f. Década tras década se perpe­ túa el descontento en el inte­ rior de las instituciones edu­ cativas. Los alumnos de dife­ rente sexo y condición com­ parten la ¡impresión de estar enclaustrados en ghettos en los que se proporciona a la juventud una enseñanza me­ diocre, y sé le niega la posibi­ lidad de gestionar democráti­ camente los centros, asi como la libertad de decidir sobre sus propias vidas. Los profe­ sores, por su parte, perciben una creciente devaluación de áü profesión, una intensa pre­ sión sociaj a través de ince­ santes demandas, así como la escasez dfe recursos, lo que contribuye a ahondar la fosa que separa los deseos de la realidad. Arqueología de la escuela es un libro de sociología de la educacióní que hace de este malestar sú objeto de análisis. La finalidad de estos trabajos no c o n sistí tanto en bucear en los fantasmas y frustraciorres de los actores sociales cuanto en, sacar a la luz los cimientos en los que se apo­ yan las instituciones escolares, las herrumbrosas piezas de su maquinaria* y sus efectos. Cuestionan lo incuestionado de "la escuela" puede ser una vía, no sólo para dar cuenta de/¿ju lógica de furujionamiehto, sino también para de­ tener ese molino que bajo la bandera de la cultura culta muele los abhelos de libertad, de igualdad y de autonomía que dan sehtido a las culturas juveniles, y LAS EDICIONES DE ' - .. f¡ F E R N A N D O /A L V A R E Z -U R IA LY J U L IA V A R E L A A R Q U E O L O G IA D E LA ESCUELA C ENTRO 0£ WVESTJGACKJÉKS "ESTUDIOS 9 U P £ R 1 0 « *fl ANTROPOLOGIA SOCMl ií^ A BIBLIO TECA V - S í? LAS EDICIONES DE T ^ q u e to . 0 0 0 5B 4 2 8 Referencia de los textos publicados «L a m a q u in a ria escolar». Tém pora. Pasado y presente de la ed ucación, n.° 8, S a n ta C ruz de Tenerife 1986, pp. 13-36. «F ig u ras d e infancia». R evista de Educación, n.° 281, M adrid 1986, pp. 155-191. «La Ilu stració n y su som bra». R evista de Educación, n." E x tra so b re la Ilustración, M ad rid 1988, pp. 345-372. «L a ed u cació n p o p u la r ilu stra d a o cóm o fabricar sujetos dóciles y útiles». R evista de Educación, n.° E x tra sobre la Ilustración, M ad rid 1988, pp. 245-276. «L a escu ela o b lig ato ria, espacio de civilización del niño obrero». O b ra colectiva, e d ita d a p o r J. Varela, Perspectivas actuales en socio lo g ía de la educación , IC E de la U A M , M adrid 1983, pp. 177-197. «Los n iñ o s “ an o rm a les”. C onstitución del cam po de la infancia deficiente y delincuente». O b ra colectiva, ed itad a p o r C. L eren a, E ducación y sociología en España, A kal, M adrid 1987, pp. 62-78. «L a escuela em presa: neotaylorism o y educación». Educación y S o cied a d , n.° 1, M ad rid 1983, pp. 167-177. N O T A : E stos articu lo s d a n cuenta de diferentes procesos educativos que tuvieron lugar en épocas históricas com prendidas en tre el siglo X V I y la actualidad. N o se analizan aquí las tran sfo rm acio n es que en el cam po educativo se desarrollaron d u ra n te el siglo X IX . Véase en este sentido el trab ajo de J . V arela, «Elem entos p a ra una genealogía de la escuela p rim aria» , P ostfacio al libro de A nne Q uerrien, Trabajos elem entales sobre la escuela prim aria, La P iqueta, M adrid 1979, pp. 169-198, en esta m ism a colección. La maquinaria escolar* La universalidad y la pretendida eternidad de la Escuela son algo más que una ilusión. Los poderosos buscan en épocas remotas y en civilizaciones prestigiosas —espe­ cialmente en la Grecia y la R om a clásicas— el origen de las nuevas instituciones que constituyen los pilares de su posición socialmente hegemónica. De esta form a intentan ocultar las funciones que las instituciones escolares cum plen en la nueva configuración social al mismo tiem po que enm ascaran su propio carácter advenedizo en la escena socio-política. Esta hábil estratagem a sirve para d o ta r a tales instituciones de un carácter inexpugnable ya que son naturalizadas al mismo tiempo que el orden burgués o post­ burgués se reviste de una aureola de civilización. En todo caso, si la Escuela existió siempre y en todas partes, no sólo está justificado que siga existiendo, sino que su universalidad y eternidad la hacen tan natural como la vida misma convirtiendo, de rechazo, su puesta en cuestión en algo impensable o antinatural. Esto explica que las críticas más o menos radicales a la institución escolar sean inm ediatam ente identificadas con concepciones quiméricas que abocan al caos y al irracionalismo. Los escasos estudios que intentan (*) La realización de este trabajo no hubiese sido posible sin las discusiones ni las aportaciones teóricas que tuvieron lugar en los cursos de B. Conein, M. Meyer y P. de Gaudemar, profesores del Departamento de Sociología de la Universidad de París VIII. Sirva este estudio como muestra de agradecimiento. 13 14 Julia Varela - t . A lvarez-uria analizar cuáles son las funciones sociales que cumplen las instituciones escolares son aún prácticamente irrelevantes frente a historias de la educación y a todo un enjam bre de tratados pedagógicos que contribuyen a alimentar la rentable ficción de la condición natural de la Escuela. En este capítulo, se intentará m ostrar que la escuela prim aria, en tanto que form a de socialización privilegiada y lugar de paso obligatorio para los niños de las clases populares, es una institución reciente cuyas bases adm inis­ trativas y legislativas cuentan con poco más de un siglo de existencia1. De hecho, la escuela pública, gratuita y obligatoria ha sido instituida por Rom anones a principios del siglo XX convirtiendo a los maestros en funcionarios del Estado y adoptando medidas concretas para hacer efectiva la aplicación de la reglam entación que prohibía el trabajo infantil antes de los diez años. La escuela no existió siempre, de ahí la necesidad de determ inar sus condiciones históricas de existencia en el interior de nuestra formación social. ¿Qué caracteriza fundam entalm ente a esta institución que ocupa el tiem po y pretende inmovilizar en el espacio a «todos» los niños com prendidos entre seis y dieciséis años? En realidad esta m aquinaria de gobierno de la infancia no apareció de golpe sino que ensambló e instrumentalizó una serie de dispositivos que emergieron y se configuraron a p artir del siglo XVI. Se trata de conocer cómo se m ontaron y afinaron las piezas que posibilitaron su constitución. En este sentido la utilización de la sociología histórica no tendrá com o finalidad ni la idealización rom ántica del pasado ni el establecim iento de falsas analogías que sirvan hoy de lección. No se intenta dotar a la historia de un carácter m agistral y pedagógico entre otras cosas porque una m irada retrospectiva de este tipo es tam bién fruto de las instituciones escolares. Se pretende, por el contrario, aplicar 1 Las clases distinguidas han enviado a sus hijos a establecimientos de calidad y distinción (colegios, liceos, gimnasios, etc.), y se supone que seguirán haciéndolo. Nos referimos pues a la escuela nacional en su sentido preciso: espacio de gobierno de los hijos de las clases desfavore­ cidas. JsU n iU lf U U L U f IU CJLUIUI el método genealógico para abordar el pasado desde una perspectiva que nos ayude a descifrar el presente, a rastrear continuidades oscuras por su misma inm ediatez, y a determ inar los procesos de montaje de las piezas maestras, sus engarces, para qué sirven y a quiénes, a qué sistemas de poder están ligadas, cómo se transform an y disfrazan, cómo contribuyen, en fin, a hacer posibles nuestras condiciones actuales de existencia. Proyecto ambicioso sin duda y por tanto sólo abordable en profundidad de form a colectiva con la ayuda de todos aquellos que están desarrollando trabajos paralelos. Nos limitaremos pues simplemente a esbozar las condi­ ciones sociales de aparición de una serie de instancias a nuestro juicio fundamentales que, al coagularse a principios de este siglo, perm itieron la aparición de la llam ada escuela nacional: 1. 2. 3. 4. 5. la definición de un estatuto de la infancia. la emergencia de un espacio específico destinado a la educación de los niños. la aparición de un cuerpo de especialistas de la infancia dotados de tecnologías específicas y de «elaborados» códigos teóricos. la destrucción de otros modos de educación. la institucionalización propiam ente dicha de la escuela: la imposición de la obligatoriedad escolar decretada por los poderes públicos y sancionada por las leyes. Definición del estatuto de infancia Al igual que la escuela el niño, tal como lo percibim os actualmente, no es eterno ni natural, es una institución social de aparición reciente ligada a prácticas fam iliares, modos de educación y, consecuentemente, a clases sociales. Los moralistas y hombres de la Iglesia del Renacim iento, en el momento en que comienzan a configurarse los Estados administrativos modernos, pondrán en m archa to d o un 16 Julia Varela - F. A lva rez-Una conjunto de tácticas cuyo objetivo consiste en que la Iglesia pueda seguir conservando, y si es posible acrecentando, su prestigio y sus poderes. En un momento en el que la autoridad de la Iglesia y su influencia política se ve afectada no sólo por el absolutism o de los M onarcas y las exigencias del incipiente estam ento administrativo sino también por las divergencias y disidencias que surgen en su mismo seno, sus representantes más activos fabricarán nuevos dispositivos de intervención. Su capacidad de inventiva y de reacción quedará bien patente en la acción que desarrollarán en distintos frentes. Los Papas, especialmente a partir de Trento, se conver­ tirán cada vez más, frente a los Concilios, en la «cabeza» de la Iglesia apoyados por la C uria que sufrirá entonces —no sin fricciones— fuertes modificaciones. Se reestructurarán asimismo otros organism os y se crearán nuevas congrega­ ciones (Congregación de Ritos, de Propaganda de la Fe, de Indulgencias, Reliquias y otras). La lucha contra los herejes y el m antenim iento de la ortodoxia exigirá una serie de rem odelaciones en el cam po de la teología, la pastoral, la liturgia, la beneficencia y las misiones, así como la aparición de las nuevas órdenes religiosas, la reform a de las ya existentes, la m odernización e incluso la desaparición de las que no se ajustan a la devoción y religiosidad modernas. Las tácticas aplicadas van a ser diversificadas y com prenderán desde la m anipulación sutil e individualizada de las almas hasta las predicaciones y los gestos masivos y públicos para la extensión e intensificación de la fe: la confesión, la dirección espiritual, la producción de catecismos —para clérigos, indios, adultos y «niños»—, los tratados de doctrina, espiritualidad y perfección cristiana, el culto a los santos, las asociaciones piadosas, las num erosas canoniza­ ciones, coexisten con misiones, procesiones, creación de santuarios, adoración de reliquias, novenas, sermones, autos de fe, caza de brujas, torm entos inquisitoriales e índices expurgatorios. En todo caso nos interesa subrayar el desarrollo de m ultiform es prácticas educativas que en cierta medida afectan a la reform a del clero mismo a través de norm as que intentan regular su vida y costum bres, y sobre La m aquinaria escolar 1 '{i>>-. /C 17 todo mediante la erección de- seminarios en los que desde ^ '0 entonces se intentará localizar y dirigir su form ación.' ¿r Europa entera se convierte en tierra de misión de los dos -/ grandes bloques religiosos en pugna: católicos y protestantes. ¿ El fanatismo religioso es una de las claves de la m odernidad. En ese marco parece «natural», desde una perspéctica t actual, que los individuos de tierna edad se convirtiesen en /¿f uno de los blancos privilegiados de asimilación a las y respectivas ortodoxias: los jóvenes de hoy son los futuros ? católicos o protestantes del m añana, y, además, su propia / debilidad biológica y su incipiente proceso de socialización r los hacen especialmente aptos para ser objeto de inculcación 9 y de moralización. -n Los reform adores