lo creo! iComo que me lo acaban de decir ahora mismito en la Plazuela! Don Bernabé, asombrado y radiante de júbilo: -i iHia contra!! El señor amarillo. -iNo se lo decía yo a ustedes? iSi tenía que ser!... Don Bernabé. -Sí, hombre. Si no podía ser de otra manera... 185 ; E 6 d i i m t 5 5 s i d E z ! d ; E 50 Aquf le hablaba yo a don Policarpo de la próxima ofensiva de los alemanes en Francia y de todas las cosas que tienen que suceder. iClaro!... ;Qué se le encapar5 a uno que hà pasado el charco más de cuatro veces! El señor amarillo: Ya era tiempo de que esta llegara... iCómo la van a pagar tod& juntas!.. . Don Policarpo, incrédulo. -Pero sin embargo... yo dudo. Esas noticias lanzadas así, a la buena de Dios, generalmente no suelen ser ciertas. Ya que que la hojilla no dice nada... El señor amarillo. -iPero si esto es un telegrama secreto que ha recibido la colonia alemana, y no la saben sino unas cuantas personas! Don Policarpo. Siendo así, como usted dice... Don Bernabé. -Pues yo lo creo. . . [M. M.] IDEALES INSULARES Cuando un ciudadano de la ínsula siente deseos de significarse públicamente, de hacer patente su personalidad en las altas esferas pollticas o sociales, o se hace cantante de meladlas italianas, si sus condiciones físicas se lo permiten, o se hace periodista. Estos son los dos derroteros que los insulares creen más oportunos y fáciles para obtener la realización de sus deseos. Si hechos los consabidos gorgoritos la voz surge y el oído no falla, ya es seguro que el dfa menos pensado vemos en un programita de la velada que la sociedad tal celebrará en sus salones el dfa cual, con motivo de la festividad del patrono del barrio, un alarmante debut del joven tenor señor X, que la noche del sacrificio se presenta a la distinguida concurrencia, estrenando un frac prestado, para cosechar popularidad y aplausos con un «Vorrei ,morire>P lleno de calderones interminables y temblorosos, como unos malos deseos duramente reprimidos. Y si por el contrario, la voz falta y el oído no aparece, como ocurre generalmente, entonces... no hay remedio: la decisión es rápida y terminante, el insular se hace periodista. Y ya se sabe, para ser periodista en la ínsula, no se requiere condiciones especiales, ni casi sentido común. Basta un poco de voluntad y algo de habilidad para aparentar lo que en absoluto no existe: talento. Un insular periodista (que no es lo mismo que un periodista insular) es lo más original y divertido que produce la Barataria, aparte de los germanófilos. Es algo así como un paquidermo haciendo juegos malabares o un obelisco razonando. El insular im186 provisado periodista es perito en todo y de todo escribe y comenta. No hay asunto diffcil ni problema complicado, que Cl no solvente, o pretenda solventar, con la lógica de su pluma y la excelsitud de su claro intelecto. Porque una de las cosas que el improvisado periodista ha de hacer saber a sus innúmeros lectores, desde que entra en estas lides, es su excepcional criterio para tratar de todos los asuntos y la admirable precisión con que vierte sus conceptos. Y además de todo esto, sus espléndidas crónicas de football, sus acertadas reseñas de los teatros y circos, sus críticas lapidarias de arte, y sus inefables decires a la chica de sus agrados, al dar cuenta de su salud o al describir la reunión en la casa de la señora potentada que celebra su fiesta onomástica. Esto en lo que se refiere al periodista moderado, al consccucn- te con el partido del orden y la tradición. Del otro, del que ingresa en los papeles de la oposición, del que sale a la palestra a desfacer entuertos o a aquilatar voluntades en las grandes y sagradas con- tiendas de la civilización y el progreso, de ése... vale más no decir nada. Nuestra crónica se haría interminable y el tiempo apremia. Estos son, a nuestro entender, los principales ideales de los insulares que anhelan la popularidad y significación en la vida social: cantar melodías de Tosti en las veladas y conciertos, si las, .condiciones responden, o hacerse periodista. De todas maneras,. tenores o periodistas, todos ellos cuentan con nuestra simpatía, con nuestra benévola amistad. Ellos contribuyen indistintamente a. suavizarnos las horas ásperas de irritabilidad gástrica con sus pintorescos modos, y a despojarnos, a veces, de esta aplastante melancolía que nos da el aislamiento. [M. M.] CRONICA DE LA NOCHE De pronto, esta calle silenciosa se llena de rumores de gentes que pasan. Acaba de oscurecer. La gente es la que sale de un juicio por jurados. Cincuenta o sesenta Maestros Fulanos, que ahora no tienen trabajo, y que se vienen a pasar las horas en los juicios, vestidos con la limpia ropa de los domingos. La gente de los juicios es la mas característica de la ciudad. Son individuos que aman las cosas truculentas, que admiran a los abogados dcfcnsorcs y que dieen euhl dc cllos cs cl mejor, sicmprc que oyen a alguno. Un juicio, trae a la memoria varios juicios anteriores. Hay ciudadanos de éstos que coleccionan juicios, como sellos o monedas antiguas. Hay el inteligente en juicios, o sea el más 187 juicioso. Maestro Fulano se gozó el juicio ,Tal, y por eso él tendrá que opinar mas acertadamente que otro cualquiera. Estos sencillos y pcrczosos maestros dc la ínsula, serán los únicos que sabrSn prc- sentarse bien en el Juicio Final. La otra tarde observamos a uno en su banco. Estaba con las piernas cruzadas y sentado sobre ellas; la boca abierta en asombro, recogiendo, como si fueran moscas, las palabras del Defensor. Era Maestro Fulano el zapatero. Toda su ambición se estrellaba en la vana oratoria de aquel venerable Letrado que decía cosas, cosas, cosas;;. solamente para Maestro Fulano. Y nosotros pensábamos, mientras veíamos a nuestro amigo el zapatero: ¿si este hombre, tal como está construido psíquicamente lo trasladaran al Sill6n del Ministerio público, podrfa sobreponer la justicia a la admiración.que este Defensor le inspira? 1Oh Maestro Fulano hubiera querido ser Defensor, como don Ramón del Valle Inclán quería ser Fundador! Pero Maestro Fulano se quedará en zapatero, y sólo asistirá a los jui{ios como un modesto dilettanti. En el grupo que esta noche ha revuelto nuestra pacífica calle, iba, en primer término, presidiendo la manifestación, Maestro Fu-lano. Los demás oirán, atentos. Maestro Fulano decía: «He sacado la convicción.. . Tengo la convicción.. . Yo a ser el Fiscal. ..» [M. EL HOMBRE M.] ACTIVO ¿Quién que haya transitado con alguna frecuencia por las calles de nuestra ciudad, no ha tropezado algún día treinta veces con un hombre jadeante, que con unos papeles bajo el brazo y un cigarrillo entre los dedos recorrc las calles en todas direcciones, como si cumpliera algún designio fatal, o buscara las huellas de un crimen misterioso y oculto?’ Este hombre’ es- el hombre activo, el hombre diligente, todo temperamento y energía, que en una hora oportuna serla capaz de remontarse al sol para arrancarle sus llamas y convertirlas en puñado de oro. Siempre le encontraréis apurado, sudoroso, anhelante; su energfa dinámica no le deja gustar el reposo de los divanes, ni la charla, en los bancos de los paseos, con los pacificos ciudadanos, que se distraen hablando mal del prójimo o comentando graciosamente las últimas noticias de la guerra. Este hombre no se detiene nunca en la calle, ni. sabe lo que es quietud improductiva. El, desde que se levanta, traza su plan del dfa y necesariamente ha de cumplirlo. Desde las ocho de la mañana echa a andar el 188 motor de su actividad y no ha de pararlo hasta las diez, o las once de la noche, hora en que se deja caer en el lecho, completamente rendido, como un cuerpo muerto. Y al día siguiente, lo mismu que el anterior, siempre el mismo ajetreo e idéntica actividad, para rendirse a la noche en los brazos de Morfeo y levantarse después con mas expansiõn de energias vitales. Y así dias y meses y años, y el hombre sin detenerse nunca ni cesar nunca en sus constantes correrías callejeras. Hombres como esos -dirCisson los que necesita España para reorganización, para su completo resurgimiento. Es verdad; pero... --en la ínsula todo tiene pero... Nosotros no creemos en la actividad del ciudadano insular, nosotros conocemos el intríngulis del ciudadano de acción en la ínsula. El hombre enérgico, en apariencias, el hombre diligente, el hombre activo en la ínsula, suele ser, generalmente, el hombre sin inteligencia, el hombre sin aptitudes mentales para el trabajo. Este hombre se da cuenta un día de su desgracia, de su completa nulidad, y siente vergüenza de sí mismo. Y adoptando un sistema de disimulo y engaño, se hace comisionista, que es lo más a propósito para aparentar diligencia y desarrollar actividades. Y decide echarse a la calle, con una lista de precios bajo el brazo, a visitar establecimientos y recorrer los barrios y callejones de la ínsula, más que con el interés del lucro pecuniario, con el afán de convencerse a sí mismo de que es un hombre activo, un hombre diligente y productivo. Y así le verCis, siempre, apurado, fatigado, con un constante ir y venir en codas direcciones, temiendo ser comprendido, si se detiene, de que él no sirve para nada, y que la actividad que aparenta es ~610 miedo al definitivo fracaso. Creemos, sí, que hombres activos, hombres diligentes, hombres dc acción, son los qur; necesita Espafia, y aún mãs nuestra ciudad, pero -siempre el mismo percon inteligencia, con absoluta claridad mental. Así seriamos grandes y libres y no nos veriamos en el peligro de ser otrecidos cualquier día en los insaciables mercad extranjeros, por algún gobernante comisionista, como produy 7os de farmacia o como objetos de bisuterfa. [M. M.] 189 CRONICA DE LA NOCHE De repente, a la una de la noche, suena en esta calle de Vegueta un aplauso cerrado. Y luego un rumor de voces humanas y unos vivas sueltos a no sabemos qué héroe desconocido. Nos asomamos a la ventana. Es una turba enorme que sale de la Audiencia. Preguntamos. Ha sido todo porque a una mujer condenada, la ha absuelto el Tribunal. La mujer mató a un hombre, pero lo mató defendiendo su honor. Por el honor se puede hacer todo en la vida. Hay una frase célebre que dice: Todo se ha perdido menos el honor. Luego este honor no hay que perderlo nunca, y defenderlo con los dientes si es preciso. Esta mujer defendió con un cuchillo su honor. Y el Jurado popular la absuelve. El Jurado atiende también a su honor ciudadano. Estos días han sido días de muchos juicios. De todos estos juicios han salido los procesados absueltos. Parece que todos han defendido su honor o su vida. La gente es buena. Todo el mundo es bueno. No obstante, nos dice Carlyle, si el mundo fuera bueno sería absolutamente inútil... El mundo parecerá malo a todo espíritu juvenil y lleno de fuego que entre txl 61 CUII un glan objetivo a la vista y una visión clara de la existencia. Pero es bueno, a pesar de todo. El Jurado como nosotros lo comprende así. Esto, hace honor al Jurado y a nosotros, quizas. El honor. Es lo más barato. Toda la gente tiene honor menos Don Pío Coronado. Don Pío se vio en un gran aprieto cuando don Rodrigo de Arista Potestad le preguntó por el honor. Don Pío creía que el honor son las condecoraciones:o alguna cosa del campo. Del campo del honor, a donde van los mentecatos a hacer unas cuantas piruetas teatrales. El honor es una cosa interesante. Se necesita no tener honor, para aceptar tal cosa -dicen los hombres sin honor de otros que tampoco lo tienen. El honor es algo así como el obispado de Sión. Una cosa sin diócesis fija. Existen muchas inscripciones relativas al honor, <<Todo por el honor». 4 todo honor%. «Presidentes de ho- nor». «Gloria y honor»... Esta última, si no recordamos mal, lo cantan en el concertante de Hernani. Pero en fin, el honor es y será siempre, cl como si dijéramos caballo de batalla de la socic- dad. Nos satisface que la gente no sea culpable de nada y que todos los que vayan a la cãrcel, vayan por cosas de honor. Estos aplausus de la turba tienen un alto sentido honorífico. Aplausos que hacen también honor a los dueños de las ardorosas manos. 190 Cuando la manifestación se disuelve nosotros nos retiramos de la ventana... iY lo que son las cosas del honor! Entra un amigo con un señor desconocido que resulta ser del gremio de alcoholes y ultramarinos y al hacer la presentación, todos dicen: -iTanto honor! [M. M.] CRONICA DE LA NOCHE Esta noche, de pronto, un vaho húmedo ha penetrado por la ventana abierta, como una ráfaga violenta, como si entrara toda la oscuridad y el silencio de la noche envuelto en ella. En la calle ha empezado a sonar un ruido sordo y persistente, pesado, como un mosconeo. Es la primera lluvia que ha llegado sin avisar y sin que se la esperara. Nos asomamos a darle la bienvenida y advertimos a la ciudad como medrosa y acurrucada bajo el manto espeso. La lluvia la sorprende aún en una pose veraniega; no ha tenido tiempo de prepararse a pensar que puede llover y el suceso descompasa, desbaiata y trastorna toda la vida en esta hora trágica. Mientras recogemos las primeras gotas, como una bendición, sobre la cara, nos acordamos de los amables amigos que reciben la sorpresa: el perro sarnoso y vagabundo que lavará las lanas esta noche y se espulgará mañana al sol voluptuosamente; el novio de la silla y la ventana alta, que hallábamos siempre estirando el cuello para oír a la amada, y que ve cortado el idilio inesperadamente; el deleitante de las reuniones del Parque que tiene que buscar la fronda protectora de un árbol, abandonando las sabrosas aproximaciones de la oscuridad. Una tartana pasa despacio, resbalando sobre los adoquines; el caballejo adelanta prudentemente y acompasadamente las patas,. en un sabio paso militar. Las tartanas tau valicutes COII la lluvia, tan decididas, tan desafiantes y tan locas, saltando los charcos y salpicando el lodo, parecen ahora amedrentadas. No han tenido tiempo de darse cuenta. El toldo de una tartana, como el cerebro de un peninsular, necesita tiempo para enterarse de las cosas. Mañana ya estarán en actitud de desafiar la lluvia de todo el invierno. La lluvia primeriza cae sobre la población como sobre una pizarra emborronada. Viene a dejarla como nueva y ha estado acechando el momento para lavarla por la fuerza. Mañana, cuando los ciudadanos precavidos esten bien enterados de que empieza a llover, sacarán sus impermeables y sus paraguas, y entonces será inú- ti1 el esfuerzo del agua salvadora. Pero este momento es de ella, que los perseguirá implacable, por todos los rincones, debajo de todos los árboles y dentro de todos los zaguanes, y les moiará la ropa, aunque pretendiendo en vano entrarles en el cuerpo para anegarles el alma con agua del cielo. La lluvia cae como sobre un terrón de azúcar que desaparezca con una lluvia de dos horas. Bienvenida sea la lluvia que desnuda a la ciudad y limpia las calles de gente y beneficia al perro sarnoso y vagabundo. [R. R.] EL *PROYECTO DEL PUENTE Cada uno de ustedes tendrá seguramente el proyecto de su puente. Hoy, el insular que no tenga un puente en proyecto, tio podrá ser patriota ni llegar mañana a las altas cumbres donde moran los patricios como don Fernando León. Tanto el ilustre como el modesto insular, el pr6cer como el plebeyo, han hecho a estas horas su pequeño proyecto de puente. Este puente es el nuevo puente de piedra que une la calle de Muro con la de Obispo Codina. Primero hemos derrumbado la casa de la esquina. Cada día empujábamos un poquito de la casa con nuestro buen deseo. Y ya en el suelo la casa, hemos empezado a construir el puente. Uno dice: «Es preciso que se haga este puente enseguida». Otro añade: «El puente viejo está pidiendo a gritos el ensanche». Un tercero aduce: «Como quedaría estupendamente sería así; rellenando este lado, haciendo desaparecer la cuesta...» El cuarto interrumpe: «Quedaría mejor de esta manera. Entonces resultará un puente ideal». Ayer hemos visto a un señor algo corvado, que caminaba despacio frente a la Catedral. Tenía cara de llevar un proyecto enci- ma. Acaso por eso, la curva de su espalda. Más tarde, vimos a otro señor,. adormecido en la Plazuela. Este señor sonreía. Estaba, sin duda, soñandq, como Jacob, mas viendo un puente en su sueño. Un tercer señor se paró en mitad del puente y hacía como que estudiaba el ensanche. Otro señor vino entonces; del mismo modo pensativo con dirección contraria y juntos platicaron largo rato del Puente. El Puente es hoy por hoy, una especie de División de la Provincia. ¿Cuál es el ideal canario, el ideal que todos sabemos defender con el alma entera? -preguntaría el Diario en un artículo de fon192 do contra Tenerife, por ejemplo. Y nosotros habrfamos de responderle enseguida: i iE puente!! [F. C.] ASOCIACION DE CRIADAS Después de las costureras, las tabaqueras y ahora las domésticas, las distinguidas y poco limpias criadas de la ínsula también se agremian, para pedir más sueldo. Las cocineras pedirdn encima del sueldo un jamón. Nos parece bien. Generalmente la criada, aunque rompa un vaso, suele servir para otros menesteres que aunque sean propios de su sexo, nada tienen que ver con su trabajo de cocina o limpieza. Nosotros hemos tenido siemp= cierta predilecci6n por las domésticas. Si estas domésticas son guapas la predilección se gradúa con relación a la gracia de la chica. El gremio que tratan de formar tiene, pues, todas nuestras simpatías. Es para conmover a cualquiera.. . Hay lo que llaman criadas de dentro, las hay de dentro y de cocina, fundidas en una; de 7,50, de 15 pesetas, hasta de ocho duros. Estas son las viejas cocinerasque fueron de las casas grandes, cuando estas casas tenían fama y no comían potajes como comen hoy sus aristocr&icos descendientes. Todas estas muj-eres, pues, se agremian. Las subsistencias suben y el siseo se hace cada vez más difkil. Es necesario prestarles nuestro apoyo, que seguramente ellas han de agradecer. ¿Qué pedirán estas bellas ciudadanas? Antes pedían que las dejaran hablar con los novios en las puertas de las casas. Y entonces no necesitaron gremios. Cuando no las dejaban, se iban a otra casa, y luego a otra, hasta que encontraran una más liberal. Sin gremio, las amas estaban sufriendo las consectiencias de un gremio imaginario. No había criadas en plaza y había que darles a las pocas de existencia todo lo que pedían. Las amas eran las verdaderas esclavas. ¿Por qué se agremian hoy ? ¿No estaban mejor sin gremio? Una criada guapa no puede asociarse bien, sino después de ser criada. Nosotros no conocemos a muchas ex-criadas, en distintas asociaciones, que si por un lado les va bien, por el otro lado’tiene que sufrir muchas consecuencias. Estas asociaciones de criadas a posteriori tienen tantos inconvenientes como el ser animal anfibio. Ni el número las salva. Una mujer que se asocia en una asociación tiene que ser socia a la fuerza. Una criada al agremiarse necesitará de cierta cultura espiritual que no se adquiere platicando con un 193 cabo. Y si ellas hacen lo que les da la gana pese a las dueñas, ipara qué asociarse? A nnantrn~ nns parece bien que ne asocien. 1 Jn ejércitn de mujeres ebúrneas siempre es agradable, pero mucho tememos que 10 que hoy puede hacer cada una en particular, la asociación se lo prohiba maiíana. Si una alcanza alguna mejora en secreto, la asociación se le echará encima, implacable. Antes que nada; disciplina y unión. [F. C.] EL SEÑOR DEL AGUA AGRIA Todas las noches un señor se toma en el café, un vaso de agua mineral. Paga sus diez centimos y se marcha. Junto a la mesa de este señor hay otra mesa donde otros señores toman sus chocolates y sus patatas fritas y sus helados. El señor, mientras bebe su agua, contempla, encantado, a los otros señores que comen. Nuestro señor, parece como que se alimenta de las comidas de los otros. Posiblemente hace de solitaria idea1 y esta agua que se bebe será para apagar la sed que el chocolate y las patatas de los otros le produce. Es indudable que este señor come de los otros y se ahorra el importe. Porque no bebe más que agua, y no aparenta dolor por no poder hacer otra cosa. Acaso este señor sea pobre y no tenga dinero, pensamos un día. Pero a un hombre que no tiene dinero para comerse un bistec que apetece claramente, se le conoce en la cara. Y ya hemos dicho que este señor está contento con su vaso de agua y las viandas de los vecinos de mesa. iSerá este señor, un pequeño filósofo? iDirá este señor: si vosotros creéis que estáis comicndo,sufrís un error. Quien come soy yo? .$erá este señor un espíritu tremendo, disfrazado de setior, que va al café con fines ultraterrenales? Nada podemos saber. Pero el señor no falta ninguna noche a beberse su agua y a sonreír. iSerá que desprecia a aquellos señores que comen? $erá este señor un señor. de espíritu religioso que desdeña las vanidades de la patata y el orgullo del chocolate? Anoche el señor, después de tomarse su agua ha fumado un cigarro y ha pedido recado de escribir. Luego mandó con un mozo del café la carta y aguardó la respuesta. Mientras, el señor fumaba. Y cuando la respuesta lleg6, en un sobre, el señor lo abrió y sacó un billete de cinco duros. Entonces el señor empezó a pedir cosas 194 comestibles: una tortilla, un bistec, un chocolate, queso, bizcochos. Y se lo comió todo desaforadamente. La carta del señor era un sablazo a algún amigo del casino. La sonrisa del señor viendo comer a los otros, no era porque él a su vez comiera de lo de ellos, sino que sonreía concibiendo este sablazo, que tanto trabajo le ha costado dar. El señor decía con su sonrisa: ustedes comen ¿y yo por qué no hago más que beber agua agria? No hay derecho. Yo tengo que comer como ustedes. No faltaba más. Y he aquí, que el señor desesperado de no cenar como aquellos otros señores, se echa fuera de su vaso y se mete en cinco platos abundantes y sustanciosos. Pero mañana se le acabarán a este señor sus cinco duros. Y entonces necesitará diez para rivalizar de nuevo con sus vecinos. El señor, sin duda, es un hombre de apetito, pero tambitn tiene un espíritu revolucionario y protestador, a pesar de su aspecto de cenobita con su vaso de agua y la soledad de su mesa. [F. C.]. NADIE LO SABE Galindo se muere y nadie sabe de qué muere. Acaso ni el médico mismo. Cuando un isleño se entera de esta muerte de Galindo, dice: «¿De qué ha muerto?» Y otro isleño responde: «iSi lo vi yo hasta el otro día rebosando salud!» Cuando se nos ve rebosando salud, ya sabemos que nuestra vida está al caer. De algo, que nadie sabe y que a todos interesa, hemos de morirnos a los dos o tres días. El isleño está siempre preocupado por la enfermedad de que se ha muerto otro isleño. Y es en balde que se le diga: «Hace tiempo que venía enfermo*; cl isleño no lo creerá. Habrá visto al del trlnsito, rebosando salud. Un día el isleño ve que las tiendas de la calle de Triana tienen una hoja de la puerta cerrada y se dice: Alguien ha muerto en esta calle. iQuién se habrá muerto? Y entra en una tienda y pre- gunta: Hombre, ¿Por que tienen cerrado? -Por don Fulano que muric+ Caramba, ¿murib? ¿Y de que ha muerto? -Pues no se. No sabe aquél a quien se lo pregunta y el isleño tuerce su ruta y se acerca a otra tienda. -Hombre, ahora me he enterado de la muerte de don Fulano, icaray, no sabía nada! ¿Y se sabe de que ha muerto? Este otro, también ignora la’enfermedad de que ha muerto don 195 Fulano. Y el isleño, defraudado, no ceja, sin embargo. Y se va a otra tienda v a todas las tiendas. Y no puede averiguarlo en ninguna. Llega tarde a almorzar. Su .esposa le espera y él le dirá: -@abes que se murió don Fulano? Y la esposa responderá entonces: $í? ¿Y de qué ha muerto? Y aquí viene el verdadero conflicto de este hombre, su fracaso más rotundo. El no puede contestar a su señora. iCómo es posible que este hombre que viene de la calle no sepa de qué ha muerto don Fulano? El almuerzo transcurre en medio de un silencio glacial. La señora piensa de qué puede haber muerto don Fulano, que estaba rebosando salud , el marido tiembla, desolado por no haber podido traer esta grata nueva a su señ&a. Esta señora no es feliz por culpa de este hombre terrible. El amigo isleño va al entierro de don Fulano y tampoco allí sabe de que cosa don Fulano ha muerto. EI isleño no dormirá esa noche. Mientras él está en el entierro, su esposa recibirá visitas y se hablará de la enfermedad de don Fulano y como ninguna de las amigas sabe de quC ha muerto don Fulano, la señora dir& Este hombre, niña, es inútil, nunca viene con nada. Pero el hombre, en su afán por saber qué enfermedad ha guillado a don Fulano, buscará al día siguiente el Registro Civil de un periódico y se quedará más estupefacto que la víspera. Don Fulano ha muerto de una que se llama .mal de Wasedofl. ¿Cómo era posible, pensaría entonces el amigo isleño, cómo era posible que alguien no supiera de qué había muerto don Fulano? iClaro está, nadie podía saherlo! Y respira satisfecho. [ F. C.] NO SE DEBE ESTAR AQUI Si el lector se ha manifestado por alguna cosa intelectual o artística, sobre oir& enseguida una frase encantadora, una frase que-es Csta poco más o menos: «Usted no debe estar aqui mettdo. Váyase usted a buscar más campo». Es un amigo, un conocido el que pronuncia esta frase. A nosotros nos la han pronunciado, porque hay algunas personas que están satisfechas con las ligeras, aladas crónicas de la ciudad. Estas personas, por nuestro bien o nuestro porvenir no les importa ceder su rato de deleite cuando nos leen, que otra cosa no significaría nuestra ausencia de la Insula. i.Pues como ibamos a escribir coti196 dianamente para el ciudadano insular, desde otro campo, más ancho? Nos dicen: «Váyase usted a otro campon. Este campo seguramente no sirve para nosotros. Es un campo de Agramante, siti duda. Nuestro amigo quiere otro campo mejor para nosotros, pues de este modo, el campo suyo se anchada también e irla mejorando sus condiciones. El ideal de este amigo que tiene tienda y negocio amontonado, sería que todos sus amigos se fueran a otro campo. El desearía verlos célebres, ricos, pero en otro campo. Este campo es muy pequeño. Muy pequeño para nuestro amigo. Si nosotros nos diéramos cuenta de que era pequeño el campo y nos fuéramos, el campo crecería. Mas nuestro amigo lo seguirá hallando pequeño para él, y diciéndole a otro amigo que se fuera asimismo que nosotros a otro campo más ancho. Este amigo, no le importa nuestro ingenio, ni nuestra fortuna. Nosotros, con este ingenio inofensivo, no podemos hacerle competencia a nuestro amigo, porque él no necesita ingenio para ingeniárselas con su saco de harina o su huacal de bananas. ¿Cómo entonces, el amigo, quiere que nos vayamos a otro campo, a lucirnos? Es que nuestro amigo no quiere que en la ínsula tengan lucimiento más que sus artículos, que aunque son coloniales, no dejan de ser artículos. Y el amigo no podrá tolerar nunca que los artículnn que nosotros escribimos sean mejores o mas celebrados, por la‘ honesta’burguesia, que los artículos que él expende en su tienda, aunque los suyos le den plata y los nuestros una gloria iayl local y efímera, de terraza de casino. [F. C.] A VER SI ME HACE UN FAVORCITO ¿Cómo se pide un favorcito en la insula? iUn favor pequefio, para poder decir después «muchas, muchas gracias mi amigo»? Veamos. Buscaremos el asunto, mercantil. El lector en la insula, salvo alguno que otro, es comerciante. Entenderá mejor. Le hará más gracia nuestra pequeña glosa de hoy, si la tratamos en su pla.no. Es una oficina, una oficina que cierra su caja a las tres. Un ciudadano tiene que cobrar una cuenta, hacer una remesa, pagar un giro. Y dice: iA qué horas cierra la caja la oficina tal? iA las tres? Y consulta su reloj, que marca las tres y media. El ciudadano añade: iA las tres cierran y son las tres y media? -Tengo todatia media hora de tiempo. Falta,media hora para laâ cuatro. Llegaré, llegaré oportunamente. 197 Y se dirige a la oficina. En la oficina están haciendo un balance. La puerta de la calle está cerrada. El ciudadano ante la puerta’ se queda estupefacto. -¿ No dicen que a las tres cierran y son las cuatro y ya han cerrado ? iCómo puede ser esta anomalía? Y con los nudillos de sus dedos da unos golpecitos en la puerta. Dentro responden; -¿Qui&t es? -Y ~1 ciudadano contesta; -Ne- cesitaba hacer un pago. -Son las cuatro ; hemos cerrado a las tres, como siempre. -Caramba: añade el ciudadano -yo creí que faltaba una hora. -Pasa una hora, senor. Mire usted el reloj. El ciudadano mira el reloj y comprende que son las cuatro, pero no que esté cerrada a las cuatro una caja que se cierra a las tres. -~Cómo puede ser esto- piensa que a las tres se cierre y a las cuatro se cierre? iPor qué no dicen que se cierra a las cuatro y no que a las tres para venir a las tres? -Es absurdo no mentar para nada las cuatro y hacer venir a uno a esta hora para hallárselo todo cerrado. Y entonces el ciudadano piensa que pidiendo el favor de un modo sentimental le despacharán su negocio. Y vuelve a tocar con los nudillos en la puerta. Y se mete en la oficina y suplica. -«Es un favor grande cl que usted me hace. Tengo que irme al campo. Me cuesta volver mañana y mañana empieza la zafra». En la oficina se conmueven y vuelven a abrir la caja, a sacar los libros, a dejar los sombreros en la percha, a ponerse las americanas blancas, a empezar de nuevo el trabajo. Y pasan, diez, quince, veinte minutos. El señor es atendido. El señor se marcha lleno de agradecimiento. «Muchas, muchas gracias, mi amigo. Ya se que se cierra a las tres. Volveré a las tres otro día». Y efectivamente a las tres, cuando se está cerrando la oficina aparece el señor. Y si en la oficina no se le despacha esta vez, fuera de horas, el señor dirLi que estos negociantes son incapaces de hacer un favorcillo y cuando necesiten recomendar a otro amigo dirán: -No vaya usted a esa oficina. Es una oficina antipática y explotadora. Tienen puesto tres en punto cerrada... (1). un letrero enorme diciendo que cierran a las y llega uno a las cuatro y se la encuentra [F. C.] (1) 198 VCase aEl favorcillo~, pAg. 328. SE OPONE Robaina es novio de Pinito, pefo su papa se opone. Cuando un papá se opone, no quiere decir que haya registros o notarfas vacantes. El papá no se opone más que a que Pinito hable con Robaina. Robaina es un tarambana y el papá de Pinito es un hombre que ha hecho sus buenos dineros con el fraude y no es cosa que lo que a él tanto trabajo le costó lo dilapide Robaina. Porque Robaina le ha dicho al sastre que 4 .pagará cuando se case. Y esto, que demuestra el que Robaina cuenta de antemano con la fortuna del fraudista, lo oyó decir, a voz en grito, cl papá de Pinito, en una barberfa. Lo primero que hace el papá de Pinito es no saludar a Robaina, para que Robaina se amule y le diga a su novia: «Tu padre es un envase.» Y como el padre se entera de esta frgse despectiva dirá luego en la casa: «No me itiportaría que hablase con ese hombre, pero como dijo que yo era un envase no lo puedo permitir». La mamá de Pinito, que es otro envase, apoya a su marido en esto de la oposición. Y mientras papá y mamá se oponen, Pinito se enamora más de Robaina. En esto, las familias amigas, comentan en visita esta actitud de los padres de Pinito, -El diciendo: señor Camejo se opone a que Pinito hable con Robaina . $e opone? ¿Y por qué se opone? iVaya! iCo&o si Robaina fuera menos! -Niña, es un chiribís. -Un poco desqucsado cs, poro estos muchachos así, cn cuanto SC casan sientan la cabeza. Robaiha, por otro lado, se dedica a desvergonzarse en barberlas y plazuelas, contra su suegro: -Es un zarandajo; ladrón que todo lo que tiene lo ha robado. Y la madre una tarasca. Y el papá de Pinito a su vez dialoga con algún compañero de los buenos tiempos de consumos: Me trae saltando vivo el Robainilla ése. La chica niía se le ha metido en la cabeza ese esparaván y no hay quien se lo quite. Pero a poder que yo pueda, ése, no se casa con Pinito. La mamá también se descompone y le dice a su niña: Me traes relajada, así como súena re-la-ja-da. En la boca del estiimagn tengo sentado al Robaina. Pero nada hace mella en Pinito. Y como no en balde el tiempo pasa, resulta, al fin, que una noche se casan Pinito y Robaina en la capilla de las Dominicas, que es donde Pinito estudió geografía, religión y bordado. Y los amigos del padre de Pinito van a la boda y felicitan a Camejo, que radiante y en completa posesión de su espíritu insular exclama, abrazando al señor Robaina (père) Amigo Robaina usted me manda -Y Robaina contesta: Lo mismo Ic digo, amigo Camejo. 199 Y efectivamente antes de los nueves meses ya ha tenido Camejo que firmarle una letra a su consuegro Robaina. [F. C.] EL TABARDILLO ¿Cuántos muchachos habrán cogido estos cuatro dfas que han pasado, un tabardillo, cada uno? Estos días insulares de sol tonante son para coger tabardillos. No se puede salir a la calle sin prevenirse del tabardillo. Un ciudadano que ponga los pies fuera de su zaguán ya sabe que ha de coger un tabardillo y si no lo sabe, habrá siempre una persona que asomándose a la ventana o apostada en otro zaguán le diga a uno: «Vaya por la sombra si no quiere coger un tabardillo,» Si vamos en el tranvía nos hallaremos a un amigo que nos preguntará: «¿Va usted a las Canteras? Yo no voy. Cualquiera se compromete a coger un tabardillo .» Si en la playa están tres niños tumbados al sol, siempre habrá una persona piadosa que desde la puerta de su casa, diga al verlos: «Me está dando una angustia terrible ver a aquellos niños destocados en la playa. Van a coger un tabardillo del demonio.» Porque hay tabardillos de Dios y de Lucifer. Estos de Lucifer o del demonio son, como podrán observar las personas verdaderamente católicas, los peores tabardillos. Estos días de tabardillos presuntos, no se pueden regar las flores de la azotea, La azotea está como un horno. Las señoras metidas en el comedor SC lamentan de la suerte de las flores. Pero ante la amenaza del tabardillo, se sacrifican las vidas de estas flores, que después de todo no han de vivir muchos días y lo mismo les es morirse tres dfas antes que tres días después. Oíd a estas señoras lamentarse: -Aquí donde ustedes me ven no hago sino pensar en las pobres flores que estarán sequitas. Pero niña, cualquiera sube a coger un tabardillo. -Ponte una pamela. -Con estos días qué pamelas ni qué ocho cuartos. Y la señora no sube a regar las flores, y como que se da cuenta de que Pepito no está en la casa, añadirá, mientras piensa en las flores: -¿Dónde estará metido ese niño? ¿A que está en la calle mataperreando con los chiquillos? Cualquier dia me lo suben con un tabardillo. La isla tiene muchas cosas pintorescas y terribles. Pero nada como un tabardillo. Y ocurre muchas veces que Fabelo, por ejemplo, está descu-’ bierto, recibiendo el sol de la.ventana de su casa, cuando acierta a pasar por la calle. descubierto también. el sefior Umpiérrez. Y .entonces Fabelo piensa en que Umpiérrez va a coger un tabardillo, mientras este Umpiérrez a su vez, se alarma ante el tabardillo que amenaza a Fabelo. Pe.ro.6olamente uno de los dos se atreve a ex- clamar: -Mire que va a coger un tabardillo. Como si el suyo no le importara nada. [F. C.] DOBLE MISTERIOSO Doblan en la Catedral y los vecinos se asoman a la ventana como para oír mejor el doble: iquien ha muerto? Y se repasa en la memoria la lista de los enfermos de Is locali- dad, para ver cuál es el muerto más probable. Debe ser Mujica, Mujica tenía un tifus. No es Mujica. Es-.Galindo, Galindo estaba anoche muy mal. ¿Quikn se habrá muerto? Unos desean que fuera Mujica, pues Galindo es amigo. -iY luego, niña, una visita de luto ahora! ;Y luego las consideraciones que hay que guardar a la familia! No vamos a poder ir a la retreta del «Nuevo Clubu. -iQue no sea Galindo! iPero quién será? La Catedral sigue doblando. Las señoras no pueden saber si es mujer u hombre el muerto, no pudieron oír la señal. Desoladas se ponen a coser. De pronto una se vuelve a asomar y ve un ataúd de lujo que lleva un hombre en una tartana. «Mujica no puede ser, ni Galindo. El muerto vive cerca.» Pausa. Y a hacer memoria. «iQuiCn puede ser niña? -iAh, es la mujer de Robaina! Estaba muy mala la mujer de Robaina.» Ahora Robaina habrá descansado. El no se llevaba con la mujer, Robaina es una mala persona. Las señoras, conformes ya, siguen cosiendo. Pero a una le asalta la idea de que la mujer de Robaina estaba ya fuera de peligro. -¿Y no puede haber recaído? -dice otra, «Sí, si. Puede haber recaído.» «No sé -añade unti tercera-, pero me da a mí que es Galindo el muerto.» «iJesús, hija, no lo digas ni en broma! Deja que venga Pancho para mandarlo a la Catedral.» Y mientras llega Pancho, las señoras suspiran por ninguno de los muertos. Pancho aparece. «Oye, Pancho, ipor quk no te das un salto y le preguntas al campanero? iAve Marla, y qué noveleras son! No, hombre, no es novelería, no sea que sea Galindo y suponte unas familias tan unidas como son las nuestras.» Pancho convencido sale y vuelve con la aterradora noticia de que es Galindo el desaparecido. Las señoras se amulan y protestan a pesar de la unión con la familia del muerto. «iFíjate tú ahora, ni al te del club puede uno ir!» -¿Y tu traje negro sirve, niña? -No sé. Deja ver. Mira tú que era lo que nos faltaba. Dirfgense al ropero, sacan los trajes negros: los sacuden, le dan vueltas. Y como encuentran la falda ancha dicen: «Habrá que estrechar la falda». «Hay que ir a casa de esa gente. Ya ves que cuando murió papá ellas fueron las primeras en venir.» -Sí, sí. Hay que ir. Hay que tener consideraciones... (1) [F. C.] MUJICA VA A HACER DE LUTO UNA VISITA A Mujica se le ha muerto un amigo. Mujica recibe la noticia, y su imaginación va de golpe al ropero. Se mete por las rendijas y acaricia el traje negro del Viernes Santo, que huele a naftalina y tiene ya un poco de brillo estelar. Mujica tiene que hacer tres visitas de luto en tres casas distintas: a los tres hijos del muerto. Es lunes, Mujica dice nE domingo estarán todavia sin salir. El do- mingo iré». Y se marcha por lo pronto al. Casino. En el Casino está Galindo. Galindo dice a Mujica: «iHombre!, iUsted piensa hacer la visita de luto a los Robainas?» «Sí, pensaba ir el domingo, que aún no hace los nueve días.» -«Yo tengo que ir, porque ellos fueron cuando mi desgracia». Mujica se rema en la butaca y exclama: *Yo no debía de ir porque ellos no fueron cuando la mía.» Galindo le dice a Mujica: «Es que entonces estaban ellos en Tenerife y no pudieron ir» «Sí. Sí -responde Mujica- yo lo comprendo y voy. Pero ni en la calle me dieron el pésame» «-Pues a mi, prefiero que no me den el pésame en la calle. No hay cosa que más me reviente que esa». Mujica y Galindo, al ver llegar a Camejo le preguntan a! unísono: «Oiga usted Camejo, justed va a ver a los Robaina?» -«Hombre -responde Camej6 todavía no lo he decidido. Ellos me mandaron una tarjeta cuando mi desgracia. Pero no sé qué hacer porque no tengo tarjetas negras». (1) 202 Vhse «¿Por quibn doblan, niñas?», p&g. 331. En esto llegan Umpiérrez y Trujillo y exclama el primero: «Pues cuando mi desgracia tampoco fueron, pero yo iré para que no digan.» Trujillo añade: «Yo si iré porque a la mfa fueron los primeros.>p A todas éstas Mujica medtta indeciso para exclamar. «Pues yo no sé, no sé si ir. De aquí al domingo tengo tiempo.» Mujica sale del Casino y llega al Parque. En el Parque están algunos de sus amigos y Mujica les pregunta: «iUstedes piensan. ir a ver a los Robaina?» Y un amigo responde: «Hombre, si. Ellos fueron muy cumplidos cuando mi desgracia.» Mujica sigue meditando toda la semana y el domingo, estando ya para ir a casa de los Robaina, se halla otro amigo que v(ene de esta casa. -«iViene usted de casa de los Robaina?» -«Sí, de allí vengo» «iHay mucha gente?» «Galindo nada más y el cuñado.» -«Pues aquí me tiene usted sin saber si ir o no.» -Hombre, vaya, que ellos se fijan mucho en estas cosas. -Pues si no ,hay más que ésos que usted dice, iré. Y Mujica llega a las casas de los Robaináy en todas’tres casas dice lo mismo: «iCaramba, y parecía que no estaba muy mal!* Y en las tres casas mismas oye las mismas respuestas: «-No,,61 venia ya malillo desde hace algún tiempo. Lo que es que como era tan callado no se quejaba nunca.» Mujica añade: «iVaya!» Y se va. Cuando se marcha, cada Robaina se dirige a su mesa respectiva y apuntan en un papel, que dice: «Los que me visitan. -Los que mandan tarjeta.» -Debajo del primer título, donde se ven varios nombres escriben los Robaina: «Santiago Mujica -diez minutos estuvo.. .-n [F. C.] d ; TIENE UNA E 5 0 NOVIA Generalmente, cuando un joven insular tiene una novia, esta novia suele vivir Fuera la Portada. Basta oir a los amigos del joven: «Pepito tiene una novia Fuera la Portada.» -uDicen que ha conseguido ahora una novia Fuera la Portada.*Ahora no se le ve sino en Fuera la Portada, donde tiene una n0via.w Y Pepito, con esta novia Fuera la Portada y unos pantalones blancos, es un joven feliz. La felicidad no.existe, dijeron los antiguos y se viene repitiendo hasta nuestros dfas. ‘La literatura universal está llena de cuentos alegóricos sobre esta felicidad que no se alcanza. Pero la felicidad, que como todo, es cuestiõn de perspectiva, existe y cada dos pasos se la encuentra uno. Por eso no vale la pena la felicidad en esta 203 vida. He aquf a un joven insular que puede ser feliz con unos pantalones blancos y una novia Fuera la Portada. Pepito coge el tranvfa y al sentarse se sube cuidadosamente los ya~~talones blanws. Un amigo está en el tranvla con 61. El amigo Ic dice: «Dónde demonios vienes todos los dfas para Fuera la Portada? iTienes alguna novia por aquí?» -Pepito responde: «SI, tengo una novia.» Y de este modo Pepito pasa a ser popular. Antes nadie se ocupaba de Pepito. Pepito iba y venía sin que a nadie le interesara nada de la vida de Pepito. Pero en cuanto Pepito tiene novia, se hace célebre y todo el mundo dira de él, emocionado: «Pepito tiene una novia Fuera de la Portada». Y es entonces cuando Pepito se compra un bastón y un pañuelo ocre. ¿Cómo puede tener Pepito una novia Fuera la Portada y no usar bastón, pantalón blanco y pañuelo ocre? -iQue van a decir en Fuera la Portada si Pepito no se presenta de esta manera? La gente de este barrio lo mirará mal. La novia misma, que al tener un novio de otro barrio se da cierta importancia, sufrirá una decepciún con Pepito. ¿Cúmo, Pepito no tiene bastón, si ella una vez que fue a la calle de Triana vio que todos los j6venes como Pepito tenían bastón? Pepito cogerá el tranvía de las once y cuarto. Lo esperará en la casa de los ladrillos; hará un señal al conductor, con la mano que empuñe el bastón, y subirá al fin al tranvía mirando con los ojos cuajados y raspando su gaznate. Pepito se recostará un poco sobre los bancos, se quitara el sombrero y se hará el desentendido mientras juega u-m su bastón. En esta postura Pepito, es el verdadero joven, el clásico joven que tiene novia ,Fuera la Portada y del cual dicen sus madres: -¿Pepito? Pepito ahora se ha echado una novia Fuera la Portada. (1) [F. C.] AL PINO Todos los jóvenes horteras van a la fiesta del Pino. Todos los jóvenes oficinistas van a la fiesta del Pino. «iTú vas a la fiesta del Pino?N Ir a la fiesta del Pino, significa tener un pañuelo de seda color ocre, y un tartanero amigo a quien se le pregunta: a¿Cuánto nos llevas por llevarnos el dfa del Pino a Teror?p Y que el tartanero conteste: «Ese,dfa, don Juan, son seis duros, pero por ser a us(1) 204 Vbase, *Tengo una novia,, phg. 340. ted lo llevaremos en cinco. Pero dígame si van para no comprometerme y preparar otro caballo.» Hay jóvenes que van hacia el porvenir, otros que van hacia el bienestar y otros que van al Pino. Ir al Pino es mas facil y desde luego más barato, aunque sea un día de los llamados caros. Toda persona se supone que ha estado en el Pino el año pasado. -«LUsted fue al Pino?» -«Este año, no; pero el año pasado sí estuve.» «Pues este año había más gente.» --«No lo creo. Si usted llega a ir el año pasado.» No se puede contar con ninguna persona la víspera del Pino. -<Conmigo no cuenten mañana, que voy al Pino con unos amigos.» -Todo se hace pasado el Pino. Las vacaciones de los chicos terminan con este día; y si hay algo en proyecto estos días, se tendrá que dejar para después del Pino. -«Cuando pase el Pino nos ocuparemos de eso.» El Pino debiera ser el 31 de Diciembre, para los insulares. Despues del Pino empezar el nuevo año, y decir. -«Año nuevo, vida nueva.> Después del Pino la vida suele tomar otro rumbo en la isla. Después del Pino se vislumbra la luna nueva, que es esperada con gran ansiedad. Cuando acaba el Pino, la gente se pone contenta para trabajar y volver a la vida ordinaria. Es el Pino para los insulares como una especie de Ramadan mahometano con un buen sentido católico: El Pino es tan inevitable como una casa que están terminando en la plaza de Santa Ana. Es preciso que pase el Pino para’ poder equilibrar nuestro corazón y nuestro pensamiento. Nosotros no hemos ido nunca al Pino. Todos los años hacemos el propósito de ir. Pero decimos todos los años: -«Y a mí que me gustaría ir al Pino.» Y no vamos sin embargo, pues si llegamos a ir, ¿cómo podremos decir esta frase tan hermosa, tan isleña, tan invariable: UY a mí que me gustaría ir al Pino?» [F. NO FUIMOS C.] ESTE AÑO Ya se acabó la temporada de las Canteras. Lo interesante de esta temporada es la gente que no puede ir. Siempre hay unas cuantas familias que no van, habiendo ido antes, en otros dfas, para decir: «No fuimos este año.» ¿Por qué este arío no fueron? Casi siempre hay un pequen0 inconveniente. Es Pancho que ha tenido mucho que hacer; es que hubo yuc dejar la casa que tenla alquilada y luego cuando pensaron ir de nuevo no encontraron otra. Pero es más importante no ir. Ir va cualquiera; no ir, son pocos. Puestas a ser elegantes las fami205 lias, más chic es decir: «No fuimos este año», que no exclamar: «Estamos en las Canteras.» Estar en las Canteras representa utilizar ese remedio de sombrillas cursis que las jovencitas de la localidad han dado en llevar; es ponerse unas cintas anchas en la cabeza con lazos grandes como si estuvieran de recepci6n en alguna embajada: es llevar un pollo ridículo que diga gansadas a la vera. Es decir esto que todo el mundo dice y que todo el mundo hace: «Nosotros nos pasamos el verano en las Canteras.» Como si fuera más verano estar en la calle de Triana, que no bajo el sol tonante de la playa, un sol que se oculta a las ocho, que puede tragarse el color de las sombrillas teñidas. «No fuimos a las Canteras este año.» Así nos ha dicho la señora de Fleitas, con cierto dolor. Pero la señora de Mujica que es más distinguida nos dice: «Hemos estado en el Hotel. Pero nos hemos venido tan pronto, porque a Chano le resulta una incomodidad bajar y subir, y ahora tiene muchos vapores.” Familia que se forme este año, escucha: «El próximo no vayas a las Canteras». Si hogaño es cursi decir: «Estamos en las Canteras» y distinguido exclamar: «No fuimos este año», mañana la gente verdaderamente cortesana dira: «¿Las Canteras? Es una ordinariez; no va más que gente ordinaria.» Lo elegante es ir al Parque de Cervantes, sin duda. Pero hay otro sitio más elegante todavía: San Cristóbal. Y otro: Agüimes. Pero lo realmente exquisito es ir a Arucas, alquilar una casa en la propia plaza, y entretenerse uno en ver desfilar exportadores de juanetes. . . [F. C.] EL SEÑOR DE LA ESQUINA ESPERA EL MEDICO Siempre que el coche de un galeno está parado delante de una casa, hay, un poco más arriba, en la esquina de la misma calle, un señor que mira de semblante angustiado al coche y que de rato en rato se dirige al cochero, preguntándole: -«¿Tardará mucho don Fulano? iHace mucho que entró?» El cochero responde: «Pues no le digo», y el señor de la esquina se vuelve a la esquina, nervioso. Róese las uñas, métese las manos en el bolsillo, ráscase la pierna. El sefior de la esquina tiene un niño que ha ensuciado de color de cemento y no sabe qué puede ser aquello. 206 El médico tarda. El señor de la esquina, vuelve al coche: «¿Y después de aquí, don Fulano va a su casa?» El cochero responde lo mismo: uPues no le digo.» El señor de la esquina se pasea, se pasea de un lado a otro, más inquieto cada vez. Pero el médico no sale. Y el señor de la esquina piensa que aquello del niño es una cosa terrible y rjue’si el médico no va a su casa en seguida el niño o se le muere 0 se le vuelve estanque. El médico tarda diez, quince minutos, media hora. Pasada esta media hora sale y el señor de la esquina acude a él, agresivamente: «Don Fulano, tengo el niño en esta y en la otra forma» Y Don Fulano le pregunta: «iTiene fiebre?» Pero el señor de la esquina no lo sabe y el médico le promete ir a ver a su niño. -«iA qué hora?» -El médico responde: -Ahora voy a Fuera ia Portada, después cuando venga.* -«Vaya enseguida don Fulano.» Pero don Fulano no va sino al día siguiente por la mañana, cuando ya el cemento del niño se ha convertido en tabique. El hombre de la esquina es otro de nuestros’típicos amigos. Un médico que cuando esté de visita no tenga en la esquina una persona que le espere inquieta, no podrá ser nunca un perfecto médico insular, ni tener la suficiente clientela que da prestigio. (1) [F. C.] ¿HA VISTO USTED? Mujica nos encontró hoy y nos dijo: -iHa visto usted?- Nosotros, al principio, no veíamos lo que Mujica nos indicaba y que resultó ser el tiempo. Mujica nos decía que miráramos el tiempo. Este tiempo húmedo, pegajoso. Mujica está molesto con el tiempo, como si el tiempo fuera su jefe. A nosotros ni nos da ni nos quita el tiempo pero para Mujica lo es todo. Mujica dijo en Julio, uno de los dfas más calurosos de Julio, que por Septiembre llovía. Y ahora, al ver confirmado su vaticinio, Mujica nos lo repite: «¿Se acuerda usted que yo dije en Julio que en Septiembre llovía? Es matemátiCo>p Mujica llama matemáticas a todas las cosas. Si le duele una muela a un amigo dirá: ~Eso es de reuma. Tómese un sello: si .no tiene usted picada la muela eso es de reuma. Es matemático.» Si uno se va para La Habana a trabajar, Mujica dice: «Antes (1) Vtase q,QuC de seis meses he vuelve. Es matem6tico.u Y espera?», pág. 305. 207 si por casualidad no vuelve, es matemático también. Matemático que se queda. -«i,Ve usted cómo hallovido? -dice Mujica- Ahora estará el tiempo unos dfas asf y después volverá el calor. Es matemático.» Nosotros esperamos que la profecfa de Mujica se cumpla. Mujica es un vidente; Pero Galindo, Fleitas, Camejo, Chirino, Robaina y Umpiérrez tambien son videntes. Todos ellos han dicho hoy: -«iHa visto usted?» Y luego han añadido: «Por supuesto, el tiempo no mejora. Pasaran estos días y volveremos a tener más calor. Esta lluvia es para más calor.» Mujica y Galindo se encontrarán y como ambos están de acuerdo en lo matemático del tiempo, el uno le dirá al otro: «No me diga nada. Ya he visto cbmo está el tiempo.» Pero el otro responderá indefectiblemente: -¿Ha visto usted?- por no perder su palabra cabalística. [F. C.] NO HE RECIBIDO LA MERCANCIA Acaso para ser buen comerciante insular se necesita no recibir mercancías. Un comerciante de éstos, casi siempre dice: «No he recibido la mercancía.» Cuando se tiene que hacer un pago de esta mercancía o satisfacer la letra que esta mercancía motiva, no se ha recibido. El comerciante lo dice: aNo puedo pagar por no haber recibido la mercancía.» Y es que el comerciante calcula que la mercancía ha de llegar el 24, para pagarla el 30. Y si la mercancía llega el 16 y el 24 es el día del pago, el comerciante no la recibe, aunque la haya recibido efectivamente. La cabeza de uno de estos comerciantes, obedece a un plan mecánico como cualquiera de esas máquinas que dan chocolatitos o una báscula automática. El comerciante mete en su cabeza un 24 y un 30 y nada podrá desbaratarle este cálculo a no ser que la cabeza se desbarate por sí propia y salten los muelles, produciendo el consiguiente desbarajuste. Pero entonces la mercancía no ~610 no la ha recibido en aquella fecha sino que no la recibe jamás. Un comerciante que siempre tiene recibida la mercancía no es buen comerciante en la ínsula. Se supone que no recibe ninguna. Pues Fulano y Mengano no la han recibido, cuando estos esperan recibirla. Es más importante recibirla después. Entonces, cuando se ha recibido primero para que cl comerciante pueda decir: aNo he recibido la mercancía», es cuando uno sabe que el comerciante está, probablemente, en condiciones de tener su mercancía más tar208 t 5 de. El mismo se infla, esperándola. Todos la esperamos también, y aunque el comerciante no la pague por no haberla recibido, sabemos que ha de recibirla y pagarla. El comerciante isleño que nno ha recibido la mercanda» es el que hace dinero. Casi todas las casas que estos comerciantes han fabricado lo han sido por «no haber recibido la mercancían. Ahora Fleitas se quiere meter a comerciante. Y nosotros le hemos dicho: -«Fleitas: si quiere usted tener muchas mercancías en su establecimiento, si quiere usted ser rico pronto, no reciba usted las mercancías. » (1). P&l NIÑA, iSABES QUIEN SE HA CASAD-O? Pinito, Juanita, Lolita y Antoñita están juntas. De pronto Pinito dice: «Una cosa tenía que decirles a ustedes, niñas y no me acuerdo...» Y hace una pausa, Pinito, mientras rebusca en su mePinito recuerda al fin y exclama: «iA que no saben quién se cas6?>pLas demás no saben. iSi llegan a saber no tiene gracia que se enteren! -«Pues.. . continúa diciendo Pinito -Robaina!» -«¿Robaina, niña?» -exclaman las otras. UY con quién?» «Pues hija no sé, me dijeron que con una de Telde.» -«Tendrá cuartos.» -«No, cuartos creo que no tiene.» -«Será guapa.» «Guapa creo que no es.» --«iJesús, hija!, y entonces, ipara qué se casó?» Y Pinito, Juanita, Lolita y Antoñifa, se quedan un poco des-, concertadas. La figura de Robaina surge en sus imaginaciones y moria. todas SC ponen a mirarlo como para buscar la raz6n de su boda. Buscan en los ojos de Robaina, en la boca de Robaina y en el gesto general de la cara de Robaina. iPor qué se habrá casado Robaina con una de .leldeï iCómo Kobaina que iba al Club, ha caído en Telde? iCómo Robaina que era tan simpático, se fue a Telde a casarse? Parece como si Robaina estuviera obligado aún al Club y no pudiera casarse con una de Telde, que seguramente. no podrá llevarla a los tés. Es seguro que la mujer de Robaina no sabrá tomar el té. iY cómo Robaina que también lo toma ha podido resignarse a una mujer antitetista? Por eso Antoñita pregunta, preocupada con el té de la mujer (1) Vease de Robaina: «No ha recibido -u¿Y nada». de qué familia es, niña?» «No sé Pág. 344. 209 -responde Pinito» «Te digo que no sé quién es. Nadie sabe quién es.» Efectivamente nadie conoce a la mujer de Robaina. Es inexplicable cómo Robaina se puede casar con una mujer que nadie conoce. Pinito, Juanita, Lolita y Antoñita están desconcertadas. Ellas se han separado, y al llegar’cada una a su casa dir6 a sus respectivas mamás: -Oyes, mãmá: -¿Sabes quién se ha casado? iRobaina! -¿Robaina, niña? -responderá la mamá- ¿y con quién, con quién niña? -Con una de Telde que nadie conoce. Y la mamá se enfadará y hará un gesto desagradable exclamando: -Jesús, hija. iCon una de Telde!... [F. C.] MONAGAS, ENROÑADO Esta mañana nos hemos encontrado con nuestro amigo Monagas. Monagas estaba enfadado porque ya habían salido los periódicos. Para Monagas esta vuelta a la información pública, significa seis pesetas y dos docenas de fósforos lo menos. Tómese aquí el fósforo, por mimen, no por cerilla para encender. Monagas estaba acostumbrado ya a no leer peribdicos. Es seguro que si la huelga dura quince dfas más todos los Monagas de la localidad en número de 70.000, no vuelven a leer un periódico, en toda su vida. Este mes, sin periódicos, ha sido un paraíso terrenal. Un paraíso, pues en él no hubo más periódicos que las hojas de parra, si las consideramos al mismo tiempo como hojas de información. Por lo demás, tan en Jauja como nuestro padre Adán. Los Monagas han hecho un descubrimiento: «Para lo que traen. __!» Todos los Monagas han exclamado: «No se nota que no hay periódicos. » «Ahora es cuando se convence uno de que no hacen falta periódicos.» Y aunque este descubrimiento de los Monagas o de los Robainas sea justo y razonable, ya el periodista discreto, parapetado detrás de las columnas, desde donde otea el caletre de los Monagas, lo habla hecho antes: «Efectivamente, no hacía falta periódicos, para tanto abundamiento de Monagas.* En vez de periódicos deben existir.. . lazos. -«Ayuf no pueden vivir lus peIibcticus» -r;nclaman los Calcines y los Fleitas; y para que sea cierta esta verdad; no los dejan vivir. Todo el servicio que Fleitas le presta a los periódicos es éste: 210 «Se encuentra ligeramente enfermo el Sr. Fleitas.» Claro es que Calcines también presta igual servicio, muriéndose a una hora en que el periódico no está todavía confeccionado y puede caber en la edición la esquela mortuoria. Todo insular paga 1,50 al mes por una gacetilla todos los inviernos, cuando se encuentra resfriado. Es la suscripción de un peri& dico como un seguro de «indisposiciones ligeras.» Y para esto, razón tienen los Monagas: «No hacen falta periódicos.» Porque lo nacional no les interesa y de lo internacional sólo conocen la célebre marcha, que oyeron en una zarzuela revolucionaria. Ya sabemos los escritores que no hacen falta periódicos, pero convengamos que en estos mares del mundo no hace tampoco falta la isla. TIEMPO SUR El insular que se preocupa de las cosechas sentado en la Plazuela, suele decir: -¿Ha visto usted qué tiempo?» Y el otro insular que lo oye, y no se preocupa tanto, responde: «Sur». Y un tercer insular exclama: -uY eso que llovió el otro día#. Y entonces los tres se callan hasta que llega un cuarto insular diciendo: +qHan visto ustedes yur: tiempito Sur?» Mientras, el. cielo está azul y el mar sereno. Es decir, nosotros creemos, sentados en la Plaza de Santa Ana, que está sereno el mar, pero un amigo nos dice: «Hav reboso. En las Canteras estos días hav reboso» Pero otro nos’asegura que en el muelle no hay reboso. Y si lo queremos ver tenemos que esperar unos días. Acércase otro amigo que viene del parque y le preguntamos: -«¿Hay reboso? », pero el amigo no se ha fijado. Estaba sentado en un hanco m& acá, de espalclas al muelle. Y he aquí, cómo a.dos pasos de todas estas cosas no podemos saber nosotros si hay reboso o no hay reboso. Pero el tiempo, es Sur. En una tienda de la calle de Triana están sentados unos señores y nosotros al pasar les oímos decir: «iVaya un tiempo Sur!» -«Sur ñò es» -No me diga usted que no es Sur» --«iCómo que no’es Sur? ¿Me viene usted a enseñar a mí lo que es tiempo Sur? Mire que ya me salieron las muelas,. ; Verdaderamente debe haber una Intima relación entre el tiempo Sur y las muelas de este pequeño orador de tienda. El lo asegura. Entre sus muelas y sus callos porque añade: 211 -«Siempre que el tiempo se va a volver Sur me duelen los callos. Hace tres días que estoy perdido de los callos. Es indudable que el tiempo es Sur.» Zerpa cuando empezú a llover se quirb los zapatos blancos pero apenas apuntó el tiempo Sur hubo de volverselos a poner. Y así le vemos tan elegante y albo como en los espléndidos días de las Canteras. No hay más que mirar para los zapatos de Zerpa y convencerse uno de que el tiempo es Sur. -«Las cosechas se van a perder también este año» -dice un señor que no tiene que cosechar nada. Si el tiempo Sur persiste no se va a poder estar. Y persiste. Persiste en las muelas de un señor, en los callos del mismo señor y en los zapatos blancos de Zerpa. Para todos, el tiempo Sur es una maldición terrible; para todos, menos para Zerpa. Zerpa se puede poner sus zapatos blancos y ocultar discretamente la raja que tienen sus otros zapatos negros, con este tiempo Sur. Vimos a Zerpa, y nos parecib que miraba languidamente hacia el Sur suplicándole al tiempo que no se fuera. . . EL ESTOMAGO La mayoría de las FLOJO señoras de la localidad tienen estos días de Sur, lo que’ellas llaman el estómago flojo. Las señoras, y los maridos de las señoras. Oídlas: -Niña, Pancho está con una flojedad de estómago, que yo no se.. .»- «Niña, mi marido está lo mismo.» -«Pues, en casa, yo soy la de la flojedad.» Y las señoras hacen un pequeño gesto con la boca para demostrar cbmo es la flojedad referida. Verdaderamente, este tiempo afloja el estómago mejor sujeto. Robaina tiene tambien el estbmago flojo y toma pepsina. Pero en cambio Galindo se atraca de entullo, porque dice, y acaso tenga razón, que lo mejor es tenerlo bien lleno, para que por mucha flojedad que haya, quede algo. En las reboticas se ha notado estas noches escasez de contertulios. Es por la flojedad de estómago. El señor Mujica tiene el estómago flojo, y en cuanto el señor Zerpa da la noticia en la rebotica, nos enteramos por Fabelo que Chirino anda con flojedad también. Y entonces el boticario convencido dice: MESO onda.» Cuando las señoras se reúnen en el parque y se nota que Pinito no ha ido esa noche, se le pregunta a la mamá qué es lo que tiene 212 la niña. Y la mamá responde que flojedad de est6mago, mientras la esposa de Camejo interrumpe manifestando que todo el mundo está igual que Pinito. -«Hija, a algunas les da tonturas». -«Tonturas y calambres. A Pepe tuve que acostarlo anoche con frfo en los huesos» -«Es de eso que anda, señora. A mí me dio un poco pero me lo quite con hierbaluisa». El insular que sea un poco penetrativo podrá observar si va por Triana, cómo la gente camina más despacio y como parece que llevan el estómago cual si llevaran con cuidado por temor a un golpe una bandeja de copas llenas. No hay uno que deje de tener estos días de Sur el estómago flojo. Debe estar apuntado, pues, este pequeño detalle sindicalista. Para que se sepa que en algo habíamos de andar unánimes en estos tiempos de igualdad, fraternidad y Sur. Algunos inteligentes tienen también el estómago flojo, pero esto es sólo en calidad de símbolo. Son los escépticos de la localidad. [F. C.] GALINDO, Nosotros no ANTIBOLCHEVIQUE sabemos quién le ha dicho a Galindo que España esta llena de bolcheviques y que en Tafira está uno escondido, Galindo es uno de esos insulares que aquf dicen que están bien. Bien de intereses. Hombre de fincas, de juanetes y de lunar de pelos. Galindo está asustado con el bolchevique de Tafira. Robaina asegura que tiene un chirgo que da miedo. Galindo teme que se queden con sus fincas y Robaina, que no tiene ninguna, está regocijado con ver a Galindo desposefdo. Para Galindo el bolchevismo es una cosa así como aquel señor Camejo que robaba en los montes de Fuerteventura y pregunta: «iSerá tanto?» Nosotros le contestamos que son los bolcheviques muchos Camejos juntos y más sanguinarios y que encima cuentan con cierto apoyo oficial que no contaba Camejo. Y he ahí por qué Galindo va por la acera con la cabeza baja apuntalada por la soga peluda de su lunar, mientras ve surgir bolcheviques ‘de cada arquilla. -«¿Qué le pasa, Galindo?» Y Galindo alza los ojos vitreos y no contesta. Robaina se somíe y exclama: «Un dolorcillo reumático que tiene.» Galindo entonces, afirma, y sin encomendarse a uadie nos pleguuta: -«justecl ha venido de Tafira pregunto, por si ha ofdo usted decir allí algo» -iAlgo nada. Si ha llovido. estos dfas? Lo de qué? De 211 Robaina nos descubre, luego que Galindo se despide, el panico bolcheviquero de este amigo, y aunque a nosotros nos parece exagerada la cosa, Robaina lo jura por su madre, la distinguida señora doña Ursula Chirino. Y efectivamente es así. Todos los Galindos de la localidad están espantados con el bolchevismo. Algunos dicen con cierto temblor: «iBah, aquí no viene nada de eso!» pensando en que todas las cosas van a todos los lados menos a éste. Pero pudiera ocurrir que ésta viniera, ya que no las otras. Es una probabilidad el que venga por no haber venido ninguna. Ellos confían en sus medianeros, sus compadres, gente sencilla que no sabe nada, y aún en los obreros del Puerto que no tienen quién los dirija, pero... si se mete uno de la Península.. . ¿Y ese de Tafira? LHabrá otro en Telde? ¿Y en Arucas? En Arucas no, Galindo. En Arucas no son capaces de entrar ni los bolcheviques. [F. C.] CUALQUIERITA El insular cs hombre modesto. Cuando se refiere a sí mismo no sólo no se conforma con creerse poca cosa, sino que alambicando la expresión se llama cualquierita. Y si ha de meterse en algo y no quiere meterse lo dice, claramente; -«Cualquierita se mete». Cualquierita es él. El, y algunos cualquieritas más. Es como si dijera que en aquel asunto no se deben meter los cualquieritas. Y sin embargo, al llamarse modestamente cualquierita nos cabe la sospecha de que se da pisto de hombre listo, con esta despistadora palabra. «iCualquierita se mete! icualquier hombre listo que ve de lejos, como yo, es capaz de aventurarse a tal cosa!» Luego puede ser el cualquierita un inteligente. ‘$ualquierita no se mete! Se mete el bobo, el zopenco pern el cualquierita, no. Y así, a poco que profundicemos, resultará el cualquierita un título casi Universitario. Nuestro amigo Robaina, estuvo una vez a punto de embarcarse para La Habana, pero el barco se fue a pique y Robaina se salvó porque no se había embarcado. Y no se embarcó nunca más. Desde ese día, Robaina que era tenedor de libros, y hombre estimado en la localidad, se doctor6 por sí mismo cualquierita. Perteneció desde entonces a esta avispada askiación. -«Robaina, le dijimos -Q’Io se va usted a La Habana?» -«~ualquierita SC embarca, -nos respondió sonriendo y guiñándonos el ojo. Robaina no se embarcó y cuando se encontró con Galindo en la 214 ca116 notó que éste también era socio de la Asociacibn, pues del misino modo que Robaina, Galindo no se habia embarcado porque Cualquierita no se embarca como están los barcos. Cuando veamos por las aceras a esos señores graves, ventrudos oriundos de la Gran Canaria, con aspecto de magistrados, podemos asegurar que son unos cualquicritas. Cualquieritas a toda ho- ra, en todo minuto. Si hay un carro junto a la acera y la mula sobre la acera, estos seÍíores se ir8n por medio del arroyo, porque icualquierita se elipone a una coz! Cualquierita es letrado, es mCdico, es cura. Pero nunca, nunca es un cualquiera... [F. C.] YA ENTRA Monagas va a contraer matrimonio. El no ha dicho nada, pero todo el mundo se ha enterado. Pinito Fleitas lo vio entrar en la casa.. Y asl, cuando hoy ha pasado Monagas por casa de Chirino, las niñas de éste, en el bah&, han dicho: «Monagas se casa» -«¿Quién te lo dijo, niña?» -«Pues, sí, se casa a fin de año. Ya. Ya entra.» Monagas entra. Y se casa a fin de año. Todos los insulares se casan a fin de año. Por la tarde los suegros de Monagas estaban asomados a la ventana. Parecían personas vulgares, sin preocupaciones ningunas. Nadie podía sospechar al verlos tan tranquilos, que por la noche entrada Monagas. Monagas habfa pedido permiso para entrar. Y como no había entrado nunca, la suegra de Monagas le dijo a su hija: «Pon la colcha de crochet. Y saca la bacinilla de debajo de la cama y ponla en la despensa. Pero no te vayas a olvidar después que él se vaya, de volverla a poner en su sitio»; Y la niña de Galindo, que es la novia de Monagas, limpia la alwba, le 1331 ta la nmxha al ve161i y saca UI] encaje Jc; purrtu irlgk empezado por la mam8 el año 40, para que mientras «los cuiden» tenga la señora en qué entretenerse. Y cuando Monagas entre espiado por Pinito Fleitas, la mamá hace una cortesía y el papá dice: «Hola pollo». Y Monagas se sienta en una silla para decir: «iQué hay?», y que la niña entusiasmada responde: «Ya tú ves». La mamá labora punto inglCs y Monagas como no está acostumbrado a entrar «dentro» se palpa las rodillas y vuelve a preguntar: «¿Qué hay ?» Y la niña a responderle: «Ya tú ves». Y así se. pasan dos horas. Y la mamá, como seña de que ya es bastante conversación,‘Suspende el punto. Y Monagas se levanta. 