EL RIO FLOTANTE Cuentan que sucedió en un invierno de julio, cuando la gente regresaba a su hogar. Aquella tarde Carahue ensombrecía con lluvia y fuertes vientos, los que cada vez eran más intensos; así el clima hostigaba de forma hiriente los rostros de los peregrinos que se trasladaban en aquellas viejas carretas, y su enemigo el tiempo situaba la puesta de sol cada vez más cercana al mar, acercando la noche cada vez más, al igual que, esto que voy a relatar. Allí en aquel lugar, se formó una congestión de vehículos no motorizados, que eran arrastrados por bueyes y que esperaban pagar al lanchero que los haría cruzar el río Imperial. Narran que las aguas estaban muy alborotadoras, había llovido más de dos semanas seguidas y la única forma de regresar a casa, era desafiando aquel rio que ya se había tomado la vida de varios centenares de fieles y que ahora en este acto, era como entrar a las fauces de la misma muerte. Aquel navío de madera era muy inseguro, en uno de los extremos de esa tenebrosa corriente de agua, un hombre izaba hacia si, una cuerda de metal que cruzaba de lado a lado, la que servía de eje para que se trasladara esa diminuta embarcación. Allí bajo el desamparador y sollozante cielo gris, esa congestión de vehículos rodantes de madera, disminuían con cada vuelta del estropeado diminuto barco. La lancha, que así la llamaban, dejó subir dos carretas tiradas a bueyes con sus respectivos dueños. En una de las carretas se transportaban dos mujeres de avanzada edad; la lluvia no daba tregua y el río con sus fuertes torrentes, inquietaba a sus aterrorizados viajeros. Las oscuras aguas intentaban llevarse la débil e improvisada barcaza. Aquella tarde nadie se percató, pero, la carreta que estaba atrás empezó a deslizarse hacia el borde trasero, siendo imposible para los bueyes contenerse en el resbaloso piso, a causa del peso de los 6 sacos de harina que habían ido a moler para su pan diario, así sin alcanzar a recibir ayuda caen esas dos mujeres de cabellos plateados a las oscuras aguas, que, en el mismo instante, las abrazaron con sus helados brazos dentro de ese desconocido mundo. La gente alborotada gritaba, no sabía qué hacer en ese momento, los vacunos estaban nadando hacia la orilla, sin embargo, las dos ancianitas no se veían. Familiares de ellas lloraban, la necesidad las había trasladado hacia la muerte, pero, sin ninguna explicación lógica al pensamiento, de repente observan a las dos abuelitas salir del agua. Ellas narraron que cayeron al fondo del río, más este flotaba a un metro de las piedras, arena y la tierra; así gateando llegaron a la orilla sin daño alguno, solo con sus las prendas de vestir muy mojadas.