católicos, sobre todo a p artir del cisma, al mismo tiempo que utilizan todos los medios a su alcance para ocupar puestos de influencia al lado de los Monarcas (haciendo valer sus saberes en la Corte, erigiéndose en consejeros y confesores reales), pondrán especial empeño en constituirse en preceptores y maestros de príncipes y más, claro está, si son príncipes herederos. Intentarán asimismo educar a los nuevos «delfines» de las clases distinguidas en colegios e instituciones fundadas para ellos (destacan en este sentido los jesuítas que constituyen la «primera legión», la avanzadilla de la Contrarreform a, a los que siguen los somascos, los barnabitas y tantos otros); tam poco se olvidan de cop^r puestos en los Colegios M ayores de las Universidades reformadas. Los hijos de los pobres serán a su vez objeto de «paternal protección» ejercida a través de instituciones caritativas y benéficas donde serán recogidos y adoctrinados. El Concilio de Trento decreta que deberá existir un canónigo en cada iglesia catedral para instruir al bajo clero y a los niños pobres, y que han de fundarse escuelas anexionadas a dichas iglesias destinadas a form ar jóven'es menores de 12 años —hijos legítimos y preferente­ mente pobres— a fin de que puedan convertirse en modélicos pastores de almas. Nuevas órdenes religiosas (Clérigos de la M adre de Dios, Doctrinos, Escolapios, Hermanos de las Escuelas Cristianas, etcétera) se encargarán por su parte del cuidado de jóvenes de las cla ses p o p u la r e s 18 Julia Varela - F. A lva rez-Uria y de instruirlos preferentem ente en la doctrina cristiana y en virtuosas costum bres. Los m oralistas elaborarán programas educativos desti­ nados a la instrucción de la juventud form ando parte del nuevo contexto misional. En este momento de reestructura­ ción social se retom an proyectos ya clásicos de Platón, Q uintiliano, Aristóteles, Plutarco, Séneca,... leídos ahora a la luz de la patrística y de las experiencias de la iglesia prim itiva. Se configura entonces un catecum enado privile­ giado: «la infancia». Y, al igual que en la República de Platón, la educación será uno de los instrum entos claves utilizados para naturalizar una sociedad de clases o esta­ mentos: existen diferentes calidades de naturalezas que exigen program as educativos diferenciados. En consecuencia se instituirán, poco a poco, diferentes infancias que abarcan desde la infancia angélica y nobilísima del Príncipe, pasando por la infancia de calidad de los hijos de las clases distinguidas, hasta la infancia ruda de las clases populares. Ni que decir tiene que los eclesiásticos prestarán especialísima atención a las dos prim eras, o infancias de élite, ya que su influjo sobre ellas es decisivo para la conservación y extensión de la fe y de sus propios privilegios. Erasm o, Vives, Rabelais, —Lutero, Calvino, Melanchthon, Zwinglio entre los protestantes— definirán en sus escritos a «la infancia», dotándola de unas propiedades nada ajenas a los intereses de su apostolado, propiedades que, por o tra parte, pesarán enormemente en ulteriores redefiniciones de la misma. Y escribimos «infancia» porque en el siglo XVI se está todavía lejos de su delimitación en tanto que etapa cronológicam ente precisa. Los distintos autores divergen notablem ente no sólo respecto a los períodos que denominan infancia, puericia y mocedad, sino tam bién respecto al m om ento en que conviene comenzar a enseñar a los pequeños las letras; m ayor acuerdo muestran en la necesidad de que desde muy pronto se inicien en el aprendizaje de la fe y las buenas costum bres. En general, las características que van a conferir a esta etapa especial de la vida son: maleabilidad, de donde se deriva su capacidad para ser modelada; debilidad (más tarde inmadurez) que justifica su Im m aquinaria escolar 19 tutela; rudeza, siendo entonces precisa su «civilización»; flaqueza de juicio, que exige desarrollar la razón, cualidad del alma, que distingue al hom bre de las bestias; y, en fin, naturaleza en que se asientan los gérmenes de los vicios y de las virtudes —en el caso de los moralistas más severos se convierte en naturaleza inclinada al m al— que debe, en el mejor de los casos, ser encauzada y disciplinada. La inocencia infantil es una conquista posterior, efecto, en gran medida, de la aplicación de toda una ortopedia moral sobre el cuerpo y el alma de los jóvenes. Se configura pues «la niñez», en el ámbito teórico y abstracto, como una etapa especialmente idónea para ser troquelada, m arcada, a la vez que se justifica la necesidad de su gobierno específico que dará lugar a la emergencia de dispositivos institucionales concretos; y si en último extrem o el poderoso arte de la educación fracasa, puede echarse la culpa a la mala índole de los sujetos. Será necesario un proceso largo y complejo para que esa indiferenciada etapa, denom inada j u v e n t u d en latín y m o c e ­ d a d en romance, se subdivida a su vez en estadios precisos dotados de características específicas. Pueden resaltarse tres influjos, entre otros, que parecen haber sido decisivos en la constitución progresiva de la infancia: la a c c ió n e d u c a tiv a in s titu c io n a l ejercida en espacios tales como colegios, hospicios, hospitales, albergues, casas de doctrina, seminarios (no solamente existen seminarios de clérigos, sino también seminarios de nobles, además de seminarios en los que se instruyen los jóvenes de las clases populares); la a c c ió n e d u c a tiv a d e la recién e s tr e n a d a f a m i l ia cristiana-, y, por último, u n a a cc ió n e d u c a tiv a d ifu s a que, al menos desde un punto de vista formal, está especialmente vinculada a las p r á c tic a s d e rec ristia n iza c ió n . Se verá con más detenimiento, cuando nos ocupem os de la constitución de los espacios dedicados a la instrucción de la infancia, que será en esta especie de laboratorios, donde emergerán y se aplicarán prácticas concretas que contribuirán a hacer posible una definición psicobiológica de la infancia y de donde, a la vez, se extraerán saberes respecto a cómo orientarla y dirigirla haciendo así posible la aparición de la 20 Julia Varela - F. A lvarez-U ria «ciencia pedagógica». En los colegios de jesuítas por ejemplo no funcionaba la separación p o r edades en un principio: la entrada podía hacerse desde los 6 hasta los 12 años y era el nivel de instrucción, m arcado sobre todo por el nivel de conocim iento del latín, el que servía para agrupar a pequeños y mayores. Pero, poco a poco, se gradúan más las enseñanzas y se separa a los mayores de los pequeños fundam entalm ente por razones morales y de disciplina. Asimismo, en el caso de que dichos colegios fuesen internados, se adm itía, tam bién en sus comienzos, que el alum no estuviese acom pañado de su servidumbre la cual pronto será acusada de secundar y urdir sus felonías. Al fin, el joven distinguido tendrá que hacer frente él solo al encierro, especialmente cuando a partir del siglo XVIII el internado se generalice como la institución más apropiada para su educación: en esta época el consenso familia-colegio parece estar ya en marcha en las clases sociales elevadas. Será pues en estos espacios donde comiencen las graduaciones por edad, paralelamente a una tutela cada vez más individualizante: «Sean todos quietos, modestos y bien cristianos, hablen en sus conversaciones de Dios o de cosas dirigidas a su servicio, busquen buenos com pañeros, oigan misa todos los días, confiesen cada mes si es posible con el mismo confesor, hagan examen de conciencia diario, tengan especial devoción cotidiana al ángel custodio, no entren en la escuela con armas, no juren juram ento alguno, no jueguen juegos prohibi­ dos, sean obedientes al Rector y a sus maestros; y sepan que por sus faltas si son muchachos serán castigados por el corrector, y si grandes serán repre­ hendidos públicamente y si no se enmiendan echados con ignominia de la escuela»7. A esta vigilancia y cuidado continuo y minucioso sobre muchachos y grandes se sum ará progresivamente la acción 2 Padre Nadal, S. J.: Regulae Sholasticorum pro scholaslicis, en Monumento paeciagogica. S. J. Madrid 190!, T. I., pp. 653-656. La m aquinaria escolar 21 de la familia, en lo que a las clases pudientes se refiere. Los tratados dirigidos a la institución de la familia moderna, dedicados naturalm ente a príncipes y grandes señores de la época como entonces era costumbre, y dirigidos lógicamente a los que saben leerlos, señalan los papeles que m arido y mujer tendrán que desempeñar respecto a los más variados asuntos: gobierno y adm inistración de la hacienda, criados, familiares, relaciones entre esposos, y, por supuesto, nutrición y cuidado de los hijos3. A cambio de una custodia y supervisión perm anente, los moralistas ofrecen a los padres el amor, la obediencia y el respeto de sus hijos. El am or natural entre padres e hijos, puesto especialmente en evidencia entonces en las luchas fraticidas y parricidas por el poder, será al fin posible si los padres —alejando ayas, nodrizas y criados, o controlándolos al menos— ejercen su am orosa influencia sobre la prole desde muy pronto. A la madre le ofrecen, además, a cambio de su reclusión en el hogar (nada de reuniones literarias, saraos, salidas perniciosas, lujos y afeites) los poderes de gobernar y regir la casa, aleccionar a la servidumbre, m origerar al esposo, y sobre todo nutrir y educar a sus pequeñuelos, su más preciado tesoro: 1a m adre que no da la leche de sus pechos a su hijo no es sino media madre, y todavía menos si no lo educa e instruye en la religión cristiana y en las costum bres que exige su noble naturaleza. En la aristocracia española el peso de los eclesiásticos parece haberse dejado sentir más que en otros países donde esa clase fue calificada por ellos en un principio de «disoluta y viciosa». Pero parece ser la nueva clase en ascenso, parte de ella ennoblecida, la burguesía, la que más se identificará con sus m áxim as y consejos. Lentamente se constituirá la verdadera m adre, a imagen de la Virgen, y en oposición a la bruja que m ata y chupa la sangre de los niños, a la prostituta que em plea 3 Entre estos tratados destacan los de: D. Erasmo: Apología del matrimonio ( 1528), J.L. Vives: Instituiio feminae chistiariae (1523), y De oficio mariti (1528). Diego de Avila: Farsa del matrimonio (1511). Fray Luis de León: La perfecta casada (Í583). Pedro de Luján: Coloquios matrimoniales (1589). 22 Julia Varela - F. A lva rez-Uria abortivos y anticonceptivos4, y a la vagabunda cuya prom iscuidad sexual y artim añas empleadas para «estropear» a sus hijos con el fin de echarlos a pedir lim osna tam poco parecen ser del agrado de los nuevos agentes de la norm a. Los pequeños de las clases pudientes se verán así sometidos a dos tutelas, la de la familia y la del colegio, ejercidas por su propio bien. P ara los pobres una les basta: la de las instituciones de caridad. Y para los del incipiente estado medio, en situación de merecer, los internados asum irán la función fam iliar. Sufren así un aislamiento más duro ya que a la fam ilia en un principio sólo se le da cabida de form a esporádica. A estas prácticas educativas familiares e institucionales se añade una policía multiforme de los jóvenes: dirección espiritual, imposición de un lenguaje puro y casto, prohibición de cantares y juegos deshonestos y de azar, prohibición de dorm ir en el mismo lecho con otros niños o adultos (costum bre entonces frecuente), alejamiento del vulgo, em pleo de libros expurgados, impresión de estampas, catecism os, instrucciones, tratados de urbanidad (si bien la literatu ra infantil propiam ente dicha no com ienza hasta el siglo XVIII), multiplicación y generalización de temas relacionados con la «infancia»: el niño Jesús, el ángel de la guarda, los niños modelo, los niños inocentes, los niños santos, el limbo de los niños, y la creación de fiestas religiosas entre las que sobresale la prim era com unión5. De * Los métodos anticonceptivos utilizados por estas mujeres malditas que, por otra parte parecen ser los mismos utilizados entonces por las mujeres de la aristocracia, son muy distintos de los empleados por la burguesía a partir de la Contrarreforma que se reducen prácticamente al «coitus interruptus». Ver P. Chaunu: Mallhusianisme démografique el malthusianisme économique, en Armales, enero-febrero 1971, pp. 1-19. 