215 Y cuando la casa se queda sin Monagas, la mamá desaparece precipitadamente diciendo incomodada: «iJesús, hija, parecen-cosas del enemigo! No hizo el hombre más que sentarse y tener ganas de levantarme enseguida.. .» [M. M.] LOS VIAJES A LONDRES Por esta época del año, los Robainas de la ínsula, oriundos de Tafira o Telde o Arucas suelen darse un viaje a Inglaterra. Los Robainas toman un paquete y.con la inocente intención de desro: bainarse se meten en el bolsillo una porreada de duros y se van. Pero al mes regresan tan Robainas como se fueron, aunque en Covent Garden los hayan llamado por unos días mister Robeine., . Los Galindos también se embarcan y vuelven diciéndonos que el jefe de la casa de Elder o de Yeoward en Liverppol,los denominaban Gueleind. Llegan y aparecen en el muelle diciendo: «Aquello si son calles, caracho. Por supuesto, cualquiera se aburre.» Estos viajes los hacen los Robainas o los Galindos para que los scñorcs Eldcr o los señores Yeoward los conozcan. Acaso estos señores recibiendo tanto plátano, igual hayan sentido deseos de conocer a los tenaces hombres que los envían. Y los Robainas o Galindos se plantan en los Privates ingleses, a menear la cabeza diciendo: Yes. -¿Cómo está, Mr.? ¿Ha venido usted de Canarias? -Yes. -La última partida de sus bananas extra resultó a altos precios en el mercado. -Yes. -¿Y, cómo están las cosechas en Canarias? -Yes. El inglés sonreirá y Galindo o Robaina, le dirán en pleno es pañol de Camejo: -iTrabajando, too el día, eh? Así es como se hacen perras, yes, gurbai.. . . El inglés continuará sonriendo y entonces los Galindos y los Robainas se tocarán la cachorra, y saldrán del despacho diciendo, al atardecer: -Gur moni, yes. Y se meteran en el bar a pedir un cacho de queso. Todos estos Robainas de los plátanos han estado en Londres. Luego, en la ínsula, hablan de su viaje a Londres y de las dos o 216 tres palabrillas que allí aprendieron, y cuando sus hijos crecen los mandan también a Londres, a estudiar el trote. Los hijos vuelven con los pies holgados y con un yes mas que los padres pero traduciendo home rule, por hombre sin educación, hombre de rudas maneras. Un barco inglés con estos Robainas sobre cubierta, camino de Inglaterra, confirma la creencia insular de que la banana es,eterna como la gloria e infinita como la mar. [F. C.] LA BALLENA DEL CORSE Ocurre que a las señoras de la ínsula que son un poco obesas, se les suele salir la ballena del corsé. Se les sale siempre en un momento en que volver para su casa representa mayor sacrificio que ir con la ballena salida. Si las señoras van al Puerto a ver a una amiga que aún está de veraneo, a la mitad del viaje, en pleno tranvía se les sale la ballena y entonces la señora dice: «Se me ha salido la ballena. Este corsé es una consumicidn. H Una consumición y una antigualla. La señora compró el corsé en la primera época de Toby y ha venido timoneándoselas con un hilito acarreto. El corsé ha ido al baile con la señora para que la señora pueda decir a una amiga: «Usted ha visto, niña, el confisquido corsé. Se me ha vuelto a salir la ballena.» El corsé ha estado en la tribuna de una batalla de flores, con la ballena, en filo, sobre el cuadril de su propietaria, y en los tés del Club y en misa de 12 y en el Parque por la noche, y en todos sitios la ballena fuera de su lugar, clavándose sobre las nutridas carnes de ‘la señora. A veces se encuentran dos sefioras gordas a las cuales se les ha salido la ballena del corsé, y las amigas hablan de su ballena como si fuera la ballena, de la misma familia cetácea, y tuvieran esta costumbre de salirse de su sitio, como las que salen fuera del plato 0 las que se salen por peteneras. -No me diga nada, señora. No ha quedado cosa que no le haya hecho a la ballena y siempre se me sale.» -«Yo le he puesto hasta algodón en rama y nada. Apenas hago un movimiento se me sale que es un gusto.» Y las vemos cruzar a nuestro lado con dos amplias caderas, una cadera en movimiento y la otra apuntalada por la ballena del, corsé. Generalmente este corsé al que se le sale la ballena, va a parar 217 a la cintura de la criada, y entonces, la criada la saca del todo y se pone el corsé sin la ballena testaruda. Pero la señora vuelve a comprar otro corsé y siempre habrfi una ballena que se sale, porque no dependen estas salidas de la mejor o peor cualidad del aparato, sino porque así conviene a la Infinita sabiduría del Supremo Hacedor, autor de todos los hombres que hacen corsés. [F. C.] FLEITAS EN EL MUNICIPIO Esta mañana, Fleitas, todavía con una miga de pan del desayuno en la boca, cogió el peri6dico y se puso a leer. Y ley6: «Concejales que salen». Y Fleitas, sintió cómo la miga se le atragantaba y una pequeña idea le brotaba en su caletre. Salib Pleitas a la calle y tomõ el tranvía del Puerto. Fleitas trabajaba en el Puerto; es uno de esos insulares que llaman hombres de confianza del jefe. La miga de pan se deshizo en la boca de Fleitas, a medida que se acercaba al Puerto, pero la idea tomó unas proporciones tales, como jamás pudo Fleitas soñar. A Fleitas se le había ocurrido ser concejal. ~NO podía serlo? ~NO era Galindo? ¿No lo fue Chirino? ¿No tenía 61 todo lo que se necesita para ser concejal, un juanete, una mujer sin corsé y la «casa» que le apoyaha? Fleitas quería ser concejal por la «casa». La “casa” era la oficina. Todas las «casas» en la ínsula tienen su concejal. Un concejal de «casa», es una cosa así como mayordomo mayor de Palacio con menos categorfa. Y Fleitas que había procurado servir como un pequeño can bimano los intereses de la «casa», esperaba que la *casan lo cmpujara al Municipio. Y cuando a la hora del almuerzo Fleitas le dijo a su mujer: «Pino quizas me nombren concejal», la mujer le contestó: «Tú no te metas en laberintos, Pancho. ,~,Quenecesidad tienes de que estén hablando de ti ‘los periódicos?» Pero Fleitas alegó que la ucasa» se empeñaba y Pino tuvo que callarse. Y desde la mañana que a Fleitas le brotó la idea cfvica, donde quiera que se sienta pregunta entre inocente y cuco: «iHombre! ¿Y quiénes van a ser concejales este año?» Y cuando un compañero de rebotica le dice: «Pues por ahí anda diciendo la gente que usted es uno de los propuestos», Fleitas responde que Cl no se mete en eso, que tendría que ser un compromiso enorme con «la casa» para él aceptar. Pero Fleitas será edil. Es un hombre tenaz que consigue cuanta cosa se propone. 218 Una vez se propuso meterle un contrabando a la casa y lo metió; otra vez se metió él en un lío pero se propuso salir y salió con bien y con unos cuank~s sacos de wúcar a su favor. Fleitas será consejero municipal pese a Robaina que quiere también serlo, y hará mucho bien a la patria y su señora resignada al fin le dirá un día que Fleitas salga para una sesión: «Oyes, Pancho, mira a ver si hay un hombre de esos del Ayuntamiento y mándamelo para que le dé agua a la bomba, que la criada se resiste...» [F. C.] LA IDEA POLITICA La idea política es una botella de ron. Esta botella o idea política, se destapa y se distribuye en diez o doce fragmentos de ideas polfticas. Se llenan las copas, y el Galindo que se bebe una se sentirá inmediatamente inoculado de polftica local. Esta idea, no es concreta nunca. S610 es idea en abstracto, puede servir para un partido o para otro partido según de quién sea la mano que la vuelque. Estupinán, cuando las elecciones llegan, ya tiene la idea política muy relajada porque ha abusado de ella en tiempos no electorales, pero se siente atraído y hace un esfuerzo de voluntad para que con un pequeño golpito, todas las ideas políticas reunidas durante el año, despierten gloriosas de una vez. Estupiñán es el insular de las idéas políticas. Está sentado en un Casino y dice: «No ganan, yo se seguro que no ganan». Y no ganan porque el hquido político que él recibe para esta propaganda, se lo suministran los contrarios, los que en realidad no van aganar. Estupiñán, adquiere su idea y pide varias ideas más que va repartiendo dc colegio en colegio. Las ideas se siembran y quedan después de las elecciones, como los confetis húmedos y polvorientos, sobre las calles, el miércoles de ceniza. Son estas ideas tan inservibles, que el transeúnte las ve al pasar y no las recoge. Las elecciones se acercan. Estupiñán, está ya de acuerdo para repartir las ideas del partido, que son las mismas de siempre, y las del otro partido. Son las ideas idénticas, que aparecen distintas, como hermanas de la misma familia y desiguales afectos.!que se enemistan y se echan en cara los vicios comunes. EstupiñBn y Galindo militan en dos partidos diferentes, pero ambos beben en las mismas ideas... [F. C.] 219 M.E.M (1920) 0 R, ,D A EL AVION SE FUE Anteayer se marchó el avión y la ciudad se quedó sin este pequeño detalle. Ahora parece como que le falta una cosa. Tiene la ciudad el mismo aire desairado que una bota a la que le falta el botón de arriba. Hay un señor que necesitaba tener el avión en puerto. Este senor habla cambiado su cotidiana parla por una nueva en que barajeaba el avión de Mr. Lefranc y los aviones de «Nuevo Mundo». Y ahora, sin el avión, tendrá que decir por una sola vez: *El avión se ha ido». Antes decía, diariamente: «iHombre, dicen que hoy sale el avión!» «No ha salido hoy». «No salió ayern. El señor que necesitaba tener el avión se ha quedado silencioso en su butaca sin saber qué decir. Ya dijo: «El avión salib» y después ¿qué nueva cosa dirá? Pero si el avih se ha ido hay en puertas un aeroplano. En cuanto el señor que necesitaba el aviõn se entere, podrá volver a reanudar su conversación. MGDicen que va a venir un aeroplano7 Y he aquf cómo desde Francia se puede dirigir el camino intelectual de este señor y hacerle decir unas cuantas palabras. Acaso el nuevo aviador no pueda sospecharlo., Nada tan interesante como el señor local que le precisa una cosa para poner en ejercicio sus palabras. El señor que necesita tener una mesa delante dc los ojos para dtcir; -Tengo una mesa ante mi vista.» ¿No sería más importante tener una mesa delante de los ojos y decir: *Tengo una silla, alta, muy bien torneada?» La imaginación del señor que dijera esta cosa, al parecer arbitraria, sería una imaginación ilustre. 223 LA EXISTENCIA EN UN HILO Sin duda que nunca ha sido la vida tan corta como ahora. Cada año es más corta. Se van las vidas con la misma indiferencia que las hojas de un almanaque de pared. LES que la gente uo quiert: vivir y la enfermedad es un producto psicológico inconsciente? iHacemos un secreto y desconocido esfuerzo para librarnos de la vida? ~0 es una dulce liberación del Hacedor para que no paguemos tanto dinero por comer? Posiblemente a alguien soluciona la gripe el problema de las subsistencias. No hay que olvidar, querido lector, el precio de una cebolla pequeña. Esta cebolla cuesta un real. Cuatro cebollas cuestan cuatr? reales: una peseta. iVale, vivir efectivamente, para pa- gar un real por una cebolla? Querido lector, el azúcar cuesta unti sesenta y nada dan por una perra gorda. Ni los fósforos. Una caja de fósforos y limpiarse las botas cuesta lo mismo. Los únicos que no han subido su cuota son los betuneros. En realidad no podían subirla, sin cometer un atentado al sentido común. IA bajo del precio tenía que estar en armonía con lo bajo del oficio. ¿Qué es la muerte? Darío, por boca de sus centauros, nos dijo que no es demacrada mujer, sino virgen blanca y casta como Diana. Ramón Gómez de la Serna se dolía de la muerte porque era un estado donde no se podía fumar un cigarrillo. Pero nosotros, en un plano m&humilde, diremos que la muerte es el abaratamiento de la cebolla. No’es posible pagar tan cara una cebolla, como en la vida. El comerciante de cebollas se estrella ante la tumba del comprador. Una honda melancolía invade hoy nuestro natural espíritu saludable. Quisiéramos jugar con la Muerte, aunque’ fuera al ajedrez, juego sensato y distinguido. Pero pasa un ataúd blanco, lleno de flores, frente a la ventana de nuestro cuarto. Esta muchacha muerta -pensamoshubiera quizá pagado, a cambio de su vida, mil reales por una cebolla. Y luego decimos: «Acaso nosotros, enemi- gos de la cebolla y jugadores de palabras alegres, también fueramos capaces de pagar el mismo dinero.» @J se yucdc: pensar fijamente, seriamente en la mucrtc, to- mando como pretexto una cebolla? iEs natural que un día la cebolla se abarate, y entonces querramos volver ,a la vida? $ería factible morirse uno una temporada, mientras la cebolla tuviera UII PI<;cio tan elevado y soberbio? Todo es hoy inquietud melancólica, vaguedad medrosa para el cronista. El es un hombre pobre, y piensa en sus colegas de suerte. Y aunque aparentemente, sea liviana su filosofía, no puede menos de asegurar con gravedad de filósofo provinciano: 224 La cebolla es la génesis de este dolor. EI amor, un día, estaba simbolizado por esta planta de sabor acre y picante. Antes, con una cebolla, era todo felicidad y sueños. Cebolla y pan. ¿Quién no decidió un día liarse la manta a la cabeza y ofrecerse al amor con pan y cebolla nada más? Si no importaba la vida dura y amarga teniendo por todo porvenir pan y cebolla, ahora que la cebolla es casi inaccesible, ¿quien se compromete a cantar las excelencias de la vida? iQue horizonte nos queda a nosotros los hombres del trabajo cotidiano, con la cebolla tan cara, sin el dulce consuelo de la áspera cebolla, tan compañera del pan? NOS MOKIMOS MENOS Un compañero nuestro nos acaba de decir un poco asombrado, con su nuevo aire liberal demócrata: «Hoy he visto pasar por la plazuela ocho entierros». Quiere decir el asombro del compañero que la gente sigue muriéndose más cada día. Pero nosotros después que la campanilla del Viático no suena -tenemos la seguridad de que la gente ya no se muere. Esos ocho entierros que ha visto el amigo son unos entierros hiporericos. Quizás haya visto pasar uno grande y le ha parecido ocho. 0, acaso, sea el mismo entierro que con arreglo a las órdenes de la Junta de Sanidad ha pasado ocho veces por la plazuela para que no sea una sola la persona que lo vea sino siete más. La gente ya no se muere. Podemos respirar con más tranquilidad. El microbio ha pasado. Seguramente estará en Tenerife, para que nuestros vecinos no nos achaquen un nuevo despojo. Ayer hemos visto a un nuestro amigo insular paseándose meditabundo en una acera. «iQué espera usted amigo?» -le hemos preguntado-. Y el amigo ha dicho: «iHa visto usted cómo se está muriendo la gente!» Indudablemente el amigo esperaba la gripe. El la veía en la esquina de enfrente y como el avestruz, esconderá los ojos para no vérsela entrar. ‘Luego, el amigo se ha marchado cuu lus hombros encogidos, como queriendo cerrar todas las puertas que van a sus pulmones. Pero la gripe se alejaba, cansada, hacia Tenerife. La gente se muere menos. Es seguro. El desfile termina. Los que se fueron delante dirán, desconsolados, desde su tumba: «Si hubiéramos ido más atrás», como aquel que pasó por la fábrica y después de pasar se cayó un andamio . $i pasa cinco minutos antes pierde la cabeza! Ya no quedan muertos. Pero la ciudad ha visto desaparecer a 225 algunos amigos queridos. Cuando la tranquilidad y la alema se renueven d.ebemos tener este recuerdo sentimental para los que no puedan alegrarse por la salud que vuelve. UN PEQUEÑO’ GENIO Nosotros los españoles, hasta anteayer decadentes, tenemos para usarlo ante el Extranjero inculto, un pequeño genio llamado Gabriel, como el poeta italiano y el ángel anunciador. Este Gabriel es hijo de.aquel otro genio más grande que se llama Antonio y que preside ese jardín florido y espiritual que llaman Academia de la Lengua. Ambos, padre e hijo, son mauristas: mauristas para serlo más que ellos mismos que son los propios Mauras. Como el conocido y aventurado señor papista. Pues bien: el pequeno genio Gabriel ha sido nombrado Acadé- mico en atención a unos libros de historia que publicófy creemos que publica todavía. Está perfectamente nombrado. Para eso Maura cs Maura y él mismo su profeta. El pequeño genio, al presentarse todo lo Mortera que es con su discurso de recepción en la Academia, ha dicho que en Espafia no hay tal decadencia, que si hay dos o rres decadentes esos wn los enemigos de ese otro genio cívico-militar que titulan Cierva. Pero que la decadencia consiste en no acatar los disparates que colecciona la Academia que preside el papá, y no creer en el destino mesiánico del supradicho engendrador. Un tal Marqués o Márquez de Figueroa contestó este discurso antidecadente con otro más antidecadente todavía. Un público antidecadente tambiCn, aplaudió a pesar de las barbas blancas y académicas, con todo el ardor de esos jóvenes mauristas que llevan bisagras en las caderas y pantalón de organilleros. Y gritó: +Viva la antidecadencia! Con lo cual, si quedaba algún caso aislado de decadentismo, fue extirpado en el acto, con la Mortera maurista donde se molió el marquesado del tal Figueroa, novelista, exministro y antidecadente inmunizado. Consuela ver aún hoy paladines de estas pildoras Ross de la antidecadencia, paladines que serán nuestra salvación politica y gramatical, mañana. 226 MEJOR Y PEOR Ayer empeorb el tiempo. Al tiempo tambien le dio la gripe. Pero fue una gripe muy ligera porque hoy ha vuelto a respirar bien con ese espléndido pulmón solar. ’ Cuando llovió, y el tiempo luchaba con su respiración, la gente acorralada, tembló en los zaguanes. Pero hubo quien ‘dijo: «Esta lluvia limpiará la atmósfera de bacilos.» La lluvia arrastró al amigo que nos trae la gripe. Nuestro alcalde, que también hizo correr el agua, se ha visto ayudado generosamente por el Supremo Hacedor. Desde luego, a nosotros, algo apegados a las cosas terrenas, nos parece más practico este procedimiento de Bernardino Valle y de Dios, que-no la profilaxis celestial que recomendaba desde Renovación Su Excelencia el otro día. Hoy tenemos sol. Un sol sin gripe. La lluvia fue para que este sol pudiera llegar hasta las almas y los pulmones humanos sin obstáculo alguno. Es de suponer que todos hayan de recibir al sol como si se tratara del propio señor Luengo, que nos viniera a arreglar las cuestiones con buena voluntad y un abrazo amical de queridísimos e ilustrísimos compañeros. UNO SOLO Ayer no hemos visto cruzar la ciudad sino un solo muerto. Ya no hay epidemia. Posiblemente, este muerto se ha marchado por causa de otra enfermedad. El ataúd tiene un aire más conforme, más resignado que los que llevan víctimas de la gripe. Hemos pensado que cuando ya no hay temor a morirse de gripe este enfermo, que esperaba que el chubasco pasase, se ha muerto tranquilamente. Mucha gente estaba para morirse de otra enfermedad, pero aguardaba a que la gripe se fuera, para no morirse de gripe. Es menos trágico morirse del hlgado, de un cáncer. Si tenemos un cáncer, cuando hay epidemia gripal, es mejor esperar que la epidemia pase. iC6mo podemos justificar nuestra muerte, independientemente de la gripe? Es quizás poco elegante ya. Con la gripe puede ocurrir un lo que ocurrió con los jerseys. Hoy es mejor no tener jersey. Pero el muerto que hemos visto cruzar por la calle estará triste. Si no ha muerto de gripe dirá: «iHaber gripe y morirse uno de otra cosa! iSi no llego a tener esta cosa no hubiera muerto de gripe! Es tener mala estrella 0 mala pata, esta mala pata que ya no es mala ni buena, porque la he estirado para siempre.» 227 Y el muerto tendrá razón. Es seguro que habiendo gripe grave que a todos se lleva, el muerto de hoy sin otra enfermedad pasa por entre la gripe, como ha pasado entre las frías miradas de los ciudadanos, encerrado en su ataúd. LEra un hombre bueno el muerto? Sí. Al morirse de otra cosa ha querido dejar un margen de esperanza al ciudadano medroso. Ha querido decirle: -«No tenga usted miedo. Si no tiene usted otra cosa, hay probabilidades de que no se muera usted. Yo hubiera querido morirme más de la gripe, porque al fin era m& incvita- ble o m8s fatal. iPero habiendo esta terrible amenaza, morirse uno de otra enfermedad corriente.. .?» Sí, señor muerto. Es defraudar nuestro miedo. NUEVO SILENCIO Hay ahora, en las calles de la ciudad, por la noche, un nuevo silencio. Oyense más claro los ladridos de los perros del Risco y el adelantado canto de algún galio insular. El silencio histórico de estas calles desde que cierra la noche se forja más intenso y más negro. Es un nuevo silencio que hace presión sobre el silencio antiguo. Lo sentimos más cerca de nosotros, con todo el ardiente calor de su modernidad. Es el silencio del miedo. La gente ticnc miedo. Apenas acaba el tiabajo, la geutt: se abriga y se esconde en su casa. Bien es verdad que hay un aire afilado como el acero, que corta las ropas, atraviesa el pellejo y roza el importante pulmón. Frío, frío extraño en un país de eterna primavera. Cada año hace más frío y el miedo de estos pobres amigos desacostumbrados, tiembla y se congela al fin. Para que no se congele el miedo, el amigo insular se esconde entre mantas efusivas. Nadie cruza las calles. Algún audaz, Las ventanas de las casas cerradas dan la impresión de que también tienen miedo. Pero parece que hay detrás de los cristales unos ojos profundos que acechan y van detrás del miedo, siguiéndolo por la ciudad. ¿Dónde estará ahora el miedo? El miedo pasó por nuestra casa. ¿Se ha metido por una rendija de nuestra puerta o siguió al zaguán del vecino? iSeñOr, que siga al z-iguán del vecino! Y no se desea que no siga a ningún zaguán, porque así, ya dentro de uno, no hay temores de que se venga al nuestro o nos esté amenazando toda la noche con acercarse. ¿Por quC tienen miedo estos amigos a la noche fría? Es algo importante perder un empleo de cincuenta duros y este pantalón 228 eternamente zurcido por las manos de la triste mujer que nos acompaña el hambre? LOS DOS VAPORES IGUALES En la bahía estaban fondeados ayer dos trasatlánticos, el «Buenos Aires» y el *Montevideo». Esto era importante, sin duda. Pero había otra cosa más importante. Los dos barcos son gemelos, aunque uno tenga un palo más que el otro. El palo de más puede ser defecto del hermano que salió después. Lo que quedaba del COIdon. Pero en la totalidad los dos son idénticos. En el tranvía hemos advertido esta semejanza, mas no de nuestra natural observacion, sino por la de un viajero entusiasmado. Este viajero lo ha dicho diez veces. Los dos vapores son hermanos y si uno tiene un palo de más fue porque se lo quitaron al otro. Pero son iguales. El viajero ha insistido y toda la gente del tren miraba a los barcos y al señor, convencidos de esta primordial semejanza. Todo el tranvía estaba pendiente de las palabras de\ señor que hablaba de los barcos y se satisfacía de saber una cosa que antes no supo y que probablemente sin la ayuda de este sefior, no hubiera sabido jamás. Es muy posible que el señor del tranvía no supiera otra cosa. Quizás todos sus conocimientos se redujeran a saber que el 43ue- nos Aires» y el «Montevideo» eran barcos iguales. El quería demostrar esta noticia y habla en alta voz para que todos lo oyéramos. Y el seiior, cuando la gente le miraba con cierta admiración, por la cosa tan importante de que era dueño, adquiría un aire de catedrático pedante, así como don Adolfo Bonilla, a quien por otra parte se parecía algo físicamente. El griego dijo que no debiéramos jamás dejar pasar un día sin haber aprendido alguna cosa más. El señor de los barcos no conoció al griego, pero él siempre que se acuesta sabe, porque lo aprendi6 de buena tinta, que el «Montevideo» y el «Buenos Aires» son idénticos. Y se duerme EL APOSTOL feliz. PABLO Cuando nosotros, perdidos en las tinieblas de nuestra memoria, creímos que Pablo López, el cómico, era un recuerdo milenario, he aquí que surge como un delicioso presente. Aparece en Teneri229 fe y al verlo tan de cerca preguntamos aterrados: --iSerá Edmundo Dantes? iQuién lo creyera! Pablo López, sin años ya, porque ha prescindido de ellos dejandolos en su camino, forma otra vez su compafíía de zarzuela, y debuta. iCuántos debuts habrá hecho la compañía de Pablo Mpez, desde comienzos del siglo pasado al, presente año? Pero Pablo viene esta vez sin más López que un hijo. Y toda su compañía pierde con esto el tono peculiar que la sostuvo tantos años fragante. Pablo López es el mismo. Su compañía también lo es. Sin embargo, nadie conoce a los actores. Y ésta era la característica -aparte de la que cantaba- de la invencible compañía de zarzuela. Pablo López recogía cantantes y los metía de sopeton en, «La Tempestad», para debutar enseguida. El debut de Pablo Mpez era siempre un debut a prisa, un debut en el cual se nos decía siempre: «Estamos esperando a tal tenor o cual tiple.»- Mientras, se las componía con «La Tempestad» donde el barítono sólo cantaba bien «la lluvia ha cesado». La compañía de Pablo López no puede terminarse nunca. Cuando los mas viejos se van haciendo inservibles, ya Pablo López ha puesto en la cola unos rozagantes puntales, que aprenden el tono de sus romanzas para cantarlas como los anteriores. Y así la compañfa se hace sucesiva y eterna. Pablo López es un apóstol de la zarzuela grande. Los años de Pablo López han pasado a la historia, pero su compañía crece y se sostiene con los años como la alba camisa del Redentor. LLAMAR LA ATENCION Hemos leído una pequeña interviú que el joven amigo Brunme11 ha celebrado con el genio español Sr. Linares. A nosotros nos interesa el Sr. Linares, como suele interesarnos una esquina. Nos dicen un día: «He visto a Fulano en una esquinan. Y en seguida ponemos un pequeño interés en esa esquina donde Fulano se apoya por razones misteriosas. El Sr. Linares llego a Las Palmas desputs de La Garra y de Cobardíus. Es posible que si hubiera venido antes no uos hubiera hecho tanta gracia. Pasarnos dos horas ante Cobardías bien merece un rencor, aunque el Sr. Linares sea Académico. No podemos jamás olvidar la voz áspera y terrosa del Sr. Llanos diciéndonos aquellas cosas shakesperianas del Sr. Linares. El Sr. Linares es sordo. No sabemos quien dijo que era una ventaja porque así no se enteraba de las tonterías que dedan sus personajes. Seguramente, es ventaja también para no enterarse de 230 las cosas que le dicen las personas no catetas. Porque tenemos la evidencia de que el Sr. Linares es sordo por fuera y por dentro. Al amigo Brunmell le dijo el Sr. Linares unas cuantas cosas nutridas de sapiencia. La más importante fue, sin duda, aquella de que al escribir La Garra ~610 se propuso llamar la atención de la Iglesia y el Estado sobre lo que a diario lamentamos. El Sr. Linares, aunque hizo una comedia literaria, no ha querido decir más que «iEh, amiga Iglesia! iEh, compaiiero Estado! Abrid el ojo.» Pero la Iglesia y el Estado, que no suelen concurrir a los teatros, se han quedado con el ojo cerrado. Y es Uistima, porque el Sr. Linares, en pago de este abrir el ojo al Estado y a la Iglesia, confiaba cn que el poder de los dos le abriera a él el oído! El Sr. Linares dice que le han combatido mucho. Siempre la impedimenta auricular. No es que le hayan combatido sino que ha hecho mucha gracia a toda persona que haya visto antes una comedia de Benavente. El Sr. Linares, en su afán de ser feliz, confunde el combate con la chunga. Pero en fin. A nosotros nos ha emocionado las sutiles cosas que le ha dicho a nuestro joven amigo Brunmell el Sr. Linares. Y como hubo champagne y gira a la Vega, podemos permitirle, una vez más, al Sr. Linares que haga un diálogo encantador. TODOS MENOS UNO El cronista puede decir hoy que es la única persona insular que no ha sido proclamada edil. Todos los ciudadanos entusiastas quieren ser votados en las urnas. El cargo de concejal de la mayoria está ya tan a mano como el de Ministro de Espafia. Más fácil que ser buena persona es ser Ministro. Concejal y Ministro es una cosa igual. Será preciso poner pues en nuestra tarjeta: «No he sido. Ministro», n un botoncito en el ojal de la americana: «No crea usted,. señor transeúnte que yo tengo otra cartera que la de piel de Rusia que, adornada con iniciales de oro enlazadas, guardo en mi bolsillo. No soy concejal, ni soy Ministro». El concejal de la mayoría es el eterno concejal. El hombre que siempre se proclama y del cual no sabemos nunca qué pequeño secrcto crcmatistiw lo incita n este cargo. Pero el hombre insultar que aspira a la concejalfa piensa casi siempre en la muerte. Envuelve esta aspiración una intención macabra. El hombre quiere morir de concejal. Y el sencillo ciudadano que no 10 ha sido nunca, se le ocurrirá- serlo, leyendo la esquela de algún concejal muerto donde ponen que es concejal y que el Excelentisimo Ayuntamien231 to invita a la procesión fúnebre. Camino del suicidio puede ser el que a este cargo lleve. Suicidio inconsciente, fatal. El concejal de la mayoria no pide jamAs el voto. IIay otra mayoría que se 10 da tranquilamente, como él mismo, sin quebradero de cabeza o de espíritu, lo.entrega ante el primer negocio de la primera sesión. Todos estos electores son eI propio concejal disgregados. Sale este concejal por un solo voto. El voto de gracia. Y los dos se sienten a la vez concejales de la mayoría, que es mejor, porque así están más acompañados los células; y cuando el elegido sale, salen todos y todos dicen que sí, cuando el otro 10 dice. De este modo, el concejal es siempre el mismo. Por eso al proclamarse ahora tanta gente no viene .a ser sino una pequeña redundancia política. El cargo de concejal de la mayoría es como un dije. Todos tienen su cadena de reloj, gorda y cubana, donde luce un dije de esa pintoresca piedra gris. La única materia gris que llevan encima, acaso... LLUVIA POLITICA La lluvia de ayer, el tiempo rebelde de ayer, fueron una signifiel tiempc+ nos iba a ser ya manso en epoca electoral. Si los ciudadanos hablan de agitarse, ¿por qué no los elementos celestes? Un tradicionalista diría: «El cielo estaba con nosotros» Un señor del poder -que es también tradicionalista a su modo, al mejor modo -exclamarfa: -«El cielo nos anunció que no tolera renovaciones.» Y yo, hombre inexperto, in- cada alegoría política. Todo -ni crédulo hasta el límite, sólo podria decir en un tono mefintnf6licn de drama clásico: -«¿Con quién estaría el cielo?» Pero el cielo estuvo con alguien. La lluvia fue como un barrido y el viento se llev6 amenazas y promesas. Los hombres temerosos del tiempo se acobardaron y los votos cayeron como la Iluvia, un poco irritados y otro poco decididos. Cuando escribimos estas líneas no sabemos aún si la lluvia de los votos ha sido más eficaz que la del cielo. En los colegios, los apoderados y los candidatos sonreían. Aguarccidos dc la lluvia poco pudieron moverse. Y en este ine- vitable encierro se dedicaron a pasarlo buenamente. Los ojos caían sobre la papeleta del votante que entraba y que ya tenía su papeleta en la mano. Lluvia de miradas, rayos de luz que porfiaban por atravesar el papel doblado. Nosotros, que hemos venido observando este pequeño detalle 232 de los interventores insulares, confeccionamos nuestra papeleta de antemano para dejarlos en la duda cruel de nuestro voto. Y he aqui como este amigo no puede creer que votamos su candidatura, habiéndola votado, y aquel otro enemigo, piensa que fue para él nuestro voto, no siéndolo. Y esta incertidumbre, con el gris de domingo, dio a la votación el tono sentimental que nos convenfa. Votar es una cosa melancólica. Votar, es elevar a otra persona, que no somos nosotros. La verdadera votación serfa la propia. Nuestro incólume individualismo, no se aviene a estas liberahdades. Por eso quisieramos saber con quién estuvo el cielo. iEstarf.a con nosotros, displicentes y grises, malhumorados y aburridos? ¿Con nosotros, que pasamos delante de los colegios, sin emoción y sin interés? No. El cielo no pudo estar tampoco con nosotros, porque nosotros, al fin y al cabo -almas disconformes, espíritus inadaptadoshemos tenido que votar en contra. UN MARINERO Jamás habíamos visto votar a un marinero. Parecía posible que a un marinero no le interesaran los concejales de la tierra. Hombre de cielo y mar, sin más ley que la dulcísima y sencilla del timón, nada terreno, ni militar ni civil, le pudiera importar. Pero el marinero es hombre que vota. Por lo menos un marinero que nosotros vimos. Y que después resultó que no era marinero. Un marinero que no lo es y quiere serlo para votar, es aún más extraordinario. Parecía lógico que siendo marinero disimulara su oficio con otro terrestre justificativo de su interés ciudadano, pero no ser marinero y hacerse, como una gran razdn electoral, toca los límites de lo absurdo. Pues nuestro popular amigo Juan, hombre que no ha solido ver el’ agua ni en la palangana y cuya profesión es andar continuamente por las aceras -todo tierra- ha querido votar el domingo por marinero. -¿Y cómo podía este hombre aceptar un cargo tan arriesgado y peligroso siquiera sea eventual ? ¿Cómo nuestro amigo, que pudo haber sido guardamontes o lego de Paules, prefirió ser marinero, afición tan apartada de su alma, llena de tierra, repleta de polvo? Nuestro amigo Juan porfiaba en su oficio. El era marinero. En vano, otros amigos -Iris apnderados de la mesa, los candidatos 233 contrarios- luchaban por demostrarle a Juan que no tocara por ningún lado la marina. Juan persistfa. El era el propio pirata de la canción que iba viento en popa y a toda vela con diez cañones por banda... -iEse señor no es marino!gritaba un energúmen-. Y Juan, no salla de su asombro. ¿No era marino pues? ¿Y aquellos cinco duros plateados como la mar que sonaban en sus bolsillos, qué significaban entonces?. . . EL CIELITO M6s parecía INFERNAL la ciudad en estos Carnavales el patio de un mani, comio, una casa de salud, llena de degenerados que padecieran una igual manía. Un cantar idiota que desde Pascuas nos venía amenazando con la relajación de su ritmo fue todo el Carnaval. Desde el señoritingo de pantalones de odalisca hasta el último jayán, se pasaron los tres días cantando ese cielito repugnante, con una crueldad de infierno. Ni un rasgo de gracia, ni un gesto espiritual. Las voces desentonadas, las voces roncas de aguardiente emitiendo el cielito con una plebeyez espeluznante y desesperada. En el tranvía, en las esquinas, en las calles, en los rincones más ocultos y absurdos no se oyó otro cantar y otra gracia que el cielito, cuya casa solía estar a un paso del hombre cantador. Hubiera sido justo buscar otra casa que se hallara veinte millones de pasos de la ciudad, para meterse uno en el sótano de ella. Cogerlos a todos y meterlos de cabeza en el barranco lleno hubiera sidn poco: una broma de salón. No hayopalabras con que expresar la incomodidad del ciudadano discreto ante la estólida diversión. Tres días desde el amanecer, sin cesar, cl canto se oía y siempre, para mayor gloria, desentonado. Todavía ayer, Miércoles de Ceniza, quedaban cielitos de la gente resonando por ahí. ¿Qut2 descubre esto? Nu descubre nada, claro. No es m6s que una triste confirmación de la absoluta desgracia insular. En otros lugares el pueblo es ordinario y brutal muchas veces, pero es pueblo y suele tener gracia y sobre todo personalidad. Pero esta gente agorilada no hace sino imitar las cosas tontas de los otros con mayor plenitud de tontería. Después de los momentos de indignación viene la tristeza, el desconsuelo de no encontrar ningún resquicio espiritual con que poder uno solazarse. Fue en verdad edificante el espectáculo carnavalesco. Queremos apuntarlo en este pequeño volante de recuerdos, con unas sencillas palabras. Decididamente,’ estk pueblo es estúpido. 234 NOROESTE Hay un viento terIiblc: y un señor de la ciudad dice: «ES NOroeste». El señor sabe de vientos. Además de gallos. Es gallista furibundo. Pero la importancia de su viento es mayor que la de sus gallos. «Mientras no se quite este noroeste, no podremos estar» -dice el señor. Y añade que hace frío. «Sí, sí, en realidad hace mucho frío.» Y empieza a recordar y a preguntar a los amigos si ha habido antes tanto frío. El frio lo trae el noroeste. El noroeste es, por estos días, un cacique máximo. Nada se puede hacer con el noroeste. Es como un huésped que tenemos en casa y hay que supeditar todas las cosas a la atención del hutsped. Cuando se vaya el noroeste entonces podremos salir a la calle. Si el noroeste continúa hospedado en la isla no podremos ir el domingo a la Pifiata. El señor de la ciudad ha dejado de visitar el puerto porque el noroeste se dedica a juguetear con las cortinas del tranvía. El noroeste trae algunos catarros de recuerdo y le precipita a los transeúntes sus pequeñas necesidades acuáticas. El noroeste da estampidos en las ventanas para que el señor no duerma y pueda decir que no ha dormido. Un señor que no duerme, es un hombre de cierta categoría. Generalmente se admira a esta clase de señores que se pasan la noche en vela por culpa de alguien. Señores que se preocupan, señores delicados. Una ciudad puede ser civilizada teniendo dos o tres docenas de señores así. El noroeste hace tres días que pulula. Cuando se vaya, el señor de la isla dormirá. Y su importancia, aunque parezca raro o contradictorio, aumentará. Pues dirá satisfecho: -«Gracias a Dios que he podido dormir tranquilo despues de cuatro noches en vela.» Y a todos nos parecerá este sueño del señor distinguido como un pequeño homenaje de la naturaleza, un banquete de doscientos cubiertos donde hablan elogiosamente los amigos y admiradores del señor. El noroeste parecerá al primer zumbido una cosa trágica pero en sus invisibles fauces trae muchos nombramientos importantes. 235 31ÑATA El domingo de Piñata es como un honesto,, timido y esclavizado oficinista. Un pobre diablo de oficinista que aguanta el musculoso gesto del patrón extranjero, ese patrón colonizador y hecho de descortesía, tejido de descortesía, y todo él con la descortesfa enlazada, como un serón de paja o una complicada cesta de mimbre. El domingo de Piñata sale en medio de la Cuaresma, como un día oficinista, que harto de simplezas numéricas fingiera un mal y se libertara a escondidas del trabajo de un dfa. El domingo de Piñata es tan triste como aquel M. Lerás de Maupassant, tenedor de libros de Labure y Cia. que se ahorcó con sus propios tirantes en eI Bosque de Boulogne. El domingo de Piñata tiene alma suicida, un alma tenaz de suicida, y si fuera algo material, algo corporizado, ya hubiera finalizado su existencia. No habria domingo de Piñata hace muchos años. Este domingo no tiene nunca sino tres mascaras, las mascaras que más se aburrieron en los tres días de Carnaval, y que apuran un día más para libertarse aprisa del aburrimiento. El domingo de Piñata tiene el alma distraída y fría; parece como un día que se encoge de hombros y pasara entre los días sin verlos, y desprecihlnlns por reflejo del desprecio de sí mismo. Es como esas personas insignificantes, de las cuales se echa mano siempre, a última hora, para que desempeñen un cargo o para que hablen en una velada, porque no hay nadie que preste este pequeño servicio que todo el mundo ha prestado ya. Gris, ‘pero no con el gris que ven los ojos, el gris de la pintura, sino con ese otro gris que se siente y que se oye en los lentos paseos del alma harta de vagar por las calles de una ciudad, idiota y extranjerizada. Llegó el domingo de Piñata con sus tres únicas máscaras, que recogieron las sobras de la alegtia carnavalesca, y que las cuntinuaron esparciendo como serpentinas deshechas sobre los hombres serios que transitaban. Era el eco débil, enfermo, de una falsa alegría que este domingo se descubre todo; se descubre porque sólo quedan los menos expertos en fingir alegría, y éstos nos ensenan, con su torpísimo arte, que nada fue cierto, que sólo hubo una careta enorme que cobijaba bajo su risa de cartón dos de una turba inconsciente y esciava. 236 los espíritus enarena- NADA Pasado el temporal berberisco, pasado el temporal del Notoeste, pasado el temporal de la alegría se ha quedado la ciudad como una acera ancha y limpia. Parece que está brillante, como si la hubieran fregado de toda cosa bulliciosa. La gente cruza con suavidad de magistrados que van al parque y hay un ambiente de casa nueva y barrida, cuyas puertas se abren al mar para que entre el rumor de las olas y el oro del distinguido astro solar. ¿Qué ha pasado? El pequeño insular no lo sabe. Tiene como un vago recuerdo en su mente. Los dos temporales y el Carnaval se juntan, se amontonan en su memoria. ¿Cuál fue el primero? iVino el polvo del Sáhara antes que las máscaras o fue después? En las islas las cosas no tienen actualidad nunca. Son del mismo modo y pasan como continuación de un ovillo que empezo a devanarse el día que los católicos señores se adjudicaron los siete peñoncitos. La vida insular puede ser aquella nada biblica de que se valió el Señor para construir este mundo. Más recta que sus aceras, la vida de la ciudad empieza en un llano y en otro llano igual termina. No es un sueño. Un sueño casi siempre es una esca: la de Jacob. No es una muerte. La muerte tiene una revelación detrás de su puerta y si uno no es Dios al morir será raíz de otros frutos. ¿Qué es, pues? Es esa nada de que hablamos. La nada, pudiendo ser una cosa natural, habría de tener este aspecto. Un comerciante, un médico, un ahogado, un sobrestante, silenciosos, bajo una inmensa y azulada campana neumática. Pero no podríamos hacer de esta nada ni una estrella siquiera. SIN DUDA Anoche al regresar del puerto, oímos pregonar cn las paradas del tranvía a los chicos que venden el Diario: «iEl Diario, con el discurso de Maura!» -Esto nos exaltó. ¿QuC habrá dicho de la crisis este himalaya oratorio?- Pero no era de la crisis. Era de Galdós la opinión del ex Mesfas. El Sr. Maura, como sabe cada maurista. preside esa salchiche-, lía Jel lexico que se llama Academia Espanola. Esta Academia celebró, claro está, una velada necrológica en honor de Galdds y como el señor Maura es Presidente, pues hubo de glosar la labor del novelista en un discurso que al Diario le parece admirable y a La Provincia le parecerá colosal. El señor Maura, padre de Ia patria y de Gabriel, que si no es 237 tan himalaya como su padre es un pequeño Moncayo zarzuelero, dijo entre otras vulgaridades de mayor cuantía, que no se explicaba cómo Gald6s tenía tanto talento. Y aquí el señor Maura, con- fundido, anonadado ante la semana trágica del intelecto galdosiano, se preguntó: iCómo demonios pudo atesorar Galdós tantas cosas? ¿Cómo, metido en una garita, pudu saber u escudriñar aquel numeroso cúmulo de observaciones? Y el señor Maura viene a consecuencia de que sin duda era potente y fértil su imaginación creadora. iPero quién dio a Galdós tales atributos? No puede ser sino que Dios -prosigue el señor Maura- le dotara de aptitudes extraordinarias. Don adivinatorio. Y el señor Maura, a quien Dios no ha dotado sino de barba, de Goicoechea y de Delgado Barreto, continúa enumerando las dotes, a las cuales es familiarmente muy aficionado, con que el Supremo Hacedor adornó a don Benito. Bello discurso. El gran político español es un gran Académico. Nada se dijo de Galdós tan nutrido. La observación del maestro lo escudriñó todo, pero se le escapó este portento de sobreusada psi- cológica. CORREO DE MARTE El pequeño mercader isleño recibirá posiblemente dentro de poco tiempo correo y mercancías de Marte. Desde Marte parece que quieren comunicarse con nosotros. Según Marconi se vienen observando señales extrañas que interrumpen periódicamente las funciones de la radiotelegrafía. Estas interrupciones se observan a la altura de New York y de Londres, los dos lugares donde mhs relaciones tiene el comerciate insular, ¿El planeta Marte o el Planeta Mercurio, es el interpelador? Si se tratara de un asunto isleao seria Mercurio; si es el asunto nada más que español, Marte. Pero nosotros nos aventuramos a creer que es Mercurio y que desde este planeta están interesados en comprar unos platanitos. Es un negocio ultraterrestre que se nos viene encima y que sería tonto ,desperdiciar. Un negocio interplanetario podría ser para nosotros una solución admirable. Lqs .canales de Marte es un segundo negocio de <guas y en los cráteres de la Luna se podlan ‘que bordeãrian las fincas ~platan’ales. plantar unas tabaibas El comerciante insular recibirá una carta del comerciante marciano y dirá: -«Mi corresponsal de Marte me propone precipitado rojo.» El comerciante adquirirá cierto prestigio y el letrero de su 238 tienda se extenderá hacia todos los confines planetarios. Si no puede venir todavfa un Yeoward de Marte, vendrá un Paquete de la Luna. Azafrán de Saturno o velas de Venus hemos de ver pronto en los escaparates de la calle de Triana. Y asf como el señor Robaina, según dice Centeno, iba a Londres a saludar a Mr. Hope, ahora ir-fa a Júpiter en busca de unos pequeños rayos cou que par- tir al cliente. El señor Marconi tiene razón. Esas señales son para comunicar con los tenderos insulares. Hace tiempo que los articulos que se expenden en la ciudad andan por las nubes. ¿PSICOLOGIA POPULAR? 0 individual. Pues puede ser uno solo el distinguido espíritu que se escribe y se contesta en una sesión que con el apodo de Menestra se publica en La Provincia. Como don Jesús Delgado, el delicioso hombre que construyd Galdós para El Docfor Centeno. Menos delicioso es éste de aquí, claro es; y desde luego menos modesto. Pasar los ojos or esta sección es adquirir de golpe un profundo conocimiento l! el alma humana. El periódico matinal, gran servidor de psicologías menestrales, nos descubre ahora este pequeño mediterráneo espiritual para alegría y regocijo de las musas. No podemos entender, sin embargo, cómo el insular abandona su perenne siesta anímica para cooperar en la venezolana labor de los señores de La Provincia. Por eso apuntamos la sospecha de que. puede ser uno ~610 el sutil narrador de la Menesrru, cuyo genuino nombre es Potaje. No es perder el tiempo, que el tiempo no suele ofrecerse a estos espíritus. El tiempo pasa renovando las almas y los caletres, sin hacer jornada en quienes la infancia hincó sus prestigios para toda la vida. El tiempo no se puede perder, porque es él quien nos pierde, y todo esto, que la gente tolerante llama boberías, no es por haberse salido del tiempo, perdiéndolo, sino por no haber entrado jamás en él y hacerlo todo a su imagen. El tiempo, desfila incólume, sin entremezclarse en nosotros; mas arrastrándonos a los que por mayor seriedad nos acercamos a la orilla. .Perder el tiempo es haberlo tenido, como perder la cabeza es supuesto de poseer antes una. No puede perder la cabeza quien está de ella desprovis- to. S610 podrá perder el sombrero. Lo mismo, el tiempo, aunque sea moneda, según el dicho inglés, y la moneda tenga más incentivo que el tiempo. Pero esparciendo la mirada y conjurando voluntad sobre la Me239 nestru, podemos dolernos de nuestro desengaiio. Y en las nebulosas contrariedades de nuestra modesta filosofía, pensamos si es que ~1 tiempo no pasa ,para ninguno. Que ~610 hubo un tiempo, aquel del cual se dice en las narraciones: «En un tiempo había un Rey..-.», y que se quedó petrificado en la historia, para no hacernos hondos daños mentales. Que pasar, cada vez más cerca y más austero, es rectificarnos nuestro regocijo y machacarnos nuestra infantilidad. Indudablemente no hay más que un tiempo: «Aquel tiempo». Un tiempo de verdad. Los demás tiempos no daiiinos, mentirosos, son juguetes para el espíritu, y así como el tiempo nuestro puede ser el hacer uno para morirnos y alejarnos presto de la tontería, el tiempo de La Provincia, el de ahora y el de siempre, es un indiscutible tiempo de vals. FRIO Hace frío, sin duda. Gratísimo hielo que nos hace un poco londinenses. Empezamos con los letreros en inglés y hemos acabado con el frío y la bruma británicos. Para un hombre profundamente patriota, con patriotismo atorcuatado, ésta seria una señal alarmante. Penetración pacífica de los ingleses. Primero con su carbón y sus gabarras y después con su frío. Es indudable ,-que este frío ha venido en el último Yeoward. Mercancía, sin reembolso, con conocimiento libre.El flete lo pagarán después los pulmones. Pero la gente, así como no está acostumbrada a las duchas espirituales, tampoco puede arregostarse al frío. La civilización bien sea filosófica 0 meteorológica no eutra cómodamente en el isleñu. El isleño va por la calle asombrado, tiritando de miedo. Como iría más asombrado aún y temblando de espanto, si le obligaran a leer la Crítica de la razón pura. Este trío es algo así como una teoría Kantiana que no podemos tolerar o comprender nosotros, los hombres elocuentes y ardorosos. Da pena ver al insular enfriado. El insular que siempre ha sido caluroso y gritador y fanfarrón y sabihondo. En las esquinas, acurrucado dentro de su propia americana tartamudea «No nos jeringuen con este frío»., Pero el frío es cultural después de todo. Salir. tan concienzuda-’ mente del frío, como de teoremas matemáticos es de una igual importancia. Y un hombre que sienta el frío se puede dar tanto pisto como el que siente la barcarola de Gioconda. Recibamos el frío, como un mensajero de otros países más cul- 240 tos. Preparémonos las casas con sus tejados, construyamos para el futuro invierno la dulce y literaria chimenea. Cerca del Mar,‘viendo arder la llama, nos sentiremos más hogareños y más cuentistas. Un cuento al calor de la llama, un cuento de navidad es una cosa exclusivamente británica. Y ya que nosotros enviamos nuestras bananas a Inglaterra, que Inglaterra nos envíe su frío, como intercam- bio espiritual. EL ALMANAQUE EQUIVOCADO NO SE HA Este pequeñito almanaque de color amarillo que circula por ahí, un almanaque de Obispado, puramente local, se ha portado como todo lo contrario a un almanaque. Es decir, seriamente. El alma- naque nos ha marcado un tiempo terrible, y el tiempo se va cumpliendo como un anatema. Dijo tormenta y tormenta hubo, dijo lluvias y llovió con cantidad de cuarenta días y cuarenta noches. Dijo: «Os helaréis señores casi meridionales», y helándonos estamos. No se ha equivocado y esto trae Ai modesto insular con un poco de sorimba. Este almanaque, como hecho en un despacho antimeteorológico, no dice nunca una verdad. Suele traer unos versos al principio como juicio del año y no del autor que los escribe, y es todo lo único que tiene alguna relación con el termómetro. Siempre se ponen al capricho, en los alrededores de la luna nueva, unas cuantas lluvias y algún que otro viento. La luna agradece esta atención y como correspondencia atraviesa el celeste prado, serena y templada. Pero este año parece que el almanaque sintióse iracundo y echó tantos vientos y tantas lluvias que la luna no tuvo tiempo de recoger el presente. Y enfriada la amistad lunar con la amistad almanaquense venimos a pagar el aire que se cuela por los vidrios rotos, los insulares honestos que no tenemos abrigo. ¿Quién se iba a comprar un abrigo, con un almanaque resguardador? iQuién podía pensar en la sinceridad de un almanaque de papel, si a un hombre de carne y hueso se le suele decir por menoscabo almanaqueador? El frío es como un dedo rígido, helado de la Providencia, que señala inflexible un escaparate sartorial. ¿Por qué confiamos en la Primavera, para ser ella. al fin, nosotros mismos? ¿Qué importa buscar el fiado de un abrigo, si Wilde nos aseguró que era mejor ser señalado por el dedo de un sastre acreedor, que al fin es un dedo sólo, que por muchos dedos que 241 indiquen nuestra penuria y el temblor ridículo que llevamos al caminar? Compremos el abrigo y no lo paguemos. Este frío durará hasta Junio, porque el almanaque señala el final para Abril. A LA MULA NO LE IMPORTA Corre el tranvía. De pronto se detiene. Hay un carro atravesado en la mitad de la carretera. Un carro lleno de barriles de cemento, carga pesada, que hace presumir media hora de espera. Los carreteros sudan, maldicen, gritan; algunos empleados del tranvfa acuden a ayudar al carretero; otro carretero que pasa ayuda también. Y mientras carreteros, empleados del tranvía y pasajeros del tranvía se desesperan, y hasta los barriles del cemento crujen nerviosos, la mula del carro, en pie, contempla indiferente el espectáculo, recibiendo el aire del mar que la refresca de la jornada. Esta mula tiene toda la seriedad, toda la serenidad del hombre de ciencia. La mula es inteligente. Y además, se burla. Francis Jammes, el gran poeta francés, dice que él es un asno humilde y sencillo. Al ver a esta mula, incólume y enérgica, pensamos en el divino elogio que el poeta hace de sí mismo. El carretero, irritado, maldice; los viajeros, desesperados, llenos de puntualidad oficinesca, de esa puntualidad de las almas li- mitadas, protestan del mal estado de la carretera, del bache que encalló al carro y del exceso del cemento, con el cual el carro no puede andar. Pero la mula, que no ha de llegar a ninguna hora de jefes, y le tiene sin cuidado el cemento del amo, menea el rabo como si fuera hombre, y bosteza en una irremediable actitud superior. Y los minutos pasan. Y los gritos se suceden, y hasta hay latigazos sobre el lomo de la mula, pero la mula ni se sonríe y parece exclamar cnmo Carducci: «Es iníhl que gritéis. T,a natura- leza me ha distinguido». Decididamente, la mula es un gran elemento como dicen aquí en los partidos políticos refiriéndose al que les puede prestar un servicio bueno. 242 EL VAGON- CERRADO Ya no hay mucho fríb, Por eso el vagón cerrado ha empezado a funcionar. Podemos, si no abrigarnos efectivamente, recordar los frfos anteriores y todo se compensará. Dentro del vagón podemos decir: cE1 frio de hace quince dlas no se nota ahora cun este vagón cerrado». 0 más explícitamente: «Con el vagón cerrado no se puede uno acordar del frío de hace un mes». Al vagón aunque haya venido tarde es preciso disculparlo. Acaso el vagón tenía también frio y no podía abrigar a nadie tiritando él. Es lógico suponerlo así. Un vagón descubierto no tiene frío porque si no irla cerrado, y puede abrigar mejor. En cambio, por muy cerrado que esté otro vagón, si está a la vez helado, la gente se helará también. Ahora que el tiempo se templó, el vag6n puede abrigarnos más certeramente. Habrá una secreta raz6n patol6gica para que este vag6n permaneciera ausente. La gente que va en este vagón, aunque es la misma aparece distinta. Es una gente azorada, como la que viene tiritando de la calle. Nos mira y tuerce la vista; no se-atreve a estirar los pies. El vagón cerrado nos hace más corteses, más cobardes. Ninguna persona que vaya en este vagón podrá jamás saber ,quiénes son las otras personas que le acompañan. Nadie sabe tampoco quiCn es la otra. El vagón cerrado nos aparta de la observacibn y nos nutre de hostilidad. Con las cabezas bajas, mirándonos nuestros zapatos, odiamos al vecino que hace lo mismo que nosotros, odiándonos también. Ese rencor plebeyo, ese rencor natural en todo insular, se exacerba dentro de este caliente y cordial vagón, que debiera unirnos más íntimamente por su cariñoso cobijo. Pero es que cada uno quiere ir solo abrigado. Parece como si el calor se lo llevara uno sólo, el que está enfrente, y nos dejara a los demás unas plataformas descubiertas donde azota el viento. Cuando el vagón cerrado viene a evitar gripes, nos recrudece el odio y, aunque nos hagamos correctos, finos, tímidos dentro de este vagón, nos sentimos dispuestos a saitar sobre el vecino y acogotarlo. 243 EL ROSARIO OCASO DE LA AURORA EN EL El jueves a la tarde, en el edificio del Cabildo Insular repartiéronse a un lado y a otro sendos mojicones. El pueblo enardecido gritó y dio palos. No hubo más herido que la consabida dignidad ciudadana. Apuntemos en el Dietario el espectáculo. Bien o mal, es un síntoma de preocupación. Antes, todo discurría sobre la serenidad de una laguna cristalina. Ahora, hombres o ,sapos se agitan en la charca. ¿Nos consolaremos? El insular está preocupado con la política. Ya no es posible conformarse. Y la voz o el palo ha de decirlo justamente: sobre la conciencia o sobre la caparazón del meollo. Los ciudadanos se echan a la calle, pero son los ciudadanos vulgares. Hay otros de más representación y fama que hurtan el cuerpo y no se meten en la contienda. Alguien aseguraba que ahora, sacudidos de indignación, entrarían a luchar con sus prestigios y sus votos. Podemos asegurar, sin embargo, que ahora se esconderán con más cautela. Este tipo de insular es casi el culpable de los desbarajustes. Tipo característico, de un egoísmo manso y frío, inventa un cómodo desengaiio para ejercitar la vaselina. -«Esto no tiene remedio. Lo mejor es meterse uno en su casa.» No es lo mejor. Hasta el rincón más escondido del hogar llega el desasosiego. Hasta el fondo del baúl se sienk el clamor y aún tapiados en nichos, no podremos evitar .el rumor de los gritos: el grito escandaloso del cinismo y el aullido del pueblo que hiere el vergajo caciquil. El atardecer del jueves acabó como el rosario de la aurora. Y esto es más terrible. Ahora son dos rosarios, el rosario del orto y el del ocaso. Maríana tendremos un rosario a mediodía. ¿Quién queda por salir al campo? Esa gente escondida, cuya fuerza moral sería el triunfo definitivo. No es posible dejar los respetos atropellados en mitad del arrnyn. La indignación no es suficiente. Es necesario en esa gente aludida dar el pecho con más lealtad y ayudar a defender al pueblo que es, al fin y al cabo, el puntal de su propia defensa. 244 SOL Ya hay sol. iHacía frío ‘! No se lo podemos preguntar a las americanas negras ni a los hongos que estaban encantados con el discreto tono gris de estos días. Sólo nos lo podrán decir ia arena de la playa y el árbol solitario del camino torcido por el viento. Nosotros tampoco lo podemos decir porque tenemos unos pantalones antiguos. El sol, sobre el mar, no sobre los hombres provincianos. Las ropas se avergüenzan de que se les descubra el recóndito. verdor de sus negros y los sombreros de paja, estirados hasta el invierno, sacuden el polvo atrasado y triste. No, el sol no hace mal tan pronto. Es preciso aguardar hasta otros días más leves, cuando se puedan soltar las ropas de lana y florezcan en las sombrererías los nuevos sombreros blancos. Pero saludémosle como el distinguido y querido amigo que alegra las oficinas y las redacciones y hace la calle de Triana menos áspera y estúpida; y cuando el espíritu se encuentre solo de amistad, y acosado de políticos o de jefaturas y de mandatos, con sólo meter las manos en los rayos de oro, liberta de rencor y de odio el pensamiento pequeño. A pesar de las ropas y de los hongos, el sol es un alivio. Está en un banco del Parque aguardándonos y nos deja el lugar cuando nos sentamos. Es un amigo pero no hay que saludarlo heroicamente. Es indiscreto decirle que se pare a oírnos como pretendió Espronceda, sino que pase, que pase siempre para verlo volver. ACABASE LA LUZ Y LA LUZ... Están sonando las diez de la noche en la Catedral. Pero nosotros no podemos saber que son las diez. La luz del reloj se ha apagado. Y aunque dé mil campanadas el reloj, no es posible creer que marca hora alguna. Nuestros amigos los canbnigos pusieron la luz porque el reloj era inútil. La gente oía campanas y no sabía dónde. Era preciso, pues, poner luces para que se supiera que se trataba de un reloj y que ese reloj marcaba una hora fija. Pues aunque leyéramos en la prensa que en la Catedral había un reloj, este reloj necesitaba expresar su vida más claramente: ¿Camo un reloj da siete campanadas y nosotros podemos saber que han sonado las siete sin verlas? La escolástica canongil llega hasta este exagerado limite: ver para creer, dijo el santo filósofo. Si era el filõsofo y no son dos distintos los santos, porque no estamos muy seguros. 245 Pero esta noche, sin luz a las diez, nadie podrá saber que esta hora existe. Hay una probabilidad, sin embargo: que han sonado diez golpes. Pero esto no es suficiente. Pucdcn ser las dica dc la mañana y no de la noche. Para saber, a punto fijo, que son estas diez últimas necesitamos la luz. Si la hora se alumbra es porque son las nocturnas. Si permanece sin encender la luz, no es vano creer que la hora sonada es la matinal. Esta triste luz, descompuesta, siembra de tinieblas el horizonte de nuestras horas. Los canónigos, que no salen de noche, no se han enterado de que la luz que ellos han colocado en la torre se ha burlado cruelmente o se ha sentido demasiado humilde no queriendo que haya más luz en el sagrado edificio que las naturales que producen los sermones. Han dado diez campanadas sin luz, esta noche. $erán las nueve o las dos y media de la madrugada? A LA HABANA ME VOY Sin ser sargentos de la guardia civil, como es preciso para irse uno a La Habana, unos amigos nuestros de «Fomento y Turismo» emprenderán el camino de Cuba cubiertos de encajes. La Habana recibirá entusiasmada tan amables y casi íntimos adornos y pondrá a una de sus vías ohulevares el nombre de «Los encajes». Por este pequeño y urbano éxito vale la pena de emprender un viaje largo. Nuestros amigos, tan certeros siempre en sus organizaciones, han inaugurado una exposición de labores. Gratísimo lugar es aquél donde las sutiles prendas nos rodean, con un presentido perfume de íntima limpieza. Pero el viaje a La Habana tiene todo el aire de una emigración sentimental. Generalmente, el isleño va a La Habana a labrar la tierra y a asegurar la vejez en el nido, a la vuelta del trabajo. Doblones ãureos, ropas azules, de atiil, jipis sin cinta y gordas cadenas de maroma traen, con la satisfacción de su bienestar guachindango, los indianos de Cuba. Bien cubierto el riñón, retornan, pero con el riñón averiado. No obstante, este regreso es al fin la casa de la calle de Triana y la finca que le compran al antiguo amo que la hipotecó. Riqueza pintoresca y acomodo de hamaca. Pero, al fin, un regreso feliz. En cambio, nuestros amigos los de los encajes volverán a la tierra sin camisas. Se llevan las prendan interiores y las dejan en Lã Habana, país cálido, bochornoso, donde hay que andar ligeros de ropa. Cuando, mañana, estos amigos regresen sin’sus prendas, comprenderán sin embargo que La Habana es un país glorioso. 246 Y que aunque algunos seiíores crean que las camisas tienen once varas, son once varas en las cuales se puede uno meter con confianza y Cxito. CUANDO RESUCITAN.. . En estos finales dfas santos suelen salir en todos los periódicos provincianos unos articulitos pequeños y líricos titulados Resurrexit. Después de veinte siglos sigue Cristo resucitando literariamente. Hay escritores que no escriben más que este articulo. Y, asi como el distinguido joven de la localidad se pasa el alío confeccionando su traje de Pierrot para febrero, el escritor de los Resurrexit emplea la voluntad de doce meses en ayuntar las palabras resucitadoras para el Sáhado Santo. Diez admiraciones y unos puntos suspensivos. Esto es el Resurrexit anual. Nosotrtis tenemos un conocido que estrena traje oscuro todos los años por la Semana de Pasión. Es otro resurrexit. Traje que no es negro del todo para que sirva para los domingos venideros. Nuestro conocido resucita desde su traje, que es como el artículo, que tiene el corte del artíwlu y el aire sentimental y repetido del artículo. Cuando vemos en los periódicos este pequeño desahogo literario nos acordamos del traje. La columnita tersa, brillante, compuesta con cursiva, como un traje oscuro planchado que tiene forros nuevos y huele a ese olor de sastrería, olor de planchas aburridas y de muchac,has pobres los sábados al anochecer. Y aunque diga Resurrexit, como por primera vez, pasa tan desapercibido como el traje nueve entre otros trajes nuevos que como son nuevos todos los años han perdido su novedad primitiva. ’ Han pasado muchos años. El primer periódico que se publicó en el mundo trajo ya este artículo. Y después todos los hombres que ticncn este artículo embuchado, estrenan un traje oscuro. Parece como que le hacen un pequeño homenaje al artículo esperando que los adoradores de,la localidad lo señalen como inteligente. Y no es posible recibir el dedo de la señal con un traje raído. 247 UN JAPONES BEBIDO Jamás habla visto un nipón ebrio. Ahora tenemos, de no se que barco, unas docenas de nipones que van y vienen en el tranvía. Ayer, uno de estos áureos medio-semejantes cogió su borrachera para tornarse rojo, pero no lo pudo conseguir. El vino bebido debió ser del blanco. El japonés discutía con un árbol del Parque. El árbol estaba lleno de raíces; era un árbol dentado, una palmera local. Y el nip6n se indignaba porque no era un arbolito enano como los suyos, liso y casi esmerilado. ¿A qué vino él a esta tierra remota, de casas enyesadas, donde no hay terremotos ni chozas de bambú,ni biombos de laca? Ha bebido su vino, porque era bueno como el poeta italiano, pero lo que el vino -gran evocador y gran consejere le hiio ver luego fue malo. Transportado en el sueño a un camino de árboles geomCtricos, cuando sus manos quisieron tocar, halkonse unas ramas cercenadas y un tronco duro y ancho como la cinta de una patrona hispana. -El nip6n no podía ajustar sus manos con aquellos obstáculos y quería discutirles su existencia inaudita. Alma de héroe, se daba de cabezazos en el tronco y la sangre corrió como en una batalla de orgía. Chorro del vino rojo’que no bebió salía por las sienes. La cara del japonés -ioh, tiempos simbólicos de Maura y Montaner!era una bandera española. El árbol, brusco e ineducado, sin sutileza alguna, se chupaba lentamente la sangre, que regó las raíces. Hemos meditado después sobre el porvenir. de esta palmera: mañana será un bambú legítimo con la adornada gracia de un nenúfar en la coP;ã. DIAS DE LUTO Nuestros iridiscentes amigos los palmeros han dimitido. Parece que han empleado con ellos -tiernísimos lirios- procedimientos’de fuerza. No querían dejar entrar la gripe y la gripe se ha ido a quejar a los altos poderes. Pero los palmeros se han indignado y han puesto banderas de luto y le han telegrafiado al Diario la actitud de la isla entera. «A los demás periódicos no les telegrafían porque no han guardado respeto a la actitud.» Quedamos nosotros aludidos. . La dimisión del pueblo palmero tiene una importancia mitológica, las banderas negras, una protesta romántica. La Palma es ahora, y siempre ha sido, una actitud, una postura. Nosotros la ve248 mos extenderse como un discurso florido de certamen: Es una voz engolada sobre el Atlántico, un gesto de mano en forma de molinete llrico. La gripe no podía de ningfin mndn acabar con este prestigio literario. Y el pueblo palmero, poniendo un valladar en la costa, aleja la gripe, que venia en primera, llena de maletas neumónicas la cámara. Y ahora, estos procedimientos de fuerzas porque no se dejaron debilitar el pecho, les hace arder en santa indignación, y apropincuarse todos los cacharros del «Urceolo obrero>o para defenderse. El telegrama del Diario es la página más dramática de la historia insular, despuks de la muerte de Doramas. Esas banderas necrológicas y esa dimisión, tienen un aire dionisíaco, turbulento. Para dimitir de sus cargos los palmeros, hechos no más que para cargos, algo muy trágico debe pasar en el alma indígena. El salón Terpsícore ha cerrado sus puertas al baile y en el circo de Marte ya no .hay gallos que canten su propia muerte, como el cisne. Todos los socios, incluyendo muchas mujeres, han dimitido. Dimiti6 el Alcalde y dimitió el baile, el Cabildo Insular, el elementp civil en peso. La isla, tendida sobre la planicie azul del Atlántico, no es’a esta hora más que una dimisión marchita, una bandera mustia y negra sobre un asta, como en los bochornosos días sin viento... EL SEÑORITO ANUNCIA EL VERANO Un señorito de la localidad se ha comprado un sombrero de paja, se ha montado en el tranvía y se ha ido a pasear a la playa de las Canteras. Otro señorito ha hecho lo mismo, y los dos se encon- traron frente al mar. Una sola familia se había trasladado a su casa de la playa. Los dos señoritos han comentado esta coincidencia mientras cl verano cmpicza tímidamcntc. Una señora dice: -«Ya está yendo la gente para las Canteras»- Un joven distinguido ha pre untado-en el Club a otros jóvenes: -i<¿Cuándo se marchan uste d es a las Canteras?» Y los jóvenes han respondido: -«Este año vamos a Tafira.» Hay un perfumado deseo de veranear. El sol mismo, dice a mediados de Abril: «Aquí estoy, a las órdenes de las pamelas y de los zapatos blancos.» Y a la gente le entra calor, un calor elegante de paseos sin sombrero pero con unas sombrillas de colores vivos. Y el dueño de todas estas familias se dedica ti preparar su veraneo en el ómnibus autom6vil. Veraneo de aire agradable, veraneo fresco aunque un poco apretado. 