Suetonio La vida dels 12 césars I, Juli César 80-81 Conspiraron contra el más de sesenta personas, siendo los cabecillas de la conjura Gayo Casio Marco y Décimo Bruto. Dudaban primero si, divididos en dos grupos, unos lo arrojarían del puente mientras llamaba a las tribus a votar durante las elecciones en el Campo de Marte y otros lo recogerían abajo para matarle, o si le atacarían en la Vía Sacra o al entrar al teatro, pero, cuando se convocó al Senado para los idus de marzo en la curia de Pompeyo, no dudaron en preferir esta fecha y lugar. Empero, prodigios evidentes anunciaron a Cesar el asesinato del que iba a ser víctima. Pocos meses antes, cuando los colonos establecidos en la colonia de Capua por la ley Julia demolían unos sepulcros antiquísimos para levantar casas de campo y lo hacían con un gran esmero por el hecho de que al explorarlos encontraban numerosos vasos de factura antigua, se halló en la tumba en que, según la tradición, estaba enterrado Capis, fundador de Capua, una tabla de bronce escrita en lengua y caracteres griegos con el siguiente significado: que en el momento en que se hubiesen desenterrado los huesos de Capis tendría lugar la muerte de un descendiente de Julo a manos de sus hermanos de raza, vengada luego con grandes desastres para Italia. Para que no se considere esta historia como un cuento totalmente inventado, tenemos como garantía de ella la autoridad de Cornelio Balbo, amigo muy íntimo de César. Unos días antes de su muerte, tuvo noticias de que las manadas de caballos, que había consagrado al río Rubicón al atravesarlo y dejado sueltas y sin guardián, rehusaban obstinadamente el pasto y vertían abundantes lágrimas. Mientras el hacia un sacrificio, el arúspice Espurina le aconsejó también que se guardara de un peligro que no se aplazaría mas allá de los idus de marzo. La víspera de estos mismos idus, unas aves de diferentes especies se lanzaron, desde un bosque cercano, en persecución de un pájaro reyezuelo que, llevando una rama de laurel, penetraba en la curia de Pompeyo, y lo despedazaron allí mismo; mas, la noche que precedió al día del crimen el propio Cesar se vio a sí mismo en sueños, unas veces volando por encima de las nubes, otras estrechando la diestra de Júpiter; por su parte, su mujer Calpurnia se figuró que se derrumbaba el techo de la casa y que su marido era asesinado en sus brazos; y de improviso las puertas del dormitorio se abrieron solas. Debido a estos presagios, y también al mal estado de su salud, estuvo largo tiempo dudando si quedarse en casa y aplazar los asuntos que tenía pensado tratar en el Senado; pero al fin, como Décimo Bruto le exhortaba a no defraudar a los senadores, que, en gran número, le esperaban desde hacía tiempo, salió de casa aproximadamente a la hora quinta; a su paso, un individuo le tendió un escrito que delataba la conjura, pero Cesar lo juntó con las demás peticiones que llevaba en la mano izquierda, como para leerlo más tarde. Luego, después de haber sacrificado muchas víctimas y en vista de que no podía conseguir presagios favorables, entró en la curia despreciando el escrúpulo religioso, riéndose de Espunna y acusándolo de farsante, porque los idus de marzo habían llegado sin que a él le sobreviniera ningún mal, aunque aquel replicó que, efectivamente, habían llegado, pero que no habían pasado.