5 Uno de los grandes propagadores del limbo de los niños y del ángel de la guardia fue entre nosotros el jesuíta P. Martín de Roa: Beneficios del santo ángel de nuestra guarda. Córdoba 1632. Y Estado de los bienaventurados en el cielo, de los niños en el limbo, de los condenados en el infierno y de todo este universo después de la Resurrección y Juicio Universal. Sevilla 1624. Esta última obra conoció varias reediciones y traducciones: Gerona 1627, Huesca 1628. Madrid 1645, y, 1653. Alcalá 1663, Milán 1630, Lyon 1631. Sobre los libros de urbanidad véase La m aquinaria escolar 23 este modo se llega al siglo XVIII con una infancia inocente y razonable en lo que a las clases distinguidas se refiere. Y si Rousseau puede redefinir la infancia como edad «psicológica» con etapas a las que corresponden necesidades e intereses, y en consecuencia susceptibles de una educación diferenciada, se debe sin duda a todas estas orientaciones y direcciones sufridas con anterioridad por los jóvenes6. Uno de los grandes méritos de Philippe Aries es haber dem ostrado que la infancia, tal como hoy la percibimos, se comienza a configurar fundam entalm ente a partir del siglo X V I7. En la Edad Media no existía una percepción realista y sentimental de la infancia: «el niño» desde que era capaz de valerse por sí mismo se integraba en la com unidad y participaba, en la medida en que sus fuerzas se lo perm itían, de sus penalidades y alegrías. Aries analiza con minuciosidad y paciencia un amplio material histórico: cuadros, retratos, monumentos funerarios, vestigios de juguetes y vestidos, testimonios literarios, etc. A través de este análisis comprueba que durante todo el siglo XVI la categoría de edad privilegiada es la juventud, período amplio y de límites imprecisos, de la que comienza a desgajarse en el siglo XVII una prim era infancia: el bam bino o niño pequeño, especie de juguete divertido y agradable para los miembros de las clases altas. Una nueva diferenciación, tam bién desde el punto de vista terminológico, se perfila en el siglo XVIII siempre en relación con dichas clases: infancia y adolescencia se separan definitivamente; y ya en el siglo XIX el bebé aparece como nueva figura. Estas designaciones lingüísticas afectan a la infancia rica y form an parte de su propia definición. Las clases populares siguen confiriendo a la Norbert Elias, El proceso de civilización. F.C.E. Madrid, 1986 y Erasmo, De la urbanidad en las maneras de los niños, MEC, 1985. * Las niñas, respondiendo a la imagen modélica forjada para ellas por los reformadores, deberán recibir una educación doméstica. Aparecen sin embargo pronto algunas órdenes religiosas para su enseñanza: ursulinas, hermanas de la caridad y otras que se ocupan de la asistencia a huérfanas y expósitas. 7 Ph. Aries: L'enfant et la vie familiale sous l'Ancien Régime. Ed. du S euil, Paris 1973. (T raducción en Ed. T aurus). 176 b d 24 Julia Varela - F. A lva rez-Uria infancia, como manifiestan en su lenguaje, un carácter am plio e impreciso: se sale de ella cuando se sale de la dependencia. Las artes plásticas revelan, según el mismo autor, que la nueva percepción del niño está en un principio ligada a la iconografía religiosa. Desde finales de la Edad Media com ienza a aparecer la infancia de Jesús, representándose a partir del siglo XIV otras infancias santas: Virgen, Bautista, etc. En el siglo XV la iconografía laica presenta niños mezclados con adultos en escenas de fiestas y juegos, que poco a poco se destacan en el interior del grupo para llegar a finales del siglo XVI a hacerse retratos de niños reales, existentes, retratos que se generalizarán a partir del siglo XVII. No hace falta explicitar a qué clases sociales pertenecen en su mayoría los niños de tales pinturas, bajorrelieves y esculturas. El estudio de la vestimenta sirve asim ismo a este historiador para descubrir que hasta finales del siglo XVI los pequeños, niños y niñas,'utilizan el mismo tipo de indum entaria que los adultos de su clase. Será a partir del siglo XVII cuando el niño noble o burgués deje de vestirse como los adultos iniciándose así una moda particular para él, pues son los niños, y no las niñas, los primeros a los que afecta la especialización en el vestir, del mismo modo que serán los primeros en frecuentar los colegios. Los niños artesanos y campesinos, que campean por calles y plazas se recogen en cocinas y tabernas, se visten hasta entrado el siglo X IX igual que sus mayores a los que siguen unidos por el trabajo y las diversiones. Y precisamente ante juegos y diversiones también ad o p tarán una nueva actitud moral los reformadores: los juegos de dinero y azar, las danzas, comedias y demás espectáculos públicos serán en caso extremo tolerados por ellos pero nunca bien vistos8. De nuevo los jesuítas 8 J. L. Vives será uno de los primeros en establecer las «reglas» del juego honesto en el diálogo Las Leyes del juego. A continuación, otros moralistas se ocuparán del juego y de los espectáculos públicos: uno de los textos más conocidos será el de P. Mariana: Tratado contra los juegos públicos. La m aquinaria escolar 25 innovarán en este campo: no prohibirlos sino canalizarlos, orientándolos convenientemente; juegos, danzas y represen­ taciones teatrales form arán parte de su program a educativo sirviendo para cultivar el cuerpo y el espíritu. Tam bién sobre el gobierno de los niños se im pondrán lentam ente las directrices y los principios relacionados con la práctica y la teoría jesuítica: han de estar continuam ente vigilados y cuidados, pero con una vigilancia dulce, no excesivamente severa para que así sea aceptada y asumida, en prim er lugar, por los mismos niños y, luego, por sus familias. Aries nos ayuda a comprender cómo se elabora histórica­ mente el estatuto de infancia, sin embargo la perspectiva de análisis y el material que utiliza marcan la dirección de su trabajo. Relaciona la constitución de la infancia con las clases sociales, con la emergencia de la familia m oderna, y con una serie de prácticas educativas aplicadas especialmente en los colegios. Pero relega a un segundo plano un tan to lejano las tácticas empleadas en la recogida y moralización de los niños pobres (sin duda el acceso a un material que perm ita tal estudio es mucho más complicado). Esta relegación le impide percibir que la constitución de la infancia de calidad form a parte de un program a político de dom inación, ya que es evidente que entre los elementos constitutivos de esta infancia figuran tam bién, y ocupando un lugar im portante, los dispositivos de afianzamiento de determ inadas clases así como su preparación para m andar9. La infancia «rica» va a ser ciertamente gobernada, pero su sumisión a la autoridad pedagógica y a los reglamentos constituye un paso para asumir «mejor» más tarde funciones de gobierno. La infancia pobre, por el contrario, no recibirá tantas atenciones siendo los hospitales, los hospicios y otros espacios de corrección los primeros centros-piloto destinados a modelarla. 9 Es de interés a este respecto completar la lectura de Aries con el número dedicado a «Les enfants du capital» en la Revista Les Révoltés Logiques, n.° 3, otoño de 1976. En lo que a España se refiere se ha intentado mostrar la posición estratégica, desde un punto de vista político, de las formas educativas instituidas en los siglos XVI y XVII en J. Varela, Modos de educación en la España de la Contrarreforma. Ed. La Piqueta, Madrid 1984. 26 Julia Varela - F. A lva rez-Urla Y así com o la constitución de la infancia de calidad aparece estrecham ente vinculada a la familia, prácticamente desde sus com ienzos —hijos de familia—, la de la infancia m enesterosa ha sido en sus principios el resultado de un program a de intervención directa del gobierno; en el prim er caso se produce una delegación de poder en la familia que a su vez actúa ayudando a su constitución, mientras que en el segundo el poder político se abroga todo derecho insertando a la infancia pobre en el terreno de lo público. El sentim iento de infancia —y consiguientemente el sentimiento de fam ilia— no existirá entre las clases populares hasta bien entrado el siglo XIX, siendo la escuela obligatoria uno de sus instrum entos constitutivos y propagadores. Emergencia de un dispositivo institucional: el espacio cerrado t «A partir de un determinado período (...), en cualquier caso a p artir de finales del siglo XVII de una m anera definitiva e imperativa, se produce un cambio considerable en el estado de las costum bres que he analizado. Cam bio que puede percibirse a través de dos aproxim aciones distintas. La escuela sustituye al aprendizaje como medio de educación. Esto significa que el niño deja de estar mezclado con los adultos y deja de conocer la vida directamente en contacto con ellos. Pese a muchas reticencias y retrasos se lo aisla de los adultos y se lo mantiene separado en una especie de cuarentena, antes de dejarlo en el mundo. Esta cuarentena es la escuela, el colegio. Comienza así un largo proceso de encierro de los niños (semejante al de los locos, los pobres y las prostitutas) que no cesará de extenderse hasta nuestros días y que se llama «escolarización» l0. P a ra que exista esta cuarentena física y moral, que Aries percibe, dando muestras de una gran sensibilidad histórica, 10 Ph. Aries, op. c., prefacio, p. 111. La m aquinaria escolar 27 es preciso que surja un espacio de encierro, lugar de aislamiento, pared de cal y canto que separe a las generaciones jóvenes del m undo y sus placeres, de la carne y su tiranía, del demonio y sus engaños. El modelo del nuevo espacio cerrado, el convento, va a constituirse en forma paradigmática de gobierno. Ideado por los moralistas, enemigos recalcitrantes de los regulares, el viejo espacio, destinado a transform ar la personalidad del novicio mediante una reglamentación puntillosa de todas las manifestaciones de su vida, servirá ahora de m aquinaria de transform ación de la juventud haciendo de los niños, esperanza de la iglesia, buenos cristianos a la vez que súbditos sumisos de la autoridad real". Las nuevas instituciones cerradas, destinadas a la recogida e instrucción de la juventud, que emergen a partir del siglo XVI (colegios, albergues, casas galeras, casas de la doctrina, casas de misericordia, hospicios, hospitales, semi­ narios...) tienen en común esta funcionalidad ordenadora, reglam entadora y sobre todo transform adora del espacio conventual. Sin embargo nos interesa particularm ente resaltar que este espacio cerrado no es en absoluto homogéneo. En virtud de la mayor o m enor calidad de naturaleza de los educandos y corrigendos, determ inada por su posición en la pirámide social, diferirán las disciplinas, se flexibilizarán los espacios, se dulcificarán en fin los destinos de los usuarios. Los colegios de los jesuítas tienen poco que ver con las instituciones de recogida de los niños pobres: «escuelas» rudas y colegios de nobles que corresponden a naturalezas de bronce y a naturalezas de oro y plata, delimitadas por Platón en La República y retom adas con ahínco por los reformadores de la Reforma y Contrarreform a. Se trata de un Platón integrado por los eclesiásticos en sus proyectos de reestructuración del espacio social. Al igual que en La República se pretende de nuevo, com o ya hemos " Sobre el remodelamiento que en España sufre el espacio conventual para servir de base a una política de control de pobres: Fernando Alvarez-Uría: «De la policía de la pobreza a las cárceles del alma», Rev. El B asilisco, n.° 8, 1979, pp. 64-71. 