249 a Tener a la familia en el campo, es hacer una frase consoladora: -«Tengo a mi gente en el Monte». Y aunque el señor apenas veranee, la frase le alivia el calor, es como un pay pay gramatical, que ensancha el alma oficinista. Los dos señoritos que han ido hoy a las Canteras, y se han encontrado a la primera familia de la temporada, han gnzadn la sensación de un espléndido futuro veraniego. ¿Abril, y ya la gente de temporada? La vida es admirable. Nosotros quisiéramos tener un pequeño verano, aunque fuera el veranillo que tienen las nueces. Hay un sentimiento dulcísimo que no hemos podido experimentar nunca: el llevar un queso de bola, en el tranvía de las ocho, a la familia que está en las Canteras. Esta familia que aguarda diciendo: «Pancho, has tardado hoy». Y luego Pancho llega llenando el espacio de su tardanza con el esférico queso, alegría postril de nuestra clase media. LOS BIOMBOS Hay en la bahía m ca AMBULANTES fondeado un buque fantasma. No el de los mastiles negros y las velas de sangre. Nadie ha visto este barco nuestro. No es un barco inglés, no es un barco español, parece que no esta fondeado y que si lo presentimos, es de tan lejana nacibn o de tan extraña catadura, que no es posible uno imaginárselo bien. No es un barco de los que vemos fondeados, con nuestros o,jos. Está’ detrás de todos los barcos, casi al ras del agua. iPues de dónde salen tantos japoneses chiquitos? Hay una epidemia de japoneses. Montamos en el tranvía y de pronto, surgen frente a nosotros, diez, veinte, japoneses cubiertos con todos los sombreros de antes de la guerra, esos sombreros que se quedan en las sombrererías rezagados, en unas cajas que no son las de ellos. Los restos de las estaciones, los hongos de excesiva medida, esos que no compraba sino el tal señor que se mudo de provincia o se murió antes de que llegara su sombrero. Los japoneses se extienden por toda la ciudad, en grupos, parados en una esquina, parecen las figuras de los biombos de laca que se han salido de allí,. ahífos de kimonos y ansiosos de hongos. ingleses. Todos, con unos ojos rayados, de igual estatura todos, cuando se colocan juntos, con los ojos pequenos y recónditos parecen una sola línea trazada a pluma, con una regleta comercial. ¿Por qué han dejado las sedas y las sandalias de rosa, por estos 250 hongos y estas americanas, anchas tambien como los kimonos? Los hongos tropiezan con el aire del tranvía, y los japoneses al reírse parece que se están riendo a escondidas de sus propios sombreros, vitndose reflejados en el fondo de un lago sagrado, cubierto de nenúfares. Uno ha cogido con las manos ayer, en el tranvfa, su hongo. El hongo era una barca donde el japonés se hubiera metido para remar en otro biombo caricaturizado. El ha dicho algo a sus amigos del hongo, porque todos se han puesto serios y han contemplado el sombrero con cierta religiosidad confusa. El hongo ha dado vueltas en las manos del japonés. ¿Qué pensaban? ¿Qué era, en realidad, aquella cosa que ellos se ponían en la cabeza sin percatarse bien del oficio? El hongo podía ser un ídolo interesante. Un talismán misterioso. Desde nuestro asiento, un poco ciegos de polvo y de velocidad, nos pareció que el hongo era un diminuto Buda hidrópico. POR QUE DESAPARECE EL LAUREL Porque sobresale. El laurel no puede continuar en alto. Y enfrente del Casino, menos. Es la perenne historia insular. El rodillo nivelador de que nos habló en memorable fecha don Luis Millares. Hemos pasado junto al laurel herido. Durante muchos años se irguió gallardo, superior, espléndido. Pero los hombres pequeñitos diéronse cuenta de que el laurel les venda en estatura y han acordado suprimirlo. Es un caso de envidia provinciana, Era lo más ilustre de la ciudad. Tenía un prestigio antiguo y simbólico. No pudo ofrecer sus ramas para conocer a los hombres locales y él mismo se servía.de ellas sobre su testa gloriosa, porque era el mejor de los nacidos. Hoy, medio derrumbado, no abate sin embargo su gesto de desdén orgulloso. Ccrcenar6n sus ramas, ma- chacarán sus hojas. ‘Quedará el laurel incólume, altivo. Las raíces se extienden largamente; cuando el tronco esté astillado, las raíces perdurarán escondidas, asqueadas bajo la tierra. Estos hombres pasan junto al laurel indiferentes. Nadie se ha conmovido. Era la sombra ilustre de los profesionales, de los hombres que pretenden ser inteligentes. Nada ha. perdurado tan firmemente como el laurel amigo. Y no era posible tolerarlo más. Ahora hay mucha gente que quiere ser más alta que él y que era mucha la sombra que proyectaba. Se nos va. No han sabido amarlo ni comprenderlo. Pasó sobre los años respetado por los espíritus de ayer. Tenía la altura desme251 surada y las ramas famosas para la alegoría genial. Pero, ipara qué había de quedar ahora, en un lugar donde los hombres se coronan tilo de usura, él que es puro, amplio, infinito? Despidamos al viejo amigo. Lloremos en silencio y a escondide la muerte [..,]* daces de la ínsula. [m**]* todos iguales. Ya no habrá nadie más alto. LAS HOJAS DE ROSA Después de diez años hemos vuelto a la Catedral. Era día de la Ascensión. Nos habíamos levantado temprano, vacíos de recuerdos. Ni el recuerdo de la noche anterior. Todo el espiritu solo. Caminábamos en silencio, en medio de los hombres mañaneros, cuando llegamos a la Catedral. Y de pronto, la imaginación fatigada del ocio da un salto de veinte años. Un salto a la niñez. ¿No era aquí, en la Catedral, donde caían por unos agujeros de la bóveda las hojas de las rosas? ¿De dónde venían esas hojas queridas? iHabía un ángel escondido que sembraba hojas de rosas sobre los canónigos y sobre los beneficiados? Y llegó el día del colegio y el día del traje nuevo estrenado en Semana Santa, resucitado hoy, día de la Ascensión. Y un olor de rosas frescas en el alma -olor de niñez y de alegría- y los ojos se iluminaron y volvieron a ver las rosas deshojadas descender al altar. Y el Obispo Cueto, tan pequeño y tan dulce y tan limpio, pisando los montones de rosas. Y luego, las campanas, que tenían el sonido y el aroma de las hojas que caían, en una lluvia constante, infantil. Las capas pluviales eran luminosas, el órgano sonaba más claro. Toda la iglesia era Mayo, un Mayo único, que se agolpaba todo en este día tan bueno. Hoy estaba la ciudad llena de holandeses y de británicos. Unas mujeres rosas. claras. tambien de Mayo. La Catedral se llenó de estas mujeres. Y nosotros, fuera, pensamos que estas mujeres nuevas traían a la lluvia de rosas una nueva cordialidad. Y el recuerdo de ayer se precisaba más amplio. Era necesario recordar otra vez. Y entramos. ¿Dónde estaba el ángel? -No era un ángel. Era un sacristán, el sembrador de rosas. Pero tampoco estaba el sacristán. No había hojas. Las hojas se perdieron en las bóvedas. La lluvia había caído. Al menos, cuando entramos, no llovió más. Desde la puerta, nuestros ojos lloraron la antelación de la lluvia o el letraso dc nuestra curiosidad. Faltan algunas 252 palabras. Pero en nuestro espíritu, las hojas estaban ya secas y eran dos o tres nada más que se llevaba el viento. Un viento frío que venía de un cielo gris sin emoción. EL RECUERDO OLOROSO Habíamos permanecido alejados en este día solemne de Corpus. Día en que comenzaban las vacacioneszdel colegio y por eso doblemente recordable. Habíamos huido al Puerto. La gente encapotada y biliante, es para los treinta años de una vida poco feliz,.intolerable. El Corpus tiene el prestigio retumbante de los zapatos de charol y los trajes de seda que se estrenan. El Corpus, para este grupo de seres que forman lo que’se llama sociedad, es una fecha de figuraciones. Los cuerpos bien sociables no se hallan confortados este día si no estre- nan el traje, como los cuerpos limpios no se avienen a dejar el baño matinal. Corpus nuevos. En las plazas, en las calles se diluyen en trapos los sueldos oficinescos. Pero nosotros ya no adivinamos estos debutsanuales. No podemos ver espectadores, y algún malicioso acaso diga que por no poder ser actores a la vez. No somos espectadores y habíamos ya olvidado el solemne y amado espectáculo de nuestra niñez. Por la mañana, al pasar, pensamos: «Aquí había un arco». uY aquí unos obispos». «Unos retratos de obispos. ¿Por qué ponían estos retratos?» Y la memoria confusa no recordaba bien. Unas plumas, unas ramas. Este año parecía la preparación más esplendorosa. Nos pasamos la tarde frente al mar, que estaba gris, aburrido y solitario. Llegó la noche y retornamos a la ciudad, cuando la gente pasaba con sus trajes nuevos que parecían tan mustios como las pisadas alfombras de flores. No quedaba nada. Sólo el recuerdo del olor de la tarde. La ciudad olía a nuestros días pasados. El aroma, lleno de pureza y de alegría entró en el espíritu, despertándole una primera juventud olvidada. Y al entrar en nuestra casa, detrás de nosotros, venía la sombra del ayer, acariciándonos en las espaldas, con tan sutil y punzante caricia, que lleg6 a arañarnos el corazón angustiado e incrédulo. 253 N U E V A S C R.c (1921-1924) ‘C A S LAS AZADAS DE AGUA Y EL AMOR Ciertamente, el comentador no ha podido entender todavía este importante asunto de las azadas de agua. Al principio creyó que la azada de agua, era una azada tal, una de esas azadas agrícolas, las cuales igual se metían en la tierra que en el agua, sacando agua y tierra por el mismo procedimiento. No es extraña esta creencia. Don Pío Baroja, que es un hombre ilustre, no supo hasta los treinta años el significado de «pretérito». El comentador es un hombre de menor cultura que el Sr. Baroja. Pero de tanto oír mentar estas azadas, ha venido en descubrir, que son de tal magnitud y nobleza, y que a mayor abundamiento de azadas mayor consideración social en los propietarios de ellas, y mayor número de pretendientes a las hijas de ellos o hermanas de leche de las azadas. En los buenos y bicarbonatados tiempos de don Ramón de Campoamor se tenía del amor un concepto de aleluya; asl podemos recordar cómo el poeta decía: «Mientras él, pregunta: iEs bella? LES bella?, ella indaga: iEs bueno? iEs bueno?» Hoy, singularmente en la ciudad isleña, en tanto a ella nada le importa, el pregunta: «¿Cuántas azadas de agua tiene el papá?» He aquí un desconocido aspecto del problema del agua. Parecía que el amor estaba ya desprovisto de aquella antigua limpieza romántica, antañón encanto de los abuelos del lector. Pero el agua en azadas, finge todas las fuentes sonoras y es gran simuladora de arroyos sutiles. Antes se decía desdeñosamente: «Todo lo demás es agua». Y hasta papel mojado, como indicando que el agua torcía las huenar intenciones del papel. Pero ahora el papel señala la misteriosa cantidad del agua y ya la gente no va por agua a la fuente como en las églogas, sino que va por ella al altar. Las azadas de agua insular lavaron todo el viejo pecado que el 257 interks matrimonial tenía. Y tras el arduo trabajo o el fatigoso y polvoriento camino que el mozo enamorado emprende, ha de hallar quien lc mitigue la sed con,. azadas bien rebosantes. Amor actual de la isla: sesenta azadas de agua por hora. El hombre, que en un parque hubo de lamentar con el comentador, esta afición a las azadas, debe apear su orgullo y volver al cauce de las tolerantes reflexiones. Que al fin y al cabo, nuestras vidas no vienen a ser más que los ríos que van a dar en la mar. Que en este caso, es la mar, solamente. Y no el morir, sino el vivir coleando. [Gd LA RECAIDA DE ZERPA El Sr. Zerpa ha vuelto a salir a la calle después de unas peque-’ ñas gástricas. Han pasado seis días y cuando el Sr. Zerpa tiene el apetito abierto del todo y está más grueso que antes de las fiebres, se encuentra a un amigo que le dice: «iCaray. Se está usted quedando como un fideo!» En el acto el Sr. Zerpa siente como si le entraran en el estómago un fideo largo y frío. -i Pues no estaba ya mejor? iCómo le dice aquel amign que está más flaco?- ¿Tx, estará realmente? ¿No volverá a engordar nunca? Y el Sr. Zerpa siente un tembloroso miedo y hasta nota que los brazos se le mueven dentro de las mangas como badajos, y en el botón del vientre una seca presión de vacío. -El Sr. Zerpa atraviesa en aquel instante por la conocida crisis del buen hombre aprensivo que se cuida. Se le abre un abismo de flaccidez ante sus ojos y se ve diluido en una nube lejana... Y así, con una palpitación amarilla ante los ojos, se echa a andar el Sr. Zerpa, buscando una solución a su frágil vida de convaleciente. Andado buen trecho de su camino, topa con otro camarada que le saluda cordial y le dice: «iCaray, ahora sí que estás gordo! Pareces un cochino.» Y súbitamente, Zerpa vuklvese a sentir la ropa pegada al cuerpo y cómo el vientre se le infla repleto de salud. ¿En qué quedaiEstoy de verdad mas gordo? iEs este mos? -piensa Zerpa-. amigo el razonable, o aquCl? Y echa a andar de nuevo, envuelto en una desconcertada ansiedad de pobre hombre. Y engorda y desengorda por el camino, inflándose y desinflándose como un acordeón.. . Y al pasar por un escaparate se mira de 258 soslayo y al detenerse en una esquina agita los hombros para ver si tiene encajado el esqueleto. De esta suerte llega Zerpa n su casa y su esposa doña Pino lc pregunta asombrada: «¿Qué tienes, Zerpa? Estás pálido. Parece que tienes fiebre.» Y lo palpa y le foma el pulso y ve que Zerpa esta ardoroso. Y entonces lo mete en la cama, donde Zerpa tiembla de frío, de fatiga y de miedo, viéndose gordo y flaco, alto, bajo y «curvo», como en uno de esos espejos que transforman los cuerpos humanos. Y oye una voz que le grita: «iGordo!» y otra que chilla: «iFlaco!» Y el Zerpa gordo palpa al delgado y el delgado se escurre entre las manos del grueso. En su delirio Zerpa adivina que en su país no se puede vivir tranquilo y que la salud de los hombres esta a merced de la curiosi- dad de los compatriotas. Zerpa no logra dormir aquella noche, y al siguiente día, ve, con 39 grados de calentura, cómo se le asoma el tifus por los pies de la cama. Es una recaída completamente reglas fisiológicas. Z&pa morirá. metafísica, pero con todas las [G-l EL DESTINO DE ROBAINA La señora de Robaina se ha nombrado a sí misma madrina de un soldado. El Sr. Robaina, ajeno a toda cosa vehemente, estaba en su rebotica, en tanto la señora se extendía su nombramiento. -El Sr. Robaina es un hombre humilde, que no tiene ahijados. Una vez, el peón de su oficina le ofreció un hijo para bautizarlo y el,Sr. Robaina lo rechazó. El sabía que un bautizo de esa naturaleza va acompañado siempre de bizcochos lustrados, de tazas de chocolate, de «sopaigenio» y otros alimentos más o menos onerosos. Y el sueldo del Sr. Robaina, antaño como hogaño, fue limitado. Tan limitado, como la entidad donde $1 presta sus conocimientos. El Sr. Robaina hablaba en la rebotica del tiempo y de su catarró que habia cogido en la Placetilla de los Reyes, con ocasión de un entierro. Sacaba tabaco de su borrega y liaba, modestamente, un cigarrillo. El cigarrillo que tiene después de hecho un curvo aspecto de hignte nipón, que hay que apretarlo mucho con los dos dedos para que no se vaya el tabaco, pues el papel no tiene goma. El Sr. Robaina es de ia Liga de los enemigos de la goma en el papel de fumar. 259 El Sr. Robaina fumaba su cigarro y le sacudía la ceniza que le caía en la solapa. Hubo un instante en que se detuvo con el cigarrillo en alto para contemplarse üna mancha que vio en el chaleco. Mancha que después se frotd largamente, con la manga de la americana, sosteniéndola tirante, como el paño de sacar brillo a las botas. Con su cigarro desengomado, su pequeña mancha y el catarro de la Placetilla, el Sr. Robaina no podía imaginar que le estaba creciendo, lejos, un título consorte. Igual le hubiera ocurrido con el cáncer. Las cosas terribles se fraguan en silencio. Por otro lado, la Sra. de Robaina no pudo evitar el madrinazgo. Es una señora que vive en sociedad. Y como la señora de Galindo es también madrina, ella no podía quedarse por debajo. Después de todo, un ahijado en la guerra cuesta poco dinero. La de Camejo le dijo que de 15 a 20 duros al mes, entre cartas, regalos y ex-votos. Pero el Sr. Robaina ignorará esto, desconocerá este importe. Su señora, seguramente, no mentaría más que las cartas; cuatro cartas al mes, que suman ochenta céntimos. Pongamos uqa peseta para una carta imprevista. Lo de los regalos es facultativo.. . Cuando el Sr. Robaina llegó a su casa y cató su puchero tampoco pudo notar que su señora era madrina de un soldado. El cocido estaba con el chorizo de siempre, la pera de costumbre y la piña consuetudinaria. Pero estas tres cosas estaban, sin embargo, amenazadas de muerte. Desde que la madrina empezara a funcionar el Sr. Robaina se quedará sin pera, sin piña y sin chorizo. [M. M.] LA ROZADURA El Sr. Fabelo camina un poco cojo, por la calk. Sc: encuentra a un amigo que le pregunta: -¿Qué le pasa, hombre?- Y Fabelo pliega el rostro confusamente y contesta: «No me diga nada. Yo no sé qué caray es eso. Una condenada rozadurilla en el pie que me trae fastidiado.» -«Eso no es nada -añade el amigo-, póngase un poco de vaselina y corte el zapato por el lado del dedo». Pero Fabelo no rompe el zapato. Todos los tenderos de comestibles que tienen un dedo malo también se cortan el zapato, y así vemos un dedo gordo envuelto en un calcetín que parece un sobretodo, asomado a la ventana del zapato. Fabelo piensa, razonablemente, que ese dedo asomado es poco distinguido. Y se mete en la rebotica, apoyando todo su pie en el tacón, y 260 en la boca un pequeño gesto de amargura. En la rebotica, Robaina y Camejo, que ya habían tenido antaño rozaduras en el pie, le. nconscjan diferentes remedios; ungüento, polvos, una frauelila. Pero Fabelo empieza a sentir el escal’ofrio de una rara preocupación. Y se pasa la tarde con los ojos y el pensamiento en la punta del pie, hasta que llega Gamejo y le dice: -íTenga cuidado! Más vale que se quede en su casa hasta que se le quite eso, porque a lo mejor, de nada se le hace a usted ahí alguna cosa grave. -i A usted le suda el pie? Pues si le suda el pie, lo mejor es que no salga hasta que se le cure la rozadura... Aquella tarde la conversacidn gira lentamente alrededor de la rozadura de Fabelo. Salen a relucir rozaduras cklebres en la isla. Fulanito, el de la Vega, de una rozadura le salió un cáncer; a Menganito eti cambio se le infectó otra y .nada. Eso es cuestión dc «temperamento». La rozadura en un pie insular tiene una singular trascendencia. La ciudad entera sabe cuándo un señor tiene esa rozadura y cuando la tiene un’ segundo se comenta: «Fabelo también tiene otra rozadura. Por ahí anda el hombre andando con dificultad.» Y se pregunta entonces c6mo se le quitó la rozadura y hasta se da el caso de que uno que ya en su tiempo tuvo su correspondiente rozadura, se vea de pronto visitado por un señor desconocido que le acomete preguntándole: -Hombre, me dijo Camejo queusted había tenido una rozadura en un pie y que se le había curado en una noche con no sé qué cosa. Y uno tiene que responder: -Efectivamente. En casa de Espinosa hay un líquido americano muy barato para rozaduras... La rozadura de Fabelo, se ha prolongado una semana. En esta semana Fabelo, que es tenedor de libros, no ha podido balancear sus diarios, pero se ha resignado pensando que los balanceará cuando la rozadura desaparezca. Una tarde sale caminando derecho y el iìmigo de siempre le interroga: -iQué! ¿Se le quitó al fin eso? -Sí, caray me ha dado mucho que hacer. Pero no se me quitó con el líquido. -¿Pues con qué se le quitó? -Con una cosa que a mí me pareció un disparate, pero tanto insistió un curandero que me lo puse y listo. -¿Con qué? -Con corcova de camello. Es una cosa de primera. [M. M.] 261 TRABAJAR POR SU CUENTA Robaina se ha decidido a trabajar por su cuenta. Cuando un señor de la familia de Robaina toma esta decisión grave suelen decirle las mujeres de la casa: «Pepito, tú mira lo que haces. No vayas a dejar una cosa segura como es el empleíto para meterte en negocios». Y luego, añade de un modo sentencioso, aquello del pájaro en la mano y ciento volando. Pero Robaina es un carácter. Trabajará por su cuenta. Ya ha escrito a Nueva York y de Nueva York le han enviado un paquete postal con baratijas, collares y un reloj, uno de esos relojes que en la isla llaman cebollas. Robaina recibió el paquete y un giro para aceptar a 90 días. Aceptó el giro y vendió las baratijas. Con el producto de estas baratijas fue al Cine, comió en el Merendero de Galán y se tomó un chocolate en la Plazuela. Cuando venció el giro, Robaina no pudo pagarlo. Pero había trabajado por su cuenta y sin cesar. Siguió trabajando. Puso un pequeño escritorio y los amigos,que le veían abrir la puerta con una llave pequeñita que colgaba de una cadena enorme se quedaban estupefactos. Robaina tiraba de la cadena como si tuviera un cubo en el extremo y fuese un pozo el bolsillo, retrocedía ante la puerta con cierta gallardía de propietario de casas y embutía la llave, como un florete, en la cerradura. Después desaparecía detrás de una mampara misteriosa donde se veía un anuncio de fábrica de conservas, española. Aquello era el laboratorio donde Robaina trabajaba por su cuenta. Robaina empezó a escribir cartas porque así trabajaba por su cuenta, pero no recibió sino unos metros de latón anunciando las conservas. Todos los amigos de Robaina tienen una de estas muestras en sus casas, y la mamá de Robaina ha puesto otra en la pared del patio, sobre una pequeña repisa de yeso. Así se va extendiendo poco a poco la pequeña fama local de Robaina. Pero Robaino, aunque trabaja por su cuenta, la cuenta no quiere trabajar, y el trabajo sólo lo hace Robaina, y como en la ciudad todos los amables Robainas trabajan también por su cuenta, he aquí que suelen aparecer al final de la jornada más cuentas que trabajo. El sacrificio de Robaina por su cuenta es inútil. Cuando el hombre se decide otra vez a buscar el pájaro, que antes tenía en la mano, aparece de Nueva York el viajante de la casa de las baratijas a reclamarle a Robaina las baratijas, los collares y el reloj de cebolla.. . Entonces el trabajo de la cuenta adquiere para Robaina caracteres de rascacielo.. . [M. M.] 262 EL CALOR DEL SR. CAMEJO El Sr. Camejo acaba de sentir, un instante, mas calor que en Cuba. El Sr. Camejo llegó de la isla americana, con unos duros zapatos de azafrán y una ropa azul turquí. Toda esta indumentaria venía a ser como un cristal de aumento, donde el sol isleño se agrandaba y enfurecía más. El Sr. Camejo no lo ha sabido y cree, sinceramente, que, por lo menos, al mediodía, hay en Las Palmas más calor que en Cuba. La cadena del reloj del Sr. Camejo, más que cadena, Maroma, es también inculto contribuyente al calor de ese apreciable indiano. Una letra de diez mil pesetas que traía para cobrar y que no ha cobrado aún porque «no ha llegado el aviso», aumenta asimismo las calorías que le vienen al Sr. Camejo del exterior. El zapato, el traje, la cadena y la letra, actuando extranamente sobre el inmigrante patriótico, le han hecho creer que en la isla hay más calor que en Cuba. Cuando él se fue -hace diez anos- había más fresco. Cree que el sol ha vuelto a sus días juveniles. El Sr. Camejo va por la calle. Todos los señores Camejos que vienen de Cuba, no hacen más que estar en la calle. Y los amigos del Sr. Camejo, se lo encuentran y le estrechan la mano sin apretársela porque en Cuba, la mano del Sr. Camejo, aumentando de callosidad, aleja toda cordial expresión de la mano sin callo. El Sr. Camejo dice que Cuba está mal. Y el amigo dice despues: «Camejo dice que Cuba está mal». Y el otro al otro repite igual palabra y el final ya no es Cuba, sino aquello. «Aquello está mal». Nosotros, quisieranros ser unos peyueíios scñorcs Camcjos para ir a Cuba y sentir después a la vuelta mas calor. Una cadena en el vientre y un cheque de diez mil pesetas es cosa para hacer hervir a cualquiera. El Sr. Camejo, cuando se afeita en la barberfa, se afloja los pantalones, el chaleco y se «ahueca» dentro de todo su traje para exonerar ese calor tan terrible que ya quisiera, para su ardiente sol, la isla hermosa... 263 SE HA VUELTO A ARREGLAR Mariquita Mujica se ha vuelto a arreglar con su novio. Nosotros hemos pasado por la Plazuela y hemos oído una frase llena de alegría: «-Niñas, jno saben ustedes la noticia? Mariquita del Carmen ,que se ha vuelto a arreglar con Oropesa». . Entonces suenan varias voces más, exclamando: «Niña, no me lo digas.» Mariquita Mujica había sido novia de Oropesa, unos dos años. Un día Oropesa se entusiasmó con una peninsular y Mariquita Mujica se puso como una culebra. Oropesa peleó con Mariquita, pero no llego a arreglarse con la peninsular. Llegaron unos días de regatas, unos días de baile de Yeoward, de «té danzant», y Mariquita Mujica asistió a todos estos actos, alegremente. Oropesa también’ asistía. Y mientras ellos ni se miraban, todas las demis Mariquitas y los restantes Oropesas de la sociedad, les acosaban a observaciones silenciosas.. . Pasaron los meses. Y una noche, sin saber cómo, Mariquita y Oropesa se volvieron a arreglar. Cuando una señorita de Mujica se arregla de nuevo con un Oropesa ingrato se nota en la ciudad como un oloroso ambiente de San Pedro Mártir o de Jura de Bandera, una novelera alegría confortadora. Es más importante, tiene una trascendencia más ideal uno de estos reprises amorosos que todo arreglo de primera vez. La boda esfumada vuelve a corporizarse y ya no cabe duda para la familia. Todas las mamás insulares prefieren siempre la que pudiéramos llamar remonta del noviazgo, al noviazgo simple y prolongado, sin claros horizontes. Por eso la mamá de Mariquita Mujica, cuando la señora de Estupiñán le pregunta: «-LES verdad, señora, que su hija se ha vuelto (L arreglar con Pnnchito Oropesa, según me dije- ron?», responde abanicándose con un abanico negro de flores plateadas: -«Sí, señora, es verdad». Y luego añade como contrariada; -«Por ciclto que me lclajan estos arlc;glos. Yo, ya se lo 1~ dicho. Si ese pipirimbao viene otra vez a reírse de ti, se equivoca». Y la señora de Estupiñán intentará disuadir a la señora de Mujica explicándole: «No, señora. Cuando él ha vuelto es que trae buenas intenciones.» El abanico negro de las flores plateadas, rubrica entonces sobre el parapeto lácteo de la Sra. de Mujrca, todo un pensamiento suegril . Y en tanto la Sra. de Mujica y la Sra. de Estupiñán encarrilan su diálogo por la vía de las subsistencias encarecidas, Mariquita del Carmen y Oropesa resucitan los muertos amores de antaño, de un modo original y casi guanche: 264 -Tú fuiste, tú fuiste. -No, que fuiste tú. -Tú, tú y tú. Ni sé c6mo te pudo gustar esa nifia de Pérez- Cacho. Por supuesto. Todo fue porque el padre era Teniente Fiscal y decían que de buena familia. De relajón que te pusiste. [M. M.] ESTOY ABURRIDILLO En la ciudad hay un sujeto que siempre está aburridillo. Este sujeto se llama el Sr. Camejo. El Sr. Camejo sale a dar un paseo al parque y se encuentrà a un amigo y después de saludarlo con un ihola!, lento, le dice: -Pues, nada. Estaba aburridillo en casa y me eché a dar una vuelta. El Sr. Camejo está aburridillo siempre que lo encontramos en cualquier lugar. Si va a la rebotica, exclama: q,Qué hay, seBores? Aquí vengo a distraerme un rato. Estaba un poco aburridillo». Todas las sensaciones de la vida del Sr. Camejo, se reducen a este menguado aburrimiento. Todo lo traduce de esa manera: aburridillo. Si tiene un dolor en el costado, dirá que lo trae aburridillo el dolor, si el grifo del cuarto de baño no funciona, exclamará: «iQué aburridillo me trae la dichosa llave ésta!» Estará aburridillo, cuando la bombilla eléctrica se funda, cuan‘do se le introduzca un catarro en la nariz: «iCaray, qué aburridillo me atrae este catarro!» Este aburrimiento se convierte siempre en el diminutivo gracioso con que lo llama el Sr. Camejo, porque ,el Sr. Camejo ama al aburrimiento con un placer de miniaturista. El Sr. Camejo siente en su cuerpo el hormigueo de su aburrimiento y lo coge en las manos, como una bolita de pan, y lo perfila graciosamente. «Estoy aburridillo.» Y le da vueltas y más vueltas al aburrimiento, como esos señores que adorando tanto las flemas de su catarro, tosen y se las tragan y hacen como una gárgara placentera dentro del pecho. El Sr. Camejo se levanta y va a dar sus paseos. El no trabaja porque posee un pequeño cortijo que le permite holgar. Sale por la mañana, al mediodía, por la tarde y de noche. A todas horas nos lo encontramos y siempre nos afirma que está aburridillo. Por la mañana dice: -«iNada! No sabía que hacer. Estaba medio aburridillo y me eché a la calle». Al mediodía añade: «Después de almorzar empecé a sentirme aburridillo y dije, ¿quC mejor que 265 dar una vuelta?»- A la tarde nos repite la misma palabra y por la noche rubrica solemnemente: -«De verdad que sentia ganas dc acostarme, pero, icaray!, estaba aburridilio y me decidí a dar una vuelta.» iPero a qut horas est8 aburridillo el Sr. Camejo, si todas las horas lo vemos con el aburrimiento quitado? iPues no sale él a la calle porque antes estaba aburridillo? ¿Y no está en la calle todo el día? Es que el Sr. Camejo de quien está aburridillo es de él mismo, y solo en su casa, siente el silencio de su propia desabridez y no puede resistirla. En la calle, alzando la voz y oyendo el ruido de los carros se le quita al Sr. Camejo su aburrimiento. La vida del Sr. Camejo necesita el crujir de una rueda. Este crujir viene a ser para la raíz del Sr; Camejo como un sonoro sulfato de amoníaco que le abona. [M. M.] EL EQUILIBRIO DE LAS LETRAS En la ciudad hay un señor característico que necesita tener una pequeña letra descontada en un Banco. Este señor es Fabelo. Fabelo, un dfa nota que no tiene letras, como los demás, y le entra el hormigueo de tenerla y se va a visitar a Carne-jo y le dice: -«Querido amigo, necesito darme los baños de Agaete, para lo cual me precisa descontar una pequeña letra. LUsted quiere firmárme!a? No tiene usted más que darme la firmita...» Y Camijo que tiene a honor firmar letras, porque así su firma se acredita, le contesta a Fabelo: --«Con mucho gusto. Pero yo firmo el segundo.» Fabelo entonces calcula que con 500 pesetas tiene bastante y se decide a hacer la letra por 525,OO. Es necesario aumentar 25 pesetas para poder cobrar las 500. Fabelo, recuerda en el instante cn que va a extender la letra, que los intereses se pagan en el acto y que si no descuenta 525,00 no podrStn cobrar 500, sino cuatrocientas y tantas. Fabelo hace su letra y no va a darse los baños de Agaete, sino separa veinte duros y se da un paseíto al campo. Coge un automóvil qut: lo lleva por la carretera del Centro, rretera de la Atalaya y lo saca por Telde. lo introduce en la caDe este viaje ahorra Fabelo unos duros que se los gasta comiendo en el Retiro. Camejo le ha hecho un gran favor. Uno de esos favores que no se pagan nunca. Así se lo ha dicho Fabelo. La letra, 266 poco a poco, ‘se va extendiendo, navega los noventa dlas reglamentarios sin percance, hasta que llega el dla del vencimiento y tropieza en un escollo terrible. Fabelo se ha gastado las quinientas pesetas y necesita ciento y pico para amortizar el primer plazo. Entonces la cabeza de Fabelo empezó a girar por primera vez en su vida. -¿Dónde podrC encontrar cien pesetas?- Y recuerda que el amigo EstupiñBn le puede firmar otra letra. Y lo visita y le dice: «Me han recetado los baños de Agaete. Necesito treinta duros. ¿Quiere usted firmarme una letrilla por 175 pesetas? No tiene usted más que darme la firmilla ». Y Estupiñán se la firma y Fabelo descuenta el tanto por ciento de la primera y aún le sobran diez duros que utiliza en comprar un queso de bola, una caja de galletas .de Marla y unas botellas de vino dulce, cosas gratas que lleva a su esposa y entre los dos se las comen y se las beben. Y de este modo entra la segunda letra de Fabelo en el sereno mar de los plazos. Hasta que pasan otros tres meses. Y Fabelo se encuentra con las dos letras que se hacen guiños desde las carteras bancarias. Y Fabelo, que de esta vez tampoco tiene con qd amortizar sus deudas, necesita acudir al amigo Robaina para que le garantice una tercera letra. Y la letra se hace por 200 pesetas, porque Fabelo tiene que darse otra vez los baños de Agaete. Pero un día, las tres letras, cansadas de dar tumbos de vencimiento en vencimientu, sin un Icsultado satisfactorio, SC cncucn- tran y se saludan las tres, melancólicamente, en casa del Notario. Y el Sr. Estupiñán, el Sr. Camejo y el Sr. Robaina, tienen que sacar las letras de casa del Notario como quien saca del cuartel, rebajándolo de pan y rancho, al hijo de un amigo, porque el Sr. Fabelo ha ido de esta vez a darse los baños de La Habana... [M. M.] EL BARATILLO El Sr. Camejo acaba de abrir un baratillo. Las niñas de Estupiñán han pasado por la tienda y han visto un letrero enorme que decía: «Gran realización, sólo por una semana». Las niñas han sentido un pequeño temblor de ahorro en el cuerpo, y han acudido presurosas a su casa por dineros. Pero, cuando vuclvcn a la tienda dc Camcjo, la tienda está llena de bote en bote. La ciudad entera ha desfilado ya por el baratillo, a comprar todo lo que no le hace falta, y probablemente no le hará nunca. El baratillo insular es uno de los acontecimientos ciudadanos más caracterfsticos. Nosotros hemos conocido personas que se han 267 arruinado en los baratillos y que han tenido que hacer, más tarde otro baratillo en sus propias casas, de cosas del baratillo. En un baratillo, el isleño las cosas más absurdas compra que nos podemos imaginar. El Sr. Robaina que no usa bastón y no le gusta usarlo, si en un baratillo se venden bastones baratos, el Sr. Robaina, compra uno y lo guarda. Y si le preguntamos, al ver la bastonera de su casa llena de bastones inútiles: «iCómo, amigo Robaina? iPara qué quiere usted tantos bastones, si no los usa?» «iPsch! -contestará el Sr. Robaina-, los hc comprado cn un ba- ratillo.» Y es que a los señores Robainas les da pena ver las cosas baratas y no poder comprarlas. -Siempre les ocurrirã así. Si el Sr. Robaina es abogado y pasa por un baratillo de fórceps, entrará y comprará una docena, y si es médico y le ofrecen un Alcubilla por cincuenta pesetas, lo comprará, asimismo, diciendo: i,Pero, ihombre!, cómo no voy a comprar una ganga como esa? $abe usted lo que es un Alcubilla por diez duros? Las niíías de Galindo también son diletantas de los baratillos. Y compran zarazas, zarazas que no utilizan; collares, zapatos, de un número más pequeño que el que ellas usan, y aunque son solteras y no tienen varón en casa, compran tambikn calcetines para hombres y un hongo si es necesario. Y si’ alguien les pregunta; -Niñas, ipara qué compran ustedes ese hongo si no les hace falta? Contéstarán en seguida: -Pero. puede hacernos algún día. Y, efectivamente, un día de carnaval el marido de la criada les pide el hongo, y las niñas de Galindo, regocijadas evocan el día del baratillo y exclaman: -;Ya ven ustedes! $i no se nos ocurre comprar el mediobollo en\cl baratillo de Camejo! Es lo que dice una. Hay que aprovechar todas las ganguitas... [M. M.] ME LO ESPERABA Hay en la ciudad un seÍíor llamado Fabelo, que siempre espera las cosas más extraordinarias. A cualquier acontecimiento dice: «Me lo esperaba.» Y sqnrie, y hasta suele hacer un gracioso gesto con la boca. Es el gesto que corporiza el clásico íbah! de la gente desdeñosa. El Sr. Fabelo, cuando una mujer huye con su novio, exclama: 268 d g 5 5 ’ «Me lo esperaba.» Cuando desaparece de la ciudad un comisionista después de haber cobrado varios importes ilegalmente, el Sr. Fabelo sonrfe con el labio superior y rubrica: «Me lo esperaba.* ¿Por qué esperaba el Sr. Fabelo todas estas cosas que nadie puede presumir, quizás ni los ropios interesados? Es &e el Sr. Fabelo ha siBo confeccionado en los ratos de ocio del Supremo Hacedor y tiene una condición extraña de hombre vago y husmeador. Realmente, él no espera nada, sino que en el momento de suceder la cosa, siente una rápida comprensión y ve que todo aquello era posible, si la niña tenía cierta libertad y el comisionista se habrá metido en demasiados negocios. Este señor Fabelo se sienta a la puerta de su establecimiento de tejidos a esperar todas las cosas inusitadas. Y así ve que el tranvía tropieza con un carro y exclama: «Me lo estaba esperando desde que se inauguró el tranvía.» El Sr, Fabelo desde su tienda sonríe a todas horas. Frente a su tienda, dos chiquillos se dan de trompetazos. El Sr. Fabelo se pone en pie, regocijado, y contempla como un estoico la riña callejera. En un momento el chiquillo menor, que es betunero, rabioso alza la caja de los utensilios del oficio y la descarga iracundo sobre la cabeza del enemigo. Entonces el Sr. Fabelo, grita, riéndose con una alegría de descubridor de la pólvora: «iMe lo estaba esperando!» Otro día el Sr. Fabelo va en un automóvil al campo. El automóvil es nuevo; pero el Sr. Fabelo sonríe, mientras da vueltas por las curvas. Dc: pronlo cl automóvil se para en seco. Se ha roto el motor. Nadie se lo explica siendo el coche excelente. Se hacen cálculos, el chófer se sorprende, los viajeros se santiguan sin comprender: Y el Sr. Fabelo, sin alterarse y sin variar su sonrisa espectadora, lanza solamente la frase terrible: «Me lo estaba esperando.» [M. M.] TODOS LOS DIAS LO VEO Nosotros estamos sentados en un lugar propicio: la Plazuela, el Parque. Estamos tomando una pequeña copa o diciendo alguna vulgaridad social. Y de pronto aparece el amigo Calderín, deprisa, y como buscando anheloso a alguien. Se acerca y nos pregunta: -«¿Han visto ustedes por casualidad a Perdomo?» -Y uno de ‘nosotros contesta: 269 ; E 6 d i i a 5 5 s i d d ; E 5 o -«iHombre, hoy no! Pero todos los días lo veo. Por aquí pasa a las once.» Efectivamente; el Sr. Perdomo pasa a las once todos los días, menos el dfa en que lo busca el amigo Calderín. Porque Calderín se sienta a esperar dos horas -hasta la una- y Perdomo no aparece. Y es que el amigo Perdomo es el hombre que pasa por un mismo sitio siempre y el que no pasa también. Porque si estuviera pasando un mes, dejará de pasar en cuanto el amigo Calderín empiece a buscarlo. Todos estos sefíores que pasan a las once por un sitio determinado son aquellos que no vemos pasar nunca, los que acaso no hayan jamás pasado. -Hay un pequeño recuerdo de muchos años atrás en cada amigo, de haber visto pasar otros días muy lejanos a una persona por un sitio, recuerdo que al avivarse, acerca la distancia. Así si hace un lustro veíamos pasar a Perdomo a las once por la Plazuela, nos parecía haberlo visto el día anterior. Y nadie podrá convencerse de la lejanía de este recuerdo. La vida en la ciudad es de un solo día, estirado, vulgar y gris. Hace cinco años, es esta mañana. Y el amigo Perdomo no cambiará su costumbre. El amigo Perdomo tiene su casa como cada amigo, pero aunque la gente diga: «Perdomo está, seguro, a las doce en su casa», Calderín se pondrá a esperar en el sitio por el que la misma gente dice que pasa Perdomo. Y más: si otro amigo viene de casa de Perdomo y confirma que Perdomo está en aquel momento allí, Calderín dirá tozudamente: «Pues ahora, aquí lo espero, si tiene que pasar.» Y espera. Mas Perdomo se ve obligado a retroceder cuando ya está cerca de la Plazuela, porque recuerda que ha de ir por el Ayuntamiento. Y si algún día llegara a encontrarlo Calderfn y alude a ese instante, Perdomo contestará: -«Sí, sí, aquel día me acordé de que tenía que ir’ al Ayuntamiento.» Siempre ocurrirá así. Caldcrín y Pcrdomo encontrados, no hablarbn, sin embargo, del asunto, sino que perderán los minutos explicándose como el uno pasa y no pasa y al otro le dijeron que pasaba y no paso. -Yo le espere porque me dijeron que pasaba. -Sí, siempre tengo la costumbre de pasar. -Sí, me lo dijo Robaina. -Fue una casualidad que no pasara, porque el dfa anterior pasé. Y así continuarán Perdomo y Calderfn dialogando, sin entrar en materia, y se alejarán por una calle desacostumbrada de transeúntes; mientras, lejos, en el Parque, estará el Sr. Camejo sentado, aguardando también al amigo Perdomo, porque Galindo le 270 ; E 6 d i i m 5t 5 s i d E z ! d : E 50 aseguró que Perdomo tiene la costumbre de pasar por allí a las once. [M. M.] EL RICO Y SU REGOCIJO El señor Chirino es lo que en la isla se llama un hombre rico. Ser hombre rico es tener un pequeño vientre, con un chaleco de hoyo y una pequeña mancha de grasa en este hoyo, que suele decorar la guirnalda de una cadena gorda. Leontina se llama más bien. -El rico es, pues, un hombre de leontina y de chaleco ahoyado. Este hombre rico se hace el que no lo es, procurando no gastar nada delante de la gente. Ni detrás. Pero le gusta que le llamen rico, y cuando se lo llaman, lo desmiente con cierta fingida modestia que le hace más hoyo el chaleco. Así, el amigo Fabelo, cuando habla con Chirino en la puerta de su tienda, le da un golpe en el hombro y le dice: «iLos hombres ricos como usted! iY luego se está llorando siempre!» Chirino oye esto que él cree elogio a su inteligencia y sonríe. Pero sonrfe de un modo especial que yo voy a intentar explicar a ustedes. Cierra los ojos y coge su mirada -una mirada ratonil-, y la lanza hacia dentro, como si [kara una piedrecilla al’inicrior del vientre. Y así se está un rato breve, con los ojos entornados, mirando hacia dentro y haciéndose con la mirada cosquillas interiores en el intestino. Después abre los ojos y las cosquillas salen a flor de mirada, corren por la faz y se «estereotipan» en los labios. Al poco rato el amigo Chirino exclama protestando: «iQué rico ni qué ocho cuartos! Toda la fortuna se la vendo por diez céntimos.» El amigo Fabelo le da ocho golpes al amigo Chirino y lo acomete gracinsamente: «iVaya, no sea llorón!» Cuando Fabelo se marcha, Chirino se queda con un regocijo vanidoso, que le hace titilar el guardapelo de la leontina. Chirino cree que esto de ser rico es una cosa inteligente; y de hombre modesto negar la riqueza. Como si él hubiera inventado un aparato, escrito un libro o pintado un cuadro, se queda Chirino ante la lisonja. Y aunque Cl, realmente es rico, cree que no debe demostrarlo. Además le conviene, para los efectos de las suscripciones que abren con una consecuencia terrible los amigos de «La Provincia». Cuando estas suscripciones se inauguran, todos pasan por casa de Chirino y le dicen: «Usted que es hombre pudiente». Y Chirino 271 contesta: «Ustedes se creen que yo no tengo obligaciones. Me traen esquilmado». Pero da un duro, después de varias discusiones y de sentirse halagado el oído con la palabra rico. Sin embargo, esta vez no se cosquillea el vientre; de esta vez frunce el cefio, malhumorado como si tuviera el duro extendido en espiral sobre la cara. Chirino es un hombre pobre. Aquí no le hace gracia el elogio. Es como si le hubieran puesto algún defecto al libro o al cuadro que él había confeccionado.. . [M. M.] EL SEÑOR DE LA ACEDIA Este señor se llama Mujica. Siempre habla de su acedía, como esos hombres sencillos que hicieron en su juventud un viaje y hablan de él continuamente. «Madrid, cuando yo estuve, no tenía entonces tal cosa. Ahora me han dicho que la tiene.» Y han pasado treinta años. Pues así es el seriar de la acedía. l+ la casa la mujer necesita, al confeccionar el almuerzo, tener en cuenta la acedía de Pancho. A Pancho le dan acedía los pimientos dulces cn ensalada, el arroz con chorizo, los tollos asados, los casones y el vino. Y la señora de Pancho Mujica se devana el seso con la comida. --«Muchacha, no sé que traer. .¿Traere casones? No, casones no, que le dari ‘sedia’ a don Pancho». -Y la criadale indica: -«Señorita, traiga brecas»-. «¿Y cómo las compongo, hija? No hay que pensar en entomatadas porque la ‘sedía’ de don Pancho es inevitable...» Y en tanto la señora y la doméstica dialogan en la cocina, Pancho se despierta y grita: «iPino, Pino! Traéme un poco de bicarbonato que he amanecida con la acedía». Luego, en la calle, Pancho va haciendo unos raros movimientos con el pescuezo, se pone la mano en ,el pecho y se esfuerza por expeler la acedía que se le ha atravesado como un trabador de ropa tendida en mitad del pecho. Como no consigue nada se mete en un cafk y pide bicarbonato, después de decir melodramáticamente: «Es una cosa tremenda esto de la acedía». A la mitad de una película suele darle también a Pancho la acedía y tiene que salir y darse unos paseos por los patios del Circo. La señora se queda sola en su silla y cuando una amiga le pregunta por el esposo, contestará, melancolica, resignada como con un tono de fatalidad familiar: «Pues, Pancho. ahí fuera anda. Le dio la acedía». 272 La acedfa de Pancho es como un hijo revoltoso que de cuando en cuando da disgustos gruesos y al cual se le tiene un poco de miadn y de piedad. Pancho con su acedía necesita pasear por la ciudad algo azarado y temeroso de que aquello tan terrible pueda parecerle ridículo a la gente. Y si se topa a un amigo le dice: «¿Hombre, usted no padece de acedía?» Los domingos, la acedía de Pancho se exacerba. Es una fatalidad, porque esc día Pancho, sin oficina y sin jefe, está contento. Pero hay algo misterioso en esta agudización de la acedía. Pancho llega a sospechar si es el ambiente de su oficina lo que se le ha metido dentro, si es la humedad del trabajo la que le cosquillea agriamente el garguero. Los señores que padecen acedía son los que asisten a todos los entierros, a todas las visitas de luto, porque parece que en estos instantes la acedía se alivia remojándola en el fúnebre sopor de tales actos. Cuando vosotrck vayáis a una visita de luto y observéis en el rincón de la sala a un señor silencioso con cara de pariente dolorido haciendo callados buches con la boca y empinándose tímidamente en su silla, podéis asegurar que ese señor es Pancho Mujica, el señor de la acedía crónica, aquel que al acostarse toma bicarbonato todas las noches y a quien la señora le dice constantemente: -iJesús, hijo! iVaya un relajo de acedía! [M. M.] LA SUERTE 0 EL PARTIDO Un día el propietario Sr. Estupiñán decide contraer matrimonio. El Sr. Estupiñán es hombre que se acerca a los cuarenta; un poco bruto, pero buena persona. Ya dijimos cn otra ocasión lo que es ser buena persona en la ciudad: abrir las piernas, soltándolas como escupitinas para los lados y rascarse en misa y en el teatro la parte de atrás de los pantalones. Pues bien, con todas estas cosas y algunas azadas de agua y sesenta almacenes de plátanos, el Sr. Estupiñan contraer matrimonio. Suele ocurrir que los Sres. Estupiñán buscan siempre una señora más Estupiñán dineros y así se juntan las fortunas como separados por un istmo se unen de pronto el fondo. se halla apto para que contraen nupcias, que ellos en lo de los dos brazos de mar que sepultando el istmo en 273 Pero ocurre también que el Sr. Estupiñán ve a una mocita sin posibles, bien redondeada con piernas de mesa Luis XV y se le salta la banana sentimental del lado izquierdo del pecho. Y entonces concibe la ambiciosa idea de hacerla partícipede sus cuentas de venta. La ciudad, cuandn ocurre estn, se emociona y empieza a bus- carle líneas a Estupiñan que es un hombre de juanete tan prolongado que todo él parece el propio juanete. La familia favorecida con el lazo de Estupiñán se desazona. El papá se come los palillos de dientes despub del cafe dándole vueltas a su idea; y la mamá de nerviosa que se pone agujerea el zapato de tela que usa porque es señora que sufre de los pies. Y así los días en que Estupiñán acomete, rondando la casa o hablando con las amistades de la niña, la familia de la niña no sabe qué hacer con los flecos de las cubiertas, con las borlas de los portiers y con la coronilla de sus cabezas, porque todos le dan en utilizar los dedos nerviosamente sobre todas estas inocentes cosas. Y un día..., Estupiñán llega y suelta la dote y los diamantes montados en platino, mientras el papá le da golpecitos en la espalda y lo llama «amigo Estupiñán» y la señora, Perico, porque es Pedro el nombre de tan enjoyado Mastodonte. Y entonces aparece lo del buen partido. Estupiñán es un buen partido. Las amigas de la casa se reúnen en visita y exclaman; «Pues hija, ha sido una suerte. Es un gran partido». Los amigos en la rebotica dicen también: «Amigo Fabelo le doy la enhorabuena. Es un buen partido el de su chica». Y la propia chica va viendo el gran partido que es su futuro esposo y así se consuela dulcemente, porque a primera vista le pareció aquel hombre demasiado entero. [M. M.] EL SERVICIO DOMESTICO La familia del Sr. Galindo se ha quedado por sexta vez, durante esta temporada, sin doméstica. iUn escándalo! La primera se quedaba en casa de la madre y les robaba el azúcar, la segunda se bebfa el vino y el Saiz de Carlos del Sr. Galindo, y la última de todas les metía un cuñado por la noche en la casa. La señora de Gahndo ha perdido con estos sucesos erbticos y crematfsticos, varios kilos de su propiedad. De manera que perdieron el azúcar, el vino, el Saiz de Carlos, parte de las caderas y casi 274 el honor. La señora de Galindo, pues, se ha desencadenado contra el servicio. -No se pueden encontrar criadas. Todas prefieren vender sal por las puertas o trabajar en el bacalao. -No me diga nada señora -responde su amiga la de Devora-. Ni criadas ni chiquillas. Todas son unas palanquinas llenas de enfermedades. La última que tuvimos en casa bebía en el cazo de la pila por más que se lo teníamos prohibido, y le pegó unas boqueras a mi esposo. -iY borrachas! Nosotros tuvimos otra que lleg6 hasta a beberse el «marrubio» que hacíamos para mi hija la mayorcita que como usted sabe está un poco débil. -Es un peligro, señora..‘. No puede una vivir tranquila. Y no hay que descuidarse si tiene unas hijas grandes. El otro día me contó la de Fleitas que en plena mesa, almorzando, les dijo la criada dando un suspiro: -iAy. qué ganas tengo de ser ama cría; así al menos se gana más y come una mejor! iUsted ha visto qué descarada? Por supuesto, ‘yo no sé cómo Fleitas no le partió un palo en las costillas. -iSeñora, tiene uno que aguantarles todo! Siempre están buscando pretextos para irse y luego desacreditan la casa... Y las señoras de Galindo y de Devora se abanican, dan un suspiro y SC dedican a observar la gente del Parque. Porque el diálogo tiene lugar en el Parque, una noche de verano. -Fíjese. Ahora los trajes se usan más bajos y las de Robaina no se han enterado. -Es que no les conviene. iVaya! -Por supuesto, la juventud de ahora es muy escachada. -iY luego quieren casarse! -$eñora! No se casan sino los ricos, y usted cree ¿qué hombre es capaz de cargar con una niña de éstas? Yo me acuerdo ir a los bailes del Casino, y si se veía la punta del pie era un acontecimiento entre los muchachos. Por supuesto, todo muy decente. -Yo me he bailado en mis tiempos con pantalones, ropón y un impermeable y de noche, por la peña del colegial. Pero ahora, ivaya usted a verlas! Las señoras vuelven a abanicarse y a sonreír a la señora de Fleitas que se acerca. Se besan los dos carrillos, le hacen un hueco en el banco a la recién llegada, y sin esperar a que se siente, las dos a la vez, le acosan: -¿Ya encontró criada? -No me diga nada. Hoy estuvo una, con una de requilorios que qué sé yo. Primero, que no lavaba pisos porque padecía de reuma, despds que si el cuarto de dormir era de losa, no dormía en él, y últimamente, parecía avenirse, pero se salió diciendo que 275 teníamos que dejar entrar todos los días a un sobrino, para que no le perdiera el respeto. -iJesús, señora! Qué abuso! ¿Y usted qué le dijo? -Yo, hija creí que era un niño y le dije que qué edad tenía, pero jseñora!... -¿Qué edad tenía? -iFigúrese quC sobrino! Veinticuatro años.. . -i Jesús, qué descaro! [M. M.] EL SR. UMPIERREZ Y EL CAMBIO Nuestro amigo el Sr. Umpiérrez es el verdadero hombre sensible a los cambios. Como si dijéramos el termómetro de los cambios. Los cambios para el Sr. Umpiérrez tienen cierta condición arrítmica que producen en el estado general del Sr. Umpiérrez los altos y bajos de humor correspondiente. El Sr. Umpiérrez es comerciante. Primero estuvo empleado en el Puerto y aún, sin dejar el empleo, trabajaba por su cuenta a escondidas. Después, puso su tienda de comestibles y diose a pe& sar en el cambio. Desde la puerta de su tienda, colocada sobre sus narices lo que aqui llaman cachorra, el Sr. Umpierrez cree ver en cada ciudadano que pasa un céntimo de los cambios. -Amigo Chirino: ¿sabe usted a cómo está el cambio? Y còmo el amigo Chirino no lo sabe, el Sr. Umpiérrez se vuelve hacia el interior de su tienda y le grita a un mancebo asustado, que archiva cartas con una lentitud de tranvía: -iTú, muchacho! Pregunta por teléfono a cómo están los cambios. Y luego, dirigiéndose al amigo Chirino continúa: -Tengo ahí una letrilla de libras, de unas velas que compré y estoy viendo a ver si baja el cambio. Ayer estaba a 28,60. ¿Cree usted que suba amigo Chirino? Pero el amigo Chirino, es un hombre que no siente ni el cambio de la temperatura. Es uno de esos hombres del Parque; de los que se sientan todo el año detrãs de San Telmo, y sólo han dicho en su vida: -iVaya por Dios! Mas aunque el amigo Chirino no comprenda las alternativas bursátiles, Umpiérrez necesita deslastrarse de su inquietud del cambio y le sigue diciendo: 276 -No sabe uno a qué atenerse con esto de los cambios. Si baja cinco céntimos me conviene pagar hoy, sino tendré que esperar unos días. En esto, el mancebo archivador, vuelve diciendo gue los cambios han bajado y Umpiérrez se estremece; y sin despedir a Chirino se mete en la garita de su oficina y a’duras penas, con unos números grandes y pesados y con una aritmética procedimiento esquimal, va haciendo su operación. De ayer a hoy ha ganado Umpiérrez seis duros en los cambios. Pero cuando se dirige al Banco a pagar la letra, apresuradamente no sea que pueda subir el cambio el mismo día, le asalta una duda de cariz casi hamletiano: -$eguirán bajando? iBajarán mañana otros cinco céntimos? El Sr. Umpierrez llega al Banco. No son cinco cemimos lo que han bajado. Son diez. El chico entendió mal. La emoción de Umpiérrez acrece entonces. Pregunta tembloroso: -LES verdad que ha bajado? iDiez céntimos? Y saca, triunfal sus dineros. Mas en el mismo instante se arrepiente guardándose sus pesetas otra vez y diciendo convencido: -Me voy a esperar hasta mañana a ver si baja otro poquito... [M. M.] EL SEÑOR DE LA TARTANA Hay en la ciudad atlántica un señor que todo lo soluciona con una tartana. Este es el señor que está enviciado con la tartana y lo mismo la toma al amanecer que al mediodía, en ese instante indeciso en que uno se asoma a la puerta de una tienda y ve que el reloj alemán marca una hora que no esperábamos. El señor de la tartana se asoma, como todos, a la puerta de la tienda, pero ya dispuesto a que la hora se adelante, y si no estuviera realmente adelantado, él lo imaginaría. Así, para justificar su traslado en tartana. Este señor, si fuera diletante del ron, haría una cosa semejante a la que hace con la tartana: se imaginaría sin apetito, en un momento en que ,lo tuviera fuerte, para aprovechar su aperitivo. El señor de la tartana no podrá nunca curarse de este vicio que él cree importante. Importante, porque cuando’toma la tartana se pone en un extremo de ella un poco agachado, con ciertq aire displicente, agitando entre sus dedos un pequeño paquete. Este pequeño paquete está formado por un cepillo de dientes, una lata de polvos dentífricos y quizá por un cosmético. El señor agita, sin embargo, el pa277 quete, como si encerrara alguna joya montada en platino. Y la gente que lo ve siente la curiosidad de saber lo que hay en el paquete y dice comentando: «Hoy he visto a Arencibia en tartana. Llevaba un paquetito en la mano. Deben ser cosas para la mujer. ’ Dicen que se porta bien con ella.» Arencibia, mientras, sigue su viaje, seriamente en tartana, y cuando pasa por un círculo oirá, si aguza el oído, decir a los socios que se refocilan en sus butacas: «iCaray! Arencibia se gasta el dinero en tartana». Arencibia «siente» la tartana como un buen tenor sentirá los lamentos de Tosca. Y así como el tenor se diluye en la voluptuosidad de su garganta y de su oído, Arencibia se entrega a la suavidad de terciopelo que adquieren sus riñones, al sentirse transportados en tartana. Arencibia sale de su casa, toma una tartana en la calle de Muro, para detenerse en la calle de General Bravo. Alli paga su óbolo al tartanero, y vuelve a tomar luego otra tartana en la calle del Cano. El ha venido al mundo para cumplir esa misión de montarse en tartana. El día que nadie monte en tartana, montar8 Arencibia y se quedará anacrónico en sus usos, como esos señores que todavía salen de hongo a la calle. Sigamos diciendo que el señor que monta en tartana, ese hombre que siempre mira de acera en acera un poco desorientado y al cual contemplan los tartaneros desde sus tartanas estirando sus respectivos pescuezos para ver quién es el preferido, ese hombre que escucha a cada instante: u<¿Quiereuna tartana, Don Pancho?», como si oyera una ovación o un elogio, es el hombre que trabaja por su cuenta, el hombre que es representante, el que suele llevar un viajante consigo alguna vez.. . Es el hombre que se llama Arencibia, Chirino, Fabelo o Robaina, el hombre amable que nos suele encontrar meditabundo por la acera y nos dice pomposamente, como si nos ofreciera el Edén celestial en la mano: «Si va para arriba lo llevo en tartana.» [M. M.] HE TENIDO QUE HACER Nuestro amigo el.&. Galindo ha tenido que hacer. Ha llegado tarde a una junta; se, ha sentado con un poco de agitaci6n y ha dicho: «Señores, no. he’ podido venir antes porque he tenido que hacer.» El Sr. Galindo-no ha tenido que hacer nada. En este nada estri278 ba precisamente el quehacer de este amigo. Los Sres. Galindo que tienen que hacer siempre cogen este «nada», se lo meten en la cabeza y se echan a andar con él, buscando un sitio, que no aparece nunca, donde soltar su carga de vacío. Y dan vueltas y revueltas y pierden los principios de las juntas y a veces las juntas enteras, para buscarle ocupación a este nada que los atosiga. El Sr. Galindo tiene que hacer cuando uno le dice: «Hombre, Galindo, mañana voy a ir por su tienda con el viajanteti. Y Galindo extiende el brazo de un modo dramdtico diciendo: «Mañana no venga porque tengo que hacer»., Luego ve uno que Galindo está sentado en la puerta de su tienda, contemplando las moscas que revolotean alrededor de su nada; el quehacer. Galindo corre por la calle de Triana otro día y uno lo invita a tomar una cerveza, pero Galindo responde: «Ahora no puedo; tengo que hacer». Mas tarde observamos que está hablando acaloradamente con un señor que él no esperaba encontrar. i,Y cómo Galindo -decimospierde el tiempo dialogando con este señor, si no ha aceptado nuestra cerveza porque tenía que hacer? Es que éste es otro quehacer de Galindo. Galindo pien& tengo que hacer y toda cosa que va encontrando por la calle la .va haciendo calurosamente. El tiene que hacer siempre, esa cosa que no se sabe que se va a hacer. Todo el trabajo de Galindo consiste, pues, en aplicar su esfuerzo a esa cosa inesperada como es discutir en la calle de un asunto que no entendemos con un señor que no estimamos. Por eso las juntas se celebran casi siempre sin Galindo y Galindo es el hombre más trabajador de la ciudad. Muchos amigos Galindos vemos cruzar a nuestro lado. Cada instante puede otr el transeúnte pacifico, de una acera a otra, c6mo se gritan desde sus tiendas los amigos Galindos: -Mañana, no cuenten conmigo porque tengo que hacer. -Yo también tengo que hacer y, sin embargo, voy. -¿Tienes que hacer esta noche? -iHombre! Como tener que hacer tengo siempre, pero si es para hacer algo cuente conmigo. ¿Dónde está el trabajo de estos pequeños Galindos? ¿Dónde se ve el esfuerzo de estns trabajos? El trabajo no se ve porque no ha sido hecho todavía. Es lo que va a hacer el amigo Galindo cuando nos dice egregio: tengo que hacer. [M. M.] 279 EL QUE ARREGLO EL AMBIGU En la ciudad nadie sabe arreglar la mesa de un ambigú tan bien como Galindo. Una vez que estaba Galindo en Tenerife y hubo que dar un baile a unos marinos ingleses fue un lío el arreglo del ambigú. Llegaron a ponerse telegramas a Tenerife para que Galindo adelantara su regreso; se le pagaba el viaje y hasta se le regalarfa un objeto artístico, pero Galindo que fue a Tcncrifc a conseguir seguros de vida, no pudo complacer a los amigos que 10 solicitaban con tanta vehemencia. Yo IKJ sé dbnde Galindo aprendió a arreglar con gusto los ambigús, pues nadie sabe que haya hecho más viajes que a Tenerife. Esta exquisita condición le vino a Galindo sin ver ningún otro ambigú, como a Luján su aficion a hacer imágenes. Hay gente en la ciudad que cree que si Galindo hubiese estado en Londres o en París, había hecho un nuevo arte de arreglar ambigús. Pero hoy por hoy, Galindo se reduce a poner unas «culebritas» de flores entre los platos y un centro de mesa enorme propiedad de la familia de Estupiñán. Este centro de mesa, muy popular en la isla, ha presidi- do todos los,ambigús, desde aquellos que se arreglaban cuando los marinos españoles iban a Cuba, hasta los últimos que se ofrecen a los transportes uruguayos. Los de Estupiñán tienen este centro de mesa, como si se tratara del pendón de la conquista. Y si se habla de un baile que se dará o no se dará, ellos exclaman siempre; «No, hija. Se conow qut: han desistido de darlo porque a casa no han ido por el centro de mesa.» Galindo, por otro lado, lo primero que pide para arreglar su ambigú es el centro de mesa de las de Estupiñán. Centro de mesa, que, claro, les vale a las de Estupifíán la invitación para todos los bailes. Galindo para arreglar sus ambigús se pone en mangas de camisa rodeado de mozos de café que cargan el centro de mesa como si fuera uno de esos barquitos de vela que ponían de exvoto los marineros insulares en la iglesia de San Telmo, y, va diciendo: «Cuidado. Tengan mucho cui,dadn. __ Pongalo poquito más allá... Así, está bien.» aquí.. , ruCdenlo un Cuando Galindo acierta a colocar el centro de mesa, es como si hubiera dado en el blanco. Nadie halla ni es capaz de hallar el diminuto punto justo donde queda bien el centro de mesa sino Galindo. Por eso, cuando por ausencia de Galindo en Tenerife, otro amigo tiene que arreglar el ambigú, los de Estupiñán, que desde que llegan al baile, lo primero que hacen es echarle una mirada al centro de mesa, exclaman: 280 «iQué mal colocado está hija! Cómo se conoce que Pepito Galindo está- en Tenerife. Los ambigús pierden mucho sin el.* [M. M.] DE PACOTILLA El distinguido comerciante en menores señor Fleitas le oyó decir a un amigo que acababa de realizar un buen negocio man, dando pacotilla a La Habana. Este amigo tiene un cuñado en Lai Habana. Generalmente los que mandan pacotillas tienen siempre. un cuñado en La Habana que se las vende. Este cuñado en Cuba dice: «Estoy esperando una remesa de bordados que me ha de mandar mi cuñado de Las Palmas». Y aquí dice el propietario de la pacotilla: nIIombre, hágame cl favor de esperarme este mes para abonar esa facturilla, pues estoy esperando que me liquide mi, cuñado el de La Habana, los bordadillos que le mandé.» El señor de la pacotilla se conoce por el aire, como el seminarista. Un seminarista, aunque dejara de serlo se le conocerá siempre, por la huella del cuello que se abrocha or detrás, ese cuello que le da un triste aspecto de guillotinado. 8 uando el seminarista ya no lo es se le descubrirá que ha sido por la marca de este cuello que deja en su cabeza una inmovilidad de cabeza superpuesta, pegada de prisa sobre los hombros. Y el hombre de la pacotilla, tiene un ralo aspecto de calado, un modo de mirar blanco y tirante como si tuviera los ojos en un telar y le fueran calando la mirada. Además el alma de este hombre es un alma de pacotilla, una de esas almas que se embarcan para La Habana y que retornan después forradas en un traje azul añil y con unos zapatos de pico de mirlo. Estos hombres que vuelven de La Habana, son calados que no han podido venderse y que el cuñado clásico reembarca a su punto de origen. Fleitas es como estos hombres; en el fondo de su alma él se sentía pacotillero, pero no lo había conocido. El amigo despertó su condición, como el arpa de Bécquer, que olvidada de todos se dormía llena de polvo en el ángulo oscuro del salón, hasta que la voz amiga le dijo: «Levántate y anda.» Fleitas, al oír la historia del cuñado y de la pacotilla, sintió en su espíritu un frescor de colcha calada, y un ímpetu irresistible de mandar pacotilla a La Habana. Pero él no tenía cuñados en La Habana. ¿Cómo hacerse? iAh! Siempre habrá un buen paisano que se preste al negocio. Y le recomendaron uno: hombre serio, empleado en un ingenio, hom281 bre de prestigio en la colonia. Ese señor del cual se dice en la ciudad: *Está muy bien en La Habana. Muy considerado». Fleitas le mandó a este hombre considerado un cajón de pacoti- lla que comprõ en Telde. Y el hombre considerado le acusó recibo y lo llenó de primera. iSería un negocio! Fleitas ponía su imaginación sobre los calados que 61 suponía vendiéndose en un amplio almacén cubano. Y cuando le presentaban cuentas respondía invariable: «Espere amigo a que me contesten de La Habana». Pero pasó un día y otro día y los «Pinillos» se sucedieron en el Puerto con una frecuencia terriblemente semanal. Fleitas veía «pinillos» cada semana y cuando ya no esperaba nada de los «pinillos», lo esperó en los Idega. Y un día harto de no saber de los calados empezó a escribir cartas, que no le contestaban. Al año, vino de Cuba un amigo de Fleitas, y Fleitas le preguntó iy Chirino que tal está?» «Chipor el de los calados: -«Hombre, rino está muy bien, muy bien. Ahora se ha trasladado a Sagua la Grande»-. «Está muy considerado.» Y Fleitas no se atrevía a hablar de los bordados, pero insistiaj, contestaba el -«Vaya. iCon que está rico?» -«Riquísimo»otro. Y Fleitas se desazonaba, con esa tímida desazón isleña que no se sabe ciertamente si es desazón, envidia o deleite. Esa desazón que se condensa en un «jvaya, hombre!» significativo. -«¿Con que riquísimo?» -Y su imaginación veía à Sagua la Grande entoldada con los bordados de su pacotilla y todas las camas «cameras» de Sagua la Grande con colchas bordadas y las cunas vestidas con trajes calados, y hasta a Chirino mismo sentado en un tronco con un jaique hecho de calados del país. Pero no se atrevió a mentar su negocio. El «indiano», prosiguió la loa de Chirino: «$hirino! Ese ya no vuelve por acá.» «Tiene una gran posición. Posee uno dc los ingenios mejores dc La Habana.» Y Fleitas pensó entonces despechado y corrido, que para quedarse con un cargamento de bordados ajenos no era preciso tener ingenio ninguno. [M. M.] EL DILETANTE Nuestro distinguido INTELIGENTE amigo Oropesa es un señor que estuvo en Buenos Aires y oy a la Patti. Este amigo recuerda emocionado todavfa la voz de este finiquitado ruiseñor humano. Oropesa, no ha podido oír tranquilamente, después de la Patti, a ningún ruise282 fiar más. Así dice: --«iSi ustedes llegan a oír a aquella mujer! Por supuesto. Aquello no era mujer, era una cosa divina. Me acuerdo que cuando cantó el rondó de “Lucía”, que como saben ustedes es obligado a flauta, el público, llegó un momento en que no supo quién era la flauta ni quién la artista. iQué garganta de mujer!»Y Oropesa cierra los ojos arrullado por aquel lejano casar de flau- tas que oyó en Buenos Aires. Oropesa no tolera discusiones sobre el arte lírico de Patti y si al recalcar el flautismo de aquella señora diciendo: «iQué mérito!», alguien se atreve a decirle: «Señor Oropesa: el mérito es el de la flauta que no ha perdido su condición de flauta. Si la señora Patti se parecía a una flauta, aviados estamos», Oropesa lanza una mirada wagneriana y emprende la consabida discusión insular que empieza: «iMire, no diga boberías! Para hablar de arte, es precio haber oído a buenos artistas como los he oído yo.» Oropesa es una institución en la ciudad. En todas las compañias de canto Oropesa se abona y en los entreactos se levanta y se sienta en. el espaldar de la silla que tiene delante de la suya, mientras el público lo mira agradecido. Si Oropesa va tres noches seguidas al teatro la compañía es buena. Si deja de ir una, la gente, aunque le guste el cantante, empieza a dudar de la excelencia del artista y se pregunta: «¿Qué le habrá pasado a Oropesa que no ha venido esta noche? ¿No le gustará la compañía?» -Y si hay alguno que no le gusta realmente, contestará: «Claro, es lo que digo yo. La compañía es mala. ;Creen ustedes que si fuera buena Oropesa faltaba una noche?» Todo el mundo pone su entendimiento en manos de Oropesa. Y llega a ser tal su influencia, que el mismo Oropesa se siente a veces conmovido y va sin gustarle todas las noches a un teatro para no perjudicar a la empresa: «Si yo no voy al teatro se empezará a vaciar.» Y va. Y en tanto canta la tiple, todo el público mira a Oropesa, que reparte durante el canto, unas cuantas sonrisas sobre sus la bios. Y en el momento culminante de la nota de prueba, en el momento terrible el público abre los ojos y agudiza la mirada hasta la propia boca de Oropesa, que va abriendo poco a poco los labios, suavemente arrullados, por el canto. Y cuando la nota llega y aunque no llegue, porque el artista se «pasa» como en los juegos de baraja, Oropesa «trinca» los labios «enguruña» los ojos y dice a media voz: «iAjo! La dio, iajo!» La ovación estalla. el artista se queda asombrado y Oropesa se va a los pasillos a lanzar exclamaciones: -Hubo un momento en que la tiple me recordó mis buenos tiempos de América. 283 -Pero, señor Oropesa -se atrever6 a insinuar un oyente-, la Patti, no llega, jverdad? Oropesa sonríe y se remonta n la lejano noche a de *Lucía»: -iHombre, no tanto, no tanto! Aquélla era una voz «sui generis». Pero esta muchacha llegará a cantar... muy bien. [M. M.] EL QUE NO ES SOCIO Hay un señor en la ciudad, un señor que llamaremos Robaina para darle un nombre desconocido o poco usado por nosotros, que no es socio de la sociedad que va a dar una fiesta. Hay en la ciudad también otro señor que es socio y que se empeña en hacer socio al que no lo es. -Amigo; ¿no va esla noche: al concierto yur. da «La suerte loca»? -Hombre. No soy socio. -Hágase socio. -iHombre!