28 Julia Varela - F. A lv a re z-Uria señalado, naturalizar las diferencias sociales y en consecuencia las nuevas form as de dom inación social12. Entre el Príncipe niño sometido simplemente a un encierro m oral y el secuestro de niños y niñas pobres, expósitos, huérfanos y desam parados, existe una amplia gam a de form as de aislam iento que en últim o término reenvían a diferencias de percepción y valoración social. La m áxim a represión y m ínimo saber transmitido corresponden a la m enor nobleza, evidentemente la de los pobres. «Los niños expósitos tengan su hospital, en donde se alim enten; los que tengan madres ciertas, críenlos ellas hasta los seis años y sean trasladados después a la escuela pública donde aprendan las prim eras letras y buenas costum bres, y sean allí mantenidos. G obiernen esta escuela varones honesta y cortesmente educados en cuanto sea posible, que comuniquen sus costum bres a esta ru d a escuela; porque de ninguna cosa nace m ayor riesgo a los hijos de los pobres, que de la vil, inm unda, incivil y tosca educación. No perdonen gasto alguno los magistrados para adquirir estos m aestros; que si lo consiguen, harto provecho harán a la ciudad que gobiernan, a poca costa. A prendan los niños a vivir templadamente, pero con limpieza y pureza y a contentarse con poco; apártenles de todos los deleites, no se acostum bren a las delicias y glotonería; no se críen esclavos de la gula, porque cuando falta ésta con que satisfacer su apetito, desterrado todo su pudor, se dan a mendigar, como vemos que lo hacen m uchos luego que les falta, no la com ida sino la salsa de m ostaza o cosa semejante. N o aprendan solam ente a leer y a escribir, sino, en prim er lugar, la piedad cristiana y a form ar juicio recto de las cosas. 12 Carlos Lerena en Escuela, ideología y clases sociales en España, Ed. Ariel, Madrid 1976, especialmente en las páginas 33-35, pone al descubierto con agudeza y rigor el trucaje realizado por Platón para escamotear y a la vez hacer inatacables sus planteamientos teóricos «clasistas». La m aquinaria escolar 29 (...) los que sean muy a propósito para las ciencias deténganse en la escuela, para que sean m aestros de otros o pasen al seminario de sacerdotes; los demás pasen a aprender oficios, según fuere la inclinación de cada uno»15 El program a de gobierno de los pobres propuesto por Vives se pondrá en marcha en los países católicos, sobre todo tras el edicto dado en Rom a el 12 de marzo de 1569 por el Papa Pío V, con el que se inicia una recogida y policía de pobres de uno y otro sexo «así grandes como pequeños» de una amplitud sin precedentes. P o r lo que a España se refiere toda una serie de «arbitristas» se interesarán por el problema de la pobreza. En el interior de sus programas los niños pobres ocuparán una plaza que progresivamente ganará en im portancia. Estos proyectos coinciden cronológicamente con la gran expansión de la novela picaresca en tanto que literatura moralizante destinada a neutralizar socialmente a los jóvenes vagantes. El canónigo Giginta, en una perspectiva de aplicación de las teorías de Vives, afirma que, además de adiestrar a los niños pobres en un oficio mecánico, «a los que fueren p ara las letras se les dará dos horas luego por la m añana, p ara aprender a leer y a escribir, hasta contar»l4. P o r su parte el médico Cristóbal Pérez de H errera dedicará un am plio espacio al «amparo y ocupación de los niños y niñas pobres 13 J.L. Vives: Desubventionepauperum. Brujas 1526. Su program ase inspira directamente en el expuesto por Lutero en su escrito A los magistrados de todas las ciudades alemanas, para que construyan y mantengan escuelas (1523). Al igual que Lutero, Vives es también uno de los primeros en proponer una cierta secularización de la enseñanza que en el caso de los niños pobres encomienda también a los magistrados. Insiste menos que Lutero en que aprendan las lenguas y las artes que, en opinión del ex-agustino, «sirven para la comprensión de la Sagrada Escritura y para el desempeño del gobierno civil». 14 M. Giginta: T ra ta d o d e re m ed io d e p o b re s . C oim bra 1579, cap. III, fol. 14 vto. 30 Julia Varela - F. A lva rez-Uria y huérfanos desam parados»15. En este «higienista» lo que prim a es la necesidad del encierro y de moralización quedando la instrucción relegada a la m inoría selecta. En estos proyectos que se aplicarán parcialmente en el siglo XVII com ienza ya a ser una realidad la separación de sexos y edades. El aislamiento se convierte así en un dispositivo que contribuye a la constitución de la infancia a la vez que el propio concepto de infancia quedará asociado de form a casi natural a la dem arcación espacio-temporal. Pérez de H errera presenta en su citada obra un plan diferenciado en función de la edad y el sexo de los niños: los de tem prana edad serán distribuidos por prelados y corregidores entre gente rica que los críe y los ponga luego a oficios o los utilice com o sirvientes. Si con esta medida no estuviesen todos en pupilaje se criarán en casas de expósitos o en albergues hasta los 7 u 8 años, m om ento en el que pasarán a las casas de doctrina o a los seminarios. A los de mayor edad, niños y niñas, se encargarán las justicias de ponerlos con amos o a aprender oficios; conviene acom odar algunas niñas en los m onasterios a fin de que allí se hagan virtuosas y presten servicios a ancianos y desvalidos. A los niños de 10 a 14 años, con buena salud y fuerza, se les darán distintas aplicaciones: unos irán a la marina, otros trabajarán en arm erías, otros aprenderán a fabricar tapicerías, paños y telas, otros, en fin, los más hábiles, irán a seminarios de más alto nivel que los ya mencionados en donde se les enseñará no tanto el latín com o las matemáticas a fin de que luego se dediquen a la edificación, la artillería, y otras actividades necesarias para la fortificación, la conquista y el ataque. Los niños gitanos no quedarán excluidos de estas medidas. Las Cortes de Burgos de 1594 prescriben que los menores de 10 años sean separados de sus padres y encerrados en las casas de los niños de la doctrina, herederas de los hospitales que el célebre hum anista español afincado en Brujas definía así 15 C. Pérez de Herrera: Discurso del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos; y de la fundación y principio de los albergues de estos reinos, y amparo de la milicia de ellos, Madrid 1598, Discurso III. La m aquinaria escolar 31 en su paradigm ático tratado Sobre el socorro de los pobres: «Doy el nombre de hospitales a aquellas instituciones donde los enfermos son m antenidos y curados, donde se sustentan un cierto número de necesitados, donde se educan los niños y las niñas, donde se crían los hijos de nadie, donde se encierran los locos y donde los ciegos pasan la vida». En cualquier caso el adiestram iento para los oficios, la moralización y fabricación de súbditos virtuosos son los pilares sobre los que se asienta la política de recogida de pobres. U na ética rentabilizadora del trabajo y m antenedora del orden tiende a sustituir lentamente a las viejas caridades. Comienzan los primeros esbozos de una nueva gestión de las poblaciones potenciada más tarde por los ilustrados ya desde la perspectiva de la Economía Política. La recogida y educación de los niños pobres en instituciones a las que son destinados poco tiene que ver no sólo con la educación del Príncipe niño sino tam bién con la de los colegiales que además de dedicarse al estudio de materias literarias (gram ática, retórica, dialéctica) vedadas para los pobres16 y al de distintas lenguas entre las que predom ina el latín, se entretienen con juegos y espectáculos cultos y adquieren cortesanas maneras mediante la danza, la esgrima, la equitación y otros ejercicios de m arca que les proporcionarán lo que Pierre Bourdieu denom ina una hexis corporal en consonancia con su categoría social. Pero no se trata únicamente de diferencias de contenidos y actividades sino que la dureza del encierro, el rigor de los castigos, el sometimiento a las órdenes, el distanciam iento de la autoridad, y la autopercepción que se les inculca son el fruto de la diferencia abismal que existe entre los preceptores domésticos, los colegios y «las escuelas de prim eras ietras» destinadas a los hijos de los pobres. 16 Respecto a este punto puede verse el Postfacio de J. Várela a la obra de A. Quemen: Trabajos elementales sobre la escuela primaria. Ed. de la Piqueta, Madrid 1979, ps. 175 en donde se citan las pragmáticas de Felipe IV y Carlos III prohibiendo la enseñanza de la gramática a los niños recogidos en las in stitu cion es de caridad. 32 Julia Varela - F. Alvarez-U ría Formación de un cuerpo de especialistas Las órdenes religiosas dedicadas a la educación de la juventud se preocuparán desde muy pronto de proporcionar a los religiosos que se ocupen en tal menester una formación especial. En el caso concreto de los jesuitas la obra de Jouvency «De ratione discendi el docendi» nos inform a sobre cuál ha de ser la imagen del maestro y del discípulo. Y es que en realidad es preciso señalar que la constitución de la infancia y la form ación de profesionales dedicados a su educación son las dos caras de una misma moneda. Será en los colegios donde se ensayen formas concretas de transmisión de conocim ientos y de moldeamiento de com portam ientos que m ediante ajustes, transform aciones y modificaciones a lo largo de por lo menos dos siglos, supondrán la adquisición de todo un cúmulo de saberes codificados acerca de cómo puede resultar más 'eficaz la acción educativa. Sólo así podrá hacer su aparición la pedagogía y sus especialistas. Los jesuitas suponen desde el momento de su irrupción en la escena de la enseñanza, un cambio considerable respecto al clásico y arquetípico maestro. Siguiendo las teorías pedagógicas de Erasm o, Vives y otros humanistas d¿ menos renom bre, sustituirán los métodos drásticos de intimidación por intervenciones dulces e individualizad oras El castigo físico tenderá cada vez más a ser reemplazado por una vigilancia am orosa, una dirección espirifual atenta, una organización cuidada del espacio y del tiempo, una seria program ación de los contenidos y una aplicación de m étodos de enseñanza que además de mantener a los alumnos dentro de los límites correctos los estimulen al estudio y a convertirse en caballeros católicos perfectos. 17 Sobre la «pedagogía jesuítica» han escrito páginas notables: E. Durkheim: L'Evolution pédagogique en France, PUF, París 1969, 2.* ed. cap. V y VI (traducción en Ed. La Piqueta) y M. Foucault: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Ed. Siglo XXI, en la parte dedicada a las disciplinas en tanto que «métodos que permiten el control minucioso del cuerpo, que aseguran el sometimiento constante de sus fuerzas y le imponen una relación de docilidad». La m aquinaria escolar 33 Realizarán de este modo lo imposible: conseguir en los colegios, donde el número de alumnos suele ser considerable, una form ación esmerada: «no basta, ni es suficiente, ejercer una influencia general e impersonal sobre los alum nos, dice Jouvency, sino que es preciso graduarla y variarla según la edad, la inteligencia y la condición». Se produce pues una ruptura respecto al m aestro de las universidades e instituciones educativas medievales, como señala Durkheim, cuya autoridad se basaba fundam ental­ mente en la posesión y transmisión de determ inados saberes mientras que el maestro jesuíta ha de ser fundam entalm ente un modelo de virtud. Algo similar ocurre con el proceso de individualización ya que el maestro medieval se dirigía a un amplio auditorio en el que cada estudiante, sin im portar su edad, era considerado un ser con autonom ía y no tenía por tanto que ser estimulado ni tutelado; la acción del maestro cesaba en el momento en que finalizaba la lección. La Raíio studiorum reglamenta la ocupación del espacio y del tiempo de forma tal que el alumno queda aprisionado en una cuadrícula y difícilmente podrá cuestionar la separación por secciones, los frecuentes ejercicios escritos, los distintos niveles de contenido, los premios, recompensas y certámenes a los que se ve sometido. Tendrá que estar permanentemente ocupado y activo. El aprendizaje adoptará la forma de un continuo torneo dada la división de los alumnos de cada clase en dos campos opuestos (rom anos y cartagineses), divididos a su vez en decurias que rivalizan por ocupar los primeros puestos. Todo este proceso competitivo y de emulación se refuerza con debates y exámenes públicos, a los que asisten las autoridades locales y las familias de los colegiales. Se comprende fácilmente que el mérito individual y el éxito escolar encuentren aquí su caldo de cultivo en contraste con las Universidades medievales donde el esfuerzo individual no obtenía recompensas inmediatas y los escasos exámenes eran tan sólo una formalidad para los que asistían a los cursos1*. Esta ética del rendimiento es coherente con el punto de vista molinista que ingeniosamente intenta conciliar libertad humana y 34 Julia Varela - F. A lva rez-Uria Este nuevo estatuto del maestro en tanto que autoridad m oral im plica que además de poseer conocimientos sólo él tiene las claves de una correcta interpretación de la infancia así com o del program a que los colegiales han de seguir para adquirir los com portam ientos y los principios que corres­ ponden a su condición y edad. T odo un conjunto de saberes van a ser extraídos del trato directo y continuo con estos seres encerrados desde sus cortos años que, día a día, se van convirtiendo cada vez más en niños; saberes relacionados con el mantenim iento del orden y la disciplina en las clases, el establecimiento de niveles de contenido, la invención de nuevos métodos de enseñanza y, en suma, conocimiento de lo que hoy se denom ina organización escolar, didáctica, técnicas de en­ señanza y otras ciencias sutiles de carácter pedagógico que tuvieron sus comienzos en la gestión y el gobierno de los jóvenes. Al igual que el encierro estas acciones educativas de los m aestros serán aplicadas diferencialmente según la calidad de los usuarios. La acción individualizadora cons­ tante, que tiende al sostenimiento, estímulo y valoración positiva del alum no, no form a parte de las actividades de los guardianes de las casas de doctrina donde se recoge a los huérfanos ni de los seminarios donde los niños pobres se adiestran en oficios. Y ello es lógico ya que un autor como Pedro Fernández Navarrete dice que los muchachos expósitos y desam parados «son lo más bajo y abatido del m undo, hijos de la escoria, y hez de la república»1’. predestinación. De hecho los colegios guardan una cierta proporcionalidad con la teoría de la gracia: en ellos se trata inútilmente de conciliar la libertad individual del alumno con la autoridad predeterminante del maestro sirviéndose de una especial vía media: la pedagogía jesuítica. Pedagogía y moral convertirán lógicamente a los jesuítas en los verdaderos maestros de la sutileza. w P. Fernández Navarrete: Conservación de Monarquía y Discursos políticos sobre la gran consulta que el Consejo hizo al Sr. Rey D. Felipe III, al Presidente y Consejo Supremo de Castilla. Madrid 1626. Discurso 47, en donde especifica además que «en buena razón de Estado sería más conveniente y mayor beneficio para la república criar todos estos muchachos, enseñándoles los oficios más bajos y más abatidos, a que no se inclinan los que tienen caudal para aspirar a ocupaciones mayores». La m aquinaria escolar 35 Mención especial merecen los escolapios que presentan semejanzas, al menos formales, con los jesuítas. Sus puntos comunes podrían explicarse en la medida en que los discípulos de S. José de Calasanz adoptaron la Ratio studiorum como guía de su práctica educativa. Las diferencias provienen, entre otros factores, del distinto público al que se dirigen: en el momento de su fundación se limitan al adoctrinam iento de los niños pobres, evitan especialmente los roces con los jesuítas. Pero poco a poco sus ambiciones se acrecientan y se asientan en ciudades y villas en donde generalmente no existen otras órdenes religiosas dedicadas a la instrucción de la juventud. Intentan entonces extender su radio de acción, lo que a veces da lugar a fricciones con los maestros pagados por los ayuntam ientos, pero para ello tienen que resolver el problema que les plantean sus mismas Constituciones. Lo hacen empleando una hábil estratagema: las Constituciones dicen que deben dedicarse al adoctrina­ miento de los niños pobres pero no se oponen explícitamente a que puedan instruir a los niños ricos, y, naturalm ente, todos son hijos de Dios. Los escolapios se preocuparán también por la form ación de sus maestros, por los libros en que han de leer sus alumnos, por los métodos y técnicas de enseñanza. Sin embargo su sistema de disciplina y penalidad pedagógica difiere del de los jesuítas: serán más severos, si bien tam poco son partidarios de que la letra con sangre entra. Son los únicos en los países católicos que recogen y depositan a los niños en sus casas, los acom pañan form ando filas y cantando cánticos religiosos con el fin de sustraerlos a los peügros de la calle y realizan al mismo tiempo una labor de apostolado con sus «familias». Son más estrictos con las representaciones teatrales y los juegos que sólo se perm iten en casos excepcionales —carnavales, fiestas locales— en los que la prohibición no sería suficiente para contener a los alumnos. Difieren asimismo en el tipo de prem ios20, en la x A. Astrain: S. J.: Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de España. M adrid 1905, t. 11, p. 581, refiere c ó m o en S evilla en 1562 u n o de sus brillantes alum nos fue prem iado con d o c e pares de gu an tes y o tr o 36 Julia Varela - F. A lvarez-Uria m ayor frecuencia e intensidad de los ejercicios piadosos, en los contenidos y en las m aterias de enseñanza. Y aunque tras la expulsión de los jesuitas llegaron a regentar colegios de nobles, las artes caballerescas no tuvieron cabida en sus centros. Esta especificidad de las actividades de enseñanza en función del origen social de los alumnos se hará patente en el m om ento en que el Estado pretenda, de acuerdo con los intereses de la burguesía, generalizar e imponer una form ación para los hijos de las clases populares. Los nuevos especialistas recibirán ahora una formación controlada por el Estado e im partida en instituciones especiales, las Escuelas Normales. El objetivo primordial es que desempeñen funciones acordes con la nueva sociedad en vías de industrialización. En 1839 empieza a funcionar la Escuela Normal de M adrid. Al año siguiente una Real Orden establece su extensión a las capitales de provincia. 'En 1843, Gil de Zárate elabora un reglam ento uniforme para todas ellas en cuyo preám bulo destaca la enorme im portancia del carácter educativo de las disciplinas a que deben someterse los maestros. Disciplinas que les harán acatar la autoridad establecida además de aprender obedeciendo «a mantener cuando sean m aestros la subordinación y la regularidad entre sus discípulos». Los aprendices de maestro sufrirán un proceso intensivo de transform ación y vigilancia de forma que su vida privada se inmole en aras de su futura entrega y abnegación a la vida pública. Esta policía del magisterio fue hasta tal punto efectiva que no escasearon las depuraciones de los díscolos y los quiméricos. El Estado espera del maestro que se integre en una política de control encam inada a establecer las bases de la nueva configuración social a través de la imposición del castellano com o lengua nacional, el empleo de técnicas para que los niños aprendan los rudimentos de la lectura, la escritura y el cálculo que los capacite para conocer y cumplir con un bonete. Los escolapios no solían ser tan refinados, sus premios consistían en estampas y libritos piadosos. La m aquinaria escolar 37 los deberes ciudadanos, y la propagación del nuevo sistema métrico decimal indispensable para la form ación de un mercado nacional. La idea de patria y unidad política estará a su vez cim entada en la enseñanza de una geografía y una historia singulares. Esta enseñanza rudim entaria para gente ruda e ignorante no tiene por finalidad facilitar el acceso a la cultura, sino inculcar estereotipos y valores morales en oposición abierta a las formas de vida de las clases populares, y sobre todo, imponerles hábitos de limpieza, regularidad, com postura, obediencia, diligencia, respeto a la autoridad, am or al trabajo y espíritu de ahorro. El m aestro no posee tanto un saber cuanto técnicas de dom esticación, métodos para condicionar y mantener el orden; no transm ite tanto conocimientos como una moral adquirida en su propia carne a su paso por la Normal. De ahí ese carácter rutinario, repetitivo e insustancial de los cursos escolares. La Normal hará del maestro un ser desclasado en perpetua aspiración de reclasamiento. Reclutados de estam entos sociales lo suficientemente elevados como para no sentirse pertenecientes a las clases populares y lo suficientemente bajos como para aspirar a una profesión nueva, que aparece como una vía de promoción social, los maestros, salvo excepciones, menospreciarán la cultura de las clases humildes, sus hábitos y costumbres, desprecio potenciado y justificado por los cursos de la Normal, e intentarán transm itir su admiración por la cultura burguesa en la que no están completamente integrados y en la que desean infructuosa­ mente integrarse21. La posición social del maestro, las características institu­ cionales de la escuela obligatoria, los intereses del Estado, los métodos y técnicas de transmisión del saber y el propio saber escolar contribuyen a modelar un nuevo tipo de individuo, desclasado en parte, dividido, individualizado, 21 L.as generalmente estériles aspiraciones de los maestros para integrarse en la alta cultura conduce en numerosos casos a la pedantería y a la cursilería, formas comunes de comportamiento entre estos profesionales que se ven obligados a secretar continuamente imágenes de «marca» para hacerse valer. 38 Julia Vareta - F. Alvarez-U ría un sujeto «esquizoide», que ha roto los lazos de unión y solidaridad con su grupo de origen y que, no puede integrarse en otros grupos dominantes, entre otras cosas porque el carácter elem ental de las conductas y de los conocim ientos aprendidos en la escuela se lo impiden. El pago que el m aestro recibe por contribuir a producir seres híbridos y soportar su propia ambivalencia posicional no será de orden m aterial —su retribución económica ha sido siem pre baja y más todavía en el siglo X IX — sino de tipo simbólico: se lo com parará al sacerdote (como él ha recibido de Dios la vocación para una misión evangelizadora), y se lo investirá de autoridad, dignidad y respetuosidad, falsas imágenes a las que deberá adecuarse no sin dificultades. Y para que cum pla mejor sus funciones, o por si rechazase abiertam ente tal modelo, habrá inspectores que se encargarán de recordarle las pautas correctas a que ha de ajustarse, y de penalizarlo en caso de que las infrinja. # Destrucción de otras formas de socialización La escuela no es sólo un lugar de aislamiento en el que se va a experim entar, sobre una gran parte de la población infantil, métodos y técnicas avalados por el maestro, en tanto que «especialista competente» o mejor, declarado com o tal por autoridades legitimadoras de sus saberes y poderes; es tam bién una institución social que emerge enfrentándose a otras formas de socialización y de transmisión de saberes que se verán relegadas y descalificadas por su puesta en marcha. El largo proceso de destrucción y desvalorización intensiva de form as de vida diferentes y relativamente autónom as respecto al poder político se inicia con la aparición de los colegios de jesuítas. Estos, en tanto que form as institucionalizadas de transmisión de saberes y form ación de voluntades suponen una transform ación de los modos de educación propios de las clases dom inantes del Antiguo Régimen; esta novedad responde en realidad a una cierta pérdida de poder político y territorial por parte