¿Y para qué? El señor que no es socio no puede ir a la fiesta porque no es socio y, sin embargo, ipara quC se hace socio? El que lo es tiene exacerbado ese afán de ser socio hondamente, y de que todo el mundo lo sea asimismo. Y así se da en pregontar a todos los no socios instándoles para que lo sean. Alguno que no es socio cae y se hace socio, pero de un modo displicente y dice a todo. el mundo, como si se avergonzara de pagar una pequeña cuota mensual: «Hombre, yo me hice socio por Umpiérrez que se empeñó en hacerme socio». Y si alguna vez ocurriera una protesta en la sociedad que rebajara el número de sucios, este amigo Robaina diría: «Sí, la Junta ha obrado mal. Yo no me doy de baja porque Umpiérrez me hizo socio.» Este hombre que no ha sido SOCIO y no quiso serlo y si lo fue es gracias a Umpiérrez, resulta luego el m8s socio de todos, estara todo el día en la sociedad y jugará a todos los juegos, pero siempre escudará su rimato rubor de ser socio con la consabida frase: «Hombre, yo realmente no tenía interés, pero Umpiérrez se empeñó en hacerme socio y no era cosa de decirle que no.» De este modo se llenan las sociedades de socios. Hay un pequeño Umpiérrez aficionado que caza socios y al cual todo el mundo agradece la cacería. Porque, en el fondo, estos amigos de la ciudad quieren siempre ser socios, pero necesitan que alguien les pida el favor de serlo, para luego enorgullecerse con el servicio. Cuando no se puede ser inventor, artista o parlamentario, se es 284 socio, pero se es socio porque merecemos serlo, porque la gente necesita que lo seamos. Nos han llamado a ser socio. Luego somos unns hnmhren imprescindibles. El amigo Robaina lleva ya doce años de socio en la sociedad «El porvenir del Callejón de los Majoreros», y se hizo socio ~610 porque el difunto amigo Galindo se lo rogó. Pero todavfa, cuando se suscita alguna cuestión grave en la sociedad y el hombre cree que está mal ser socio del susodicho «Porvenir», justifica solemnemente su calidad de socio diciendo: «Por supuesto. Yo soy socio por hacerle un favor a Galindo que me dijo: -Hágase socio. Si no ya verían...» [M. M.] EL VIAJE DE CHIRINO Chirino va a dar un viaje a Londres. Es un viaje de negocios. Desde que Chirino piensa en este viaje hasta que se embarca, todo supedita al viaje. Y dice: «Ahora no me hable nada hasta que no venga del viaje». «Cuando regrese del viaje arreglaremos eso». Para este amable insular que se llama Chirino, hacer un viaje es una cosa tan trascendental como meterse dentro de una escafandra. El se cree que el viaje es una cosa que se tiene en la mano y que se puede guardar después en la caja de caudales. ¿Y qué hace Chirino cuando se mete en el Yeoward? Se pone a mirar al mar, se queda desconcertado al ver que no hay boticas por ningún sitio ni calle de Triana. No ve sino mar; mar y una niebla en el fondo que él supone la de Londres que se acerca para guiar al barco. No está Pancho Robaina, ni Pepito Carballo, ni Antoñito Cerpa... Chirino no contaba con que un viaje era una cosa vacía de espacio azul, gris.. . Y él icaray! de sus horas de almacén se le va atragantando en el garguero. y lo hace tambolear sobre la cubierta... Chirino siente de planto uu ruido ds plataneras secas que se le mete por el oído, y un estampido en todo el cuerpo, como si estuviera dentro de un huacal. Se cae al fin sobre un banco y la niebla que él sospechaba británica le empapa los ojos... Y así queda Chirino durante cinco o seis días hasta que va notando dentro de la niebla unos puntitos de oro, como luces, y un cosquilleo en la nariz, como catarro.. Chirino atraviesa por un «barranco» con agua y salta después en unos muelles oscuros llenos de niebla de donde surgen unos tejados fantásticos y unas chimeneas que le hacen decir abriendo sus ojos de Tamaraceite: «iIah... concio! iIaaaah . ..!» Chirino se mete por uno de aquellos «estrits» como dijo a la vuelta, y se instala en un «use» relajón donde una señora 285 de lentes lo hizo desayunar con «gurmoni», que era una especie de café con leche y manteca amarilla... El, dijo, luego, en la tienda de Estupiñán. que los ingleses llamaban al desayuno «gurmoni» iFuertes brutos estaban los ingleses! iDecirle «gurmoni» al café! Chirino hace unas cuantas cosas en Londres, tales como ver buenas jembras y hablar con ula casau de sus plátanos. Después se vuelve a su tierra y se trae el viaje en el bolsillo. Y es entonces cuando empieza el verdadero viaje de Chirino. Se sienta en un saco de habas y cogiendo unas cuantas entre sus manos dice: «@5mo le dicen en Londres a esto caray! iFuertes calles amigo Estupiñán ! iPor supuesto ellos le dicen «strits», pero aquello son carreteras con una de tranvías! Yo he observado una cosa en Londres. Allí el negocio debe estar en los alrededores porque a mí me parece que en las tiendas no hay tiempo de fijarse. Luego no puede haber clientela. Yo lo que le digo es que la tienda que veía hoy no volvía a verla más. A mí me hacía el efecto de que las tiendas no duraban más que un día... Hay una cosa que le llaman allí Picadillo no sé por que..., será por el barullo..., iqué caray!, se vuelve loco cualquierita.. . Y luego las mujeres.. . Usted le pica el ojo a una y zas se van con usted a un «use» de aquéllos.. . Por supuesto, aquí no hay mujeres.. . iY vaya usted a picarles el ojo.. .!» Chirino relata su viaje un día y otro día y Estupiñán siente el deseo de hacer otro viaje para probar aquel «gurmoni» que le die- ron a Chirino en cuanto saltó, y otro día se va Estupiñan a Londres y Robaina lo sigue y Galindo los imita... tambien. Y la abadía de Westminster, al despertarse una,mañana se encuentra delante con una colección de exploradores de cachorra en espiral que dicen entre sí contemplando las torres... -Y esto , iqué es? ¿El Congreso? --iSale! Eso es una catedral. -Una catedral no puede ser. Será una iglesia. -Aquel rincón de allá parece la torre de la iglesia de Antúnez... [M. M.] LAS NIÑAS DESBARAJUSTADAS La familia de Zerpa es una familia desbarajustada. Ser desbarajustada es dejar, por ejemplo, de noche colgados en un balcón de la calle de Triana los calzoncillos del padre para que se aireen y no recogerlos hasta las diez de la mañana, después que ha pasado toda la gente. También es ser desbarajustado llevar el tacón torcido y ponerse a comer pan en la ventana. Las niñas de Zerpa son más desbarajustadas. El niño más pequeño de la casa juega con el 286 velón del comedor a los soldados y la mamá desde su silla de costura sólo le grita débilmente: -iPepito, niño, deja el velón que vas a romper el tubo! Me traes consumida. Pepito como es tambikn un desbarajustado en miniatura no hace caso y sigue poniendo en fila sobre lá mesa del comedor el depósito del velón, el tubo y el pie del velón, diciendo: «Un... dos... un dos...»- La mamá baja la cabeza hacia los calcetines que zurce y exclama: «Rómpelo y tú verás la calda que te espera.» Pepito se acuesta a las cinco de la tarde y como es el más pequeño duerme en la alcoba del matrimonio y todas las noches, terminado su sueño -de tres a cuatro de la madrugada- se le antoja levantarse y ponerse a hacer tropas. La mamã lo deja y aunque cl pap6 proteste, la mamá dice disculpando al niño: #ero tú no ves que se acuesta a las cinco. iQué va uno a hacer! La casa es un desbarajuste.» Porque una de las buenas condiciones de estas desbarajustadas es reconocer su propio desbarajuste. Siempre se los puede oír exclamando: «Hija, mi casa, con tanto niño es un desbarajuste del demonio. No tiene una tiempo para nada. Que si el niño se orina y que como la criada no viene tiene una que levantarse y traer un paño para limpiar la gracia del niño.. . Que si Pancho le toca vapor y no aparece hasta las tantas; que si los mayores llegan del colegio y piden el almuerzo; que la criada rompe un plato, que tiene una que bajar a recoger la Icchc del lechero porque a lo mejor Ia criada se ha ido a la esquina a hablar con el de la tienda..., iqué s6 yo! Ni sabe una cómo tiene tranquilidad. El domingo no pude ir ni a misa de doce. Sin peinarme siquiera me tuve que sentar a la mesa. Después, Pancho se puso de mal humor porque la cocinera había dejado pegar la ropavieja... Les digo que la mitad de los días no me. dan ganas ni de levantarme siquiera.. . Mire usted, seriora, el día de, las misas de Juanita Robaina, ni sé cómo pude alcanzar la de Requiem.. . Vestida ya, Pancho se levantó con unas prisas porque tenía vapor y con los guantes puestos tuve que freirle unos huevos... Corriendo llegué a San Francisco Cuando acababan de poner el Evangelio... Así tiene una perdidn el enth&gn.» La familia desbarajustada se traba deprisa con hilo acarreto la enagua para no perder el baile del Yeoward, se limpia el polvo de las botas, cuando ya van a salir, con los flecos de la colcha de la cama, toman agua precipitadamente antes de echarse a la calle y se van secando escaleras abajo, con los guantes, el agua que les queda en los labios. . Y todo esto 10 justifican despds en la plazuela o en el parque, dando resoplidos y exclamando: «Mi casa es un desbarajuste, se287 ñora. Yo quisiera conocer una casa tan desbarajustada como la mía.» ‘Lo cual no obsta para que escuchen estupefactos que la seiiora a quien ellos dirigen estas confidencias contesta impertubable, como con cierto orgullo de ser más desbarajustada. -«Señora, eso no es desbarajuste.‘Para desbarajuste el mío. Usted ve la hora que es, las once de la noche, pues todavía no ‘he podido hacer las camas.» [M. M.] EL AJUAR En la casa modelo del Sr. UmpiCrrez se está metiendo en un el ajuar de la niña que va a contraer matrimonio. «Con que Pinito se va a casar.» «El dicen que es un buen muchacho.» «Que tiene un buen sueldito y es muy querido en la casa donde está.» «Ella es monilla.» «Jesús, hija, yo no la encuentro mona.» «Pues mujer no es fea.» «La madre era mejor.» «iY se quedan en la casa?» «No; van a vivir por lo pronto al Monte, hasta que encuentren casa.» «No hay casas por ninguna parte.» «¿Y han tenido regalos? «Dicen que un tío que está en Buenos Aires le mandó un pendantif que llama la atención...» Ya estos días han trascurrido. La niña está guardando la ropa que se ha de llevar al Monte. Pone en el baúl, entre otros, los tres trajes que se hacen invariablemente las jóvenes de la localidad que contraen nupcias: el traje blanco, el rosado y el celeste. Sin embargo, la mamá le dice:, -Hija, no metas el traje rosa. A lo mejor te llueve. No mamó. El traje rosn lo llevo. Mira; mc lo puedo poner con la pamela blanca y los zapatos blancos. Tambien con los zapatos negros y el sombrero de las uvitas. -Hija, haz lo que quieras. Pero a mí me parece mal que vayas a estar paseándote en la carretera para arriba y para abajo. Siempre me han relajado esos matrimonios jóvenes en las carreteras. Si vieras, hija, qué mal efecto hacen cuando uno va en el coche de hora. -iJesús mama! Ni sé qué de particular tiene. -Hija, tú todavía no entiendes de estas cosas. Pero haz lo que quieras.. . ¿y tambien llevas el traje celeste? -Sí mamá. Me lo puedo poner’con el gorrillo de franela blanca baúl 288 ; E y también con el sombrero de las uvas. Además, como es un traje túnica, me lo puedo poner sin sombrero... -Los zapatos de charol no los lleves. -Mamá, ¿y por que? -Hija, te quedas sin zapatos en dos días con las piedras de la Carrelera.. . -Pues mamá, lo mejor es no llevar nada... -Lleva los amarillos. -iLos amarillos remontados? iPor cuánto! Y la señora de Umpierrez tiene que resignarse ante los deseos de la niña, pues la niña mete en el baúl hasta el traje de boda con su velo correspondiente. Cuando está todo metido y ya el baúl cerrado, se acuerda la niña que el traje blanco no está y vuelve a abrir el baúl diciendo: -Estoy tan nerviosa que me había olvidado del traje blanco. La mamá se contraría y le responde: -Pero, hija, ya eso son muchas exageraciones... ¿También te vas a poner el traje blanco? iPara que tengas que lavarlo desde que te lo quites! -Pues lo llevo mamá, lo llevo... Mira: me lo puedo poner con la pamela, con el gorrillo de franela y con el sombrero de las uvitas... [M*M.1 LA PEQUEÑA ; E 6 d i i m t 5 5 i b ; zB ! GLORIA El señor.Fabelo es un hombre modesto, insignificante. Ha vivido de un modo sencillo, sentado en su parque, .con un bastón de puño de galleta entre sus manos, tomando el sol y diciendo cosas amables como éstas: «iVaya, por Dios! iNo me lo diga! iPero, eso es cierto? iEso son cosas de las malas lenguas!» Pero un día se sorprende el señor Fabelo, porque resulta que es nada menos que un distinguido y particular amigo. Para esta sorpresa ha necesitado el Sr. Fabelo tener un catarro. El Sr. Fabelo ha estado dos días metido en cama. Cuando sale a la calle, le pregunta un amigo: iEstá usted bueno? Y Fabelo se queda estupefacto: -Sí, sí... estoy ya bien. ¿Y usted cómo sabe que yo he estado malo? -Por el periódicw ¿Por el periódico- Y Fabelo en medio de una nnrprena, siente el cosquillen prnfundn de una satisfacción desconocida. ¿El periódico? -iEsos periódicos!- Fabelo continúa preocupado su camino pensando en que ha sido nombrado por un perió289 50 dico cariñosamente. El que no ha inventado nada, que no ha pintado nada, que nada ha escrito, isale elogiado en un periódico! ¿No podría entonces pintar, inventar o escribir? ¿Por qué no? El pcrió- dico lo llamará sin duda.. ., ¿cómo lo llamará el periódico? Y Fabelo se mete en la barbería. Y revuelve los periódicos de la mesa centro, esa mesa de los prospectos del Circo y del «Mundo Gráfico» que uno lee cien veces, aburrido, de un correo a otro correo, dándole vuelta a las hojas y arrojándolos después, desde lejos antes de abrocharnos el cuello y mientras el chico nos sacude el polvo. Fabelo, rebusca y aunque no lee periódicos nunca, ese día los relee buscando entre las infinitas líneas impresas su nombre querido. Por fin encuentra su nombre. La noticia de su catarro, mezclada entre otros de señores que van y vienen de Tenerife cada tercer día. Fabelo lee, con precisión: «Hállase ligeramente enfermo nuestro distinguido y particular amigo don Florencio Fabelo y Robaina. Le Jestxim~us una pronta mejoría.» Fabelo, tembloroso de emoción, le dice al barbero: «Maestro: ¿Usted no necesita este periódico? Es de hace tres días.» Y el barbero le responde: «No señor, puede llevárselo». Y cuando Fabelo está ya en la puerta el barbero le grita: «iPor cierto!: ¿está usted ya bien?» Fabelo sonríe. -iEl barbero también ha leído su nombre! -«Sí, sí, ya estoy bien.» -El barbero añade: «Como leí que estaba usted ligeramente enfermo.,. .» -Y Faheln entonces, piensa, que es poco importante haber estado ligeramente acatarrado, y así para dar mayor realce a su éxito responde: «No tan ligeramente. El primer día creí que tenía una puntada de pulmonía.» Fabelo se aleja con su periódico. Lo guarda justo al lado del corazón y se va a pasear por todos los sitios populares. En todos los sitios han sabido que Fab& ha estado enfermo. Fabelo pasea su popularidad sonriente por la ciudad, como un pequeño Blasco Ibáñez local que regresa de una Nueva York quimérica. babelo es ya un hombre conocido. El se puede sentar en las plazas públicas como un hombre notable. El ha conseguido con un pequeño catarro, una gloria que no hubiera alcanzado nunca componiendo un pasodoble, por ejemplo... [M. M.] 290 LOS QUE SE LLEVAN BIEN Como en la pequeña ciudad atlántica la mayorfa de las mujeres casadas se amulan .con los maridos, cuando hay un matrimonio bien avenido y la gente lo sabe, resulta un relajo general. Así, si la señora de Carballo tiene un granito en el pescuezo y le dice en el Club o en el Casino, delante de la gente a su esposo: «Mira, querido a ver qué tengo ahí», y el esposo le toca el grano con el dedo, suavemente, todos los que lo notan vuelven la cabeza diciendo: «Fíjate qué relajo.» La señora de Carballo es la mujer más feliz de la ciudad. Cuando su esposo pasa por la calle de Triana con un paquetito, la gente se acuerda de su mujer y dice: «Allá va Carballo con algo para la mujer. Es una locura con ella.» Y cuando salen juntos, por la noche, cogidos del brazo, todo el mundo exclama al verlos: «Ni de casualidad se les ve a uno por un lado y a otro por otro. Carballo no deja a su mujer ni a rastro-u Carballo es ese hombre que se ata despacio las cintas de los calzoncillos; que va de veraneo a Tafira o a las Canteras y después de comer se sienta en la acera a tomar el fresco con su mujer y a quien le dan conversación los vecinos; es ese hombre relativamente obeso que todavía habla mal de los yankees por causa de Filipinas y que dice estas frases siempre: «Bajo el punto de vista», «Dime con quién andas», «El hilo del discurso», «Eso son habas contadas», «Dentro de la gravedad ha reconocido mejoría», «Hay que tener un ten con ten». . . Carballo es un hombre que no toma nada entre horas; es, no sólo el que no toma, sino el que dice: «Yo tengo la costumbre de no tomar nada entre horas.» Por todas estas cosas Carballo guarda una locura por su mujer. Tiene además un hijo que estudia abogado y del cual dice siempre: «Me escribe ‘mi chico de Barcelona que...» <<Tengo, por cierto, una carta de mi chico...» -Es Carballo el hombre a quien se le pregunta por su chico, cuando uno se acuerda de repente: «Hombre, uy su chico qué dice?» , y Cl, que Icc regocijado su propia gacetilla dando cuenta de los exámenes de su chico, ese chico aprovechado de los brillantes exámenes cuyo padre, querido y particular amigo de los periódicos, debe estar siempre dispuesto a recibir la más sincera enhorabuena. Carballo es un hombre feliz que le da buena vida a su mujer porque realmente no puede darle otra cosa. Carballo se levanta y se toma su café, luego se aprieta el callo y dice: «He notado que cortándose uno los callos le crecen más pronto.» Su mujer le contesta entonces: «Ponte un callicida.» Después sigue Carballo diciendo varias cosas más en un tono bien avenido, colocando de rato en rato el ten con ten o la mejoría 291 de la gravedad. Y así va transcurriendo el día frente a la sonrisa de su esposa que tiene también su ten con ten. Hablan del arreglo del Parque, de que el agua de San Roque ya no lesiona como antes, de que.va a haber levante y de que a la noche hay que ir a casa de las cuñadas que tienen un niño con fiebre... dentro Así SC desliza la vida de Carballo y su mujer. Y, la ciudad creí: que son felices y lo son realmente. Es el matrimonio mejor avenido de la ciudad. Tan bien avenidos, como esas dos butacas austríacas que colocan simétricamente a cada lado del sillón que está pegado a la pared de la sala las honestas familias de la clase media insular. Carballo y su señora son esas dos butacas que se balancean suavemente frente al incómodo canapé austríaco que es la vida... [M. M.] ESTA SOFOCADA La señora de Mujica está sofocada. Al pasar, por la calle, hemos visto que esta señora y sus tres hijas se dirigen al Parque. La señora de Mujica daba unos pequeños resoplidos que ponían nerviosas a las niñas: -iJesús, mamá! ¿Qué es lo que tienes? -No sé, niñas . . . . una sofocación... -¿No te lo.dije? Es la manteleta. ¿No te dije que te la quitaras? A cualquiera se le ocurre ponerse esa manteleta con el calor que hace. -Es el estómago, niñas. iNo seas majadera! Yo no sé cómo Es la manteleta, mamá. aguantas con ese peso de pasamanería sobre el vientre... La señora de Mujica rezonga malhumorada por las observacioncs de sus hijas y todas prosiguen al Parque; repartiendo saludos a derecha e izquierda: -Adiós, Carballo... iOiga, Carballo? Ya se sabe todo... Adiós, Galindo. LOiga, Galindo? iYa nos hemos enterado!... En el Parque, la señora de Mujica y sus niñas se sientan en un banco. La mamá retorna a sus resoplidos. -Yo no sé si será la pimienta que le echó Pino a la sopa. iPero es un ardor hijas!... -Es la manteleta. mamá. iOué cabezuda eres! -iHija, si sabré yo lo que tengo! -Pero mamá, no nos pongas nerviosas. No te quitas la manteleta ni un segundo... 292 -iY qué me pongo, caramba ! ¿La bata desteñida de por las mañanas? iVaya! iTambién son ganas de molestar a una! La señora de Galindo y sus hijas se callan y se ponen a mirar desaforadas a todos los lugares del Parque. De pronto observan con alegrfa que se acerca a ellas la señora de Estupiñán con su marido. Se saludan con los correspondientes: iVaya! ¿Y cómo les va?, pero la señora de Mujica x510 lamenta su sofocación: -Pues yo, hija, con una sofocación rara que no he sentido nunca. Lo atribuyo a unas pimientas, pero las niñas dicen que es el calor. -Sí, señora -responde la de Estupiñán-. Pancho ha estado todo el día con otra sofocación tremenda. Es del tiempo Sur. Y pancho, terciando en la conversación, dice: -¿Usted siente así como si le estuvieran llenando de aire el es- tómago? -Sí, sí, señor... -¿Un agrior que le sube y le baja por la garganta? -Lo mismito.. . -¿Y luego, un malestar en las piernas? -sí, sí... Eso mismito.. . -¿Y luego, unas ganas terribles de darle palos a todo el mundo? -iJesús, Panchito! Si está copiando todo lo que yo me siento...! -iPues esto, señora, es acedía! Sofocación de acedía. Y la señora de Mujica dando el tercer resoplido de la noche se vuelve hacia sus niñas y las acomete triunfalmente: -iUstedes ven, niñas, como no es la manteleta? HASTA LA CORONILLA La señora de Fleitas esta de su marido hasta la coronilla. Fleitas es un hombre imposible; no le gustan los macarrones, y como su señora se los pone casi todos los días, para molestarlo, la otra mañana cogió el plato y lo tiró al suelo iracundo, delante de la cuñada y de los niños. Su mujer, descompuesta y completamente bananítica, -Mejor se desbocó: te diera vergüenza... Dando malos ejemplos a tus hijos. -¿Y para qué pones esos macarrones que ya te he dicho cien mil veces que no me gustan? 293 -Pues tú antes te los comías. -Es que ya me han relajado. ~~ -Pues dame m6s dinero. En lugar de gastarte el dinero en abo- nos y en cambios, debieras mejorar la comida de tu casa. Y luego, la señora de Fleitas, que es una temible señora de amplios cuadriles, añade engarrotando el hocico; -Hasta la coronilla me traes. -La que me trae hasta la coronilla eres tú -contesta Fleitas levantándose de la mesa y limpiándose sonoramente con la lengua los intersticios de los dientes. La mesa se queda tranquila y la señora de Fleitas se dirige entonces a sus hijos: -iAy, hijos! Vuestro padre me trae hasta la coronilla. Y he aquí de qué modo Fleitas se pone en la coronilla de su señora, él que no vive sino sentado cómodamente en una butaca del Círculo. Generalmente, los matrimonios insulares están hasta la coroni- lla. Desde, que la señora abandona el corsé y se le afloja el cuerpo y no se abrocha la parte de arriba de las botas, empiezan los maridos a’meterse en el Casino, a asistir a las sesiones del Ayuntamiento, a dar paseos de ida y vuelta, sin bajarse del tranvía, al Puerto; a ir de tertulia al «cuarto» de don Antonio Robaina, que tiene «tertulia heterogenea»; a tomar bicarbonato y «darse un salto al muelle» para hacer la digestión; a hacer alguna excursión con comilona a la Laja, y a veces a tener relaciones con una buena mujer, una de esas mujeres que llaman «buenas mujeres», y que son unas cuarentonas limpias, que tienen su tiendita y una pulsera de medias libras esterlinas. . . Cuando el marido hace estas cosas, cuando ya se oye decir del marido: «Está con la Fulana hace tiempo», es porque ya llegó el momento de estar hasta la coronilla de su esposa. Y cuando a la esposa le tira el cuerpillo y se le salta un botón que no se lo pega más, cuando se pone un zapato de glasé con la puula LIC Aalo y no lo limpia, zapato que lc sirve para ir a la misa de los padritos y para andar en la cocina; cuando se pone una bata de tela simpática desteñida y el peinillo del moño le luce desprendido y no se depila con las tijeras de las uñas los diminutos pelos de la barba, cuando de esta guisa se asoma a la ventana, con su paño de polvo en las manos y apuntalando con los brazos el parapeto del sexo y después se «mete pa dentro», diciéndole a la cuñada: «Por ahí pasó Galindo con una cara de estragado y la corbata a medio hacer; se conoce que se hizo tarde y no tuvo tiempo de hacerse el lazo...», cuando ocurre todo esto, podemos asegurar ya, que la esposa está hasta la coronilla del marido. Nosotros, desde nuestro silencioso mirador vemos pasar a estos 294 seres que alguna vez, en visita de luto, suelen salir juntos, y bajo el hongo de él y el velo de ella vemos brillar como dos luces impertincntes, esas dos coronillas clásicas hasta donde ambos se estãn mutuamente.. . [M. M.] FIN DE VERANEO La familia del Sr. Carballo va a regresar de su veraneo dentro de unos días. Ya lo ha dicho un periódico: «Dentro de breves dfas regresara de las Canteras don Francisco María Carballo y familia.» El Sr. Carballo está harto del tranvía. El dice; q<Hombre, si no fuera la incomodidad del tranvfa estarfa en las Canteras hasta diciembre.» Por otro lado, la familia agrega: « Nos venimos antes que nos echen las lluvias. Ademas, “aquello” esta ya muy aburrido.» Y si algún sentimental de las playas se aventura a decir: «El mejor tiempo en las Canteras es noviembre y diciembre. Hay unas puestas de sol muy bonitas», la familia de Carballo responde: «iJesús, hijo! No me diga que es bonito aquello con el viento que hace.» La familia de Carballo y todas las demás familias veraneantes, al reposar de su temporada repetirán las mismas palabras del pasado ario: -Las Canteras, por la tardecita y por la noche. -Sí, es verdad. Durante el día está dando el sol. -Pues a mí me gusta mucho el Puerto. -El Puerto, hija. Se puede estar en la playa, porque siempre se reúne una en la acera con los vecinos. -Nosotros no estamos sino un par de meses, porque Pancho no puede con el ajetreo del tranvía. Y sobre este variadísimo tema, suele apegarse parte de este otro: -Allí puede salir una «aflojadaB, es lo cómodo que tiene el Puerto. -Si, hija. Yo me paso de bata las temporadas. Las niñas sl se arreglan para dar sus paseitos, pero una no está ya para eso. -Pancho reniega, pero claro, yo le encuentro razón; el dfa que más temprano viene es a las ocho de la noche.. . El veraneo insular es una cosa lenta, aburrida. Veraneo de acera. En Tafira, la gente se pone en lo acera para ver pasar los auto- móviles. En «las Canteras*, para ver a gente que pasea en la playa. Doña Rosa Galindo dice: «Hija, y si no se pone una a ver, qué saca del verano. Meterse en el zurr6n de la casa...» 295 A nadie le gusta la temporada. Todas tienen ganas de venir a Las Palmas. Sí están en el Puerto, cada tres días buscan un pretexto para montarse en el tranvía y si se meten en los intrincados rincones del campo, se pasan el día esperando a que los Panchos respectivos lleguen de la ciudad para preguntarles a quema ropa: -¿Cúmo está eso por Las Palmas? ¿Ya están rcgrcsando de las temporadas.. .? [M. M.-J LA GLORIA INFIMA Hay un señor en la ciudad que es el señor valiente en el tranvía porque siempre espera a que este carro eléctrico empiece a andar para montarse orgullosamente. El señor valiente del tranvía está esperando en una parada. El tranvía se detiene y suben a, él todas las mujeres gordas de los cestos y las canastas, que son las que mejor y más montan en el tranvía, las que parece que son dueñas del tranvía. Y el señor, en tanto, se dedica a contemplar el pasaje, como acechando el lugar donde él se ha de meter. El conductor del tranvía lo mira y como nada definitivo hay en el seilor que le descubra el Jesw de mantar, el cobrador pone en movimiento el motor y el tranvía prosigue su marcha. Entonces, el señor valiente avanza unos pasos y se agarra a los barrotes del tranvía, y de un salto se coloca en el sitio que ya se había dispuesto de antemano. Todo el mundo ignora que este señor se ha montado después que el tranvía echó a andar. El señor valiente que sin duda ha querido significarse con esta pequeña y loca gloria, ha perdido su tiempo. I*a gente del tranvía no se apercibe de su habilidad. El señor, en su asiento, piensa, sin embargo, que todos han tenido para él un pequeño aplauso interior. Este señor, cuando se baja emplea un igual procedimiento. 1.a mujer de la cesta, o de la canasta hace sonar el trímbre del tranvía y el tranvía se para un largo rato. Mientras, el señor valiente se detiene en cl estribo sonriendo, y cuando el tranvía empieza a ca- minar, el señor se extiende «en el aire» «hacia atrás» agarrado a los barrotes y se deja caer como un habilidoso acróbata. Así baja y sube el señor valiente; del tranvía que de tanto vivir cn cl Puerto logrado tener una amplia cultura tranviaria. ha El señor no sabe hacer otra cosa en su vida. El nació con este pequefio destino de subirse y bajarse del tranvía mejo!- que los demás. Cada uno ha nacido para su correspondiente cosa. El señor valiente para su tranvía, y el señor Sanabria, un amigo nuestro que 296 se ha hecho un retrato en una Fotografía del Puerto, para administrar sus bigotes, unos bigotes largos y como embreados, en los cuales aparece su boca como agarrada fuertemente a una marnma. Dediquemos una pequeña sonrisa sentimental a estos señores que nacen para las pequeñas y graciosas cosas de la vida y envidiemos un poco las facilidades de que disponen para conseguir sus glorias respectivas. [M. M.] LA LAVADERA La .familia del Sr. Mujica ha dejado abierta la ventana de la alcoba. La casa del Sr. Mujica es una casa terrera. El la ha construido con sus ahorritos y la vive muy contento. Es la clásica casa del patio que se moja, de las dos habitaciones a la calle -la alcoba y la sala del velón- y la del retrete que se ve desde la puerta de la calle. Nosotros hemos pasado por la casa del Sr. Mujica y hemos observado su alcoba. Una cama wn colcha de crochet, un retrato de la ampliación sevillana, cubierto de tul rosado y en un rincón una lavadera incólume, una lavadera muy bonita wn su jabonera y su portacepillos. ¿En esta lavadera tan lujosa se lava la familia del Sr. Mujica?, hemos preguntado. Pero al pasar por la puerta de la casa vemos que en el fondo se enjabona su cráneo dentro de un lebrillo el Sr. Mujica. La lavadera, pues, es solamente una cosa decorativa. Es la lavadera de las bodas. Esa lavadera de la cual se dice cuando se hace la lista de los muebles: «No olvides la lavadera. En casa de Peñate hay lavaderas muy bonitas.» Lo que m6s vive en la ínsula es esta lavadera. Yu ht; wnucidu lavaderas del tiempo de la revolución y otra que supo de la derrota de Napoleón III. Esta lavadera es más considerada en la ciudad que una persona. Mientras a la persona se la calumnia e injuria generalmente en los Círculos y en los Casinos, a la lavadera nadie la toca. Y cuando es preciso utilizarla, cuando la lavadera puede prestar algún limpio servicio, se coge el lebrillo de la loza, se pone en la pileta del patio y se enjabona la cabeza en kl. Nosotros hemos sentido siempre una pequeña envidia por la lavadera. Cada vez que nuestros sencillos deseos han sido truncados, cuantas ocasiones hemos servido de lebrillos de la loza a nues297 i i m t 5 5 s i d E z ! d g E 50 tros coetáneos, nuestro corazón voló hacia la lavadera,de la alcoba del Sr. Mujica. La lavadera es el símbolo de la tranquilidad i&iia. Para vivir bien, reposado y feliz, sin intervención ajena en la isla, es preciso ser una lavadera. [M. M.] LA FIGURACION Hay un señor en la ciudad que siempre está medio incómodo. ¿Cómo llamaremos a este señor? Lo llamaremos Robaina para variar el familiaje. Este señor es el señor de él mismo, el señor que dice: Yo no sé lo que se habrán creido. Yo no. sé a dónde van a parar con esas cosas. El señor Robaina es él solo. Todo lo que cree es lo que piensa él. Así si el hijo llega a su casa después de las diez de la noche, el señor Robaina suspende la lectura del diario y mirando gravemente al hijo le dice: Yo no sé qué es lo que tú te has figurado. El sciior Robaina es un hombre sin imaginación. Nunca sabe lo que los demás se figuran. Si en el Ayuntamiento hay un lío el señor Robaina exclama en la rebotica con este retintln insulario en que se aprietan los dientes: Yo-no-d-lo-que se habrán-figurado estos señores-. El señor Robaina sufre lo indecible con las figuraciones ajenas. Camina por una calle que tiene las aceras rotas y el seiíor Robaina tropieza. Se pone iracundo y le dice al amigo que lo acompaña: iUsted me quiere decir qué es lo que se han figurado? Cuando un abogado mete en cuestiones al señor Robaina, el señor Robaina se queda tembloroso mirando con ojos gachos al que esté a su lado: Veremos, veremos. Ya no sé qué es lo que se figuran estos abogadillos.. Y si tiene Una enfermedad algún amigo y el amigo se muere, el señor Robaina no llega a comprender todavía y siempre está como en acecho de la idea del medico: Yo no s6 qué idea tienen estos médicos. El señor Robaina sc enfada con un cliente, se calienta, como él dice, y todo lo que se le ocurre es exclamar: -¿Pero hombre, qué es lo que se ha figurado usted? Ninguno sabe en la ciudad lo que otro se figura. Realmente ninguno se figura nada. Este es el mal mayor. Galindo dice en el Casino, hablando de Chirino: Yo no se lo que se figura este Chiri298 no. Y Chirino en el Cfrculo Mercantil dice hablando de Galindo: iPero qué es lo que se ha figurado este Galindo? La figura interior de nuestros amigos es una cosa tan profunda y desconocida como un diamante pequeño en el fondo del mar: Toda la irritación, todo el odio de estos amigos está en no poder saber lo que se figuran los otros. Y éstos a su vez sienten el rencor de no poder saber asimismo cuáles son las figuraciones de los demás.. . ¿Qué es lo que se habr8n figurado? [M. M.] NO ESPERO A NADIE Esta mañana me he levantado muy temprano. El día presentaba un aspecto alegre, luminoso. Era una mañana para dar un pequeño paseo por el muelle. Y. he dado ese paseo. Unos carros, unos trabajadores, todos esparcidos y como deso- rientados, medio dormidos aún, como si al despertarse no comprendieran que aquello era la mañana siguiente a la noche en que ellos se hablan acustado. Yo pasee por el muelle. Un Yeoward acababa de atracar. El Yeoward es el barco conocido, ese barco sin interés que todo el mundo conoce, como esos senores que van siempre al parque y se sientan a hacer tertulia en las administraciones de lotertas. Sefiores amigos de todo el mundo, a quienes hay que decirles iadiós! a fuerza de verlos, de tenerlos en nuestra visión constantemente. ‘Yo he pasado cerca del Yeoward como por el lado de uno de estos señores, y he visto salir de a bordo unos ingleses, los inconfundibles ingleses del Yeoward, todos iguales, dando la sensación de que son los últimos ingleses que quedan en el mundo y buscan un rincón donde guarecerse. Estos ingleses del Yeoward tienen todos un «smoking» arrugado y las inglesas unos zapatos de lona que quieren hacer pasar de noche, como de piel, con esa ingenuidad única que ticncn los inglcscs del Ycoward porque cl Ycoward los desprovee de todo rastro de Picadilly y de Byde-Park, dándoles una pequeña alma de impermeable gris cubierto de un resto de gotitas de lluvia.. . YO he observado temeroso estas cosas pequeñas y he meditado sobre ellas mientras daba mi paseo. El muelle estaba libre de saludos y de amistades, tenía cierta independencia de mar y mi alma sintió esa cómoda alegría que siente el cuerpo cuando se quita los zapatos, el cuello y se pone un pijama de seda para cubrirlo. Y así, tranquilamente, iba mi paseo desarrollándose. Pero, de pronto, apareció don Florencio Robaina y Fabelo, señor comerciante que tuvo carros y ahora ha comprado un camión. Este Sr. Robaina viome satisfecho y acudió a mí. El no había pensado en la mañana. -Buenos días, señor Manso. LEspera a alguien? El Sr. Robaina creía que yo esperaba a un viajero. El Sr. Robaina cree que los muelles solamente sirven para esperar viajeros. Y contesté que no esperaba a nadie, pero el Sr. Robaina no aparentó creerme. Y yo sé, además, que esta noche el Sr. Robaina, dirá en la administración de loterías donde él pasa la velada: -Esta mañana me encontré en el muelle al Sr. Manso. Debía esperar a alguien de la Península. [M. M.] ¿QUIERE TOMAR ALGO? Ayer tarde he penetrado en un café del Puerto. Claro que un poco desconcertado, porque no hay nada que desconcierte más que ver desconcertados a unos señores que se desconciertan al ser sorprendidos tomándose una copita. En una mesa de este café, libaban sus correspondientes copas mis queridos amigos Pepe Estupiñán, Juan Robaina y Perico Fabe10. Yo me dirigí, azarado;al mostrador para comprar una caja de f6sforos. Quería pasar desapercibido. Sin embargo, hube de oír la voz de Juan Robaina que gritaba: «Diga adiós y guarde el dinero». Y cuando yo me guardé el dinero acatando con toda la ironía posible la recomendación de Robaina, Estupiñán añadió: «iQuiere tomar olgo?~ -No, no, muchas gracias- les dije, -Sí, hombrX Alguna cosilla. -Nada, nada. -Sí, hombre, un café. Y aquí hicieron punto, como si con este deseo, me limitaran el precio de mi probable consumición. Otro más generoso añadió: -0 un tabaquillo.. . Sí. -Y llam6 al mozo: -iOiga, tráigale el tabaco que él quiera a ‘este señor! Yo hube de tomar el tabaquillo. Los amigos como Estupinan se ofenden si uno no acepta los regalos que nos hacen en ese fraternal momento en que ellos se toman su «mañanita».Yo tomé’mi taba300 quillo y me marché lleno de temores. Después me puse a observar desde la calle y vi cómo iban entrando en el café varios, amigos y saliendo después todos con su tabaquillo en la mano, que se me- tían luego en uno de 10s bolsillos altos del chaleco. El ciudadano Robaina siempre ofrece, cuando nos ve entrar en un cafe, y claro, se nota que uno está en situación inferior respecto a su robainismo. <cLQuiere tomar algo? Sí, hombre. Un café. Un tabaquillo. Un caruncho.» Y me obliga a aceptar este obsequio, no con intención de agradarnos, sino de preterirnos, de ultrajarnos. Porque si un día vemos al Sr. Robaina por la calle y nos hacemos los desentendidos exclamará: «Miré usted el idiota éste. Le di un tabaquillo el domingo y ya no me saluda,>. El Sr. Robaina quiere, por medio de su tabaco, ponerse un escalón más arriba que nosotros. en la escalera de los insulares. [M. M.] FABELO COMPRA UN SOMBRERO En el momento de ponerse el sombrero nuestro amigo Fabelo, su esposa le dice: -Pepe: ¿tú has visto cómo tienes el sombrero? Fabelo está en la meseta de la escalera de su casa; la luz del patio cae de lleno sobre su sombrero. -Hijo, no te lo había visto a la luz -continúa su esposa-, es un sombrero «rucio». Fabelo, desconcertado, se quita el sombrero y juntando el índice y el pulgar de su mano derecha hace unos pequeños disparos sobre la copa. Un polvo antiguo y débil surge de los pliegues del sombrero. La esposa, añade: -Tendrás que comprarte uno nuevo. Y Fabelo sale a la calle. Realmente él creía que el sombrero estaba bien. Un sombrero nunca se nota que está mal. Casi siempre parece mejor cuanto más tiempo corre sobre 61. En algunas cabezas, el sombrero nuevo hace como que las hincha, dándoles otra novedad extraña, de cabezas recién alijadas. Fabelo, en cuanto ha sabido la antigüedad de su sombrero ya no puede justificar la armonía de sus pasos. Nola en ludo el cuerpo curuu UII blaudo~ de sombrero rucio y engrasado y hasta el sudor que en la badana del sombrero se mantiene siempre caliente como en un termo, va enfriándosele y metiéndosele por el tubito de su columna vertebral. Decididamente, hay que comprarse un sombrero’ nuevo. Y Fabelo se mete en una sombrerería. Le enseñan los som301 breros de moda y Fabelo les va dando a todos un blando puñetazo en la copa. Se los pone, se los quita y se los vuelve a poner, mientras el sombrerero va diciéndole detrás: -Ese -Ese le queda encajado. le queda un poco angosto, pero se le puede estirar... Fabelo compra, dcsputs de una larga batalla .espiritual, el som- brero que peor le sienta, y aunque el sombrerero le dice que deje el viejo y se lleve el comprado, Fabelo se marcha con el viejo. El sombrerero le empaqueta el nuevo y Fabelo se asusta. -No, no. Envuélvalo bien, no sea que se note que es un sombrero . Fabelo piensa, lógicamente, que si él sale a la calle con el paquete y la gente descubre que es un sombrero lo empaquetado, se sonreirá al veilo pasar y 10s Robaihas lbcalès le grítarán desde las esquinas: -Fabelo, de sombrerito nuevo, ¿eh? [M. M.] COMO UN ANIMAL El señor Oropesa es una persona distinguida. Socio de todas las sociedades, suscriptor de todos los periódicos y de las Siervas de Maria; hombre que tose bien, que tiene en.la cadena de su reloj ese dije cuadrado hecho ,de una piedra algo violada que fue de su abuelo, hombre de sombrero liviano los domingos, ese sombrero nuevo que se ve todos los domingos en el Parque sin que el hilván de la cinta se le haya ‘quitado.. . El señor Oropesa, es el hombre que habla de los tiempos de don Domingo J. Navarro y don Eufemiano Jurado, dándose un golpecito sobre un chaleco de piquet contemporáneo de aquellos dos patricios. Hombre distinguido, muy considerado en la ciudad, aunque dice: «No hay cosa que más me jeringue que se la eche». El Sr. Oropesa a pesar de todas estas cosas aristocráticas come como un animal. El llega a la botica, alegre, con su chaleco blanco y dice: «Caray, scííorcs. Iloy he comido como un animal.» Y cl sebor Umpiérrez, al verlo tan satisfecho le contesta: «Pues yo, amigo don Francisco estoy ahora comiendo apenas». -Oropesa aftade: «Yo generalmente como poco, pero en cuanro salgo a comer fuera, soy una bestia. Hoy me invitó el capitán de ese barco que está atracado, caray, y me ha puesto un banquete». El Sr. Oropesa come en su casa comida de un mediano pasar. Su esposa se descalabra pensando qué ponerle a don Francisco, pues no le gusta ni los macarrones, ni tortitas de batata, ni tollos... 302 Generalmente, el Sr. Oropesa no come nada y toma bicarbonato. Pero cuando lo invitan y hay croquetas o pastelón, ya está don Francisco embutiéndose todo ese suculento yantar y dando resoplidos y regocijándose despu porque ha logrado hartarse como un animal. Hay entre este animal y don Francisco una historia de encanto. Casi todos los señores Oropesas de la ciudad comen como animales. Hay cierta gala en comer así. Cuando en su casa le sirven la comida pobre, surge el espíritu aristocrático y delicado para decir: «Estoy un poco dispépsico. Tengo una acedía horrible». Mas salen de su casa y se ponen frente a unos manjares gratis y ubérrimos y matan la acedía a pedradas. Luego, como pequeños hombres ilustres que tienen sus flores célebres en la hora de la muerte gritan: «He comido como un animal». Contentos, no de comer, sino de haber ascendido tan brillantemente en la escala zoológica. [M. M.] A VER SI ESTA Calcines, Estupiñán y Fleitas tienen una pequeña importancia ancial que les da la criada de los tres duros, pues cuando llegan a su casa y al poco rato tocan a la puerta preguntando por ellos, la dicha ciudadana que sabe que Calcines, Estupiñán y Fleitas están en el comedor, dice al que toca y pregunta; -«Voy a ver si está». Esto es una cosa enorme. iEstá el señor? -Un señor importante no suele estar nunca. Calcines está realmente, pero para ser ilustre necesita no estar. La criada, pues, ensayada de antemano, grita, sin cerrar la puerta del paso: -iSeñorita Pino! ¿Está don Pancho? -Y luego suena una voz, la de la señorita Pino que grita a su ve7: «;Pinitn! $3~ padre está?u Y PinitQ empuja más adentro el grito que la doméstica lanzó primeramente: «iJuan! iMaría, a ver si papá está!» Hay una pausa desput% para que Juan responda al fin: «No está». Y Pinito traspasa: «Dice que no está*. Y doña Pino prosigue: «Dile que:no ha llegado todavía*. Y la criada, como remate, le coloca al que espera, la terrible noticia: «No está». Pero como el visitante necesita ver a don Pancho, no se resigna y continúa indagando: -¿Y a qué hura vendrã? La criada vuelve a dar otro grito: «iSeñorita Pino, que a qué hora está!» 303 El silencio es tácito. Pero,al poco rato se oyen unos pasos precipitados por la galerfa. Es doña Pino que va corriendo al comedor a preguntarle a Pancho a qué hora estará. Pancho, en mangas de camisa, lee un periódico junto a la ventana del comedor, Allí han llegado las voces de sus familiares. Pancho siente ya desazón por saber quién es el que le busca. Y cuando doña Pino aparece le pregunta anheloso: -¿Quién es? iQué quiere? Si es el de la botica, que no sabes. Doña Pino, que no conoce al de la botica, corre a la puerta otra vez, y dulcificando el rpstro que ladea lentamente exclama melosa dejando escurrir su pregunta sobre la papada: -Vaya.. . ¿Y usted quién es. ..? ¿Y lo necesita.. .? El de la puerta, que aunque no es el de la botica, pero sí eI del Cementerio que viene a cobrar el nicho, responde: -Yo traía una cuentita... La papada de doña Pino se endurece y la cabeza se yergue diplomática. -Pues no le se decir. . . Unas veces viene a las siete, otras viene a las ocho. . . Pero seguro, «seguro», no está... [M. M.] 5 MUCHO QUE ME GUSTA .La señora de Jinorio ha visto a un joven bien parecido paseándose con, su niña en el Parque. Una amiga de esta señora le ha preguntado quién es, pero la señora de Jinorio no lo conoce. $erá un peninsular? La niña habla con él muy cntusinsmada. Es posible, pues, que sea un peninsular. La amiga de la señora de Jinorio, que es Pinito Umpiérrez, se deleita contemplando a la joven hija de Jinorio y exclama: «Mucho que me gusta ese muchacho.» -Al poco rato el muchacho se aleja, y entonces las señoras llaman a la joven que se paseaba con él para interrogarla. -¿Quién era ese muchacho? La niña dice que es telegrafista y la señora de Umpiérrez repite encantada: «Mucho que me gusta ese muchacho.» El que llega a ser en la ciudad atlántica un muchacho de esos que le gustan mucho a la señora de Umpiérrez, es un hombre predestinado. De él se hablará en todas las reuniones donde van otros muchachos que también gustan mucho y en cuanto la frase de «mucho que me gusta ese muchacho» se pronuncia, ya sabe la gente que se trata de un hombre modosito, que no fuma, que no bebe y que no visita lugares deshonestos. 304 ;Y Estos muchachos que gustan mucho tienen por lo general un patiuelo limpio y bien planchado para arrodillarse en misa de doce o una boca bonita, la boca de una tía que fue una preciosidad en su tiempo. La señora de Umpiérrez lleva un registro de todos los muchachos que le gustan mucho. Si el muchacho es abogado y se pasea en el Parque con el Presidente de Sala, a la señora de Umpikrrez le gusta mucho, si sabe pilotar una yola, le gusta mucho y si lo nombran vocal de un Casino también le gusta mucho. Nunca le gusta umásu. Siempre mucho. Podríamos colocar a estos jóvenes, en fila, sobre una consola y la señora de Umpiérrez exclamará invariable: «Son unos muchachos que me gustan much0.n Ninguno le gustará particular- mente. Para contraer matrimonio en la ciudad de acuerdo con las señoras dt: Umpiérrez es preciso que estas sefloras digan antes: «Mucho que me gusta ese muchacho.» Así se puede uno casar tranquilo. Estos muchachos que gustan mucho son todos aquellos señores que al cabo de los años se mueren repletos de bicarbonato y a quienes los hijos y la esposa, amigos de la señora de Umpikrrez, le ponen en ‘el cementerio, sobre un’ nicho una lápida con un sauce llorón en relieve y esta inscripción: «Aquí yace don Bartolo Estupifián, recuerdo de su innlvidahle espnsa e.. hijos.» [M. M.] ¿QUE ESPERA? El coche de un galeno está parado delante de una casa. Un poco más arriba, en la esquina que da a la misma calle, hay un señor que mira angustiado el coche y que de rato en rato se dirige al cochero pregunt&ndole: c<iTardará mucho don Fulano? ¿Hace mucho que entró? ¿Después de aquí a dónde va?» El cochero responde: «Pues no le digo»; y el señor de la esquina se vuelve a la esquina nervinnn. Se rne las uñas, sc?mete las manos en el bolsillo, se rasca la pierna. El señor de la esquina es Florencio Estupiñán que tiene un niño enfermo. El niño le ha ensuciado color gris y él no sabe si es la conocida masa qye se le ha ido por el curso. El médico tarda, Florencio vuelve al coche: -«iDon Fulano va a su casa después?» «Pues no le digo». -El cochero imperturbable responde: Florencio torna a pasearse desesperado, mientras piensa que 305 aquello del niño debe ser una cosa terrible y que si el médico no va en seguida el niño se le muere. . . El médico tarda diez, quince minutos, media hora. Pasada esta media hora sale y Florencio acude a él y lo agrede: «Don Fulano tengo al niño en ésta y en la otra forma». -Y don Fulano pregunta en ese tono importante de gabinete, que emplean los médicos cuando alguien los está viendo: «iTiene fiebre? iCuántas pulsaciones? ¿Ha obrado?» -Florencio no sabe sino que ha obrado gris y el médico entonces después de fruncir el ceño, como si oliera algo invisible exclama: «Iré en seguida»: -«iA qué hora?» -dice Florenciw El médico responde: «Ahora voy a Fuera la Portada; después, cuando venga; ir&. Florencio como. última súplica contesta como lloroso: “iVaya en seguida don Fulano!» Pero don Fulano no va sino al día si&cnte. Es más importante ir así sobre que si el niño se muere durante la noche, la responsabilidad se salva un poquito. Florencio aguarda toda la carde y toda la nochecohtemplando de vez en vez el gris de su niño. Nosotros amamos mucho a este isleño paternal. Es el hombre de todas las esquinas, el que espera a todos los médicos delante del coche, el que les da el verdadero prestigio. Un medico que cuando este de visita no tenga en la esquina una persona que lo espere inquieta, no podrá ser nunca un perfecto médico insular, ni aspirar a ningún puesto honorario. (1) [M. M.] ELCAÑON En la ciudad hay un cañón terrible. Nadie se ha fijado en este cañón sino el amigo Ginorio. El cañón viene a ser el callejón de Losero. Nosotros vamos una noche con Ginorio por la calle de Triana y al llegar al callejón de Losero. Ginorio se sube el cuello de la americana, da un salto a la acera de enfrente y me grita: «Esa dichosa calle es un cañón». Nosotrns nos quedamos sorprendidos. ¿Cómo, sin pertenecer esta modesta callecita al fuero de guerra, hay en ella un cañón? Y aunque la ciudad verdaderamente nos parece de interior de cañón, (1) 306 metemos Vease la cabeza, aEl señor nos adentrarnos de la esquina espera todos y vamos el m6dico», pág. 2C6. tocando en la sombra para cerciorarnos si efectivamente hay o no un cañón allí. Pero Ginorio nos saca de dudas. Es un cañón alegórico. Un cañón de viento. Ginorio ha cogido en la bocacalle citada diez costipados. El llama por eso cañón al callejón. ~ES un cañónu. Y ya pasada la boca del cañón, Ginorio nos explica: -Todas estas calles que dan a la Marina son unos cañones. Yo no sé cómo no hay más pulmonías. Es un milagro que la gcntc no se enferme con más frecuencia. Nosotros sonreímos. Ya hemos comprendido por qué llama cañón Ginorio a las calles de la Marina. Ginorio cree que los costipados se pueden coger en las bocas de los cañones. Pero el cañón se ha popularizado. Ya, a la vuelta de nuestro paseo, nos encontramos con que hay más cañones que la calle de la Marina. En la terraza del Casino está hablando el pollo Robaina de otro cañón; la calle de los Remedios, y Galindo de un tercer cañón, la trasera de la Catedral, pero estos cañones se quedan cortos con el 42, que es la placetilla de los Reyes. Don Antonio Mujica habla en seguida de este cañón, en ejercicio durante los entierros de noche. Allí se iniciaban las muertes de muchos acompañantes de duelo, si se destocan del todo: El Sr. Mujica no recibió ningún cañonazo, porque él no se quitaba cl sombrero sino un poquito por delante. -Aquello sí es un cañón... Efectivamente, los contertulios afirman que es un cañón supe- rior y todos están conformes en que el cañonazo verdaderamente mortal es el de la Placetilla.- Pero entonces salta Chirino que tambien ha descubierto su cañón y como él vive frente a su cañón necesita el pisto de dar informes sobre el mismo. -iPara cañón la calle del Diablito!... Y como nadie cree que la calle del Diablito cerrada por dos calles estrechas pueda ser cañón, Chirino es abucheado desconsi- deradamente. -iQué Pero, va a ser cañón! Una pistola si acaso. aunque queda corrido, Chirino insiste, defendiendo su teoría: -iPues para que vayan a la salida del Casino y pónganse en la esquina vean si es cañón 0 no.. .! [M. M.] 307 PARA ARRIBA UArribaN, es el lugar donde va siempre el chdadann de la hsu- la. Si el lector pasa por la calle de Triana a la hora de las doce oirá unas voces que gritan en las puertas de los almacenes: «iVa para arriba?* -Son los amigos insulares que invitan a sus otros amigos a ir juntos para sus casas. Todas las cosas insulares están «arriba». Lo mismo es «arriba» Vegueta que Triana. Alguna vez, cuando no hay otro remedio van para «abajo». Este caso se da solamente en las calles con cuesta y cuando sin poder evitarlo el insular se encuentra en la parte más alta. Entonces dirá: «¿Va para abajo?» Por otro lado, el insular que vive «arriba* no puede ir solo, tiene pena de ir solo. Siempre llamará a un compañero para que lo acompañe. Fabelo está en la puerta de su almacén con tres botones del chaleco desabrochados, y una atada llave a una cinta sucia en la mano. Por la acera de enfrente pasa Palenzuela de prisa y Fabelo que lo ve le grita: -Amigo Palenzuela, si va para arriba, espérese... Galindo está hablando de cebollas con Arencibia en una esquina, y Arencibia no comprende por qué le da Galindo tanta lata. Es que Galindo esta, hábilmente entreteniendo a Arcncibia para ver si pasa Robaina que suele ir a esa hora para «arriba». Y cuando Robaina cruza, Galindo, aunque esté en el período álgido de su diálogo deja a Arencibia con la palabra en la boca y le dice a Robaina tocándole el hombro: -Aguarde, amigo Robaina, que yo voy para arriba... Los amigos insulares van siempre acompañados para «arriba», siempre que este «arriba» sea gratis y sin participaci6n en el negocio. Porque -LVa -Hoy entonces, si alguno pregunta: para arriba?, contestará el otro hipócritamente: no. . . Hoy como en casa de mi suegro. . . Y SC va solo, negocio arriba aunque tenga que comerse un cacho de queso solamente. [M. M.] 308 SE LA SONSACARON Las familias de Galindo y de Monagas, tan bien unidas siem- pre, acaban de pelearse furiosamente. Se han sacado los muertos respectivos que ambas se amortajaron, las licoreras de cristal y plata que SC regalaron en las bodas y el pedazo de cabrito que compartieron cuando a Monagas le regalaron uno. Todo este pleito que ha asombrado a todas las relaciones, ha sido por culpa de Pino. Pino es la criada de dentro. Una mujer formal. Una de esas criadas que de tan formales tienen unas caderas acumuladas y un peto que les ciñe el pescuezo. Esta Pino era una gran criada. Ganaba cinco duros en casa de las de Galindo y no sólo limpiaba la casa sino que el día de Galindo padre hacía los huevos moles y el licor de leche. Por esto, Pino era una alhaja. Tanto se la habían celebrado las de Galindo a las de Monagas, que en cuanto a Monagas le subieron el sueldo en la oficina deci- di6, en secreto su familia, sonsacarle la criada a las de Galindo. Y un dfa que Pino fue a devolverles una banda que para ir a un baile de marineros le prestaron a las de Galindo las de Monagas,.éstas hicieron pasar hasta el comedor a la criada y le dijeron hipócritamente: -Mire:, Pino, si sabe de alguna muchacha para dentro. Noso- tros le darfamos hasta siete duros. Y Pino sintió cómo su corazón se le volcaba, aunque procuró disimularlo, diciendo: -Bueno, señorita, yo veré a ver si hay alguna... -Pero una muchacha que sea formal... Las de Galindo no se enteraron de la emboscada sino cuando vieron a Pino una noche, que tenían sed, en casa de Monagas, pues les llevó el vaso del agua. Las de Galindo se tragaron el agua y la píldora, pero al día siguiente se encuentran en misa a las amigas de siempre, y les volvieron la cara... -Hija, amistades de tantos años se rompen de nada. Nosotras no podemos perdonarle nunca a esas cursis de Monagas que nos sonsacaran la criada. Por supuesto, si tiesto cra la criada, tau tiesto son ellas. [M. M.] 309 LA NALGA Y EL NEGOCIO ¿Uue relación puede haber entre la nalga de Camejo y su negocio? Veamos. Camejo está en la esquina de una calle, hablando en alto con Palenzuela: -«Pues nada amigo Palenzuela, eso está claro. Tengo el pedido firmado ». Y Palenzuela le contesta: «;Ah, pues si tiene firmado el pedido?» -Y Camejo añade: -«Pues, Lusted cree que yo soy bobo?» Y en el acto, Camejo, se echa matio a su nalga y empieza a rascarse con el índice y el pulgar. Asi está un rato, en tanto se aleja Palenzuela que sigue hablando con Camejo, parándose a tres metros de distancia. Y nosotros vemos este espectáculo: Camejo en la esquina, rascándose la nalga y Palenzuela dando manotazos a tres metros. Y oímos: «iClaro! La R.O. lo dice terminante» -«Hay una rectificación posterior»»«Mire que está equivocado». Y cuando ya Palenzuela se retira, Camejo, sin dejarse de rascar le grita: -«No deje de ir esta noche por la botica para contarle». Todos los ciudadanos de la isla que saben R.O. y tienen algún negocio ventilándose en la Audiencia sufren su pequería picazón en la nalga. Cuando uno oye en una esquina una voz atronadora que dice: «]Ah claro! Es una cosa legal», ya sabemos que hay un señor pesado, con cierto vientre hacia adelante, la americana desabrochada y una manga del pantalón replegada, viéndosele el tirante de la bota, por la presión que sobre la nalga hacen sus dedos. Estos amigos de la nalga picada suelen ir a misa a la Catedral y ponerse de espalda en una puerta del coro, para rascarse la nalga de un modo disimulado. Por la noche estos amigos salen con un bastón y también podemos verlos rascándose en las esquinas, pero con el puño del bastón apretado. Con este puño llegan a pegarse furiosamente y hay momentos, pasadas las diez de la noche, en que meten la mano por la boca del pantalón y se doblan todo para poder alcanzar con la mano la nalga que han de rascarse. La ciudad podrá adquirir un tono elegante, las gentes podrán saber además de leyes, Filosofía, pero el hombre que se rasca la nalga, se la seguirá rascando toda la vida. Y si está en pleno baile de etiqueta, que es un lugar de los menos fáciles para rascarse una nalga, se sentará en un sillón y se frotará disimuladamente en el tapiz del mueble, o en los brazos de los portiers se dedicará a hacer puntería. [M. M.] 310 SE REUNEN LAS MUCHACHAS Al asar por una calle observo que la señora de Mujica está asoma 8 a a la ventana hablando con Pepito Ginorio. Le dice: Pepito, ipor qué no viene a casa donde se reúnen todas las noches las muchachas?» Pepito contesta: «Sí. señora, vendré esta noche.» Y la señora añade rascándose la cabeza con una aguja de tejer estambre: «Tráigase a algún amigo». Reunirse las muchachas en la ciudad es ir a casa de una señora que tiene por lo menos dos hijas que casar y que quiere casarlas a toda prisa. En estas reuriiones se juega a una cosa que llaman de las prendas. Cuando estas prendas salen de un hongo o de una gorrilla de joven de cuota, los niños bien y Fleitas, que es el gracioso del cbnclave, dicen una ingeniosidad galante. Cuando se han perdido todas las prendas una niña, dice: «Yo ya no tengo sino esta peineta». «Pues pon esa peineta» -le responden sus amigas-. Y después, la niña durante el juego se pone a rezar en baja voz para que no salga su peineta. -«Venga, hombre, que en casa se reúnen las muchachas», dicen las mamás. Y uno va, las ve reunidas y luego dice en el Casino: «En casa de Mujica se reúnen las muchachas». Las muchachas, por otro lado: «Venga, hombre, que en casa de Mujica nos reunimos». Y todos los jóvenes Camejos, todos los Ga-. lindos, todos los Monagas salen después de casa de Mujica diciendo: nAquí donde no hay nada, pasa uno entretenido la noche en casa de Mujica». Y las reuniones siguen hasta que la mamá de Mujica consigue casar a sus dos niñas. En cuanto tienen novio las niñas, las reuniones se suspenden y la mamá de Mujica dice: «Niña: tuvimos que suspender las reuniones porque era ‘un relajo. Una las dio para que las muchachas se “entretuvieran” y no hacían más que echarse novios. Y yo no querfa relajos en casa». A lo cual contesta la señora de Fabelo, que la oye: -iQuita, señora! Ahora todos son novios. Desde que una muchacha se reúne, novio. Por eso mis hijas no tienen ninguno. Yo no doy reuniones por eso. Las niñas con su madre. No me gusta que vayan solas a ningún lado: los niños de hoy están muy safados.1 [M. M.] 311 EL GRAMOFONO La familia de Estupiñán. ha comprado un gramófono malo. La familia sabe que es malo, pero la compra ha sido una ganga: cinco duros con diez discos dobles. La noche que se estrena el gramófono vienen a casa de Estupiñán la hermana del marido con sus dos hijas y Juanita Ginorio, una amiga muy simpática que vive al lado. Los de Estupiñán comen de prisa y luego se ponen a arreglar la sala para cuando vengan los invitados. Toman agua dos o tres veces, cada vez que pasan por la pila, se arreglan el pelo y dicen dando brinquitos: «iQué ganas tengo que vengan las niñas!» El Sr. Estupiñán limpia los discos sacuditndolos con un pañuelo de hilo, y «encaja» el aparato en dos o tres sitios a ver cómo queda mejor. Todavía no ha terminado de colocarlo, cuando aparece su hermana, las sobrinas y la amiga. -iEse es? LEse es? -exclaman las niñas tocando el cajón del aparato iPues es muy bonito. 1 ¿Y cuánto te costó, titi Pancho? Me dijo Antoñita que cinco duros. -iCinco duros, hija!, una ganga. Fijate tú; por cinco duros pasa uno el invierno entretenido. -Mira, mujer -dice la señora de Estupiñán-. Y además es un mueble bonito. Parece una repisa. Mientras no se utilice se pueden poner unos floreros encima. -Pues sí, mujer. Me parece buena idea. Los de Estupiñán y su familia se disponen a tragarse las veinte piezas del gramófono, pero en esto tocan a la puerta y preguntan por el marido. Es Mujica que viene a buscarlo para dar un paseo. Estupiñán le da un abrazo emocionado a Mujica y le dice: «Esta noche, no; esta noche se queda usted aquí a oír lo bueno». Cuando Mujica sabe que es un gramófono lo que va a oír recibe gran contentamiento, pues él fue timbalero de una orquesta y además cantó habaneras en los tiempos del teatro viejo. Eatupiñán pone el primer disco: El monólogo de «La tempestad», por Pérez del Pulgar, tenor poco conocido aún, pero que promete. El disco hace: rurururu grrgrrr... Y el barítono tambikn. La señora de Estupiñán exclama: -Pues mira mujer, es bonito. Estupiñán pone después todos los discos: «iOh Mari!*, «La Favorita», «Adiós Granada», unas folías y un cuento gracioso cantado por el Sr. Ontiveros... ’ Todos están conformes y sr~autados con el gramófono, pero Mujica dice que es una lástima que el disco de «La Tempestad» tenga .un poco de garraspera, pero que los demás son magníficos. 312 Y la señora de Estupiñán cruzando las manos sobre el vientre, sonríe y exclama: -Pon las guajiras Panchn.. Mira, mujer, yo tenía unas ganas enormes de tener un gramófono. En éste no se oye mucho, hija, pero se hace uno cargo... [M. M.] EL METIDO El metido es nuestro amigo Juan Galindo. Hemos observado que cada vez que pasa por la tienda de Oropesa y se para a hablar con él, Oropesa le dice; «íHombre, dónde demonios se mete usted!» Galindo no se mete en ningún lado, pero es el eterno metido. En el Círculo oímos a cada rato decir: «iDónde estará metido Galindo?» Pero Galindo pasa todos los dlas por la calle de Triana, cuando va y viene a almorzar, por la noche, al ir a comer compra una caja de fósforos en casa de Bravito, y después que cena sale a dar su honesto paseo. Más o menos lo mismo que hace Oropesa. Y, sin embargo, Oropesa, cuando ve a Galindo se queda asombrado y le dice: «¿Dónde está usted metido?» Todos los sencillos amigos insulares suelen estar metidos en algún sitio, para los otros amigos que también están metidos, pues cuzlndo se encuentran Robaina y Camejo o Camejo y Robaina éste le dice a aquél o aquél le dice a éste -iCualquiera le ve a usted! iDónde se está metiendo...? Nadie sabe dónde estan metidos. Acaso estén donde no les importa, porque la pregunta misma encierra ya de por sí esta razón. Nuestro pequeño amigo el insular se incomoda cuando no está metido en ese sitio que él no puede saber. Piensa que al meternos, es porque desdeñamos su compañía y supone, desde luego, que uno tiene otros amigos más gratos que él. El hombre que se casa en la ciudad es el primer metido. Chirino se ha casado y ya nadie lo ve. Por eso cuando tropieza con algún antiguo compañero tendrá que adelantarse y preguntarle: «iDónde te has metido que no se te ve por ninguna parte?» Es la única manera de salirse uno de ese lugar misterioso a donde quieren meterlo nuestros queridos insulares. Realmente el único sitio donde uno está de verdad bien metido es la isla. [M. M.] 313 LA CONFERENCIA DE LAS HORAS Nuestro antiguo amigo el gran reloj de la calle de Triana acaba de perder su prestigio: todas las horas que este amigo nos ha ido ofreciendo han rodado por tierra. Otro reloj negro y agresivo, se le ha puesto delante para marcar otras horas más oficiales. ¿Cuál será ahora la verdadera? Si el antiguo reloj marca las seis, el reloj nuevo marcará las seis y cinco, rectificándole. El reloj de ayer era blanco, claro y distinguido; el reloj de hoy es negro, con un lívido minutero ominoso. Cuando el señor Chirino desemboque en la calle de Triana para ir a su oficina se qddará perplejo ante los dos grandes relojes. Estos relojes son ya dos enemigos terribles. No podrán marcar una hora misma, so pena dc sobrar uno dc ellos. iPues qué falta harán dos relojes tan juntos marcando las seis en punto al mismo tiempo, cuando son las seis? Los relojes, para tener sus vidas propias, necesitarán marcar una hora diferente. Ya no son los establecimientos los que se hacen competencia en la calle de Triana; ahora son estos dos relojes que se afanarán por señalar antes la hora, de modo que el cliente o el transeúnte le pueda ver primero. Si al sèñor Calcines le precisa llegar a su oficina a las ocho, y al encontrarse en la calle de Triana son las ocho menos diez por un reloj, el otro habrá de marcar las ocho en punto para que quede servido el Sr. Calcines. De cata actividad n precisiCln dependerA el triunfo de uno de los relojes. Veremos cuál de ellos será el más adelantado. El reloj viejó, era desde luego un honesto amigo; hacía siempre lo que le daba la gana, dentro de los estrechos límites de su esfera. Habíamos de atenemos a su hora. Si este reloj marcaba las nueve, fuera vana toda sóspecha que nos aproximara a las diez. Pero ahora, ha venido otro reloj a vigilarlo. Este reloj nuevo, es como el «policeman» de aquel otro reloj. Se mirarán mutuamente con rencor y desconfianza; llegará un momento en que por ganar horas nos señalen la de la muerte. Se entablará una lucha de carreras entre estos dos amigos. ¿Cuál llegará primero? Ya no podrá decir el señor Monagas: «Por el reloj de la calle de Triana son las diez», porque Galindo le responderá: «¿Por cuál de elJos?» Y como si el blanco marca las nueve el negro para ser más marcará las diez, Monagas no sabra en qué hora está viviendo. Si el reloj blanco nos grita desde su esfera: «iTranseúnte, son las once!», el reloj negro rectificaráFon otro grito: «iSon las once y media transeúnte!». Y cuando 314 a media noche, en el silencio de la media noche, los dos relojes se miren cabizbajos, buscando en el silencio la hora verdadera, que ninguno posee, tendrán que reconciliarse y convenir que si camelo es la hora del uno la hora del otro es más cameln todavfa., . [M. M.] LA INCOMODIDAD Hemos visto ayer noche al amigo Mujica incomodado. (<¿Por qué está incomodado Mujica?», le preguntamos. Y Mujica nos responde. -«No me diga nada hombre, que tengo encima una incomodidad que no veo. ¿Usted se acuerda de aquel alfiler chiquito que llevaba en la corbata? Pues nada, se lo presté a Robaina para que se sacara un poco de pescado que tenía en la muela, y como aquel Robaina es tan estúpido se ha tragado el alfiler. iUsted ha visto? Es cosa para romperle la cabeza...» Nadie puede imaginarse por qué Mujica estaba incomodado. El es el amigo isleño que se incomoda siempre por cualquier cosa, por el leve roce de un hálito en el pelo más diminuto de su nuca. Mujica dira siempre: «Tengo encima una incomodidad».,. Y nadie sabe por que puede incomodarse. Generalmente un amigo que espera a otro, lo ve llegar con el ceño fruncido y antes de que le pregunte el amigo, dice: «iTengo una incomodidad encima! No me diga nada». Y esa incomodidad misteriosa y única se va extendiendo durante el paseo que da uno con ese amigo: «No se incomode, hombre», pero el propio amigo se incomodará también otro dfa, para que no comprenda Mujica a su vez. La incomodidad es la verdadera situación espiritual del ciudadano isleño. Si estamos en un café y no ha llegado nuestro camarada Galindo pregunknnos; ¿Por qué no ha venido Galindo? Y entonces nos responderán: «Habrá cogido una incomodidad.» En la isla se coge la incomodidad como se coge un aire entre puertas. Pero jamás podemos ver la justa razón de esta incomodidad de antemano. Un señor dice: «No me vengas con incomodidades». Y una mamá exclama ante su inocente niño: «Pepito, tú no me vayas a hacer coger una incomodidad». Aquí hay señores que se incomodan hasta porque nn se les nombran alcaldes. De pronto uno que es, por ejemplo, del comité de un partido, nota que Galindo se hace el desentendido al vernos en la calle y no 315 podemos explicamos la razón de este desaire. Galindo estfi inc& modado con nosotros, no hay duda. Pero no sabemos nunca que la incomodidad de Galindo es porque nosotros no hemos pensado en él para hacerlo alcalde o teniente. Y a lo mejor Galindo renun-, ciaría, pero es necesario pensar en él, por lo menos para que no se incomode. [M. M.] EL SEÑOR DEL TEATRO Hay un señor en la ciudad que se pasa la vida viendo construir el teatro. Ora está asomado por uno de los huecos que han de servir de puerta a los palcos, ora está en el escenario imaginándose . la ópera que se va a cantar allf, ora se pasea en el vestíbulo como un abonado honorario. Este señor es que no ha de ir al teatro, cuando el teatro esté construido. El no fue nunca al anterior teatro incendiado, ni piensa asistir a éste porque se acuesta temprano, pero ama el teatro y quiere verlo terminado para cuando trabajen compañías alli, poder decir: «¿Fue mucha gente anoche al teatro?» A este señor sólo le interesan la realización de las cosas ciudadanas para preguntar, únicamente. Es el señor que cuando hay un entierro interroga: NiFue mucha gente al entierro?» Es el señor que el Lunes Santo se interesa por saber si a la procesión del Señoi del Huerto fue mucha gente, y así pregunta: «iHabía gente en la procesi6n?» A este señor le preocupan todas las cosas de un modo sencillo, breve, honesto. El no se mueve de su botica y posiblemente se enojaría de que hubiese muchos señores cn la rebotica, pero se alegra, si lejos de el, en los espectáculos que se celebran lejanos, hay mucha gente. Al siguiente día de la Naval, va a su rebotica para enterarse si había mucha gente en el Puerto. Cuando se inaugura un nuevo salón-cine ‘también indaga curioso: -«iHombre? i Anoche se inau-, guró tal cine! ¿Y había gente?» El señor tiene una aglomeración ,de gente en su retina. Parece como que esta gente que va a esos sitios lo deslastrara a él de muchedumbre, y pregunta e inquiere para cerciorarse de que toda esa gente está fuera de él y no lo agobia. Mucha gente. Y el señor ve un haz de personas bien apretado que se trasladan -10s mismos-, como una Itromba, de un lado para otro, ocupando y rellenando los lugares públicos. Mucha gente había en el Parque y al mismo tiempo había también mucha 316 gente en el Circo... iQué misterioso problema, entonces, para el señor! Por eso él, ahora en la fábrica del teatro, se devana los sesos colocando en aquel enorme hueco abierto, toda la gente que concibe su imaginación -la gente que cabe en un almacén, la gente que va a una procesión o a un entierro, sitio en sitio tímidamentemuy grande esto?» I’cro llegará ese haz que el señor traslada de y se pregunta desorientado: u¿No será un día en que cl señor preguntará en su rebotica, agachando la cabeza, como si la gente se le fuera a caer encima: «Anoche se inauguró el teatro. ¿Y había mucha gente? Pues aquí hay gente, aunque parezca que no.» EL SEÑOR QUE RONCA Este señor ronca a las once de la mañana cn la biblioteca de una sociedad. Nosotros hemos visto a este señor delante del «El Sol» dando unas pequeñas cabezadas. Nosotros lo hemos oído roncar más tarde delante del mismo periodico. Este senor -hemos dicho- está empardelado. Duerme bajo el sol. Posiblemente va a coger un tabardillo. Cerca del seiior hay otro señor que lee «La Voz»; este señor se inquieta con el ronquido del otro señor. La voz durmiente le impide oír esta otra voz. El señor dirá, sin duda: «Con estos gritos sordos no es posible oír voz ninguna.» Más allá de los dos señores hay un tercer señor hojeando el «Blanco y Negro» y otros señores más en diferentes sitios, devo- rando los «Nuevos Mundos», «Las Esferas» y los «Mundos Gráficow, tan encantadores. En el silencio de la biblioteca suena, empingorotada y pedante, la irrespetuosa opinión literaria del primer señor mencionado. iCómo este señor viene a dormir a una biblioteca habiendo otros lugares dc m6s cómodos asientos pala este gratu ejercicio del sueño? iSi este señor no lee sino duerme, por qué hace posada en una biblioteca donde están el *Nuevo Mundo», «La Esfera», «Mundo Gráficos y «Blanco y Negro» tan vivos de colores y tan jubilosos, despertando con su interés nacional todos los posibles sueños? El senor no ha querido dormirse. Desde luego hay que suponer que Cl ha pasado despabilado por todas las revistas y ha hojeado los tomos de los libros que brillan bajo los cristales de los arma317 rios. El señor se ha dormido, únicamente cuando ha cogido .