de la j La m aquinaria escolar 39 nobleza de armas frente a la realeza y a los representantes de los recién constituidos estamentos adm inistrativos ligados a su vez a los reform adores eclesiásticos. La nobleza se ve así constreñida cada vez más, y a medida que avanza el siglo XVII, a sustituir a los preceptores de sus hijos por los colegios de nobles regentados por la C om pañía de Jesús. En este sentido esta remodelación política presenta una serie de puntos de referencia que pueden ayudarnos a entender los cambios que se producirán más tarde en el m om ento de la imposición de la escuela obligatoria. Los colegios inaugurarán una nueva forma de socializa­ ción que rompe la relación existente entre aprendizaje y formación; relación que existía tanto en los oficios manuales como en el oficio de las armas e incluso en otras «ocupaciones liberales» tales como: medicina, arquitectura y artes. En el caso de los nobles los que se dedicaban a la milicia se incorporaban desde muy pronto al m undo de las armas. No es extraño encontrar en los siglos XV y XVI capitanes de 12 años y aún más jóvenes. El mismo Fernando el Católico, según el cronista real M arineo Sículo, «aún no habiendo diez años comenzó a traer las armas y oficio militar. Y criado así entre caballeros y hombres de guerra y siendo ya grande y no pudiendo darse a la ciencia de las letras careció de ellas»21. Los reform adores católicos y los que refuerzan en la práctica sus teorías educativas instauran en los colegios un modo específico y particular de educación que rom pe con las prácticas habituales de formación de la nobleza y, m ucho más aún, con el aprendizaje de los oficios de las clases populares. Formación y aprendizaje, gracias a estas institu­ ciones y más tarde a la escuela, se distanciarán cada vez más contribuyendo a establecer la ruptura que persiste en la actualidad entre trabajo manual y «trabajo» intelectual, ruptura que no lograrán colm ar ni las declaraciones de •’ L. Marineo Sículo: Sumario de Ia clarísima vida v heroicos hechos de los Católicos Reyes D. Fernando y Dña. Isabel, de inmortal memoria. S acad o de la O bra g ra n d e de las c o sa s m e m o ra b le s d e E sp a ñ a , M adrid 1587. fol. 7. 40 Julia Varela - F. A lva rez-Uria principios de los ilustrados, destinadas a prestigiar el trabajo ni la aparición de las escuelas de artes y oficios. El colegio jesuítico se erige en gran medida en pugna con las instituciones educativas medievales a semejanza de la m anufactura que emerge en oposición al taller artesanal que durante largo tiempo gozó de los beneficios y prerrogativas de toda corporación gremial. Las Universidades medievales eran asimismo corporaciones estrechamente vinculadas a la com unidad, form aban parte del aparato eclesiástico y tenían una clara dimensión política, con un poder de decisión y de intervención en las cuestiones públicas; no es raro, por ejem plo, que el C laustro de las Universidades gestionara en épocas de carestía y escasez el abastecimiento de cereales para su distribución con el fin de hacer descender los precios de estas materias básicas. Los estudiantes en tanto que m iem bros de tal corporación gozaban de una serie de privilegios entre los que figuraban la elección de las autoridades académicas, el derecho de uso de armas, el derecho de asilo, la exención de impuestos, su «tumultuosa» participación en la provisión de cátedras, tribunales especiales, etc. Esta presencia y capacidad de decisión de los estudiantes en la gestión y adm inistración de la vida universitaria empieza a perderse en el momento en que los humanistas y el propio Pontífice imponen sus directrices a estas corpora­ ciones. En el caso español la Universidad modelo de Alcalá, patrocinada por Cisneros, significa el comienzo de esta nueva política2'. Evidentemente no se trata de idealizar una historia pasada que no estaba exenta de conflictos e intereses partidistas sino simplemente de poner de relieve los M Sobre la Universidad española en tanto que comunidad científica, económica y religiosa, así como acerca de las libertades y costumbres de sus estudiantes ofrece una serie de datos la obra de A. Bonilla de San Martín: Discurso leído en la solemne inauguración del Curso Académico 1914-15. La vida corporativa de los estudiantes españoles en su relación con la historia de las Universidades. Madrid 1914. En un sentido más general véanse las obras clásicas de: H. Rashdall: The Universities o f Europe in the Middle Ages. Londres 1936, 3 T., y J. Le Goff: Les intellectuels du Moyen Age, París, 1957. La m aquinaria escolar 41 mecanismos que han desvinculado el saber escolar y universitario de la vida política y social. Estas corporaciones universitarias medievales se caracte­ rizan también por la mezcla de edades de los estudiantes, la simultaneidad de las enseñanzas, la casi ausencia de exámenes, y la inexistencia de prácticas disciplinarias entendidas en sentido moderno y aplicadas por los maestros. En ellas fundam entalm ente se adquirían los conocim ientos necesarios para ejercer de clérigo: ceremonial litúrgico, textos sagrados, salmos y cánticos religiosos, com entarios de la Escritura, y elementos de derecho eclesiástico. En este sentido eran pues una especie de gremios en los que aprendizaje y formación estaban unidos; de estas «escuelas» medievales se pasa a instituciones modernas, colegios y Universidades reform adas, que además de conferir un nuevo estatuto al saber ejercerán sobre los estudiantes funciones de control moral y de individualización psicológica. La fabrica­ ción del alma infantil, a la cual contribuyen de form a especial los colegios, tendrá como contrapartida el som eti­ miento de los cuerpos y la educación de las voluntades en los que tanto insisten los educadores religiosos. Con razón afirma Michel Foucault que la cantinela hum anista consiste en hacernos creer que somos más libres cuanto más sometidos estamos: sometimiento de las pasiones a la razón, sometimiento del cuerpo al espíritu, som etim iento de la libertad a la obediencia, sometimiento de la conciencia al confesor y director espiritual, de los hijos a los padres, de la mujer al marido, y de los súbditos al monarca. Los colegios de jesuítas comienzan por estar separados del poder político: los colegiales desgajados de la com unidad e individualizados pierden prácticamente sus privilegios corporativos y quedan excluidos del derecho a ejercer el control de la institución. Durkheim afirma muy acertada­ mente la im portancia de esta desposesión: «cuando los colegios se fundaron, y desde entonces, los alum nos fueron tratados en ellos como colegiales y ya nunca más com o estudiantes»24. Señala con ello que los jesuítas dan comienzo J4 E. D urkheim : op. c., p. 187. 42 J u n a v a re tu - / . m v u ii a una expropiación que sienta las bases para una tutela y una infantilización que no ha dejado de agrandarse hasta nuestros días. Evidentem ente este proceso no se producirá sin resistencias en las Universidades como muestra el núm ero de prágm aticas y cédulas reales encaminadas a contener los motines y algaradas estudiantiles. Para neutra­ lizar el peligro estudiantil se prohibirá a los estudiantes el derecho de llevar armas a las aulas, tendrán que someterse a tribunales civiles y sufrir las «vejaciones» que les impone la adm inistración universitaria convertida a partir de las reform as de los ilustrados en estamento independiente, autónom o, en el interior de la institución. En proporción inversa a la pérdida de poder estudiantil se incrementan las funciones reservadas al maestro que, como hemos visto, adem ás de im partir nuevos saberes inventa y aplica técnicas didácticas y pedagógicas encaminadas a estimular y norm a­ lizar a los colegiales. Respecto al saber, el colegio se convierte en un lugar en el que se enseñan y aprenden un cúmulo de «banalidades» desconexionadas de la práctica, del mismo modo que, más tarde, la escuela y el «trabajo escolar» preceden y sustituyen al trabajo productivo. Esta fisura con la vida real favorecerá todo tipo de form alism os que se ponen de relieve no sólo en la im portancia que los jesuítas confieren al aprendizaje y m anipulación de las lenguas —especialmente del latín --, sino también en la repetición de ejercicios de urbanidad y buenas maneras. Form alism os que por otra parte no deben ser infravalorados o ignorados ya que juegan un importante papel de distinción y valoración de las clases distinguidas3'. La adquisición de estas habilidades presenta una nota diferencial: no implica la cooperación entre maestros y alumnos, sino que, por el contrario, su organización y planificación será misión exclusiva del maestro que se servirá de las propias teorías pedagógicas para enmascarar sus m onopolios, pudiendo así convertir estas imposiciones 25 Sobre las estrategias de distinción ha escrito páginas notables P. Bourdieu, La distinction. Critique sociale du jugement. Minuit, París, 1979. (Traducción en Ed. Taurus). en servicios desinteresados a los alumnos. El colegial se verá de este modo excluido del saber y de los medios e instrum entos que permiten el acceso a él. El saber es propiedad personal del maestro, sólo él realiza la interpreta­ ción correcta de los autores, conoce y expurga las fuentes, adecúa conocimientos a capacidades, y decide quién es el buen alumno. Pero ¿qué saberes detenta tan om nipotente especialista? Saberes «neutros», «inmateriales», es decir, saberes separados de la vida social y política que no sólo tienen la virtud de convertir en no saber los conocim ientos vulgares de las clases populares, sino que además, a través de mecanismos de exclusión, censura, ritualización y canali­ zación de los mismos, im pondrán una distancia entre la verdad y el error. Para las clases distinguidas, que son siempre las clases instruidas, se acuña la verdad del poder, verdad luminosa alejada de las plazas públicas y del contacto contam inante de las masas. Los colegios de jesuítas son precisamente una preservación del contagio de las multitudes. Desde ahora la memoria de los pueblos, los saberes adquiridos en el trabajo, sus producciones culturales, sus luchas, quedarán marcadas con el estigma del error y desterradas del campo de la cultura, la única legítima porque está legitimada por el mito de la neutralidad y de la «objetividad» de la ciencia. Esta relación entre el saber dominante y los saberes sometidos se reproduce de algún modo en la relación maestro-alumno que no es, estrictamente hablando, ni una relación interpersonal ni una relación a saberes que den cuenta de las realidades circundantes sino que es una relación social, de carácter desigual, m arcada por el poder y avalada por el estatuto de verdad conferido a los nuevos saberes. Pero los jesuítas, y más tarde los escolapios y otros grupos dedicados a la enseñanza, no sólo verán con malos ojos las condiciones en que se desenvuelve la enseñanza tradicional (los denuestos se dejarán oír particularm ente al referirse a la vida licenciosa, inm oral, desordenada y revoltosa de los estudiantes), sino que despreciarán muy especialmente el sistema de transm isión de saberes que supone el aprendizaje propiam ente dicho o aprendizaje de 44 Julia Varela - F. A lva rez-Uria oficios, el cual, dejará entonces de ser una función noble para convertirse en el desprestigiado trabajo m anual o mecánico. P or supuesto las formas de saber y de socialización del cam pesinado, y en general las de las clases populares, serán calificadas sin piedad por los nuevos propagandistas de la verdad legítima de «necios principios», «vulgares opiniones» y «mentecatas supersticiones». Los artesanos se socializaban en la misma com unidad de pertenencia, formaban gremios, hermandades o corporaciones dotadas de determ inados privilegios y usaban sus derechos para intervenir en la cosa pública al igual que las Universi­ dades medievales. El aprendizaje implicaba en este caso un sistema de transm isión del saber que se hacía de form a jerarquizada en el taller el cual además de ser lugar de trabajo, era lugar de educación, instrucción y hábitat; en él coexistían transm isión de saberes y trabajo productivo. En el taller, maestros y oficiales eran autoridad para los aprendices, entre otras cosas, porque poseían un saber que era adem ás un saber hacer, una maestría técnica, una pericia que se alcanzaba tras largos años de participación en un trabajo en cooperación. Los aprendices vivían mezclados con los adultos, intervenían en sus luchas y reivindicaciones, tom aban parte en sus debates, iban con ellos a la taberna y al cabaret, tenían su puesto en fiestas y celebraciones, aprendían, en contacto con la realidad que los rodeaba, un oficio que no dejaba de tener dificultades ni carecía de dureza y penalidades. La imposición de la escuela obligatoria rom perá de form a definitiva estos lazos lo que supondrá un impulso para la aparición de la infancia popular asociada a la inculcación del m oderno sentim iento fam iliar en las clases trabajadoras. En térm inos generales se puede representar con el siguiente esquema el cambio que se produce entre el A ntiguo Régimen y la Sociedad Burguesa en las formas de socialización de sus miem bros jóvenes: 45 La m aquinaria escolar E dad M edia A ntiguo R égim en S ociedad B urguesa C om unidad Fam ilia F am ilia conyugal A prendizaje de oficios Colegios Escuela Socialización La peligrosidad social, prisma a través del cual la burguesía percibirá desde el siglo XIX casi exclusivamente a las clases populares26, servirá de cobertura a una multiforme lluvia de intromisiones destinadas a destruir su cohesión así como sus formas de parentesco asociadas por los filántropos y reformadores sociales al vicio, la inm oralidad y, más tarde, la degeneración. La escuela servirá para preservar a la infancia pobre de este ambiente de corrupción, librarla del contagio y de los efectos nocivos de la miseria, desclasarla en fin e individualizarla situándola en un no m a n ’s land social donde es más fácil manipularla, por su propio bien, y convertirla en punta de lanza de la propagación de la nueva institución familiar y del orden social burgués. Este gran encierro de los hijos de los artesanos, obreros y, más tarde, campesinos rom perá los lazos de sangre, de am istad, la relación con el barrio, con la comunidad, con los adultos, con el trabajo, con la tierra27. El niño popular nace en gran medida de esta violencia legal que lo arranca de su medio, de su clase, de su cultura, para convertirlo en una m ercancía de la escuela, un geranio, una planta doméstica. La escuela, al igual que el colegio de jesuitas, hará suya la concepción platónica de los dones y las aptitudes: si el niño fracasa se debe a que es incapaz de asimilar esos conoci­ * L. Chevalier analiza cómo se produce este proceso en: Classes laborieuses et Classes dangereusses. Ed. Plon, París, 1968. v K.. Marx: Grundrisse, cap. del Capital: «Formas anteriores a la producción capitalista», muestra con precisión lo que implica la destrucción del trabajo de las corporaciones y, en general, la disolución de las viejas relaciones de producción. 46 Julia Varela - F. A lva rez-Uria mientos y hábitos tan distantes de los de su entorno, por tanto la culpa es sólo suya, y el maestro no dudará en recordárselo, lo que a veces significa enviarlo a una escuela especial para deficientes. En todo caso lentamente la maquinaria escolar irá produciendo sus efectos transformando esta fuerza incipiente, esta tabla rasa, en un buen obrero. Los consejos, las historias ejemplares, la recitación en voz alta, el reglamento, la caligrafía, el trabajo escolar... son el yunque sobre el que el m aestro depositará estas naturalezas de hierro para forjar con paciencia y obstinación al íuturo ejército del trabajo. Pero la rentabilidad de la escuela no se circunscribe pura y simplemente al campo de la economía, pues como afirma Alvaro Flórez Estrada: «Las ventajas que a la sociedad resultan de que se difunda la instrucción entre las clases menesterosas no se limitan a prom over la industria y a perfeccionar los artículos que hacen placentera nuestra existencia material. Se extienden a mejorar nuestras costumbres y consolidar las instituciones que son la fuente de la civilización y refinamiento de la sociedad, no existiendo bien alguno que 110 proceda del saber ni mal que no dim ane de la ignorancia o el error. Gananciosas las masas en gozar de los beneficios que el orden les asegura, y convencidas de que su bienestar es debido exclusivamente a este arreglo, ellas, si el gobierno no es hostil, se m anifestarán siempre prontas a auxiliarlo, y en vez de com batirlo y de propender a trastornar la tranquilidad, trab ajarán por robustecerla y mejorarla. La educación de los trabajadores es el único medio seguro de precaver las agitaciones torm entosas y de hacer desaparecer los crímenes que en pos de sí arrastra la m endicidad, siempre desm oralizadora»28. n A. Flórez Estrada: Curso de economía política, p. 93. T. CX1I de la BAE. Nótese que en lo referente al saber la desposesión que sufren estos niños es totalmente diferente a la sufrida por los hijos de la nobleza y de la burguesía en los colegios ya que para los niños pobres la cultura que se pone en cuestión es su propia socialización, sus valores culturales y su identidad como grupo social. La m aquinaria escolar 47 Institucionalización de la escuela obligatoria y control social La educación de las clases populares y, más concreta­ mente, la instrucción y formación sistemática de sus hijos en la escuela nacional, forman parte en la segunda mitad del siglo XIX y a principios del XX de las medidas generales del buen gobierno: «... el obrero es pobre y fuerza es socorrerle y ayudarle; el obrero es ignorante y se hace urgencia instruirle y educarle; el obrero tiene instintos aviesos, y no hay más recurso que moralizarle si se quiere que las Sociedades o los Estados tengan paz y arm onía, salud y prosperidad»29. He aquí, en resumen el program a político destinado a resolver la cuestión social, la lucha de clases, en el interior de la cual la educación ocupa un papel primordial. No se entenderán en su justo término las funciones desempeñadas por la naciente escuela nacional si no se la inserta en este contexto de integración de las clases trabajadoras, de conversión al orden social burgués. Filán­ tropos, higienistas, reformadores sociales y educadores se afanan por ayudar «desinteresadamente» a obreros y, al igual que con anterioridad los eclesiásticos, estos nuevos moralizadores de masas se abrogarán el derecho a la verdad a la que naturalmente las ignorantes clases han de someterse. El mismo Ministro de la Gobernación en una Exposición dirigida al Rey ( Gaceta del 31 de agosto de 1881), asegura que «la experiencia nos enseña que el poderío de las naciones no depende exclusivamente de la fuerza m aterial, sino que antes al contrario, las verdaderas conquistas de los tiempos modernos, los triunfos y las glorias en todas sus 29 P.F. Monlau: Elementos de higiene pública o Arte de conservar la salud de los pueblos, Madrid, 1871, 3.a ed. p. 171. Después de semejante caracterización del obrero no es extraño que desee emplear todos los medios para educarlo: «no lo dude el Gobierno: la topografía de la población, su limpieza y buen orden, las fuentes monumentales, las estatuas, las instituciones civiles, políticas y religiosas, los regocijos públicos, las calamidades públicas, etc., todo, todo educa a los pueblos: hágase pues de suerte que todo, absolutamente todo, contribuya a su bu en a educación» (p. 353). 48 Julia Varela - F. A lva rez-Uria esferas, se alcanzan con el ordenado desarrollo de la instrucción y de la educación». U na serie multiforme- de medidas destinadas al control de las clases populares comienza a aplicarse, especialmente a p artir de la R estauración, como complemento eficaz de transform ación de las clases peligrosas y de sus cotidianas form as de existencia que la escuela contribuye a reforzar. Entre ellas pueden subrayarse las siguientes: — Construcción de casas baratas para obreros. — Reglam entación del trabajo de mujeres y niños. — Creación de Cajas de ahorro, Sociedades mutuas, Cooperativas y Casas de seguros. — Fundación de Casas cuna, casas-asilo, gotas de leche y consultorios de puericultura. Inauguración de dispensarios contra la tuberculosis, dispensarios antialcohólicos y emisión de cartillas higiénicas. » — Rem odelación de barrios y extensión de la vigilancia y la policía. — Construcción de cárceles y manicomios para el tratam iento de presos y alienados. — Nacim iento de la asistencia social y de sociedades para la protección de la infancia en peligro y peligrosa. — Creación de escuelas dominicales y de adultos. Todos estos dispositivos tienen por finalidad tutelar al obrero, moralizarle, convertirle en honrado productor; intentan asimismo neutralizar e impedir que la lucha social se desborde poniendo en peligro la estabilidad política. No es casual que las intervenciones conducentes a instaurar en las clases laboriosas el sentimiento de familia conyugal coincidan precisamente con la promulgación de la obligato­ riedad escolar. El obrero que pacientemente ha de hacerse propietario de su casa y preocuparse por el bienestar de su fam ilia estará inm unizado contra los virus de la disolución social. Pues como afirm a M onlau «La casa propia y cóm oda es, en efecto, el principio de la vida bien ordenada, es el La m aquinaria escolar 49 prim er atractivo del hogar doméstico, es la salvaguarda de la familia, es el orden y la moralidad de todos sus individuos»10. Se impone así la necesidad de instrum entalizar medios contra la imprevisión de los trabajadores haciéndoles adquirir el hábito del ahorro y de la previsión. La sana economía, y tener presentes las necesidades futuras son asimismo com pañeras inseparables del orden v la m orali­ d a d ’1. Todos estos hábitos son difíciles de arraigar en los que han vivido durante tiempo en la «promiscuidad», el «derro­ che» y el «desorden» de todos los excesos, por ello el niño obrero constituirá un blanco privilegiado de esta política de transform ación de los sujetos. El niño, como si se tratase de un capital en potencia, debe ser cuidado, protegido y educado para obtener de él más adelante los máximos beneficios económicos y sociales. De su educación se esperan los mayores y mejores frutos. M onlau resume con fidelidad las preocupaciones hum anitarias que en tal sentido muestran los más prestigiosos filántropos de la época: La Sagra, M ontesino, Gil de Zárate... «1. 2. Toda educación ha de fundarse en la religión y la m oral (...) ¿en qué vais a fundaros para encargar a vuestro educando que sea hom bre probo y de buenas costumbres? Toda educación ha de tener por base esencial la autoridad. Si el educando no obedece, pronto será él quien m ande»12. La educación del niño obrero no tiene pues como objetivo principal el enseñarle a m andar sino a obedecer, no pretende hacer de él un hombre instruido y culto sino inculcarle la virtud de la obediencia y la sumisión a la autoridad y la cultura legítima. Pero además, y como en el ,0 P.F. Monlau: op. c., p. 279. 31 Sobre las funciones educativas de la previsión puede verse el trabajo de J. Varela «Técnicas de control social en la Restauración» en El cura Galeote asesino del obispo de Madrid-Alcalá. Ed. de la Piqueta, Madrid 1979, pp. 210-236. >¡ P .F . M onlau: op. c., p. 345. 