«El Sol» en sus manos. La mañana es ardorosa, una enervante mañana del Africa. El señor es comerciante, seguramente trabaja de un modo excesivo. El se ha levantado con intención de dar una vuelta y tomar el sol y hacer tiempo para ir a misa de doce. Toma el sol en el muelle, la calle de Triana está llena de sol, el señor se va amodorrando poco a poco y se mete en su Sociedad. Busca un refugio de sombra. Las bibliotecas de la Sociedad son los más sombríos dcpartamcntos. El señor lo sabe y se sienta, acariciado por el sutil fresco del salón. Pero de pronto siente en sus lentes un reflejo dorado, un reflejo que le viene de la mesa donde 4 lee. Es «El Sol» que estaba debajo de «El Defensor de Canarias», que hacía de nube gris o panza de burro, ocultándolo. El señor siente de nuevo «El Sol», y la pequeña modorra que había empezado a coger en el parque se desenvuelve ahora plena en la biblioteca. El señor. se queda dormido. «El Sol» lo acaricia. El señor empieza a soplar suavemente. «El Sol» sigue hiriendo la cabeza del’ señor. *El señor da un ronquido rápido como un salto de ronquido que va a coger a otro ronquido que se escapa y que cnge al fin para que se vaya desenvolviendo con arreglo a todas las leyes inmutables del ronquido.. . El señor ronca. Si cstc señor se despierto y pide como todos los demás señores de las sociedades un vaso de agua gratis, se ha de volver antes de la noche hermano de San Lázaro. [M. M.] LAS DOS PERSONALIDADES‘ El señor Galindo ,quiere ser concejal; pero el señor Robaina que pertenece a un partido político y es hombre brillante dentro de ese partido, se opone. Veamos por qué. El señor Robaina es amigo particular del señor Galindo. Es muy amigo, pero no deja de reconocer que como político y, por lo tanto, su actuación Galindn es un granuja en el municipio sería nefasta. El señor Robaina dice: -Galindo, como persona particular es un hombre honrado; pero como político es un sinvergüenza. Nosotros nos hemos quedado absortos. ¿De manera que GalinJo, si va de visita bibelot dc luto, por de una sala y metérselo ejemplo, no en el bolsillo; será capaz de robar un pero si va al Ayunta- miento se quedará con la Plaza del Mercado y con la Pescadería? 318 Realmente: como persona particular es honorable, como concejal, un ladrón. El señor Robaina es un hombre justo en las clasificaciones. El señor Galindo no puede ser concejal. Pero entonces tampoco podrá serlo el señor Robaina. El señor Robaina es una persona-decente como particular. Debe&, pues, un sinvergüenza como polftico. Porque el señor Ginorio, que es un granuja, ha resultado otras veces un concejal modelo. El señor Robaina lo sabe y añade: -+Yai ven ustedes. Ginorio que es un zarandajo, es en cambio un gran .<..I concejalN. Por lo tanto, hay aquí una extraña psicología que ni el propio señor Robaina sabe explicarse. El señor Robaina, como buen insular, cree que hay dos personalidades; que dehaja de IOS señores Galindos particulares, hay otros Galindos particularfsimos, y así como no son capaces de robar un bibelot, se apoderan de todos los puestos de la Plaza, tranquilamente, en cuanto tienen un cargo en el Ayuntamiento. Esta teoría del señor Robaina puede condenarse en esta frase alegórica: «La distinguida horizontal señora Camelia, como persona, es una Santa Casilda dulcísima, pero como dueña de prostíbulo una maca- ca. La señora Camelia puede asistir a un baile elegante, pero no puede dirigir una casa de prostitución». He aquí la más clara expresibn de las dos diferentes personalidades. Casi siempre todas las personas que son honradas particularmente resultan después, en público, verdaderas indecencias. Nosotros vamos por una calle y vemos al amigo Camejo recogiendo un alfiler en el suelo! ¿Por qué recoge usted ese alfiler? -le decimos-. Y Camejo nos responde: «Voy a llevárselo a aquella señora que lo ha perdido.» Y nosotros, que somos directores de Política, exclamamos: «He aquí, el hombre honrado que nos conviene. Un hombre que no es capaz de robar un alfiler, es el hombre que hace falta. Y cogemos a Camejo y lo llevamos a los comicios como una garantía. Pero de pronto, un municipal SC queja dc que lc han robado cl casco. Na- die puede adivinar quién fue el ladrón, hasta que se averigua secretamente que el que sustrajo el casco es Camejo. «iCómo es posible? LCúmo, si Cameju es la honradez corporizada? -gritamos-. Y el señor Robaina, inflexible, nos contesta: -UY lo es; pero como persona particular. Como político aprovecha hasta los repiques de San Pedro Mártir.» [M. M.] 319 TODITO Mariquita Chirino es la joven que se lo hace todo en la ciudad, Hacérselo todo, es ser modista y comechosa. Es forrar con merto un zapato que se le ha rajado y hacer un marco con escamas secas de cabrilla. Cuando la mamá de una niña que se lo hace todo pronuncia esta frase terrible: «Esta niña se lo hace todo, todo.» Ya sabemos que hay un cojín pintado con una golondrina, sobre el sofá de la sala, una cesta de rafia en el despacho del papá, y brazo gitano en el almuerzo el día de Reyes. Son muchos los mozos ciudadanos que se lo hacen todo. Un zapatero, una modista, no tienen razón de existir en una ínsula donde las mujeres se lo hacen. En cambio, las mamás son las que no se hacen nada, pero hemos de advertir que fueron antaño que se lo hicieron tam,bien todo. Hoy la mamá no se hace nada para que pueda hadrselo niña. Todos los novios primerizos son los que se lo hacen todo. las la La mamá le dice a los Umpiérrez enamorados, cuántas y cuáles cosas sabe hacer la niña. Mariquita Chirino es la más perfécta de las niñas que se lo hacen todo. Cuando uno llega a la casa del señor Chirino y tropieza con un perchero de cartón forrado de raso rosa y festoneado de cordoncillo celeste, oye la voz de Chirino que nos coloca en el perchero el hongo, diciendo: -«Cpsas de la muchacha... Esa Mariquilla es un lince. Todo lo hace...» En estas casas donde las niñas lo hacen todo, observamos siempre un marco de peluche y una jardinera de bambú, a la entrada de’la galería, y a los papás luciendo unas babuchas con dos iniciales bordadas y un gorro de borla. Es la cosa feliz de la ciudad. Con una niña que se lo hace todo, puede uno hasta comer albóndigas todos los días. Las mamás de, estas niñas no hacen sino pregonar estas pequeñas virtudes caseras para ver el modo de colocarnos en ese solucionable sirio de la vida que llaman matrimouio. Pero nosotros pensamos que si las niñas se lo hacen todo, ipara qué quieren casarlas sus poco avispadas madres? [M. M.] 320 ENTRETENIDAS La familia de Estupiñán no sale los domingos a paseo, porque se pasa la tarde entretenida en el balcón. La mamá lo dice: «Nosotras, hijas, nos pasamos la tarde viendo a la gente y asf se nos viene la noche encimaa. La familia de Estupiñán, desde su balcón otea minuciosamente. Pasa un matrimonio y la mamá dice: -Niña , ¿quiénes son? --Mamá, no los conozco. -Hija, ahora hay mucha gente desconocida. -Deben ser de algo de la Audiencia. -¿Y en qué lo conoces? -En que él tiene aire de magistrado... Oye, oye... iAquellas que van en automóvil son las de Chirino? -Las mismas. -Hija, se conoce que están bien. -Cualquiera tiene hoy automóvil. iSabes, mama, quién tiene otro también? ¿Te acuerdas de Pancho, aquél de Moya, que fue asistente de papá? Pues el otro día me lo encontré, camino del, Puerto en automóvil. -iVaya! Y dentro de nada lo tienes en el Club. -Todyía no se atreven. -Pues yo lo vi en el Círculo Mercantil cuando estuvo ese poeta ahí.. . -Sí, pero al Club no irán todavía. Pero cualquier día te lo encuentras. -iQué relajo! -Oye: ¿aquél es el hijo de Pepita Robaina? Jesús, el muchacho, parece un alcaraván! -Dicen que es un extravagante. . . -Por supuesto, estos niños no llegan a tener fundamento nunca. No hay autoridades... -Y los padres son los que tienen otros extravagantes.. . -Saluda, mamá, saluda. -iA quién, niña? -A don Bernabé, el cura de -Buenas tardes don Bernabé. Obispo? iDicen que el novenario Marrero? Usted no sabe lo que me chos adritos -Lama, mama.. . -¿Qué quieres, niña? -Saluda. la culpa. Como ellos son San Antonio. ¿De paseíto a los poyos del este año lo predica don José he alegrado. Eran ustedes mu- 321 -iA quién, niña? -Al muchacho que nos presentaron-en el Club la otra noche. -Adiós, joven. Parece que gusta de... -iJesús, mamá! Ya nadie puedc: saludar amable... -Mira, ahí viene Juan Umpiérrez. No pasan años por él. Oye: ¿con quién está hablando? -No lo conozco. -Hija, la mitad de la población es desconocida. -Escucha: parece que han doblado.. . -Mamá, yo no he oído doblar... -Se habrá muerto Rosarito Galindo. Decían que no pasaría de la noche. -No lo creo, porque allí en la botica está sentado el cuñado... -Mira, allá va deprisa en tartana el de Sanabria.. . Dicen que la mujer estaba de parto. Irá a dar a luz. -No SC... Quien tuvo un niño fue Juanita Santana. -cNiño o niña? -Niña. -iY cómo le van a poner? La noche va acercandose. Suena la oración. La señora de Estupiñán se santigua. Cuando termina de cenar cae encima del balcón la noche. La familia de Estupiñán penetra en el interior de la casa. La señora, rascándose con un peinillo en la frente, exclama: -No me puedo quitar de la cabeza al hijo de Pepita. iJesús, el muchacho! [M. M.] YO CREIA... El señor Monagas se ha tropezado con nosotros en la calle y ‘nos ha dicho: «Hombre, yo creía que estaba usted en el Monte»... Después ha añadido: «Yo creía que usted no era hombre de Pascuas...» Y más tarde: «Yo creía que usted pasaría esta fiesta en el campo.. .» Luego se ha separado de nosotros dejándonos el pequeño rastro de un comentario. Monagas es el amigo insular que cree. Si estamos sanos nos parará en la calle para decirnos: «Yo creía que estaba usted malo» Si nos sentamos en la Plazuela, exclamarái «Yo creía que estaba usted dc viajen Y si venimos de viaje creerS. qU8 no habíamos salido de la Plazuela. Todos los mismos asuntos locales los enfoca el amigo Monagas 322 con esta creencia. Un dfa ocurre un suceso polftico y el Sr. Monagas no se ha enterado. Este asunto se desarrolla un poco oscuramente y Monagas comenta furioso hasta que un amigo le aclara el concepto. Entonces Monagas, sorprendido exclama: UY yo que creía...» Realmente, él no cree nada hasta después. Pues, si una persona es ladrón, en tanto que no lo es oficialmente Monagas no se entera. Cuando el ladr6n es cogido, sin sorpresa de nadie, Monagas explica: «Hombre, yo creía *que don Fulano era una persona formal». : Monagas ha nacido para tener esta pequeña personalidad de creyente. A él no le interesa nada en la vida más que creer, en un momento dado, cosas pasadas y que nadie cree. Así, si se muere Robaina, exclamará Monagas: «iHombre, y yo creía que Robaina era un hombre fuerte!» Monagas cree que el criminal es honrado y que el ladrón no roba, para poder decir luego que él creía en la honradez de dichos personajes y de este ‘modo justifica su existencia. Monagas ha inventado para sí, sin él saberlo, muchas leyes, muchos reglamentos, muchas costumbres... «iHombre, yo creía que la ley era terminante en esto!», dirá desconcertado. «iHombre,, el reglamento debe tener tal cosa!», y cuando ve que no la tiene rectifica impávido; «Yo creía...» Y si al señalar una especie, se habla de que en Pernambuco la gente tiene un pie saliéndole de la coronilla, Monagas se resignará tranquilamente y dirá: «Pues hombre, la verdad, yo creía que allí era como aquí...» Un día se morirá Monagas y entonces le sustituirá Galindo, empezando a decir en la Placetilla de los Reyes delante del ataúd de Monagas. --iYa ustedes ven. Yo no sé por qué yo creía que este hombre, no se iba a morir nunca! Y no sabe Galindo que ciertamente no ha muerto Monagas, que se repite infinitamente como los patitos del anuncio de «foiegrás». [M. M.] VAMOS A VERLAS Cuando las niñas de Calcines les dicen a las de Robaina: «Esta noche, niñas, vamos a verlas», las de Robaina repiten, alegres, en su casa: «Esta noche vienen a vernos las niñas de Calcines». Y, claro, llega la noche y se ven. 323 Y cuando están juntas exclaman: «iVaya! Tantas ganas como teníamos de verlas. Yo se lo decfa a mamá: ‘Hay que ir a ver a las niñas de Calcines que hace un siglo que no las vemos’. Pero hija, que si venimos un dfa, que si venimos otro día. En casa es un jaleo con los niños. Y menos mal que ahora están empleados los dos mayores ___u Y una de las de Calcines responde: «iPor fin los colocastes, mujer! ¿Y cuánto ganan?» -«Pues, hija todavía nada, pero el jefe dice que les dará un poquito de sueldo... Hija, para empezar.. . Yo ya se lo he dicho: Ustedes déjense!de;boberías y,káptense;las’sjmpatías del jefe y déjense de gremios y de ocho cuartos y no sean bobos.. . En fin, hija, veremos... Ellos no son de mala índole.» Y las de Calcines y las de Robaina hacen una pausa y suspiran mirándose y sonriéndose. Y al fin dicen: «Vaya, mujer». Y después de otra pausa exclaman: «iY ustedes no tienen calor?» -«Hijas no me digan nada». Y se callan de nuevo para volver a repetir: «Pues sí hace calor. Y humedad. Cuando nosotros venía-. mos las calles estaban mojadas» «¿Mojadas, niñas? Será una tarosada». «Eso era.. .» Las de Calcines y las de Robaina se callan otra vez y repiten: «iVaya!» -Y se miran. No hacen más que mirarse. Después de todo para eso han venido: a verse... Pasa un rato y las dc Calcines se levantan: -*Pues, niñas, nos vamos» -«iYa se van? iTan pronto?» -preguntan somnolientas las de Robaina . ..- «Sí, hija, tenemos mañana que ir a los funerales de Panchito Fleitas» «iPues es verdad! ¿Y a que horas son?» «A las ocho es la cantada.. .» -Y una de las Robaina se vuelve para la otra y dice: «Tenemos que ir» Y la otra responde: «Mañana no sé si podré porque me toca hacer las camas». Todo esto ocurre ya en la meseta de la escalera. Las de Calcines se despiden otra vez: -Bueno, niñas, nos vamos. -Bueno, adiós. -Recuerdos a Panchn. -Gracias, niñas. Y que lo de los muchachos prospere. Y ya, en la’mitad de la escalera, las de Calcines gritan: -iDéjense ver! [M. M.] 324 LA PARIENTA Con este alegre motivo de las Pascuas, la familia de Galindn ha invitado a pasar unos días en su casa a una prima segunda que vive en Tafira. Esta prima se llama Pinito, claro. Es mujer de esas que llaman animadas. La animación de esta señora consiste en decir: «iNiña, vamos al Parque! iNiña vamos a coger el tranvía e ir y volver sin levantarnos!» Y cuando van al Puerto se meten todas en un vagón cerrado, y se ríen cuando los muelles saltan, y gritan y refocilan sus respectivos años a medida que el tranvía ‘seva parando. Y cuando el trole se sale, cosa que ocurre con bastante frecuencia, el escándalo de las de Galindo llega a los límites del entusiasmo: «iJesús, niña! iNiñas, se apagó la luz!» «iY como vamos a ver!& «Lo mejor es acostarnos» Y unas cuantas sutilezas por el estilo. Pero para .estas diversiones necesitan a Pinito. Pinito llega antes de las Pascuas, diciendo en Tafira: «No hay cosa que más me guste que ir a Las Palmas. iHay tanta gente allí! Yo, abro la parte de abajo de la ventana de casa de mis primas, y como es piso bajo me pongo detrás a oscuras y me paso la tarde viendo pasar gente». Luego Pinito viene, hace lo que dice, come cabrito que trae «de los vapores» el tío Pepe, va a misa del gallo para tomar un aperitivo de olor, dc ese olor a ginebra falsificada que se nota en todas las misas del gallo isleñas, y los días que se queda de más se los pasa en el Parque y montando en el tranvía. Con esto se va otra vez a Tafira a ordeñar las vacas del padre, para que el padre diga: «Mi hija Pino es un hombre, diablo». Y como Pinito estudió en el Sacré-Coeur, y aprendió allí cuatro noticias geográficas, añade: «iMi hija Pino? Sabiendo es una librepensadora». Cuando Pinito aparece en la ciudad, los distinguidos Peritos señores Chirino y Robaina le pasean la calle, emocionados con las ubres de las vacas y las azadas de agua del padre. Y la emplazan para el Carnaval. Siempre, en Pascuas, empieza el idilio hacendado para coronar se en Carnestolendas. La ciudad suele llenarse de Pinitos estos días, que vienen a ser como aguinaldos a seis meses fecha, para estos distinguidos Peritos honorarios que se llaman Robainas, Fabelos y Ginorios. [M. M.] 325 LA TOS En cuanto uno de nuestros amigos hace un pequeño negocio o reúne unas pesetas por ese conocido y oscuro procedimiento insular, desaparece como por ensalmo el catarro de todas las personas de ia isla. En este momento oímos decir: uAhora no hay quién le tosa a Mujica.» LRazón por qué no se le tose a este señor? Porque Mujica ha hecho acopio de sesenta duros por primera vez en su vida y los que ya antes habían reunido sesenta mil se enfadan y creen que Mujica es una especie de pastilla del Dr. Andreu y nadie podrá toser con él. Un señor que no haya hecho negocio nunca y un día lo hace de chiripa será mortificado por el que lo hizo antes y no quiere que los. demás lo hagan. Robaina, negociante antiguo, ve á Mujica, negociante de hogafio, y le dice en ese tonito, que aquí llaman gráficamente de rascado: «Mi amigo, ahora no hay quién le tosa». Robaina pasará, sin toseo, por la tienda de Mujica y Gtrañado de que éste venda corbatas exclamará: «Hombre, parece que Muji-. ca está vendiendo corbatas», y luego repetirá para su fuero interno: «A lo mejor se hace rico». Y cuando Mujica reúna su capital adornando todos los juveniles pecheros empezará a curar los catarros de los ciudadanos fronteros. ¿QuiCn tose a Mujica? Sin embargo, Calcines, aunque no tosa, no comprenderá cómo Mujica ha podido hacerse rico vendiendo corbatas. Y con voz limpia, sin garraspera, dirá: «A mí no me digan que vendiendo corbatas se pueden comprar casas en Tafira y hacer casas en la calle de Triana». Calcines ya se habrá enriquecido antes vendiendo cordones y también hizo casas en Telde y compró una finca en Montaña Cardones. Todo para que a su vez Mujica tampoco entienda este encumbramiento crematístico. «A mí no me vengan con músicas, justed cree que vendiendo cordones se puede hacer nadie rico?» Lo cierto es que Mujica, Calcines y Ginorio han reunido su capital y que en la ciudad ya son pocos los hombres que no tienen su fortunita amasada. Ventaja para nosotros los desheredados, que a la postre nos ahorramos los catarros y sus toses correspondientes. [M. M.] 326 DESCONSIDERACION La gente bailable está desconsolada, con ¡a poca energla que ha tenido el baile del Casino este año. Aquella perfecci6n de las doce mil pesetas de ambigú se ha disipado como el humo del caldo que en los susodichos ambigús se sirve a la del alba. Nosotros crefamos que eso del ambigú para un legítimo aficionado al baile carecía de importancia. Pero hemos descubierto que hay más diletantes al ambigú que a la danza. Es así -entendemos- que la danza es una especie de vermouth coreográfico para abrir el apetito del jambn en dulce. Revela esto cierta predisposición al orden, que no habremos jamás sospechado en personas que abren los pies y dan brincos como locos. Nos alegra ver confirmado el gran aforismo moral que habla de encender dos velas, una al.señor San Miguel y otra al señor diablo. Aunque aquí la vela más grande es para el vientre, en tanto que la otra sólo tiene,la dimensión de una de esas cerillas que vienen en cajas de quinientas «nominali». Pues, sí señor. La juventud murmura de la poca consistencia que ha tenido el ambigú del Casino. Se habla de que solamente hubo chocolate y esto parece poco para el duro que se paga mensualmente, cuando se paga. Acaso tenga razón la juventud protestadora. Con cinco pesetas hay derecho a que le den a uno teatro hecho, casa hecha, y luego un jamón por.barba. iPues qué se habrán creído que es un duro mensual? En otros tiempos un duro ni existía. En Grecia no había duros, ni en la Palestina tampoco. Un duro es hoy como uno de esos señores que dan puñetazos, escupen por el colmillo y se tiran cada segundo por la pretina del pantalón sacudiendo la pierna derecha. Un duro se llama hoy don Florencio Robaina y a don Flo-’ rencio Robaina no hay quién le tosa. . . Creemos que el Casino no ha tenido en cuenta la importancia del duro. Pero nosotros que vamos todas las mañanas a comer churros a la Plaza, nos hemos alegrado de que el ambigú del Casino haya sido reducido a las m6s mínima expresiún... [M. M.] LAS PASCUAS DE FABELO El señor Fabelo ha recibido un aguinaldo: diez duros. Aunque la cantidad es una miseria, como el señor Fabelo tiene condicibn de ternera, ha dicho: «Diez durillos para Pascuas». Y la familia ha repetido: *Pepito está desnudo». 327 El señor Fabelo coge el billete entre sus manos’y le da vueltas vertiginosas. ¿QuC va a hacer con los diez duros? El señor Fabelo ha citado para este dfa al cobrador del inquilinato, al del nicho del Cementerio, al conserje del Circulo, al de la botica; y además, ha prometido llevar al Circo a su familia, comprar pasteles y una botella de vino del Monte... Todas estas cosas bullían en el cerebro del señor Fabelo desde el día uno. Y ahora se encuentra con cincuenta pesetas y un hijo desnudo que es como si el billete pudiera servir de hoja de parra... En la puerta del piso del Sr. Fabelo toca el del inquilinato y la familia dice que el Sr. Fabelo no está. Más tarde toca el de la botica y el señor Fabelo no ha llegado. Ultimamente, con aspecto de omjnoso enterrador, aparece el del Cementerio. Todo, mientras Pepito atraviesa por la casa con ropón y chancletas... El señor Fabelo va de la sala al comedor y del comedor a la cocina con los diez duros en el bolsillo. Su esposa le dice: «iVas a pagar el nicho? Déjalo para otro día, hombre». Pero el Sr. Fabelo contesta: «Tengo que pagar el inquilinato». Y la esposa añade: «¿El inquilinato? Déjalo para otro día». «¿Y si viene el de la botica?» responde Fabelo. «Hijo díle que venga el día primero...» Y la esposa añade secretamente al oír el arrastre de la chancleta de Pepito: «Pepito está que es un Adán». Peio en el cerebro del Sr. Fabelo se libra la más descomunal ba- talla metafísica’que oyeron los humanos. El señor Fabelo salta del Ayuntamiento a la necrópolis, de la necrópolis al desnudo ombligo de Pepito y de este ombligo a la botica, pasando por el Círculo a la necrópolis otra vez.. . Los diez duros se repliegan erizados en el bolsillo del chaleco del Sr. Fabelo... Hasta que, de pronto, una idea luminosa inunda el encachivacheado meollo del Sr. Fabelo... Sale de su casa rápidamente y se va a cenar solo a un reservado del Retiro.. . [M. M.] .EL FAVORCILLO ¿Cómo se pide un favorcillo en la ciudad? Veamos cómo se pide. Escojamos para nuestro comentario un asunto comercial, pues la mayoría de los lectores serán sin duda comerciantes. Nosotros tenemos una oficina, una oficina que cierra sus puertas a las tres. Un ciudadano tiene que cobrar una cuenta, hacer urra remesa, pagar quizás un giro. Y pensando en nuestra oficina dice: ULA qué.hora cierra la oficina tal?» A las tres. Consulta entonces el reloj que marca las tres y ,media. Y dice otra vez: 328 «iA las tres cierran y son ya las tres y media? Tengo todavía media hora de tiempo. Falta media hora para las cuatro. Llegaré, llegaré oportunamente.» Y se dirige a nuestra oficina. En nuestra oficina están haciendo un balance, y el ciudadano ante la puerta cerrada se queda estupefacto. -«¿Cómo? ¿No dicen que a las tres cierran y son las cuatro y ya han cerrado ? iCómo puede ser esta anomalía?» Y con los anillos de sus dedos da unos golpecitos en la puerta, diciendo por el agujero de la llave: «Necesitaba hacer un pago*. Dentro respondemos que son las cuatro y que ya hemos cerrado desde las tres según costumbre. Pero el ciudadano insiste: «$aramba! Yo creí que faltaba una hora». «Pasa una hora -reS-’ pondemos. Mire usted el reloj». El ciudadano mira el reloj y comprueba que son las cuatro, pero no comprende que este cerrada a las cuatro una caja que se cierra a las tres. ¿(3ómn puede ser esto -piensa el ciudadanh, que a las tres se cierre y a las cuatro se cierre? ¿Por qué no dicen que se cierra a las cuatro y no a las tres para venir a las tres? Es absurdo no mentar para nada las cuatro y hacer venir a uno a esta hora para hallarlo todo cerrado. Y entonces el ciudadano piensa en el favorcillo, en pedir el favorcillo de un modo sentimental, compasivo. Y vuelve a tocar con los anillos y empuja la puerta y se mete en la oficina a suplicar: «Es un favorcillo grande que me hace, Tengo que irme al campo y si no me despacha ahora me cuesta volver mañana.» En nuestra oficina nos convencemos y abrimos de nuevo la caja, los libros; dejamos nuestros sombreros en sus perchas, nos volvemos a poner nuestras americanas de trabajo. Y pasan diez, quince, treinta minutos. El señor se marcha al cabo lleno de grati- tud: «Muchas gracias mi amigo. Ya sé que se cierra a las tres. Otro día volveré a las tres.» Y, efectivamente a las tres, cuando se está cerrando la oficina, vuelve otro día el señor. Y si no queremos despacharle esta vez, el señor se marchará amulado murmurando de nosotros que somos para él comerciantes egoístas incapaces de hacer un pequeño favorcillo. Y cuando sea preciso recomendar a otro negociante una oficina, dirá: «No vaya usted a esa oficina antipática y explotadora. Tienen puesto un letrero enorme diciendo que cierra la puerta a las tres en punto y llega uno a las cuatro y se la encuentra cerrada». (1) (1) VCase rA ver si me hace un favorcitow, pág. 197. [M. M.] 329 LA RODILLERA El señor Ginorio es el hombre que tiene las rodilleras más grandes de la ciudad en el pantalón. El señor Oropesa es el, que no tiene rodillera ninguna. tiinorio se sienta en su oficina y da con las rodillas en la mesa; la rodillera natural que se le forma con el tiempo de uso, se afirma con la presión de la mesa; se plancha, diríamos más concretamente. Ginorio ha logrado tener dos rodilleras que son como dos cuencos de barro para el agua. Es posible que Ginorio, si va de excursi6n a Moya y visita los Tilos. pueda ofrecer a sus amigos las dos rodilleras de sus pantalones para beber agua de las fuentes de aquel lindo bosquecillo. Ginorio ha dejado en sus calzones tal huella que aún con los pantalones quitados se pasa la mano por las rodilleras y pueda hacerse la ilusión que acaricia sus rodillas... Los pantalones de Ginorio tienen la oquedad y la sensibilidad de un vaciado de cartón piedra. La única persona que no tolera las rodi- lleras de Ginorio es su esposa. Y así le dice: -Pepito, quítate esos pantalones para plancharte las rodilleras. Pero aunque se las plancha, las rodilleras han dejado ya una excesiva huella de historia de oficina y de sello de tresillo que la plancha nada remedia, más bien le da a las rodilleras’un aspecto de cachucha prensada. Ginorio, además, ama sus rodilleras porque ellas, al fin y al cabo, vienen a ser los amos de sus rodillas fatigadas. En cambio Oropesa siente horror de todas las rodilleras en general. Oropesa se sienta en un muro del muelle y tira hacia arriba de un modo amenazador por sus pantalnnes, cogiéndolos por la parte de la rodilla con los índices y pulgares de sus manqs y replegándolos sobre sus muslos hasta que se vea el arranque de los calzoncillos. De este modo Oropesa evita la rodillera en su lugar co- rriente, pero la traslada a un lugar más abajo. La rodillera de Oropesa, es esa rodillera que se nota en las vueltas del pantalón y que consuela a Oropesa dr: la existencia de una rodillera vulgar. Oropesa siempre lleva consigo y con los cuatro dedos de SU mano, precitados, la preocupación de las rodilleras. Y como es hombre de poco peculio y no tiene por consiguiente dinero sobrante para lujos caprichosos, en lugar de esas cosas que prensan los pantalones, ha encontrado una solución estupenda, para que sus pantalones no sufran por la noche ese menoscabo clásico de todos los pantalones que se cuelgan de las perchas y de las cuales parece que va tirando la rodillera clásica, mientras duerme tranquilo el amo. Oropesa coge sus pantalones; levanta el colchón, los extiende con cuidado en la tabla de la cama; pone sobre ellos cinco tomos 330 de la geografía de Reclus, vuelve a dejar el colchón y se mete entre sábanas satisfecho. De esta manera, Oropesa ahoga todas las malas intenciones de la rodillera. Y en tanto Ginorio luce los dos escudos de sus rodilleras en el tresillo, Oropesa ostenta una afilada raya en los pantalones, que parece una plegadera. Esta afilada raya es la que ha de convocar un día la curva de las rodilleras de Ginorio. Caerá esta raya como una gelatina sobre el redondel de los pantalones de Ginorio y dejará abiertas, al infinito de la vergüenza, las dos rodilleras de Ginorio. [M. M.] iPOR QUIEN En la Catedral DOBLAN, están driblando NIÑAS? y iris vecinns se asoman a la ventana como para sentir la voluptuosidad del doble: La señora de Ginorio se asoma con la mano metida en un calcetín que está zurciendo. Todas las personas que estAn asomadas repasan en sus memorias la lista de los últimos enfermos graves de la localidad, para ver cuál CS el muerto m8s probable. «Debe ser Mujica». Mujica estaba con un tabardillo. «iSerá Galindo? Quizá... Porque Galindo estaba anoche muy mal». ¿Quién se habrá muerto? Unos desean que Mujica, porque Galindo es amigo. «iY luego, niñas, una visita de luto ahora! iluego las consideraciones que guardar a la familia! No vamos a poder ir a los bailes del ‘Nuevo Club’. iSeñor, señor! iQué no sea Galindo!» iPero, quikn será? En la Catedral continúa el doble. Las señoras se retornan a sus galerías, desoladas. De pronto una se vuelve a asomar y ve un ataúd de lujo que lleva un hombre en una tartana. «Mujica no puede ser, ni Galindo. El muerto vive cerca. ¿QuiCn podrá ser, entonces, niño?» Por fin se recuerda. «iEs lo mujer de Robaina! iEstaba muy mal esta mujer!» -Ahora Robaina habrá descansado -murmuran las señoras. Creo que no se llevaban.. . Las señoras se conforman con esta certeza, pero después de una pausa, una de las niñas más viejas recuerda que la mujer de Robaina había mejorado. Pero como lo conveniente es que la muerta sea esta señora, exclaman las demás abandonando el zurcido: «¿Y no puede haber recaído?» «Sí, sí puede haber recaido». «No sé -añade una-, pero me da a mí que es Galindo el muerto». «iJesús, hija, no lo digas ni en broma». La mamá exclama mis prudente: 331 -«iDeja que venga Pancho para mandarlo a la Catedral!» Y en tanto Pancho llega, las señoras suspiran por ninguno de los muertos. Pacho aparece. *Oye, Pancho, ipor qué no te das un salto y le preguntas al Campanero?» -«iAve Marfa;qué noveleras son!» -responde Pancho- «No, hombre, nn son novelerfas, es, no sea que sea Galindo y isuponte! unas familias tan unidas como las nuestras...». Pancho, convencido, sale y vuelve con la aterradora noticia de que es Galindo el desaparecido: Las señoras se amulan y protestan a pesar de la unión. «iFíjate tú ahora, ni a los días de confianza del Casino puede ir uno!» -Y tú traje negro #r-ve, niña? Las señoras se dirigen al ropero, sacan los trapos negros, los sacuden, le dan vueltas. Y como encuentran que la falda está ya demasiado estrecha ‘dicen: -Habra que anchar la falda. -No hay mas remedio que ir a casa de esa gente. Ya ves que cuando muri6 tití ellos fueron los primeros en venir -sí, sí... Hay que ir. -No sé. Deja ver. Mira tú que era. 10 que faltaba. Hay que tener consideraciones. (1) [M. M.] VOTOS A M1 Nuestro querido amigo el señor Ginorio se quiere presentar concejal; lo mismo el señor Robaina, igualmente el señor Calcines. Los tres han comisionado al señor Oropesa para que les busque votos. Y el señor Oropesa se avista con el señor Chirino y con el señor Fabelo, los cuales a su vez encargan a otros amigos. Todos se reúnen en un cuarto pequeño, delante de una lista electora1 y se ponen a leer nombres. Fabelo dice: «Aníbal Palenzuela». Y Chirino contesta: «Ese, apúntemelo a míu. ¿Por qué Chirino quiere que le apunten a Palenzuela? Pues porque Palenzuela le debe un. gran favor. Hace muchos años Chirino fue al entierro de la madre de Palenzuela (1) 332 y le Véase hizo «Doble una visita misterioso,, de’luto pag. despu&. 201. Palenzuelo quedó muy agradecido con esta deferencia y le dijo: «Amigo Chirino, crea usted que le agradezco profundamente este favor.» Chirino, ante la lista electoral, se acuerda de aquel luto y piensa que Palenzuela no ha de negarle el favor de su voto. Se lo apunta, y a los dos o tres dfas al encontrarse a Palenzuela, exclama: «Amigo Palenzueia, ha llegado la hora de pagarme la visita de luto que le hice.» -«¿Cómo, amigo Chirino?» -«Necesito su voto» -«Cuente con él. Mándeme la papeleta, porque yo de eso no entiendo...» Al mismo tiempo que Chirino y Oropesa se apuntan votos en un comité, Galindo y Fleitas, en otro comité se apuntan a sí mismos votos. Y Fleitas. lee: Aníbal Palenzueia. Y Galindo añade: «Ese apúntemelo a mí». Galindo recuerda, como Chirino, que hace muchos años fue al entierro de la madre de Palenzuela, y emocionado tuvo a bien de- cirle: «Amigo Galindo, no olvidaré nunca este favor». Galindo se echa a la calle detrás de Palenzuela y lo halla poco despues que lo hall6 Chirino. «Amigo Palenzuela, cuento con su voto. Ha llegado la hora de devolverme el pésame.» Y Palenzuela, que no entiende de estas cosas, le pide también la papeleta a Galindo. Y llega el día de las elecciones y Chirino y Galindo en un mismo Colegio de adjunto no hacen más que mirar a la puerta por si ven entrar a Palenzuela. Y corren las horas y Palenzuela no aparece. Cuando ya han votado todos los correspondientes al Colegio, Chirino y Galindo preguntan en secreto a los correligionarios respectivos: -iHombre! ¿Ha visto usted a Palenzuela? Y el correligionario responde: -Esta mañana a las siete iba con la familia en una tartana para San Cristóbal. [M. M.] FLEITAS INFLUYENTE Fleitas es el pequeño hombre que en la ciudad consigue cosas. Si uno no quiere pagar el inquilinato, verbigracia, Fleitas se las arregla para hacernos este favor. Fleitas es hombre que habla bien. Su léxico se reduce a un «Yah... Yah», que es como decir iEureka! en guanche. Fleitas estuvo una vez en Londres. Londres eslá estupendamente descrito en una frase de Pleitas, concreta, sobria, esquemática, firme como una ofervencia algebraica de Mr. Newton: 333 -¿Qué tal Londres, Fleitas? -&ondres?... iYah!... Este «Yah», tan bien administrado es lo que le ha valido a Fleitas su pequefia influencia. Fleitas tiene varios puestos y es hombre de los que aquí llaman *desahogados», no por su frescura, sino por su bienestar econ6mico. Pero siempre anda a caza de nuevos destinos... Fleitas alterna el «Yah» con un «Sale concio» cervantino y un «no me jeringue compadre» completamente de Lope de Vega. Si uno quiere comprar cera, incluso poner un restaurant en el cementerio, Fleitas lo consigue. Una vez se le ocurrió a Fleitas hacer dama de honor a la Cachupandita y si no llegó a conseguirlo fue porque la propia interesada dijo .que eso del honor era una cosa pesada.. . Pero Fleitas logra los casos más inverosímiles por su influencia. ¿Y que influencia es la de Fleitas? LEShombre de votos,. de azadas de aguas, de frase hecha autorizada? Nada de eso. Fleitas no es nada, sino un simple hombre influyente. Nadie se lo explica, nadie lo comprende... Pero nosotros sabemos que la razón de todo este misterio es el «iYah!» prodigioso. Fleitas se le antojó una vez ser Nuncio y movió todas sus influencias para serlo. Y aunque en todos los sitios le contestaban estupefactos, Fleitas insistió. -iPero Fleitas, cbmo puede usted ser Nuncio si no es siquiera presbítero? Y Fleitas contestaba: -¿Y para eso he sido consecucntc? -Pero hombre, es necesario ser Cardenal, por lo menos. -Pues, concio, me hacen Cardenal... ¿Y no han hecho a don Jose Azofra, Maestrescuela? -Pero hombre, don José Azofra es canónigo y esta dentro del cargo. -jPues a mí me hacen, o se acordarán de mí, jinojo!... Y como Fleitas se vuelve medio político y telegrafía dos veces a Madrid no nos sorprende el día que vemos la siguiente gacetilla en un periódico: «NOMBRAMIENTO ACERTADO Nuestro querido y consecuente amigo don Juan Fleitas ha sido nombrado Nuncio de Su Santidad con residencia en Canarias. Este nombramiento ha sido recibido en Las Palmas con gran complacencia, aunque para evitarlo, se movieron varios resortes de la política tinerfeña. Los compañeros de rebotica del señor Fleitas han acordado regalarle, por suscripción, el hongo cardenalicio. 334 Felicitamos a tan distinguido amigo y nos felicitamos de esta nueva mejora concedida a Gran Canaria.» [M. M.1 EL ESFUERZO Calcines se ha metido a comisionista y ha sacudido su alma para entrar en su nuevo oficio limpio y sano. Calcines siente el oficio, tiene preocupación de comisionista y su meollo está como un muestrario. Por eso Cl está dispuesto a hacer todo el esfuerzo imaginable. Apretará sin condiciones encogiéndose, como cuando le da el último golpe a la prensa de copiar. Calcines nos dice: «No puede usted imaginarse el esfuerzo que tiene que hacer uno para convencer a los clientes». Y al esforzarse de este modo, Calcines se sube de .hombros y trinca los dientes. Nosotros nos lo hemos encontrado despues de su instalación preocupado en saber qué eran «fórceps». En un catálogo de ferretería habfa visto el hombre el singular aparato y pensó en un instante que aquello, que «no se había traído nunca», podía constituir una novedad. Cierto que el comercio es demasiado reacio. Calcines pensó que los «fórcepsi podían ser excelentes palas para recoger dátiles de las cajas y ha ido a proponersela a uno de esos energúmenos, que de cachorra y lunar de pelos, acometen al ciudadano con un queso de bola, detrás del mostrador. Y así Calcines es como hace su esfuerzo... El energúmeno coge los «fórceps» e intenta sacar dátiles. -Señor Calcines -dice-, esto tiene la punta roma. Si fuera picona podía servir. Pero Calcines explica: -Señor Chirino, se puede hacer con punta como usted la quie- re. Supongo que la casa accederá. -Pos si trae punta afilada le compro una.. . Aunque esto es una jeringa pa manejarlo. Y el señor Chirino coge los «forcepw como si se tratara de unas tijeras de barbería y como no acierta a hacerlos funcionar, exclama: -Mire, señor Calcines, vuélvase por aquí otro día y veremos.. . El esfuerzo de Calcines, consiste realmente en volver otro ‘dfa. Y ese dfa Chirino se decide a comprar los «fórceps» que cuando llegan no utiliza, arrinconándolos debajo del mostrador. Y si Calcines vuelve por su tienda, Chirino le dirá un poco enojado: 335 -Valiente dátiles. jeringada me dio usted con la paiita aquella de los [M. M.] LAS PIERNAS DEL CANDIDATO Una de las cosas que el amigo Estupiñán tiene para conseguir fácilmente votos, son sus piernas. No porque vote con ellas, que vota, ni porque corra con ellas, que corre con su tartana a cuestas, sino porque las utiliza como mérito o prenda personal. El señor Estupiñán es hombre que presta servicios y para demostrar su campechanería? se sienta abriendo las piernas, en señal o demostración de confianza. El cree que los votos van pasando por el arco que sus piernas forman, como el ejército de los enanos por el de Gulliver. El señor Estupiñán se «vela» cada día. El lunes el señor Estupiñán es conservador del señor Bravo, el martes socialista y el resto de la semana adquiere un ideal tornasolado hasta que llega el momento de hacer la enorme A de sus piernas. En este instante ‘el señor Estupiñán se vuelve en contra. «En contra» es otro partido bastante numeroso, aunque con muchas deserciones, que se forma en vísperas electorales.. . -Usted, amigo Estupiñin, que es conservador.., -le dice uno. -Yo no soy conservador, caray. -Pues , LquC es usted? ’ -Yo estoy «en contra». Desde que el señor Estupiñán hace estas sensacionales declaraciones, todo el tinglado político se estremece. Y de un lado y otro empiezan a echarle lazos a Estupiñán, para aprovecharse de aquel inesperado ingreso en el partido de «En contra». Pero como nadie sabe, no dónde está ese partido, sino el contrincante de ese partido, es preciso una profunda labor psíquica *para descubrirlo. Y de-ahí comienzan los cabildos. «Estupiñán está ‘En contra’.» «iCaray!, pues si está ‘en contra’ es cosa de aprovechar la oportunidad.» Y se empiezan todos a poner frente a Estupiñán a ver si‘alguno es el de «En contra» y así averiguar el «contra» verdadero. Pero Estupiñán prosigue con sus piernas abiertas, aguardando el momento de descubrir su verdadera posición contraria. Nadie sabe sino que está «en contra», y hay mucha gente que para aprovechar los votos de Estupinán se pone tambien «en contra» sin saberlo, hasta que el día de las elecciones Estupiñán cierra las piernas, con los votos en cepo y descubre su partido enemigo. 336 Todos se quedan estupefactos. &Pues no estaba «en contra»? Y le increpan a Estupiñán. Pero Estupiñán no ha traicionado a sus ideales. El se limita a estar «en contra», y allí se sostiene gracias a su desvergüenza contra viento y marea. [M. M.] PASEOS DE ROBAINA, 1 Ayer mañana, don Florencio Robaina se echó a la calle en busca de un limpiabotas. Robaina había tenido que ir la noche anterior a la Fábrica elktrica pnrque. le habían cortado hrutalmemte la acometida de la luz de su casa. Robaina dice que fue un atropello, pero Camejo asegura que tenía trampa. Lo cierto es que Robaina hubo de atravesar la calle de León y Castillo dos veces y que llego a su casa con los zapatos embarrados. Unos zapatos con lodo isleño son indomables. No hay criada que se avenga a pemuadir la suela. Por eso Robaina al quitarse los zapatos con ayuda de un periódico viejo, acordó con su esposa que el domingo se encargaría de hacerlos brillar de nuevo el limpiabotas. Robaina buscó el limpiabotas. En la Plaza de Santa Ana se detuvo y llamo a uno que pasaba: -«No puedo, señor», le respondieron. Robaina se quedó estupefacto. iCómo? $i otros dom@gos son cuarenta a mi alrededor! Pasó un segundo betunero y a la llamada de Robaina contestó lo mismo que el otro, que no podía. Y así hasta los cuarenta de los otros domingos. Robaina no salía de su sorpresa ni del lodo de sus zapatos. Vio pasar betuneros y betuneros, un ejército de betuneros emancipados. Robaina no podía comprender. Por fin uno le aclaró las sospechas. ~NO era del distrito! Los betuneros habían amaneci- do con un distrito cada uno. Robaina sintió entonces por primera vez la tiranía del distrito, la melancolia del distrito. Su pensamiento corrid en busca del au- tor de estos nuevos distritos. iQué revolución había estallado durante la noche, que había cambiado todo el cómodo ambiente insular? Robaina siguio su camino buscando al limpiabotas del distrito y ya iba abrumado y tembloroso cerca del Puente, cuando acertó a pasar a su lado el señor Camejo, su amigo. El señor Camejo no le’ saludó. Robaina sintió en su alma como un derrame de negro betún. iPor qué aquel hombre le negaba el saludo? 337 Recordó. iAh! Camejo estaba a la puerta de un colegio electoral el día de elecciones. Y él, Robaina, lleg6 a ese colegio en el automóvil del contrincante de un amigo de Camejo. El amigo de Camejo se presentaba concejal por aquel distrito, y triunfo.. Don Florencio Robaina se marchó convencido entonces a su casa de que todos los limpiabotas pcrtcnccían al distrito del amigo del señor Camejo. [M. M.] PASEOS DE ROBAINA, II Robaina, después que se limpió los zapatos en su casa, se salió a la calle a ver los turistas. Robaina creía que eso de los turistas era una cosa rara, algo así como circo de titiriteros. Y con el mismo tono que adquiere cuando va a los gallos, caminó puente abajo hasta llegar a la Plaza de la Democracia, donde se juntó a la fila. Don Florencio Robaina sintió la sirena de un auto y le dio el corazón un pequeño vuelco. Lo mismo le ocurrfa, cuando sonaba el tercer toque de timbre‘en el teatro. El seiior Robaina, SC encajó en su puesto y se dispuso a ver los turistas. Pasó el auto y dentro de él iban unos señores ancianos: Robaina dijo: «Estos no deben ser». Y esperó a otro auto que ya sonaba tambien su bocina. En este auto venían otros señores ancianos y Robaina tampoco pudo ver a los turistas. Pensó que aquellos señores debían ser los padres de los turistas. Siguieron los autos. La gente miraba emocionada. Los señores ancianos hacían cortesías leves, aplicaban sus pequeños kodaka. Y don Florencio Robaina abría desmesurada- mente los ojos. iDónde estaban los turistas? Como buen insular no quería des-, cubrir su ignorancia. Los turistas debían ir escondidos en los auto- móviles. Si él le preguntaba a Camejo, que estaba al lado, Camejo empezaría a explicarle de un modo pedante algo sobre el turismo. Mejor sería callar y observar. Ya aparecerían los turistas. Pasaron más automóviles. Unas señoras viejas con unos sombreros de esos que aquí llaman «enrabiscados», cruzaron delante de Robaina. Robaina sintió un momento que el duende de la duda le hormigueaba el espíritu. ¿Aquello podría ser? Pero no, no eran tampoco. La gente pasaba sin extradeza. Los turistas debían tener alguna cosa diferente. La ciudad se había conmovido con los turistas. iAcaso, si el se hubiese levantado temprano y hubiese acechado desde el ,muelle 338 b no se le escapan los turistas! Pero así, a las doce del día, en medio de tanta gente, con tantos automóviles corriendo ¿quién podía ver a los turistas? [M. M.] PASEOS DE’XOBAINA, III Robaina es el hombre del Fuego. En una tpoca más culta y clásica se hubiese llamado Prometeo, en lugar de Florencio. Es el hombre que va a los fuegos y vive de los fuegos. Desde el inofensivo del barrio de San Nicolás, la víspera del Patrono, hasta el de un edificio. Robaina va a su casa tranquilo, con sueño, acaso con un dolor de reuma en una pierna, y si sabe que el fuego estalla. la tranquilidad se torna bulliciosa, el sueño, despabiladera y el reuma, fuerza muscular atlética. Antes, cuando Robaina empezó a ser consciente, tocaban los serenos pitos, la Catedral, campanas. Con estos preparativos Robaina se volvía loco. Ahora necesita Robaina un resplandor en las nubes para convencerse. Por eso hace dos noches, cuando vio el cielo rojo y supo que ardía un almacén de gasolina, dijo: iCaray!, casi con la misma trascendencia del iEureka! clásico. Corrio por Triana, bus& un carruaje y se fue a los Arenales. Allí se encontró con Galindo y con Estupiñán que contemplaban el fuego asombrados. Robaina se metió las manos en el bolsillo y empezó a decir sus palabras de los fuegos: -iSi no llega a estar aislado arde toda la manzana! -Por supuesto, si el Ayuntamiento no se decide a poner bom- beros.. . -Es un peligro tener un almacén de petróleo. -EI petróleo es inflamable. -iY no se sabe a qué ha obedecido el fuego? Y así se está Robaina hasta que ya no queda fuego ninguno. Y acabado el espectáculo se vuelve a su casa a la madrugada, entonando la frase que ha de contestarle a su mujer, cuando lo sienta entrar. -¿Has tenido vapor, Florencio? -No, fui a ver un fuego. [M. M.] 339 TENGO UNA NOVIA Calcines tiene una novia. Generalmente, insular tiene una novia, esta novia suele vivir cuando un pequeño en Fuera la Portada. Basta oír a los amigos del joven: «Panchito tiene su novia Fuera la Portada». Y Panchito con esta novia Fuera la Portada y unos pantalones blancos es un joven feliz. Calcines coge el tranvía y al sentarse sube cuidadosamente los pantalones blancos. Un amigo está con él en el tranvía y le pregunta: «iDónde demonios vienes todos los dfas para Fuera la Portada? iTienes alguna novia por aquí?» Y Panchito responde: «Sí, tengo una novia». De este modo Panchito, sin ser hombre público pasó a ser popular. Antes nadie se, ocupaba de Panchito. Panchito iba y venía sin que a nadie le interesara nada su vida. Pero en cuanto tiene novia se hace célebre y ya todo el mundo dirá de él emocionado: «Panchito tiene una novia. en Fuera la Portada». Y es entonces cuando Panchito se compra un bastón y un pañuelo tornasolado. Panchito es socio del «Porvenir de las Canteras». Este pañuelo le sirve de introductor. ¿Qué puede hacer él en este «Porvenir» sin ese pañuelo? ¿Qué van a decir en Fuera la Portada si no se presenta-así? La gente del barrio lo mirará mal. La novia misma que al tener un novio de otro barrio se da cierta importancia sufrirá una decepción con Panchito si no lleva este pañuelo de Presidente de Recreo o de vocal de turno. Panchito necesitará el panuelo y el bastón. La novia que suele ir a la calle de Triana a buscar medias marrón ha visto muchos Panchitos con bastón y pañuelo tornasolado. ¿Cómo Panchito no tiene también bastón? Panchito es de San José. Para tener una novia en Fuera la Portada necesítase ser de San José; como para tener en San José otra novia es preciso vivir cn Fuera la Portada. En San José nadie sabe que Panchito tiene una novia cerca’de Lugo, y el mismo Panchito procurará ocultarlo. Las niñas de San José exclamarían entonces regañadas: «iMire usted a dónde fue a echarse una novia!» Pero Panchito desafiando todos los prejuicios irá a Lugo y al, volver de Lugo aguardará el tranvía en la casa de los «ladrillow, hará una seña al conductor del tranvía con la mano que empuña el bastón y subirá, mirando con los ojos cuajados y «raspando» su gaznate. Se recostará un poco sobre el banco, se quitará el sombrero y se hará el desentendido mientras juega con su bastón. En esta postura, Panchito es el verdadero joven, el clásico joven que tiene novia Fuera la Portada y del cual dicen sus madres: 340 -iPanchito? la Portada. (1) Panchito se ha «echado» ahora una novia Fuera [M. M.] NO TRAE NADA Muchas veces hemos oído lamentar al señor Camejo .de que una cosa no trae nada. Esta cosa ora puede ser un caballero de La Habana o un periódico. El señor Camejo, sentado en el sillón de la plazuela, dice a cada instante: «No trae nadan. El señor Camejo está esperando siempre en cada cosa que para su uso. -¿Ha leído usted el periódico? -le de. Y cl señor Camcjo rcspondc llega un pequeño Mesías pregunta el amigo Galin- &spcctivamcntc: «No trae na- da». -¿Ha visto usted a Robaina que ha llegado de Cuba? pregunta Pulid-. Y Camejo contesta encogiéndose de hombros: «No lo he visto, pero dicen que no trae nada». El señor Camejo siente la voluptuosidad de que todo el mundo y todas las cosas traigan algo. Si no traen nada, las desprecia el señor Camejo. Y no es esto lo peor, sino que aunque en realidad traigan algo, para el señor Camejo son nada. Ahora, con motivo de los carnavales, los periódicos han venido repletos de telegramas. El señor Camejo los ha visto y ha exclamado, sin embargo, que no traían nada. No se puede adivinar justamente lo que el señor Camejo quiere que traigan los periódicos, las personas y los telegramas. ¿Y esta cosa que el señor Camejo desea, para qut la desea? ¿El señor Camejo es un hombre práctico que conoce la banalidad de las cosas líricas, y no puede tolerar el que se traiga mi sueño, por ejemplo, de La Habana, y un periódico ponga un artículo sobre el origen de las especies o la crítica de la razón pura? iPara qué quiere el señor Camejo esa cosa? En el fondo el señor Camejo la quiere para el. Al decir que el amigo Robaina no trae nada, ~610 da a entender que no le ha traído ni un cigarro puro y habla por despecho o como «rascado», según hace observar Calcines. Y cuando el periódico dice el amigo Camejo que tampoco trae nada, es ciertamente porque no ha dicho una palabra el periódico ni aún en elogio de alguna enferme- dad que el amigo Camejo ha tenido. (1) Véase <<Tiene una novia*. pág. 203. 341 No trae nada. iAh! La población está llena de Camejos que son portavoces de este nada., Cada uno, en el distrito de su esquina, se pasa la vida asegurando que nadie trae nada, ni el periódico, ni los hombres, ni las cosas... Y aunque este periódico, estas cosas y estos hombres traigan algo modesto, aunque sea un dije debajo de la americana, no podrán sacar ni el reloj delante de los amigos Camejos. [M. M.] DIVERSIONES Las niñas de Chirino se han divertido el Domingo de Piñata más que los tres días de Carnaval juntos. Nosotros creemos que la diversión ha sido la misma, ahora que como fue la última a ellas les ha parecido la mayor. Las niñas de Chirino son las que se divierten siempre, las que todo les divierte, bien sea el sermón, bien sea ese fantástico entierro de la sardina a Lugo. Muchas veces las niñas de Chirino se pasan la tarde con los brazos cruzados sobre un cojín en la ventana y asi se divierten. Van a la Plaza algunos domingos por la mafia- na, después de misa, compran unas morcillas y se divierten. Luego se dan un paseo por la calle de Triana y continúan divirtiéndose. -¿Quién es aquel matrimonio joven que viene por la acera de enfrente? -Niña. Fabelo y la mujer. -Hija no los había visto después de casados. A ella no la conazco . -Cualquier cosa, niña. -El sombrero que lleva parece que está colgado del pescuezo. -Yo no sé cómo se pueden poner sombrero por la mañana para ir a misa. .. -iOh!, y el zaguán de las de Estupiñán está cerrado. $e habrá muerto el tío? -No lo creo. Debe ser la criada que está lavando las baldosas. Y las niñas de Chirino completamente divertidas prosiguen el paseo. De pronto pasa el tranvía y todas se vuelven hacia el tranvía. -¿QuiCn iba? Me pareció Galindo. -Sí, era Galindo. Yo lo vi. -¿Y él te vio? -Creo que no. -¿Y te saludó? 342 5t -No me saludó. No nos verfa, pero me pareció que sí. Después se meten en la fotografía alemana, para no dejar de divertirse. -Niña, esta es Pinito. -iJesús, qué mona está! -Hacen muy buenas fotografías.. -A mí me gustarfa hacerme una de ellas de negro en que no se ve uno sino como recortada. -Mira, mujer este cuadro del ovalito no está feo. -iY éste quién es?. . . iAh!, es Perdomo. icualquiera lo conoce con ese libro delante! Es de mucho gusto la ‘fotografía. Y salen de la fotografía alemana y se meten en otra fotografía y después van subiendo lentamente el Puente de Piedra, con los velos como ensopados, a fuerza de hacérselos para atrás con cl libro de misa que empuñan las manos como una pistola. Se paran en los escaparates, se detienen en las esquinas mirando para atrás y oteando las calles cercanas. Y por fin se meten en sus casas a hacer el desayuno. La diversión tiene un entreacto. Desde las cuatro ya vuelven las niñas de Chirino a divertirse... Algunas veces hasta con las flores. -Hija, ayer domingo me entretuve en arreglar las flores. iMe divertí tanto con las flores! [M. M.] EL SERVICIAL MUJICA Pepe Mujica es el hombre m8s servicial de la isla. Ha nacido para prestar servicios. Es lo que aquí llaman un hombre de primera, que siempre está haciendo favores, sin saber por qué. Aunque la gente murmura: «El que los hace, su cuenta se tendrA.» Para hacer estos favores Mujica necesita tener influencia. Y en cuanto la tiene, si no encuentra de golpe a quien favorecer, se pone en la esquina de una calle a buscar al individuo a quien hacerle el favor. Y cuando el individuo aparece, Mujica para no acometerlo de repente con el favor, le habla con ciertos rodeos, que él llama políticos: «iQué hay Panchito?» Y Panchito responde: SHombre, ahora tengo un expedientillo:..» Y Mujica que no esperaba oír otra cosa prorrumpe alegremente: «iBah! Eso se arregla cn seguida. D6jclo dc mi cuenta.* Y Mujica se planta donde le están haciendo obstrucción a la finca de Panchito, y por mediación de Galindo que es amigo de Calcines, primo hermano de Chirino que es el hombre más Intimo 343 de Estupiñán, el que obstruye, consigue arreglar el expediente de Panchito, de una manera razonable. Pero entonces resulta perjudicada la finca de Zerpa, y Umpit- rrez que es otro hombre servicial del bando enemigo, le estropea la influencia y el favor a Mujica. Mas como Mujica es más servicial todavía y quiere servir a todo trance a Panchito porque así se lo prometió en la esquina, se dirige en busca del maestro Olegario Perdomo que tiene en medio de las dos fincas unos cochinos que perjudican de igual modo a Panchito y a Zerpa. Y Zerpa por un lado y Panchito, en manos de Mujica, por otro, acuerdan al fin comprarle los cochinos al maestro Olegario para el señor Robaina que necesita hacer un negocio de cochinos y a quien también quiere servir Mujica. Pero de todas estas cosas quien pierde cs Pcrdomo que pierde los cochinos teniendo que pagar luego uno que le roba a Robaina el propio Mujica y que éste le vende para que vuelva a perjudicar- se Zerpa y conseguir con esto servir a Panchito.. . Transcurren los días y llega uno en que Mujica le dice a Panchito en la esquina histórica: «Ya está arreglado eso.» Pero se vuelve a desarreglar pronto, pues Mujica le pide el voto a Panchito y como éste ya está comprometido, se lo niega y entonces Mujica se enrolla y busca a Zerpa para traspasarle el favor que en un principio le hizo a Panchito. Y así se pasa la vida Mujica mientras la gente dice de él: -uEs una ficha sinvergüenza, pero es amigo de los amigos.» [M. M.] NO HE RECIBIDO NADA Quizá, para ser buen comerciante isleño se necesita no recibir mercancfa. Un comerciante perfecto casi siempre dice: «Hombre, no he recibido la mercancía.» Cuando se tiene que hacer un pago de esta mercancía o satisfacer la letra que esta mercancía motiva, no se ha recibido. El comerciante Monagas lo asegura: «No puedo pagar por no haber recibido la mercancía.» Y es que el comerciante calcula que la mercancía ha de llegar el 24, para pagarla el 30. Y si la mercancía llega el 16 y el 24 es el día de pago el comerciante aunque la haya recibido no puede recibirla. La cabeza de uno de estos comerciantes está sujeta a un mecánico plan entrapéutico que es imposible quebrantar. El comerciante mete en su cabeza un 24 y un 30 y nada podrá tomarle este cálculo mientras la cabeza no sufra su correspondiente panne. En caso de 344 ocurrir esto la mercancfa no sc510no la ha recibido entonces, sino que no la recibe nunca. Un comerciante que en cualquier momento tiene la mercancía recibida no es buen comerciante. Se supone uno que no recibe ninguna. Pues Monagas y Ravelo no la han recibido cuando todos esperan recibirla. Es más importante recibirla despds. Así, cuando no se ha recibido primero para que el comerciante pueda decir: «No he recibido la mercancía», es cuando sabe uno que el comerciante está probablemente en condiciones de tener su mercancía más tarde. El mismo comerciante se infla esperándola. Todos la esperamos también, y aunque el comerciante no la pague por no haberla recibido, sabemos que ha de recibirla en el instante en que no se ha de pagar. El comerciante isleño que «no ha recibido la mercancía» es el que hace dinero. Casi todas las casas que estos ~omercìantes han fabricado lo han sido por «no haber recibido la mercancía». Ahora Fleitas se quiere meter a comerciante. Y nosotros le hemos dicho: «Fleitas, si quiere usted tener muchas mercancías en su establecimiento, si quiere usted ser rico pronto, no reciba usted fas mercancias. » (1). [M. M.] MUSIU ILUSTRE ¿Quién es Musiú ilustre? Un grupo de amigos que está en una esquina nos lo va a decir. Musiú ilustre es el hombre que tarda más de lo conveniente cuando se le espera y a quien suelen aguardar impacientes varios amigos. Musiú ilustre viene por la calle lejos aún, pero uno de los jóvenes del grupo lo ha visto, y exclama: «Ya viene Musiú ilustre». Estos amigos tienen preparada una excursión al campo. Se han dado cita en la esquina, pero ninguno ha cnntadn cm MusiR ib- tre. Ni el mismo Musiú ilustre sabe que lo es ni que va en calidad de Musiú ilustre. Este Musiú se ha retardado. Su verdadero nombre es Fleitas. Los amigos han contado con Fleitas, pero como Fleitas tarda, he aqui que se convierte de pronto, desde que se le ve aparecer retrasado, en Musiú ilustre. -iQué hay, Musiú ilustre?» Y Musiú ilustre sonrie. Antes de venir suele ser tambien un poco Musiú ilustre, puesto que dicen los amigos: «iQué estará haciendo el Musiú ilustre ese!» Realmente no llega a ser toda la personalidad de Musiú ilustre, hasta que no (1) VCase *No he recibido la mercandas, pAg. 208. 345 llega. Entonces sí es un verdadero, un perfecto Musiú ilustre. ¿Y qué hace este joven para ser, además de Musiú, ilustre? No tiene más que un pañuelito verde que le asoma en el bolsillo de la americana y unos zapatos con bajorrelieves. Existe un profundo misterio acerca de este Musiú ilustre, pues Musiú ilustre son varios aunque no puede hacer de Musiú ilustre más que uno y de una vez. Y no se es Musiú ilustre porque Cl se lo haga o lo herede. Necesita que haya lejos de él otros amigos, para ser Musiú ilustre. A veces no es Musiú ilustre, sino de repente, cuando nadie lo espera; generalmente, después de una pausa. Veamos. Llega el predestinado y se sienta en la Plazuela. Cambia frases, se sonríe. De pronto se hace un silencio y el presunto Musiú ilustre comienza a sentir una cosa rara, extraña, que le sube de los pies, una cosa parecida a vahído, y entonces Musiú ilustre en ciernes, mira lánguido a otro amigo que en el acto le da un golpe en el muslo mientras le grita jovial: -¿Oué dice Musiú ilustre? Musiú ilustre respira. Aquel hormigueo que sentía subírsele de los pies hasta su cabeza era el temperamento de Musiú ilustre que lo estaba inundando. Musiú ilustre es inmortal. Se es Musiú ilustre, como se puede ser Pero Grullo o distinguido orador. Ahora que ser Pero Grullo cs facultativo como quiz8 distinguido orador. Pero para esperar a ser Musiú ilustre se necesita hacer un esfuerzo para no querer ser10. [M. M.] LA ESQUINA DE CAMEJQ Camejo es el hombre de la esquina. El hombre que está en una esquina con ceño adusto, irritado con la política; el que dice partiendo la boca como una granada: MiEsa manada de sinvergüen- zas!» Camejo tiene la obsesión de los sinvergüenzas. Los sinvergüenzas para Camejo son como unos fantasmas que le cercan y le acosan sus teorfas. Camejo está oyendo hablar de los cuáqueros, por ejemplo, o de los budistas, y en el acto dice que son una manada de sinvergüenzas. Va por una calle y ve a un grupo que se dirige en comisión a cualquier sitio, y Camejo los califica en el acto de manada de sinvergüenzas. No vive de nada, sino de este procedimiento de su esquina. Los demás lo escuchan indiferentes, pero luego repiten en cualquier sitio: NAlgo tiene que haber, porque Camejo estaba hoy desbocado.» 346 Camejo es un receptor de psicología insular. Toda cosa que siente es venida de afuera misteriosamente. Una mañana lee un artículo en un peri6dico, y como se halla revuelto en las plebeyeces de él grita: «iEstos periodistas son una manada de sinvergüenzas!» Realmente, la manada está dentro del alma de Camejo; y las cosas y palabras de los demás, al caer en su fondo, prodúcenle efecto de reactivo. Así, en un artículo se dice: tiLa conciencia popular está adormecida», Camejo siente la suya despertarse de sus atavismos y de que la manada de sinvergüenzas le empiezan a dar vueltas alrededor de su corazón, que él cree ajeno, extraño, y exclama furioso: UNO hay quien me pueda demostrar que todos esos no son sino una manada de sinvergüenzas». Camejo está en su esquina, pero la ciudad de Camejo es interna. Por las calles de esa ciudad caminan sus rudimentarias pasinnes, y él, desde la esquina de su mentalidad ve desfilar la manada. [M. M.] LIGAS, NIÑAS.. . Es en una tienda insular, la escena. El dependiente, un pollo rosadito, de esos que vienen del campo, atiende con el pescuezo rfgido a dos pizpiretas.. . Las niñas compran vuela. El joven rosadito exclama: -Esta vuela se vende mucho. Y una de las niñas pregunta: -¿Y no se pondrá ranciosa? Y el diálogo sigue sutilísimo: -Puede usted llevarla con seguridad. Es de la que yo uso. -Bueno . .,, pues . . . . póngame.. . CCon cuántas varas tendré, ni- ña? -Cómprate tres varas y cuarta. -¿Y si luego me queda chico? -Pues cómprate tres varas y media.’ -Pues deme tres varas y media. Pero démelas bien medidas... El joven rosadito mide y da dos dedos de gracia. La niña refistolea y dice; -iJesús, Galindo! Ponga cuatro dedos, hombre. Galindo sonriendo, como un griego, añade: -Está bien medida con dos dedos, Pinito. -Jesús, hombre, no sea jilmero. -Vaya le pondré cuatro dedos para que no alegue... El pollo de la tienda envuelve la vuela y luego pregunta sonriendo: 347 -¿Qué otra cosita? Pero las niñas no recuerdan de pronto y se dirigen a la puerta. Antes de llegar una grita volviéndose: -iQuC. cabeza la mia! Me iba a olvidar de las ligas. ¿Tiene ligas, Galindo? -iLas quiert: de esas de brochitu plateado? -pregunta Galin- do más afectuoso-. Las niñas responden: -No. iAy!, de ésas no. -Niña, mejor es de elástico, x510., -¿Tiene elásticos, Galindo? -Las hay de todas clases. +áquelas a ver! Galindo saca un elástico verde. Una de las niñas se horroriza: -iJesús, este verde ñamera! Galindo entonces saca uno azul. -iJesús, este azul de hisopo! Galindo saca uno amarillo. -iJesús parece un picarraño! Galindo, fracasado tantas veces, opta por el blanco. Y saca un elástico blanco. -Mire, Pinito, para las medias negras es el más indicado. -iBlanco, Galindo? iQuite p’allá! Enseguidita se ensucia, se le quedan a uno los dedQs marcados. Búsqueme un color sufrido.. . Galindo saca un elktico de relieve azul, rosa y crema. Y hace loa de este elástico; las niñas le dan vueltas, lo ponen a la luz, tiran de él, una se lo pone en la muñeca, en forma de pulsera, y al fin dice: -No es feo. Deme de éste... Le envuelve el elástico. Galindo vuelve a sonreir y las niñas se alejan calle arriba. En la esquina tropiezan con otra joven que tambikn -Hola, -Bien. -¿Quc va de tiendas. Saludos, preguntas: niñas, jcómo les va? vuelta? -Mujer, pues a comprar unas ligas. Me hacían tanta falta. Suponte. Me estaba atando las medias con hilo acarreto. -¿Y son bonitas? -Míralas. Salen del paquete las ligas. La recién llegada hace un hocicón: -iJesús, mujer, qué llamativas son! ¿Por qué no te las compraste negras? -iNegras? Tú tienes ganas. Ouita p’allá tristezas, niña. Pa tristezas bastante tengo conmigo. [M. M.] 348 BAZAR Un señor se ha parado frente al escaparate de un bazar. Son las ocho de la noche, la calle está solitaha. En el escaparate se exhiben un montón de paneras de diversos tamaños. El señor es anciano, soltero. Tiene un aspecto de rebotica, aburrido. Parece como espolvoreado de esa luz turbia que hay en las reboticas y que Ilevan sobre sus americanas todos los contertulios de esos establecimientos. El señor contempla las paneras. Pasa algún transeúnte rezagado y el señor no se percata. Sigue sonriendo hacia el escaparate. ¿Qué le interesará a este hombre la colección de las paneras? * * ; s E R * El señor entra en una botica y dice: «He visto unas paneras de diferentes tamaños» -Y un amigo le responde, sí, en el escaparate tal- «Efectivamente -añade el señor-. Son muy bonitas.» Eso debe ser muy barato. Y un tercer señor exclama: «DOS pesetas las mayores». -Pues vale la pena- contesta entusiasmado el señor, Luego hay una pausa y todos dicen: q,Qu6 hay de nuevo?» Y se responden a sí mismos: «Pues, nada». Frotan crin la palma de la mano la galleta de sus bastones y van desfilando poco a poco mortecinos, alicaídos, hacia la calle. El señor nuestro va con otro amigo. Al alejarse de la botica, dice: «Vamos a darnos un salto al escaparate para que usted vea las paneras». Y van al escaparate. Y se detienen diciendo; «Pues, sí señor. Son excelentes». Y el amigo pregunta: «Esto de las paneras es para poner pan, ino?