50 La m aquinaria escolar Julia Varela - F. Alvarez-U ría siglo X IX las intenciones se ocultan menos que en el presente, puede leerse con frecuencia que «cuestan menos las escuelas que las rebeliones»33 con lo cual quedan suficiente­ mente explicitados los beneficios que las instituciones educativas de pobres reportan a las clases en el poder. Emerge pues la escuela fundam entalm ente como un espacio nuevo de tratam iento moral en el interior de los antagonism os de clase que durante todo el siglo XIX enfrentan a la burguesía y a las clases proletarias; escuela que no era posible al comienzo del capitalismo en virtud de una im posibilidad m aterial en la época del laissez fa ire: el trabajo infantil. L a im posición de la escuela pública es el resultado de estas luchas y supone cerrar el paso a modos de educación gestionados p o r las propias clases trabajadoras. La burguesía impide así la realización de program as de autoinstrucción obrera que atacaban la división y la organización capitalista del trabajo al exigir una form ación polivalente y u n a instrucción unida al trabajo e im partida por los mismos trabajadores con una proyección política destinada a su em ancipación. Estos program as eran también un ataque directo tanto a los «saberes burgueses» (especial­ mente la historia, la literatura, la filosofía), considerados burdas mistificaciones, com o a su modo de transm isión34. L a sanción jurídico-política del secuestro escolar de la infancia ru d a responde a los intereses de las clases en el poder que, al intentar reproducir las relaciones capitalistas de producción, jerarquizarán y dividirán a las clases populares eñ diferentes estam entos ofreciéndoles a cam bio pequeñas parcelas de saber y de poder sin que ello signifique ------------------ 33 M. Fernández y González encabeza así su artículo: El Fomento de las artes. Ilustración Española y Americana, 30 sep. 1881, p. 187. 34 M. Foucault: Microfísica del poder. Ed. de la Piqueta, Madrid 1978, va más allá al afirmar que «el saber oficial h a representado siempre al poder político como el centro de una lucha dentro de una clase social (querellas dinásticas en la aristocracia, conflictos parlamentarios en la burguesía); o incluso como el centro de uña lucha entre la aristocracia y la burguesía. En cuanto a los movimientos populares se los ha presentado como producidos por el hambre, los impuestos, el paro, nunca como una lucha por el poder como si las masas pudieran soñar con comer bien pero no con ejercer el poder» (pp. 32-33). 5i su integración en los puestos de decisión política. Las piezas cuya lógica hemos intentado esbozar en los cuatro puntos anteriores se reorganizan, afianzan y adquieren nuevas dimensiones con la institucionalización de la escuela. El maestro, ju n to con nuevos especialistas entre los que sobresale el higienista y el médico p u ericu lto r’5, aplicará a partir sobre todo de finales del siglo XIX a las clases obreras y artesanas y, más tarde, a la campesina (la escuela es originariamente urbana), las nociones de singularidad y especificidad infantil. La imagen de la infancia que los reformadores sociales del siglo XIX han intentado im poner a dichas clases presentará rasgos específicos y será pues diferente de la acuñada y asimilada con anterioridad por las clases altas. El maestro al sentirse superior a las masas ignorantes no adm itirá sus formas de vida familiar, higiénica, ni, por supuesto, educativa. No se produce en consecuencia una relación de igualdad, de entendimiento y refuerzo entre «familia» y escuela, sino que la escuela se pone en marcha para suplantar la acción socializadora de estas menesterosas clases consideradas desde un punto de vista fundam ental­ mente negativo. Todo ello contribuye a que los discursos pedagógicos y médicos dirigidos a dichas clases adopten esencialmente la form a de prohibiciones mientras que, por el contrario, para las clases pudientes tendrán un sentido positivo, significativo. Se desarrollan así prácticas médicopedagógicas que cumplen funciones diferenciales desde el punto de vista social. Higienistas, filántropos y educadores de form a clara desde principios del siglo XX pondrán- en práctica un conjunto sistemático de reglas para domesticar a los hijos de los obreros cuyos efectos van a depender no sólo de las condiciones de existencia de dichos niños y, en consecuencia, del significado que para ellos tienen, sino tam bién de cómo los agentes directos de la integración social, y entre ellos los maestros, perciben sus condiciones de vida. 35 L. Boltanski: Puericultura y moral de clase. Ed. Laia, Barcelona 1974, explica las diferentes funciones que cumplen las rc8u s puericultura en relación a las clases sociales a las que van dirigidas. CENTRO DE INVESTIG*4 C10NES y ESTUWOS SUPERIORES EN ANTI8 3 K X .O G Á «O C IA 1 52 Julia Varela - F. A lvarez-Una El aislam iento presenta asimismo form as diferenciadas en el caso de la escuela prim aria ya que, para los niños populares, esta institución no tiene prácticamente ninguna conexión con su entorno familiar y social. Ni sus padres ni ellos perciben sus tan alabadas virtudes en función de una actividad profesional ulterior. Pero lo que sí perciben de form a inm ediata es la oposición y ruptura que la escuela supone respecto a su espacio cotidiano de vida, a su forma habitual de estar, hablar, moverse y actuar. En ella se verán som etidos a toda una gimnástica continua que les es extraña: saludar con deferencia al maestro, sentarse correc­ tam ente, perm anecer en silencio e inmóviles, hablar bajo y después de haberlo solicitado, levantarse y salir ordenada­ mente... Física corporal y moral que deja al descubierto las funciones que la escuela cumple en tanto que arma de gestión política de las clases populares. El espacio escolar, rígidam ente ordenado y reglamentado, tratará de inculcarles que el tiem po es oro y el trabajo disciplina y, que para ser hom bres y mujeres de principios y provecho, han de renunciar a sus hábitos de clase y, en el mejor de los casos avergonzarse de pertenecer a ella. No se trata, como sucedía antes con la infancia distinguida de los colegios, o, en el mismo siglo XIX, con la que asiste a las numerosas instituciones escolares privadas, de reforzar y afianzar el sentim iento del propio valor y los hábitos de clase. La autoridad pedagógica se verá ahora reforzada al ser el m aestro un funcionario público. A su poder de represen­ tante del Estado se sum a la posesión de la «ciencia pedagógica» adquirida en las Escuelas Normales. Todo un saber técnico de cóm o mantener el buen orden y la disciplina en clase: lo más im portante sigue siendo la educación de la voluntad; y todo un saber teórico, próxim o a la teología y a la m etafísica acerca de la educación y sus principios, el niño y sus progresos, la instrucción y sus form as. La pedagogía com o ciencia se verá a su vez potenciada de m odo inusitado gracias a la entrada cada vez más intensa de la psicología en el campo educativo, afluencia que ha servido, al menos, para dotarla de una «doble cientificidad» más difícil de poner en cuestión. im m aquinaria escolar 53 En este espacio de domesticación una masa de niños va a estar sujeta a la autoridad de quien rige, durante una parte im nortante de sus vidas, sus pensamientos, palabras y obras. El maestro, al igual que otros técnicos de m ultitudes, se verá obligado para gobernar a romper los lazos de compañerismo, amistad y solidaridad entre sus subordinados inculcando la delación, la competitividad, las odiosas com paraciones, la rivalidad en las notas, la separación entre buenos y malos alumnos. De este modo cualquier tipo de resistencia colectiva o grupal queda descartada, y la clase se convierte en una pequeña república platónica en la que la m inoría absoluta del sabio se impone sobre la mayoría inútil de los que son incapaces de regirse por sí mismos. Esta m ayoría silenciosa y segmentada deberá reproducir el modelo de la sociedad burguesa compuesta por la sum a de los individuos. A los métodos de individualización característicos de instituciones cerradas (cuarteles, fábricas, hospitales, cárceles y manicomios) y que constituyen la mejor arm a de disuasión contra cualquier intento de réplica de los que soportan el peso del poder, emerge en el interior de la escuela, en el preciso momento de su institucionalización un dispositivo fundamental: el pupitre. La invención del pupitre frente al banco supone una distancia física y simbólica entre los alumnos de la clase y, por tanto, una victoria sobre la indisciplina. Este artefacto destinado al aislamiento, inm o­ vilidad corporal, rigidez y máxima individualización permitirá la emergencia de técnicas complementarias destinadas a multiplicar la sumisión del alumno. Entre ellas debe figurar ocupando un puesto de honor la psicología escolar. Esta nueva ciencia se encargará de fabricar el mapa de la mente infantil para asegurar de forma definitiva la conquista de la infancia. A la colonización ejercida por la escuela de unos niños aprisionados en el pupitre se añade entonces una auténtica camisa de fuerza psicopedagógica que inaugura una neocolonización sin precedentes que no ha hecho sino com enzar36. '6 Véase sobre éste tema F. Alvarez-Uria y J. Varela: Las redes de la psicología, Ediciones Libertarias, Madrid, 1986. 54 Julia Vareta - F. A ivarei- Liria Por últim o, en la escuela se descalifican de form a directa y frontal otros modos de socialización y de instrucción sustituidos por la integración en una microsociedad anónima y anóm ica, un purgatorio, antesala obligatoria del trabajo m anual. No se debe al azar que la escuela haya procurado, y conseguido en parte, transm itir una visión idílica e idealizada del campesino, del campo y de su vida, ni tam poco que sus bases legales e institucionales se hayan puesto coincidiendo con la promulgación de las últimas medidas destinadas a abolir definitivamente los grem ios’7. Y es que las piezas que hemos intentado presentar en este recorrido se fueron perfilando con el tiempo para ser finalm ente retom adas y readaptadas en un nuevo contexto histórico por los nuevos grupos sociales dominantes. No se trata pues de una simple reproducción sino de una auténtica invención de la burguesía para «civilizar» a los hijos de los trabajadores. Tal violencia, que no es exclusivamente sim bólica, se asienta en un pretendido derecho: el derecho de todos a la educación. 11 En las Cortes de Cádiz el proyecto de abolición de los gremios es defendido por el Conde de Toreno (31 de mayo de 1813). En este mismo año escribe Quintana su Informe para la reforma de la Instrucción Pública. En el Trienio Liberal se proclama la libertad de industria al mismo tiempo que surge el Primer Reglamento General de Instrucción Pública. El decreto del 20 de enero de 1834 liquida los gremios. Y en 1836 se restablece la Constitución de 1812 así como la legislación sobre la enseñanza promulgada en el Trienio Liberal. Finalmente en 1838 se promulga la Ley de instrucción primaria elemental y superior así como el Reglamento de escuelas públicas. F ig u r a s d e in fa n c ia Un análisis de la infancia en tanto que institución social permitirá com prender las diferentes percepciones que de la misma han existido en Occidente desde los tiempos modernos. Conviene, pues, aunque sea a través de rasgos aún muy genéricos, trazar la genealogía del campo infantil, sus reglas de constitución y sus transformaciones, con el objeto de captar mejor sus significaciones actuales. Tratarem os de mostrar, en consecuencia, dos aproximaciones fundamentales al mundo de los niños. Una, obra de hum anistas y moralistas, que se configura a partir del siglo XVI, y otra, cuyo agente social más reconocido fue Juan Jacodo Rousseau, y que data por tanto del siglo XV1I1. Ambas están, como se verá, íntimamente conexionadas y constituyen, particularmente la última, la antesala de las actuales representaciones de la infancia. La prim era definición moderna de infancia emerge en el interior de la form ación de los Estados administrativos y está vinculada a procesos que señalan el derrum bam iento del régimen feudal y el paso a una nueva organización social que comienza a estabilizarse en el siglo XVII. Reformadores protestantes y contrarreformadores católicos diseñan una amplia estrategia de gobierno cuyas tácticas de intervención abarcan desde la construcción del Estado a la educación de la prim era edad. Los nuevos modos de socialización que comienzan a difundirse a partir de Trento constituyen uno de los múltiples dispositivos encaminados a definir y a fijar las nuevas id e n tid a d es sociales. 55