>, -Cierto, para poner pan. * * * A la mañana siguiente el señor nuestro ya al Casino y requiere a un botones: «Mira, toma estas dos pesetas. Vas al bazar tal y compras una panera dc dos pcsctas.r* Cuando el muchacho regresa con la panera, el señor la enseña a todos los amigos del Casino. «iHombre!u Qué barata panera. Voy a comprar yo tarnbi6n una.» Y el botones torna al Bazar y vuelve con tres, cuatro paneras. Y* los compradores de las paneras, con ellas bajo el brazo, se dirigen a sus casas. -Yo realmente -dice nuestro señor- no necesito paneras. He comprado ésta porque parece un cestito y me sirve para poner 349 los puños postizos cuando me los quito. Dejando los puños sobre la mesa se ensucian con frecuencia. -Pues yo -añade otro señor que ha comprado su panera- no sé todavía la aplicación que darle a la mía... Y así se alejan, con sus paneras, unos señores que no han necesitado paneras. * * * El Bazar tiene esta gran simpatía. Las cosas del Bazar sirven para no necesitarlas. He aquí el problema de la abundancia resuelto , tan graciosamente. Las paneras tienen esa vulgar alegría de los muchachitos hones-. tos, que llegan a nuestro lado a pedirnos unas perras para la proce- sión del barrio, Y a quienes nosotros, descreídos, les damos un real satisfechos. [H- M-1 TIENDAS -Buenas tardes, señor. -El señor es un dependiente que está apoyado sobre el mostrador de su tienda, y golpea su zapato con la vara de medir. -Buenas tardes, señor. Pero el señor no responde. Alza los ojos no más, clávalos en el rostro del que saluda, y espera. -iTiene usted cuellos de pajarita? El señor responde: LDe pajarita? No, no hay. -iY de seda? -iDe seda? Tampoco hay. iEntonces, de qué cuellos hay? El sefior del mostrador se queda estupefacto. ¿Qué clase de cuellos? Su tienda es de cuellos. iCómo averiguar, qu6 clase de cuellos precisa el fino cliente, existiendo tantos cuellos en su establecimiento? -Pues, El cliente -Y ante esta duda, contesta malhumoradu: cuellos hay de todas clases. de un modo tímido se atreve a murmurar: Busque usted los de pajarita. ¿Pajarita? -vuelve a replicar el señor del mostrador. -De pajarita no hay. Pues entonces, de seda -repite el cliente-. c*De seda? -torna a responder el señor del mostrador echando una ojeada sobre los estantes repletos de cajas de cuellos. -De seda ‘tampoco hay. Y el cliente, desconcertado, tembloroso, murmura: -iEntonces, qué clase de cuellos tiene usted? Y el .admirable señor del mostrador da su nueva respuesta solemne, austera, imponente: 350 ; E 6 d iE i cuellos hay de todas clases. Se hace un vacío en la cabeza del cliente. Sus ojos se detiene en un punto negro y luminoso. Desaparece el mostrador y la tien da de su vista. Y de pronto se encuentra en la tienda de enfrente, que vende asimismo cuellos. -i.Tiene usted cuellos? -De qué clase -responde el otro señor del mostrador, muy amable. -Pues, -Pues... pues. . de pajarita. Y este nuevo señor, que también se sacude los zapatos, pero con el zorro, le contesta lleno de sonrisas. -De pajarita, no hay. Donde encuentra usted los de pajarita, es en aquella tienda de enfrente. Y el señor que a causa de estos diálogos arbitrarios, ha perdido la memoria, vuelve a la tienda doude primero estuvo. Pero alll, recuerda su conversación pasada, y se echa a temblar, sin pasar de la puerta. -¿Cómo podre comprar el cuello de pajarita que necesito? ¿Qué hacer? -Duda, vacila, y de repente se da un golpe en la . frente. Y penetra rápido en el establecimiento. -iTiene usted cuellos que no sean de pajarita? El señor del mostrador inicia una sonrisa amarga, trágica, y lkntamente le contesta, desengañado. -iAh, señor! Los únicos cuellos que tenemos son de pajarita. Y antes que el señor del mostrador pueda recoger la sorpresa que le prepara añade el cliente con vehemencia. -Pues deme uno del número 36. De este modo ha podido comprar su cuello nuestro amigo. [H. M.] BARATILLO Nuestro amigo X, lee un anuncio: REALIZACION. Y exclama: iCaray! ¿Qué realizarfin? -Y echándose a la calle se va a la tienda. TODO A MITAD DE PRECIO. X se encuentra delante de una colección de felpudos, iA c6mo cuestan los felpudos? -pregunta al tendero. Y .el tendero exclama: A cincuenta céntimos cada uno. iCielos! -di& interiormente nuestro amigo X.- Antes estaban los felpudos a cuatro pesetas. Me ahorro tres pesetas y medía. Y luego, en alta voz, dirigikndose al tendero le grita: LCuBntos hay? -Me quedan veinte responde el tendero. Pues demelos usted, 351 se va con el mozo de la tienda, que lleva los felpudos a cuestas, camino de su casa. La señora de X le aguarda emocionada en la meseta de la escalera. -iQue has comprado X? -Felpudos, -dice X-. LFelpudos? -exclama estupefacta la señora. iPero si tenemos dos! -Ahors tendremos veinte más ,-replica X arrugando el entrecejo. -iPero, hombre, por que has comprado veinte felpudos? Hay para un siglo -repite angustiada la señora.- Pero X enfadado, dice con cierta energía: Me han costado a cincuenta céntimos cada uno. Era una estupidez no aprovechar la ocasión-. iTan baratos? -exclama ahora alegre la señora. -iLuego hay un baratillo? -Sí, añade X. -Y hay un baratillo en la callc de Triana. Y la esposa, entusiasmada, se pone el velo, coge veinte duros del cajón y corre a la tienda del baratillo. Entra. La tienda esta llena. La señora se detiene mirando curiosa los estantes. De pronto, ve un aparato de hierro pequeño y fuerte. -¿Qué es ésto? pregunta al tendero. -Y el tendero, solícito responde: -iAh! Eso son aparatos para partir nueces. -¿Cuánto valen? ilice la señora.. -Una peseta cada uno. -Luna peseta? -Y la señora medita y recuerda: -Antes valían tres pesetas. -Después, añade en alto. iCuántos les queda? Unos cien, exclama el tendero. -Pues demelos todos. Y la señora saca de su bolso los veinte duros y paga el ciento de aparatos para las nueces. Cuando entra en su casa, el marido la recrimina, pero cuando descubre el hombre lo barato que son baila locamente en el pasi110, con un felpudo y un aparato en cada mano. En esto suena el timbre. Es el cobrador de la luz. Hay que pagar tres duros de luz. iDónde están los tres duros? ¿Tú tienes X? -inquiere la señora. No tengo, responde X. Y ella añade. Los veinte duros que tenía, los gaste en los aparatos. -Pues venga el mes que viene- le dicen al de la luz. Y se quedan los esposos cabizbajos, mohinos, pensativos mirando los felpudos y los cascanueces. Al día siguiente le piden la firma a un amigo, para seguir comprando en el baratillo. El baratillo no es una solución de la pobreza. Nosotros hemos conocido mucha gente que se ha arruinado en los baratillos. [H. M.] 352 VIOLINES.. . Suenan, cn cl silencio de esta calle un poco absurda, por lo retirada y oscura, dos violines. ¿Dos violines? -¿Qué tocan estos violines? Nada. Solamente están afinándose. Hay una funcibn religiosa en perspectiva, sin duda. iPor qué nos intriga esta sencilla historia de los dos violines? ¿Qué tienen de extraño? Acaso ninguna cosa. Y sin embargo... Cierto será 10 de la función religiosa. Ya no hay conciertos; no aparece, cercano, ningún baile. iY los violines afinan sus cuerdas en la noche! ¿Quiénes son estos hombres de los violines? Nosotros conocemos a todos los violinistas de la localidad. En la pequeña ciudad no es posible que nadie oculte su afición. Pero en esta calle, no viven esos violinistas conocidos. Son dos violinistas nuevos, bizarros, porque en tanto afinan, rozan de paso, fragmentos de música popular. Uno ha tocado NBanderita tú eres roja» iQué sensación m6s profunda hemos sentido al oír esta pieza! Nos acaricia un recuerdo madrileño. La pieza no es salida del numen de Mozart, pero tiene una emoción entrañable, rara. iQuién será este violinista escogido? El otro violinista, toca al pasar también el «Relicario». El «Relicario», es un cuplé sentimental, dulce, que afloja las extremidades inferiores. ~NO habéis sentido nunca esta emoción descuajante, esta emoción de las piernas que tiemblan, impotentes de sostener la sacudida emocional del alma? -El «Relicario», nos trae el recuerdo de Raquel Meiler, la más grande artista que’vieron las ciudades. Esta Raquel Meller, es genial en su gesto, en sus actitudes. Una vez se retrató trepidante en un periódico: «Nuevo Mundo». El violinista, con este rasgo de preludiar el «Relicario», ha servido nuestra emoción musical de lo noche. Raquel Meller trae asimismo memorias madrileñas.. . Raque1 es una de nuestras debilidades. La recordamos una tarde en el Louvre ante la Venus de Milo. Raquel presenciaba emocionada la clásica belleza. Nosotros, desde un rincón oscuro de la sala, la contemplábamos satisfechos. Raque1 se rascaba una rodilla por sobre el traje. El traje se le plegaba, como el paño que cubre las piernas de la Venus. Raque1 tarareaba ante la helenica escultura, su canción favorita: *EI Relicario». Era como el homenaje sencillo del «jongleur de Notre Dame». Al sentir el violín y el «Relicario», nuestro espíritu, un poco rebelde, ha caído en la cuenta de su terrible, pasado error... Violines de esta calle absurda y oscura, violines tan profundamente entrañables, violines sutiles, que no podéis afinar, sin rozar las bellezas líricas... No sé si mañana váis a tocar un Tedeum, o el 353 Ave Marta de Gounod; quizás entonces tendréis más excelsitud litúrgica, pero esta noche, habéis acertado con nuestra situación anímica. con la situaci6n anímica de todos... Si todos los violinistas nacionales fueran tan comprensivos... [H. M.] UN SEÑOR CON DOS BOTELLAS Aún quedan hombres heroicos. Es de noche, y la calle solitaria está propicia, pero, en la esquina por donde fatalmente se ha de pasar, hay una luz delatora. Las tiendas están cerradas. Ninguna persona puede beber, ni comer ostras si no las ha preparado con antelación el sábado. La perspectiva para el ciudadano insular este día es realmente sofocante. Sin embargo, bajo la luz de la esquina surge un hombre. Va deprisa, casi huyendo; de lejos; su silueta parece la de un soldado que llevara una carabina en cada mano. El hombre corre y se cobija en la sombra de la calle. En el lugar más oscuro estamos nosotros. El hombre se acerca. ¿Que lleva? iAh, una botella negra en la diestra y en la siniestra una botella blanca! ¿Qué botellas son ? illeva aguardiente la botella oscura, la clara anisete? -El hombre avanza: nosotros retrocedemos y le seguimos de cerca. Nuestros ojos taladran un agujero claro en la sombra. Descubren al fin que las botellas que lleva el hombre son de agua de Firgas... Este hombre, indudablemente, juega a la brisca con unos amigas en la accesoria de su casa. Los amigos han sentido sed, pero el hombre, más sed que ninguno. Por eso él se ha decidido a salir en busca de las botellas. Una botella será, sin duda, para su exclusivo uso; la otra para los demás compañeros. Todos los hombres honestos que se pasan el domingo jugando a la brisca se toman dos botellas de agua de Firgas. Cuando pasamos por estas accesorias, iluminadas turbiamente, podemos ver, como junto a las patas de una mesa de pino, donde unos hombres juegan a la baraja, hay unas botellas de agua agria medio vacías. Algunas veces al pasar, sorprendemos al bebedor que mantiene las cartas con la mano izquierda y empina, con la derecha, la botella. Despues, este hombre hace un ruido con la garganta y escupe hacia la pared. Las botellas de agua de Firgas tienen un alma sencilla, de accesoria modesta; ellas se pasan calentándose en unos estantes toda la 354 semana, para que el domingo, estos jugadores de brisca, las saquen de su cautiverio. Por otro lado, no puede haber brisca sin botella de agua agria. Y este hombre cabizbajo que llevaba esta noche dos botellas, es el hombre predestinado a esa desagradable sed que se. siente en las accesorias, los domingos, y que la botella de Firgas no podrá saciar nunca.. . Apuntemos en nuestro carnet, con elogio sentimental este recuerdo; sonriamos dulcemente, ante la estrecha relación que existe entre la brisca y las botellas de agua agria. [H. M.] FIEREZA FRACASADA iQué tiene esta tienda? ¿No había en esta puerta un prospecto’ agradable esta tarde ? ¿.Y cómo dos horas después, el prospecto ha desaparecido? -Nos acercamos: las huellas del prospecto existen; en un clavo diminuto queda todavla un pedazo de cartulina. Este prospecto ha sido arrancado violentamente. iQuién lo arrancó? Un muchacho no ha podido ser; estaba el prospecto demasiado alto. Ha sido, sin duda, un hombre de bastón; un señorito. Nosotros vemos a estos señoritos a quienes el bastón les es extraño, divagar por las calles, dando golpes en las paredes con el bastón; golpeando el muro del puente, arrastrando la contera de un modo estrepitoso. TambiCn hemos visto a estos señoritos cómo van metiendo la punta del bastón en los anuncios de las carteleras, en los pequeños prospectos que están sobre las puertas de las tiendas. Con una saña significativa destruyen todas estas cosas débiles. simpáticas, alegres. iPor qué los señoritos odian estos anuncios artísticos, estos reclamos de colores brillantes? Quizás el señorito sienta celo de clase; ciertamente, un señorito engomado, planchado, oloroso, no es más que un cartel anunciador. iPero cómo es posible que estos señoritos no comprendan la necesidad de la vida de estos anuncios, si entienden la raz6n pueril de su existencia ? A veces la desaparición de un señorito puede tener menor importancia que la del cartel. El cartel suele ser poseedor de una gracia original, artística, que este señorito uniformado de figutín no podrá lograr nunca. En todos los lugares civilizados los carteles se respetan; hay además el culto del cartel. Ellos alegran las calles durante la noche, cuando las tiendas han cerrado sus bocas. ¿Qué instinto extraño es éste de romper carteles con el bastón? 355 ¿De qué remota conciencia viene este instinto? -Es, sin duda, un caso de fiereza fracasada. Este señorito, probablemente naci6 con otro destino: la vida casera, el ambiente gris, adormeció su Animo, pero de vez en vez, el recóndito impulso cuaternario le brota y rompe, rechinando los dientes de odio, los inofensivos prospectos de las droguerías y de las tiendas de coloniales... [H. M.] UN PEQUEÑO PROBLEMA ¿Qué ha visto en nosotros este muchacho de la calle? Nosotros vamos con una mala cara de facinerosos. Cualquier cosa nos ha producido este esplín. Pero el muchacho no se percata y se dirige a nosotros. Y nos pregunta: iQuién juega mañana? ¿Qué es esto? ;OuiCn juega mañana? Se mete el problema dentro y nos desazona. No podemos entender. ¿Por qué este muchacho no nos ha pedido candela? -Nosotros hubiéramos podido complacerle. ¿Por qué no nos pidió un cigarro? -Tenemos nuestra petaca repleta, ¿Por qué no solicitó una limosna? Es un muchacho andrajoso,, un poco triste. Todo esto podíamos habcrlc dado. Pero ¿qu6 kx:er antc: su pregunta? El muchacho aguarda. Nosotros, casi siempre sentimentales, sentimos una infinita zozobra. ¿Quién juega? iQué juego? jOh, es el foor-ball! El muchacho recuerda que mañana es domingo. Necesita saber quién juega. Y aunque no nos conoce, sospecha que debemos ser deportistas. No, queremos desengañarle. ¿Qué sería de nuestro prestigio si el muchacho sabe que no nos interesa el foot-bah? -Cuando nos vea pasar otro día, dirá: «Ese señor es un babieca». Nosotros para evitar este adjetivo, terrible, queremos contestar al muchacho. Y buscamos en nuestro meollo una respuesta ambigua, una respuesta que no nos haga claudicar de nuestra idea, pero que al mis- mo tiempo deje satisfecho al muchacho. iQuién juega mañana? Espera a ver -respondemos. Y fingimos recordar.. . Hoy he visto anunciado... Me parece que es el Marino y el Santa Catalina... El muchacho nos mira. El sabe que mañana no juegan estos dos. Y como al decir «Marino» nosotros involuntariamente hemos sonreído, el muchacho sospecha que somos marinistas y como él es del Santa Catalina, se aleja mirándonos con desprecio. Los golfos han perdido su simpatía. Antes pedían diez céntimos que les faltaban para el cine; hoy, son deportistas y se engallan con el transeúnte que es contrario 356 Nosotros hemos sentido un enorme vado espiritual ante este muchacho. Nunca podremos aspirar a un puesto público. Siempre que intentemns snlicitar el voto del pueblo no encontraremos si no antipatfa, rencor en las clases populares. [H. M.] EL MAL GUSTO Nuestro amigo X es un aficionado a escaparates. El es un hombre rentista y como no ha tenido nunca qué hacer se dedica a observar escaparates. Posiblemente si el arreglar escaparates fuera una carrera de esas llamadas cortas, como Correos y Telégrafos, el amigo X la hubiera estudiado. Cada vez que se para ante un escaparate, lo desarregla con su imaginación, y lo confecciona a su gusto. De la misma manera mental que esos hombres indecorosos desvisten a una dama arrogante en la calle. Nuestro amigo X no encuentra en la ciudad sino un solo escaparate arreglado con gusto. Es un escaparate luminoso que tiene siempre bellas telas, suaves y maravillosas telas, que estando de tan gentil manera colocadas en el fondo, parecen cubrir algunas formas femeninas de las llamadas helénicas. Todos los demás escaparates los halla desastrosos nuestro amigo X. Hay siempre en las poblaciones pequeñas un señor «entendido». Bien en arreglar ambigús, bien en colocar arcos, bien en pegar abanicos de marfil. Cuando una dama tiene uno de estos abanicos rotos se queda desolada. iYa me quedé sin abanico! -piensa la señora. Pero otra señora le indica que hay en la ciudad un solo hombre capaz de componer ese abanico. Este hombre vive en una calle que nadie conoce. Y así suelen darse las señas: aLUsted sabe dónde está la calle aquella que pasa por el barranquillo que está junto al Parque? Pues toma usted la mano derecha, y al llegar a la primera boca callc, tucrcc usted hacia la izquierda. En la cuarta o quinta casa hay una panadería... No sé si al lado, o frente por frente a esa panadería vive el hombre que arregla el abanico.» Este mirlo blanco es un hombre misterioso. Poco a poco va adquiriendo clientela. El nunca sospechó que arreglar abanicos fuera negocio. Y un día se encuentra la casa llena de damas con abanicos rotos, sin haber sabido ninguna donde él vivía. Un hombre, con el alma así, es nuestro amigo X. Pero en vez de dedicar su afición a los abanicos, la dedica a los escaparates. Y si en lugar de ser rentista fuera pobre, no podría de ninguna manera poner en ejercicio económico su afición. Ha de quedarse en diletante. Nadie llama a nadie para que le arregle su escaparate. 357 Por eso nuestro amigo va por las noches al Parque, y contempla curioso los escaparates de Triana, como un simple coleccionista de sellos. Y no halla ningún escaparate bello. iPor qué será esta cosa tan amarga? Unos escaparates con alfombras feas, parecen viejos catarrosos envueltos en bufandas; otros, con trajes de niños ridículos, como para alquilarlos en el día de la Naval; otros, con unos zapatos desteñidos, demostrando la inestabilidad del tinte en el becerro; otros, con esas polveras de cristal y plata, con un cristal empolvado y una plata sin baño, roñosa... iOh, no es posible! Nuestro amigo X, si tuviera cierto valor espiritual, si pudiera tener osadía en un ambiente rutinario, pondría una academia para arreglar escaparates. Sí, sí -nos dice- tres cursos, tres cursos son precisos. Y en el último, en el del doctorado habría que probar una extremada sensibilidad en el tacto. Esas telas estupendas que parecen de oro fino necesitan, de una mano experta y voluptuosa para ser colocadas con decoro. [H. M.] CON LA MUSICA A OTRA PARTE Hace 50 años, un periódico local anunció que la banda militar de entonces amenizaría la temporada de invierno en la Alameda, y otro periódico se extraña de que esta banda vaya a tocar piezas de música en un lugar desierto. Así, nos lo recuerda hoy, nuestro amable y retrospectivo colega «La Provincia». La gente de aquel tiempo no tenía otro espectáculo que esa música y alguna velada teatral donde se representaba un drama terrible y gracioso, «De potencia a potencia». Pero casi todo era en verano. En invierno, antaño, como hogaño, la gente se metía en sus casas. Pero siempre había un extraño innovador de cosas raras. iQuién fue el insular que se le ocurrió esas tocatas en invierno? Nosotros alcanzamos más, pero eran al mediodía, si el tiempo estaba por permitirlo. Un hombre patriota, sencillo, buscaba algo con qué amenizar la vida. Querfa sin duda civilizar a la ciudad medio salvaje, a la ciudad huraña que no tenía valor para dar cara al invierno. ¿Qué hacer? -se dijo este hombre ingenios-. En las grandes ciudades hay óperas. La gente no se asusta del invierno. Aquí no hay nada. Hay que buscar algo. Y en un arranque de entusiasmo pensd en esa música. Y en otro arranque patriótico logró del Gobernador Militar que la banda del batallón amenizara unos paseos de invier358 no. La banda estaba conforme porque tenla un kiosko en el que se guarecía, y no sabemos si lo estaba la gente. Pero otro periódico --cl funesto periódico dc la oposición- protestó dc esa música invernal. ¿Y qué dijo? Las cosas absurdas que dicen siempre los periódicos de las oposiciones. -Que si llovía, la gente se mojaba, que el caracolillode la Alameda era fatal para el reuma, que probabtemente las tocatas serfan a los bancos. Y como el enemigo es el que vence, he aquí que nadie va al paseo; que la banda tocó un día el preludio del «Anillo de Hierro» y que nadie lo oye. Y así pasan los días hasta que la banda se cansa de tocar. Y el hombre patriota que logró un éxito espontáneo, se ve perseguido en su idea, y tiene que decir en el Casino la consabida frase que aún no ha variado. -En este país no se puede nacer nada... [H. M.] ESPECTACULO m NATURAL f más conmovedores para nuestro regocijo es la aparición de los municipales, Plaza de Santa Ana abajo. Estos municipales hablan aprisa todos juntos, como si Uno quisieran de los espectáculos atiborrarse mañaneros de conversación para el día, para cuando es- tan solos después, en sus esquinas correspondientes. Las palabras se las envían unos a otros por almudes, la recogen con viático y las guardan. Luego, nos explicamos la incomprensible sonrisa del municipal, durante el día, parado ante una esquina inexpresiva, muda. No sé por qué, al ver a estos municipales en bandadas nos los imaginamos húmedos, como si salieran a secarse con el sol del mediodía. Ese casco -degeneración del antiguo hongo- parece que ha recibido durante la noche un bano de sereno, pero el sereno celeste, que hay otro sereno por la noche que se pone el casco y no lo humedece tanto. Caminan sin ritmo, los municipales en la mañana; el sable, poco marcial, da unos saltos en el aire como cualquier bastón civil manejado por una señoril mano. Las rodilleras de los pantalones se ven más claras, como si en lugar de poner los pantalones en uno de esos aparatos que los estiran, les colocasen unas rodillas de madera, unas hormas de rodilla, que sostuviesen la integridad de ia rodillera, durante la noche. Los zapatos de reglamento también lucen de un modo diferente. El polvo del dfa anterior se conserva, sin despertarse, sobre el 359 E 50 becerro flamante. Es un polvo dormilón y perezoso, para el cual no puede haber ni la salvación de una ducha. Pero los municipales van contentos. Ciertamcntc cs un %ran oficio el de municipal. El ideal de hombre es una esquina, y el espectáculo cinematogrlfico de la calle, va infantilizando el ánima de tal manera que el municipal no podrá nunca evitar una pendencia. El municipal es tierno y amoroso como el hombre que es dueño de la esquina. La esquina tiene un leve ambiente de novio: el novio de la esquina es la personificación de la ternura. El municipal, sin quererlo, recoge esta ternura que lo hace poco enérgico, y así vemos que pasan los años y el municipal se vuelve viejo sin una herida. El no ha visto una riña, no ha sentido jamás un pito de socorro. Elogiemos a estos guardadores de un orden que jamás se altera, de un orden compasivo y generoso con el municipal, de un .orden que como no ignora en el aprieto que pondría a estos fieles padres de familia, se pasa el día incólume, inalterable... [H. M.] LA MUJER DE LAS 365 MISAS Todas las mañanas nos encontramos a esta mujer bonita. En el mismo sitio, con el mismo libro de misa bajo el brazo, aparece. Hace un año que es nuestra amiga silenciosa. Nosotros le contemplamos sus lindos zapatos brillantes y ella baja los ojos. Luego volvemos la cabeza, y la vemos entrar en la iglesia. Esta muchacha oye una misa diaria; es la de las 365 misas anuales. Nosotros vamos a nuestra oficina; somos los de los 365 expedientes al año. Pero ella va con un regocijo interno a su misa y nosotros algo desencantados. @!mtas veces, en medio de nuestra pütcsta interiül , hemos pensado cn la eficacia culinaria dc estas misas! ¿Pudiéramos nosotros alimentar nuestra vida corporal asistiendo todos los días a una misa? Algunas veces nuestro natural incrédulo se olvida y penetramos en la iglesia y nos sentamos en un banco. Hay aquí una grata paz que habíamos olvidado; el espíritu siente un frescor de suave primavera. El sonido de un órgano, el aroma del incienso, hasta los sigilosos pasos del visitante son los más íntimos motivos de armonía para el alma. i.Es esto lo que lleva todos los días a la muchacha linda a la iglesia? Por un vitral entra la luz de mil colores.. iEsto es un sueño juvenil? El sol de las mañanas atlánticas atraviesa las piedras y da 360 a las iglesias el tono divino de los jardines umbrosos. ¿La muchacha linda, percibe estas sensaciones misteriosas? Al verla pasar meditamos ligeramente. Es injusto, acaso, creer en que las feas son las que sólo tienen fe, Nuestra maldita indiferencia no concibe ya la pura sensación mística... Sin embargo.. . , nosotros quisiéramos hacer una iglesia en la Plaza de Santa Ana, una iglesia sin órgano, sin luces discretas, a pleno viento, donde no se pudiera recatar la delicadeza del alma. iIría entonces todos los días esta muchacha a misa? No, no iría nunca. La hemos visto ayer dentro de la Iglesia: era más bonita que nunca. El sitio que elige es el más tenue de luz; la luz la acaricia y le da una ternura que probablemente ella no ha sospechado. Pero se ve retratada en los metales que cierran el libro de misa. Se ve pequeñita, como una miniatura de porcelana, y cuando nos parece en éxtasis, meditativa sobre el devocionario, es cuando más humana está. La muchacha linda va todos los días a contemplarse media hora sobre el metal de su libro. Ella comprende la belleza que el silencio, el aroma y el sonido místico da a su rostro rosado e infantil. [H. M.] LIMPIEZA INAUDITA Ayer ha sido sorprendida la cotidiana paz de esta villa con un rumor estrepitoso de mangueras. El barrio de Vegueta silencioso y pacífico estaba ayer erizado y frío. ¿Qué ocurrfa? Pues que nuestros amigos los can6nigos fregaban por primera vez en su vida la falda de la Catedral. Decimos la falda porque la manguera no alcanzaba más alla de la cornisa de los arcos centrales. Hoy ha amanecida esta falda limpia y el resto m6s sucio, porque el brillar de lo limpio hacía resaltar lo sucio. A la ciudad le ha gustado esta limpieza, pero los canónigos están regocijados. El polvo venía a ser para ellos como un remordimiento. ¿Qué razón ha habido para esta limpieza enérgica? LDentrose habrá limpiado también la Basllica? ¿Y los roquetes de los mona- guillos se habrán sustituido? -Esta actividad de nuestros amigos es una cosa extraordinaria. iA qué obedece? A un señor Obispo. Ese señor Obispo va a llegar. Los canónigos quieren despistar al señor Obispo. Cuando tengan que adornar la basílica, ya el señor Obispo estará acostumbrado a los señores canónigos y no le extrañará las cosas cicateras. Si el señor Obispo 361 llega a venir la vfspera de San Pedro Mártir, hubiera sido un conflicto tremendo para los señores canónigos. ¿Qub iban a hacer con los cabos de vela que sobran del año pasado? La limpieza de la Catedral es un acontecimiento. Por eso queremos nosotros dejarla anotada en este dietario nuestro, Hoy, al ver tan brillante la canterfa hemos dirigido la vista a los ventanales verdes de la torre del ascensor. Estaban tupidos de polvo. ¿Serán lavados también estos cristales o el señor Obispo no podrá verlos? Probablemente, el señor Obispo, como corresponde a todo buen Obispo, dirigirá su mirada a lo alto y se encontrará con estos cristales. ¿QuC dirán los canónigos entonces? ¿Qué más cosas han limpiado. 3 iEntrarán en este orden de limpieza las sotanas verdosas, de algunos beneficiados? ¿QuC hará el señor Obispo ante este prado ameno que son estas sotanas por la parte del cogote? ¿Creerá el señor Obispo que los corderos de su grey pastan sobre estas sotanas? iOh, amigos canónigos! iOh, limpieza inusitada! ¿Cuánto tiempo estará rigiendo esta Diócesis el señor Obispo? ¿Diez años? iQuince años? iVeinte años? La Catedral volverá a ser limpiada dentro de veinte años. Cuando venga un nuevo señor Obispo. [M. M.] UN PAPEL SUCIO Esta mañana, al pasar por la Catedral, hemos distinguido un pequeño envoltorio de ‘papel sucio, escondido en el hueco que al abrirse hace una de las verjas de entrada. Dirigidos por un señor canónigo, unos pintores y unos barrenderos daban los últimos toques al atrio. Pero ninguno vio el papel, y nosotros regocijados nos callamos. Ese papel presenciará desde su rincón la llegada del se- ñor Obispo. No es posible en un segundo acostumbrar a la Catedral a la limpieza. Es como uno de esos señores que han sido sucios toda la vida, y un día se compra ropa y se la ponen, sin advertirlo, con un cuello de borde oscuro. La Catedral, anos y años desidiosa, no sabe ciertamente que hay, para ser limpio del todo, que pasarse una puntillita por las uñas de luto. La gente sale flamante siempre, pero apenas uno se fije un poco la verá con un cerco negro dentro de las uñas. La Catedral no va a ser mejor. Ese papel, que se esconde como un gato, permanecerá todo el dfa allf, y como aquellas escobas famosas que estuvieron años en 362 los ventanales traseros, continuará hasta la llegada de un nuevo Obispo, si entonces lo advierten, que puede ocurrir que no. Ese papel es nuestro más regocijado amigo de hoy. Tiene toda la pillerfa de un ratón y el humorismo de un conejo que salta y se escurre. No sabemos nunca hasta qué punto de gracia puede llegar una cosa que parece no tenerla. Por si era error nuestro, pasadas dos horas, hemos vuelto a pasar or la basflica y alli estaba el papelito. Los automóviles se acerca ! an, las campanas, limpias tambien, se regocijaban en la altura agitando su buena lengua; la muchedumbre agolpábase en la Catedral. Todo el mundo estaba contento. Los amigos canbnigos, descargada su conciencia higiénica, miraban radiantes la tersura de la basflica; pero el envoltorio del papel, detrás de la verja, hacía guiños y se sonreía largamente. No, no es posible prever el destino. Desde el más antiguo día escribió Kalam en el libro de la creación que esta basílica no podía ser aseada. Y cuando todos creyeron que sí podía serlo, la fatali- dad en forma de envoltorio sucio de papelito aparece implacable. Resignémonos. El claro emperador Marco Aurelio ya hubo de advertirlo. Calma. Deja que la Parca urda tu destino como sea. La Catedral es, como todos nosotros; juguete de la referida Parca. [H. M.] POST-FESTEJOS Nos gustaron mucho las banderas sobre la Plaza de Santa Ana; nos gustaron más los gallardetes. No los habíamos visto nunca. Nos gustó la iluminación. iPor qué siempre se ilumina lo mismo? ¿Por quk la Catedral y el Ayuntamiento tienen igual alegría? La torre del ascensor se alegro por primera vez; llena de luz se erguía sonriente en la noche; pero iluminada sin velas, sin esas velas que se pegaban al cristal, como presidiarios detrás de unas rejas. La luz de la torre venía de abajo, como si fuera un soplo, y era ademas una luz delatora porque nos descubrfa el forzado esmeril dt: lus cristales. Nuestros amigos los canónigos se esfuerzan en iluminarlo todo; cuánto mejor fuera evitar esa luz y dejar las cosas entre la suave penumbra que hasta hace pardos los gatos. La Catedral, que cotidianamente es parda, estaba el domingo mas parda aún. Pero celebremos la desaparición de las velitas, aunque las velitas tenían un encanto ingenuo de hospicianas en una procesión. Esas velas nos contemplaban absortas detrás de los cristales, y nosotros, al pasar decíamos: excelentes muchachas, pobres mucha363 chas. Eran como unas velas sin padres; parecían compradas en esas remotas tiendas de San José o de San Roque, donde las velas adquieren un color amarillo seco, donde parecen enflaquecer, aso- madas al paquete, bajo un medio racimo de plátanos y entre unos botes de cristal azul llenos de madejas de estambre, de sopladeras y de raspaduras. Nuestros amigos los canónigos, han protegido siempre a estas velitas. Nosotros llegamos a sospechar un día si era la intención de nuestros amigos hacer del solar famoso un asilo para recoger a estas velitas huérfanas. Pero, esta vez, hemos quedado sorprendidos. ¿Dónde habrán ido a parar las velitas de los can6nigos? Hay en la sacristía de estos canónigos una enorme vela, así como un Abraham de las bujías, una vela bíblica y paternal. ¿Habrá decidido esta vela recoger a las velitas de la torre? Sí, sí; las velitas han ido a cobijarse cerca de la vela grande, buscando otra vez el calor de su pequeña llama, esta pequeña llama que nuestros amigos los canónigos no han querido volver a dejar arder. [H. M.] NUESTRO AMIGO BARRANCO Hace 50 afios también anunciaban los modestos periódicos locales la llegada del barranco; las lluvias que habían por la noche cuando todo el mundo descansaba, et viento que arrancó una rama del laurel de la Alameda. Así la hemos visto estos dfas en una de las revistas que «La Provincia» reproduce. Y es que entonces, como ahora, la única cosa conmovedora eran estas rápidas variaciones de la naturaleza. Aquellos periódicos, como los nuestros hogaño, nada tenían que decir. Y se agarraban de una rama desgajada para llenar un hueco. Nosotros, ante un igual caso hoy, nos prenderemos del amigo barranco para llenar las cuartillas de siempre. «El barranco Guiniguada corrió anoche. Seguramente las lluvias en el campo deben haber sido copiosas.» Sí. El barranco no tiene personalidad. Necesita para su vida que en las cumbres lo enfogueten. iEstá mal dicho así? -Ha llovido. El barranco discurre; si alguno de nuestros amigos tuviera también esta virtud en el . . mvlerno... Hemos contemplado el barranco, con los admiradores del barranco, desde el puente. Con este motivo, mientras mirábamos el enorme desayuno que parece ser el agua de este barranco se ha hablado de la necesidad de ensanchar el puente. -Esta es la reforma más urgente. -Y los admiradores del barranco, que son generalmente señores que viven en las Alcarava364 neras o en el Puerto, cabeceaban gravemente, en tanto el agua corría. iQué raro, este barranco! Apenas llovió aquí y no podía uno sosoechar que hubiera barranco, Estas frases las pronunciaban en el puente, pero al llegar a sus casas, en el momento en que se trahan la punta de la servilleta en el cuello de la camisa o acercan con solemnidad la silla dicen: El barranco vino. -iVino el barranco? -repite la esposa-. Y como la criada que fue a la Plaza nada había dicho, la señora exclama: «pino, viste que vino el barranco y nada has contado». En otro lugar del mundo aparece de pronto una nueva corriente filosófica, política; otros hombres dc otros lugares se estremecen con una idea: nosotros tenemos como única agitación psíquica, la llegada del barranco. El barranco llega, y lo vemos, desde el puente, desenvolver su corriente, como si ante una cátedra sorbónica escucháramos el rumor de una cabeza ilustre, y víeramos cómo se metía en nuestro espíritu una onda luminosa de ideas. El barranco es mejor, más fácil y más bello. Ademas parece una cosa alimenticia, y esto siempre es un consuelo. LAS NATILLAS En esta esquina hay SIMULTANEAS una enorme natilla de lodo; después toda la calle está limpia y tersa. En aquella otra esquina vuelve a aparecer otra natilla entre dos trozos de calle brillantes. Todo se puede limpiar menos estas natillas de las esquinas. ¿Por quC es esto así? La persona aseada tiene una camisa limpia, pero otra prenda de vestir, no tan limpia. No es aseado, pues, pero lo aparenta. Y lo extraiio es que no puede tener sucia la camisa y tolere menos limpieza en la otra prenda. Rarezas de la sensibilidad. Un señor se limpia las uñas con un cuidado extremoso y en cambio goza de su lengua con pasearla voluptuosa por sobre los dientes grasosos. Así muchas cosas humanas. La ciudad también tiene este deseo. Está limpia por un lado, mas necesita las pocilgas de sus esquinas para refocilar su deseo misterioso de porquería. La ciudad tiene el alma de sus habitantes y hace una esputualidad más dilatada. Con estas natillas nos pasa- mos el invierno, aunque sólo llueva un día. Las calles se van secando, pero las natillas no. Y cuando el verano llega, siempre quedan las natillas, mas endurecidas, como esos mazapanes de las tiendas de comestibles que se quedan sin vender por Pascuas. Desde nuestra infancia somos amigos de estas natillas. Han pa365 sado algunos años; han recorrido los municipios nuestros ediles llenos de proposiciones y ninguno se ha acordado de estas natillak que son como aquellas escobas que tenían los canbnigos en los ventanales de la Catedral, son parientas de las banderas de San Pedro Mártir, primas hermanas de las alpargatas de aquellos hombres que se ponen debajo de los tronos de Semana Santa. Forman parte integrante de la ciudad, como un parque, como una estatua. Estas natillas deben ser consignadas en una guía como los pantanos de Africa, y las arenas movedizas de aquella ciudad francesa cuyo nombre no recordamos ahora. Cuando la ciudad entera esté asfaltada habrá que hacer unos pequeños estanques en las esquinas de las calles y confeccionar en ellas estas natillas, para que la ciudad no pierda nunca su carácter histórico. [H. M.] INFLUENCIA Ahora empieza el catarro oficial. Ya un periódico ha dicho: «Se encuentra ligeramente enfermo don Fulano». «Ligeramente», es el catarro, y este don Fulano es el sujeto más feliz, porque cuando Jleguen las pascuas y el año nuevo ya no tiene catarro ninguno. La gente, que no puede evitar el catarro, desea tener el catarro pronto. Algunos oficinistas desean empezar un lunes. Nada más terrible para este hombre amigo que sentirse la *puntada» un viernes a la noche. Esto representa un goteo nasal durante el sábado y el malestar del cuerpo todo el domingo. Nosotros vemos a nuestros amigos cruzar la ciudad con abrigos y bufandas para evitar el catarro, pero el catarro es pérfido como la rubia AlbMn, enrra y se refocila en esos pechos lan wnfor lablcs. El catarro, como el hombre, necesita que lo echen a fuerza de desaires. Habrá observado el lector que en los pechos más abrigados dura el catarro más tiempo. Llegó la oficial influencia. Se vende, por esta época, tanta aspirina como mazapán de Toledo. El hombre se incomoda, cuando el catarro no le viene antes de la Concepción, porque casi siempre la Concepción cae en un día de trabajo, y este año pegada a un domingo. ¿Cbmo no va a desesperarse nuestro amigo el tenedor de libros si el catarro entra la víspera de la Concepción, y tiene que pasarse esos dos días de fiesta en cama? Sí. Los días feriados no se debe hacer nada: ni sentirse uno acatarrado. Los catarros deben tener su comienzo los lunes para 366 que allá el viernes ya la flema sarrosa haga su aparicibn y nos consuele. Los periódicos han empezado a anunciar los catarros. Nosotros llevamos también una pequeña estadística. Nuestro amigo Juan no está acatarrado aún. Lo vemos muy fuerte. Posiblemente no podrá correr la nochebuena. En cambio, nuestro amigo Pedro, que acabamos de saludar sin afeitarse, todo encorvado, con los ojos lacrimosos, lleno de quejidos, se va a divertir de lo lindo el día último del año. [H. M.] YA SE QUEMAN LAS CHOZAS Hace mil afios oímos hablar del peligro de las chozas de la Isleta. Siempre habla un señor, que en el tranvía o pegado a un farol exclamaba como si Cl fuera propietario de una idea común: «Lo que yo he dicho es que debieran prenderle fuego a todas esas casas de la Isleta».- Y no faltaba un ingenuo admirador que añadiera: «Don Fulano dice que debían arder las chozas». Y un tercero asentia solemne: «Claro ; tiene raz6n don Fulano. Aquello no tiene otra solución». . Cada año hemos oído estas cosas. Los vecinos de la Isleta han estado amenazados de un fuego como el de Sodoma, pero no ha sido posible quemarlos. Nadie se atrevió jamás. Ellos han vivido con su propio fuego, y si cada año arden es de otra cosa mhs peliaguda. Aquí han existido tres proyectos o cuatro, que han ayudado a la vida verbal de tanto congrio. Probablemente,.sin la carretera del Puerto, sin las chozas de la Isleta, sin la calle de la Marina y sin los «detritus» que se arrojan al Barranco, mucha gente no hubiese aprendido a hablar en la vida. ¿No vemos de pronto un señor en el tranvía con una inexpresiva cara, borrosa como un pan grande, que no despliega los labios, pero que mira asombrado de un lado a otro? Este señor está rumiando lo de la carretera. En cuanto sube al tranvía otro señor abre aquel los labios y le suelta el terrible pensamiento: «Esta carretera es una vergüenza». Así se desliza la. vida tradicional nuestra. Estamos en vispcras de perder nuestros motivos de conversación porque la carretera ha de arreglarse pronto y las chozas van a desaparecer. Nuestros amigos deberán ir buscando otros motivos. Nosotros podemos facilitarles uno para que se vayan entreteniendo, aunque la cosa no tiene novedad ninguna: los zapatos automáticos de los sacristanes de la Catedral. [H. M.] 367 UN SEÑOR FURIOSO i.Por qué está incomodado nuestro amigo don Ismael? Oigámosle: «Aquí no se puede vivir; éste es un país indecente». -iPero hombre, por qué ? ~Qué le pasa a usted?- «Nada, nada, que tengo un catarro que me trae frito>>. Hay señores a quienes les gusta tener catarro; se acuestan en su cama, se toman sudores, comen pa$illas del Dr. Andreu y después salen a la semana, a la calle, con un chaleco de estambre y la mano compungida sobre el pecho. Este señor considera el catarro como una cosa heráldica, y si llegara el invierno y no tuviera catarro sería como un desaire aristocrático. En cambio hay otros señores que apenas les duele el lugar del entrecejo, ya están empujando sillas y renegando del país. Don Ismael lo resiste todo: letras descontadas, facturas de comestibles, recibos atrasados de sociedades.. . , lo que no puede aguantar es el catarro. Y se echa a la calle abrigado, y a la mitad del paseo se desabriga furioso, diciendo: «No es posible resistir este calor.. .» El hombre naturalmente resiste todos los grandes dolores morales, lo que no puede soportar es el propio dolor físico. Es ésta la más pura manifestación de su egoísmo. A veces es más molesto para él un dolor de barriga que la pkrdida de su mujer. Por eso, cuando vemos a esos hombres furiosos, porque les duele un pie o un codo, pensamos en la pobre compañera, que probablemerlte estará emplazada, allá en el fondo de las conciencias de sus esposos. iCuánto mejor no sería sufrir el dolor de esta muerte reuma que no se siente, después de todo, que no.este en un lugar tan’amable como el dedo gordo! golpito de [H. M.] GRIPE INDECOROSA Hemos salido de una gripe. Es decir, no hemos salido aún. Estamos en la puerta del zaguán, como esos señores que al retornar a su oficina se encuentran un entierro frente a su casa y necesitan aguardar a que el acompañamiento pase. Estamos, pues, todavía en la puerta de la gripe, pero lo suficientemente entonados para despotricar un poco contra este mal absurdo. Comprendemos que es una cnfermcdad solcmnc, sin gran pcli- gro, pero lo naturalmente engolada, para un señor grave que tenga afición al chaleco de estambre y cierto método mental en su vida. 368 t 5 Acaso un abogado está muy bien unos días con la gripe: la gripe es para estar abrigado uno como bajo un dosel, con una gorrita sobre la frente. El abogado no se sentiría extraño con esta’postura que casi es la suya cottdtana, pero un hombre nervioso y vivo, como el infrascrito, no sabe qué hacer con una gripe. Es una enfermedad blasonada, algo así como la Sociedad Económica de las enfermedades. Un señor grave, sin gripe, cada año, es poco distinguido. Y algunos hay que, frente a otros que ya’han tenido la gripe, parecen lamentar no haberla logrado todavía: -«Hola, don Santiago, ¿dónde se ha metido usted? -«He estado en casa con gripe». -«Pues a mí este año no me ha dado ninguna».- Y el tono de la voz es igual a la del señor que no lo han invitado a un sitio esperando él que lo invitaran, y que exclama al averiguar los casos de invitación: «Pues a mí no me han invitado.» La gripe es un pretexto para toser. Y hay gentes que se pirran Por toser en ciertos momentos de su vida. Generalmente el hombre metódico es el que tiene la gripe. Ese hombre que después de comer va a una droguería o al «cuarto» de un amigo. Al salir de estos sitios dicen siempre: «Quiera Dios que no coja una gripe.» Y al decir esto, es tan pérfido, como el isleño rico que se queja de su mala suerte. Si estos hombres no tuvieran gripe Lqué sería de sus recuerdos? Cuando no aparecen en la reunión exclaman sus amigos: «Debe estar acatarrado.» De este modo se prolongan un poco los hombres anodinos, vulgares, provincianos. Además, la gripe en la gente solemne es amor; el hombre se torna tierno con la gripe; se toca el pecho dulcemente; se coloca una cariñosa bufanda en torno a su cuello. El zapato de elástico de este hombre agripado adquiere también una suavidad de piel de libro de misa; al no recibir polvo, ni betún, se va quedando el cuero mate, como si una mano religiosa lo catara todo el día. El hombre y su indumentaria toman una pátina tibia de cosa vieja, conservada, cuando la gripe va por el tercer día de desarrollo. Todo esto está bien para el hombre austero, con cierta representación; este hombre que siempre en los días de gripe lee un libro de Eusebio Blasco, y se sonríe con la misma sonrisa siempre. Pero para un hombre como nosotros, liberal, suelto y descreído, venir la gripe a acompañarle es un caso de impudor que queremos sacar a luz,. para vergüenza de las gripes que quedan todavía por venir este ario. Nuestra gripe ha sido como una vieja libidinosa y maquillada que pierde el pizco de chaveta que le queda. [H. M.] 369 CAMBIANDO IMPRESIONES Hay siempre en estas ciudades pequeñas un hombre que cambia impresiones. Cuando pequeños, recordamos los que cambiaban sellos, y después los que cambiaban la peseta. En todas las tiendas se ve entrar con frecuencia a un criado diciendo: ¿Tienes para cambiarme un billete de cien duros? Pero el hombre que cambia impresiones es el más terrible. Naturalmente el que tiene una impresión que casi siempre es desagradable, debe quitarsela, mas no entendemos cómo desea cambiarla con otra impresión. Pues así es. Escuchemos a este hombre: «Vengo de cambiar impresiones con Fulano». ¿Con Fulano? pensamos nosotros-. ¿Pero Fulano puede tener otras impresiones que las de una ducha, por ejemplo? -Sí, sí. Tiene su impresión, y su impresión cambiable. Nosotros, cuando hemos tenido impresiones, nos ha sido difícil quitárnosla de encima, y cambiarlas mucho menos. Sin embargo, hay señores que creen en este cambio; más aún, que viven creyendo que cambian impresiones. El hombre que cambia impresiones, es el que no tiene impresiones ningunas, y que llama impresion a cualquier cosa. Si ocurre un suceso que a él no le atañe busca a un amigo que tampoco le atañe, y se ponen en una esquina a cambiar unas impresiones que no tienen, después se retiran y al encontrarse con unos terceros señores dicen solemnemente: «Ahora mismo he estado cambiando impresiones con Zutan0.n Y aprovechan el encuentro con el tercero para seguir haciendo el cambio. -A veces llegan a casa, con el bolsillo espiritual repleto de calderilla sensible, de tanto cambio de impresiones.’ La ciudad está llena de estos amigos. Ved como son: un poco duros de fisonomía, pero con desinterés optimista en los labios. Derechos de cuerpo, muy amables con todos los demás semejantes, a quienes necesitan tener propicios para este negocio del cambio. Nunca creen en la desdicha ni en el momento catastrófico porque como no cambian las impresiones sino entre sí, cuando algún pesimista anuncia el doloroso resultado de cualquier cosa, ellos exclaman: «Pues hombre, no lo creo; yo acabo de cambiar impresiones con Perencejo, y no estoy conforme con usted...» [H. ti.] 370 AGUINALDOS ¿Qut? comisibn es esa que pasa? ¿Ha muerto un hombre nulable y esta comisión va de casa en casa para que todos cerremos las puertas en señal de duelo? ¿Ha llegado un Obispo y la comisión visita a los ciudadanos para que éstos engalanen sus balcones? iQué ocurre? Esta comisión está compuesta por cinco, seis señores. No es comisi6n fúnebre por ue sonrie alegre; tampoco se relaciona con la llegada de ningún 8 bispo porque la akgn’a es extremada, y, por lo tanto, impropia para una autoridad episcopal. No hay fiestas de barrio ahora. San Roque pasó, San José no ha llegado, la Naval ha pasado asimismo. Esta comisión no puede ser tampoco de ésas que sc forman en los barrios y corren la ciudad con un niño regordete de escayola en los brazos. Esa comi- sión terrible, son empleados que se echaron a la calle a pedir un aguinaldo de Pascuas. Estos hombres hacen todos los años unas tarjetitas deseando felicidades a otros señores que probablemente son antipáticos, pero que tienen unas cajas de hierro y al recoger la tarjetita y guardarla en esas cajas entregan en cambio un billete de cinco duros. Si no entregan este billete, sino dos duros o tres, los empleados rectifican de palabra los deseos impresos en la tarjetita. Salen diciendo: *Mal rayo te parta hijo de perro». .¿Y cómo deseando tantas felicidades en un momento, puedes trocarse estas ansias delicadas por deseos de una muerte fulminan- te? iEs que realmente no desean esas felicidades o las están deseando hasta tanto no se compruebe si es digno de felicidad el hombre que da los dineros ? iY por qué se ha de desear más felicidad al hombre que da veinticinco pesetas que no al que dé diez? ¿No es justo que éste como más pobre debe ser acreedor a más felicidades? iAh! Nosotros vemos esta comisión por las calles y sentimos una vaga melancolía. No, no es posible encauzar a estos hombres que no sienten el pequeño pudor de pedir aguinaldo a personas extrañas. Todos estos hombres viven de la Providencia, del azar. Ellos’no podrían nunca hacer nada serio en la vida, si desapareciera este consuelo del aguinaldo. Comprendemos que los jefes de estos hombres remuneren sus servicios con un extraordinario cada año, pero no entendemos que los hombres de la calle estén obligabes a soltar sus duros en beneficio de estos seres de la tarjetita. Este año, sin embargo, las comisiones parecieron menos. Aca- so la gente comprende, al fin, que la felicidad no es de este mun- do. [H. M.] 371 SIGUEN Ayer LOS AGUINALDOS hemos tenido que ir al Juzgado a declarar. Utf señor, al parecer portero, nos ha visto por primera vez y nos ha dicho: «Que tenga usted muy felices Pascuas». ¿Por qué este hombre nos dcsca estas felicidades? Nosotros nos hemos encontrado estos días con muchos amigos, con amigos de infancia. Ninguno nos ha’ deseado felicidades. iEs que nuestros amigos. nos aman menos que aquel señor del Juzgado? Esto es espantoso. Porque luego hemos llegado de visita por primera vez a otra casa y el criado que tampoco nos había visto nunca nos ha deseado también felices Pascuas. Nosotros, invoiuntariamente, hemos lle-. vado la mano al bolsillo; pero no hubo tiempo de sacar ninguna moneda. El dueño de la casa llegaba en aquel instante. Y después, al salir, ya no nos encontramos con valor para pagar aquellas felicidades. Ciertamente las felicidades no se pueden pagar con nada nadie dcsca nada bueno. El hombre está desean& que el semejante reviente. Finge que lo ama para darle más certero el puntillazo. Estos deseos de Pascuas y de alegrías de hoteleros son para los prestamistas y los negociantes. Ellos se alimentan de la vanidad de los demás, que completamente convencidos de que se divierten gastan duros y duros en honor de una felicidad cursi y reglamentaria. Deseemos otra cosa. Salud. Fraternidad. Procuremos rebajar los huevos y demás artículos y no seamos tan mentecatos. [H. M.l 372 d en la vida. Mas no para aquí nuestra dicha. Nosotros recibimos un periódico. Es casi natural que el que lo lleva nos desee todas las bienaventuranzas posibles. Pero el que allá, en el fondo de un sótano le da a la máquina, es absurdo que se acerque a nuestra casa a felicitarnos. Toda nuestra vida ha sido un pequeño tejido de amarguras, de sinsabores, de contrariedades.. . Cada año hacemos un balance poco agradable. En el borde del año nuevo oteamos el porvenir. Nunca lo vemos risueño. Pero desde la fila del otro año miles de voces nos gritan: «Felicidades para el nuevo año.» Y corre el año y a su fin vemos que han perdido su buena voluntad los felicitadores. Somos como esos matrimonios que festejan estrepitosamente sus bodas y a los que sus amigos dan miles de enhorabuenas... y despu& se tiran los trastos a la cabeza con enhorabuenas y todo. Las felicidades y las enhorabuenas deben darse cuando uno ha sido feliz en la vida. Pero ; E 8 ; g E NUEVO AÑO Probablcmcntc, a estas fechas SC habrán escrito por lo menos 49 artículos líricos en toda España, sobre este tránsito del año 1923 y el advenimiento de 1924. Todo el mundo cree, realmente, que hay cambio de años y lo que es peor que se divierte mucho en el instante en que el año viejo roza con su manto los bordes de su tumba inmensa. La gente llama «divertirse», a meterse en unos salones de bailes calurosos y llenos de luz violenta, a dar en esos salones unos cuantos estúpidos brincos, y a cambiar frases ingeniosas por el estilo: «Un horror, los chicos y las chicas, ¿quC plan tienen?» «Fulano y Fulana se han cambiado anillos», etc., etc. Al día siguiente de este espectáculo tan virgiliano, los «chicos» y las achicas-, con las caras pálidas del ajetreo nocturno, lns pies moli- dos de los brincos de tití que han estado dando toda la noche, y el estómago ardiente de las porquerías hoteleras, exclaman en un lánguido suspiro, prerrafatlico: NiBien me divertí anoche!» La gente ‘no se divierte nunca. No existe más que esta palabra de un concepto abstracto que han hecho lugar común unos pisaverdes de caderas helénicas. La palabra trae siempre de arrastré, al concepto. La gente piensa en la palabra y la colocan al acto, sin sentir, en lo verdaderamente profundo del espíritu, la verdad de esta diversión. Porque no es divertirse, claro, esforzar la naturaleza a un artificio perjudicial y desagradable. La gente cree que hablar entre sí en un salón es divertido. Nada menos divertido que el diálogo humano. Nada más absurdo que una diversión repetida, con iguales síntomas todos los años. La diversión, como la alegría y el dolor, nacen del fondo espiritual, no regularmente, como un almanaque, sino cuando al corazón, al hígado o a cualquier otra porquería interior les da la gana. Esperar a un año nuevo para divertirse, es como creer que las tres de la tarde de un domingo es más divertida que las tres menos cuarto. Suponer, además, que diversión, es eso del Marie Brizard, del Pipermint y del fox frof con jamón planchado, es como si nosotros Ilamáramos dolor inconsolable, para nuestra vida, a la muerte de una emperatriz mandinga. Y en una ciudad donde los tíos vivos han muerto, donde todo tiene ese color ocre de las malas digestiones, donde no hay más que sombra de Caín por cualquier lado, donde la gente, bajo esas luces de los círculos se dedica a desollarse mutuamente y a desollar a la parentela, la diversión es una cosa tan anacrónica y tan lejana como un meriñaque. Llenos de rencores, de envidias frívolas, de ansias de espectáculo, toda esa gente se revuelve a fin de año. Husmeándose los trajes, sonriéndose de los demás que bailan menos o que se pusie373 ron un color cursi encima, esperando a que los conviden al restaurante y alardeando los anfitriones de su convite, retorcidos, malhumorados, dkbiles y tontos de las volteretas, se pasan la noche final del año. Y cuando hacen recuento de todas estas sensaciones menguadas, dicen: iBien nos divertimos! iDivertirse es odiar? [H. M.] REYES.. . Seguiremos con las crónicas ocasionales. Ya vimos como ayer la prensa local daba la noticia telegráfica, que nosotros presumíamos. Todos los periódicos celebraban con artículos líricos el nuevo año. Vamos hoy a continuar la parranda porque ya no queda sino un día que conmemorar: Reyes. Los &íos salvan este día y el ser magos los reyes que se conmemoran. Por otro lado, es tan vana esta fiesta como sus otras dos hermanas pascuales. El juguete es algo gentil, pero el juguete que se rompe y es gracioso, no ese juguete pretencioso y serio del piano grande, de la muñeca lujosa, que los niños no pueden coger nunca y que al fin va a parar al rincón cursi de una sala de visita. Y como de los niños nada que no sea canto y ritmo se puede decir digamos algo agresiVO de estos juguetes estúpidos. Hemos pasado por la calle mayor. Los escaparates estAn llenos de juguetes. Hay lugares con los juguetes de lujo. Y he aquí, que vemos una tienda de juguetes, grande, mayor que un niño. Cl niño se aterra ante esta tienda; los papás que por estridencia de nuevos ricos compran esta tienda asústanse también y no pueden tolerar que el niño toque esa rienda. La alegrfa del día se trueca en asombro; el niño se queda estupefacto ante esta tienda, tendiendo los brazos como para coger una luna remota. El día de Reyes es un día generalmente triste por falta de espiritualidad de los padres. Ninguno sabe en qué juguete se oculta la alegría y la gracia infantil. Esa otra muñeca grande de pisa y de encajes ricos, con cara de guayaba y expresión de imbecilidad, es casi siempre como la hija de esos hombres brutos que la escogen para.regalo de reyes. Y ese piano enorme que no se puede romper de un puñetazo, es como la negación de toda música, ridícula parodia burlesca de los bellos pianos austeros. Anematicemos estos juguetes pedantes, fríos y 374 cantemos una pequeña canción al juguete libre, gracioso, liberal. iOh, esos osos rubios con cara de amigos de la infancia, y esas muñecas japonesas de trapo, que saltan como pelotas y tienen una eternidad de dos meses! Todos estos juguetes que el niño aprieta entre sus manos, sin dejar de sentir la blandura y el calor de sus manos, deben ser condecorados con una cruz nueva, cruz que per- petúe la verdadera y simple alegrfa de este dla maravilloso. Abramos las ventanas de nuestros hijos y que en ellas se encuentren estos juguetes que se cogen todos juntos en los brazos infantiles, juguetes sin peso como la alegría, y el azul de la mañana de Reyes inolvidable. [H. M.] YA NO QUEDA NADA... Ya no queda nada que comentar de cosa lírica; pasado mañana s610 quedará en la ciudad un lunes gris, un poco derrotado como esos Mitrcolcs de Ceniza, a los cuales se arroja, como a un patio viejo todos los papeles sucios y el polvo del Martes de Carnaval. Nada más triste que este día de después de Reyes; los juguetes han perdido ese rayo de sol que tienen oculto el dfa famoso y hasta los niños parecen ya un poco desilusionados ante los juguetes. Toda cosa lograda tiene después el mismo color. Acaso la muerte, pasadas las 24 horas terribles, adquiera una indiferencia y un olvido igual. La alegrfa es un instante breve. Y nunca tiene recuerdo. Incierta es esa verdad que corre de recordar alegre los dias felices. Leopardi que no los tuvo nunca, hubo de cantar este recuerdo, sin embargo. Y era que lo anhelaba. El recuerdo de la alegria es triste, porque recordarla es ya no estar alegre. El niño pierde este recuerdo y aquí está su mayor alegría. Nosotros, un poco niños todas las horas, en el sentimiento no podemos, empero, olvidar. Pasan hoy los días libres ante nuestros ojos y sentimos la nostalgia del pasado. He aquí cbmo podemos asegurar la tristeza del Miércoles de Ceniza y lo que es terrible, la tristeza de ese alegre y blanco Sábado Santo. ¿Por qué para nosotros aquel jueves y aquel viernes de dolor humano tienen siempre un recuerdo de dulce alegría? Alegria es libertad, y hoy para nosotros los días tienen un prolongado y melancólico cariz. 375 m t 5 Antes de que llegue el lunes de despues de Reyes, preparemonos a recibir su amargura. Quizás dejando los juguetes para este día logremos atenuar la amargura, porque ya el martes tendra solamente un débil reflejo del lunes y se perderá su recuerdo más pronto. Matemos siempre el día amargo. No derrochemos todo nuestro humor el día alegre; guardemos un poco de alegría, como se guarda un poco de turrón y algunos pasteles. Nada más rico que este turrón fresco fuera de rito. [H. M.J EL 13 Al fin hemos podido comprobar la tragedia de este número. Silverio Lanza lo había asegurado seriamente así, hace muchos años: el 13 es fatal; puedo probarlo -decíacomo son fatales desde el 1 al 31 del mes. Este 13 de Enero fue para nosotros espantoso: un amigo aplastado; un tartanero con varias costillas fracturadas; un señor que muere repentinamente en la calle; tres hombres jóvenes que pier- den la vida de un modo absurdo, casi estúpido. La gente no pensaba sino en el 13. iTuvo algo que ver este día con las tragedias? La superstición es una cosa respetable. Para mí un hombre supersticioso es un vidente, casi. Y siempre que este hombre teme el misterio, el misterio aparece. El misterio es como la luna y ese raro cambio de tiempo que en medio de la calle nos deja desconcertados. ¿No habéis salido sanos, contentos de vuestras casas y de pronto antes de llegar a una esquina cualquiera no sentfs como una cosa extraña que se entra en vuestro cuerpo? Es un catarro, es el amago de un colico porque el tiempo imperceptiblemente ha cambiado. ¿No ha de haber para el espíritu un cambio semejante? ¿Por qué.la fatalidad no ha de ser como esa luna estúpida y desacreditada que trastorna todas las cnsas fiskas? El hombre supersticioso es Un hombre aprensivo. Nos reímos de los hombres aprensivos y siempre estos hombres tienen razón en sus aprensiones. Ellos se sienten un desorden físico que al fin es una amarga realidad.. . . El hombre supersticioso siente rodar el misterio en su torno y a veces por esta aprensión logra evitarlo. El despreocupado de alma es como el despreocupado de salud. Este, paga duramente un dfa su descuido; el otro es aplastado de improviso por la sombra. 376 No nos sentemos en una mesa donde sean 13 los comensales; apaguemos la tercera luz, en el lugar donde haya tres luces encendidas; no hagamos jamás bailar en una pata una silla; no nos case- mos ni nos embarquemos los martes y cuando llegue el día 13, ese terrible día 13, escondámonos en una cueva huyendo del destino, sintamos pasar sobre nuestras cabezas el día, preparados para el tránsito. Si rebasamos estas horas malditas del 13 hagamos lo mismo el 14 y el 15. Porque es cierto, sí, lo que dijo ese amable amigo don Silverio, que ya no puede temer a los días; todos los días son fatales: desde el 1 al 30. [H. EL CONVALECIENTE M.] URBANO El ciudadano P. ha estado enfermo unos dlas más de los debidos. La prensa dice tres o cuatro veces que el ciudadano está mejorando. Y el ciudadano está mejorando. Y el ciudadano, sale al fin a la calle con la mejor buena fe del mundo a reponerse. El ciudadano se repone en el parque, en el muelle; da un pequeño paseo al Puerto, y vuelve a su casa, con una nueva, extraña,’ abrumadora enfermedad. En la plazuela observa que los zánganos de costumbre lo miran insistentemente. Y el ciudadano se dice: «iCaray! debo tener todavfa’mala cara!»Al dar la vuelta a una esquina se topa con el señor Pérez 9 con el señor Garcia que no sabía nada de su enfermedad. -iHola señor P.! ¿Ha estado usted enfermo?» Y el ciudadano se aleja caviloso: «Sin duda, se me debe conocer la enferme- dad en la cara». Y entonces siente que los pantalones se le aflojan y que los hombros se le meten más todavía debajo de la americana. Mírase. el ciudadano las manos y ve, con unos ojos turbios, cómo las manos se le afilan, manos de cinco estiletes de marfil largas, largas. El ciudadano prosigue su camino; se pasa la mano por la cara como para disimular la delgadez natural de su rostro; entierra el pescuezo en los hombros, para que la cara adquiera cierta gordura artificial, momentánea. Pero aún así, oye a una mujer ordinaria que al cruzar a su lado dice: «iJesús, c6mo está ese pobre!» El ciudadano siente que su sensibilidad ie afina, que sus oídos se dilatan, y oye, cómo un amigo lejano le dice a otro: tiHombre, he visto a P. No me gusta nada.» El ciudadano, va a casa del médico. a ver cómo sigue su salud. 377 Entonces el médico está ocupado. El ciudadano espera en un departamento lleno de mujeres gordas, saludables que esperan también al médico. El ciudadano SC sienta tembloroso, asaeteado por los ojos de aquellas mujeres terribles, que parecen alegrarse de verlo menos saludable que ellas. siSi este señor está así -dirántan pálido, y anda, nosotros no tenemos nadaN. Cuando le toca el turno al ciudadano y éste entra en el despacho del médico oye una voz tras de sí que exclama: «iEl pobre!» La convalecencia es más amarga que la enfermedad. Nosotros hemos visto en la cama muchos señores que estaban más gordos que cuando salieron a la calle. La convalecencia urbana es una enfermedad nueva, terrible que el ciudadano no quiere comprender. El hombre es naturalmente feroz, y cuando ve a un prójimo debilitado saca a relucir su compasión que es una de las formas más crueles de la perfidia. La convalecencia en la calle es una recaída. El ciudadano P. ha vuelto a su casa, a pesar de su muelle y de su parque, en un estado lastimoso. Su mujer le dice agobiándolo: «Estás peor. Tú has fumado; tú te has puesto a discutir en la calle; tú has tomado café. A mí no me lo digas. iSi estas lívido!» Y el ciudadano cae de nuevo en su cama, hasta que la convalecencia pase. Todo el mundo cree que es una recafda: el médico mismo le receta desinfectantes y antisépticos y vuelve a poner a dieta al ciudadano. Y ninguno sabe que es la convalecencia que no debió el enfermo, por ningún concepto, pasear por las calles entre tanta gente estúpida. El convaleciente que no tenga dinero para irse a Los Frailes o a Moya debe alquilar una tartana, cerrar las cortinas, dejando un pequeño ventilador para que el aire del mar penetre y le fortifique, y a medida que los colores vuelvan, cuando el cachete derecho esle rosado, correr la cortina correspondiente al cachete derecho, y cuando el cachete izquierdo se sonrose, abrir la cortina que corresponde a este cachete. Pero es conveniente continuar en la tartana hasta que los goznes de las piernas puedan permitirnos bajar y subir de la tartana con la ligereza de un pariente encargado de arreglar los menesteres de un entierro. [H. M.] 378 ; g 6 d 5 5 s i d E z E 50 RECETAS AMBULANTES Don Juan ha estado indispuesto unos días y al salir de su casa, se encuentra con don Pedro, y aunque don Juan hace como que se suena la nariz, para que don Pedro no se percate de su palidez, éste le dice: «Ya me he enterad6 de que estuvo ustéd con tal cosa». Y como don Juan, para atajarlo contesta: «Sí, pero fue casi nada», don Pedro le suelta a boca de jarro este discurso: «-Meterse en manos de médicos es no ponerse uno bueno. Los médicos no saben una palabra. Usted se podía haber curado en tres días.» -«Pero -interrumpe don Juan- pero si no he estado enfermo más que tres días.» -«No importa -contesta el amige hubiera usted estado día y medio., .» Y en una terrible transición afiade: -¿Usted ha comido tunos colorados? Para eso no hay cosa mejor. Vino aquí un señor de Gomera muriéndose de eso mismo. El hombre, desesperado de andar entre los médicos del grupo occidental, decidióse a consultar los del oriental. Pero no fue nunca a consultarlos. Antoñito el de los caballos le dio la receta. Veinticuatro tunos colorados en ayunas. El gomero se comió los tunos y cuando volvió a la Gomera, toda la gente se quedó asombrada. Pruebe usted a tomarlos»Y don Juan contesta: «Pero si estoy bien sin tunos» -Y don Pedro añade: «Le parece a usted que está bien; cualquier día le sale la cosa de nuevo...» Don Juan se aleja, cabizbajo, dudoso. El hombre poriograr la salud es capaz hasta de comprar un chalet en las Alcaravaneras. «iQué hacer?» -dice don Juan. «¿Tendrá razón este hombre?» Y cuando tropieza con otro amigo le pregunta: «Hombre, me han dicho que para eso que yo tuve son buenos los tunos colorados?» -Y el amigo responde: «Yo lo he oído decir.» Y tan emocionado va don Juan con esta medicina de los tunos, que sin él saberlo siente un recóndito deseo de recaer en su enfer- medad para utilizar los tunos. Y recae. Pero, por si acaso, llama al médico y aunque el médico lo quiere disuadir recetándole otra cosa, luego que el médico se va, empieza en la casa de don Juan un familiar lío por la historia de los tunos. Y la mujer dice: «iPues ya tú ves como Fulanita ‘con los tunos se curó!» Y la hija añade: «Una niña que está en mi colegio tomó tambibn tun0s.B Y el hijo aduce: «Don Fulano, el tenedor de libros de la oficina, no comió otra cosa y ya tú ves, como no le ha repetido.» Y cuan& la nock~~lk~a y las vis& aparecen no se oye en la conversación más que la loa de los tunos colorados: «No hay nada 379 como eso». «Yo no quiero otra cosa que tunos colorados» «Juanito, usted no sea majadero y cotia los tunos« Y he aquí, entonces, cómo don Juan se va poniendo rojo y picudo como si en vez de comer los tales tunitos, fuera él un propio tuno, colorado. MORALEJA.-No hagáis caso de los galenos. Para tal enfermedad, tunos colorados y para las almorranas, basta con ponerse uno un pedazo de lacre en el bolsillo del pantalón. [H. M.] EL CHALET He aquí a nuestro distinguido amigo eI señor Calcines, perplejo. ¿Quk le pasa al señor Calcines? Pues que ha comprado un solar en las Alcaravaneras. Sin embargo, no es motivo éste de perplejidad ninguna. Lo fuera, y muy agudo, si el señor Calcines no tuviera en la Ciudad Jardín, solar alguno. El señor Calcines ha comprado un solar, porque ha querido tener un rasgo de compañerismo. Aquí, la competencia no es más que compañerismo. Ocúrresele a un indígena pontx establecimiento de manises, y el coterráneo, que lo ve prosperar, sentirá en el acto el compañerismo. Es como un sindicalismö al revés, que la gente califica malamente sin advertir la frescura mental que estas imitaciones representan. El sefior Calcines ha visto cruzar la ciudad a muchos señores con sti solar en las Alcaravaneras a cuestas y ha pensado: es preciso solidarizarse con estos amigos. Y así va y compra un solar y luego dice, alargando la boca solemnemente, que a tanto elmetro. El ideal de la señora de Calcines era un piso principal en la calle de Triana, pero ya la calle de Triana no es distinguido ni acomodado: ahora son las Alcnravanerns. Un solar cn las Abra- vaneras es como un venerable tío en La Habana. El solar, sin moverse va subiendo, subiendo de precio, y si por cualquier eventualidad el señor Calcines no puede fabricar su chalet, puede vender el solar al doble de lo que le ha costado. Este es el propósito industrial. Pero la señora quiere chalet: propósito chic. Ella quiere trasladar los duros cojines de seda pintada que tiene en su sala, en esa sala, donde al pie de unas consolas modernistas vemos lucir las rosadas caparazones de unos caracoles, quiere trasladar sus cojines a un clima más saludable. Probablemente con el deseo de ablandarlos. 380 La señora de Calcines, quiere lucir el tapiz de la golondrina en un ambiente más elegante y quiere que la ampliacibn de la Sevillana, que tiene de su marido -bigotes largos, y por el crayon endu- recidos- se vea desde uno de los caminos ingleses. Ella piensa que su marido es casi británico porque le lleva los libros a Mr. John o a Mr. James, asimismo de Alcaravancras. Y como estos deseos son expresados de un modo vehemente, el señor Calcines tiene que ir dejando en su propósito industrial un hueco al propósito chic de su señora. Y fabrica su chalet y todos se quedan tan contentos menos el pobre Ford, que ha de levantarse desde las siete a empezar sus funciones de trasladar a la ciudad a Mr. Calcines, a su señora y.a sus niños -oficina, martes de San Jose y colegio. Hagamos todos como el señor Calcines un chalet en las Alcara- vaneras. Procuremos que los señores Calcines, Robainas, Chirinos y Fleitas de la industria local se vayan a vivir a las Alcaravaneras, porque ya se nos estaba haciendo un poco pesado ir a pasear allí, y como no hay otro sitio de paseo, solo nos faltaba el pretexto para decidirnos. [H. M.] VANIDAD INFANTIL Hemos leído que estos días de Carnaval se celebrarán bailes infantiles. Habrán premios para los mejores disfraces y juguetes ínfimos para los que no hayan logrado el laurel. ¿Qué es esto? ¿Por qué no hemos de acabar con tan perniciosa costumbre? El baile de sociedad es desde luego una estupidez: cosa únicamente apreciada por unas señoritas tontas y unos cuantos botarates de calcetín blanco. Celebrar un baile de niños es propagar la estupidez, y dar premios por los mejores disfraces, fomentar esa vanidad terrible que no nace del valor íntimo del hombre, sino del aparatoso figurar en sociedades: cosa femenina, pero de una feminidad la más vana o hueca. Pobres niños. Generalmente las mamás de los niños de disfraz son unas personas de modesto gusto. Y así vemos cómo les ponen unos tricornios de peluche, unas casacas verdes y unos sables damasquinados. 0 bien los visten de Felipe II o de Luis XVI. Los pobres niños tiesos, rígidos, avanzan por un salón sin saber concretamente qué significa aquello. En tanto cada mamá disputa su disfraz por el más glorioso. Y cuando llega la hora de los premios unos señores de igual gusto que las referidas mamás van colocando diplomas sobre los niños más engomados. Y los niños, sienten en 381 el fondo de sus espíritus como un pequeño y regocijante hormigueo: es la vanidad que luego se hincha en magnificencia ante unas matriculas de honor: premios también de otros disfraces menos gentiles. Sí, sí. Nada hay más grotesco, más cursi que estos bailes infantiles donde no bailan los niños. Acabemos con esa gran tontería. Pongamos otra alegría más elástica en los niños y no les demos gusto a esas mamás aficionadas a disfrazar en Carnaval sus niños. Y como nunca hay disfraces verdaderamente infantiles, hasta la gracia ingenua que pudiera el baile tener desaparece. Las caras rubias de los niños se entristecen y se angustian bajo estos sombreros de tres picos que son adornados con el resto de un corpiño maternal o con la antigua manteleta que las mamás se ponían de salida de teatro en los tiempos de la Droz. ¿Por que es Felipe II ese niño rubio, luminoso? iPor qué esta otra niña dorada y fina, luminosa también, es napolitana? ¿Y aquel niño Cupido que aún está en mantillas, por qué va vestido de monigote? ¿Qué gracia tiene aquel bárbaro Rey? iDónde está la napolitana de marfil y oro ? ¿Y qué gentileza es la de un monaguillo? Protestemos de los bailes infantiles, de las mamás que aceptan estos bailes infantiles y de las sociedades que aún no se han enterado... ROBAINA DE PIERROT El primer ciudadano que se viste de disfraz en los Carnavales, es Robaina. Robaina es el disfrazado indiferente que va de tienda en tienda sin beber, entretenido con las tartanas que pasan... Su traje es un Pierrot verde con botones rosados; su máscara medio antifaz amarilln. ¿Por qué Robaina se viste así, si no ha de divertirse? ¿Por qué va solo? Robaina es el más respetuoso hombre de la sociedad. El cumple con la sociedad como con la iglesia. Todos los años se viste de Pierrot y todos los años comulga en el seminario. Si pasara un Carnaval sin disfrazarse, Robaina sentiría la terrible superstición del hombre ca’ólico que no confiesa un año. Robaina sale por las calles cumpliendo un rito. Si no existieran estos Robainas, los Carnavales perdería? las únicas notas de color de que disponen. Robaina acqmpafia B una familia amiga al baile de «Arte y De- porte», de «Fraternidad, y se sienta en un rincón con un pedazo de serpentina enlazada a un dedo. Allí se está hasta que la familia 382 amiga del barrio le dice: «Panchito, cuando usted quiera nos vamos.» Y asi Robaina retorna al otro barrio, porque: si 61 es de San Roque, va a los bailes de Fuera la Portada y si vive en Lugo, a los bailes que dan en San Roque. Siempre los bailes de las sociedades lejanas son más interesantes y divertidos que los de nuestra sociedad vecina. Robaina enrollando un pedacito de serpentina tira hasta San Roque con sus amigas, y cuando ya están cerca del Hospital, cuando ya nadie lo ve, se permite hacer una gracia de Carnaval: hace como que está templado, va dando traspiés como un maestro de bebidas y en tanto las amigas ríen esta gracia pajiza Robaina grita: iVivan los Carnavales! tCuá1 es realmente el que se divierte los Carnavales?, Nosotros creemos que es Robaina el único, porque es el que sabe imponerse esta misión seriamente. Hasta para divertirse es preciso poseer cierta seriedad. El Pierrot de Robaina es lo más Lrascendental de los Carnavales. El pasa por las calles y nadie se percata de que la verdadera emoción está oculta debajo de aquel Pierrot verde. El domingo de Piñata vuelve a salir Robaina con su Pierrot, de despedida. Entonces le falta un botón, el último de los pantalones, el que va a ras del zapato. Las serpentinas se han enredado en este botón y él ha ido desprendiéndose poco a poco. Un pisotón de algún Fleitas bailarín ha terminado con la existencia del botón. Ya no queda nada del Pierrot de Robaina. Estamos en el ocaso del domingo de Piñata. La tela del Pierrot que es de esa «encalada», ha ido transparentándose; el peso de los botones contribuye a este desmoronamiento; a la madrugada, retornará hacia Lugo o hacia San Roque el gentil Robaina destrozando entre sus dedos como si fuera una flor el solideo de su traje. Cuando ya no existan Carnavales y no haya memoria de ellos, Robaina seguirá vistikndose de Pierrot, envolviendo su pequeño espíritu con ese traje verde de platanera adornado con unas bolas de rosa pálido. Saludemos desde estas columnas el Pierrot de Robaina, mantenedor invariable de estas fiestas incomprensibles y estridentes. [H. M.] 383 FLEITAS ROBA UN LIBRO Fleitas nació en la pequeña isla y una vez puesto en circulación empezó el hombre a escucharse sus inclinaciones. Pero no se oyó ninguna. En cuanta cosa quería insinuarse fracasaba. Metiósc a comisionista y tuvo que vender el muestrario porque lo engañaban, dejándole de cuenta las mercancías otros Fleitas más viejos y más duchos que él. Luego puso una tienda y como no sabía valorizar facturas perdió el capital que puso en el negocio. Y así pasó de comisionista a tendero y de tendero a procurador. Hasta que un día hallóse en un establecimiento de libros y mientras el dueño volvía la espalda al mostrador, Fleitas sintió que alguien invisible le agitaba la mano hacia un estante donde lucían apiladas una buena colección de obras. Fleitas, alargó la mano y sin poderlo evitar cogió del estante un libro y se lo metió en el bolsillo sin saber cuál libro era. En la calle ya, sintió, por fin, un pequeño ruido interior, algo así como cuando tiene uno algunas flemas paseando en los bronquios, y Fleitas pensó si aquello eran las consabidas inclinaciones. $91 misión en la vida consistía en robar libros? ¿Y qué iba él a hacer con aquellos libros si jamás fue aficionado a lecturas? -En casa ya, sacó del bolsillo cl libro robado: era un segundo tomo. Lo arrimó en el cuarto. Después, fuese a la calle, como aligerado de una honda y casi atávica preocupación. iHabía encontrado su camino? Y volvió otro día al establecimiento y repitiendo la operación llevóse otro libro: era un tercer tomo. No importaba. El placer era llevarse el libro; los cogía a tientas, en tanto el dueño le buscaba un tintero o un lápiz. Llegó a llevarse veinte libros y nunca acertó con un tomo suelto, independiente: siempre eran continuaciones de una obra que él, después de todo, no había de leer jamás. Los robaba con fruición y aunque ni de pasto espiritual le servían, despabilóse el ánima hasta el límite, y ‘así fue como Fleitas llegó a descubrir las inclinaciones que habían de hacerle todo un hombre. La gente pareció distinguirle más. Al menos Fleitas notaba como una sonrisa admirativa en la gente, como una atracción maravillosa de casta idéntica: tal el arranque de un blanco, hacia otro blanco que descubriera entre una tribu de mandingos. Fleitas sentía su cabeza liviana, sin pesadumbre; engordó su cuerpo hasta una proporción propia para cadena gorda de reloj; los amigos le saludaban como a un igual y hasta se percató de todas las cosas que le habían hecho cuando tuvo que vender el muestrario. ¿Qué razón misteriosa había para este cambio de Fleitas? ¿Qué 384 cosa lo hizo, listo? ¿Vue cosa le sacudió la mollera tan radicalmente? Fleitas era como un niño inexperto; miró la ciudad y no vio sino el color de la ciudad. Sentía en sus manos un hormigueo extraño, inverosímil, pero un día, instintivamente como el niño se agarra a un barandal por miedo a caerse, Fleitas se agarró a un libro ajeno. Y esta fue su tabla de salvación. Su cuarto hoy está adornado con segundos y terceros tomos encuadernados, él tiene establecimiento de sedas y está rico, pero al dulce, al amable libro que le enseñó por el forro la ciencia de la vida isleña, no se digna echarle una ojeada. [H. M.] BIS Esta fiesta del domingo de Piñata, es una fiesta cansada. El día adquiere un color de disfraz desteñido o de copa turbia que no se ha lavado, que conserva aún el resto del vino y el vaho de la boca carnavalesca que la cató. Es el día que tenemos para comprender cuán aburridos y absurdos son estas carnestolendas. En domingo de Piííata entendemos mejor la fatiga y el ridículo de los tres días pasados, porque como es un día frío, sin el calor de la locura, pero con la pretensión de un’ Carnaval rezagado, nos vemos en relieve Ia estupidez, una estupidez casi desusada a ftierza de caCrsenos al suelo el tardío afán de volver a divertirnos. Ya no hay-caretas el domingo de Piñata, es como un Día de Difuntos de los Carnavales: todo el mundo parece que retorna a su. casa con el antifaz en la mano como si fuera la corona de trapo del día lúgubre. Es un día sin cascabeles, la diversión parece dormir en los portales de las casas, beoda, como los golfos del aguardiente. Nunca se hacen planes para el domingo de Piñata y hasta el consabido baile de la víspera es un baile de remordimiento. Casi sería una profanación divertirse este segundo Carnaval, seco, en medio de unos dias de cuaresma, esos días que son como de alivio de luto, medio sonrientes, medio graves, pero nada escandalosos. Y hasta la piñata, esa bobería de romper una piñata con los ojos cerrados, es de una gracia trasnochada, antigua. ¿Por qué se rompe’ esta piñata? &)ué razón gentil existe +àra’ un espectáculo tan impropio? -La gente ciega da palos en el aire: alguna vez acierta y sale un premio. iEs que quiere esta fiesta representar la vida ? ¿La vida es un continuo dar palos en el aire, 385 sin premio? ¿Y el hombre que acierta, es el merecedor al premio ‘de la piñata? Veamos. El hombre que acierta y gana el premio es un idiota. Ningún hombre sensato da en la vida palos en el aire; ningún hom- bre prudente comete la tontería de ponerse a romper una piñata en medio de un salón. Son los elegantes, los pisaverdes, los que cogen el palito, los mismos que en la vida aciertan, porque para acertar nada como tener los ojos cerrados. En tanto más los abrimos más se nos pierde el horizonte deseado. Cerremos los ojos, cerremos la mollera; cojamos un palo; ejercitémonos en sacudir el aire. No perdamos la esperanza de encontrar una piñata que estalle al impulso de nuestro golpe. Así nos haremos discretos, acaudalados y así podremos después, llevar con cierta tranquilidad nuestras hijas a los bailes para que rompan la piñata de juguete. Pero no amemos el domingo de Piñata, este «bis» fatigante, domingo gangoso y como traído a rastro por los últimos trasnochadores del Martes de Carnaval. [H. M.] COSAS DE INDIOS Cuando nosotros vemos a un señor que cabizbajo mira un parate cualquiera, decimos: este señor terminará por comprar cosa de los indios. Y si compra una cosa de los indios es que un amigo que se va a casar.-Las cosas de los indios son corno indulgencias plenarias al hombre, que religiosamente, escauna tiene unas busca un re- galo en otra tienda y no lo halla. Todo el mundo sabe, que al fin de la jornada, los indios solucionarán el conflicto. Una señora piensa comprar una vacija de cristal para una serío- rita que contrae nupcias; pero la vacija no le hace tilín; lo que le hace tilín es la vacija de metal de los indios; por lo menos un tilin sin temor a rajaduras. Y desput% de catar todas las vacijas cristalinas acaba por adquirir la de metal, que siempre es un cubremacetas hiperbólico. Todas las demás señoras, compran asimismo esta vacija para el regalo y así la sefiorita obsequiada puede decir encantada y jovial: iMe regalaron tantas cosas de los indios! Toda la gente dice siempre estas palabras: cosas de los indios. Todos hemos hecho alguna vez un regalo de casa de los indios, y a nosotros también nos han hecho un regalo de los indios. Una tarde usted estl sentado en el Club y de pronto oye a su lado decir: los indios han traído preciosidades. Y al día siguiente se encuentra usted un amigo que le dice: Acompáñeme a casa de los 386 indios que han traído cosas preciosas. Tengo que hacer un regalo. Otro día lee usted la lista de regalos de una boda y en ella encontrará usted profusión de cosas de los indios, y si oyera usted a la familia de la desposada después: las cosas de los indios resuelven todas las cosas. Así se ve uno libre de polveras de cristal y plata. iQué regalar a este médico! -exclama usted otro día-. Y su mujer le dice: cómprale una cosa de los indios. Y he aquí como de pronto ve usted en el despacho de un médico un extrarío buda de marfil. Las cosas de los indios son como exvotos de toda la religiosa gente de la sociedad. -Me regaló aquel collar de los indios por el que estaba loca- exclama una amiga vuestra refiriéndose a su novio. -Ya son tantas y tan variadas las cosas de los indios que hasta hay boquines de Calcuta o de Bombay, en esas bocas insulares de por ahí. El regalo de los indios siempre deja bien a uno. No hace falta tener gusto. Los indios lo tienen de antemano por usted. Los novios y los médicos que nos curan gratis pueden dormir tranquilos. Ya se acabaron los centros de mesa de bronce, representando la primavera y las mantequeras de cristal con soporte de plata esterlina y los cojines pintados de golondrinas. Los novios y los médicos ya saben que tendrán su regalo de casa de los indios si aquellos han de casarse y los otros abren un vicntrt: gratis. Saludemos a estos amables hombres del rostro cobrizo que han venido a resolver un problema social terrible. Saludemos a las vasijas de metal y a los cofres de sándalo que con su gracia exótica saben fingir el precio necesario para un regalo importante. [H. M.] LUCES CADAVERES Pasamos. Son las diez de’la noche. Una ventana está entornada. Viene de dentro una luz turbia, mortecina. Nuestros ojos se meten husmeando por la ventana entreabierta. Vemos a una mujer que hace vainica. Seguimos pasando. Otra ventana entornada. Volvemos a buscar curiosos. Dentro, un hombre echado sobre un sofá lee un periódico. Nuestro paseo continúa. Y así en una, dos, tres, cuatro, en todas las casas, curioseamos. Y en todas las casas hay una luz colgando del techo, una luz lánguida y triste que alumbra a un hombre o a una mujer silenciosos. ¿No se habla en estos cuartos deso387 ladores? Esos hombres y esas mujeres se encierran en ellos huyendo del diálogo natural. ¿Qué se hace en esas casas taciturnas después de comer? Las luces penden muertas de los techos; bajo la presión tétrica de estas luces los habitantes quedan como sorprendidos en la noche. Comen y se tienden o hacen labor mínima. La sensibilidad queda atrofiada. Las palabras cuelgan fuera del alma de los habitantes, como mariposas, en derredor de la luz. iHay un encantamiento de estupidez a esta hora? Nosotros cruzamos la ciudad. La ciudad está sola, pero las ventanas entornadas, parecen ojos bizcos que nos miran atravesados. Por todas estas ventanas asoma la luz y se nota que en las habitaciones hay una gente callada, amulada sobre un sillón o sobre un canapé. iDuermen? ¿Y si duermen por qué no se acuestan en sus camas? Estos hombres son como sombras que se arrastran. Su aburrimiento sale, como im vaho denso, pernicioso por las ventanas entreabiertas y se extiende por la ciudad. Esas luces de las calles también turbias están así, por el vaho de estos hombres metidos-en esos cuartos de luz tenebrosa. Para estudiar el alma de la ciudad es la noche el momento más propicio. Sobre otras ciudades tristes, lejanas, hay un pasado emocionante y largo. En el silencio de estas ciudades, el ánima navega dulcemente. Pero en esta ciudad cuadrada ¿quc5pasado existe? Sí, sí. Existe un pasado sin pasado. La ciudad entera es un pasado hueco, obscuro, alumbrado.débilmente por esos fuegos fatuos ekktricos.. . *,Oh, estas ventanas de luz amarilla y estos zaguanes melodramáticos, como capillas sepulcrales!. . . Así los hombres,, después, miran a plena luz con una mirada pesarosa, degollada. El baño tétrico de la noche les da después para la vida un aspecto espiritual rancioso... [H. M.] VIEJA OPERETA El ánima acaba de salir contristada de un lugar de espectáculo. ¿Por qué todas las cosas van ya pareciéndonos viejas? Una opereta suena a lejanía, a una lejanía, sin gracia y de equivocadas emociones. Estas operetas que imitan a las otras operetas, son como esos perfumes catalanes que dicen pomposamente en su etiqueta: fórmula de la casa tal de Londres. Hay unas princesas americanas, unos pobres millonarios que cantan dúos, una sentimental historia en un salón vien&: frivolidad anacrónica, música empalagosa y turbia... 388 Salimos. iEsto no era una cosa desaparecida? &a guerra no habfa sepultado con las coronas austriacas estas operetas saltonas de una vida ezrwarada? No. A veces creemos que la guerra fue una enorme losa de porvenir; pero la losa no ha encajado en el hoyo, por los resquicios del hoyo, todas las cosas ligeras, mínimas han escapado. ¿Cómo no iban a salir estas ondulantes cursilerfas de 10s valses vieneses? Y sin embargo decimos: ¿Cómo estos valses han podido encararse con los fox trot de hogaño ? iCómo este público de opereta. -señoritos en traje de recepción y pisaverdes esmaltados- ha logrado avenirse con una languidez musical empolvada? Si el vals tuviera rostro, pudiéramos verle asombrado, estupefacto, tapando: se los oídos ante el descoyuntado ejercicio de baile actual... íViejo vals, pero no tan viejo que tenga una pequeña emoción de recuerdo! Viejo vals moderno, como esas ilustraciones de «La Moda Elegante» del año 95, que no sirven ni para disfraz todavía... Nuestra ánima salió reseca, dnlida. Fuimos porque ya vamos necesitando recuerdos: los recuerdos son para el alma como unos .parches porosos que la alivian. Y no vimos recuerdos, vimos ~610 una sensibilidad detenida y absurda. ¿Qué es lo cursi? LES cursi el vals de la opereta por sí o somos los cursis sus oyentes? LAquell era una cosa vieja o somos los viejos nosotros, que ya nos cansa la luz excesiva, las ojeras pintadas, las perlas Kepta, y las sillas de teatro? No sabemos nada. Pero cuando aquellas tonterías con acompañamiento iban desfilando ante nuestros ojos, nos sentimos como si nos metieran en un baúl de ropas viejas: nuestro olfato percibía fuertemente ese crecido olor de trapos apretados en un baúl, pedazos de faldas, trozos de encajes mareados, pasamanerfas brillantes, capotas escachifolladas.. . Nuestros oídos llevaron largo rato el ruido desesperante de un eczema, de una herida en la trompa del conocido amigo Eustaquio.. . Y la calle descendía sobre nosotros, las casas se unían por las azoteas; cl horizonte urbano se prolongaba infinitamente... Y lejos veíamos nuestra casa, como a la boca de un enorme tubo estrecho... Todo es viejo; la gente no puede resistir lo nuevo decoroso. Esto nuevo de hoy solo podrá interesarles cuando sea viejo. Acaso un día, el primer día de estos valses, la gente no debió soportarlos. Y sin embargo, desde el primer día eran viejos. Pero la gente era más vieja todavía. [Ix M.] 389 SENTIMENTAL Tengo ganas de ser un poco sentimental. Voy a ponerme un poco sentimental. Escojamos un rincón sentimental: esta vieja Plaza de Santo Domingo. iPor qué esta plaza es más sentimental que otra plaza? ~NO es más humana la de Santa Ana? ¿No tiene unos perritos que la hacen más viva? ¿Y la Alameda de CoMu? ¿No pasean de noche en esta Alameda, dos, tres, cuatro señores sombríos que al dar las diez desaparecen? Alguien dira que la Plaza de Santo Uomingo es más vieja. Pero no es por vieja por lo que nos parece sentimental. ¿Y cómo va a ser una cosa evocadora esta plaza con esa terrible casucha de electricidad, y esos golfos que la atruenan con sus gritos? Hay, lejos, en un rinconcito, una luz. Esta luz alumbra un cuarto; en este cuarto se reúnen unos amables amigos a platicar de las cosas locales. Todos son hombres de ideas diferentes; unos son clérigos, otros liberales. Pero allí no son sino amigos que dialogan para matar la noche. Nosotros pasamos por este rinconcito de la plaza y saludamos a los amigos; ellos nos contestan con una gran cortesía. Nosotros nos internamos cn la plaza y notamos que cl calor cordial de la plaza ~610 lo mantienen estos amigos, reservadamente. Antes en los bancos de la plaza se sentaban unos hombres gratos y sencillos; la noche los acogia cariñosamenre. No habían solfas, ni estaba el terrible armatoste de la electricidad. La plaza parecía siempre como despu& de la procesión del Miércoles Santo, tenía todas las noches del año, ese dulce y tibio silencio, que se nota, cuando la procesión ya ha entrado, el cura ha dicho su discurso, y el sacristán ha cerrado la puerta de la iglesia. Muchas noches, de niños hemos ido a esta plaza a ver la procesión famosa y modesta. Luego nos hemos quedado en mitad de la plaza envueltns en un imperreptihle arrima de incienso Este es el verdadern ambiente de la plaza, que el torreón y los chicos escandalosos han matado. Por eso, quizás, los antiguos amigos de la plaza que no pueden vivir sin la plaza, se han recogido en un cuarto pequeño, para sentir el aroma de incienso de la plaza. Viejo rincón que desaparece con la estridencia actual; lugar tímido y sencillo que ha sido abandonado ingratamente. Sólo estos hombres del cuarto y nosotros, hemos sabido conservar el verdadero culto de esta plaza. No hay lugar en la ciudad como lo pasado, nada se puede evocar ante estas casas ocres del balcón y las dos ventanas y del letrero comercial. El hombre sentimental ha de refugiarse en la Plaza de Santo Domingo, sentarse en aquellos 390 bancos de piedra tan graciosos, contemplar, en la noche, la puerta enorme de la iglesia, como acaba de cerrar cada segundo. Pero este refugio desaparece también. Los hombres que han debido mantener el prestigio de la plaza, se alejan un poco y la abandonan. Nosotros no tenemos carácterpara arrojar a latigazos a los estridentes, ni valor para demoler aquel desesperante cachirulo de cemento, que cubre el rinc6n de la sacristía y oculta la gracia de una palmera que luce al final del callejón... Conformémonos con la elegía a esta plaza y vayamos después a pasear con nuestro bastón, al Parque de San Telmo. [F. C.] ; TERREMOTO E 6 Nuestro perfecto amigo el señor Calcines acaba de ker un telegrama de Granada: La tierra, avanza, como el bosque de Birnan, y amenaza cubrir pueblos y ciudades.. . El amigo Calcines se ha quedado meditabundo y después presa de una repentina y misteriosa epilepsia ha tomado un automóvil y ha volado hacia su finca. Lle86, aún dentro del automóvil, jadeante, con la lengua fuera. Se bajó del coche, y se metió en su finca. Empez6 a dar vueltas, como un loco, bajo las plataneras, sacaba de rato en rato la cabeza por entre las hojas y contemplaba el cielo. El cielo estaba radiante, infinitamente azul. Un día de primavera maravilloso. El señor Calcines se fue serenando. Cogió otra vez su automóvil y regresó a la ciudad más tranquilo, pero siempre con un ceño preocupado. Se metió en un casino, y se empezó a remar en una butaca. De pronto, da un brinco. Un señor ha dicho: iHombre!, ¿han visto ustedes ese fenómeno de Granada? -Sí, sí -responden dos o tres señores más. iQué cosa más rara! -Y un cuarto señor exclama: iComo no nos venga a nosotros una por el estilo! Cuando el señor Calcines oye esta frase terrible, alarga su butaca al barandal de la terraza y se pone a mirar al cielo otra vez. El cielo sigue impertérrito, indiferente... El señor Calcines no habla. Pero un socio le dice: iMire que si la tierra de ahí de Arucas o de los Barrancos se echa a caminar, no queda ni un plátano para muestra! Calcines un poco tembloroso sonríe sin ganas y contesta: iBah, aquí no hay nada de eso.1 -Déjese de boberías, le grita Chirino des& un e~trcmo de la terraza. -D¿jcsc dc boberías que esto cs tan tierra corno aquélla. Calcines se rema nervioso. Poco después sè levanta y se va a dar un paseo por la ciudad. Mira las caras de los transeúntes alter- nativamente, lanza alguna visual hacia el cielo y cuando al llegar al muelle ve en el horizonte una nube sucia, negra, siente un temblor de resortes en sus pies. ¿Que sera aquella nube negra? ¿Será Lan: zarote que avanza como un pontón? -El señor Calcines regresa a la calle de Triana; tropieza con un tablón del alcantarillado y se le paraliza el corazón. iEs la tierra que se ha movido? -No, no puede ser la tierra. Todo el mundo va tranquilo. Las tiendas de los indios están llenas de gente, las tartanas y las guaguas cruzan por las bocas calles perfectamente equilibradas. -El señor Calcines piensa que es un bobo al temblar, y se tira de los puños con energía. Luego avanza decidido por la acera, pero pAlido hasta la livi- dez. El no dice a nadie sus temores, camina y nota que la gente lo ve con curiosidad. Y al llegar de nuevo al Casino, oye que le dicen: Amigo Calcines ¿está usted malo del estómago?» Pero él rcponi&- dose contesta: «Sí, me duele algo, deben ser unos tollos que almorcé hoy. Vengo de dar un paseo para ayudar la digestión...» Mas nadie adivina que el señor Calcines está temblando de miedo por algo extraño, quizás quimérico. Llega la noche. Calcines se acuesta y no puede dormir. El somier solivitintale el miedo que Calcines ha querido sepultar en la noche entre las sábanas de su lecho. Se levanta varias veces y mira el cielo desde la ventana: hay estrellas; Calcines logra al fin llamar el sueño. Pero cuando los párpados se le van a cerrar, en los cristales de la ventana, empieza a rebotar la lluvia, una lluvia terrible, torrencial. Calcines se sienta en su cama, enciende la luz y se queda mirando como un alucinado, los..cuadros de su alcoba, toda la noche... EL AUTOMOVIL Ayer hemos DE ROBAINA visto un nuevo automóvil. ¿De quitn es este auto- móvil? De nuestro amigo Robaina. Robaina no es más que socio. del Circulo Mercantil. Todo el mundo lo ve siempre sentado en una silla, mirando distraido el deambular de la gente. Nunca ha hecho ningún mal ni ningún bien. Casi creímos que era rico, al verle tan desatendido de negocios. Pero Robaina. es pobre. Fijan-, dose uno con detenimiento en el filo de su cuello, verá la entretela replanchada y brillante, asomar. ¿Y cómo siendo pobre ha comprado un automóvil? ¿Qué objeto persigue con este artefacto? LAcaso prolongar su sillón del Círculo? iEs que ya pasa poca gente por la Plaza de San Bernardo? 392 Todo es un misterio. Sr510hay cierto el automóvil. Robaina va tocando la bocina por las calles como si hubiera tenido un éxito. ¿Y no será un éxtto comprar un automóvil sin tener dinero? El ciudadano insular padece el mal del automóvil. Todos los insulares tienen a su familia en el campo. Y así como el que se casa es para defenderse de los sablazos sociales, con la terrible frase de “soy un padre de familia», del mismo modo lleva el insular a su familia al campo, para quejarse de la carestía del ir y venir. De esta manera, se va preparando el insular la compra del automóvil. «Es un saca cuartos esto de los ómnibus. Estoy loco además de lo incómodo de las horas.» Y el amigo que lo oye, dice incautamente: «¿Por qué no se compra usted un auto pequeño? Así podrá ir a la hora que a usted le sea cómoda». Y el aspirante al auto que no espera otra cosa exclama, fingiendo contrariedad: «Eso es para la gente de dinero... Uno no tiene para eso». Pero a los’ pocos días aparece con su auto el amigo y el otro amigo al verlo se sonríe diciendo: «iPor fin se decidib usted!» «Sí, sí. Me convencieron y además me dieron facilidades.» Este es tambien el secreto de Robaina. Las facilidades. Posiblemente, llegará un día en que uno pueda pagar los autos como le paga al sastre llevándose el coche y bespués, cuanta cosa necesite uno de accesorios. Sí. Cada día aparecerá un nuevo automóvil particular. Galindo, Calcines, Chirino, Fleitas y Monagas están ahora en turno. Todos comprarán sus pequeños autos y todos llevarán entonces a su familia al campo, para justificar ante los amigos este gasto excesivo. -Chico, no he tenido otro remedio. Me salía más barato así, que no el abono de los ómnibus. Pero nosotros, nos quedaremos con las tartanas. Las tartanas son viejas confidentes. Ellas nos han llevado resignadamente a nuestras casas, cuando ya alboreaba. Ellas son los únicos vehículos a quienes se les puede echar un fiado con toda confianza. [H. M.] iQUE PIENSAN ESAS CABEZAS? Unos pequeñoss amigos de cabeza de cartón decidieron bailar una polka en una plaza. Querfan aprovechar la libertad de un festejo. Además un programa anunciaba la aparicibn de estos amigos. Y ellos decidieron su baile. Llegó la noche: los amigos asomaron sus enormes cabezas por una puerta; lejos se divisaba una multitud con las cabezas diminu393 tas. Y los amigos penetraron en la plaza convencidos de sus superioridades encefálicas. Sí, sí. Para pensar cosas amplias, nada como una cabeza grande. Dentro de una cabeza grande cabe mayor cantidad de raciocinio. Para decidirse a bailar en una plaza, de noche, hace falta un amplio criterio. iA que esos otros amigos de las cabezas pequeñas no se ponen a bailar? -pensaron las cabezas grandes. Y efectivamente, las cabezas pequeñas no bailaron, pero esperaban satisfechos el baile de las cabezas grandes. Reconocían su inferioridad; aceptaban conformes y casi contentos la altura de las cabezas grandes. Arcano. Lo cierto es que las cabezas grandes confiadas comenzaron a bailar. Las cabezas pequeñas se amoscaron entonces. LDe manera que era un baile antiguo? se dijeron. Ellos, posiblemente querían un baile más chic. Y las cabezas cmpczaron a azorarse, a temblar cn los goznes del pescuezo y a desentonar el baile. ¿Las cabezas pequeñas, que parecían tan satisfechas, estaban defraudadas? iA qué se debía un cambio tan súbito? ¿Es que no eran demasiado grotescas las cabezas grandes.7 ¿No tenían soltura, cinismo? No. Las cabezas grandes eran excelentes. Pertenecían a una troupe pantomímica que no se pudo completar; las cabezas grandes hacían un papel de relieve entre la multitud; las cabezas grandes iban, sin duda, a salir citadas en un periódico; acaso les darían unas cuantas y ardorosas copas de ron. Las cabezas pequeñas espectadoras no podían resignarse con un abandono. Aquellas cabezas grandes, duras, acartonadas, grotescas, eran más interesantes que las pequeñas. ¿QuC iban a hacer estas cabezas cuando pasaron desapercibidas en la sociedad ? ¿Cómo les iba a resquemar el ánimo, cuando al siguiente día, un periódico celebrara la gentileza de las cabezas grandes? Por eso estas cabezas dieron sólo unas pequeñas vueltas en laplaza, y se retiraron despu& en medio de la indiferencia general. Así nadie las ha mentado, ningún periódico señaló como notable el baile gentil. La envidia, como siempre, habrá deslucido los prestigios. Nosotros queremos salir contra los envidiosos y saludar aquellas cuatro cabezas grandes. Quede escrito en este dietario la hazaña de las cuatro cabezas, que contra la ignorancia y la envidia de todos, tuvieron el valor de hacer alguna cosa perdurable en la historia. [H. M.] 394 CASA EN EL CAMPO Todavía está la familia del señor Fleitas buscando casa en el campo. A todas sus amistades le hacen el mismo encargo: «Niñas, miren a ver si saben de alguna casa en el campo». ¿Y este campo es un campo cualquiera? No. Este campo es Tafira o el Monte. Si uno le dijera a la señora de.Fleitas: «Sé de una casa muy barata en Arucas», la señora de Fleitas regañaba sus labios y nos contestaba: «Eso no es campo». Campo para la señora de Fleitas es una carretera movida con una hilera de casas a cada lado y unas butacas sobre las aceras donde se habla y murmura en el conocido ordinario tono insular. La casa que busca la señora de Fleitas es ésta, pegada a la carretera y donde pueda hablarse con alguien. Desde que comienza junio, el señor Fleitas se dedica a averiguar si hay casa en el campo. Hay casas, pero de treinta duros, y sólo se alquilan por años. ti6*Cuántas habitaciones tendrá?» -pregunta la señora de Fleitas, aunque supone desde luego que el marido no alquijará semejante finca. Y si le cuentan las habitaciones y le hablan de un terrado con vistas, exclamará: «iJesús, qué pena! ¿Y no la alquilarán por tres meses?» La señora de Fleitas está agobiada con esta casa del campo. Llega a visitarla la de Calcines, y como esta seflora también busca casa en el campo, todos son lamentaciones mutuas: «iQué carestía!» «iY luego, fíjese usted, por años! De modo que usted tieneque estar nueve meses pagando la casa en balde» «Pero, hija, necesitamos ir y estamos desesperadas. Ya se va acercando agosto y cualquierita encuentra ahora casa». -uA nosotros -dice la de Calcines- nos hablaron de una casa en el Monte, no en la carretera, sino un poco dentro. Pero, hija, no tenía excusado». --«Eso es lo de menosu -añade la de Fleitas. 4¿Y ya la alquilaron?» -Sí, se la alquilaron a uno de Fuerteventura». Magno problema Cste de la casa de campo, para las señoras que no ncccsitan el campo. Las conversaciones de estos meses se reducen tan ~610 a estas palabras: «iHabrá casa en el campo?» «Niña, la de Fleitas está loca buscando una desde hace seis meses». Y como los días corren como los alquileres, he aquí que media agosto, y entonces la señora de Fleitas exclama resignada y casi contenta: -Después de todo más vale no ir ya. En seguida empezará a bajar la gente... [H. M.] 395 «DISTRACCIONES» Nuestro amigo EstupiÍiBn se dejó olvidado su sombrero sobre la butaca de un Círculo. Cuando se percató de este olvido fuese al lugar donde habla dejado el sombrero y no lo hall& Habíaselo llevado algún compañero. Estupiñán incomodado, empezó a des- potricar contra los ladrones. Los demás socios que le oyeron, sonreían.. . Y así pasaron los meses hasta que Robaina tuvo que quitarse los zapatos, también en ese Círculo, porque le dolían los callos, y habiéndose echado sobre un diván, para descansar, quedóse dormido. Cuando despertó los zapatos habían volado. Juntáronse entonces Estupifián’ y Robaina y’ todo fue pitar y protestar sobre la escandalosa inmoralidad de aquel Círculo donde se robaba tan impunemente. Mas nada sacaron en limpio sino que necesitando otro día Calcines aflojarse el chaleco para una necesidad, hubo de dejar colga- do en la percha su reloj de oro, recuerdo familiar, y como era Calcines distraído como los otros, olvidóse del reloj, para acordarse de él cuando ya no era tiempo: el reloj había desaparecido como los zapatos y el sombrero de Estupiñán y Robaina. Y así fueron desapareciendo algunas otras cosas, en medio de los comentarios de los ciudadanos que probablemente eran los ladrones. Y como el lugar de los sucesos era una ciudad graciosa, todos los ciudadanos se reían anotando lo pintoresco del caso y celebrando allá en el fondo de sus conciencias la habilidad que representaba el quedarse con unos zapatos de un modo tan facil. Y como las semanas eran cortas, pues cogían un Ford los domingos y se daban un paseo a Santa Brígida con el sombrero de Estupiñán, los zapatos de Robaina y el reloj de Calcines. Al sombrero de Estupiñán para dejarlo incógnito le daban una pedrada diferente; los zapatos de Robaina los tiñeron, y cada vez que quería ver la hora con el reloj dc Calcines, se agachabarr, dcn- tro del auto, y sacaban el cronómetro poniéndolo en el fondo del coche.. . Y A.M.D.G. [H. M.] 396 EL ADMIRADOR DEL LIMPIABOTAS Nosotros pasamos por una plata y oimos una YOZ que nos dice: ilimpiamos? -Nos quedamos indecisos mirándonos los zapatos, pero al fin nos decidimos a aceptar la invitación. Nos sentamos en un banco y entregamos el pie al betunero. En el acto, un muchacho que estaba lejos, melancólicamente apoyado en un muro corre hacia nosotros y se sienta también en el banco. Nos mira tímido y como nosotros sonreímos, el chico se afianza más en el asiento. Luego pone su atención en el trabajo del betunero y cuando la labor acaba se torna a su muro esperando una nueva operación. Este chico es el que quisiera ser betunero y no lo será nunca porque pasará el tiempo y cuando ya el hombre esté emancipado se habrá acomodado más al muro y será su vida ese arrimarse perpetuo esperando.. . El chico admira: él desearía ser limpiabotas, pero llegará un día en que por no haber podido ser lo que Ic nació en su alma se tornará en un escéptico. Un escéptico es un vago. El muchacho, ya hombre, no cree en nada. Torciéronle su destino y se.abandona a las olas que lo llevan y lo traen dulcemente, sin desprenderlo del muro. Hemos pensado tantas veces en esos hombres arrimados que suelen llevarnos la maleta por casualidad y siempre les hemos disculpado su silencio y su inmovilidad. El niño miraba el zapato y toda su emoción se concretaba en ver brillar el cuero. iCuánto hubiera dado él por sacar el brillo! Pero la vida es otra cosa diferente a nosotros; va contra nosotros, y el niño, poco a poco vase tornando áspero, indiferente. Y así acaba en la esquina. Todos esos hombres arrimados a la esquina, son hombres que de niños no pudieron tener un oficio que fuera como un juego para sus almas. [H. M.] PELEAS DE CARNEROS Me han invitado a unas peleas de carneros. El excelente amigo que ha hecho la invitación está interesado en que yo no deje de asistir. No hay sangre -me ha dicho; solamente se topan y uno, al fin huye vencido. Iré a esas peleas de carneros. Yo no he ido nunca a ninguna pelea espectacular, pero uno de los carneros de la contienda es un ejemplar maravilloso. Además el ambiente no está cierto, para otra cosa, que no sea una pelea de carneros. 397 Ya no sé si evoluciono o involuciono. Yo he estado leyendo estos días las glosas teológicas al Cántico Espiritual, de Juan de la Cruz, y cada momento había de suspender la lectura porque el recuerdo de las peleas de carnkros me sugestionaba. Como el día de este terrible campeonato se acerca, yo no vivo sino deseando aún PUmás próxima llegada.. LES que vuelvo a mi estado troglodítico o es que no he salido de él sino más bien hice escapatorias con un disfraz de literatura carmelística? Todos los días voy a ver al carnero. El st cjelcita topaoJo eu el muro, como cualquier futbolista se entrena en su casa. El carnero tiene la seguridad de ganar. Casi me parece inteligente. No es muy aventurado afirmar en nuestra tierra, que tiene inteligencia un carnero; negársela sería ofender a alguien y a que después dijera: «iQué habré hecho yo a ese tipo para que se meta conmigo!» Sin embargo, este no topa. Aquel gris de la pelea es inteligente y topa. Yo, me confieso sin rubor desde ahora partidario ‘acérrimo de este deporte de las peleas de carneros -fútbol de pelota sujeta- y al darle las gracias a mi amigo le aconsejo la formación de una sociedad para las peleas de carnerns. Yo no tendría inconveniente ninguno en ser vocal de la directiva. [H. M.] DON SALUSTIANO, NO HA LLEGADO... .** Y por eso no puede salir todavía el automóvil de San Mateo, el de Arucas o el de Telde. El reloj marca la hora, pero los cobradores, el chófer y algún amigo tiene siempre cinco minutos a su disposición, minutos que colocan antes de la hora, colgándoselos como una medalla, para inspirar fe a los demás viajeros. El coche está ya atestado; hay cinco pasajeros en cada banco; cuatrocientos bultos bajo los asientos y quince minutos corridos. Pern nsdx Los pasajeros hacen sonar la bocina y los cobradores repiten: *iSi aún faltan cinco minutos!» Y en el acto surge junto al auto un Señor obeso, de cierto tono adinerado, que se monta y exclama como si fuera el dueño del ómnibus: «Cuando gusten...» Es don Salustiano que ha venido del campo a hacer compras importantes y dejó la orden siguiente al cobrador, despues de darle diez ckntimos: 43 no, he llegado a las tres cn punto no se vayan a ir sin mí». Todos los ciudadanos insulares que han tenido que subir por 398 una temporada al campo, habrán observado esta terrible espera de don Salustiano Robaina. Empieza uno por sentirse los riñones en compota, después se le enduerme una pierna; luego le entran ganas de orinar y uno no orina, porque tiene que dar un salto sobre tres mujeres gordas para salir del coche y encima está uno expuesto a quedarse sin asiento a la vuelta. Así observaréis la precipitación con que se bajan de los automóviles todos los ciudadanos cuando llegan a su destino.. . Pasa el tiempo y uno saca con dificultad un cigarro que no puede encender, si logra sacarlo. Y cuando ya ha perdido el recuerdo de la hora, suele uno con temblorosa timidez preguntarle al cobrador que se llama Juan o Bartoio: Bartolito, ¿ya vamos a salir? -Faltan cinco minutos.‘ Cinco minutos que se extienden hasta que don Salustiano Robaina aparece con su cocinilla de petróleo nueva y un espejo de marco dorado para la sala. ¿Y por qué disfruta de estas preeminencias el Sr. Robaina? iEs más rico que uno? Más que uno sí, pero no más que don Bartolo, otro pasajero que aguarda, como nosotros a don Salustiano. -iEntonces, qué misterio hay en esto? $‘uede uno hacer lo mismo que el Sr. Robaina? No, no. Nosotros somos unos hombres comedidos, correctos. Si estamos en la calle de Buenos Aires a la hora de salir un auto del Centro, nosotros no nos atreveremos a decir: el auto me esperará. EI señor Robaina, sí lo dice porque es lo que aquí llaman tan gráficamente: un fresco malcriado. Si al Sr. Robaina no lo esperara un día el ómnibus, no montaría más en él y se iría a otro y luego despotricaría durante un año o dos contra la empresa del auto que no le esperó. W. M.1 DENTRO DEL OMNIBUS Ya sale el ómnibus. Apenas anda unos metros se detiene ante cinco señores yuc quieren sitio. PCIU no hay sitio. El coche está atestado. Un viajero dice que no cabe más gente. Nosotros exclamamos: «Estos cinco no; pero antes- de llegar al hospital nos meten siete, uno a uno». Y asi es. La gente poco a poco parece que se va embebiendo con el vaivén del coche. Al llegar a San Roque hay puesto para uno más después de los siete. Y estos siete que han entrado casi de favor son los exigentes verdaderos. En la primera casa del camino obligan a parar el ómnibus para recoger un cacharro de leche; en la segunda parada dejan ! d ;M g 0 un paquete enorme: «iPare. 1 iPare!» Y así vamos todo el camino. En otra tienda se toman los siete su correspondiente estampido mientras el pasaje aguarda resignado. ¿Y protestamos de don Salustiano porque llegaba tarde ? iPara! Suena otra voz, y ahora es una mujer llena de vientre y de paquetes que va entregando a los viajeros de su banco para que se los mantengan cn tanto ella se vaya y reparte besos entre varias mujeres que la esperan. Y uno con los paquetes en la mano. Al fin soltamos los paquetes y el coche se vuelve a poner en marcha, pero a los diez metros, un ciudadano lo detiene. Quiere subir y a pesar de que aún no hay sitio, sube y se acomoda en el mejor. El ciudadano es gordo; nos cae al lado y nos mira despectivamente. Abre las piernas, extiende los brazos, se acomoda; nosotros nos replegamos hacia un rincón; el, hombre se sigue extendiendo, como un abreguantes; nosotros estamos ya al borde del coche: un empujón más y vamos al suelo. Lanzamos una mirada tímida al hombre gordo. Si le decimos algo a este monstruo -pensamosnos da un purietazo y nos deshace. Aguantemos; ya queda poco. El auto sigue su camino; el cobrador entrega por el aire una lechera, arroja un paquete a una casa del camino donde una mujer espera.. , Y de pronto, un hotentote de cara frondosa grita estentóreamente; «Pare un momento, pare un momento». Y luego casi al oído del cobrador, le ,dice: -Aguarden un pizco que voy aquí a ver la cabra de Panchito que parió ayer. [H. M.] EL BARBAR0 DEL OMNIBUS Así como en un tiempo hubo el coloso de Rodas, ahora hay el bárbaro del ómnibus. Es csc hotentote patudo del zapato sucio por la presión de la suela del compañero, pues para distraerse el bárbaro se «barrena» un zapato con otro zapato, al estilo de esos señores que van haciendo un hoyito en la tierra con su bastón. Este bárbaro es el amigo del chófer y de los cobradores; es el que para mostrar su confianza en el ómnibus, se sienta en el banco delantero y extiende sus pies sobre un neumático que cuelga sobre el motor. Antes de salir el coche ya ha ocupado todos los puestos; poco a poco el cobrador lo ha ido empujando hacia adelante para cumplir sus compromisos. Fulanito, ponte más allá. Y el bbrbaro. riéndose cede puestos y puestos hasta que se queda en el borde del co400 ; E 5 0 che. Y algunas veces; cuando hace falta este último puesto el bárbaro lo cede y se pone en la tablilla y cuando la tablilla se hace al fin necesaria el bárbaro se queda en tierra y sigue su viaje a pie. ¿Y puede ser un bárbaro hombre tan condescendiente en ceder puestos? iPor qué es bárbaro y al mismo tiempo galante? Es que el barbaro no paga. Lo llevan gratis, con la condición de que vaya haciendo ocurrir vacantes. Es, sin duda, una combinación. Siempre hay un compromiso, con un señor que espera en,el hospital, que se les escapó la hora: ese trágico don Fulano del bigote hirsuto y el sombrero de pedrada. El bárbaro está para guardar el puesto a este señor que puede aparecer de improviso. Cuando el bárbaro logra salvar su penúltimo asiento, el de junto al chófer y llega en él hasta Santa Brígida, nos tupe las narices con un cigarro virginio y una colección de ajos verbales. que nos hace desear al señor improvisado y a todos los señores que nos quieran poner sobre la falda. El bárbaro no se sabe dónde vive ni a qué va y viene en el ómnibus. Es una de las cosas fatales de estos coches amables que nos alejan de la pesadez de la ciudad... y de otros bárbaros de a pie. [H. M.] LOS RICOS SON LOS PRIMEROS MADRUGADORES ¿Y nosotros que estábamos deseando poseer una fortunita, para levantarnos a las diez de la mañana? ¿Cómo estos ricos madrugan de modo tan magnífico y vienen de sus fincas carretera abajo. con los ojos muy abiertos como si estuvieran mirando el cajón de sus ingresos? Nosotros esperamos humildcmentc en un banco de una tienda, la aparición de nuestro amigo el ómnibus: pero en tanto llega el ómnibus, desfilan por la carretera los autos de todos los comerciantes ricos. Nosorros pensamos tristes. ¿Qué hura de su1 tienen estos hombres? ¿Aún les parece poco el dinero que van entrando en sus cajones? LES que por la mañana temprano se vende más? No, no hay tal cosa. Estos comerciantes son como los ómnibus y las guaguas. Echan sus regatas a ver quién abre primero. Si usted aguarda un ómnibus y viene una guagua le dirá un conocido del pueblõ donde usted esté: «Detrás de esa ‘guagua viene el amarillo, porque la guagua está acechando a que salga para venir antes». 401 Y así los comerciantes ricos. Nosotros nos levantamos a las seis y el automóvil del rico que vimos ayer a las siete, ya baja triunfante por haberse adelantado el comerciante que el día anterior tuvo a las seis por hora.. . Y si otro día nos levarkamos a las cuatro, ya el comerciante estaría dispuesto para pasar en seguida. Lo importante cs abrir la tienda primero que ninguno. ¿No los habéis visto muchas veces a las ocho y media, a la puerta de sus tiendas esperando al dependiente, vestidos aún con el cubrepolvo y el sombrero encasquetado? iY entonces para qué van al campo si el regreso lo hacen a la noche después de cerciorarse muchas veces que la caja de caudales está cerrada, y después de emparejar la puerta de la calle, con el hombro? iAh! Es la familia. Todos estos ricos tienen fu familia. Si no fuera por la familia ellos no se tomaban la incomodidad de ir de veraneo. De este modo seguirán hasta la vejez, ahorrando, y cuando ya no sirvan para nada, repetirán los hijos la misma historia distribuidos en nuevas familias. No los envidiemos, pero no les tengamos tampoco compasión. [H. M.] 5Y ; LA TRAGEDIA DEL OMNIBUS El bmnibus tiene tambien su tragedia de diez o doce muertos; y no es que ocurra dentro del ómnibus, sino que se refiere todos los días en la terrible media hora de la espera. Las protagonistas de la tragedia son esas mujeres de caras de idiotas que llenan dos bancos y que se conocen porque todas son del mismo lugar chismoso. Las del banco de delante se vuelven hacia las del banco de atras y empiezan unas y otras a decirse: «$abe que se murió Fulanita la del Fondillo?m -HNO me diga. La que está muriéndose es Juanita» -«¿QuC Juanita?» -«Sí, mujer, aquélla que estuvo viviendo en Lomo Blanco» -«iY de qué se muere?» -c<Pues tis, querida». ~~ «Jesús, hijo, no gano una ni para estar tranqui1a.m Y así continúa el desfile de las enfermedades y las muertes: hemorragias, malospartos, tumores, y el pacífico viajero sientecaer sobre sí aquel «gelo di paura», que Caía sobre Roma el dla de la muerte del almirante Saint Bon, según cantaba D’Anunzzio en su magnifica elegía. Una oscura amenaza se nos mete en el ómnibus y cuando ya todo parece conjurarse se oye la voz de otra mujer que está tres bancos más atrás: «A Juanita la de la Cruz del Inglés tuvieron que sacarle anoche al chico a pedazos». -«Jesús, queri402 i da» -i Jesús querida! -Y corre el Jesus por todo el ómnibus y nosotros miramos aterrados en el reloj que aún quedan quince minutos para salir. Nos duele la cintura; la cabeza se nos hincha; un pie se nos duerme. Dirigimos nuestras miradas hacia el rostro de aquellas idiotas; unas han metido compungidas la barba, dentro de la man- tilla; otras revelan satisfacciön y como un empache, de catar tanta enfermedad grata; otras nos estan observando como enojadas porque nos hemos movido mil veces en nuestro asiento durante la plática. Nosotros sentimos una ola de sangre en nuestra testa, un impulso asesino y cerramos los ojos, como en una catástrofe irremediable.. . Quedan cinco minutos para salir... Ansiosos nos colocamos en el asiento, sacamos un cigarro, y de pronto, a un Robaina de bigotes le preguntan desaforadas: «Panchito ipor qué tiene luto? -Por mi mujer, ¿no lo sabían? -iPor Catalinita:’ ¿Y de que se murió? -No me lo nombre; de un cáncer, la pobre.» El pasaje civilizado cae de cabeza al suelo. Y el ómnibus no puede salir. [H. M.] MALDITO CLIMA Calcines, Robaina, Chirino, Monagas y Fleitas avanzan por el puente metiendo la Cabeza en el cuello; todos tienen la nariz colo- rada y unos ojos de desenterrados. -iQué le pasa Calcines? Un estado gripal. iQué le pasa Robaina? -Un estado gripal. ¿QuC tiene usted Chirino? -Un estado gripal. -Pero amigo Monagas, iquién le ha puesto a usted esa nariz de tomate? -Un estado gripal.. . Y allá van los cinco indígenas jeringados con el estado gripal, pero acaso contentos por tener algún estado. Porque, claro, esto del estado gripal se lo oyeron al médico. Para ellos, lo que han tenido es un catarro de todos los demonios; pero como les subió la fiebre tuvieron que ir al médico y el médico diagnosticó solemnemente. -Esto es un estado gripal. Y aunque a, Calcines le dolía el vientre, a Robaina las anginas, a Chirino la cintura, a Monagas la cabeza y a Fleitas la espalda y cada uno en su casa se puso su enfermedad propia, en cuanto el médico dijo lo del estado gripal, se quedaron todos tan contentos con el titulejo. Al llegar al Casino vuelven a soltar lo del estado, y aun cuando pasan los dias y se habla dc unos nuevos Kgripadoss, Calcines, Robaina, Chirino, Monagas y Fleitas exclaman en sus respectivas tertulias: «-Nada peor que estos estados gripales. El mes pasado 403 estuve yo metido en uno que creí que no salía. Llegué a preocuparme seriamente. Si el medico no me dice que era un estado gripal me muero». Y entonces, un indígena furioso a quien no le ha dado nunca un catarro, empieza a despotricar con lo que él llama frivolidades atmorfkicas del clima. «Esto no es clima ni es nada... Mire usted que en pleno agosto. la población Ilena de pulmonías. Esto es un asco. Aquí no se puede vivir. Cst6 uno como metido cn UII Lubu de esus de los velones antiguos, en un tubo empañado. +tá uno ahí, aburrido y asfixiado. Dando vuelta de punta a punta del tubo y de pronto le destapan a usted las dos bocasdel cubo, le viene un soplo frío; le vuelven a tapar las bocas y se queda usted dentro con’&0 que Calcinesllama estado gripal y que no es sino un demonio que se nos mete para no dejarnos llegar a los 65 años... Esto es un clima para ingleses flacos. Y todavía siguen diciendo los periódicos bobos, que ‘los visitantes.quedaron encantados de las bellezas del clima’. Lo que se quedan es asombrados de ver gente viva». * En este momento culminante de la perorata, Estupiñán se pone las man& en la barriga y regañando el labio se levanta. Calcines, acude solícito: -¿Qué le pasa, amigo Estupiñán? -Nada, -Váyase, un escalofrío en cl estómago. y acuéstese que eso debe ser un estado gripal. [H. M.] EL SEÑOR PAQUETE Este es otro pasajero del ómnibus. Pero ustedes dirán: «iOtro golpito al ómnibus?» Sí, señores, otro golpito. Siempre resültará más variado que esas pláticas de la sociedad donde una señora dice: G%ia , jno sabes?», y otra repite: «No me lo digas niña», claro que después de haberlo dicho. Sí. Otro golpe al ómnibus. Nos quedaba este último personaje desconocido y poderoso: el señor Paquete. Nosotros llegamos al coche media horaantes de lasalida: buscamos nuestro habitual asiento, pero ioh sorpresa!, sobre nuestro asiento ha puesto rramos. una mano policíaca un terrible Paquete. Nos ate- Este pequeño bulto ligero y débil, que de un manotazo podíamos arrojar al barranco nos inspira un supersticioso respeto. El señor Paquete guarda el asiento de otro señor que no ha de venir sino en el preciso momento de la partida del ómnibus. ¿Y esto es 404 legal? No, no es legal; un paquete no tiene cedula ni nalgas. No es posible que ocupe este asiento. iEs tolerable? $a! No es tolerable tampoco; el paquete pertenece a un hombre antipático. El solo hecho de colocar ese paquete revela una pedantería insoportable. Entonces, si la presencia del paquete nos irrita de tal modo, ipor qué no lc damos un puñetazo? ~Por qué no llamamos al cobrador y consignamos nuestra protesta? No sabemos que profundo y misterioso secreto nos obliga a callar agoblados. Nos vamos separar& poco a poco del paquete. Parece un paquete explosivo,. iQuién se atreverá a tocarlo? Nerviosos, febriles nos vamos encogiendo, como si el banco se llenara excesivamente de pasajeros. Estamos ya en un extremo31 paquete desde su lugar, con una especie de ojo invisible y maldito nos va empujando. Sí. Es inútil nuestro viaje de esta tarde. El paquete acabará por ocupar todo el asiento. Y así es. Cuando el coche se pone en marcha aparece el dueño del paquete, que es otro paquete, pero un paquete de esos de la casa de Elder. Queremos decir, que es un hombre desmesurado, con unos brazos enormes y unas caderas terráqueas. Este hombre se sienta. Y así como su paquete nos iba oprimiendo de un modo hipotético, el hombre nos oprime de un modo efectivo. Cuando veáis estos paquetes solitarios en los ómnibus, huid hacia el bawu fllontcro. Es prcferiblc liarse uno a trompadas con otrcs viajero que no con el paquete. El paquete colocado allí, tan rotundamente, es un gesto del matón indígena. Es como si el indígena alzara el pescuezo y se pusiera en jarras: iA ver quién me tose! [H. M.] FRUTA PROHIBIDA Algunas veces nos vamos de excursión por los pequeños pueblos de la isla. No son de una gran belleza panorámica, mas hien monótonos y llenos de casas ridfculas donde unos propietarios ventrudos suelen refocilarse los veranos. Pero tienen el misterioso encanto geológico, esa magnifica soledad de las montañas muertas y esa perspectiva del infinito, que sóJo se sospecha sobre los montes pelados y solitarios. Si queréis, algún dla, fortificar el espíritu para la eternidad, venid a estas montañas, reposad frente al horizonte, que está abajo, surgiendo del mar en reposo. Ninguna cosa en la vida da la sensación de la Nada, como este supremo silencio de piedras. Pues bien; divagamos por estos pueblos; la gente nos mira como a orates. Al pasar, algunos, suelen concedernos un saludo te405 meroso, y si nos internamos en una finca, el perro del rico nos ladra furioso. Mas siempre hay una voz que dice: «No muerde, señorN. En uno de estos paseos bordeamos una quinta espléndida; los árboles frutales se erguían excelsos sobre los muros. Sentimos la curiosidad de ver y nos asomamos. Y nuestros ojos vieron con sorpresa inaudita que el pie de aquellos árboles estaba cubierto de fruta podrida, que toda la fruta iba cayendo al pie del árbo\ y allí moría abandonada. Preguntamos a un hombre: «Es la fruta que sobra, señor» ¿La que sobra? iCómo puede sobrar fruta de esta manera? ¿Esa pobre mujer que va por el camino ha comido fruta? ¿Y esos pequefíos descal- zos, la han comido tal vez? No. Nadie ha comido fruta. Nosotros tampoco. Y, sin embar60, sobra la frUta. Pensamos: esto es una revelación. Todos los próceres ricos son de esta manera avara. Ellos prefieren dejar pudrir la fruta a que se la lleven los pobres aldeanos. Pobre fruta prohibida. Estos árboles en un jardín liberal y alegre darían un producto más fuerte. Acaso, se caen los frutos al pie del árbol, anemicos, descoloridos, llenos de tristeza, de esa tierra donde los plantan, tierra sombría y jesuítica, torpe e hipkrita donde los pies de esos ricos pisan como en una iglesia o en una galería oscura. La raíz del árbol no siente nunca el rumor humano en la tierra, ese rumor que necesitan para darle al hombre el fruto sano, alegre y generoso. [H. M.] FIESTAS DE AYER Estos días hemos sentido una pequeña alegrfa. La alegrfa nos la ha proporcionado una tómbõia. La tómbola es el comienzo de unas fiestas. Las fiestas renuevan nuestra niñez. Hace muchos años, la Plaza de Santo Domingo tenía una grata alegría de viejo. Era como un viejo sano que tomara el sol y cnnta- ra historias a los niños. Después, esta plaza se fue aplebeyando, con un armatoste y con los gritos y las ordinarieces de los chicos vecinos del barrio. La plaza estaba como un enfermo crónico que no sale de su cueva. Nadie sabía de esta el Miércoles Santo van a Pero aquellos días del sospechábamos que podían 406 Plaza, sino algunos tradicionalistas que ver entrar la procesibn. Rosario estaban ya tan lejos que casi ser una quimera. Mas no son una qui- mera. Este año volverá la fiesta con más ahinco y esplendor que nunca. La tómbola está anunciándolo ya. La tbmbola ha sido aquí madre de todas las fiestas. Hubo un tiempo en que todo se solucionaba con tómbolas. Todo el mundo compraba motes en esas tómbolas, con la ilusión de sacarse una bastonera o un portacepillos, de esos de cartón forrados de raso, habilidosa obra de Pinito o de Mariquita. La tómbola es el lugar donde se refugian todas las cosas cursis que guardamos en casa. Recordamos que una vez nuestra madre, queriendo deshacerse de una ridicula pantalla de velón que nos habían regalado, la envió a la tómbola. Luego, nosotros, compramos un billete y nos tocó en suerte la pantalla. Era el destino que también se mete en las tómbolas. Pero hemos de convenir en que nada más que por lo que anuncia, la t6mbola es un símbolo de alegría. Esta tómbola de ahora, es para preparar las fiestas del Rosario. Las fiestas del Rosario tienen todo un encanto de niñez. Volveremos a ver los cohetes en la vieja plaza y a aquel santo tan amable que llevaba una casita de plata en la mano. [H. ‘M.] YO ME ARRIME A UN PINO. . . Acércanse las fiestas del Pino en Teror. También se acercan las de las Alcaravaneras, pues han de saber ustedes que en las Alcaravaneras además de hoteles, hay una iglesia consagrada al Pino, que es la misma de Teror porque no puede haber dos Pinos celestiales. Este es un terrible conflicto para los fieles del Pino lejano, que se rompen los pies en la carretera, pudiendo solucionar la peregrina- ción con menos tiempo y un trozo de camino de arena. Pinito Robaina venía todos los años haciendo su promesa al Pino de Teror, pero ya el pasado año lo vimos en el Pino de las Alcaravaneras. El resultado votivo es sin duda igual, pero los ventorrillos y el ron son diferentes. Por eso la gente aún está reacia en decidirse plenamente por la Sucursal del Pino. Lo mismo ocurría, cuando colocaron los buzones en las esquinas. La gente seguía echando las cartas en el buzón de la central. Todo el mundo estaba convencido de que las cartas no llegaban en aquellos buzones. Pero hoy las pequeñas sucursales postales suelen estar más nutridas que el buz6n paternal. Así ocurrirá mañana con el Pino. Como Pino Robaina hizo, harã igual Pinito Pleitas, y si después se ponen unos cuantos atractivos alrededor de la iglesia, el fracaso del Pino de Teror será un 407 hecho. Nosotros lo sentimos porque nada más grato que esa fiesta teroretense donde no se huele más que el sudor de tanto peregrino sucio. . La Virgen está en todas partes. Es ubicua, como su hijo Jesús. Si en Teror tiende su mano milagrosa ¿por qué no ha de tenderla también en las Alcaravaneras, teniendo la iglesia de este barrio un cura -intérprete celeste- como en la iglesia de arriba? Comprendemos, sin embargo, que en Teror se enojen con la competencia; mas todo sería cosa de ponerse de acuerdo cura y cura, y dejar el Pino de la Sucursal para los peregrinos que no tengan automóviles y para los que hayan tenido la, ligereza de hacer una promesa a pie. Perdónenos el lector esta crónica algo irreverente, y como la cuestión en la vida es arrimarse a un pino verde, arrímese a uno o a otro, que puede que se rejuvenezca. [H. M.] PEQUEÑA HISTORIA CACHUCHA DE LA iQué hace, en este pueblecito, bajo un carro enorme esta cachucha? Esta cachucha abandonada nos hace recordar la historia de desgracia y desdén que ha tenido aqul siempre la cachucha. Todo el mundo odia la cachucha y es un pequeño artefacto humilde y c6modo; todo el mundo lo odia, menos estos mentecatos de caída de ojos que las buscan de visera larga y sombrosa para colocarsela de un modo candongo y romper con la humanidad de sus ojos esa cosa tan inútil como es el corazón de las mujeres. Entonces la cachucha se hace repugnante colocada en la percha esférica de los mamelucos, y es, quizá por esto su karma terrible. uiPonte la cachucha!.- -nos decía nuestra madre cuando íbamos a la calle-. Y nosotros, al salir, cogíamos la cachucha y nos la escondíamos en el seno de la blusa. Después, cuando hicimos el primer -viaje, la cachucha no se separaba de nuestra mano. En algún instante de frfo solíamos enterrarla en la cabeza y confundirla con el cuello del abrigo, pero jamás podiamos tcncrla puesta serenamente. Q?or quC esta misteriosa hostilidad? iEs que la suavidad de la xachucha, como una mano de terciopelo, nos va dando un pequeño masaje en la testa, y las ideas serenadas en sus correspondientes células se alborotan? ~0 es que el vacío resuena demasiado al contacto y el eco nos recorre como una serpiente toda la escultura? -No sabemos nada. 408 El señorito ama la cachucha y al amarla la hace -odiosa, el hombre sencillo se azara con una cachucha puesta; el artesano, no le puede dar la pedrada gentil que en la cachorra es toda el alma. Y así, de este modo, vemos pasar la vida de la cachucha, siempre flamante, porque nunca se usa. iMas. esta vieja estropeada y sucia que estamos viendo bajo el carro? iEs una cachucha de chófer? No, porque el chófer es el que más odia la cachucha. Esta cachucha debió pertenecer al señor que duerme las siestas bajo el carro, ese zángano pintoresco que se tiende en el suelo boca arriba y luego se tapa la cara con una cachucha. Ni esta cachucha esta desterrada, pues, ni ha dejado de prestar sus servicios. Es quizá cuando la cachucha está viviendo, lejos del mundanal ruido, su mejor vida. [H. M.] EL CIUDADANO DEL PURO Nada hay tan elegante como este ciudadano que lleva su puro entre los labios. El hombre del puro parece que siempre acaba de tomar posesión de alguna cosa; parece como si llevara detrás su oficio en el que se ha escrito: «Con esta fecha he tomado posesi6n del cargo que me ha eonferido, etc...». Ningún hombre, que no haya tomado posesión o esté deseando tomarla se fuma un puro de un modo tan enfático. Ved a esos otros ciudadanos que llevan su purito a escondidas, fumándoselo como en un domingo tranquilo. Estos ciudadanos no son casi nunca visibles; se fuman el puro en las transversales, por la Marina o en la Plaza de Santa Ana, sentados en aquellos bancos de arriba, que nadie ve. Pero el ciudadano verdadero del puro, ése sale empingorotando el vientre y saludando entre el puro con un adiós lleno de toxinas. No me digáis que este hombre no ha tomado posesión de un cargo, aunque sea un cargo hipotético, un cargo imaginado por él mismo. Si el hombre del puro se acaba de levantar de un sillón, acaba de recibir ese pequeño homenaje de la mano que señala los silleros invitando a sentar; el hombre del puro acaba de recibir un «Regium execuatorw centroamericano, el hombre del puro tiene las manos un poco barnizadas de estar ocupando un sillón de edil, uuu~os que nu despej6 de los brazos del sillón para no perder la envergadura de hombre de puro. El hombre del puro acaba de cerrar enérgico a las diez de la noche su oficina de comisionista, y 409 ese gesto de darle vueltas a la llave lo prepara para el puro que ha de comprar en el primer estanco abierto. No importa nada que el puro sea legítimo o de esos llamados cartabones que parecen pedazos de la para de una silla de Viena. Nb. No es el aroma, ni la embriaguez de la marca lo que hace que el hombre se envitole tan pedantemente. Es la perspectiva del plano que forma el puro; es ver más alla de las narices a las cuãIes el puro deja atrás con una rapidez de guagua. Es ver un pequeño horizonte no visto, que al final se esfuma con los últimos humos del puro. [H. M.] LOS CARRERISTAS Siempre hay algo por descubrir en el ómnibus. Nosotros hemos descubierto a los carreristas. Va a salir nuestro ómnibus, pero el de otra compañía se adelanta un segundo y nos pasa. Luego, frente al Hospital, volvemos a encontrarlo. Aquí el auto enemigo está parado y como nosotros no tenemos quC hacer en aquel sitio avanzamos dejando atrás el otro ómnibus. Refuérzase la máquina, algunos hombres discretos empezamos a sentir zozobra. iApretará el ómnibus contrario también su motor y tendremos el peligroso espectáculo de una carrerita? Nos encomendamos al cielo, que es hundir la cabeza en el tronco y escurrirnos en el banco. El auto corre y nuestra inquietkd aumenta. Pero en un momento ‘que esparcimos la mirada por todo el ómnibus descubrimos a los carreristas, a los aficionados a estas regatas de autom6viles. Van en los extremos, tienen unas perfectas caras de chimpancés; llevan la boca abierta con ese gesto sucio del estúpido y no paran ni un segundo de alargar sus testas hacia fuera del auto para ver si el otro viene y nos alcanza. -«No viene» -dice uno milagrosamente hablando el castellano.- «Ya verás tú cómo lo coge» -responde el otro por virtud del mismo milagro. «Si va por gallos ingleses. Cualquierita nos coge>p. -«Es que no quiere; si quisiera verías tú». Y con la misma, sonrisa estólida continúan todo el viaje, alargando el melonar hacia atrás y sintiendo la emoción de una regata ..’ -.. p@abk: .___- . . Pero el auto enemigo no llega. Nosotros somos dueños del ca- mino. Los carreristas están defraudados. Ignoran, sin duda, de que hay órdenes gubernativas suprimiendo estos espectáculos de man410 dingos. Los carreristas han perdido su peseta. Ellos pagaron con la esperanza de esta función. Y nosotros pensamos que no es ciertamente el chófer el culpa- ble de las regatas, sino estos zánganos que lo azuzan; zánganos que a veces son señoritos de aparente cultura y a veces extranjeros aclimatados en estupidez isleña, sobre la suya propia que suele ser más perfecta. ¿Quedará algo mas que descubrir en el ómnibus? Estos dos hombres carreristas no se habían destapado como esta tarde. Esperamos, pues, en descubrir mañana algún otro peregrino señor. [H. M.] ; EL MALCRIADO Ciertamente, DEL la mayoria de los E 6 OMNIBUS habitantes del ómnibus son mal- criados, pero hay uno que es como si fuera el licenciado en mala educación, el Cónsul en la malacrianza. Este malcriado es el que dispone y opina y casi manda en el ómnibus. Primero manda el paquete a que le guarde el puesto y si uno, atrevido, se lo retira del sitio, cuando el malcriado llega, la emprende con el cobrador que tiene que buscarle un sitio semejante o más cómodo que le guste al malcriado porque ya se le había metido en el meollo ocupar el sitio donde colocó su paquete. Y así abre las piernas y cruza los brazos, molestando al vecino mientras dice: «Esto es un desbarajuste. Aquí no hay orden, ni educación, ni nada». Porque el malcriado siempre está protestando de la mala educación de los demás. Mala educación que consiste en no tolerarle al malcriado que haga lo que le de la gana. El malcriado del ómnibus llega tarde; todo el mundo lo espera resignado porque sospecha que ha de venir diciendo: *Si el auto se ha marchado sin mí los voy a jeringar. Les voy a contar un cucn- to». Y uno, avasallado por el mirar de florete que tienen los ojos de semejante hotentote, espera arrinconadito hasta que el destino disponga, de acuerdo con el malcriado, la marcha del automóvil. El malcriado del ómnibus, aunque todo dios aguarda resignado por él, y le reservan los mejores sitios, está siempre furioso con las cosas del ómnibus; no hace sino despotricar contra la incomodidad de los asientos, la molestia de los paquetes que van debajo de los bancos, paquetes cuya mayoría son de el. Su condici6n de malcriado no le permite, ni aun fuera del ómnibus, sentirse prudente o tolerante. -Por supuesto, yo no sé qué se habrán creído esos mamarra411 chos. Eso es un abuso -dice el malcriado lejos del ómnibus, refiriéndose a los del ómnibus. Y dentro del ómnibus se le nota cierta incomndidad de eros que aquí llaman señores calentones. Y todo esto gratis, sin saberse por qué, pues es el más considerado y más temido. Siente el malcriado que el motor resuena m& de lo normal y ya ‘está contoneándose en el banco exclamando: -Si es lo que yo digo. Esto es un desbarajuste. El automóvil da una vuelta rápida y gracias a la serenidad del chófer no nos vamos al abismo, y el malcriado dice: -Me hubiera alegrado caer para que vieran éstos si se jeringa‘ban o no. Y así vamos con el malcriado a cuestas todas las tardes y todas las marianas; refunfuñando el hombre por cualquier cosa: por un pasajero que sube o que baja, acompañándolo todo de sus correspondientes ajos: -Pero iajo!. todavía van a meter más gente. Y un día que al malcriado se le hizo tarde, y tuvo que ir a tomar el ómnibus al hospital, no podía dársele asiento; el auto estaba hasta los topes. Pero fueron tales los gritos y los gestos de ira, que el cobrador hubo de rogarle a un compadre que le cediera el asiento al malcriado. El malcriado se acomodó protestando y nosotros hubimos de recogernos al brazo de madera del auto yz clavar allí nuestro traste, harto magro para sentarse en filo. [H. M.] EL RESIGNADO DEL OMNIBUS He aquí el hombre que morirá en un accidente automovilista, porque su resignación lo pega tanto a los bancos del ómnibus que parece que no ha salido nunca de allí.‘ Es el hombre que va más incómodo y a quien, sin embargo, tiene que decirle siempre el cobrador: «Don Fulano, hemos llegado», pues él está absorto en el cielo número cinco. Llega Don Fulano media hora antes para buscar un asiento cómodo; y lo encuentra y se sienta descuidado, pero antes de salir el cobrador le ha puesto debajo de su banco una caja de bencina, dos cestos y tres paquetes. Don Fulano va subiendo sus piernas poco a poco, y refugiándose en el brazo del banco. Luego, cuando el automóvil echa a andar y aparece un viajero rezagado, es en el banco de Don Fulano donde lo colocan, y como Don Fulano es delgado a causa de su práctica resignada, el cobrador le dice: «Don Fulano, usted que es delgado, córrase un poquito». 412 Don Fulano, se sienta en su ómnibus y si éste sale media hora después de la señalada, Don Fulano, sin darse cuenta exclama sorprendido: MiAh, caramba, con que ya es la hora?.- Y se pone con- tento porque va a llegar pronto. A Don Fulano lo trituran los demás viajeros; le ponen bastones encima y cestos y don Fulano sonríe como diciéndoles: -Pueden ustedes traer mañana una c6moda o un bidet que a mí no me molesta». Cuenta las paradas del automóvil y si tiene prisa le pregunta con timidez al ch6fer: «¿Tardaremos mucho?» -Nunca lleva paquetes, pero si un día necesita llevar alguno, lo coloca en su falda como un niño, para no molestar al vecino, y aún así, suele preguntar: «¿Molesto?» Y lleva sus piernas en alto a causa de la gasolina, de los cestos y de los paquetes que le pusieron bajo sus pies. Un día el resignado sintió que sobre su sombrero caían gotas de algo; el auto iba por el llano de las brujas a todo correr. Don Fulano, sacó su cabeza y miró el cielo; el cielo estaba azul clarísi- mo. No eran gotas del cielo. Don Fulano, a pesar de su resignación llegó a alarmarse. ¿De qué eran aquellas gotas? Preguntó al chófer: «iDe qué son estas gotas?» Le respondieron: «Es que hoy se lavó el coche y eso debe ser el resto». Don Fulano sonrió y dijo: «Caray creí que era una cosa de fe-. n6meno atmosferico». -Y se resignb aguantando la gota en el sombrero hasta Santa Brígida. El resignado del ómnibus es el pasajero que más le produce a las compañías de ómnibus. El paga su asiento y luego lo deja, sin irse, para que lo ocupe otra persona. Es como una garantía de las empresas. Así como el malcriado del ómnibus se desboca, éste convierte en loa todas las desvergüenzas del otro: «Se viene muy bien, muy bien. Es un auto tan conocido que, ustedes no lo querían creer, hoy venía a mi lado un hombre con una cama de matri- monio armada y apenas sentí el roce de la cabecera en mis piernas que eran donde la descansaban». [H. M.] EL ODIO EN EL OMNIBUS Todos los pasajeros se odian en el ómnibus, como se odian en la sala de espera de un médico todos los clientes. Llega un viajero al ómnibus y se pone en el asiento de delante; llega otro que soñaba con este asiento, después, y asf queda ya establecido el odio terrible. Los que llegan más tarde odian a los 413 previsores que se adelantan, y estos, al sentirse odiados, exclaman mirando a aquellos: iQué tipo más repugnante! Todos son repugnantes. Cada viajero desea hallarse a su lado a un amigo; si la suerte np le concede esta merced ya califica de repugnante al ciudadano que le toca, quien, a su vez, halla a su vecino asimismo repugnante. Aquí todo lo que no nos conviene a nuestro feroz egoísmo es repugnante. La novena sinfonía o el Ham-, let también son cosas repugnantes. Repugnante la cosa y el ho’irii bre. Y cuando más se acentúa es en estas pequeñas congregaciones donde es forzoso establecer un turno. Un isleño llega a la sala de espera de un doctor y cuenta el número de espectadores: diez. i Jesús!, exclama para sí, y sin verles las caras a los infelices dolientes: «De aquí que despachen a estos diez repugnantes son las seis de la tarde.» En el coche, la repugnancia va más compartida y unos y otros, entre sí, se pagan con la misma moneda. El pobre diablo que se sienta en un banco donde hay cuatro ya sentados, es un repugnante. «Miren a este repugnante que no viene sino a jeringar.» Y los cuatro sentados son también lo mismo, porque a este quinto, cuando llega a su San Mateo o Santa Brígida y le pregunta la familia: «¿Como viniste?» «iViniste bien?», él responde: «Metido allí con cuatro repugnantes». Si el ciudadano se resigna es repugnante, y rcpugnantc si protcs- ta. Y si sube y baja todos los días a la misma hora se encontrará con otro que hace lo mismo, pero que le irá mirando con hostilidad hasta hundirle la mirada furiosa en las entrañas. Y ambos a dos, al verse bajar y subir cotidianamente exclamarán para sí rencorosos y malignos: «iQué tipo más repugnante! Me está cargando verlo todos los días.» Cuando uno se baja en su punto de destino, los que quedan en el coche rabian sordamente: «Miren ustedes dónde se le ocurrió bajar al repugnante ese». Pero si uno deja de subir unos días, ya estará el isleño desasosegado, buscándonos por el ómnibus, acaso con cierto desconsuelo, por no poder utilizar la virtud de su odio magnífico: «iCaray, el repugnante ese hace días que no sube!.. .» [H. M.] YO LE DOY CUARENTA DUROS Este señor Robaina que da cuarenta duros los da por el alquiler de una casa oscura, malsana, en una callè corriente. Probablemente el Sr. Robaina no tiene más que esos cuarenta duros, pero como lo importante es la casa, él sacrifica su estómago con tal de no perder 414 el postín de que sus niñas se asomen a la ventana. Pero tampoco puede lograr este deseo porque el dueño de la finca, ogro guanche, le dice: «Hasta cincuenta me han venido a ofrecer». ¿Quien puede ofrecer cincuenta duros de alquiler por esta casa? Fleitas, el señor Fleitas que también tiene niñas y nada más que los cincuenta duros. Fleitas ofrece esta suma, pero el casero aguarda a un señor Monagas que le ofrezca sesenta o a un Mujica vesánico que se venga con ochenta duros contantes y sonantes. Y así es, llega Mujica y el casero terrible alquila su baúl en 400 pesetas mensuales y una vez alquilado todavía aparece el melón de un Calcines que le puja al inquilino el alquiler: cien duros. Y he aquí todo el intríngulis de la carestía de las casas. Si la gente perdiera su cursilería y se fuera a vivir a los barrios extremos, acaso se remediaba un poco esta insensatez de los caseros. Ellos, de condiciones leoninas, están resultando ahora casi unos ángeles. El públi- co idiota y vanidoso es el culpable de la situación. iCómo puede irse a vivir a San Jose, una familia distinguida de esas que regalan en las bodas una mantequera de cristal y plata? Aquí el temor no es venir a menos, sino que la gente diga que se vino a menos. Un potajito bien recalentado para todo el mes, pero una casa con sala donde quepa el gramófono, cueste lo que cueste. La cuestión es que desde la calle se vean unos visillos de esos que tapan un pedazo de ventana y se sostienen con una barrita de metal amarillo. Todo el mundo se queja de la carestía de las casas, pero todos pagan cuanto el ogro guanche les pide. No estaría de más una cruzada de inquilinos contra los caseros. Un pequeño sindicato bien organizado tendría a raya a estos bárbaros ambiciosos. «Me han venido a ofrecer hasta cien duros -dice el ogro con una fruición diabólica-, pero yo por ser a usted se la dejo en 99». Cierto, en el Monte hay casas que cuestan 19 duros y medio, como favor al inquilino del dueño a quien le ofrecen 20. «En veinte duros ese cajbn de velas lo tengo alquilado desde que me de la gana». En este Monte cursi de veraneantes es donde se ha batido el récord de los alquileres. Lar as aceras de casas, donde el chisme y el comentario se comunica a‘i atardecer, todas dan una renta fabulosa. El veraneante isleño paga por tener gente al lado con quien hablar mal del prójimo todos los cuentos que le pidan. Y luego dicen los señores que a Fulano -el mando- le ha sentado la temporada muy bien. Y lo que sienta a Fulano es estar solo en Las Palmas almorzando en la fonda. Los niños vuelven al colegio esmirriados, la señora con dolor de reuma por la humedad del Monte. Sólo Fulano es el rozagante. II-I. M.] , 415 LA MUJER DEL PIE Sigamos con las historias del ómnibus. Hay una mujer en el ómnibus que va todo el viaje apoyando su pie en el asiento que tiene delante. Algunas veces ocurre que con el movimiento del auto el pie se corre y hace una pequeña preaii>n sobre las nalgas de un viajero, pero la mujer continúa impertérrita. El viajero hace un pequeño gesto de contrariado y si la mujer lo nota dice: «iPues no faltaba más!» Estas mujeres son las que van en los coches de las cestas y los paquetes que salen a la una y a las tres. A esta hora, todo el personal del ómnibus se reduce a mujeres que huelen a pescado viejo y que comen manises y churros fríos. Cuando algún viajero higiénico tiene la desgracia de caer a esta hora en los ómnibus, necesita darse un baño al llegar a su destino. La ropa tambien necesita limpiarla de ese confeti de los manises que la mujer arroja sobre el viajero implacablemente. Pero lo más característico del viaje a estas horas es el pie de la mujer gorda. Esta mujer lleva debajo de su asiento toda la casa; hasta un perol con chocolate líquido, y no puede colocar los pies en el piso; sólo uno, con gran dificultad, dentro de un cesto que contiene zapatos. El otro lò apoya en el banco de delante entre las nalgas de los viajeros, pero termina por colocárselo al viajero so- bre su redondel. El viajero que protesta, recibirá las imprecaciones de la dama y el que no protesta recibirá las imprecaciones del zapato. Imprecación por imprecación vale más las del zapato, que al fin son silenciosas y se remedian con un cepillo, en tanto que para acallar a las de la dama, sería necesario romperle la cabeza. ‘Ayer una señora hubo de levantarse indignada. La dama del pie se incomod6 como si la molestada fuera ella: «Vaya con la señora, pues no es.poco orgullosa. Si no le gusta, bájese.» Y así sucesivamente hasta que la señora tuvo que abandonar el coche. Luego quedó flotando el comentario: «Es una loca». La dama del pie se volvía para todos los del coche repitiendo: «Está loca ¿no ven ustedes que está loca?» Y siguió con su pie, que a la postre hubo de tocarme a mí, sustituto de la señora indignada. Yo llevé el pie hasta mi destino. La vieja apretaba que era un gusto. Yo estaba desesperado. La única esperanza que me quedó fue la de haberle hecho, algún agujero en la planta del zapato. [H. M.] 416 A FIN DE MES iconocéis a ese amigo Fleitas. que con una carterita en la mano recorre la ciudad un poco desorientado? ~0 a aquel amigo Ro-’ baina, tambitn con su carterita, que está sentado sobre el saco de judías de la tienda de un amigo? Pues éstos son los hombres para los cuales no hay más que un fin de mes... que nunca llega. Ellos tienen frente a su pequetio horizonte de cielo de clase media, estas palabras terribles: «A fin de mes». Palabras confortantes para los enemigos de Fleitas y de Robaina, pero desoladoras para ellos: Estos enemigos no tienen en su estrecha vida otra defensa que el fin de mes matador para los dos ciudadanos de las carteritas. Fleitas se acerca a una tienda y ve al dependiente que lo mira asustado y le dice: «A fin de mes». Robaina se acerca a una oficina y entrega un papelito sutil al ordenanza; el ordenanza desaparece detrás de las mamparas para volver al poco rato y decir: «A fin de mes». ¿Qué cosas hacen estos hombres para recibir estas respuestas sin sentido? Estos hombres son cobradores, y lo que llevan en sus carteritas son unas cuentas mugrientas, rotas por el doblez, unas cuentas que han estado oyendo durante tres, cuatro años, las palabras fatídicas; UA fin de mes». ¿Qué sería de nosotros sin este día treinta ideal, a donde remite uno a los cancerberos de la cobranza, todos los meses del año? Y ellos, aunque sonríen, creen en la posible eficacia de ese fin de mes casi boreal. El pobre hortera, y el oficinista del «smoking» a plazos no podrfan existir sin este fin de mes que les descarga la bronquitis de la «trampa». El momento este de decir: «A fin de mes» y ver que el cobrador se aleja, es el momento más propicio a los médicos para auscultar a sus enfermos. iCuántas veces el galeno ha creído notar un roce en el vertice del pulmón o una palpitación cardiaca en un cliente y es que aún no ha podido soltar el pobre su UA fin de mesu, que recorre el pecho de un lado para otro, como un boliche engomado! El dia que los amigos Fleitas y Robaina se decidan a suprimir de un tajo el uA fin de mes», tendrá que cerrar el comercio sus puertas o se notará en la venta un gran baj6n. [H. M.] 417 TODOS SON SIMPATICOS Y MONADAS Después de estas visitas de extranjeros marinos, que se celebran con bailes, verbenas y recepciones a bordo, suele quedar en la ciudad como una sonrisa flotante de simpatía. La ciudad parece una cara de esas sonrientes que hacen cortesías entornando los ojos, todo con una línea melódica, que embriaga vagamente. Todos los marinos son simpáticos. He aquí a la señorita de Fleitas que está diciendo: «Hija, me tocó un marino simpatiquísimo». Y he allí a la Srta. de Calcines que a’su vez exclama: «Bailé con un muchacho que era una monada de simpático.» Y estas distinguidas jovenes que cuando algún pollo de la localidad las requiebra, piensan en la renta posible, al llegar el marinero, se desentienden de su cálculo, para enamorarse de la monada desinteresadamente. Las mamás también participan de las monadas. Acostumbradas a la pelambre del cónyuge, en cuanto ven a su hija bailando con alguno de estos bombones humanos, todo es hacerse sonrisa y menearse en el asiento, movimientos de desesperación, aunque parezcan lo contrario, por tener puesta su hija junto a sí para preguntarle: «Oye, ¿y qué te dijo? Desde aquí parecía muy simpático». «Y es simpatiquísimo» -contesta la niña-. «¿Pero qué te dijo?» -insiste la .madre-. «Decirme casi no me dijo nada, porque no sabía bien cl español, pero es listísimo y muy gracioso.» Y de este modo que habla esta niña, habla la niña de más allá, y llega el momento del pugilato por ver, entre todas, cuál era más simpatiquísimo y cuál es mayor monada. Y aunque fuera de edad madura el joven marino, si es soltero, también resultará simpático y si no monada, hombre serio que conviene. ¿Qué es la simpatía? Una estupidez. Antes tenía cierto prestipio. Hoy es una terrible frase hecha que la frivolidad perfumada y pintada ha acabado por adulterar. Ya no va a ser posible salir a la calle, por el exceso de gente inteligente -decía Wilde-. Cierto que en estos días de simpatía extraordinaria nos ocurre algo parecido. No es posible salir a la calle, hasta que la simpatía y la monada no se disipe.. Simpático es ya, lo frívolo y lo tonto. Esa divina virtud del alma se ha transformado en una falsa sonrisa de retablo. Para ser simpático basta con ser monada o tener una sonrisa estólida con un poco de música. La mujer, mcjoi la señorita, ha matado la simpa- tía. Y acaso no sean ellas solamente, pues Robaina y Monagas.que 418 5 i i d E cenan en Los Frailes con estos marinos, también regresan diciendo cuánto es el valor de esa simpatía. Nosotros entre sí somos repugnantes. a matar, pero cuando llega el ajeno la simpatía surge luminosa. El país se aburre entre gentes desagradables, grises. Nos hace falta un barco diario con simpáticos. ¿No podía ser esto un negocio como la patata de semilla.7 ¿No se le ha ocurrido pensar en ello a alguno de nuestros pequeños amigos los exportadores? Sí, sí. Importemos la simpatía. Si al fin no resulta gran negocio, nos quedaremos tranquilos por haber sido al menos galantes con las seiioritas. Y puede que entonces seamos simpáticos. Y monadas. LOS POBRES ALDEANOS Este es un pequeño caserfo. Nosotros hacemos de él un dibujo sentimental. Unas casitas blancas, unos pájaros ligeros, una brisa dulce y unos pobres aldeanos, resignados y humildes, que caminan sin esperanza, pero también sin ambiciones. LES esto un paisaje bíblico ? ¿Un paisaje primitivo? ¿Un paisaje cursi? No, no. Es un paisaje mentiroso. El pobre aldeano, viene a servirnos. Nos sirve remolbn y antipático; en un momento de ira nos responde: «Si no le conviene a usted ya sabe lo que tiene que hacer». Después llega la aldeana y observamos que nos ha robado dinero en la compra, y la hija de la aldeana, que también llega, nos deja sucias todas la cosas que le damos para lavar. Y uno les regala ropas viejas, camisas que nos quedan estrechas, zapatos nuevos aún, pero que han perdido su elegancia. Todo, todo es para el pobre aldeano, pero el pobre aldeano nos contesta siempre con un ardor sovietista: «Si no le conviene a usted...» ¿Qué sentimos nosotros ante este pequeño descubrimiento? Nuestro impulso egoísta nos delata un instante; después caemos en la reflexión y decimos: «Cierto que es amargo vivir en esta pobreza. Justo que el espfritu harto de sufrir se rebelew Y añadimos: «Este pequeño pafs progresa, la clase pobre no se somete ya, fácilmente. Nosotros alcanzaremos también la libertad: iAleluya!» Pero una tarde cruzamos por la finca de un prócer isleño; estos próceres que dejan pudrir sus frutas al pie de los arboles y no las dan a los pobres. El prócer y su familia están en el jardín. Nosotros algo inquietos huimos por entre los árboles de la finca. Nos 419 detenemos al oir una voz conocida. ¿De quién es esta voz? -La voz es la de la aldeana rebelde que nos sirve. La voz debe estar castigando a los próceres decimos-. Pero -ioh, asombro de los mundos!- la voz insinúa dulce, cariñosa estas palabras: «Sí, señorita, lo que su merced quiera. Si le parece caro seis pesetas por el lavado, yo se lo dejo en cinco por ser usted». ¿Cómo? LEsta mujer tan rica paga dos pesetas menos que nosotros? ¿QuC es eso de su merced? ~NO están las frutas podridas al pie del árbol desmintiendo la ninguna merced de los próceres? iDónde están mis zapatos viejos? ¿Y aquel pequeiío sueño sovietista que tuvimos al ver a estos pobres aldeanos iracundos? ¿Contra quién van estos hombres? Un día díjome el aldeano: «Hay que acabar con los ricos». Y me miraba, casi fulminante. Después vi a la aldeana dulzona y repugnante como una chirimoya ante los próceres. ¿Cuáles, pues, son los ricos? $n dónde está la verdad? Y, como un galán de drama, nos mesamos los cabellos, recorremos a grandes pasos la habitación, y terminamos por fumarnos un cigarro tranquilamente. LLibertad? Espíritus gregarios, borregos indecorosos, que aún sienten el ruido del látigo del mayorazgo, y la ira que al fin por ser borregos potreados sienten alguna vez, la utilizan con el pobre desgraciado que tiene menos dineros que ellos y sienten por ellos un amor y una piedad, de las que son incapaces esos próceres a quienes les lamen la mano con tanta perrería. UNA’ CASA EN LA CALLE DE TRIANA Nos hemos encontrado con un amigo que regresó de Buenos Aires. Este amigo hacía veinte años que estaba ausente de esta ciudad. El ha trabajado como un negro y ha logrado reunir una fortuna importante. La Argentina es un gran país -dicey se le nota en los ojos la añoranza, pero ha decidido establecerse en Las Palmas, porque a pesar de los veinte años de civilización, no ha podido olvidar la calle de Triana. Sí. El amigo quiere vivir en la calle de Triana y está desesperado porque nadie quiere desprenderse de las casas que posee en Triana. ¿QuC va a hacer, entonces, este amigo, si no puede realizar su sueño? Acaso él dijo en la Argentina: ‘-Cuando tenga dinero, me voy a mi tierra y mt compro una casa en la calle de Triana»-. ¿Qué extraño deseo es el de este hombre que ha cruzado durante veinte años por la Avenida de Mayo? $e acuerda aún de la Naval, 420 y su deseo es asomarse este día a la ventana para ver pasar los tranvfas llenos de gente? ¿Y para satisfacer este pequeño capricho ha trabajado como un chino durante veinte añnn? ¿C?k5rno se verá la calle de Triana desde la República Argentina? Este amigo es un vanidoso. Era empleado antes de partir. Parti6, sin duda, para volver y jeringar con sus dineros a los contem- poráneos. Hoy tiene cuarenta y cinco años; todos sus amigos de entonces no han podido evitar las rodilleras de los pantalones; todos viven en Perojo y Canalejas, en pisos bajos, caros y oscuros, algunos tienen letras para ir descontándolas. Pero el amigo gringo trae cien mil duros para comprar una casa en Triana. ¿Pasó la Argentina por el alma de este amigo? No. El amigo trabajaba, trabajaba para adquirir esa casa terrible. La casa, sin embargo, fue subiendo de precio, y el amigo, como hubo de percatarse, trabajó más. Y comparó el valor de una casa en Buenos Aires con el de otra casa en Canarias. Y dijo: «Si aquí cuesta tanto, allá costará cuanto.» Y reanud<í el esfuer- zo y completado el capital vínose a realizar .su sueño. Pero los propietarios de Triana no quieren comprender a este amigo. Si el amigo sofí6 en la Plata con la calle de Triana, estos propietarios soñaron asimismo, desde la calle de la Peregrina o desde la calle de la Carnicería. La distancia del sueño es distinta, pero el sueño es idéntico. Lo que ocurre es que nuestro amigo a pesar de sus veinte años de Argentina no ha salido aún de la calle de la Carnicerfa. Trabajar veinte años dejando en el trabajo el pellejo para no tener otro ideal que el de la calle de Triana es cosa harto menguada. Porque no es consabido amor al terruño lo que demuestra este deseo, Es la’vanidad de espantar al vecino con la estridencia de una casa grande y céntrica. ¿Por qué este buen amigo isleño no se quedó’en Buenos Aires? ¿No comprende que esta calle es diminuta si la compara? ¿Por qué no compr6 en la famosa avenida la finca y allí asomado a su balcón dedicõse a ver esos tranvías y esos autos que aquí cruzan en menor escala? iAh!, pero es que en la avenida los Robainas que cruzan no se fijan, y aquí los Robainas que transitan la calle de Triana van como bobos mirando balcones y leyendo letreros. Si sobre uno de estos letreros puede colocarse el amigo argentino, seguro es que lo verá el Robaina y dirá: «Fulano se gastó en esa casa tanto. Y cuando estaba en la oficina conmigo hace veinte años era idiota perdido.» [H. M.] 421 UN ESCRITORIO.. . Nuestro amigo el Sr. Fleitas tiene su escritorio para no estar en Cl. Desde que tuviera que estar lo cerrarfa inmediatamente. ¿Por qut5 esta extraña conducta? -Es que el amigo Reitas sale de su casa y va despachando las cosas por la calle. «iEh! -dice a un cliente- ya llegaron esas cosas.» Y se para y está hablando dos horas apoyado en una esquina, dando manotazos al aire y encorvándose exageradamente cuando el asunto requiere cierto secreto. «¿Entonces?» -dice al final de su diálogo. Todos estos amigos Fleitas terminan con esta palabra terrible: «Entonces? -«Pues entonces -responde el cliente- quedamos ‘en eso» -«Ni una palabra másY el cliente añade, con perfidia inconsciente: -«LA qué hora está usted en su despacho?» Y aquí llega el momento de la respuesta única para la cual ha hecho su escritorio el amigo Fledas. UNO tengo hora fijas. No tiene hora fija. Esta hora volante es la que persiguen los amigos del Sr. Fleitas. El no tener hora fija para estar en el trabajo representa cierto bienestar econ6mico y desde luego una cantidad de labor enorme. El hombre que no tiene hora fija para estar en su escritorio es que ha hecho de cada trozo de calle un escritoriogarita, donde despacha sus asuntos con comodidad, y brisa. En tanto, el escritorio solo, como una pobre mujer casada, abre sus puertas mostrando la indecorosa palanca de la prensa de copiar y la melancolia de un pobre adolescente, que est8 allí para responder una sola frase: «No tiene hora fija». Y allá, al oscurecer, los amigos Fleitas hacen sonar el timbre del teléfono para decirle al chico melancólico: «iHa venido alguien preguntando por mí? Pues cierra y deja la llave en casa». Entonces el escritorio se cierra, pero como si en vez de cerrarse se retirara del sitio, con parsimonia religiosa; igual que esas señoras de las petitorias del Jueves Santo, que se levantan aburridas de no haber reunido m8s que dos pcsctas. Estos escritorios tienen realmente, el aspecto estático y misterioso de estas damas. Pero nuestros amigos Fleitas n6 podrían vivir sin sus escritorios. Las esposas necesitan decir: «Dile al chico del escritorio que pase por aquí antes de irse a la casa.» Y ellos mismos añadir: *No te preocupes. Manda al chico del escritorio.» Y es el chico del escritorio el único que tiene personalidad. Y acaso sea esa hora no fija que la necesita el señor Fleitas para no estar en su escritorio. Aquí hay muchos amigos que tienen caras de escritorio de esta clase. De repente el señor Monagas, se pone a buscar una accesoria para su escritorio y si uno le dice: «¿Qué busca, amigo Mona422 gas?B Nos responde: «Hombre, un despachito»; QY qué va usted a despachar en él?» «iHombre, siempre hace falta un despacho! Luego le quita al día esa hora y como todas las horas, terriblemente, son fijas, la que el señor Monagas coge para sí la hace no fija y de este modo no tiene hora fija para estar en su despacho. Todos estos escritorios abiertos en un bostezo interminable, sueñan con la hora no fija como en la dulce región del Nirvana. [H. M.] LA VENTANA TERRIBLE Al fin, la señora de Monagas, después de haber estado dando tumbos por toda la ciudad en casas de pisos bajos, ha encontrado una de piso alto con una ventana estrategica. Esa ventana tan caracterfsticamente isleña, donde sólo se ve la cabeza de la asomada y un pedazo de brazo que sirve de trinchera. La señora de Monagas ha reducido su cocido, quitándole los extras de la piña y la pera, para sufragar el plus de su piso porque si París bien valía una misa, la ventana vale el sacrificio que de su vientre hace la señora de Monagas. Desde la ventana verá las procesiones y si han engordado o no los ciudadanos que pasan. nPor aquí pasó Robaina, hija, y qué delgado está. Debe estar padeciendo». Con una ventana tan confortadora, la Sra. de Monagas no podra quejarse de la falta de visitas. Siempre tendrá dos o tres amigos que le ayudarán al belingo verbal todas las tardes. -«Hija, qué viejo está Calcines» -dirán cuando Calcines pase por frente la ventana-. «Dicen que está diabético» -dirá otra-. Y una tercera añadirá, que ella sabe que no es diabetes sino úlceras en el estómago lo que tiene Calcines. Esta ventana terrible descubrirá que el zagalejo de la señora de Robaina le asoma un dedo bajo el traje y si esta demasiada ceñida la falda de Pinito Ravelo. Y será en balde que la señora de Robaina volviéndo la cabeza hacia atrás, como para verse la falda, le di-ga a su hija en casa: «Pinito , ¿me asoma el zagalejo? Fíjate bien*: -«No mamá, no te asoma nada». «Pues, hija, me da la impresión que sí.» «Pues no te asoma». Y sí le asoma, porque desde su atalaya la señora de Monagas exclama: «Jesús, hija, a aquélla le han dado un tirón por el zagalejo o se le rompió la cinta y se lo trabó con un imperdible». No podrá ocultarse nada ante esa ventana ominosa. Los pantalones rotos por detrás, los zapatos que tengan la suela agujereada serán descubiertos desde la ventana, y la señora de Monagas ten423 dra hecha, con estos pequeños detalles, su conversación cotidiana. Las amigas por otro lado celebrarán,las excelencias del prodigioso y dirán: mira-h buen rato». -iQuién -iJesús, «Hija, en la ventana de la de Monagas se pasa un es aquélla del meneo que viene por la acera? cómo se ha quedado Fulanitol -Allá viene la tarasca de Mengana. Ahora se ha comprado un Ford. -Y no tiene dos cuartos. -Adiós, Tarajano, ya se sabe todo. Y todo 10 de Tarajano es que se arregló el otro día. -Qué callado se lo tenía. Y, bajo la ventana, Tarajano sonríe azorado sin saber qué hacer con el sombrero que tiene medio quitado de la cabeza. Pero la ventana es acosadora. No pierde un minuto. Tarajano se va y la ventana se queda murmurando: -iPobre muchacha! -¿Pobre? ¿Y ella qué tiene que echarle en cara a él? -Dicen que es un hombre enfermo. -Habladurfas de la gente. -Habladurfas no. Parece que el médico que lo trata se lo dijo en secreto a Panchito Chirino. -iJesús! A la media hora 10 sabría toda la población. En esto, aparece frente a la ventana un presbítero. Es beneficiado de la Catedral y le asoman, por debajo de la sotana, las cintas de los calzoncillos. ¿Qué efecto producen estas cintas en la ventana? La señora de Monagas es del Apostolado de la Oración y de no SCqué Ropero. Las cintas, pues, pasan desapercibidas frente a la ventana porque meterse con ellas es como ultrajar un ala del ángel de la guarda. [H. EL BAILE M.] DESOLADO Nos hemos encontrado al Sr. Robaina algo cariacontecido... «¿Qué le pasa, amigo Robaina?» «Pues nada, que éste es un país de zarandajos. iUsted querrá creer que no fue nadie al baile del Casino la otra noche?» Y nosotros contestamos al Sr. Robaina, que dado nuestro punto. de vista social, no consideramos zarandajos a los que no van a un baile, sino mas bien ciudadanos cuerdos que no pierden el tiempo en boberías. Pero el Sr. Robaina sigue indignado porque no ~610dejaron de ir los hombres, sino que no hubo damas para emparejar las danzas. 424 -iEntonces el llamado ambigú -preguntamos nosotros- se quedarfa intacto? «iCa!» -responde Robaina-, tuvimos que comknosio entre unos cuantos para que no SC echara a perder. Y así, incomodado y triste, el Sr. Robaina va de grupo en grupo protestando de un país donde todos son zarandajos porque no van a un baile con el cu.al pensó divertirse de lo lindo el amigo Robaina. ¿Qué hacer, entonces? Si vamos al baile, el propio Robaina dirá que hemos bailado indecorosamente como zarandajos. Y si no vamos asimismo somos zarandajos por no ir. Si decimos que los dulces del ambigú no nos gustan, Robaina comentará exclamando: «Es un estúpido; todo eso de no comer es para echársela, pues a mí me consta que en la casa no come sino potajes y los dulces sc510los prueba el día de Reyes, de los que les ponen en el balcbn a los niños.» Y si comiéramos con apetito los «sandwichs» ya Robaina nos atisbará con mirada de cancerbero para decir: «Cómo se está poniendo aquél. Mire si es hambre atrasada. Pero debiera tener un poco de discreción y no comer así.» Triste cosa es ésta de ir y de no ir a un baile que le interesa a Robaina. Triste cosa de comer o no comer del ambigú. Y si uno no bebe, también Robaina se indigna, porque uno lo hace de pedante para no igualarse con los que cogen sus gatas de champagne. «Por supuesto -diráese mentecato no bebe para molestar.» Y aunque uno crea que del único modo que molesta es bebiendo, tiene que apurar la copa que al fin, atrevido. le viene a ofrecer Robaina: «Si no bebes estás perdido. Estás hecho un carcamal.» icarcamal de no beber? Robaina es, sin duda, un gran tipo. Bebamos estas copas porque terminará nuestro amigo templado y nos dirá alguna impertinencia de los dias pasados en John Bu11 o en el Retiro., Hay que seguir bebiendo para no sobresalir, para que Robaina y los suyos no crean que uno se las da de superior. Porque aquí, desdichadamente, hasta el ser formal, es para echársela. Vayamos a los bailes y bebamos. Y si el baile ha estado tan desolado como el último, indignémonos con Robaina y acentuemos el caiificativo. iFuerte país de ladrones donde se da un baile y no va nadie! [H. M.] 425 ENCOCHINADO Si a nuestro dulce amigo Monagas se le ocurre irse una larga temporada al campo y engordar en esta temporada, ya puede temhlar a su regreso, pues por muy aseado que se haya ido volver8 en calidad de cerdo a la ciudad. Porque se tropezará con Calcines o con Fleitas que a boca de jarro le disparará estas galanterías: «Ca: ray, Monagas, ha engordado usted como un cochino. Monagas está más gordo que un cochino. iVaya un modo de enckhinarse, amigo Monagas!» Y es que en la ínsula no se puede engördar de otro modo. Por eso es casi preferible ser siempre magro, como nosotros. En la ciudad insular un señor no puede nunca estar grueso, sino gordo como un cochino. Una vez el amigo Robaina se puso malo del hígado y quedóse transparente. El doctor le recomendó una pequeña temporada de campo y cuando Robaina regresó, ya estaba como un cochino. Mujica, en cambio, no se fue al campo en su convalecencia, pero tomó leche de burra y también se puso gordo como un cochino y eso que ya antes era cochino por naturaleza. Nuestro amigo Galindo hizo una vez un viaje a Paris. Allí se saturó de civilización; contempló los cuadros célebres, lns edificios celebres, aprendió el francés y el argentino y ley6 muchos libros famosos. Tornóse, pues, en un hombre educado, espiritual, culto. Pero como las comidas que disfrutó eran sanas, abundantes y ex- quisitas, sin mezcla de tollo alguno, engordó demasiado. Y al volver a su isla todo el mundo le dijo: «Pareces un cochino, Galindo, has engordado como un cochino.» Y ti pesar de todas las sutilezas de Francia, Galindo no pudo pasar de cochino entre sus paisanos los insulares. Cochino los gordos y alcaraván los flacos. He aquí la distribución que nos corresponde. Porque si uno es gordo y enflaquece, el mismo isleño malcriado que nos llamó antes cochino nos llamará ahora alcaraván. Aumente uno o mengüe, hay que huir del acome- tedor isleño que tiene a gala ser indiscreto y sin educación. Para eso esti la salvadora tartana; ella nos libra del asedio de la terrible acera y aunque siempre suele haber algún melón que desde la acera misma le diga a uno Cochino por señas, puede uno hacerse el distraído y dejarlo parado haciendo piruetas crin los brazos. No es conveniente engordar. Nosotros preferimos la pérfida conmiseración de nuestro amigo..cuando nos dice: «Qué flaco está con que nos llama cochinos. ustedn, que esa fruición Parece que nos quiere comer. Y aunque esto es extraordinario, el insular legítimo es capaz de todo. [H. M.] 426 FINADOS Los senores de Galindo han celebrado sus finados. ¿Cbmo? icelebran sus muertos? No, no. Los muertos de ellos solos, no. Han celebrado los muertos en general. Se han sentado alrededor de una mesa y con dos o tres amigos se han puesto a comer castañas guisadas y ponche. Lo mismo han hecho los señores de Tarajano y los de Robaina. En lugar de escribir articulos conmemorativos, estos excelentes ciudadanos han intentado huir de la muerte nutriéndose con castañas y fortaleciéndose con ponche. Después al acostarse rezarán la oración por los suyos, pero antes quieren ponerse a salvo de toda funeral eventualidad. ¿Qué locura es ésta de las conmemoraciones? Unos meditan, otros van con coronas de trapo y pebetes al Cementerio y otros comen castañas guisadas; y todo en honor de los muertos. ¿Cual ofrenda agradeceran mas? Probablemente estos traidores senores de Galindo, muertos, les gustaría el pebete y acaso sentir-tan rencor contra los vivos de su familia que comieran castañas en su aniversario. Mas no por amor, sino por vanidad, que nada hay más gentil que un pebete ardiendo delante de un nicho emocionante que diga: «iPadre mío!» Por otro lado, una castaña guisada es una ordinariez, y casi siempre el que las come se toca constantemente la nariz por ese pelillo misterioso de la castaña que se pega sin saber cómo. El muerto, por pobre que sea, no merece que le den la castaña con tanta profusión. Estos finados que celebran nuestros amigos más bien parecen nacidos, tal es el contento que ponen en guisar la castaña. Y como el último muerto familiar fue hace cinco años, el natural dolor que pudiera haber habido ya se disipo con los postreros trapos del medio luto. Pero si otro año, el mismo día de finados, muriera algún Galindo, ya verfamos al pariente velando el cadáver con cara compungida y masticando una castaña de las que trajo en el bolsillo un amigo de la casa: «Ni sé cómo tengo ganas de meterme esto en la boca». Y seguirá haciendo sus finados ocultamente. Porque hasta la copa del ponche se tomará. «Me tomo esto para poder pasar la noche. El café me hace mucho daño. » [H. M.] 427 LA PKr’A Con estos TIESA absurdos días húmedos el amigo Galindo trina, cosa que en verdad es grata porque.4 dianamente. El amigo Galindo es artrítico. IIacc unbs está que suele rebuznar cotidías amaneció con la pierna derecha tiesa y hasta ahora no la mueve bien, está renegando desde la cama. A verle fue el señor Pérez, viajante y amigo de la Plazuela, y Galindo, apenas salud6 a Pérez, empezó a despotricar contra el indecente clima de panza de burro: «Este es un país repugnante, amigo Perez, aquí se trabaja como negros para llegar a los cincuenta años con una diabetes o con el hígado destrozado. Fíjese usted. Yo soy un hombre relativamente fuerte y aquí me tiene usted con la pata tiesa por culpa del reuma.» -No diga usted eso, amigo Galindo -le responde Pérez-, si este es un país ideal. Si usted estuviera en Río de Janeiro vería lo ‘que es bukno. Y Galindo escamado con lo de Río de Janeiro, mira fijamente al seríor Ptrez, y como para cogerlo en una mentira lo acomete con rapidez: u¿Y dónde queda eso?» -Pues hombre -contesta el señor Perez-, Río de Janeiro está en Brasil. Pero esto es para Galindo mayor complicación, e insiste en que este país es desastroso. Pérez, mientras tanto, loa las excelencias del clima, la amabilidad de sus habitantes y la baratura de las cosas. Y sus argumentos son siempre trasladar a Galindo a distintos lugares del mundo, donde el reuma es tan intenso que hasta se ve cómo entra en el cuerpo humano. Mas la pata de Galindo no se mueve y su propietario irritado tartamudea buscando palabras agresivas que dedicarle al país. Hasta que en un momento de mayor calor, Galindo se incorpora y observa, con asombro, que ya no le duele la pierna. Y se levanta y se echa a la calle fingiendo dolor para seguir despotricando. Y topa con Robaina y con Calcines que nunca han sabido lo que es eso. . -Pues amigo Galindo, ,en mi vida he sentido yo lo que cs cso del reuma. -Ya 10 sabrá -amenaza Galindo-. Aquí no hay un títere que se escape de él. Los médicos dicen que son las carnes; claro, aquí las vacas cuando no sirven las sacrifican..., luego el mar... Le digo a usted que éste es un país cochino. -Pues amigo Galindo -repite Calcines-. En buena hora lo diga: a mí las carnes no me hacen daño. Esto desconcierta a nuestro amigo,.incomodado con su enfermedad y furioso porque Calcines no sabe 10 que es eso. Y así, cuando durante el curso de los días, se encuentran los dos amigos, Galindo siempre le pregunta escamado, envidioso: 428 -¿Todavía no se ha sentido usted el dolor? -No señor, a pesar de que anoche me comí un bistec que no era muy, muy blando.. . -Pues por ahf se empieza: por los bistecs. Se come usted uno y luego se da unas vueltas en el muelle y llega usted a su casa baldado... Y esto es lo terrible: que el baldado sólo es Galindo con régimen vegetariano. El bárbaro de su amigo ahíto de bistec se mueve mejor que una bailarina. [H. M.] LA HUMEDAD UE LOS OMNIBUS Ahora en las fronteras ya del invierno, el ómnibus parece encogido y tieso a la vez, como esos impermeables de mala calidad. Toda la gente que sube a ellos, es desconocida y de aspecto húmedo. Hombres con los negros trajes de venir a Las Palmas, arrugadas las mangas, dan esa sensación del hombre ensopado que acaba de secarse con el pañuelo de la nariz. Ya no van caballeros en el ómnibus. Aquí llaman caballeros a los que tienen dos pesetas; los demás somos hombres. ¿No rccor- dáis a vuestra criada, cuando tocan en nuestra puerta? «iQuién es?» --de&-. Y la criada responde: «Un hombre». Y es luego el peón del almacen. «iQuien es?», repetís otro día. *No se. Un caballeron, responde la criada. Y aparece vuestro amigo Galindo, «el del Ford».’ Pues bien, ya no van caballeros en el ómnibus. El ómnibus en el invierno se compone de hombres y de mujeres que esparcen con mayor intensidad los olores del verano. Así, de este modo, hallaréis puesto seguro, donde quiera que esperéis. Ya no hay el peón del amigo Calcines guardandole el puesto; ni paquetes sustitutos, ni gabardinas amenazadoras colocadas en el espaldar del banco. Todos los caballeros han terminado su verano y ~610 los hombres viajan con algún paquetito sencillo- en la mano. Bajan los ómnibus al mediodía casi vacíos; parecen viajeros del verano que han perdido el ómnibus y vienen a pie por la carretera. Tal impresión de cachorra torcida, nos dan. Ha llegado el instante de vengarnos. Ha llegado el momento de mirar desdeñosos, las invitaciones del personal, lisonjero ahora: iVamos para arriba, don Fulano? -Nosotros buscamos entonces otro ómnibus para que éste se fastidie. No olvidamos el desdén del verano cuando el ómnibus vacío, al parecer, estaba ya lleno de caballeros, representados por sus abrigos, sus peones y. sus latas de petróleo vacías. Esa lata que siempre se olvida la señora de llevar en el carro, y que 429 después tiene que cargarla, a los dos o tres días, el paciente caballero. Preparémonos a la batalla con los ómnibus húmedos, anotemos cotidianamente la pequeña vida invernal de estos pasajeros de ómnibus. Y después digamos adi&, para siempre, a estas historias. [H. M.] EL ZAPATO HUMEDO Este viajero ha montado en el ómnibus con cierta dificultad; parece por la construcción de su bigote nacido en el interior de la da. Va regularmente vestido, pero lleva unos zapatos deteriorados; uno de ellos tiene un ventanal junto al dedo meñique, un ventanal con su persiana, que es el mismo cuero que se levanta y se baja fácilmente. Por la ventana asoma un pedazo de calcetín color sepia. iPor qué este hombre que viene del campo tan acicalado a verte ha traído este zapato enfermo? ~NO es costumbre en los amigos del campo que visitan la ciudad vestirse como para un entierro? ¿A qué ese zapato disonante? Posiblemente la mujer Ic ha dicho; -Pancho, ponte los zapatos viejos. Mira que hay nubes». Y Pancho se ha puesto esos zapatos después de alzar al cielo los ojos, como cualquier suplicante. ¿Qué raz6n hay entre unas nubes y un zapato viejo? iAh!, Pancho, en verano no hubiera cometido la ignominia de ponerse estos zapatos. Pero es el invierno y esas nubes de la señora amenazan lluvia. Pancho, para coger el auto, tiene que atravesar un cercado, y luego, cuando regresa lo vuelve a atrávesar. ¿Qué sería de los .elásticos del zapato nuevo, tiesitos aún, si la.Iluvia los mojara? Es mejor el zapato viejo. Pero a Pancho, ¿no le importa la salud? ¿Por esa ventana de su zapato no se le meterá la corriente y le empapará el calcetín y Pancho puede coger un enfriamiento? No. Porque el zapato es un zapato de invierno; es el zapato que ya está húmedo de por sí y recoge las humedades que pudiéramos llamar ulteriores sin menoscabo de la salud. El zapato ya a prop6sito no hace caso del agua; es como si oyera llover. Además, el calcetín también es de invierno, impermeable porque es un calcetín del verano, intacto. Cuando el agua pueda llegar a la planta del pie de Pancho, ya Pancho ha atravesado el cercado y ya su mujer le habrá dicho: «Pancho, ponte los zapatrllos de dentro de casa». Pancho, sin embargo, esconde, con cierto rubor, los pies bajo el banco. Y nosotros le vimos en un momento sofocado porque no 430 podía tirar de su pierna para moverse. Era que se le había trabado la persiana en una lata de gasolina. Cuando estos hombres de los zapatos húmedos llenan el auto es como si uno estuviera dentro de un invernadero cerrado, nos da frío en los pies, como en los cuartos con baldosas, y nos viene a las narices un olor a verano disecado, que es lo más terrible. Nosotros jamás hemos conservado los zapatos viejos del invierno, siempre se los llevo a la lavandera para su uso, pero ahora que estamos viviendo un poco lejos de la ciudad, comprendemos su rara utilidad y acaso pensemos en su nuevo destino. Pero no servirán sino para nuestros amigos los Panchos. Ellos se contentan cuando atraviesan por el lodo pensando en que son los zapatos viejos. Y si no llueve, ya se van entreteniendo en soplar con ellos, mnviendo el pie a manera de fuelle, y así se dan el gusto de imagi- narse que se fuman un cigarro inglés. [H. M.] EL ABRIGO DE CABRA ¿Quién es este seíior? Es un pasajero de invierno. Este hombre no ha viajado en los dfas del veraneo. Ahora viene a vender alguna cosa que en el verano cultivó. Y trae un abrigo enorme, gordo como de piel de cabra. Y al subir a su banco del ómnibus es como si ‘subieran dos personas.«Hay seis pasajeros en este banco» -decimos al cobrador-. «Cinco>, nos responde. asombrad-. «Seis, amigo. Yo cuento por el tacto. Estoy tan estrecho como si fueran seis». Pero nadie nota que es el abrigo de cabra. Todos los viajeros nos miran estupefactos. *Este señor -acaso piensan- está &Zlao. A fuerza de subir y bajar en el ómnibus ha perdido la sensación de las cosas». Lo cierto es que el señor del abrigo se refucila, y cuando llegamos a Barranco Seco, hemos de increpar de nuevo al cobrador: «Cobrador, van siete pasajeros en este banco». El gabán huele además a cabra. El hombre, todo él parece como acartonado, como -esas ropas que se quedan tiesas después de un remojón importante. Esto contribuye a que uno no pueda descansar sobre él cuando el vaivén del coche va estirando el acordeón de los bancos. Esta uno Siempre en un filo agudo expuesto a una cortada del abrigo. Pero el hombre no se percata de nada. Considera su abrigo como algo trascendental. Es un abrigo antiguo, quizás heredado, un abrigo para dormir con él las siestas bajo la higuera amparado- ra. En verano ha servido de almohada en estas siestas y en invierno, de almohada, colchón y manta. Así ha adquirido esa impermeahilidad nfilnlir?, que puede servir de arma inofensiva. Una manga de este abrigo suelta es como una tubería de acero y el cuello tiene toda la dura flexibilidad de un bastón de manati. ¿Qué fin tendrá este abrigo terrible? ~Qué hará su dueiío cuan- do ya no pueda servirle para arropar su frío de San Mateo? Quizás un día visitemos el cercado de este hombre; posiblemente nos hallaremos ante un gallinero con techo de zinc y un poco asombrados de ver sobre el zinc una rara manta, preguntemos al hombre: «¿Quk es eso?» Y el hombre nos dirá que es su abrigo que lo ha puesto allí para evitar que la lluvia cale el gallinero. Acaso después veamos en otro lugar del cercado unas plantas extrañas surgir de dos macetas exóticas, y el hombre nos sacará de dudas explicándonos, cómo con un fondito de cemento ha podido utilizar de macetas las dos mangas del famoso abrigo. rH. LO TENGO M.] A MENOS Cuando un insular arrogante dice de alguna persona: «Lo tengo a menos», ya sabemos que esta persona le rompió un día las narices o le ganó una partida de billar. Un isleño siempre tiene a menos a otro isleño que es más que él. Así, si dos isleños juegan al tresillo y uno le da al otro 10 que vulgarmente se dice una paliza, el vencido se enfurece y no vuelve a celebrar jamás amistades con el vencedor, porque desde el mismo instante en que éste se tiene a más, el vencido lo tiene a menos. No es, pues, menos, sino más. Y puede asegurarse siempre que cuando el paisano nos tiene a me- nos, es porque vamos ascendiendo por grados. Si tresillistas, grandes tresillistas; si abogados, muchos pleitos; si médicos, más doGentes. Un insular tiene un amigõ. Siempre- se le ve con éste a todas horas, en todo momento. De pronto sepáranse y no se vuelven a saludar. Uno dice al otro: «Dejé su amistad porque lo tenía a menos». Puede ocurrir que ambos digan la misma cosa y en este caso ya el menos no es más. El un menos que tiene el uno se junta con el menos del otro y así hacen un total crecido,de menos. El más, ~610 tiene intervención en caso parcial, cuando este más no haga del otro menos. Pero si hace caso y a su vez 10 tiene a menos, menos serán los dos toda la vida, aunque viniera un tercero con un pequeño más a remediarlo. 432 He aqul algunas causas por qué un insular tiene a menos a otro insular. Porque ha recibido un bofetdn, porque ha ganado un pleito y el otro no ha podido ganarlo; porque ha hecho una operación quirúrgica estupenda y el otro la ha hecho desastrosa; porque el uno no ha robado dinero y el otro robó mucho. El que ha robado, claro, es el que tiene a menos, al que no ha robado, pero hemos de advertir que en este especial caso el menos suele ser a veces el ladrón no por ladrón, sino por hotentote, y ser hotentote aquí es ser oficialmente más. Descollar en fuerza, en espíritu, en inteligencia es ir a menos. Mientras más, menos. Y si uno fuera por casualidad M. Anatole France o Fray Lope de Vega, mfls o menos todavía. El colmo del menos sería don Miguel de Cervantes. En la ínsula ir hacia adelante es ir hacia atrás. Mientras no se trate, claro, del dinero, porque ya así es mucho más. Nada menos que un señor contrabandista. [H. M.] TERPSICORE SURGE Con motivo de empezar los tés danzant, y los bailes de pascua, la venta de hortalizas ha disminuido en el Mercado. Todas las familias Robainas de la localidad han reducido los potajes para comprarse los trapos. Lo que no asimilen en casa lo asimilarán despu&, en el buîfèr de los buenos sandwich. La palidez de la anemia se tapa con un carmín magnífico que ha trafdo ahora la droguería Tal y el natural desvanecimiento que una papa sola produce bailando en el vientre se puede achacar al estado de nerviosidad que produce el entusiasmo por estos tés tan elegantes y tan trascendentales donde suelen oírse espirituales por este estilo, con traje de tutankamen; -Niña, quita p’allá. Chiquilla más repugnante. A qué vendrá ka aquí. -Hija, iqué monada! Era una monada el muchacho. -Es una cursi. Fljate qué colores. La enagua verde y el saco carmin, no tiene gusto ninguno. Yo no la saludo cuando viene con esa vestimenta. Y así un año y otro año. El mismo danzan6 y el mismo té. La vida es una cosa encantadora. Y cuando le pasen la cuenta al papá éste se incomodará diciendo: «iQué pesadez de hombre!» Ahora lo elegante es lo inglés, pero lo inglés de aqui es como si dijéramos lo chino o lo malayo. Ya las sociedades van de capa 433 caída y aunque en otro lado cuesta el comer y en las sociedades no, prefieren el otro lado. La cuestión es ir eliminando papas y suprimir radicalmente la piña. La mamá se ata el corsé con hilo acarreto y el papá se compra pechos sueltos para el smoking que son los que después viene a cobrarle aquel hombre tan pesado. El afóin de lujo, de In estúpida figuración ha llegado al límite. Hasta las sencillas artesanas que antes veíamos pasar tan sencillas ’ y preciosas con su mantilla blanca, por el puente, van ahora de velo y blusas caras y aunque la sociedad del barrio no da tes danzants, da valses con ponche y el resultado gástrico es igual para unas como para otras. Ahora, que nosotros, los que tenemos el deseo de comer, nos salvamos. Suponemos que hasta después de Carnavales se podrán comprar las patatas con alguna rebaja. [H. M.] PONTE EL TERMOMETRO La señora de Tarajano se encuentra con un ataque de eso anda en el vientre. Se ha tomado varias gaseosas a sorbitos que es como sientan y ha reducido a leche de cacharro su alimentación, que es como si se comiera un bkec. Han ido a visitarla las de Galindo, las de Mujica y las de Monagas. Todas le han llevado una’ receta que la señora de Tarajano se ha hecho aplicar. -El año pasado estuvo ésta -dice la de Galindo señalando a su hermana- a la muerte. Llegamos a creer que no se levantaba más de la cama, a pesar de que se levantaba cada cinco minutos. No se puede usted imaginar. Gastamos en papel de armenia más que en medicina. ¿Y sabe usted con qué. se le quitó? Con lavativas de agua caliente y limón. La señora de Tarajano utilizó las lavativas, pero el eso seguía andando tan campante. La de Monagas le habló de cataplasmas en el vientre y la de Mujica de unos sellos que no pudo tomar la señora de Tarajano porque su amiga no se acordaba a punto fijo de qué eran. Hasta que en medio de todos estos líos al Sr. Trajano se le ocurrió comprar un termómetro y llevárselo a su dama: -Ponte el termómetro. Y aquf fue la tragedia. La señora de Tarajano tenía fiebre: cerca de cuarenta. Y por esta causa ya se decidieron a llamar al medico. El médico vino con otro termómetro y hall6 efectivamente fiebre y recetó unas cosas que a la señora de Tarajano no le apetecie434 ron mucho. Bajó la fiebre un poco y el médico se extrañó, pero es que no sabfa que el Sr. Tarajano había comprado un termómetro. Y en la casa que hay termómetro la fiebre no desaparece nunca. -Tengo un dolorcillo en la espalda. -Ponte el termómetro. iCuánto tienes? -Tengo dos grados. -El niño tose mucho. -Ponle el termómetro a ver si tiene fiebre. -iQué colorado estás esta noche! ¿Tendrás fiebre? -iOh, pues ponte el termómetro! Y así en todas las casas donde hay ese termómetro terrible. El ciudadano que padece esta obsesión del termómetro terminará ardido y es como aquel otro que se pesa todas las semanas y si la última pesó menos que la anterior ya está perdido. La preocupacibn le hará perder cada semana dos kilos de peso. En casa de Tarajano se han vuelto locos con el termómetro. La señora mejora de su diarrea, pero siempre tiene fiebre. El médico, desesperado, la mandó a la playa. La familia arrancó con toda la casa y cuando ya estaban montados en la tartana se le ocurrió decir a Tarajano: «iHan traído el termómetro?» Fatal pregunta, porque el termómetro olvidado iba a acabar con la fiebre. Volvióse Tarajano a la casa y aparece de nuevo triunfante llevando en el botito de metal, la fiebre pcrcnne de su señora. [H. M.] 435 INDICE 9 NOTA :3 14 :; 22 23 PREHISTORIA DE LAS CRONICAS. (16)07/1915) Yo no bailo bellas. (L.C.) 23-l-1907 Cómo se habla en Canarias, 1 (L.C.) 9-5-1908. Cómo se habla en Canarias, II (L.C.) 8-g-191)8. Como se habla en Canarias, III (L.C.) 13-8-1908. Como se habla en Canarias, IV (L.C.) 28-8-1908. Cómo se habla en Canarias, V (L.C.) 3-9-1908. 26 Cómo se habla en Canarias, VI (L.C.). 24-11-1908. 28 Cómo se habla en Canarias, VII (L.C.). 20-10-1908. Cómo se habla en Canarias, VIII. 3: Escenas aplastantes del verano. (E.) 26-6-1915; 10-7-1915 38 Escenas isleñas. (E.) 14-7-1915 CRONICAS DE LA CIUDAD Y DE LA NOCHE (1916/1919) 41 CRONICAS Crónica z 49 50 51 52 53 del DE LA CIUDAD libro o Prólogo de las Crónicas. Dedicatoria. La Alameda está vacia. Tengo un escritorio y basta. Don Antonio va a un entierro. iQuién ha saludado, niñas? Robaina está molido. ¿Ya vino? Está en estado. Yo no leo periódicos. Don Francisco está de purgante. Tengo viajante. El señor chinchoso. No me han invitado. A coger la puerta. Tengo que terminar un trabajillo. El rellenador del parque. Ese es un sinvergüenza. 439 66 Llámame por teléfono. 67 El negocio de la tartana. 68 Una gran persona. 69 La rajita del zapato. 70 Lo voy a jeringar. 71 ¿De quiCn es ese entierro? 72 No tengo ganas de moverme. 73 Me voy a acostar temprano. 74 No he sacado cigarros. 75 El isleño del callo. 76 El hombre de las cuatro frescas. 78 El señor que no existe. 79 Ya sabe que lo aprecio. 80 Las criadas de Vegueta. 81 El señor que sesva al campo. 83 La inquietud de los amanuenses. 84 D. Leopoldo Fleitas tiene un divieso. 85 El señor del tranvía. 86 El «güiro». 87 La careta desdeñada. 88 89 91 91 92 93 94 96 97 98 100 101 102 El domingo en Vegueta. ¿Quiere un aperitivo? El señor que wrne fuera. El sol de Vegueta. Ya se declaró. Dialogo femenino en un baile. El señor Robaina pide explicaciones. El hijo isleño. La caricatura. Niña, no me relajes. Habrá más calor. Don Anselmo está apurado. La facturilla. 103 El isleño saluda y no saluda. 104 No hay que creerlo. 105 La carta mágica. 106 Levante. 107 Las conversaciones de ayer. 108 Ya corre fresquito. 109 La seguridad del isleño. 110 El isleño se aburre emancipado. CRONICAS DE LA NOCHE 115 Civilización. 116 En el tinglado amanece. 117 El farol de los escombros. 440 118 118 119 120 121 Nieve en la cumbre. La cerilla de D. Gregorio. Los novios dc noche. 123 123 125 126 127 128 129 Un niño ha muerto. Un niño llora. Nos mudamos. La noche de Don Antonio. El tranvía se escapa. La tartana de la esquina. iQué noche, caray! Los emigrantes en la noche. Un entierro en la madrugada. Bendito perro. 129 Un 122 bistec. 130 El señor Tal nos felicita. 131 La casa del Risco. * 132 La 133 134 135 136 137 138 139 140 141 Un aldabonazo en la noche. El isleño furioso. Un isleño en la carretera. Beethoven en la noche. Un abrigo en verano. El cronista viene de la Opera. Las coristas de medianoche. Ensueño. La última noche. luz encarece. DE LA CIUDAD Apéndice. (1916-1919) CRONICAS 145 Los pianos. (E.) Y DE LA NOCHE 13-g-1916 146 El conquistador. (E.) 20-9-1916 147 La ventana iluminada. (E.) 21-9;1916 148 El oficinista. (E.) 22-9-1916 150 152 154 155 156 157 158 El hombre de la caseta. (E.) 26-9-1916 El enfado. (E.) 27-9-1919 Los forros. de los muebles. (E.) 3-10-1916 Crónica de la noche. (E.) 25-10-1916 Crónica de la noche. (E.): 3-11-1916 El hombre que se calienta. (E.) 4-11-1916 Crónica de la noche. (E.) 6-11-1916 lS9 Crónica de la noche. CE.) 7-11-1916 160 La muralla del parque. (E.) 15-11-1916 161 La mula del carro. (E.) 17-11-1916 162.. Crónica de la noche. (E.) 28-11-1916 441 163 164 165 166 167 167 169 170 171 172 173 174 175 177 177 178 179 180 181 183 184 186 187 388 190 191 192 193 194 195 196 197 199 200 201 202 203 2: 206 207 208 209 210 211 212 442 Crónica de la noche. (E.) 1-12-1916 Crónica de la noche. (E.) 2-12-1916 Los niños holandeses. (E.) 2-12-1916 Es una gran persona. (E.) 9-12-1916 Crónica de la noche. (E.) 14-12-1916 El negocio. de cébollas. (E.) 18-12-1916. Crónica de la noche. (E.) 18-K-1916. Crónica de la noche. (Ei) 22-12-1916 La boda. (E.) 23-12-1916 Crónica de la’ noche. (E.) 23-12-1916 Crónica de la noche. (E.) 27-12-1916 El Señor que llega. (E.) 28-12-1916 La alpargata colgante. (E.) 12-l-1917 Crónica de la noche. (E.) 30-12-1916 Crónica de la noche. (E.) 16-10-1917 Crónica de la noche. (E.) 22-10-1917 Crónica de la noche. (E.) 26-10-1917 Crónica de la noche. (E.) 27-10-1917 Crónica de la noche. (E.) 27-11-1917 Las barberías. (E.) 29-11-1917 Diálogos vulgares. ‘(E.) 1-12-1917 Ideas insulares. (E.) 5-12-1917 Crónicas de la noche. (E.) 7-12-1917 El hombre activo. (E.) 10-12-1917 Crónica ,de la noche. (E.) 19-12-1917 C’rónica. de la noche. (E.) 19-9-1918 El proyecto del puenk. (E.C.) 20-6-1919 Asociación de criadas. (E.C.) 28-6-1919 El señor del agua agria. (E.C.) 30-6-1919 Nadie lo sabe. (E.C.) 8-8-1919 No se debe estar aquí. (E.C.) 19-8-1919 A ver si me hace un favorcito. (E.C.) 20-8-1919 Se opone. (E.C.) 21-8-1919 El tabardillo. (E.C.) 25-8-1919 Doble misterioso. (E.C.) 30-S-1919 Mujica va a hacer una visita de luto, (E.C.) 2-9-1919 Tiene una novia. (E.C.) 4-9-1919 Al Pino. (E.C.) g-9-1919 No fuimos este año. (E.C.) 13-9-1919 El señor de la esquina espera el médico. (E.C.) 16-9-1919 LHa visto usted? 18-9-1919 (E.C.) No he recibido la mercancía. (E.C.) 19-9-1919 Niña, isabes quién se ha casado? (E.C.) 20-g-1919 ’ Monagas, enroñado. (E.C.) 31-10-1919 Tiempo sur. (E.C.) 5-11-1919 El estómago flojo. (E.C.) 6-11-1919 f t 5 213 214 215 216 217 218 219 223 224 225 226 227 227 228 229 229 230 231 232 233 234 235 236 237 237 238 Bi 241 242 243 244 245 245 246 247 248 248 249 250 251 Galindo, antibolchevique. (E.C.) 8-11-1919 Cualquierita. (E.C.) 7-11-1919 Ya entra. (E.C.) l-12-1919 Los viajes a Londres. (E.C.) 11-11-1919 1-a ballena del corsé. (E.C.) 12-11-1919 Fleitas en el municipio. (R.) 15-12-1919 La idea política. (R.) 28-l-1920 MEMORANDA (1920) El avión se fue. La existencia en un hilo. Nos morimos menos. Un pequeiio genio. Mejor y peor. Uno ~610. Nuevo silencio. Los dos vapores iguales. El Apbstol Pablo. Llamar la atención. Todos menos uno. Lluvia polftica. Un marinero. El cielito infernal. Noroeste. Piñata. Nada. Sin duda. Correo de marte. iF+$cologla popular? I . El almanaque no se ha equivocado. A la mula no le importa. El vagón cerrado. El Rosario de la Aurora en el ocaso. Sol. Acábase la luz y la luz... A La Habana me voy. CuanJu resucitan.. . Un japones bebido. DLas de luto. El señorito anuncia el verano. Los biombos ambulantes. Por qué desaparece el laurel. 443 252 Las hojas de rosa. 253 El recuerdo oloroso. 257 258 259 260 262 263 264 265 266 267 268 269 271 272 273 274 276 277 278 280 281 282 284 285 286 288 Z8Y 291 292 293 295 296 297 298 299 300 301 302 303 304 444 NUEVAS CRONICAS. (1921-1924) Las azadas de agua y el amor. (E.L.) 5-9-191 La recaída de Zerpa. (E.L.) 13-9-1921 El destino de Robaina. (E.L.) 14-9-1921 La rozadur+ (E.L.) 15-g-1921 Trabajar por su cuenta. (E.L.) M-9:1921 El calor del Sr. Camejo. (E.L.) 16-9-1921 Se ha vuelto a arreglar. (E.L.) 20-9-1921 Estoy aburridillo. (E.L.) 21-9-1921 El equilibrio de las letras. (E.L.) 22-9-1921 El baratillo. (E.L.) 23-9-1921 Me 10 esperaba. (E.L.) 24-9-1921 Todos los días lo veo. (E.L.) 26-9-1921 El rico y su regocijo. (E.L.) 27-9-1921 El señor de la acedía. (E.L.) 28-9-1921 La suerte o el partido. (E.L.) l-10-1921 El servicio doméstico. (E.L.) 4-10-1921 El Sr. Umpiérrez y el cambio. (E-L.) 5-10-1921 El señor de la tartana. (E.L.) 7-10-1921 He tenido que hacer. (E.L.) g-10-1921 El que arregló el ambigú. (E.L.) 12-10-1921 DC pacotilla. (E.L.) 13-10-1921 El diletante inteligente. (E.L.) 17-10-1921 El que no es socio. (E.L.) 19-10-1921 El viaje de Chirino. (E.L.) 20-10-1921 Las niñas desbarajustadas. (E.L.) 21-10-1921 El ajuar. (E.L.) 22-10-1921 La pequeña gloria. (E.L.) 24-10-1921 Los que se llevan bien. (EL.) 24-10-1921 Está sofocada. (E.L.) 25-10-1921 Hasta la coronilla. (E.L.) 26-10-1921 Fin de verano. (E.L.) 27-10-1921 La gloria ínfima. (E.L.) 29-10-1921 La lavadera. (E.L.) 4-11-1921 La figuración. (E.L.) 5-11-1921 No espero a nadie. (E.L.) 7-11-1921 iQuiere tomar algo? (E.L.) 8-11-1921 Fabelo compra un sombrero. (E.L.) g-ll-1921 Como un animal. (E.L.) 11-11-1921 A ver si está. (E.L.) 12-11-1921 Mucho que me gusta. (E.L.) 14-11-1921 305 306 308 309 310 311 312 313 iQué espera? (E.L.) 17-11-1921 El cañón. (E.L.) 22-11-1921 Para arriba. (E.L.) 23-11-1921 Se la sonsacaron. (E.L.) 25-11-1921 La nalga y el negocio. (E.L.) 26-11-1921 Se reúnen las muchachas. (E.L.) 28-11-1921 El gramófono. (E.L.) 30-11-1921 EI metido. (E.L.) 2-12-1921 314 La conferencia de las horas. (E.L.) 7-12-1921 315 La incomodidad. (E.L.) 12-12-1921 316 El señor del Teatro. (E.L.) 14-12-1921 El senor que ronca. (E.L.) 1612-1YZl 317 318 Las dos personalidades. (E.L.) 17-12-1921 320 Todito. (E.L.) 20-12-1921 321 Entretenidas. (E.L.) 21-12-1921 322 Yo creía.. . (E.L.) 27-12-1921 323 Vamos a verlas. (E.L.) 28-12-1921 325’ La parienta. (E.L.) 30-12-1921 326 La tos. (E.L.) 31-12-1921 (E.L.) 3-l-1922 327 Desconsideración. 321 Las Pascuas de Fabelo. (E.L.) 3-l-1922 328 El favorcillo. (E.L.) 4-1-1922 (E.L.) 9-1-1922 330 La rodillera. 331 ¿Por quién doblan, niñas? (E.L.) 13-1-1922 332 Votos a mí. (E.L.) 25-1-1922 333 Pleitas 335 336 337 338 339 340 341 342 343 344 El esfuerzo. (E.L.) 27-1-1922 Las piernas del candidato. (E.L.) 31-i-1922 Paseos de Robaina, 1 (E.L.) 22-2-1922 Paseos de Robaina, II (E.L.) 22-2-1922 Paseos de Robaina, III (E.L.) 23-2-1922 Tengo una novia. (E.L.) 2-3-1922 No trae nada. (E.L.) 4-3-1922 Diversiones (E.L.) 7-3-1922 El servicial Mujica. (E.L.) 9-3-1922 No he recibido nada. (E.L.) 13-3-1922 influyente. 345 Muriú 346 347 349 350 351 353 354 355 La esquina de Camejo. (E.L.) 22-3-1922 Ligas, niñas.. . (EL.) 28-3-1922 Bazar. (E.L.), 3-10-1923 Tiendas, (E.L.) 4-10-1923 Baratillo. (E.L.) 5-10-1923 Violines.. . (E.L.) ll-lo-1923 Un señor con dos botellas. (E.L.) 23-10-1923 Fiereza fracasada. (E.L.) 24-10-1923 ilustre. (E.L.) (E.L.) 26-l-1922 14-3-1922 445 356 Un pequeño problema. (E.L.) 27-10-1923 357 El mal gusto. (E.L.) 29-10-1923 358 359 Con la mrísíca a otra parte. (E.L.) 30-10-1923 Espectáculo natural. (E.L.) 5-11-1923 La mujer de las 365 misas. (E.L.) 7-11-1923 3” Limpieza inaudita. (E.L.) 21-H-1923 362 Un papel sucio. (E.L.) 23-11-1923 363 Post-festejos. (E.L.) 27-11-1923 364 Nuestro 365 366 367 368 368 370 371 372 373 374 375 376 377 Las natillas simultáneas. (E.L.) 1-12-1923 Influencia. (E.L.) 5-12-1923 Ya se queman las chozas. (E.L.) 6-12-1923 Un señor furioso. (E.L.) 10-12-1923 Gripe indecorosa. (E.L.) 14-12-1923 Cambiando impresiones. (E.L.) 22-12-1923 Aguinaldos. (E.L.) 28-12-1923 Siguen los aguinaldos. (E.L.) 29-12-1923 Nuevo año. (E.L.) 2-1-1924 Reyes... (E.L.) 3-l-1924 Ya no queda nada... (E.L.) 5-1-1924 El 13. (E.L.) 15-1-1924 El convaleciente urbano. (E.L.) 9-2-1924 amigo Barranco. 378 Regetas ambulantes. (E.L:) (E.L.) 29-11’1923 20-i-1924 380 El chalet. (E.L.) 27-2-1924 381 Vanidad iniantil: (E.L.) 29-2-1924 Robaína dc Picrrot. (E.L.) 7-3-1924 E -Fleitas roba un libro. (E.L.) 8-3-1924 385 Bis. (E.L.) 10-3-1924 386 Cosas de indick. (E.L.) H-3-1924 387 Luces cadáveres. (E.L.) 13-3-1924 388 Vieja opereta. 3YO Sentimental. (E.L.) 17-3-lY24 391 Terremoto. (E.L.) 8-4-1924 392 El automõvil de Robaina. 393 ¿Qué piensan esas cabezas? (E.L.) 5-5-1924 395 Casa en el campo. (E.L.) 21-7-1924 396 «Distracciones». (E.L.) 26-7~1924 397 El admirador del limpiabotas. (E.L.) 29-7-1924 397 Peleas de carneros. 398 Don Salustiano. no ha llegado.... (E.L.) 31-7-1924 399 Dentro del ómnibus. (E.L.) 4-8-1924 400 El bárbaro del ómnibus. (E.L.) 11-8-1924 401, Los ricos son los primeros madrugadores. (E.L.) 13-8-1924 402 La tragedia del. ómnibus. (E.L.) 18-8-1924 403 Maldito clima. (E.L.) 19-8-1924 446 404 405 406 407 408 409 410 411 412 413 414 416 417 418 419 420 422 423 424 426 427 428 429 430 431. 432 433 434 El seiror Paquete. (E.L.) 23-8-1924 Fruta prohibida. (E.L.) 27-8-1924 Fiestas de Ayer. (E.L.) 29-8-1924 Yo me arrimé a un pino... (EL.) l-Y-lY24 Pequeña historia de la cachucha. (E.L.) 4-9-1924 El ciudadano del puro. (E.L.) 5-9-1924 Los carreristas. (E.L.) 9-9-1924 El malcriado del ómnibus (E.L.) 12-9-1924 El resignado del ómnibus. (E.L.) 16-9-1924 El odio del ómnibus. (E.L.) 22-9-1924 Yo le doy cuarenta duros. (E.L.) 24-9-1924 La mujer del pie. (E.L.) 26-9-1924 A fin de mes. (E.L.) 30-g-1924 Todos son simpáticos y monadas. (E.L.) g-lo-1924 Lus Pobres aldeanos. (EL.) 14-10-1924 Una casa en la calle Triana. (E.L.) 16-10-1924 Un escritorio.. . (E.L.) 21-10-1924 La ventana terrible. (E.L.) 28-10-1924 El baile desolado. (E.L.) 31-10-1924 ’ Encochinado. (E.L.) 2-11-1924 Finados. (E.L.) 5-11-1924 La pata tiesa. La humedad del bmnibus. (E.L.) 12-11-1924 El zapato húmedo; (E.L.) 14-11-1924 El abrigo de cabra. (E.L.) 18-11-1924 Lo tengo a menos. (E-L.) 10-12-1924 Terpsícore surge. (E.L.) 15-12-1924 Ponte el termómetro. (E.L.) 17-12-1924 {$.ELO, CIUDAD. (E:c.) EL CIUDADANO. (R.) RENOVACION. (E.L.) EL LIBERAL. 447